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Esfera A1922m4n433

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R kïM^Ç,

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ELIXIR ESTOMACAL
de Saiz de Carlos (STOMALIX)
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HOTEL CECIL
Es recetado por los médicos de las cinco partes del mundo porque toni-
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dilatación y úlcera del estómago, etc. Es antiséptico

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En reñida lucha venció la PECA-CURA


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usted los viernes N U E V O MUNDO


D r . B e n g u é , 47, Roe Blanche, P a r t s .
Misterios le la Policia i leí Crimea
PÍDASE Á ESTA ADMINISTRACIÓN

Rogamos á nuestros corresponsales, subs-


De cenia en todas las farmacias y droguerías. criptores, anunciantes y á todas aquellas per-
sonas que se dirijan á nosotros para asuntos
EVITA LA CAÍDA DEL PELO administrativos,
LE DA FUERZA Y VIGOR extiendan la di-
ALCOHOLñTO
r e c c i ó n en el
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Prensa Gráfica
guiente forma: Apartado 571
MADRID
tants, ta U H O U I L Madrid
Cuando pierda usted el apetito,sienta el es-
píritu abatido con desvanecimientos frecuentes,
le sea imposible conciliar el sueño y note cjue le
faltan las enervas,tome usted ellbnico Reconstituyente
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A su maravilloso influjo los nervios
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se tonifican, desaparece el insomnio y;
la inapetencia, y el cuerpo, Heno de vigor, ti
despierta a una nueva vida bella y risueña

H^F
y
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32 ANOS DE ÉXITOS CRECIENTES


ftVISO: Rechace usted todo irasco donde no se lea en la
etiqueta exterior HIPOFOSFITOS SALUD, impreso en tinta
roja.—En la Argentina pídase HIPOFOSflLUD

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cias y droguerías. — En Panamá: Gervasio García, Avenida Central, 68, Panamá.—En Colombia: J. M. y N. B. Acosta Madiolo, Prorroso, 5, Barran }uill ». — E>i Chile:
Eduardo Limiñana, Santa Yictoiin, 350, Santiago de Chile.—En Puerto Rico: José Combas, Apartado 182, San Juan. — En México: F. García Castelló, Apartado Postal
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C IGARETTE COMPAMY EN TODAS PARTES
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Año IX.-Núm. 433 Madrid, 22 Abril 1922

ga€òfeUi ILUSTRACIÓN MUNDIAL


DIRECTOR: FRANCISCO VERDUGO

La casa de Rienzi, en Roma... La casa donde se hizo sentimientos é ¡deas, luchas y triunfos, amores y dolores, el olma inquieta y exaltada del famoso
tribuno italiano... Ante estos muros, que fueron dorados por el sol de varios siglos, surge la visión, llena de arte y de luz, de una Italia anterior, de
una Italia en que las espadas de los guerreros, los versos de los poetas, los lienzos de los pintores y el místico delirio de los creyentes, formaban
la vida intensa, azarosa y romántica de aquellos días, que el tiempo alejó y embelleció el recuerdo. La gran aureola histórica y la magnífica fuerza
evocadora de esta mansión, hacen surgir, sobre todo —en momentos en que el arte, la historia y la fantasía se confunden — , la sombra de Rienzi, la
sombra que se proyecta sobre las estancias de esta casa del tribuno como un jirón de la Italia de ayer...
AGUAFUERTE DE CARBONATO
LA ESFERA

ARTE MODERNO

LA NOCHE DE SAN DAMIÁN, dibujo original de Cerezo Vallejo

'
m&^
LA ESFERA
^<^S^<5^<3^<5^<^SS3<5^<KS®S<^^

DE LA V I D A QUE PASA

I Q UÉ gozos no serían, si todavía alentase, los mano de Doña Inés ó Doña Elvira obtiene el la escena de su gran amigo Le Bargy había es-
de aquel erudito artista que se llamó Said perdón de sus pecados, de todos sus pecados... crito Edmond Rostand, Rostand el grande, el
Armesto y que dejó un libro admirable U n minuto de arrepentimiento basta — seguí de Cyrano y El aguilucho, el poeta más teatral
sobre la leyenda de Don Juan! Del estudio de el generoso Zorrilla—para borrar una vida en- de Francia, el creador del verso escénico, que—•
la milenaria leyenda habría pasado al de sus tera de sensualismo desaforado, de absoluta lu- como dice la sutilísima Colette—Víctor Hugo
derivaciones y transformaciones. Porque—na- juria. buscó, sin encontrarlo.
die lo ignora—el tema donjuanesco evoluciona Nadie había encontrado el modo de ridiculi- ¿Qué es, en síntesis, La última noche de Don
y se ramifica, llegando á ser una idea fija, una zar, de «descalificar», dijéramos, á ese tipo la- Juan? Atraído hacia el Averno por la garra de
obsesión liteíaiia. Los periódicos franceses anun- mentable del seductor de oficio, del estuprador Satán, el conquistador recalcitrante obtiene una
cian una novela de Marcel Prevost, titulada Los profesional, del sátiro con sombrero de pluma prórroga de su vida terrestre, diez años que em-
Don Juanes. La desconozco; pero sólo su título y madrigal en los labios: ni el Cielo ni el In- pleará en hacer todo el daño que lo inspire y
basta para confirmar mi aserto de que el tema fierno le convenían á Don J u a n . Ambas «solu- permita su diabólica fantasía. Cierran trato
del Convidado ó del Burlador atrae más que ciones» contribuían á sublimar y eternizar su Don J u a n y Satán. Dos lustros más tarde, en
nunca á los escritores. Fresca está la represen- figura. Le hacía falta el puntapié. u n palacio portentoso de Venècia, á orilla del
tación en el Teatro Eslava de una obra de gran Y acaba de dárselo un poeta, u n glorioso poe- Gran Canal, el impenitente medita; es su úl-
espectáculo, en la que Martínez Sierra interpre- ta. Se ha estrenado, al fin, en París, en el tea- tima noche; está á punto de sonar la hora en que
taba, según su lírico sentir, la figura del caba- tro de la «Porto Saint-Martin», aquella Ultima debe cumplirse su promesa. Don J u a n se ha
llero sin alma. noche de Don Juan, que para la despedida de ofrecido un festín. Sganarelle, su criado, hace
Ahora, con motivo de subir á un titerero am-
la muerte, no por espe-

Ii
ïffllllllll ¡1I1IIIIII! bulante que pasa con su
5SI!:!;Í!E:I"!III!!II!III[|I!1!I!II1II1!I[IIIII11IIII11II1
rada menos lamentable, retablillo. Mueve los tí-
de Heniy Bataille, se ha teres un maese Pedro,
recordado L'homme à la
UN POETA AMERICANO
caduco, centenario. Don
rose, el drama originalí- J u a n le interpela,se mo-
simo y sarcástico de la fa do él, habla con las
supervivencia de Don marionetas en un tono de
J u a n . Con Bataille con-
cluía la glorificación del
héroe, y comenzaba, por
Campanas de media noche zumba. El lector supone
cuánto lia podido tojer
en esta escena ol verbo
1
decirlo así, la era de su Kl Va-bum c-iva ftictttm e.s7. funambulesco do Hos-
expiación. Ya Lavedan tanil. i'u resumen: el
Á MONSKSOR D E ANDItEA titerero es el Diablo en
—en El marqués de Prio-
la—y Paúl Hervieu— persona. Evocadas por
en El dédalo — habían Campanos él, llegan todas las víc-
impuesto justos y ejem- ufanas timas de D o n j u á n . Si
plares castigos al eter- de la inedia noche reconoce á alguna, si
no seductor, al caballe- pascual; amó á alguna con puro
7 derroche musical amor del alma, será sal-
ro-canalla, al amante
de maravillada armonía; vo. «Recoge sus lágri-
en quien todo es jactan-
mas en esta copa, don- i
i cia y bestialidad envuel-
ta en retórica. Priola
concluye en el sillón del
campanas de la Epifania;
Vuestra coz argentina y bella
despierta la guiadora estrella
y repercute santamente
de cristalizarán—ordena
el Diablo—. Si una sola
de esas lágrimas me
paralitico, del pobre mu- abrasa, será sincera, y
ñeco humano cuando por las sendas de la campaña,
pregonando en villa y montaña t ú serás redimido por
salta el resorte medu- el amor.» De todas las
el gran milagro del Oriente.
iI lar. Hervieu, aquel pro-
cer de la escena france-
sa, despeñaba, como por que
del
Lenguas
revivís
buen
metálicas
la insigne
carpintero
de gloria
historia
José; E. CARRASQUILLA-MALLARINO
lágrimas que vierten las
sombras, sólo una es sin-
cera; pero Don J u a n no
una Tarpeya simbólica, reconoce á aquel fantas-
campanas que hacéis la memoria Ilustre poeta argentino que ha dado en el
al amante sin corazón. Ateneo una lectura de sus poesías, sien- m a femenino—la mujer
Bataille ponía á Don de lo que será y lo que fué... do muy aplaudido por sus oyentes y que le amó en silen-
J u a n en el trance de ha- La hondura de la noche se alegra elogiado por los críticos cio—, y corre en pos de
i y parece azul siendo negra.

Ii
cerse perdonar sus arru- las otras, que han deja-
gas por una moza de me- La seráfica vibración do caer sus antifaces y
són, mediante cinco mo- anima, exalta y enternece. ARIAS MARINAS le brindan el beso frivo-
nedas de plata. ... Oyendo las campanas, parece lo y la caricia falsa.
que todo tenga corazón.
I Lavedan, Hervieu y
Bataille r e a c c i o n a r o n ¡Cómo repican
la suprema gracia de Dios
saludando
Noches de mar, abiertas al ensueño. En la popa
vemos cómo se borran las riberas d'Europa, Entonces sobreviene
contra la i n t e r p r e t a - tras las opacidades de las vagas neblinas. el castigo. ¡El infierno?
ción romántica de Don que por los hombres se hace niño! En el agua parecen juguetear ¡as ondinas No. El ridículo, la befa.
J u a n , contra el Don Y mientras están repicando, que nos dan sus adioses. 'una despeina, Don J u a n no tiene al-
J u a n idealizado en pri- en el mundo—que amargan los entre la espuma blanca, su 'los de reina. ma; es un pelele, un tí-
mer término por Mozart odios—hay tregua de cariño. tere, una marioneta de
Cual la luz que el cristal perfora, Sobre los horizontes el Ot s ensancha, guignol. Y el Diablo ti
y luego por Hoffmann, y los faros eléctricos, al salir de La Mancha,
por lord Byron, por exangiiemente brota el lirio terero lo incorpora al
Musset y por nuestro puro del jardín de la aurora muestran á los marinos sus largas proyecciones, número de los persona- |
—que será rosa de martirio—. que simulan parábolas de las constelaciones. jes de su retablillo. E n
fogoso y admirable Zo- Ü
rrilla. El romanticismo Campanas de Natividad, Imprime al viejo barco la inquietud de las olas adelante, Don J u a n vi-
le puso á Don J u a n mil tan limpias, exultantes y buenas, rítmicos balanceos y fáciles cabriolas. virá en el mismo canas-
1 nombres d i f e r e n t e s —
Lovelace, Manfredo, Re-
que vertéis sobre la ciudad
—heteróclita de humanidad—
En la estela palpitan cambiantes
y el viento es una fuga de amables confidencias.
ignescencias, to que Polichinela y
Pantalón.
ne...—; pero en toda las bendiciones nazarenas. Dos almas: Un hermano de Wagnery un hermano Símbolo noble y fácil.
ocasión hizo de él una El poeta os oye ferviente de Musset: Dos espíritus que van por el Océano El amor salva, engran-
(«5 víctima, u n gran alma —clara campanita sonora— hacia playas de América, enfermos de ilusión, dece y redime. El pla-
incomprendida, u n co- y lírica y místicamente y hallaron esta hora para la comunión. cer sin alma no es nada.
razón sediento de ideal. á vuestro rítmico son ora. Humo, f a t u i d a d . U n
Este tipo donjuanesco Campanas de la noche pía, El violoncelo gime y la lira delira, hombre sin corazón, es
lo encontramos á cada cuyos tañidos lleva el viento y en la fuga del viento la inmensidad suspira. u n muñeco. Don J u a n n
paso en la novela mo- en continuada melodía, ¡Oh, las novias lejanas que os hicieron felices! no es un héroe, sino un
derna; en Mérimée, en para anunciar al firmamento Calipso aguarda siempre la llegada de Ulises. títere.
ambos Dumas, en D'Au- que se cumplió la profecía. Conformes...
Bronces de mágica virtud: Fluye un pasaje trémulo de Bach... El violon-
revilly, en Balzac, en Y gracias sean dadas
Bourget, en D'Annun- celebrad la tierna presencia [celo
es como un aparato para hablar con el cielo al mágico poeta por ha-
zio, en los jóvenes na- con que prueba su excelsitud berlo establecido de esta
rradores de España. la milagrosa Providencia. de las cosas del alma. El músico es lodo arco; suerte en un poema es-
¡Pascua divina, Pascua llena diríase que es suyo el corazón del barco... cénico encantador, ágil
A partir de los ro-
mánticos, Don J u a n — de amor sublime y redentor! ... Deben haberse Ido sobre el ala del viento y gracioso á lo Bain-
que Til-so, Moliere y ¡Cuan melodiosamente suena nuestra melancolía y nuestro pensamiento. ville, y caprichoso, pro-
Baudelaire mandan al la clara campanita menor fundo y vehemente... á
Infierno—ve abrirse mi- de la misa de Nochebuena. E. CARRASQUILLA-MALLAR1SJ lo Rostand.
sericordiosas las puertas
i de la Gloria. Y de la -;?: "! •••HMHUUKí' ';illllll»lii ALBERTO INSUA

• ¡£&<9S!SS!eK©SSeSKa^K£SSSSS!£>S®K!eí^S
LA ESFERA

COFRADÍAS, GREMIOS Y SINDICATOS I

Cuadro pintado por Alsloot, que representa «La procesión de todos los gremios y todos los oficios de la ciudad de Anvers».
(Se conserva en el Museo del Prado)

F RENTE á este cuadro de pasillo, que está


colgado en uno de los del Museo del Pra-
do, para que no se pueda dar á lo anec-
dótico valor principal, aunque sea lo que m á s
á los reyes perseguirla. Así, en unas Ordenan-
zas del siglo x v i , se dice: «Primeramente orde-
namos y mandamos, conforme á la previsión
dada por Su Majestad sobre esto: que no haya
Para verle, un poco en procesión como á los
de Flandes, baste recordar la que se celebró en
Segòvia cuando la archiduquesa Ana vino á ca-
sarse con Felipe I I .
se grabe en las imaginaciones, quiero evocar la entre ellos Cofradía ni Ayuntamiento ninguno, «Llegó, pues, la Reina—dice la crónica—
historia comparativa de las Cofradías, los Gre- ni forma de ellos, so pena de 2.000 maravedís.» aconpañada de Alberto y Vincislao, sus her-
mios y los Sindicatos, sirviéndome tanto del fun- Y Carlos V ordena deshacer las Cofradías de manos menores, que la acompañavan desde Ale-
damental libro de Tramoyeres, como esa bella Oficiales. mania, y del Cardenal de Sevilla y Duque de
monografía recién publicado por el marqués de Caracteres muy parecidos al Sindicato hay Bejar, y otros señores, á vn toldo, que estava
Lozoya. hasta en lo obligatoria que se hace la inscrip- prevenido en el campo oriental de nuestra Ciu-
¡Pero ese cuadro de cabecera! De otro modo, ción, y hasta se ve la lucha entre el Sindicato dad. Y antes que dexase la litera llegaron ca-
m e parecería sórdido el trabajo. único y los Sindicatos profesionales. torce vanderas de infanteria, exercito formado,
U n a influencia del ambiente de ese cuadro, Los Gremios dejan entonces el nombre muy con general y oficiales mayores y menores, y
de ese alto ejemplo de agremiación de los fla- rotundo de su oficio: pelijeros, freneros, espa- todos instrumentos, la avanguardia de cinco
mencos, h a habido siempre en las Asociaciones deros, caldereros, chapineros, pergamineros, ca- vanderas: la primera de Plateros, Cereros, J o -
de este estilo en España. lafates, aluderos, aladreros, terciopeleros, guar- yeros y Bordadores: L a segunda de Sastres
E n las Ordenanzas de los gremios segovianos damacileros, juboneros, tundidores de paños, Calceteros, Roperos, Jubeteros y Aprensadores.
de los siglos x v i y x v u hay u n gran parecido capuceros, jubeteros, roperos, calceteros, cota- La tercera, Carpinteros, Albañiles, Manposte-
con esos de Flandes que hacen las eses más vis- malleros, corredores de cuello, cordoneros, ros, Escultores, Ensanbladores, Canteros, He-
tosas en el centro de la gran playa. E n los fla- aprensadores, corredores de oreja, borceguile- rreros, Cerrajeros, Arcabuceros, Espaderos,
mencos, los rewards ó eswards, elegidos por sus ros, encuadernadores, copistas de libros, pelle- Guarnicioneros, Freneros, Silleros, Jaezeros,
compañeros, y que tenían derecho á entrar en jeros, vaineros, agujeteros, cereros, molineros, Pavonadores, Asserradores, Cabestreros, Lato-
los talleres á cualquier hora á examinar las la- bordadores, sastres, entalladores, pintores, car- neros, Torneros y Cedaceros. La quarta, de los
bores y á hacer pesquisas, está el origen de los pinteros, herreros, cabestreros, cordoneros, pla- Pelaires y Pergamineros. La quinta, Zapate-
veedores castellanos. teros, etc. ros, Curtidores, Pellejeros, Zurradores, Coran-
Las C ofradías fueron primero una especie de breros, Boteros, Carniceros, Tabarneros, Herra-
asociación caritativa y religiosa, que, aunque dores, Arrieros y Olleros. E l cuerpo de batalla
d a b a prescripciones para los oficios, no acababa de siete vanderas, la primera de Tejedores, assi
de ser lo que el gremio fué para el trabajo. de paños como de estameñas y lienços. La se-
E l Gremio es algo que atiende al oficio y al
a r t e de la artesanía, sobre todo imponiendo u n
EL CONVITE gunda de gente de Villacastín. L a tercera de
Robledo de Chávela. L a quarta de E l Espinar.
examen al oficial p a r a otorgarle el grado de Del alfar más insigne que hubo en Capo di Monte, La quinta del Sesmo de Casarrubios y Valle de
maestro, examen en el que tenía que fabricar Lozoya. L a sesta, de los Cardadores. La sétima,
| labrada con un arte de singular secreto, de los Apartadores, con los Barberos. La reta-
u n ejemplar perfecto, ejemplar perfecto que es
muchas veces eso que después ha pervivido tan- } tengo en casa una taza. Ancha, clara, jocunda, guardia de dos vanderas: vna de los Tintore-
to de cada oficio en los museos y en las galerías j muy digna de que en ella libara ñnacreonte ros y otra de los Tundidores y Zurcidores. E n
particulares. ! la leche de las cabras del Pindó y del Himeto dando muestra passó toda la infantería adelan-
E n el Gremio no se pierde la finalidad domés- te para desocupar el canpo. Y aún venía des-
I y el vino de las «¡ñas del Ática fecunda. pués la caballería, en la que figuraban oficios
tica; tanto, que entre otras curiosidades de los
deberes del compañero para el compañero, está I Pintado un jardín tiene, de azucena y de nardo, t a n importantes como mercaderes de paños y
la de fijar el retraso del menestral encargado de i de ciprés y de mirto, Igual que el que sabemos monederos, á más del Ayuntamiento, caba-
velar al compañero enfermo, cuando no acudía en la divina Anunciación de Leonardo. lleros, abogados, médicos y regidores de la
á la casa antes de que se consumiera una cande- ciudad.»
Eras y Dionisios se alzan en sus extremos
la de palmo, encendida al ponerse el sol. ¡Qué Después de esas grandes paradas, los gremios
lenta y desesperante consunción la de la cande- con sus figuras blancas de mármoles de Paros. decaen, no sólo por las persecuciones de que son
la en la soledad del compañero olvidadizo! Tal es mi taza. Avaros objeto, sino porque, desobedeciendo á aquella
Cuando las Cofradías y los Gremios llegan al no son para gozarla mis labios. Ço quisiera ley de Fernando el Santo contra la agremia-
momento de su orgullo, se quieren gobernar por ción abusiva «mas no pongades Alcaldes entre
que los tusos libaran allí también. La loca vos, nin coto malo», se excedieron de su come-
reyes y por leyes emanadas de su propio cón-
clave. ilusión me persigue de una suprema orgía; tido. Por eso, aquellas liberales Cortes de Cá-
Les aburre ser menestrales, si no tienen u n despreciar por liviana, la olímpica ambrosía, diz que ansiaban asumir toda la responsabili-
erguido amor propio, si no tienen una gran au- y estar picoteando cerezas en tu boca. dad representativa, acabaron por matar esas
toridad, si no m a n d a n y deciden. asociaciones con poder, y, sin embargo, si n esa
Dos guía en el camino la ninfa primavera.
Se dedican al laboreo de las lanas; hacen som- selección nacional y sobrepuesta á los oficios
breros; se dedican á hacer velas, que son como Faetón, á su paso, va encendiendo la esfera. que debe tener toda autoridad representativa.
floridas y místicas oraciones; curten cueros; 5obre un mantel de flores ¿Serán unas nuevas y honestas Cortes de Cá-
pero es parece amarga, sórdida, ingrata su la- tengo la mesa para el festín de mis amores. diz las que asuman el poder sindical? Desde
bor si no perdura la unión que surge en las ho- luego, se necesita que en medio de las nuevas
Ven. La vida nos brinda tesoros de promesas. Congregaciones haya algún romanticismo de ar-
ras de trabajo cuando el trabajo se ha acabado,
cuando y a han quedado unidos p a r a oponer su Bajo e! eternamente florido tenebinto, tistas, y exista como fin profesional de ellas el
unión á la dictadura del rey ó del patrón. Como yo te ofrendo un banquete de besos y de fresas, de la perfección y la probidad en u n arte, y que
para mantener una unión superior á la que or- un soneto y un ramo de rosas de Corinto. no sea la puntualidad rígida y la obligación for-
denaba el trabajo, se dedicaban al socorro mu- zada del padecimiento y del esfuerzo lerdo lo
tuo y celebraban banquetes fraternos; pero cada Pedro de RÉPIDE
que las inspire.
vez procedía de su cordialidad u n a mayor re-
sistencia á los Poderes centrales. Por eso se ve JIIIITI imimiii i
RAMÓN GÓMEZ D E LA S E R N A

8C^3!9SS^S!S^^10^S!S^S!S>S!SK!SK!SS!e^
LA ESFERA

^INTERIORES DEL VATICANO


LA ESFERA

"LEÓN, EL L E Ó N "

los siete meses rompió las ligaduras que le los chicos se hicieron m u y amigos suyos. Los
À retenían preso en las tenebrosidades del
vientre de su madre. Y nació en su pri-
pusilánimes, para garantir la seguridad de sus
personillas; los revoltosos y pendencieros, para
—¡Uy! ¡Qué miedo! ¡No me comas!...
Y el padre mandó:
¡Póngase de pie! ¡Retírese de mi presencia,
mer gesto de rebeldía. codearse con el valiente. Pero cuando, para ha-
Por imperioso capricho del padrino, le bauti- León!...
lagarle, le hablaban de su valor, él les solía El, sin replicar, se fué á su cuarto y estuvo
zaron con este nombre: León. decir: llorando largo tiempo. ¿Por qué me regañan y
Cuando el cura rezaba sus latines, él, sin llo- —No. Si yo no soy valiente. A mí no me gus- me castigan sin motivos?—se argüía—¿Qué hice
rar, le dirigía las miradas, especiantes y agre- ta pelearme con nadie..., pero que no se metan yo más que defenderme?... Yo no soy malo. ¿O
sivas como dos alfileres, de sus ojillos negros. Y conmigo. hay que dejarse atropellar y que le peguen á uno
al ponerle la sal en los labios, dio u n gritito. No E l maestro le miraba con recelo y le t r a t a b a para ser bueno?... Pues no. Yo no consentiré que
estaba conforme con aquello. con brusquedad. Una mañana, al pregunta"- me atropellen y que se burlen de mí... No. ¡Nun-
Su padrino, u n hidalgo retrasado, ampuloso lo la lección, y como dudase en la respuesta, le ca, ni á nadie se lo consentiré!...
y patriotero hasta la cursilería, al imponerle este cogió súbitamente por una oreja. Ya mayorcito, fué dándose exacta cuenta de
nombre al neófito se propuso, sin duda, iniciar — Y a ha llegado á mis noticias que lleva, ó su verdadera y fatalmente triste situación en la
la senda por la que ó en la que fatalmente ha pretende usted llevar, muy bien puesto su nom- vida. Las gentes eran injustas con él. Unos se
de consumirse una vida, ó ser, cuando menos, bre: ¡León! lo acercaban sonrientes, afectuosos, p a r a ofre-
su precursor en la fatalidad. —No, señor... cerle, con humillantes protestas de inferioridad
Como su madre estaba muy delicada de sa- —Sí, señor. H a atropellado usted, descala- y adhesión, una amistad en la que él no creía.
lud y no podía criarlo, le buscaron u n ama. El brándolo, á un compañero... Estos le inspiraban u n íntimo y gran despre-
decidió morirse antes que chupar del pezón de — E s que él... cio. Otros le hablaban á cierta distancia y con
una mujer zafia, que, además, comerciaba con —¡Silencio! ¡A mí no me replique usted!... un prudente marcado comedimiento. P a r a ellos
su sangre. Así, pues, acordaron criarlo á bibe- ¡Póngase de rodillas! tenía un recóndito desdén. Algunos rehuían todo
rón. Esto era preferible, y pasó por ello. —El me insultó y me... trato y encuentro con él. P a r a aquéllos sonreía
F u é creciendo, y cuando ya daba sus primeros —¡Silencio, he dicho! ¡De rodillas!... ¡Quieto! con indiferencia. Y todos le miraban con des-
pasitos y sus carreritas de las sillas á los mue- ¡Quieto ahí, León!... confianza, con algo de temor, con u n poco de
bles y á las paredes, su madre, sus hermanas y Y cogiéndolo por las solapas de la america- aversión, y le conocían por el apodo de «León,
las criadas de la casa le gritaban, con acento na, lo zarandeaba desconsideradamente. el león».
más bien amenazante y retador que de cariño: Al llegar á su casa se encontró con que todos E n tal ambiente de tan injusta, pero recon-
—¡Leonito, cuidado! ¡Cuidado, Leonín!... los suyos le recibían con frialdad y despego. A centrada hostilidad, y á fuerza de ver, á través
Su mismo padre, ahuecando la voz, solía in- la hora de la comida, su padre, encarándose con de las miradas, las venalidades, miserias y la
terrumpirle en sus juegos infantiles; él, dijo ante toda la familia: hipocresía innoble de cuantas personas cono-
•—¡Qué es eso? ¿Qué haces, León?... ¡León!... —Ahí lo tenéis. ¡Es una fiera! Abofeteó, pi- cía, sin excluir á sus deudos, se tornó misán-
U n día, á la salida del colegio, otro chicuelo soteó y le rompió la cabeza á Pepín, el hijo del tropo. Solo, en su cuarto, por las calles, por los
de su edad se encaró con él: notario, gran amigo mío. solitarios paseos; solo con sus libros, con sus
—Oye: ¿tú t e llamas León?... —No, papá. E l me provocó, me tiró piedras, tristes pensamientos y con la fatalidad de su
—Sí—le respondió sencilla y serenamente. y yo me defendí como pude. nombre. ¡Solo, sin u n cariño!
—Bueno. ¿Y á mí, qué?... ¿Creerás que te ten- —¿ Descalabrándolo ?... Una tarde primaveral paseaba á orillas de un
go miedo?... —Se hirió él al caerse... riachuelo, lejos de la ciudad. I b a t a n abstraído,
León le miró un poco admirado y, sin contes- —¡No es verdad! que de pronto se vio a n t e u n grupo de gente
tarle, siguió su camino. Pero apenas había an- —Sí, papá. que, sentada en el suelo, comía y bebía con bu-
dado u n poco cuando el chicuelo comenzó á ape- — H e dicho que no, y á mí no se me desmien- lliciosa algazara. Retrocedió; pero comenzaron
drearle. Se volvió rápidamente; corrió tras él te. ¿Lo has oído bien, y para siempre, León?... á llamarle:
p a r a alcanzarlo y le dio dos bofetadas y un empu- L a madre quiso intervenir: —¡Eh! ¡Señorito! ¡No se asuste usted! ¡Ven-
jón que lo derribaron en tierra, con t a n mala —¿No pudo también mentir ó exagerar Pe- ga á tomar algo!
fortuna, que se hirió con u n guijo en la frente. pín?... El se detuvo.
Al verlo en el suelo se concretó á apostro- Y el p a d r e contestó bruscamente: —-Muchas gracias.
farle: —¡No, señora! Corriendo, se le acercó u n hombre con una
— P a r a eme aprendas á no meterte con quien Y una hermana puso su comentario: botella en la mano. Y una mujer corrió también
no se mete contigo... ¡Cobarde!—Y se fué á su —¡Por algo se llama León! con una p a t a de pollo en la mano.
casa. El levantó la cabeza para mirarla, v ella dijo, —Beba usted.
Como reguero de pólvora corrió la noticia. Y chillando: —¿Me va usted á despreciar á mí?...

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LA ESFERA
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—Traed un poco de pan—gritó el hombre á por mi honor, Pacita!... ¡Quiérame mucho tam- —¡Es un gran rapaz! ¡Yo ya le tenía ley!...
los del grupo. bién, y dígamelo!... Pasó u n año. León regresaba de Madrid de
—¡Que venga aquí!—le contestaron, Poco á poco fueron acercándose sus manos, hacer oposiciones. Al día siguiente de llegar, su
—Yo agradezco á ustedes mucho su atención, hasta estrecharse fuertemente. Y ensimisma- padre le llamó á capítulo:
§ pero no acostumbro... dos, haciendo caso omiso de cuanto vivía en —Me han dicho que eres novio de la hija de
•—Vamos. Venga usted y tome lo que quiera. torno de ellos, comenzaron á arrullarse con mis- un zapatero. ¿Es verdad?
Se le ofrece de corazón. ¡Somos pobres, pero hay teriosas y dulces palabras de amor... —Sí, señor.
alegría! ¡Venga usted! ¡O lo tiene á menos!— Algunos meses después Pacita le esperaba im- —No te había hablado del asunto porque
Y se lo llevaron. paciente á la puerta de su casa, un cuarto de cuando lo supe lo atribuí á una chiquillada.
Era u n matrimonio zapatero, con sus dos hi- hora antes de la en que él solía llegar para dar Pero hoy, que ya tienes t ú carrera, he de decir-
jas, el novio de una de ellas y dos ó tres amigas el acostumbrado paseíto por la manzana. te que eso no debe continuar, y que has de de-
más de las chicas. Celebraban el santo del no- Al verlo venir suspiró fuerte y tristemente; y jarla mañana mismo..., por el buen nombre de
vio de una de las hijas, que se casaba el próxi- cuando lo tuvo á su lado, aprisionándole una toda nuestra familia, por t u propio decoro.
mo domingo. mano entre las suyas, acercándolo contra su co- —Es una mujer decente...
Lo sentaron entre dos mocitas, que se desvi- razón, mirándole fija, con miradas que eran sú- —No basta eso.
vían por obsequiarle. La sencillez y la sana ale- plicas y besos y juramentos de eterno amor, co- —Me quiere, y la quiero.
gría de aquella familia le fueron despertando menzó á hablarle con voz entrecortada por la —Encontrarás una señorita educada y hasta
9
l de su ensimismamiento y tristeza. Y bebió, co-
rrió y cantó al regresar á la vieja ciudad caste-
llana, ya de noche, en medio de aquellas dos
emoción:
—León de mi vida... Yo te quiero... Te adoro
con toda mi alma; yo no podría vivir sin verte.
rica, que te quiera también y t ú la quieras.
—No, padre. Yo la quiero á ella.
—Eso es una locura, y yo te mando que la
i9
Tí chiquillas que venían cogidas de su brazo. Al
despedirse le invitaron á la boda. El aceptó:
¿Es verdad que t ú me quieres tanto como dices?
¡Júramelo, León! ¡Júramelo, León de mi alma!
dejes inmediatamente.
—No puede ser...
—¡Tendré mucho honor en asistir! —¿No lo sabes ya que sí? ¿Por quién quieres —¿Qué dices? ¿Osarás desobedecer á tu pa-
o —¡Que no deje usted de acompañarnos! —in- que te lo jure? ¿Qué quieres que haga para de- dre, León?... ¡Pues no te lo consentiré!...
ó sistió el zapatero.
—No faltaré. ¡Adiós!
mostrártelo? Pide... ¡Manda tú, Pacita mía!...
—Yo tenía miedo á decírtelo, y estos días he
—Sí, padre. Yo la quiero, y necesito su cari-
ño para ser feliz; además... I
I
—¡Viva nuestro simpático amigo León! —gri- llorado mucho!... ¡Mi padre se opone á nuestros -—¿Es t u amante?...
tó la más pizpireta de las muchachas. amores!... O
—¡No!—gritó con viveza León—¡No la ofen-
—¡Vivaaa!...—respondieron todos. —¿Por qué? da usted, padre! E s digna, es candorosa, y, ade-
El la miró fijamente á los ojos. Ojos azules, —Dice que tú eres un señorito; que vendrás más, decía, he dado mi palabra de honor á su 6
grandes, vivarachos, llenos de luz. Y á través con mal fin, y que nunca te casarás conmigo... padre; me la he dado á mí mismo de casarme lí
O de ellos, que le miraban parladores, creyó ver —¿Está en casa t u padre?... ¿Quieres que le con ella, y me casaré... o
III
un alma sencilla, candorosa, hermana de la suya; hable ahora mismo?... El padre comenzó á gritar desaforadamente: i
0 un corazón noble... El señor Tomás, que leía el periódico cuando —¿Tú casado con la hija de un zapatero?... C5
Aquella noche se acostó más contento que de León entró en la sala, le miró por encima de los ¡Nunca! ¡Jamás! ¡Antes te mato! I

i ordinario. Tardó en dormirse, y á las altas ho-


ras se despertó. ¿Quién sonreía?... Al incorpo-
rarse para encender la luz vio unos ojos que des-
anteojos, y dijo secamente á su mujer:
—Trae aquella silla.
La señora Ramona obedeció, quedándose de
•—Padre: le ruego que razone...
En aquel momento entraron atropelladamen-
te su madre y sus hermanas, atraídas por los
9 de la obscuridad le miraban cariciosamente. Sí. pie en mitad de la estancia. Pacita escuchaba gritos de don J u a n , que seguía vociferando:
E r a n sus mismos ojos; los de... ¿Cómo se lla- detrás de la puerta, y León, sentado ya, habló
§ maría?... ¡Qué tonto!... ¡No se le había ocurri- clara y brevemente:
—Te mato... ¡Te mato!...
Enarboló u n bastón, y al ir á descargar un
9 do preguntárselo! Pero mañana, mañana, se de-
cía, me lo dirá... Y se arrebujó en la ropa y es-
—Me ha dicho Pacita que usted se opone á
nuestros amores, y hace usted mal, porque nos
golpe, León lo evitó cogiendo el bastón por la
otra punta:
6
i
tuvo dando vueltas sin conciliar el sueño hasta queremos mucho... —¿Qué va usted á hacer?
ol amanecer. —Eso está bien, pero no basta. Sus padres La madre y las hermanas se interpusieron, chi- 9
à Al día siguiente se hizo el encontradizo con son ricos y se han de oponer; visted no tiene ca- llando:
X ella; al otro, la esperó, y el día de la boda de la rrera, y mi hija, aunque pobre, es muy honrada. —¡Jesús! ¡Suelta, León!
hermana se lo dijo: —Sí, señor; y buena, y me quiere; y yo ten- —¡Ay, papé, por Dios!...

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V —Mire usted, Pacita, yo no puedo callármc- dré carrera, y me casaré con ella, quieran ó no —¡Déjalo, que es una fiera!
9 lo más. Yo la quiero á usted muchos, mucho...; mis padres. —Pues yo la domaré!...
W tanto como á mi vida; ¡más que á mi vida!... —Vea bien lo que dice..., que es usted joven. León consiguió arancarle el bastón, que arro- cp
0 Ella, algo ruborizada, bajó los ojos. El, un León se levantó de la silla, y, alargándole la jó al suelo, y dijo serenamente:
Ó poro azorado, agregó: mano, afirmó rotundamente: —¡Domarme!... ¡Es tarde! Me pusisteis el
A —Míreme usted, Pacita. —Señor Tomás: soy u n hombre; soy un ca- nombre de León; os habéis pasado los diez y
A Ella le miró, y él suplicó: ballero, y se lo juro á usted ¡por mi honor! nueve años que tengo tratándome con despego,
.". —Y quiérame, ¡quiérame! —Entonces, no hay más que hablar; puede sin cariño, queriendo hacer de mí una fiera, y
« —No. Indiferente..., claro que no me es us- entrar en esta casa cuando y á todas las horas ¿pretendéis ahora domarme por la fuerza? ó
A ted. que le plazca. —¡Fuera de mi casa!—rugió el padre. ó
—Ya lo sabía—contestó León rápidamente. —Muchas gracias. -Sí. Que se vaya—agregaron, lloriqueando,
6 —¿Cómo?... Hubo un momento de silencio. las hermanas.
i
—Lo he adivinado en sus miradas. No soy Al salir León, Pacita, que lloraba de alegría - ¡No, Juan!—suplicó la madre.
O pretencioso. Yo sé; yo he aprendido á leer en en el pasillo, le aprisionó entre sus brazos, be- - -¡Fuera de aquí, he dicho!...
9 les ojos. Y nunca, ¡jamás!, me ha mirado na- sándolo apasionadamente. El zapatero dijo á Y al abandonar la casa de sus padr«s, «León.
6 die como usted me mira, Pacita. Por eso la quie- su mujer: ol león» lloraba como un niño...
O
6 o
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ó
ro como no quiero á nadie en el mundo: mu-
cho, muchísimo... ¡Yo se lo juro por mi vida,
—Estas cosas se arreglan así, Ramona.
Y la señora Ramona, emocionada, respondió: UlliUJOS DI YABKI.A DE SKI.1AS
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EL CENTENARIO DE SANTA TERESA


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I P u e r t a del Río, de Salamanca, p o r la que entró Aníbal (derribada hace algunos años)
1
L A Salamanca de Teresa de Jesús no
es la opulenta y sensual Salamanca
del Renacimiento. Es la Salaman-
ca de las murallas romanas, de la puer-
de Castilla. Funda su monasterio, sin
poner «en él el Santísimo Sacramento»,
en una posada de estudiantes que le ha
proporcionado la solicitud de Nicolás
I t a de Aníbal, del calvario junto á la
puente, del torito de piedra, que hace Gutiérrez. Y ocurre la primera noche
pensar tretas y diabluras a l Lazarillo que pernocta Teresa en el caserón estu-
picaro de Tejares; la Salamanca estu- diantil la anécdota más graciosa y ocu-
diantil de los mesones y de las posa- rrente de su vida peregrina.
das. Y los amigos de la Santa no se E l caserón es destartalado, ancho, so-
recluían tampoco entre los sabihondos noro. Silba el viento en el desván. Duer-
de la Universidad, letradetes de crédito me Teresa, al lado de u n a monjita de
y caballeros principales y conocidos. más edad que ella, sor María del Sacra-
E l amigo de Teresa, en Salamanca, es m e n t o , t a n excelente y t a n boba, «que
u n pobre hombre, llamado Nicolás Gu- me dan hartas ganas de reir». Los estu-
tiérrez, que se ha arruinado y que lleva diantes han salido malhumorados y á
con gran paciencia y mansedumbre su contrapelo de la casona. Sor María, que
infortunio. Los compañeros de Teresa, ve visiones, al apagar la luz no percibe
cuando ésta pasa por el Arrabal á sus más que sombras de estudiantes por to-
fundaciones ó de retorno de ellas, son, dos lados. Y comunica su inquietud á
Teresa. Doblan á muerto las campanas
asimismo, arrieros, chalanes, ganade-
de Salamanca, que es noche de ánimas; *
ros, gañanes y aquel bendito Siervo de
Dios, medio bobo, que lleva siete re- silba el viento en el desván; el Tormes
lojes en los bolsillos, todos concertados. rima sordamente su canción con el vien-
Las amistades de Teresa en Salamanca to. E n la muerte piensa sor María la cui-
son populares. Sólo conoce al maestro tada. U n a cruel idea agita el pensamien-
Fr. Luis de León y á la vieja duquesa to de la pobre mujer. Si Teresa muriera
de Alba, D . a María de Colón y Henrí- de repente, ¿qué sería de esta pobre sor,
quez, entre las personas de excepción y que se ahoga en un dedal? Y la mísera
respeto. comunica su turbación á la madre, que
está envuelta en una m a n t a que la ha
No es difícil, p a r a el que esté fami- regalado la caridad.
I liarizado con los escritos y con el espíri-
t u d e la Santa, el itinerario y hasta la —Si eso fuera, proveeríamos—contes-
ta.—. ¡Ahora calle, hija, y déjeme dor-
1 fisonomía de la Salamanca teresiana.
L a Santa llega por primera vez á Sala-
manca, de Alba de Tormes. La calzada
mir!
¡Déjeme dormir! ¡Pobre esposa del
Dulce Jesús bueno, y á qué aventuras
de a n t a ñ o es casi la misma carretera de
hoy. L a F u e n t e de los Perales, con el re- y riesgos te llevan tus amores con el ele-
cordatorio gracioso y humilde de u n bus- gido de t u espíritu, en libertad de amor!
to de la fundadora, Terradillos, La Maza, Hace cuatro noches que no pega los ojos
Teresa; ha venido de Medina la del Cam-
è Arapiles, son los jalones ó escalas de este
itinerario. E n Santa Isabel, detrás de la po por Carpió, por Campillo, por Can-
talapiedra, por la Carolina, oyendo las
I
Calle de Zamora, se aposenta, mientras
funda su palomar carmelitano, la virgen frases soeces de las t u r b a , que se ríe
La torre de la casa de Monterrey, en Salamanca siempre de las aventuras y de las ena-

J.»* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * ^ ^
LA ESFERA

Vista de la muralla antigua de Salamanca

» « • moradas, aunque sea á lo Divino, como nuestra ya, vi salir el sol desde el arrabal. La estampa rio, el que nos despertaba años atrás á los pen-
Teresa. ¡Déjame dormir y calla, hija mía! Ca- de Siena, de Florencia, parecía Salamanca en sares del aula con Dorado Montero y á los amo-
lla; el corazón, en las tinieblas, dialoga mejor aquella hora y sazón. Salamanca se tiñó de rojo res de nuestra reja de estudiantes, y el tañido
con el Esposo; la fantasía teje mejor sus hUos á los primeros besos del sol. Se encendieron sonaba á Sábado de Gloria, á mañana de Abril,
de oro en el silencio. ¡Calla, hija mía, para que como ascuas de oro las Catedrales, la Clerecía, en nuestro pobre corazón de luchadores.
hable mi corazón! la Merced, y comenzaron á tañer las campani- Aquella m a ñ a n a de Junio vi y sentí la Sala-
ooa tas monjiles su plegaria mañanera. El silbato manca de Teresa de Jesús como nunca la viera
La Salamanca del río, la del Arrabal, l a de de u n tren rasgaba también el silencio, allá por ni la sintiera antes. Y al remate de tres años no
la Peña Celestina, la de la puerta de Aníbal, la los cerros de Arapiles. Atrás habíamos dejado cabales, florece en mí este recuerdo con tal pu-
de las murallas, la del torito de piedra, es la nosotros, sumidos en l a sombra y e n la modo- janza y con t a l frescura, q u e yo lo deposito á
Salamanca de Teresa de Jesús. Y es también, rra, Alba, l a señora feudal del orgulloso Casti- los pies de la mujer m á s pura, más delicada,
lector, la mía. Va para tres años que una ma- llo de sus duques, y Peñaranda con sus paneras más risueña, m á s enamorada, más rica en ma-
ñana, viajando en automóvil con el fin de aco- y su Juzgado. íbamos á tierras del Duero, fron- tices y en emociones que jamás pariera mi Cas-
meter u n a empresa en la que puse yo también teiizas con el mimoso Portugal. ¿A qué? ¿Re- tilla, t a n estéril en frutos de bendición: ¡á los
todos mis amores y fué luego para mí semillero cordáis, amigos? Y rimando con nuestra espe- pies de Teresa de Jesús!
de tristezas, de las que el tienroo m e h a curado ranza, tañía también el cimbalillo universita- JOSÉ SÁNCHEZ ROJAS

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Vista panorámica de Salamanca

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LA TENTACIÓN
actitud de sumisión y de deslumbramiento. Se escandalizaba de las violencias,
de los arrebatos ásperos, cada vez menos frecuentes, del que aspiraba á los vo-
tos solemnes, del que ponía su madurez flaca, consqmida por el estudio y la
disciplina monástica, entre las filas de adolescentes que aspiraban al sacerdocio.

E N la serenidad de la mañana, clara y colmada de ecos campesinos, ya el


monje oyera como u n mal presagio el tremar del automóvil, el ronco son
de su bocina y la alegre parlería, entre risas, do las mujeres. Y sabiendo
por qué, sintió oprimírsele el corazón.
E n la Abadía era conocida la vida anterior de Gerardo Alcázar. Escribiera
libros de exaltada paganía; derrochara su fortuna en aventuras amorosas y en
viajes; tuviera fama de hombre descreído, pendenciero y amigo del alcohol.
Pero, súbitamente, cercano y a á la cuarentena, Qjprardo Alcázar abandonó
No tardarían en llamarle para que acompañara á los visitantes y les ense- el mundo sin rencor, sin pena y sin cobardía; y á la njusma hora que en no muy
ñ a r a los tesoros do la Abadía y desentrañara una vez más el simbolismo arcaico lejanos amaneceres blasfemaba en garitos y burdeles, reeorría ahora los claus-
de los capiteles del claustro y fuese enumerando las reliquias. Y menos mal si tros tiritando bajo su cogulla, camino del coro...
los visitantes no eran amigos do otro tiempo, aquellos que acudían atraídos por coa
u n a malsana curiosidad p a r a interrogarle acerca de la vida monástica y ace-
charle en sus palabras ó en sus miradas un momento de amargura, de cansancio Al entrar en el Refectorio, vio á los visitantes, mientras el abad les vertía
ó de nostalgia. el agua sobre las manos y hacía el ademán de secarlas con la tohalla. Les
Y había de abandonar sus libros, su solitaria contemplación del paisaje, su reconoció en seguida. E r a n Carlos Santisteban, Manolo Ríos, Pepe Fortún, los
aquietamiento emocional, para encararse nuevamente con las gentes estólidas más temibles del ayer turbulento, los íntimos cómplices de tantas fechorías.
ó las sonrisas maliciosas y las impertinentes alusiones. Desde hacía dos años no habían vuelto.
—Me crispa los nervios, padre Daniel—lo decía á aquel compañero de Co- Recordó la última visita. Retardó salir, sabiendo que excitarían su có-
munidad, diez y ocho años más joven que él, y que ya había cantado misa lera fácilmente, y a que no respetaban en el monje de hoy al camarada pre-
hacía cinco antes, cuando Gerardo Alcázar buscó el asilo piadoso. térito.
AI padre Daniel se le encendía el rostro en infantil pureza de temores. Co- «¿Sería ahora lo mismo?», se preguntó, ya en el Refectorio, sentado en su
nocía los arrebatos de fray Gerardo, y no por disculparles le inquietaban menos. banco, entre los profesos de votos simples. Les veía en la mesa, un poco lejana
El era u n espíritu sencillo, de una inverosímil inocencia conservada desde la de la suya y próxima á las del abad y del superior, contrastando sus trajes cla-
niñez. H a b í a inglesado en la Abadía á los once años, como oblato, y y a no ros, sus actitudes, u n poco ridiculas y a , de Donjuanes maduros, con las siluetas
salió de ella. magras y negras de los monjes.
Su alegría ingenua, su candor efusivo, su contagiosa humildad, le hacían L a voz del lector, gangosa, monótona, desprovista voluntariamente de toda
elegible siempre entre los demás p a r a acompañar á las señoras en el comedor caricia eufónica, de toda armonía rítmica, runruneaba por encima de las ca-
de fuera de la clausura, cuando los hombres comían en el refectorio en medio bezas inclinadas sobre los platos. De cuando en cuando se levantaba u n padre
de los frailes. de coro ó entraba u n hermano converso para ir á arrodillarse ante la mesa del
Y las mujeres, acuciadas de coquetería y de malicia, quedaban vencidas, abad. Allí permanecía silenciosamente, arrepintiéndose del pecado que le im-
contenidas m u y pronto por la dulzura limpia de la sonrisa, por la calma feliz ponía t a l penitencia. E l abad parecía no ver al genuflexo; seguía comiendo,
de unos ojos azules. sosegado y grave. De pronto daba un golpe con el cuchillo sobre la tabla, y
—Usted no es u n monje, padre Daniel; es una monjita—lo decía fray Ge- entonces el penitente se levantaba y volvía á su sitio. A veces eran preciso dos,
rardo, sin villanía de pensamiento, sin una oculta intención do molestarle. Era, tres, cuatro golpes de cuchillo espaciados sobre la madera, antes de que se le-
por el contrario, u n deseo do expresar la admirativa sorpresa, el respeto que le vantara el monjo ó el lego.
causaba t a n t a inocencia en u n hombre, t a n fuerte suavidad do alma prolon- E l p a d r e Gerardo hubo de arrodillarse también ante el abad. Purgaba una
gada desde la infancia en una dulcedumbre sonriente. falta de violencia, uno de aquellos impulsos agrios, donde su soberbia de
Y el padre Daniel correspondía á oso afecto do fray Gorardo en una absorta otrora reaparecía con intervalos cada vez mayores... Pasó junto é sus amigos

Jt
cíe ayer sin mirarles; pero notó la ausencia del padre Daniel, y ello le inquietó. otras tardes, el padre Gerardo salió al jardín donde el bullicio de los oblatos
¿Qué mujeres vendrían con Santisteban, Ríos y Fortún? De ellos, sólo el último contrastaba con el reposado deambular de los novii ¡os ó el sosiego meditativo
estaba casado y acostumbrado á prescindir de su esposa. de los padres de coro.
DOO Llevaba su habitual espejo intelectivo, aquel cuaderno que iba llenando
con su letra menuda, puesto de pie en la gradería de piedra, rostro al crepúsculo.
Cuando el superior le dijo que fuera á tomar café con aquellos señores y Eran esbozos, anticipaciones de trabajos más extensos, citas de lecturas, ob-
las señoras, que permanecían en el comedor acompañadas del padre Daniel, servaciones nacidas á lo largo de las horas de estudio en la celda...
nada en su rostro delató la menor emoción. Y, no obstante, en lo hondo, m u y Al salir vio al padre Daniel sentado con otro monje en el banco circular del
en lo hondo, sufría la angustia de un presentimiento. pórtico, y le halló la misma expresión de tristeza y la desolación infinita en los
¡Oh! No le engañó su corazón. Allí, acompañada de la esposa de Fortún,

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ojos azules... ¡Y él, que sentía abierto su corazón á la inmensidad del amor di-
de la hermana de Ríos, estaba ella. La condesita de Hormaida, en cuya pasión vino, é ingrávido en la luz de la fe su cerebro!
se consumiera lo mejor de su espíritu y de su fortuna. Comprendió las miradas Tembló p o r el padre Daniel. E n el espíritu sanamente monjil, ¿quién sabe
de sus amigos, acechándole las ideas, buscando el efecto de la última tentativa qué nuevas inquietudes pudo despertar la condesa de Hormaida?
para arrancarle del claustro; se dio cuenta de la involuntaria ó inocente com- Le sintió acercarse, y volvió la cabeza, sonriéndole. El padre Daniel le mi-
plicidad de Blanquita Ríos y de la mujer de Fortún, que mostraban solamente raba ansiosamente. La misma ansiedad nubló la sonrisa del padre Gerardo. Por
cierta regocijada curiosidad. E n cuanto á ella, lo miraba sonriendo provocativa, un momento, los dos hombres se engañaron respecto del pensamiento fraterno.
despreciativa del benedictino avejentado, flaco, humilde en sus hábitos negros. —Temo por usted, padre Daniel...
Pero él la hizo bajar los párpados y morderse los labios. L a saludó con la - ¿Por mí? ¿De qué?
cortesía mundana de otro tiempo, donde había una indiferencia nueva, desco- Súbitamente había recobrado su expresión candorosa, de infantil ingenui-
nocida é inesperada paca ella. dad. El padre Gerardo quedó confuso. No. No era posible lo que imaginara. ¿En-
Y mientras ella retorcía el pañuelo de encaje entre las manos y hablaba con tonces?
frases recortadas y secas y palidecía de rabia, el padre Gerardo se notaba feliz —No sé... Ayer le encontré é usted cambiado...
como nunca; libre como nunca; más de Dios que nunca. Se miraron á los ojos fijamente. Y el j adre Daniel encontró que las pupilas
Les enseñó el claustro; les explicó los misterios arcaicos de las piedras sa- del padre Gerardo tenían una dulzura y una inocencia desconocidas hasta en-
gradas de siglos y de fervor; les mostró las reliquias, con una facundia entu- tonces.
siasta y una serenidad dichosa; y cuando ella, aprovechando u n instante de —Es que nunca temí por usted como ayer... ¡Sus amigos hablaban de un
descuido, le susurró con su voz cálida de contralto: modo!... Aquella mujer se vanaglorió de que le arrancaría de nosotros y de Dios...
—¿Pero es posible eme no te acuerdes de nada? se inclinó hacia ella, sin El padre Gerardo se avergonzó de lo que pensara antes.
rencor, sin miedo y sin reproche para preguntar: —Entonces, ¿era eso lo que le tuvo triste y pálido, padre Daniel?
—¡Perdón! ¿Decía usted, condesa...? •—¿Qué otra cosa podría ser, padre Gerardo?
Tenía la voz firme, los ojos tranquilos, el espíritu limpio. ¡Oh! ¡Cuánta sencillez virgina! en las pupilas, qué interior gozo rebosando
Entonces ella le volvió la espalda y se dirigió hacia el padre Daniel; vin pa- de los Irbios puros!
dre Daniel distinto, con el rostro lívido y la boca sin sonrisa y los ojos asustados. El padre Gerardo inclinó la cabeza sobre el pecho, avergonzado y feliz.
• DO
Xada ya le nublaría los años futuros de paz.
Una paz infinita, como la extendida palialmente sobre el campo, sobre el
Fué á la otra tarde cuando el padre Gerardo se dio cuenta de cómo la última jardín monástico, sobro las risas de los oblatos y los paseos lentos de los novicios...
turbación que salió de su alma había cambiado do refugio, siendo la primera
en el alma del padre Daniel. Josi FRANCÉS
Tendíase palialmente la luz sobre los campos silenciosos, y, como cu tantas AGUAFUERTE DE L E A N D R O 0 R 0 7 ,
LA ESFERA

Saloncito-estudio con mobiliario de ébano y arce, y marquetería de arce y plata

EltalE
ei el boear
A tendencia ha-

1 L c í a l a sencillez y
simplicidad en el
decorado y mo-
blaje c o n t i n ú a acen-
1 tuándose, cual lo de-
m u e s t r a n las ilustra-
ciones de las presen-
tes p á g i n a s . Necesa-
r i a reacción contra el
i excesivo d e s b o r d a -
m i e n t o suntuario que
impuso el segundo Im-
perio francés, el «ho-
me», ya sea aristocrá-
tico ó pertenezca á la
mesocràcia adinera-
i da, adquiere poco á
poco el c a r á c t e r de
simplicidad, sin dos-
a t e n d e r n i n g u n a de
las exigencias del con-
fort que impone la vi-
da i n t i m a , higiénica
y sana. Desaparecen
ó m u e s t r a n una decre-
pitud cada vez más
a c e n t u a d a los l l a m a -

I dos «estilos» on el de-


corado de la caBa mo-
derna, dejándose al
a r t i s t a decorador l a
más completa liber-
m t a d en su obra, que sin
duda h a b r á de consti-
t u i r un todo armónico
con el carácter, los
gustos, e 1 t e m p e r a -
i m e n t o , l a edad y las
inclinaciones estéti-
cas de los h a b i t a n t e s
1 de la casa. Así, por
ejemplo, la primera de
nuestras fotografías
1 nos m u e s t r a l a dispo-
sición interior de un
pequeño salón de estu-
ss dio destinado á un es-
critor, y a u n mejor á Pequeño «hall» ó recibimiento
- : •
LA ESFERA

«Nursery» 6 cuarto de niños, con muebles de roble y tapicería de hilo

illa yetan!
una b e l l a escritora
que ame recogerse de
vez en cuando en l a
soledad de su aposen-
to para dar paz al es-
píritu y libre vuelo á
su fantasía creadora.
Es un sancta sancto-
rum elegante, exqui-
sito, de una r e ñ n a d a
delicadeza d e deta-
lles, invitador al en-
sueño, y del que no
pueden surgir sino pá-
ginas saturadas de de-
licada poesía. I n u n -
dado de luz por los
amplios vitrales y dos
salidas á una galería
exterior, puede tam-
bién servir de refugio
al artista, pintor ó es-
cultor, p a r a el primer
trazado de sus bosque-
jos. No menos signifi-
cativos de la expresa-
da tendencia hacia la
sencillezson los otros
tres modelos restan-
tes: el «ball» ideado
p o r Mallet-Stevens,
la «nursery», planea-
da por madame Lucie
Kenaudot y, por últi-
mo, el e n c a n t a d o r
« c u a r t o de soltera»,
realizado porDamon,
en el que las líneas ge-
nerales del moblaje y
aun muchos detalle?
del decorado sugierer.
una v a g a impresión
d e orientalismo, s i n
llegar, n a t u r a l m e n t e ,
á definir n e t a m e n t e
un estilo determina-
do, peligro d e l q u e
hay que huir á toda
costa.
FOTS. BOYEB
LA ESFERA
a************************************************************************************************®**

I EL D E P O R T E DEL PUÑETAZO I
1
: *
• *

!
*
*
*
*
* !

*
*
*

U N individuo
s e querella
con otro en
la calle, le da u n
su l o c a l i d a d .
Uno do los com-
batientes se ade-
lanta, y, ¡zas!, le
puñetazo, ó in- larga al otro un
mediatamente la metido en el es-
gente se agolpa tómago.
en torno, le de- —¡Ay!—dice
tienen los guar- gran p a r t e del
dias, es llevado á público, como si
1 a Comisaría y fuese el propio el
paga luego l a s que h a sentido
consecuencias. el golpe.
El puñetazo h a — E n el estó-
tenido s a n c i ó n mago. ¿Ha visto
como brutalidad. usted? H a debi-
Pero ese mis- do hacérselo pa-
mo individuo se pilla. E n el estó-
desnuda, conser- m a g o . Figúrese
vando s ó l o u n usted. ¡Amí, que
pantaloncito d o me duele con que
c o l o r , anuncia coma u n plato
que d a r é de pu- de pimientos fri-
ñetazos á o t r o tos!
ï que s e presente
en igual forma,
—Pues á ese
tío, nada. Ahí le
*
pero que hay que tiene usted, que
pagar por verle, se dispone á de-
í y la gente acude
á la taquilla, de-
volver el trom-
pis. *
j a el dinero y lle- Efectivamen- *
• na el local donde te, la lucha si-
i se van á repartir
l o s mamporros.
E n este aspecto
e 1 puñetazo e s
gue y el público
la sigue, cada vez
con mayor inte-
rés, comproban-
I
tenido como deporte y el que los da es aclama- mente reservada á los bueyes que amorosa- do que los golpes son auténticos y capaces do
do mucho más que si acabase de descubrir u n mente van tirando de u n a carreta. desriñonar á u n ciudadano que no esté hecho I
suero beneficioso para la Humanidad. Los luchadores, como todos los hombres que para ello; porque, eso sí, ríanse ustedes de las
Y es que ahora nos h a dado por considerar gozan de reputación, se ven constantemente protestas que surgen en la plaza de toros cuan-
do sale u n cornúpeto chico, a n t e el escándalo
como espectáculo atrayente y hasta instruc-
tivo el ver cómo dos tíos bárbaros se rompen
asistidos por u n grupo de admiradores que tie-
nen á orgullo t r a t a r en la intimidad á quien es que se arma si se sospecha que los mamporros
no son todo lo auténticos y definitivos que de-
I
las narices en nombre de la cultura, y a que, se- capaz de romper las narices m á s fuertes con la
i gún parece, los deportes ayudan al desarrollo
de la misma
Sea como sea, lo cierto y positivo que pode-
misma facilidad que se suena las suyas.
—¿Este? No tiene más que cogerte la mano
y apretártela, y te ha dejado que no te sirve ni
ben ser.
—¡Esto es u n engaño! Ese golpe no es para
romper las muelas á nadie.
mos afirmar es que el boxeador tiene actual- para saludat á un amigo. Anda, haz la prueba. —¡Fuera! ¡Ni siquiera se han hinchado un ojo! *
mente una personalidad muy cercana á la do —¿Yo? ¡Anda y que la haga con Neptuno, á E n cambio, cuando uno de ellos, el más bruto,
los artistas y que inspira una curiosidad que ver si no puede luego sostener el tenedor! naturalmente, acierta á atizarle al otro u n gol-
no siempre han logrado despertar un poeta, un El aludido sonríe vanidosamente y dice, lleno pazo enorme, la gente se vuelve loca de entu-
I literato ó u n cantante.
—¡Qué bárbaro! Fíjate en los músculos. Ese
de modestia:
—No tenga usted cuidado. A los amigos los
siasmo y exclama:
-^-¡Eso es! ¡Bravo! Me parece que el desgra-
tío da u n puñetazo en la nuca á un hombre, y trato con dulzura. ciado eso va á tener que regalar á los amigos
lo rebaja. ¿Es atrayente el espectáculo del boxeo? Por los pañuelos que tenga, porque no le quedan
—¡Qué lástima que el puñetazo no se lo dé á lo visto, sí, ya que la gente paga grandes canti- narices para utilizarlos.
mi caseio, á ver si lo que le rebajaba eran los dades por presenciarlo y sigue emocionada una H a y espectáculos culturales de estos, verda-
pisos. lucha entre dos bárbaros do esta naturaleza. deramente conmovedores.
El luchador es, desde luego, u n ser que se sien- Salen al ring—creo que se llama así—y los
te completamente satisfecho y que se pasa todo espectadores los miran emocionados, pensando A. R. BONNAT
el día dando gracias á la Naturaleza por haberle en los trastazos que so van á proporcionar y
dotado de una fuerza que parecía exclusiva- que ellos van á ver cómodamente sentados en DIBUJO DE ROBLEDANO
s
********************************
LA ESFERA

ARTE MODERNO

EPITALAMIO, por Juan Luis


LA E S P E R A

P R E S E N T A C I Ó N DE UN CORONEL

El lunes 10 del actual estuvo el Príncipe de Asturias en el cuartel de los Docks, con objeto de asistir á la presentación del nuevo coronel del Regimiento
del Rey, D. José Gobart Urquia. El general Saro, en calidad de ex comandante del Regimiento, hizo la presentación del nuevo jefe y luego pronunció una
vibrante arenga. Las tropas del batallón del Rey desfilaron, por último, ante el Príncipe de Asturias, general Saro y coronel Gobart FOT. CAMPÚA
LA ESFERA

LA MODA FEMENINA I
REFLEXIONES DE UNA MUJER SENTIMENTAL

P OR lo visto, la mujer
que tiene bonita
voz es dueña de un
tesoro. Una bonita voz
al hablar, no como ins-
trumento para el canto.
Así al menos lo decla- $
ró anoche un novelista
amigo en una reunión á
la que asistió la créme de
la créme del mundo lite-
rario. Una de esas re-
uniones en las que cada
uno de los presentes se
esfuerza por hacerse oir
y no habla más que do
sí mismo y de su obra.
Creo sinceramente que
anoche fui yo la única
persona que, á ratos per-
didos, escuchó la con-
versación.
Entre las muchas co-
sas que esccuhé, recuer-

El vestido debe ser siempre cuida iosamente elegido; pero una


dama elegante debe preocuparse principalmente de sus som-
breros. La Maison de Pablo, trasladada recientemente á la Cran
Vía, 18, puede satisfacer el gusto de la dama más exigente

un cordón de pla-
ta—y mangas ja-
ponesas, va pro-
fusamente ador-
nada con u n di-
seño logrado con
nudos de torzal
gris plomo; como
el charmeuse que
le sirve de forro
y el raso con que
está confecciona-
do con especial claridad esta teoría del novelista, y me gusta- do el sombrero
ría comprobar su fundamento, porque soy un poco escèptica de forma cloche
respecto á las ideas de los hombres de letras. Necesitan los po- y alas prolonga-
bres presentar tantos casos distintos, que no tiene nada de par- das á ambos la-
ticular el que en ocasiones se dej en dominar por la fantasía. d o s , bajo d o s
Según el escritor en cuestión, una mujer con bonita voz pue- grandes borlas de
de alcanzar cuanto se propone y subyugar á todos los que la seda deshilacha-
escuchan. No puede negarse que, de ser cierto esto, implica una da azul.
ventaja singular; y desde que le oí, estoy repasando en la ima- En cambio,
ginación las voces de todas las mujeres de reconocido atracti- procuraría un to-
vo que he conocido. no de voz infan-
Ninguna de ellas posee lo que estéticamente hablando po- til y muy atipla-
dría llamarse una bonita voz. No tienen resonancias melódi- da para mi traje
cas, ni armónicas, ni cantarínas. Quizá posean, en cam- de noche, de tisú
bio, u n poder especial para modular. Desde hoy mis- tornasolado en rosa y celeste, de fal-
mo pienso dedicarme á estudiar este asunto y á po- da pomposa y corpino ajustado por
ner luego en práctica mis conocimientos. un cinturón de tul de plata, atado en
Porque yo no me resigno á pasar por el mundo sin una gran lazada de alas de mariposa á
llamar la atención, sin que se comente la gracia de mis la espalda.
andares, mi gusto en el vestir, la expresión de mis ojos, Para el traje de amazona cultivaría
la dulzura de m i sonrisa y..., ahora que sé la impor- una voz recortada y una de notas gra-
tancia que tiene, el eco de mi voz. ves para el de golf y jockey. Y, á pro-
El caso es que resulta muy difícil el cultivo de esta última. pósito del primero, se ase-
No oyéndose una misma, es imposible saber cuáles son los de- gura que la aceptación de la
fectos que conviene corregir. Si Diego no hubiese permitido falda larga determinará un
que una diferencia de gustos erigiese una barrera infranquea- cambio en el atavío del sport
ble entre nosotros... E s el único hombre que se h a permitido el lujo de ecuestre. Horroriza el pensar
ser franco alguna vez. que se nos obligue á volver
Quizá mi violinista... Pero u n hombre enamorado sólo ve perfeccio- á los tiempos de cuerpo en-
* nes. E s t a es una de las contadas ventajas que ofrece tal estado de ánimo. tallado, chistera y cola. Des-
No estaría mal el procurar armonizar las inflexiones de la voz con el de luego, es para intranqui-
s carácter del indumento. Con ello se lograrían efectos admirables. Así, yo elegiría una
modulación de tono muy pastosa para los casos en que vistiera mi nuevo abrigo
lizar el empeño que muestra
la moda por retrotraernos á
de tarde, de seda color de jacinto, cuya parte superior—ceñida á las caderas por la época medieval.
i
• i ; » * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
LA üSFERA

CUENTO

Un gran puesto
E L viento soplaba con furia. ¡Se iban á di-
vertir! Tres días llevaban sin poder salir
al monte, oyendo el fatídico y triste ulu-
lar del huracán desencadenado... J u a n Antonio,
reclinado sobre la mesa, meditaba, sumido en
una suave y airulladora tristeza. ¡Y para esto
había abandonado la gran ciudad, donde tan
á gusto se hallaba con su mujereita y sus hijos,
y donde él, tras el ingrato batallar, comenzaba
á cosechar sus primeros frutos! Y sentía J u a n
Antonio, como nunca sintió, la nostalgia de la
gran urbe. ¡El quisiera ahora, en este preciso
momento, trasladarse á Madrid!
E s t a b a n en la Casa de la R a m b l a tres días,
y el tiempo, furioso, agresivo, no les había de-
jado cazar. Los reclamos, desesperados, rugían
m á s que cantaban, dentro de sus jaulas dimi-
nutas. ¡Pobres machos de perdiz, condenados no
sólo á la esclavitud, sino á constantes excita-
ciones esperando, en el momento culminante de
la caza, una acometida del rival, q u e se tra-
duce en el estampido del cañón! ¡Pobres machos
de perdiz, instrumentos ciegos para el asesina-
to vil de sus hermanos!
De sobra sabía J u a n Antonio que la caza de
la perdiz con reclamo era artera, traidora, ale-
vosa. Un asesinato con las circunstancias que
concurren en esta caza—premeditación, alevo-
sía, engaño...—no se pagaría con la pena de J u a n Antonio—no iba la familia, y sólo algún Antonio. Aquel puesto no le gustaba. Tenía m u y
muerte. J u a n Antonio sabía estas cosas, y, sin amigo íntimo, como Carlos Ruiz, solía acompa- mala rasa. Sería imposible tirar una perdiz en
embargo, esta afición lo dominaba, sin poder ñarle, porque también el amigo iba á descansar la plazuela. Detrás del tanto, un cortado, que
remediarlo. Después de un gran puesto, en que y... á ordenar. Quizá por estas indiscutibles ven- disminuía el ya escaso campo de acción de la
había tumbado seis ú ocho inocentes perdices, tajas que, de rechazo, le proporcionaba la afi- escopeta. Sólo un peñasco, á la derecha del re-
una tristeza, u n abatimiento inexplicable apo- ción á la caza—sin contar las forzadas horas de clamo, emergía, ofreciendo un blanco excelente.
derábase del veleidoso espíritu de J u a n Anto- soledad y silencio, los dos mejores compañeros Pero, ¿iban las perdices á subirse allí estúpida-
nio. ;,Por qué? No lo sabía... U n a voz queda, del alma—no se decidía á abandonarla. Y aun mente? Todo puede esperarse de los celosos y
una voz que no acababa de oh-, parecía decirle siendo u n poco ridículo que J u a n Antonio, que los enamorados; pero...
que aquello era u n crimen, ya que en todas las defendía en la Audiencia á los más inhumanos Cada vez se oían más cerca. Ya estaban allí...
luchas lo imperdonable es la traición, el acecho, reos, se soliviantara ante la muerte de una per- El Albatanero no cabía en la jaula, erizadas las
el engaño. Y, sin embargo, tenía t a n arraigado diz, por una mera cuestión de procedimiento—la plumas, dando vueltas, pretendiendo pisarse
el vicio, la afición, ó como quiera llamársele, caza al vuelo estaba admitida por todos—, sen- un ala...
que todos los años escribía con antelación p a r a tía, sin embargo, u n vago y leve remordimiento Una perdiz gallarda, majestuosa, surgió en el
que le buscasen nuevos reclamos, á cualquier ante sus cacerías... peñasco. ¡Qué hermosa estaba! J u a n Antonio
precio, con tal de que reunieran las cualidades DOa apuntó... Hizo fuego... Mas al desvanecerse el
de los machos sobresalientes... (Buena voz, tra- No se le hizo tarde al Chato para llamar aque- humo del disparo vio que la perdiz seguía allí,
bajo constante, suavidad al recibir, querencio- lla m a ñ a n a . A las seis estaba golpeando con impasible... Y volvió á disparar... ¡Demonio! ¡La
so con las hembras...) Y todos los años, por Fe- fuerza la ventana de los señoritos. T a n fuerte- perdiz seguía allí! ¿Tan desatinado estaba? ¡Y
brero ó Marzo, visitaba su finca, donde el es- mente, que J u a n Antonio y Carlos despertaron cuánto celo demostraba aquel animalito oyendo
parto crecía j u n t o á los pinos, á los romeros, á sobresáltalos. dos tiros impasible! Metió otros dos cartuchos
las sabinas..., y donde la brava perdiz se perpe- —Pero, ¿qué pasa, bárbaro? en la escopeta y, apuntando bien, rectificando
tuaba, á pesar de la anual mortandad... —Que hace mu güeña mañana, y las perdi- la puntería, apretó... La perdiz seguía allí. ¡Ah!
E r a para J u a n Antonio esta temporada pa- ces se hacen pedazos á cantar por esas lomas y ¡Pues ahora no se escapaba! Y le dio gusto al
réntesis de reposo y de paz, en que la neuras- por esas mesas... dedo...
tenia le otorgaba u n bilí de indemnidad por al- —Bueno, h o m b r e . Ya vamos. Cuando J u a n Antonio vio que, después del
gún tiempo. Además, para poder ordenar sus José, alias el Chato, era u n guarda típico, clá- cuarto disparo, la perdiz permanecía erguida
trabajos en el posible silencio—trabajos que por sico ó castizo, que de las tres maneras puede encima de la peña, comenzó á preocuparse.
ser literarios constituían horas de placer para calificársele sin faltar á la verdad. Alto, huesu- Aquello no era natural... Aquello... Los cabellos
do, moreno, casi negro, tenía una boca desco- se le erizaron. Mas se sobrepuso á su estado de
munal. Hombre honrado, valiente—y más que ánimo y disparó dos veces más, con idéntico
valiente, bruto—, era el terror de los cazado- resultado... Y, loco, nervioso, agotó las muni-
res y leñadores furtivos del término. Su único ciones, apuntando lo mejor que pudo, y salió
MI POSTAL PARA EL S O L D A D O defecto era... que el vino le inspiraba u n afecto corriendo hacia la casa, como alma que lleva el
serio, t a n serio..., que prefería ayunar á no be- diablo...
ber. E l no podía pasar sin tragar una gota, como
A los mártires ü Monte - Arrnií él decía. Pero, en cambio, no podía probar bo-
cado sin tener á mano la bota. H a y compensa-
ciones...
Al llegar á la casa mandó que engancharan
el carruaje, y sin despedirse de nadie, salió á
coger el primer tren...
Cuando esa chusma vil y traicionera, Aquella m a ñ a n a llamó tan temprano á los ca-
oculta en el breñal, os combatía, zadores, porque, después de algunos días de hu- «Querido J u a n Antonio: Espero que se t e ha-
racán, amanecía un día sereno, tranquilo, sin brá pasado el susto y vendrás en seguida. Pien-
en vuestro noble corazón ardía una nube, sin una cepa, como por allí se decía; sa que estoy en tu casa, y que si no vienes, me
todo el coraje de la raza ibera. y José sentía como el que más el fastidio insu- iré en lo mejor de la temporada. ¡Parece menti-
perable del viento, y ya tenía gana de que los ra! El Chato asomó con tu m a n t a , con t u esco-
señoritos se estrenaran. Y é juzgar por el casta- peta, con el Albatanero... y con doce perdices.
Más que ei valor de la morisma fiera ñeteo que tenían las perdices por los cuatro cos- ¡Buen manojo! Y lo ocurrido no puede ser más
tados, la mañana iba á ser de truenos. sencillo. Estamos á primeros de Febrero; las per-
os venció la traición, la felonía... A las siete, J u a n Antonio y Carlos, desayu- dices no se han apareado y van en bando. Tu-
¡Os lo ha dicho, vibrante de energía, nando, discutían brevemente acerca de los re- viste la suerte de encontrar aquel bando picado.
clamos que sacarían á romper el fuego. Y como no tenían otra entrada, subían á la pe-
en un grito de amor España entera! —Yo—dijo J u a n Antonio—me llevo al Alba- ña, disparabas... y subía otra. Sin duda, te im-
lanero, que el año pasado estuvo colosal. presionaste bastante y no pudiste observar la
—A mí—dijo Carlos—déjame el Nano, que deliciosa escena con serenidad. Espero que ven-
\?enga el cincel que fije en la memoria se portó muy bien la otra vez. drás inmediatamente. Hacen unos días magní-
la visión de un martirio sin ejemplo, —Pues andando. ficos. Tuyo, con u n abrazo, Carlos.»
como triste enseñanza de la historia. Y cada cual, con el reclamo á la espalda, mar- Todo inútil. J u a n Antonio creyó, y cree, que
chó por su lado. la explicación, natural y lógica, era inventada
DDO por Carlos para quitarle la obsesión de aquello,
La piedad, el dolor y el patriotismo, E s t a b a media hoia en el puesto y no había que pudiera terminar en locura... J u a n Antonio
podido abrir el libro que llevó por compañero. —-y hace ya diez años—no ha vuelto á la Casa
de vuestra tumba harán sagrado templo ¡Qué jaleo! ¡Qué escándalo! ¿Cuántas pordiees de la Rambla..., ni á cazar la perdiz con re-
donde se rinda culto al heroísmo. cantaban? No podía precisarse. Por la izquier- clamo.
da, por la derecha, por d o l a n t e . . A R T E M I O PRECIOSO
No estaba contento, á pesar de todo, J u a n DIBUJO DE VÁRELA DE SEIJAS
A. CHÁPULI NAVARRO
LA ESFERA

LA PINTURA CONTEMPORÁNEA

LA MERIENDILLA, cuadro original de Eugenio Hermoso


LA ESFERA
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INTIMIDADES DE LA HISTORIA

LA NOVELA DE AMOR DE GAMBETTA fe


fe
fe
*
fe
fe
EÓN Gambetta arrancándola una entrevista para la mañana del ción. El c e r e b r o *
«
• L"
era en el Cuer-
po Legislativo
de 1869 el prestigio
siguiente día.
J u n t o al Pequeño Trianón, el grande hom-
bre y la esfinge cambiaron sus primeras frases
siempre e n ebulli-
ción de Gambetta
creaba planes; y el
revolucionario q u e de amor. E n vano aseguró ella que su introduc- sereno razonar d e
se alzaba, con su ción en la vida íntima del estadista podría trun- Léonie los despoja-
elocuencia b r i o s a , car su carrera: en vano le contó s*i histo-i1* la- ba de las asperezas
f r e n t e al segundo cerante, la violencia de que la hiciera víctima y los hacía factibles.
Imperio vacilante. un dignatario del régimen perdido en Sedán. E n los primeros años
No e r a solamente Gambetta estaba t a n apasionado, que á cada de aquel idilio, la fe
en 1 a tertulia del nuevo obstáculo su amor se encendía más y amada s e negaba •
fe
café Procope donde más, mientras que su dialéctica esgrimía há- discretamente á ex- fe
LEÓN GAMBETTA el j o v e n abogado bilmente los argumentos que le parecían más hibir la mutua pa- LÉO.MIE LEÓN (1875) fe
meridional empezó persuasivos, hasta decidirla á no poner trabas sión. Mientras en la »
• fe
á cimentar su fama de polemista. Su verbo so- á su corazón. sala de redacción de La R publique Française »
noro y su cultura sólida habían tenido ocasión E n aquellos jardines de Versalles, nacidos al los amigos y correligionarios discutían, ella su- es-
de manifestarse diferentes veces en tribunas que conjuro del Rey Sol, próximos á los pabellones bía á las habitaciones reservadas, donde el tri- fe
no suelen estar ocupadas por hombres de esca- buno la aguardaba, ebrio de amor y ansioso de

1 so bagaje intelectual. Saturado de buenas y co-


piosas lecturas, batallador, apasionado y libe-
i al, no era maravilla que en u n espacio de tiem-
consejo.
Y era tal la necesidad que tenían de sentirse
juntos, que las cartas febiiles reanudaban la en-
po relativamente corto llegase á representar la trevista interrumpida. M. Francis Laur acaba de
oposición de las nuevas generaciones contra u n publicar las cartas amorosas del gran político
régimen que llevaba á Francia, fatalmente, á francés. Son tanapasionadas, vibrantes y ardoro-
u n desastre. sas como las que escribiera Mirabeau á Sofía. fe
A los veintidós años do edad se inscribía en Las del atleta de la Revolución son un monólogo; •s-
fe
el Colegio de Abogados de París; é los veinti- las de Gambetta son la parte de u n diálogo soste- «
cinco años destacaba su personalidad de una nido por dos inteligencias que se completan. «
manera t a n brillante que el republicanismo le fe
«Ven mañana á las cinco—la escribe el 23 de fe
consideraba como una de sus esperanzas man Mayo de 1876—. Tengo pr^sa por conocer t u fe
legítimas; á los treinta años, su defensa de De- opinión acerca de lo que hie e ayer, sobre lo que fe
fe
lescluze, en el proceso Baudin, asestaba u n me propongo hacer después. He tomado tal cos- fe
golpe mortal al Imperio; á los treinta y u n años, tumbre de consultar al orác ulo, que ya no puedo
los electores de Marsella y de París le otorgaban permanecer lejos de él. H a y ahora en mi amoi
su representación en el Cuerpo Legislativo. Por buena ración de fetichismo, al que h a y que adap-
fin, la oposición se encontraba encarnada en u n tarse por exigente que pueda volverme.»
hombre de recia contextura moral, dispuesto Muchas cartas no tienen más palabras de fe
á no transigir, como Ollivier, implacable en el amor que el encabezamiento y la despedida; ín- fe
a t a q u e , sereno y cauto en los momentos difí- Versalles. —Pequeño Trianón. Entrada al Parque tegramente están dedicadas á los acontecimien- fe i
ciles, pronto siempre á aprovechar la ocasión de tos interiores y exteriores, á la exposición de fe
asestar al enemigo la estocada que no tiene res- planes de campaña, á los enunciados que se- fe
en que divirtiera sus ocios imprudentemente fe
puesta. r á n la armazón de futuros discursos. Léonie es fe
E n aquella tribuna encontró Gambetta la María Antonieta, cambiaron los amantes sus religiosa, cree y practica sinceramente. Gam- fe
í gloria y el amor. Los días en que se anunciaba
su intervención en los debates, aparecía en uno
anillos de esponsales, sin más Dios que la Na-
turaleza, sin más ley que su voluntad.
betta es librepensador convencido, sostén de
una política que tiene como postulado esencial
fe
*
de los palcos una joven señora de gran belleza en su programa la frase herética del discurso de
y recatado porte, que escuchaba al fogoso ora-
dor con una atención sostenida y que abando-
naba su observatorio apenas otro político su-
Fué Léonie León, para Gambetta, no sola-
mente la enamorada que con sus caricias disipa
Romans: «¡El clericalismo: he ahí el enemigo!»
Esta divergencia de opiniones los une en vez de
separarlos. Es que Léonie, mujer superior, com-
1
cedía al jefe republicano. No tardó éste en notar los dolores agudos de la lucha política, sino tam- prende las razones de su amado y no t r a t a de
lo que ocurría. Pasaron semanas y meses sin bién la musa propicia que sabe mantener el en- encerrar al estadista en la fórmula estrecha de
que la admiradora abandonase el incógnito ni tusiasmo del amado y retenerle con firmeza en la catequesis.
cejase en el interés que sentía por aquel tribuno.
Gambetta quiso descorrer el velo que la envol-
el camino del deber.
Era Gambetta político por temperamento.
Gambetta se inclina ante aquella Minerva con
amor y respeto: «Lo que tienes de eficaz y de di-
I
vía en el misterio, y u n día, al descender hacia su La vida pública le atraía irresistiblemente y se vino—la escribe en cierta ocasión—es que me
escaño, la escribió unas cuantas líneas ardien- consideraba á sí mismo indispensable para el retienes en el deber, es que me devuelves á la
tes. Con estupor vio cómo la enlutada rompía el gobierno de Francia. Léonie creía en su talento, acción; y en estas inyecciones de valor alcanzo
papel sin dirigir una sola mirada al que acababa en su fuerza; antes de tratarle como amado, la solidez y el precio de t u cariño. La vida sería
de enviárselo, y, desde entonces, Gambetta no hacia él se sintió llevada por el prodigio de su una mentira, indigna de conservarse, sin u n fe
fe
sintió sobre sí la mirada entusiasta de la incóg- actuación y por la rectitud de sus convicciones. compañero de armas como mi Léonie. Así es que fe
nita, ahuyentada, sin duda, por la imprudente Era una mujer de exquisita sensibilidad, poco hago más que amarla: la obedezco y la confun- fe
misiva. Lo único que sacó en limpio es que no amiga del brillo exterior, de una voluntad muy do en u n solo y mismo amor con la patria.» fe
fe
era una de esas caprichosas que corren tras de firme, dotada de u n buen juicio que rara vez E n los momentos de crisis espiritual, ella con-
la celebridad del día, para gozar curiosamente se desmentía. Pudo tener u n salón político fa- forta al hombre de Estado; en las ocasiones que
uno de sus momentos. moso que hubiera halagado su vanidad, aun á implican el riesgo de una posición t a n trabajosa-
Surgió la guerra francoprusiana. E n Sedán costa de crear dificultades á su amante. Prefi- mente conquistada, ella suprime las vacilacio-
se perdió el Imperio y amenazó anegarse el por- rió dedicarse p o r entero á Gambetta, cui- nes y le obliga á pasar el Rubicón. Es en todo
venir de Francia. L a República pugnó por afir- dando de que nada empañara la gloria de sus momento el confidente fiel, el consejero justo,
marse en medio de la confusión producida por actos. el consuelo, el amor, la paz del alma.
la catástrofe. Si alguna vez en el recuerdo de La conjunción de aquellas dos almas se tra- fe
G a m b e t t a se dibujó la brumosa figura de la in- dujo en una permanente é intensa colabora- fe
fe
cógnita, las realidades apremiantes no permiti- Por fin, la vida en común se organiza y los fe
rían la tranquila rememoración del ensueño... amantes van á legalizar su situación. P a r a que fe
fe
á esto se llegue, después de catorce años de
amor constante, no han bastado las súplicas de
E n Versalles, los políticos riñen una fiera ba- Gambetta. La cristiana no se aviene á aceptar
talla. E n París, la revolución presenta su cará- el matrimonio civil; el librepensador rehuye la
tula trágica. No resulta fácil, en verdad, la crea- ceremonia religiosa. Pero la madre de Gam-
ción del orden nuevo. Gambetta trabaja inco- betta muere y el político va á quedarse solo con
sante para unificar las dispersas y contradicto- su pena. Léonie comprende, entonces, la nece-
rias voluntades de sus amigos y allegados. Un sidad de su asistencia y se dispone á constituir
día feliz en que pronunciaba u n discurso, vio el hogar tantas veces rechazado. fe-
reaparecer á la enlutada, menos enigmática poi Pero la felicidad no es duradera en este mun-
estar sonriente. Tiempo faltó al tribuno para do y son pobres ilusos los que en ella confían.
enviarla u n nuevo billete que, más afortunado U n a bala disparada estúpidamente hizo entrar
en la casa á la Separadora inflexible, á la Im- fe'
que el otro, fué á esconderse en el pecho de la
dama. placable, á la Destructora de t o d a dicha. Del
Pero no contestó ni volvió á la Asamblea. Al
poco tiempo, el azar los hizo coincidir en una
nido t a n caramente construido huyó la ilusión
y en él se aposentó el dolor... t
casa amiga. E s t a vez, G a m b e t t a evitó la reti- De esta manera acabó la novela de amor de
r a d a , abordando discretamente á la descono- Gambetta.
cida, siguiéndola cuando ella abandonó la casa, Versalles.-El molino del Pequeño Trianón HEBMÓGENES CENAMOR

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