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Dei Verbum

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Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 1

Constitución Dogmática
Dei Verbum
sobre la divina revelación

PROEMIO
1. El Santo Concilio, escuchando religiosamente la Palabra de Dios y proclamándola
confiadamente, hace cuya la frase de San Juan, cuando dice: “Os anunciamos la vida
eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó: lo que hemos visto y oído os lo
anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros, y esta
comunión nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,2–3). Por tanto
siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y Vaticano I, se propone exponer la
doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su transmisión para que todo el mundo,
oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame. 1

CAPÍTULO I: LA REVELACIÓN EN SÍ MISMA


Naturaleza y objeto de la revelación
2. Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su
voluntad (cf. Ef 1,9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado,
tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf.
Ef 2,18; 2 P 1,4). En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible (cf. Col 1,15; 1 Tm
1,17) habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15,14–15), movido por su gran
amor y mora con ellos (cf. Barn 3,8), para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos
en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente
conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación
manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las
palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero
la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la
revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación.2

Preparación de la revelación evangélica


3. Dios, creándolo todo (cf. Jn 1,3) y conservándolo por su Verbo, da a los hombres
testimonio perenne de sí en las cosas creadas (cf. Rm 1,19–20), y, queriendo abrir el
camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros
primeros padres ya desde el principio. Después de su caída alentó en ellos la esperanza de
la salvación, con la promesa de la redención (cf. Gn 3,15), y tuvo incesante cuidado del
género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la
perseverancia en las buenas obras (cf. Rm 2,6–7). En su tiempo llamó a Abraham para
hacerlo padre de un gran pueblo (cf. Gn 12,2–3), al que luego instruyó por los Patriarcas,
por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios único, vivo y verdadero, Padre
providente y justo juez, y para que esperaran al Salvador prometido, y de esta forma, a
través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio.
En Cristo culmina la revelación

1
Cf. SAN AGUSTÍN, De catechizandis rudibus 4,8 (PL 40,316).
2
Cf. Mt 11,27; Jn 1,14.17; 14,6; 17,1–3; 2 Co 3,16; 4,6; Ef 1,3–14.
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 2

4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas,
“últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo” (Hb 1,1–2). Pues envió a su Hijo, es
decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les
manifestara los secretos de Dios (cf. Jn 1,1–18); Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne,
“hombre enviado, a los hombres”, “habla palabras de Dios” (Jn 3,34) y lleva a cabo la obra
3

de la salvación que el Padre le confió (cf. Jn 5,36; 17,4). Por tanto, Jesucristo —ver al cual
es ver al Padre (cf. Jn 14,9)—, con su total presencia y manifestación personal, con
palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de
entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y
confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las
tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.
La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no
hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro
Señor Jesucristo (cf. 1 Tm 6,14; Tt 2,13).
La revelación hay que recibirla con fe
5. Cuando Dios revela hay que prestarle “la obediencia de la fe” (cf. Rm 16,26; 1,5; 2
Co 10,5–6), por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando “a Dios
revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad”, y asintiendo voluntariamente a
4

la revelación hecha por El. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene
y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a
Dios, abre los ojos de la mente y da “a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad”. Y 5

para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo
perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones.
Las verdades reveladas
6. Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los eternos
decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, “para comunicarles los
bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana”. 6

Confiesa el Santo Concilio “que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser
conocido con seguridad por la luz natural de la razón humana, partiendo de las criaturas”;
pero enseña que hay que atribuir a Su revelación “el que todo lo divino que por su
naturaleza no sea inaccesible a la razón humana lo pueden conocer todos fácilmente, con
certeza y sin error alguno, incluso en la condición presente del género humano”. 7

CAPÍTULO II: TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA


Los Apóstoles y sus sucesores, heraldos del Evangelio
7. Dispuso Dios benignamente que todo lo que había revelado para la salvación de los
hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las
generaciones. Por ello Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total del Dios sumo
(cf. 2 Co 1,20; 3,16–4,6), mandó a los Apóstoles que predicaran a todos los hombres el

3
Epist. ad Diognetum, 7, 4: FUNK, Patres Apostolici, I, p. 403.
4
CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide catholica, Dei Filius, cap. 3: DENZ. 1789 (3008).
5
CONC. ARAUS. II, can. 7: DENZ. 180 (377); CONC. VAT. I, l. c.: DENZ. 1791 (3010).
6
CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide catholica, Dei Filius, cap. 2: DENZ. 1786 (3005).
7
Ibid.: DENZ. 1785 et 1786 (3004 et 3005).
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 3

Evangelio, comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por los
8

Profetas, lo completó Él y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda la verdad
salvadora y de la ordenación de las costumbres. Lo cual fue realizado fielmente, tanto por
los Apóstoles, que en la predicación oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo que
habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o habían
aprendido por la inspiración del Espíritu Santo, como por aquellos Apóstoles y varones
apostólicos que, bajo la inspiración del mismo Espíritu, escribieron el mensaje de la
salvación. 9

Mas para que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia,


los Apóstoles dejaron como sucesores suyos a los Obispos, “entregándoles su propio cargo
del magisterio”. Por consiguiente, esta sagrada tradición y la Sagrada Escritura de ambos
10

Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios,
de quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verblo cara a cara, tal como es (cf. 1
Jn 3,2).
La Sagrada Tradición
8. Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los
libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua.
De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a
los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o por escrito (cf. 2
Ts 2,15), y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre (cf.
Jud 3). Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el
11

Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina,
en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es,
todo lo que cree.
Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del
Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras
12

transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su


corazón (cf. Lc 2,19.51) y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas
espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el
carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende
constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras
de Dios.
Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta tradición, cuyos
tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta
Tradición conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y la misma Sagrada
Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente operativa, y de
esta forma, Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su
amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y
por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la
palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col 3,16).
Mutua relación entre la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura

8
Cf. Mt. 28, 19-20 et Mc. 16, 15. CONC. TRID., Decr. De canonicis Scripturis: DENZ. 783 (1501).
9
Cf. CONC. TRID., l. c.; CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide catholica, Dei Filius, cap. 2: DENZ. 1787
(3006).
S. IRENEO, Adv. Haer., III, 3, 1: PG 7, 848; HARVEY, 2, p. 9.
10

Cf. CONC. NIC. II: DENZ. 303 (602). CONC. CONTANT. IV, Sess. X, can. I: DENZ. 336 (650-652).
11

Cf. CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide catholica, Dei Filius, cap. 4: DENZ. 1800 (3020).
12
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 4

9. Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y


compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto
modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la Palabra de Dios en
cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición
transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la Palabra de Dios, a ellos confiada
por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la
guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la
Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades
reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad. 13

Relación de una y otra con toda la Iglesia y con el Magisterio


10. La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito
sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo
santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, persevera
constantemente en la fracción del pan y en la oración (cf. Hch 8,42), de suerte que prelados
y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la
fe recibida. 14

Pero el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios escrita o transmitida ha 15

sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el


16

nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la Palabra de Dios,


sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y
con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone
con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad
revelada por Dios que se ha de creer.
Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio
de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal
forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo
la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.

CAPÍTULO III: INSPIRACIÓN DIVINA DE LA SAGRADA ESCRITURA Y SU


INTERPRETACIÓN
Se establece el hecho de la inspiración y de la verdad de la Sagrada Escritura
11. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada
Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. la santa Madre Iglesia, según
la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo
Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo (cf.
Jn 20,31; 2 Tm 3,16; 2 P 1,19–21; 3,15–16), tienen a Dios como autor y como tales se le
han entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a
17

13
Cf. CONC. TRID., Decr. De canonicis Scripturis: DENZ. 783 (1501).
14
Cf. PIUS XII, Const. Apost. Munificentissimus Deus, 1 nov. 1950: AAS 42 (1950), p. 756, relacionada
con las palabras de S. CIPRIANO, Epist. 66, 8: CSEL 3, 2, 733: “La Iglesia, pueblo aunado a su Sacerdote y
grey adherida a su Pastor”.
15
Cf. CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide catholica, Dei Filius, cap. 3: DENZ. 1792 (3011).
16
Cf. PIUS XII, Litt. Encycl. Humani Generis, 12 aug. 1950: AAS 42 (1950), pp. 568-569: DENZ. 2314
(3886).
17
Cf. CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide catholica, Dei Filius, cap. 2: DENZ. 1787 (3006). PONT.
COMM. BIBLICA, Decr. 18 iunii 1915: DENZ. 2180 (3629); EB 420. S. S. C. S. Officii, Epist. 22 dec. 1923:
EB 499.
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 5

hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando Él
18

en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería.
19 20

Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse
como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura
enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las
sagradas letras para nuestra salvación. Así, pues, “toda la Escritura es divinamente
21

inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de
que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para toda obra buena” (2 Tim 3,16–17).
Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura
12. Habiendo, pues, hablando Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera
humana, para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que Él quiso
22

comunicarnos, debe investigar con atención lo que pretendieron expresar realmente los
hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.
Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a “los
géneros literarios”. Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los
textos de diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros literarios.
Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el
hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los
géneros literarios usados en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor
23

sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las formas
nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo,
como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres. 24

Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con
que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no
25

menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en


cuanta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe. Es deber de los exegetas
trabajar según estas reglas para entender y exponer totalmente el sentido de la Sagrada
Escritura, para que, como en un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia. Por
que todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura, está sometido en
última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar y de
interpretar la Palabra de Dios. 26

Condescendencia de Dios
13. En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta, salva siempre la verdad y la santidad
de Dios, la admirable “condescendencia” de la sabiduría eterna, “para que conozcamos la

18
Cf. PIUS XII, Litt. Encycl. Divino afflante, 30 sept. 1943: AAS 35 (1943), p. 314; EB 556.
19
En y por el ho,bre: cf. Heb. 1, 1; 4, 7 (en): 2 S 23, 2; Mt. 1, 22 et passim (por); CONC. VAT. I: Schema
de doctr. cath., nota 9: Coll. Lac. VII, 522.
20
LEO XIII, Litt. Encycl. Providentissimus Deus, 18 nov. 1893: DENZ. 1952 (3293); EB 125.
21
Cf. SAN AGUSTÍN, De Gen. ad litt., 2, 9, 20: PL 34, 270-271; CSEL 28, 1, 46-47 y Epist. 82, 3: PL 33,
277; CSEL 34, 2, 354. STO. TOMÁS, De Ver., q. 12, a. 2, C. CONC. TRID., Decr. De canonicis Scripturis:
DENZ. 783 (1501). LEO XIII, Litt. Encycl. Providentissimus Deus: EB 121, 124, 126-127. PIUS XII, Litt.
Encycl. Divino afflante: EB 539.
22
Cf. SAN AGUSTÍN, De Civ. Dei, XVII, 6, 2: PL 41, 537; CSEL 40, 2, 228.
23
Cf. SAN AGUSTÍN, De Doctr. Christ., III, 18, 26: PL 34, 75-76; CSEL 80,95.
24
Cf. PIUS XII, l. c.: DENZ. 2294 (3829-3830); EB 557-562.
25
Cf. BENEDICTUS XV, Litt. Encycl. Spiritus Paraclitus, 15 sept. 1920: EB 469. SAN JERÓNIMO, In Gal.
5, 19-21: PL 26, 417 A.
26
Cf. CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide Catholica, Dei Filius, Cap. 2: DENZ. 1788 (3007).
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 6

inefable benignidad de Dios, y de cuánta adaptación de palabra ha uso teniendo providencia


y cuidado de nuestra naturaleza”. Porque las palabras de Dios expresadas con lenguas
27

humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del
Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres.

CAPÍTULO IV: EL ANTIGUO TESTAMENTO


La historia de la salvación consignada en los libros del Antiguo Testamento
14. Dios amantísimo, buscando y preparando solícitamente la salvación de todo el
género humano, con singular favor se eligió un pueblo, a quien confió sus promesas.
Hecho, pues, el pacto con Abraham (cf. Gn 15,18) y con el pueblo de Israel por medio de
Moisés (cf. Ex 24,8), de tal forma se reveló con palabras y con obras a su pueblo elegido
como el único Dios verdadero y vivo, que Israel experimentó cuáles eran los caminos de
Dios con los hombres, y, hablando el mismo Dios por los Profetas, los entendió más
hondamente y con más claridad de día en día, y los difundió ampliamente entre las gentes
(cf. Sal 21,28–29; 95,1–3; Is 2,1–4; Jr 3,17).
La economía, pues, de la salvación preanunciada, narrada y explicada por los autores
sagrados, se conserva como verdadera Palabra de Dios en los libros del Antiguo
Testamento; por lo cual estos libros inspirados por Dios conservan un valor perenne: “Pues
todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza, fue escrito, a fin de que por la paciencia y
por la consolación de las Escrituras estemos firmes en la esperanza” (Rm 15,4).
Importancia del Antiguo Testamento para los cristianos
15. La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar,
anunciar proféticamente (cf. Lc 24,44; Jn 5,39; 1 P 1,10) y significar con diversas figuras la
venida de Cristo redentor universal y la del Reino Mesiánico (cf. 1 Co 10,11). Mas los
libros del Antiguo Testamento manifiestan a todos el conocimiento de Dios y del hombre, y
las formas de obrar de Dios justo y misericordioso con los hombres, según la condición del
género humano en los tiempos que precedieron a la salvación establecida por Cristo. Estos
libros, aunque contengan también algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos,
demuestran, sin embargo, la verdadera pedagogía divina. Por tanto, los cristianos han de
28

recibir devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se
encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre la vida del
hombre, y tesoros admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el misterio de
nuestra salvación.
Unidad de ambos Testamentos
16. Dios, pues, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan
sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en
el Nuevo. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre (cf. Lc 22,20; 1
29

Co 11,25), no obstante los libros del Antiguo Testamento recibidos íntegramente en la


proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo
30

27
SAN JUAN CRISÓSTOMO, In Gen. 3, 8 (hom. 17, 1): PG 53, 134. “Adaptación” en griego se dice
synkatábasis.
Cf. PIUS XI, Litt. Encycl. Mit brennender Sorge, 14 martii 1937: AAS 29 (1937), p. 151.
28

Cf. SAN AGUSTÍN, Quaest. in Hept. 2, 73: PL 34,623.


29

Cf. S. IRENEO, Adv. Haer., III, 21, 3: PG 7, 950; (= 25,1: HARVEY, 2, p. 115). S. CIRILO DE JERUSALÉN,
30

Catech., 4, 35: PG 33, 497. TEODORO DE MOPSUESTIA, In Soph., 1, 4-6: PG 66, 452D-453A.
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 7

Testamento (cf. Mt 5,17; Lc 24,27; Rm 16,25–26; 2 Co 3,14–16), ilustrándolo y


explicándolo al mismo tiempo.

CAPÍTULO V: EL NUEVO TESTAMENTO


Excelencia del Nuevo Testamento
17. La palabra divina que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree (cf.
Rm 1,16), se presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del Nuevo
Testamento. Pues al llegar la plenitud de los tiempos (cf. Ga 4,4) el Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad (cf. Jn 1,14). Cristo instauró el Reino de
Dios en la tierra, manifestó a su Padre y a Sí mismo con obras y palabras y completó su
obra con la muerte, resurrección y gloriosa ascensión, y con la misión del Espíritu Santo.
Levantado de la tierra, atrae a todos a Sí mismo (cf. Jn 12,32), El, el único que tiene
palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68). pero este misterio no fue descubierto a otras
generaciones, como es revelado ahora a sus santos Apóstoles y Profetas en el Espíritu Santo
(cf. Ef 3,4–6), para que predicaran el Evangelio, suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y
congregaran la Iglesia. De todo lo cual los escritos del Nuevo Testamento son un
testimonio perenne y divino.
Origen apostólico de los Evangelios
18. Nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los
Evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que son el testimonio principal
de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador.
La Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen origen
apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, ellos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por
escrito, fundamento de la fe, es decir, el Evangelio en cuatro redacciones, según Mateo,
Marcos, Lucas y Juan. 31

Carácter histórico de los Evangelios


19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro
referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que
Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación
de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo (cf. Hch 1,1–2). Los Apóstoles, ciertamente,
después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y obrado,
con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos
gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron
32 33

los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de
palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las
Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos
comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su
34

memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes “desde el principio fueron testigos


oculares y ministros de la palabra” para que conozcamos “la verdad” de las palabras que
nos enseñan (cf. Lc 1,2–4).

Cf. S. IRENEO, Adv. Haer., III, II, 8: PG 7, 885; ed. SAGNARD, p. 194.
31

Cf. Jn 14,26; 16,13.


32

Cf. Jn 2,22; 12,16; comparado con Jn 14,26; 16,12–13; 7,39.


33

Cf. Instructio Sancta Mater Ecclesia a Pontificio Consilio Studiis Bibliorum provehendis edita: AAS 56
34

(1964), p. 715.
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 8

Los restantes escritos del Nuevo Testamento


20. El Canon del Nuevo Testamento, además de los cuatro Evangelios, contiene
también las cartas de San Pablo y otros libros apostólicos escritos bajo la inspiración del
Espíritu Santo, con los cuales, según la sabia disposición de Dios, se confirma todo lo que
se refiere a Cristo Señor, se declara más y más su genuina doctrina, se manifiesta el poder
salvador de la obra divina de Cristo, y se cuentan los principios de la Iglesia y su admirable
difusión, y se anuncia su gloriosa consumación.
El Señor Jesús, pues, estuvo con los Apóstoles como había prometido (cf. Mt 28,20) y
les envió el Espíritu Consolador, para que los introdujera en la verdad completa (cf. Jn
16,13).

CAPÍTULO VI: LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA


La Iglesia venera las Sagradas Escrituras
21. La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo
Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida,
tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia.
Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la
regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre,
comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu
Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles.
Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma
religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados
libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es
tanta la eficacia que radica en la Palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la
Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la
vida espiritual. Muy a propósito se aplican a la Sagrada Escritura estas palabras: “Pues la
Palabra de Dios es viva y eficaz” (Hb 4,12), “que puede edificar y dar la herencia a todos
los que han sido santificados” (Hch 20,32; cf. 1 Ts 2,13).
Se recomiendan las traducciones bien cuidadas
22. Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso a la Sagrada Escritura. Por
ello la Iglesia ya desde sus principios, tomó como suya la antiquísima versión griega del
Antiguo Testamento, llamada de los Setenta, y conserva siempre con honor otras
traducciones orientales y latinas, sobre todo la que llaman Vulgata. Pero como la Palabra de
Dios debe estar siempre disponible, la Iglesia procura, con solicitud materna, que se
redacten traducciones aptas y fieles en varias lenguas, sobre todo de los textos primitivos de
los sagrados libros. Y si estas traducciones, oportunamente y con el beneplácito de la
Autoridad de la Iglesia, se llevan a cabo incluso con la colaboración de los hermanos
separados, podrán usarse por todos los cristianos.
Deber de los católicos doctos
23. La esposa del Verbo Encarnado, es decir, la Iglesia, enseñada por el Espíritu Santo,
se esfuerza en acercarse, de día en día, a la más profunda inteligencia de las Sagradas
Escrituras, para alimentar sin desfallecimiento a sus hijos con la divina enseñanzas; por lo
cual fomenta también convenientemente el estudio de los Santos Padres, tanto del Oriente
como del Occidente, y de las Sagradas Liturgias.
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 9

Los exegetas católicos, y demás teólogos deben trabajar, aunando diligentemente sus
fuerzas, para investigar y proponer las Letras divinas, bajo la vigilancia del Sagrado
Magisterio, con los instrumentos oportunos, de forma que el mayor número posible de
ministros de la palabra puedan repartir fructuosamente al Pueblo de Dios el alimento de las
Escrituras, que ilumine la mente, robustezca las voluntades y encienda los corazones de los
hombres en el amor de Dios. 35

El Sagrado Concilio anima a los hijos de la Iglesia dedicados a los estudios bíblicos,
para que la obra felizmente comenzada, renovando constantemente las fuerzas, la sigan
realizando con todo celo, según el sentir de la Iglesia. 36

Importancia de la Sagrada Escritura para la Teología


24. La Sagrada Teología se apoya, como en cimientos perpetuos en la palabra escrita de
Dios, al mismo tiempo que en la Sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se
rejuvenece de continuo, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el
misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la Palabra de Dios y, por ser
inspiradas, son en verdad la Palabra de Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada
Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología. También el ministerio de la
37

Palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en que es
preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se
vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura.
Se recomienda la lectura asidua de la Sagrada Escritura
25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los
demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la
palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que
ninguno de ellos resulte “predicador vacío y superfluo de la Palabra de Dios que no la
escucha en su interior”, puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado,
38

sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina.


De igual forma el Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos en
particular a los religiosos, a que aprendan “el sublime conocimiento de Jesucristo” (Flp
3,8), con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. “Porque el desconocimiento de las
Escrituras es desconocimiento de Cristo”. Lléguense, pues, gustosamente, al mismo
39

sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura
espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y por otros medios, que con la aprobación o
el cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas partes.
Pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que
se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque “a Él hablamos cuando oramos, y a Él
oímos cuando leemos las palabras divinas”. 40

35
Cf. PIUS XII, Litt. Encycl. Divino afflante, 30 sept. 1943: EB 551, 553, 567. PONT. COMM. BIBLICA,
Instructio de S. Scriptura in Clericorum Seminariis et Religiosorum Collegiis recte docenda, 13 maii 1950:
AAS 42 (1950), pp. 495-505.
36
Cf. PIUS XII, ibidem: EB 569.
37
Cf. LEO XIII, Litt. Encycl. Providentissimus Deus: EB 114; BENEDICTUS XV, Litt. Encycl. Spiritus
Paraclitus, 15 sept. 1920: EB 483.
38
SAN AGUSTÍN, Serm. 179, 1: PL 38, 966.
39
SAN JERÑONIMO, Comm. in Is., Prol.: PL 24, 17. - Cf. BENEDICTUS XV, Litt. Encycl. Spiritus
Paraclitus: EB 475-480. PIUS XII, Litt. Enc. Divino afflante: EB 544.
40
SAN AMBROSIO, De officiis ministrorum, I, 20, 88: PL 16, 50.
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 10

Incumbe a los prelados, “en quienes está la doctrina apostólica”, instruir 41

oportunamente a los fieles a ellos confiados, para que usen rectamente los libros sagrados,
sobre todo el Nuevo Testamento, y especialmente los Evangelios por medio de
traducciones de los sagrados textos, que estén provistas de las explicaciones necesarias y
suficientes para que los hijos de la Iglesia se familiaricen sin peligro y provechosamente
con las Sagradas Escrituras y se penetren de su espíritu.
Háganse, además, ediciones de la Sagrada Escritura, provistas de notas convenientes,
para uso también de los no cristianos, y acomodadas a sus condiciones, y procuren los
pastores de las almas y los cristianos de cualquier estado divulgarlas como puedan con toda
habilidad.

EPÍLOGO
26. Así, pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados “la Palabra de Dios se
difunda y resplandezca” (2 Ts 3,1) y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene
más y más los corazones de los hombres. Como la vida de la Iglesia recibe su incremento
de la renovación constante del misterio Eucarístico, así es de esperar un nuevo impulso de
la vida espiritual de la acrecida veneración de la Palabra de Dios que “permanece para
siempre” (Is 40,8; cf. 1 P 1,23–25).
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Constitución Dogmática han obtenido
el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad
apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las aprobamos,
decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que lo así decidido
conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 18 de noviembre de 1965.

Yo, Pablo, obispo de la Iglesia Católica

41
S. IRENEO, Adv. Haer., IV, 32, 1: PG 7, 1071; (= 49, 2) HARVEY, 2, p. 255.

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