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ELIXIR ESTOMACAL
de Saiz de Carlos (STOMALIX)
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HOTEL CECIL
Es recetado por los médicos de las cinco partes del mundo porque toni-
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Á PESETAS 1.99 y 2
« IOS VEINTE *
La casa de Rienzi, en Roma... La casa donde se hizo sentimientos é ¡deas, luchas y triunfos, amores y dolores, el olma inquieta y exaltada del famoso
tribuno italiano... Ante estos muros, que fueron dorados por el sol de varios siglos, surge la visión, llena de arte y de luz, de una Italia anterior, de
una Italia en que las espadas de los guerreros, los versos de los poetas, los lienzos de los pintores y el místico delirio de los creyentes, formaban
la vida intensa, azarosa y romántica de aquellos días, que el tiempo alejó y embelleció el recuerdo. La gran aureola histórica y la magnífica fuerza
evocadora de esta mansión, hacen surgir, sobre todo —en momentos en que el arte, la historia y la fantasía se confunden — , la sombra de Rienzi, la
sombra que se proyecta sobre las estancias de esta casa del tribuno como un jirón de la Italia de ayer...
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ARTE MODERNO
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LA ESFERA
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DE LA V I D A QUE PASA
I Q UÉ gozos no serían, si todavía alentase, los mano de Doña Inés ó Doña Elvira obtiene el la escena de su gran amigo Le Bargy había es-
de aquel erudito artista que se llamó Said perdón de sus pecados, de todos sus pecados... crito Edmond Rostand, Rostand el grande, el
Armesto y que dejó un libro admirable U n minuto de arrepentimiento basta — seguí de Cyrano y El aguilucho, el poeta más teatral
sobre la leyenda de Don Juan! Del estudio de el generoso Zorrilla—para borrar una vida en- de Francia, el creador del verso escénico, que—•
la milenaria leyenda habría pasado al de sus tera de sensualismo desaforado, de absoluta lu- como dice la sutilísima Colette—Víctor Hugo
derivaciones y transformaciones. Porque—na- juria. buscó, sin encontrarlo.
die lo ignora—el tema donjuanesco evoluciona Nadie había encontrado el modo de ridiculi- ¿Qué es, en síntesis, La última noche de Don
y se ramifica, llegando á ser una idea fija, una zar, de «descalificar», dijéramos, á ese tipo la- Juan? Atraído hacia el Averno por la garra de
obsesión liteíaiia. Los periódicos franceses anun- mentable del seductor de oficio, del estuprador Satán, el conquistador recalcitrante obtiene una
cian una novela de Marcel Prevost, titulada Los profesional, del sátiro con sombrero de pluma prórroga de su vida terrestre, diez años que em-
Don Juanes. La desconozco; pero sólo su título y madrigal en los labios: ni el Cielo ni el In- pleará en hacer todo el daño que lo inspire y
basta para confirmar mi aserto de que el tema fierno le convenían á Don J u a n . Ambas «solu- permita su diabólica fantasía. Cierran trato
del Convidado ó del Burlador atrae más que ciones» contribuían á sublimar y eternizar su Don J u a n y Satán. Dos lustros más tarde, en
nunca á los escritores. Fresca está la represen- figura. Le hacía falta el puntapié. u n palacio portentoso de Venècia, á orilla del
tación en el Teatro Eslava de una obra de gran Y acaba de dárselo un poeta, u n glorioso poe- Gran Canal, el impenitente medita; es su úl-
espectáculo, en la que Martínez Sierra interpre- ta. Se ha estrenado, al fin, en París, en el tea- tima noche; está á punto de sonar la hora en que
taba, según su lírico sentir, la figura del caba- tro de la «Porto Saint-Martin», aquella Ultima debe cumplirse su promesa. Don J u a n se ha
llero sin alma. noche de Don Juan, que para la despedida de ofrecido un festín. Sganarelle, su criado, hace
Ahora, con motivo de subir á un titerero am-
la muerte, no por espe-
Ii
ïffllllllll ¡1I1IIIIII! bulante que pasa con su
5SI!:!;Í!E:I"!III!!II!III[|I!1!I!II1II1!I[IIIII11IIII11II1
rada menos lamentable, retablillo. Mueve los tí-
de Heniy Bataille, se ha teres un maese Pedro,
recordado L'homme à la
UN POETA AMERICANO
caduco, centenario. Don
rose, el drama originalí- J u a n le interpela,se mo-
simo y sarcástico de la fa do él, habla con las
supervivencia de Don marionetas en un tono de
J u a n . Con Bataille con-
cluía la glorificación del
héroe, y comenzaba, por
Campanas de media noche zumba. El lector supone
cuánto lia podido tojer
en esta escena ol verbo
1
decirlo así, la era de su Kl Va-bum c-iva ftictttm e.s7. funambulesco do Hos-
expiación. Ya Lavedan tanil. i'u resumen: el
Á MONSKSOR D E ANDItEA titerero es el Diablo en
—en El marqués de Prio-
la—y Paúl Hervieu— persona. Evocadas por
en El dédalo — habían Campanos él, llegan todas las víc-
impuesto justos y ejem- ufanas timas de D o n j u á n . Si
plares castigos al eter- de la inedia noche reconoce á alguna, si
no seductor, al caballe- pascual; amó á alguna con puro
7 derroche musical amor del alma, será sal-
ro-canalla, al amante
de maravillada armonía; vo. «Recoge sus lágri-
en quien todo es jactan-
mas en esta copa, don- i
i cia y bestialidad envuel-
ta en retórica. Priola
concluye en el sillón del
campanas de la Epifania;
Vuestra coz argentina y bella
despierta la guiadora estrella
y repercute santamente
de cristalizarán—ordena
el Diablo—. Si una sola
de esas lágrimas me
paralitico, del pobre mu- abrasa, será sincera, y
ñeco humano cuando por las sendas de la campaña,
pregonando en villa y montaña t ú serás redimido por
salta el resorte medu- el amor.» De todas las
el gran milagro del Oriente.
iI lar. Hervieu, aquel pro-
cer de la escena france-
sa, despeñaba, como por que
del
Lenguas
revivís
buen
metálicas
la insigne
carpintero
de gloria
historia
José; E. CARRASQUILLA-MALLARINO
lágrimas que vierten las
sombras, sólo una es sin-
cera; pero Don J u a n no
una Tarpeya simbólica, reconoce á aquel fantas-
campanas que hacéis la memoria Ilustre poeta argentino que ha dado en el
al amante sin corazón. Ateneo una lectura de sus poesías, sien- m a femenino—la mujer
Bataille ponía á Don de lo que será y lo que fué... do muy aplaudido por sus oyentes y que le amó en silen-
J u a n en el trance de ha- La hondura de la noche se alegra elogiado por los críticos cio—, y corre en pos de
i y parece azul siendo negra.
Ii
cerse perdonar sus arru- las otras, que han deja-
gas por una moza de me- La seráfica vibración do caer sus antifaces y
són, mediante cinco mo- anima, exalta y enternece. ARIAS MARINAS le brindan el beso frivo-
nedas de plata. ... Oyendo las campanas, parece lo y la caricia falsa.
que todo tenga corazón.
I Lavedan, Hervieu y
Bataille r e a c c i o n a r o n ¡Cómo repican
la suprema gracia de Dios
saludando
Noches de mar, abiertas al ensueño. En la popa
vemos cómo se borran las riberas d'Europa, Entonces sobreviene
contra la i n t e r p r e t a - tras las opacidades de las vagas neblinas. el castigo. ¡El infierno?
ción romántica de Don que por los hombres se hace niño! En el agua parecen juguetear ¡as ondinas No. El ridículo, la befa.
J u a n , contra el Don Y mientras están repicando, que nos dan sus adioses. 'una despeina, Don J u a n no tiene al-
J u a n idealizado en pri- en el mundo—que amargan los entre la espuma blanca, su 'los de reina. ma; es un pelele, un tí-
mer término por Mozart odios—hay tregua de cariño. tere, una marioneta de
Cual la luz que el cristal perfora, Sobre los horizontes el Ot s ensancha, guignol. Y el Diablo ti
y luego por Hoffmann, y los faros eléctricos, al salir de La Mancha,
por lord Byron, por exangiiemente brota el lirio terero lo incorpora al
Musset y por nuestro puro del jardín de la aurora muestran á los marinos sus largas proyecciones, número de los persona- |
—que será rosa de martirio—. que simulan parábolas de las constelaciones. jes de su retablillo. E n
fogoso y admirable Zo- Ü
rrilla. El romanticismo Campanas de Natividad, Imprime al viejo barco la inquietud de las olas adelante, Don J u a n vi-
le puso á Don J u a n mil tan limpias, exultantes y buenas, rítmicos balanceos y fáciles cabriolas. virá en el mismo canas-
1 nombres d i f e r e n t e s —
Lovelace, Manfredo, Re-
que vertéis sobre la ciudad
—heteróclita de humanidad—
En la estela palpitan cambiantes
y el viento es una fuga de amables confidencias.
ignescencias, to que Polichinela y
Pantalón.
ne...—; pero en toda las bendiciones nazarenas. Dos almas: Un hermano de Wagnery un hermano Símbolo noble y fácil.
ocasión hizo de él una El poeta os oye ferviente de Musset: Dos espíritus que van por el Océano El amor salva, engran-
(«5 víctima, u n gran alma —clara campanita sonora— hacia playas de América, enfermos de ilusión, dece y redime. El pla-
incomprendida, u n co- y lírica y místicamente y hallaron esta hora para la comunión. cer sin alma no es nada.
razón sediento de ideal. á vuestro rítmico son ora. Humo, f a t u i d a d . U n
Este tipo donjuanesco Campanas de la noche pía, El violoncelo gime y la lira delira, hombre sin corazón, es
lo encontramos á cada cuyos tañidos lleva el viento y en la fuga del viento la inmensidad suspira. u n muñeco. Don J u a n n
paso en la novela mo- en continuada melodía, ¡Oh, las novias lejanas que os hicieron felices! no es un héroe, sino un
derna; en Mérimée, en para anunciar al firmamento Calipso aguarda siempre la llegada de Ulises. títere.
ambos Dumas, en D'Au- que se cumplió la profecía. Conformes...
Bronces de mágica virtud: Fluye un pasaje trémulo de Bach... El violon-
revilly, en Balzac, en Y gracias sean dadas
Bourget, en D'Annun- celebrad la tierna presencia [celo
es como un aparato para hablar con el cielo al mágico poeta por ha-
zio, en los jóvenes na- con que prueba su excelsitud berlo establecido de esta
rradores de España. la milagrosa Providencia. de las cosas del alma. El músico es lodo arco; suerte en un poema es-
¡Pascua divina, Pascua llena diríase que es suyo el corazón del barco... cénico encantador, ágil
A partir de los ro-
mánticos, Don J u a n — de amor sublime y redentor! ... Deben haberse Ido sobre el ala del viento y gracioso á lo Bain-
que Til-so, Moliere y ¡Cuan melodiosamente suena nuestra melancolía y nuestro pensamiento. ville, y caprichoso, pro-
Baudelaire mandan al la clara campanita menor fundo y vehemente... á
Infierno—ve abrirse mi- de la misa de Nochebuena. E. CARRASQUILLA-MALLAR1SJ lo Rostand.
sericordiosas las puertas
i de la Gloria. Y de la -;?: "! •••HMHUUKí' ';illllll»lii ALBERTO INSUA
• ¡£&<9S!SS!eK©SSeSKa^K£SSSSS!£>S®K!eí^S
LA ESFERA
Cuadro pintado por Alsloot, que representa «La procesión de todos los gremios y todos los oficios de la ciudad de Anvers».
(Se conserva en el Museo del Prado)
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LA ESFERA
"LEÓN, EL L E Ó N "
los siete meses rompió las ligaduras que le los chicos se hicieron m u y amigos suyos. Los
À retenían preso en las tenebrosidades del
vientre de su madre. Y nació en su pri-
pusilánimes, para garantir la seguridad de sus
personillas; los revoltosos y pendencieros, para
—¡Uy! ¡Qué miedo! ¡No me comas!...
Y el padre mandó:
¡Póngase de pie! ¡Retírese de mi presencia,
mer gesto de rebeldía. codearse con el valiente. Pero cuando, para ha-
Por imperioso capricho del padrino, le bauti- León!...
lagarle, le hablaban de su valor, él les solía El, sin replicar, se fué á su cuarto y estuvo
zaron con este nombre: León. decir: llorando largo tiempo. ¿Por qué me regañan y
Cuando el cura rezaba sus latines, él, sin llo- —No. Si yo no soy valiente. A mí no me gus- me castigan sin motivos?—se argüía—¿Qué hice
rar, le dirigía las miradas, especiantes y agre- ta pelearme con nadie..., pero que no se metan yo más que defenderme?... Yo no soy malo. ¿O
sivas como dos alfileres, de sus ojillos negros. Y conmigo. hay que dejarse atropellar y que le peguen á uno
al ponerle la sal en los labios, dio u n gritito. No E l maestro le miraba con recelo y le t r a t a b a para ser bueno?... Pues no. Yo no consentiré que
estaba conforme con aquello. con brusquedad. Una mañana, al pregunta"- me atropellen y que se burlen de mí... No. ¡Nun-
Su padrino, u n hidalgo retrasado, ampuloso lo la lección, y como dudase en la respuesta, le ca, ni á nadie se lo consentiré!...
y patriotero hasta la cursilería, al imponerle este cogió súbitamente por una oreja. Ya mayorcito, fué dándose exacta cuenta de
nombre al neófito se propuso, sin duda, iniciar — Y a ha llegado á mis noticias que lleva, ó su verdadera y fatalmente triste situación en la
la senda por la que ó en la que fatalmente ha pretende usted llevar, muy bien puesto su nom- vida. Las gentes eran injustas con él. Unos se
de consumirse una vida, ó ser, cuando menos, bre: ¡León! lo acercaban sonrientes, afectuosos, p a r a ofre-
su precursor en la fatalidad. —No, señor... cerle, con humillantes protestas de inferioridad
Como su madre estaba muy delicada de sa- —Sí, señor. H a atropellado usted, descala- y adhesión, una amistad en la que él no creía.
lud y no podía criarlo, le buscaron u n ama. El brándolo, á un compañero... Estos le inspiraban u n íntimo y gran despre-
decidió morirse antes que chupar del pezón de — E s que él... cio. Otros le hablaban á cierta distancia y con
una mujer zafia, que, además, comerciaba con —¡Silencio! ¡A mí no me replique usted!... un prudente marcado comedimiento. P a r a ellos
su sangre. Así, pues, acordaron criarlo á bibe- ¡Póngase de rodillas! tenía un recóndito desdén. Algunos rehuían todo
rón. Esto era preferible, y pasó por ello. —El me insultó y me... trato y encuentro con él. P a r a aquéllos sonreía
F u é creciendo, y cuando ya daba sus primeros —¡Silencio, he dicho! ¡De rodillas!... ¡Quieto! con indiferencia. Y todos le miraban con des-
pasitos y sus carreritas de las sillas á los mue- ¡Quieto ahí, León!... confianza, con algo de temor, con u n poco de
bles y á las paredes, su madre, sus hermanas y Y cogiéndolo por las solapas de la america- aversión, y le conocían por el apodo de «León,
las criadas de la casa le gritaban, con acento na, lo zarandeaba desconsideradamente. el león».
más bien amenazante y retador que de cariño: Al llegar á su casa se encontró con que todos E n tal ambiente de tan injusta, pero recon-
—¡Leonito, cuidado! ¡Cuidado, Leonín!... los suyos le recibían con frialdad y despego. A centrada hostilidad, y á fuerza de ver, á través
Su mismo padre, ahuecando la voz, solía in- la hora de la comida, su padre, encarándose con de las miradas, las venalidades, miserias y la
terrumpirle en sus juegos infantiles; él, dijo ante toda la familia: hipocresía innoble de cuantas personas cono-
•—¡Qué es eso? ¿Qué haces, León?... ¡León!... —Ahí lo tenéis. ¡Es una fiera! Abofeteó, pi- cía, sin excluir á sus deudos, se tornó misán-
U n día, á la salida del colegio, otro chicuelo soteó y le rompió la cabeza á Pepín, el hijo del tropo. Solo, en su cuarto, por las calles, por los
de su edad se encaró con él: notario, gran amigo mío. solitarios paseos; solo con sus libros, con sus
—Oye: ¿tú t e llamas León?... —No, papá. E l me provocó, me tiró piedras, tristes pensamientos y con la fatalidad de su
—Sí—le respondió sencilla y serenamente. y yo me defendí como pude. nombre. ¡Solo, sin u n cariño!
—Bueno. ¿Y á mí, qué?... ¿Creerás que te ten- —¿ Descalabrándolo ?... Una tarde primaveral paseaba á orillas de un
go miedo?... —Se hirió él al caerse... riachuelo, lejos de la ciudad. I b a t a n abstraído,
León le miró un poco admirado y, sin contes- —¡No es verdad! que de pronto se vio a n t e u n grupo de gente
tarle, siguió su camino. Pero apenas había an- —Sí, papá. que, sentada en el suelo, comía y bebía con bu-
dado u n poco cuando el chicuelo comenzó á ape- — H e dicho que no, y á mí no se me desmien- lliciosa algazara. Retrocedió; pero comenzaron
drearle. Se volvió rápidamente; corrió tras él te. ¿Lo has oído bien, y para siempre, León?... á llamarle:
p a r a alcanzarlo y le dio dos bofetadas y un empu- L a madre quiso intervenir: —¡Eh! ¡Señorito! ¡No se asuste usted! ¡Ven-
jón que lo derribaron en tierra, con t a n mala —¿No pudo también mentir ó exagerar Pe- ga á tomar algo!
fortuna, que se hirió con u n guijo en la frente. pín?... El se detuvo.
Al verlo en el suelo se concretó á apostro- Y el p a d r e contestó bruscamente: —-Muchas gracias.
farle: —¡No, señora! Corriendo, se le acercó u n hombre con una
— P a r a eme aprendas á no meterte con quien Y una hermana puso su comentario: botella en la mano. Y una mujer corrió también
no se mete contigo... ¡Cobarde!—Y se fué á su —¡Por algo se llama León! con una p a t a de pollo en la mano.
casa. El levantó la cabeza para mirarla, v ella dijo, —Beba usted.
Como reguero de pólvora corrió la noticia. Y chillando: —¿Me va usted á despreciar á mí?...
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—Traed un poco de pan—gritó el hombre á por mi honor, Pacita!... ¡Quiérame mucho tam- —¡Es un gran rapaz! ¡Yo ya le tenía ley!...
los del grupo. bién, y dígamelo!... Pasó u n año. León regresaba de Madrid de
—¡Que venga aquí!—le contestaron, Poco á poco fueron acercándose sus manos, hacer oposiciones. Al día siguiente de llegar, su
—Yo agradezco á ustedes mucho su atención, hasta estrecharse fuertemente. Y ensimisma- padre le llamó á capítulo:
§ pero no acostumbro... dos, haciendo caso omiso de cuanto vivía en —Me han dicho que eres novio de la hija de
•—Vamos. Venga usted y tome lo que quiera. torno de ellos, comenzaron á arrullarse con mis- un zapatero. ¿Es verdad?
Se le ofrece de corazón. ¡Somos pobres, pero hay teriosas y dulces palabras de amor... —Sí, señor.
alegría! ¡Venga usted! ¡O lo tiene á menos!— Algunos meses después Pacita le esperaba im- —No te había hablado del asunto porque
Y se lo llevaron. paciente á la puerta de su casa, un cuarto de cuando lo supe lo atribuí á una chiquillada.
Era u n matrimonio zapatero, con sus dos hi- hora antes de la en que él solía llegar para dar Pero hoy, que ya tienes t ú carrera, he de decir-
jas, el novio de una de ellas y dos ó tres amigas el acostumbrado paseíto por la manzana. te que eso no debe continuar, y que has de de-
más de las chicas. Celebraban el santo del no- Al verlo venir suspiró fuerte y tristemente; y jarla mañana mismo..., por el buen nombre de
vio de una de las hijas, que se casaba el próxi- cuando lo tuvo á su lado, aprisionándole una toda nuestra familia, por t u propio decoro.
mo domingo. mano entre las suyas, acercándolo contra su co- —Es una mujer decente...
Lo sentaron entre dos mocitas, que se desvi- razón, mirándole fija, con miradas que eran sú- —No basta eso.
vían por obsequiarle. La sencillez y la sana ale- plicas y besos y juramentos de eterno amor, co- —Me quiere, y la quiero.
gría de aquella familia le fueron despertando menzó á hablarle con voz entrecortada por la —Encontrarás una señorita educada y hasta
9
l de su ensimismamiento y tristeza. Y bebió, co-
rrió y cantó al regresar á la vieja ciudad caste-
llana, ya de noche, en medio de aquellas dos
emoción:
—León de mi vida... Yo te quiero... Te adoro
con toda mi alma; yo no podría vivir sin verte.
rica, que te quiera también y t ú la quieras.
—No, padre. Yo la quiero á ella.
—Eso es una locura, y yo te mando que la
i9
Tí chiquillas que venían cogidas de su brazo. Al
despedirse le invitaron á la boda. El aceptó:
¿Es verdad que t ú me quieres tanto como dices?
¡Júramelo, León! ¡Júramelo, León de mi alma!
dejes inmediatamente.
—No puede ser...
—¡Tendré mucho honor en asistir! —¿No lo sabes ya que sí? ¿Por quién quieres —¿Qué dices? ¿Osarás desobedecer á tu pa-
o —¡Que no deje usted de acompañarnos! —in- que te lo jure? ¿Qué quieres que haga para de- dre, León?... ¡Pues no te lo consentiré!...
ó sistió el zapatero.
—No faltaré. ¡Adiós!
mostrártelo? Pide... ¡Manda tú, Pacita mía!...
—Yo tenía miedo á decírtelo, y estos días he
—Sí, padre. Yo la quiero, y necesito su cari-
ño para ser feliz; además... I
I
—¡Viva nuestro simpático amigo León! —gri- llorado mucho!... ¡Mi padre se opone á nuestros -—¿Es t u amante?...
tó la más pizpireta de las muchachas. amores!... O
—¡No!—gritó con viveza León—¡No la ofen-
—¡Vivaaa!...—respondieron todos. —¿Por qué? da usted, padre! E s digna, es candorosa, y, ade-
El la miró fijamente á los ojos. Ojos azules, —Dice que tú eres un señorito; que vendrás más, decía, he dado mi palabra de honor á su 6
grandes, vivarachos, llenos de luz. Y á través con mal fin, y que nunca te casarás conmigo... padre; me la he dado á mí mismo de casarme lí
O de ellos, que le miraban parladores, creyó ver —¿Está en casa t u padre?... ¿Quieres que le con ella, y me casaré... o
III
un alma sencilla, candorosa, hermana de la suya; hable ahora mismo?... El padre comenzó á gritar desaforadamente: i
0 un corazón noble... El señor Tomás, que leía el periódico cuando —¿Tú casado con la hija de un zapatero?... C5
Aquella noche se acostó más contento que de León entró en la sala, le miró por encima de los ¡Nunca! ¡Jamás! ¡Antes te mato! I
à
i
C3
9
l
V —Mire usted, Pacita, yo no puedo callármc- dré carrera, y me casaré con ella, quieran ó no —¡Déjalo, que es una fiera!
9 lo más. Yo la quiero á usted muchos, mucho...; mis padres. —Pues yo la domaré!...
W tanto como á mi vida; ¡más que á mi vida!... —Vea bien lo que dice..., que es usted joven. León consiguió arancarle el bastón, que arro- cp
0 Ella, algo ruborizada, bajó los ojos. El, un León se levantó de la silla, y, alargándole la jó al suelo, y dijo serenamente:
Ó poro azorado, agregó: mano, afirmó rotundamente: —¡Domarme!... ¡Es tarde! Me pusisteis el
A —Míreme usted, Pacita. —Señor Tomás: soy u n hombre; soy un ca- nombre de León; os habéis pasado los diez y
A Ella le miró, y él suplicó: ballero, y se lo juro á usted ¡por mi honor! nueve años que tengo tratándome con despego,
.". —Y quiérame, ¡quiérame! —Entonces, no hay más que hablar; puede sin cariño, queriendo hacer de mí una fiera, y
« —No. Indiferente..., claro que no me es us- entrar en esta casa cuando y á todas las horas ¿pretendéis ahora domarme por la fuerza? ó
A ted. que le plazca. —¡Fuera de mi casa!—rugió el padre. ó
—Ya lo sabía—contestó León rápidamente. —Muchas gracias. -Sí. Que se vaya—agregaron, lloriqueando,
6 —¿Cómo?... Hubo un momento de silencio. las hermanas.
i
—Lo he adivinado en sus miradas. No soy Al salir León, Pacita, que lloraba de alegría - ¡No, Juan!—suplicó la madre.
O pretencioso. Yo sé; yo he aprendido á leer en en el pasillo, le aprisionó entre sus brazos, be- - -¡Fuera de aquí, he dicho!...
9 les ojos. Y nunca, ¡jamás!, me ha mirado na- sándolo apasionadamente. El zapatero dijo á Y al abandonar la casa de sus padr«s, «León.
6 die como usted me mira, Pacita. Por eso la quie- su mujer: ol león» lloraba como un niño...
O
6 o
::
ó
ro como no quiero á nadie en el mundo: mu-
cho, muchísimo... ¡Yo se lo juro por mi vida,
—Estas cosas se arreglan así, Ramona.
Y la señora Ramona, emocionada, respondió: UlliUJOS DI YABKI.A DE SKI.1AS
FÉLIX C U Q U E R E L L A 5o
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o -rvri-ri-rvruriírs.
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LA ESFERA
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•
I P u e r t a del Río, de Salamanca, p o r la que entró Aníbal (derribada hace algunos años)
1
L A Salamanca de Teresa de Jesús no
es la opulenta y sensual Salamanca
del Renacimiento. Es la Salaman-
ca de las murallas romanas, de la puer-
de Castilla. Funda su monasterio, sin
poner «en él el Santísimo Sacramento»,
en una posada de estudiantes que le ha
proporcionado la solicitud de Nicolás
I t a de Aníbal, del calvario junto á la
puente, del torito de piedra, que hace Gutiérrez. Y ocurre la primera noche
pensar tretas y diabluras a l Lazarillo que pernocta Teresa en el caserón estu-
picaro de Tejares; la Salamanca estu- diantil la anécdota más graciosa y ocu-
diantil de los mesones y de las posa- rrente de su vida peregrina.
das. Y los amigos de la Santa no se E l caserón es destartalado, ancho, so-
recluían tampoco entre los sabihondos noro. Silba el viento en el desván. Duer-
de la Universidad, letradetes de crédito me Teresa, al lado de u n a monjita de
y caballeros principales y conocidos. más edad que ella, sor María del Sacra-
E l amigo de Teresa, en Salamanca, es m e n t o , t a n excelente y t a n boba, «que
u n pobre hombre, llamado Nicolás Gu- me dan hartas ganas de reir». Los estu-
tiérrez, que se ha arruinado y que lleva diantes han salido malhumorados y á
con gran paciencia y mansedumbre su contrapelo de la casona. Sor María, que
infortunio. Los compañeros de Teresa, ve visiones, al apagar la luz no percibe
cuando ésta pasa por el Arrabal á sus más que sombras de estudiantes por to-
fundaciones ó de retorno de ellas, son, dos lados. Y comunica su inquietud á
Teresa. Doblan á muerto las campanas
asimismo, arrieros, chalanes, ganade-
de Salamanca, que es noche de ánimas; *
ros, gañanes y aquel bendito Siervo de
Dios, medio bobo, que lleva siete re- silba el viento en el desván; el Tormes
lojes en los bolsillos, todos concertados. rima sordamente su canción con el vien-
Las amistades de Teresa en Salamanca to. E n la muerte piensa sor María la cui-
son populares. Sólo conoce al maestro tada. U n a cruel idea agita el pensamien-
Fr. Luis de León y á la vieja duquesa to de la pobre mujer. Si Teresa muriera
de Alba, D . a María de Colón y Henrí- de repente, ¿qué sería de esta pobre sor,
quez, entre las personas de excepción y que se ahoga en un dedal? Y la mísera
respeto. comunica su turbación á la madre, que
está envuelta en una m a n t a que la ha
No es difícil, p a r a el que esté fami- regalado la caridad.
I liarizado con los escritos y con el espíri-
t u d e la Santa, el itinerario y hasta la —Si eso fuera, proveeríamos—contes-
ta.—. ¡Ahora calle, hija, y déjeme dor-
1 fisonomía de la Salamanca teresiana.
L a Santa llega por primera vez á Sala-
manca, de Alba de Tormes. La calzada
mir!
¡Déjeme dormir! ¡Pobre esposa del
Dulce Jesús bueno, y á qué aventuras
de a n t a ñ o es casi la misma carretera de
hoy. L a F u e n t e de los Perales, con el re- y riesgos te llevan tus amores con el ele-
cordatorio gracioso y humilde de u n bus- gido de t u espíritu, en libertad de amor!
to de la fundadora, Terradillos, La Maza, Hace cuatro noches que no pega los ojos
Teresa; ha venido de Medina la del Cam-
è Arapiles, son los jalones ó escalas de este
itinerario. E n Santa Isabel, detrás de la po por Carpió, por Campillo, por Can-
talapiedra, por la Carolina, oyendo las
I
Calle de Zamora, se aposenta, mientras
funda su palomar carmelitano, la virgen frases soeces de las t u r b a , que se ríe
La torre de la casa de Monterrey, en Salamanca siempre de las aventuras y de las ena-
J.»* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * ^ ^
LA ESFERA
» « • moradas, aunque sea á lo Divino, como nuestra ya, vi salir el sol desde el arrabal. La estampa rio, el que nos despertaba años atrás á los pen-
Teresa. ¡Déjame dormir y calla, hija mía! Ca- de Siena, de Florencia, parecía Salamanca en sares del aula con Dorado Montero y á los amo-
lla; el corazón, en las tinieblas, dialoga mejor aquella hora y sazón. Salamanca se tiñó de rojo res de nuestra reja de estudiantes, y el tañido
con el Esposo; la fantasía teje mejor sus hUos á los primeros besos del sol. Se encendieron sonaba á Sábado de Gloria, á mañana de Abril,
de oro en el silencio. ¡Calla, hija mía, para que como ascuas de oro las Catedrales, la Clerecía, en nuestro pobre corazón de luchadores.
hable mi corazón! la Merced, y comenzaron á tañer las campani- Aquella m a ñ a n a de Junio vi y sentí la Sala-
ooa tas monjiles su plegaria mañanera. El silbato manca de Teresa de Jesús como nunca la viera
La Salamanca del río, la del Arrabal, l a de de u n tren rasgaba también el silencio, allá por ni la sintiera antes. Y al remate de tres años no
la Peña Celestina, la de la puerta de Aníbal, la los cerros de Arapiles. Atrás habíamos dejado cabales, florece en mí este recuerdo con tal pu-
de las murallas, la del torito de piedra, es la nosotros, sumidos en l a sombra y e n la modo- janza y con t a l frescura, q u e yo lo deposito á
Salamanca de Teresa de Jesús. Y es también, rra, Alba, l a señora feudal del orgulloso Casti- los pies de la mujer m á s pura, más delicada,
lector, la mía. Va para tres años que una ma- llo de sus duques, y Peñaranda con sus paneras más risueña, m á s enamorada, más rica en ma-
ñana, viajando en automóvil con el fin de aco- y su Juzgado. íbamos á tierras del Duero, fron- tices y en emociones que jamás pariera mi Cas-
meter u n a empresa en la que puse yo también teiizas con el mimoso Portugal. ¿A qué? ¿Re- tilla, t a n estéril en frutos de bendición: ¡á los
todos mis amores y fué luego para mí semillero cordáis, amigos? Y rimando con nuestra espe- pies de Teresa de Jesús!
de tristezas, de las que el tienroo m e h a curado ranza, tañía también el cimbalillo universita- JOSÉ SÁNCHEZ ROJAS
1
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Vista panorámica de Salamanca
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LA TENTACIÓN
actitud de sumisión y de deslumbramiento. Se escandalizaba de las violencias,
de los arrebatos ásperos, cada vez menos frecuentes, del que aspiraba á los vo-
tos solemnes, del que ponía su madurez flaca, consqmida por el estudio y la
disciplina monástica, entre las filas de adolescentes que aspiraban al sacerdocio.
Jt
cíe ayer sin mirarles; pero notó la ausencia del padre Daniel, y ello le inquietó. otras tardes, el padre Gerardo salió al jardín donde el bullicio de los oblatos
¿Qué mujeres vendrían con Santisteban, Ríos y Fortún? De ellos, sólo el último contrastaba con el reposado deambular de los novii ¡os ó el sosiego meditativo
estaba casado y acostumbrado á prescindir de su esposa. de los padres de coro.
DOO Llevaba su habitual espejo intelectivo, aquel cuaderno que iba llenando
con su letra menuda, puesto de pie en la gradería de piedra, rostro al crepúsculo.
Cuando el superior le dijo que fuera á tomar café con aquellos señores y Eran esbozos, anticipaciones de trabajos más extensos, citas de lecturas, ob-
las señoras, que permanecían en el comedor acompañadas del padre Daniel, servaciones nacidas á lo largo de las horas de estudio en la celda...
nada en su rostro delató la menor emoción. Y, no obstante, en lo hondo, m u y Al salir vio al padre Daniel sentado con otro monje en el banco circular del
en lo hondo, sufría la angustia de un presentimiento. pórtico, y le halló la misma expresión de tristeza y la desolación infinita en los
¡Oh! No le engañó su corazón. Allí, acompañada de la esposa de Fortún,
f
ojos azules... ¡Y él, que sentía abierto su corazón á la inmensidad del amor di-
de la hermana de Ríos, estaba ella. La condesita de Hormaida, en cuya pasión vino, é ingrávido en la luz de la fe su cerebro!
se consumiera lo mejor de su espíritu y de su fortuna. Comprendió las miradas Tembló p o r el padre Daniel. E n el espíritu sanamente monjil, ¿quién sabe
de sus amigos, acechándole las ideas, buscando el efecto de la última tentativa qué nuevas inquietudes pudo despertar la condesa de Hormaida?
para arrancarle del claustro; se dio cuenta de la involuntaria ó inocente com- Le sintió acercarse, y volvió la cabeza, sonriéndole. El padre Daniel le mi-
plicidad de Blanquita Ríos y de la mujer de Fortún, que mostraban solamente raba ansiosamente. La misma ansiedad nubló la sonrisa del padre Gerardo. Por
cierta regocijada curiosidad. E n cuanto á ella, lo miraba sonriendo provocativa, un momento, los dos hombres se engañaron respecto del pensamiento fraterno.
despreciativa del benedictino avejentado, flaco, humilde en sus hábitos negros. —Temo por usted, padre Daniel...
Pero él la hizo bajar los párpados y morderse los labios. L a saludó con la - ¿Por mí? ¿De qué?
cortesía mundana de otro tiempo, donde había una indiferencia nueva, desco- Súbitamente había recobrado su expresión candorosa, de infantil ingenui-
nocida é inesperada paca ella. dad. El padre Gerardo quedó confuso. No. No era posible lo que imaginara. ¿En-
Y mientras ella retorcía el pañuelo de encaje entre las manos y hablaba con tonces?
frases recortadas y secas y palidecía de rabia, el padre Gerardo se notaba feliz —No sé... Ayer le encontré é usted cambiado...
como nunca; libre como nunca; más de Dios que nunca. Se miraron á los ojos fijamente. Y el j adre Daniel encontró que las pupilas
Les enseñó el claustro; les explicó los misterios arcaicos de las piedras sa- del padre Gerardo tenían una dulzura y una inocencia desconocidas hasta en-
gradas de siglos y de fervor; les mostró las reliquias, con una facundia entu- tonces.
siasta y una serenidad dichosa; y cuando ella, aprovechando u n instante de —Es que nunca temí por usted como ayer... ¡Sus amigos hablaban de un
descuido, le susurró con su voz cálida de contralto: modo!... Aquella mujer se vanaglorió de que le arrancaría de nosotros y de Dios...
—¿Pero es posible eme no te acuerdes de nada? se inclinó hacia ella, sin El padre Gerardo se avergonzó de lo que pensara antes.
rencor, sin miedo y sin reproche para preguntar: —Entonces, ¿era eso lo que le tuvo triste y pálido, padre Daniel?
—¡Perdón! ¿Decía usted, condesa...? •—¿Qué otra cosa podría ser, padre Gerardo?
Tenía la voz firme, los ojos tranquilos, el espíritu limpio. ¡Oh! ¡Cuánta sencillez virgina! en las pupilas, qué interior gozo rebosando
Entonces ella le volvió la espalda y se dirigió hacia el padre Daniel; vin pa- de los Irbios puros!
dre Daniel distinto, con el rostro lívido y la boca sin sonrisa y los ojos asustados. El padre Gerardo inclinó la cabeza sobre el pecho, avergonzado y feliz.
• DO
Xada ya le nublaría los años futuros de paz.
Una paz infinita, como la extendida palialmente sobre el campo, sobre el
Fué á la otra tarde cuando el padre Gerardo se dio cuenta de cómo la última jardín monástico, sobro las risas de los oblatos y los paseos lentos de los novicios...
turbación que salió de su alma había cambiado do refugio, siendo la primera
en el alma del padre Daniel. Josi FRANCÉS
Tendíase palialmente la luz sobre los campos silenciosos, y, como cu tantas AGUAFUERTE DE L E A N D R O 0 R 0 7 ,
LA ESFERA
EltalE
ei el boear
A tendencia ha-
1 L c í a l a sencillez y
simplicidad en el
decorado y mo-
blaje c o n t i n ú a acen-
1 tuándose, cual lo de-
m u e s t r a n las ilustra-
ciones de las presen-
tes p á g i n a s . Necesa-
r i a reacción contra el
i excesivo d e s b o r d a -
m i e n t o suntuario que
impuso el segundo Im-
perio francés, el «ho-
me», ya sea aristocrá-
tico ó pertenezca á la
mesocràcia adinera-
i da, adquiere poco á
poco el c a r á c t e r de
simplicidad, sin dos-
a t e n d e r n i n g u n a de
las exigencias del con-
fort que impone la vi-
da i n t i m a , higiénica
y sana. Desaparecen
ó m u e s t r a n una decre-
pitud cada vez más
a c e n t u a d a los l l a m a -
illa yetan!
una b e l l a escritora
que ame recogerse de
vez en cuando en l a
soledad de su aposen-
to para dar paz al es-
píritu y libre vuelo á
su fantasía creadora.
Es un sancta sancto-
rum elegante, exqui-
sito, de una r e ñ n a d a
delicadeza d e deta-
lles, invitador al en-
sueño, y del que no
pueden surgir sino pá-
ginas saturadas de de-
licada poesía. I n u n -
dado de luz por los
amplios vitrales y dos
salidas á una galería
exterior, puede tam-
bién servir de refugio
al artista, pintor ó es-
cultor, p a r a el primer
trazado de sus bosque-
jos. No menos signifi-
cativos de la expresa-
da tendencia hacia la
sencillezson los otros
tres modelos restan-
tes: el «ball» ideado
p o r Mallet-Stevens,
la «nursery», planea-
da por madame Lucie
Kenaudot y, por últi-
mo, el e n c a n t a d o r
« c u a r t o de soltera»,
realizado porDamon,
en el que las líneas ge-
nerales del moblaje y
aun muchos detalle?
del decorado sugierer.
una v a g a impresión
d e orientalismo, s i n
llegar, n a t u r a l m e n t e ,
á definir n e t a m e n t e
un estilo determina-
do, peligro d e l q u e
hay que huir á toda
costa.
FOTS. BOYEB
LA ESFERA
a************************************************************************************************®**
I EL D E P O R T E DEL PUÑETAZO I
1
: *
• *
!
*
*
*
*
* !
*
*
*
U N individuo
s e querella
con otro en
la calle, le da u n
su l o c a l i d a d .
Uno do los com-
batientes se ade-
lanta, y, ¡zas!, le
puñetazo, ó in- larga al otro un
mediatamente la metido en el es-
gente se agolpa tómago.
en torno, le de- —¡Ay!—dice
tienen los guar- gran p a r t e del
dias, es llevado á público, como si
1 a Comisaría y fuese el propio el
paga luego l a s que h a sentido
consecuencias. el golpe.
El puñetazo h a — E n el estó-
tenido s a n c i ó n mago. ¿Ha visto
como brutalidad. usted? H a debi-
Pero ese mis- do hacérselo pa-
mo individuo se pilla. E n el estó-
desnuda, conser- m a g o . Figúrese
vando s ó l o u n usted. ¡Amí, que
pantaloncito d o me duele con que
c o l o r , anuncia coma u n plato
que d a r é de pu- de pimientos fri-
ñetazos á o t r o tos!
ï que s e presente
en igual forma,
—Pues á ese
tío, nada. Ahí le
*
pero que hay que tiene usted, que
pagar por verle, se dispone á de-
í y la gente acude
á la taquilla, de-
volver el trom-
pis. *
j a el dinero y lle- Efectivamen- *
• na el local donde te, la lucha si-
i se van á repartir
l o s mamporros.
E n este aspecto
e 1 puñetazo e s
gue y el público
la sigue, cada vez
con mayor inte-
rés, comproban-
I
tenido como deporte y el que los da es aclama- mente reservada á los bueyes que amorosa- do que los golpes son auténticos y capaces do
do mucho más que si acabase de descubrir u n mente van tirando de u n a carreta. desriñonar á u n ciudadano que no esté hecho I
suero beneficioso para la Humanidad. Los luchadores, como todos los hombres que para ello; porque, eso sí, ríanse ustedes de las
Y es que ahora nos h a dado por considerar gozan de reputación, se ven constantemente protestas que surgen en la plaza de toros cuan-
do sale u n cornúpeto chico, a n t e el escándalo
como espectáculo atrayente y hasta instruc-
tivo el ver cómo dos tíos bárbaros se rompen
asistidos por u n grupo de admiradores que tie-
nen á orgullo t r a t a r en la intimidad á quien es que se arma si se sospecha que los mamporros
no son todo lo auténticos y definitivos que de-
I
las narices en nombre de la cultura, y a que, se- capaz de romper las narices m á s fuertes con la
i gún parece, los deportes ayudan al desarrollo
de la misma
Sea como sea, lo cierto y positivo que pode-
misma facilidad que se suena las suyas.
—¿Este? No tiene más que cogerte la mano
y apretártela, y te ha dejado que no te sirve ni
ben ser.
—¡Esto es u n engaño! Ese golpe no es para
romper las muelas á nadie.
mos afirmar es que el boxeador tiene actual- para saludat á un amigo. Anda, haz la prueba. —¡Fuera! ¡Ni siquiera se han hinchado un ojo! *
mente una personalidad muy cercana á la do —¿Yo? ¡Anda y que la haga con Neptuno, á E n cambio, cuando uno de ellos, el más bruto,
los artistas y que inspira una curiosidad que ver si no puede luego sostener el tenedor! naturalmente, acierta á atizarle al otro u n gol-
no siempre han logrado despertar un poeta, un El aludido sonríe vanidosamente y dice, lleno pazo enorme, la gente se vuelve loca de entu-
I literato ó u n cantante.
—¡Qué bárbaro! Fíjate en los músculos. Ese
de modestia:
—No tenga usted cuidado. A los amigos los
siasmo y exclama:
-^-¡Eso es! ¡Bravo! Me parece que el desgra-
tío da u n puñetazo en la nuca á un hombre, y trato con dulzura. ciado eso va á tener que regalar á los amigos
lo rebaja. ¿Es atrayente el espectáculo del boxeo? Por los pañuelos que tenga, porque no le quedan
—¡Qué lástima que el puñetazo no se lo dé á lo visto, sí, ya que la gente paga grandes canti- narices para utilizarlos.
mi caseio, á ver si lo que le rebajaba eran los dades por presenciarlo y sigue emocionada una H a y espectáculos culturales de estos, verda-
pisos. lucha entre dos bárbaros do esta naturaleza. deramente conmovedores.
El luchador es, desde luego, u n ser que se sien- Salen al ring—creo que se llama así—y los
te completamente satisfecho y que se pasa todo espectadores los miran emocionados, pensando A. R. BONNAT
el día dando gracias á la Naturaleza por haberle en los trastazos que so van á proporcionar y
dotado de una fuerza que parecía exclusiva- que ellos van á ver cómodamente sentados en DIBUJO DE ROBLEDANO
s
********************************
LA ESFERA
ARTE MODERNO
P R E S E N T A C I Ó N DE UN CORONEL
El lunes 10 del actual estuvo el Príncipe de Asturias en el cuartel de los Docks, con objeto de asistir á la presentación del nuevo coronel del Regimiento
del Rey, D. José Gobart Urquia. El general Saro, en calidad de ex comandante del Regimiento, hizo la presentación del nuevo jefe y luego pronunció una
vibrante arenga. Las tropas del batallón del Rey desfilaron, por último, ante el Príncipe de Asturias, general Saro y coronel Gobart FOT. CAMPÚA
LA ESFERA
LA MODA FEMENINA I
REFLEXIONES DE UNA MUJER SENTIMENTAL
P OR lo visto, la mujer
que tiene bonita
voz es dueña de un
tesoro. Una bonita voz
al hablar, no como ins-
trumento para el canto.
Así al menos lo decla- $
ró anoche un novelista
amigo en una reunión á
la que asistió la créme de
la créme del mundo lite-
rario. Una de esas re-
uniones en las que cada
uno de los presentes se
esfuerza por hacerse oir
y no habla más que do
sí mismo y de su obra.
Creo sinceramente que
anoche fui yo la única
persona que, á ratos per-
didos, escuchó la con-
versación.
Entre las muchas co-
sas que esccuhé, recuer-
un cordón de pla-
ta—y mangas ja-
ponesas, va pro-
fusamente ador-
nada con u n di-
seño logrado con
nudos de torzal
gris plomo; como
el charmeuse que
le sirve de forro
y el raso con que
está confecciona-
do con especial claridad esta teoría del novelista, y me gusta- do el sombrero
ría comprobar su fundamento, porque soy un poco escèptica de forma cloche
respecto á las ideas de los hombres de letras. Necesitan los po- y alas prolonga-
bres presentar tantos casos distintos, que no tiene nada de par- das á ambos la-
ticular el que en ocasiones se dej en dominar por la fantasía. d o s , bajo d o s
Según el escritor en cuestión, una mujer con bonita voz pue- grandes borlas de
de alcanzar cuanto se propone y subyugar á todos los que la seda deshilacha-
escuchan. No puede negarse que, de ser cierto esto, implica una da azul.
ventaja singular; y desde que le oí, estoy repasando en la ima- En cambio,
ginación las voces de todas las mujeres de reconocido atracti- procuraría un to-
vo que he conocido. no de voz infan-
Ninguna de ellas posee lo que estéticamente hablando po- til y muy atipla-
dría llamarse una bonita voz. No tienen resonancias melódi- da para mi traje
cas, ni armónicas, ni cantarínas. Quizá posean, en cam- de noche, de tisú
bio, u n poder especial para modular. Desde hoy mis- tornasolado en rosa y celeste, de fal-
mo pienso dedicarme á estudiar este asunto y á po- da pomposa y corpino ajustado por
ner luego en práctica mis conocimientos. un cinturón de tul de plata, atado en
Porque yo no me resigno á pasar por el mundo sin una gran lazada de alas de mariposa á
llamar la atención, sin que se comente la gracia de mis la espalda.
andares, mi gusto en el vestir, la expresión de mis ojos, Para el traje de amazona cultivaría
la dulzura de m i sonrisa y..., ahora que sé la impor- una voz recortada y una de notas gra-
tancia que tiene, el eco de mi voz. ves para el de golf y jockey. Y, á pro-
El caso es que resulta muy difícil el cultivo de esta última. pósito del primero, se ase-
No oyéndose una misma, es imposible saber cuáles son los de- gura que la aceptación de la
fectos que conviene corregir. Si Diego no hubiese permitido falda larga determinará un
que una diferencia de gustos erigiese una barrera infranquea- cambio en el atavío del sport
ble entre nosotros... E s el único hombre que se h a permitido el lujo de ecuestre. Horroriza el pensar
ser franco alguna vez. que se nos obligue á volver
Quizá mi violinista... Pero u n hombre enamorado sólo ve perfeccio- á los tiempos de cuerpo en-
* nes. E s t a es una de las contadas ventajas que ofrece tal estado de ánimo. tallado, chistera y cola. Des-
No estaría mal el procurar armonizar las inflexiones de la voz con el de luego, es para intranqui-
s carácter del indumento. Con ello se lograrían efectos admirables. Así, yo elegiría una
modulación de tono muy pastosa para los casos en que vistiera mi nuevo abrigo
lizar el empeño que muestra
la moda por retrotraernos á
de tarde, de seda color de jacinto, cuya parte superior—ceñida á las caderas por la época medieval.
i
• i ; » * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
LA üSFERA
CUENTO
Un gran puesto
E L viento soplaba con furia. ¡Se iban á di-
vertir! Tres días llevaban sin poder salir
al monte, oyendo el fatídico y triste ulu-
lar del huracán desencadenado... J u a n Antonio,
reclinado sobre la mesa, meditaba, sumido en
una suave y airulladora tristeza. ¡Y para esto
había abandonado la gran ciudad, donde tan
á gusto se hallaba con su mujereita y sus hijos,
y donde él, tras el ingrato batallar, comenzaba
á cosechar sus primeros frutos! Y sentía J u a n
Antonio, como nunca sintió, la nostalgia de la
gran urbe. ¡El quisiera ahora, en este preciso
momento, trasladarse á Madrid!
E s t a b a n en la Casa de la R a m b l a tres días,
y el tiempo, furioso, agresivo, no les había de-
jado cazar. Los reclamos, desesperados, rugían
m á s que cantaban, dentro de sus jaulas dimi-
nutas. ¡Pobres machos de perdiz, condenados no
sólo á la esclavitud, sino á constantes excita-
ciones esperando, en el momento culminante de
la caza, una acometida del rival, q u e se tra-
duce en el estampido del cañón! ¡Pobres machos
de perdiz, instrumentos ciegos para el asesina-
to vil de sus hermanos!
De sobra sabía J u a n Antonio que la caza de
la perdiz con reclamo era artera, traidora, ale-
vosa. Un asesinato con las circunstancias que
concurren en esta caza—premeditación, alevo-
sía, engaño...—no se pagaría con la pena de J u a n Antonio—no iba la familia, y sólo algún Antonio. Aquel puesto no le gustaba. Tenía m u y
muerte. J u a n Antonio sabía estas cosas, y, sin amigo íntimo, como Carlos Ruiz, solía acompa- mala rasa. Sería imposible tirar una perdiz en
embargo, esta afición lo dominaba, sin poder ñarle, porque también el amigo iba á descansar la plazuela. Detrás del tanto, un cortado, que
remediarlo. Después de un gran puesto, en que y... á ordenar. Quizá por estas indiscutibles ven- disminuía el ya escaso campo de acción de la
había tumbado seis ú ocho inocentes perdices, tajas que, de rechazo, le proporcionaba la afi- escopeta. Sólo un peñasco, á la derecha del re-
una tristeza, u n abatimiento inexplicable apo- ción á la caza—sin contar las forzadas horas de clamo, emergía, ofreciendo un blanco excelente.
derábase del veleidoso espíritu de J u a n Anto- soledad y silencio, los dos mejores compañeros Pero, ¿iban las perdices á subirse allí estúpida-
nio. ;,Por qué? No lo sabía... U n a voz queda, del alma—no se decidía á abandonarla. Y aun mente? Todo puede esperarse de los celosos y
una voz que no acababa de oh-, parecía decirle siendo u n poco ridículo que J u a n Antonio, que los enamorados; pero...
que aquello era u n crimen, ya que en todas las defendía en la Audiencia á los más inhumanos Cada vez se oían más cerca. Ya estaban allí...
luchas lo imperdonable es la traición, el acecho, reos, se soliviantara ante la muerte de una per- El Albatanero no cabía en la jaula, erizadas las
el engaño. Y, sin embargo, tenía t a n arraigado diz, por una mera cuestión de procedimiento—la plumas, dando vueltas, pretendiendo pisarse
el vicio, la afición, ó como quiera llamársele, caza al vuelo estaba admitida por todos—, sen- un ala...
que todos los años escribía con antelación p a r a tía, sin embargo, u n vago y leve remordimiento Una perdiz gallarda, majestuosa, surgió en el
que le buscasen nuevos reclamos, á cualquier ante sus cacerías... peñasco. ¡Qué hermosa estaba! J u a n Antonio
precio, con tal de que reunieran las cualidades DOa apuntó... Hizo fuego... Mas al desvanecerse el
de los machos sobresalientes... (Buena voz, tra- No se le hizo tarde al Chato para llamar aque- humo del disparo vio que la perdiz seguía allí,
bajo constante, suavidad al recibir, querencio- lla m a ñ a n a . A las seis estaba golpeando con impasible... Y volvió á disparar... ¡Demonio! ¡La
so con las hembras...) Y todos los años, por Fe- fuerza la ventana de los señoritos. T a n fuerte- perdiz seguía allí! ¿Tan desatinado estaba? ¡Y
brero ó Marzo, visitaba su finca, donde el es- mente, que J u a n Antonio y Carlos despertaron cuánto celo demostraba aquel animalito oyendo
parto crecía j u n t o á los pinos, á los romeros, á sobresáltalos. dos tiros impasible! Metió otros dos cartuchos
las sabinas..., y donde la brava perdiz se perpe- —Pero, ¿qué pasa, bárbaro? en la escopeta y, apuntando bien, rectificando
tuaba, á pesar de la anual mortandad... —Que hace mu güeña mañana, y las perdi- la puntería, apretó... La perdiz seguía allí. ¡Ah!
E r a para J u a n Antonio esta temporada pa- ces se hacen pedazos á cantar por esas lomas y ¡Pues ahora no se escapaba! Y le dio gusto al
réntesis de reposo y de paz, en que la neuras- por esas mesas... dedo...
tenia le otorgaba u n bilí de indemnidad por al- —Bueno, h o m b r e . Ya vamos. Cuando J u a n Antonio vio que, después del
gún tiempo. Además, para poder ordenar sus José, alias el Chato, era u n guarda típico, clá- cuarto disparo, la perdiz permanecía erguida
trabajos en el posible silencio—trabajos que por sico ó castizo, que de las tres maneras puede encima de la peña, comenzó á preocuparse.
ser literarios constituían horas de placer para calificársele sin faltar á la verdad. Alto, huesu- Aquello no era natural... Aquello... Los cabellos
do, moreno, casi negro, tenía una boca desco- se le erizaron. Mas se sobrepuso á su estado de
munal. Hombre honrado, valiente—y más que ánimo y disparó dos veces más, con idéntico
valiente, bruto—, era el terror de los cazado- resultado... Y, loco, nervioso, agotó las muni-
res y leñadores furtivos del término. Su único ciones, apuntando lo mejor que pudo, y salió
MI POSTAL PARA EL S O L D A D O defecto era... que el vino le inspiraba u n afecto corriendo hacia la casa, como alma que lleva el
serio, t a n serio..., que prefería ayunar á no be- diablo...
ber. E l no podía pasar sin tragar una gota, como
A los mártires ü Monte - Arrnií él decía. Pero, en cambio, no podía probar bo-
cado sin tener á mano la bota. H a y compensa-
ciones...
Al llegar á la casa mandó que engancharan
el carruaje, y sin despedirse de nadie, salió á
coger el primer tren...
Cuando esa chusma vil y traicionera, Aquella m a ñ a n a llamó tan temprano á los ca-
oculta en el breñal, os combatía, zadores, porque, después de algunos días de hu- «Querido J u a n Antonio: Espero que se t e ha-
racán, amanecía un día sereno, tranquilo, sin brá pasado el susto y vendrás en seguida. Pien-
en vuestro noble corazón ardía una nube, sin una cepa, como por allí se decía; sa que estoy en tu casa, y que si no vienes, me
todo el coraje de la raza ibera. y José sentía como el que más el fastidio insu- iré en lo mejor de la temporada. ¡Parece menti-
perable del viento, y ya tenía gana de que los ra! El Chato asomó con tu m a n t a , con t u esco-
señoritos se estrenaran. Y é juzgar por el casta- peta, con el Albatanero... y con doce perdices.
Más que ei valor de la morisma fiera ñeteo que tenían las perdices por los cuatro cos- ¡Buen manojo! Y lo ocurrido no puede ser más
tados, la mañana iba á ser de truenos. sencillo. Estamos á primeros de Febrero; las per-
os venció la traición, la felonía... A las siete, J u a n Antonio y Carlos, desayu- dices no se han apareado y van en bando. Tu-
¡Os lo ha dicho, vibrante de energía, nando, discutían brevemente acerca de los re- viste la suerte de encontrar aquel bando picado.
clamos que sacarían á romper el fuego. Y como no tenían otra entrada, subían á la pe-
en un grito de amor España entera! —Yo—dijo J u a n Antonio—me llevo al Alba- ña, disparabas... y subía otra. Sin duda, te im-
lanero, que el año pasado estuvo colosal. presionaste bastante y no pudiste observar la
—A mí—dijo Carlos—déjame el Nano, que deliciosa escena con serenidad. Espero que ven-
\?enga el cincel que fije en la memoria se portó muy bien la otra vez. drás inmediatamente. Hacen unos días magní-
la visión de un martirio sin ejemplo, —Pues andando. ficos. Tuyo, con u n abrazo, Carlos.»
como triste enseñanza de la historia. Y cada cual, con el reclamo á la espalda, mar- Todo inútil. J u a n Antonio creyó, y cree, que
chó por su lado. la explicación, natural y lógica, era inventada
DDO por Carlos para quitarle la obsesión de aquello,
La piedad, el dolor y el patriotismo, E s t a b a media hoia en el puesto y no había que pudiera terminar en locura... J u a n Antonio
podido abrir el libro que llevó por compañero. —-y hace ya diez años—no ha vuelto á la Casa
de vuestra tumba harán sagrado templo ¡Qué jaleo! ¡Qué escándalo! ¿Cuántas pordiees de la Rambla..., ni á cazar la perdiz con re-
donde se rinda culto al heroísmo. cantaban? No podía precisarse. Por la izquier- clamo.
da, por la derecha, por d o l a n t e . . A R T E M I O PRECIOSO
No estaba contento, á pesar de todo, J u a n DIBUJO DE VÁRELA DE SEIJAS
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