Dei Verbum
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Dei Verbum
Constitución Dogmática
Dei Verbum
sobre la divina revelación
PROEMIO
1. El Santo Concilio, escuchando religiosamente la Palabra de Dios y proclamándola
confiadamente, hace cuya la frase de San Juan, cuando dice: “Os anunciamos la vida
eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó: lo que hemos visto y oído os lo
anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros, y esta
comunión nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,2–3). Por tanto
siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y Vaticano I, se propone exponer la
doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su transmisión para que todo el mundo,
oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame. 1
1
Cf. SAN AGUSTÍN, De catechizandis rudibus 4,8 (PL 40,316).
2
Cf. Mt 11,27; Jn 1,14.17; 14,6; 17,1–3; 2 Co 3,16; 4,6; Ef 1,3–14.
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 2
4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas,
“últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo” (Hb 1,1–2). Pues envió a su Hijo, es
decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les
manifestara los secretos de Dios (cf. Jn 1,1–18); Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne,
“hombre enviado, a los hombres”, “habla palabras de Dios” (Jn 3,34) y lleva a cabo la obra
3
de la salvación que el Padre le confió (cf. Jn 5,36; 17,4). Por tanto, Jesucristo —ver al cual
es ver al Padre (cf. Jn 14,9)—, con su total presencia y manifestación personal, con
palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de
entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y
confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las
tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.
La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no
hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro
Señor Jesucristo (cf. 1 Tm 6,14; Tt 2,13).
La revelación hay que recibirla con fe
5. Cuando Dios revela hay que prestarle “la obediencia de la fe” (cf. Rm 16,26; 1,5; 2
Co 10,5–6), por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando “a Dios
revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad”, y asintiendo voluntariamente a
4
la revelación hecha por El. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene
y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a
Dios, abre los ojos de la mente y da “a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad”. Y 5
para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo
perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones.
Las verdades reveladas
6. Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los eternos
decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, “para comunicarles los
bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana”. 6
Confiesa el Santo Concilio “que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser
conocido con seguridad por la luz natural de la razón humana, partiendo de las criaturas”;
pero enseña que hay que atribuir a Su revelación “el que todo lo divino que por su
naturaleza no sea inaccesible a la razón humana lo pueden conocer todos fácilmente, con
certeza y sin error alguno, incluso en la condición presente del género humano”. 7
3
Epist. ad Diognetum, 7, 4: FUNK, Patres Apostolici, I, p. 403.
4
CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide catholica, Dei Filius, cap. 3: DENZ. 1789 (3008).
5
CONC. ARAUS. II, can. 7: DENZ. 180 (377); CONC. VAT. I, l. c.: DENZ. 1791 (3010).
6
CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide catholica, Dei Filius, cap. 2: DENZ. 1786 (3005).
7
Ibid.: DENZ. 1785 et 1786 (3004 et 3005).
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 3
Evangelio, comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por los
8
Profetas, lo completó Él y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda la verdad
salvadora y de la ordenación de las costumbres. Lo cual fue realizado fielmente, tanto por
los Apóstoles, que en la predicación oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo que
habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o habían
aprendido por la inspiración del Espíritu Santo, como por aquellos Apóstoles y varones
apostólicos que, bajo la inspiración del mismo Espíritu, escribieron el mensaje de la
salvación. 9
Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios,
de quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verblo cara a cara, tal como es (cf. 1
Jn 3,2).
La Sagrada Tradición
8. Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los
libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua.
De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a
los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o por escrito (cf. 2
Ts 2,15), y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre (cf.
Jud 3). Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el
11
Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina,
en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es,
todo lo que cree.
Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del
Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras
12
8
Cf. Mt. 28, 19-20 et Mc. 16, 15. CONC. TRID., Decr. De canonicis Scripturis: DENZ. 783 (1501).
9
Cf. CONC. TRID., l. c.; CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide catholica, Dei Filius, cap. 2: DENZ. 1787
(3006).
S. IRENEO, Adv. Haer., III, 3, 1: PG 7, 848; HARVEY, 2, p. 9.
10
Cf. CONC. NIC. II: DENZ. 303 (602). CONC. CONTANT. IV, Sess. X, can. I: DENZ. 336 (650-652).
11
Cf. CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide catholica, Dei Filius, cap. 4: DENZ. 1800 (3020).
12
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 4
13
Cf. CONC. TRID., Decr. De canonicis Scripturis: DENZ. 783 (1501).
14
Cf. PIUS XII, Const. Apost. Munificentissimus Deus, 1 nov. 1950: AAS 42 (1950), p. 756, relacionada
con las palabras de S. CIPRIANO, Epist. 66, 8: CSEL 3, 2, 733: “La Iglesia, pueblo aunado a su Sacerdote y
grey adherida a su Pastor”.
15
Cf. CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide catholica, Dei Filius, cap. 3: DENZ. 1792 (3011).
16
Cf. PIUS XII, Litt. Encycl. Humani Generis, 12 aug. 1950: AAS 42 (1950), pp. 568-569: DENZ. 2314
(3886).
17
Cf. CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide catholica, Dei Filius, cap. 2: DENZ. 1787 (3006). PONT.
COMM. BIBLICA, Decr. 18 iunii 1915: DENZ. 2180 (3629); EB 420. S. S. C. S. Officii, Epist. 22 dec. 1923:
EB 499.
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 5
hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando Él
18
en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería.
19 20
Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse
como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura
enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las
sagradas letras para nuestra salvación. Así, pues, “toda la Escritura es divinamente
21
inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de
que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para toda obra buena” (2 Tim 3,16–17).
Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura
12. Habiendo, pues, hablando Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera
humana, para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que Él quiso
22
comunicarnos, debe investigar con atención lo que pretendieron expresar realmente los
hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.
Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a “los
géneros literarios”. Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los
textos de diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros literarios.
Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el
hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los
géneros literarios usados en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor
23
sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las formas
nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo,
como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres. 24
Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con
que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no
25
Condescendencia de Dios
13. En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta, salva siempre la verdad y la santidad
de Dios, la admirable “condescendencia” de la sabiduría eterna, “para que conozcamos la
18
Cf. PIUS XII, Litt. Encycl. Divino afflante, 30 sept. 1943: AAS 35 (1943), p. 314; EB 556.
19
En y por el ho,bre: cf. Heb. 1, 1; 4, 7 (en): 2 S 23, 2; Mt. 1, 22 et passim (por); CONC. VAT. I: Schema
de doctr. cath., nota 9: Coll. Lac. VII, 522.
20
LEO XIII, Litt. Encycl. Providentissimus Deus, 18 nov. 1893: DENZ. 1952 (3293); EB 125.
21
Cf. SAN AGUSTÍN, De Gen. ad litt., 2, 9, 20: PL 34, 270-271; CSEL 28, 1, 46-47 y Epist. 82, 3: PL 33,
277; CSEL 34, 2, 354. STO. TOMÁS, De Ver., q. 12, a. 2, C. CONC. TRID., Decr. De canonicis Scripturis:
DENZ. 783 (1501). LEO XIII, Litt. Encycl. Providentissimus Deus: EB 121, 124, 126-127. PIUS XII, Litt.
Encycl. Divino afflante: EB 539.
22
Cf. SAN AGUSTÍN, De Civ. Dei, XVII, 6, 2: PL 41, 537; CSEL 40, 2, 228.
23
Cf. SAN AGUSTÍN, De Doctr. Christ., III, 18, 26: PL 34, 75-76; CSEL 80,95.
24
Cf. PIUS XII, l. c.: DENZ. 2294 (3829-3830); EB 557-562.
25
Cf. BENEDICTUS XV, Litt. Encycl. Spiritus Paraclitus, 15 sept. 1920: EB 469. SAN JERÓNIMO, In Gal.
5, 19-21: PL 26, 417 A.
26
Cf. CONC. VAT. I, Const. dogm. de fide Catholica, Dei Filius, Cap. 2: DENZ. 1788 (3007).
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 6
humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del
Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres.
recibir devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se
encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre la vida del
hombre, y tesoros admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el misterio de
nuestra salvación.
Unidad de ambos Testamentos
16. Dios, pues, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan
sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en
el Nuevo. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre (cf. Lc 22,20; 1
29
27
SAN JUAN CRISÓSTOMO, In Gen. 3, 8 (hom. 17, 1): PG 53, 134. “Adaptación” en griego se dice
synkatábasis.
Cf. PIUS XI, Litt. Encycl. Mit brennender Sorge, 14 martii 1937: AAS 29 (1937), p. 151.
28
Cf. S. IRENEO, Adv. Haer., III, 21, 3: PG 7, 950; (= 25,1: HARVEY, 2, p. 115). S. CIRILO DE JERUSALÉN,
30
Catech., 4, 35: PG 33, 497. TEODORO DE MOPSUESTIA, In Soph., 1, 4-6: PG 66, 452D-453A.
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 7
los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de
palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las
Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos
comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su
34
Cf. S. IRENEO, Adv. Haer., III, II, 8: PG 7, 885; ed. SAGNARD, p. 194.
31
Cf. Instructio Sancta Mater Ecclesia a Pontificio Consilio Studiis Bibliorum provehendis edita: AAS 56
34
(1964), p. 715.
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 8
Los exegetas católicos, y demás teólogos deben trabajar, aunando diligentemente sus
fuerzas, para investigar y proponer las Letras divinas, bajo la vigilancia del Sagrado
Magisterio, con los instrumentos oportunos, de forma que el mayor número posible de
ministros de la palabra puedan repartir fructuosamente al Pueblo de Dios el alimento de las
Escrituras, que ilumine la mente, robustezca las voluntades y encienda los corazones de los
hombres en el amor de Dios. 35
El Sagrado Concilio anima a los hijos de la Iglesia dedicados a los estudios bíblicos,
para que la obra felizmente comenzada, renovando constantemente las fuerzas, la sigan
realizando con todo celo, según el sentir de la Iglesia. 36
Palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en que es
preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se
vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura.
Se recomienda la lectura asidua de la Sagrada Escritura
25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los
demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la
palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que
ninguno de ellos resulte “predicador vacío y superfluo de la Palabra de Dios que no la
escucha en su interior”, puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado,
38
sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura
espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y por otros medios, que con la aprobación o
el cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas partes.
Pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que
se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque “a Él hablamos cuando oramos, y a Él
oímos cuando leemos las palabras divinas”. 40
35
Cf. PIUS XII, Litt. Encycl. Divino afflante, 30 sept. 1943: EB 551, 553, 567. PONT. COMM. BIBLICA,
Instructio de S. Scriptura in Clericorum Seminariis et Religiosorum Collegiis recte docenda, 13 maii 1950:
AAS 42 (1950), pp. 495-505.
36
Cf. PIUS XII, ibidem: EB 569.
37
Cf. LEO XIII, Litt. Encycl. Providentissimus Deus: EB 114; BENEDICTUS XV, Litt. Encycl. Spiritus
Paraclitus, 15 sept. 1920: EB 483.
38
SAN AGUSTÍN, Serm. 179, 1: PL 38, 966.
39
SAN JERÑONIMO, Comm. in Is., Prol.: PL 24, 17. - Cf. BENEDICTUS XV, Litt. Encycl. Spiritus
Paraclitus: EB 475-480. PIUS XII, Litt. Enc. Divino afflante: EB 544.
40
SAN AMBROSIO, De officiis ministrorum, I, 20, 88: PL 16, 50.
Concilio Vaticano II – Constitución Dei Verbum 10
oportunamente a los fieles a ellos confiados, para que usen rectamente los libros sagrados,
sobre todo el Nuevo Testamento, y especialmente los Evangelios por medio de
traducciones de los sagrados textos, que estén provistas de las explicaciones necesarias y
suficientes para que los hijos de la Iglesia se familiaricen sin peligro y provechosamente
con las Sagradas Escrituras y se penetren de su espíritu.
Háganse, además, ediciones de la Sagrada Escritura, provistas de notas convenientes,
para uso también de los no cristianos, y acomodadas a sus condiciones, y procuren los
pastores de las almas y los cristianos de cualquier estado divulgarlas como puedan con toda
habilidad.
EPÍLOGO
26. Así, pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados “la Palabra de Dios se
difunda y resplandezca” (2 Ts 3,1) y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene
más y más los corazones de los hombres. Como la vida de la Iglesia recibe su incremento
de la renovación constante del misterio Eucarístico, así es de esperar un nuevo impulso de
la vida espiritual de la acrecida veneración de la Palabra de Dios que “permanece para
siempre” (Is 40,8; cf. 1 P 1,23–25).
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Constitución Dogmática han obtenido
el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad
apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las aprobamos,
decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que lo así decidido
conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 18 de noviembre de 1965.
41
S. IRENEO, Adv. Haer., IV, 32, 1: PG 7, 1071; (= 49, 2) HARVEY, 2, p. 255.