Tema 4 - APUNTES
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Tema 4 - APUNTES
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3º EP – Tema 4 MÚSICA MEDIEVAL RELIGIOSA
En torno al 400 d.C., una monja española llamada Egeria, de peregrinaje hacia
Jerusalén, describió las prácticas religiosas que se observaban allí, anotando los salmos
e himnos cantados entre las plegarias y las lecturas de la Biblia. Su testimonio supone
un documento crucial de las prácticas cristianas primitivas. El pasaje citado a
continuación describe la vigilia de la madrugada del domingo, oficio llamado
posteriormente maitines:
En cuanto se escucha el canto del gallo, el obispo baja inmediatamente y penetra en la cueva [en
la iglesia] de la Anástasis. Se abren todas las puertas y la muchedumbre penetra en la Anástasis, donde ya
están prendidos incontables cirios; cuando la gente está dentro, uno de los sacerdotes entona un salmo y
todos responden, siguiendo a ello una oración. Después, uno de los diáconos canta un salmo, igualmente
seguido de una oración, y un tercer salmo es entonado por algún clérigo, seguido de una tercera oración y
de la conmemoración de todos. Cuando se han cantado estos tres salmos y se han dicho las tres oraciones,
he aquí que varios incensarios son llevados a la caverna de Anástasis, de manera que toda la basílica de
Anástasis se llena de su fragancia. Y entonces, mientras permanece en pie detrás de la verja, el obispo
toma el libro de los evangelios, se dirige a la puerta y lee la Resurrección del Señor. Cuando ha
comenzado su lectura, se producen tales gemidos y lamentaciones entre todos los presentes, y llantos
tales, que incluso el más duro de los corazones fuese empujado a llorar porque el Señor sufrió tanto por
nosotros. Tras la lectura del evangelio, el obispo se retira y es conducido hasta la Cruz, acompañado por
todos los fieles. Allí, una vez más, se entona un salmo y se pronuncia una oración. Entonces, bendice a
los fieles y les autoriza a retirarse. Y cuando el obispo sale, todos se acercan para besarle la mano.
Hacia el siglo IV, las ceremonias cristianas comenzaron a reflejar una forma
estandarizada y el canto se convirtió en un rasgo característico, tomando los textos tanto
del Libro de los Salmos como de himnos que no proceden de la Biblia. Esta práctica del
canto de salmos e himnos fue codificada en los ritos de la Iglesia medieval y ha
pervivido hasta el día de hoy, de distintas formas, entre los cristianos del mundo entero.
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pagano; por eso para evitar pecar de esa manera sería bueno que la Iglesia adquiriera la
costumbre de Atanasio de recitar los salmos con tan débil inflexión de la voz que
pareciese que no estaban cantados, sino dichos. La mayoría de los padres de la Iglesia
rechazaron la idea de cultivar la música por el mero placer y se atuvieron al principio
platónico según el cual las cosas bellas existen para recordarnos la belleza divina.
Con la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476, obispo de Roma
fue asumiendo gradualmente el control de la Iglesia de Occidente. Los primeros oficios
religiosos no estaban rígidamente determinados, sino que había ciertas pautas comunes
a todas las iglesias cristianas. Cuando el cristianismo empezó a diversificarse, cada rama
o región desarrolló su propio rito; una liturgia o corpus de textos y actos rituales; y un
repertorio de canto llano para los textos prescritos. Estos repertorios diferentes han sido
denominados “dialectos del canto” en analogía a los dialectos de un idioma.
Este rito fue creado por Ambrosio de Milán y ya estaba prácticamente formado a
finales del s. IV. Este canto nunca fue suplantado por el Canto Gregoriano, por lo que es
un repertorio vivo que todavía se puede escuchar. Los testimonios que tenemos de este
canto son a partir del s. XI.
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influenciadas por el Canto Gregoriano a partir del s. VIII, ya que algunas piezas se
asemejan mucho.
Nos han llegado muy pocas fuentes acerca de este repertorio, siendo la más
antigua unos libros encontrados en Santa Cecilia in Trastévere, del año 1071. Hasta
finales del s. XIX este canto se desconocía. Fue un monje de Solesmes, dom
Mocquereau, quien encontró unos libros en los que vio el texto del Canto Gregoriano,
pero la melodía era diferente a la gregoriana, aunque muy próxima a ella. Dom
Mocquereau llamó a este repertorio “vaticano”. Tras varias investigaciones e hipótesis,
en los años 60 del s. XX, el musicólogo Helmut Hucke, tras realizar diversas
comparaciones de tipo litúrgico, histórico, etc., llegó a la conclusión de que éste era un
repertorio anterior al Canto Gregoriano, y que la mezcla de este canto “romano” con el
canto de la Galia, dio origen al Canto Gregoriano.
Canto Beneventano:
Este canto tuvo su origen en los siglos IV-V, y fue suprimido oficialmente en
1058 por el papa Esteban X. Su característica principal es que no conservamos ni un
solo libro de Canto Beneventano puro, sino piezas que están dentro de libros de Canto
Gregoriano, copiadas en la zona de Benevento (sur de Italia). Tenemos alrededor de 60
piezas, algunas de los primeros tiempos y otras compuestas a partir del s. VIII, cuando
el Canto Gregoriano comienza a imponerse en el Benevento.
Es un canto menos melismático que el rito milanés, pero las piezas más
melismáticas siguen un proceso de composición llamado “centonización”, que son
fórmulas musicales intercambiables, es decir, coger fórmulas de otras piezas y
utilizarlas en una pieza intercambiándolas.
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No sabemos si había un canto único o había varios, ya que había distintos territorios
(Austrasia, Neustria, Borgoña y Aquitania) entre los cuales no había unidad. La
unificación comenzó a planearla Carlos Martel (abuelo de Carlomagno), cuando en el
año 732 detiene a los árabes en Poitiers, y los hace retroceder. Su hijo, Pipino el Breve,
toma el testigo de su padre y aprovecha que el Papa Esteban II necesita ayuda. Por ello,
en el año 754, el día de Navidad en la Abadía de Saint Denis, se encontraron ambos
séquitos. El Papa viajó con su Schola Cantorum, la cual desde el siglo VI está al
servicio de Roma, dedicando todo su tiempo a la composición e interpretación de su
repertorio. La Schola impactó a los cantores de la Galia, por lo que se piensa que el
Papa y Pipino llegaron a un acuerdo: defenderían al Papa, pero los galos tendrían que
adoptar la liturgia de Roma y, por tanto, abandonar su propia liturgia.
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del Canto Galicano es RE-LA-DO-RE; así como el neuma del pes stratus en
los primeros manuscritos de este repertorio.
Este canto lo conocemos por los testimonios de los Santos Padres de la Iglesia
Visigótica, y por los libros que nos han llegado con notación musical (neumática)
copiados a partir del s. X. Conservamos alrededor de 50 testimonios entre códices
completos y fragmentos. También hay muchos libros que describen la liturgia hispana.
Y, por último, también se conoce por los libros copiados en el Toledo ya reconquistado,
como los Cantorales de Cisneros.
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El Canto Gregoriano:
Tras la adopción del repertorio viejo romano por Pipino el Breve, Carlomagno
va a intentar imponer este nuevo repertorio al resto de Europa, con el fin de combatir a
los árabes teniendo una Europa unida en cuanto a la fe. Este afán por unificar la liturgia
puede observarse en la política cultural de Carlomagno, a través de varios decretos,
como la Admonitio generalis (789), la Epistola generalis (786-800) y los Libri Carolini
(ca. 790-792), los cuales constituyen una valiosa fuente de información de su
implicación en la reforma litúrgica.
Para que este nuevo repertorio fuera impuesto al resto de repertorios debería
tener detrás a alguien de prestigio. Es por ello que en el s. IX Juan Hymmonides a través
de diferentes estudios biográficos e iconográficos, atribuyó este nuevo repertorio al papa
san Gregorio Magno, el cual por inspiración del Espíritu Santo compuso las melodías.
Fue Amalario de Metz, uno de los liturgistas más conocidos de la época, quien comenzó
a hablar de estas melodías con el nombre de “canto gregoriano”.
El desarrollo de la notación:
Sabemos que la liturgia romana se estableció a comienzos del siglo VIII porque en
ese momento fueron puestos por escrito los textos. No obstante, las melodías se
aprendían escuchando a otros a cantarlas, no quedando así constancia escrita.
Disponemos, únicamente, de un fragmento de música cristiana anterior a Carlomagno:
un himno a la Trinidad de finales del siglo III, hallado en un papiro en Oxyrhynchos
(Egipto) y escrito en la antigua notación griega. Sin embargo, esta notación había sido
olvidada antes del siglo VII, cuando Isidoro de Sevilla (ca. 560-636) escribió que “a
menos que los sonidos sean recordados por el hombre, éstos perecen, porque no pueden
ponerse por escrito”.
De qué modo se crearon y transmitieron las melodías del canto sin ser escritas ha
sido objeto de dedicado estudio y controversia. El corpus del canto gregoriano
comprende cientos de melodías elaboradas, algunas de ellas cantadas solamente una vez
al año. Algunos estudiosos sugieren que numerosos cantos se improvisaban sin
convenciones estrictas, siguiendo un contorno melódico dado y utilizando fórmulas de
apertura, cierre y ornamento, apropiadas a un texto particular o a determinado momento
de la liturgia. Cierto paralelismo se halla en la cantilación judía y en la centonización
bizantina.
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reproducirlas con total exactitud. No obstante, en tanto que este proceso dependía de la
memoria y del aprendizaje de oído, las melodías estaban abocadas al cambio. Lo que se
necesitaba para estabilizar los cantos era la “notación”, un modo de poner la música por
escrito. Los libros más antiguos de canto con notación musical conservados hasta hoy
datan de finales del s. IX, pero los especialistas piensan que la notación podía haber
estado ya en la época de Carlomagno, o un poco más tarde. De cualquier manera, la
notación fue tanto un resultado del esfuerzo por alcanzar la uniformidad litúrgica, como
un medio de perpetuar esa uniformidad.
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En las notaciones primitivas, los signos llamados “neumas” se colocaban encima del
texto, como se puede ver en la primera ilustración, para indicar el número de notas de
cada sílaba y si la melodía ascendía, descendía o repetía el mismo tono. Puesto que los
neumas no especificaban alturas de tonos o intervalos (in campo aperto), servían como
reglas nemotécnicas del perfil correcto de la melodía, pero no podían leerse a primera
vista por alguien que no conociese previamente la misma. Las melodías, pues, tenían
que seguir aprendiéndose de oído.
En los siglos X y XI, los copistas colocaban neumas a alturas variables por encima
del texto con el fin de indicar el tamaño relativo y la dirección de los intervalos, como
se ve en el segundo ejemplo. Estos signos se llamaban “neumas de altura precisa” o
“diastemáticos”. El copista de este manuscrito trazó una línea horizontal sobre el
pergamino, que correspondía a una nota particular, y orientó los neumas en torno a esa
línea. En otros manuscritos, la línea se marcó con la letra correspondiente a la nota que
representaba, casi siempre “fa” o “do”. Estas letras evolucionaron más tarde para
convertirse en nuestros signos de las claves.
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El uso de líneas y letras, que culminó en el tetragrama y en las claves, permitió que
los copistas anotaran de manera precisa la altura de los tonos y los intervalos. En la
práctica, la altura del tono era aún relativa, como lo había sido para los griegos. Un
canto escrito en notación podía ser entonado en un registro más grave o más agudo,
según la conveniencia de los cantantes, pero las notas en su correlación entre ellas
formarían siempre los mismos intervalos. La nueva notación liberó a la música de su
dependencia de la transmisión oral, así un cantante podía aprender una pieza sin haberla
oído anteriormente, simplemente leyendo las notas.
Los monjes de Solesmes prepararon ediciones modernas del canto llano, que fueron
proclamadas en 1903 como ediciones oficiales del Vaticano por el papa Pío X. Estas
ediciones están escritas en tetragrama y utilizan las claves de “do” y de “fa” . La
altura de los tonos es más bien relativa que absoluta; los cantantes pueden entonar los
cantos en cualquier registro en el que se encuentren cómodos. Las notas y grupos de
notas se llaman neumas (notación vaticana o cuadrada). Las únicas alteraciones
utilizadas son los signos de bemol y natural, posibles únicamente en la nota “sí”.
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El Scriptorium monástico:
Durante el primer milenio de la era cristiana, el cada vez más extenso repertorio
utilizado en las ceremonias litúrgicas requería algún tipo de formato escrito, de manera
que estos textos y melodías pudiesen ser recordados y transmitidos de generación en
generación. La conservación de este repertorio en manuscritos (libros laboriosamente
escritos y copiados a mano) se convirtió en uno de los grandes logros de las
comunidades monásticas de la Edad Media.
Pero el trabajo de los copistas era fundamental e implicaba tanto destreza manual
como capacidad intelectual. Los aprendices tenían que aprender primero como hacer las
letras y las notas correctamente conforme al estilo de escritura al uso en la época; no
había lugar alguno para la individualidad. Como resultado, los copistas en todo el
noroeste de Europa producían obras de increíble homogeneidad y perfectamente
legibles.
Toda esta labor contribuyó a mantener vivo el extendido reconocimiento del valor
de los manuscritos musicales, cuya creación implicaba tanto gasto y tanto esfuerzo. Los
propios monjes equiparaban la copia de libros a la oración y al ayuno, como un modo de
dominar sus pasiones incontenibles. Por otra parte, los monjes veían en este tedioso
trabajo una manera de propagar la palabra de Dios.
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Las siete artes liberales fueron divididas por Boecio en dos grupos: el Trivium
(gramática, dialéctica y retórica) eran las artes verbales, y el Quadrivium (geometría,
aritmética, astronomía y armonía (música)) eran las disciplinas matemáticas.
Boecio (ca. 480 – ca. 524) fue la autoridad musical más reverenciada de la Edad
media. En su obra De institutione música (los fundamentos de la música) divide la
música en tres tipos:
Los tratados redactados a partir del s. IX y durante la Baja Edad media estaban más
orientados hacia asuntos de índole práctica que los escritos en siglos anteriores. Las
discusiones en torno a la música como arte liberal ayudaban a los músicos de iglesia a
anotar, leer, clasificar y cantar el canto llano, a improvisar o a componer polifonía.
Estos asuntos eran los que predominaban ahora en los tratados.
Entre los tratados más importantes se encuentran el anónimo del siglo IX conocido
como Musica enchiriadis (manual de música) y un diálogo que lo acompañaba Scolica
enchiriadis (pasajes de manuales). Musica enchiriadis introduce un sistema de notación
del canto, describe ocho modos, aporta ejercicios para localizar los semitonos en el
canto, y explica las consonancias y su uso a la hora de cantar polifonía.
Otro tratado sobre música fue el Micrologus de Guido d’Arezzo, que era una guía
práctica para cantantes que abarca las notas, los intervalos, las escalas, los modos, la
composición de melodías y la polifonía improvisada.
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Un elemento esencial del plan de estudios eclesiásticos era el sistema de los modos,
el cual fue desarrollándose gradualmente. Sus tres rasgos más característicos, en
general, son su nota final (finalis), su ámbito y su tenor.
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Los modos que tienen la misma final difieren en el ámbito. Los modos con
numeración impar se llamaban auténticos y, por regla general, su ámbito abarcaba desde
un tono por debajo de la final hasta una octava por encima de ella. Cada modo auténtico
está emparejado con un modo plagal, que tiene la misma final pero su ámbito es más
grave, pues abarca desde una cuarta (o a veces una quinta) por debajo de la final, hasta
una quinta o una sexta por encima de ella.
Además de la final, cada modo tiene una segunda nota característica, llamada tenor
o tono de recitación. Las finalis de los modos auténticos y de sus modos plagales
correspondientes son las mismas, pero los tenores difieren. El tenor suele ser la nota
más frecuente o predominante de un canto, es decir, un centro de gravedad en torno al
cual se orienta una frase.
Solmisación:
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Las sílabas derivaron del texto de un himno a San Juan, que data, por lo menos,
del año 800. Guido puso música a este texto para mostrar su esquema de notas,
comenzando cada una de las seis frases con una de las notas del esquema en orden
regular ascendente. Las sílabas iniciales de cada una de estas frases se convirtieron en
los nombres de las notas, con la excepción de que hoy en día (a excepción de los
músicos franceses) preferimos decir do en vez de ut; y hemos añadido una nota más: sí..
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La liturgia romana:
El canto gregoriano es música para las ceremonias religiosas. Las tonadas varían
de la simple recitación a las melodías elaboradas, dependiendo de su papel en la liturgia.
Parte de la enseñanza del cristianismo consistía en la repetición de los relatos acerca de
Jesús y de los santos. Todos los años, la Iglesia conmemoraba cada acontecimiento o
cada santo con un día festivo, dando lugar a un ciclo conocido como el “calendario
eclesiástico”. Las fiestas más importantes eran la Navidad, que marcaba el nacimiento
de Jesús; y la Pascua, que celebraba su resurrección. Ambas eran precedidas por
períodos de preparación y penitencia (Adviento y Cuaresma). El calendario eclesiástico
es importante para entender la liturgia. Si bien buena parte de todo oficio religioso es la
misma en todas las ceremonias, otros aspectos cambian con el día o con el tiempo
litúrgico.
La misa:
- Cantos del Propio de la Misa: textos de la misa que varían de un día para otro.
- Cantos de Ordinario de la Misa: textos de la misa que no cambian, aunque sus
melodías sí que pueden variar.
- Cantos recitativos: hay lecturas (recitativos) que no se leen, sino que se cantan.
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Composición de melodías a partir de un material melódico ya existente.
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- Kyrie: Cada una de las tres aclamaciones (Kyrie Eleison, Christe Eleison, Kyrie
Eleison) se canta tres veces, por lo que el canto completo tiene en total nueve secciones.
Es un texto de origen griego.
- Gloria: Conocido como Hymnus Angelicus. También se le llama “doxología
mayor” (Gloria in excelsis Deo…), o menor (Gloria patrii…). No se canta durante el
Adviento y la Cuaresma, ni en algunos días penitenciales, ni en los días normales.
- Credo: Después del Concilio de Nicea en el 325, su primer uso litúrgico fue
como credo bautismal. Es una profesión de la fe. Como en el Gloria, el sacerdote
oficiante canta sólo la primera frase del credo, y el pueblo (o el coro) comienza con las
palabras Patrem omnipotentem.
- Sanctus: Su texto combina pasajes del Antiguo Testamento y del Nuevo
Testamento.
- Agnus Dei: El triple Agnus Dei se relaciona con el Kyrie en varios aspectos,
como por ejemplo que ambos textos formaban parte, en su origen, de la Letanía; el
Kyrie al principio, y el Agnus Dei al final. Ambos eran elementos normalizados en las
liturgias orientales antes de su introducción en la misa romana.
Al principio las tres peticiones terminaban con la frase “miserere nobis”, pero en los
siglos X-XI “dona nobis pacem” se convirtió en la frase conclusiva. Muchas melodías
del Agnus resultan ser adaptaciones de cantos preexistentes. Las formas musicales, en
general, son simples y claras.
- Ite missa est: El sacerdote oficiante pronunciaba esta fórmula de despedida y la
asamblea le respondía “Deo gratias”. La fórmula alternativa de despedida
“Benedicamus Domino” reemplaza al Ite missa est en las misas que no incluyen el
Gloria. Durante el siglo XI, en general, quedó establecido su uso actual.
El oficio divino:
Los primeros cristianos oraban y cantaban salmos a determinadas horas del día.
Estas ceremonias conforman el “oficio divino”. Son ocho ceremonias breves que se han
celebrado diariamente a determinadas horas desde la Edad Media. Los oficios fueron
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- Maitines.
- Laudes.
- Prima.
- Tercia.
- Sexta.
- Nona.
- Vísperas.
- Completas.
Existían horas nocturnas y horas diurnas, así como horas mayores y horas menores.
Los oficios más importantes, desde el punto de vista litúrgico y musical, eran los
maitines, los laudes y las vísperas.
Libros litúrgicos:
Los textos y la música litúrgica se recopilaban en libros copiados por los copistas
durante la Edad Media. Posteriormente fueron impresos bajo la autoridad de la Iglesia.
En el “Misal” podemos encontrar los textos de la misa., mientras que sus cantos están
en el “Gradual”. Por otra parte, el “Breviario” recoge los textos de los oficios (Oficio
Divino), y su música el “Antifonario”.
A finales del siglo XIX y principios del XX, los monjes de Solesmes prepararon
ediciones modernas del Gradual y del Antifonario, e hicieron público el Liber Usualis
(libro de uso general), el cual contiene los textos y cantos usados con mayor frecuencia
durante la misa y los oficios. Las ediciones de Solesmes fueron adoptadas como libros
oficiales de uso en las prácticas religiosas y son las usadas en la mayor parte de
grabaciones de canto gregoriano.
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- Silábicos: cantos en los que cada sílaba lleva una única nota.
- Neumáticos: cantos en los que hay sílabas hay varias notas (como mucho cinco
o seis notas por sílaba).
- Melismáticos: cantos en los que sobre una única sílaba hay extensos pasajes
melódicos.
Después de que el repertorio del canto llano fuese estandarizado en los siglos VIII y
IX, los músicos eclesiásticos siguieron agregándole nuevas composiciones tanto a la
misa como a los oficios. Al mismo tiempo, desarrollaron tres tipos de canto llano, todos
ellos adiciones a la liturgia autorizada por Roma: los tropos, las secuencias y los dramas
litúrgicos.
Tropos:
En cuanto a los tropos, se han dado muchas definiciones, cada una de ellas en relación a
las clasificaciones que los distintos estudiosos han realizado a lo largo del tiempo.
Según Michel Huglo, un tropo es un desarrollo musical, o literario, e incluso músico-
literario, de una pieza de canto o de una parte de un canto que figura en el gradual
(contiene los cantos de la misa) o en el antifonario (contiene los cantos del oficio).
- Tropos melógenos: Aquellos que son engendrados por una melodía preexistente,
adaptándoles palabras nuevas.
- Tropos logógenos: Aquellos que se han originado a partir de un texto de base
preexistente.
- Tropos meloformes: Simples adiciones de melodía pura, melismas situados en la
sílaba final de palabra, e incluso neumas añadidos al final de una pieza. Se trata
de una adición de melodías puras, sin palabras.
los siglos X y XI. Su uso inició su declive durante el siglo XII, siendo prohibidos por el
Concilio de Trento (1545-1563) con la intención de simplificar la liturgia.
Secuencias:
Un monje de San Galo, llamado Notker Balbulus, tenía muchos problemas para
memorizar esos grandes melismas, por lo que comenzó a añadirles un texto para que le
resultase más fácil su memorización. A partir de aquí comenzaron a poner texto a las
secuencias, las cuales terminaron por independizarse. A partir del siglo XI se hicieron
tan populares que empezaron a componer secuencias que no tenían nada que ver con los
Alleluias que les precedían. Fue tal el abuso que en el Concilio de Trento (1545-1563)
se suprimieron todas menos cuatro:
En el siglo XVIII se añadió una quinta secuencia para la fiesta de los siete dolores
de la Virgen: Stabat Mater.
Dramas litúrgicos:
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