Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

The Land Where Sinners Atone - V.F. Mason

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 493

¡Importante!

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene costo
alguno. Es una traducción hecha por fans y para fans. Si el libro logra llegar a tu
país, te animamos a adquirirlo. No olvides que también puedes apoyar a la
autora siguiéndola en sus redes sociales, recomendándola a tus amigos,
promocionando sus libros e incluso haciendo una reseña en tu blog o foro. Por
favor no menciones por ningún medio social donde pueda estar la autora o sus
fans que haz leído el libro en español si aun no lo ha traducido ninguna
editorial, recuerda que estas traducciones no son legales, asi que cuida nuestro
grupo para que asi puedas llegar a leer muchos mas libros en español.

SIGUENOS EN NUESTRAS REDES SOCIALES:

Instagram: Team_Fairies
Facebook: Team Fairies
Hada Elga

Hada Tetis Hada Zephyr

Hada Muirgen
Sinopsis
Érase una vez cuando ella se convirtió en mía. Mía para destruir.

Solía tenerlo todo.


Una carrera exitosa.
Un marido cariñoso que me adoraba.
Un futuro lleno de posibilidades.
Un cuento de hadas perfecto que nada podía romper.
Hasta que un día, la vida tal y como la conocía se rompió en pedacitos.
Me acusaron de un asesinato que no cometí.
Y no importa cuánto rogué por justicia, nadie me creyó.
Y mucho menos el hombre que prometió estar a mi lado en todo momento.
¿Y el marido de la mujer que supuestamente maté?
Juró que viviría en un infierno en la tierra, y ni siquiera eso sería suficiente para expiar
mi pecado.
Sus palabras resonaban en mis oídos cada día mientras la vida se convertía en una
pesadilla interminable.
Con el tiempo, llegué a odiarlo tanto que mi corazón ardía por ello.
Hasta que tres años después se encontraron nuevas evidencias.
Y todos creyeron mi verdad.
Puede que sea libre, pero sigo siendo parte de un juego retorcido al que está jugando el
monstruo.
¿Y la única manera de sobrevivir en él?
Confiar en un hombre al que prometí odiar hasta mi último aliento.
Prólogo
Llévame a la tierra donde los pecadores expían…
Donde el sol brilla con fuerza y las pesadillas no llegan.
Ahí, tu muerte no es el precio que tienes que pagar,
Y el diablo no requiere tu alma a cambio.

Llévame a la tierra donde los pecadores expían…


Donde a uno se le permite llorar de desesperación.
Allí, la gente no te juzga por tu pasado,
Y los seres queridos te creen, pase lo que pase.

Llévame a la tierra donde los pecadores expían…


Donde el amor significa más.
Ahí, no puedes retirarlo,
Y tus almas gemelas no te dan la espalda cuando ardes en el infierno.

Llévame a la tierra donde los pecadores expían…


Capítulo 1
-La vida es más cruel con quien menos lo espera.
~Phoenix

Phoenix

—Es la última vez que te hacemos una oferta. Mi consejo es que la acep-
tes. La única razón por la que está sobre la mesa es porque has salvado la vida
de mi mujer —dice el fiscal del distrito, empujando el papel en mi dirección
mientras lo miro aturdida, odiando esta oficina cada vez más con cada segundo
que pasa.
El reloj hace un fuerte tic tac en la oficina, irritando mis nervios con el
tic tac tic tac como si se burlara de mí por tomarme mi tiempo cuando mi desti-
no ya está decidido.
Recordándome que toda mi vida depende de la decisión que voy a tomar,
que el tiempo se acaba, pero, ¿cómo puedo firmar el papel que me destruirá pa-
ra siempre?
El fiscal resopla exasperado, se ajusta las gafas en la nariz y me dirige
una mirada severa que no me recuerda en nada al hombre que caminaba por los
pasillos del hospital mientras yo realizaba varias pruebas en el cerebro de su
mujer durante mi último año de residencia psiquiátrica. Me di cuenta de un pat-
rón. Le habían diagnosticado esquizofrenia durante años, pero no encajaba con
todos los resultados hasta que descubrí que los otros médicos habían cometido
un error y que todas las alucinaciones de las que hablaba eran causadas por el
tumor oculto en su cerebro.
Mi abogado me da un codazo dolorosamente en el costado, sacándome
de los recuerdos y cambio mi atención a él.
Es un hombre calvo de mediana edad que lleva un traje negro demasiado
ajustado y unos zapatos de cuero desgastados que han visto días mejores. Su
maletín tiene varios agujeros; es un milagro que no se caiga a pedazos.
El Sr. Rick tamborilea nerviosamente sobre la mesa, claramente harto de
mi comportamiento, ¿quién podría culparlo? El estado de Nueva York me lo
asignó, ninguno de los abogados famosos quería trabajar conmigo. Como me
dijo uno de ellos, habría sido un suicidio social y profesional. Incluso mi propio
abogado, que prometió apoyarme en todo, me rechazó.
Mi propio abogado es mi marido.
Nadie quería proteger a una asesina despiadada.
O al menos eso es lo que todos piensan de mí.
Se dirige a mí, con la voz vacía de cualquier emoción, como siempre,
aunque no me extraña que tenga el labio superior curvado de disgusto cada vez
que me mira.
—Señorita Hale, de esta manera tendrás de diez a quince años en lugar
de cadena perpetua sin libertad condicional. Tienen los mejores abogados del
mundo; sin mencionar que todos están de su lado. El juez y el jurado no te dej-
arán salir de esa sala como una mujer libre. Especialmente considerando que no
estás confesando. Entonces, ¿por qué nos harías pasar por ese infierno por na-
da?
—Ellos —son los Kings, una de las familias más influyentes del mundo,
cuyo patrimonio neto varía entre los diez a quince mil millones de dólares. Su
misión es castigarme tanto como sea posible.
Creen que me lo merezco por haber matado a su preciosa nuera, la espo-
sa de Zachary King.
No pasará un día sin que te arrepientas de lo que hiciste. La prisión es
solo el comienzo, Phoenix.
Sus palabras resuenan en mis oídos cada vez que su nombre surge, sus
atormentados ojos verdes aparecen en mi mente.
De todos modos, ¿qué puede hacer peor? Ya me quitó todo lo que amaba
y lo pisoteó antes de quemar los cimientos de mi mundo.
Solo me quedan las cenizas de la vida que una noche tan descuidadamen-
te destrozó.
Me aclaro la garganta y hablo a través del dolor.
—Yo no lo hice. ¿Por qué nadie me escucha? —Mis palabras son apenas
audibles, pero las han oído, porque ambos exhalan con fuerza. Sin embargo, su
silencio es una respuesta en sí misma, ¿no?
Esa es la reacción que obtengo siempre que intento defenderme, un silen-
cio que bien podría haber sido un grito, ensordeciéndome por la intensidad de
su odio.
Apretando mi falda entre las manos, me limpio las palmas sudorosas en
ella y me pregunto cómo ha cambiado el material en los últimos seis meses.
La mayor parte de mi ropa quedó destrozada cuando Sebastian la rom-
pió, gritando que nunca debió creerme, y luego recogió sus pertenencias, deján-
dome sola en nuestro lujoso ático.
Unos días después, recibí los papeles del divorcio a través de su aboga-
do; el amor de mi vida, que me había prometido el mundo, no quería saber nada
de mí.
Puff.
Así de fácil, el cuento de hadas se hizo añicos.
Y solo tengo un desgastado traje que ponerme.
—Phoenix, no tienes pruebas que respalden tu declaración. Ellos sí, pero
yo te creo. —Un jadeo de sorpresa se escapa de mis labios mientras levanto la
mirada hacia el fiscal, y él sonríe con tristeza—. Por eso te digo que aceptes el
trato. Tienes veintinueve años, toda tu vida por delante.
Apenas contengo la risa hueca que amenaza con escaparse, porque sen-
cillamente… a partir de ahora, no tengo vida.
Zachary King me la arrebató.
Pero a pesar de lo que todo el mundo cree, y me grita a la cara que estoy
mejor en el infierno por lo que he hecho… sigo queriendo vivir, desesperada-
mente. Tal vez para demostrar a la gente que no merezco todas sus acusaciones,
aunque las pruebas me señalen.
¿Y qué tan tonto es eso?
Con manos temblorosas, tomo el bolígrafo y firmo el papel, el sonido de
los arañazos resuena en la habitación y pongo el último clavo en mi ataúd.
Soy una superviviente de muchas cosas, pero incluso los supervivientes
saben cuándo rendirse.
Capítulo 2
—El amor solo ocurre una vez en la vida. Y como tal, destruiré a quien me
lo arrebató.
~Zachary

Zachary

Apretando con fuerza la barandilla del balcón, observo la playa mientras


la puesta de sol toca lentamente el agua, cubriendo todo de una belleza sobreco-
gedora que el ser humano no puede recrear por mucho que lo intente.
Las gaviotas graznan con fuerza por encima de mi cabeza, mientras la li-
gera brisa toca suavemente mi mejilla y me recuerda una vez más mi intermi-
nable soledad.
—¿Por qué tan serio, Sr. King? —Angelica pregunta mientras baila en
el océano y me hace señas con las manos para que me una a ella. Niego con la
cabeza, todavía hipnotizado por su belleza, y me pregunto cómo es posible que
una mujer tan perfecta se convierta en la mía.
Se ríe a carcajadas, un sonido que me parece la mejor música del mun-
do, y se lanza a mis brazos, salpicándonos con el agua. Me besa en la boca, mi-
entras todo su cuerpo se aprieta contra mí.
Mi único amor en la vida.
Miro el anillo de oro que brilla en mi dedo y lo acaricio suavemente, de-
seando que estuviera aquí conmigo, bromeando sobre como el hombre que juró
no casarse nunca le propuso matrimonio en la misma playa.
Angelica, mi ángel.
Con la profunda tristeza que aplasta mi maldita alma llega la furia que
hierve en mi sangre, exigiendo que borre todo lo que se interpone en mi cami-
no.
Sacando mi teléfono del bolsillo trasero, marco el número de Zeke. Lo
agarra al tercer timbre.
—¿Cuándo es la audiencia?
Hay una pausa larga y luego dice:
—Le ofrecieron un trato. Ella lo firmó —Las cortinas se mueven en dife-
rentes direcciones cuando entro desde el balcón a la habitación, presionando el
teléfono con fuerza contra mi oído mientras la información penetra en mi cereb-
ro.
¡De ninguna maldita manera!
—¿Ella consiguió qué? —pregunto, apenas deteniéndome de romper el
teléfono en mi mano, y no lo escucho corregirme.
En cambio, se oye un fuerte suspiro al otro lado de la línea.
—Zachary, no sé cómo, pero el fiscal le ha concedido el trato. Estará en
prisión preventiva entre diez y quince años, pero creo que serán unos ocho.
Normalmente, es cuando empiezan a apelar para obtener la libertad condicional
antes.
La bestia ruge en mi interior, necesitando una venganza llena de sangre y
sin obtener nada.
La asesina de mi Angelica solo pasará unos años entre rejas… ¿y luego
qué? ¿Tendrá la posibilidad de vivir feliz para siempre? ¿Como si lo que hizo
no importara y pudiera ser olvidado?
¿Se ha vuelto loco?
—Te contraté, porque eres el mejor. —Mi voz se vuelve fría y distante,
mientras hago girar un encendedor en mi mano—. Ahora veo el error de mis
métodos.
—Zachary, no hay mucho que podamos hacer en esta situación. Además,
todo este caso me parece muy extraño, pero no quieres ver…
No tengo tiempo para sus excusas o tonterías. Si la gente no puede ofre-
cerme lo mejor, no es digna de mi tiempo ni de mi dinero.
—Si no puedes conseguir un castigo apropiado, lo haré yo. —Como si-
empre, no debería haber confiado tanto en el sistema judicial; hay algunas cosas
que un hombre tiene que manejarlas por sí mismo.
—¿Qué se supone que significa eso? —No respondo, y él cambia su tono
de exasperación a preocupación—. No hagas nada de lo que puedas arrepentirte
después, Zach.
¿Arrepentirme? Nunca.
Phoenix Hale mató a la mujer que amo, mi esposa, mi única salvación en
este mundo oscuro.
Mi mejor amiga.
Ningún precio que ella pueda pagar será suficiente para mí. No descansa-
ré hasta que muera desangrada en el suelo de la prisión, suplicando perdón, e
incluso entonces, no se lo concederé.
A partir de ahora, su vida será un infierno, una pesadilla interminable
que hará que se arrepienta de haberse cruzado en mi camino.
Soy Zachary King.
Y lo que Zachary King quiere, lo consigue.
Capítulo 3
—Hay un dicho que dice que el infierno no es un lugar mítico de abajo, si-
no que el infierno está en la tierra, ya que las personas son castigadas por el
pecado principal.
El diablo vive entre todos nosotros.
Nunca lo creí… hasta que me crucé con el hombre equivocado.
Si el diablo tiene una forma humana en esta tierra… es Zachary King.
~Phoenix

Phoenix

Los pesados pasos resuenan en el pasillo mientras lo atravesamos, mis


manos llenas de las cosas que me dio la prisión federal. La guardia respira pesa-
damente detrás de mí, y cada resoplido indica cuánto me odia.
Según ella, criaturas como yo, que matan a personas en un accidente
automovilístico y luego actúan como si fueran inocentes, no merecen nada más
que sufrimiento, e incluso la cárcel no es suficiente.
Por lo visto, el corredor de la muerte es el lugar más apropiado para no-
sotros, para que no cometamos mierdas como esa, una vez que estemos afuera.
Se las arregló para escupir en mi cara antes que alguien la viera, y por el
brillo en sus ojos, supe que debía mantener la boca cerrada o arriesgarme a me-
terme en problemas aún mayores.
Además, no es nada nuevo.
En los últimos seis meses, me tiraron tomates, plátanos, huevos y, a ve-
ces, incluso piedras con fuertes gritos de lo bien que debo dormir por la noche
después de lo que he hecho.
En la sociedad actual, no necesitas hacer mucho para ganarte su odio, en-
tonces, si matas a una mujer amada y la noticia se esparce por todo el mundo…
¿Esa mujer es la famosa ex modelo que participó en varias organizaci-
ones benéficas y ayudó a fundar organizaciones para ayudar a niños enfermos?
Estás acabada para siempre.
Y a quién le importaba la gente si Sebastian estaba de pie junto a los
Kings durante la audiencia, sin prestarme atención, pero cada vez que sus ojos
azules como el cristal se posaban en mí, se llenaban de un asco que me golpe-
aba tan fuerte que a veces olvidaba cómo respirar.
En todo este mundo, él era mi única familia y mi salvación en la oscuri-
dad, un hombre que prometió llenar todos los vacíos creados por mis padres que
me dejaron en la puerta de una iglesia con una carta de disculpa. No podían so-
portar tener un hijo.
Irónicamente, este mismo hombre me demostró que la sangre es más es-
pesa que el agua, y al final del día… tus amigos, tu marido y tus colegas se
pondrán del lado de la sociedad, dejándome pudrir en este infierno sola.
Tal vez si tuviera una familia, todo sería diferente, pero la vida me ha en-
señado que los y si no traen nada más que dolor.
Estoy tan sumida en mis pensamientos que no me doy cuenta de la puerta
que tengo delante y me golpeo la cabeza con ella, luego retrocedo para frotarme
la frente.
La guardia que está detrás de mí suelta una risita, empujándome a un la-
do, y tropiezo un poco mientras ella saca sus llaves, cuyo sonido de timbre me
irrita los nervios, y las introduce dentro de la cerradura, informándome.
—La vida aquí no será un cuento de hadas, Phoenix. Sin mencionar que
tienes la habitación con los criminales más peligrosos. —Me quedo en silencio,
apartando la mirada y deseando no escucharla ni permitir que el miedo se hunda
en mis huesos ante la perspectiva de enfrentarme a todas estas personas—.
Mantén los ojos bien abiertos. —Con esto, abre la puerta y me empuja brusca-
mente adentro, el uniforme en mis manos casi se desliza entre mis dedos, pero
luego me quedo erguida cuando veo a tres mujeres mirándome, cada una con el
mismo uniforme naranja.
Casi se me cae la cara de vergüenza, porque ¿qué otra cosa se supone
que deben llevar?
—Tienen una recién llegada, señoras. Disfruten. —Cierra la puerta y el
chasquido metálico de la cerradura consolida mi estancia aquí. Evalúo rápida-
mente a la gente que me rodea, sabiendo que cada detalle es importante.
Como encontrar al líder de la manada que tiene el poder de salvarte o
destruirte.
Una de ellas es rubia, su cabello apenas le llega a la punta de las orejas
mientras varios tatuajes cubren su cuello y sus brazos. Es más alta que yo, pro-
bablemente unos cinco centímetros, y sus fríos ojos marrones me escrutan de
pies a cabeza antes de mirar en dirección a la mujer mayor sentada en la cama,
con el cabello oscuro recogido en una gruesa trenza. La mujer mayor tiene la pi-
el bronceada con varias venas grandes en el cuello, y el mismo número de tatua-
jes adornan su piel. Por la forma en que su pecho sube y baja rápidamente, creo
que le falta el aire. ¿Cuándo fue la última vez que se revisó el corazón?
Para.
Odio como mi instinto médico se despierta cada vez que veo a alguien
que necesita ayuda médica. Es difícil desconectarse de algo que ha sido una
constante en su vida durante los últimos diez años, desde que me uní a la escu-
ela de medicina a la edad de diecinueve años debido a que soy mucho más inte-
ligente que el estudiante promedio.
Sin embargo, debe ser la líder; Eso explicaría el desafío en sus ojos, casi
retándome a que la cague para que ella tenga la oportunidad de mostrar su do-
minio.
—Nombre —dice, pero suena más como una orden.
Me lamo los labios y aprieto la ropa con más fuerza.
—Phoenix Hale.
La mujer mayor chasquea los dedos varias veces antes de dirigirse a la
tercera mujer que está de pie junto a ella, con su atrevido cabello y su piel páli-
da cubierta de piercings y tatuajes, aunque sus ojos violetas permanecen ilegib-
les.
—Recuérdame, Haley, ¿qué sabemos de este nombre?
Espera un momento antes de responder.
—Accidente de atropello y fuga que involucra a Angelica King. La evi-
dencia mostró que estaba borracha. La mujer murió a causa de las heridas casi
instantáneamente. —Mi corazón se acelera dolorosamente cuando enumera mis
crímenes con su tono indiferente, cada palabra como un cuchillo afilado apuña-
lándome en el pecho, porque me describe como un monstruo.
Un ser humano horrible que se merece lo peor, porque no tiene compasi-
ón ni corazón.
Excepto que eso no es cierto —o al menos yo creo que no es cierto—,
pero nadie quiere escucharme. A veces me pregunto qué pasaría ¿y si imaginara
todas mis excusas y, en verdad, hiciera lo que la gente me acusa?
Pero esos pensamientos son aún más aterradores e hirientes que la traici-
ón de mis amigos y mi marido, así que es más fácil creer en mí.
De lo contrario, no sobreviviré en este infierno, y lo necesito desespera-
damente, porque tengo una razón para vivir.
—Bien. La perra de corazón frío que merece morir, según… bueno… to-
do el mundo —dice la mujer mayor, una sonrisa curvando sus labios, y se le-
vanta fácilmente, para mi sorpresa, caminando hacia mí y atrapando mi barbilla
entre sus dedos. Se clavan dolorosamente en mi mandíbula, pero no muestro
ninguna reacción.
No muestres tu debilidad a los enemigos o encontrarán otros nuevos.
Abre el cuchillo—¿cómo se le permite tener esas cosas aquí? —y me
presiona la punta en la mejilla, deslizándola suavemente hacia delante y hacia
atrás, pellizcando la piel, pero sin extraer sangre.
—Eres demasiado bonita. ¿Deberíamos dejar una cicatriz para darte la
bienvenida a bordo?
La respiración se entrecorta en mis pulmones. Me tenso interiormente es-
perando algún tipo de golpe, pensando frenéticamente en cómo protegerme, pe-
ro parpadeo confundida cuando se ríe, apartándose de mí.
—¿Es esto lo que esperabas, niña? —pregunta, volviendo a su cama y
dejándose caer sobre ella, para luego volver a agarrar su libro y ponerse los len-
tes de lectura—. Todas en esta celda se ocupan de sus propios asuntos, y nadie
es un santo. Dicho esto, hay una recompensa por tu cabeza. Mantén los ojos
abiertos, Phoenix, o no quedarán de ti más que cenizas.
Con eso, todas vuelven a sus cosas, prestándome cero atenciones, y yo
me dirijo a la cama vacía en la esquina de la izquierda, sentándome con cuidado
mientras me froto el estómago suavemente sin que nadie lo note.
Aunque, este secreto saldrá a la luz más temprano que tarde, pero hasta
entonces, no quiero que nadie lo sepa. Ser vulnerable en este lugar no es una
opción, e incluso si los internos actúan con normalidad…
Hay una recompensa por mi cabeza, y no tengo que preguntarme quién
puso el alto precio.
Por eso necesito que Sebastian lea mi carta, en la que le ruego que se re-
úna conmigo, que me escuche por última vez, para que me ayude en esto. El
hombre que conozco no le daría la espalda a esto.
Puede que me odie, pero no odiará lo que hemos creado.
Sin embargo, todos mis mensajes hasta ahora no han sido respondidos,
aunque espero que lea el que le dio mi abogado.
Entonces podré morir para siempre en este lugar en una agonía intermi-
nable mientras él se asegure que lo más querido de mi corazón esté a salvo de
cualquier daño.
¿Pero hasta entonces?
Mantendré los ojos bien abiertos, como sugirió la señora mayor.

♦♦♦
El fuerte timbre resonando en la celda me despierta poniéndome la piel
de gallina. Al instante, un dolor de cabeza me invade, recordando mi falta de
sueño anterior, y hago una pequeña mueca de angustia.
Oigo fuertes gritos en el pasillo junto con golpes.
—Todos, levántense. Desayuno en cinco minutos. —La cerradura se gira
y las puertas se abren mientras las mujeres de la celda se levantan.
Haley tuerce el cuello de lado a lado, haciendo que los crujidos resuenen
en el espacio.
—Esa maldita guardia nueva es tan ruidosa que me sorprende que aún
tenga voz.
La mujer rubia se ríe ante esto, y noto su mirada fija en mí, levantando la
barbilla en mi dirección.
—Me llamo Sara. —Señala a la señora mayor que sigue roncando—. Esa
es Kathy. No soy tan amable como ella. —Casi suelto una carcajada histérica
ante esto, porque, ¿no fue la supuesta mujer amable la que me puso un cuchillo
en la cara anoche? —. Así que, si nos traes alguna mierda, te cortaré el cuello.
—Hace el movimiento de corte en su cuello—. Y puf, te habrás ido.
—Tendrías que llegar a mi arteria para eso —digo, balanceando mis pies
en el suelo y notando lo hinchadas que están mis piernas. Anoche no tomé sufi-
cientes líquidos y ahora estoy pagando el precio por ello. Moviendo los dedos
de los pies de un lado a otro, tardo un segundo en darme cuenta que ambas me
están mirando fijamente, así que me explico—. Si quieres que alguien muera rá-
pidamente, tienes que ir por la arteria. El sangrado será tan severo que les será
imposible sobrevivir. Al menos, no he conocido a nadie que haya vivido hasta
ahora en mi vida.
Y probablemente no lo haga, porque mi carrera de medicina ha termina-
do. No hay luz al final del túnel para mí sobre esto. Cuando este encarcelamien-
to termine, nadie me dará un trabajo.
Un sueño por el que me he dejado la piel ha desaparecido en un abrir y
cerrar de ojos.
Sara se frota la barbilla y pregunta:
—¿También mataste a alguien en el pasado y te atraparon recientemente
por otro crimen?
—Soy médico. —Me corrijo interiormente y gimo ante mi estupidez por
haberlo expresado así. Lo último que necesito es añadir otra muerte a mi reputa-
ción.
Pero, de nuevo, tal vez en un lugar como este, esa reputación podría ser
lo que me salve. O darme el estatus de inmunidad ante algunos de los reclusos.
Quién quiere amenazar a un asesino, ¿verdad?
Sin embargo, prefiero mantener el hecho que me especialicé en psiquiat-
ría para mí. En circunstancias normales, la gente podría sentirse incómoda en
mi compañía, pensando que estudio todos sus movimientos.
Además, aún sé cómo curar a alguien, porque recibí la misma formación
médica que todos los demás en mis primeros ocho años de estudio, así que,
¿qué tan difícil será fingir?
Ambas parpadean y luego se encogen de hombros, golpeando la puerta y
haciendo un gesto con la cabeza hacia ella. Haley dice:
—Vamos a comer. Kathy… —Se dirige a la mujer, sacudiendo un poco
su hombro hasta que finalmente sus ojos se abren—. El desayuno está listo.
Kathy se hace a un lado y aparta la mano, indicando silenciosamente que
no está interesada, creo.
Las mujeres comparten una mirada y luego arrastran los pies hacia la pu-
erta, y rápidamente las sigo, colocando mi mano en mi estómago cuando su fu-
erte estruendo llena la celda.
No he comido nada desde la noche anterior, y en mi estado, no es reco-
mendable, pero entonces las salas del tribunal no proporcionaban mucha comi-
da, y me las arreglé para comprarme un sándwich antes que el juez congelara
todas mis cuentas, recogiendo dinero de ellas para pagar mi multa.
Combinado con el hecho que Sebastian me dejó sin un céntimo, una vez
que salga de la cárcel, no tendré reputación, ni pasado, ni nada.
Incluso el futuro como mujer libre me parece deprimente, ¿y qué tan trá-
gico es eso?
Al salir al pasillo, veo a otras reclusas saliendo de sus celdas, todas con
el asqueroso uniforme naranja, pero extrañamente todas están súper tranquilas.
Algunas de ellas incluso se sonríen entre sí y se ríen, mientras que otras balan-
cean los brazos hacia delante y hacia atrás como si se estiraran al caminar.
Me encojo por dentro ante el ambiente lúgubre. Las paredes grises y neg-
ras se ciernen sobre mí como una fatalidad lista para golpearme en cualquier
momento, mientras que los diferentes olores que flotan en el aire me recuerdan
a la casa de acogida donde la comida siempre estaba podrida, pero a nadie le
importaba una mierda.
Sabían que tendríamos que comerla de todos modos si queríamos vivir, y
nunca se podía discutir con un poder así.
El ruido de los platos, tenedores y cucharas de plástico resuenan en el
aire, acompañado del fuerte zumbido de las voces, cuando entramos en la zona
de la cocina.
Todos se alinean junto al buffet donde dos mujeres con delantales y
sombreros blancos colocan la comida en las bandejas de todos con expresiones
completamente aburridas en sus rostros.
Sara y Haley agarran una, y yo sigo su ejemplo, haciendo todo lo posible
por no hacer una mueca cuando veo a una de las cocineras limpiarse el sudor de
la frente antes de revisar el pollo y las albóndigas con los dedos sin guantes. La
otra se limpia la nariz con un delantal antes de hacer puré de patatas una vez
más.
Está claro que la sanidad ha abandonado el edificio aquí, y debo aprender
a lidiar con todo ello, olvidando mis anteriores hábitos de lujo.
Aun así, no tocaré el pollo.
Dándome la vuelta para evitar inspeccionar más a las cocineras y su ma-
nipulación de la comida, mi mirada choca con una de las mujeres que están sen-
tadas junto a una mesa en la esquina a la derecha.
Tiene el cabello y los ojos negros con una piel pálida en la que destacan
varias cicatrices junto con tatuajes. Es tan dolorosamente delgada que el unifor-
me le queda extra holgado, pero mete su tenedor en la comida mientras me es-
canea de pies a cabeza como si evaluara al enemigo.
O a su próxima víctima, según se mire.
Varias mujeres de su mesa, un poco más musculosas que ella, siguen su
mirada y la centran también en mí mientras muerden con dureza su comida an-
tes de susurrarle algo a la mujer de cabello oscuro.
Ella desestima lo que le dicen con un gesto de la mano y aparta su mira-
da de mí, pero no antes que una emoción ilegible cruce su rostro.
¿Tiene algún problema con todas las recién llegadas o solo conmigo?
Pero, de todos modos, ¿quién conoce las reglas de este lugar? He oído
historias horribles de lo que pueden hacer a alguien en la cárcel. Sin embargo,
prefiero dar a todos, el beneficio de la duda, y tal vez la vida aquí no sea la
constante necesidad de sobrevivir entre las bestias salvajes que no pueden espe-
rar a saborear tu carne.
—Será mejor que no desafíes a Lori —dice Sara directamente en mi
oído, y me estremezco, agitando la bandeja un poco mientras cambio mi atenci-
ón a ella—. Ella es una hija de puta mala. Sin mencionar que tiene autoridad
incluso entre los guardias. —Se inclina más cerca, susurrando las últimas palab-
ras—. Ella podría matarte y hacer que parezca un accidente.
Haley le da una palmada en la espalda a Sara, haciendo que se gire hacia
ella, y aprieta los dientes:
—Deja de chismorrear, chica, antes que nos metas en problemas. —Lu-
ego me mira, con una advertencia brillando en sus ojos—. Y deja de mirar a la
gente. A nadie le gusta eso. Ocúpate de tus asuntos si quieres mantener tu boni-
ta cara intacta. —Con esto, pone su bandeja en la mesa mientras llegamos al
buffet y acepta todo lo que la mujer le da. Incluso se frota las manos vertigino-
samente cuando ve las patatas, que deben ser sus favoritas. Sara tampoco recha-
za ninguna comida.
Les dan de comer todos los días, ¿no? A juzgar por las ganas que tienen,
empiezo a preguntarme si han pasado hambre o algo así. Esto no saldrá bien en
mi condición actual.
Una vez que llega mi turno, la señora sumerge el cucharón en la sopa y
la vierte apresuradamente en el plato, derramando un poco en la esquina, y
prácticamente la golpea sobre mi bandeja con tanta fuerza que apenas la sosten-
go.
—Gracias —digo.
Pero ella solo resopla y grita:
—Siguiente.
Me dirijo a la sección de pan y agarro una rebanada antes que la segunda
señora coloque el pollo y las patatas en otro plato y me lo entregue. Luego llega
la selección de bebidas, si es que elegir entre agua y zumo de naranja puede lla-
marse así, tomando mi agua, sigo a las chicas solo para detenerme bruscamente
cuando Sara mira por encima de su hombro.
Me mira fijamente y sisea:
—¿Qué demonios crees que estás haciendo?
Me aclaro la garganta y señalo con la barbilla la mesa a la que iban, ya
que es la única vacía en todo el comedor.
—Seguirte a la mesa para desayunar.
Vuelven a compartir una mirada y luego estallan en carcajadas. Mis cejas
se fruncen ante esto mientras la inquietud me recorre. ¿Qué tiene de gracioso lo
que he dicho?
Finalmente, Sara da un suspiro y chasquea el dedo en dirección a la me-
sita que hay junto al cubo de basura, cerca de la puerta trasera de la cocina, lo
que significa que probablemente todos los olores pasan por allí, sin mencionar
lo sucio que está el piso, debido a varias manchas. Entonces me informa:
—Eres una novata sin ninguna puta clase aquí ni amigos, querida. Ese es
tu lugar. El hecho que Kathy no haya dado una mierda para enseñarte quién es
el jefe no significa que seas uno de los nuestros.
Varias mujeres miran en nuestra dirección, la excitación asoma en sus oj-
os, probablemente en previsión de una pelea… en caso que me niegue a escuc-
har. Deben carecer de entretenimiento aquí, así que por qué no disfrutar de la
pelea de gatas, ¿no?
Excepto que no he participado en ellas desde la casa de acogida, donde
una de las chicas destruyó mi proyecto de ciencias a propósito y perdí el premio
de cien dólares.
—De acuerdo —respondo, marchando hacia la mesa y dejándome caer
sin gracia sobre el asiento.
Exhalo pesadamente, conteniendo la urgencia de tocar mi espalda y lla-
mar la atención sobre mi condición que he mantenido en secreto durante estos
meses. En cambio, me doy unas palmaditas en el estómago, lista para darle algo
de sustento.
Tal vez incluso coma el pollo que casi flota en la grasa a pesar de mis an-
teriores reservas. No sobreviviré ni me nutriré bien comiendo solo carbohidra-
tos. Sumerjo la cuchara en la sopa, me la llevo a la boca y me dispongo a pro-
barla a pesar del asqueroso olor cuando una sombra cae sobre mí.
Levanto la vista y veo a una mujer rubia que me sonríe intensamente,
con sus dientes blancos brillando tanto que me pregunto cómo no me ha cega-
do. Se sienta frente a mí, apoyando los codos en el borde de la mesa.
—¡Hola! —dice con su voz dulce y azucarada, que debería aliviar la ten-
sión en mi interior pero que, extrañamente, solo la aumenta. El maquillaje de su
rostro es impecable, con las líneas de delineado tan simétricas que uno podría
sentir envidia de tales habilidades, y su ceja perfectamente recortada se eleva—.
¡Eres nueva aquí!
Esbozando una sonrisa, le tiendo la mano, aunque todo en mi interior me
grita que no lo haga, pero ignoro mi instinto. De todos modos, no se ha portado
bien conmigo últimamente, porque, ¿no me dijo que confiara en la justicia y en
la ley para demostrar que soy inocente?
Vaya, el mundo me ha demostrado que estoy equivocada.
Sin esperar a que responda a esa valoración, se inclina más hacia mí.
—Me llamo Veronica. Soy… digamos una persona que mantiene todo
esto… — Hace girar el dedo en el aire—, en conjunto. Asigno trabajos y cosas
así en función de las habilidades de cada uno. —Frunciendo el ceño, ya que me
parece extraño, finalmente tomo una cucharada de sopa y casi me ahogo con el
sabor a tomate podrido en mi boca, con tanta sal y pimienta que es un milagro
que no me queme la garganta.
Superando mi reflejo nauseabundo, me la trago y me la limpio rápida-
mente con agua mientras Veronica suspira con fuerza, asintiendo con la cabeza.
—Sí, chica. La comida aquí es horrible. Por eso deberías ayudarme y ser
nuestro médico de cabecera. Te ganarás muchos favores de los internos y te lle-
varás algún capricho.
Parpadeo ante esto, sin saber qué decir, porque todo esto es tan… inusu-
al.
¿Es así como funciona la vida en una prisión? Para sobrevivir, tienes que
trabajar para alguien, ¿y es posible que te den algo a cambio? ¿Fue la clase de la
que hablaron Sara y Haley?
—Bueno… —Empiezo, solo para ser interrumpida cuando oigo a algui-
en ahogarse violentamente en la distancia, y al instante mi atención se centra en
la mujer junto a las puertas, rodeando su garganta con las manos mientras lucha
por respirar.
Antes de pensarlo, me precipito hacia ella con Veronica siguiéndome,
nuestros zapatos golpeando con fuerza el suelo, y alcanzo a la mujer en un tiem-
po récord.
Trato de rodear su pecho con mis manos para ayudarla a escupir lo que
sea que esté bloqueando su respiración, pero ella niega con la cabeza, tropezan-
do más hacia el pasillo vacío, la sigo de todos modos, dirigiéndome a Veronica
que está parada a mi lado.
—Por favor ayúdame con ella. Podría morir por falta de oxígeno. —A
pesar de llevar casi seis meses fuera de combate, mis instintos médicos natura-
les se activan y empiezo a contar en mi cabeza los segundos para asegurarme
que podemos ayudarla a tiempo.
Me acerco a ella de nuevo, pero se aleja más de mí, lo que no tiene nin-
gún sentido. Si ella apenas se sostiene, ¿por qué huye de mí?
En todos mis años de práctica, nadie ha rechazado nunca la ayuda, sino
que ha suplicado que alguien haga algo, quedándose quieta o temblando tan fu-
erte que podía sentir físicamente su pánico.
¿Tiene alguna aversión a los médicos o qué?
La agarro por la manga, lista para arrastrarla hacia mí, cuando deja de
ahogarse y en su lugar envuelve su mano alrededor de la mía, tirando de mí ha-
cia el interior de una habitación que no había notado antes.
Con un grito fuerte, entro volando en la habitación y me golpeo doloro-
samente la espalda contra una de las paredes mientras la mujer desconocida ent-
ra junto con Veronica y dos mujeres más que no había visto antes.
—¿Qué es esto? —susurro, y Veronica sonríe, sacando algo de su bolsil-
lo, y doy un grito ahogado cuando me doy cuenta que es un cuchillo.
Todas los demás sacan sus propias armas, dos cuchillos más y una pesa-
da cadena junto con nudillos de bronce. ¿Cómo pueden tener todas estas cosas
si los guardias confiscan todos los objetos punzantes incluso antes de entrar en
la prisión?
Pero, de nuevo, ¿por qué me sorprende algo a estas alturas, realmente?
Veronica se adelanta, ladeando la cabeza mientras su mirada me recorre
antes de sonreír.
—Por lo general, no hago una mierda como esta en el primer día de algu-
ien. Demasiada atención en ti tal como estás —Mueve su cabello hacia atrás
mientras sus ojos enmarcados con pestañas largas revolotean hacia mí—. Pero
se pagó un precio tan alto por ti, así que… no pude resistirme.
¿Un precio muy alto?
¿Quién pagaría por esto…?
Un grito sale de mi garganta cuando una patada llega a mi columna, y so-
lo entonces me doy cuenta que una de las mujeres está detrás de mí. Caigo de
rodillas, sosteniendo mi estómago mientras el miedo se hunde en cada hueso de
mi cuerpo. Levantando mi cabeza hacia Veronica que se cierne sobre mí, movi-
endo el cuchillo entre sus dedos, le suplico con un tono tembloroso.
—Por favor, no hagas esto. Estoy… —Lo que sea que quiero decir se
transforma en un gemido de dolor cuando ella agarra mi cabello con un puño,
tirando de él con tanta fuerza que parece que lo está arrancando de mi cuero ca-
belludo, mientras las otras dos mujeres agarran mis brazos, impidiendo mover-
me.
Veronica se inclina más cerca, su aliento abanica mi mejilla mientras
presiona la punta de su cuchillo contra mi barbilla, clavándolo un poco. Lo sufi-
ciente como para causar un escozor, pero no lo suficiente como para causar un
daño permanente.
—Pagó cinco millones por ello. —Sus ojos brillan de emoción y se lame
los labios, deslizando el cuchillo un poco hacia un lado, y esta vez hago una
mueca de dolor, porque la excavación es más aguda, encontrándose con mi
mandíbula—. ¿Quién te odiará tanto como para pagar esta clase de mierda? No
pude negarme. Me preparará para la vida una vez que esté fuera de aquí. A to-
das aquí.
Guiña un ojo a sus amigas mientras todas murmuran:
—Claro que sí.
—Por favor, no lo hagas —vuelvo a repetir, aunque sé que es inútil.
La forma en que algunas personas piensan, actúan, reaccionan… es tan
diferente a la nuestra y, sin embargo, todo lo que hacen tiene algún sentido para
mí, casi hace que parezcan de otro planeta.
Y todos estos conocimientos adquiridos en la universidad me permiten
comprender que Veronica nunca me hará caso, ya que el dinero que recibió por
ello es demasiado tentador para ella.
Codicia.
Una fuerza poderosa en este mundo que la gente adinerada, como Zac-
hary King, utiliza para atraer a la gente a cometer actos despreciables.
—Dijo que no le importa lo que hagamos mientras tu sufras. —Ella se
ríe, el sonido envía escalofríos por mi espalda por lo siniestro que es—. Siemp-
re y cuando no te matemos, por supuesto. —Agarra mi barbilla con fuerza, sus
uñas raspan mi piel, y con fuerza gira mi cabeza de lado a lado, examinándola
mientras tiro de mis manos, pero no sirve de nada—. Creo que deberíamos em-
pezar por tu cara. Eres demasiado hermosa para este lugar. ¿No es así, chicas?
—Todo el mundo asiente, y solo entonces me doy cuenta que no he intentado
gritar pidiendo ayuda.
Así que, abriendo la boca, grito:
—¡Que alguien me ayude! —Pero se convierte en un grito de agonía cu-
ando Veronica desliza el cuchillo hacia mi mejilla, atravesando mi piel y cor-
tando mi mejilla desde la mandíbula hasta la frente, el dolor es tan fuerte por un
segundo que me olvido de respirar mientras todas a mi alrededor se ríen.
—Aquí, aquí. Problema uno, resuelto. —Me empuja, y siento la sangre
goteando en el suelo, y la mujer que supuestamente se estaba asfixiando se
acerca y me da un fuerte golpe en la cara, una, dos, tres veces, y aunque el dolor
es tan fuerte, sigo retorciendo las manos, queriendo huir, porque puedo soportar
que me desfiguren.
De todos modos, mi belleza no tiene ningún significado para mí. Pero no
puedo permitir que dañen otras partes de mi cuerpo.
—Por favor —susurro, apenas capaz de mover la mandíbula por su agre-
sión, pero vuelven a reírse, sujetándome con las manos mientras la mujer sigue
golpeándome hasta que Veronica le da un codazo y se pone de nuevo delante de
mí.
—Bueno, al final me recuerda a un moretón gigante. Te pareces más a
nosotros, cariño. Puedes agradecérmelo después. —Chasquea los dedos—. Pe-
arl, ven aquí con la cadena. Vamos a ver tu trabajo. —Luego se dirige a otra
mujer—. Mercy, vigila la puerta conmigo. Puede que ahora grite más fuerte.
Pagó al guardia que vigilaba esta zona, pero no podemos arriesgarnos a que na-
die entre aquí.
Dios mío.
¿Cuánto me odia este hombre para sobornar a cualquiera en esta prisión
para que me traiga miseria?
O tal vez estoy haciendo la pregunta equivocada.
¿Es posible que un hombre ame tanto a una mujer que esté dispuesto a
casi matar a otra para castigarla por su muerte?
¿Cuán desalmado o con el corazón roto tienes que ser?
Sin embargo, la realidad no me deja pensar mucho en esta cuestión filo-
sófica, cuando Pearl balancea la cadena de un lado a otro frente a mí, y jadeo
cuando la envuelve en sus puños, ordenando a otras dos mujeres:
—Levántenla. —Lo hacen, aunque presiono hacia abajo, demasiado
asustada para moverme por temor a un castigo mayor, y en esta posición puedo
proteger mi estómago antes que llegue la ayuda.
Alguien debe pasear por este pasillo, ¿no? Algún guardia no remunerado
que se preocupe por el bienestar de las reclusas, aunque la mayoría de estas per-
sonas no se consideren más que basura bajo las uñas de la sociedad.
A la fuerza, me levantan, y es entonces cuando llega el primer golpe. El
filo de la cadena conecta con mi frente, dejando seguramente una huella y ex-
tendiendo una agonía instantánea a través de mí, el dolor viaja tan rápido que es
un milagro que no me desmaye por el shock.
—¡No! —grito, pero solo golpea de nuevo, mientras intento apartarme
de ella para presentarle mi espalda, no mi estómago.
Por favor, Dios, por favor. No mi estómago.
—No me he divertido tanto desde la última vez que maté a alguien —di-
ce Pearl, envolviendo la cadena alrededor de mi cuello y conectando el extre-
mo, privándome de oxígeno por un segundo mientras sonríe alegremente—. Di-
os, como echaba de menos esto.
Veronica habla desde la puerta, con un tono de acero.
—No te olvides de ti misma. Pagó por el dolor, no por su muerte. Por no
hablar que no quiero pasar más tiempo en este infierno.
Pearl frunce el ceño, su agarre sobre mí aumenta, y aprieto mis puños,
luchando por respirar, mis pulmones casi se encogen dentro de mí, y finalmente
me suelta, dando un paso atrás mientras trago aire solo para gemir mientras la
agonía me recorre, recordándome de su abuso.
Es una maravilla que ninguna de ellas me haya roto nada, aunque por la
sangre que resbala por mi cara, no puedo estar segura de ello. El cuerpo huma-
no es muy inteligente; durante el estrés, podemos agruparnos en nuestro interior
y afrontar las dificultades, sin reconocer el dolor que tiene la capacidad de ma-
tarnos.
Solo pensamos en la supervivencia y centramos toda nuestra fuerza en
ella, pero una vez que se acaba… es cuando el cuerpo comprende realmente to-
do el alcance del daño que se le ha hecho.
Me dejo caer al suelo, tosiendo. La sangre sale de mi boca, lo que indica
que podría tener una hemorragia interna. Pongo mi mano sobre mi estómago,
frotándolo ligeramente y rezando para que un milagro aparezca aquí y me salve.
—Nosotros también queremos divertirnos. —Las dos mujeres de la parte
de atrás hablan antes que una de ellas me clave un cuchillo en el omoplato, ha-
ciéndome arquear la espalda y gritar, para luego caer de frente cuando una de
ellas me patea con fuerza.
Ruedo rápidamente hacia un lado mientras ellas siguen dándome patadas
una y otra vez, haciéndome un ovillo, sin importarme lo que me hagan en otras
partes del cuerpo.
El zumbido en mis oídos comienza y mi vista se vuelve borrosa. Apenas
me mantengo consciente, probablemente por todo el sangrado, y tengo tantas
ganas de dormir, pero sé que no puedo hacerlo.
Bajo ninguna circunstancia puedo sucumbir a la llamada de mi interior
que dice que me deje llevar y permita que este cruel destino gane.
Te protegeré. Siempre te protegeré.
Veronica grita y ordena:
—Viene alguien. Rápido, vamos. —Las patadas se detienen, y una de el-
los se inclina, saca el cuchillo, y siento cómo mi sangre caliente resbala por mi
espalda, abriendo la herida. Por el dolor y la ubicación, dudo que haya tocado
un vaso sanguíneo importante, pero a estas alturas, cualquier herida puede ser
catastrófica para mí.
Sus botas golpean fuertemente el piso que vibra debajo de mí, y en el si-
guiente segundo, escucho el clic de la puerta. Todo lo que puedo hacer es qu-
edarme aquí y frotar mi estómago, luchando por respirar.
Mis ojos se abren y se cierran, mi vista se vuelve más y más borrosa con
cada parpadeo, y entonces oigo de nuevo el clic de la puerta. Una voz sorpren-
dida murmura:
—Dios mío. —Y la persona corre hacia mí, cayendo de rodillas, cernién-
dose sobre mí. A través de mi visión borrosa, reconozco a Lori—. ¿Qué te han
hecho, chica? —pregunta, y luego grita sin esperar mi respuesta—: ¡Dena! Lla-
ma a los guardias, —grita pidiendo ayuda—. Está sangrando.
Me las arreglo para agarrar su mano, usando todas mis fuerzas para apre-
tarla, aunque siento como mi cuerpo se hunde lentamente en el olvido que dice
mi nombre cada vez más fuerte.
—Por favor —le suplico, y ella me hace callar.
—No digas nada, chica. La ayuda está en camino. Aguanta.
Aunque estoy agradecida por lo que está haciendo, necesito que me es-
cuche.
—Mi pantalón está mojado —le informo, y frunce el ceño mientras mira
entre mis piernas.
Me da unas palmaditas en las manos, con mucha suavidad, como si tuvi-
era miedo de provocarme más dolor.
—No pasa nada. Le pasa a todo el mundo. Lo pagarán. —Un tono extra-
ño recubre su voz—. Esa perra no pudo resistir el precio. Debería haber espera-
do que fuera tan estúpida como para hacerlo.
Demasiado lejos como para preocuparme por las implicaciones de sus
palabras, vuelvo a apretar su mano y susurro:
—Estoy embarazada de seis meses. Y acabo de romper aguas. Por favor,
ayúdame a salvar a mi bebé. —Al fin expreso mi condición por primera vez a
alguien, ya que nadie escuchó lo que tenía que decir antes, permito que la oscu-
ridad me reclame, arrullándome con la eterna promesa de rendición a cambio de
paz.
Por un momento en el tiempo.

♦♦♦
Mis párpados se abren de golpe. Veo una luz brillante por encima de mí
y los cierro de nuevo, haciendo una mueca de dolor. Respiro en una mascarilla
mientras varias máquinas suenan a mí alrededor, el olor a antiséptico me hace
estremecer la nariz.
Una enfermera está de pie a mi lado, escribiendo algo en la tableta que ti-
ene en sus manos, pero luego jadea cuando su mirada se posa en mí.
—Estás despierta. —Aprieta el botón sobre mi cabeza mientras intento
susurrar a través de mi garganta seca que pide desesperadamente líquido.
—Agua. —El aire se atasca en mis pulmones cuando el más mínimo mo-
vimiento me hace doler, recordándome todo lo que me pasó en esa habitación.
Un gemido se escapa de mis labios.
—Shh —dice la enfermera y aprieta la pajita contra mis labios, lo que
me permite beber un poco, aunque todavía me duele—. No hables, cariño. Te
rompieron la mandíbula y la nariz. Afortunadamente, nuestro médico se las ar-
regló para arreglarlo todo. Se está curando muy bien. No deberías tener ningún
daño duradero por eso. —Sus dedos rozan mi cara vendada—. Aunque no estoy
segura de la herida. Es realmente profunda. Pero el médico dijo que debería de-
saparecer con el tiempo. —Luego elabora más—. Llevas casi una semana en
coma inducido por el médico. Teníamos miedo de la inflamación de tu cerebro,
pero por suerte ya está todo bien.
¿He estado inconsciente tanto tiempo?
Antes que pueda preguntarle por mi bebé, oigo fuertes pasos y luego un
médico se cierne sobre mí, sonriéndome, aunque no le llega a los ojos.
Mi corazón se detiene, porque soy médico, o lo era.
Sé lo que significa.
—Mi bebé —susurro, sin esperar a que hable, porque sé lo que dirá. O
más bien prolongará lo inevitable.
Y aunque sé qué tipo de palabras brotarán de sus labios, sigo permitiendo
que la esperanza revolotee dentro de mí, agarrando el sentimiento con fuerza,
porque es lo único que me estabiliza en el presente.
—¿Qué tal si empezamos con…?
Lo interrumpo.
—Mi bebé.
El arrepentimiento cruza su rostro antes de compartir una mirada con la
enfermera y finalmente murmura, cada palabra me apuñala con un cuchillo in-
visible que se adentra más y más en mí.
—El bebé era prematuro. Intentamos salvarlo, pero estaba demasiado dé-
bil. Lo siento, Phoenix. Está muerta.
—No —susurro y luego trato de levantarme, lo que solo provoca más do-
lor, pero eso me importa una mierda.
¿Qué es el dolor comparado con la rotura de mi corazón en pequeños pe-
dazos mientras mi preciosa niña, mi bebé, el bebé que quise durante tanto tiem-
po, mi único rayo de sol en este mundo, está muerto?
La enfermera me empuja por los hombros mientras el médico grita:
—¡Tenemos que sedarla! —Pero no me importa, y tiro de mis brazos,
solo para encontrarlos sujetos.
Llorando sobre la almohada, sacudo la cabeza de un lado a otro, inten-
tando liberar mis manos de las esposas de cuero que me mantienen atada a la
cama. Quiero alejarme de este hospital, el lugar que destruyó a mi niña.
La han matado sin ningún tipo de remordimiento.
El dolor me sofoca tanto que no puedo introducir aire en los pulmones ni
clamar a Dios por esta injusticia, por darme la espalda cuando sabía que no ha-
bía hecho de lo que todos me acusaban.
Con toda esta crueldad que el cielo me dio, ¿por qué no pudo mantener a
salvo a mi bebé? ¿Por qué tuvo que llevársela también?
En toda esta agonía, otro rostro aparece en mi cabeza junto con sus vací-
os ojos verdes atravesando mi alma con cada mirada que promete retribución
por mis acciones.
Me convertiré en tu peor pesadilla. Sangrarás y llorarás… pero incluso
entonces, no será suficiente para mí.
Zachary King.
Un hombre al que odiaré hasta mi último aliento.
Capítulo 4
—Nada me produce mayor placer que su sufrimiento.
Hasta el punto de olvidar quién soy con tal de asegurar su dolor.
El dicho es cierto, después de todo.
El mal no nace. El mal se hace.
~Zachary

Zachary

El timbre de mi teléfono resuena por toda la casa, mezclándose con el so-


nido de los búhos que ululan en la distancia. Aparto la mirada de la cámara de
vigilancia que me muestra el tormento de Phoenix, con el rostro lleno de dolor
por la agonía que le aplican las mujeres. Lo saco del bolsillo y contesto al quin-
to timbre de camino al bar situado en la esquina de mi amplio salón.
—Habla.
—Hijo de puta. —Ese es todo el saludo que recibo de mi hermana Lydia,
cuya voz prácticamente chilla en mis oídos, aunque no me molesta.
En su lugar, una risa vacía se desliza por mis labios, y me sirvo un vaso
de whisky con hielo, y lo agarro, dejando que los cubitos choquen entre sí, el
único sonido que últimamente me hace conectarme con el mundo…
El alcohol, como he descubierto en los últimos meses, tiene el poder má-
gico de curar cualquier dolor que se agite en tu interior solo durante un rato y de
adormecerte ante cualquiera de las cosas monstruosas que eres capaz de hacer.
No es de extrañar que se le llame la bebida de los dioses; debe haberlos
curado de cualquier culpa que sintieran cada vez que destruyeran la vida de al-
guien.
—Me han llamado cosas peores.
—Tú hiciste esto, ¿no?
Tomando un gran sorbo y gimiendo de placer ante el líquido ardiente
deslizándose por mi garganta, digo:
—Tendrás que ser más específica, cariño.
—Tú organizaste esa paliza. Estaba embarazada, Zach. ¡Embarazada! —
me grita al oído, y mis ojos viajan de regreso a la pantalla. He visto las imáge-
nes tantas veces a estas alturas que probablemente las haya memorizado segun-
do a segundo. Phoenix está tumbada en el suelo, agarrándose el vientre y pidi-
endo ayuda a gritos. No puedo oír su voz, pero la agonía y el miedo en su rostro
se han grabado para siempre en mi cerebro.
Porque esa misma expresión se refleja en mí todos los días de mi vida
cada vez que me miro al espejo.
¿Cómo se siente, Phoenix Hale, estar indefensa ante el cruel destino que
te quita todo sin preguntar y luego nunca se disculpa?
—No sé de qué estás hablando —respondo finalmente, terminando mi
bebida y tirando el vaso al suelo, donde se hace añicos, pero eso me importa
una mierda.
Al menos, la puta ayudante que contraté para limpiar esta casa tendrá un
trabajo que hacer en lugar de limitarse a enviar informes sobre mi vida a mi fa-
milia. Se creen tan astutos que no me entero de su pequeño acuerdo.
Nada en mi vida ocurre sin mi permiso o conocimiento, y aquellos que se
cruzan conmigo… bueno, deberían estar preparados para vivir el infierno en la
tierra.
Como lo está haciendo Phoenix en este momento.
—¡Ha perdido el bebé, Zach! —grita Lydia, y por lo ronca que se pone
su voz, sé que apenas está conteniendo las lágrimas.
Mi hermana pequeña es muy sensible a estos asuntos, pero realmente no
debería serlo. Ha elegido la carrera de abogada penalista y, como tal, tiene que
aprender a controlar sus emociones y mantenerse fría, sea cual sea la situación.
De lo contrario, la profesión la destruirá y reclamará su alma, despojándola de
todo lo humano.
—¿Cómo has podido hacer esto? —El asco y el dolor se mezclan en su
tono, como si no pudiera creer que su hermano mayor fuera capaz de hacer co-
sas tan malas, y en cierto modo, su confusión es comprensible.
Si alguien me hubiera dicho hace apenas un año que no sentiría nada por
lo que he hecho… me habría reído en su cara, porque ¿cómo puede un hombre
ser tan cruel con una mujer?
¿Pero ahora?
El destino me ha enseñado que la crueldad es algo voluble, y a veces no
tenemos más remedio que rendirnos a su llamada para mostrar a la gente la ver-
dadera naturaleza de la venganza.
—Phoenix Hale perdió a su bebé, porque mató a mi esposa —le digo, ab-
riendo la botella y tomando un enorme sorbo directamente de ella y tragándolo
con dureza, esperando que la cantidad de alcohol me haga callar la conciencia
ante las horribles palabras que estoy diciendo ahora mismo.
—Te has convertido en un monstruo, Zach. Un monstruo despiadado.
Como es la verdad, no respondo. En su lugar, me dejo caer en el sofá, le-
vantando las piernas sobre la mesa mientras saludo con mi botella cuando noto
las lágrimas de Phoenix y otro grito de auxilio.
No importa cuántas veces vea esta mierda, la alegría no desaparece; solo
se intensifica al comprender hasta qué punto he destruido su vida.
Pero no es suficiente.
Nada en esta vida será suficiente mientras yo viva.
—Aléjate de ella. ¿Me oyes?
Mi risa vacía rebota en las paredes, llenando de miseria la casa, que mi
mujer ha decorado de una manera que me da paz.
—¿O qué, hermanita? ¿Qué vas a hacer? —Tengo que reconocerle el
mérito de haberme levantado la voz y haber tenido las agallas de amenazarme.
No mucha gente hace eso con mi poder e influencia.
Después de todo, ir contra mí significa ir contra los Kings, y nadie en su
sano juicio lo hace.
Esa es la realidad que todos los miembros de mi familia aprendieron rá-
pidamente a medida que crecíamos, después de todo somos tratados como la re-
aleza.
Lydia es una King, pero no de sangre, y como tal, no tiene motivos para
amenazarme jamás.
—Ya verás. Puede que Phoenix haya matado accidentalmente a tu mujer,
pero lo que tú has hecho es mucho peor. —Se toma un momento antes de aña-
dir—: Se lo voy a contar a papá.
—Hazlo. —Cuelgo antes que pueda escupirme más tonterías; aunque no
me importaría ver su rostro una vez que sepa que nuestro padre no hará absolu-
tamente nada.
Aunque ella sea su princesa, que adoptó cuando se casó con su segunda
esposa tras la muerte de mi madre, y a la que ha adorado durante los últimos ve-
inte años… yo soy su único heredero que, a pesar del dolor por mi esposa, sigue
aportando miles de millones a su empresa.
Además, los tiempos en los que buscaba la aceptación de mi despiadado
padre hace tiempo que pasaron, dado que se olvidó de mí en cuanto entró en es-
cena su puta esposa con sus tres hijos, y me importa una mierda.
La única persona que me quería murió hace seis meses, dejándome solo
en este mundo desolado en el que siempre he tenido que luchar por mi existen-
cia.
Cerrando los ojos y deslizándome un poco más abajo en el sofá para po-
der apoyar la cabeza en el respaldo, hago que mi mente borre las imágenes de
Phoenix de mi cerebro y las sustituya por el rostro de Angelica cuando vio esta
casa por primera vez.
Como brillaban sus ojos de adoración y asombro mientras sus labios en
forma de corazón se abrían mientras bebía de la belleza que la rodeaba, corrien-
do descalza por el césped verde esmeralda y estudiando la casa victoriana desde
todos los rincones.
—Es el lugar perfecto para criar niños, Zach. No puedo creer que la ha-
yas comprado. ¿No prefieres los diseños modernos? —Mueve sus mechones de
cabello hacia atrás, girándose para mirarme, mientras le guiño un ojo, enganc-
hando mis pulgares en los bolsillos.
—Sí, pero esto es lo que querías, ¿no? —Puede que Angelica nunca ha-
ya expresado su deseo cada vez que mi madrastra le preguntaba por nuestros
planes, pero no se me escapaba cómo su mirada siempre se detenía en todas
esas revistas de casas de estilo victoriano con hectáreas de terreno llenas de
exuberantes jardines.
Personalmente, esas casas me sofocan, pues prefiero más luz y espacios
vacíos a mí alrededor, pero lo que mi mujer quiera, lo consigue.
Además, vivir con ella aquí nunca podría ser sofocante.
Angelica sacude la cabeza con incredulidad, pero luego corre hacia mí,
y tengo un segundo para prepararme antes de atraparla. Me rodea el cuello
con los brazos y se pone de puntillas, con su aliento abanicando mi mejilla. Su-
surra justo antes de posar su boca en la mía: —Te amo, Zachary King.
El fuerte timbre de mi teléfono una vez más me saca de mi único consu-
elo en esta oscuridad que estoy viviendo ahora mismo, y sin mirar la pantalla,
me lo acerco al oído y digo:
—Sí.
—Zach, soy yo —me saluda Zeke, con una voz inusualmente áspera an-
tes de aclararse la garganta—. Se ha despertado. Sabe lo del bebé. Te envié fo-
tos a tu correo electrónico.
Mis ojos se abren de nuevo cuando tomo mi tableta cerca, presionando el
icono de correo electrónico, y mi mirada se posa en la pequeña mujer acostada
en la cama, tan pálida que casi coincide con las repugnantes sábanas del hospi-
tal de la prisión, mientras nada más que vacío llena su mirada. Sus mejillas to-
davía están húmedas por las lágrimas. La almohada debajo de su cara está prác-
ticamente empapada; ella debe haber llorado mucho.
Toda su cara está vendada y no hay un lugar en su cuerpo que no haya si-
do golpeado.
Ah, entonces eso explica el tono áspero de Zeke. El tipo no soporta que
las mujeres lloren.
Pero entonces quizás la vida nunca ha sido muy amable, a pesar de la ri-
queza que me acompaña desde mi primer aliento en esta tierra. Aprendí desde
muy joven a no prestar atención al dolor de nadie, porque el tuyo es mucho más
grande, su poder es tan fuerte que podría desgarrarte en pedacitos si se lo permi-
tes.
—¿Hizo alguna pregunta?
—Quería ver el cuerpo, pero la convencimos que era imposible, ya que
había pasado mucho tiempo. Entonces exigió saber qué pasó con el cuerpo. —
Es curioso que la asesina, que no admitió lo que hizo a pesar de todas las pru-
ebas, exigiera ver la prueba de la muerte de su hija.
La gente es tan hipócrita, pero ya no me sorprende.
—Nos encargamos de eso. Rellenamos una solicitud mostrando que la
bebé tenía que ser incinerada. Creo que fue el último clavo en el ataúd para ella.
Ante sus palabras, la parte de mí que solía amar profundamente a una
mujer cobra vida, el arrepentimiento baila en el borde antes de aplastarlo.
Ella no merece mi compasión, y lo que le haya sucedido es el resultado
de su acción. Todas nuestras acciones y reacciones en este mundo tienen conse-
cuencias, y tenemos que estar preparados para responder por ellas.
—Bien. ¿Y lo otro? —le pregunto, sin querer prolongar la estúpida con-
versación sobre Phoenix Hale, porque me está aburriendo demasiado este tema.
Además, no es que pueda hacer mucho con ella mientras se recupera en
el hospital, pero una vez que esté de vuelta en su celda… se acabó el juego.
La misión de mi vida será su sufrimiento.
—El papeleo es un poco complicado ahora mismo, pero estoy trabajando
en ello. Tendrás que pagar una fortuna por esto. Es costoso mantener la boca
cerrada de todo el mundo —dice, y me encojo de hombros, aunque él no pueda
verlo.
—El dinero nunca es un problema para mí. Hazlo lo antes posible.
—De acuerdo. —Estoy a punto de colgarle, pero por su respiración agi-
tada, sé que aún no ha terminado, permanece en silencio, así que decido ayudar-
lo. Después de todo, es uno de mis empleados de mayor confianza, incluso si
expresa sus opiniones con demasiada frecuencia para mi gusto.
—No te preocupes, Zeke. Todo esto me convierte en un monstruo, no a
ti.
—Está destruida, Zach. Creo que nunca he visto a alguien tan aplastada
que esté a punto de desmoronarse. Si no lo supiera, pensaría que murió en el
momento en que le dijimos lo del bebé. Su alma dejó su cuerpo. Es como un
maldito fantasma.
Y se supone que me haga sentir ¿qué? ¿Remordimiento?
El infierno se congelaría antes que eso ocurra, e incluso entonces, nunca
me arrepentiré de nada de lo que le he hecho.
Sin embargo, hay algo que me gustaría saber.
—¿Sabes cómo quería llamar a su hija?
Escucho el ruido de papeles en la distancia, como si estuviera mirando
algunos documentos, y luego finalmente responde:
—Sí, la llamó Emmaline.
Emmaline.
Un bonito nombre para una niña.
Sin decir nada más, desconecto la llamada y tiro mi teléfono sobre la me-
sa donde aterriza con un ruido sordo y luego deslizo la imagen de mi tableta ha-
cia otra.
En esta, algo en mi pecho, que creía muerto hace varios meses, se estre-
mece.
Mi corazón.
Mi corazón que debería haber permanecido frío pero que aún así mostró
su debilidad, hice algo que nunca debería haber hecho.
Pero entonces… ¿Cuándo he escuchado a alguien más que a mí, incluso
si lo que voy a hacer es una locura en muchos niveles?
Capítulo 5
—Las personas dicen que el tiempo cura todas las heridas, y que el dolor
que nos congela por dentro se convierte en un recuerdo fugaz. En su lugar, hay
un aguijón permanente que nos recuerda lo que perdimos, pero ya no es el
infierno furioso que tiene el poder de destruirnos.
Pensaba que era cierto hasta que Zachary King pasó por mi vida.
Después de eso, el tiempo se detiene para mí mientras el dolor sigue
llegando, sin poder escapar de él.
~Phoenix

Phoenix

Nueva York. Estados Unidos


Tres años y medio después.

Secándome el sudor de la frente, aprieto la fregona con fuerza en el cubo


y la vuelvo a mojar para limpiar el piso de la zona de aseos de la prisión, aun-
que es un trabajo de tontos, teniendo en cuenta que todo el mundo pasa por aquí
cada cinco segundos.
Por lo visto, la sopa de hoy era una mierda, y el malestar estomacal ha
afectado a todos con fuerza, pero eso no me sorprende. Olivia, bendita sea, no
tiene idea de como cocinar nada, y solo por el olor a verduras podridas, entendí
que no había que tocar el plato.
Aunque una de las cosas que me ha enseñado la cárcel es que no hay que
rechazar ninguna comida por muy mal que huela o sepa, porque no hay otras
opciones para que tu cuerpo funcione.
No es que el hambre sea especialmente mi motor, ya que vivir no tiene
un gran significado para mí después de…
Mis manos sobre la fregona se tensan con tanta fuerza que mis nudillos
se vuelven blancos y mi respiración se entrecorta en la garganta cuando pasa
por mi mente el recuerdo del médico cerniéndose sobre mí e informándome
sobre mi niña.
Sacudiendo la cabeza para bloquearlo, continúo limpiando. Hacer cual-
quier tipo de trabajo aquí es el único respiro que tengo de las pesadillas que me
persiguen cada minuto de mi vida de inútil.
Pero no dejo que eso me detenga mientras pienso en todos los términos
médicos en mi cabeza, lo que me ayuda a concentrarme en mi tarea e ignorar
los fuertes gemidos que provienen de los baños o los gritos de dolor de la coci-
na cuando se les enseña una lección a las novatas…
Cuando pasas tanto tiempo aquí, te acostumbras a ciertas cosas y no les
prestas atención, no si quieres vivir de todos modos.
La ley más absoluta aquí es la de no meterte en lo que no te importa si
quieres vivir tranquila y que nadie te ataque. Y puede sonar débil y patético, pe-
ro he aprendido a morderme la lengua cuando alguien sufre.
—¡Oye, Phoenix! —grita Sara desde el marco de la puerta, y me giro pa-
ra mirarla mientras señala detrás de ella—. Kathy necesita tu ayuda. Se ha cor-
tado la mano o algo así mientras pelaba las patatas. —Apartando la fregona, me
lavo las manos y corro rápidamente a la cocina donde Kathy está sentada en la
silla, sosteniendo la mano mientras la sangre gotea lentamente sobre la fría bal-
dosa.
Sara busca el botiquín de primeros auxilios debajo del fregadero y me lo
da mientras me acerco a la silla más cercana y me pongo los guantes.
—Esto parece profundo —digo y luego lo levanto mientras me dirijo a
Sara—. Tazón de agua. Tenemos que limpiarlo primero. —Ella asiente y en un
segundo está a mi lado. Mientras lo limpio, Kathy sisea—. Te dije que no coci-
naras sin tus lentes.
Se ríe.
—¿Desde cuándo te hago caso, niña? Además, tengo un médico genial
atendiéndome. —Sus palabras son la sal que frota lentamente en mis heridas.
Yo solía ser todas esas cosas.
Pero ya no.
Sin embargo, en lugar de pensar en ello, respondo:
—No tenemos mucho equipo aquí, ni siquiera en la enfermería. Un día
de estos, necesitarás un médico con licencia.
Vuelve a reírse y yo pongo los ojos en blanco. Explicar algo a esta mujer
tan testaruda es casi imposible, pero, en cierto modo, su regaño me alegra el co-
razón.
Tal vez porque en este horrible lugar, ella se ha convertido en una de las
pocas personas que me ha colmado de amor, aunque yo no lo quisiera o no su-
piera qué hacer con él.
Después de perder a mi niña hace años, vino a mi cama de hospital y me
cuidó como si fuera su propia hija, leyéndome cuentos y acariciándome el ca-
bello mientras murmuraba “todo irá bien”. Ni siquiera estaba segura que se le
permitiera hacerlo, aunque no lo cuestioné mucho.
Una vez que me dieron el alta, ordenó a Haley y a Sara que me cuidaran
también, así que me trajeron comida cuando seguía sentada en mi celda miran-
do al vacío, frotando mi estómago una y otra vez.
Pensaba que si lo hacía suficientes veces, podría traer a mi bebé de vuel-
ta, aunque todos esos pensamientos fueran irracionales o imposibles. ¿Cómo se
puede explicar eso a una madre afligida en las garras de la depresión?
Siempre que me aventuraba a salir, había mujeres escupiendo en mi co-
mida o empujándome en los pasillos, tratando de arrinconarme para golpearme
o herirme con cuchillo.
Nunca sentí nada, ni siquiera luché, porque, ¿qué sentido tenía?
Nunca podría igualar el dolor que me mataba por dentro, así que tal vez
incluso esperaba que por fin tuvieran éxito y alegraran al maldito Zachary King
al darle la noticia que la asesina de su mujer estaba por fin muerta.
Mientras le suturo lentamente puntos a lo largo de la herida, me pregun-
ta:
— Hoy te reunirás con un abogado. ¿Alguna pista de por qué?
—Probablemente por lo de siempre. Me tomará declaración y luego me
prometerá que se encargará que todo vaya mejor. Y luego volverá a aparecer
con la misma rutina. —Para ser honesta, estoy sorprendida que siga llevando mi
caso. Hizo un trabajo de mierda la primera vez, así que no estoy segura por qué
todavía muestra su cara aquí.
¿Es su orgullo de abogado o qué?
El juez le concedió a Phoenix Hale diez años de prisión sin posibilidad
de libertad condicional, más una multa de un millón de dólares que nunca podré
pagar, teniendo en cuenta que me quitaron la licencia médica y todo el mundo
me dio la espalda.
Ni una visita, ni una carta.
Es como si nunca hubiera existido para ellos.
Incluso mi mejor amiga, Leiken Sawyer.
Kathy resopla, su cara se tuerce en una mueca.
—Te dije que usaras a mi chico durante años, pero te niegas. —A pesar
que se preocupó por mí tras la pérdida de mi bebé, no se inmiscuyó en mi vida
más allá de las necesidades básicas y se mantuvo alejada de mí.
Sin embargo, con los constantes mensajes nuevos de Zachary, y yo sin
hacer nada para evitarlos, ella le puso fin y me ofreció apoyo cuando yacía gol-
peada y ensangrentada, apenas aferrándome a esta vida. Como descubrí más tar-
de, ella era una de las personas más importantes aquí.
¿Otra cosa curiosa de este lugar?
La gente sigue queriendo vivir y soñar sin importar sus circunstancias.
Así que, con el veto de Kathy, significó el fin del acoso para siempre.
Físico, por lo menos, no es que trajera mucho alivio de todos modos;
¿qué era una cicatriz más en mi cuerpo?
No tienen sentido.
—No deberías comer tantos dulces. Es malo para la salud —sugiero, ha-
ciendo un último punto y colocando el vendaje sobre él después de agregar la
pomada para una mejor curación.
—Una mujer tiene que tener algunos caprichos en esta vida, chica.
Bueno, es difícil discutir eso, especialmente si la mayor parte de mi vida
la pasaré en este agujero de mierda.
—¡Hale, tienes una visita! —grita la guardia de la prisión mientras me
hace un gesto para que me acerque.
Me levanto y, con una inclinación de cabeza hacia Kathy, salgo del lugar
y sigo a la custodia.
Atravesamos varios pasillos hasta que finalmente se detiene frente a la
celda de interrogatorio y registra mi cuerpo en busca de cualquier tipo de arma.
Satisfecha, aprieta el botón de las puertas y éstas se abren con un fuerte
estruendo mientras señala el interior.
—Ve. Tienes una hora.
Paso al interior y frunzo el ceño aún más cuando mi mirada se posa en
mi visitante.
La mujer sentada detrás de la única mesa metálica de la sala no es mi
abogado.
Parece tener mi edad y su cabello oscuro está peinado en una trenza apre-
tada apoyada sobre su hombro.
Su cuerpo delgado está cubierto por un vestido negro ajustado. Se levan-
ta de su asiento y me tiende la mano.
—Phoenix, hola. Me llamo Lydia King.
Parpadeo varias veces, sorprendida por el apellido, pero luego maldigo
para mis adentros.
Hay cientos de Kings en el mundo; seguro que ella no es uno de ellos.
Esa gente debe odiarme con fuerza, incluso si el patriarca de la familia, Ant-
hony King, siempre me miraba con tristeza en sus ojos y casi arrepentido. La
mayoría de ellos no acudió a la corte, pero él estaba allí para ayudar a su hijo,
quien ni siquiera le dirigió una mirada.
Sin embargo, eso no cambia que deban compartir sus sentimientos hacia
mí con Zachary y que le hayan ayudado a convertir mi vida aquí en una pesadil-
la interminable. A veces, cuando me acuesto en la cama, odio tanto a Zachary
King que todo mi cuerpo tiembla.
Debido a su odio, perdí a mi hija.
Y aunque no signifique nada para él, nunca le perdonaré lo que me ha
hecho.
Nos sentamos una frente a la otra, y noto una gruesa carpeta entre nosot-
ras y me muevo incómoda, sin saber qué esperar y sin gustarme el ligero miedo
que viaja a través de mi sistema.
¿Qué está pasando aquí?
Me observa atentamente, su mirada recorre mi uniforme naranja y los
cortes de mis manos. Rápidamente escondo las uñas y las palmas de las manos
manchadas de tierra mientras la vergüenza y el pudor me invaden.
A su lado, no soy más que basura en la calle; incluso huele bien, probab-
lemente con algún perfume caro. Sebastian solía traérmelos siempre durante sus
viajes al extranjero. Según él, su mujer se merecía lo mejor, y después me hacía
el amor durante horas.
Una sonrisa se me dibuja en los labios al recordarlo, pero se esfuma rápi-
damente.
Ya no soy su mujer y nunca más lo seré.
En este lugar, aprendí otra cosa.
El odio y el amor son las mismas emociones, porque tienen el poder de
cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Y una parte de ti todavía puede amar a un
hombre al que considerabas el amor de tu vida, pero también puede despreciarlo
por cómo te traicionó sin mirar atrás.
Pero mi corazón destrozado no tiene lugar aquí. Tengo que centrarme en
la mujer y en su agenda.
—Disculpe, pero ¿quién es usted?
Me sonríe, aunque no llega a sus llamativos ojos marrones.
—Soy abogada. Una de las mejores del país. —¿A su edad? Lo dudo
mucho, pero me guardo esta observación para mí—. He venido a sacarte de
aquí.
—Uh… —Oh, mierda, ahora sé con certeza que está mintiendo acerca de
ser la mejor.
¿Es una de esas abogadas locas que necesitan un caso famoso para empe-
zar su carrera? He tenido unos cuantos de esos en los últimos tres años, pero ca-
da uno de ellos se fue decepcionado.
Sencillamente, todas las pruebas apuntaban hacia mí, se mirara por don-
de se mirara, así que es un trabajo de tontos. Y además, nadie quiso conceder
una apelación a mi caso basándose en las pequeñas inconsistencias de las pru-
ebas que encontraron.
Incluso con los años, he empezado a creer que es verdad. De alguna ma-
nera, esta convicción hace que la vida aquí sea más soportable, porque así pu-
edo sentir que estoy obteniendo expiación por mis acciones.
Aunque todo en mi interior se rebele contra la idea.
Lástima que la tierra donde los pecadores expían no exista. Tal vez en-
tonces habría ido allí una vez que mi pesadilla termine.
—Mira, es muy amable de tu parte intentarlo, pero mi caso no tiene re-
medio. Así que, por favor, no vuelvas por aquí, y centra tu talento en otra perso-
na. ¿Quién sabe? Tal vez puedas ayudarlos —digo antes de dar una patada a la
silla para que raspe contra el suelo. Estoy lista para salir corriendo.
Sin embargo, su grito de protesta detiene mis movimientos.
—Por favor, Phoenix, escúchame. —Me hace un gesto con las manos pa-
ra que me vuelva a sentar y, aunque quiero negarme, hago lo que me pide solo
por el remordimiento que se refleja en sus facciones.
Probablemente no sabe que hay casos, en cualquier carrera en realidad,
que no puedes evitar dejar pasar. Como psiquiatra, aprendí a separarme de los
pacientes después de llegar a la dura comprensión que no hay mucho que pueda
hacer, que no podría luchar contra su resistencia o su biología.
Me rompía el corazón cada vez, pero para sobrevivir en mi profesión, tu-
ve que aprender a dejarme ir.
Saca unas cuantas fotos de la carpeta y las coloca una tras otra entre no-
sotras sobre la mesa.
Todas ellas muestran a mujeres hermosas que sonríen alegremente a la
cámara. Tampoco me extraña su ropa cara ni los anillos que llevan en los dedos.
Sean quienes sean, son ricas y están felizmente casadas.
Lydia mueve sus dedos de una foto a otra mientras habla, y sus palabras
me provocan un escalofrío, helándome la sangre.
—Todas estas mujeres fueron atropelladas por un auto que iba a gran ve-
locidad y que no se detuvo por nada del mundo. Todas murieron en los últimos
dos meses. —Me tapo la boca con la mano, conteniendo un grito ahogado. Dios
mío, esas pobres mujeres—. Casos como este han sucedido a lo largo de los úl-
timos tres años, aunque en diferentes lugares, y hubo un gran intervalo entre los
accidentes, así que nadie los relacionó. —Una pausa y luego—: Pero la última
frecuencia afectó a los agentes del FBI, y abrieron un caso.
Todo lo que dice es muy trágico y lo siento por las familias, pero, ¿qué
tiene que ver conmigo? Seguramente, no creen que yo sepa nada al respecto.
¿O es que también quieren culparme de todos estos asesinatos? ¿Es otro
plan de King, hacer que me pudra en la cárcel hasta el día de mi muerte, para
que pueda expiar mis pecados?
Con confusión en mi tono y un poco de enfado, digo:
—No lo entiendo.
Ella resopla molesta y se pasa los dedos por el cabello.
—Siento no haberme explicado bien. —Se aclara la garganta disparándo-
me una bala; así de impactantes son sus palabras—. Todos los conductores tení-
an alcohol en su organismo. Todos los conductores afirman que no podían cont-
rolar el vehículo y que no habían bebido nada antes de sentarse en el auto. To-
dos los conductores mencionaron oómo el auto actuó por sí solo mientras con-
ducían hacia esas mujeres.
Oh, Dios mío.
Y con estas palabras, es imposible detener el recuerdo que me ha estado
atormentando durante los últimos cuatro años. He repetido esa noche una y otra
vez tratando de encontrar una pista que pudiera ayudarme a resolver el enigmá-
tico lío en el que terminé.
Enciendo la radio, sonrío mientras una canción de rock fuerte llena el
espacio, y muevo mi cabeza al ritmo de la música.
Es muy necesaria después del largo día en el psiquiátrico con uno de los
despiadados criminales. Necesitaban mi evaluación para saber si el hombre re-
almente había matado a sus tres hijos y a su mujer con una escopeta. ¿Estaba
en su sano juicio, o tal vez era algo más?
Me estremezco al recordar como su voz y sus ojos, junto con su rostro,
no mostraban ningún remordimiento por sus acciones. El hombre era un psicó-
pata, y había planeado durante años cometer su crimen.
Necesitaba un baño para lavar la suciedad, junto con algo de cena, ya
que me salté el desayuno y el almuerzo, demasiado nerviosa por ese viaje como
para comer algo.
Esto tendrá que acabar en un futuro próximo; mis prioridades tendrán
que cambiar, ¡y no puedo esperar a que eso ocurra!
Suena mi teléfono y lo contesto mientras Sebastian me pregunta:
—Hermosa esposa, ¿dónde estás? —El calor se extiende a través de mí
mientras mis preocupaciones desaparecen; ese es el poder que su voz tiene sob-
re mí—. La cena está lista.
—Ya estoy en camino. Hemos conseguido diagnosticar a la mujer, así
que ¡bien! Se pondrá mejor en unos meses y no tendrán que encerrarla. —Me
inventé toda la historia, demasiado temerosa de decirle a mi marido a dónde
había ido realmente, no quería que se preocupara por nada.
Sebastian me protege ferozmente. Lo habría vuelto loco pensar que estu-
ve tanto tiempo en compañía de un asesino.
Se ríe.
—Nunca dudé de ti, preciosa. Vino y chocolate y luego la historia. —Ha
sido nuestra tradición desde mi primer caso; celebramos juntos mientras él es-
cucha los detalles de mi día.
O me sostiene en sus brazos mientras lloro cuando mis pacientes no lo
logran o no hay nada que pueda hacer por ellos.
Aunque, hoy, el vino tendrá que esperar, ya que tengo una noticia muy
importante que compartir con él.
—Seguro. Te amo, cariño. —Me froto ligeramente el estómago, mi boca
se curva ante la perspectiva de ver su cara cuando conozca mi pequeño secre-
to… con el que hemos soñado durante los últimos dos años.
El deseo y la suavidad se mezclan en su voz cuando responde:
—Yo también te amo. Conduce con cuidado. Te estoy esperando. —En el
momento en que coloco el teléfono en el asiento cercano, mi auto empieza a
funcionar mal.
Las ventanas suben y bajan, y los limpiaparabrisas se mueven en distin-
tas direcciones. La radio funciona mal, como si la emisora hubiera cambiado y
no pudiera sintonizarla.
El volante oscila de un lado a otro, conduciendo por el lado equivocado
de la carretera, mientras hago lo posible por controlar el auto, pero no puedo,
ya que no me responde.
No se apaga.
Y entonces levanto la vista hacia la carretera, y mi corazón se detiene al
ver a una mujer utilizando el paso de peatones mientras se ríe en su teléfono.
Piso el pedal del freno, pero por mucho que lo pise y lo apriete, el auto
no se detiene, y un grito me desgarra la garganta.
—¡Corre! ¡Por favor, corre! —La mujer no me oye y sigue caminando,
hasta que vuelve su atención hacia mí. Sus ojos llenos de miedo son lo último
que recuerdo antes que la golpee y ella vuele por encima del techo mientras el
auto se detiene abruptamente, haciendo que mi cabeza golpee el volante.
Entonces todo se queda en blanco.
La vida tal y como la conocía terminó esa noche, y me desperté en un
mundo completamente nuevo.
Uno en el que todos me odiaban con ferocidad y exigían mi sangre, para
que me desangrara hasta morir mientras todos ellos miraban.
Lydia me aprieta la mano, y solo entonces noto como la sangre se filtra
entre mis dedos por la presión que ejercen las uñas sobre mi piel. Me da un pa-
ñuelo de papel y murmura suavemente:
—Probablemente sea difícil de recordar. Pero no fue tu culpa, Phoenix.
No eres culpable y voy a sacarte de aquí.
—¿Cómo? —Es la única palabra que puedo forzar a través de mi gargan-
ta seca.
—Todas las pruebas demuestran que fuiste su primera víctima. Además,
ha escrito una carta en la que confiesa sus crímenes. Incluso la ha enviado a al-
gunos agentes federales, jugando. Todos esos asesinatos lo han vuelto engreído,
y probablemente se siente invencible. Con sus confesiones, ha hecho que todo
se desplace sobre su eje. Es un asesino en serie, Phoenix —dice con desdén en
su voz, y espero poder reunir todo el conocimiento que tengo sobre el tema para
entender lo que está pasando a mí alrededor—. Probablemente ya no pudo guar-
darlo en su interior. Así que apelaremos el caso y nos aseguraremos de devol-
verte todos tus privilegios. Tu licencia médica, las multas que tuviste que pagar
y, lo más importante, tu nombre quedará limpio. Además de la compensación
del estado por el error judicial. Estaré contigo, Phoenix.
En otras circunstancias, me habría preguntado por qué esta extraña mujer
quería ayudarme, pero a caballo regalado no le miro el diente.
Todo lo que menciona es bueno.
Pero solo una cosa se me queda grabada de todo esto.
Ahora sé con certeza que no soy una asesina.
Y ese es el momento en que estallo en lágrimas.

♦♦♦

Sospechoso

El juego es interesante solo cuando todos los jugadores están comprome-


tidos y todos lo saben; si no, ¿qué sentido tiene?
Todo esto de esconderse en las sombras, matando a personas y hacer cul-
pable a alguien más comenzó a sentirse… solitario. Como aquellos tiempos en
el internado cuando tenía que jugar al ajedrez solo, y los niños malos siempre
los derribaban, arruinando mi progreso.
Poner a Phoenix Hale entre rejas me pareció una idea muy divertida hace
cuatro años, sobre todo para ver si podía salirme con la mía, y el hecho que
Zachary King se sintiera abrumado por la agonía de mi creación fue la guinda
del pastel.
Casi me excita su sufrimiento, ya que el jodido imbécil me humilló de-
lante de todo el mundo sin importarle las consecuencias que su decisión trajo a
mi vida.
Se merecía todo lo que le he hecho; su mujer tampoco era un ángel, si-
empre de su puto lado.
Ahora que lo pienso… la única inocente en esta historia es Phoenix, pero
entonces, ¿quién dijo que la inocencia es una virtud? Si no tienes el suficiente
cuidado, alguien puede aprovecharse de tu ingenuidad.
Sin embargo, todo cambió.
Se volvió demasiado aburrido, y odio como todas las revistas siguen re-
cordando lo que ella hizo. Le dedican titulares o se centran en ese maldito ex
marido suyo que se comprometió recientemente con una de las hermanas de
King.
Supongo que el dolor mutuo los unió a ambos, aunque según los periódi-
cos, se enamoraron en París en un viaje de negocios, ya que Sebastian Hale es
el principal abogado del imperio King.
Toda la rabia por la atención que seguía recibiendo acabó por hervir y es-
tallé, matando a varias mujeres seguidas, pero ni siquiera sospechaba el subidón
que me iba a provocar.
El mundo tiene que saber que soy yo quien lo provoca todo; tienen que
hablar de mí, valorarme, joder.
El mundo no será como ellos.
Les di todo… todo el amor… todos mis sueños… todo lo que tenía… ¿y
qué recibí a cambio?
El mundo pronto conocerá mi nombre, pero no antes de jugar una última
partida con mi Phoenix, la única persona que fue amable conmigo. La única
persona que vio mi verdadero yo y me aceptó sin reservas.
Por algo fue mi primera víctima.
Pretendo que también sea la última, pero esta vez nadie quedará vivo.
Después de todo, el cazador y la presa son inseparables.
Capítulo 6
—Equivocarse no es un pecado.
Admitir que te has equivocado no es un pecado.
Permanecer ciego a la verdad y centrarse solo en la ira es un pecado.
Un pecado por el que pagaré el resto de mi vida.
A menos que encuentre la tierra donde los pecadores expían.
~Zachary

Zachary

Con el brazo apoyado en la ventana, contemplo la vida nocturna de Ro-


ma y, por enésima vez, me asombra esta ciudad.
Luces brillantes, estatuas y una rica historia que ha visto desde revoluci-
ones hasta desfiles. Gente de buen gusto, moda y valentía. Una vez construye-
ron un imperio, y Roma todavía tiene todas las grietas de sus edificios antiguos
para contarlo.
Puedo perderme aquí durante horas, paseando por los estrechos senderos
y estudiando a la gente que siempre está abierta a la atención y a las conversaci-
ones, incluso si no te apetece. Por no hablar de la deliciosa comida.
En resumen, Italia ocupa un lugar especial en mi corazón, siempre me da
paz para ordenar mi mente, incluso en el pozo de mi desesperación.
Mi segundo hogar.
Pero esta noche no.
Trago con avidez de la botella de whisky mientras el líquido ardiente se
esparce a través de mí. Me balanceo un poco, recordando que es mi segunda bo-
tella, y es un milagro que todavía pueda estar de pie o funcionar.
Pero por mucho que quiera emborracharme, no puedo, ¿no es irónico?
Mi mente sigue dando vueltas a la información que Lydia me envió y
que me ha estado ocultando desde hace meses.
Mi padre y su familia pensaron que yo no era lo suficientemente estable
emocionalmente para manejar la verdad. Incluso Zeke les hizo caso, y pagará
por ello. Parte de su sueldo y algunos privilegios que le he dado también desa-
parecerán.
La risa vacía rebota por las paredes mientras bebo una vez más y me lim-
pio la boca cuando el licor se derrama sobre mi barbilla.
Por primera vez, la maldita familia decide mostrar su falso amor por mí y
me protege de la única verdad que importa en mi vida.
Mirando directamente a mi reflejo en la ventana, digo:
—Este no es el final. Te encontraré, quienquiera que seas.
Y para eso, necesitaré a Phoenix Hale. ¿No es la víctima favorita de este
tipo si todo empezó con ella?
Como si no hubiera arruinado su vida ya.
Pero estamos conectados de una manera que ella no entiende. De una
manera que pensé que ella nunca sabría. El simple hecho de saberlo me llenaba
de satisfacción y me permitía descansar rara veces por la noche cuando los pen-
samientos de su sufrimiento me adormecían hasta quedarme dormido.
Sin embargo, todo esto cambia ahora.
Encontraré al asesino de Angelica y le haré pagar por todo lo que les ha
hecho a las dos mujeres.
Vengaré a la mujer que amé y daré la libertad a la única mujer que pro-
metí odiar hasta el día de mi muerte.
Y en algún momento, tendré que devolverle lo que le quité.
Aunque me mate.
Capítulo 7
—Libertad.
Una palabra que significa el mundo.
Solo aquellos que lo perdieron realmente pueden apreciarlo.
~Phoenix

Phoenix

Nueva York, Nueva York


Phoenix, 7 años

Recogiendo un trozo de tiza, voy al centro del patio de recreo donde el


cemento plateado brilla intensamente bajo el sol y me río.
Solo porque la señora Thomson —nunca podré llamarla madre, a pesar
de lo que diga— me ha dicho que hoy lloverá y que, por eso, tengo que quedar-
me en casa.
Sus palabras exactas.
Afortunadamente, no sabe nada de la puerta trasera del sótano donde
hay una pequeña abertura para los perros. Todavía puedo atravesarla.
Tal vez por eso todos a mí alrededor me llaman pequeña y huesuda, no
es que me importe.
Es un crimen quedarse en casa en un día tan bonito.
Además, no podía seguir escuchando a la señora Thomson gritar a los
siete niños mientras cocinaba la cena, murmurando que deberíamos estar ag-
radecidos por las migajas que nos llevamos a la boca.
Aunque nos dé de comer solo una vez al día.
Alejo estos pensamientos, porque cuando estás en el patio de recreo, la
señora Thomson no existe. Coloco la punta de la tiza roja sobre el cemento,
dispuesta a dibujar un sol, cuando veo que un niño entra corriendo en el patio
de recreo justo hacia el columpio y se sienta en él pesadamente, haciendo volar
la arena bajo sus pies y dándole una patada también.
Respira con dificultad y tiene la cara roja, así que o bien ha corrido du-
rante mucho tiempo o está muy enfadado. La señora Thomson se pone roja ca-
da vez que la molestamos, como ella dice, y agarra el cinturón que cuelga en el
pasillo, persiguiéndonos con él.
O ambas cosas.
Me fijo en su vaquero azul y su camisa blanca junto con unos brillantes
zapatos de cuero, así que debe ser muy rico; al menos, eso es lo que dice la se-
ñora Thomson.
Los zapatos de cuero son solo para los que pueden permitirse no hacer
nada en esta vida.
Sea lo que sea que eso signifique. De todos modos, mucho de lo que dice
no tiene sentido, pero no creo que le importe. Incluso se ríe cuando menciono
que algún día tendré un trabajo increíble.
Según ella, sin dinero no puedes hacer una mierda, pero no le creo.
¿Cómo voy a creerle si siempre miente a los trabajadores sociales sobre lo
mucho que nos quiere y luego nos enseña el cinturón y su poder en cuanto sa-
len de casa?
Vuelve a patear la arena, arrastrando mi atención hacia él, y frunzo el
ceño, preguntándome qué hace aquí.
El parque infantil está aislado, y casi no funciona nada además de los
dos columpios y la caja de arena llena de tierra húmeda que no tocaría si me lo
pidieran.
Una vez vi a un niño orinar en él.
Sin embargo, nuestro barrio no tiene parque infantil, así que tengo que
ir en bicicleta unas cuantas manzanas hasta un barrio un poco más bonito,
aunque las casas siguen siendo muy viejas.
¿Quizás se ha perdido y por eso está tan enfadado?
Dejando caer la tiza al suelo, me quito el polvo de las manos y camino
hacia él, dándole una sonrisa tentativa cuando sus ojos verdes se posan en mí,
pero aplana los labios, su rostro destella ira hacia mí.
Estoy familiarizada con la ira y el desinterés en mi vida, así que no es
difícil de reconocer.
—¿Qué quieres? —pregunta, dando otra patada a la arena, toso un poco
y retrocedo cuando vuela por el aire.
—Nunca te había visto aquí —respondo, y él se ríe, aunque carece de
humor, y sus ojos se entrecierran en mí.
—¿Y qué? ¿Este parque infantil te pertenece? —Arrastra su mirada sob-
re mí, y me muevo incómoda pensando en mi camiseta manchada y mis viejos
leggings que me quedan pequeños y apenas me llegan a las pantorrillas—. Lo
dudo. —Gira la cabeza hacia un lado, balanceándose un poco, y no sé qué ha-
cer.
Ya no parece perdido, pero debe tener mi edad o un poco más, así que
¿dónde están sus padres?
Todos los niños que veo en esos lugares suelen tener adultos con ellos
que se aseguran que no les pase nada, y a veces me pregunto cómo es saber
que alguien te quiera tanto.
Eso es algo que nunca sabré, porque la señora Thomson dijo que soy de-
masiado fea y estúpida para que una familia de verdad me adopte.
Así que, en contra de mi buen juicio -todavía tengo unos cuantos moreto-
nes de la última vez que le pregunté a un niño si le pasaba algo y me golpeó
con una piedra- me siento en el columpio junto a él y le anuncio:
—Eres malo.
Pone el pie en la arena, deteniendo bruscamente el columpio, y me mira,
con incredulidad sustituyendo al enfado.
—¿Por qué eres tan malo conmigo? No me conoces.
En lugar de responder, pregunta:
—¿Por qué me hablas? No te conozco.
Resoplo con exasperación, apoyando mi mejilla contra la cadena del co-
lumpio.
—Parecías triste. Cuando estoy triste, me gusta hablar con la gente.
Parpadea sorprendido.
—¿Y te escuchan?
Sacudo la cabeza, suspirando con fuerza.
—Nunca. Así que hablo con mi oso de peluche.
—Oso de peluche —repite y se mueve un poco para apoyar la espalda en
la cadena—. ¿Cuántos años tienes?
—¡Siete años y cuatro meses! —grito con orgullo—. ¿Y tú?
—Yo tengo diez. Y no soy sordo, así que no grites.
Oh, así que es mayor después de todo.
—Lo siento. Tengo que gritar en casa o nadie me escucha. —Mi voz es
demasiado suave, así que es casi imposible que nadie me mire si hablo normal-
mente.
—Vete a hacer lo que estabas haciendo. —Se levanta, intentando alejar-
se, pero yo también me levanto, juntando las manos.
—¿Quieres dibujar conmigo?
—No.
—Eh, que pena—. Me congelo cuando oigo la música del camión de los
helados a lo lejos, recordando el sabor de la fresa en mi lengua cuando la se-
ñora Thomson nos lo compró antes que aparecieran las personas de servicios
sociales para que mantuviéramos la boca cerrada sobre lo que está pasando
dentro.
De todos modos, nadie se atrevió a hablar; no es que alguien hubiera te-
nido un hogar mejor para nosotros. En mis años, he vivido en tres casas, y to-
das ellas eran horribles, así que, ¿cuál es la diferencia?
—Helado —susurro, enviando una mirada anhelante hacia la carretera,
donde el camión está parado a varios metros de nosotros con unos cuantos ni-
ños ya corriendo hacia él. Entonces giro la cabeza, dispuesta a despedirme del
chico, pero este ya se ha alejado.
—¡Adiós! —grito, y él levanta la mano, despidiéndose sin volver la cara
hacia mí, yo vuelvo a mi tiza, la recojo de nuevo y empiezo a dibujar, un poco
decepcionada por que el chico se ha ido a pesar que he intentado ser amable.
Quizás la señora Thomson tenga razón. Es mi estupidez lo que hace que
la gente no me quiera.
La tiza raya con fuerza mientras termino el círculo del sol y empiezo a
dibujar la luz que cae, además de añadirle ojos y una sonrisa. Porque así, al
menos, alguien me devuelve la sonrisa.
—¡Hola, sol! —lo saludo, y estoy a punto de bajar y dibujar un poco de
hierba cuando una sombra cae sobre mí, y miro hacia arriba.
El chico sostiene dos helados en sus manos, y me extiende uno.
—Tómalo.
Lo hago y lo abro, saltando de emoción cuando veo que es de fresa.
—Gracias —le digo, y antes que pueda hacer nada más, lo abrazo y lo
aprieto con tanta fuerza que aún se queda en mis brazos—. ¡Muchas gracias!
Se separa de mí con fuerza y murmura:
—Es solo un helado.
—Solo lo probé una vez hace aproximadamente un año —le digo, pero
luego lo muerdo rápidamente, sabiendo muy bien que no quiere hablar, pero se
queda boquiabierto ante esto.
—¿Tus padres no te compran helados?
—No tengo. —Voy al banco que está a unos metros y me siento. Dejo de
comer, porque me duelen los dientes del frío, y mi cerebro se congela por un
segundo—. Vivo en una casa de acogida.
Una emoción que no comprendo parpadea en su rostro antes que ocupe
el asiento de al lado, mordisqueando su propio helado que es de chocolate por
lo que parece, ya que es marrón, y se da cuenta de mis ojos en él.
Exhalando con resignación, me lo extiende y lo muerdo, disfrutando de
como se derrite dentro de mi boca, pero todavía me gusta más el mío.
—Mi madre está enferma. Cáncer —dice de repente, y yo parpadeo, sin
saber qué decir. He oído que el cáncer es una enfermedad que puede provocar
la muerte, al menos eso es lo que dijo la señora de la televisión—. No hay espe-
ranza, ya que tiene un tumor cerebral en cuarta fase. —Aunque no entiendo lo
que quiere decir, entiendo que es algo muy malo—. Por eso estoy triste. Mi
madre se está muriendo.
Se me pone la piel de gallina y jadeo, el estómago se me revuelve por
dentro mientras el corazón me duele por el chico que tiene tanta tristeza y do-
lor en sus palabras.
—Lo siento mucho. —Pero creo que esas palabras no significan nada en
la gran escala de las cosas.
Porque cada vez que la gente me las decía… nunca me hacía sentir mej-
or.
Solo peor.
—Yo también. —Se limpia las lágrimas que resbalan por sus mejillas y
luego se ríe, aunque es tan fría que me produce escalofríos—. Probablemente
papá esté impaciente.
Permanezco en silencio, sin saber qué hacer, y solo lo dejo hablar.
A veces, el silencio es el único apoyo que podemos ofrecer cuando algui-
en sufre. O al menos eso es lo que afirma mi profesor en la escuela.
Abre la boca para compartir más, cuando escuchamos a un hombre
jadeando lejos de la carretera, corriendo en nuestra dirección y vistiendo un
traje divertido junto con un sombrero.
¿Es un capitán o qué?
El chico estrecha los ojos hacia él y murmura:
—Allá vamos.
Y es entonces cuando el hombre llega hasta nosotros, tragando saliva y
moviendo el dedo hacia el chico.
—No puedes huir, jovencito. Estábamos muy preocupados.
¿Jovencito?
Me río del término, y el chico me envía una sonrisa. Creo que debería
hacerlo más a menudo, porque es hermoso cuando sonríe.
—No te preocupes, James. —Se levanta, dirigiéndose a mí—. Tengo que
irme. Nos vemos, chica. —Luego me da su helado junto con algo de dinero—.
Cómprate más, pero no te enfermes.
Le devuelvo el dinero.
—No, está bien. ¡Pero gracias!
Hace una pausa, sorprendido o molesto. No estoy segura de cuál de las
dos cosas por la expresión de su cara, pero luego se encoge de hombros y vuel-
ve a meterse el dinero en el bolsillo.
Con esto, se aleja, pero no antes que yo corra hacia él, levanta la ceja
mientras James lo espera, alejándose de nosotros como si nos diera privacidad.
—¿Cómo se llama tu madre?
—¿Por qué?
Señalo el piso.
—Voy a escribir su nombre aquí. Y siempre que estés triste, puedes venir
al patio y mirar su nombre bajo el sol —le digo, y en sus ojos se forman lágri-
mas.
Pero no las deja salir, porque se aclara la garganta y dice:
—Katherine. Mi madre se llama Katherine. —Y con esto, el chico se une
al hombre mientras se dirigen a la carretera donde los espera un brillante auto
negro, todo ello mientras estoy de pie con dos helados derritiéndose bajo el sol,
la sustancia pegajosa resbalando por mis manos.
Debería haberle preguntado su nombre, pero no lo hice.
En lugar de eso, terminé mis helados y escribí el nombre de su madre,
guiñando un ojo al cielo y esperando que se quede aquí para siempre para que
él pueda mirarlo y recordarlo.
Ese día, llegué a casa saltando, deslizándome por la puerta trasera y
durmiendo profundamente.
Y al día siguiente, decidí ser médico capaz de hacer lo imposible, para
no volver a ver a chicos tristes como él.
O al menos intentarlo.

Phoenix

Las puertas de la prisión suenan con fuerza cuando paso por delante de
ellas. El guardia que está detrás de mí pregunta:
—¿Lista para la libertad, Hale? —Me empuja un poco con el codo, apar-
tando mi mirada de las puertas blindadas que me recuerdan a las del Hades,
manteniendo a todas las almas pecadoras encerradas en un solo lugar mientras
el dios maligno lo gobierna.
—Tanto como puedo—, respondo, mi tono indiferente, y me estremezco
un poco bajo el fuerte viento, odiando como mi traje descolorido, el mismo que
llevé en la última audiencia en la fiscalía, apenas sirve para protegerme de este
clima.
—Seguro que hay muchos planes, ¿eh? Vi un programa de televisión
sobre ti. Dijeron que perderte fue devastador. Hiciste maravillas incluso en tus
años de residencia.
¿Lo hicieron?
Es curioso que lo recuerde todo de forma muy diferente, hasta el jefe del
hospital que me citó en su despacho con la junta directiva presente para infor-
marme que me retiraban la licencia.
¿Qué fue lo que dijo mientras todos los ojos me miraban con escrutinio y
juicio, murmurando comentarios sarcásticos en voz baja mientras cantaban cu-
ánto dinero podría costarles “mi pequeña situación”?
—La investigación policial demostró que conducías bajo los efectos del
alcohol, justo después de salir de la cárcel. Lo que significa que podrías haber
estado borracha mientras trabajabas con el paciente. Así no funcionamos —di-
ce, bajando la mirada y revolviendo entre papeles—. Phoenix Hale, su licencia
queda revocada, y a partir de hoy, ya no trabajará en este hospital ni en ningún
otro.
Apenas reprimo la risa amarga que amenaza con deslizarse de mis labios
mientras las puertas suenan con fuerza, irritando mis nervios cuando finalmente
comienzan a abrirse, tan dolorosamente lentas que me pregunto si lo hacen in-
tencionadamente.
Disfrutad de vuestra libertad, imbéciles, pero no antes que ralenticemos el
tiempo para vosotros una última vez.
El guardia sigue hablando, o bien no se da cuenta de mi desinterés por
esta conversación o bien le importa una mierda mi deseo. Probablemente ambas
cosas, a juzgar por mi experiencia en este lugar.
—No puedes esperar a volver al trabajo, ¿eh?
—Difícilmente. No tengo licencia médica. Y de todos modos no la qui-
ero. —Me imagino todos los rostros de las personas que acudieron a mi audien-
cia, que se hizo pública por algún motivo a pesar de toda la prensa, cuántos fa-
miliares de mis pacientes vinieron, y cada uno de ellos le dijo al juez lo loca
que estaba. De acuerdo, tal vez simplemente explicaron cuan implacable era ca-
da vez que quería comprender completamente el diagnóstico de mis pacientes y
si era adecuado para ellos. Según ellos, les trajo el caos a la vida y, a veces,
pensaron que yo no estaba estable.
Por lo visto, a nadie le importaba una mierda que mi obsesión ayudara a
sus familiares. Solo basándose en ese comportamiento, el juez llegó a la conclu-
sión que debía beber constantemente en el trabajo, o al menos de eso me acusa-
ban todos.
Me rompí el culo por ellos, y nadie vino a apoyarme. ¿De qué sirve en-
tonces hacer el bien, si al final todos lo usaron en mi contra?
—Bueno, creo que…
La puerta se abre por fin, y lo miro por encima del hombro, sin molestar-
me siquiera en dejarlo terminar:
—Adiós. —Y con esto, doy mi primer paso hacia la libertad, el sol brilla
intensamente sobre mí mientras el viento me golpea con fuerza, agitando mi
chaqueta hacia atrás, pero una sonrisa curva mi boca, dando la bienvenida al
frío.
Cierro los ojos, levantando la cara, y respirando el aire fresco que incluso
sabe a libertad.
Porque con el chasquido de las puertas de hierro a mi espalda, sé que esa
parte de mi vida ha terminado.
Mi cuerpo y mi alma siempre albergarán cicatrices que me lo recuerden,
cicatrices que sangrarán y sangrarán sin medicación ni palabras para calmarlo.
Aunque el cielo es de un azul claro, incluso los pájaros no vuelan ni pian
con fuerza, disfrutando del hermoso día.
El rugido de un automóvil en la distancia llama mi atención a la carrete-
ra, donde veo un vehículo conduciendo rápidamente en mi dirección, casi bor-
roso, y jadeo sorprendida, queriendo alejarme de él. Sin embargo, no puedo ha-
cer nada más que quedarme congelada, los sonidos me recuerdan a otro
vehículo.
Y el inevitable choque que siguió con la mujer tendida en el pavimento,
desangrándose hasta morir.
Palmeando mi cabeza, rezo para que las voces desaparezcan y así la de-
bilidad que me mantiene inmóvil se aleje, permitiéndome distanciarme del
vehículo, pero no funciona.
Apretando los ojos, espero como una oveja a punto de ser sacrificada, y
entonces el fuerte sonido de los neumáticos sobre el pavimento me devuelve al
presente. Concentro mi mirada en la punta del parachoques cuando el auto se
detiene a unos centímetros de mí.
Tragando más allá de la bilis en mi garganta, primero me fijo en la pintu-
ra oxidada del vehículo y en varios golpes. Hay una grieta en el parabrisas, co-
mo si alguien le hubiera tirado una piedra. Hay más arañazos en los paneles la-
terales, de las llaves, supongo, ya que hay escritas unas cuantas palabras no
muy halagadoras.
El claxon del auto me sobresalta, haciéndome saltar en mi lugar, y pongo
mi mano en mi pecho, respirando con dificultad mientras mi mirada se posa en
el conductor, quien me saluda con la mano.
Como me quedo congelada en el sitio, exhala con fuerza y sale del auto,
siendo su cabello rosa lo primero en lo que me fijo. Se coloca los lentes de sol
sobre la cabeza, mostrando sus ojos verdes, que extrañamente no combinan con
su ropa completamente negra. Está tan pálido que casi puedo ver cada vena de
su cuello, y sus dos brazos tienen tatuajes en las mangas que sobresalen de la
camiseta que lleva.
Chasquea los dedos hacia mí, señalando con el índice. —Phoenix Hale,
¿verdad? —Asiento y me guiña un ojo, señalando el vehículo—. Entonces sube,
nena. Estamos a punto de ir a casa. —Parpadeo confundida al verlo, pensando
en alguna pista de cómo podría conocer a este tipo, pero no se me ocurre nada.
Debe leerlo en mi cara, porque se ríe, presentándose.
—Mi nombre es Rafe Baker. Soy el hermano de Sara. Ella debe haberte
hablado de mí.
Dios mío, ¿cómo he podido olvidarlo?
Sara casi me presionó para que aceptara quedarme en su casa, alegando
que tenía su habitación disponible para mí mientras averiguaba qué hacer. To-
dos mis bienes personales se repartieron con Sebastian y luego se vendieron pa-
ra pagar una parte de la multa que me asignó el Estado. No tengo nada de valor
a mi nombre, y aunque Lydia prometió demandar al Estado para obtener una
compensación, podrían pasar años antes que vea algo de ese dinero de vuelta. Si
es que alguna vez lo veo.
Lo que significa que no tengo dinero ni un lugar donde quedarme. Lydia
se ofreció, pero nunca acepté.
Nadie necesita extraños en su casa. Esa es una dura verdad que nadie qu-
iere compartir por miedo a sonar como un imbécil.
—Ella lo hizo. Solo que no sabía que te había llamado.
Rafe levanta la ceja.
—Si Sara decide algo, puedes apostar tu culo a que se hará realidad. —
Sí, tengo que estar de acuerdo con él en eso, ya que la terquedad de la mujer
asomó su cabeza en todo su esplendor cuando se negó a ir al hospital para tratar
su nariz rota—. Así que, vamos. He oído que alguien ha filtrado a la prensa que
vas a salir hoy, y a no ser que quieras que todo esto… —Levanta la mano de ar-
riba abajo en el aire—, salga en todos los periódicos del país, tenemos que irnos
a la mierda. —Ante el recordatorio de la prensa, me apresuro a hacer lo que me
dice; puedo resolver los arreglos más tarde. Afortunadamente, me abrocho el
cinturón de seguridad justo un segundo antes que arranque el auto. Mi espalda
se aprieta contra el asiento mientras él acelera, moviéndose tan rápido que es un
milagro que pueda respirar por el viento que me golpea a través de las ventanas
abiertas.
Está claro que el tipo no tiene frío, ya que actúa como si estuviéramos en
pleno verano.
—Gracias —digo, enderezándome en mi asiento y pulsando el botón pa-
ra cerrar la maldita ventana antes que me resfríe—. Por llegar a tiempo.
Agita la mano como para decirme que no le dé importancia antes de pul-
sar otros botones, y una música lenta resuena en el espacio cerrado, llenándolo
con un ritmo familiar; solía escuchar esta canción todo el tiempo mientras pre-
paraba mis exámenes en la universidad.
—Oye, no importa lo que hayas hecho, todavía tienes derechos.
Mis cejas se fruncen ante esto, porque parece que quiere decir que aun-
que haya matado a alguien, está bien que lo haya hecho.
Y no sé, quizás sea la verdad, pero no me parece normal después de años
en los que la gente me ha tratado peor que a la suciedad bajo sus pies.
—Si tú lo dices.
Se ríe.
—Seamos francos, ¿de acuerdo? —Gira la cabeza hacia mí, sus piscinas
llenas de diversión mientras acelera un poco “el máximo de su coche alcanza
casi los ciento cuarenta”—. No me importa lo que hayas hecho o dejado de ha-
cer. Si Sara confía en ti lo suficiente como para darte su habitación, no puedes
ser mala en mi libro.
—¿Por qué confías en su instinto?
—Sí, mi hermana no es una santa e hizo algunas cagadas en su vida. Pe-
ro ella nunca me pondría en peligro o algo peor. Sin embargo, por encima de to-
do, es la confianza en su juicio. —Y ese es el final de la conversación por aho-
ra, parece, porque sube el volumen, la música se mezcla con el fuerte silbido del
viento casi arrojándonos en un espacio parecido al vacío.
Sin embargo, no puedo evitar pensar en las palabras que me dijo con tan-
ta facilidad.
Confianza.
Todo se reduce a eso, ¿no?
Si amas a alguien, confías en él.
Si la persona amada dice que no lo hizo… ¿no deberías al menos darle el
beneficio de la duda?
Sí, mucha gente se aprovecha de eso, haciendo actos horribles y aun así
haciendo sufrir a sus seres queridos por ello, presentando una fachada que mu-
estra su bondad, aunque sean personas malvadas.
Pero en mi caso, mis seres queridos nunca tuvieron una razón para no
creer o confiar en mí.
Sin embargo, cada uno de ellos me traicionó.
Y en esto, incluso cuando recupere mi licencia médica… y probablemen-
te algunas de esas personas mostrarán remordimiento —los conozco lo suficien-
te como para esperar eso—, nunca confiaré en ellos.
Destruyeron mi corazón una vez, y eso es una vergüenza para ellos.
Pero si dejo que lo hagan de nuevo… será una vergüenza para mí.

♦♦♦
Me sobresalto y abro los ojos de golpe cuando el auto se detiene brusca-
mente, haciéndome rodar hacia delante, pero el cinturón de seguridad me reti-
ene.
—Ya hemos llegado —anuncia Rafe, apagando el auto y echando un vis-
tazo a la pequeña bolsa negra que tengo en el regazo—. ¿Eso es todo lo que ti-
enes?
Mis mejillas se calientan por la vergüenza, mis dedos se clavan con dure-
za en el cuero, aunque no hay forma de escapar de la verdad.
—Sí.
Tres años de prisión y una pequeña bolsa que contiene mis cuadernos y
mis documentos… todo lo demás fue destruido por Sebastian en su furia.
—Eso es una mierda —es todo lo que dice Rafe antes de salir del auto
mientras lo sigo, haciendo una mueca de dolor por el entumecimiento de mis pi-
ernas por haber estado sentada tanto tiempo. Creo que me quedé dormida apro-
ximadamente a una hora de camino. Me estiro un poco mientras mis ojos evalú-
an la vista a mí alrededor.
O la falta de ella, en realidad.
Estamos en un barrio mugriento. Lo adivino por los repugnantes olores
que flotan en el aire de los edificios de varios pisos y ladrillos agrietados que
nos rodean. Algunas pinturas de grafitis, bastante bonitas a su manera, están
manchadas en las paredes, y veo gente sentada junto a las entradas, fumando
porros y bebiendo cerveza.
Varios perros y gatos callejeros deambulan por los alrededores junto con
niños que juegan en un parque infantil que ha visto días mejores, a juzgar por el
columpio roto y la arena sucia. Además, la carretera que nos rodea debe estar
llena de baches, ya que hay varios agujeros en ella.
Desde el primer nivel, donde hay una ventana abierta, oigo un fuerte gri-
to femenino:
—¡Otra vez estás malgastando tu dinero! No gano suficiente dinero para
esta mierda.
—¡Cállate la boca, Marissa! —le grita alguien, y lo sigue un fuerte gol-
pe.
Rafe pone los ojos en blanco, moviendo los dedos mientras caminamos
en dirección al segundo edificio de donde provienen los gritos.
—Te acostumbrarás a la pareja de locos. Creo que discuten todos los dí-
as.
—¿Y siguen juntos? —pregunto—. Debe ser amor verdadero.
Se ríe.
—Creo que me vas a gustar, Phoenix. —Pasamos junto a tres hombres
que juegan a las cartas y beben cerveza, y Rafe los saluda—. ¡Hola, chicos! Es-
ta es Phoenix. Vivirá aquí a partir de ahora. —Me miran brevemente y se enco-
gen de hombros—. No se metan con ella. —Rafe me arrastra por el codo al in-
terior del edificio. El aire se congela en mis pulmones cuando el olor a cebolla y
algo más mezclado llena mis fosas nasales, haciéndome casi sentir arcadas.
Subimos las escaleras, y lo hago con cuidado, notando varios escalones
rotos en el camino. Me pregunto hasta qué punto es seguro este edificio, porque
las paredes tiemblan con cada sacudida de aire.
Una vez que estamos en el quinto piso, un estrecho pasillo con piso de
madera se abre a innumerables puertas a ambos lados.
Una vez más, se oyen diferentes ruidos, desde llantos hasta risas, pasan-
do por gritos y maldiciones. Solo hay una bombilla en todo el pasillo, que se
enciende y se apaga, creando un ambiente oscuro que en otro tiempo me habría
puesto la piel de gallina.
Excepto que, en la cárcel, a veces no había luz, así que no me importa.
Finalmente, llegamos al apartamento casi al otro extremo del pasillo, y
Rafe hace girar las cerraduras.
—No prestes atención al desorden. —Y entramos con él encendiendo la
luz, y mi mandíbula casi se cae al suelo.
Porque es imposible que no le preste atención a eso.
Lo primero que aparece a la vista es la pequeña sala de estar conectada a
la cocina por su mostrador en forma de nido, donde hay innumerables cajas de
comida repartidas entre él y la mesa de centro del salón.
La ropa está esparcida por todo el sofá, el televisor tiene varias manchas
en la pantalla que parecen ketchup, y el fregadero está lleno de platos sucios,
aunque no tengo ni idea. Según la imagen que se me presentó, parece que todo
lo que hace es pedir comida para llevar.
El zumbido del frigorífico resuena en el apartamento mientras el olor a
basura estropeada flota en el aire, haciendo que los olores anteriores palidezcan
en comparación.
Veo un pequeño pasillo que conduce a tres habitaciones más, y Rafe lo
explica antes que pueda preguntar.
—Una de ellas es un baño. —El pavor me invade al imaginar lo que me
encontraré allí si el tipo no se molesta en las otras partes de su apartamento, y
me envía una tímida sonrisa—. Siento mucho el desorden. Acabo de tener los
exámenes parciales, así que ya sabes.
¿Es un estudiante? Sara nunca mencionó eso sobre él. Lo único que decía
de su hermano era que era muy inteligente, y que si usara su cerebro sabiamen-
te, podría haber llegado a algún sitio.
Pero si estudia en la universidad, ¿a qué otros lugares quiere que vaya?
—¿Qué carrera?
—Informática.
Me burlo de él.
—Así que eres un mago en lo que respecta a la tecnología.
La diversión y algo más aparecen en sus ojos, pero desaparecen tan rápi-
do que no tengo tiempo de captarlos.
—Se puede decir que sí. O aprendo a serlo.
—Buena suerte. —De repente me siento tan cansada que quiero sentarme
o tumbarme y no pensar en nada. Incluso en el desorden que probablemente
limpiaré dentro de poco porque soy una maniática de los gérmenes y no podré
funcionar alrededor de todo esto.
Por no hablar del olor. La libertad no debería oler así.
—¿Dónde está mi habitación?
Se toca la frente antes de decir:
—Primera habitación. —Saca las llaves de su bolsillo sonando ruidosa-
mente y entregándomelas—. Sara tiene la norma que no debo entrar en ella. No
la he tocado, pero tiene sábanas limpias en el segundo cajón y algo de ropa tam-
bién. —Me escanea de pies a cabeza, mordiéndose el labio inferior—. Creo que
sois más o menos de la misma talla.
Cierto.
Por muy humillante que sea, no tengo nada de ropa y, a menos que tenga
algo de dinero a mano, tendré que pedirle prestada alguna de las suyas.
Gracias, Sara.
Me dirijo hacia ella, introduciendo la llave, cuando me llama:
—Phoenix. —Giro la cabeza hacia él mientras se apoya en el mostrador,
sin importarle que el ketchup le manche el codo—. ¿Tienes dinero?
¿Será eso un impedimento para el trato? Debería haber sabido que cuan-
do estuviera a punto de dormir un poco esto pasaría. Algo siempre me lanza una
bola curva como para recordarme que no hay paz para mí.
—No.
Asiente, como si lo esperara.
—Ya que estás corta de dinero y no tienes ninguna mierda, ¿te gustaría
ser camarera?
—¿Camarera? —pregunto, un poco sorprendida con su propuesta.
Se encoge de hombros.
—Este mes he conseguido otro trabajo como autónomo por Internet y me
pagarán más que como camarero, pero me imaginé que te vendría bien un traba-
jo. He hablado con Herb, el dueño, y no le importa. Siempre que sepas lo que
estás haciendo.
—Lo sé —digo rápidamente, pensando que es casi demasiado bueno pa-
ra ser verdad, así que debería tomar la oferta con ambas manos y aferrarme a el-
la—. Fui camarera en la universidad. —Entre otras cosas, para poder pagar co-
sas.
Creo que en algún momento la gente me preguntaba si dormía, ya que
veían mi cara en la cafetería por la mañana y en el bar por la noche.
Sonríe alegremente, dando una palmada.
—Entonces está decidido. Empezarás mañana.
Se da la vuelta y luego maldice en voz baja, arrancando un pañuelo de
papel de la caja y limpiándose el codo, pero se detiene cuando le digo:
—Gracias. No tenías que hacer eso.
—Ah, cariño. ¿Cómo no iba a hacerlo? Todos necesitamos un poco de
ayuda a veces.
Al entrar en la habitación, cierro la puerta tras de mí y me apoyo en ella
mientras veo una cama, una cómoda y una mesa junto con el armario colocado
en ella; no es que esperara otra cosa de Sara.
Y en ese momento, me deslizo hasta el suelo, escondiendo la cabeza ent-
re las rodillas mientras las lágrimas corren por mis mejillas; la única prueba que
estoy viva.
Todos necesitamos un poco de ayuda a veces.
¿No es esa la verdad? Incluso si esta ayuda viene de extraños en los que
la mayoría del mundo nunca habrían confiado.
Tengo una segunda oportunidad en esta vida.
Y tengo la intención de utilizarla sabiamente, haciendo todo lo posible
para ayudar a atrapar al asesino en serie incorporando toda la experiencia profe-
sional que poseo.
Pero no porque quiera justicia por lo que me hicieron, aunque eso tambi-
én es importante.
No, quiero justicia por mi niña.
Mi pequeña que no sobrevivió a la indiferencia que esta sociedad me de-
mostró.

♦♦♦
Zachary

El auto se detiene junto al oxidado edificio, cuyas paredes están tan agri-
etadas que es un milagro que aún no se haya derrumbado a nuestros pies, y pul-
so el botón, permitiendo que la ventana se deslice hacia abajo.
Toda mi atención se centra en la mujer que está en el balcón del quinto
piso, con su cabello oscuro ondeando en distintas direcciones mientras toma
aire una y otra vez, como si no pudiera llevar suficiente aire fresco a sus pulmo-
nes.
Lleva una simple camisa blanca que probablemente no la protege del aire
frío, pero su risa resonando en la noche puede atestiguar que no le importa.
Sus llamativos ojos marrones, manchados de dolor y tristeza permanente,
son invisibles para mí desde esta distancia, pero los he memorizado a partir de
innumerables videos y fotos que he visto de ella.
¿Acaso su risa se refleja ahora en sus piscinas, lavando el dolor que hice
lo posible por infligirle?
¿O el cuchillo invisible que le clavé en el corazón hace tres años y me-
dio, cuando le quité a su hija, sigue manando sangre y provocando su agonía?
—Jefe —dice James, mi conductor, y me mira por encima del hombro—.
Ya hemos llegado. ¿Debo esperarlo o…? —Echa una mirada al lugar—, ¿o se
va a quedar a pasar la noche?
Una risa divertida casi se desliza de mis labios ante la implicación de sus
palabras. ¿Cree que Phoenix es una de mis innumerables mujeres que me ayu-
dan a satisfacer mi necesidad de sexo, que mi cuerpo anhela, pero mi corazón y
mi alma permanecen fríos en el proceso?
Quien dice que se puede sufrir en silencio tiene razón, pero ni siquiera el
sufrimiento puede apagar las necesidades básicas del cuerpo humano.
Aunque la sorpresa de James es válida, ya que todas las mujeres que
adornan mi cama viven en una de las zonas más caras de Nueva York, pertene-
cientes a la élite de Manhattan. Algunas de ellas incluso han mostrado sus rost-
ros para diversas revistas debido a su fama.
Ninguna de ellas necesitaba a Zachary King para elevar sus estatuas en la
vida, pero todas querían que me convirtiera en algo más que su compañero de
cama a pesar que les dejara clara mi postura en múltiples ocasiones.
El amor ocurre una vez en la vida, y yo ya he amado en esta vida. Enton-
ces, ¿qué sentido tiene empezar una relación con alguien si no va a ir más allá?
Que pérdida de tiempo para mí, pero sobre todo para la mujer.
Extrañamente, ninguna de ellas compartía mis sentimientos y me malde-
cía cada vez que la aventura terminaba, alegando que yo era un idiota. Pero, de
nuevo, no era nada que un poco de joyería pudiera arreglar.
Hasta la próxima.
Nunca podré empezar una nueva relación en la que se espere amor de mí.
James se aclara la garganta de nuevo, llamando mi atención y le respon-
do:
—Vámonos a casa. —Él asiente con la cabeza y arrana el auto, luego
acelera mientras llega a la carretera principal, todo mientras cientos de escenari-
os de cómo puedo encontrarme con Phoenix Hale se reproducen en mi mente.
Y en cada uno de ellos, al final de todo, me escupe a la cara y me grita
que la deje en paz, porque no puedo imaginar otra cosa.
Nunca querrá ayudarme, pero trabajar con ella es la única manera de en-
contrar al verdadero asesino, porque su obsesión es Phoenix. No necesito tener
un pasado con asesinos en serie para reconocer las señales.
Nuestras primeras veces son siempre tan importantes para nosotros, ya
que nos asientan en el camino que elegimos. Todavía puedo saborear en mi len-
gua la victoria de mi primer negocio internacional, ganando mi primer millón,
recordando como la emoción sacudía todo mi cuerpo, y como por fin podía dic-
tar lo que sucedía en la empresa.
Principalmente, tenía el poder de vetar cada vez que papá quería incluir a
alguien en la junta directiva de la familia de su puta esposa, a quien he logrado
ignorar la mayor parte de mi vida adulta.
Ya han metido sus manos en el negocio familiar; después de todo, papá
los hizo accionistas, y para sus codiciosos culos, eso debería ser suficiente.
Phoenix estará de mi lado de un modo u otro; no tendrá elección, y no
me importa utilizar lo que sea necesario para lograr ese objetivo.
Mi teléfono suena en el bolsillo y lo saco, sonriendo, mientras lo deslizo,
sabiendo que es una videollamada. Una niña de tres años y medio me mira con
los ojos marrones de su madre y, extrañamente, con mi cabello oscuro.
Me sonríe, los hoyuelos se muestran en sus mejillas mientras me lanza
un beso.
—¡Papá! —grita, riéndose—. ¡Te he llamado! —lo dice como si fuera el
mayor logro del planeta, y en cierto modo lo es.
Al fin y al cabo, su niñera -y una de las mías en su día, Patience- se en-
carga de todas las llamadas y esconde el teléfono de mi hija, que tiene tendencia
a llamarme en los momentos más inoportunos, pero siempre contesto, hablando
con ella hasta que se aburre.
Ella es lo más importante en esta vida para mí, y tiene prioridad por enci-
ma de cualquier cosa o persona.
—Sí, lo hiciste. ¿Robaste el teléfono de Patience otra vez?
Apoya la barbilla en la mano y suspira profundamente.
—Yo no robo, papá. ¡Tomo prestado! —dice, frunciendo el ceño un po-
co, pero luego se levanta de un salto, y veo que sus dedos se mueven mucho y
bloquean la cámara antes que vuelva a aparecer, de pie a unos metros de la cá-
mara y girando de un lado a otro. Su tutú rosa rodea su cintura mientras agita
los bordes—. ¡Mira mi vestido, papá! —exclama, tragándose algunas de sus pa-
labras ya que su lenguaje aún no es muy claro—. ¡Ballet! —anuncia y luego vu-
elve corriendo al teléfono, acercándose tanto que todo lo que veo son sus fosas
nasales—. Mañana empiezo, papá. ¿Vendrás? —pregunta y luego vuelve a ajus-
tar el teléfono, parpadeando con una súplica en sus ojos, y mi corazón se aprieta
dolorosamente aunque no debería.
Todo lo que mi hija quiere en esta vida, lo consigue.
Después de todo, es la princesa del castillo.
—Por supuesto. No me lo perdería, pequeña.
Me devuelve la sonrisa y abre la boca para decir algo más, y es entonces
cuando oigo a Patience jadear en la distancia con su voz retumbante.
—¡Jovencita, no te escapas de mí y me robas el teléfono!
—¡Prestado! —la corrige y luego baja la voz, susurrando—: Adiós, papá.
Hasta mañana. —Y desconecta el teléfono antes que Patience pueda verla con
él.
Sin duda, lo encubrirá todo y actuará como si no lo hubiera tocado, haci-
endo que la niñera se cuestione su cordura y el trabajo que apenas aceptó. Se lo
rogué, porque nunca podría confiar en nadie más que en ella para vigilar al rayo
de luz de mi vida.
A papá le encantaba extrañamente pasar tiempo con ella y llevarla a vari-
os lugares, afirmando que, como abuelo, era su deber para con mi primogénito.
James se ríe desde el frente, captando mi mirada en el espejo.
—Va a ser un manojo de nervios cuando crezca.
Sí, lo será, y pienso estar a su lado pase lo que pase. Espero que algún
día, cuando tenga la edad suficiente para comprender el alcance de la situación,
mi hija pueda perdonarme por lo que he hecho en el pasado.
Emmaline Katherine King.
Mi hija y la de Phoenix, por quien convoqué a los mejores especialistas
en pediatría del mundo para asegurar que sobreviviría, y lo hizo a pesar que las
probabilidades no estaban a su favor. Mi chica es una luchadora.
Como su madre.
Si Phoenix no acude a mí en busca de justicia, lo hará por nuestra hija,
aunque me odie.
Imagino que ese odio se amplificará por mil una vez que sepa la verdad
sobre Emmaline.
Nuestra hija.
Nuestra, porque que se joda Sebastian Hale por darles la espalda; de to-
das formas no tiene derechos en lo que a ella se refiere, a menos que busque una
prueba de ADN, y eso nunca ocurrirá.
No si su madre está de mi lado.
No podrá reclamarlos, ni siquiera cuando ella sepa la verdad, y no creo
que Phoenix pueda perdonar nunca su traición.
Hasta que todo esto termine, Phoenix me pertenece, para siempre bajo mi
protección, una parte de mí.
Nadie me quita lo que me pertenece.
Especialmente no Sebastian Hale.
Capítulo 8
—Dicen que es posible amar y odiar a una persona al mismo tiempo.
Y creo que es cierto.
Incluso el amor verdadero puede convertirse en odio si la persona a la que
amas te arroja al pozo del infierno y nunca miró atrás.
~Phoenix

Phoenix

Nueva York, Nueva York


Phoenix, 9 años

—Odio las matemáticas. Las odio, las odio, las odio. —murmuro en voz
baja, apoyando la pesada mochila en mi hombro, y reanudando mi paseo por el
barrio al atardecer, intentando caminar por la amplia acera bajo las duras lu-
ces de la calle—. Debería haber dicho que no a la profesora Meghan.
En lugar de eso, acepté hacer una tarea extra en la escuela para subir
mi nota, porque necesitaba una puntuación perfecta para que la Sra. Thomson
firmará el formulario de permiso para que pudiera asistir a un viaje escolar.
Pero ahora, vuelvo a casa más tarde de lo habitual, y durante el invier-
no, está tan oscuro afuera que mis entrañas tiemblan de miedo, y estoy cons-
tantemente vigilando mi espalda, con una pesada piedra en la mano por si al-
guien viene hacia mí.
Levanto más la bufanda para bloquear el duro viento y casi respiro ali-
viada cuando veo el viejo parque infantil iluminado por la luz de la calle.
Pasando por este estrecho camino, me ahorraré diez minutos y llegaré a
casa justo a tiempo para la cena sin que la Sra. Thomson se queje por ello.
Veo una figura a lo lejos y detengo mis movimientos, sorprendida que
haya alguien, y entonces acelero el paso, dispuesta a huir. Pero entonces vuel-
vo a mirar, y mis ojos se abren de par en par cuando reconozco al chico de ha-
ce dos años de pie en el paseo de cemento, con un abrigo negro que casi se lo
traga entero y un traje negro, sus zapatos brillando bajo la luz.
Me vuelvo hacia él y levanta la mirada hacia mí.
—El nombre está aquí. —Solo entonces me doy cuenta que está mirando
la palabra escrita en él, y asiento con la cabeza, decidiendo mantenerme para
mí que escribo el nombre de vez en cuando cada vez que lo veo desaparecer.
Los ojos del niño siempre me han perseguido, y pensé que se pondría
triste si alguna vez volvía aquí y no veía el nombre de su madre en él.
—Al menos ella vive aquí —dice antes de acercarse a mí, y doy un res-
pingo cuando una fuerte ráfaga de viento me hace retroceder unos pasos. Si no
fuera porque su mano me atrapa el codo, probablemente me habría caído de
espaldas—. Y tú sigues aquí.
Le sonrío, ajustándome mejor el gorro en la cabeza, y suspiro cuando el
frío ya no se filtra en mis oídos.
—Vuelvo de la escuela.
Su ceja se levanta.
—¿A esta hora?
—Clase extra para terminar el examen. —Decido no molestarlo con mi
vida, porque no parece interesarle y, además, es muy incómodo hablar con él
ahora mismo.
Es guapo, y mis mejillas se encienden, pensando que ninguno de los chi-
cos de la escuela puede compararse con él.
—¿Qué haces aquí? —Es imposible que viva en este barrio, y al echar
un vistazo a la carretera, veo a James esperándolo junto al auto.
—Mi madre murió hace dos años. —Parpadeo, mientras la tristeza me
invade, junto con el dolor por él—. Vine a despedirme de ella.
—¿Adiós? —Esta debe ser una de las conversaciones más extrañas que
he tenido, pero lo absorbo todo, sin importarme nada.
El chico y nuestro anterior encuentro siguen siendo una de las mejores
aventuras para mí, y es el único que me ha mostrado amabilidad, así que ni si-
quiera me importa perderme la cena para escuchar sus pensamientos.
—Me voy a estudiar al extranjero hasta que termine la carrera. —Mis
cejas se fruncen, y él debe haberlo notado, porque me da un golpecito con el
dedo en el puente de la nariz—. Papá no soporta que odie a su mujer y a sus
nuevos hijos.
—Entonces, ¿te envía lejos? —No puedo imaginar cómo debe doler eso;
Cada vez que los padres de varios hogares de acogida me daban la espalda, me
ponía a llorar y me dolía tanto que ni siquiera me daba hambre.
¿Pero su propio padre no lo quiere? ¿Cómo es posible?
—Mejor yo que ella, supongo. ¿O debería decir ellos? —Se encoge de
hombros—. No importa. —Mira por última vez el nombre en el pavimento y se
marcha hacia su conductor mientras los copos de nieve empiezan a caer sobre
nosotros rápidamente, y yo suelto una risita, abriendo los brazos.
—¡Dios mío, está nevando! —exclamo, olvidándome momentáneamente
del chico mientras salto en alto y doy vueltas, tratando de atrapar todos los co-
pos de nieve—. ¡Nevando! —Casi nunca nieva antes de Navidad, y estoy dispu-
esta a gritar a los cuatro vientos mi alegría por ello.
Abro la boca para atrapar algunos de ellos en mi lengua y solo entonces
veo como el chico todavía me mira fijamente, sus ojos verdes me estudian du-
rante tanto tiempo que me sonrojo un poco pero espero que no lo vea, porque,
¿qué estúpido sería eso?
—Disfrutas de las cosas más simples —susurra antes de señalarme con
el dedo. Frunciendo el ceño, me acerco y luego parpadeo sorprendida cuando
él alcanza mi mochila, la abre y saca un cuaderno y un bolígrafo—. Probable-
mente me voy a arrepentir, pero aquí está mi dirección. Escríbeme si quieres.
¿Como ser amigos por correspondencia?
Mi mejor amiga, Paloma, tiene uno en París. Lo conoció cuando se fue
de vacaciones con sus padres, y dice que desde entonces intercambian cartas.
¿Cómo de genial es eso?
Lo deja todo dentro y se dispone a salir corriendo cuando grito:
—Espera. —Se detiene, mirando por encima del hombro, y yo arranco
rápidamente parte del papel, garabateo mi dirección en él, pero en lugar de mi
nombre real, pongo otro.
Se lo doy y él lo agarra, lo dobla y se lo mete en el bolsillo del abrigo.
—Esto es rarísimo —es todo lo que comenta al respecto—. Pero ya que
mantienes el nombre de mi madre, te debo una. —No entiendo lo que quiere de-
cir con eso, pero no tengo la oportunidad de preguntar, ya que casi corre hacia
el auto y se mete dentro con una última mirada hacia mí.
Y después de eso, se marcha mientras la nieve sigue cayendo sobre mí y
yo me pregunto qué acaba de pasar.
Durante todo el camino a casa, pienso en este encuentro y en cómo me
dio su dirección en el nuevo lugar.
Al llegar rápidamente a casa, me lavo las manos y ceno antes de limpiar
la cocina y solo entonces compruebo lo que me ha escrito.
Principalmente su nombre, porque tengo curiosidad por saber cual es.
Zach.
Sonrío cuando aprieto el cuaderno contra mi pecho y suspiro, prometi-
éndome guardar este secreto y no dejar que nadie se aproveche de él.
Mi primer amigo por correspondencia.
¿Y quién sabe?
Quizás con el tiempo, Zach se convierta en uno de mis mejores amigos y
nos volvamos a encontrar.

Phoenix

—¡Hey guapa! —grita un hombre, arrastrando las palabras mientras se


apoya en la barra y mueve el vaso vacío en la mano. —¡Otro para mí y mis ami-
gos! —Sus alegres amigos están detrás de él, sentados en una mesa redonda en
la esquina.
—Claro —respondo y alcanzo la botella de tequila, colocando cinco va-
sos pequeños en una bandeja, y los lleno rápidamente antes de poner un trozo
de lima en los bordes junto con la sal—. Aquí tienes. —Miro alrededor del local
pero no encuentro a Tracy, la otra camarera, para que me ayude. Estoy a punto
de recogerlo yo misma (lo último que necesito en el primer día de mi nuevo tra-
bajo es un cliente que derrame su bebida) cuando me aparta las manos, dispues-
to a agarrarlo él mismo.
Justo en ese momento, su amigo de atrás se levanta y se lo arrebata, diri-
giéndose al borracho. —O lo llevo yo o lo tiras tú.
El tipo le sonríe y luego me mira antes de buscar su cartera y colocar un
billete de cien dólares sobre el mostrador.
—Quédate con el cambio. —Con esto, se aleja entre los ruidosos cánti-
cos de los universitarios que están a punto de emborracharse. Seguro que tam-
poco será la última vez que pidan algo.
Aun así, la propina está bien, y si me tienen que llamar guapa por eso…
que así sea. En las circunstancias actuales, no puedo ser exigente.
Limpio el mostrador con la toalla, preguntándome cuántos clientes más
tendremos esta noche. A juzgar por la hora temprana, solo las diez de la noche,
y por lo lleno que está el local, espero que haya muchos clientes.
Cuantos más sean, mejor; quizás así pueda comprar ropa barata y no usar
la que llevaba Sara. La quiero mucho, pero su vaquero negro ajustado junto con
las camisetas de tirantes que apenas evitan que se me salgan los pechos y la
chaqueta de cuero que cuelga dentro de la sala de personal no me convencen.
Después que Rafe me trajera a casa, dormí diez horas seguidas y me des-
perté tarde. Encontré algo de comida en la nevera con mi nombre y una nota de
Rafe para que comiera lo que quisiera pero que no me olvidara del trabajo. Dejó
la dirección y el número con las indicaciones para llegar, afirmando que volve-
ría en unos días.
Por suerte, mi viejo móvil todavía funciona, así que cuando consiga una
nueva tarjeta sim, al menos podré tener acceso a Internet y a otra información.
Limpié la casa, me di una larga ducha, disfrutando del agua caliente por
primera vez en un tiempo sin preocuparme que alguien pudiera mirarme o ata-
carme en cualquier momento.
También me dediqué a estudiar mi reflejo en el espejo, fijándome en las
furiosas cicatrices y la piel arrugada. Las de la cara se desvanecieron en pocos
años, tengo que agradecérselo al cirujano. Mi cabello castaño ha visto días mej-
ores, con las puntas abiertas y el color apagado; por no mencionar que mi cuer-
po está más delgado.
Decidí ignorar mi aspecto, porque a quien le importa una mierda, volví a
la cama y me desperté a tiempo para venir aquí. Resultó que el bar estaba a solo
veinte minutos a pie del edificio de apartamentos.
Herb me recibió amablemente sin hacer ninguna pregunta. Solo quería
ver mis habilidades como camarera, y satisfecho con ellas, me dijo que dejara
mis cosas en la sala de personal, me presentó al equipo y me preguntó cuántos
días a la semana quería trabajar.
Por supuesto, todos los días, y conseguí un trabajo fijo por ahora. Y si las
propinas siguen llegando más la tarifa por hora, entonces debería tener suficien-
te para comida y ropa.
Hasta que pueda enderezar mi vida, claro.
Tracy entra corriendo por la puerta trasera, jadeando y ajustándose el de-
lantal en la cintura mientras pregunta en voz baja:
—¿Me has echado de menos? —Mis cejas se fruncen ante esto mientras
se recoge el cabello en una cola—. Como si me hubieras buscado.
—Solo en una mesa, pero luego ellos mismos se llevaron la bandeja.
Hace una mueca de dolor y mira a su alrededor antes de inclinarse más
cerca para susurrar:
—¿Ha visto Herb eso?
—No. No estoy segura de dónde está. —El hombre generalmente daba
una actitud de no joder con sus anchos hombros, fornidos brazos y ropa de cu-
ero.
Cerró la puerta de su despacho hace horas y se limitó a ladrar para que
moviéramos el culo, porque el bar no iba a funcionar solo.
Suspira aliviada, sonriendo.
—Gracias a Dios. Seguro que me habría hecho polvo por esos pocos mi-
nutos. —Antes que pueda comentarlo, oímos tintinear el timbre de la puerta y
ella sale corriendo, lanzando por encima del hombro—: Clientes.
Asiento, y entonces el tipo que ha agarrado la bandeja vuelve, mostrán-
dome una sonrisa.
—¿Puedo tomar una cerveza?
—Claro —digo, y me dirijo al grifo para traerle una en un vaso, pero él
niega con la cabeza.
—Quiero una en botella, por favor. —Señala la nevera, y hago lo que me
dice, dándome la vuelta y cogiéndola de la nevera, cuando oigo al tipo murmu-
rar—: Oye, tio, yo estaba aquí de pie.
—Ahora no lo estás. Muévete. —La voz profunda y ronca, cargada de
acero y poder, me congela. La botella y el vaso que tengo en las manos chocan
entre sí mientras el recuerdo de esa voz parpadea en mi mente, como retazos de
una película de terror que nunca puedes olvidar por mucho que desees no haber-
la visto nunca.
No pasará un día sin que te arrepientas de lo que hiciste. La prisión es
solo el comienzo, Phoenix.
El hombre que me ha perseguido desde el principio de mi pesadilla, que
no me deja ir incluso cuando todo el mundo sabe que no maté a su mujer.
Probablemente debería haber esperado que viniera por mí. Sin embargo,
por alguna estúpida razón, la ingenua de mí pensó que transferiría su furia hacia
el sospechoso. En psicología criminal, así es como se llama a los asesinos des-
conocidos hasta que la policía los encuentra. Ponerles apodos es un error, ya
que alimenta su ego psicopático, dando más importancia en su mente a los hor-
rendos actos que realizan.
—Señorita, ¿mi cerveza? —me llama el tipo, sacándome del pasado y si-
tuándome en el presente.
Y en el presente, no soy culpable del crimen que este hombre ha puesto
sobre mí y ya no soportaré su abuso ni me esconderé de él.
Atrás quedaron los malditos días en los que bajaba la mirada cada vez
que él clavaba su mirada en la mía, casi retándome a defenderme.
Con una bocanada de aire, me doy la vuelta y me encuentro cara a cara
con los ojos verdes más profundos que jamás he visto en un hombre. Como es-
meraldas puras y millonarias, están llenos de curiosidad y de algo más que el
hombre prefiere mantener oculto.
Su cabello oscuro cae debajo de sus orejas, brillando bajo la dura luz de
la barra, y su piel está bronceada. Lleva una chaqueta de cuero negra y probab-
lemente un vaquero a juego.
Un hombre de su calibre es lo suficientemente rico como para tenerlo to-
do de primera, hasta los malditos calcetines.
Es musculoso, pero no parece que vaya a romper las costuras de su ropa.
Una cadena cuelga alrededor de su cuello, la punta de ella debajo de su camise-
ta blanca, insinuando debajo un abdomen fuerte y definido.
Zachary King podría considerarse probablemente el hombre más guapo
que he visto nunca con la energía dominante y poderosa arremolinándose a su
alrededor, lo que indica que nada en su vida sucede sin su permiso.
Y si sucede… se paga caro. Mi vida es testimonio de ello.
Ignorando sus indiscretos ojos, sonrío al cliente y le doy la cerveza. Mira
a Zachary por última vez antes de volver con sus amigos.
—Quiero un vaso de whisky con hielo —me dice. Sin decir nada, busco
un vaso, dejo caer hielo en él y sirvo whisky antes de deslizarlo hacia él—. Gra-
cias, Phoenix. —El sonido de mi nombre en sus labios me pone la piel de galli-
na, y aprieto con fuerza el mostrador debajo de mí, con las uñas arañando la su-
perficie para no hacer algo estúpido como escupirle a la cara o mandarlo al infi-
erno.
No me costará este trabajo, y apuesto a que desearía poder hacerlo. ¿Cree
que aparecer aquí me hará perder la compostura para poder arruinar aún más mi
vida?
—Ignorarme no ayudará. No me iré —dice, dando un sorbo a su bebida
mientras limpio la encimera. Me concentro en mi respiración para que no me ti-
emblen las manos. No quiero que vea cuánto me afecta esto.
Cuánta rabia y miedo llenan cada uno de mis huesos, las únicas emoci-
ones que él me inspira.
—Phoenix, mírame. —Sigo limpiando, colocando la botella de whisky
en su sitio, y él vuelve a ordenar, con la voz más profunda—. Mírame, maldita
sea.
Deteniendo mis movimientos, alzo los ojos para que nuestras miradas
coincidan, la suya desafiante y la mía indiferente, porque que se joda si cree que
va a saber lo que siento.
En cuanto lo sepa, lo utilizará en mi contra, porque así es como actúan
los hombres poderosos como él cuando quieren algo que tu tienes.
Encuentra tu debilidad y envía una flecha directa a ella, matándote de un
solo golpe.
—Hablar contigo no forma parte integrante de mi trabajo. Así que, a me-
nos que quieras otra copa, no existes para mí —le informo, dispuesta a darme la
vuelta para ocuparme de la mesa detrás de mí, antes que aparezca alguien más,
pero se ríe, y el sonido me produce escalofríos.
—Muy bien. —Termina su bebida de un trago y deja el vaso sobre la
barra, haciéndolo sonar—. Quiero otra copa, Phoenix.
Conteniendo el grito de frustración que llevo dentro, envuelvo mis ma-
nos alrededor de la botella de whisky y le sirvo otra justo a tiempo con el tinti-
neo de la puerta, lo que indica que alguien más ha entrado.
Justo a tiempo, Tracy se acerca corriendo, abanicándose, y me susurra:
—Otro bombón acaba de entrar. Dios mío, es hermoso al estilo de chico
de traje.
¿Chico de traje?
No estoy segura que Zach la haya oído, pero probablemente lo haya hec-
ho ya que su boca se curva en una sonrisa. Giro la cabeza hacia el recién llega-
do, preguntándome quién la tiene tan débil de rodillas.
O esa es la excusa que me doy, para no tener que mirar la cara de Zac-
hary y contenerme para no darle un puñetazo.
Pero la botella en mis manos se desliza entre mis dedos, golpeando cont-
ra la encimera y derramando el whisky por todas partes. Veo a un hombre de
cabello rubio con los ojos azules más hermosos que solían mirarme con amor.
Y ahora brillan intensamente de remordimiento mientras me mira, majes-
tuoso y guapo con su traje negro, sentándole como un guante, y su piel con va-
rios tatuajes ocultos detrás de ese perfecto traje. Esta es la persona que muestra
al mundo.
Lleva el cabello corto, apenas le llega a la punta de las orejas, y noto có-
mo se ha vuelto más guapo con el paso de los años.
Debe ser feliz para dar esa sensación. Me pregunto por qué.
Imagino que un nuevo interés amoroso haría eso a un hombre.
El corazón dentro de mi pecho se contrae, apretándose tanto por un se-
gundo que no sé cómo respirar. Nos miramos fijamente, el mundo exterior de-
saparece por un momento como un borrón, haciendo que parezca que somos las
únicas personas en él.
Me recuerda el tiempo en que amaba a este hombre y lo era todo para mí.
—Te amo, Phoenix —susurra Sebastian contra mi frente antes de deposi-
tar un suave beso en ella y luego dejarse caer de rodillas, justo en la arena, y
con los sonidos lejanos del océano golpeando contra las rocas de fondo—. No
puedo imaginarme vivir en un mundo sin ti. —Saca una caja de terciopelo del
bolsillo y la abre, con el diamante brillando al sol, y jadeo—. ¿Quieres casarte
conmigo y pasar el resto de tu vida conmigo? —me pregunta, y yo asiento con
la cabeza, con lágrimas en los ojos que se transforman en risas cuando se le-
vanta y me abraza, dándonos vueltas, y finalmente deteniéndose.
Me inclino hacia atrás, le acaricio la cabeza y le digo:
—Te amo, Sebastian. Sí, mil veces sí. —Nuestras bocas se conectan con
un beso mientras pienso que es posible morir de felicidad.
—Phoenix —me llama Zachary, arrancándome de mi pasado, y lo miro,
su boca forma una línea plana mientras algo desconocido destella en sus ojos.
Diría que es posesividad, pero eso es ridículo, ¿verdad?
Me alejo del mostrador, sin importarme el líquido que se derrama en el
suelo ahora, mientras intento entender qué está pasando.
De alguna manera, en mi primer día de trabajo, me veo atrapada entre el
pasado y el presente, el ex marido y mi peor enemigo.
O más bien…
Me veo atrapada entre dos hombres.
Uno a quien prometí amar hasta mi último aliento, creando una vida jun-
tos donde ninguna dificultad hubiera sido capaz de arrebatármelo.
Al otro prometí odiar hasta mi último aliento, sin olvidar nunca lo que
me ha hecho, ya que mi cuerpo y el dolor de mi pecho me lo recuerdan constan-
temente.
Dos hombres.
Dos emociones diferentes.
Y entre estos dos hombres, tengo que encontrar una solución y un punto
medio para eliminarlos de mi vida de una vez por todas.
Porque ambos me han destruido una vez, despojándome de todo hasta el
punto que casi creí que había matado a Angelica King.
Me hicieron creer que era una asesina.
Y por eso… por eso, nunca los perdonaré.
Nunca.
Capítulo 9
—El pasado y el futuro pueden chocar de tal manera que sacudan el
presente de alguien.
~Phoenix

De la historia de las cartas de Phoenix y Zach…

Querido Zach,
¿Cómo estás?
He estado pensando en la forma de empezar mi carta para ti. La escribí
y luego doblé el papel solo para conseguir uno nuevo y empezar de nuevo. To-
dos los comienzos parecían tan poco convincentes… y este probablemente no
sea mejor, pero supongo que tengo que empezar por algún sitio, ¿no?
Soy la chica que conociste en el patio de recreo, P. No estoy segura que
te acuerdes de mí (ha pasado un año desde la última vez que me viste). Probab-
lemente no, porque nunca me escribiste una carta.
Pero… Hoy ha ocurrido algo extraordinario. Y aunque suene triste, no
tenía a nadie más con quien compartir esta información, salvo contigo.
Soy una de las mejores alumnas de mi clase, y cuando digo la mejor…
me refiero a que entiendo todas las asignaturas, y se me hace aburrido estar
sentada y escuchar todas las explicaciones. De hecho, encontré el libro para
los grados superiores y no pude evitar amar todas las ecuaciones de química.
(Sigo odiando las matemáticas, pero en mi defensa, hasta la asignatura que me
disgusta me resulta fácil. Ese sobresaliente que saqué una vez fue un accidente.
Estaba distraída).
Por no hablar que tienen tantas cosas interesantes sobre biología, a di-
ferencia del libro de 4º. La información allí es tan sencilla que no sé cómo la
clase no la entiende y necesita escuchar al profesor una y otra vez.
La directora Eva me vio sacar a escondidas un libro de la biblioteca
sobre física cuántica hace dos semanas y me llamó a su despacho, preguntán-
dome por qué lo había hecho.
Así que le conté (por supuesto de una manera diferente de la que te estoy
contando. No estoy segura que le hubiera gustado que hablara tan mal de su
escuela), y me hizo hacer un examen.
Y hoy han llegado los resultados.
Aparentemente, soy súper inteligente. Han utilizado el término “niño ge-
nio”, y eso significa que han tenido que adelantarme unos cuantos cursos. Así
terminaré la escuela a los quince años, ¿y sabes qué es lo más increíble de todo
esto que no podía esperar para compartirlo contigo?
Que podré salir de esta casa a los quince años para ir a la universidad,
porque el director ha dicho que no tendré problemas para conseguir becas si
todo va bien.
¿Te imaginas lo feliz que estaba? ¿Lo feliz que soy?
Las palabras no bastan para describirlo.
La Sra. Thomson (mi madre adoptiva) se burló, por supuesto, de ser solo
una entre miles de niños inteligentes y que no me hiciera ilusiones. Incluso bro-
meó con que podría quedarme embarazada y entonces todos mis sueños se irí-
an por el sumidero.
Como ewww… Ni siquiera me gustan los chicos (solo me fijo en si son
guapos) ¿Por qué diría algo así?
De todos modos, espero que lo estés pasando muy bien en Italia (creo
que ahí es donde estás, basándome en tu dirección, y me encantaría visitar el
país algún día, por cierto. Las fotos que he visto en internet son tan bonitas,
¡además de la comida!) y no te importe leer esta carta.
O tal vez ni siquiera te llegue, o la tires a la basura. No estoy segura que
alguien escriba cartas de verdad hoy en día. Los correos electrónicos son la
moda, pero encuentro esta idea extrañamente emocionante.
Bueno, ya he terminado con mis divagaciones, y voy a enviar rápida-
mente esta carta antes de cambiar de opinión y empezar una nueva.
Mis mejores deseos,
P.

Dos meses después

P,
Felicidades. La puta escuela es una mierda, y me alegro que salgas de
ella y de la extraña casa más rápido.
Italia es hermosa, pero, ¿lo curioso de los viajes? Toda la belleza se des-
vanece si lo único que quieres es volver a casa. Pero no puedes porque tu pad-
re más querido te lo prohíbe, y no tienes nada que decir sobre lo que ocurre en
tu vida.
A estas alturas, probablemente suene como un imbécil amargado, pero
supongo que puedo decirlo ya que estamos compartiendo.
Aunque así es la vida. La gente nunca está satisfecha con lo que tiene.
Quieren lo que no tienen, y eso les hace sentirse miserables.
Puedes escribirme si quieres, pero no esperes siempre una respuesta.
Simplemente no estoy conectado de esta manera. Aunque probablemente sea lo
más ridículo que haya hecho en mi vida.
Dicho esto, encontrarás un pequeño regalo dentro del sobre. Es una pul-
sera hecha con las piedras que encontré en las calles de Roma. Me la hizo un
profesional genial y le añadió una piedra más, justo en el centro, llamada citri-
na. Trae suerte a los que la llevan. Oculta por las piedras normales, nadie in-
tentará quitártela ni pensará que es valiosa. Cuando tengas dudas, mira la pi-
edra y piensa en tus sueños,
O al menos eso es lo que decía mi madre.
Espero que te guste, y una vez más felicidades por el logro.
Un saludo,
Zach
P.D. A la mierda lo que dice la Sra. Thomson. La gente amargada si-
empre escupe tonterías a aquellos en los que ven potencial. Estudia mucho y
lárgate de ahí. La vida es demasiado corta para escuchar a nadie.
Incluso a mí.

Phoenix

El corazón me late tan rápido en el pecho que casi lo siento en la gargan-


ta, y hay un zumbido en mis oídos que, por un segundo, arroja una niebla sobre
mi visión, mientras sus rostros y sus palabras forman un eco de hace mucho ti-
empo en mi mente, uno tras otro.
Y todo el dolor del pasado me atraviesa de nuevo, alimentando mi sangre
con su veneno, y vuelvo a estar en el lugar donde estaba hace casi cuatro años.
Sin esperanza, culpable, indeseada.
—Sebastian, por favor, por favor. Escúchame —le ruego, agarrando su
codo mientras mete sus cosas en una maleta, ajeno a mis ruegos.
Me aparta el brazo, empujándome en el proceso, y caigo al suelo, gri-
tando de dolor cuando caigo de costado. Pero el hombre que una vez frunció el
ceño ante un pequeño moretón en mi cuerpo ni siquiera me dedica una mirada.
Ni siquiera se detiene en lo que está haciendo.
En cambio, cierra su maleta y se dirige hacia la puerta. Olvidando mi
dignidad, envuelvo mis manos alrededor de su pierna, deteniendo sus movimi-
entos.
—No es cierto, Sebastian. No bebí. ¡No lo hice!
Su risa amarga rebota en las paredes mientras se vuelve hacia mí y se
enfurece, apartándome de una patada de su pierna.
—Te creí. Te creí cuando me dijiste que no lo habías hecho. Pero los re-
sultados no mienten. Estabas borracha. Estabas borracha y luego condujiste
ese puto auto contra esa pobre mujer y la mataste.
Sacudo la cabeza, las lágrimas caen rápidamente por mis mejillas mient-
ras sigo aferrándome a él a pesar del dolor físico e interno. Con cada palabra,
me rompe el corazón en pedacitos, pero no puedo dejar que se vaya.
Porque si lo hace, será nuestro fin.
El fin de este matrimonio.
El fin de la relación con la única persona que me ha amado.
—Yo no lo hice. No bebí. No pude, porque estoy…
—Cierra la boca, Phoenix. No quiero escuchar lo que quieras decir. No
soporto mirarte ni siquiera escuchar tu voz. Me casé no solo con una asesina
sino con una mentirosa. Nunca te perdonaré por esto. ¿Me oyes, Phoenix?
¡Nunca! —grita la última parte y vuelve a dar una patada, y esta vez caigo de
culo, acunando mi estómago y sin intentar detenerlo más.
Nunca lo había visto tan furioso… tan inalcanzable… tan frío hacia mí.
Y nunca haré nada que ponga en peligro al bebé.
El bebé del que intenté hablarle tantas veces, pero no me escucha, no me
deja terminar mis frases. Incluso le mandé un mensaje cuando salió de la casa
una vez que llegaron los informes.
Pero nunca contestó, así que o bien borró mi mensaje sin leerlo o simp-
lemente bloqueó mi número.
Probablemente ambas cosas.
Recoge su maleta y se apresura a salir por la puerta. Escucho el fuerte
golpeteo de sus zapatos de piel en las escaleras antes que camine un poco más
y llegue a la puerta principal.
La cierra de golpe, empleando tanta fuerza que tiemblan las paredes por
la intensidad, mientras yo continúo sentada en el suelo con las lágrimas a flor
de piel mientras el dolor insoportable se mezcla con la decepción y la rabia.
Estoy destrozada por dentro.
—No, Sebastian —susurro, acariciando la barriga y esperando que mi
pequeño esté bien ahí adentro a pesar que papá no quiere ni siquiera escuchar-
me lo suficiente como para saber del embarazo—. Soy yo quien nunca te perdo-
nará.
—¿Qué diablos está pasando aquí? —La voz de Herb me hace saltar en
mi lugar, sacándome del flashback, mientras se acerca, sus ojos vagando sobre
el mostrador con whisky derramado—. Phoenix, ¿tu primer día de trabajo y ya
desperdiciaste una botella de whisky por nada? —Su voz se mantiene tranquila,
sin embargo, detecto rastros de ira que mantiene silenciados, probablemente de-
bido a que los dos clientes nos observan de cerca.
Tracy murmura:
—Oh, mierda. —Pero luego sonríe alegremente y se interpone entre no-
sotros, diciendo rápidamente—. No es su culpa, Herb. Ya ves… —empieza, pe-
ro la mano levantada de él la interrumpe.
Señala la mesa de la esquina izquierda, donde están sentadas unas cuan-
tas mujeres que nos saludan y dan golpecitos a sus botellas de cerveza, indican-
do que quieren otra orden de ellas.
—Ocúpate de ellas. No interfieras.
Tracy me lanza una mirada preocupada y de disculpa, pero asiente y se
lanza en dirección a los clientes.
Me quedo quieta, dispuesta a oír cómo me reprende delante de los dos
hombres que más desprecio me producen.
Y pensé que esto era un nuevo comienzo, ¿una segunda oportunidad?
De hecho, el destino tiene un sentido del humor retorcido si esto es lo
que ofrece después de sacarme de la cárcel. Tal vez debería haberme encerrado
en ese apartamento y utilizar la ayuda que me ofreció Lydia, aunque fuera de
forma cobarde.
Sin embargo, parpadeo sorprendida cuando Herb se dirige a los hombres
en lugar de a mí.
—¿Están aquí para traer problemas? ¿Por qué se le cayó la botella de
whisky a mi camarera?
En realidad, ¿está… defendiéndome?
Sebastian abre la boca para responder, pero Zachary se le adelanta, ter-
minando su bebida y colocando el vaso de nuevo en el mostrador, trazando el
borde del mismo con el dedo.
—Me temo que es mi culpa. He pedido que me rellenen el vaso u lo
golpeé demasiado fuerte. Pagaré la botella y dejaré una generosa propina.
Herb mantiene su mirada durante un segundo y luego asiente, revisa a
Sebastian de pies a cabeza y luego se inclina hacia mí, susurrando en mi oído:
—Si esos dos empiezan a dar problemas, avísame. Puedo pedirle a Elvin
que se encargue de ellos mientras están aquí. —Según Tracy, Elvin es un tipo
musculoso que Herb tiene cerca por si hay una pelea en el bar, y que su enorme
físico es lo suficientemente intimidante como para que todos se detengan. Eché
un vistazo rápido al tipo; sus venas prácticamente salían de sus manos y cuello.
—Gracias —digo, y él me sonríe suavemente, me aprieta el hombro y se
marcha en dirección a su despacho.
Bueno, al menos mi jefe es un tipo decente que no me despedirá por esto.
Tengo que apreciar las pequeñas victorias que me da la vida.
Utilizo el paño y las toallas de papel, limpiando el líquido e intento no
estremecerme ante el fuerte olor a alcohol, y casi me sale una urticaria cuando
siento dos pares de ojo mirándome fijamente con expectación. La tensión
aumenta con cada segundo que pasa, y no se me escapa la animosidad trans-
mitida entre ellos hace unos minutos.
Por la razón que sea, esos dos probablemente no son amigos a pesar que
Sebastian está de su parte. Lo cual, ¿no debería ser raro? Si es su abogado —
Lydia lo mencionó de pasada mientras hablaba de mis activos perdidos—, Zac-
hary debe confiar en él lo suficiente como para ocuparse de sus asuntos legales.
Aparentemente no lo suficiente como para agradarle.
Tal vez sea una de esas personas que prefiere tener a sus enemigos más
cerca, vigilándolos, ¿y por eso está aquí ahora?
—Phoenix —habla por fin Sebastian, y su voz tiene casi un efecto hirien-
te sobre mí, atravesando mi piel como el más afilado de los cuchillos, sacándo-
me sangre gota a gota.
Si se lo permito, no quedará nada de mí.
Pero ignorarlos y actuar como si fueran unos simples habituales no servi-
rá de nada, no con los dos aquí juntos y queriendo Dios sabe qué.
—No tengo nada que decirles. Así que, a no ser que quieran una copa,
por favor váyanse. —Me doy la mano mentalmente por mantener mi voz fría e
indiferente, por no mostrarles la agitación que su presencia despierta en mi inte-
rior.
—Tenemos que hablar —dice mi ex marido, y no puedo evitarlo; una ri-
sa vacía se desliza por mis labios, resonando entre nosotros. Me contengo lo su-
ficiente como para no estallar en carcajadas.
Una risa que trae miseria en lugar de felicidad.
—Es curioso, antes lo único que quería era hablar contigo. ¿Cuántas ve-
ces me escuchaste, Sebastian? —Levanto la mirada hacia él y veo que la agonía
brilla en sus ojos, que sus nudillos se vuelven blancos por la fuerza con la que
se agarra al borde del mostrador, que su pulso late desbocado en su cuello.
El remordimiento está escrito en sus rasgos, pero extrañamente no
despierta nada en mí.
Tal vez porque todas las partes de mí que solían sentir compasión o pi-
edad murieron cuando me desangré en el suelo de la prisión al romper aguas.
La muerte de un hijo puede hacer eso a una mujer.
—Phoenix, por favor.
—Por favor, vete —repito, ignorando la súplica en su voz y la pequeña
parte de mí que anhela escuchar sus disculpas. Ansiando oirle decir que se equ-
ivocó y que nunca debió abandonarme como lo hizo.
Lo he imaginado tantas veces a lo largo de los años, he soñado que el
mundo encontraría una explicación mágica a esta locura y me concedería la li-
bertad mientras todos se sentirían como una mierda por haberme ensuciado.
Tanto en mis sueños como en mis pesadillas, la alegría me recorría todo
el tiempo… junto con el orgullo y la satisfacción.
¿Pero ahora?
Solo la tristeza está presente junto con la molestia, porque no puedo so-
portar mirarlo sin pensar en lo tonta que fuí por amar a este hombre hace mucho
tiempo.
Amar a alguien en general, realmente. La vida en la casa de acogida de-
bería haberme enseñado a no confiar nunca en nadie más que en mí. Entonces
me habría ahorrado muchas cosas.
Vive y aprende.
—La dama no quiere hablar contigo, Hale. Así que lárgate de aquí.
Me detengo ante las palabras de Zachary, sorprendida que se ponga de
mi parte en esto, pero reanudo la limpieza de la encimera y agarro la botella, ti-
rándola a la papelera de al lado mientras me pregunto cuál es su intención.
Está claro que no se trata de humillarme o de vengarse una vez más, por-
que no me habría protegido de Herb ni de Sebastian hace un momento. Enton-
ces, ¿qué quiere?
Nunca creeré que está aquí para disculparse como Sebastian; Zachary
King simplemente no está concebido de esa manera, según los muchos informes
que leí sobre él antes de la prisión.
Multimillonario despiadado que siempre consigue lo que quiere, aunque
todo el mundo esté en contra.
Un tiburón que siempre va por todas si quiere ganar.
Esa es su reputación, y mi caso demostró cuánta razón tiene.
—¿Y crees que quiere hablar contigo? ¿No crees que ya ha tenido
suficiente de ti? —pregunta Sebastian con incredulidad en su tono mientras se
tira de la corbata, abriéndola de un tirón para respirar profundamente—. De to-
dos modos, esto no te concierne. Así que, ¿qué tal si te vas?
Zachary se ríe, se inclina sobre el mostrador agarrando otra botella de
whisky. La abre y se sirve una generosa cantidad una vez más. ¿Piensa embor-
racharse o qué? Responde, con un tono frío como la piedra pero caliente en in-
tensidad.
—No soy el ex marido que la dejó y luego se comprometió con mi herma-
na. Por cierto, ¿cómo está ella? ¿Sabe que viniste aquí en cuanto tu ex salió de
la cárcel? Apuesto a que a Felicia le encantaría escuchar eso. —Sin embargo la
forma en que lo dice, implica algo diferente.
Entonces me doy cuenta de todo el significado de sus palabras, y me gol-
pea con tanta fuerza que me tambaleo un poco hacia un lado, pero me agarro al
mostrador por seguridad.
¿Comprometido con su… hermana?
¿Con una King?
¿Los Kings que destruyeron mi vida? ¿Salió y se comprometió con una
de ellos? ¿Quería construir una vida con la hermana de Zach mientras yo moría
cada día de mi vida?
De las millones de mujeres de este planeta, ¿tenía que elegir a Felicia
King?
—'Te amaré siempre, Phoenix' —digo, congelando a ambos—. 'Aunque
fallezcas, nunca encontraré otra'. —Me río un poco o de lo contrario podría
romper a llorar, lo cual es realmente una locura. ¿Qué ha cambiado? Antes sos-
pechaba que probablemente había encontrado a otra; los hombres como él no
permanecen solteros mucho tiempo, pero esto… esto no me lo esperaba—. A
no ser que te acusen de asesinato. Entonces que te jodan a ti y a mis promesas
—añado, rogándome mentalmente que deje esto, porque estoy empezando a pa-
recer un felpudo.
Ni siquiera necesito su amor ni lo quiero ya, aunque me lo arrroje a los
pies ahora mismo. Pero aun así, este conocimiento, el hecho que se haya vuelto
a comprometer, me duele de una manera que no esperaba.
Zachary me observa intensamente mientras digo estas palabras y
Sebastian gira la cabeza hacia mí, con el arrepentimiento cruzando su rostro.
—Phoenix, no es así. Yo solo… Yo… —Baja la mirada, maldiciendo—.
Joder. —Y entonces se encuentra con mi mirada de nuevo, con tantas emoci-
ones pasando por sus ojos, y se las devuelvo. Su voz tiembla un poco—. Me he
enamorado. —Se apoya en el mostrador, respirando pesadamente como si cada
palabra se desgarrara de su garganta y las dijera con dificultad—. Nunca quise
hacerlo después de ti. Pero lo hice. Lo siento. —Por un segundo, veo al antiguo
Sebastian que no era solo mi marido, sino también mi mejor amigo, pudiendo
compartir cualquier cosa conmigo.
Un buen hijo para su madre, un buen amigo y jefe para sus compañeros
de trabajo. Una gran adición a cualquier grupo de amigos por su increíble senti-
do del humor y una persona genuina que cuidaba el césped de su anciana vecina
porque ella no podía.
Sebastian que siempre fue honesto, incluso si sabía que la verdad podía
herir a otras personas. Despreciaba las mentiras desde que su padre engañó a su
madre. Tal vez por eso no podía creerme; veía todo el asunto del alcohol como
una mentira y tenía una reacción instintiva ante ello.
No es un mal hombre bajo ningún punto de vista, ¿y no es irónico?
Incluso la gente buena tiene el poder de hacerte daño con sus acciones.
Quizás por eso mucha gente mira el mundo a través de una niebla gris.
El blanco y negro no da explicaciones sobre por qué a veces la gente bu-
ena puede traerte el mayor dolor. Porque nunca lo ves venir.
—Por favor, hablemos en otro sitio —dice, ajeno a Zach, y me pregunto
si se lo va a contar a su hermana. A pesar de mis sentimientos, no quiero traer
problemas a ninguna relación.
Solo quiero que todos me dejen en paz y encuentren al sospechoso que se
divierte matando mujeres por razones que solo él conoce.
—No hay necesidad de eso. Sebastian, lo que tuvimos está en el pasado.
No te disculpes, porque no significa nada para mí. Vayamos por caminos sepa-
rados. Como si nunca hubiéramos existido el uno para el otro. —Esto era lo que
él quería, y además, está enamorado.
¿Qué es lo que quiere de todos modos? ¿Una amistad?
Nunca sería capaz de darle eso.
—La boda es en un mes. ¿No quieres conseguir una invitación para eso?
Por los viejos tiempos. —Zachary dice, rompiendo el silencio establecido entre
nosotros, haciendo cambiar mi atención hacia él, encontrando sus ardientes or-
bes esmeralda de frente y respondo:
—No. No me interesa.
Me chasquea los dedos.
—Buena elección, cariño. Yo tampoco voy. —Mis cejas se fruncen ante
esto, porque ¿qué? ¿No es su hermana? ¿O no hay mucho amor de hermanos
entre todos ellos?
¿Y qué importancia tiene esto? Me importa una mierda su dinámica fa-
miliar.
Resoplando de exasperación y ante el dolor de cabeza que se está for-
mando y que podría convertirse en migraña si no tengo cuidado, decido acabar
con esto de una vez por todas.
—Por favor, váyanse los dos. ¿Podrían al menos hacerlo por mí? Me
gustaría no volver a ver a ninguno de los dos. No perturben mi vida con su cul-
pa. No significa nada para mí.
Con esto, sonrío alegremente a los nuevos clientes que acaban de entrar y
se suben a un taburete de la barra, preguntando:
—¿Podría servirnos una botella de vino y unos frutos secos?
Les hago un gesto con la cabeza y tomo sus pedidos, dándoles la espalda
a los dos hombres, y cuando reúno todo, girando en redondo para ir con mis cli-
entes, ya se han ido.
Dos hombres.
Los dos hombres que perturbaron mi paz por fin se han ido, y tal vez pu-
eda ser un nuevo comienzo para los tres.
Una vida en la que no estemos conectados por la miseria, el dolor y la
agonía.
Todo el mundo merece una segunda oportunidad, supongo.
Aunque no estoy segura que un monstruo como Zachary lo merezca.
Cualquier mujer que se enamore de él sería una tonta.
Porque, ¿cómo es posible confiar y amar a un hombre que puede ser tan
cruel?

Zachary

En el momento en que estamos fuera del bar ubicado en las jodidas afu-
eras de la ciudad con nada más que edificios viejos alrededor, Sebastian ladra,
girando para mirarme, su voz furiosa como si tuviera que cuestionarme algo.
—¿Qué coño haces aquí?
Saco un cigarrillo del bolsillo de mi chaqueta, enciendo el mechero y doy
una calada codiciosa, casi gimiendo cuando el sabor de la nicotina toca mi len-
gua, y luego echo el humo en su cara.
—No es asunto tuyo.
Frunce el ceño, abre los botones superiores de la camisa y me señala con
un dedo.
—Sí, es asunto mío.
Frunzo el ceño y pregunto con sorpresa fingida:
—¿Es así? ¿En qué te basas?
Sus labios se afinan y su mandíbula se crispa al oír mis palabras, así que
decido echar sal en la herida invisible que empezó a sangrar en cuanto supo la
verdad sobre Phoenix.
Al menos según Lydia.
Según los informes, este hijo de puta amaba a su esposa tanto como yo a
mi Angelica, con la única diferencia; que yo habría apoyado a mi esposa sin im-
portar nada.
—Ella ya no es tu esposa, Sebastian. Ella no te ama, así que no tienes de-
recho a exigirle nada. —Doy un tirón más largo—. Además, ¿quién coño eres
tú para cuestionar siquiera lo que hago?
Se ríe aunque carece de humor, sus dedos se enredan en su cabello mi-
entras responde:
—Corta esta cosa sobre el poder, Zach. Aquí, no eres mi jefe.
—Y no estoy actuando como tal. Estoy actuando como un hombre que
quiere a una mujer. Y en este caso, tú eres el hombre que intenta reclamar a al-
guien que ya no te pertenece. —Dejo caer la colilla, pisándola—. Por no hablar
de… ¿no eres mi futuro cuñado?
—¿Así que ahora te importa Felicia? Creía que no los considerabas tus
hermanos. —El desdén recubre su voz, como si no soportara el sufrimiento de
su prometida; siempre me llama, invitándome a varias reuniones familiares, y
yo siempre digo que no.
Según mi experiencia como hombre casado, solemos odiar todo y a todos
los que entristecen a nuestras mujeres.
Sin embargo.
Me importa una mierda.
Me encojo de hombros.
—No lo somos, pero ella es una King. Y nadie engaña a los Kings. —
Aunque digo las palabras, sé que apestan a mierda.
Una parte de mí, a la que me prohibí hace tiempo asomar la cabeza por
las consecuencias que siempre traía a mi vida, no quiere que Felicia sufra ni que
sea la segunda de nadie.
Es una chica chispeante que adora su arte y a Sebastian, siempre adoran-
do al chico cada vez que los veo. Ve el mundo a través de unos lentes de color
rosa y vive en su mundo imaginario y perfecto.
—Tengo que hablar con ella. Tengo que explicarle —dice Sebastian, dej-
ando de lado el tema de su compromiso, y se lo permito. Luego da un paso atrás
mientras la confusión aparece en su rostro—. Actuando como un hombre que
quiere a una mujer —repite mis palabras—. ¿Quieres a Phoenix?
La bestia que llevo dentro ruge ante el tono posesivo que añade a su
nombre, como si fuera suya, aunque hace tiempo que renunció a ella.
Phoenix y Emmaline nunca, nunca, volverán a pertenecer a Sebastian, ¿y
si tengo que ser un bastardo cruel para conseguirlo?
Que así sea, joder.
El sonido de un auto deteniéndose bruscamente junto al bar no me per-
mite volver a ponerlo en su sitio, y una mujer se baja, sus tacones chocan estre-
pitosamente contra el pavimento mientras corre hacia nosotros, con la preocu-
pación evidente en sus rasgos.
Felicia.
Debería haber sabido que seguiría a Sebastian, especialmente ahora. La
chica estaba obsesionada antes, ¿pero con su ex suelta?
Es una maravilla que Sebastian no lleve una correa en el cuello o tenga
un dispositivo de rastreo conectado a su auto.
—¡Cariño! —exclama ella, rodeándolo con sus brazos y apretándole con
fuerza—. Aquí es donde estás. Me preguntaba qué hacías aquí. —Entonces se
echa hacia atrás y se lanza hacia mí, y no tengo tiempo de evitar su maldito ab-
razo, su perfume me envuelve ante su presencia, y entonces me sonríe—. No
sabía que estabas con Zach. —El alivio resuena en sus palabras, pero no lo co-
mento ni le quito sus ilusiones.
Hasta que Sebastian realmente cruce la línea, nunca le contaré lo que ha
sucedido esta noche.
¿Si lo hace y trata de ponerle la mano encima a Phoenix y pasa por enci-
ma de Felicia?
Se acabarán las apuestas.
Lo destruiré hasta el punto que tendrá que raspar sus restos de la acera
con su reputación hecha añicos.
—¿Cómo estás, hermano mayor? —pregunta alegremente y luego mira
entre nosotros, probablemente notando la tensión, pero decide no prestarle aten-
ción.
—Acabamos de tener una reunión aquí en relación con el trato con Smith
—dice Sebastian con suavidad, rodeando su cintura con la mano, y su mirada se
suaviza en ella cuando tira de uno de sus mechones—. Me dirigía a casa.
—Eso es genial. Aunque este es un lugar raro para eso. —Ella mira a su
alrededor pero luego vuelve a centrar su atención en mí—. Tengo una exposici-
ón en la galería pronto. ¿Te gustaría venir? —No espera a que acepte o rechace
la invitación, sino que hace un gesto de desdén con la mano—. Te enviaré una
invitación de todos modos, y estaré encantada de verte.
—Bien —digo y sostengo la mirada de Sebastian mientras añado—: La
reunión ha terminado.
Felicia aplaude.
—Genial. Tengo una sorpresa esperándote en casa —le dice a Sebastian
y lo arrastra por el codo hasta el auto en marcha—. Tus noches me pertenecen,
señor abogado.
—Lo sé, cariño. —Mira por encima del hombro y me dice—: Este trato
no está terminado.
—Olvídalo, Sebastian. Tal como se dijo en el bar.
Su mirada se ensombrece. Está claro que no quiere aceptar la derrota, pe-
ro no tiene elección.
Su conciencia tendrá que callarse para poder disfrutar de su vida y no
pensar en Phoenix quien no soporta su presencia.
Una vez que se alejan en la distancia, vuelvo a entrar en el bar y sonrío,
anticipando la reacción de Phoenix.
No soy como Hale.
No me rindo ante la primera señal de problemas, corriendo de un lado a
otro, histérico y montando escenas. Además, ella y yo estaremos conectados pa-
ra siempre.
Nunca podría dejarla ahora.
Hace tiempo, odiaba a Phoenix y quería llevarla a la tortura más retorci-
da y oscura que hubiera en el mundo.
Sin embargo, al mirarla ahora, sin la niebla de mi rabia, veo a una mujer
ante la que mi cuerpo no puede evitar reaccionar.
No sé si es por su belleza, que brilla a pesar de su atuendo poco sofistica-
do, o por su fuerza interior, que la hace capaz de resistir cualquier tormenta. Pe-
ro sea lo que sea, lo quiero.
La quiero, y lo que quiero, lo consigo.
Esta noche, Phoenix Hale se ha convirtido en mía.
Mía para mantenerla.
Capítulo 10
—Elegir el mal menor no hace que la elección sea menos mala.
Sigue siendo mala, pero elegirla trae menos destrucción al mundo que la
otra—.
Es curioso cómo la vida puede cambiar tan rápidamente.
Un hombre al que solía amar se convierte en aquel del que tengo que huir.
¿Y el hombre que odio?
Es el único que puede salvarme de él.
Sin embargo, ambos son malos al mismo tiempo.
Nuestras elecciones nos definen.
Por desgracia, mi elección tiene el poder de destruirme.
~Phoenix

De la historia de las cartas de Phoenix y Zach…

Querido Zach,
Hemos intercambiado algunas cartas a lo largo de los años, principal-
mente yo divagando sobre la escuela y lo fascinantes que todavía encuentro las
asignaturas de biología y química.
Nunca respondiste a ninguna de ellas, bueno, aparte de las dos primeras
en las que compartías conmigo lo mucho que soñabas con volver.
No he tenido noticias tuyas en más de dos años, pero sigo escribiendo…
Tal vez porque creo que un chico como tú me habría dicho que me largara ha-
ce mucho tiempo si realmente no te gustaran mis cartas.
¿O tal vez no las lees en absoluto y se pierden en el correo? Aunque in-
tento seguir todas las reglas.
De todos modos… sigo llevando tu pulsera. Curiosamente, combina con
todo, y debe dar mucha suerte, porque siguen pasando cosas buenas en mi vi-
da.
Me ponen sobresalientes todo el tiempo. Me invitaron al equipo de vole-
ibol de la escuela, e incluso la Sra. Thomson se echó atrás (secretamente, creo
que es porque el estado está pagando por todo, y ella puede inflar su pecho ca-
da vez que alguien le dice que ha hecho un buen trabajo conmigo). Tengo muc-
hos amigos nuevos, pero también tengo algunos enemigos, principalmente gen-
te de mi clase. Algunos de ellos son muy groseros y me llaman enana y niña
(terminaré la escuela secundaria en dos años, así que ellos tienen tu edad). Lo
odio pero no puedo hacer nada al respecto. Sin embargo, nadie me presta aten-
ción y a todos les gusta tenerme en su grupo para cualquier proyecto.
También me decidí por mi carrera y quería decirte que… decidí ser mé-
dico. Cirujano o psiquiatra, todavía no lo he decidido. Fuimos a un hospital
para un viaje escolar y… fue fascinante.
Los sonidos, el olor, su capacidad para salvar vidas, con la ayuda de Di-
os, por supuesto. El conocimiento que brota de la punta de sus dedos cada vez
que realizan una operación o un examen.
Vi a una paciente que se puso a llorar cuando le dijeron que su hijo iba
a vivir. ¿Te imaginas la cantidad de felicidad que puedes aportar si eres médi-
co?
Pero sobre todo… sobre todo, quería darte las gracias, porque si no fu-
era por ti… ni siquiera me lo habría planteado.
El año que viene enviaré mis cartas a las universidades para que me
acepten pronto y la directora Eva me dice que tengo muchas posibilidades de
entrar en al menos la mitad de ellas con una beca. Espero que así sea; de lo
contrario, no tendré ningún otro medio para estudiar.
El único inconveniente es que no voy a poder conseguir un trabajo de-
cente hasta los dieciocho años, pero ¡eh! Siempre puedo trabajar en una cafe-
tería, ¿no?
Esto ya se ha hecho más largo de lo que esperaba, y me disculpo por el-
lo.
Supongo que quería que supieras que una chica que una vez conociste
podría ser una cirujana increíble algún día; recuerda mis palabras.
Espero que todo te vaya bien y que estés disfrutando de Italia a pesar de
echar de menos tu país.
Con mucho cariño,
P.

P.D.: Como pronto es Navidad, voy a poner dentro una galleta con for-
ma de árbol de Navidad. Es deliciosa y la he horneado yo misma. No estoy se-
gura de si tienes esas cosas ahí o no, pero pensé que podrías disfrutar de algo
de tu casa.
P P.D.: No la comas si recibes la carta demasiado tarde. Podría llegar
dañada.
P.P.P.D.: He incluido una más por si tienes algún amigo con el que qui-
eras compartirla.

Dos semanas después


P,
No sabía cómo empezar esta carta. Normalmente las ignoraba todas y te
dejaba hablar, pero esta… esta, no podía ignorarla, ¿y sabes por qué?
Porque estoy jodidamente lívido, por eso.
¿Quieres ser médico? ¿En serio? Un cirujano. Déjame reírme del hecho
que traen felicidad.
Seguro que nunca me trajeron nada bueno, y eso que vivía en el hospital
con mi madre.
¿Crees que esta profesión es sol y rosas, un bonito regalo envuelto en un
brillante lazo rojo?
Entonces no tendrás más que decepción. Los rusos tienen un dicho, cada
cirujano tiene su propio cementerio. ¿Sabes lo que significa?
Que mucha gente muere, y no pueden hacer nada al respecto. Porque a
veces, a pesar de toda la tecnología, de todas sus habilidades, no pueden luc-
har contra el destino que a veces es tan cruel con las almas inocentes.
No siempre traerás felicidad o buenas noticias a la gente. A veces, tra-
erás una devastación y una tristeza que no conocerá límites, y ninguna canti-
dad de penas te ayudará.
En resumen, piensa antes de decidirte a ser cirujano y prepárate para
afrontar muchos retos.
Siento habértelo estropeado. Apuesto a que estás llorando ahora mismo,
porque una vez más soy un idiota.
Pero prefiero ser un imbécil honesto que simplemente escribir “felicida-
des” y olvidarme de ello.
Tendrás tu beca. Estoy seguro de ello, ¿y toda esta gente que murmura
de fondo y te quita la alegría? (Incluido yo, joder) Que no te importe una mier-
da.
Disfruta la vida al máximo, pero también ten cuidado. No te sacrifiques
en el altar de los demás, porque ¿lo gracioso de los sacrificios?
Nadie se acuerda que los hiciste cuando te dan la espalda.
Ya no extraño mi casa. Digamos que… hay mucho entretenimiento aquí
que no podría haber apreciado cuando era un niño de trece años. Irónicamen-
te, fue entonces cuando papá decidió permitirme volver por Navidad y disfru-
tarla con la familia, como él decía.
Me negué, por supuesto, y en su lugar reservé un crucero por Europa
con algunos de mis amigos, entre otras cosas.
No hay nada que no pueda comprar en este mundo para mi placer; solo
tengo que desearlo. Pero… gracias por la galleta casera. La última vez que las
comí fue cuando mi madre estaba viva.
Y esto hace que el regalo no tenga precio.
Te deseo lo mejor,
Zach
P.D.: Lo recibí a tiempo.
P.P.D.: Mi amigo no puede comer ninguna de estas galletas porque son
mías. Y no las comparto. Nunca.

Phoenix

Terminando de mezclar la última bebida pedida “Sexo en la playa” en la


coctelera plateada, la sirvo en dos vasos y coloco un poco de piña junto con las
pequeñas sombrillas a un lado.
Tracy se apoya en el mostrador, colocando cada uno de ellos en su ban-
deja, y está lista para correr hacia las dos encantadoras señoras que los pidieron
cuando se vuelve de nuevo.
—Oh, Dios, una de las bellezas ha vuelto.
¿Qué?
Miro hacia la puerta y veo a Zachary caminando hacia la barra sin ningu-
na preocupación. Se sube al taburete, de frente a mí, con la comisura de la boca
ligeramente levantada mientras mueve el encendedor entre los dedos.
¿Pero sus ojos?
Sus ojos permanecen fríos y firmes; un reptil probablemente mira así a
su presa antes de atacarla con su veneno o comérsela entera.
No habrá tal cosa esta noche. ¡No puedo creer que haya vuelto!
Al menos Sebastian fue lo suficientemente inteligente como para irse.
Además, no es un imbécil egoísta y tiene algo de moral, a diferencia de
este monstruo que tengo delante.
—Hola. —Tracy le sonríe, tirando un poco de su top, lo que permite que
sus pechos se eleven, y frunzo el ceño interiormente, porque realmente está lad-
rando al árbol equivocado.
Es una mala noticia, a pesar de su atractivo sexual y dominante que llena
la energía que lo rodea con tensión y anticipación.
Si yo, que lo odio, lo siento, ¿qué van a hacer otras pobres mujeres desp-
revenidas? Por supuesto, no pueden resistir la tentación y se sienten atraídas por
él como polillas a la llama.
—¿Perdón? ¿Nuestras bebidas? —dice una de las señoras. Hago un gesto
con la cabeza para que Tracy se ponga en marcha y, tras lanzarle a Zachary una
última mirada anhelante, se dirige hacia los clientes.
En el momento en que ella está fuera del alcance del oído, le digo al invi-
tado no deseado:
—¿Qué quieres? —Su ceño se levanta ante mi tono, pero me importa una
mierda—. Si quieres disculparte, no acepto ni quiero tus disculpas. Ahora, por
favor, por el amor de Dios, ¡vete! —siseo la última parte, respirando con difi-
cultad y apartando el cabello de mi frente, toda encendida, pero por un breve se-
gundo, noto la diversión que destella en su mirada antes que la cubra con indi-
ferencia.
—Qué bien, porque no he venido a ofrecerlas. Nunca me disculparé. —
Hay un tono extraño en su voz, pero no es eso lo que hace que mi mandíbula
casi golpee el suelo.
No obstante, antes de emitir un juicio, aclaro:
—¿No crees que deberías disculparte conmigo? —Después de todo lo
que me ha hecho, lo que me ha costado… ¿no cree que al menos tenga que pe-
dir perdón?
¿Qué tan delirante y egocéntrico hay que ser para eso?
—Dije que no lo haré. Nunca dije que no creo que deba.
Frunzo el ceño, confundida ante esta explicación, porque, ¿no significa
lo mismo?
Sacudiendo la cabeza, exhalo pesadamente, deseando que mi turno ter-
mine para poder ir a casa y arrastrarme bajo la manta lejos de Zachary King.
Creo que es el único lugar donde no intentará molestarme.
Después de todo, un hombre como él no estará interesado en meterse ent-
re las sábanas conmigo.
Me estremezco de disgusto al pensarlo, ya sea porque la idea me repele
tanto después de lo que me ha hecho… o tal vez porque a mi cuerpo no le im-
porta y reacciona a su energía masculina.
Y no me castigo mucho por ello. Una reacción física no es más que las
hormonas femeninas respondiendo a la testosterona de un hombre. Nunca actu-
aré en consecuencia, y además, todo lo que se necesita para dejar de reaccionar
a él de cualquier manera es una aventura de una sola vez.
La última vez que participé en uno de esos, no fue difícil encontrar una
pareja dispuesta.
Sin embargo, la vida no me concede mi intención, y en esto tengo que li-
diar con Zachary y sus deseos. Tal vez una vez que lo haga, desaparecerá y dej-
ará de molestarme.
—¿Qué quieres entonces?
Enciende y apaga el encendedor, centrando su mirada en el fuego duran-
te una fracción de segundo antes de volver a mirarme.
—Cooperación.
—Cooperación —repito como una idiota, sin entender qué quiere decir
con eso.
—Sí —dice y vuelve agarrar la botella y esta vez ni siquiera se molesta
en buscar un vaso. Se limita a beber de la misma boca de la botella mientras de-
ja caer unos cuantos billetes de cien dólares sobre el mostrador—. Esto debería
cubrir todo. —Bebe un gran trago, con la nuez de Adán balanceándose y lla-
mando la atención sobre el pálido tatuaje que adorna su cuello y en el que acabo
de fijarme. Es apenas un susurro, como si alguien lo hubiera creado con tinta
difuminada.
Frunciendo los ojos, trato de leerlo, pero es demasiado pequeño para que
tenga sentido para mí, así que mentalmente me abofeteo y vuelvo al tema que
nos interesa.
—¿No quieres explicar con más detalle lo de la cooperación? —Sonrío a
un cliente que pasa y me pide que le rellene la bebida, rápidamente agarro un
vaso para hacer un ron con soda. Lo mezclo hasta que el hielo se deshace en su
interior, le añado un poco de zumo de limón y lo coloco en la barra.
—Quiero atrapar al hijo de puta que mató a mi mujer.
Hago una pausa al oír la voz de Zachary, sorprendida por la cantidad de
dolor que aún guardan esas palabras y por cómo su agarre en la botella se tensa
tanto que temo que se rompa en su mano.
—El hombre que despertó el lado de mí del que nunca estaré orgulloso
—Fija su mirada en mí, tomando otro sorbo—. El lado que fue lo suficiente-
mente cruel como para destruirte.
El aire se atasca en mi garganta; el sudor estalla en mi piel cuando los re-
cuerdos amenazan con abrirse. Es una caja de Pandora que debería estar siemp-
re cerrada. No podré sobrevivir a ella de nuevo.
Empujando con fuerza la tapa de la caja, me alejo mentalmente de la
agonía y me concentro en Zachary, por primera vez escuchando su autocrítica.
Creía que hombres tan perfectos y poderosos eran incapaces de sentirla.
De todos modos, ¿qué pasa con estos tipos y con que lo comparten todo
en un bar abarrotado?
Respirando hondo, me obligo a olvidar por un momento que este fue el
hombre responsable de todas mis penurias en la cárcel y de la muerte de mi be-
bé, y en cambio pienso en él como un hombre que perdió a su amada esposa.
Su dolor era tan fuerte… quería una salida para su dolor. Mantenerlo to-
do adentro probablemente lo hubiera matado. Cuando obtuve una sentencia fá-
cil, según él, decidió repartir su propia justicia retorcida, para que su víctima
sufriera y sufriera hasta que la rompiera.
Sin embargo, por mucho que lo intente, puedo entenderlo, pero nunca
podré perdonarlo.
En mi opinión, es un monstruo cruel sin cualidades redentoras, pero, ext-
rañamente, su comportamiento es al menos explicable. Si no hubiera arreglado
la paliza que mató a mi hija, probablemente no lo odiaría tanto.
Después de todo, no era mi marido, ni mi amigo, ni siquiera mi colega,
¿verdad?
Aclarando mi garganta, empujo las palabras que son sin sentido en su na-
turaleza pero traen consuelo a algunas personas.
—Siento mucho tu pérdida.
Baja su cabeza, sus nudillos tamborilean sobre el mostrador, y luego me
mira, su mirada, pareciera perforarme un agujero con esa pasión.
—Lo atraparé aunque sea lo último que haga en este mundo. —Termina
el discurso, golpeando la botella con dureza sobre el mostrador, y me señala—.
Y para eso, te necesito.
Por supuesto, debería haber esperado eso.
Ya no seré la fuente de su rabia, porque ha encontrado otro objetivo, y no
descansará hasta encontrarlo o encontrarla.
—No puedo ayudarte. No sé nada de él. ¿Y para ser sincera? Quiero ol-
vidarlo como un mal sueño. —Nada de eso es cierto. Sí quiero atrapar a este ti-
po, pero no soy tan ingenua como para pensar que puedo lograr tal tarea.
Por segunda vez en mi vida, decido que la justicia y la ley se encarguen
de esta situación, creyendo que esta vez no se equivocarán.
—Y ahí es donde te equivocas.
Mirando el reloj, veo que me queda una hora más de mi turno. Herb me
informó después que los chicos se fueran que era mejor llegar a casa temprano
después de mi primer turno, y lo agradecí. Pero incluso ahora esa hora parece
una eternidad con Zachary hablando de venganza.
O más bien clavando un cuchillo en una vieja herida.
—No voy a cooperar contigo.
Desliza la botella a un lado, se inclina más cerca de mí en la barra, de
modo que su aliento me abanica la mejilla, y me pregunta con un tono diverti-
do:
—¿Estás segura de eso, cariño?
—Sí. Y no soy tu cariño. —Intento alejarme, pero jadeo cuando agarra la
parte delantera de la camiseta y me arrastra hacia él. El mostrador inferior de la
barra se clava en mi cintura cuando mi rostro se acerca tanto al suyo que solo
nos separan unos centímetros, mi corazón late salvajemente en mi pecho y no
quiero respirar, ya que se mezclará con el suyo.
—Tengo mucho que ofrecer a los que trabajan conmigo. —Me sujeta
con fuerza, con sus ojos fijos en mí como si quisiera captar cualquier cambio en
mi expresión y estudiarme bajo un microscopio.
Envolviendo mis manos alrededor de las suyas y agarrando tan fuerte
que espero que le provoque dolor, se la arrebato y le digo:
—No tienes nada que ofrecerme que pueda encontrar interesante. No vu-
elvas a tocarme. —Ajustándome la camiseta, le señalo la puerta—. Ahora vete
y olvídate de mí. Buena suerte en tu búsqueda. Me alegraré si lo consigues. En-
tonces podré respirar tranquila. Pero hasta entonces, aléjate de mi vida. —Ter-
mino, jadeando por respirar, mi cuerpo todavía sacudido por la ira y la electrici-
dad de su cercanía que me estremece de una manera que no puedo explicar.
O tengo demasiado miedo de admitirlo.
Se levanta, sobresaliendo por encima de mí incluso desde la distancia, ya
que debe medir por lo menos 1,90, se ríe, y el propio sonido me produce esca-
lofríos, prometiéndome un castigo por este pequeño acto de desobediencia.
—No estés tan segura, Phoenix. Puede que tenga algo que quieras.
—Lo dudo. Ahora vete. —Busco a Elvin junto a la puerta y exhalo alivi-
ada cuando está allí, jugando con su teléfono—. O llamaré a seguridad.
—Puedo comprar este bar, ¿y luego qué vas a hacer?
Todo en mi interior hierve de rabia por la despreocupación con la que
utiliza su posición en el mundo para amenazarme, y eso me pasa por permitir-
me, durante un breve segundo, ver en él a un humano en lugar de un monstruo.
Cuando las cosas se ponen feas, Zachary King solo sabe utilizar las debilidades
de todos en su beneficio.
Afortunadamente, no me queda ninguna debilidad para que él la descub-
ra.
—Pero hasta entonces…
La fuerte voz de Herb penetra a través de la música del bar y la tensión
que oscila entre nosotros, llamando mi atención y cortando lo que quería decir.
—Phoenix, tienes que irte a casa ahora mismo.
—¿Qué? —Me acerco a él, frunciendo el ceño. ¿Qué puede haber pasado
allí para que me necesiten, y no se supone que Rafe estará afuera hasta mañana?
—Acaba de llamar un amigo de Rafe. Me ha dicho que tienes que ir.
Mencionó algo sobre que los accidentes pueden ocurrir incluso sin autos.
Todo en mi interior y a mí alrededor se congela; mi corazón deja de latir
por un momento mientras el miedo se hunde en mis huesos y casi me provoca
arcadas por la implicación de esas palabras.
Veo que la boca de Herb se mueve pero no oigo lo que dice. La cabeza
me da vueltas por los distintos escenarios y me tambaleo hacia un lado, con las
rodillas temblando. Pero unos brazos fuertes me atrapan a tiempo y me aprietan
contra un pecho musculoso que me ancla en el presente y me saca de mi asomb-
ro.
Para cuando el mundo que me rodea deja de girar y vuelve a tener una
visión clara, Zachary me está arrastrando hacia la puerta con mi chaqueta colga-
da del brazo mientras le habla por encima del hombro a Herb:
—La llevaré a casa y ya te llamaremos.
—Eso espero. Rafe es un buen chico —grita el hombre con preocupación
en su voz, pero apenas me concentro en eso, tragándome el aire gélido de mis
pulmones que me golpea tan fuerte, destruyendo de una vez por todas la bruma
que se instaló a mí alrededor cuando Herb básicamente dijo que el asesino en
serie le ha hecho algo a Rafe.
Sara me confió a su hermano, ¡y ahora podría estar muerto por mi culpa!
Estoy demasiado perdida en mis pensamientos para comprender el
momento en que Zachary me empuja dentro del espacioso auto negro y le ladra
a su conductor:
—James, llévanos a su casa. Tan rápido como puedas. —El conductor
pone en marcha el auto inmediatamente, arrancando hacia la casa, su auto va
tan rápido que creo que llegaremos en un segundo.
Los temblores me recorren mientras se me pone la piel de gallina, y solo
entonces me doy cuenta del frío que hace. Maldiciendo, Zachary me atrae hacia
él, me pone la chaqueta por encima y me obliga a meter los brazos en las man-
gas. Luego me toca el cuero cabelludo, inclinando mi cabeza hacia atrás, y me
ordena:
—Sal de ahí, Phoenix. Ahora.
Sacudo la cabeza, los dientes castañetean entre sí y el miedo casi me ma-
ta de lo fuerte que es.
¿Es posible morir por ello?
—Podría morir. Rafe podría morir. Dijo que no hace falta que haya un
auto para que haya un accidente. —Agarrando las solapas de la chaqueta de
Zachary, le grito a la cara—: ¡Podría matarlo por mi culpa! —¿No lo entiendes?
¿Cómo puedes estar tan tranquilo?
La última vez que este asesino en serie jugó conmigo, ¡su mujer murió!
O si no es nadie cercano a él, ¿entonces no puede molestarse por ello?
—Lo entiendo, pero tu histeria no cambiará ni ayudará en la situación ac-
tual. —Me agarra el cabello con un puño, tirando de él dolorosamente mientras
hago una mueca de dolor—. Cualquier cosa que encontremos allí, él nos obser-
vará. Se excitará con todo lo que inspire en ti. Desde tus lágrimas hasta tu mi-
edo. Así que no le des ninguna satisfacción. —Permanezco en silencio, las lág-
rimas se forman en mis ojos y casi caen sobre mis mejillas, pero él me sacude
con dureza y gimo—. ¿Lo entiendes?
Antes que pueda comentar, el auto se detiene bruscamente. Empiezo a
caer hacia delante, pero Zachary me agarra a tiempo antes que mi rostro choque
con el asiento delantero.
Abre la puerta y se baja, pero no antes de murmurar:
—No muestres más que indiferencia, cariño. —¿Está loco? Será un mi-
lagro si no caigo de rodillas, llorando—. James llama a una ambulancia.
—Sí, señor.
Salgo del auto de un salto, haciendo todo lo posible por controlar mis
facciones, y me apresuro a entrar en el edificio, corriendo hacia las escaleras
con Zachary pisándome los talones, con nuestros zapatos golpeando el
hormigón rugoso. Ni siquiera presto atención lo mucho que me duelen los cos-
tados de tanto ejercicio físico cuando por fin llegamos al quinto piso.
Me abalanzo hacia el final, casi lista para irrumpir en el interior, cuando
Zachary me tira hacia atrás y me ordena:
—Quédate aquí.
—Está ahí…
—Quédate aquí —repite, con un tono acerado indicando que no aceptará
discusiones. Se dirige a la puerta mientras me apresuro a seguirlo, notando que
está abierta con música sonando a todo volumen en los altavoces, cambiando
tan rápido que me recuerda al mismo sonido que hacía la radio de mi auto antes
de chocar con Angelica King.
Zachary da una patada a la puerta, manteniéndome firmemente detrás de
él mientras entra, y grito, cubriéndome la boca con la palma de la mano cuando
la escena se abre a nuestra vista, helando la sangre en mí mientras mi estómago
se revuelve. Los olores desagradables flotan en el aire y se suman a la temida
atmósfera.
Rafe está tumbado en medio de la sala de estar, empapado en un charco
de sangre debajo de él, mientras los cristales rotos están esparcidos por todo el
suelo. Las paredes están manchadas de pintura roja o quizá de la sangre de Rafe
formando palabras que no entiendo, porque las letras parecen estar al revés.
El televisor está apagado, pero en él debe estar reproduciendo alguna pe-
lícula de terror, porque un rostro enmascarado no para de reírse de nosotros, co-
mo si se burlara de toda la escena.
Los muebles están destrozados o acuchillados; las plumas siguen flotan-
do por todas partes, pegadas a la sangre y casi cubriendo a Rafe, haciendo que
parezca una criatura parecida a un cisne, flotando en un lago creado por su
sangre.
—Oh, Dios mío. —Me lanzo hacia él, el vidrio crujiendo bajo mis zapa-
tos, y presiono mis dedos contra su pulso, exhalando con alivio cuando lo de-
tecto y cuando examino rápidamente su herida, mis instintos médicos se acti-
van. La sangre procede de la parte posterior de la cabeza. Alguien debe haberlo
golpeado con un objeto afilado que le ha cortado la piel, pero no ha tocado nin-
guna vena o arteria importante. Es posible que la caída haya provocado también
una hemorragia interna. Sin pensarlo, le ordeno a Zachary, —Tráeme una toalla
limpia del baño y unas pinzas del escritorio. —Asiente y hace lo que le digo,
mientras escudriño a Rafe en busca de otras heridas, pero afortunadamente no
encuentro ninguna.
En cuanto Zachary vuelve, le quito las pinzas y le pido:
—Sujétale el cabello aquí. —Después que siga mis instrucciones, tengo
una visión clara, -bueno, lo más posible con todo el pelo y la sangre-, y observo
restos de vidrio en la herida. Los paramédicos tendrán que actuar rápido, ya que
no sabemos cuánto tiempo ha estado inconsciente, y si puedo ahorrarles tiempo
quitando los cristales, lo haré.
Rápidamente, pero con cuidado, sacando fragmento a fragmento, comp-
ruebo que la herida no es tan profunda. Entonces, ¿cómo es que hay tanta sang-
re debajo de él? No es posible de una herida tan pequeña.
A menos que este sea el juego de la ilusión en el que el jugador presenta
el desastre más grande de lo que es para sembrar el miedo y la desesperación en
los corazones de sus oponentes…
Al arrebatarle la toalla a Zach, empiezo a aplicar un poco de presión sob-
re la herida, con la esperanza de detener la hemorragia al menos por ahora, y es
entonces cuando la imagen del televisor cambia, transformándose en un texto.

Ella era un genio con la vida perfecta.


Viviendo en su mundo de cuento de hadas sin preocupaciones.
Hasta que lo rompí todo: La convertí en una asesina a la que todos
querían hacer pedazos.
El fénix ardió en llamas.
No podía soportar verlo.
Así que, descubrí la verdad y la ayudé a renacer de sus cenizas.
¿Realmente pensaste que te abandonaría, Phoenix?
En comparación con todos los demás en tu vida, siempre estuve a tu
lado, pero hasta yo tuve que utilizarte.
Y todo lo que haga ahora será por ti.
Es un último juego peligroso: Solo un resultado inevitable.
¿Quieres jugarlo conmigo de todos modos?
—Oh, Dios mío —susurro, leyendo entre líneas este mensaje, recordan-
do cuán obsesivamente estudiábamos asesinos en serie en una de nuestras cla-
ses, porque nuestro profesor solía trabajar como perfilador.
¿El sospechoso, el que tanto quiere encontrar?
Creó una conexión conmigo hace mucho tiempo, y de alguna manera ali-
vió el dolor dentro de él hasta un punto en el que me convertí en una constante
en su vida, manteniéndolo cuerdo y en línea.
Pero también despertó el deseo de matar que debe haber mantenido bajo
control durante décadas, a juzgar por el lenguaje que utiliza.
Cuando un asesino en serie adulto quiere jugar contigo y se dirige a ti co-
mo si fueras su mejor amigo, significa que nunca tuvo amigos en su vida… ni
una infancia, al menos no feliz.
¿Y si ha hecho cosas tan horribles?
Significa que su pasado es tan malo que es posible que no quiera oír hab-
lar de él.
Lo que nos lleva a una sola conclusión.
No tiene conciencia, ya que nadie le enseñó el concepto de compasión
hacia los demás, un sociópata que busca el poder del que fue despojado cuando
era un niño.
En este retorcido juego que está jugando, planea morir victorioso.
Y llevarse a su mejor amigo con él a las fosas del infierno.
Capítulo 11
—La paz es una palabra mítica que no existe en la vida real.
Dicen que una persona debe descansar en paz cuando muere.
Pero, ¿qué deben hacer los que la han perdido?
No existe tal explicación para el sufrimiento en la paz.
Porque no puede haber dolor en la paz.
Solo los muertos pueden entenderlo o sentirlo de verdad, ¿y no es eso
irónico? ¿O la palabra que busco es 'trágico'?
~Zachary

De la historia de las cartas de Phoenix y Zach…

Querido Zach,
No estaba segura de si debía escribirte esta carta o no, ya que no eras
precisamente mi persona favorita después de la última. Me pareció grosero,
y… bueno, para ser franca, te comportaste como un maldito imbécil.
Me pareció que no eras justo. El hecho que hayas experimentado dolor,
no define a los médicos en su totalidad.
Toda profesión tiene riesgos y, claro, sí, no en todas las profesiones la
vida depende de ti todos los días… al menos en la superficie.
Pero incluso un arquitecto tiene que diseñar la mejor y más sólida est-
ructura que tenga la capacidad de soportar las inclemencias del tiempo y no
desmoronarse. Si no, pone en peligro la seguridad de quienes viven o trabajan
en sus edificios.
De todos modos, dejando a un lado todas las reflexiones filosóficas, me
alegra informarte que he conseguido entrar en una universidad de la Ivy Le-
ague con la mejor nota y una beca que cubre todos los gastos.
¡Toma eso, niño rico!
Me voy de este infierno con una gran ola y espero no volver nunca,
jamás, a Nueva York.
Nuevo estado, nuevo yo, o eso es lo que espero de todos modos. Una pu-
ede soñar, aunque he oído que no podemos huir de nuestros problemas.
Curiosamente, ya no los tengo.
Tú también debiste graduarte, ¿no? Así que, felicidades, y supongo que
llegaste a donde querías. No estoy segura si es aquí o de nuevo en el extranj-
ero, pero de todos modos, la escuela ha terminado.
Y empieza la diversión, o eso dicen todos los estudiantes de primer año.
Disfruta de todo el sexo (supongo que es lo que has descubierto basán-
dote en tu última carta) y pásalo bien.
En el sobre, tendrás una tarjeta de visita de mi universidad y el correo
electrónico, por si alguna vez quieres contactar conmigo. He pensado que en
esta época de tecnología, es hora de pasar a una forma de vida más… digamos
¿más rápida?
Además, no es necesario desperdiciar el papel; no es bueno para el pla-
neta.
Aunque eres un imbécil y un idiota de proporciones épicas, y probable-
mente todas nuestras conversaciones no hayan sido más que un divertimento
para ti… He pensado que podemos mantener viva la chispa.
Te deseo lo mejor en caso que esta sea nuestra última carta,
P.
P.D.: Todavía no he decidido mi especialidad, pero tengo ocho años pa-
ra eso, ¿no?

Dos semanas después

P,
Ah, te ofendiste. Y me preguntaba por qué no recibía tus divagaciones
habituales. (Inclúyeme riendo y sin arrepentirme, aunque sí lo encuentro inte-
resante. Eres un soplo de aire fresco entre todas las demás conversaciones que
tengo en mi vida).
Así que, te has decidido por ser médico, ¿eh? Eso está bien y felicidades
por entrar en la Ivy League. Siempre supe que eras inteligente, excluyendo tu
boca que no se calla ni en el papel.
Bueno, no puedo decir mucho más que buena suerte, ¿no? De todos mo-
dos, habría sido una pena que mi amargura te hubiera alejado de tu sueño.
No puedo quejarme del sexo. Un tipo tiene que encontrar placer donde
pueda, así que si esperabas mis vergonzosas disculpas, no las tendrás.
Eso es lo que pasa realmente con las disculpas; nunca las ofrezco. Las
considero inútiles y un desperdicio de energía. Si haces algo y te arrepientes,
no lo vuelvas a hacer. ¿Qué sentido tiene pedir perdón?
La persona puede ver que has cambiado por tus acciones, seguramente
no por tus palabras. ¿O tal vez estoy juzgando todo a través de mi perspectiva?
Me importa una mierda las disculpas; la gente miente todo el tiempo, pe-
ro si trabajan para corregir el error, por así decirlo, podría simplemente olvi-
darme de eso. (Probablemente no, porque no soy tan generoso. Por lo general,
si me traicionas o me enfadas, estás descartado. No veo que eso cambie en el
futuro).
El correo electrónico me parece una buena idea, pero pensé que por qué
no escribir una última carta por el bien de los recuerdos.
De momento estoy estudiando administración de empresas en Londres,
pero pienso volver a Estados Unidos dentro de tres años. Por suerte, papá no
tiene ninguna perspectiva de sus nuevos hijos, o probablemente no me permiti-
ría tocar el negocio familiar.
Lo que es ridículo. Soy el único que puede expandirlo, pero, de nuevo,
nunca quiso ver lo inteligente que soy.
En la caja en la que está la carta, encontrarás un collar de platino. Eso
sí nadie lo roba por el camino, y en ese caso, peor para ti.
Considéralo mi regalo de graduación.
Un saludo,
Zach

Phoenix

Alguien deja caer una manta sobre mí. Agarro con fuerza la taza de té ca-
liente que tengo en las manos y alzo los ojos para ver a Zachary asomándose
por encima de mí y ajustando la cosa para que me cubra por completo, casi cub-
riéndome del mundo.
—Gracias —susurro, aliviada porque al menos mi voz ha dejado de
temblar, aunque mis manos siguen temblando.
Apoyando los labios en el borde de la taza, aspiro el aroma a menta para
que me calme los nervios, pero falla sobre todo con las innumerables luces rojas
y azules que brillan frente a mí mientras los coches de policías rodean el lugar,
buscando al asesino que hace tiempo se habrá ido.
No habría llamado de otra manera.
Rafe va de camino al hospital donde, con suerte, lo curarán.
Uno de los paramédicos me felicitó por cuidar tan bien de él y bromeó,
preguntándome si yo era médico en otra vida. Su risa todavía resuena en mis
oídos, y una risa sin humor se desliza por mis labios agrietados debido a este
clima frío.
—Me gustaría saber qué es tan divertido. —La voz de Zachary me baña
como la seda, deslizándose a mi alrededor antes de envolverme con fuerza alre-
dedor del cuello y casi privarme de oxígeno por lo ronca y profunda que es. Y
sus ojos verdes me fulminan, tratando de quemarme viva.
—No lo entenderías —digo, y entonces mis cejas se fruncen—. ¿Qué es-
tás haciendo aquí, de todos modos? —Esperaba que se largara de aquí en cuan-
to apareciera la policía y surgiera el mensaje, pero se quedó casi pegado a mi la-
do, respondiendo a todas sus preguntas y luego acompañándome al exterior,
donde me senté en un banco mientras la policía me pedía que me quedara por si
tenían más preguntas.
Al parecer, alguien quería hablar conmigo, así que me impidieron ir con
Rafe al hospital. Al menos logré saber dónde lo llevaron y podré visitarlo una
vez que todo esto termine.
Solo entonces podré llamar a Sara e informarle sobre este desastre, y no
me sorprenderá si me dice que me largue de su apartamento.
—Se llama cooperación. —No, esta palabra de nuevo—. Nos guste o no,
estamos juntos en esto.
Resoplo con exasperación, tomando un gran sorbo, y casi toso cuando la
sustancia caliente me quema la lengua.
—No lo estamos, ¿y no has visto el mensaje? Soy su mejor amiga, así
que si yo fuera tú, me mantendría alejado para no convertirte en un daño colate-
ral como Rafe. —Mi voz se entrecorta con su nombre, y la culpa me asalta, ha-
ciéndome imposible respirar por un segundo, porque Sara me lo confió.
Y al final del día, una persona más sufre por mi culpa.
Tal vez debería haberme quedado en la cárcel hasta que atraparan a este
tipo. Así la destrucción a mi alrededor habría cesado.
Veinticuatro horas de libertad, y alguien salió herido. Tengo que lidiar
con la compañía de Zachary y la culpa de Sebastian.
Sin mencionar que arruine mi primer día de trabajo, así que sí, en cuanto
a buenos comienzos… el mío apesta.
—¿O cómo mi mujer? —dice, y me paralizo, la tensión aumenta a nuest-
ro alrededor mientras trago saliva, apartando la cabeza de él, sin querer ver su
dolor ni recordar la sala del tribunal de hace tres años y medio, cuando un odio
tan profundo llenaba su mirada. Es un milagro que no me haya matado con
ello—. Joder. Esto no es lo que quería decir.
Mi risa hueca resuena en la noche.
—Oh, no. Esto es exactamente lo que querías decir. Pero no pasa nada.
Porque esto… —señalo entre nosotros—, demuestra que me culpas tanto como
al asesino, y en esto nunca habrá colaboración. Nunca podría trabajar con algui-
en que piensa que soy culpable.
—Yo no he dicho eso —suelta, su mandíbula crispada mientras tira de su
cabello con un gruñido—. Deja de ponerme palabras en mi boca y escúchame,
maldita sea.
Levanto la barbilla, termino mi té y coloco la taza a mi lado en el banco
mientras me hundo más profundamente en la manta.
—¿Por qué? Ya he tenido suficientes de tus insultos para que me dure to-
da la vida.
Un carraspeo nos arranca nuestras miradas el uno del otro, como si se
tratara de una orden, giramos la cabeza hacia un lado para ver a dos personas de
pie a unos metros de nosotros.
Uno de ellos es un hombre con el cabello alborotado; su cuerpo musculo-
so, envuelto en un traje negro, enfatiza su fuerza y energía dominante, clara-
mente el jefe de algo. Tiene ojos marrones y vacíos; probablemente no podrías
adivinar su emoción si lo intentaras.
Nos sonríe, aunque apenas levanta la comisura de la boca, y extiende su
mano hacia mí.
—Srta. Hale. Mi nombre es el agente Noah Willson. Esta es una de los
miembros de mi equipo, la agente Ella Gadot. —Hace un gesto con la cabeza
hacia la mujer que está de pie ligeramente detrás de mí, sus ojos brillan con una
amabilidad que va bien con su oscuro cabello.
Mis cejas se fruncen cuando su título se registra en mi mente, y abro la
boca para comentar, pero Zachary lo hace por mí.
—¿Agentes, como del FBI?
La mirada asertiva de Noah se posa en Zachary durante un breve segun-
do, como si lo diseccionara en piezas y estudiara rápidamente su carácter antes
de asentir.
—Sí. Perfiladores para ser exactos.
—Psicólogos criminales —concluyo, todavía confundida por lo que es-
tán haciendo aquí—. ¿Son ustedes los que querían hablar conmigo?
—Sí, nos han informado de una nueva pista en el caso y hemos venido
enseguida. —Ella finalmente habla, su voz suave pero firme—. ¿Le importa
que le hagamos algunas preguntas?
—Si a ella no le importa, a mí sí. —Parpadeo sorprendida cuando veo a
Lydia, con el cabello alborotado en distintas direcciones, corriendo hacia nosot-
ros desde su auto, con un vaquero, una chaqueta y unas sandalias como si hubi-
era salido precipitadamente de su casa—. No tiene derecho a hablar con mi cli-
ente sin su permiso. —Jadea cuando se coloca detrás de mí y me pone la mano
en el hombro para que nuestras miradas se encuentren—. No tienes que hablar
con ellos.
Noah entrecierra los ojos, la molestia cruza su rostro antes de cubrirla
con indiferencia, y su tono se mantiene firme, aunque imagino que no le gusta
la intromisión de Lydia.
—Detente un momento, King. Estás actuando como si la hubiéramos ar-
rastrado con nosotros. Nadie está obligando a tu cliente a hablar.
¿Qué está haciendo mi abogada aquí de todos modos? ¿O es que la poli-
cía la informa cada vez que surge algo raro con mi nombre?
Lydia se pone la mano en la cadera, levantando la ceja.
—Sin embargo, aquí está usted queriendo interrogar a mi cliente, en lu-
gar de entrar en el apartamento y estudiar el rastro que el asesino en serie dejó
para usted.
—Ya hemos visto las fotos que nos ha enviado la policía y no ha dejado
ningún rastro, así que en realidad no tiene sentido examinar la escena del cri-
men —dice la agente Ella, con su atención centrada en mí—. Pero la nota diri-
gida a usted nos deja muchas preguntas. Por eso nos gustaría aclarar algunas co-
sas antes de seguir adelante.
—A tu cliente también le interesa escucharnos —dice Noah y luego se
dirige a Zachary—. Usted también, señor King. Algo me dice que le sorprende-
rán algunos de nuestros hallazgos.
—Casi nada me sorprende. Pero iremos.
—Zachary, Phoenix está cansada y… —Hace callar a Lydia con la mano
levantada, y ella resopla con frustración—. Eres imposible. ¿Y qué estás haci-
endo aquí por cierto? ¿No has hecho suficiente?
Parpadeo una vez más ante la forma en que le habla sin miramientos ni el
menor signo de respeto, como si no temiera las repercusiones de sus actos.
En ese momento me quedan claras algunas cosas.
Son hermanos, aunque sigue siendo un misterio para mí por qué su her-
mana decidió ayudarme.
—Creo que me he perdido el memorándum en el que ambos toman deci-
siones en mi nombre. —Me levanto, ajustando la manta a mí alrededor, y miro
a Lydia, que sigue enviando dagas a Noah y Zachary—. Gracias por cuidar de
mí, pero está bien. Me gustaría escuchar lo que tienen que decir y aportar cual-
quier ayuda para atrapar a este hijo de puta. —Mi tono baja una octava cuando
me vuelvo hacia Zach—. Y tú no tienes derecho a tomar ninguna decisión por
mí. Por favor, detente. —Con esto, doy un paso hacia los agentes y les digo—:
Lideren el camino.
¿Qué tengo que perder en cualquier caso?
Y además, no quiero volver a esa habitación por el momento, y no tengo
nada más que hacer, así que podría ser útil a la sociedad.
—Mujer testaruda —murmura Zachary justo antes de agarrarme por el
codo y arrastrarme hasta su auto que me espera, la manta ondeando a mi alrede-
dor mientras protesto.
—Suéltame.
Curiosamente, nadie presta atención a eso, sino que asienten cuando Zac-
hary grita:
—Nos encontraremos allí. Lydia —llama a su hermana y hace un gesto
con la cabeza hacia su auto—, ven con nosotros. James se ocupará de tu
vehículo más tarde.
Se apresura a seguirnos, con el alivio reflejado en su rostro, y en unos se-
gundos estoy sentada en el espacioso vehículo mientras el hermoso paisaje de
Nueva York se refleja en la ventana, la ciudad iluminada por miles de luces que
le dan una sensación aún más majestuosa.
He olvidado lo hermosa que es la ciudad por la noche o en cualquier mo-
mento del día, en realidad, apoyo mi cabeza en la ventana, fijando mi mirada en
ella y apartando pensamientos extraños.
Como el hecho que estoy en el auto de Zachary y no puedo escapar de él
por mucho que lo intente.
Y el pensamiento más desagradable que me hace sudar y me pone la piel
de gallina.
Que no me importa tener a los Kings a mi lado, porque ellos gobiernan el
maldito mundo con una sola palabra.
Y siento que para sobrevivir en esta batalla con un asesino en serie, nece-
sito al menos un pequeño porcentaje de su poder.
Porque yo no tengo ninguno.
¿No es eso triste?

Zachary

Noah abre la puerta de una de las salas acristaladas de su despacho y di-


ce:
—Pasen, por favor. ¿Quieren algo de beber?
—No, gracias —responde Phoenix, caminando con Lydia hacia el interi-
or y acomodándose en el amplio sofá situado en el centro de la habitación.
Frente a él hay dos sillas con una pequeña mesa que las separa—. Me gustaría
cortar toda la charla de cortesía y pasar a la situación que tenemos aquí. No hay
necesidad de crear un ambiente para que me abra —le dice ella con sinceridad,
y él asiente, apreciando claramente eso, el alivio que cruza su rostro es algo que
se puede apreciar.
Para conseguir un trabajo como perfilador y ser el líder del equipo, tiene
que ser uno de los mejores psicólogos del mundo, capaz de adivinar muchas co-
sas sobre la persona en apenas treinta segundos. Una parte de su trabajo consis-
te en tranquilizar a las víctimas lo suficiente como para que confíen en ellos, y
este vínculo les permite hablar, buscando la ayuda de los perfiladores.
—Muy bien. —Noah y la agente Ella se dejan caer en las sillas opuestas
mientras yo me pongo a propósito al lado de Phoenix para que no tenga más re-
medio que desplazarse más lejos en el sofá. Me siento a su lado, mi cadera pre-
sionando contra la suya, y ella se sacude un poco, probablemente sintiendo la
electricidad que se transfiere entre nosotros.
Su aroma a lavanda mezclado con vainilla perturba mis fosas nasales, ha-
ciéndome desear cosas que no debería de esta mujer que me odia con pasión,
pero eso, por desgracia, no juega a su favor.
El odio, como el amor, es una emoción poderosa con la misma intensi-
dad. Y donde hay pasión, hay lujuria, y pretendo usar esta lujuria para mante-
nerla conmigo aunque su odio hacia mí se haga más fuerte.
De todos modos, no busco ni quiero amor. Tiene tanto poder de destruc-
ción que no estoy seguro de poder sobrevivir a él una segunda vez.
¿Pero complacerla porque tiene algo que me atrae hacia ella mientras tra-
tamos de encontrar un asesino?
Eso no tiene nada de malo.
La agente Ella coloca una tablet grande en la mesa frente a nosotros y se
desplaza por varias imágenes, cada una de las cuales muestra preciosas mujeres
rubias en diferentes etapas de su vida. Algunas ríen, otras lloran y otras miran a
lo lejos.
—Estas diez mujeres son las últimas víctimas del sospechoso —dice mi-
entras Noah tiene otra tablet, pero esta vez nos muestra varias fotos de hombres
morenos con traje sentados en sus despachos, y reconozco a algunos de ellos.
¿El último no era el jefe de una empresa de seguridad y su mujer murió
hace dos años? Incluso asistí al funeral, atraído después de escuchar que un
conductor borracho la había matado.
El apoyo puede ser una cosa que los dolientes rechazan, pero es lo que
necesitan, así que ofrecí el mío al hombre que tuvo que criar a sus cuatro hijos
solo.
—Estos son sus maridos.
—De acuerdo. —Lydia prolonga la palabra, con la confusión escrita en
su rostro mientras Phoenix se inclina más, con la mirada fija en las fotos, sus
cejas se fruncen para formar una línea profunda entre ellas.
Algo se remueve en su mente, pero, ¿qué?
—Todas las mujeres murieron en el camino de vuelta a casa, ya sea des-
de la peluquería, el gimnasio o su restaurante favorito. —Luego la agente Ella
da unos golpecitos en la tablet y aparece otra serie de fotos, esta vez de mujeres
de cabello oscuro llevando una ropa que permite adivinar fácilmente su profesi-
ón.
Una jueza, una doctora, una bombera y una bibliotecaria, por nombrar al-
gunas.
—Esas son las conductoras. Todas tenían alcohol en su sistema.
—Ya se lo he enseñado a Phoenix, y estoy segura que Zachary lo sabe.
—Lydia me mira de reojo como si debiera importarme una mierda.
Mis conexiones son profundas, y nunca me disculparé por ellas. En reali-
dad debería estar agradecida por ellas, o de lo contrario su trasero habría estado
en la línea un par de veces en el pasado.
—Le mostraste los hechos. No lo que hay entre líneas. —Noah vuelve a
hablar y se dirige a Phoenix—. Eres psiquiatra. Dicen que habrías sido una de
las mejores si esta tragedia no te hubiera golpeado. ¿Entiendes hacia dónde nos
dirigimos con esto?
Ella asiente, una respiración áspera se le escapa de los labios, y junta las
manos, el pulso en su cuello palpitando salvajemente, y sé que, sean cuales sean
las implicaciones, el miedo recorre su cuerpo.
Tiene miedo, y de alguna manera su miedo me inquieta, queriendo que
gruña y mate la fuente de su miedo para que no la vuelva a perseguir.
Es gracioso, teniendo en cuenta que probablemente soy la estrella de sus
pesadillas, justo detrás del asesino en serie.
Finalmente, susurra, pero bien podría haber gritado las palabras por el
impacto que tienen en mí.
—Con cada víctima, recrea la primera vez. Probablemente sintió un subi-
dón de adrenalina, y le produjo un placer tan intenso que se volvió adicto a él.
Pero por mucho que lo intente, no puede. —Levanta la cabeza, apartándose de
las fotos, y le dice a Noah—: Por eso ha confesado lo de mi caso. Quiere el
mismo subidón de adrenalina que experimentó hace cuatro años. Y cree que me
he convertido en su mejor amiga.
Un silencio sepulcral sigue a sus palabras, y entonces Lydia jadea, tapán-
dose la boca, mientras todo en mi interior se paraliza.
Porque si sigo siendo uno de los protagonistas de su subidón, significa
que no me eligió por casualidad. He estudiado lo suficiente a los asesinos en se-
rie en las últimas dos semanas como para saber eso.
Así que sea cual sea el juego que sigue jugando con Phoenix, yo soy par-
te de él.
Pero eso no es lo que me hace agarrar el brazo del sofá con tanta fuerza
que probablemente destroce el cuero mientras la rabia apenas controlada ali-
menta mi sangre, exigiendo que encuentre a ese cabrón y lo mate, aunque signi-
fique ir tras las rejas por ello.
Es la idea que esta vez, si quiere utilizar a alguien valioso para mi cora-
zón… utilizará a mi hija.
Emmaline.
Y moriré primero antes de dejar que alguien la toque.

Phoenix

—Esto es una puta mierda —gruñe Zachary, levantándose con tanta rapi-
dez que hace sonar la mesa que tenemos delante cuando prácticamente está vib-
rando de furia.
La voz de Noah es tranquila, aunque no se me escapa que apenas se cont-
rola para no enfrentarse a él también, sin apreciar el tono de Zach.
—Esto es psicología criminal, señor King. Estamos tratando con asesinos
en serie. Todo puede sonar como una mierda cuando se trata de ellos.
—Lo que está diciendo es que nos utilizará para recrear la situación del
pasado. —Antes que ninguno de los agentes pueda comentar eso, Zach conti-
núa, cada palabra apestando a frialdad y dureza—. La última vez, fue mi espo-
sa. ¿Y esta vez? Será mi hija, ¿verdad? —Agarra la tablet con las fotos de las
víctimas y la agita en el aire, bramando tan fuerte que casi me tapo los oídos—.
¡Nunca dejaré que eso ocurra!
Jadeo internamente, la confusión me invade ante esta declaración… y el
miedo… por esta niña que no conozco, porque este asesino está loco. Usará cu-
alquier medio que quiera si eso le asegura conseguir su próxima dosis.
Aunque, ¿cuántas veces piensa utilizarme antes de tener suficiente? A
juzgar por el aspecto del apartamento, planea salir con estilo, y que me maldi-
gan si dejo que me manche de suciedad otra vez.
En este retorcido juego suyo, no soy un juguete que él controla mientras
se llena del entretenimiento que le faltaba cuando era niño.
Noah y Ella comparten una mirada, sus cejas fruncidas, y eso me lleva a
todo el asunto de la niña.
¿Tiene una hija? ¿Cómo es posible?
Recordando vagamente la investigación durante mi caso, sabía que nun-
ca tuvo hijos con su mujer, y basándome en lo mucho que la quería, dudo que
se casara con otra.
Pero la pena puede hacer muchas cosas a la gente, incluso procrear un hi-
jo que no esperabas.
Lydia se aclara la garganta.
—Mi hermano adoptó una niña hace tres años. Se llama Emmaline. No
hicimos público este hecho por miedo a que la prensa la persiguiera o algo así.
Además, era tan reciente la muerte de Angelica que queríamos privacidad. —
Habla casi disculpándose, como si lamentara haber ocultado este hecho y no me
mira a los ojos, moviéndose incómoda.
Y es por eso que probablemente no ve la devastación y la agonía que
provocan sus palabras, destrozando mi corazón de nuevo. El aire se congela en
mis pulmones mientras aprieto las palmas de las manos con tanta fuerza que las
uñas se clavan profundamente en mi piel.
Emmaline.
Un nombre que quería utilizar para mi hija, pero nunca tuve la oportuni-
dad, porque él me la arrebató. Dominado por el odio, me infligió el único casti-
go del que era capaz.
¿Y aun así adoptó una hija? ¿Le dio el mismo nombre que yo quería para
mi bebé? ¿La protegió del escándalo que conllevan nuestros nombres, pero nun-
ca mostró esa compasión hacia mi bebé?
¿Cómo puede ser eso justo?
La rabia empaña mi visión. La neblina roja se eleva incontrolablemente
mientras la ira hierve mi sangre, llenando mi boca de ácido mientras las voces
del pasado resuenan en mis oídos, asestando golpe tras golpe resultando en la
muerte de mi hija.
Mientras que el hombre vivía su vida experimentando la alegría de la pa-
ternidad que hombres como él no merecen, porque un buen hombre no me hab-
ría hecho eso… ni siquiera en medio de su dolor.
Antes que mi acción se registre en mi mente, me abalanzo hacia él y gol-
peo su pecho con mis puños, gritando:
—¡Tú…bastardo! —Sin prestar atención dónde caen mis golpes, sigo
golpeando mis puños contra él; cualquier parte del cuerpo sirve. Utilizo toda mi
fuerza, esperando que le duela solo una décima parte de lo que me dolió a mí
que me destrozaran por orden suya—. ¡Bastardo enfermo!
Se queda quieto, sin escapar de mi asalto, pero ni siquiera parece moles-
tarlo.
Sin pensarlo, le paso las uñas por la cara antes de abofetear su mejilla
con fuerza.
—¡Bastardo enfermo! Mataste a mi hija. ¿Y ahora tienes la tuya? —
Agarro las solapas de su chaqueta, sacudiéndola mientras las lágrimas corren
por mis mejillas mientras mi corazón late tan fuerte en mi pecho que probable-
mente todo el mundo pueda oírlo—. ¡Te odio, Zachary King! — Otra dura bo-
fetada.
Unas manos fuertes me rodean la cintura, tirando de mí hacia atrás, pero
aun así alcanzo a Zach, arañando su mejilla una vez más y dejando marcas rojas
en ella, todo ello mientras grito:
—¡Te odio, Zach! —Me levanto en el aire mientras le doy una patada,
queriendo provocar todo el dolor posible, aunque probablemente no sienta nada.
Los monstruos no sienten dolor, ¿verdad? Se alimentan de él, escuchan-
do los gritos de sus víctimas hasta que las agotan. Y entonces pasan a otra.
—¡Suéltame!
Le doy una palmada en la mano a Noah, pero no me hace caso, me ba-
lancea hacia un lado y me pone de nuevo de pie mientras ladra:
—Zachary, sal de la habitación.
—Dios mío —murmura Lydia, y me retuerzo en el agarre de Noah, dis-
puesta a lanzarme de nuevo contra el hombre, solo para encontrarlo de pie fren-
te a mí, arrancándome de los brazos de Noah. Aprovecho la oportunidad para
golpearlo de nuevo, pero esta vez me atrapa el brazo, así que golpeo con el otro,
pero él también lo atrapa en su agarre.
Con fuerza, me empuja hacia la pared, mi espalda se golpea contra ella
con dureza. Con las manos atrapadas, le doy una fuerte patada, queriendo esca-
par de su proximidad o podría matarlo.
—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Has destruido mi vida! —grito, sin importarme
las tres personas que nos escuchan. ¡Que sepan el despreciable ser humano que
es! —. Si tan solo hubieras mirado, utilizado todo tu dinero en ese entonces pa-
ra encontrar la verdad, y tratado de escucharme y creerme. —Patada. Patada.
Patada. Y tiro de mis brazos, pero su agarre sobre mí es como el acero, mante-
niéndome permanentemente en su lugar.
—¡No lo sabía, Phoenix! No sabía lo del bebé —grita, con un tono car-
gado de emoción que me niego a examinar, porque no quiero saber si siente re-
mordimiento por ello.
Es un monstruo, y nunca perdonaré lo que ha hecho.
—Si tan solo me hubieras mostrado compasión. Si lo hubieras intenta-
do… —Ahora lloro a todo pulmón, apenas lo veo a través de todas mis lágri-
mas—. Mi niña estaría viva. ¿Por qué no lo intentaste? —termino en un susur-
ro, de repente tan agotada que mis rodillas se tambalean, pero Zachary logra
agarrarme antes que caiga al suelo, estrechándome contra su pecho mientras
respiro pesadamente, llorando y probablemente empapando su camisa.
—No lo sabía, Phoenix —susurra en la parte superior de mi cabeza, me-
ciéndome suavemente en sus brazos, y aunque lo desprecio con todo mi ser, le
permito hacerlo, necesitando el respiro momentáneo de todas las emociones
desbordadas.
Si no sabías las consecuencias de tu crimen… ¿eso lo excusa?
¿Trae de vuelta a tus seres queridos?
¿Puede su remordimiento devolverme a mi niña?
—La hubiera amado —digo en su pecho, tan cansada que apenas puedo
respirar—. La hubiera amado tanto. —Ella no habría crecido como yo, sin saber
si alguna vez fue amada en este mundo o si solo fue un simple error que nunca
debería haber ocurrido.
—Shhh. —Sigue meciéndome en sus brazos, y lentamente mis párpados
se cierran, mientras el latido uniforme de su corazón me adormece como una
canción de cuna.
Su corazón oscuro, bueno para nada, que no conoce la piedad ni la com-
pasión.
Capítulo 12
—Dicen que la lujuria es un pecado.
Deben tener razón.
Desearlo, anhelarlo, responder a él… es un pecado.
Un pecado que es tan tentador que no puedo resistirlo.
Y por eso, los dos podríamos ir al infierno, pero entonces, ¿no vivimos ya
en él de todos modos?
~Phoenix

Del historial de correos electrónicos de Phoenix y Zach…

Para: P
De: Zach

Estoy escribiendo este correo electrónico borracho como una mierda,


porque honestamente, ¿qué más explica esta locura, verdad? Han pasado casi
dos años desde nuestra última conversación, pero nunca te envié mi correo
electrónico, así que supongo que no podrías contactarme con alguna mierda
estúpida de la que te gusta hablar.
Pero aparentemente tu nombre es lo primero que aparece en mi mente
después de dos botellas de whisky y demasiados cigarrillos para contarlos.
¿Cómo es la Ivy League, chica lista? ¿Es todo lo que soñaste o más?
Ojalá sea lo primero; de lo contrario, apesta estar atrapado con una be-
ca y todo.
Siempre me enviabas cartas cuando querías compartir algo profundo
conmigo, ¿y por qué no devolver el favor? Aunque en mi caso, es una horrible
verdad a la que finalmente he tenido que enfrentarme.
Sin revelar mi verdadero nombre -realmente no necesitas este tipo de
problemas en tu mundo, cariño-, mi padre acaba de anunciarme que ha dado
acciones de nuestra empresa a sus tres hijos adoptivos. Como si los hubiera
hecho accionistas.
¿Te lo puedes imaginar?
Construyó la empresa con el dinero de mi madre, y ahora hace que los
hijos de su amante -¡ni por un segundo creeré que no se la estaba follando mi-
entras mamá estaba enferma- tengan casi la misma voz que yo!
La madrastra más querida tiene dos hijas y un hijo, cada uno de ellos
ahora elegible para postularse como CEO.
Esta empresa es mi legado, el legado de mi madre, ¿y papá cree que está
jodidamente bien darles una oportunidad en ella?
Que lo jodan a él y a su nueva familia. Nunca me gustó su esposa antes,
y ahora está permanentemente en mi lista de mierda.
También significa que tendré que romperme el culo aún más para conse-
guir el lugar que me corresponde y demostrarle a mi padre que puedo duplicar
nuestros beneficios antes que se lo dé a su hijastro, Charlie, que lo llevará a la
quiebra en un año. Él no sabría lo que es un buen negocio aunque lo golpeara.
Pero eso no es lo que me pone tan furioso, no realmente.
Es el hecho que todas estas acciones, el poner a su nueva familia por en-
cima de mí y de mamá, me demuestran que lo que dijo toda su vida es una mi-
erda.
Me dijo que el amor sucede una vez en la vida, que mi madre era un re-
galo del cielo para él y que la apreciaba mucho.
“Vive una buena vida para que Dios te conceda una buena mujer que te
ame incondicionalmente, hijo.
Esto viniendo de un hombre que se casó con otra mujer en menos de un
año después de la muerte de mi madre.
Todo lo que me dijo es una mentira, hasta el hecho que me amaba. Por-
que, ¿quién destruye así a su hijo después de enviarlo al extranjero, porque su
mujer no podía soportar más mi hostilidad?
¿Sabes qué, P?
Algún día le quitaré su empresa y la gobernaré como el bastardo sin co-
razón que soy.
¿Y sabes por qué?
Porque mi padre me destrozó el corazón.
Pensaba que solo la muerte podía quitarte a tus padres; estaba equivo-
cado.
Perdí a mi padre en el momento en que se olvidó de su familia y aceptó
la de otra persona.
Lo mejor,
Zach
P.D.: Puede parecer que tengo problemas con mi padre y que a esta
edad ya no debería tenerlos.
Pero el hecho es que no los tengo.
Acepto la elección de mi padre y no anhelo la conexión. Ya no soy un ni-
ño perdido de diez años.
Pero él cruzó la línea cuando tocó el legado de mi madre.

24 horas después

Para: Zach
De: P
Sé que debo decir algo, pero no sé muy bien qué.
¿O tal vez sí?
Permíteme comenzar con el hecho que me sorprendió mucho ver un cor-
reo electrónico tuyo. La verdad es que pensé que nuestras conversaciones habí-
an terminado con la carta. Y también… gracias por tu regalo.
Todavía lo llevo, aunque es súper llamativo, pero tengo miedo de dejarlo
solo. Alguien podría robarlo. Adjunto la foto de mi cuello (por si crees que mi-
ento).
La universidad es genial, y me lo estoy pasando como pez en el agua,
por así decirlo. Y la gente es muy amable. Bueno, son amables, porque he en-
contrado mi tribu. Incluso he conseguido un trabajo en la biblioteca de la uni-
versidad, además de dar clases particulares a niños tres veces por semana. Así
que no me muero de hambre, tengo ropa que ponerme y tengo los estudios pa-
gados.
Y para tu información, elegir una profesión médica fue una de mis mej-
ores decisiones. Siempre me siento en las clases con la boca abierta.
Pero volvamos al tema que nos ocupa.
No voy a entrar en toda la dinámica familiar y en lo que hizo tu padre al
compartir tu legado con sus otros hijos (te guste o no, ahora es su padre. Así
que está tratando de protegerlos de la misma manera que a ti. Lo cual es una
mierda para ti, porque crees que eres su único hijo. Pero la verdad es que… no
lo eres).
Pero tengo algo que decir sobre tu comentario sobre el amor.
¿Tienes pruebas que tu padre salía con otra persona mientras tu madre
vivía? Apuesto a que no.
¿Podría estar tu padre equivocado cuando te dijo que un hombre ama a
una mujer solo una vez?
Creo que es una forma de pensar muy limitada, ¿no? Que solo amamos
una vez en esta vida, como si fuéramos incapaces de sentir las emociones dos o
tres veces, solo porque prometimos amar a alguien para siempre.
Yo nunca he amado a nadie (incluso a mi actual novio, que es estupendo,
pero no creo que sea el elegido ni nada por el estilo) así que no soy una exper-
ta en el tema.
Sin embargo lo que sí sé… es que somos capaces de más cosas de las
que esperamos. Somos capaces de volvernos a enamorar aunque hayamos per-
dido el primer amor.
Tu padre amaba a tu madre, pero ella murió, Zach. Conoció a otra per-
sona y se enamoró. A veces, las personas no tienen control sobre eso, incluso si
la voz de la razón les dice que está mal (como que él no esperara ni un año pa-
ra casarse con ella, por ejemplo).
¿Por qué la castigas por ello? ¿Es un pecado volverse a enamorar, aun-
que creas que es imposible?
¿No deberías alegrarte que tenga a alguien con quien compartir esta vi-
da y no estar… no sé… triste?
Todos tenemos ciertas creencias y prejuicios. Creemos que sabemos có-
mo debe vivir todo el mundo, porque tenemos nuestro conjunto de normas y le-
yes que cumplimos religiosamente.
¿Pero lo curioso de la vida y el destino? Le gusta demostrar que estamos
equivocados.
Lo que pensamos ahora puede cambiar mañana en un abrir y cerrar de
ojos.
En cuanto a que haya elegido a la otra familia… tu padre ama a su muj-
er y debe amar cada parte de ella; sus hijos son parte de ella. Para él, son sus
hijos.
Tal vez si hablaras con tu padre sobre tus sentimientos (no estoy segura
que los chicos lo hagan, pero ¿quién sabe?), podrías descubrir algunas verda-
des inesperadas.
En resumen…
La vida es tan impredecible, corta y hermosa que es un crimen poner lí-
mites a las emociones.
Sé que probablemente esta no sea la respuesta que esperabas (mis ami-
gos nunca se quejan de los padres, así que no estoy segura de lo que querías de
todos modos. ¿Quizás un apoyo como “diablos, tu padre es un imbécil”?), aun-
que creo que realmente deberías hablar él.
No hagas nada de lo que puedas arrepentirte en el futuro.
Lo mejor,
P
PD: Dicho esto, no conozco a tu familia. Así que tal vez tengas razón, y
todos son un montón de imbéciles que no merecen una mierda de ti.
P.P.D.: Si quieres conquistar el mundo, deja también de beber hasta el
olvido. Quiero decir… me escribiste. Debes de haber estado muy ido. ¡Piensa
en eso!

Phoenix

Me despierto sobresaltada cuando alguien me agarra suavemente del bra-


zo. Se me erizan el vello y me tenso interiormente, mis manos se deslizan bajo
la almohada donde escondí un cuchillo de cocina por si ocurrían mierdas como
esta, solo para…
¿Deslizarlo por el cuero?
Mis ojos se abren de par en par y me siento erguida, parpadeando con-
fundida ante el espacioso y caro auto con el motor en marcha y el calor ardien-
do en cada esquina, sin dejar que un centímetro de mi cuerpo se enfríe.
El conductor me envía una sonrisa a través del espejo retrovisor mientras
el hombre que está a mi lado me retira un mechón de cabello de la cara, enganc-
hándolo detrás de la oreja. Su pulgar se desliza hasta mi barbilla mientras la le-
vanta un poco, preguntándome con su voz ronca quitándome el sueño que me
queda:
—¿Estás bien?
Con eso, todos los recuerdos de esta noche vuelven a mí como una ola
furiosa, tragándose todo a su paso. Le quito la mano de un manotazo y retroce-
do, pero me golpeo con la puerta del auto.
—¿Qué está pasando? —pregunto, mirando a través de la ventana tinta-
da, sin ver nada más que la oscuridad reflejada en mí. Miro hacia el asiento de-
lantero, buscando a Lydia, pero está vacío.
¿La habrá dejado a ella primero y ahora me llevará a mí a casa? Aunque
la perspectiva de pasar la noche en la escena del crimen me produce escalofríos
y me hiela la sangre, prefiero eso a la compañía de Zachary. Sobre todo después
de mi arrebato en la oficina.
¡Oh, Dios mío!
—¿Por qué no estamos en la oficina del FBI? —Mis cejas se fruncen mi-
entras aprieto las puntas de los dedos en las sienes, cuando mi cabeza comienza
a palpitar como si miles de hormigas picaran en mi cuero cabelludo, tropezando
con él con ferocidad.
—¿Qué está pasando? —repito.
—Te desmayaste unos minutos, así que he dado por terminada la reunión
y les he dicho que nos pondremos en contacto con ellos cuando te sientas mej-
or. Tienen un par de preguntas más. —Debe leer la confusión en mi cara, por-
que se explica mientras acerca su chaqueta del asiento que hay entre nosotros—
. Creo que están tratando de encontrar un vínculo en nuestro pasado para averi-
guar quién puede ser el asesino.
Mi mente digiere esta información, apartando momentáneamente todo lo
demás de mi cerebro.
—Significa que están casi seguros que lo conocemos.
—¿Solo porque fuimos sus primeras víctimas?
Sacudo la cabeza y hago una mueca, arrepintiéndome al instante de la ac-
ción cuando el dolor me golpea de nuevo con toda su fuerza.
—Bueno, eso, y sobre todo porque lo planeó muy bien. Lo que nos pasó
no fue algo improvisado. Lo había preparado durante meses, aprendiendo nuest-
ros gustos y aversiones. Pero sobre todo… —No estoy segura de si debería
compartirlo con un hombre como él, pero, ¿por qué no? No es que él sepa lo
que es la culpa, de todos modos—. La primera vez suele ser una venganza per-
sonal. Es tan personal como puede ser. Debemos haber desencadenado algo en
él —digo, y Zachary se ríe, aunque carece de humor, con la maldad bailando en
el borde de la misma.
—Si todas las personas que se cruzan conmigo planearan venganzas per-
sonales contra mí, toda mi familia habría sido aniquilada. —Con esto, abre la
puerta del auto y se baja, inclinándose para perforarme con su mirada, y hace un
gesto con la mano.
—Vamos.
Me dirijo a James y le sonrío, ya que se ha portado muy bien toda la noc-
he, y le digo:
—Gracias, ha sido un placer conocerte.
—Lo mismo digo, Srta. Hale. —Con una última inclinación de cabeza,
sigo a Zachary, dispuesta a volver al desagradable edificio con los constantes
gritos de los vecinos con tal de poner fin a esta noche de locura, pero me no en-
cuentro nada de eso.
En su lugar, me recibe una enorme casa de estilo moderno que consta de
tres niveles hechos de ladrillos grises y negros, cubiertos de varias flores, lo que
casi le da una sensación de cuento de hadas, y rematados por un tejado rectan-
gular.
Hay tantas habitaciones y ventanas que ni siquiera puedo contarlas. La
luz de la luna brilla de tal manera que es casi mágica, atrayendo al interior con
las luces del porche que muestran los escalones de mármol que conducen a las
puertas de roble marrón flanqueadas por dos estatuas griegas.
Una de ellas la reconozco como Atenea, la diosa de la guerra, y la otra es
Afrodita, diosa del amor. Que extraña combinación para tener en la puerta prin-
cipal.
La casa se extiende horizontalmente en un terreno que parece intermi-
nable. Sin pensarlo, me giro para ver el enorme jardín que tengo delante, con la
hierba más verde. Varios rosales se extienden por todo el territorio con
hornacinas a lo lejos, e incluso algunos columpios dobles.
Hay una fuente con estatuas en forma de cisnes en el centro con agua ca-
yendo suavemente en cascada desde sus bocas. Las luces de colores cambiantes,
una tras otra, me hacen pensar que estoy en algún tipo de dibujo animado.
Las luces de seguridad están repartidas por todo el perímetro. Nadie pu-
ede ocultar nada en el jardín, y varios perros ladran a lo lejos, en dirección a un
estrecho camino que lleva donde creo que están las puertas principales. Probab-
lemente también tengan seguridad.
Todo en este lugar grita lujo, prestigio, poder, así que no es difícil adivi-
nar a dónde me ha traído.
Por fin encuentro mi voz después de haberme llenado de este ambiente,
me dirijo a Zachary.
—Por favor, llévame de vuelta a casa.
—No tienes casa, Phoenix —jadeo ante la crueldad de sus palabras, y la
comisura de su boca se inclina hacia arriba, aunque sus orbes verdes permane-
cen vacíos de cualquier emoción—. ¿O quieres que te lleve de vuelta a ese
apartamento donde ya ha estado el asesino en serie?
—No eres tú quien debe decidir dónde me quedo. Te odio, por si no lo he
dejado claro antes. —¿O cree que solo porque me desmayé en sus brazos, lo he
perdonado?
El infierno puede congelarse mil veces, e incluso así, no lo haré.
Me doy la vuelta y salgo caminando hacia no sé dónde; no tengo dinero
ni un lugar al que ir… solo para que él me sujete por el codo y me apriete cont-
ra su pecho mientras se cierne sobre mí. Las chispas vuelan entre nosotros, pe-
gando el aire a mis pulmones con su pasión. Me mira a la cara, con su rostro sin
emoción, pero no me pierdo la rabia apenas controlada que envuelve cada una
de sus palabras.
—Oh, créeme, lo has dejado claro. Pero si crees que solo porque me odi-
as voy a dejar que te alejes de mi vista a un lugar donde el asesino podría secu-
estrarte en cualquier momento o drogarte para utilizarte en su nuevo plan, en-
tonces tienes otra idea. —Parpadeo, sin pensar en ello de esta manera—. Si no
valoras tu vida, me importa una mierda. Puedo valorarla por los dos.
—Porque quieres mantener a tu hija a salvo —susurro la última parte, me
duele la garganta por esta conclusión, y su mirada se oscurece, algo cruza su
rostro que no puedo nombrar, pero no me deja examinarlo.
En lugar de eso, me arrastra hasta las escaleras, gritando por encima de
su hombro a su chófer:
—James, prepárate mañana, a primera hora.
—Sí, señor.
—Suéltame —digo, clavando los talones en el pavimento, pero es inútil,
ya que sigue tirando de mí hacia él, sin detenerse siquiera cuando tropiezo un
par de veces—. Zachary. —Intento apartar su mano de mí, pero su agarre es tan
fuerte que parece una piedra inamovible—. Eres…
—Como quieras llamarme, me importa una mierda. Ahora mismo no pu-
edes pensar racionalmente una mierda. Yo sí puedo. —Con esto, subimos las
escaleras, y casi me resbalo en una de ellas, pero me atrapa a tiempo, apretándo-
me más a su lado mientras continúa su camino, y en cortas zancadas llegamos a
la puerta principal.
Empuja la puerta, entrando en la tranquila casa que, sorprendentemente,
tiene todas las luces encendidas en su interior, y tengo un segundo para estudiar
el espacioso pasillo con varios cuadros al óleo colgados en sus paredes, que mu-
estran diversas escenas de mitología griega, una más aterradora que la otra, y
murmuro:
—¿Qué eres? ¿Un fanático de los mitos?
—En cierto modo —responde, dirigiéndose hacia otro conjunto de bril-
lantes escaleras de mármol blanco que conducen al piso superior, con sus zapa-
tos casi sin sonido. Tengo un segundo para ver una abertura en la enorme sala
de estar llena de varios muebles de color beige con los bordes rayados, lo que
hace que parezca que fueron traídos de la zona victoriana con varios cojines ar-
rojados sobre ellos.
Eso es todo lo que consigo notar antes que me arrastre escaleras arriba
hacia un pasillo más estrecho que resalta el enorme segundo piso con al menos
cuatro alas.
Señala una a la derecha.
—Ahí es donde vive mi hija. Por el bien de ella, por favor, mantén la bo-
ca cerrada hasta que lleguemos a nuestro destino. —¿Qué? ¿Por qué habla co-
mo si estuviéramos en un maldito avión?
Entonces me tira de la mano, pero ya estoy harta de esta mierda y final-
mente me libero de su agarre, retrocediendo a trompicones y casi golpeando la
barandilla de la escalera con la cadera.
—Iré contigo, pero deja de actuar como si fuera un perro con correa —
digo entre dientes, lo más tranquila posible, porque lo último que necesito ahora
es que su hija se despierte.
No quiero verla, nunca.
Ella será un recordatorio que respira y camina de lo que perdí y su padre
me quitó. No estoy segura de poder controlar mi reacción al verla.
—Me parece justo —dice y se va en dirección contraria, a la izquierda,
mientras yo le sigo, sin perder de vista que las paredes del segundo piso tienen
cuadros totalmente diferentes.
Aquí, fueron hechos por un niño, dibujados en papel simple con lápices
de colores, cada uno con una niña pequeña haciendo algo.
Desde bailar hasta comer o ver un dibujo animado.
Mi mirada recorre todas ellas mientras Zachary me guía, y a pesar de mis
reservas, una sonrisa curva mi boca al ver cómo en cada una de ellas, la chica
añade una enorme sonrisa en la esquina derecha, dejando su firma única como
hacen todos los artistas famosos. Toda la composición se termina con el dibujo
de ella agarrada de la mano de una figura masculina, Zach, mientras ambos son-
ríen alegremente en la imagen, e incluso hay una nota.
Está claro que no ha sido escrita por un niño, ya que la gramática y la let-
ra son demasiado hábiles para una niña de tres años.

Para papá de su princesita: ¡Feliz cumpleaños!


¡Cariños y besos!
Emmaline Katherine King

♦♦♦
Sea el monstruo que resulte para el mundo exterior, no debe transmitirlo
a sus seres queridos, al menos porque su hija lo quiere tanto.
Aunque me resulta difícil imaginar que pueda amar a un hombre como
él.
—Phoenix —me llama, y me doy cuenta que me he detenido. Lo veo de
pie junto a unas puertas dobles mientras las abre y me hace un gesto con la ca-
beza para que entre.
Me acerco rápidamente a él y paso al interior mientras él enciende la luz.
Frunzo el ceño cuando la dureza de la lámpara de araña me ciega durante un se-
gundo, nublando mi visión, pero finalmente me adapto a ella, mirando a mi al-
rededor.
No estoy segura de lo que esperaba encontrar aquí dentro, teniendo en
cuenta la decoración anterior, pero la habitación solo tiene una cama de matri-
monio y una mesita de noche con una lámpara.
El único color presente en este lugar desnudo es el negro: las sábanas, los
muebles. Además de eso… no tiene vida.
Hay dos puertas más, el baño y el armario probablemente, mientras que
las cortinas blancas y negras ondean alrededor de las puertas francesas abiertas
que conducen al balcón, permitiendo que entre aire fresco.
Sin calefacción a la vista, la noche que me espera será fría.
Al adentrarme en la habitación, observo que hay un camisón sobre la ca-
ma, junto con lencería y zapatillas, así que, ¿es una habitación de invitados?
Zachary responde a mi pregunta silenciosa.
—He ordenado que la preparen para ti. No hemos utilizado la habitación,
así que supuse que preferirías el aire frío en lugar de inhalar polvo.
—Que considerado eres —digo con sarcasmo, cruzándome de brazos y
girándome para mirarlo—. Cuidado, Zachary, o mi corazón podría latir más rá-
pido.
—No me importa.
Mis cejas se fruncen ante esa extraña afirmación. ¿Qué demonios signifi-
ca eso? Scudo la cabeza, decidiendo no concentrarme en estupideces y centrar
mi atención en lo importante.
—Si me has traído aquí, debes tener un plan.
—Lo tengo, pero es tarde.
—Quiero escucharlo y comprobar como está Rafe. —Aunque las heridas
no ponen en peligro su vida, tendrá que permanecer en el hospital un par de días
hasta que le hagan más pruebas.
Zachary asiente y luego señala una de las puertas.
—Ahí encontrarás todo lo que necesites. —Entonces saca algo del bolsil-
lo y lo lanza sobre la cama, donde rebota un par de veces antes de parpadear,
dándome cuenta que es un móvil—. Mis números y los de Lydia ya están prog-
ramados ahí. Pensé que querrías tener conexión con el mundo exterior. ¿Tal vez
llamar a alguien?
Lo recojo y le extiendo la mano. —No lo necesito. Yo tengo el mío y,
además, no tengo a quien llamar. —Por mucho que lo intente, no puedo ocultar
la amargura de mi tono, y me odio por eso. No es así como quiero pasar el resto
de mi vida. Con resentimiento hacia quienes me lastimaron y no confiaron en
mí. Las segundas oportunidades se nos dan por una razón. ¿No debería usarlas
entonces, en lugar de pensar en el pasado?
Al menos haré lo que pueda una vez que atrapemos a este sospechoso
obsesionado con nosotros.
Zachary se ríe, encontrando algo súper divertido en mi respuesta, y se di-
rige a la puerta, sin mirar siquiera en mi dirección.
—Acepta mi teléfono, Phoenix. Hay batallas por las que merece la pena
luchar, y esta no lo es. —Abre la puerta de golpe, con los dedos en el pomo mi-
entras me mira por encima del hombro—. Confía en mí en eso.
—Nunca podré confiar en ti, Zachary —le digo, encontrando toda esta
situación ridícula, pero él solo se encoge de hombros, imperturbable ante mis
sentimientos.
Como si debiera esperar otra cosa.
—Es una pena. Porque en este infierno actual en el que vivimos, soy la
única persona en la que puedes confiar.
—¿Por qué?
—Porque nuestras vidas están en juego. Deberíamos protegernos mutu-
amente a toda costa, ¿no crees? —Con esta bomba, cierra la puerta tras de sí
mientras me dejo caer en el borde de la cama, exhalando con fuerza.
¿En qué te has metido, Phoenix?
¿De verdad acabo de aceptar quedarme en el patio de recreo del diablo,
dispuesta a enfrentarme a él en sus dominios sin importar las consecuencias?
Lo peor es… que me siento tan vacía por dentro. Tengo miedo que lle-
gue un momento en el que ya ni siquiera lo odie.
El amor y el odio comparten la misma amplitud de carga emocional, así
que quizás por eso es tan fácil cruzar esas líneas invisibles.
Sin embargo, también tienen otra cosa en común.
Mientras ames u odies a alguien, estarás siempre unido a él de una mane-
ra que nunca serás verdaderamente libre.
Tus pensamientos, tus decisiones, tu alegría y tu tristeza les pertenecen,
ya que dependen de ellos.
Sebastian ya no tiene ese poder; lo dejé ir en esa cama de hospital.
Pero Zachary…
Mi odio arde con tanta fuerza dentro de mí que se podría confundir con
la pasión que exige un resultado que se transforma en lujuria.
Una lujuria que no tiene límites, ni sentido común, ni moral, y no lo hará.
Romperé estos grilletes enredados en mis muñecas que me encadenan al
monstruo, liberándome de su calabozo para que no vuelva a tener una parte de
mí.
Zachary King.
Mi mayor pesadilla e irónicamente el único aliado que tengo ahora mis-
mo que puede ayudarme a acabar con este infierno en el que vivo desde hace
cuatro años.

Zachary

El hielo repiquetea dentro del vaso mientras me sirvo otro trago de


whisky y vuelvo a la silla de mi despacho en el primer piso. Los búhos ululan a
lo lejos, alertándome de lo tarde que es, aunque no me importa.
Tomo un sorbo más grande y dejo que el líquido me queme la garganta
mientras me recorre, calentándome del aire que entra por una ventana abierta.
Cojo varias carpetas de mi escritorio con todos los empleados que he
despedido en los últimos cinco años, las hojeo pero no encuentro nada que des-
taque.
Por lo general, no tengo ningún drama adjunto a estos casos; la política
es realmente fácil. Si tu trabajo es excelente y sirve al propósito de la empresa,
tendrás trabajo de por vida junto con varias bonificaciones. Sin embargo, un so-
lo error hará que recojas tus cosas, obtengas el salario de tu mes y luego te lar-
gues de mi compañía, porque nada que no sea excelente me servirá.
Todos estos puntos los dejo claro desde el principio y durante la fase de
firma del contrato, así que nunca tengo problemas.
Un fuerte suspiro seguido de un estornudo resuena en la habitación, y ec-
ho un vistazo a mi portátil donde Zeke me devuelve la mirada, casi durmiéndo-
se en el sofá.
—No hay nada, Zach. He buscado. Toda esta gente tiene buenos trabajos
y una vida familiar estable.
—Sí, bueno, te sorprendería saber cuánta gente 'perfecta' es capaz de co-
meter crímenes.
Siempre que pensamos en asesinos en serie, en la mayoría de los casos,
nos viene a la mente un tipo espeluznante llevando ropa sucia, viviendo en un
sótano y sin apenas habilidades sociales. Esperamos tenerles miedo en el mo-
mento en que nuestros ojos se posan en ellos o esperamos algo sospechoso solo
por su aspecto.
Pensamos que tienen una risa malvada, que huelen mal y que probable-
mente sean unos pobres tipos que se sienten perjudicados en este mundo.
Bueno, hay casos como esos, por supuesto, pero muchas veces, estas per-
sonas que son capaces de cometer crímenes horribles son perfectos hombres o
mujeres de familia, que llevan su vida normal delante de las narices de todo el
mundo, que tienen amigos y seres queridos que confían en ellos.
Es posible que haga una barbacoa con ellos todos los domingos y que no
se sepa que puede descuartizar a sus víctimas todos los meses, excitándose con
sus gritos de auxilio.
Cuando uno investiga los crímenes, no puede poner etiquetas a nadie y
esperar que el asesino en serie sobresalga como un pulgar dolorido. No, son
maestros de la manipulación, el engaño y el camuflaje, y saben mucho más sob-
re la psicología humana que la mayoría de nosotros. Saben cómo pasar desaper-
cibidos y, con ello, nunca temen que se descubra su tapadera ni que sus vícti-
mas sospechen nada.
Los asesinos en serie no son tontos guiados por sus deseos de matar,
donde todo y todos sirven.
No, son inteligentes, y en ese sentido, tengo que jugar a este peligroso ju-
ego con cuidado, con reflexión y sin ningún apego emocional.
Después de todo, quienquiera que sea, no tiene ninguno; eso está claro.
Cuando trates con un psicópata… piensa como un psicópata.
Zeke bosteza, murmurando entre dientes.
—Puede ser cierto, pero no tenemos nada. ¿Por qué crees que es alguien
a quien has despedido?
—Los agentes creen que es personal.
Zeke suelta una carcajada.
—Odio tener que decírtelo, hombre, pero tienes muchos enemigos. Creo
que la gente a la que has despedido es la menor de tus preocupaciones.
Cierro la última carpeta, la tiro al suelo y tamborileo con los dedos sobre
el escritorio, considerando sus palabras, pero mi instinto no está de acuerdo con
eso.
Por supuesto, mucha gente me odia y le encantaría que fallezca en agonía
mientras me quitan mi empresa o mis contactos, eliminándome del mundo de
los negocios, pero, ¿por qué molestarse con un plan tan elaborado como el de
matar a mi mujer?
No, toda esa gente habría ido por mí. Además, soy un hombre de negoci-
os despiadado, nunca he jugado sucio, así que esta cantidad de desprecio no en-
caja con el crimen.
—Investiga más a fondo. Asegúrate que estos son todos los nombres. Ti-
ene que haber una respuesta aquí.
—Zach.
—Un hombre rico no lo hizo, Zeke. Este crimen apesta al deseo de herir-
me de la peor manera imaginable y despojarme de todo lo humano por lo du-
ramente que decidí castigar a Phoenix por el crimen que no cometió. —Mi
mandíbula se contrae mientras aprieto los puños, la piel me arde en una oleada
con solo recordar su anterior arrebato de histeria en la oficina del FBI.
No es por sus palabras ni por los arañazos en la mejilla que me escuecen
como una perra; los agradezco. No, es el dolor insoportable que brotó de ella,
tanto que pude sentirlo físicamente.
Nunca lo he admitido, pero nunca la habría tocado si hubiera sabido de
su embarazo. Estas emociones eran débiles, y ella, en mi mente, no merecía mi
compasión. Escondí mi culpa en más ira y resentimiento, pero cuidé de su hija.
Los médicos de la cárcel no tuvieron más remedio que salvarla de todos
modos. En cierto modo, ayudar a Emmaline fue mi expiación por el crimen.
Sin embargo, en el momento en que mis ojos se posaron en ella mientras
yacía en la incubadora sin apenas respirar, con su pequeña mano asomando por
ella, y la toqué… supe que estaba perdido.
Esta pequeña e inocente criatura me necesitaba tanto como yo a ella, y
creo que gracias a ella me mantuve cuerdo.
Soy un monstruo de verdad, tal y como me llama Phoenix, pero nunca
me disculparé por lo que hice.
Zeke se aclara la garganta, sacándome de mis oscuros pensamientos, y
resopla exasperado.
—Bien, voy a buscar una última vez. ¿Algo más? Realmente me gustaría
ir a dormir.
—Eso es todo. —Sin despedirme, termino la conexión y me recuesto en
mi silla, necesitando ir a dormir, joder, pero sin encontrar el deseo de hacerlo.
Las palabras de Noah antes de salir de la sede vienen a mi mente, inqui-
etándome aún más.
—Está perdiendo el control rápidamente. Sus asesinatos se han intensifi-
cado el doble desde el año pasado, ¿y ahora deja mensajes para Phoenix? Esto
es una mala señal. Está tratando de conectarse con ella. Todo esto con Rafe su-
cedió solo porque él quiere que ella sepa que él la cuida. Si lo hubiera hecho
para su propia satisfacción, el tipo habría muerto. Él está apegado emocional-
mente a ella por ahora. Pero sus emociones cambiarán en un abrir y cerrar de
ojos en el momento en que sepa que ella no comparte sus afectos. —Noah mete
los pulgares en los bolsillos de su vaquero—. Y esta será su sentencia de muer-
te.
Apoyando el brazo en el techo del auto, le pregunto, digiriendo esta in-
formación:
—¿Crees que si lo incitamos a perder aún más el control, se volverá más
temerario?
Noah frunce el ceño.
—Depende de lo que ocurra. Sin embargo, su imprudencia no significa-
rá que sea fácil atraparlo. No es estúpido.
—Pero lo desestabilizará lo suficiente como para dar un paso en falso,
lo que podría permitirnos atraparlo. O cambiar las variables de su ecuación.
El sonido de algo que se estrella resuena en las paredes, y salgo dispara-
do de mi silla, abriendo el cajón del escritorio y sacando mi pistola para luego
quitarle el seguro rápidamente.
Otro golpe, y abro la puerta, corriendo hacia la cocina que es de donde
proviene el sonido. Veo una luz brillante y me doy cuenta un segundo antes de
entrar y ver a Phoenix que es ella arrodillada sobre las diversas sartenes esparci-
das por el suelo.
Murmura:
—¡Mierda! —Se paraliza cuando lentamente levanta la cabeza y sus ojos
color chocolate se posan en mí, reflejando en ellos una leve molestia. Pero lu-
ego se amplían cuando ve la pistola en mi mano—. ¿Para qué demonios necesi-
tas eso?
Pongo el seguro en su sitio y la dejo caer con un fuerte ruido sobre la
mesa.
—He oído un ruido. Mi personal está dormido a estas horas de la noche,
así que he venido a mirar.
La esquina de su boca se levanta.
—Pensaste que era un asesino en serie. —Una risa divertida se desliza
por sus labios, melódica en su naturaleza, y tan diferente de las vacías que he
escuchado antes. Me pregunto qué se necesita para escuchar su risa completa.
Probablemente suene como una hermosa música a la que una persona podría
volverse adicto—. No creo que la cocina hubiera sido un lugar al que él hubiera
ido.
—Prefiero no arriesgarme.
Con esto, su sonrisa desaparece como si recordara que soy su enemigo, y
empieza a recoger todas las sartenes.
—Mi cuerpo está agotado, pero no puedo dormir, así que he pensado en
tomar un poco de leche. —Evita mi mirada, colocando rápidamente todo en su
sitio y eligiendo una cazuela pequeña, ajustándola en el fuego.
Qué hermosa mentira.
Me dirijo a la nevera, agarro la leche y se la doy.
—¿Quieres una?
—Sí, por qué no. —Odio la leche desde que una de mis niñeras me obli-
gó a beberla, pero acepto cualquier rama de olivo que me extienda.
Para que esto funcione, no podemos estar en lados opuestos de la valla.
Mientras vierte una generosa cantidad y enciende el fuego, apoyándose
en la encimera, le pregunto:
—Son las pesadillas, ¿no?
Se tensa, echando su cabello oscuro hacia atrás, y solo entonces me doy
cuenta que está usando el camisón negro ajustado a ella como una segunda piel,
arrastrándose hasta sus pies y enfatizando cada curva de su cuerpo.
A juzgar por sus fotos anteriores, ha perdido algo de peso, pero eso no
disminuye su belleza ni la riqueza de sus cabellos oscuros que caen en cascada
por su columna en sedosas ondas.
El aroma del champú mezclado con lavanda flota en el aire, atrayéndome
hacia ella, pero mantengo la distancia, no queriendo abrumarla.
Mi cuerpo podría querer a Phoenix, con una lujuria tan fuerte que nada
más que la locura puede explicarlo. Solo Dios sabe por qué: nunca tengo esca-
sez de mujeres que estuvieran dispuestas.
¿O tal vez sea eso de la lujuria a primera vista de la que todo el mundo
habla? Nunca he experimentado eso en mi vida, así que no tengo nada con qué
compararlo.
Incluso con mi Angelica, el deseo fue llegando poco a poco a medida
que la iba conociendo, porque no se parecía en nada a las mujeres que me
atraían.
De un modo u otro, Phoenix será mía y adornará mi cama.
La paciencia no es una de mis virtudes, pero puedo ejercitarla por ella.
—¿Sabes qué? Creo que ya no quiero leche —anuncia, girando sobre sí
misma, lista para lanzarse a la puerta, pero la detengo, bloqueando su salida y
atrapándola entre mi pecho y la encimera de la cocina.
Poniendo mis dos manos detrás de ella, me inclino más cerca mientras
nuestras respiraciones se mezclan. Ella jadea y me empuja.
—Suéltame, Zach. —Permanezco inmóvil, notando cómo su pulso late
en su cuello queriendo morder y saborear su piel en mi lengua—. Aléjate de mí.
—¿Por qué es tan difícil permanecer en mi compañía? —pregunto en
cambio, ella parpadea sorprendida antes de sacudir la cabeza con incredulidad.
—¿Tienes el valor de preguntarme eso? ¿Después de todo lo que me has
hecho pasar? Te odio, Zach —repite con el calor cubriendo su voz, aunque no
me extraña como el sudor brota en su piel, una pequeña gota resbalando desde
su cuello hasta la clavícula, desapareciendo bajo el camisón.
—Lo haces. ¿Por qué otra razón?
—No hay otra razón. —Empuja con más fuerza, golpeándome en mi pa-
quete de seis, pero una vez más, ni siquiera me muevo—. Suéltame, Zach, o te
juro que voy a gritar.
—Nadie te oirá. El personal tiene una casa independiente, y mi hija duer-
me con la niñera arriba. ¿Por qué no soportas estar en mi compañía, Phoenix?
—¡Porque sí! —grita y vuelve a empujarme, y esta vez retrocedo mient-
ras ella respira con dificultad, su pecho sube y baja mientras me mira con furia,
magnificando su belleza—. Porque debería ser suficiente para que te apartes.
La atraigo hacia mí, nuestros pechos se presionan el uno contra el otro,
pero antes que pueda alejarse de mí, enredo mis dedos en su cabello y arqueo su
cabeza hacia atrás y luego susurro contra su boca:
—Por esto, ¿verdad? —Y con eso, golpeo mi boca con la de ella, conec-
tándonos en un beso.
Un solo beso.
Sin embargo, cambia para siempre el equilibrio de nuestra relación y ab-
re posibilidades que creí que nunca más querría.

Phoenix

En el momento en que su boca toca la mía, me quedo quieta, demasiado


aturdida por la electricidad que me recorre y que me provoca punzadas en la co-
lumna, haciendo que un jadeo se me escape de los labios.
Su aroma masculino me envuelve, desdibujando todo lo que me rodea
mientras nos acerca. Me inclina la cabeza y me lame la boca antes de meterme
la lengua entre los labios, y es entonces cuando salgo de la conmoción momen-
tánea y de la neblina en la que me ha sumido.
Lo empujo, con fuerza. Como no se lo espera, retrocede y le doy una bo-
fetada en la mejilla, cuyo sonido resuena en la habitación. La palma de mi mano
rebota y deja una huella roja marcando su piel, llamando la atención sobre las
diversas marcas de arañazos que le he dejado antes.
Mi pecho sube y baja, nuestra pesada respiración llena el espacio mient-
ras ambos nos miramos fijamente. Sus ojos son ilegibles mientras la mortifica-
ción me recorre, pero eso no es lo que me asusta.
No…, lo que me asusta es el hecho que mi cuerpo zumba de expectación,
su tacto me recuerda cómo he extrañado esta necesidad primaria y básica y có-
mo aparentemente no le importa quién es este hombre para mí.
Quiero huir de la lujuria que se está formando en la boca de mi estómago
quemando todo a su paso, exigiendo que sucumba a su necesidad, sin importar-
me Zachary ni sus actos.
Solo el hecho que mi cuerpo lo desea. La extraña e indescriptible atracci-
ón que siento hacia él me empuja en su dirección, susurrando promesas de olvi-
do y placer de las que he estado privada durante tanto tiempo.
Oh, Dios mío. Has perdido la cabeza. ¿Cómo puedo reaccionar ante este
hombre o incluso pensar en ello?
Sin embargo, todo el autodesprecio de mi mente no puede detenerme cu-
ando él se acerca a mí. En un segundo, estoy entre sus brazos, sus manos me
agarran dolorosamente por las caderas mientras me levanta y me coloca sobre la
fría encimera de la cocina antes de meterse entre mis piernas y volver a juntar
nuestras bocas, escapándose un suspiro de alivio.
Ya no hay vuelta atrás y, por un momento, solo puedo concentrarme en
las sensaciones que despiertan cada célula de mi cuerpo, en lugar de la pena y la
batalla interna que me gritan sobre mi pasado.
Odio a Zachary King con todo mi ser y nunca dejaré de hacerlo, pero si
él puede darme un respiro de la agonía que me carcome cada segundo de mi vi-
da, lo agradeceré y no me juzgaré con demasiada dureza.
Al menos en este momento.
Solo quiero olvidarme de todo y experimentar algo más que el dolor que
parte mi cuerpo en dos, sentir el contacto de las manos de un hombre fuerte
sobre mí, que me recuerde que pude haber estado congelada en el tiempo duran-
te cuatro años… pero no estoy muerta.
¿Es un pecado hacer algo malo una sola vez en esta vida si tiene el poder
de aliviar las heridas internas, por muy breve que sea esta medicina?
Nadie piensa nunca que va a ser débil contra la fuerza de la naturaleza; la
gente tiene la tendencia a creer que sería más fuerte en ciertas circunstancias, y
sé a ciencia cierta que es mentira.
No sabemos nada de nosotros mismos hasta que nos encontramos en la
situación que intentamos juzgar.
Así que en lugar de apartarlo, abro la boca para él, decidiendo acallar to-
das las voces de mi cabeza que me gritan que detenga esta locura que podrá o
muy probablemente me consumirá en el futuro y le dará a Zachary un as que
podría usar contra mí.
En este momento, no existe nada más que el cuerpo de este hombre y lo
que puede hacerme; no tiene un nombre ni una cara que me suene, rogándome
que escuche sus súplicas.
En cuanto nuestras lenguas se rozan, gemimos y se me pone la piel de
gallina. Profundiza el beso, inclinándome hacia atrás hasta que inclino la cabeza
para recibir cada deslizamiento de su lengua; el beso caliente y apasionado des-
vanece todo rastro de culpa y lo sustituye por una necesidad tan fuerte que no
puedo dejar de apretar mis muslos alrededor de él. Mis uñas arañan la parte
posterior de su cabeza mientras abro más los labios para profundizar aún más el
beso… si es que es posible.
Sus palmas se deslizan hacia arriba y hacia abajo por mis caderas, agar-
rándome con dureza debajo de la seda, y jadeo en su boca mientras sus manos
se mueven hacia abajo para subir el dobladillo de mi camisón hacia arriba, ha-
cia arriba, hacia arriba. Cuando siento el frío mostrador debajo de la piel desnu-
da de mis muslos, aparto mi boca, tragando aire.
Nuestras miradas chocan y un ronco aliento de protesta se escapa de mis
labios cuando él retrocede y tira de la parte trasera de su camiseta, dejándola ca-
er al suelo. Vuelve a acercarse, el calor de su cuerpo me hace arder por dentro,
mis ojos recorren su perfecto paquete de seis y su suave piel. Me inclino más
hacia él y le paso la lengua por la clavícula, mordiéndole la carne y disfrutando
de su sabor almizclado, potenciado por su aroma masculino, que es como un af-
rodisíaco con tanta belleza masculina cerca de mí.
Me agarra del cabello, deteniendo mis movimientos, y tira de mí hacia
atrás, susurrando:
—Phoenix. —Rápidamente le pongo el dedo en los labios, haciéndolo
callar antes que pueda decir algo más.
Si oigo su voz durante mucho tiempo, romperá la burbuja que he creado,
y eso no puede ocurrir.
Su mirada se oscurece, el deseo se mezcla con la ira, pero se queda calla-
do, parece que tampoco quiere dejar pasar esta oportunidad.
Un minuto me tiene prisionera y al siguiente grito cuando me hace caer
de espaldas sobre el mostrador, con su cuerpo cubriendo el mío. Una vez más,
su boca se posa sobre la mía, pero esta vez el beso es diferente.
La delicadeza desaparece. En su lugar, el beso es apasionado y absorben-
te, lo que hace que se me ponga la piel de gallina mientras su erección se clava
en mi interior, deslizándose hacia arriba y hacia abajo, dándome un breve indi-
cio de lo que puede hacer conmigo. Fusionando nuestras bocas, espero que aca-
be con nuestra miseria y nos dé a los dos lo que tanto deseamos.
Dándome un duro mordisco en el labio inferior y tirando un poco de él
antes de calmarlo con un lametón de su lengua, se mueve más abajo para pelliz-
carme la barbilla antes de viajar a la parte inferior de la misma, dejando sensaci-
ones de ardor por todo el cuerpo mientras que el desaliño de su sombra del día
siguiente probablemente deja huellas en mi piel, sin importarme.
No me importa nada mientras el placer me espere al final de este viaje.
—Phoenix —murmura contra mi clavícula, y me estrecho entre sus bra-
zos, con los ojos abiertos de golpe por su voz que se balancea entre nosotros—.
Phoenix —repite, mordiéndome la piel, ganándose un grito ahogado, aunque in-
tento contonearme para que se calle.
Sin embargo, su fuerte agarre no me permite moverme. En lugar de eso,
se desliza hacia abajo, con su aliento abanicando los montículos de mis pechos.
Les da un ligero beso antes de atrapar uno de mis pezones entre sus labios a tra-
vés del sedoso camisón, tirando de él hacia un lado y luego chupándolo con du-
reza, su lengua cubriendo mi pico puntiagudo con saliva. Mi espalda se arquea
cuando un gemido resuena en la cocina y cierro la boca, temiendo despertar a
alguien.
¿Cómo es posible que una oleada tras otra de sensaciones me asalten con
su carne contra la mía?
—Haz todo el ruido que quieras. Nadie te va a oír aquí —dice y se desp-
laza hacia mi otro pecho, repitiendo la acción y volviéndome loca. Me arde la
piel y quiero arrancar la ofensiva seda pegada a mí, que me impide conectar
plenamente con su tacto, que me está volviendo loca con cada movimiento de
su lengua.
Por favor, cállate. Déjame disfrutar de este olvido sin la cruel realidad.
Esta vez, gimo más fuerte mientras la electricidad recorre mi organismo,
haciéndome temblar en su poder. Mi núcleo se humedece más, suplicando cual-
quier tipo de alivio del fuego que se extiende por mis venas, encendiendo todo a
su paso.
Hago girar las caderas hacia delante, queriendo apretar su erección tan
gruesa entre mis muslos, pero él no me deja. En lugar de eso, vuelve a susurrar:
—Phoenix —ante mi fuerte gemido de protesta, con la cabeza temblan-
do, sin querer escucharlo ni reconocer esta realidad.
Sus manos vuelven a agarrar mis caderas, sus dedos se clavan con tanta
fuerza que dejarán cardenales como recuerdo de esta noche, pero nada de eso
importa ahora.
Con cada roce, intensifica la insoportable necesidad que siento en mi in-
terior y, con un último mordisco en el pezón, me hace avanzar sobre la encime-
ra mientras su boca desciende cada vez más hacia mi estómago y luego hacia el
ombligo, mordiendo mi carne a través de la seda y dejando huellas húmedas en
su camino. Me pasa las piernas por encima de los hombros, empujando mi ca-
misón hacia arriba, y me ordena:
—Sujétalo.
Hago lo que me dice, levantando las caderas para tirar de él por encima
de mis pechos mientras su aliento caliente me abanica el núcleo justo antes que
me roce con su barba sobre el interior del muslo, arañándome. Gimo, y él me
lame la piel, un gemido se escapa de mis labios. Mis manos extendidas se desli-
zan hacia arriba y hacia abajo por mi vientre, deseando palmear su cabeza para
llevar su boca donde más la deseo pero, al mismo tiempo, dudando, con curiosi-
dad por ver qué hará a continuación.
Cambia su atención al otro muslo, mordisqueando la piel, siseo, con los
talones de mis pies rozando su espalda, y esta vez no me detengo cuando mis
dedos se enredan en su cabello, acercando su boca a mi núcleo dolorido.
—¿Qué quieres, nena? —pregunta, frotando su cara contra mis bragas y
haciéndome gemir de placer y frustración, ya que solo intensifica la necesidad y
no hace nada por apagar el fuego.
—Por favor —repito, bloqueando el pasado y el futuro, y centrándome
solo en el presente, donde el fuego me tragará entera si él no hace algo al res-
pecto.
Trato de moler su cara, pero él se ríe contra mi carne, dándole un ligero
mordisco a través de mis bragas mientras me pregunta de nuevo:
—¿Qué quieres, nena? —Permanezco en silencio, con cada una de sus
respiraciones haciéndome cosquillas y enviando oleadas de sensaciones a través
de mi cuerpo. El aire se atasca en mis pulmones cuando dice—: ¿Quieres mi
lengua? ¿Dónde?
Asiento con la cabeza, aunque él no pueda verlo, y deslizo la mano hacia
mi cuerpo, apartando las bragas y deslizando el dedo corazón por mi piel sen-
sible, gimiendo tan fuerte que probablemente pueden oírme arriba, pero no me
importa.
¿Cómo podría hacerlo?
Me hace perder toda la decencia.
—Aquí mismo —respondo, con la voz ronca y necesitada mientras desli-
zo de nuevo el dedo, disfrutando del ligero alivio que me produce, y lo llevo
hasta mi clítoris, pellizcándolo y siseando ante el placer que se extiende por
mí—. Aquí también —¿O tal vez no lo necesito en absoluto?
Al fin y al cabo, puedo excitarme sola si él sigue siendo un imbécil obsti-
nado.
Su mano rodea mi muñeca, llevando mi dedo a su boca y chupando mis
jugos mientras levanto la cabeza. Su mirada se fija en mí, y mi respiración se
entrecorta ante el deseo desnudo y crudo que hay en ella, despertando partes de
mí que creía muertas. Mi núcleo se aprieta, deseándolo solo a él.
Mi dedo no será capaz de aliviarme del fuego que ha inspirado… ¿y qué
tan patético es eso?
Deslizando las palmas de sus manos bajo mi culo y levantando mi centro
hacia su boca, ordena:
—Pon las manos en los pechos. No necesito instrucciones cuando se tra-
ta de comer un coño. —Y con esto, coloca su boca en mi centro, hundiendo su
lengua dentro de mí. Arqueo la espalda, gritando mientras miles de voltios de
electricidad pinchan mi piel. Las ráfagas de calor me recorren por todas partes,
desde la punta del pelo hasta los dedos de los pies, haciendo que cada parte de
mi cuerpo esté hambrienta de su contacto.
Retira su lengua para volver a deslizarla dentro, haciéndola girar de un
lado a otro y deslizándola por mis pliegues, lamiendo mis labios inferiores uno
a uno antes de extender su boca sobre mi núcleo, dándole un profundo beso
francés, barriendo mi humedad en su camino. Gimo, mis talones se clavan en su
espalda, y me aprieto los pezones, gimiendo de frustración por la necesidad que
sube y sube a la superficie, exigiendo que me libere, pero él no me deja. En lu-
gar de eso, me pasa la lengua por el coño antes de atrapar mi clítoris entre sus
labios, haciéndolo rodar y chupándolo. Vuelvo a gritar, olvidando su orden, y
enredo mis dedos en su cabello, apretándolo contra mi núcleo, manteniéndolo
en la misma posición. Continúa dando embestidas de placer una tras otra, lle-
vándome cada vez más alto hasta el borde de un orgasmo que está casi a mi al-
cance. Pero entonces vuelve a bajar, con su lengua recorriendo mis pliegues, y
resoplo de frustración, apretando más mi agarre, lo que solo me hace ganar un
gruñido suyo que hace vibrar mi carne, y gimo, gritando:
—Por favor.
Lamiéndome de abajo a arriba, me pregunta:
—¿Por favor qué, Phoenix? —Golpea su lengua contra mi clítoris, presi-
onándolo, y me sacudo bajo sus embestidas, pero sus dedos me aprietan las nal-
gas con tanta fuerza que no tengo más remedio que permanecer en esa posición.
¿Qué quiere? ¿Rendición? Se la daré con gusto, ya que no me queda dig-
nidad.
—Haz que me corra —digo, y exhalo aliviada cuando desliza su lengua
dentro de mí, haciéndola girar cada vez más profundamente. Hago rodar mis ca-
deras hacia delante, rechinando sobre su lengua y casi me corro sobre ella, pero
él la retira, lamiendo mis pliegues una vez más—. ¡Por favor! —añado con
frustración y rabia, odiándolo por hacerme suplicar, mis piernas lo rodean, apre-
tando mis muslos contra su cara, aunque eso no cambia la trayectoria de sus
movimientos.
Lleva su mano a mi centro, frotándome con el pulgar arriba y abajo, arri-
ba y abajo, volviéndome loca con cada deslizamiento húmedo antes de meterme
dos dedos, estirándome mientras su boca me chupa el clítoris. La doble sensaci-
ón casi me hace volar. El sudor me cubre la piel y mis oídos zumban por el pla-
cer abrumador que parece podría destruir todo lo que me rodea.
Solo susurra lo suficientemente alto para que pueda oírlo:
—Dime, Phoenix. ¿Quién te hace sentir tan bien ahora mismo? —Me qu-
edo helada, con el aire atascado en mis pulmones, pero gimo cuando arrastra su
lengua por mi carne y luego la desliza dentro solo para apartar su boca cuando
mi silencio continúa—. ¿Quién, Phoenix?
—Por favor —digo, cerrando los ojos y cubriéndome la cara con las ma-
nos, manteniéndome dentro de esta burbuja que mi subconsciente ha creado de
la fantasía caliente que toda mujer tiene en su cabeza… y en la que no tengo
que verlo.
Ver verdaderamente al hombre que me da placer.
Sin embargo, el diablo nunca es amable, oh no.
Es despiadado y ajeno a los deseos de cualquier persona que no sea la su-
ya.
—¿Cuál es mi nombre, nena?
Lo odio por preguntarme, porque levanta su cara de mi carne y detiene
todas sus acciones, manteniéndome al borde del orgasmo, hambrienta del olvi-
do que se niega a darme hasta que juegue con sus reglas.
Hombre cruel.
Pero entonces, ¿no lo sabía ya cuando decidí ceder a esto?
Nuestras pesadas respiraciones llenan el espacio en el silencio que sigue
a su petición -u orden- y abro los ojos de golpe, tragando saliva antes de dejar
que me destroce una vez más, porque no tengo armadura cuando se trata de él.
Me ha despojado de la última y falsa sensación de dignidad.
—Zachary. Tu nombre es Zachary. —Y con eso, las lágrimas se forman
en mis ojos, cayendo por mis mejillas, y no hago nada para limpiarlas, pero no
tengo que hacerlo.
Zach retrocede, se endereza, saca un preservativo de la parte trasera de
su vaquero mientras baja la cremallera antes de abrir el paquete de aluminio.
Envuelve fácilmente su erección en él. Mis ojos se abren de par en par al
ver la carne gruesa, larga y furiosa que gotea pre semen en la punta, y luego sus
manos vuelven a estar en mis caderas, acercándome hasta que lo envuelvo con
las piernas y su erección se clava en mi centro. Lo frota por todo mi centro y se
inclina hacia delante, lamiendo las lágrimas de mis mejillas, una a una, y luego
se traga un gemido desgarrador que sale de mi boca cuando se introduce en mí,
desplazándome un poco sobre el mostrador y estirándome tanto que me pregun-
to si sobreviviré.
Gemimos, y enredo los dedos en su cabello, inclinando la cabeza hacia
atrás para profundizar el beso, nuestras lenguas rozándose, borrando todos los
pensamientos oscuros mientras él empuja hacia atrás y hace rodar sus caderas
hacia delante de nuevo, introduciéndose en mí con tanta fuerza que me sorpren-
de no caer hacia atrás.
Apretando más mis muslos alrededor de él, le permito beber de mi boca.
Con cada sacudida de sus caderas, me encierra en un capullo caliente de pasión
y placer que se hunde en cada uno de mis huesos y me envenena la sangre; mi
cuerpo anhela más y más de él, dándome una amplitud de emociones que no
creía posible.
Mis pulmones suplican algún tipo de oxígeno, pero no los escucho. En
lugar de eso, lo tiro del cabello, abriendo más la boca mientras él me penetra
más y más profundamente con cada empujón, mi coño apretándose a su alrede-
dor, mi carne ardiendo por su amplia longitud que debería estar prohibida por el
éxtasis que me produce.
Aparta su boca, arrastrando besos por mi cuello, mientras me aprieto
contra él, el vello de su pecho haciéndome cosquillas en mis picos puntiagudos,
lo que no hace sino aumentar los bloques de construcción listos para colapsar
en cualquier momento.
Acelera su ritmo, me chupa el cuello y sin duda me dejará chupetones,
mientras golpea más y más profundamente.
Empuja. Empuja. Empuja.
Mis manos se deslizan por su espalda, pasando mis uñas sobre ella, qu-
eriendo provocarle dolor, el mismo tipo de agonía mezclado con el placer que él
evoca en mí, mientras mi coño se aprieta cada vez más a su alrededor, acogien-
do cada empuje de sus caderas hasta que finalmente todo es demasiado. Arqueo
el cuello hacia atrás, gritando cuando finalmente me golpea. Una oleada de ca-
lor se extiende por todo mi cuerpo, martilleándome con el placer una y otra vez,
haciendo que casi me ahogue en él por lo fuerte que es: no es nada que haya ex-
perimentado antes.
Empuja un par de veces más y luego gime en mi oído, mordiéndome el
lóbulo. Se derrama dentro del preservativo y me agarra las nalgas con tanta fu-
erza que un gemido se me escapa de los labios.
Se echa hacia atrás, tocándome la cabeza, y me pasa el pulgar por las
mejillas, sus orbes verdes recorren mi rostro como si buscara alguna señal.
—¿Estás bien?
Con su mirada fija en mí, su polla todavía dentro de mí, y su voz penet-
rando a través de la niebla de la necesidad que todo lo consume y que finalmen-
te se ha calmado, el alcance total de lo que acabo de hacer se registra en mi
mente.
Y con ello llega el odio y el auto desprecio hacia mí por permitirlo.
Empujando sus hombros, le digo:
—Suéltame. —No se mueve, y esta vez casi grito—: ¡Suéltame, Zach!
—Retrocede lentamente y me estremece cuando saca la polla, con el ligero es-
cozor aún presente, y entonces me bajo del mostrador.
Ajustándome las bragas y el camisón, huyo de la cocina hacia mi habita-
ción, ignorándolo mientras llama:
—Phoenix.
Dios mío.
¿Qué he hecho?
Capítulo 13
—¿Dónde está esa línea invisible entre el bien y el mal?
¿Y cómo puedo cruzarla?
~Zachary

Del historial de correos electrónicos de Phoenix y Zach…

Para: Zach
De: P.

No has respondido a mi último correo electrónico (¿y han pasado qué…


seis meses?). O bien has escuchado mis consejos o los has ignorado.
Ambas cosas me parecen bien, por cierto.
De todos modos, ayer estuve sentada en la biblioteca y estudié algunas
cosas para mi clase de historia. Y uno de los temas era encontrar fechas signi-
ficativas en la historia de la sociedad.
Así que, mientras lo hacía, pensé en que voy a cumplir dieciocho años en
un mes, y tú cumplirás veintiuno.
¿No es genial? Ambos compartimos fechas significativas en el mismo
año, es como si estuviéramos conectados o algo así (puede sonar tonto, pero la
revelación que tuve en la biblioteca, hombre, tantos sentimientos).
Mientras contemplaba toda esta información, me di cuenta que estamos
desperdiciando una gran oportunidad para un tipo de cosa única en la vida
Ya sabes, todas esas películas y libros en los que el héroe y la heroína
deciden conocerse en una fecha determinada. Sí, puedes llamarlo una basura
romántica, pero en nuestro caso no se trata de un romance.
Aunque, no estoy saliendo con nadie ahora mismo, y si me gustas lo sufi-
ciente, ¿quién sabe…? (Es una broma, puedes estar tranquilo. No estoy plane-
ando clavar mis garras en ti. Aunque tu culo egocéntrico probablemente piense
que eres irresistible).
¿Pero no es genial? Encajamos en la descripción. Nos conocimos hace
mucho tiempo y seguimos en contacto. Así que mi propuesta (aunque sea una
locura, pero oye, solo se vive una vez) es la siguiente. ¿Qué tal si nos reunimos
el quince de enero a las cuatro en el Empire State Building? (Lo sé, lo sé, muy
cursi… pero si tienes alguna otra sugerencia, estoy abierta a ella).
Tal vez podamos dejar de hacer todo el asunto de los amigos por corres-
pondencia (lo siento, sé que odias que te llame así) y convertirnos en buenos
amigos en la vida real. O, ya sabes… nos odiamos tanto que dejamos de envi-
arnos correos electrónicos (creo que este punto podría persuadirte a mi favor).
Zach… ¿estás listo para hacer algo imprudente?
Tú, amiga por correspondencia loca (ja,ja).
PD.: Sé que vives en el extranjero, pero, ¿has mencionado volver? Ade-
más, eres rico. Deberías poder venir. Siempre eres bienvenido a enviarme un
billete a donde quiera que estés.
P.P.D.: Estoy bromeando con lo del billete. O ¿quizás no?
Tres horas después

Para: P
De: Zach

¿Eso es lo que te viene a la mente mientras haces tu tarea de la clase de


historia? ¿Debería preocuparme por tus habilidades académicas y lo que real-
mente se queda en tu cabeza? Después de todo, quieres ser médico.
Ya he cumplido veintiún años, y lo he celebrado en un yate en el Mar
Mediterráneo. (Así que sí, rico de cojones).
A no ser que estuvieras a la expectativa de algo grande mientras espera-
bas a cumplir dieciocho o veintiún años, no entiendo por qué crees que esas
fechas son significativas.
El único aspecto positivo de cumplir veintiún años fue poner mis manos
en el fondo fiduciario de mi madre e invertirlo en varias acciones, aumentando
mi herencia antes de poder crear mi propia empresa. Terminé mi carrera y es-
toy de vuelta en los Estados Unidos por el momento, aunque todavía planeo ob-
tener mi maestría.
Sutil realmente sobre la mención del correo electrónico anterior, y ya
que eres tan curiosa, puedo responder.
Sí que intenté hablar con él, pero acabó en otra discusión cuando anun-
ció que iba a vender la casa de la finca de mi madre ya que está sin usar. (De
ahí que yo invierta en acciones y todo eso). Adivina quién piensa comprarla
una vez que esté a la venta).
¿Sinceramente?
Me importa una mierda el amor, y soy lo suficientemente mayor como
para dejar de perseguir el amor de papá.
Ahora, volvamos a tu ridícula pero extrañamente interesante (¿o debería
decir intrigante?) idea.
Además de toda esa basura romántica (me reí demasiado con eso), tiene
un atractivo. Ya sabes mucho sobre mí, no te importaría poner una cara a las
palabras (vernos de niños no cuenta. Apenas recuerdo tu aspecto la última vez;
tu sombrero te cubría casi por completo).
Probablemente me arrepentiré, pero qué más da. He hecho cosas más
estúpidas que esto. (Si nos hacemos amigos, puede que te cuente lo que hice en
el yate. ¿O debería esperar hasta que cumplas veintiún años?)
Es un trato.
Quedemos.
Lo mejor.
Zach
P.D.: Buen intento, pero no.
P.P.D.: Aunque probablemente lo habría hecho si estuviera en el extra-
njero. Sabes cómo intrigar a un tipo, te lo aseguro.

Phoenix

Apoyada en el lavabo, miro mi reflejo en el espejo inspeccionándolo co-


mo si estuviera bajo un microscopio.
Miro mis labios rojos ligeramente arañados por su desaliñado cuello, va-
rios chupetones esparcidos por mi clavícula y probablemente también en mi
ombligo si levanto la toalla lo suficiente para estudiarlo.
Mi cabello está húmedo, las puntas gotean en el lavabo con un sonido de
tap, tap, tap que debería molestarme, pero estoy congelada en el tiempo. De pie
en medio del baño, la imagen de la noche anterior se reproduce en mi mente co-
mo una película de colores en un proyector, y no importa cuántas veces parpa-
dee o intente bloquearla, se mantiene, recordando mi traición.
Su aliento en mi piel.
Sus manos agarrando mis caderas mientras se empujaba dentro de mí.
El deseo que corría por mis venas a pesar del odio que llenaba mi cora-
zón por él. Cada empuje que me llevaba al borde de un orgasmo que nunca de-
bería haber ocurrido con Zachary.
Le di mi cuerpo, aunque no a mí misma, ¿y cuán patético y horrible es
eso?
El hombre que destruyó mi vida y, aun así, me deshice en sus brazos y le
pedí más.
No eres más que una perra en celo.
Mi agarre en el lavado se aprieta y respiro profundamente ordenando que
el autodesprecio se vaya y justificando mis acciones con una reacción corporal
humana normal al deseo que cualquier hombre guapo podría haber inspirado.
En mi vida anterior me encantaba el sexo, como yo lo llamo, nunca rehu-
yendo del placer y cediendo a mis antojos, porque, ¿no deberíamos hacerlo to-
dos?
Apreciar la belleza que proporciona, permitiéndonos volar alto y disfru-
tar de la conexión con otra persona, aunque sea por una breve cantidad de tiem-
po.
Mi cuerpo estaba hambriento, y se abalanzó sobre la primera comida dis-
ponible, nada más que las hormonas me controlaban en ese momento.
Al menos esa es la única explicación que puedo darme para hacer sopor-
table vivir conmigo misma; de lo contrario, voy a ahogarme en la culpa.
Echando un último vistazo a mi piel roja, me meto en la ducha una vez
más, frenética en mi necesidad de borrar los rastros de Zachary de mí tanto co-
mo pueda, y luego entro en la habitación, temblando.
Me dirijo al armario, lo abro y enciendo la luz, pero murmuro Oh cuando
lo encuentro lleno de ropa de mujer, desde vaqueros y camisetas hasta vestidos
y joyas.
Mis cejas se fruncen ante esto. ¿Cómo tuvo tiempo de preparar todo esto
si acabo de salir hace dos días? Pero entonces casi me abofeteo por esos estúpi-
dos pensamientos.
Cuando se posee la cantidad de riqueza que Zachary ha tenido desde el
día en que nació, sus habitaciones de invitados probablemente tengan siempre
un armario lleno de ropa por si alguien necesita algo. Este tipo de lujo no afecta
sus bolsillos.
Por suerte, la mayoría son de mi talla y no estoy demasiado orgullosa de
aprovechar esta oportunidad para ponerme algo limpio. La ropa que me dio Sa-
ra podría necesitar un poco de lavado, y no estoy segura de querer entrar en el
hospital con mis pechos exhibidos por la camiseta de tirantes.
Además, Zachary tiene razón. No puedo ser imprudente y actuar con un
asesino suelto, contemplando formas de utilizarme una vez más en sus jodidos
planes.
Las personas que no tienen nada que perder son las más peligrosas de es-
ta tierra. No les importa sucumbir a la locura con tal de conseguir lo que anhe-
lan, y eso les da su próxima dosis.
Atrapando un vaquero y un jersey de cachemira morado junto con unas
botas negras, me lo pongo todo rápidamente, sin importarme mi cabello mojado
mientras lo dejo caer por la espalda para que se seque de forma natural.
Luego me guardo los dos teléfonos. Todavía tengo la intención de devol-
ver el de Zachary, pero ahora mismo es mi única conexión con el mundo. Salgo
corriendo al pasillo, con mis botas golpeando en el mármol mientras camino ha-
cia las escaleras y bajo al primer piso, lista para salir disparada hacia la puerta
principal y largarme de aquí antes de tropezar con Zachary.
Tendré que enfrentarme a él en algún momento; sin embargo, prefiero
prolongar lo inevitable en lugar de arruinar mi estado de ánimo a primera hora
de la mañana. Además, él aceptó mi encuentro con Rafe.
Así que esto no debe poner en peligro a nadie.
Antes que pueda ejecutar mi brillante plan, oigo un fuerte carraspeo y
gruño para mis adentros, deteniendo mis movimientos al ser sorprendida.
—Srta. Phoenix, ¿verdad?
Frunzo el ceño al oír la voz femenina y me doy la vuelta para ver a una
mujer de mediana edad que lleva un uniforme negro de sirvienta con un delan-
tal blanco alrededor de la cintura, me sonríe, aunque no llega a sus ojos plate-
ados mientras me escanea de pies a cabeza, probablemente sacando sus propias
conclusiones por haberme escabullido así.
Aunque solo Dios sabe cómo Zach trata a sus parejas de una noche; ¿tal
vez nunca las trae a casa, o ellas se las arreglan para irse antes que el personal
las vea?
Esto explicaría el disgusto que aparece en su rostro antes que lo cubra
con indiferencia.
—El Sr. King me dijo que le informara sobre el desayuno una vez que se
despertara.
¿Lo hizo ahora?
¿Espera que actúe bien con lo que hicimos anoche y desayunar de forma
extraña, esperando que aparezca y haga cualquier otra cosa que se le ocurra?
Reuniendo una sonrisa para ella, le respondo:
—Muchas gracias. Pero tengo que irme, así que no puedo quedarme.
Ella sacude la cabeza y hace un gesto hacia la cocina situada justo al fi-
nal del pasillo.
—El Sr. Zachary también quería que supiera que puede salir solo con
James, y él vendrá… —Ella mira su reloj de pulsera antes de volver a centrar su
atención en mí—, en treinta minutos.
—No necesito el permiso de Zach para hacer algo.
Al oír eso, su boca se tuerce, y parte de su hostilidad se apaga sustituyén-
dola por un interés genuino.
—Creo que él discutiría con eso.
Gimo de frustración, me engancho el cabello detrás de la oreja.
—Mira… —Pero no tengo la oportunidad de terminar mi frase cuando
una visión en rosa sale corriendo de la cocina, con sus pequeños pies envueltos
en unas bailarinas golpeando el suelo mientras bufa pesadamente y luego se de-
tiene junto a la pierna de la empleada, envolviendo sus manos alrededor de ella
y ocultando su rostro.
Entonces se asoma por un lado y jadeo cuando su cabello oscuro y rizado
se balancea con su movimiento, mostrando la sedosa cola de caballo en la parte
superior de su cabeza mientras sus ojos marrones, su piel pálida y su carácter
burbujeante están metidos en un traje de bailarina blanco y rosa con un tutú que
cuelga de su cintura.
Mi corazón se aprieta dentro de mi pecho con tanta fuerza por un segun-
do que se hace difícil respirar, luego se estremece dolorosamente queriendo evi-
tar este encuentro. Pero al mismo tiempo no puedo apartar mi mirada de ella,
memorizando cada uno de sus rasgos mientras me enamoro completamente de
ella en el acto.
Es… perfecta.
Desde la punta de su cabello hasta sus pequeños pies y la pequeña sonri-
sa que me regala, vuelve a esconderse de nuevo tras la rodilla, riéndose, su so-
nido resuena en el espacio calentándome desde dentro hacia fuera de una mane-
ra que creía que ya no era posible.
—Hola —dice con una voz diminuta y melódica tan suave que podría es-
cucharla durante horas.
—Hola —respondo a través de mi garganta obstruida. Me asaltan tantas
emociones a la vez que ni siquiera sé cómo formar un pensamiento coherente.
Dios mío, ¿por qué tengo una reacción tan fuerte ante esta niña?
¿O tal vez porque es la primera niña que veo después de perder a la mía?
Mira a la empleada y, cuando la mujer mayor asiente con la cabeza, la
niña chilla, corre hacia mí y se detiene cuando las puntas de sus zapatos tocan
los míos.
—Me llamo Emmaline. ¿Cómo te llamas tú? —Al ser tan perfecta y pro-
nunciar su nombre para mí me clava un cuchillo en mi alma, recordándome mis
sueños que nunca se harán realidad.
Ella se esfuerza tanto por encontrar mi mirada, así que sigo mis instintos;
aunque sé que es una estupidez, me arrodillo frente a ella para que nuestros ojos
estén al mismo nivel.
—Phoenix.
Su boca forma una O.
—¿Como el pájaro de los dibujos animados?
No estoy segura de a qué pájaro se refiere, pero asiento y ella me sonríe
alegremente, mostrando sus dientes de leche.
—Eres muy guapa. ¿Eres amiga de papá?
—Podría decirse que sí —respondo y no me pierdo el movimiento de la
criada como si tuviera miedo que hablara mal de Zach delante de su hija. Puede
que esté enfadada y lo odie, pero nunca caería tan bajo. Involucrar a otras per-
sonas y destruir todo a su paso, ese es el estilo de Zachary, no el mío.
Me tiende la mano y murmura mientras se inclina más cerca:
—Encantada de conocerte. Voy a ser una famosa bailarina algún día. —
En la última parte, baja la voz hasta casi un susurro como si estuviera comparti-
endo algún secreto especial conmigo, y con su aroma rodeándome, y su mirada
de esa manera, no puedo evitar preguntarme.
¿Mi hija y la de Sebastian habría sido una niña tan burbujeante que soña-
ba a lo grande a una edad tan temprana? ¿Tendría mi cabello y mis ojos, o sería
rubia de ojos azules como mi exmarido?
¿Me dolería tanto mirarla, porque habría sido tan perfecta que me habría
preguntado si es real?
¿Cómo es que la vida fue tan amable con Zachary y le dio este pequeño
ángel, mientras que fue tan cruel conmigo y me quitó al mío?
Tomando su pequeña mano en la mía, la aprieto ligeramente y parpadeo
sorprendida cuando algo dentro de mí se rompe, no queriendo soltarla y simple-
mente esconderla del mundo.
Sacudo la cabeza, le doy una última sonrisa y le respondo:
—Encantada de conocerte, cariño. Eres muy hermosa, estoy segura que
lo serás si quieres. —Con esto, me suelto, casi empujándome a la fuerza para
hacerlo, y luego me levanto y doy un paso atrás, preguntándome si me he vuelto
loca.
Tal vez debería alejarme de la hija de Zach hasta que consiga terapia y
trabaje en el dolor que tengo dentro de mí por haber perdido a mi Emmaline; de
lo contrario, podría confundir mis emociones por otra cosa.
O volcar todo el amor que tengo guardado por mi hija a la de Zach, vivi-
endo en mi realidad improvisada.
—Srta. Phoenix, el desayuno —me recuerda la empleada.
Abro la boca para negarme, pero Emmaline exclama:
—¡Hoy tenemos tortitas! Tienes que probarlas. Son las mejores. —Seña-
la con el pulgar a la señora—. Ella las cocina. —Se lleva la mano extendida a la
comisura de la boca susurrando en voz tan alta que probablemente todos los que
están cerca pueden oírla—. Pero no le digas eso.
—Ya está bien de travesuras, jovencita. Volvamos a la cocina y coma-
mos antes que tengamos que ir a tu clase.
Emmaline se da una palmada en la frente y suspira profundamente.
—Tantas cosas que hacer. —A duras penas contengo la risa que quiere
estallar ante esto, sobre todo porque la mitad de sus palabras se enredan y no
son tan claras—. Vamos —dice, tirando de mi mano, y antes que me dé cuenta,
me arrastra a la cocina, donde los recuerdos de la noche anterior me asaltan al
instante.
Especialmente cuando miro la encimera de la cocina vacía, con mis ge-
midos resonando en mi mente, pero por suerte Patience elige este momento pa-
ra hablar.
—¿Té o café?
—Té verde, por favor. —Me siento en la pequeña mesa redonda de la es-
quina mientras Emmaline se sube a su silla frente a mí, sumergiéndose en su
plato lleno de tortitas y hablando con la boca llena.
—Están deliciosos.
—Emmaline, primero traga y luego habla. —Patience coloca la taza hu-
meante frente a mí, y mi estómago elige este momento para gruñir con fuerza,
lo que hace que Emmaline se ría, señalándome.
—¡Tienes hambre!
—¿Quiere que le prepare algo, señorita…
—Por favor, solo llámame Phoenix. —Patience sonríe y asiente—. Y no.
Las tortitas son suficientes, gracias. Hace casi cuatro años que no las como. —
Alcanzo un tenedor y un plato vacío, sacando unas cuantas tortitas del bol del
centro—. ¡Así que sí!
Patience frunce el ceño y me da una palmadita inesperada en la espalda,
mientras el tenedor se detiene a medio camino de mi boca.
—Eso es horrible, niña. —Me pasa el jarabe de fresa—. Hazlo más dul-
ce. ¿Qué más no has comido en un tiempo? Puedo cocinarlo esta noche.
Me doy cuenta de este repentino cambio de comportamiento, sin saber
realmente como leerlo, ya que nunca tuve una figura materna que se comportara
bien conmigo.
Los padres de Sebastian nunca fueron abiertamente groseros conmigo ni
rechazaron nuestra unión, pero pude sentir su silencioso resentimiento al
considerar que su brillante hijo se casara con una mujer sin buenas referencias.
—No creo que vaya a quedarme aquí, así que no es necesario. Pero gra-
cias, de verdad. —Casi gimo cuando el primer sabor golpea mi lengua, la tortita
derritiéndose en mi boca, y añadiendo el sabor del jarabe, estoy en el cielo de la
dulzura.
Patience sujeta su propia taza de café, a juzgar por el olor que perturba
mis fosas nasales, y se sienta a mi lado, no sin antes darle una servilleta a Em-
maline, que tiene la cara manchada del chocolate que vierte generosamente sob-
re sus tortitas. La niña se sienta en silencio a observarnos pero sin hablar, tal y
como le pidió Patience.
—Pero el Sr. King ha dicho que te vas a quedar. Por eso hemos prepara-
do tu habitación con toda la ropa. —Casi escupo mi comida en el plato ante esta
información, porque implica que lo decidió ayer, incluso antes que sucediera to-
do el fiasco con Rafe. ¡La arrogancia de este hombre hay que verla para creerla!
—. Además, ¿dónde vas a ir, Phoenix? Lydia dijo que podría pasar tiempo antes
que demandes al Estado y luego recuperes tu dinero.
Empiezo a toser sobre mi comida, bebiendo rápidamente mi té para baj-
arla, y suspiro aliviada por que no esté ardiendo.
Patience me da un par de palmadas en la espalda, tratando de ayudarme,
pero levanto la mano para que se detenga, todavía sorprendida que sepa quién
soy.
Si uno mirara desde la distancia todas las situaciones que me suceden,
podría pensar que los Kings me quieren o algo así. Se encargan de mi caso, me
sacan de la cárcel, me llevan a su casa y luego me dan de comer.
¿Qué demonios es esto?
Incluso con todas las acusaciones detrás de mi espalda, ¿no deberían te-
ner todavía resentimiento hacia mí? ¿Cómo no poder mirar a la persona, porque
les recuerda a la que perdieron?
Claramente, todo esto me molesta solo a mí, y ninguno de ellos tiene
esos problemas, Zachary especialmente, ¡ya que me folló en esta misma cocina
anoche!
—No puedo quedarme aquí a pesar de todo. —Finalmente encuentro mi
voz, pero entonces miro a Emmaline, que jadea, mastica rápidamente y traga
antes de gritar:
—¡No puedes irte! Papá dijo que vendrías a mi ensayo de ballet.
—¿Lo dijo? —pregunto estupefacta, seguramente pensando que la niña
se equivoca, porque, ¿qué demonios se supone que significa eso? ¿Quiere echar
más sal en la herida o qué?
—Sí, tú y él. —Vuelve a comer sus tortitas, mientras giro la cabeza hacia
Patience, que se encoge de hombros, mojando una galleta en su café antes de
masticarla.
Aparentemente, cualquier cosa que diga el hombre tiene valor, no es que
lo dudara en primer lugar, y no tiene sentido discutir con su personal al respec-
to.
Suena un teléfono entre nosotras. Patience lo pulsa y lee un mensaje que
parpadea en la pantalla antes de anunciar:
—James está aquí.
Termino rápidamente mi comida y me levanto.
—Gracias por las tortitas. —Dudo un segundo antes de acercarme a Em-
maline y apretar ligeramente su mejilla antes de darle una palmadita en la cabe-
za—. Que tengas un buen día, pequeña.
Ella murmura:
—Gracias. —Y el dolor familiar vuelve a acumularse en mi pecho, pero
no me permito pensar en ello.
Con una última palmadita, salgo de la cocina como si me persiguieran
miles de perros y me impongo mantener mis emociones encerradas lejos, muy
lejos, para que no salgan nunca a la superficie.
O al menos hasta que atrapemos al hijo de puta que me ha destrozado la
vida.

Zachary

Las puertas de hierro suenan con fuerza mientras los guardias me saludan
y les correspondo, acelerando mi deportivo antes de volar a través de las puertas
hacia el largo y estrecho camino de entrada que conduce al enorme edificio de
ladrillos horizontales que se extiende por el enorme paisaje situado en las afu-
eras de la ciudad.
La singular y hermosa arquitectura incluye varias estatuas en arcos que te
atraen hacia el interior y al mismo tiempo intentan inspirar miedo, como si ent-
raras en un territorio peligroso en el que no sabes a qué te vas a enfrentar.
La estructura de dos niveles tiene muchos balcones y la mayoría de las
ventanas son vidrieras, lo que me recuerda a las catedrales.
Sin embargo, la característica más engañosa de esta casa de estilo victo-
riano, que apesta a lujo y poder, es el jardín en forma de laberinto que me recu-
erda a un terreno de caza; así son los giros y vueltas que hay.
Si no eres lo suficientemente listo, la bestia que merodea por el interior
te atrapará sin posibilidad de escapar, y morirás entre la belleza de un sinfín de
rosas y orquídeas, o cualquier otra jodida flor que el propietario haya plantado
en su jardín.
Las alcobas dan una falsa sensación de seguridad, buscando un encanto
más misterioso junto con el romanticismo, pero no me engañan.
El dueño advierte que no hay que joderle el jardín a secas, o de lo
contrario te buscará una utilidad.
Por suerte, no le tengo miedo, ni me importa un carajo sus reglas.
En general, prefiero no cruzarme con él, porque el hombre es imprevisib-
le y actúa como si fuera el rey de este puto mundo. Aunque puede ser cierto
hasta cierto punto, nadie manda sobre mí.
No ayuda el hecho que nuestro patrimonio neto sea más o menos el mis-
mo y que a veces tengamos que hacer negocios juntos; por lo tanto, por el bien
de ambos, hacemos lo posible por no vernos a menos que sea absolutamente ne-
cesario.
Pero con la situación actual, él es el único que puede ayudarme, así que
no sigo nuestro orden establecido y vengo a su maldito calabozo.
Estaciono el deportivo junto a las escaleras de mármol que conducen a
las enormes puertas dobles de madera, y salgo de él, dejando el motor en marc-
ha, ya que no pienso quedarme mucho tiempo. Veo a un hombre de pie en lo al-
to de la escalera, con una bandeja en la mano.
Al acercarme, me doy cuenta que es un mayordomo que debe tener unos
sesenta años. Llego a la conclusión debido a su ropa y a los malditos guantes
que lleva.
Las arrugas de su rostro se hacen más profundas cuando me saluda con
una sonrisa que no le llega a los ojos, pero extrañamente el hombre no emite
más que amabilidad.
Un gran contraste con su jefe, quien probablemente ni siquiera sepa lo
que significa esta palabra.
—Sr. King. Es un placer verlo. El Sr. Scott lo espera en su despacho.
Mi boca se curva en una media sonrisa ante tales formalidades. La última
vez que un mayordomo me recibió fue cuando mi abuelo por parte de mi madre
estaba vivo y me invitó a pasar el verano en su casa.
Entramos a la casa, y mientras él camina por el pasillo estrecho, tengo un
segundo para notar todo el lujo, desde los cuadros exclusivos hasta los cande-
labros de cristal junto con los muebles más caros imaginables.
Debería saberlo, ya que tengo casi lo mismo en mi casa.
Finalmente, llegamos a otro conjunto de malditas puertas dobles, el
hombre llama tres veces antes de girar el pomo y hacerme un gesto para que
entre.
Dios, el cabrón es bueno; Lo reconozco. En los cinco minutos que llevo
en su casa, no tiene ningún problema en mostrar que estamos en su dominio, y
en eso, él tiene ventaja.
Cuando entro a la espaciosa oficina con una ventana enorme que ilumina
todo el lugar, enfoco mi mirada en el hombre sentado en una silla de cuero, sos-
teniendo un vaso de whisky en una mano y un cigarro en la otra.
Su cabello rubio brillando bajo el sol le da un aspecto casi angelical, ex-
cepto por sus ojos azules cristalinos, vacíos de cualquier emoción, y una leve
sonrisa de satisfacción, de naturaleza siniestra.
—¿No eres alérgico al sol? Podrías haberme engañado —digo en lugar
de un saludo.
Se ríe, aunque no se me escapa la advertencia que encierra su voz al res-
ponder:
—Nunca creas todo lo que ves.
Sin esperar una invitación, me siento en la silla frente a él, separada por
el pesado escritorio de roble, y me ofrece:
—¿Quiere tomar algo?
A estas alturas ya estoy harto de estas idioteces, así que apoyo los codos
en los brazos de la silla y voy al grano.
—Dejemos toda esta mierda, Lachlan —Me dirijo al hombre por su
nombre, y sus ojos brillan divertidos.
—Ni siquiera he empezado. ¿Qué te trae por aquí, Zach?
Lanzo la carpeta sobre la mesa con toda la información más reciente sob-
re nuestro caso. La levanta y la hojea. Tras examinarla durante unos instantes,
levanta la mirada hacia mí.
—¿Qué tiene esto que ver conmigo?
—¿Sabes quién ha hecho esto?
Sus cejas se elevan mientras toma un gran sorbo de su vaso, el hielo repi-
quetea en su interior y hace eco en la silenciosa habitación.
—¿Por qué iba a conocer a un asesino en serie que anda matando muj-
eres?
¿Por qué lo haría?
Salvo que Lachlan Scott es el rey clandestino de Nueva York, cuyos pro-
tegidos son algunos de los asesinos en serie más notorios del país, y quizás inc-
luso del mundo.
Les enseña todas las técnicas únicas de tortura, desesperación y agonía
que pueden aplicar a las víctimas y, al mismo tiempo, da segundas oportunida-
des a todas las almas perdidas que necesitan orientación.
De día es un despiadado hombre de negocios que vale miles de millones
de dólares y de noche el hijo de puta más mezquino que jamás hayas conocido,
que mata a la gente sin remordimientos.
Es el juez, abogado y jurado a la vez, y que Dios te ayude si decide aca-
bar contigo.
La alta sociedad, la élite de la élite, no tiene idea de esta parte de su vida,
y solo mis profundas conexiones en la clandestinidad me permiten conocer esta
verdad sobre él.
Bueno, eso y el hecho que no le tengo miedo. Además, ¿qué razón tiene
para matarme?
Ninguna.
—Sé quién eres, Lachlan.
Ladea la cabeza y me estudia durante un segundo antes de dar una larga
calada a su cigarro y exhalar el humo, envolviéndonos en una neblina durante
una fracción de segundo.
—Ya veo. ¿Y este conocimiento te hace pensar que? ¿Que soy respon-
sable de todos los psicópatas que vagan por las calles de Nueva York?
—Más o menos. Entrenas a la gente así. Los vuelves despiadados.
—¿Convertirlos? —Se frota la barbilla con el borde de su vaso—. Debes
haber estudiado a los asesinos en serie para tu caso. Un hombre como tú no lo
haría de otra manera. Hay que saber del tema para poder destruirlo. Tan sencillo
como cualquier toma de posesión de un negocio, en realidad.
—Así es.
—Bien, entonces. —Se apoya en la mesa, apoyando los codos en ella—.
Los asesinos en serie son el producto de su educación. No podría hacer uno de
mis estudiantes, aunque lo intentara. Vienen a mí así. —Golpea la carpeta con
su cigarro, cuya ceniza cae sobre una de las fotos—. Mis estudiantes conocen
los límites y las fronteras. Mis estudiantes no hacen esas cosas. —Termina su
bebida y vuelve a golpear el vaso sobre la mesa, que suena con fuerza y rebota
en las paredes—. Suelo matar a los cabrones así. Pierden la cabeza, y en el mo-
mento en que la pierden, son una causa perdida.
Al diablo con esta mierda.
—Tienes que tener algo —digo, mi temperamento elevándose, pero me
contengo, porque jugar a quién tiene la polla más grande con Lachlan no me da-
rá ningún resultado—. Este cabrón planea matar a Phoenix. —No estoy seguro
de lo que esperaba de Lachlan, pero que estalle en carcajadas no lo era.
Apoya su espalda en la silla.
—¿Y a ti te importa desde cuándo? Lo último que supe es que intentaste
matarla activamente en la cárcel. ¿Qué ha cambiado?
—La verdad —digo, la vergüenza me invade al pensar en lo que hice,
sobre todo después de lo de anoche.
Sé que Phoenix lamenta haber sucumbido a sus necesidades básicas y ha-
ber tenido sexo conmigo… pero eso es todo en lo que puedo pensar. La forma
en que saboreó, gimió, se deshizo debajo de mí, y como en un lapso tan corto,
me he conectado con ella de maneras que pensé que no serían posibles de nuevo
con otro ser humano. Todo mientras el amor ni siquiera existe entre nosotros y
ella me odia a muerte. ¿Cómo es posible que el sexo se transforme en algo más
una vez que se le unen otras emociones?
Ella es apasionada y exigente en su lujuria, no se disculpa por su deseo,
es suave pero fuerte y leal con las personas que ama, y ninguna cantidad de difi-
cultades la pone de rodillas. Su corazón compasivo está listo para vivir con el
monstruo que ha destruido su vida si garantiza la seguridad de su hija.
¿Cómo ha podido Sebastian dejar de lado a una mujer así? ¿Dudar de el-
la? Escoger mi jodido bando cuando acudí a él y le propuse trabajar para mí si
concretaba más rápido el divorcio de Phoenix. En aquel entonces, herirla era mi
único propósito, y yo también quería arrebatarle a la persona que amaba.
Mis manos se aprietan junto con la bestia posesiva que ruge dentro de mí
ante el solo pensamiento de las manos de otro hombre en su cuerpo, en el cuer-
po que se convirtió en mío anoche, y que me maldigan si le permito acercarse
demasiado a ella alguna vez más.
Él renunció al derecho al cielo que es ella hace mucho tiempo.
Lachlan chasquea los dedos en mi cara, llevándome de regreso al presen-
te, aunque por la sonrisa de complicidad en su rostro, no es difícil adivinar que
sospecha adónde ha ido mi mente. — Tiene que ser algo más que la verdad —
dice y luego gira el encendedor entre sus dedos—. Puedo decirte algunas cosas
que podrían ayudarte.
Apartando todos los demás pensamientos de mi mente, me concentro en
nuestra conversación y le digo con la cabeza que se explique. —Es inteligente,
vicioso y débil. —Mis cejas se fruncen ante la última parte, porque casi contra-
dice los dos primeros puntos—. Teme constantemente a la persona que le recu-
erda su debilidad. Por lo general, en estos casos, se trata de padres o tutores.
—Estás hablando del hecho que fue abusado.
—Más bien degradado. Es muy sanguinario en sus asesinatos, pero nun-
ca se acerca a sus víctimas. Ese es el miedo. Sospecho que nunca llegó a matar
a la persona que lo inspiró. Por eso aún persiste.
Mierda, de repente, todo el mundo es un psicólogo que entiende de asesi-
nos en serie, y yo soy el idiota despistado.
—¿Lo has deducido solo por la firma de sus asesinatos?
—Por supuesto. Podría haber hecho miles de observaciones más, y pro-
bablemente habría acertado, pero no quiero perder el tiempo. El reloj está corri-
endo para ti, amigo mío.
—Me imagino que es algo personal.
—No en el sentido que tú crees.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Tienes todo lo que el asesino en serie quiere. Mira tú pasado muy de
cerca, Zachary.
—Bien, gracias, Lachlan, porque no había pensado en eso —digo con
sarcasmo, enredando los dedos en mi cabello, dispuesto a arrancarlo.
Vuelvo a estar en el punto de partida con esta mierda, y acudir a Lachlan
no me ha ayudado en absoluto, a pesar de sus pequeños análisis.
Con un gruñido frustrado, me levanto de la silla y me dirijo a la puerta,
sin ver el sentido de quedarme aquí un minuto más, cuando su profunda voz me
llama, y miro por encima del hombro hacia él.
—Zachary, espera. —Se levanta también, agarrando la carpeta por el ca-
mino, y me la devuelve—. Lo que más quiere ahora es a Phoenix. ¿Sabes por
qué? —No espera a que se lo pregunte y en su lugar responde—. Porque ella se
representa a sí misma en esta ecuación. La víctima. Tú eres el verdugo en la vi-
da de ella y en la de él.
—Y él es el salvador.
—Correcto. Si dejas de ser el verdugo de la víctima, y en su lugar te con-
viertes en un salvador, él se romperá. Le quitarás su lugar una vez más. ¿Y sa-
bes lo que pasa cuando un asesino en serie se quiebra…?
—Se vuelve temerario —término por él, pero niega con la cabeza.
—No. Comete errores al volverse emocional. No sabe hacer el papel de
verdugo. Cuando mata a todas esas mujeres, cree que las salva de sus despiada-
dos maridos. Y si no sabe interpretar un papel, puede ser atrapado. De una for-
ma u otra, vendrá por Phoenix. —Espera un poco antes de añadir—: Sin embar-
go, el resultado depende de lo bien que entiendas lo que acabo de decir. —Con
esto, empuja el pomo de la puerta y la abre.
Mi mente arde por toda esta información y por las piezas del rompecabe-
zas que estoy tratando de alinear en los bloques apropiados para que la imagen
en mi cabeza encaje, pero antes de irme, tengo una última cosa que decirle.
—Gracias por tu ayuda. Te lo agradezco. —Teniendo en cuenta que ni
siquiera somos amigos íntimos y que podría haberme mandado a la mierda, esto
es una victoria con un hombre como Lachlan.
Pero, de nuevo, uno nunca puede saber dónde están sus verdaderas inten-
ciones.
Sus ojos permanecen absolutamente fríos mientras responde con su tono
sin emoción, teniendo el poder de congelar todo a su alrededor.
—Si lo atrapas, entonces puedes agradecerme. Me pondré en contacto
contigo si encuentro algo útil. Me alegraré cuando este psicópata en particular
muera y deje de molestar en mi ciudad. —Con esto, me hace un gesto con la
mano para que salga de su despacho y me cierra la puerta en las narices.
Creo que es la única maldita persona del planeta que puede salirse con la
suya.
De camino al auto, se me escapa una risita que resuena en las paredes de
su enorme casa cuando sus palabras resuenan en mis oídos.
Su ciudad.
Deja que uno de los asesinos en serie más conocidos reivindique Nueva
York y actúe como el rey cuando el propio King es tratado como un objeto.
Ah, Lachlan.
En otra vida, podríamos haber sido amigos, pero en esta, siempre sere-
mos conocidos.
Porque no puede haber dos reyes que coexistan entre sí.

Phoenix

—Así que, en resumen, no hay nada de qué preocuparse —concluye Ra-


fe—. Los médicos dijeron que tuve suerte que el objeto afilado no tocara la ar-
teria C algo, o podría haber iniciado una hemorragia importante.
—Arteria carótida —le corrijo por costumbre. Me volvía loca que la gen-
te no supiera utilizar correctamente los términos médicos. Pero aún no me con-
vencen sus palabras, ya que está demasiado pálido.
Tiene la cabeza envuelta en un vendaje, probablemente por precaución,
ya que la herida es todavía nueva y no quieren que se infecte.
En ese momento, una enfermera entra en la habitación del hospital, lle-
vando una bandeja con comida para mi sorpresa, ya que los hospitales suelen
tener personal especial para entregarla, y le pregunto:
—¿Le han hecho un TAC1? ¿Cuáles son los resultados?
Ella parpadea.
—El médico dijo que no había ninguna razón para ello.

1
Es un examen médico de diagnóstico por imágenes.
—¿Ninguna razón? —La incredulidad recubre mi voz mientras la ira
estalla en mi interior ante semejante estupidez. Puede que Rafe esté bien en
apariencia, pero la caída junto con el golpe podrían haber provocado varios ti-
pos de lesiones cerebrales o vasculares.
Si tiene una hemorragia cerebral no diagnosticada, no podrán hacer una
mierda para salvarlo.
—Te dije que estoy bien —dice Rafe y luego le guiña un ojo a la joven
enfermera que se sonroja bajo su mirada—. ¿Esto es puré de patatas? Me parece
muy bien. Dios, si supiera que venir al hospital significaría comer como un rey,
me habría roto algo hace mucho tiempo.
—¿Podría llamar al médico que está de guardia ahora mismo? Me gusta-
ría preguntar por un TAC.
—Claro, por supuesto. La Dra. Sawyer debe estar por aquí.
Me quedo inmóvil ante la mención del conocido nombre, preguntándome
si es posible que esté aquí precisamente, pero luego me río en voz baja.
Leiken consiguió el puesto de psiquiatra de plantilla en nuestro antiguo
hospital en cuanto me quitaron la licencia. Trabajar allí era un sueño hecho re-
alidad para ella; de ninguna manera habría renunciado a un trabajo en uno de
los mejores hospitales del país para venir aquí. Tenían uno de los mejores prog-
ramas de becas de Estados Unidos. El sillón era demasiado cómodo para que el-
la lo dejara.
La enfermera desaparece y Rafe me aferra las manos, apretándolas.
—Estoy bien, Phoenix. El cabrón solo me ha sorprendido. Si no, créeme,
habría sido él el que estuviera tirado en el suelo —me tranquiliza con una sonri-
sa de niño, y me relajo un poco; una parte de mí está tensa desde que lo manda-
ron al hospital.
—Tenemos que contarle esto a tu hermana.
Rafe casi salta de la cama ante esto, y tengo que empujarlo hacia atrás
para que se apoye en la almohada.
—¡No! —grita, y yo frunzo el ceño—. No la llamemos, ¿de acuerdo? Se
preocupara por nada.
—Estás herido.
—Sí, y ella no puede ayudarme desde la cárcel, ¿verdad? Así que dej-
émoslo. —La ira reluce en sus ojos -un contraste tan grande con su estado de
ánimo anterior- y él debe darse cuenta también porque suaviza su tono—. No
quiero hacerla sentir impotente por no poder hacer nada por mí.
Todo en mi interior se rebela ante la idea. De haber estado en su lugar,
habría preferido saberlo, pero tal vez sus palabras tengan algún mérito. Él está
bien, así que, ¿por qué preocuparla?
—Está bien, si tú lo dices. —Exhala aliviado, listo para agregar algo
más, cuando escuchamos voces que vienen desde la distancia, cada vez más
cerca de la puerta.
—Así que preguntó si se había hecho un TAC —dice la enfermera—, y
no se hizo.
—¿Quién estaba de turno durante ese tiempo?
—El Dr. Smith.
—Ugh, sí, está bien. Entonces, programemos una tomografía computari-
zada a primera hora y llámame con los resultados una vez que haya terminado.
—De acuerdo.
En un segundo, entran a la habitación. El sonido de su voz fue suficiente
para confirmar quién era.
Ella se trasladó aquí después de todo.
Leiken sonríe alegremente, la típica sonrisa de médico que tienes que
entrenar para tener que aliviar a los pacientes, incluso si estás teniendo un día
de mierda con causas perdidas.
—Quiero disculparme por… —Se detiene abruptamente, sus ojos se ag-
randan cuando aterrizan en mí, y se cubre la boca con la palma, mirándome en
estado de shock, mientras la enfermera y Rafe miran entre nosotras probable-
mente tratando de adivinar qué está pasando.
Habíamos sido amigas durante años antes que ocurriera el accidente, in-
separables a pesar de nuestra diferencia de edad de tres años y siempre unidas
sin importar nada.
Innumerables recuerdos juntas, lo bueno, lo malo y lo feo envueltos en
un hermoso mundo llamado amistad que habíamos jurado que duraría toda la
vida.
Pero con ella frente a mí, entre todos estos recuerdos, solo destaca en mi
mente uno, podrido en su naturaleza y que echó a perder todo lo anterior.
La lluvia torrencial cae sobre mí mientras sigo ciegamente el camino ha-
cia la casa de Leiken, sin prestar atención a los autos que pasan y envían agua
desde debajo de los neumáticos en mi dirección.
Estoy empapada; unas gotas más y las manchas no importarán.
La acera está iluminada por varias farolas por encima de mí, la única
fuente de luz en mi miserable estado ahora mismo después que Sebastian me
dejara y me envió los papeles del divorcio junto con una nota para salir del áti-
co que es de su propiedad.
La maleta roja se arrastra tras de mí mientras tiro de ella, rodando por
la acera con fuerza, chocando con cada grieta del pavimento.
He conseguido meter algunos papeles junto con mis diplomas y mi pij-
ama. Todo lo demás, lo ha destruido, así que no veo ningún sentido en llevar la
ropa rota.
No hay nada que salvar, al igual que nuestro matrimonio.
Las lágrimas corren por mi mejilla. No me molesto en limpiarlas mient-
ras pienso cómo voy a explicárselo todo a mi mejor amiga, que probablemente
matará a Sebastian en cuanto se entere.
Ella me protege ferozmente, alegando que soy demasiado buena para mi
propio bien y que por eso la gente se aprovecha de mí.
Al menos en esta vida inútil de ahora, la tengo en mi rincón, alguien con
quien puedo quedarme hasta que todo esto termine.
Creo en la justicia y en la verdadera investigación. Creo que descubri-
rán lo que realmente ocurrió aquella noche y me liberarán de todas estas acu-
saciones.
Y entonces podré dar a luz a mi bebé con seguridad, construyendo mi vi-
da de nuevo.
Sin Sebastian en ella, porque ahora nunca lo aceptaré.
Diez minutos más y llego al pequeño apartamento en las afueras de la
ciudad, exhalando de alivio cuando veo que las luces están encendidas. Está en
casa; esperarla afuera con este tiempo habría sido horrible.
No para mí, sino para mi pequeña bolita.
—Tienes la mejor tía, mi pequeña —susurro a mi estómago y lo acaricio
suavemente antes de acercarme a la puerta, solo para sentirla vibrar con la
música y las risas que vienen de dentro.
Hago una pausa con mi puño a punto de golpear, reflexionando sobre
esta información y esperando no interrumpir uno de los ratos que ella y Scott,
su cardiocirujano follador, pasan juntos.
Llamo varias veces antes que la puerta se abra y me reciba una risueña
Leiken con una copa de vino en la mano.
Su boca casi se abre al verme, y la diversión se esfuma, junto con la mú-
sica que se apaga cuando todos me ven de pie en la puerta.
Y por todos, quiero decir, casi todos nuestros compañeros de trabajo del
hospital están aquí, claramente celebrando algo.
Pero a mí no me han invitado.
—Phoenix —dice Leiken—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Estás celebrando algo? —pregunto débilmente, con la inquietud que
me produce lo distante que es su voz y el hecho que no me haga entrar en su
casa, a pesar de mi estado empapado.
—Bueno, um… Bueno… —Resopla, sus mejillas se calientan como si no
pudiera expresarlo, y Sam que aparece por detrás de ella lo hace por ella.
Ni siquiera intenta ocultar el desprecio en su voz.
—Sí, el jefe le ofreció un puesto. —Levanta la barbilla y se cruza de bra-
zos, actuando de forma protectora sobre ella—. La pregunta es, ¿qué estás ha-
ciendo aquí?
—¡Sam! —exclama Leiken, pero veo que varias personas asienten con la
cabeza, aunque se quedan calladas, ya sea porque no quieren interferir o por-
que disfrutan del espectáculo.
—¿Qué? No puedes pensar que está bien que esté aquí. Casi puso en pe-
ligro todos nuestros trabajos con esa demanda pendiente sobre la cabeza del
hospital.
—Sí —grita alguien desde el fondo. Sin embargo, los bloqueo a todos y
me concentro solo en mi mejor amiga, que me defenderá.
Estoy tan cansada de defenderme. Solo quiero que esté de mi lado. Que
cualquiera esté de mi lado, en realidad.
Pero mi amiga se mueve inquieta y murmura:
—Tienen razón. Tienes que irte, Phoenix. —Y antes que pueda comentar-
lo, Sam me cierra la puerta en las narices mientras me quedo de pie frente a el-
la con la lluvia aun cayendo sobre mí.
Si mi vida es un tablero de ajedrez… estoy sola en mi parte del tablero
mientras el bando de Zachary King tiene un ejército completo dispuesto a dest-
rozarme.
—Debería haber adivinado que eras tú. Siempre fuiste muy analítica con
las tomografías. —Leiken rompe el silencio que se extiende entre nosotras y
sonríe tímidamente—. Desde aquel primer caso, ¿verdad? Se nos olvidó, y el
cirujano jefe nos hizo realizarlo.
—¿Y piensas eso, porque me conoces tan bien? —Ella baja la mirada an-
te mi tono áspero, y me vuelvo para mirar a Rafe, que todavía nos observa con-
fundido—. Me voy a ir ahora, pero te llamaré más tarde para ver cómo estás. —
No puedo quedarme aquí mucho tiempo. James ya me ha informado que Zac-
hary ha ordenado veinte minutos para la visita y que después de eso me vaya.
¿De verdad cree que el sospechoso me atacará aquí de todos los lugares?
—Gracias por todo —me dirijo a la enfermera, paso por delante de Le-
iken y salgo corriendo al pasillo, dispuesta a salir de este lugar.
El fuerte golpeteo de las zapatillas resuena en el pasillo mientras Leiken
llama detrás de mí:
—Phoenix, espera.
—Ahórratelo, Leiken. Sea lo que sea, no quiero oírlo —le digo, manteni-
endo mi ritmo y atravesando el ala neurológica vacía antes de girar hacia la par-
te administrativa del edificio, donde un sinfín de personas están hablando, tra-
tando de averiguar dónde están los pacientes, y las enfermeras que están al telé-
fono o clasificando todo para los pacientes.
Básicamente, la parte más concurrida del hospital.
Dirijo mi mirada hacia las puertas dobles con el llamativo letrero de sali-
da, pero Leiken se las arregla para agarrarme del codo, haciéndome girar hacia
ella, resoplando con fastidio le arrebato el brazo.
—Por favor, escúchame.
—Leiken, ¿eres sorda? No quiero. —Ella se estremece ante mi declaraci-
ón—. O se trata de una excusa o de una disculpa y el deseo de volver a conec-
tar. —A juzgar por su expresión, supongo que es lo segundo—. Ninguna de las
dos opciones funciona para mí. Así que no prolonguemos lo inevitable y termi-
nemos aquí.
—Phoenix, si me das una hora de tu tiempo, puedo explicarte lo que ha
pasado.
Una risa vacía se me escapa ante esto.
—No hay nada que explicar. —La detengo cuando abre la boca para dis-
cutir eso—. No se trata sobre que hubieras aceptado el trabajo. Te lo merecías;
eres una de las mejores. —La sorpresa cruza su rostro ante eso—. Es porque te
pusiste del lado de todos los demás mientras me llamaban asesina.
—No acepté el trabajo —dice como si eso tuviera que significar algo pa-
ra mí—. Quiero decir, lo hice, pero no podía seguir trabajando allí. No con todo
el mundo escupiendo mierda sobre ti. —Resopla con frustración, tirándose del
cabello—. Este no es el lugar para hablar de esto. Por favor, déjame explicarte,
por el bien de nuestra pasada amistad.
—En lo que a mí respecta, no teníamos una para empezar.
—Phoenix —susurra, pero ya he terminado con esta mierda.
Solo porque la verdad ha salido a la luz y todo el mundo sabe lo que real-
mente pasó, las variables en esta ecuación no cambian. Así que espero por Dios
que Sebastian y Leiken difundan que no quiero penas de nadie.
El perdón no arregla nada.
Varios pasos largos y estoy volando a través de la puerta, saludando al
aire helado en mis pulmones, dando la bienvenida al frío, que tiene el poder de
borrar todo lo demás de mi mente, pero mi indulto no dura mucho.
El hombre que me persigue en mis pesadillas y me acosa en mi realidad
se encuentra frente a mí, apoyado en un deportivo rojo, con los lentes de sol en
la nariz ocultando su expresión.
Lleva vaquero negro y camisa junto con una chaqueta de cuero que le da
una vibra de chico diabólicamente malo que promete todo tipo de cosas de él.
Capítulo 14
—Cuando llegamos tarde, un minuto pasa muy rápido.
Cuando llegamos temprano, un minuto parece una eternidad.
Un minuto.
Un minuto que cambió para siempre mi vida y la suya—.
~Phoenix

Nueva York, Nueva York


Phoenix, 18 años

Mirando el reloj de mi teléfono una vez más, suspiro con fuerza y apoyo
la barbilla en el balcón que da al mirador del edificio Empire State mientras
mis ojos beben la belleza que se abre ante mí.
A esta altura, es imposible no apreciar la magnífica ciudad que es Nueva
York, con sus altos edificios y los miles de vehículos y personas que pasan bor-
rosamente, con diferentes luces que iluminan la acera. Casi puedo oler los deli-
ciosos olores de los distintos locales de comida y escuchar la música que sale
de los altavoces de los músicos callejeros y las risas de la gente que ha venido
con amigos o como turistas para llenarse de la energía que proporciona esta
ciudad.
Aunque me juré no volver aquí, ya que la vida en la casa de acogida era
infernal, comprendo con claridad que fue una promesa estúpida, porque mi co-
razón revolotea cada vez que miro a mi alrededor.
Nueva York es mi hogar, y pienso volver a él cuando termine mis estudi-
os, construyendo aquí una vida tan diferente a la que tenía antes.
Tal vez por eso la idea de conocer a Zach surgió en mi mente y no la sol-
tó hasta que sucumbí a mi deseo interior y le escribí ese estúpido correo elect-
rónico.
—Eres una tonta, Phoenix —¿Realmente creíste que vendría aquí hoy
para explorar…? Ni siquiera sé cómo llamar a nuestra relación.
¿Amistad? ¿Un guardián de secretos con el que puedes compartir esos
oscuros secretos sin querer derramarlos a alguien de tu vida real?
Resoplo con exasperación, mirando mis botas hasta la rodilla, mi vesti-
do de lana y mi abrigo largo y cálido, uno de los mejores conjuntos que poseo,
por no hablar de mi cabello secado por un estilista que en estos momentos está
moviéndose en diferentes direcciones, echando a perder todo ese esfuerzo.
Me esforcé al máximo para esta reunión, queriendo estar bien para un
chico que probablemente siempre me vio como un caso de caridad. ¿Quizás era
una novedad entre todos los otros niños ricos con los que se relaciona a di-
ario?
Mi mano envuelve el collar en mi cuello, mi único regalo de graduación,
recordando que este chico también fue el que me animó durante mi peor mo-
mento.
Mi teléfono suena y veo el nombre de Leiken parpadeando en la pantal-
la. Presiono el botón para contestar, poniendo el teléfono lejos de mi oído cu-
ando me grita.
—¡Son las cuatro y media! ¿Cómo va la cita? —El miedo me invade ante
la perspectiva de decirle la verdad, que el tipo probablemente me dejó plantada
y que ella tenía razón todo el tiempo. Pero se toma mi silencio como una respu-
esta diferente—. Lo sé, lo sé. No debería llamar. Pero quería asegurarme que
no es un psicópata. Hoy en día, nadie lo sabe. —Durante un segundo, contemp-
lo lo que dice y me pregunto si debería usar esto como excusa para cerrar este
tema de una vez por todas.
Puedo fingir que nos conocimos y que él empezó a comportarse como un
idiota, lo que me llevó a salir corriendo, sin querer volver a hablar con él. Una
buena historia de portada en la que no parezco una idiota que creyó que este
tipo de cuento de hadas sucede en la vida real.
Por desgracia, no sé mentir ni una mierda, así que exhalo con fuerza y
ella susurra:
—Oh, no. ¿El imbécil no vino?
—No. —El viento me da una bofetada en la mejilla cuando me alejo de
la vista y enfoco mi mirada hacia la salida, preparada para salir disparada pe-
ro inmóvil—. No creo que sea un imbécil. —No puedo creer que lo esté defendi-
endo, pero allá vamos. Las viejas costumbres deben morir con fuerza—. Pro-
bablemente pensó que no me tomé en serio sus palabras. O llega tarde. La vida
pasa, ¿no? —pregunto con esperanza en mi voz, necesitando que me convenza
que sí, es posible que llegue tarde y no me deje plantada.
Quizás por eso no me muevo. Solo quiero esperar un segundo más y ver-
lo. No sé por qué lo necesito. Después de todo, no somos nada el uno para el
otro, pero…
A veces parece que estamos conectados en un nivel más profundo. ¿Cu-
ántas personas se conocen en la infancia y mantienen esa conexión durante
años, a pesar de estar a mundos de distancia, figurada y literalmente?
¿Ridículo e infantil? Sí.
Pero eso no cambia lo que siento.
Leiken no me deja permanecer en mis ilusiones por mucho tiempo, su
voz áspera penetra a través de mis sueños y los aplasta tan fuerte que se dis-
persan invisiblemente por mis pies.
—Nena, han pasado casi treinta y cinco minutos. No va a aparecer, pero
comprueba primero tu correo electrónico. Si se retrasa de verdad, te lo habría
hecho saber. —Espera un momento antes de añadir, esta vez más suavemente—
: Démosle el beneficio de la duda. Pero si no hay correo electrónico, vete. Llá-
mame cuando te dirijas al aeropuerto. —Me cuelga, y rápidamente compruebo
mi correo electrónico solo para encontrarlo vacío.
Y con esto, mi corazón se estremece dolorosamente junto con la decepci-
ón que corre por mis venas, hundiendo sus garras en mí con tanta fuerza que,
por alguna razón, las lágrimas se forman en mis ojos y quiero llorar.
Tendría que haber sabido que no debía esperar que me ocurriera algo
mágico; lo que tengo es el resultado del trabajo duro y la determinación.
Pero, por un momento, me atreví a tener la esperanza de volver a cono-
cer a ese chico que se convirtió en hombre, y tal vez esto fuera explicado por
qué salía con chicos pero nunca quería estar realmente con ellos.
¿Creía que Zach era mi príncipe azul dispuesto a reclamar a la princesa
como suya y que entonces tendría una historia de amor como en las películas?
Qué ingenua. Si se lo cuento a la gente, probablemente pensarán que he
perdido la cabeza.
Golpeando con la mano en la barandilla del balcón, froto la pulsera en
mi muñeca y cierro los ojos, levantando el rostro hacia el duro viento, dando la
bienvenida al aire gélido que se clava en mis pulmones y permitiendo que el
frío me congele y bloquee todas las emociones.
Zach.
Has acabado siendo una persona más que me ha dejado. Nunca me pro-
metiste nada, y te construí en mi cabeza… todo por mi cuenta.
Con una última mirada a la magnífica vista, finalmente hago que mis pi-
ernas se muevan hacia el ascensor que me llevará a la planta baja y no presto
atención a mi entorno, bajando la mirada para que nadie vea la única lágrima
que se desliza por mi mejilla.
Aprieto el botón del ascensor, sin saber una cosa monumental.
Un minuto.
Si hubiera esperado un minuto más…
Habría visto cómo se precipitaba al interior desde las escaleras sosteni-
endo un ramo de orquídeas, mis flores favoritas, mientras su abrigo se abría
tras él, porque tenía mucha prisa por verme.
Habría visto cómo buscaba frenéticamente entre un sinfín de personas,
tratando de averiguar cuál de las mujeres le recordaba a la chica que vio dos
veces en su vida.
Habría visto cómo maldecía a su teléfono, porque la batería se había
agotado hace tiempo, y cómo se pasaba los dedos por el cabello, tirando de él,
extrañamente furioso consigo mismo por haber faltado a esta cita, aunque sus
propias emociones le confundieran.
Habría visto y experimentado muchas cosas.
Pero no esperé.
Y en esto, nuestros destinos fueron por caminos separados hasta que
chocaron en el evento más inesperado.

Phoenix
—¿Qué haces aquí? —pregunto, mirando a mi alrededor en busca de
James, ya que prometió dar unas cuantas vueltas al hospital y esperarme a un
lado de la puerta principal para no bloquear la salida de las ambulancias.
No estoy segura de cómo planeaba lograr eso, pero no me extrañaría que
Zachary no instalara algún dispositivo o aplicación en este teléfono para rastrear
todos mis momentos, ¡el maldito fanático del control!
—James tenía que irse. —Se separa del deportivo, acercándose a mí cu-
ando me detengo bruscamente. Me encuentro con su mirada mientras las puntas
de sus zapatos de cuero chocan con las mías, su aroma masculino me agita las
fosas nasales con una ráfaga de viento.
Su cercanía envía conciencia a través de mí, la piel se me pone de gallina
mientras mi cuerpo recuerda cómo hace unas horas este hombre me tenía entre
sus brazos, proporcionándome el placer del que me he visto privada durante
tanto tiempo.
Un dolor de cabeza comienza en la parte posterior, y masajeo el lugar,
haciendo una pequeña mueca, ¿o tal vez es así como se siente el verdadero odio
a uno mismo?
Como si estuviera en la distancia, le oigo continuar:
—Además, quería ver cómo estabas. Ya que aparentemente te has propu-
esto evitar mis llamadas. —No parece que le guste que no haya contestado al
teléfono cada vez que su nombre aparecía en la pantalla. ¿Qué esperaba?
¿Qué le cantara serenatas después de lo de anoche y que adorara el suelo
que pisa?
La rabia hierve en mi interior y le digo bruscamente:
—No necesito una niñera. —Pero hago una mueca de dolor de nuevo cu-
ando el latido se intensifica, y luego sus dedos atrapan mi barbilla, levantándo-
la, sus ojos esmeralda taladrándome como si buscaran pistas sobre lo que me
hace sentir tan incómoda.
Para encontrar una respuesta, todo lo que tiene que hacer es mirarse al
espejo.
—¿Estás bien? —Su pulgar se desliza sobre mi piel antes de tomar mi
mejilla, inclinando mi cabeza hacia atrás para examinar mi rostro—. Estás…
—Bien —le digo, apartando su mano de una palmada y alejándome del
abrazo que está a punto de forzarnos—. Estoy bien. Además, el dolor de cabeza
siempre comienza cuando estás presente. Imagínate.
La comisura de su boca se contrae.
—Sabes que dicen que nos duele la cabeza cuando experimentamos ira o
rabia extrema y no la dejamos salir. Entonces el cuerpo empieza a atacarse a sí
mismo. —Se inclina más cerca y me retira un mechón de cabello de la cara y lo
coloca detrás de la oreja—. Entonces, ¿quién ha inspirado esas emociones?
Inclinándome hacia atrás, resoplo con exasperación.
—¿Y cuál es esa teoría? ¿Una medicina oriental o psicológica? —El sar-
casmo se apodera de mi voz, aunque estoy de acuerdo con él hasta cierto punto.
Como me ha demostrado el estudio de la mente, a veces nuestro dolor físico pu-
ede ser el resultado del estrés experimentado en la vida que nos afecta tanto que
no sabemos cómo afrontarlo.
—Oh, no —susurra Zachary con dramatismo, poniendo la palma de la
mano extendida sobre su corazón, y suspira—. Eres uno de esos médicos que
reniegan de cualquier otro estudio y miran por encima del hombro a todos los
demás.
—Sí, alerta a los medios de comunicación —le digo y vuelvo a dar un
respingo cuando el dolor se instala en mi cuero cabelludo, enviando punzadas
de dolor por toda mi piel como si me inyectaran miles de agujas a la vez—.
¿Qué quieres? Vamos a acortarlo, ¿de acuerdo? —Por suerte, he conseguido
meterme en el bolsillo algunas de las propinas de ayer, así que tengo suficiente
dinero para tomar un taxi de vuelta a casa, pero no sé si es una buena idea.
Odio quedarme con Zachary en su mansión, dando poder de nuevo a mi
atormentador y enviando esencialmente un mensaje al sospechoso que soy una
cobarde que se esconde detrás de cualquiera y de cualquier cosa para mantener-
me alejado de él. Su ego recibirá un golpe; de eso estoy segura.
Por otro lado, ¿y si Zach tiene razón y puede atacarme, o peor aún, secu-
estrarme, para utilizarlo en algún plan que implique a Emmaline?
Al pensar en la preciosa niña siendo lastimada, mi corazón se acelera do-
lorosamente y consume mi mente, casi haciendo que parezca que la idea de
Zachary de permanecer unidos no suena tan mal.
De hecho, tiene mucho mérito y ventajas.
Pero lo odio.
No impidió que te lo follaras anoche.
La vocecita en mi cabeza es implacable, no me deja esconderme de lo
que ocurrió entre nosotros, y ese es el problema.
No estoy segura que si nos mantenemos cerca el uno del otro el sexo sal-
vaje no se repita. Desgraciadamente para mí, la atracción entre nosotros existe
en un nivel animal que no tiene nada que ver con las emociones y, en esto, me
hace casi inútil contra ella.
—¡Phoenix! —Leiken grita por detrás de mí, y Zachary mira por encima
de mi hombro, frunciendo las cejas antes que el reconocimiento se instale en
sus rasgos, lo que no me sorprende.
El hombre probablemente lo sabe todo sobre mi vida, hasta mi talla de
zapatos o lo que he desayunado.
—Así que por eso te duele la cabeza —susurra y luego abre la puerta del
auto, ordenando—: Entra. Si no quieres hablar con tu ex amiga que está corri-
endo hacia nosotros ahora mismo, te sugiero que me escuches.
Me encantan todas estas opciones que me da la vida, cada una más cutre
que la otra, y sin decir otra palabra, me meto dentro mientras Zachary cierra la
puerta y lo rodea para tomar su propio asiento, cerrando las puertas con el clic
del botón justo cuando Leiken nos alcanza, golpeando la ventana y gritando:
—¡Phoenix, por favor, escúchame!
Mis manos se cierran sobre mi regazo y aprieto los ojos, no queriendo
escuchar su voz que me trae de vuelta al momento más bajo de mi vida.
—Conduce —le susurro a Zachary, y él lo hace, el auto cobra vida al ins-
tante y se aleja a tal velocidad que probablemente sea ilegal.
A medida que nos alejamos más y más del hospital, la tensión se me es-
capa y apoyo la cabeza en la ventana, pensando en que mi vida se ha complica-
do mucho.
Porque ante cualquier problema que se me presente… el diablo siempre
acude al rescate.
Y de alguna manera, en esos momentos, su infierno parece un buen lugar
para estar. Al menos allí, todos son honestos.
En comparación con los santos, las personas que usan sus hermosas más-
caras, solo para mostrar su verdadera naturaleza en el momento en que cometes
errores.
Dicen que los santos siempre se sienten atraídos por los pecadores, ansi-
ando cruzar la línea del lado oscuro y alimentar su curiosidad por los pecadores
que disfrutan de todos los placeres que ofrece este mundo.
Pero, ¿qué hacer cuando uno mismo es un pecador?

Zachary
En el momento en que entramos al restaurante, veo que varias cabezas
giran en nuestra dirección con las mandíbulas abiertas. Hay murmullos disper-
sos que resuenan en el lujoso espacio elevándose por encima de la música clási-
ca procedente de los altavoces del techo.
Phoenix mira a su alrededor, con los ojos ligeramente abiertos mientras
estudia el entorno, y me pregunto si Sebastian la ha traído alguna vez a lugares
como este.
Él nunca fue rico para mi estándar, pero tiene dinero, por lo que las puer-
tas de todas los locales exclusivos deben haber estado abiertas para ellos.
Por otra parte, por la bestia que ruge en mi interior, prefiero no pensar en
lo que Phoenix hizo o dejó de hacer con su ex marido.
—El dueño se puso las pilas con este —dice y luego parpadea—. Dios
mío, ¿esa araña está hecha de diamantes?
—Cristal caro, pero según una leyenda, por supuesto, son diamantes —le
digo en broma, intentando ver el establecimiento desde la perspectiva de un re-
cién llegado.
Tiene muebles de color beige repartidos por todo el perímetro del espa-
cio rectangular en la azotea del edificio. Sobre las mesas redondas, rodeadas de
cuatro sillas, hay jarrones rosas con tulipanes.
Una cubierta de vidrio sirve como techo del lugar, lo que permite que los
rayos de sol lo iluminen, haciéndolo casi resplandecer y dándole un aspecto so-
fisticado de un siglo anterior, cuando este tipo de diseños adornaban todas las
lujosas casas.
Los camareros llevan uniformes blancos y negros con zapatos de piel que
no hacen ruido sobre el parquét, sin molestar a los clientes con sus constantes
chasquidos mientras corren de un lado a otro entregando todos los pedidos.
Uno de ellos, el que suele servir mi mesa cada vez que decido venir aquí,
me ve desde lejos y me saluda con la mano, precipitándose hacia mí antes que
alguien pueda indicarnos una mesa.
Normalmente, hay que tener una reserva con semanas de antelación para
entrar; siempre está lleno de personas sin importar el día o la hora. Además, el
restaurante no es tan grande. El espacio cerrado crea una sensación de urgencia
aún mayor, porque el deseo de la gente de entrar es aún mayor al sentirse espe-
cial e importante por haber conseguido una mesa.
Este restaurante se basa en un marketing brillante. Debería saberlo, ya
que invertí millones cuando uno de los propietarios me hizo una propuesta.
—Sr. King —me saluda Betty y luego cambia su mirada hacia Phoenix
por un breve segundo, la sorpresa destella allí, pero rápidamente relaja sus ras-
gos. Después de todo, nunca había traído a una mujer aquí antes, además de mi
esposa—. Estoy muy feliz de verlo de nuevo. Por favor, entre. Su mesa está lib-
re como siempre.
Las cejas de Phoenix se alzan ante esto, pero no dice nada. Caminando
detrás de mí mientras pasamos entre todos los curiosos, no me pierdo unas cu-
antas fotos tomadas rápidamente antes de sentarnos en nuestra mesa. Desde la
esquina, la vista se abre al panorama de la ciudad, mostrando la magnificencia y
la belleza de todo, y al estar tan alto, casi parecemos estar flotando en el aire.
Betty pone los menús delante de nosotros y pregunta:
—¿Le gustaría comenzar con alguna bebida? —En este caso se dirige a
Phoenix, porque mi pedido nunca cambia.
—Sí, me gustaría una taza de té, por favor.
Betty asiente y se apresura a buscarla mientras yo me apoyo en la silla,
viendo como evita mi mirada, toma el menú y lee con fingido interés.
—Aquí tienen unos pasteles deliciosos. —Decido iniciar la conversaci-
ón, jodidamente harto del juramento silencioso que parece haber hecho en el
auto.
Ni siquiera se preguntó a dónde íbamos; así de grande era el deseo de
alejarse de Leiken, y me hace preguntarme qué diablos pasó ahí.
¿O era otra disculpa que ella no quería?
No puedes dejar a esta mujer durante cinco minutos sin que los buitres
quieran arrebatarle un poco de su alma, ¿y todavía se pregunta por qué he veni-
do por ella?
Puede que Phoenix no lo sepa, pero es extremadamente frágil. Si no es lo
suficientemente cuidadosa, el colapso ocurrirá. Su ataque en la oficina del FBI
lo demostró. Cuando una persona retiene el dolor en su interior durante tanto ti-
empo… es solo cuestión de tiempo que todo explote, y no va a ser algo bonito.
Sin embargo, me quedaré a su lado a pesar de todo, sujetando su mano
con fuerza y dándome una razón para vivir.
Ella no reacciona a mi sugerencia, pasando las páginas a las pastas, y
continúa estudiándola.
Bueno, entonces, si ella quiere jugar sucio, no me importa.
Cualquier cosa menos este jodido silencio que me irrita, llevándome at-
rás en el tiempo hasta los pitidos de una máquina que resuenan en la casa mi-
entras mamá yace inconsciente en su cama, porque la medicación no servía de
nada.
—Tuvimos sexo anoche. No puedes borrar eso de mi memoria ni de la
tuya ignorándome o evitándome. —Se queda quieta; su dura inhalación llena el
espacio entre nosotros antes que sus furiosos ojos, recordándome al chocolate
fundido al que una persona puede volverse adicta, se encuentren con los míos—
. Puedes negarlo todo lo que quieras, pero te has librado. Castigarnos a los dos
por un sexo fenomenal parece un poco extremo, ¿no crees? Sobre todo cuando
tenemos que discutir nuestra pequeña situación. —Aunque en este momento,
nada me apetece más que atraerla hacia mí y hundir mis dedos en su cabello mi-
entras mi boca se da un festín con la suya, sometiéndose en cuanto nuestros la-
bios conectan.
Aunque no tenga más que insultos que decirme cuando no es así.
Tira el menú, apoya los codos sobre la mesa y se inclina más cerca para
que no pierda ninguna de sus palabras. —Vamos a dejar algo claro. Tuvimos
sexo, y eso es todo. No tenía nada que ver con lo que realmente quería. Mi cu-
erpo lo quería. Cualquiera lo hubiera hecho, Zachary, así que si yo fuera tú, no
sería tan engreído ni alardearía de ese hecho en mi cara. No seas patético. —
Con estas palabras suspendidas en el aire, agita el menú hacia Betty que viene
con mi café negro y el té de Phoenix, poniéndolos en la mesa rápidamente—.
Quisiera pasta penne. Trae la que consideres mejor.
—Por supuesto. Su filete estará listo en unos veinte minutos, Sr. King.
—Con una sonrisa amable, se dirige a la mesa de al lado, tomando sus pedidos.
—Sigue diciéndote eso, cariño —digo, y la taza de té de Phoenix se deti-
ene a medio camino de su boca—. Fui yo quien te excitó con mi lengua, mis de-
dos y mi polla anoche, y sé cuando una mujer quiere a un hombre.
—Basta —sisea ella, y yo levanto mi café para brindar por ella, mi voz
bajando unas octavas.
—Ni siquiera he empezado, cariño.
Ella gime de frustración, golpeando su taza sobre el platillo, y este suena
ruidosamente, derramando un poco sobre el plato.
—Está bien, ¿sabes qué? Por el bien de mi cordura, hagamos una tregua.
—Exhala una pesada bocanada de aire antes de continuar—: Tenemos un prob-
lema que debemos solucionar, y por desgracia eso implica pasar tiempo juntos.
Trago el sabor amargo del café, chasqueando los labios.
—Es lamentable solo para ti. Me lo estoy pasando como nunca.
Ella ignora mi afirmación.
—No puedo funcionar así. Esperando el momento que el sospechoso qui-
era atacar. Así que acordemos no enfadarnos deliberadamente entre nosotros,
¿de acuerdo? —Ella levanta su dedo índice cuando quiero comentar sobre
eso—. Nada de hablar de sexo o de mi odio hacia ti. No nos lleva a ninguna
parte, ¿y la supuesta cooperación que quieres? No funcionará en el entorno ac-
tual, ¿de acuerdo? Basta, por favor. —No sé cómo reaccionar a eso.
Tal vez porque no he conocido a una mujer que se haya resistido a mí o a
mis encantos, saliendo de su camino para señalar que me desprecia. Mi riqueza,
mi aspecto o mi generosidad no la seducen, sino que la repelen. Es cierto que
nunca le he dado ninguna razón para que le guste, pero, ¿cuán jodidamente fas-
cinante es eso?
Atraer la atención de la mujer que te odia a muerte, preciosa en su belle-
za y con la fuerza que irradia.
No me extraña que Sebastian la amara como un loco.
—¿Y bien? —incita cuando permanezco en silencio—. ¿Tenemos una
tregua?
—Solo para asegurarme que lo he entendido bien. No podemos hablar de
sexo. ¿Y eso es todo? —Ah, esto es demasiado bueno para ser verdad, pero me
pregunto si se da cuenta del error que está a punto de cometer conmigo.
No me llaman despiadado por nada. Si hay algún tipo de negociación, se-
ré el ganador que se lleve el premio más alto.
Aunque tenga que construir toda una estrategia con varios señuelos es-
condidos en los lugares más inesperados.
Frunce el ceño y se muerde el labio inferior, confundida por mi pregunta
por el aspecto de la misma
—Sí.
Mi boca se curva en una sonrisa, mientras me inclino más para que nu-
estras caras estén a centímetros de distancia la una de la otra, y veo cómo algu-
nas mujeres que están a unas mesas de distancia jadean.
—Entonces tienes tu tregua. —Ella parpadea, la sospecha llenando sus
orbes marrones mientras me inclino hacia atrás, levantando mi café y aspirando
el olor—. Ahora hablemos, ¿de acuerdo?
Asiente y saca del bolsillo el teléfono que le di, poniéndolo en el centro
de la mesa mientras abre una aplicación para escribir.
—De camino al hospital, tomé un par de notas sobre todo lo que tenemos
hasta ahora, para construir un retrato del sospechoso en nuestra cabeza y así po-
der tener algunas pistas. —Se desplaza por un par de ellas; la mayoría coinciden
con las observaciones de Lachlan.
Pero hay un punto que me llama la atención y me detengo en él, con el
dedo presionando la pantalla para ampliarlo.
—¿Podría ser una mujer? —La maldita idea nunca se me pasó por la ca-
beza, así que pregunto—: ¿Por qué lo crees?
Phoenix junta las manos.
—Nada ha insinuado realmente el género del sospechoso. Estadística-
mente, hay más asesinos en serie masculinos; sin embargo, la forma en que se
producen las muertes me descoloca.
—Tiene miedo de llegar a la víctima. Lo sé. —Gracias, Lachlan, o me
mostraría como un idiota despistado delante de esta mujer. La psicología no es
uno de mis fuertes, por mucho que estudie a los asesinos en serie—. Hay muc-
hos hombres que tienen miedo de enfrentarse a sus víctimas.
—Eso puede ser cierto, pero la forma en que mata a esas mujeres es…
como decirlo… bondadoso.
—Bondadoso —repito, mis manos se cierran con un puño sobre la mesa
cuando la imagen del cuerpo de Angelica tendido en la acera con su cerebro
derramándose por todo el concreto y la sangre brotando desde abajo y rodeando
su cuerpo llena mi mente. Su cuello retorcido en una posición extraña, porque
jodidamente se rompió.
El remordimiento cruza por un segundo en su rostro, y aprieta mi mano
por primera vez, para luego apartarla rápidamente cuando las sensaciones
punzan nuestra piel.
—Lo siento, Zachary. Sé que es difícil de escuchar. —Se lame los labios
antes de profundizar en su anterior observación—. Este sospechoso no las deja
sufrir mucho tiempo. Cuando ocurre el accidente, mueren instantáneamente por
el impacto. Creo que esa es una de las razones por las que la velocidad del
vehículo es siempre tan alta. El sospechoso no les deja ninguna posibilidad de
sobrevivir y sufrir por las heridas.
—¿Y a eso le llamas ser jodidamente bondadoso? —gruño, con la rabia
ardiendo en mi interior por revivir todos esos dolorosos recuerdos y la furia que
todo lo consume y que exige encontrar al cabrón y hacer que el sospechoso se
ahogue en su puta bondad que ha destruido tantas vidas.
—Es un nivel de compasión. Normalmente se ve en los sospechosos fe-
meninos. Este sospechoso es un psicópata, probablemente criado en un hogar
abusivo. ¿Y aun así siente pena por sus víctimas? Algunas cosas no tienen sen-
tido.
—Bueno, si se identifica con ellas, es normal.
Phoenix sacude la cabeza y sorbe su té antes de responder:
—Hasta cierto punto, sí. Estoy de acuerdo en que recrea lo que sea que
haya sucedido en su vida. Pero no se excita con la tortura. En su sufrimiento. El
sospechoso es casi gentil con ellas.
Se me escapa una risa amarga y me la trago con café, odiando a ese cab-
rón, sea quien sea, con una pasión tan fuerte que no quiero que la policía lo en-
cuentre primero.
No, quiero ser yo quien lo encuentre, para llevar a cabo mi venganza,
que será tan jodidamente fría que el cabrón deseará morir mil veces antes que
enfrentarse a mí.
Crearé un sótano con todos los mejores dispositivos de tortura del mundo
e incluso recibiré lecciones de Lachlan si es necesario, siempre y cuando garan-
tice el sufrimiento constante del sospechoso.
—Zachary —Phoenix me llama por mi nombre, y me doy cuenta que lo
ha repetido varias veces, y su voz suave y cálida me saca de mis oscuros pensa-
mientos mientras enfoco mi mirada en ella—. Sé que esta información te mo-
lesta, pero cuando hablemos del sospechoso, tienes que dejar de lado todos tus
sentimientos. Piensa en ello como un caso separado.
Todo este tono psiquiátrico que me habla como si tratara de calmar a uno
de sus pacientes hace que me abalance sobre ella.
—Es fácil para ti decirlo.
Me arrepiento de las palabras en cuanto las digo. Se quedan en el aire
entre nosotros, el dolor junto con la ira destellan en sus ojos, y sus uñas se cla-
van en las palmas, sus manos tiemblan con una furia apenas controlada.
—Sí. Porque tú eres el único al que le afectó la vida, y yo solo estoy juz-
gando en mi jodida burbuja feliz —dice y se levanta rápidamente, las patas de
la silla raspando contra el parquét, atrayendo aún más la atención de las mesas
cercanas hacia nosotros—. Eres… —gime, levantando las manos antes de mur-
murar—: Dios, dame la paciencia que no tengo. —Y se deja caer de nuevo en
su silla—. Deja de actuar como un idiota, Zachary.
—No debería haber dicho eso. —Nunca me disculpo, así que no puedo
darle las palabras que probablemente necesita en este momento, pero me pro-
meto no volver a perder los nervios en su presencia. Ya ha sufrido bastante por
ello—. Y tienes razón.
—Eso es probablemente lo más cerca que estarás de la palabra “lo sien-
to”, ¿eh? —pregunta y bloquea la pantalla de su teléfono mientras vuelve a nu-
estra conversación—. En base a toda esta información, no podemos excluir nin-
gún género de esta investigación. Eso es todo lo que tengo por ahora. Podemos
intentar ir a mi hospital y comprobar a mis pacientes, y luego pasar todos los
nombres por su sistema para ver si hay una conexión. Aunque, necesitamos per-
miso para eso, así que los agentes probablemente se encargarán de ello.
Betty elige este momento para volver, sosteniendo una bandeja pesada
con comida humeante que huele delicioso, pero me importa una mierda.
Ahora mismo, la comida está tan lejos de mi mente que me pregunto por
qué he pedido algo.
Betty vacía rápidamente la bandeja antes de salir corriendo de nuevo.
Phoenix inhala los olores de su pasta roja con mariscos por su apariencia
y clava su tenedor.
—Oh, Dios mío. He echado mucho de menos solo el olor. —Se lo lleva a
la boca y gime, cierra los ojos y saborea cada bocado, mientras yo no puedo
evitar recordar sus otros gemidos y moverme incómodo en el asiento.
No solo porque me excita, creo que tengo que estar preparado para que
hasta los pequeños detalles de ella me afecten de alguna manera, ¿y no es eso
jodidamente genial?
Pero también por la culpa que me recorre al recordar que los últimos tres
años y medio han sido un infierno para ella, donde no solo sus necesidades bá-
sicas sino también aquellas cosas que le brindan placer no fueron satisfechas.
La despojaron de todo y sin embargo sobrevivió, y no conozco a mucha
gente que no se hubiera derrumbado bajo tal peso y presión.
La presión que yo ejercía también, presionando y presionando, esperando
que finalmente se rindiera y tal vez se suicidara, demasiado cansada para luchar
contra todos.
Estos son solo algunos pensamientos oscuros que jugaron en mi mente
en los dos primeros meses después de la muerte de Angelica, pensamientos de
los que no estoy orgulloso, y que me repugnan ahora mismo.
Sin embargo, haga lo que haga, no estoy seguro de poder expiar todos los
pecados que he cometido.
Si hubiera una tierra donde los pecadores expiaran, la habría llevado allí
y le habría pedido perdón, esperando lo mejor.
Pero el perdón es como el amor; o se da libremente o no tiene ningún
sentido. No puedes forzar la emoción de alguien.
—Entiendo por qué me has traído aquí. La comida sabe divina. —Vuelve
a clavar el tenedor, pero se detiene en la pasta, frunciendo las cejas—. Así que
te he enseñado todas mis cartas. ¿Cuál es tu plan? ¿Cómo crees que podemos
sacarlo de su escondite trabajando juntos?
Agarro mis cubiertos, cortando el filete, y espero a que trague su bocado
antes de responder:
—Nos casaremos.
Ah, sí.
¿El sospechoso formó una conexión con ella en la que yo soy ese imbécil
que le arruinó la vida, y él es el maldito salvador a sus ojos?
Pues bien.
Le quitaré lo que quiere.
Y, mientras tanto, reclamaré lo que es mío.
Como dije antes.
Lo que Zachary King quiere, lo consigue.
Sospechoso

Me quedo quieto, observando a Phoenix, mi Phoenix de todas las perso-


nas, está almorzando con Zachary en un ambiente civilizado, con ella asintiendo
y estando de acuerdo con cualquier cosa que él tenga que decir.
Como si él no fuera el hombre que la hirió tanto. Que le quitó a su bebé y
a su marido. Que dejó tantas cicatrices en su cuerpo que nada podrá borrarlas.
¿Cómo puede sentarse con él? ¿No ha sufrido lo suficiente por su culpa?
Una voz del pasado resuena en mis oídos, provocando el familiar dolor
de cabeza en mis sienes mientras los recuerdos se reproducen vívidamente fren-
te a mis ojos, arrastrándome de vuelta al infierno.
—Papá, por favor detente. Por favor, detente —le suplico, arrastrándo-
me por el suelo, mis rodillas y palmas raspando contra el vidrio aplastado a mi
alrededor, y sigo con el grito de dolor a punto de estallar cuando se clava en
mi piel—. Por favor, detente.
Sin embargo, papá no me escucha y me patea en el estómago de nuevo
con su pie cubierto por una bota antes de agarrarme el cabello con un puño e
inclinar mi cabeza hacia atrás, mientras se enfurece en mi cara cuando se cier-
ne sobre mí. —Maldita mierda. ¿Cómo te atreves a tocar mi bebida? —Otra
patada fuerte, y el aire se detiene en mis pulmones mientras el dolor se extiende
a través de mí, despertando todos los nervios de mi cuerpo, gimiendo y tosien-
do salvajemente, notando sangre en mis manos.
Papá debe de haberme lastimado el estómago otra vez, y tendremos que
ir al hospital diciéndole a todo el mundo que me he caído por las escaleras.
De nuevo.
—Lo siento —digo con voz ronca, necesitando oxígeno, pero no trago
saliva, ya que duele tanto que tengo miedo de desmayarme.
Y no puedo hacer eso, porque cuando lo hice la última vez, papá… él…
—Tu arrepentimiento no me devolverá el whisky, ¿verdad? —pregunta y
luego me suelta, rápidamente como puedo en mi estado, me arrastro hasta la
esquina del salón y aprieto la espalda contra ella, mientras tiemblo de pies a
cabeza.
Con un fuerte zumbido, se quita el cinturón de la cintura, la hebilla me-
tálica golpea su rodilla mientras se envuelve el cinturón en la mano, acercán-
dose cada vez más a mí. El sonido de sus botas resuena en las paredes con ca-
da paso, mi pulso se acelera tanto que lo siento en la garganta.
—Lo siento —repito, aunque no sé por qué me estoy disculpando. Me
empujó contra la mesa, porque no le gustaba cómo hervía sus huevos, y por
eso, la botella cayó al suelo, rompiéndose en pedacitos con el líquido empapan-
do la alfombra.
—Siempre una decepción. Siempre fuiste una puta decepción —grita jus-
to antes de golpearme con el cinturón. El dolor se me clava en todos los huesos
del cuerpo y grito, incapaz de aguantar más—. Maldita decepción que tengo
que criar. —Golpe, golpe, golpe, y me cubro con los brazos, esperando evadir
al menos algunos de los golpes, pero es inútil.
Cada vez que la hebilla conecta con mi piel desnuda, el dolor se intensi-
fica por mil. Las sensaciones son tan fuertes que solo quiero cerrar los ojos y
dormirme. Quizás entonces no sienta nada.
Pero si hago eso, me despertaré pegajoso de nuevo con papá acusándo-
me de seducirlo con mi cara bonita que nunca debería haber nacido de todos
modos.
Al menos eso es lo que afirma siempre que tiene estos momentos en los
que el diablo gobierna su alma, como él lo llama.
—Por qué te dejó conmigo, ¿eh? ¿Se llevó todo y a todos los demás pe-
ro te dejó a ti?
Golpe. Golpe. Golpe.
—Mierda inútil que cagué.
Golpe. Golpe. Golpe.
—Ni siquiera la perra tramposa te quería.
Golpe. Golpe. Golpe.
Sigue dando golpe tras golpe hasta que sangro tanto que no puedo man-
tener los ojos abiertos por mucho que lo intente, y me desmayo, por fin libre de
todo este dolor.
Y cuando me despierto pronto, siento que papá me arrastra a la alfomb-
ra, presionando mi cara contra el lugar empapado mientras me ordena que lo
lama para que no se desperdicie, y no puedo hacer nada más que llorar en si-
lencio mientras mis uñas se clavan en mis palmas.
Hasta que me suelta, ordenándome que limpie el desorden y le prepare
la comida.
Llega el día siguiente… y una vez más, hago algo que le enfada.
Porque papá nunca me quiso y las únicas personas que amaba se fueron
hace mucho tiempo, entregándome a él como su ofrenda de paz.
—¿Quieres tu mesa de siempre? —pregunta Betty, sonriéndome alegre-
mente y poniendo fin al recuerdo que casi me hace querer vomitar por todo el
suelo a pesar del olor a comida sabrosa que flota en el aire—. El señor King es-
tá ahí mismo. Puedo preguntarle si quiere que le acompañes. —pregunta, medio
girándose, dispuesta a hacerlo si lo deseo, pero niego con la cabeza.
Estar en compañía de Zachary es una tarea que requiere una tremenda fu-
erza por mi parte. Siempre me pican las manos por rodear su cuello y privarlo
de oxígeno, matándolo de una vez por todas, pero no puedo hacerlo.
Todavía no, no cuando el juego aún está en marcha.
Así que me vuelvo a poner las gafas de sol, sonrío a Betty y sacudo la ca-
beza.
—No, no es necesario. He cambiado de opinión. No quiero comer.
—Espero volver a verte —dice cuando me doy la vuelta, caminando ha-
cia la salida y riendo entre dientes por sus palabras.
Una vez que estoy fuera, me siento dentro de mi auto, el último modelo
con solo unos pocos en el mundo, y presiono el acelerador, prácticamente vo-
lando desde el estacionamiento mientras la ira me llena tanto que no puedo res-
pirar sin necesidad una salida.
Mis manos aprietan el volante con tanta fuerza que los nudillos se me po-
nen blancos, y tengo el profundo deseo de morderme las uñas como hacía de ni-
ño cada vez que tenía que soportar los abusos de papá.
Y Zachary King es igual que mi padre, un hombre despiadado que no
merece más que el castigo por sus actos.
Por lo que me ha hecho.
No me quitará a Phoenix.
No será tan estúpida como para enamorarse de sus mentiras y su hermo-
so rostro que podría prometerle el mundo pero, en verdad, esconde su naturale-
za podrida siendo capaz de una violencia que no conoce límites.
Él es el verdugo de mi vida, el que la ha destruido aunque no lo sepa. Él
y mi padre merecen pudrirse en el infierno eternamente, y no dejaré que me ha-
ga daño por segunda vez.
No dejaré que vuelva a herir a Phoenix.
Pero si Phoenix es tan estúpida como para enamorarse de él…
Capítulo 15
—Cuando Dios te da una segunda oportunidad en el amor… ¿la tomas o
huyes de ella, sabiendo lo mucho que duele cuando te la arrancan?
~Zachary

Nueva York, Nueva York


Zachary, 21 años

—Maldita sea —murmuro, apoyado en la barandilla del mirador mientras


intento recuperar el aliento, porque he corrido durante treinta minutos segu-
idos.
Cuando James se equivocó de camino y se quedó atascado en el tráfico a
varias manzanas de aquí, supe que llegaría tarde, pero al menos pensé que
podría llegar si corría lo suficientemente rápido.
Mi estúpido y jodido teléfono tuvo que morir también para añadir el in-
sulto a la herida.
Miré las flores en mi mano, casi rotas de tanto apretarlas, haciendo lo
posible por cumplir mi palabra y llegar a tiempo.
La estúpida idea se me ocurrió mientras veníamos del aeropuerto, y una
señora en la acera las vendía, diciendo que eran de su propio jardín.
Montón de basura, por supuesto, pero pensé que podría ser amable y lle-
varle flores a la chica por primera vez.
Solo que terminé siendo de nuevo ese imbécil que llegó tarde y la extra-
ñó.
Golpeo mi mano extendida en la barandilla, sin importarme siquiera el
áspero silbido del viento.
—¡Maldita sea! —repito, furioso conmigo mismo por ser tan imprudente
con mi tiempo y decepcionar a la chica.
Al crecer en un hogar de acogida, probablemente tuvo suficientes para
toda la vida.
—Ha esperado mucho tiempo —dice una voz suave detrás de mí, y miro
por encima de mi hombro para ver a una hermosa mujer rubia que inclina la
cabeza hacia un lado, con sus pesados mechones meciéndose mientras sus ojos
muestran compasión—. Se ha ido hace un minuto. Ha tomado el ascensor. Es-
toy segura que aún puedes alcanzarla si lo intentas —dice con esperanza en su
voz mientras todo lo que puedo hacer es mirarla fijamente, porque en la situ-
ación actual, parece un ángel enviado del cielo.
Hasta su voz serena tiene la capacidad de arrullar a un hombre para no
ver lo que se le avecina.
Sacudo la cabeza, dejando de lado esas estúpidas comparaciones, y ade-
más, he visto mujeres más hermosas. Como heredero de un imperio, nunca me
falta compañía femenina dispuesta a todo con tal que se paguen todas sus
necesidades.
Sí, todo tiene un precio en este mundo.
Todo menos esta chica que me he perdido por culpa del estúpido tráfico.
Una de las razones por las que quería conocerla hoy… Ansiaba, por un
día, saber lo que se siente cuando la persona con la que pasas el tiempo no sa-
be que eres un King.
Toda la idea parecía una broma de mal gusto envuelta en un desastre,
pero accedí. Supuse que la chica no tenía mucho que hacer en su vida si se lo
había buscado.
Entonces, ¿qué diablos es esta decepción y rabia hacia mí deslizándose
por mi sangre como un veneno, exigiendo que encuentre a esta chica, sin im-
portar el costo, y le dé lo que le prometí?
O al menos hacerle saber que no la dejé plantada.
—No sé qué aspecto tiene —digo finalmente, observando su físico.
Desde su vaquero negro y sus botas hasta su gabardina con un bolso de
diseño, sé que la mujer pertenece a mi mundo pero no apesta a desesperación y
a falsedad que tienen muchas mujeres.
No para atrapar a un hombre, oh no, aunque siempre hay una buena
parte de ellos. Pero es el deseo de cubrir el caos que hay dentro de la propia
vida y la necesidad de crear una fachada de una persona que no existe como
resultado.
De alguna manera, con esta chica, creo que conseguiré lo que veo, y lo
que veo es su tristeza ante mis palabras, pero entonces la determinación se ins-
tala en sus rasgos.
Me sujeta por el codo y comienza a tirar de mí hacia las escaleras, infor-
mándome en el camino: —Sé cómo es. Eso significa que iremos juntos y la at-
raparemos. Deberías haberla visto. Creo que ha llorado.
Bueno, joder.
Qué manera de hacerme sentir como un idiota aún más grande.
Justo cuando llegamos a las escaleras, el ascensor suena al llegar y ella
nos maniobra con una jodida velocidad que no esperaba de ella. Deslizándonos
entre los cuerpos, comenzamos a bajar mientras ella continúa hablando.
—Pensé que esas cosas no pasaban en la vida real, pero quién lo iba a
decir.
En lugar de centrarme mucho en lo que dice, presto atención en sus mej-
illas iluminadas y sus ojos brillando de alegría y anticipación, como si estuvi-
era a punto de hacer algo grande.
Qué fascinante; un hombre podría acostumbrarse a una vista así.
Finalmente, estamos en el primer piso y salimos rápidamente con ella
corriendo hacia la salida, con sus tacones haciendo ruido en el suelo, y luego
estamos afuera con ella girando la cabeza de un lado a otro, tratando de en-
contrar a mi chica de las cartas.
Entonces exclama, señalando a la chica del sombrero gris que sube a un
taxi.
—Ahí está. Ve, ve, date prisa antes que se vaya.
Me empuja en esa dirección, y me lanzo hacia ella gritando:
—¡P! —Pero no se gira ni se detiene, sino que entra en el taxi y se marc-
ha antes que pueda golpear la puerta.
—¡Por el amor de Dios! —gruño, dispuesto a arrancarme los cabellos
por esto, cuando la otra chica corre hacia mí, a punto de echarse a llorar.
—Lo siento mucho. Deberíamos haber venido antes.
—Aparentemente, no estaba destinado a ser.
Mi afirmación filosófica no es recibida con alegría, pero ella asiente, en-
volviendo su abrigo con más fuerza.
—Lo siento —repite.
—No es tu culpa.
—Se siente como si lo fuera. —Ella suspira fuertemente—. Voy a volver
a disfrutar de la vista un poco más. Espero que tengas un buen día.
Con esto, se dispone a marcharse, pero me sorprendo cuando le propon-
go:
—¿Quieres tomar un café? Llevo tanto tiempo corriendo con este frío
que me vendría bien algo caliente.
Ella parpadea y luego mira la carretera, probablemente sin saber cómo
reaccionar ante un tipo que la invita a tomar un café mientras otra chica acaba
de irse en auto.
—No somos pareja. Somos amigos por correspondencia desde hace
mucho tiempo. Como ves, deberíamos haber seguido siendo amigos por corres-
pondencia. Seguro que ahora ni siquiera me hablará. —Extiendo mi mano ha-
cia ella—. Me llamo Zachary.
—Angelica —responde ella—. Y, sí, no me importaría tomar una taza de
café.
Aún no lo sé, pero esta mujer se convertirá en mi primer amor, la mujer
que lo cambiará todo para mí.
Y acostado con ella en la cama por la noche, creo que tal vez por eso ha-
bía estado en contacto con la chica del parque durante tanto tiempo.
Porque, gracias a ella, conocí a mi hermosa esposa.
Ella era un ángel de la guarda que me guiaba hacia una bendición, y es-
taba agradecido por eso.
Aunque ella no había respondido a ninguno de mis correos electrónicos
cada vez que intentaba agradecérselo.
El destino tiene una manera de encontrarte en los lugares más inespera-
dos.
Pero nada en la vida es tan sencillo.

Phoenix
Me quedo quieta, tosiendo ligeramente a pesar de no tener comida en la
boca, y doy un rápido sorbo a mi té, preguntándome cómo debo reaccionar ante
esto.
O tal vez mi imaginación me está jugando una mala pasada y necesito
dormir más, porque es imposible que Zachary me haya propuesto matrimonio,
¿verdad?
Me aclaro la garganta y vuelvo a poner la taza en el plato, estudiando el
diseño floral que lleva durante una fracción de segundo antes de decir:
—Lo siento, Zachary. No te he oído bien. ¿Podrías repetirlo, por favor?
Lo hace, su voz tan poco emotiva como si ofreciera un paseo por el par-
que.
—Nos casaremos. —Y se mete un trozo de su filete en la boca, masticán-
dolo y actuando como si nada.
Mis manos se tensan sobre mi tenedor. Apenas me contengo para no lan-
zárselo solo para borrar la expresión de suficiencia de su apuesto rostro.
Tregua, ¿recuerdas? No se puede estallar de histeria. Objetivo mutuo y
todo eso…
Así que con toda la fuerza de voluntad que poseo, y tengo que decir que
se me escapa cada vez que abre la boca, le grito:
—¿Has perdido la cabeza? —Un hombre de la mesa de al lado nos mira,
pero rápidamente desvía su mirada hacia el menú cuando lo noto mirándonos.
De acuerdo, quizás no fue nada sutil, pero ¿está loco?
—¡Nunca me casaré contigo! —le digo, preguntándome qué tipo de
trampa está tratando de tender en este escenario.
¿Por qué un hombre de su posición social querría casarse conmigo, una
ex convicta de dudosa reputación? Todo este asunto del asesino en serie podría
excusarme a los ojos de la ley, ¿pero a los de la sociedad? Para la mayoría, yo
sigo siendo la conductora que conducía aquel maldito auto que mató a su mujer,
así que nadie entenderá su decisión.
—Al contrario, estoy pensando con bastante claridad, cariño. —Acaba su
filete con un vaso de agua -todos estos restaurantes de alta gama tienen agua en
la mesa por si alguien la necesita- y bebe un gran sorbo—. Tú eres su mejor
amiga a la que protege. Mientras que yo soy el lobo feroz. Bueno, si te convier-
tes en mía… —Hay un extraño filo en la última palabra; algo parpadea en sus
piscinas verdes, pero lo enmascara rápidamente con indiferencia, así que no ten-
go la oportunidad de estudiarlo—, es él quien se convierte en el lobo malo. Y
no estoy seguro que pueda manejar ese papel. —Una risa sin humor resuena
entre nosotros—. Créeme, hace falta cierta mentalidad para serlo.
—¿Crees que si nos juntamos, él o ella estará… celoso? —Sin embargo,
mi mente descarta esta idea, ya que no se ajusta a su perfil—. No creo que le
importe nuestra relación —concluyo, suspirando interiormente aliviada, porque
podemos dejar de lado esta ridícula idea.
No quiero volver a casarme. ¿De qué sirve si el hombre huye en otra di-
rección en cuanto te quemas en el infierno? ¿Y mucho menos tener un matrimo-
nio falso por el bien de un sospechoso inestable?
Él o ella ya ha tenido suficiente de mi vida; ¡no le daré al sospechoso ni
un centímetro más!
—Sean cuales sean los pensamientos que te rondan por la cabeza ahora,
puedes olvidarte de ellos. No voy a arrodillarme para ofrecerte amor eterno de
verdad. El amor a primera vista no es nuestra historia. Sin embargo, un matri-
monio es la única manera de sacudir su estabilidad. —Debe leer la confusión en
mi cara, porque se explica—. Él te ama. Realmente te ama de una manera retor-
cida, desde que formó una conexión contigo. Así que, digamos que haces tram-
pa en esa conexión. —Quiero protestar, pero mueve el tenedor, haciéndome cal-
lar antes que pueda pronunciar una sola palabra—. ¿Cómo crees que le hará
sentir? La respuesta es, mal. No pensará con claridad y cometerá un error. Y en-
tonces lo atraparemos.
Resoplo con incredulidad.
—¿Atraparlo? ¿Escuchas siquiera lo ridículo que suena? Quieres casarte
solo porque crees que eso lo desestabilizará. ¿Y si no lo hace? ¿Y si no le im-
porta tanto lo que haces?
—Sí le importa. Te ama a su manera. —Me lanza la frase a la cara—. En
el momento en que estás de mi parte y él cree que eres importante para mí, te
conviertes en lo que amo. —Me muevo incómoda ante lo que dice. La palabra
amor asociada a nosotros suena mal en sus labios—. Él pierde, porque tendrá
que conducir ese puto auto hacia ti. Así de jodidamente sencillo es —dice, ter-
minando su bebida de un trago mientras yo sacudo la cabeza.
—Excepto que no lo es. Te equivocas, Zachary. —Me envía una mirada
interrogativa—. Estás intentando entender al sospechoso a través del prisma de
tu personaje. Eso es lo que tú habrías hecho en esta situación. Como hiciste
conmigo. Llevarte a Sebastian. —Eso es puramente una suposición por mi par-
te. Pero veo el remordimiento, por un segundo, cruzar su rostro y ser sustituido
por una extraña posesividad y rabia; no le gusta el recordatorio de mi marido
entre nosotros.
Bien entonces, mala suerte.
—Si el perfil es adecuado y mis sospechas sobre su infancia son correc-
tas, querrá castigarme por lo que he hecho a sus ojos. Tratando de encontrar a
alguien para matar a quien amo. —Me río amargamente—. La opción ideal
habría sido que encontrara a alguien a quien ambos amamos y nos hiciera daño
con ello, pero no existe tal persona.
Un sonido de rotura reverbera a través del espacio, y jadeo, viendo que el
vaso en la mano de Zachary se rompe, la sangre se derramándose de su palma.
Me levanto rápidamente, asiendo la servilleta blanca y la envuelvo con fuerza
alrededor de su mano.
Betty corre hacia nosotros y le pregunto:
—Necesitamos un botiquín de primeros auxilios. Por favor, ¿tienes uno?
No tengo la oportunidad de examinar la herida, porque Zachary se levan-
ta, pone varios billetes de cien dólares sobre la mesa, me agarra del codo y tira
de mí en dirección a la salida, diciendo por encima del hombro a Betty:
—Después de pagar mi cuenta, el resto es tu propina. —Continúa arrast-
rándonos hacia los ascensores, presionando furiosamente el botón, sin importar-
le que su maldita sangre esté goteando en el suelo, dejando manchas rojas.
—Zachary, tenemos que ocuparnos de tu mano. —Ignora mis palabras y
nos conduce al interior del ascensor en el momento en que se abre en nuestra
planta y pulsa el botón de planta baja—. ¡Zachary! —le grito en la cara, todavía
como una idiota sosteniendo su mano envuelta en una servilleta—. ¿Qué demo-
nios te pasa?
En lugar de responderme, saca su teléfono, pulsando sobre el nombre de
Zeke para llamarlo, mientras yo abro el paño. Suspiro aliviada al ver que no hay
pequeñas astillas de cristal en su piel, pero el corte parece profundo y podría ne-
cesitar unos cuantos puntos de sutura.
Lo que podría hacer fácilmente si me dejara.
Al cubrir la herida de nuevo, oigo una voz masculina al otro lado de la lí-
nea, que responde al primer timbre.
—Sí.
—¿Hay alguna posibilidad que alguien sepa los detalles de la adopción
de Emmaline?
Me congelo, preguntándome por qué quiere hacer esta pregunta ahora, en
este preciso momento.
¿Es esto lo que le ha inquietado? ¿Pero no dijo que con este plan la aten-
ción se centraría en mí? ¿Qué tiene que ver Emmaline conmigo?
Un pensamiento roza mi mente -perturbador y de naturaleza horrible, con
el poder de volverme loca por lo imposible que es- susurrándome al oído que tal
vez haya una conexión.
Tal vez haya una explicación.
Pero aprieto los dientes, deteniéndolo antes que empiece a construir algo
en mi cabeza que no existe.
—No, ¿por qué? Todo era confidencial, los contratos firmados y todo eso
—responde el hombre, e inconscientemente me aprieto más a Zachary para es-
cuchar la conversación—. Por no hablar que todo el papeleo está en una caja fu-
erte, guardado en el banco, tal y como pediste.
—Comprueba con ellos si ha ido alguien recientemente a buscar los pa-
peles.
—Es imposible. La persona tendría que conocer todos los detalles, como
los números y demás. ¿Por qué es un problema ahora? ¿Alguien te está chantaj-
eando con esta información? —Frunzo el ceño ante esto, encontrando su conc-
lusión muy extraña. ¿Quién sería tan estúpido como para chantajear a Zachary
con eso? Su familia sabe, y estoy segura que el público también sabe que adop-
tó una niña; además, ¿no es algo bueno?
—Zeke, no te estoy pagando para que me hagas preguntas. Te pago para
que hagas lo que te digo. —Con esto, cuelga, se guarda el teléfono en el bolsillo
trasero y es entonces cuando suena el ascensor en la planta baja. Y entonces me
arrastra una vez más alucinando, y por fin me he cansado de esto.
Tirando de mi brazo, clavo los talones en el suelo, y él se detiene, medio
girándose hacia mí mientras sigo sujetando su mano herida.
—¿Qué te pasa? Tenemos que mirarte la mano y sin embargo vas corri-
endo sabe Dios dónde —digo con una fuerte exhalación, sin saber qué hacer
con sus constantes cambios de humor.
Su mandíbula se tensa, sus ojos ilegibles bajo la luz del sol fluyendo des-
de las puertas dobles que conducen al exterior, e incluso a través de ese pequ-
eño contacto, siento la tensión que nos rodea junto con una emoción desconoci-
da de él.
Miedo.
Pero antes que pueda responderme, suena su teléfono y contesta. Tengo
una fracción de segundo para ver el nombre de Zeke parpadeando de nuevo.
—Sí. —Lo que sea que le diga Zeke alivia la bestia que ruge en su interi-
or mientras suspira con alivio, prácticamente brotando de él—. ¿Estás absoluta-
mente seguro? Eres hombre muerto si estás mintiendo. —Cuelga, y jadeo cuan-
do me atrae hacia su pecho para que estemos a escasos centímetros el uno del
otro—. Mi niña está a salvo. Nos vamos a casar, porque entonces la persona a la
que cazará seré yo. —Suelta esta estúpida conclusión, basada en sus propias de-
ducciones, justo antes que su boca conecte con la mía, justo a tiempo para que
la gente que entra y sale de los ascensores lo observe, obviamente, con sus mi-
radas de asombro.
Pero con la misma rapidez, su boca se aleja de la mía, y entonces mis oj-
os se abren de par en par cuando se arrodilla frente a mí, sacando una caja de
terciopelo negro del bolsillo y abriéndola para mostrar un anillo de esmeralda
rodeado de pequeños diamantes en una banda de platino. Ni siquiera le importa
que su sangre lo manche.
La piedra brilla intensamente bajo la luz, reluciendo para que todos la ve-
an. Algunas mujeres jadean en la distancia, sus teléfonos registran toda la mal-
dita cosa, acompañados de algunos flashes de otras tomando fotos.
—Phoenix, el mundo entero se ilumina cuando estás a mi alrededor. —
Parpadeo ante esto y escucho a alguien exclamar: “¡Oh, Dios mío!” ¡Más jodi-
dos flashes en mi cara!
Zach permanece ajeno a la compañía y continúa:
—¿Me harías el honor de ser mi esposa? —Aunque lo dice como una
pregunta, no se me escapa la férrea advertencia en su tono, su mirada clavada
en mí y ordenándome silenciosamente que siga este juego suyo que es…
Ni siquiera sé cómo llamarlo.
—Dios mío, ¿lo va a rechazar? —alguien susurra en voz alta, mientras
todavía no aparto la mirada de Zachary, quien levanta la barbilla y me desafía,
como si tuviera poder sobre mí.
Una parte de mí, la parte vengativa que creía que nunca había tenido, an-
hela hacer precisamente eso y gritarle en la cara que es un hombre horrible y
que, por lo tanto, nunca podré casarme con él.
Pero la otra parte, la razonable que solía amar ser psiquiatra y ahondar en
la mente de las personas… sabe que hay mérito en su teoría y la posibilidad que
esta farsa pueda perturbar al sospechoso.
Incluso si es una pequeña posibilidad, es mejor que nada.
Hasta que Lydia resuelva mi caso con el Estado, no tengo dinero ni posi-
ción social para buscar la verdad, ni un lugar seguro donde quedarme.
No al nivel que tiene Zachary King.
Y si antes quería estar lo más lejos posible de él… ¿no me lo debe por
haberme arruinado mi vida?
Nunca podrá compensar o ser perdonado por lo que ha hecho, pero pu-
edo dejar que me ayude en esta lucha y aceptar las cosas que me ofrece por el
daño que me hizo.
El orgullo es algo tan hermoso que me ha mantenido a flote durante muc-
hos desastres entre personas crueles. Sin embargo, a veces el orgullo puede con-
vertirse en nuestro mayor enemigo. Cuando estamos cegados por él, no escuc-
hamos la lógica ni la razón.
Mi pasado no dicta mi presente, así que no tiene poder sobre mi futuro
mientras entienda las lecciones que me han dado. Y en lugar de olvidar, encu-
entro la fuerza para seguir adelante.
Para ello, tengo que encontrar al sospechoso y romper el vínculo que, a
sus ojos, nos une para siempre.
Solo entonces podré romper mi tregua con Zachary y liberarme para si-
empre de esta pesadilla que me asfixia hasta la muerte.
Así que, respirando profundamente, esbozo la sonrisa más brillante que
puedo reunir y respondo para que todos lo oigan:
—Sí, me casaré contigo. —Una emoción parpadea en sus orbes, apasi-
onada y a la vez oscura, y saca el anillo de la caja, abriendo la palma de su ma-
no esperando la mía. En el momento en que nos tocamos, la electricidad corre
entre nosotros, casi quemándome la piel, pero no me deja apartarla. En cambio,
me toma la mano con suavidad deslizando el anillo mientras nuestras miradas
se cruzan, y me sorprende que no se esté gestando una tormenta por la intensi-
dad de este momento.
La sangre de sus manos casi parece conectarnos en el antiguo ritual en el
que se hacía un juramento sobre la luna.
Y aunque he tomado esta decisión basándome únicamente en la lógica,
algo me dice que mi corazón no podrá permanecer ajeno a ella, y por la vibraci-
ón posesiva junto con la mirada de cazador que viene de Zachary, el suyo tam-
poco podrá.
¿Cómo es posible odiar a un hombre y que tu cuerpo anhele su contacto?
Pero lo más importante…
¿Cómo fingir que lo amas para que el asesino en serie le dé caza y no
perderte en el proceso?
Capítulo 16
—Dicen que algunas de las mejores historias de amor nacen del odio.
Yo no creo eso.
Porque entonces me habría enamorado de Zachary desde la primera
mirada.
Dicen que el amor y el perdón son nuestras mayores salvaciones en este
mundo.
Espero que no.
El amor y el perdón podrían ser una cosa que me rompa para siempre.
~Phoenix

Nueva York, Nueva York


Phoenix, 18 años

Me limpio la lágrima de la mejilla, resoplando de frustración por ello, y


murmuro:
—Los hombres dan asco.
El taxista se ríe desde la parte delantera y me encuentro con su mirada
en el retrovisor. Debe de tener más de sesenta años, a juzgar por las arrugas
dispersas en su rostro y su cálida sonrisa.
—No todos lo hacemos. —Me guiña un ojo, y me meto más en mi abrigo,
apartando la mirada de él y apoyando la cabeza en la ventanilla, intentando
disfrutar al máximo de mi última hora aquí hasta mi vuelo de esta noche—. Ya
conocerás a otro mejor.
Busco los auriculares en el bolso y me los pongo en los oídos, ya que no
estoy de humor para hablar de ningún futuro chico.
Mi teléfono suena con un mensaje, y a pesar de mi humor agrio, una
sonrisa me tira de la boca.
‹Leiken› Que se joda ese tipo. Una vez que estés de vuelta aquí, tendre-
mos una noche de chicas. Te buscaremos a alguien más.
‹Yo› Creo que eso es demasiado drástico. No era mi novio.
Aunque, ciertamente actúo así, lo que me molesta muchísimo. No somos
nada el uno para el otro. ¿No fue toda esta idea, más una broma y tratar de
averiguar si todas estas películas son ciertas?
Idea improvisada que nunca debería haberme dolido, sin embargo lo hi-
zo, y no sé cómo reaccionar ante eso.
‹Leiken› Aun así, era un idiota. Eso es razón suficiente para una noc-
he de fiesta en mi libro.
Me río de esto, dispuesta a escribir mi respuesta, cuando un fuerte vien-
to arremete en el interior, penetrando a través de mi abrigo, y congelándome.
—Al infierno —murmuro y miro a mi derecha para ver a un tipo desli-
zándose dentro de mi taxi en el semáforo—. ¡Oye! —exclamo, pero ni siquiera
me echa una mirada.
En cambio, se dirige al taxista:
—Si me llevas al aeropuerto, te doy doscientos dólares.
—El taxi está ocupado —responde el taxista, negando con la cabeza—.
Aunque vamos en la misma dirección, si a la señorita le molesta, tendrá que
bajarse de este auto. —Oigo un poco de vacilación en sus palabras junto con el
interés que brilla en sus ojos al mencionar el dinero.
El tipo se vuelve hacia mí. Sus penetrantes ojos azules, que combinan
con su cabello rubio, me golpean con toda la fuerza de su guapura que su abri-
go negro no hace más que enfatizar.
—¿Te importa?
Parpadeo varias veces antes que, finalmente, el fuerte claxon del auto
que tenemos detrás me saque de mi aturdimiento y de la extraña reacción ante
un desconocido. He visto a muchos chicos guapos en el campus, y ninguno me
ha inspirado una reacción tan instantánea.
—No. Está bien. —Supongo que debe de llegar tarde a uno de sus vu-
elos; ¿qué otra cosa explica tanta desesperación y el hecho de tirar el dinero?
Pero claro, si es rico, no tiene que contarlo como yo.
El taxi finalmente comienza a moverse, conduciendo sin problemas a lo
largo de la carretera mientras el tipo descansa la cabeza en el respaldo del asi-
ento, exhalando pesadamente antes de murmurar con los ojos cerrados:
—Pensé que mis bolas se congelarían esperando un taxi.
La mandíbula casi se me cae al suelo ante sus palabras, no es exacta-
mente lo que uno diría delante de extraños, pero al taxista le hace gracia y pre-
gunta riendo:
—¿No estás acostumbrado al frío?
—No, soy del sur.
—¿Viene a hacer turismo?
—Podría decirse que sí —responde, y sus pestañas, tan largas que me
dan envidia, se agitan para centrar su mirada en mí—. Pronto terminaré la
carrera de Derecho. Uno de los lugares en los que estoy considerando trabajar
es aquí. —Entonces me tiende la mano y sonríe; su sonrisa me produce maripo-
sas en el estómago y mi corazón da un vuelco—. Sebastian Hale.
—Hola —digo y le doy la mano, la electricidad nos atraviesa y jadeo,
queriendo retirarla, pero él no me deja. En su lugar, espera, y solo entonces me
doy cuenta que no he dicho mi nombre—. Phoenix.
Todavía no lo sé, pero este hombre se convertirá en mi todo, que me ro-
deará de tanto amor que no recordaré cómo he podido vivir sin él.
No le importó mantener una relación a distancia y venir a visitarme todo
lo que pudo, mientras nuestro amor se hacía más fuerte. Hasta que finalmente
nos instalamos en Nueva York y me propuso matrimonio.
Y cada vez que me susurraba dulces palabras al oído, proclamando su
amor y su deseo por mí, daba gracias a Dios por haber sembrado en mí la idea
de escribir a Zach.
Porque si no fuera porque él no apareció, nunca habría conocido a mi
primer amor.
Todo en la vida sucede por una razón… o eso dice la gente.
¿Y Zach?
Zach apareció en mi vida para llevarme a Sebastian.
Dicen que a la tercera va la vencida… y el tercer regalo de Zach para
mí fue su ausencia, y en eso, el conjunto de acontecimientos que desencadena-
ron el encuentro entre Sebastian y yo fue el mayor regalo de todos.
O eso creía yo.

Zachary
En el momento en que las puertas de hierro se abren ante mí, saludo con
la mano al guardia de seguridad, que asiente a modo de saludo, y luego piso el
acelerador, volando hacia el interior pero prestando atención al estrecho camino
de entrada por si Emmaline obliga a Patience a jugar con ella en el jardín.
Por el rabillo del ojo, veo a Phoenix apoyando la cabeza en la ventana, su
mirada perdida no me da ninguna indicación de sus emociones. Tiene las pal-
mas de las manos abiertas sobre las rodillas y las frota de arriba abajo como si
tuviera frío.
Desde que apreté su mano con la mía, empujándola a través de la multi-
tud que nos tomó fotos, y senté su trasero en mi auto para llegar a casa antes
que la prensa mostrara sus narices, ella no ha dicho una palabra.
Ni siquiera para pedir mirar mi mano que dejó de sangrar pero duele co-
mo un hijo de puta, aunque me las he arreglado para limpiar la mayor parte de
la sangre.
Nadie más que la reina del hielo me ha acompañado en el camino, y eso
lo odio, joder.
Quiero conocer cada parte de sus pensamientos, sentimientos, predicci-
ones o incluso miedos.
Solo así podré despejar algunos de ellos, destruyendo otros, y calmarla
para que no se preocupe por el futuro que le prometo.
Esta vez, Phoenix será una ganadora y tendrá lo que la vida debía darle la
primera vez.
Aunque admito que proponerle matrimonio delante de esa gente fue una
jugada baja, pero no me dejó otra opción. Lo hice para que la noticia se difundi-
era con la velocidad del rayo y todo el mundo especulara sobre cómo demonios
había sucedido.
Después de sus palabras, casi pierdo la cabeza, pensando que el sospec-
hoso sabe la verdad sobre Emmaline y que encontraría una alegría retorcida en
revelar los detalles de su nacimiento y herir a Phoenix con eso. Nunca podría
permitirlo.
Se lo contaré todo a Phoenix, pero a mi debido tiempo y en el momento
perfecto para ambos.
La verdad reparará su corazón roto, conectando las piezas que tan descu-
idadamente rompí en el pasado.
Aunque ahora mismo le parezca un infierno.
—¿Cómo piensas convencer a la gente de la validez de este matrimonio?
—Su voz ronca envía instantáneamente una señal a mi polla que se tensa contra
la cremallera.
Mierda, cada pequeño detalle de ella tiene la capacidad de excitarme co-
mo si fuera un adolescente cachondo viendo a una mujer por primera vez.
Me agarro con fuerza al volante mientras giro a la derecha, avanzando
hacia la entrada principal, pasando por los varios rosales que Patience insistió
en plantar. Según ella, este terreno es demasiado enorme para no tener un jardín
en él.
—Creo que el anillo en tu dedo y nuestra licencia de matrimonio serán
prueba suficiente para todos.
Ella niega con la cabeza, sentándose derecha y medio volviéndose hacia
mí, su espalda presionando contra la puerta del auto.
—Es mi tercer día fuera de la cárcel. —Sorprendentemente, sus risas di-
vertidas resuenan en el auto—. Es difícil de creer, teniendo en cuenta que ya
han pasado muchas cosas. Pero de todos modos… —Hace una fuerte inhalación
antes de continuar—, quieres convencer al mundo entero que estamos enamora-
dos, pero tu supuesta prometida estuvo fuera de tu alcance durante más de tres
años. Y ambos nos casamos hace cuatro años. Todo el mundo sabe que estabas
locamente enamorado de tu mujer. —Su voz se entrecorta en la última parte,
pero decido ignorarla, aunque una parte de mí está jodidamente harta que saque
a relucir constantemente nuestros matrimonios.
Casi como un muro que quiere construir entre nosotros, como si eso pu-
diera detener la pasión que arde en nuestras venas. Tenemos una química natu-
ral que probablemente se habría transformado en una relación caliente… si nos
hubiéramos conocido como personas libres.
Ella aún no ha cerrado esa puerta al pasado, sin importar su largo discur-
so a Sebastian en el bar. Incluso si no quiere admitirlo ante sí misma, probable-
mente se habría preguntado qué hubiera pasado si… si él no se hubiera compro-
metido con Felicia.
¿Cree que habrían tenido la oportunidad de estar juntos? ¿Ella lo habría
perdonado?
Según los informes, se amaban profundamente hasta el punto que la gen-
te los envidiaba por ello.
Yo amaba a mi esposa. La amé de una manera que muchas mujeres su-
eñan, le di todo de mí y arrojé el mundo a sus pies. Era una mujer extraordinaria
que, solo con su sonrisa, tenía el poder de calmar la rabia que llevaba dentro.
Consiguió arreglar el puente entre mi padre y yo, aunque temporalmente.
Hermosa, amable, dulce.
Siempre daré gracias a Dios por ella y querré vengar su muerte por la inj-
usticia que se cometió con ella. Nunca seré racional en esto, la emoción del
odio me hierve la sangre. Mi alma inquieta necesita matar al bastardo de una
vez por todas.
Pero mi mujer está muerta.
Y yo estoy muy vivo.
Así que ella no tiene lugar en lo que sea que tengo con Phoenix en este
momento, y no dejaré que arrastre a Angelica a nuestro lío.
No voy a hacer un trío en esta relación.
—Todo el mundo sabe que tú también estabas locamente enamorada de
Sebastian. —Sus ojos se estrechan al oír esto, y sus manos se aprietan. No le
gusta cómo le he dado la vuelta a la tortilla—. Por el bien de nuestros matrimo-
nios pasados, no saquemos el tema cada vez que puedas, ¿de acuerdo? —Abre
la boca para protestar, pero es entonces cuando me acerco a la entrada, deteni-
endo el auto y poniendo el dedo en sus labios—. ¿Recuerdas lo de la tregua?
La molestia cruza su rostro, pero suspira, sus labios se mueven bajo mi
dedo mientras su respiración lo aviva, y por instinto, ahueco su mejilla, frotán-
dola suavemente.
En el momento en que la acción se registra en nuestras mentes, sus ojos
se abren y respira bruscamente mientras me quedo paralizado. El auto se llena
de una tensión y un deseo tan fuertes que casi puedo tocarlo.
Su pulso se acelera, y enredo mis dedos en su cabello, acercándola a mí
mientras inclino su cabeza y me agacho hacia ella, con nuestras bocas a centí-
metros de distancia.
—Zachary —susurra, la necesidad y la negación entrelazan su tono, pero
se acerca a mí, anhelando la conexión física a pesar de prohibirnos hacerlo.
—Tienes que pedirlo, cariño. —Mis labios rozan los suyos durante una
fracción de segundo, captando su jadeo de sorpresa cuando aprieto los míos
contra los suyos y luego los deslizo hacia abajo, mordisqueando su barbilla—.
¿Qué quieres?
Sus dedos se clavan en las solapas de mi chaqueta, agarrándola con fuer-
za, escapándosele una respiración áspera.
—Eres un veneno que me está matando lentamente de dentro hacia afu-
era — responde, sus dedos se deslizan hacia mi cuello donde los pasa suave-
mente sobre mi tatuaje del nombre de Emmaline y luego coloca su mano sobre
mi corazón, sintiendo los latidos uniformes de mi corazón bajo su palma—.
Una maldición que no sé cómo romper. —Me aprieta la camisa, su voz apenas
supera un susurro. Si no estuviera sentado tan cerca de ella, no habría oído na-
da. —Dondequiera que mire, estás ahí. No importa cuánto lo intente, no puedo
escapar de ti. El destino también debe tener un sentido del humor retorcido, ya
que hizo que fuera casi imposible no estar contigo. —Se inclina más cerca, has-
ta que sus labios rozan mi oreja mientras habla en ella—. No puedo mentir que
mi cuerpo no reacciona al tuyo. Pero darte un control así sobre mi cuerpo sería
una tontería de mi parte. —Y con esto, me empuja, y como no lo veo venir, casi
golpeo la puerta del auto con la espalda, maldiciendo interiormente su rechazo.
Pero, al mismo tiempo, asombrado que me rechace cuando su cuerpo cla-
ramente anhela que detenga esta miseria en la que se encuentra.
El pecho de Phoenix sube y baja. Esta vez, su voz es segura y firme, sin
rastros de afecto cuando dice:
—Esta tregua que me recordaste implica que no hablemos de la noche
pasada. No intentes utilizar mi cuerpo en tu juego. —Abre la puerta del auto y
sale, dando un portazo tan fuerte que me pregunto si lo habrá roto.
Mi boca se contrae mientras me río por primera vez en mucho tiempo al
conocer a una mujer que me ladra órdenes y espera que le obedezca.
Ah, Phoenix.
Eres muy especial en muchos sentidos.
Pero se equivoca.
No quiero usar su cuerpo en ningún juego, aunque tenerla adicta a mí ha-
ría toda esta mierda mucho más fácil, sobre todo teniendo que fingir que esta-
mos locamente enamorados.
No.
Tengo la intención de arder junto con ella en la ardiente pasión de nuest-
ra creación, y su hermoso cuerpo cobrará vida bajo mis manos.
Un hombre inteligente nunca se da por vencido con una mujer que desea
obsesivamente.
Y nadie puede llamarme estúpido, ¿verdad?

Phoenix

—Increíble —murmuro en mi camino hacia la mansión. Mi cuerpo aún


tiembla por la escena anterior, ansiando complacer a Zachary una vez más, mi-
entras mi mente me grita por lo descabellada y peligrosa que es esta idea.
Quizás los años de abstinencia me han transformado en alguien que qui-
ere sexo, y no le importa con quién. Cualquier hombre disponible y dispuesto
serviría.
Sí, sigue diciéndote eso. Cualquier excusa suena bien en las circunstan-
cias actuales.
Gimo de frustración, intentando pensar en cualquier otra cosa mientras
no tenga que ver con un apuesto demonio de ojos verdes que debe haberme hec-
hizado para obsesionarme tanto con él.
De todas formas, ¿por qué me empuja a ello? No debe de faltarle compa-
ñía femenina, pero solo ese pensamiento hace que se me cierren las manos en
puños, mientras la ira idiota se apodera de mí. La idea que esté con otra persona
mientras yo sigo viviendo bajo su techo es casi insoportable.
Dios mío, llama a los psiquiatras, porque oficialmente he perdido la ca-
beza.
—Comparto tus sentimientos, cariño. Si no fuera por tu negación, ahora
estaríamos besándonos en el auto, y podría haberlo llevado detrás de la casa
donde podríamos follar. ¿Has follado alguna vez en un auto? —me pregunta, y
se ríe cuando le envío dagas con la mirada. Me da un golpecito en la nariz—.
Ahora los dos estamos insatisfechos. —Chasquea la lengua—. Tengo buenas
noticias para ti. —Hace un gesto con la mano de arriba a abajo de su torso—.
Este cuerpo está listo cuando tú lo estés. —Se inclina más cerca y me susurra al
oído—: Solo tienes que pedirlo o rogarlo. No me importa cuál.
—En tus sueños, King —le respondo, empujándolo con el codo para que
dé un paso atrás y finalmente entre en la casa, la puerta se golpea contra la pa-
red, así de fuerte la empujo.
Zachary suspira dramáticamente.
—No hace falta que descargues tu ira con la casa, amor. —Me guiña un
ojo—. Desquítate conmigo.
—Te juro por Dios, Zachary, que si no te detienes, voy a… —No tengo
la oportunidad de terminar la frase, porque unos pies diminutos golpean el suelo
mientras Emmaline se precipita hacia nosotros por las escaleras, con su cabello
oscuro suelto y volando en distintas direcciones. Esta vez lleva una camiseta
blanca y unos leggings rosas.
Su boca se abre con la sonrisa más brillante que he visto nunca mientras
sus ojos se llenan de alegría y grita:
—¡Papá! ¡Papá está en casa! —Y salta sobre él desde el último escalón,
y como Zachary se lanzó hacia ella en cuanto la vio, acaba en sus brazos. La le-
vanta en alto, lanzándola al aire y agarrándola rápidamente mientras ella se ríe
alegremente—. ¡Papá! —chilla ella, rodeando su cuello con los brazos y expri-
miéndole la vida.
O al menos lo intenta mientras Zachary la mece en sus brazos, que tam-
bién la sujeta con fuerza, y entonces Emmaline se echa hacia atrás, tocándole la
cabeza.
—Te he echado de menos, papá. No me gustan tus viajes de trabajo. No
me gustan nada tus viajes de trabajo —dice antes de volver a rodearlo con los
brazos y suspirar con fuerza mientras apoya la barbilla en su hombro.
Zachary le besa el costado de la cabeza y le pasa la mano por la espalda,
tratando de calmar su angustia.
—Yo también te he echado de menos, pequeña.
—Ayer no me leíste un cuento, papá —exclama con un ligero enfado en
la voz, pero luego vuelve a suspirar—. Te perdono. Patience dice que estabas
ocupado.
—Lo estaba. Pero hoy te voy a leer un cuento. ¿Qué te parece?
Rápidamente se echa hacia atrás y levanta las manos, gritando: —¡Wo-
ohoo! —Y luego pregunta, haciendo girar sus mechones oscuros en el dedo—:
¿Me has traído un regalo?
Zachary levanta la ceja.
—¿Regalo? ¿Qué regalo?
Ella jadea, aplaude con ambas manos, sus ojos se agrandan en su rostro
mientras se abren en estado de shock.
—¿No hay regalos?
Espero que rompa a llorar o mueva los labios para al menos tratar de ab-
landar a su padre o hacerlo sentir culpable, pero no hace ninguna de esas cosas.
En cambio, se golpea la barbilla con el dedo índice, reflexionando sobre sus pa-
labras, y luego pregunta:
—Entonces, ¿significa esto que me lo debes, papá?
Zachary sonríe, con un destello de diversión en sus ojos, y responde:
—Creo que sí.
Sí, es su hija; no hay duda. Un tiburón de los negocios en ciernes, que no
pierde ninguna oportunidad.
Ella aplaude un par de veces antes de anunciar:
—Entonces, ¿quieres jugar conmigo? Voy a hacer una fiesta de té arriba,
y estás invitado por el honor. —Sus cejas se fruncen—. Suena divertido. —Se
ríe y luego baja la voz, mirando hacia arriba como si comprobara que nadie pu-
ede oírla—. Lo dijo Patience. —Se ríe, pero se tapa la boca con la palma de la
mano, claramente sin querer que Patience sepa lo gracioso que le parece.
Zachary le retira el cabello de la cara detrás de la oreja y la corrige:
—Invitado de honor.
—Lo que sea. Vamos arriba. —Ella señala hacia allí—. Mi té se está enf-
riando, papá.
Viéndolos ahora, mi corazón se estremece dolorosamente por la delica-
deza con que él la sostiene y la confianza que tiene, lo segura que se ve en sus
brazos. Está claro que quiere a su hija, y ella le regresa el cariño.
El hombre despiadado dispuesto a sucumbir a cualquier cosa con tal que
le sirva para su propósito no está presente aquí; en su lugar, ella recibe al Zac-
hary amable que ni siquiera sabía que existía.
¿Era este el lado de él que hizo que Angelica se enamorara? ¿Era este el
hombre que era antes que el sospechoso pasara por la vida de ambos?
¿Es este el verdadero Zachary que se esconde tras la apariencia del
hombre de negocios que gobierna un imperio, y el que yo tengo es solo el pro-
ducto de un corazón roto?
La suave voz de Emmaline me devuelve la atención al presente y ladea la
cabeza.
—¿Quieres venir con nosotros? Me queda un lugar más. Solo uno. —Le-
vanta el dedo y me lanza una mirada interrogativa.
Todo en mí grita que me niegue y me esconda dentro de mi habitación,
sin querer ver esa relación padre-hija que es como una herida abierta para mi
dolor y me hace pensar en los “y si”.
O en otras cosas.
Pero, ¿cómo voy a decir que no a esta preciosa niña que es pura alegría,
estropeando su felicidad ahora mismo con mi amargura?
Así que, haciendo acopio de una sonrisa por su bien, asiento, y ella grita:
—¡Genial! Vamos, papá. —Y nos dirigimos a su habitación con Emma-
line contándole a Zachary todo su día, que consiste principalmente en sus
anécdotas de ballet.
—He aprendido a levantar el pie así de alto. —Coloca su mano a la altu-
ra de su hombro.
—Eso es genial, munchkin2. Pero no te pases. —La protección suena en
su tono, y finalmente llegamos a su habitación, las puertas dobles blancas con
pomos redondos.
Emmaline se agita en sus brazos y él la deja en el suelo. Abre de golpe
las puertas dobles, y yo parpadeo ante la enorme belleza que se presenta ante
mí.
El enorme espacio se extiende horizontalmente en forma de óvalo, cubi-
erto de una alfombra blanca que no hace ruido bajo sus pies mientras ella corre
hacia el interior, echando el cabello hacia atrás.
Está separado en dos zonas, la de dormir tiene una cama con dosel enci-
ma. Hay varias almohadas esparcidas sobre ella, junto con un montón de jugu-
etes mullidos, y hay una mesita de noche con una lámpara en forma de globo
que probablemente proyecta una suave luz azul por la noche cuando ella se va a
dormir.
El tocador, situado en la esquina, tiene algunas horquillas, junto con fo-
tos de bailarinas, y frente a él hay una pequeña silla con forma de trono.
Desplazo mi mirada hacia la zona de juegos, donde hay muñecas senta-
das en el suelo en posición vertical, algunos juguetes de aprendizaje, una enor-

2 Munchkin: enana, pequeña…


me casa de muñecas que tiene otros juguetes diversos y, finalmente, justo en el
centro, una mesa redonda con cuatro sillas pequeñas.
Sobre ella hay una tetera con varias tazas y también una barra de choco-
late. Observo que hay una habitación que da al baño y otra cerrada. Al asomar-
me a ella, veo lo que parecen cientos de vestidos con una plataforma en el cent-
ro, rodeada de cuatro espejos.
El rosa y el blanco dominan la paleta de colores. Las puertas del balcón
están ligeramente abiertas, lo que permite que el aire fresco entre en el interior y
haga volar las cortinas blancas y rosas, que rematan este magnífico diseño.
Su habitación está sacada de un cuento de hadas, el sueño de toda niña,
creo, o al menos lo que a mí me hubiera gustado tener cuando tenía su edad.
—Tienes una habitación muy bonita, Emmaline —le digo, y ella sonríe,
apretando su cara contra la rodilla de Zachary antes de ir a su mesa.
—La ha hecho papá.
Mis cejas se levantan mientras miro a Zachary, y él se encoge de homb-
ros:
—La persona que contraté al principio la diseñó como si ya tuviera dieci-
ocho años o algo así. Además, optó por un estilo neutro, sea lo que sea. —No se
me escapa el modo en que se contiene y no maldice delante de su hija—. Estu-
vo sermoneando a mi hija de tres años sobre el mito que las niñas no tienen que
tener nada rosa. Emmaline lloró durante días por eso, y casi nunca llora ni tiene
rabietas. —Sí, puedo creerlo fácilmente, a juzgar por su reacción sobre todo el
asunto de la falta de regalo—. Le dije al diseñador que se perdiera. A mi niña le
encanta este color, y no dejaré que nadie la avergüence por ello.
Mis cejas se fruncen mientras veo a Emmaline verter té de mentira en las
tazas y romper el chocolate para poder poner un trozo en el lateral de los platil-
los.
—¿Tenía tres años entonces? ¿Eso es lo que tardó en diseñar esta casa?
Una emoción cruza su rostro, pero desaparece tan rápido que no la capto.
En su lugar, me dedica una sonrisa que no llega a sus ojos.
—Vivíamos en otra casa hasta hace unos meses.
—¿Todo esto… —Hago girar el dedo en el aire—, estaba listo en unos
pocos meses? —Pero luego sacudo la cabeza para mis adentros; por supuesto,
es posible con la clase de riqueza que tiene. Además, ¿qué sé yo de diseñar una
casa? Sebastian y yo solo teníamos la casa de la playa que le regalaron sus pad-
res, y el ático.
Ni siquiera había terminado de comprar los muebles para ella cuando
ocurrió la tragedia.
Zachary se quita la chaqueta y la tira sobre la cama, mientras que yo ha-
go lo posible por no prestar atención a la flexión de sus músculos con cada mo-
vimiento, el paquete de seis visible incluso desde aquí, lo cual es muy extraño,
porque yo no lo llamaría fornido.
Sin embargo, sus músculos son tan definidos, como si estuvieran tallados
en piedra, y cuando los aprietas, casi tienes la sensación que nada más en el
mundo tiene la capacidad de hacerte daño, porque él te protegerá.
Gimiendo por mis estúpidos y cachondos pensamientos, noto su ligera
sonrisa de satisfacción, ya que debe adivinar en qué estaba pensando, pero co-
mo Emmaline está cerca, no lanza ninguna otra insinuación. En cambio, respon-
de a mi pregunta anterior.
—Adquirí esta propiedad hace mucho tiempo, pero Angelica prefería ot-
ro estilo, así que dejé pasar la idea. —Espera un poco antes de añadir—: Pero
ya no me sentía bien viviendo en esa casa y, para ser completamente sincero, no
podía importarme menos.
—Ya veo —respondo, leyendo entre líneas, porque no puedo evitarlo
con mi profesión. Es habitual que la gente se cambie de lugar tras la pérdida de
un cónyuge si tiene los medios o la oportunidad de hacerlo, sobre todo cuando
empiezan a salir de nuevo y parece que desde cada esquina tu cónyuge muerto
te está observando.
Zachary chasquea la lengua.
—No, St.a Shrink, no es por eso. —Parpadeo ante esto. ¿Cómo es posib-
le que adivine en qué estaba pensando? —. Esta casa era de mi madre y quiero
que Emmaline crezca aquí. Guarda buenos recuerdos; la otra casa… no tanto.
—Su mirada cruza con la mía cuando dice—: Me convertí en un monstruo en
esa casa, capaz de hacer muchas cosas de las que no estoy orgulloso. —Miro rá-
pidamente a Emmaline para asegurarme que no nos oye, aunque parece estar en
su propio mundo, todavía preparando la fiesta del té y tarareando alguna melo-
día.
—A veces el dolor nos cambia de una manera que no esperamos —digo,
sorprendiendo a ambos con mis palabras—. Aun así, el dolor no es excusa para
nada, ¿verdad?
—No, no lo es. —Su voz baja, pero no tengo tiempo de examinarla.
—¡Está listo! —Emmaline grita y nos hace señas para que nos sentemos,
y lo hacemos. Casi me echo a reír cuando Zachary apenas cabe en una de las
sillas, sus largas piernas casi le llegan a la barbilla, pero las separa un poco para
poder tener acceso a la mesa.
Yo soy mucho más pequeña que él, así que me resulta más fácil acomo-
darme en la silla cuando Emmaline anuncia:
—Bienvenidos a mi fiesta del té. —Agarra su taza y se la lleva a la boca,
inhalando el rico aroma que finge y luego cierra los ojos—. Es un té de manza-
nilla para calmarte. —Sonríe, el hoyuelo de su mejilla más visible ante esto, y
dice—: Eso es lo que dijo Patience, pero a ella le gusta el café, así que no está
invitada.
Zachary y yo compartimos una mirada divertida -más bien Emmaline no
la quería por otras razones-. La señora es probablemente simpática y todo eso,
pero para una niña alegre de tres años, puede ser demasiado estricta y tranquila
a veces.
Abre un ojo de golpe.
—Bueno, ¿a qué esperas? —Señala las tazas—. ¡Beber!
También tomamos nuestras tazas, y ver a Zachary sostener una cosa di-
minuta de porcelana rosada es muy gracioso, y todos nos las llevamos a la boca,
tomando un trago codicioso imaginario donde pretendo amarlo tanto, gimiendo
de placer.
—Está bueno, ¿verdad? —Emmaline mira a Zachary, que le da un pulgar
hacia arriba.
—El mejor té que he probado, pequeña.
Se ríe.
—Eso dijiste de mi última fiesta de té.
Él le guiña un ojo.
—Eso es porque tu té es cada vez mejor.
—Yo practico —me dice y nos sirve a todos un poco más antes de dar
unos golpecitos en el platillo—. Prueba el chocolate. Papá me lo trajo de Sui…
sui, algo —termina, renunciando al nombre del país y llevándose el chocolate a
la boca.
—Suiza —la corrige Zach y desliza el platillo hacia mí—. Está muy bu-
eno.
—Seguro que sí —digo agarrando un trozo, me lo meto en la boca y gi-
mo cuando se me derrite en la lengua.
Emmaline salta hacia mí, abandonando su taza de té y colocando ambas
manos sobre la mesa mientras se inclina en mi dirección.
—¿Está bueno? —Asiento con la cabeza y ella me da un pulgar hacia ar-
riba—. Tenía razón. —Entonces corre hacia Zachary, y él consigue atraparla a
tiempo antes que los derribe a ambos de la silla—. Papá, prometiste venir a mi
ballet. Es dentro de dos semanas. —Ella abre la palma de la mano como si qu-
isiera enfatizarlo—. No lo olvides. —Luego se gira hacia mí—. Tú también.
La niña ni siquiera se pregunta por qué estoy cerca de su padre o en esta
casa, no me hace miles de preguntas como imagino que hacen los niños de su
edad, sino que se lo toma todo con calma.
Y tardo un momento en darme cuenta de lo mucho que confía en Zac-
hary; sabe que está bajo su protección pase lo que pase, y que puede acudir a él
con cualquier petición.
Este tipo de seguridad solo se puede obtener de un padre cariñoso, y es el
tipo de seguridad que yo nunca he tenido. Es cierto que Sebastian estaba ahí pa-
ra mí, pero la soledad de la infancia es difícil de borrar de los recuerdos.
Mi anillo brilla bajo la luz, y mis ojos se centran en él, su brillante belle-
za me recuerda al que Sebastian me dio en la playa, proponiéndome su amor
eterno.
Si no fuera por el sospechoso, ahora mismo estaría sentada en una habi-
tación ligeramente diferente, llevando otro anillo y jugando a tomar el té con mi
niña.
En cambio, estoy en la casa y con una familia que no es más que una ilu-
sión.
Al menos para mí.
Una ilusión de lo que podría haber sido y nunca será.
—Y también… —La voz de Emmaline se desvanece mientras dejo lenta-
mente mi taza sobre la mesa y me levanto, atrayendo la atención del padre y la
hija hacia mí, ambos rostros tan confundidos que me habría reído en diferentes
circunstancias.
Pero ahora mismo, quiero huir de aquí, de esta ilusión que me persigue
en mis sueños y me mata en mis pesadillas.
Huir es la única opción para sobrevivir y no dejar que me trague entera,
no dejar que me olvide de mi realidad tan cruel.
—¿A dónde vas? —pregunta Emmaline, apoyando su mejilla en el brazo
de Zachary, y a pesar de mi dolor de corazón, me ordeno sonreír para ella.
—Estoy un poco cansada, cariño. Creo que tengo que ir a la cama. —
Incapaz de resistirme, acaricio su mejilla, frotando mi pulgar sobre ella antes de
correr hacia la puerta, evitando mirar a su padre, que probablemente no esté
contento con mi decisión.
Al fin y al cabo, aquí todo el mundo respira por orden suya, pero cualqu-
ier minuto más aquí y podría asfixiarme.
Estoy casi junto a la puerta cuando Emmaline me alcanza, con la mano
extendida hacia arriba mientras sostiene una gran barra de chocolate sin envol-
ver.
—Llévatela. Por si te sientes triste.
Oh, esta chica va por mi corazón, ¿no es así?
Me arrodillo frente a ella, le doy una palmadita en la cabeza y la beso li-
geramente en la frente, murmurando:
—Gracias, cariño. —Me sonríe, aunque sigue confundida mientras yo
me pregunto cómo puede viajar Zachary sin ella.
Si tuviera un ángel como mi hija, la abrazaría con fuerza hasta que me
rogara que la dejara ir.
Con un último guiño hacia ella, salgo de la habitación y prácticamente
corro hacia la mía, sin permitirme mirar atrás.
Todo lo que me rodea es una ilusión dentro de una burbuja que se ha cre-
ado por el bien del sospechoso, y una vez que lo encontremos… la burbuja va a
explotar. Si permito que mi corazón se apegue a algo de esto… no sobreviviré a
lo que sigue.
Debo protegerme de este dolor.
Porque cuando las cosas se ponen feas, no hay nadie en mi esquina que
luche por mí.

Sospechoso

Ajustando la mascarilla sobre mi boca, me examino en el espejo del baño


del hospital.
Llevo una bata azul marino junto con un sombrero, lo que casi hace que
parezca que soy un cirujano que acaba de salir de quirófano para controlar a sus
pacientes.
Me inclino más hacia el espejo, asegurándome que mis lentes de contac-
to están en su sitio, ya que mi color real habría sido demasiado revelador cuan-
do empiecen a pedir testigos.
Y lo harán, después de todo, es inevitable.
La anticipación me recorre, poniéndome la piel de gallina mientras los
latidos de mi corazón se aceleran, mis dedos se crispan ante la perspectiva de
mi próxima acción.
—Contrólate —ordeno y me pongo los guantes, encajando la banda elás-
tica en mi muñeca antes de salir finalmente del baño hacia la unidad de neuroci-
rugía, sonriendo a unas cuantas personas que pasan de camino a la habitación
veinticuatro.
Abriendo la puerta y deslizándome dentro, veo a Rafe durmiendo profun-
damente en la cama, con el pecho subiendo y bajando.
Tan tranquilo, sin saber lo que le espera a continuación.
Solo, sin que nadie lo vigile.
Una sonrisa curva mi boca.
¿Cómo no experimentar alegría cuando el propio destino hace todo lo
posible por ayudarme en mi causa?
Tal vez me necesiten para restablecer cierto equilibrio en este mundo,
para deshacerse de todos los hombres como papá que no merecen esta vida que
Dios les ha concedido.
Y si tengo algunos daños colaterales en el camino, ¿no deberían esos sac-
rificios ser considerados algo más que un asesinato? Después de todo, no hay
grandes batallas sin pérdidas.
Pero la sociedad es demasiado testaruda para ver todo esto a través de mi
prisma, así que, ¿para qué molestarse en explicar algo?
Me acerco a la cama, asomándome por encima de Rafe, y poniéndole la
mano encima de la cabeza.
Se despierta, sus ojos se abren de golpe, y la sorpresa junto con la felici-
dad me invade cuando entiende que soy yo.
—Has venido —susurra, moviéndose un poco en la almohada—. Pensé
que era demasiado peligroso.
—Lo es —digo, acariciando sus vendas casi con reverencia mientras los
recuerdos de cómo se hizo esta herida inundan mi mente.
Vertiendo todo el alcohol en el fregadero y controlando mi reflejo nause-
oso (no puedo soportarlo después que mi querido papá le dedicó su vida), los
arrojo uno tras otro en el piso limpio donde se rompen en pedazos diminutos
mientras Rafe se sienta en el sofá con los pies metidos debajo de él.
—¿Estás seguro que esto va a funcionar?
Le sonrío alegremente, haciendo acopio de todas las emociones cálidas
que no siento, para reflejárselas mientras pateo los cristales en distintas direc-
ciones con mis zapatos.
—Por supuesto. Solo tienes que confiar en mí.
La duda cruza su rostro, pero asiente, aunque suspirando con fuerza.
—Es que parece tan agradable. Me siento un poco mal por haberla asus-
tado así. —Centra su mirada en mí mientras abro una de las almohadas, lan-
zando plumas por todas partes a nuestro alrededor—. ¿No dijiste que odiabas
a Zachary y no a Phoenix? —La molestia me recorre, mientras contemplo lo
malo que sería mentirle a Rafe y matarlo esta noche después de todo. Descarto
la idea en el instante en que se me pasa por la cabeza, solo porque Phoenix es
tan frágil ahora mismo; no tiene sentido matarlo.
Tirando las últimas plumas, agarro una mezcla de color rojo que parece
sangre y la extiendo para que la imagen sea aún más aterradora.
A veces no se trata tanto de los resultados finales sino de la preparación,
la anticipación y la emoción ante la perspectiva de ver cómo el miedo se infilt-
ra lentamente en el rostro de la víctima, la desesperanza se hunde en cada hu-
eso y la intensidad de su dolor.
Rafe envuelve sus brazos alrededor de sus rodillas, abrazándolas contra
él. Su naturaleza inútil aparentemente decidió mostrar su cabeza y detenerlo de
nuestro plan original.
Phoenix tiene este efecto en la gente. Su aura natural de amabilidad y
bondad hace que sea casi imposible herirla sin sentirse como una mierda por
ello.
En esos momentos, agradezco ser un psicópata —así es como la gente
llama a los que son como yo, ¿no?
Me acerco lentamente a Rafe y le toco la cabeza, levantándola para que
nuestras miradas se encuentren mientras que él se muerde el labio.
Antes me parecía tan adorable, junto con su fascinación de cachorro por
mí.
Sin embargo, con el amor de cachorro viene el afecto y el apego que no
necesito ni quiero de estúpidos como él.
—No me dejarás sola ahora, ¿verdad, Rafe? —pregunto, frotando sus
mejillas con mis pulgares, y veo cómo se calientan—. ¿Recuerdas mi promesa?
Si todo esto va bien, pronto estaremos juntos.
—Dijiste eso la última vez. Cuando te ayudé a hackear. —Baja la mira-
da, respirando con dificultad—. Me prometiste hace cuatro años que huiríamos
juntos una vez que terminara el juicio de Phoenix. Pero nunca lo hicimos —ter-
mina en un susurro, tan patético en su miseria. Pongo los ojos en blanco, pero
mantengo mi voz preocupada mientras atrapo su barbilla entre mis dedos.
He aguantado sus tonterías desde que lo elegí entre cientos de frikis de
su clase para que me ayudara con el aspecto de la red.
Un cazador debe saber cómo cubrir sus huellas para atrapar a su presa
y seguir haciéndolo después de haber obtenido la primera emoción de su pri-
mera víctima.
Este viaje también tiene sacrificios.
Follar a idiotas como Rafe a cambio de su devoción es uno de ellos.
Cambiando forzosamente su atención hacia mí, le digo:
—Tenemos que terminarlo antes de poder cabalgar hacia el atardecer,
cariño. —Quitando un mechón de cabello de su frente, le doy unas palmaditas
en la mejilla, no sin antes clavarle las uñas en la piel y hacerle dar un respin-
go—. Así que déjate de histerias y ponte a ello.
Rafe asiente, se levanta mientras enderezo la columna y resopla molesto
cuando me abraza contra su pecho, meciéndome en sus brazos mientras me su-
surra al oído:
—Te amo. Y siempre estaré contigo.
Siempre es una palabra grande y sin sentido.
—Sin embargo, no he podido resistirme a verte —le digo a Rafe, salien-
do del recuerdo e inclinándome más hacia él—. Lo has hecho muy bien, Rafe.
Sonríe débilmente, acercando su cabeza hacia mí.
—Sé lo importante que es para ti. —Su mirada se llena de la maldita es-
peranza a la que la gente aún no ha renunciado.
Tontos, tan tontos.
La esperanza solo te destruye poco a poco cuando rezas por ella y la ayu-
da no llega.
—Phoenix me ha enfadado hoy. —Sus cejas se fruncen ante mi brusco
cambio de tema—. Tanto, cariño, que me temo que alguien tiene que convertir-
se en un daño colateral para que no pierda el control antes del gran final. —Mi-
ro a lo lejos, pensando en todas mis hermosas víctimas a las que he liberado de
una vida con sus maridos.
—No lo entiendo —murmura, y le paso los dedos por la cara, trazando
mi índice desde su frente hasta su nariz y su barbilla para luego posarse en sus
labios, donde doy unos ligeros golpecitos.
—De todas formas era inevitable. No te habría dejado solo en este mun-
do cruel. Te comerá vivo sin mí.
—¿Amor? —pregunta confuso y luego hace una mueca de dolor cuando
introduzco la aguja en una vena—. ¿Qué estás haciendo?
—Enviarte a un lugar mejor. —Le doy un ligero beso mientras él se de-
bate en mi agarre, pero aprieto mis dos manos sobre él, manteniéndolo en su si-
tio hasta que su corazón deja de latir.
Y así, sin más, puf, Rafe muere.
Le doy un último beso a su cadáver, me dirijo a la puerta y salgo.
Tres pasos más y estoy afuera, caminando por el edificio donde no hay
cámaras de vigilancia, y rápidamente me pongo una peluca, pantalones de de-
porte y un jersey y me subo a un taxi cercano, sin dejar rastro.
¿Ves, papá? No soy un pedazo de mierda inútil que cagaste.
Soy inteligente.
Capítulo 17
—Se supone que el sexo no es más que placer mutuo para las partes
involucradas.
Si no lo estás disfrutando, ¿qué diablos estás haciendo?
El sexo no es complicado, porque carece de emociones, solo deseo físico
que puede no conocer fronteras.
Sin embargo, el sexo tiene el poder de mejorar o destruir la relación.
¿Pero lo más importante del sexo sin ataduras?
No dejarse engañar por el corazón, que hay algo más.
El sexo es fenomenal.
¿Pero el amor?
El amor da mucho miedo.
~Zachary

Zachary

Al cerrar la puerta de la habitación de Emmaline, sonrío pensando en sus


dotes de negociadora, que le serán muy útiles si alguna vez decide seguir mis
pasos y convertirse en directora ejecutiva de la empresa.
Se me escapa un gemido cuando me froto el cuello. Estar sentado en esas
malditas sillas diminutas es insoportable, y creía que se me iban a caer las pier-
nas por estar entumecidas durante tanto tiempo.
Me dolerá la espalda durante mucho tiempo después de esto.
Probablemente podría haberme salvado de esta miseria y agarrar la mu-
ñeca de mi habitación que le compré en una de sus jugueterías favoritas, pero
decidí no hacerlo.
Emmaline ya me echa de menos, así que siempre que tengo un minuto,
quiero pasarlo con ella para que sepa que es importante para mí.
No podría quererla más si fuera biológicamente mía.
Siempre pensé que la paternidad le llegaba a un hombre gradualmente a
medida que se prepara para nueve meses, luego ve a su hijo, su corazón se llena
de orgullo porque algo que él ayudó a crear vino a este mundo.
Y entonces proporciona y protege a este niño con todo lo que tiene, por-
que esa es la única forma en que es capaz de mostrar amor. Al menos ese es el
ejemplo que me dio mi padre.
No podía estar más equivocado.
La paternidad me golpeó como un martillo en la cara, y me enamoré de
ella en cuanto la vi, la pequeña y perfecta niña que no tuve nada que ver con su
creación, pero que reclamé como mía en cuanto la vi.
Estuve allí durante todos los meses de su cuidado intensivo, durante las
tomas nocturnas cuando no podía dormir y lloraba durante horas hasta que po-
nía una música suave y ella se quedaba dormida en mi pecho.
Ella tomó mi mano mientras daba su primer paso, y papá fue la primera
palabra que dijo.
Ella es la luz en mi vida que es una oscuridad constante. Porque no pu-
edo aferrarme a las personas que amo, ¿cómo podría pedir perdón por privar a
Phoenix de todas esas cosas si no siento remordimientos por ello?
De todos modos, Phoenix no habría tenido la oportunidad de criarla; se la
habrían quitado y la habrían metido en el sistema, donde nadie la habría querido
como yo.
Dudo que Sebastian se hubiera sometido a una prueba de paternidad, te-
niendo en cuenta que evitaba como la peste cualquier cosa que tuviera que ver
con su mujer.
La paternidad es un regalo que siempre agradeceré a Phoenix, aunque se
la haya robado.
Me miro la mano palpitante, notando que la piel alrededor del profundo
corte se ha hinchado y enrojecido, y que cada vez que abro la mano y la cierro,
se escapa un poco de sangre.
Claramente, debería haberme ocupado de eso cuando Phoenix se ofreció.
Quizás entonces su mente estaría ocupada. Pero no lo hice, así que se escondió
en su habitación después de presenciarnos disfrutar de una tarde de té de fanta-
sía, siendo demasiado para ella.
Aprieto la mano e inmediatamente hago una mueca de dolor cuando el
escozor recorre mi brazo. La furia contra mí por haber provocado tanto dolor a
Phoenix me está comiendo vivo, pero no puedo decirle la verdad ahora mismo.
Podría hacerla entrar en una espiral -un derrumbe moral- que la llevaría a
cometer alguna acción imprudente en su intento de llevarse a la niña. Y no es
algo que podamos permitirnos con el sospechoso pisándonos los talones. Su ca-
beza necesita estar despejada de cualquier distracción, y con la verdad, no podrá
pensar racionalmente.
Bueno, además de querer matarme y probablemente conseguir mi cabeza
en una bandeja de plata por lo que he hecho, un pecado más a mi interminable
pila que no para de crecer.
Un crujido resuena en la casa y miro hacia el lugar de donde procede, la
habitación de Phoenix. Ella abre la puerta y sale a la luz, y mi maldito aliento se
detiene en mis pulmones cuando mis ojos se posan en ella.
Sus mechones negros caen por su espalda, casi alcanzando la parte infe-
rior de la columna, y el vestido morado que se puso se desliza holgadamente
sobre su figura, aunque no hace nada para enmascarar todas esas curvas que mis
manos acariciaron anoche y que encajaban tan perfectamente contra mí.
Está descalza y apoya el hombro en la marco de la puerta, el placer re-
cubre su voz cuando dice:
—Apuesto a que eso duele ahora, ¿eh? —Se golpea la barbilla con el de-
do índice—. ¿Qué fue lo que dijiste? No importa —gruñe un poco, imitando
mis palabras—. Está bien.
Ah, mi pequeña criatura despiadada.
Disfruta de mi miseria, ¿verdad?
—Ser vengativa no te sienta bien, cariño.
—Tengo que disfrutar donde pueda. Así que, ja, ja. —Hace un gesto con
la cabeza hacia el interior de su habitación—. Entra. He encontrado el botiquín
bajo mi lavabo.
No tiene que pedírmelo dos veces. No estoy seguro que la ha llevado a
tender una rama de olivo esta noche, teniendo en cuenta que debe estar todavía
enfadada por todo el asunto de la proposición, pero no voy a cuestionarlo.
Cuanto más tiempo pueda pasar en su compañía, mejor. No podemos ac-
tuar como una pareja de locos enamorados cuando ella evita cada una de mis
caricias y se aleja corriendo cuando me acerco.
Cuando entro, veo la cortina ondeando, ya que la puerta del balcón está
abierta, y la luz del exterior ilumina la habitación.
Como Phoenix no está a la vista, me acerco a la habitación y parpadeo
sorprendido cuando la veo en la esquina, donde hay dos sofás de mimbre y una
mesa redonda con el botiquín y dos tazas humeantes. Phoenix está sentada en
uno de los sofás, con los pies colgando en el suelo mientras los balancea de un
lado a otro.
Mis botas golpean ruidosamente en el piso de mármol mientras camino
hacia ella, haciendo rodar mis hombros hacia atrás con la esperanza de aliviar
algo de tensión. Noto un montón de jodidas estrellas en el cielo para esta época
del año.
¿Quizás el universo ha decidido crear una noche romántica para mí… y
yo no he recibido el memorándum al respecto?
—¿Debería preocuparme? —Me dejo caer en el sofá de enfrente, gimien-
do de placer cuando se ajusta a mi tamaño perfectamente. Me deslizo un poco
hacia delante para que mi cuello pueda descansar en el cojín superior.
El cielo.
—¿Qué quieres decir?
—Me has invitado a entrar en tu habitación, has preparado todo esto y
quieres ocuparte de mi mano. ¿Es una trampa de la que no soy consciente? —
Saco un cigarrillo y un encendedor del interior de la chaqueta que me he vuelto
a poner. Estoy a punto de encenderlo, cuando recuerdo mis modales, levantando
mi mirada hacia ella mientras ladea la cabeza, estudiándome—. ¿Te importa?
—Sí.
Entonces, lo tiro a mi lado, abandonando la idea de olvidarme de todo
por un momento.
Fumar es uno de los hábitos a los que me hice adicto en los últimos cuat-
ro años, encontrando consuelo en la nicotina que golpea mi lengua y me da un
respiro temporal de la insoportable agonía que ha representado mi vida.
O tal vez, por un momento, podría haber escapado del hombre en el que
me había convertido como resultado de mi dolor.
Por lo general, nunca pido la opinión de nadie al respecto. Emmaline es
mi única excepción, porque nunca fumo cerca de ella.
Sin embargo, a medida que descubro más y más con cada día que pasa,
Phoenix es diferente y, en cierto nivel, es un jodido inconveniente.
Sus necesidades, gustos y aversiones se vuelven tan importantes para mí
como los míos propios, y esa es una conexión para la que ninguno de los dos
está preparado.
¿Qué tiene esta mujer que me hace actuar como un tonto enfermo de
amor, dispuesto a todo con tal que el objeto de su adoración mire hacia él?
Phoenix rodea la taza con las manos, se la lleva a la boca y da un tímido
sorbo. Sus labios se hinchan por el contacto caliente, y mi polla se agita contra
mi cremallera.
Joder, todo lo relacionado con ella me excita hasta el punto de la locura.
—Té verde con menta —anuncia y me lo extiende—. ¿Ves? Lo he pro-
bado. No está envenenado, aunque la idea se me pasó por la cabeza.
Lo acepto, rozando nuestros dedos durante un segundo, y la electricidad
se cuela entre nosotros, pero ambos la ignoramos. Así que le pregunto:
—¿Qué te detuvo?
Se encoge de hombros tomando la segunda taza.
—No me apetecía volver a la cárcel. —La tensión se apodera del ambi-
ente, y me tenso interiormente esperando que vuelva a arremeter. Nunca podría
detenerla, porque se lo merece, aunque no fui yo quien la metió en la cárcel en
primer lugar.
Aunque a veces actúa como si hubiera sido yo quien se sacó de la manga
las pruebas de su delito y las presentó de tal manera que la encerraron.
A veces se olvida que yo también soy una víctima en esta historia y no el
verdugo que todos tratan de pintar.
—No te preocupes. No voy a sacar el tema. Tenemos una tregua, ¿no? —
dice y mete los pies debajo de ella, apoyando el codo en el brazo del sofá—. He
pensado que tenemos que hablar de la validez de este matrimonio. Arruinar esto
no es una opción. Quiero encontrar al sospechoso y poner fin a esto.
Lo que realmente quiere decir es que finalmente podrá escapar, sin tener
que presenciar mi rostro o incluso el de mi hija, porque ambos le recordamos
las cosas que perdió.
—Pensé que querías tratar mi mano. —La muevo en el aire.
Ella responde con dulzura, aunque la diversión reluce en sus ojos:
—Ahora mismo estoy disfrutando de mi té. Además, has esperado tanto
tiempo; seguro que puedes aguantar un poco más, ¿no?
Tomo un sorbo más grande del té y subo las piernas a la mesa, dando un
alivio muy necesario a mis rodillas que probablemente estarán rígidas por el
resto de la noche.
—Me importa una mierda lo que piensen los demás. La única persona a
la que tenemos que convencer es a ese cabrón.
Phoenix pone su taza sobre su rodilla, sus dedos tamborilean sobre ella, y
el sonido me molesta, pero no digo nada, disfrutando de este clima fresco que
tiene la capacidad de despejar cualquier mierda que esté jugando en mi mente.
Cómo cortar las extremidades del cabrón poco a poco, mostrándole que
no soy amable ni gentil, torturándolo durante años ya que ningún dolor suyo se-
rá lo suficientemente satisfactorio.
—Él o ella es muy inteligente, así que este plan está destinado a fracasar
si no tienes alguna gran historia de amor lista para entregar al público. —Corta
mis cavilaciones y enfoca sus ilegibles ojos marrones hacia mí—. Entonces, Sr.
Sabelotodo, ¿qué tipo de historia de amor tienes en mente?
—A pesar de mi odio hacia ti, monitoreé, a través de mis contactos, si
habían ocurrido delitos similares en el país. Tus palabras en el juzgado, donde
juraste que no habías bebido nada, no me dejaron tranquilo. Eso y como Sebas-
tian te creyó al principio. Un esposo siempre sabe si su mujer tiene problemas
con la bebida, y tú no tenías esos problemas. Así que, ¿por qué te arriesgarías
de repente? —Ella se congela, ni siquiera parpadea ante esta información, y una
risa amarga se desliza por mis labios—. Fue entonces cuando dejé de beber y
empecé a pensar racionalmente. No tenía otra opción. Emmaline requería mi
atención. Ser un padre ausente no estaba en mi agenda. —Doy un sorbo al té
antes de continuar—. Unos dos años después, vi un patrón suficiente para dudar
de mi convicción de si habías mentido. —Mi boca se curva en una sonrisa de
autodesprecio—. Sin embargo, hay algo gracioso en nuestra mente. Siempre
nos protege. Probablemente habría enloquecido al pensar que pagabas por los
pecados de otra persona. Así que en lugar de verlo como que no eras culpable y
tratar de indagar en esa dirección, me imaginé que debía haber algún problema
con los frenos de ese auto. Y todavía debes haber bebido y, en tal caso, seguir
siendo culpable del crimen. —Terminando mí té de un gran trago, sin importar-
me cómo me quema la garganta, paso la taza de una mano a otra—. Entonces
Lydia me envió los archivos, y el resto es historia.
El silencio cae después de mis palabras, con solo el ulular de las lechuzas
en la distancia, acompañado por el viento agitando los árboles y el crujir de las
hojas entre sí, y escucho el pesado suspiro de Phoenix antes que vuelva a dejar
la taza sobre la mesa y se cruce de brazos.
—Pero todo esto no responde a mi pregunta.
—Qué impaciente —digo, tirando mi taza vacía en el sofá—. Hipotética-
mente hablando, podría haber descubierto todas estas incoherencias, trabajar pa-
ra descubrir la verdad y llegar a la conclusión que eras inocente. Y luego haber-
te visitado en la cárcel para hablar de ello.
—Pero…
—Shh, déjame terminar. —Muevo el dedo en el aire—. Si tenemos visi-
tas, esto significa que estamos pasando tiempo juntos. Por el camino, nos ena-
moramos, y en cuanto saliste, decidimos no perder el tiempo. La vida es dema-
siado corta para no vivirla plenamente. —Me agarro al brazo del sofá—. ¡Y
voila! Tienes una historia de amor poco convencional para la prensa, y todo el
mundo nos apoya.
Se queda boquiabierta y sacude la cabeza con incredulidad antes de gri-
tar:
—¿Estás loco? —Ella gime, palmeándose la cara. —Esta es la historia de
amor más idiota que he escuchado. Por no mencionar que no tienes pruebas que
lo respalden.
Me río a carcajadas.
—¿Qué pruebas, mujer? ¿Crees que van a ir a la cárcel a comprobar si la
información es correcta? De todos modos, no la conseguirían. Es clasificada.
—Es estúpido. ¿Cómo no puedes verlo? —exclama y balancea los pies
hacia el suelo, golpeándolo con fuerza—. Nadie lo creerá.
—Ahí es donde te equivocas. Se lo creerán, ya que es romántico, una es-
pecie de cuento de hadas oscuro. Trágico pero hermoso de una manera extraña
también. Pero lo más importante es que el sospechoso se lo creerá, porque nos
conoce. Sobre todo a ti.
Sus cejas se fruncen.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Sabe que me odiabas. Que sufriste una pérdida insoportable por mi
culpa. —Ella baja la mirada, y aunque la culpa vuelve a asomar su fea cabeza
ante mí, la contengo—. Pero lo más importante es que él sabe que ambos nos
casamos por amor en el pasado y cuánto amamos a nuestras parejas. Si lo vol-
vemos a hacer, y tú aceptas estar conmigo, debe significar algo. Lo suficiente
como para que se sienta traicionado. —Espero que vea el razonamiento detrás
de mis pensamientos y no empuje el punto que él o ella es súper inteligente.
La inteligencia del sospechoso no tiene nada que ver con esto de todos
modos. Reaccionará emocionalmente a la noticia y se romperá. Solo tengo que
prepararme para que ocurra durante la boda y luego atraparlo en mi red, para
que la pesadilla termine para todos los involucrados.
Y empezar para él, porque su sufrimiento será eterno.
—Mi cabeza no puede asimilar esta mierda —dice finalmente, su mirada
fija en la mía—. Pero supongo que tengo que estar a bordo de este barco que se
hunde, ya que todo el mundo sabe ahora lo del compromiso. —Agarra el teléfo-
no de debajo de la almohada del sofá, donde no lo había visto antes. Desbloqu-
ea la pantalla y desliza el teléfono en mi dirección—. Desplázate hacia abajo.
Parece que todo el mundo está hablando de nosotros.
Efectivamente, el feed de noticias consiste en fotos y artículos sobre no-
sotros con los titulares más ridículos.

King y la Ex-convicta: Una historia de amor.


Cuando un asesinato no es razón suficiente para interponerse en el
camino del amor.
Mantenlo en la familia, estilo King. Parece que otro Hale se une a la
dinastía.

Me río de la última, lo que solo sirve para cabrear más a Phoenix, que me
acusa: — Oh, es gracioso para ti, ¿verdad?
—Tienes que admitir que la última es jodidamente graciosa. Y no te pre-
ocupes, Sebastian no es mi familia de sangre, así que no estás haciendo doblete
ni nada por el estilo —le aseguro, y sus ojos se abren ante mis palabras antes de
agarrar la almohada cercana y lanzármela. Agacho la cabeza para evitarla, pero
ella agarra otra y vuelve a fallar al caer al suelo.
—¡No puedo creer que puedas decir algo así! —Resopla con frustraci-
ón—. ¡Es asqueroso!
—Era inevitable. ¿Realmente pensabas que podríamos seguir adelante
con este matrimonio sin que nadie mencionara el hecho que tu ex marido está
comprometido con mi hermana? —A mí tampoco me entusiasma; de hecho, la
furia me invade, exigiendo que borre de la cabeza de todos cualquier tipo de re-
cuerdo que estuvo casada con él, porque la idea que ella pertenezca a otra per-
sona no me gusta.
Ella es mía y solo mía, y todo y todos los que vinieron antes que yo pu-
eden irse a la mierda.
Lo cual es muy hipócrita, pero, ¿a quién le importa?
—¿Honestamente? —dice—. No pienso mucho en Sebastian, además
de… —Se aclara la garganta, cerrando la boca, pero sé lo que quería decir de
todos modos.
Además de las veces que piensa en su hija y en lo que podría haber sido
si Sebastian la hubiera criado.
Bueno, nunca lo sabremos, ¿verdad?
—No importa qué, pero él no ocupa mis pensamientos las veinticuatro
horas del día —continúa y luego se muerde el labio con preocupación—. ¿Has
comprobado cómo está tu hermana? —Frunzo el ceño, no estoy seguro de lo
que quiere decir con eso, así que elabora con un bufido como si no pudiera cre-
er que sea tan tonto—. ¿Está bien? Seguro que no quiere que la ex de su prome-
tido se case con su hermano.
—No somos cercanos —respondo mecánicamente, aunque mi mente di-
giere esta información ya que mi familia ni siquiera fue un factor en mi toma de
decisiones.
¿Por qué habría de hacerlo? Yo nunca tengo en cuenta a los suyos, así
que los sentimientos son mutuos. No he comprobado si hay llamadas o mensaj-
es desde que entramos en la casa, así nada perturbaría mi tiempo con Emmali-
ne. Busco mi teléfono en el bolsillo de la chaqueta y murmuro:
—Pues que me condenen. —Porque hay cincuenta llamadas perdidas de
varios miembros de mi familia, incluso mi madrastra, y cinco de Zeke.
Y solo un mensaje de texto de mi padre.
Llámame cuando veas esto. Tenemos que hablar, hijo.
Sí, no tengo prisa por hacer esa llamada, porque no estoy de humor para
ningún sermón. Probablemente me sermonee sobre lo mucho que le duele a Fe-
licia, su pequeña, y que debería haber pensado primero en las consecuencias de
mis actos antes de actuar por impulso.
Es su frase preferida cada vez que hago algo con lo que él no está de acu-
erdo o que podría lastimar a su amada familia.
Mi expresión sombría y mi estado de ánimo deben dar a Phoenix una
impresión equivocada, ya que dice:
—Están enfadados, ¿verdad?
—No te preocupes por mi familia y sus emociones. No importa lo que
piensen.
—Son tu familia —protesta ella, pero se detiene cuando mi risa vacía re-
suena en la noche.
—Solo se acuerdan que son mi familia cuando necesitan algo de mí o
creen que les he jodido la vida. —Como no quiero seguir dándole vueltas al
asunto, cambio de tema—. Entonces, ¿qué tal si me curas la mano?
Se frota la frente.
—Todo esto me está dando dolor de cabeza. O tal vez sea mi estado des-
de que estoy en la libertad. —Suena más como una reflexión interna, así que no
digo nada.
En lugar de eso, me levanto dispuesto a sentarme a su lado para que pu-
eda trabajar en mi mano, pero ella niega con la cabeza, se levanta del sofá y
recoge el botiquín.
—Vamos al baño. Primero tenemos que limpiarlo. Por no mencionar que
la iluminación allí es mejor.
Lo que sea que funcione para ella.
El olor a lavanda mezclada con vainilla que solo asocio con ella me hace
estremecer las fosas nasales cuando pasa a mi lado, con su cuerpo rozando el
mío, ya que no doy un paso atrás para facilitarle el camino.
La molestia brilla en sus ojos cuando nuestras miradas se cruzan, pero se
echa el cabello largo hacia atrás y los mechones oscuros me golpean en la cara
cuando se dirige a la puerta, y luego lanza por encima del hombro:
—Quizás debería dejar que se pudra y que te mueras de la infección. Por
causas naturales y todo eso. Imagínate. Inocente del delito y me desharía de ti.
Sonrío ante su golpe, encontrando que su descaro me excita mucho, co-
mo si necesitara más estímulo, y la sigo dentro de la habitación.
—Como mi muerte será agónica y lenta, siempre puedo escribir una car-
ta culpándote a ti.
—Todo el restaurante fue mi testigo —responde ella, y esta vez no puedo
evitar que se me escape una risita. Entramos en el amplio cuarto de baño y ella
enciende la luz. El enorme espacio cuenta con una bañera, un lavabo con un
enorme espejo e incluso una cabina de ducha.
Me señala el lavabo.
—Lávate las manos.
Me quito la chaqueta y la tiro sobre la encimera, me lavo las manos y ha-
go una mueca de dolor, maldiciendo para mis adentros cuando el escozor se in-
tensifica un poco, y entonces ella me señala los pañuelos de papel.
—Límpialo con ellos. Las toallas contienen muchos gérmenes.
Como va muy en serio, sigo las instrucciones y me siento en el borde de
la bañera, que está cubierto de piedras, extiendo la mano y anuncio en un tono
agudo:
—Haz tu magia, oh hada médica.
Si las miradas pudieran matar, yo estaría muerto ahora mismo, pero ella
permanece en silencio, abre el kit antes de traérmelo y lo coloca junto a mi ca-
dera.
Se pone unos guantes de látex antes de examinar el corte, presionando li-
geramente sobre la piel que lo rodea, y vuelvo a hacer una mueca de dolor, lu-
ego le lanzo una sonrisa que probablemente no llegue a mis ojos. Ningún homb-
re quiere parecer una flor delicada maldiciendo por una picadura, pero, ¿por qué
coño me duele tanto ahora? Todo estaba bien hace unos segundos.
—No tienes que hacerte el valiente.
Presiona más fuerte sobre la piel, y yo murmuro:
—Maldita sea.
—Todo esto… —Sigue deslizando el dedo por el corte—, podría haberse
evitado si me hubieras hecho caso desde el principio.
—Puedes regocijarte más tarde, pero por el amor de Dios, deja de presi-
onar tus dedos en ello —digo entre dientes, y ella se detiene, todavía sostenien-
do mi mano abierta.
—No necesita puntos como pensé en un principio, pero es profunda. Te-
nemos que cubrirla. —Puede hacer lo que quiera mientras este dolor irritante
desaparezca.
Procede a hacer todas las cosas, pero sigo gimiendo cuando vierte el anti-
séptico por toda la herida y se desliza dentro, quemándome tanto la piel que me
pregunto cómo está ayudando esta mierda.
Pero mi atención se centra en Phoenix, en la facilidad con la que realiza
todo esto, cada movimiento rápido y preciso. Solía ser una de las mejores de su
clase y, según la mayoría de sus profesores, tenía un gran potencial como ciruj-
ana e incluso contempló la posibilidad de dedicarse a la neurocirugía, pero cam-
bió de opinión en el último momento.
—¿Por qué elegiste la psiquiatría como campo?
Ella desenrosca el tubo de pomada y moja una generosa cantidad en su
dedo antes de aplicarla en el corte y responde:
—Hace mucho tiempo, elegí la carrera de medicina, porque quería salvar
vidas. Me pareció una gran idea, un trabajo con un propósito tan grande. —Una
extraña sensación recorre mi mente ante esta información, recordándome a otra
persona del pasado que solía utilizar un lenguaje similar al describir su sueño, y
me quedo quieto—. El cerebro me fascinaba, y todos los estudios relacionados
con él. Antes de la facultad de medicina, pensaba ser cirujana, pero una vez que
empecé… no podía soportar la idea que los pacientes murieran uno tras otro en
mi mesa. — Toma el vendaje del kit y lo enrolla, coloca el borde rasgado en mi
mano y comienza a cubrir mi corte—. Así que elegí la psiquiatría. No me arre-
piento de esa decisión. —Aunque la escucho, el pensamiento no me abandona,
me atrapa con tanta fuerza que empiezo a recordar retazos de su vida a los que
nunca presté atención.
Cuando estudiaba sus archivos, lo único que me importaba era encontrar
su debilidad para poder usarla en su contra. O buscaba cualquier cosa que pudi-
era convencerme sobre que estaba realmente borracha. No me importaba mucho
su familia, además del hecho que no tenía una.
—¿Dónde están tus padres? —Me escucho preguntar, y ella levanta su
mirada sorprendida hacia mí.
—¿No lo sabes?
—Tu expediente decía que no había familia. ¿Están muertos?
—Crecí en el sistema —dice y termina de vendarme, atando el nudo ent-
re el pulgar y el índice—. Intenta no mojarlo hasta la mañana, y lo revisaré ma-
ñana. Creo que la hinchazón bajará y entonces no tendrás que llevarlo más.
Ahora mismo, voy a ir sobre seguro, ya que el corte es tan profundo que podría
infectarse fácilmente. —Se quita los guantes y los tira a la papelera que está a
unos metros de nosotros y, sinceramente, mi mano me importa una mierda aho-
ra mismo.
Así que cuando quiere alejarse de mí, la agarro de las caderas, llevándola
entre mis piernas abiertas, y ella jadea sorprendida, sus manos empujando mi
pecho.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Tenías un amigo por correspondencia? ¿Un tipo con el que intercam-
biaban cartas? —Hago la pregunta sin importarme la locura que pueda parecer,
necesitando saber si mi fugaz sospecha es correcta o no.
Aunque no estoy seguro de lo que haré una vez que escuche su respuesta.
Porque si todo este tiempo he hecho daño a la chica de mi infancia cuya
vida de mierda nunca la privó de sus esperanzas y sueños, por lo que aún se de-
jó la piel para conseguir su título, entonces soy un monstruo aún más grande de
lo que he previsto.
El reloj de la habitación hace tictac con fuerza, y cada tictac acelera los
latidos de mi corazón a la espera de su respuesta.
Aunque su respuesta rompa la última parte sana de mí.

Phoenix

Me agarra con más fuerza, sus dedos se clavan en mis caderas, e intento
liberarme de nuevo, pero sus manos son como cadenas de acero que me rodean,
manteniéndome en su sitio y no dejándome evitar su presencia abrumadora.
Colocando las palmas de las manos sobre sus hombros, empujo con fir-
meza, pensando que servirá de algo, pero él solo me atrapa entre sus piernas
con más fuerza y me ordena:
—Contéstame.
¿Qué demonios le pasa?
—Sí, tuve un amigo por correspondencia cuando era niña. ¿Quién no lo
tuvo? —Mi generación aún creció durante la época en que la tecnología no go-
bernaba este mundo, así que estoy segura que no es tan raro. Y además, ¿qué ti-
ene que ver esto con nosotros? —. Zachary, por favor, suéltame — repito, pero
sus músculos se ondulan debajo de su camisa mientras una vez más el agarre de
su abrazo es tan fuerte que jadeo cuando la incomodidad se apodera de mí—.
Me estás haciendo daño.
—¿Cómo se llamaba?
—¿Qué? —pregunto, olvidando momentáneamente su estúpida pregunta,
y luego grito cuando, en un último intento de escapar, caigo sobre él. No tengo
más remedio que rodear su cuello con los brazos para no caer al suelo.
—¿Cómo se llamaba? —Sus dedos se enredan en mi cabello y me echa
la cabeza hacia atrás, nuestras miradas chocan, la suya es tan ardiente que me
sorprende no estar hirviendo por ello—. El amigo por correspondencia.
Esta es la conversación más extraña que he tenido con un paciente, y te-
niendo en cuenta que he trabajado en psiquiatría, ¡eso es mucho decir! Eso me
pasa por querer ser una persona más grande y ayudarlo, aunque sabía que era un
idiota.
Sus acciones actuales lo demuestran.
—Zach, ¿de acuerdo? Su nombre era Zach, y lo vi dos veces antes que
me abandonara durante nuestra cita programada. Así que, por el amor de Dios,
¿podrías por favor…? —Hago una pausa en medio de la frase cuando la comp-
rensión me golpea tan fuerte que me tambaleo un poco y me quedo con la boca
abierta por la sorpresa, con miles de pensamientos pasando por mi mente.
¿Pero el más importante de todos?
No puede ser verdad.
Sin embargo, todos los puntos y recuerdos fugaces del pasado sobre
Zach, mi Zach, comienzan a sumarse a un gran rompecabezas con piezas desco-
nocidas para mí en ese entonces.
Lo adinerado que era.
Lo mucho que odiaba a su familia.
Presumido, arrogante.
Mi mano aprieta su camisa, acercándonos mientras me inclino hacia él,
susurrando:
—¿Tú eres Zach? ¿El Zach con el que intercambié cartas?
Gruñe, su pecho vibra bajo mi abrazo.
—Sí.
—¡Oh, Dios mío! —exclamo, olvidando momentáneamente que soy una
mujer de treinta y dos años a la que él ha destrozado la vida, y vuelvo a ser la
niña vertiginosa de diez años que le escribió por primera vez—. ¡No puedo cre-
erlo! —Sin pensarlo, lo abrazo y murmuro—: Fuiste un amigo por correspon-
dencia increíble. —Se tensa en mis brazos, pero entonces sus manos me envuel-
ven, apretándome contra su pecho, y una sonrisa se dibuja en mi boca.
¿Quién lo hubiera pensado? Qué increíble es que por fin haya conocido
al chico…
Y con esto, la oscuridad revienta mi burbuja de felicidad, la realidad se
cuela en la causa de nuestro encuentro.
Mi cuerpo se congela. El aire se pega en mis pulmones mientras su olor
masculino perturba mi nariz, y rápidamente me alejo de él, tan rápida e inespe-
radamente que no tiene más remedio que dejarme ir.
—El destino tiene ciertamente sentido del humor, ¿no es así? —le indico,
cruzándome de brazos, y él se levanta, su expresión determinada mientras cami-
na hacia mí, pero doy un paso atrás de nuevo, esperando que él capte la maldita
indirecta de mantenerse alejado—. ¿Quién sabía que el chico que solía ser tan
amable conmigo terminaría siendo mi peor pesadilla? —termino, olvidándome
de la estúpida tregua cuando la decepción me recorre, destruyendo lo único bu-
eno que tuve en la infancia.
Nuestras cartas eran escasas y casi inexistentes, pero de alguna manera,
sentía que en algún lugar tenía un mejor amigo que me escuchaba sin importar
lo que tuviera que decir.
Me daba la sensación de seguridad de no estar sola en este gran mundo
en el que nadie me quería, y me apoyaba en mis sueños a su extraña manera e
incluso se las arreglaba para hacerme regalos inolvidables. Para la mayoría de la
gente, probablemente no sea nada, pero para un niño de acogida que nunca se
sintió especial…
Era el mundo entero, lo mejor, aunque siguiera siendo malo y nunca
ocultara el hecho que no podía importarle menos lo que todos pensaran de él.
—Phoenix —empieza, pero sacudo la cabeza, sin querer escuchar lo que
tenga que decir.
Todo esto ahora no es su problema; es el mío. Construí un chico perfecto
en mi cabeza que de alguna manera creía que estaba cerca de mí. Irónicamente,
incluso después que no se presentó a nuestro encuentro, lo excusé en mi cabeza
y le di las gracias por Sebastian.
Bueno, ese es un regalo que se llevó, así que tal vez no debería haber es-
tado tan agradecida por mi marido.
—No viniste —le digo, lo cual le causa sorpresa a juzgar por la forma en
que sus ojos se abren—. Debería haber sido una pista desde arriba para alejarme
de ti. Pero aquí estamos. —Una risa sin humor se desliza por mis labios—. El
destino logró conectarnos después de todo. Tengo que decir que ojalá no lo hu-
biera hecho. —Me tapo la boca con la mano, extrañamente sin ganas de llorar,
pero temo que se me escape un sollozo. Dios, nunca fui una persona emotiva,
pero desde que conocí a Zachary en la vida real, no soy más que una fuente ina-
gotable de cascadas.
—Fui. Un minuto después que te fueras. —Lo miro, viendo la sinceridad
en su rostro mientras continúa—: Intentamos alcanzarte, pero agarraste un taxi
y te fuiste. Y luego no respondiste a ninguno de mis correos electrónicos. —Su-
ena molesto por esto, pero solo una cosa destaca de sus palabras.
—¿Tu y quien más?
Se queda completamente quieto, con la mandíbula tensa, el único indicio
de sus emociones antes que finalmente responda, con la voz desprendida, pero
veo que cada palabra le resulta difícil de pronunciar.
—Con Angelica. Ahí es donde nos conocimos. Tomamos un café y em-
pezamos a salir unos meses después, tras reencontrarnos en uno de los actos be-
néficos que organizaban los Kings.
—Seguramente diste gracias a Dios por no haberme conocido ese día,
¿no? —No dice nada, porque no puede negarlo. Si lo hubiera intentado, me
habría engañado—. Conocí a Sebastian ese día en el taxi. Cada vez que su
nombre aparecía en mi mente, te agradecía que me hubieras abandonado para
poder estar con el hombre de mis sueños.
La energía cambia a nuestro alrededor con mi verdad, arremolinándose
peligrosamente mientras sus orbes verdes brillan de ira y sus manos se cierran
en un puño. Y antes que me dé cuenta, me enjaula entre el lavabo y su fuerte
pecho, poniendo una mano a cada lado de mis caderas mientras no tengo más
remedio que inclinarme hacia atrás mientras me clava la mirada.
—El hombre de tus sueños te ha dejado. —La posesividad recubre su
voz y se inclina sobre mí, mi espalda se clava en el lavabo, pero no me muevo.
¡Puede meterse sus tendencias posesivas por la garganta!
—¡Por tu culpa! —le respondo, pero luego cierro los ojos y respiro pro-
fundamente, lo que no ayuda en nada a mi estado, ya que me llena de su presen-
cia, y mi cuerpo traicionero, vuelve a reaccionar ante él.
¿Qué tan humillante es esto?
—Quizás tengamos mala suerte el uno para el otro —susurro, aun evitan-
do su mirada—. Cuando estamos juntos, pasan cosas malas. —Finalmente, vu-
elvo a abrir los ojos para mirarlo y le agarro la camisa—. Así que mantengamos
nuestra tregua y alejémonos el uno del otro. —Me odio por ello, pero añado—:
Por favor.
Su mano pasa de mi cadera a mi cintura y a mis brazos, dejando la piel
de gallina a su paso mientras la sube lentamente hasta mi cuello, ahuecándolo
suavemente. Jadeo cuando lo aprieta y me echa la cabeza hacia atrás, inclinando
la cabeza mientras él se desplaza hacia delante, murmurando sobre mis labios:
—No la tenemos. Te lo voy a demostrar.
—No —susurro entrecortadamente, suplicándole que no me empuje a es-
to… lo que realmente no quiero, incluso si mi cuerpo envía una señal completa-
mente diferente.
¿No lo ve?
Si no tiene cuidado, podría romperme, y no lo soportaré, rompiéndome
para siempre en pequeños pedazos que nadie en el mundo podrá volver a unir.
Quizás por eso no tengo tanto miedo del sospechoso, a pesar de sus ten-
dencias psicopáticas.
Porque Zachary King es una amenaza mayor para mi cordura y mi cora-
zón, que está sangrando tanto que una herida más lo va a matar.
¿Y entonces qué quedará de Phoenix?
Su pulgar me roza mis labios, deslizándose suavemente antes de ponerlo
en mí barbilla, presionando tan fuerte que no tengo más remedio que abrir. Y
justo antes de introducir su lengua, susurra:
—Arreglaré esto, Phoenix. Lo haré.
Quiero gritar que no lo hará. Porque, ¿cómo podría alguien más que Dios
arreglar lo que Zach hizo?
Pero en lugar de eso, mis manos aprietan más su camisa, aferrándose a él
en este caos que me come viva lentamente, y arqueo la espalda cuando nuestras
bocas se conectan, con su lengua explorando el interior y la mía buscando la su-
ya.
Se me pone la piel de gallina, y el estómago se revuelve con la anticipa-
ción acompañada del arrepentimiento que recorre mi sistema, mostrándome la
verdad que quiero evitar.
Nada en este mundo tiene el poder de impedir que sucumba ante él, y qu-
iero gritar de frustración por la injusticia que supone.
¿Se debe a la conexión que establecimos cuando éramos niños y, en al-
gún nivel subconsciente, todavía me siento atraída por él?
¿A la idea de mi amigo por correspondencia y de cómo todos los astros
pueden alinearse de tal manera que nos hacen cuestionar el destino?
Quizás cuando estoy en su compañía, vuelvo a ser la joven alegre de di-
eciocho años que soñaba a lo grande y creía en cuentos de hadas que no se ha-
cen realidad.
En lugar de vivir en la realidad, sus brazos tienen el poder de llevarme al
pasado, a cuando mi corazón era capaz de vivir emociones increíbles, con mari-
posas que estallaban en mi estómago y sueños que llenaban mi corazón de tanto
amor que podía volar.
Ya me acosté con él una vez.
¿Qué cambiará una vez más, de todos modos?
Estamos condenados de cualquier manera; más vale disfrutar del viaje
mientras dure, sin ilusiones.
Cuando todo esto termine, también lo haremos nosotros, porque para em-
pezar nunca hubo un nosotros.
Mis manos vuelven a rodear su cuello. Me aprieto más contra él mientras
sus palmas se deslizan por mis hombros hasta mi cintura y mi culo antes de
elevarme. Lo acuno entre mis piernas, fijando mis tobillos a su espalda, mient-
ras el beso caliente y devorador sigue despertando cada parte de mi cuerpo.
Casi espero que me coloque sobre la encimera y me folle aquí mismo,
pero se da la vuelta y entra en el dormitorio, donde, a pasos cortos, llega a la ca-
ma. Gimo en señal de protesta cuando me deja caer sobre ella. Salgo rebotando
un poco, aterrizando de culo con el cabello por toda la cara bloqueando mi visi-
ón de él.
Al echarlo hacia atrás, veo cómo tira la camiseta al suelo, dejando libre
su cuerpo de dios griego con todos los músculos duros y rígidos que deberían
ser esculpidos en una escultura por lo exquisitos que son. Su erección sobresale
detrás de la cremallera y mi coño se aprieta al recordar cómo me penetró una y
otra vez la noche anterior.
Se me escapa un gemido cuando se quita el cinturón de golpe y se baja la
cremallera, sacando la polla. Me muerdo el labio inferior, imaginando cómo se-
ría saborearlo en mi lengua.
Al fin y al cabo, en este momento la realidad no existe, y puedo ser tan
sucia como quiera con él. Nada está fuera de nuestros límites si significa placer
y satisface el anhelo dentro de mí.
Sus ojos se oscurecen cuando adivina el rastro de mis pensamientos, y
me señala con el dedo. Empiezo a arrastrarme hacia él, pero me detengo. Sus
cejas se levantan, ladea la cabeza y me pongo de rodillas, deslizando las palmas
de las manos por todo el cuerpo antes de llegar al dobladillo del vestido y salir
de él.
Me estremece la brisa que entra por la puerta abierta del balcón, mis pe-
zones se endurecen al instante y vuelvo a gemir, presionando mis pulgares cont-
ra ellos, lo que provoca espasmos hacia mi núcleo, deseando sentir algo dentro
de él.
Gruñe cuando mi gemido de necesidad resuena en el espacio. Dice con
su voz baja y ronca que tiene el poder de seducirme por sí sola:
—Ven aquí, cariño. —Me arrastro hacia él hasta que enreda los dedos en
el cabello, tirando de él con fuerza e inclinando mi cabeza hacia atrás mientras
con la otra mano acaricia la polla arriba y abajo, con una gota de semen gotean-
do de la punta. Se frota el pulgar en ella, extendiéndolo sobre la cabeza, y se
acerca para que esté a centímetros de mi boca.
—La forma en que me miras me hace pensar que necesitas una polla en
la boca. —La posesividad destella en su mirada—. Mi polla. ¿Quieres probarla,
cariño? —Arrastra la punta sobre mis labios. Abro la boca para atraparla, pero
él la retira. Frunzo el ceño y gimo cuando me tira del cabello, enviando ligeras
punzadas de dolor por todo mi cuerpo—. Contéstame.
—Sí. —Y entonces, sin escuchar nada más de lo que quiere decir, coloco
mis manos en sus caderas, chupando la cabeza y gimiendo cuando el primer sa-
bor golpea mi lengua, intensificando el deseo dentro de mí.
Salado y almizclado, como algo que sabes que no deberías probar, pero
lo haces de todos modos, porque si no lo haces, podrías volverte loco.
Inclinándome hacia atrás, lamo su longitud, disfrutando del órgano que
late bajo mi lengua mientras su respiración se acelera. Su agarre se intensifica
cuando vuelvo a cerrar la boca en torno a él, chupándolo profundamente y poni-
endo la mano en la raíz de su polla, apretándola con fuerza.
Mi coño está empapado, apretándose con cada golpe de lengua y recor-
dándome lo excitada que estoy. La palma de la mano que tengo libre se desliza
por mi vientre hasta llegar a mi núcleo, presionando mi clítoris.
Gimo en torno a su grosor, enviando vibraciones a través de él, y él gru-
ñe, tirando de mi cabello con tanta fuerza que me lloran los ojos. Arrastrando
mi boca desde la base hasta la punta, lo chupo, pasando la lengua por la cabeza
antes de volver a deslizarla por su longitud. Lo aprieto al ritmo de los dedos que
empujan dentro de mí, cada uno de mis movimientos envía ondas de placer en
mi cuerpo y llena mi sangre de la tan necesaria anticipación de la felicidad divi-
na que está casi a mi alcance.
Zach me detiene, empujándome un poco hacia atrás, y luego su pulgar se
posa en mi barbilla antes de ordenar:
—Abre. —Hago lo que me dice, empuja dentro de mi boca con facilidad
mientras relajo mi garganta todo lo que puedo alrededor de él—. Tu boca está
muy caliente, nena. Podría morir feliz con mi polla ahí dentro y con tus labios
gruesos manteniéndola prisionera. Placer y dolor combinados en uno. —Sus ca-
deras se mueven hacia adelante y hacia atrás, y gime sobre mí. Sigo moviendo
los dedos dentro de mí al ritmo de sus empujones, imaginándolo moviéndose
entre mis piernas, introduciéndose en mí una y otra vez. Se me escapa un leve
gemido. El fuego crece en mis venas poco a poco mientras mi cuerpo zumba de
anticipación—. ¿Te gustan esos dedos en tu coño, Phoenix? —Su pulgar presi-
ona mi mejilla para que nuestras miradas se encuentren—. Apuesto que no ti-
enen nada que ver con mi polla, ¿verdad? —Se aparta un poco, dejando solo la
punta en mi boca, y yo la chupo, mi mano bajando de su erección a la cama, ne-
cesitando tener más equilibrio o podría caerme por todo lo que me está pasando
a la vez—. ¿Estás goteando para mí, nena? —Asiento y su abrazo se suaviza
cuando dice—: Muéstrame.
Con un gemido torturado, saco los dedos de mi núcleo, que sufre espas-
mos de desesperación al no recibir el vacío, y levanto la mano hacia su boca. Él
lame la humedad de los mismos, su lengua rozando mi piel, haciéndome sisear.
Luego las succiona en su boca antes de soltarlas con un suave chasquido.
Me rodea el cuello con las manos y me hace arrodillarme suavemente.
Deja caer su boca sobre la mía y me da un beso profundo que me hace hervir
tanto la sangre que es un milagro que no me queme en sus brazos. La combina-
ción de nuestros sabores casi me lleva al límite, pero antes que pueda prolon-
garlo, me empuja de espaldas y anuncia:
—Tengo hambre, nena, y quiero darme un festín desde la fuente. —Se
quita el vaquero antes de enganchar sus dedos en mis bragas, bajándolas y tirán-
dolas después.
Me agarra el pie, rozando mi tobillo, y le da un ligero beso antes de dob-
larlo y colocarlo sobre la cama y luego repite la misma acción con el otro, dej-
ando un espacio entre ellos mientras se cierne sobre mí. Se inclina hacia delan-
te, y sus labios dejan a su paso toques como de plumas mientras roza mi cuello
hasta la clavícula y luego la parte inferior de mis pechos.
Pasa su lengua sobre mi pezón, tirando de él con sus labios, y luego chu-
pa un poco más antes de pasar al otro, haciendo lo mismo. Arqueo mi espalda,
empujando el pezón más adentro de su boca, pero él solo se ríe contra mí y ba-
ja, dejando mi pezón dolorido. Tiemblo cuando su respiración silba, congelando
mis picos puntiagudos húmedos de su boca, y la combinación de eso junto con
el calor que corre a través de mi sistema calma el aire en mis pulmones por un
segundo, y gimo con resignación.
Enlazo mis dedos en su sedoso y oscuro cabello mientras él baña mi cu-
erpo de besos hasta que separa más mis muslos y me abre con su dedo. Su ali-
ento caliente en mi carne me hace sacudirme y exhalar fuertemente mientras
abanica mi núcleo antes que pase su lengua desde mi clítoris hasta mi trasero,
recogiendo mi humedad mientras me vuelve loca con cada deslizamiento de su
lengua.
Mi fuerte gemido llena el aire cuando lo desliza dentro de mí, haciendo
girar su lengua sobre mis paredes, empujando más y más profundamente. Mis
dedos se enroscan en la cama, mis dedos tiran de su cabello y lo mantienen en
su posición, porque si sigue así, yo…
Gimo de frustración cuando me muerde los labios inferiores antes de
chuparlos mientras sus dedos se deslizan dentro de mí, uno, dos, tres, y arrastra
su lengua hasta mi clítoris, presionándolo antes de moverlo de un lado a otro.
Grito mientras la electricidad me recorre en oleadas, lista para golpearme de
una vez. Mi cuerpo está cubierto de sudor, listo para dejarse llevar y encontrar
por fin la satisfacción que tanto necesita.
Estoy tan mojada, tan dolorida, deseando llegar al orgasmo con tanta fu-
erza. Una de mis piernas se eleva sobre su espalda, deslizándose hacia arriba y
hacia abajo, encerrándolo en esta posición para que finalmente pueda darme lo
que tanto anhelo.
—Zach, por favor —susurro. Sin embargo, él es implacable y retira sus
dedos, sustituyéndolos por su lengua de nuevo, dando a mi núcleo un beso con
la boca abierta que debería estar prohibido por lo mucho que me hace sentir.
Clavando mis uñas en su nuca, apoyo mi pie en su hombro y cierro los
ojos, comenzando a mover lentamente mis caderas hacia delante y hacia atrás,
encontrando la fricción con él moviéndose rítmicamente dentro de mí.
Un sofoco asalta mi cuerpo, viajando por la punta de los dedos de mis pi-
es, hasta la cabeza, casi como una bola de nieve que está dispuesta a tragarme
entera.
Solo un poco, un deslizamiento más, y me…
Jadeo cuando su boca me abandona. Abro los ojos y veo que se limpia la
boca en el interior de mi muslo antes de inclinarse hacia delante, acomodándose
entre mis piernas con su erección envuelta en un condón. ¿Cuándo demonios ha
tenido tiempo de hacer eso? Arrastra la punta por todo mi cuerpo y se gana un
grito de frustración.
—Zach —le ruego y le advierto al mismo tiempo, deseando alcanzar por
fin el dichoso olvido sin que me importe nada.
—Lo sé, cariño. Pero te vas a correr en mi polla y no en mi lengua. Por-
que… —Me penetra solo con la punta, mi coño se aprieta alrededor de ella. Gi-
me por encima de mí—. Exactamente eso. Quiero que las paredes de tu coño se
aprieten tanto a mí alrededor para que nunca pienses que esto es un error. Por-
que nadie en este mundo puede hacerte sentir como yo. —Antes que pueda pro-
testar, me penetra con un movimiento rápido. Grito cuando el cabecero de la ca-
ma choca contra la pared y mi cuerpo se aprieta instantáneamente en torno a él.
Acerca su boca a mi oreja y sus labios se mueven contra ella cuando su-
surra:
—¿Quién te folla ahora, Phoenix? —Permanezco en silencio, envolvien-
do mis piernas alrededor de él y gimiendo cuando él, lenta y agónicamente, se
retira para volver a penetrarme profundamente—. Contéstame.
—Tú —respondo, con la voz ronca; parece que he gritado durante horas.
Paso mis uñas sobre su espalda, empujándolas dentro de él—. Zachary King me
está follando ahora mismo. ¿Estás contento? —Aunque no lo veo, siento física-
mente su sonrisa, y a pesar de mis emociones hacia él, que no tienen nada que
ver con mi cuerpo, un fantasma de sonrisa aparece también en mis labios—.
Ahora, por favor, Zach, fóllame tan fuerte que no sienta nada más que tu polla
dentro de mí, o quítate de encima para que pueda terminar el trabajo yo misma.
Me gruñe al oído; al hombre de las cavernas no parece gustarle mi ame-
naza, pero todos los pensamientos al respecto vuelan de mi mente cuando me
agarra con fuerza por las caderas, sus dedos se clavan en mi piel tan profunda-
mente que dejarán una marca. Se abalanza sobre mí con tanta fuerza que grito,
pero luego gimo cuando retrocede para penetrarme una y otra vez, empujándo-
me más y más profundamente, con su longitud arrastrándose por mis paredes
repetidamente mientras miles de sensaciones me asaltan desde todos los rinco-
nes, hundiendo sus garras en mí y moviéndome hacia el éxtasis que siempre si-
gue cuando estoy en los brazos de Zach.
Estoy caliente, muy caliente, mientras su polla me estira con cada empuj-
ón, como si reclamara su territorio aunque ambos sepamos que es temporal.
Le palmeo la cabeza, buscando sus ojos, y cuando los encuentro, conecto
nuestras bocas con un murmullo incoherente, y nos perdemos en el beso. Sus
movimientos se aceleran, el ritmo me empuja al borde, y luego se acerca cada
vez más hasta que finalmente me golpea tan fuerte que me quedo quieta antes
de echar la cabeza hacia atrás y gritar, con mi núcleo dando espasmos sobre él,
succionándolo dentro y no queriendo soltarlo.
Uno, dos, tres golpes más y ruge por encima de mí, su polla se endurece
dentro de mí antes de derramarse en el condón. Nuestra fuerte respiración se
convierte en el único sonido de la habitación.
Se posa sobre mí, con nuestros cuerpos tan apretados que ni siquiera el
aire puede deslizarse entre nosotros, y por un momento me permito disfrutar de
este respiro y deleitarme con el resplandor de nuestro amor…
No.
Sexo.
Sexo crudo, sin sentido, sin ataduras, que satisface nuestras necesidades
básicas.
Mis párpados se cierran mientras intento ignorar la voz en mi cabeza que
no me permite huir de la verdad, por mucho que lo desee.
Las mayores mentiras que nos decimos… nos las decimos a nosotros
mismos.
Capítulo 18
—La envidia hunde sus garras en cualquier alma dispuesta, siempre que se
lo permitas, y por eso es muy peligrosa.
Especialmente si todo lo que esta alma conocía era la crueldad mezclada
con el dolor, y lo único que la mantenía de pie durante los tiempos oscuros
eran los pensamientos de venganza.
Y cuando se añade la traición a todo ello, recordándoles una vez más lo
insignificantes que son en la vida de alguien…
Las consecuencias pueden ser mortales.
~Phoenix

Phoenix

Algo se desliza desde mi frente hasta mi nariz, casi como un toque de


plumas que apenas está ahí, pero que es suficiente para perturbar mi sueño.
Frunciendo el ceño, me giro hacia un lado para evitarlo, y una fuerte risa
llena la habitación antes que una ráfaga de aire caliente me golpee en la cara.
Me acurruco más en la almohada y suspiro cuando vuelvo a sentir la su-
avidad que me rodea y la manta que me protege del ligero viento que sopla des-
de el balcón.
Eso es el cielo, el frío combinado con el calor del interior, donde una
persona puede pasar horas bajo la manta y no pensar en nada.
Mi cuerpo palpita en todos los lugares adecuados, recordándome las acti-
vidades de la noche anterior, y exhalo con fuerza, pensando en cómo una vez
más he sucumbido al deseo de la carne en lugar de escuchar el sentido común.
En este punto, podría convertirme en un chiste corriente.
Sin embargo, en los brazos de Zachary, por una fracción de momento,
puedo olvidarme de la viciosa realidad que estoy viviendo y concentrarme solo
en el placer que tiene el poder de borrar todo de mi cerebro. Tan caliente e in-
tenso que todo lo que vino antes palidece en comparación.
Pero, ¿eso del fuego abrasador que despierta cada vello de tu cuerpo y te
hace desear tanto al hombre que crees que te volverás loca si no se corre dentro
de ti y satisface el profundo anhelo que puso en ti?
Una vez que te vuelves adicta a él, es imposible soltarlo, lo que lo convi-
erte en una de las cosas más peligrosas que ofrece esta vida.
Vuelvo a suspirar, pensando en cómo con cada acción que hago me meto
más y más en la espiral de locura de la que no hay escapatoria, y entonces surge
otra risita, y esta vez le presto atención.
Con un ojo abierto, veo a Emmaline acostada en la almohada a mi lado,
rodando a su lado y abrazando a un osito de peluche cerca de su pecho.
Sonríe con fuerza, el sol que entra por la ventana hace brillar su cabello,
y me vuelve a tocar la mejilla.
—¡Estás despierta! —exclama.
Mi corazón, como siempre, revolotea en mi pecho al ver a esta hermosa
criaturita, pero poco a poco el dolor desaparece, sin fusionarla con mi hija en mi
mente.
Poco a poco, Emmaline puede tener su propio lugar allí, y quizás esto fa-
cilite nuestras interacciones. Después de todo, ¿quién puede resistirse a enamo-
rarse de esta niña?
Entonces, decidiendo no huir más de ella, para ser honesta, es tan agota-
dor protegerme todo el tiempo, agarro su nariz entre mis dedos y la giro de un
lado a otro.
—Alguien me despertó.
Ella estalla en carcajadas y se lleva la mano al pecho.
—¡Yo! —grita, y luego dice—: Me lo ha dicho papá. —Baja la voz a un
susurro—. Pero esperé antes de hacerlo. Duró una eternidad. —Suspira dramá-
ticamente—. No podía esperar más.
—Está bien, cariño. —Debería haber sabido que solo haría algo así por
orden de Zachary, y no me sorprende mucho.
Pero entonces casi salto de la cama cuando recuerdo que probablemente
no tengo ropa puesta. ¿Cómo voy a explicarle eso a una niña? ¿Qué demonios
está haciendo Zach de todos modos? ¿Tiene la costumbre de presentar a sus
compañeras de cama a su hija?
Solo entonces me doy cuenta, mirando por debajo de la manta, que llevo
un vestido limpio, e incluso tengo las bragas puestas.
Zachary debe de habérmelo puesto todo encima cuando se ha despertado.
Y yo me he dormido durante todo el proceso. ¿Cómo diablos es posible?
Apenas me resisto a gemir contra la almohada solo de pensar en su cara
de satisfacción al saber que me ha agotado tanto que me he desmayado de can-
sancio.
Un nuevo golpe de Emmaline en la mejilla me devuelve al presente.
—Papá te llama para desayunar.
—¿Lo hace ahora? —Empiezo a preguntarme si tienen algún tipo de ré-
gimen estricto aquí en el que no te dejan hacer nada hasta que desayunes.
¿O generalmente se come cuando él lo desea? ¿Así que en cualquier otro
momento no se puede hacer nada en la cocina porque está prohibido?
—Sí. Así que tenemos que darnos prisa. —Se acerca y me besa profun-
damente en la mejilla—. ¡Buenos días, Phoenix! —Con esto, se arrastra y sale
corriendo de la habitación.
Sacudiendo la cabeza, me deshago de la manta, tiro las piernas al suelo y
estiro los brazos antes de dirigirme al baño. Me cepillo rápidamente los dientes
y me sujeto el cabello en la parte superior de la cabeza, ya que me molesta de-
masiado.
Suspirando aliviada porque esta vez no hay chupones frescos en mi cuel-
lo, bajo las escaleras sobre todo por Emmaline, porque la niña ha venido hasta
aquí para buscarme.
De lo contrario, Zachary podría irse a la mierda. Puede que haya acepta-
do que soy incapaz de resistirme a él en el sentido sexual, pero nunca he prome-
tido obediencia, ni siquiera con la tregua.
Bajando las escaleras, me dirijo hacia la cocina, con los pies sin sonido
sobre el mármol, y vuelvo a escuchar una sonora risita.
Qué increíble debe ser una niña de tres años; todo te hace feliz, y el mun-
do está lleno de posibilidades. ¿O tal vez solo sea así cuando un niño está rode-
ado de amor?
No recuerdo haberme reído tanto durante mi infancia.
—¿Otra vez, papá? —pregunta, y la veo sentada junto a la mesa, con los
tobillos cruzados mientras los balancea de un lado a otro con las manos juntas.
—No más, pequeña, hasta que te pongas algo de comida en el estómago.
—Su voz ronca me inunda, recordándome cómo me susurró palabras ilícitas la
noche anterior, y me clavo las uñas en las palmas de las manos, deseando espa-
bilarme.
El deseo por él puede mostrar su fea y traicionera cabeza durante la noc-
he, dándome un respiro de las pesadillas, pero durante el día, tengo que ser yo
misma y mantener las distancias, sin dejar que afecte a nuestra investigación y
objetivo mutuo.
Atrapar al sospechoso enfermo que cree que nuestras vidas son su patio
de recreo, y que puede movernos como muñecos de trapo, ordenándonos que
hagamos actos despreciables a su antojo.
Zachary aparece, colocando un plato lleno de huevos y tostadas a un lado
frente a Emmaline y le da un ligero beso en la parte superior de la cabeza.
—Cómete el desayuno.
Ella hace un mohín.
—Pero, ¿qué pasa con los gofres?
—Tendrás gofres cuando te comas esto.
Ella abre la boca para protestar, pero luego le sonríe, apoyando la barbil-
la en la mano, y suspira.
—Te quiero, papá. —No hay manera que Zachary no ceda ante tanta ter-
nura. El hombre ha jugado a la fiesta del té en una silla diminuta, por el amor de
Dios.
Sin embargo, parpadeo sorprendida cuando le revuelve el cabello y le di-
ce:
—Yo también te quiero, cariño. Seguirás comiendo huevos si quieres
gofres.
Se enfrentan durante un rato y luego Emmaline murmura:
—De acuerdo. —Y clava el tenedor en el plato, metiendo rápidamente
los huevos en su boca.
Me saluda con la mano y Zach gira la cabeza en mi dirección, con sus oj-
os verdes iluminados por la luz del sol, pero no se me escapa cómo recorre su
mirada sobre mí, una sonrisa de satisfacción curvando su boca junto con el des-
tello posesivo de sus orbes.
Gruñendo por dentro, frustrada, y sin poder culpar a nadie más que a mí
por su arrogancia, le anuncio:
—Me ha llamado para desayunar. Aquí estoy, señor. —Le saludo, con
sarcasmo en la voz, y luego miro a mi alrededor para saludar a Patience, pero
no la veo.
Zachary adivina mis pensamientos mientras se dirige a la cocina, tirando
por encima de su hombro.
—Se está retrasando, debería llegar pronto. Tuvo que visitar a su herma-
na anoche. —Rompe dos huevos en la sartén y luego pregunta—: ¿Tienes algu-
na preferencia específica?
—No —respondo distraídamente, sorprendida por la imagen que me sa-
luda al ser él quien prepara el desayuno para todos. Lleva un pantalón de chán-
dal bajo y una camiseta blanca casi transparente, por lo que cada ondulación de
sus músculos es visible para mis ojos.
Mientras cocina junto al fuego, veo un tazón con una masa de color blan-
co amarronado y una máquina de gofres en el otro mostrador, enchufada para
que se caliente antes que comience a prepararlos.
¿Zachary King cocinando en su cocina? ¿Sigo soñando o acabo de des-
pertarme en otra dimensión?
—Yo en tu lugar cerraría esa boca.
La cierro de golpe, y al instante la molestia me atraviesa al ver lo acerta-
do que estaba una vez más.
—Bueno, tendrás que disculpar mi sorpresa. No todos los días veo…
—¿Un hombre cocinando?
—Oh, eso lo he visto muchas veces. —Tengo en la punta de la lengua
mencionar que a Sebastian se le da muy bien y que siempre me consentía con
alguna receta nueva, pero por cómo se medio gira hacia mí con advertencia en
la mirada, decido no hacerlo.
Por supuesto, lo que tengamos no equivale a una relación, pero echarle
en cara mi pasado es un golpe bajo. Por no mencionar que tampoco quiero sa-
ber nada de sus mujeres.
Nunca.
Curiosamente, la idea que esté con otra mujer me vuelve loca, lo que
contrasta mucho cuando pienso en su difunta esposa. Los celos están ausentes
entonces, y en su lugar, hay una profunda tristeza por una mujer que perdió su
vida tan joven debido a la locura de alguien.
—Aprendí a cocinar cuando mamá enfermó.
Mi corazón se estremece dolorosamente ante esto.
—¿No tenías sirvientes?
—A mamá le encantaba cocinar ella misma, así que eso es lo que hací-
amos cuando no podía salir de casa para asistir a todas esas funciones importan-
tes como una King —Agarra la sartén y pone los huevos en el plato cercano an-
tes de apagar el fuego y volver a la mesa y colocarla en el lado opuesto de Em-
maline, que come en silencio, con los ojos mirando entre nosotros—. Siéntate.
Hago lo que me dice, sobre todo por la forma en que le cambia la voz ca-
da vez que menciona a su madre, por lo que debe ser difícil para él compartirlo.
Decidiendo romper la tensión, porque Emmaline se mueve incómoda, sin
entender por qué el humor de su papá se ha agriado de repente, bromeo:
—¿Tampoco puedo comer gofres si no me como los huevos?
Agarra su propio plato y se sienta en la cabecera de la mesa, con Emma-
line y yo a cada lado.
—Nadie puede. —Clava el tenedor—. De lo contrario, ¿qué sentido tiene
prohibírselo a Emmaline? —Cambia de tema y gracias a Dios por eso—. ¿Dor-
miste bien?
Me meto rápidamente los huevos en la boca y asiento con la cabeza,
masticando largamente para no tener que dar una respuesta verbal, y él sonríe,
encontrándolo jodidamente gracioso.
Emmaline golpea con fuerza el plato, recogiendo el último bocado de hu-
evo, y se lo traga.
—Ya está, papá. ¿Ahora puedo comer los gofres?
Él le da unos golpecitos en la nariz con el dedo.
—En unos minutos.
—¿Puedo dibujar, entonces? Quiero dibujar algo para Phoenix. —Me
sonríe—. Un pequeño regalo.
Mi interior se calienta ante esto, encontrando hermosa su aceptación,
porque esta niña no sabe nada sobre mí y no forma juicios sobre mi carácter.
Un raro regalo cuando no he conocido más que el desprecio en los últi-
mos cuatro años.
Incluso con la verdad descubierta ahora, siempre seré esta Phoenix que
pasó por el infierno y volvió y aun así condujo el auto que mató a Angelica
King.
—Puedes.
Ella chilla y sale corriendo hacia la sala de estar después de darle un beso
en la mejilla, y Zach me explica:
—Tiene una zona de juegos en la sala común. Nunca tengo invitados ni
organizo fiestas, así que todo este espacio desperdiciado me parecía estúpido.
—Le das libertad para vagar por la casa.
—No quiero que se sienta encerrada entre cuatro paredes. Podría asfixi-
arla.
Un flashback de la prisión juega en mi mente cuando me encerraron du-
rante veinticuatro horas en una celda solitaria sin luz después de algunas peleas
con una de las internas que no paraba de provocarme.
Normalmente, me lo tomaba todo en silencio, sin querer meterme en
problemas solo porque alguien hiciera gala de sus supuestas habilidades de do-
minación y me eligiera como objetivo. Es más fácil patear a alguien que ya está
tirado en el suelo, ¿no?
Sin embargo, sus palabras aún resuenan en mis oídos hasta el día de hoy,
y después de ellas, estallé, envolviendo mis manos alrededor de su garganta y
asfixiándola tanto tiempo que es un milagro que siguiera viva.
No me extraña que tu bebé haya muerto. ¿Quién querría a una perra co-
mo tú como madre?
Zachary coloca su mano sobre la mía y me lleva de regreso al presente,
su mirada llena de preocupación.
—¿Estás bien?
Me aclaro la garganta, mastico la tostada y respondo:
—Sí. Solo que un recuerdo me tomó desprevenida cuando mencionaste
cuatro paredes.
El silencio cae sobre la mesa después de eso, y los latidos de mi corazón
se aceleran, ya sea por el flashback anterior o por la cercanía de Zachary, quien
aún continúa mirándome mientras como, pero luego pregunta: —¿Compartirás
alguna vez lo que te pasó allí?
A pesar de saberlo, una risa amarga se desliza por mis labios.
—¿Por qué? ¿No has recibido suficientes informes al respecto?
Su agarre sobre mí se hace más fuerte y luego lo retira rápidamente, ap-
retando la mandíbula mientras se pasa los dedos por el cabello antes de exhalar
con fuerza.
—Me lo merezco. Me lo merezco, joder. Pero nunca ordené que te hici-
eran daño después de aquella vez.
Esta información bien podría haber sido una bomba lanzada sobre mí, ya
que tiene el mismo efecto.
Me quedo helada, el tenedor repiquetea con fuerza en el plato cuando se
me cae de la mano, y parpadeo al verlo.
¿Qué? ¿Cómo es posible?
El primer ataque fue uno de los más duros y despiadados contra mí, pero
el resto que siguieron tampoco fueron sol y rosas. Y se dice que alguien pagó
una fuerte suma cada vez, por lo que el abuso continuó; podrían haberse queda-
do de por vida con la cantidad de dinero que recibían.
A menos que el sospechoso…
Sin embargo, no tengo tiempo de detenerme ni de hacer más preguntas
para aclarar la situación a partir de esta información, ya que suena el teléfono de
Zach. Lo saca del bolsillo, frunciendo el ceño mientras responde.
—¿Sí? —Escucha lo que le dicen y luego—: Sí, que entren. —Ante mi
mirada interrogante, anuncia—: El FBI está aquí.

Zachary
El reloj suena con fuerza en el salón mientras nos acomodamos en el sofá
frente a dos sillas ocupadas por Noah y Ella que nos observan en silencio, sin
perderse ningún detalle.
Y a juzgar por el ceño fruncido de Ella, no entiende cómo Phoenix está
tan tranquila en mi presencia después de lo ocurrido en la oficina.
Apuesto a que ella también nota la tensión sexual entre nosotros; ¿no son
psicólogos criminales? No sé cómo funcionan todos los psiquiatras, pero al pa-
recer algunos tienen la capacidad de adivinar todo sobre ti solo por el lenguaje
corporal.
Me importa una mierda de una manera u otra. He reclamado a Phoenix
como mía y me importa un carajo quién tenga un problema con ello.
Phoenix se mueve incómoda una vez más, su pierna golpea el suelo, y
por lo rígida que está su columna, entiendo que es un manojo de nervios a la es-
pera de lo que tienen que decir.
Su cara se puso pálida cuando le dije que estaban aquí, casi como si le
anunciara que la mismísima muerte había llegado para reclamar su alma y ar-
rastrarla al inframundo.
Harto del prolongado silencio, lo rompo con mi voz áspera y cortante.
—¿Vamos a quedarnos tranquilos o nos van a decir por qué están aquí?
Noah y Ella comparten una mirada, y finalmente el hombre habla.
—¿Qué tan seguro es este lugar para esta discusión?
—Aquí no hay cámaras ni micrófonos, si eso es lo que preguntas. —Me
froto la barbilla con el dorso de la mano—. Lo hice revisar hace unos días, pen-
sando que el maldito podría querer espiar. No me arriesgaría de esa manera con
mi hija. —Nunca podría estar seguro de lo que le excita a este imbécil, y si al-
guna vez encontrara los vídeos o las fotos de Emmaline en su casa o a él alarde-
ando de ellos para hacer chantaje… me volvería loco.
Noah asiente.
—Comprensible. ¿Y qué hay de tu personal? ¿Confías en todos ellos?
—Dentro de la casa, solo tenemos a la niñera que ha estado en mi familia
durante los últimos treinta y cinco años. —Junto con los federales, también lle-
gó Patience, así que le dije que subiera con Emmaline y no bajara hasta que la
llamara.
Lo último que necesita mi hija es escuchar o tropezar con algún detalle
espeluznante que provoque pesadillas o que el miedo llene su pequeña figura,
no dejándola vivir en su burbuja feliz.
Mientras yo esté cerca, nada asusta a mi pequeña.
O a Phoenix, sin embargo, no es algo que pueda expresar, ya que la muj-
er está convencida que nuestro romance y nuestra química sexual se basan en la
frustración y otras tonterías con las que su mente de psiquiatra ha decidido jus-
tificar todo esto en su cabeza.
Lo cual es cierto, excepto que nuestra conexión empezó hace veinticinco
años y acaba de estallar, así que puede que actúe como un avestruz que esconde
la cabeza en la arena y no ve qué coño está pasando, pero eso no significa que
no esté pasando nada.
He tenido mucho sexo sin ataduras, y lo que comparto con Phoenix nun-
ca podría llamarse así.
He escuchado cómo las mujeres tienen tanto miedo a los hombres libera-
les, afirmando que estos tipos de hombres que están acostumbrados a conseguir
sexo donde sea con quien sea, nunca sentarían cabeza, y que evitan el amor co-
mo la peste, demasiado temerosos de comprometerse con alguien.
Que jodida mentira, al menos en mi experiencia.
Las personas que tienen miedo a comprometerse son las que ya amaron
una vez, y eso las destruyó hasta el punto que el amor se convierte en el mayor
riesgo.
El amor tiene el poder de curar todo lo que llevamos dentro, de dar un
nuevo sentido al mundo que nos rodea, mientras la persona que más te comp-
rende se queda a tu lado.
Sin embargo, perder el amor tiene el poder de despojarte de la persona
que una vez conociste y, en su lugar, crear una criatura muy viciosa dispuesta a
destrozar a cualquiera y a todo.
Lo que le hice a Phoenix tras la muerte de Angelica demuestra esta afir-
mación.
Noah se aclara la garganta, levantando la ceja hacia mí como si adivinara
que mi mente estaba en otra parte, y ante mi asentimiento, finalmente comienza
a hablar.
—Anoche, Rafe Baker fue encontrado muerto en su cama de hospital. Le
inyectaron aire en la vena, lo que provocó una embolia de aire que se dirigió al
corazón, y murió en un minuto según el informe.
Un grito de angustia se escapa de Phoenix. Se tapa la boca con la palma
de la mano y se le llenan los ojos de lágrimas.
—No —susurra y me mira, negando con la cabeza—. El hermano de Sa-
ra. —Sin pensarlo, la atraigo hacia mí, creando un capullo de protección a su al-
rededor mientras se agacha bajo mi brazo, con todo el cuerpo temblando—. Es-
tá muerto por mi culpa.
—No —respondo con severidad, estrechando mi agarre sobre ella, y abro
la boca para tranquilizarla antes que la culpa se la trague por completo y la ci-
egue de argumentos racionales, cuando la voz de Ella corta la miseria.
—O al menos eso creíamos. —Los dos nos quedamos paralizados, Pho-
enix apenas respira en mis brazos por esta extraña declaración, y el pavor me
invade ante esto.
Lo que sea que tengan que decir traerá más caos a nuestras vidas y enre-
dará esta maldita red de engaños hasta un punto que será imposible de desatar.
Saca una tablet de su estuche de cuero y la coloca en la mesa de café ent-
re nosotros.
—Phoenix, por favor, mira a este hombre. ¿Lo conoces?
Ella se retuerce en mi brazo y parpadea, estudiando la foto de un hombre
rubio y sonriente que nos saluda con el océano a sus espaldas.
—No, es la primera vez que lo veo.
—Eso pensamos. —Noah se desplaza a la derecha para mostrar al tipo,
esta vez de pie con una mujer joven mientras se besan con la puesta de sol bril-
lando sobre ellos—. Este es el verdadero Rafe Baker y su novia, Alexis. Actual-
mente están disfrutando de sus vacaciones en Hawai. —Phoenix se aleja de mis
brazos, secándose las lágrimas y sentándose erguida pero sin evitar mi abrazo,
así que no hago ningún movimiento para liberarla—. Ganaron este viaje justo
un día antes que salieras de la cárcel. Qué conveniente, ¿verdad?
—No lo entiendo —dice Phoenix con confusión en su voz—. ¿Cómo pu-
ede ser Rafe?
Ella interviene, deslizando el dedo hacia otra foto que muestra un buen
barrio con varias casas suburbanas al lado y un campo verde con niños corrien-
do.
—Esta es la verdadera casa de Sara, donde creció. Tras la muerte de sus
padres, Rafe se quedó allí. Nos pusimos en contacto con él para contárselo; se
sorprendió, por supuesto. Como prometió a Sara que cuidaría de ti, pensaba rec-
hazar el premio y venir a buscarte. Sin embargo, según él, ese mismo día reci-
bió un mensaje de Sara diciendo que no ibas a necesitar su ayuda. —Otro golpe,
y claro, ahí está el mensaje.
Phoenix parpadea y vuelve a parpadear, antes de tartamudear:
—Así que el Rafe que vino a verme…
—Trabajó con el sospechoso. Su verdadero nombre es Brady, un chico
muy inteligente de un hogar abusivo. —Noah junta las manos—. Abandonó los
estudios el mismo año en que fue condenado. Sospechamos que fue cuando él y
el sospechoso se conocieron, lo que lo llevó a tomar la decisión. Según la infor-
mación que tenemos sobre él por parte de sus profesores, era extremadamente
dotado, por lo que se entristecieron al verlo marchar. Esto también explica el
grado de habilidad mostrado en todos estos casos con la manipulación de los
sistemas operativos de los autos y el hackeo de los mismos.
Toda esta información hace clic en mi cabeza, conectando los puntos in-
visibles, y la bestia que hay en mi interior ruge por el hecho de no haber comp-
robado el tipo.
Abrazo a Phoenix más cerca de mí, odiando la idea que ese cabrón, sea
quien sea, estaba tan cerca de ella, aunque ahora no pueda hacerle nada.
—¿Y el apartamento? —Oigo a Phoenix preguntar y la miro en el hueco
de mis brazos, pero ella mira a Ella—. Esa era la ropa de Sara. Su habitación.
—¿Viste algo personal allí además de la ropa? ¿Fotos, diarios, álbumes
de fotos? —Por la forma en que Ella formula su pregunta, supongo que ya han
registrado el apartamento y no han encontrado nada de eso.
—Oh, Dios. —Phoenix exhala una pesada respiración, entrelazando los
dedos en su cabello hasta que se lleva las palmas a la cabeza—. Oh, Dios.
—Phoenix —digo, apretándola aún más a mi lado, esperando que al me-
nos una pizca de mi fuerza pueda ser transferida a ella para que no se desmoro-
ne bajo la horrible comprensión que el asesino en serie jugó con ella una vez
más. Sin importarle sus deseos o anhelos, la atrapó en esta emoción de culpa
cuando planeó toda esta mierda con Brady.
Cualquier presa es irresistible para el cazador; su olor despierta el instin-
to de supervivencia y no pueden esperar a hundir sus dientes y garras en esa
presa, alimentándose de su carne hasta la próxima vez.
Se persigue y se come, lo que significa que se vive y se gana.
Pero una presa asustada, o peor aún… la que se ha vuelto loca, ¿la direc-
ción en la que el sospechoso está empujando lentamente a Phoenix con todos
sus diabólicos planes?
Apuesto a que es la maldita tentación que ninguno puede resistir.
Levanta los ojos hacia mí, deslizando las manos de su cuello hasta apo-
yarlas en su regazo y respira profundamente.
—¿Es raro que me sienta más aliviada? —Una sola lágrima se desliza
por su mejilla, haciendo que sus ojos marrones brillen—. No me importa que
Brady formara parte de algún tipo de plan, aunque me da pena. —Ah, mi chica
perfecta que probablemente ya ha construido un retrato del carácter de Brady en
su cabeza y ha justificado su engaño con el hogar abusivo mencionado anterior-
mente—. Me alegra saber que el hermano de Sara está bien.
Le limpio la lágrima y le acaricio la mejilla con el pulgar antes de agar-
rarle la barbilla e inclinarle la cabeza hacia atrás.
—No, está bien. Pero aunque fuera él, no habría sido tu culpa. —Nuest-
ras miradas se cruzan durante un segundo, la mía confiada y la suya insegura,
pero finalmente asiente, y un fuerte carraspeo vuelve a centrar mi atención en
Noah.
Él le sonríe a Phoenix y saca un pañuelo del interior de su chaqueta, ex-
tendiéndolo a Phoenix. Ella lo agarra mientras él la tranquiliza:
—No te preocupes. Rafe está completamente bien, y todo este asunto fue
realmente pagado en su totalidad. Así que nadie le hizo daño, pero por el bien
de la investigación, lo trasladamos a un lugar seguro por el momento. —Su mi-
rada se desplaza hacia mí—. El sospechoso los conoce, y no queremos correr
ningún riesgo con su seguridad.
—¿Crees que tomará represalias ahora mismo?
—Bueno, después de la explosión de Internet con su compromiso, era
inevitable que el sospechoso estallara —dice Ella—. Creemos que siempre pla-
neó deshacerse de él.
Phoenix se endereza, alejándose finalmente de mi brazo, y se inclina ha-
cia delante, echando un último vistazo a las fotos antes de volver a centrar su
atención en los agentes.
—El sospechoso es una mujer, ¿verdad?
—Brady debe haberla amado. Por eso la escuchó. —Sigo su estela de
pensamientos y maldigo interiormente que su sospecha se haya hecho realidad.
Después de lo que le he hecho a Phoenix, juré no volver a hacer daño a
una mujer, pero joder, si el destino me está tentando a faltar a mi palabra, dest-
ruyendo pieza a pieza a esta criatura sin alma.
Phoenix pone los ojos en blanco.
—Con tu lógica, también podría ser un hombre. Es la forma en que el
sospechoso mató a Rafe, sin mucho sufrimiento ni sangre. Aunque ahora mis-
mo esté furioso, el crimen no es violento.
—En este punto, el género es realmente irrelevante. —Noah apoya los
codos en las rodillas y echa los hombros hacia atrás—. Sin embargo, está perdi-
endo el control, y no podemos estar seguros de su próximo curso de acción.
Mis cejas se fruncen.
—¿Qué significa?
—Como está perdiendo el control, es posible que no se comporte de la
manera habitual. Así que sus patrones podrían cambiar, lo cual es peligroso,
porque hace más difícil atraparlo —me dice Phoenix mientras se frota la frente,
apareciendo una pequeña línea entre sus cejas por la concentración—. ¿Tienes
un plan?
La comisura de la boca de Noah se levanta.
—Bueno, pensamos en seguir el tuyo. —Las mejillas de Phoenix se cali-
entan, y gime entre sus manos mientras él continúa—: Creo que es una buena
idea, y tenemos que alardear de este hecho en su cara. Preferiblemente pronto y
donde podamos estar allí.
—¿Lo atraparás en el acto?
—No seríamos nosotros quienes lo atrapen, pero sí. Somos perfiladores.
No vamos por ahí persiguiendo criminales. Ayudamos a crear un perfil que
ayude a la policía a hacerlo. Solo queríamos hablar contigo primero, porque ya
habíamos establecido contacto antes. —Ella comparte esta información antes de
agarrar la botella de agua que hay sobre la mesa, abrirla y dar un sorbo.
Me dirijo a Noah:
—¿Qué tienes en mente?
—El sospechoso hizo todo lo posible por Phoenix, incluso envió a Brady
para atraparla a tiempo antes que llegara la prensa. Sin embargo, ella acude a ti
y vive contigo.
Levanto la mano para detenerlo, no estoy de humor para volver a escuc-
har toda esa basura psicológica. Dos jodidas personas en el lapso de veinticuat-
ro horas fueron suficientes, muchas gracias.
—Ya hemos averiguado toda esta mierda. No es necesario…
Noah, sin embargo, continúa:
—Los padres tóxicos tienen esa mentalidad. —Frunzo el ceño ante esto
mientras Phoenix se inclina hacia mí pero no discute con Noah, así que debe
entender el término—. Creen que los hijos deben agradecer lo que han hecho
por ellos y estar siempre en deuda con ellos.
—Hasta el punto que el niño no tiene su vida, sino que vive bajo el pul-
gar gobernante de los padres. En la mayoría de los casos, no forman sus propias
familias, porque normalmente nadie es lo suficientemente bueno para el padre o
están demasiado marcados emocionalmente para intentarlo —Phoenix murmu-
ra, quitándose el cabello de la cara, y luego me mira—. En este caso, el sospec-
hoso me considera una niña desagradecida a la que hay que castigar.
—Así que eso es todo, entonces. Hagamos la mayor fiesta y encontremos
al cabrón —digo mientras Phoenix se tensa, sentándose rápidamente y medio
girándose para mirarme de frente—. No me mires así. Es la única manera.
—Será peligroso para todos allí.
Se me escapa una risita sin humor.
—También lo es todo en este momento. ¿Tienes un plan mejor? —Su
mandíbula se tensa mientras sus ojos brillan con fastidio y miedo, que se esfuer-
za por enmascarar ante mí, pero no lo consigue.
Le doy una palmadita en la cabeza para que no pueda evitar mi mirada,
le sostengo la mirada y le digo con la confianza en mi voz que necesita oír para
calmarse:
—Haremos una fiesta de compromiso. Tendremos a la policía y a la se-
guridad privada cubriendo nuestras espaldas.
—Estarán de incógnito, por supuesto. Aunque tienes que hablar con el
detective al respecto.
Ambos ignoramos a Noah, solo tenemos ojos el uno para el otro, ya que
aún no he terminado de lavar ese maldito miedo de sus orbes.
—Emmaline estará en casa, vigilada por Patience y todos los demás. —
Por mi niña, pediré todos los favores del mundo para asegurar su bienestar. Tal
vez incluso pedirle a Lachlan que envíe a uno de sus actuales estudiantes—. Y
yo estaré a tu lado. Conoces a este sospechoso mejor que yo. Él o la maldita ella
no tiene la capacidad de hacer algo que afecte a otras personas, solo a nosotros.
¿De acuerdo? ¿Te parece bien? —Veo cómo la preocupación se instala en sus
facciones y cómo su piel palidece un poco ante la perspectiva de conocer final-
mente al sospechoso—. Es la única manera. —Al menos en la situación actual,
desde que apreté el gatillo en todo el asunto del compromiso.
Solo pensé que tenía tiempo para convencer a todos de este romance an-
tes de cualquier reunión oficial, pero con la escalada del sospechoso, no tene-
mos otra opción.
Mi mente empieza a arremolinarse con todas las cosas necesarias para
los próximos preparativos; sin embargo, hay una que destaca más que las de-
más.
Cómo proteger a mis dos chicas de una persona que hizo de la misión de
su vida destruir la mía por pecados que nunca cometí.

Sospechoso

Salgo al balcón de mi ático, que se abre a este magnífico panorama de la


ciudad, y coloco mi taza con café humeante sobre la pequeña mesa. Dos sillas
blancas se encuentran a ambos lados, frente a la vista.
Estiro los brazos, agradeciendo la luz del sol que me llega desde arriba y
la brisa que me hace cosquillas en las mejillas. Una carcajada resuena en el es-
pacio mientras la alegría se extiende por cada uno de mis huesos en espera de
un nuevo día.
Hoy, por fin, todo volverá a la normalidad y a su cauce con Phoenix ha-
ciendo lo que mejor sabe hacer.
Huir de su verdugo mientras el odio recorre sus venas, el pánico envuel-
ve su mente, y una vez más se pierde en esta batalla.
Ese es el destino de las víctimas, siempre perdiendo y tratando de alejar-
se del abusador lo más rápido posible. Porque siempre te vuelven a alcanzar, at-
rapándote en el infierno sin forma de escapar mientras te lastiman una y otra
vez.
Sí mi querido papá me enseñó una cosa, es esa.
La muerte de Brady siempre fue inevitable; el muy tonto lleva tanto ti-
empo enamorado de mí que no habría sobrevivido sin mí. Sin embargo, siempre
pensé que lo mantendría hasta el final. Siempre es bueno tener gente cerca dis-
puesta a sacrificar su vida por ti. Abre un montón de posibilidades para varios
grandes planes. Pero el pequeño enamoramiento de Phoenix con Zachary arru-
inó todos mis planes.
Nunca pensé que ella sería lo suficientemente estúpida como para tomar
la bondad de un depredador como nada más que una estrategia que usa para at-
rapar a su presa. Aunque tal vez nunca debería haber subestimado los encantos
de Zachary en primer lugar. Incluso si es una mujer despreciada… Phoenix si-
gue siendo una mujer que aparentemente no puede resistirse a Zach.
Brady fue muy útil aquí. Su muerte será lo que rompa la espalda del ca-
mello, por así decirlo. La culpa se la comerá viva, así que no podrá trabajar con
Zach, y en esto, mi plan original volverá a la normalidad.
Soy el salvador de todas las víctimas, liberándolas de las garras de los
monstruos con los que viven y no pueden escapar. Puede que no lo digan en
ningún sitio, pero esta clase de desesperación la puedo leer en sus ojos.
No me extraña que todos estos hombres me recuerden a papá, el mismo
cabello y la misma postura.
¿Pero el rasgo más distintivo?
Es la forma en que dicen esta frase, la frase que he captado en varias fun-
ciones, y me volvió tan loco que apenas podía soportar no romperles la cabeza
con botellas o apuñalarlos con un cuchillo, gritando que se callaran.
Por suerte, cada vez he conseguido refrenar mis emociones hasta que he
podido correr a mi apartamento y planear la estrategia para castigar a todos los
implicados.
He hecho todo esto por esas almas desesperadas cuyos gritos de dolor
mueren en el eco del infinito que nadie escucha nunca porque ni siquiera pre-
guntan.
A lo largo de la vida, he tenido tantos viajes a los hospitales, y ni una so-
la vez, ni una sola vez dudaron de las palabras de papá o llamaron a los servici-
os sociales.
Una risa amarga se me escapa de los labios, cuando pienso en cómo todo
el mundo predica que la justicia ayuda en casos como el mío.
No lo hacen, joder, porque el dolor siempre se ignora si sirve a toda esas
personas que ocupa cómodos cojines, que no necesita un caso más en su cabe-
za.
Envolviendo mis manos alrededor de la taza, me siento en la silla y aspi-
ro el rico olor del café, calmándome un poco y bloqueando los pensamientos
del pasado, ya que no tienen cabida aquí ahora mismo.
Mi teléfono elige este momento para sonar, y veo un nombre parpadean-
do en la pantalla. Frunzo el ceño, ya que ella casi nunca me llama, y no es que
llore hasta quedarme dormido por eso.
—Hola —respondo, tomando mi primer sorbo y gimiendo en voz alta, el
sabor golpea mi lengua con tanta fuerza que lamento no haber traído mi choco-
late aquí conmigo.
—¡Hola! —me grita enseguida, y escucho música a todo volumen a tra-
vés del teléfono antes que lo apague, respirando con dificultad—. Dios mío, lo
siento.
—No pasa nada —respondo, acostumbrado a su música idiota que la ro-
dea allá donde va. Por qué nadie me ha dicho que es una idiota sin talento es al-
go que me supera.
Toda esta mentalidad de evitar los sentimientos de todo el mundo minti-
éndoles me pone de los nervios. Nadie puede soportar la verdad hoy en día, ¿y
no es irónico?
La verdad es lo que puede salvar a innumerables víctimas, pero la gente
prefiere blindar sus sentimientos, ya que es demasiado duro pensar en ello.
—Así que, ¿qué quieres? —Me inclino hacia delante para arrebatar una
fresa del cuenco y masticarla—. Debe haber una razón por la que me has llama-
do.
—¿Has visto las noticias?
Mordiendo la parte superior de la fresa y escupiéndola en el suelo, pre-
gunto:
—¿Qué noticias?
—¡Dios mío, no lo has hecho! Zachary le propuso matrimonio a Pho-
enix. ¿Te lo imaginas? —Sigo, con la fresa atascada en la garganta ya que no
puedo mover un músculo para tragar, joder—. Pensé que quizás era una broma,
pero la fiesta de compromiso es mañana. —Ella suspira soñadoramente—. De-
be haber sido amor a primera vista.
Saliendo de mi asombro, finalmente me trago la fresa y digo:
—¿Qué?
—¿Qué otra cosa puede ser? Ya conoces a Zach. Nunca esperé que se
casara después de lo de Angelica. —Su voz se vuelve deseosa—. Soy feliz
Por supuesto que es jodidamente feliz. Para ella, cualquiera que esté ena-
morado la hace feliz.
Mi mano agarra la silla dolorosamente, mis uñas se clavan en la madera
y me lastiman mientras rascan la superficie, sin dejar de escuchar su charla fe-
liz.
—Así es como sucedió. Al menos según mi pequeña fuente. —Solo en-
tonces me doy cuenta que no he escuchado ni una jodida palabra de lo que ha
dicho a través del fuerte pitido de mis oídos, y un rugido de rabia se acalla entre
mis labios—. De todos modos, solo quería saber cómo estabas. Deberías recibir
tu invitación para la fiesta de mañana. Nos vemos allí, cariño. —Y con esto, cu-
elga cuando alguien la llama en la distancia con respecto a algún estúpido cont-
rato que tiene que firmar.
Aprieto mi mano con tanta fuerza que es una maravilla que el teléfono no
se rompa y con un grito lo tiro al suelo donde aterriza con un fuerte estrépito, la
pantalla se agrieta, pero me importa una mierda.
La ira me llena todos los huesos, el fuego del odio me quema por dentro
exigiendo una salida y no encontrando ninguna a la vista. Me apresuro a entrar
en el apartamento, voy a la cocina y rompo los platos uno a uno, cada vez con
más fuerza, sin importarme si piso la cerámica y me corta la piel. Continúo has-
ta que no me quedan fuerzas y, con fuertes sollozos, caigo de rodillas, con las
lágrimas cayendo por mis mejillas mientras la horrible voz me susurra al oído,
teniendo todavía el poder de enroscarse en mi cuello como una correa que me
aprieta más y más con cada respiración.
¿Ves, pedazo de mierda? Eres completamente inútil, y si hay que elegir
entre tú y los demás… Todo el mundo elige a los otros.
Solo yo estoy atrapado contigo, montón de mierda inútil.
—¿Cómo pudiste hacerme esto, Phoenix? —susurro, apoyando mi cabe-
za en el mostrador—. ¿Cómo pudiste hacerme esto a mí de entre todas las per-
sonas? —Varios sollozos más sacuden mi cuerpo antes que me limpie las lágri-
mas—. Amas a Zachary, ¿eh? Tanto que has olvidado todo lo que he hecho por
ti. Bueno, no estarás contenta con tu elección por mucho tiempo.
Soy el salvador, y si Phoenix no quiere estar conmigo por voluntad pro-
pia, le quitaré lo que más ama.
Riendo todo el camino, como solía hacer papá.
Capítulo 19
—El amor es un don raro que no se concede a todo el mundo en esta vida.
Sin embargo, todo el mundo lo anhela ferozmente.
¿Cuándo nos hemos vuelto tan temerosos de él?
~Phoenix

Phoenix

Deslizándome en mis tacones altos, respiro profundamente antes de dar


la vuelta para enfrentar el enorme espejo vertical dentro del vestidor. La luz me
ilumina intensamente desde el techo, sin dejar ningún detalle desapercibido.
Por un segundo, el aire se me atasca en los pulmones y mis ojos se abren,
sorprendidos, cuando veo a una mujer reflejada en mí, que no me recuerda en
nada a la patética criatura que he mirado durante los últimos cuatro años.
Después que los agentes se marcharon, Zachary empezó a trabajar en la
estrategia de la fiesta de compromiso, llamando a los mejores planificadores
que debían preparar lo que parece ser la celebración de la década en veinticuat-
ro horas mientras que yo tenía que esperar sentada. Estaba demasiada aturdida
con toda la información arrojada sobre mí, todo el asunto de Brady, como para
molestarme con la velocidad de todo.
Sin embargo, Zachary no me dejó sumergirme en la miseria por mucho
tiempo. En una hora, una mujer alegre llamada Vanessa apareció y afirmó que
teníamos tantas citas reservadas antes del gran día.
No importa que el gran día sea un plan para atraer al asesino en serie, y
nadie escuchó mis protestas cuando ella me arrastró afuera hasta el auto que es-
peraba con James listo para partir en cualquier dirección. Lo único que me detu-
vo fueron Patience y Emmaline, a quienes por alguna razón Zach envió conmi-
go junto con dos guardias de seguridad.
Me pareció que esas medidas de seguridad eran extremas; nada indicaba
que el asesino en serie fuera a atacarnos a la intemperie durante el día. Sin em-
bargo, durante todo el trayecto, me apreté contra Emmaline a pesar que estaba
sentada en el asiento del auto. La observé con atención, queriendo estar prepa-
rada por si la tormenta nos golpeaba de la nada, en sentido figurado, claro.
Terminamos en un lujoso salón, y creo que Patience casi se desmaya de
la felicidad cuando la llevaron a ella y a Emmaline al área de la piscina y les di-
eron una muda de ropa, varios refrescos y un entrenador que cuidaba a la niña
mientras ella disfrutaba del agua.
En definitiva, todo este viaje las entusiasmó al máximo, y yo misma pen-
sé que no estaba tan mal, anhelando nadar después de un descanso tan largo, pe-
ro en cambio Vanessa me apuntó a todos los procedimientos posibles, alegando
que la novia tiene que estar radiante y ser la mujer más guapa de la fiesta.
Esto me hizo escucharla y pasar por todos los tratamientos faciales, ma-
sajes y depilación, porque este compromiso puede que no sea real, pero esas
personas sí lo son. Y no tenía ningún deseo de parecer una mierda entre la alta
sociedad que juzgará cada aliento que tomo.
Finalmente, una vez hecho todo, volvimos a casa con la promesa de Va-
nessa de traerme un vestido y un maquillador al día siguiente. Estaba tan agota-
da que me dormí en cuanto mi rostro tocó la almohada.
Esperaba que Zachary viniera a verme o incluso que se reuniera conmigo
a la mañana siguiente, pero Patience dijo que estaba ocupado.
Y entonces vino el maquillador, y aquí estoy, mirándome en el espejo
asombrada por su talento. Porque cómo es posible que con una brocha de pol-
vos y cualquier otra cosa que haya utilizado, haya borrado la pena de mi rostro
y la haya sustituido por una fría belleza que tiene el poder de detener a la gente
en su camino.
Mi cabello oscuro cae en cascada por mi espalda en pesados rizos, bril-
lando a la luz con su rico color, atrayendo la atención hacia mis ojos que son
excepcionalmente vivos contra mi pálida piel junto con la sombra de ojos que
los enfatiza con cada parpadeo de mis pestañas.
Mis altos pómulos contribuyen a la frialdad, pero también a la sofistica-
ción de mis rasgos, mientras el sedoso vestido de tirantes cae hasta mis zapatos
y mi pierna asoma por la abertura lateral que llega hasta medio muslo. Me en-
vuelve el cuerpo, mostrando todas las curvas, pero empujando mis pechos hacia
arriba.
La composición está rematada con unas sandalias plateadas de tacón alto
que sujetan bien mis pies y añaden centímetros extra a mi figura, haciéndome
parecer más esbelta.
En resumen, será fácil para todos pensar que Zachary se enamoró de mí,
incluso si su idea es ridícula y solo los tontos creerán en esta historia de amor.
Como si se tratara de una orden, en el momento en que el nombre del
apuesto hombre parpadea en mi mente, escucho que la puerta se abre y cierro
los ojos, con la expectación corriendo por mis venas de querer ver su reacción
ante mi nuevo aspecto, como una princesa que espera conocer por fin al prínci-
pe.
Excepto que nuestra historia no me recuerda en nada a Cenicienta, ni a
ningún otro cuento de hadas.
Dios, ¿qué es esta locura, y obsesión, que se manifiesta cada vez que es-
tamos en presencia del otro?
¿Tal vez sea una de las variantes del Síndrome de Estocolmo? Es cierto
que Zachary no es mi captor, pero es el hombre que arruinó mi vida, y sin em-
bargo, en esta nueva realidad, la oscuridad en la que vivo, es el único en quien
puedo confiar.
No porque elija confiar en él, sino porque se metió en mi espacio, exigi-
endo esa confianza en comparación con Sebastian, que se rindió en cuanto le
mostré la puerta.
Este término psicológico explica muchos factores que podría aplicar a lo
que tenemos ahora. ¿Pero es la forma correcta de manejarlo? ¿Empujar la res-
ponsabilidad sobre los hombros de otra persona, en lugar de asumir mis decisi-
ones y las consecuencias que puedan tener?
El deseo es una debilidad envuelta en una emoción que lo consume todo
y que tiene el poder de gobernar cada uno de tus pensamientos. Y aunque sabes
que estallarás en llamas si no tienes el suficiente cuidado, nada en este mundo
puede detenerte cuando te llama por tu nombre, exigiendo rendición y aceptaci-
ón.
Siento un aliento caliente en mi nuca, el aroma masculino estremece mis
fosas nasales. El calor me rodea por todos los rincones. Mi pulso se acelera,
alerta ante la presencia del hombre que consume cada uno de mis pensamientos
y no despierta más que conflictos internos en mi interior.
Porque ahora lo único que se arremolina en mi mente es el hecho que ha-
ya conseguido echarlo de menos en tan poco tiempo. Exhalo con fuerza, alivi-
ada que por fin esté aquí para protegerme de lo que pueda venir después.
¿Débil y egoísta? Sí.
Sin embargo, esa es mi verdad, y creo que ha llegado el momento de asu-
mir todas mis ansias. Voy a ir al infierno de todos modos.
¿Qué va a cambiar un poco más de tiempo con el diablo en esta tierra?
Me recoge el cabello, el ligero tirón me pone la piel de gallina, y me lo
echa por encima del hombro antes que algo frío me toque la clavícula.
Mis ojos se abren de golpe para encontrarse con los suyos en el espejo;
sus ojos verdes se han fundido casi por el deseo. Un fuerte chasquido resuena
en el espacio cuando Zachary vuelve a tirar de mi cabello y lo deja caer por mi
espalda.
Y en esto, mi mirada se posa en la brillante esmeralda en forma de lágri-
ma montada en un collar de platino con incrustaciones de diamantes. Destaca
en mi cuello y, sin embargo, funciona extrañamente en armonía con el conjun-
to.
Jadeando, coloco mis dedos sobre ella y los paso por la piedra, mi mirada
interrogante no pasa desapercibida para Zachary.
—Mi mujer no puede salir sin llevar algo escandaloso —murmura y me
rodea la cintura con las manos, atrayéndome hacia él para que mi espalda cho-
que con su pecho, su fuerte abrazo casi me encadena a él—. Y hace juego con
el anillo que llevas en el dedo. Pensé en unos pendientes, pero nadie los habría
visto con este cabello tuyo tan jodidamente precioso. —Aspira su aroma—. Tu
olor me recuerda a la más fragante de las flores y no puedo evitar querer aho-
garme en él.
Su voz ronca pero profunda me envuelve en un trance, bloqueando el
mundo exterior, y cuando recorre sus labios desde mi hombro desnudo hasta mi
cuello, dejando pequeños besos en su camino, desplazo mi cabeza hacia un la-
do, dándole mejor acceso por un momento, concentrándome en nada más que
las mariposas que revolotean en mi estómago.
—Eres tan hermosa. ¿Cómo puede un hombre resistir a una belleza así?
—Su agarre en mis caderas se intensifica, sus dedos se clavan en mi piel mient-
ras su voz baja unas octavas—. Los demás pueden mirar, pero nadie puede to-
carte. ¿Lo entiendes? —La posesividad que se desprende de su tono y el destel-
lo de ira en sus ojos me sacan de la niebla que ha creado a mi alrededor y, con
un grito ahogado, me muevo hacia un lado, queriendo escapar de él cuando me
doy cuenta de la situación—. Especialmente Sebastian Hale.
Increíble.
Poniendo mis manos sobre las suyas, tiro de ellas, tratando de arrebatar-
las lejos de mí, pero se quedan pegadas a mí hasta que resoplo de frustración.
—Para esto. No actúes como…
—¿Cómo qué? —pregunta, mordiéndome el cuello y ganándose un ge-
mido mío—. ¿Cómo un hombre que está obsesionado con cada una de tus respi-
raciones?
—Como si tuvieras derechos sobre este cuerpo o sobre mí.
Sus risitas me producen escalofríos y se acerca a mi oreja para morder el
lóbulo antes de aliviarlo con un lametazo.
—Los tengo. Tú. Eres. Mía. Phoenix. —Me sacudo en su abrazo, pero
una vez más es inútil—. Lo niegues o no, esto no es solo sexo. Si no fuera por
mis errores del pasado, no te resistirías tanto.
Las palabras de negación están en la punta de mi lengua, palabras furi-
osas que nos enviarían más lejos en… lo que sea ese lugar oscuro.
Sin embargo, ha llegado el momento de ser un adulto y no un niño que
discute con cualquiera, porque cree que es la mejor decisión.
—Lo sé —susurro, y él frunce el ceño, sorprendido con mi admisión, lo
que finalmente me permite liberarme de su brazo para darme la vuelta y enfren-
tarlo—. Lo sé, Zach. Tenemos lo que la gente llama una atracción fatal que no
conoce límites. —Abre la boca para decir algo, pero le pongo los dedos encima,
haciéndole callar—. ¿Pero realmente crees que tiene el poder de borrar el pasa-
do hasta el punto que lo acepte? Unas horas en la noche es una cosa; cualquier
otra cosa sería una… —No quiero decirlo, pero probablemente lo adivina.
Traición a mi hija a quien sus acciones mataron. Todos los demás pueden
avergonzarme todo lo que quieran por estar con él; sin embargo, mi propia con-
ciencia es más ruidosa que cualquier otra persona. Seguir adelante es algo her-
moso, pero en algunos casos, es simplemente imposible.
Repetirlo para él y para mi mente parece un disco rayado, así que me qu-
edo en silencio, bebiendo de su cercanía mientras mi cuerpo reacciona al suyo
cubierto con un traje negro que enfatiza sus tonificados músculos y va bien con
su mirada oscura.
La pajarita en su cuello me da ganas de arrancarla para poder abrir la V
de su camisa, una de sus características más sexys, y rozar con mis dedos la li-
gera capa de vello que tiene.
Porque eso es todo lo que podemos tener, un momento fugaz en el que su
contacto me hace olvidar todo y encontrar consuelo en sus brazos.
Me toca suavemente la cabeza, inclinándola hacia atrás, y dice con dure-
za en su tono:
—Cuando todo esto haya terminado, cuando atrapemos a la persona que
puso nuestras vidas patas arriba, hablaremos. Y entonces podrás decirme si se
ha acabado o no. —Mis cejas se fruncen ante el extraño filo de su mirada y la
tensión de su cuerpo—. Prométeme que, una vez hecho todo esto, me escucha-
rás a mí antes que a tus instintos.
—¿Qué dirán mis instintos? —pregunto, el temor junto con el miedo lle-
nando mis huesos ya que puedo predecir que no me va a gustar nada de lo que
diga, sin embargo, de alguna manera, él cree que le dará una oportunidad a esto
entre nosotros?
¿Existe un hombre más confuso que Zachary King?
—Te lo prometo —digo, ya que no me suelta, mientras busca en mi
rostro viendo la verdad que brilla, porque asiente y deposita un suave beso en
mi frente.
—Vamos, cariño. Es la hora del espectáculo.
Y con esto, todos los pensamientos de resistirme a él se desvanecen, y
hago algo inesperado, lo abrazo más fuerte y escondo mi rostro en su pecho.
Él no dice nada, permitiéndome llenarme de toda su fuerza y confianza
para poder enfrentarme a todas las personas, pero sobre todo al sospechoso.
El sospechoso que espero con todo mi ser que venga esta noche, para que
esto acabe de una vez por todas.

♦♦♦
James detiene el auto delante de una espaciosa mansión, o más bien un
castillo, porque está hecha de los mejores ladrillos cubiertos de varias flores que
parecen crecer en su interior, ya que todas las grietas posibles están llenas de el-
las.
Desde que llegamos, he estudiado la interminable cantidad de terreno
con la hierba esmeralda junto con las estatuas de mármol que muestran, por lo
que parece, diferentes épocas de la historia. Los robles rodean el lugar con vari-
as alcobas en la distancia, que atraen a la gente a descansar allí con un libro.
Los caminos de pavimento conducen a varios destinos, cada uno más
misterioso que el siguiente, y no puedo evitar fijarme en lo impecable que está.
Gris, sin una sola grieta a la vista, como si alguien lo repasara regular-
mente.
En definitiva, este lugar habla de lujo, pero no de la forma en que lo hace
la casa de Zachary. Esta es más sutil, pero su naturaleza dominante te hace sen-
tir curiosidad y al mismo tiempo recelo por lo que se pueda encontrar en su in-
terior.
—¿Has alquilado un castillo entero para esto? ¡Este lugar es enorme! —
pregunto incrédula, y Zachary me dedica una sonrisa, guiñándome un ojo.
James se ríe desde el frente, y Zach debe apiadarse de mi confusión, por-
que añade:
—Es la casa de mi familia.
Frunzo el ceño.
—Pensé que habías dicho que tu casa pertenecía a tu madre.
Una expresión ilegible se instala en su rostro, y su mandíbula se tensa,
aunque nada de esto afecta a su tono.
—Así es. Era de ella, y le gustaba ir allí a menudo. Está la compró papá
cuando su imperio explotó, y nos mudamos aquí. Durante dos años, antes que
mamá enfermara. Luego trajo a su nueva esposa, y ella con mucho gusto la con-
virtió en su hogar. —Es imposible no escuchar el resentimiento que resuena en
sus palabras, y suspiro para mis adentros, pensando que todos estos años no han
cambiado sus sentimientos sobre el matrimonio de su padre.
Aunque no soy una experta en dinámica familiar, ¿no debería haberlo su-
perado en los últimos veinticinco años? Además, basándome en su interacción
con Lydia, pensé que la relación había mejorado al menos con sus hermanast-
ros.
Ahora, no estoy tan segura de ello.
—¿Por qué decidiste hacer la fiesta de compromiso aquí?
Una elección muy extraña, teniendo en cuenta su complicada relación, se
encoge de hombros, entrelazando sus dedos con los míos antes de abrir la puer-
ta para que el frío viento se cuele dentro mientras dice:
—Porque soy un maldito King y me encanta recordárselo.
Cuando salimos del auto, veo a un hombre con un traje marrón que corre
hacia nosotros por los escalones de mármol, con su larga chaqueta de traje on-
deando detrás de él, y nos alcanza en un tiempo récord, jadeando para respirar,
pero aun consiguiendo rechinar entre los dientes:
—Jovencito. Ya está aquí. Todo el mundo le está esperando.
Lanzo una carcajada y rápidamente la cubro con mi palma cubierta por
un guante de encaje, y el anciano parpadea sorprendido, probablemente pregun-
tándose qué es tan gracioso.
Zachary pone los ojos en blanco y se dirige al hombre.
—Gracias, Patrick. —Y entonces me arrastra hacia la puerta mientras yo
no puedo dejar de reír, y me ordena—: Suéltalo.
—Jovencito —repito y me río—. Dios mío. Después de todos estos años,
todavía te llaman así.
—Le he pedido muchas veces que me llame simplemente por mi nomb-
re, pero la idea le parece escandalosa. Lleva treinta años en la familia. —Supon-
go que el personal se convierte en parte de la familia en estos casos, viendo cre-
cer a los niños y luego a sus hijos.
Incluso el hecho que Zachary se comporte con todos ellos de forma cari-
ñosa, sin sustituirlos por alguien más joven, dice mucho de él.
Rastros de carácter bueno y honorable que no deberían ser ignorados por
la única cosa horrible que hizo en el pasado.
No me da tiempo a reflexionar sobre este pensamiento mientras anuncia:
—En cuanto entremos en esta casa, seremos una pareja enamorada. Re-
cuérdalo. —Su manzana de Adán se mueve cuando traga—. Cuanto más amor
mostremos, más inquietará al sospechoso.
Levanto nuestras manos entrelazadas.
—Te tomo de la mano ahora mismo, incluso sin público. —Tal vez por-
que siento que él necesita este apoyo tanto como yo. En cierta medida, cada vez
que entra en esta casa, sigue siendo ese niño de diez años que fue rechazado por
su padre en favor de su nueva familia.
Ese tipo de cicatrices se quedan con nosotros para siempre, por mucho
que intentemos curarlas. No siempre significa que los padres sean monstruos,
pero los niños lo ven todo a través de su prisma. Y para un niño, un divorcio o
la pérdida de uno de sus padres es una experiencia devastadora en la que su
mundo, tal y como lo conocía, se hace añicos.
Espera.
Agarro este pensamiento en mi mente, pensando cómo podría aplicarse
al sospechoso con sus tendencias casi posesivas hacia mí. ¿Es posible que sus
padres se hayan divorciado y que por ello se haya sentido abandonado por el
resto de su familia?
Sin embargo, el tono grave que proviene de las puertas de la parte superi-
or de la escalera me saca de mi examen, y me prometo volver a él cuando mis
ojos se posan en el altavoz.
—Has tardado mucho en llegar, Zachary.
No me cabe duda que es Anthony King el que está frente a mí en este
momento, ya que es la versión mayor de Zachary. La misma altura y presencia
prepotente es fácilmente detectable, y los ojos verdes que tienen el poder de ser
mortales.
Las únicas diferencias son su cabello gris que apostaría que alguna vez
fue negro y algunas arrugas profundas, pero en general, se ve muy bien para un
hombre de su edad.
—Bueno, pensé que deberíamos hacer una entrada —le dice a su padre,
y finalmente entramos en la casa, pasando junto al hombre. Tengo un segundo
para ver un brilloso pasillo iluminado por enormes lámparas de araña y cubierto
por costosas alfombras antes de tirar de mi mano, deteniendo los movimientos
de Zachary.
Me mira sorprendido, y me libero de su agarre mientras la ira cruza su
rostro. Está claro que piensa que voy a ponerme difícil o a montar una escena
cuando se supone que debemos presentar un frente unido.
Me giro para mirar a su padre, cuyas cejas se levantan, y le tiendo la ma-
no.
—Hola, me llamo Phoenix. No nos conocemos.
Zach gruñe molesto.
—No tenemos tiempo para esto.
—Unos segundos no van a cambiar tu gran entrada. Además, ¡deberías
ser tú quien me presente a tu padre! —Le devuelvo el siseo, y su mirada se os-
curece. Aprieta los dientes antes de exhalar con fuerza.
—Padre, me gustaría que conocieras a Phoenix, mi futura esposa. Pho-
enix, este es mi padre, Anthony King en carne y hueso. —Se dirige a mí enton-
ces—, ¿Feliz ahora?
Mostrándole una sonrisa brillante mientras simultáneamente le envío da-
gas, le digo dulcemente:
—Enormemente. —Puede que Zach tenga problemas con su padre, pero
eso no significa que vaya a ser grosera con él o a faltarle al respeto.
Vuelvo a centrar mi atención en Anthony y noto que la diversión parpa-
dea en su mirada y, para mi sorpresa, me tira de la mano hacia sus brazos, en-
volviéndome en un abrazo de oso, y me quedo congelada.
En toda mi vida, me ha abrazado mucha gente. O bien pacientes, sus ag-
radecidas familias, mis amigos, e incluso los hombres de mi vida.
Sin embargo, por primera vez, el abrazo tiene una sensación tan fuerte de
aceptación e incluso de ternura, casi como…
¿Es esto lo que se siente cuando un padre ama a su hijo y lo abraza cont-
ra su pecho, prometiendo que todo estará bien?
Es algo de lo que solo he escuchado hablar, ya que ni siquiera el padre de
Sebastian me abrazó nunca, sino que se limitó a darme un gesto cortante con la
cabeza y a estrecharme la mano en alguna que otra ocasión.
Anthony y Zachary comparten un rasgo más.
Su presencia tiene el poder de calmar cualquier tormenta dentro de una
persona, ya que la rodean con su protección en el momento en que te vuelves
importante para ellos.
Y supongo que en el mundo de Anthony, casarse con Zach es señal sufi-
ciente para aceptarme con los brazos abiertos.
—La estás aplastando, papá —gruñe Zachary, tirando de mi brazo, pero
Anthony se balancea hacia un lado, inclinándose hacia atrás.
—Chico, cuidado con lo que dices. No creo que me interese tu tono. —
Me sorprende la advertencia en su voz. Pensé que dejaría que Zachary hiciera lo
que quisiera, ya que Zach no se molesta en jugar bien con su padre. Al menos
basada en todo lo que dijo antes, tuve esa impresión.
Gruño interiormente anticipando el arrebato de Zachary justo antes que
tengamos que entrar a conocer a todos.
Sin embargo, en lugar de estallar en llamas, Zachary aprieta las manos y
se queda callado.
Y es entonces cuando me doy cuenta.
A pesar de toda su rabia… Zachary sigue queriendo a su padre y anhela
su atención, igual que cuando tenía diez años. Pero no sabe cómo pedirla, por-
que está cegado por todo lo que su padre hizo por su nueva familia.
Anthony se echa hacia atrás, me palmea la cabeza y me sonríe.
—Bienvenida a la familia, Phoenix. Nadie volverá a hacerte daño. —Su
voz se hace más profunda, provocando escalofríos en mi columna—. Porque
nadie toca a los Kings y vive una vida tranquila después.
Con esto, finalmente me deja ir a los brazos de Zachary y señala en la di-
rección de la sala común.
—Ve a conocer a tus invitados. Hablaremos después. —Sus ojos se est-
rechan hacia Zachary—. No creas que me he olvidado del mensaje sin contes-
tar.
¿Cómo es posible que haya organizado todo esto si ni siquiera ha habla-
do con su padre?
Sin embargo, Zachary ya tira de mí hacia el vestíbulo, mis tacones cho-
can sonoramente sobre el mármol, y con unos pocos pasos más, entramos en la
llamada sala común, y no puedo evitar jadear ante la vista que tengo delante.
Salón de baile -eso es lo primero que se me ocurre al ver el enorme espa-
cio, de mármol brillante, con una araña de cristal que cuelga del techo junto con
pequeñas lámparas que iluminan el lugar, dándole un aire majestuoso y a la vez
misterioso, que la suave música de jazz que tocan los músicos en el escenario
central realza.
Los camareros corren de un lado a otro sosteniendo pesadas bandejas lle-
nas de copas de champán o pequeños platos de acompañamiento mientras unas
cincuenta personas vestidas con trajes y vestidos caros se pasean por el lugar,
bailando más cerca del escenario donde hay una pista de baile o charlando entre
ellos, el zumbido de las conversaciones resuena en el aire y se mezcla con la
música.
Las puertas de la terraza que dan al exterior están abiertas, permitiendo
que entre el aire fresco al interior, lo que hace que todo el aroma de los perfu-
mes sea soportable, supongo, y que varios invitados salgan a fumar.
Más adelante, a la izquierda, hay una larga abertura hacia el comedor, ya
que de él salen deliciosos olores y observo el extremo de una mesa ovalada con
muchas sillas.
Probablemente la élite de la élite está reunida aquí esta noche para su
entretenimiento del mes, y trago saliva, deseando que mi corazón, que late rápi-
damente, se calme.
—Vaya —murmuro—, te has esmerado en esta fiesta de compromiso,
¿eh?
—Solo lo mejor para los Kings. —Zachary se inclina hacia delante y me
susurra al oído—: No te pongas nerviosa, cariño. No dejaré que nadie te haga
daño. —Con esto, aprieta mi mano con la suya mientras la otra inclina mi bar-
billa hacia atrás para encontrar mi mirada—. Empecemos esta fiesta con una
explosión, ¿de acuerdo? —Y conecta nuestras bocas.
Al principio, estoy demasiado aturdida para reaccionar, pero luego jadeo
por lo que está haciendo en medio de la maldita fiesta y le permito deslizar su
lengua dentro de mi boca, rozando ligeramente la mía, poniéndome la piel de
gallina y enviando conciencia a través de mí.
Por su propia voluntad, mis dedos agarran las solapas de su traje mient-
ras él me acerca, profundizando el beso, y gimo en su boca, encontrándome con
él, caricia por caricia mientras investiga dentro, deslumbrándome para que to-
dos lo vean.
Por un segundo, me olvido de todo lo demás y vivo el momento con el
hombre cuyos fuertes brazos me sujetan con tanta fuerza que no tengo duda que
no me pasará nada y que calman la tormenta que se ha desatado en mi interior
al ver a toda esa gente.
No tienen poder para hacerme daño mientras Zachary esté a mi lado.
Sin embargo, la música se apaga lentamente a nuestro alrededor junto
con el zumbido de las voces, y el silencio que sigue es casi ensordecedor, lo su-
ficiente como para sacarme de mi aturdimiento y poner fin al beso cuando mis
pulmones empiezan a demandar oxígeno.
El fuerte aplauso me hace girar la cabeza hacia el público, que nos obser-
van boquiabiertos. Incluso los músicos parpadean sorprendidos, pero yo con-
centro mi atención en el hombre de cabello rosa que lleva un traje azul marino y
los ojos grises más intensos que he visto nunca, que tras terminar de aplaudir
agarra una copa de champán de la bandeja y la levanta en nuestra dirección.
—Damas y caballeros, demos la bienvenida a mi hermano Zachary y su
hermosa prometida Phoenix. —La gente lo sigue rápidamente y silba junto con
más aplausos mientras Zachary señala con el dedo a uno de los camareros, así
que nos trae dos vasos y me ordena—: Sonríe, cariño. —Lo hago, poniendo una
sonrisa falsa en mi boca mientras parece que todos se apresuran en nuestra di-
rección para hablar con nosotros.
Pero más bien nos inspeccionan con un microscopio para ver si todo esto
es realmente cierto, y el hecho de saber que el sospechoso podría estar entre el-
los es suficiente para que me quede pegada al lado de Zachary, con su pesado
brazo rodeando mi cintura, dándome un silencioso consuelo y conectándome
con el presente.
Sin embargo, presto más atención a las cinco personas que no se apresu-
ran a acercarse a nosotros, situadas a unos metros de distancia en la esquina,
mientras cada una de ellas nos estudia con diferentes expresiones.
Vanessa también me dio una lista de invitados con fotos, para que tuviera
alguna idea de quiénes asistirían, y aproveché para comprobar los parientes de
Zachary, ya que no quería ser una idiota despistada en esta fiesta.
Los reconozco a todos al instante.
Olivia King, la matriarca del clan King, es una hermosa mujer pelirroja
de ojos marrones y con pocas arrugas en la cara, y a pesar de su edad, tiene un
aura de juventud a su alrededor y una energía que se puede detectar incluso a
esta distancia.
Su único hijo, Charlie, enseña arte en una de las universidades.
Lydia, que me guiña un ojo y se mete una cereza en la boca mientras sa-
luda a alguien en el otro extremo del pasillo.
Sebastian, que me observa incrédulo, la tensión que desprende es casi
tangible.
Y por último, la mujer que está a su lado, su preciosa prometida, Felicia.
Tiene una expresión ilegible en el rostro, como si no supiera cómo reac-
cionar ante mí, pero, sin embargo, se acerca a Sebastian, reclamándolo de forma
invisible, y yo casi sonrío con tristeza.
No tiene que tener miedo de eso. Lo que teníamos murió hace cuatro
años, y nada tiene el poder de pegar los cristales rotos de nuestra relación.
Pero entonces otro pensamiento me golpea con tanta fuerza que me sorp-
rende no estar balanceándome hacia un lado.
El sospechoso no será uno de los que se acercan por miedo a perder el
control cuando está al lado del objeto de su mayor odio y adoración.
Mantendrá la distancia para estudiar sus objetos antes de encontrar el
mejor escenario que lo beneficie, y solo entonces atacará.
Y con esto, me doy cuenta de otra cosa y me meto más profundamente
en el costado de Zachary.
¿Y si el sospechoso es… uno de los Kings?

Zachary
Phoenix se tensa en mis brazos, se congela como una piedra en ellos, y
su respiración se acelera cuando alguien toma otra foto de nosotros, el destello
cegándonos por un segundo.
Los invitados siguen acercándose cada vez más, sus voces fuertes con di-
ferentes preguntas llenan el aire, pero lo único en lo que puedo concentrarme es
en la pesada respiración de mi mujer, que palidece un poco como si estuviera a
punto de desmayarse.
Aunque todo en mí ruge para gritarles a todos que cierren sus malditas
bocas, agarrarla en brazos e irnos de aquí, porque supongo que todas las voces
se están acercando a ella y sacando a relucir algunas de sus pesadillas del pasa-
do, que no comparte conmigo.
Quiero borrar cada una de ellas de su memoria y sustituirlas por sueños,
pero a veces me pregunto si alguna vez me dará esa oportunidad para que todo
vuelva a estar bien.
Porque la sujetaré con las dos manos y no la soltaré hasta que sea feliz,
para que todas las penas del mundo pasen de largo, demasiado asustadas para
acercarse a una mujer que es mía.
—Zachary, por favor, cuéntanos cómo te enamoraste. El artículo decía…
—pregunta una de las mujeres, extendiendo un micrófono hacia mí, lo que sig-
nifica que papá claramente permitió que la prensa viniera a echar un vistazo
exclusivo al evento.
Su filosofía nunca se tambalea a lo largo de los años, ya que cree mucho
en ella. La mayoría de las personas que entran en contacto con él lo elogian.
Invita al enemigo a tu dominio y podrás controlar su mente para usarla
en tus juegos.
Mi mano levantada la detiene, y sonrío afectuosamente, disimulando mi
fastidio con alegría mientras aprieto a Phoenix entre mis brazos.
—Me encantaría responder a todas sus preguntas, pero me temo que mi
prometida quiere saludar primero a la familia. —Les guiño un ojo—. Prefiero
que se quede de buen humor. Ya saben cómo es. Esposa feliz, vida feliz. —Se
produce una carcajada entre los hombres mientras las mujeres se sonrojan, y
añado—: Responderemos a todas sus preguntas más tarde. Por ahora, disfrute-
mos de esta fiesta. Si no, el buen champán y la comida se desperdiciarán. —
Chasqueo los dedos a los músicos, que como siempre tocan durante las fiestas
en este lugar, saben al instante el significado de esto.
En un segundo, el suave jazz se reanuda, fluyendo desde los distintos al-
tavoces, y con una última sonrisa que me duele la boca, paso entre la multitud,
moviéndome en dirección a mí “familia”, que nos miran como si fuéramos mo-
nos en un circo.
Supongo que en cierto modo lo somos.
Aunque una de las miradas es diferente.
—¿Estás bien? —murmuro en su cabello, sin dejar de caminar pero al
mismo tiempo manteniéndola en el apretado hueco de mi brazo para que ningu-
no de los tiburones tenga la oportunidad de morder su carne—. Te has puesto
pálida. ¿Es por la multitud?
Se estremece un poco y luego suspira con fuerza, apoyando su mano en
mi pecho y esbozando una sonrisa que no llega a sus charcos de chocolate que
tanto me gustan.
—Sí. No estoy acostumbrada a toda esta atención.
—Como King, tendrás que hacerlo —le digo, y sus uñas se clavan en mi
pecho, haciéndome gemir, pequeña criatura viciosa en verdad.
—Puede que ni siquiera sea una King si lo atrapamos ahora mismo —su-
surra, y una parte de mí quiere detenerse, agarrarla por los hombros y sacudirla
hasta que le crujan los dientes, todo ello mientras se pregunta si está jodidamen-
te loca al pensar que puede escapar de mí. La parte bárbara… que he descubier-
to que poseo cuando mi derecho sobre ella se ve amenazado.
La racional, la que pertenece al empresario de corazón frío que está acos-
tumbrado a ganar, sabe que es mejor no actuar según mis impulsos y empujar a
Phoenix en una dirección que no quiere.
De lo contrario, no tendré más que sus cenizas a las que aferrarme, y un
futuro así es inaceptable para mí.
—Ya veremos, cariño. —Es todo lo que consigo decir antes que llegu-
emos por fin a mi familia y me dirija a Charlie, que nos enseña sus treinta y dos
dientes—. No era necesaria tu presentación.
Se lleva la mano a la frente y exclama dramáticamente:
—Qué maleducado eres, hermano mío. —Como la atención de las perso-
nas sigue estando en nosotros —después de todo, a todo el mundo le gusta espi-
ar a los Kings—, le devuelvo la sonrisa y mantengo el tono uniforme.
—Veinticinco años y todavía no puedes aprender la simple verdad. No
soy tu hermano. A no ser que mi padre engañara a su mujer con tu madre. —
Los ojos de Charlie se entrecierran mientras Olivia exhala pesadamente, su ma-
no tiembla un poco mientras toma un sorbo de su copa de champán, pero como
siempre, no dice nada.
Al menos nunca comenta mis indirectas o mis comentarios sarcásticos,
oh no. En lugar de eso, va corriendo a ver a su marido para quejarse de mí, y
entonces mi queridísimo papá elige un castigo apropiado para mis actos.
—Maldito… —empieza Charlie, acercándose a mí, pero Olivia lo deti-
ene con una sola mirada que lo dice todo. Charlie aprieta las manos, resopla con
frustración, pero hace lo que se le ordena en silencio.
Oh, por supuesto que ella lo detiene.
Dios no quiera que ninguno de sus hijos monte una escena que pueda en-
fadar a mi padre y hacerle dudar de su eterna devoción por ella y sus perfectos
hijos.
Felicia decide romper la tensión, aplaudiendo y anunciando vertiginosa-
mente:
—¡Me alegró mucho enterarme de tu compromiso! Pienso hacer un cu-
adro para ti como regalo. —Aunque la felicidad brilla en su rostro, no se me es-
capa la sonrisa forzada y la mirada recelosa que dirige a Phoenix mientras se
apoya un poco en Sebastian, que sigue callado, observándonos a todos melan-
cólicamente.
Felicia podría fingir hasta que lo logre, pero por ahora, feliz no es una
palabra verdadera para describir sus emociones.
—Creo que sorprendido es un término más apropiado —dice Lydia y se
acerca a mí—. Desde luego, sabes ocultar bien una relación.
Mi ceja se levanta.
—No tenía idea que debía alertarlos a todos sobre mi vida personal.
Pone los ojos en blanco y se mete otra cereza en la boca. La chica tiene
una especie de adicción a todas las bayas de este mundo, porque papá se las en-
carga constantemente en las mejores tiendas. Las inhala en un día y ni siquiera
las comparte con nadie, así que siempre asocio el rico olor de las bayas y las ce-
rezas con ella.
—Soy su abogada, ¿vale? Tenía derecho a saberlo. Aunque me sorpren-
dió verte la otra noche. —Ella escupe la semilla en su vaso vacío y murmura—:
Esta familia tiene demasiados secretos; uno simplemente no puede seguir el rit-
mo.
—Esa sería una observación válida si fuéramos una familia. Pero, oh, bu-
eno —respondo, y ella se atraganta con la cereza, enviando dagas hacia mí mi-
entras Felicia solo suspira angustiada.
Phoenix finalmente habla por primera vez en su compañía, su cuerpo un
poco más cálido, por lo que debe haberse calmado.
—Es un placer conocerlos a todos. Gracias por venir a nuestro día espe-
cial. —Se aparta de mi abrazo y, sin pensarlo, le rodeo la cintura con la mano,
sin dejar que se aleje de mí.
La mirada de Sebastian se posa en ella durante un segundo antes de vol-
ver a levantarla hacia su cara, dando un sorbo a su bebida. Me doy cuenta que
sus nudillos se han vuelto blancos, ¿debo esperar que se rompan en cualquier
momento?
¿Qué es lo que le molesta de todos modos? Por lo que he visto, está loca-
mente enamorado de Felicia y no se muestra precisamente posesivo con Pho-
enix. Aquella vez en el bar fue más bien un modo de protección de la persona
que le importaba, más que una muestra de celos.
Entonces, ¿por qué el enfado?
Olivia abre los brazos y hace un gesto con la cabeza para que Phoenix se
acerque, y lo hace cuando los brazos de la mujer la envuelven con fuerza.
—Bienvenida a la familia, Phoenix —la escucho murmurar, y se echa
hacia atrás, dándole suaves palmaditas en la mejilla—. Estamos contentos de te-
nerte. —Mira a Sebastian—A los dos. —Durante toda mi vida, lo único que re-
cuerdo de mi madrastra es lo mucho que me molesta que haya provocado la
ruptura entre mi padre y yo.
Y en este momento, me gustaría poder decir que miente descaradamente,
pero sería una mentira por mi parte. Está realmente contenta con la nueva incor-
poración e incluso me regala una cálida y tímida sonrisa.
—Espero que te guste cómo lo hemos organizado todo. No estaba segura
de tus preferencias, así que optamos por un estilo clásico.
—Todo se ve muy bien —responde Phoenix y luego me da un pequeño
codazo—. ¿Verdad, Zach? —Hay un desafío en su mirada junto con una leve
molestia por mi grosería, apuesto, y aunque tengo otro insulto en la punta de la
lengua, me lo trago con un sorbo de champán que sabe a mierda.
Luego alzo la copa hacia Olivia.
—Efectivamente. —Ella parpadea sorprendida ante esto, al igual que
Charlie, que frunce el ceño, sacudiendo la cabeza con incredulidad, y solo Feli-
cia sonríe, y esta vez sus ojos brillan de alegría.
Ah, hermanita, no tienes que preocuparte mucho, pensando que tu futuro
esposo podría estar enamorado de mi prometida. Si lo hace, lo acabaremos al
estilo King, y no nos molestara a ninguno de los dos.
Pero no puedo decir ninguna de estas cosas en voz alta, porque implica-
ría que realmente me importan todos ellos, y no es así.
O, al menos, he hecho un buen trabajo a lo largo de los años para con-
vencerme de ello.
Lydia pone su vaso en la bandeja cercana de un camarero que pasa y
chasquea los dedos.
—Bueno, no podemos quedarnos aquí charlando toda la noche. Tenemos
que entretenernos, ¿no crees?
—¿Es una especie de nueva etiqueta de compromiso que desconozco?
Charlie se ríe de mis palabras recubiertas de sarcasmo, señalándome.
—Muy buena. —Luego se engancha el pulgar en el bolsillo del pantalón,
musitando en voz alta—: Aunque he oído que uno de los periodistas quería esc-
ribir que es falso.
Olvidándome momentáneamente de nuestra animosidad entre nosotros,
principalmente debido a mi falta de interés cada vez que él quería iniciar el con-
tacto, le hago una pregunta.
—¿Cuál?
—La rubia con el cabello corto. Es un tiburón, así que será mejor que no
le des una idea equivocada. —Mueve los dedos sobre su boca—. Sonríe y sé to-
do sol y rosas durante la fiesta. —Luego se dirige a Phoenix y me la arrebata de
los brazos, abrazándola contra su pecho y dándole palmaditas en la espalda—.
Bienvenida, Phoenix. Eres una criatura preciosa, y el perfume que usas es divi-
no.
Phoenix se ríe un poco aunque sigue tensa y se echa hacia atrás.
—Gracias.
Le guiña un ojo y luego se dirige a mí.
—Entonces, ¿trabajamos todo como siempre?
Las cejas de Phoenix se fruncen.
—¿Como siempre?
—Presentar un frente unido a la prensa, mientras que interiormente nos
odiamos unos a otros, porque Zachary es un marica que no puede superar sus
rencores que no tienen fundamento.
Hasta aquí un momento de paz de sus tonterías.
—Solo un verdadero King los conseguirá. Pero, oh, espera, tú no eres
uno de nosotros —respondo, disfrutando de cómo aprieta los dientes, su mandí-
bula se tensa, y abre la boca para contraatacar una vez más.
Una voz profunda desde atrás nos detiene, tranquila en su naturaleza pe-
ro mezclada con tanta furia que prácticamente se puede ver.
Debería haber esperado que papá interferiría. Tiene una especie de sexto
sentido cuando se trata de sus hijos adoptivos.
—Los dos déjenlo ahora mismo, o si no…
—¿O si no qué?
Vuelve toda su atención hacia mí, sus ojos iguales a los míos me taladran
y me recuerdan todas esas veces en el pasado en las que metí la pata.
—Ninguno de ustedes es demasiado mayor para recibir una bofetada.
—¡Anthony! —exclama Olivia, pero él la ignora, enviando una adverten-
cia hacia mí y hacia Charlie.
—No medirás de quién es la polla más grande con tus comentarios enoj-
ados en esta fiesta. Tu madre y yo…
—Tu mujer no es mi madre, padre. —Agarro el codo de Phoenix y nos
arrastro hasta la pista de baile, donde la hago girar y apenas tiene tiempo de re-
cuperar el aliento mientras la atrapo en mis brazos, con una mano en su cintura
mientras la otra sostiene la suya. Asiento con la cabeza a los músicos, que rápi-
damente cambian la melodía a una más lenta, y el piano crea un ambiente de si-
lencio con todo el mundo mirándonos mientras bailamos en círculo.
—Dios mío, Zach —susurra Phoenix, poniendo la palma de su mano en
mi hombro y hundiendo sus dedos más de lo necesario—. Tu descortesía era in-
necesaria.
Me inclino más hacia su oído, lo que hace que la apriete más firmemente
contra mi cuerpo hasta que sus curvas se amoldan a mis músculos, y su respira-
ción se entrecorta.
—La verdad, cariño, me importa una mierda —le susurro al oído antes
de besarla en un lado de la cabeza y levantar la cara para que nuestras miradas
se encuentren.
Sin embargo, en lugar de un arrebato de ira, se ríe, retira la mano y me
rodea el cuello con los brazos.
—Eres imposible, Zachary. —Me da un ligero beso en los labios, frunzo
el ceño sorprendido, sin esperar tal aceptación.
—¿Estoy soñando? —pregunto burlonamente, y ella vuelve a estallar en
carcajadas, negando con la cabeza.
—Somos una pareja enamorada, ¿verdad? Tengo mucho que decir. —
Baja la voz—. Pero no creo que necesites terapia ahora mismo.
—No la necesito nunca, señora psiquiatra. —Aunque, después de un ra-
to, añado—: ¿A menos que incluya que se ponga una bata de médico y me es-
cuche en la cama? Me apunto a eso.
Sus mejillas se calientan y me golpea el pecho. Aprovecho este momento
para hacerla girar en el parquet, y luego cogiéndola en mis brazos, me agacho y
le doy un suave beso en el cuello antes de girarnos de nuevo con ella colocada
contra mí.
—¿No te gustaría? —susurro sobre su mejilla, mis manos agarrando sus
caderas con tanta fuerza que estoy seguro de estar dejando huellas de propiedad
en ella, pero no me importa.
Que todo el jodido mundo sepa a quién pertenece.
—¿Jugar a los médicos contigo? No tanto —responde con descaro, ec-
hando la cabeza hacia atrás, mostrándome su belleza en todo su esplendor—.
No parece una idea que merezca la pena.
—Oh, puedo hacer que merezca la pena. —Me acerco -si es que es po-
sible en nuestra posición- para que nadie oiga lo que digo a continuación—.
Imagínate que susurro mis secretos más oscuros contra tu piel mientras mi boca
recorre lentamente tu cuerpo para instalarse entre tus piernas y darse un festín…
Me tapa la boca con la palma de la mano, sus ojos arden de deseo a pesar
de su objeción.
—Basta ya.
Mordiendo su piel, me gano un gemido mientras ella retira su mano, así
que murmuro:
—¿Estamos ansiosos? —Sacude la cabeza hacia mí. Me balanceo suave-
mente, resistiendo el impulso de empujar mis rodillas entre sus piernas, intensi-
ficando la pasión reprimida dentro de los dos, para que no pueda pensar en nada
más que en mi boca devorando su coño mientras grita de éxtasis una y otra vez.
Lo único que me detiene es la idea que todas esas jodidas personas es-
cuchen sus gemidos de placer o vean su cara llena de deseo, ya que todo eso me
pertenece solo a mí, y nadie más tiene ese privilegio.
—Zachary, tienes que parar. La gente está mirando —susurra, con sus
uñas arañando la piel de mi nuca, con la advertencia brillando en sus ojos, pero,
de todas formas, ¿cuándo la escucho?
—Esa es precisamente la cuestión, cariño —digo, y estoy a punto de
agacharme para robarle un beso, sin que me importe un carajo quién esté miran-
do. Que saquen todas las fotos que quieran, y si el sospechoso está cerca, listo
para abalanzarse…
Ella es mía y no de él o de ella, así que sería bueno dejar que el hijo de
puta enfermo sufra antes que haga un intento inútil de alejarla de mí.
Esta vez no se la llevará; prefiero morir antes de dejar que dañe lo que es
mío.
Sin embargo, una voz divertida irrumpe en nuestro pequeño mundo y di-
ce:
—Deberíamos dejar este espectáculo para mayores de edad para después.
¿Me permites este baile, futura cuñada? —Charlie engancha sus dedos en el co-
do de Phoenix, queriendo hacerla girar hacia él, pero mi agarre sobre ella solo
se intensifica.
—Charlie, quita tus putas manos de ella —ladro, notando unos cuantos
ojos sobre nosotros, pero rápidamente desvían sus miradas, dando sorbos a su
champán, y algunas de las parejas incluso se unen a nosotros en la pista de ba-
ile, claramente no queriendo perder la oportunidad de salir en los titulares de
mañana.
Manteniendo la sonrisa intacta, aprieta los dientes:
—Papá quiere hablar contigo.
Mi interior se eriza cada vez que llama a mi papá suyo, incluso si es jodi-
damente irracional. Me importa un carajo.
—Bueno, entonces, que mal, porque no voy a dejar sola a Phoenix.
—Por eso me pidió que la cuidara.
Phoenix pone sus manos en mi pecho, atrayendo mi atención hacia ella,
y dice:
—Tienes que ir. Estaré bien. —Estoy a punto de protestar, pero ella utili-
za sus dedos una vez más para hacerme callar—. Confía en mí. —Todo en mi
interior grita contra esta idea. ¿Cómo coño voy a protegerla de un desastre imp-
revisto si voy a estar con mi padre?
Pero entonces, ¿cómo puede un hombre resistirse a esta confianza?
Le doy una palmadita en la cabeza, la inclino hacia atrás y me agacho pa-
ra darle un beso profundo y penetrante en el que mi lengua se entrelaza con la
suya y baila un pequeño dúo. Su cuerpo se funde con el mío, y ella gime, incli-
nándose para que pueda penetrarla más profundamente, pero en lugar de eso,
doy un paso atrás.
—No la pierdas de vista. Si no, acabaré contigo —me dirijo a Charlie,
que se ríe, encontrando la idea risible al parecer, pero realmente no debería.
Puede que tengamos una paz fría debido a que mi padre se entromete ca-
da vez para arreglar cualquier conflicto que se avecina, pero Phoenix es una
persona con la que nunca, jamás, voy a ceder.
Con una última mirada, busco a mi padre y noto que me hace señas en la
entrada, y no tengo que adivinar a dónde ir, ya que papá nunca cambia sus cos-
tumbres.
Si Anthony King te convoca, significa que está a punto de hacerte una
nueva crítica en su despacho.
Phoenix

—Espero que no te importe —dice Charlie, que nos hace pasar por el
parqué, y solo entonces me doy cuenta que la música ha cambiado a un ligero
vals, y ajusto mis movimientos en consecuencia—. He pedido a los músicos ot-
ra cosa. Pensé que habría sido demasiado raro que te abrazara como acaba de
hacerlo Zach. —Mueve las cejas—. No necesitamos ningún rumor. Aunque yo
soy el hermano más divertido.
Todavía me siento un poco incómoda en su compañía. Después de todo,
son desconocidos y, además, mis anteriores sospechas todavía me hacen ser un
poco recelosa. Probablemente esté todo en mi cabeza y no tenga ningún mérito,
pero no puedo dejar de ser demasiado prudente por mi experiencia.
—Está bien. Sé bailar el vals. Sebastian me enseñó. —En el momento en
que esta afirmación se desliza por mis labios, me arrepiento al instante y gimo
para mis adentros. ¿Qué hermano quiere que le recuerden que la ex mujer de su
futuro cuñado se va a casar con la familia?
Puede que todos actúen como si no les molestara, pero no me lo creo.
¿No deberían al menos preocuparse por el bien de Felicia?
Sin mencionar que, basado en el encuentro anterior con Zachary, probab-
lemente odien sus entrañas tanto como las mías, considerando todo.
Charlie debe leer el horror en mi cara, porque se ríe ruidosamente, dando
un giro rápido que por un segundo me marea la cabeza pero luego ralentiza sus
movimientos una vez más.
—Cariño, todo el mundo conoce tu pasado. No tienes que ocultarlo. —
Se balancea, se balancea, se balancea—. Felicia sabe lo que firmó cuando acep-
tó casarse con él.
—Dudo que firmara para ver mi cara en cada función familiar.
Charlie se encoge de hombros, aún sin perder el ritmo del baile.
—Bueno, si te juntas con una persona divorciada, tienes que esperar que
a veces el pasado se manifieste. Además, le preguntamos si él es realmente lo
que ella quiere, y dijo que sí. —La música se ralentiza poco a poco y me hace
girar, nuestros dedos se entrelazan mientras me hace girar de nuevo antes de re-
anudar los pasos—. Una vez que tomamos una decisión, tenemos la responsabi-
lidad de asumirla, ¿no crees? —Hay una nota extraña que recubre su tono, pero
no tengo tiempo de pensar en ello porque la música termina y el público apla-
ude a los músicos, y Charlie me levanta el codo—. Vamos a presentarte adecu-
adamente a la familia, ¿de acuerdo?
—¿La presentación anterior no fue adecuada? —pregunto confundida, li-
geramente sorprendida por su comportamiento y sin saber cómo reaccionar ante
él. Casi esperaba que se burlaran de mí y se hicieran los poderosos, pero en lu-
gar de eso, son casi… ¿acogedores?
Charlie pone los ojos en blanco.
—Joder, no, disculpa mi lenguaje, por favor. —Caminamos lentamente
hacia donde toda su familia sigue en alguna conversación, según por lo emoci-
onada que Lydia mueve sus dedos—. Zachary estaba arremetiendo como si-
empre y la situación se complicó.
—Bueno… —Si empieza a hablar mal de Zachary, no podré mantener la
boca cerrada para no defenderlo. Alguien tiene que hacerlo, basado en lo que
me dijo.
No importa qué o por cuánto tiempo vaya a ser parte del clan King, si-
empre estaré de su lado.
—No hace falta que saques las garras, cariño. —Charlie me da una pal-
madita en el brazo—. Queremos a Zach, aunque nos odie. Es de la familia, des-
pués de todo. —¿Qué? ¿Cómo puede decir eso si no tienen ninguna relación?
—. Aunque a veces es más bien una oveja negra.
—Tiene sus razones.
—Si nos diera una oportunidad, vería que ya no tiene que aferrarse a sus
razones.
Antes que pueda responder a eso, nos reunimos con su familia, y Olivia
me saluda con una cálida sonrisa. Parpadeo al ver lo tranquila que está, todo un
contraste con lo que era con Zach hace unos minutos.
—Bailas muy bien. —Me felicita antes de señalar a un camarero—. ¿Qu-
ieres algo de beber?
—Solo agua, por favor. —Aunque necesito un trago de alcohol, no ate-
nuaré mis reacciones ahora con el sospechoso suelto. Si es que está aquí; todas
nuestras teorías son solo eso, después de todo.
Teorías que podrían no hacerse realidad mientras el sospechoso planea
su próximo ataque, sorprendiéndonos cuando menos lo esperamos.
Capto la mirada de Sebastian sobre mí y me muevo incómodamente, es-
perando que no inicie ninguna conversación conmigo, porque será más que ext-
raño con todos los ojos puestos en nosotros.
A pesar de haber pasado la mayor parte de mi vida adulta con Sebastian,
ahora mismo no siento nada hacia él, ni siquiera una pizca de celos al verlo con
Felicia.
Solo puedo esperar que ella lo haga feliz, porque en el fondo es un
hombre bueno y honorable. El hecho que haya renunciado a mí no significa que
sea un imbécil que merezca arder en el infierno.
—Me encanta tu vestido —dice Olivia, acercándose para tocar el materi-
al—. La seda es una tela complicada, pero Frankie hace maravillas con ella.
—Espero que diseñe mi vestido de novia. —dice Felicia y me dedica una
sonrisa tentativa que yo devuelvo, agradeciendo al camarero cuando me trae
una botella de agua—. Aunque su lista de espera es una locura. No hace excep-
ciones, así que nuestros nombres no significan nada. —Sus cejas se fruncen—.
¿Cómo has conseguido este? Ni siquiera lo he visto en su catálogo.
Lydia suelta una carcajada, se mete otra cereza en la boca y la baña con
su champán.
—Zachary conoce a su pareja. Así que creo que es seguro decir que hace
algunas excepciones. —coloca la mano en su cadera, dirigiéndome una mirada
que probablemente debería hacerme sentir culpable, pero que solo aumenta la
confusión general que experimento en compañía de esta familia.
Teniendo en cuenta los sentimientos de Zachary hacia ellos, ¿no deberían
tener al menos algunas reservas, ya que esencialmente yo maté a Angelica…
aunque fuera contra mi voluntad?
¿O no les importa mucho y confían en el juicio de Zachary para tomar
una buena decisión?
La culpa me invade por mis pensamientos anteriores sobre que uno de el-
los podría ser un sospechoso. El hecho que no tengan una gran relación con
Zachary no significa instantáneamente que estén a la caza de él.
Lydia se dirige a mí.
—Prométeme que al menos no nos enteraremos de tu boda por las notici-
as. —Mis mejillas se calientan ante eso, y todos comparten una risa colectiva;
todos menos Sebastian, que me estudia atentamente, aunque sigue permaneci-
endo cerca de Felicia.
—Yo tampoco me esperaba una proposición —confieso, y Olivia sonríe,
mirando a lo lejos.
—Anthony también me propuso matrimonio de la nada. En un momento
estábamos hablando de diferentes modelos de autos, y al siguiente, estaba arro-
dillado frente a mí, sosteniendo este anillo. —Mueve su mano izquierda con un
gran zafiro—. Supongo que de tal palo tal astilla. —Hay tanta calidez en sus pa-
labras que no deja duda que realmente ama a su marido—. Cuando un King qu-
iere a una mujer, no espera.
Charlie exclama dramáticamente:
—Tendré que decirle a Nathan que no lo quiero, ya que no le voy a pro-
poner matrimonio pronto.
Lydia resopla.
—Eso es porque sabes que no dirá que sí hasta que termine la escuela. —
Parpadeo ante esto y luego estudio a Charlie críticamente, preguntándome qué
edad tiene para salir con un estudiante.
Espera.
No podría salir con su propio alumno, ¿verdad? ¡Eso está súper prohibi-
do!
—Tengo treinta y dos años, y mi novio tiene veinticinco, así que todo es
legal. No está en mis clases —me dice antes de disparar a Lydia—. Y para tu
información, él dirá que sí. El hombre está perdidamente enamorado.
Felicia se ríe y le da una palmada en el hombro.
—¿Por qué no le propones matrimonio entonces? —Se acerca para su-
surrar en voz alta—: ¿Es porque no estás tan seguro? ¿O porque sabes que se
negará, ya que la carrera de ingeniería es su principal prioridad en este momen-
to?
Dirige una mirada molesta a sus hermanas antes de escupir:
—Las odio a las dos. —Se echan a reír, con su madre negando con la ca-
beza, aunque sonriendo también, y por un segundo, me siento fuera de lugar.
Porque esta familia comparte entre sí un afecto como nunca antes había
conocido. ¿Cómo ha podido Zach negarse voluntariamente a formar parte de es-
to?
¿Es posible que a veces, cuando queremos proteger nuestro corazón de
más dolor, perdamos conexiones vitales en la vida que podrían haberla mejora-
do mil veces, si tan solo fuéramos lo suficientemente valientes como para afer-
rarnos a ella en lugar de huir en otra dirección?
Zachary rechazó a la familia de su padre, porque ya había experimentado
la gran pérdida que supone perder a un progenitor. Era más fácil apartarlos y
culpar a su padre, en lugar de abrirse a nuevas personas que podrían haberlo
ayudado si se lo hubiera permitido.
¿Es esto lo que estoy haciendo? ¿Guardar mi corazón cuando tiene la
oportunidad de sanar?
—Basta, ustedes dos. —Olivia se dirige a sus dos hijas y luego señala las
piernas de Felicia, desviando la atención de todos hacia allí—. ¿Qué ha pasado
aquí, cariño? —Sus rodillas están raspadas, como si algo las hubiera cortado, y
sus mejillas se calientan cuando se apoya en Sebastian, que la rodea con su bra-
zo de forma innata.
—La alacena de nuestra cocina se rompió y varios platos se hicieron añi-
cos. Así que, cuando intentó recogerlos todos, se cortó. —Los jadeos colectivos
resuenan entre nosotros mientras la mirada de Sebastian se ensombrece. Pasa el
pulgar por el hombro de Felicia—. Le dije que no lo hiciera, pero, ¿cuándo me
escucha?
—Oh, Dios, alguien tiene que ir a arreglar eso. Podría ser peligroso —di-
ce Olivia, y todos asienten, aunque todavía estoy un poco confundida de cómo
pudo haberse hecho tal corte simplemente tropezando con ellos.
¿No habría visto los trozos al arrodillarse?
Felicia les quita la preocupación.
—Le están dando demasiada importancia a todo esto. Además, estoy bi-
en y solo tengo un rasguño. Ni siquiera es profundo. —Incluso con tacones, si-
gue siendo más baja que Sebastian, así que se levanta sobre las puntas de los pi-
es para darle un ligero beso en la barbilla—. No tienes que preocuparte, amor.
La ternura se adueña de su voz cuando dice:
—Siempre me preocupo por ti.
Desvío la mirada hacia abajo, pero no por el amor que brilla en sus ojos
cada vez que la mira, sino porque me parece casi intrusivo observarlos en este
momento.
Sebastian nunca me había mirado así, como si yo consumiera todos sus
pensamientos y deseos. Me amaba con todo lo que tenía, sí; sin embargo, ese
amor era más… tranquilo en su naturaleza, supongo.
Como el océano en un día soleado, pero en el momento en que una tor-
menta tronó en el cielo, se estrelló contra las rocas.
El hombre frente a mí ama apasionadamente a esta mujer, rodeándola
con el amor que tanto anhela, si es que hundir su rostro en su pecho es algo por
lo que pasar.
Y una sonrisa se me dibuja en la comisura de los labios, porque me aleg-
ra saberlo. Ninguna mujer merece ser la segunda en esta vida, y es estupendo
que Sebastian haya encontrado un amor aún más grande, que haya aprendido a
amar tan profundamente a pesar de nuestro pasado, que podría haberlo marca-
do.
Zachary te mira con la misma intensidad. Intento ignorar la vocecita en
mi cabeza que me susurra esto, esperando que el sentido común la haga callar.
Sebastian y Felicia han tenido qué, ¿años para aceptar sus sentimientos?
Mientras que Zachary y yo hemos tenido días, y en esos días han pasado tantas
cosas que parecen eternas.
Sin embargo, si Sebastian fue lo suficientemente valiente como para to-
mar una segunda oportunidad en el amor… ¿por qué yo no?
Incluso Zachary no tiene miedo, irrumpiendo en mi vida y exigiendo la
rendición a pesar de haber perdido a su mujer trágicamente. Todas las cicatrices
de su corazón no le impiden volver a querer una relación.
Lydia gime cuando se acaba todas las cerezas y se queja:
—Mamá, ¿por qué no has pedido fresas para esta fiesta?
—Porque no es tu fiesta de compromiso.
Charlie chasquea los dedos hacía el camarero, dando golpecitos en su va-
so vacío.
—Sí, te las acabas tan rápido que es vergonzoso.
—Que te jodan, Charlie. —Y entonces resopla molesta cuando un flash
se dispara apuntando a nosotros—. Parece que todavía no han conseguido sufi-
cientes fotos.
—Quieren drama y no se lo vamos a dar. Pobres invitados —dice Char-
lie, aunque su voz da a entender todo lo contrario—. Apuesto a que es porque
Sebastian y Phoenix están cerca. Tal vez estén esperando a que ambos se tiren
del pelo.
Debo dárselo a Charlie.
Sabe cómo sacar a relucir el elefante en la habitación con estilo y todo el
mundo se queda callado en un incómodo silencio.
Felicia suspira profundamente.
—Yo soy del tipo artístico. ¿Por qué iba a tirarle del cabello a alguien?
Creo que exhibirlos en una de mis obras de arte como criaturas horribles sería
un enfoque más singular. —Me guiña un ojo—. ¿No crees?
—Sí, nunca me meto en peleas.
—Choquen esas cinco chicas —exclama Lydia, levantando las dos ma-
nos en el aire, y las palmamos.
—Quizás deberíamos ir todas a la terraza y mezclarnos con los invitados
para que no nos miren como monos a punto de actuar —ofrece Olivia, dando un
paso hacia la terraza, cuando Felicia la detiene.
—No, mamá. Creo que Sebastian y Phoenix tienen que bailar ahora mis-
mo. —Parpadeo en estado de shock, porque maldición, ¿qué?
Por la misma reacción de Sebastian, comprendo que él tampoco ve con
buenos ojos esta idea.
—No creo… —empiezo, pero Felicia me interrumpe.
—Si quieren un espectáculo, se lo daremos, pero bajo nuestras condici-
ones. Además, esto acabará con cualquier rumor sobre toda esta situación. Es-
toy segura que Zachary estaría de acuerdo conmigo.
—Matarnos, más bien —susurra Charlie en voz baja, pero Felicia sigue
empujando a Sebastian hacia mí.
—Vamos, cariño —le dice.
—Pienso que es una buena idea. —Olivia asiente—. De esta manera, ret-
rocederán.
Antes que pueda protestar más, Sebastian me agarra de la palma de la
mano y tira de mí hacia la pista de baile, con todo el mundo, una vez más, mi-
rando y murmurando entre sí.
A pesar de querer estar en cualquier sitio menos aquí, ya no puedo recha-
zar la oferta. En el momento en que me aleje de Sebastian, comenzarán los ru-
mores que no he superado a mi ex, y Dios sabe qué más.
Realmente espero que Zachary entienda mi situación imposible.
Aunque es una esperanza inútil con la furia que cruza su rostro cada vez
que surge el tema de mi exmarido. El hombre es muy posesivo conmigo y, para
mi frustración, eso emociona ciertas partes de mí.
Charlie corre hacia la banda y, en un segundo, todos asienten mientras el
lento ritmo del jazz se filtra a través de los altavoces. Sebastian coloca su mano
en mi cintura mientras nos abraza más cerca pero aún mantiene una pequeña
distancia entre nosotros.
Nuestras manos se entrelazan cuando pongo la mía dentro de la suya, y
empezamos a bailar lentamente, con nuestros movimientos probablemente rígi-
dos y pesados por la tensión que llena el aire.
—Siento esto —dice Sebastian, mirando por encima de mi hombro mi-
entras exhalo con fuerza.
Ni en un millón de años habría pensado que me encontraría en una situ-
ación así, pero aquí estamos.
—No es tu culpa. Además, Felicia tiene razón. Con suerte, esto acabará
con todas las tonterías que ha dicho la prensa.
Se ríe.
—¿Tú también las has leído? Cómo lo mantenemos en familia, al estilo
King.
—Sí, es una estupidez. Y no es verdad de todos modos.
—Siento si te he molestado cuando fui al bar. —Sus dedos se clavan en
mi cintura mientras giramos y nos balanceamos—. No era mi intención.
—Sebastian, está bien. No tenemos que hablar. —De hecho, lo prefiero
así, para no remover viejas heridas.
Aprieta mi palma y me mira, sus ojos azules están llenos de remordimi-
ento y culpa. Los ojos que solían iluminarse cada vez que entraba a la habitaci-
ón, ¿no es gracioso cómo todo cambia con el amor?
La persona sin la que no puedes vivir se convierte en aquella con la que
ya no puedes imaginar vivir.
Y la persona que más odiabas se convierte en algo vital para ti y en la
única protección que tienes en este mundo.
—Debería haberte escuchado. Debería haber estado de tu lado. Siento no
haberlo hecho. —Su voz se vuelve ronca y la aclara—. Por lo menos, por favor,
cree que lo siento profundamente.
Una sonrisa triste se extiende por mi boca.
—Nos conocemos desde hace más de diez años, Sebastian. Di la verdad.
No me hará daño. —¿No recuerda que siempre sé cuándo miente?
Se tensa y respira profundamente.
—No es una mentira. Siento lo que has tenido que pasar.
—Pero no lamentas no haberte quedado a mi lado. Porque conociste a
Felicia. —Se congela, tropezando un poco, pero rápidamente reanudamos nu-
estro baile—. Por eso te sientes tan culpable. Antes no lo entendía, pero ahora
sí. No tienes que disculparte por amarla —digo finalmente, encontrando extra-
ñamente la libertad en estas palabras, y parte de la presión de mi pecho desapa-
rece, cerrando para siempre la puerta que ha estado cerrada durante años.
Pero con esto, pongo un sello que nada lo podrá romper. Nuestra relación
se ha convertido en nada más que un fugaz y hermoso recuerdo que tiene una
sensación agridulce.
—¿Realmente amas a Zachary? —me pregunta, ya que no puede argu-
mentar mi afirmación anterior, pero antes que pueda responder, continúa—: Me
dio mucha rabia que estuviera allí. Pensé que quería atormentarte. Incluso se
comportaba de forma territorial, pero resulta que estaba equivocado. En reali-
dad están juntos. Nunca lo hubiera pensado. —Me aparta, agarrándome de la
mano y, haciéndome girar sobre el parqué antes de volver a tomarme en bra-
zos—. Espero que seas feliz con él. Te lo mereces.
—Los dos nos merecemos ser felices sin que las sombras del pasado pla-
neen sobre nuestras cabezas. —Le doy una palmadita en el hombro—. Simple-
mente no estábamos destinados a estar juntos, pero te doy las gracias por todo,
Sebastian.
Incluso por no haber leído mi carta, porque este hombre habría quedado
destrozado por la culpa si hubiera sabido lo de nuestro bebé.
No le deseo tal dolor a nadie, y menos a Sebastian.
Pienso que tal vez este cierre sea uno de los peldaños de mi futuro, donde
el pasado ya no me perseguirá.
Y tal vez haya esperanza para un futuro más brillante que incluya a un
hombre como Zachary.
Aunque la idea me asuste mucho.
Capítulo 20
—Dicen que el mayor amor llega cuando menos lo esperas, y es cierto.
Cuando corremos persiguiendolo, nunca se frena lo suficiente como para
que lo atrapemos.
Sin embargo, en el momento en que lo soltamos, el amor salta sobre ti,
atrapándote en su red sin posibilidad de escapar.
La misma analogía funciona también con el dolor.
El dolor agónico que te parte en dos llega cuando menos lo esperas.
Y en tal caso, asesta un fuerte golpe que no todos pueden soportar.
~Phoenix

Zachary

El reloj de madera de la pared del despacho hace un fuerte tic tac en el


estirado silencio mientras mi padre y yo nos sentamos uno frente al otro, sepa-
rados por el enorme escritorio de roble.
Con un vaso de whisky en la mano, me lo froto contra la mejilla mientras
estudio el entorno que me rodea, preguntándome si siempre ha sido tan…
sombrío y oscuro.
Las paredes están pintadas de blanco y marrón y de ellas cuelgan fotos
de papá con sus seres queridos en diferentes etapas de su vida.
Algunas de ellas son con mi madre, conmigo de niño, con su otra familia
y, por último, una fila interminable de él y Emmaline en la que ambos ríen fe-
lizmente a la cámara.
Siempre me ha asombrado la facilidad con la que papá aceptaba a su ni-
eta y nunca me hizo ninguna pregunta al respecto, aunque probablemente tenía
muchas.
Cuando era niño, me encantaba colarme aquí y esconderme bajo su escri-
torio mientras tenía varias llamadas de negocios, estudiándolo en esos momen-
tos con asombro, porque entonces parecía tan poderoso.
Con una sola orden, cerraba tratos, despedía o contrataba gente, y seguía
expandiendo su imperio que un niño como yo no podía evitar querer emular cu-
ando fuera mayor.
Después de mi habitación, su oficina había sido uno de mis lugares favo-
ritos para pasar el rato y sentirme más cerca de papá, escuchando cada uno de
sus consejos mientras soñaba con llegar a ser como él algún día y ser dueño de
la misma oficina.
Es curioso cómo cambia nuestra perspectiva a medida que crecemos.
Ahora, este lugar es el que evito como la peste, porque ya no tiene nin-
gún significado especial para mí.
Papá agarrando el bolígrafo del escritorio y lo hace girar entre sus dedos
de un lado a otro, y con otro tic-tac, por fin me he cansado de esta mierda.
Mi respeto por el anciano solo dura un tiempo.
—¿Qué era tan urgente que tenías que hablar conmigo? —pregunto, y
sus ojos se alzan hacia mí, todavía jodidamente ilegibles—. Porque si todo lo
que vamos a hacer es sentarnos y cruzarnos de brazos, voy a volver con mi pro-
metida. —Me pongo de pie, dispuesto a salir corriendo de aquí, y me gustaría
poder decir que es solo por Phoenix.
Pero la verdad es que…
No tengo idea de cómo permanecer en la compañía de mi padre el tiem-
po suficiente para no lanzarle un insulto, y lo odio, joder. Un hombre de mi
edad no debería estar tan obsesionado con el pasado como para seguir arremeti-
endo como un adolescente al que le falta atención.
Sin embargo, de alguna manera, cada vez que tenemos nuestras conver-
saciones, ese chico del pasado asoma la cabeza y sigue repartiendo golpes ver-
bales sin ánimo de poner fin a las viejas disputas.
—Siéntate —ladra, y para mi puto asombro, lo hago, los cubitos de hielo
chocan entre sí en mi vaso—. Un padre no se entera del compromiso de su hijo
a través de las redes sociales.
—Sí, bueno, papá, creo que se me olvidó el memo en el que estamos cer-
ca.
—Soy tu padre.
—¿De verdad? Podría haberme engañado. Además, no estoy de humor
para escuchar tus sermones sobre cómo podría perjudicar a tu preciosa princesa
y a su caballero de brillante armadura. —Porque de eso se trata, ¿no?
Siempre se trata de sus putos sentimientos y nunca de los míos.
Papá exhala una fuerte bocanada de aire y se pellizca el puente de la na-
riz antes de volver a centrar su mirada en mí, y esta vez veo ira en su rostro, pe-
ro también… ¿agotamiento? Por primera vez se le nota la edad en la cara, y eso
despierta algo en mi interior, aunque hago lo posible por aplastarlo con fuerza.
Las emociones son peligrosas, ya que tienen el poder de dominarte, y ya
no tengo ese lujo con mi padre.
Si es que alguna vez lo tuve.
—¿Cuándo va a parar, Zach?
—¿Qué quieres decir?
Hace un gesto con la mano entre nosotros.
—Este distanciamiento y animosidad que nos has puesto a lo largo de los
años. ¿Cuándo se acabará? —Su mano aprieta el bolígrafo con tanta fuerza que
la parte superior se levanta y cae al suelo—. Han pasado veinticinco años desde
que Katherine murió.
Todo en mi interior se paraliza ante la mención del nombre de mi madre,
y terminando mi bebida rápidamente, dejo el vaso sobre la mesa por miedo a
romperlo, joder. La ira y la rabia corren por mis venas, hirviendo hasta tal punto
que no puedo evitar arremeter contra él.
Una vez más, joder.
—Me sorprende que te acuerdes de ella.
Papá golpea el escritorio con los puños, las cosas que hay en él saltan y
aterrizan de nuevo con un fuerte estruendo.
—¡Maldita sea! —ruge y luego respira profundamente—. Amé a tu mad-
re con todo lo que tenía.
No puedo creer que haya decidido iniciar esta conversación esta noche y
precisamente aquí. Después de años de intentar hablar con él, y que él se desen-
tendiera constantemente de mis preocupaciones y sentimientos hasta que me
harté, ¿ahora por fin ha decidido arreglar esto?
¿Se ha vuelto loco?
Este barco zarpó hace mucho tiempo, ¡y no hay una puta manera de al-
canzarlo ahora!
—Cierto. Por eso te volviste a casar tan rápido, ¿eh? Porque la amabas
mucho. —El sarcasmo y el disgusto brotan de cada una de mis palabras—. Y
trajiste a Olivia y a sus hijos a esta casa. A la casa de mamá —grito la última
parte y veo que las manos de papá tiemblan un poco mientras se pasa los dedos
por el cabello.
El silencio que sigue a mis palabras es casi ensordecedor; el corazón me
late tan fuerte en el pecho que prácticamente puedo sentirlo en la garganta, y me
sudan las palmas de las manos. Por mucho que me obligue a calmarme, no con-
sigo controlar mis emociones, y el odio también me invade.
Odio que quiera hablar esta noche cuando tengo que ser frío y distante
para atrapar al sospechoso que juega conmigo como si fuera su juguete favorito.
Su conversación llega veinticinco años tarde.
—¿Es un crimen volver a amar, Zach? —Papá susurra, pero bien podría
haber gritado; sus palabras tienen el mismo efecto en mí, y entonces nuestras
miradas se conectan, la suya torturada y la mía sorprendida—. El amor no tiene
límite de tiempo. A veces crees que se tarda mucho en amar a una mujer, pero
luego la ves y… encaja. Simplemente hace clic, hijo —dice, pasándose la mano
por la cara—. Viví y respiré por tu madre. Pero ella murió.
Me río amargamente.
—No me hables de ella. ¿Y sabes qué? Para que se termine toda esta mi-
erda, ¿qué tal esto? Estoy jodidamente feliz que hayas encontrado a Olivia. Lo
has hecho bien, papá. ¿Estás contento ahora? —Con esto, me vuelvo a levantar,
y estoy dispuesto a largarme de aquí para poder escapar por fin de esta mierda,
de esta situación emocionalmente agotadora en la que mi padre y yo hablamos
en idiomas diferentes porque nunca podemos ver esta situación a través del mis-
mo prisma.
Se enamoró. ¿Fue un crimen? No.
Pero, ¿por qué, con su puto amor, se olvidó de su primera familia?
¿Enviarme a un internado? ¿Siempre se puso de su lado sobre el mío?
Él amaba a esos niños. ¿Era algo malo? No.
¿Por qué entonces les dio las cosas que no me dio a mí? ¿Por qué los
mantuvo cerca mientras yo sufría en la distancia, perdiendo no solo uno sino
dos padres al mismo tiempo?
Sus decisiones construyeron los cimientos de nuestra relación, y me ni-
ego a asumir la responsabilidad por ello. Él era el padre entonces. Era su trabajo
arreglar nuestra relación, no el mío.
Aunque lo intenté. Dios sabe que lo he intentado.
—Amabas a Angelica —dice, y yo sigo, medio girándome hacia él para
verlo levantarse de la silla y plantar ambas manos en el escritorio, inclinándose
hacia mí—. La querías. Lo vi en tus ojos. Y luego te vi derrumbarte cuando ella
murió. ¿Sabes lo que le ocurre a un padre cuando ve sufrir a su hijo? —Se gol-
pea el corazón—. Duele aquí. Duele aún más cuando sabes que no puedes hacer
nada para ayudarlo. —Recoge uno de los marcos, que sostiene la foto de Em-
maline—. Entonces la adoptaste y todo cambió. Ella te sacó de tu dolor.
—No lo hagas, papá. No metas a mi hija en esto —le advierto, porque yo
no soy como él. No dejo que mi vida personal afecte a la de mi hija.
—Tú amabas a Angelica. ¿Amas a Phoenix? —No digo nada, solo apri-
eto más los dientes, y él suelta una risita, aunque la tristeza la adorna—. Ni si-
quiera puedes admitir ante ti mismo que la amas. Porque da miedo. Volver a
amar a una mujer después de haber perdido a tu primer amor.
—No —vuelvo a decir, odiando toda esta puta mierda que me revuelve
la cabeza, pero mi padre no ha construido su imperio porque se haya detenido
cuando alguien se lo ha pedido.
Oh, no.
Siempre fue por la victoria, y eso es exactamente lo que está haciendo
ahora.
—Fui un tonto. El amor no sucede una vez en la vida. Ocurre tantas ve-
ces como te regala la vida. Así que, por favor, por el amor de Dios, valóralo y
no huyas de él. —Señala hacia el espacio abierto—. No sé por qué hiciste este
compromiso, pero, hijo, espero que no pierdas a la mujer de la que te enamoras-
te rápidamente debido a las tonterías que te dije en el pasado.
Rodeando con mi mano el pomo de la puerta, digo en voz baja:
—Es un poco tarde para consejos, papá. Acepta nuestra relación y no
presiones para conseguir más. —Y tal vez debería escucharme también.
Aceptarlo todo y enterrar mi resentimiento en la tierra, no darle vueltas a
lo que podría haber sido y disfrutar de lo que hay.
—¿Has pensado qué pasará cuando sepa que Emmaline es su hija?
Me paralizo, con la cara aún concentrada en la puerta, pero oigo el golpe-
teo de sus zapatos acercándose a mí.
—Nunca te hice preguntas sobre ella, porque lo sabía.
Por supuesto que lo sabía. Lo manejé a través de personas que trabajaban
con él. ¿De verdad creía que no compartirían mi secreto con él?
La lealtad de estas personas pertenecía al King mayor y no a mí.
—Papá, no soy un niño. —Toda esta preocupación llega un poco tarde,
¿y qué quiere oír de todos modos? ¿Gratitud por guardar mi secreto? —. Y no
te pedí ayuda.
Coloca su mano en mi hombro y lo aprieta, sin tratar de darme la vuelta
ni nada, y creo que es la primera vez que papá me toca desde…
Desde hace mucho tiempo, ni siquiera recuerdo la última vez que estuvi-
mos tan cerca sin lanzarnos en una pelea a gritos.
—Lo sé. Pero todavía estoy aquí para ofrecerlo. Intenta no perder a las
personas que más quieres. Porque cuando sepa la verdad, querrá alejarse de ti y
llevarse a su hija. —Un apretón más antes de soltarlo—. Así que no retengas tu
amor, hijo. Será tu única gracia salvadora en esta situación.
Amor.
Una palabra tan corta que significa el puto mundo.
No puedo salir de la habitación lo suficientemente rápido, sus palabras
jugando en mi mente mientras la voz dentro de mí grita que lo escuche y le diga
la verdad a Phoenix, pero, ¿cómo puedo hacerlo ahora?
Cualquier distracción podría costarnos la vida y no volveré a correr ries-
gos con ellas.
Y el viejo no tenía que sermonearme sobre el amor, porque conozco la
magnitud de mis emociones hacia ella, aunque estén mal y no deban estar ahí
con nuestro pasado y el poco tiempo que nos conocemos de verdad.
Aunque a veces parece que ha estado conmigo durante los últimos cuatro
años, porque cada pensamiento sobre ella consume mi mente.
Sin embargo, mi cuerpo sigue temblando por la conversación, y necesito
desesperadamente que Phoenix calme la tormenta que hay en mi interior. De
pie en la entrada de la sala común, mis ojos la buscan entre los innumerables in-
vitados con el brillante vestido que tiene el poder de cegar a una persona si no
tiene suficiente cuidado.
Y entonces, por fin, la localizo, solo para que la furia rugiente vuelva a
clavar sus garras en mí mientras la bestia que llevo dentro me exige que vaya
hacia ella.
Mientras baila con Sebastian en medio de la pista, con la mano de él en
su cintura mientras una sonrisa adorna sus labios, y está tan jodidamente relaj-
ada, como si él no fuera el hombre que la hirió, arrojándola a las fosas del infi-
erno para que todos los demonios se den un festín con su carne.
Los celos y la posesividad no son emociones que me resulten familiares,
porque nunca las experimenté en esta medida con mi difunta esposa. Angelica
siempre estaba a mi lado y me miraba con tanto amor que nunca tuve que pre-
ocuparme por otros hombres y sus miradas hacia mi mujer.
En cambio, me sentía orgulloso que estudiaran a la hermosa criatura que
me pertenecía.
¿Pero con Phoenix? Solo la idea que cualquier hombre la mire y se pre-
gunte cómo es tenerla en sus brazos, o toda su belleza para su placer, despierta
la bestia dentro de mí que quiere su sangre y esconderla de ellos.
Especialmente del hombre que tuvo su corazón durante tanto tiempo y la
conoce mejor que nadie, la conoce de una manera que ella no se ha abierto a mí
y fue un hombre a quien ella eligió voluntariamente.
En lugar de mí, que se impuso sobre ella, con ella negando constante-
mente nuestra atracción por el otro y maldiciéndolo hasta el infierno.
Pero Phoenix es mía, con resistencia o sin ella, y mi puto nombre no es
Zachary King si Sebastian cree que puede entrar aquí, colgando su pasado en
mi cara, y puede robarme a mis chicas.
Me importa una mierda cómo las obtuve; nunca, jamás, permitiré que na-
die me las quite.
Ya sea Sebastian, el sospechoso o la propia Phoenix.
Controlando a duras penas mis ganas de lanzarme hacia ellos y darle un
puñetazo en la cara para que todo el mundo lo vea, para que no tenga ninguna
duda de a qué atenerse con mi mujer, muevo el cuello de un lado a otro, en-
gancho los pulgares en los bolsillos del pantalón y, curvando la boca en una
sonrisa siniestra, me paseo perezosamente por la sala con los ojos de todo el
mundo recorriéndome a mí y a la pareja de bailarines, con la expectación escrita
en sus caras, probablemente pensando que pronto tendrán otra escena que com-
partir con el mundo.
Después de todo, según los estándares de los chismes, la fiesta ha sido
aburrida hasta ahora, pero yo nunca estuve allí para complacer, ¿verdad?
Charlie aparece a mi lado, igualando mis movimientos, y dice:
—No hagamos nada irracional, ¿de acuerdo? Te va a joder la imagen. —
Me ofrece una copa de champán, pero la ignoro, contraatacando para caminar
hacia mi mujer.
—¿Desde cuándo te importa mi imagen pública?
—Desde que eres el director general y mi dinero depende de ti. —Termi-
na su vaso—. Y a pesar que eres un imbécil, te sigo respetando. Aunque te odio
a muerte por ser siempre malo con mi madre.
—Sí, eso es razonable. —En esto estoy de acuerdo con él, porque si al-
guien le hubiera hablado a la mía como yo me permito hablarle a Olivia, le hab-
ría dado una paliza a pesar de la petición de mi madre de no hacerlo.
Me detiene enérgicamente con su mano agarrando mi hombro, y me vu-
elvo hacia él, aunque mis ojos siguen puestos en mi mujer, que sigue bailando
jodidamente con su ex marido, ¡pero ahora se están riendo!
—Zach, bailó con ella porque Felicia se lo pidió. ¿De acuerdo? Así
que…
—Charlie, te agradezco la preocupación, pero me importa un carajo.
Resopla exasperado y divertido.
—Porque no somos familia, ¿verdad?
—No, porque no soporto ver a mi mujer en brazos de otro hombre. —
Los ojos de Charlie se abren en estado de shock, y para ser jodidamente hones-
to, también los míos por haber compartido tanto con él—. Así que, si me discul-
pas, me gustaría hablar con mi prometida. Sin montar una escena —añado, por
el bien de quién, no lo sé.
Pero de nuevo, tal vez debería dejar de lado mi resentimiento hacia los
niños que no tenían la culpa de lo mucho que mi padre los quería. No es que ha-
yan tratado de echarme de la familia.
Lo hice por mi cuenta cuando no los acepté.
—Bueno, está bien. A mí tampoco me gustaría ver a mi novio en los bra-
zos de otro hombre —dice con un guiño y da un gran sorbo al vaso que he rec-
hazado—. Además, creo que Felicia va a explotar de preocupación si conversan
un minuto más.
Sí, de todos modos, ¿en qué coño estaba pensando al enviar a su prometi-
do a entretener a la mía?
Me doy cuenta que Felicia se precipita hacia mí desde la izquierda, aun-
que el alivio reluce en su rostro cuando me interpongo entre la pareja, rodeando
suavemente el hombro de Phoenix, que jadea sorprendida al verme pero no se
resiste al agarre.
Al menos tenemos eso; de lo contrario, no estoy seguro de haber podido
mantener la cordura en esta situación.
—Sebastian, gracias por ocupar a mi prometida mientras yo estaba afu-
era —digo lo suficientemente alto para que todos nos escuchen, para que no
tengan motivos para chismosear sobre nosotros—. Es bueno saber que siempre
se puede contar con la familia.
—El placer ha sido todo mío —responde, aunque una extraña expresión
cruza su rostro al estudiarme durante un segundo antes que una sonrisa se dibu-
je en él—. Felicidades una vez más, Zachary. Cuídala mucho. —Me tiende la
mano, y la estrecho a tiempo para que Felicia se una a nosotros, enganchando
su brazo en el de Sebastian.
—¿Cómo fue la conversación con papá? —pregunta y luego sacude la
cabeza—. En realidad, no respondas. En cambio, prometan venir a mi galería de
arte. Tendremos un espectáculo musical allí también.
Phoenix parpadea ante esto y luego murmura:
—Bueno, eso suena encantador, pero no estoy segura que Zach y yo…
—Tengo la invitación. Iré. —Felicia se queda boquiabierta y yo la cierro
con el dedo índice—. Sé que es importante para ti. —No estoy seguro de cómo
actúa un hermano mayor en este caso, pero decido hacer un esfuerzo con todos
ellos a partir de ahora, aceptando la rama de olivo que han estado extendiendo
durante años.
No es que una pequeña conversación con mi padre me haya abierto los
ojos a mis malas acciones o algo así, una especie de gran epifanía.
Sin embargo, tal vez haya llegado el momento de madurar y, con ello, no
arruinar con mi resentimiento la familia en la que crecerá mi hija.
Pero lo primero es lo primero.
Ha llegado el momento de recordarle a mi mujer a quién pertenece de la
forma más primaria posible.
—Ahora si nos disculpas, tenemos que ir a ver esas ampollas que tiene
Phoenix.
—¿Qué? —Sus cejas se fruncen en confusión, y rozo con el pulgar la lí-
nea que se forma entre ellas.
—He visto cómo te estremecías antes. Los zapatos deben doler. —Con
esto, la arrastro hacia la entrada antes que subamos, todo mientras ella intenta
frenar mis movimientos tirando de mi mano.
—Zach, ¿qué demonios estás haciendo? —Sus tacones suenan con fuer-
za en el suelo de mármol mientras nos llevo por el pasillo, teniendo en mente un
lugar determinado y perfecto—. No tengo ninguna ampolla. —Permanezco aj-
eno a sus palabras y finalmente entro en la espaciosa habitación, cerrando la pu-
erta detrás de nosotros y bloqueándola con un clic—. ¿Qué estás haciendo? —
Ella mira a su alrededor y luego jadea—. Dios mío, ¿me has traído a una bibli-
oteca?
Presto poca atención a la enorme sala con dos niveles de innumerables
estanterías con miles de títulos y varios sofás para descansar y pueda leer sus
historias favoritas en paz.
La luz tenue y el lugar aislado juegan perfectamente en mis planes mi-
entras empujo a Phoenix contra la pared, apretándome contra ella, mientras ella
gime:
—Zach.
La aprisiono entre la pared y mi pecho, sus putas curvas bajo mi mano,
su respiración ronca resonando en la habitación, cuando murmuro.
—No deberías haber permitido que te tocara.
Se queda quieta entre mis brazos mientras mi mano viaja a su espalda,
encontrando su cremallera y tirando de ella para que su sedoso vestido se desli-
ce por su suave piel con facilidad, terminando a sus pies. Jadea, tratando de
cubrir sus magníficos y jodidos pechos, pero no permito tal cosa.
Le agarro los dos brazos, se los pongo por encima de la cabeza y los
mantengo unidos a los míos mientras me inclino para morderle la barbilla, haci-
éndola sisear:
—¿Estás loco, Zach? Estamos en la biblioteca. Podría entrar alguien.
Bueno, debería haberlo pensado antes, ¿no?
Antes de permitir que ese cabrón la tocara.
Chilla, intentando zafarse de mi agarre, pero en lugar de eso gime cuan-
do atrapo su boca, deslizando mi lengua dentro y devorándola con un beso apa-
sionado y caliente, castigando en su naturaleza, reclamando su derecho.
Recordándole que en su vida solo hay un hombre que importa, y todos
los demás pueden mirar, pero es mejor que nunca toquen.
Se derrite en mis brazos, su cabeza golpea la puerta cuando inclina su cu-
ello hacia atrás. Profundizo el beso y sus pechos rozan mi camisa.
Suelto su mano, aprieto su cabello y alejo mi boca, recorriendo la parte
inferior de su barbilla mientras le muerdo la piel.
—Odio que te toque. Odio que bailes con él. No le perteneces.
Muerdo. Muerdo. Muerdo.
—Esto es una locura. Estás loco —susurra, enredando sus dedos en mi
cabello y tirando de mí más cerca mientras viajo hasta su clavícula, lamiendo
por toda ella antes de morder y chupar más de su piel, dejando enrojecimiento
en mi camino para que el puto Hale pueda mirar las marcas y saber que esta
mujer es mía.
Mía y de nadie más.
Rodeo su pezón con el dedo, gime, sacudiéndose en mis brazos, su pico
sonrosado suplicando que lo alivie, así que respiro sobre él ligeramente, pre-
guntando:
—¿Lo estoy, cariño? —. Mordisqueando el montículo de su pecho, lo
acaricio antes de llevarlo a mi boca.
—Sí. Estás celoso de mi pasado —dice y contiene la respiración en anti-
cipación a mi próxima acción.
Una sonrisa se dibuja en mi boca mientras me detengo en su pezón, ro-
zando la punta con la lengua y sin hacer nada más mientras ella se calienta cada
vez más entre mis brazos. Sé que está de acuerdo con esta muestra de posesivi-
dad, aunque intente actuar como la persona más razonable entre nosotros.
—¿Debo parar entonces, amor? —Otro movimiento y ella gime, tirando
de mi cabello dolorosamente mientras se desplaza hacia delante para que su pe-
zón roce mi boca, rogándome que haga algo, pero me quedo quieto—. ¿Esta-
mos ansiosos? Pero las chicas malas no consiguen lo que quieren, cariño.
—¿Chica mala? —exclama indignada, sus palabras guturales surten efec-
to en mi polla, ya dura como el acero, lista para abalanzarse sobre ella en cual-
quier momento, haciendo fuerza contra la cremallera de mi vaquero—. No fue
mi idea bailar con él. —Espera un poco antes de añadir—: No me importa Se-
bastian.
Claro que no le importa.
¿Cambia eso lo que siento por ese cabrón?
Ni un poco.
Atrapo su pezón entre mis labios y lo chupo mientras ella gime con fuer-
za, el sonido rebota en las paredes mientras me tira del cabello con tanta fuerza
que me sorprende que no me lo arranque del cuero cabelludo.
Lamiendo el pezón y recubriéndolo con mi saliva, tiro un poco de él,
mordiéndolo con dureza antes de aliviarlo al instante con más lametones, todo
ello mientras mi palma se desliza cada vez más abajo hasta alcanzar el dobladil-
lo de sus bragas. Sin previo aviso, se las arranco, la endeble seda apenas ofrece
resistencia.
—¡Zach! —susurra entre gemidos, pero no le presto atención y me desp-
lazo al otro pecho, donde repito la acción mientras mi mano acaricia su coño,
que gotea para mí. Mi palma se clava en su clítoris mientras mis dedos frotan
las paredes de su coño, esparciendo sus jugos por todas partes.
Gime y aprieta sus muslos alrededor de mi mano mientras se acerca cada
vez más a mí. Su pecho me llena la boca hasta que la suelto y nuestras miradas
chocan. Sus ojos castaños están empañados por el deseo y una necesidad tan fu-
erte que todo mi interior responde a ella, queriendo darle lo que tanto ansía.
Su respiración se acelera. Se lleva las manos a la espalda mientras mi de-
do corazón se desliza dentro de ella, empujándola, y grita, moviendo las caderas
al ritmo de mi dedo.
—¿Quién te moja tanto, Phoenix? —Un desafío parpadea en sus orbes, y
ella permanece en silencio, así que detengo mis movimientos, repitiendo—,
¿quién?
—Tú.
Buena chica.
Reanudando mis acciones, continúo presionando mi palma en ella mient-
ras añado un segundo dedo, estirándola más amplia y profundamente, preparán-
dola para mí polla mientras ella se muerde el labio inferior, mostrando sus per-
fectos y blancos dientes, y yo resisto el impulso de besarla.
—¿A quién perteneces?
—A nadie —responde, y añado otro dedo, sumergiéndolo más profunda-
mente antes de rozar su clítoris y, sin duda, enviando sensaciones por todo su
cuerpo, y ella jadea—: A ti.
—Mi mujer no baila con su ex marido. De hecho, se asegura que su ex
marido se mantenga lo más lejos posible, joder. —Retiro mis manos y coloco
mis dedos sobre sus labios. Ella los lame limpiamente, envolviendo esos labios
regordetes suyos sobre ellos, disfrutando de su sabor mientras digo—: ¿Entien-
des?
—Zach, deja esas tendencias cavernícolas y fóllame de una vez —sisea,
clavando sus dientes en mi dedo y mordiéndolos con dureza—. O te juro que…
—Su fuerte gemido llena el espacio cuando retiro mi mano y me arrodillo, po-
niendo mi boca en su coño, mi lengua reemplazando mis dedos. La hago girar
dentro de ella antes de lamer toda su carne, abriéndose para mí, disfrutando de
su sabor y deseando tener más.
—¿Lo entiendes? —pregunto de nuevo, chupando sus labios antes de
acariciar su clítoris, se estremece, sus uñas raspando la parte posterior de mi ca-
beza mientras sigo dándole placer—. Tú. Eres. Mía. —Con cada palabra, le doy
lametazo tras lametazo, lo que la vuelve loca, a juzgar por lo inquieta que se po-
ne, tratando de rechazar mi cara y encontrar alivio con mi lengua.
Sin embargo, antes que pueda disfrutar del todo, me levanto, me quito la
chaqueta mientras ella me observa con sus ojos ensombrecidos, cuando me bajo
la cremallera del pantalón.
Sus ojos se abren cuando se da cuenta del condón que saco y pregunta:
—¿Esperabas tener suerte?
Me río entre dientes.
—Cariño, contigo no tengo que esperar. —Envolviendo mi mano alrede-
dor de mi erección, la sacudo un par de veces, y ella se lame los labios al notar
el semen que gotea de la punta, pero niego con la cabeza—. No tenemos tiempo
para eso, cariño. —Y entonces la agarro por las caderas, levantándola entre mis
brazos, mientras ella me rodea el cuello con los brazos y cierra las piernas a mi
espalda.
Me introduzco de una sola vez, empujándola con fuerza contra la puerta,
gime, arqueando el cuello, pero luego vuelve a mirarme cuando no hago nada
más.
Solo estirarla hasta el puto borde con su coño caliente envuelto fuerte-
mente a mí alrededor, el cielo y el infierno en la tierra al mismo tiempo.
A pesar que todo lo que hay en mí me pide a gritos que me mueva y nos
dé la liberación que tanto deseamos, concentro mi mirada en ella antes de incli-
narme más cerca y susurrarle al oído:
—¿Eres mía, nena?
Empujo. Empujo. Empujo.
Sus uñas se clavan en mi espalda. Apenas puedo sentirlas a través de la
camisa, pero, sin embargo, le doy la bienvenida a su reclamo, mientras sus mus-
los me aprietan. Me muerde el cuello con tanta fuerza que probablemente sacará
sangre si no tiene cuidado.
—Sí —susurra, lamiendo la herida antes de volver a morderla. Gruño
porque eso no hace más que aumentar la presión en mi interior, volviéndome
loco por la necesidad de acelerar mis movimientos y follarla con fuerza.
Todavía no.
—Mía y solo mía —digo, elevándola antes de retroceder y volver a pe-
netrarla, haciéndonos gemir a los dos.
—Sí, solo tuya. —Sus labios recorren mi oreja mientras murmura—: De
nadie más. —Me agarra el cabello y me echa la cabeza hacia atrás para que nu-
estros ojos se encuentren—. Ahora fóllame fuerte para que todo el mundo lo se-
pa también.
Aplastando mi boca sobre la suya mientras nos encerramos en un maldito
y duro beso que me hace reclamarla de una vez por todas, aprieto sus nalgas
con mis manos mientras acelero mis movimientos, introduciéndome en ella una
y otra vez, tragándome sus gemidos de placer con cada sacudida de mis caderas,
llenándola hasta el borde, necesitando que se suelte en mis brazos antes que yo
haga lo mismo.
Gime en señal de protesta cuando me alejo de su boca, se aferra a su cu-
ello y chupa la piel mientras sigo penetrando en su interior. Su coño se aprieta
en torno a mi longitud mientras su respiración ronca llena el espacio, acompa-
ñada de gemidos y quejidos ocasionales. El sonido de nuestras carnes chocando
entre sí se mezcla con ella y se suma al subidón que impulsa mi cuerpo, exigi-
endo la puta liberación… pero no hasta que ella tenga la suya.
Se congela y grita, arqueando la espalda hacia mí mientras su coño se ap-
rieta tanto que me cuesta respirar. Me hace falta todo lo que hay en mí para em-
pujar y deslizarme dentro de ella de nuevo, el familiar pinchazo en mi espalda
que me alerta de mi propia liberación, pero no antes de besarla una vez más.
Bebiendo de su boca, me introduzco y me salgo de ella unas cuantas veces más
antes de correrme, derramándome dentro del condón, y juro que algún día sabré
lo que es tener a mi mujer sin ninguna barrera entre nosotros.
Con ella aún en mis brazos, mientras ambos recuperamos el aliento, le
digo:
—No vuelvas a bailar con Sebastian.
Su risa rebota en las paredes y calma los bordes dentro de mí, tranquili-
zando esta tormenta que llamo mi vida y dándome la esperanza que una vez que
toda esta mierda termine… ella será mía sin reservas.
Tal vez entonces ambos encontremos la tierra donde los pecadores expí-
an.
Phoenix

Gimiendo ante mi reflejo en el espejo del cuarto de baño de la biblioteca


—supongo que los ricos pueden tenerlo todo—, me ajusto rápidamente el vesti-
do y resoplo con frustración ante los varios chupetones que me marcan el cuello
en este momento.
Es imposible taparlos. Me ha reclamado como si fuera una especie de va-
ca.
Sacudiendo la cabeza, me llevo unos rizos al frente para que al menos
cubran algunas de las marcas rojas mientras mantengo la pretensión de ser una
persona moralmente buena.
Aunque mi prometido acaba de follarme contra la pared, precisamente en
la biblioteca, mientras mis gemidos de placer probablemente se oyeron en la
distancia.
Puedo imaginarme todos los titulares con fotos ampliadas sobre mi piel
de cómo somos personas vergonzosas que no pueden mantenerlo en sus panta-
lones.
El lugar entre mis piernas aún palpita con cada movimiento, recordándo-
me lo implacable que es en su pasión, caliente y posesivo hasta la locura, y mi
cuerpo respondió a ello.
Lo amaba.
Lo anhelaba.
Así que, por supuesto, se rindió a él.
—Dios, ¿qué estás haciendo, Phoenix? —pregunto a mi reflejo, pero la
mujer que me devuelve la mirada está tan despistada como yo en todo este
asunto, aunque hay una constatación que está muy clara.
Por mucho que lo niegue o intente huir… es imposible ignorar mi atrac-
ción hacia Zach y lo que tiene el poder de convertirse.
Dicen que el amor a primera vista no existe, y esa no es nuestra historia.
Más bien se trata de un odio a primera vista con una pasión tan fuerte que un
humano no tiene remedio contra ella.
Sin embargo, ¿qué hubiera pasado si nos hubiéramos conocido en otras
circunstancias sin que él me hiciera tanto daño? Entonces, ¿habría sido el amor
a primera vista del que hablan tantos libros y películas?
¿Lo habría aceptado con todo mí ser, aferrándome a esta oportunidad de
mi vida, y dejaría que mi corazón me llevara a Zachary, a pesar de mis dudas
sobre lo diferentes que somos?
¿Puedo seguir haciéndolo ahora y darle una oportunidad después que to-
do este lío haya terminado?
¿Enterrar mi insoportable dolor con el pasado, poniendo la culpa donde
realmente corresponde, y aceptar que algunas cosas en la vida son impredecib-
les y que una persona tiene derecho a intentar la felicidad de nuevo, aunque la
elección sea cuestionable en el mejor de los casos?
Mi corazón está agotado por el constante sufrimiento al que ha sido so-
metido durante años, y anhelo solo un poco de felicidad para volver a disfrutar
de esta vida, para vivir y no solo sobrevivir.
Depositar mi fe en Zachary será una de las mejores o más tontas cosas
que he hecho, pero, ¿no debería intentarlo al menos?
Con una última mirada a mí misma, salgo del baño y me dirijo a la puer-
ta dispuesta a enfrentarme al mundo de nuevo, preguntándome cuánto tiempo
más debemos permanecer aquí para satisfacer la curiosidad de todos. Dudo que
el sospechoso aparezca con algún truco, porque ya lo habría hecho. ¿Quizás
disfruta de nuestra miseria, porque no sabemos cuándo va a atacar de nuevo, y
eso está aumentando nuestra anticipación y, a cambio, lo está poniendo en el ju-
ego de poder que cree que tiene?
Me detengo bruscamente cuando veo un sobre en el suelo a unos metros
de la puerta; alguien debe haberlo metido dentro. Lo recojo, queriendo colocar-
lo sobre una de las mesas, solo para fruncir el ceño cuando veo mi nombre esc-
rito en él.
—¿Qué demonios? —murmuro, lo abro y saco una carta.
O más bien una pequeña nota.
Y cuando lo leo, el mundo que me rodea se desmorona. Me balanceo ha-
cia un lado, golpeándome la cadera con la esquina de la mesa, y el dolor recorre
todo mi organismo, pero apenas lo noto por el que me atraviesa el corazón.
Un sollozo se escapa de mis labios mientras sacudo la cabeza en señal de
negación, sin querer creer ni una sola palabra, pero todo en mi cabeza hace clic
con esta verdad, alineando todos los bloques en perfecto orden para formar una
imagen que me destruye de una forma que creía que ya nada podría.
Apretando el papel en mi mano, busco la fuerza dentro de mí para ende-
rezarme y seguir a ciegas el pasillo hasta la sala común, donde veo a Zach de
pie al final del pasillo con su padre.
Te espero, cariño. No volverás sola. Todos sabrán a quién perteneces.
Sus palabras resuenan en mis oídos mientras una risa amarga casi brota
de mi boca por lo ridículo de todo esto.
Me engañó con sus acciones y, como una tonta, hasta quise darle una
oportunidad.
¿Qué clase de monstruo hay que ser para jugar así con la vida de un hu-
mano y no pensar en las repercusiones de sus actos?
Zachary sonríe, con ojos cálidos, mientras me saluda:
—Cariño. —Y odio la satisfacción que viene de él, pensando que todo
está bien entre nosotros.
Pero entonces le he permitido creer que, con el gesto de su dedo, haré to-
do lo que él diga, ¿no?
En lugar de responderle, le doy una bofetada en la mejilla con tanta fuer-
za que la palma de mi mano rebota, el escozor me quema la piel y el sonido re-
bota en las paredes, pero no le presto atención.
Anthony parpadea sorprendido mientras Zachary me mira fijamente, y
espero que vea toda la furia y el asco que siento por él ahora mismo cuando le
ordeno:
—Llévame con mi hija. —Y en el momento en que la culpa junto con la
sorpresa se reflejan en sus ojos, rompe la última pizca de esperanza que aún al-
bergaba en mi corazón como la estúpida idiota que soy sobre si tal vez la nota
mentía.
Tal vez Zachary no sea el monstruo que hizo creer a una madre que su
hijo estaba muerto solo para herirme sin medida.
Sin embargo, ahora no se puede huir de la verdad, ¿verdad?
Porque, ¿cómo podría ser posible algo entre nosotros con esta verdad?
Puede que Zachary King siempre consiga lo que quiere, pero esta vez no.
Mi hija y yo no le pertenecemos y nunca lo haremos. Es un ladrón que
nos robó el corazón con su engaño.
Y como todos los ladrones deberían… pagará caro por ello.
Capítulo 21
—¿Es posible amar a alguien… pero no ser capaz de perdonarlo?
Nunca podré olvidar lo que hizo.
Pero tampoco sé cómo manejar este corazón traicionero mío.
Estoy en una encrucijada, parada frente a dos largos caminos.
Ninguno de ellos es fácil ni bonito.
Uno de ellos lleva escrito —desconocido—, mientras que el otro… tiene un
hombre de pie al final de este, esperando que cruce la línea hacia él, su mano
extendida hacia mí.
¿Qué hago?
En esta batalla entre mi dolor y mi corazón, ¿quién gana?
~Phoenix

Phoenix

En el momento en que entramos en la casa, me doy la vuelta hacia Zac-


hary, que señala la puerta con una expresión fría como una piedra en su rostro
mientras la tensión llena el aire entre nosotros que casi la puedo tocar.
Solo porque mi hija está durmiendo arriba, mi dulce niña que me robaron
antes que pudiera verla o reclamarla como mía, hago lo que me dice, siguiéndo-
lo con nuestros zapatos golpeando fuertemente en la casa y, con cada paso,
anunciando la próxima condena.
Permanecí en silencio todo el camino hasta la casa. James debió sentir el
estado de ánimo ya que no dijo nada, sino que condujo rápidamente hacia la
mansión con música ligera en la radio. El sonido me irritó tanto que quise rom-
per el maldito aparato. Pero contuve mis impulsos, porque esta furia no pertene-
cía a nadie más que a Zachary.
Una vez que cierra la puerta de la oficina, digo en voz baja con cada pa-
labra arañando mi garganta:
—¿Cómo pudiste haber hecho esto? —Durante todo el camino en el
auto, pensé en que le gritaría o que intentaría destruir su casa desde este infierno
dentro de mí, pero en lugar de eso, estoy tan calmada que casi me asusta.
Me asusta, porque no sé cuándo llegará el estallido como siempre ocurre
en estas situaciones; siempre hay un límite para la copa de uno. Y cuando dicha
copa se rompa… no será bonito.
Quemará todo a su paso.
No me quedan fuerzas para juntar los pedazos de mi alma para sobrevi-
vir. Zachary dio el último golpe que me destruyó irremediablemente.
—Te llevaste a mi bebé. Le pusiste el nombre que yo quería. Me hicieron
creer que había muerto. Les rogué que me mostraran su cuerpo y se negaron.
¿Puedes imaginar el dolor que sufrí? Tumbada en esa cama y deseando morir
con ella.
—Phoenix… —empieza, pero sacudo la cabeza.
—Cállate. Cállate y escúchame de una maldita vez, Zach. —Mi voz es
fría como el acero, lista para cortar cualquier cosa que él diga para justificar sus
acciones.
Ninguna explicación será lo suficientemente buena para mí de todos mo-
dos, así que es mejor que no desperdicie su aliento en ello.
Una risa vacía rebota entre nosotros mientras me pongo la mano en el
pecho.
—Y luego, cuando salí, me hiciste tu amante. ¡Tengo que vivir con el
hecho que dejé que me tocaras! ¿Qué clase de monstruo eres, Zach? —Su man-
díbula se aprieta mientras sus ojos adquieren esa expresión ilegible que siempre
quise entender, pero ya no me importa—. ¡Mi bebé! ¡Ella es mi bebé! ¡No tení-
as derecho a llevártela!
Deslizando mis manos hacia mi cabello, lo jalo con fuerza y retrocedo
cuando hace un movimiento en mi dirección con demasiado miedo que vaya a
matarlo con el primer objeto afilado con el que entre en contacto.
—Me golpearon, me patearon, me cortaron la piel con cuchillos, pero to-
do eso palideció en comparación cuando el médico me dijo que mi bebé murió.
—Se me escapa un sollozo y me tapo la boca con la palma de la mano—. ¿Có-
mo pudiste hacer eso? ¿Cómo has podido reclamar a mi hija como tuya?
—Cuando ordené eso, no sabía que estabas embarazada —grita quitán-
dose la chaqueta y tirándola sobre la mesa donde varios bolígrafos se esparcen
por toda ella, deslizándose hasta el suelo—. Me llamaron para decirme que ha-
bía nacido prematura. El médico de la prisión no le dio ninguna posibilidad de
sobrevivir.
—¿Así que pensaste que podías llevártela?
—Quería salvarla. ¿De acuerdo? Quería expiar lo que había hecho a una
vida inocente.
Me río, aunque carece de todo humor, mis manos se cierran con un puño.
—Por supuesto, no por destruir la mía. Al menos te quedaba suficiente
conciencia como para apiadarte de mi hija.
—¡No tuve elección! Ella habría muerto sin mi ayuda. Y entonces la vi,
y solo…
—Tú qué, ¿eh? —le pregunto, tomando un libro del escritorio y tirándolo
sin pensar, y golpeándolo en su pecho, con la esperanza de traerle tanto dolor
como sea posible—. ¿Te enamoraste de una niña que no es tuya? Un King obti-
ene lo que quiere, ¿verdad?
La ira cruza su rostro.
—Ella es mía, Phoenix. Puedes decir lo que quieras, pero no puedes…
¿Está hablando en serio ahora? Recogiendo varios bolígrafos de escrito-
rio, continúo lanzándolos mientras le grito:
—¡No es tu hija, Zach! Es mi hija y la de Sebastian.
Él se acerca a mí sin importarle el golpe de los bolígrafos en la cara y el
cuello, me agarra los brazos con fuerza y me presiona con dureza contra la es-
tantería.
—¡Ella no es suya!
Puede repetir eso hasta que se ponga azul, pero no cambiará los hechos.
—¡Él es su padre y tú eres un hombre que nos la robó a nosotros!
—¡Te la robé a ti! —me gruñe en la cara—. Seguro que, mierda, no a él.
¿Te escuchó cuando querías decírselo? ¿Leyó alguna de esas cartas o las tiró a
la basura? ¿Fue él quien cuidó de Emmaline durante los últimos tres años y me-
dio? Sebastian puede haber sido el donante de esperma, pero seguro que no es
su padre.
Oh, Dios mío.
La audacia de esta persona perversa está más allá de mi comprensión.
Los monstruos en verdad esconden bien su naturaleza podrida con las di-
versas máscaras de gente buena o semi buena y te golpean con su maldad cuan-
do menos lo esperas.
Y por mucho que quieras lavarla de tu piel, no puedes.
—Si no fuera por ti, habría sido él quien se encargara de cuidar de ella.
Una vez que diera a luz al bebé de forma segura…
Me enjaula, extendiendo su palma a cada lado de mi cabeza mientras in-
tento empujar su pecho, pero los músculos son tan fuertes que es imposible li-
berarse de él.
Empiezo a pensar que el aprisionamiento por él es la maldición de mi vi-
da sin posibilidad de romperla. Porque, ¿qué he hecho para estar atrapada para
siempre con este monstruo?
—¿De verdad? ¿Lo haría? O estaría ordenando una prueba de paternidad.
Me echo hacia atrás como si me hubiera abofeteado, pero no se apiada de
mí.
Oh no, el monstruo va directo a la garganta.
—Sebastian confiaba mucho en ti, ¿no es así? Ya quebraste su mente cu-
ando le mentiste. ¿Realmente crees que él habría corrido al hospital para salvar
a su hija? —Él espera un poco antes de añadir—: ¿Y realmente crees que te
habría permitido que entraras en contacto con ella? Estaría perdida para ti.
—No lo habría hecho. Porque él no es tú —grito en su cara y su mandí-
bula se tensa.
—Exactamente, cariño. Él no es yo. Emmaline no habría estado viva si
hubiera dejado que Sebastian decidiera.
—Ella no habría tenido que luchar por su vida si no fuera por el ataque
que organizaste. —Mi pecho sube y baja por mi respiración pesada—. Todo lo
que ha pasado es culpa tuya. —Golpeo su pecho, conteniendo las lágrimas que
amenazan con escaparse. Él no merece ver mi dolor, solo la rabia y la furia—.
Tú eres el villano de esta historia.
—Y asumo toda la responsabilidad por ello. ¿Pero quieres que me arrepi-
enta de haber tomado a Emmaline? ¿Para expiar mi pecado? —Él suelta una ri-
sa y me da un escalofrío por la columna, rompiendo la piel de gallina que me
congela el cuerpo—. Así que ella, ¿qué? ¿Nace en la cárcel hasta que no pudi-
era permanecer allí y fuera entregada al sistema? Nunca pediré perdón por esto.
—Sebastian…
—¡Hale no habría hecho nada! —grita, su profunda voz rebotando en las
paredes y cubriendo el espacio en una atmósfera aún más sombría—. Ella esta-
ría sola, solitaria y sin amor. Creo que ambos hemos tenido suficiente de eso en
nuestras vidas, así que no se lo desearía a nuestra hija.
Dios mío, ¿por qué sigue repitiendo eso?
Gimo de frustración, conteniendo a duras penas las ganas de golpearlo.
—¡No es tuya! Métetelo en la cabeza. —Le doy una patada en su pierna,
necesitando alejarme de él, pero ni siquiera se mueve, sino que se presiona más
contra mí.
—¡Ella es mía, Phoenix! Yo estaba allí cuando ella estaba luchando por
su vida, cuando dio su primer paso y dijo su primera palabra. Puede que no sea
una King de sangre. Pero eso no la hace que sea menos mía.
Con cada frase que dice, la herida en mi corazón se hace más y más
grande, intensificando mi dolor a casi proporciones insoportables.
Las cosas de las que habla con tanto orgullo…
Eran todas mías, mías y no suyas. Sin embargo, me privó de cada mo-
mento importante de la vida de mi hija, ¿y quiere que le esté agradecida por el-
lo?
—¡Me lo has robado todo!
Con todas mis fuerzas, finalmente lo empujo con fuerza para que retroce-
da, mientras la rabia, como nunca, me envuelve en una cuando lo único que me
gobierna es el deseo de provocarle tanta agonía como la que él me provocó a
mí.
¿Y por qué no debería hacerlo?
Ni siquiera siente remordimientos por lo que ha hecho y espera alguna
forma de gratitud por todo ello.
¿Lo que Zachary King quiere lo consigue?
Bueno, que se joda Zachary King.
—¡Me has quitado a mi hija! —Sin pensarlo, le golpeo en el pecho, uno
a uno mis puños se cierran y rebotan con cada golpe—. ¡Me hiciste creer que
había muerto!
Golpe. Golpe. Golpe.
—¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿A cualquiera? —Golpe. Golpe. Gol-
pe—. Nunca merecí tu crueldad. Mi hija merecía tener una madre. Y yo habría
sido una muy buena —susurro la última parte, asestando unos cuantos golpes
más, pero como él permanece inamovible, me alejo de él, mis brazos caen a mi
lado, el dolor en ellos no es nada comparado con el de mi interior. Mis rodillas
se tambalean, y me dejo caer al suelo con Zachary intentando atraparme, pero
mi silencioso y severo “No te atrevas a tocarme” lo hace callar y mantiene la
distancia entre nosotros.
Mi respiración áspera es el único sonido en la habitación, mientras pien-
so en cómo la vida siempre me sorprende y nunca me da la felicidad, solo mo-
mentos temporales de alegría.
—Te odio, Zach. Te odiaré siempre por esto. —Y las lágrimas finalmen-
te llegan, deslizándose por mis mejillas rápidamente mientras los sollozos en mi
interior casi me sofocan antes de estallar en fuertes gemidos, sacudiendo todo
mi cuerpo. Me cubro la cara con las palmas de las manos, llorando en ellas, es-
perando al menos un poco de alivio de este dolor, pero no lo encuentro.
Al principio, cuando leí la nota, una felicidad sin precedentes me envol-
vió en sus brazos poniendo un bálsamo curativo en la herida que había sangrado
durante tanto tiempo. ¡Mi niña está viva!
Sin embargo, con esto también vino la comprensión que, con su decisión
impulsada por el odio, Zachary me borró para siempre de su vida.
Tengo una hija que no sabe que tiene una madre, una hija que a los ojos
de la ley no puede ser mía y vive por unas reglas que Zachary asignó.
Oigo que se arrodilla frente a mí, sus manos en mis hombros, pero se las
quito de encima.
—He dicho que no me toques. ¿O crees que un poco de sexo va a arreg-
lar esto? Terapia, al estilo King. —Junto con el odio hacia él, el auto desprecio
llena cada uno de mis huesos haciéndome sentir casi náuseas por todo lo que ha
ocurrido entre nosotros.
A pesar de lo que me ha hecho, siempre lo consideré una víctima en esta
historia también, ya que perdió a su esposa y permitió que la desesperación lo
consumiera.
El sospechoso ha hecho esto.
¿Pero robarme a mi hija? ¿No hablarme de ella de inmediato? ¿Hacerme
creer que mi hija estaba muerta después de ver mi colapso en la oficina del
FBI?
¿Cómo puedo perdonar o entender eso? Zachary hizo su elección y, una
vez más, me convertí en el daño colateral en ella.
—No ensucies lo que tenemos —dice y yo me limpio mis lágrimas, mi-
rando directamente a sus ojos torturados que me han engañado en el pasado.
Sin embargo, no dejo que me engañen para creer que tiene corazón.
—No tengo que hacerlo, Zach. Fue sucio, incorrecto y repugnante desde
el principio. Por un segundo, casi creí que podía haber más. Sin embargo, una
hermosa flor no puede florecer en un suelo podrido. Debería haber recordado
eso.
—Phoenix, por favor, míralo a través de mis ojos.
Le doy un puñetazo en la camisa, lo acerco y le digo:
—No me diste ninguna oportunidad de hacerlo. Mentiste hasta que te at-
raparon. No me pidas nada más. —Lo suelto y me levanto rápidamente advirti-
éndole—: Me la llevaré, Zach. Nada me detendrá. No puedes luchar contra la
ciencia. Una prueba demostrará que ella es mía. —Con esto, salgo de la oficina,
sin molestarme en escuchar cualquier otra cosa que tenga que decir.
O más bien amenazado, porque eso es lo que todos hacen mejor en este
mundo, ¿verdad?
Elegirme como su saco de boxeo y poco a poco destruirme hasta que no
quede nada.
Deslizándome de mis tacones, me precipito escaleras arriba y con largas
zancadas estoy junto a la puerta de Emmaline, necesitando verla y creer con mis
propios ojos que esta niña es mía.
Con cuidado, giro la perilla y entro, la luz azul marino proveniente de la
lámpara del globo y la luz de la luna entrando a través de la ventana me permi-
ten ver el interior de la habitación con claridad.
Me acerco a su cama, mis pies no hacen ruido en su alfombra y jadeo cu-
ando la encuentro tumbada en la cama con un pijama rosa, la manta junto a sus
pies mientras tiene los brazos y las piernas en posición de estrella. Respira de
manera uniforme, sin preocuparse por nada en el mundo.
Exhalando fuertemente, voy a su lado y me arrodillo frente a la cama, mi
mano se cierne sobre su cabeza mientras las lágrimas corren por mis mejillas y
contengo el sollozo, pasando mis dedos por su cabello, tratando de memorizar
cada uno de sus rasgos e imaginando cómo habría sido verla por primera vez
cuando acababa de nacer.
Antes de la verdad, ella era una de las más perfectas criaturas que había
visto en este mundo, y ahora… ahora, es la criatura más perfecta que he visto
nunca.
Paso un dedo por su frente, por el puente de su nariz, hasta sus labios an-
tes de tomar su mejilla e inclinarme hacia adelante para colocar un suave beso
en la parte superior de su cabeza, deseando poder abrazarla tan cerca ahora mis-
mo para que nadie pueda alejarla de mí otra vez.
Protegerla para siempre de la crueldad de la gente que se ensañan en este
mundo cuando quieren conseguir algo.
Mecerla en mis brazos y prometerle que siempre la amaré sin importar lo
que haga. Su madre siempre estará a su lado.
Y no puedo hacer nada de eso, porque para ella, soy solo una extraña.
Probablemente podría llevármela ahora, ir a la comisaría más cercana y
exigir una prueba de ADN, ellos tendrían que investigarlo. Zachary puede tener
todo el dinero y conexiones, pero no puede luchar contra la naturaleza. Incluso
llamar a Sebastian podría haber sido una buena idea; a pesar de lo que Zachary
piensa, no es un imbécil frío que habría dado la espalda a su hija.
Sin embargo, como padre, ya no tienes el lujo de pensar solo en tus nece-
sidades. Tu hijo es lo primero, y si hago todas esas cosas… destrozaré su mun-
do perfecto. Me inclino hacia atrás antes que mis lágrimas puedan resbalar sob-
re su piel, pero entonces ella se mueve envolviendo sus manos alrededor de las
mías y tirando hacia ella mientras rueda hacia un lado y la abraza contra su pec-
ho.
—Papá —dice con sueño y suspira—. Ya has vuelto. —Y entonces gime
un poco antes de acomodarse en la almohada manteniendo todavía mi mano
cerca.
Papá.
Es a quien mi hija llama en sueños, papá y no a mamá.
Y esta pequeña palabra me destruye de una manera que todos los cuchil-
los en el mundo no pueden.
Porque aquí, en su habitación donde todo ha sido construido para sus de-
seos, no puedo ocultar la verdad sobre que con Zachary se convirtió en una
princesa en un castillo, mimada con atención y un amor tan fuerte que sonríe
constantemente y confía fácilmente.
El centro de su universo.
Se formó una conexión entre ellos, y no podré romperla. ¿Cómo podría
hacerlo?
Hacerlo significaría herir a Emmaline, y Zachary tiene razón en una co-
sa.
Ella no tendría ninguna de esas cosas si se hubiera quedado conmigo.
¿Cuántos años permiten que un niño permanezca en prisión?
En el mejor de los casos, ella habría crecido con los padres de Sebastian,
porque él habría estado demasiado ocupado para construir su carrera en torno a
Emmaline.
Si él me creyera, claro, y hasta ese momento… ¿Cuánto tiempo habría
estado ella en el sistema?
¿Y sus primeras veces?
Todas sus primeras veces habrían sido dentro de los muros de la prisión,
imprimiendo en su vida que mamá hizo algo malo, por lo que tenía que quedar-
se allí.
Phoenix, por favor, mira a través de mis ojos.
Girando, apoyo mi espalda contra la cama mientras abrazo mis rodillas,
presionando mi cabeza sobre ellas.
Sin embargo, ninguna de esas son buenas excusas para lo que hizo Zac-
hary, incluso si puedo ver de dónde venía, considerando que me odiaba con pa-
sión y pensaba que me lo merecía todo.
Pero, ¿qué hago ahora con esta verdad? ¿Cómo puedo vivir con ella?
¿Qué elecciones hago que sean las mejores para todos?
Si bloqueo el dolor, la agonía y los recuerdos amargos…
¿Qué hago?
No debemos vivir en el pasado, porque siempre hay un mañana, un ma-
ñana donde podemos cambiar el rumbo de nuestras vidas, construyendo un nu-
evo futuro.
Pero entre el pasado y el futuro está el presente, que debería traer alegría
y felicidad en lugar de constantes dolores de cabeza.
De alguna manera, lo que decida ahora escribirá mi destino para los años
venideros, y tendré que vivir con esa elección para la eternidad.
Debería ser fácil, no complicado y difícil. ¿No deberíamos todos vivir
con la misma moral? Cuando alguien hace el mal o el bien, actuamos en conse-
cuencia.
Sin embargo, ¿algo curioso sobre el corazón?
Quiere lo que quiere, y tiene la capacidad de dar segundas oportunidades
donde tal vez no debería, poniéndose en la línea de fuego una y otra vez, arries-
gándolo todo para apostar por algo hermoso.
¿Puede un corazón luchar contra una mente y ganar?
En esta lucha, en la que tengo que elegir un bando…
¿Qué hago?

Zachary
Me sirvo un vaso de whisky, dejo caer unos cubitos de hielo en él y doy
un gran sorbo, disfrutando de cómo el líquido me quema las entrañas y me
mantiene con los pies en el suelo; aunque la locura me consuma lentamente an-
te la perspectiva de mi futuro.
Me dirijo al balcón de mi habitación, pisando descalzo sobre el frío már-
mol, y abro los brazos de par en par. Vistiendo nada más que un pantalón de
chándal gris, le doy la bienvenida al viento abrasador que debería congelarme,
pero que en cambio no tiene el poder de calmar el infierno que se apodera de mi
corazón.
Cuando un hombre se enamora de una mujer, nunca piensa que será él
quien la lastime tanto que ella cuestionaría su existencia o lo odiaría hasta el
punto de no regresar.
Sin embargo, en nuestra historia, todo es al revés.
Cuando odiaba tanto a Phoenix que podía asfixiarme con él, nunca pensé
que llegaría un día en el que rogaría por una expiación.
Expiación que nunca obtendría.
Tomando un gran trago más de la bebida, la arrojo por el balcón, viendo
cómo se rompe en pequeños trozos sobre el cemento, porque no me proporci-
ona el alivio habitual.
El alcohol adormecía el dolor en el pasado y me daba un respiro de la
impotencia que me consumía; sin embargo, ahora no hay alivio.
Ella no es tu hija. Es mi hija y la de Sebastian.
Me la llevaré. ¡Nada me detendrá!
Eres un monstruo. ¡Te odio, Zach! ¡Te odio!
¿Cómo puedo permitirlo? Puede que no sea mía por sangre, pero Emma-
line es mía de todos modos.
Un recuerdo de hace mucho tiempo juega en mi cabeza, mientras me
agarro a la barandilla del balcón apoyándome en ella y respirando con dificul-
tad.
Una niña pequeña se ríe, levantando las manos en mi dirección, pero me
quedo en mi sitio y sigo escribiendo en el ordenador, y digo:
—Un segundo, pequeña. Papá tiene que terminar esto y luego podemos
salir. —Compruebo rápidamente el informe y vuelvo a mirar a Emmaline sen-
tada en la alfombra, solo para parpadear sorprendido cuando la veo de pie,
murmurando algo hacia mí mientras me extiende sus manos—. Oh, Dios, ¿estás
caminando? —le pregunto y me siento con la espalda recta, temiendo dar un
paso hacia ella por miedo a que se caiga.
En lugar de eso, agarro mi teléfono y enciendo la cámara llamándola
suavemente:
—Vamos, pequeña. Ven aquí. —Ella se lleva el puño a la boca antes de
chillar y caminar hacia mí, su cuerpo se mueve demasiado rápido y se balan-
cea un poco; así que me arrodillo y sigo grabando, pero listo para atraparla en
cualquier momento.
Dos pasos más y ya está en mis brazos. La abrazo con fuerza y la levan-
to, disfrutando de sus fuertes risas que resuenan en la casa vacía.
Una sola lágrima resbala por mi mejilla para mi maldito asombro, mient-
ras la sola idea de no volver a ver a Emmaline me mata, golpeando con un dolor
peor que incluso la muerte de Angelica.
Oh, Dios, es esto lo que Phoenix ha sentido en los últimos años, ¿la ago-
nía que te parte en dos y no te deja ni siquiera respirar adecuadamente por mi-
edo a que el dolor envenene tu sangre hasta el punto de no poder funcionar?
Tal vez sí que merezca ese castigo, porque todavía no puedo disculparme
por reclamar a Emmaline como mía.
Sebastian puede ser su padre por sangre, pero él no se la merece.
Yo tampoco, pero al menos estuve allí. ¿No debería eso contar para al-
go?
—Llévame a la tierra donde los pecadores expían —susurro sin pensar, a
nadie en particular—, donde los pecadores tienen segundas oportunidades.
—No estoy segura que esa tierra exista. —Las palabras pronunciadas su-
avemente detrás de mí me congelan, y miro por encima del hombro para ver a
Phoenix de pie en la puerta del balcón, todavía con su vestido de noche, aunque
también está descalza—. Habría ido allí hace mucho tiempo.
Su cara está limpia de maquillaje, así que debe haberse lavado.
Sale al balcón y se acerca suavemente a mí, pero no me atrevo a mover-
me. Podría estallar en llamas al igual que su tocayo3.
—No tienes pecados que expiar —respondo, mi voz es tan baja que es un
milagro que pueda hablar.
—Creía que los tenía —susurra—. Sentada en esa celda día y noche, de-
seaba la tierra donde los pecadores expían sus culpas, donde nadie te juzga por
tus pecados pasados y en cambio te da una oportunidad de hacer las cosas bien.
—¿Y en donde el dolor no existe?
Sonríe con tristeza, apoyándose en la barandilla junto a mí, pero mante-
niendo un espacio entre nosotros mientras mira a la distancia.
—Creo que el dolor existe en todas partes. Es lo que nos hace humanos.
El fuerte viento le echa el cabello hacia atrás, y ella inhala la frescura en
sus pulmones.
—¿Sabes que dicen que el verdadero infierno existe aquí en la tierra y no
debajo de nosotros?

3
Aquí Zachary cuando piensa en su tocayo, es por su nombre “Phoenix” refiriéndose al “Ave Fenix”.
Todavía confundido con su presencia aquí después de lo que ha ocurrido,
respondo:
—Sí. Es una teoría que dice que la tierra fue una vez el cielo, pero lo ar-
ruinamos.
—Creo que la tierra donde los pecadores expían está aquí. Pero nosotros
no podemos verlo, cegados por el dolor. —Gira la cabeza para que nuestras mi-
radas choquen, sus ojos marrones brillan bajo la luz de la luna—. La agonía es
tan fuerte que soñamos con un lugar mítico donde todo será diferente. Donde
podamos expiar sin escrutinio. Sin embargo, no existe. Vivimos nuestras vidas
solo una vez. La vivimos aquí. Y solo podemos expiar aquí —dice y luego aña-
de—, no importa lo deprimente que sea.
—Deprimente no es una palabra que hubiera utilizado en las circunstan-
cias actuales.
El silencio se filtra a nuestro alrededor mientras ambos miramos al cielo.
El ulular de los búhos resuena en la noche, mezclándose con el canto de
los grillos.
Puedo sentir físicamente el dolor de Phoenix, y mi interior grita para que
la rodee con mis brazos, para que encuentre consuelo en mis brazos, pero mis
brazos son el único lugar en el que ella no quiere estar.
¿Ha venido a decirme que ha embalado todas sus cosas, marchándose
ambas lejos de mí, dejándome solo en esta maldita casa enorme que no tiene
sentido sin mi hija en ella?
¿Sin ella en casa?
—Me enamoré de Sebastian lentamente —comienza, su voz como si es-
tuviera hablando de otra persona—. Al principio, nos hicimos amigos. Durante
unos dos años. Salí con otros chicos, pero no congeniaba con ninguno. —Una
sonrisa triste levanta la esquina de su boca antes de apoyar los codos en la ba-
randilla—. Hasta que un día apareció en mi puerta y se ofreció para que lo
intentáramos. —Mis manos se tensan en la barandilla, a pesar de saber que no
tengo derecho a sentir celos del pasado cuando yo mismo he estado casado, pe-
ro escucharla amando a otra persona, estar con otra persona… no saca lo mejor
de mí.
Deseo que no haya sido de nadie más que mía, aunque sea irracional.
—Nadie me amó antes que él. —Se encoge de hombros—. Él me enseñó
lo que es la familia y cómo confiar en una persona. Me deleité en esas emoci-
ones, aprendiendo que el amor es la calma durante la tormenta. No importa lo
que pase, al final del día, esta persona estará contigo. —Pasa un tiempo—. Éra-
mos irrompibles. Hasta que ocurrió lo del sospechoso. —Ella se limpia la lágri-
ma que resbala por su mejilla—. Hasta que tú pasaste. Y el amor que apreciaba
se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos.
Todo en mí grita que la tome en mis brazos, para calmar el dolor que la
carcome por dentro por mi culpa y, en este momento, por mucho que me duela
la idea, deseo que nunca me hubiera conocido.
Que nunca se hubiera cruzado con ese sospechoso.
Entonces no tendría a Emmaline, pero también la mujer de la que me
enamoré a pesar de mi buen juicio nunca habría sido lastimada de la manera
más despreciable.
Eso es lo que es, ¿verdad?
El amor en su forma más cruda, el amor que nunca puede ser llamado
hermoso por lo feo que es.
Porque si un hombre ama a una mujer, ¿la hiere tanto que ya no quiere
vivir?
Por desgracia, no tengo respuesta a esa pregunta.
Cuando Angelica murió, no podía imaginar amar a nadie más; abrirme a
tal dolor era irrisorio, pero aquí estoy.
De pie frente a una mujer de la que nunca debí haberme enamorado, con
un corazón sangrante listo para que ella destruya aún más.
Tiene todo el derecho a hacerlo y a no volver a mirarme.
—Phoenix —digo, listo para disculparme de nuevo y prometerle la liber-
tad y todo lo que quiera sin importar que vaya en contra de todo lo que soy. Sin
embargo, si eso detiene su agonía, lo haré sin dudarlo.
Se da la vuelta y pone las puntas de sus dedos en mis labios haciéndome
callar, y respira profundamente con el viento agitando de tal manera su cabello
que me golpea en la cara.
—El amor de Sebastian era el único que conocía, así que pensé que eso
es lo que se supone que es el amor. —Sacude la cabeza—. Pero no es cierto. A
veces, el amor no es la calma durante la tormenta. A veces, el amor es el barco
en la tormenta soportando las olas del mar una tras otra junto con la lluvia, de
tal manera que no sabes si sobrevivirás. El mundo que te rodea puede acabar en
cualquier momento, pero estás con la persona que amas y que está a tu lado pa-
se lo que pase. Este tipo de amor me recuerda más a una obsesión basada en la
lujuria y la necesidad. No es saludable. Probablemente tampoco es correcto.
—Es imposible resistirse —termino por ella, mis labios moviéndose bajo
sus dedos, y ella retira su mano. Tentativamente doy un paso hacia ella hasta
que los dedos de nuestros pies descalzos se tocan—. Siento haberte hecho daño.
—Ella inclina la cabeza hacia atrás, y pongo mis manos en sus hombros. Ella se
sacude, pero no se aparta. Entonces la rodeo con fuerza, presionándola contra
mi pecho, donde descansa su mejilla, sus brazos a los lados. No me empuja, pe-
ro tampoco lo agradece.
Mientras me permita consolarla en este momento, eso es suficiente para
mí.
—Siento todo lo que he hecho. —Le paso la palma de la mano por la es-
palda notando que se le pone la piel de gallina por el frío que hace—. Por todo
el dolor que te he causado porque me cegó la agonía de perder a Angelica.
Ella susurra:
—Pensé que no te disculpabas.
Una sonrisa burlona aparece en mi cara.
—Aparentemente, lo hago cuando se trata de ti. Pero no me disculparé
por llevarme a Emmaline. Y sé que me odias por ello.
Ella suspira fuertemente, su aliento calienta mi piel y yo cierro los ojos,
apoyando mi barbilla sobre su cabeza e inhalo su familiar aroma a lavanda que
calma partes de mí que creía indomables.
Nos quedamos en silencio durante un rato mientras la acuno de un lado a
otro, disfrutando de estos últimos momentos de ella en mis brazos, donde el
mundo está bien con mi hija durmiendo en su habitación. Donde mis dos chicas
viven conmigo bajo mi protección. El asesino puede estar suelto, pero no vend-
rá a mis dominios.
Dejo que todas esas emociones se hundan en mis huesos, disfrutando de
cómo se extienden a través de mí, dándome una ilusión de felicidad en la que ya
no tengo secretos con Phoenix. Una mujer a la que habría tratado como un rega-
lo de Dios si me hubiera dejado.
Sin embargo, mi tranquilidad termina demasiado pronto cuando ella se
inclina hacia atrás liberándose de mi agarre y murmura:
—Hace demasiado viento. —Se gira hacia la puerta y desaparece tras el-
la mientras yo la sigo, dispuesto a verla salir de mi vida con Emmaline mientras
me quedo como un idiota sin hacer nada al respecto.
Porque no tengo ningún puto derecho a detenerla.
Pero me detengo cuando veo que se para en medio de la habitación, mo-
viéndose el cabello por encima del hombro y me mira por encima señalando la
cremallera.
—¿Podrías ayudarme por favor con mi vestido? —Me acerco a ella y co-
loco mis dedos en la cremallera antes de detener mis movimientos.
Quiere cambiarse de ropa y salir corriendo, ¿no?
Lo que significa que me pide ayuda, porque no hay nadie más cerca. Du-
do que Phoenix quiera estar desnuda delante de mí; aunque sea por una fracción
de segundo.
Ella siente mi vacilación y pregunta:
—¿Qué pasa?
—Puedo despertar a alguien del servicio. —Inhalo su aroma una vez más
para memorizarlo para siempre en mi cerebro y me dirijo a la puerta—. Te ayu-
darán.
Me agarra la muñeca y me giro a medias hacia ella mientras nuestras mi-
radas chocan, ella dice:
—No las necesito.
Mi risa amarga resuena en la habitación.
—Lo sé, cariño. Es tu forma personal de torturarme, pero no puedo so-
portarlo. No impediré que te vayas. —¿Es esto lo que teme?
Si no, ¿por qué preferiría mi ayuda a alguien del servicio?
—Hice una elección, Zach.
—Sí, y no te culpo por ello. Pero, por favor, ten en cuenta esto. No me
alejaré de la vida de Emmaline. —Puede que le dé a Phoenix la libertad que
busca; sin embargo, mi hija siempre será mía.
Me importa una mierda lo que diga la sociedad.
—No, no pensé que lo harías. —Ella tira de mí más cerca y yo la sigo,
porque estoy jodidamente dominado cuando se trata de esta mujer. Ella enlaza
sus dedos con los míos y los levanta entre nosotros—. Nunca podrías ser mi
calma. —Cierto, todo lo que traigo hacia ella es destrucción—. Eres mi barco
en la tormenta. Extrañamente creo que no importa lo que pase, realmente esta-
rás a mi lado. No puedo explicarlo. Es una locura. —Ella levanta su otra mano,
pasando su dedo por mi nariz hasta mis labios y luego la barbilla, donde la toma
suavemente—. Mi peor pesadilla… pero mi única salvación. El diablo y el án-
gel, el hombre que odio y amo al mismo tiempo. —Mi corazón se estremece
dolorosamente cuando ella pronuncia estas palabras, la alegría y el temor llenan
las posibilidades que encierran—. Probablemente estoy haciendo una elección.
—Su pulgar roza mi mejilla y yo beso su palma, necesitando sentirme más cer-
ca de ella, pero manteniendo la distancia entre nosotros—. Pero no me importa.
Todas las decisiones correctas hasta ahora tampoco me han traído mucha felici-
dad.
Miles de pensamientos pasan por mi mente ante su confesión, queriendo
decir tanto, pero me las arreglo para pronunciar solo:
—Te amo, Phoenix.
Ella se congela, traga con fuerza y cierra los ojos por un momento antes
de volver a dirigir sus ojos marrones hacia mí con parte de la tristeza desapare-
cida.
—Yo también te amo, Zachary. El tipo de amor loco que debería ser ile-
gal.
Ella grita cuando la atraigo hacia mí rápidamente, sus palabras dándome
la luz verde que necesito junto con un profundo alivio, sabiendo que esta mujer
no va a ir a ninguna parte ni me va a mandar a pudrirme en el infierno por la
eternidad.
—No me vas a dejar.
—No. ¿Hay más secretos?
—Ninguno.
—Bien.
—Bien —respondo y luego gruño cuando se ríe, el sonido me calienta
por dentro y se convierte en mi consuelo en la tormenta que es nuestro amor.
Coloco mi boca sobre la suya, y ella abre al instante, nuestras lenguas se
baten en duelo mientras el beso se vuelve más caliente y profundo con cada gol-
pe.
Con este beso, consolidamos nuestro derecho mutuo, el deseo de estar
juntos a pesar de todas las dificultades que nos conectan de una manera que cre-
íamos imposible después de nuestras experiencias anteriores.
Con este beso, le doy todo de mí y tomo todo lo que ella me ofrece a
cambio, sobre todo su confianza y su convicción que puedo hacer que todo sea
mejor.
Con este beso, prometo no volver a herirla voluntariamente y cuidarla
hasta el día de mi muerte.
Con este beso, le doy las gracias por darme otra oportunidad cuando no
la merezco. Ella rodea mi cuello con sus brazos, poniéndose de puntillas y apre-
tándose tanto contra mí que no sé dónde acaba ella y dónde empiezo yo.
Acepta todo lo que conlleva este beso y gime en mi boca cuando rozo mi
lengua con la suya. Presiono mi pulgar en su barbilla abriéndola más para mí,
dándole un beso con la boca abierta haciéndome sentir placer. Mi polla al ins-
tante se pone dura y mi sangre hierve con la necesidad primitiva de reclamar a
mi mujer una vez más, para que nadie dude, especialmente ella, de a quién per-
tenece.
Rompemos el beso y la hago girar, mordiéndole el cuello.
Ella arquea la espalda hacia mí y yo murmuro con dureza:
—Estoy listo para sacarte de este vestido y follarte duro y tan profundo
que me sentirás dentro de ti durante días. —Lamiendo sobre la mordida que le
he dado, tiro lentamente de la cremallera, y la parte trasera del vestido se abre,
mostrando la suave piel de su espalda—. ¿Alguna objeción?
—No. —Su voz es ronca y enreda sus dedos en mi cabello, parece que
también necesita conectar conmigo; pero es una pena, ya que tengo planes dife-
rentes para nosotros. Suavemente, los quito de mi cabello y dejo que su mano
caiga a su lado con su gemido de protesta.
—Todavía no, amor.
En el futuro, le daré todo el tiempo del mundo para jugar y hacer lo que
le dé la gana conmigo. Pero ahora mismo…
Es mi momento de festejar.
En el momento en que la cremallera llega al final, el sedoso vestido cae a
sus pies, dejándola desnuda ante mi mirada, ya que he confiscado sus bragas en
la biblioteca.
Sonrío, pensando en el apasionado encuentro, mi polla se resiente más en
mi pantalón, pero en lugar de concentrarme en ella, rozo con mi dedo todas las
débiles cicatrices de su piel que no son visibles a través de la ropa.
El recuerdo de lo que le he hecho, provocándole tanto dolor y mirándolas
ahora me duele tanto como si alguien me apuñalara en este momento.
Se queda quieta en mi abrazo, lanzándose hacia delante como si quisiera
evitar que yo viera las partes más vulnerables de su cuerpo.
—Shhh —le susurro en el cabello mientras ella tiembla, su corazón lati-
endo bajo mi palma—. Déjame. —Exhala fuertemente y asiente, mientras desli-
zo mis labios desde su cuello hasta su columna, pasando mi lengua por cada ci-
catriz antes de darle besos como plumas, disculpándome con ella de la única
manera que sé hacer.
Con mi toque pidiendo perdón, pero también mostrando que no me im-
portan. Siempre estarán ahí para recordarme lo que he hecho, sin dejarme olvi-
dar, y la rodearé de tanto amor que al mirarlos en el espejo, como probablemen-
te ella lo haga, no volverá a surgir el dolor.
Caigo de rodillas depositando un último beso en la piel fruncida sobre la
mejilla de su culo, y lo muerdo ante su fuerte jadeo, transformándose en un ge-
mido. Dejo la huella de mis dientes antes de chuparlo, queriendo que mis mar-
cas de propiedad estén sobre ella para que nunca olvide quién la ama más en es-
te mundo.
Quizás entonces, con el tiempo, todos los recuerdos de esas cicatrices de-
saparecerán de su cerebro.
—Tienes la piel más suave que he tocado nunca, amor —susurro girán-
dola lentamente hasta que mi boca está a centímetros de su coño, que ya recubre
el interior de sus muslos con sus jugos, y me inclino más cerca, recogiéndolo
con la punta de mi lengua. Ella gime, enredando sus dedos en mi cabello, y len-
tamente separa sus piernas permitiéndome deslizar mi lengua entre sus pliegu-
es.
Gimo cuando me llega su sabor y la beso profundamente, explorándola
con mi lengua. Beso profundo y la palpo con mi lengua antes de lamerle todo el
coño y atrapar su clítoris entre mis labios.
—Zach —dice agarrando mi cabello con más fuerza y acercando sus ca-
deras a mí, le doy una larga lamida de arriba abajo pasando la lengua por el in-
terior antes de volver a subir y morder su ombligo hasta que grita.
Trazando la débil y apenas visible cicatriz de la cesárea que tuvo para dar
a luz a Emmaline, la beso susurrando después de cada beso.
—Tú. Eres. La. Mujer. Más. Hermosa. Qué. Jamás. Haya. Existido. —
Bajando mi boca de nuevo a su coño, la abro con mis dedos, pasando mi lengua
por sus labios uno por uno antes de chupar uno, cada lamida me hace adicto a
su sabor. Gruño en ella, deseando nada más que residir permanentemente en es-
te paraíso con su aroma y sabor llenando cada parte de mí.
Su coño tiene espasmos alrededor de mi lengua, casi tragando dentro de
ella. Sé que está a punto de correrse.
La saco lentamente, lamiendo su clítoris una última vez antes de raspar
con mis dientes su estómago, queriendo un chupetón allí también.
Phoenix grita de frustración, con los pulgares retorciéndose los pezones,
su piel se enrojece mientras su respiración se acelera, mientras su cuerpo parece
zumbar con la necesidad de la satisfacción que me niego a darle ahora.
—¿Por qué me torturas? —pregunta, y luego sisea cuando le meto la len-
gua en el ombligo. Su vientre se hunde debajo de mí antes que suba a sus pec-
hos. Me pongo de pie y coloco las manos en sus caderas, la levanto para que sus
piernas se envuelvan y que sus pechos queden frente a mí, donde chupo uno de
ellos. Paso la lengua por el pezón antes de darle un último mordisco haciendo
que se sacuda en mis brazos, sus manos tirando de mi cabello con tanta fuerza
que casi me río.
Bruja perversa.
—Este soy yo amándote. —Cambio mi atención al otro pecho, prodigán-
dole con la misma atención, mientras camino ciegamente hacia la cama y la
pongo sobre ella, recostándome encima de ella con mi polla cubierta clavándose
en su humedad. Ella gime debajo de mí, me acuna con sus caderas, y arquea su
espalda, su cabello extendido sobre las sábanas negras y sus ojos calientes con
tanto deseo como si el mundo se acabara si no la follo pronto.
No.
Si no le hago el amor pronto.
—Zach, por favor —dice y luego me toca la cabeza, nuestras bocas se
encuentran en un beso caliente y casi me corro allí mismo con mi polla follando
en seco a través de mi pantalón, mientras ella sigue gimiendo en mi boca, cubri-
éndome con su humedad, sus piernas subiendo sobre mi cadera encerrándome
en su abrazo.
Bajo mi boca a su barbilla, mordiéndola una, dos veces, antes de pregun-
tar.
—¿Qué quieres, cariño? —Agarro sus muslos separándolos y dándome
más espacio mientras arrastro mi polla por su abertura antes de presionarla
contra su clítoris y ella jadea en mi boca, mordiéndose el labio mientras muevo
mis caderas hacia adelante y hacia atrás, volviéndonos locos a los dos.
—¿Quieres mi polla dentro de tu coño, follándote durante horas? —mur-
muro en su oído, haciendo rodar mis caderas una vez más y sus piernas se ten-
san alrededor de mí, pero mi fuerte agarre no le permite obtener la fricción que
busca ansiosamente.
—Sí —responde, y yo sonrío en el hueco entre su hombro y el cuello an-
tes de darle un suave mordisco y responder a su gemido de angustia.
—No, cariño. No lo haré. —Pongo las palmas de mis manos a ambos la-
dos de su cabeza asomando por encima de ella—. Vamos a intentarlo de nuevo,
amor. ¿Qué —Empuje—. Quieres. —Empuje—. Tú? —Empuje.
La parte delantera de mi pantalón de chándal está tan jodidamente moj-
ada por sus jugos y mi semen goteando que es un jodido milagro que ninguno
de los dos se corra.
Ella mueve la cabeza de un lado a otro, reaccionando de nuevo.
—Que me folles fuerte. —Su mano envuelve el bulto acariciándolo hacia
arriba y hacia abajo, mis bolas azules ya se vuelven aún más azules, si es posib-
le—. Quiero esto dentro de mí. —Sus dedos encuentran mi cordón, listos para
desatarlo—. Sí solo… No, no, no —susurra desesperada cuando me levanto de
ella, retrocediendo hasta que estoy de pie de nuevo frente a la cama. Cuando me
quito el chándal, mi polla sale dura como el puto acero. Ella se sienta, con su
largo y oscuro cabello, sus ojos luminosos me llaman como las sirenas a los
pescadores, atrayéndolos solo con su belleza.
Pero ella no es una sirena.
Es un fénix renacido de sus propias cenizas, belleza dorada, cuya
hermosura es eterna.
Mi Fénix.
Phoenix

Estoy ardiendo.
El fuego se extiende por mis venas, quemando todo a su paso, mientras
el deseo se hunde en cada hueso de mi cuerpo, exigiendo que este hombre satis-
faga lo que ha empezado. Mi coño está goteando, dolorido por su boca, y queri-
endo su dura polla dentro de mí, mientras yo quiero envolverme en él, sin sol-
tarlo nunca, porque su sola presencia me hace sentir en el presente, haciéndome
creer que mientras él esté conmigo, todo estará bien.
Está desnudo en toda su hermosa gloria, recordándome a las estatuas gri-
egas de los antiguos guerreros con su piel bronceada y su cuerpo musculoso.
Me encanta su peso sobre mí.
Sin pensarlo, me levanto lentamente, moviéndome hacia él mientras aca-
ricia su polla hacia arriba y hacia abajo, la cabeza púrpura llamándome y coloco
mi boca en su clavícula raspando mis dientes sobre ella, deslizándome hacia su
paquete de seis, donde chupo y muerdo cada cuadrado, queriendo que todos se-
pan que este hombre está ocupado.
Me pertenece solo a mí, igual que yo le pertenezco solo a él.
—¿Qué quieres, Phoenix? —me pregunta de nuevo, sus dedos enredados
en mi cabello e inclinando mi cabeza hacia atrás para que pueda mirarlo, y sé
que ve un desafío en ellos.
He terminado de decirle lo que quiero, ya que no escucha de todos mo-
dos.
Voy a tomar lo que quiero.
Volviendo a centrarme en su cuerpo apetitoso, continúo mi viaje, dejan-
do manchas húmedas por todo él, hasta que llego a su polla.
Aprieto mi mejilla contra ella y aspiro su olor. Él gime, sus dedos tiran
de mi cabello con más fuerza cuando le lamo la punta y luego trazo mi lengua
sobre la longitud hasta que llego a la base, mis manos se aprietan alrededor de
sus bolas. Su respiración se vuelve irregular cuando se acerca a mí.
Deslizando mis manos hacia su culo, clavo mis uñas en él mientras me
inclino y lo envuelvo en mi boca, succionándolo y disfrutando mientras él se
aleja cada vez más.
—Me encanta tu boca caliente en mí, nena. El dulce y caliente cielo con
el que todo hombre sueña. —Retrocede un poco mientras arrastra la punta sobre
mis labios. Su mirada se oscurece con posesividad cubriendo cada una de sus
palabras—. Mi boca. Solo la mía. —Vuelvo a mordisquear la cabeza gimiendo
cuando su líquido golpea mi lengua, lo chupo de nuevo empujándolo dentro de
mí hasta que mi reflejo nauseoso entra en acción y él detiene mis movimientos
balanceándose un poco hacia atrás.
—Cuidado, cariño. —Y entonces vuelvo a sacudirme hacia delante, con
mis labios envolviéndolo con fuerza, dándole el calor que tanto desea mientras
estoy casi mareada por el deseo que me invade. Mi coño se aprieta y se suelta
pidiendo atención, pero al mismo tiempo quiero darle tanto placer como el que
me dio a mí.
Se desliza fuera de mi boca tirando de mi cabello, y me pregunta una vez
más:
—¿Qué quieres, amor? —Me frota mis probablemente rojos labios con
sus pulgares—. ¿Qué es lo que estás suplicando con esos ojos tuyos?
Quitando mis manos de las suyas, envuelvo una alrededor de su polla mi-
entras mi otra palma se desliza por mi estómago hasta mi núcleo, ahuecándolo
con un dedo deslizándose dentro, dándome una sensación de falso alivio a mi
deseo… al menos por un rato.
—Lo quiero dentro de mí. Por favor, Zachary. —Gimo cuando mi palma
presiona contra mi clítoris, gimiendo cuando casi encuentro el ritmo perfecto,
deslizando mi mano arriba y abajo. Solo unas pocas caricias más y podré tener
mi olvido, aunque vaya a durar poco.
—Respuesta equivocada, amor —dice antes de tirarme de nuevo. Tengo
una fracción de segundo para parpadear confundida antes que mi gemido llene
la habitación cuando me separa los muslos con los hombros, me abre el corazón
con sus pulgares y me penetra con su lengua que se arremolina dentro de mí an-
tes de lamerme de arriba a abajo, chupando mi clítoris con sus dos dedos desli-
zándose dentro de mí mientras habla sobre mi piel—. ¿Qué quieres, Phoenix?
—Las vibraciones me recorren en espiral y cierro los ojos, disfrutando de cada
golpe de su lengua que me hace volar alto en el cielo. El placer se extiende a
través de mí en olas, zumbando, y pongo mi pie en su hombro abriéndome a él.
Me muerdo el labio cuando sus dedos penetran más y más, volviéndome loca.
Solo para jadear cuando me muerde los labios y luego los alivia con unos
cuantos lametones, y repite la maldita pregunta.
—¿Qué quieres, Phoenix?
Mis manos se aferran a su cabello, listas para molerlo si es necesario…
solo para casi llorar de agonía cuando sus dedos me dejan y pasa su lengua de
un lado a otro antes de arrastrarla una vez más sobre mi estómago hasta mi cla-
vícula hasta que su aliento caliente está sobre mí. Entonces se cierne sobre mí,
las sábanas empapadas de sudor, mientras me mira expectante.
Apenas puedo funcionar con esta ansia desbordante que necesita una sa-
lida. Apenas puedo pensar con claridad, pero entiendo que negará nuestra satis-
facción hasta que le dé la respuesta que desea.
Abro la boca para decir de nuevo “que me folles”, y es entonces cuando
la respuesta se vuelve tan clara en mi cabeza que me sorprende no haberla obte-
nido antes.
Sosteniendo su mirada con la mía, rodeo su cuello, acercándolo a mí has-
ta que mis labios tocan su oreja, y le susurro:
—Hazme el amor, Zach. —Sus dedos magullan mis caderas cuando se
acomoda entre ellas y se abalanza sobre mí, haciéndome gritar. Mi grito resuena
en toda la habitación, y mis uñas arañan su espalda.
Su dura polla estira mi coño, que se aprieta en torno a él, despertando ca-
da nervio de mi cuerpo. Luego retrocede, solo para empujar dentro de mí de nu-
evo, metiéndose dentro de mí una y otra vez mientras mi cuerpo acoge cada
movimiento de sus caderas.
La luz de la luna entra por la ventana abierta, la única fuente de luz mi-
entras nuestras respiraciones y gemidos llenan el espacio, junto con los sonidos
de la carne chocando con la carne mientras él se mueve dentro de mí. Su boca
me hace chupetones por todo el cuello antes de encontrar mi boca, dándome un
beso apasionado mientras nos mojamos mutuamente con nuestras lenguas. Am-
bos gemimos mientras entra y sale, con cada golpe que va más y más lejos; aun-
que no haya que ir más lejos.
Mi piel está tan apretada contra mí; mis pulmones arden por la falta de
oxígeno mientras mi cuerpo apenas puede soportar el ataque de emociones que
me golpean desde todas las direcciones. Sin embargo, envuelvo mis miembros
alrededor de él con más fuerza, necesitando sentir esta conexión y disfrutar de
cada segundo de esta dulce tortura.
Jadeo, arqueando el cuello y apoyando la cabeza en la almohada mient-
ras Zach lame mi pecho, sus movimientos se aceleran con cada empuje acercán-
dome al borde, cada acción suya me hace entrar en una espiral de placer.
Este hombre.
El hombre al que odio y amo tanto que roza la locura, pero no me impor-
ta mientras comparta esta locura conmigo.
Mi coño se aprieta más y más sobre él hasta que él levanta mis piernas
sobre su cadera y empieza a darme empujones más rápidos, uno tras otro. Sien-
to que la energía me recorre toda antes que me golpee con toda su fuerza, haci-
éndome volar con miles de sensaciones que me ponen la piel de gallina.
Grito, mis uñas probablemente sacan sangre de lo fuerte que se hunden
en su piel, mientras él se lanza por mí, con su cuerpo tenso y su polla sacudién-
dose dentro de mí para que sepa que está cerca.
Me recuesto sin aliento, dejando que use mi cuerpo para su placer. Ace-
lera su ritmo una vez más, entrando en mí cada vez más rápido.
Entrar y salir.
Dentro y fuera.
Y entonces él gime por encima de mí, derramándose dentro de mí, mi-
entras que siento su calor entre mis muslos, mis ojos se abren ante la implicaci-
ón de ello. Esta vez no hay condón.
Apoya su cabeza en el pliegue de mi cuello, gruñendo:
—Estoy limpio. —No es que lo dudara realmente, y lo abrazo más fuerte
disfrutando de nuestros olores mutuos que flotan en el aire y que atestiguan lo
que acaba de suceder aquí.
En el siguiente segundo, él rueda sobre su espalda, arrastrándome con él,
con nuestros cuerpos aún conectados y me toca la cabeza, plantando un suave
beso en mi frente que nunca podré confundir por otra cosa.
Amor.
—Te amo, Phoenix.
—Yo también te amo, Zach.
Esta noche, he tomado una decisión.
Y no importa cuán equivocada sea… nunca una elección en mi vida pa-
recía más correcta.
Capítulo 22
—Asesinos en serie.
Dos palabras que tienen un significado tan horrible.
Describen a personas capaces de asesinar de cualquier forma, siempre que
se ajuste a sus deseos sádicos.
Remordimiento, piedad, compasión… estas palabras no significan nada
para ellos, así que no tienen idea del dolor que provocan.
En sus cabezas, todo lo que hacen está justificado por las horrendas cosas
que les hicieron en el pasado.
¿Lo difícil?
No importa cuánto maten… nunca podrán superar sus recuerdos y las
voces que les susurran sobre su incompetencia.
Siempre que oímos hablar de esas personas… nos imaginamos a alguien
lejos, viviendo como un ermitaño, escondiéndose del sol y prosperando en la
noche donde nadie puede verlos.
Sin embargo, a veces…
Los asesinos en serie son las personas más cercanas a nosotros, aquellos
que nunca esperamos que nos den la espalda.
Y en ese sentido…
Son una de las criaturas más peligrosas de su clase.
Porque nunca puedes predecir su próximo movimiento”.
~Phoenix
Phoenix

Emmaline jadea pegando su nariz a la ventana del avión y da unos golpe-


citos en ella, exclamando en voz alta:
—¡Phoenix, mira! Es el océano. —Una sonrisa se dibuja en sus labios y
suspira de felicidad—. ¡Me muero de ganas de bañarme en él!
Me inclino más hacia ella, ya que ambas estamos sentadas una al lado de
la otra dentro del avión privado que pertenece a los King.
El lujo ni siquiera le hace justicia. Los costosos muebles de roble pulido
están situados de forma que la luz del sol muestre los vibrantes colores en todo
su esplendor. Un minibar bien abastecido está perfectamente colocado en una
esquina.
Seis sillas, situadas por parejas, están lo suficientemente separadas para
reclinarlas y dormir durante un largo vuelo o simplemente para descansar có-
modamente. El suelo cubierto de moqueta es de un blanco brillante, y los zapa-
tos de la azafata no hacen ruido cuando se acerca cada veinte minutos para ver
cómo estamos y preguntar si queremos comer o beber algo.
Incluso hay una habitación separada con una cama y una ducha, mis mej-
illas se calientan recordando el susurro de Zach en mi oído antes.
—Si no fuera por nuestra hija y su niñera, nos habría encerrado aquí,
donde podría follarte durante horas en al aire. ¿Te habría gustado eso? ¿Unir-
te al club de la milla de altura?
Capto la mirada de Zachary en un asiento frente a nosotros, y la pequeña
sonrisa que destella en su boca me permite saber que es consciente de exacta-
mente a dónde fue mi mente.
Le doy un pequeño golpe en la pierna con el pie y digo, Basta, antes de
dirigirme a Emmaline.
—Lo sé, cariño, es hermoso. —Paso suavemente mi mano por su cabeza,
y ella se vuelve hacia mí, inclinándose hacia mi toque, y una vez más mi cora-
zón da un vuelco dentro de mí, pero esta vez con un calor que se extiende a tra-
vés de mí en olas tan fuertes que a veces creo que podría arder desde la profun-
didad de mi reacción emocional.
Todavía me parece irreal que esta niña tan bonita, amable y dulce sea mi
hija, una parte de mi vida, lo mejor que he hecho en este mundo.
Viva y feliz, floreciendo bajo el amor y la atención de sus seres queridos.
Aunque la cicatriz que Zachary ha infligido en mi corazón todavía duele,
he elegido confiar en mi corazón que me llevó a él, buscando calmar el dolor
dentro de él que es tan similar al mío.
Nunca podremos olvidar lo que pasó entre nosotros en el pasado, pero
podemos seguir adelante esperando un futuro mejor, intentando aprender a ser
felices de nuevo y vivir la vida de lo que podría haber sido si nos hubiéramos
conocido en el Empire State.
Sin embargo, no creo que ninguno de los dos se arrepienta, porque si no
fuera por ese giro del destino, nunca habríamos conocido a personas increíbles
con las que hemos construido vidas felices, por muy corta que fuera.
Ni habríamos tenido a Emmaline.
En este mundo nos forma lo que experimentamos; cada nuevo encuentro
o situación nos enseña algo que nos lleva al siguiente nivel.
Todo sucedió en esta vida como se suponía, o eso es lo que prefiero cre-
er, en lugar de revolcarme en la autocompasión queriendo recuperar años de mi
vida que nadie podrá dar.
Bueno, todo menos el sospechoso que decidió jugar a ser Dios y se ent-
rometió.
Después de hacer el amor ayer, nos quedamos en la cama durante mucho
tiempo pensando en nuestro próximo curso de acción y no encontrar ninguna
buena solución. Las imágenes de la fiesta no mostraban a nadie sospechoso ent-
rando en la casa, y como no había cámaras cerca de la biblioteca, era imposible
averiguar quién deslizó la nota.
Sin embargo, ambos estábamos preocupados por Emmaline y por cómo
el sospechoso podría usar esta verdad para dar su próximo golpe, ante la posibi-
lidad que la prensa apareciera en nuestras puertas o peor, apareciendo frente a la
escuela de ballet de Emmaline.
Me levanto de la cama de un salto, colocando las manos en las caderas
mientras levanto la barbilla y rechino entre los dientes:
—Si crees que voy a permitir que envíes a mi hija a alguna isla donde
pueda quedarse con tu compañero de universidad, ¡estás jodidamente loco! —
Termino la última parte en un grito sibilante mientras Zachary simplemente aj-
usta la almohada detrás de él, apoyándose en ella relajado con una de sus pier-
nas doblada.
La manta apenas lo cubre; es la imagen de la belleza masculina que tan-
tos pintores quieren capturar, esto solo eriza mi fastidio y, sin pensarlo, agarro
otra almohada y se la lanzo.
La toma con facilidad y la deja caer a su lado para poder apoyar el codo
en ella y por fin habla con su extraña voz despreocupada como siempre.
—Nuestra hija. —Mis ojos se entrecierran, y la protesta está a punto de
deslizarse por mis labios, pero nuestro anterior encuentro no me permite ha-
cerlo.
Me acerqué a él. Decidí darnos una oportunidad, así que no tengo de-
recho a echarle en cara que no es su padre biológico.
—No es un compañero de universidad. Nuestras familias solían ser ami-
gas… bueno, hasta ciertos eventos, es decir. Luego perdimos el contacto duran-
te casi una década —contesta vagamente sin profundizar en el pasado—. Luego
fuimos juntos a la universidad, y es uno de los mejores hombres que conozco.
No estoy segura de si esas palabras debían tranquilizarme o qué, pero
hacen exactamente lo contrario.
—Con un asesino en serie suelto, ¿quieres enviar a nuestra hija a un pu-
eblo del que nunca he oído hablar y dejarla allí? También podrías invitarlo
aquí y ponérsela en bandeja de plata. —La furia llena cada uno de mis huesos;
no puedo creer este plan. ¿Está loco? ¿Acabo de encontrarla y quiere quitár-
mela? ¿Cómo puede proponer algo así?
Zachary se ríe, de alguna manera encontrando mi declaración divertida.
—Confía en mí, amor. No es un hombre corriente. Los asesinos en serie
no se acercan a él. No a su nivel.
Mis cejas se fruncen, la confusión me invade, porque no estoy segura
qué pensar. Si no lo supiera mejor, pensaría que está insinuando que su amigo
es un peligroso criminal. Porque, si no, ¿cómo podría enfrentarse a un asesino
en serie sin miedo?
—Él cuidará de ella como si fuera suya, y Patience estará con ella. —
Exhala con fuerza cuando sacudo la cabeza, demasiado enfadada con él como
para abrir la boca por miedo a arremeter y herirlo involuntariamente.
Me hace un gesto con la mano.
—Ven aquí.
—No puedes arreglar esto con sexo, Zach —le disparo y veo su tic de la
mandíbula antes que repita de nuevo:
—Ven aquí. —Pero esta vez, por los cordones de acero en su tono, sé
que, si no voy a él por voluntad propia, me obligará.
Así que, con un respingo, vuelvo a la cama arrastrándome hacia él, y
jadeo de sorpresa cuando me agarra de las caderas y me coloca encima de él;
mis rodillas se hunden en el suave colchón mientras mis manos se posan en su
pecho.
Él palmea mi cabeza, pasando sus dedos por mi cabello, y me acerca a
él para que nuestros ojos estén al mismo nivel.
—¿De verdad crees que haría algo para poner en peligro la vida de Em-
maline?
No hay acusación en sus palabras, pero la vergüenza me golpea con fu-
erza y suspiro, presionando mi frente contra la suya.
—No. —Me lamo los labios secos—. Tengo miedo, Zachary. De lo que
puede hacer con ella.
Su abrazo se hace más fuerte y admite:
—Yo también tengo miedo. —Mis ojos se abren con sorpresa, porque
pensaba que nada asustaba a los hombres como él—. La idea que le ponga las
manos encima a nuestra hija me mata. Por eso tenemos que protegerla. Y no
puedo pensar en ningún otro lugar. —Espera un poco antes de añadir—: Ire-
mos juntos allí para que puedas verlo por ti misma. Incluso podemos quedar-
nos un par de días, luego volver y esperar a que el cabrón haga su último movi-
miento.
—¿Estás tan seguro de este hombre de la isla? —¿Y qué significa eso?
¿Tiene una isla o qué? No me sorprendería, ya que estudiaron juntos.
Siento su sonrisa contra mi piel y luego se inclina hacia atrás, dándome
un ligero beso en la nariz.
—Sí.
—¡El agua es tan azul! —La voz de Emmaline me saca de los recuerdos
y asiento con la cabeza, estudiando la imagen de la ventana con asombro.
La pequeña isla parece súper verde desde arriba con varios edificios y
casas que le dan un aire interesante, como si fuera un pequeño pueblo en el bor-
de de la nada, ya que nada más que el océano la rodea con varios yates y barcos
navegando cerca.
El agua casi brilla bajo la brillante luz del sol, su color azul cristalino te
atrae, y me estremezco un poco imaginando lo que sería caer en ella.
Desde que casi me ahogué en el océano hace varios años, no pongo un
pie en él y prefiero quedarme cerca de las piscinas.
—Cariño, deja de mirar la ventana y siéntate bien —le ordena Zachary, y
ella escucha de inmediato, sus pies colgando del asiento, y luego se ríe cuando
el fuerte ronquido de Patience resuena en la cabina.
Le guiño un ojo y miro a la anciana que se quedó dormida en cuanto su
cabeza tocó la almohada y permaneció ajena a todo durante las horas de este
vuelo.
El avión rodea la isla una vez más antes que el piloto anuncie el aterriza-
je, y compruebo el cinturón de seguridad de Emmaline mientras empezamos a
descender poco a poco, mientras ella sigue hablando.
—Papá, ¿podemos ir a ver el océano hoy? —Apoya su cabeza en mi bra-
zo mientras abrazo su hombro, dejándola descansar en mi pecho, colocando mi
barbilla sobre su cabeza e inhalando su aroma.
A pesar del asesino que nos persigue, creo que nunca he sido tan feliz,
con mi hija en brazos y el hombre que amo.
—Tendremos que ver —responde Zachary tecleando algo en su teléfono
y luego sonríe cuando Emmaline suspira con fuerza.
—Pero te prometo que nos divertiremos.
Se cruza de brazos.
—Y luego te vas. —Sus cejas se fruncen y me muerdo el labio, recordan-
do su anterior resistencia a este viaje una vez que se enteró que no nos íbamos a
quedar mucho tiempo.
Le envío a Zachary una mirada de preocupación, pero él sacude la cabe-
za como si no debiera molestarme por su tristeza. En cambio, le dice a Emmali-
ne:
—Te divertirás en la isla. Hay mucha gente agradable.
—Supongo —responde ella y vuelve a sonreír, pensando en algo durante
un segundo antes de preguntar—: ¿Puedo nadar con los delfines?
Ah, qué astuta.
—Ya veremos.
—¡Papi! —exclama y luego me mira—. ¿Me puedes ayudar? —Con sus
ojos como los míos suplicándome, mi estómago da un vuelco y mi corazón se
derrite mientras la molestia me atraviesa junto con la ira que probablemente no
desaparecerá por mucho tiempo. ¿Por qué tengo que pedirle permiso a alguien
en las decisiones sobre mi hija? Zach no debería tener más voz en todo esto que
yo.
—Phoenix —dice mi nombre en voz baja, sacándome de mis pensamien-
tos oscuros, y se inclina más cerca de mí, lo suficiente como para tomar mi ma-
no y colocar un suave beso en el dorso de la misma—. Hablamos de esto —
murmura contra mi piel, haciéndome cosquillas un poco, y lo recupero antes de
permitir que la sensación borre mi sentido común.
Un problema constante que tengo en su presencia, así que tal vez debería
afrontarlo.
Pero tiene razón.
—No podemos decirle a Emmaline la verdad todavía. —Él se traga mi
protesta con un beso antes de murmurar—: No mientras estemos siendo caza-
dos. Entonces podrás reclamar a nuestra niña y hacer lo que sea.
—Quiero documentos legales, Zach. Si no me das mis derechos volunta-
riamente, iré a los tribunales por ellos —le advierto, a pesar que estoy acosta-
da en su pecho, porque nunca jugaré a ser el segundo plato en la vida de Em-
maline—. Y Sebastian también tiene que saber de ella. Es su derecho. —Se con-
gela debajo de mí, sus ojos se oscurecen volviéndose casi como un reptil, listo
para el ataque, y se aferra más a mí. La sola idea de involucrar a Sebastian en
la vida de Emmaline lo mata, pero Sebastian tiene que saberlo.
—Después de atrapar al asesino en serie, haremos lo que tú quieras —
me gruñe entre dientes antes de volver a fundir su boca sobre la mía, esencial-
mente para hacerme callar.
El avión toca el suelo y rebotamos un poco.
Luego se desplaza con firmeza hacia la carretera mientras Emmaline ap-
laude en voz alta.
—¡Sí! ¡Ya hemos llegado! —Ella levanta sus manos y luego grita tan fu-
erte que me estremece—: ¡Patience, despierta! ¡Estamos en la isla! —La mujer
se sobresalta en su sueño, ahogándose en su ronquido antes de sentarse recta,
mirando a su alrededor y poniéndose la mano en el corazón.
Cuando el avión se detiene, nos desabrochamos los cinturones y nos le-
vantamos, mientras la azafata abre la puerta del avión y nos saluda con la cabe-
za.
—Espero que tengan una buena estancia.
—Estaremos aquí en dos días, Marta. Así que, que se diviertan. —Su
rostro se ilumina. Probablemente le encanta la perspectiva de pasar un tiempo
en la playa.
En cuanto pisamos el asfalto, me ciega la luz del sol; así que me cubro
los ojos hasta que mi visión se ajusta. Veo a un hombre apoyado en el capó de
un auto negro.
Su sola presencia crea una energía dominante.
Su cabello oscuro brilla bajo el sol mientras se endereza mostrando su al-
tura junto con sus penetrantes ojos verdes en el momento en que se quita las ga-
fas de sol.
Incluso parpadeo sorprendida, no tanto por el color sino por el vacío que
hay en su interior e incluso por la… ¿oscuridad? A pesar de la sonrisa en su
rostro, creo que el hombre es casi letal.
Lleva un vaquero negro y una camisa que se extiende sobre su cuerpo
musculoso. Varios tatuajes adornan su piel y, sobre todo, él da una sensación
de-no-me-jodas y, para mi sorpresa, exhalo con alivio en mi interior.
Porque Zachary tiene razón. Nadie en su sano juicio jodería con este
hombre en su tierra. El sospechoso podría no tener miedo a Zachary ya que, en
su cabeza, es una persona conocida para él y ha conseguido herirlo, pero no será
lo suficientemente valiente como para aventurarse en el territorio de otro homb-
re.
Sea quien sea este hombre… creo que guarda muchos secretos que nunca
querría descubrir por miedo a desmayarme por ellos.
—Ciertamente sabes cómo hacer una entrada. —El hombre habla, su voz
es profunda y ronca, lo que me produce escalofríos por mi espina dorsal, ya que
es casi siniestra.
Dios mío, ¿quién demonios es este tipo?
Camino detrás de Zachary con la mano de Emmaline atrapada en la mía
mientras bajamos lentamente las escaleras, y Zachary se ríe.
—Busco complacer.
—Bueno, me has informado hace unas horas de tu visita. Así que discúl-
pame si todo no es de primera categoría.
—Me lo pensaré —responde, y espero que le dé la mano al hombre; pe-
ro, en lugar de eso, comparten un abrazo de hombres dándose palmadas en la
espalda.
—Me alegro de verte, Zach. Ojalá fuera en otras circunstancias. —Me
mira, sus ojos casi me taladran mientras me escanea de pies a cabeza, pero no
de la forma en que los hombres tienen interés en mí como mujer. Su mirada
busca más bien pistas de mi personalidad que puedan decirle algo sobre mí—.
Debes ser su mujer.
¿Su mujer?
¿En serio?
Zachary envuelve su mano alrededor de mi hombro, presionándome ha-
cia él en una muestra posesiva de propiedad, y por primera vez, no me importa.
Tal vez porque el hombre que tengo delante me da mucho miedo.
Busco su protección.
—Loco, esta es mi prometida, Phoenix. Y la chica que se asoma por det-
rás de su rodilla es mi hija, Emmaline. —Miro hacia abajo para ver que, efecti-
vamente, está haciendo eso, igual que hizo cuando me vio por primera vez.
Entonces su nombre se registra en mi mente, y giro la cabeza hacia él
con las cejas fruncidas.
¿Loco?
El hombre se ríe, aunque es tan frío y distante que me pregunto por qué
se molesta.
—Me llamo Eudard Campbell. Loco es solo un apodo. —Si se supone
que esto debía tranquilizarme, tiene el efecto contrario, porque mi mente instan-
táneamente reproduce imágenes en mi cabeza que podrían haber justificado tal
apodo.
Cambia su atención a Emmaline, y por primera vez una sonrisa genuina
se extiende por su boca.
—Hola. Tú eres la princesa de la que habla tu padre, ¿eh? —Ella esconde
su cara detrás de mi rodilla de nuevo, y baja la voz hasta un susurro—. ¿Quieres
saber un secreto?
Ella lo mira guardando silencio, pero el deseo de conocer el secreto es
demasiado fuerte. Las personas generalmente tienen poca resistencia cuando se
trata de tales cosas.
—Tengo una sorpresa dentro del auto para ti.
Ella jadea:
—¿De verdad?
—Sí. Tu padre dijo que te gustaban los delfines y que te gustaría verlos.
Su fuerte chillido podría haber despertado a los muertos.
—¡Papá, hay un delfín dentro del auto! —Y corre hacia él con sus sanda-
lias golpeando fuertemente el pavimento mientras Patience se apresura a correr
con ella.
—¿De verdad hay un delfín dentro del auto? —Zachary pregunta, y yo
parpadeo ante esto, porque, ¿ahora qué?
¿En serio acaba de preguntarle a este tipo si puede ser cierto?
Una vez más, ¿quién demonios es este tipo? ¿Poseidón, el Dios del mar?
Me río en voz baja, pensando en cómo le sienta el tridente al tipo, dado
su atuendo y todo.
—Del material blando —responde, y entonces vemos a Emmaline abri-
endo la ventana y agitando el juguete en su mano—. ¡Mira, papá!
—Señorita, está haciendo demasiado ruido —la reprende Patience, cer-
rando la ventana mientras seguimos de pie.
—Vamos a casa. Seguro que quieren descansar. —Centra su mirada en
mí—. ¿A menos que tengas otros planes?
—Quiero ir a la playa. —Zachary se inclina hacia atrás para que nuestras
miradas se encuentren—. Me gustaría ir allí con Emmaline —digo, recordando
su cara rogando por ver el océano. Zachary puede ser inmune a todo esto, pero
acabo de descubrir que tengo una hija. Quiero hacer algo con ella antes que es-
temos separadas de nuevo por Dios sabe cuánto tiempo.
Y abrazarla muy fuerte mientras pueda, porque el futuro está indeciso.
Zachary me palmea la cabeza inclinándola hacia atrás, y frota su pulgar
sobre mis mejillas.
—Todo irá bien. Te lo prometo. —Me da un suave beso en la frente mur-
murando sobre mi piel—. Vamos a la playa entonces. Haremos lo que quieras
hoy, amor. Porque siempre hay un mañana. —Su voz es dura, no deja ningún
argumento, absorbo su confianza esperando que tenga razón.
Lo que promete Zachary siempre se hace realidad.
Así que espero que esta vez tenga razón.
Y mientras caminamos hacia el auto, trato de ignorar la sensación que
me invade, alertándome del peligro, como si me estuvieran observando, un ins-
tinto que perfeccioné en la prisión.
Solo es miedo.
Miedo y nada más.
O al menos hago lo posible por creerlo, porque la alternativa es demasi-
ado aterradora.

Zachary
—Me sorprendió cuando llamaste —dice Eudard mientras nos sentamos
junto a una mesa redonda frente a una de las cafeterías decoradas con jodidas
rosas rosadas. No es mi escena favorita, pero está frente a la playa, donde veo a
Emmaline corriendo en el agua, su risa llenando el aire con Phoenix sonriendo a
su lado y manteniéndola vigilada.
Para mi maldita sorpresa, incluso Patience se lo está pasando bien tum-
bada en una toalla y disfrutando del sol.
¿Quién lo hubiera dicho? Empiezo a pensar que la personalidad alegre de
mi hija se le está pegando, ya que ella seguro que no mostraba este tipo de com-
portamiento cuando yo era un niño.
Sin embargo, mi corazón se calienta al ver a mis chicas felices y despre-
ocupadas por el momento, así que estoy feliz que Phoenix haya decidido esta
salida. Mientras las tranquilice a todas, me parece bien eso.
—La última vez que visitaste la isla fue… ¿Hace cuatro años?
Envolviendo mi mano alrededor de mi taza, la elevo a mi boca.
—Sí, justo después de la muerte de Angelica. —Este lugar era el único
consuelo que tenía en este mundo en el que nadie me hacía preguntas estúpidas
ni se desvivía por dar sus condolencias.
Eudard apoya su espalda en la silla y me estudia durante unos instantes
mientras hace girar su paquete de cigarrillos sobre la mesa de un lado a otro, an-
tes de preguntar finalmente:
—¿Vas a compartir conmigo lo que está pasando, o debo hacer mis pro-
pias suposiciones basadas en la información que tengo?
—¿Cuánto sabes? —Disparo mi propia pregunta, examinando si sus co-
nexiones le han dicho algo.
Mi amistad con Eudard es… única; esa es probablemente la palabra que
puede describirla adecuadamente.
Apenas recuerdo mi época de niño, pero cuando nos encontramos de nu-
evo en la universidad, como que congeniamos. Él era melancólico, silencioso, y
¿debería decir siniestro? De una manera que hacía que la gente se echara atrás,
y eso me encantaba.
Al menos había una persona que no necesitaba que yo fuera su amigo de-
bido a mi apellido, porque la familia de Eudard es una de las familias fundado-
ras de su ciudad. Por lo tanto, él es rico como la mierda y además tiene poder.
Con él siempre me sentí en igualdad de condiciones y, como tal, nadie
metió sus narices en nuestras vidas, sospeché que había muchos secretos en la
suya.
Comparado conmigo, siempre fue… reservado, atormentado, inquieto,
como si estuviera anticipando una pelea.
Sin embargo, hay algunas líneas que nuestra amistad nunca cruzó.
Por ejemplo, cómo compartir nuestros secretos más profundos.
—Lo suficiente para asegurar que, si alguna vez aparece en mi puerta, es
hombre muerto. —Me guiña un ojo antes de encender un cigarrillo y darle una
calada codiciosa—. Tu niña está a salvo. —Exhala el humo rodeándonos con
él—. Ella tiene los ojos de su madre.
Por supuesto, debería haber esperado eso; nada pasa desapercibido para
el Loco.
Sin embargo, en lugar de responder a esto, digo:
—Entonces entiendes mi preocupación.
Pone los codos sobre la mesa y acerca un cenicero a él mientras golpea el
cigarrillo.
—De hecho, estaba pensando en ello. ¿Has mirado en tu infancia?
La taza con mi café se detiene a medio camino de mi boca y mi ceja se
levanta.
—¿Infancia?
—No preguntes cómo conozco los detalles. No voy a contarlo.
Una risa se desliza por mis labios, encontrando sus palabras divertidas,
teniendo en cuenta que sé lo que hace de todos modos.
Puede que tenga sus secretos, pero eso no me convierte en un idiota y,
además, sus secretos me permiten realmente confiar en él con mi hija.
—La infancia es siempre un momento decisivo en la vida de cualquiera,
pero más aún en la del villano —continúa terminando su cigarrillo y centrando
su mirada en mí—. Por eso, creo que hay que escarbar en esa dirección. Puede
que descubras secretos para los que no estás preparado.
—Sí, lo pensé después que mencionaran que el sospechoso podría ser
una mujer. —Esta es una de las razones por las que anoche ordené a Zeke que
encontrara todo lo que había en mi pasado y lo investigara después de haberle
hecho una nueva crítica por la información de la adopción de Emmaline que se
le escapó.
Aunque, dudé que el sospechoso estaba en la fiesta y escuchó mi conver-
sación con papá, lo que provocó el cambio de sus planes. Después de todo, con-
siguió la victoria sin la sangre que tanto teme.
Pero si él o ella consiguió la invitación a la fiesta en primer lugar, signifi-
ca que tenemos que estar conectados de alguna manera en el pasado.
—¿Alguna pista?
Abro la boca para responder, y es entonces cuando mi teléfono suena.
Contesto rápidamente y veo el nombre de Zeke parpadeando en la pantalla.
—Más vale que tengas algo bueno para mí. —Porque estoy jodidamente
harto de sentirme como un cobarde indefenso cerca de este sospechoso.
Pero cuando tienes algo que perder, no siempre tienes el lujo de ser vali-
ente.
El silencio me saluda desde el otro lado, y entonces Zeke dice:
—Zach, acabo de enviar algo a tu correo electrónico. Compruébalo.
Hombre… es horrible.
Eudard debe haberle oído, porque mueve su silla mientras le cuelgo a Ze-
ke y toco mi correo electrónico leyendo la información que me envió.
Y esa información destruye el mundo tal como lo conocía y las verdades
en las que he creído durante tanto tiempo.

Phoenix

—Voy a construir un castillo, Phoenix.


Emmaline anuncia agarrando los juguetes que Eudard le compró por esta
misma razón, y corre a unos metros de nosotras dejándose caer sobre la arena
húmeda mientras cruza las piernas. Ella tararea alguna melodía con la música
en su cabeza mientras la ligera brisa agita su cabello hacia atrás.
Me aseguro que elija un lugar seguro. No quisiera que viniera una ola y
la aplastara o, Dios no lo quiera, se la llevara. Me siento junto a Patience en la
manta que suspira de placer mientras pasa otra página de su libro.
La mujer ha venido preparada para este viaje a la playa. En su bolso tiene
un sombrero, gafas de sol e incluso crema para su piel; porque, según ella, a su
edad hay que tener cuidado.
—Es un manojo de nervios —digo echando los hombros hacia atrás y es-
tirando las piernas delante de mí, disfrutando de las actividades anteriores.
—Claro que sí —responde Patience, y la miro mientras deja su libro a un
lado apoyándose en las manos sin perder de vista a la niña—. Me recuerda a
Zachary a esta edad. Él no podía sentarse, siempre necesitaba correr por la man-
sión haciendo cosas. El único momento en que podía descansar era cuando él
estaba dormido. —Se ríe y yo sonrío, imaginando a un chico de cabello oscuro
que le hizo pasar un mal rato—. La señorita Katherine, bendita sea, nunca le
prohibió nada y le permitió la libertad de expresión. Tenían un vínculo especial,
esos dos. —Se limpia una lágrima que resbala por su mejilla—. Mi corazón aún
se aflige por ella.
—Zachary me contó muy poco sobre su madre.
—Oh, ella era única. Hermosa, amable, gentil. No creo que hubiera per-
sona que la odiara. Nunca. Y el señor Anthony la amaba. Eran una pareja hecha
en el cielo.
Levanto las rodillas apoyando la barbilla en ellas mientras contemplo sus
palabras.
—Pero se volvió a casar bastante rápido.
No tengo dudas que Anthony y Olivia se aman, aunque Zachary odia a
su madrastra. Es dolorosamente obvio que la pareja de ancianos tiene una afec-
ción mutua que no tiene nada que ver con el dinero. Sin embargo, tengo curiosi-
dad por escuchar la opinión de una persona ajena sobre esta situación, en lugar
de ver todo a través de los ojos de Zachary.
Patience exhala con fuerza.
—Sí, y ese fue el final de su relación. Zachary era demasiado pequeño
para entenderlo. Y cada vez que el señor King trató de explicar años más tarde,
él no escuchaba. Entonces ambos se dieron por vencidos. Es triste que sea así.
Mis cejas se fruncen.
—¿Escuchar qué?
Mira hacia Emmaline antes de acercarse a mí y bajar la voz, como si al-
guien pudiera escucharnos; aunque las otras personas en la playa están muy lej-
os.
—Él se casó con Olivia tan rápido, porque la estaba protegiendo de su
exmarido. —Sigo con esta información—. Se enamoró, sí, pero habría esperado
mucho tiempo antes de llevarla a la casa de Katherine. Había que ver lo mucho
que la amaba para saber eso de él. Pero el marido de la señorita Olivia era un
hombre muy malo.
Permanezco en silencio, demasiado asustada para juntar todas las piezas
del rompecabezas, pero el miedo ya me llena de anticipación a sus próximas pa-
labras.
—Llevaban dos años divorciados. Ella lo dejó porque él no era mental-
mente estable, creo. De todos modos, él perdió su maldita mente para siempre
cuando ella comenzó a salir con el señor King. Una vez, él la atacó muy violen-
tamente, y ella terminó en el hospital. Sin embargo, nadie pudo probar que
fuera él, pero estaban seguros.
Dios mío, pobre Olivia.
—Así que el señor King hizo lo único que le pareció correcto. Él se casó
con ella y la tomó a ella y a los niños bajo su ala. —Patience exhala fuertemen-
te—. Él pensó que eso sería el final de todo, pero… empezaron a llegar amena-
zas de diferentes fuentes anónimas. A pesar de la riqueza de King, no pudieron
hacer nada sobre ellos, y entonces…
—¿Y entonces?
—El psicópata amenazó con matar a Zachary, y probablemente lo haría.
Anthony no tuvo más remedio que enviarlo lejos. Y con esto, rompió el corazón
de su hijo aún más, pero no lo culpo. No podía explicárselo todo a su hijo, su
único instinto era protegerlo.
—No lo entiendo. ¿Y la policía? ¿El FBI? O ¿La seguridad de King? Qu-
iero decir, ¿quién era su exmarido que tenía más recursos que los King? —A
juzgar por cómo vive Zachary; consiguiendo todo lo que quiere con el torcer de
su dedo, es difícil, o más bien imposible, para mí imaginar que Anthony King
estuviera así de indefenso frente a algún hombre.
—Era un genio de la informática que nunca pudo ser rastreado. Sin men-
cionar que podía cambiar los documentos y su apariencia en un abrir y cerrar de
ojos. —Patience hace una pausa, tomando un respiro antes de guardar silencio,
mientras las palmas de mis manos sudan y los latidos de mi corazón se aceleran
cuando el significado completo de esto se asienta.
¿Qué posibilidades hay que el ex marido de Olivia haya esperado casi
tres décadas para cumplir su plan de matar a Zachary, justo como prometió hace
tantos años? Pero primero, ¿decidió jugar con todos nosotros y le gustó demasi-
ado?
En todos esos perfiles sobre el sospechoso, siempre por alguna razón
pensaba en alguien joven, pero, ¿y si es este hombre?
Encaja en el perfil con el poderoso odio hacia los King por lo que cree
que le han robado a su familia.
En su mente, probablemente se fueron por culpa de los King, así que me-
recen un castigo.
¿Y qué mayor castigo que matar al heredero del trono?
Sin embargo, todavía no entiendo cómo estoy conectada a todo esto, pero
tal vez ha sido un paciente o alguien… ¿En qué lugar del infierno podría haber
sido amable con él?
Independientemente, la relación de padre e hijo sufrió un malentendido,
cuando de hecho, el exilio al que se enfrentó Zach fue la forma en que Anthony
le mostró amor y protección sin pronunciar las palabras.
—Esto es realmente trágico.
Patience sacude la cabeza.
—Trágico fue el secuestro. Durante años, intentaron encontrar al niño
cuando el padre lo arrastró al infierno y lo regresó. Esa fue una de las razones
por las que Anthony no podía permitir que Zach volviera a casa. Era demasiado
arriesgado. El FBI lo prohibió rotundamente. No tenían dudas que él fuera secu-
estrado también.
—¿Secuestro? —repito mientras el zumbido en mis oídos se intensifica,
y mi pulso también, mi corazón late tan rápido que siento que está a punto de
saltar de mi pecho.
—Arrebatado justo en el patio de recreo. Pensé que la señorita Olivia no
sobreviviría. Durante cinco años, ella no supo lo que estaba pasando con su hi-
jo. Siguieron viviendo; la policía afirmaba que el niño estaba probablemente
muerto, pero Olivia creía lo contrario.
Oh no.
Oh no-no-no.
Todo en mí grita para cubrir mis oídos de esta verdad que destrozará para
siempre el corazón de una madre, una familia, y nuestras vidas, porque final-
mente el verdadero nombre del sospechoso saldrá a la luz.
—Hasta que un día recibieron la llamada que habían encontrado al niño,
golpeado y muriéndose de hambre en el sótano de una casa. Los vecinos en-
contraron al niño, porque el olor era horrible. El hombre murió diez días antes.
—Se estremece mientras la bilis en mi garganta sube, el asco mezclado con la
empatía hacia el niño que probablemente fue tratado peor que un perro.
Este tratamiento dio lugar a su futuro odio hacia Zachary, porque lo pro-
tegieron. Lo alejaron, mientras que el padre abusivo se llevó al otro niño, arru-
inando su espíritu y su cuerpo.
Y cuando este tipo de cosas suceden, la psique intenta protegernos, colo-
cando la culpa donde no corresponde, pero de alguna manera tiene perfecto sen-
tido en sus cabezas.
Apuesto a que el padre repitió muchas veces cómo nadie lo buscó o có-
mo todo el mundo adoraba a Zachary, por lo que no pudo atraparlo.
Entonces el papá más querido murió.
Y Zachary siguió viviendo.
Debe haber un desencadenante, algún tipo de cambio que resultó en toda
esta violencia que siguió y, de alguna manera, creo que ahí es donde entro yo.
—Afortunadamente, el niño no recordaba nada y, con la ayuda de los
médicos, todo se convirtió en un mal sueño.
Oh, si todo fuera tan fácil, no tendríamos tantos villanos en este mundo
que encuentran consuelo cuando causan dolor a otras personas, con la esperanza
que adormezca el suyo.
Pero no lo hace, porque nada es suficiente para callar todas las voces en
su cabeza que les recuerdan el pasado.
Al menos en sus casos, porque han sucumbido a oscuros deseos.
Nadie nace con el hacha en la mano dispuesto a matar a quien sea; todo
mal se nutre de su entorno o la ignorancia de la sociedad.
—¿Quién era? —pregunto mientras me congelo por completo anticipan-
do su respuesta—. ¿Quién era el niño que fue secuestrado?
Patience saluda a Emmaline que lanza arena al aire, y responde distraída-
mente pasando claramente de esta conversación.
—Lydia King.
—¡Patience, he construido un castillo! ¡Mira! —Emmaline grita y luego
le hace un gesto con la mano para que se acerque—. ¿Te gusta?
La niñera se levanta quitándose el polvo, y camina lentamente hacia mi
niña mientras dice admirablemente:
—Oh, es tan bonito.
Oh, Dios.
Oh, Dios mío.
¿Lydia King?
La mujer que aparentemente abrió mi caso y luchó por mí, la asesina en
serie que ha matado a tanta gente y continúa trayendo miseria…
¿Es mi propia abogada?
Me levanto, me doy la vuelta y busco a Zachary que debería estar en la
tienda de café, cuando suena el teléfono en mi bolsillo de mi vestido, lo que me
hace tomar conciencia y hace que se me ponga la piel de gallina, porque no ten-
go que adivinar de quién se trata.
Con las manos temblorosas, lo agarro y escucho su risa en mi oído.
—Ah, has tardado mucho en descubrir quién soy. —Permanezco en si-
lencio, pero mi mirada se desplaza en diferentes direcciones preguntándome
dónde puede estar. No tengo dudas que ella vino a la isla.
No me extraña que mi instinto me dijera que alguien nos estaba vigilan-
do.
—No te molestes, cariño. Yo te veo, pero tú no puedes verme. ¿Y eso no
es triste? —Su voz cambia de divertida a enfadada—. ¡Nadie me ve nunca a
menos que haga algo!
—Lydia —empiezo, solo para ser interrumpida por su fuerte exhalación
y luego un grito de—: ¡Cállate! No quiero oírlo.
Dios, necesito llegar a Zachary para que detenga esta locura.
Doy un paso hacia la zona de la tienda de café, lista para salir corriendo,
cuando ella chasquea su lengua en mi oído.
—No, cariño. No quieres hacer eso. —Me congelo, escuchando un tono
malicioso en su voz—. Ahora, Phoenix. Vamos a terminar este juego, ¿de acu-
erdo? ¿Podemos?
—Lydia, por favor, detén esto. Todavía hay una oportunidad —le ruego
preguntándome cómo esta hermosa y compasiva mujer podría haberse converti-
do en esta asesina que busca sangre y una víctima.
La mayoría de los niños que sufren abusos se sobreponen y viven su vida
al máximo, sin dejar que los monstruos del pasado controlen su presente y su
futuro.
Especialmente los que tienen una familia cariñosa que siempre está ahí
para ellos pase lo que pase y, basándome en lo que he visto, eso es lo que son
los King.
¿Por qué se pasó al lado oscuro? ¿Qué la desencadenó?
¿Qué podría haber despertado el deseo de hacer actos despreciables?
—No me vengas con tu estúpida basura psicológica. No soy una de tus
súbditas —ladra y luego me hace una pregunta que me hiela la sangre mientras
yo sigo casi sin poder respirar—. ¿Zachary o Emmaline, Phoenix? —El sudor
brota en mi piel—. La diosa quiere un sacrificio, querida. ¿Quién será?
El viento sopla ruidosamente a mi alrededor, mi vestido se pega contra
mi cuerpo mientras el mordisco en mis mejillas me saca de mi estupor, y agarro
el teléfono con más fuerza, sabiendo que ha llegado el momento.
La culminación de este juego que acabará para siempre con esta caza que
ha destruido tantas vidas que he perdido la cuenta, todo porque un monstruo
abusó de su propia hija y dejó cicatrices que nunca sanarán.
En cambio, se ensañaron hasta que se pudrieron y contaminaron la mente
de la persona hasta el punto de la locura.
—Bueno, estoy esperando —dice, y escucho música a todo volumen a
través de los altavoces desde el otro lado de la línea—. ¿Cuál es tu elección?
¿El hombre que amas o tu hija? —Por la forma en que hace esta pregunta, enti-
endo la curiosidad que tiene por mi respuesta.
Como si fuera una diosa que ofrece su ayuda a cambio del mayor sacrifi-
cio.
Una risa amarga casi se me escapa de los labios, pero la atrapo con la
palma de la mano impidiendo el sollozo, y respondo como lo haría cualquier
padre en esta tierra.
Excepto que Lydia ha visto tanta crueldad por parte de uno de sus padres
que en su mente mi elección nunca fue obvia.
—Zachary será tu sacrificio. —Empujo las palabras a través de mi gar-
ganta mientras el miedo envuelve cada parte de mi cuerpo y, en lugar de avan-
zar hacia él, me doy la vuelta y me apresuro a caminar hacia mi hija, queriendo
protegerla en caso que la loca demente decida hacer algo.
Basándome en su perfil, no espero un tiroteo, pero, ¿quién sabe?
Nunca he esperado que el sospechoso fuera Lydia King, pero esa es la
realidad.
Pasa un tiempo antes que ella exhale aliviada.
—Sabía que elegirías a tu hija. Sabía que no eres como papá. Tú eres co-
mo mamá. —Mis cejas se fruncen ante esto, y ella se explica—. Ama a sus hij-
os y a mí. Es Zachary quien es y siempre fue un problema en mi vida.
No digo nada a eso, llegando a Emmaline y arrodillándome junto a ella,
abrazándola cerca de mí sin importarme la suciedad y la arena que la cubren.
Ella chilla en mis brazos tratando de soltarse, pero no se lo permito e ig-
noro la mirada confusa de Patience.
—¿Qué quieres? —pregunto en voz baja, sabiendo que ella no me ha
contactado por el gusto de hacerlo.
En el fondo, sigue siendo una niña que no puede enfrentarse sola a su
abusador y, para eso, me necesita, lo que significa…
—Que ambas matemos a Zachary, por supuesto. Una vez que esté muer-
to, podremos vivir felices en esta tierra.
La idea de su muerte es demasiado dolorosa para examinarla, así que, en
cambio, me concentro en sus palabras como si estuviera observando la situación
desde la distancia.
¿No quiere que nosotras muramos también?
—Cambié de opinión —continúa, y la escucho chasquear los dedos—.
Matar a Zachary acabará con mi sufrimiento. No quiero gloria sin fin. Quiero
disfrutar del mundo donde papá no existe. —Un golpe y luego—, ahora, cariño,
tráeme mi presa, y tu preciosa hija no sufrirá ningún daño. Cumple tu propósito.
Apretando fuertemente a mi hija en mis brazos, le digo a Lydia con voz
fría mientras mi corazón se rompe en pedacitos.
—Dime qué debo hacer.
Hace tiempo, creía que la bondad y la maldad eran las dos caras de la
moneda, y dependiendo de cómo esté tu vida volteada, en eso te convertías.
Como psiquiatra, he visto tantas cosas en este mundo que he aprendido a
no juzgar a las personas por sus acciones, ya que siempre es una reacción a algo
en su pasado.
Qué equivocada estaba.
La bondad y la maldad existen dentro de cada persona, con la diferencia
que una de las mitades siempre parece más tentadora, tirando de ti en su direcci-
ón y seduciéndote con su poder.
¿Y la mitad que finalmente gana?
Es la que hemos elegido por nuestra propia voluntad.
Elección.
Siempre tenemos una elección en esta vida.
Por desgracia, mis elecciones siempre conducen a la destrucción.
Capítulo 23
Phoenix

Al colgar el teléfono, abrazo a Emmaline con más fuerza una vez más, la
beso en la parte superior de la cabeza y ella se mueve en mi agarre.
—¿Phoenix? —me pide y luego se gira hasta que sus brazos me aprietan
con fuerza, la arena se esparce por todo mi cuerpo, pero no me importa.
Todo lo que quiero hacer es abrazarla después de la horrible conversaci-
ón con Lydia que, una vez más, lo ha arruinado todo.
—Tenemos que irnos, cariño. Papá nos ha dicho que no podemos qu-
edarnos mucho tiempo. —Ella jadea, se echa hacia atrás y luego baja la mirada
con el labio temblando y, aunque me duele el corazón por haberla molestado,
no puedo permitir que esto me influya.
Mi hija tiene que salir de la línea de fuego para terminar esto y hacer lo
que Lydia tanto anhela.
—De acuerdo —susurra finalmente, luego se quita el polvo de las manos
y rápidamente comienza a recoger sus juguetes en su cubo de plástico.
—¿Está todo bien? —Patience pregunta con preocupación, pero ayuda a
Emmaline en su tarea y yo reúno una falsa sonrisa tranquilizadora que espero
que la calme.
—Sí, acabo de… —Busco una excusa lo suficientemente viable como
para interrumpir el viaje en el que había insistido, cuando un socorrista corre
por la playa, gritando.
—¡Eh, todo el mundo! La playa se está cerrando; se avecina una tormen-
ta hacia nosotros. Si están esperando a que los barcos lleguen a la orilla, vuel-
van al hotel. No se permitirá a nadie en la bahía durante este tiempo. Por favor,
tengan cuidado y permanezcan dentro de los edificios si pueden. Especialmente
si tienen niños.
Tormenta.
Una risa amarga casi se desliza por mis labios ante este clima adecuado
para el caos que representa mi vida actualmente, pero no la dejo salir.
—¡Dios mío, por eso! —exclama Patience y se apresura a recoger todas
sus cosas, ya que Emmaline ha terminado. Agarro el cubo de mi hija y la con-
duzco a la acera, pero tropieza mucho con el suelo y tiembla un poco cuando un
fuerte viento nos golpea desde atrás. Cuando miro a lo lejos y veo las nubes os-
curas que se dirigen hacia nuestro camino, sospecho que este lugar quedará
pronto a oscuras.
Todo el mundo sale corriendo de la playa. Recojo a Emmaline que es-
conde su cara en el pliegue de mi cuello, y Patience nos pisa los talones. Veo a
Zachary al otro lado de la carretera.
Me acerco a él por el sendero peatonal y lo contemplo; su majestuosa
presencia esperando que lleguemos, y pienso en lo injusto que es todo esto.
Pero así es la vida, ¿no?
No importa cuánto lo intentes, no puedes dejar atrás al destino.
¿Realmente pensé que atraparíamos al sospechoso y todo sería perfecto?
¿Cuándo había sido mi vida perfecta y sin preocupaciones sin darme una
patada en el estómago?
—¡Tenemos que darnos prisa en llegar a la casa, Zachary! —Patience
grita y la miro, el miedo cruzando su rostro mientras corre junto a mí hacia su
jefe—. La tormenta se acerca. Y estando en una isla, será terriblemente desagra-
dable.
—Me he enterado. —Agarra a Emmaline de mis brazos mientras Eudard
me mira con extrañeza antes de dirigirse a Patience—. Por favor, sube a mi
auto. Te llevaré a casa. Allí estarás a salvo.
—Oh, por supuesto. ¿Emmaline?
Zach la abraza tan ferozmente que ella exhala el aire y luego se queja
—¡Papi! —Él no presta atención a eso, meciéndola en sus brazos por un
momento más antes de darle un ligero beso en la frente.
—Pórtate bien, pequeña, ¿de acuerdo?
—Siempre soy buena, papá. —Y entonces ella también se suelta de sus
brazos y me saluda con la mano antes de saltar hacia Patience y Eudard, que la
meten en el auto.
Y, con suerte, lejos de aquí.
—Tú también necesitas ir al auto. La tormenta llegará pronto y se tardará
aproximadamente una hora en llegar al pueblo de Eudard.
Mis cejas se fruncen.
—¿No es este su pueblo?
—No, el que limita con este sí.
El alivio me invade tan fuerte que me balanceo un poco, Zachary me at-
rapa apretándome contra su pecho. Estoy lista para enterrar mi cara allí y llorar.
De felicidad por saber que mi hija estará a salvo de cualquier desastre es-
ta noche y en la desesperación de lo que estoy a punto de hacer.
La voz de Lydia resuena en mis oídos, un dolor se forma en la parte pos-
terior de mi cabeza, porque no hay manera de apagarlo.
—Llévalo dentro de la tienda de café bajo el pretexto de querer té. Cerca
del lavabo hay una segunda puerta que da al exterior detrás del edificio que ti-
ene un auto esperándolo. Todo lo que necesito es conseguir que su maldito
amigo esté fuera de mi espalda. No necesito tratar con eso. —Tengo que darle
crédito a Lydia, ella sí que sabe cómo elegir sus batallas. ¿O son esos los ins-
tintos naturales de un cazador conociendo qué presa cazar y cuál dejar pasar
para sobrevivir? —. Ahí, rompe a llorar y cuéntale sobre esta conversación.
Así que se sentará en el auto y el resto no te concierne.
—¿Quieres matarlo en algún lugar especial? —pregunto, aunque para
qué, no estoy segura. Tal vez porque me parece extraño que conozca tan bien
esta isla y eligió este lugar entre todos los demás para cumplir finalmente su
venganza.
—Oh, sí. He soñado con ello durante años. Y pensé que matarlo en un
accidente de auto sería la forma más fácil de separarlos a los dos y dejarte con
todo este dinero. ¿Te imaginas lo increíble que será tu vida? Nuestras vidas, ya
que somos mejores amigas.
Lydia ha perdido completamente la cabeza y ya no tiene ningún sentido
de la realidad, lo que significa que se ha construido un mundo en su cabeza y
piensa que todo el mundo se alineará con sus ilusiones.
—Phoenix. —El duro tono de Zachary me devuelve al presente, y enfoco
mi mirada en él, sus ojos me estudian extrañamente y me doy cuenta que debe
haberme llamado varias veces.
—Me gustaría tomar un té antes de irnos.
Sus cejas se alzan y le grita a Eudard:
—Ve tú. Nosotros nos quedaremos un poco más.
—¿Cómo van a volver?
—Tomaremos un taxi. He oído que hay aquí. —Pero, ¿funcionarán con
este tiempo? Me imagino que nadie quiere arrastrar su trasero y arriesgarlo por
los turistas.
Para mi sorpresa, Eudard simplemente asiente, entra en el vehículo y me
saluda con la mano antes de salir a la carretera vacía con el cielo oscureciéndo-
se a nuestro alrededor. De repente, me estremezco y me froto los brazos.
Zachary me arrastra al interior de la tienda de café, dirigiéndose al most-
rador de pedidos, me doy cuenta que la cola es enorme.
Probablemente todo el mundo quiere hacer sus pedidos antes de volver a
sus casas.
Zach se detiene y levanta mi barbilla antes de colocar su boca sobre la
mía, su pulgar presionando mi piel con tanta fuerza que la abro, compartiendo
un beso áspero y, por alguna razón, desesperado que solo magnifica el dolor
que crece en mi pecho.
Antes que pueda profundizar en él, aparta su boca mientras ambos respi-
ramos con fuerza y apoya su frente en la mía.
—Te amo, Phoenix. —Con esto, se aleja para ponerse en la fila mientras
miles de pensamientos pasan por mi mente, desde la devastación a la felicidad,
pero lo más importante es que hace la elección que decidí en el momento en que
Lydia me contó su plan aún más difícil.
Sin embargo, los alejo todos, centrándome solo en el deseo de acabar con
la pesadilla que ha sido mi constante compañero durante los últimos cuatro años
y, con una última mirada hacia Zachary tratando de memorizar todo sobre él,
me lanzo hacia la puerta trasera pasando por el lavabo y mirando alrededor para
encontrar la salida.
Finalmente, afuera, no presto atención a los relámpagos en el cielo acom-
pañadas de un fuerte estruendo que llena el aire o la oscuridad azul marino sob-
re mí mientras busco el auto negro que me espera con el motor en marcha.
Me dirijo rápidamente hacia él y abro la puerta, sentándome en su interi-
or. Tomo un respiro profundo cuando el recuerdo de hace cuatro años me gol-
pea tan fuerte que agarro el volante con mis manos sudorosas y temblorosas.
El chirrido de los neumáticos.
La sangre goteando por mi parabrisas.
Angelica tirada en la acera, muerta.
Mi respiración se vuelve áspera mientras los latidos de mi corazón galo-
pan en mi pecho. Me prometí no volver a conducir después de lo que me pasó.
Con una profunda inhalación, piso el pedal y conduzco en la dirección
que parpadea en el GPS. Lydia ya debe haberlo programado. Estoy lista para
enfrentarme a lo que sea que tenga que ofrecer.
No estoy de acuerdo con su plan.
No debería haber ningún cambio.
El cazador y la presa tienen que morir juntos, porque esa es la conexión
que siempre los mantiene unidos, ¿verdad?
Que así sea.
Ni Zach ni Emmaline serán daños colaterales.

Zachary

Quedarse quieto entre la gente no es una tarea jodidamente fácil de hacer


mientras espero a que mi mujer finalmente realice la tarea que Lydia le ordenó
para finalmente matarme.
Después de la verdad que me envió Zeke, quería recogerlas a todas y
conducir hasta la casa de Eudard para protegerlas de su locura, solo para notar a
Phoenix hablando por teléfono, y darme cuenta que Lydia llegó a ella antes.
¿Quién sino la maldita psicópata?
En algún lugar de mi mente, probablemente debería sentir remordimiento
por pensar esto de una chica cuya vida ha sido trágica con el maldito padre que
ni siquiera debería llamarse así. Ella experimentó el infierno en la tierra, casi
dejándola sin ninguna posibilidad de una vida normal.
Pero ella tenía a toda su amorosa familia y todos los recursos de los King
a sus pies; si solo hubiera pedido la maldita ayuda, todos habrían estado allí pa-
ra ella.
Por lo tanto…
La perra que mató a mi esposa y a tantas otras personas no se merece una
mierda de mí, especialmente después de haber asustado a mi mujer de nuevo.
Miro a mi alrededor para buscar a Phoenix, solo para descubrir que no
está a la vista y, maldiciendo, salgo corriendo solo para ver un auto negro con
ella conduciendo que se aleja antes que pueda pararme frente a él y detenerlo.
—¡Maldito infierno! —grito, tirando de mi cabello y odiándome por no
ver su decisión de antemano. Sabiendo lo compasiva y cariñosa que es, debería
haber esperado que eligiera morir ella misma en lugar de entregarme en bandeja
de plata a la psicópata.
Ya he notificado a las autoridades sobre esto en Nueva York, y han emi-
tido una orden de registro en su casa, donde probablemente encontrarán un
montón de detalles sobre todos los casos. Pensé que así la atraparían a tiempo,
después de mi muerte, antes que pudiera hacer algo a mis chicas.
Y entonces podrían vivir felices para siempre sin la sombra de Lydia
sobre sus cabezas.
—Piensa, Zach, piensa.
Todos los archivos que tengo sobre su vida juegan en mi cabeza mientras
trato de juntarlos todos para tener una idea clara de adónde ella habría llevado a
su "papá", para que él pudiera pagar por todos sus pecados.
—¡Sí! —exclamo cuando por fin caigo en cuenta.
Este fue el último lugar al que la trajo su padre antes de morir. Una de las
razones por las que probablemente quiere repartir su venganza aquí.
Miro a mi alrededor, me lanzo de regreso a la cafetería y grito:
—Necesito un bote. Pagaré cualquier cantidad. —Esta es la forma más
rápida de llegar a donde necesito. Sin embargo, las risas colectivas llenan el
aire.
—Buena suerte para encontrar uno, hijo —dice uno de los hombres y sa-
cude la cabeza—. Con esta tormenta, ningún hombre cuerdo irá con usted.
—Por suerte, yo no estoy cuerdo —viene la respuesta desde atrás y me
doy la vuelta para ver a un hombre apoyado en el marco de la puerta, sus ojos
azules me observan con curiosidad bajo su cabello rubio.
—Vamos. —Me resulta extrañamente familiar, pero no recuerdo haber
hablado con él—. No hay tiempo que perder.
Sin pensar ni detenerme mucho en el hecho que este tipo haya aparecido
de la nada listo para navegar conmigo, voy con él y le pido a Dios que pueda
llegar a tiempo para salvar a mi mujer antes que le pase algo.
Por favor, Dios.
No me quites dos veces a la mujer que amo.
Nos subimos a su auto mientras conduce apresuradamente; anuncia:
—Estaremos en mi barco en cinco minutos. ¿Dónde necesitas ir? —le di-
go la ubicación y él silba, aunque riéndose—. Y nos llaman locos.
Ni siquiera me molesto en pensar quién coño es nosotros y espero que no
sea muy hablador en nuestro camino.
—¿Por qué estás ayudándome entonces? —pregunto. Teniendo en cuenta
todo esto, hay una alta probabilidad de morir en mar abierto.
Son riesgos que estoy dispuesto a tomar si significa salvar a Phoenix.
—Cualquier hombre lo suficientemente desesperado como para navegar
un barco en esta tormenta debe tener una gran razón para hacerlo —responde y,
luego sin apartar los ojos de la carretera, extiende su mano hacia mí—. Mica-
den.
Ah, ya veo.
Eudard podría haberse ido con mi hija para protegerla, pero envía a uno
de sus mejores amigos y al dueño de este pueblo.
¿Lo curioso de las amistades?
Si eres lo suficientemente leal, la gente está dispuesta a arriesgar sus vi-
das por ti.
Solo espero que todo esto valga la pena y salvemos a Phoenix.
Ya que la vida no tiene sentido de otra manera para mí.
Lydia, maldita sea, no volverá a ganar.
Capítulo 24
“Llévame a la tierra donde los pecadores expían…”
~Phoenix

Phoenix

Un suspiro de alivio se desliza por mis labios mientras conduzco el auto


por la carretera vacía, siguiendo la guía de la voz, demasiado miedo de frenar o
ir en una dirección diferente por temor a que Lydia plantara algo en este auto.
¿Qué pasa si ella tiene una bomba puesta?
Después de todo, ella no puede ser racional en su odio hacia Zachary, y
matar a personas inocentes no es un gran problema para ella.
Todavía no se ha puesto en contacto conmigo a través del teléfono o del
auto; quién sabe cuántos conocimientos tecnológicos tiene, considerando a su
padre y a Brady. Lo que significa que no se ha dado cuenta de mi engaño.
En el momento en que este pensamiento pasa por mi mente, una voz
chillona sale de los altavoces de la radio.
—¡Tú lo elegiste! —Oigo un fuerte golpe en el otro extremo como si ella
se golpeara con fuerza antes de susurrar—: ¡Me has traicionado!
—No lo hice —respondo, deseando mantener la calma en esta conversa-
ción.
La ira y los juicios no la abrirán a mí. Tengo que venir desde el lugar de
la comprensión y el amor, mientras que todavía actúo como si me preocupara
por ella por encima de todos los demás.
—¡Lo hiciste! ¡Se suponía que él debía conducirlo! Él y no tú. —Escuc-
ho un fuerte bocinazo detrás de mí y miro por el espejo retrovisor, viendo un
auto que me persigue. Me doy cuenta que debe ser Lydia—. ¡Debería haber sa-
bido que no debía confiar en ti! —Ella debe haber empezado a seguirme; de lo
contrario, habría sabido del cambio de su estúpido supuesto plan.
¿Realmente pensó que sacrificaría a alguien si me tenía a mí misma para
ofrecer? Pero, entonces, Lydia no sabe lo que es el amor o lo que conlleva. Inc-
luso si la gente lo muestra hacia ella, su espíritu ha sido demasiado dañado para
verlo.
—Nunca prometí seguir tu plan —respondo y compruebo el mapa en el
GPS. En breve, la carretera se separará en una en cruce; uno de los destinos
conduce a alguna casa, según la ubicación, mientras que el otro termina en el
borde.
Mis cejas se fruncen ante esto mientras mi mente se acelera con esta in-
formación. ¿Significa que es el borde de un acantilado?
Por lo general, las advertencias se muestran en todas estas áreas para evi-
tar que la gente se aventure allí por la noche especialmente, para que no mueran
accidentalmente.
Solo que no habrá nada accidental en mi plan.
Con Lydia detrás de mí, podría hacer que condujera justo detrás de mí,
porque la atracción hacia su presa más querida será demasiado difícil de resistir,
y podríamos caer juntas, tal como ella quiso todos estos años.
Y con esto, estaría cien por ciento segura que ella no molestará más a la
gente que quiero.
—¿Cómo has podido elegirlo después de todo lo que ha hecho? ¡Es igual
que papá!
Decidiendo usar esta oportunidad para obtener todas mis respuestas antes
de morir, pregunto:
—¿En qué se parece a tu padre? Tu padre te maltrató durante años,
Lydia. Ninguno de los hombres cuyas vidas has afectado hizo eso.
Su risa amarga envuelve el espacio enviando escalofríos, pero mantengo
mi mirada en la carretera, asegurándome de no perder el cruce mortal. Bajando
la ventanilla a mi lado, doy la bienvenida al frío que se hunde en mis huesos y
permite mantenerme en el presente y no dejar que el pánico me retenga en sus
garras.
Donde hay pánico y miedo, el pensamiento racional muere.
—Las trataron igual cuando nadie los vio. Lo sé, porque todos ellos dij-
eron la misma frase que papá dijo justo antes de hacerme daño. —Mi corazón
se estremece dolorosamente al pensar en la niña asustada y perdida que fue se-
cuestrada de su hogar amoroso y vivió con un abusador, temiendo constante-
mente por su próximo aliento. Su padre; aunque yo prefiero llamarlo pedazo de
mierda, la utilizó en su retorcido juego para herir a la esposa y descargó toda su
ira en su hija.
Quiero volver atrás en el tiempo y encontrar a la niña, salvarla de la pe-
sadilla, y abrazarla cerca susurrando, todo estará bien.
Pero nunca podré excusar lo que la Lydia actual y adulta está haciendo.
—¿Qué han dicho? —Vuelvo a la conversación en cuestión necesitando
mantener su atención en otra parte para que no note el cambio de dirección que
estoy a punto de hacer.
—Mamá les dice a todos que cuando me encontraron no recordaba nada.
¿Quieres saber un secreto? ¡Recordaba todo! Todo lo que hacía, todo lo que de-
cía, cómo vivíamos. Pero no compartí nada de eso. ¿Sabes por qué? Porque ma-
má lloraba tanto que tenía miedo que me dejara si sabía la verdad. Nadie quiere
a una chica sucia.
Oh, Dios, ¿es esto lo que su padre le dijo muchas veces?
¿Convenciendo a la niña que mantuviera la boca cerrada? Se explica:
—Anthony y mamá nunca dijeron una palabra al respecto. Tal vez si lo
hubiera hecho, no habría tenido que mantener mi boca cerrada.
Ese maldito pedazo de mierda. Podría estar de acuerdo con Lydia en una
cosa. La forma en que murió no fue suficiente castigo para los crímenes que co-
metió.
Veo el cruce y rápidamente voy a la derecha, donde extrañamente la car-
retera está bien; aunque un poco accidentada, pero me doy cuenta de la señal ro-
ja de stop.
Ahora, no hay vuelta atrás, y solo la muerte me espera aquí.
Lydia, sin embargo, continúa siguiéndome como si estuviera en trance, y
creo que en cierto modo lo está. Apuesto a que soy la primera persona con la
que ha compartido todo esto.
—Luego me enviaron a un internado, donde todos los chicos populares
se metían conmigo. No era lo suficientemente inteligente. No era como ellos.
Sus risas constantes aún resuenan en mis oídos. —Todo esto no tiene sentido en
mi cabeza. ¿Por qué Olivia enviaría a su hija a una escuela así después de lo que
le pasó? —. Mamá pensó que sería más fácil para mí estar con mis compañeros
después de haber sido privada de ello durante tanto tiempo. —Ella suspira—.
Lo intentó, pobrecita. No sabía lo cruel que podía ser este mundo.
Debería haber llevado a su hija a terapia y no esconder su cabeza en la
arena, pensando que todo estaría bien simplemente porque creía que la niña no
recordaba nada. Tal vez entonces, nada de esto habría sucedido.
—Una vez que regresé, no fue mejor, sino peor; con todo el mundo aten-
diendo a las necesidades de Zachary como siempre.
—¿Qué tipo de frases dijeron todos? —Decido sacar esta información de
ella, porque eso es lo que la desencadenó. Ella resistió a los demonios todo el ti-
empo que pudo sin ayuda externa, pero las palabras que podrían haber dicho
despertaron todos los miedos, y con este deseo de matar dentro de ella, la lleva-
ron de vuelta a esa chica desesperada que no podía hacer nada.
Así que se aseguró de liberar a todas esas mujeres de su destino.
Permanece en silencio durante unos instantes antes de responder:
—Cariño, pareces tan feliz esta noche. ¿Quieres decirme por qué? —Una
frase tan común que podría haber sido dicha por cualquiera. Sin embargo, para
Lydia, fue como una flecha directa a la burbuja que ha creado alrededor de su
psique—. Me metía en la jaula en su sótano después de preguntar eso y me ma-
taba de hambre durante una semana para no verme feliz. —Ella solloza un po-
co—. Entonces cuando tú… ¿Qué has hecho? —Vuelve a gritar, probablemente
captando el cambio de camino—. Fingiste que me escuchabas, pero, ¿me enga-
ñaste de nuevo? —La incredulidad junto con dolor se mezcla con su tono—.
¿Tanto quieres morir, Phoenix? ¿Qué tal si subimos la apuesta entonces? —Y
con esto, ella conduce tan rápido que su parachoques golpea la parte trasera del
mío, y me golpeo la cabeza un poco, viendo en el espejo lo cerca que está de
mí—. Tú… ¿Crees que, si mueres ahora, no iré tras Zachary? Para el auto o te
obligaré. —Ella choca conmigo de nuevo y, con esto, me doy cuenta que, para
llevarla a mi trampa, tendré que conducir lo más rápido posible.
Una pesada respiración resuena en el vehículo mientras mis manos se en-
vuelven alrededor del volante, mis nudillos se vuelven blancos por la presión,
mientras lo desvío hacia un lado y hago un giro brusco, salvándome a duras
penas de rozar el lateral con los guardarraíles.
Al mover la bestia deportiva de vuelta a la oscura autopista iluminada
solo por mis faros, piso el pedal con fuerza mientras conduzco demasiado rápi-
do, el viento me golpea en la cara y me agita el cabello en distintas direcciones.
No presto atención al frío que me rodea o al sudor de mis manos en el volante;
simplemente lo agarro con más fuerza, aunque es imposible. Mi corazón late
con tanta fuerza contra mis costillas que temo que pueda romperlas.
La interminable carretera sin signos de vida alrededor me saluda.
El cielo retumba por los truenos que siguen a un relámpago que acompa-
ña a la tormenta que se avecina. Las olas del mar chocando contra las rocas se
oyen en la distancia por debajo de nosotras, alertando a cualquiera que esté a su
alrededor sobre el peligro que acecha en los bordes de esta tormenta.
No es de extrañar que hayamos recibido antes un mensaje de no salir de
casa o, Dios no lo quiera, salir en barcos de pesca. Algunas personas dijeron
que podría ser un suicidio.
La radio emite sonidos intermitentes mientras cambia de emisoras, lo que
me permite escuchar solo algunos fragmentos de conversaciones antes que em-
piece a sonar una música molesta que me recuerda a las películas de terror.
Lydia quiere oscurecer el ambiente.
La risa siniestra la sigue, llenando el auto de pavor, de terror y fatalidad.
Mi respiración se detiene por un momento, el miedo corre por mis venas y mi
pie se levanta del pedal.
Jadeando, sacudo la cabeza y bloqueo todo lo que no sea el deseo de tri-
unfar, reanudando la presión sobre el pedal mientras todo lo que me rodea se
mueve de forma borrosa y, echando un vistazo al velocímetro, veo que ya está
por encima de los ciento veinte.
Solo tengo que aguantar un poco más. El GPS me indica que estoy a tres
minutos de mi destino.
Hay otra curva cerrada y giro el volante con fuerza, los neumáticos chir-
rían contra el pavimento, esta vez la puerta de mi auto choca contra los
guardarraíles, pero sigo con el grito de dolor en mi interior.
En cambio, conduzco aún más rápido, lo más lejos posible, para que el
auto que me persigue no me alcance.
En ninguna circunstancia puedo frenar y permitir que esto pase, porque
traerá la destrucción que nadie merece.
Empezó conmigo, y debe terminar conmigo.
Aunque todavía no me ha explicado qué relación tengo con esto, pero
tampoco quiero saberlo.
La risa sigue resonando en el interior del vehículo, pero entonces la voz
empieza a tararear la canción, cantando palabras que no están en la letra.
—Más. Más. Más —repitiendo la misma frase una y otra vez, volviéndo-
me loca. Quiero gritar para que se calle, pero es un lujo que no me puedo
permitir.
Si la vida me ha enseñado algo en los últimos años, es que nunca debo
esperar nada humano de un demonio.
No conoce las palabras piedad o compasión, y la única cosa que anhela
es tu sangre, y eso nunca es suficiente.
Por mucho que me haya hecho daño... nunca podría expiar lo que hice.
Al menos a sus ojos, ya que he cometido el mayor pecado al traicionarla
por otra persona, al igual que todas las demás personas en su vida, según ella.
Y finalmente me doy cuenta que nunca lo haré, entonces, ¿cuál es el pun-
to de prolongar lo inevitable?
Las nubes oscuras siguen acumulándose en el cielo. Vuelve a caer un
relámpago antes que empiece a llover a cántaros, las pesadas gotas de lluvia
golpean el coche con fuertes zarpazos, y pongo en marcha los limpiaparabrisas.
Sigue siendo casi imposible ver nada a mi alrededor, pero no importa.
Por fin, a lo lejos, veo el final de los guardarraíles y aprieto el pedal con
más fuerza, casi haciendo saltar la velocidad a ciento cincuenta. Suelto el
volante y extiendo la mano por la ventanilla hacia la lluvia, apareciendo una
leve sonrisa en mi rostro.
Lástima que todo en esta vida no se pueda lavar con la lluvia. Tal vez
entonces el resultado de mi destino hubiera sido diferente.
Un poco más lejos y llego al final del acantilado sobre el océano. El coche
vuela desde él, navegando hacia el océano mientras el cielo retumba con los
truenos.
Y cuando por fin ocurre, mi risa es la que resuena en mi interior mientras
las lágrimas corren por mis mejillas, porque por fin ha terminado.
Con mi muerte, me libero a mí y a todos los demás de esta pesadilla de una
vez por todas.
Esperando que, en lugar del infierno, vaya a la tierra donde los pecadores
expían.
El vehículo se sumerge en el agua, flotando durante un segundo, pero se
hunde rápidamente debido a la ventanilla abierta por la que el agua llena el
interior del coche. Trago aire en mis pulmones, pensando en mi hija y en Zach
y en lo mucho que lamento haberlos dejado así.
Pero es mejor para Emmaline que yo muera, porque, para ella, Zachary es
su padre y yo solo soy una extraña.
Nadie echa de menos a los extraños, ¿verdad?
Si no estuviera en el agua, las lágrimas correrían por mis mejillas junto con
los sollozos que sacuden mi cuerpo.
Sin embargo, giro la cabeza hacia un lado cuando algo me agarra la mano.
Abro los ojos de par en par y veo a Zachary, que me saca por la ventanilla
abierta. Lucho contra su agarre, pero es implacable.
Mi cadera golpea dolorosamente el coche cuando consigue sacarme y luego
me empuja hacia la superficie. Quiero gritarle con frustración. ¿Por qué ha
tenido que venir a salvarme? ¿No entiende que esto no terminará hasta que uno
de nosotros y Lydia estén muertos?
Sin embargo, los pensamientos que pronto caerá del acantilado me hacen
nadar hacia arriba, eso y que probablemente Zachary no pueda aguantar la
respiración durante mucho más tiempo.
Zach y yo tragamos saliva cuando llegamos a la cima, y entonces él me
ladra:
—¡Nada hasta la puta orilla! —Nadamos durante unos minutos antes que
acabe arrastrándome hasta la arena, tosiendo fuertemente, escupiendo agua,
pero Zachary no me da un prolongado respiro.
Me pone de espaldas y me revisa, con su mano temblando sobre mi cuerpo.
—¿Estás bien? —El agua gotea de su pelo y sobre mí, y no estoy segura de
dónde encuentro la fuerza, probablemente de la adrenalina que inunda mi
sangre, pero lo empujo y grito—. ¿Por qué has hecho eso?
—¿Por qué? ¿Debería haberte dejado morir?
—¿Qué otra opción había? —le grito, sin importarme cómo me duele la
garganta con cada palabra que me quema. Me siento en la arena, temblando por
todas partes—. ¡Nunca se detendrá!
—¡Entonces sacrifícame! —me devuelve el fuego, y abro la boca para
discutir cuando parpadeo hacia la playa, notando que el acantilado no era muy
alto y que ningún coche me seguía. ¿Deberíamos haberla sentido de nuevo en el
agua o haberla oído ya?
Sólo entonces diviso un pequeño camino que va desde el acantilado hasta
esta playa y muevo la cabeza en señal de negación.
—Lydia.
—Está justo aquí. —Su voz suena desde detrás de mí, y Zachary se queda
helado. Su mandíbula se tensa mientras aprieta los puños, y con pavor, me doy
la vuelta, sentándome sobre mis rodillas para enfrentarme a Lydia que me
apunta con un arma—. Sabía que te salvaría. Pregúntame cómo. —Zach da un
paso hacia ella, pero ella agita la pistola en su mano—. No, hermano querido.
No, a menos que quieras que le dispare.
—¿Cómo? —Hago lo que dice, demasiado temerosa que pueda apretar el
gatillo de todos modos, demasiado atrapada en sus recuerdos.
—Los abusadores siempre buscan a sus víctimas, nada en esta tierra es lo
suficientemente poderoso como para mantenerlos alejados. Al igual que mi
madre, tú lo elegiste.
—¿Como ella eligió a tu padre?
—Papá era un hombre malo. Pero me enseñó a reconocer a los de su clase y
a librar al mundo de ellos. —Algunos asesinos en serie sí que cazan a los que
hicieron los mismos actos que su agresor, pero Lydia no ha hecho nada para
ayudar al mundo a librarse de ellos.
No es que pueda decir nada de esto en la situación actual.
—Después que Zach se casara y la llamara cariño todo el maldito tiempo,
no pude soportarlo. Así que un día, me quemé las manos. Recordé cómo papá
decía que no eran lo suficientemente musculosas. Fue entonces cuando te
conocí, la persona más amable que jamás había visto. Te sentaste conmigo y
hablaste conmigo, porque uno de los médicos sospechaba que me había
autolesionado, aunque yo decía que solo había tocado la sartén caliente. No
esperaba que el psiquiatra fuera tan bueno. —Mis cejas se fruncen ante esto,
porque nunca recordé haberla visto antes que viniera a sacarme de la cárcel. Si
ocurrió antes del accidente, ¿no debería haberla reconocido al menos? —
Llevaba una máscara médica y gafas de sol. No podía permitir que la gente
especulara con que un King se había hecho daño a sí mismo. No encajaría con
la imagen. —Se echa el pelo hacia atrás cuando la ráfaga de viento le cubre la
cara—. Pensé que me entenderías, Phoenix. Sebastian no te merecía. —Mira
brevemente a Zach—. Fue entonces cuando Angelica se volvió mala conmigo,
así que decidí acabar con todo. —Se ríe, aunque carece de humor—. Pensé que
nos liberaría a todos de los maltratadores. ¿Y qué obtuve a cambio? Nada. Te
enamoraste de Zachary. —Grita la última parte, apuntándome con el arma—. Y
estoy tan cansada de abrir los ojos de todos a sus actos. —Sus ojos se
humedecen—. ¿Por qué nadie me escucha? —Presiona su mano contra el
pecho, golpeándose con el puño—. ¿A mi dolor y a mi angustia? Todo el
mundo lo ignora. Me merecía algo mejor que esto.
—Lo hiciste —dice Zachary, deslizándose un poco más cerca mientras
Lydia frunce el ceño, centrando su mirada en él—. Lo que te pasó fue malo.
Pero Phoenix nunca te traicionó. Tu ira debería dirigirse a mí.
—Ella quería casarse contigo. ¡Y te protegió! —grita ella—. Te odio,
Zachary. Por tu culpa, papá me secuestró hace tantos años. Deberías haber sido
tú quien viviera todas esas pesadillas. —Las lágrimas caen rápidamente por su
cara—. Deberías haber sido tú quien condujera ese coche. ¡Y hasta me quitaste
a Phoenix! —Me apunta de nuevo con el arma—. Así que voy a recuperar lo
que me robaste.
Todo sucede como en cámara lenta.
Lydia me dispara, pero el cuerpo de Zachary me bloquea el arma. Varios
disparos resuenan en la noche, uno a uno, y entonces veo que un hombre sale de
las sombras hacia Lydia, la agarra por la espalda y la desarma, presionándola
sobre la arena mientras grita.
Me levanto de un salto de mi posición, corriendo alrededor de Zachary para
examinar cuánto daño le ha causado, sólo para que un grito me arranque la
garganta cuando lo veo.
No.
No, no, no.
Epílogo
“Todos deseamos finales felices en esta vida.
Sin embargo, algunos finales felices tienen sentimientos agridulces.
Por lo general, cuando la vida no va como la habías planeado, te enfrentas
a algunas pérdidas en el camino.
Lo único que mantiene a una persona de pie durante estos tiempos difíciles
es el amor…
El amor que tiene el poder de hacerte aguantar y soportar cualquier cosa.
Incluso el dolor más insoportable y desgarrador”.
~Phoenix

Phoenix
New York, Nueva York
15 años después

—Son una mierda —exclama Emmaline, ajustando su gorra de graduaci-


ón en la cabeza y agitando su cabello para que los mechones oscuros caigan lib-
remente por su espalda y brillen.
Ian y Wyatt, gemelos idénticos con el cabello negro y los ojos más ver-
des que he visto nunca, casi como las esmeraldas que se encuentran en las mon-
tañas, comparten una mirada y se encogen de hombros, sin importarles mucho
el disgusto de mi hija.
—Tienes que decidirte, Em —dice Ian, y la mandíbula de ella se abre
mientras pone una mano en la cadera y agita la otra en su ropa.
—¿Decidirme? Los dos llevan vaquero y chaquetas de cuero a mi cere-
monia de graduación.
Wyatt se frota la barbilla y pregunta confundido:
—¿Pero no dijiste que llevara algo bonito? —Hace un gesto hacia arriba
y hacia abajo de su pecho—. Estas cuestan una fortuna, son de las mejores que
tenemos en el armario.
Ella parpadea incrédula.
—Me refería a llevar un traje. ¡Tienes varios de esos!
—Un traje. —Los dos dicen al mismo tiempo y se ríen, se dan un codazo
en el hombro mientras Emmaline gime de frustración y cambia su atención ha-
cia mí.
Oh, no.
Debería haber esperado esto, pero he sido demasiado lenta para ponerme
al día y ahora no podré escapar de la línea de fuego.
—¡Mamá!
Ian dice:
—Oye, eso no es justo. No puedes involucrar a los adultos en nuestras
conversaciones.
—¿Quién lo dice?
—Lo digo yo —responde Wyatt con una sonrisa y luego guiña un ojo a
las chicas que pasan y que se ríen a carcajadas, yo niego con la cabeza. Uno de
estos días, este chico va a ser un mujeriego.
Y que Dios nos ayude a todos entonces.
—Llegamos justo a tiempo para una pelea. —Una voz divertida que viene
de atrás me hace girarme para ver a Sebastian caminando hacia nosotros con
Felicia y su hija de diez años, Daisy, que se precipita hacia nosotros con un
fuerte chillido.
Se pega a Emmaline, rodeando su cintura con las manos, y echa el cuello
hacia atrás para encontrarse con la mirada de su hermana.
—¡Qué guapa estás!
Mi hija sonríe, alborotando su pelo, y responde.
—Tú también estás guapa. —Da un paso atrás y la coge de la mano,
dejando que la niña gire en círculo, mostrando su perfecto vestido blanco con
sandalias doradas que combinan perfectamente con sus mechones rubios.
—Hola, tía Phoenix —me saluda, soplándome un beso antes de saltar
hacia los chicos, e Ian la agarra en brazos donde ella se ríe a carcajadas. Luego
señala detrás de ellos.
—Hay helado.
Los gemelos vuelven a mirar al unísono a Felicia.
A veces, me asombra incluso lo sincronizados que están el uno con el ot-
ro, casi como un cuerpo separado en dos mitades. Combinado con sus miradas
y estados de ánimo idénticos, forman un equipo aterrador pero fascinante para
todos.
Y se protegen mutuamente con fiereza: si haces daño a uno, más vale
que estés preparado para enfrentarte al otro.
No ayuda que ambos sean excepcionalmente inteligentes y astutos, aun-
que nunca puedan mentirme.
O engañarme haciéndome creer que uno u otro está delante de mí.
—Adelante. —Felicia asiente, y los chicos se marchan mientras ella se
inclina hacia mí y me abraza—. ¿Cómo estás? —Ella baja su voz hasta un su-
surro—. ¿Feliz de tener una hija graduada? —Frunce el ceño. —Creo que voy a
llorar a mares cuando llegue el momento de Daisy. Debería comprar algunos
pañuelos por adelantado.
Sebastian y ella se casaron tres años después que Lydia fuera acusada de
varios asesinatos. Debido a su inestable estado mental, fue internada en un psi-
quiátrico de por vida sin posibilidad de apelación o libertad condicional. La
trasladaron a la cárcel varios años después, cuando, con medicación y terapia,
se estabilizó lo suficiente como para ser enviada allí.
La familia King estaba tan afectada por lo que ella le hizo a Zachary.
Sacudo la cabeza, bloqueando los dolorosos recuerdos que todavía me
parten el corazón en dos.
Toda la familia estuvo de luto durante varios años, sin creer como su dul-
ce niña se convirtió en una asesina a sangre fría. Me llevó mucho tiempo con-
vencerlos a todos, especialmente a Olivia, que no era su culpa, y que pensar en
lo que hubiera pasado no los ayudaría. Sí, deberían haberla llevado a terapia to-
dos esos años, en lugar de suspirar de alivio cuando ella dijo que no recordaba
nada. Cuando los niños están en dolor y sufren, deberíamos ayudarles en lugar
de protegernos de sus verdades, que tienen el poder de destruirnos.
Sin embargo, un sentimiento de culpa no la habría ayudado, así que le di-
je a Olivia que lo único que podía hacer por su hija era estar ahí para ella.
Y eso es lo que hizo toda la familia, la visitó cada mes y no la dejó en el
fondo de la desesperación sola y sin amor.
Lo que Lydia hizo… fueron cosas horribles y despreciables que nadie
debería hacer nunca, y no hay justificación para ellas. Matar a un inocente para
adormecer tu propio dolor nunca es la solución; permitir que la oscuridad con-
suma tu vida tampoco lo es.
Sin embargo, la que necesitaba una familia, era la niña que aún vivía
dentro de ella y que esperaba que su familia viniera a buscarla cuando el mundo
entero se desmoronó. Cuando el monstruo abusivo se aprovechó de su debilidad
y destrozó su espíritu.
Y eso es lo que finalmente consiguió, aunque lo hizo de una manera que
nadie esperaba.
El patriarca de la familia, Anthony, nunca quiso saber nada de ella ni vi-
sitarla, aunque nadie lo esperaba.
¿Cómo iba a hacerlo, después de lo que ella le había hecho?
Incluso yo nunca pude ir, a pesar de mi profesión y compasión. Me ne-
gué varias veces cuando Olivia quería que evaluara su estado mental. Solo con
verla se me ponía la piel de gallina devolviéndome a aquel día lluvioso en el
que la vida se separó en un antes y un después para mí.
Las palabras de Anthony de hace mucho tiempo aún resuenan en mis
oídos mientras se las decía a Olivia que lloraba en silencio sentada en el sofá.
—No te prohibiré que la veas, pero Dios, no me pidas nada más de mí.
Nunca. No digas su nombre en esta casa. En lo que a mí respecta, ella no existe
para mí. Mi hijo, Olivia. Ella disparó a mi hijo. Nunca la perdonaré.
A pesar de todo esto, su matrimonio se mantuvo tan fuerte como siempre
con todos sus nietos visitándolos regularmente y pasándolo muy bien, a pesar
que Anthony camina con un bastón ahora después de una operación de cadera.
Según él, resultó herido cuando intentó practicar el movimiento de ballet de
Emmaline, pero ella lo niega.
Conociendo bien a ambos, siento que la verdad está en algún punto inter-
medio.
Se me escapa una risita, pensando en su vínculo que solo se ha hecho
más fuerte a través de los años. A él no le importa llamarla su nieta favorita.
—Desde que fue aceptada en Julliard, no tendré mucho tiempo para ec-
harla de menos. Por ahora, ella planea quedarse en casa.
Felicia se ríe.
—Sí, me sorprendería que viviera en otro lugar.
Sebastian asiente con la cabeza, palmeando suavemente la espalda de su
esposa antes de caminar hacia Emmaline, quien toma una foto en su teléfono
pero se queda quieta cuando lo ve de cerca.
Los dos se mueven incómodos cuando él finalmente habla.
—Felicidades, cariño. —Luego le da una caja con un lazo en la parte su-
perior—. No estaba seguro de si los necesitabas, pero parecía una buena opción
en ese momento.
De pie, con sus tacones plateados, se mete el teléfono en el bolsillo de su
vestido púrpura de graduación, y luego abre la caja.
La abre y saca un par de zapatillas de punta negras mate y las aprieta
contra su pecho mientras Sebastian explica.
—Sé que las gastas rápidamente, ya que haces ejercicio hasta que te
sangran los dedos de los pies. —Él frunce el ceño, claramente no está contento
con esto—. Pero quería dártelas como un amuleto de la suerte, ¿tal vez? Puedes
usarlas durante los exámenes o lo que sea que tengan en esta escuela de baile.
—Cuando termina, sus orejas están rojas y se aclara la garganta—. Estoy muy
orgulloso de tus logros, cariño. Quiero que lo sepas.
—Dios mío, papá, gracias. —Ella lo abraza con fuerza, y Felicia suspira
secando sus lágrimas, como siempre las tiene mientras los mira.
—Son adorables juntos, ¿no es así? Desde que le contamos la verdad.
Uno podría pensar que Felicia debería sentir resentimiento hacia mi hija.
Después de todo, salió de la nada para ella, sin mencionar el hecho de tenerme
siempre en su cara. Pero nada más que alegría llena su voz, y creo que es por-
que ama tanto a Sebastian y sabe lo importante que es para él.
Sus manos tiemblan cuando vierte el whisky en el vaso, solo para malde-
cir en voz baja y engullir el alcohol de la botella levantándose rápidamente y
derramando un poco en el suelo.
—¿Cómo has podido ocultármelo? —La ira se apodera de mí, pero él le-
vanta la mano para callarme—. Lo siento. Sé que es mi culpa. Dios, tengo una
hija —susurra y se deja caer de nuevo en el sofá, cubriendo su cara con la ma-
no mientras la botella probablemente se le clava en la piel.
—Y tiene casi cuatro años. —Sin saber cómo reaccionar ante la angustia
y la conmoción de sus palabras, decido tranquilizarlo y tal vez poner fin a su
sufrimiento.
—Tenía que contarte esto; es tu derecho. No tienes que formar parte de
su vida. Según los papeles, ella es la hija de Zachary, y ella…
—Ella es mi bebé, Phoenix. ¿Cómo puedes pensar que no querría ser
parte de su vida? —Se ríe amargamente—. No respondas a eso tampoco. Tu
desconfianza también está justificada. —Pasa un tiempo, y luego dice—: ¿Có-
mo le decimos la verdad?
Exhalando una pesada respiración, cierro las manos sobre mi regazo y
respondo honestamente, pensando solo en mi hija y no en la agonía que debe
experimentar mi exmarido.
—Cuando tenga la edad suficiente para entenderlo. No quiero herirla ni
confundirla.
Asiente, se lleva la botella a la boca y bebe con avidez.
—Eso es lo que haremos entonces.
Emmaline se enteró cuando cumplió dieciséis años y, para nuestra sorp-
resa, fue muy comprensiva al respecto; aunque pidió un tiempo a solas para
asimilarlo todo en su cabeza. Tardó un año en aceptar la información, y fue en-
tonces cuando empezó a llamarlo papá; aunque todavía con mucha dificultad.
Poco después pidió cambiar su apellido a Hale-King.
—Sé que querías que estudiara derecho. —Emmaline se echa hacia atrás
y se ajusta el birrete una vez más—. Así que significa el mundo.
Sebastian bufa, sosteniendo la caja bajo su axila.
—Simplemente sugerí que pensaras en el futuro.
Ella pone los ojos en blanco.
—Por favor, dejemos esta conversación antes que nos peleemos de nu-
evo, ¿de acuerdo? —Sebastian la abraza una vez más antes de alejarse y volver
a nosotros mientras ella saluda a alguien en la multitud y luego hace un gesto
con su cabeza hacia el edificio—. Tienen que entrar. El abuelo y la abuela ya
están allí esperándolos a todos. El tío Charlie y Nathan también están allí. —
Sonrío, recordando a la pareja que debe ser la gente más hilarante de este plane-
ta por la cantidad de bromas que pueden soltar en las situaciones más incómo-
das. Charlie finalmente le hizo la pregunta hace ocho años, y Nathan aceptó;
aunque todavía sigue viajando mucho debido a su trabajo.
Sebastian grita llamando a Daisy y luego rodea con su brazo a Felicia lle-
vándola al edificio.
—Cariño, ven con nosotros. La ceremonia está a punto de empezar. —La
niña se lanza hacia ellos comiendo su helado mientras los chicos vuelven a no-
sotros.
Fruncen el ceño, y yo sigo su mirada solo para parpadear sorprendida cu-
ando veo que Emmaline se echa a llorar, aunque intenta detenerlas limpiando
cada una de ellas antes que puedan arruinar su maquillaje.
—Hey —dice Ian, corriendo hacia ella y abrazándola, por un lado, mi-
entras Wyatt hace lo mismo desde el otro, sacando un pañuelo de su bolsillo y
recogiendo todas las lágrimas mientras ella se abanica la cara, respirando pro-
fundamente—. No llores, hermosa —le dice, e Ian asiente apretando su agarre
sobre ella—. Podemos ir a cambiarnos rápidamente en trajes si quieres. —Casi
la aplastan entre ellos. Ella podría ser mayor, pero no se sabría por lo altos y
musculosos que son en comparación con ella.
Es diminuta en sus brazos.
—No me importa tu ropa —susurra, y una vez que estoy frente a ella, le
acaricio la cabeza, levantando su rostro hacia mí y le pregunto en silencio qué le
pasa—. Me gustaría que papá estuviera aquí para verme graduada.
Mi corazón se agita dolorosamente en mi pecho odiando ver a mi hija tan
triste en su día especial, pero al mismo tiempo sabiendo que no puedo hacer na-
da al respecto.
No importa cuántos años pasen, ella siempre será la niña de Zachary.
Los gemelos se tensan también haciendo una mueca, porque saben que
cualquier cosa que digan será inútil, aunque Ian lo intenta de todos modos.
—Tampoco estará en nuestra graduación. Al menos todos los demás es-
tán aquí, ¿eh? —La aprieta una vez más—. Estamos aquí. Y somos jodidamente
increíbles.
Sin embargo, todos nos congelamos cuando una voz profunda y ronca
habla, casi retumbando en el espacio abierto y, como siempre, envía escalofríos
por mi espina dorsal despertando todo dentro de mí.
—Tu creencia en mí me asombra a veces. —Me doy la vuelta para ver a
Zachary de pie a unos metros de nosotros, con un traje gris que lo abraza como
una segunda piel, y suspiro pensando en lo guapo que sigue siendo; por no
mencionar cómo su abrumadora presencia se ha intensificado con los años.
Lleva un ramo de rosas en una mano y una bolsa de la compra en la otra.
Abre los brazos de par en par, dirigiéndose a Emmaline.
—¿Cómo iba a perdérmelo, nena? Ven aquí.
Emmaline chilla, se precipita hacia él y salta a sus brazos, envolviendo
los suyos alrededor de su cuello mientras él la atrapa abrazándola con fuerza, y
ella grita:
—¡Papá, estás aquí!
Se aferra a él unos instantes más antes de inclinarse hacia atrás y sonreír
ampliamente.
—Lo has conseguido.
—Por supuesto. —Él mira por encima de su cabeza a los gemelos—. Y
yo llegaré a los suyos también. Si se gradúan, claro.
Uno de los edificios de la empresa que poseen los King tuvo un incendio
ayer, así que tuvo que volar allí para comprobar los daños y, por suerte, nadie
resultó herido; pero no estábamos seguros que podría llegar a tiempo para Em-
maline.
Esperaba con todo mi corazón que pudiera, pero no lo habría tenido en
su contra si no lo hubiera hecho.
Los gemidos colectivos llenan el aire, y rápidamente se colocan detrás de
mí.
—Vamos, papá. Deja de hablar de educación.
—Entonces no deberías haberme dicho que no tienes intención de ir a la
universidad durante al menos dos años después de graduarte. —le responde con
un chasquido y luego besa a Emmaline en la frente
—Entra, hija mía. Apuesto a que todo el mundo te está esperando. —Le
da el regalo y las flores—. Llévalo antes de tu discurso de graduación. —Ella lo
aprieta por última vez antes de bailar hacia el edificio y empujar las flores en
los brazos de Ian.
No tengo que ver el regalo. Después de todo, los dos elegimos el collar
de zafiro para ella el otro día.
Nos saludan y la siguen rápidamente mientras me quedo quieta esperan-
do que mi marido se acerque a mí.
No lo hace de inmediato, oh no. Me examina de la cabeza a los pies, sus
ojos parpadean en apreciación mientras dice con su voz ronca:
—Está usted preciosa, señora King. —Se acerca hasta que las puntas de
sus zapatos tocan los míos—. Su marido habría sido un tonto si la hubiera dej-
ado sola aquí.
Mis cejas se levantan y le sigo el juego.
—¿En una fiesta de graduación? Creo que el público es demasiado joven
para mí.
La posesividad cruza su rostro mientras rodea mi cintura con su mano,
apretándonos tanto que sus músculos se clavan en mis curvas, toma mi barbilla
entre sus dedos.
—Siempre hay padres solteros. —Él se traga mi risa con su boca, abrien-
do la mía para su beso mientras nuestras lenguas se rozan, se me eriza la piel y
yo aprieto su camisa, sin importarme el público.
El beso es profundo, apasionado y hambriento, pero también suave por-
que no he visto a mi marido en mucho tiempo.
Al menos para nosotros.
Después que Lydia le disparara, los paramédicos llegaron en tiempo ré-
cord y seguí presionando la herida en el camino al hospital para que no se
perdiera más sangre rezando por un milagro, porque la pérdida era tan grave
que incluso los médicos no parecían esperanzados.
La operación duró horas. Más tarde me enteré que ninguna arteria impor-
tante fue lesionada, pero la hemorragia interna podría haber sido catastrófica.
Afortunadamente, el cirujano se encargó de eso, y Zach se despertó dos días
después con mi rostro lleno de lágrimas.
Nos casamos tres meses después, poco después que descubriera que está-
bamos embarazados de gemelos, en una ceremonia tranquila entre su familia y
sus amigos.
Volví a trabajar cuando los gemelos cumplieron dos años, mientras Zac-
hary siguió ampliando su imperio, asegurándose que pudiera seguir pasando ti-
empo de calidad con nosotros.
Zach y Sebastian siguen sin gustarse mucho; sin embargo, se mantienen
civilizados y, cuando Zach sostuvo a los gemelos por primera vez, comprendió
su error. No podía imaginarse que alguien no le hablara nunca sobre sus hijos.
Así que, por el bien de nuestra hija, hay una fría paz entre ellos, y final-
mente tiene una relación normal con su padre y su familia.
En general, la vida ha sido maravillosa, y no puedo esperar a ver qué más
nos depara.
—Eres imposible, Zach —murmuro contra su boca.
Él sonríe guiñándome un ojo.
—Por eso me amas.
—Lo hago. —Se queda callado, así que le golpeo el pecho con un puño,
y él se ríe.
—Yo también te amo, cariño. ¿Cómo podría no hacerlo? —Se inclina
para darme otro beso, y esta vez somos interrumpidos por fuertes silbidos y gri-
tos—. Que Dios me dé fuerzas para no matar a mis hijos —gruñe y me río mi-
entras se da la vuelta para mirar a los niños que están en las escaleras esperán-
donos.
—¿Van a venir o no? ¡No puedo graduarme sin mis padres! —Emmaline
grita, y empezamos a caminar mientras aprecio a mi familia y a esta hermosa
vida que estoy viviendo, yendo de la mano de este increíble hombre.
—Ven, cariño. Vamos a ver a nuestra hija durante su discurso y recemos
para que los gemelos no hagan alguna travesura que yo tenga que pagar.
Mi risa llena el edificio.

Zachary

Me siento en el sofá junto a mi mujer que está viendo a nuestros hijos re-
ír mientras Wyatt hace fotos de Emmaline; ella sostiene su diploma en el aire.
Le pongo la mano alrededor de su hombro y suspira de placer apoyando su mej-
illa en mi pecho.
—Creo que lo hemos hecho bien —susurra—, para dos personas daña-
das, ¿eh?
Una sonrisa se dibuja en mi boca y le doy un beso en la cabeza, mientras
escucho a mis hijos discutir.
—Emmaline, se me ha dormido el brazo de tanto hacer fotos. —Wyatt
mueve las cejas hacia su gemelo—. ¿Quieres abandonar este barco y hacer algo
realmente divertido?
Ian suspira aliviado.
—Jo… —Debe recordar rápidamente que estamos en la habitación con
ellos, porque lo cambia por—: Demonios, sí. ¿Qué tienes en mente?
—Son un asco, chicos. —Coloca su diploma sobre la mesa antes de qu-
itarse la toga y el birrete arruinando su cabello.
Los gemelos jadean, y uno de ellos se pone la mano en el corazón excla-
mando dramáticamente:
—Oh no. Has disparado una flecha directamente a mi corazón. —Él gi-
me, cae de rodillas y cierra los ojos—. No voy a sobrevivir a esto. —Él abre un
ojo y le pregunta a Ian—: ¿Qué estás esperando? Arrodíllate.
Se encoge de hombros.
—No quiero morir, así que asumamos que su flecha no me dio y fue di-
rectamente a ti.
Emmaline dice:
—Bueno, te lo mereces.
—Ya que nadie aprecia mis sacrificios, voy a saltar. —Wyatt se levanta
y chasquea los dedos—. Ahora, ¿quién quiere disfrutar de un helado en la terra-
za hasta que vayamos a la fiesta de después?
—No están invitados a ella.
—¿De verdad quieres rompernos el corazón así? —se queja.
Harto de esto, Ian los agarra por los codos y los arrastra al pasillo mient-
ras sus hermanos siguen discutiendo, aunque sabemos que es solo por diversi-
ón.
Emmaline los llevará a la fiesta, donde probablemente harán travesuras
rápidamente, y yo tendré que rezar para que la policía no aparezca en mi puerta
por otra de sus bromas.
He perdido la cuenta de la mierda que han hecho a través de los años, pe-
ro no podría quererlos más, aunque lo intentara. A veces pienso que Dios me ha
agraciado con una hija perfecta para equilibrar a mis hijos, cuyos segundos
nombres son problemas y travesuras.
Sí, lo hicimos bien, porque no importa lo que pase… nuestros hijos sa-
ben que son amados y siempre tendrán nuestra protección.
Las paredes de esta casa los recibirán siempre con brazos abiertos, listos
para escuchar sus alegrías y penas sin importar cuáles sean sus pecados.
Aunque, no me importará que vacíen el nido, para poder pasar el resto de
mi vida con la mujer que amo tanto que a veces me asusta.
Sin embargo, la vida me ha enseñado que tiene el poder de cambiar tan
rápidamente, así que, ¿por qué perder el tiempo en el miedo? En cambio, el
amor y la felicidad me llenan hasta el tope, disfrutando de cada momento, ya
que nunca sé cuándo puede ser el último.
La tierra donde los pecadores expían.
Creo que Phoenix tenía razón hace tantos años.
El paraíso existe aquí en la tierra; si tenemos suerte, nos dará la oportuni-
dad de expiar nuestros errores y obtener algo hermoso a cambio.
Mi familia es un regalo del cielo, y nunca voy a tomarlos por sentado, ni
a la mujer que me dio una oportunidad cuando la mayoría probablemente le
habría dicho que no debería hacerlo.
Si alguna vez tienes la oportunidad entre el infierno y la tierra donde los
pecadores expían…
Ve a la tierra donde los pecadores expían.
Es bastante bueno aquí.

Fin

También podría gustarte