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FOLLETO Ceniza

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MIÉRCOLES DE CENIZA

Comienzo de la Cuaresma

Misión católica de lengua española


en Kloten-Winterthur
Kloten Winterthur
Rosenweg 1 Laboratoriumstr. 5
8302 Kloten 8400 Winterthur
044 814 35 25 052 222 80 67
044 814 18 07 052 222 58 45
mclekloten@bluewin.ch mclewintethur@bluewin.ch
Miércoles de Ceniza:
el inicio de la Cuaresma
La imposición de las cenizas nos recuerda que nuestra vida en la tierra es
pasajera y que nuestra vida definitiva se encuentra en el Cielo.

La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza y es un tiempo de ora-


ción, penitencia y ayuno.

Origen de la costumbre
Antiguamente los judíos acostumbraban cubrirse de ceniza
cuando hacían algún sacrificio y los ninivitas también usaban la
ceniza como signo de su deseo de conversión de su mala vida
a una vida con Dios.
En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían
recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se
ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comuni-
dad vestidos con un "hábito penitencial". Esto representaba su
voluntad de convertirse.
En el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial
para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia de Roma
acostumbra poner las cenizas al iniciar los 40 días de peniten-
cia y conversión.
Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando
las palmas usadas el Domingo de Ramos de año
anterior. Esto nos recuerda que lo que fue signo
de gloria pronto se reduce a nada.
También, fue usado el período de Cuaresma para
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preparar a los que iban a recibir el Bautismo la noche de Pascua,
imitando a Cristo con sus 40 días de ayuno.
La imposición de ceniza es una costumbre que nos recuerda que
algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir
en polvo. Nos enseña que todo lo material que tengamos aquí
se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en nuestra al-
ma nos lo vamos a llevar a la eternidad.
Significado del carnaval al inicio de la Cuaresma
La palabra carnaval significa adiós a la carne y su origen se re-
monta a los tiempos antiguos en los que por falta de métodos
de refrigeración adecuados, los cristianos tenían la necesidad de
acabar, antes de que empezara la Cuaresma, con todos los pro-
ductos que no se podían consumir durante ese período (no sólo
carne, sino también leche, huevo, etc.) Con este pretexto, en
muchas localidades se organizaban el martes anterior al miérco-
les de ceniza, fiestas populares llamadas carnavales en los que
se consumían todos los productos que se podrían echar a per-
der durante la cuaresma.

El ayuno y la abstinencia
El miércoles de ceniza y el viernes santo son días de ayuno y
abstinencia. La abstinencia obliga a partir de los 14 años y el
ayuno de los 18 hasta los 59 años. El ayuno consiste hacer una
sola comida fuerte al día y la abstinencia es no comer carne. Es-
te es un modo de pedirle perdón a Dios por haberlo ofendido y
decirle que queremos cambiar de vida para agradarlo siempre.

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Celebración del MIÉRCOLES DE CENIZA

Saludo del ministro

Introducción (Tres lectores)

1.“Serviré”
Hoy comenzamos nuestros cuarenta días de Cuaresma,
cuarenta días de preparación para Pascua. ¿Para qué estos
cuarenta días de penitencia y conversión? Para volver a nuestras
raíces -a Dios, a lo mejor de nosotros mismos- y, en
consecuencia, también a nuestro prójimo. De muchas maneras
hemos intentado ser nuestros propios dioses, decidir por nosotros
mismos lo bueno y lo malo, pero hemos acabado haciendo de
nosotros mismos el centro del mundo, a expensas de nosotros
mismos, de Dios y de nuestro prójimo. Ahora es el tiempo propicio
para volver a Dios y volvernos hacia los hermanos que nos rodean.
Hoy expresaremos nuestro destrozo interior y nuestro deseo
sincero de cambiar, cuando, después del Evangelio, recibamos la
ceniza.

2.¡Fuera Máscaras!
En muchas regiones del mundo la gente celebra el carnaval
en los días anteriores a la Cuaresma, con mucho ruido y mucha
juerga. Con frecuencia llevan máscaras para la ocasión. Pero hoy
comienza la Cuaresma, tiempo para quitarnos las máscaras y
volver nuestro rostro y nuestro corazón a Dios y a los hermanos.
En este santo tiempo reflexionamos sobre el verdadero sentido de
nuestra vida. ¿Quién soy yo y para qué estoy en este mundo?
¿Estoy viviendo para Dios y para la comunidad? --- Hoy estamos
invitados a recibir la ceniza en nuestra frente con la invitación
“Aléjate del pecado y sé fiel al evangelio”. ¡Fuera, pues, toda
máscara! Y volvamos a Dios, a lo más verdadero de nosotros
mismos, y a los hermanos como pueblo de Dios.
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3.Ya estamos en Cuaresma, Nuestro Tiempo Favorable
Hoy comienza la Cuaresma. Es un “tiempo favorable”, un
tiempo de gracia. Estamos convocados para subir con Cristo a
Jerusalén, el lugar donde él sufrirá y morirá antes de resucitar con
gloria. Esto quiere decir que estamos convocados con él para
sufrir y para morir a nosotros mismos y al pecado. También para
renunciar al mal dentro de nosotros y a nuestro alrededor, de
modo que podamos resucitar, como individuos y como
comunidad, a una vida cristiana más profunda, hacernos más
disponibles para Dios y para los hermanos, y ser capaces de
prestar servicio con amor. El camino para ello es el
arrepentimiento, la conversión, sintetizado en el evangelio de
hoy como limosna, es decir, preocuparnos y cuidar de nuestros
hermanos; como oración,es decir, escuchando la palabra de
Dios y dándole una respuesta de amor y compromiso; y como
ayuno, es decir, controlando nuestras pasiones y renunciando a
nuestro egoísmo. --- Vamos a expresar nuestro sincero deseo de
conversión cuando, después del evangelio, recibamos la ceniza.

Oración Colecta (ministro)

Oremos para que en esta Cuaresma


retornemos a Dios y a los hermanos.
(Pausa)
Oh Dios, Padre nuestro:
Tú sabes con qué frecuencia
intentamos caminar por nuestros senderos egoístas.
No nos permitas vivir y morir
sólo para nosotros mismos
o cerrar nuestros corazones a los otros.
Ayúdanos a vernos a nosotros mismos y a la vida
como dones tuyos.

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Haznos receptivos de tu palabra y de tu vida
y haznos crecer en la mentalidad y actitudes
de Jesucristo nuestro Señor.

Lectura de la profecía de Joel (2,12-18):

«Ahora, oráculo del Señor, convertíos a mí de todo corazón con ayuno,


con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos
al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la
cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas.» Quizá se
arrepienta y nos deje todavía su bendición, la ofrenda, la libación para el
Señor, vuestro Dios. Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno,
convocad la reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid
a los ancianos. Congregad a muchachos y niños de pecho. Salga el esposo
de la alcoba, la esposa del tálamo. Entre el atrio y el altar lloren los
sacerdotes, ministros del Señor, y digan: «Perdona, Señor, a tu pueblo; no
entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles; no se diga
entre las naciones: ¿Dónde está su Dios? El Señor tenga celos por su
tierra, y perdone a su pueblo.» Palabra de Dios

Salmo Sal 50,3-4.5-6a.12-13.14.17

R/. Misericordia, Señor: hemos pecado

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,


por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R/.

Pues yo reconozco mi culpa,


tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces. R/.

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Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación,


afiánzame con espíritu generoso. Señor,
me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5,20:

Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os


exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os
reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por
nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación
de Dios. Secundando su obra, os exhortamos a no echar en saco roto la
gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de
salvación vine en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora
es día de salvación. Palabra de Dios

Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,1-6.16-18):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidad de no practicar


vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo
contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto,
cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como
hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser
honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en
cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace
tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo
secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a
quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las

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plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu
Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo
pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que
desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que
ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la
cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu
Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo
escondido, te recompensara.» Palabra del Señor

BENDICIÓN DE LA CENIZA
Introducción por el Celebrante

Las hojas y ramas de las palmas del Domingo de Ramos del


año anterior se han transformado de tallos verdes en ceniza gris. --
- Así nos ocurre a nosotros. No permanecemos siempre idénticos,
siempre los mismos. Envejecemos; y tantas veces convertimos la
vida en gris y polvorienta, para nosotros y para los demás. Esta
ceniza de hoy nos recuerda nuestra fragilidad de vida nuestra
culpabilidad y la penitencia que necesitamos realizar. Recibiremos
esta ceniza con humildad, mientras se nos marca con la señal de
la cruz, pues nuestros corazones desean sinceramente seguir a
Jesús por el camino de la negación de sí mismo y del amor.

Oración de Bendición
Señor, bendice (+) esta ceniza
como signo de conversión y de penitencia,
como prueba de que queremos
descubrir a tu Hijo hoy
en el silencio de nuestra oración
y en la persona de nuestro prójimo,

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a quien nos acercamos en su necesidad.
Que la señal de la cruz
dada en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo
nos anime y nos sane interiormente,
de forma que te sirvamos sinceramente a ti y a nuestro prójimo,
por la fuerza de Jesucristo nuestro Señor.

El sacerdote rocía la ceniza con agua bendita, en silencio.

A continuación, imposición de la ceniza.

Oración de los Fieles


Al comienzo de este tiempo de conversión, esperamos con
ilusión la reconciliación con Dios y con nuestro prójimo.
Presentemos a nuestro Padre Dios nuestras preocupaciones y
las necesidades de todos, y digamos: R/ Ten misericordia de tu
pueblo, Señor.

1. Por la Iglesia de Jesucristo, para que se libere de defectos


humanos, de forma que pueda mostrar a todos la luz y el poder
del evangelio, roguemos al Señor. R/ Ten misericordia de tu
pueblo, Señor.
2. Por las personas -cercanas o lejanas- atrapadas en el
pecado y en el desaliento, para que encuentren reconciliación
con Dios, consigo mismas, y con los hermanos que les rodean,
roguemos al Señor. R/ Ten misericordia de tu pueblo, Señor.
3. Por los endurecidos en su corazón a causa de las riquezas o
del poder, e insensibles a las necesidades de otros, para que en
estos cuarenta días de penitencia descubran caminos de
verdadera felicidad a través de su sensibilidad y generosidad
para con sus prójimos, roguemos al Señor. R/ Ten misericordia
de tu pueblo, Señor.
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4. Por todos los que llevan una pesada carga de preocupaciones y
sufrimiento, para que sigan adelante con fortaleza por el camino
del Señor Jesús, roguemos al Señor. R/ Ten misericordia de tu
pueblo, Señor.
5. Roguemos unos por otros, para que cada uno de nosotros esté
dispuesto a caminar por el camino de la paz y la reconciliación, del
servicio desinteresado y de la entrega generosa a los demás, y así
decimos: R/ Ten misericordia de tu pueblo, Señor.
Señor Dios nuestro, cada año nos das nuevas oportunidades para crecer en
amor hacia ti y hacia los hermanos. Danos la fuerza para vivir estos
cuarenta días de gracia con las actitudes, la mentalidad y el espíritu de
Jesucristo nuestro Señor.

Invitación al Padre Nuestro


Oremos a nuestro Padre misericordioso que sepamos perdonar a
otros como él ha perdonado nuestros pecados por medio de Jesús.
R/ Padre nuestro…

Líbranos, Señor
Líbranos, Señor, de todos los males y concédenos la paz de la
reconciliación contigo y con los hermanos, lejanos o cercanos.
Ayúdanos a compensar el daño que hayamos hecho a otros y a vivir en
esperanza y alegría para el futuro glorioso que tú has preparado para
nosotros por medio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Invitación a la Comunión Éste es Jesucristo, el Señor, que fue delante de


nosotros mostrándonos el camino del perdón y el amor. Recibámosle con
alegría, porque él es nuestra fortaleza.

R/ Señor, no soy digno…

Oración final
Oh Dios nuestro misericordioso: Muchas veces tenemos miedo
de enfrentarnos a nosotros mismos y de renunciar a nuestro apego

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a nuestras actitudes egoístas. Hemos oído hoy las palabras de Jesús
y participado en el banquete de su cuerpo y de su sangre. Que todo esto
nos ayude a resurgir de las cenizas del pecado y renueve nuestro fervor y
amor, para que le sigamos a él por el camino estrecho de la vida,
caminando hacia ti y hacia los hermanos. Te lo pedimos en este tiempo de
gracia por medio de Jesucristo nuestro Señor.

Bendición
Hermanos: Sólo Dios puede hacernos íntegros de nuevo desde nuestra
situación de destrozo interior. Sólo Dios puede darnos la perspicacia
interior para descubrir con cuánta frecuencia estamos alienados de él, de
los otros, e incluso de nosotros mismos. Sólo Dios puede darnos la fuerza
para cambiar nuestro modo de ser y de vivir y llegar a ser totalmente
nuevos.Para ello, que la bendición del Dios vivo y amoroso, Padre, Hijo y
Espíritu Santo descienda sobre todos nosotros y permanezca para
siempre.

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2014

Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a


fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de
conversión. Comienzo recordando las palabras de San Pablo:
«Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual,
siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su
pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de
Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de
Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos
de hoy, estas palabras de San Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a
nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido
evangélico?

La gracia de Cristo Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de


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Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo,
sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo
pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al
Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de
nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se
"vació", para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb
4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de
todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad,
deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por
las criaturas a las que ama.

La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El


amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las
distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto,
«trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de
hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de
hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno
de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el
pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).
La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí
misma, sino —dice San Pablo— «...para enriqueceros con su
pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una
expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de
la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y
la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo
alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es
superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de
Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y
se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita
penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente,
necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el
peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para
consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos
sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio
de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin
embargo, San Pablo conoce bien la «riqueza insondable de
Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2). ¿Qué

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es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos
enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca
de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese
hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del
camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad,
verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de
compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La
pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se
hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados,
comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de
Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza
ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento,
buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico
como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los
ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La
riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación
única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías
pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su "yugo llevadero", nos
invita a enriquecernos con esta "rica pobreza" y "pobre riqueza"
suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a
convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano
Primogénito (cfr Rom 8, 29). Se ha dicho que la única
verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir
también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos
de Dios y hermanos de Cristo.

Nuestro testimonio Podríamos pensar que este "camino" de


la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos
después de Él, podemos salvar el mundo con los medios
humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar,
Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante
la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos,
en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La
riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino
siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y

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comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo. A
imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a
mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo
de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria
no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza,
sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de
miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual.
La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y
toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la
persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de
los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las
condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de
crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su
servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar
estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad.

En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando


y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros
esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen
en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las
discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen
de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en
ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de
las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se
conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.
No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en
convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias
viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo
joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la
pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida,
están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la
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esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta
miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un
trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a
casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la
educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien
podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de
miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va
unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos
alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que
no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano,
porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos
encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que
verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria


espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el
anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que
Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama
gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la
comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar
con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza!
Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena
nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para
consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos
hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e
imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores
como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor.
Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de
evangelización y promoción humana. Queridos
hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma

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encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de
testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y
espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del
amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada
persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos
a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza.
La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará
bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y
enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la
verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta
dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no
duele. Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos]
como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados,
pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros
propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad
ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y
agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por
todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra
provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí.
Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde. Vaticano, 26
de diciembre de 2013.

Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir.

FRANCISCUS

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