The Land Where Sinners Atone - V.F. Mason
The Land Where Sinners Atone - V.F. Mason
The Land Where Sinners Atone - V.F. Mason
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Hada Elga
Hada Muirgen
Sinopsis
Érase una vez cuando ella se convirtió en mía. Mía para destruir.
Phoenix
—Es la última vez que te hacemos una oferta. Mi consejo es que la acep-
tes. La única razón por la que está sobre la mesa es porque has salvado la vida
de mi mujer —dice el fiscal del distrito, empujando el papel en mi dirección
mientras lo miro aturdida, odiando esta oficina cada vez más con cada segundo
que pasa.
El reloj hace un fuerte tic tac en la oficina, irritando mis nervios con el
tic tac tic tac como si se burlara de mí por tomarme mi tiempo cuando mi desti-
no ya está decidido.
Recordándome que toda mi vida depende de la decisión que voy a tomar,
que el tiempo se acaba, pero, ¿cómo puedo firmar el papel que me destruirá pa-
ra siempre?
El fiscal resopla exasperado, se ajusta las gafas en la nariz y me dirige
una mirada severa que no me recuerda en nada al hombre que caminaba por los
pasillos del hospital mientras yo realizaba varias pruebas en el cerebro de su
mujer durante mi último año de residencia psiquiátrica. Me di cuenta de un pat-
rón. Le habían diagnosticado esquizofrenia durante años, pero no encajaba con
todos los resultados hasta que descubrí que los otros médicos habían cometido
un error y que todas las alucinaciones de las que hablaba eran causadas por el
tumor oculto en su cerebro.
Mi abogado me da un codazo dolorosamente en el costado, sacándome
de los recuerdos y cambio mi atención a él.
Es un hombre calvo de mediana edad que lleva un traje negro demasiado
ajustado y unos zapatos de cuero desgastados que han visto días mejores. Su
maletín tiene varios agujeros; es un milagro que no se caiga a pedazos.
El Sr. Rick tamborilea nerviosamente sobre la mesa, claramente harto de
mi comportamiento, ¿quién podría culparlo? El estado de Nueva York me lo
asignó, ninguno de los abogados famosos quería trabajar conmigo. Como me
dijo uno de ellos, habría sido un suicidio social y profesional. Incluso mi propio
abogado, que prometió apoyarme en todo, me rechazó.
Mi propio abogado es mi marido.
Nadie quería proteger a una asesina despiadada.
O al menos eso es lo que todos piensan de mí.
Se dirige a mí, con la voz vacía de cualquier emoción, como siempre,
aunque no me extraña que tenga el labio superior curvado de disgusto cada vez
que me mira.
—Señorita Hale, de esta manera tendrás de diez a quince años en lugar
de cadena perpetua sin libertad condicional. Tienen los mejores abogados del
mundo; sin mencionar que todos están de su lado. El juez y el jurado no te dej-
arán salir de esa sala como una mujer libre. Especialmente considerando que no
estás confesando. Entonces, ¿por qué nos harías pasar por ese infierno por na-
da?
—Ellos —son los Kings, una de las familias más influyentes del mundo,
cuyo patrimonio neto varía entre los diez a quince mil millones de dólares. Su
misión es castigarme tanto como sea posible.
Creen que me lo merezco por haber matado a su preciosa nuera, la espo-
sa de Zachary King.
No pasará un día sin que te arrepientas de lo que hiciste. La prisión es
solo el comienzo, Phoenix.
Sus palabras resuenan en mis oídos cada vez que su nombre surge, sus
atormentados ojos verdes aparecen en mi mente.
De todos modos, ¿qué puede hacer peor? Ya me quitó todo lo que amaba
y lo pisoteó antes de quemar los cimientos de mi mundo.
Solo me quedan las cenizas de la vida que una noche tan descuidadamen-
te destrozó.
Me aclaro la garganta y hablo a través del dolor.
—Yo no lo hice. ¿Por qué nadie me escucha? —Mis palabras son apenas
audibles, pero las han oído, porque ambos exhalan con fuerza. Sin embargo, su
silencio es una respuesta en sí misma, ¿no?
Esa es la reacción que obtengo siempre que intento defenderme, un silen-
cio que bien podría haber sido un grito, ensordeciéndome por la intensidad de
su odio.
Apretando mi falda entre las manos, me limpio las palmas sudorosas en
ella y me pregunto cómo ha cambiado el material en los últimos seis meses.
La mayor parte de mi ropa quedó destrozada cuando Sebastian la rom-
pió, gritando que nunca debió creerme, y luego recogió sus pertenencias, deján-
dome sola en nuestro lujoso ático.
Unos días después, recibí los papeles del divorcio a través de su aboga-
do; el amor de mi vida, que me había prometido el mundo, no quería saber nada
de mí.
Puff.
Así de fácil, el cuento de hadas se hizo añicos.
Y solo tengo un desgastado traje que ponerme.
—Phoenix, no tienes pruebas que respalden tu declaración. Ellos sí, pero
yo te creo. —Un jadeo de sorpresa se escapa de mis labios mientras levanto la
mirada hacia el fiscal, y él sonríe con tristeza—. Por eso te digo que aceptes el
trato. Tienes veintinueve años, toda tu vida por delante.
Apenas contengo la risa hueca que amenaza con escaparse, porque sen-
cillamente… a partir de ahora, no tengo vida.
Zachary King me la arrebató.
Pero a pesar de lo que todo el mundo cree, y me grita a la cara que estoy
mejor en el infierno por lo que he hecho… sigo queriendo vivir, desesperada-
mente. Tal vez para demostrar a la gente que no merezco todas sus acusaciones,
aunque las pruebas me señalen.
¿Y qué tan tonto es eso?
Con manos temblorosas, tomo el bolígrafo y firmo el papel, el sonido de
los arañazos resuena en la habitación y pongo el último clavo en mi ataúd.
Soy una superviviente de muchas cosas, pero incluso los supervivientes
saben cuándo rendirse.
Capítulo 2
—El amor solo ocurre una vez en la vida. Y como tal, destruiré a quien me
lo arrebató.
~Zachary
Zachary
Phoenix
♦♦♦
El fuerte timbre resonando en la celda me despierta poniéndome la piel
de gallina. Al instante, un dolor de cabeza me invade, recordando mi falta de
sueño anterior, y hago una pequeña mueca de angustia.
Oigo fuertes gritos en el pasillo junto con golpes.
—Todos, levántense. Desayuno en cinco minutos. —La cerradura se gira
y las puertas se abren mientras las mujeres de la celda se levantan.
Haley tuerce el cuello de lado a lado, haciendo que los crujidos resuenen
en el espacio.
—Esa maldita guardia nueva es tan ruidosa que me sorprende que aún
tenga voz.
La mujer rubia se ríe ante esto, y noto su mirada fija en mí, levantando la
barbilla en mi dirección.
—Me llamo Sara. —Señala a la señora mayor que sigue roncando—. Esa
es Kathy. No soy tan amable como ella. —Casi suelto una carcajada histérica
ante esto, porque, ¿no fue la supuesta mujer amable la que me puso un cuchillo
en la cara anoche? —. Así que, si nos traes alguna mierda, te cortaré el cuello.
—Hace el movimiento de corte en su cuello—. Y puf, te habrás ido.
—Tendrías que llegar a mi arteria para eso —digo, balanceando mis pies
en el suelo y notando lo hinchadas que están mis piernas. Anoche no tomé sufi-
cientes líquidos y ahora estoy pagando el precio por ello. Moviendo los dedos
de los pies de un lado a otro, tardo un segundo en darme cuenta que ambas me
están mirando fijamente, así que me explico—. Si quieres que alguien muera rá-
pidamente, tienes que ir por la arteria. El sangrado será tan severo que les será
imposible sobrevivir. Al menos, no he conocido a nadie que haya vivido hasta
ahora en mi vida.
Y probablemente no lo haga, porque mi carrera de medicina ha termina-
do. No hay luz al final del túnel para mí sobre esto. Cuando este encarcelamien-
to termine, nadie me dará un trabajo.
Un sueño por el que me he dejado la piel ha desaparecido en un abrir y
cerrar de ojos.
Sara se frota la barbilla y pregunta:
—¿También mataste a alguien en el pasado y te atraparon recientemente
por otro crimen?
—Soy médico. —Me corrijo interiormente y gimo ante mi estupidez por
haberlo expresado así. Lo último que necesito es añadir otra muerte a mi reputa-
ción.
Pero, de nuevo, tal vez en un lugar como este, esa reputación podría ser
lo que me salve. O darme el estatus de inmunidad ante algunos de los reclusos.
Quién quiere amenazar a un asesino, ¿verdad?
Sin embargo, prefiero mantener el hecho que me especialicé en psiquiat-
ría para mí. En circunstancias normales, la gente podría sentirse incómoda en
mi compañía, pensando que estudio todos sus movimientos.
Además, aún sé cómo curar a alguien, porque recibí la misma formación
médica que todos los demás en mis primeros ocho años de estudio, así que,
¿qué tan difícil será fingir?
Ambas parpadean y luego se encogen de hombros, golpeando la puerta y
haciendo un gesto con la cabeza hacia ella. Haley dice:
—Vamos a comer. Kathy… —Se dirige a la mujer, sacudiendo un poco
su hombro hasta que finalmente sus ojos se abren—. El desayuno está listo.
Kathy se hace a un lado y aparta la mano, indicando silenciosamente que
no está interesada, creo.
Las mujeres comparten una mirada y luego arrastran los pies hacia la pu-
erta, y rápidamente las sigo, colocando mi mano en mi estómago cuando su fu-
erte estruendo llena la celda.
No he comido nada desde la noche anterior, y en mi estado, no es reco-
mendable, pero entonces las salas del tribunal no proporcionaban mucha comi-
da, y me las arreglé para comprarme un sándwich antes que el juez congelara
todas mis cuentas, recogiendo dinero de ellas para pagar mi multa.
Combinado con el hecho que Sebastian me dejó sin un céntimo, una vez
que salga de la cárcel, no tendré reputación, ni pasado, ni nada.
Incluso el futuro como mujer libre me parece deprimente, ¿y qué tan trá-
gico es eso?
Al salir al pasillo, veo a otras reclusas saliendo de sus celdas, todas con
el asqueroso uniforme naranja, pero extrañamente todas están súper tranquilas.
Algunas de ellas incluso se sonríen entre sí y se ríen, mientras que otras balan-
cean los brazos hacia delante y hacia atrás como si se estiraran al caminar.
Me encojo por dentro ante el ambiente lúgubre. Las paredes grises y neg-
ras se ciernen sobre mí como una fatalidad lista para golpearme en cualquier
momento, mientras que los diferentes olores que flotan en el aire me recuerdan
a la casa de acogida donde la comida siempre estaba podrida, pero a nadie le
importaba una mierda.
Sabían que tendríamos que comerla de todos modos si queríamos vivir, y
nunca se podía discutir con un poder así.
El ruido de los platos, tenedores y cucharas de plástico resuenan en el
aire, acompañado del fuerte zumbido de las voces, cuando entramos en la zona
de la cocina.
Todos se alinean junto al buffet donde dos mujeres con delantales y
sombreros blancos colocan la comida en las bandejas de todos con expresiones
completamente aburridas en sus rostros.
Sara y Haley agarran una, y yo sigo su ejemplo, haciendo todo lo posible
por no hacer una mueca cuando veo a una de las cocineras limpiarse el sudor de
la frente antes de revisar el pollo y las albóndigas con los dedos sin guantes. La
otra se limpia la nariz con un delantal antes de hacer puré de patatas una vez
más.
Está claro que la sanidad ha abandonado el edificio aquí, y debo aprender
a lidiar con todo ello, olvidando mis anteriores hábitos de lujo.
Aun así, no tocaré el pollo.
Dándome la vuelta para evitar inspeccionar más a las cocineras y su ma-
nipulación de la comida, mi mirada choca con una de las mujeres que están sen-
tadas junto a una mesa en la esquina a la derecha.
Tiene el cabello y los ojos negros con una piel pálida en la que destacan
varias cicatrices junto con tatuajes. Es tan dolorosamente delgada que el unifor-
me le queda extra holgado, pero mete su tenedor en la comida mientras me es-
canea de pies a cabeza como si evaluara al enemigo.
O a su próxima víctima, según se mire.
Varias mujeres de su mesa, un poco más musculosas que ella, siguen su
mirada y la centran también en mí mientras muerden con dureza su comida an-
tes de susurrarle algo a la mujer de cabello oscuro.
Ella desestima lo que le dicen con un gesto de la mano y aparta su mira-
da de mí, pero no antes que una emoción ilegible cruce su rostro.
¿Tiene algún problema con todas las recién llegadas o solo conmigo?
Pero, de todos modos, ¿quién conoce las reglas de este lugar? He oído
historias horribles de lo que pueden hacer a alguien en la cárcel. Sin embargo,
prefiero dar a todos, el beneficio de la duda, y tal vez la vida aquí no sea la
constante necesidad de sobrevivir entre las bestias salvajes que no pueden espe-
rar a saborear tu carne.
—Será mejor que no desafíes a Lori —dice Sara directamente en mi
oído, y me estremezco, agitando la bandeja un poco mientras cambio mi atenci-
ón a ella—. Ella es una hija de puta mala. Sin mencionar que tiene autoridad
incluso entre los guardias. —Se inclina más cerca, susurrando las últimas palab-
ras—. Ella podría matarte y hacer que parezca un accidente.
Haley le da una palmada en la espalda a Sara, haciendo que se gire hacia
ella, y aprieta los dientes:
—Deja de chismorrear, chica, antes que nos metas en problemas. —Lu-
ego me mira, con una advertencia brillando en sus ojos—. Y deja de mirar a la
gente. A nadie le gusta eso. Ocúpate de tus asuntos si quieres mantener tu boni-
ta cara intacta. —Con esto, pone su bandeja en la mesa mientras llegamos al
buffet y acepta todo lo que la mujer le da. Incluso se frota las manos vertigino-
samente cuando ve las patatas, que deben ser sus favoritas. Sara tampoco recha-
za ninguna comida.
Les dan de comer todos los días, ¿no? A juzgar por las ganas que tienen,
empiezo a preguntarme si han pasado hambre o algo así. Esto no saldrá bien en
mi condición actual.
Una vez que llega mi turno, la señora sumerge el cucharón en la sopa y
la vierte apresuradamente en el plato, derramando un poco en la esquina, y
prácticamente la golpea sobre mi bandeja con tanta fuerza que apenas la sosten-
go.
—Gracias —digo.
Pero ella solo resopla y grita:
—Siguiente.
Me dirijo a la sección de pan y agarro una rebanada antes que la segunda
señora coloque el pollo y las patatas en otro plato y me lo entregue. Luego llega
la selección de bebidas, si es que elegir entre agua y zumo de naranja puede lla-
marse así, tomando mi agua, sigo a las chicas solo para detenerme bruscamente
cuando Sara mira por encima de su hombro.
Me mira fijamente y sisea:
—¿Qué demonios crees que estás haciendo?
Me aclaro la garganta y señalo con la barbilla la mesa a la que iban, ya
que es la única vacía en todo el comedor.
—Seguirte a la mesa para desayunar.
Vuelven a compartir una mirada y luego estallan en carcajadas. Mis cejas
se fruncen ante esto mientras la inquietud me recorre. ¿Qué tiene de gracioso lo
que he dicho?
Finalmente, Sara da un suspiro y chasquea el dedo en dirección a la me-
sita que hay junto al cubo de basura, cerca de la puerta trasera de la cocina, lo
que significa que probablemente todos los olores pasan por allí, sin mencionar
lo sucio que está el piso, debido a varias manchas. Entonces me informa:
—Eres una novata sin ninguna puta clase aquí ni amigos, querida. Ese es
tu lugar. El hecho que Kathy no haya dado una mierda para enseñarte quién es
el jefe no significa que seas uno de los nuestros.
Varias mujeres miran en nuestra dirección, la excitación asoma en sus oj-
os, probablemente en previsión de una pelea… en caso que me niegue a escuc-
har. Deben carecer de entretenimiento aquí, así que por qué no disfrutar de la
pelea de gatas, ¿no?
Excepto que no he participado en ellas desde la casa de acogida, donde
una de las chicas destruyó mi proyecto de ciencias a propósito y perdí el premio
de cien dólares.
—De acuerdo —respondo, marchando hacia la mesa y dejándome caer
sin gracia sobre el asiento.
Exhalo pesadamente, conteniendo la urgencia de tocar mi espalda y lla-
mar la atención sobre mi condición que he mantenido en secreto durante estos
meses. En cambio, me doy unas palmaditas en el estómago, lista para darle algo
de sustento.
Tal vez incluso coma el pollo que casi flota en la grasa a pesar de mis an-
teriores reservas. No sobreviviré ni me nutriré bien comiendo solo carbohidra-
tos. Sumerjo la cuchara en la sopa, me la llevo a la boca y me dispongo a pro-
barla a pesar del asqueroso olor cuando una sombra cae sobre mí.
Levanto la vista y veo a una mujer rubia que me sonríe intensamente,
con sus dientes blancos brillando tanto que me pregunto cómo no me ha cega-
do. Se sienta frente a mí, apoyando los codos en el borde de la mesa.
—¡Hola! —dice con su voz dulce y azucarada, que debería aliviar la ten-
sión en mi interior pero que, extrañamente, solo la aumenta. El maquillaje de su
rostro es impecable, con las líneas de delineado tan simétricas que uno podría
sentir envidia de tales habilidades, y su ceja perfectamente recortada se eleva—.
¡Eres nueva aquí!
Esbozando una sonrisa, le tiendo la mano, aunque todo en mi interior me
grita que no lo haga, pero ignoro mi instinto. De todos modos, no se ha portado
bien conmigo últimamente, porque, ¿no me dijo que confiara en la justicia y en
la ley para demostrar que soy inocente?
Vaya, el mundo me ha demostrado que estoy equivocada.
Sin esperar a que responda a esa valoración, se inclina más hacia mí.
—Me llamo Veronica. Soy… digamos una persona que mantiene todo
esto… — Hace girar el dedo en el aire—, en conjunto. Asigno trabajos y cosas
así en función de las habilidades de cada uno. —Frunciendo el ceño, ya que me
parece extraño, finalmente tomo una cucharada de sopa y casi me ahogo con el
sabor a tomate podrido en mi boca, con tanta sal y pimienta que es un milagro
que no me queme la garganta.
Superando mi reflejo nauseabundo, me la trago y me la limpio rápida-
mente con agua mientras Veronica suspira con fuerza, asintiendo con la cabeza.
—Sí, chica. La comida aquí es horrible. Por eso deberías ayudarme y ser
nuestro médico de cabecera. Te ganarás muchos favores de los internos y te lle-
varás algún capricho.
Parpadeo ante esto, sin saber qué decir, porque todo esto es tan… inusu-
al.
¿Es así como funciona la vida en una prisión? Para sobrevivir, tienes que
trabajar para alguien, ¿y es posible que te den algo a cambio? ¿Fue la clase de la
que hablaron Sara y Haley?
—Bueno… —Empiezo, solo para ser interrumpida cuando oigo a algui-
en ahogarse violentamente en la distancia, y al instante mi atención se centra en
la mujer junto a las puertas, rodeando su garganta con las manos mientras lucha
por respirar.
Antes de pensarlo, me precipito hacia ella con Veronica siguiéndome,
nuestros zapatos golpeando con fuerza el suelo, y alcanzo a la mujer en un tiem-
po récord.
Trato de rodear su pecho con mis manos para ayudarla a escupir lo que
sea que esté bloqueando su respiración, pero ella niega con la cabeza, tropezan-
do más hacia el pasillo vacío, la sigo de todos modos, dirigiéndome a Veronica
que está parada a mi lado.
—Por favor ayúdame con ella. Podría morir por falta de oxígeno. —A
pesar de llevar casi seis meses fuera de combate, mis instintos médicos natura-
les se activan y empiezo a contar en mi cabeza los segundos para asegurarme
que podemos ayudarla a tiempo.
Me acerco a ella de nuevo, pero se aleja más de mí, lo que no tiene nin-
gún sentido. Si ella apenas se sostiene, ¿por qué huye de mí?
En todos mis años de práctica, nadie ha rechazado nunca la ayuda, sino
que ha suplicado que alguien haga algo, quedándose quieta o temblando tan fu-
erte que podía sentir físicamente su pánico.
¿Tiene alguna aversión a los médicos o qué?
La agarro por la manga, lista para arrastrarla hacia mí, cuando deja de
ahogarse y en su lugar envuelve su mano alrededor de la mía, tirando de mí ha-
cia el interior de una habitación que no había notado antes.
Con un grito fuerte, entro volando en la habitación y me golpeo doloro-
samente la espalda contra una de las paredes mientras la mujer desconocida ent-
ra junto con Veronica y dos mujeres más que no había visto antes.
—¿Qué es esto? —susurro, y Veronica sonríe, sacando algo de su bolsil-
lo, y doy un grito ahogado cuando me doy cuenta que es un cuchillo.
Todas los demás sacan sus propias armas, dos cuchillos más y una pesa-
da cadena junto con nudillos de bronce. ¿Cómo pueden tener todas estas cosas
si los guardias confiscan todos los objetos punzantes incluso antes de entrar en
la prisión?
Pero, de nuevo, ¿por qué me sorprende algo a estas alturas, realmente?
Veronica se adelanta, ladeando la cabeza mientras su mirada me recorre
antes de sonreír.
—Por lo general, no hago una mierda como esta en el primer día de algu-
ien. Demasiada atención en ti tal como estás —Mueve su cabello hacia atrás
mientras sus ojos enmarcados con pestañas largas revolotean hacia mí—. Pero
se pagó un precio tan alto por ti, así que… no pude resistirme.
¿Un precio muy alto?
¿Quién pagaría por esto…?
Un grito sale de mi garganta cuando una patada llega a mi columna, y so-
lo entonces me doy cuenta que una de las mujeres está detrás de mí. Caigo de
rodillas, sosteniendo mi estómago mientras el miedo se hunde en cada hueso de
mi cuerpo. Levantando mi cabeza hacia Veronica que se cierne sobre mí, movi-
endo el cuchillo entre sus dedos, le suplico con un tono tembloroso.
—Por favor, no hagas esto. Estoy… —Lo que sea que quiero decir se
transforma en un gemido de dolor cuando ella agarra mi cabello con un puño,
tirando de él con tanta fuerza que parece que lo está arrancando de mi cuero ca-
belludo, mientras las otras dos mujeres agarran mis brazos, impidiendo mover-
me.
Veronica se inclina más cerca, su aliento abanica mi mejilla mientras
presiona la punta de su cuchillo contra mi barbilla, clavándolo un poco. Lo sufi-
ciente como para causar un escozor, pero no lo suficiente como para causar un
daño permanente.
—Pagó cinco millones por ello. —Sus ojos brillan de emoción y se lame
los labios, deslizando el cuchillo un poco hacia un lado, y esta vez hago una
mueca de dolor, porque la excavación es más aguda, encontrándose con mi
mandíbula—. ¿Quién te odiará tanto como para pagar esta clase de mierda? No
pude negarme. Me preparará para la vida una vez que esté fuera de aquí. A to-
das aquí.
Guiña un ojo a sus amigas mientras todas murmuran:
—Claro que sí.
—Por favor, no lo hagas —vuelvo a repetir, aunque sé que es inútil.
La forma en que algunas personas piensan, actúan, reaccionan… es tan
diferente a la nuestra y, sin embargo, todo lo que hacen tiene algún sentido para
mí, casi hace que parezcan de otro planeta.
Y todos estos conocimientos adquiridos en la universidad me permiten
comprender que Veronica nunca me hará caso, ya que el dinero que recibió por
ello es demasiado tentador para ella.
Codicia.
Una fuerza poderosa en este mundo que la gente adinerada, como Zac-
hary King, utiliza para atraer a la gente a cometer actos despreciables.
—Dijo que no le importa lo que hagamos mientras tu sufras. —Ella se
ríe, el sonido envía escalofríos por mi espalda por lo siniestro que es—. Siemp-
re y cuando no te matemos, por supuesto. —Agarra mi barbilla con fuerza, sus
uñas raspan mi piel, y con fuerza gira mi cabeza de lado a lado, examinándola
mientras tiro de mis manos, pero no sirve de nada—. Creo que deberíamos em-
pezar por tu cara. Eres demasiado hermosa para este lugar. ¿No es así, chicas?
—Todo el mundo asiente, y solo entonces me doy cuenta que no he intentado
gritar pidiendo ayuda.
Así que, abriendo la boca, grito:
—¡Que alguien me ayude! —Pero se convierte en un grito de agonía cu-
ando Veronica desliza el cuchillo hacia mi mejilla, atravesando mi piel y cor-
tando mi mejilla desde la mandíbula hasta la frente, el dolor es tan fuerte por un
segundo que me olvido de respirar mientras todas a mi alrededor se ríen.
—Aquí, aquí. Problema uno, resuelto. —Me empuja, y siento la sangre
goteando en el suelo, y la mujer que supuestamente se estaba asfixiando se
acerca y me da un fuerte golpe en la cara, una, dos, tres veces, y aunque el dolor
es tan fuerte, sigo retorciendo las manos, queriendo huir, porque puedo soportar
que me desfiguren.
De todos modos, mi belleza no tiene ningún significado para mí. Pero no
puedo permitir que dañen otras partes de mi cuerpo.
—Por favor —susurro, apenas capaz de mover la mandíbula por su agre-
sión, pero vuelven a reírse, sujetándome con las manos mientras la mujer sigue
golpeándome hasta que Veronica le da un codazo y se pone de nuevo delante de
mí.
—Bueno, al final me recuerda a un moretón gigante. Te pareces más a
nosotros, cariño. Puedes agradecérmelo después. —Chasquea los dedos—. Pe-
arl, ven aquí con la cadena. Vamos a ver tu trabajo. —Luego se dirige a otra
mujer—. Mercy, vigila la puerta conmigo. Puede que ahora grite más fuerte.
Pagó al guardia que vigilaba esta zona, pero no podemos arriesgarnos a que na-
die entre aquí.
Dios mío.
¿Cuánto me odia este hombre para sobornar a cualquiera en esta prisión
para que me traiga miseria?
O tal vez estoy haciendo la pregunta equivocada.
¿Es posible que un hombre ame tanto a una mujer que esté dispuesto a
casi matar a otra para castigarla por su muerte?
¿Cuán desalmado o con el corazón roto tienes que ser?
Sin embargo, la realidad no me deja pensar mucho en esta cuestión filo-
sófica, cuando Pearl balancea la cadena de un lado a otro frente a mí, y jadeo
cuando la envuelve en sus puños, ordenando a otras dos mujeres:
—Levántenla. —Lo hacen, aunque presiono hacia abajo, demasiado
asustada para moverme por temor a un castigo mayor, y en esta posición puedo
proteger mi estómago antes que llegue la ayuda.
Alguien debe pasear por este pasillo, ¿no? Algún guardia no remunerado
que se preocupe por el bienestar de las reclusas, aunque la mayoría de estas per-
sonas no se consideren más que basura bajo las uñas de la sociedad.
A la fuerza, me levantan, y es entonces cuando llega el primer golpe. El
filo de la cadena conecta con mi frente, dejando seguramente una huella y ex-
tendiendo una agonía instantánea a través de mí, el dolor viaja tan rápido que es
un milagro que no me desmaye por el shock.
—¡No! —grito, pero solo golpea de nuevo, mientras intento apartarme
de ella para presentarle mi espalda, no mi estómago.
Por favor, Dios, por favor. No mi estómago.
—No me he divertido tanto desde la última vez que maté a alguien —di-
ce Pearl, envolviendo la cadena alrededor de mi cuello y conectando el extre-
mo, privándome de oxígeno por un segundo mientras sonríe alegremente—. Di-
os, como echaba de menos esto.
Veronica habla desde la puerta, con un tono de acero.
—No te olvides de ti misma. Pagó por el dolor, no por su muerte. Por no
hablar que no quiero pasar más tiempo en este infierno.
Pearl frunce el ceño, su agarre sobre mí aumenta, y aprieto mis puños,
luchando por respirar, mis pulmones casi se encogen dentro de mí, y finalmente
me suelta, dando un paso atrás mientras trago aire solo para gemir mientras la
agonía me recorre, recordándome de su abuso.
Es una maravilla que ninguna de ellas me haya roto nada, aunque por la
sangre que resbala por mi cara, no puedo estar segura de ello. El cuerpo huma-
no es muy inteligente; durante el estrés, podemos agruparnos en nuestro interior
y afrontar las dificultades, sin reconocer el dolor que tiene la capacidad de ma-
tarnos.
Solo pensamos en la supervivencia y centramos toda nuestra fuerza en
ella, pero una vez que se acaba… es cuando el cuerpo comprende realmente to-
do el alcance del daño que se le ha hecho.
Me dejo caer al suelo, tosiendo. La sangre sale de mi boca, lo que indica
que podría tener una hemorragia interna. Pongo mi mano sobre mi estómago,
frotándolo ligeramente y rezando para que un milagro aparezca aquí y me salve.
—Nosotros también queremos divertirnos. —Las dos mujeres de la parte
de atrás hablan antes que una de ellas me clave un cuchillo en el omoplato, ha-
ciéndome arquear la espalda y gritar, para luego caer de frente cuando una de
ellas me patea con fuerza.
Ruedo rápidamente hacia un lado mientras ellas siguen dándome patadas
una y otra vez, haciéndome un ovillo, sin importarme lo que me hagan en otras
partes del cuerpo.
El zumbido en mis oídos comienza y mi vista se vuelve borrosa. Apenas
me mantengo consciente, probablemente por todo el sangrado, y tengo tantas
ganas de dormir, pero sé que no puedo hacerlo.
Bajo ninguna circunstancia puedo sucumbir a la llamada de mi interior
que dice que me deje llevar y permita que este cruel destino gane.
Te protegeré. Siempre te protegeré.
Veronica grita y ordena:
—Viene alguien. Rápido, vamos. —Las patadas se detienen, y una de el-
los se inclina, saca el cuchillo, y siento cómo mi sangre caliente resbala por mi
espalda, abriendo la herida. Por el dolor y la ubicación, dudo que haya tocado
un vaso sanguíneo importante, pero a estas alturas, cualquier herida puede ser
catastrófica para mí.
Sus botas golpean fuertemente el piso que vibra debajo de mí, y en el si-
guiente segundo, escucho el clic de la puerta. Todo lo que puedo hacer es qu-
edarme aquí y frotar mi estómago, luchando por respirar.
Mis ojos se abren y se cierran, mi vista se vuelve más y más borrosa con
cada parpadeo, y entonces oigo de nuevo el clic de la puerta. Una voz sorpren-
dida murmura:
—Dios mío. —Y la persona corre hacia mí, cayendo de rodillas, cernién-
dose sobre mí. A través de mi visión borrosa, reconozco a Lori—. ¿Qué te han
hecho, chica? —pregunta, y luego grita sin esperar mi respuesta—: ¡Dena! Lla-
ma a los guardias, —grita pidiendo ayuda—. Está sangrando.
Me las arreglo para agarrar su mano, usando todas mis fuerzas para apre-
tarla, aunque siento como mi cuerpo se hunde lentamente en el olvido que dice
mi nombre cada vez más fuerte.
—Por favor —le suplico, y ella me hace callar.
—No digas nada, chica. La ayuda está en camino. Aguanta.
Aunque estoy agradecida por lo que está haciendo, necesito que me es-
cuche.
—Mi pantalón está mojado —le informo, y frunce el ceño mientras mira
entre mis piernas.
Me da unas palmaditas en las manos, con mucha suavidad, como si tuvi-
era miedo de provocarme más dolor.
—No pasa nada. Le pasa a todo el mundo. Lo pagarán. —Un tono extra-
ño recubre su voz—. Esa perra no pudo resistir el precio. Debería haber espera-
do que fuera tan estúpida como para hacerlo.
Demasiado lejos como para preocuparme por las implicaciones de sus
palabras, vuelvo a apretar su mano y susurro:
—Estoy embarazada de seis meses. Y acabo de romper aguas. Por favor,
ayúdame a salvar a mi bebé. —Al fin expreso mi condición por primera vez a
alguien, ya que nadie escuchó lo que tenía que decir antes, permito que la oscu-
ridad me reclame, arrullándome con la eterna promesa de rendición a cambio de
paz.
Por un momento en el tiempo.
♦♦♦
Mis párpados se abren de golpe. Veo una luz brillante por encima de mí
y los cierro de nuevo, haciendo una mueca de dolor. Respiro en una mascarilla
mientras varias máquinas suenan a mí alrededor, el olor a antiséptico me hace
estremecer la nariz.
Una enfermera está de pie a mi lado, escribiendo algo en la tableta que ti-
ene en sus manos, pero luego jadea cuando su mirada se posa en mí.
—Estás despierta. —Aprieta el botón sobre mi cabeza mientras intento
susurrar a través de mi garganta seca que pide desesperadamente líquido.
—Agua. —El aire se atasca en mis pulmones cuando el más mínimo mo-
vimiento me hace doler, recordándome todo lo que me pasó en esa habitación.
Un gemido se escapa de mis labios.
—Shh —dice la enfermera y aprieta la pajita contra mis labios, lo que
me permite beber un poco, aunque todavía me duele—. No hables, cariño. Te
rompieron la mandíbula y la nariz. Afortunadamente, nuestro médico se las ar-
regló para arreglarlo todo. Se está curando muy bien. No deberías tener ningún
daño duradero por eso. —Sus dedos rozan mi cara vendada—. Aunque no estoy
segura de la herida. Es realmente profunda. Pero el médico dijo que debería de-
saparecer con el tiempo. —Luego elabora más—. Llevas casi una semana en
coma inducido por el médico. Teníamos miedo de la inflamación de tu cerebro,
pero por suerte ya está todo bien.
¿He estado inconsciente tanto tiempo?
Antes que pueda preguntarle por mi bebé, oigo fuertes pasos y luego un
médico se cierne sobre mí, sonriéndome, aunque no le llega a los ojos.
Mi corazón se detiene, porque soy médico, o lo era.
Sé lo que significa.
—Mi bebé —susurro, sin esperar a que hable, porque sé lo que dirá. O
más bien prolongará lo inevitable.
Y aunque sé qué tipo de palabras brotarán de sus labios, sigo permitiendo
que la esperanza revolotee dentro de mí, agarrando el sentimiento con fuerza,
porque es lo único que me estabiliza en el presente.
—¿Qué tal si empezamos con…?
Lo interrumpo.
—Mi bebé.
El arrepentimiento cruza su rostro antes de compartir una mirada con la
enfermera y finalmente murmura, cada palabra me apuñala con un cuchillo in-
visible que se adentra más y más en mí.
—El bebé era prematuro. Intentamos salvarlo, pero estaba demasiado dé-
bil. Lo siento, Phoenix. Está muerta.
—No —susurro y luego trato de levantarme, lo que solo provoca más do-
lor, pero eso me importa una mierda.
¿Qué es el dolor comparado con la rotura de mi corazón en pequeños pe-
dazos mientras mi preciosa niña, mi bebé, el bebé que quise durante tanto tiem-
po, mi único rayo de sol en este mundo, está muerto?
La enfermera me empuja por los hombros mientras el médico grita:
—¡Tenemos que sedarla! —Pero no me importa, y tiro de mis brazos,
solo para encontrarlos sujetos.
Llorando sobre la almohada, sacudo la cabeza de un lado a otro, inten-
tando liberar mis manos de las esposas de cuero que me mantienen atada a la
cama. Quiero alejarme de este hospital, el lugar que destruyó a mi niña.
La han matado sin ningún tipo de remordimiento.
El dolor me sofoca tanto que no puedo introducir aire en los pulmones ni
clamar a Dios por esta injusticia, por darme la espalda cuando sabía que no ha-
bía hecho de lo que todos me acusaban.
Con toda esta crueldad que el cielo me dio, ¿por qué no pudo mantener a
salvo a mi bebé? ¿Por qué tuvo que llevársela también?
En toda esta agonía, otro rostro aparece en mi cabeza junto con sus vací-
os ojos verdes atravesando mi alma con cada mirada que promete retribución
por mis acciones.
Me convertiré en tu peor pesadilla. Sangrarás y llorarás… pero incluso
entonces, no será suficiente para mí.
Zachary King.
Un hombre al que odiaré hasta mi último aliento.
Capítulo 4
—Nada me produce mayor placer que su sufrimiento.
Hasta el punto de olvidar quién soy con tal de asegurar su dolor.
El dicho es cierto, después de todo.
El mal no nace. El mal se hace.
~Zachary
Zachary
Phoenix
♦♦♦
Sospechoso
Zachary
Phoenix
Phoenix
Las puertas de la prisión suenan con fuerza cuando paso por delante de
ellas. El guardia que está detrás de mí pregunta:
—¿Lista para la libertad, Hale? —Me empuja un poco con el codo, apar-
tando mi mirada de las puertas blindadas que me recuerdan a las del Hades,
manteniendo a todas las almas pecadoras encerradas en un solo lugar mientras
el dios maligno lo gobierna.
—Tanto como puedo—, respondo, mi tono indiferente, y me estremezco
un poco bajo el fuerte viento, odiando como mi traje descolorido, el mismo que
llevé en la última audiencia en la fiscalía, apenas sirve para protegerme de este
clima.
—Seguro que hay muchos planes, ¿eh? Vi un programa de televisión
sobre ti. Dijeron que perderte fue devastador. Hiciste maravillas incluso en tus
años de residencia.
¿Lo hicieron?
Es curioso que lo recuerde todo de forma muy diferente, hasta el jefe del
hospital que me citó en su despacho con la junta directiva presente para infor-
marme que me retiraban la licencia.
¿Qué fue lo que dijo mientras todos los ojos me miraban con escrutinio y
juicio, murmurando comentarios sarcásticos en voz baja mientras cantaban cu-
ánto dinero podría costarles “mi pequeña situación”?
—La investigación policial demostró que conducías bajo los efectos del
alcohol, justo después de salir de la cárcel. Lo que significa que podrías haber
estado borracha mientras trabajabas con el paciente. Así no funcionamos —di-
ce, bajando la mirada y revolviendo entre papeles—. Phoenix Hale, su licencia
queda revocada, y a partir de hoy, ya no trabajará en este hospital ni en ningún
otro.
Apenas reprimo la risa amarga que amenaza con deslizarse de mis labios
mientras las puertas suenan con fuerza, irritando mis nervios cuando finalmente
comienzan a abrirse, tan dolorosamente lentas que me pregunto si lo hacen in-
tencionadamente.
Disfrutad de vuestra libertad, imbéciles, pero no antes que ralenticemos el
tiempo para vosotros una última vez.
El guardia sigue hablando, o bien no se da cuenta de mi desinterés por
esta conversación o bien le importa una mierda mi deseo. Probablemente ambas
cosas, a juzgar por mi experiencia en este lugar.
—No puedes esperar a volver al trabajo, ¿eh?
—Difícilmente. No tengo licencia médica. Y de todos modos no la qui-
ero. —Me imagino todos los rostros de las personas que acudieron a mi audien-
cia, que se hizo pública por algún motivo a pesar de toda la prensa, cuántos fa-
miliares de mis pacientes vinieron, y cada uno de ellos le dijo al juez lo loca
que estaba. De acuerdo, tal vez simplemente explicaron cuan implacable era ca-
da vez que quería comprender completamente el diagnóstico de mis pacientes y
si era adecuado para ellos. Según ellos, les trajo el caos a la vida y, a veces,
pensaron que yo no estaba estable.
Por lo visto, a nadie le importaba una mierda que mi obsesión ayudara a
sus familiares. Solo basándose en ese comportamiento, el juez llegó a la conclu-
sión que debía beber constantemente en el trabajo, o al menos de eso me acusa-
ban todos.
Me rompí el culo por ellos, y nadie vino a apoyarme. ¿De qué sirve en-
tonces hacer el bien, si al final todos lo usaron en mi contra?
—Bueno, creo que…
La puerta se abre por fin, y lo miro por encima del hombro, sin molestar-
me siquiera en dejarlo terminar:
—Adiós. —Y con esto, doy mi primer paso hacia la libertad, el sol brilla
intensamente sobre mí mientras el viento me golpea con fuerza, agitando mi
chaqueta hacia atrás, pero una sonrisa curva mi boca, dando la bienvenida al
frío.
Cierro los ojos, levantando la cara, y respirando el aire fresco que incluso
sabe a libertad.
Porque con el chasquido de las puertas de hierro a mi espalda, sé que esa
parte de mi vida ha terminado.
Mi cuerpo y mi alma siempre albergarán cicatrices que me lo recuerden,
cicatrices que sangrarán y sangrarán sin medicación ni palabras para calmarlo.
Aunque el cielo es de un azul claro, incluso los pájaros no vuelan ni pian
con fuerza, disfrutando del hermoso día.
El rugido de un automóvil en la distancia llama mi atención a la carrete-
ra, donde veo un vehículo conduciendo rápidamente en mi dirección, casi bor-
roso, y jadeo sorprendida, queriendo alejarme de él. Sin embargo, no puedo ha-
cer nada más que quedarme congelada, los sonidos me recuerdan a otro
vehículo.
Y el inevitable choque que siguió con la mujer tendida en el pavimento,
desangrándose hasta morir.
Palmeando mi cabeza, rezo para que las voces desaparezcan y así la de-
bilidad que me mantiene inmóvil se aleje, permitiéndome distanciarme del
vehículo, pero no funciona.
Apretando los ojos, espero como una oveja a punto de ser sacrificada, y
entonces el fuerte sonido de los neumáticos sobre el pavimento me devuelve al
presente. Concentro mi mirada en la punta del parachoques cuando el auto se
detiene a unos centímetros de mí.
Tragando más allá de la bilis en mi garganta, primero me fijo en la pintu-
ra oxidada del vehículo y en varios golpes. Hay una grieta en el parabrisas, co-
mo si alguien le hubiera tirado una piedra. Hay más arañazos en los paneles la-
terales, de las llaves, supongo, ya que hay escritas unas cuantas palabras no
muy halagadoras.
El claxon del auto me sobresalta, haciéndome saltar en mi lugar, y pongo
mi mano en mi pecho, respirando con dificultad mientras mi mirada se posa en
el conductor, quien me saluda con la mano.
Como me quedo congelada en el sitio, exhala con fuerza y sale del auto,
siendo su cabello rosa lo primero en lo que me fijo. Se coloca los lentes de sol
sobre la cabeza, mostrando sus ojos verdes, que extrañamente no combinan con
su ropa completamente negra. Está tan pálido que casi puedo ver cada vena de
su cuello, y sus dos brazos tienen tatuajes en las mangas que sobresalen de la
camiseta que lleva.
Chasquea los dedos hacia mí, señalando con el índice. —Phoenix Hale,
¿verdad? —Asiento y me guiña un ojo, señalando el vehículo—. Entonces sube,
nena. Estamos a punto de ir a casa. —Parpadeo confundida al verlo, pensando
en alguna pista de cómo podría conocer a este tipo, pero no se me ocurre nada.
Debe leerlo en mi cara, porque se ríe, presentándose.
—Mi nombre es Rafe Baker. Soy el hermano de Sara. Ella debe haberte
hablado de mí.
Dios mío, ¿cómo he podido olvidarlo?
Sara casi me presionó para que aceptara quedarme en su casa, alegando
que tenía su habitación disponible para mí mientras averiguaba qué hacer. To-
dos mis bienes personales se repartieron con Sebastian y luego se vendieron pa-
ra pagar una parte de la multa que me asignó el Estado. No tengo nada de valor
a mi nombre, y aunque Lydia prometió demandar al Estado para obtener una
compensación, podrían pasar años antes que vea algo de ese dinero de vuelta. Si
es que alguna vez lo veo.
Lo que significa que no tengo dinero ni un lugar donde quedarme. Lydia
se ofreció, pero nunca acepté.
Nadie necesita extraños en su casa. Esa es una dura verdad que nadie qu-
iere compartir por miedo a sonar como un imbécil.
—Ella lo hizo. Solo que no sabía que te había llamado.
Rafe levanta la ceja.
—Si Sara decide algo, puedes apostar tu culo a que se hará realidad. —
Sí, tengo que estar de acuerdo con él en eso, ya que la terquedad de la mujer
asomó su cabeza en todo su esplendor cuando se negó a ir al hospital para tratar
su nariz rota—. Así que, vamos. He oído que alguien ha filtrado a la prensa que
vas a salir hoy, y a no ser que quieras que todo esto… —Levanta la mano de ar-
riba abajo en el aire—, salga en todos los periódicos del país, tenemos que irnos
a la mierda. —Ante el recordatorio de la prensa, me apresuro a hacer lo que me
dice; puedo resolver los arreglos más tarde. Afortunadamente, me abrocho el
cinturón de seguridad justo un segundo antes que arranque el auto. Mi espalda
se aprieta contra el asiento mientras él acelera, moviéndose tan rápido que es un
milagro que pueda respirar por el viento que me golpea a través de las ventanas
abiertas.
Está claro que el tipo no tiene frío, ya que actúa como si estuviéramos en
pleno verano.
—Gracias —digo, enderezándome en mi asiento y pulsando el botón pa-
ra cerrar la maldita ventana antes que me resfríe—. Por llegar a tiempo.
Agita la mano como para decirme que no le dé importancia antes de pul-
sar otros botones, y una música lenta resuena en el espacio cerrado, llenándolo
con un ritmo familiar; solía escuchar esta canción todo el tiempo mientras pre-
paraba mis exámenes en la universidad.
—Oye, no importa lo que hayas hecho, todavía tienes derechos.
Mis cejas se fruncen ante esto, porque parece que quiere decir que aun-
que haya matado a alguien, está bien que lo haya hecho.
Y no sé, quizás sea la verdad, pero no me parece normal después de años
en los que la gente me ha tratado peor que a la suciedad bajo sus pies.
—Si tú lo dices.
Se ríe.
—Seamos francos, ¿de acuerdo? —Gira la cabeza hacia mí, sus piscinas
llenas de diversión mientras acelera un poco “el máximo de su coche alcanza
casi los ciento cuarenta”—. No me importa lo que hayas hecho o dejado de ha-
cer. Si Sara confía en ti lo suficiente como para darte su habitación, no puedes
ser mala en mi libro.
—¿Por qué confías en su instinto?
—Sí, mi hermana no es una santa e hizo algunas cagadas en su vida. Pe-
ro ella nunca me pondría en peligro o algo peor. Sin embargo, por encima de to-
do, es la confianza en su juicio. —Y ese es el final de la conversación por aho-
ra, parece, porque sube el volumen, la música se mezcla con el fuerte silbido del
viento casi arrojándonos en un espacio parecido al vacío.
Sin embargo, no puedo evitar pensar en las palabras que me dijo con tan-
ta facilidad.
Confianza.
Todo se reduce a eso, ¿no?
Si amas a alguien, confías en él.
Si la persona amada dice que no lo hizo… ¿no deberías al menos darle el
beneficio de la duda?
Sí, mucha gente se aprovecha de eso, haciendo actos horribles y aun así
haciendo sufrir a sus seres queridos por ello, presentando una fachada que mu-
estra su bondad, aunque sean personas malvadas.
Pero en mi caso, mis seres queridos nunca tuvieron una razón para no
creer o confiar en mí.
Sin embargo, cada uno de ellos me traicionó.
Y en esto, incluso cuando recupere mi licencia médica… y probablemen-
te algunas de esas personas mostrarán remordimiento —los conozco lo suficien-
te como para esperar eso—, nunca confiaré en ellos.
Destruyeron mi corazón una vez, y eso es una vergüenza para ellos.
Pero si dejo que lo hagan de nuevo… será una vergüenza para mí.
♦♦♦
Me sobresalto y abro los ojos de golpe cuando el auto se detiene brusca-
mente, haciéndome rodar hacia delante, pero el cinturón de seguridad me reti-
ene.
—Ya hemos llegado —anuncia Rafe, apagando el auto y echando un vis-
tazo a la pequeña bolsa negra que tengo en el regazo—. ¿Eso es todo lo que ti-
enes?
Mis mejillas se calientan por la vergüenza, mis dedos se clavan con dure-
za en el cuero, aunque no hay forma de escapar de la verdad.
—Sí.
Tres años de prisión y una pequeña bolsa que contiene mis cuadernos y
mis documentos… todo lo demás fue destruido por Sebastian en su furia.
—Eso es una mierda —es todo lo que dice Rafe antes de salir del auto
mientras lo sigo, haciendo una mueca de dolor por el entumecimiento de mis pi-
ernas por haber estado sentada tanto tiempo. Creo que me quedé dormida apro-
ximadamente a una hora de camino. Me estiro un poco mientras mis ojos evalú-
an la vista a mí alrededor.
O la falta de ella, en realidad.
Estamos en un barrio mugriento. Lo adivino por los repugnantes olores
que flotan en el aire de los edificios de varios pisos y ladrillos agrietados que
nos rodean. Algunas pinturas de grafitis, bastante bonitas a su manera, están
manchadas en las paredes, y veo gente sentada junto a las entradas, fumando
porros y bebiendo cerveza.
Varios perros y gatos callejeros deambulan por los alrededores junto con
niños que juegan en un parque infantil que ha visto días mejores, a juzgar por el
columpio roto y la arena sucia. Además, la carretera que nos rodea debe estar
llena de baches, ya que hay varios agujeros en ella.
Desde el primer nivel, donde hay una ventana abierta, oigo un fuerte gri-
to femenino:
—¡Otra vez estás malgastando tu dinero! No gano suficiente dinero para
esta mierda.
—¡Cállate la boca, Marissa! —le grita alguien, y lo sigue un fuerte gol-
pe.
Rafe pone los ojos en blanco, moviendo los dedos mientras caminamos
en dirección al segundo edificio de donde provienen los gritos.
—Te acostumbrarás a la pareja de locos. Creo que discuten todos los dí-
as.
—¿Y siguen juntos? —pregunto—. Debe ser amor verdadero.
Se ríe.
—Creo que me vas a gustar, Phoenix. —Pasamos junto a tres hombres
que juegan a las cartas y beben cerveza, y Rafe los saluda—. ¡Hola, chicos! Es-
ta es Phoenix. Vivirá aquí a partir de ahora. —Me miran brevemente y se enco-
gen de hombros—. No se metan con ella. —Rafe me arrastra por el codo al in-
terior del edificio. El aire se congela en mis pulmones cuando el olor a cebolla y
algo más mezclado llena mis fosas nasales, haciéndome casi sentir arcadas.
Subimos las escaleras, y lo hago con cuidado, notando varios escalones
rotos en el camino. Me pregunto hasta qué punto es seguro este edificio, porque
las paredes tiemblan con cada sacudida de aire.
Una vez que estamos en el quinto piso, un estrecho pasillo con piso de
madera se abre a innumerables puertas a ambos lados.
Una vez más, se oyen diferentes ruidos, desde llantos hasta risas, pasan-
do por gritos y maldiciones. Solo hay una bombilla en todo el pasillo, que se
enciende y se apaga, creando un ambiente oscuro que en otro tiempo me habría
puesto la piel de gallina.
Excepto que, en la cárcel, a veces no había luz, así que no me importa.
Finalmente, llegamos al apartamento casi al otro extremo del pasillo, y
Rafe hace girar las cerraduras.
—No prestes atención al desorden. —Y entramos con él encendiendo la
luz, y mi mandíbula casi se cae al suelo.
Porque es imposible que no le preste atención a eso.
Lo primero que aparece a la vista es la pequeña sala de estar conectada a
la cocina por su mostrador en forma de nido, donde hay innumerables cajas de
comida repartidas entre él y la mesa de centro del salón.
La ropa está esparcida por todo el sofá, el televisor tiene varias manchas
en la pantalla que parecen ketchup, y el fregadero está lleno de platos sucios,
aunque no tengo ni idea. Según la imagen que se me presentó, parece que todo
lo que hace es pedir comida para llevar.
El zumbido del frigorífico resuena en el apartamento mientras el olor a
basura estropeada flota en el aire, haciendo que los olores anteriores palidezcan
en comparación.
Veo un pequeño pasillo que conduce a tres habitaciones más, y Rafe lo
explica antes que pueda preguntar.
—Una de ellas es un baño. —El pavor me invade al imaginar lo que me
encontraré allí si el tipo no se molesta en las otras partes de su apartamento, y
me envía una tímida sonrisa—. Siento mucho el desorden. Acabo de tener los
exámenes parciales, así que ya sabes.
¿Es un estudiante? Sara nunca mencionó eso sobre él. Lo único que decía
de su hermano era que era muy inteligente, y que si usara su cerebro sabiamen-
te, podría haber llegado a algún sitio.
Pero si estudia en la universidad, ¿a qué otros lugares quiere que vaya?
—¿Qué carrera?
—Informática.
Me burlo de él.
—Así que eres un mago en lo que respecta a la tecnología.
La diversión y algo más aparecen en sus ojos, pero desaparecen tan rápi-
do que no tengo tiempo de captarlos.
—Se puede decir que sí. O aprendo a serlo.
—Buena suerte. —De repente me siento tan cansada que quiero sentarme
o tumbarme y no pensar en nada. Incluso en el desorden que probablemente
limpiaré dentro de poco porque soy una maniática de los gérmenes y no podré
funcionar alrededor de todo esto.
Por no hablar del olor. La libertad no debería oler así.
—¿Dónde está mi habitación?
Se toca la frente antes de decir:
—Primera habitación. —Saca las llaves de su bolsillo sonando ruidosa-
mente y entregándomelas—. Sara tiene la norma que no debo entrar en ella. No
la he tocado, pero tiene sábanas limpias en el segundo cajón y algo de ropa tam-
bién. —Me escanea de pies a cabeza, mordiéndose el labio inferior—. Creo que
sois más o menos de la misma talla.
Cierto.
Por muy humillante que sea, no tengo nada de ropa y, a menos que tenga
algo de dinero a mano, tendré que pedirle prestada alguna de las suyas.
Gracias, Sara.
Me dirijo hacia ella, introduciendo la llave, cuando me llama:
—Phoenix. —Giro la cabeza hacia él mientras se apoya en el mostrador,
sin importarle que el ketchup le manche el codo—. ¿Tienes dinero?
¿Será eso un impedimento para el trato? Debería haber sabido que cuan-
do estuviera a punto de dormir un poco esto pasaría. Algo siempre me lanza una
bola curva como para recordarme que no hay paz para mí.
—No.
Asiente, como si lo esperara.
—Ya que estás corta de dinero y no tienes ninguna mierda, ¿te gustaría
ser camarera?
—¿Camarera? —pregunto, un poco sorprendida con su propuesta.
Se encoge de hombros.
—Este mes he conseguido otro trabajo como autónomo por Internet y me
pagarán más que como camarero, pero me imaginé que te vendría bien un traba-
jo. He hablado con Herb, el dueño, y no le importa. Siempre que sepas lo que
estás haciendo.
—Lo sé —digo rápidamente, pensando que es casi demasiado bueno pa-
ra ser verdad, así que debería tomar la oferta con ambas manos y aferrarme a el-
la—. Fui camarera en la universidad. —Entre otras cosas, para poder pagar co-
sas.
Creo que en algún momento la gente me preguntaba si dormía, ya que
veían mi cara en la cafetería por la mañana y en el bar por la noche.
Sonríe alegremente, dando una palmada.
—Entonces está decidido. Empezarás mañana.
Se da la vuelta y luego maldice en voz baja, arrancando un pañuelo de
papel de la caja y limpiándose el codo, pero se detiene cuando le digo:
—Gracias. No tenías que hacer eso.
—Ah, cariño. ¿Cómo no iba a hacerlo? Todos necesitamos un poco de
ayuda a veces.
Al entrar en la habitación, cierro la puerta tras de mí y me apoyo en ella
mientras veo una cama, una cómoda y una mesa junto con el armario colocado
en ella; no es que esperara otra cosa de Sara.
Y en ese momento, me deslizo hasta el suelo, escondiendo la cabeza ent-
re las rodillas mientras las lágrimas corren por mis mejillas; la única prueba que
estoy viva.
Todos necesitamos un poco de ayuda a veces.
¿No es esa la verdad? Incluso si esta ayuda viene de extraños en los que
la mayoría del mundo nunca habrían confiado.
Tengo una segunda oportunidad en esta vida.
Y tengo la intención de utilizarla sabiamente, haciendo todo lo posible
para ayudar a atrapar al asesino en serie incorporando toda la experiencia profe-
sional que poseo.
Pero no porque quiera justicia por lo que me hicieron, aunque eso tambi-
én es importante.
No, quiero justicia por mi niña.
Mi pequeña que no sobrevivió a la indiferencia que esta sociedad me de-
mostró.
♦♦♦
Zachary
El auto se detiene junto al oxidado edificio, cuyas paredes están tan agri-
etadas que es un milagro que aún no se haya derrumbado a nuestros pies, y pul-
so el botón, permitiendo que la ventana se deslice hacia abajo.
Toda mi atención se centra en la mujer que está en el balcón del quinto
piso, con su cabello oscuro ondeando en distintas direcciones mientras toma
aire una y otra vez, como si no pudiera llevar suficiente aire fresco a sus pulmo-
nes.
Lleva una simple camisa blanca que probablemente no la protege del aire
frío, pero su risa resonando en la noche puede atestiguar que no le importa.
Sus llamativos ojos marrones, manchados de dolor y tristeza permanente,
son invisibles para mí desde esta distancia, pero los he memorizado a partir de
innumerables videos y fotos que he visto de ella.
¿Acaso su risa se refleja ahora en sus piscinas, lavando el dolor que hice
lo posible por infligirle?
¿O el cuchillo invisible que le clavé en el corazón hace tres años y me-
dio, cuando le quité a su hija, sigue manando sangre y provocando su agonía?
—Jefe —dice James, mi conductor, y me mira por encima del hombro—.
Ya hemos llegado. ¿Debo esperarlo o…? —Echa una mirada al lugar—, ¿o se
va a quedar a pasar la noche?
Una risa divertida casi se desliza de mis labios ante la implicación de sus
palabras. ¿Cree que Phoenix es una de mis innumerables mujeres que me ayu-
dan a satisfacer mi necesidad de sexo, que mi cuerpo anhela, pero mi corazón y
mi alma permanecen fríos en el proceso?
Quien dice que se puede sufrir en silencio tiene razón, pero ni siquiera el
sufrimiento puede apagar las necesidades básicas del cuerpo humano.
Aunque la sorpresa de James es válida, ya que todas las mujeres que
adornan mi cama viven en una de las zonas más caras de Nueva York, pertene-
cientes a la élite de Manhattan. Algunas de ellas incluso han mostrado sus rost-
ros para diversas revistas debido a su fama.
Ninguna de ellas necesitaba a Zachary King para elevar sus estatuas en la
vida, pero todas querían que me convirtiera en algo más que su compañero de
cama a pesar que les dejara clara mi postura en múltiples ocasiones.
El amor ocurre una vez en la vida, y yo ya he amado en esta vida. Enton-
ces, ¿qué sentido tiene empezar una relación con alguien si no va a ir más allá?
Que pérdida de tiempo para mí, pero sobre todo para la mujer.
Extrañamente, ninguna de ellas compartía mis sentimientos y me malde-
cía cada vez que la aventura terminaba, alegando que yo era un idiota. Pero, de
nuevo, no era nada que un poco de joyería pudiera arreglar.
Hasta la próxima.
Nunca podré empezar una nueva relación en la que se espere amor de mí.
James se aclara la garganta de nuevo, llamando mi atención y le respon-
do:
—Vámonos a casa. —Él asiente con la cabeza y arrana el auto, luego
acelera mientras llega a la carretera principal, todo mientras cientos de escenari-
os de cómo puedo encontrarme con Phoenix Hale se reproducen en mi mente.
Y en cada uno de ellos, al final de todo, me escupe a la cara y me grita
que la deje en paz, porque no puedo imaginar otra cosa.
Nunca querrá ayudarme, pero trabajar con ella es la única manera de en-
contrar al verdadero asesino, porque su obsesión es Phoenix. No necesito tener
un pasado con asesinos en serie para reconocer las señales.
Nuestras primeras veces son siempre tan importantes para nosotros, ya
que nos asientan en el camino que elegimos. Todavía puedo saborear en mi len-
gua la victoria de mi primer negocio internacional, ganando mi primer millón,
recordando como la emoción sacudía todo mi cuerpo, y como por fin podía dic-
tar lo que sucedía en la empresa.
Principalmente, tenía el poder de vetar cada vez que papá quería incluir a
alguien en la junta directiva de la familia de su puta esposa, a quien he logrado
ignorar la mayor parte de mi vida adulta.
Ya han metido sus manos en el negocio familiar; después de todo, papá
los hizo accionistas, y para sus codiciosos culos, eso debería ser suficiente.
Phoenix estará de mi lado de un modo u otro; no tendrá elección, y no
me importa utilizar lo que sea necesario para lograr ese objetivo.
Mi teléfono suena en el bolsillo y lo saco, sonriendo, mientras lo deslizo,
sabiendo que es una videollamada. Una niña de tres años y medio me mira con
los ojos marrones de su madre y, extrañamente, con mi cabello oscuro.
Me sonríe, los hoyuelos se muestran en sus mejillas mientras me lanza
un beso.
—¡Papá! —grita, riéndose—. ¡Te he llamado! —lo dice como si fuera el
mayor logro del planeta, y en cierto modo lo es.
Al fin y al cabo, su niñera -y una de las mías en su día, Patience- se en-
carga de todas las llamadas y esconde el teléfono de mi hija, que tiene tendencia
a llamarme en los momentos más inoportunos, pero siempre contesto, hablando
con ella hasta que se aburre.
Ella es lo más importante en esta vida para mí, y tiene prioridad por enci-
ma de cualquier cosa o persona.
—Sí, lo hiciste. ¿Robaste el teléfono de Patience otra vez?
Apoya la barbilla en la mano y suspira profundamente.
—Yo no robo, papá. ¡Tomo prestado! —dice, frunciendo el ceño un po-
co, pero luego se levanta de un salto, y veo que sus dedos se mueven mucho y
bloquean la cámara antes que vuelva a aparecer, de pie a unos metros de la cá-
mara y girando de un lado a otro. Su tutú rosa rodea su cintura mientras agita
los bordes—. ¡Mira mi vestido, papá! —exclama, tragándose algunas de sus pa-
labras ya que su lenguaje aún no es muy claro—. ¡Ballet! —anuncia y luego vu-
elve corriendo al teléfono, acercándose tanto que todo lo que veo son sus fosas
nasales—. Mañana empiezo, papá. ¿Vendrás? —pregunta y luego vuelve a ajus-
tar el teléfono, parpadeando con una súplica en sus ojos, y mi corazón se aprieta
dolorosamente aunque no debería.
Todo lo que mi hija quiere en esta vida, lo consigue.
Después de todo, es la princesa del castillo.
—Por supuesto. No me lo perdería, pequeña.
Me devuelve la sonrisa y abre la boca para decir algo más, y es entonces
cuando oigo a Patience jadear en la distancia con su voz retumbante.
—¡Jovencita, no te escapas de mí y me robas el teléfono!
—¡Prestado! —la corrige y luego baja la voz, susurrando—: Adiós, papá.
Hasta mañana. —Y desconecta el teléfono antes que Patience pueda verla con
él.
Sin duda, lo encubrirá todo y actuará como si no lo hubiera tocado, haci-
endo que la niñera se cuestione su cordura y el trabajo que apenas aceptó. Se lo
rogué, porque nunca podría confiar en nadie más que en ella para vigilar al rayo
de luz de mi vida.
A papá le encantaba extrañamente pasar tiempo con ella y llevarla a vari-
os lugares, afirmando que, como abuelo, era su deber para con mi primogénito.
James se ríe desde el frente, captando mi mirada en el espejo.
—Va a ser un manojo de nervios cuando crezca.
Sí, lo será, y pienso estar a su lado pase lo que pase. Espero que algún
día, cuando tenga la edad suficiente para comprender el alcance de la situación,
mi hija pueda perdonarme por lo que he hecho en el pasado.
Emmaline Katherine King.
Mi hija y la de Phoenix, por quien convoqué a los mejores especialistas
en pediatría del mundo para asegurar que sobreviviría, y lo hizo a pesar que las
probabilidades no estaban a su favor. Mi chica es una luchadora.
Como su madre.
Si Phoenix no acude a mí en busca de justicia, lo hará por nuestra hija,
aunque me odie.
Imagino que ese odio se amplificará por mil una vez que sepa la verdad
sobre Emmaline.
Nuestra hija.
Nuestra, porque que se joda Sebastian Hale por darles la espalda; de to-
das formas no tiene derechos en lo que a ella se refiere, a menos que busque una
prueba de ADN, y eso nunca ocurrirá.
No si su madre está de mi lado.
No podrá reclamarlos, ni siquiera cuando ella sepa la verdad, y no creo
que Phoenix pueda perdonar nunca su traición.
Hasta que todo esto termine, Phoenix me pertenece, para siempre bajo mi
protección, una parte de mí.
Nadie me quita lo que me pertenece.
Especialmente no Sebastian Hale.
Capítulo 8
—Dicen que es posible amar y odiar a una persona al mismo tiempo.
Y creo que es cierto.
Incluso el amor verdadero puede convertirse en odio si la persona a la que
amas te arroja al pozo del infierno y nunca miró atrás.
~Phoenix
Phoenix
—Odio las matemáticas. Las odio, las odio, las odio. —murmuro en voz
baja, apoyando la pesada mochila en mi hombro, y reanudando mi paseo por el
barrio al atardecer, intentando caminar por la amplia acera bajo las duras lu-
ces de la calle—. Debería haber dicho que no a la profesora Meghan.
En lugar de eso, acepté hacer una tarea extra en la escuela para subir
mi nota, porque necesitaba una puntuación perfecta para que la Sra. Thomson
firmará el formulario de permiso para que pudiera asistir a un viaje escolar.
Pero ahora, vuelvo a casa más tarde de lo habitual, y durante el invier-
no, está tan oscuro afuera que mis entrañas tiemblan de miedo, y estoy cons-
tantemente vigilando mi espalda, con una pesada piedra en la mano por si al-
guien viene hacia mí.
Levanto más la bufanda para bloquear el duro viento y casi respiro ali-
viada cuando veo el viejo parque infantil iluminado por la luz de la calle.
Pasando por este estrecho camino, me ahorraré diez minutos y llegaré a
casa justo a tiempo para la cena sin que la Sra. Thomson se queje por ello.
Veo una figura a lo lejos y detengo mis movimientos, sorprendida que
haya alguien, y entonces acelero el paso, dispuesta a huir. Pero entonces vuel-
vo a mirar, y mis ojos se abren de par en par cuando reconozco al chico de ha-
ce dos años de pie en el paseo de cemento, con un abrigo negro que casi se lo
traga entero y un traje negro, sus zapatos brillando bajo la luz.
Me vuelvo hacia él y levanta la mirada hacia mí.
—El nombre está aquí. —Solo entonces me doy cuenta que está mirando
la palabra escrita en él, y asiento con la cabeza, decidiendo mantenerme para
mí que escribo el nombre de vez en cuando cada vez que lo veo desaparecer.
Los ojos del niño siempre me han perseguido, y pensé que se pondría
triste si alguna vez volvía aquí y no veía el nombre de su madre en él.
—Al menos ella vive aquí —dice antes de acercarse a mí, y doy un res-
pingo cuando una fuerte ráfaga de viento me hace retroceder unos pasos. Si no
fuera porque su mano me atrapa el codo, probablemente me habría caído de
espaldas—. Y tú sigues aquí.
Le sonrío, ajustándome mejor el gorro en la cabeza, y suspiro cuando el
frío ya no se filtra en mis oídos.
—Vuelvo de la escuela.
Su ceja se levanta.
—¿A esta hora?
—Clase extra para terminar el examen. —Decido no molestarlo con mi
vida, porque no parece interesarle y, además, es muy incómodo hablar con él
ahora mismo.
Es guapo, y mis mejillas se encienden, pensando que ninguno de los chi-
cos de la escuela puede compararse con él.
—¿Qué haces aquí? —Es imposible que viva en este barrio, y al echar
un vistazo a la carretera, veo a James esperándolo junto al auto.
—Mi madre murió hace dos años. —Parpadeo, mientras la tristeza me
invade, junto con el dolor por él—. Vine a despedirme de ella.
—¿Adiós? —Esta debe ser una de las conversaciones más extrañas que
he tenido, pero lo absorbo todo, sin importarme nada.
El chico y nuestro anterior encuentro siguen siendo una de las mejores
aventuras para mí, y es el único que me ha mostrado amabilidad, así que ni si-
quiera me importa perderme la cena para escuchar sus pensamientos.
—Me voy a estudiar al extranjero hasta que termine la carrera. —Mis
cejas se fruncen, y él debe haberlo notado, porque me da un golpecito con el
dedo en el puente de la nariz—. Papá no soporta que odie a su mujer y a sus
nuevos hijos.
—Entonces, ¿te envía lejos? —No puedo imaginar cómo debe doler eso;
Cada vez que los padres de varios hogares de acogida me daban la espalda, me
ponía a llorar y me dolía tanto que ni siquiera me daba hambre.
¿Pero su propio padre no lo quiere? ¿Cómo es posible?
—Mejor yo que ella, supongo. ¿O debería decir ellos? —Se encoge de
hombros—. No importa. —Mira por última vez el nombre en el pavimento y se
marcha hacia su conductor mientras los copos de nieve empiezan a caer sobre
nosotros rápidamente, y yo suelto una risita, abriendo los brazos.
—¡Dios mío, está nevando! —exclamo, olvidándome momentáneamente
del chico mientras salto en alto y doy vueltas, tratando de atrapar todos los co-
pos de nieve—. ¡Nevando! —Casi nunca nieva antes de Navidad, y estoy dispu-
esta a gritar a los cuatro vientos mi alegría por ello.
Abro la boca para atrapar algunos de ellos en mi lengua y solo entonces
veo como el chico todavía me mira fijamente, sus ojos verdes me estudian du-
rante tanto tiempo que me sonrojo un poco pero espero que no lo vea, porque,
¿qué estúpido sería eso?
—Disfrutas de las cosas más simples —susurra antes de señalarme con
el dedo. Frunciendo el ceño, me acerco y luego parpadeo sorprendida cuando
él alcanza mi mochila, la abre y saca un cuaderno y un bolígrafo—. Probable-
mente me voy a arrepentir, pero aquí está mi dirección. Escríbeme si quieres.
¿Como ser amigos por correspondencia?
Mi mejor amiga, Paloma, tiene uno en París. Lo conoció cuando se fue
de vacaciones con sus padres, y dice que desde entonces intercambian cartas.
¿Cómo de genial es eso?
Lo deja todo dentro y se dispone a salir corriendo cuando grito:
—Espera. —Se detiene, mirando por encima del hombro, y yo arranco
rápidamente parte del papel, garabateo mi dirección en él, pero en lugar de mi
nombre real, pongo otro.
Se lo doy y él lo agarra, lo dobla y se lo mete en el bolsillo del abrigo.
—Esto es rarísimo —es todo lo que comenta al respecto—. Pero ya que
mantienes el nombre de mi madre, te debo una. —No entiendo lo que quiere de-
cir con eso, pero no tengo la oportunidad de preguntar, ya que casi corre hacia
el auto y se mete dentro con una última mirada hacia mí.
Y después de eso, se marcha mientras la nieve sigue cayendo sobre mí y
yo me pregunto qué acaba de pasar.
Durante todo el camino a casa, pienso en este encuentro y en cómo me
dio su dirección en el nuevo lugar.
Al llegar rápidamente a casa, me lavo las manos y ceno antes de limpiar
la cocina y solo entonces compruebo lo que me ha escrito.
Principalmente su nombre, porque tengo curiosidad por saber cual es.
Zach.
Sonrío cuando aprieto el cuaderno contra mi pecho y suspiro, prometi-
éndome guardar este secreto y no dejar que nadie se aproveche de él.
Mi primer amigo por correspondencia.
¿Y quién sabe?
Quizás con el tiempo, Zach se convierta en uno de mis mejores amigos y
nos volvamos a encontrar.
Phoenix
Querido Zach,
¿Cómo estás?
He estado pensando en la forma de empezar mi carta para ti. La escribí
y luego doblé el papel solo para conseguir uno nuevo y empezar de nuevo. To-
dos los comienzos parecían tan poco convincentes… y este probablemente no
sea mejor, pero supongo que tengo que empezar por algún sitio, ¿no?
Soy la chica que conociste en el patio de recreo, P. No estoy segura que
te acuerdes de mí (ha pasado un año desde la última vez que me viste). Probab-
lemente no, porque nunca me escribiste una carta.
Pero… Hoy ha ocurrido algo extraordinario. Y aunque suene triste, no
tenía a nadie más con quien compartir esta información, salvo contigo.
Soy una de las mejores alumnas de mi clase, y cuando digo la mejor…
me refiero a que entiendo todas las asignaturas, y se me hace aburrido estar
sentada y escuchar todas las explicaciones. De hecho, encontré el libro para
los grados superiores y no pude evitar amar todas las ecuaciones de química.
(Sigo odiando las matemáticas, pero en mi defensa, hasta la asignatura que me
disgusta me resulta fácil. Ese sobresaliente que saqué una vez fue un accidente.
Estaba distraída).
Por no hablar que tienen tantas cosas interesantes sobre biología, a di-
ferencia del libro de 4º. La información allí es tan sencilla que no sé cómo la
clase no la entiende y necesita escuchar al profesor una y otra vez.
La directora Eva me vio sacar a escondidas un libro de la biblioteca
sobre física cuántica hace dos semanas y me llamó a su despacho, preguntán-
dome por qué lo había hecho.
Así que le conté (por supuesto de una manera diferente de la que te estoy
contando. No estoy segura que le hubiera gustado que hablara tan mal de su
escuela), y me hizo hacer un examen.
Y hoy han llegado los resultados.
Aparentemente, soy súper inteligente. Han utilizado el término “niño ge-
nio”, y eso significa que han tenido que adelantarme unos cuantos cursos. Así
terminaré la escuela a los quince años, ¿y sabes qué es lo más increíble de todo
esto que no podía esperar para compartirlo contigo?
Que podré salir de esta casa a los quince años para ir a la universidad,
porque el director ha dicho que no tendré problemas para conseguir becas si
todo va bien.
¿Te imaginas lo feliz que estaba? ¿Lo feliz que soy?
Las palabras no bastan para describirlo.
La Sra. Thomson (mi madre adoptiva) se burló, por supuesto, de ser solo
una entre miles de niños inteligentes y que no me hiciera ilusiones. Incluso bro-
meó con que podría quedarme embarazada y entonces todos mis sueños se irí-
an por el sumidero.
Como ewww… Ni siquiera me gustan los chicos (solo me fijo en si son
guapos) ¿Por qué diría algo así?
De todos modos, espero que lo estés pasando muy bien en Italia (creo
que ahí es donde estás, basándome en tu dirección, y me encantaría visitar el
país algún día, por cierto. Las fotos que he visto en internet son tan bonitas,
¡además de la comida!) y no te importe leer esta carta.
O tal vez ni siquiera te llegue, o la tires a la basura. No estoy segura que
alguien escriba cartas de verdad hoy en día. Los correos electrónicos son la
moda, pero encuentro esta idea extrañamente emocionante.
Bueno, ya he terminado con mis divagaciones, y voy a enviar rápida-
mente esta carta antes de cambiar de opinión y empezar una nueva.
Mis mejores deseos,
P.
P,
Felicidades. La puta escuela es una mierda, y me alegro que salgas de
ella y de la extraña casa más rápido.
Italia es hermosa, pero, ¿lo curioso de los viajes? Toda la belleza se des-
vanece si lo único que quieres es volver a casa. Pero no puedes porque tu pad-
re más querido te lo prohíbe, y no tienes nada que decir sobre lo que ocurre en
tu vida.
A estas alturas, probablemente suene como un imbécil amargado, pero
supongo que puedo decirlo ya que estamos compartiendo.
Aunque así es la vida. La gente nunca está satisfecha con lo que tiene.
Quieren lo que no tienen, y eso les hace sentirse miserables.
Puedes escribirme si quieres, pero no esperes siempre una respuesta.
Simplemente no estoy conectado de esta manera. Aunque probablemente sea lo
más ridículo que haya hecho en mi vida.
Dicho esto, encontrarás un pequeño regalo dentro del sobre. Es una pul-
sera hecha con las piedras que encontré en las calles de Roma. Me la hizo un
profesional genial y le añadió una piedra más, justo en el centro, llamada citri-
na. Trae suerte a los que la llevan. Oculta por las piedras normales, nadie in-
tentará quitártela ni pensará que es valiosa. Cuando tengas dudas, mira la pi-
edra y piensa en tus sueños,
O al menos eso es lo que decía mi madre.
Espero que te guste, y una vez más felicidades por el logro.
Un saludo,
Zach
P.D. A la mierda lo que dice la Sra. Thomson. La gente amargada si-
empre escupe tonterías a aquellos en los que ven potencial. Estudia mucho y
lárgate de ahí. La vida es demasiado corta para escuchar a nadie.
Incluso a mí.
Phoenix
Zachary
En el momento en que estamos fuera del bar ubicado en las jodidas afu-
eras de la ciudad con nada más que edificios viejos alrededor, Sebastian ladra,
girando para mirarme, su voz furiosa como si tuviera que cuestionarme algo.
—¿Qué coño haces aquí?
Saco un cigarrillo del bolsillo de mi chaqueta, enciendo el mechero y doy
una calada codiciosa, casi gimiendo cuando el sabor de la nicotina toca mi len-
gua, y luego echo el humo en su cara.
—No es asunto tuyo.
Frunce el ceño, abre los botones superiores de la camisa y me señala con
un dedo.
—Sí, es asunto mío.
Frunzo el ceño y pregunto con sorpresa fingida:
—¿Es así? ¿En qué te basas?
Sus labios se afinan y su mandíbula se crispa al oír mis palabras, así que
decido echar sal en la herida invisible que empezó a sangrar en cuanto supo la
verdad sobre Phoenix.
Al menos según Lydia.
Según los informes, este hijo de puta amaba a su esposa tanto como yo a
mi Angelica, con la única diferencia; que yo habría apoyado a mi esposa sin im-
portar nada.
—Ella ya no es tu esposa, Sebastian. Ella no te ama, así que no tienes de-
recho a exigirle nada. —Doy un tirón más largo—. Además, ¿quién coño eres
tú para cuestionar siquiera lo que hago?
Se ríe aunque carece de humor, sus dedos se enredan en su cabello mi-
entras responde:
—Corta esta cosa sobre el poder, Zach. Aquí, no eres mi jefe.
—Y no estoy actuando como tal. Estoy actuando como un hombre que
quiere a una mujer. Y en este caso, tú eres el hombre que intenta reclamar a al-
guien que ya no te pertenece. —Dejo caer la colilla, pisándola—. Por no hablar
de… ¿no eres mi futuro cuñado?
—¿Así que ahora te importa Felicia? Creía que no los considerabas tus
hermanos. —El desdén recubre su voz, como si no soportara el sufrimiento de
su prometida; siempre me llama, invitándome a varias reuniones familiares, y
yo siempre digo que no.
Según mi experiencia como hombre casado, solemos odiar todo y a todos
los que entristecen a nuestras mujeres.
Sin embargo.
Me importa una mierda.
Me encojo de hombros.
—No lo somos, pero ella es una King. Y nadie engaña a los Kings. —
Aunque digo las palabras, sé que apestan a mierda.
Una parte de mí, a la que me prohibí hace tiempo asomar la cabeza por
las consecuencias que siempre traía a mi vida, no quiere que Felicia sufra ni que
sea la segunda de nadie.
Es una chica chispeante que adora su arte y a Sebastian, siempre adoran-
do al chico cada vez que los veo. Ve el mundo a través de unos lentes de color
rosa y vive en su mundo imaginario y perfecto.
—Tengo que hablar con ella. Tengo que explicarle —dice Sebastian, dej-
ando de lado el tema de su compromiso, y se lo permito. Luego da un paso atrás
mientras la confusión aparece en su rostro—. Actuando como un hombre que
quiere a una mujer —repite mis palabras—. ¿Quieres a Phoenix?
La bestia que llevo dentro ruge ante el tono posesivo que añade a su
nombre, como si fuera suya, aunque hace tiempo que renunció a ella.
Phoenix y Emmaline nunca, nunca, volverán a pertenecer a Sebastian, ¿y
si tengo que ser un bastardo cruel para conseguirlo?
Que así sea, joder.
El sonido de un auto deteniéndose bruscamente junto al bar no me per-
mite volver a ponerlo en su sitio, y una mujer se baja, sus tacones chocan estre-
pitosamente contra el pavimento mientras corre hacia nosotros, con la preocu-
pación evidente en sus rasgos.
Felicia.
Debería haber sabido que seguiría a Sebastian, especialmente ahora. La
chica estaba obsesionada antes, ¿pero con su ex suelta?
Es una maravilla que Sebastian no lleve una correa en el cuello o tenga
un dispositivo de rastreo conectado a su auto.
—¡Cariño! —exclama ella, rodeándolo con sus brazos y apretándole con
fuerza—. Aquí es donde estás. Me preguntaba qué hacías aquí. —Entonces se
echa hacia atrás y se lanza hacia mí, y no tengo tiempo de evitar su maldito ab-
razo, su perfume me envuelve ante su presencia, y entonces me sonríe—. No
sabía que estabas con Zach. —El alivio resuena en sus palabras, pero no lo co-
mento ni le quito sus ilusiones.
Hasta que Sebastian realmente cruce la línea, nunca le contaré lo que ha
sucedido esta noche.
¿Si lo hace y trata de ponerle la mano encima a Phoenix y pasa por enci-
ma de Felicia?
Se acabarán las apuestas.
Lo destruiré hasta el punto que tendrá que raspar sus restos de la acera
con su reputación hecha añicos.
—¿Cómo estás, hermano mayor? —pregunta alegremente y luego mira
entre nosotros, probablemente notando la tensión, pero decide no prestarle aten-
ción.
—Acabamos de tener una reunión aquí en relación con el trato con Smith
—dice Sebastian con suavidad, rodeando su cintura con la mano, y su mirada se
suaviza en ella cuando tira de uno de sus mechones—. Me dirigía a casa.
—Eso es genial. Aunque este es un lugar raro para eso. —Ella mira a su
alrededor pero luego vuelve a centrar su atención en mí—. Tengo una exposici-
ón en la galería pronto. ¿Te gustaría venir? —No espera a que acepte o rechace
la invitación, sino que hace un gesto de desdén con la mano—. Te enviaré una
invitación de todos modos, y estaré encantada de verte.
—Bien —digo y sostengo la mirada de Sebastian mientras añado—: La
reunión ha terminado.
Felicia aplaude.
—Genial. Tengo una sorpresa esperándote en casa —le dice a Sebastian
y lo arrastra por el codo hasta el auto en marcha—. Tus noches me pertenecen,
señor abogado.
—Lo sé, cariño. —Mira por encima del hombro y me dice—: Este trato
no está terminado.
—Olvídalo, Sebastian. Tal como se dijo en el bar.
Su mirada se ensombrece. Está claro que no quiere aceptar la derrota, pe-
ro no tiene elección.
Su conciencia tendrá que callarse para poder disfrutar de su vida y no
pensar en Phoenix quien no soporta su presencia.
Una vez que se alejan en la distancia, vuelvo a entrar en el bar y sonrío,
anticipando la reacción de Phoenix.
No soy como Hale.
No me rindo ante la primera señal de problemas, corriendo de un lado a
otro, histérico y montando escenas. Además, ella y yo estaremos conectados pa-
ra siempre.
Nunca podría dejarla ahora.
Hace tiempo, odiaba a Phoenix y quería llevarla a la tortura más retorci-
da y oscura que hubiera en el mundo.
Sin embargo, al mirarla ahora, sin la niebla de mi rabia, veo a una mujer
ante la que mi cuerpo no puede evitar reaccionar.
No sé si es por su belleza, que brilla a pesar de su atuendo poco sofistica-
do, o por su fuerza interior, que la hace capaz de resistir cualquier tormenta. Pe-
ro sea lo que sea, lo quiero.
La quiero, y lo que quiero, lo consigo.
Esta noche, Phoenix Hale se ha convirtido en mía.
Mía para mantenerla.
Capítulo 10
—Elegir el mal menor no hace que la elección sea menos mala.
Sigue siendo mala, pero elegirla trae menos destrucción al mundo que la
otra—.
Es curioso cómo la vida puede cambiar tan rápidamente.
Un hombre al que solía amar se convierte en aquel del que tengo que huir.
¿Y el hombre que odio?
Es el único que puede salvarme de él.
Sin embargo, ambos son malos al mismo tiempo.
Nuestras elecciones nos definen.
Por desgracia, mi elección tiene el poder de destruirme.
~Phoenix
Querido Zach,
Hemos intercambiado algunas cartas a lo largo de los años, principal-
mente yo divagando sobre la escuela y lo fascinantes que todavía encuentro las
asignaturas de biología y química.
Nunca respondiste a ninguna de ellas, bueno, aparte de las dos primeras
en las que compartías conmigo lo mucho que soñabas con volver.
No he tenido noticias tuyas en más de dos años, pero sigo escribiendo…
Tal vez porque creo que un chico como tú me habría dicho que me largara ha-
ce mucho tiempo si realmente no te gustaran mis cartas.
¿O tal vez no las lees en absoluto y se pierden en el correo? Aunque in-
tento seguir todas las reglas.
De todos modos… sigo llevando tu pulsera. Curiosamente, combina con
todo, y debe dar mucha suerte, porque siguen pasando cosas buenas en mi vi-
da.
Me ponen sobresalientes todo el tiempo. Me invitaron al equipo de vole-
ibol de la escuela, e incluso la Sra. Thomson se echó atrás (secretamente, creo
que es porque el estado está pagando por todo, y ella puede inflar su pecho ca-
da vez que alguien le dice que ha hecho un buen trabajo conmigo). Tengo muc-
hos amigos nuevos, pero también tengo algunos enemigos, principalmente gen-
te de mi clase. Algunos de ellos son muy groseros y me llaman enana y niña
(terminaré la escuela secundaria en dos años, así que ellos tienen tu edad). Lo
odio pero no puedo hacer nada al respecto. Sin embargo, nadie me presta aten-
ción y a todos les gusta tenerme en su grupo para cualquier proyecto.
También me decidí por mi carrera y quería decirte que… decidí ser mé-
dico. Cirujano o psiquiatra, todavía no lo he decidido. Fuimos a un hospital
para un viaje escolar y… fue fascinante.
Los sonidos, el olor, su capacidad para salvar vidas, con la ayuda de Di-
os, por supuesto. El conocimiento que brota de la punta de sus dedos cada vez
que realizan una operación o un examen.
Vi a una paciente que se puso a llorar cuando le dijeron que su hijo iba
a vivir. ¿Te imaginas la cantidad de felicidad que puedes aportar si eres médi-
co?
Pero sobre todo… sobre todo, quería darte las gracias, porque si no fu-
era por ti… ni siquiera me lo habría planteado.
El año que viene enviaré mis cartas a las universidades para que me
acepten pronto y la directora Eva me dice que tengo muchas posibilidades de
entrar en al menos la mitad de ellas con una beca. Espero que así sea; de lo
contrario, no tendré ningún otro medio para estudiar.
El único inconveniente es que no voy a poder conseguir un trabajo de-
cente hasta los dieciocho años, pero ¡eh! Siempre puedo trabajar en una cafe-
tería, ¿no?
Esto ya se ha hecho más largo de lo que esperaba, y me disculpo por el-
lo.
Supongo que quería que supieras que una chica que una vez conociste
podría ser una cirujana increíble algún día; recuerda mis palabras.
Espero que todo te vaya bien y que estés disfrutando de Italia a pesar de
echar de menos tu país.
Con mucho cariño,
P.
P.D.: Como pronto es Navidad, voy a poner dentro una galleta con for-
ma de árbol de Navidad. Es deliciosa y la he horneado yo misma. No estoy se-
gura de si tienes esas cosas ahí o no, pero pensé que podrías disfrutar de algo
de tu casa.
P P.D.: No la comas si recibes la carta demasiado tarde. Podría llegar
dañada.
P.P.P.D.: He incluido una más por si tienes algún amigo con el que qui-
eras compartirla.
Phoenix
Querido Zach,
No estaba segura de si debía escribirte esta carta o no, ya que no eras
precisamente mi persona favorita después de la última. Me pareció grosero,
y… bueno, para ser franca, te comportaste como un maldito imbécil.
Me pareció que no eras justo. El hecho que hayas experimentado dolor,
no define a los médicos en su totalidad.
Toda profesión tiene riesgos y, claro, sí, no en todas las profesiones la
vida depende de ti todos los días… al menos en la superficie.
Pero incluso un arquitecto tiene que diseñar la mejor y más sólida est-
ructura que tenga la capacidad de soportar las inclemencias del tiempo y no
desmoronarse. Si no, pone en peligro la seguridad de quienes viven o trabajan
en sus edificios.
De todos modos, dejando a un lado todas las reflexiones filosóficas, me
alegra informarte que he conseguido entrar en una universidad de la Ivy Le-
ague con la mejor nota y una beca que cubre todos los gastos.
¡Toma eso, niño rico!
Me voy de este infierno con una gran ola y espero no volver nunca,
jamás, a Nueva York.
Nuevo estado, nuevo yo, o eso es lo que espero de todos modos. Una pu-
ede soñar, aunque he oído que no podemos huir de nuestros problemas.
Curiosamente, ya no los tengo.
Tú también debiste graduarte, ¿no? Así que, felicidades, y supongo que
llegaste a donde querías. No estoy segura si es aquí o de nuevo en el extranj-
ero, pero de todos modos, la escuela ha terminado.
Y empieza la diversión, o eso dicen todos los estudiantes de primer año.
Disfruta de todo el sexo (supongo que es lo que has descubierto basán-
dote en tu última carta) y pásalo bien.
En el sobre, tendrás una tarjeta de visita de mi universidad y el correo
electrónico, por si alguna vez quieres contactar conmigo. He pensado que en
esta época de tecnología, es hora de pasar a una forma de vida más… digamos
¿más rápida?
Además, no es necesario desperdiciar el papel; no es bueno para el pla-
neta.
Aunque eres un imbécil y un idiota de proporciones épicas, y probable-
mente todas nuestras conversaciones no hayan sido más que un divertimento
para ti… He pensado que podemos mantener viva la chispa.
Te deseo lo mejor en caso que esta sea nuestra última carta,
P.
P.D.: Todavía no he decidido mi especialidad, pero tengo ocho años pa-
ra eso, ¿no?
P,
Ah, te ofendiste. Y me preguntaba por qué no recibía tus divagaciones
habituales. (Inclúyeme riendo y sin arrepentirme, aunque sí lo encuentro inte-
resante. Eres un soplo de aire fresco entre todas las demás conversaciones que
tengo en mi vida).
Así que, te has decidido por ser médico, ¿eh? Eso está bien y felicidades
por entrar en la Ivy League. Siempre supe que eras inteligente, excluyendo tu
boca que no se calla ni en el papel.
Bueno, no puedo decir mucho más que buena suerte, ¿no? De todos mo-
dos, habría sido una pena que mi amargura te hubiera alejado de tu sueño.
No puedo quejarme del sexo. Un tipo tiene que encontrar placer donde
pueda, así que si esperabas mis vergonzosas disculpas, no las tendrás.
Eso es lo que pasa realmente con las disculpas; nunca las ofrezco. Las
considero inútiles y un desperdicio de energía. Si haces algo y te arrepientes,
no lo vuelvas a hacer. ¿Qué sentido tiene pedir perdón?
La persona puede ver que has cambiado por tus acciones, seguramente
no por tus palabras. ¿O tal vez estoy juzgando todo a través de mi perspectiva?
Me importa una mierda las disculpas; la gente miente todo el tiempo, pe-
ro si trabajan para corregir el error, por así decirlo, podría simplemente olvi-
darme de eso. (Probablemente no, porque no soy tan generoso. Por lo general,
si me traicionas o me enfadas, estás descartado. No veo que eso cambie en el
futuro).
El correo electrónico me parece una buena idea, pero pensé que por qué
no escribir una última carta por el bien de los recuerdos.
De momento estoy estudiando administración de empresas en Londres,
pero pienso volver a Estados Unidos dentro de tres años. Por suerte, papá no
tiene ninguna perspectiva de sus nuevos hijos, o probablemente no me permiti-
ría tocar el negocio familiar.
Lo que es ridículo. Soy el único que puede expandirlo, pero, de nuevo,
nunca quiso ver lo inteligente que soy.
En la caja en la que está la carta, encontrarás un collar de platino. Eso
sí nadie lo roba por el camino, y en ese caso, peor para ti.
Considéralo mi regalo de graduación.
Un saludo,
Zach
Phoenix
Alguien deja caer una manta sobre mí. Agarro con fuerza la taza de té ca-
liente que tengo en las manos y alzo los ojos para ver a Zachary asomándose
por encima de mí y ajustando la cosa para que me cubra por completo, casi cub-
riéndome del mundo.
—Gracias —susurro, aliviada porque al menos mi voz ha dejado de
temblar, aunque mis manos siguen temblando.
Apoyando los labios en el borde de la taza, aspiro el aroma a menta para
que me calme los nervios, pero falla sobre todo con las innumerables luces rojas
y azules que brillan frente a mí mientras los coches de policías rodean el lugar,
buscando al asesino que hace tiempo se habrá ido.
No habría llamado de otra manera.
Rafe va de camino al hospital donde, con suerte, lo curarán.
Uno de los paramédicos me felicitó por cuidar tan bien de él y bromeó,
preguntándome si yo era médico en otra vida. Su risa todavía resuena en mis
oídos, y una risa sin humor se desliza por mis labios agrietados debido a este
clima frío.
—Me gustaría saber qué es tan divertido. —La voz de Zachary me baña
como la seda, deslizándose a mi alrededor antes de envolverme con fuerza alre-
dedor del cuello y casi privarme de oxígeno por lo ronca y profunda que es. Y
sus ojos verdes me fulminan, tratando de quemarme viva.
—No lo entenderías —digo, y entonces mis cejas se fruncen—. ¿Qué es-
tás haciendo aquí, de todos modos? —Esperaba que se largara de aquí en cuan-
to apareciera la policía y surgiera el mensaje, pero se quedó casi pegado a mi la-
do, respondiendo a todas sus preguntas y luego acompañándome al exterior,
donde me senté en un banco mientras la policía me pedía que me quedara por si
tenían más preguntas.
Al parecer, alguien quería hablar conmigo, así que me impidieron ir con
Rafe al hospital. Al menos logré saber dónde lo llevaron y podré visitarlo una
vez que todo esto termine.
Solo entonces podré llamar a Sara e informarle sobre este desastre, y no
me sorprenderá si me dice que me largue de su apartamento.
—Se llama cooperación. —No, esta palabra de nuevo—. Nos guste o no,
estamos juntos en esto.
Resoplo con exasperación, tomando un gran sorbo, y casi toso cuando la
sustancia caliente me quema la lengua.
—No lo estamos, ¿y no has visto el mensaje? Soy su mejor amiga, así
que si yo fuera tú, me mantendría alejado para no convertirte en un daño colate-
ral como Rafe. —Mi voz se entrecorta con su nombre, y la culpa me asalta, ha-
ciéndome imposible respirar por un segundo, porque Sara me lo confió.
Y al final del día, una persona más sufre por mi culpa.
Tal vez debería haberme quedado en la cárcel hasta que atraparan a este
tipo. Así la destrucción a mi alrededor habría cesado.
Veinticuatro horas de libertad, y alguien salió herido. Tengo que lidiar
con la compañía de Zachary y la culpa de Sebastian.
Sin mencionar que arruine mi primer día de trabajo, así que sí, en cuanto
a buenos comienzos… el mío apesta.
—¿O cómo mi mujer? —dice, y me paralizo, la tensión aumenta a nuest-
ro alrededor mientras trago saliva, apartando la cabeza de él, sin querer ver su
dolor ni recordar la sala del tribunal de hace tres años y medio, cuando un odio
tan profundo llenaba su mirada. Es un milagro que no me haya matado con
ello—. Joder. Esto no es lo que quería decir.
Mi risa hueca resuena en la noche.
—Oh, no. Esto es exactamente lo que querías decir. Pero no pasa nada.
Porque esto… —señalo entre nosotros—, demuestra que me culpas tanto como
al asesino, y en esto nunca habrá colaboración. Nunca podría trabajar con algui-
en que piensa que soy culpable.
—Yo no he dicho eso —suelta, su mandíbula crispada mientras tira de su
cabello con un gruñido—. Deja de ponerme palabras en mi boca y escúchame,
maldita sea.
Levanto la barbilla, termino mi té y coloco la taza a mi lado en el banco
mientras me hundo más profundamente en la manta.
—¿Por qué? Ya he tenido suficientes de tus insultos para que me dure to-
da la vida.
Un carraspeo nos arranca nuestras miradas el uno del otro, como si se
tratara de una orden, giramos la cabeza hacia un lado para ver a dos personas de
pie a unos metros de nosotros.
Uno de ellos es un hombre con el cabello alborotado; su cuerpo musculo-
so, envuelto en un traje negro, enfatiza su fuerza y energía dominante, clara-
mente el jefe de algo. Tiene ojos marrones y vacíos; probablemente no podrías
adivinar su emoción si lo intentaras.
Nos sonríe, aunque apenas levanta la comisura de la boca, y extiende su
mano hacia mí.
—Srta. Hale. Mi nombre es el agente Noah Willson. Esta es una de los
miembros de mi equipo, la agente Ella Gadot. —Hace un gesto con la cabeza
hacia la mujer que está de pie ligeramente detrás de mí, sus ojos brillan con una
amabilidad que va bien con su oscuro cabello.
Mis cejas se fruncen cuando su título se registra en mi mente, y abro la
boca para comentar, pero Zachary lo hace por mí.
—¿Agentes, como del FBI?
La mirada asertiva de Noah se posa en Zachary durante un breve segun-
do, como si lo diseccionara en piezas y estudiara rápidamente su carácter antes
de asentir.
—Sí. Perfiladores para ser exactos.
—Psicólogos criminales —concluyo, todavía confundida por lo que es-
tán haciendo aquí—. ¿Son ustedes los que querían hablar conmigo?
—Sí, nos han informado de una nueva pista en el caso y hemos venido
enseguida. —Ella finalmente habla, su voz suave pero firme—. ¿Le importa
que le hagamos algunas preguntas?
—Si a ella no le importa, a mí sí. —Parpadeo sorprendida cuando veo a
Lydia, con el cabello alborotado en distintas direcciones, corriendo hacia nosot-
ros desde su auto, con un vaquero, una chaqueta y unas sandalias como si hubi-
era salido precipitadamente de su casa—. No tiene derecho a hablar con mi cli-
ente sin su permiso. —Jadea cuando se coloca detrás de mí y me pone la mano
en el hombro para que nuestras miradas se encuentren—. No tienes que hablar
con ellos.
Noah entrecierra los ojos, la molestia cruza su rostro antes de cubrirla
con indiferencia, y su tono se mantiene firme, aunque imagino que no le gusta
la intromisión de Lydia.
—Detente un momento, King. Estás actuando como si la hubiéramos ar-
rastrado con nosotros. Nadie está obligando a tu cliente a hablar.
¿Qué está haciendo mi abogada aquí de todos modos? ¿O es que la poli-
cía la informa cada vez que surge algo raro con mi nombre?
Lydia se pone la mano en la cadera, levantando la ceja.
—Sin embargo, aquí está usted queriendo interrogar a mi cliente, en lu-
gar de entrar en el apartamento y estudiar el rastro que el asesino en serie dejó
para usted.
—Ya hemos visto las fotos que nos ha enviado la policía y no ha dejado
ningún rastro, así que en realidad no tiene sentido examinar la escena del cri-
men —dice la agente Ella, con su atención centrada en mí—. Pero la nota diri-
gida a usted nos deja muchas preguntas. Por eso nos gustaría aclarar algunas co-
sas antes de seguir adelante.
—A tu cliente también le interesa escucharnos —dice Noah y luego se
dirige a Zachary—. Usted también, señor King. Algo me dice que le sorprende-
rán algunos de nuestros hallazgos.
—Casi nada me sorprende. Pero iremos.
—Zachary, Phoenix está cansada y… —Hace callar a Lydia con la mano
levantada, y ella resopla con frustración—. Eres imposible. ¿Y qué estás haci-
endo aquí por cierto? ¿No has hecho suficiente?
Parpadeo una vez más ante la forma en que le habla sin miramientos ni el
menor signo de respeto, como si no temiera las repercusiones de sus actos.
En ese momento me quedan claras algunas cosas.
Son hermanos, aunque sigue siendo un misterio para mí por qué su her-
mana decidió ayudarme.
—Creo que me he perdido el memorándum en el que ambos toman deci-
siones en mi nombre. —Me levanto, ajustando la manta a mí alrededor, y miro
a Lydia, que sigue enviando dagas a Noah y Zachary—. Gracias por cuidar de
mí, pero está bien. Me gustaría escuchar lo que tienen que decir y aportar cual-
quier ayuda para atrapar a este hijo de puta. —Mi tono baja una octava cuando
me vuelvo hacia Zach—. Y tú no tienes derecho a tomar ninguna decisión por
mí. Por favor, detente. —Con esto, doy un paso hacia los agentes y les digo—:
Lideren el camino.
¿Qué tengo que perder en cualquier caso?
Y además, no quiero volver a esa habitación por el momento, y no tengo
nada más que hacer, así que podría ser útil a la sociedad.
—Mujer testaruda —murmura Zachary justo antes de agarrarme por el
codo y arrastrarme hasta su auto que me espera, la manta ondeando a mi alrede-
dor mientras protesto.
—Suéltame.
Curiosamente, nadie presta atención a eso, sino que asienten cuando Zac-
hary grita:
—Nos encontraremos allí. Lydia —llama a su hermana y hace un gesto
con la cabeza hacia su auto—, ven con nosotros. James se ocupará de tu
vehículo más tarde.
Se apresura a seguirnos, con el alivio reflejado en su rostro, y en unos se-
gundos estoy sentada en el espacioso vehículo mientras el hermoso paisaje de
Nueva York se refleja en la ventana, la ciudad iluminada por miles de luces que
le dan una sensación aún más majestuosa.
He olvidado lo hermosa que es la ciudad por la noche o en cualquier mo-
mento del día, en realidad, apoyo mi cabeza en la ventana, fijando mi mirada en
ella y apartando pensamientos extraños.
Como el hecho que estoy en el auto de Zachary y no puedo escapar de él
por mucho que lo intente.
Y el pensamiento más desagradable que me hace sudar y me pone la piel
de gallina.
Que no me importa tener a los Kings a mi lado, porque ellos gobiernan el
maldito mundo con una sola palabra.
Y siento que para sobrevivir en esta batalla con un asesino en serie, nece-
sito al menos un pequeño porcentaje de su poder.
Porque yo no tengo ninguno.
¿No es eso triste?
Zachary
Phoenix
—Esto es una puta mierda —gruñe Zachary, levantándose con tanta rapi-
dez que hace sonar la mesa que tenemos delante cuando prácticamente está vib-
rando de furia.
La voz de Noah es tranquila, aunque no se me escapa que apenas se cont-
rola para no enfrentarse a él también, sin apreciar el tono de Zach.
—Esto es psicología criminal, señor King. Estamos tratando con asesinos
en serie. Todo puede sonar como una mierda cuando se trata de ellos.
—Lo que está diciendo es que nos utilizará para recrear la situación del
pasado. —Antes que ninguno de los agentes pueda comentar eso, Zach conti-
núa, cada palabra apestando a frialdad y dureza—. La última vez, fue mi espo-
sa. ¿Y esta vez? Será mi hija, ¿verdad? —Agarra la tablet con las fotos de las
víctimas y la agita en el aire, bramando tan fuerte que casi me tapo los oídos—.
¡Nunca dejaré que eso ocurra!
Jadeo internamente, la confusión me invade ante esta declaración… y el
miedo… por esta niña que no conozco, porque este asesino está loco. Usará cu-
alquier medio que quiera si eso le asegura conseguir su próxima dosis.
Aunque, ¿cuántas veces piensa utilizarme antes de tener suficiente? A
juzgar por el aspecto del apartamento, planea salir con estilo, y que me maldi-
gan si dejo que me manche de suciedad otra vez.
En este retorcido juego suyo, no soy un juguete que él controla mientras
se llena del entretenimiento que le faltaba cuando era niño.
Noah y Ella comparten una mirada, sus cejas fruncidas, y eso me lleva a
todo el asunto de la niña.
¿Tiene una hija? ¿Cómo es posible?
Recordando vagamente la investigación durante mi caso, sabía que nun-
ca tuvo hijos con su mujer, y basándome en lo mucho que la quería, dudo que
se casara con otra.
Pero la pena puede hacer muchas cosas a la gente, incluso procrear un hi-
jo que no esperabas.
Lydia se aclara la garganta.
—Mi hermano adoptó una niña hace tres años. Se llama Emmaline. No
hicimos público este hecho por miedo a que la prensa la persiguiera o algo así.
Además, era tan reciente la muerte de Angelica que queríamos privacidad. —
Habla casi disculpándose, como si lamentara haber ocultado este hecho y no me
mira a los ojos, moviéndose incómoda.
Y es por eso que probablemente no ve la devastación y la agonía que
provocan sus palabras, destrozando mi corazón de nuevo. El aire se congela en
mis pulmones mientras aprieto las palmas de las manos con tanta fuerza que las
uñas se clavan profundamente en mi piel.
Emmaline.
Un nombre que quería utilizar para mi hija, pero nunca tuve la oportuni-
dad, porque él me la arrebató. Dominado por el odio, me infligió el único casti-
go del que era capaz.
¿Y aun así adoptó una hija? ¿Le dio el mismo nombre que yo quería para
mi bebé? ¿La protegió del escándalo que conllevan nuestros nombres, pero nun-
ca mostró esa compasión hacia mi bebé?
¿Cómo puede ser eso justo?
La rabia empaña mi visión. La neblina roja se eleva incontrolablemente
mientras la ira hierve mi sangre, llenando mi boca de ácido mientras las voces
del pasado resuenan en mis oídos, asestando golpe tras golpe resultando en la
muerte de mi hija.
Mientras que el hombre vivía su vida experimentando la alegría de la pa-
ternidad que hombres como él no merecen, porque un buen hombre no me hab-
ría hecho eso… ni siquiera en medio de su dolor.
Antes que mi acción se registre en mi mente, me abalanzo hacia él y gol-
peo su pecho con mis puños, gritando:
—¡Tú…bastardo! —Sin prestar atención dónde caen mis golpes, sigo
golpeando mis puños contra él; cualquier parte del cuerpo sirve. Utilizo toda mi
fuerza, esperando que le duela solo una décima parte de lo que me dolió a mí
que me destrozaran por orden suya—. ¡Bastardo enfermo!
Se queda quieto, sin escapar de mi asalto, pero ni siquiera parece moles-
tarlo.
Sin pensarlo, le paso las uñas por la cara antes de abofetear su mejilla
con fuerza.
—¡Bastardo enfermo! Mataste a mi hija. ¿Y ahora tienes la tuya? —
Agarro las solapas de su chaqueta, sacudiéndola mientras las lágrimas corren
por mis mejillas mientras mi corazón late tan fuerte en mi pecho que probable-
mente todo el mundo pueda oírlo—. ¡Te odio, Zachary King! — Otra dura bo-
fetada.
Unas manos fuertes me rodean la cintura, tirando de mí hacia atrás, pero
aun así alcanzo a Zach, arañando su mejilla una vez más y dejando marcas rojas
en ella, todo ello mientras grito:
—¡Te odio, Zach! —Me levanto en el aire mientras le doy una patada,
queriendo provocar todo el dolor posible, aunque probablemente no sienta nada.
Los monstruos no sienten dolor, ¿verdad? Se alimentan de él, escuchan-
do los gritos de sus víctimas hasta que las agotan. Y entonces pasan a otra.
—¡Suéltame!
Le doy una palmada en la mano a Noah, pero no me hace caso, me ba-
lancea hacia un lado y me pone de nuevo de pie mientras ladra:
—Zachary, sal de la habitación.
—Dios mío —murmura Lydia, y me retuerzo en el agarre de Noah, dis-
puesta a lanzarme de nuevo contra el hombre, solo para encontrarlo de pie fren-
te a mí, arrancándome de los brazos de Noah. Aprovecho la oportunidad para
golpearlo de nuevo, pero esta vez me atrapa el brazo, así que golpeo con el otro,
pero él también lo atrapa en su agarre.
Con fuerza, me empuja hacia la pared, mi espalda se golpea contra ella
con dureza. Con las manos atrapadas, le doy una fuerte patada, queriendo esca-
par de su proximidad o podría matarlo.
—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Has destruido mi vida! —grito, sin importarme
las tres personas que nos escuchan. ¡Que sepan el despreciable ser humano que
es! —. Si tan solo hubieras mirado, utilizado todo tu dinero en ese entonces pa-
ra encontrar la verdad, y tratado de escucharme y creerme. —Patada. Patada.
Patada. Y tiro de mis brazos, pero su agarre sobre mí es como el acero, mante-
niéndome permanentemente en su lugar.
—¡No lo sabía, Phoenix! No sabía lo del bebé —grita, con un tono car-
gado de emoción que me niego a examinar, porque no quiero saber si siente re-
mordimiento por ello.
Es un monstruo, y nunca perdonaré lo que ha hecho.
—Si tan solo me hubieras mostrado compasión. Si lo hubieras intenta-
do… —Ahora lloro a todo pulmón, apenas lo veo a través de todas mis lágri-
mas—. Mi niña estaría viva. ¿Por qué no lo intentaste? —termino en un susur-
ro, de repente tan agotada que mis rodillas se tambalean, pero Zachary logra
agarrarme antes que caiga al suelo, estrechándome contra su pecho mientras
respiro pesadamente, llorando y probablemente empapando su camisa.
—No lo sabía, Phoenix —susurra en la parte superior de mi cabeza, me-
ciéndome suavemente en sus brazos, y aunque lo desprecio con todo mi ser, le
permito hacerlo, necesitando el respiro momentáneo de todas las emociones
desbordadas.
Si no sabías las consecuencias de tu crimen… ¿eso lo excusa?
¿Trae de vuelta a tus seres queridos?
¿Puede su remordimiento devolverme a mi niña?
—La hubiera amado —digo en su pecho, tan cansada que apenas puedo
respirar—. La hubiera amado tanto. —Ella no habría crecido como yo, sin saber
si alguna vez fue amada en este mundo o si solo fue un simple error que nunca
debería haber ocurrido.
—Shhh. —Sigue meciéndome en sus brazos, y lentamente mis párpados
se cierran, mientras el latido uniforme de su corazón me adormece como una
canción de cuna.
Su corazón oscuro, bueno para nada, que no conoce la piedad ni la com-
pasión.
Capítulo 12
—Dicen que la lujuria es un pecado.
Deben tener razón.
Desearlo, anhelarlo, responder a él… es un pecado.
Un pecado que es tan tentador que no puedo resistirlo.
Y por eso, los dos podríamos ir al infierno, pero entonces, ¿no vivimos ya
en él de todos modos?
~Phoenix
Para: P
De: Zach
24 horas después
Para: Zach
De: P
Sé que debo decir algo, pero no sé muy bien qué.
¿O tal vez sí?
Permíteme comenzar con el hecho que me sorprendió mucho ver un cor-
reo electrónico tuyo. La verdad es que pensé que nuestras conversaciones habí-
an terminado con la carta. Y también… gracias por tu regalo.
Todavía lo llevo, aunque es súper llamativo, pero tengo miedo de dejarlo
solo. Alguien podría robarlo. Adjunto la foto de mi cuello (por si crees que mi-
ento).
La universidad es genial, y me lo estoy pasando como pez en el agua,
por así decirlo. Y la gente es muy amable. Bueno, son amables, porque he en-
contrado mi tribu. Incluso he conseguido un trabajo en la biblioteca de la uni-
versidad, además de dar clases particulares a niños tres veces por semana. Así
que no me muero de hambre, tengo ropa que ponerme y tengo los estudios pa-
gados.
Y para tu información, elegir una profesión médica fue una de mis mej-
ores decisiones. Siempre me siento en las clases con la boca abierta.
Pero volvamos al tema que nos ocupa.
No voy a entrar en toda la dinámica familiar y en lo que hizo tu padre al
compartir tu legado con sus otros hijos (te guste o no, ahora es su padre. Así
que está tratando de protegerlos de la misma manera que a ti. Lo cual es una
mierda para ti, porque crees que eres su único hijo. Pero la verdad es que… no
lo eres).
Pero tengo algo que decir sobre tu comentario sobre el amor.
¿Tienes pruebas que tu padre salía con otra persona mientras tu madre
vivía? Apuesto a que no.
¿Podría estar tu padre equivocado cuando te dijo que un hombre ama a
una mujer solo una vez?
Creo que es una forma de pensar muy limitada, ¿no? Que solo amamos
una vez en esta vida, como si fuéramos incapaces de sentir las emociones dos o
tres veces, solo porque prometimos amar a alguien para siempre.
Yo nunca he amado a nadie (incluso a mi actual novio, que es estupendo,
pero no creo que sea el elegido ni nada por el estilo) así que no soy una exper-
ta en el tema.
Sin embargo lo que sí sé… es que somos capaces de más cosas de las
que esperamos. Somos capaces de volvernos a enamorar aunque hayamos per-
dido el primer amor.
Tu padre amaba a tu madre, pero ella murió, Zach. Conoció a otra per-
sona y se enamoró. A veces, las personas no tienen control sobre eso, incluso si
la voz de la razón les dice que está mal (como que él no esperara ni un año pa-
ra casarse con ella, por ejemplo).
¿Por qué la castigas por ello? ¿Es un pecado volverse a enamorar, aun-
que creas que es imposible?
¿No deberías alegrarte que tenga a alguien con quien compartir esta vi-
da y no estar… no sé… triste?
Todos tenemos ciertas creencias y prejuicios. Creemos que sabemos có-
mo debe vivir todo el mundo, porque tenemos nuestro conjunto de normas y le-
yes que cumplimos religiosamente.
¿Pero lo curioso de la vida y el destino? Le gusta demostrar que estamos
equivocados.
Lo que pensamos ahora puede cambiar mañana en un abrir y cerrar de
ojos.
En cuanto a que haya elegido a la otra familia… tu padre ama a su muj-
er y debe amar cada parte de ella; sus hijos son parte de ella. Para él, son sus
hijos.
Tal vez si hablaras con tu padre sobre tus sentimientos (no estoy segura
que los chicos lo hagan, pero ¿quién sabe?), podrías descubrir algunas verda-
des inesperadas.
En resumen…
La vida es tan impredecible, corta y hermosa que es un crimen poner lí-
mites a las emociones.
Sé que probablemente esta no sea la respuesta que esperabas (mis ami-
gos nunca se quejan de los padres, así que no estoy segura de lo que querías de
todos modos. ¿Quizás un apoyo como “diablos, tu padre es un imbécil”?), aun-
que creo que realmente deberías hablar él.
No hagas nada de lo que puedas arrepentirte en el futuro.
Lo mejor,
P
PD: Dicho esto, no conozco a tu familia. Así que tal vez tengas razón, y
todos son un montón de imbéciles que no merecen una mierda de ti.
P.P.D.: Si quieres conquistar el mundo, deja también de beber hasta el
olvido. Quiero decir… me escribiste. Debes de haber estado muy ido. ¡Piensa
en eso!
Phoenix
♦♦♦
Sea el monstruo que resulte para el mundo exterior, no debe transmitirlo
a sus seres queridos, al menos porque su hija lo quiere tanto.
Aunque me resulta difícil imaginar que pueda amar a un hombre como
él.
—Phoenix —me llama, y me doy cuenta que me he detenido. Lo veo de
pie junto a unas puertas dobles mientras las abre y me hace un gesto con la ca-
beza para que entre.
Me acerco rápidamente a él y paso al interior mientras él enciende la luz.
Frunzo el ceño cuando la dureza de la lámpara de araña me ciega durante un se-
gundo, nublando mi visión, pero finalmente me adapto a ella, mirando a mi al-
rededor.
No estoy segura de lo que esperaba encontrar aquí dentro, teniendo en
cuenta la decoración anterior, pero la habitación solo tiene una cama de matri-
monio y una mesita de noche con una lámpara.
El único color presente en este lugar desnudo es el negro: las sábanas, los
muebles. Además de eso… no tiene vida.
Hay dos puertas más, el baño y el armario probablemente, mientras que
las cortinas blancas y negras ondean alrededor de las puertas francesas abiertas
que conducen al balcón, permitiendo que entre aire fresco.
Sin calefacción a la vista, la noche que me espera será fría.
Al adentrarme en la habitación, observo que hay un camisón sobre la ca-
ma, junto con lencería y zapatillas, así que, ¿es una habitación de invitados?
Zachary responde a mi pregunta silenciosa.
—He ordenado que la preparen para ti. No hemos utilizado la habitación,
así que supuse que preferirías el aire frío en lugar de inhalar polvo.
—Que considerado eres —digo con sarcasmo, cruzándome de brazos y
girándome para mirarlo—. Cuidado, Zachary, o mi corazón podría latir más rá-
pido.
—No me importa.
Mis cejas se fruncen ante esa extraña afirmación. ¿Qué demonios signifi-
ca eso? Scudo la cabeza, decidiendo no concentrarme en estupideces y centrar
mi atención en lo importante.
—Si me has traído aquí, debes tener un plan.
—Lo tengo, pero es tarde.
—Quiero escucharlo y comprobar como está Rafe. —Aunque las heridas
no ponen en peligro su vida, tendrá que permanecer en el hospital un par de días
hasta que le hagan más pruebas.
Zachary asiente y luego señala una de las puertas.
—Ahí encontrarás todo lo que necesites. —Entonces saca algo del bolsil-
lo y lo lanza sobre la cama, donde rebota un par de veces antes de parpadear,
dándome cuenta que es un móvil—. Mis números y los de Lydia ya están prog-
ramados ahí. Pensé que querrías tener conexión con el mundo exterior. ¿Tal vez
llamar a alguien?
Lo recojo y le extiendo la mano. —No lo necesito. Yo tengo el mío y,
además, no tengo a quien llamar. —Por mucho que lo intente, no puedo ocultar
la amargura de mi tono, y me odio por eso. No es así como quiero pasar el resto
de mi vida. Con resentimiento hacia quienes me lastimaron y no confiaron en
mí. Las segundas oportunidades se nos dan por una razón. ¿No debería usarlas
entonces, en lugar de pensar en el pasado?
Al menos haré lo que pueda una vez que atrapemos a este sospechoso
obsesionado con nosotros.
Zachary se ríe, encontrando algo súper divertido en mi respuesta, y se di-
rige a la puerta, sin mirar siquiera en mi dirección.
—Acepta mi teléfono, Phoenix. Hay batallas por las que merece la pena
luchar, y esta no lo es. —Abre la puerta de golpe, con los dedos en el pomo mi-
entras me mira por encima del hombro—. Confía en mí en eso.
—Nunca podré confiar en ti, Zachary —le digo, encontrando toda esta
situación ridícula, pero él solo se encoge de hombros, imperturbable ante mis
sentimientos.
Como si debiera esperar otra cosa.
—Es una pena. Porque en este infierno actual en el que vivimos, soy la
única persona en la que puedes confiar.
—¿Por qué?
—Porque nuestras vidas están en juego. Deberíamos protegernos mutu-
amente a toda costa, ¿no crees? —Con esta bomba, cierra la puerta tras de sí
mientras me dejo caer en el borde de la cama, exhalando con fuerza.
¿En qué te has metido, Phoenix?
¿De verdad acabo de aceptar quedarme en el patio de recreo del diablo,
dispuesta a enfrentarme a él en sus dominios sin importar las consecuencias?
Lo peor es… que me siento tan vacía por dentro. Tengo miedo que lle-
gue un momento en el que ya ni siquiera lo odie.
El amor y el odio comparten la misma amplitud de carga emocional, así
que quizás por eso es tan fácil cruzar esas líneas invisibles.
Sin embargo, también tienen otra cosa en común.
Mientras ames u odies a alguien, estarás siempre unido a él de una mane-
ra que nunca serás verdaderamente libre.
Tus pensamientos, tus decisiones, tu alegría y tu tristeza les pertenecen,
ya que dependen de ellos.
Sebastian ya no tiene ese poder; lo dejé ir en esa cama de hospital.
Pero Zachary…
Mi odio arde con tanta fuerza dentro de mí que se podría confundir con
la pasión que exige un resultado que se transforma en lujuria.
Una lujuria que no tiene límites, ni sentido común, ni moral, y no lo hará.
Romperé estos grilletes enredados en mis muñecas que me encadenan al
monstruo, liberándome de su calabozo para que no vuelva a tener una parte de
mí.
Zachary King.
Mi mayor pesadilla e irónicamente el único aliado que tengo ahora mis-
mo que puede ayudarme a acabar con este infierno en el que vivo desde hace
cuatro años.
Zachary
Phoenix
Para: Zach
De: P.
Para: P
De: Zach
Phoenix
Zachary
Las puertas de hierro suenan con fuerza mientras los guardias me saludan
y les correspondo, acelerando mi deportivo antes de volar a través de las puertas
hacia el largo y estrecho camino de entrada que conduce al enorme edificio de
ladrillos horizontales que se extiende por el enorme paisaje situado en las afu-
eras de la ciudad.
La singular y hermosa arquitectura incluye varias estatuas en arcos que te
atraen hacia el interior y al mismo tiempo intentan inspirar miedo, como si ent-
raras en un territorio peligroso en el que no sabes a qué te vas a enfrentar.
La estructura de dos niveles tiene muchos balcones y la mayoría de las
ventanas son vidrieras, lo que me recuerda a las catedrales.
Sin embargo, la característica más engañosa de esta casa de estilo victo-
riano, que apesta a lujo y poder, es el jardín en forma de laberinto que me recu-
erda a un terreno de caza; así son los giros y vueltas que hay.
Si no eres lo suficientemente listo, la bestia que merodea por el interior
te atrapará sin posibilidad de escapar, y morirás entre la belleza de un sinfín de
rosas y orquídeas, o cualquier otra jodida flor que el propietario haya plantado
en su jardín.
Las alcobas dan una falsa sensación de seguridad, buscando un encanto
más misterioso junto con el romanticismo, pero no me engañan.
El dueño advierte que no hay que joderle el jardín a secas, o de lo
contrario te buscará una utilidad.
Por suerte, no le tengo miedo, ni me importa un carajo sus reglas.
En general, prefiero no cruzarme con él, porque el hombre es imprevisib-
le y actúa como si fuera el rey de este puto mundo. Aunque puede ser cierto
hasta cierto punto, nadie manda sobre mí.
No ayuda el hecho que nuestro patrimonio neto sea más o menos el mis-
mo y que a veces tengamos que hacer negocios juntos; por lo tanto, por el bien
de ambos, hacemos lo posible por no vernos a menos que sea absolutamente ne-
cesario.
Pero con la situación actual, él es el único que puede ayudarme, así que
no sigo nuestro orden establecido y vengo a su maldito calabozo.
Estaciono el deportivo junto a las escaleras de mármol que conducen a
las enormes puertas dobles de madera, y salgo de él, dejando el motor en marc-
ha, ya que no pienso quedarme mucho tiempo. Veo a un hombre de pie en lo al-
to de la escalera, con una bandeja en la mano.
Al acercarme, me doy cuenta que es un mayordomo que debe tener unos
sesenta años. Llego a la conclusión debido a su ropa y a los malditos guantes
que lleva.
Las arrugas de su rostro se hacen más profundas cuando me saluda con
una sonrisa que no le llega a los ojos, pero extrañamente el hombre no emite
más que amabilidad.
Un gran contraste con su jefe, quien probablemente ni siquiera sepa lo
que significa esta palabra.
—Sr. King. Es un placer verlo. El Sr. Scott lo espera en su despacho.
Mi boca se curva en una media sonrisa ante tales formalidades. La última
vez que un mayordomo me recibió fue cuando mi abuelo por parte de mi madre
estaba vivo y me invitó a pasar el verano en su casa.
Entramos a la casa, y mientras él camina por el pasillo estrecho, tengo un
segundo para notar todo el lujo, desde los cuadros exclusivos hasta los cande-
labros de cristal junto con los muebles más caros imaginables.
Debería saberlo, ya que tengo casi lo mismo en mi casa.
Finalmente, llegamos a otro conjunto de malditas puertas dobles, el
hombre llama tres veces antes de girar el pomo y hacerme un gesto para que
entre.
Dios, el cabrón es bueno; Lo reconozco. En los cinco minutos que llevo
en su casa, no tiene ningún problema en mostrar que estamos en su dominio, y
en eso, él tiene ventaja.
Cuando entro a la espaciosa oficina con una ventana enorme que ilumina
todo el lugar, enfoco mi mirada en el hombre sentado en una silla de cuero, sos-
teniendo un vaso de whisky en una mano y un cigarro en la otra.
Su cabello rubio brillando bajo el sol le da un aspecto casi angelical, ex-
cepto por sus ojos azules cristalinos, vacíos de cualquier emoción, y una leve
sonrisa de satisfacción, de naturaleza siniestra.
—¿No eres alérgico al sol? Podrías haberme engañado —digo en lugar
de un saludo.
Se ríe, aunque no se me escapa la advertencia que encierra su voz al res-
ponder:
—Nunca creas todo lo que ves.
Sin esperar una invitación, me siento en la silla frente a él, separada por
el pesado escritorio de roble, y me ofrece:
—¿Quiere tomar algo?
A estas alturas ya estoy harto de estas idioteces, así que apoyo los codos
en los brazos de la silla y voy al grano.
—Dejemos toda esta mierda, Lachlan —Me dirijo al hombre por su
nombre, y sus ojos brillan divertidos.
—Ni siquiera he empezado. ¿Qué te trae por aquí, Zach?
Lanzo la carpeta sobre la mesa con toda la información más reciente sob-
re nuestro caso. La levanta y la hojea. Tras examinarla durante unos instantes,
levanta la mirada hacia mí.
—¿Qué tiene esto que ver conmigo?
—¿Sabes quién ha hecho esto?
Sus cejas se elevan mientras toma un gran sorbo de su vaso, el hielo repi-
quetea en su interior y hace eco en la silenciosa habitación.
—¿Por qué iba a conocer a un asesino en serie que anda matando muj-
eres?
¿Por qué lo haría?
Salvo que Lachlan Scott es el rey clandestino de Nueva York, cuyos pro-
tegidos son algunos de los asesinos en serie más notorios del país, y quizás inc-
luso del mundo.
Les enseña todas las técnicas únicas de tortura, desesperación y agonía
que pueden aplicar a las víctimas y, al mismo tiempo, da segundas oportunida-
des a todas las almas perdidas que necesitan orientación.
De día es un despiadado hombre de negocios que vale miles de millones
de dólares y de noche el hijo de puta más mezquino que jamás hayas conocido,
que mata a la gente sin remordimientos.
Es el juez, abogado y jurado a la vez, y que Dios te ayude si decide aca-
bar contigo.
La alta sociedad, la élite de la élite, no tiene idea de esta parte de su vida,
y solo mis profundas conexiones en la clandestinidad me permiten conocer esta
verdad sobre él.
Bueno, eso y el hecho que no le tengo miedo. Además, ¿qué razón tiene
para matarme?
Ninguna.
—Sé quién eres, Lachlan.
Ladea la cabeza y me estudia durante un segundo antes de dar una larga
calada a su cigarro y exhalar el humo, envolviéndonos en una neblina durante
una fracción de segundo.
—Ya veo. ¿Y este conocimiento te hace pensar que? ¿Que soy respon-
sable de todos los psicópatas que vagan por las calles de Nueva York?
—Más o menos. Entrenas a la gente así. Los vuelves despiadados.
—¿Convertirlos? —Se frota la barbilla con el borde de su vaso—. Debes
haber estudiado a los asesinos en serie para tu caso. Un hombre como tú no lo
haría de otra manera. Hay que saber del tema para poder destruirlo. Tan sencillo
como cualquier toma de posesión de un negocio, en realidad.
—Así es.
—Bien, entonces. —Se apoya en la mesa, apoyando los codos en ella—.
Los asesinos en serie son el producto de su educación. No podría hacer uno de
mis estudiantes, aunque lo intentara. Vienen a mí así. —Golpea la carpeta con
su cigarro, cuya ceniza cae sobre una de las fotos—. Mis estudiantes conocen
los límites y las fronteras. Mis estudiantes no hacen esas cosas. —Termina su
bebida y vuelve a golpear el vaso sobre la mesa, que suena con fuerza y rebota
en las paredes—. Suelo matar a los cabrones así. Pierden la cabeza, y en el mo-
mento en que la pierden, son una causa perdida.
Al diablo con esta mierda.
—Tienes que tener algo —digo, mi temperamento elevándose, pero me
contengo, porque jugar a quién tiene la polla más grande con Lachlan no me da-
rá ningún resultado—. Este cabrón planea matar a Phoenix. —No estoy seguro
de lo que esperaba de Lachlan, pero que estalle en carcajadas no lo era.
Apoya su espalda en la silla.
—¿Y a ti te importa desde cuándo? Lo último que supe es que intentaste
matarla activamente en la cárcel. ¿Qué ha cambiado?
—La verdad —digo, la vergüenza me invade al pensar en lo que hice,
sobre todo después de lo de anoche.
Sé que Phoenix lamenta haber sucumbido a sus necesidades básicas y ha-
ber tenido sexo conmigo… pero eso es todo en lo que puedo pensar. La forma
en que saboreó, gimió, se deshizo debajo de mí, y como en un lapso tan corto,
me he conectado con ella de maneras que pensé que no serían posibles de nuevo
con otro ser humano. Todo mientras el amor ni siquiera existe entre nosotros y
ella me odia a muerte. ¿Cómo es posible que el sexo se transforme en algo más
una vez que se le unen otras emociones?
Ella es apasionada y exigente en su lujuria, no se disculpa por su deseo,
es suave pero fuerte y leal con las personas que ama, y ninguna cantidad de difi-
cultades la pone de rodillas. Su corazón compasivo está listo para vivir con el
monstruo que ha destruido su vida si garantiza la seguridad de su hija.
¿Cómo ha podido Sebastian dejar de lado a una mujer así? ¿Dudar de el-
la? Escoger mi jodido bando cuando acudí a él y le propuse trabajar para mí si
concretaba más rápido el divorcio de Phoenix. En aquel entonces, herirla era mi
único propósito, y yo también quería arrebatarle a la persona que amaba.
Mis manos se aprietan junto con la bestia posesiva que ruge dentro de mí
ante el solo pensamiento de las manos de otro hombre en su cuerpo, en el cuer-
po que se convirtió en mío anoche, y que me maldigan si le permito acercarse
demasiado a ella alguna vez más.
Él renunció al derecho al cielo que es ella hace mucho tiempo.
Lachlan chasquea los dedos en mi cara, llevándome de regreso al presen-
te, aunque por la sonrisa de complicidad en su rostro, no es difícil adivinar que
sospecha adónde ha ido mi mente. — Tiene que ser algo más que la verdad —
dice y luego gira el encendedor entre sus dedos—. Puedo decirte algunas cosas
que podrían ayudarte.
Apartando todos los demás pensamientos de mi mente, me concentro en
nuestra conversación y le digo con la cabeza que se explique. —Es inteligente,
vicioso y débil. —Mis cejas se fruncen ante la última parte, porque casi contra-
dice los dos primeros puntos—. Teme constantemente a la persona que le recu-
erda su debilidad. Por lo general, en estos casos, se trata de padres o tutores.
—Estás hablando del hecho que fue abusado.
—Más bien degradado. Es muy sanguinario en sus asesinatos, pero nun-
ca se acerca a sus víctimas. Ese es el miedo. Sospecho que nunca llegó a matar
a la persona que lo inspiró. Por eso aún persiste.
Mierda, de repente, todo el mundo es un psicólogo que entiende de asesi-
nos en serie, y yo soy el idiota despistado.
—¿Lo has deducido solo por la firma de sus asesinatos?
—Por supuesto. Podría haber hecho miles de observaciones más, y pro-
bablemente habría acertado, pero no quiero perder el tiempo. El reloj está corri-
endo para ti, amigo mío.
—Me imagino que es algo personal.
—No en el sentido que tú crees.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Tienes todo lo que el asesino en serie quiere. Mira tú pasado muy de
cerca, Zachary.
—Bien, gracias, Lachlan, porque no había pensado en eso —digo con
sarcasmo, enredando los dedos en mi cabello, dispuesto a arrancarlo.
Vuelvo a estar en el punto de partida con esta mierda, y acudir a Lachlan
no me ha ayudado en absoluto, a pesar de sus pequeños análisis.
Con un gruñido frustrado, me levanto de la silla y me dirijo a la puerta,
sin ver el sentido de quedarme aquí un minuto más, cuando su profunda voz me
llama, y miro por encima del hombro hacia él.
—Zachary, espera. —Se levanta también, agarrando la carpeta por el ca-
mino, y me la devuelve—. Lo que más quiere ahora es a Phoenix. ¿Sabes por
qué? —No espera a que se lo pregunte y en su lugar responde—. Porque ella se
representa a sí misma en esta ecuación. La víctima. Tú eres el verdugo en la vi-
da de ella y en la de él.
—Y él es el salvador.
—Correcto. Si dejas de ser el verdugo de la víctima, y en su lugar te con-
viertes en un salvador, él se romperá. Le quitarás su lugar una vez más. ¿Y sa-
bes lo que pasa cuando un asesino en serie se quiebra…?
—Se vuelve temerario —término por él, pero niega con la cabeza.
—No. Comete errores al volverse emocional. No sabe hacer el papel de
verdugo. Cuando mata a todas esas mujeres, cree que las salva de sus despiada-
dos maridos. Y si no sabe interpretar un papel, puede ser atrapado. De una for-
ma u otra, vendrá por Phoenix. —Espera un poco antes de añadir—: Sin embar-
go, el resultado depende de lo bien que entiendas lo que acabo de decir. —Con
esto, empuja el pomo de la puerta y la abre.
Mi mente arde por toda esta información y por las piezas del rompecabe-
zas que estoy tratando de alinear en los bloques apropiados para que la imagen
en mi cabeza encaje, pero antes de irme, tengo una última cosa que decirle.
—Gracias por tu ayuda. Te lo agradezco. —Teniendo en cuenta que ni
siquiera somos amigos íntimos y que podría haberme mandado a la mierda, esto
es una victoria con un hombre como Lachlan.
Pero, de nuevo, uno nunca puede saber dónde están sus verdaderas inten-
ciones.
Sus ojos permanecen absolutamente fríos mientras responde con su tono
sin emoción, teniendo el poder de congelar todo a su alrededor.
—Si lo atrapas, entonces puedes agradecerme. Me pondré en contacto
contigo si encuentro algo útil. Me alegraré cuando este psicópata en particular
muera y deje de molestar en mi ciudad. —Con esto, me hace un gesto con la
mano para que salga de su despacho y me cierra la puerta en las narices.
Creo que es la única maldita persona del planeta que puede salirse con la
suya.
De camino al auto, se me escapa una risita que resuena en las paredes de
su enorme casa cuando sus palabras resuenan en mis oídos.
Su ciudad.
Deja que uno de los asesinos en serie más conocidos reivindique Nueva
York y actúe como el rey cuando el propio King es tratado como un objeto.
Ah, Lachlan.
En otra vida, podríamos haber sido amigos, pero en esta, siempre sere-
mos conocidos.
Porque no puede haber dos reyes que coexistan entre sí.
Phoenix
1
Es un examen médico de diagnóstico por imágenes.
—¿Ninguna razón? —La incredulidad recubre mi voz mientras la ira
estalla en mi interior ante semejante estupidez. Puede que Rafe esté bien en
apariencia, pero la caída junto con el golpe podrían haber provocado varios ti-
pos de lesiones cerebrales o vasculares.
Si tiene una hemorragia cerebral no diagnosticada, no podrán hacer una
mierda para salvarlo.
—Te dije que estoy bien —dice Rafe y luego le guiña un ojo a la joven
enfermera que se sonroja bajo su mirada—. ¿Esto es puré de patatas? Me parece
muy bien. Dios, si supiera que venir al hospital significaría comer como un rey,
me habría roto algo hace mucho tiempo.
—¿Podría llamar al médico que está de guardia ahora mismo? Me gusta-
ría preguntar por un TAC.
—Claro, por supuesto. La Dra. Sawyer debe estar por aquí.
Me quedo inmóvil ante la mención del conocido nombre, preguntándome
si es posible que esté aquí precisamente, pero luego me río en voz baja.
Leiken consiguió el puesto de psiquiatra de plantilla en nuestro antiguo
hospital en cuanto me quitaron la licencia. Trabajar allí era un sueño hecho re-
alidad para ella; de ninguna manera habría renunciado a un trabajo en uno de
los mejores hospitales del país para venir aquí. Tenían uno de los mejores prog-
ramas de becas de Estados Unidos. El sillón era demasiado cómodo para que el-
la lo dejara.
La enfermera desaparece y Rafe me aferra las manos, apretándolas.
—Estoy bien, Phoenix. El cabrón solo me ha sorprendido. Si no, créeme,
habría sido él el que estuviera tirado en el suelo —me tranquiliza con una sonri-
sa de niño, y me relajo un poco; una parte de mí está tensa desde que lo manda-
ron al hospital.
—Tenemos que contarle esto a tu hermana.
Rafe casi salta de la cama ante esto, y tengo que empujarlo hacia atrás
para que se apoye en la almohada.
—¡No! —grita, y yo frunzo el ceño—. No la llamemos, ¿de acuerdo? Se
preocupara por nada.
—Estás herido.
—Sí, y ella no puede ayudarme desde la cárcel, ¿verdad? Así que dej-
émoslo. —La ira reluce en sus ojos -un contraste tan grande con su estado de
ánimo anterior- y él debe darse cuenta también porque suaviza su tono—. No
quiero hacerla sentir impotente por no poder hacer nada por mí.
Todo en mi interior se rebela ante la idea. De haber estado en su lugar,
habría preferido saberlo, pero tal vez sus palabras tengan algún mérito. Él está
bien, así que, ¿por qué preocuparla?
—Está bien, si tú lo dices. —Exhala aliviado, listo para agregar algo
más, cuando escuchamos voces que vienen desde la distancia, cada vez más
cerca de la puerta.
—Así que preguntó si se había hecho un TAC —dice la enfermera—, y
no se hizo.
—¿Quién estaba de turno durante ese tiempo?
—El Dr. Smith.
—Ugh, sí, está bien. Entonces, programemos una tomografía computari-
zada a primera hora y llámame con los resultados una vez que haya terminado.
—De acuerdo.
En un segundo, entran a la habitación. El sonido de su voz fue suficiente
para confirmar quién era.
Ella se trasladó aquí después de todo.
Leiken sonríe alegremente, la típica sonrisa de médico que tienes que
entrenar para tener que aliviar a los pacientes, incluso si estás teniendo un día
de mierda con causas perdidas.
—Quiero disculparme por… —Se detiene abruptamente, sus ojos se ag-
randan cuando aterrizan en mí, y se cubre la boca con la palma, mirándome en
estado de shock, mientras la enfermera y Rafe miran entre nosotras probable-
mente tratando de adivinar qué está pasando.
Habíamos sido amigas durante años antes que ocurriera el accidente, in-
separables a pesar de nuestra diferencia de edad de tres años y siempre unidas
sin importar nada.
Innumerables recuerdos juntas, lo bueno, lo malo y lo feo envueltos en
un hermoso mundo llamado amistad que habíamos jurado que duraría toda la
vida.
Pero con ella frente a mí, entre todos estos recuerdos, solo destaca en mi
mente uno, podrido en su naturaleza y que echó a perder todo lo anterior.
La lluvia torrencial cae sobre mí mientras sigo ciegamente el camino ha-
cia la casa de Leiken, sin prestar atención a los autos que pasan y envían agua
desde debajo de los neumáticos en mi dirección.
Estoy empapada; unas gotas más y las manchas no importarán.
La acera está iluminada por varias farolas por encima de mí, la única
fuente de luz en mi miserable estado ahora mismo después que Sebastian me
dejara y me envió los papeles del divorcio junto con una nota para salir del áti-
co que es de su propiedad.
La maleta roja se arrastra tras de mí mientras tiro de ella, rodando por
la acera con fuerza, chocando con cada grieta del pavimento.
He conseguido meter algunos papeles junto con mis diplomas y mi pij-
ama. Todo lo demás, lo ha destruido, así que no veo ningún sentido en llevar la
ropa rota.
No hay nada que salvar, al igual que nuestro matrimonio.
Las lágrimas corren por mi mejilla. No me molesto en limpiarlas mient-
ras pienso cómo voy a explicárselo todo a mi mejor amiga, que probablemente
matará a Sebastian en cuanto se entere.
Ella me protege ferozmente, alegando que soy demasiado buena para mi
propio bien y que por eso la gente se aprovecha de mí.
Al menos en esta vida inútil de ahora, la tengo en mi rincón, alguien con
quien puedo quedarme hasta que todo esto termine.
Creo en la justicia y en la verdadera investigación. Creo que descubri-
rán lo que realmente ocurrió aquella noche y me liberarán de todas estas acu-
saciones.
Y entonces podré dar a luz a mi bebé con seguridad, construyendo mi vi-
da de nuevo.
Sin Sebastian en ella, porque ahora nunca lo aceptaré.
Diez minutos más y llego al pequeño apartamento en las afueras de la
ciudad, exhalando de alivio cuando veo que las luces están encendidas. Está en
casa; esperarla afuera con este tiempo habría sido horrible.
No para mí, sino para mi pequeña bolita.
—Tienes la mejor tía, mi pequeña —susurro a mi estómago y lo acaricio
suavemente antes de acercarme a la puerta, solo para sentirla vibrar con la
música y las risas que vienen de dentro.
Hago una pausa con mi puño a punto de golpear, reflexionando sobre
esta información y esperando no interrumpir uno de los ratos que ella y Scott,
su cardiocirujano follador, pasan juntos.
Llamo varias veces antes que la puerta se abra y me reciba una risueña
Leiken con una copa de vino en la mano.
Su boca casi se abre al verme, y la diversión se esfuma, junto con la mú-
sica que se apaga cuando todos me ven de pie en la puerta.
Y por todos, quiero decir, casi todos nuestros compañeros de trabajo del
hospital están aquí, claramente celebrando algo.
Pero a mí no me han invitado.
—Phoenix —dice Leiken—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Estás celebrando algo? —pregunto débilmente, con la inquietud que
me produce lo distante que es su voz y el hecho que no me haga entrar en su
casa, a pesar de mi estado empapado.
—Bueno, um… Bueno… —Resopla, sus mejillas se calientan como si no
pudiera expresarlo, y Sam que aparece por detrás de ella lo hace por ella.
Ni siquiera intenta ocultar el desprecio en su voz.
—Sí, el jefe le ofreció un puesto. —Levanta la barbilla y se cruza de bra-
zos, actuando de forma protectora sobre ella—. La pregunta es, ¿qué estás ha-
ciendo aquí?
—¡Sam! —exclama Leiken, pero veo que varias personas asienten con la
cabeza, aunque se quedan calladas, ya sea porque no quieren interferir o por-
que disfrutan del espectáculo.
—¿Qué? No puedes pensar que está bien que esté aquí. Casi puso en pe-
ligro todos nuestros trabajos con esa demanda pendiente sobre la cabeza del
hospital.
—Sí —grita alguien desde el fondo. Sin embargo, los bloqueo a todos y
me concentro solo en mi mejor amiga, que me defenderá.
Estoy tan cansada de defenderme. Solo quiero que esté de mi lado. Que
cualquiera esté de mi lado, en realidad.
Pero mi amiga se mueve inquieta y murmura:
—Tienen razón. Tienes que irte, Phoenix. —Y antes que pueda comentar-
lo, Sam me cierra la puerta en las narices mientras me quedo de pie frente a el-
la con la lluvia aun cayendo sobre mí.
Si mi vida es un tablero de ajedrez… estoy sola en mi parte del tablero
mientras el bando de Zachary King tiene un ejército completo dispuesto a dest-
rozarme.
—Debería haber adivinado que eras tú. Siempre fuiste muy analítica con
las tomografías. —Leiken rompe el silencio que se extiende entre nosotras y
sonríe tímidamente—. Desde aquel primer caso, ¿verdad? Se nos olvidó, y el
cirujano jefe nos hizo realizarlo.
—¿Y piensas eso, porque me conoces tan bien? —Ella baja la mirada an-
te mi tono áspero, y me vuelvo para mirar a Rafe, que todavía nos observa con-
fundido—. Me voy a ir ahora, pero te llamaré más tarde para ver cómo estás. —
No puedo quedarme aquí mucho tiempo. James ya me ha informado que Zac-
hary ha ordenado veinte minutos para la visita y que después de eso me vaya.
¿De verdad cree que el sospechoso me atacará aquí de todos los lugares?
—Gracias por todo —me dirijo a la enfermera, paso por delante de Le-
iken y salgo corriendo al pasillo, dispuesta a salir de este lugar.
El fuerte golpeteo de las zapatillas resuena en el pasillo mientras Leiken
llama detrás de mí:
—Phoenix, espera.
—Ahórratelo, Leiken. Sea lo que sea, no quiero oírlo —le digo, manteni-
endo mi ritmo y atravesando el ala neurológica vacía antes de girar hacia la par-
te administrativa del edificio, donde un sinfín de personas están hablando, tra-
tando de averiguar dónde están los pacientes, y las enfermeras que están al telé-
fono o clasificando todo para los pacientes.
Básicamente, la parte más concurrida del hospital.
Dirijo mi mirada hacia las puertas dobles con el llamativo letrero de sali-
da, pero Leiken se las arregla para agarrarme del codo, haciéndome girar hacia
ella, resoplando con fastidio le arrebato el brazo.
—Por favor, escúchame.
—Leiken, ¿eres sorda? No quiero. —Ella se estremece ante mi declaraci-
ón—. O se trata de una excusa o de una disculpa y el deseo de volver a conec-
tar. —A juzgar por su expresión, supongo que es lo segundo—. Ninguna de las
dos opciones funciona para mí. Así que no prolonguemos lo inevitable y termi-
nemos aquí.
—Phoenix, si me das una hora de tu tiempo, puedo explicarte lo que ha
pasado.
Una risa vacía se me escapa ante esto.
—No hay nada que explicar. —La detengo cuando abre la boca para dis-
cutir eso—. No se trata sobre que hubieras aceptado el trabajo. Te lo merecías;
eres una de las mejores. —La sorpresa cruza su rostro ante eso—. Es porque te
pusiste del lado de todos los demás mientras me llamaban asesina.
—No acepté el trabajo —dice como si eso tuviera que significar algo pa-
ra mí—. Quiero decir, lo hice, pero no podía seguir trabajando allí. No con todo
el mundo escupiendo mierda sobre ti. —Resopla con frustración, tirándose del
cabello—. Este no es el lugar para hablar de esto. Por favor, déjame explicarte,
por el bien de nuestra pasada amistad.
—En lo que a mí respecta, no teníamos una para empezar.
—Phoenix —susurra, pero ya he terminado con esta mierda.
Solo porque la verdad ha salido a la luz y todo el mundo sabe lo que real-
mente pasó, las variables en esta ecuación no cambian. Así que espero por Dios
que Sebastian y Leiken difundan que no quiero penas de nadie.
El perdón no arregla nada.
Varios pasos largos y estoy volando a través de la puerta, saludando al
aire helado en mis pulmones, dando la bienvenida al frío, que tiene el poder de
borrar todo lo demás de mi mente, pero mi indulto no dura mucho.
El hombre que me persigue en mis pesadillas y me acosa en mi realidad
se encuentra frente a mí, apoyado en un deportivo rojo, con los lentes de sol en
la nariz ocultando su expresión.
Lleva vaquero negro y camisa junto con una chaqueta de cuero que le da
una vibra de chico diabólicamente malo que promete todo tipo de cosas de él.
Capítulo 14
—Cuando llegamos tarde, un minuto pasa muy rápido.
Cuando llegamos temprano, un minuto parece una eternidad.
Un minuto.
Un minuto que cambió para siempre mi vida y la suya—.
~Phoenix
Mirando el reloj de mi teléfono una vez más, suspiro con fuerza y apoyo
la barbilla en el balcón que da al mirador del edificio Empire State mientras
mis ojos beben la belleza que se abre ante mí.
A esta altura, es imposible no apreciar la magnífica ciudad que es Nueva
York, con sus altos edificios y los miles de vehículos y personas que pasan bor-
rosamente, con diferentes luces que iluminan la acera. Casi puedo oler los deli-
ciosos olores de los distintos locales de comida y escuchar la música que sale
de los altavoces de los músicos callejeros y las risas de la gente que ha venido
con amigos o como turistas para llenarse de la energía que proporciona esta
ciudad.
Aunque me juré no volver aquí, ya que la vida en la casa de acogida era
infernal, comprendo con claridad que fue una promesa estúpida, porque mi co-
razón revolotea cada vez que miro a mi alrededor.
Nueva York es mi hogar, y pienso volver a él cuando termine mis estudi-
os, construyendo aquí una vida tan diferente a la que tenía antes.
Tal vez por eso la idea de conocer a Zach surgió en mi mente y no la sol-
tó hasta que sucumbí a mi deseo interior y le escribí ese estúpido correo elect-
rónico.
—Eres una tonta, Phoenix —¿Realmente creíste que vendría aquí hoy
para explorar…? Ni siquiera sé cómo llamar a nuestra relación.
¿Amistad? ¿Un guardián de secretos con el que puedes compartir esos
oscuros secretos sin querer derramarlos a alguien de tu vida real?
Resoplo con exasperación, mirando mis botas hasta la rodilla, mi vesti-
do de lana y mi abrigo largo y cálido, uno de los mejores conjuntos que poseo,
por no hablar de mi cabello secado por un estilista que en estos momentos está
moviéndose en diferentes direcciones, echando a perder todo ese esfuerzo.
Me esforcé al máximo para esta reunión, queriendo estar bien para un
chico que probablemente siempre me vio como un caso de caridad. ¿Quizás era
una novedad entre todos los otros niños ricos con los que se relaciona a di-
ario?
Mi mano envuelve el collar en mi cuello, mi único regalo de graduación,
recordando que este chico también fue el que me animó durante mi peor mo-
mento.
Mi teléfono suena y veo el nombre de Leiken parpadeando en la pantal-
la. Presiono el botón para contestar, poniendo el teléfono lejos de mi oído cu-
ando me grita.
—¡Son las cuatro y media! ¿Cómo va la cita? —El miedo me invade ante
la perspectiva de decirle la verdad, que el tipo probablemente me dejó plantada
y que ella tenía razón todo el tiempo. Pero se toma mi silencio como una respu-
esta diferente—. Lo sé, lo sé. No debería llamar. Pero quería asegurarme que
no es un psicópata. Hoy en día, nadie lo sabe. —Durante un segundo, contemp-
lo lo que dice y me pregunto si debería usar esto como excusa para cerrar este
tema de una vez por todas.
Puedo fingir que nos conocimos y que él empezó a comportarse como un
idiota, lo que me llevó a salir corriendo, sin querer volver a hablar con él. Una
buena historia de portada en la que no parezco una idiota que creyó que este
tipo de cuento de hadas sucede en la vida real.
Por desgracia, no sé mentir ni una mierda, así que exhalo con fuerza y
ella susurra:
—Oh, no. ¿El imbécil no vino?
—No. —El viento me da una bofetada en la mejilla cuando me alejo de
la vista y enfoco mi mirada hacia la salida, preparada para salir disparada pe-
ro inmóvil—. No creo que sea un imbécil. —No puedo creer que lo esté defendi-
endo, pero allá vamos. Las viejas costumbres deben morir con fuerza—. Pro-
bablemente pensó que no me tomé en serio sus palabras. O llega tarde. La vida
pasa, ¿no? —pregunto con esperanza en mi voz, necesitando que me convenza
que sí, es posible que llegue tarde y no me deje plantada.
Quizás por eso no me muevo. Solo quiero esperar un segundo más y ver-
lo. No sé por qué lo necesito. Después de todo, no somos nada el uno para el
otro, pero…
A veces parece que estamos conectados en un nivel más profundo. ¿Cu-
ántas personas se conocen en la infancia y mantienen esa conexión durante
años, a pesar de estar a mundos de distancia, figurada y literalmente?
¿Ridículo e infantil? Sí.
Pero eso no cambia lo que siento.
Leiken no me deja permanecer en mis ilusiones por mucho tiempo, su
voz áspera penetra a través de mis sueños y los aplasta tan fuerte que se dis-
persan invisiblemente por mis pies.
—Nena, han pasado casi treinta y cinco minutos. No va a aparecer, pero
comprueba primero tu correo electrónico. Si se retrasa de verdad, te lo habría
hecho saber. —Espera un momento antes de añadir, esta vez más suavemente—
: Démosle el beneficio de la duda. Pero si no hay correo electrónico, vete. Llá-
mame cuando te dirijas al aeropuerto. —Me cuelga, y rápidamente compruebo
mi correo electrónico solo para encontrarlo vacío.
Y con esto, mi corazón se estremece dolorosamente junto con la decepci-
ón que corre por mis venas, hundiendo sus garras en mí con tanta fuerza que,
por alguna razón, las lágrimas se forman en mis ojos y quiero llorar.
Tendría que haber sabido que no debía esperar que me ocurriera algo
mágico; lo que tengo es el resultado del trabajo duro y la determinación.
Pero, por un momento, me atreví a tener la esperanza de volver a cono-
cer a ese chico que se convirtió en hombre, y tal vez esto fuera explicado por
qué salía con chicos pero nunca quería estar realmente con ellos.
¿Creía que Zach era mi príncipe azul dispuesto a reclamar a la princesa
como suya y que entonces tendría una historia de amor como en las películas?
Qué ingenua. Si se lo cuento a la gente, probablemente pensarán que he
perdido la cabeza.
Golpeando con la mano en la barandilla del balcón, froto la pulsera en
mi muñeca y cierro los ojos, levantando el rostro hacia el duro viento, dando la
bienvenida al aire gélido que se clava en mis pulmones y permitiendo que el
frío me congele y bloquee todas las emociones.
Zach.
Has acabado siendo una persona más que me ha dejado. Nunca me pro-
metiste nada, y te construí en mi cabeza… todo por mi cuenta.
Con una última mirada a la magnífica vista, finalmente hago que mis pi-
ernas se muevan hacia el ascensor que me llevará a la planta baja y no presto
atención a mi entorno, bajando la mirada para que nadie vea la única lágrima
que se desliza por mi mejilla.
Aprieto el botón del ascensor, sin saber una cosa monumental.
Un minuto.
Si hubiera esperado un minuto más…
Habría visto cómo se precipitaba al interior desde las escaleras sosteni-
endo un ramo de orquídeas, mis flores favoritas, mientras su abrigo se abría
tras él, porque tenía mucha prisa por verme.
Habría visto cómo buscaba frenéticamente entre un sinfín de personas,
tratando de averiguar cuál de las mujeres le recordaba a la chica que vio dos
veces en su vida.
Habría visto cómo maldecía a su teléfono, porque la batería se había
agotado hace tiempo, y cómo se pasaba los dedos por el cabello, tirando de él,
extrañamente furioso consigo mismo por haber faltado a esta cita, aunque sus
propias emociones le confundieran.
Habría visto y experimentado muchas cosas.
Pero no esperé.
Y en esto, nuestros destinos fueron por caminos separados hasta que
chocaron en el evento más inesperado.
Phoenix
—¿Qué haces aquí? —pregunto, mirando a mi alrededor en busca de
James, ya que prometió dar unas cuantas vueltas al hospital y esperarme a un
lado de la puerta principal para no bloquear la salida de las ambulancias.
No estoy segura de cómo planeaba lograr eso, pero no me extrañaría que
Zachary no instalara algún dispositivo o aplicación en este teléfono para rastrear
todos mis momentos, ¡el maldito fanático del control!
—James tenía que irse. —Se separa del deportivo, acercándose a mí cu-
ando me detengo bruscamente. Me encuentro con su mirada mientras las puntas
de sus zapatos de cuero chocan con las mías, su aroma masculino me agita las
fosas nasales con una ráfaga de viento.
Su cercanía envía conciencia a través de mí, la piel se me pone de gallina
mientras mi cuerpo recuerda cómo hace unas horas este hombre me tenía entre
sus brazos, proporcionándome el placer del que me he visto privada durante
tanto tiempo.
Un dolor de cabeza comienza en la parte posterior, y masajeo el lugar,
haciendo una pequeña mueca, ¿o tal vez es así como se siente el verdadero odio
a uno mismo?
Como si estuviera en la distancia, le oigo continuar:
—Además, quería ver cómo estabas. Ya que aparentemente te has propu-
esto evitar mis llamadas. —No parece que le guste que no haya contestado al
teléfono cada vez que su nombre aparecía en la pantalla. ¿Qué esperaba?
¿Qué le cantara serenatas después de lo de anoche y que adorara el suelo
que pisa?
La rabia hierve en mi interior y le digo bruscamente:
—No necesito una niñera. —Pero hago una mueca de dolor de nuevo cu-
ando el latido se intensifica, y luego sus dedos atrapan mi barbilla, levantándo-
la, sus ojos esmeralda taladrándome como si buscaran pistas sobre lo que me
hace sentir tan incómoda.
Para encontrar una respuesta, todo lo que tiene que hacer es mirarse al
espejo.
—¿Estás bien? —Su pulgar se desliza sobre mi piel antes de tomar mi
mejilla, inclinando mi cabeza hacia atrás para examinar mi rostro—. Estás…
—Bien —le digo, apartando su mano de una palmada y alejándome del
abrazo que está a punto de forzarnos—. Estoy bien. Además, el dolor de cabeza
siempre comienza cuando estás presente. Imagínate.
La comisura de su boca se contrae.
—Sabes que dicen que nos duele la cabeza cuando experimentamos ira o
rabia extrema y no la dejamos salir. Entonces el cuerpo empieza a atacarse a sí
mismo. —Se inclina más cerca y me retira un mechón de cabello de la cara y lo
coloca detrás de la oreja—. Entonces, ¿quién ha inspirado esas emociones?
Inclinándome hacia atrás, resoplo con exasperación.
—¿Y cuál es esa teoría? ¿Una medicina oriental o psicológica? —El sar-
casmo se apodera de mi voz, aunque estoy de acuerdo con él hasta cierto punto.
Como me ha demostrado el estudio de la mente, a veces nuestro dolor físico pu-
ede ser el resultado del estrés experimentado en la vida que nos afecta tanto que
no sabemos cómo afrontarlo.
—Oh, no —susurra Zachary con dramatismo, poniendo la palma de la
mano extendida sobre su corazón, y suspira—. Eres uno de esos médicos que
reniegan de cualquier otro estudio y miran por encima del hombro a todos los
demás.
—Sí, alerta a los medios de comunicación —le digo y vuelvo a dar un
respingo cuando el dolor se instala en mi cuero cabelludo, enviando punzadas
de dolor por toda mi piel como si me inyectaran miles de agujas a la vez—.
¿Qué quieres? Vamos a acortarlo, ¿de acuerdo? —Por suerte, he conseguido
meterme en el bolsillo algunas de las propinas de ayer, así que tengo suficiente
dinero para tomar un taxi de vuelta a casa, pero no sé si es una buena idea.
Odio quedarme con Zachary en su mansión, dando poder de nuevo a mi
atormentador y enviando esencialmente un mensaje al sospechoso que soy una
cobarde que se esconde detrás de cualquiera y de cualquier cosa para mantener-
me alejado de él. Su ego recibirá un golpe; de eso estoy segura.
Por otro lado, ¿y si Zach tiene razón y puede atacarme, o peor aún, secu-
estrarme, para utilizarlo en algún plan que implique a Emmaline?
Al pensar en la preciosa niña siendo lastimada, mi corazón se acelera do-
lorosamente y consume mi mente, casi haciendo que parezca que la idea de
Zachary de permanecer unidos no suena tan mal.
De hecho, tiene mucho mérito y ventajas.
Pero lo odio.
No impidió que te lo follaras anoche.
La vocecita en mi cabeza es implacable, no me deja esconderme de lo
que ocurrió entre nosotros, y ese es el problema.
No estoy segura que si nos mantenemos cerca el uno del otro el sexo sal-
vaje no se repita. Desgraciadamente para mí, la atracción entre nosotros existe
en un nivel animal que no tiene nada que ver con las emociones y, en esto, me
hace casi inútil contra ella.
—¡Phoenix! —Leiken grita por detrás de mí, y Zachary mira por encima
de mi hombro, frunciendo las cejas antes que el reconocimiento se instale en
sus rasgos, lo que no me sorprende.
El hombre probablemente lo sabe todo sobre mi vida, hasta mi talla de
zapatos o lo que he desayunado.
—Así que por eso te duele la cabeza —susurra y luego abre la puerta del
auto, ordenando—: Entra. Si no quieres hablar con tu ex amiga que está corri-
endo hacia nosotros ahora mismo, te sugiero que me escuches.
Me encantan todas estas opciones que me da la vida, cada una más cutre
que la otra, y sin decir otra palabra, me meto dentro mientras Zachary cierra la
puerta y lo rodea para tomar su propio asiento, cerrando las puertas con el clic
del botón justo cuando Leiken nos alcanza, golpeando la ventana y gritando:
—¡Phoenix, por favor, escúchame!
Mis manos se cierran sobre mi regazo y aprieto los ojos, no queriendo
escuchar su voz que me trae de vuelta al momento más bajo de mi vida.
—Conduce —le susurro a Zachary, y él lo hace, el auto cobra vida al ins-
tante y se aleja a tal velocidad que probablemente sea ilegal.
A medida que nos alejamos más y más del hospital, la tensión se me es-
capa y apoyo la cabeza en la ventana, pensando en que mi vida se ha complica-
do mucho.
Porque ante cualquier problema que se me presente… el diablo siempre
acude al rescate.
Y de alguna manera, en esos momentos, su infierno parece un buen lugar
para estar. Al menos allí, todos son honestos.
En comparación con los santos, las personas que usan sus hermosas más-
caras, solo para mostrar su verdadera naturaleza en el momento en que cometes
errores.
Dicen que los santos siempre se sienten atraídos por los pecadores, ansi-
ando cruzar la línea del lado oscuro y alimentar su curiosidad por los pecadores
que disfrutan de todos los placeres que ofrece este mundo.
Pero, ¿qué hacer cuando uno mismo es un pecador?
Zachary
En el momento en que entramos al restaurante, veo que varias cabezas
giran en nuestra dirección con las mandíbulas abiertas. Hay murmullos disper-
sos que resuenan en el lujoso espacio elevándose por encima de la música clási-
ca procedente de los altavoces del techo.
Phoenix mira a su alrededor, con los ojos ligeramente abiertos mientras
estudia el entorno, y me pregunto si Sebastian la ha traído alguna vez a lugares
como este.
Él nunca fue rico para mi estándar, pero tiene dinero, por lo que las puer-
tas de todas los locales exclusivos deben haber estado abiertas para ellos.
Por otra parte, por la bestia que ruge en mi interior, prefiero no pensar en
lo que Phoenix hizo o dejó de hacer con su ex marido.
—El dueño se puso las pilas con este —dice y luego parpadea—. Dios
mío, ¿esa araña está hecha de diamantes?
—Cristal caro, pero según una leyenda, por supuesto, son diamantes —le
digo en broma, intentando ver el establecimiento desde la perspectiva de un re-
cién llegado.
Tiene muebles de color beige repartidos por todo el perímetro del espa-
cio rectangular en la azotea del edificio. Sobre las mesas redondas, rodeadas de
cuatro sillas, hay jarrones rosas con tulipanes.
Una cubierta de vidrio sirve como techo del lugar, lo que permite que los
rayos de sol lo iluminen, haciéndolo casi resplandecer y dándole un aspecto so-
fisticado de un siglo anterior, cuando este tipo de diseños adornaban todas las
lujosas casas.
Los camareros llevan uniformes blancos y negros con zapatos de piel que
no hacen ruido sobre el parquét, sin molestar a los clientes con sus constantes
chasquidos mientras corren de un lado a otro entregando todos los pedidos.
Uno de ellos, el que suele servir mi mesa cada vez que decido venir aquí,
me ve desde lejos y me saluda con la mano, precipitándose hacia mí antes que
alguien pueda indicarnos una mesa.
Normalmente, hay que tener una reserva con semanas de antelación para
entrar; siempre está lleno de personas sin importar el día o la hora. Además, el
restaurante no es tan grande. El espacio cerrado crea una sensación de urgencia
aún mayor, porque el deseo de la gente de entrar es aún mayor al sentirse espe-
cial e importante por haber conseguido una mesa.
Este restaurante se basa en un marketing brillante. Debería saberlo, ya
que invertí millones cuando uno de los propietarios me hizo una propuesta.
—Sr. King —me saluda Betty y luego cambia su mirada hacia Phoenix
por un breve segundo, la sorpresa destella allí, pero rápidamente relaja sus ras-
gos. Después de todo, nunca había traído a una mujer aquí antes, además de mi
esposa—. Estoy muy feliz de verlo de nuevo. Por favor, entre. Su mesa está lib-
re como siempre.
Las cejas de Phoenix se alzan ante esto, pero no dice nada. Caminando
detrás de mí mientras pasamos entre todos los curiosos, no me pierdo unas cu-
antas fotos tomadas rápidamente antes de sentarnos en nuestra mesa. Desde la
esquina, la vista se abre al panorama de la ciudad, mostrando la magnificencia y
la belleza de todo, y al estar tan alto, casi parecemos estar flotando en el aire.
Betty pone los menús delante de nosotros y pregunta:
—¿Le gustaría comenzar con alguna bebida? —En este caso se dirige a
Phoenix, porque mi pedido nunca cambia.
—Sí, me gustaría una taza de té, por favor.
Betty asiente y se apresura a buscarla mientras yo me apoyo en la silla,
viendo como evita mi mirada, toma el menú y lee con fingido interés.
—Aquí tienen unos pasteles deliciosos. —Decido iniciar la conversaci-
ón, jodidamente harto del juramento silencioso que parece haber hecho en el
auto.
Ni siquiera se preguntó a dónde íbamos; así de grande era el deseo de
alejarse de Leiken, y me hace preguntarme qué diablos pasó ahí.
¿O era otra disculpa que ella no quería?
No puedes dejar a esta mujer durante cinco minutos sin que los buitres
quieran arrebatarle un poco de su alma, ¿y todavía se pregunta por qué he veni-
do por ella?
Puede que Phoenix no lo sepa, pero es extremadamente frágil. Si no es lo
suficientemente cuidadosa, el colapso ocurrirá. Su ataque en la oficina del FBI
lo demostró. Cuando una persona retiene el dolor en su interior durante tanto ti-
empo… es solo cuestión de tiempo que todo explote, y no va a ser algo bonito.
Sin embargo, me quedaré a su lado a pesar de todo, sujetando su mano
con fuerza y dándome una razón para vivir.
Ella no reacciona a mi sugerencia, pasando las páginas a las pastas, y
continúa estudiándola.
Bueno, entonces, si ella quiere jugar sucio, no me importa.
Cualquier cosa menos este jodido silencio que me irrita, llevándome at-
rás en el tiempo hasta los pitidos de una máquina que resuenan en la casa mi-
entras mamá yace inconsciente en su cama, porque la medicación no servía de
nada.
—Tuvimos sexo anoche. No puedes borrar eso de mi memoria ni de la
tuya ignorándome o evitándome. —Se queda quieta; su dura inhalación llena el
espacio entre nosotros antes que sus furiosos ojos, recordándome al chocolate
fundido al que una persona puede volverse adicta, se encuentren con los míos—
. Puedes negarlo todo lo que quieras, pero te has librado. Castigarnos a los dos
por un sexo fenomenal parece un poco extremo, ¿no crees? Sobre todo cuando
tenemos que discutir nuestra pequeña situación. —Aunque en este momento,
nada me apetece más que atraerla hacia mí y hundir mis dedos en su cabello mi-
entras mi boca se da un festín con la suya, sometiéndose en cuanto nuestros la-
bios conectan.
Aunque no tenga más que insultos que decirme cuando no es así.
Tira el menú, apoya los codos sobre la mesa y se inclina más cerca para
que no pierda ninguna de sus palabras. —Vamos a dejar algo claro. Tuvimos
sexo, y eso es todo. No tenía nada que ver con lo que realmente quería. Mi cu-
erpo lo quería. Cualquiera lo hubiera hecho, Zachary, así que si yo fuera tú, no
sería tan engreído ni alardearía de ese hecho en mi cara. No seas patético. —
Con estas palabras suspendidas en el aire, agita el menú hacia Betty que viene
con mi café negro y el té de Phoenix, poniéndolos en la mesa rápidamente—.
Quisiera pasta penne. Trae la que consideres mejor.
—Por supuesto. Su filete estará listo en unos veinte minutos, Sr. King.
—Con una sonrisa amable, se dirige a la mesa de al lado, tomando sus pedidos.
—Sigue diciéndote eso, cariño —digo, y la taza de té de Phoenix se deti-
ene a medio camino de su boca—. Fui yo quien te excitó con mi lengua, mis de-
dos y mi polla anoche, y sé cuando una mujer quiere a un hombre.
—Basta —sisea ella, y yo levanto mi café para brindar por ella, mi voz
bajando unas octavas.
—Ni siquiera he empezado, cariño.
Ella gime de frustración, golpeando su taza sobre el platillo, y este suena
ruidosamente, derramando un poco sobre el plato.
—Está bien, ¿sabes qué? Por el bien de mi cordura, hagamos una tregua.
—Exhala una pesada bocanada de aire antes de continuar—: Tenemos un prob-
lema que debemos solucionar, y por desgracia eso implica pasar tiempo juntos.
Trago el sabor amargo del café, chasqueando los labios.
—Es lamentable solo para ti. Me lo estoy pasando como nunca.
Ella ignora mi afirmación.
—No puedo funcionar así. Esperando el momento que el sospechoso qui-
era atacar. Así que acordemos no enfadarnos deliberadamente entre nosotros,
¿de acuerdo? —Ella levanta su dedo índice cuando quiero comentar sobre
eso—. Nada de hablar de sexo o de mi odio hacia ti. No nos lleva a ninguna
parte, ¿y la supuesta cooperación que quieres? No funcionará en el entorno ac-
tual, ¿de acuerdo? Basta, por favor. —No sé cómo reaccionar a eso.
Tal vez porque no he conocido a una mujer que se haya resistido a mí o a
mis encantos, saliendo de su camino para señalar que me desprecia. Mi riqueza,
mi aspecto o mi generosidad no la seducen, sino que la repelen. Es cierto que
nunca le he dado ninguna razón para que le guste, pero, ¿cuán jodidamente fas-
cinante es eso?
Atraer la atención de la mujer que te odia a muerte, preciosa en su belle-
za y con la fuerza que irradia.
No me extraña que Sebastian la amara como un loco.
—¿Y bien? —incita cuando permanezco en silencio—. ¿Tenemos una
tregua?
—Solo para asegurarme que lo he entendido bien. No podemos hablar de
sexo. ¿Y eso es todo? —Ah, esto es demasiado bueno para ser verdad, pero me
pregunto si se da cuenta del error que está a punto de cometer conmigo.
No me llaman despiadado por nada. Si hay algún tipo de negociación, se-
ré el ganador que se lleve el premio más alto.
Aunque tenga que construir toda una estrategia con varios señuelos es-
condidos en los lugares más inesperados.
Frunce el ceño y se muerde el labio inferior, confundida por mi pregunta
por el aspecto de la misma
—Sí.
Mi boca se curva en una sonrisa, mientras me inclino más para que nu-
estras caras estén a centímetros de distancia la una de la otra, y veo cómo algu-
nas mujeres que están a unas mesas de distancia jadean.
—Entonces tienes tu tregua. —Ella parpadea, la sospecha llenando sus
orbes marrones mientras me inclino hacia atrás, levantando mi café y aspirando
el olor—. Ahora hablemos, ¿de acuerdo?
Asiente y saca del bolsillo el teléfono que le di, poniéndolo en el centro
de la mesa mientras abre una aplicación para escribir.
—De camino al hospital, tomé un par de notas sobre todo lo que tenemos
hasta ahora, para construir un retrato del sospechoso en nuestra cabeza y así po-
der tener algunas pistas. —Se desplaza por un par de ellas; la mayoría coinciden
con las observaciones de Lachlan.
Pero hay un punto que me llama la atención y me detengo en él, con el
dedo presionando la pantalla para ampliarlo.
—¿Podría ser una mujer? —La maldita idea nunca se me pasó por la ca-
beza, así que pregunto—: ¿Por qué lo crees?
Phoenix junta las manos.
—Nada ha insinuado realmente el género del sospechoso. Estadística-
mente, hay más asesinos en serie masculinos; sin embargo, la forma en que se
producen las muertes me descoloca.
—Tiene miedo de llegar a la víctima. Lo sé. —Gracias, Lachlan, o me
mostraría como un idiota despistado delante de esta mujer. La psicología no es
uno de mis fuertes, por mucho que estudie a los asesinos en serie—. Hay muc-
hos hombres que tienen miedo de enfrentarse a sus víctimas.
—Eso puede ser cierto, pero la forma en que mata a esas mujeres es…
como decirlo… bondadoso.
—Bondadoso —repito, mis manos se cierran con un puño sobre la mesa
cuando la imagen del cuerpo de Angelica tendido en la acera con su cerebro
derramándose por todo el concreto y la sangre brotando desde abajo y rodeando
su cuerpo llena mi mente. Su cuello retorcido en una posición extraña, porque
jodidamente se rompió.
El remordimiento cruza por un segundo en su rostro, y aprieta mi mano
por primera vez, para luego apartarla rápidamente cuando las sensaciones
punzan nuestra piel.
—Lo siento, Zachary. Sé que es difícil de escuchar. —Se lame los labios
antes de profundizar en su anterior observación—. Este sospechoso no las deja
sufrir mucho tiempo. Cuando ocurre el accidente, mueren instantáneamente por
el impacto. Creo que esa es una de las razones por las que la velocidad del
vehículo es siempre tan alta. El sospechoso no les deja ninguna posibilidad de
sobrevivir y sufrir por las heridas.
—¿Y a eso le llamas ser jodidamente bondadoso? —gruño, con la rabia
ardiendo en mi interior por revivir todos esos dolorosos recuerdos y la furia que
todo lo consume y que exige encontrar al cabrón y hacer que el sospechoso se
ahogue en su puta bondad que ha destruido tantas vidas.
—Es un nivel de compasión. Normalmente se ve en los sospechosos fe-
meninos. Este sospechoso es un psicópata, probablemente criado en un hogar
abusivo. ¿Y aun así siente pena por sus víctimas? Algunas cosas no tienen sen-
tido.
—Bueno, si se identifica con ellas, es normal.
Phoenix sacude la cabeza y sorbe su té antes de responder:
—Hasta cierto punto, sí. Estoy de acuerdo en que recrea lo que sea que
haya sucedido en su vida. Pero no se excita con la tortura. En su sufrimiento. El
sospechoso es casi gentil con ellas.
Se me escapa una risa amarga y me la trago con café, odiando a ese cab-
rón, sea quien sea, con una pasión tan fuerte que no quiero que la policía lo en-
cuentre primero.
No, quiero ser yo quien lo encuentre, para llevar a cabo mi venganza,
que será tan jodidamente fría que el cabrón deseará morir mil veces antes que
enfrentarse a mí.
Crearé un sótano con todos los mejores dispositivos de tortura del mundo
e incluso recibiré lecciones de Lachlan si es necesario, siempre y cuando garan-
tice el sufrimiento constante del sospechoso.
—Zachary —Phoenix me llama por mi nombre, y me doy cuenta que lo
ha repetido varias veces, y su voz suave y cálida me saca de mis oscuros pensa-
mientos mientras enfoco mi mirada en ella—. Sé que esta información te mo-
lesta, pero cuando hablemos del sospechoso, tienes que dejar de lado todos tus
sentimientos. Piensa en ello como un caso separado.
Todo este tono psiquiátrico que me habla como si tratara de calmar a uno
de sus pacientes hace que me abalance sobre ella.
—Es fácil para ti decirlo.
Me arrepiento de las palabras en cuanto las digo. Se quedan en el aire
entre nosotros, el dolor junto con la ira destellan en sus ojos, y sus uñas se cla-
van en las palmas, sus manos tiemblan con una furia apenas controlada.
—Sí. Porque tú eres el único al que le afectó la vida, y yo solo estoy juz-
gando en mi jodida burbuja feliz —dice y se levanta rápidamente, las patas de
la silla raspando contra el parquét, atrayendo aún más la atención de las mesas
cercanas hacia nosotros—. Eres… —gime, levantando las manos antes de mur-
murar—: Dios, dame la paciencia que no tengo. —Y se deja caer de nuevo en
su silla—. Deja de actuar como un idiota, Zachary.
—No debería haber dicho eso. —Nunca me disculpo, así que no puedo
darle las palabras que probablemente necesita en este momento, pero me pro-
meto no volver a perder los nervios en su presencia. Ya ha sufrido bastante por
ello—. Y tienes razón.
—Eso es probablemente lo más cerca que estarás de la palabra “lo sien-
to”, ¿eh? —pregunta y bloquea la pantalla de su teléfono mientras vuelve a nu-
estra conversación—. En base a toda esta información, no podemos excluir nin-
gún género de esta investigación. Eso es todo lo que tengo por ahora. Podemos
intentar ir a mi hospital y comprobar a mis pacientes, y luego pasar todos los
nombres por su sistema para ver si hay una conexión. Aunque, necesitamos per-
miso para eso, así que los agentes probablemente se encargarán de ello.
Betty elige este momento para volver, sosteniendo una bandeja pesada
con comida humeante que huele delicioso, pero me importa una mierda.
Ahora mismo, la comida está tan lejos de mi mente que me pregunto por
qué he pedido algo.
Betty vacía rápidamente la bandeja antes de salir corriendo de nuevo.
Phoenix inhala los olores de su pasta roja con mariscos por su apariencia
y clava su tenedor.
—Oh, Dios mío. He echado mucho de menos solo el olor. —Se lo lleva a
la boca y gime, cierra los ojos y saborea cada bocado, mientras yo no puedo
evitar recordar sus otros gemidos y moverme incómodo en el asiento.
No solo porque me excita, creo que tengo que estar preparado para que
hasta los pequeños detalles de ella me afecten de alguna manera, ¿y no es eso
jodidamente genial?
Pero también por la culpa que me recorre al recordar que los últimos tres
años y medio han sido un infierno para ella, donde no solo sus necesidades bá-
sicas sino también aquellas cosas que le brindan placer no fueron satisfechas.
La despojaron de todo y sin embargo sobrevivió, y no conozco a mucha
gente que no se hubiera derrumbado bajo tal peso y presión.
La presión que yo ejercía también, presionando y presionando, esperando
que finalmente se rindiera y tal vez se suicidara, demasiado cansada para luchar
contra todos.
Estos son solo algunos pensamientos oscuros que jugaron en mi mente
en los dos primeros meses después de la muerte de Angelica, pensamientos de
los que no estoy orgulloso, y que me repugnan ahora mismo.
Sin embargo, haga lo que haga, no estoy seguro de poder expiar todos los
pecados que he cometido.
Si hubiera una tierra donde los pecadores expiaran, la habría llevado allí
y le habría pedido perdón, esperando lo mejor.
Pero el perdón es como el amor; o se da libremente o no tiene ningún
sentido. No puedes forzar la emoción de alguien.
—Entiendo por qué me has traído aquí. La comida sabe divina. —Vuelve
a clavar el tenedor, pero se detiene en la pasta, frunciendo las cejas—. Así que
te he enseñado todas mis cartas. ¿Cuál es tu plan? ¿Cómo crees que podemos
sacarlo de su escondite trabajando juntos?
Agarro mis cubiertos, cortando el filete, y espero a que trague su bocado
antes de responder:
—Nos casaremos.
Ah, sí.
¿El sospechoso formó una conexión con ella en la que yo soy ese imbécil
que le arruinó la vida, y él es el maldito salvador a sus ojos?
Pues bien.
Le quitaré lo que quiere.
Y, mientras tanto, reclamaré lo que es mío.
Como dije antes.
Lo que Zachary King quiere, lo consigue.
Sospechoso
Phoenix
Me quedo quieta, tosiendo ligeramente a pesar de no tener comida en la
boca, y doy un rápido sorbo a mi té, preguntándome cómo debo reaccionar ante
esto.
O tal vez mi imaginación me está jugando una mala pasada y necesito
dormir más, porque es imposible que Zachary me haya propuesto matrimonio,
¿verdad?
Me aclaro la garganta y vuelvo a poner la taza en el plato, estudiando el
diseño floral que lleva durante una fracción de segundo antes de decir:
—Lo siento, Zachary. No te he oído bien. ¿Podrías repetirlo, por favor?
Lo hace, su voz tan poco emotiva como si ofreciera un paseo por el par-
que.
—Nos casaremos. —Y se mete un trozo de su filete en la boca, masticán-
dolo y actuando como si nada.
Mis manos se tensan sobre mi tenedor. Apenas me contengo para no lan-
zárselo solo para borrar la expresión de suficiencia de su apuesto rostro.
Tregua, ¿recuerdas? No se puede estallar de histeria. Objetivo mutuo y
todo eso…
Así que con toda la fuerza de voluntad que poseo, y tengo que decir que
se me escapa cada vez que abre la boca, le grito:
—¿Has perdido la cabeza? —Un hombre de la mesa de al lado nos mira,
pero rápidamente desvía su mirada hacia el menú cuando lo noto mirándonos.
De acuerdo, quizás no fue nada sutil, pero ¿está loco?
—¡Nunca me casaré contigo! —le digo, preguntándome qué tipo de
trampa está tratando de tender en este escenario.
¿Por qué un hombre de su posición social querría casarse conmigo, una
ex convicta de dudosa reputación? Todo este asunto del asesino en serie podría
excusarme a los ojos de la ley, ¿pero a los de la sociedad? Para la mayoría, yo
sigo siendo la conductora que conducía aquel maldito auto que mató a su mujer,
así que nadie entenderá su decisión.
—Al contrario, estoy pensando con bastante claridad, cariño. —Acaba su
filete con un vaso de agua -todos estos restaurantes de alta gama tienen agua en
la mesa por si alguien la necesita- y bebe un gran sorbo—. Tú eres su mejor
amiga a la que protege. Mientras que yo soy el lobo feroz. Bueno, si te convier-
tes en mía… —Hay un extraño filo en la última palabra; algo parpadea en sus
piscinas verdes, pero lo enmascara rápidamente con indiferencia, así que no ten-
go la oportunidad de estudiarlo—, es él quien se convierte en el lobo malo. Y
no estoy seguro que pueda manejar ese papel. —Una risa sin humor resuena
entre nosotros—. Créeme, hace falta cierta mentalidad para serlo.
—¿Crees que si nos juntamos, él o ella estará… celoso? —Sin embargo,
mi mente descarta esta idea, ya que no se ajusta a su perfil—. No creo que le
importe nuestra relación —concluyo, suspirando interiormente aliviada, porque
podemos dejar de lado esta ridícula idea.
No quiero volver a casarme. ¿De qué sirve si el hombre huye en otra di-
rección en cuanto te quemas en el infierno? ¿Y mucho menos tener un matrimo-
nio falso por el bien de un sospechoso inestable?
Él o ella ya ha tenido suficiente de mi vida; ¡no le daré al sospechoso ni
un centímetro más!
—Sean cuales sean los pensamientos que te rondan por la cabeza ahora,
puedes olvidarte de ellos. No voy a arrodillarme para ofrecerte amor eterno de
verdad. El amor a primera vista no es nuestra historia. Sin embargo, un matri-
monio es la única manera de sacudir su estabilidad. —Debe leer la confusión en
mi cara, porque se explica—. Él te ama. Realmente te ama de una manera retor-
cida, desde que formó una conexión contigo. Así que, digamos que haces tram-
pa en esa conexión. —Quiero protestar, pero mueve el tenedor, haciéndome cal-
lar antes que pueda pronunciar una sola palabra—. ¿Cómo crees que le hará
sentir? La respuesta es, mal. No pensará con claridad y cometerá un error. Y en-
tonces lo atraparemos.
Resoplo con incredulidad.
—¿Atraparlo? ¿Escuchas siquiera lo ridículo que suena? Quieres casarte
solo porque crees que eso lo desestabilizará. ¿Y si no lo hace? ¿Y si no le im-
porta tanto lo que haces?
—Sí le importa. Te ama a su manera. —Me lanza la frase a la cara—. En
el momento en que estás de mi parte y él cree que eres importante para mí, te
conviertes en lo que amo. —Me muevo incómoda ante lo que dice. La palabra
amor asociada a nosotros suena mal en sus labios—. Él pierde, porque tendrá
que conducir ese puto auto hacia ti. Así de jodidamente sencillo es —dice, ter-
minando su bebida de un trago mientras yo sacudo la cabeza.
—Excepto que no lo es. Te equivocas, Zachary. —Me envía una mirada
interrogativa—. Estás intentando entender al sospechoso a través del prisma de
tu personaje. Eso es lo que tú habrías hecho en esta situación. Como hiciste
conmigo. Llevarte a Sebastian. —Eso es puramente una suposición por mi par-
te. Pero veo el remordimiento, por un segundo, cruzar su rostro y ser sustituido
por una extraña posesividad y rabia; no le gusta el recordatorio de mi marido
entre nosotros.
Bien entonces, mala suerte.
—Si el perfil es adecuado y mis sospechas sobre su infancia son correc-
tas, querrá castigarme por lo que he hecho a sus ojos. Tratando de encontrar a
alguien para matar a quien amo. —Me río amargamente—. La opción ideal
habría sido que encontrara a alguien a quien ambos amamos y nos hiciera daño
con ello, pero no existe tal persona.
Un sonido de rotura reverbera a través del espacio, y jadeo, viendo que el
vaso en la mano de Zachary se rompe, la sangre se derramándose de su palma.
Me levanto rápidamente, asiendo la servilleta blanca y la envuelvo con fuerza
alrededor de su mano.
Betty corre hacia nosotros y le pregunto:
—Necesitamos un botiquín de primeros auxilios. Por favor, ¿tienes uno?
No tengo la oportunidad de examinar la herida, porque Zachary se levan-
ta, pone varios billetes de cien dólares sobre la mesa, me agarra del codo y tira
de mí en dirección a la salida, diciendo por encima del hombro a Betty:
—Después de pagar mi cuenta, el resto es tu propina. —Continúa arrast-
rándonos hacia los ascensores, presionando furiosamente el botón, sin importar-
le que su maldita sangre esté goteando en el suelo, dejando manchas rojas.
—Zachary, tenemos que ocuparnos de tu mano. —Ignora mis palabras y
nos conduce al interior del ascensor en el momento en que se abre en nuestra
planta y pulsa el botón de planta baja—. ¡Zachary! —le grito en la cara, todavía
como una idiota sosteniendo su mano envuelta en una servilleta—. ¿Qué demo-
nios te pasa?
En lugar de responderme, saca su teléfono, pulsando sobre el nombre de
Zeke para llamarlo, mientras yo abro el paño. Suspiro aliviada al ver que no hay
pequeñas astillas de cristal en su piel, pero el corte parece profundo y podría ne-
cesitar unos cuantos puntos de sutura.
Lo que podría hacer fácilmente si me dejara.
Al cubrir la herida de nuevo, oigo una voz masculina al otro lado de la lí-
nea, que responde al primer timbre.
—Sí.
—¿Hay alguna posibilidad que alguien sepa los detalles de la adopción
de Emmaline?
Me congelo, preguntándome por qué quiere hacer esta pregunta ahora, en
este preciso momento.
¿Es esto lo que le ha inquietado? ¿Pero no dijo que con este plan la aten-
ción se centraría en mí? ¿Qué tiene que ver Emmaline conmigo?
Un pensamiento roza mi mente -perturbador y de naturaleza horrible, con
el poder de volverme loca por lo imposible que es- susurrándome al oído que tal
vez haya una conexión.
Tal vez haya una explicación.
Pero aprieto los dientes, deteniéndolo antes que empiece a construir algo
en mi cabeza que no existe.
—No, ¿por qué? Todo era confidencial, los contratos firmados y todo eso
—responde el hombre, e inconscientemente me aprieto más a Zachary para es-
cuchar la conversación—. Por no hablar que todo el papeleo está en una caja fu-
erte, guardado en el banco, tal y como pediste.
—Comprueba con ellos si ha ido alguien recientemente a buscar los pa-
peles.
—Es imposible. La persona tendría que conocer todos los detalles, como
los números y demás. ¿Por qué es un problema ahora? ¿Alguien te está chantaj-
eando con esta información? —Frunzo el ceño ante esto, encontrando su conc-
lusión muy extraña. ¿Quién sería tan estúpido como para chantajear a Zachary
con eso? Su familia sabe, y estoy segura que el público también sabe que adop-
tó una niña; además, ¿no es algo bueno?
—Zeke, no te estoy pagando para que me hagas preguntas. Te pago para
que hagas lo que te digo. —Con esto, cuelga, se guarda el teléfono en el bolsillo
trasero y es entonces cuando suena el ascensor en la planta baja. Y entonces me
arrastra una vez más alucinando, y por fin me he cansado de esto.
Tirando de mi brazo, clavo los talones en el suelo, y él se detiene, medio
girándose hacia mí mientras sigo sujetando su mano herida.
—¿Qué te pasa? Tenemos que mirarte la mano y sin embargo vas corri-
endo sabe Dios dónde —digo con una fuerte exhalación, sin saber qué hacer
con sus constantes cambios de humor.
Su mandíbula se tensa, sus ojos ilegibles bajo la luz del sol fluyendo des-
de las puertas dobles que conducen al exterior, e incluso a través de ese pequ-
eño contacto, siento la tensión que nos rodea junto con una emoción desconoci-
da de él.
Miedo.
Pero antes que pueda responderme, suena su teléfono y contesta. Tengo
una fracción de segundo para ver el nombre de Zeke parpadeando de nuevo.
—Sí. —Lo que sea que le diga Zeke alivia la bestia que ruge en su interi-
or mientras suspira con alivio, prácticamente brotando de él—. ¿Estás absoluta-
mente seguro? Eres hombre muerto si estás mintiendo. —Cuelga, y jadeo cuan-
do me atrae hacia su pecho para que estemos a escasos centímetros el uno del
otro—. Mi niña está a salvo. Nos vamos a casar, porque entonces la persona a la
que cazará seré yo. —Suelta esta estúpida conclusión, basada en sus propias de-
ducciones, justo antes que su boca conecte con la mía, justo a tiempo para que
la gente que entra y sale de los ascensores lo observe, obviamente, con sus mi-
radas de asombro.
Pero con la misma rapidez, su boca se aleja de la mía, y entonces mis oj-
os se abren de par en par cuando se arrodilla frente a mí, sacando una caja de
terciopelo negro del bolsillo y abriéndola para mostrar un anillo de esmeralda
rodeado de pequeños diamantes en una banda de platino. Ni siquiera le importa
que su sangre lo manche.
La piedra brilla intensamente bajo la luz, reluciendo para que todos la ve-
an. Algunas mujeres jadean en la distancia, sus teléfonos registran toda la mal-
dita cosa, acompañados de algunos flashes de otras tomando fotos.
—Phoenix, el mundo entero se ilumina cuando estás a mi alrededor. —
Parpadeo ante esto y escucho a alguien exclamar: “¡Oh, Dios mío!” ¡Más jodi-
dos flashes en mi cara!
Zach permanece ajeno a la compañía y continúa:
—¿Me harías el honor de ser mi esposa? —Aunque lo dice como una
pregunta, no se me escapa la férrea advertencia en su tono, su mirada clavada
en mí y ordenándome silenciosamente que siga este juego suyo que es…
Ni siquiera sé cómo llamarlo.
—Dios mío, ¿lo va a rechazar? —alguien susurra en voz alta, mientras
todavía no aparto la mirada de Zachary, quien levanta la barbilla y me desafía,
como si tuviera poder sobre mí.
Una parte de mí, la parte vengativa que creía que nunca había tenido, an-
hela hacer precisamente eso y gritarle en la cara que es un hombre horrible y
que, por lo tanto, nunca podré casarme con él.
Pero la otra parte, la razonable que solía amar ser psiquiatra y ahondar en
la mente de las personas… sabe que hay mérito en su teoría y la posibilidad que
esta farsa pueda perturbar al sospechoso.
Incluso si es una pequeña posibilidad, es mejor que nada.
Hasta que Lydia resuelva mi caso con el Estado, no tengo dinero ni posi-
ción social para buscar la verdad, ni un lugar seguro donde quedarme.
No al nivel que tiene Zachary King.
Y si antes quería estar lo más lejos posible de él… ¿no me lo debe por
haberme arruinado mi vida?
Nunca podrá compensar o ser perdonado por lo que ha hecho, pero pu-
edo dejar que me ayude en esta lucha y aceptar las cosas que me ofrece por el
daño que me hizo.
El orgullo es algo tan hermoso que me ha mantenido a flote durante muc-
hos desastres entre personas crueles. Sin embargo, a veces el orgullo puede con-
vertirse en nuestro mayor enemigo. Cuando estamos cegados por él, no escuc-
hamos la lógica ni la razón.
Mi pasado no dicta mi presente, así que no tiene poder sobre mi futuro
mientras entienda las lecciones que me han dado. Y en lugar de olvidar, encu-
entro la fuerza para seguir adelante.
Para ello, tengo que encontrar al sospechoso y romper el vínculo que, a
sus ojos, nos une para siempre.
Solo entonces podré romper mi tregua con Zachary y liberarme para si-
empre de esta pesadilla que me asfixia hasta la muerte.
Así que, respirando profundamente, esbozo la sonrisa más brillante que
puedo reunir y respondo para que todos lo oigan:
—Sí, me casaré contigo. —Una emoción parpadea en sus orbes, apasi-
onada y a la vez oscura, y saca el anillo de la caja, abriendo la palma de su ma-
no esperando la mía. En el momento en que nos tocamos, la electricidad corre
entre nosotros, casi quemándome la piel, pero no me deja apartarla. En cambio,
me toma la mano con suavidad deslizando el anillo mientras nuestras miradas
se cruzan, y me sorprende que no se esté gestando una tormenta por la intensi-
dad de este momento.
La sangre de sus manos casi parece conectarnos en el antiguo ritual en el
que se hacía un juramento sobre la luna.
Y aunque he tomado esta decisión basándome únicamente en la lógica,
algo me dice que mi corazón no podrá permanecer ajeno a ella, y por la vibraci-
ón posesiva junto con la mirada de cazador que viene de Zachary, el suyo tam-
poco podrá.
¿Cómo es posible odiar a un hombre y que tu cuerpo anhele su contacto?
Pero lo más importante…
¿Cómo fingir que lo amas para que el asesino en serie le dé caza y no
perderte en el proceso?
Capítulo 16
—Dicen que algunas de las mejores historias de amor nacen del odio.
Yo no creo eso.
Porque entonces me habría enamorado de Zachary desde la primera
mirada.
Dicen que el amor y el perdón son nuestras mayores salvaciones en este
mundo.
Espero que no.
El amor y el perdón podrían ser una cosa que me rompa para siempre.
~Phoenix
Zachary
En el momento en que las puertas de hierro se abren ante mí, saludo con
la mano al guardia de seguridad, que asiente a modo de saludo, y luego piso el
acelerador, volando hacia el interior pero prestando atención al estrecho camino
de entrada por si Emmaline obliga a Patience a jugar con ella en el jardín.
Por el rabillo del ojo, veo a Phoenix apoyando la cabeza en la ventana, su
mirada perdida no me da ninguna indicación de sus emociones. Tiene las pal-
mas de las manos abiertas sobre las rodillas y las frota de arriba abajo como si
tuviera frío.
Desde que apreté su mano con la mía, empujándola a través de la multi-
tud que nos tomó fotos, y senté su trasero en mi auto para llegar a casa antes
que la prensa mostrara sus narices, ella no ha dicho una palabra.
Ni siquiera para pedir mirar mi mano que dejó de sangrar pero duele co-
mo un hijo de puta, aunque me las he arreglado para limpiar la mayor parte de
la sangre.
Nadie más que la reina del hielo me ha acompañado en el camino, y eso
lo odio, joder.
Quiero conocer cada parte de sus pensamientos, sentimientos, predicci-
ones o incluso miedos.
Solo así podré despejar algunos de ellos, destruyendo otros, y calmarla
para que no se preocupe por el futuro que le prometo.
Esta vez, Phoenix será una ganadora y tendrá lo que la vida debía darle la
primera vez.
Aunque admito que proponerle matrimonio delante de esa gente fue una
jugada baja, pero no me dejó otra opción. Lo hice para que la noticia se difundi-
era con la velocidad del rayo y todo el mundo especulara sobre cómo demonios
había sucedido.
Después de sus palabras, casi pierdo la cabeza, pensando que el sospec-
hoso sabe la verdad sobre Emmaline y que encontraría una alegría retorcida en
revelar los detalles de su nacimiento y herir a Phoenix con eso. Nunca podría
permitirlo.
Se lo contaré todo a Phoenix, pero a mi debido tiempo y en el momento
perfecto para ambos.
La verdad reparará su corazón roto, conectando las piezas que tan descu-
idadamente rompí en el pasado.
Aunque ahora mismo le parezca un infierno.
—¿Cómo piensas convencer a la gente de la validez de este matrimonio?
—Su voz ronca envía instantáneamente una señal a mi polla que se tensa contra
la cremallera.
Mierda, cada pequeño detalle de ella tiene la capacidad de excitarme co-
mo si fuera un adolescente cachondo viendo a una mujer por primera vez.
Me agarro con fuerza al volante mientras giro a la derecha, avanzando
hacia la entrada principal, pasando por los varios rosales que Patience insistió
en plantar. Según ella, este terreno es demasiado enorme para no tener un jardín
en él.
—Creo que el anillo en tu dedo y nuestra licencia de matrimonio serán
prueba suficiente para todos.
Ella niega con la cabeza, sentándose derecha y medio volviéndose hacia
mí, su espalda presionando contra la puerta del auto.
—Es mi tercer día fuera de la cárcel. —Sorprendentemente, sus risas di-
vertidas resuenan en el auto—. Es difícil de creer, teniendo en cuenta que ya
han pasado muchas cosas. Pero de todos modos… —Hace una fuerte inhalación
antes de continuar—, quieres convencer al mundo entero que estamos enamora-
dos, pero tu supuesta prometida estuvo fuera de tu alcance durante más de tres
años. Y ambos nos casamos hace cuatro años. Todo el mundo sabe que estabas
locamente enamorado de tu mujer. —Su voz se entrecorta en la última parte,
pero decido ignorarla, aunque una parte de mí está jodidamente harta que saque
a relucir constantemente nuestros matrimonios.
Casi como un muro que quiere construir entre nosotros, como si eso pu-
diera detener la pasión que arde en nuestras venas. Tenemos una química natu-
ral que probablemente se habría transformado en una relación caliente… si nos
hubiéramos conocido como personas libres.
Ella aún no ha cerrado esa puerta al pasado, sin importar su largo discur-
so a Sebastian en el bar. Incluso si no quiere admitirlo ante sí misma, probable-
mente se habría preguntado qué hubiera pasado si… si él no se hubiera compro-
metido con Felicia.
¿Cree que habrían tenido la oportunidad de estar juntos? ¿Ella lo habría
perdonado?
Según los informes, se amaban profundamente hasta el punto que la gen-
te los envidiaba por ello.
Yo amaba a mi esposa. La amé de una manera que muchas mujeres su-
eñan, le di todo de mí y arrojé el mundo a sus pies. Era una mujer extraordinaria
que, solo con su sonrisa, tenía el poder de calmar la rabia que llevaba dentro.
Consiguió arreglar el puente entre mi padre y yo, aunque temporalmente.
Hermosa, amable, dulce.
Siempre daré gracias a Dios por ella y querré vengar su muerte por la inj-
usticia que se cometió con ella. Nunca seré racional en esto, la emoción del
odio me hierve la sangre. Mi alma inquieta necesita matar al bastardo de una
vez por todas.
Pero mi mujer está muerta.
Y yo estoy muy vivo.
Así que ella no tiene lugar en lo que sea que tengo con Phoenix en este
momento, y no dejaré que arrastre a Angelica a nuestro lío.
No voy a hacer un trío en esta relación.
—Todo el mundo sabe que tú también estabas locamente enamorada de
Sebastian. —Sus ojos se estrechan al oír esto, y sus manos se aprietan. No le
gusta cómo le he dado la vuelta a la tortilla—. Por el bien de nuestros matrimo-
nios pasados, no saquemos el tema cada vez que puedas, ¿de acuerdo? —Abre
la boca para protestar, pero es entonces cuando me acerco a la entrada, deteni-
endo el auto y poniendo el dedo en sus labios—. ¿Recuerdas lo de la tregua?
La molestia cruza su rostro, pero suspira, sus labios se mueven bajo mi
dedo mientras su respiración lo aviva, y por instinto, ahueco su mejilla, frotán-
dola suavemente.
En el momento en que la acción se registra en nuestras mentes, sus ojos
se abren y respira bruscamente mientras me quedo paralizado. El auto se llena
de una tensión y un deseo tan fuertes que casi puedo tocarlo.
Su pulso se acelera, y enredo mis dedos en su cabello, acercándola a mí
mientras inclino su cabeza y me agacho hacia ella, con nuestras bocas a centí-
metros de distancia.
—Zachary —susurra, la necesidad y la negación entrelazan su tono, pero
se acerca a mí, anhelando la conexión física a pesar de prohibirnos hacerlo.
—Tienes que pedirlo, cariño. —Mis labios rozan los suyos durante una
fracción de segundo, captando su jadeo de sorpresa cuando aprieto los míos
contra los suyos y luego los deslizo hacia abajo, mordisqueando su barbilla—.
¿Qué quieres?
Sus dedos se clavan en las solapas de mi chaqueta, agarrándola con fuer-
za, escapándosele una respiración áspera.
—Eres un veneno que me está matando lentamente de dentro hacia afu-
era — responde, sus dedos se deslizan hacia mi cuello donde los pasa suave-
mente sobre mi tatuaje del nombre de Emmaline y luego coloca su mano sobre
mi corazón, sintiendo los latidos uniformes de mi corazón bajo su palma—.
Una maldición que no sé cómo romper. —Me aprieta la camisa, su voz apenas
supera un susurro. Si no estuviera sentado tan cerca de ella, no habría oído na-
da. —Dondequiera que mire, estás ahí. No importa cuánto lo intente, no puedo
escapar de ti. El destino también debe tener un sentido del humor retorcido, ya
que hizo que fuera casi imposible no estar contigo. —Se inclina más cerca, has-
ta que sus labios rozan mi oreja mientras habla en ella—. No puedo mentir que
mi cuerpo no reacciona al tuyo. Pero darte un control así sobre mi cuerpo sería
una tontería de mi parte. —Y con esto, me empuja, y como no lo veo venir, casi
golpeo la puerta del auto con la espalda, maldiciendo interiormente su rechazo.
Pero, al mismo tiempo, asombrado que me rechace cuando su cuerpo cla-
ramente anhela que detenga esta miseria en la que se encuentra.
El pecho de Phoenix sube y baja. Esta vez, su voz es segura y firme, sin
rastros de afecto cuando dice:
—Esta tregua que me recordaste implica que no hablemos de la noche
pasada. No intentes utilizar mi cuerpo en tu juego. —Abre la puerta del auto y
sale, dando un portazo tan fuerte que me pregunto si lo habrá roto.
Mi boca se contrae mientras me río por primera vez en mucho tiempo al
conocer a una mujer que me ladra órdenes y espera que le obedezca.
Ah, Phoenix.
Eres muy especial en muchos sentidos.
Pero se equivoca.
No quiero usar su cuerpo en ningún juego, aunque tenerla adicta a mí ha-
ría toda esta mierda mucho más fácil, sobre todo teniendo que fingir que esta-
mos locamente enamorados.
No.
Tengo la intención de arder junto con ella en la ardiente pasión de nuest-
ra creación, y su hermoso cuerpo cobrará vida bajo mis manos.
Un hombre inteligente nunca se da por vencido con una mujer que desea
obsesivamente.
Y nadie puede llamarme estúpido, ¿verdad?
Phoenix
Sospechoso
Zachary
Me río de la última, lo que solo sirve para cabrear más a Phoenix, que me
acusa: — Oh, es gracioso para ti, ¿verdad?
—Tienes que admitir que la última es jodidamente graciosa. Y no te pre-
ocupes, Sebastian no es mi familia de sangre, así que no estás haciendo doblete
ni nada por el estilo —le aseguro, y sus ojos se abren ante mis palabras antes de
agarrar la almohada cercana y lanzármela. Agacho la cabeza para evitarla, pero
ella agarra otra y vuelve a fallar al caer al suelo.
—¡No puedo creer que puedas decir algo así! —Resopla con frustraci-
ón—. ¡Es asqueroso!
—Era inevitable. ¿Realmente pensabas que podríamos seguir adelante
con este matrimonio sin que nadie mencionara el hecho que tu ex marido está
comprometido con mi hermana? —A mí tampoco me entusiasma; de hecho, la
furia me invade, exigiendo que borre de la cabeza de todos cualquier tipo de re-
cuerdo que estuvo casada con él, porque la idea que ella pertenezca a otra per-
sona no me gusta.
Ella es mía y solo mía, y todo y todos los que vinieron antes que yo pu-
eden irse a la mierda.
Lo cual es muy hipócrita, pero, ¿a quién le importa?
—¿Honestamente? —dice—. No pienso mucho en Sebastian, además
de… —Se aclara la garganta, cerrando la boca, pero sé lo que quería decir de
todos modos.
Además de las veces que piensa en su hija y en lo que podría haber sido
si Sebastian la hubiera criado.
Bueno, nunca lo sabremos, ¿verdad?
—No importa qué, pero él no ocupa mis pensamientos las veinticuatro
horas del día —continúa y luego se muerde el labio con preocupación—. ¿Has
comprobado cómo está tu hermana? —Frunzo el ceño, no estoy seguro de lo
que quiere decir con eso, así que elabora con un bufido como si no pudiera cre-
er que sea tan tonto—. ¿Está bien? Seguro que no quiere que la ex de su prome-
tido se case con su hermano.
—No somos cercanos —respondo mecánicamente, aunque mi mente di-
giere esta información ya que mi familia ni siquiera fue un factor en mi toma de
decisiones.
¿Por qué habría de hacerlo? Yo nunca tengo en cuenta a los suyos, así
que los sentimientos son mutuos. No he comprobado si hay llamadas o mensaj-
es desde que entramos en la casa, así nada perturbaría mi tiempo con Emmali-
ne. Busco mi teléfono en el bolsillo de la chaqueta y murmuro:
—Pues que me condenen. —Porque hay cincuenta llamadas perdidas de
varios miembros de mi familia, incluso mi madrastra, y cinco de Zeke.
Y solo un mensaje de texto de mi padre.
Llámame cuando veas esto. Tenemos que hablar, hijo.
Sí, no tengo prisa por hacer esa llamada, porque no estoy de humor para
ningún sermón. Probablemente me sermonee sobre lo mucho que le duele a Fe-
licia, su pequeña, y que debería haber pensado primero en las consecuencias de
mis actos antes de actuar por impulso.
Es su frase preferida cada vez que hago algo con lo que él no está de acu-
erdo o que podría lastimar a su amada familia.
Mi expresión sombría y mi estado de ánimo deben dar a Phoenix una
impresión equivocada, ya que dice:
—Están enfadados, ¿verdad?
—No te preocupes por mi familia y sus emociones. No importa lo que
piensen.
—Son tu familia —protesta ella, pero se detiene cuando mi risa vacía re-
suena en la noche.
—Solo se acuerdan que son mi familia cuando necesitan algo de mí o
creen que les he jodido la vida. —Como no quiero seguir dándole vueltas al
asunto, cambio de tema—. Entonces, ¿qué tal si me curas la mano?
Se frota la frente.
—Todo esto me está dando dolor de cabeza. O tal vez sea mi estado des-
de que estoy en la libertad. —Suena más como una reflexión interna, así que no
digo nada.
En lugar de eso, me levanto dispuesto a sentarme a su lado para que pu-
eda trabajar en mi mano, pero ella niega con la cabeza, se levanta del sofá y
recoge el botiquín.
—Vamos al baño. Primero tenemos que limpiarlo. Por no mencionar que
la iluminación allí es mejor.
Lo que sea que funcione para ella.
El olor a lavanda mezclada con vainilla que solo asocio con ella me hace
estremecer las fosas nasales cuando pasa a mi lado, con su cuerpo rozando el
mío, ya que no doy un paso atrás para facilitarle el camino.
La molestia brilla en sus ojos cuando nuestras miradas se cruzan, pero se
echa el cabello largo hacia atrás y los mechones oscuros me golpean en la cara
cuando se dirige a la puerta, y luego lanza por encima del hombro:
—Quizás debería dejar que se pudra y que te mueras de la infección. Por
causas naturales y todo eso. Imagínate. Inocente del delito y me desharía de ti.
Sonrío ante su golpe, encontrando que su descaro me excita mucho, co-
mo si necesitara más estímulo, y la sigo dentro de la habitación.
—Como mi muerte será agónica y lenta, siempre puedo escribir una car-
ta culpándote a ti.
—Todo el restaurante fue mi testigo —responde ella, y esta vez no puedo
evitar que se me escape una risita. Entramos en el amplio cuarto de baño y ella
enciende la luz. El enorme espacio cuenta con una bañera, un lavabo con un
enorme espejo e incluso una cabina de ducha.
Me señala el lavabo.
—Lávate las manos.
Me quito la chaqueta y la tiro sobre la encimera, me lavo las manos y ha-
go una mueca de dolor, maldiciendo para mis adentros cuando el escozor se in-
tensifica un poco, y entonces ella me señala los pañuelos de papel.
—Límpialo con ellos. Las toallas contienen muchos gérmenes.
Como va muy en serio, sigo las instrucciones y me siento en el borde de
la bañera, que está cubierto de piedras, extiendo la mano y anuncio en un tono
agudo:
—Haz tu magia, oh hada médica.
Si las miradas pudieran matar, yo estaría muerto ahora mismo, pero ella
permanece en silencio, abre el kit antes de traérmelo y lo coloca junto a mi ca-
dera.
Se pone unos guantes de látex antes de examinar el corte, presionando li-
geramente sobre la piel que lo rodea, y vuelvo a hacer una mueca de dolor, lu-
ego le lanzo una sonrisa que probablemente no llegue a mis ojos. Ningún homb-
re quiere parecer una flor delicada maldiciendo por una picadura, pero, ¿por qué
coño me duele tanto ahora? Todo estaba bien hace unos segundos.
—No tienes que hacerte el valiente.
Presiona más fuerte sobre la piel, y yo murmuro:
—Maldita sea.
—Todo esto… —Sigue deslizando el dedo por el corte—, podría haberse
evitado si me hubieras hecho caso desde el principio.
—Puedes regocijarte más tarde, pero por el amor de Dios, deja de presi-
onar tus dedos en ello —digo entre dientes, y ella se detiene, todavía sostenien-
do mi mano abierta.
—No necesita puntos como pensé en un principio, pero es profunda. Te-
nemos que cubrirla. —Puede hacer lo que quiera mientras este dolor irritante
desaparezca.
Procede a hacer todas las cosas, pero sigo gimiendo cuando vierte el anti-
séptico por toda la herida y se desliza dentro, quemándome tanto la piel que me
pregunto cómo está ayudando esta mierda.
Pero mi atención se centra en Phoenix, en la facilidad con la que realiza
todo esto, cada movimiento rápido y preciso. Solía ser una de las mejores de su
clase y, según la mayoría de sus profesores, tenía un gran potencial como ciruj-
ana e incluso contempló la posibilidad de dedicarse a la neurocirugía, pero cam-
bió de opinión en el último momento.
—¿Por qué elegiste la psiquiatría como campo?
Ella desenrosca el tubo de pomada y moja una generosa cantidad en su
dedo antes de aplicarla en el corte y responde:
—Hace mucho tiempo, elegí la carrera de medicina, porque quería salvar
vidas. Me pareció una gran idea, un trabajo con un propósito tan grande. —Una
extraña sensación recorre mi mente ante esta información, recordándome a otra
persona del pasado que solía utilizar un lenguaje similar al describir su sueño, y
me quedo quieto—. El cerebro me fascinaba, y todos los estudios relacionados
con él. Antes de la facultad de medicina, pensaba ser cirujana, pero una vez que
empecé… no podía soportar la idea que los pacientes murieran uno tras otro en
mi mesa. — Toma el vendaje del kit y lo enrolla, coloca el borde rasgado en mi
mano y comienza a cubrir mi corte—. Así que elegí la psiquiatría. No me arre-
piento de esa decisión. —Aunque la escucho, el pensamiento no me abandona,
me atrapa con tanta fuerza que empiezo a recordar retazos de su vida a los que
nunca presté atención.
Cuando estudiaba sus archivos, lo único que me importaba era encontrar
su debilidad para poder usarla en su contra. O buscaba cualquier cosa que pudi-
era convencerme sobre que estaba realmente borracha. No me importaba mucho
su familia, además del hecho que no tenía una.
—¿Dónde están tus padres? —Me escucho preguntar, y ella levanta su
mirada sorprendida hacia mí.
—¿No lo sabes?
—Tu expediente decía que no había familia. ¿Están muertos?
—Crecí en el sistema —dice y termina de vendarme, atando el nudo ent-
re el pulgar y el índice—. Intenta no mojarlo hasta la mañana, y lo revisaré ma-
ñana. Creo que la hinchazón bajará y entonces no tendrás que llevarlo más.
Ahora mismo, voy a ir sobre seguro, ya que el corte es tan profundo que podría
infectarse fácilmente. —Se quita los guantes y los tira a la papelera que está a
unos metros de nosotros y, sinceramente, mi mano me importa una mierda aho-
ra mismo.
Así que cuando quiere alejarse de mí, la agarro de las caderas, llevándola
entre mis piernas abiertas, y ella jadea sorprendida, sus manos empujando mi
pecho.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Tenías un amigo por correspondencia? ¿Un tipo con el que intercam-
biaban cartas? —Hago la pregunta sin importarme la locura que pueda parecer,
necesitando saber si mi fugaz sospecha es correcta o no.
Aunque no estoy seguro de lo que haré una vez que escuche su respuesta.
Porque si todo este tiempo he hecho daño a la chica de mi infancia cuya
vida de mierda nunca la privó de sus esperanzas y sueños, por lo que aún se de-
jó la piel para conseguir su título, entonces soy un monstruo aún más grande de
lo que he previsto.
El reloj de la habitación hace tictac con fuerza, y cada tictac acelera los
latidos de mi corazón a la espera de su respuesta.
Aunque su respuesta rompa la última parte sana de mí.
Phoenix
Me agarra con más fuerza, sus dedos se clavan en mis caderas, e intento
liberarme de nuevo, pero sus manos son como cadenas de acero que me rodean,
manteniéndome en su sitio y no dejándome evitar su presencia abrumadora.
Colocando las palmas de las manos sobre sus hombros, empujo con fir-
meza, pensando que servirá de algo, pero él solo me atrapa entre sus piernas
con más fuerza y me ordena:
—Contéstame.
¿Qué demonios le pasa?
—Sí, tuve un amigo por correspondencia cuando era niña. ¿Quién no lo
tuvo? —Mi generación aún creció durante la época en que la tecnología no go-
bernaba este mundo, así que estoy segura que no es tan raro. Y además, ¿qué ti-
ene que ver esto con nosotros? —. Zachary, por favor, suéltame — repito, pero
sus músculos se ondulan debajo de su camisa mientras una vez más el agarre de
su abrazo es tan fuerte que jadeo cuando la incomodidad se apodera de mí—.
Me estás haciendo daño.
—¿Cómo se llamaba?
—¿Qué? —pregunto, olvidando momentáneamente su estúpida pregunta,
y luego grito cuando, en un último intento de escapar, caigo sobre él. No tengo
más remedio que rodear su cuello con los brazos para no caer al suelo.
—¿Cómo se llamaba? —Sus dedos se enredan en mi cabello y me echa
la cabeza hacia atrás, nuestras miradas chocan, la suya es tan ardiente que me
sorprende no estar hirviendo por ello—. El amigo por correspondencia.
Esta es la conversación más extraña que he tenido con un paciente, y te-
niendo en cuenta que he trabajado en psiquiatría, ¡eso es mucho decir! Eso me
pasa por querer ser una persona más grande y ayudarlo, aunque sabía que era un
idiota.
Sus acciones actuales lo demuestran.
—Zach, ¿de acuerdo? Su nombre era Zach, y lo vi dos veces antes que
me abandonara durante nuestra cita programada. Así que, por el amor de Dios,
¿podrías por favor…? —Hago una pausa en medio de la frase cuando la comp-
rensión me golpea tan fuerte que me tambaleo un poco y me quedo con la boca
abierta por la sorpresa, con miles de pensamientos pasando por mi mente.
¿Pero el más importante de todos?
No puede ser verdad.
Sin embargo, todos los puntos y recuerdos fugaces del pasado sobre
Zach, mi Zach, comienzan a sumarse a un gran rompecabezas con piezas desco-
nocidas para mí en ese entonces.
Lo adinerado que era.
Lo mucho que odiaba a su familia.
Presumido, arrogante.
Mi mano aprieta su camisa, acercándonos mientras me inclino hacia él,
susurrando:
—¿Tú eres Zach? ¿El Zach con el que intercambié cartas?
Gruñe, su pecho vibra bajo mi abrazo.
—Sí.
—¡Oh, Dios mío! —exclamo, olvidando momentáneamente que soy una
mujer de treinta y dos años a la que él ha destrozado la vida, y vuelvo a ser la
niña vertiginosa de diez años que le escribió por primera vez—. ¡No puedo cre-
erlo! —Sin pensarlo, lo abrazo y murmuro—: Fuiste un amigo por correspon-
dencia increíble. —Se tensa en mis brazos, pero entonces sus manos me envuel-
ven, apretándome contra su pecho, y una sonrisa se dibuja en mi boca.
¿Quién lo hubiera pensado? Qué increíble es que por fin haya conocido
al chico…
Y con esto, la oscuridad revienta mi burbuja de felicidad, la realidad se
cuela en la causa de nuestro encuentro.
Mi cuerpo se congela. El aire se pega en mis pulmones mientras su olor
masculino perturba mi nariz, y rápidamente me alejo de él, tan rápida e inespe-
radamente que no tiene más remedio que dejarme ir.
—El destino tiene ciertamente sentido del humor, ¿no es así? —le indico,
cruzándome de brazos, y él se levanta, su expresión determinada mientras cami-
na hacia mí, pero doy un paso atrás de nuevo, esperando que él capte la maldita
indirecta de mantenerse alejado—. ¿Quién sabía que el chico que solía ser tan
amable conmigo terminaría siendo mi peor pesadilla? —termino, olvidándome
de la estúpida tregua cuando la decepción me recorre, destruyendo lo único bu-
eno que tuve en la infancia.
Nuestras cartas eran escasas y casi inexistentes, pero de alguna manera,
sentía que en algún lugar tenía un mejor amigo que me escuchaba sin importar
lo que tuviera que decir.
Me daba la sensación de seguridad de no estar sola en este gran mundo
en el que nadie me quería, y me apoyaba en mis sueños a su extraña manera e
incluso se las arreglaba para hacerme regalos inolvidables. Para la mayoría de la
gente, probablemente no sea nada, pero para un niño de acogida que nunca se
sintió especial…
Era el mundo entero, lo mejor, aunque siguiera siendo malo y nunca
ocultara el hecho que no podía importarle menos lo que todos pensaran de él.
—Phoenix —empieza, pero sacudo la cabeza, sin querer escuchar lo que
tenga que decir.
Todo esto ahora no es su problema; es el mío. Construí un chico perfecto
en mi cabeza que de alguna manera creía que estaba cerca de mí. Irónicamente,
incluso después que no se presentó a nuestro encuentro, lo excusé en mi cabeza
y le di las gracias por Sebastian.
Bueno, ese es un regalo que se llevó, así que tal vez no debería haber es-
tado tan agradecida por mi marido.
—No viniste —le digo, lo cual le causa sorpresa a juzgar por la forma en
que sus ojos se abren—. Debería haber sido una pista desde arriba para alejarme
de ti. Pero aquí estamos. —Una risa sin humor se desliza por mis labios—. El
destino logró conectarnos después de todo. Tengo que decir que ojalá no lo hu-
biera hecho. —Me tapo la boca con la mano, extrañamente sin ganas de llorar,
pero temo que se me escape un sollozo. Dios, nunca fui una persona emotiva,
pero desde que conocí a Zachary en la vida real, no soy más que una fuente ina-
gotable de cascadas.
—Fui. Un minuto después que te fueras. —Lo miro, viendo la sinceridad
en su rostro mientras continúa—: Intentamos alcanzarte, pero agarraste un taxi
y te fuiste. Y luego no respondiste a ninguno de mis correos electrónicos. —Su-
ena molesto por esto, pero solo una cosa destaca de sus palabras.
—¿Tu y quien más?
Se queda completamente quieto, con la mandíbula tensa, el único indicio
de sus emociones antes que finalmente responda, con la voz desprendida, pero
veo que cada palabra le resulta difícil de pronunciar.
—Con Angelica. Ahí es donde nos conocimos. Tomamos un café y em-
pezamos a salir unos meses después, tras reencontrarnos en uno de los actos be-
néficos que organizaban los Kings.
—Seguramente diste gracias a Dios por no haberme conocido ese día,
¿no? —No dice nada, porque no puede negarlo. Si lo hubiera intentado, me
habría engañado—. Conocí a Sebastian ese día en el taxi. Cada vez que su
nombre aparecía en mi mente, te agradecía que me hubieras abandonado para
poder estar con el hombre de mis sueños.
La energía cambia a nuestro alrededor con mi verdad, arremolinándose
peligrosamente mientras sus orbes verdes brillan de ira y sus manos se cierran
en un puño. Y antes que me dé cuenta, me enjaula entre el lavabo y su fuerte
pecho, poniendo una mano a cada lado de mis caderas mientras no tengo más
remedio que inclinarme hacia atrás mientras me clava la mirada.
—El hombre de tus sueños te ha dejado. —La posesividad recubre su
voz y se inclina sobre mí, mi espalda se clava en el lavabo, pero no me muevo.
¡Puede meterse sus tendencias posesivas por la garganta!
—¡Por tu culpa! —le respondo, pero luego cierro los ojos y respiro pro-
fundamente, lo que no ayuda en nada a mi estado, ya que me llena de su presen-
cia, y mi cuerpo traicionero, vuelve a reaccionar ante él.
¿Qué tan humillante es esto?
—Quizás tengamos mala suerte el uno para el otro —susurro, aun evitan-
do su mirada—. Cuando estamos juntos, pasan cosas malas. —Finalmente, vu-
elvo a abrir los ojos para mirarlo y le agarro la camisa—. Así que mantengamos
nuestra tregua y alejémonos el uno del otro. —Me odio por ello, pero añado—:
Por favor.
Su mano pasa de mi cadera a mi cintura y a mis brazos, dejando la piel
de gallina a su paso mientras la sube lentamente hasta mi cuello, ahuecándolo
suavemente. Jadeo cuando lo aprieta y me echa la cabeza hacia atrás, inclinando
la cabeza mientras él se desplaza hacia delante, murmurando sobre mis labios:
—No la tenemos. Te lo voy a demostrar.
—No —susurro entrecortadamente, suplicándole que no me empuje a es-
to… lo que realmente no quiero, incluso si mi cuerpo envía una señal completa-
mente diferente.
¿No lo ve?
Si no tiene cuidado, podría romperme, y no lo soportaré, rompiéndome
para siempre en pequeños pedazos que nadie en el mundo podrá volver a unir.
Quizás por eso no tengo tanto miedo del sospechoso, a pesar de sus ten-
dencias psicopáticas.
Porque Zachary King es una amenaza mayor para mi cordura y mi cora-
zón, que está sangrando tanto que una herida más lo va a matar.
¿Y entonces qué quedará de Phoenix?
Su pulgar me roza mis labios, deslizándose suavemente antes de ponerlo
en mí barbilla, presionando tan fuerte que no tengo más remedio que abrir. Y
justo antes de introducir su lengua, susurra:
—Arreglaré esto, Phoenix. Lo haré.
Quiero gritar que no lo hará. Porque, ¿cómo podría alguien más que Dios
arreglar lo que Zach hizo?
Pero en lugar de eso, mis manos aprietan más su camisa, aferrándose a él
en este caos que me come viva lentamente, y arqueo la espalda cuando nuestras
bocas se conectan, con su lengua explorando el interior y la mía buscando la su-
ya.
Se me pone la piel de gallina, y el estómago se revuelve con la anticipa-
ción acompañada del arrepentimiento que recorre mi sistema, mostrándome la
verdad que quiero evitar.
Nada en este mundo tiene el poder de impedir que sucumba ante él, y qu-
iero gritar de frustración por la injusticia que supone.
¿Se debe a la conexión que establecimos cuando éramos niños y, en al-
gún nivel subconsciente, todavía me siento atraída por él?
¿A la idea de mi amigo por correspondencia y de cómo todos los astros
pueden alinearse de tal manera que nos hacen cuestionar el destino?
Quizás cuando estoy en su compañía, vuelvo a ser la joven alegre de di-
eciocho años que soñaba a lo grande y creía en cuentos de hadas que no se ha-
cen realidad.
En lugar de vivir en la realidad, sus brazos tienen el poder de llevarme al
pasado, a cuando mi corazón era capaz de vivir emociones increíbles, con mari-
posas que estallaban en mi estómago y sueños que llenaban mi corazón de tanto
amor que podía volar.
Ya me acosté con él una vez.
¿Qué cambiará una vez más, de todos modos?
Estamos condenados de cualquier manera; más vale disfrutar del viaje
mientras dure, sin ilusiones.
Cuando todo esto termine, también lo haremos nosotros, porque para em-
pezar nunca hubo un nosotros.
Mis manos vuelven a rodear su cuello. Me aprieto más contra él mientras
sus palmas se deslizan por mis hombros hasta mi cintura y mi culo antes de
elevarme. Lo acuno entre mis piernas, fijando mis tobillos a su espalda, mient-
ras el beso caliente y devorador sigue despertando cada parte de mi cuerpo.
Casi espero que me coloque sobre la encimera y me folle aquí mismo,
pero se da la vuelta y entra en el dormitorio, donde, a pasos cortos, llega a la ca-
ma. Gimo en señal de protesta cuando me deja caer sobre ella. Salgo rebotando
un poco, aterrizando de culo con el cabello por toda la cara bloqueando mi visi-
ón de él.
Al echarlo hacia atrás, veo cómo tira la camiseta al suelo, dejando libre
su cuerpo de dios griego con todos los músculos duros y rígidos que deberían
ser esculpidos en una escultura por lo exquisitos que son. Su erección sobresale
detrás de la cremallera y mi coño se aprieta al recordar cómo me penetró una y
otra vez la noche anterior.
Se me escapa un gemido cuando se quita el cinturón de golpe y se baja la
cremallera, sacando la polla. Me muerdo el labio inferior, imaginando cómo se-
ría saborearlo en mi lengua.
Al fin y al cabo, en este momento la realidad no existe, y puedo ser tan
sucia como quiera con él. Nada está fuera de nuestros límites si significa placer
y satisface el anhelo dentro de mí.
Sus ojos se oscurecen cuando adivina el rastro de mis pensamientos, y
me señala con el dedo. Empiezo a arrastrarme hacia él, pero me detengo. Sus
cejas se levantan, ladea la cabeza y me pongo de rodillas, deslizando las palmas
de las manos por todo el cuerpo antes de llegar al dobladillo del vestido y salir
de él.
Me estremece la brisa que entra por la puerta abierta del balcón, mis pe-
zones se endurecen al instante y vuelvo a gemir, presionando mis pulgares cont-
ra ellos, lo que provoca espasmos hacia mi núcleo, deseando sentir algo dentro
de él.
Gruñe cuando mi gemido de necesidad resuena en el espacio. Dice con
su voz baja y ronca que tiene el poder de seducirme por sí sola:
—Ven aquí, cariño. —Me arrastro hacia él hasta que enreda los dedos en
el cabello, tirando de él con fuerza e inclinando mi cabeza hacia atrás mientras
con la otra mano acaricia la polla arriba y abajo, con una gota de semen gotean-
do de la punta. Se frota el pulgar en ella, extendiéndolo sobre la cabeza, y se
acerca para que esté a centímetros de mi boca.
—La forma en que me miras me hace pensar que necesitas una polla en
la boca. —La posesividad destella en su mirada—. Mi polla. ¿Quieres probarla,
cariño? —Arrastra la punta sobre mis labios. Abro la boca para atraparla, pero
él la retira. Frunzo el ceño y gimo cuando me tira del cabello, enviando ligeras
punzadas de dolor por todo mi cuerpo—. Contéstame.
—Sí. —Y entonces, sin escuchar nada más de lo que quiere decir, coloco
mis manos en sus caderas, chupando la cabeza y gimiendo cuando el primer sa-
bor golpea mi lengua, intensificando el deseo dentro de mí.
Salado y almizclado, como algo que sabes que no deberías probar, pero
lo haces de todos modos, porque si no lo haces, podrías volverte loco.
Inclinándome hacia atrás, lamo su longitud, disfrutando del órgano que
late bajo mi lengua mientras su respiración se acelera. Su agarre se intensifica
cuando vuelvo a cerrar la boca en torno a él, chupándolo profundamente y poni-
endo la mano en la raíz de su polla, apretándola con fuerza.
Mi coño está empapado, apretándose con cada golpe de lengua y recor-
dándome lo excitada que estoy. La palma de la mano que tengo libre se desliza
por mi vientre hasta llegar a mi núcleo, presionando mi clítoris.
Gimo en torno a su grosor, enviando vibraciones a través de él, y él gru-
ñe, tirando de mi cabello con tanta fuerza que me lloran los ojos. Arrastrando
mi boca desde la base hasta la punta, lo chupo, pasando la lengua por la cabeza
antes de volver a deslizarla por su longitud. Lo aprieto al ritmo de los dedos que
empujan dentro de mí, cada uno de mis movimientos envía ondas de placer en
mi cuerpo y llena mi sangre de la tan necesaria anticipación de la felicidad divi-
na que está casi a mi alcance.
Zach me detiene, empujándome un poco hacia atrás, y luego su pulgar se
posa en mi barbilla antes de ordenar:
—Abre. —Hago lo que me dice, empuja dentro de mi boca con facilidad
mientras relajo mi garganta todo lo que puedo alrededor de él—. Tu boca está
muy caliente, nena. Podría morir feliz con mi polla ahí dentro y con tus labios
gruesos manteniéndola prisionera. Placer y dolor combinados en uno. —Sus ca-
deras se mueven hacia adelante y hacia atrás, y gime sobre mí. Sigo moviendo
los dedos dentro de mí al ritmo de sus empujones, imaginándolo moviéndose
entre mis piernas, introduciéndose en mí una y otra vez. Se me escapa un leve
gemido. El fuego crece en mis venas poco a poco mientras mi cuerpo zumba de
anticipación—. ¿Te gustan esos dedos en tu coño, Phoenix? —Su pulgar presi-
ona mi mejilla para que nuestras miradas se encuentren—. Apuesto que no ti-
enen nada que ver con mi polla, ¿verdad? —Se aparta un poco, dejando solo la
punta en mi boca, y yo la chupo, mi mano bajando de su erección a la cama, ne-
cesitando tener más equilibrio o podría caerme por todo lo que me está pasando
a la vez—. ¿Estás goteando para mí, nena? —Asiento y su abrazo se suaviza
cuando dice—: Muéstrame.
Con un gemido torturado, saco los dedos de mi núcleo, que sufre espas-
mos de desesperación al no recibir el vacío, y levanto la mano hacia su boca. Él
lame la humedad de los mismos, su lengua rozando mi piel, haciéndome sisear.
Luego las succiona en su boca antes de soltarlas con un suave chasquido.
Me rodea el cuello con las manos y me hace arrodillarme suavemente.
Deja caer su boca sobre la mía y me da un beso profundo que me hace hervir
tanto la sangre que es un milagro que no me queme en sus brazos. La combina-
ción de nuestros sabores casi me lleva al límite, pero antes que pueda prolon-
garlo, me empuja de espaldas y anuncia:
—Tengo hambre, nena, y quiero darme un festín desde la fuente. —Se
quita el vaquero antes de enganchar sus dedos en mis bragas, bajándolas y tirán-
dolas después.
Me agarra el pie, rozando mi tobillo, y le da un ligero beso antes de dob-
larlo y colocarlo sobre la cama y luego repite la misma acción con el otro, dej-
ando un espacio entre ellos mientras se cierne sobre mí. Se inclina hacia delan-
te, y sus labios dejan a su paso toques como de plumas mientras roza mi cuello
hasta la clavícula y luego la parte inferior de mis pechos.
Pasa su lengua sobre mi pezón, tirando de él con sus labios, y luego chu-
pa un poco más antes de pasar al otro, haciendo lo mismo. Arqueo mi espalda,
empujando el pezón más adentro de su boca, pero él solo se ríe contra mí y ba-
ja, dejando mi pezón dolorido. Tiemblo cuando su respiración silba, congelando
mis picos puntiagudos húmedos de su boca, y la combinación de eso junto con
el calor que corre a través de mi sistema calma el aire en mis pulmones por un
segundo, y gimo con resignación.
Enlazo mis dedos en su sedoso y oscuro cabello mientras él baña mi cu-
erpo de besos hasta que separa más mis muslos y me abre con su dedo. Su ali-
ento caliente en mi carne me hace sacudirme y exhalar fuertemente mientras
abanica mi núcleo antes que pase su lengua desde mi clítoris hasta mi trasero,
recogiendo mi humedad mientras me vuelve loca con cada deslizamiento de su
lengua.
Mi fuerte gemido llena el aire cuando lo desliza dentro de mí, haciendo
girar su lengua sobre mis paredes, empujando más y más profundamente. Mis
dedos se enroscan en la cama, mis dedos tiran de su cabello y lo mantienen en
su posición, porque si sigue así, yo…
Gimo de frustración cuando me muerde los labios inferiores antes de
chuparlos mientras sus dedos se deslizan dentro de mí, uno, dos, tres, y arrastra
su lengua hasta mi clítoris, presionándolo antes de moverlo de un lado a otro.
Grito mientras la electricidad me recorre en oleadas, lista para golpearme de
una vez. Mi cuerpo está cubierto de sudor, listo para dejarse llevar y encontrar
por fin la satisfacción que tanto necesita.
Estoy tan mojada, tan dolorida, deseando llegar al orgasmo con tanta fu-
erza. Una de mis piernas se eleva sobre su espalda, deslizándose hacia arriba y
hacia abajo, encerrándolo en esta posición para que finalmente pueda darme lo
que tanto anhelo.
—Zach, por favor —susurro. Sin embargo, él es implacable y retira sus
dedos, sustituyéndolos por su lengua de nuevo, dando a mi núcleo un beso con
la boca abierta que debería estar prohibido por lo mucho que me hace sentir.
Clavando mis uñas en su nuca, apoyo mi pie en su hombro y cierro los
ojos, comenzando a mover lentamente mis caderas hacia delante y hacia atrás,
encontrando la fricción con él moviéndose rítmicamente dentro de mí.
Un sofoco asalta mi cuerpo, viajando por la punta de los dedos de mis pi-
es, hasta la cabeza, casi como una bola de nieve que está dispuesta a tragarme
entera.
Solo un poco, un deslizamiento más, y me…
Jadeo cuando su boca me abandona. Abro los ojos y veo que se limpia la
boca en el interior de mi muslo antes de inclinarse hacia delante, acomodándose
entre mis piernas con su erección envuelta en un condón. ¿Cuándo demonios ha
tenido tiempo de hacer eso? Arrastra la punta por todo mi cuerpo y se gana un
grito de frustración.
—Zach —le ruego y le advierto al mismo tiempo, deseando alcanzar por
fin el dichoso olvido sin que me importe nada.
—Lo sé, cariño. Pero te vas a correr en mi polla y no en mi lengua. Por-
que… —Me penetra solo con la punta, mi coño se aprieta alrededor de ella. Gi-
me por encima de mí—. Exactamente eso. Quiero que las paredes de tu coño se
aprieten tanto a mí alrededor para que nunca pienses que esto es un error. Por-
que nadie en este mundo puede hacerte sentir como yo. —Antes que pueda pro-
testar, me penetra con un movimiento rápido. Grito cuando el cabecero de la ca-
ma choca contra la pared y mi cuerpo se aprieta instantáneamente en torno a él.
Acerca su boca a mi oreja y sus labios se mueven contra ella cuando su-
surra:
—¿Quién te folla ahora, Phoenix? —Permanezco en silencio, envolvien-
do mis piernas alrededor de él y gimiendo cuando él, lenta y agónicamente, se
retira para volver a penetrarme profundamente—. Contéstame.
—Tú —respondo, con la voz ronca; parece que he gritado durante horas.
Paso mis uñas sobre su espalda, empujándolas dentro de él—. Zachary King me
está follando ahora mismo. ¿Estás contento? —Aunque no lo veo, siento física-
mente su sonrisa, y a pesar de mis emociones hacia él, que no tienen nada que
ver con mi cuerpo, un fantasma de sonrisa aparece también en mis labios—.
Ahora, por favor, Zach, fóllame tan fuerte que no sienta nada más que tu polla
dentro de mí, o quítate de encima para que pueda terminar el trabajo yo misma.
Me gruñe al oído; al hombre de las cavernas no parece gustarle mi ame-
naza, pero todos los pensamientos al respecto vuelan de mi mente cuando me
agarra con fuerza por las caderas, sus dedos se clavan en mi piel tan profunda-
mente que dejarán una marca. Se abalanza sobre mí con tanta fuerza que grito,
pero luego gimo cuando retrocede para penetrarme una y otra vez, empujándo-
me más y más profundamente, con su longitud arrastrándose por mis paredes
repetidamente mientras miles de sensaciones me asaltan desde todos los rinco-
nes, hundiendo sus garras en mí y moviéndome hacia el éxtasis que siempre si-
gue cuando estoy en los brazos de Zach.
Estoy caliente, muy caliente, mientras su polla me estira con cada empuj-
ón, como si reclamara su territorio aunque ambos sepamos que es temporal.
Le palmeo la cabeza, buscando sus ojos, y cuando los encuentro, conecto
nuestras bocas con un murmullo incoherente, y nos perdemos en el beso. Sus
movimientos se aceleran, el ritmo me empuja al borde, y luego se acerca cada
vez más hasta que finalmente me golpea tan fuerte que me quedo quieta antes
de echar la cabeza hacia atrás y gritar, con mi núcleo dando espasmos sobre él,
succionándolo dentro y no queriendo soltarlo.
Uno, dos, tres golpes más y ruge por encima de mí, su polla se endurece
dentro de mí antes de derramarse en el condón. Nuestra fuerte respiración se
convierte en el único sonido de la habitación.
Se posa sobre mí, con nuestros cuerpos tan apretados que ni siquiera el
aire puede deslizarse entre nosotros, y por un momento me permito disfrutar de
este respiro y deleitarme con el resplandor de nuestro amor…
No.
Sexo.
Sexo crudo, sin sentido, sin ataduras, que satisface nuestras necesidades
básicas.
Mis párpados se cierran mientras intento ignorar la voz en mi cabeza que
no me permite huir de la verdad, por mucho que lo desee.
Las mayores mentiras que nos decimos… nos las decimos a nosotros
mismos.
Capítulo 18
—La envidia hunde sus garras en cualquier alma dispuesta, siempre que se
lo permitas, y por eso es muy peligrosa.
Especialmente si todo lo que esta alma conocía era la crueldad mezclada
con el dolor, y lo único que la mantenía de pie durante los tiempos oscuros
eran los pensamientos de venganza.
Y cuando se añade la traición a todo ello, recordándoles una vez más lo
insignificantes que son en la vida de alguien…
Las consecuencias pueden ser mortales.
~Phoenix
Phoenix
Zachary
El reloj suena con fuerza en el salón mientras nos acomodamos en el sofá
frente a dos sillas ocupadas por Noah y Ella que nos observan en silencio, sin
perderse ningún detalle.
Y a juzgar por el ceño fruncido de Ella, no entiende cómo Phoenix está
tan tranquila en mi presencia después de lo ocurrido en la oficina.
Apuesto a que ella también nota la tensión sexual entre nosotros; ¿no son
psicólogos criminales? No sé cómo funcionan todos los psiquiatras, pero al pa-
recer algunos tienen la capacidad de adivinar todo sobre ti solo por el lenguaje
corporal.
Me importa una mierda de una manera u otra. He reclamado a Phoenix
como mía y me importa un carajo quién tenga un problema con ello.
Phoenix se mueve incómoda una vez más, su pierna golpea el suelo, y
por lo rígida que está su columna, entiendo que es un manojo de nervios a la es-
pera de lo que tienen que decir.
Su cara se puso pálida cuando le dije que estaban aquí, casi como si le
anunciara que la mismísima muerte había llegado para reclamar su alma y ar-
rastrarla al inframundo.
Harto del prolongado silencio, lo rompo con mi voz áspera y cortante.
—¿Vamos a quedarnos tranquilos o nos van a decir por qué están aquí?
Noah y Ella comparten una mirada, y finalmente el hombre habla.
—¿Qué tan seguro es este lugar para esta discusión?
—Aquí no hay cámaras ni micrófonos, si eso es lo que preguntas. —Me
froto la barbilla con el dorso de la mano—. Lo hice revisar hace unos días, pen-
sando que el maldito podría querer espiar. No me arriesgaría de esa manera con
mi hija. —Nunca podría estar seguro de lo que le excita a este imbécil, y si al-
guna vez encontrara los vídeos o las fotos de Emmaline en su casa o a él alarde-
ando de ellos para hacer chantaje… me volvería loco.
Noah asiente.
—Comprensible. ¿Y qué hay de tu personal? ¿Confías en todos ellos?
—Dentro de la casa, solo tenemos a la niñera que ha estado en mi familia
durante los últimos treinta y cinco años. —Junto con los federales, también lle-
gó Patience, así que le dije que subiera con Emmaline y no bajara hasta que la
llamara.
Lo último que necesita mi hija es escuchar o tropezar con algún detalle
espeluznante que provoque pesadillas o que el miedo llene su pequeña figura,
no dejándola vivir en su burbuja feliz.
Mientras yo esté cerca, nada asusta a mi pequeña.
O a Phoenix, sin embargo, no es algo que pueda expresar, ya que la muj-
er está convencida que nuestro romance y nuestra química sexual se basan en la
frustración y otras tonterías con las que su mente de psiquiatra ha decidido jus-
tificar todo esto en su cabeza.
Lo cual es cierto, excepto que nuestra conexión empezó hace veinticinco
años y acaba de estallar, así que puede que actúe como un avestruz que esconde
la cabeza en la arena y no ve qué coño está pasando, pero eso no significa que
no esté pasando nada.
He tenido mucho sexo sin ataduras, y lo que comparto con Phoenix nun-
ca podría llamarse así.
He escuchado cómo las mujeres tienen tanto miedo a los hombres libera-
les, afirmando que estos tipos de hombres que están acostumbrados a conseguir
sexo donde sea con quien sea, nunca sentarían cabeza, y que evitan el amor co-
mo la peste, demasiado temerosos de comprometerse con alguien.
Que jodida mentira, al menos en mi experiencia.
Las personas que tienen miedo a comprometerse son las que ya amaron
una vez, y eso las destruyó hasta el punto que el amor se convierte en el mayor
riesgo.
El amor tiene el poder de curar todo lo que llevamos dentro, de dar un
nuevo sentido al mundo que nos rodea, mientras la persona que más te comp-
rende se queda a tu lado.
Sin embargo, perder el amor tiene el poder de despojarte de la persona
que una vez conociste y, en su lugar, crear una criatura muy viciosa dispuesta a
destrozar a cualquiera y a todo.
Lo que le hice a Phoenix tras la muerte de Angelica demuestra esta afir-
mación.
Noah se aclara la garganta, levantando la ceja hacia mí como si adivinara
que mi mente estaba en otra parte, y ante mi asentimiento, finalmente comienza
a hablar.
—Anoche, Rafe Baker fue encontrado muerto en su cama de hospital. Le
inyectaron aire en la vena, lo que provocó una embolia de aire que se dirigió al
corazón, y murió en un minuto según el informe.
Un grito de angustia se escapa de Phoenix. Se tapa la boca con la palma
de la mano y se le llenan los ojos de lágrimas.
—No —susurra y me mira, negando con la cabeza—. El hermano de Sa-
ra. —Sin pensarlo, la atraigo hacia mí, creando un capullo de protección a su al-
rededor mientras se agacha bajo mi brazo, con todo el cuerpo temblando—. Es-
tá muerto por mi culpa.
—No —respondo con severidad, estrechando mi agarre sobre ella, y abro
la boca para tranquilizarla antes que la culpa se la trague por completo y la ci-
egue de argumentos racionales, cuando la voz de Ella corta la miseria.
—O al menos eso creíamos. —Los dos nos quedamos paralizados, Pho-
enix apenas respira en mis brazos por esta extraña declaración, y el pavor me
invade ante esto.
Lo que sea que tengan que decir traerá más caos a nuestras vidas y enre-
dará esta maldita red de engaños hasta un punto que será imposible de desatar.
Saca una tablet de su estuche de cuero y la coloca en la mesa de café ent-
re nosotros.
—Phoenix, por favor, mira a este hombre. ¿Lo conoces?
Ella se retuerce en mi brazo y parpadea, estudiando la foto de un hombre
rubio y sonriente que nos saluda con el océano a sus espaldas.
—No, es la primera vez que lo veo.
—Eso pensamos. —Noah se desplaza a la derecha para mostrar al tipo,
esta vez de pie con una mujer joven mientras se besan con la puesta de sol bril-
lando sobre ellos—. Este es el verdadero Rafe Baker y su novia, Alexis. Actual-
mente están disfrutando de sus vacaciones en Hawai. —Phoenix se aleja de mis
brazos, secándose las lágrimas y sentándose erguida pero sin evitar mi abrazo,
así que no hago ningún movimiento para liberarla—. Ganaron este viaje justo
un día antes que salieras de la cárcel. Qué conveniente, ¿verdad?
—No lo entiendo —dice Phoenix con confusión en su voz—. ¿Cómo pu-
ede ser Rafe?
Ella interviene, deslizando el dedo hacia otra foto que muestra un buen
barrio con varias casas suburbanas al lado y un campo verde con niños corrien-
do.
—Esta es la verdadera casa de Sara, donde creció. Tras la muerte de sus
padres, Rafe se quedó allí. Nos pusimos en contacto con él para contárselo; se
sorprendió, por supuesto. Como prometió a Sara que cuidaría de ti, pensaba rec-
hazar el premio y venir a buscarte. Sin embargo, según él, ese mismo día reci-
bió un mensaje de Sara diciendo que no ibas a necesitar su ayuda. —Otro golpe,
y claro, ahí está el mensaje.
Phoenix parpadea y vuelve a parpadear, antes de tartamudear:
—Así que el Rafe que vino a verme…
—Trabajó con el sospechoso. Su verdadero nombre es Brady, un chico
muy inteligente de un hogar abusivo. —Noah junta las manos—. Abandonó los
estudios el mismo año en que fue condenado. Sospechamos que fue cuando él y
el sospechoso se conocieron, lo que lo llevó a tomar la decisión. Según la infor-
mación que tenemos sobre él por parte de sus profesores, era extremadamente
dotado, por lo que se entristecieron al verlo marchar. Esto también explica el
grado de habilidad mostrado en todos estos casos con la manipulación de los
sistemas operativos de los autos y el hackeo de los mismos.
Toda esta información hace clic en mi cabeza, conectando los puntos in-
visibles, y la bestia que hay en mi interior ruge por el hecho de no haber comp-
robado el tipo.
Abrazo a Phoenix más cerca de mí, odiando la idea que ese cabrón, sea
quien sea, estaba tan cerca de ella, aunque ahora no pueda hacerle nada.
—¿Y el apartamento? —Oigo a Phoenix preguntar y la miro en el hueco
de mis brazos, pero ella mira a Ella—. Esa era la ropa de Sara. Su habitación.
—¿Viste algo personal allí además de la ropa? ¿Fotos, diarios, álbumes
de fotos? —Por la forma en que Ella formula su pregunta, supongo que ya han
registrado el apartamento y no han encontrado nada de eso.
—Oh, Dios. —Phoenix exhala una pesada respiración, entrelazando los
dedos en su cabello hasta que se lleva las palmas a la cabeza—. Oh, Dios.
—Phoenix —digo, apretándola aún más a mi lado, esperando que al me-
nos una pizca de mi fuerza pueda ser transferida a ella para que no se desmoro-
ne bajo la horrible comprensión que el asesino en serie jugó con ella una vez
más. Sin importarle sus deseos o anhelos, la atrapó en esta emoción de culpa
cuando planeó toda esta mierda con Brady.
Cualquier presa es irresistible para el cazador; su olor despierta el instin-
to de supervivencia y no pueden esperar a hundir sus dientes y garras en esa
presa, alimentándose de su carne hasta la próxima vez.
Se persigue y se come, lo que significa que se vive y se gana.
Pero una presa asustada, o peor aún… la que se ha vuelto loca, ¿la direc-
ción en la que el sospechoso está empujando lentamente a Phoenix con todos
sus diabólicos planes?
Apuesto a que es la maldita tentación que ninguno puede resistir.
Levanta los ojos hacia mí, deslizando las manos de su cuello hasta apo-
yarlas en su regazo y respira profundamente.
—¿Es raro que me sienta más aliviada? —Una sola lágrima se desliza
por su mejilla, haciendo que sus ojos marrones brillen—. No me importa que
Brady formara parte de algún tipo de plan, aunque me da pena. —Ah, mi chica
perfecta que probablemente ya ha construido un retrato del carácter de Brady en
su cabeza y ha justificado su engaño con el hogar abusivo mencionado anterior-
mente—. Me alegra saber que el hermano de Sara está bien.
Le limpio la lágrima y le acaricio la mejilla con el pulgar antes de agar-
rarle la barbilla e inclinarle la cabeza hacia atrás.
—No, está bien. Pero aunque fuera él, no habría sido tu culpa. —Nuest-
ras miradas se cruzan durante un segundo, la mía confiada y la suya insegura,
pero finalmente asiente, y un fuerte carraspeo vuelve a centrar mi atención en
Noah.
Él le sonríe a Phoenix y saca un pañuelo del interior de su chaqueta, ex-
tendiéndolo a Phoenix. Ella lo agarra mientras él la tranquiliza:
—No te preocupes. Rafe está completamente bien, y todo este asunto fue
realmente pagado en su totalidad. Así que nadie le hizo daño, pero por el bien
de la investigación, lo trasladamos a un lugar seguro por el momento. —Su mi-
rada se desplaza hacia mí—. El sospechoso los conoce, y no queremos correr
ningún riesgo con su seguridad.
—¿Crees que tomará represalias ahora mismo?
—Bueno, después de la explosión de Internet con su compromiso, era
inevitable que el sospechoso estallara —dice Ella—. Creemos que siempre pla-
neó deshacerse de él.
Phoenix se endereza, alejándose finalmente de mi brazo, y se inclina ha-
cia delante, echando un último vistazo a las fotos antes de volver a centrar su
atención en los agentes.
—El sospechoso es una mujer, ¿verdad?
—Brady debe haberla amado. Por eso la escuchó. —Sigo su estela de
pensamientos y maldigo interiormente que su sospecha se haya hecho realidad.
Después de lo que le he hecho a Phoenix, juré no volver a hacer daño a
una mujer, pero joder, si el destino me está tentando a faltar a mi palabra, dest-
ruyendo pieza a pieza a esta criatura sin alma.
Phoenix pone los ojos en blanco.
—Con tu lógica, también podría ser un hombre. Es la forma en que el
sospechoso mató a Rafe, sin mucho sufrimiento ni sangre. Aunque ahora mis-
mo esté furioso, el crimen no es violento.
—En este punto, el género es realmente irrelevante. —Noah apoya los
codos en las rodillas y echa los hombros hacia atrás—. Sin embargo, está perdi-
endo el control, y no podemos estar seguros de su próximo curso de acción.
Mis cejas se fruncen.
—¿Qué significa?
—Como está perdiendo el control, es posible que no se comporte de la
manera habitual. Así que sus patrones podrían cambiar, lo cual es peligroso,
porque hace más difícil atraparlo —me dice Phoenix mientras se frota la frente,
apareciendo una pequeña línea entre sus cejas por la concentración—. ¿Tienes
un plan?
La comisura de la boca de Noah se levanta.
—Bueno, pensamos en seguir el tuyo. —Las mejillas de Phoenix se cali-
entan, y gime entre sus manos mientras él continúa—: Creo que es una buena
idea, y tenemos que alardear de este hecho en su cara. Preferiblemente pronto y
donde podamos estar allí.
—¿Lo atraparás en el acto?
—No seríamos nosotros quienes lo atrapen, pero sí. Somos perfiladores.
No vamos por ahí persiguiendo criminales. Ayudamos a crear un perfil que
ayude a la policía a hacerlo. Solo queríamos hablar contigo primero, porque ya
habíamos establecido contacto antes. —Ella comparte esta información antes de
agarrar la botella de agua que hay sobre la mesa, abrirla y dar un sorbo.
Me dirijo a Noah:
—¿Qué tienes en mente?
—El sospechoso hizo todo lo posible por Phoenix, incluso envió a Brady
para atraparla a tiempo antes que llegara la prensa. Sin embargo, ella acude a ti
y vive contigo.
Levanto la mano para detenerlo, no estoy de humor para volver a escuc-
har toda esa basura psicológica. Dos jodidas personas en el lapso de veinticuat-
ro horas fueron suficientes, muchas gracias.
—Ya hemos averiguado toda esta mierda. No es necesario…
Noah, sin embargo, continúa:
—Los padres tóxicos tienen esa mentalidad. —Frunzo el ceño ante esto
mientras Phoenix se inclina hacia mí pero no discute con Noah, así que debe
entender el término—. Creen que los hijos deben agradecer lo que han hecho
por ellos y estar siempre en deuda con ellos.
—Hasta el punto que el niño no tiene su vida, sino que vive bajo el pul-
gar gobernante de los padres. En la mayoría de los casos, no forman sus propias
familias, porque normalmente nadie es lo suficientemente bueno para el padre o
están demasiado marcados emocionalmente para intentarlo —Phoenix murmu-
ra, quitándose el cabello de la cara, y luego me mira—. En este caso, el sospec-
hoso me considera una niña desagradecida a la que hay que castigar.
—Así que eso es todo, entonces. Hagamos la mayor fiesta y encontremos
al cabrón —digo mientras Phoenix se tensa, sentándose rápidamente y medio
girándose para mirarme de frente—. No me mires así. Es la única manera.
—Será peligroso para todos allí.
Se me escapa una risita sin humor.
—También lo es todo en este momento. ¿Tienes un plan mejor? —Su
mandíbula se tensa mientras sus ojos brillan con fastidio y miedo, que se esfuer-
za por enmascarar ante mí, pero no lo consigue.
Le doy una palmadita en la cabeza para que no pueda evitar mi mirada,
le sostengo la mirada y le digo con la confianza en mi voz que necesita oír para
calmarse:
—Haremos una fiesta de compromiso. Tendremos a la policía y a la se-
guridad privada cubriendo nuestras espaldas.
—Estarán de incógnito, por supuesto. Aunque tienes que hablar con el
detective al respecto.
Ambos ignoramos a Noah, solo tenemos ojos el uno para el otro, ya que
aún no he terminado de lavar ese maldito miedo de sus orbes.
—Emmaline estará en casa, vigilada por Patience y todos los demás. —
Por mi niña, pediré todos los favores del mundo para asegurar su bienestar. Tal
vez incluso pedirle a Lachlan que envíe a uno de sus actuales estudiantes—. Y
yo estaré a tu lado. Conoces a este sospechoso mejor que yo. Él o la maldita ella
no tiene la capacidad de hacer algo que afecte a otras personas, solo a nosotros.
¿De acuerdo? ¿Te parece bien? —Veo cómo la preocupación se instala en sus
facciones y cómo su piel palidece un poco ante la perspectiva de conocer final-
mente al sospechoso—. Es la única manera. —Al menos en la situación actual,
desde que apreté el gatillo en todo el asunto del compromiso.
Solo pensé que tenía tiempo para convencer a todos de este romance an-
tes de cualquier reunión oficial, pero con la escalada del sospechoso, no tene-
mos otra opción.
Mi mente empieza a arremolinarse con todas las cosas necesarias para
los próximos preparativos; sin embargo, hay una que destaca más que las de-
más.
Cómo proteger a mis dos chicas de una persona que hizo de la misión de
su vida destruir la mía por pecados que nunca cometí.
Sospechoso
Phoenix
♦♦♦
James detiene el auto delante de una espaciosa mansión, o más bien un
castillo, porque está hecha de los mejores ladrillos cubiertos de varias flores que
parecen crecer en su interior, ya que todas las grietas posibles están llenas de el-
las.
Desde que llegamos, he estudiado la interminable cantidad de terreno
con la hierba esmeralda junto con las estatuas de mármol que muestran, por lo
que parece, diferentes épocas de la historia. Los robles rodean el lugar con vari-
as alcobas en la distancia, que atraen a la gente a descansar allí con un libro.
Los caminos de pavimento conducen a varios destinos, cada uno más
misterioso que el siguiente, y no puedo evitar fijarme en lo impecable que está.
Gris, sin una sola grieta a la vista, como si alguien lo repasara regular-
mente.
En definitiva, este lugar habla de lujo, pero no de la forma en que lo hace
la casa de Zachary. Esta es más sutil, pero su naturaleza dominante te hace sen-
tir curiosidad y al mismo tiempo recelo por lo que se pueda encontrar en su in-
terior.
—¿Has alquilado un castillo entero para esto? ¡Este lugar es enorme! —
pregunto incrédula, y Zachary me dedica una sonrisa, guiñándome un ojo.
James se ríe desde el frente, y Zach debe apiadarse de mi confusión, por-
que añade:
—Es la casa de mi familia.
Frunzo el ceño.
—Pensé que habías dicho que tu casa pertenecía a tu madre.
Una expresión ilegible se instala en su rostro, y su mandíbula se tensa,
aunque nada de esto afecta a su tono.
—Así es. Era de ella, y le gustaba ir allí a menudo. Está la compró papá
cuando su imperio explotó, y nos mudamos aquí. Durante dos años, antes que
mamá enfermara. Luego trajo a su nueva esposa, y ella con mucho gusto la con-
virtió en su hogar. —Es imposible no escuchar el resentimiento que resuena en
sus palabras, y suspiro para mis adentros, pensando que todos estos años no han
cambiado sus sentimientos sobre el matrimonio de su padre.
Aunque no soy una experta en dinámica familiar, ¿no debería haberlo su-
perado en los últimos veinticinco años? Además, basándome en su interacción
con Lydia, pensé que la relación había mejorado al menos con sus hermanast-
ros.
Ahora, no estoy tan segura de ello.
—¿Por qué decidiste hacer la fiesta de compromiso aquí?
Una elección muy extraña, teniendo en cuenta su complicada relación, se
encoge de hombros, entrelazando sus dedos con los míos antes de abrir la puer-
ta para que el frío viento se cuele dentro mientras dice:
—Porque soy un maldito King y me encanta recordárselo.
Cuando salimos del auto, veo a un hombre con un traje marrón que corre
hacia nosotros por los escalones de mármol, con su larga chaqueta de traje on-
deando detrás de él, y nos alcanza en un tiempo récord, jadeando para respirar,
pero aun consiguiendo rechinar entre los dientes:
—Jovencito. Ya está aquí. Todo el mundo le está esperando.
Lanzo una carcajada y rápidamente la cubro con mi palma cubierta por
un guante de encaje, y el anciano parpadea sorprendido, probablemente pregun-
tándose qué es tan gracioso.
Zachary pone los ojos en blanco y se dirige al hombre.
—Gracias, Patrick. —Y entonces me arrastra hacia la puerta mientras yo
no puedo dejar de reír, y me ordena—: Suéltalo.
—Jovencito —repito y me río—. Dios mío. Después de todos estos años,
todavía te llaman así.
—Le he pedido muchas veces que me llame simplemente por mi nomb-
re, pero la idea le parece escandalosa. Lleva treinta años en la familia. —Supon-
go que el personal se convierte en parte de la familia en estos casos, viendo cre-
cer a los niños y luego a sus hijos.
Incluso el hecho que Zachary se comporte con todos ellos de forma cari-
ñosa, sin sustituirlos por alguien más joven, dice mucho de él.
Rastros de carácter bueno y honorable que no deberían ser ignorados por
la única cosa horrible que hizo en el pasado.
No me da tiempo a reflexionar sobre este pensamiento mientras anuncia:
—En cuanto entremos en esta casa, seremos una pareja enamorada. Re-
cuérdalo. —Su manzana de Adán se mueve cuando traga—. Cuanto más amor
mostremos, más inquietará al sospechoso.
Levanto nuestras manos entrelazadas.
—Te tomo de la mano ahora mismo, incluso sin público. —Tal vez por-
que siento que él necesita este apoyo tanto como yo. En cierta medida, cada vez
que entra en esta casa, sigue siendo ese niño de diez años que fue rechazado por
su padre en favor de su nueva familia.
Ese tipo de cicatrices se quedan con nosotros para siempre, por mucho
que intentemos curarlas. No siempre significa que los padres sean monstruos,
pero los niños lo ven todo a través de su prisma. Y para un niño, un divorcio o
la pérdida de uno de sus padres es una experiencia devastadora en la que su
mundo, tal y como lo conocía, se hace añicos.
Espera.
Agarro este pensamiento en mi mente, pensando cómo podría aplicarse
al sospechoso con sus tendencias casi posesivas hacia mí. ¿Es posible que sus
padres se hayan divorciado y que por ello se haya sentido abandonado por el
resto de su familia?
Sin embargo, el tono grave que proviene de las puertas de la parte superi-
or de la escalera me saca de mi examen, y me prometo volver a él cuando mis
ojos se posan en el altavoz.
—Has tardado mucho en llegar, Zachary.
No me cabe duda que es Anthony King el que está frente a mí en este
momento, ya que es la versión mayor de Zachary. La misma altura y presencia
prepotente es fácilmente detectable, y los ojos verdes que tienen el poder de ser
mortales.
Las únicas diferencias son su cabello gris que apostaría que alguna vez
fue negro y algunas arrugas profundas, pero en general, se ve muy bien para un
hombre de su edad.
—Bueno, pensé que deberíamos hacer una entrada —le dice a su padre,
y finalmente entramos en la casa, pasando junto al hombre. Tengo un segundo
para ver un brilloso pasillo iluminado por enormes lámparas de araña y cubierto
por costosas alfombras antes de tirar de mi mano, deteniendo los movimientos
de Zachary.
Me mira sorprendido, y me libero de su agarre mientras la ira cruza su
rostro. Está claro que piensa que voy a ponerme difícil o a montar una escena
cuando se supone que debemos presentar un frente unido.
Me giro para mirar a su padre, cuyas cejas se levantan, y le tiendo la ma-
no.
—Hola, me llamo Phoenix. No nos conocemos.
Zach gruñe molesto.
—No tenemos tiempo para esto.
—Unos segundos no van a cambiar tu gran entrada. Además, ¡deberías
ser tú quien me presente a tu padre! —Le devuelvo el siseo, y su mirada se os-
curece. Aprieta los dientes antes de exhalar con fuerza.
—Padre, me gustaría que conocieras a Phoenix, mi futura esposa. Pho-
enix, este es mi padre, Anthony King en carne y hueso. —Se dirige a mí enton-
ces—, ¿Feliz ahora?
Mostrándole una sonrisa brillante mientras simultáneamente le envío da-
gas, le digo dulcemente:
—Enormemente. —Puede que Zach tenga problemas con su padre, pero
eso no significa que vaya a ser grosera con él o a faltarle al respeto.
Vuelvo a centrar mi atención en Anthony y noto que la diversión parpa-
dea en su mirada y, para mi sorpresa, me tira de la mano hacia sus brazos, en-
volviéndome en un abrazo de oso, y me quedo congelada.
En toda mi vida, me ha abrazado mucha gente. O bien pacientes, sus ag-
radecidas familias, mis amigos, e incluso los hombres de mi vida.
Sin embargo, por primera vez, el abrazo tiene una sensación tan fuerte de
aceptación e incluso de ternura, casi como…
¿Es esto lo que se siente cuando un padre ama a su hijo y lo abraza cont-
ra su pecho, prometiendo que todo estará bien?
Es algo de lo que solo he escuchado hablar, ya que ni siquiera el padre de
Sebastian me abrazó nunca, sino que se limitó a darme un gesto cortante con la
cabeza y a estrecharme la mano en alguna que otra ocasión.
Anthony y Zachary comparten un rasgo más.
Su presencia tiene el poder de calmar cualquier tormenta dentro de una
persona, ya que la rodean con su protección en el momento en que te vuelves
importante para ellos.
Y supongo que en el mundo de Anthony, casarse con Zach es señal sufi-
ciente para aceptarme con los brazos abiertos.
—La estás aplastando, papá —gruñe Zachary, tirando de mi brazo, pero
Anthony se balancea hacia un lado, inclinándose hacia atrás.
—Chico, cuidado con lo que dices. No creo que me interese tu tono. —
Me sorprende la advertencia en su voz. Pensé que dejaría que Zachary hiciera lo
que quisiera, ya que Zach no se molesta en jugar bien con su padre. Al menos
basada en todo lo que dijo antes, tuve esa impresión.
Gruño interiormente anticipando el arrebato de Zachary justo antes que
tengamos que entrar a conocer a todos.
Sin embargo, en lugar de estallar en llamas, Zachary aprieta las manos y
se queda callado.
Y es entonces cuando me doy cuenta.
A pesar de toda su rabia… Zachary sigue queriendo a su padre y anhela
su atención, igual que cuando tenía diez años. Pero no sabe cómo pedirla, por-
que está cegado por todo lo que su padre hizo por su nueva familia.
Anthony se echa hacia atrás, me palmea la cabeza y me sonríe.
—Bienvenida a la familia, Phoenix. Nadie volverá a hacerte daño. —Su
voz se hace más profunda, provocando escalofríos en mi columna—. Porque
nadie toca a los Kings y vive una vida tranquila después.
Con esto, finalmente me deja ir a los brazos de Zachary y señala en la di-
rección de la sala común.
—Ve a conocer a tus invitados. Hablaremos después. —Sus ojos se est-
rechan hacia Zachary—. No creas que me he olvidado del mensaje sin contes-
tar.
¿Cómo es posible que haya organizado todo esto si ni siquiera ha habla-
do con su padre?
Sin embargo, Zachary ya tira de mí hacia el vestíbulo, mis tacones cho-
can sonoramente sobre el mármol, y con unos pocos pasos más, entramos en la
llamada sala común, y no puedo evitar jadear ante la vista que tengo delante.
Salón de baile -eso es lo primero que se me ocurre al ver el enorme espa-
cio, de mármol brillante, con una araña de cristal que cuelga del techo junto con
pequeñas lámparas que iluminan el lugar, dándole un aire majestuoso y a la vez
misterioso, que la suave música de jazz que tocan los músicos en el escenario
central realza.
Los camareros corren de un lado a otro sosteniendo pesadas bandejas lle-
nas de copas de champán o pequeños platos de acompañamiento mientras unas
cincuenta personas vestidas con trajes y vestidos caros se pasean por el lugar,
bailando más cerca del escenario donde hay una pista de baile o charlando entre
ellos, el zumbido de las conversaciones resuena en el aire y se mezcla con la
música.
Las puertas de la terraza que dan al exterior están abiertas, permitiendo
que entre el aire fresco al interior, lo que hace que todo el aroma de los perfu-
mes sea soportable, supongo, y que varios invitados salgan a fumar.
Más adelante, a la izquierda, hay una larga abertura hacia el comedor, ya
que de él salen deliciosos olores y observo el extremo de una mesa ovalada con
muchas sillas.
Probablemente la élite de la élite está reunida aquí esta noche para su
entretenimiento del mes, y trago saliva, deseando que mi corazón, que late rápi-
damente, se calme.
—Vaya —murmuro—, te has esmerado en esta fiesta de compromiso,
¿eh?
—Solo lo mejor para los Kings. —Zachary se inclina hacia delante y me
susurra al oído—: No te pongas nerviosa, cariño. No dejaré que nadie te haga
daño. —Con esto, aprieta mi mano con la suya mientras la otra inclina mi bar-
billa hacia atrás para encontrar mi mirada—. Empecemos esta fiesta con una
explosión, ¿de acuerdo? —Y conecta nuestras bocas.
Al principio, estoy demasiado aturdida para reaccionar, pero luego jadeo
por lo que está haciendo en medio de la maldita fiesta y le permito deslizar su
lengua dentro de mi boca, rozando ligeramente la mía, poniéndome la piel de
gallina y enviando conciencia a través de mí.
Por su propia voluntad, mis dedos agarran las solapas de su traje mient-
ras él me acerca, profundizando el beso, y gimo en su boca, encontrándome con
él, caricia por caricia mientras investiga dentro, deslumbrándome para que to-
dos lo vean.
Por un segundo, me olvido de todo lo demás y vivo el momento con el
hombre cuyos fuertes brazos me sujetan con tanta fuerza que no tengo duda que
no me pasará nada y que calman la tormenta que se ha desatado en mi interior
al ver a toda esa gente.
No tienen poder para hacerme daño mientras Zachary esté a mi lado.
Sin embargo, la música se apaga lentamente a nuestro alrededor junto
con el zumbido de las voces, y el silencio que sigue es casi ensordecedor, lo su-
ficiente como para sacarme de mi aturdimiento y poner fin al beso cuando mis
pulmones empiezan a demandar oxígeno.
El fuerte aplauso me hace girar la cabeza hacia el público, que nos obser-
van boquiabiertos. Incluso los músicos parpadean sorprendidos, pero yo con-
centro mi atención en el hombre de cabello rosa que lleva un traje azul marino y
los ojos grises más intensos que he visto nunca, que tras terminar de aplaudir
agarra una copa de champán de la bandeja y la levanta en nuestra dirección.
—Damas y caballeros, demos la bienvenida a mi hermano Zachary y su
hermosa prometida Phoenix. —La gente lo sigue rápidamente y silba junto con
más aplausos mientras Zachary señala con el dedo a uno de los camareros, así
que nos trae dos vasos y me ordena—: Sonríe, cariño. —Lo hago, poniendo una
sonrisa falsa en mi boca mientras parece que todos se apresuran en nuestra di-
rección para hablar con nosotros.
Pero más bien nos inspeccionan con un microscopio para ver si todo esto
es realmente cierto, y el hecho de saber que el sospechoso podría estar entre el-
los es suficiente para que me quede pegada al lado de Zachary, con su pesado
brazo rodeando mi cintura, dándome un silencioso consuelo y conectándome
con el presente.
Sin embargo, presto más atención a las cinco personas que no se apresu-
ran a acercarse a nosotros, situadas a unos metros de distancia en la esquina,
mientras cada una de ellas nos estudia con diferentes expresiones.
Vanessa también me dio una lista de invitados con fotos, para que tuviera
alguna idea de quiénes asistirían, y aproveché para comprobar los parientes de
Zachary, ya que no quería ser una idiota despistada en esta fiesta.
Los reconozco a todos al instante.
Olivia King, la matriarca del clan King, es una hermosa mujer pelirroja
de ojos marrones y con pocas arrugas en la cara, y a pesar de su edad, tiene un
aura de juventud a su alrededor y una energía que se puede detectar incluso a
esta distancia.
Su único hijo, Charlie, enseña arte en una de las universidades.
Lydia, que me guiña un ojo y se mete una cereza en la boca mientras sa-
luda a alguien en el otro extremo del pasillo.
Sebastian, que me observa incrédulo, la tensión que desprende es casi
tangible.
Y por último, la mujer que está a su lado, su preciosa prometida, Felicia.
Tiene una expresión ilegible en el rostro, como si no supiera cómo reac-
cionar ante mí, pero, sin embargo, se acerca a Sebastian, reclamándolo de forma
invisible, y yo casi sonrío con tristeza.
No tiene que tener miedo de eso. Lo que teníamos murió hace cuatro
años, y nada tiene el poder de pegar los cristales rotos de nuestra relación.
Pero entonces otro pensamiento me golpea con tanta fuerza que me sorp-
rende no estar balanceándome hacia un lado.
El sospechoso no será uno de los que se acercan por miedo a perder el
control cuando está al lado del objeto de su mayor odio y adoración.
Mantendrá la distancia para estudiar sus objetos antes de encontrar el
mejor escenario que lo beneficie, y solo entonces atacará.
Y con esto, me doy cuenta de otra cosa y me meto más profundamente
en el costado de Zachary.
¿Y si el sospechoso es… uno de los Kings?
Zachary
Phoenix se tensa en mis brazos, se congela como una piedra en ellos, y
su respiración se acelera cuando alguien toma otra foto de nosotros, el destello
cegándonos por un segundo.
Los invitados siguen acercándose cada vez más, sus voces fuertes con di-
ferentes preguntas llenan el aire, pero lo único en lo que puedo concentrarme es
en la pesada respiración de mi mujer, que palidece un poco como si estuviera a
punto de desmayarse.
Aunque todo en mí ruge para gritarles a todos que cierren sus malditas
bocas, agarrarla en brazos e irnos de aquí, porque supongo que todas las voces
se están acercando a ella y sacando a relucir algunas de sus pesadillas del pasa-
do, que no comparte conmigo.
Quiero borrar cada una de ellas de su memoria y sustituirlas por sueños,
pero a veces me pregunto si alguna vez me dará esa oportunidad para que todo
vuelva a estar bien.
Porque la sujetaré con las dos manos y no la soltaré hasta que sea feliz,
para que todas las penas del mundo pasen de largo, demasiado asustadas para
acercarse a una mujer que es mía.
—Zachary, por favor, cuéntanos cómo te enamoraste. El artículo decía…
—pregunta una de las mujeres, extendiendo un micrófono hacia mí, lo que sig-
nifica que papá claramente permitió que la prensa viniera a echar un vistazo
exclusivo al evento.
Su filosofía nunca se tambalea a lo largo de los años, ya que cree mucho
en ella. La mayoría de las personas que entran en contacto con él lo elogian.
Invita al enemigo a tu dominio y podrás controlar su mente para usarla
en tus juegos.
Mi mano levantada la detiene, y sonrío afectuosamente, disimulando mi
fastidio con alegría mientras aprieto a Phoenix entre mis brazos.
—Me encantaría responder a todas sus preguntas, pero me temo que mi
prometida quiere saludar primero a la familia. —Les guiño un ojo—. Prefiero
que se quede de buen humor. Ya saben cómo es. Esposa feliz, vida feliz. —Se
produce una carcajada entre los hombres mientras las mujeres se sonrojan, y
añado—: Responderemos a todas sus preguntas más tarde. Por ahora, disfrute-
mos de esta fiesta. Si no, el buen champán y la comida se desperdiciarán. —
Chasqueo los dedos a los músicos, que como siempre tocan durante las fiestas
en este lugar, saben al instante el significado de esto.
En un segundo, el suave jazz se reanuda, fluyendo desde los distintos al-
tavoces, y con una última sonrisa que me duele la boca, paso entre la multitud,
moviéndome en dirección a mí “familia”, que nos miran como si fuéramos mo-
nos en un circo.
Supongo que en cierto modo lo somos.
Aunque una de las miradas es diferente.
—¿Estás bien? —murmuro en su cabello, sin dejar de caminar pero al
mismo tiempo manteniéndola en el apretado hueco de mi brazo para que ningu-
no de los tiburones tenga la oportunidad de morder su carne—. Te has puesto
pálida. ¿Es por la multitud?
Se estremece un poco y luego suspira con fuerza, apoyando su mano en
mi pecho y esbozando una sonrisa que no llega a sus charcos de chocolate que
tanto me gustan.
—Sí. No estoy acostumbrada a toda esta atención.
—Como King, tendrás que hacerlo —le digo, y sus uñas se clavan en mi
pecho, haciéndome gemir, pequeña criatura viciosa en verdad.
—Puede que ni siquiera sea una King si lo atrapamos ahora mismo —su-
surra, y una parte de mí quiere detenerse, agarrarla por los hombros y sacudirla
hasta que le crujan los dientes, todo ello mientras se pregunta si está jodidamen-
te loca al pensar que puede escapar de mí. La parte bárbara… que he descubier-
to que poseo cuando mi derecho sobre ella se ve amenazado.
La racional, la que pertenece al empresario de corazón frío que está acos-
tumbrado a ganar, sabe que es mejor no actuar según mis impulsos y empujar a
Phoenix en una dirección que no quiere.
De lo contrario, no tendré más que sus cenizas a las que aferrarme, y un
futuro así es inaceptable para mí.
—Ya veremos, cariño. —Es todo lo que consigo decir antes que llegu-
emos por fin a mi familia y me dirija a Charlie, que nos enseña sus treinta y dos
dientes—. No era necesaria tu presentación.
Se lleva la mano a la frente y exclama dramáticamente:
—Qué maleducado eres, hermano mío. —Como la atención de las perso-
nas sigue estando en nosotros —después de todo, a todo el mundo le gusta espi-
ar a los Kings—, le devuelvo la sonrisa y mantengo el tono uniforme.
—Veinticinco años y todavía no puedes aprender la simple verdad. No
soy tu hermano. A no ser que mi padre engañara a su mujer con tu madre. —
Los ojos de Charlie se entrecierran mientras Olivia exhala pesadamente, su ma-
no tiembla un poco mientras toma un sorbo de su copa de champán, pero como
siempre, no dice nada.
Al menos nunca comenta mis indirectas o mis comentarios sarcásticos,
oh no. En lugar de eso, va corriendo a ver a su marido para quejarse de mí, y
entonces mi queridísimo papá elige un castigo apropiado para mis actos.
—Maldito… —empieza Charlie, acercándose a mí, pero Olivia lo deti-
ene con una sola mirada que lo dice todo. Charlie aprieta las manos, resopla con
frustración, pero hace lo que se le ordena en silencio.
Oh, por supuesto que ella lo detiene.
Dios no quiera que ninguno de sus hijos monte una escena que pueda en-
fadar a mi padre y hacerle dudar de su eterna devoción por ella y sus perfectos
hijos.
Felicia decide romper la tensión, aplaudiendo y anunciando vertiginosa-
mente:
—¡Me alegró mucho enterarme de tu compromiso! Pienso hacer un cu-
adro para ti como regalo. —Aunque la felicidad brilla en su rostro, no se me es-
capa la sonrisa forzada y la mirada recelosa que dirige a Phoenix mientras se
apoya un poco en Sebastian, que sigue callado, observándonos a todos melan-
cólicamente.
Felicia podría fingir hasta que lo logre, pero por ahora, feliz no es una
palabra verdadera para describir sus emociones.
—Creo que sorprendido es un término más apropiado —dice Lydia y se
acerca a mí—. Desde luego, sabes ocultar bien una relación.
Mi ceja se levanta.
—No tenía idea que debía alertarlos a todos sobre mi vida personal.
Pone los ojos en blanco y se mete otra cereza en la boca. La chica tiene
una especie de adicción a todas las bayas de este mundo, porque papá se las en-
carga constantemente en las mejores tiendas. Las inhala en un día y ni siquiera
las comparte con nadie, así que siempre asocio el rico olor de las bayas y las ce-
rezas con ella.
—Soy su abogada, ¿vale? Tenía derecho a saberlo. Aunque me sorpren-
dió verte la otra noche. —Ella escupe la semilla en su vaso vacío y murmura—:
Esta familia tiene demasiados secretos; uno simplemente no puede seguir el rit-
mo.
—Esa sería una observación válida si fuéramos una familia. Pero, oh, bu-
eno —respondo, y ella se atraganta con la cereza, enviando dagas hacia mí mi-
entras Felicia solo suspira angustiada.
Phoenix finalmente habla por primera vez en su compañía, su cuerpo un
poco más cálido, por lo que debe haberse calmado.
—Es un placer conocerlos a todos. Gracias por venir a nuestro día espe-
cial. —Se aparta de mi abrazo y, sin pensarlo, le rodeo la cintura con la mano,
sin dejar que se aleje de mí.
La mirada de Sebastian se posa en ella durante un segundo antes de vol-
ver a levantarla hacia su cara, dando un sorbo a su bebida. Me doy cuenta que
sus nudillos se han vuelto blancos, ¿debo esperar que se rompan en cualquier
momento?
¿Qué es lo que le molesta de todos modos? Por lo que he visto, está loca-
mente enamorado de Felicia y no se muestra precisamente posesivo con Pho-
enix. Aquella vez en el bar fue más bien un modo de protección de la persona
que le importaba, más que una muestra de celos.
Entonces, ¿por qué el enfado?
Olivia abre los brazos y hace un gesto con la cabeza para que Phoenix se
acerque, y lo hace cuando los brazos de la mujer la envuelven con fuerza.
—Bienvenida a la familia, Phoenix —la escucho murmurar, y se echa
hacia atrás, dándole suaves palmaditas en la mejilla—. Estamos contentos de te-
nerte. —Mira a Sebastian—A los dos. —Durante toda mi vida, lo único que re-
cuerdo de mi madrastra es lo mucho que me molesta que haya provocado la
ruptura entre mi padre y yo.
Y en este momento, me gustaría poder decir que miente descaradamente,
pero sería una mentira por mi parte. Está realmente contenta con la nueva incor-
poración e incluso me regala una cálida y tímida sonrisa.
—Espero que te guste cómo lo hemos organizado todo. No estaba segura
de tus preferencias, así que optamos por un estilo clásico.
—Todo se ve muy bien —responde Phoenix y luego me da un pequeño
codazo—. ¿Verdad, Zach? —Hay un desafío en su mirada junto con una leve
molestia por mi grosería, apuesto, y aunque tengo otro insulto en la punta de la
lengua, me lo trago con un sorbo de champán que sabe a mierda.
Luego alzo la copa hacia Olivia.
—Efectivamente. —Ella parpadea sorprendida ante esto, al igual que
Charlie, que frunce el ceño, sacudiendo la cabeza con incredulidad, y solo Feli-
cia sonríe, y esta vez sus ojos brillan de alegría.
Ah, hermanita, no tienes que preocuparte mucho, pensando que tu futuro
esposo podría estar enamorado de mi prometida. Si lo hace, lo acabaremos al
estilo King, y no nos molestara a ninguno de los dos.
Pero no puedo decir ninguna de estas cosas en voz alta, porque implica-
ría que realmente me importan todos ellos, y no es así.
O, al menos, he hecho un buen trabajo a lo largo de los años para con-
vencerme de ello.
Lydia pone su vaso en la bandeja cercana de un camarero que pasa y
chasquea los dedos.
—Bueno, no podemos quedarnos aquí charlando toda la noche. Tenemos
que entretenernos, ¿no crees?
—¿Es una especie de nueva etiqueta de compromiso que desconozco?
Charlie se ríe de mis palabras recubiertas de sarcasmo, señalándome.
—Muy buena. —Luego se engancha el pulgar en el bolsillo del pantalón,
musitando en voz alta—: Aunque he oído que uno de los periodistas quería esc-
ribir que es falso.
Olvidándome momentáneamente de nuestra animosidad entre nosotros,
principalmente debido a mi falta de interés cada vez que él quería iniciar el con-
tacto, le hago una pregunta.
—¿Cuál?
—La rubia con el cabello corto. Es un tiburón, así que será mejor que no
le des una idea equivocada. —Mueve los dedos sobre su boca—. Sonríe y sé to-
do sol y rosas durante la fiesta. —Luego se dirige a Phoenix y me la arrebata de
los brazos, abrazándola contra su pecho y dándole palmaditas en la espalda—.
Bienvenida, Phoenix. Eres una criatura preciosa, y el perfume que usas es divi-
no.
Phoenix se ríe un poco aunque sigue tensa y se echa hacia atrás.
—Gracias.
Le guiña un ojo y luego se dirige a mí.
—Entonces, ¿trabajamos todo como siempre?
Las cejas de Phoenix se fruncen.
—¿Como siempre?
—Presentar un frente unido a la prensa, mientras que interiormente nos
odiamos unos a otros, porque Zachary es un marica que no puede superar sus
rencores que no tienen fundamento.
Hasta aquí un momento de paz de sus tonterías.
—Solo un verdadero King los conseguirá. Pero, oh, espera, tú no eres
uno de nosotros —respondo, disfrutando de cómo aprieta los dientes, su mandí-
bula se tensa, y abre la boca para contraatacar una vez más.
Una voz profunda desde atrás nos detiene, tranquila en su naturaleza pe-
ro mezclada con tanta furia que prácticamente se puede ver.
Debería haber esperado que papá interferiría. Tiene una especie de sexto
sentido cuando se trata de sus hijos adoptivos.
—Los dos déjenlo ahora mismo, o si no…
—¿O si no qué?
Vuelve toda su atención hacia mí, sus ojos iguales a los míos me taladran
y me recuerdan todas esas veces en el pasado en las que metí la pata.
—Ninguno de ustedes es demasiado mayor para recibir una bofetada.
—¡Anthony! —exclama Olivia, pero él la ignora, enviando una adverten-
cia hacia mí y hacia Charlie.
—No medirás de quién es la polla más grande con tus comentarios enoj-
ados en esta fiesta. Tu madre y yo…
—Tu mujer no es mi madre, padre. —Agarro el codo de Phoenix y nos
arrastro hasta la pista de baile, donde la hago girar y apenas tiene tiempo de re-
cuperar el aliento mientras la atrapo en mis brazos, con una mano en su cintura
mientras la otra sostiene la suya. Asiento con la cabeza a los músicos, que rápi-
damente cambian la melodía a una más lenta, y el piano crea un ambiente de si-
lencio con todo el mundo mirándonos mientras bailamos en círculo.
—Dios mío, Zach —susurra Phoenix, poniendo la palma de su mano en
mi hombro y hundiendo sus dedos más de lo necesario—. Tu descortesía era in-
necesaria.
Me inclino más hacia su oído, lo que hace que la apriete más firmemente
contra mi cuerpo hasta que sus curvas se amoldan a mis músculos, y su respira-
ción se entrecorta.
—La verdad, cariño, me importa una mierda —le susurro al oído antes
de besarla en un lado de la cabeza y levantar la cara para que nuestras miradas
se encuentren.
Sin embargo, en lugar de un arrebato de ira, se ríe, retira la mano y me
rodea el cuello con los brazos.
—Eres imposible, Zachary. —Me da un ligero beso en los labios, frunzo
el ceño sorprendido, sin esperar tal aceptación.
—¿Estoy soñando? —pregunto burlonamente, y ella vuelve a estallar en
carcajadas, negando con la cabeza.
—Somos una pareja enamorada, ¿verdad? Tengo mucho que decir. —
Baja la voz—. Pero no creo que necesites terapia ahora mismo.
—No la necesito nunca, señora psiquiatra. —Aunque, después de un ra-
to, añado—: ¿A menos que incluya que se ponga una bata de médico y me es-
cuche en la cama? Me apunto a eso.
Sus mejillas se calientan y me golpea el pecho. Aprovecho este momento
para hacerla girar en el parquet, y luego cogiéndola en mis brazos, me agacho y
le doy un suave beso en el cuello antes de girarnos de nuevo con ella colocada
contra mí.
—¿No te gustaría? —susurro sobre su mejilla, mis manos agarrando sus
caderas con tanta fuerza que estoy seguro de estar dejando huellas de propiedad
en ella, pero no me importa.
Que todo el jodido mundo sepa a quién pertenece.
—¿Jugar a los médicos contigo? No tanto —responde con descaro, ec-
hando la cabeza hacia atrás, mostrándome su belleza en todo su esplendor—.
No parece una idea que merezca la pena.
—Oh, puedo hacer que merezca la pena. —Me acerco -si es que es po-
sible en nuestra posición- para que nadie oiga lo que digo a continuación—.
Imagínate que susurro mis secretos más oscuros contra tu piel mientras mi boca
recorre lentamente tu cuerpo para instalarse entre tus piernas y darse un festín…
Me tapa la boca con la palma de la mano, sus ojos arden de deseo a pesar
de su objeción.
—Basta ya.
Mordiendo su piel, me gano un gemido mientras ella retira su mano, así
que murmuro:
—¿Estamos ansiosos? —Sacude la cabeza hacia mí. Me balanceo suave-
mente, resistiendo el impulso de empujar mis rodillas entre sus piernas, intensi-
ficando la pasión reprimida dentro de los dos, para que no pueda pensar en nada
más que en mi boca devorando su coño mientras grita de éxtasis una y otra vez.
Lo único que me detiene es la idea que todas esas jodidas personas es-
cuchen sus gemidos de placer o vean su cara llena de deseo, ya que todo eso me
pertenece solo a mí, y nadie más tiene ese privilegio.
—Zachary, tienes que parar. La gente está mirando —susurra, con sus
uñas arañando la piel de mi nuca, con la advertencia brillando en sus ojos, pero,
de todas formas, ¿cuándo la escucho?
—Esa es precisamente la cuestión, cariño —digo, y estoy a punto de
agacharme para robarle un beso, sin que me importe un carajo quién esté miran-
do. Que saquen todas las fotos que quieran, y si el sospechoso está cerca, listo
para abalanzarse…
Ella es mía y no de él o de ella, así que sería bueno dejar que el hijo de
puta enfermo sufra antes que haga un intento inútil de alejarla de mí.
Esta vez no se la llevará; prefiero morir antes de dejar que dañe lo que es
mío.
Sin embargo, una voz divertida irrumpe en nuestro pequeño mundo y di-
ce:
—Deberíamos dejar este espectáculo para mayores de edad para después.
¿Me permites este baile, futura cuñada? —Charlie engancha sus dedos en el co-
do de Phoenix, queriendo hacerla girar hacia él, pero mi agarre sobre ella solo
se intensifica.
—Charlie, quita tus putas manos de ella —ladro, notando unos cuantos
ojos sobre nosotros, pero rápidamente desvían sus miradas, dando sorbos a su
champán, y algunas de las parejas incluso se unen a nosotros en la pista de ba-
ile, claramente no queriendo perder la oportunidad de salir en los titulares de
mañana.
Manteniendo la sonrisa intacta, aprieta los dientes:
—Papá quiere hablar contigo.
Mi interior se eriza cada vez que llama a mi papá suyo, incluso si es jodi-
damente irracional. Me importa un carajo.
—Bueno, entonces, que mal, porque no voy a dejar sola a Phoenix.
—Por eso me pidió que la cuidara.
Phoenix pone sus manos en mi pecho, atrayendo mi atención hacia ella,
y dice:
—Tienes que ir. Estaré bien. —Estoy a punto de protestar, pero ella utili-
za sus dedos una vez más para hacerme callar—. Confía en mí. —Todo en mi
interior grita contra esta idea. ¿Cómo coño voy a protegerla de un desastre imp-
revisto si voy a estar con mi padre?
Pero entonces, ¿cómo puede un hombre resistirse a esta confianza?
Le doy una palmadita en la cabeza, la inclino hacia atrás y me agacho pa-
ra darle un beso profundo y penetrante en el que mi lengua se entrelaza con la
suya y baila un pequeño dúo. Su cuerpo se funde con el mío, y ella gime, incli-
nándose para que pueda penetrarla más profundamente, pero en lugar de eso,
doy un paso atrás.
—No la pierdas de vista. Si no, acabaré contigo —me dirijo a Charlie,
que se ríe, encontrando la idea risible al parecer, pero realmente no debería.
Puede que tengamos una paz fría debido a que mi padre se entromete ca-
da vez para arreglar cualquier conflicto que se avecina, pero Phoenix es una
persona con la que nunca, jamás, voy a ceder.
Con una última mirada, busco a mi padre y noto que me hace señas en la
entrada, y no tengo que adivinar a dónde ir, ya que papá nunca cambia sus cos-
tumbres.
Si Anthony King te convoca, significa que está a punto de hacerte una
nueva crítica en su despacho.
Phoenix
—Espero que no te importe —dice Charlie, que nos hace pasar por el
parqué, y solo entonces me doy cuenta que la música ha cambiado a un ligero
vals, y ajusto mis movimientos en consecuencia—. He pedido a los músicos ot-
ra cosa. Pensé que habría sido demasiado raro que te abrazara como acaba de
hacerlo Zach. —Mueve las cejas—. No necesitamos ningún rumor. Aunque yo
soy el hermano más divertido.
Todavía me siento un poco incómoda en su compañía. Después de todo,
son desconocidos y, además, mis anteriores sospechas todavía me hacen ser un
poco recelosa. Probablemente esté todo en mi cabeza y no tenga ningún mérito,
pero no puedo dejar de ser demasiado prudente por mi experiencia.
—Está bien. Sé bailar el vals. Sebastian me enseñó. —En el momento en
que esta afirmación se desliza por mis labios, me arrepiento al instante y gimo
para mis adentros. ¿Qué hermano quiere que le recuerden que la ex mujer de su
futuro cuñado se va a casar con la familia?
Puede que todos actúen como si no les molestara, pero no me lo creo.
¿No deberían al menos preocuparse por el bien de Felicia?
Sin mencionar que, basado en el encuentro anterior con Zachary, probab-
lemente odien sus entrañas tanto como las mías, considerando todo.
Charlie debe leer el horror en mi cara, porque se ríe ruidosamente, dando
un giro rápido que por un segundo me marea la cabeza pero luego ralentiza sus
movimientos una vez más.
—Cariño, todo el mundo conoce tu pasado. No tienes que ocultarlo. —
Se balancea, se balancea, se balancea—. Felicia sabe lo que firmó cuando acep-
tó casarse con él.
—Dudo que firmara para ver mi cara en cada función familiar.
Charlie se encoge de hombros, aún sin perder el ritmo del baile.
—Bueno, si te juntas con una persona divorciada, tienes que esperar que
a veces el pasado se manifieste. Además, le preguntamos si él es realmente lo
que ella quiere, y dijo que sí. —La música se ralentiza poco a poco y me hace
girar, nuestros dedos se entrelazan mientras me hace girar de nuevo antes de re-
anudar los pasos—. Una vez que tomamos una decisión, tenemos la responsabi-
lidad de asumirla, ¿no crees? —Hay una nota extraña que recubre su tono, pero
no tengo tiempo de pensar en ello porque la música termina y el público apla-
ude a los músicos, y Charlie me levanta el codo—. Vamos a presentarte adecu-
adamente a la familia, ¿de acuerdo?
—¿La presentación anterior no fue adecuada? —pregunto confundida, li-
geramente sorprendida por su comportamiento y sin saber cómo reaccionar ante
él. Casi esperaba que se burlaran de mí y se hicieran los poderosos, pero en lu-
gar de eso, son casi… ¿acogedores?
Charlie pone los ojos en blanco.
—Joder, no, disculpa mi lenguaje, por favor. —Caminamos lentamente
hacia donde toda su familia sigue en alguna conversación, según por lo emoci-
onada que Lydia mueve sus dedos—. Zachary estaba arremetiendo como si-
empre y la situación se complicó.
—Bueno… —Si empieza a hablar mal de Zachary, no podré mantener la
boca cerrada para no defenderlo. Alguien tiene que hacerlo, basado en lo que
me dijo.
No importa qué o por cuánto tiempo vaya a ser parte del clan King, si-
empre estaré de su lado.
—No hace falta que saques las garras, cariño. —Charlie me da una pal-
madita en el brazo—. Queremos a Zach, aunque nos odie. Es de la familia, des-
pués de todo. —¿Qué? ¿Cómo puede decir eso si no tienen ninguna relación?
—. Aunque a veces es más bien una oveja negra.
—Tiene sus razones.
—Si nos diera una oportunidad, vería que ya no tiene que aferrarse a sus
razones.
Antes que pueda responder a eso, nos reunimos con su familia, y Olivia
me saluda con una cálida sonrisa. Parpadeo al ver lo tranquila que está, todo un
contraste con lo que era con Zach hace unos minutos.
—Bailas muy bien. —Me felicita antes de señalar a un camarero—. ¿Qu-
ieres algo de beber?
—Solo agua, por favor. —Aunque necesito un trago de alcohol, no ate-
nuaré mis reacciones ahora con el sospechoso suelto. Si es que está aquí; todas
nuestras teorías son solo eso, después de todo.
Teorías que podrían no hacerse realidad mientras el sospechoso planea
su próximo ataque, sorprendiéndonos cuando menos lo esperamos.
Capto la mirada de Sebastian sobre mí y me muevo incómodamente, es-
perando que no inicie ninguna conversación conmigo, porque será más que ext-
raño con todos los ojos puestos en nosotros.
A pesar de haber pasado la mayor parte de mi vida adulta con Sebastian,
ahora mismo no siento nada hacia él, ni siquiera una pizca de celos al verlo con
Felicia.
Solo puedo esperar que ella lo haga feliz, porque en el fondo es un
hombre bueno y honorable. El hecho que haya renunciado a mí no significa que
sea un imbécil que merezca arder en el infierno.
—Me encanta tu vestido —dice Olivia, acercándose para tocar el materi-
al—. La seda es una tela complicada, pero Frankie hace maravillas con ella.
—Espero que diseñe mi vestido de novia. —dice Felicia y me dedica una
sonrisa tentativa que yo devuelvo, agradeciendo al camarero cuando me trae
una botella de agua—. Aunque su lista de espera es una locura. No hace excep-
ciones, así que nuestros nombres no significan nada. —Sus cejas se fruncen—.
¿Cómo has conseguido este? Ni siquiera lo he visto en su catálogo.
Lydia suelta una carcajada, se mete otra cereza en la boca y la baña con
su champán.
—Zachary conoce a su pareja. Así que creo que es seguro decir que hace
algunas excepciones. —coloca la mano en su cadera, dirigiéndome una mirada
que probablemente debería hacerme sentir culpable, pero que solo aumenta la
confusión general que experimento en compañía de esta familia.
Teniendo en cuenta los sentimientos de Zachary hacia ellos, ¿no deberían
tener al menos algunas reservas, ya que esencialmente yo maté a Angelica…
aunque fuera contra mi voluntad?
¿O no les importa mucho y confían en el juicio de Zachary para tomar
una buena decisión?
La culpa me invade por mis pensamientos anteriores sobre que uno de el-
los podría ser un sospechoso. El hecho que no tengan una gran relación con
Zachary no significa instantáneamente que estén a la caza de él.
Lydia se dirige a mí.
—Prométeme que al menos no nos enteraremos de tu boda por las notici-
as. —Mis mejillas se calientan ante eso, y todos comparten una risa colectiva;
todos menos Sebastian, que me estudia atentamente, aunque sigue permaneci-
endo cerca de Felicia.
—Yo tampoco me esperaba una proposición —confieso, y Olivia sonríe,
mirando a lo lejos.
—Anthony también me propuso matrimonio de la nada. En un momento
estábamos hablando de diferentes modelos de autos, y al siguiente, estaba arro-
dillado frente a mí, sosteniendo este anillo. —Mueve su mano izquierda con un
gran zafiro—. Supongo que de tal palo tal astilla. —Hay tanta calidez en sus pa-
labras que no deja duda que realmente ama a su marido—. Cuando un King qu-
iere a una mujer, no espera.
Charlie exclama dramáticamente:
—Tendré que decirle a Nathan que no lo quiero, ya que no le voy a pro-
poner matrimonio pronto.
Lydia resopla.
—Eso es porque sabes que no dirá que sí hasta que termine la escuela. —
Parpadeo ante esto y luego estudio a Charlie críticamente, preguntándome qué
edad tiene para salir con un estudiante.
Espera.
No podría salir con su propio alumno, ¿verdad? ¡Eso está súper prohibi-
do!
—Tengo treinta y dos años, y mi novio tiene veinticinco, así que todo es
legal. No está en mis clases —me dice antes de disparar a Lydia—. Y para tu
información, él dirá que sí. El hombre está perdidamente enamorado.
Felicia se ríe y le da una palmada en el hombro.
—¿Por qué no le propones matrimonio entonces? —Se acerca para su-
surrar en voz alta—: ¿Es porque no estás tan seguro? ¿O porque sabes que se
negará, ya que la carrera de ingeniería es su principal prioridad en este momen-
to?
Dirige una mirada molesta a sus hermanas antes de escupir:
—Las odio a las dos. —Se echan a reír, con su madre negando con la ca-
beza, aunque sonriendo también, y por un segundo, me siento fuera de lugar.
Porque esta familia comparte entre sí un afecto como nunca antes había
conocido. ¿Cómo ha podido Zach negarse voluntariamente a formar parte de es-
to?
¿Es posible que a veces, cuando queremos proteger nuestro corazón de
más dolor, perdamos conexiones vitales en la vida que podrían haberla mejora-
do mil veces, si tan solo fuéramos lo suficientemente valientes como para afer-
rarnos a ella en lugar de huir en otra dirección?
Zachary rechazó a la familia de su padre, porque ya había experimentado
la gran pérdida que supone perder a un progenitor. Era más fácil apartarlos y
culpar a su padre, en lugar de abrirse a nuevas personas que podrían haberlo
ayudado si se lo hubiera permitido.
¿Es esto lo que estoy haciendo? ¿Guardar mi corazón cuando tiene la
oportunidad de sanar?
—Basta, ustedes dos. —Olivia se dirige a sus dos hijas y luego señala las
piernas de Felicia, desviando la atención de todos hacia allí—. ¿Qué ha pasado
aquí, cariño? —Sus rodillas están raspadas, como si algo las hubiera cortado, y
sus mejillas se calientan cuando se apoya en Sebastian, que la rodea con su bra-
zo de forma innata.
—La alacena de nuestra cocina se rompió y varios platos se hicieron añi-
cos. Así que, cuando intentó recogerlos todos, se cortó. —Los jadeos colectivos
resuenan entre nosotros mientras la mirada de Sebastian se ensombrece. Pasa el
pulgar por el hombro de Felicia—. Le dije que no lo hiciera, pero, ¿cuándo me
escucha?
—Oh, Dios, alguien tiene que ir a arreglar eso. Podría ser peligroso —di-
ce Olivia, y todos asienten, aunque todavía estoy un poco confundida de cómo
pudo haberse hecho tal corte simplemente tropezando con ellos.
¿No habría visto los trozos al arrodillarse?
Felicia les quita la preocupación.
—Le están dando demasiada importancia a todo esto. Además, estoy bi-
en y solo tengo un rasguño. Ni siquiera es profundo. —Incluso con tacones, si-
gue siendo más baja que Sebastian, así que se levanta sobre las puntas de los pi-
es para darle un ligero beso en la barbilla—. No tienes que preocuparte, amor.
La ternura se adueña de su voz cuando dice:
—Siempre me preocupo por ti.
Desvío la mirada hacia abajo, pero no por el amor que brilla en sus ojos
cada vez que la mira, sino porque me parece casi intrusivo observarlos en este
momento.
Sebastian nunca me había mirado así, como si yo consumiera todos sus
pensamientos y deseos. Me amaba con todo lo que tenía, sí; sin embargo, ese
amor era más… tranquilo en su naturaleza, supongo.
Como el océano en un día soleado, pero en el momento en que una tor-
menta tronó en el cielo, se estrelló contra las rocas.
El hombre frente a mí ama apasionadamente a esta mujer, rodeándola
con el amor que tanto anhela, si es que hundir su rostro en su pecho es algo por
lo que pasar.
Y una sonrisa se me dibuja en la comisura de los labios, porque me aleg-
ra saberlo. Ninguna mujer merece ser la segunda en esta vida, y es estupendo
que Sebastian haya encontrado un amor aún más grande, que haya aprendido a
amar tan profundamente a pesar de nuestro pasado, que podría haberlo marca-
do.
Zachary te mira con la misma intensidad. Intento ignorar la vocecita en
mi cabeza que me susurra esto, esperando que el sentido común la haga callar.
Sebastian y Felicia han tenido qué, ¿años para aceptar sus sentimientos?
Mientras que Zachary y yo hemos tenido días, y en esos días han pasado tantas
cosas que parecen eternas.
Sin embargo, si Sebastian fue lo suficientemente valiente como para to-
mar una segunda oportunidad en el amor… ¿por qué yo no?
Incluso Zachary no tiene miedo, irrumpiendo en mi vida y exigiendo la
rendición a pesar de haber perdido a su mujer trágicamente. Todas las cicatrices
de su corazón no le impiden volver a querer una relación.
Lydia gime cuando se acaba todas las cerezas y se queja:
—Mamá, ¿por qué no has pedido fresas para esta fiesta?
—Porque no es tu fiesta de compromiso.
Charlie chasquea los dedos hacía el camarero, dando golpecitos en su va-
so vacío.
—Sí, te las acabas tan rápido que es vergonzoso.
—Que te jodan, Charlie. —Y entonces resopla molesta cuando un flash
se dispara apuntando a nosotros—. Parece que todavía no han conseguido sufi-
cientes fotos.
—Quieren drama y no se lo vamos a dar. Pobres invitados —dice Char-
lie, aunque su voz da a entender todo lo contrario—. Apuesto a que es porque
Sebastian y Phoenix están cerca. Tal vez estén esperando a que ambos se tiren
del pelo.
Debo dárselo a Charlie.
Sabe cómo sacar a relucir el elefante en la habitación con estilo y todo el
mundo se queda callado en un incómodo silencio.
Felicia suspira profundamente.
—Yo soy del tipo artístico. ¿Por qué iba a tirarle del cabello a alguien?
Creo que exhibirlos en una de mis obras de arte como criaturas horribles sería
un enfoque más singular. —Me guiña un ojo—. ¿No crees?
—Sí, nunca me meto en peleas.
—Choquen esas cinco chicas —exclama Lydia, levantando las dos ma-
nos en el aire, y las palmamos.
—Quizás deberíamos ir todas a la terraza y mezclarnos con los invitados
para que no nos miren como monos a punto de actuar —ofrece Olivia, dando un
paso hacia la terraza, cuando Felicia la detiene.
—No, mamá. Creo que Sebastian y Phoenix tienen que bailar ahora mis-
mo. —Parpadeo en estado de shock, porque maldición, ¿qué?
Por la misma reacción de Sebastian, comprendo que él tampoco ve con
buenos ojos esta idea.
—No creo… —empiezo, pero Felicia me interrumpe.
—Si quieren un espectáculo, se lo daremos, pero bajo nuestras condici-
ones. Además, esto acabará con cualquier rumor sobre toda esta situación. Es-
toy segura que Zachary estaría de acuerdo conmigo.
—Matarnos, más bien —susurra Charlie en voz baja, pero Felicia sigue
empujando a Sebastian hacia mí.
—Vamos, cariño —le dice.
—Pienso que es una buena idea. —Olivia asiente—. De esta manera, ret-
rocederán.
Antes que pueda protestar más, Sebastian me agarra de la palma de la
mano y tira de mí hacia la pista de baile, con todo el mundo, una vez más, mi-
rando y murmurando entre sí.
A pesar de querer estar en cualquier sitio menos aquí, ya no puedo recha-
zar la oferta. En el momento en que me aleje de Sebastian, comenzarán los ru-
mores que no he superado a mi ex, y Dios sabe qué más.
Realmente espero que Zachary entienda mi situación imposible.
Aunque es una esperanza inútil con la furia que cruza su rostro cada vez
que surge el tema de mi exmarido. El hombre es muy posesivo conmigo y, para
mi frustración, eso emociona ciertas partes de mí.
Charlie corre hacia la banda y, en un segundo, todos asienten mientras el
lento ritmo del jazz se filtra a través de los altavoces. Sebastian coloca su mano
en mi cintura mientras nos abraza más cerca pero aún mantiene una pequeña
distancia entre nosotros.
Nuestras manos se entrelazan cuando pongo la mía dentro de la suya, y
empezamos a bailar lentamente, con nuestros movimientos probablemente rígi-
dos y pesados por la tensión que llena el aire.
—Siento esto —dice Sebastian, mirando por encima de mi hombro mi-
entras exhalo con fuerza.
Ni en un millón de años habría pensado que me encontraría en una situ-
ación así, pero aquí estamos.
—No es tu culpa. Además, Felicia tiene razón. Con suerte, esto acabará
con todas las tonterías que ha dicho la prensa.
Se ríe.
—¿Tú también las has leído? Cómo lo mantenemos en familia, al estilo
King.
—Sí, es una estupidez. Y no es verdad de todos modos.
—Siento si te he molestado cuando fui al bar. —Sus dedos se clavan en
mi cintura mientras giramos y nos balanceamos—. No era mi intención.
—Sebastian, está bien. No tenemos que hablar. —De hecho, lo prefiero
así, para no remover viejas heridas.
Aprieta mi palma y me mira, sus ojos azules están llenos de remordimi-
ento y culpa. Los ojos que solían iluminarse cada vez que entraba a la habitaci-
ón, ¿no es gracioso cómo todo cambia con el amor?
La persona sin la que no puedes vivir se convierte en aquella con la que
ya no puedes imaginar vivir.
Y la persona que más odiabas se convierte en algo vital para ti y en la
única protección que tienes en este mundo.
—Debería haberte escuchado. Debería haber estado de tu lado. Siento no
haberlo hecho. —Su voz se vuelve ronca y la aclara—. Por lo menos, por favor,
cree que lo siento profundamente.
Una sonrisa triste se extiende por mi boca.
—Nos conocemos desde hace más de diez años, Sebastian. Di la verdad.
No me hará daño. —¿No recuerda que siempre sé cuándo miente?
Se tensa y respira profundamente.
—No es una mentira. Siento lo que has tenido que pasar.
—Pero no lamentas no haberte quedado a mi lado. Porque conociste a
Felicia. —Se congela, tropezando un poco, pero rápidamente reanudamos nu-
estro baile—. Por eso te sientes tan culpable. Antes no lo entendía, pero ahora
sí. No tienes que disculparte por amarla —digo finalmente, encontrando extra-
ñamente la libertad en estas palabras, y parte de la presión de mi pecho desapa-
rece, cerrando para siempre la puerta que ha estado cerrada durante años.
Pero con esto, pongo un sello que nada lo podrá romper. Nuestra relación
se ha convertido en nada más que un fugaz y hermoso recuerdo que tiene una
sensación agridulce.
—¿Realmente amas a Zachary? —me pregunta, ya que no puede argu-
mentar mi afirmación anterior, pero antes que pueda responder, continúa—: Me
dio mucha rabia que estuviera allí. Pensé que quería atormentarte. Incluso se
comportaba de forma territorial, pero resulta que estaba equivocado. En reali-
dad están juntos. Nunca lo hubiera pensado. —Me aparta, agarrándome de la
mano y, haciéndome girar sobre el parqué antes de volver a tomarme en bra-
zos—. Espero que seas feliz con él. Te lo mereces.
—Los dos nos merecemos ser felices sin que las sombras del pasado pla-
neen sobre nuestras cabezas. —Le doy una palmadita en el hombro—. Simple-
mente no estábamos destinados a estar juntos, pero te doy las gracias por todo,
Sebastian.
Incluso por no haber leído mi carta, porque este hombre habría quedado
destrozado por la culpa si hubiera sabido lo de nuestro bebé.
No le deseo tal dolor a nadie, y menos a Sebastian.
Pienso que tal vez este cierre sea uno de los peldaños de mi futuro, donde
el pasado ya no me perseguirá.
Y tal vez haya esperanza para un futuro más brillante que incluya a un
hombre como Zachary.
Aunque la idea me asuste mucho.
Capítulo 20
—Dicen que el mayor amor llega cuando menos lo esperas, y es cierto.
Cuando corremos persiguiendolo, nunca se frena lo suficiente como para
que lo atrapemos.
Sin embargo, en el momento en que lo soltamos, el amor salta sobre ti,
atrapándote en su red sin posibilidad de escapar.
La misma analogía funciona también con el dolor.
El dolor agónico que te parte en dos llega cuando menos lo esperas.
Y en tal caso, asesta un fuerte golpe que no todos pueden soportar.
~Phoenix
Zachary
Phoenix
Zachary
Me sirvo un vaso de whisky, dejo caer unos cubitos de hielo en él y doy
un gran sorbo, disfrutando de cómo el líquido me quema las entrañas y me
mantiene con los pies en el suelo; aunque la locura me consuma lentamente an-
te la perspectiva de mi futuro.
Me dirijo al balcón de mi habitación, pisando descalzo sobre el frío már-
mol, y abro los brazos de par en par. Vistiendo nada más que un pantalón de
chándal gris, le doy la bienvenida al viento abrasador que debería congelarme,
pero que en cambio no tiene el poder de calmar el infierno que se apodera de mi
corazón.
Cuando un hombre se enamora de una mujer, nunca piensa que será él
quien la lastime tanto que ella cuestionaría su existencia o lo odiaría hasta el
punto de no regresar.
Sin embargo, en nuestra historia, todo es al revés.
Cuando odiaba tanto a Phoenix que podía asfixiarme con él, nunca pensé
que llegaría un día en el que rogaría por una expiación.
Expiación que nunca obtendría.
Tomando un gran trago más de la bebida, la arrojo por el balcón, viendo
cómo se rompe en pequeños trozos sobre el cemento, porque no me proporci-
ona el alivio habitual.
El alcohol adormecía el dolor en el pasado y me daba un respiro de la
impotencia que me consumía; sin embargo, ahora no hay alivio.
Ella no es tu hija. Es mi hija y la de Sebastian.
Me la llevaré. ¡Nada me detendrá!
Eres un monstruo. ¡Te odio, Zach! ¡Te odio!
¿Cómo puedo permitirlo? Puede que no sea mía por sangre, pero Emma-
line es mía de todos modos.
Un recuerdo de hace mucho tiempo juega en mi cabeza, mientras me
agarro a la barandilla del balcón apoyándome en ella y respirando con dificul-
tad.
Una niña pequeña se ríe, levantando las manos en mi dirección, pero me
quedo en mi sitio y sigo escribiendo en el ordenador, y digo:
—Un segundo, pequeña. Papá tiene que terminar esto y luego podemos
salir. —Compruebo rápidamente el informe y vuelvo a mirar a Emmaline sen-
tada en la alfombra, solo para parpadear sorprendido cuando la veo de pie,
murmurando algo hacia mí mientras me extiende sus manos—. Oh, Dios, ¿estás
caminando? —le pregunto y me siento con la espalda recta, temiendo dar un
paso hacia ella por miedo a que se caiga.
En lugar de eso, agarro mi teléfono y enciendo la cámara llamándola
suavemente:
—Vamos, pequeña. Ven aquí. —Ella se lleva el puño a la boca antes de
chillar y caminar hacia mí, su cuerpo se mueve demasiado rápido y se balan-
cea un poco; así que me arrodillo y sigo grabando, pero listo para atraparla en
cualquier momento.
Dos pasos más y ya está en mis brazos. La abrazo con fuerza y la levan-
to, disfrutando de sus fuertes risas que resuenan en la casa vacía.
Una sola lágrima resbala por mi mejilla para mi maldito asombro, mient-
ras la sola idea de no volver a ver a Emmaline me mata, golpeando con un dolor
peor que incluso la muerte de Angelica.
Oh, Dios, es esto lo que Phoenix ha sentido en los últimos años, ¿la ago-
nía que te parte en dos y no te deja ni siquiera respirar adecuadamente por mi-
edo a que el dolor envenene tu sangre hasta el punto de no poder funcionar?
Tal vez sí que merezca ese castigo, porque todavía no puedo disculparme
por reclamar a Emmaline como mía.
Sebastian puede ser su padre por sangre, pero él no se la merece.
Yo tampoco, pero al menos estuve allí. ¿No debería eso contar para al-
go?
—Llévame a la tierra donde los pecadores expían —susurro sin pensar, a
nadie en particular—, donde los pecadores tienen segundas oportunidades.
—No estoy segura que esa tierra exista. —Las palabras pronunciadas su-
avemente detrás de mí me congelan, y miro por encima del hombro para ver a
Phoenix de pie en la puerta del balcón, todavía con su vestido de noche, aunque
también está descalza—. Habría ido allí hace mucho tiempo.
Su cara está limpia de maquillaje, así que debe haberse lavado.
Sale al balcón y se acerca suavemente a mí, pero no me atrevo a mover-
me. Podría estallar en llamas al igual que su tocayo3.
—No tienes pecados que expiar —respondo, mi voz es tan baja que es un
milagro que pueda hablar.
—Creía que los tenía —susurra—. Sentada en esa celda día y noche, de-
seaba la tierra donde los pecadores expían sus culpas, donde nadie te juzga por
tus pecados pasados y en cambio te da una oportunidad de hacer las cosas bien.
—¿Y en donde el dolor no existe?
Sonríe con tristeza, apoyándose en la barandilla junto a mí, pero mante-
niendo un espacio entre nosotros mientras mira a la distancia.
—Creo que el dolor existe en todas partes. Es lo que nos hace humanos.
El fuerte viento le echa el cabello hacia atrás, y ella inhala la frescura en
sus pulmones.
—¿Sabes que dicen que el verdadero infierno existe aquí en la tierra y no
debajo de nosotros?
3
Aquí Zachary cuando piensa en su tocayo, es por su nombre “Phoenix” refiriéndose al “Ave Fenix”.
Todavía confundido con su presencia aquí después de lo que ha ocurrido,
respondo:
—Sí. Es una teoría que dice que la tierra fue una vez el cielo, pero lo ar-
ruinamos.
—Creo que la tierra donde los pecadores expían está aquí. Pero nosotros
no podemos verlo, cegados por el dolor. —Gira la cabeza para que nuestras mi-
radas choquen, sus ojos marrones brillan bajo la luz de la luna—. La agonía es
tan fuerte que soñamos con un lugar mítico donde todo será diferente. Donde
podamos expiar sin escrutinio. Sin embargo, no existe. Vivimos nuestras vidas
solo una vez. La vivimos aquí. Y solo podemos expiar aquí —dice y luego aña-
de—, no importa lo deprimente que sea.
—Deprimente no es una palabra que hubiera utilizado en las circunstan-
cias actuales.
El silencio se filtra a nuestro alrededor mientras ambos miramos al cielo.
El ulular de los búhos resuena en la noche, mezclándose con el canto de
los grillos.
Puedo sentir físicamente el dolor de Phoenix, y mi interior grita para que
la rodee con mis brazos, para que encuentre consuelo en mis brazos, pero mis
brazos son el único lugar en el que ella no quiere estar.
¿Ha venido a decirme que ha embalado todas sus cosas, marchándose
ambas lejos de mí, dejándome solo en esta maldita casa enorme que no tiene
sentido sin mi hija en ella?
¿Sin ella en casa?
—Me enamoré de Sebastian lentamente —comienza, su voz como si es-
tuviera hablando de otra persona—. Al principio, nos hicimos amigos. Durante
unos dos años. Salí con otros chicos, pero no congeniaba con ninguno. —Una
sonrisa triste levanta la esquina de su boca antes de apoyar los codos en la ba-
randilla—. Hasta que un día apareció en mi puerta y se ofreció para que lo
intentáramos. —Mis manos se tensan en la barandilla, a pesar de saber que no
tengo derecho a sentir celos del pasado cuando yo mismo he estado casado, pe-
ro escucharla amando a otra persona, estar con otra persona… no saca lo mejor
de mí.
Deseo que no haya sido de nadie más que mía, aunque sea irracional.
—Nadie me amó antes que él. —Se encoge de hombros—. Él me enseñó
lo que es la familia y cómo confiar en una persona. Me deleité en esas emoci-
ones, aprendiendo que el amor es la calma durante la tormenta. No importa lo
que pase, al final del día, esta persona estará contigo. —Pasa un tiempo—. Éra-
mos irrompibles. Hasta que ocurrió lo del sospechoso. —Ella se limpia la lágri-
ma que resbala por su mejilla—. Hasta que tú pasaste. Y el amor que apreciaba
se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos.
Todo en mí grita que la tome en mis brazos, para calmar el dolor que la
carcome por dentro por mi culpa y, en este momento, por mucho que me duela
la idea, deseo que nunca me hubiera conocido.
Que nunca se hubiera cruzado con ese sospechoso.
Entonces no tendría a Emmaline, pero también la mujer de la que me
enamoré a pesar de mi buen juicio nunca habría sido lastimada de la manera
más despreciable.
Eso es lo que es, ¿verdad?
El amor en su forma más cruda, el amor que nunca puede ser llamado
hermoso por lo feo que es.
Porque si un hombre ama a una mujer, ¿la hiere tanto que ya no quiere
vivir?
Por desgracia, no tengo respuesta a esa pregunta.
Cuando Angelica murió, no podía imaginar amar a nadie más; abrirme a
tal dolor era irrisorio, pero aquí estoy.
De pie frente a una mujer de la que nunca debí haberme enamorado, con
un corazón sangrante listo para que ella destruya aún más.
Tiene todo el derecho a hacerlo y a no volver a mirarme.
—Phoenix —digo, listo para disculparme de nuevo y prometerle la liber-
tad y todo lo que quiera sin importar que vaya en contra de todo lo que soy. Sin
embargo, si eso detiene su agonía, lo haré sin dudarlo.
Se da la vuelta y pone las puntas de sus dedos en mis labios haciéndome
callar, y respira profundamente con el viento agitando de tal manera su cabello
que me golpea en la cara.
—El amor de Sebastian era el único que conocía, así que pensé que eso
es lo que se supone que es el amor. —Sacude la cabeza—. Pero no es cierto. A
veces, el amor no es la calma durante la tormenta. A veces, el amor es el barco
en la tormenta soportando las olas del mar una tras otra junto con la lluvia, de
tal manera que no sabes si sobrevivirás. El mundo que te rodea puede acabar en
cualquier momento, pero estás con la persona que amas y que está a tu lado pa-
se lo que pase. Este tipo de amor me recuerda más a una obsesión basada en la
lujuria y la necesidad. No es saludable. Probablemente tampoco es correcto.
—Es imposible resistirse —termino por ella, mis labios moviéndose bajo
sus dedos, y ella retira su mano. Tentativamente doy un paso hacia ella hasta
que los dedos de nuestros pies descalzos se tocan—. Siento haberte hecho daño.
—Ella inclina la cabeza hacia atrás, y pongo mis manos en sus hombros. Ella se
sacude, pero no se aparta. Entonces la rodeo con fuerza, presionándola contra
mi pecho, donde descansa su mejilla, sus brazos a los lados. No me empuja, pe-
ro tampoco lo agradece.
Mientras me permita consolarla en este momento, eso es suficiente para
mí.
—Siento todo lo que he hecho. —Le paso la palma de la mano por la es-
palda notando que se le pone la piel de gallina por el frío que hace—. Por todo
el dolor que te he causado porque me cegó la agonía de perder a Angelica.
Ella susurra:
—Pensé que no te disculpabas.
Una sonrisa burlona aparece en mi cara.
—Aparentemente, lo hago cuando se trata de ti. Pero no me disculparé
por llevarme a Emmaline. Y sé que me odias por ello.
Ella suspira fuertemente, su aliento calienta mi piel y yo cierro los ojos,
apoyando mi barbilla sobre su cabeza e inhalo su familiar aroma a lavanda que
calma partes de mí que creía indomables.
Nos quedamos en silencio durante un rato mientras la acuno de un lado a
otro, disfrutando de estos últimos momentos de ella en mis brazos, donde el
mundo está bien con mi hija durmiendo en su habitación. Donde mis dos chicas
viven conmigo bajo mi protección. El asesino puede estar suelto, pero no vend-
rá a mis dominios.
Dejo que todas esas emociones se hundan en mis huesos, disfrutando de
cómo se extienden a través de mí, dándome una ilusión de felicidad en la que ya
no tengo secretos con Phoenix. Una mujer a la que habría tratado como un rega-
lo de Dios si me hubiera dejado.
Sin embargo, mi tranquilidad termina demasiado pronto cuando ella se
inclina hacia atrás liberándose de mi agarre y murmura:
—Hace demasiado viento. —Se gira hacia la puerta y desaparece tras el-
la mientras yo la sigo, dispuesto a verla salir de mi vida con Emmaline mientras
me quedo como un idiota sin hacer nada al respecto.
Porque no tengo ningún puto derecho a detenerla.
Pero me detengo cuando veo que se para en medio de la habitación, mo-
viéndose el cabello por encima del hombro y me mira por encima señalando la
cremallera.
—¿Podrías ayudarme por favor con mi vestido? —Me acerco a ella y co-
loco mis dedos en la cremallera antes de detener mis movimientos.
Quiere cambiarse de ropa y salir corriendo, ¿no?
Lo que significa que me pide ayuda, porque no hay nadie más cerca. Du-
do que Phoenix quiera estar desnuda delante de mí; aunque sea por una fracción
de segundo.
Ella siente mi vacilación y pregunta:
—¿Qué pasa?
—Puedo despertar a alguien del servicio. —Inhalo su aroma una vez más
para memorizarlo para siempre en mi cerebro y me dirijo a la puerta—. Te ayu-
darán.
Me agarra la muñeca y me giro a medias hacia ella mientras nuestras mi-
radas chocan, ella dice:
—No las necesito.
Mi risa amarga resuena en la habitación.
—Lo sé, cariño. Es tu forma personal de torturarme, pero no puedo so-
portarlo. No impediré que te vayas. —¿Es esto lo que teme?
Si no, ¿por qué preferiría mi ayuda a alguien del servicio?
—Hice una elección, Zach.
—Sí, y no te culpo por ello. Pero, por favor, ten en cuenta esto. No me
alejaré de la vida de Emmaline. —Puede que le dé a Phoenix la libertad que
busca; sin embargo, mi hija siempre será mía.
Me importa una mierda lo que diga la sociedad.
—No, no pensé que lo harías. —Ella tira de mí más cerca y yo la sigo,
porque estoy jodidamente dominado cuando se trata de esta mujer. Ella enlaza
sus dedos con los míos y los levanta entre nosotros—. Nunca podrías ser mi
calma. —Cierto, todo lo que traigo hacia ella es destrucción—. Eres mi barco
en la tormenta. Extrañamente creo que no importa lo que pase, realmente esta-
rás a mi lado. No puedo explicarlo. Es una locura. —Ella levanta su otra mano,
pasando su dedo por mi nariz hasta mis labios y luego la barbilla, donde la toma
suavemente—. Mi peor pesadilla… pero mi única salvación. El diablo y el án-
gel, el hombre que odio y amo al mismo tiempo. —Mi corazón se estremece
dolorosamente cuando ella pronuncia estas palabras, la alegría y el temor llenan
las posibilidades que encierran—. Probablemente estoy haciendo una elección.
—Su pulgar roza mi mejilla y yo beso su palma, necesitando sentirme más cer-
ca de ella, pero manteniendo la distancia entre nosotros—. Pero no me importa.
Todas las decisiones correctas hasta ahora tampoco me han traído mucha felici-
dad.
Miles de pensamientos pasan por mi mente ante su confesión, queriendo
decir tanto, pero me las arreglo para pronunciar solo:
—Te amo, Phoenix.
Ella se congela, traga con fuerza y cierra los ojos por un momento antes
de volver a dirigir sus ojos marrones hacia mí con parte de la tristeza desapare-
cida.
—Yo también te amo, Zachary. El tipo de amor loco que debería ser ile-
gal.
Ella grita cuando la atraigo hacia mí rápidamente, sus palabras dándome
la luz verde que necesito junto con un profundo alivio, sabiendo que esta mujer
no va a ir a ninguna parte ni me va a mandar a pudrirme en el infierno por la
eternidad.
—No me vas a dejar.
—No. ¿Hay más secretos?
—Ninguno.
—Bien.
—Bien —respondo y luego gruño cuando se ríe, el sonido me calienta
por dentro y se convierte en mi consuelo en la tormenta que es nuestro amor.
Coloco mi boca sobre la suya, y ella abre al instante, nuestras lenguas se
baten en duelo mientras el beso se vuelve más caliente y profundo con cada gol-
pe.
Con este beso, consolidamos nuestro derecho mutuo, el deseo de estar
juntos a pesar de todas las dificultades que nos conectan de una manera que cre-
íamos imposible después de nuestras experiencias anteriores.
Con este beso, le doy todo de mí y tomo todo lo que ella me ofrece a
cambio, sobre todo su confianza y su convicción que puedo hacer que todo sea
mejor.
Con este beso, prometo no volver a herirla voluntariamente y cuidarla
hasta el día de mi muerte.
Con este beso, le doy las gracias por darme otra oportunidad cuando no
la merezco. Ella rodea mi cuello con sus brazos, poniéndose de puntillas y apre-
tándose tanto contra mí que no sé dónde acaba ella y dónde empiezo yo.
Acepta todo lo que conlleva este beso y gime en mi boca cuando rozo mi
lengua con la suya. Presiono mi pulgar en su barbilla abriéndola más para mí,
dándole un beso con la boca abierta haciéndome sentir placer. Mi polla al ins-
tante se pone dura y mi sangre hierve con la necesidad primitiva de reclamar a
mi mujer una vez más, para que nadie dude, especialmente ella, de a quién per-
tenece.
Rompemos el beso y la hago girar, mordiéndole el cuello.
Ella arquea la espalda hacia mí y yo murmuro con dureza:
—Estoy listo para sacarte de este vestido y follarte duro y tan profundo
que me sentirás dentro de ti durante días. —Lamiendo sobre la mordida que le
he dado, tiro lentamente de la cremallera, y la parte trasera del vestido se abre,
mostrando la suave piel de su espalda—. ¿Alguna objeción?
—No. —Su voz es ronca y enreda sus dedos en mi cabello, parece que
también necesita conectar conmigo; pero es una pena, ya que tengo planes dife-
rentes para nosotros. Suavemente, los quito de mi cabello y dejo que su mano
caiga a su lado con su gemido de protesta.
—Todavía no, amor.
En el futuro, le daré todo el tiempo del mundo para jugar y hacer lo que
le dé la gana conmigo. Pero ahora mismo…
Es mi momento de festejar.
En el momento en que la cremallera llega al final, el sedoso vestido cae a
sus pies, dejándola desnuda ante mi mirada, ya que he confiscado sus bragas en
la biblioteca.
Sonrío, pensando en el apasionado encuentro, mi polla se resiente más en
mi pantalón, pero en lugar de concentrarme en ella, rozo con mi dedo todas las
débiles cicatrices de su piel que no son visibles a través de la ropa.
El recuerdo de lo que le he hecho, provocándole tanto dolor y mirándolas
ahora me duele tanto como si alguien me apuñalara en este momento.
Se queda quieta en mi abrazo, lanzándose hacia delante como si quisiera
evitar que yo viera las partes más vulnerables de su cuerpo.
—Shhh —le susurro en el cabello mientras ella tiembla, su corazón lati-
endo bajo mi palma—. Déjame. —Exhala fuertemente y asiente, mientras desli-
zo mis labios desde su cuello hasta su columna, pasando mi lengua por cada ci-
catriz antes de darle besos como plumas, disculpándome con ella de la única
manera que sé hacer.
Con mi toque pidiendo perdón, pero también mostrando que no me im-
portan. Siempre estarán ahí para recordarme lo que he hecho, sin dejarme olvi-
dar, y la rodearé de tanto amor que al mirarlos en el espejo, como probablemen-
te ella lo haga, no volverá a surgir el dolor.
Caigo de rodillas depositando un último beso en la piel fruncida sobre la
mejilla de su culo, y lo muerdo ante su fuerte jadeo, transformándose en un ge-
mido. Dejo la huella de mis dientes antes de chuparlo, queriendo que mis mar-
cas de propiedad estén sobre ella para que nunca olvide quién la ama más en es-
te mundo.
Quizás entonces, con el tiempo, todos los recuerdos de esas cicatrices de-
saparecerán de su cerebro.
—Tienes la piel más suave que he tocado nunca, amor —susurro girán-
dola lentamente hasta que mi boca está a centímetros de su coño, que ya recubre
el interior de sus muslos con sus jugos, y me inclino más cerca, recogiéndolo
con la punta de mi lengua. Ella gime, enredando sus dedos en mi cabello, y len-
tamente separa sus piernas permitiéndome deslizar mi lengua entre sus pliegu-
es.
Gimo cuando me llega su sabor y la beso profundamente, explorándola
con mi lengua. Beso profundo y la palpo con mi lengua antes de lamerle todo el
coño y atrapar su clítoris entre mis labios.
—Zach —dice agarrando mi cabello con más fuerza y acercando sus ca-
deras a mí, le doy una larga lamida de arriba abajo pasando la lengua por el in-
terior antes de volver a subir y morder su ombligo hasta que grita.
Trazando la débil y apenas visible cicatriz de la cesárea que tuvo para dar
a luz a Emmaline, la beso susurrando después de cada beso.
—Tú. Eres. La. Mujer. Más. Hermosa. Qué. Jamás. Haya. Existido. —
Bajando mi boca de nuevo a su coño, la abro con mis dedos, pasando mi lengua
por sus labios uno por uno antes de chupar uno, cada lamida me hace adicto a
su sabor. Gruño en ella, deseando nada más que residir permanentemente en es-
te paraíso con su aroma y sabor llenando cada parte de mí.
Su coño tiene espasmos alrededor de mi lengua, casi tragando dentro de
ella. Sé que está a punto de correrse.
La saco lentamente, lamiendo su clítoris una última vez antes de raspar
con mis dientes su estómago, queriendo un chupetón allí también.
Phoenix grita de frustración, con los pulgares retorciéndose los pezones,
su piel se enrojece mientras su respiración se acelera, mientras su cuerpo parece
zumbar con la necesidad de la satisfacción que me niego a darle ahora.
—¿Por qué me torturas? —pregunta, y luego sisea cuando le meto la len-
gua en el ombligo. Su vientre se hunde debajo de mí antes que suba a sus pec-
hos. Me pongo de pie y coloco las manos en sus caderas, la levanto para que sus
piernas se envuelvan y que sus pechos queden frente a mí, donde chupo uno de
ellos. Paso la lengua por el pezón antes de darle un último mordisco haciendo
que se sacuda en mis brazos, sus manos tirando de mi cabello con tanta fuerza
que casi me río.
Bruja perversa.
—Este soy yo amándote. —Cambio mi atención al otro pecho, prodigán-
dole con la misma atención, mientras camino ciegamente hacia la cama y la
pongo sobre ella, recostándome encima de ella con mi polla cubierta clavándose
en su humedad. Ella gime debajo de mí, me acuna con sus caderas, y arquea su
espalda, su cabello extendido sobre las sábanas negras y sus ojos calientes con
tanto deseo como si el mundo se acabara si no la follo pronto.
No.
Si no le hago el amor pronto.
—Zach, por favor —dice y luego me toca la cabeza, nuestras bocas se
encuentran en un beso caliente y casi me corro allí mismo con mi polla follando
en seco a través de mi pantalón, mientras ella sigue gimiendo en mi boca, cubri-
éndome con su humedad, sus piernas subiendo sobre mi cadera encerrándome
en su abrazo.
Bajo mi boca a su barbilla, mordiéndola una, dos veces, antes de pregun-
tar.
—¿Qué quieres, cariño? —Agarro sus muslos separándolos y dándome
más espacio mientras arrastro mi polla por su abertura antes de presionarla
contra su clítoris y ella jadea en mi boca, mordiéndose el labio mientras muevo
mis caderas hacia adelante y hacia atrás, volviéndonos locos a los dos.
—¿Quieres mi polla dentro de tu coño, follándote durante horas? —mur-
muro en su oído, haciendo rodar mis caderas una vez más y sus piernas se ten-
san alrededor de mí, pero mi fuerte agarre no le permite obtener la fricción que
busca ansiosamente.
—Sí —responde, y yo sonrío en el hueco entre su hombro y el cuello an-
tes de darle un suave mordisco y responder a su gemido de angustia.
—No, cariño. No lo haré. —Pongo las palmas de mis manos a ambos la-
dos de su cabeza asomando por encima de ella—. Vamos a intentarlo de nuevo,
amor. ¿Qué —Empuje—. Quieres. —Empuje—. Tú? —Empuje.
La parte delantera de mi pantalón de chándal está tan jodidamente moj-
ada por sus jugos y mi semen goteando que es un jodido milagro que ninguno
de los dos se corra.
Ella mueve la cabeza de un lado a otro, reaccionando de nuevo.
—Que me folles fuerte. —Su mano envuelve el bulto acariciándolo hacia
arriba y hacia abajo, mis bolas azules ya se vuelven aún más azules, si es posib-
le—. Quiero esto dentro de mí. —Sus dedos encuentran mi cordón, listos para
desatarlo—. Sí solo… No, no, no —susurra desesperada cuando me levanto de
ella, retrocediendo hasta que estoy de pie de nuevo frente a la cama. Cuando me
quito el chándal, mi polla sale dura como el puto acero. Ella se sienta, con su
largo y oscuro cabello, sus ojos luminosos me llaman como las sirenas a los
pescadores, atrayéndolos solo con su belleza.
Pero ella no es una sirena.
Es un fénix renacido de sus propias cenizas, belleza dorada, cuya
hermosura es eterna.
Mi Fénix.
Phoenix
Estoy ardiendo.
El fuego se extiende por mis venas, quemando todo a su paso, mientras
el deseo se hunde en cada hueso de mi cuerpo, exigiendo que este hombre satis-
faga lo que ha empezado. Mi coño está goteando, dolorido por su boca, y queri-
endo su dura polla dentro de mí, mientras yo quiero envolverme en él, sin sol-
tarlo nunca, porque su sola presencia me hace sentir en el presente, haciéndome
creer que mientras él esté conmigo, todo estará bien.
Está desnudo en toda su hermosa gloria, recordándome a las estatuas gri-
egas de los antiguos guerreros con su piel bronceada y su cuerpo musculoso.
Me encanta su peso sobre mí.
Sin pensarlo, me levanto lentamente, moviéndome hacia él mientras aca-
ricia su polla hacia arriba y hacia abajo, la cabeza púrpura llamándome y coloco
mi boca en su clavícula raspando mis dientes sobre ella, deslizándome hacia su
paquete de seis, donde chupo y muerdo cada cuadrado, queriendo que todos se-
pan que este hombre está ocupado.
Me pertenece solo a mí, igual que yo le pertenezco solo a él.
—¿Qué quieres, Phoenix? —me pregunta de nuevo, sus dedos enredados
en mi cabello e inclinando mi cabeza hacia atrás para que pueda mirarlo, y sé
que ve un desafío en ellos.
He terminado de decirle lo que quiero, ya que no escucha de todos mo-
dos.
Voy a tomar lo que quiero.
Volviendo a centrarme en su cuerpo apetitoso, continúo mi viaje, dejan-
do manchas húmedas por todo él, hasta que llego a su polla.
Aprieto mi mejilla contra ella y aspiro su olor. Él gime, sus dedos tiran
de mi cabello con más fuerza cuando le lamo la punta y luego trazo mi lengua
sobre la longitud hasta que llego a la base, mis manos se aprietan alrededor de
sus bolas. Su respiración se vuelve irregular cuando se acerca a mí.
Deslizando mis manos hacia su culo, clavo mis uñas en él mientras me
inclino y lo envuelvo en mi boca, succionándolo y disfrutando mientras él se
aleja cada vez más.
—Me encanta tu boca caliente en mí, nena. El dulce y caliente cielo con
el que todo hombre sueña. —Retrocede un poco mientras arrastra la punta sobre
mis labios. Su mirada se oscurece con posesividad cubriendo cada una de sus
palabras—. Mi boca. Solo la mía. —Vuelvo a mordisquear la cabeza gimiendo
cuando su líquido golpea mi lengua, lo chupo de nuevo empujándolo dentro de
mí hasta que mi reflejo nauseoso entra en acción y él detiene mis movimientos
balanceándose un poco hacia atrás.
—Cuidado, cariño. —Y entonces vuelvo a sacudirme hacia delante, con
mis labios envolviéndolo con fuerza, dándole el calor que tanto desea mientras
estoy casi mareada por el deseo que me invade. Mi coño se aprieta y se suelta
pidiendo atención, pero al mismo tiempo quiero darle tanto placer como el que
me dio a mí.
Se desliza fuera de mi boca tirando de mi cabello, y me pregunta una vez
más:
—¿Qué quieres, amor? —Me frota mis probablemente rojos labios con
sus pulgares—. ¿Qué es lo que estás suplicando con esos ojos tuyos?
Quitando mis manos de las suyas, envuelvo una alrededor de su polla mi-
entras mi otra palma se desliza por mi estómago hasta mi núcleo, ahuecándolo
con un dedo deslizándose dentro, dándome una sensación de falso alivio a mi
deseo… al menos por un rato.
—Lo quiero dentro de mí. Por favor, Zachary. —Gimo cuando mi palma
presiona contra mi clítoris, gimiendo cuando casi encuentro el ritmo perfecto,
deslizando mi mano arriba y abajo. Solo unas pocas caricias más y podré tener
mi olvido, aunque vaya a durar poco.
—Respuesta equivocada, amor —dice antes de tirarme de nuevo. Tengo
una fracción de segundo para parpadear confundida antes que mi gemido llene
la habitación cuando me separa los muslos con los hombros, me abre el corazón
con sus pulgares y me penetra con su lengua que se arremolina dentro de mí an-
tes de lamerme de arriba a abajo, chupando mi clítoris con sus dos dedos desli-
zándose dentro de mí mientras habla sobre mi piel—. ¿Qué quieres, Phoenix?
—Las vibraciones me recorren en espiral y cierro los ojos, disfrutando de cada
golpe de su lengua que me hace volar alto en el cielo. El placer se extiende a
través de mí en olas, zumbando, y pongo mi pie en su hombro abriéndome a él.
Me muerdo el labio cuando sus dedos penetran más y más, volviéndome loca.
Solo para jadear cuando me muerde los labios y luego los alivia con unos
cuantos lametones, y repite la maldita pregunta.
—¿Qué quieres, Phoenix?
Mis manos se aferran a su cabello, listas para molerlo si es necesario…
solo para casi llorar de agonía cuando sus dedos me dejan y pasa su lengua de
un lado a otro antes de arrastrarla una vez más sobre mi estómago hasta mi cla-
vícula hasta que su aliento caliente está sobre mí. Entonces se cierne sobre mí,
las sábanas empapadas de sudor, mientras me mira expectante.
Apenas puedo funcionar con esta ansia desbordante que necesita una sa-
lida. Apenas puedo pensar con claridad, pero entiendo que negará nuestra satis-
facción hasta que le dé la respuesta que desea.
Abro la boca para decir de nuevo “que me folles”, y es entonces cuando
la respuesta se vuelve tan clara en mi cabeza que me sorprende no haberla obte-
nido antes.
Sosteniendo su mirada con la mía, rodeo su cuello, acercándolo a mí has-
ta que mis labios tocan su oreja, y le susurro:
—Hazme el amor, Zach. —Sus dedos magullan mis caderas cuando se
acomoda entre ellas y se abalanza sobre mí, haciéndome gritar. Mi grito resuena
en toda la habitación, y mis uñas arañan su espalda.
Su dura polla estira mi coño, que se aprieta en torno a él, despertando ca-
da nervio de mi cuerpo. Luego retrocede, solo para empujar dentro de mí de nu-
evo, metiéndose dentro de mí una y otra vez mientras mi cuerpo acoge cada
movimiento de sus caderas.
La luz de la luna entra por la ventana abierta, la única fuente de luz mi-
entras nuestras respiraciones y gemidos llenan el espacio, junto con los sonidos
de la carne chocando con la carne mientras él se mueve dentro de mí. Su boca
me hace chupetones por todo el cuello antes de encontrar mi boca, dándome un
beso apasionado mientras nos mojamos mutuamente con nuestras lenguas. Am-
bos gemimos mientras entra y sale, con cada golpe que va más y más lejos; aun-
que no haya que ir más lejos.
Mi piel está tan apretada contra mí; mis pulmones arden por la falta de
oxígeno mientras mi cuerpo apenas puede soportar el ataque de emociones que
me golpean desde todas las direcciones. Sin embargo, envuelvo mis miembros
alrededor de él con más fuerza, necesitando sentir esta conexión y disfrutar de
cada segundo de esta dulce tortura.
Jadeo, arqueando el cuello y apoyando la cabeza en la almohada mient-
ras Zach lame mi pecho, sus movimientos se aceleran con cada empuje acercán-
dome al borde, cada acción suya me hace entrar en una espiral de placer.
Este hombre.
El hombre al que odio y amo tanto que roza la locura, pero no me impor-
ta mientras comparta esta locura conmigo.
Mi coño se aprieta más y más sobre él hasta que él levanta mis piernas
sobre su cadera y empieza a darme empujones más rápidos, uno tras otro. Sien-
to que la energía me recorre toda antes que me golpee con toda su fuerza, haci-
éndome volar con miles de sensaciones que me ponen la piel de gallina.
Grito, mis uñas probablemente sacan sangre de lo fuerte que se hunden
en su piel, mientras él se lanza por mí, con su cuerpo tenso y su polla sacudién-
dose dentro de mí para que sepa que está cerca.
Me recuesto sin aliento, dejando que use mi cuerpo para su placer. Ace-
lera su ritmo una vez más, entrando en mí cada vez más rápido.
Entrar y salir.
Dentro y fuera.
Y entonces él gime por encima de mí, derramándose dentro de mí, mi-
entras que siento su calor entre mis muslos, mis ojos se abren ante la implicaci-
ón de ello. Esta vez no hay condón.
Apoya su cabeza en el pliegue de mi cuello, gruñendo:
—Estoy limpio. —No es que lo dudara realmente, y lo abrazo más fuerte
disfrutando de nuestros olores mutuos que flotan en el aire y que atestiguan lo
que acaba de suceder aquí.
En el siguiente segundo, él rueda sobre su espalda, arrastrándome con él,
con nuestros cuerpos aún conectados y me toca la cabeza, plantando un suave
beso en mi frente que nunca podré confundir por otra cosa.
Amor.
—Te amo, Phoenix.
—Yo también te amo, Zach.
Esta noche, he tomado una decisión.
Y no importa cuán equivocada sea… nunca una elección en mi vida pa-
recía más correcta.
Capítulo 22
—Asesinos en serie.
Dos palabras que tienen un significado tan horrible.
Describen a personas capaces de asesinar de cualquier forma, siempre que
se ajuste a sus deseos sádicos.
Remordimiento, piedad, compasión… estas palabras no significan nada
para ellos, así que no tienen idea del dolor que provocan.
En sus cabezas, todo lo que hacen está justificado por las horrendas cosas
que les hicieron en el pasado.
¿Lo difícil?
No importa cuánto maten… nunca podrán superar sus recuerdos y las
voces que les susurran sobre su incompetencia.
Siempre que oímos hablar de esas personas… nos imaginamos a alguien
lejos, viviendo como un ermitaño, escondiéndose del sol y prosperando en la
noche donde nadie puede verlos.
Sin embargo, a veces…
Los asesinos en serie son las personas más cercanas a nosotros, aquellos
que nunca esperamos que nos den la espalda.
Y en ese sentido…
Son una de las criaturas más peligrosas de su clase.
Porque nunca puedes predecir su próximo movimiento”.
~Phoenix
Phoenix
Zachary
—Me sorprendió cuando llamaste —dice Eudard mientras nos sentamos
junto a una mesa redonda frente a una de las cafeterías decoradas con jodidas
rosas rosadas. No es mi escena favorita, pero está frente a la playa, donde veo a
Emmaline corriendo en el agua, su risa llenando el aire con Phoenix sonriendo a
su lado y manteniéndola vigilada.
Para mi maldita sorpresa, incluso Patience se lo está pasando bien tum-
bada en una toalla y disfrutando del sol.
¿Quién lo hubiera dicho? Empiezo a pensar que la personalidad alegre de
mi hija se le está pegando, ya que ella seguro que no mostraba este tipo de com-
portamiento cuando yo era un niño.
Sin embargo, mi corazón se calienta al ver a mis chicas felices y despre-
ocupadas por el momento, así que estoy feliz que Phoenix haya decidido esta
salida. Mientras las tranquilice a todas, me parece bien eso.
—La última vez que visitaste la isla fue… ¿Hace cuatro años?
Envolviendo mi mano alrededor de mi taza, la elevo a mi boca.
—Sí, justo después de la muerte de Angelica. —Este lugar era el único
consuelo que tenía en este mundo en el que nadie me hacía preguntas estúpidas
ni se desvivía por dar sus condolencias.
Eudard apoya su espalda en la silla y me estudia durante unos instantes
mientras hace girar su paquete de cigarrillos sobre la mesa de un lado a otro, an-
tes de preguntar finalmente:
—¿Vas a compartir conmigo lo que está pasando, o debo hacer mis pro-
pias suposiciones basadas en la información que tengo?
—¿Cuánto sabes? —Disparo mi propia pregunta, examinando si sus co-
nexiones le han dicho algo.
Mi amistad con Eudard es… única; esa es probablemente la palabra que
puede describirla adecuadamente.
Apenas recuerdo mi época de niño, pero cuando nos encontramos de nu-
evo en la universidad, como que congeniamos. Él era melancólico, silencioso, y
¿debería decir siniestro? De una manera que hacía que la gente se echara atrás,
y eso me encantaba.
Al menos había una persona que no necesitaba que yo fuera su amigo de-
bido a mi apellido, porque la familia de Eudard es una de las familias fundado-
ras de su ciudad. Por lo tanto, él es rico como la mierda y además tiene poder.
Con él siempre me sentí en igualdad de condiciones y, como tal, nadie
metió sus narices en nuestras vidas, sospeché que había muchos secretos en la
suya.
Comparado conmigo, siempre fue… reservado, atormentado, inquieto,
como si estuviera anticipando una pelea.
Sin embargo, hay algunas líneas que nuestra amistad nunca cruzó.
Por ejemplo, cómo compartir nuestros secretos más profundos.
—Lo suficiente para asegurar que, si alguna vez aparece en mi puerta, es
hombre muerto. —Me guiña un ojo antes de encender un cigarrillo y darle una
calada codiciosa—. Tu niña está a salvo. —Exhala el humo rodeándonos con
él—. Ella tiene los ojos de su madre.
Por supuesto, debería haber esperado eso; nada pasa desapercibido para
el Loco.
Sin embargo, en lugar de responder a esto, digo:
—Entonces entiendes mi preocupación.
Pone los codos sobre la mesa y acerca un cenicero a él mientras golpea el
cigarrillo.
—De hecho, estaba pensando en ello. ¿Has mirado en tu infancia?
La taza con mi café se detiene a medio camino de mi boca y mi ceja se
levanta.
—¿Infancia?
—No preguntes cómo conozco los detalles. No voy a contarlo.
Una risa se desliza por mis labios, encontrando sus palabras divertidas,
teniendo en cuenta que sé lo que hace de todos modos.
Puede que tenga sus secretos, pero eso no me convierte en un idiota y,
además, sus secretos me permiten realmente confiar en él con mi hija.
—La infancia es siempre un momento decisivo en la vida de cualquiera,
pero más aún en la del villano —continúa terminando su cigarrillo y centrando
su mirada en mí—. Por eso, creo que hay que escarbar en esa dirección. Puede
que descubras secretos para los que no estás preparado.
—Sí, lo pensé después que mencionaran que el sospechoso podría ser
una mujer. —Esta es una de las razones por las que anoche ordené a Zeke que
encontrara todo lo que había en mi pasado y lo investigara después de haberle
hecho una nueva crítica por la información de la adopción de Emmaline que se
le escapó.
Aunque, dudé que el sospechoso estaba en la fiesta y escuchó mi conver-
sación con papá, lo que provocó el cambio de sus planes. Después de todo, con-
siguió la victoria sin la sangre que tanto teme.
Pero si él o ella consiguió la invitación a la fiesta en primer lugar, signifi-
ca que tenemos que estar conectados de alguna manera en el pasado.
—¿Alguna pista?
Abro la boca para responder, y es entonces cuando mi teléfono suena.
Contesto rápidamente y veo el nombre de Zeke parpadeando en la pantalla.
—Más vale que tengas algo bueno para mí. —Porque estoy jodidamente
harto de sentirme como un cobarde indefenso cerca de este sospechoso.
Pero cuando tienes algo que perder, no siempre tienes el lujo de ser vali-
ente.
El silencio me saluda desde el otro lado, y entonces Zeke dice:
—Zach, acabo de enviar algo a tu correo electrónico. Compruébalo.
Hombre… es horrible.
Eudard debe haberle oído, porque mueve su silla mientras le cuelgo a Ze-
ke y toco mi correo electrónico leyendo la información que me envió.
Y esa información destruye el mundo tal como lo conocía y las verdades
en las que he creído durante tanto tiempo.
Phoenix
Al colgar el teléfono, abrazo a Emmaline con más fuerza una vez más, la
beso en la parte superior de la cabeza y ella se mueve en mi agarre.
—¿Phoenix? —me pide y luego se gira hasta que sus brazos me aprietan
con fuerza, la arena se esparce por todo mi cuerpo, pero no me importa.
Todo lo que quiero hacer es abrazarla después de la horrible conversaci-
ón con Lydia que, una vez más, lo ha arruinado todo.
—Tenemos que irnos, cariño. Papá nos ha dicho que no podemos qu-
edarnos mucho tiempo. —Ella jadea, se echa hacia atrás y luego baja la mirada
con el labio temblando y, aunque me duele el corazón por haberla molestado,
no puedo permitir que esto me influya.
Mi hija tiene que salir de la línea de fuego para terminar esto y hacer lo
que Lydia tanto anhela.
—De acuerdo —susurra finalmente, luego se quita el polvo de las manos
y rápidamente comienza a recoger sus juguetes en su cubo de plástico.
—¿Está todo bien? —Patience pregunta con preocupación, pero ayuda a
Emmaline en su tarea y yo reúno una falsa sonrisa tranquilizadora que espero
que la calme.
—Sí, acabo de… —Busco una excusa lo suficientemente viable como
para interrumpir el viaje en el que había insistido, cuando un socorrista corre
por la playa, gritando.
—¡Eh, todo el mundo! La playa se está cerrando; se avecina una tormen-
ta hacia nosotros. Si están esperando a que los barcos lleguen a la orilla, vuel-
van al hotel. No se permitirá a nadie en la bahía durante este tiempo. Por favor,
tengan cuidado y permanezcan dentro de los edificios si pueden. Especialmente
si tienen niños.
Tormenta.
Una risa amarga casi se desliza por mis labios ante este clima adecuado
para el caos que representa mi vida actualmente, pero no la dejo salir.
—¡Dios mío, por eso! —exclama Patience y se apresura a recoger todas
sus cosas, ya que Emmaline ha terminado. Agarro el cubo de mi hija y la con-
duzco a la acera, pero tropieza mucho con el suelo y tiembla un poco cuando un
fuerte viento nos golpea desde atrás. Cuando miro a lo lejos y veo las nubes os-
curas que se dirigen hacia nuestro camino, sospecho que este lugar quedará
pronto a oscuras.
Todo el mundo sale corriendo de la playa. Recojo a Emmaline que es-
conde su cara en el pliegue de mi cuello, y Patience nos pisa los talones. Veo a
Zachary al otro lado de la carretera.
Me acerco a él por el sendero peatonal y lo contemplo; su majestuosa
presencia esperando que lleguemos, y pienso en lo injusto que es todo esto.
Pero así es la vida, ¿no?
No importa cuánto lo intentes, no puedes dejar atrás al destino.
¿Realmente pensé que atraparíamos al sospechoso y todo sería perfecto?
¿Cuándo había sido mi vida perfecta y sin preocupaciones sin darme una
patada en el estómago?
—¡Tenemos que darnos prisa en llegar a la casa, Zachary! —Patience
grita y la miro, el miedo cruzando su rostro mientras corre junto a mí hacia su
jefe—. La tormenta se acerca. Y estando en una isla, será terriblemente desagra-
dable.
—Me he enterado. —Agarra a Emmaline de mis brazos mientras Eudard
me mira con extrañeza antes de dirigirse a Patience—. Por favor, sube a mi
auto. Te llevaré a casa. Allí estarás a salvo.
—Oh, por supuesto. ¿Emmaline?
Zach la abraza tan ferozmente que ella exhala el aire y luego se queja
—¡Papi! —Él no presta atención a eso, meciéndola en sus brazos por un
momento más antes de darle un ligero beso en la frente.
—Pórtate bien, pequeña, ¿de acuerdo?
—Siempre soy buena, papá. —Y entonces ella también se suelta de sus
brazos y me saluda con la mano antes de saltar hacia Patience y Eudard, que la
meten en el auto.
Y, con suerte, lejos de aquí.
—Tú también necesitas ir al auto. La tormenta llegará pronto y se tardará
aproximadamente una hora en llegar al pueblo de Eudard.
Mis cejas se fruncen.
—¿No es este su pueblo?
—No, el que limita con este sí.
El alivio me invade tan fuerte que me balanceo un poco, Zachary me at-
rapa apretándome contra su pecho. Estoy lista para enterrar mi cara allí y llorar.
De felicidad por saber que mi hija estará a salvo de cualquier desastre es-
ta noche y en la desesperación de lo que estoy a punto de hacer.
La voz de Lydia resuena en mis oídos, un dolor se forma en la parte pos-
terior de mi cabeza, porque no hay manera de apagarlo.
—Llévalo dentro de la tienda de café bajo el pretexto de querer té. Cerca
del lavabo hay una segunda puerta que da al exterior detrás del edificio que ti-
ene un auto esperándolo. Todo lo que necesito es conseguir que su maldito
amigo esté fuera de mi espalda. No necesito tratar con eso. —Tengo que darle
crédito a Lydia, ella sí que sabe cómo elegir sus batallas. ¿O son esos los ins-
tintos naturales de un cazador conociendo qué presa cazar y cuál dejar pasar
para sobrevivir? —. Ahí, rompe a llorar y cuéntale sobre esta conversación.
Así que se sentará en el auto y el resto no te concierne.
—¿Quieres matarlo en algún lugar especial? —pregunto, aunque para
qué, no estoy segura. Tal vez porque me parece extraño que conozca tan bien
esta isla y eligió este lugar entre todos los demás para cumplir finalmente su
venganza.
—Oh, sí. He soñado con ello durante años. Y pensé que matarlo en un
accidente de auto sería la forma más fácil de separarlos a los dos y dejarte con
todo este dinero. ¿Te imaginas lo increíble que será tu vida? Nuestras vidas, ya
que somos mejores amigas.
Lydia ha perdido completamente la cabeza y ya no tiene ningún sentido
de la realidad, lo que significa que se ha construido un mundo en su cabeza y
piensa que todo el mundo se alineará con sus ilusiones.
—Phoenix. —El duro tono de Zachary me devuelve al presente, y enfoco
mi mirada en él, sus ojos me estudian extrañamente y me doy cuenta que debe
haberme llamado varias veces.
—Me gustaría tomar un té antes de irnos.
Sus cejas se alzan y le grita a Eudard:
—Ve tú. Nosotros nos quedaremos un poco más.
—¿Cómo van a volver?
—Tomaremos un taxi. He oído que hay aquí. —Pero, ¿funcionarán con
este tiempo? Me imagino que nadie quiere arrastrar su trasero y arriesgarlo por
los turistas.
Para mi sorpresa, Eudard simplemente asiente, entra en el vehículo y me
saluda con la mano antes de salir a la carretera vacía con el cielo oscureciéndo-
se a nuestro alrededor. De repente, me estremezco y me froto los brazos.
Zachary me arrastra al interior de la tienda de café, dirigiéndose al most-
rador de pedidos, me doy cuenta que la cola es enorme.
Probablemente todo el mundo quiere hacer sus pedidos antes de volver a
sus casas.
Zach se detiene y levanta mi barbilla antes de colocar su boca sobre la
mía, su pulgar presionando mi piel con tanta fuerza que la abro, compartiendo
un beso áspero y, por alguna razón, desesperado que solo magnifica el dolor
que crece en mi pecho.
Antes que pueda profundizar en él, aparta su boca mientras ambos respi-
ramos con fuerza y apoya su frente en la mía.
—Te amo, Phoenix. —Con esto, se aleja para ponerse en la fila mientras
miles de pensamientos pasan por mi mente, desde la devastación a la felicidad,
pero lo más importante es que hace la elección que decidí en el momento en que
Lydia me contó su plan aún más difícil.
Sin embargo, los alejo todos, centrándome solo en el deseo de acabar con
la pesadilla que ha sido mi constante compañero durante los últimos cuatro años
y, con una última mirada hacia Zachary tratando de memorizar todo sobre él,
me lanzo hacia la puerta trasera pasando por el lavabo y mirando alrededor para
encontrar la salida.
Finalmente, afuera, no presto atención a los relámpagos en el cielo acom-
pañadas de un fuerte estruendo que llena el aire o la oscuridad azul marino sob-
re mí mientras busco el auto negro que me espera con el motor en marcha.
Me dirijo rápidamente hacia él y abro la puerta, sentándome en su interi-
or. Tomo un respiro profundo cuando el recuerdo de hace cuatro años me gol-
pea tan fuerte que agarro el volante con mis manos sudorosas y temblorosas.
El chirrido de los neumáticos.
La sangre goteando por mi parabrisas.
Angelica tirada en la acera, muerta.
Mi respiración se vuelve áspera mientras los latidos de mi corazón galo-
pan en mi pecho. Me prometí no volver a conducir después de lo que me pasó.
Con una profunda inhalación, piso el pedal y conduzco en la dirección
que parpadea en el GPS. Lydia ya debe haberlo programado. Estoy lista para
enfrentarme a lo que sea que tenga que ofrecer.
No estoy de acuerdo con su plan.
No debería haber ningún cambio.
El cazador y la presa tienen que morir juntos, porque esa es la conexión
que siempre los mantiene unidos, ¿verdad?
Que así sea.
Ni Zach ni Emmaline serán daños colaterales.
Zachary
Phoenix
Phoenix
New York, Nueva York
15 años después
Zachary
Me siento en el sofá junto a mi mujer que está viendo a nuestros hijos re-
ír mientras Wyatt hace fotos de Emmaline; ella sostiene su diploma en el aire.
Le pongo la mano alrededor de su hombro y suspira de placer apoyando su mej-
illa en mi pecho.
—Creo que lo hemos hecho bien —susurra—, para dos personas daña-
das, ¿eh?
Una sonrisa se dibuja en mi boca y le doy un beso en la cabeza, mientras
escucho a mis hijos discutir.
—Emmaline, se me ha dormido el brazo de tanto hacer fotos. —Wyatt
mueve las cejas hacia su gemelo—. ¿Quieres abandonar este barco y hacer algo
realmente divertido?
Ian suspira aliviado.
—Jo… —Debe recordar rápidamente que estamos en la habitación con
ellos, porque lo cambia por—: Demonios, sí. ¿Qué tienes en mente?
—Son un asco, chicos. —Coloca su diploma sobre la mesa antes de qu-
itarse la toga y el birrete arruinando su cabello.
Los gemelos jadean, y uno de ellos se pone la mano en el corazón excla-
mando dramáticamente:
—Oh no. Has disparado una flecha directamente a mi corazón. —Él gi-
me, cae de rodillas y cierra los ojos—. No voy a sobrevivir a esto. —Él abre un
ojo y le pregunta a Ian—: ¿Qué estás esperando? Arrodíllate.
Se encoge de hombros.
—No quiero morir, así que asumamos que su flecha no me dio y fue di-
rectamente a ti.
Emmaline dice:
—Bueno, te lo mereces.
—Ya que nadie aprecia mis sacrificios, voy a saltar. —Wyatt se levanta
y chasquea los dedos—. Ahora, ¿quién quiere disfrutar de un helado en la terra-
za hasta que vayamos a la fiesta de después?
—No están invitados a ella.
—¿De verdad quieres rompernos el corazón así? —se queja.
Harto de esto, Ian los agarra por los codos y los arrastra al pasillo mient-
ras sus hermanos siguen discutiendo, aunque sabemos que es solo por diversi-
ón.
Emmaline los llevará a la fiesta, donde probablemente harán travesuras
rápidamente, y yo tendré que rezar para que la policía no aparezca en mi puerta
por otra de sus bromas.
He perdido la cuenta de la mierda que han hecho a través de los años, pe-
ro no podría quererlos más, aunque lo intentara. A veces pienso que Dios me ha
agraciado con una hija perfecta para equilibrar a mis hijos, cuyos segundos
nombres son problemas y travesuras.
Sí, lo hicimos bien, porque no importa lo que pase… nuestros hijos sa-
ben que son amados y siempre tendrán nuestra protección.
Las paredes de esta casa los recibirán siempre con brazos abiertos, listos
para escuchar sus alegrías y penas sin importar cuáles sean sus pecados.
Aunque, no me importará que vacíen el nido, para poder pasar el resto de
mi vida con la mujer que amo tanto que a veces me asusta.
Sin embargo, la vida me ha enseñado que tiene el poder de cambiar tan
rápidamente, así que, ¿por qué perder el tiempo en el miedo? En cambio, el
amor y la felicidad me llenan hasta el tope, disfrutando de cada momento, ya
que nunca sé cuándo puede ser el último.
La tierra donde los pecadores expían.
Creo que Phoenix tenía razón hace tantos años.
El paraíso existe aquí en la tierra; si tenemos suerte, nos dará la oportuni-
dad de expiar nuestros errores y obtener algo hermoso a cambio.
Mi familia es un regalo del cielo, y nunca voy a tomarlos por sentado, ni
a la mujer que me dio una oportunidad cuando la mayoría probablemente le
habría dicho que no debería hacerlo.
Si alguna vez tienes la oportunidad entre el infierno y la tierra donde los
pecadores expían…
Ve a la tierra donde los pecadores expían.
Es bastante bueno aquí.
Fin