Reynolds Simon - Postpunk
Reynolds Simon - Postpunk
Reynolds Simon - Postpunk
RO M P ER T O D O
Y E M P E ZA R DE N U E V O
SIMON REYNOLDS
A G O S T I N A MARCHI
MATÍAS BATTISTÓN
CAJA ■
NEGRfrU
SWESTHESII\
Reynolds, Simon
Postpunk: romper todo y empezar de nuevo - 1a ed. 2a reimp. -
Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Caja Negra, 2016.
560 p .; 20 xl4 cm.
A MI HIJO KIERAN
I
EN MEMORIA DE REBECCA PRESS Y BURHAN TUFAIL.
NOTA DEL AUTOR
Abordar un período tan prolongado -ele siete años, de 1978 a 1984- y con una
enorme densidad de producción en simultáneo presenta algunos problemas en
cuanto a la organización del material. Con tantas cosas sucediendo en paralelo,
organizar el libro a partir de una cronología lineal evidentemente no es una op- 9
ción. Mi solución fue dividir el período en microrrelatos, la mayoría de ellos cir
cunscriptos a una determinada geografía: escenas que se desarrollan en determi
nada ciudad (la no wave y el mutant disco de Nueva York, por ejemplo), en una
región (la escena de Cleveland-Akron, en Ohio) o incluso en países enteros
(Escocia). Otros capítulos se basan en un determinado género o sensibilidad: in
dustrial, synthpop, new pop, y así sucesivamente. Algunos están orientados alre
dedor de grupos particulares de artistas: el entorno de sellos como Rough Trade
y 2-Tone, por ejemplo. En otros casos, reuní a dos grupos basándome en algún
vínculo directo y/o en alguna afinidad: tal es el caso de The Pop Group y The
Slits, que tienen miembros en común y durante un tiempo estuvieron en el mismo
sello discográfico; o Wire y Talking Heads, que pese a no haber estrechado ese
tipo de vínculos directos, sí poseen muchos puntos en común. Debido a que el
flujo cronológico al interior de cada microrrelato es lineal y sigue el desarrollo de
cada proyecto desde sus comienzos hasta su finalización (o lo que me parecía un
punto de corte), Postpunk. Romper todo y e m p ^ r de nuevo procede dando un paso
hacia atrás para luego dar dos hacia delante. Por lo tanto, cada nuevo capítulo co
mienza en general algo después que el anterior en la línea de tiempo histórico, y
así es como al final del libro los acontecimientos tienen lugar en 1983-1984.
INTRODUCCIÓN
Al principio el punk me pasó inadvertido casi por completo. Con trece años, 11
casi catorce, de aquella época, mientras crecía en una ciudad residencial ingle
sa en la que no pasaba demasiado, solo tengo débiles reminiscencias de 1977.
Recuerdo vagamente fotos a página completa de punks con crestas puntiagu
das en una revista que venía con el diario del domingo, pero eso es todo. Sex
Pistols diciendo insultos en la televisión, “G od Save the Queen” versw el Jubileo
Real, toda una cultura entera convulsionada y estremeciéndose: yo sencilla
mente no lo noté. En cuanto a aquello que sí me gustaba y a lo que me dedi
caba en vez de a todo eso, bueno, es un poco confuso. Mil novecientos seten
ta y siete... ¿Fue el año en que quise ser humorista gráfico? O, como tal vez ya
me había pasado a la ciencia ficción, ¿estuve todo 1977 leyendo sistemática
mente cualquier cosa que encontrara de Ballard, Pohl y Dick en el catálogo de
la biblioteca local? Lo que sé con seguridad es que la música pop apenas si ejer
cía influencia alguna en mi conciencia.
Fue mi hermano menor Tim el que empezó a escuchar punk primero.
Siempre había un horroroso barullo saliendo de su cuarto, llegando al mío a
través de la pared del dormitorio. Supongo que una de las tantas veces que fui
a golpear su puerta para quejarme sencillamente debo haberme quedado ahí.
Lo primero que me retuvo fue la blasfemia: Johnny Rotten que chillaba “Fuck
this and fuck that/ fuck it ali and fuck her fucking brat” [A la mierda con esto
y a la mierda con aquello/ A la mierda con todo y a la mierda con su maldito
mocoso malcriado] (después de todo, sí tenía catorce años). Más que los in
sultos en sí mismos, lo que realmente me mantenía atento era la vehemencia
y la virulencia de la interpretación de Rotten, todos esos “fucks” percusivos, el
regocijo demoníaco de las letras r estiradas en “brrrrrrrat” . Se han expuesto
miles de tesis cuidadosamente razonadas que reconocen y convalidan la im
portancia sociocultural del movimiento, pero, si uno es realmente sincero, hay
que decir que una parte gigantesca del atractivo del punk solo tuvo que ver lisa
y llanamente con su escandalosa y monstruosa maldad. Piénsese en la enfer
medad de Devo, por ejemplo. Jamás en mi vida había escuchado algo tan te
nebroso e inmoral como su single “Jocko Horno” y su lado B, “M ongoloid”,
que aparecieron en nuestra casa por cortesía de un amigo (mucho más adelan
tado que nosotros, claramente).
Cuando empecé a escuchar a Sex Pistols y demás, en algún momento a me
diados de 1978, no tenía ni la más mínima idea de que todo eso ya estaba ofi-
12 cialmente “muerto”. Sex Pistols se había separado hacía rato. Rotten ya había
formado Public Image Ltd. Com o había estado ocupado en otras cosas y me
había perdido todo el nacimiento, la vida y la muerte del punk, también me
salteé astutamente el luto posterior, ese horrible estrellarse contra el suelo que
experimentaron en 1978 todos aquellos que habían estado “allí” durante el ex
citante pico de adrenalina de 1977. Mi descubrimiento tardío del punk coin
cidió con el momento en el que las cosas empezaban a repuntar de nuevo, con
el nacimiento de lo que, enseguida, se conoció como postpunk, el tema de este
libro. Así que estaba escuchando Germfree Adolescents de X-Ray Spex, pero
también el primer disco de PiL, Fear ofM usic de los Talking Heads y Cut de
The Slits. Todo era un brillante y explosivo arrebato de emoción.
Los historiadores de la música exaltan eso de haber estado en el lugar co
rrecto en el momento justo, esos períodos y esos em p l^ m ien to s críticos en los
que se gestan las revoluciones y los movimientos. Eso es complicado para aque
llos de nosotros que estamos y/o estuvimos atrapados en los suburbios o en te
rritorio provincial. Este libro es para, y sobre, aquellos que no estuvieron allí en
el lugar correcto en el momento justo (en el caso del punk, Londres y Nueva
York alrededor de 1976), pero que, no obstante, se negaron a creer que todo
había terminado y que todo estaba terminado antes de que pudieran sumarse.
Los jóvenes tienen un derecho biológico a estar entusiasmados respecto de
los tiempos que les tocan vivir. Si uno tiene mucha suerte, esa urgencia hor
monal es acompañada de la insurgencia de la era, y la necesidad inherente a
todo adolescente de sorprenderse y creer coincide con un período de abun
dancia objetiva. Los años de plenitud del postpunk -la media década que va
de 1978 a 1982- fueron eso: una suerte. He estado cerca de sentirme de ese
m odo desde entonces, pero nunca volví a sentirme tan emocionado como en
aquel momento. Ciertamente, nunca volví a estar tan enfocado en el presen
te. Lo que es raro, al menos tal como lo recuerdo hoy, es que durante esa época
nunca compraba discos viejos. ¿Por qué lo habría hecho? Existían tantos dis
cos nuevos para comprar que, sencillamente, no había razón alguna para in
vestigar el pasado. Tenía cassettes con compilaciones de lo mejor de los Beatles
y los Stones que había grabado de amigos y una copia de la antología de The
Doors Weird Scenes Imide the GoMmine, pero eso era todo. En parte, algo de
esto tenía que ver con el hecho de que la cultura de las reediciones que hoy
nos inunda en aquel momento no existía; las compañías discográficas de hecho
borraban discos por aquel entonces, así que había enormes franjas del pasado 13
reciente a las que era imposible acceder. Pero principalmente se trataba de que
no había tiempo para mirar hacia atrás con melancolía hacia algo que uno
nunca había vivido en carne propia. Estaba pasando demasiado ahora.
En su momento no lo pensé de este modo, pero, visto en retrospectiva, en
tanto época singular de la cultura pop, el período 1978-1982 compite con esos
legendarios años que fueron de 1963 a 1967 y son comúnmente conocidos
como los sesenta. La era postpunk soporta la comparación con los sesenta tanto
en términos de la mera cantidad de música genial que fue creada como en cuan
to al espíritu de aventura y el idealismo que la insuflaron, y en términos de la
manera en que la música parecía estar inextricablemente conectada a la turbu
lencia política y social de su tiempo. Había una mezcla parecida de expectación
y ansiedad, una manía similar por todo lo que fuera nuevo y futurista unida a
un miedo palpable y concreto respecto de lo que el futuro podía deparar.
No es que sea una persona especialmente patriótica ni nada por el estilo,
pero también es notable que tanto los sesenta como el movimiento postpunk
hayan sido períodos durante los cuales Gran Bretaña gobernó las olas de la
música pop. Que es la razón por la cual este libro se centra principalmente
en el Reino Unido. Por supuesto, también se ocupa de ciudades estadouni-
denses en las que el punk se expresó de modo irrefutable y grandioso: Nueva
York y San Francisco, las capitales bohemias; Cleveland y Akron, las terrorí
ficas zonas postindustriales de Ohio; ciudades universitarias como Boston,
Massachusetts y Athens, Georgia. Sin embargo, en los Estados Unidos, el
punk y el postpunk fueron culturas mucho más subterráneas y minoritarias
que en el Reino Unido, donde uno podía escuchar a The Fall y aJo y Division
en la radio nacional y bandas tan extremas como PiL, de hecho, tenían hits
en el Top 20 y, gracias al programa de televisión semanal Top o f the Pops, lle
gaban a más de diez millones de hogares. Lamentablemente, por cuestiones
de espacio y salud mental he decidido no meterme con el postpunk de euro
pa continental y Australia a excepción de algunas bandas clave, como D.A.F.
y The Birthday Party, que han tenido un impacto significativo en la cultura
rock anglosajona.
Tengo razones tanto personales como “objetivas” para escribir este libro.
Ante todo, entre las razones objetivas, está el hecho de que el postpunk es un
período que ha sido seriamente desatendido por los historiadores. Hay una
14 veintena de libros sobre el punk rock y todo lo que pasó entre 1975 y 1977,
pero no hay prácticamente nada acerca de lo que ocurrió después. Las histo
rias convencionales del punk siempre terminan más o menos con su “muer
te”, en 1978, cuando Sex Pistols se autodestruyó. En las versiones más extre
mas y poco serias de esta historia {los documentales televisivos sobre la historia
del rock son particularmente culpables de esto), por lo general, se da a enten
der que no pasó nada que fuese realmente relevante entre el punk rock y el
grunge, entre Never M ind the Bollocks y Nevermind. Incluso después del boom
de la nostalgia por los ochenta, esa década aún sigue tendiendo a ser conside
rada un baldío musical solo redimido por forajidos como Prince y Pet Shop
Boys o personajes dignos de respeto como R.E.M . y Springsteen. Los prime
ros años de los ochenta, en especial, todavía son considerados como una fran
ja particularmente chistosa y un tanto camp, como una era que solo estuvo ca
racterizada por pretenciosos intentos de usar el video como una forma de arte,
y vanidosos inglesitos rodeados de sintetizadores y con los ojos delineados y
cortes de pelo ridículos. Han emergido fragmentos de la historia postpunk
aquí y allá. Pero nadie ha intentado capturar la era postpunk como lo que fue,
una contracultura que, aunque fragmentada, com partió la creencia de que la
música podía cambiar el mundo.
Siendo todo lo imparcial y desapegado que me es posible, me da la sensa
ción de que el largo “después” del punk entre 1978 y 1984 fue mucho más in
teresante, musicalmente hablando, que todo lo que pasó en 1976 y 1977, cuan
do el punk montó su revival del rock ’n’ roll “de vuelta a las raíces”. Aun en
términos de su influencia cultural más general, podría discutirse tranquilamen
te que el punk tuvo sus repercusiones más provocativas mucho después de su
supuesta defunción. Parte del argumento de este libro es que los movimientos
revolucionarios al interior de la cultura pop suelen tener su mayor impacto
después de que el “momento” supuestamente ha pasado, y cuando las ideas ya
se propagaron a l exterior de las elites bohemias y las camarillas vanguardistas
metropolitanas a las que en su origen les “pertenecieron” hacia los suburbios
y las regiones periféricas.
Otra razón objetiva para este libro es que ha habido un inmenso resurgi
miento del interés por este período, con compilaciones y reediciones de dis
cos postpunk de archivo y toda una camada de bandas nuevas que se han mol
deado a partir de géneros postpunk como la no wave, el punk funk, el mutant
disco y la música industrial. Toda una nueva generación de músicos y aman- 15
tes de la música jóvenes ha alcanzado finalmente la mayoría de edad sin nin
gún recuerdo de esta era. Algunos veinteañeros ni siquiera habían nacido en
el año que este libro cierra, 1984, y en consecuencia, hallan todo este período
fascinante e inmensamente intrigante. De hecho, es precisamente por haber
sido tan desatendido durante tanto tiempo que el postpunk ofrece hoy una
veta interesantísima para la floreciente industria retro.
Dije que también había razones subjetivas para que escribiera este libro.
La razón subjetiva número uno es que recuerdo este período como súper abun
dante, como una edad de oro de lo nuevo y el ahora que creaba una sensación
de estar moviéndose a toda velocidad hacia el futuro. La razón subjetiva nú
mero dos tiene más que ver con el presente. Cuando los críticos de rock lle
gan a cierta edad se empiezan a preguntar si toda la energía mental y emocio
nal que invirtieron en esto de la música fue en realidad un movimiento tan
acertado. N o es exactamente una cuestión de falta repentina de seguridad o
confianza en uno mismo, sino, más bien, algo así como un pliegue o un do
blez en la certidumbre. En mi caso en particular, esto me llevó a preguntarme
cuándo había sido que decidí embarcarme en una vida que tuviera que ver casi
exclusivamente con tomarse la música en serio. ¿Qué me hizo creer que la mú-
sica podía importar tanto? Fue, por supuesto, el hecho de que crecí en la era
postpunk. Ese doble golpe casi simultáneo de Never M ind the Bollocks de Sex
Pistols y M etal Box de PiL fue lo que me puso en este camino en el que estoy.
También fue escribir acerca de estos discos - y acerca de otros tantos discos
como esos- en la prensa especializada lo que me formó; escribir semana tras
semana sencillamente exploró y puso a prueba la cuestión de con cuánta se
riedad uno podía tomarse la música (una conversación que continúa hasta el
día de hoy de diversas maneras y en otros espacios). Así que este libro también
es, en parte, un ajuste de cuentas con mi juventud. ¿Y a qué conclusión lle
gué? Tendrán que seguir leyendo.
16
PROLOGO
LA R EV O LUCIÓN
H IN CO N CLÜSA
l. Riffs al estilo de bandas como MC5, cuya canción “Rama Lama Fa Fa Fa” (1969)
es considerada precursora del punk. [N. de la T.]
nueva fase en la búsqueda por fuera de los estrechos parámetros del rock, hacia
la América negra y Jam aica, obviamente, pero también hacia África y otras
zonas de lo que luego sería llamado “world music”.
El postpunk también reconstruyó puentes con el propio pasado del rock,
sobre todo con amplias franjas de lo que había quedado emplazado extramu
ros cuando el punk declaró a 1976 como Año Cero. El punk instaló un mito
que todavía hoy sobrevive en algunos suburbios: la idea de que los años pre-
punk de comienzos de los setenta eran un páramo musical. En realidad, se
trata de uno de los períodos más ricos y variados de la historia del rock. De
modo tentativo, en un comienzo -después de todo, nadie quería ser acusado
de hippie encubierto o de rocker progresivo disfrazado-, los grupos postpunk
redescubrieron tales riquezas, tomando elementos del costado arty del glam
(David Bowie y Roxy Music), de excéntricos que iban más allá del rock como
Captain Beefheart, y recuperando en algunos casos las aristas más agudas del
rock progresivo (como Soft Machine, King Crimson e, incluso, Frank Zappa).
En cierto sentido, el postpunk era rock progresivo, solo que drásticamente ra
cionalizado y revigorizado, con una sensibilidad más austera, sin ostentación 23
de virtuosismo, por no mencionar sus mejores cortes de pelo.
Lo cierto es que algunos de los grupos postpunk más característicos -D evo,
Throbbing Gristle, Cabaret Voltaire, This H eat- eran en realidad entidades
prepunk, que existían de alguna u otra manera años desde antes del disco debut
de los Ramones de 1976. Cuando sobrevino el punk, la industria discográfi-
ca sufrió una gran confusión, que volvió a los grandes sellos vulnerables a la
sugestión y diluyó todas las reglas estéticas, de m odo que cualquier anormal o
extremista tenía de repente su oportunidad. A través de esta brecha abierta en
el muro de los negocios, irrumpían, como de costumbre, toda clase de freaks
sombríos que no dejaban pasar su chance de llegar a un público más amplio.
Pero el postpunk reconocía su filiación en una clase particular de art rock,
no en la pretensión del rock progresivo de fusionar guitarras eléctricas ampli
ficadas con la instrumentación clásica y las composiciones extensas del siglo
XIX, sino en la línea que va desde The Velvet Underground, por medio del
kraut rock y la vertiente más intelectual del glam (Bowie/Roxy Music), que
respetaba el principio minimalista “menos es más”. Para un cierto grupo de
hipsters, la música que los sostuvo durante el “páramo musical” de los setenta
estaba formada por un racimo de espíritus afines -L o u Reed, John Cale, Nico,
Igggy Pop, David Bowie, Brian Eno-, unidos por su procedencia o su deuda
con The Velvet Underground, que habían colaborado entre sí en diversas com
binaciones a lo largo del período.
En particular, David Bowie se asoció con casi todas estas personas en dife
rentes ocasiones, ya sea produciendo sus discos o colaborando con ellos de otra
manera. Fue el eje de conexión, el más grande diletante del rock, siempre en
movimiento, buscando constantemente el próximo límite. Más que cualquier
otro, fue Bowie la inspiración clave para el ethos postpunk del cambio cons
tante. 1977 puede haber sido el año del debut de The Clash y de Never M ind
the Bollocks de Sex Pistols, pero la verdad es que la música postpunk fue más
profundamente afectada por los cuatro discos vinculados con Bowie editados
ese año, sus propios Low y Heroes, y Lustfor Life y The Idiot de I ^ y Pop ( ^ b o s
producidos por Bowie). Grabada en Berlín Occidental, esta impresionante se
guidilla de discos impactó con fuerza en los oyentes que ya sospechaban que
el punk rock se revelaba como más de lo mismo. Los discos de Bowie e Igggy
marcaron un distanciamiento respecto de los Estados Unidos y del rock ’n’ roll
24 y un acercamiento hacia Europa y un sonido cool, controlado, modelado sobre
la base de los ritmos “motorik” teutónicos de Kraftwerk y Neu! -donde los sin-
tetizadores tenían un rol tan importante como las guitarras. En entrevistas,
Bowie habló de su traslado a Berlín com o un intento por separarse de los
Estados Unidos, tanto musical (desde el momento en que el soul y el funk ha
bían tenido influencia sobre Young Americans) como espiritualmente (un es
cape de la decadencia del rock ’n’ roll de Los Ángeles). Configurado a partir
de esta deliberada hazaña de dislocación y autoalienación, Low hada honor al
título provisorio original del álbum, New Music Night and Day, especialmen
te en su sorprendente lado dos, una suite de atmósferas instrumentales som
brías y crepusculares, con cantos semejantes a lamentos sin palabras. Low, dijo
Bowie, había sido una respuesta a la experiencia de “haber visto el Bloque
Oriental, el m odo en que Berlín Este sobrevivía en ese medio, que era algo que
yo no podía expresar en palabras. Entonces se requerían texturas". Por este mo
tivo se inclinó hacia Brian Eno, texturólogo supremo, como su mentor y mano
derecha durante la realización de Low y de Heroes. Ya influyente a causa de los
ruidos de sintetizador que desplegaba en Roxy Music y en sus álbumes solis
tas proto-new wave, Eno se convirtió, después de la trilogía berlinesa de Bowie,
en uno de los productores que definieron la era: documentó la escena no wave
de New York, y trabajó con Devo, Talking Heads y U2. ‘'Algunas bandas fue
ron a escuelas de arte -brom eó Bono en cierta ocasión-. Nosotros fuimos a
Brian Eno”.
El nuevo europeísmo de Bowie y de Eno se hallaba en sintonía con la
sensación postpunk de que los Estados Unidos --o al menos la norteamérica
blanca- eran política y musicalmente reaccionarios. A la hora de buscar ins
piración contemporánea, el postpunk miraba hacia otros lugares más allá de
la patria originaria del rock 'n’ roll, como la norteamérica negra y urbana,
Jam aica y Europa, entre otros. Para muchos postpunks, los singles más sig
nificativos de 1977 no eran “W hite Riot” ni “G od Save the Queen”, sino
“ Trans-Europe Express”, un canto fúnebre metronómico de metal sobre metal
para la era industrial com puesto por la banda alemana Kraftwerk, y el hit
eurodisco de Donna Summer “I feel love”, producido a partir de sonidos sin
téticos por Giorgio Moroder, italiano residente en Munich. La electrónica
disco de Moroder y el synth pop sereno de Kraftwerk conjugaron refulgen
tes visiones de una Neue Europa moderna, orientada hacia el futuro y autén
ticamente postrock, en el sentido de no tener prácticamente deuda alguna 25
con la música estadounidense.
Junto con la radicalización de la forma del rock con dosis de ritmo negro y
electrónica europea, los artistas postpunk estaban igualmente comprometidos
con una radicalización del contenido de la ecuación musical. El acercamiento
del punk a la política -furia cruda o protesta agit-pop- resultaba demasiado
simple, demasiado panfletario a los ojos de la vanguardia postpunk, por lo que
pretendieron desplegar técnicas más sofisticadas y oblicuas. G ang o f Four y
Scritti Politti abandonaron el estilo de denuncia directa de “decir las cosas como
son”, optando por letras que exponían y dramatizaban los mecanismos de poder
operantes en la vida cotidiana. “Cuestiona todo” era la frase del momento. Estas
bandas demostraban que “lo personal es político” al diseccionar el consumis-
mo, las relaciones sexuales, las nociones de sentido común acerca de qué es na
tural o normal y los modos en que las vivencias más espontáneas y más íntimas
se hallan en realidad determinadas de antemano por fuerzas superiores. Al mismo
tiempo, las más agudas de entre tales agrupaciones capturaron el modo en que
“lo político es personal”, ilustrando los procesos por medio de los cuales los
acontecimientos actuales y las acciones de gobierno invaden la vida cotidiana y
acechan los sueños y las pesadillas privadas de cada uno.
En lo que respecta al compromiso político entendido en su sentido con
vencional —referido al mundo de las manifestaciones, el activismo de base y la
lucha organizada—, las bandas postpunk eran más ambivalentes. En tanto bo
hemios inconformistas, se sentían incómodos con la política de la solidaridad
o las llamadas a acatar la línea del partido. Consideraban que la franqueza de
magógica de ciertos músicos abiertamente politizados de la época (como Crass
o Tom Robinson) era demasiado literal y antiestética, y creían que ese sermón
no solo resultaba condescendiente con el oyente, sino que la mayoría de las
veces se revelaba como ejercicio inútil de “prédica para conversos". Si bien mu
chos de los grupos postpunk participaron de Rock Against Racism [Rock con
tra el racismo], mantenían una actitud reticente con I^R y su colectivo her
mano, la liga antinazi, por sospechar que se trataba de frentes de la izquierda
militante del Partido de los Trabajadores Socialistas, que otorgaba valor a la
música exclusivamente en tanto herramienta de radicalización y movilización
de la juventud. Al mismo tiempo, el postpunk heredó los sueños del punk de
resucitar la música rock como fuerza de cambio, si no del mundo, al menos
26 de la conciencia de los oyentes individuales. Pero en lugar de que la música sir
viera de plataforma meramente neutral para el agit-pop, esta forma de radica
lismo se manifestaba tanto en las letras como en el sonido. Más aún, el poten
cial subversivo de las letras dependía tanto de sus propiedades estético-formales
(el grado de innovación en el nivel del lenguaje o de la narración) como del
mensaje o la crítica que transmitían.
El postpunk fue un asombroso período de experimentación letrística y
vocal. Mark E. Smith, de The Fall, inventó una suerte de realismo mágico de
Inglaterra del norte que mezclaba la mugre industrial con lo sobrenatural y lo
extraño, todo vocalizado mediante intewenciones de una sola nota que se ubi
caban en algún lugar a mitad de camino entre el monólogo motorizado por
las anfetaminas y el relato de desorientación etílica. La gestualidad agitada,
neurótica, de David Byrne encajaba perfectamente con su irónico y seco exa
men de temas tan lejanos al rock como animales, burocracia, “edificios y co
mida”. Mark Stewart, de The Pop Group, aullaba encantamientos cargados de
imágenes, como una cruza entre Artaud y James Brown. Este fue también un
gran período para la expresión propiamente femenina: perspectivas nunca es
cuchadas hasta el momento en los tonos disonantes de The Slits, Lydia Lunch,
Ludus y The Raincoats. Otros cantantes-letristas —Ian Curtis, de Joy Division,
Paul Haig, de Josef K - se habían abismado en el malestar sombrío y en la an
gustia asfixiante de Dostoievski, Kafka, Conrad y Beckett. A la manera de mi-
cronovelas de tres minutos, sus canciones lidiaban con dilemas existencialistas
clásicos: la lucha y el sufrimiento de ser un “yo”; amor contra aislamiento; el
absurdo de la existencia; la capacidad humana para la perversión y el resenti
miento; la eterna sentencia: “suicidarse: ¿por qué no?” .
Enfrentando estos aspectos atemporales d e la condición humana, el postpunk
también intervenía en el Zeitgeist político. Especialmente, en los tres años que
transcurrieron entre 1978 y 1980, las dislocaciones causadas por la mutación
económica y la agitación geopolítica generaron una tremenda sensación de
tensión y de temor. Gran Bretaña fue testigo del resurgir de la extrema dere
cha y de los partidos neofascistas, tanto en la política electoral como en las for
mas sangrientas de la violencia callejera. La Guerra Fría alcanzó un pico de
frialdad inédito. La revista musical más conocida de Inglaterra, New Musical
Express, publicaba regularmente una columna llamada “Rubias de Plutonio”,
en torno al despliegue de los misiles crucero estadounidenses en territorio bri
tánico. Singles como “Breathing” de Kate Bush y “The Earth Dies Screaming” 27
de U B40 introdujeron la angustia nuclear en el Top 20 e innumerables gru
pos postpunk -desde This H eat en su disco conceptual Deceit hasta Young
Marble Giants con su clásico single “Final Day”- le cantaban al Armagedón
como posibilidad crucial e inminente.
Parte de lo conmovedor de este período de música disidente reside en su
creciente falta de sincronía en relación con la cultura en sentido m ás amplio,
que estaba produciendo un viraje a la derecha. El período postpunk comenzó
con la parálisis, frustración y estancamiento de la política de izquierda liberal,
bajo el gobierno de centro-izquierda del primer ministro laborista Jim Callaghan
y el presidente demócrata Jimmy Carter. Callaghan y Carter fueron casi simul
táneamente desplazados por Margaret Thatcher y Ronald Reagan -líderes de
derecha populistas (y populares), que impulsaron políticas económicas mone-
taristas que resultaron en desempleo masivo y una profundización de las frac
turas sociales.
Introduciéndonos en un largo período de política conservadora que duró
doce años en los Estados Unidos y dieciséis en Inglaterra, Thatcher y Reagan
representaban un masivo contragolpe tanto para los contraculturales sesenta
como para los permisivos setenta. En respuesta, el postpunk intentó construir
una cultura alternativa con su propia infraestructura independiente de sellos,
distribuidoras y disquerías. La necesidad de “control completo” (sobre el cual
The Clash solo podía cantar amargamente, luego de haber cedido la canción
que llevaba ese título a la CBS) condujo al nacimiento de sellos independientes
pioneros tales como Rough Trade, Mute, Factory, Subterranean y SST. El con
cepto de do ityourself\haz\o tú mismo] proliferó como un virus, propagando
toda una pandemia de cultura sami^zdat:2 bandas que editaban sus propios dis
cos, promotores locales que organizaban recitales, colectivos de músicos que
creaban espacios para que las bandas pudiesen tocar, pequeñas revistas y fanzi-
nes que funcionaban como medios de comunicación alternativos. Los sellos
independientes conformaban una especie de microcapitalismo anticorporati
vo, basado menos en una ideología de izquierda que en la convicción de que
los sellos más importantes eran demasiado lentos, faltos de imaginación y orien
tados a lo comercial como para alimentar la música más crucial del momento.
El postpunk estaba comprometido con las políticas de la música misma así
como con cualquier otra cosa que sucediera en el “mundo real” . La intención
28 era sabotear la fábrica de sueños del rock, esa industria del ocio que encauza
ba la energía y el idealismo de la juventud hacia un cul-de-sac cultural mien
tras producía, al mismo tiempo, enormes masas de ganancia para el capitalis
mo corporativo. El térm ino rockism [rockismo], acuñado por el grupo de
Liverpool Wah! Heat, se diseminó com o la síntesis de todo un conjunto de ru
tinas anquilosadas que restringían la creatividad y suprimían la sorpresa. Los
canales de acción establecidos que los postpunk se negaban a perpetuar iban
desde las técnicas convencionales de producción (como el uso del reverb para
darle a los discos una sensación de sonido en vivo, grabado en un gran ambien
te) hasta los predecibles rituales de giras y recitales (algunas bandas postpunk
se rehusaban a hacer bises, mientras que otras experimentaban con el arte mul
timedia y el arte performático). Con el fin de romper el trance de normalidad
del negocio del rock y sacudir al oyente hacia una zona de lucidez, el postpunk
rebosaba de críticas metamusicales y de micromanifiestos, canciones tales como
“ PartTime Punks” de Television Personalities y “A Different Story” de Subway
POSTPUNK
CAPÍTULO 1
MI IMAGEN PÚBLICA ME PERTENECE:
JO HN LYDON Y PIL
El punk parecía estar “acabado” casi antes de que hubiera empezado real
mente. Para muchos de sus primeros militantes, la sentencia de muerte llegó
el 28 de octubre de 1977, cuando salió Never M ind the Bollocks. ¿Era a esto a
lo que había llegado la revolución? ¿A algo tan prosaico y convencional como
un LP? Bollocks era pura mercancía, una mercancía eminentemente consumi
ble. Las letras y las voces de Rotten eran incendiarias, pero el sonido contun
dente de las guitarras de Steve Jones y la soberbia producción de Chris Thomas
-m uchas capas,. sonido brillante, estructura sólida- daban como resultado un
rock duro desconcertantemente ortodoxo que contradecía la reputación de Sex
Pistols como una caótica banda de ineptos. Lydon luego culpó a McLaren de
38 conducir al resto de la banda hacia “un pulso mod reaccionario”, mientras ad
mitió que, si el disco hubiera sido grabado siguiendo sus propias ideas acerca
de cómo tenía que sonar, hubiese resultado “inescuchable para la mayoría de
la gente” porque “no habría habido ningún punto de referencia”.
El periodista Jon Savage hizo la crítica de Bollocks para la revista Sounds y
hoy recuerda haberlo sentido “como una lápida, sofocante, sin ningún espa
cio en la música”, un comentario que ubica el fracaso del disco en su caren
cia de dub. En comparación con la producción del reggae -p u ra neblina de
reverbs centelleantes, efectos desorientadores e intermitentes volutas ectoplas-
m áticas-, la gran mayoría de los discos de punk sonaban simplemente retró
grados, atascados a mediados de los monocromáticos sesenta en mono, vara
dos en algún lugar anterior a la paleta tímbrica am pliada y la brujería
estereofónica de la psicodelia. Las bandas más perspicaces de todas aquellas
que venían originalmente del punk sabían que tenían mucho por hacer para
ponerse al día. Algunas de ellas, como The Clash y The Ruts, tomaron prin
cipalmente el aspecto de protesta del roots reggae: las consignas lanzadas abier
tamente y el sermoneo de “Get Up Stand Up” de los Wailers y el chic radical
del personaje de guerrillero rasta de Peter Tosh. En el extremo opuesto, las ban
das postpunk más aventureras reaccionaron al reggae como si este fuera una
revolución puramente sonora, una psicodelia africanizada que metamorfosea-
ba los contornos y alteraba la percepción. Durante la media década que va de
1977 a 1981, fueron exactamente la producción espacializada y los ritmos so-
fin cad os pero elementales del reggae los que sentaron la base para todas las
bandas postpunk que buscaban experimentar.
En la propiaJamaica, sin embargo, la militancia del roots reggae y lo etéreo
del dub eran las dos caras de una misma moneda cultural. El pegamento que
las mantenía unidas, el rastafarianismo, es un credo milenario que, en palabras
de James A. Winders, puede describirse como “parte periodismo, parte profe
cía” . Dados sus rasgos antiliberales (tiene un desagradable tinte antifeminista)
y, principalmente, debido al hecho de que el absolutismo de sus visiones melo
dramáticas era en esencia extranjero en términos de temperamento a una ju
ventud británica secular cuya idea de religión por lo general derivaba del angli-
canismo (léase: no comprometida, tibia, lo más parecido a ser un agnóstico sin
hacer que Dios se enoje), la espiritualidad rasta no era algo que la mayoría de
los británicos blancos pudiera comprar fácilmente. De todos los cuadros del
postpunk, tal vez solo una persona alcanzó realmente una ferocidad espiritual 39
que estuviera a la altura de rivalizar con la cultura rasta: John Lydon.
Criado en Londres como el hijo de dos inmigrantes irlandeses católicos,
Lydon tuvo su propia ventana a la dislocación poscolonial de los sujetos aban
donados del ex Imperio Británico. N o es mera coincidencia que su autobiogra
fía lleve el subtítulo No Irish, No Blacks, No Dog.r [No se aceptan irlandeses, ne
gros ni perros], que es lo que muchos arrendatarios ingleses ponían en los
anuncios clasificados o en los carteles que colgaban de sus puertas cuando que
rían alquilar una habitación, antes de que el Parlamento prohibiera semejante
práctica de discriminación descarada. La identificación de Lydon con la expe
riencia de “sufferation” [resistencia] y “downpression” [opresión] de los negros
británicos y su pasión por el riddim y los graves jamaiquinos impregnaron su
música post-Pistols y desolaron el sonido de PiL introduciendo un espacio in
quietante y un terror escalofriante.
Ya convertido en un ex Sex Pistol, Lydon llegó a Gran Bretaña después de
la desastrosa gira por los Estados Unidos solo para ser inmediatamente invita
do por Richard Branson, uno de los peces gordos de Virgin Records, a abor
dar otro avión, esta vez con destino a Jamaica. Lydon, conocido como un ex
perto en la materia, debía acompañar a Branson como consultor de “artistas y
repertorio” para The Front Line, el nuevo sello de roots reggae y dub de Virgin.
Estas “vacaciones de negocios” eran la ocasión perfecta para que Lydon se de
dicara a pensar en su futuro. Lindo trabajo si los hay: pasó casi todo su tiem
po echado al lado de la pileta del Sheraton de Kingston, atiborrándose de lan
gosta y pasando el rato con la creme de La creme del reggae jam aiquino, sus
héroes personales Big Youth, U Roy, Burning Spear y Prince Far 1, incluidos.
Lydon ya había anunciado sus intenciones de formar una nueva banda que
sería “antimúsica de cualquier tipo” apenas unos días después de que los Pistols
se hubieran separado. A su vuelta de Jamaica, se dispuso a reclutar cómplices.
Aunque apenas si estaba familiarizado con el instrumento, Lydon invitó a su
am igoJohn Wardle, un habitante del East End londinense con penetrantes ojos
azules que se había reinventado como Jah Wobble, a que tocara el bajo. También
rastreó a Keith Levene, el guitarrista de la primera formación de The Clash.
Una mezcolanza incomprensible tanto en lo musical como en lo personal,
el reggae era el único punto de cruce esencial entre estos tres miembros centra
les de PiL. “La única razón por la que PiL funcionaba era que los tres éramos
40 fanáticos enfermos del dub”, dice Levene. “Siempre í b ^ o s a ‘blues'.” Los “blues”
eran fiestas reggae ilegales, algo a medio camino entre una house party y un
sound system,1 que por lo general se hadan en la casa o el departamento de al
guien y se financiaban con la venta de alcohol y, a veces, marihuana.
Coleccionista fanático de reggae desde hacía ya mucho tiempo, Lydon había
entrado en contacto con la cultura de los sound systems gracias a su amigo Don
Letts, un DJ negro que pasaba música en el legendario antro punk The Roxy, a
menudo reconocido como el responsable de haber hecho que la audiencia punk
Hay gente que con sinceridad cree que Spiral Scratch, el prim er EP de los 49
Buzzcocks, definió su época m ucho más certeramente que “Anarchy in the
U .K .” . Lanzado en enero de 1977 por New Hormones, el sello de los propios
Buzzcocks, Spiral Scratch no era ni de lejos el primer disco editado de modo
independiente, pero sí fue el primero en hacer una declaración de principios
verdaderamente polémica acerca de la independencia y, en el proceso, inspiró
a miles de personas a entrar en el juego del “hazlo-tú-mismo/edítalo-tú-mismo”.
Spiral Scratch era, a la vez, un ataque regionalista contra la capital
(Manchester versus Londres) y un ejercicio conceptual de desmitificación (el
EP se llamó “Spiral Scratch” porque eso es lo que un disco es materialmente,
un surco en espiral [spiral] rayado [scratch] sobre vinilo). La contratapa del
EP listaba detalles del proceso de grabación, como qué toma de la canción ha
bían usado y cuántas sobregrabaciones se habían hecho. El número de catá
logo del EP, ORG-1, era un chiste de rata de biblioteca de izquierda: ORG-1 =
ORG-ONE [ORG-ONE] = orgone [orgón] = la fuerza vital neurolibidinal de
Wilhelm Reich.
“Spiral Scratch era juguetón ’, dice el manager de los Buzzcocks Richard
Boon. “El juego era muy im portante.” Ese espíritu se notaba en la canción
más conocida del EP, “Boredom” [Aburrimiento], que era a un solo tiempo
una expresión de auténtico en««« (‘‘I’m living in this movie/ but it doesn’t move
me” [Estoy viviendo esta película/ Pero no me conmueve]) y un comentario
meta-pop sobre el aburrimiento como tema obligado para las canciones punk
y el discurso relacionado con el punk (un tema tan predecible que, en fin, sí
se volvía un poquito abanvdo). El solo de dos notas deliberadamente anodino
de Pete Shelley cerraba el trato conceptual: un solo “aburrido” que, con su fi
jación en negarse a ir a cualquier lado, melódicamente hablando, generaba en
realidad una ansiedad emocionante.
Aunque lo cierto es que no era un fenómeno nuevo en lo más mínimo, la
idea de editar la propia música de modo independiente se sentía, en ese m o
mento histórico en particular, fantásticamente novedosa y revolucionaria. La
tirada inicial de mil copias de SpiralScratch, financiada con préstamos varios
de familiares y amigos, se agotó asombrosamente rápido. El EP acabó por ano
tarse 16.000 ventas, con más por venir cuando fuera reeditado un par de años
más tarde. Siendo que en 1977 no existía red de distribución alguna para los
discos independientes, esto era un logro impresionante. “La venta por correo
50 jugaba un papel muy importante”, dice Boon. “Por aquellos días, Rough Trade
solo era una disquería que además vendía por correo. Y conocíamos al encar
gado del local de Virgin en Manchester, que fue quien persuadió a algunos
de sus colegas regionales para que lo compraran y lo incluyeran entre sus exis
tencias.” La gente estaba comprando Spiral Scratch por la música, pero tam
bién por el mero hecho de su existencia, por su condición de hito cultural y
presagio de cambio.
Pero, ¿por qué era tan sorprendente la idea de grabar y editar música de
m odo independiente en 1977? Después de todo, aproximadamente el 50% de
los hits de rock y R & B americanos de fines de la década del cincuenta se ha
bían editado a través de sellos independientes, como Sun y Hi. Durante los
años sesenta y los setenta, los sellos independientes florecieron en los merca
dos regionales y alrededor de géneros de nicho como el jazz (Saturn de Sun
Ra, el sello de improvisación libre Incus), el folk británico (Topic) y las im
portaciones jamaiquinas (Blue Beat). Incluso durante el boom comercial del
rock “serio”, centrado en los LP, cuando las compañías discográficas grandes
dominaban el mercado, todavía había sellos independientes “progresistas” cru
ciales, como Virgin y Island. Había una diferencia fundamental entre estos se
llos y las ediciones postpunk. “Las personas que fundaron Virgin y Island eran
emprendedoras, seguras e ‘independientes’ en términos creativos”, dice Iain
McNay, fundador del sello postpunk indie de vanguardia Cherry Red. “Pero
tenían el apoyo de las compañías discográficas importantes en términos de dis
tribución, financiamiento y marketing.”
Justo antes del punk se formaron un par de sellos que también resultaban
ser independientes en términos de financiamiento y distribución. Chiswick y
Stiff emergieron ambos de la escena del pub rock inglés. Chiswick debutó con
el R & B amplificado de los Count Bishops en noviembre de 1975; Stiff, con un
single de Nick Lowe al año siguiente. A diferencia de los futuros neófitos de
concurso para amateurs de New Hormones, sin embargo, los personajes detrás
de estos sellos independientes originalmente ligados al pub rock eran experi
mentados veteranos de la industria discográfica, “iniciados” empresarialmente
capaces. Más aún, ni Chiswick ni Stiff presumían del hecho de ser indepen
dientes. Sin dudarlo, enseguida ambos se asociaron a las distribuidoras de las
compañías discográficas grandes, y Stiff se convirtió en máquina de hacer hits
new wave detrás de Ian Dury y Elvis Costello.
Cuando apareció el punk, todas las bandas más importantes, sin excep- 51
ción, cayeron nuevamente en el m odo tradicional de hacer las cosas. “ Para
mí, lo decepcionante históricamente hablando fue que The Clash y los Sex
Pistols firmaran con compañías discográficas grandes”, dice GeoffTravis, co-
fundador de Rough Trade. Incluso los Buzzcocks fueron doblegados. Después
de que su cantante original, Howard Devoto, renunciara, Richard Boon y la
banda planearon sacar otro disco independiente a través de New Hormones,
un EP que se llamaría Love Bites. “Pero ahí vino a verme el papá del baterista
diciendo que su hijo acababa de terminar el colegio y tenía una oferta de tra
bajo como empleado en una aseguradora y que, ‘(qué vas a hacer con la banda?’,
y todas esas cosas”, recuerda Boon. “Así que ahí fue cuando tuvimos que de
cidir, ‘Dios, ¡estamos en esto en serio!’. Lo que quería decir que teníamos que
buscar otros recursos. Lo que a su vez quería decir que teníamos que firmar
con una compañía discográfica grande. Porque hacer lo que estábamos hacien
do de modo independiente ya no era sustentable a esas alturas, sencillamente
no podíamos conseguir una entrada de dinero suficiente vendiendo por co
rreo y en unos pocos locales amigos.”
Com o el manager de la banda, Boon le consiguió a los Buzzcocks un con
trato con United Artists, y Love Bites terminó siendo el título de su segundo
disco para el sello. En tanto empresario amateur, sin embargo, Boon siguió
con New Hormones como operación secundaria por varios años más, editan
do esporádicamente postpunk esotérico del estilo del proyecto paralelo de
Pete Shelley, T he Tiller Boys, y Ludus, una banda arty feminista liderada por
la carismática Linder (cuyo nombre real era Linda Sterling). Editado duran
te los últimos días de 1977, casi un año después de Spiral Scratch, O R G -2 no
era ni siquiera un disco, sino más bien un volumen de collages hechos por
Linder y Jon Savage. “N o tenía precio de tapa, así que no se vendió muy bien.
¡Nadie sabía por cuánto venderlo!”, se ríe Boon. “Pero cumplió su cometido.
El título, The Secret Public [El público secreto], se trataba casi exclusivamen
te de ese otro lado del movimiento do ityourselfintentar localizar espíritus afi
nes que ‘entenderían’ y responderían.”
En 1977, mucha gente sí “entendió” Spiral Scratch y respondió al EP tal
como si este fuera un llamado a las armas. “Mi novia Hilary me regaló una
copia y ese fue el momento clave”, dice Bob Last, fundador del sello indie de
Edimburgo Fast Product. Fast Product ya existía en su cabeza como marca,
52 pero Last no tenía ninguna idea específica respecto de cuál sería finalmente la
mercancía concreta que la acompañaría. ‘Tenía un logo y una noción de la ac
titud que la compañía encarnaría, pero fue Spiral Scratch lo que me dio la idea
de que el producto fuera la música. Entré corriendo al Banco de Escocia y dije:
‘Voy a sacar un disco, ¿me prestan dinero?’. Y, por extraño que parezca, ¡me
dieron un par de cientos de libras! N o tenía la mds mínima idea de que exis
tiera toda una historia de sellos independientes antes de eso. Spiral Scratch
transformó por completo mi manera de pensar.”
Ex estudiante de arquitectura y técnico/diseñador para un club de teatro
itinerante, Last concibió Fast Product como un híbrido entre proyecto de arte
y emprendimiento comercial renegado. El primer comunicado de prensa de
la compañía ostentaba el eslogan “Interventions in any media” [Intervenciones
en cualquier soporte] como una suerte de promesa/amenaza multipropósito.
Empezando por el single “Never Been in a Riot” de The Mekons, en enero
de 1978, los productos de Fast tenían un trabajo de diseño impresionante y
eran altamente coleccionables. En una época en la que los negocios -grandes
o pequeños- eran vistos con recelo como “el Opresor” y el consumismo era
algo de lo que sentirse culpable, Fast Product resaltaba provocativamente la
idea de la mercancía como fetiche. Fue esto lo que se convirtió en el delica-
do acto de malabarismo registrado del sello: exponer los mecanismos mani
puladores del capitalismo sin dejar de celebrar el deseo del consumidor. Fast
Product encarnaba esa incipiente sensibilidad de izquierdas que florecería re
cién en los años ochenta, un “socialismo de diseñador” purgado de toda aus
teridad puritana y todo miedo al placer que se sentía irresistiblemente atraí
do hacia las cosas hechas con estilo, pero al mismo tiempo no dejaba de estar
atento al engaño y la explotación.
Com o había hecho New Hormones con The Secret Public, Fast Product
se movió rápido para demostrar que era más que un simple sello discográfi-
co. FAST 3, The Quality o f Life, era una bolsa plástica con nueve collages fo-
tocopiados (que incluían fotografías de terroristas alemanes tomadas de la re
vista del domingo de un diario, pero con la leyenda “entretenimiento” escrita
encima) y otros tantos “desechos de consumidor” dentro. “Teníamos a alguien
que se ocupaba especialmente de pelar naranjas con cuidado para poner un
pedacito de cáscara en cada bolsa y garantizar que cada paquete fuera único,
con un patrón de descomposición distinto en cada tirita de cáscara.” Otro
lanzamiento no-musical posterior, SeXex-otra bolsa de plástico, esta vez con 53
una docena de hojas fotocopiadas, un parche y un envase de sopa vacío en su
interior- fue concebido como una campaña promocional para una empresa
completamente imaginaria. “Tanto The Quality ofLife como SeXex usaban la
estética cut-up y de fotocopias recortadas de aquellos días”, dice Last. “Pero
lo que los impulsaba era esta sensación de que eran una campaña publicita
ria perversa para un producto que en realidad no existía. Y se vendieron bas
tante bien; se comentaron y fueron tom ados com o punto de referencia de
m odo bastante extendido.”
“Fast Product fue el primer sello realmente arty e inteligente”, dice Tony
Wilson, cofundador del sello independiente de Manchester Factory Records.
“Muchísimo más arty que nosotros. Si hubiera podido poner cáscara de na
ranja en una bolsa de plástico y lanzarla al mercado con un número de catá
logo, ¡habría estado muy orgulloso de mí m ism o!”. Anfitrión y presentador
de programas en la televisión local, Wilson era un esteta/agitador educado en
Cambridge que amaba el packaging de los discos y quería que su sello tuvie
ra una estética de diseño clara. Reclutó al joven estudiante de diseño Peter
Saville para que le diera a Factory su propia identidad visual, influenciada por
la austeridad y el severo funcionalismo de los movimientos de diseño moder-
nistas de principios del siglo como la Bauhaus, De Stijl, el constructivis
mo y Die Neue Typographie. La tipografía del sello y las tapas de los discos cre
adas por Saville hacían que Factory y sus bandas -Jo y Division, Durutti
C olum n, A Certain R atio- se separaran del m ontón postpunk. La elegancia
austera era algo nuevo en el packaging del rock, un corte purificador tanto
respecto del romanticismo prepunk como de los propios clichés de la new
wave. El primer lanzamiento del sello, A Factory Sample, era un EP doble en
fundado en plateado brillante. “Se veía tan especial”, dice Paul Morley, que
por aquel entonces era corresponsal de New Musical Express en Manchester.
“ El hecho de que se viera tan hermoso mostraba de modo patente todo lo que
se podía hacer y dejaba en evidencia a la industria discográfica londinense por
ser tan aburrida.”
Enseguida, Factory estaba superando las com pilaciones coleccionables
Earcom y los bizarros paquetes de Fast Product com o The Quality ofLife con
un nuevo absurdo duchampiano: su catálogo le asignaba números a cualquier
cosa, sueños irrealizables, caprichos, proyectos frustrados, películas que nunca
54 se terminaban o que directamente nunca se habían empezado. Fac 8 era un
proyecto de Linder para construir un temporizador menstrual que en realidad
nunca se llevó a cabo. Fac 61 era una demanda del ex productor estable del
sello, Martin Hannett. Fac 99 era un recibo del dentista del codirector de
Factory, Rob Gretton, que se había reconstruido los molares.
Para Wilson, este tipo de travesuras mantenía vivo el mismo espíritu bro
mista de los situacionistas, un movimiento anarcodadaísta francés de la déca
da del sesenta cuyas ideas él admiraba. Los situacionistas creían que redescu
brir el juego era el remedio para la “pobreza de la vida cotidiana” y los
sentimientos de alienación producto de la sociedad de consumo occidental.
Por sobre todas las cosas, querían hacer pedazos el “espectáculo”, todas esas
formas de entretenimiento provistas por los medios de comunicación de masas
como la televisión que imponían la pasividad en vez de la participación. Siendo
que los situacionistas también eran feroces críticos del fetichismo de la mer
cancía, sin embargo, es poco probable que hubieran aprobado los discos sun
tuosamente diseñados de Factory.
A decir verdad, el único aspecto remotamente situacionista de Factory era
lo que Wilson describía como la “continua negación a la ganancia” del sello.
No se firmaban contratos con las bandas, que eran libres de irse cuando qui-
sieran y conservaban los derechos de propiedad sobre su propia música. “A
veces me halago a mí mismo diciéndome que el modo en el que nos compor
tábamos, que no tenía nada que ver con querer volvernos ricos, y el modo en
el que vivíamos esa actitud todos los días quizás era lo que la filosofía situacio-
nista podría haber estado sugiriendo”, dice Wilson. Combinando de modo ex
traño un perfeccionismo estético a veces ruinoso (tapas que costaban más que
los márgenes de ganancia) y un antiprofesionalismo abúlico, Factory no se
comportaba com o una empresa en lo más mínimo.
Lejos de los ingeniosos juegos posmodernos de Fast Product y Factory, la
banda punkThe Desperate Bicycles tenía un punto de vista mucho más adus
to pero probablemente más fiel respecto de la hostilidad situacionista frente
al “espectáculo”. Do ityourself, p araT he Desperate Bicycles, quería decir de
rrocar al establishment de la industria de la música gracias a la posibilidad de
que la gente se hiciera cargo de los medios de producción y creara su propio
entretenimiento, para luego vendérselo a otros espíritus igualmente creativos
y autónomos. Creyentes de los más fervientes del do ityourself,The Desperate
Bicycles coreaban, al final de su debut de principios de 1977 “Smokescreen”: 55
“It was easy, it was cheap -g o and do it” [Fue fácil, fue barato; ve y hazlo].
Ese eslogan se transformó en el estribillo de “The Medium Was Tedium”, el
segundo corte de la banda editado más tarde ese mismo año. “ No hay más
tiem po para seguir siendo un observador”, declaraban en el lado B de
“Medium”, “Don’t Back the Front”, un himno antifascista que incluía el grito
de batalla agitador, “Cut it, press it, distribute it/ Xerox music’s here at last”
[Grábalo, edítalo, distribúyelo/ Por fin llegó la música fotocopiada]. Una nota
en la contratapa revelaba que “Smokescreen” había costado solo £153 y decía
que a la banda “le encantaría saber por qué no has editado tu single todavía”.
En cuanto a la música de The Desperate Bicycles en sí misma, era casi puri
tana en su simplicidad desnuda, con un sonido de guitarra tan escuálido que
estaba al borde de la anemia. Para la banda, era como si la torpeza, lo desali
ñado y lo esquelético se hubieran convertido en los símbolos de membresía
de los verdaderos elegidos punk. La misma deficiencia de las virtudes del rock
tradicional (sonido ajustado, clima) se erguía como prueba de la autenticidad
y la pureza de sus intenciones.
Los singles de The Desperate Bicycles de 1977 tuvieron aún más impacto en
el Reino Unido que Spiral Scratch. La información “desmitifica el proceso” que
aparecía en la contratapa de “The Medium Was Tedium” y la ferviente exhorta
ción “ahora es tu turno” del grupo catalizaron toda una deshilvanada legión de
bandas. Entre ellas estaban muchas de las figuras clave de la era postpunk: Swell
Maps, Scritti Politti, Young Marble Giants, The Television Personalities, Thomas
Leer y Daniel Miller, también conocido como The Normal. “No sé si alguna va.
escuché sus discos, solo quedé infectado por la energía y la idea que los Bicycles
transmitieron en un artículo de Melody Maker acerca de cuán fácil era sacar un
disco”, dice Miller, que en 1977 era un fan de la música electrónica alemana y
un músico frustrado de veintiséis años. Después de leer el artículo de Melody
Maker, Miller salió corriendo a comprar un sintetizador Korg usado por £1 50
y luego se puso a trabajar horas extra ensuem pleo como editor de películas hasta
juntar el dinero suficiente para costear una portaestudio de cuatro canales.
Trabajando en su cuarto en North London, creó “T .V .O .D .” y “Warm
Leatherette”, los dos lados de su single debut que editó él mismo como The
Normal. “Jam ás pensé en acercarme a una compañía discográfica de las ‘gran
des"', recordaba. “N o me gustaban porque habían arruinado a varias de mis ban-
56 das preferidas, como ocurrió con Can, Faust y Klaus Schulze en Virgin.”
El sonido de The Normal era electropunk. “Warm Leatherette”, en espe
cial (puras puñaladas duras de distorsión de sintetizador analógico y letras
desapasionadamente perversas sobre el erotismo de los accidentes automovi
lísticos vía Crash de J.G . Ballard), difícilmente podría haber estado más lejos
de los arpegios sintetizados floridamente románticos de los teclados del rock
progresivo. Al single le fue inesperadamente bien: vendió treinta mil copias y
transformó involuntariamente a Miller en el director ejecutivo de su propio
sello discográfico. Mute Records era el nombre que había puesto en la contra
tapa del disco, junto con la dirección de su casa. Mucha gente asumió que
Mute era un sello discográfico hecho y derecho que se especializaba en elec-
tropop bizarro y, una semana después de que “Warm Leatherette” saliera al
mercado, Miller estaba recibiendo todo tipo de extraños demos por correo.
“Fad Gadget fue lo primero que me gustó lo suficiente como para querer edi
tarlo”, recuerda. ‘'Antes de que pudiera darme cuenta, estaba dirigiendo una
compañía discográfica (trabajando desde casa, sin staff ni nada por el estilo, sí,
pero una compañía discográfica al fin y al cabo).”
A mediados de 1978, una curiosa avalancha de sincronicidad cultural hizo
que “Warm Leatherette” apareciera más o menos al mismo tiempo que otros
varios singles electrónicos lo-fi, todos ellos editados por sellos indie: “United”
de Throbbing Gristle, el EP Extended Play de Cabaret Voltaire, “Being Boiled”,
de The Hum an League, “Paralysis” de R ob en Rental y “Private Plane” de
Thom as Leer. “Hubo una época en la que salieron todos estos discos juntos,
uno atrás del otro” , recuerda Leer. “Y era como, ‘¿De dónde están saliendo
todos estos discos rarísim os?’. N inguno de nosotros se conocía entre sí.
Obviamente, había algo cocinándose.”
En realidad, Thomas Leer y Robert Rental sís e conocían. Dos amigos es
coceses que se habían mudado a Londres durante el apogeo del punk, Leer y
Rental, como Miller, decidieron sacar sus propios discos inspirados por el ejem
plo de The Desperate Bicycles. Alquilaron una portaestudio multipistas por
cinco días, se encerraron, primero, en el departamento de Leer en Finsbury
Park para grabar sus canciones y, luego, la m udaron al otro lado del río
Támesis, a la casa de Rental en Battersea, para que este último también hi
ciera lo propio. “Los discos salieron al mismo tiempo y sonaban parecidos porque
en realidad los hicimos juntos”, dice Leer. También se veían parecidos, con las
tapas fotocopiadas y las etiquetas pegadas a mano. Leer y Rental estaban tan 57
cautivados por el ethos del do ityourself que ambos decidieron dirigir sus pro
pios sellos -O blique y Regular, respectivamente-, en vez de sacar los dos dis
cos por un sello en común. Aunque Leer solo prensó 650 copias de “Private
Plane” -con “International” en el lado B -, una de ellas halló su camino hasta
las oficinas de NME y acabó convirtiéndose en el Single de la Semana.
“Private Plane” sonaba electrónico, pero en realidad Leer no tenía un sin-
tetizador. En vez de eso, procesó su guitarra y su bajo usando una variedad de
artilugios y pasó el sonido del stylophone (un teclado electrónico por aquel en
tonces de moda que se toca con una lapicera) de Rental a través de un efecto
de eco. Todas estas diáfanas texturas arremolinadas le daban a “Private Plane”
una sensación etérea que era perfecta para su clima de serenidad lejana teñida
de melancolía, clima libremente inspirado en un programa de televisión nuevo
que trataba acerca del huraño multimillonario Howard Hughes. La voz extra-
mundana de Leer es igual de perfecta, pero también es cierto que hubo una
cuota de casualidad en eso: tuvo que susurrar porque la grabación se hizo de
noche en su departamento de un ambiente y no quería despertar a su novia.
Más que en la brigada electrónica, sin embargo, The Desperate Bicycles
ejerció su mayor influencia en el escuadrón de las guitarras noise. Adolescentes
creciendo en Solihull -u n suburbio de clase media en los márgenes de la ciu
dad industrial de Birmingham, en el área central de Inglaterra—, Swell Maps
eran un grupo de amigos nucleados alrededor de dos hermanos que odiaban
tanto su apellido (Godfrey) que se rebautizaron como Nikki Sudden y Epic
Soundtracks. Cuando salió “Smokescreen”, de hecho, Swell Maps ya existía
hacía cinco años en calidad de cierto tipo de banda de rock imaginaria que se
juntaba a grabar discos en grabadoras de cinta abierta para transformarlos luego
en cassettes con arte de tapa y booklets internos incluidos.
“'Armábamos estudios de grabación en casa cuando nuestros padres se iban
de vacaciones”, dice Sudden. “Pero no fue hasta que The Desperate Bicycles
editó su primer single que nos dimos cuenta de que en realidad sí se podía ir
a reservar un estudio profesional y hacer un disco. Pensábamos que solo las
disqueras grandes podían contratar estudios profesionales, ¡lo que ahora suena
ridículo! Tan pronto como entendimos que cualquiera podía hacerlo, reserva
mos inmediatamente este lugar en Cambridge, un estudio llamado Spaceward,
cuyas publicidades solían aparecer en la contratapa de Melody Maker, las diez
58 horas de sesión costaban ciento cincuenta libras.”
Juntando sus ahorros y pidiendo más plata prestada a los padres de los her
manos Godfrey, Swell Maps prensó dos mil copias de su single debut, “Read
About Seymour”. Editado independientemente a través su propio sello, Rather,
a menudo se dice que el single habla de Seymour Stein, el fundador de Sire, el
sello americano en la vanguardia de la new wave que había firmado con Talking
Heads y los Ramones. En rrealidad, el título hace referencia a otro Seymour Stein
com plet^ente distinto, este último t ^ b ié n conocido como “el rey de los mods”
en la Inglaterra de los sesenta. La letra, sin embargo, había sido compuesta usan
do el método cut-up. Otra canción había hallado su lírica combinando una por
ción de texto sacada de un cuento para niños de Enid Blyton con palabras to
madas de un libro sobre pilotos de combate. Los miembros de Swell Maps estaban
obsesionados con la guerra, pero de modo caprichoso e infantilmente inocuo.
“Then Poland”, “Midget Submarines” y “^mmunition Train” echaban mano a
la historia militar (especialmente a las guerras de sucesión españolas de princi
pios del siglo ^VIII) y al personaje de los cuentos de aventuras para niños Biggles,
que también era un piloto de combate. Amaban además los programas de tele
visión que Gerry Anderson había hecho en los sesenta, los shows de marionetas
Thunderbirds y Stingray. Fue un episodio de Stíngray, de hecho, el que le puso
título al álbum debut de la banda, A Trip to Marineville. “Diría que nuestras ma
yores influencias eran T. Rex, Can y Gerry Anderson”, cuenta Sudden. “Lo que
no es una mala combinación. Siempre deseamos poder usar a Barry Gray, el tipo
que hizo toda la banda sonora de Thundorbirds, para que hiciera las orquestacio
nes de nuestros temas.”
Junto con sus amigos de Television Personalities, Swell Maps inventó toda
una nueva rama del postpunk que hada de la ingenuidad un fetiche y estaba
caracterizada por voces débiles, ritmos temblorosos, monótonas líneas de bajo
rudimentarias y guitarras frenéticas y disonantes. Las bandas do ityourselfse re
godeaban en el potencial de la guitarra para generar ruido, pero tampoco es
que rockeaban y, ciertamente, no rolleaban en lo más mínimo. Para los creyen
tes, esto era la verdadera realización del ethos “acá-hay-tres-acordes-ahora-em-
pieza-una-banda”, mucho más aún que el punk pesado y acelerado de la pri
mera ola (claro que, en este caso, muchas bandas ni siquiera sabían tres acordes).
“Me llevó dos años aprender dos acordes”, le dijo Sudden a NME. “N o puedo
imaginarnos volviéndonos prolijos, afinados y todo eso jamás. Apenas si ensa
yamos (como una vez cada seis meses).” 59
Defensores fervientes del amateurismo, los miembros de Swell Maps creían
que las bandas se arruinaban cuando pasaban a depender de tocar en vivo y
editar discos para ganarse la vida. Una de las razones por las que Swell Maps
se separó apenas antes del lan^zamiento de su segundo disco, jane From Occupied
Europe, fue que se estaban volviendo demasiado exitosos, con una gira por los
Estados Unidos en ciernes. Muchas de las bandas que estaban empezando a
seguir el camino trazado por Swell Maps, de todos modos, fueron un paso más
allá e igualaron amateurismo con mera incompetencia, haciendo una bande
ra del hecho de evitar d eliberad^ente cualquier cosa que pudiera sonar a pro
fesionalismo o habilidad. El espíritu do ityourselfde'p de ser aquella liberado
ra declaración de que “cualquiera puede hacerlo” para convertirse en un
mandato restrictivo a sonar como cualquiera puede hacerlo. Swell Maps siem
pre fue más amplio y experimental que eso, sin embargo: por cada desmadre
frenético como “Let’s Build a Car”, había un inquietante instrumental metá
lico como “Big Empty Field”, un track ruidoso y repleto de vacíos cavernosos
que bien podría ser el eslabón perdido entre Neu! y Sonic Youth.
Al principio, Swell Maps tuvo problem as para difundir “ Read About
Seymour”. Pese a la tempranísima ayuda del DJ de Radio O n e,Jo h n Pee!, que
lo pasó más de una docena de veces en tres semanas en su programa noctur
no, las ventas del single debut se estancaron alrededor de las 750 copias. Al día
siguiente de haber llegado a Londres para grabar una sesión de Swell Maps
para Peel, Sudden pasó de casualidad por la puerta de la disquería Rough Trade,
que para ese entonces también era el cuartel general de la incipiente distribui
dora del mismo nombre. “Uno de los tipos de la disquería me preguntó, ‘¿Te
queda algún single?'. Y yo dije, ‘Eh, como mil’. Así que él dijo, ‘Nos quedare
mos con todo el lote'.”
La alianza que se tejería entre Rough Trade y Swell Maps es un ejemplo
perfecto del rol que el sello londinense enseguida asumiría como principal
agitador del movimiento independiente del Reino Unido. Inicialmente, Rough
Trade parecía ser solo otro sello indie más de la primera ola del postpunk, no
más importante que otros pioneros como Small Wonder, Cherry Red, Rabid,
Industrial y Step Forward. Pero, en muy poco tiempo, la nueva distribuido
ra estaba brindándoles información, ánimos y apoyo a otros sellos nuevos.
Más importante aún, Rough Trade le adelantaba dinero a las bandas para que
60 pudieran abrir sus propios sellos o editar más copias de determinado disco.
A menudo se asociaba con sellos pequeños, de una sola banda (como Rather,
de Swell M aps), y Rough Trade se hacía cargo de pagar la manufactura del
disco y de conseguir los derechos de distribución para editarlo. En cierto sen
tido, esta era una forma astuta de hacer negocios (Rough Trade ganaba casi
todo su dinero de la distribución de discos independientes), pero lo cierto es
que estos tratos de “ E & D ” (edición y distribución) también estaban carga
dos de una intensa dosis de idealismo. Rough Trade estaba ideológicamente
comprometida a ayudar a los individuos a que alcanzaran su autorrealización
a través de la autonomía creativa. Daniel Miller, por ejemplo, recibió tres mil
libras para prensar dos mil copias más de “Warm Leatherette”, que Rough
Trade luego distribuyó. También le dieron una base de operaciones para su
embrionario sello Mute. Dice Miller: “N o tenía una oficina, así que me de
jaban recibir los discos de la planta prensadora ahí y luego enviarlos por co
rreo desde sus cuarteles generales”.
Com o muchos otros sellos y distribuidoras independientes de esta época
y posteriores, Rough Trade había sido originalmente una disquería. Un gra
duado de Cambridge obsesionado con la música, GeoffTravis, pasó varios años
haciendo auto-stop por los Estados Unidos. Había comprado “literalmente
cientos de discos para cuando llegué a San Francisco”. Los envió a Londres.
En su cabeza se iba gestando la fantasía de “abrir un local en el que se pudie
ra estar todo el día escuchando discos sin que nadie te molestara demasiado”.
Com prándole todo el stock a una disquería de Cambridge que había entrado
en quiebra, Travis se instaló en Londres, en Ladbroke Grove, un barrio oscu
ro y económico que ofrecía un “tránsito potencial” suficiente gracias a su mez
cla de bohemios y rastafaris amantes del reggae (parte importante de la pobla
ción local estaba formada por inmigrantes caribeños).
Inaugurada en febrero de 1976, Rough Trade “se convirtió en un imán para
la comunidad local”, diceTravis. “ Era un lugar en el que se podía pasar el rato
y mirar los discos sin que nadie te acosara, un lugar en el que se podía escu
char música realmente fuerte todo el día. Teníamos sillas cómodas, gigantes
cos parlantes y todas las ediciones promocionales de los prelanzamientos de
reggae, que yo compraba todas las semanas en un depósito en North London.”
Com o The lOlers, la banda de Joe Strummer, tocaba ahí cerca en The Elgin
Pub, y Mick Jones vivía al lado del cruce elevado de la autopista Westway,
“Rough Trade estableció una conexión con el punk realmente temprano”, dice 61
Travis. “¡Y Steve Jones, de los Sex Pistols, venía a vender los discos que roba
ba!” Rough Trade era el único lugar en Londres donde se podían comprar im
portaciones norteamericanas como la revista Punk y los singles que Pere Ubu
y Devo habían editado en sus propios y minúsculos sellos independientes,
Hearthan y Booji Boy.
Aunque era una com pañía privada, Rough Trade era dirigida com o si
fuese propiedad colectiva de los trabajadores. Todo el m undo cobraba lo
m ism o y tenía el m ism o derecho a opinar. “Tenían un sistema de rotación,
y todos se turnaban para hacer el té o barrer”, dice Tony Fletcher, el editor
adolescente del fanzine Jamming, que solía pasar el rato en Rough Trade des
pués del colegio, todavía con el uniforme puesto. Había reuniones constan
tes, durante las cuales se discutían con igual fervor pesadas cuestiones ideo
lógicas y mundanos detalles operativos. Aunque este tipo de ethos comunal
podía ser fácilmente parodiado como una “reacción” hippie, Travis subraya
que “pese a que la gente tiene esta mirada antiizquierdista de las cooperati
vas y las ve como algo desorganizado, con un montón de gente sentada ha
ciendo nada y charlando todo el día, Rough Trade no era así en lo más mí
nimo. Durante cierta cantidad de años funcionó a la perfección e hicimos
mucho. Pero las líneas de responsabilidad estaban bastante claras: cada quien
se ocupaba de un área diferente”.
Este tipo de valores colectivistas fue parte importante de la cultura radical
de mediados de los años setenta. Tanto Libération, el diario francés de izquier
da, como Time Out, la revista de eventos bohemia de Londres, funcionaban
como cooperativas, sin jerarquías ni diferencias de sueldo. Para finales de la
década, había cerca de trescientas cooperativas en el Reino Unido, la m itad de
ellas comercios de comida integral, y el resto abarcaba todo el espectro que va
desde librerías radicales hasta locales de artesanías. Fue de hecho durante la
primera mitad de los setenta cuando las ideas de la contracultura de la década
anterior se propagaron y se implementaron de forma generalizada. La ocupa
ción de casas y departamentos, por ejemplo, era “inmensa”, recuerda Travis.
“Yo viví en departamentos ocupados por todo Londres.” Pero el movimiento
cooperativo no se trataba solamente de hippies mugrosos que vivían en comu
nidades y desertores anarquistas. Las ideas colectivistas también circulaban en
el mainstream político. En 1974, Tony Benn, un miembro del gabinete del go-
62 bierno laborista de extrema izquierda, tenía grandes planes para montar coo
perativas de trabajadores subsidiadas por el Estado para que se hicieran cargo
de compañías que habían quebrado, algo que finalmente sí pasó con el Scottish
Daily News y la fábrica de motocicletas Norton Villiers Triumph.
Además de inspirarse en la cultura socialista británica, Travis también podía
recurrir a su propia experiencia de la vida en los kibutz de Israel. “Soy judío,
y mis padres me mandaron un verano a visitar a unos parientes lejanos y pasé
algún tiempo en un kibutz. Había mucho idealismo en los primeros días del
movimiento. Los impulsos eran en gran medida realmente puros. Me gustaba
la manera en la que se organizaban -tod os desayunaban juntos, vivían en co
munidad, tomaban decisiones de m odo relativamente racional. Todo el mundo
sabía lo que estaba pasando. Parecía ser una manera más sensata de manejar
las cosas; semiutópica, pero no imposible.”
Com o ocurrió en otras disquerías devenidas sellos discográficos, la activi
dad diaria del staff de Rough Trade -revisar los nuevos lanzamientos y definir
cuáles eran buenos y cuáles no, la innumerable cantidad de pequeñas decisio
nes que tenían que tomarse respecto de cuántas copias de determinado disco
había que tener en stock o si era necesario pedir más o n o - enseguida empe
zó a requerir de una intuición similar a la de las discográficas grandes respec-
to de qué estaba “bueno” musicalmente hablando y hacia dónde iba el punk
como un todo. Aún así, pasaron dos años completos entre la inauguración del
local y la primera edición oficial del sello en febrero de 1978, “París Maquis”
de Metal Urbain. “Creíamos que eran los Sex Pistols franceses”, dice Travis.
Luego vino un single de Augustus Pablo. Sería recién ROUGH 3 (el EP Extended
Play del trío experimental de Sheffield Cabaret Voltaire), sin embargo, el que
realmente daría con la Gestalt postpunk emergente.
El mismo idealismo igualitario que le daba forma a las operaciones coti
dianas de Rough Trade también regía sus arreglos con los artistas. Los contra
tos se firmaban por un solo disco y se basaban en la división 50/50 de las ga
nancias entre la banda y el sello. “Les adelantábam os todo el dinero que
necesitaran para la grabación, la promoción, lo que fuera”, dice Travis. “Los
artistas aportaban su trabajo, su inspiración y su genio. Desde entonces, la di
visión 50/50 ha sido adoptada por innumerables sellos indie: Joy Division con
Factory, Depeche Mode con Mute, todos tenían ese arreglo.”
Una de las ventajas de estos arreglos válidos por un solo disco, en general
de palabra y basados en la confianza personal antes que en abogados y contra- 63
tos, era su capacidad de respuesta inmediata, mucho más adecuada, por lo
demás, a las veloces fluctuaciones estilísticas del universo postpunk. “Uno podía
ver a una banda increíble y decir, esa misma noche, ‘Hagamos un disco’, y en
cuatro semanas el disco estaba en la calle”, dice Travis. “Se podía ir directa
mente al grano, ponerse a trabajar inmediatamente.” Travis también cree que
estos arreglos 50/50, de un solo disco, ayudaron, además, a crear un medioam-
biente propicio para que las bandas crecieran. “Crean las condiciones psicoló
gicas necesarias para que los músicos den lo mejor de sí mismos porque están
en control de la situación, pero les brinda un socio que no es débil, que puede
ayudarlos.” Por el contrario, el sistema de las discográficas grandes seducía a
las bandas con importantísimos avances a cuenta de futuras regalías a cambio
de que estas hipotecaran sus vidas enteras por escrito y, más tarde, se vieran
forzadas a soportar inmensas presiones de parte de la compañía porque debí
an aumentar las ventas para recuperar la inversión inicial. “N o importa cuán
to ‘control creativo' se le da a una banda”, le dijo Travis a Rolling Stone. ‘Aún
así, estás bajo contrato. Los contratos a largo plazo endeudarán a una banda
con costos de grabación y gira. Y entonces, las bandas tienen que producir
cuando todavía no están listas para hacerlo. Tienen que escribir canciones cuan-
do no tienen nada para decir.” Pocas bandas sobreviven al sexto u octavo álbum
originalmente incluido en sus contratos.
De acuerdo con Nikki Sudden, sin embargo, la división 50/50 tenía una
contra. “Uno hace un montón de dinero si vende un montón de discos, pero
si uno no vende mucho o, directamente, no vende nada, uno no recibe nada."
Sin adelantos para cubrir sus gastos cotidianos, las bandas no podían dejar sus
trabajos fijos. Aun así, siempre podían trabajar en RoughTrade, como muchos
de los artistas del sello lo hicieron. “Epic y yo trabajamos ambos en la disque-
ría por algo así como un año”, dice Sudden. “Me echaron por ser descortés con
la clientela rasta. Venían y querían escuchar todos los prelanzamientos de reg-
gae enteros, cada uno de ellos de seis minutos de duración, y uno sabía que
nunca iban a comprar nada. ¡Después de un tiempo me harté y ponía todo lo
que me pedían por solo medio segundo!”
Hacer que los músicos se ensuciaran las manos como vendedores o empa
quetando los discos para su distribución cuajaba con la filosofía de Rough Trade.
Tenía un aire levemente maoísta, algo así como hacer que la inteUigentsia tra-
64 bajara en los arrozales. Ciertamente, a Travis le gustaba pensar en los músi
cos más como trabajadores culturales que como artistas o estrellas. Hablaba
de cómo Rough Trade no era ni parte del negocio de la música ni parte del
m undo del arte, sino, antes bien, un espacio de producción cultural que im
plicaba la colaboración y el apoyo mutuo. Fue esta visión pragmática y poco
glamorosa, en efecto, la que le dio al sello algo así como una imagen de “fru
galidad socialista”.
Sin embargo, Rough Trade tampoco estaba interesada en hacer románti
cas las cosas ni en preservar la mística del rock ’n' roll. Creían en la desmitifi-
cación. “La gente ejerce control a través de la mistificación”, dice Travis. “Les
gusta hacerte creer que es ineludible. Los ingenieros de grabación pueden po
nerse así en el estudio. Yo no tenía ninguna experiencia previa en el estudio,
pero produje ‘Nag Nag Nag’ para Cabaret Voltaire y coproduje discos de The
Raincoats, Stiff Little Fingers, The Fall. En realidad, no teníamos demasiada
idea de lo que estábamos haciendo, pero en ese momento histórico en parti
cular uno podía tener la confianza suficiente para ir y hacerlo de todos modos.”
Sin distribución efectiva, el ethos del do ityourselfsolo estaba gritándole al
vacío. Pero Travis se oponía rotundamente a la idea de infiltrarse en el mains-
tream y firmar con compañías grandes para poder usar su aparato de distribu-
ción. “Eso de cambiar las cosas desde adentro es una estupidez”, declaró. ¿En
dónde estaban los ejemplos históricos de cualquiera que efectivamente lo hu
biese conseguido? El logro más importante de Rough Trade fue organizar el
Cartel, una red de distribución independiente apoyada en la alianza entre
Rough Trade y Small Wonder, ambos con base en Londres, y sus colegas re
gionales Probe, Revolver y Red Rhino. Para los sellos pequeños y los discos
autogestionados, la posibilidad de una distribución de alcance nacional abría
las puertas a la chance de una verdadera comunicación, que ahora alcanzaba
a una audiencia entera de espíritus afines desperdigados por todo el país.
También significaba entonces que había más probabilidades de recuperar los
costos y seguir adelante. Poco glamorosa pero por completo vital, la red del
Cartel ofrecía la infraestructura necesaria para una cultura genuinamente al
ternativa. Hoy, Travis habla de la distribución independiente como algo “ba
sado en un principio político sonoro: si se controlan los medios de distribu
ción, se tiene mucho poder. Era obvio que los canales de la cultura estaban
controlados. Me enojaba no poder comprar literatura de izquierda decente o
la revista feminista Spare Rib en las cadenas comerciales como W HSm ith. Así 65
que ahí había una necesidad política muy clara de construir una red de cir
culación para todo lo que nos gustaba” .
“T odo lo que nos gustaba” no solo incluía discos, sino también fanzines,
la versión impresa del do ityourself. “Sniffin Glue era súper importante” , dice
Travis recordando el punkzine pionero. “Le comprábamos montones de co
pias a su fundador, M ark Perry, y también lo dejábamos usar nuestra oficina
para abrocharlas.” Para 1980, Rough Trade recibía un promedio de doce fan
zines nuevos cada semana y distribuía a nivel nacional todos los que pasaban
su riguroso escrutinio en busca de solidez ideológica. “Rough Trade de hecho
les decía a los editores de fanzines: ‘Lo leeremos y si hay cualquier cosa racis
ta o sexista lo devolveremos"', recuerda Tony Fletcher, de Jamming. También
había intervenciones no-oficiales: “ ¡Recuerdo haber recibido algunas copias
de Jam m ing de vuelta y descubrir que alguien de Swell M aps las había gara
bateado todas porque no estaba de acuerdo con mi crítica de su disco! Era
una cultura muy discutidora” .
A pocas cuadras de la base de Rough Trade en Ladbroke Grove había una
com pañía llamada Better Badges, líder en el m ercado de los parches new
wave (una forma crucial de exhibir las propias lealtades en la ropa durante
los días de apogeo del m ovim iento), Para entonces la com pañía “se había
transformado en la oficina de compensación/liquidación para los fanzines”, dice
Fletcher. El dueño de Better Badges, un hippie idealista devenido postpunker
llamado Joly, le ofrecía a los editores de fanzines algo parecido a lo que Rough
Trade le ofrecía a las bandas con sus arreglos de edición y distribución, un
servicio de “imprime ahora/paga luego” que ayudaba a los nuevos zines a des
pegar. Rough Trade, mientras tanto, se iba volviendo cada vez más y más
seria y ambiciosa, diversificándose hacia la edición de música e, incluso, ha
blando de abrir su propia revista cultural alternativa.
La idea del sello independiente y el m ovim iento do ityourseif era tan
nueva y excitante por ese entonces, dice Travis, “que la gente salía corrien
do a comprar cualquier cosa que fuese parte de eso. Eso es lo que la gente
olvida. En aquel momento, los discos solían venderse. Hoy, uno podría mover,
si tiene suerte, tal vez dos mil copias, pero en aquel entonces cualquier cosa
más o menos decente vendía entre seis y diez m il”. Algunos singles particu
larmente capaces de expresar su propia época - “W arm Leatherette” es un
66 buen ejemplo de esto- podían vender más de treinta mil copias. Pero lo que
en verdad le dio a Rough Trade un lugar en el mapa e hizo que las disco-
gráficas grandes se pusieran en guardia y empezaran a prestar atención a lo
que estaba ocurriendo fue el ascenso -sin escalas- de Inf/ammable Material,
el disco debut de la banda punk de Belfast S tiff Little Fingers editado por
el sello, hasta el puesto núm ero 14 de los charts pop nacionales del Reino
U nido en febrero de 1979.
Para este entonces, las bandas alternativas ya tenían un objetivo propio al
que apuntar: los Charts de Singles y Álbumes Independientes creados por el
jefe de Cherry Red, lain McNay, a fines de 1979, e inicialmente publicados
en la revista Record Business. “Independiente” definía a todos aquellos discos
producidos, manufacturados, promocionados, distribuidos y vendidos al por
menor de forma independiente. Las publicaciones musicales semanales ya ve
nían publicando charts indie antes de esto, pero siempre se habían basado en
lo que se vendía como pan caliente en una sola disquería. Los charts de Record
Business, en cambio, usaban ahora la información de ventas de un montón de
pequeñas disquerías de todo el país.
Sin embargo, aunque los charts independientes fortalecieron inmensa
mente el sentido de identidad que la propia escena tenía de sí misma, algu-
nos los criticaban por considerar que animaban a las bandas y a los sellos a
apuntar más bajo de lo que podían, favoreciendo en el proceso la creación
de cierto tipo de ghetto neohippie. “N o creo en eso de salirse del sistem a ni
en las culturas alternativas ni en ninguna de esas estupideces” , le dijo Bob
Last a NME. “Creo que la new wave se trata de entrar en el sistema, de pele
ar por un lugar dentro del sistema. Uno se tiene que meter ahí dentro y lu
char por un lugar.” Consecuentemente, Last animó a las cuatro bandas más
importantes de Fast Product -T h e Mekons, Gang o f Four, T he Scars y The
Human League- a que firmaran con las discográficas grandes con base en
Londres apenas tuvieran la oportunidad de hacerlo. Last le vendió todo el
catálogo de Fast Product a EMI y cerró el sello, sintiendo que su “interven
ción” ya estaba completa.
Esta cuestión de la independencia versus la infiltración, el regionalismo
versus la centralización, era un área en la que Fast Product y Factory disentí
an enfáticamente. Tony Wilson había visto cómo los primeros sellos indie de
Manchester, New Hormones y Rabid, se habían rendido ante el capital. Wilson
recuerda preguntarle a Tosh Ryan, de Rabid, en el otoño de 1977, por qué 67
había dejado que las compañías discográficas de Londres se llevaran a sus me
jores artistas, Jilted John y John Cooper Clarke. “Todavía puedo verlo-dicien-
do: ‘Ah, ser independientes solo fue un pequeño período de idealismo que
atravesamos’. Era com o si la única razón de ser de los sellos indie fuese exis
tir por unos pocos meses, solo por el tiempo necesario para que los mana-
gers pudieran conseguirles a sus bandas contratos con discográficas im por
tantes.” Wilson estaba decidido a resistirse a la atracción centrípeta de Londres
y a construir una base de poder en Manchester, la ciudad que amaba. Su fer
viente declaración de principios federalista y pro-ciudades de provincias fue
im itada por otros sellos indie en toda Gran Bretaña, especialm ente en el
Norte y en Escocia. Durante algún tiempo, el chart de álbum es indepen
dientes incluyó invariablemente dos o tres compilaciones regionales o de al
guna ciudad en particular cada semana, com o Is the War Over? de C ardiff y
Bouquet o f Steel de Sheffield.
Desde los conceptualistas preocupados por el estilo como Fast Product
y Factory hasta las operaciones más formales y serias com o Rough Trade y
Cherry Red, los sellos independientes postpunk del Reino Unido a menudo
no estaban completamente de acuerdo en lo que a música, packaging, polí-
tica -lo que fuera- se refiriera. Pero, por una breve edad de oro -u n os cinco
años entre 1977 y 1981-, estuvieron todos en el mismo bote. “Lo que nos unía
-dice Daniel Miller- ¡era que ninguno de nosotros sabía lo que estaba hacien
do! Sin embargo, éramos todos grandes amantes de la música, y teníamos ideas
fuertes respecto de lo que nos gustaba y lo que queríamos. Yo no tenía for
m ación alguna en negocios. Pero, de repente, uno se daba cuenta de que
podía tener acceso a esta industria que siempre había parecido muy miste
riosa. La industria discográfica pasó de ser muy cerrada, cosa que seguía sien
do así durante la primera ola del punk, a abrirse completamente. Y eso animó
a m ucha gente como Tony Wilson y yo -personas que nada teníamos que
ver con la industria discográfica- a involucrarse y hacer que nuestros sueños
se volvieran realidad.”
68
CAPÍTULO 3
RESURGIMIENTO TRIBAL:
THE POP GROUP Y THE SLITS
The Slits y The Pop Group también fundarían su propio sello independien- 69
te, Y Records, que sería distribuido por Rough Trade. Antes de que las dos
bandas se unieran para formar algo así como una tribu postpunk tanto The
Slits como The Pop Group hicieron sus propios intentos de “infiltrarse para
trabajar desde adentro” . Con contrato en discográficas importantes y edi
tando sus álbumes debut en 1979, The Pop G roup y The Slits eran consi
deradas dos de las bandas más excitantes e innovadoras de la primera ola
del postpunk.
La genialidad de The Pop Group residía en la intensidad de la pasión que
todos sus integrantes sentían por la música negra. Com o no podían acom o
darse sencillamente en el reggae, o solo en el funk, o simplemente en el jazz,
fueron hasta el fondo con los tres estilos en simultáneo y, aunque de hecho
sería precisamente esta crisis J e identidad la que en última instancia causaría
la ruina de la banda, mientras tanto los shows caóticos y los discos desproli-
jos pero irresistibles de The Pop Group sirvieron de faro para un sinfín de
bandas contemporáneas que estaban intentando descubrir hacia dónde había
que ir a continuación.
El funk fue una de las cosas que sostuvo a los futuros miembros de The
Pop Group durante la calma prepunk de mediados de los setenta. “Éramos el
Ejército Funk de Bristol”, dice el cantante de la banda, Mark Stewart. “Íba
mos a clubes y bailábamos al ritmo de las densas líneas de bajo de discos ame
ricanos im portados, temas de B.T. Express, Fatback Band, Ultrafunk. En
1975, yo tenía catorce años, pero me dejaban entrar porque medía dos me
tros.” Para los fanáticos del funk británicos, la ropa era tan importante como
la música. “ Usábamos cosas como zapatos abotinados en dos tonos con altas
suelas de goma, zoot suits, sandalias de plástico y sweaters de angora”, recuer
da Stewart. “Después descubrí que, antes del punk, había habido chicos pa
recidos a nosotros en todas las ciudades del Reino Unido, chicos a los que les
gustaba el funk y la ropa de los cincuenta. Y la mayoría de ellos se metió en
el punk cuando apareció.”
En cuanto al reggae, The Pop Group lo asimiló naturalmente, casi como
si se tratara del aire de Bristol que inhalaban todos los días. La ciudad tenía
una población negra significativa, en gran parte debido al influjo de inmigran
tes caribeños durante la década del cincuenta pero, también, a causa del hecho
de que Bristol había sido, en el siglo ^XVIII, uno de los puertos más importan-
70 tes de Inglaterra para el comercio de esclavos. Principalmente concentrada en
el área de St. Paul (un barrio pobre de casas adosadas en hilera y monoblocks
bajos que no parecía en realidad un ghetto, pero que, sin embargo, habría de
convertirse en el escenario de uno de los disturbios más destructivos de la his
toria del Reino Unido en abril de 1980), la población caribeña de Bristol hizo
de la ciudad una de las grandes zonas de entrecruzamiento entre el punk y el
reggae de Gran Bretaña. Stewart, Bruce Smith y Simon Underwood -estos úl
timos dos futuros baterista y bajista d eT h e Pop Group, respectivamente- so
lían aventurarse en St. Paul para merodear los “blues”: “A menudo éramos los
únicos tipos blancos del lugar, pero nunca nos molestaban”, dice Smith. “Bueno,
¡tal vez antes de que yo aprendiera un par de cosas me estafaron intentando
comprar hierba!” , se ríe. También devoraban cuanto disco de reggae fueran ca
paces de encontrar. “Cuando teníamos catorce o quince años, íbamos todos
los viernes a esta disquería llamada Revolver para escuchar los prelanzamien-
tos de reggae que acababan de llegar de Londres, los traían en camioneta”,
recuerda Stewart.
Excitados frente a la ferocidad de su expresionismo emocional abstracto,
su elevado filo intelectual y sus ambiciones cósmicas, estos jóvenes amigos
también empezaron a explorar, junto con el funk y el reggae, el jazz. Sin de-
jarse desanimar por la falta de toda técnica o conocimiento formal alrededor
de este tipo de música, The Pop Group se lanzó de lleno a la improvisación,
con los aullidos de Stewart y los estallidos del saxo de Gareth Sager desempe
ñando el rol de los elementos más evidentemente “free” de la vorágine. “Mi
recuerdo de nosotros tocando es que era o realmente fantástico y extraordi
nario o realmente horrible”, se ríe Smith. “¡No había mucho punto medio!”
The Pop Group veneraba la cultura beat que rodeaba al jazz y a poetas y es
critores como Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William S. Burroughs. La ver
sión original de la banda, cuando esta aún no era más que una fantasía en la
cabeza de Stewart, se llamaba de hecho The Wild Boys, un homenaje a la no
vela de Burroughs del mismo nombre.
Músicos funk de ojos azules, atrevidos rastas blancos, “beatniks del maña
na' (como se apodaron ellos mismos en una entrevista), The Pop Group se ne
gaba a elegir una única identidad. Cargados de referencias a la moda y mos
trando una ambición apabullante, T he Pop Group llegó a la escena postpunk
con un timing perfecto, justo cuando todo el m undo se estaba rascando la ca
beza y preguntándose: “¿Y ahora hacia dónde vamos?”. Su impacto en la pren- 71
sa especializada fue inmediato. The Pop Group apareció en la portada de NME
en septiembre de 1978, cuando todavía no habían sacado ni un solo disco. Lo
amorfo de su existencia los hada una mancha de Rorschach perfecta para la
imaginación de los críticos, un lienzo lleno de colores saturados que era ideal
para explorar la cuestión del “después del punk”. “Los periodistas más gran
des nos amaban porque podían usarnos para hablar de las cosas que realmen
te les gustaban, esas cosas que, en secreto, preferían por sobre el punk rock (el
dub, Captain Beefheart, los discos de Miles Davis de principios de los años se
tenta...)", dice Stewart.
Tam poco hacía ningún daño que The Pop Group se viera genial. Sus tra
jes evocaban tanto una elegancia atemporal, no rockera, como una sobriedad
y una seriedad vigorizantes. En las entrevistas, se veían y se oían como agita
dores intelectuales. Los primeros artículos sobre The Pop Group empezaban
típicamente con el periodista a cargo maravillándose de la erudición y la ca
pacidad argumentativa de la banda mientras se hacía referencia casi obligada
a sus impresionantes bibliotecas y colecciones de discos. “Teníamos dieciséis
o diecisiete años, nos quedábam os despiertos toda la noche charlando, fu
mando porro”, recuerda Smith. Se sacaban chispas mientras los sistemas de
pensamiento -la liberación libidinal de Wilhelm Reich, el teatro de la cruel
dad de Antonin Artaud, la revuelta del situacionismo contra la alienación-
colisionaban y entraban en contradicción. Ebrios de ideas, los integrantes de
The Pop Group se dedicaban a derribar sistemáticamente todo supuesto y
manera de pensar preestablecida. “ Empezamos a cuestionar todo, hasta lle
gar al corazón de las relaciones personales, las cosas que ocurrían entre la au
diencia y la banda”, dice Stewart. D e acuerdo con Vivien Goldm an, una pe
riodista amiga de la banda que salió con Stewart por algún tiempo, “la obsesión
de The Pop Group era estar continuamente a la vanguardia de la búsqueda
de nuevas maneras de hacer todo”.
De toda esta confusión de fuentes de inspiración y autocuestionamientos,
emergió algo así como una música de protesta dionisíaca, un torbellino de
ruido retorcido y letras que disolvía las divisiones artificiales entre política y
poesía, lujuria y espiritualidad. Stewart veía a The Pop Group como parte de
una gran tradición de artistas de vanguardia políticamente comprometidos,
un continuo que se extendía desde los salones radicales de la Revolución
72 Francesa hasta los movimientos de la década del sesenta com o Fluxus y el si
tuacionismo (que creían que el arte radical y la revolución política eran inse
parables), pasando por los dadaístas y los surrealistas, que, además, habían sido
fervientes comunistas. Así, del mismo m odo en que el situacionismo despo
tricaba contra la “pobreza de la vida cotidiana” de la próspera sociedad de con
sumo, canciones de The Pop Group como “We Are Time” ardían con una furia
vital inigualable. “No querer estar meramente vivo”, dice Stewart, “sino que
rer liberarse de toda opresión. Teníamos esta idea romántica de que había que
pasar por el nihilismo, por este intenso proceso de ‘falta de condicionamien
to’ para poder emerger luego del otro lado con algo realmente positivo”.
Com parando a The Pop Group con el síndrome de combustión espontánea
humana, por aquel entonces apenas conocido, Stewart le dijo a la revista ZigZ,ag.
“Nuestra creación artística es el resultado de una presión interna aguda”. El
fuego, de hecho, figuraba en la imaginación de T he Pop Group como un es
tado del ser ideal que evocaba tanto los disturbios en las zonas marginales como
los rituales paganos y el free jazz de la década del sesenta, ese de Fire Music de
Archie Shepp. Una de las mejores canciones de la banda, “Thief o f Fire” [Ladrón
del fuego], usaba el mito de Prometeo para hablar de la cruzada por el “cono
cimiento prohibido, yendo a lugares desconocidos”.
Y, en efecto, el ascenso de The Pop Group sí fue bastante parecido a un gran
incendio forestal. En solo un par de shows, se transformaron en el epicentro de
la escena postpunk de Bristol. Enseguida, estaban abriendo presentaciones
para artistas ya consagrados como Patti Smith, Elvis Costello y T h e Stranglers
(cuyo cantante, Hugh Cornwell, estaba tan obsesionado con la banda que
produjo y financió sus demos). A finales de la primavera de 1978, The Pop
Group acompañó a Pere Ubu, por ese entonces en el punto más alto de su ca
rrera, en su primera gira por el Reino Unido. La banda abrió a continuación
las negociaciones con Andrew Lauder, el fundador de Radar Records (que era
el sello que había editado Datapanik, el EP de Pere Ubu). Un ejecutivo disco-
gráfico de muchísima experiencia que había sobrevivido hábilmente a la tran
sición entre la música progresiva pre-punk y la new wave, Lauder ya había
sido el responsable de firmar con The Stranglers y Buzzcocks mientras traba
jaba para United Artists. Ahora estaba a la búsqueda de bandas de ultravan-
guardia para Radar, un sello cuasiautónomo que combinaba una sensibilidad
provocadora, independiente, con todos los beneficios del aparato de distri
bución de una disquera grande. 73
Finalmente editado por Radar en marzo de 1979, el single debut de The
Pop Group, “She Is Beyond G ood and Evil”, era un despilfarro emocionan
te de líneas de bajo disco, guitarras rítmicas punk funk y efectos dub tras
tornados con Stewart aullando frases como, “Our only defense is together
as an army/ I’ll hold you like a gun” [Nuestra única defensa es todos juntos
como un ejército/ Te sostendré com o una pistola]. Líricamente hablando,
dice Stewart, la canción era “un intento muy pueril de mezclar cosas poéti
cas, existencialistas, con anhelos políticos. La idea del amor incondicional
como una fuerza revolucionaria; el m odo en que éste opera casi como si en
cendiera una luz, te hace esperar un m undo mejor y te da ese idealismo y esa
energía tan particulares”.
Para grabar “She Is Beyond G ood and Evil” , T he Pop G roup se asoció
con Dennis Bovell, por ese entonces el único productor de reggae británico
lo suficientemente brillante como para soportar la comparación con los ge
nios jam aiquinos com o Lee Perry y KingTubby. Figura clave en la escena
reggae del Reino Unido, Bovell había operado el sound system Jah Sufferer
Hi Fi, había fundado la popular banda de roots reggae británica Matumbi y
había sido uno de los pioneros de ese género inmensamente exitoso llama-
do “lover’s rock” (una fusión británica entre el reggae jam aiquino y el soul
suave americano que las mujeres adoraban). Com o si todo esto no fuera su
ficiente, Bovell también había com puesto y producido la música de acom
pañam iento para los discos del poeta y activista Linton Kwesi Johnson y
había editado sus propios LP -Strictly Dub Wize, entre ellos- bajo el seudó
nimo de Blackbeard. El espectro musical de Bovell iba mucho más allá del
reggae, sin embargo. H abía sido el guitarrista líder de una banda a la The
Jim i Hendrix Experience llam ada Stonehenge y creía que había sido Jim i
quien había creado el primer track dub de todos los tiempos cuando sacó,
en \9 6 7 , “Third Stone from the Sun”.
Toda esta mezcla de salvajismo acid rock y sabiduría dub hacía de Bovell
el contraste perfecto para The Pop Group. En “ 3:38", el lado B de “ She Is
Beyond Good and Evil", Bovell tomó la música del lado A y la pasó al revés,
al estilo psicodélico, y después construyó un nuevo track rítmico para ella
junto con Bruce Smith. “Eso realmente les alucinó a todos", se ríe entre dien
tes Bovell. Aquí, de todas formas, la madre de la invención era la necesidad.
74 “Ya casi no teníamos más tiempo de estudio, es por eso que reutilicé el lado
A." Creativo y buen administrador de recursos, Bovell era el candidato ideal
para la no tan envidiable tarea de darle cierta apariencia de cohesión al revol
toso sonido de The Pop Group.
Trabajando con ellos en su álbum debut, Y, Bovell enseguida se dio cuen
ta de que era la sección rítmica la que sostenía a la banda entera. “ Simon
Underwood y Bruce Smith eran los Sly and Robbie del postpunk, ajusta
dos”, dice Bovell. “ Lo que no estaba para nada ajustado en The Pop Group
eran las guitarras de Gareth Sager y John W addington, y la voz de Mark,
que siempre iba a la deriva sin encontrar punto de apoyo estructural algu
no." Aunque la pura fuerza funk de Underwood y Smith hace que los temas
rápidos como “We Are Tim e" sean físicamente atractivos, el resto de Y; sin
em bargo, vira, con pinturas sonoras com o “ Savage Sea" y “ D on’t Sell Your
Dream s", hacia una abstracción saturada de texturas. Repleto de efectos re
bosante de creatividad, Y se ganó así una recepción am bigua. Típicamente,
el pálido elogio siempre era algo parecido al veredicto que emitió NME: “ Un
valiente fracaso. Excitante pero exasperante". Hoy, parece aún más adm ira
ble e impresionante: un caos heroico, glorioso en su intento fallido de abar
car demasiado.
The Slits surgió del mismo lugar caótico que The Pop Group. N o obstan
te, a diferencia de estos últimos, las chicas de The Slits no tenían inicialmen
te una sección rítmica sólida que anclara la anarquía; solo el skank sublimi-
nal más débil del m undo indicaba sus intenciones punky-reggae. Mientras
que otras bandas punk decían no saber tocar, pero eran secretamente compe
tentes, las integrantes de The Slits eran genuinamente ineptas. Algunas per
sonas dicen que el “verdadero” sonido de T he Slits es su cacofonía naif de los
primeros días, ese glorioso barullo producido por un grupo de chicas que se
pelean con sus instrumentos y sus cuerdas vocales y parecen estar movidas
solo por el gusto de la mera desfachatez. En realidad, las integrantes de The
Slits mejoraron una vez que lograron aprender algunas destrezas instrumen
tales básicas y cuando se consiguieron una base rítmica más firme tras la par
tida de su baterista original, Palmolive, que no podía darles el groove tipo reg
gae que buscaban. Para su clásico primer disco de 1979, Cut (en el que el
productor Dennis Bovell también jugaría un papel crucial ayudando a la banda
a convertir su alborotado bochinche en un desorden menos confuso), The
Slits reclutó a Budgie, un baterista hombre que terminaría formando parte 75
de Siouxie and the Banshees.
Al principio, sea como fuere, The Slits era una pandilla de chicas monta
races, tanto arriba como abajo del escenario. Con solo quince años en 1977,
Ari Up recuerda ser “salvaje y loca, como un animal al que soltaron de su jaula,
pero al mismo tiempo también una pequeña niña inocente”. Desde su impac
tante imagen (dreadlocks enredados, ropa interior por encima de la ropa) hasta
sus inconcebibles puestas en escena aparentemente presociales, Ari Up inspi
raba miedo y fascinación en partes iguales. En una ocasión infame, orinó en
el escenario. “N o fue para shockear a nadie”, insiste. “Necesitaba hacer pis. No
había un baño cerca. Entonces hice pis en el escenario (en el costado, pero me
vio todo el mundo). Simplemente no me importó.” La cantante venía de una
acaudalada familia alemana, pero su madre, Nora era una bohemia y una ha
bitué de la escena rock. La casa familiar servía de punto de reunión para todo
tipo de estrellas, desde el vocalista de Yes Jon Anderson hasta Joe Strummer,
l. Skank es un modo de referirse al modo de tocar la guitarra clásico del reggae, carac
terizado rítmicamente por un tipo específico de acentuación del off-beat, esto es, de los
golpes 2 y 4 de cada barra de compás. [N. de la T.]
de The Clash. La guitarrista de The Slits, Viv Albertine, iba a la escuela de arte,
y fue allí donde conoció a Mick Jones, también de The Clash. Rubia, carismá-
tica y arrastrando a una horda entera de admiradores punks tras de sí, Albertine
compartía un departamento ocupado con Keith Levene y había tocado en una
banda de cortísim a vida, Flowers o f Rom ance, con él y Sid Vicious.
Ominosamente morena y lacónica, por último, la bajista Tessa Pollitt venía de
otra banda punk de chicas que, de hecho, le ganaba a The Slits [Las Rajas] en
lo que a denominaciones se refería: The Castrators [Las Castradoras], un nom
bre ciertamente digno de la feminista radical Valerie Solanas, fundadora de la
Sociedad para la Eliminación de los Hombres.
Fan del Manifiesto SCUM de Solanas, M alcolm McLaren, viéndolas como
la versión femenina de los Sex Pistols, intentó manejar a The Slits. Cuenta
la leyenda que su avance de negocios fue: “ Quiero trabajar con ustedes por
que son chicas y hacen música. O dio la m úsica y odio a las chicas. Me ali
mento del odio” . Claro que, en vez de tener en mente ideas descabelladas
dignas de Valerie Solanas o Sid Vicious, el plan maestro de McLaren consis-
76 tía, en cambio, en artilugios en extremo sexistas y degradantes. Después de
haber atacado la industria del rock con los Sex Pistols, McLaren quería ahora
infiltrarse en el m ovimiento disco. Al principio, intentó que las chicas de
The Slits consiguieran un contrato discográfico con Hansa, un sello de m ú
sica disco alemán absolutamente kitsch. Luego, cuando Island quiso firmar
con la banda e invitó a M cLaren a hacer una película sobre ellas, este últi
mo armó un guión que las imaginaba como una banda de rock de chicas que
viaja a México solo para que todas ellas sean vendidas como esclavas y, final
mente, convertidas en estrellas porno-disco. Astutamente, las integrantes de
The Slits decidieron liberarse de las garras de McLaren. Firmaron con Island
por sí solas y empezaron a trabajar en su álbum debut con Dennis Bovell en
el verano de 1979.
Bovell era una elección obvia. The Slits, y especialmente Ari Up, eran de
monios reggae. “Solíamos encontrar los blues siguiendo el sonido de las líneas
de bajo”, dice. “Estábamos a cuadras de distancia y buscábamos las vibraciones.
En aquellos días, no había casi ninguna persona blanca en los sound systems.
Por aquel entonces, a quienes bailaban esa música se los llamaba ‘steppers’ y yo
era una gran stepper. También era la única chica con dreadlocks. De hecho, fui
la primera persona en usar el ‘tree' [árbol]: me ataba mis rastas hacia arriba, for-
mando algo así como la copa de un árbol.” A medida que Ari Up creció más
allá del chillido punk básico hacia un canto lastimero, delgado, agudo, su acen
to bávaro-cruza-con-jamaiquino empezó a hacerla sonar un poco como a una
Nico con dreadlocks, una Nico más de marihuana que de heroína.
Los defensores más acérrimos del punk dicen a veces que Dennis Bovell
pulió los bordes puntiagudos de The Slits, las domesticó. Pero las chicas de
The Slits eran ambiciosas. Querían ser estrellas pop. La cabeza de Island, Chris
Blackwell, pensó que tenían potencial a montones y le dio a Bovell todo el
tiempo de estudio que quisiera. “Las integrantes de The Slits tenían tantas ideas
que más bien se trataba de descubrir qué era lo que debía quedar y qué no”,
dijo Bovell. “Estaban repletas de material, y tuve la tarea de ordenarlo y decir
‘esto va acá’. Fue como si de repente me hubieran tirado todas las piezas de un
enorme rompecabezas en la falda.” En efecto, las canciones de Cut a menudo
suenan como engranajes y pernos polirrítmicos amontonados improvisadamen
te para formar atractivos artilugios tambaleantes. La guitarra rítmica entrecor
tada de Albertine corre como un rayo entre las sinuosas líneas de bajo de Pollitt
y las repiqueteantes baterías a tempo de Budgie. Según Bovell, Albertine “no 77
era ninguna Jimi Hendrix. H ada ocasionalmente el obligado punteo de la pri
mera guitarra, pero por lo general era más bien como una versión femenina
de Steve Cropper, de Booker T. and the M.G.'s, cosas rítmicas buenísimas.
Siempre fue muy consciente de no querer tocar la guitarra como un hombre,
siempre intentó crear su propio estilo”.
El elemento más delicioso del sonido de T he Slits en Cut es esa extraña
geometría que crean el choque y la superposición de las voces mientras Albertine
y Pollitt tejen alrededor del canturreo estridente, levemente amargo, de Ari
Up. En el tema que abre el disco, “Instant H it”, las chicas forman una redon
dilla de armonías aleatorias que la cantante describe como “una cosa medio
‘Frere Jacques"'.2 La letra, escrita por Albertine, retrata a un muchacho extre
madamente delgado que “ Don’t like himself very much/ ’Cos he has set his
self to self-destruct” [No se gusta demasiado a sí mismo/ Porque se ha predis-
2. “Frere Jacques" es una de las canciones populares para niños más conocidas en gran parte
del mundo. Aunque su origen es francés, tiene versiones en múltiples idiomas (en espa
ñol, se la conoce comúnmente como “La lechuza'’, “Martinillo" o “Fray Santiago"). Puede
ser cantada como una melodía simple o como un canon a cuatro voces. [N. de la T.]
puesto a autodestruirse] (un retrato cruel que se aplicaba tanto a Sid Vicious
como a Keith Levene, sus compañeros de banda junkies en Flowers of
Romance). “So Tough” [Tan duro], una burla frenética a la postura de macho,
le deja paso al skank de “Spend, Spend, Spend” [Gastar, gastar, gastar], con su
línea de bajo furtiva y su percusión nerviosa complementando a la perfección
la letra, un boceto de una adicta a las compras intentando sin éxito “satisfacer
esta sensación de vacío” con compras compulsivas. “Shoplifting” [Hurto] se
ocupa por su lado de invertir “Spend, Spend, Spend”: la tonta mujer consu
mista del primer tema se convierte en la rebelde ratera feminista del segundo.
Reggae-punk frenético, “Shoplifting” pone quinta y estalla de adrenalina mien
tras Ari Up, atrapada con las manos en la masa, grita: “Do a runner!” [¡Sal co
rriendo!]. La canción llega al clímax con un grito devastador que mezcla el te
rror, el júbilo y el alivio de haber conseguido escapar del detective del
supermercado, un aullido que colapsa en el jadeo y la risa nerviosa del último:
“l ’ve pissed in my snickers!” [¡Me meé encima!].
Los temas rápidos de Cut (“Shoplifting”, “Love Und Romance” -u n a pa-
78 rodia del romance como muerte cerebral-, el single “Typical Girls” -u n a dia
triba en contra de las mujeres convencionales que “no crean, no se rebelan”
y cuyas cabezas están confundidas con toda clase de ansiedades inducidas
por revistas para mujeres del tipo de “barritos, gordura, olores antinatura
les”- ) son vivificantes. Las canciones más emocionalmente perturbadoras,
sin embargo, son lentas y abatidas, siguiendo el molde de “Spend, Spend,
Spend”: “ f m ” , “ Ping Pong A ffair”, “Newtown”. Esta última toma su nom
bre de esos pueblos que se construyeron desde cero en el Reino Unido des
pués de la Segunda Guerra Mundial, algunos de ellos alrededor de Londres
y diseñados para absorber el desborde poblacional de la capital; otros senci
llamente construidos en el medio rural de la nada. Todos ellos llegaron a la
vida com o la visión utópica de un arquitecto y un planificador urbano para
terminar degenerando en cuadrículas de alienación y desesperanza sin per
sonalidad. “Newtown” traza un paralelo desconcertante entre los ciudada
nos normales, adictos a tranquilizantes culturales como “televisiono” y “fo-
otballino” , y los propios pares bohem ios de las integrantes de T h e Slits,
reventados por los narcóticos ilegales. En el track, el rasgueo nervioso de
Albertine imita el dolor aguijoneante de la abstinencia. Fue una abstinencia
de tipo emocional, por su lado, la que inspiró “ Ping Pong Affair”. Ari Up
ocupa sus noches vacías luego de una separación con masturbación (“Same
old thing yeah I know/ Everybody does it” [Lo mismo de siempre sí lo sé/
Todo el m undo lo hace]) y cigarrillos.
C on elementos dub y desoladas, las canciones lentas de Cut transmiten una
imagen espeluznante que incluye por igual a individuos atomizados adorme
ciendo el dolor con ilusiones cortesía de la cultura pop, junkies del romance y
adictos al glamour, todos ellos navegando a la deriva en medio de una nebli
na de sueños baratos. Debajo de todo eso, se puede sentir el anhelo de las chi
cas de The Slits por una vida más simple y más natural. Combinando una nos
talgia bucólica y una actitud desafiante de guerrera, la famosa tapa de Cut, que
las muestra como Amazonas embadurnadas de barro, golpea de inmediato a
cualquiera que entre distraídamente a husmear una disquería. Desnudas a ex
cepción de sus taparrabos y su pintura de guerra, las tres Slits se yerguen or-
gullosas con sus pechos descubiertos, obligando a la cámara a bajar la mirada.
Detrás de ellas se puede ver la pared de una pintoresca cabaña, zarzas y rosas
trepando por uno de los costados como si estuvieran subrayando una declara
ción de principios: “no somos delicadas rosas inglesas y lo que estamos hacien- 79
do no tiene nada que ver con coquetear”. La cabaña era Ridge Farm, el estu
dio en el que Bovell produjo Cut. Dice Ari Up: “Nos conectamos tanto con el
campo mientras hadam os el disco que terminamos revolcándonos en la tie
rra. Así que decidimos cubrirnos con lodo y mostrar que las mujeres podían
ser sexies sin vestirse de determinada manera. Sexies de un modo natural, y
desnudas sin que fuera pornografía” .
La tapa de Cut replica la foto de los H om bres Barro de Papúa Nueva
Guinea que aparece en la de Y. Com o las chicas de The Slits, The Pop Group
también suspiraba pensando en una totalidad perdida que ellos se imagina
ban había existido antes de los efectos debilitantes de la civilización. En “She
Is Beyond G ood and Evil”, Stewart había declarado: “los valores occidenta
les no significan nada para ella”. Durante su gira de 1979, el Animal Instincts
Tour, la entrada en escena de The Pop Group era precedida por una graba
ción de tambores africanos y la banda, vía una entrevista en Melody Maker,
había apelado a sus fans para que trajeran tambores y silbatos a los shows y
los transformasen en ceremonias tribales. En otra nota, Gareth Sager dijo
que las civilizaciones occidentales estaban enfermas porque, al estar “basa
das en las ciudades”, se encontraban desconectadas de los ciclos naturales,
mientras que en las tribus africanas la represión sencillamente no existía.
Proponía abolir la escuela y gastar el dinero en ayudar a la gente a desadoc
trinarse. La canción “Words Disobey Me” [Las palabras me desobedecen]
daba a entender incluso que el enemigo podía ser el lenguaje m ism o, que de
bajo de todas las capas de condicionamiento yacía, en cambio, un discurso
puro, inarticulado, del corazón. “Speak the unspoken/ First words o f a child
[...] We don't need words/ Throw them away” [Di lo no dicho/ Las prime
ras palabras de un niño [...] No necesitamos palabras/ Tíralas a la basura],
rogaba Stewart.
The Slits compartía esta idealización del buen salvaje y el puro instinto
de The Pop G roup, un cierto culto a la inocencia y a la intuición que a veces
tomaba un matiz antiintelectual. Las dos bandas “se hicieron tan íntimas que
éramos casi una tribu”, dice Ari Up. Bruce Smith reemplazó a Budgie como
baterista de The Slits y tocó en ambos sets cuando las dos bandas salieron de
gira juntas por Europa. Había hasta endogamia tribal: Sager salía con Albertine;
Sean Oliver (el último de los muchos bajistas d eT h e Pop Group) y Pollitt tu-
80 vieron un niño; Bruce Smith se casó con Neneh Cherry, una amiga de Ari Up
que se había unido a las chicas de T he Slits como bailarina y corista. La fu
sión completa de ambas bandas en una sola tribu fue formalmente ungida en
1980, cuando, juntas, fundaron Y, su propio sello independiente, que sería
administrado por el manager d eT h e Pop Group, Dick O ’Dell. Para este en
tonces, las integrantes de The Slits ya habían abandonado Island Records, y
los miembros de The Pop Group habían cortado sus relaciones con Radar
después de enterarse, horrorizados, de que la compañía matriz, WEA, estaba
asociada al conglomerado Kinney, un grupo económico involucrado en el co
mercio de armas.
Fue este sentimiento de repugnancia creciente por el capitalismo de las
grandes corporaciones y su contrapartida, el deseo de “pureza” en m edio de
un m undo corrupto, lo que inspiró el primer lanzamiento post-Radar de The
Pop Group, el single “We Are Ali Prostitutes” [Todos somos prostitutas].
Musicalmente hablando, es su grabación más poderosa. La letra, sin embar
go, abandonaba el delirio imagista de Y en pos de una crítica histriónica con
tra el consumismo, “la más bárbara de todas las religiones”. Stewart advertía:
“ O ur children shall rise up against us” [Nuestros hijos se alzarán contra
nosotros]. The Pop G roup parecía estar virando de un grupo de poetas gue-
rreros apasionados a una banda de agoreros puritanos. En entrevistas de esa
época, Sager declaró que era frívolo estar “hablando de música’’ cuando ellos
-T h e Pop Group, pero implícitamente también todas las bandas postpunk-
podían y debían estar discutiendo “cosas externas”, como la política, la actua
lidad, el hambre y la guerra. “La verdad es que no veo cuál es el punto de solo
entretener, eso es puro escapismo”, le dijo a NME. “ El rock ’n’ roll es una dis
tracción de la realidad.”
Los m iem bros de T he Pop Group no estaban solos. M uchos m úsicos
postpunk estaban dando pelea con canciones de protesta y montones de con
ciertos a beneficio. Rock Against Racism se transformó en el modelo para una
multitud de empresas colectivas en pos de motivos varios, entre ellas, Rock
Against Sexism, Rock Against Thatcher y Scrap the SUS, una campaña contra
las leyes antivagabundeo del siglo X IX que aún permitían a la policía acosar a
los jóvenes negros a su antojo aduciendo “conducta sospechosa”. T he Pop
Group participó, entre muchos otros shows a beneficio, de Scrap the SUS y
Benefit for the Cam bodia Fund. “Regalábamos prácticamente todo el dine
ro que ganábamos en los shows haciendo tantos beneficios”, dice Stewart. En 81
determinado momento, The Pop Group tuvo que hacer un recital a beneficio
¡de ellos mismos! ¡Porque se habían endeudado!
Aun así, algo de la insistencia vehemente de The Pop Group empezó a fas
tidiar a sus seguidores de antaño. La respuesta negativa definitiva llegó en marzo
de 1980, tras la edición de un single compartido que juntaba “In the Beginning
There Was Rhythm” de The Slits con “Where There’s a W ill” de T he Pop
Group. Ian Penman, de NME, se burló socarronamente de ellos llamándolos
los “Baez de Bristol”, en referencia a la santurrona fo/kie de los sesenta Joan
Baez. El segundo disco de The Pop Group, For How Much Longer Do We Tomate
Mass Murder?, fue masivamente destrozado como pura propaganda política
agitadora hipócrita y pretenciosa. La música seguía siendo intensa y, de hecho,
el disco entero estaba más enfocado si se lo comparaba con Y, pero era difícil
tener el estómago necesario para soportar el grosero dedo acusador de cancio
nes como “Blind Faith”. La banda parecía proceder metódicamente, como si
estuviera tachando cuestiones en una lista (“Justice” lidiaba con la brutalidad
policial, “How Much Longer” lidiaba con los crímenes de guerra de Nixon y
Kissinger), y el viaje de culpa autoflagelante que el disco proponía no era para
nada alentador. “There Are N o Spectators” amonestaba a los políticamente no
comprometidos y a los pasivos declarando: “There is no neutral/ N o one is
innocent” [No hay nada neutral/ Nadie es inocente]. El disco estaba insopor
tablemente atado a los datos concretos, desde el sobre interno con su collage
de recortes de diario que reportaban atrocidades tales como las de la República
Democrática de Tim or Oriental hasta las letras de canciones como “Feed the
Hungry” [Alimenten a los hambrientos], pura estadística y denuncia espeta
das de modo abrupto. Amedrentador y sermonero, For How Much Longer tenía
tanta poesía como un panfleto radical de izquierda.
Para The Pop Group y, sobre todo, para Mark Stewart -q u e siempre fue el
motor intelectual de la banda, su rata de biblioteca autodidacta—, el viraje hacia
un modo de hablar directo y asertivo era solo la respuesta a las urgencias de la
época. Thatcher había llegado al poder en mayo de 1979, conducida hasta allí
por un giro político generalizado hacia la derecha. “Fue una época intensa, uno
sentía que había algo que estaba a punto de comenzar”, dice Stewart de la at
mósfera apocalíptica de 1980. “N unca sentí que la política fuera una cosa gris
y deprimente. Cuando estábamos vociferando y despotricando era todo de co-
82 razón. Todo eso salió en medio de una velocidad frenética.” Stewart había ab
sorbido la música de The Last Poets, un grupo de negros musulmanes radica
les que a veces reciben el crédito de haber inventado el rap y que para ese
entonces ya se habían ocupado -en discos de principios de los setenta como
This Is Madness y Chastisement- de azotar por igual tanto a los “diablos blan
cos” como a los contrarrevolucionarios negros. También había estado pasan
do tiempo con Linton Kwesi Johnson, con organizaciones como la Radical
Alliance o f Black Poets and Players y el colectivo reunido en torno a la publi
cación Race Today. N o podría decirse que Linton Kwesi Johnson fuera alguien
que midiera sus palabras: su himno antifascista “Fite Dem Back” juraba. “We
gonna smash their brains in/ 'Cos they ain’t got nuffink in 'em” [Vamos a rom
perles la cabeza/ Porque no tienen nada en ella]. Aunque pese a toda la jerga
jamaiquina Johnson no era en realidad un rasta (de hecho, molestó a muchos
jamaiquinos cuando se burló del rastafarianismo como una religión basada en
la evasión de la realidad), su espeso patois y sus cadencias amenazantes carga
ban las palabras, que en la página parecían más bien simplistas, de una poten
cia y una autoridad a las que Stewart aspiraba.
Para muchos bohemios británicos blancos, sin embargo, era precisamente
el milenarismo místico del roots reggae -el imaginario rasta del “armagideon”
[Armagedón], el “crisus time” [tiempo de crisis], el castigo divino y la reden
ción- lo que más resonaba con su propia sensación de exiliados internos.
“Sentíamos que estábamos en el frente de batalla de Babylon”, recuerda Vivien
Goldman. “El rastafarianismo ofrecía este tejido de lo político, lo espiritual y
lo apocalíptico, y ayudaba a que uno pudiera definir quiénes eran sus enemi
gos.” Naturalmente, había cierta fricción entre el moderno liberalismo metro
politano y la moral y el chauvinismo sexual de Viejo Testamento de la cultu
ra rasta, pero la mera fuerza edificante de la música barría con todas las posibles
reservas. “Con la visión del mundo del roots reggae, la lógica era a menudo
muy cuestionable, pero la sensación de elevación espiritual era innegable”, dice
Stewart. “Iba a los sound systems con amigos negros, y eran como gigantescas
reuniones evangélicas; uno no podía conseguir ese tipo de energía en un reci
tal de rock. Ese tipo de anhelo por un mundo mejor, ese cuestionamiento del
sistema... Sencillamente, hacía que se me pusieran los pelos de punta.”
Mientras Stewart sentía la atracción del reggae, admirando la manera en
la que podía demoler Babylon a los gritos sin caer en la propaganda, los otros
miembros de The Pop Group estaban siendo arrasados en la dirección contra- 83
ria. Querían explorar más profundamente su lado free jazz. “N o es que no es
tuviera de acuerdo con las cosas que decía Mark”, recuerda Bruce Smith. “Solo
estaba preocupado porque todo se estaba volviendo demasiado dogmático. Era
como si Mark hubiera empezado a ver la música como un mero vehículo, como
una plataforma para impartir mensajes.” Stewart, por su lado, encontraba cada
vez más “difícil cantar sobre cosas abstractas”.
A lo largo de 1980, Stewart también se involucró cada vez más en la pro
testa organizada, dedicándose a trabajar tres meses en las oficinas de la Campaña
para el Desarme Nuclear (C D N ) ayudando a coordinar un gigantesco mitin an
tinuclear que habría de tener lugar en Trafalgar Square. Después de casi mar
chitarse por completo a principios de la década del setenta, el número de afi
liados de la C D N había despuntado de golpe, acompañando la intensificación
de los temores producto de la Guerra Fría tras la revolución iraní y la invasión
soviética a Afganistán. Cuando en diciembre de 1979 la OTAN decidió insta
lar misiles de crucero estadounidenses en el Reino Unido, muchos británicos
pasaron a estar convencidos de que su país se estaba convirtiendo en apenas
más que una plataforma de lanzamiento norteamericana. La concentración en
Trafalgar Square de octubre de 1980 fue la última vez que los integrantes de
The Pop Group tocaron juntos. “Presentamos una versión de ‘Jerusalem’ de
William Blake porque quería hacer un llamado a las armas que tocara a todos
los grupos generacionales que estaban presentes”, recuerda Stewart. “ Esa can
ción es un verdadero himno socialista, pero también es visionaria e idealista
porque Blake es un verdadero profeta.” Luego de este gran momento culmi
nante -tocaron para 250.000 personas-, The Pop Group se desmoronó. “Una
desintegración orgánica”, dice Stewart. “N o hubo mala voluntad de ninguna
de las partes.”
Mientras tanto, The Slits navegaba sin rumbo, con Ari Up sucumbiendo
a un panteísmo místico de influencias rasta. “Solo veo al Creador en todo”, le
dijo a un entrevistador. Proponiendo cierto tipo de cosmología del ritmo, “In
the Beginning There Was Rhythm” [Al principio era el Ritmo] veneraba a
todos los patrones palpitantes que estructuran la realidad: “G od is riddim [... ]
Riddim is roots and roots is riddim [...] SILENCE!/ Silence is a riddim too!”
[Dios es ritmo [...] El ritmo es origen y el origen es ritmo [...] ¡SILENCIO!/ ¡El
silencio también es un ritmo!]. Ella y Neneh Cherry habían descubierto los
84 inicios de la escena hip-hop en un viaje a Nueva York, y fue escuchar rap por
primera vez lo que inspiró el estilo percusivo, tipo cántico, de su voz en “In
the Beginning There Was Rhythm”. “Cada sonido que uno escucha es ritmo”,
explicó la cantante. “Coger es ritmo, y también lo es el planeta dando vueltas
y cada paso y cada latido del corazón. El modo de abordaje de tu música es el
modo en el que abordas tu vida... Ritmo y vida van juntos.”
Com o proyecto paralelo a The Slits, Ari Up formó New Age Steppers, una
colaboración con el productor de dub Adrian Sherwood y sus músicos sesio-
nistas, los Creation Rebel. Otro fanático blanco del reggae, Sherwood com
partía un departamento ocupado con Ari y Neneh en Battersea. “Adrian era
verdaderamente diligente”, dice Ari. “Manejaba a varios artistas de música
reggae y distribuía y vendía discos de reggae, los vendía desde la parte trasera
de su camioneta; aprendió solo cómo ser ingeniero de grabación. Nos asocia
mos y a mí se me ocurrió el nombre New Age Steppers. ‘Stepper’ en el senti
do en que se usa para nombrar a aquellos que bailan música reggae, y ‘New
Age’ porque representaba el nuevo milenio.” Editado la primera semana de
1981, el primer single de la banda, “Fade Away”, incluye una de las mejores
actuaciones vocales de Ari Up. Su fatalismo “confía en Jah” (los ávidos de poder
y aquellos que solo piensan en el dinero “desaparecerán” todos, dejando solo
al dócil y al justo para que hereden la tierra), sin embargo, sonaba desconcer-
tantemente pasivo, casi sugiriendo un retirada a la serenidad de tipo hippie.
Un tercer disco de The Slits, Return ofthe Giant Slits, hizo a la banda aban
donar la escena independiente para firmar una vez más con otra discográfica
grande, incluso aún más grande que Island: CBS. Influenciado por la música
africana, Sun Ra y Don Cherry (el padre de Neneh y uno de los pioneros del
jazz etnodélico), el experimentalismo difuso y discreto del disco cayó en un
mercado hostil. En canciones como “Animal Space”, el panteísmo de Ari Up
tom ó un giro eco-místico. “ Earthbeat”, por ejemplo, era un lamento para una
Madre Tierra en extremo maltratada y dolida (“ Even the leaves are wheezing/
Even the clouds are coughing” [Incluso las hojas jadean/ Incluso las nubes
tosen]). Luego de que la banda finalmente se separara, la cantante huyó de
Babylon (léase: el Primer M undo industrial) en busca de cualquier refugio de
naturaleza no dañada que pudiera encontrar. Saltando de la Jamaica rural a las
selvas de Belice y Borneo (donde vivió junto a las tribus aborígenes locales),
se convirtió en una verdadera madre de la tierra con una familia propia. Para
otros en el entorno Slits/Pop Group, virar hacia la world music ya bastaba; los 85
“ritmos de la resistencia” de África se transformaron en el nuevo roots reggae
para una cierta rama del postpunk.
The Pop Group se desintegró en múltiples bandas. Maximum Joy y Pigbag
estaban tras versiones ligeramente diferentes del funk. Pigbag, bajo la direc
ción de Simon Underwood y todavía asociada al sello de Dick O 'D ell, Y
Records, consiguió un enorme hit en el Reino Unido con “Papa's G ot a Brand
New Pigbag” y se convirtió en un verdadero “pop group” [grupo pop]. Bruce
Smith y Gareth Sager, los freejazzers más fervientes de The Pop Group, for
maron Rip Rig & Panic, así bautizada en honor a un viejo disco de Roland
Kirk. Sazonaban sus entrevistas con jerga beatnik com o "cat", “dig” y “out
there", mientras que su música brincaba y jugueteaba en una extravagancia
bufonesca. Rip Rig & Panic era básicamente The Pop Group sin el elemen
to reggae ni la política. “Sí, era solo la música”, dice Smith. “Ni siquiera tení
amos cantante. Sager y nuestro pianista, Mark Springer, canturreaban un po
quito de tanto en tanto, pero en realidad no tuvimos voces propiamente
hablando hasta que Neneh se nos unió un poco más tarde.” En una entrevis
ta de la primera época, con The Pop Group apenas separado, Sager denostó
de modo indirecto a su ex camarada Stewart diciendo: “Definitivamente, es
tiempo de quitarse a los llorones de encima. Me gustan los cats que se quejan,
pero que al mismo tiempo dicen ‘sí”’.
Stewart, mientras tanto, desarrolló una relación con Adrian Sherwood y
los músicos que estaban asociados a su sello On-U. Cantó en el primer disco
de New Age Steppers y luego hizo su debut solista en octubre de 1982, con
una versión esta vez sí completamente lograda del himno inglés que The Pop
Group hubiera masacrado en Trafalgar Square algunos años antes. Producido
por Sherwood y mezclando oleadas de órgano tipo iglesia con los bajos estre-
mecedores del dub, el “Jerusalem” de Stewart une la visión de Blake, esa de
Albión como tierra prometida, con el Sión del sueño rasta. Su proclama “ I
shall not cease from mental fight nor shall m ysw ord sleep at my side/ ’Til we
have built Jerusalem in England’s green and pleasant land” [No cesaré en mi
combate mental ni dormirá mi espada a mi lado/ Hasta que hayamos cons
truido Jerusalén en la verde y dulce tierra de Inglaterra] era una declaración de
objetivos para la carrera de Stewart como guerrero cultural. Asombrosamente,
Stewart sigue demoliendo Babylon a los gritos casi treinta años más tarde.
86
CAPÍTULO 4
ENTRETENIMIENTO MILITANTE:
G A N G OF FOUR,
THE M E K O N S Y LA E S C E N A DE LEEDS
En Gran Bretaña, la década del setenta se sintió como una sola gran crisis. 87
Había huelgas continuas, cortes de luz masivos, saqueos a los supermercados
a manos de amas de casa desesperadas, una tasa de criminalidad creciente, pro
testas estudiantiles y constantes disturbios en respuesta a una policía racista.
El fascismo resurgió en las calles de las grandes ciudades y la campaña terro
rista del IRA se extendió fuera de Ulster, afectando a todo el Reino Unido con
atentados en pubs y asesinatos políticos. El reino estaba desunido, hirviendo
de resentimiento. Algunos lamentaban la pérdida del rol imperial de la nación
y retrocedían ante la realidad multicultural de la Gran Bretaña moderna. Otros,
mientras tanto, presionaban a favor de la revolución, interpretando cada uno
de los logros de las huelgas sindicales como una nueva victoria de los trabaja
dores en su cruzada por acercarse un poquito más al Día Glorioso.
Para mediados de los años setenta, los sindicatos estaban en la cima abso
luta de su poder. Sus filas exigían, de modo por completo comprensible, au
mentos salariales que siguieran el ritmo a una inflación desbocada; lamenta
blemente, esto solo hacía que los precios aumentaran aún más rápido y el país
pareciera estar aún más fuera de control. Usando todas y cada una de sus armas
-huelgas por solidaridad con otras causas, piquetes-, los sindicatos consiguie
ron derrocar al gobierno conservador en 1974. Durante los años de gobierno
laborista que siguieron, muchos sintieron que el primer ministro Jim Callaghan
de hecho compartía el ejercicio del poder con el Trades Union Congress, el
congreso que reunía a la gran mayoría de los sindicatos británicos. Tomaba
impulso una inevitable reacción de la derecha. La gente especulaba acerca de
golpes supuestamente tramados por los militares y murmuraba acerca de ejér
citos privados comandados por brigadieres retirados que entrenaban en los
campos ingleses al abrigo de las penumbras. También aparecieron múltiples
grupos de presión legítimos, como la Middle Class Association y la National
Association for Freedom, ambas abocadas a apaciguar a los sindicatos, resistir
se a la “decadencia de los valores morales” y volver a ubicar la palabra “Gran”
en el lugar que le correspondía delante de “Bretaña”.
En medio de este contexto polarizado, la decisión de un grupo de estu
diantes de la Universidad de Leeds de bautizar a su banda como Gang ofFour
[La Pandilla de los Cuatro] era sin lugar a duda un gesto provocativo. El nom
bre era un m odo peyorativo de referirse a los cuatro líderes máximos de la
Revolución Cultural China que habían gobernado el país hasta apenas des-
88 pués de la muerte de Mao en septiembre de 1976, cuando fueron arrestados
por el nuevo premier de la República Popular.
La Revolución Cultural de 1965-1968 -e l maoísmo en su pico más radi
cal e intransigentemente antiburgués- estaba todavía fresca en la memoria co
lectiva. En 1977, por ejemplo, uno todavía podía encontrar grupos maoístas
activos en muchos de los campus del Reino Unido. Los futuros integrantes de
Gang o f Four no eran de hecho maoístas -n i siquiera eran, para el caso, miem
bros afiliados del Partido Com unista-, pero sí eran, con toda seguridad, pro
ducto de la cultura universitaria de izquierda de los años setenta, aún más sig
nada por la militancia estudiantil que aquella de la década anterior. Tanto en
Leeds como en todas las demás universidades del Reino Unido, los estudian
tes inflaban las filas de grupos trotskistas como el International Marxist Group
y el Socialist Workers Party, y se unían a los piquetes montados por los mine
ros y los estibadores en huelga.
Mientras los activistas comprometidos repetían la línea del Partido cual
si fuera un libro de texto, había asimismo otra cultura académica de izquier
da, más difusa, que se organizaba alrededor de un acercamiento más libre y
ecléctico a la teoría radical. Esta corriente autodidacta y “progre" se alimen
taba de libros de bolsillo usados y guías para principiantes sobre los pensa-
dores clave del siglo ^ X , todo el panteón neomarxista -G ram sci, Lukács,
Benjamín, Adorno, Althusser- incluido. Leaving the 20'h Century, una atrac
tiva antología delgada y de color verde de textos y gráficas situacionistas, era
el objeto fetiche “chic-radical” del momento. Fusionando sistemas de pen
samiento por lo general incompatibles, los compuestos resultantes no tenían
rigor teórico alguno, ni desde el austero punto de vista de los académicos se
rios ni desde la rigidez de la posición de los ideólogos. En el ám bito de la
música rock, no obstante, apenas un poquito de rigor es vigorizante y esti
mulante; demasiado rigor es sencillamente rigidez, por supuesto, pero Gang
o f Four se las ingenió para dar con el equilibrio justo. En la gran tradición
del art rock británico, la teoría ayudó a G ang o f Four a dar con el tipo de
invenciones conceptuales de las que las bandas que evolucionaron más or
gánicamente nunca fueron capaces.
El Departamento de Bellas Artes de la Universidad de Leeds, que fue el
responsable de engendrar tanto a G ang o f Four como a sus bandas gemelas
The Mekons y Delta 5, animaba este tipo de enfoque conceptual. Se conside
raba que la teoría estaba inseparablemente entrelazada con la práctica artísti- 89
ca. T.J. Clark, el director del departamento, había sido uno de los miembros
del breve capítulo británico de la Internacional Situacionista. Terry Atkinson,
el tutor del estudio de pintura que se paseaba entre los estudiantes discutien
do sus trabajos, alguna vez había formado parte del ultra riguroso colectivo
Art and Language. Echando mano al marxismo y a la teoría estética dura, Art
and Language creaba obras que combinaban materiales visuales y texto (pós-
ters políticos, filosofía, incluso partituras musicales) y, por algún tiempo, hasta
abandonó por com pleto la producción artística en pos de la crítica. Tom
Greenhalgh, de The Mekons, disfrutaba del enfoque sarcástico y combativo
de Art and Language; le divertía la manera en la que sus integrantes denosta
ban a otros críticos por ser “confusos y vagos y promover la mística del Arte”.
Absorbiendo esta sensibilidad, The Mekons y Gang o f Four crearían una es
pecie de meta-rock, un rock radicalmente autocrítico y alerta.
Leeds de hecho tenía una cantidad inusitada de estudiantes de arte. Además
de la universidad propiamente dicha, cuenta Greenhalgh, “el Politécnico de
Leeds tenía su propio departamento de arte, que era excelente; allí estaban pa
sando muchas cosas alrededor del arte performativo y el video. Y también es
taba el Leeds College o f Art”. Considérense todos los estudiantes de Leeds que
no eran alumnos de las escuelas de arte y uno tenía la receta perfecta para una
tensión sociedad-universidad considerable. “ Era una ciudad de clase trabaja
dora del norte del país con un puñado de estudiantes -la mayoría de ellos no
nacidos en Yorkshire- tirados en el medio”, dice Hugo Burnham, el baterista
de Gang ofFour. “‘¡Malditos estudiantes!’ era una expresión que uno escucha
ba bastante seguido.”
La tensión aumentó a causa de la percepción -n o del todo infundada- de
que los estudiantes se la pasaban vagueando todo el día gracias a las becas uni
versitarias cortesía del gobierno y emborrachándose todas las noches con cer
veza baratísima, también subsidiada, en sus bares de universitarios. Mientras
tanto, la gente común y corriente trabajaba duro o, cada vez más y aún peor,
subsistía con exiguos subsidios de desempleo. En las zonas industriales de
Yorkshire, al tiempo que se iniciaba el declive de las industrias pesadas tradi
cionales, los índices de desocupación crecieron más del doble entre 1973 y
1978. A medida que las expectativas de los habitantes locales más jóvenes se
estrechaban, la extrema derecha se fortalecía. Leeds se convirtió en el baluar-
90 te boreal del criptofascista National Front y en el hogar de organizaciones ex
plícitamente neonazis y decididamente activas como el British Movement y la
League o f St. George. “ En nuestro primer recital hubo un grupo de skinheads
que vino buscando pelea”, recuerda Burnham. “ El clima se puso realmente feo.
Los skins estaban insultando a Andy Gill y entonces él golpeó a uno de ellos
en la cara con su guitarra.” Irónicamente, Burnham, con su cabeza rapada, a
menudo era confundido con un skinhead. “Me veían ahí, con el pelo corto,
mis borceguíes Doc Martens y mis tiradores, y se me acercaban y me pregun
taban si me gustaba Screwdriver, la banda de punk oi!.”
Burnham, en realidad, estaba estudiando dramaturgia en la Universidad
de Leeds, indeciso entre intentar montar un grupo de teatro radical o jugar
al rugby, un deporte que le sentaba a su baja altura y su contextura fornida.
“Me sentí atraído hacia este grupo de bebedores de la Escuela de Bellas Artes,
parecían ser la gente más interesante que había por ahí en aquel entonces.”
El centro de la escena era un pub llamado T he Fenton, estratégicamente ubi
cado a m itad de camino entre la universidad y el politécnico. Un lugar de reu
nión para radicales e inconformistas ya bien establecido, sus clientes eran una
mezcla de varias generaciones de bohemios: reliquias barbudas de los años se
senta, gays, anarquistas y “la nueva cam ada’, con sus chaquetas de cuero y sus
borceguíes Doc Martens. “Siempre estaba repleto, la gente toda am ontona
da y todo el mundo de fiesta” , recuerda Greenhalgh. Fueron tanto el
Departamento de Bellas Artes de la Universidad de Leeds como la agitación
argumentativa teñida de cerveza de The Fenton los que dieron forma a Gang
o f Four y The Mekons.
Gang o f Four se alimentaba de la fricción. “Andy había llegado a dominar
a la perfección el arte del agravio”, dice Burnham. “Te sacaba de las casillas.
Uno consigue hacerse una idea de eso escuchando el m odo en el que toca la
guitarra, es súper espinoso.” Siguiendo el estilo dentado y entrecortado de las
guitarras rítmicas -q u e funcionaban como guitarras líderes- de Wilko Johnson
en Dr. Feelgood, Gill hada saltar duras arm onías y un funk astillado que
provocaban que el oyente se encogiera de m iedo ante las esquirlas que salí
an disparadas de los bafles.
Era su amor por Dr. Feelgood -su sonido despojado, su aura de violencia
apenas contenida-, de hecho lo que unía a Gill, a Burnham y a Jon King, el
cantante de G ang o f Four. Sin embargo, en algún momento entre su primer
recital, en mayo de 1977, y su primer disco, el EP Damaged Goods, de octubre 91
de 1978, ocurrió una transformación drástica. Reclutado a través de un anun
cio que apelaba a los mismos términos con los que Dr. Feelgood se describía
a sí misma (“una banda de rivvum & blues rápido”), el bajista DaveAllen em
pujó finalmente a Gang o f Four hacia el punk funk. Músico consumado que
ya había trabajado como sesionista, Allen ansiaba tener la posibilidad de hacer
música “como Stevie Wonder pero heavy” desde antes de entrar a Gang o f
Four. A cambio de esto, el resto de la banda entrenó a su nuevo bajista para
que tocara menos, usando, de acuerdo a Burnham, solo “un cuarto de las notas
que sabía tocar”. Gang o f Four mantenía su música austera y severa. Andy Gill
evitaba los efectos que espesaban el sonido, como el fu zz y la distorsión, y
Burnham le huía a los platillos estridentes. Todo lo que evitaban definía el es
tilo de la banda tanto como sus elecciones afirmativas. “En ve:z de solos de gui
tarra teníamos anti-solos, momentos en los que sencillamente parabas de tocar
y simplemente dejabas un agujero”, dice Gill. El tejido mismo del sonido de
la banda era abrasadoramente diferente. Los amplificadores valvulares esta
ban prohibidos, dice Gill. “Hoy todo guitarrista quiere un amplificador val
vular; los amplificadores valvulares son el prerrequisito para un sonido rock
‘gordo’, para ese ‘calor' del que la gente habla. Yo tenía amplificadores a tran-
sistores: un sonido más crispado y limpio, más frío. Gang o f Four estaba en
contra del ‘calor'.”
La banda también evitaba el fragor de la espontaneidad del rock, esa sol
tura intuitiva de dejar que las canciones emergieran “orgánicamente” a partir
de zapadas. “Nada de zapar; ese era nuestro único fascismo”, dice Gill. “ Todo
estaba pensado de antemano.” Burnham le encontraba la vuelta a partes de ba
tería totalmente extrañas que invertían o frustraban los movimientos rítmicos
tradicionales del rock, como el mecánico rulo de batería de “Love Like Anthrax”
o lo que el propio Burnham llama el “continuo flujo de la batería en ‘Guns
Before Butter', que suena como si alguien estuviera cayendo por las escaleras”.
En vez de apilar los instrumentos para conseguir una pared de sonido de mu
chas capas, Gang o f Four le daba a cada instrumento espacio para respirar.
Guitarra, bajo y batería existían más o menos en pie de igualdad. En sus can
ciones más electrizantes -el paroxismo tirante y geométrico de “Natural's Not
In It”, por ejemplo-, todo funcionaba como ritmo, exactamente igual que en
el funk de James Brown.
92 Este equilibrio igualitario entre todos los músicos encarnaba las creencias
colectivistas de la banda. “Es música democrática, no tenemos esa cosa de la
‘estrella’”, declaró Jon King. Dave Allen insistía: “Gang o f Four no cree en el
individuo, y creemos que cualquier cosa que uno haga es ‘política', con p mi
núscula”. Estos ideales permeaban cada aspecto de la existencia de la banda,
desde el modo en el que componían (componían los cuatro juntos) hasta la
división en cuatro de los derechos de autor y los intensos debates constantes
acerca de cuestiones tanto internas como externas al grupo. A excepción de los
roadies, que cobraban el doble cuando estaban de gira, cada miembro de la
banda y su entorno recibía, además, el mismo salario (treinta libras).
Al principio, The Mekons solo era una extensión de este colectivo intem
pestivo. ‘'Aunque sin tener papel membretado alguno que lo probara, Gang o f
Four y The Mekons eran virtualmente una cooperativa que compartía equi
pos y sala de ensayo”, dice Burnham. “Hacíamos fechas juntos y nos turnába
mos para cerrar los shows.” La versión del rock democratizado de The Mekons
no era exactamente la misma que la de Gang ofFour, sin embargo. Era menos
disciplinada y menos tensa, más caótica y desprolija. El guitarrista Kevin Lycett
listó los principios fundantes de la banda: “que cualquiera podía hacerlo; que no
queríamos ser estrellas; que no éramos una banda formada en tanto tal, que
cualquiera podía sumarse y que los instrumentos se intercambiarían a antojo;
que no habría distancia alguna entre la audiencia y la banda; que no éramos
especiales”. Mark White, otro de los miembros fundadores, nunca había toca
do el bajo y, en la primera zapada de la banda, usó una llave como púa. Lycett
tocaba una guitarra usada por completo maltrecha que solo le había costado
diez libras. Mezclando eufóricamente informalidad e ineptitud, los primeros
recitales de The Mekons eran un “completo caos art noise”, recuerda Burnharn.
“Abrieron el segundo show de Gang ofFour y pusieron un sillón en el escena
rio para representar una nave espacial. Le habían pintado la palabra ‘nave es
pacial' encima. Fue una genialidad absoluta.” Las letras, leídas de un pedazo
de papel, degeneraban en un farfulleo improvisado. Los amigos de la banda
se paseaban por arriba y por abajo del escenario. En otro show, el set entero se
desintegró de modo extraño porque alguien había escrito -sin querer- una lista
de temas distinta para cada miembro de la banda.
Tomándose aún más seriamente que los integrantes de Swell Maps el ideal
punk de que “cualquiera puede hacerlo”, The Mekons no debería haber lle
gado a ningún lado. Sorprendentemente, sin embargo, para su segundo show 93
ya tenían un contrato discográfico. Estaban abriendo para la banda escocesa
de pop-punk The Rezillos en el F-Club, el club new wave más importante de
Leeds. Bob Last estaba entre la audiencia y decidió que The Mekons era la
banda perfecta para lanzar su sello, Fast Product, que para ese entonces toda
vía era una marca sin producto que la completase. Un tanto molestos por haber
sido tan raudamente rebasados por sus supuestamente menos serios camara
das, los miembros de Gang o f Four enseguida se aplacaron cuando firmaron
contrato, también ellos, con Fast Product.
Un pandemónium de guitarras crudas y baterías cavernícolas, “Never Been
in a Riot”, el single debut de The Mekons, era un argumento sonoro a favor
de la proposición que afirmaba que el rock, en palabras de Mary Harron, de
Melody Maker, “es el único tipo de música que, en realidad, pueden hacer mejor
aquellos que no saben tocar sus instrumentos que aquellos que sí”. Al princi
pio, de cualquier manera, no todo el mundo compró el argumento. Rough
Trade, de hecho, no lo compró literalmente, negándose a recibir copias del sin
gle y diciendo que sencillamente era demasiado malo. “Apenas más tarde, sin
embargo, se transformó en el Single de la Semana en NMI!', recuerda Last. “Y
todo el mundo, incluyendo a Rough Trade, lo quería.”
La bendición de N M E era aún más significativa porque venía de parte del
punk rocker residente del semanario, Tony Parsons, que consideró la letra de
“Never Been in a Riot” [Nunca he estado en un disturbio] como una sátira
iluminada de la postura “peleador callejero” de The Clash (“W hite Riot”, la
alusión a las “ametralladoras Sten en Knightsbridge” en “ 1977”, etcétera). De
acuerdo con Greenhalgh, la canción está más cerca de ser algo así com o una
adm isión de vulnerabilidad. “ Que uno podría estar en un disturbio y estar
asustado. Ser sincero respecto de ese tipo de debilidad en vez de intentar si
mular una valentía y una dureza que no existen.” Todo esto era parte del pro
yecto modesto y humanizante de The Mekons: una negación taxativa a ser me-
gaestrellas míticas. Más tarde, todavía en 1978, Tony Parsons entrevistó a la
banda como parte de una nota especial de N M E sobre la escena de Leeds.
Coherente con sus ideales, The Mekons insistió en que “nada de fotos ni ape
llidos. ¡No queremos presentarnos como personalidades individuales!". Dice
Greenhalgh: “C om o no queríamos que N M E publicara fotos nuestras, hicimos
esta criatura, una marioneta, y le colgamos una guitarra”. D e todos modos, el
94 fotógrafo Steve Dixon les robó una instantánea.
Mientras The Mekons volteaba tanto al lenguaje melodramático del rock
tradicional como a su sucesor punk (el artilugio del “guitarrista como guerri
llero” d eT h e Clash), Gang o f Four se había ido haciendo gradualmente de
una reputación com o un cierto nuevoThe Clash mejorado, punk político agi-
tadorcon un fundamento más o menos decente en la teoría. “ Damage Goods”,
el título del tema que le daba nombre a su primer EP, mostraba que la banda
había hecho su tarea marxista y conocía cosas como el “fetichismo de la mer
cancía” y la “reificación”. “ Damage Goods” usa el lenguaje del comercio y la
industria como un prisma que ofrece percepciones desconcertantes respecto
de las cuestiones del corazón. Con un ingenio oscuro, la canción narra una se
paración en términos de reembolsos y costos emocionales: “Open the till/ Give
me the change you said would do me good [...] You said you’re cheap but you’-
re too much” [Abre la caja/ Dame el vuelto que dijiste me haría bien [...] Dijiste
ser barata péro eres demasiado].
El otro tema destacado del EP, “Love Like Anthrax”, era una disección del
romance todavía más despiadadamente fría. A decir verdad, la música ya era
lo bastante alienante por sí sola. “ Está ese beat de batería rarísimo y comple
tamente robótico junto a esa extraña línea de bajo que no es más que un loop
de dos notas, o sea que tanto el acento de la batería como el del bajo caen de
lleno y exclusivamente en el lugar menos esperado”, explica Gill. “Y encima
de todo eso entra mi guitarra haciendo un ruido improvisado y por completo
aleatorio.” La cacofonía huracanada de Gill no tenía nada que ver ni con los
maremotos de ruido blanco de T he Velvet Underground ni con el uso orgiás
tico pero a la vez controlado que Hendrix hacía del acople para ensuciar las lí
neas melódicas. En la tradición romántica del rock, el acople siempre había
significado, típicamente, ser engullido por el océano, una extática avalancha
de olvido dionisíaco. En manos de Gill, sin embargo, solo sonaba como una
migraña, lo que le calzaba a la temática de “Love Like Anthrax” (el amor como
una fiebre cerebral debilitante, algo de lo que cualquier persona racional hui
ría como de la peste) a la perfección. En la letra, King se queja de sentirse como
“un escarabajo dado vuelta”. Está paralizado y literalmente vaciado, con todos
sus pensamientos enamorados chorreando “como orina'' por la alcantarilla.
“Love Like Anthrax” está construida como si fuera cierto tipo de dueto es-
tereofónico brechtiano. Mientras King llora el lamento del amante herido desde
un parlante, Gill recita detalles áridos como el desierto acerca del proceso de 95
grabación desde el otro. Burnham una vez comparó “Love Like Anthrax” con
las técnicas de pantalla partida que Godard usó en Número dos, la película de
1975 en la que la vida diaria de una familia francesa de clase obrera se yuxta
pone con escenas más disonantes, más privadas, de esos mismos personajes.
Gill y King dirigieron el cineclub estudiantil de la Universidad de Leeds, por
lo que deben de haber estado familiarizados con el trabajo de Godard: los me
dios de producción expuestos de m odo deliberado (como la claqueta que se
cruza velozmente de tanto en tanto en La Chinoise); la desarticulación (erro
res de continuidad, igualaciones de línea de visión incorrectas, jaw p cuts, falta
de congruencia entre las imágenes y el sonido); los personajes atravesando la
“cuarta pared” para dirigirse a la audiencia; todos esos tics estilísticos diseña
dos para hacer que el espectador tome conciencia del cine como artefacto y ar-
tilugio. Gang ofF o u r y Godard mantenían ambos una actitud recelosa y aler
ta respecto de las seducciones de sus respectivas formas de arte. Godard describía
el cine como “el fraude más hermoso del mundo” y veía sus películas como
una forma de crítica activa. Colaborador de los Cahiers du Cinéma por mucho
tiempo, escribió: “Sigo siendo un crítico tanto como siempre lo he sido. La
única diferencia es que ahora, en vez de escribir crítica, la filmo”. Tanto Godard
como Gang o f Four se vieron inevitablemente forzados a enfrentar acusacio
nes similares de parte de los tradicionalistas: demasiado concepto y demasia
da teoría; falta de emoción, de sensualidad, de “calor”.
Detrás del director/provocador y de la banda de funk política y agitado
ra yacía una fuente en común: el teatro antinaturalista y descaradamente di
dáctico de Bertolt Brecht. Lo que Brecht llamaba “teatro épico” confrontaba
al espectador con una realidad arbitraria y absurda. En vez de sentir que los
infortunios del protagonista estaban en consonancia con la naturaleza ya de
cretada de la realidad (y, por lo tanto, como ocurre en la tragedia, que eran
de algún modo nobles), se suponía que uno debía sentir que “los padecimien
tos de [el protagonista] me consternan, porque son innecesarios”. Los “efec
tos de alienación” de Brecht dislocaban al espectador en relación con sus pro
pias “reacciones naturales” , tajeando el supuesto realismo, para ofrecer en
cambio un atisbo de las estructuras profundas que organizan nuestras vidas.
Por lo demás, el imperativo de Brecht - “lo que es ‘natural’ tiene que tener la
fuerza de lo que alarma”- estaba a su vez en sintonía con la obra de otro pen-
96 sador marxista, Antonio Gramsci, cuyo trabajo estaba siendo redescubierto
en los años setenta. De acuerdo con este último, la clase dominante ejercía la
“hegemonía” haciendo que los m odos en que funciona el mundo parezcan
mero “sentido común”. La crítica radical, afirmaba Gramsci, debía desenmas
carar cada pedacito aparentemente obvio y autoevidente de sentido común
como algo construido por la mano del hombre, como una “verdad” construi
da para servir a los intereses de alguien.
Fanático de Brecht hasta el punto de tener su foto pegada en una de las
paredes de su departamento de Edimburgo, Bob Last incorporó efectos de
alienación en el arte de tapa de Damage Goods. “La banda me envió una carta
que era súper precisa respecto de lo que quería en la tapa”, dice. Dentro del
sobre, junto con la carta, había un recorte de diario con una fotografía de una
torera y un toro acompañada de un diálogo. La torera explica: “Los dos esta
mos en el negocio del espectáculo, ¿sabes? Tenemos que darle a la audiencia
lo que quiere. No me gusta hacer esto, pero así gano el doble de lo que gana
ría si tuviera un trabajo de oficina cualquiera”. El toro responde con un gru
ñido: “Creo que a la corta o a la larga todos tenemos que hacernos cargo de
nuestras propias acciones”. Al final, Last ignoró los deseos de Gang o f Four
y diseñó otra tapa, pero reprodujo la carta y el trozo de diario mal cortado en
la parte trasera del sobre interno. “No podría decirse que a la banda le encan
tó que hiciera eso”, recuerda Last. “Pero estoy seguro de que supieron reco
nocer que, en tanto se suponía que estaban interesados en la deconstrucción,
¡esto era un gesto irrefutable!”
Editado en el otoño de 1978, DamagedGoods fue recibido como un descu
brimiento mayúsculo. Aquí había una banda que había hallado una manera
completamente nueva de sortear el espinoso desafío de incluir la política en el
rock. Abrasivos pero accesibles, los G ang o f Four conseguían evitar tanto la
protesta sermoneadora al estilo de Tom Robinson como el didactismo intimi-
datorio de los vanguardistas como Henry Cow. La forma era tan radical como
el contenido y, así y todo, rockeaba. Hasta se podía bailar.
Después de Dam aged Goods, los miembros de Gang o f Four, animados
por el propio Last, tomaron la controvertida decisión de abandonar la esce
na independiente para firmar con una compañía discográfica grande. Dado
el impulso propagandístico de la banda, la idea de llegar al mayor número de
personas posible tenía sentido. También estaba a tono con una de las temáti
cas centrales del grupo, el entretenim iento. Era mucho más provocativo 97
intensificar las contradicciones implícitas del caso pasando a operar justo en
el centro de la industria del entretenimiento del rock. Mientras otras bandas
políticamente comprometidas se rasgaban las vestiduras angustiadas por la
sola posibilidad de quedar vinculas a conglomerados multinacionales, Andy
Gill y sus camaradas sentían que el sueño de The Pop Group y The Slits de
“escapar de Babylon era una estupidez retorcida, por mucho que nos gusta
ran ambas bandas. Para nosotros el punto era no ser ‘puros’. Las canciones de
Gang o f Four se trataban m uy a menudo de la im posibilidad de tener ‘las
manos limpias’ . Sencillamente, no podía ser parte de nuestra agenda trabajar
para un sello de verdad independiente, como si tal cosa fuera siquiera posi
ble”. Aunque Gang o f Four fue cortejada por varias discográficas importan
tes, fue EMI la que resultó elegida, precisamente a causa de su tamaño m ono
lítico y su imagen gris. Junto con su aparato de distribución de alcance
mundial, EMI les ofrecía un sorprendente nivel de control creativo. De acuer
do con Gill, su trato con EMI era casi un arreglo de “producción y licencia” :
Gang o f Four entregaba las cintas con el álbum ya terminado, que también
había sido producido por ellos mismos. La banda diseñaba asimismo sus tapas,
sus pósters, sus anuncios de prensa y sus parches.
El segundo single de The Mekons para Fast Product, el éxito indie “Where
Were You?” , se editó hacia finales de 1978 y enseguida agotó su primera ti
rada de 27.500 copias. Igual que Gang o f Four, de todos modos, The Mekons
también sería eventualmente persuadida por su propio sello de ascender a las
ligas mayores y firmar con Virgin. “Bob Last nos convenció de que el mero
hecho de firmar con un sello independiente no conllevaba superioridad moral
alguna”, dice Greenhalgh. Emboscados por el éxito, The Mekons tenía, invo
luntariamente, una verdadera carrera profesional entre las manos; su nivel de
actividad en vivo había alcanzado tal grado de ajetreo que, de hecho, necesi
taba el tipo de financiamiento que solo una compañía discográfica grande podía
proveer. El ascenso de la banda alcanzó su punto más alto en marzo de 1979,
cuando formaron parte de lo que las publicaciones musicales apodaron (medio
en chiste, medio en serio) “el recital del siglo” : una exhibición/presentación
de “música nueva” en el Lyceum Theatre de Londres que incluía a G ang o f
Four y a una tercera banda de Fast Product, T he Human League, más The
Fall y Stiff Little Fingers. N o mucho después de este show, no obstante, el
98 intento de T he Mekons de infiltrarse en el mainstream dejaría de salir de
acuerdo a lo esperado.
El éxito masivo en realidad no terminaba de sentarle del todo bien a una
banda armada alrededor del encanto de lo amateur. Grabado en The Manor,
el prestigioso estudio de Virgin, The Quality ofMerey Is Not Strnen, el primer
LP d eT h e Mekons, terminó sonando sin vida. Para finales de 1979, el grupo
parecía estar irremediablemente confundido; en las entrevistas, negaban de
m odo tajante el hecho de haber pretendido hacer de la ineptitud una virtud
(“siempre intentamos desesperadamente tocar bien”, le dijo Greenhalgh a
Melody Maker). Aunque la banda fue abandonando de forma gradual sus poco
prácticos principios de antaño (nada de fotos, nada de culto a la personalidad),
así y todo, sus miembros eran al mismo tiempo demasiado humildes como
para aprovechar las posibilidades de la fama. “C uando empezamos, la única
razón de ser de toda nuestra existencia como banda era que habíamos hecho
este disco horrible que nunca debería haber sido un disco, pero lo fue”, dijo
Greenhalgh. “Y éramos una banda que nunca debería haber sido una banda,
pero lo fue. Ahora estamos en un momento en el que ese tipo de razones para
existir son meramente irrelevantes. Así que se trata de preguntarnos, ¿enton
ces qué somos en realidad?” Pasarían cinco años antes de que T he Mekons
descubriera un nuevo y brillante propósito para existir, todo esto tras un do
loroso proceso intermitente de reinvención.
Mientras T he Mekons se esforzaba por promocionar The Quality ofMercy
h Not Strnen, Gang of Four lanzaba su primer single editado por una disco-
gráfica grande, ‘'At Home He Feels Like a Tourist”. La letra criticaba lateral
mente al esparcimiento y el entretenimiento como sustitutos de la verdadera
satisfacción y la verdadera estimulación. Oscura líricamente hablando, la can
ción era, en términos sonoros, lo más cruelmente austero y convincente de
Gang o f Four hasta el momento. La guitarra explosiva de Gill tajeaba el teji
do robótico/hipnótico de la batería y el bajo, que sonaban, en palabras de Jon
King, como “música disco perversa”. “At Home He Feels Like a Tourist” in
cluía, sin embargo, un verso acerca de las discotecas que, de hecho, habría de
costarle su primer revés a la banda. Em pujado por una rotación constante en
la programación nocturna de Radio One, el single alcanzó los últimos pues
tos del Top 75 del Reino Unido, motivo por el cual Gang o f Four fue invita
da a aparecer en Top o f the Pops, una oportunidad de oro para entrar en el co
razón de la cultura de masas. La exposición ante una audiencia de diez millones 99
de personas aseguraba casi por completo que el single saldría disparado hasta
el Top 30 una semana más tarde. Pero, el día del programa, los productores
objetaron la línea “the rubbers you hide in your top left pocket” [los forros
que escondes en el bolsillo izquierdo de tu chaqueta], línea que era parte de
un verso que trataba acerca de las discotecas y su manera de hacer dinero ven
diendo sexo o, al menos, su promesa. Gang o f Four ofreció cambiar el ordi
nario término callejero que hacía referencia a los preservativos [rubbers] por
algo más neutral y am biguo como “packets” [gomas]. Top o f the Pops insistió
en que la palabra original fuera reemplazada por “rubbish” [basura], porque
con “packets” el cambio se notaba demasiado y no querían que nadie sospe
chase que había habido censura. Después de un debate agotador, todo a mi
nutos de que la cinta empezara a correr y la banda tuviera que salir a escena,
Gang o f Four se negó.
De todas formas, “At Home He Feels Like a Tourist” siguió subiendo en
los charts y To<p o f the Pops volvió a invitar a la banda, aunque manteniendo
las mismas condiciones. “D ecidim os morir en la nuestra”, dice Burnham.
Estuvimos todos juntos y de acuerdo en esa decisión, y se sintió genial. Pero,
visto en retrospectiva, negarnos a aparecer en Top o f the Pops básicamente mató
nuestra carrera.” Burnham está convencido de que el single se hubiese dispa
rado hasta el Top 30 después de la enérgica presentación de la banda en tele
visión. “Y además, no hubiésemos perdido el apoyo de un número importan
te de personas en EMI, que fue lo que nos pasó. ¡La cara de exasperación del
tipo del Departamento de Promoción cuando le dijimos que no íbamos a ir
a Top ofthe Pops!”
Aunque Entertainment!, su primer LP, fue relativamente bien recibido por la
crítica y vendió una cantidad razonable de copias, para los propios estándares de
Gang ofFour y considerando su ambición de infiltrarse en el mainstream el disco
fue una intervención que no había conseguido cumplir con las expectativas.
Considerado como un objeto artístico en sí mismo (y habida cuenta de su im
pacto a largo plazo), Entertainment! fue cualquier cosa menos un fracaso. Una
de las obras maestras definitorias del postpunk, todos y cada uno de los aspec
tos del disco (la letra, la música, el arte de tapa -esa famosa imagen del indio
engañado dándose un apretón de m anos con el cowboy que no puede esperar
a explotarlo—) están perfectamente alineados. El mero sonido del disco —so-
100 brio, chato, al m ism o tiempo provocador y distante— se destacaba.
Entertainment!, con su sonido en extremo “seco” (en el sentido técnico de los
ingenieros de sonido: “nada de reverb, baterías sin brillo”, dice Burnham), rom
pió con todas las convenciones respecto de cómo había que grabar música rock.
N o había intento alguno de capturar el sonido en vivo de la banda, ni un solo
gesto que indicara la intención de simular el sonido de una música que esta
ba siendo tocada en un espacio acústico real. “Visto en retrospectiva, hubiese
sido lindo poder escuchar esas canciones grabadas de m odo tal que sonaran
más fieles a nuestro sonido en vivo”, dice Burnham. Pero es precisamente eso
lo que fue parte del logro de Entertainment!, su efecto de alienación.
Entertainment! era un artefacto de estudio, una construcción a sangre fría.
Entertainment! también era “seco” en términos emocionales: usaba el es
calpelo del análisis marxista para diseccionar las mistificaciones del amor, la
“democracia capitalista” y el propio rock ’n’ roll. Las canciones retrataban re
laciones y situaciones de manera esquemática. Aunque Jon King solía cantar
en primera persona, había un elemento de despersonalización, una cierta sen
sación de que los protagonistas de las canciones eran movidos por fuerzas so
ciales impersonales. Com o sugirió Greil Marcus, uno de los primeros defen
sores de la banda, los personajes de sus canciones muchas veces parecían estar
a punto de liberarse de la “falsa conciencia’’ y aprehender las realidades estruc
turales que gobernaban sus existencias, pero, al final, nunca lo conseguían del
todo. Y así “C ontract”, uno de los temas más perturbadores del disco, redefi-
ne el matrimonio en términos de un arreglo de negocios, “un contrato de in
terés mutuo”. La canción se desplaza de los pormenores de una asociación dis
funcional -desacuerdos, sexo decepcionante- a la naturaleza guionada del
conflicto de la pareja infelizmente casada: “These social dreams/ Put in prac-
tice in the bedroom/ Is this so private?/ Our struggle in the bedroom” [Todos
estos sueños sociales/ Puestos en práctica en el dorm itorio/ ¿Son en verdad
tan privados?/ Nuestros problemas en el dormitorio]. Retrocediendo frente a
la “coerción de los sentidos” del consumismo, “N atural’s Not in It” insiste de
modo similar en que “no hay escape de la sociedad”. “N o Great Men” desafía
la historia escrita por los líderes poderosos, como los reyes y los generales, que
ignora a la gente común y corriente que construye sus palacios y pelea sus
guerras. En una nota en la revista Sounds, Garry Bushell dijo poder rastrear
la letra del tema hasta el famoso poema de Brecht “Preguntas de un obrero
que lee”, que termina con las líneas: “Cada página una victoria/ ¿Quién co- 101
cinó el festín de la victoria?/ Cada diez años un gran hombre/ ¿Quién pagó
la cuenta?” .
Tanto en ese entonces como ahora, las canciones “políticas” por lo general
sugieren, implícita o explícitamente, que el cantante y la audiencia están exi
midos de los males que están siendo reprendidos. Ya sea que se trate de una
protesta acusadora de dedo en alto o de un comentario social irónico, el pro
blema está al/d. En vez de dividir cómodamente el m undo en un “nosotros”
honrado y justo versus un “ellos” corrupto, las canciones de Gang o f Four im
plicaban a sus oyentes (y, por lo demás, a los propios miembros de la banda)
en los mismos procesos que se estaban criticando. Sin embargo, eso tampoco
quería decir que no había partidos que valiera la pena tomar o enemigos que
valiera la pena combatir. En la primavera de 1979, Gang o f Four participó del
Militant Entertainment Tour, una gira de un mes de duración que formaba
parte de los eventos a beneficio organizados por Rock Against Racism y que
consistía en una serie de recitales por todo el país junto a unas treinta bandas
más que se iban rotando en la programación. El objetivo principal de esta in
mensa campaña era el National Front, que para ese entonces estaba presentan
do candidatos para todas y cada una de las bancas del Parlamento de cara a las
inminentes elecciones generales de mayo de 1979 y, por tanto, se había gana
do el derecho a una cantidad considerable de transmisiones políticas gratuitas
en la televisión nacional. El telón de fondo de todo esto era la caída en apa
riencias inevitable del gobierno laborista de Callaghan a manos de los conser
vadores, liderados por Margaret Thatcher.
En enero de 1978, en una entrevista televisiva, Thatcher había expresa
do su preocupación por la inmigración usando la metáfora de la “inunda
ción” para describir el im pacto del m ulticulturalism o en el “carácter” y el
m odo de vida británicos. Respondiendo a una pregunta acerca del National
Front, dijo que, aunque la mayoría de la gente no estaba de acuerdo con el
punto de vista de la organización con respecto a la cuestión de la inmigra
ción y la repatriación, “por lo menos están planteando algunos de los pro
blemas”. Por el contrario, David Widgery, uno de los voceros clave de Rock
Against Racism y de la liga antinazi, imaginaba una coalición multicolor de
trabajadores y minorías uniéndose para construir una cultura británica hí
brida. “ Ella cree que estam os siendo ‘inundados' por esto”, le dijo a NME,
102 “pero yo quiero inundarla a ella”.
Leeds estaba en la vanguardia de esta guerra cultural. En parte debido a su
gran población universitaria, fue una de las primeras ciudades británicas en
fundar una filial local de Rock Against Racism. Claro que, al mismo tiempo,
una gran parte de la juventud de clase obrera de Leeds se sentía en cambio atra
ída por los grupos extremistas de derecha. El National Front, en un intento
por reclutar miembros de entre el público de The F-Club, lanzó lo que llamó
el “Frente Punk” de Leeds. Leeds t ^ b i é n fue el luugar donde nació Rock Against
Communism, un movimiento montado alrededor de bandas punk de derecha
locales como The Dentists, cuyas canciones incluían cortes com o “ Kill the
Reds” [Mata a los rojos], “M aster Race” [Raza superior] y “W hite Power”
[Supremacía blanca]. Los matones fascistas atacaban a las minorías raciales, a
los homosexuales y a los estudiantes cuyo aspecto los condenaba como de iz
quierda. En una ocasión, incluso, invadieron The Fenton. “Fue como estar en
un saloon del Lejano Oeste, las sillas volaban por todos lados, todo el mundo
estaba recibiendo golpes, las ventanas estallaban”, recuerda Andy Gill. Las pan
dillas de skinheads merodeaban el c ^ p u s de la universidad. “Cada tanto había
una batalla campal, todo el mundo lanzándole cosas a todo el m undo.”
Los skinheads fascistas también se aparecían con cierta regularidad en los
recitales de Gang o f Four, The Mekons y todos sus demás aliados, em pe^^do
peleas en medio de la audiencia, y lanzándoles insultos y proyectiles a las ban
das. La formación de Delta 5 -d o s chicos y tres chicas, todos ellos vestidos de
acuerdo con el estilo unisex del feminismo de aquellos días- parecía ofender
particularmente a la brigada skin. En un show, la bajista Ros Alien fue denun
ciada como una “bruja comunista”. Las chicas devolvían todos los golpes. En
otro show, Bethan Peters, la otra bajista de Delta 5, agarró a uno de estos jóve
nes hitlerianos y le rompió la cabeza contra el escenario.
Aunque el m ovim iento contra lo “políticam ente correcto” todavía no
había florecido del todo, The History M an, la novela de M alcolm Bradbury
de 1975 que satiriza a la academia británica, ayudó a alimentar la percep
ción cada vez más generalizada de que la educación superior era un caldo de
cultivo para agitadores izquierdistas. En lo que a los viejos conservadores res
pecta, los traficantes de teoría estaban, con toda su repugnante multitud de
“ismos” (racismo, sexismo, clasismo, etarismo, etcétera), pisoteando los ta
búes liberales tradicionales de la objetividad y el equilibrio, la verdad y la be
lleza. En efecto, al interior de la cultura política de los años setenta que le 103
dio forma a Gang o f Four, T he Mekons y Delta 5, la gente usaba expresio
nes como “ideológicamente sano” sin el menor dejo de ironía. “Cuando es
cribo intento encarecidamente asegurarme de que las palabras sean sanas,
que no haya nada sexista en ellas” , le dijo, solemne, Mark White, de The
Mekons, a la revista Sounds. “Así que muchas de nuestras primeras cancio
nes eran tímidas a propósito. ”
Las mujeres de Delta 5, por el contrario, solían escribir desde una postu
ra desafiante, indiferente, autoafirmativa e inaccesiblemente autónoma. “M ind
Your Own Business”, su single debut, era desalmado y poco amigable, negán
dole la entrada a cualquiera que estuviera desesperado por un poco de intimi
dad y compromiso. “Can I interfere in your crisis?/ No! Mind your own busi-
ness!” [¿Puedo entrometerme en tu crisis?/ ¡N o! ¡N o te metas!]. “You”, el
segundo single de la banda, era una serie de acusaciones y recriminaciones aún
más graciosas: “^ ^ o left me behind at the baker's?/ YOU, YOU, YOU!/ Who likes
sex only on Sundays?/ YOU, YOU, You!” [¿Quién me dejó abandonada en la pa
nadería?/ ¡Tú, Tú, Tú!/ ¿A quién le gusta tener sexo solo los domingos?/ ¡A TI,
A TI, A Ti!]. C om o G ang ofFour, Delta 5 insertaba efectos de distanciamien-
to en sus canciones. Por muy hostiles que fueran todos estos temas acerca de
relaciones amorosas malogradas, lo cierto es que ninguno de ellos daba la im
presión de ser exactamente confesional, lo que además se veía acentuado por
la falta de especificación de género en las letras y por el hecho de que muchas
de las voces estaban dobladas. Delta 5 creía con firmeza en el enfoque “lo per
sonal es político” . “Las relaciones personales son como un microcosmos del
m undo entero y, en ese sentido, lo que estamos haciendo es hablar de las cosas
en general”, afirmó Bethan Peters.
Genealógicamente hablando, Delta 5 se formó a partir de un rebrote de
T he Mekons. Ros Allen había sido la bajista original de estos últimos, y
Bethan Peters y Julz Sale eran ambas “novias M ekons”. El baterista de The
Mekons, Jon Langford, fue el creador del genial arte de tapa de los dos pri
meros singles del grupo. Incluso el nombre “Delta 5” surgió vía The Mekons,
vía el Delta del Río Mekong de Vietnam. Así y todo, en lo que al sonido res
pecta, Delta 5 estaba más cerca del punk funk de Gang o f Four, con la parte
“funk” de la cuestión entendida de forma limitada como una guitarra rítmi
ca entrecortada, intermitente, y unos potentes riffs de bajo que se hacían
104 cargo del elemento melódico. Delta 5 iba de hecho un paso más allá que
G ang o f Four y tenía dos bajos, el de Peters, más agudo, y el de Allen, un ru
gido gravísimo.
Otra banda de funk agitador y riffs pesados con una formación mixta y
canciones que escudriñaban la sexualidad con ojo despiadado era T he Au
Pairs. “Eran de otra ciudad, de Birmingham, pero definitivamente formaban
parte de nuestra movida”, dice Hugo Burnham. “Hicimos un montón de fe
chas con The Au Pairs, vinieron con nosotros en una gira de Gang o f Four.”
Su canción más fam osa, “C om e Again” , retrata a una pareja de ideología
igualitaria que intenta alcanzar la paridad orgásmica. Cantada com o un dueto,
es un m icrodram a en el que Paul Foad interpreta al hombre “deseoso por
com placer” que m asturba solem nemente a su sufrida com pañera, Lesley
Woods. “Is your finger aching?/ I can feel you hesitating” [¿Te duele el dedo?/
Puedo sentir que titubeas], se pregunta ella mientras la probabilidad de un
orgasmo se desdibuja hasta desaparecer por completo. Al final, a pesar de las
intenciones de todos los implicados, ella simplemente descubre “una nueva
manera de fingirlo”.
“Todo es político; todo lo que uno hace es político y el m odo en el que
uno se relaciona con las personas que lo rodean es político”, declaró Woods.
El foco del feminismo en las actitudes, en el lenguaje, en las miles de interac
ciones micropolíticas que hacen a los comportamientos cotidianos suponía
que ser “consciente” implicaba de m odo necesario ser constantemente cons
ciente de sí mismo. “H abía sin lugar a duda un elemento de politización en las
relaciones”, recuerda Burnham. “Las mujeres de nuestro círculo social eran
mucho más saludables en términos de la dinámica de poder hombre-mujer.
Todos estábamos metidos en eso de reexaminar cómo conducíamos nuestras
vidas, qué cosas uno tomaba como autoevidentes. Durante nuestra segunda
gira por los Estados Unidos, usé una de las remeras de la campaña a favor de
la ERA, la Enm ienda de Igualdad de Derechos [Equal Rights Amendment]. Al
mismo tiempo, eso no quería decir que nosotros no intentáramos llevarnos a
una chica a la cama cada vez que teníamos la oportunidad de hacerlo. ¡No
había nada puritano acerca de Gang o f Four! Había de hecho toda una acti
tud muy hedonista respecto del alcohol, pero no de m odo tal que fuera des
tructiva para con la dignidad o el espacio de alguien más. ¡La única dignidad
que sufría era la nuestra!”
Los integrantes de Gang o f Four ciertamente gustaban de beber una o 105
dos cervezas (o, en fin, veinte). Bebedores empedernidos que no disfrutaban
de nada tanto com o de una buena oportunidad para demostrar los poderes
de su razón en un combate discursivo reñido, los miembros de Gang ofFour,
más allá de toda su retórica antisexista, formaban un grupete más bien m as
culino y, de hecho, reprimido -reprim ido de un m odo que era, a la vez, tí
picamente británico y clásicamente característico de la izquierda m arxista
más dura, que tendía a fetichizar la racionalidad y a m enospreciar lo em o
cional-. Gill, en particular, era el típico británico que se guarda todo lo que
siente. “De toda la gente con la que trabajé, él es el único al que jamás vi llo
rar”, dice Burnham. “¡A menos que estuviera tan condenadamente borracho
que se lastimara!” H abía m omentos ocasionales de fragilidad en la m úsica
de Gang o f Four, sin em bargo (com o la desolación inquieta de “Glass” y el
abatimiento supino de “Paralysed”). La letra hablada de “Paralysed” (el tema
que abre el segundo disco de G ang ofFour, Solid Gold.) fue tom ada por casi
todos los críticos y comentaristas como el lamento de un hombre destroza
do por haber sido despedido. De acuerdo con Gill, que es quien la escribió
Y la recitó, se trata de hecho de algo mucho más parecido al blues en el sen
tido original del término.
La mayoría de las veces, de todas formas, Gang o f Four exaltaba la fría e
inflexible razón. Regrabada para Entertainment!, “Love Like Anthrax” ahora
incluía, saliendo de uno de los parlantes, una disertación de Gill acerca de la
canción de amor como la base de la música pop mientras, desde el otro par
lante, King gemía asolado por las pasiones románticas. Gill reflexiona acerca
de por qué las bandas pop cantan siempre sobre el amor y expresa sus dudas
respecto de la posibilidad de que todo el mundo sea capaz de esta pretendida
emoción universal. Finalmente concluye: “N o creo que estemos diciendo que
haya algo malo en el amor, solo no creemos que lo que ocurre entre dos per
sonas tenga que estar envuelto de m isterio”. La polémica da en el blanco.
Propagado por Hollywood y la canción popular, el m ito del am or romántico
reemplazó de modo gradual la religión como el opio de los pueblos del siglo
^X . Así y todo, la aridez del mundo que Gang ofFour propone -algo que uno
puede saborear en la neutralidad ronca de la voz desclasada de G ill- haría que
la mayoría de la gente saliera corriendo una vez más a los brazos de esa queri
dísima ilusión, más reconfortante, del amor como un cielo aparentemente al-
106 canzable en la Tierra.
En efecto, el problema con la desmitificación es justamente que, en cierta
medida, le quita el misterio a todo. Libera al mundo de la superstición y el
sentimentalismo, pero también elimina la intuición y otras formas no racio
nales de percepción y conciencia. La rama “unisex” del feminismo que estaba
de moda en la escena de Leeds por aquellos días suponía que las mujeres tení
an que volverse duras, nada sentimentales, asertivas y “secas”. Los hombres, no
obstante, no tenían por eso que volverse más sensibles o andróginos. Jon King,
por ejemplo, rechazaba la idea de que los hombres necesitasen desarrollar su
lado emocional femenino. “Ese tipo de recurso a las emociones es parte de la
opresión”, decía. “Si uno reacciona emocionalmente a las cosas todo el tiem
po, no va nunca a ningún lado.”
Tal vez, en el fondo, parte de lo que ocurría era que Gang o f Four en rea
lidad le temía a la música en sí misma (su poder de seducción y su energía
primitiva, su invitación a abandonar toda lógica y a rendirse a un gozo extá
tico insensato), y todos los artilugios de distanciamiento que usaban eran tam
bién mecanismos de autodefensa que “dividían” al yo en dos dimensiones al
ternativas: una involucrada, “dentro” de la m úsica, y la otra desapegada,
indiferente, mirando todo ligeramente desde afuera. G ill explica cuánto ama-
ban todos los integrantes de Gang o f Four la banda de hard rock de los se
tenta Free “porque su música era súper rítmica y despojada. Pero, al mismo
tiempo, ahí estaba Paul Rodgers cantando acerca de su auto y de su mujer.
Así que uno tenía que poder suspender sus propias creencias por un instan
te, uno podía amar a Free y así y todo ser completamente consciente de la
idiotez de sus letras. Supongo que se podría decir que Free fue una de las in
fluencias de Gang o f Four, pero nuestra manera de encarar la cuestión siem
pre fue tomar esta parte y dejar esta otra parte absurda afuera, o tomar deter
minado cliché e invertirlo”. En términos postpunk, este enfoque implicaba
algo así como un cierto tipo de hard rock “contenido”, duro pero no “macho”.
Arriba del escenario, la banda evitaba las poses fálicas estereotípicas del rock 'n'
roll, pero, como concede el propio Burnham: “S í teníamos una presencia es
cénica algo violenta; Jon, Andy y Dave corriendo de un lado para el otro y
chocándose entre sí continuamente. En términos teatrales, era súper intenso,
jugueteábamos con un trasfondo violento”. Y como la m úsica de Gang o f
Four unía, en las propias palabras de G ill, “el groove de la m úsica negra y la
dureza del rock de guitarras”, algunos periodistas la consideraron sencillamen 107
te una mera versión funkeada del heavy metal.
El costado rock de la banda, salvaje y visceral, fue capturado en Solid Gold
editado a principios de 1981. Excitante solo de a ratos, la producción y el con
secuente “sonido en vivo” del disco eran más convencionales que la austeridad
disecada de Entertainment!. Líricamente hablando, Gill y King parecían haber
perdido su toque. Las canciones viraron de la tipología cruda en tercera per
sona (las caricaturas protofascistas de “Outside theTrains Don't Run on Time”
y “He' d Send in the Army”) a la sátira torpe (el antiamericano “Cheeseburger”
[Hamburguesa con queso]). Las mejores canciones del disco, como “Paralysed”
y “What We Ali Want”, tocaban una nota de tristeza que conectaba con la at
mósfera aprensiva que impregnaba los primeros años de la década del ochen
ta, cuando las implicaciones más profundas de las victorias de Thatcher y
Reagan finalmente empezaban a apreciarse.
Juzgado como una desilusión y un disco irrelevante en el Reino Unido
(donde las tendencias de la cultura pop ya habían seguido su cam inohacia otro
lado), en los Estados Unidos, Solid Gold fue y sigue siendo considerado solo
un escalón por debajo de la talla clásica de Entertainment!. En 1980, mientras
que Gang o f Four había prácticamente desaparecido por completo de la esce-
na británica, la banda salió de gira por los Estados Unidos en dos oportunida
des. “Millones de veces durante esas giras se me acercó gente después de un
show y me dijo: ‘Leí sus entrevistas en NME y siempre pensé que serían real
mente aburridos”’, se ríe Burnham. “Se sorprendían porque nosotros realmen
te rockedbamos, no nos quedábamos ahí parados enfundados en largos imper
meables oscuros y viéndonos miserables como la típica banda postpunk. Es
por eso que nos fue tan bien en los Estados Unidos. La propensión a rockear
está más arraigada en la psiquis de la juventud norteamericana que a la europea.
Es por lo mismo por lo que a The Clash también le fue bien en Norteamérica.
Y nosotros éramos The Clash sin los trajes de cowboy.”
Aunque Gang o f Four sin lugar a duda inspiró a muchas bandas británi
cas a abrazar el hard funk com o el formato “sonoramente correcto” para la
música postpunk políticamente consciente, su mayor legado a largo plazo flo
recería en los Estados Unidos. A lo largo de los últimos veinticinco años, in
contables bandas (Pylon, The B-52s, Romeo Void, Red H ot Chili Peppers
-que reclutaron a Gill para que produjera su primer disco-, The Minutemen,
108 Fugazi, Big Black, Helmet, Rage Against the Machine, Girls Against Boys,
The Rapture y montones más) le sacaron el jugo a distintos aspectos del es
tilo de G ang ofFour, encontrando inspiración en la posibilidad abierta por
la banda de Leeds de una nueva forma de rock agresiva y violenta, sin que
esto implique una postura de m acho opresiva. H asta el día de hoy, sin em
bargo, nadie ha conseguido rivalizar con la asom brosa originalidad del soni
do y la visión de Gang o f Four.
«M UU.M
A N SIA INCONTROLABLE:
EL G R O T E S C O INDUSTRIAL
DE PERE UBU Y DEVO
1. En el jazz, el vocalese es un tipo de técnica vocal que consiste en cantar una serie de pa
labras imitando y/o reemplazando h línea melódica de alguno de los instrumentos que
forman parte de una composición o una improvisación instrumental. A diferencia del
scat, que utiliza palabras y sílabas por lo general sin sentido (como “scat, skeet, skee, do
doodle do, skeet, skuld, skoot”), el vocalese presupone una determinada letra, ya sea que
esta se improvise en el momento o haya sido escrita de antemano. [N. de la T.]
en algún lugar a mitad de camino entre lo “avant” y lo “garage”. “ En determi
nado momento, David trazó una línea dividiendo el escenario y dijo: ‘ Este es
el lado intelectual de la banda y ese es el lado ‘tanque’; ‘tanque’ como en la gue
rra” , recuerda Krauss. La sección rítm ica fue nom brada la fuerza m ilitar;
Ravenstine y el propio Thom as fueron nombrados los cerebritos enfermos;
Tom Herman quedó parado justo en el centro, en tierra de nadie.
Durante la década del setenta, entonces, Cleveland tuvo la oportunidad de
jactarse de ser la primera ciudad musicalmente sofisticada al oeste de Nueva
York. De acuerdo con el propio Thomas, la ciudad era “un verdadero inverna
dero” de c l a r i l l a s de entendidos definiéndose a sí mismos a través de gustos
inusuales. ‘T od os los que tenían bandas trabajaban en disquerías, y todas las
disquerías competían para ver quién tenía el catálogo más com pleto”, dice.
Además de poseer disquerías de vanguardia como Drome, la ciudad también
contaba con una de las estaciones de radio más progresistas de los Estados
Unidos, la WMMS. Su programación de principios de los setenta era exacta
mente igual a la del programa especial de John Lydon en Capital Radio: The
Velvet Underground, Roxy M usic, Soft Machine, .incluso la banda de Peter 113
Hammill, Van Der G raaf Generator.
M ientras aún estaba en la escuela secundaria, de hecho, los gustos de
Thomas también se inclinaban hacia lo progresivo. Era un fanático enfermo
de Zappa, en especial de los collages de cinta hechos en el estudio para Unele
Meat, y consideraba a Trout Mask Replica de Beefheart un documento sagra
do. The Stooges y The Velvet Underground, tanto por su actitud como por
la potencia cruda de su música, eran terreno común para toda la escena pre-
punk de Cleveland. “Éramos dos o tres años post-hippies, y esos dos o tres
años eran bastante significativos”, dice Thom as. “Creíamos que los hippies
eran bastante inútiles en términos de acontecimiento social, en términos de
cualquier tipo de acontecimiento social.” Esta fue la generación que trataba
a la revista Creem como la Biblia y a Lester Bangs como el profeta, la genera
ción que compraba cut-outs1 de LP de The Velvet Underground y The Stooges,
Sheffield y Manchester, los dos motores gemelos de la revolución industrial bri- 131
tánica, fueron particularmente receptivas a los sonidos sintetizados, inhóspitos
y futuristas, de Devo y Pere Ubu. A menos de setenta kilómetros una de la otra
en la parte norte de Inglaterra, a uno y otro lado de la cadena montañosa de los
Peninos, ambas ciudades compartían con Cleveland ese tipo de confianza local
arrasadora que solo se veía ligera y temporalmente ensombrecida por el hecho
de haber caído en tiempos difíciles (una cierta actitud de: “Solíamos ser gran
diosos... Pero ya verán, todavía no se ha acabado”)..Las dos ciudades también
tenían sus propios equivalentes a los Flats de Cleveland, duras zonas margina
les en las que la industria pesada chirriaba y palpitaba día y noche.
Sheffield era el hogar de innovaciones tales como el acero inoxidable y el
convertidor Bessemer (que, patentado a mediados del siglo XIX, hizo posible
la producción en masa de acero barato). A solo un viaje de diez minutos en auto
del pintoresco Parque Nacional del Distrito de los Picos y de los valles de
Derbyshire, la imagen de la ciudad que sin embargo perdura en el imaginario
colectivo es lúgubre y gris y está basada, sobre todo, en sus zonas marginales y
en el extremo este de la ciudad, el área más densamente industrializada. ‘'Ahí es
donde vivía con mis padres”, dice Richard H. Kirk, de Cabaret Voltaire. “Uno
miraba hacia el valle y lo único que veía eran edificios ennegrecidos. A la noche,
ya en la cama, uno podía escuchar las gigantescas fraguas que crujían a lo lejos.”
Martyn Ware, de The Human League, también dice haber crecido en medio
de un estridente paisaje sonoro de ciencia ficción, rodeado por todos estos ex
traños ruidos maquínicos producto de la industria siderúrgica de Sheffield.
Com o corresponde a una de las primeras ciudades británicas en industriali
zarse, Sheffield enseguida forjó su propio proletariado en el sentido más clásico
del término, un proletariado que respondía, en efecto, a la definición del mis
mísimo Karl Marx (seres humanos que son reducidos a meros apéndices de carne
anexados a una serie de maquinarias, conscientes tanto de su explotación como
de su interés común en luchar por mejores condiciones de vida). Hasta hace
poco, de hecho, la ciudad seguía siendo uno de los bastiones del viejo Laborismo,
de ese Partido Laborista pre-Tony Blair que estaba estrechamente ligado al movi
miento sindical y cuyos miembros se tomaban muy en serio el compromiso, in
cluido en la carta estatutaria laborista, de mantener las industrias importantes,
entre ellas la del acero (noventa por ciento de la cual, en 1967, estaba agrupada
en la British Steel Corporation, que todavía era una empresa pública), como pro-
132 piedad del Estado. Dada la línea férreamente socialista del Consejo Municipal de
la ciudad -que, de hecho, hacía ondear la bandera roja desde el ayuntamiento-,
la región de Sheffield fue apodada “la República Popular de Yorkshire del Sur”.
Para aquellos que se habían criado en los suburbios del sur de Inglaterra, con
vertirse en un militante de izquierda era una rebelión, una manera de autodefi-
nirse por oposición a la condición pequeño-burguesa de sus padres. En Sheffield,
sin embargo, donde la política de extrema izquierda era cosa de todos los días,
lo rebelde era hacerse artista. Para un Richard H. K.irk aún adolescente, por
ejemplo, ser miembro de la Young Com m unist League era casi como ir a misa
todos los domingos. “ En determinado m om ento mi papá era miembro del
Partido, y yo solía ir a la escuela con la insignia. Pero en realidad nunca me lo
tomé muy en serio.” En vez de eso, Kirk se sentía irremediablemente atraído
por la revuelta no constructiva y el irracionalismo tóxico del dadaísmo.
Aunque para otras partes densamente industrializadas del Reino Unido la dé
cada del setenta supuso un aumento sostenido del desempleo y el cierre forzoso
de muchas de sus fábricas, Sheffield permaneció relativamente próspera. La in
dustria siderúrgica no declinó de modo notorio hasta que Thatcher llegó al poder,
en 1979. Si había privaciones, eran privaciones de tipo cultural. Transitivamente,
la juventud disconforme de Sheffield se lanzaba hambrienta sobre cualquier fuen-
te de estímulo a la que pudiera echar mano: música pop, arte, ropa glam, ciencia
fkción o, mejor aún, una extraña combinación de todo eso junto.
Fue eso lo que hizo que La naranja mecánica -el libro de Anthony Burgess
de 1962, la película de Stanley Kubrick de 1970 y la banda de sonido electró
nica de Walter Carlos- tuviera semejante impacto en Sheffield. Ambientada en
Gran Bretaña en algún futuro cercano, La naranja mecánica gira en torno a una
pandilla de adolescentes que merodea la ciudad en busca de problemas, un
grupo de dandies sanguinarios que viven para la “ultraviolencia” gratuita. V^agando
a través de un paisaje urbano lúgubre de altísimas torres de departamentos, plan
tas de energía eléctrica y “sinys” [salas de cine] desvencijados, estos matones
“glam” asaltan a la gente mayor por diversión y se pelean sangrientamente con
pandillas rivales. Aunque Burgess dijo inspirarse específicamente en su ciudad
natal, Manchester, lo cierto es que el telón de fondo de La naranja mecánica re
sultaba familiar para cualquiera que viviera en la Gran Bretaña urbana de la dé
cada del setenta. Bloques de departamentos, puentes techados entre edificios,
oscuros pasos subterráneos: esta era la psicogeografía desolada de una nueva
Inglaterra que estaba siendo construida por planificadores urbanos y arquitec- 133
tos brutalistas desde principios de la década del sesenta. The H uman L e ^ u e le
puso nombre a su segundo EP, The Dignity o f Labour, repitiendo la consigna
del mural que aparece pintado en una de las paredes externas del altísimo
“Municipal Flatblock”, el edificio en que el antihéroe de La naranja mecánica,
Alex, visita a sus padres. Martyn Ware y lan Craig Marsh bautizarían luego a
su banda post-Human League Heaven 17, el nombre de una banda pop ima
ginaria que aparece en la novela. Adi Newton, un ex compañero de Ware y
Marsh, llamó a su banda Clock DVA, siendo “ d v a ” una referencia al número
dos en el dialecto proto-ruso que hablan Alex y sus “drugos”.
En cuanto a la banda sonora de Walter Carlos para L a naranja mecánica,
esta era sencillamente la primera vez que la gran mayoría de los chicos de
Sheffield escuchaban m úsica electrónica en verdad extrema. Habían existido
uno o dos atisbos tentadores de sonido sintetizado aquí y allá en el rock pro
gresivo de bandas como Emerson, Lake & Palmer, pero nada como esto.
“Emerson, Lake & Palmer era una basura infinita, a excepción de los momen
tos en los que Keith Emerson tocaba el Moog, ahí era sublime", dice Phil Oakey,
el cantante de The Human League. Por lo demás, casi que la única dosis más
o menos fuerte de sonido electrónico que uno podía conseguir de la música
pop a principios de los setenta era Roxy Music, que contaba con los abstrac
tos chorros de ruido sintetizado de Brian Eno.
Roxy Music era súper popular en Sheffield. Había sido la imagen extrava
gante y retrofuturista de la banda, de hecho, la que había inspirado a la gene
ración post-hippie local a cargarse de glamour y salir a bailar a clubs como The
Crazy Daisy. Y Roxy Music tocaba seguido en Sheffield. “Cuando ibas a ver
los esperabas a estar en el colectivo para ponerte la purpurina, para que tu
mamá y tu papá no te vieran”, recuerda Oakey. “Martyn era más audaz que
yo, se paseaba por las zonas más peligrosas de la ciudad enfundado en sacos de
piel verdes y zapatos de taco alto.” En las fiestas, la gente solía saludar a Ware
y a Oakey con un: “Oh, miren, son Mackay y Eno” (Andy Mackay era el pom
poso saxofonista afeminado de Roxy Music). Ambiguam ente direccionada
entre la ironía y el rom anticism o, Roxy M usic era la opción para el esteta.
“Recuerdo comprar el primer disco de Roxy M usic y escucharlo con la tapa
abierta de lado a lado, desplegada sobre el piso”, dice Ware. “T oda la atmósfe
ra alrededor del disco era tan importante como la música. Para mí, la sensa-
134 ción era que todo formaba, al unirse, una verdadera obra de arte.”
Los primeros años de la década del setenta fueron la edad de oro tanto del
rock “teatral” (artistas como David Bowie, Alice Cooper, el Genesis de Peter
Gabriel) como del “teatro rock” (musicales como The Rocky Horror Show y la
serie Rock Foliies). Así que es razonable que, en una ciudad tan perdidamen
te enamorada del glam como Sheffield, toda una futura generación de estre
llas pop locales se criara, justamente, al interior de un proyecto de teatro ju
venil. Financiado por el gobierno municipal, el colectivo Meatwhistle terminó
transformándose en una especie de espacio teatral experimental para adoles
centes brillantes. Entre sus participantes estaban muchos de los futuros gene
radores de la escena postpunk de Sheffield: Ian Craig Marsh y Martyn Ware,
de The Future/The Human League/Heaven 17, Adi Newton, de The Future y
Clock DVA, Paul Bower (el fundador del punkzine Gun Rubber y el líder de la
banda 2.3) y Glenn Gregory, que se convertiría en el cantante de Heaven 17.
“ El grupo de teatro Meatwhistle empezó en el verano de 1972, cuando tenía
unos dieciséis años”, dice Marsh. “Querían generar un espacio para que los estu
diantes adolescentes pudieran participar de las actividades de un teatro ubicado
en el centro de Sheffield, el Crucible Theatre, durante el verano.” Después de una
exitosa producción de Marat-S-Sade, el gobierno de la ciudad le dio a los organiza-
dores del proyecto/colectivo Meatwhistle -el bohemio actor y dramaturgo arty
Chris Wilkinson y su esposa, Verónica- una escuela desocupada entera para que
continuaran con su trabajo. “Era un gran edificio Victoriano viejo, de tres o cua
tro pisos, con techos altísimos”, recuerda Ware. Tras algunas otras gestiones exi
tosas, el matrimonio Wilkinson también consiguió financiamiento para comprar
luces, cámaras de video e instrumentos musicales. “Poco a poco, a medida que
todos los adolescentes afectados de Sheffield se empezaron a congregar ahí, el es
pacio se fue volviendo cada vez más experimental y creativo”, dice Marsh. “Las
bandas ensayaban en el edificio/escuela de Meatwhistle porque había montones
de cuartos vacíos. En líneas generales, todo el mundo era libre de hacer lo que
fuera que se le antojara.” La actitud de todos los involucrados estaba teñida, de
hecho, por un cierto componente “conspirativo o confabulador”, dice Marsh.
“Todos querían salirse con la suya lo más que se pudiera.” El nombre mismo
de lo que ahora ya era un espacio físico, “Meatwhistle” , era súper atrevido.
Los W ilkinson decían que era “chauceriano”, pero lo cierto es que en concre
to “meatwhistle” [pito de carne] es una referencia en jerga al miembro masculino.
C ada dom ingo, el colectivo Meatwhistle m ontaba un espectáculo que 135
podía incluir lo que fuera, desde bandas tocando en vivo hasta obras de tea
tro o sketches cómicos. Fue para una de estas varietés dominicales que Marsh
armó su primera banda, el dúo de shock rock Musical Vomit. “Saqué el nom
bre de una crítica que leí en Melody M aker sobre un show en vivo de Suicide.
Para la revista, con toda esa actitud ‘pro-rock progresivo’ que tenían, Suicide
era lisa y llanamente un insulto para los oídos, así que el periodista a cargo los
describió como un ‘vómito musical’. Pensé: ‘¡Qué gran nombre para una banda!’.
Cantaba un chico que se llamaba Mark Civico y yo me subía al escenario con
una guitarra que apenas sabía tocar y solo me dedicaba a hacer un montón de
ruidos percusivos y a hacerla acoplar.” Después de un tiempo, Marsh se fue y
Musical Vomit se transformó en algo más parecido a una banda hecha y dere
cha, aunque sin perder jamás cierto filo paródico y con una formación conti
nuamente cambiante, que a veces crecía y a veces se achicaba, que incluyó, en
distintos momentos, a Glenn Gregory, a Paul Bower y a Martyn Ware.
Para estas alturas, el colectivo Meatwhistle era una cruza entre un “club in
telectual juvenil” (como lo pone Ware) y un laboratorio pop experimental que
contaba con una interminable serie de bandas imaginarias que solo existían
para tocar en vivo una noche y tenían nombres como The Underpants [Los
calzoncillos], The Dead Daughters [Las hijas muertas] y Androids Don't Bleed
[Los androides no sangran]. “El aire que se respiraba era muy New York Dolls,
todo el mundo se vestía de modo extravagante y se rebautizaba con nombres
falsos como Eddie Brando o Dick Velero”, recuerda Marsh. Musical Vomit,
mientras tanto, ya se había “graduado” y estaba tocando en vivo, aunque de
m odo intermitente, para audiencias “reales”. Con canciones enfermas e hila
rantes acerca de la masturbación o la necrofilia y encantadoras artimañas como
que el cantante vomitara sopa de verduras sobre el escenario, la banda traba
jaba una línea en algún lugar a medio ^camino entre el shock rock de Alice Cooper
y el rock cómico, satírico-teatral de T he Tubes. Poly Styrene, de X-Ray Spex,
afirmaría luego que Musical Vomit, a quien había visto en vivo a mediados de
los años setenta, fue en realidad la primera banda punk de Gran Bretaña.
Aunque no eran parte del colectivo Meatwhistle, los integrantes de Cabaret
Voltaire sí se tomaron más de una cerveza con la gente de Musical Vomit. Una
de las cosas que tenían en común era su pasión por Roxy Music. “Fue esa época
alrededor de 1973, cuando Roxy Music estaba realmente a la vanguardia. Fue
136 eso lo que nos puso en verdad en marcha”, dice Richard H. Kirk. “Leíamos las
entrevistas de Eno y él hablaba de cómo cualquiera podía hacer música por
que uno no necesitaba aprender a tocar un instrumento, podía usar una gra
badora o un sintetizador.” La banda era tan fanática de Roxy Music que Kirk
y Chris Watson, otro miembro de Cabaret Voltaire, incluso fueron a escuchar
a Eno -firm emente aferrados a una cinta abierta con sus primeras grabacio
nes- cuando este dio una charla en el Bradford Art College. C om o no pudie
ron atraparlo después de la conferencia, lo arrinconaron en el baño de hom
bres y lo forzaron a tomar el demo entre sus manos.
Haciéndose eco de la retórica de Eno, Cabaret Voltaire no se veía en prin
cipio a sí misma como una entidad musical propiamente dicha. Más bien, dice
Kirk, la banda era algo así como un “grupo sonoro” que se dedicaba a la musi-
que concréte o, al menos, una versión garage y lo-fi de eso. “E m p e z a o s a fina
les de 1973 y primero había un montón de gente involucrada, todo un grupo
de amigos que estábamos interesados en determinados momentos del arte, de
terminadas películas y unos cuantos libros extraños.” Los más famosos de esos
“libros extraños” eran todos los de William S. Burroughs. A principios de la dé
cada del setenta, Burroughs era lisa y llanamente conocimiento esotérico. La
notoriedad que había alcanzado en los sesenta se había diluido, había desapa-
recido en la reclusión más absoluta, y sus novelas ya no eran tan fáciles de
conseguir. Los miembros de Cabaret Voltaire estaban especialmente fascinados
con las técnicas de cut-up que Burroughs había desarrollado junto con Brion
Gysin. La idea era cortar textos o sonidos y recombinados para interrumpir la
linealidad de pensamiento; cada corte y cada empalme funcionaba como una
grieta a través de la cual, en palabras de Burroughs y Gysin, “se filtra el futuro”.
La influencia de Burroughs (el retrato llano y crudo de actos de sexo y violen
cia extremos y grotescos) también se puede escuchar en las voces en o ff estilo
spoken word que acompañan a algunas de las primeras piezas de Cabaret Voltaire,
como la imaginería fétida de “Bed Tim e Stories”: “With dogs that are trained
to sniff out corpses/ Eat my remains but leave my feet/ I’ll hold a séance with
Moroccan rapists/ Masturbating end over end” [Con perros que están entrena
dos para olfatear cadáveres/ Comerse mis restos pero dejar mis pies/ Haré una
sesión espiritista con violadores marroquíes/ Masturbándose una y otra vez”].
Kirk, que había abandonado la escuela de arte después del primer año,
amaba el movimiento artístico antiarte por antonomasia, el dadaísmo. El nom
bre “Cabaret Voltaire”, de hecho, respondía al nombre del club nocturno/ga- 137
lería de Zurich en donde Tristan Tzara, Hugo Ball y compañía habían recita
do su poesía fonética mientras la Primera Guerra Mundial arrasaba Europa.
Chris Watson, en apariencia el miembro más “normal” de la banda (además
de tocar en Cabaret Voltaire, trabajaba como técnico telefónico), también era
un demonio dadaísta. Se había topado con un libro sobre el movimiento cuan
do aún era un adolescente, en 1970, y recuerda la experiencia como algo que
“sencillamente me golpeó tan fuerte que cambió mi manera de pensar desde
entonces”. Fue el ataque dadaísta al sentido y al gusto, junto con sus técnicas
de collage, lo que disparó la imaginación de la banda.
Para 1974, toda la pandilla original se había reducido a Kirk, Stephen
Mallinder y Watson, cuyo ático se transformó en el laboratorio sonoro de la
banda. “Íbamos aplicadamente todos los martes y jueves y experimentábamos
por algo así como dos horas, tiempo en el que, por lo general, armábamos tres
o cuatro composiciones”, recuerda Kirk. El trío siempre grababa directamente
en cinta todos sus collages sonoros abstractos al momento de componerlos, lo
que dio como resultado un gigantesco archivo que, tiempo más tarde, sería par
cialmente exhumado para Methodology '7’4 i’7 8: The Attic Tapes, una caja que se
editó en 2002. Destartalados, chirriantes y caseros, los primeros experimentos
de musique concréte de Cabaret Voltaire (como “Dream Sequence Number Two
Ethel’s Voice”, por ejemplo) tienen una cualidad extraña pero pintoresca. Por
su lado, los temas más feroces, como “Henderson Reversed Piece Two” -pura
percusión sintética martilleante y sucias láminas de sonido-, recuerdan a los
compositores de música electrónica avant-garde como Morton Subotnick.
Hasta este momento Cabaret Voltaire no parecía una banda de rock en lo
más mínimo. Para empezar, no tenían baterista. “N o queríamos a un tipo que
viniera del rock y quisiera presumir y lucirse y hacer solos de batería”, dice
Kirk. “Queríamos una repetición constante y estable, mecánica.” Un día, en
una disquería de Sheffield, se les acercó “un tipo de apariencia poco fiable con
un peluquín” y les vendió una caja de ritmos Farfisa que tenía en su casa. La
guitarra no entró en escena hasta bastante después. Por un tiempo, Cabaret
Voltaire ni siquiera tenía un sintetizador como Dios manda: usaban, en cam
bio, loops de cinta magnética pregrabada y un oscilador arcaico construido
por el propio Watson. El instrumento original de Kirk fue el clarinete, alimen
tado a través de toda una variedad de efectos para que sonara severamente pro-
138 cesado y escalofriante, com o puede oírse en la psicótica/bucólica “Fuse
Mountain”, que evoca la imagen de una ronda de hippies sentados en posición
de indio y tocando flautas sobre un montículo de mineral de hierro fuera de
alguna planta siderúrgica abandonada. Casi todas y cada una de las fuentes so
noras de Cabaret Voltaire -las voces de la banda, el bajo de Mallinder, el ór
gano de Watson, sonidos ready-m^ade- eran pasadas por moduladores de ani
llo o a través de una cadena de artefactos generadores de efectos que las hacían
emerger, del otro lado, indefectiblemente corrompidas y contaminadas.
Durante estos primeros años anteriores al punk, los integrantes de Cabaret
Voltaire “nunca tuvimos noción alguna de que eventualmente podíamos produ
cir y editar discos”, dice Kirk. “T odo lo que hadam os lo hadam os solo porque
nos divertía. Y eran, en realidad, cosas súper dementes -com o salir a dar vueltas
en una camioneta mientras pasábamos loops de cinta pregrabada desde el asien
to trasero o ir a pubs con una cassettera y reproducir cosas rarísimas- solo para
irritar a la gente.” El quid de la cuestión era la provocación por la provocación
misma. Cabaret Voltaire también atraía largas miradas atónitas y a veces hasta
fulminantes por cómo se veían. Eran un grupo de empedernidas víctimas de la
moda: look skinhead durante sus años de adolescencia; luego, un intermedio
glam; finalmente el estilo do ityourselfque terminarían desarrollando en base a
ropa vieja de tiendas de segunda mano, que ellos personalizaban con pintura.
Mallinder era el estilista de la banda. “Su departamento tenía dos habitaciones:
en una de ellas vivía y en la otra estaba montado su guardarropas”, recuerda el
corresponsal de N M E en Sheffield Andy Gill (que no tiene nada que ver con el
guitarrista de Gang o f Four). Tal como quedó documentado en el fanzine de
Sheffield Gun Rubber, un look típico de Mallinder podía incluir, por ejemplo,
unos pantalones de vestir plisados grises, zapatos de piel de víbora, una camisa
hawaiana roja con el cuello levantado y una chaqueta de gamuza de la Fuerza
Aérea de los Estados Unidos. Verse así de estilizado sí que era una verdadera de
claración de principios en ese momento, una época en que la mayoría de los jó
venes comunes y corrientes todavía usaba pantalones acampanados, plataformas,
patillas y el pelo todo desgreñado y largo hasta los hombros.
Sheffield era un medioambiente sorpresivamente compatible con el estilo de
vida bohemio. Gracias a los subsidios municipales al transpone público y a la
plétora de depósitos vados que se podían ocupar o alquilar a muy bajo precio,
realmente no se necesitaba demasiado dinero para vivir. Las escuelas de arte y la
Universidad de Sheffield se ocupaban de proveer la cantidad necesaria de bares 139
para estudiantes con c e r v ^ barata, y las variopintas agrupaciones estudiantiles
se encargaban, por su lado, de organizar recitales. En una ocasión, de hecho,
Cabaret Voltaire engañó a una de estas organizaciones, el colectivo Science for
the People, para que los dejaran tocar en sus fiestas de los martes por la noche:
“Ah, sí, hacemos rock”, le aseguraron al encargado de las contrataciones.
El 13 de mayo de 1975, Cabaret Voltaire dio su primer recital ante una
sala llena de estudiantes pasmados. Tristan Tzara hubiera estado orgulloso de
sus muchachos, que se las arreglaron para incitar un disturbio que nada tenía
que envidiarle a ninguno de los provocados por los dadaístas. “En lugar de
algún tipo de percusión teníamos una grabación loopeada de un martillo pilón,
y Richard tocaba un clarinete todo cubierto de parpadeantes lucecitas navide
ñas. Finalmente, todo terminó del único modo en que podía terminar, con la
audiencia invadiendo el escenario y moliéndonos a palos”, recordaba años más
tarde Watson. En medio del tumulto, Mallinder se cayó del escenario, se fisuró
un hueso de la espalda y tuvieron que llevarlo al hospital. Kirk blandía su clari
nete como un garrote para repeler a los atacantes y terminó tirándole su gui
tarra casera a la audiencia. De acuerdo con Kirk: “Al final la gente que nos
atacó fue la que terminó llevándose las heridas más feas, porque muchos de los
que sí habían venido a vernos a nosotros, muchos de ellos tipos verdaderamen
te complicados, se tomaron las agresiones personalmente y se pusieron de nues
tro lado en la pelea haciendo que la ganáramos o, al menos, que no fuésemos
los únicos en salir golpeados. Todo el mundo estaba muy borracho, y sencilla
mente se descontroló todo”.
El siguiente golpe para épater la bourgeoisie de Cabaret Voltaire también tuvo
lugar en la universidad. “Uno de los chicos que estudiaba en el Departamento
de Música nos convenció para que hiciéramos una performance interpretando
una pieza llamada Exhaust de un tal Jean-Yves Bosseur, un compositor de mú
sica contemporánea”, recuerda Kirk. “Solo pasamos una cinta loopeada sobre
música de alguien diciendo la palabra ‘exhaust', mientras reproducíamos al
mismo tiempo unos loops de cinta de video que se e m p ^ r o n a derretir. Estaban
todos horrorizados y no nos invitaron a la fiesta que había después.” Era 1976,
el mismo año en que Musical Vomit provocó una reacción similarmente nega
tiva -aunque, a decir verdad, mucho más demostrativa físicamente hablando-
de parte de la audiencia del Bath Arts Festival, de cuyo escenario tuvieron que
140 huir en medio de una lluvia de latas de cerveza.
Cuando llegó el punk, los integrantes de Cabaret Voltaire y del colectivo
Meatwhistle/Musical Vomit estaban emocionadísimos con sus efectos de shock y
sus provocaciones estéticas. “La progresión del glam al punk simplemente pare
cía natural”, recuerda Phil Oakey. “Los mismos chicos que antes usaban ropa de
piel artificial de repente comenzaron a vestirse con vinilo y alfileres de gancho. Y
sí tuve la primera remera con cierres relámpagos en Sheffield porque me la hice
yo mismo.” La primera v a que Oakey se topó con Ian Craig Marsh, este último
estaba vestido para consternar: “Tenía unos jeans achupinados, realmente ajusta
dos, con un parche de cuero cosido en la entrepierna, y, en v a de una remera, me
había puesto un par de medias largas de nylon con la entrepierna arrancada, cosa
de que pudiera pasar el cuello, sacar la cabeza por ahí y estirarlas hacia abajo para
que quedaran súper ajustadas. Y había agarrado un cigarrillo y les había quema
do agujeros por todos lados, así que estaban todas rotas y corridas. El toque final
eran los brazaletes: dos pequeñas latas -porción individual- de frijoles cocidos
que abrí por ambos lados y a continuación deslicé por mis muñecas.”
En junio de 1977, los tres miembros de Cabaret Voltaire se unieron a Marsh,
Adi Newton, Glenn Gregory, Martyn Ware y Hayden Boyes-Weston, el bate-
rista de 2.3, para un único recital como el megagrupo de punk paródico The
Studs. “Fue un evento anárquico, crudo”, recuerda Newton. “Uno de nuestros
asistentes tenía una bolsa llena de orejas de cerdo y se las tiraba a la audien
cia.” Después de unas versiones caóticas e improvisadas de “Louie Louie” de
The Kingsmen, “Vicious” de Lou Reed y “C ock in My Pocket” de Iggy Pop,
la banda tuvo que dejar el escenario en medio de aullidos e insultos.
De todas formas, The Studs eran divertidos. Mientras el punk había m o
tivado a montones de chicos a lo largo y a lo ancho de todo el Reino Unido
a agarrar guitarras y hacer basura sub-The Clash de dos acordes, los estetas
de Sheffield rechazaban la idea de volver a los orígenes y al rock 'n' roll bási
co de “garagelandia”. “N o había ni una banda punk en Sheffield”, dice Phil
Oakey. En parte a causa de una aversión cabeza dura -típica del norte de
Inglaterra- a seguir el rum bo marcado por Londres y en parte gracias a un es
píritu futurista autóctono real, las bandas locales tendieron a abrazar, antes que
a la instrumentación convencional del rock (guitarra, bajo y batería), los sin-
tetizadores, las grabadoras y las primitivas cajas de ritmos.
De cualquier manera, para finales de ese mismo verano, el punk rock ya pa
recía demodé. “Al principio lo vimos como algo que tal vez podía ser un renaci- 141
miento, pero enseguida entendimos que era más bien el final d e u n ciclo”, dice
Marsh. “ Era obvio que el punk no estaba conduciendo a nada interesante o nuevo.
Cuando a r m a o s The Future, nuestra misión definitivamente era destruir el rock
n’ roll.” Martyn Ware, miembro cofundador de The Future junto con Marsh y
Newton, ni siquiera se molestó en ir a ver a Sex Pistols o a The Clash cuando to
caron en Sheffield. En realidad, sí había in tent^b tocar la guitarra, pero desistió
indignado cuando se enteró de que, para conseguir que sus dedos dejaran de san
grar, tenía que endurecer la piel de sus yemas remojándolas en alcohol. Por for
tuna, ese mismo verano de 1977 t ^ b ié n traería consigo dos discos definitorios
que les mostrarían a Marsh y a Ware la resplandeciente autovía (pavimentada de
sintetizadores) hacia el mañana: Tram-Europe ^Express de fo ^ w e r k y el single “I
Feel Love” de Donna Summer. El dúo estaba convencido de que los sintetizado-
res y los ritmos maquínicos eran el camino a seguir. “ Estábamos absolutamente
en contra de hacer cualquier cosa con guitarras, punto final”, dice Marsh. “Se vol
vió nuestro manifiesto: nada de instrumentación convencional.”
Habiendo abandonado la escena del colectivo Meatwhistle para trabajar
como un técnico en computación, Marsh ahora tenía dinero para quemar. Vio
una publicidad de un kit “arma tu propio sintetizador” en la revista Practical
Electronics y lo compró. “En realidad, para ese entonces todavía no había ver
daderos sintetizadores comerciales en el mercado. Los primeros Moogs se ha
dan por encargo y costaban una fortuna, como unas cien mil libras o algo así.
Eran estrictamente territorio de los megagrupos progresivos. Y se necesitaba
cierta destreza técnica para soldar el kit que compré.”
Marsh empezó a pasar el rato en el edificio/escuela de Meatwhistle nue
vamente, y a veces arrastraba su máquina hasta allí y se quedaba jugueteando
con ella por algunas horas. Intrigado, Ware le propuso ayudarlo a pagar las pie
zas del sintetizador si Marsh se lo dejaba usar. “Pero era virtualmente intoca
ble, y por lo general, llevaba como media hora solo afinarlo”, dice Marsh. “En
realidad, solo estaba bueno para hacer sonidos extraños.” Entre ambos, Ware
y Marsh compraron dos máquinas superiores: un Korg 700S, un simple sin
tetizador analógico monofónico (“monofónico” hace referencia aquí al hecho
de que solo podía tocarse una nota por vez, no se podían hacer acordes), y un
Roland System 100. Este último costó £ 8 0 0 -u n a pequeña fortuna en 1977-,
pero tenía un potencial creativo infinitamente mayor. En vez de un mero te-
142 ciado con determinada cantidad de sonidos preseteados, el System 100 era un
artefacto que permitía tocar “parches”. Con todas sus entrañas a la vista, la m á
quina era un enredo de módulos, cables, enchufes y perillas. El operador cre
aba sus propios sonidos, sus propios “parches de sintetizador”, modificando y
ajustando todo tipo de variables (cambiando los módulos para utilizar, eligien
do qué cables conectar a qué enchufes y cuáles perillas girar hasta qué paráme
tros). Para recordar cómo se había conseguido algún sonido en específico, en
tonces, era necesario dibujar y anotar dónde se había enchufado todos los
cables, en qué niveles se habían seteado los diferentes “potenciómetros” (dia
les), etcétera. “Pero, sin importar cuán cuidadoso se fuera a la hora de anotar
todo, había tantas variables cruciales implicadas que, en realidad, era virtual
mente imposible conseguir el mismo sonido dos veces”, dice Marsh. “Así que
había un elemento aleatorio al que uno no podía más que entregarse.”
En The Future, Marsh usaba el System 100 para generar ruidos alienígenas y
texturas futuristas y Ware usaba el Korg para tocar líneas melódicas senciUas con
un solo dedo. La música era minimalista por defecto. Crear ritmos coherentes re
sultó ser aún más desafiante. Antes de las cajas de ritmos uno podía conseguir ge
neradores de ritmos rudimentarios o teclados con beats preseteados (tango, disco,
rock, etcétera), pero no había margen alguno para programar ritmos nuevos y
únicos. Para sortear esta dificultad, Marsh creó sonidos de percusión desde cero
a partir del System 100. Tomaba un sonido, lo filtraba y finalmente esculpía la
“envoltura” de ese sonido original ahora procesado de modo tal que adquiriera el
ataque y la caída de un tipo de tambor en particular. El ruido blanco era efectivo
para lograr hi-hats y platillos artificiales, y el denominado “ruido rosa'’, con su so
nido más opaco, podía transformarse más o menos fácilmente en algo parecido
al ruido sordo, grueso y contundente de los bombos o al golpe seco de los redo
blantes. Juntando todos estos sonidos pseudopercusivos, Marsh los secuenciaba
meticulosamente para que terminaran sonando como un crack de batería com
pleto. De modo inevitable, por supuesto, los resultados eran un tanto artificiales.
El tercer miembro de The Future, Adi Newton, era el que estaba más in
teresado en los experimentos con sonidos abstractos a partir de la utilización
de grabadoras. “Adi había ido a la escuela de arte y fue él quien me mostró por
primera vez un montón de cosas que tenían que ver con el arte moderno: Man
Ray, Duchamp... ”, dice Marsh. Newton había alquilado un par de cuartos en
una fábrica abandonada para usar como atelier y estudio de grabación. También
vivía allí. El número 21B de la calle Devonshire Lane se convirtió en “la loca- 143
ción de muchas fiestas demenciales y en una zona de experimentación psico-
trópica”, recuerda Newton. El espacio también devino el estudio y la base de
operaciones de la banda.
Al principio, The Future tuvo “la idea, bastante descabellada por cierto, de
que todos cantáramos en todas las canciones, de que hubiera tres voces”, dice
Marsh. “Nos deshicimos de nuestros nombres y solo nos U fá b a m o s mutua
mente A, B y C. Era todo muy ‘computarizado’ y con ello venía un programa
de composición de letras que habíamos creado y que se llamaba ^CARLOS: Cyclic
and Random Lyric Organization System [Sistema de Organización Cíclico y
Aleatorio de Letras].” Una versión cibernética de los cut-ups de Burroughs y
Gysin y de la escritura automática surrealista, según Ware, ^CARLOS era algo así
como una máquina tragamonedas: “Uno metía, digamos, cien sustantivos, ver
bos, adjetivos, preposiciones, lo que fuera, y la máquina sacaba letras aleato
rias” . Se le asignaban líneas o palabras específicas a cada una de las voces indi
viduales (A, B o C). “Al final, terminamos abandonando todo ese sistema en
pos de letras más simples y directas, que, por lo general, eran obra de Adi”, dice
Marsh con cierta melancolía. “Blank Clocks”, uno de los pocos tracks “escri
tos” por ^CARLOS que tuvo algún éxito y, además, sobrevivió, mezcla un núme-
ro limitado de sustantivos, adjetivos, pronombres y artículos, y los ordena en
cierta cantidad de combinaciones apenas diferentes: “Your heart the thigh my
pain blank time your face the dock my mind/ Blank heart your thigh the pain/
My time blank face your dock/ The mind my heart blank thigh your pain the
time my face” [Tu corazón el muslo mi dolor tiempo en blanco tu cara el reloj
mi mente/ Corazón en blanco tu muslo el dolor/ Mi tiempo cara en blanco tu
reloj/ La mente mi corazón muslo en blanco tu dolor el tiempo mi cara].
Para ese entonces, The Future tenía un sesgo decididamente más progresi
vo que pop. Se puede escuchar a Tangerine Dream en los lúgubres paisajes men
tales techno-góticos de “Future Religion”, y las inhóspitas vistas panorámicas
electrónicas de “Last Man on Earth” son solo diez minutos extraídos de una
pieza que originalmente duraba una hora y treinta y siete minutos. Nada po
dría haber estado más lejos de los dos acordes y los dos minutos sancionados
por la nueva norma punk de 1977. Así y todo, en agosto de ese mismo año,
The Future se acercó a todas las compañías discográficas grandes con base en
Londres en busca de un contrato. Enviaron un llamativo folleto atiborrado de
144 gráficas de computadora a quince sellos. “N o había mucha gente con acceso a
una computadora por aquel entonces, y nosotros teníamos todos estos bizarros
diseños de matriz de puntos en papel de impresión, ese que trae todos los agu-
jeritos a los lados”, dice Marsh. “ Enviamos nuestro manifiesto y dijimos que no
íbamos a mandarles ningún demo, pero que íbamos a estar en Londres en tal y
tal fecha y que, si querían concertar una entrevista, pues ahí sí le pasaríamos las
cintas a quien quisiera escucharlas. De modo un tanto sorpresivo, obtuvimos
nueve respuestas. Y todos nombres importantes: EM I, Island, C B S .”
Con el punk en la cima desu reinado, los sellos estaban a la búsqueda de ban
das y artistas new wave. “Los directores de los departamentos de ‘artistas y reper
torio’ de las compañías discográficas tenían todos cuarenta años y se veían senci
llamente ridículos, creyendo que estaban ‘en la onda' por im peras vindicas
con cierres relámpagos que habían comprado en King’s Road”, dice Marsh.
Después de oír las cintas deThe Future, sin embargo, casi todos ellos les mostra
ban la puerta de salida. Solo Island Records expresó cierto entusiasmo. “Dijeron
que estaban realmente interesados, pero que creían que lo que t e n ía o s que hacer
era irnos a casa, trabajar en la música para darle un formato más de canción y vol
ver en seis meses”, dice Ware. De vuelta en Sheffield y decididos a seguir la “crí
tica constructiva” de Island, Marsh y Ware se dieron cuenta de que “Adi en reali-
dad no podía cantar ni una sola nota y, más importante aún, en realidad no que
ría cantar ni una sola nota. A él le interesaba más eso de usar la voz como un
arma”. Decidieron dejarlo ir. A escondidas, mudaron todos los equipos de
Devonshire Lane a la casa de Marsh y le dejaron una nota a Newton. “No nos
vimos ni nos hablamos por un tiempo, hasta que él se tranquilizó”, dice Marsh.
Sin cantante, The Future se dedicó temporalmente a hacer tracks instru
mentales. “Dancevision”, con sus trémulos destellos de luces de neón y sus so
nidos de cuerdas que evocan cierta aleación ambigua de euforia y aflicción,
suena exactamente como si fuese el cianotipo para el futuro techno de Detroit.
Así y todo, la necesidad de un vocalista era evidente. En noviembre de 1977,
Ware tuvo una iluminación: “Le dije a Ian que conocía, de cuando iba al co
legio, a este tipo que sabía cantar y que se veía genial. Era el tipo más genial
de Sheffield, andaba en unas gigantescas motocicletas Norton asombrosas y
llevaba el pelo hacia un lado, lo tenía cortado de modo asimétrico. Era total
mente andrógino y todas las chicas pensaban que era absolutamente hermo
so.” El tipo era Phil Oakey y el peinado era algo que le había copiado a una
chica que había visto una vez en un colectivo, una modelo que llevaba una ver- 145
sión de un famoso corte de pelo de los sesenta de Vidal Sassoon.
Oakey era el menor de cuatro hermanos varones en una familia de clase
trabajadora que había logrado ascender hasta una posición acomodada. “Mi
papá era jefe de la oficina de correos y, para cuando aparecí yo, nos iba bastan
te bien. Vivíamos en un suburbio muy coqueto.” Cuando aún era un adoles
cente, sus grandes pasiones eran las motocicletas, la estética glam, la música
pop y la ciencia ficción. “Terminé trabajando durante dos años en una libre
ría universitaria y tenía todas las ediciones de bolsillo de todos los libros de
ciencia ficción que se pudieran conseguir. Me encantaban Philip K. Dick y
Ballard.” La influencia de Dick puede notarse por doquier en el primer mate
rial de The Human League. “Circus o f Death”, el lado B de su single debut,
estaba en parte inspirado en Ubik, y “Almost Medieval”, uno de los temas de
su primer disco, Reproduction, está basado en E l mundo contra reloj, una nove
la en la que el tiempo corre hacia atrás en lugar de ir hacia adelante.
Oakey, en realidad, no tenía ambiciones de convertirse en un cantante pop.
Era camillero en un hospital cuando Ware le sugirió que se probara como ftont-
man para The Future. “Le dimos el track instrumental de ‘Being Boiled' y dos
días más tarde vino y dijo: ‘N o sé si esto les va a gustar'.” Había escrito una letra
bizarra que mezclaba cosas acerca de la insensata matanza de gusanos de seda
con nociones (confusas y mal digeridas) de la religión oriental. Sin duda alguna,
un total y completo sinsentido, sí, pero lo cierto es que, interpretado en el im
ponente barítono de Oakey, era un sinsentido que sonaba maravillosamente si
niestro. “E sc u c h a o s las primeras líneas - ‘Listen to the voice of Buddha/ Saying
stop your sericulture’ [Escucha la voz del Buda/ Diciendo basta con tu sericul
tura]- y fue un antes y un después.” Oakey se unió a la banda, pero no estaba
demasiado a gusto con el hecho de que se llamara The Future, así que se les ocu
rrió rebautizarse como The Human League, un nombre tomado de un juego de
ciencia ficción acerca de dos imperios intergalácticos en guerra.
Con Oakey a bordo, la banda viró definitivamente hacia el pop con cancio
nes como “Dance Like a Star”, algo así como una versión lo-fi e improvisada de
“I Feel Love” de Donna Summer y Giorgio Moroder. Cuando la canción co
mienza, Oakey se burla: “ Esta es una canción para todos ustedes, engreídos pre
tenciosos, que creen que la música disco es inferior a las sandeces musicales irre
levantes y a los gastados lugares comunes con los que intentan impresionar a sus
146 padres. Somos The Human League, somos mucho más inteligentes que ustedes
y esto se llama ‘Dance Like a Star"'. Dejando atrás su lado progresivo, The Human
League empezaba a desarrollar una nueva estética, a transitar una nueva direc
ción que apuntaba no tanto hacia el art rock, sino más bien hacia el “art pop”.
Una banda de intelectuales que había terminado decidiendo alinearse con el
dance pop comercial (ABBA, el eurodisco, Chic), The Human League miraba
ahora burlona y desdeñosamente esas ideas un tanto conservadoras de “lo pro
fundo” y “el sentido” (el continuo Pink Floyd/The Cure/Radiohead) típicamen
te idolatradas por los estudiantes universitarios. En línea con su nueva adoración
por el pop prefabricado y la sensiblería épica, The Human League comenzó a
trabajar en covers totalmente electrónicos de clásicos de los años sesenta como
“You’ve Lost That Lovin’ Feeling” de The Righteous Brothers.
La siguiente frontera a ser cruzada por The Human League se presentó de la
mano de Paul Bower, un personaje de la escena de Sheffield. Su banda, 2.3, esta
ba lista para editar su single debut, “Where To Now?”, vía Fast Product. Bower
^ a b a el material de The Human League, especialmente “Being Boiled”. Le pasó
un demo de la canción a Bob Last y a este le gustó tanto que quiso editarla sin re-
grabar nada. Last, un fanático enfermo de Parliament-Funkadelic, recuerda oír
“un riff de bajo fenomenal, súper gordo, a la mitad de ‘Being Boiled'; algo que
sonaba como un riff de Bootsy Collins pero en versión mutante. No podía parar
de pensar: ‘Dios, tenemos que editar esto’”. A Last también le encantaba la ma
nera en la que The Human League “jugaba con todo este paisaje cultural de lo
kitsch”, abr^azándolo y burlándose de él al mismo tiempo. Esto saltaba a la vista
en “Circus o f Death”, el lado B de “Being Boiled” que Ware describió una vc:z
como “un viaje subliminal a través de todas las películas más trash de la historia
del cine”. La canción cuenta la historia de un payaso maléfico que dirige un circo
de pesadilla y usa la siniestra droga “Dominion”, que le permite controlar las men
tes, para apaci^guar a la población (y todo esto con Steve McGarrett, de la serie te
levisiva Hawaii-Five-0, viniendo al rescate en un vuelo comercial común y co
rriente que debe aterrizar en el aeropuerto de Heathrow, Londres).
El single de “Being Boiled” fue editado en junio de 1978 con el eslogan
“ Electrónicamente tuyo” encabezando la tapa. Ese mismo mes, The Human
League hizo su debut en vivo en la Escuela de Bellas Artes del campus Psalter
Lane, parte de la Universidad de Sheffield. La banda dio con una solución,
a la vez pragmática y artísticamente interesante, a la hora de decidir cómo
reproducir los tracks. “Salimos al escenario con una cassettera, con el ritmo y 147
los bajos ya grabados”, dice Marsh. “Nos gustó la idea de ponerla en el lugar
en el que se suponía que estuviera el baterista, con un reflector que le apunta
ra y todo. Nosotros saldríamos al escenario después, tomaríamos nuestras res
pectivas posiciones tras los teclados y, luego, yo caminaría con la mayor de las
determinaciones hasta donde estaba la cassettera y apretaría ‘play’. Sabíamos
que hacer una cosa así iba a irritar sobremanera a la fraternidad del rock ’n'
roll, a los creyentes del ‘la música tiene que ser en vivo’. En ese momento, los
únicos que usaban tracks pregrabados cuando se presentaban en vivo eran los ar
tistas de música disco, cuando hadan esas presentaciones especiales en los clu
bes nocturnos y las discotecas o cosas por el estilo.”
El primer show salió bien porque algunos estudiantes de arte habían eri
gido una pared de televisores mal sintonizados detrás de la banda pero, a decir
verdad, las fechas subsiguientes se vieron un tanto afectadas porque, si de ver
se trataba, lo cierto es que The Human League no tenía mucho para ofrecer.
“Martyn y yo siempre estábamos estáticos detrás de los sintetizadores”, dice
Marsh. Oakey, por su lado, estaba igual de rígido a causa de su pánico escé
nico. Pero entonces se les acercó un estudiante de arte llamado Adrian Wright
y les ofreció encargarse de rectificar su déficit estético con proyecciones de
diapositivas. “Adrián tenía acceso a proyectores Kodak profesionales. Podía ‘to
marlos prestados’ de la universidad”, dice Marsh. Así, The Human League se
hizo con su cuarto miembro, a quien le dieron el título de “director artístico”.
Wright era un coleccionista obsesivo de memorabilia de la cultura popular:
cartas de E l agente de CIPOL, libros de Rin Tin Tin, souvenirs varios de Doctor
Who y de los shows de marionetas de Gerry Anderson, Thunderbirds y Stmgray.
“ Si ibas al monoambiente de Adrian te encontrabas con cada centímetro cua
drado de pared, del piso al techo, repleto de cómics y juguetes”, dice Ware.
Wright también tenía cierta fascinación con la cultura de las celebridades, dice
Oakey. “Con esas personas que sabían manipular a los medios de comunica
ción y podían usarlos para sus propios fines. Estaba absolutamente fascinado
con los Kennedy y con Hitler, fascinado al extremo de que había quienes cre
ían que era un fascista. Pero, de hecho, él solo estaba interesado en la manera
en la que esta gente usaba la imagen y la propaganda.” Com o “director artís
tico” de The Human League, Wright desarrolló un set de proyecciones de dia
positivas cada vez más complejo, yuxtaponiendo imágenes tomadas del ámbi-
148 to de la ciencia y la tecnología (cohetes, gráficas, diagram as, plataformas
petroleras) con imágenes de la naturaleza (flores, animales) y de la cultura pop
(arte erótico, celebridades, publicidades). “Nuestro primer show realmente exi
toso -u n recital gratuito que dimos en The Limit, en Sheffield- fue la noche
que contamos por primera vez con las diapositivas de Adrian”, dice Marsh.
Después de la edición de “Being Boiled” y de sus primeros recitales fuera de
Sheffield, The Human League empezó a recibir la aprobación de las celebrida
des. David Bowie los saludó como un atisbo al futuro del pop. Hicieron fechas
en Europa junto a Devo e I ^ y Pop. Fueron invitados a ser la banda soporte de
Siouxie and the Banshees cuando estos últimos salieron de gira (acontecimien
to para el que The Human League fabricó sus propios “escudos antidisturbios”
de fibra de vidrio para proteger a sus sintetizadores de las eventuales latas de cer
veza que fueran a lanzarles). Su relación con Fast Product no dejó de crecer: Bob
Last pasó a funcionar creativamente casi como si fuera el quinto miembro de la
banda y, eventualmente, se transformó en su manager. “Bob tenía una sensibi
lidad fantástica, para él todo era un suceso artístico”, dice Ware.
Además de su pasión por lo conceptual y por la estética detrás de los discos,
The Human League y Fast Product también compartían una misma actitud
anti-hippie, anti-abulia y anti-“pensamiento relajado”. Dice Ware: “Nos gusta-
ba la acción, teníamos esta manera -típica de Sheffield- súper protestante de
encarar el mundo, ‘hay que trabajar todo el día’ y cosas como esas”. El segun
do disco que The Human League editó vía Fast Product fue, de hecho, un tri
buto al trabajador. El EP The Dignity ofLabour [La dignidad de los trabajado
res] incluía cuatro tracks instrumentales electrónicos inspirados en el programa
espacial soviético. Cada uno de los tracks ofrecía una perspectiva distinta sobre
el mismo concepto, a saber: hasta qué punto la tecnología moderna dependía
en última instancia de los trabajadores. En este caso, mineros rusos que traba
jando duro debajo de la corteza terrestre extraían el carbón necesario para hacer
el acero que, luego, sería transformado en las grúas que habrían de completar
la nave espacial de Yury Gagarin. Gagarin también aparece en la tapa del disco
como una figura espléndidamente aislada que camina a través de una plaza de
Moscú para recibir una medalla por ser el primer humano en viajar al espacio
exterior. El EP venía, además, con un fjlexi disc de regalo que documentaba --en
verdadero estilo brechtiano- a la banda y a Last mientras discutían cómo debía
ser la tapa del disco. Al final, Oakey hacía una pequeña reflexión acerca del tema
de este EP conceptual: el individualismo versus el colectivismo. 149
The Dignity ofLabour se editó en abril de 1979, a menos de un mes de las
próximas elecciones generales del Reino Unido. El resultado de esas elecciones
-la aplastante derrota del gobierno laborista- inauguraba una era en la que el
individualismo pasaría a ser férreamente defendido a expensas de todo valor co
lectivo. “N o se podía vivir en Sheffield y no estar al tanto de que la era indus
trial se estaba cayendo a pedazos”, dice Last. “Así que al menos en un nivel el
EP sí era un himno totalmente serio a la dignidad de los trabajadores. Claro que,
al mismo tiempo, también estaba recubierto por muchas otras capas distintas:
capas de ironía, de duda y de alienación.” A pesar de lo oportuno de sus concep
tos y de su electrónica evocativa y precursora, los introspectivos tracks instru
mentales del EP confundieron a la mayoría de los fans de “Being Boiled”.
Last creía que no tenía ningún sentido sacar un tercer single d eT h e Human
League por Fast Product y decidió conseguirles a sus protegidos un contrato con
una compañía discográfica grande. Acercándose nuevamente a los sellos londi
nenses, los integrantes de The Human League esta vez se presentaron como la
vanguardia del próximo gran acontecimiento en la historia de la música, como
una ola de positividad tras el nihilismo y la furia del punk. La primera can
ción de su demo, “Blind Youth” [Juventud ciega], ridiculizaba a los predica-
dores fashionistas del pesimismo, en especial a aquellos que consideraban que la
vida urbana moderna era algo así como cierto tipo de pesadilla distópica. “High-
rise living’s not so bad” [La vida en los monoblocks no está tan mal], canta
Oakey, una indirecta mordaz que le apuntaba tanto a Ballard com o a The
Clash. “Dehumanization is such a big word/ It’s been around since Richard
the T hird” [Deshumanización es una palabra tan pom posa/ H a estado ahí
desde Ricardo 111]. Rechazando la postura “no hay fu turo” del punk, The
Human League exhortaba a la enceguecida juventud británica declarando:
“Take hope [...] Your time is due/ Big fun come soon/ Now is calling” [Ilusiónate
[...] Tu tiempo ya está aquí/ Enseguida habremos de divertirnos a lo grande/
El ahora está llamando).
Mientras que T he Fall pareció llegar a la vida como una entidad plena
mente formada y con un sonido claramente propio, Joy Division necesitó algo
más de tiempo para encontrar su propia identidad. Empezaron como Warsaw,
una banda de rock pesado con influencias punk bastante irrelevante. Escuchar
los demos que sobrevivieron de esa primera época produce cierto escalofrío
en los oídos, y se puede sentir un destello de diferencia. Es algo así como una
cualidad metálica, algo que remite tanto a la sustancia material “metal” como
al género musical que lleva su nombre. “ Digital”, la primera grabación de la
banda luego de haber sido rebautizada como Joy Division, no suena a un m i
llón de años luz de distancia de “Paranoid”, de Black Sabbath: es una golpi
za oscura y rápida, m úsica fúnebre ejecutada a toda velocidad que fusiona
ritmo y pesadez. 165
Bill Ward, de Black Sabbath, dijo una vez que “la mayoría de la gente vive
en un estado de depresión permanente, solo que no lo saben. Nosotros esta
mos tratando de expresarlo por ellos”. La voz y las palabras atormentadas de
lan Curtís ofrecían una visión de la vida igualmente “pesada”. Si uno mira sus
letras, ciertas palabras y ciertas imágenes se repiten una y otra vez: frío, pre
sión, oscuridad, crisis, fracaso, colapso, pérdida de control. Hay incontables
escenas de esfuerzos inútiles, intenciones frustradas y destinos ruinosos “cer
niéndose”. Por sobre todas las cosas, hay palabras terminales, infinitos “ends”
y “fin als” . Los puntos de referencia de Joy Division eran, de todos modos,
menos lúmpenes que los del heavy metal. En vez de cómics de superhéroes
impresos en papel barato o música blues bastardeada, eran J.G . Ballard y Low
de Bowie. Más que al invulnerable “Iron M an” [Hombre de hierro], la guita
rra de Sumner evoca el metal herido, penetrante, de Crash: es un metal que
está retorcido y colapsado, desparramado y desgarrado.
La originalidad de Joy Division se fue haciendo cada vez más evidente, de
hecho, a medida que las canciones se fueron volviendo más lentas.
Deshaciéndose del sonido rápido y lleno de distorsión del punk, la música de
lan Curtis y compañía devino inhóspita y rala. El bajo de Peter Hook llevaba
la melodía; la guitarra de Bernard Sumner se ocupaba más de dejar espacios
vados en la música que de rellenar el sonido de la banda con una densa mare
jada de riffs; las baterías de Steve Morris parecían estar rodeando el borde de
un cráter. Curtís recitaba sus palabras desde “un lugar solitario” que estaba ubi
cado justo en el centro de toda esta extensión vacía. Todo este espacio en la
música de Joy Division fue algo que los críticos notaron de inmediato. De
hecho, habría sido difícil no notarlo, aun si Curtís no lo hubiese anunciado a
los cuatro vientos eligiendo títulos como “Interzone” o incluyendo referencias
líricas a una “tierra de nadie”.
Aunque la inspiración inicial fue “Warszawa” , un track instrumental es
pectral que estaba incluido en el lado B de Low, el nombre original de la
banda, Warsaw [Varsovia], fue principalmente elegido a causa de la capital
polaca y sus vínculos con la Segunda Guerra Mundial (el levantamiento del
gueto judío, los alemanes arrasando la “Vieja Jerusalén”) y el Bloque Oriental
(el totalitarismo soviético, la Guerra Fría). Al igual que la palabra “ Berlín”,
“Varsovia” traía a la mente de manera inmediata imágenes de un espacio ur-
166 bano desolado: una ciudad reconstruida con velocidad tras la devastación de
una guerra; puras torres de departamentos, sobrias y altísimas, y ministerios
de gobierno sacados de 1984, la novela de George Orwell; calles cuidadosa
mente anchas diseñadas para permitir el paso de los tanques rusos. La segun
da encarnación de la banda, sin embargo, tenía connotaciones aún más som
brías. El nombre “Joy Division” salió de House ofD olls, una novela escrita en
1965 por un sobreviviente de los campos de concentración que tomó su seu
dónimo, Ka-Tzetnik 135633, del número de prisionero que tenía tatuado en
el brazo. La novela está escrita desde el punto de vista de una chica de cator
ce años que es enviada al “Cam p Labor Vía Joy” de Auschwitz, la “división
del placer” [joy division] en la que las mujeres judías eran mantenidas prisio
neras en calidad de esclavas sexuales para satisfacer a las tropas alemanas que
llegaban del frente ruso.
Steve Morris sostiene que el nombre de la banda indicaba una identifica
ción con las víctimas, no con los victimarios. “N o se trataba de la ‘raza supe
rior’, sino del otro lado de la cuestión, tenía que ver con los oprimidos, no con
los opresores.” Sumner ha declarado en más de una ocasión que la obsesión de
la banda con el nazismo respondía a su deseo de mantener vivos tanto los re
cuerdos de la Segunda Guerra Mundial como la memoria de lo que la genera-
ción de sus padres y la de sus abuelos habían tenido que sacrificar en pos de la
batalla del bien contra el mal. Así y todo, no hay duda de que Joy División ju
gaba con fuego cuando de coquetear con la imaginería nazi se trataba. En el
mini-álbum Short Circuit: Live a t the Electric Circus (un verdadero documen
to de la escena punk de Manchester), se puede escuchar a lan Curtis gritán
dole a la audiencia: “¡Todos ustedes se olvidaron de Rudolf Hess!” . En junio
de 1978, la banda editó de forma independiente su primer disco, el EP An Ideal
fo r Living. La tapa mostraba un dibujo de un niño rubio de las Juventudes
Hitlerianas tocando el tambor y una foto de un guardia de asalto alemán apun
tándole una pistola a un pequeño niño judío polaco. Por aquellos días, el nom
bre artístico de Sumner era Albrecht (con todas las connotaciones germanas
que eso traía consigo) y la imagen de la banda -cam isas grises, el pelo muy
corto, corbatas finitas- tenía una austeridad y una disciplina monocromáticas
que no podían más que recordar al totalitarismo.
En una época en que los neonazis estaban marchando una vez más por las
calles de todas las grandes ciudades del Reino Unido y los ataques raciales iban
en aumento, había quienes creían que cualquier ambigüedad en las lealtades 167
personales era irresponsable. D e acuerdo con Morris, todas las críticas que la
banda recibía (“¡Nosotros sabíamos que no éramos nazis, pero así y todo no
parábamos de recibir cartas vía NME que nos acusaban de estar dándole asilo a
Eichmann en el ático!”) solo los animaron “a seguir haciéndolo, porque esa es
la clase de personas que somos”. A sí y todo, también es cierto que el flirteo iba
un poquito más allá del mero “chiste perverso”. Años más tarde, Hook y Sumner
hablaron abiertamente de su fascinación con el fascismo. Sumner se entusias
mó discutiendo acerca de la belleza (el arte, la arquitectura, el diseño, incluso
los uniformes) que emergió de allí pese a “todo ese odio y toda esa domina
ción”. Hook, por su lado, admitió la oscura seducción de “esa sensación física
que uno obtiene de coquetear con algo como eso. Nosotros creíamos que era
una sensación muy, muy poderosa”.
Con respecto a lan Curtis, su obsesión con Alemania provenía más bien,
al menos hasta cierto punto, del chic berlinés de sus héroes glam: Lou Reed,
Iggy Pop y David Bowie. También se sentía infinitamente intrigado por la
psicología de masas del fascismo, por el m odo en que un líder carismático
podía hechizar a una población entera al punto de hacerla hacer o aceptar
cosas irracionales o lisa y llanamente monstruosas. Una de sus primeras can-
ciones, “Walked in Line” , trata acerca de aquellos que solo hicieron lo que se
les ordenó hacer, cometiendo crímenes en un “trance hipnótico” . Explorador
de los rincones más oscuros de la literatura, como lo son las obras de Conrad
o Kafka, Curtis disfrutaba de contemplar la insondable capacidad de la hu
manidad para lo inhumano. C om o Una Baines, C urtis también estaba extre
madamente interesado en la enfermedad mental. Un pariente suyo trabajaba
en un pabellón psiquiátrico y siempre llegaba con historias nefastas, y el pro
pio Curtis trabajó por algún tiempo en un centro de rehabilitación para gente
con discapacidades mentales y físicas. Com o cuenta con frialdad Deborah
Curtis en las memorias de su matrimonio con el cantante: “M e chocaba que
Ian ocupara todo el tiempo libre que tenía leyendo y reflexionando sobre la
miseria humana''.
El tono barítono fatalista de Curtis y su obsesión con el lado oscuro a me
nudo hicieron que se lo com parara con Jim Morrison. En efecto, T he Doors
era una de sus bandas preferidas. “Shadowplay” de Joy Division es algo así
como el reverso de “L.A. Woman” de los Doors, con la propulsión viril y cons-
168 tante y la velocidad de autopista de esta última reducidas a nada más que un
lóbrego tránsito a través de una ciudad que difícilmente podría parecerse menos
al soleado sur de California. El tipo de espacio que se puede oír en la música
de Joy Division, abierto pero claustrofóbico, es de hecho exactamente lo opues
to al espacio de tipo utópico que puede hallarse en el rock de los sesenta: la
imaginería de la autopista como única frontera y la euforia “explosiva’ de “Born
to Be Wild”, de Steppenwolf, o la salida cósmica intempestiva de bandas como
Pink Floyd o The Jimi Hendrix Experience.
Todo ese espacio contenido en la música de Joy Division necesitaba lugar
para respirar. Cuando tocaban en clubes chicos, de hecho, eran “un poco de
sastrosos, puro ruido”, dice John Keenan, el organizador oriundo de Leeds que
estaba detrás de los festivales de música postpunk Futurama. “Pero cuando los
volví a ver, esta vez en un lugar grande, con un poco de eco, de repente todo
tenía sentido. N o era una banda para tocar en clubes, era una banda que tenía
que tocar en estadios.”
Joy Division se asoció por primera vez con el productor estable d e Factory
Records, M artin H annett, cuando grabaron los dos temas que formarían
parte de A Factory Sam ple, el lanzamiento inaugural del sello que enseguida
habría de transformarse en la compañía discográfica independiente más im-
portante de Manchester. Encargado de producir las siguientes grabaciones de
la banda para el sello, Hannett se dispuso a capturar e intensificar la inquie
tante espacialidad de Joy Division. Los discos de punk, en líneas generales,
imitaban el sonidocuadrado y directo del recital en vivo en un club chico. Los
tempos acelerados y las guitarras distorsionadas del punk se llevaban bien con
la reproducción de sonido metálica y bidimensional del single de siete pulga
das. Por su lado, Hannett (un personaje de los sesenta, un head que amaba la
psicodelia y el dub) creía que el punk era, en cambio, por completo conserva
dor en términos de sonido, y esto precisamente a causa de su negación a ex
plotar la capacidad del estudio de grabación para crear espacio. El punk era
música para adolescentes con radios a transistores y tocadiscos baratos, no para
adultos con un sistema de sonido estéreo como Dios manda.
Tony Wilson, el fundador de Factory Records, hablaba del genio de Martin
Hannett en términos de sinestesia, una condición poco común en la que los
sentidos se confunden. “Podía ver el sonido, darle forma y reconstruirlo.” Este
“sentido realmente visual que la mayoría de la gente sencillamente no tiene”
se veía acentuado, además, por el hecho de que Hannett era un acérrimo fu 169
mador de marihuana en cantidades exorbitantes. El hash, le dijo una vez a un
entrevistador, es “bueno para los oídos”. A Hannett también le gustaba la psi-
cogeografía del espacio urbano, y supo declarar cosas como: “los espacios pú
blicos y desiertos y los edificios de oficinas vados me dan un subidón”.
“ D igital”, la primera colaboración de Hannett como productor de Joy
Division, tomó su nombre de su juguete sónico favorito, el digital-delay de
AMS. Hannett usaba la AMS y otros efectos digitales que recién estaban salien
do al mercado a finales de los setenta para conseguir “control atmosférico”.
Podía envolver una canción, o incluso cada uno de sus instrumentos, en un
“aura” espacial, como si provinieran de un cuarto imaginario con dimensiones
y reverberaciones sonoras reales. Hannett hablaba de crear “hologramas sono
ros” por medio de la superposición de capas de “sonidos y reverbs”. Su uso dis
tintivo del delay digital AMS, sin embargo, era más bien sutil. Le aplicaba a la
batería un delay de un microsegundo que, aunque era apenas audible, creaba
una sensación de espacio cerrado, un sonido abovedado, tal y como si la mú
sica hubiese sido grabada dentro de un mausoleo. Hannett también creó so
nidos casi subliminales que titilaban como espectros en los recovecos más re
cónditos de los discos de Joy Division.
Las bandas punk, revirtiendo el estilo súper profesional y prolijo del me-
garock de los setenta (que implicaba grabar a los músicos por separado y luego
volver a reunirlos, ya en la consola de mezcla), por lo general grababan en vivo,
tocando todos juntos en el mismo espacio y en tiempo real. Hannett volvió a
invertir la lógica pero llevándola, esta vez, hasta el extremo. Exigía una “sepa
ración de los sonidos” totalmente limpia y clara, no solo para los distintos ins
trumentos, sino también para cada una de las partes de la batería. “ En general,
en los temas que él consideraba que podían convertirse en singles, me hada gra
bar cada parte de la batería (el redoblante, el bombo, el hi-hat) por separado,
para evitar que se filtrase cualquier posible sonido de ambiente”, suspira Morris.
“Primero la parte del bombo. Luego la parte del redoblante. Luego los hi-hats.”
Esto no solo hacía que el proceso de grabación fuese mortalmente largo: tam
bién creaba un efecto mecánico, desarticulado, no fluido. “La manera natural
de tocar la batería es tocar todas sus partes al mismo tiempo. Así que yo termi
naba con las piernas llenas de moretones porque me las golpeaba silenciosamen
te con las palmas, sin hacer ni el más mínimo ruido, para Hacer de cuenta que
170 también estaba tocando todas las otras partes de la batería que no estábamos
grabando mientras grabábamos una.” Este trato deshumanizante -convertir bá
sicamente a Morris en una caja de ritmos- era típico de la actitud más bien
despótica de Hannett para con los músicos. Claro que tal tiranía también tenía
sus ventajas en términos estéticos, porque resultaba ser que la desarticulación
promovida por Hannett en realidad realzaba la atmósfera inhóspita y alienada
del sonido de la banda. Los resultados saltan a la vista en uno de los momen
tos culminantes de la sociedad Hannett/Joy Division, “She’s Lost Control”: un
loop de batería mecano-disco; tom-toms que suenan como rulemanes; una línea
de bajo que parece un cable de acero ondeando estrictamente a tempo y unas
guitarras que son como una explosión contenida, como si el único elemento
verdaderamente rockero del tema hubiese sido sujetado de pies y manos.
Hannett amaba torturar psicológicamente a los músicos para crear tensión.
En una ocasión, forzó a Morris a desarmar toda su batería porque decía que había
una vibración indeseable (vibración que Hannett bien pudo haber imaginado o
sencillamente inventado). De acuerdo con Chris Nagle, el ingeniero de graba
ción en el disco debut de Joy Division, Unknown Pleasures, y en los singles
“Transmission” y 'Atmosphere”, Hannett a veces se iba a dormir abajo de la con
sola de mezcla solo para crear, deliberadamente, “un estado de pánico. Y después
le imponía su voluntad a todo el mundo, y los músicos volvían al estudio verda
deramente alterados y furiosos”. La propia diabetes de Nagle devino de hecho
otro instrumento de tortura en manos de Hannett. Ponía el aire acondicionado
del estudio lo más frío posible, supuestamente para ayudar a Nagle. “Temblábamos
de frío, literalmente”, dice Morris. Hannett quería animar activamente a los mú
sicos a que se fueran del estudio después de que hubieran grabado sus respecti
vas partes para poder trabajar solo y en paz con el material. Parecería ser que esta
temperatura á r ti» de los Strawberry Studios se coló en la música de Joy Division;
cuando uno escucha Unknown PUasures, casi que se puede ver cómo el aliento
de Ian Curtis se condensa al entrar en contacto con el aire frío.
En su momento Joy Division odió lo que Hannett le había hecho a su mú
sica. Para ellos, Unknown PUasures sonaba escurrido y raquítico. Hubieran pre
ferido terminar con algo más parecido al ataque extremo de sus shows en
vivo. Hannett había usado uno de sus artefactos preferidos, el Marshall Time
M odulator, para sofocar deliberadamente las guitarras y los demás instru
mentos. “Hacía que todo sonara más chiquito”, dice M orris. “ ¡Un gran riff
de tom-toms mío terminaba sonando como un par de cocos siendo golpea- 171
dos con escarbadientes!” Sea como fuere, sin la producción despojada de
Hannett, Unknown Pleasures jamás hubiera sido el paisaje sonoro tan impre
sionantemente invernal que es.
Editado en junio de 1979, Unknown PUasures atrajo tanto las miradas como
los oídos. La tapa, diseñada por el director artístico de Factory Records, Peter
Saville, era un vado negro solo interrumpido por un pequeño diagrama cien
tífico de líneas ondulantes cuyas crestas arrugadas y sus pendientes abruptas
recordaban los contornos de una cordillera. Bernard Sumner había hallado el
diagrama en la Cambridge Encyclopaedia o f Science. Es un análisis de Fourier
de cien espasmos lumínicos consecutivos emitidos por el púlsar CP 1919. Los
púlsares son los restos que quedan atrás cada vez que una estrella de mucha
masa solar agota su energía y colapsa sobre sí misma. Son altamente electro
magnéticos y emiten flashes regulares de una energía muy intensa, lo que hace
que se vean como faros en medio del negro infinito del cosmos. ¿Era así como
lan Curtis empezaba a verse a sí mismo, como una estrella emitiendo una señal,
un faro en medio de la oscuridad? ¿Podría haber sabido que los púlsares for
man parte de una clase especial de cuerpos celestes conocidos como “estrellas
de neutrones misantrópicas o ais^ladas"?
La gente comenzó a sintonizar la señal. El paulatino éxito de Unknown
Pleasures y del hipnótico single “Transmission” le valieron a Joy Division una
cúmulo de seguidores cada vez más obsesivo (cúmulo que fue apodado el “Culto
Sin Nombre” y que, de acuerdo con el estereotipo, estaba principalmente for
mada por intensos jóvenes de sexo masculino ataviados con sobretodos grises).
Joy Division entendió el poder y la atracción de la mística desde el principio;
el texto que aparecía en la contratapa de An Idealfo r Living declaraba: “Esto
no es un EP conceptual, esto es un enigma”. La negación de la banda a dar en
trevistas (después de haber tenido algunas malas experiencias durante la pri
mera época) solo ayudaba a aumentar su aura. El culto se expandió a lo largo
de toda la segunda m itad de 1979, a m edida que Joy Division tocaba en even
tos cada vez más prestigiosos, encabezando la program ación del festival
Futurama de John Keenan y acompañando com o banda soporte (y eclipsan
do) a los Buzzcocks en su gira por el Reino Unido.
El siguiente single de Joy Division, el impresionante “Atmosphere”, sin
duda les hubiera valido su primer hit si hubiese sido editado por Factory.
172 En vez de eso, la banda se lo dio al oscurísimo sello francés ultra arty Sordide
Sentimental, que lo sacó en marzo de 1980 com o una reducidísima edición
limitada bajo el título de Licht und BUndheit. C on su vasto paisaje de bate
rías, sus sintetizadores congelados y sus cascadas de cam panitas,
“Atmosphere” suena com o si fuera una colaboración soñada entre Nico y
Phil Spector. La im agen de la tapa en la edición original de Sordide
Sentimental - u n m onje encapuchado, de espaldas al espectador, escrutan
do un pico alpino cubierto de nieve- captura ese m om ento en que Joy
Division empezó a quedar envuelta, voluntaria o involuntariamente, en una
cierta religiosidad.
“Poseído”. Así es como Martin Hannett, normalmente seco y sardónico,
describió a lan Curtis en una entrevista con Jon Savage. “Fui yo quien dijo ‘to
cado por la mano de Dios' en una revista holandesa. Curtis era uno de esos ca
nales para la expresión del espíritu de los tiempos, el único con el que yo me
crucé en esa época. Un pararrayos.” Uno no necesita ponerse místico, de todos
m odos, para ver a Curtis como una figura de tipo oracular, para percibirlo
como alguien cuyo propio dolor privado, de alguna manera, consiguió fun
cionar como un prisma para la cultura en su conjunto, refractando el males
tar y la angustia de Gran Bretaña para finales de la década del setenta.
Ese dolor privado, sin embargo, también era algo bastante específico: pro
blemas de la vida adulta como un matrimonio fallido, una infidelidad y una
enfermedad. Curtis se había desenamorado de su esposa justo cuando ella aca
baba de dar a luz a su primer hijo y se había enredado en un romance con una
glamorosa mujer belga altamente demandante llamada Annik Honoré. Como
si todas estas emociones conflictivas no fueran suficientes, Curtis t ^ b i é n tenía
que lidiar con la epilepsia. Extrañamente, Curtis solía bailar hacía ya bastante
tiempo, sobre el escenario, con un estilo nervioso y convulsivo que se aseme
jaba mucho a un ataque epiléptico, todo esto mucho antes de sufrir su primer
episodio, en diciembre de 1978. ¿Era de alguna manera posible que hubiese
sido capaz de canalizar una forma latente de este desorden eléctrico del siste
ma nervioso transformándola en un estilo de baile y haciendo de ella su marca
registrada sobre el escenario? ¿O era de hecho su manera de bailar la que en
realidad había terminado provocando los síntomas? Tanto Deborah Curtis
como Bernard Sumner recuerdan que Curtis se había hecho am igo de una
chica epiléptica en el centro de rehabilitación en el que solía trabajar. La chica
luego murió durante uno de sus episodios y se dice que fue ella quien inspiró 173
“She’s Lost Control” [Ella perdió el control].
Nadie sabe por qué Curtis se volvió epiléptico, pero está claro que los pode
rosos tranquilizantes que le recetaron para controlar su nueva condición -sedan
tes como el fenobarbital y la c arb a m ^ p in a- le nublaron la cabeza, minaron su
espíritu y lo hicieron todavía más vulnerable a la culpa y la confusión que sen
tía tras su infidelidad. Con semejantes ánimos sombríos cerniéndose sobre el
líder y ^cantante de la banda, no es de sorprender, entonces, que las sesiones de
grabación de marzo de 1980 para Closer, el segundo disco de Joy Division, es
tuvieran rodeadas de lo que Hannett llamó un “extraño clima social”. Hannett
describió este segundo álbum como “cabalístico, encerrado en un mundo enig
mático propio”. Sumner recuerda quedarse en el estudio toda la noche, a veces
hasta dormir en la sala de control. “A la noche la atmósfera se ponía aún más
rara.” En comparación con Unknown PUasures, las texturas de Closer son más
etéreas y experimentales. Hook a menudo usaba un bajo de seis cuerdas para
conseguir más melodía, y Sumner fabricó un par de sintetizadores a partir de
kits do it yourself. Morris se había comprado una caja de ritmos y hada cosas
como procesarla a través de lo que él describe como “el pedal de distorsión más
de mierda que te puedas imaginar” , lo que generó derivas tales como el desolla-
dero de ruido seco y furiosamente enfermo, tipo esquiladora, que puede escu
charse en el fondo de “Atrocity ^Exhibition”, el tema que abre Closer.
Fieles a una represión emocional típicamente británica, ni sus compañe
ros de banda ni Hannett eran capaces de hablar honesta y abiertamente con
Curtís acerca de sus problemas. Así y todo, sí parecen haber absorbido su dolor
y haberlo recreado sonoramente. Escuchar Closer es como estar dentro de la
cabeza de Curtís, sintiendo el terrible arrastre arremolinado de la depresión
terminal. El lado A es pura agonía: el enjambre de afiladas navajas de “Atrocity
Exhibition”; la mortaja de hielo de “Isolation”, en la que Curtís suena como
si estuviera envuelto en una neblina de barbitúricos, su voz mineralizada por
los efectos de Hannett. El avance m onótono de “Passover” se siente como si
las baterías de la banda se estuvieran agotando. Lo sigue el rock duro, puniti
vo, de “Colony" y de ‘'.A Means to an End”, en la que la batería de Morris fi
nalmente sí se desacelera y aminora la marcha, cual máquina moribunda.
El lado B de Closer es de alguna manera aún más perturbador a causa de
su serenidad, como si Curtís sencillamente hubiera decidido dejar de oponer
174 toda resistencia. El trance entumecido y el deslizarse narcótico de “Heart and
Soul” le ceden el paso a la desesperada y resignada “Twenty Four Hours”, con
su hermosa línea de bajo latiendo como un corazón pesaroso mientras la voz
de Curtís suena inquietantemente profunda, como si el micrófono estuviera
directamente dentro de su pecho. Las épicas arcadas envueltas de neblina de
“T he Eternal” conjuran una sensación turbadora, el presentimiento de que
Curtís está mirando su propio cortejo fúnebre. Por último, está el insuperable
agotamiento del mundo de “Decades”, el final de Closer. con su beat apático
y su andar de caballo cansado y unos sintetizadores que suenan erosionados y
descoloridos, como si fueran viejas películas Super 8 caseras de felices recuer
dos de la infancia.
Curtís escribió las letras de Closer como si estuviera en un estado de tran
ce, sin editar ni reescribir nada. Hay alusiones a la dislocación y al matrimo
nio muerto (“a valueless collection o f hopes and past desires” [una colección
de esperanzas y anhelos pasados sin valor alguno], “the sound from broken
homes” [el sonido de los hogares rotos]) y una aplastante sensación de fracaso
(‘T m ashamed o f the things I’ve been put through/ Im ashamed o f the per-
son I am” [Estoy avergonzado de las cosas por las que he tenido que pasar/
Estoy avergonzado de la persona que soy]). Más que todo lo anterior, sin em-
bargo, hay cansancio. Según Sumner, Curtis le dijo: “Me siento como si es
tuviera siendo succionado por un gigantesco remolino y no hay nada que yo
pueda hacer al respecto”.
Las tabletas de barbitúricos que Curtis estaba tomando para controlar su
epilepsia eran como pequeñas dosis de muerte que lo iban congelando de aden
tro hacia afuera. “Los barbitúricos le cambian la personalidad a la gente”, dijo
Vini Reilly, otro artista de la nómina de Factory que tenía sus propios proble
mas psicológicos y que se acercó mucho a Curtis durante este período. “ Uno
pierde todo sentido de la realidad. Eso es lo que pasó, y él se alejó cada v a más
y más, tanto que no pudo volver.” Canciones como “Isolation” y “The Eternal”
vienen de los mismos paisajes emocionales sin vida que Desertshore y The MarbU
Index de Nico, son sonidos amputados de la firmeza y la sangre caliente del
contacto humano y la c ^ a ra d e ría . La última letra que Curtis llegó a termi
nar, “In a Lonely Place”, incluía una referencia cargada de pulsión de muerte
a “acariciar el mármol y la piedra”.
En medio de los tres meses que separaron el final de la grabación de Closer,
a fines de marzo de 1980, y su edición en julio de ese mismo afio, Curtis in- 175
tentó suicidarse con una sobredosis de píldoras. Además de todo lo que lo aque
jaba, estaba deprimido porque su epilepsia no dejaba de empeorar y ya había
empezado a interferir en su capacidad para cumplir con su rol en la banda. En
una ocasión tuvo que dejar el escenario tras sufrir un ataque ahí mismo, mien
tras tocaban en vivo. Simon Topping, el líder y cantante de A Certain Ratio,
otra de las bandas de Factory Records, tomó su lugar, lo que hizo que la au
diencia se violentara y todo terminase en un desmadre. “Para ese entonces el
médico le estaba diciendo que la única manera de controlar la epilepsia era lle
var una vida realmente tranquila”, dice Peter Hook. “Nada de beber, nada de
drogas, nada de emociones fuertes. Y ahí estaba él, el cantante de una banda
que justo se estaba volviendo grande.”
A pesar de la sobredosis de Curtis y del constante deterioro de su condi
ción, lo cierto es que no se hizo ningún intento real de reducir la carga labo
ral de la banda. La primera gira de Joy Division por los Estados Unidos ya es
taba en marcha. Curtis le dijo a algunas personas que quería tomarse algo de
tiempo para descansar, pero frente a sus compañeros de banda fingía estar emo
cionado. N o quería decepcionar a sus camaradas ni a Factory Records. Para
este entonces, el sello dependía casi enteramente de Joy Division. En la gran
presentación de Factory en el M oonlight de Londres en abril de 1980, Joy
Division tocó las tres noches. Eran la atracción principal que haría que la gente
viniera a ver al resto de los artistas, menos conocidos, que formaban parte de
la nómina del sello. Así y todo, Curtís debió haber tenido sus serias dudas res
pecto de eso de ser un ícono. En “Atrocity Exhibition” pasa continuamente de
ser el maestro de ceremonias del show de fenómenos a ser él mismo el entre
tenimiento monstruoso, prostituyendo su propia neurosis y contorsionándo
se sobre el escenario.
El punto de quiebre llegó el 18 de marzo de 1980. Luego de visitar a su ex
esposa y pedirle, sin éxito, que abandonara los trámites del divorcio, Curtís se
quedó despierto toda la noche mirando una película de su director de cine fa
vorito, Werner Herzog, y escuchando The Idiot de Iggy Pop. Finalmente se
colgó mientras “esa horrible luz del día'' (“In a Lonely Place”) se acercaba.
El suicidio de Curtís a los veintitrés años lo transformó instantáneamente
en mito. El mero compromiso del acto confirmaba la autenticidad de las le
tras y la música de Joy Division de una manera que era, a la vez, bastante pro-
176 blemática, perfectamente lógica y en última instancia inevitable. Com o siem
pre lo había querido, Curtís se unió al panteón de aquellos que vivieron
dem asiado intensamente y sintieron dem asiado profundam ente com o para
poder existir por m ucho tiempo en este m undo de medias tintas y conformis
mos. Quitándose las lágrimas de la cara, Factory se lanzó con entusiasmo a
construir y alimentar la leyenda. Peter Saville le dio al single póstumo “Love
Will Tear Us Apart” una exquisita tapa abstracta que se veía como el lustroso
interior de mármol de un cenotafio. La tapa de Closer, de hecho, mostraba una
fotografía que había sido tomada en un cementerio de Génova: un cuadro es
culpido del Cristo muerto rodeado de abatidos dolientes.
“Love Will Tear Us Apart” se convirtió en el primer single de Joy Division
en alcanzar los charts del Reino Unido. La voz aterciopelada de Curtís, el
bajo de H ook y el teclado de Sum ner trazan, los tres al unísono, la m ism a
melodía tím ida, rendida, mientras la batería de Morris se escabulle con agi
tación etérea. En “Love Will Tear Us Apart” y su brutal lado B, “These Days”,
tanto el cantante como la banda suenan crudos y expuestos, como si estu
vieran en carne viva. La letra refleja el resplandor cándido y lacerante de una
relación m oribunda, instantáneas de mal sexo y confianzas traicionadas.
Aunque el final de su matrimonio era solo uno de los factores en juego y, de
hecho, no era algo de lo que todo el m undo estuviera al tanto, “Love Will
Tear Us Apart” fue recibida com o la nota suicida de Curtis para su público,
la explicación oficial.
Para cuando Throbbing Gristle anunció que “la misión había terminado”,
P-Orridge ya sentía que la música industrial se estaba convirtiendo en una
escena perceptiblemente desagradable. Si eso era cierto, sin embargo, era en
gran parte culpa de los propios miembros de Throbbing Gristle, que se habí
an ocupado de propagar la idea de que los extremos de la existencia humana
eran más fructíferos artísticamente hablando que toda zona intermedia. Para
P-Orridge, el ejemplo más grosero de una banda que hubiera “malinterpreta-
do” a Throbbing Gristle era Whitehouse, un grupo que él aborrecía. La sutil
distinción entre Throbbing Gristle y W hitehouse pasaba por una finísima
línea -u n a línea que corría entre una presentación neutral o ambivalente del
horror, la atrocidad y la crueldad y un inequívoco y descarado deleitarse en
el m al-, que muchos seguidores y músicos del género industrial cruzaban
con facilidad.
En las notas de la contratapa del primer álbum de Whitehouse,
Birthdeath Experience, el fundador y líder de la banda, W illiam Bennett,
prometía que “esta es la música más brutal y extrema de todos los tiempos”.
^ ^ iteh o u se usaba un sintetizador Wasp para generar un ruido nocivo y gra
baba todo al borde de la saturación para conseguir el máximo de distorsión
posible. No les importaban en lo más mínimo ni el ritmo, ni la melodía, ni
la estructura: sus miembros cortaron todo lazo con cualquier género musical
precedente y engendraron, en el proceso, un microgénero de música indus
trial basado en la premisa “los oídos son heridas” que luego daría en llamar
se “power electronics”. La meta de Bennett era “ir directamente, sin escalas,
a estados humanos puros”, lo que en su cabeza quería decir violencia y viola-
202 ción sexual encantadoramente servidas en melodiosas cancioncillas tales
como T m Com ing Up Your Ass” [Te voy a acabar en el culo] y “Cock
Dom inant” [Pija dominante]. Aunque el nombre del grupo había sido toma
do de la revista porno Whitehouse (que a la vez había sido descaradamente
bautizada así en honor a una famosa activista anti-pornografía inglesa), lo cier
to era que la banda de Bennett en realidad prefería las publicaciones ultra
hardcore “para especialistas” como Tit Pulp y Shitfan, ambas eventualmente
tomadas como fuente de inspiración para canciones del mismo nombre. Otros
de los temas favoritos de la banda eran el fascismo y los asesinos seriales.
Cuando Bennett hablaba de su “idea de un sonido coercitivo, tiránico”,
las palabras automáticamente adquirían la tonalidad de toda su visión del
mundo. Un experto en el Marqués de Sade, Bennett probablemente hubiera
estado de acuerdo con el virulento antihumanismo del ministro Saint-Fond
a partir de Juliette, que soñaba con establecer un sistema neofeudal que trata
ra a una casta entera de personas como animales. “Afirmo que la primera y
más viva inclinación del hombre es, sin ninguna duda, encadenar a sus seme
jantes y tiranizarlos con todo su poder”, declaró el Marqués de Sade a través
del personaje de Saint-Fond. “La destrucción, el mal y la opresión son las pri
meras inclinaciones que la Naturaleza ha grabado en nuestros corazones.” En
sus “acciones” en vivo (un reconocimiento a los accionistas vieneses), Bennett
gritaba cosas como “ Es tu derecho matar, es tu puta naturaleza” y, después de
aproximadamente unos quince minutos de ruido atronador, trifulcas entre la
audiencia, derramamiento de sangre y botellas volando por los aires, por lo
general llegaba la policía y paraba todo.
Compartiendo el escenario con Whitehouse en algunas de estas primeras
“acciones” estaba Steve Stapleton, un personaje que se repartía entre estas
“participaciones especiales” y su propia banda, Nurse with Wound. Aunque
esta última^ hizo un disco entero inspirado en el Marqués de Sade en colabo
ración con Whitehouse (The 150 Murderous Passions), la mayor parte del
tiempo, sin embargo, la música de Nurse with Wound era bastante más
juguetona. De hecho, Stapleton rechazaba de plano el término “música
industrial”, diciendo que Nurse with Wound solo había quedado encasillada
como una banda industrial porque la tapa de su primer disco mostraba imá
genes de fetichismo y bondage que habían sacado de la revista Latex and
Leather Special. Así y todo, aun cuando no sea el caso de su contenido, el
enfoque postrock de la banda respecto de las esculturas de ruido abstracto y 203
los collages de found sounds permite que su música encaje cómodamente en
la categoría industrial.
Si Nurse with Wound tenía un avatar espiritual, sin embargo, no era el
Marqués de Sade, sino otro escritor francés, Lautréamont, el autor del poema
en prosa gótico de 1868 Los cantos de Maldoror. El álbum debut de Nurse
with Wound, Chance Meeting on a Dissecting Table o fa Sewing Machine and
an Umbrella, de 1979, tom ó su nombre de una de las comparaciones delibe
radamente absurdas de Lautréamont, esa cuya incongruencia particularmen
te onírica hizo que fuera abrazado por los surrealistas como un ilustre precur
sor. En vez de las clásicas cinco estrellas, la revista Sounds adjudicó a Chance
Meeting on a Dissecting Table o fa Sewing Machine and an Umbrella cinco sig
nos de interrogación, porque el crítico John Gill no estaba seguro de si sus
concatenaciones de ruido aparentemente arbitrarias eran pura genialidad o
un mero sinsentido.
Musicalmente hablando, el primer amor de Stapleton era el krautrock.
De hecho vivió en Alemania por algún tiempo, donde trabajaba como roadie
para bandas Kosmische Musik menores como Kraan. El sobre interno de
Chance Meeting on a Dissecting Table o f a Sewing Machine and an Umbrella
incluía una lista esotérica y legendariamente larga de música experimental,
desde improvisación libre hasta musique concréte y europrog. Si este primer
disco todavía sonaba un tanto amorfo (fue grabado en solo seis horas por
un grupo de semi-músicos que nunca antes habían tocado juntos), para
Homotopy to Marie, de 1982, sin embargo, Stapleton ya había desarrollado
una manera verdaderamente idiosincrática de organizar el ruido, usando el
estudio como un instrumento más para crear paisajes sonoros enigmáticos,
cautivantes y tan magníficamente grotescos com o una animación de los
hermanos Quay.
Una de las cosas que la gran mayoría de las bandas industriales post-
Throbbing Gristle compartía era un enfoque decididamente nórdico respec
to del ritmo. En el mejor de los casos, esto se traducía en grooves apoyados
en latidos de metrónomo á la Giorgio Moroder y, en el peor, solo significaba
torpes beats de portentosa marcha militar. Algunas bandas de música indus
trial abrazaron, no obstante, la música dance negra contemporánea. Dos de
las mejores de ellas, Clock DVA, de Sheffield, y 23 Skidoo, de Londres, eran,
204 de hecho, apadrinadas por los propios Throbbing Gristle. Clock DVA era la
banda que Adi Newton había formado después de que lo echaran de The
Future. Luego de una fase inicial de experimentos sonoros abstractos usando
loops de cinta magnética pregrabada y cut-ups, Clock DVA editó, vía
Industrial Records, White Souls in Black Suits. Seleccionado a partir de quin
ce horas de improvisación, el material que había llegado al disco era un inten
to, dice Newton, “de grabar ese preciso instante en el que acontece la magia
intuitiva, eso que los surrealistas describen como automatismo psíquico
puro”. La influencia del funk -Jam es Brown, The Pop G rou p- recién se notó
en el segundo disco de Clock DVA, Thirst. “ Eso es lo que buscamos; algo así
como un funk más tenso, de una energía más nerviosa, música corporal que
te haga estremecer y haga que te muevas”, le dijo Newton a Melody Maker.
Con puras líneas de bajo hoscas y saxofones malhumorados, internamen
te retorcidos, Thirst fue editado en 1981 por Fetish, un sello fundado por
Rod Pearce, un fan de Throbbing Gristle que había sido el responsable de
editar el último single de la banda de P-Orridge. Fetish también era el sello
de 23 Skidoo. Apoyándose en un puñado de pioneros de la música negra (el
funk vudú aditado de cocaína de On the Corner de Miles Davis, la sulfúrea
oratoria apocalíptica de The Last Poets, la dura polirritmia hipnótica de Fela
Kuti), 23 Skidoo veía el funk como una energía siniestra, como una metáfo
ra activa de Control, y el groove, como una trampa. Su mini-LP de 1981,
Seven Songs, alcanzó los primeros puestos de los charts indie y aún hoy suena
espeluznantemente intenso. Abre con “Kundalini”, un remolino malévolo de
instrumentos de pequeña percusión, acoples de guitarra y cánticos guturales.
En “Vegas El Bandito”, un humeante bajo slap y ritmo nervioso y crispado se
pelean con unas trompetas por siempre perdidas en la niebla (un motivo clá
sico de la música industrial que había sido inventado por Cosey Fanni Tutti,
que tocó la corneta en varios tracks de Throbbing Gristle). El mejor tema de
todos es “Porno Bass”, la canción con la que la música industrial finalmente
hizo su tan debida declaración de principios antifascista: los zumbidos de un
bajo profundísimo reverberan en una oscuridad cavernosa a través de la cual
navega a la deriva la voz aristocrática -levantada de una entrevista radial- de
la execrable groupie de Hitler Unity Mitford. Puestas en medio de un disco
que está excitantemente cargado de ritmos de trance y funk negro, las quejas
de Mitford contra la “insensata reiteración” de la música pop en tanto “signo
de una raza que está degenerando” quedan expuestas de modo implícito 205
como paranoia aria.
Alex Turnbull, de 23 Skidoo, dice que aunque es cierto que le debían
mucho a Throbbing Gristle en términos prácticos (P-Orridge los dejaba ensa
yar en The Death Factory) e intelectuales, en lo que a música respecta esta
ban influenciados por bandas más intensamente rítmicas como A Certain
Ratio. Throbbing Gristle se separó por completo de toda la música de la diás-
pora africana: jazz, R & B , funk, reggae. 23 Skidoo, en cambio, dejó entrar a
la Norteamérica negra en la música industrial. Es más, también dejó entrar a
todo el resto del mundo. Fanáticos de la “Ethnological Forgery Series” de Can
y de los préstamos panglobales de Holger Czukay, 23 Skidoo tocó en el pri
mer festival de world music WOMAD, en julio de 1982, preparando un set
especial que combinaba ritmos de trance étnicos con un bombardeo de musí-
que concréte urbana. “ En vez de usar los sonidos agradables de la ‘world music,
usamos ruidos de ciudad, garrafas de gas, explosiones”, dice Turnbull. “ Un
tercio de la gente huyó de inmediato, pero los que se quedaron estaban tipo:
‘Guau, ¡eso era absolutamente inesperado!’.”
Parte de la lista de temas para el WOMAD terminó formando el lado A de
su próximo disco, The Culling Is Coming. El festival de repiques de gongs con
cuerpo de campana del lado B indicaba una desviación hacia el este, hacia la
música de Bali. En 1984 y tras una expedición a Indonesia, 23 Skidoo grabó
Urban Camelan. La atmósfera del disco evoca algo así como una intranquili
dad húmeda (piénsese en Apocalipsis Now). Para estas alturas, los integrantes
de 23 Skidoo ya estaban menos interesados en el ruido terrorista al estilo de
Throbbing Gristle y más entusiasmados con la idea de usar la repetición para
inducir de forma gradual “un cierto tipo de trance, esa idea de alcanzar el
éxtasis a través de la música”. Casualmente, una droga llamada “éxtasis” tam
bién empezaba a hacer sus primeras apariciones en la escena industrial alre
dedor de esta misma época.
23 Skidoo y Clock DVA fueron retoños atípicos de Throbbing Gristle. La
gran mayoría de las bandas industriales de la segunda ola favorecieron o bien
los paisajes de ruido abstractos o bien el metrónomo teutónico. Ya más aden
trados en los ochenta, la progenie de Throbbing Gristle se vuelve innumerable:
Lustmord, Nocturnal Emissions, Death in June, In the Nursery, Controlled
Bleeding, Laibach, Skinny Puppy, Severed Heads, Front 2 42, Last Few Days,
206 :Zoviet*France:, Merzbow -la lista podría seguir y seguir-. La mayoría de
ellas compartieron con sus progenitores el mismo sesgo anti-rock (e incluso
antimúsica) y el mismo enfoque centrado en el contenido e impulsado por el
concepto. Exactamente como ocurrió con The Velvet Underground (uno de
los poquísimos grupos que Throbbing Gristle reconoció públicamente como
influencia), a veces parecería que todo aquel que escuchó a Throbbing Gristle
armó su propia banda.
CAPÍTULO 9
C O N TO R SIÓ N A TE:
NUEVA YORK Y LA N O WAVE
Más o menos al mismo tiempo que Throbbing Grisde se embarcaba en su mi 207
sión antimúsica, todo un movimiento de bandas similarmente abocadas a de
moler la historia del rock y empezar de cero comenzaba a asomar la cabeza en
el downtown de Manhattan. Bajo la égida de lo que dio en llamarse “no wave”,
todas estas bandas -Contortions, Teenage Jesus and The Jerks, Mars, D N A -
pretendían hacer borrón y cuenta nueva y crear a partir de una mentalidad de
la que se hubiesen extirpado primero todas las nociones y las reglas que habían
sido aceptadas hasta ese entonces en torno a la musicalidad.
Com o ocurría con Throbbing Grisde y las demás bandas industriales bri
tánicas, el impulso primordial detrás de los grupos no wave era su desprecio por
el tradicionalismo del punk rock. En efecto, uno de los primeros artículos pu
blicados alrededor de la escena del CBGB -representada por bandas como
Ramones, Television, Patti Smith, Blondie, T he Heartbreakers y com pañía-,
acertó en señalar, bastante tempranamente y con precisión, el hecho de que el
punk intentaba presentarse a sí mismo como un retorno de algo perdido. Escrito
en 1975 por James Wolcott y titulado “Un impulso conservador en el nuevo
underground del rock”, el artículo de The Village Voice celebraba la escena nu-
cleada alrededor del CBGB y de Max’s Kansas City por haber creado una sensa
ción de comunidad frente a la cultura del rock del mainstream, que ahora había
degenerado solo en otra rama más de la industria del espectáculo con su pro
pia aristocracia de intocables megaestrellas inalcanzables. Sin embargo, la trans
literación musical de este impulso igualitario suponía tirar por la borda todo lo
que había ocurrido desde la década del setenta hasta ese entonces - y no solo la
pomposidad y la ostentación, sino también la ambición y el experimentalismo--
y volver hacia atrás. “El punk solo es rock ’n’ roll básico realmente bueno...
Verdadero rock básico de los cincuenta y principios de los sesenta”, declaró ni
más ni menos que Nancy Spungen, una autoridad en el tema.
¿Cuán diferentes eran las camperas de cuero y el culto a lo adolescente de
^ ^ o n e s del revival de los cincuenta que tenía lugar en el mainstream de la cul
tura pop americana con películas y series televisivas como Crease y Happy Days,
entre otras cosas? La vigorizante explosión de velocidad y el minimalismo de
Ramones ciertamente cumplieron su cometido a la hora de poner en evidencia
la indulgencia fofa y la flaccidez del rock de mediados de los setenta, pero, a
decir verdad, lo cierto es que en dos discos la banda ya había agotado todo lo
que podía tener para decir al respecto. Por su lado, el refrito “C huck Berry” de
208 The Heartbreakers era apenas más sofisticado que el pub rock británico (The
Heartbreakers solo eran algo así como un Dr. Feelgood con un goteo intrave
noso de heroína en vez de uno meramente etílico). Aun la banda más aventu
rera de toda la escena, Television, estaba fuertemente influenciada por la músi
ca de finales de los sesenta: la interacción caprichosa y voluble de sus dos guitarras,
de hecho, bebía directamente de las fuentes del acid rock de la costa oeste de
bandas como The Byrds, Country Joe and The Fish y Grateful Dead.
Las bandas no wave, por el contrario, definían la radicalidad no como un
retorno a las raíces, sino como desarraigo. Lo que las unía a unas con otras no
era tanto un sonido en común, sino esta determinación compartida de cor
tar de cuajo toda relación con el pasado. Musicalmente hablando, iban desde
los estentóreos cantos fúnebres de Teenage Jesus and The Jerks hasta el trash
funk marcado por el jazz de Contortions, desde las flagelantes guitarras ca
cofónicas de Mars hasta los grooves desencajados de D N A . Rastríllese la his
toria del rock y solo se encontrará un puñado de antecedentes para lo que hi
cieron estas bandas: el costado menos cancionero y decididamente orientado
hacia el ruido abstracto más violento de The Velvet Underground; M etal
Machine Music de Lou Reed; el chillido primal de Yoko O no y las perfora
ciones intempestivas de la guitarra de John Lennon en T he Plastic Ono Band;
las convulsiones “avant-blues” de Captain Beefheart. Sea como fuere, lo cru
cial es que las bandas no wave actuaban como si no tuvieran ni un solo ante
pasado. En claro contraste con las bandas industriales del Reino Unido, sin
embargo, los grupos no wave sí montaron su revuelta contra la tradición del
rock usando la instrumentación clásica del rock, a saber: una guitarra, un bajo
y una batería. A veces, hacían leudar este arsenal tan restringido con vientos
o teclados, pero, cuando lo hacían, estos últimos siempre eran clásicos órga
nos de los sesenta, jamás sintetizadores. Curiosamente, era como si la no wave
pensara que la ruta electrónica hacia la producción de un ruido postrock era
demasiado fácil. Era más desafiante y, tal vez, también más amenazante recu
rrir a las propias armas del rock para usarlas en su contra. Es esto último lo
que explica por qué la música no wave siempre ha invitado tan irresistible
mente a apelar a la metáfora del desmembramiento, la deshonra y la “profa
nación del cadáver del rock”.
Quizás de un modo un tanto irónico, fue una técnica tradicional del blues
y el country, el slide, la que dio a la no wave algunos de sus sonidos más descon-
certantemente novedosos. Tal como lo usaban tres de sus guitarristas femeninas 209
más relevantes -Connie Burg en Mars, Lydia Lunch en TeenageJesus y Pat Place
en Contortions-, el slide era, para los novatos de la música, la manera más rápi
da de generar sonidos asombrosos y alarmantes sin necesidad alguna de apren
der cómo había que poner los dedos para hacer sonar un acorde. “¿Quién que
ría acordes? ¿Quién quería todas esas progresiones armónicas que ya habían sido
usadas hasta el hartazgo en el rock?”, espeta la ftontwoman y líder de Teenage
Jesus, Lydia Lunch, indiscutida reina de cabellos negro ^ b a c h e de la no wave.
“Usaba un cuchillo, una botella de cerveza... El vidrio era lo que producía el
mejor sonido. Al día de hoy sigo sin saber ni un solo acorde de guitarra.”
Además de huirle a la electrónica, las bandas no wave tampoco abrazaron
del todo las posibilidades que el estudio de grabación tenía para ofrecer en ma
teria de manipulación sonora. Era en pequeños clubes y a un volumen sobre-
cogedor donde la no wave era más efectiva. Las pocas grabaciones de estudio
que sobrevivieron a la escena {la mayoría de ellas originalmente capturadas por
Charles Ball y editadas a través de su sello independiente con base en Nueva
York, Lust/Unlust) son como notas a pie de página de la experiencia en vivo.
Junto al ataque puramente sónico, los recitales de las bandas no wave a menu
do involucraban cierta dosis de agresión física. James Chance, el líder y can-
tante/saxofonista de Contortions, por ejemplo, solía convertir los shows de la
banda en happenings al saltar del escenario para atacar al público (empuján
dolo, cacheteándolo, incluso -según cuenta la leyenda- agarrando una vez a
una chica del pelo y mordiéndole “la teta” a otra; o al menos eso afirmó él en
una entrevista).
“James era como una pintura de Jackson Pollock, una personalidad súper
explosiva”, dice Adele Bertei, la tecladista de Contortions. “Y tenía un lado se
riamente masoquista. Así que saltaba en medio de la gente y empezaba a besar
a alguna chica. El novio de esa chica lo empujaba y le decía que se largase, y así
empezaba el necesario desmadre subsiguiente. Nuestro bajista, George Scott, y
yo saltábamos del escenario y nos metíamos en el tumulto. Y después todos ter
minábamos volviendo al escenario con la cara llena de sangre. James siempre
era el que más maltrecho quedaba porque era el que se llevaba la peor parte, y
además, es súper chiquito. ” Aunque en cierto grado eran puro sensacionalismo,
estrategias fríamente calculadas por sus miembros para procurarle a la banda
tanto notoriedad como atención por parte de la prensa, todas estas tácticas tam-
210 bién estaban influenciadas por esa eterna necesidad de las vanguardias de hacer
físicamente añicos la barrera artista/audiencia, de transformar un mero espec
táculo en una si^tuación. Y funcionaba. Las entradas para los shows de Contortions
empezaron a agotarse. “Mucha de la gente que venía a vernos era del mundillo
del arte”, dice Pat Place. “La violencia más el elemento noise hacían de nuestros
shows algo así como performances combinadas con música.”
Pat Place era una típica no waver, una artista que había viajado a Nueva
York en busca de una carrera en el mundillo del arte del downtown, solo para
terminar siendo atraída hacia el underground de la escena rock. Apenas salida
de la escuela de arte en Chicago, donde había estudiado pintura y escultura,
llegó a Nueva York con la ilusión de convertirse en algún tipo de artista con
ceptual. “En ese momento todo giraba en torno al arte performático”, recuer
da. La escena de las performances y las acciones artísticas en vivo también era,
de hecho, un semillero de futuros participantes de las filas de la no wave. Arto
Lindsay y Robin Crutchfield, de D N A , y Mark Cunningham, de Mars, ve
nían del teatro experimental o del arte performático. En efecto, junto con otras
varias futuras luminarias de la no wave, Cunningham y Lindsay habían estu
diado en el Eckerd College de St. Petersburg, Florida. “Com o otras tantas uni
versidades progresistas chicas de principios de la década del setenta, el Eckerd
College estaba poniendo en práctica alem as de las ideas que habían sido desarro
lladas en los sesenta, como los estudios libres. Así que era perfecto para la au-
toexpresión, y era un imán para los bichos raros y los inadaptados de todos los
rincones del país”, recuerda Cunningham. “Conocí a Arto el primer día que
llegué, y ambos nos deshicimos de los compañeros de cuarto que nos habían
asignado y nos mudamos juntos.”
Nueva York le hacía señas al mundo presentándose como el hogar de todo
lo conceptual y lo multimedia, como la capital mundial del cruce de fronte
ras estético y el “arte total”. Todas las ideas vanguardistas de los sesenta, desde
Fluxus hasta los accionistas vieneses, dice Lindsay, “se habían filtrado hasta
nosotros, que éramos mucho más chicos, a principios de los setenta. Estábamos
atravesados por una actitud jovial, de ver hasta dónde se podían llevar las cosas”.
El héroe de Lindsay era el poeta devenido performer Vito Acconci. “ En espe
cial, su pieza Seed Bed, en la que había construido un falso piso debajo de una
galería. ¡Se quedaba echado en ese piso por algunas horas todos los días y había
un cartel en la pared que decía: ‘El artista está debajo del piso escuchándote,
fantaseando y masturbándose mientras tú estás en la galería’!” Lindsay tam 211
bién admiraba a extremistas tales como Chris Burden y Hermann Nitsch, que
ponían en escena sangrientas proezas de resistencia y abyección montándolas
de un cierto m odo ritual.
En parte, los artistas gravitaban hacia la escena rock del underground neo
yorquino porque parecía que allí, a diferencia de lo que ocurría en el mundo
del arte, había más chances de conseguir que algo realmente sucediera. El mer
cado del arte estaba deprimido y entrar en el circuito de galerías era difícil para
los pintores jóvenes. Así y todo, incluso artistas exitosos como Robert Longo
tocaban en bandas. El punk había devuelto al rock su condición de planta ge
neradora de energía de la cultura moderna. Hacía que el ambiente de los espa
cios de arte del SoHo, hogar de las instalaciones multimedia, las performances
y los conciertos de los compositores minimalistas, se viera pálido y blando.
Aunque había algunos músicos “reales” entre las filas de la no wave (Chance,
por ejemplo, contaba con una formación de conservatorio), la mayoría de sus
adeptos no tenía ninguna relación con el rock más allá de escucharlo. En gene
ral, su vocación primaria era el cine o la poesía o las artes visuales. Así, en tanto
llegaban a la música desde otras áreas, tendían a mostrar un enfoque ligeramen
te distanciado que les permitía acercarse a sus instrumentos (a menudo escogi-
dos de modo arbitrario) como si fuesen objetos extraños, herramientas para ser
incorrectamente usadas, abusadas o reinventadas.
Aunque anterior por varios años tanto a la no wave como al punk, Suicide
era, por muchos motivos, el arquetipo de esta colisión neoyorquina entre arte
y rock. El cantante, Alan Vega, era un escultor que usaba lamparitas eléctricas
y ready-mades (chucherías católicas kitsch, juguetes de plástico, naipes porno,
fotos de celebridades) para crear santuarios trash a partir de su visión de una
Norteamérica poscataclísmica del futuro cercano. A finales de la década del se
senta, se unió a la Art Workers’ Coalition, un grupo socialista militante que, en
una ocasión, levantó barricadas frente al Museo de Arte Moderno de N u ^ a York.
Luego se convirtió en uno de los ejes del Project o f Living Artists, un anárquico
taller/espacio de arte performático en el SoHo. Vega trabajaba en el edificio del
Project durante el día y se quedaba a dormir ile^galmente de noche. Fue allí donde
conoció al músico de free jazz Martin Rev, y formaron Suicide.
La banda surgió a partir de interminables zapadas improvisadas. “Suicide
fue como el Big Bang”, dice Vega. “Primero caos y, luego, después de un rato,
212 los gases empiezan a formar pequeñas bolas que se transforman en galaxias.
Fue lo mismo con nosotros, solo que los gases comenzaron a formar pequeñas
canciones: primero 'Cheree', después 'Ghost Rider’.” Apareció un sonido único.
Los conjuros mitad-hablados/mitad-cantados de Vega parecían una cruza entre
rockabilly y actuación de método; Rev generaba latidos apagados con un te
clado electrónico desvencijado y beats crudos pero hipnóticos usando una caja
de ritmos originalmente diseñada para casamientos y Bar Mitzvahs.
Las letras de Vega revelan una cierta atracción similar a la que sentían Warhol
y Lichtenstein por las historietas baratas y los iconos de la cultura de masas es
tadounidenses. El nombre m ism o del dúo, Suicide, había sido tom ado de
“Satan Suicide”, el título de uno de los números de Ghost Rider, el cómic pre
ferido de Vega. Com o si fuera un Elvis de ciencia ficción, la voz de Vega esta
ba envuelta en inquietantes reverbs y efectos de delay que, al mismo tiempo,
evocaban el eco de la voz de Presley en la época de The Sun Sessiom y las este
las de condensación de un cohete espacial. Deliberadamente simples, sus le
tras tomaban riesgos y confiaban en el poder atemporal de los clichés.
Tan in^fames como poco frecuentes, los shows de Suicide funcionaban como
aceleradores de partículas en los que las ideas del minimalismo, el arte auto-
destructivo, el teatro vivo y el pop art colisionaban unas con otras. Si bien uno
podía entender el carácter agresivo de los shows de Suicide y sus altercados fí
sicos con el público (que, en ocasiones, respondía de la misma manera:
“Cuchillos, hachas, ¡una vez me pegaron en el o jo con una llave inglesa!”, dice
Vega) como arte performático, lo cierto era que Vega había tomado todas estas
ideas de Igggy Pop. En 1970, fue a ver a The Stooges que abrían para MC5 en
el New York State Pavilion: “ Igggy saltaba sobre la audiencia y de repente esta
ba de nuevo arriba del escenario, se cortaba a sí mismo con los palitos de la
batería, sangraba. Todo el set duró unos... veinte minutos. Inmediatamente
después la persona que estaba en la cabina de sonido puso uno de los Conciertos
de Brandeburgo, de Bach, en vez del típico rock ’n’ roll que solía sonar en esos
momentos, lo cual fue perfecto, porque lo que acabábamos de ver era verda
deramente arte, un arte fantástico. Por primera vez en mi vida vi cómo la au
diencia y el escenario se fusionaban en una sola cosa. El show se volvió un tipo
de ambiente. Y eso me demostró que uno no tenía por qué limitarse a hacer
obras de arte estáticas, uno podía crear situaciones”.
Los integrantes de Suicide fueron los padrinos de la no wave, y esto casi li
teralmente. Lydia Lunch, una adolescente de dieciséis años recién llegada a 213
Manhattan desde el norte del Estado de Nueva York tras haber escapado de la
casa de sus padres, fue “algo así como adoptada por Martín Rev, que tenía un
hijo que era hasta más grande que yo. Marty me cuidaba, me daba vitaminas.
¿Qué mejores padres que los Suicide podría uno pedir? Fueron mis primeros
amigos en Nueva York”. James Chance también tenía una relación filial con
Suicide. “Primer día en Nueva York, recién salido de Milwaukee, James se nos
acercó”, dice Vega. Chance sentía cierta afinidad con la necesidad de Suicide
de atacar a la audiencia para destrozar eso que se conoce como la “cuarta pared”;
por su parte, a Vega le gustaba la indiferencia “tipo Sinatra” de Chance sobre
el escenario y creía que James “sería una súper estrella” .
Para cuando los futuros miembros de la no wave empezaron a llegar a Nueva
York, el corazón de la bohemia ya se había mudado del SoHo (toda la ona del
oeste del downtown que está inmediatamente debajo de Houston Street) al
aún más barato Lower East Side (por aquellos días, un área del este del down
town mucho más grande que la actual que se extendía desde l 4 th Street hasta
más allá de Houston Street, limitando al sur con el borde de Chinatown). Hoy
todavía afloran aquí y allá, en medio del aburguesamiento general de la zona,
parcialmente producto de que un sector importante del vecindario haya sido
rebautizado “ East Village” en la década del ochenta, rastros de la antigua mugre
del Lower East Side. A mediados de los años setenta, sin embargo, no había
ni un solo local de ropa o restaurante de moda a la vista. Un mosaico de edi
ficios incendiados y baldíos atestados de basura, el barrio entero parecía una
zona de guerra. La gran mayoría de los hombres y mujeres “normales” había
huido hacia los suburbios, dejándole el área a los vagabundos, los bohemios,
los junkies y las minorías étnicas empobrecidas. Com o no podían alquilar todos
los departamentos de sus propiedades y no querían venderlos porque los valo
res inmobiliarios se habían desplomado, los dueños de los edificios de la zona
empezaron a recurrir cada vez más seguido a las estafas contra las asegurado
ras. Incendiaban sus edificios a propósito para cobrar el seguro o dejaban que
las instalaciones se deteriorasen hasta el punto que los propios inquilinos ter
minaran incendiando sus propios departamentos para ser reubicados en algún
otro lado por el gobierno municipal. Solo en 1978, hubo 354 incendios sos
pechosos en el Lower East Side.
Para aquellos que estaban preparados para vivir en un lugar que se veía tan
214 bombardeado como Beirut y donde era más fácil comprar heroína que comida,
el Lower East Side era, sencillamente, el paraíso. “Tenía un departamento en 2nd
Street entre Avenue A y Avenue B que costaba unos ciento diez dólares por mes”,
dice James Chance. Una Lydia Lunch sin techo pasó de visita una noche y ter
minó quedándose en el desvencijado edificio de cinco pisos sin ascensor por casi
un año. Connie Burg, Mark Cunningham y Arto Lindsay vivían en 10th Street
y Avenue B, enfrente del único pedazo de verde sustancial de todo el Lower East
Side, el Tompkins Square Park. “Era realmente peligroso”, recuerda Burg. “Veía
cómo le disparaban a alguien casi todos los días, dejaban los cuerpos en el medio
del parque y ya.” El downtown casi no tenía presencia policial: el gobierno de la
ciudad dejaba que el barrio fermentara.
Los alquileres baratos les permitían a los no wavers trabajar solo esporádi
camente (si es que trabajaban en lo absoluto) y dedicarse tiempo completo a
su arte. Y al hedonismo. “Había clubes after-hours por todos lados”, dice Pat
Place. Además de los clubes, los no wavers frecuentaban bares de artistas como
el Barnabus Rex y el Ocean Club, donde los tragos eran realmente baratos.
“¡Creo que hubo todo un invierno en el que no vi la luz del día!”, se ríe Place.
“Veías el amanecer mientras volvías a tu casa y te ibas a dormir; después te des
pertabas a eso de las cuatro de la tarde y empezaba todo de nuevo.” Sosteniendo
esta escena bizarra de criaturas nocturnas había todo tipo de drogas, desde an-
fetaminas y marihuana hasta sedantes como el Quaalude. “ Pero la heroína era
la más atractiva de todas ellas” , dice Place. “Y la más mortífera.” 3 rd Street entre
Avenue A y Avenue B era el hogar de artistas, músicos no wave y un infame
antro de compra-venta y consumo de drogas conocido com o “the Toilet” .
Como ocurría en otros lugares de esta índole del barrio, las filas de clientes es
perando su turno para conseguir algo se extendían a lo largo de toda la cua
dra. “Casi diría que estoy convencida de que las drogas llegaron hasta aquí
porque las propagaron deliberadamente para anestesiamos, y todos sucum
bimos” , dice Adele Bertei. “Recuerdo que hubo una época en la que casi todas
las mujeres que conocía tenían una copia de Yonqui de William Burroughs al
lado de la cama y se inyectaban.” La inundación del mercado local con hero
ína iraní pura se llevó m uchas vidas, entre ellas, la del bajista de los
Contortions, George Scott III.
Antes del SIDA y antes de Reagan, el downtown era algo así como una ex
traña burbuja de decadencia weimariana, específicamente caracterizada por el
uso y abuso de drogas, el alcohol y una polimorfa perversión sexual. La ciu- 215
dad como un todo bien puede haber estado balanceándose al borde de la ban
carrota, pero los artistas del Lower East Side se las ingeniaron para encontrar
formas de pasársela realmente bien en medio del colapso. Aunque compartí
an la disposición de ánimo apocalíptica/Guerra Fría de finales de los setenta,
los no wavers estaban extrañamente aislados de las urgencias políticas de su
tiempo. “Tenía mucho más que ver con la locura personal que con la locura
política” , dice Lydia Lunch. “Nosotros no teníamos a alguien como el alcalde
Giuliani respirándonos en la nuca. En ese sentido, era una época muy relaja
da. N o había mucho contra lo que pelear, excepto la tradición, el lugar de
donde venías, lo que eran tus padres. Era como si a uno lo hubiesen tirado en
medio de este gran parque de diversiones para adultos y lo hubieran dejado
ahí para que se las arreglara solo.”
De un modo clásicamente bohemio, el arte reemplazó a la política como la
herramienta para cambiar la realidad. Vivir un estilo de vida inconformista ya
era un arte en sí mismo. Dice Bertei: “Todos vivíamos de ir continuamente a
las inauguraciones de las galerías de arte y robarnos toda la comida. Todo el
mundo nos miraba boquiabierto porque, prácticamente, éramos una exhibi
ción de arte paralela. Tenía la cabeza rapada, las cejas afeitadas y solía usar unos
trajes arratonados tipo Buster Keaton. La escena del arte era muy conservado
ra, en las galerías todo el mundo estaba de traje. De alguna manera éramos más
emocionantes nosotros que el arte que estaban exhibiendo en las paredes”.
La no wave existía en el resbaladizo umbral entre arte y anti-arte. Lydia
Lunch despreciaba al gran Arte y prefería describirse a sí misma como una pe
riodista, una escritora o, incluso, una conceptualista. “La música era solo uno
de muchos medios posibles para hacer llegar el impacto emocional. Si algo pa
recido a las interpretaciones de spoken word hubiese estado más al alcance de
la mano a finales de los setenta, a eso es a lo que me hubiera dedicado. ” Al in
terior de la geografía cultural del dowmown, estos sentimientos encontrados
de la no wave respecto del arte se tradujeron en una rivalidad hostil, peleado
ra, entre el Lower East Side y el SoHo. Este último, que apenas algunos años
ames había sido la zona en la que todos los artistas vivían y trabajaban, se es
taba volviendo burgués y se había llenado de galerías. “O dio el arte. Me enfer
ma”, espetó James Chance. “El SoHo debería ser borrado del maldito mapa,
el barrio y todos sus imbéciles con ínfulas de artista.”
216 Ambos mundos colisionaban en el Artists Space, una galería/espacio para
performances sin fines de lucro que estaba ubicada justo al sur del SoHo, en la
zona conocida como Tribeca. En mayo de 1978, el .Anists Space organizó un fes
tival de cinco días con bandas de la escena rock underground neoyorquina. Las
primeras tres noches se presentaron bandas no wave que muy pronto serían ol
vidadas (“Ya eran pintores frustrados, ahora son músicos frustrados”, bromeó al
guien de la audiencia), pero el festival llegó a su clímax durante el fin de sema
na, con dos fechas dobles: D N A y Contortions el viernes, y Mars yTeenage Jesus
and The Jerks el sábado. El set de Contortions fue interrumpido por una pelea
entre Chance y el principal crítico de rock del Village Voice, Roben Christgau.
Chance había abandonado el escenario y había empezado a golpear “juguetona
o pseudo-juguetonamente” a una amiga del crítico. Cuenta la leyenda que el crí
tico molió a palos al cantante, pero Christgau minimizó el incidente diciendo
que todo lo que hizo fue “básicamente sentarme arriba de Chance. Y quizás tam
bién lo mantuve en el piso por un rato. ¡Es un tipo chiquitito!”.
En medio del público se encontraba un fascinado Brian Eno. Había llega
do a Nueva York el 23 de abril con planes de quedarse solo tres semanas para
trabajar en varios proyectos que tenía pendientes (masterizar el segundo álbum
de Talking Heads, en el que ya había colaborado como productor, entre ellos).
Pero -le dijo Eno a Melody Maker en 1980- “resultó ser que, de casualidad,
me encontré a mí mismo en Nueva York durante lo que me atrevería a decir
que fue, en términos musicales, uno de los meses más emocionantes de la
década entera. Parecía que había quinientas bandas nuevas y que todas se ha
bían formado ese mismo mayo” . Eno terminó quedándose otros siete meses
más, completamente absorto por el tráfico local entre música y arte.
A juzgar por las apariencias, Eno no tenía demasiado en común con los ex
tremistas fanáticos de la no wave. Un sensualista diletante, inglés hasta la médu
la, Eno practicaba una forma de decadencia mucho más sutil. De acuerdo con
Bertei, que trabajó por un breve período de tiempo como su asistente personal
en Nueva York: “Me mandaba a hacer estos recados absolutamente descabella
dos, me daba un sobre lleno de billetes de cien dólares y una lista con lo que ne
cesitaba que comprase para él ese día: una máquina de escribir Olivetti, medias
de gasa francesas, revistas de mujeres negras calvas con tetas gigantescas”.
Visto desde otra perspectiva, sin embargo, la no wave difícilmente podría
haber estado más en sintonía con Eno, un graduado de la escuela de arte que
había llegado a la música con una extraña mezcla de ingenuidad técnica y sofis 217
ticación conceptual. Fue esa combinación la que le permitió acercarse al rock
desde un ángulo oblicuo, reinventando los instrumentos y desmantelando las
estructuras. La escena no wave estaba atestada de mini-Enos. Cuando habló con
la revista Creem a finales de 1978, Eno celebraba a la no wave diciendo cosas que
podían aplicarse con igual facilidad a su propia persona, para aclamar su propio
rol como vanguardista pop. La ciudad estaba llena de “bandas de investigación”,
dijo, que tomaban “posturas deliberadamente extremas que son muy interesan
tes porque definen los márgenes de un determinado territorio”. Otras bandas
pueden no elegir ir tan lejos, pero “tener ese territorio mapeado es realmente im
portante. Hace que todo sea más fácil para el resto de los músicos”.
Convencido de que esta escena experimental pero necesariamente efímera
pedía ser documentada con urgencia, antes de que el momento pasara de largo,
Eno sugirió la idea de grabar una compilación no wave con él como productor.
Las sesiones de grabación para No New York apenas si incluyeron rastro alguno
de aquellos tratamientos de estudio y aquellas coloraciones texturadas por los
que Eno era famoso. James Chance recuerda que los temas de Contortions se
grabaron “totalmente en vivo en el estudio, sin separación alguna entre los ins
trumentos, sin sobregrabaciones, como si solo se tratase de un documento” .
Solo Mars fue testigo de algo de la legendaria brujería de Eno en el estudio.
“ Estaba totalmente involucrado en términos prácticos, usaba la consola como
si fuera un instrumento más”, dice Mark Cunningham. “De hecho, los conser
vadores éramos nosotros, no Eno. Sentíamos que la radicalidad de la música no
necesitaba estar saturada de efectos especiales.” Algunas de las bandas no que
daron contentas con los resultados finales. Así y todo, el aspecto más contro
versia! de No New York fue la decisión de limitar la invitación a las cuatro ban
das no wave más importantes (Contortions, TeenageJesus and The Jerks, D N A
y Mars, cada una de las cuales grabó cuatro temas), en vez de intentar que el
compilado reflejase el espectro completo de la escena.
Theoretical Girls y The Gynecologists, dos bandas altamente respetadas que
habían compartido la fecha del miércoles en el festival del Artists Space, habían
sido excluidas de modo explícito a causa de sus conexiones con la escena artís
tica del SoHo. La formación de The Gynecologists incluía a Rhys Chatham,
un compositor contemporáneo de vanguardia que, además, era el director mu
sical de The Kitchen, uno de los espacios de arte performático más importan-
218 tes del SoHo. Theoretical Girls, por otro lado, contaba con ni más ni menos
que dos compositores en su formación, Glenn Branca y Jeffirey Lohn. Después
de que Theoretical Girls se separara, Branca se dedicó a componer sinfonías
para guitarra eléctrica que serían ejecutadas por grandes conjuntos de músicos
y para volúmenes inauditos; el propósito era aturdir a la audiencia hasta que al
canzara una sumisión extasiada. Para lograr esto, Branca tomó varias ideas del
compositor Rhys Chatham (hay, de hecho, discusiones acerca de quién fue en
realidad el responsable de inventar la idea del “ejército de guitarras”), pero tam
bién se inspiró hasta cierto punto en Mars, cuyos integrantes generaban un
bombardeo de disonancia metálica golpeando percusivamente sus guitarras.
Mars, la primera banda en formarse de las cuatro que participarían de No
New York, empezó como “un grupo de rock estrafalario”, dice Connie Burg,
para luego pasar a tirar sistemáticamente por la borda “todas las convenciones
del rock 'n' roll”. El tempo unificado fue lo primero en desaparecer, rápidamen
te seguido por la tonalidad. Mars exploraba desafinando las guitarras, volvien
do a afinarlas en medio de las canciones, haciendo que la afinación fuese móvil.
“Fueron los insectos del norte del estado de Nueva York” los que inspiraron
todos esos gorjeos agudos y nerviosos que forman el telón de fondo sonoro de
“ Helen Forsdale”, dice Burg. “ Estábamos intentando hacer que las guitarras
zumbaran.” H acia el final de la corta vida de M ars, su segundo guitarrista,
Sumner Crane -<le hecho, un dotado guitarrista de blues-, generaba ruido ma
nipulando el jack de la guitarra.
De acuerdo con Mark Cunningham, a pesar del factor “blanco” post-Velvet
del ruido torrencial de Mars y del hecho de que la banda trabajaba sobre la au
sencia más absoluta de todo groove o funk, su música poseía ciertos “elemen
tos africanos” subliminales. “Cuando empecé a desafinar el bajo, su sonido se
transformó en algo muy primitivo y percusivo.” Apenas llegados a Nueva York,
él y su compañero de cuarto en el Eckerd College, Arto Lindsay, habían regis
trado todas las disquerías de la ciudad en busca de material etnomusicológico.
Desde la década del cincuenta en adelante se registraba “un gran boom de las
grabaciones etnológicas de música nativa. Había todo tipo de cosas africanas
y de música de trance ritual y eran realmente fáciles de conseguir y súper ins
piradoras”. “Música de trance extática”, el término que usa Cunningham para
referirse a parte de su exótica colección de discos etnológicos, también sería de
hecho una buena etiqueta para Mars, solo que, en este caso, la atmósfera emo
cional general de la música tenía menos que ver con el éxtasis místico que con 219
la lógica de “ la agonía es éxtasis”. Las voces de Connie Burg y Sumner Crane
suenan profundamente perturbadas y genuinamente perturbadoras, como si
fueran víctimas de alguna tortura. En el límite, piezas com o “Hairwaves” p a
recen los escombros de una psiquis destrozada. “Casi todas las voces en false
te son de Sumner y casi todas las voces graves son mías” , dice Burg. “Nos in
teresaba esa yuxtaposición, ese intercambio entre lo masculino y lo femenino.”
Esto último encajaba con uno de los aspectos más llamativos -para 1978- de
Mars: su formación de dos chicas y dos chicos, con Nancy Arlen haciéndose
cargo de la labor tradicionalmente masculina de tocar la batería.
M ars polarizaba al público. “Teníamos nuestros fans y, sin lugar a duda, te
n í a o s nuestros detractores”, se ríe Burg. “La novia de Stiv Bators, de D ead Boys,
una vez me tiró una silla durante un show. Siempre se nos acusaba de ser ‘arty y
vacíos’. Un crítico una vez escribió eso acerca de nosotros, y nosotros transfor
mamos esa crítica en la canción ‘R T M T ’ .” Mars era la banda no wave de los no
wavers. “Vi a Mars antes de que Teenage Jesus existiera'’, recordaba Lydia Lunch.
“Me fui muy ilusionada. Eran tan disonantes, estaban tan locos. N o hacían nin
guna concesión, no le debían nada a ninguna de todas las cosas que habían exis
tido antes que ellos. Realmente creaban a partir de su propia tortura.”
Una poeta que se volcó hacia la música por la simple razón de que la mú
sica era el medio de expresión que estaba más al al^cance de la mano en sus días,
Lydia Lunch era, en cierto sentido, algo así como la anti-Patti Smith. Mientras
esta, la adoradora de Rimbaud y Dylan, exaltaba sentimientos oceánicos, Lunch
detestaba la música que “fluye y serpentea”, declarando en una ocasión que “es
como tomarse un vaso de agua... Preferiría beber hojas de afeitar”. Lunch con
cibió a Teenage Jesus and The Jerks como un acto de patricidio (o, en el caso
de Patti, matricidio) cultural. “ El objetivo era, como lo planteó Sonic Youth
algunos años más tarde, matar a tus propios ídolos. Me parecía que todo lo
que me había influenciado hasta ese momento era demasiado tradicional, ya
sea Patti Smith, The Stooges o Berlín de Lou Reed. Había estado bien y había
sido bueno en su momento, pero sentía que tenía que haber algo más radical.
Había que destriparlo."
La música de Teenage Jesus se correspondía con la personalidad de Lunch
-en sus propias palabras: “grosera, dura, amargada... ¡Era una persona tan ate
rradora!”- . El baterista Bradley Field no sabía tocar y ni siquiera tenía una ba-
220 tería como Dios manda, solo tenía un único platillo y un redoblante disfun
cional. “N o sabía tocar la guitarra, pero ese no era el punto”, dice Lunch.
“ Desarrollé mi propio estilo, un estilo que respondía a la perfección a esa ur
gencia primal que necesitaba sacarme de encima para no explotar como una
pequeña planta nuclear en miniatura.” La manera de cantar de Lunch era igual
de minimalista: un gemido punzante y lastimoso de una sola nota. “Me gusta
mi nota'’, bromeó una vez. “¿Qué tiene de malo la nota que tengo?” Con al
gunas canciones de no más de cuarenta segundos, un típico recital de Teenage
Jesus solía durar unos diez minutos.
Aunque “Orphans” probablemente sea la canción más conocida del trío
(en gran medida gracias a su dístico “No more ankles and no more toes/ Little
orphans running through the bloody snow” [No más tobillos y no más dedos
en los pies/ Pequeños huérfanos corriendo por la maldita nieve]), la “puñalada
corta y rápida'’ arquetípica de Teenage Jesus es, sin lugar a duda, “The Closet”.
Los martillazos del redoblante de Field y los gritos atormentados de Lunch se
funden en un clamor rítmico que habita en algún lugar a mitad de camino
entre el espasmo y el canto fúnebre. La atmósfera comprende toda la gama de
los adjetivos que suelen asociarse a lo típicamente teutónico: dura, severa, es
tricta. Lunch era una partidaria de la disciplina. Recuerda “golpear literalmen-
te con perchas” a Field y al bajista Gordon Stevenson durante los ensayos “si
se habían equivocado en un show. Ensayábamos hasta el hartazgo y sonába
mos condenadamente ajustados. Todo bastante fascista, lo sé, y yo era el mal
dito dictador”. Arriba del escenario, Lunch permanecía completamente rígi
da, desdeñando la sola idea de entablar una relación con la audiencia vía el
contacto visual o el parloteo y sosteniendo, en cambio, una fosa de alienación
infranqueable entre ella, la artista, y los espectadores. James Chance formó
parte de Teenage Jesus al principio de todo y Lunch lo echó precisamente por
tener demasiado contacto con el público. “N o creía que Teenage Jesus tuviera
que mezclarse con la audiencia, aun cuando fuera para atacarla. ¡No toques a
esos bastardos, solo deja que se queden ahí sentados sintiendo terror!”
Mientras lideraba Teenage Jesus, Lunch también tocaba en Beirut Slump,
una banda más evocadora o sugerente cuyo enfermo ruido arremolinado ella
comparaba con la mancha del film La mancha voraz. “Rezuma por debajo de
las puertas y la gente o sale corriendo lo más rápido que puede para evitarla o
disfruta de que esta mierda pegajosa la rodee.” Com o Teenage Jesus, Beirut
Slump también estaba mayormente formada por gente que nunca había hecho 221
música en su vida. La cineasta Vivienne Dick, por ejemplo, hacía su aporte en
los teclados. Dick fue una de las fuenas motrices detrás d elN ew Cinema, una
escena asociada a aquella de las bandas no wave neoyorquinas. Cofundado por
James Nares, ex guitarrista de Contortions, y sus colegas Becky Johnston y
Eric Mitchell, el New Cinema era tanto una sala de cine como un movimien
to. Un espacio con cincuenta localidades y una pantalla de video en St. Mark’s
Place, el New Cinema proyectaba películas Super 8 que habían sido pasadas
a video, obras como Rome '78 de Nares, Black Box de Scott y Beth B. y Red
Ita/y, de Mitchell. Los directores del New Cinema echaban mano a todo un
grupo de actores que incluía a personajes clásicos de la escena del downtown
como Patti Astor y, básicamente, a todos y cada uno de los músicos no wave.
Lunch, por ejemplo, coprotagonizó junto a Pat Place la película She H ad Her
Gun All Ready de Vivienne Dick. “Las películas de Vivienne eran súper primi
tivas y psicológicas”, dice Place. “¡Hicimos este viaje a Coney Island, y termi
né asesinando al personaje de Lydia en la montaña rusa después de toda una
larga serie de confusas interacciones psicóticas enfermas!”
Baja fidelidad y bajo presupuesto, las películas del New Cinema se hacían
asombrosamente rápido. En algunos casos, hasta se escribían, se filmaban y se
estrenaban en una sola semana. Rompiendo con la estética del cine avant-garde
dominante —la abstracción al estilo de Stan Brahhage—, los directores del New
Cinema preferían el cine narrativo, volviendo al underground de los primerísi-
mos primeros años de los sesenta (el de Warhol y Jack Smith) y mezclándolo
con el cine Clase B de los años cincuenta, pura ciencia ficción y terror bizarros
y thrilllers ultraviolentos. Todos aquellos que formaban parte de la «c e n a no wave
y/o del New Cinema sentían indefectiblemente una mezcla de fascinación pa
ralizada y admiración envidiosa por todos los exponentes del comportamiento
antisocial o patológico. Asesinos, terroristas y líderes de cultos como Jim Jones;
todos eran poseedores de una voluntad de poder implacable y tenían una capa
cidad absolutamente impávida para transformar p e n s^ ie n to en acción. James
Chance cristalizó esta actitud cuando declaró: “No soporto a los liberales. Son
insoportablemente estúpidos e insípidos y toda su filosofía es insoportablemen
te imbécil. No son nada extremos, y a mí solo me gustan las personas extremas”.
El propio Chance, de hecho, albergaba y fusionaba en su minúsculo cuer-
pecito huesudo a tres grandes extremistas musicales estadounidenses: Igggy Pop,
222 James Brown y Albert Ayler. Antes de llegar a Nueva York, había pasado una
temporada de tres años en el Wisconsin Conservatory o f Music y había toca
do en una banda de rock tipo The Stooges llam ada Death. Una vez en
Manhattan, intentó hacerse un nombre en la U>ftj,aazz scene —un círculo de free
jazz al margen del mainstream que, para esa época, se desarrollaba en los edi
ficios industriales abandonados del SoH o—, pero, a decir verdad, lo cierto es
que no lo recibieron del todo cálidamente. Su actitud punk no tenía nada que
ver con la mentalidad oriunda de finales de los sesenta propia del ambiente del
jazz, por lo demás predominantemente negro. Uno de los ensambles en los
que tocó, Flaming Youth, dio un recital en Environ, un espacio que de día fun
cionaba como un estudio de danza. Cuando fue el turno de Chance de hacer
su solo, dio un salto en el aire, patinó por el lustroso piso de madera pulido e
hiw estallar su saxo alto en la cara de una chica. “La gente que estaba entre la
audiencia quedó totalmente espantada”, recuerda. Robert Palmer escribió una
críticalapidaria de la banda, haciendo mención a un cierto saxofonista que es
taba más cerca de ser un “acto de contorsionismo” que un músico. Sin querer,
Palmer había bautizado el próximo proyecto de Chance.
En cuanto a la influencia de James Brown, Chance precisa un único tema
como el texto musical fundacional de Contortions: “Super Bad, Parts 1 and 2 ”,
de 1970. “Lo que realmente hizo que me interesara en James Brown fueron
los solos de saxo de ese single; están tocados de una manera verdaderamente
inusual, osada, son cosas como las que uno podría encontrar en un disco de
Ayler o de Sun Ra.” Combinando la regia maestría escénica de Brown con la
teatralidad kamikaze de I^ ^ , Chance inventó el punk funk. Estimulada a base
de pulsión de muerte y energía artificial, la música de Contortions estaba acri
billada por todo un ejército de tics y sacudidas, era un sonido erizado e irrita
ble que hacía pensar en un adicto a las anfetaminas pasado de speed rascándo
se frenéticamente el cuerpo en un intento desesperado por quitarse de encima
los bichos alucinatorios que sentía caminando debajo de su piel. Imagínese la
energía vil y vitalista del funk atrapada, contenida, y vuelta contra sí misma. El
soul, sin válvula de escape alguna, se enquista. En términos rítmicos y líricos,
James Brown, en canciones como “Sex Machine” y “I G ot Ants in My Pants”,
señalaba en dirección a un éxtasis que se retorcía de dolor, a un placer atormen
tado que era casi deshumanizante. En esa dirección, Chance imaginaba el funk
como posesión vudú y estado febril delirante, el vehículo perfecto para explo
rar las temáticas de la adicción, el sometimiento sexual y la obsesión mórbida. 223
Com o buen líder de banda en la tradición de James Brown, Chance ejercía
un control total sobre Contortions. “Cuando empezamos, ninguno de los otros
Contortions sabía tocar su instrumento”, recordaba. “La gente que no sabe tocar
tiene ideas más frescas. Buscaba gente a la que le pudiera enseñar a tocar.” Las
dos mujeres de la banda solo fueron reclutadas porque se veían bien. Place era
alta y andrógina y tenía el cabello rubio, rapado. Chance describe a Bertei como
“una chica diminuta que daba la impresión de ser algo así como una proxene
ta lesbiana”. Una ex adolescente oriunda de Cleveland que había vivido en un
reformatorio para niñas problemáticas, Bertei tocaba el teclado “como toco una
conga”, le dijo al East Village Eye. “Lo que era realmente percusivo. Golpeaba las
teclas de a muchas. A veces les pegaba con mis puños cerrados o con los codos.
Una vez, en un show particularmente frenético, salté sobre el teclado y bailé sobre
las teclas, lo que por supuesto arruinó el teclado.” Place recuerda la “completa
cacofonía’ del primer show de Contortions: “Al final del recital a mi guitarra
solo le quedaban dos cuerdas y estaba toda salpicada de sangre. No sabía cómo
rasguear la guitarra, así que me arranqué de cuajo toda la piel de los dedos”.
Al principio, los integrantes de Contortions tocaban rápido, todo lo rápi
do que fuera necesario para que su funk pudiese pasar por punk. A la larga,
sin embargo, esa sería una de las razones para el estallido de la banda. “ En vivo,
James siempre insistía en ser él quien marcara el tiempo, y siempre lo dobla
ba”, le dijo el baterista Don Christensen a Melody Maker. “ En una ocasión, al
contarlo en voz alta antes de empezar, lo marcó tan rápido que ni siquiera pu
dimos tocar el tema'', agregó el segundo guitarrista de Contortions, Jody Harris.
“No podía relajarse y simplemente dejar que la música entrase en el tipo de
groove que fuera que debiera entrar. Debía tener un control absoluto sobre el
sonido.” Así y todo, esta intensidad paroxística sí era bien recibida por el pú
blico del CBGB y de Max’s Kansas City. Musicalmente hablando, en efecto,
Contortions era una banda mucho más accesible que el resto de las bandas no
wave. “Mis canciones siempre estaban en un tono, tenían algún tipo de cen
tro tonal”, dice Chance. “Pero no usaba progresiones de acordes. Armaba las
canciones e n trel^ n d o las distintas partes que tocaba cada uno de los instru
mentos, una idea que más o menos saqué de James Brown.” El ulceroso saxo
alto de Chance, mientras tanto, podía escucharse “elevándose por encima de la
refriega'' de todas estas piezas rítmicas encastradas de manera ceñida cual si fuera,
224 como lo describió Glenn O ’Brien, uno de los defensores periodísticos de la no
wave, “un encantamiento de serpientes terriblemente catastrófico”.
D N A tenía un enfoque similar, solo que sus “partes” encastraban entre sí
como las pi^ezas de un rompecabezas tridimensional mal diseñado. “Esqueléticas,
trabadas, llenas de silencios” -com o lo explicó el propio Arto Lindsay-, las
canciones de D N A , a menudo, parecían desarmarse frente a tus oídos. Lindsay
tenía una guitarra Danelectro de doce cuerdas, pero en vez de usarla para lo
que estaba hecha -i. e.: hacer arpegios melódicos, folkie, y fingerpickinr,, la to
caba como si se tratase de un instrumento rítmico, emitiendo un revoltijo de
esquirlas texturadas que hadan que D N A sonara como cierta versión desban
dada de Chic. “ Era escultural en vez de pictórico; más que de una superficie
plana, se trataba de formas con relieve que sobresalían y se te acercaban.” D N A
era un trío de cosmopolitas desarraigados. Lindsay creció en Brasil con sus pa
dres, que eran misioneros. El tecladista Robín Crutchfield era un gay descla-
sado que actuaba en piezas teatrales callejeras surrealistas. La baterista Ikue
Morí era japonesa, y una japonesa que entendía tan poco de baterías como de
la lengua inglesa. “Comunicarse con Ikue... Era casi todo esquemas y gestos”,
dice Crutchfield. ‘'Arto a veces tenía que ponerse a actuar lo que quería tipo
‘dígalo con mímica', moviendo y sacudiendo sus brazos a determinado tempo
o haciendo gestos para señalar una pausa o un cambio de velocidad.” Lindsay
le dio a Mori un disco de tambores brasileños, que ella intentaba imitar a la
vez que procuraba incorporar elementos de gagaku, un tipo de música clásica
japonesa que se interpreta en la corte imperial (“ese tipo de cosas que tienen
una verdadera autoridad rítmica”, dice Crutchfield, “pero que al mismo tiem
po uno no puede terminar de entender porque nunca llega a descubrir del todo
ccudl es exactamente el ritmo”). Com o resultado de esto, Mori desarrolló una
manera de tocar la batería del todo idiosincrática. No menos desorientadora,
la forma de “cantar” de Lindsay consistía básicamente en ladridos y rugidos
bestiales, manchones vocales mal ejecutados y gruñidos chamánicos. “A veces
era una extensión del aspecto meramente sensible del blues”, dice. “O como
cantar en idiomas que uno no entiende, como el hindú. Cuando todavía es
taba en Florida formé parte de un grupo de teatro dirigido por los propios es
tudiantes y hacíamos ejercicios que tenían que ver con usar la voz de nueve
maneras distintas, tipo: ‘OK improvisemos por media hora, no h ^ a n que suene
humano, pero tampoco hagan que suene mecánico'.”
Lo primero de D N A es increíblemente abstruso. Sin embargo, cuando 225
Crutchfield (que había estado tocando el teclado “esculturalmente”, siguien
do patrones visuales de teclas que él ejecutaba de a muchas) dejó la banda, en
1978, D N A adquirió, con la entrada del bajista Tim Wright (un ex Pere Ubu),
algo así como un “groove”. “ D N A no recibe demasiado reconocimiento por
esto, pero éramos muy funky”, dice Lindsay. En varios niveles, la familia más
cercana de D N A no eran las otras bandas no wave, sino los músicos neoyor
quinos negros, gente como Prime Time (la banda de Ornette Coleman) y James
“ Blood” Ulmer, el responsable de haber traducido las teorías de Coleman a un
punk funk abrasador y tempestuoso que dejaba boquiabiertas a las audiencias
mayormente blancas de las discotecas new wave como Hurrah's. Al mismo
tiempo, sin embargo, no había nada realmente jazzero en la música de DNA.
Com o sonaban tan abstractos y tan auto-deconstructivos, la gente asumía que
su música era totalmente improvisada, pero, a decir verdad, DN A ensayaba todo,
hasta el más minúsculo cambio de marcha. Todo era intensamente premedita
do y discutido, desde el estilo general de la banda (en la primera época, de
hecho, teorizaban acerca de D N A diciendo que sonaba como “un único ins
trumento gigantesco” o com o “si soltaran a una rata dentro de una computa
dora”) hasta los mecanismos internos de una determinada pieza o las letras de
las canciones. Lindsay encaraba las letras más como si fueran ejercicios grama
ticales que como historias o como un modo de expresión emocional. Se daba
a sí mismo la tarea de, por ejemplo, pintar “un acto sexual observado desde
detrás del tabique de una nariz”.
En paralelo a D N A , Lindsay tocaba en The Lounge Lizards, un ensamble
explícitamente armado alrededor de la noción de punk jazz. Originalmente
ideado por su amigo John Lurie, uno de los directores del New Cinema y un
artista performático en el Squat Theatre, el estilo retro de los prolijos trajes y
los cuidados peinados con jopo de The Lounge Lizards le debía mucho a la ima
gen de James Chance. “Lurie solía seguirme todo el tiempo”, se ríe con disimu
lo Chance. “C uando lo conocí no se veía tan elegante, en lo más m ínim o.”
Inicialmente bautizada The Power Tools, la banda de Lurie dio su primer reci
tal enfundada en trajes. ‘'A las chicas les encantó”, dice Lindsay. “Nos conver
timos automáticamente en sex symbols.” Nada mal para Arto, teniendo en cuen
ta que su look habitual - “pantalones cóm odos de tan usados y sweaters de
segunda mano, simples camisas abotonadas y lentes de carey”- hacía, en pala-
226 bras de Crutchfield, “que los chicos de Devo se viesen sofisticados”. Después
de cambiarse el nombre a The Lounge Lizards, la banda desarrolló un sonido
y un inventario de trucos escénicos que Lurie describió, en una entrevista de la
primera época y con la m ayor de las ligerezas, com o “falce jazz” [falso jazz]. La
ocurrencia fue tomada en serio y, de hecho, terminó transformándose en una
carga, enfureciendo a los solemnes guardianes de la loft j a u scene y haciendo
que Lizards se vieran como un mero pastiche trivial. “John se pasó muchos años
intentando dejar atrás ese término, pero en realidad era bastante apropiado”,
dice Lindsay. “Estábamos tocando ritmos y líneas melódicas propios del jazz,
solo que ninguno de nosotros era capaz de hacer solos en los cambios, que es,
en definitiva, lo que hace a la esencia del verdadero jazz.” A la hora de grabar
su álbum debut, de todas maneras, The Lounge Lizards tuvo la oportunidad de
contar con Teo Macero, el productor de Miles Davis, detrás de la consola de
Black Rock, un estudio de grabación de la CBS ubicado en 57th Street en el que
ya habían grabado muchos grandes del jazz. La gran mayoría de los aficiona
dos al género siguió creyendo, sin embargo, que los Lizards “eran punks que se
burlaban del jazz”, dice Glenn O ’Brien. “Lo que no era verdad.”
En un controversial ensayo publicado en abril de 1979 en The Village
Voice titulado “T he White Noise Supremacists” [El supremacismo del ruido
blanco], Lester Bangs señalaba las incómodas conexiones que se tejían entre
la ausencia virtualmente absoluta de músicos negros en la escena del CBGB,
por un lado, la afición del punk por usar un lenguaje racista, por el otro (esto
último supuestam ente parte de su actitud antiliberal “nosotros odiam os a
todo el mundo por igual”) y, para finalizar, la peligrosa ambigüedad de los
coqueteos del punk con la imaginería nazi. Considérese también el sonido
meramente blanco, carente de todo swing del punk rock y de gran parte de
la música new wave, y uno estaba frente a una situación en la que, por pri
mera vez desde la era del dixieland de los años veinte, los bohemios blancos
estaban desconectados de la cultura negra. No solo eso, de hecho, sino que
además resultaba ser que algunos de ellos también estaban orgullosos de esa
desconexión. Apenas una semana antes de que Bangs publicara su ensayo, el
Village Voice había dedicado una nota a Legs McNeil, uno de los cofunda-
dores de la revista Punk. El escritor Marc Jacobson discutía cómo McNeil y
sus secuaces rechazaban conscientemente la idea misma del hipster como “un
blanco negro” y se dedicaban en cambio a celebrar lo adolescente, lo subur
bano y lo caucásico. Años más tarde sería el propio M cNeil quien discutiría 227
abiertamente este mismo aspecto segregacionista del punk en una entrevis
ta que hizo con Jon Savage: “ Éramos todos blancos: no había gente negra
involucrada en esto. Los hippies de la década del sesenta siempre quisieron
ser negros. Nuestra idea era más bien ‘a la mierda el blues, a la mierda la ex
periencia negra"'. McNeil creía que la m úsica disco era la pútrida progenie
sonora de una unión sacrílega entre negros y gays. El primer número de Punk,
editado en enero de 1976, abría con una rabiosa declaración de objetivos
fundamentales: “¡M uerte a esa Mierda Disco! ¡Viva el Rock! [...] ¡He visto
cómo esa basura enlatada tom ó la vida de gente de verdad y la transformó
en perros! [...] El disco es el epítome de todo lo que está mal en la civiliza
ción occidental”.
Desconociendo el hecho de que sus orígenes se remontaban al underground
gay, la mayoría de los punks veía la música disco como el sonido mecánico y
prefabricado del escapismo y la complacencia, como mera música de ascensor
con ritmo hecha para los adinerados de la parte alta de la ciudad, superficial
mente cubierta de glamour. “ Estaba la cultura disco en Studio 54 y estábamos
nosotros”, diceAdele Bertei. “ En lo que a la escena disco respectaba, nosotros
éramos como estos desagradables pequeños m isántropos con síndrom e de
Tourette: una catarata de palabrotas.” En pleno 1978, con toda la escena del
CBGB tratando la música disco como paria y como tirano a la vez (dominaba
la radio y terminó apoderándose, incluso, de la única estación de la ciudad que
pasaba música new wave), que una banda punk se pusiera a hacer música disco
era básicamente el acto de traición cultural más vil que pudiera imaginarse.
Eso es precisamente lo que hizo James Chance.
Originalmente, la idea surgió de la cabeza de Michael Zilkha, un joven
emprendedor que cofundó el sello discográfico neoyorquino ZE junto a Michel
Esteban. Aunque Zilkha venía de una familia distinguida (sus padres eran
gente increíblemente rica, había crecido en Inglaterra y había estudiado en
los mejores colegios privados), lo cierto es que estaba total e incurablemen
te obsesionado con el extremismo de la no wave. Creyendo que James Chance
y Lydia Lunch eran personajes que tenían verdadero potencial para conver
tirse en estrellas, Zilkha se acercó al cantante de Contortions con una pro
puesta: ZE editaría, simultáneamente, un disco de Contortions “como Dios
m anda’' y una versión disco de la “experiencia James Chance”. “Michael dijo:
228 ‘N o tiene que ser un álbum disco comercial, solo haz lo que sea que tú creas
que es la música disco. Aquí tienes diez mil dólares'”, recuerda Chance.
El mero valor conceptual del shock que generaría el hecho de que él se
transformara en un “vendido” disco y la pura posibilidad de enloquecerle la
cabeza a todo el mundo atraparon la imaginación de Chance. Para enero de
1979 le decía a Soho Weekly News: “Siempre me ha interesado la música disco.
Quiero decir, la música disco es horrible, pero hay algo en ella que siempre
me ha interesado: la monotonía. Es algo así como música de la selva, solo que
hecha por blancos y pervertida. En este álbum intento restituirla a lo que po
dría ser. Verdaderamente primitiva”. De repente, la idea de volverse comer
cial y sonar “bien” le resultaba atractiva. “N o estoy interesado en ser un artis
ta muerto de hambre”, declaró Chance. Al demonio con el arte, él era ante
todo “un hombre de negocios”. En un infame artículo publicado en el East
Vilhtge Eye, tanto Chance como su amante/manager Anya Phillips dejaron
asentada una celebración, corta pero obsequiosa, del hecho de venderse. “A
estas alturas, cualquiera que tenga algo parecido a un cerebro ya debería saber
que es tiempo de olvidarse de toda esta estupidez sensiblera y pasada de moda
de la ‘new/no wave"', declaró desdeñosamente Chance. “Cualquiera que se
quede en el Lower East Side acabará por convertirse en la víctima inevitable
de una podredumbre mental pueblerina [...] Así que muévanse. Pónganse
profesionales, múdense a la parte alta de la ciudad y entren en trance con algo
de funk vudú disco súper radioactivo.” Phillips se vanagloriaba contando
cóm o había sido la responsable de emprolijar y darle estilo a Chance y poner
lo rumbo a la fama y la fortuna. “ El dinero nos compró un pasaje en prime
ra clase fuera de la letrina del Lower East Side. N o es mi problema que todos
ustedes estén en lista de espera.”
Una figura y un agente catalizador central de la escena del downtown hasta
que le diagnosticaron cáncer en 1979, Anya Phillips era un personaje formi
dable. “Anya fue la que más o menos armó toda mi imagen”, dice Chance.
“ Ella h ada ropa, pero gran parte de las cosas las comprábamos en tiendas de
segunda mano: smokings, sacos de vestir blancos, sacos de lana asargada como
los que usaban los cantantes de soul de los sesenta.” El look reforzaba el quie
bre de la no wave con respecto a lo rockanrollero del punk, traía de vuelta la
elegancia y el brillo del negocio del espectáculo preindustria del rock.
Para los otros integrantes de Contortions, sin embargo, esta manipulado
ra belleza chino-americana era una mera Yoko Ono. “Fue ella la que empezó 229
a generar una grieta entre James y el resto de la banda, pretendiendo que él
fuera la estrella”, dice Bertei. “N o es que James no fuera el líder de la banda
desde el principio, pero después de que ella se transformó en nuestra manager
todo se convirtió en ‘el Show de James Chance’.” Para el álbum “disco” de
Chance, OjfWhite, los demás Contortions fueron contratados como músicos
sesionistas y el proyecto salió editado como obra de Jam es White and The
Blacks (Phillips había querido que el nombre de la banda fuese “James White
and his [sus] Blacks”, pero Zilkha se negó). En vivo, para hacer que toda la ex
periencia se pareciera más a un clásico espectáculo de soul tradicional, agrega
ron una sección de vientos y sumaron a dos chicas adolescentes bautizadas las
“Disco Lolitas” que bailaban sobre el escenario. Para la fiesta de lanzamiento
de O ff White, ZE alquiló el Irving Plaza y la banda hizo una aparición al esti
lo disco, haciendo pl.ayback al ritmo de las canciones y sin tocar nada en vivo.
Para “Stained Sheets” [Sábanas manchadas] montaron una escena de una re
cámara con la voluptuosa Lydia Lunch reclinada en un sofá y haciendo la pan
tomima de sus colaboraciones vocales para el disco. La canción es, de hecho,
algo así como una versión sado-maso sórdida de “Love to Love You Baby” de
Donna Summer: es un dueto de sexo telefónico entre Chance y Lunch que su-
perpone el menosprecio displicente de él con los gimoteos orgásmicos y los ge
midos de desesperación de ella.
OjfWhite y su álbum gemelo, Buy, sondeaban los rincones más oscuros de
la sexualidad. La tapa de Buy mostraba a Terry Sellers, la autora de The Conect
Sadist, apenas cubierta con una bombacha y un extraño corpiño deconstrui-
do diseñado por la propia Phillips. Dentro, “I Don’t Want to Be Happy” [No
quiero ser feliz] confesaba que la “idea de diversión” de Chance era “recibir
latigazos en la parte trasera de los muslos”, mientras que en “Bedroom Athlete”
James aullaba: “I won’t be your slave unless you will be mine" [No seré tu es
clavo a menos que seas mía]. O jf White, por su parte, era casi una reflexión
musical acerca del turismo racial, con el track “Almost Black” [Casi negro],
llevándose el prem io al hom enaje a la negritud más dudoso de todos los
tiem pos después de “T he W hite N egro” [El negro blanco], el ensayo de
Norm an Mailer de 1957. Describiendo la “esencia de lo negro” com o so-
ciopatología sexy y primitivismo viril, el tem a encaraba la cuestión a través
de dos chicas, una blanca y una negra, que discuten vehementemente los
230 atributos y defectos de “Jam es White” [James Blanco]: “Well, he’s almost
black”/ “That nigger’s white"! “Well, he’s got sorne moves"/ “ But they ain t
right" [Bien, es casi negro/ Ese negro es blanco/ Bien, tiene algunos movi
mientos/ Pero no son correctos].
Convirtiendo el orgullo y la dignidad de James Brown en autohumillación
y cinismo bohemio blancos, la cosmovisión “C hance” desnudaba la vida de
todo sentimentalismo, toda ternura y todo valor moral. Dicho en una sola pa
labra: la vida es una porquería, el amor es una mentira y los narcóticos ador
mecen el dolor. Las letras de las canciones machacaban una y otra vez sobre la
misma idea: “I only live on the surface/ I don’t think people are very pretty in-
side” [Solo vivo en la superficie/ N o creo que la gente sea muy linda por den
tro]; “You must reduce yourself to a zero” [Tienes que reducirte a un cero].
Incluido tanto en Buy como en O ff White en versiones diferentes, el himno
“Contort Yourself” evocaba un frenesí dionisíaco hastiado, el triste sacudirse
de unas almas vacías intentando evacuar aún más cosas de sus conciencias.
“Take out ali the garbage that's in your brain/ Why don’t you try being stupid
instead o f smart?” [Saca toda la basura que hay en tu cerebro/ ¿Por qué no in
tentas ser estúpido en vez de inteligente?].
En las entrevistas, Chance mantenía una fachada de nihilismo inexpugna-
ble. “ Es ridículo creer en algo”, le dijo a un entrevistador. “ Es la cumbre de lo
absurdo.” Esta muletilla -Chance como voidoid'- a menudo era cómicamente
exagerada. “¡Yo no me conecto con la gente!” , le insistió a Roy Trakin de la re
vista New York Rocker. “No tengo respeto alguno por los fans. Un fan es la cria
tura más baja que existe sobre la superficie de la tierra.” Hoy Trakin recuerda
que “tanto James Chance como Lydia Lunch sostenían una fachada. De algún
modo, a mí me daba cierta ternura que tuvieran que hacer eso. Sí había ver
dadero dolor detrás de ese exterior, eso también es cierto. Estaban llamando a
los gritos a quien fuera. Era sin embargo interesante que ellos necesitaban que
uno fuese la otra parte de la ecuación. Es un síndrome clásico: necesitan una
audiencia y no soportan a su audiencia”.
Tomados en conjunto, los dos discos debut de Chance fueron la declara
ción de principios documentada más potente y perdurable de la no wave: Buy
capturó la intensidad insostenible de los primeros días de la escena, y OffWhite,
chic y acicalado, señaló hacia adelante, hacia el mutant disco, que habría de
convertirse en la siguiente fase del postpunk neoyorquino. Pero el intento de
Zilkha de transformar a Chance en una estrella fracasó. Tampoco le fue mucho 231
mejor con el debut solista de Lydia Lunch, Queen ofSiam . “La idea era tomar
a estos personajes y hacerlos atractivos”, dice ahora Zilkha con un dejo de tris
teza. ‘Tratarlos como si fueran artistas comunes y corrientes dentro del mundo
del espectáculo. Por ejemplo: creía que Lydia era una personalidad absoluta
mente fascinante y atractiva, pero lo que hada con Teenage Jesus era de verdad
difícil de escuchar. Se me ocurrió que había que hacer de ella una gatita sen
sual.” Para Queen ofSiam Lunch dejó provisoriamente de lado su aullido de es
píritu mitológico y adoptó en cambio una voz de baby dolí inocente pero co
queta, dulce pero atrevida. “Se trataba de dejar salir a jugar a la pequeña niña
l. Según Richard Hell: “Cuando uno le agrega la terminación ‘oíd' a una palabra es
como si se tratase de una versión degradada de esa cosa. Así que si ‘void’ [vado] remi
te a la nada, entonces un ‘voidoid' sería alguien que es una forma degradada de la nada
misma. Di con la palabra cuando tenía quizás unos veinte años; estaba pasando el rato
con Tom Verlaine, el tipo con el que empecé a tocar en Television. Estábamos en el
Deli de 2nd Avenue, que también acaba de desaparecer, comiéndonos una hamburgue
sa y nos pusimos a insultarnos el uno al otro agregándole ‘oíd' a algún sustantivo, cosas
como ‘dogoid' [perroide] o ‘carrotoid' [zanahorioide] y de repente di con ‘voidoid' [na-
daoide] y me gustó”. [N. de la T.]
enferma’, dice. Casi toda una mitad del disco incluía arreglos y orquestaciones
de Billy Ver Planck, un compositor y director de orquesta que había hecho la
música de algunos episodios de Lospicapiedras. “Me la había pasado viendo un
montón de dibujitos animados de esos que daban a la tarde, cosas como Gato
Valiente y Minuto Ratón, y la música siempre era fantástica. Le conté mis ideas
a Billy y él las tradujo, pero al final terminó odiando los resultados porque nos
otros masacramos sus composiciones. Diecisiete mil dólares; fue el disco más
caro que hice en toda mi vida.” Bien podría ser también su mejor disco (de se
guro es el más amable a la hora de escucharlo), pero lo cierto es que, en cual
quier caso, no la transformó en la estrella pop que Zilkha había imaginado.
La no wave fue un gesto extremista, ese tipo de espasmos culturales que no
pueden más que terminar agotándose a sí mismos. “Para Mars, la escena en
tera terminó apenas unas semanas después de que se editara No New York a fi
nales de 1978”, dice M ark Cunningham. “Max's Kansas City cerró y el CBGB
se estaba convirtiendo en un megaclub de m úsica rock. Sentíamos que ya no
teníamos un espacio que fuera nuestro.” Lugares nuevos, como Hurrah's y el
232 Mudd Club, empezaron a tomar la posta, y la sensación general de la escena
musical neoyorquina comenzó a virar hacia la diversión y el baile. El proyec
to “James White” había anticipado el disco punk, pero Chance no cosecharía
los beneficios. Aunque tras la separación de la formación original de Contortions
Chance siguió tocando (con bandas de apoyo que no paraban de cambiar), los
problemas con las compañías discográficas, las drogas y el cáncer terminal de
Phillips acabaron desbaratando su carrera.
Lydia Lunch se dedicó a rebotar entre extremos opuestos, de la sensiblería noir
de Queen ofSiam a 8 Eyed Spy, una banda de rock 'n' roll con todas las de la ley.
Con un boogie pélvico impregnado de memorabilia norte^eri^cana y gótico su
reño faulkneriano, 8 Eyed Spy se entretenía haciendo covers de Creedence
Clearwater Revival y Bo Diddley. En una ocasión, Lydia incluso usó una ^campe
ra de jean sobre el escenario para completar su imagen white trash. “Antes que
cualquier otra cosa me considero una artista conceptual”, dice ahora. “M e siento
más cerca de Marcel Duchamp que de cualquier músico, de la época que sea.
Quería ir en contra no solo de todo lo que me había precedido, sino también de
mi propia música anterior.” Lunch describe su trayectoria musical autodescon-
certante como “decidida y esquizofrénica [...] contradictoria, inconformista, con
ceptual” -todas palabras que destilan la esencia misma de la no wave-.
CAPÍTULO 10
ARTE MANÍA:
TALKING HEADS,
WIRE Y MISSION OF BURMA
La relación entre el rock y el arte nunca ha sido del todo clara. Para algunos, 233
“arte” es lo contrario a rock ‘n' roll: algo burgués, inocuo, elitista. El punk, en
sus raíces, también fue una rebelión contra las ínfulas de alta cultura de la mú
sica progresiva y el art rock, tan difundidas después de Sgt Pepper. Las bandas
no wave, por otro lado, compartían esa desconfianza hacia lo excesivamente
artístico; si bien muchos de sus integrantes habían estudiado arte en la univer
sidad o cultivaban diversas disciplinas artísticas aparte de la música, la mayo
ría intentaba distanciarse de la escena del SoH o por considerarla demasiado
conceptual y abstracta.
Otro grupo neoyorquino de la época,Talking Heads, tenía una actitud igual
de ambivalente al respecto, a pesar de estar formado por estudiantes de arte. “No
me gusta que digan que somos ‘artistas que han elegido la música como medio’”,
protestaba el tecladista Jerry Harrison. “Me parece de mal gusto y muy esnob.
Además, no tocamos en galerías.” A David Byrne, el cantante, tampoco le agra
daba el rótulo de “art rock”, porque en su opinión implicaba cierto diletantis
mo, como si la banda “no se tomara la música en serio o se limitara a jugar ape
nas con la idea del rock ‘n' roll, sin atreverse a mostrar pasión en el escenario”.
Sin embargo, a pesar de sus dudas acerca del art rock como género, los in
tegrantes de Talking Heads ostentaban con orgullo sus antecedentes como es-
tudiantes del instituto RISD, la Escuela de Diseño de Rhode Island; de hecho,
en general diseñaban ellos mismos las carátulas de sus discos. Al principio, el
grupo -form ado por Byrne y el baterista Chris Frantz en RISD, donde asistían
junto con Tina Weymouth, la novia de Frantz y futura bajista de la banda- in
cluso se llamaba The Artistics. Com o bien dijo Colin Newman, de Wire (otro
grupo formado por universitarios), su música “no era ‘artística', era arte. El
punk era arte. Todo era arte”.
A comienzos de los setenta, el conceptualismo y el arte performático esta
ban en auge, y los miembros de Talking Heads asimilaron la sensibilidad post-
Fluxus de “jugar en serio” que tanto influiría en sus futuros temas y álbumes.
Byrne, por ejemplo, una vez realizó una performance en la que se afeitó la larga
barba que se había dejado crecer mientras un amigo tocaba el acordeón y su
novia mostraba una serie de carteles con palabras rusas. Com o no tenía nin
gún espejo, Byrne terminó con la cara completamente ensangrentada. Ese tipo
de actuaciones, al igual que las obras “foto-conceptuales” y textuales en las que
también estaba trabajando en aquel entonces - “unas fotos falsas de platos vo-
234 ladores y cuestionarios que repartía anónimamente”, explicó- eran un poco
excéntricas para RISD, y el instituto le recomendó que viajara a Nueva York,
donde ese tipo de cosas se había puesto de moda.
N i lerdo ni perezoso, a fines de 1974 Byrne ya se había mudado a un loft
comunitario en el Lower East Side con Frantz y Weymouth. Com o el edificio
estaba ubicado en Chrystie Street, el CBGB quedaba a unas pocas cuadras. En
ese momento, no obstante, a Byrne lo atraían más el cine y el teatro experi
mental neoyorquino que la naciente escena punk. “Com encé a ver las actua
ciones de Wooster Group, Mabou Mines y Richard Foreman, y todo tipo de
teatro no narrativo, con collages de música, texto y movimiento. Nunca creí
que fuera posible sentarse y disfrutar de algo así. ¡Era arte casi espontáneo! No
tenía lógica ni linealidad, y combinaba la alta y la baja cultura.”
Cuando Talking Heads empezó a tocar en CBGB y Max's Kansas City, no
tardaron en sobresalir. A diferencia del resto de la escena punk, tenían una ima
gen pulcra, ajena al rock, y un sonido más bien anoréxico. Byrne prefería que
su guitarra sonara “finita, limpia y metálica”, y evitaba los acordes distorsiona
dos tan en boga en aquella época. “Quería que fuésemos una máquina bien
aceitada, transparente; que pudiera verse hasta el último engranaje”, afirmó.
“No me gustaba la idea de que algo se perdiera u ocultara en medio del ruido.
La claridad me parecía más honesta. Y probablemente más artística.” Com o
Byrne era un guitarrista rítmico y nunca tocaba solos, el bajo de Weymouth
se convirtió en el segundo instrumento melódico después de la voz del can
tante. “Es muy tentador tocar melodías, sobre todo porque trabajo en un re
gistro muy cercano a la voz humana”, le comentó Weymouth a Melody Maker
en 1977. “En general, me concentro en los tonos medios, porque si mi soni
do fuera demasiado grave se generaría un vacío enorme entre mi bajo y la gui
tarra de David.”
A la par de otras bandas contemporáneas como X T C y The Cars, Talking
Heads fundó las bases de la new wave. Su sonido era tan finito como las cor
batas que se habían puesto de m oda entre los grupos de ese género, con gui
tarras entrecortadas y una ausencia casi absoluta de solos, ritmos rápidos y, con
frecuencia, teclados. Las canciones solían alternar partes lentas o tranquilas con
otras más dinámicas; en general, las melodías eran bruscas, sin demasiada su
tileza. “Psycho Killer”, el primer tema clásico de Talking Heads, casi patentó
ese nerviosismo new wave. “Siempre me gustaron los ritmos algo abruptos, es-
pásticos. Me atraían”, explicó Byrne. 235
Com o parte de la rebelión contra la generación anterior, la new wave elimi
nó muchos de los elementos derivados de la música negra en los que se basaba
el rock de los años sesenta y setenta, como las improvisaciones fluidas, el swing
y los bendings de guitarra bluseros. Desprovista de la acritud o aspereza del rock
tradicional, la voz de los cantantes new wave era aguda, nerd y suburbana. El
punk y la new wave dejaron de lado las influencias del R & B de los sesenta e ig
noraron los nuevos géneros del pop afroamericano como el funk, el reggae y la
música disco. A diferencia de sus pares, sin embargo, Talking Heads siempre
mantuvo un poco de funk en sus temas. No por eso sus miembros intentaban
“pasar por negros” -com o sí lo hacían, por ejemplo, los integrantes deThe Average
^ ^ it e Band, el grupo escocés-, sino que tocaban funk de una manera más “au
téntica”; es decir, admitiendo que eran blancos de clase media. Por otro lado,
también era posible detectar el deseo de “dejarse ir” en sus canciones, siempre
frustrado por una especie de represión británica innata, ese convencionalismo
que Byrne parecía encarnar físicamente en el escenario gracias a aquello que
Barney Hoskyns llamó “la imagen de alguien tan normal, que está demente”.
Weymouth y Frantz, la sección rítmica de Talking Heads, se entusiasma
ron con la música funk y disco. En una entrevista, Weymouth dijo a Sounds
que ambos se peleaban porque cada uno quería configurar el equipo de audio
a su manera: ella quería subir el volumen de los graves y Frantz quería subir
los agudos para escuchar el hi-hat de la batería. Al poco tiempo, ella desarro
lló un estilo de tocar el bajo con el pulgar muy parecido al slap empleado por
Larry Graham , de Sly and the Family Stone. “Provoca un impulso especial,
como si las notas fueran los pistones de un motor”, aseguró Weymouth. Byrne,
mientras tanto, creía haberse dado cuenta de que las técnicas de producción
del dance negro (los remixes extendidos de la música disco, el uso de múlti
ples pistas superpuestas, las texturas saturadas que utilizaban tanto los Jackson 5
como Parliament-Funkadelic) eran más revolucionarias que el punk. “Cuando
la gente empezó a hacer remixes - a alargar las canciones, cortarlas y editarlas-,
fue algo genial”, observó. “Y todo eso formaba parte del mundo del dance, el
rock no participaba en lo más mínimo.”
Com o si no les bastara con ser estudiantes de arte y escuchar música disco,
la imagen de los integrantes de Talking Heads también los convirtió en las ove
jas negras del CBGB, donde la norma eran las camperas negras de cuero. En
236 1978 -cuando el mainstream del sofr rock todavía estaba dom inado por las
permanentes y el pelo revuelto, y el punk por la sordidez absoluta-, el grupo
cultivaba un look prolijo, “normal”, que era a la vez renovador y desafiante.
“Algunas de las bandas de CBGB seguían a rajatabla la tradición de los arqueti
pos románticos del rock, con actitudes rebeldes, poses artificiales y todo tipo
de gestos que imitaban de grupos anteriores”, señaló Byrne. “ En mi opinión
no decían nada nuevo, eran solamente versiones de segunda mano de los Stones,
con las mismas ropas y posturas. Y pensé: veamos si podemos tirar todo eso a
la basura y empezar de cero. Subir al escenario vestido como uno se viste todos
los días y cantar sin afectación, sin romanticismo, pero con pasión.”
Byrne adoptó un look “normal” -pelo corto, traje, pantalones jaspeados-
cuando todavía estudiaba en RISD. Esa pulcritud tan refractaria al rock era un
gesto contra el culto al desorden tan en boga a principios de los setenta. En
aquella época, los únicos otros renegados que se oponían al imperante estilo
post-hippie eran Jonathan Richman y su banda The Modern Lovers, de Boston.
Por eso es lógico que, cuando Talking Heads decidió reclutar más músicos para
ampliar su sonido, le haya pedido a Jerry Harrison, ex tecladista de Lovers, que
se sumara. Otro elemento crucial de su imagen era Weymouth, con su aspec
to andrógino y pelo corto a lo Jean Seberg. “Creo que fuimos la primera banda
que integró a una mujer como si fuera un miembro más del grupo, en lugar
de tenerla como cantante principal, líder o sex symbol”, aseguró Jerry Harrison,
olvidándose aparentemente de Mo Tucker, de The Velvet Underground, aun
que sin alejarse demasiado de la verdad.
Talking Heads, en definitiva, era todo lo contrario a Ramones, el grupo
punk formado por adolescentes vitalicios adictos al cuero y los jeans rotos.
No obstante, ambas bandas firmaron contratos con el sello discográfico esta
dounidense más importante en la escena new wave, Sire, y emprendieron una
inesperada gira europea juntos en 1977 (durante la cual los integrantes de los
^Ramones quedaron pasmados ame el extraño hábito de Byrne y compañía: leer
libros en lugar de romper cosas). Mientras que el amor por el rock más clási
co terminó empujando a The Ramones a grabar un disco con el célebre (aun
que, en ese entonces, muy pasado de moda) productor Phil Spector, los miem
bros de Talking Heads conocieron en Londres al siempre vanguardista Brian
Eno, con quien, de inmediato, estrecharon una amistad basada en-la admira
ción mutua y la colaboración profesional.
En una entrevista de 1978, publicada por Search & Destroy, Weymouth no 237
se cansó de alabar al joven músico y productor inglés por su sensibilidad, cor
tesía, inteligencia y atractivo físico. “¿Sabes a quién nos hizo acordar? A un
monje jesuita. Y es tan lindo en persona... Tiene manos hermosas, con dedos
larguísimos y muy delgados. Manos de idealista, casi diría.” Eno estaba igual
de impresionado con los músicos neoyorquinos, e incluso grabó una canción
para rendirles tributo, “King’s Lead H at” (anagrama de “Talking Heads”) en
su álbum solista Befare and After Science. “Creo que son las cuatro personas
más agradables que he conocido”, le dijo a Melody Maker. También admiraba
su música, que consideraba “el producto de mentes muy activas, que trabajan
de una manera, digamos, conceptual”. La relación entre Eno y la banda de
Byrne se fundó desde el comienzo en una suerte de narcisismo especular: Eno
representaba las cualidades intelectuales y estilísticas que diferenciaban a Talking
Heads del resto de los habitués de CBGB; mientras que el inglés veía a la banda
como si estuviera integrada por Enos en potencia, músicos brillantes pero to
davía inmaduros, que necesitaban sus consejos y orientación.
Byrne en particular se convirtió en un hermano del alma para Eno. “Es como
me dijo David el otro día: ‘A veces escribo algo que no termino de entender y eso
me estimula'”, le explicó a la revista Musician. “Me identifico mucho con esa ob-
servación.” Las palabras siempre habían sido un problema para Eno, “porque
nunca tuve nada para decir”, confesó en 1977 (un comentario sacrilego en el año
en el que habían resurgido con más fuerza que nunca la crítica y el mesianismo
en el rock). “N o tenía ningún mensaje en particular ni experiencias que me mo
tivaran lo suficiente como para transformarlas en otra cosa [...] Mis temas pre
feridos siempre tenían letras que no terminaba de comprender [...] Así que de
cidí que era mejor escribir letras que fueran como imágenes.” En lugar de
emociones simples como la tristeza, el enojo o la alegría, Eno prefería lo ambi
guo, lo atmosférico, lo irresuelto. Por otro lado, había des^escartdo la falacia expre
sionista del rock, la idea de que las composiciones emotivas solo pueden surgir
de las profundidades más íntimas de una persona. “Hay bandas que desean crear
la ilusión de que la música misma es el resultado de pasiones increíbles, de un in
sondable tormento interior”, observó en una entrevista publicada en Creem. “En
cambio, mi idea al trabajar es crear música que despierte una emoción en el oyen
te!' En lugar de desplegar una subjetividad avasallante, las canciones de sus álbu
mes solistas después de Roxy Music adoptaban un enfoque más objetivo: se tra-
238 taba de esculturas sonoras fabricadas con todo tipo de texturas instrumentales
poco comunes y sonidos p ro^^d os, acompañadas de letras sin sentido y de puro
valor rítmico o prosódico, muchas veces, creadas a partir de juegos de palabras.
Byrne compartía esa visión lúdica de la composición musical. “Me parecía
que el desafío consistía en tomar letras cuyo valor dependía por completo de
la manera en que estaban estructuradas y que carecían de contenido emocio
nal, y luego tocarlas en vivo con una emoción desbordante”, explicó. En algu
nas de las canciones de su banda, Byrne interpretaba distintos personajes, como
si cada tema fuese una película en miniatura; en otras, se divertía jugando con
el lenguaje mismo. Sin embargo, por más fragmentarias que fueran sus narra
tivas, las letras de Talking Heads nunca eran excesivamente poéticas, sino más
bien llanas, plasmadas en palabras que uno utiliza todos los días al conversar
con otros o en su propio monólogo interior. En cuanto a las temáticas que tra
taban, en general Byrne ignoraba los lugares comunes del rock (amor, sexo, re
belión, descontrol) y se dedicaba a explorar todo lo un vasto universo que
incluía la burocracia, la televisión, los animales, los electrodomésticos, la urbe
y un largo etcétera. Además de contar con una melodía sublime, “Don’t Worry
About the Government” (un tema de su primer álbum, Talking Heads 77) rom
pió con la trillada tradición inaugurada con el “Mr. Jones” de Dylan al mos-
trar simpatía por los robotizados oficinistas del mundo entero. Inspirándose
en conceptos maoístas y teorías de la administración de empresas, Byrne juga
ba con la idea -herética para el rock- de que “la uniformidad y las restriccio
nes no necesariamente debilitan ni degradan”.
More Song.r About Building.r and Food, su segundo álbum, fue el primero que
grabaron con Eno, y resultó ser la primera parte de lo que se convertiría en una
trilogía de discos clásicos producidos por el polifacético músico inglés. Estos
tres álbumes fueron muy diversos, pero compartieron un mismo objetivo: crear
funk psicodélico. Tanto la banda como el productor habían estado escuchan
do con atención la obra reciente de Parliament-Funkadelic, que disponía de una
paleta de sonidos increíblemente vívidos gracias a los múltiples efectos que apli
caban a sus instrumentos. Esta colorida saturación sonora era muy sorprenden
te, en especial en el bajo, que por lo general se toca con poca o nada de distor
sión y con un núm ero m uy lim itado de procesadores de señal. El sonido raro
y elástico de Bootsy Collins, en cambio, lo convertía en el Jimi Hendrix de las
cuatro cuerdas. Parliament también incursionó en el uso de sintetizadores para
grabar las pistas de bajo en temas como “Flashlight” (un hit enorme en los ran- 239
kings de R & B de los Estados Unidos en 1978), en el que el tecladista Bernie
Worrell acoplaba m últiples sonidos de bajo en su Moog para crear algunos de
los graves más increíbles que se hubieran oído hasta entonces.
Todas las canciones de TalkingHeads 7 7 habían sido escritas antes de la lle
gada de J erry H arrison a la banda, pero cuando integraron sus teclados al pro
ceso de composición en More Songs About Building.r and Food, la música del
grupo creció exponencialmente y fue adquiriendo con rapidez nuevas textu
ras. A E no le encantaba crear tim bres extraños e inquietantes usando efectos
y trucos de grabación como si estos fueran instrumentos adicionales. Esa cua
lidad crom ática puede apreciarse bien a lo largo de todo el segundo álbum de
la banda, sobre todo en el intenso eco de la batería al comienzo de “Warning
Sign” y los famosos sonidos “subacuáticos” del cover de “Take Me to the River”,
de Al Green, canción que se editó com o single y gracias a la cual el grupo
llegó por primera vez al Top 30 de Billboard. Por otro lado, también repre
sentaba un notable gesto de integración racial, ya que en esa época la new
wave se concentraba de manera casi exclusiva en la m úsica blanca.
Con Fear ofMusic, de 1979, los miembros de Talking Heads se sumergie
ron aún más en la funkadelia, si bien la atmósfera del álbum claramente per-
tenecía a los últimos años de los setenta: aquí la psicodelia representaba la
desorientación producida por el exceso mediático, no la serenidad lisérgica de
antaño. El título estaba basado en una fobia real (aunque bastante rara) sobre
la que Byrne había leído; pero la frase “miedo a la música” también simboliza
el clima enrarecido de 1979, año de gran desestabilización geopolítica (la crisis
de los rehenes en Irán, la invasión soviética de Afganistán) y lleno de posi
bles catástrofes (como el accidente nuclear de Three Mile Island). La Facción
del Ejército Rojo de Alemania (también conocida como Baader-M einhof) y
el Ejército Simbionés de Liberación (responsable del secuestro de Patty Hearst)
fueron la inspiración del tema “Life During Wartime”, la única canción del
álbum que hablaba de la actualidad. Byrne fue más allá de los evidentes deta
lles emocionantes de la vida del terrorista encubierto (estar en constante movi
miento, c ^ b i a r de identidad, llevar varios pasaportes) y puso especial atención
en todo aquello que el personaje secretamente añoraba (al decir que no debe
“distraerse”, se refiere al amor, las salidas de noche, la vida común y corriente).
En otros temas, los síntomas de inquietud y perturbación son bastante más ex-
240 traños. “Air” representa el lamento de alguien tan vulnerable, tan sensible que
incluso el contacto con la atmósfera le causa dolor (“Sorne people don’t know
shit about the air” [Hay gente que no sabe una mierda sobre el aire], se queja),
mientras que en “Animals” un personaje malhumorado al estilo de Archie Bunker
despotrica contra la irresponsabilidad de la naturaleza y la manera en que esta
“nos hace quedar como tontos”. La tensión subliminal que tiñe todo el álbum
lo emparenta con otros grandes discos postpunk de 1979, Unknown PUasures
de Joy Division y Metal Box de PiL. Sin embargo, a diferencia de lan Curtis y
John Lydon, la perspectiva de Byrne era más impersonal y elíptica.
Fear o f Music fue el punto más alto de la colaboración entre Eno y Talking
Heads. A esa altura, Eno sentía que los cuatro integrantes del grupo y él habían
desarrollado una identidad propia como banda. Su trabajo implicaba actuar
como una suerte de quinto integrante, “que escuchaba lo que hacían y seleccio
naba algunos sonidos y los renovaba [...] usando delay para crear nuevos ritmos
dentro de los suyos”, y hacer las veces de editor, quien detectaba “pequeñas
ideas que muchas veces nacen como accidentes o equivocaciones típicas de la
interacción con otros músicos” que, sin su intervención, el grupo podría haber
ignorado. En cierto modo, había pasado a ser su George Martín. De hecho, la
trilogía de álbumes que grabaron juntos recuerda la frenética evolución de los
Beatles a lo largo de Rubber Soui, Revolver y Sgt. Pepper. los temas más revolu
cionarios de cada disco se convertían en el punto de partida del siguiente.
En el caso de Fear ofMrnic, las composiciones más avanzadas en términos
de estructura y metodología eran “I Zimbra” y “Drugs”, la primera y última
canción, respectivamente. “I Zimbra” combinaba percusión africana con una
melodía de bajo de música disco, mientras que Byrne cantaba palabras m ono
silábicas sin sentido, originalmente escritas y recitadas por Hugo Ball como
parte de un ejercicio poético dadaísta. “Drugs”, por otro lado, tenía un ritmo
lento y vacilante, acompañado de imágenes alucinatorias y haces de luz, en un
claro intento de evocar ciertos estados alterados de la conciencia. Para lograr
transmitir la sensación de pánico que tenía en mente, Byrne trataba de que
darse sin aliento. “Me ponía a correr en círculos hasta que casi no podía res
pirar y entonces jadeaba: ‘Listo, voy a cantar la siguiente estrofa’.” El ■aspecto
más radical de “ Drugs” era su estructura caótica y llena de lagunas, lapsos y
transiciones. “Brian y yo despojamos la canción de todo lo superfluo, hasta
que solo quedaron los elementos más básicos, y después la reconstruimos con
partes nuevas, reemplazando algunas de las viejas y cambiando determinados 241
instrumentos.” El resultado fue un mosaico auditivo que mezclaba música gra
bada en vivo y collages de sonidos, algo casi imposible de reproducir sobre el
escenario. “Drugs” fue el germen de su siguiente álbum, Remain in Light, para
el cual la banda compondría una gran cantidad de ritmos y riffs que luego se
leccionaría, modificaría, cambiaría de lugar y volvería a ensamblar con la con
sola de mezclas del estudio.
En el intersticio entre Fear ofMu.sic y Remain in Light. Byrne y Eno empren
dieron un proyecto aparte que también partía de la idea de explorar más a
fondo las posibilidades implícitas en “Drugs” y “I Zimbra”. Los dos estaban
obsesionados con la música africana. A Byrne siempre le habían gustado los
discos de música de diversas partes del mundo, pero ahora leía libros de an
tropólogos y etnomusicólogos como Robert Farris Thompson y John Miller
Chernoff, expertos en la civilización africana y el lugar que ocupa la m úsica en
las sociedades tribales. El proyecto empezó com o una colaboración entre Eno,
Byrne y Jon Hassell, quien acuñó el término Fourth World [Cuarto mundo]
para describir la unión de la música occidental, que aprovechaba varios avan
ces tecnológicos, y la música étnica tradicional de todos los rincones del pla
neta. La idea original de lo que terminó convirtiéndose en My Life in the Bush
ofGhosts era realizar una grabación etnomusicológica apócrifa de una tribu
inexistente. “Íbamos a inventar una cultura entera para el álbum”, señaló Byrne.
“Se suponía que la funda del disco incluiría textos etnográficos y todo.”
En una entrevista publicada en Musician en 1979, Eno habló de las tres
áreas que él y Byrne planeaban unificar: el disco funk, la música arábica del
norte de África y los polirritmos del oeste africano. “Son cosas que tienen un
sonido muy caótico, y es un caos que a mí me resulta absolutamente nuevo”,
dijo con entusiasmo. “ Es como el ruido de la selva.” Al poco tiempo se agre
gó un cuarto ingrediente a la mezcla: voces encontradas al azar. Eno y Byrne
quedaron fascinados con la gigantesca cantidad de gente bizarra que partici
paba en las radios norteamericanas, como los pastores evangelistas, los colum
nistas de derecha y las personas que llamaban a los programas que se emitían
en vivo. La radio, concluyó Brian Eno, era el ello (o el id) de los Estados Unidos,
su inconsciente político. “ En Inglaterra o en Europa, los locutores se eligen
por su paciencia y racionalidad”, le comentó a The Guardian. “ Pero aquí las
emisoras están a cargo de gente completamente chiflada.” Escuchando con
242 atención a los fanáticos religiosos, al poco tiempo descubrieron “una contra
dicción” en el centro mismo de su desaforado discurso, según Byrne. “ En parte
lo que decían consistía en amenazas u órdenes; pero por otro lado, una pro
porción considerable de su prédica era puro frenesí. La enunciación transmi
tía el mensaje opuesto al texto. Las palabras eran siempre ‘no harás esto' o ‘no
harás lo otro', pero la manera en que las pronunciaban era cien por ciento se
xual. Y pensé: ‘Genial, el conflicto no podría ilustrarse mejor'.” De igual modo,
el fervor de las congregaciones bautistas y pentecostales le parecía “muy simi
lar a lo que se ve en los conciertos de rock o en las pistas de baile donde se es
cucha música disco; hay una especie de sentimiento comunitario que invade
a todos los oyentes y los descontrola”.
Mientras recopilaban las voces que oían en la radio para sus collages poli-
rrítmicos, Eno y Byrne empezaron a sentir una extraña atracción hacia los pre
dicadores de las vertientes más fanáticas del cristianismo, en especial debido a
la cadencia de sus sermones, a medio camino entre el tono conversado y la en
cantación mágica. “Cuando la gente habla de manera apasionada, crea melo
días”, señaló Eno en una entrevista de East Village Eye. Cuando se pregunta
ron por qué los fundamentalistas sonaban mejor que los locutores normales,
llegaron a la conclusión de que se debía a que transmitían “una sensación de
energía y de compromiso con alguna creencia o causa en particular”, un fer
vor que cautivaba mucho en contraposición a la abulia imperante en los Estados
Unidos durante el mandato de Jimmy Carter. El proyecto de Byrne y Eno em
pezó a tomar forma alrededor de una idea central, el contraste entre el vado
espiritual del liberalismo laico y los fundamentalismos opuestos (aunque no
muy disímiles) de Oriente y Occidente. El dúo planeaba crear una música ri
tual para el posmodernismo de los Estados Unidos y Europa: un sonido tras
cendental y corporal que conectara la locura del protestantismo extremista con
los ritmos hipnóticos africanos y la teología liberadora de Funkadelic, según
la cual hay que “bailar para liberarse de toda restricción”. Al investigar más a
fondo la música africana, Byrne se maravilló ante el hecho de que las tribus no
hicieran ninguna distinción entre la música para bailar y la música religiosa.
Para ellos, bailar era parte de la religión.
My Life in the Bush ofGhosts llevó las técnicas inauguradas en “Drugs” y
“I Zimbra” a un nivel superior. En su búsqueda de sonidos vívidos y timbres
desconcertantes, Eno y Byrne extendieron drásticamente la paleta sonora de
varios instrumentos convencionales mediante el uso de procesadores de señal 243
y efectos de todo tipo. Inspirándose tanto en las composiciones de Steve Reich
como en los coros de percusión de África, ambos exploraron una suerte de
maxi-minimalismo, en el cual una gran cantidad de instrumentos tocaban par
tes muy simples, pero que en conjunto producían un ritmo complejo, cam
biante y de muy diversas texturas. El álbum también incluía dos nuevos enfo
ques musicales: por un lado, el concepto del “Fourth World” y su mezcla de
instrumentos acústicos con aparatos tecnológicos avanzados (por ejemplo, la
percusión a mano desnuda y el sonido de los tambores de madera se entrela
zaban con efectos digitales y sintetizadores); y por el otro, una envolvente at
mósfera que Eno denominaba “marea psicodélica”.
La mente de Byrne todavía seguía empapada con todas estas ideas cuan
do, a fines de 1980, se unió al resto de los miembros de Talking Heads en
Com pass Point Studios, en las Bahamas, para trabajar en el cuarto álbum de
la banda, Remam in Light. En lugar de empezar por las melodías que había
compuesto el cantante, el grupo decidió tocar e improvisar muchísimo mate
rial en bruto -riffs, progresiones, ritmos- y dejar que las canciones fueran sur
giendo luego. Los temas se armaron con varias capas de percusión, fragmen
tos de guitarras rítmicas, toques de sintetizador y varios riffs de bajo: en “Born
Under Punches (The Heat Goes O n )”, había al menos cinco bajos, por ejem
plo, y todos tocaban melodías simples de una o dos notas. Los teclados, ade
más, añadían todo tipo de colores y detalles fugaces. El resultado era casi tro
pical, y Byrne tuvo que buscar una nueva manera de cantar para poder integrar
su voz a esta nueva música. Para eso, asimiló las cadencias hipnóticas y el tono
imperativo de los predicadores que había oído en la radio, además de algunos
trucos básicos del hip-hop, hasta el punto de intentar una muy particular forma
de rap en “Crosseyed and Painless”.
Si el concepto principal de Fear o f Music era la neurosis, el de Remain in
Light era la salud psíquica, la renovación del vínculo entre el cuerpo y la natu
raleza. Gran parte del álbum implícitamente argumentaba que los valores oc
cidentales son basura, principios enfermizos. “The Great Curve” era un home
naje rítmico de corte eco-feminista a la Madre Tierra, cuyo estribillo (“The
world moves on a womans hips” [El mundo se mueve en las caderas de una
mujer]) se basaba en el mito cosmológico yoruba de la Gran Madre. “Listening
W ind” nos pone del lado de un hombre del norte de África que lucha contra
244 el neocolonialismo enviando cartas explosivas y plantando bombas. Según
Byrne: “ Es el punto de vista de alguien que ve cómo su vida es arrasada por
Occidente, cómo destruyen su pueblo, su cultura. Sus métodos de contraata
que son tan limitados en comparación con el poder de las potencias mundia
les a las que se enfrenta, que es fácil identificarse con él, en especial si uno se
considera a sí mismo como alguien minúsculo en el m undo de la música”.
Remain in Light se dividía en dos partes, una “seca” y la otra “húmeda”. El
inquieto. panorama retratado por las tres canciones con las que empezaba el
álbum -tríptico formado por “Born”, “Crosseyed and Painless” y “The Great
Curve”- se contraponía con los tres temas siguientes: “Once in a Lifetime”,
cuyo sonido era casi acuático, y “Seen and Not Seen” y “Listening W ind”, dos
ensoñaciones sonoras fluidas y brillantes. Juntos, los dos lados del disco daban
como resultado una especie de álbum conceptual. En “Born” y “Crosseyed and
Painless”, los protagonistas de Byrne estaban atrapados dentro de los engranajes
de la maquinaria industrial de Occidente, con su laberinto burocrático de hora
rios y exigencias de rentabilidad. En “Once in a Lifetime”, un hombre de los
suburbios no entendía cómo había terminado “aquí”, rodeado de posesiones
hermosas (casa, auto, esposa). Sin embargo, según explicó el cantante, este per
sonaje no estaba “ni molesto ni atormentado, sino simplemente confundido”.
“Y después, en cambio, se supone que el estribillo expresa una sensación de
abandono ferviente, casi religioso” . Esta demoledora epifanía rompía con el
absurdo orden de la vida laboral y abría la posibilidad de renacer, de maravi
llarse una vez más con la existencia.
O tal vez no, ya que después de “Once in a Lifetime” venía la perturbadora
canción “Houses in Motion”, en la que un hombre “cava su propia tumba’ día
a día trabajando arduamente en algo que para él no tiene el menor significado.
El concepto del álbum, claro, no era demasiado original. En The Waste Land,
por ejemplo, T.S. Eliot ya afirmaba que la enfermedad del alma occidental se
debía a una desconexión entre el ritmo de la vida diaria y los ciclos naturales. Por
otro lado, el disco t^ b ié n estaba influenciado por una corriente importante de
la música de los sesenta (como Dylan, cuando afirmaba que “el que no está ocu
pado naciendo está ocupado muriendo”). Sin embargo, Remain in Light señala
ba con maestría la enfermedad (la inquietud permanente, rítmica) y la cura (el
trance hipnótico, el fluir fuera del tiempo). Al final del álbum, de todos modos,
la inquietud frente a la modernidad resurgía con “The Overload”, un tema lento
y oprimente, inspirado, de manera muy indirecta, por Joy Division. Los inte 245
grantes de Talking Heads, en realidad, no habían escuchado ninguno de los dis
cos de la banda de lan Curtis, pero las reseñas los habían intrigado. Aparte de
ser la canción más “blanca” de Remain in Light, “The Overload” t ^ b ié n era la
más negativa: Byrne recitaba, en un tono desapasionado, letras sobre la ausen
cia de puntos de referencia, señales indescifrables y “un colapso suave”. Es como
si el sueño africado se hubiese terminado, para dejar al oyente una vez más en
las tierras baldías y desoladas del miedo a la música.
En definitiva, una obra maestra. N o obstante, el álbum también afectó en
gran medida a la banda. Grabarlo significó deconstruir la estructura misma
del grupo. Los roles preestablecidos de cada integrante se alteraron, subordi
nándose al proceso creativo. Por ejemplo, todos tocaron los teclados; y la ma
yoría, también algo de bajo. Para poder reproducir música tan compleja en
vivo, igualmente, Talking H eads tuvo que agregar cuatro músicos, inspirán
dose en los ensambles populosos de Parliament-Funkadelic (cuyo tecladista,
Bernie Worrell, se sumó al grupo, al igual que otros dos integrantes negros, la
coreuta Nona Hendryx y un segundo bajista, Busta Jones). Incluso antes de
tocar una nota, la formación sexual y racialmente mixta de la banda ya repre
sentaba una declaración de principios a favor del multiculturalismo, un sím-
bolo de la apertura social y el espíritu de comunidad que se intentaba conse
guir en Remain in Light.
Tras bambalinas, sin embargo, habían empezado a surgir tensiones entre
los cuatro miembros durante la grabación del disco. En el estudio, Weymouth,
Frantz y Harrison aportaban material, pero “no teníamos idea de dónde iba a
terminar”, dijo Byrne. “Todo el mundo estaba muy entusiasmado con la idea
de fragmentar los temas, al principio. Pero cuando empezamos a rearmar las
distintas partes para componer canciones nuevas, algunos participamos más
que otros. Probablemente se hayan sentido un poco excluidos. Lo que cada
uno había tocado seguía estando, pero el sonido y la idea misma del tema al
final, a veces, cambiaban completamente.” Desde entonces, se abrió una bre
cha entre Weymouth, Frantz y Harrison (relegados al nivel de meros músicos
sesionistas), por un lado, y Byrne y Eno (quienes se entendían mejor que nunca),
por el otro. Estaban en juego la lealtad y los vínculos emocionales, aunque
también el control creativo del grupo. “Cuando David y Brian terminaron de
trabajar juntos [en My Lije in the Bush o f Ghosts], incluso se vestían igual”, se-
246 ñaló con malicia Weymouth en una entrevista. “Son como dos chicos de ca
torce años, que se imitan mutuamente.”
El conflicto llegó a abarcar la espinosa cuestión de los derechos de autor y las
regalías. En general, se acostumbra otorgarle el copyright de una ^canción a quien
compuso la melodía principal y la letra; pero ese método evidentemente no era
pertinente en un proyecto tan descentralizado como el de Remain in Light. Eno,
como es normal, quería que se reconociera su aporte y hasta propuso que en el
álbum figurara solo “Talking Heads y Brian Eno”. Si bien la banda se negó, cuan
do el diseño de la funda del disco estuvo listo, Weymouth, Frantz y Harrison se
llevaron una fea sorpresa: los temas aparecían como propiedad exclusiva de Byme
y Eno. Al final, la contratapa definitiva del álbum declaraba ‘T odas las cancio
nes fueron escritas por David Byrne, Brian Eno yTalking Heads”, solución que
no fue del agrado de nadie. Wi^mouth, Frantz y Harrison (y, más tarde, el mismo
Byrne) empezaron a sospechar que Brian Eno estaba tratando, consciente o in
conscientemente, de convertir a Talking Heads en su propio grupo, un nuevo
Roxy Music, con la salvedad de que David Byrne era mucho más permeable a
sus ideas que Bryan Ferry. “ El problema en realidad no comenzó cuando graba
mos Remain in Light, sino después, cuando tratábamos de decidir qué íbamos a
hacer de ahí en más”, afirmó Byrne. “A esa altura, todos los demás estaban can-
sados de mi dúo con Brian y nuestras ideas. Así que probablemente pensé: ‘Bueno,
no voy a seguir insistiendo con lo mismo’.”
Por su parte, Eno sentía que el álbum podría haber ido mucho más lejos si
a él le hubieran dado más libertad de acción. También lo irritaba que el disco
hubiese opacado a My Life in the Bush ofGhosts. Aunque se suponía que el álbum
que había grabado en colaboración con David Byrne saldría a la venta antes que
el disco del grupo, terminó retrasándose mucho, en parte debido a problemas
legales relacionados con el uso de la voz de un predicador evangelista, y en p a te
también debido a la gran cantidad de ideas que seguían ocurriéndoseles a Byrne
y a él, sobre todo, durante la grabación de Remain in Light. Finalmente, el pro
yecto se editó en enero de 1981, cuatro meses después del enorme éxito del álbum
de Talking Heads, y para entonces, My Life in the Bush ofGhosts parecía un mero
anexo al disco de la banda, en lugar de la obra revolucionaria que Eno tenía pla
neada. Por otro lado, el álbum también sufrió ataques de varios críticos, para
quienes Byrne y Eno eran o bien desapasionados y fríos (científicos que com
ponían música de laboratorio) o bien oportunistas de la peor calaña (es decir,
neocolonialistas que se apropiaban de la música exótica del Tercer Mundo). 247
A pesar de sus detractores, My Life in the Bush ofGhosts fue sin duda una
de las cumbres de la carrera de ambos. Incluso al lado de Remain in Light, el
disco rebalsaba de innovaciones sonoras, rítmicas y melódicas, adelantándose
a futuros avances de géneros como el hip-hop, el house y el jungle, basados en
el uso de samples. El álbum prefiguró e influenció obras tan importantes y di
versas como Fearofa Black Planet de Public Enemy, Endftoducing de DJ Shadow,
Black Secret Technology de A Guy Called Gerald y Play de Moby. Según Byrne,
el hip-hop fue una de las influencias indirectas del proyecto, aunque no por la
música rap, sino por el breakdance. Mientras grababa el álbum en Los Ánge
les, el dúo conoció a la bailarina Toni Basil (quien luego se encargaría de la co
reografía del video de “Once in a Lifetime”). Basil estaba trabajando con gru
pos de danza como The Electric Boogaloos y The Lockers, especializados en
un nuevo estilo de baile llamado popping. Byrne observó: “Toni iba a dedi
carle un programa de coreografía entero a los bailarines callejeros. Brian y yo
vimos lo que hadan y nos pareció increíble. Por alguna razón que no puedo
precisar creíamos que la música que estábamos componiendo iba a terminar
en el programa, que ella la utilizaría para el especial televisivo sobre estos bai
larines que la tenían tan entusiasmada. Pero al final quedó en la nada”.
Remain in Light se vendió muy bien en Gran Bretaña, en especial debido
al éxito del single “Once in a Lifetime”; pero en los Estados Unidos el álbum
fue el fracaso comercial más grande de la banda. “Las emisoras de rock creían
que el disco era funk, y las emisoras de R & B no querían saber nada al respec
to tampoco” , explicó Byrne. “Once in a Lifetime” nunca llegó siquiera a edi
tarse como single en los Estados Unidos (aunque el video del tema terminaría
pasándose con mucha frecuencia en el flamante canal MTV eso de un año des
pués). En ^cambio, el genial proyecto paralelo de Tina Wcymouth y Chris Frana,
la banda de pop new wave Tom Tom Club, logró una repercusión inesperada,
ya que su tema “Wordy Rappinghood” se convirtió en un hit enorme en el
Reino Unido y “Genius o f Love” se difundió mucho por las emisoras de radio
estadounidenses. Esta última canción tuvo una gran aceptación en las estacio
nes de radio negras, cuyos oyentes dieron por sentado que el grupo era afroa
mericano por su enorme dominio del funk.
Todos estos factores hicieron que la idea de terminar la relación profesio
nal con Eno cobrara cada vez más fuerza. Para mantener la banda unida, Byrne
2248 aceptó que Talking Heads debía volver a capturar “el encanto y vigor” de sus
primeros discos. Podría decirse que el grupo se había hartado un poco de la
vanguardia. Weymouth decía que habían “pasado tantos años tratando de ser
originales que ya no sabían lo que era la originalidad”. Por eso, Byrne decidió
canalizar sus energías en dos direcciones distintas: por un lado, daría rienda
suelta a su veta más experimental en sus numerosos proyectos paralelos, que
en ese entonces estaban em pezando a dar sus frutos (como el álbum The
Catherine Wheel, en el que editó la música que había escrito para un ballet de
la coreógrafa vanguardista Twyla Tharp); y por el otro, seguiría manifestando
su gusto por el pop más convencional grabando música con la banda. Después
de haber disuelto el rock en un baño de ácido etno-funk psicodélico, Talking
Heads se dedicó a hacer algo inesperado: tocar pop común y corriente.
Uno entra al cuarto y de inmediato se lleva por delante la máquina de escribir 261
que acecha en la mugrienta alfombra marrón en el suelo. Una montaña de li
bros mantiene un precario equilibrio encima de la máquina; a su lado hay una
taza de café llena hasta la m itad, cubierta de una fina capa de moho gris.
Enormes pilas de panfletos, diarios y libros de texto ocupan todas las superfi
cies a la vista -el televisor, la repisa e incluso la estufa a gas-, mientras que los
anaqueles parecen a punto de colapsar. En la pared sobre la chimenea, apenas
visible entre el caos que forman los afiches, volantes de recitales y folletos políti
cos, hay un disco de vinilo de siete pulgadas y el emblema de la Unión Soviética
enmarcado, con una bolsita de té usada que cuelga irreverentemente de la hoz.
Y también hay... Un momento. ¡Dios mío!¿D e dónde sale ese olor espantoso?
En la portada del EP que Scritti Politti editó en 1979, 4 A Sities, puede verse
la fotografía del living del sórdido departamento que usurpaba la banda en
Camden, al norte de Londres. Es una imagen que retrata fielmente un estilo
de vida particular, que consistía en interminables conversaciones teóricas (po
tenciadas por el uso de anfetaminas), debates fervientes sobre la capacidad de
subversión y los peligros contrarrevolucionarios implícitos en la música popu
lar, y salidas ocasionales a fiestas reggae y conciertos postpunk que se organi
zaban en el Cryptic One Club. El hogar y la base de operaciones del grupo,
ubicado en el número 1 de Carol Street, era el lugar donde se llevaba a cabo
un rarísimo experimento de rock. La banda se veía a sí misma como una agru
pación anónima que no solo abarcaba a sus tres integrantes principales, sino
también a aquellos que, si bien no eran músicos y solo participaban “con puro
palabrerío”, hacían un aporte que se consideraba vital. El núcleo del grupo es
taba formado por el cantante y guitarrista Green, el baterista Tom Morley y el
bajista Nial Jinks; pero en total, los miembros, que periódicamente se junta
ban en reuniones formales, podían llegar a ser unos veinte. “La idea es que las
decisiones importantes sobre lo que hace la banda no solo las tomen quienes
se encargan de tocar los instrumentos en ese m om ento”, dijo Green en una
entrevista publicada en un fanzine. Scritti Politti no era la primera banda co
munitaria de la historia del rock (otros ejemplos incluyen a Jefferson Airplane,
Faust, Amon Düül y el grupo anarco-punk británico Crass); no obstante, el
concepto de una banda en la que la mayoría de los integrantes no fueran músi
cos era único.
Cuando Green (que en aquel entonces todavía usaba su apellido, Gartside)
262 tenía quince años, él y su compañero de escuela Nial Jinks trataron de fun
dar en Gales una rama local de la Liga de la Juventud Comunista. Unos años
después, Green estudió arte en el Politécnico de Leeds, en una época en la
que los enfoques conceptualistas estaban en boga. Sin embargo, se trataba de
un conceptualismo mucho menos lúdico y metódico que el que había forma
do la sensibilidad de los integrantes de Wire y Talking Heads. Al igual que
sus vecinos y contemporáneos de Leeds, Gang o f Four y The Mekons, Green
recibió el influjo de Art and ^m guage y su sensibilidad hipercrítica, y no tardó
en llegar a la conclusión de que el art punk post-Eno era “formalista”, una
corriente decadente y vacía de todo compromiso. En otras palabras, arte por
el arte. Scritti Politti, en cambio, tenía motivos políticos para alterar las estruc
tures musicales convencionales. Su intención era crear una nueva conciencia
revolucionaria a través de la radicalización de la forma y del contenido sub
versivo de sus letras.
Poco después de empezar a cursar en el Politécnico, Green dejó de pintar
para dedicarse. exclusivamente a la escritura. Ese era el siguiente paso en su plan
conceptualista: retener la teoría y descartar la práctica artística real, ya que se
suponía que antes de crear nada, uno debía averiguar con exactitud cuáles eran
las creaciones “válidas”. Al principio, Green se había sentido atraído por el
Politécnico de Leeds debido al espíritu de libertad que irradiaba y sus vínculos
con el arte performático; al poco tiempo, sin embargo, empezó a considerarlo
una institución de excesiva vanidad y enorme irresponsabilidad teórica. En un
gesto provocador, Green estableció una suerte de programa de estudios para
lelo dentro del departamento de artes, con una serie de charlas muy populares
que incluía la participación de miembros de Art and Language. “Lo que hada
era animar a toda esa gente a que viniera y básicamente dijera que lo que se es
tudiaba en nuestra facultad era una mierda y una pérdida de tiempo”, explicó
Green entre risas.
Ese tipo de metatextualidad combativa era uno de los aspectos más impor
tantes del proyecto de Scritti Politti. Para la banda, la teoría representaba una
herramienta crucial a la hora de enfrentar los dilemas de lo que vendría “después
del punk”. ¿Cuáles eran “las maneras de seguir adelante” (la expresión era de
Green) correctas y cuáles eran las equivocadas? Era ahí donde cobraban rele
vancia los miembros del grupo que no tocaban música y que se fueron suman
do a la formación desde que los integrantes principales se mudaron a Londres.
Su rol consistía en encarnar una suerte de sim posio teórico perpetuo que 263
sometiera el “discurso del rock” a un escrutinio riguroso e incansable, cuestio
nando todos sus preceptos y convenciones establecidas.
Green y Jinks eran fanáticos de la música inglesa tradicional e incluso habían
intentado tocar por un breve lapso de tiempo “gigas y reels”, según reveló el
cantante; pero después de la gran revelación - “como la de San Pablo en
Damasco”- que significó ver a Sex Pistols y el resto de las bandas del Anarchy
Tour en Leeds, en 1977, Green convenció aJin ks de cambiar su violín por un
bajo eléctrico y a su amigo Tom Morley de gastar el resto de su beca estudiantil
para comprar una batería. N o obstante, si bien fueron grupos como The Clash
los que motivaron la formación de Scritti Politti, Green y sus socios pronto se
sintieron desilusionados con lo que, para ellos, fue el fracaso de la primera ola
de bandas punk. De hecho, en el primer single del grupo, “Skank Bloc Bologna”,
hay una breve y sardónica alusión a The Clash y la manera en que se referían a
sí mismos como “Los siete magníficos”. Green comentó en un fanzine que había
leído una entrevista a los miembros deThe Clash en la que decían sentirse como
los héroes de aquel famoso western: “un grupo de forajidos que van de pueblo
en pueblo para poner las cosas en su lugar”. La última estrofa de “Skank Bloc
Bologna”, explicó Green, atacaba esa “visión ridícula y romántica” según la cual
las bandas de rock estarían formadas por “pistoleros y machos alfa, los Robin
H ood de hoy en día”. El sonido del tema estaba muy lejos de la agresividad
guerrillera del álbum que The Clash también editó a mediados de 1978, Give
'Em Enough Rope. El ritmo tranquilo, reggae, del bajo y la batería, junto con la
plañidera guitarra de Green (más cerca del folk rock que del punk), no evoca
ban una atmósfera militar, sino melancólica.
Por otro lado, el enigmático título de la canción, “Skank Bloc Bologna”
contiene varias alusiones: primero, el término “Skank” hace referencia a la típi
ca danza ska y al dub reggae que escuchaba la banda a toda hora en su pequeño
departamento ocupado; y “Bloc” alude a un concepto de uno de los teóricos
neomarxistas favoritos del grupo, Gramsci: la noción de “bloque histórico”,
una alianza entre clases oprimidas que se unen para derrocar el orden existente
y desestabilizar la opinión dominante y el “sentido común” que dicta qué es
natural, qué es necesario e incluso qué es posible. Para Gramsci, la revolución
implicaba la creación de una nueva realidad.
La palabra “Bologna” [Bolonia], sin embargo, ya es otra historia. Se suele
264 decir que, en Italia, 1968 nunca terminó. A diferencia de lo que ocurrió en
otros países, la inquietud política que signó ese año no se disipó, sino que fue
manifestándose esporádicamente a lo largo de la década del setenta, con huel
gas salvajes y múltiples casos de sabotaje industrial. Los estudiantes tomaron
las universidades, los okupas invadieron distintos edificios, y una tribu anar-
co-surrealista llamada los Indios Metropolitanos organizó grandes saqueos a
las tiendas de artículos de lujo. Toda esta actividad subversiva apuntaba tanto
contra la izquierda política establecida (en su momento de mayor auge, el
Partido Comunista italiano controlaba muchas de las ciudades más importantes
del norte, donde se concentraba el sector industrial) como contra los partidos
conservadores. A principios de 1977, el Partido Comunista de Bolonia se vio
abrumado cuando una coalición de autonomistas y militantes de la contracul
tura tomó la ciudad. Este “bloque” de okupas, feministas, gays, estudiantes, tra
bajadores que no adherían a ningún sindicato y personas en condiciones de
subempleo desarrollaron una forma ad hoc de política post-política. Con una
organización propia y cierto aire carnavalesco, il Movimento -com o se lo de
nom inó- no solo apuntaba a tomar el poder, sino a destruirlo por completo,
dejando a todos (y a nadie) a cargo de la urbe. Los levantamientos de Bolonia
de 1977 representaban una revuelta cultural y política que, para muchos, con-
stituía un equivalente italiano del punk. N o obstante, el alcalde declaró que
los insurgentes eran bohemios nihilistas y enemigos del verdadero proletaria
do, y después de varias semanas trajo carros blindados para aplastar la toma de
una vez por todas.
El título “Skank Bloc Bologna”, entonces, parece postular a Scritti Politti
como una célula autónoma, el germen de un futuro Movimento Inglesi. Sin em
bargo, la emoción que transmite el tema es una tristeza absoluta. La letra habla
de una chica que deambula sin rumbo, el producto patético y sin esperanzas de
un sistema educativo precario, a quien incluso le han atrofiado la imaginación
y robado la posibilidad de ver que las cosas podrían cambiarse. Aquí Green
suena como si estuviera luchando contra su propio desaliento. En los somno-
lientos barrios de Londres, la revolución es casi inconcebible. Aun así, hay algo
que la chica no sabe: “Something in Italy/ Is keeping us ali alive” [Algo en
Italia/ Nos mantiene a todos vivos]. Un poco más cerca, están los “seis mag
níficos” {la cantidad de integrantes de Scritti Politti en aquel entonces); a es
paldas del mundo, ellos siguen planeando y soñando un futuro distinto:
“They’re working on a notion and they're working on a hope/ An Euro vision 265
and a skanking scope” [Están tratando de desarrollar una teoría y están tratan
do de crear una esperanza/ Una visión europea, con la amplitud del skank] .
Inspirándose en The Desperate Bicycles, el grupo recaudó el dinero suficiente
para grabar esta ^canción y dos lados B, y finalmente, con algo de ayuda económi
ca de parte de Rough Trade, editó todo en su propio sello, St. Pancreas. Cabe
notar que, en la funda fotocopiada del disco, Green y compañía lograron su
perar incluso aT he Desperate Bicycles en términos de desmitificación postpunk:
allí figuraban, con lujo de detalles, los costos de la grabación, producción, im
presión y edición del single, al igual que varios números de teléfono de empre
sas que ofrecían esos servicios. “Skank Bloc Bologna” se editó a mediados de
1978 y rápidamente agotó su primera tirada de dos mil quinientas unidades,
en parte gracias al apoyo de John Peel, de Radio One. Con el tiempo, el single
superaría las quince mil unidades vendidas. La belleza desprolija de la melodía
y la melancolía patente en la voz de Green (que le debía mucho al “soul inglés”
de Robert Wyatt), junto con el factor de intriga que aportaba la letra y el enig
mático título de la canción, conquistaron al público. Incluso el nombre de la
banda, una deformación del título de una de las obras de Gramsci, resaltaba
por su eufonía y misterio, reflejando a la perfección las mejores cualidades del
tema. También se sumaba el hecho de que los integrantes del grupo ostentaban
un look impactante. Tom, el baterista, tenía rastas rubias (que en esa época eran
toda una rareza), mientras que Green era la encarnación misma del glamour in
telectual: delgado, frágil, carilindo, iba a todos lados con un sweater demasia
do grande para su cuerpo y los ojos claros maquillados.
Scritti Politti dio su primer recital el 18 de noviembre de 1978, en el Acklam
Hall de Landbroke Grove, junto con pragVEC y dos bandas de Rough Trade,
Cabaret Voltaire yThe Red Crayola. Green, quien era, como mínimo, hipersen-
sible, sufría de pánico escénico. Sue Gogan, ^cantante de pragVEC, dijo: “Se puso
histérico y hubo que calmarlo adulándolo y dándole ánimo de mil maneras dis
tintas, hasta que lo convencieron de subir al escenario. Tocaron durante quince
minutos. Estuvieron increíbles”. El set era cortísimo porque la banda apenas
tenía cuatro canciones. A pesar de que Green anunció que la actuación sería
apenas “un ensayo en vivo”, la recepción fue fenomenal, y el público incluso
pidió que tocaran todos los temas de nuevo. Antes de que terminara la noche,
al grupo le habían ofrecido ser telonero en dos giras distintas.
266 “Mark E. Smith dijo que Scritti Politti tenía la mejor sección rítmica del
país”, señaló GeoffTravis, de Rough Trade, quien editó el EP 4 A Sides. Sus
recitales eran enérgicos y caóticos, y la banda improvisaba temas enteros, cos
tumbre que a Green le parecía agotadora, pero que mantenía por considerar
la parte de su compromiso ideológico contra las tradiciones obsoletas del rock.
A la turbulencia y cacofonía generales (navajas frotadas contra las cuerdas del
bajo, infinitas capas de eco en el micrófono del cantante y de reverb en los
tom-toms de batería), había que agregarle la participación esporádica de hasta
doce de los integrantes extra del grupo sobre el escenario, donde colaboraban
musical o simbólicamente.
El periodista Ian Penman también se sumó varias veces a los conciertos, en
los que tocaba el saxofón de una manera “no convencional”. “O a veces me
subía al escenario y, bueno, rapeaba, o al menos así supongo que lo describiría
uno hoy en día”, comentó. “Tomaba un texto de Lenin, lo cortaba en p e d ^ s
y lo mezclaba con ‘Bafflin’ Smoke Signals’ de Lee Perry. Hay que dejar algo muy
en claro: consumíamos muchas anfetaminas en aquel entonces.” Penman, un
miembro del “raro conglomerado” de Scritti Politti, a menudo pasaba mucho
tiempo en el departamento del grupo, donde componía comunicados de pren
sa o participaba en alguna de las entrevistas que le hadan a la banda. También
actuaba como una suerte de quinta columna, infiltrando jerga y frases del grupo
en sus reseñas para NM E. Según afirmó, fue una época de infinitas lecturas, in
tercambio de libros y actividad intelectual, potenciada por el uso de drogas.
“Hacía reseñas en masa de una cantidad increíble de discos, iba a mil recitales
y después me pasaba días enteros debatiendo con los demás.” La banda de sonido
de esa actividad frenética estaba constituida por el dub, Robert Wyatt, la can
tante de jazz vanguardista Annette Peacock y artistas de folk británico como
Martin Carthy o The Albion Band. Cualquier cosa, menos rock convencional.
Dejando atrás a The Desperate Bicycles, Scritti Politti se convirtió en el
grupo más icónico del movimiento do ityourself, un ejemplo para seguir en
términos teóricos y prácticos, creadores de un estilo musical intencionalmente
fragmentario o desparejo, que Green bautizó como “messthetics” [estética del
desorden] en una canción-manifiesto del mismo nombre. Durante una entre
vista con el fanzine After Hours, el cantante también alabó lo que consideraba
una nueva camada de “grupos abrasivos y desmañados” como The Raincoats:
“Nos gusta mucho su entusiasmo, sus errores, su manera de parar y volver a
empezar. Es un sonido que avanza a fuerza de tropezarse”. 267
Las entrevistas de los comienzos de Scritti Politti retrataban enigmática
mente a la banda casi com o una organización clandestina, que se mantenía en
la periferia de la escena musical local y exploraba una suerte de espacio exterior
de la política y el pop, sin medias tintas ni limitaciones. En temas como “ Is
and Ought the Western World”, en el que la letra oscila verso a verso entre los
detalles prosaicos de la opresión de todos los días y los contornos abstractos de
la estructura política subyacente, se hacía evidente que el grupo iba más allá
de los esquemáticos ejemplos de Gang ofFour, del mismo modo en que antes
G ang o f Four había trascendido la retórica de las canciones de protesta de
Tom Robinson.
Para m uchos, Green se convirtió en una especie de gurú de la teoría den
tro de la corriente postpunk. Su gran elocuencia y la detallada complejidad
de su pensamiento llamaban la atención en una época en la que el punk se
estaba fragmentando rápidamente. En el estribillo de “M essthetics”, el can
tante declaraba “Sabemos lo que hacemos”; con eso quería decir que la inesta
bilidad de la música que tocaban era voluntaria. Por otro lado, en otro senti
do, los integrantes de Scritti Politti convencieron a muchos de que ellos sí
sabían algo que el resto ni siquiera sospechaba o, por lo menos, que estaban
mucho más conscientes de los dilemas cruciales de la cultura y la escena pop
que la competencia.
Una de las principales ideas con las que trabajaba el grupo era el concepto
de “hegemonía” de Grrarnsci, un término muy amplio que abarcaba la ideología
oficial del Estado, la Iglesia y otras instituciones, al igual que ese fenómeno
más vago y subliminal denominado “sentido común”, cuyas certezas respaldan
todo sistema social. En el tema que compusieron al respecto, “Hegemony”,
Green afirma: “ [hegemony is] the foulest creature that set upon a race” [(La
hegemonía) es la criatura más espantosa que se haya abalanzado sobre una
r ^ ] , y luego, cuando pronuncia las palabras “How do you do this?/ H ow can
you do it to me?” [¿Cómo haces esto?/ ¿Cómo puedes hacerme esto a mí?], el
cantante ya suena fuera de sí, como si estuviera tratando de liberarse deses
peradamente del control mental que ejercen los poderes hegemónicos sobre
él. En el estribillo, la banda recita con ironía el tipo de frases vulgares que en
general pasan por obviedades y que dan cohesión a la hegemonía imperante:
“Un salario digno para un trabajo digno” , “Uno no puede cambiar la natu-
268 raleza del hombre”, ‘'.Algunos nacen para liderar y otros para obedecer”. Antes
de que termine la canción, el grupo se burla también de los clichés que ayu
dan a preservar el statu quo del rock: “El rock ‘n’ roll llegó para quedarse”, “Es
bueno, pero ¿es bailable?” y “Actitud al hablar, actitud al actuar”.
Scritti Politti se fue concentrando cada vez más en el lenguaje mismo como
m ecanism o de opresión. En la funda del tercer disco del grupo, el EP Peel
Sessions, una página del apócrifo libro Scritto's Republic [La República de Scritto],
postula la idea de que la lengua es una suerte de flujo conductor del poder, que
permea nuestras conciencias y construye la “realidad”. En “ P.A.s”, el último
tema de 4 A Sides, Green señala que la Italia de 1920 y la Alemania de 1933
fueron lugares y momentos en los que “el lenguaje se apagó”. C on un tono
dulzón, etéreo, casi melifluo, aborda el misterio que representa el apoyo popu
lar al totalitarismo y reflexiona: “How did they all decide?/ W hat was irrational/
Is national!” [¿Cómo es que todos decidieron?/ Lo que era irracional/ ¡Es na
cional!] . Luego se imagina que el desempleo masivo podría desencadenar la
misma situación durante los años ochenta en Gran Bretaña.
Ludwig Wittgenstein, otro de los ídolos de la teoría de Green, argumenta
ba que todos los problemas de la humanidad surgían de nuestro encandilamien-
to con el lenguaje. La cuestión, entonces, era: ¿cómo podemos liberarnos de
esta prisión de la lengua cuando la única h err^ ie n ta que tenemos a nuestra
disposición es, precisamente, un hecho lingüístico? La tensa energía de “Bibbly-
O-Tek”, otra de las canciones de 4 A Sides, parece disiparse cuando el cantante
“recuerda que no hay escapatoria”, aunque luego se dispone a dar pelea de todas
maneras. A lo largo de todo el EP, el fervor y la alegría de la música que se crea
a sí misma parecen triunfar. El tema “D oubt Beat” transmite una sensación de
convicción férrea: la batería de Morley y el melódico bajo de Jinks encarnan
eso que Gramsci llamaba “el optimismo de la voluntad” , como bastión contra
“el pesimismo del intelecto” de la letra. Peel Sessiom, en cambio, parece docu
mentar la decadencia de Scritti Politti. La música no para de desmoronarse en
cada tema, y la preocupación del cantante es constante. “ Es un disco realmente
enfermizo”, dijo Green años después. “Es una muestra de mi estado mental
por esos días. Me da miedo. Ahora lo escucho y no puedo entenderlo.”
Los excesos del estilo de vida dejado y autodestructivo del grupo -n o
dormir, comer poco, abusar de las anfetaminas y otros estimulantes, pasar de
masiado tiempo en el turbio encierro del departam ento de Carol Street (que
ni siquiera tenía bañ o)- fueron desgastando a los integrantes poco a poco. Lo 269
mismo pasó con el estricto régimen intelectual e ideológico que los llevaba a
cuestionarlo todo las veinticuatro horas del día. Cuando, a mediados de 1979,
quisieron grabar otros dos EP, el proyecto fracasó estrepitosamente, porque la
banda comenzó a criticarse a sí misma y llegó a creer que nada de lo que to
caban tenía ningún valor. En sus momentos más extremos, el impulso de
Scritti Politti era desafiar cada uno de los aspectos del “proceso del rock” (in
cluso la palabra “rock” era demasiado sospechosa: Green prefería decir “músi
ca beat”), y no estaba muy lejos de los tribunales de autocrítica m aoístas,
donde los miembros del partido se reprendían a sí mismos por sus tendencias
contrarrevolucionarias y secretamente burguesas. “Todo se canalizaba a través
de la obsesión monomaníaca de Green con aquello que consideraba correc
to”, indicó Penman. “Se pasaba la mayor parte del tiempo desdeñándolo todo,
como un Papa reacio al jabón.”
La mentalidad del grupo comenzó a tornarse agresiva, incluso paranoica.
Un día Green proponía que desmantelaran toda la estructura capitalista basa
da en la competencia entre bandas (“¿Por qué los grupos de rock occidentales
no pueden trabajar como los músicos de jazz, que comparten instrumentos,
equipos e ideas, y se ayudan cooperando en las cosas más elementales?”) y al
día siguiente, por ejemplo, decía que debían librar una batalla para “conquis
tar espacios”, lo que significaba atacar a rivales como The Pop Group mediante
el descrédito ideológico.
El ego jugaba un papel muy importante en la actitud intelectual del can-
an te de Scritti Politti. Un ejemplo típico de la manera espinosa en que la banda
interactuaba con sus “oponentes” fue su encuentro con los simpáticos músi
cos de London Musicians’ Collective (o L C M ), dedicados a la improvisación y
también radicados en Camden, cuya base de operaciones estaba a apenas unos
metros de The Engineer, un pub cuyo cuarto trasero, según Steve Beresford
-cofundador de LCM —, se había convertido en “el tribunal de Scritti”. Una noche,
después de que todos los integrantes y asociados de Scritti Politti asistieran a
un recital de LC M , ambas bandas se retiraron a The Engineer, y allí se desató
un acalorado cruce ideológico entre las dos facciones postpunk. Beresford re
cuerda que Green “denunció el imperialismo burgués de las improvisaciones
del grupo y afirmó que él, en cambio, estaba tocando ‘la música del pueblo"'.
Para Green, LCM eran representantes del “formalismo” experimental más nar-
270 cisista y caprichoso.
London Musicians’ Collective nació en 1975, justo antes de que estallara
el punk. La idea era crear un proyecto abierto a todo el mundo que funcionara
como el mucho más exclusivo y elitista Musicians Co-Op. La cultura de im
provisación musical británica tenía muchas afinidades con el punk. Com o se
trataba de una escena muy limitada en recursos, desde principios de los seten
ta fue pionera en la mentalidad autonomista que luego cobraría tanta reper
cusión a finales de la década, y dio lugar a sellos independientes como Incubus
y a revistas idiosincráticas como Musics. “ Había una gran cantidad de ideas
anarquistas dando vueltas”, señaló DavidToop, otro de los fundadores de LCM.
Por otro lado, la noción de concebir la incompetencia como fuerza liberado
ra había sido difundida por Fluxus y John Cage, y adoptada por grupos como
The Portsmouth Sinfonia, una orquesta en la que todo el mundo tocaba un
instrumento que no dominaba y entre cuyos integrantes se encontraban, por
ejemplo, Brian Eno y Steve Beresford.
LCM juntaba a músicos de un virtuosismo increíble y amateurs naif sin el
menor talento para que tocaran, por ejemplo, en el Jazz Punk Bonanza, un fes
tival que ellos mismos organizaban. “En esa época me interesaba tocar músi
ca eléctrica ruidosa, por eso me gustaba tanto el aspecto caótico del punk”,
dijo Toop. Tanto a él como a Beresford les encantaba en especial el sonido
primitivo y exuberante de la primera etapa de The Slits. Según Beresford, “era
desopilante cómo contaban ‘uno, dos, tres, cuatro' antes de empezar a tocar
cada canción, no para marcar el ritmo, sino porque creían que eso era lo que
se suponía que tenían que hacer las bandas punk, como si fuera una especie de
ritual. Y Palmolive tocaba la batería de una manera increíble, parecía hablar
con los palillos”. De hecho, Beresford terminaría uniéndose a The Slits más
adelante, para tocar “sonidos locos” en fiscornos, teclados e instrumentos de
juguete durante una gira por los Estados Unidos.
En 1979, el movimiento postpunk se había ampliado tanto que empezó a
incursionar en géneros que hasta entonces p ertenecían a los márgenes de la
m úsica prepunk. Artistas com o Viv Albertine, de T he Slits, empezaron a
gravitar en torno a LCM, donde todos eran bienvenidos a tocar. El lugar en el
que se reunían los integrantes e invitados de LCM era un edificio que antes
había pertenecido a la empresa ferroviaria British Rail, “sucio y con una acús
tica pésima'', en palabras de Beresford. En general, no había ningún sistema
de refuerzo de sonido y, según Toop, una proporción importante de los cua 271
tro o cinco recitales semanales que organizaban “no valía la pena”. Sin em
bargo, LCM se convirtió en un verdadero epicentro local. Su característica prin
cipal era la fluidez. Espontáneamente, surgían infinitas colaboraciones que
nunca más volvían a darse, con músicos que participaban en varios grupos al
mismo tiempo. Todo ese ir y venir, esa energía polimorfa, representaba un in
tento de deconstruir el arquetipo de la banda de rock convencional. Estos
cong lom erados inestables de artistas y am ateurs que operaban en el lím ite
entre la m úsica y el ruido parecían estar a un m undo de d istancia de la dulzu
ra melódica del pop, las marcas registradas y las carreras artísticas a largo plazo.
Y sin embargo, LCM superó la corriente postpunk entera cuando The Flying
Lizards -u n grupo de pop dadaísta en el que participaban Toop y Beresford,
entre otros- logró un hit más grande que todos los de Joy Division o PiL en
el Reino U nido.
A mediados de 1979, el cover que The Flying Lizards grabó de “Money
(That's ’^ ^ a t I Want)” llevó el sonido clásico-vanguardista de los instrumen
tos “preparados” al Top 5 británico. El bombo que se oye en el single no es una
batería, sino un bajo al que golpearon en el estudio con un palo para m arcar
el beat, y el sonido del piano, que parece tocado casi como si fuera un bajo, en
realidad fue creado arrojando objetos -juguetes de goma, un cenicero de vidrio,
una guía telefónica, una grabadora de cassettes, partituras- dentro de un piano.
La versión más famosa de la canción, escrita originalmente en colaboración
con el fundador de Motown, Berry Gordy Kr., es la de los Beatles, que se editó
en 1963. El cover d eT he Flying Lizards suena como si el cuarteto de Liverpool
la hubiese grabado durante su etapa lisérgica. El solo extremadamente distor
sionado de guitarra es pura anarquía, mientras que los coros evocan los cánti
cos tribales del Amazonas. La cantante principal, Deborah Evans, reemplaza
la voz rasposa y proletaria de John Lennon por una entonación llena de des
precio aristocrático, glacial.
El cerebro del grupo era David Cunningham, a quien Toop había conoci
do cuando enseñaba en la Facultad de Arte de M aidstone. D e hecho,
Cunningham era menos un m úsico que un productor autodidacta, un erudi
to de la producción musical, que escuchaba con atención a “autores” como Joe
Meek, Phil Spector y Lee Perry. Respaldado por el éxito de “ Money” y sacan
do provecho de las circunstancias, Cunningham consiguió negociar un con-
272 trato con Virgin en el cual The Flying Lizards figuraba como una empresa de
producción, y que le permitía a él trabajar con un amplio espectro de músi
cos. Efectivamente, en solo dos discos, llegaría a colaborar con Bruce Smith,
de The Pop Group, el compositor Michael Nyman (quien había sido su men
tor en M aidstone) y Robert Fripp.
El disco homónimo de The Flying Lizads, su primer álbum, era un experi
mento de pop absurdista, q ue incluía un cover de B recht-Weil, cánticos en
sánscrito, sonidos encontrados y texturas instrumentales rarísimas. El gusto de
Cunningham por el uso de procesadores de señales en el estudio y efectos
bizarros aumentaba el espíritu artificioso del proyecto. De cualquier manera,
Cunningham no dejaba de repetir que si había “una especie de elemento punk”
en la banda, si por punk se entendía simplemente que uno podía “hacer lo que
se le diera la gana”. En realidad, su noción del punk en 1977 no provenía de
The Clash, sino de This Heat, un grupo muy vanguardista cuyos intentos de fu
sionar extremismo sónico y político eran igual de intensos que los de The Pop
G roup. N o es sorprendente, entonces, q ue Cunningham haya term inado
representando aT h is Heat y coproduciendo su álbum debut.
Esta banda, formada unos años antes del estallido del punk, surgió del
mismo entorno que King Crimson y Soft Machine. Por eso aún podían oírse
rastros de rock progresivo en su música, sobre todo la influencia vocal de Roben
Wyatt. Sin embargo, su sonido deriva en mayor parte de la negatividad de fi
nales de los años setenta y de un espíritu de extremismo experimental tom a
do del dub, la música concreta y el free jazz de los sesenta. El eslogan de This
Heat era “Todos los procesos son posibles. Todos los canales están abiertos.
Alerta las veinticuatro horas”.
Convencidos de que “todo era una posible fuente de creación musical”,
como dijo el cantante y baterista Charles Hayward, los integrantes de This
Heat acumulaban montones de “instrumentos rotos, pianos de juguete destar
talados y muñecos parlantes que funcionaban a m edias”. Si bien Gareth
W illiams no era músico, su papel era crucial en la banda. ‘'A veces, lo que
Gareth hada era tocar una sola nota en el teclado durante doce minutos, que
m anipulaba muy lentamente con innumerables pedales de efectos. Creaba
música sorprendente, con una nota”, señaló Hayward. “ Era una manera de
repensar lo que significaba la ‘técnica’. En lugar de andante o legato, era ‘eno
jado' o ‘a los tumbos'.”
El año 1977 le brindó a This Heat un contexto en el cual, de repente, su 273
“deseo de perpetrar la peor de las violencias contra las nociones de lo que era
aceptable en la m úsica” , en palabras de Hayward, había cobrado sentido.
“ Existía una enorme cantidad de oportunidades en el universo punk,
movimiento que, si bien no integrábamos, nos abrió m uchas puertas”, dijo
Hayward. A través de David Cunningham, This Heat logró acceso a un es
tudio llamado C old Storage, que antes había funcionado com o frigorífico y
que estaba ubicado en una fábrica de pasteles abandonada en el sur de Londres.
Allí pudieron dar rienda suelta a sus ansias de innovar y se dedicaron a realizar
intensos experimentos relacionados con la edición de cintas de grabación.
Para su álbum debut hom ónimo, editado en 1979, This Heat armó un m on
taje entre varias grabaciones lo-fi en vivo y veinticuatro pistas en estéreo
grabadas en otro estudio con mejores equipos, creando una mezcla descon
certante de atmósferas casi incompatibles.
Aun así, la música de This Heat no era formalista ni experimental porque
sí, sino música de protesta abstracta, llena de furia y compromiso social. Deceit,
disco que la banda editó en 1981, era un álbum casi conceptual, que trataba
sobre la inminente llegada del fin del mundo. El primer tema, “Sleep”, describe
cómo el Sistema hunde a la gente en la más completa apatía a fuerza de grandes
dosis de consumismo y entretenimiento, “una vida encerrada en una rutina de
comida”. Com o tantos de sus pares postpunk, This Heat quería despertar a su
público para que tomara conciencia de los males que asolaban a la humanidad.
Todas sus canciones, mediante contradicciones y quiebres internos, inducían
un estado de alerta que podríamos describir como doloroso. “Por eso nuestra
música no era ni psicodélica ni fluida, por eso era tan brusca y geométrica. No
queríamos drogar al público con nuestros sonidos”, afirmó Hayward. Asimismo,
la imagen del grupo proyectaba una sobriedad decidida. La foto en la contrata
pa de Deceit muestra a los miembros de la banda -Hayward, Williams y el mul-
tiinstrumentista Charles Bullen- vestidos de saco y corbata (de segunda mano),
pelo corto y prolijo, y el entrecejo fruncido.
“La música fomentaba cierto orgullo”, observó Hayward. “Nuestro look
estaba vinculado con la idea de tomarse las cosas en serio, para así poder com
batir a todos los hijos de puta que estaban arruinando el m undo.”
Deceit se editó bajo el sello Rough Trade en 1981, cuando la discográfica
estaba pasando su momento de mayor prosperidad, convertida en el centro de
274 la vanguardia postpunk londinense. Su catálogo incluía una gran proporción
de las bandas más innovadoras de la ciudad -Scritti Politti, The Raincoats,
This Heat, Essential Logic, The Red Crayola-, al igual que otros grandes nom
bres como The Young M arble Giants, Cabaret Voltaire, Swell M aps, Kleenex
y muchos más. Salvo uno o dos grupos, todas las bandas antes mencionadas
participaron en la seminal recopilación pensada para introducir Rough Trade
en el mercado estadounidense, Wanna Buy a Bridge?. Muchos de los que com
praron esta antología en los Estados Unidos, editada en 1980, afirmaron que
había cambiado sus vidas.
Los músicos de Rough Irad e a menudo colaboraban en otros proyectos del
sello, una costumbre y una ética de trabajo cooperativo fomentada por G eoff
Travis. Charles Hayward, por ejemplo, tocó la batería en la grabación del clási
co de The Raincoats, Odyshape, mientras que Red Crayola, bajo el liderazgo
de Mayo Thom pson, se convirtió en el megagrupo del sello, con la partici
pación de Epic Soundtracks (de Swell Maps), Lora Logic (de Essential Logic)
y la bajista Gina Birch (de The Raincoats).
Birch había emigrado de Nottingham para asistir a la Facultad de Arte de
Hornsey y llegó a Londres justo a tiempo para sumergirse en la “energía salva
je y sin rumbo” del punk. El disparador de The Raincoats fue haber asistido a
un concierto de The Slits. “Les tenía una envidia casi enfermiza”, explicó Birch.
“Pero era una envidia estimulante, del tipo que te hace decir: ‘Me encantaría
haber hecho eso’.” Fue entonces cuando formó la banda junto con Ana da
Silva, una poetisa portuguesa de veintisiete años (ocho más que Birch), con un
doctorado en Letras y una tesis sobre Bob D ylan.A m bas terminaron reclutan
do a un grupo compuesto exclusivamente por chicas, con Palmolive (que se
había separado de The Slits hada poco) como baterista y Vicky Aspinall, una
violinista formada académicamente que antes había integrado una organización
musical feminista llamada Jam Today.
“Ser mujer significa sentirse femenina, expresarse de manera femenina y
(por lo menos por ahora) reaccionar contra lo que se ‘supone que debe ser’ una
mujer”, escribió Ana da Silva en el folleto que editó Rough Trade sobre The
Raincoats. “Esta contradicción crea un determinado caos en nuestras vidas y,
si no queremos negar lo que realmente somos, tenemos que dejar de lado lo
que se nos ha impuesto y crear nuestras propias vidas de una manera nueva.
Es importante tratar, dentro de lo posible, de no jugar los juegos que con
tinuamente nos propone la sociedad.” El m étodo que adoptaron las integrantes 275
de la banda para vencer la presión de ser “femeninas” fue vestirse de manera
ordinaria, con un abandono que en un grupo de hombres habría pasado de
sapercibido en aquella época. En un grupo de mujeres, en c ^ b i o , se convertía
en un gesto radical, una negación magnífica de cualquier tipo de glamour.
“Éramos muy tímidas, la verdad”, dijo Birch. Los recitales de la banda eran
menos actuaciones que “una especie de proceso, que el público se sentía agrade
cido de poder ver, como si en realidad lo estuviera espiando”. Kurt Cobain,
seguidor fanático del grupo, usó la misma metáfora en el texto que escribió
para la reedición de uno de los discos de The Raincoats. Al oír su música,
señaló, él se sentía “com o si estuviera con el grupo en la m ism a casa, una casa
antigua, y tuviera que quedarme muy quieto o se darían cuenta de que las estoy
espiando, lo que arruinaría la experiencia, porque la clave de su música está en
la privacidad de lo que tocan”.
Aunque el feminismo estaba muy presente en las universidades, los insti
tutos de arte y el movimiento okupa, la industria de la música todavía seguía
en la Edad Media en lo que respecta a su conciencia de género. Los anuncios
publicitarios muchas veces usaban mensajes machistas o imágenes que evoca
ban hechos de violación. En ese contexto, la obsesión de las bandas postpunk
con el “rigor ideológico” cobraba todo un valor moral. El tema “O ff Duty Trip”
de The Raincoats, por ejemplo, trataba de un escandaloso juicio por violación
que había tenido lugar por entonces, en el cual el juez había sido poco severo
con el acusado para no arruinar su carrera militar. Sin embargo, la mayoría de
las canciones del grupo eran exploraciones más indirectas de la zona donde lo
personal y lo político se superponen. Y su música, un punk desaliñado, rui
doso y con algún que otro tinte de folk, no era ni grandilocuente ni didácti
co. “Practicábamos durante horas. N o creo que hubiera bandas que practicaran
más que nosotras, pero siempre se nos terminaba viniendo todo abajo”, ob
servó Birch. “Nos esforzábamos al máximo para tocar cosas que estaban un
poco más allá de nuestro alcance.” A diferencia de tantos músicos que tomaron
su inspiración del punk y adoptaron el espíritu ^ a t e u r del movimiento aunque
en realidad eran instrumentalistas con buena técnica, The Raincoats realmente
aprendieron a tocar sobre la marcha, frente al público.
Luego de la gloriosa desprolijidad de su primer álbum, The Raincoats, el
sonido del grupo empezó a recibir el influjo de todo tipo de géneros exóticos,
276 desde la música tribal hasta Ornette Coleman y Miles Davis. A sus integrantes
también se les dio por juntar “instrumentos raros de tiendas de segunda mano
y ferias”, explicó Birch, “como el balafón, un instrumento malí con resonadores
de calabaza en la parte de abajo, fragmentos de madera hermosos y orificios
con formas extrañas”. El resultado de todos esos agregados -Odyshape, su se
gundo álbum—es un ejemplo de cómo suena el postpunk cuando se lo despo
ja de los elementos más característicos del rock. “Mis melodías de bajo em
pezaron a ampliarse y a hacerse más libres y fluidas”, señaló Birch. El ritmo de
los temas de The Raincoats nunca había sido muy ortodoxo. Palmolive tenía
“un montón de tom-toms pequeños, así que siempre fue una cosa un poco
tribal. Ella no marcaba el beat para que nosotros la siguiéramos: era algo más
caótico, más simultáneo”. Cuando se editó Odyshape, sin embargo, Palmolive
ya se había separado del grupo y muchas de las canciones fueron escritas sin
un baterista en mente. Las partes de percusión se agregaron luego, gracias a
varios músicos invitados, como Roben Wyatt (a quien habían convencido de
volver al ruedo por aquella época para grabar una serie de singles brillantes y
de temática política para Rough Trade). “Only Love at Night” parecía una caja
de música de gamelán, con diferentes partes que se complementaban y ensam
blaban como si fueran engranajes. En esta canción, al igual que en la mayor
parte del disco, el grupo intercambió instrumentos durante las sesiones de
grabación (una práctica frecuente en el postpunk, cuya intención era preser
var la “frescura” de la música): Aspinall tocó el bajo; Birch, la guitarra; y Da
Silva, una kalimba (una suerte de piano africano que se toca con los pulgares)
de sonido brillante y melancólico. La precisión inmaculada de la percusión de
Charles Hayward, agregada a la pista más adelante, juega un papel más bien
decorativo, ya que es uno de los muchos pulsos paralelos del tema.
Durante todo ese período, Birch también tocaba en Red Crayola, porque
se había hecho gran amiga de Mayo Thompson, coproductor del primer álbum
d eT h e Raincoats. “Para mí, las cosas que hacíamos en Red Crayola eran una
extensión de lo que yo estaba haciendo en The Raincoats; es decir, tomar algo
bastante normal y retorcerlo hasta obtener algo original”, afirmó Birch. La
primera encarnación de Red Krayola (con K en los Estados Unidos, porque el
nombre con C ya era marca registrada) surgió de la misma escena psicodélica
tejana queTheThirteenth Floor Elevators. Red Krayola participó del espíritu
lisérgico de aquella época, pero al mismo tiempo, su filosofía iba a contrape
lo del resto de los grupos de la contracultura. Esa “disidencia entre los disidentes” 277
se volvió una actitud característica de Mayo Thompson. Thompson añadió al
grupo algo de conceptualismo académico, en oposición al misticismo extremo
tan en boga a fines de la década del sesenta. El segundo álbum de la banda,
Coconut Hotel, grabado en 1967 y r e c h ^ d o por el sello discográfico del grupo
por “ser demasiado experimental”, incluía canciones con títulos como “Vocal”,
“Free Guitar” y “Piano”.
A comienzos de los setenta, Thom pson se m udó a Nueva York. Allí ter
minó uniéndose a Art and Language, ya que lo atrajo su espíritu combativo
- “Estaban buscando pelea, y yo siempre busco pelea”- , y grabó un álbum
con ellos, CorrectedSlogans. Luego se m udó a Inglaterra justo a tiempo para
el estallido del punk, que le brindó el tipo de “acción y peligro” que tanto le
gustaba. En Gran Bretaña se hizo amigo de Pere Ubu y, en 1979, invitó al
grupo a que lo acompañara en la grabación de un nuevo disco de Red Crayola,
Soldier-Talk. Mientras tanto, Thom pson se estaba volviendo una figura cada
vez más im portante dentro de Rough Trade, donde produjo o coprodujo
(con G eo ff Travis) a muchas de las mejores bandas postpunks de la época,
además de asum ir el rol de vocero del sello. De hecho, en cierto sentido, tam
bién se convirtió en el “ideólogo principal” de la discográfica, lo que muchas
veces lo hizo entrar en conflicto con Green, otro de los gurús de la teoría en
el círculo de Rough Trade. A diferencia del sufrido cantante de Scritti Politti,
no obstante, T hom pson veía muchas veces con humor las ironías grotescas
del sistema capitalista. Al hablar de su pasión por las estructuras musicales
“rotas” , observó: “N o es mi culpa que el m undo esté tan fragm entado; lo
único que hice fue darme cuenta de que esa era la realidad”. En 1981, Rough
Trade editó Kangaroo?, de Red Crayola, con letras de Art and Language sobre
distintas “monstruosidades” generadas por las contradicciones internas de la
cultura burguesa.
Al mismo tiempo que reflotaba Red Crayola, Thompson empezó a tocar
la guitarra en Pere Ubu (banda que, para entonces, ya había abandonado los
sellos discográficos más importantes y firmado contrato con Rough Trade).
Algunos críticos culparon a Thompson por la dirección musical anti-rock de
Pere Ubu durante este período, pero lo cierto es que el grupo ya había decidi
do seguir ese camino desde hacía tiempo. Debido a su filiación con los Testigos
de Jehová, David Thomas de repente llegó a la conclusión de que el rock ‘n’
278 roll era música herética y despertaba pasiones egoístas. En The Art ofWalking,
el primer álbum que la banda editó con Rough Trade, en 1980, Pere Ubu ya
había descartado no solo los riffs pesados, sino todo lo que tuviera que ver con
la sordidez, la decadencia y cualquier otro resabio “industrial”, y los había reem
plazado por imágenes bucólicas, antropomorfismo ecológico y canciones sobre
peces y dinosaurios. “The birds are saying what I want to say” [Los pájaros
están diciendo lo que quiero decir], cantaba con emoción Thom as en uno de
los temas, mientras que en “Go” recomendaba prestar atención a “las pequeñas
cosas que dan placer”.
A pesar de este cambio desconcertante, Pere Ubu era una de las bandas
más importantes del catálogo del sello, aunque el grupo más exitoso de Rough
Trade, en términos de crítica y ventas, era sin duda Young Marble Giants, un
trío de Gales que, al igual que Pere Ubu, se dedicaba a tocar una especie de
pastoralismo postrock, aunque de mucha mejor calidad. El primer (y único)
álbum de la banda, Colossal Youth, se convirtió en uno de los discos más ven
didos de Rough Trade durante la época postpunk. La música de Young Marble
Giants evocaba una quietud y una tranquilidad que parecían absolutamente
novedosas en 1980. Su sonido, pensado por el fundador y compositor prin
cipal de la banda, Stuart Moxham, com o una protesta contra el punk, estaba
inspirado en partes iguales por las texturas suaves y ligeras de ciertos artistas
de música clásica y ambiental, y los órganos que sonaban en las ferias y las
viejas salas de cine, como los Wurlitzers. Moxham desarrolló un estilo seco,
entrecortado y mitigado, usando una Rickenbacker muy aguda y una técni
ca para enmudecer las cuerdas (sobre las que apoyaba la mano con la que ras
gueaba para disminuir las vibraciones). El resultado era un estilo muy pecu
liar, a medio camino entre los riffs metálicos y el trémolo de Duane Eddy y
la prolijidad de la guitarra rítmica de Steve Cropper. El bajo de su hermano
Phil -agudo, melódico, muchas veces fácil de confundir con una guitarra-
también proyectaba una presencia extraña, notable. Para Moxham, ambos
instrumentos se entrelazaban “com o si fuera un tejido”, una metáfora sor
prendentemente poco masculina que logra sintetizar la belleza y el calmo ex
tremismo de la música del grupo. Los beats, generados en una caja de ritmos
rudim entaria, eran reproducidos a su vez en una grabadora de cassettes
monofónica de pésima calidad. A veces, la paleta de sonidos de las canciones
incluía teclados y ruidos rarísimos, muy sutiles, creados mediante señales
moduladas en anillo o con dispositivos armados por el prim o de los hermanos 279
Moxham, experto en tecnología.
Sin embargo, lo que separaba a Young Marble Giants del resto era la manera
de cantar íntima, casi hablada de Alison Statton. Alison era la novia de Phil, y
Stuart nunca quiso que se uniera a la banda. D e hecho, cuando los lectores de
NME la votaron como la octava mejor cantante de 1980, Stuart objetó: “¡Pero
si ella no es cantante! Es una persona que canta, que es distinto. Alison parece
cantar como si estuviera esperando el autobús o algo así. Una cantante de ver
dad tiene más control sobre la voz”. Sin querer, Stuart había descrito por qué
Alison era perfecta para la banda: tenía el atractivo de lo común, de lo corriente,
y una voz seductoramente pálida. Por otro lado, su imagen -vestidos estam
pados, zapatillas blancas, soquetes- también complementaba el aire de inocen
cia rural del grupo.
Young Marble Giants parecía música hecha por y para personas introver
tidas. Moxham explicó que habían intentado crear un sonido “que se aseme
jara al que produce la radio cuando uno sintoniza el punto medio entre dos
emisoras y la escucha bajo las sábanas a las cuatro de la mañana [...] , con esos
sonidos geniales de onda corta, fragmentarios y parcialmente modulados”. Sin
saberlo, muchos habían estado esperando una banda que ofreciera ese tipo de
sutileza o insidia bien disimulada. Rough Trade prácticamente adoptó a los in
tegrantes de Young Marble Giants como si fueran miembros de su “familia”.
M oxham ha dicho que G eo ff Travis fue casi un padre para él y que The
Raincoats eran “como esas tías con mucho carácter y personalidad, que te pro
tegen y aconsejan. Por un lado, eran feministas decididas, de una especie que
nosotros no conocíamos hasta entonces (por ejemplo, no se depilaban las pier
nas) y que nos intimidaba. Pero siempre fueron muy buenas con nosotros”. La
actitud anti-rock de Young Marble Giants (a menudo llevaban su perro a los
recitales) encajaba a la perfección con el estilo del sello.
Lamentablemente, la banda terminó separándose debido a conflictos in
ternos apenas diez meses después de editar Colossal Youth, en marzo de 1980.
En ese lapso, también grabaron y sacaron a la venta un EP, F in al Day, cuya
canción homónima probablemente sea la mejor del grupo, además de la más
conocida, gracias a la difusión que le dio el programa de John Peel en Radio
One. “ Ese tema salió en un solo intento, ya terminado”, comentó Moxham.
‘Tardamos tanto en componerlo como se tarda en escucharlo”. Según M o x h ^ ,
280 la nota aguda que se puede oír durante toda la canción representa el “miedo
de fondo” que implica vivir con la posibilidad constante de una guerra nuclear;
para crearla, atascó un fósforo en una de las teclas del órgano. N o obstante, lo
más aterrador de “Final Day” es su brevedad (apenas un minuto y medio) y el
tono fatalista de Statton al cantar: “When the light goes out on the final day/
We will ali be gone having had our say” [Cuando la luz se apague en el día
final/ Todos nos habremos ido, habiendo dicho lo que teníamos para decir].
A principios de los setenta, John Peel era el único DJ hippie de la BBC, y
solía pasar una gran cantidad de temas que abarcaban géneros como el folk
rock, el rock progresivo, el reggae y canciones raras o de culto. Aun así, no
tardó en adoptar el punk cuando este hizo su aparición en la escena cultural
inglesa, y en 1979, ya se había convertido en una figura importantísima de la
cultura independiente postpunk. “Si sabías que una de tus bandas favoritas iba
a tocar en el show de Peel, era igual de importante escucharlo que ir a uno de
sus recitales”, dijoTony Fletcher, de la revista Jamming. “Y si por alguna razón
tenías que salir, le decías a algún amigo que te lo grabara.” Los temas que Peel
descubría a veces terminaban apareciendo en los programas de otros de los DJ
de Radio One, y como resultado, muchas canciones se convirtieron en hits en
Gran Bretaña a pesar de no ser lo que uno acostumbraba oír en el mainstream.
Por ejemplo, la artista neoyorquina Laurie Anderson, conocida por su arte per-
formático, llegó al puesto número dos de los rankings a fines de 1981 con “O
Superman”, un tema tétrico de ocho minutos basado principalmente en una
grabación distorsionada de su voz, y Pigbag -banda en la que tocaba Simon
Underwood, ex integrante de The Pop G roup- alcanzó el puesto número tres
a mediados de 1982 con el single “Papa’s G ot a Brand New Pigbag”.
El apoyo que Peel ofrecía a los artistas marginales y rebeldes era todavía
más importante en aquel entonces de lo que puede parecer hoy a simple vista,
ya que, antes de que se desregularizara la difusión radial en el Reino Unido,
Radio One prácticamente monopolizaba el mercado local de música pop. Sin
embargo, irónicamente, la centralización nacional de la radio británica creó la
posibilidad de descentralizar la cultura de una manera muy eficaz: Peel recibía
discos raros de todos los rincones del país, editados de manera independiente,
y no solo los escuchaba y seleccionaba con mucho cuidado, sino que, además,
al ser un ferviente defensor del regionalismo, le daba preferencia a los grupos
radicados en las provincias. Si a él le gustaba el single que uno le enviaba, in
mediatamente lo difundía a nivel nacional. “Muchas veces llegaban grabaciones 281
de chicos insolentes que tocaban en pueblos perdidos de Lincolnshire, lugares
que uno solo podía ubicar con la ayuda de un mapa”, explicó Peel un par de
años antes de su muerte. “Y a mí me encanta el optimismo del amateur. Es mi
debilidad. Otra cosa que me gustaba mucho era que una gran cantidad de esas
bandas no tenían la menor ambición. En general, lo único que querían era que
pasáramos el single que habían grabado o tocar en nuestro programa.” A veces
las sesiones que se grababan especialmente en la BBC para el show de Peel se
terminaban editando como singles, como pasó con Scritti Politti y su EP Pee/
Sessions. También fue el caso deThe Prefects, un grupo cacofónico e irreverente,
oriundo de Birmingham, cuyo tema más masivo, “G oing Through the
Motions”, se burlaba de las bandas de rock profesionales, y que, además, había
editado canciones experimentales como “Bristol Roads Leads to Dachau” (una
canción de doce m inutos) y un cover de ocho segundos de “ Bohemian
Rhapsody” de Queen.
Las “bandas de John Peel”, prácticamente, se volvieron un género de músi
ca propio entre 1979 y 1981. Había todo tipo de excéntricos con grabadoras
multipistas que enviaban singles editados en sus cuartos y, si a Peel le gusta
ban, usualmente disfrutaban de un breve período de gloria en la radio nacional.
Un ejemplo clásico es “There Goes Concorde Again” de (And The) Native
Hipsters. Nacido como un proyecto de dos graduados de la Facultad de Arte
de Wimbledon, William Wilding y Nanette Greenblatt, este tema de 1980 com
binaba amaneramiento artificial y un poco empalagoso con rareza psicodélica
auténtica. Greenblatt, acompañada de unos teclados que evocaban una atmós
fera futurista, interpretaba a un ama de casa desequilibrada que miraba a través
de las cortinas y excl^ ab a: “¡Oooooohhh, miren! ¡Ahí va el Concord de nuevo!” .
Peel observó: “Ese era uno de esos temas que uno oía y pensaba: ‘En dos semanas
nos va a parecer increíblemente irritante, pero mientras tanto, escuchémoslo
una y otra vez hasta el hartazgo’”. Otra canción igual de bizarra era ‘‘I’m in Love
with Margaret Thatcher” de Notsensibles, la cual demostraba que, a pesar de
lo que dijeran, uno de los aspectos principales del postpunk consistía también
en no tomarse nada en serio. “ En general se habla del postpunk como si fuera
algo muy solemne y sombrío”, comentó Peel. “Pero muchas veces era graciosísi
mo. Cuando íbamos a los conciertos nos moríamos de risa.”
Sin embargo, sus programas no solo incluían comedia. Otro de los hits que
282 salieron del show de Peel en 1979 fue “Violence Grows” de Fatal Microbes, en
el cual la melancólica voz de Honey Bane, una estrella punk quinceañera,
describía la alarmante condición de la sociedad londinense en el que terminó
siendo un año famoso por su nivel de violencia callejera. Al mencionar cómo
los conductores de autobús habían aprendido a callarse la boca cuando los delin
cuentes se negaban a pagar, Bane provocaba al público: “While you’re getting
kicked to death in a London pedestrian subway/ Don’t think passersby will help,
they’ll just look the other way” [Mientras te estén matando a patadas en un paso
bajo nivel londinense/ No pienses que la gente te va a ayudar, simplemente mi
rarán para otro lado], mientras sonaba de fondo una guitarra lenta, hipnótica
y a m e n ^ n te , que combinaba “The End” de The Doors con “Venus in Furs”
de Velvet Underground. Por otro lado, Family Fodder logró fusionar lo ridícu
lo con lo temible en “Playing G olf (with My Flesh Crawling)”, un tema macabro
pero alegre, cantado desde el punto de vista de un humano en estado de putre
facción perpetua (“There’s times I feel fungus growing on me” [A veces siento
cómo me crece el moho por el cuerpo]) que desearía morir de una buena vez.
Más allá del show de Peel, la ética do ityourself se mantenía vigente gracias
a la escena underground de música en cassette. Los grupos que consideraban
que usar vinilo era demasiado costoso o profesional editaban sus temas de esa
otra manera y los vendían por un precio ínfimo, o los regalaban si uno les en
viaba cassettes vírgenes. Había cientos de bandas de este estilo en Gran Bretaña,
que usualmente tenían nombres absurdos o pueriles como G od and the Turds
[Dios y los soretes], The Night the Goldfish Died [La noche en la que murió
el pez dorado] o Anthrax for the People [Anthrax para el pueblo]. Incluso había
algunos sellos discográficos que solo editaban ese tipo de cassettes, como
Smellytapes o Deleted Records. Sin embargo, el sello más importante de la es
cena (el equivalente a Rough Trade, digamos) era Fuck O ff Records.
Fuck O ff estaba dirigido por K if Kif, ex integrante del grupo hippie Here
and Now. Kif Kif había terminado tocando noise punk con su propio grupo,
The O12, cuyo lema era “Bad music is soul music”.' El catálogo del sello incluía
más de treinta álbumes, y su banda estrella era Danny and The Dressmakers,
creadores de clásicos como “Com e on Baby Lite My Shite” y “Going Down the
Sperm Bank Four Quid a Wank”. No obstante, la declaración conceptual más
contundente del sello fue editar un cassette absolutamente cacofónico de The
Teen Vampires, gran parte del cual consistía en una discusión entre el cantante
y el bajista. K if lo describió como “la peor cinta que escuché en mi vida”. Pero 283
sintió la obligación de publicarla “solo por ser tan espantosa”. No importa si al
guien compró el cassette o no. La pureza del gesto -el principio do it yourselfy
la estética del desorden llevados al extremo- es innegable.
l. Juego de palabras, que puede leerse de dos maneras: “La música mala es música para
el alma” y “La música mala es la música soul”. [N. del T.]
CAPÍTULO 12
LA ESCEN A FREAK:
EL CABARET NOIR Y EL TEATRO DE LA CRUELDAD
EN E l POSTPUNK DE SAN F R A N C IS C O
“San Francisco es la capital mundial de los dementes”, observó una vez Jay 285
Clem, vocero de The Residents, sobre la ciudad que desde hace tiempo com
pite con Nueva York por el título de capital de los bohemios de los Estados
Unidos, un refugio para los experimentos artísticos y la vida anticonformista.
“Para mí, esta ciudad representa el último bastión de los Estados Unidos”, afir
mó en 1979 Damon Edge, de Chrome. “Las personas que no se adaptan a los
otros lugares vienen aquí [...] No hay otro sitio adonde ir.”
El entorno de los poetas y escritores beats de la década del cincuenta que
solían reunirse en la librería City Lights, al igual que el de los hippies y artis
tas de fines de los años sesenta que frecuentaban Haight Street y The Fillmore,
se encuentran bien documentados. Sin embargo, se ha prestado mucha menos
atención a la tercera época dorada de la bohemia de San Francisco, que se basó
en el punk rock, la cultura industrial y la sinergia entre el arte y la música, tres
fenómenos que se manifestaron de maneras variadas y escandalosas a fines de
los setenta y principios de los ochenta. Blaine L. Reininger, cofundador del
ensamble de cabaret teatral y electrónico llamado Tuxedomoon, se refirió a esa
época como “nuestra Bel/e Époque”. “San Francisco parecía estar llena de ge
nios en aquel entonces, y la escena que surgió en lugares como The Mabuhay
Gardens y The D eaf Club hacía que uno sintiera lo mismo que deben haber
sentido quienes estaban en París cuando Toulouse-Lautrec y Gauguin frecuen
taban los cafés de Montmartre. Teníamos la impresión de estar poseídos por
algún demonio o dios, y trabajábamos siempre experimentando algo que solo
puedo denominar un ‘estado de gracia'.”
Al igual que Nueva York, en aquel tiempo San Francisco era un luugar donde
se podía vivir casi gratis, lo que permitía a los artistas prescindir de un traba
jo de tiempo completo y concentrarse en su labor creativa. A lo largo y ancho
de la ciudad había casas victorianas enormes y descuidadas, que se alquilaban
por muy poco dinero. “Tenía un caserón estilo victoriano de catorce habita
ciones, que compartía con otras cuatro personas y que nos costaba seiscientos
dólares al mes”, observó Peter Principie, bajista de Tuxedomoon. “Podíamos
vivir así porque todo era muy barato y la comunidad nos apoyaba.”
En lo que respecta a la escena rock local, sin embargo, los años inmedia
tamente anteriores al punk habían sido deprimentes, un mero resabio del pa
sado. Las calles estaban llenas de hippies anacrónicos, decepcionados, perple
jos, que deambulaban sin rumbo y se preguntaban una y otra vez “¿Qué carajo
286 fue lo que pasó, hermano?”. Los recitales casi habían desaparecido desde la
irrupción de la música disco. D e hecho, los clubes de rock se estaban convir
tiendo rápidamente en discotecas, donde lo usual era que solo se pasaran vi-
nilos (ya que los artistas de música disco rara vez tocaban en vivo). “Si uno es
taba en una banda por aquellos años, la única manera de conseguir trabajo era
tocar canciones ajenas”, afirmó Joseph Jacobs, bajista de Factrix, el grupo in
dustrial más importante de la zona.
Cuando el punk finalmente hizo su aparición, San Francisco fue una de
las primeras ciudades en los Estados Unidos que lo recibió con los brazos abier
tos. La escena se concentró en un puñado de lugares como Café Flor, The D eaf
Club, The Mabuhay yTem ple Beautiful. Café Flor era el punto de encuentro
principal de todo tipo de artistas, músicos y actores. En cambio, The D eaf
Club, ubicado en el sórdido barrio de Mission District, era “un auténtico club
para sordos, donde cada uno pedía su cerveza en lenguaje de señas y a los clien
tes habituales probablemente no les disgustaba la música porque no podían
oírla’’, dijo Steve Brown, deTuxedomoon. “¡Supongo que les parecería intere
sante sentir las vibraciones del piso!” Rodeado de bares nudistas, el restauran
te filipino Mabuhay organizaba recitales punk todas las noches, mientras que
Temple Beautiful era una sinagoga abandonada construida justo al lado del
templo del líder del culto religioso Jim Jones. “Lo que solían hacer era poner
un generador afuera deTem ple Beautiful y conectar la electricidad las noches
que había show”, señaló Principie.
San Francisco era un entorno propicio para los grupos experimentales, mu
chos de los cuales, a pesar de haber sido influenciados en un comienzo por la
agresividad del punk, rápidamente pasaron a incursionar en territorios sonoros
más amplios o esotéricos, a diferencia de las bandas punk locales ortodoxas
como The Avengers y The Dead Kennedys. Si San Francisco se convirtió en la
ciudad más importante del postpunk en los Estados Unidos después de Nueva
York, se debió en gran medida a la enorme tolerancia de su público hacia las
desmedidas pretensiones de los artistas. “Por supuesto, había un montón de arte
performático malísimo dando vueltas. Pero bueno, lo importante es que todo
eso estaba permitido”, explicó Bond Bergland, guitarrista de Factrix. “¡Y la gente
de San Francisco era muy permisiva!” La ciudad dio lugar a una corriente que,
incluso en comparación con la no wave en Manhattan, se dedicó a explorar de
una manera inaudita las posibilidades de los espectáculos multimedia, una ten
dencia que cobró forma debido al legado vanguardista -entonces aún vigente- 287
de los grupos teatrales gay {com oTheAngels of Light) y, en parte, debido a las
ideas del “arte total” que surgían del Instituto de Arte de San Francisco.
Steve Brown, por ejemplo, era una de las figuras que provenían del under-
ground teatral de los sesenta, y Blaine L. Reininger había estado trabajando con
el concepto de fusionar música, literatura y teatro en un “campo unificado de
arte” desde fines de esa misma década. Los integrantes de Factrix, por otro lado,
estaban menos obsesionados con el arte que con Artaud. “Lo que intentábamos
hacer era llevar el teatro de la crueldad al rock”, dijo Bergland. “Nos importa
ba, sobre todo, la confrontación, empujar a la gente más allá de sus límites, algo
que ya se había visto gracias a The Living Theater en los sesenta. El elemento
hippie es algo que se minimizó culturalmente durante el punk, pero aun así era
el predecesor revolucionario más evidente del proyecto.” Muchos de los cole
gas y contemporáneos de Factrix también adoptaron esta sensibilidad vanguar
dista vinculada con el teatro, como los performers Monte Cazazza y Joanna
Went. Mark Pauline organizaba espectáculos autodestructivos con robots bajo
el nombre de Survival Research Laboratories, mientras que Z ’ev, un veterano
de finales de la década de Woodstock, ganó fama por sus actuaciones ritualis
tas, en las que incluía percusiones creadas con objetos de metal.
Asimismo, el influjo del cine fue enorme. Los teatros The Strand y The
Embassy proyectaban una mezcla de clásicos del séptimo arte, films extranje
ros poco conocidos y películas de terror de bajo presupuesto. Factrix, por ejem
plo, decía querer aplicar “una navaja al ojo de la mente”, inspirándose en Un
perro andaluz de Luis Buñuel. Según Bergland, “Todo el mundo en San Francisco
en aquella época estaba muy influenciado por los films”. The Residents, la banda
contemporánea más rara del Área de la Bahía de la ciudad, llegó a intentar gra
bar su propia película surrealista, Vileness Fats. La idea era que fuera el primer
largometraje de catorce horas de duración que mezclara números musicales, co
media y romance, y estuviera ambientado en un mundo de enanos con un solo
braze . El grupo, no obstante, tuvo que abandonar el proyecto. The Residents
lograron más éxito con sus cortometrajes, una serie de videos promocionales
revolucionarios basados en algunas de sus canciones. Sus recitales, por otro lado,
mostraban un gran gusto por lo teatral, e incluían decorados complejos y va
rios tipos de disfraces, como sus famosas máscaras gigantes, que transformaban
la cabeza de cada integrante en un ojo monstruoso.
288 En 1978, cuando T he Residents empezaron a hacerse conocidos, gene
ralmente se los emparentaba con Pere Ubu y Devo, no solo por compartir una
misma estética grotesca y bizarra, sino también porque tanto Devo como The
Residents habían editado sus respectivos covers sacrílegos de “Satisfaction” de
los Rolling Stones con pocos meses de diferencia. Después del punk, freaks
como The Residents alcanzaron un público que de otra manera nunca hubie
sen encontrado. Sin embargo, el grupo, en realidad, había estado activo desde
una década antes de que el punk hiciera su aparición. Oriundos de Luisiana,
sus integrantes se mudaron a California a principios de los años sesenta con la
esperanza de aprovechar el auge de la psicodelia, pero llegaron cuando la esce
na ya estaba en decadencia. “La banda nació [...] precisamente por el hecho
de que la psicodelia había llegado a un punto muerto”, declaró Hardy Fox, de
Cryptic Corporation, la organización que se ocupa de los asuntos comerciales
de la banda. “Las personas que estaban experimentando en esa dirección se ha
bían detenido cuando apenas arañaban la superficie.”
The Residents querían llevar la psicodelia todavía más lejos. No ser músicos
profesionales, pensaban, era la única manera de garantizar una libertad absoluta
a la hora de crear. “Antes de formar el grupo nunca habían tocado”, afirmó Homer
Flynn, de Cryptic Corporation. “Les parecía que aprender por sí solos a tocar sus
inst^m entos era una buena manera de lograr algo original.” Aunque la cualidad
angulosa de sus melodías y el ritmo caótico de su música parecían algo sin prece
dentes, lo cierto es que la banda si tenía varias influencias sonoras. No obstante,
eran irreconocibles, porque, como bien dijo Flynn, “los integrantes de The
Residents no eran capaces de tocar ese tipo de material de manera fiel”.
Tal vez fue esa la razón por la cual Warner Brothers los rechazó. En 1971,
el grupo, aún sin nombre, había enviado varios demos en cassette a Harve
Halverstadt, un em pleado del sello que había trabajado con uno de sus hé
roes, C aptain Beefheart. C om o la banda solo especificó dónde vivían y no
cómo se llamaban, Warner Brothers les devolvió las cintas por correo en un
sobre que decía, simplemente, “Residents, 20 Sycamore St., San Francisco”.
Por fin bautizados, aunque todavía sin una manera de difundir su música, The
Residents fundaron su propio sello discográfico, Ralph Records. En realidad,
su noción de “independencia”, tan ligada a la ética do it yourself, superaba con
creces incluso la de Rough Trade. Su objetivo era lograr una autonomía abso
luta. Es por eso que su base de operaciones y depósito en Grove Street conta
ba con un estudio de grabación, oficinas para Cryptic Corporation y Ralph 289
Records, un cuarto oscuro, un estudio gráfico para diseñar su propio packa-
ging y un estudio de filmación enorme para rodar películas y videos.
Un par de afios antes que Public Image Ltd., los miembros de The Residents
habían puesto en práctica la idea de crear un grupo de música pop que se con
siderara a sí mismo una empresa, pero con una vuelta de tuerca: los integran
tes del grupo se mantendrían en la más absoluta anonimidad, sin mostrar nunca
sus caras e interactuando con el m undo exterior únicamente por medio de
C ryptic Corporation. C om o resultado, la pregunta “¿Quiénes son The
Residents?” despertó muchísima curiosidad y motivó las más variadas hipóte
sis. Uno de los rumores más persistentes era que la banda en verdad estaba in
tegrada por los Beatles, que habían vuelto a juntarse en secreto para una suer
te de proyecto dadaísta. Probablemente eso se deba a que, en un principio, el
grupo jugó con la idea de llamarse The New Beatles, además del hecho de que
la tapa de su primer álbum, Meet the Replacements, editado en 1973, remeda
ba la de Meet the Beatles, aunque deformando grotescamente las caras del cuar
teto de Liverpool. Para The Residents, los Beatles simbolizaban lo mejor y lo
peor del pop: por un lado, el potencial experimental de la psicodelia en el es
tudio de grabación; por el otro, la tiránica y atrofiante omnipresencia de la
música pop (el “Somos más grandes que Jesús” de Lennon). En 1976, The
Residents editaron The Third Reich 'n Rol/, una sátira macabra del pop como
forma de totalitarismo. Dick Clark, presentador del program a televisivo
American Bandstand, aparecía en la tapa vestido de Hitler. “Swastikas on Parade”,
tema que ocupaba la primera parte del disco, ofrecía un popurrí de hits de los
sesenta combinados con efectos de sonido de la Segunda Guerra Mundial,
como alarmas antiaéreas y sirenas de los bombarderos Stuka. Todos esos sen
timientos encontrados sobre el pop, la década del sesenta y los Beatles logra
ron su punto de máxima expresión en “Beyond the Valley o f a Day in the Life”,
el single que editaron en 1977, con “samples” de los momentos más salvajes
de John, Paul, George y Ringo combinados en un collage inquietante. En oca
siones se puede escuchar a Lennon cantar “don't believe in Beades” [no creo
en los Beades] (una cita de la canción “G o d ”, de su primer álbum solista) y
disculpándose sin mucho entusiasmo ante su público internacional (“Disculpen
todos; si no hicimos lo que pudimos haber hecho, al menos lo intentamos”).
Después de editar una gran cantidad de discos entre 1977 y 1978, Cryptic
290 Corporation anunció la inminente aparición de la gran obra maestra de la
banda: Eskimo, una recreación sonora del mundo de las tribus esquimales, que
también tenía por objetivo rendir tributo a las costumbres y tradiciones de esa
respetable cultura, ahora lamentablemente en vías de extinción, como, por
ejemplo, asesinar a las niñas recién nacidas cuando se las consideraba super-
fluas, dejar a los ancianos a la intemperie para que murieran de hipotermia y
ese tipo de cosas. Después de publicar pequeños avisos en revistas especializa
das durante seis semanas para aumentar el suspenso, Cryptic Corporation de
claró súbitamente que el álbum se suspendía porque los miembros de The
Residents habían desaparecido y se habían llevado las grabaciones consigo.
En otro anuncio publicado aparte, el grupo afirmó que se había separado
de Cryptic Corporation y que nunca dejaría que “esos chupasangre” se apode
raran de Eskimo. Sus representantes respondieron alegando que el grupo se
había vuelto loco por pasar demasiado tiempo “enclaustrado” en el estudio
para grabar el disco. “Al final ya habían empezado a ponerse difíciles y a ac
tuar de manera extraña, trabajando durante toda la noche y comunicándose
por medio de grititos incomprensibles cada vez que nosotros, los empleados
de Cryptic, estábamos cerca”, aseguró Jay Clem. “Luego nos excluyeron por
completo, impidiéndonos entrar si estaban trabajando, y cuando intenté ra-
zonar con ellos llenaron la sala de recepción [...] con cestos de mimbre reple
tos de hielo y pescado del puerto.” Esta disputa entre Cryptic Corporation y
la banda estaba completamente armada de antemano, por supuesto. Era una
muestra genial del uso de tácticas de desinformación y manipulación mediá
tica a pequeña escala. Si bien hasta el día de hoy ambas partes siguen repitien
do religiosamente que Cryptic Corporation y The Residents son dos entida
des independientes, en algún momento se filtró la verdad: los integrantes del
grupo y sus “representantes” eran las mismas personas.
Cuando el “conflicto” cesó y Eskimo por fin pudo editarse a fines de 1979,
el álbum fue recibido como lo que era, una obra maestra. El disco llegó a ven
der más de cien mil unidades en todo el mundo, un logro increíble para un
álbum tan perturbador. Temas como “Artic Hysteria” evocaban las sorpren
dentes experiencias de la vida en el casquete polar, donde la caza de morsas se
lleva a cabo en medio de laberínticas tormentas de hielo, la noche dura meses
y los sentidos se desorientan hasta la locura. Era como si la misma habitación
en la que uno escuchaba el disco empezara a congelarse.
Poco después, The Residents dejaron de lado bruscamente ese tipo de ex- 291
perimentos sonoros y editaron su muy accesible The Commercial Album en
1980. El nombre del disco no se debía a que la banda tuviera la menor inten
ción de pasarse al mainstream, sino al hecho de que cada tema duraba cerca
de un minuto, acercándolos más a las publicidades para televisión que a las
canciones pop de la radio. Sus argumentos para respaldar ese formato eran con
vincentes. Dado que la mayoría de los temas pop tienen un estribillo y una es
trofa que se repiten unas tres veces en tres minutos, si uno reduce las cancio
nes a sesenta segundos, automáticamente elimina una cantidad considerable
de relleno. The Commercial Album sintetiza la exquisita rareza y el sentido del
humor macabro de la música del grupo en cuarenta jingles complejos y bre
ves como trazos de caligrafía japonesa.
El otro gran lanzamiento de Ralph Records durante 1980 fue el primer álbum
de Tuxedomoon, Half-Mute, una obra maestra olvidada del synthpop noir.
Tuxedomoon empezó como una extensión de The Angels o f Light, “una ‘fami
lia’ de artistas muy dedicados que cantaban, bailaban, pintaban y zurdan para
el teatro gratuito”, dijo el cantante y multiinstrumentista Steve Brown. “Tuve la
suerte de pertenecer aT h e Angels o f Light. Me enamoré de un travesti barbudo
durante uno de sus espectáculos y me mudé con él a la comuna de The Angels.
Se trataba de un grupo de hombres y mujeres homosexuales o bisexuales que
eran en sí mismos obras de arte, extravagantes tanto para vestirse como para com
portarse, discípulos de Artaud, Wtlde yJulian Beck [deThe LivingTheater] [...]
Nos mudamos todos juntos a un caserón victoriano [...] r e u n ía o s el dinero de
nuestras pensiones por discapacidad cada mes, comíamos de manera comunita
ria [...] y usábamos el resto de los fondos para llevar a escena producciones tea
trales de gran calidad, sin cobrar al público ni un centavo. Eso era lo que debía
ser el teatro, un río dionisíaco de luces y música y caos y eros.”
A pesar de que la banda estaba arraigada en la década del sesenta, la músi
ca de Tuxedomoon se adelantaba a los sonidos electrónicos de los ochenta.
Blaine L. Reininger y Brown se conocieron después de inscribirse en una clase
de música electrónica en el City College de San Francisco, donde ambos se
sorprendieron entre sí con sus actuaciones de fin de semestre. “La presenta
ción de Blaine fue un espectáculo de ‘arte total’ increíble”, afirmó Brown.
“Cantó y bailó vestido con una bata blanca y un sombrero hecho de globos,
mientras de fondo proyectó películas grabadas en Super 8.” Brown, por su
292 parte, configuró un sistema de loops de cinta tal como se ve diagramado en la
contratapa del disco Discreet Music de Brian Eno, en el que introdujo sonidos
hipnóticos emitidos por un sintetizador Polymoog.
Brown había llamado a su compañero de T he Angels o f Light, Tommy
Tadlock, para que lo ayudara con los aspectos más técnicos del proyecto. Tadlock,
una de las más importantes y más olvidadas figuras catalizadoras del postpunk
de San Francisco, se convirtió en el mentor, gurú, supervisor técnico y repre
sentante de Tuxedomoon, y luego trabajó también junto con Factrix, constru
yendo extraños aparatos para crear sonidos nuevos. Cuando Reininger y Brown
decidieron unir fuerzas, empezaron a ensayar en la casa de Tadlock, en Upper
Market Street. “Ahí exploramos y combinamos todas nuestras excentricidades
para crear algo que terminó llamándose Tuxedomoon”, explicó Brown.Tadlock
desempeñó una función crucial como “diseñador de sistemas de audio”. Blaine
“tocaba el violín eléctrico y la guitarra en el escenario, y Tommy inventó una
‘montaña de efectos’ para él: una pirámide de madera terciada con cajas de co
nexión o compresores y moduladores de señales que él había diseñado y cons
truido. También le puso un Ecloplex”.
Tuxedomoon desarrolló un estilo basado en el uso de cualquier instrumen
to que los integrantes tuvieran a mano (el violín de Reininger, el saxofón de
Brown, el sintetizador Polymoog de Tadlock) y las prohibiciones que se au-
toimponían. “La única regla era tácita: no t e n ía o s que sonar como nadie más”,
observó Brown. Apenas se había formado el grupo cuando se desató la revolu
ción punk, y si bien “G od Save the Queen” en un principio los entusiasmó,
pronto sintieron que el nuevo género “se había fosilizado y adoptado un dogma
purista según el cual solo se podía tocar con guitarras, un bajo, una batería y al
guien que cantara a los gritos”, dijo Brown. “Cuando Blaine y yo comenzamos
a tocar en público, con un violín, un saxo, un sintetizador y una grabadora, la
gente nos tiraba botellas de cerveza y gritaba ‘¿Dónde está el baterista?’.”
Poco a poco, Tuxedomoon se fue expandiendo. N o agregaron baterista,
pero sí incorporaron al activista de la radio underground Peter Principie como
bajista, y sumaron a sus shows en vivo la participación de la artista performá-
tica W instong Tong y las proyecciones del realizador Bruce Geduldig. Para
Principie, se trató de una época de inagotable creatividad: “C ada tres o cuatro
semanas teníamos un recital programado y decíamos: ‘Creemos un espectácu
lo co m p let^ en te nuevo’”. Los conciertos eran cada vez más complejos y tam
bién más llamativos visualmente. “Recuerdo que hicimos algunos shows con 293
cintas grabadas, instrumentos en vivo, decorados pintados de manera profe
sional y suspendidos sobre el escenario, un coro de mujeres y las proyecciones
de Bruce”, enumeró con admiración Brown. La contribución de Tong a me
nudo consistía en mostrar unas muñecas que ella manipulaba hábilmente du
rante el show para que pareciera que habían cobrado vida por arte de magia.
Alrededor de 1980, muchos músicos habían comenzado a adoptar el for
mato de los cabarets como alternativa a los recitales de rock tradicionales.
Organizaciones como Cabaret Futura en Londres, bandas como Kid Creole
and the Coconuts, e incluso el ídolo del synthpop, Gary Num an, buscaron
una nueva fuente de inspiración en el mundo del espectáculo prerock, al mismo
tiempo que se interesaban en el arte performático y las nuevas posibilidades
multimedia. El tipo de entretenimiento que recurría a los disfraces, los guio
nes y las coreografías, y no solo se negaba a ocultar su carácter de artificio, sino
que lo exaltaba, de repente parecía más honesto que el rock y su simulada es
pontaneidad. Tuxedomoon llegó justo a tiempo para formar parte de este cam
bio de paradigma. “Otros artistas de San Francisco como Joanna Went usaban
utilería e interactuaban con el público, pero lo hacían como algo chocante,
para perturbar a la audiencia, mientras que nosotros preferíamos una cosa más
cercana al cabaret tradicional”, explicó Principie. “Por eso tocábamos vestidos
de smoking en los clubes de punk rock al estilo de The Mabuhay, como si en
v a de antros fueran restaurantes que ofrecen cena con show incluido. Además,
teníamos un concepto que U fá b a m o s ‘loungezak': música ligera [musak] para
personas new wave con angustia existencial.”
Los miembros de Tuxedomoon incluso le pusieron de nombre Angst Music
[Música de la angustia] a una pequeña casa editorial que armaron. En cancio
nes como “^ ^ a t Use?” y “7 Years”, los sonidos electrónicos fríos, los violines
escalofriantes y las melodías lúgubres de saxofón creaban una atmósfera de lán
guida melancolía. Desde el EP Scream with a View hasta el segundo álbum,
Desire, los temas de anomía y m odernidad eran recurrentes. “ H oliday for
Plywood”, por ejemplo, trata sobre la paranoia de los consumidores contem
poráneos y las penas que conlleva tener la casa soñada de hoy en día: “You
daren't sit on the sofa/ The plastic makes you sweat/ The bathroom's done in
mirror tiles/ The toaster wants your blood” [No te animas a sentarte en el sofá/
El plástico te hace transpirar/ El baño está decorado con azulejos espejados/
294 La tostadora quiere tu sangre].
La elegancia cansina del grupo siempre proyectó una imagen más bien eu
ropea, y en realidad su mayor éxito lo alcanzaron del otro lado del Atlántico.
En esas raras ocasiones en las que la banda tocaba en los suburbios o las áreas
rurales de los Estados Unidos, en cambio, los resultados no eran muy positi
vos. “ En la escena musical estadounidense de aquel entonces había una noción
muy fuerte de la importancia de la autenticidad”, dijo Principie. “ Los beats
programados todavía eran algo inaudito en el país, y la gente miraba con muy
malos ojos el uso de cajas de ritmos.”
1. Students for a Democratic Sociecy (SDS) fue un importante movimiento activista es
tudiantil, que surgió en los Estados Unidos a principios de los años sesenta y se desin
tegró en 1969. [N. del T.]
2. Los Diggers [Cavadores] fueron una comuna contracultura! que operó entre 1967
y 1968 en San Francisco, fundada por actores y activistas inspirados en el movimien
to agrario de los Diggers ingleses del siglo ^VII. [N. del T.]
People’s Park de Berkeley3, la huelga de 1970 para exigir mejores condiciones
en los alquileres de propiedades -q u e abarcó a toda la ciu d ad - y diversas
cooperativas alimentarias. Sin embargo, nunca estuvo muy involucrado con
el lado musical de la contracultura hasta que el punk despuntó en San Francisco.
Tupper formó parte de New Youth -un a “empresa de producción alternativa
sin fines de lucro”, según explicó, diseñada para crear espacios en los que las
bandas pudieran tocar sin depender de los promotores de clubes comerciales-
y ayudó a fundar una división local de Rock Against Racism. Subterranean
documentó a una cantidad gigantesca de bandas punk locales, al igual que
a los grupos más experimentales de San Francisco: Flipper, Factrix, Z'ev y
la banda synthpunk Nervous Gender, por ejemplo, aparecieron en Live at
Target, una recopilación de temas en vivo de esos cuatro conjuntos equiva
lente a No New York.
De todos ellos, Flipper fue el que logró mayor trascendencia. Generic, edi
tado en 1981, era toda una fiesta sonora, que se mantenía siempre al borde del
abismo; y Gone Fishin, de 1984, llevó el punk pesado del grupo a zonas más
302 experimentales. “The Lights, the Sound, the Rhythm, the Noise”, una can
ción oscura e hipnótica, recordaba muchísimo a “Transmission” de Joy Division,
mientras que la anarquía celestial de “You Nought Me” amalgamaba teclados
al estilo Sun Ra, múltiples pistas de voz y afinaciones alteradas, como si se tra
tara de un caleidoscopio demoníaco en el que los colores son variaciones del
negro. “Cuando estábamos trabajando en Gone Fishin, una noche faltó todo
el grupo, salvo yo”, señaló Lose. “Así que grabé montones de pistas adiciona
les: cincuenta tomas de voz, piano, percusión, clavinet, efectos de phasing. Al
otro día, los demás se volvieron locos: ‘Tenemos que sacar como veinticinco
de esas pistas de voces’. Pero crear ese álbum fue divertidísimo.” En el último
tema del disco, “One by One”, Flipper sonaba como si estuviera penetrando
a golpes en el centro mismo de la Tierra. “Will le pega al bajo y trata de imi
tar el ruido profundo de la marea; le d toca el salmo del océano; Steve recrea
El gran año de Public Image Ltd. fue 1979. Virgin Records, todavía conven- 305
cido de que John Lydon era su posesión más preciada, dejaba que la banda
usara estudios con última tecnología carísimos como laboratorio sonoro y es
pacio de juego. Tras un debut no del todo contundente, la música de PiL, fi
nalmente, estaba empezando a encontrar su propia cohesión y su propia po
tencia. Todo esto culminaría en la edición de Metal Box a finales de ese mismo
año. La moral estaba alta entre las filas del Escuadrón PiL. De hecho, casi toda
la banda vivía en comunidad, como una gran familia feliz, en lo de Lydon.
Justo antes de embarcarse en la funesta gira de Sex Pistols por los Estados
Unidos, Lydon había utilizado astutamente sus escuetas ganancias para com
prar una casa. El número 45 de Gunter Grove ocupaba la esquina de una fila
de casas adosadas en hilera victorianas en el extremo menos coqueto de Chelsea.
“John usaba la parte superior de la casa”, dice Keith Levene. “Yo usaba la parte
de abajo y Dave Crowe vivía en un pequeño pedacito por el que uno tenía que
pasar para subir las escaleras.” Solo Wobble mantenía distancia, prefiriendo
quedarse en la casa de sus padres en East London.
Gunter Grove se convirtió en uno de los lugares en los que las celebrida
des del postpunk, como The Slits y Don Letts, pasaban el rato. La heladera
siempre estaba bien abastecida de cerveza, circulaban variopintas sustancias ilí-
citas y los gigantescos parlantes de Lydon, ubicados en la sala de estar comu
nal del piso superior, tronaban con los graves retumbantes de una banda de
sonido reggae. Aún parcialmente atravesado por la actitud que se había visto
forzado a adoptar durante el verano de 1977, cuando se había erigido en el
Enemigo Público Número Uno del Reino Unido, Lydon se recluía y jugaba a
ser el centro de atención de toda una comitiva de colgados y amigotes. “Me
encantan las visitas”, dijo una vez. “Están aquí para entretenerme.”
N o todo eran risas acogedoras en la Casa Lydon, sin embargo. Aunque las
drogas que más circulaban eran la marihuana y el speed, la heroína empezaba
a infiltrarse sigilosamente en parte de la camarilla. C om o si fuera para justifi
car la manía persecutoria de Lydon, Gunter Grove era objeto de redadas regu
lares cortesía de la brigada antidrogas local. En febrero de 1979, por ejemplo,
uno de tales allanamientos ocurrió a las seis de la mañana. Irónicamente, los
miembros de PiL, de ordinario fanáticos de las anfetaminas que permanecían
despiertos hasta el mediodía, se habían ido a dormir, por una vez, a un hora
rio razonable. Así que la policía tiró abajo la puerta de entrada y registró toda
306 la casa, destripando el colchón de Lydon y levantando las tablas del piso de su
cuarto. Aunque no encontraron nada, Lydon fue escoltado hasta la estación
de policía local y tuvo que volver caminando a su casa en pijama.
Otra de las sombras que se cernía sobre la familia Lydon era la muerte.
En 1979 Lydon perdió tanto a su madre (que m urió a causa de un cáncer)
como a su ex mejor amigo, Sid Vicious (que murió a causa de la heroína). De
hecho, fue ver cómo su madre, el gran sostén de su vida, se apagaba lenta
mente lo que inspiró la letra que Lydon escribió para el single “Death Disco”,
lo primero que PiL editaba después de su álbum debut. En ese single, la línea
de bajo hard funk de W obble avanza como una sensación de náuseas provo
cada por el miedo. Levene genera una increíble cantidad de sonido usando
solo una única guitarra: tortura la melodía clásica/kitsch de E l lago de los cis
nes, apura acordes rítmicos que se sienten como una cuchilla apoyándose sobre
los huesos, esparce un sedimento microtonal de armónicos; todo eso simul
táneamente. Ardiendo a través de este enjambre de angustia, Lydon exorciza
su dolor como una Yoko Ono en su grito primal más explícito: “Seein' in your
eyes [...] Silence in your eyes [...] Final in a fade [...] Flowers roting dead'
[Habiendo visto en tus ojos [...] Silencio en tus ojos [...] Final de un modo
desteñido [...] Flores pudriéndose hasta morir].
Editado en junio de 1979, puede decirse que “Death Disco” sigue siendo,
aún hoy, el single más radical de todos los tiempos en haber alcanzado el Top
20 del Reino Unido. Cuando PiL salió en Top o f the Pops, la cara del conduc
tor mientras presentaba a la banda y pronunciaba con renuencia el título de la
canción se veía blanca como el papel. Wobble permaneció sentado en un si
llón de dentista durante toda la presentación. “ En los camarines, todo el mundo
hada fila para que lo pusieran lindo, pero yo solo le pedí a la gente de maqui
llaje de la BBC que me pintaran los dientes de negro, así podía mostrarle una
gran sonrisa a la cámara y que me faltaran los dientes de adelante.”
Invitar a la Parca a la fiesta del pop era un tipo de subversión. Igual de ra
dical, a su modo, era juntar la palabra “death” [muerte] con la palabra “disco” ,
un género musical que aún era aborrecido por casi todo el público de PiL. La
edición del single en formato doce pulgadas incluía dos versiones del tema “es
tilo disco”, el “/ Mix” y el “Megga Mix”. En las entrevistas de esa época, Lydon
declaraba cosas como que el disco (y The Raincoats) era la única música con
temporánea que le gustaba, y Wobble, por su lado, se entusiasmaba diciendo
que el disco era “música muy útil, funcional”. 307
El siguiente single de PiL, “Memories”, se orientaba todavía más decidida
mente en dirección a la música dance: sus líneas de bajo rápidas, dinámicas y
enérgicas; sus hi-hats siseantes y sus redoblantes nítidos; sus breakdowns á la mú
sica disco en los que el sonido es despojado al máximo y la intensidad se ajusta
varios puntos. Solo los vidriosos velos dispuestos por las guitarras arabescas de
Levene y la invectiva antinostalgia de Lydon desentonan con los imperativos de
la pista de baile. Aullando cual si fuera cierta cruza de espíritu mitológico feme
nino y cabra montesa, Lydon c l ^ a contra un imbécil anónimo que todavía está
viviendo en el pasado. En ese momento, los críticos especularon que el blanco
de los insultos de Lydon podía ser la avalancha de nostalgia que había estado do
minando la cultura pop del Reino Unido en 1979 bajo la forma de los revivals
mod y ska. Pero cuando Lydon espeta con desprecio “This person’s had enough
o f useless memories” [Esta persona ya está harta de los recuerdos inútiles], da la
sensación de que bien podría estar hablando de su propia necesidad de cortar
lazos con el pasado, ya sea que se trate de recuerdos de sus seres queridos o de
enm^arañados arrepentimientos ligados a sus años como elfro«^tma« de Sex Pistols.
Aunque “Memories” no consiguió entrar en el Top 40 cuando fue editado
como single en octubre de 1979, su lanzamiento sí generó una expectativa
feroz con vistas al segundo álbum de PiL. Parte importante de lo que habría
de transformarse en Metal Box ya había sido grabada en el mes de mayo ante
rior, y el resto se completó de m odo intermitente durante el verano. El bate
rista Richard Dudanski se fue de la banda en medio del proceso de grabación,
así que terminaron siendo Levene y Wobble los que se hicieron cargo de las
baterías en varios de los temas. Martin Atkins, que acabaría convirtiéndose en
el baterista que más tiempo permaneció entre las filas de PiL, recién fue reclu
tado cuando el disco estaba prácticamente terminado (recibió una orden de
comparecencia para hacerse presente en el estudio en la forma de una descon
siderada llamada telefónica a las tres de la mañana). “Cuando llegué al estudio
Townhouse, alguien me dijo: 'Ahí está la batería, inventa algo’”, recuerda Atkins.
“Wobble y yo escribimos ‘Bad Baby' ahí mismo, de forma espontánea. Lo que
se escucha en Metal Box son literalmente esos cinco minutos de nosotros dos
tocando juntos por primera vez. Solo había pasado media hora desde que había
conocido a todo el mundo, y yo ya estaba en el disco.” Com o uno puede ima
ginar sin demasiada dificultad, esta no era, necesariamente, la mejor manera
308 de funcionar para una banda. En efecto, “Bad Baby” es la única mancha en lo
que de otro m odo es, sin lugar a duda, no solo la obra maestra de PiL, sino
también la coronación de todo el postpunk.
Metal Box es una extraña mezcla de espontaneidad en tiempo real y pos
producción obsesiva. Muchas de las canciones fueron grabadas en solo una o
dos tomas, y algunas de ellas incluso se compusieron ahí mismo, mientras las
tocaban. Sin embargo, lo cierto es que todo tomó verdadera consistencia du
rante la mezcla, altamente influenciada por la pasión de la totalidad de los in
tegrantes de PiL por el dub y la música disco. M etal Box, declaró Levene, era
un ejercicio práctico para “descubrir qué era la mezcla, de qué se trataba, fue
algo así como un curso acelerado de producción”. Lo más notable del disco es,
en efecto, cómo PiL consiguió asimilar tanto la atmósfera apocalíptica del roots
reggae como la estética de la sustracción del dub (quitar instrumentos, usar el
espacio vacío) sin recurrir ni una sola vez a efectos de producción obviamen
te “dub”, como el reverb y el eco.
El disco abre con “Albatross”, diez minutos de presión inmisericorde cor
tesía del bajo de Wobble sobre la cual Levene corta el aire como si estuviera
manipulando una guadaña en lugar de una guitarra, y Lydon canta tal y como
si estuviese siendo aplastado entre dos gigantescos bloques de piedra. “Albatross”
es “Public Image” puesta del revés, Lydon completamente seguro de que puede
dejar atrás su pasado, abandonarlo para que se coagule de desesperación. Siguen
“Memories” y “Death Disco”, esta última rebautizada como “Swan Lake” y con
un nuevo final, un locked groove (un “loop accidental” que se repite una y otra
vez porque está grabado en el surco final del lado B del disco) que reitera in
cesantemente el dolor y el horror de Lydon congelándolos para siempre, como
si se tratase de E l grito de Munch.
Tras la urgencia explosiva de los dos singles viene la parsimonia lenta y el
trance aletargado de “Poptones”. Girando alrededor de la línea de bajo profun
da, exploratoria de Wobble, la guitarra de Levene desparrama una estela de chis
pas armónicas que se funden con la refulgente espuma nebulosa que levantan
los platillos. Hablando acerca de su modo de tocar la guitarra en “ Poptones”
- “circular, tintineante”, casi psicodélico-, Levene comparó los efectos de su re-
petitividad con los efectos de quedarse mirando fijamente una pared blanca por
algún tiempo. “Si uno la mira solo por un segundo verá una pared blanca... Si
uno sigue mirándola por cinco minutos, comenzará a ver distintos colores, dis
tintos patrones que se empiezan a armar frente a tus ojos, sobre todo si uno 309
no parpadea. Y los oídos no parpadean.” Mostrándose completamente a la al
tura de las circunstancias, Lydon completa la gracia siniestra de la música con
una de sus letras más discretamente perturbadoras. Bosquejado en imágenes
soslayadas, fracturadas, aparece el relato de alguien que fue raptado, llevado
en un auto hasta el bosque y violado. “Verlo en retrospectiva no me hace nin
gún bien”, recita la víctima recordando amargamente las tranquilizadoras “pop-
tones” [canciones pop] que estaban sonando en el pasacassette del auto del per
petrador. N o queda claro si la canción está siendo entonada por un cadáver
(un verso dice: “You left a hole in the back o f my head” [Dejaste un agujero
en la parte trasera de mi cabeza]) o si la víctima escapó y ahora está escondi
da, acurrucada y tem blando, entre el follaje húm edo (otro verso refiere:
“Standing naked in this back o f the woods” [Aquí parado, desnudo, ocultán
dome en el bosque]). “La letra de John era súper evocativa y en parte era el re
sultado de que estuviéramos grabando el tema en The Manor, la mansión/es
tudio de Richard Branson. Cada vez que íbamos hasta allí en el auto teníamos
que pasar por un bosque”, dice Wobble. En “Poptones”, al igual que en otras
canciones de Metal Box, la interpretación de Lydon encastra con la guitarra de
Levene en algún lugar extraño, anímico, a mitad de camino entre lo celta y lo
árabe. “Cuando alguien no sabe cantar aparecen tonos de voz naturales”, ex
plica Wobble. “Así que la música de PiL estaba más basada en sobretonos y
subarmónicos que en la armonía en sí misma. ¡No éramos los Beach Boys! PiL,
de hecho, tenía más cosas en común con la música lapona o china.”
“Poptones” se zambulle directamente en “Careering”, un tren fantasma de
inspiraciones norirlandesas en el que Levene abandonó la guitarra para abra
zar en cambio el ominoso cernirse y precipitarse de las formas sonoras electró
nicas creadas por un Prophet 5, un tipo de sintetizador modular carísimo que
fue el primer sintetizador programable en salir al mercado. A continuación
viene “N o Birds Do Sing”, en opinión de Levene “la mejor grabación de PiL”.
Wobble y Dudanski montan un groove cataclísmico sobre el que Lydon reci
ta otra letra afiladísima, en esta ocasión abocada a diseccionar la “abigarrada
aglomeración de sutiles accesorios” de la vida en los suburbios, la serena nar
cosis de su “insípida opulencia ociosa planificada”. La guitarra de Levene emite
una espuma inquietante y metálica que es simultáneamente fascinante e insi
diosa. El track instrumental que sigue, “Graveyard”, es música disco para un
310 baile de esqueletos. Realmente suena como si un montón de huesos se estu
vieran sacudiendo rítmicamente, repiqueteando y chocando de modo desen
frenado entre sí. Después de eso, primero Metal Box pierde por un instante el
rum bo con los precoces “The Suit” y “Bad Baby”, y luego, se recupera drásti
camente con las últimas tres canciones: el psicótico beat disco de “Socialist”,
puras baterías secas y procesadas y ruiditos de sintetizador; la estampida “funk
m atón” de “Chant”, con Lydon despotricando acerca de la violencia en las ca
lles y el conservadurismo moderado de los lectores liberales del Guardian; y el
inesperado sobrecogimiento á la Erik Satie de “Radio 4”, con sus suspiros de
sintetizador y su línea de bajo, ligeramente sollozante.
En honor a la estética “doce pulgadas” del reggae y la música disco -y para
asegurar la mayor calidad de sonido posible-, PiL insistió en editar su álbum
como un disco “triple”: tres discos de doce pulgadas grabados a 45 rpm en vez
de un único disco de doce pulgadas grabado a 33 rpm, que era lo convencio
nal para los LP. “ Estábamos homenajeando y celebrando la mera idea de los
singles de doce pulgadas, los prelanzamientos, los slates", dice Levene. “Con
ese formato, los graves suenan mucho mejor.” La idea de poner entonces estos
tres discos dentro de una lata de película color gris mate fue de Dennis Morris,
un amigo de Lydon que era fotógrafo. El alucinante packaging de M etal Box
probablemente haya sido la hazaña más impresionante de PiL en términos de
romper con los procedimientos clásicos de la industria del rock. M etal Box
deconstruía fehacientemente la idea de “el álbum”, alentando a la gente a es
cuchar los temas en el orden que fuera. “La idea es que uno definitivamente
no lo escucha del lado A al lado F”, explicó Wobble. “Uno simplemente pone
una o dos canciones y lo deja ahí.”
La perspectiva de un packaging inusual también le resultaba atractiva a PiL
por razones de mera perversidad maliciosa. Tres discos sin tapa ceñidamente
apiñados dentro de una lata redonda y separados entre sí solo por círculos de
papel no eran fáciles de sacar sin rayar. “Nos encantó la idea de que tanto abrir
la lata como sacar los discos fuera algo difícil de conseguir”, admite Levene. El
chiste les costó caro. “Virgin nós llamó para que nos reuniéramos y dijeron:
‘Miren, si quieren hacerlo en una lata, va a costar sesenta y seis mil libras más.
Solo podemos hacerlo si ustedes nos devuelven un tercio de su adelanto'.”
Editado apenas antes de la Navidad de 1979, M etal Box fue casi univer
salmente recibido con un sinfín de alabanzas. Uno de los indicadores de la
importancia colosal que tuvo incluso apenas al salir fue que NME, en su nú- 311
mero del 24 de noviembre, puso a John Lydon en la tapa, pero, dentro, no
había ninguna entrevista, solo una crítica de M etal Box de página completa.
El timing había sido perfecto. La segunda mitad de 1979 vio al postpunk al
canzar su m áxim o pico de popularidad, con festivales propios como el
Futurama, que se organizó para septiembre, una de cuyas noches fue enca
bezada por PiL.
El postpunk estaba en la cima de su creatividad y disfrutaba, en consecuen
cia, de una gloriosa -si bien, en definitiva, efímera- admiración generalizada
tanto por parte de los críticos como por parte de su público. En el número na
videño de NME, los “Mejores Cinco Discos de 1979” seleccionados por los es
critores residentes de la publicación incluían a Fear o f Music de Talking Heads
en el puesto número uno, a M etal Box de PiL en el puesto número dos, y a
Unknown Pleasures de Joy Division, Setting Som de The Jam y Entertainment!
de Gang o f Four en los tres puestos subsiguientes. El retraso de las fechas de
edición y el desfase transatlántico harían que el postpunk alcanzase su pico má
ximo de aprobación en los Estados Unidos recién al año siguiente, cuando PiL
y Talking Heads (ahora con Remain in Light) consiguieran infiltrarse hasta el
Top 5 de la encuesta nacional anual de críticos del Village Voice.
Toda cima, igual, precede por definición a una caída en picada. En efecto,
se puede decir que, de alguna manera, todas las edades de oro musicales siem
pre son, ellas mismas, las responsables de fabricar sus propios finales. Discos
como M etal Box y Unknown Pleasures, por la propia fuerza de su misma sin
gularidad, g a r a n tid el hecho de que habrán de ser copiados por bandas mucho
menos relevantes cuyas propias imaginaciones han conseguido ser sojuzgadas.
En la música pop, cada ola de innovación instala inevitablemente toda una
multitud de nuevos clichés y convenciones. Tras los pasos de PiL y Joy Division
surgió todo un nuevo underground de bandas lúgubres y sombrías, como The
Sound y Killing Joke. Tan pronto como en 1980, la segunda edición del fes
tival de música postpunk Futurama ya era ridiculizada como una versión an
gustiada del primer Monsters of Rock, el festival británico de hard rock y heavy
metal originalmente organizado en Castle Donington {los grises rebaños de
muchachos cubiertos en sobretodos oscuros se veían tan uniformes como las
hordas enfundadas en jean que seguían a Iron Maiden).
Paradójicamente, este ejército de clones también cargaba a las bandas pio-
312 neras con la inmensa presión de mantenerse en movimiento y alcanzar nuevas
fronteras. PiL empezó 1980 con muchas ventajas. Todavía contaban con el
apoyo de Virgin. Pese a lo experimental de su contenido y a lo altísimo de su
precio de venta al público, a M etal Box le había ido bien comercialmente ha
blando (para febrero, había agotado las 50.000 copias de la edición limitada de
la lata y luego fue reeditado como un álbum doble convencional bajo el título
de Second Edition). Sin embargo, a medida que el año avanzaba, el desafío de
superar su propio disco histórico parecía estar empezando a paralizar a los in
tegrantes de PiL.
Al principio, PiL se dedicó a disfrutar de la aclamación general. Lydon, un
confeso adicto a la televisión y un maldito holgazán, le dijo a la revista Sounds
“Si pudiera, ni siquiera caminaría. Me encantaría tener una cama rodante. Si
hay una cosa que nunca entendí es a esa gente que se queja de tener dolores
producto de pasar mucho tiempo en la cama. Eso es un lujo, ¿no?”. En abril
de 1980 PiL se dignó a salir de gira por los Estados Unidos, pero solo a con
dición de que el cronograma de actividades fuese lo menos agotador posible.
Esparcieron diez fechas a lo largo de tres semanas y media. El baterista Martín
Atkins recuerda, de hecho, haber pasado tres noches en Boston, en su propia
suite, por un solo recital y un par de entrevistas radiales.
A pesar de este ritmo tan relajado, el breve paseo de PiL por los Estados
Unidos le quitó para siempre de la cabeza a la banda la idea de salir de gira.
Tocar en vivo nunca había sido una pasión para Lydon o Levene. En una oca
sión, en efecto, este último declaró: “Preferiría mandar un video de nosotros
tocando en vez de hacer una gira de treinta fechas”. Wobble, sin embargo,
sí disfrutaba de conectar con la audiencia, cosa de la que Lydon se burlaba
diciendo que era “toda esta actitud condescendiente de estar tocando para
los chicos”.
Con solo veinte años y repleto de energía (no toda ella natural), Jah Wobble
empezó a sentirse cada vez más frustrado por la inactividad de PiL en todos y
cada uno de los frentes. N o sabía dónde meterse de la vergüenza ante el tama
ño trecho que había entre lo que PiL decía ser (no una banda, sino una com
pañía de comunicaciones) y lo que realmente habían hecho (absolutamente
nada, a decir verdad). En las entrevistas, Levene seguía hablando con grandi
locuencia acerca de hacer bandas de sonido para películas, videos musicales,
incluso seguía haciendo comentarios solemnes acerca de la posibilidad de di
señar equipos musicales, estos últimos ahora encarnados en un eventual pro- 313
yecto de sintetizador de percusiones y un estudio de grabación portátil del ta
maño de un portafolios. Pero todas estas eran, en el mejor de los casos, puras
ilusiones y, en el peor, puras patrañas. “Toda esa idea de la compañía matriz...
Incluso en aquel entonces y oya pensaba: ‘Mierda, ¿qué v ^ o s a hacer? ¿Vamos
a hacer una película? ¡No vamos a hacer n ad a !” , se ríe ahora Wobble. “Y eso
irritaba a ciertas personas, porque me burlaba un poco de toda la cuestión. ”
Todavía más frustrante para Wobble era la indolencia de PiL a la hora de
hacer discos. Él ya había sacado algunos singles como solista y, en mayo de
1980, editó su primer LP, el encantadoramente tonto The Legend Lives On...
Jah Wobble in “Betrayal”.. Fue este gesto d e independencia suyo el que provo
có la primera grieta importante en la regia fachada de PiL. Para agosto de ese
mismo año el bajista se estaba yendo de la banda en medio de una nube de as
perezas. La explicación oficial de la controversia era que Wobble había reuti-
lizado algunas de las viejas pistas de PiL en The Lengend Lives On. Pero, a decir
verdad, lo cierto era que la idea misma de la “compañía matriz” siempre había
implicado que PiL, supuestamente, tenía intenciones de diversificarse, ya fuera
con proyectos solistas o con incursiones que no tuvieran que ver de forma di
recta con la música. Siendo que, además, “versionar” los riddims del reggae era
una práctica ampliamente extendida en esa tierra jamaiquina que Lydon tanto
amaba, ¿cuál era, entonces, el problema con el ahorrativo reciclaje de Wobble?
La verdad era que la tirantez entre los miembros de PiL venía creciendo desde
las últimas etapas de la grabación de Metal Box. “La atmósfera se puso bastan
te fea”, dice Wobble, “así que me iba y grababa los tracks rítmicos solo en los
Gooseberry Studios de Chinatown”. La frustración de W obble aumentó aún
más durante la mezcla de Metal Box, cuando Levene acaparó la consola y ape
nas si lo dejó hacer algún tipo de aporte creativo.
Otro de los reclamos de Wobble tenía que ver con la irregularidad y el
magro monto de su salario en PiL. “ Estaba ganando sesenta libras a la sema
na e incluso tenía que forcejear para conseguir eso.” Las políticas de empleo
de PiL, en general, dejaban mucho que desear. Después de la gira estadouni
dense, Atkins fue despedido de manera inmediata pura y simplemente para
que PiL pudiera evitar, afirma él, tener que pagarle un salario semanal mien
tras la banda no estaba en actividad. Más adelante ese mismo año, de hecho,
Atkins fue recontratado cuando PiL finalmente entró a grabar su tercer disco.
314 “PiL no era manejada como un negocio serio”, dice Atkins. “Me costaba cinco
viajes desde Willesden Green hasta Chelsea, es decir, de una punta a la otra de
Londres, conseguir que alguien en Gunter Grove me abriera la puerta y me
diera mis sesenta libras. Y para cuando llegaba de vuelta a mi casa ya me había
gastado la mitad en speed. Si era un jueves, casi seguro me quedaba en Gunter
Grove hasta el domingo. Nos quedábamos despiertos toda la noche viendo
Apocalipsis Now, todos súper pasados de anfetaminas.”
En algún momento durante sus últimos meses com o uno de los m iem
bros de la disfuncional familia PiL, Wobble le dijo a la revista Sounds: “Creo
que a veces estamos al borde de la psicosis. Y no estoy usando esa palabra a
la ligera. Psicosis en serio. En otras palabras, perdemos todo contacto con la
realidad”. A lo largo de toda la segunda m itad de 1980, empezaron a circu
lar rumores acerca de la desagradable atmósfera que ahora sobrevolaba Gunter
Grove, historias de drogas duras y versiones de que Lydon se había transfor
mado en un ermitaño paranoico incluidas. Con respecto a esto último, los
allanamientos policiales regulares no eran de ninguna ayuda y, además, Lydon
también había sido recientemente traumatizado por una breve estancia en
Mountjoy, una infame cárcel irlandesa, tras haberse visto envuelto en un al
tercado con dos policías fuera de servicio en un pub de Dublín. Agréguese la
ingesta nada despreciable de anfetaminas, y uno entiende con facilidad por
qué había no una señal, sino directamente un póster entero de advertencia
en Gunter Grove que decía: “Q ue estés paranoico no quiere decir que no te
estén persiguiendo”.
“Esa paranoia era com o estar en un búnker de Hitler”, dice Wobble. “Hacía
que todo estuviera aún más tenso. Era todo un poco parecido a esa película de
Nic Roeg, Performance." En Performance, Mick Jagger interpreta a una súper
estrella de rock de los sesenta altamente afectada por las drogas que se refugia
en su casa de estilo georgiano en Powis Square, Ladbroke Grove (la misma zona
colonizada por los hippies y desvencijada de West London en la que Rough
Trade tenía sus cuarteles generales). “N o creo que John se haya considerado
nunca un dios del rock tal como el personaje de la película, eso sería injusto”,
dice Wobble. “Pero sí sobrevolaba un poco esa sensación general de que había
que retirarse del mundo. Algo así como: aqui dentro es donde hay que estar,
rodeado de todo este drama -en vez de salir y existir en el mundo y y a-.”
Mirando hacia atrás, ahora Wobble ve a PiL como una oportunidad que,
arruinada por las drogas y el letargo, fue literalmente echada a perder. La situa- 315
ción general, ya mala, fue empeorada por el hecho de que sus protagonistas ni
siquiera estaban todos en el mismo régimen de atención químico. Wobble una
vez describió a PiL como “cuatro lisiados emocionales que consumen cuatro
drogas distintas”. Hoy bromea: “Si todos hubiésemos estado tomando las mis
mas drogas, ¡tal vez podríamos haber conseguido hacer que todo funcionara
aunque sea un poquito más de tiempo! Algunos estaban inyectándose heroí
na, otros tomaban speed, otros fumaban una marihuana realmente fuerte y
otros consumían combinaciones varias de todo eso junto. Yo, personalmente,
era un enfermo del speed. Estaba muy metido en todas las drogas que pudie
ran inhalarse, me encantaban. Beber e inhalar”.
Hoy por hoy, Levene es sumamente reservado a la hora de hablar con de
talle acerca de sus años de heroína, pero, en una entrevista con NME en 1983,
fue abierto y sincero respecto de los efectos que él cree que eso tuvo en PiL y
confesó: “ Estaba meramente coqueteando con la heroína cuando armamos la
banda. Después empecé a hacerlo constantemente por algo así como unos
tres años”. Flowers o f Romance, el accidentado disco que siguió a M etal Box,
coincidió con la peor etapa de la adicción de Levene. “Cuando uno tiene que
hacer algo creativo, se pone realmente difícil. Mientras estábamos grabando
Flowers, intentaba que las sesiones coincidieran con la parte del día en la que
sabía que tenía la menor cantidad posible de heroína en el cuerpo.” Así y todo,
en la nota de 1983, Levene insistió en que era él quien “solía manejar PiL en
la época en la que estaba totalmente metido en la heroína”. A pesar de con
tar con un miembro extra a tiempo completo, Dave Crowe, que solo había
sido reclutado para organizar todo y llevar las cuentas, Levene afirmó que fue
él quien terminó controlando y haciéndose cargo obsesivamente de todos y
cada uno de los aspectos de la banda: “ Era yo quien solía componer toda la
música, quien conseguía que Virgin nos diera dinero, quien se aseguraba de
que el disco fuera promocionado correctamente, quien averiguaba si esa se
mana estábamos en Top ofthe Pops. [...] Cuando lo analizo, creo que [el uso
de heroína] se debía básicamente a que estaba muy solo y muy asustado, y
bajo muchísima presión”.
Uno de los efectos secundarios de la heroína es la constipación.
Creativamente hablando (sino también literalmente), Levene experimentó
un caso crónico de bloqueo durante parte importante de las sesiones de gra-
316 bación para el tercer disco de PiL, Flowers o f Romance, que empezaron en oc
tubre de 1980 en The Manor, el estudio de Virgin. Pasaron varios días du
rante los cuales los integrantes de PiL solo se dedicaron a jugar a los
videojuegos y a ver películas mientras un staff entero de gente se ocupaba de
atenderlos como reyes y satisfacer cada uno de sus caprichos. “¡Todos está
bamos intentando mucho evitar la cuestión del estudio!”, dice Levene. “Yo
armaba todos los equipos, preparaba un montón de juguetitos electrónicos
y sintetizadores, y me quedaba ahí toqueteando botones y perillas y buscan
do sonidos, sí, pero no necesariamente grabando un disco.” C on W obble ya
fuera de la banda, la vieja alquimia -esa manera en la que el enfoque no pro
fesional e intuitivo del bajista servía como catalizador para el virtuosismo re
torcido de Levene- había desaparecido. “ Todo hubiese sido mejor si Wobble
se hubiese quedado”, admite Levene.
Por fin, después de varios días de estudio, pasó algo: al decirle al ingenie
ro de sonido que no dejase de grabar bajo ningún concepto, Levene marcó al
gunos patrones de percusión en un extraño instrumento de bambú que Richard
Branson, el mandamás de Virgin, había traído de Bali y, luego, les agregó unos
sonidos de sintetizador (“los animales” al interior de la selva percusiva, según
sus propias palabras). El resultado, titulado “Hymie's H im ”, sería sin lugar a
duda el tema más flojo de todo Flowers o f Romance, pero sacó a la banda del
punto muerto y le dio una dirección un poco más clara respecto de hacia dónde
ir, musicalmente hablando. Transformando en virtudes tanto el hecho de que
Wobble se hubiera ido como la actual aversión de Levene por la guitarra (que,
según Atkins, era parcialmente resultado de que sus brazos estuvieran dema
siado hinchados como para poder tocarla), PiL decidió orientar todo el nuevo
disco alrededor de sonidos de tambores e ir en busca de una atmósfera percu-
siva, tribal, que Levene eventualmente describiría como “muy acústica, huma
na [...], pero realmente pesada”.
Mudándose a Townhouse Studios, otro costoso estudio de grabación pro
piedad de Virgin Records, esta vez ubicado en West London, PiL se procuró
toda una serie de instrumentos acústicos de segunda mano -u n ukelele, un
saxo, un banjo, un violín- y se dispuso a generar montones de material so
noro en crudo con el que poder trabajar luego, una vez que ya estuvieran en
la consola de mezcla. Flowers o f Romance es el único disco de PiL en el que
Lydon, el célebre no músico, de hecho toca instrumentos, como es el caso del
banjo de tres cuerdas que se escucha en “Phenagen” (un tema que debía su 317
nombre a una pastilla para dormir en efecto fuerte). Levene hablaba acerca
de usar deliberadamente “la total y com pleta ineptitud de John como una
ventaja en términos creativos”.
Mientras M etal Box había empujado los límites del rock hasta el extremo,
Flowers o f Romance intentaba, en cambio, acceder directamente a un espacio
por completo postrock. “Levene estaba obsesionado con esta cosa de ‘no voy
a tocar nada que ya se haya tocado alguna vez"', recuerda Vivien Goldm an,
una visitante habitual de Gunter Grove. En Flowers o f Romance la guitarra de
Levene aparece solo en “G o Back” (parodiándose a sí misma) y en “Phenagen”
(psicodélicamente invertida). Al mismo tiempo, de todas maneras, tampoco
es cierto que Levene se haya ocupado seriamente de llevar los jugueteos de
sintetizador de M etal Box mucho más lejos. A decir verdad, de lo que real
mente se trató en Flowers o f Romance fue de usar el estudio mismo como el
instrumento principal.
El disco consiguió armarse de una manera bizarramente desarticulada.
Convocado al estudio para que grabara algunas pistas de batería, Atkins se en
contró con que ni Lydon ni Levene estaban allí, así que solo se dedicó a tra
bajar en estrecha colaboración con el ingeniero de sonido, Nick Launay, en
pos de crear llamativos tracks rítmicos. “Me había quedado dormido, la noche
anterior, con mi reloj pulsera de Mickey Mouse pegado a la oreja y entonces
me desperté cuando sonó, me desperté con ese sonido. Así que pusimos el reloj
arriba del parche de una chancha [un tom de piso] para que tuviera resonan
cia, y luego Nick afinó, loopeó y le puso delay a ese sonido, y yo toqué la ba
tería al ritmo de eso, y es eso lo que se transformó en ‘Four Enclosed Walls'.”
Atkins también estuvo altamente involucrado en el track más destacado del
álbum, “ Under the House” -una manada de tom-toms tribales corriendo en
estampida con sonidos de cuerdas que chillan de un lado a otro del campo so
noro paneado en estéreo-. En ese tema, las voces procesadas de Lydon pare
cen salir de su garganta como si fuesen un vapor maligno o ectoplasma. La
letra hace alusión a una experiencia sobrenatural. Algunas versiones dicen que
se trata de un fantasma que, en efecto, deambulaba por The Manor, pero Levene
cree que más bien tiene que ver con un sentido más abstracto del mal con el
que Lydon estaba inusualmente en sintonía.
Flowers o f Romance se terminó de grabar a fines de noviembre de 1980,
318 pero Virgin, que odió los resultados finales, retrasó su edición hasta abril del
afio siguiente. En el ínterin, para poner algo en las medias navideñas de los
fans de PiL, el sello apuró ese recurso de emergencia clásico de la industria dis-
cográfica del rock, el disco en vivo. En su crítica del por lo demás bastante su-
perfluo París au Printemps para NME, Vivien Goldm an hizo alusión a los “se
veros dolores de parto” que rodeaban la grabación y la edición de Flowers o f
Romance, pero, siendo que contaba con información privilegiada gracias a su
relación personal con los miembros de la banda, también declaró, llena de con
fianza, que con este nuevo disco aún por salir PiL había roto, una vez más,
“otra barrera del sonido”.
Editado como single en marzo de 1981, el tema que daba título al disco sí
estuvo a la altura del bombo publicitario de Goldman acerca de que PiL había
inventado “un nuevo tipo de ritmo”. Alcanzó el Top 30 del Reino Unido y
condujo a otra presentación trastornada en Top o f the Pops (que esta vez vio a
Levene golpeando la batería enfundado en una bata blanca de técnico de la
boratorio, a Jeannette Lee empequefiecida por su chelo y a Lydon adornado
con un alzacuello de párroco, torturando a su violín como un demente). El
prestigio que PiL había alcanzado para ese entonces era tal que, cuando el disco
llegó por fin a las tiendas en abril, fue automáticamente celebrado como otra
o bra maestra que destrozaba los paradigmas establecidos. Los comentaristas
más escépticos, sin embargo, notaron la evidente falta de trabajo que había es
tado involucrada en el disco, desde su irrisoria duración (treinta y dos minu
tos) hasta su inconsistente packaging (una polaroid de Jeannette Lee con una
rosa entre los dientes). Temas como “Four Enclosed Walls” y “Phenagen” -con
sus tratamientos sónicos extremos, sus sonidos paneados en estéreo y los be
rridos tipo plegaria/lamento de Lydon- bien pueden haber resultado deslum
brantes en una primera escucha, pero, a decir verdad, lo cierto es que a fin de
cuentas todos los temas del disco eran cualquier cosa menos memorables.
En esencia, Flowers o f Romance era una mera repetición de las travesuras
más extravagantes de la vanguardia prepunk europea, cosas como las que ha
bían hecho bandas como Faust, Cluster e incluso Pink Floyd (desde los m o
mentos más locos de Ummagumma hasta su proyecto abandonado de grabar
un disco entero usando solo objetos domésticos). De hecho, Flowm o f Romance
es un revoltijo que suena más valiente hoy que cuando fue editado original
mente. De todas formas, más que por un resuelto arrojo estético, el disco es
taba moldeado por una mezcla poco atractiva de indolencia, negatividad (“ Todo 319
se resume a que en realidad no nos gusta ninguna música en este momento”,
le dijo Levene a la revista Rolling Stone) y descaro “veamos con cuán poco po
demos salirnos con la nuestra”.
La gran falla del disco, igual, es en última instancia la estrechez de su es
pectro emocional. La paleta de afrentas y aversiones de Lydon había coagu
lado en una mera parodia de sí misma. D e la pataleta “déjenme solo” de
“Banging the D oor”, Lydon luego diría: “Es horrible escuchar ahora ese nivel
de paranoia”. Un relato espeluznante que cuenta algo acerca de ser seducido
por una periodista, “Track 8” , con toda su imaginería resentida de túneles
carnosos que “explotan de grasa” y todos esos cuerpos desnudos y bulbosos
que traicionan el miedo católico de Lydon a la tiranía de las pasiones de la
carne, es especialmente repulsivo. En la revista Sounds, la “pequeña bestia ase
xual” confesa decretó que el sexo estaba “definitivamente sobrevalorado. Creo
que el cuerpo humano es vil y ojalá todo el m undo pudiera darse cuenta de
eso. Miren las caras de la gente: son solo gigantescas, viles manchas amorfas
erupcionando por todas partes”.
La m isantropía de Lydon alcanzó su lúgubre punto más bajo en ocasión
de ese infame show de PiL en el Ritz de Nueva York que tuvo lugar el 15 de
mayo de 1981. Con la intención de que fuera algo así como una
performance/espectáculo de video, el show había sido armado de m odo apre
surado solo por Levene, cuya genuina excitación respecto de la posibilidad de
finalmente hacer algo multimedia en realidad estaba arrastrando en todo esto
a los poco entusiasmados Lydon y Lee. Desafortunadamente, el Ritz no era un
espacio de arte como podía serlo The Kitchen en el bajo Manhattan. El públi
co que se congregó estaba formado por gente que venía del rock 'n' roll, gente
que ciertamente no estuvo nada contenta cuando supo que había pagado doce
dólares solo para ver a la banda en formato “video en vivo”. Escondidos detrás
de la gigantesca pantalla de video del local, Levene y Lee se dedicaban a pro
ducir una cacofonía amorfa mientras Lydon se mofaba de la audiencia con sa
lidas del tipo “¿No es cierto que han gastado muy bien su dinero?” y provoca
ciones directamente descaradas como “ Estoy a salvo. N o están tirando lo
suficiente. Son lo que llamo una audiencia pasiva”. Apenas doce minutos des
pués de que el show hubiese comenzado, la gente estalló y desató un verdade
ro pandemonio. Levene, que salió corriendo como un rayo desde atrás de la
320 pantalla, fue golpeado en la cabeza por una botella voladora.
Durante todo el año de silencio que siguió a la edición de Flowers o f
Romance, PiL se reubicó en Nueva York. Primero en hoteles y, luego (cuando
ya no quedaba nada del dinero que Virgin les había adelantado a crédito de su
próximo álbum), en un gran loft al que se mudaron todos juntos, PiL se en
tregó a una ciénaga de apatía. Lydon se pasaba días enteros metido en la cama
y mirando televisión, engordando a base de lager y letargo. Nunca faltaba toda
una cohorte de aduladores serviles que decían que sí a todo y salían corrien
do, en tropel y emocionados, cada vez que era necesario reabastecer el sumi
nistro de cerveza. “Lo que estaba bueno de PiL cuando la banda sí funciona
ba era que John tenía a varios personajes que le decían que no alrededor”, dice
Levene. “Com o Wobble y yo.”
Para estas alturas, Levene ya había dejado la heroína, pero su relación
con Lydon se estaba cayendo a pedazos. Lo que había sido único acerca de
la formación de PiL -u n a estrella de rock mundialmente famosa que traba
jaba con un virtuoso avant-garde en un contexto de “hagan lo que se les an
toje” subvencionado por una com pañía discográfica im portante- lentamen
te empezaba a desintegrarse. Lydon, el célebre no músico, empezó a sentirse
m olesto con su propia dependencia de la habilidad m usical de Levene.
Levene, dependiente de la marca comercial Lydon, se fastidiaba porque toda
la atención de los medios estaba puesta sobre el cantante. Durante los pri
meros días de la existencia de PiL, Lydon había hecho incontables intentos,
todos ellos tan enérgicos como sinceros, de presentar a la banda com o un
verdadero colectivo, no solo com o la nueva banda de acom pañam iento de
Johnny Rotten. Pero, dice Levene, para 1982 “era com o si John hubiese de
cidido tom arse aquella línea de nuestro prim er single literalmente: ‘La im a
gen pública me pertenece"'.
Otra de las fuentes de confusión y conflicto era hacia dónde ir después de
Flowers o f Romance, que por cierto no había descollado en términos de ventas.
Esa clase de vanguardismo irrestricto no iba a mantener los bolsillos de los in
tegrantes de PiL lo suficientemente llenos. A corto plazo, la banda recurrió a
tácticas “relámpago”, shows de una sola noche que solo organizaban cínica
mente en pos de hacerse con los jugosos honorarios que podían cobrar a cuen
ta de la gran leyenda de “Johnny Rotten”. En cuanto a los discos, el mejor curso
de acción parecía ser un giro estratégico hacia la accesibilidad. Tal giro fue de
hecho anunciado a los cuatro vientos por el título provisorio de su cuarto 321
álbum, You Are Now Entering a Comercial Zone [Usted está entrando en una
zona comercial], y por el sonido extrañamente radial del primer lado del álbum,
algo así como más de “Death Disco”, pero con casi toda la parte “death” de la
cuestión dejada de lado. En una conferencia de prensa en Hollywood, Lydon
fue terminante y subrayó que PiL no era arty y quería ser accesible.
Las tensiones terminaron de estallar a mediados de 1983, a causa del sin
gle “This Is Not a Love Song”. Cuando Levene entró al estudio para salvar lo
que él consideraba una mezcla desastrosa, se encontró siendo vigilado extre
madamente de cerca por Martin Atkins, que ahora resultaba ser la nueva mano
derecha de Lydon. Después de una pesadillesca sesión cargada de tensión y ti
rantez que duró toda la noche, Levene recibió un llamado telefónico de Lydon,
que estaba en Los Angeles, ordenándole que se fuera “de su condenado estu
dio”. Tras la partida del director musical de facto de PiL, Lydon contrató a un
grupo de músicos sesionistas para armar su nueva banda de acompañamiento
(con Atkins aún aguantando tenazmente en la batería), hizo una lucrativa gira
por Japón y regrabó el disco.
Hacia el final de su empleo estable en PiL, Levene había comenzado a notar
que estaba pasando algo raro. “John Lydon medio que volvió a transformarse
en Johnny Rotten.” A decir verdad, el cantante nunca había renunciado por
su voluntad a “Rotten”. Lo que había ocurrido era que Malcolm McLaren le
había prohibido legalmente a Lydon usar su nombre escénico por un par de
años, un golpe que el cantante de hecho revirtió convirtiéndolo en un gran
dioso gesto de “este es mi verdadero yo”. Mientras vivía en los Estados Unidos,
Lydon se encontró a sí mismo siendo festejado por fans anonadados y corte
jado por managers y peces gordos de la industria que lo alentaban a que ex
plotara su leyenda al máximo. De m odo eventual, Lydon decidió (o simple
mente se dio cuenta de) que era en relación con todas sus aventuras con Sex
Pistols donde yacían todas las oportunidades de seguir alimentando el mito
del rock en el que su propia persona se había convertido. Después de que Levene
se fue, el ex Pistol empezó a hacer en los recitales de PiL algo que una vez había
jurado que jamás volvería a hacer: cantar “Anarchy in the U. K .” y “G od Save
the Queen”, los himnos de Sex Pistols. Una década y media más tarde, por úl
timo, volvió a reunir a Sex Pistols para montar una revista de variedades nos
tálgica con la que salir de gira y terminar, finalmente, de incumplir con todo
322 lo que PiL había representado.
PARTE 2
NEW POP
y NEW ROCK
GH O ST DANCE:
2 -t o n e y la r e s u r r e c c ió n del s k a
Al mismo tiempo que “Death Disco” empezaba a descender en los rankings bri- 325
tánicos en julio de 1979, otro single trepaba a toda velocidad. “Gangsters”, el
tema debut de The Specials, tenía muchos puntos en común con la canción de
PiL: un bajo muy potente, que lo sacudía a uno hasta los huesos; un cantante
con voz lúgubre (Terry Hall se había inspirado en Johnny Rotten para crear
su imagen amenazante); y una melodía sinuosa e hipnótica, que casi parecía
una caricatura de la de Lydon. De hecho, “caricatura” es la palabra clave: a
pesar de que la letra evocaba escenas de crimen y corrupción (“We're living in
real gangster times” [Estamos viviendo en una verdadera época de gangsters]),
la maníaca exuberancia de la banda transformaba la canción en puro pop.
The Specials y sus camaradas -T h e Beat, Madness y The Selecter, todas
bandas que habían empezado en el mismo sello discográfico, 2-Tone- llena
ron un espacio del mercado que estaba vacante desde 1979: la gente quería
música basada en el punk, pero que fuera espontánea, atractiva para los ado
lescentes y, sobre todo, bailable. La vanguardia del postpunk, por más que hu
biera experimentado con el funk, seguía componiendo música para usar la ca
beza en casa y no para mover el cuerpo en la pista de baile. “Memories” de PiL
y “At Home He Feels Like a Tourist” de Gang o f Four, singles muy evidente
mente influenciados por la música disco, no habían tenido demasiado éxito
en las discotecas. En cambio, 2-Tone ponía énfasis en los recitales y el baile.
Fue una corriente que intentó recuperar ese sector del público al que le gusta
ba salir a bailar y que se había volcado casi exclusivamente al género disco,
cuyos temas en general no se tocaban en vivo, sino que los pasaba el DJ de
turno. El sello 2-Tone también ignoró todas las innovaciones de la m úsica
negra de los setenta, así como sus m uchos avances en materia de complejidad
de producción y arreglos; su idea era volver a la música negra de la década an
terior, los sesenta, con géneros más crudos y enérgicos, como el soul y el ska
jamaiquino. En otras palabras, quería regresar a una época en la que las graba
ciones se limitaban a documentar lo que la banda tocaba en el estudio. El pri
mer single de The Specials en llegar al puesto número uno en el Reino Unido,
dicho sea de paso, sería un tema de su EP en vivo.
The Specials, el álbum debut homónimo de la banda, contrastaba mucho
con Metal Box, aparecido un mes antes, en noviembre de 1979. Mientras que
M etal Box era claramente un experimento realizado en un estudio de gra
bación, el objetivo de la producción sim plista de The Specials - a cargo de
326 Elvis C ostello- era capturar la energía que la banda tenía en vivo. Por otro
lado, el packaging m onótono y sin los rasgos distintivos de M etal Box se
oponía al uso de toda imagen, m ientras que en The Specials lo visual era
algo que se exaltaba: la tapa mostraba a los siete integrantes de la banda con
un look muy cool, con som breros estilo Buster Keaton, corbatas estrechas
y prolijos trajes retro. M etal Box venía dentro de una lata gris mate, osten
tosamente funcional, como parte de un agudo experimento de desmitifica-
ción; pero la funda en blanco y negro de The Specials rendía tributo al gla
m our de épocas pasadas, en un retorno a la estética m onocrom ática de los
shows británicos de m úsica pop de principios de los sesenta com o Rock
Steady Go (previo a la televisión a color), películas de rock ‘n' roll com o A
H ard Day's Night y films de realismo social del norte de Inglaterra como
Saturday Night, Sunday Morning.
Sin embargo, el retrato de la sociedad que pintaban las canciones de The
Specials era muy actual y básicamente idéntico al que ofrecían PiL, Gang o f
Four y el resto de la vanguardia postpunk. The Specials representa una imagen
fiel de la Inglaterra de 1979, cuando su fallido gobierno socialista se debilita
ba, a la vez que el partido conservador cobraba impulso y se preparaba para
dar guerra. Si uno observa la aparienciaexuberante y alegre de la banda, es sor-
prendente lo tristes que son sus canciones. En “Nite Klub”, trabajadores explo
tados despilfarran su salario en cerveza barata y con sabor a orina; “ Too Much
Too Young” empieza como una diatriba contra una ex novia que perdió su ju
ventud debido a un embarazo prematuro (“prueba usando preservativos”, se
burla Hall), pero el protagonista luego expresa una mezcla de melancolía y
compasión por la vida que ambos han perdido: “You done too much, much
too young/ Now you’re married with a son when you should be having fon
with me” [Has hecho demasiado, demasiado joven/ Ahora estás casada con un
hijo cuando deberías estar divirtiéndote conmigo].
Tanto “Too Much Too Young” com o “Stupid M arriage”, otra canción
con una temática similar, recuerdan a las melodramáticas películas de cos
tum brism o británico de los sesenta como Up the Junction. Lo inquietante es
que la música del grupo sonaba tan m onocromática com o las imágenes de
esos films. Esta melancólica alegría era característica de 2-Tone, cuyas ban
das solían representar el m undo como una pista de baile rodeada de deses
peración por los cuatro costados. “Concrete Jungle”, uno de los mejores temas
del álbum, retrata la vida en las calles en 1979, año récord en agresiones y 327
robos de sesgo racista. La canción, adornada con sonidos de vidrios rom
piéndose, está basada en una m elodía de bajo típica de la m úsica disco, que
periódicamente aum enta de velocidad hasta alcanzar una suerte de frenesí,
mientras el protagonista empieza a divagar y repetir frases como “animals are
after m e” [me persiguen animales] y “leave me alone, leave me alone” [dé
jenme solo, déjenme solo].
No hay muchas junglas urbanas que estén tan repletas de concreto como
Coventry, la ciudad de donde eran oriundos los integrantes de la banda.
Ubicada en los Midlands Occidentales, Coventry era el centro de la indus
tria automotriz y de ingeniería en Inglaterra, lo que propició que fuera dura
mente castigada por la fuerza aérea alemana, la Luftwaffe, durante la Segunda
Guerra Mundial. Com o Birmingham y Wolverhampton, ciudades linderas,
Coventry fue reconstruida rápidamente siguiendo las ideas arquitectónicas
modernistas en boga durante la posguerra, y por eso abundaba en enormes
torres rectangulares, centros comerciales de cemento gris y autopistas con cru
eles enmarañados. En uno de los primeros artículos periodísticos sobre la banda,
publicado en Sounds, Dave McCullough describe con precisión brutal el lugar
donde nació 2-Tone:
Monolitos enormes de diarrea arquitectónica se expanden
sin piedad hacia el cielo azul, como si fueran las mismísi
mas almas de los pocos seres que se tambalean fuera de sus
capullos de concreto, sin rostros, sin energía... [El barrio de
donde provienen The Specials] está diseccionado por sub
terráneos que parecen latir debido a alguna tensión invisi
ble, y los “espacios de juegos” abandonados, con sus colum
pios y sus fuentes goteantes, parecen una burla a los
deprimentes bloques alrededor.
Nadie diría que Coventry es un lindo lugar. De hecho, las guías turísticas
de Inglaterra suelen tener dificultades a la hora de encontrar aunque sea algo
que motive a los turistas a desplazarse hasta allí. Pero hasta fines de los seten
ta era una ciudad muy movida. Los Midlands Occidentales fueron el ejemplo
por excelencia de la recuperación económica británica, gracias a la demanda
acumulada de autos. Com o esa otra ciudad automotora, Detroit, la sordidez
328 se veía compensada por la abundante oferta laboral y los sueldos elevados. Sin
embargo, varios cambios en el mercado mundial de la industria automotriz a
principios de esa década comenzaron a afectar la zona, y su tasa de desempleo,
que durante la mayor parte del período de posguerra había sido un cincuenta
por ciento inferior al promedio nacional, comenzó a aumentar. Cuando las
políticas monetaristas de M argaretThatcher destruyeron la industria inglesa a
finales de los setenta, Coventry y Birmingham, todavía en pleno crecimiento,
se convirtieron en pueblos fantasmas de la noche a la mañana.
Durante los cincuenta y los sesenta hubo una ola de inmigrantes prove
nientes del Caribe que se d esp l^ ^ o n hasta los Midlands Occidentales en busca
de empleo. Así nació una larga tradición local de colaboración entre músicos
blancos y negros. Antes del estallido del punk, la mayoría de los integrantes
de The Specials, cinco de los cuales eran blancos y dos negros, habían tocado
en diversos grupos de soul. Jerry Dammers -fundador, tecladista y principal
compositor de la b an da- trató de convencer a los otros grupos de los que for
maba parte, como The Cissy Stone Soul Band, de que tocaran sus propias can
ciones. “Antes de que apareciera la new wave era impensable tocar canciones
originales”, explicó. “Solo cuando vino Sex Pistols nos dimos cuenta de que
podíamos hacerlo.” Terry Hall también se había entusiasmado con Sex Pistols,
sobre todo por Johnny Rotten. “Lo increíble era cómo se paraba en el escena
rio y se quedaba con la mirada fija durante media hora”, explicó. “N unca había
visto nada similar. Su postura parecía una nueva manera de quedarse quieto.”
Hall luego desarrolló su propia “mirada intensa”, frunciendo el entrecejo sin
parpadear. Sus pobladas cejas acentuaban el efecto.
The Specials era una banda muy diversa, tanto racial como socialmente.
Dammers, por ejemplo, era el hijo rebelde de un clérigo; de muy joven había
sido mod, después hippie y luego -en un cambio bastante brusco- skinhead.
A pesar del estereotipo, no todos los skinhead ingleses eran neonazis. En re
alidad, mantenían una relación compleja con el nuevo m ulticulturalism o
postimperial británico. Por un lado, generalmente se llevaban bien con la
población caribeña. La segunda generación de inmigrantes era contemporá
nea de los skinheads: iban al colegio juntos y vivían en los m ism os barrios
de clase obrera. Los skinheads admiraban e imitaban la cultura jam aiquina
(de donde sacaron la costumbre de raparse la cabeza), y su m úsica preferi
da a la hora de bailar era el ska y el rocksteady. En cam bio, sí tenían con
flictos con los inmigrantes más recientes de la India, Pakistán y Bangladesh, 329
quienes en los setenta todavía no se habían integrado. D e ahí proviene la
mala fama de los skinheads, acusados de pendencieros y de atacar frecuen
temente a los pakistaníes (al igual que a los hippies), a tal punto que se ter
minó asociando a toda la subcultura skinhead con National Front, British
Movement y otros partidos británicos neofascistas. Para muchos, sin embar
go, ser skinhead significaba simplemente tener un look bastante cool y per
tenecer a una tribu urbana.
Después de terminar la secundaria, Dammers se inscribió para estudiar arte
en el Politécnico de Lanchester, en Coventry, donde se especializó en pelícu
las de animación. Allí conoció a Horace Panter, otro estudiante de arte, que
terminaría convirtiéndose en el bajista d eT h e Specials. John Bradbury, el ba-
terista de la banda, también había sido mod de chico y era graduado en Bellas
Artes. Lynval Golding, el guitarrista rítmico, mantenía a su esposa e hija tra
bajando de ingeniero. Por otro lado, el cantante, Terry Hall, tenía un puesto
de empleado en un negocio de venta e intercambio de monedas. Hall era el
intérprete perfecto para las letras de Dammers, ya que les infundía una auten
ticidad que, de otra manera, hubiese sido difícil de conseguir. Hall conocía la
vida del proletariado de primera mano, pero al igual que Mark E. Smith y John
Lydon, era demasiado lúcido como para no ver más allá de las limitaciones y
prejuicios de su clase social.
Neville Staple -el séptimo integrante y, junto con Golding, el segundo ca
ribeño- era el único rude boy del grupo. En la década del sesenta, en Jamaica,
“rude boys” era como se denominaba a los fanáticos acérrimos del ska. Se tra
taba, en general, de jóvenes desempleados, que vestían de manera elegante y a
menudo tenían problemas con la ley. En otras palabras, se parecían a Malcolm X
antes de descubrir la política, cuando era apenas un buscapleitos de traje y cor
bata. Les decían “rude” [maleducados] a causa de su espíritu rebelde y su in
dignación ante la injusticia social, pero todavía no habían adquirido la disci
plina de, por ejemplo, los militantes de la Nación del Islam ni la vocación
religiosa de los rastafaris. “En comparación con el resto de la banda, vengo de
una parte muy marginal del mundo”, observó Staple. Su prontuario incluía
robos y disturbios. Había participado en un ataque para vengarse de ciertos
skinheads del partido neonazi National Front y solía robar madera para armar
los parlantes de un sound system en el que participaba. De hecho, fue gracias
330 a sus conocimientos sobre equipos de sonido que Staple terminó convirtién
dose en asistente de The Specials, encargado de transportar los instrumentos.
En los recitales, Staple se quedaba siempre cerca de la mesa de mezclas, escu
chando cómo tocaban. En 1978, la banda participó en la gira Out On Parole,
de The Clash, y durante los conciertos Staple tomaba el micrófono y empeza
ba a “rapear” encima de la música. Se había criado en los sound systems y así
había aprendido la manera en que “hablaban” los DJ como Big Youth, U-Roy
y Prince Jazzbo durante los temas, práctica conocida como “toasting”. En The
Specials, el acento marcado de Staple, así como su imagen al mismo tiempo
bulliciosa y melancólica creaban un contraste genial con la entonación de Hall,
quien alternaba ironía con amargura sin dejar de sonar en todo momento in
glés hasta la médula.
Al comienzo, la idea de Dammers era hacer “reggae punk”. Sin embargo,
a la banda le costaba muchísimo integrar los dos géneros y los resultados no
eran muy satisfactorios, incluso en comparación con los limitados intentos
análogos de The Clash en temas como “^ ^ i t e Man in Hammersmith Palais”.
“ Teníamos canciones que empezaban siendo reggae, después tenían una parte
de rock, y al final quizás volvían al reggae. El público se desorientaba”, señaló
Dammers. Finalmente, los miembros de The Specials recurrieron al ska y en-
contraron una solución: se remontarían al sonido de aquella época del pop en
la que la música jamaiquina y el rock británico de mediados de los sesenta (que
básicamente era R & B tocado a mayor velocidad) todavía tenían muchos pun
tos en común. Dammers también creía que el roots reggae contemporáneo era
“música religiosa”. “Cuando tocábamos con bandas negras, siempre se acerca
ban algunos rastafaris y me decían que dejáramos en paz la música de Jah Jah.
Y eso fue lo que hicimos, volvimos a ese momento en que el reggae era más
que nada para bailar.”
El ska nació a finales de los cincuenta, como una versión jamaiquina de un
género bailable de Nueva Orleans, “R & B dado vuelta”, como decía el guita
rrista Ernest Ranglin. El término “ska” probablemente sea onomatopéyico y
provenga del sonido tan característico de las guitarras rítmicas al tocar siem
pre después del beat, para resaltar el ritmo entrecortado de las canciones. The
Specials adoptó el stacatto del ska de los sesenta y le agregó la energía frenéti
ca del punk. Es fácil ver la diferencia si se compara cualquiera de los muchos
covers de la banda con los temas originales, que suenan siempre más lentos,
inocentes y simples que los remakes. 331
El hombre al que, generalmente, se considera el inventor del ritmo ska, el
cantante y productor Prince Buster, era aún más conocido en Inglaterra que
en Jamaica. Lanzó más de seiscientos singles en el Reino Unido entre 1962 y
1967, y estaba constantemente de gira, donde lo solían escoltar mods en mo-
toneta entre show y show. The Specials respetaba esta tradicional devoción por
Buster. Por ejemplo, “Gangster” se basa libremente en su tema ‘'Al Capone”,
reemplazando las letras originales con referencias a los empresarios y abogados
inescrupulosos de la industria de la música, pero “sampleando” los sonidos de
persecución de autos de la grabación original. “Stupid Marriage” (donde Staple
interpreta a un personaje llamado Judge Roughneck (Juez Matón], que con
dena con duras sentencias a un grupo de rude boys) toma prestada su ambien-
tación judicial de “Judge Dread” [JuezTerror], un hit de Buster de 1967.
El amor incondicional por la música de Prince Buster era algo que unía a
los cultores del ska británicos, pero en este sentido Madness los superó a todos
con su primer single, el único que lanzarían con 2-Tone. El lado A era un cover
de Buster, “Madness is Gladness”, convertido en todo un manifiesto. El otro
era “The Prince”, un gran tributo que abundaba en alusiones a “Ghost Dance”
(una canción de Prince Buster que, a la vez, él había escrito como tributo a los
DJ de su juventud) y a Orange Street, el boulevard de Kingston donde había
nacido y también el centro de la industria musical jamaiquina. Aunque “The
Prince” es un tema con un sonido muy alegre, versos com o “Although I’ll keep
on running/ I’ll never get to Orange Street” [Aunque seguiré corriendo/ Nunca
llegaré a Orange Street] reflejan el pathos del sueño mod, que consistía en huir
de la realidad de Inglaterra a través de una identificación obsesiva con la mú
sica y cultura negras.
Cuando estas nuevas bandas de ska nacieron, en 1979, en un comienzo
parecían ser un elemento más del resurgimiento mod, causado en parte por
el estreno de Quadrophenia, la película basada en el álbum conceptual de The
Who de 1973. La escena mod original de los sesenta giraba en torno a la pa
sión de la clase obrera británica de aquel entonces por la música negra, los
trajes elegantes, el pelo corto y las anfetaminas. “Looking good’s the answear/
And living by night” [Lucir bien es la respuesta/ Y vivir de noche] cantaba
lan Page, de Secret Affair, la banda más exitosa de estos nuevos grupos que se
multiplicaron abrumadoramente en 1979. Esos versos cristalizan la “solución”
332 de los mods frente al punto muerto que representaban las estructuras de clase
y la insoportable mundanidad de la sociedad inglesa: estilo, soul y velocidad
(no solo la que brindaban las anfetaminas, sino también las elegantes moto-
netas Vespa). Paul Weller, cantante de The Jam , también encarnaba la esen
cia de esa corriente cuando decía pertenecer a una “cultura lim pia”, en con
traposición a lo que él consideraba la detestable decadencia del rock ‘n’ roll,
la suciedad de los hippies, etcétera.
Este renacimiento mod trataba de volver, en pleno 1979, a 1966, cuando
Sgt Pepper aún no había marcado un hito en la historia del pop, ni tampoco
había aparecido la subsecuente ola de música progresiva y álbumes conceptua
les refractarios al baile. A fines de los sesenta, los mods originales que no se ha
bían pasado a la escena psicodélica o progresiva se convirtieron en skinheads
amantes del ska o en fanáticos del Motown y el northern soul. “Solamente es
tamos siguiendo la tradición [...] de los mods y skinheads”, declaró Dammers.
En un artículo de 1975 sobre el northern soul, podía leerse la opinión de un
fan que aseguraba que la música “progresiva” no era más que ruido consumi
do por drogadictos excéntricos: “A quienes les gusta esa música dicen que solo
la escuchan para escucharla [...] A mí me gusta la música para bailar, no escu
char". Es fácil imaginar a los fanáticos de 2-Tone y los neomods reaccionando
con igual perplejidad y desprecio ante PiL o Cabaret Voltaire. El postpunk era
espacioso, como el dub, y lo ideal es oírlo en equipos de sonido de alta gama
y en vinilos de doce pulgadas (lo que explica el diseño de M etal Box y el títu
lo del álbum de Cabaret Voltaire, 2X45). Las bandas de 2-Tone y de la nueva
corriente mod, en cambio, grababan discos de siete pulgadas, rápidos, poten
tes, casi mono y pensados para escucharse en radios con un solo parlante, como
se hacía a mediados de los sesenta, la época dorada de los singles.
Ambas corrientes, sin embargo, compartían la misma actitud elitista con
tra el rock, al que tildaban de anticuado y poco digno. El instrumento por
excelencia pasó de ser la guitarra, con su sonido estridente y sus solos intermi
nables, a ser el saxofón, la trompeta o el trombón (en el caso de 2-Tone), o in
cluso una orquesta de vientos entera, como la de Dexys Midnight Runners,
inspirada en el sonido del soul de antaño. JB, uno de los integrantes de Dexys,
observó con agrado que “a los chicos aliora les interesa más aprender a tocar
algún instrumento de viento que convertirse en guitarristas famosos”. Después
venían los teclados: no los sintetizadores, sino los órganos eléctricos como el
Hammond, que permitían tocar de manera rítmica y entrecortada, o en un es- 333
tilo más cercano al piano tradicional, para agregar detalles y adornos a las can
ciones. Salvo algunas excepciones {sobre todo en The Jam ), la guitarra funcio
naba como mero acompañamiento, y casi nunca era muy audible ni intentaba
nada que se pareciera a un solo.
Además de esta aversión por los excesos guitarrísticos, el principal punto
en común entre los nuevos mods y los grupos de ska era su gusto por la ropa
vistosa y estilizada. “ En mi opinión, la ropa era tan importante como la m ú
sica”, señaló Terry Hall. El look de las bandas de 2-Tone combinaba elemen
tos de todo tipo de looks populares entre los mods y los skinheads: camisas de
portivas marca Fred Perry o Ben Sherman, trajes de angora, mocasines negros,
pantalones Sta-Pressed, sombreros de copa chata, medias blancas y tiradores.
Com o la música, el estilo de la ropa estaba inspirado en la cultura negra. “ Era
algo que los jóvenes negros hacían siempre”, dijo Staple, “ir a un sastre y man
dar a hacer trajes bicolores, o de angora o algodón, y pagarlos en cuotas sema
nales. En Jamaica también, vestían camisas blancas y corbatas angostas, por
ejemplo. Un buen look”.
El motivo o diseño más característico del sello 2-Tone era lo que Staple lla
maba “the check” [el cuadrillé], que alternaba blanco y negro y que, además
de tener estilo, simbolizaba los ideales de integración racial y musical de todo
el movimiento. Esta imagen, al igual que las formaciones multirraciales de las
bandas más importantes de 2-Tone y los comentarios que sus integrantes ha
cían en entrevistas (Dammers, por ejemplo, dijo que el racismo “es una suer
te de enfermedad mental, como el miedo a las arañas”) probablemente fueron
armas más eficaces contra la discriminación que cualquier discurso o campa
ña de la liga antinazi.
El aura absolutamente moderna y multicultural de su música y ropa, que
traspasaba las barreras étnicas, dio a 2-Tone una ventaja por encima de las ban
das que se limitaban a duplicar con nostalgia el sonido m od original, como
Secret Affair. A fines de 1979, 2-Tone ya contaba con infinidad de fanáticos
en Inglaterra. El 8 de noviembre, Madness, The Specials y The Selecter hicie
ron una aparición en el programa Top ofthe Pops para tocar sus hits, todos los
cuales habían llegado al Top 20. Ese mismo mes, el primer single de The Beat,
una remake de un tema de Smokey Robinson, “Tears o f a Clown”, fue el quin
to single de la discográfica 2-Tone, y también su quinto éxito. El sueño de
334 Dam mers de convertir el sello en un nuevo Motown -u n a fábrica de hits in
vencible, con un catálogo diverso pero unido por un sonido en com ún- pare
cía estar volviéndose realidad.
Cuando “Gangsters” -q u e en un principio la banda había lanzado de ma
nera independiente, con el respaldo de Rough Records- empezó a subir en los
rankings, The Specials ya habían sido rechazados por todos los sellos discográ-
ficos de Londres. Pero Dammers seguía teniendo la esperanza de conseguir un
contrato que abarcara a todo 2-Tone, cosa que finalmente logró con Chrysalis.
La alianza entre esta discográfica im portante y el sello independiente de
Coventry implicaba que Chrysalis financiaría la producción de quince singles
de 2-Tone por año, de los que publicaría al menos diez. Sin embargo, después
del éxito de “Tears of a Clown”, The Beat abandonó el sello para fundar uno
propio, Go Feet, el cual llegó a un acuerdo similar al de 2-Tone, pero con Arista
en lugar de Chrysalis. Madness también se fue después de apenas un single y
firmó contrato con Stiff Records. Ninguna de las dos bandas quería ser sub-
sumida a la visión de Dammers de crear un “nuevo Motown”.
The Beat -q u e se vieron obligados a cambiar su nombre a T he English
Beat en los Estados Unidos, donde otra banda llamada The Beat ya existía-
provenían de Handsworth, un área multirracial de Birmingham, inmortaliza-
da por el grupo de reggae británico Steel Pulse en su álbum Handsworth
Revolution. Al igual que The Specials, The Beat eran iconos de la integración
cultural y de la contribución de los inmigrantes del Caribe a la cultura pop in
glesa. Sus integrantes combinaban belleza masculina y corrección política en
proporciones acaso demasiado perfectas, mezclando la delicada voz de Dave
Wakeling, el cantante rubio y de ojos claros, con el patois verborrágico de
Ranking Roger, jam aiquino y carilindo. Además de practicar el toasting en
diversos sound systems y en Barbarella, un famoso club nocturno de
Birmingham, Roger, que en ese entonces usaba el pelo naranja, era baterista
en una banda punk, The Dum Dum Boys. En cuanto al resto del grupo, el
bajista David Steele y el guitarrista Andy Cox, ambos muy flacos y pálidos,
contrastaban con Saxa, el saxofonista negro, corpulento y sexagenario que la
banda contrató cuando lo descubrió tocando jazz en un pub de Handsworth.
Com o The Specials, los miembros de The Beat buscaban cruzar el punk
con el reggae, para generar “mucha energía con un movimiento fluido” , como
decía Wakeling. Pero en sus manos, el resultado se parecía más a un skank ace
lerado que al ska. En canciones como “ Hands Off, She’s Mine” (el segundo 335
hit que la banda lograba ubicar en el Top 1O a principios de 1980), la eferves
cente melodía del bajo se entrelazaba con el rápido ritmo de la batería y el so
nido brillante de la guitarra. En “Too Nice to Talk Too” , la banda añadió una
melodía de bajo como las de Chic y una guitarra tocada en un estilo más afri
cano, mezcla que sonaba luminosa y aguda, similar a la música disco local de
Soweto. “Mirror in the Bathroom”, su mayor éxito, era todavía más original.
Aunque parezca extraño, las guitarras nerviosas y el bajo potente de este tema
recuerdan a “Transmission” de Joy Division, aunque tal vez sería más apropia
do compararlo con “She’s Lost Control”, ya que “M irror in the Bathroom”
habla sobre una persona que pierde la cordura. La tensión y paranoia eran las
materias primas de The Beat, algo evidente en canciones como “ Twist and
Crawl” y “All Out to Get You”.
Cuando cambiaban el enfoque de lo personal a lo político, la banda per
día su eficacia. La única canción mediocre de su fabulosa seguidilla de hits en
Inglaterra en 1980 fue el himno anti-thatcherista “Stand Down Margaret” .
Igualmente, todas las ganancias del grupo por ese tema fueron donadas a la
Cam paña para el Desarme Nuclear. The Beat también participó en Life in the
European Theatre, un álbum benéfico en contra del uso de armas nucleares.
Dave Wakeling admitió: “ Es una verrgüenza pensar que podríamos destruirnos
a nosotros mismos... Uno se siente un idiota por formar parte de un sistema
que termina desembocando en eso”. Si bien la banda era excelente -su sonido
parecía irradiar luz en todo m om ento-, a veces daba la impresión de pecar de
un exceso de seriedad.
Lo mismo no podía decirse de Madness. Al lado de bandas más sombrías
como The Specials, este septeto londinense parecía un grupo de comediantes
profesionales. El tecladista prodigaba bromas y cabriolas, mientras que el so
nido exagerado del saxo evocaba algo de la vulgaridad y el humor infantil del
vaudeville. Era su “heavy heavy monster sound” [monstruoso sonido pesado-
pesado], como lo denominaba el grupo. “Nuestra música suena como un par
que de atracciones, como una feria'', decía Chris Foreman, el guitarrista. “ Es
una locura." Tanto sobre el escenario como en sus inigualables y revoluciona
rios videos, Madness se m ostraba a la altura del espíritu bullicioso de sus can
ciones, gracias a sus extraños bailes y accesorios, que recordaban a las rutinas
y payasadas de los espectáculos de comedia de los music halls de antaño. El
336 equivalente a Ranking Roger y Neville Staple en Madness era Chas Smash,
un skinhead anglo-irlandés de los barrios obreros de Londres, cuyo trabajo
era gritar los eslóganes de la banda y realizar “rarísimos bailes robóticos”,
com o observó D ick Hebdige, “durante los cuales la m itad superior de su
cuerpo [...] permanece dura com o una tabla, moviéndose únicamente de las
rodillas para abajo”.
Detrás de todas esas bufonerías, sin embargo, había una gran inteligencia
y tristeza, que poco a poco irían cobrando importancia en sus temas. Lo que
a Suggs McPherson, el cantante, lo atraía de los comediantes musicales de la
tradición británica del music hall no eran tanto las carcajadas, sino el destello
de amargura “escondido debajo del rubor y la sonrisa”. Junto a singles tan di
vertidos y pegadizos como “One Step Beyond” y “Night Boat to Cairo” había
otros hermosamente melancólicos, perplejos, como “My Girl” (sobre un mu
chacho que no logra que su novia sea feliz ni puede hacerle entender que él a
veces necesita un poco de soledad), o más penosos, como “ Embarassment”
(sobre un chico que avergüenza a su familia). El videoclip de “Baggy Trousers”
era desopilante, pero la canción estaba teñida de una ambigua combinación
de nostalgia y arrepentimiento. Cuando apareció su tercer álbum, 7, el humor
de Madness había empezado a verse opacado por su interés en el pathos y la
mediocridad de la vida en Inglaterra. “Cardiac Arrest” es un tema engañosa
mente alegre, acerca de un oficinista que está llegando tarde al trabajo y sufre
un infarto en el camino. “Grey Day” es tan perturbador como cualquier tema
en el primer álbum d eT h e Specials: la música misma se vuelve tragicómica e
incluye sonidos de campanas doblando por todos los condenados a esa muer
te en vida que consiste en cumplir una rutina sin sentido día tras día. “The sky
outside is wet and grey/ So begins another weary day”, canta Sugg con tristeza,
“I wish I could sink without a trace” [Afuera el cielo está húmedo y gris/ Así
comienza otro día cansador [...] Ojalá me hundiera sin dejar rastros]. Aunque
parezca increíble, este retrato de abulia deprimente, acompañado de percusión
reggae y un sonido de bajo retumbante, fue un hit enorme en el Reino Unido
a principios de 1981.
A pesar de sus raíces jamaiquinas, un grupo considerable de skinheads ra
cistas y fanáticos del ska empezó a interrumpir los conciertos de la banda con
gritos y consignas nazis. A la minoría neonazi de la subcultura skinhead le gus
taba Madness porque era el único grupo de 2-Tone que no tenía integrantes
negros. Y aunque la banda había asistido al evento a beneficio de Rock Against 337
Racism, donde sus integrantes escucharon a The Specials por primera vez, en
un comienzo no quiso rechazar a sus violentos fans, ya que los consideraba
menos perversos que ignorantes o confundidos. Sin embargo, a la larga el grupo
cedió a las presiones de la prensa y se distanció de ellos a través de varios co
municados. Pero sigue siendo un poco deprimente que la banda de 2-Tone
con el éxito más considerable y prolongado haya sido también la única forma
da exclusivamente por músicos blancos, mientras que The Selecter, cuyos in
tegrantes eran todos negros - a excepción del guitarrista principal, Neol Davies,
que era blanco-, fue la primera banda importante del movimiento en desapa
recer por completo. The Selecter había tenido un hit muy considerable, “On
My Radio”, una canción con un sonido imprevisible que se quejaba de que las
emisoras pasaran constantemente “siempre lo mismo”. Pero a pesar de ello, y
del gran carisma de su cantante, Pauline Black (una de las pocas mujeres de 2-
Tone), la banda nunca logró ganarse el afecto del público.
Fiel a sus orígenes m od, el ska era un género bailable curiosamente asexua
do. La música daba ganas de mover los pies, pero no las caderas. Siguiendo su
costumbre de centrarse en situaciones incómodas, Madness compuso una can
ción llamada “House o f Fun”, que se convirtió en un hit número uno, sobre
un chico que iba a comprar su primera caja de preservativos a la farmacia, y
donde se retrataba el despertar sexual como si fuera el ingreso a un mundo gro
tesco y sórdido. En una entrevista, al hablar de esta canción, Suggs admitió:
“ Es gracioso, porque en realidad no soy tan sexual, no estoy todo el tiempo
pensando al respecto”. En el m undo de 2-Tone, las canciones de amor y luju
ria eran pocas y muy infrecuentes.
A excepción de Madness, que ocultaba su tristeza detrás de una máscara
de liviandad, lo que más llama la atención al ver a las principales bandas de
2-Tone y todo el renacimiento mod es la intensidad de su devoción. Dammers
era un perfeccionista adicto al trabajo que originó una escena cultural prácti
camente solo; Ian Page, de Secret Affair, se movía siempre con su ejército per
sonal de “glory boys”‘ y despreciaba a cualquiera que él considerara conven
cional o desaliñado; y Paul Weller, que, cuando estaba con The Jam , decía tener
que cumplir con “una misión”. De hecho, en eso consistía el movimiento mod:
era una exagerada obsesión con el uso de anfetaminas, con la “pureza” y los
detalles más mínimos de lo que para ellos era el estilo y el buen gusto; una vi-
338 sión extremista que dividía el m undo en dos bandos, los elegidos y los pasa
dos de moda. Weller retrató a la perfección esa actitud en “Start!” , una can
ción de The Jam , en la que dice alegrarse de haber encontrado a un alma afín
que “ama con una pasión llamada odio”, como él.
Sin embargo, el mejor representante de este espíritu purista, casi puritano,
fue Kevin Rowland, el cantante y líder de Dexys Midnight Runners, una banda
de Birmingham que estuvo a punto de firmar contrato con 2-Tone, pero que
decidió empezar su propio movimiento “de soul joven y rebelde”. De un fer
vor y una dedicación exagerados, Rowland no era físicamente atractivo, pero
tenía un extraño carisma. Y si bien su voz no era ni potente ni agradable, su
enorme fuerza de voluntad compensaba sus defectos. De hecho, sonaba un
poco como Joe Strummer, si Strummer hubiese cantado soul estilo Stax.
Rowland había sido punk y lideró una banda llamada The Killjoys; pero
cuando la energía de 1977 se evaporó, quedó completamente desilusionado.
l. Los “glory boys” eran un grupo de neomods fanáticos de Secret jAffair, fácilmente
reconocibles por su manera de vestirse y peinarse. lan Page y el guitarrista Dave Cairns
habían planificado la creación de este movimiento de seguidores incluso antes de que
la banda grabara su primer álbum o tuviera siquiera fans. [N. del T.]
El soul vintage fue lo que lo ayudó a seguir adelante. “ Estaba harto de todo en
ese momento, así que empecé a escuchar los discos viejos de Gene [Washington]
y cualquier single de soul que pudiera comprar por diez peniques”, señaló.
Convencido de que el rock era “una fuerza que ya se había agotado”, Rowland
comenzó a reclutar músicos para formar su banda ideal. Empezaron tocando
más que nada covers de clásicos del soul, pero de a poco los fueron reempla
zando por temas originales compuestos por Rowland y el otro motor creativo
de la banda, AlArcher. Esas canciones mostraban una versión más agresiva del
estilo de soul que Atlantic-Stax y Volt cultivaron en la década del sesenta, un
género con mucha energía y basado en el uso de instrumentos de viento.
Después de ensayar durante un año, Deexys Midnight Runners había desarro
llado un sonido que podía hacer realidad la “nueva visión del soul” de Rowland.
Y sus miembros también tenían el look adecuado. Lo que hizo que Al Archer
se uniera a la banda fue la idea de Rowland de formar “un grupo de soul con
instrumentos de viento y con una imagen atractiva”. Según Archer, “ En esa
época todo el m undo lucía igual. Era un poco postpunk” . En palabras de
Rowland, “Q ueríam os ser un grupo que se viera de cierta manera [...] Un 339
grupo bien armado, un proyecto, no algo arbitrario”. Cuando la banda sacó
su primer single, “Dance Stance”, al verlos uno podría haberlos confundido
con obreros sindicalistas ultra estilizados: todos vestían gorros y chaquetas de
lana y camperas de cuero, aunque en realidad su verdadera fuente de inspira
ción habían sido las películas Elfrancotirador y Calles salvajes. Después adop
taron una imagen más atlética, con abrigos con capucha, coletas y botas de
boxeo. Y lo cierto es que, gracias al stacatto con el que tocaban sus instrumen
tos de viento y la fanfarria exagerada de su música, sus temas sonaban pugi-
lísticos. A Rowland también le gustaba el aire monástico de las capuchas de
los boxeadores, que coincidía con el “fervor religioso, el orgullo y la intransi
gencia” de la banda.
Los miembros de Dexys Midnight Runners llevaron la asexualidad mod a
un nuevo extremo, conservando la intensidad del soul de los sesenta, pero des
pojando al género de su temática original, el deseo carnal. El objeto de su pa
sión era la pasión misma. En otras palabras, el grupo tenía un cariz decidida
mente ascético. En una de sus canciones, Rowland declaraba: ‘T m going to
punish my body until I believe in my soul” [Voy a castigar mi cuerpo hasta
creer en mi alma]. Al principio, la banda consumía anfetaminas, que supri-
men el deseo sexual y pueden crear una autoconfianza casi mesiánica (su nom
bre mismo, “Dexys”, derivaba de “dexedrina’’, la anfetamina preferida de los
mods); pero después el grupo adoptó un método más natural para forjar su
vínculo y crear un sentido de propósito en común, el ejercicio físico intenso,
origen del aspecto atlético de sus integrantes. Entrenaban juntos y salían a co
rrer como un equipo. “ Definitivamente ayudó al espíritu de la banda”, dijo
Rowland. “La cercanía que brinda correr juntos genera [...] una suerte de es
píritu de pelea. Solíamos entrar a las salas de ensayo en Birmingham empapa
dos de sudor por trotar, y ahí había un montón de otros grupos; eso nos puso
a un millón de kilómetros de distancia de ellos. Uno se daba cuenta de que no
teníamos nada en común con esa gente. Nos aisló un poco más, que en ese mo
mento era justo lo que queríamos.” Antes de los conciertos, la banda entraba
en calor haciendo ejercicio en el camarín y Rowland recitaba frases de “Sex
Machine”, el tema de James Brown. Tomar antes del show estaba prohibido.
Cuando se hicieron conocidos con “Dance Stance”, dividieron al públi
co. Para algunos jóvenes, Rowland se convirtió inmediatamente en un ícono,
340 un Mark E. Smith que había crecido escuchando northern soul en lugar de
krautrock. Un héroe de clase obrera con varias cuentas que saldar. Rowland
estaba “buscando a los jóvenes rebeldes del soul”, y estos muchachos idealis
tas enseguida comenzaron a seguirlo. Para quienes estaban menos predispues
tos al fanatismo, la banda parecía ridícula o desagradable. Mark Cordery, de
NME, criticó su imagen de “elite formada por hombres puros y dedicados” lla
mándola “fascismo emocional” , y describió su música como una perversión
del soul que, a diferencia de sus raíces negras, no tenía “ternura, sexo, inge
nio ni humor”.
Dexys M idnight Runners despreciaban el pop por ser trivial y plástico.
En un comunicado, señalaron que toda la música popular era “superficial, ar
tificiosa, de mal gusto, pasajera y boba”. Por otro lado, sin embargo, la banda
sabía muy bien cómo posicionarse en la cultura pop. Entendían el poder de
la imagen y cada tanto reinventaban la suya, como Bowie, y no tardaron en
ver la importancia de los videoclips. También había algo muy pop, muy ar
tístico y posmoderno en la manera en que usaban alusiones metamusicales.
Searchingfor the Young SoulRebels, su primer álbum, comienza con el sonido
de alguien que gira el dial de la radio, sintonizando varias emisoras donde
pasan la música de diversas bandas icónicas de clase obrera. Puede oírse un
fragmento de “ Holiday in the Sun” , de Sex Pistols, por ejemplo, y otro de
“ Rat Race”, deT he Specials, hasta que se oye a Rowland decir “For G od’s sake
bum it all” [Por Dios, quemen todo], y Dexys Midnight Runners empiezan
a tocar su primer tema.
“Geno”, el primer single de la banda en llegar al puesto número uno en
los rankings, era un homenaje a Geno Washington, el héroe mod de los se
senta. En los Estados Unidos, de donde era oriundo, a Washington lo consi
deraban un artista de R & B de segunda, pero en Inglaterra se convirtió en un
músico de culto. Sus electrizantes conciertos con su Ram Jam Band causaban
furor entre los mods, ya de por sí excitados por las anfetaminas. El hermano
mayor de Rowland lo había llevado a ver a Washington cuando Kevin tenía
solo siete años. En “G ino” , Rowland recuerda cómo ese concierto, el prime
ro al que asistió, lo había inspirado, y compara a Washington con las drogas
favoritas de los mods: “That man was my bombers, my Dexys, my high” [Ese
hombre era mis anfetaminas, mis dexys, mi droga]. Su siguiente single, ‘‘There,
There My Dear”, era incluso más metamusical. Se trataba de una furibunda
respuesta al escepticismo de un tal Robin (probablemente, una persona real, 341
algún oportunista que se dedicaba al periodismo de música, o quizás un ins
trumentista con ínfulas) que había osado rehusarse a “darle la bienvenida a la
nueva visión del soul” .
Más allá de su pose, la banda contaba con bastante material meritorio.
‘‘There, There My Dear” incluye estos ya clásicos versos sobre la guerra de cla
ses: “The only way to change things/ Is to shoot men who arrange things” [La
única manera de cambiar las cosas/ es disparándole a los hombres que dispo
nen las cosas]. “I Couldn’t Help It If I Tried” relata el intento de Rowland de
organizar una huelga, que termina tristemente cuando todos sus colegas lo
abandonan. “Dance Stance” es un ataque contra las personas que cuentan chis
tes malos sobre los irlandeses, pero ignoran quiénes son Oscar Wilde, Samuel
Beckett, Brendan Behen, Bernard Shaw, etcétera. La tapa de su primer disco
era una foto de un niño católico de Belfast trasladando sus pertenencias des
pués de ser expulsado de su barrio durante los conflictos sectarios de Irlanda
del Norte en 1969.
De cualquier manera, la retórica de Rowland era sospechosamente vaga.
Ponerle de nombre “Intense Emotions L td.” [Emociones Intensas S.A.] al
club de fans del grupo y “Projected Passion Revue” [El espectáculo musical
de las pasiones planificadas] a una de sus giras parecía una autoparodia y un
indicio de que la banda, en el fondo, era bastante frívola. Su misión, aparen
temente, se reducía a afirmar “Tenemos una misión” o incluso “ Creemos en
el concepto de tener una misión”. Cuando le preguntaron qué significaba el
título de su primer álbum, Searching for the Young Soul Rebels [En busca de
los jóvenes rebeldes del soul], Rowland admitió: “ N o sé. Me gustó cómo so
naba, la verdad”.
Al dar entrevistas, los integrantes de la banda se mostraban, en el mejor
de los casos, muy irritables, y en 1980 esto se volvió notorio cuando los pe
riodistas empezaron a pedirles aclaraciones. Rowland comenzó a ponerse cada
vez más a la defensiva. En julio de ese año, cuando “ There, There My Dear”
lideraba los rankings, el grupo anunció que iniciaría una huelga mediática y
que no daría más entrevistas “a la prensa deshonesta y hippie”, sino que pa
garía para que las revistas especializadas publicaran sus propias declaraciones,
como cualquier aviso publicitario. A esto le siguió una serie de comunicados
pomposos (aunque a veces no desprovistos de gracia), usualmente cuando es-
342 taban por sacar un single. Esta actitud combativa afectó a su música, y eso se
vio reflejado en las ventas. Aunque “Plan B” fue un hit modesto, ni “Keep It
Part Two” ni “Liars A to E” lograron ingresar siquiera en los rankings britá
nicos. A comienzos de 1981, la mayoría de los integrantes había abandona
do a su líder y formado otra banda llamada The Bureau. Apenas un año des
pués de llegar a la cima con “G eno” , Rowland y su “nueva visión del soul”
habían pasado de moda.
El éxito desmedido e inmediato también fue devastador para 2-Tone. En
una entrevista publicada por Melody Maker en junio de 1980, Jerry Dammers
sonaba desanimado: “2-Tone se ha convertido en un m onstruo”. Las giras
ininterrumpidas de The Specials, que habían incluido también un viaje ago
tador a lo largo y ancho de los Estados Unidos, aumentaron las tensiones in
ternas de la banda. Estar al frente de la discográfica también era demasiada
presión para Dammers, a quien le costaba mucho delegar responsabilidades.
El esfuerzo terminó costándole caro. Mientras realizaba las mezclas para la
banda de sonido de Dance Craze, el documental que registraba las actuacio
nes en vivo de las bandas de 2-Tone, Dammers sufrió un colapso por exceso
de trabajo. Mientras tanto, una enorme industria de merchandising ilegal co
menzó a explotar esta nueva escena cultural. Las páginas de las revistas de mú-
sica se llenaron de publicidades que ofrecían corbatas y distintivos en cuadri
llé, trajes estilizados en blanco y negro, sombreros de copa chata y remeras
con bandas y logos de 2-Tone. Por supuesto, el sello discográfico no veía ni
un centavo de las ganancias.
Por otro lado, grupos de imitadores invadieron el país en una oleada de
ska genérico. La mayoría fracasó, salvo Bad Manners, una banda humorísti
ca con un cantante gordo y calvo llamado Buster Bloodvessel, que tuvo va
rios hits. Es natural que Dammers se haya sentido aún más presionado para
seguir innovando. “ Es hora de que las bandas de 2-Tone se vuelvan más expe
rimentales”, afirmó. “Varios aspectos del ska local se están convirtiendo en cli
chés. Tenemos que empezar de cero.” Para Dammers, eso significaba darle rien
da suelta a su fascinación por la música ambiental y ligera, fácil de ignorar cuando
se la oía de fondo, pero muy inquietante si se la escuchaba con atención. Según
Neville Staple, esa obsesión con el género surgió porque The Specials estaban
siempre de gira en el exterior. “¡Pasábamos mucho tiempo en aviones y hoteles!
En todos lados oíamos la música esa, típica de los ascensores, con cajas de rit
mos en lugar de baterías de verdad. Y uno absorbe lo que lo rodea.” 343
En septiembre de 1980, The Specials estrenaron su nuevo sonido con el
single doble “Stereotypes” e “International Jet Set”, dos temas de su álbum
más reciente. “Stereotypes” era una mezcla psicodélica y kitsch de distintos ele
mentos de las bandas de sonido de películas y la música lounge: balalaicas y
coros cosacos, trompetas mariachi y teclados anodinos, siempre respaldados
por el beat programado de una caja de ritmos. Las letras volvían al lúgubre he
donismo de “Nite Klub”, pero con un tono más distante e irónico, caricaturi
zando al protagonista como un joven borracho que “se toma tantas cervezas
como años tiene”, conduce en estado de ebriedad y termina “estampado con
tra un poste un sábado a la noche”. “International Jet Set” era aún más atmos
férico. Adornado con ritmos sintetizados de rumba y el sonido de órganos
Wurlitzer, la canción describía la paranoia de alguien que viajaba constante
mente en avión. Terry Hall, con voz aguda y chillona, apenas capaz de conte
ner su pánico, cantaba cómo un grupo de alegres hombres de negocios “Me
parecen absurdos/ como chimpancés bien vestidos”.
Ambos temas tenían arreglos brillantes, con múltiples pistas superpuestas
y detalles ingeniosos, y eran imposibles de reproducir en vivo. En retrospecti
va, el primer álbum de The Specials había recogido canciones que la banda
venía tocando y perfeccionando desde hada dos años, y la grabación sonaba
espontánea, como un recital en vivo, algo que muchos criticaron por conside
rarlo un signo de producción insuficiente. Pero este segundo álbum, More
Specials, era el extremo opuesto: las canciones se compusieron mayormente en
el estudio, donde Dammers se había enamorado de la mesa de mezclas, que le
permitía superponer una infinidad de instrumentos y retocar la música hasta
la perfección. El cambio no había sido unánime. A algunos integrantes no les
gustaba este nuevo enfoque, que tanta importancia le daba a los arreglos y a la
producción; John Bradbury y Roddy Radiation, por ejemplo, preferían un so
nido más enérgico (northern soul y rockabilly, respectivamente). En conse
cuencia, More Specials parecía un disco forzado, a medio camino entre varias
corrientes retro.
La tapa del álbum, una foto muy colorida y borrosa que mostraba a la
banda descansando, también anunciaba el fin de la época m onocromática
de 2-Tone. La súbita disminución de energía en la m úsica del grupo dejó
desconcertados a sus seguidores. En realidad, la misma banda parecía perdi-
344 da y cansada. “ D o N oth in g”, su siguiente single, era un tema rocksteady
tranquilo, con un sonido apagado y fatalista, acerca de un dandi haragán que
deambula por su barrio natal “en busca de un futuro” y cuya única fuente
de alegría es el nuevo par de zapatos que tiene puestos. Es como si la can
ción intentara desenmascarar la fantasía m od y su estrategia de vestirse bien
para vengarse, de alguna manera, de las clases sociales más altas. En una tie
rra donde “N ada nunca cambia”, cantaba Hall, “N ada nunca cambia [...]/
la moda es/ m i única cultura”. Pero el tema parece preguntar: ¿qué pasa cuan
do uno también deja de creer que el estilo puede solucionarlo todo por arte
de magia?
Para peor, dentro de la banda habían empezado a surgir tensiones que divi
dían a sus integrantes según su clase social. “Lo que pasa con esa imagen de clase
obrera que teníamos cuando empe^zamos es que... bueno, yo no soy de clase obre
ra, y Horace tampoco”, explicó Dammers. ‘Tratam os de encajar, pero a la larga
la situación se puso difícil.” Aunque a comienzos de 1981 empezaron a circu
lar rumores de una posible ruptura, el mejor momento de la banda todavía no
había llegado. En junio de ese año, The Specials estrenó el single “Ghost Town”.
El tema era un retrato sonoro de la reindustrialización, inspirado en un recien
te viaje a Kingston, Jamaica, y en las repercusiones de las políticas deThatcher
en la economía y vida nocturna de Coventry. “Ghost Town” empezaba con el
triste sonido de la brisa en un pueblo abandonado, al que luego se sumaba un
fantasmal instrumento de viento y lo que parecía ser alguien tocando un ór
gano Wurlitzer en un cine que se cae a pedazos. La letra comparaba la alegría
de antaño (cuando los trabajadores tenían dinero para salir a divertirse y la vida
nocturna era muy activa) con las fábricas paradas y los clubes clausurados del
presente. “Todos los lugares donde ensayábamos y tocábamos cuando empe
zamos estaban cerrando”, señaló Staple. Al final de la canción, puede oírse a
Hall suspirando “can’t go on no more” [ya no se puede seguir así] e, inmedia
tamente después, a Staple decir “people gettin’ angry” [la gente se está enojan
do]. Los únicos instrumentos que siguen tocando después de eso son el bajo
y la batería, y ahí vuelve a oírse el sonido del viento. El efecto era tan cinema
tográfico que uno casi podía ver cómo se arremolinaban los pedazos de diarios
viejos en las calles.
“Ghost Town” resultó ser el single con mejor timing político y social desde
“G od Save the Queen” de Sex Pistols. Las tres semanas que el tema perma
neció en el puesto número uno coincidieron con una ola de disturbios y le- 345
vantamientos que sacudió a todo el Reino Unido. La advertencia de Staple
sobre el enojo de la gente parecía haberse vuelto realidad. Los dos temas ge
niales en el otro lado del disco hicieron de “G host Town” una suerte de EP
conceptual, que representaba tres puntos de vista sobre la deprimente vida en
las urbes británicas. “W hy”, la canción de Lynval Golding, hablaba sobre los
pandilleros racistas que lo habían atacado fuera del M oonlight C lub el año
anterior. En un momento del tema, él preguntaba lastimeramente: “Did you
really want to kill me?” [¿De verdad querían matarme?], antes de que Staple,
más agresivo, increpara al partido fascista British Movement: “You follow like
sheep inna w olf’s clothes” [Actúan como ovejas con piel de lobo]. Por otro
lado, “Friday Night, Sunday M orning”, una canción maravillosamente apá
tica, invierte el clásico mod “Friday on My M ind” al mostrar el horrible con
cepto de diversión de un pobre asalariado, que consiste en tomar enormes
cantidades de cerveza en una discoteca, ver cómo otros hombres tienen mejor
suerte que él con las mujeres, y después hacer cola para tomarse un taxi a la
madrugada, con com ida en una mano y “vómito ajeno” en los zapatos, pen
sando “ojalá tuviera lápiz labial en el cuello de mi camisa/ en vez de manchas
de orina en mis zapatos” .
Al escuchar este EP, uno se pregunta hasta dónde podrían haber llegado
The Specials si Dammers hubiese permitido que el talento compositivo de los
otros integrantes floreciera. Pero era demasiado tarde. Golding, Hall y Staple
habían estado planeando renunciar a la banda meses antes de la salida del disco.
A fines de 1981 anunciaron que formarían otro grupo, Fun Boy Three, un
nombre amargamente irónico, según Staple, “porque cuando d e ja o s el grupo,
estábamos agotados y ya no nos parecía divertido”. Una parte crucial del espí
ritu de The Specials pareció irse con ellos.
Después de esto, Dammers grabó un single brillante, “The Boiler”. Fue un
fracaso comercial absoluto, algo previsible si se tiene en cuenta que se trataba
de la escalofriante historia de una violación, relatada por Rhoda D ^ a r, de The
Bodysnatchers, un grupo de 2-Tone formado Íntegramente por mujeres. Luego
Dammers sacó una trilogía de singles de protesta: “Racist Friend”, “War Crimes”
y “N elson Mandela”, cuyas intenciones eran admirables, pero que no tenían
ninguno de los elementos que habían hecho que The Specials fueran tan ...
bueno, especiales. Debido al espantoso fanatismo de Dammers por el proce-
346 so de grabación, el tercer álbum de la banda, In theStud.io [En el estudio], es
tuvo dos años en gestación (de ahí su sarcástico título). El disco sonaba depri
mente y aletargado, y parecía la banda de sonido de una película que nunca
existió. Fun Boy Three, mientras tanto, tuvo una serie de hits que alternaban
la melancolía (en temas como “The Lunatics Have Taken Over the Asylum”,
inspirado en Reagan y Thatcher, y “The More I See the Less I Believe”, basa
do en la situación política mundial de aquel entonces) y la alegría (en sus dos
hits en colaboración con el trío musical femenino Bananarama). Después, tam
bién se separaron.
En 1982, las bandas originales de 2-Tone ya estaban desapareciendo: The
Beat había lanzado su anémico segundo álbum -cuyo título, Wha'ppen [¿Qué
pasó?], es revelador- y T h e Selecter simplemente se evaporó de la faz de la
Tierra. Los únicos que seguían prosperando y creciendo eran Madness, quie
nes de a poco se fueron despojando de su imagen alocada y pasaron a conver
tirse en una suerte de Kinks modernos, cantando sobre los caminos sin sali
da y las glorias pasajeras de la vida en Inglaterra (o, mejor dicho, Londres).
Madness era el único grupo importante de la nueva corriente ska cuyos inte
grantes no venían de los Midlands Occidentales, sino del norte de Londres,
de las zonas de Cam den, Chalk Farm y Primrose Hill. El sentido de perte-
nencia local de la banda, siempre presente en su música (en la tapa de su se
gundo álbum, Absolutely, aparecían posando fuera de la estación del subterrá
neo en Chalk Farm, por ejemplo), fue cobrando fuerza progresivamente, hasta
llegar a su punto más alto en The Rise and Fall, de 1982. Allí, la banda dejó
de lado sus similitudes con The Kinks e intentó transformarse en los nuevos
Beatles. La carátula del álbum era una imagen al estilo M agical Mystery Tour,
en la que se veía a la banda en Primrose Hill, vestidos de una manera rayana
en lo surrealista. Además, el disco incluía “O ur House” (su único gran éxito
en los Estados Unidos, donde llegó al Top 10), que fue, de algún m odo, el
“Penny Lane” de Madness: un retrato nostálgico de los lugares que habían co
nocido en la niñez.
El McCartney del grupo, el tecladista Mike Barson, siempre fue el coau
tor de la mayoría de las canciones y desempeñaba un papel similar al de
Dammers como director musical de la banda. Por otro lado, y de nuevo al igual
que Dammers, Barson había estudiado arte en la universidad, aunque su es
pecialidad era el arte comercial y las animaciones. “Arte comercial”, de hecho,
describe bastante bien la genialidad de Madness a la hora de componer can- 347
ciones pop, pero lo cierto es que en The Rise and Fall la banda tal vez fue de
masiado ambiciosa en su intento por reemplazar el sonido m od con pop art
progresivo. Para grabar “Primrose Hill” (su “Strawberry Fields”) incluso con
trataron a David Bedford, arreglista especializado en rock progresivo, para que
compusiera una parte orquestal. Después de algunos éxitos más en el Top 5
del Reino Unido, Madness aparentemente perdió su inspiración, al igual que
su sentido del humor. Luego, en 1984, tomaron la muy mala decisión de dejar
Stiff y fundar, como hicieron los Beatles con Apple Records, su propio sello,
Zarjazz, que desaparecería poco después sin pena ni gloria.
Por otro lado, en 1982 Kevin Rowland y Dexys Midnight Runners logra
ron algo casi sin precedentes: se convirtieron en estrellas pop por segunda vez,
y consiguieron más éxito que antes. La “nueva visión del soul” nueva de
Rowland fue develada en marzo de ese año, cuando la banda sacó su single
“The Celtic Soul Brothers”, un manifiesto que reemplazaba los vientos de las
anteriores encarnaciones del grupo con mandolines agudos y violines folk, cor
tesía de unos instrumentistas llamados The Emerald Express. Además del nuevo
sonido, la banda también había adoptado, por supuesto, una nueva imagen,
que mezclaba rasgos estilísticos de gitanos, campesinos irlandeses y sureños
norteamericanos: todos los integrantes vestían overoles, pañuelos, sacos de
cuero, chales, jeans gastados y sweaters rotos. Y si bien “Celtic Soul Brothers”
no pudo llegar al Top 40, su siguiente single, “Com e On Eileen”, fue un hit
enorme, número uno en Inglaterra y los Estados Unidos en junio de 1982. El
tema, acompañado de un videoclip inesperadamente divertido, era en esencia
una canción de amor, en la que Rowland admitía de manera indirecta tener
pensamientos impuros: “You in that dress/ My thoughts I confees/ Verge on
dirty” [Cuando te veo con ese vestido/ debo admitir que mis pensamientos/
son casi obscenos]. Paralelamente, otro gran éxito del momento, un cover de
“Jackie Wilson Said” cantado por Van Morrison, ponía en evidencia lo mucho
que el nuevo sonido de Dexys Midnight Runners le debía a este artista irlan
dés y su “soul de Caledonia”, una mezcla de R & B y folk.
Gracias a la repercusión de esos singles y del álbum Too-Rye-Ay, la banda
accedió a un público más masivo, ganándose los corazones de madres, padres
y abuelos. Esto, sin embargo, terminó trastornando a Rowland aún más que
su anterior roce con la fama en la época de “G eno”. Se sentía un vendido, un
348 fraude. Su respuesta fue cometer un calculado suicidio profesional con Don't
Stand Me Down, su siguiente álbum, lanzado en 1985. En vez de componer
más temas pegadizos y accesibles como “C om e On Eileen”, Rowland llenó el
disco de canciones de once minutos con diálogos humorísticos (“This Is What
She’s Like”), diatribas contra las clases pudientes de Inglaterra e intentos de
soul metatextual (“The Occasional Flicker”). En la tapa del disco podía verse
que la banda, una vez más, había cambiado de look; todos los integrantes es
taban vestidos de traje y corbata, bien peinados, como si fuesen inversores
bancarios que posan para una foto de negocios. “ Es muy limpio y fácil. Ahora
tenemos un enfoque mucho más maduro”, declaró Rowland, racionalizando
lo que podría considerarse la conclusión lógica del estilo mod: vestirse como
la clase dominante.
A principios de 1979, parecía que Malcolm McLaren estaba acabado. Su sueño 351
de convertir a Sid Vicious en una súper estrella internacional se vio frustrado
cuando Sid murió de una sobredosis el primero de febrero de ese mismo año.
Una semana después, el juicio que John Lydon había iniciado contra McLaren
para liberarse de él como representante y recuperar su parte de las ganancias de
Sex Pistols tuvo el peor desenlace posible: los otros dos integrantes vivos de la
banda, el guitarrista Steve Jones y el baterista Paul Cook, se pusieron del lado
del cantante, y McLaren perdió el control del grupo que lo había hecho glo
riosamente infame. Su empresa de representación de artistas, Glitterbest, quedó
al mando de un custodio designado por un juez, y Malcolm también tuvo que
abandonar su amado proyecto cinematográfico, La gran estafa del Rock ‘n Roll,
que quedó a cargo del director Julien Temple.
La película mostraría la egocéntrica versión elucubrada por M elaren sobre la
historia de la banda. Los miembros de Sex Pistols aparecerían como meros títe
res bajo su control, y se revelaría que el punk no fue un movimiento de jóvenes
de clase obrera que habían descubierto su propio poder, sino un tour deforce de
terrorismo cultural planeado detalladamente desde un principio por el maquia
vélico representante. Sin embargo, los integrantes del grupo -Lydon, Jones y
C oo k - descubrieron sus intenciones y lo terminaron echando de la película.
Después de autoexiliarse en París, Malcolm pasó un tiempo lamiendo sus heri
das y planeando lo que haría. Para ayudarlo, sus amigos de Barclay Records le pro
pusieron que armara las bandas de sonido de algunas películas de porno soft, para
lo cual también pusieron a su disposición vastas bibliotecas de música afriicana.
La idea cautivó a McLaren, a quien nunca nadie podría haber acusado de
feminista. Su primera elección para el puesto de director de La gran estafa del
Rock 'n’ Rol/ había sido el gran realizador Russ Meyer, el Bresson de la porno
grafía, cuyas películas soft habían conquistado el corazón de un grupo de re
finados estetas del trash. McLaren colaboró con un par de guionistas france
ses para componer “un musical porno soft de rock para chicos” llamado The
Adventures o f Melody, Lyric and Tune [Las aventuras de M elodía, Letra y
Canción], sobre tres chicas de quince años y sus excesos carnales con adultos,
con diversos escenarios turísticos parisinos como telón de fondo. El sesgo evi
dentemente pedófilo del proyecto espantó a todos los inversores, por lo que
M c ^ ’en y sus colaboradores escribieron otro guión, The Mile High Club, para
el cual tomaron la precaución de mostrar solamente a los menores teniendo
352 sexo entre sí. La historia, una mezcla de Elseñor de las moscas con Emmanuelle,
trataba sobre una tribu de primitivos adolescentes que descubren un jet aban
donado que había sido utilizado por el Mile High Club (una organización que
promovía las relaciones sexuales en pleno vuelo) y lo transforman en “un club
para niños donde puedan hacer el amor los bebés de pandillas sexuales”.1
Mientras que Melaren trataba, sin mucho éxito, de incursionar en el mundo
del porno, los miembros de Sex Pistols disfrutaban de una serie aparentemen
te interminable de hits póstumos. Virgin no paraba de sacar single tras single
de la banda sonora de l a gran estafa del Rock 'n’ Rol/, editada en febrero de 1979,
mucho antes de que la película estuviera terminada. El ya fallecido Sid Vicious
llegó al puesto número tres en los rankings dos veces seguidas con sus covers de
“Something Else” y “C ’mon Everybody”, de Eddie Cochran.
l. “Sex gang babies” [bebés de pandillas sexuales] mutaría a “sex gang children” [niños
de pandillas sexuales] en la letra de “Mile High Club” de Bow Wow Wow. McLaren
tomó el término de William Burroughs; luego, Boy George lo tomó a su va. de esta can
ción como posible nombre para su banda, antes de decidirse por Culture Club. George
también fue quien terminó recomendando el nombre a los integrantes de Panic Button,
grupo que, efectivamente, pasaría a la historia como Sex Gang Children. [N. del T.]
En sus m omentos de mayor paranoia, McLaren estaba seguro de que
Richard Branson, fundador del sello Virgin, había perpetrado la verdadera “es
tafa” del rock al anular cualquier amenaza que pudieran representar los inte
grantes de Sex Pistols a fuerza de tolerancia hippie y liberal. McLaren se ho
rrorizó cuando vio cómo el magnate aceptaba de buena gana incluso sus
propuestas más ofensivas, como reemplazar a Rotten por el convicto fugado
Ronnie Biggs, famoso por haber perpetrado un importante asalto a un tren en
1963. Luego, cuando McLaren perdió el control de la banda, Virgin no tardó
en superarlo en cinismo al facturar al máximo con el espíritu punk. A media
dos de 1979, la discográfica editó Some Product: Carri On, un álbum hecho a
las apuradas con entrevistas al grupo grabadas para la radio, en cuya tapa po
dían verse diversos artículos imaginarios de merchandising inspirado en Sex
Pistols, como una barra de chocolate “Fatty Jones”, una hamburguesa llama
da “Vicious Burger” y un muñeco de acción de Sid que venía con su propio
ataúd. Después salió a la venta ese chiste de mal gusto, Flogging a DeadHorse,
una suerte de disco de “grandes éxitos” de la banda.
Virgin había transformado alegremente la crítica punk de McLaren con- 353
tra el consumismo en un bien de consumo. Com o buen situacionista, él de
bería haberse dado cuenta desde un principio de que “el espectáculo” podía
absorber cualquier tipo de perturbación, por nociva que fuera, y convertirla
en una nueva fuente de ganancias. Sin embargo, esto no impidió que el ex re
presentante de Sex Pistols intentara repetir el mismo tipo de provocaciones y
polémicas con su siguiente grupo. Solo que esta vez, pensaba, lo haría bien. Es
posible que, si fueran demandados por sus propios clientes, en su lugar m u
chos otros hubieran aprendido algo (por ejemplo, que a las personas no les
gusta que las manipulen). McLaren, no. Haber perdido el control de Sex Pistols
simplemente aumentó su determinación de buscar un material humano más
dúctil con el cual trabajar. Lo que terminó encontrando fue Bow Wow Wow.
Cuando lo echaron de su propio grupo, Adam Ant secó sus lágrimas, de
cidió que el éxito era la mejor venganza y se propuso explotar económicamen
te al máximo el look que le había diseñado McLaren. Com o producto pop,
Bow Wow Wow rebalsaba de ideas, a tal punto que se volvía incoherente. Adam,
en cambio, al ser básicamente apolítico, redujo su enfoque a tres elementos
clave: una imagen heroica, música sexual y tribalismo. Todas esas cosas ya eran
parte de su personaje -la imagen glam, las canciones de sesgo pervertido y la
idea de que sus seguidores eran “antpeople” [gente-hormiga]-, pero McLaren
le había dado un nuevo y vistoso look que era mitad pirata y mitad apache,
con una línea blanca que le cruzaba el tabique. Y en cuanto a la percusión bu-
rundesa, Adam decidió superar a Bow Wow Wow contratando a dos bateris-
tas para obtener la mayor polirritmia posible. Luego, junto con su nuevo gui
tarrista, Marco Pirroni, Adam compuso un puñado de canciones enérgicas y
pegadizas. Pirroni había añadido un sonido de guitarra pesadísimo y muy dis
torsionado a la apocalíptica banda postpunk Rema Rema; pero al unirse a The
Ants, adoptó un nuevo estilo, más liviano y aventurero, que recordaba a Duanne
Eddy, la música surf y las bandas sonoras de los spaghetti western de Ennio
Morricone. También se dio la casualidad de que su nueva manera de tocar fuese
notablemente parecida a la de Matthew Ashman, el guitarrista de Bow Wow
Wow, conocido por su uso del trémolo y su sonido vibrante.
A comienzos de 1980, los singles “Dog Eat D og”, “Ant Music” y “Kings of
the Wild Frontier” subieron meteóricamente hasta el Top 10 de Gran Bretaña.
Por un instante, hubo cierta aura de peligro alrededor de Adam and the Ants.
En efecto, eran bubbleegum pop. Pero la enorme confianza del cantante le infun
día convicción a versos tan ridículos como “Don't tread on an ant/ He's done
nothing to you/ Might come a time/ ^ ^ e n he’s treading on you” [No pises a la
hormiga/ N o te ha hecho nada malo/ Y puede que llegue el día/ Que te pise ella
a ti] (lo que podría ser una muy indirecta advertencia a McLaren y a su antigua
banda, los ahora llamados Bow Wow Wow). Para ese entonces, Adam ya era un
artista de culto al borde del estrellato, y sus actuaciones en vivo con su nueva
banda eran memorables. En cierto modo, su look, entre tribal y heroico, cons
tituía una versión más accesible y adolescente de las fantasías guerreras del heavy
360 metal. Por otro lado, también evocaba a ese líder del glam, Glary Glitter, otro
ídolo pop con dos bateristas que tocaban ritmos primitivos. Asimismo, la impo
nente exuberancia de Adam era, como la de Glitter, extrañamente asexual y se
basaba en el exhibicionismo narcisista más que en la seducción.
Al principio de su carrera, la prensa lo había ridiculizado hasta el cansan
cio. Ahora, Adam se divertía creando un ejército de seguidores que imitaban
su estilo hasta el último detalle. Sin embargo, aún más placer le daba haber
usado las propias ideas de McLaren con mucha más eficacia que él. Por aque
lla época, cuando Adam comentó a Sounds “Me parece que la expresión ‘artis
ta de culto’ es un eufemismo de ‘perdedor’. Ya no me interesa ser ese tipo de
músico”, en parte estaba criticando la ambición y los intentos de infiltración
del new pop en el mainstream; pero también se estaba vengando de su antiguo
representante y de Antz, la banda que lo había traicionado. A pesar de todos
los esfuerzos de Malcolm, Bow Wow Wow seguía siendo un grupo de culto
sin un solo hit, mientras que Adam y su banda, T he Ants, eran la nueva sen
sación pop de 1980.
El punto más alto de su fama llegó en septiembre de 1981, cuando editó
“Prince Charming”, un éxito descomunal en Inglaterra y uno de los singles más
raros que haya llegado a la cima de los rankings. La melodía, una especie de au-
llido similar a un grito de guerra indígena, estaba acompañada de un ritmo
desconcertante, como si fuese un vals cruzado con una danza de cortejo abori
gen. En el videoclip, Adam iba adoptando una serie de poses rígidas, orgullosas
y desafiantes, que bizarramente anticipaban el “vogueing”, una forma de baile
competitivo underground que se desarrollaría después en Nueva York en algu
nos círculos de la cultura gay, inspirada en las fotos de las revistas de moda. Al
final del video, Adam se & sfr ^ b a de una serie de íconos pop, entre ellos, Rodolfo
Valentino, Alice Cooper, Clint Eastwood y Marlon Brando. Tanto la canción
como el clip dejaban a la vista que la idea deAdam de reinventarse a uno mismo
era, en última instancia, circular y vacua. Parecía estar diciendo “Imítenme a mí
como yo he imitado a mis héroes”. El estribillo, a su vez, era muy endeble y mos
traba al cantante demasiado a la defensiva (“ridicule/ is nothing to be scared o f”)
[No hay que temerle/ al ridículo], mientras que el mensaje de la canción -un o
debe vestirse lujosamente para exhibir confianza en sí m ism o- se sentía trivial.
“Prince Charming” era una indicación de que el destino de Adam sería ir
probándose todos los disfraces y ropajes de la historia hasta que se le acabaran
los arquetipos heroicos. En su anterior hit número uno, “Stand and Deliver”, 361
había interpretado a un ladrón que asaltaba carruajes en los caminos, y en el
videoclip de ‘'Ant Rap”, el siguiente gran éxito del álbum Prince Charming, se
disfrazó de un caballero de radiante armadura. Terminó el año con una gira
impactante y muy costosa, llamada The Prince Charming Revue. La palabra
“Revue” [espectáculo musical] parecía sugerir que el líder de The Ants había
ingresado a la farándula.
En sus entrevistas, Adam hablaba vagamente de la manera en que él daba
esperanza a los chicos al brindarles una alternativa positiva “a toda la basura
de la rebelión del rock”, y decía estar feliz de ofrecer el mismo tipo de entre
tenimiento escapista presente en películas como La guena de las g a v i a s o En
busca del arca perdida. También defendía su imagen de artista pulcro y sano:
“ Estoy cansado de oír que, como no tomo ni fumo ni me drogo, soy un san
turrón... N o me gustan las drogas, y eso es una amenaza para el establishment
del rock ‘n’ roll’’. Este sentimiento fue lo que inspiró su siguiente hit - y su pri
mer gran éxito en los Estados U nidos-, la canción “Goody Two Shoes”, casi
un tema de rockabilly. Adam, el estudiante de arte que había frecuentado los
locales de ropa SEX y Seditionaries de McLaren y Westwood, donde se entu
siasmó con las prendas fetichistas y las fotos de la reina con un alfiler de gan-
cho en la nariz, ahora era uno de los orgullosos artistas que tocaban en el Royal
Variety Show, un evento anual de caridad en el que participaban las figuras
más importantes del mundo del entretenimiento británico. “Rechazar la invi
tación hubiese sido precisamente el tipo de actitud negativa y egocéntrica que
muestra siempre el rock. Si la gente cree que soy prolijo y aburrido porque es
trecho la mano de la reina, es cosa suya. ¿Qué tendría que hacer para provo
car un escándalo? ¿Escupirla? ¿Bajarme los pantalones? Eso es mera rebelión
rockera y, como dije, no me interesa en lo más mínimo.”
Cuando Malcolm McLaren se aventuró e n l o más profundo del Bronx para 369
asistir a un recital del DJ Afrika Bambaataa a comienzos de 1981, el mutant
disco estaba llegando a su cénit en Nueva York. Esta corriente cultural, tan fe
cunda como ecléctica, poseía una fantástica capacidad para amalgamar un
sinnúmero de ideas provenientes del punk, el funk, la escena artística del down-
town y el hip-hop del norte de la ciudad. En ciertos aspectos, la relación entre
el mutant disco y la no wave se parecía al vínculo que había entre el new pop
y el postpunk. Es decir, el mutant disco era al mismo tiempo una extensión y
una negación de la no wave: por un lado, adoptaba y ampliaba el extraño funk
de bandas como D N A y Contortions y lo volvía más bailable; sin embargo,
también dejaba de lado su nihilismo masoquista y lo reemplazaba por un es
píritu más lúdico y hedónico.
Podrían decirse muchas cosas a favor de la no wave, pero no que fuera “di
vertida”. El entretenimiento convencional no era uno de sus objetivos. Muy
por el contrario, Lydia Lunch y James Chance implementaron su versión del
teatro de la crueldad, agrediendo al público con ruidos extremos e incluso vio
lencia física durante sus recitales. Sin embargo, cuando la no wave alcanzó su
punto más alto a mediados de 1978, llegó a Nueva York una banda con una
visión completamente opuesta al sadismo de Chance y Lynch. B-52, oriunda
de Athens, Georgia, tuvo un éxito espectacular y casi instantáneo. En uno de
sus primeros recitales en Manhattan, el grupo subió al escenario con ropa de la
década del cincuenta y pelucas con peinados batidos (de color púrpura, en el
caso del baterista Keith Strickland). Cada vez que terminaban de tocar el es
tribillo de la primera canción, acercaban al micrófono una cajita que reprodu
cía grabaciones de risas. “ Era la única banda que tenía sentido del humor”, se
ñala Animal X , melómano que asistió al concierto, en Art After Midnight, libro
sobre la historia del downtown de Nueva York.
B-52 era un grupo con una actitud claramente positiva. Cindy Wilson,
una de sus tres cantantes, se oponía al punk y a la no wave porque decía estar
“harta de todo lo negativo”. Para la banda, lo más importante era que el públi
co la pasara bien y bailara, un sacrilegio en el contexto musical neoyorquino de
esa época. La no wave había incursionado en el funk, pero sin el menor senti
do del groove. Los ritmos fracturados de Contortions y D N A invitaban menos
al baile que a los espasmos, y por lo general, la audiencia, refinada y bohemia,
se quedaba parada con la mirada en blanco y la intención de verse lo más cool
370 posible. “N osotros subíamos al escenario en Max's Kansas City y decíamos,
‘Bueno, esta es una canción para bailar', y nadie se movía. La gente vestía cam
peras de cuero negro y se limitaba a mirarnos”, explicó Fred Schneider, cantan
te de B-52, al hablar de sus primeros conciertos, antes de que su música pega
diza terminara de ganarse al público. “Les gustaba, pero bailar no se consideraba
cool. Y nuestra imagen, por supuesto, t ^ p o c o era cool ni por casualidad.”
El hecho de que dos de los cinco integrantes de B-52 fueran mujeres y el
resto homosexuales le daba a su música un aire exuberante, femenino y llama
tivo, que difería notablemente de la no wave (“modernismo heterosexual” en
su veta más lúgubre). En temas como “Dance This Mess Around” y “52 Girls”,
la potencia de las voces de Kate Pierson y Cindy Wilson creaba un efecto “camp
sublime”, a la vez kitsch y ominoso. “I will give you fish, I will give you candy”
[Te daré pescado, te daré caramelos], decía W ilson en “Give Me Back My
Man”, con una convicción enorme e infrecuente tratándose de versos tan ri
dículos. Por otro lado, la voz nasal y chillona de Schneider contrastaba de una
manera muy interesante con las poderosas voces de las mujeres de la banda.
Melodioso, simpático y videogénico, el grupo era una suerte de equivalen
te local y sin sintetizadores de The Human League, con una estética que pa
recía combinar el pop art con las películas de John Waters. Y si bien tardaron
casi una década en conquistar MTV (algo que lograron gracias a su enorme hit
“Love Shack”, en 1989), lo cierto es que desde el principio estuvieron a la al
tura de bandas inglesas como Culture Club. Una de las razones por las que no
tuvieron éxito de inmediato es su sonido: más allá de su apariencia camp, el
grupo tocaba con agresividad e intransigencia, forjando un estilo de música
bailable a medio camino entre el afrofunk minimalista de James Brown y el
agit-punk británico de Gang o f Four y Delta 5. Cuando algunas unidades im
portadas del EP Damaged Goods y el álbum Entertainment! llegaron a Athens, las
bandas locales integradas por estudiantes de arte (Athens es una ciudad univer
sitaria, como Leeds) se sintieron inmediatamente identificadas. “Entertainment!
se convirtió en la banda de sonido de todas las fiestas de Athens, antes de que
Nueva York y Los Ángeles descubrieran que existía”, afirmó el ex estudiante de
arte Michael Stipe. “Party O ut o f Bounds”, de B-52, tenía varios puntos en
común con ‘'At Home He Feels Like aT ourist”: el ritmo entrecortado de las
guitarras, por ejemplo, y las melodías de bajo que mezclaban rock y funk en
partes iguales.
Más allá de eso, B-52 no podía estar más lejos de la seriedad de 371
Entertainment!. Las canciones de la banda deAthens, de hecho, estaban inspi
radas por el entretenimiento mismo, como las películas clase B y el género
“M ondo” -q u e la serie de libros Incredible Strange Movies se encargaría de in
mortalizar-, al igual que los cómics, los dibujos animados, las revistas de cien
cia ficción y los pasos de baile de la década del sesenta. D e ahí salieron temas
como “Planet Claire” y la graciosísima fantasía subacuática “Rock Lobster”, el
primer single de la banda, editado a comienzos de 1978 a través del sello in
dependiente DB Recs con el respaldo de Atlantic Records. Un año después,
cuando B-52 firmó un contrato con Island Records, “Rock Lobster” volvió a
editarse y cosechó un éxito notable a ambos lados del Atlántico.
Aunque Pierson y Schneider provenían de Nueva Jersey, el grupo era un
fiel reflejo de la combinación entre el espíritu artístico liberal y la tranquilidad
sureña que caracterizaba a Athens. Su imagen retro-kitsch era producto de las
numerosas tiendas de artículos usados y ventas de garage de la ciudad. “Uno
podía comprar una ^camisa por veinticinco centavos”, señaló Maureen McGinley,
representante de la banda en sus inicios. “Lo que muchos hadan era comprar
siete camisas limpias y planchadas, usarlas durante una semana y devolverlas.
Era más barato que mandarlas a lavar.”
Allí fue donde B-52 dio su primer concierto, en una fiesta en 1977 duran
te el día de San Valentín. Las fiestas en las casas de los estudiantes universita
rios eran el centro de la escena musical local, ya que no había mucha vida noc
turna en la ciudad. “Teníamos que inventar nuestras propias fuentes de
entretenimiento” , explicó McGinley. “Cuando organizábamos las fiestas, es
condía mis sartenes y cacerolas nuevas, porque sabía que, tarde o temprano,
¡cualquier cosa que estuviera a la vista terminaría usándose como instrumen
to de percusión! En Athens, el baile era esencial. Las personas no se quedaban
paradas hablando y haciendo comentarios irónicos. Si una banda tocaba y
nadie bailaba, nunca volvía a tocar."
En cierto modo, se trataba de una versión reducida y más amable de la va
riadísima escena cultural del downtown de Nueva York. “La música era lo de
menos”, explicó McGinley. “La gente pintaba, escribía, hacía de todo. Cuando
alguien empezaba a componer música, en general, provenía de otra disciplina
artística. Fred era poeta, por ejemplo. Y en el caso de Keith Strickland y Ricky
Wilson, el guitarrista, el arte era su vida. Los conocía de la secundaria. Me
372 acuerdo de que venían al colegio con los labios pintados y peinados llamati
vos, tomados de la mano. Yo pensaba: ‘Pobres, no les van a permitir llegar muy
lejos’. Porque en esa época, en Georgia, estaba muy mal visto ser gay. Por eso
siempre íbamos a todos lados juntos y nos reuníamos en nuestras casas. Era
un grupo muy unido, que nació porque la comunidad no nos aceptaba.”
Esta segunda familia incluía a Pylon, un conjunto de estudiantes de arte
que había armado una banda como una suerte de broma conceptual o “una
idea de arte temporal”, como la llamó la cantante Vanessa Ellison. “ Pensamos
que sería divertido formar un grupo, lograr que escribieran sobre nosotros
en el New York Rocker y después separarnos.” Todo salió exactamente como
habían planeado, salvo que nunca se terminaron separando. El periodista
Glenn O'Brian, experto en música no wave, alabó a la banda cuando toca
ron en Nueva York como teloneros de Gang o f Four y habló maravillas de
su primer single, “C ool”: “Pylon suena como si les corriera dub por las venas”.
Sin darse cuenta, el grupo ya estaba haciendo carrera, en parte gracias al
apoyo de sus amigos, los integrantes de B-52, que les consiguieron concier
tos en el club Hurrah's, uno de los epicentros de la escena new wave, e in
cluso lograron sumarlos al recital d e Paul Simon en Central Park, en el que
B-52 fue telonero.
Si B-52 tenía un segundo hogar en Nueva York, definitivamente ese era el
Club 57, el cual parecía menos una discoteca que un extraño laboratorio ar
tístico. Sus dueños -lo s artistas Ann Magnuson y John Sex, y los pintores Kenny
Scharf y Keith H aring- eran, según dicen, prácticamente groupies de la banda.
“Íbamos a todos sus shows y les hacíamos regalos”, dijo Scharf en una entre
vista para East Villatge Eye. “ Keith Haring una vez les dio frutas de plástico y
les encantó." Tanto B-52 como el grupúsculo de Club 57 sentían un gran afec
to irónico por la cultura pop norteamericana en sus facetas más grotescas y
exageradas: equipos de majorettes y porristas, Miss América, Liberace, pijam a
parties, películas ambientadas en la playa y la vergonzosa etapa camp de la ca
rrera de Elvis, con su infinidad de películas clase B y apariciones en Las Vegas.
Club 57 empezó como una ramificación de un evento llamado New Wave
Vaudeville, en cuyo elenco de freaks estaba Klaus Nomi, brevemente famoso
debido a sus performances que combinaban la ópera con el teatro japonés ka-
buki. En un principio, el club, ubicado en el sótano de una iglesia polaca en
57 St. Marks Place, mostraba películas de horror clase B como L a mancha
voraz. Pero muy pronto comenzaron a organizarse allí elaboradas fiestas temá- 373
ticas, en las que se desarrolló una nueva sensibilidad a base de elementos del
pop art, el travestismo, la estética trash y el arte performático. “Armaba un es
cenario, una banda de sonido y un marco dentro del cual cada invitado podía
interpretar su propio personaje y disfrazarse como quisiese” , explicó Ann
Magnuson, aludiendo a noches temáticas como Adivine de quién es el ruido: el
juego del punk rock; Lucha libre femenina: pelea hasta la muerte; Un homenaje
a la NASA (con simulacro de viaje espacial incluido) y Fiesta en el patio con bar
bacoa deluxe. “Cuando empezamos con las fiestas temáticas, iba casi todos los
días a las tiendas de artículos usados para comprar disfraces y accesorios. También
se podían encontrar en la calle montones de cosas que servían, como cajas de
refrigeradores. Entonces las llevábamos hasta el club y con eso recreábamos, por
ejemplo, un barrio jamaiquino en el que armábamos un circuito de m ini-golf
y después tocábamos reggae. Eran piezas de arte conceptual en las que uno
podía participar.”
Scharf diseñó el logotipo del Club 57, un televisor con la palabra “diver
sión” debajo del dial para cambiar de canal. “ Para mí, el Club 57 realmente
era una suerte de exorcismo de todo lo norteam ericano”, dijo M agnuson.
“Porque en aquel entonces solo había tres canales de televisión pública, y uno
se la pasaba viendo películas viejas e iba adquiriendo la sensibilidad del vaude-
ville, de los hermanos Marx, del programa televisivo Smothers Brothers Comedy
Hour, de las películas de terror. Todo eso nutría nuestro arte.” Detrás del pla
cer de lo camp, sin embargo, había una intención relativamente seria de em
plear los productos efímeros y de mal gusto de la cultura de masas como pris
ma a través del cual visualizar el inconsciente político de los Estados Unidos.
Com o dijo Kate Pierson, de B-52: “Sin volverse demasiado pretencioso, uno
puede ver el shopping center K-mart como si fuera un museo de cultura m o
derna, y aprender algo de lo que hay allí dentro y de su significado”.
Aunque la música representaba una parte muy pequeña de esta escena,
el club tenía su propia banda, muy similar a B-52, formada íntegramente
por mujeres y llam ada Pulsallama. El grupo nació com o subproducto del
“ Equipo Auxiliar Femenino del Lower East Side” (una parodia de las ligas
juveniles ideada por M agnuson) e hizo su debut una noche temática sobre
pijama parties. El show consistió, básicamente, en golpear todo lo que tuvie
ran al alcance de la mano, como campanas, botellas de cerveza, cacerolas y
374 sartenes. “Pulsallama era una anti-banda”, explicó Ann Magnuson, quien des
cribió el grupo como una parodia de la moda más reciente entre los esnobs
de aquella época, los ritmos tribales, utilizados por bandas como Bow Wow
Wow. No obstante, si bien Pulsallama tal vez haya sido un grupo en clave de
comedia, la verdad es que pocos artistas postpunk editaron un tema tan ex
traño y maravilloso com o su primer single, “The Devil Lives in My Husband’s
Body”, de 1982. La canción tenía una llamativa percusión estilo gamelán,
acom pañada de la narración en primera persona de un ama de casa cuyo ma
rido, aparentemente, ha empezado a emitir inquietantes ruidos en el sótano.
“Our friends can’t come over anymore!” [¡Nuestros amigos ya no nos pueden
visitar!], se queja la mujer.
En parte debido al consumo de ácido, hongos y anfetaminas, el Club 57
tenía un estilo psicodélico. A la larga, esta escena contribuyó a que en los no
venta la estética camp y mondo ingresaran al mainstream, de la mano de pro
ductos culturales como Deelite, Nick at Night y Misterios en el espacio, al igual
que el éxito que cosecharon las películas de John Waters, y producciones de
Tim Burton como E d Wood y la lamentable Marte ataca. El Club 57 se basa
ba en lo lúdico y lo teatral. El artificio se festejaba y el género era concebido
como una performance más que como un rasgo innato.
Sin embargo, no todo el mundo veía con buenos ojos como Magnuson y
compañía se burlaban de lo cool y ensalzaban lo trash. “Estéticamente, odia
ba el Club 57”, declaró Jean-Michel Basquiat, multifacético polígrafo del down-
town. “Me parecía ridículo. Todas esas porquerías viejas. Prefiero lo viejo pero
bueno”. Para Magnuson, el desprecio de Basquiat se debía a que Scharf y Haring
competían con él artísticamente. Además, Basquiat formaba parte de los ha-
bitués del Mudd Club, el mayor rival del Club 57 durante esta época.
En cierto modo, los dos clubes tenían mucho en común. El fundador del
Mudd, Steve Mass, también organizaba elaboradas fiestas temáticas, y B-52
fue la primera banda que tocó allí. Fred Schneider, incluso, ayudó en la orga
nización de una fiesta temática hawaiana muy kitsch. Igualmente, a pesar de
las coincidencias, estos clubes no tardaron en seguir caminos muy distintos. Para
Magnuson, se trataba de una diferencia emocional: el Club 57 era “groovy” y el
Mudd, “cool”. En muchos sentidos, Mudd Club seguía la decadencia no wave
iniciada por James Chance (y no es casual que Anya Philips, la amante y re
presentante de Chance, haya participado en la concepción del M udd antes de
distanciarse de Maas). En Art After Midnight, Carmel Johnson-Schmidt, un 375
habitué del local, lo describe con imágenes que parecen sacadas de las letras de
algún tema de Contortions: “ Uno senda que todo era falso, que nada impor
taba, que nada iba a durar. Las personas dejaban de hacer planes. Todo se re
ducía a ese momento, a esa noche. El sexo apenas existía” . En vez de alucinó-
genos, las drogas preferidas en el M udd eran el alcohol, los depresivos como
la metacualona y, para algunos, la heroína.
El club, que Steve Maas financiaba con dinero del negocio de su padre, se
parecía menos a una discoteca o un antro de rock que a un centro cultural bo
hemio y un espacio para realizar performances artísticas. “En el m undo del
rock, uno necesita una identidad, una marca que sea muy fácil de reconocer.
Mudd era todo lo contrario”, afirmó Maas. “Teníamos programas muy diver
sos. Un día podía tocar un com positor vanguardista y al día siguiente, los
Plasmatics.” En el piso de arriba incluso había una galería nocturna con shows
de artistas del downtown neoyorquino. “Robert Christgau definió a M udd
como la capital del diletantismo”, señaló M aas entre risas.
Lo cierto es que, antes de ocuparse por completo del Mudd, Maas era un
diletante innegable, que había estudiado muy brevemente filosofía e histo
ria del arte, realizado estudios de antropología de manera autodidacta y par-
ticipado en proyectos cinematográficos de vanguardia. Cuando estalló la re
volución punk, Maas quiso documentar de inmediato la escena como si fuese
un etnomusicólogo, grabando recitales de The Dead Boys y otras bandas si
milares en 16 milímetros. Luego, intentó filmar un documental con Diego
Cortez y Anya Philips, dos cultores de la no wave a quienes se le ocurrió
abrir una “discoteca punk” que funcionara com o una versión downtown de
Studio 54. Maas puso el local en el único lugar que se adecuaba a su presu
puesto, una zona industrial del barrio chino donde no vivía prácticamente
nadie. Siguiendo la idea de crear una suerte de anti-Studio 54, la decoración
del Mudd era espartana y opaca. En la entrada, por ejemplo, en vez de una
cuerda de terciopelo, había una cadena de metal. Mass empleaba los mate
riales más baratos que encontraba en las tiendas de artículos usados de Canal
Street y decoró el bar con mapas aéreos. “Tenía una licencia como piloto de
aviones, así que tom é un m ontón de m apas, los puse en las paredes y los
cubrí con plástico transparente.”
La contraparte de Ann Magnuson en el Mudd era Tina L’ Hotsky, una rubia
376 bellísima y cautivante que llevó adelante muchas de las noches temáticas más
famosas del club. Su atracción principal era el Funeral del rock ‘n rol/, un tri
buto a artistas fallecidos como Jimi Hendrix, Sid Vicious y Jim Morrison. Maas
puso el dinero necesario para conseguir carrozas fúnebres, ataúdes y coronas
de flores auténticas. “N o sé si Steve logró alguna ganancia con el M udd, por
que invertía más en fiestas de lo que podía recuperar”, señaló Gary Indiana,
escritor y habitué del local, quien alguna vez llegó a organizar un evento a be
neficio de sí mismo en el club.
Otra noche tem ática costosa era la Fiesta del soul, una instalación de
enormes proporciones a cargo de Michael Holman, am igo de Basquiat. “En
el piso de arriba teníamos una cafetería con com ida de Sylvia’s Kitchen, fri
joles de ojo negro y batatas acarameladas. En el fondo había una habita
ción am bientada como el cuarto de un proxeneta, con m ostacillas de plás
tico enhebradas, espejos en el techo y una cama gigantesca con un m ontón
de pieles de color naranja sobre las sábanas. También teníamos una im ita
ción de un salón de belleza, con m áquinas para secar el pelo tom adas de un
salón de verdad de Brooklyn. Abajo, yo h ad a de DJ y pasaba m úsica funk
de finales de los sesenta y principios de los setenta que casi nadie en el Mudd
había oído antes. ”
Holman y Basquiat eran integrantes de un grupo de art noise llamado Gray.
Aunque la no wave estaba desapareciendo y los sonidos más enérgicos del punk
funk y el mutant disco comenzaban a imponerse, los artistas todavía creían que
el rock era la corriente cultural más fecunda, además de ser el camino más corto
hacia la fama, fortuna y repercusión artística. Por eso, gente como Jim Jarmusch,
futuro realizador cinematográfico, tenía una banda de música inquietante y at
mosférica llamada The Del/Byzanteens, y Vincet Gallo, actor y director, no solo
fue uno de los integrantes de Gray, sino que realizó varios collages sonoros lo-
fi por cuenta propia. Por otra parte, si bien Basquiat estaba empezando a atraer
la atención de los medios gracias a sus omnipresentes grafitis con el logotipo
SAMO que pintaba con Al Diaz, también se interesaba por la música.
Gray casi no dejó ninguna grabación que documentara sus obras, con la
única excepción del extenso instrumental “ Drum Mode”, exhumado para la
recopilación Anti NY, de 2002. Es una lástima, porque “Drum M ode”, con su
percusión hipnótica y sus retorcidos efectos de sonido, parece indicar que se
trataba de un grupo notable. Al hablar de su breve incursión en el postpunk
en una entrevista con el New York Times, Basquiat dijo haberse inspirado en 377
John Cage y la idea de “componer música que no fuera música”: “Tratábamos
de hacer algo incompleto, abrasivo y extrañamente hermoso”. Según Holman,
Gray se convirtió en “una suerte de colección de ruidos y sonidos, como si se
tratara de una fábrica con máquinas que se encienden solas y empiezan a tocar
música cuando no hay gente alrededor”. El mismo Basquiat tocaba “un sinte-
tizador de juguete roto con teclas de colores, pasado por varios pedales de efec
tos”, según observó Richard McGuire, integrante de la legendaria banda de
punk funk Liquid Liquid, que en algunas oportunidades tocó junto a Gray.
El momento más famoso del grupo tuvo lugar en el Mudd Club en 1979.
“Decidí que quería construir un domo geodésico loquísimo”, explicó Holman.
“Así que fui al Bronx y alquilé el andamiaje por cien dólares.” Holmes ubicó
a los otros miembros de Gray -G allo, Nick Taylor y Wayne Clifford- de ma
nera que sobresalieran del domo y generaran un efecto desconcertante. “Vince
y Wayne estaban a un metro y medio del piso, con un arnés que los mantenía
suspendidos con sus teclados en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Nick
estaba tan alto que lo único que podía verse de él en el set eran sus pies. Mi
cabeza se asomaba por encima de la superficie del escenario.” Después de que
los demás pasaran horas preparándose, Basquiat finalmente se dignó a apare-
cer durante la prueba de sonido. “Jean no dijo ni mu, simplemente se dio vuel
ta y se fue. Pensé: ‘Por dios, ¿va a volver o no?’ Pero a los cinco minutos trajo
una caja de madera que encontró en la basura y la tiró en el escenario. Después,
como si fuese una momia que se mete en un sarcófago o una urna, se metió
de cuerpo entero en la caja, bastante chica, por cierto, con el sintetizador in
cluido. Ahí me miró y sonrió. ¡Uno podía pasarse una eternidad arreglando
todo hasta el último detalle y él lo deshacía con un gesto!”
Luego de la separación de Gray, en 1983, Basquiat dejó su última huella
en la historia de la música encargándose de la producción y los arreglos de
“Beat Bop”, un clásico de culto del hip-hop de vanguardia realizado por un
rapero visionario (o posiblemente demente) llamado Rammelzee. Basquiat fue
uno de los responsables del vínculo que se formó entre la escena post-no wave,
el mundo del arte del SoHo y la naciente cultura del hip-hop del sur del Bronx.
Sin embargo, fue Holman, en colaboración con el artista callejero Fab Five
Freddy, quien organizó la fiesta de la Zona del Canal en abril de 1979, even
to que introdujo el grafiti en la corriente artística del downtown. El videoclip
378 de “Rapture”, el hit de Blondie, pletórico de grafitis y con la participación de
Basquiat y Fab Five Freddy, retrató esta era gloriosa de Nueva York y su tráfi
co urbano, y la difundió por los televisores del mundo entero. La canción tam
bién incluía un intento de rap enternecedoramente malo de parte de Debbie
Harry, lo que la convirtió -probablem ente- en la primera rapera blanca en lle
gar a los rankings de música pop.
Los cruces culturales y la hibridez musical eran la norma en ZE, el sello dis-
cográfico neoyorquino que marcó la transición de la estética sadomasoquista
de la no wave hacia la subversión más sutil del mutant disco. Luc Sante, escri
tor y habitué de los clubes nocturnos del downtown de Nueva York, definió
la “potente fórmula” de este nuevo género con la sucinta ecuación: “ccualquier
cosa + ritmo de música disco” . N o se sabe con precisión quién acuñó el térmi
no “mutant disco”, pero este apareció por primera vez en el título de una re
copilación famosa de 1981, que dio a conocer el sello ZE a un público nuevo.
En el texto que escribió para la funda del disco, lan Penman, de NME, alabó a
la discográfica por su innovación y eclecticismo. “La mayor parte de la músi
ca del catálogo de ZE o bien intenta fundar su propio género - s i no lo ha lo
grado y a - o bien trata de destruir las convenciones del género en el cual uno
podría llegar a encasillarla.”
Junto al proyecto de James ^ ^ it e and the Blacks, la primera incursión seria
del sello en la música m utant disco fue Cristina. Se trataba de la novia de
Michael Zilkha, cofundador de ZE (se habían conocido en la redacción del
Village Voice, donde ambos escribían reseñas teatrales), quien quería conver
tirla en una suerte de diva intelectual de la música disco, con letras ingeniosas
y urbanas teñidas del cinismo característico de James Chance. “ Disco Clone”,
su primer single, era una sátira con hermosos arreglos de orquesta, en la que
se describían las discotecas como un lugar donde las personas eran apenas pe
dazos de carne que se vendían al mejor postor. Kevin Kline (en aquel enton
ces, una estrella de Broadway) interpretaba el papel de un donjuán vestido a
la moda. El mejor momento de la carrera musical de Cristina, sin embargo,
fue su cover de “Is That Ali There Is?” de Leiber y Stoller (tema al que le agre
garon versos sobre sadomasoquismo y drogas, para aumentar su sordidez) y
“Things Fall Apart”, una canción realmente perturbadora.
La producción y composición de casi toda la música de Cristina, su álbum
debut, estuvo a cargo de August Darnell, alguien ajeno a la escena postpunk.
Com o letrista de la banda de su hermano, Dr. Buzzard's Original Savannah 379
Band, Darnell había intentado llevar al género disco el tipo de arreglos sofisti
cados que no se oían en el pop desde las décadas del cuarenta y cincuenta.
Fanático de los musicales hollywoodenses, concebía cada canción del grupo
como si fuera “una miniobra de teatro”. Sin embargo, a pesar de la buena re
cepción crítica que obtuvo su primer álbum en 1976, el homónimo Dr. B^uzzard's
Original Savannah Band, la banda no logró mantenerse a flote, en parte por
que sus ideas eran demasiado sutiles para el mercado de la música disco y tam
bién porque, según dijo Zilkha, “todo se vino abajo cuando Stony, el hermano
de August, perdió el control debido a las drogas”. Darnell, quien todavía soña
ba con estrenar algún día sus canciones en Broadway, asumió la posición de di
rector y líder de un grupo nuevo llamado Kid Creole and the Coconuts, y ac
tualizó el sonido de las big bands de los cuarenta adaptándolo a los gustos
multiculturales de los ochenta, mezclando una enorme diversidad de ritmos
sensuales (salsa, calipso, rumba, reggae, funk) con letras ingeniosas, dignas de
las composiciones de la era dorada del género musical, aunque con temáticas
de sesgo c la ré e n te moderno (como “Mr. Softee”, tema sobre la impotencia).
Los críticos a ambos lados del Atlántico alabaron a Darnell por rescatar
este subgénero de la canción romántica de antaño en álbumes como O ff the
Coast ofM e y Fresh Fruit in Foreign Places, editados por el sello ZE. También
comentaron positivamente su credo sobre la música “mestiza”. “ La música
mestiza estadounidense resulta de la combinación de la cultura francesa y la
negra en Nueva Orleans”, explicó Darnell. “Para mí, se trata de un símbolo
hermoso de la manera en que distintas tradiciones musicales pueden amal
gamarse.” También le dijo a NME que había heredado de su hermano esta no
ción ecléctica de la música. “Si los negros decían ‘Say It Loud, Im Black and
I’m Proud’ 1y los blancos tenían un movimiento en el que alegaban pertene
cer a una raza superior, Stony creía que los mulatos debían enorgullecerse de
ser híbridos. Deberían subirse a un pedestal y afirmar: ‘Tengo lo mejor de
los dos m undos'.”
Si bien la música de Kid Creole era alegre, las letras, en general, retrataban
un mundo muy oscuro, al igual que las de Was (Not Was), la otra gran banda
de dance lúgubre de ZE. Don Was y David Was (que, en realidad, no eran her
manos: sus verdaderos nombres son Don Fagenson y David Weiss) citaban a
Samuel Beckett y a Eugéne Ionesco (pionero del teatro del absurdo) como in-
380 fluencias, al igual que a los hermanos Marx. Su versión del mutant disco esta
ba teñida por la “desilusión poslisérgica”, según dijo Zilkha. El dúo, oriundo
de Detroit, había participado en toda la odisea de los sesenta, desde el teatro
de guerrillas hasta el movimiento de los Panteras Blancas. Las letras, escritas
por David Was, ex crítico de rock, eran ácidas y mórbidas, como en canciones
como “Out Com e the Freaks”, y reflejan las ironías y el aspecto más grotesco
de los Estados Unidos después de Nixon. “Tell Me That Im Dreaming” era
un tema de funk enérgico que incluía una grabación de Ronald Reagan, edi
tada para obligarlo a decir: “¿Podemos quienes dirigimos el Estado... negar...
que está bastante fuera de control?”. “Wheel Me O ut” y “Oh, Mr. Friction”
parecían ejemplos de esquizofrenia paranoide adaptados y remixados para la
pista de baile. En términos musicales, Was (Not Was) mostraba retazos del so
nido en boga en el Detroit de finales de los sesenta, que fusionaba hard funk,
hard rock y jazz abrasivo, como Funkadelic y M C 5 (cuyo guitarrista, Wayne
Kramer, tocaba en “^ ^ e e l Me Out”). “Si parece que no nos limitamos a un
solo estilo, es porque en Detroit hay una mezcla infernal de géneros”, comen-
l. “Dilo a viva voz: soy negro y estoy orgulloso”, estribillo del tema homónimo de James
Brown. [N. del T.]
tó David Was. “Crecimos escuchando lo mejor de la música negra y blanca,
había muchísimo de donde elegir. Así que no podíamos hacer un álbum que
se ciñera a una fórmula. ¿Cuál sería la gracia?”
“Bustin’ O ut”, el electrizante tema de Material, ofrecía otro cruce de gé
neros en apariencia disímiles. Antes de firmar contrato con ZE, la banda -el
bajista Bill Laswell, el tecladista Michael Beinhorn y el baterista Fred M aher-
se dedicaba a la música progresiva y el jazz fusión, combinando ritmos funk
con composiciones complejas. Zilkha logró que el grupo grabara lo que sería
el mejor tema de su larga carrera imponiéndoles a sus integrantes una consig
na que debían seguir a rajatabla: “Cuando hicieron ‘Burstin' Out', les dije que
tenían que componer un tema con un ritmo disco, y que después podían agre
garle lo que quisieran, por raro que fuera”. A pedido de Zilkha, Material com
binó un groove electrónico con mucha guitarra distorsionada estilo heavy metal,
anticipándose así al amalgama de rock y funk que años después difundiría
Michael Jackson con “Beat It”. En cuanto a la letra, el grupo adaptó cartas que
George Jackson, de los Panteras Negras, había escrito en prisión y luego le
pidió a Nona Hendryx, la explosiva diva del R & B , que cantara en el tema. 381
“Material logró exactamente lo que yo quería', dijo Zilkha. ‘“ Bustin’ O ut’ era
un tema cínico y artificial. Pero, a decir verdad, eso es lo que, en mi opinión,
debíamos producir.”
Material y Was (Not Was) respetaban la filosofía de ZE, que se basaba en
la confusión, en el sentido etimológico de la palabra: juntar elementos que
normalmente se encuentran separados. ZE y las bandas que integraban su ca
tálogo desafiaban las normas del mundo del rock, según las cuales cada grupo
debía tener un nombre y una identidad bien definida. Com o Penman ob
servó en su texto para M utant Disco, “uno no sabe cuándo las canciones de
Material o Was (Not Was) pueden incluir a músicos desconocidos o fam o
sos”. Sin embargo, esto inevitablemente terminó confundiendo también a
los consumidores. Aparte del breve éxito de King Creole en el Reino Unido,
ninguna de las bandas de ZE pudo ingresar al mainstream como lo había pla
neado Zilkha. “Todos mis grupos eran demasiado ingeniosos, y tardé muchí
sim o en darme cuenta de que el ingenio no es necesariamente la clave del
éxito”, explicó con tristeza. “La música de rock verdaderamente buena no es
ingeniosa. Me encanta la música que hicimos, pero no es elemental como
Joy Division o Neil Young. Yo podía simular algo parecido agregando gui-
tarras muy pesadas, como en ‘Wheel Me Out' o ‘Bustin' Out', pero no de
jaba de ser una ilusión.”
El único sello de la escena mutant disco neoyorquina que podía competir
con ZE era 99 Records. Ambos se dedicaban a la mezcla de géneros de música
blanca y negra, pero las grabaciones de 99 Records tenían una producción
menos lujosa y se orientaban más hacia el punk funk. Fundado por Ed
Bahlman, el sello empezó, al igual que la mayoría de las discográficas indepen
dientes, como una tienda de discos. Sus bandas más exitosas eran Liquid Liquid
y E SG , cuyo funk esquelético se convirtió en un em blem a del sello; pero
Bahlman también tenía grupos extraños y m enos conocidos en su catálogo.
Uno de ellos, Y Pants, integrado únicamente por mujeres, tocaba canciones
alegres usando apenas un piano de juguete y un ukelele. Una de sus integran
tes era Barbara Ess, novia de Glenn Branca, que también editó algunos de sus
trabajos en 99 Records.
Más cercana al sonido de ESG y Liquid Liquid era Bush Tetras, la banda
que Pat Place formó después de abandonar a Contortions. Su estilo de rock
382 funk minimalista, similar al de Au Pairs, era imponente. Sus integrantes tam
bién eran mayormente mujeres, cuya imagen unisex y pelo corto hicieron co
rrer el rumor de que se trataba de un grupo de lesbianas. Place, sin embargo,
comentó a NME:. “Creo que nuestra música y nuestras letras son en cieno modo
asexuales”. De hecho, la protagonista de “Too Many Creeps”, su tema más im
portante, se la pasa re c h ^ n d o propuestas sexuales que no le interesan: lo único
que quiere es que la dejen sola. La bajista, Laura Kennedy, sentenció que el es
tilo de la banda estaba basado en “el ritmo y la paranoia”.
99 Records también editó “Launderette/Private Armies”, el single solista
de la periodista musical británica Vivien Goldm an. Para que este tema fuese
posible, se formó una especie de megagrupo postpunk, con Keith Levene como
guitarrista y bajista; Vicky Aspinall, de The Raincoats, como violinista; Steve
Beresford, de LM C, como tecladista (con un piano de juguete); y el maestro
del dub, Adrian Sherwood, como productor. John Lydon aparece en las notas
como coproductor, pero en realidad su función fue estimular a los músicos y
facilitar el proceso de grabación (PiL les prestó el estudio que habían alquilado
cuando no lo usaban).
En un comienzo, 99 Records tenía una tendencia anglófila. Bahlman ad
ministraba la tienda junto con su novia británica, Gina Franklyn. El local es-
taba ubicado en un subsuelo en 99 MacDougal Street, en Greenwich Village,
y también funcionaba como boutique de ropa. Franklyn regresaba de sus via
jes a Londres con vestimentas llamativas y cajas de discos postpunk, como los
editados por Rough Trade. En una ocasión, ella y Bahlman atravesaron el
Atlántico llevando a cuestas cajas enormes de Metal Box para ser los primeros
en Nueva York en vender el clásico álbum de PiL. La tienda incluso colaboró
con Factory Records para editar el primer EP de ESG, una banda de mujeres
del Bronx con un estilo de funk ultraminimalista, que Bahlman había descu
bierto cuando participó en el jurado de un concurso de talentos. Al poco tiem
po, se convirtió en su representante y logró que oficiaran de teloneras de gru
pos postpunk británicos como Gang o f Four, PiL y A Certain Ratio. McGuire
comentó que, en septiembre de 1980, en Hurrah's, uno de los recitales de ESG
como teloneras de A CR le “voló la cabeza”: “Las canciones se basaban prácti
camente en la nada misma, ¡apenas algunos golpes con un par de palillos y una
simple melodía de bajo!”.
Tony Wilson, de Factory Records, que también asistió al show, quedó igual
de impresionado y propuso a la banda que grabaran algo para él. Se dio la ca- 383
sualidad de que Wilson tenía un estudio contratado y un poco de tiempo dis
ponible. De nuevo, esto fue gracias a A CR, grupo que había viajado a Nueva
York para grabar su primer álbum, ToEach..., lo que terminaron de hacer tres
días antes de lo esperado. Con Martín Hannett como productor, ESG grabó
tres temas, que se convertirían en clásicos de la banda: “You're N o G o o d ”,
“U F O ” y, por sobre todo, “M oody”, una contradictoria mezcla de sonidos sen
suales y fríos que luego fue adoptada por la naciente escena de la música house.
Irónicamente, la experiencia de A CR con Hannett fue nefasta. “Le quitó a la
música todo el funk cuando obligó a Donald Johnson a grabar cada parte de
las pistas de batería por separado”, señaló el guitarrista Martín Moscrop. En
consecuencia, cuando To Each... salió al mercado, las críticas fueron devasta
doras, mientras que el EP de ESG , editado a principios de 1981, recibió elo
gios de todo tipo por parte de la prensa, que llegó a describir a la banda como
“una mezcla entre PiL yTamla-M otown”.
Su extraña combinación de minimalismo y soul crudo, junto a sus melo
días de bajo estilo hard funk y su percusión nerviosa, se adecuaban a la perfec
ción a los parámetros postpunk de música bailable. N o obstante, como bien
notó M cGuire, ESG “era de otro planeta” . Sus integrantes, las hermanas
Scroggins, provenían del Bronx y, si bien a menudo las tomaban por puerto
rriqueñas, su padre era blanco y su madre, negra. Fue esta última quien les
com pró sus primeros instrumentos cuando eran muy jóvenes (Deborah
Scroggins empezó a tocar el bajo a los ocho años) para mantenerlas alejadas de
las calles y el delito. “Siempre me pareció que las chicas de ESG no sabían en
lo que se habían metido”, dijo McGuire. “Eran muy jovencitas y ya estaban
tocando en clubes de rock antes de tener siquiera edad suficiente para tomar
alcohol. Recuerdo que una vez los integrantes de Liquid estaban yendo a dar
un concierto en Washington D .C. con ESG, y las acompañaba su mamá. ¡Les
hizo sándwiches a todos, como si fuera un paseo familiar!”
En una de sus primeras entrevistas, Renee Scroggins describió el sonido
del grupo como “punk funk”, aunque al hacerlo no tenía en mente a Gang o f
Four, sino a Rick James, que había usado ese término para referirse a su músi
ca. Sin embargo, en aquel entonces, ESG tenía muchos puntos en común con
la banda británica, en especial su rechazo hacia la música dance negra de fina
les de los setenta y hacia sus prolijos arreglos orquestales (por ejemplo, los ál-
384 bumes / Am de Earth, Wind and Fire y Ojfthe Wall de Michael Jackson) y su
gusto por el funk más descarnado de la primera mitad de la década. James
Brown era uno de sus artistas preferidos. “Era la música más funk del mundo,
sobre todo cuando James Brown llegaba al puente de la canción y dejaba que
la banda brillara”, le explicó Renee Scroggins a Tuba Frenzzy. “Por eso siempre
me parecía que en sus temas el puente se quedaba corto. ¡Era la parte que más
ganas daba de bailar! Lo que yo quería era escuchar algo similar, pero donde
el funk no se cortara nunca.”
Ese mismo deseo de aislar el momento más estimulante de los temas de
m úsica funk o disco fue lo que hizo nacer, a finales de los setenta, el género
del hip-hop. Los DJ tomaban esos interludios de percusión, conocidos como
“breaks”, y los extendían usando dos copias del mismo disco, reproduciéndo
las alternativamente. El beat de esas partes instrumentales se convertiría en la
base rítmica de la música rap. No hay que extrañarse, entonces, de que mu
chos productores de rap terminaran sampleando los temas de ESG, en espe
cial “U F O ”, que se utilizó en varias canciones, la más famosa de las cuales fue
‘'Ain't No H alf Steppin’”, de Big Daddy ^ane y producida por Marley Mari.
De hecho, los miembros de ESG eran un producto tan característico del sur
del Bronx como el hip-hop. “El Bronx puede aportarte mucho musicalmente
porque ofrece una enorme diversidad de sonidos”, observó Renee Scroggins.
“Tiene un ritmo salvaje. Durante el verano, lo único que se oye de la noche a
la mañana es gente tocando congas en el parque. Te vuelven loca.”
Liquid Liquid también había sido influida por ese tipo de sonido ambien
tal. “El Lower East Side de Manhattan era muy hispano, y uno oía todo el
tiempo la música latina que salía de los negocios”, señaló McGuire. “La per
cusión de nuestros temas viene de ahí.” La banda había empezado con un so
nido más punk, cuando aún se llamaba Liquid Idiot, pero, de a poco, su mú
sica fue adoptando una actitud más primitiva, similar a la de The Pop Group.
Los afiches del grupo alentaban al público a llevar objetos que pudieran gol
pearse y usarse como instrumentos durante los recitales. “A veces los shows se
volvían muy tribales. La mayor parte era improvisada, algo muy caótico, con
botellas de cerveza rotas por todos lados.” Después de varios cambios en la for
mación, el sonido de la banda se orientó más hacia la percusión a m edida que
sus integrantes iban absorbiendo el influjo de Fela Kuti, el reggae y el game-
lán, hasta que, finalmente, decidieron cambiar el nombre del grupo a Liquid
Liquid porque “daba la idea de un ritmo fluido”. 385
El grupo editó varios EP con 99 Records, pero hoy se lo recuerda más que
nada por un solo tema, “Cavern”, que el rapero Grandmaster Flash sampleó
casi entero en su hit de 1983 “White Lines (Don’t Don't D o lt)". Incluido
ese mismo año en el EP de Liquid Liquid Optimo, “Cavern” tuvo una amplia
difusión en las emisoras de radio negras de Nueva York, y en el local de la dis-
cográfica el disco se vendía como pan caliente. Sin embargo, de un día para el
otro, el tema dejó de pasarse por la radio y “^ ^ i t e Lines (Don’t Don’t D o It)”
tomó su lugar. La opinión de McGuire al respecto sigue siendo ambigua, ya
que se siente, al mismo tiempo, estafado y honrado de que a uno de sus héro
es le gustara tanto la obra de la banda que estuviera dispuesto a plagiarla.
La música de Liquid Liquid también tuvo gran aceptación en una escena
cultural afroamericana de otro tipo, integrada mayormente por homosexuales
negros y bailarines hispanos en clubes como Paradise Garage. Se trataba de la
cultura disco, que estaba volviendo al underground después de haber satura
do el mainstream durante la época de Fiebre de sábado por la noche. McGuire
recuerda haber tocado en el Paradise Garage varias veces y haberle dado el úl
timo EP de la banda al celebrado DJ local, Larry Levan. “ Ese club era una locu
ra. Se trataba de un gran estacionamiento que habían transformado en disco-
teca. Cuando subíamos al escenario nos hacían tocar tres canciones y después
bajarnos. Era lo más usual en ese tipo de lugares, como Funhouse o el Roxy. El
DJ era mucho más importante que las bandas.”
En Nueva York se estaba gestando un nuevo género de música bailable
postdisco, editada por sellos como West End, Prelude y Sleeping Bag, para el
que los conciertos en vivo y las habilidades de los músicos pasaban a un segun
do plano, mientras que el uso de tecnología -cajas de ritmos, melodías de bajo
tocadas con sintetizadores y mucho reverb estilo d u b - cobraba mayor relevan
cia. Com o bien señaló McGuire, el DJ era quien mandaba, no solo en la cabi
na, sino también en los estudios de grabación. Figuras como Levan, Walter
Gibbons, Shep Pettibone y Francois Kevorkian se volvieron famosas gracias a
sus remixes y su trabajo como productores, y en el caso de Pettibone, también
por pasar en la radio de Nueva York mezclas de música dance que integraban
múltiples canciones de manera impecable.
Fueron precisamente dos neoyorquinos, Grace Jones y Arthur Russell, quie
nes zanjaron la brecha entre la escena postdisco gay y el postpunk, mayormen-
386 te heterosexual. Russell estuvo a punto de unirse a Talking Heads en un co
mienzo, pero sus antecedentes no podían estar más lejos del rock. Gay, músico
vanguardista y místico hippie, Russell se enamoró del género disco en un club
de Nueva York, The Gallery. Hipnotizado por el uso de la repetición, no tardó
en ver el paralelismo entre los remixes infinitos y continuos de los DJ y las com
posiciones minimalistas de Terry Riley y Steve Reich. Poco después fundó con
algunos socios el sello Sleeping Bag y empezó a grabar temas de música disco
experimentales y surrealistas como “G o Bang #5” (con el seudónimo Dinosaur
L) o “In the Light o f the M irade”, además de colaborar frecuentemente con
los DJ más conocidos de la ciudad.
Grace Jones era una inmigrante jamaiquina que se había convertido pri
mero en modelo y luego en diva de las discotecas, pero su carrera se estancó
cuando la música disco m ain stre ^ pasó de moda. Sin embargo, Island Records
salvó su carrera al reunirla con una legendaria sección rítmica del reggae, Sly
and Robbie, y un conjunto de músicos, compositores e ingenieros de sonido
de Com pass Point Studios, en Nassau, para grabar Warm Leatherette. A pri
mera vista, este álbum, editado en 1980, no parece tener nada en común con
el postpunk (abunda en ritmos dub-funk sosegados y arreglos musicales muy
prolijos), salvo en la elección de covers: el tema homónimo de The Normal,
“Warm Leatherette”; “She's Lost Control”, de Joy Division; y “ Private Life”,
de los Pretenders, una canción brutalmente antisentimental en la que una
mujer echa por tierra las ilusiones del hombre que quiere enamorarla
(“Attachment? Obligation? That’s so wet!” [¿Cariño? ¿Compromiso? ¡Q ué es
tupidez!]). El siguiente álbum de Jones, Nightclubbing, incluía arreglos simi
lares y canciones de Igggy Pop y Sting (el tema que daba su título al álbum y
“ Demolition Man”, respectivamente) junto con composiciones originales cau
tivantes como “Pulí Up to the Bumper”, “Feel Up” y “Walking in the Rain”,
y fue votado como mejor álbum del año por los críticos de NM E. La imperio
sa voz de Jones, su asombrosa imagen (mezcla de amazona, cyborg y domina-
triz) y sus espectáculos o performances artísticas como OneM an Show la con
virtieron en uno de los objetos de estudio favoritos de los sem iólogos del
periodismo de rock y las revistas de moda.
En un m om ento, la prensa anunció con bombos y platillos que Grace
Jones colaboraría con A Certain Ratio para grabar un cover de “ Houses in
M otion”, de Talking Heads. Según Moscrop, de A CR, la banda ya había ter
minado dos pistas instrumentales con Martin Hannett como productor cuan- 387
do “Grace Jones vino al estudio y las escuchó. El plan, en realidad, era hacer
un álbum entero en las Bahamas con ella”. La idea al final fue descartada, pero
el hecho refleja la enorme atención que M anhattan le estaba prestando a
Factory Records, y viceversa. Después de pasar algunos meses en el barrio de
Tribeca para grabar su primer álbum, los integrantes de A CR se enamoraron
de la ciudad. Incluso contrataron a una cantante estadounidense, que poco a
poco fue eclipsando a Simon Topping, el cantante original. Topping perdió
la confianza en su voz y comenzó a tomar clases de percusión, algo que había
fascinado a la banda desde que vieron cómo los puertorriqueños tocaban con
gas en el Central Park.
New Order también cayó bajo el influjo de Nueva York, y su sonido fue
absorbiendo los distintos estilos de música bailable que pasaban en las disco
tecas de la ciudad: por ejemplo, el postdisco; el abrasivo y artificioso freestyle
latino; y el electro, un subgénero del hip-hop derivado de Kraftwerk y basado
en el uso de cajas de ritmos y sintetizadores. Gracias al manager de su gira por
los Estados Unidos, Ruth Polsky, que también era el encargado de seleccionar
las bandas que tocarían en Hurrah's y Danceteria, New Order descubrió un
tipo de discoteca a la vez chic y cool, completamente diferente de los clubes
de mal gusto y los antros de rock en Inglaterra a los que estaban acostumbra
dos. Steve Morris, baterista del grupo, señaló: “En Nueva York también escu
c h á b a o s siempre la emisora Kiss FM, donde pasaban los remixes que Pettibone
armaba con canciones de Sharon Redd y D-Train. ¡Nos pasábamos la mitad
del día en el hotel, pegados a la radio! No bailábamos, sin embargo. Para nada.
Hace falta éxtasis para que un hombre blanco baile”.
“Cuando New Order vino por primera vez a Nueva York, todavía se incli
naban más para el lado del rock”, explicó Moscrop. Todavía en shock por la
muerte de Ian Curtis, durante la segunda mitad de 1980 los integrantes del
grupo no sabían qué dirección tomar. “Ceremony”, su primer single, era bá
sicamente el último tema de Joy Division, mientras que su álbum debut,
Movement, sonaba artificial y poco convincente. Para Peter Hooks, ese fue uno
de los peores momentos de la banda y de la carrera de Martin Hannett. Lo
único bueno de las sesiones de grabación, dijo Hook, fue que Hannett les en
seño a usar la consola de mezclas. “¡Ese fue su último error! Porque cuando tu
vimos que editar el single Tem ptation’, a Martin le dimos una patada en el
388 culo y lo hicimos nosotros m ism os.” Por otro lado, el grupo trataba de levan
tar los ánimos escuchando música electrónica italiana, y Morris aprendió por
su cuenta a programar cajas de ritmos.
Morris considera que “Everything’s Gone Green”, el single que New Order
editó inmediatamente después de Movement en 1981, con un sonido más elec
trónico, marcó un enorme cambio para la banda. “Ahí fue cuando empezamos
a usar todo el tiempo la caja de ritmos.” Después de su gran éxito de 1983,
“Blue Monday”, el grupo se reunió con Arthur Barker, el productor de músi
ca dance más famoso de Nueva York, para grabar su próxim o single,
“Confusion”. En el videoclip se retrataba de manera memorable el ambiente
postdisco de Nueva York, con imágenes de chicos fanáticos del freestyle en el
club Funhouse. Incluso es posible ver cómo New Order analiza la reacción de
la gente en la pista de baile a “Confusion” cuando el DJ Jellybean Benitez pasa
muestras de la canción aún sin terminar. New Order fundaría luego, junto con
Factory Records, The Hacienda, un club en Manchester que, según Moscrop,
“estaba inspirado en Danceteria, Funhouse, Roxy y todas esas discotecas ge
niales de Nueva York [...] Los integrantes de New Order pensaron: ‘¿Por qué
no tenemos algo así en Manchester?’ Com o hizo antes con el álbum de ESG,
Factory Records logró llevar un poco del espíritu neoyorkino a Inglaterra” .
Mientras que New Order y A Certain Ratio no se cansaban de Manhattan,
en 1983 los habitantes de la ciudad ya no sentían lo mismo por estas ban
das inglesas. Los hipsters del downtown, que hasta hada poco eran anglófi-
los recalcitrantes, comenzaron a declararse antibritánicos. La publicación East
Village Eye estrenó una columna llamada “The Real American Underground”,
en la que se celebraba el resurgimiento de géneros como el rockabilly, blues,
zydeco y otros estilos autóctonos. Kristian Hoffiman, quien había formado
parte del movimiento no wave e integrado bandas como Swinging Madisons,
con un sonido muy cercano al rockabilly, le pidió a los fans: “Si van a pagar,
exijan que les den a cambio algo mejor que un montón de ingleses sordos y
con ganas de ordenarles qué música escuchar [...] El futuro pasó de m oda”.
Los sintetizadores y las cajas de ritmos eran cosa del pasado: las guitarras ha
bían vuelto. Algunos optaron por sumarse a la corriente del punk hardcore,
mientras que los más refinados, como Sonic Youth y Swans, decidieron resu
citar la no wave.
En un principio, Sonic Youth mostró indicios de anglofilia, sobre todo por
la influencia de PiL (su primer baterista, Richard Edson, había tocado además 389
en Konk, una banda de 99 Records inspirada en los británicos Pigbag). Sin
embargo, cuando el grupo editó Confasion Is Sex en 1983, sus integrantes adop
taron una postura militante a favor del ruido y en contra del funk con sinte
tizadores. Thurston Moore, guitarrista de la banda, ya había hecho un primer
gesto de resistencia con su Noise Fest en junio de 1981, en la galería de arte
White Columns de SoHo. A lo largo de nueve noches, el evento incluyó reci
tales de la primera formación de Sonic Youth (cuyo futuro guitarrista, Lee
Ranaldo, también tocó con su banda de aquel entonces, Avoidance Behaviour),
Glenn Branca y el longevo grupo no wave Ut. “ El festival fue muy importan
te, porque en ese momento la no wave había desaparecido y nadie conocía a
los músicos nuevos”, observó Moore en 1985. No obstante, algunos de los pre
sentes no quedaron tan contentos con el show. Luc Sante, por ejemplo. “La
mayor parte de las bandas del Noise Fest eran demasiado áridas, teóricas, ase
xuadas. Se identificaban con cierta corriente vinculada a Rhys Chatham y
Glenn Branca, procedente de The Kitchen: algo muy artístico, bastante aca
démico, sin el menor sentido del funk.” De cualquier modo, la nueva versión
de la no wave que ofrecían Sonic Youth y Swans representaba el futuro inme
diato de la música neoyorquina. A mediados de los ochenta, las bandas más
artísticas de la ciudad se distanciaron de las influencias de la cultura negra y
de las exigencias de la pista de baile para formar un nuevo canon de grupos
ruidosos y vanguardistas, integrados casi exclusivamente por gente blanca.
Al igual que la no wave, el movimiento mutant disco se basó en la relación
estrecha entre el mundo del arte y el del rock. Irónicamente, lo que puso fin a
esta etapa fue la súbita prosperidad del ambiente artístico del downtown, que
acaparó la atención de la mayoría de los artistas polifacéticos de la ciudad. De
repente, la música ya no parecía tan atractiva como profesión. A lo largo y
ancho del Lower East Side surgieron innumerables galerías nuevas, que exhi
bían arte no tradicional de todo tipo, como grafitis, videoclips y esculturas psi-
codélicas kitsch al estilo de Kenny Scharf, armadas con objetos cotidianos y
basura. La más famosa era FUN, que abrió sus puertas en 1981 y donde Scharf,
Keith Haring, Futura 2000 y Jean-Michel Basquiat tuvieron, por primera vez,
sus propias exposiciones. En pocos años, literalmente docenas de galerías de
arte se construyeron en aquella zona, antes conocida por sus locales clausura
dos, lotes vacíos y terrenos baldíos frecuentados por los vendedores de droga.
390 Este boom artístico tuvo dos precursores: las enormes exhibiciones Times
Square Show, de 1980, y New York / New Wave, de 1981. “ El Time Square Show
se realizó en un prostíbulo abandonado, donde quienes se dedicaban al grafi-
ti mostraron sus obras al lado de otros artistas del downtown”, explicó Richard
McGuire, artista y músico. “New York / New Wave fue un evento importante
que se llevó a cabo en P S l, en Queens, una galería alternativa muy grande y
parecida a un museo que habían instalado en un edificio donde antes había
una escuela. Participaron artistas del downtown de todo tipo. David Byrne ex
puso fotos de sillas dadas vuelta. Tocó D N A . Había fotos de M applethorpe y
muchísimas imágenes de estrellas de rock.”
Fue con New York I New Wave como Basquiat y Haring se hicieron famo
sos. Com o dijo con acidez Vincent Gallo, antiguo compañero de Basquiat en
Gray: “Ni bien Jean-Michel pudo ingresar al m undo al que realmente quería
pertenecer, el del arte, abandonó la banda sin pensarlo dos veces”. La burbu
ja de diletantismo que había protegido y fomentado toda la creatividad poli-
gráfica del downtown estalló. “ Hubo una mezcla increíble de directores de
cine, músicos, poetas, y muchos cruces entre prácticas artísticas diferentes, pero
en un momento dado la gente empezó a especializarse”, señaló Gary Indiana,
que por esa época también incursionó en múltiples disciplinas: escribió poe-
sía y crítica de arte, dirigió obras de teatro y compuso música. “C ada uno em
pezó a limitar sus intereses a un campo específico para poder desarrollarse pro
fesionalmente. Reagan era presidente y la gente tenía que ganar dinero. Ya no
se podía hacer de todo.”
Por otro lado, el negocio de la música en vivo se había reducido de ma
nera drástica, en parte-debido al auge de las discotecas y los DJ. Según Pat
Place, hubo una época dorada durante la cual Bush Tetras podía tocar dos o
tres veces por mes en Nueva York frente a mil o dos mil personas. “ En ese en
tonces, en nuestro mejor momento, podíamos sacar de seis a diez mil dóla
res en una noche.” Su antiguo compañero de banda, Jam es Chance, también
opinaba que los primeros años de los ochenta fueron los últimos en los que
la vida nocturna de la ciudad “consistía principalmente en ir a ver m úsica en
vivo. Después de 1984, empezó la era de las megadiscotecas”. El rap y los so
nidos electrónicos del postdisco, que se terminarían fusionando más tarde
para dar lugar al house, estaban en boga. El mutant disco y los clubes más ar
tísticos y eclécticos desaparecieron.
Lo que mató al Mudd Club fue su propio éxito. Maas tuvo que contra- 391
tar personal de seguridad para que vigilara la puerta y se encargara de las ce
lebridades y de la gente que no se adecuaba a los parám etros del club.
“ Emp'ecé esto com o una fantasía, no me im aginé que iba a ser redituable”,
observó con am argura en una nota del ^ fc t Village Eye de 1983 sobre el cie
rre del local. “Y cuando empezó a tener éxito, a m í me faltó el conocimien
to que se necesita para llevar adelante este tipo de negocio. Mi fantasía se es
trelló contra la realidad.”
El downtown había cambiado: el Lower East Side se estaba aburguesando.
En m a r o de 1984, una redada policial de enormes proporciones conocida
como “Operation Pressure Point” resultó en numerosos arrestos por drogas
que abarcaron la zona de Avenue B, hasta entonces un centro importante de
tráfico y consumo de heroína. Este operativo estuvo a cargo de un joven y am
bicioso fiscal del distrito de Nueva York, Rudolph Giuliani. Después apareció
el SIDA, que cobró las vidas de muchos artistas (como Keith Haring) y varios
músicos, entre ellos Klaus Nomi, en 1983, y Ricky Wilson, de B-52, en 1985.
Ann Magnuson afirmó: “ En retrospectiva, si uno ve toda la escena como
una serie de fiestas, parece bastante frívola. Pero hay que tener en cuenta que
se trataba de personas que se querían, que compartían su energía. Era una ce-
lebración. Lo único que deseaban era vivir al máximo, aprovechar hasta el úl
timo segundo. Cuando el SIDA los empezó a matar uno por uno, me di cuen
ta de que el centro del movimiento había sido siempre la vida misma. En las
pinturas de Keith Haring puede verse muy bien, tienen esa energía, esa cosa
infantil tan propia de él. No se parecía en nada a esa versión de Nueva York de
los ochenta que aparece en la película Noches de neón, con accionistas aspirando
cocaína y persiguiendo modelos. En este caso, eran personas que habían tenido
que abandonar todo para venir a Manhattan, porque la única alternativa era
la muerte. Era cuestión de crear o morir.”
392
CAPÍTULO 17
DIVERSIÓN Y FRENESÍ:
POSTCARD RECORDS
Y EL S O N I D O DE LA JOVEN E S C O C I A
The Human League apareció con toda la publicidad que un grupo nuevo po- 413
dría desear. Habían firmado un contrato con Virgin y se consideraba que se
convertirían en la banda más exitosa del momento. David Bowie proclamó
que “verlos es como ver 1980” . Cierto, lo dijo en 1979, pero igualmente con
tar con el respaldo de la máxima autoridad glam en materia de nuevas tenden
cias no es poca cosa. Cuando finalmente llegó 1980, no obstante, The Human
League parecía haberse estancado. Había sido uno de los primeros grupos
postpunk que consideraban el “pop” com o algo a lo cual aspirar, y sin embar
go no habían logrado volverse pop. Sus dos primeros álbumes, Reproduction,
de 1979, y Travelogue, de 1980, tuvieron niveles de ventas modestos. En com
paración con la producción eurodisco de Giorgio Moroder, que podía oírse en
la música de Donna Summer y Sparks, la versión del electrofuturismo que ofre
cía Reproduction sonaba frágil y extrañamente anticuada. Y el grupo lo sabía.
“Queríamos que nuestros discos fueran más brutales a nivel rítmico, pero en
aquel entonces los ingenieros y productores que había en Inglaterra no esta
ban a la altura”, dijo lan Craig Marsh.
Travelogue tenía un sonido más pulido y potente, pero el grupo seguía
sin conseguir un hit. Y como para echar sal en la herida, justo antes de la sa
lida del disco, la banda pop-punk The Undertones se burlaba de The Human
League en un tema que llegó al ranking de los Top 10, “My Perfect Cousin”.
Kevin, el aplicadísimo protagonista de la canción (tiene un diploma “in econo-
mics, maths, physics and bionics” [en economía, matemáticas, física y bió-
nica]) funda su propia banda de música electrónica con unos chicos de la es
cuela de arte. “ His mother bought him a synthesizer”, escupe el cantante
Feargal Sharkey con asco, “‘G ot The Human League in to advise her” [Su
m am á le com pró un sintetizador/Trajo a The H um an League para que la
aconsejaran]. Ahora que está en una banda, a Kevin lo persiguen las m uje
res, “ But what a sham e/ It's in vain [...] Kevin, he's in love with him self”
[Pero qué lástima/Es en vano [...] Kevin está enamorado de sí mismo]. Eso
resume bastante bien la imagen pública de la primera etapa de The Human
League: música para estudiantes de arte narcisistas en perpetua pose y nerds
amantes de la ciencia.
Esta imagen fría y desagradable de la banda se veía agravada por la temá
tica de ciencia ficción de muchas de sus primeras canciones. El gran single de
Reproduction, “ Empire State Human”, trata sobre un hombre que no para de
414 crecer. “The Black Hit o f Space”, del mismo disco, describe una canción tan
monstruosamente insulsa que se termina volviendo una suerte de agujero negro
cultural, que absorbe todo a su paso, y a medida que sube en los rankings, el
resto de los temas del Top 40 desaparece, “hasta que no quedó otro que uno
pudiera comprar”. Pero lo único que conseguían con todos los ingeniosos de
talles de astrofísica (la gravedad se multiplica a medida que uno se acerca al vi-
nilo, de manera que si se escucha el tema, el brazo del tocadiscos pesa “más
que Saturno”, etcétera) era confirmar la imagen nerd de la banda. Eran la clase
de persona que leía revistas como New Scientist y miraba programas como
Tomonvow's World
En un intento de respaldar su afirmación de ser “el pop de mañana, hoy”,
a T he Human League se le ocurrió la ambiciosa y loca idea de hacer concier
tos completamente automatizados. “Talking Heads nos pidió que fuéramos
teloneros en su gira por Gran Bretaña en 1980, y nosotros respondimos:
‘Vamos a tocar, pero queremos estar en el público y mirar el recital’” , co
m entó M arsh, todavía entusiasm ado con la idea veinte años después.
“Conseguim os unas unidades de sincronización nuevas que operaban el es
pectáculo de diapositivas y lo sincronizaban con la música. Nosotros garan
tizábamos que, si bien no íbamos a estar en el escenario, nos encontrarían en
todos los conciertos: charlando con el público, estrechando manos y firman
do autógrafos.” Martyn Ware añadió: “Ya teníamos la mayor parte hecha: ha
bíamos programado todo, iba a ser un espectáculo multimedia enorme. Pero
los integrantes de Talking Heads cambiaron de opinión, les parecía demasia
do. Tal vez pensaron que los íbamos a opacar”.
Era como si la banda tuviera una maldición: nada le salía bien. Casi como
una muestra de caridad, Top ofthe Pops invitó al desafortunado grupo para que
apareciera en el programa cuando el single doble de su EP Holiday 8 0 llegó a
arañar los últimos puestos del ranking de los Top 75. La banda hizo playback
de su cover de “Rock ’n’ Roll, Part O ne”, de Gary Glitter, pero incluso des
pués de esta fabulosa exposición ante el público británico, The Human League
no conseguía hits que llegaran siquiera al Top 40. Lo peor era que, a media
dos de 1980, parecía que prácticamente cualquiera que tocara un sintetizador
podía convertirse en estrella pop. Un año antes, ‘'Are ‘Friends' Electric?” de
Tubeway Army había llegado al puesto número uno. Para el cantante y cere
bro de la banda, Gary Numan, ese fue el primero de una seguidilla de gran
des éxitos. Por otro lado, después de esa canción, los rankings se llenaron de 415
temas donde el sonido de los sintetizadores era dominante, de artistas como
John Foxx, Orchestral Manoeuvres in the Dark, Ultravox, Visage y Spandau
Ballet. Es decir, todos menos The Human League. En el año que había trans
currido desde que Bowie los proclamó el sonido de la nueva década, la banda
había pasado de ser una adelantada a ser considerada obsoleta.
Gary Numan se transformó en un pionero del synthpop casi por acciden
te. Mientras grababa el primer álbum de Tubeway Army en el estudio S p ^ ^ a r d
durante el verano de 1978, encontró por casualidad un mini-Moog que otra
banda había dejado. ‘'Aunque me gustaba algo de música electrónica, todavía
la asociaba más que nada con los megagrupos pomposos”, decía. “Me traía a la
mente imágenes de tipos tocando solos horrendos y masturbatorios durante
media hora.” Antes de que la empresa de alquiler de instrumentos pidiera que
devolviesen el sintetizador, Numan empezó a toquetearlo. “Tuve suerte, por
que el sintetizador había quedado configurado para que sacara un sonido bien
pesado, y era lo más potente y resonante que había oído en mi vida.”
El primer álbum de Tubeway Army pasó muy pronto de tener solo gui
tarras, como se había planeado en un principio, a convertirse en una especie
de new wave recargado electrónicamente. Era un sonido de transición: hard
rock con una pátina futurista, basado en los riffs limpios y enfáticos del glam.
“ Era apenas un guitarrista que tocaba teclados”, dijo Num an. “M e limité a
convertir canciones punk en canciones electrónicas.” El M oog sonaba grave
y apocalíptico, no muy lejos de las guitarras pesadas de Black Sabbath, y la
manera en que la música de Num an se movía no tenía nada que ver con el
beat secuenciado de Moroder. En Replicas, el álbum que catapultó a la fama
a Tubeway Army, la sección rítmica era humana y poderosa, y Numan se
guía tocando la guitarra además de los teclados. The Pleasure Principie, su si
guiente álbum (que Gary Num an sacó com o solista), aumentó el futurismo
y reemplazó completamente las guitarras con sintetizadores. Pero Numan to
davía evitaba usar ritmos programados y tocaba con un bajista de verdad y
un baterista de carne y hueso. Su música era rockera e, incluso cuando ese no
era el caso, estaba revestida de una grandeza casi sinfónica: para confirmarlo
basta con escuchar su canción más hermosa, “Down in the Park”, una suer
te de balada de rock distópica.
Los críticos, tal vez desconcertados con la manera en que Num an había
416 eludido al periodismo especializado en su ascenso a la cima de los rankings, lo
tildaron injustamente de don de Bowie. Dedujeron que la imagen de Numan
era una copia del alienígena aristócrata que Bowie interpreta en E l hombre que
vino de las estrellas y que su sonido lo había sacado de Low. Pero la influencia
de Bowie consistía más bien en el arte de la síntesis creativa o, como lo descri
bió Numan con su característica y admirable franqueza, del “plagio”: construir
una identidad original basándose en elementos robados de diversas fuentes.
También heredó su gusto por el teatro y el espectáculo, inherente al glam rock.
La “onda antihéroe” y la simplicidad del punk estaban “en contra de todo lo
que siempre quise hacer”, explicó Numan a la revista NME. N o creía en “eso de
ser igual que el público”. Y le gustaba la distancia, una brecha literal entre el
escenario y la gente. En sus giras había juegos de luces sorprendentes, raros di
seños escénicos e incluso robots. “ El espectáculo por el espectáculo mismo,
más que otra cosa”, comentó a la publicación Melody Maker. “Creo que, sim
plemente, estoy reviviendo el cabaret.”
Num an no tenía tiempo para el realismo social o temáticas cotidianas, y
prefería componer la letra de sus canciones adaptando una novela de ciencia
ficción que alguna vez había intentado escribir. Se trataba de una saga sobre
una ciudad del futuro cercano gobernada por una megacomputadora “sabia”,
originalmente creada por humanos para salvar a su sociedad de la anarquía in
minente. La máquina, sin embargo, decide que los humanos son el verdadero
problema y comienza un programa secreto de exterminio. Las letras de Numan
abarcaban diversas y extrañas tipologías: los “friends” [amigos] de “Are ‘Friends'
Electric” son compañeros o amantes cyborg; los “Grey Men” [Hombres gri
ses] son los encargados de efectuar las pruebas de coeficiente intelectual para
saber a quién eliminar primero; los “Crazies” [Locos] son las guerrillas de re
sistencia que están al tanto del plan maestro de la máquina.
Nadie, a excepción de los más fanáticos num anoides,1advertía esos deta
lles de la historia, pero en realidad estos no eran tan importantes como la at
mósfera que evocaban las canciones: sensaciones de aislamiento, paranoia,
desconexión emocional y atisbos de confusión sexual. En su autobiografía,
Praying to theAliens, Numan habla de cómo el álbum Replicas prodiga “imá
genes de decadencia, sordidez, adictos a las drogas, personas frágiles y el aban
dono de la moral. Las alusiones bisexuales estaban basadas parcialmente en en
cuentros que había tenido con hombres gays, en general mucho mayores que
yo, que habían intentado convencerme de probar ciertas cosas. Nunca me in- 417
teresó mucho el sexo homosexual [...] Pero lo sórdido de aquellas situaciones
me marcó, y eso es algo que plasmé en el disco.”
Más allá del sonido y las imágenes futuristas, lo que había cautivado profun
damente a la legión de fans de Numan era la vulnerabilidad y la am bigüe
dad sexual. Su mohín arisco y su mirada lastimosa lo convertían en el ícono
perfecto para la juventud, ya que, en la clásica tradición del héroe adolescente,
era capaz de atraer a ambos sexos: las chicas soñaban con derretir al gélido
artista y devolverlo a la vida, mientras que los chicos se identificaban con su
soledad, alegorizada en canciones como “M .E .”. En ese tema, Num an cantaba
desde el punto de vista de “la última máquina” del mundo, cuando toda la
humanidad hubiera muerto. “Su propia fuente de energía se está agotando.
Muchas veces me había venido a la mente la imagen de una máquina triste y
desesperada, sola en medio de una tierra baldía, que simplemente espera la
muerte”, explicó.
l. Numanoids (numanoides) fue el término con el que los periodistas de rock bautiza
ron a los fanáticos de Gary Numan, quienes, a finales de los setenta y comienzos de los
ochenta, comenzaron a imitar su manera de vestirse, peinarse y maquillarse. [N. del T.]
Replicas y The PUasure Principie sueños adolescentes de alienación technoir,2
parecían versiones caricaturescas de Unknown Pleasures y Cl.oser de Joy Division.
Pero la principal contraparte contemporánea y fuente de inspiración de Numan
era una banda mucho menos reverenciada: Ultravox. A pesar de tener un so
nido bastante agresivo, la postura artificiosa y afectada de Ultravox no termi
naba de encajar con el resto de la escena punk, y los críticos en general los des
cartaban como otro ejemplo de mero glam tardío. En un comienzo usaban
principalmente guitarras, pero para 1978, cuando sacaron Systems o f Romance,
la impronta de los sintetizadores era evidente y su sonido estaba al borde del
electropunk. Numan los escuchó y tom ó nota.
Lo que convierte a Ultravox en una precursora clave de la explosión de
synthpop de 1980 es su aire europeo y las frías imágenes de deshumanización
y decadencia de su cantante y letrista, John Foxx. El estilo del grupo se basa
ba en el rechazo de los “americanismos” estándar del rock. Billie Curry, su te-
cladista, se había formado como violista clásico y evitaba a propósito las esca
las del blues. “Nos sentimos europeos”, dijo Foxx cuando N M E les preguntó
418 por qué habían grabado Systems o f Romance con Conny Plank, productor de
Kraftwerk, en su estudio cerca de Colonia, en Alemania. “En general, el tipo
de ambientación y melodías que espontáneamente nos sale cuando compone
mos nuestros temas parece... germánico, incluso antes de venir acá.” En cuan
to a la atmósfera de anomia insensible y sexualidad alienada .de su música, la
banda fue explícita desde su debut, con canciones que podían pasar por ma
nifiestos, como “I Want to be a Machine” y “My Sex”, tema inspirado en J.G .
Ballard. “My Sex is a spark o f electro flesh”, canta Foxx, ‘'A neon outline on a
high-rise overspill [...] skyscraper shadows on a car-crash overpass [...] It wears
no future faces, owns just random gender.”3
438
CAPÍTULO 19
JUGAR PARA G A N A R :
LOS PIONEROS DEL NEW POP
E l postpunk casi m ató a Green Gartside. O por lo menos, así lo sintió él. 439
“Me llevaron al hospital en ambulancia con sirenas y todo”, comentó Green,
incómodo, recordando esa noche de principios de 1980 en la que había co-
lapsado por lo que parecía ser un ataque cardíaco. Scritti Politti acababa de
tocar en Brighton como teloneros de Gang o f Four. En un artículo publicado
en Sounds en 1982, Simon Dwyer, un periodista amigo de Scritti, describió lo
que sucedió terminado el concierto. “La banda y yo caímos rendidos después
de tomar y conversar mucho, y nos tiramos a dormir en el piso del departa
mento de un amigo. Todos salvo Green, que siguió pidiendo pastillas de du
dosa naturaleza hasta bien entrada la mañana siguiente. Unas horas después,
Green estaba internado de gravedad en el hospital.” Resultó no ser un proble
ma coronario, sino un ataque de ansiedad que lo dejó literalmente incapacita
do: una parálisis psicosomática debido a la cual fue incapaz de hablar duran
te cuatro terroríficas horas.
Aunque el estrés de la actuación tuvo algo que ver (Green siempre había su
frido mucho de los nervios cuando tocaba), el colapso se debió principalmen
te a su estilo de vida disfuncional. “Vivía sin cuidarme en lo más mínimo”, ex
plicó Green. “En el m om ento eso me parecía lo más natural, pero es una
situación que, con el tiempo, se va agravando de form a silenciosa hasta que,
cuando uno menos se lo espera, ya está postrado en el hospital, con personas
alrededor que te empiezan a hacer todo tipo de preguntas. Te preguntan qué
comiste últimamente, y entonces te das cuenta de que últimamente no has
comido nada. Te preguntan sobre el lugar donde vives, y ahí te das cuenta de
que es una pocilga. Te preguntan si duermes bien, y te das cuenta de que no
duermes desde hace días. Me preguntaron si había algo que me preocupaba,
y todo me preocupaba.”
Una serie de excesos típicamente postpunk (alcohol, reflexión y excitación)
habían llevado a Scritti y a Green, en particular, al borde del abismo. “ Hubo
una época en la que estábamos todos enfermos”, dijo Green. “Leía y escribía
muchísimo, era lo único que hada aparte de drogarme y tomar demasiado.”
Además del estilo de vida desgastante del grupo (“Vivíamos de fiesta, como
dicen hoy en día”, admitió Green), hubo un momento en el que la política de
Scritti de cuestionarlo todo se volvió tóxica. “ Encontrar todo el tiempo deta
lles sobrecargados de posibles sentidos puede llegar a contaminar tu vida en
tera, hasta el punto de considerarse una enfermedad mental”, explicó Green
^440 con algo de ironía. “N o digo que estuviera loco, p e ro ...”
Cuando los padres de Green, hasta entonces distanciados de su hijo, se en
teraron por la nota de NME de que lo habían hospitalizado, lo llevaron a una
quinta en Gales del Sur para que se recuperara. Sin em bargo, en lugar de
descansar, el cantante se embarcó en la ardua tarea de analizar y replantear
hasta el más mínimo detalle del futuro de Scritti. Poco antes de su colapso,
hubo bastante tensión en la banda cuando Green propuso avanzar en una di
rección más pop. El cantante había estado escuchando dance pop afroameri
cano contemporáneo, como Offthe Wall de Michael Jackson, e investigando
la historia de la música soul, desde Aretha Franklin hasta Stax. Por otro lado,
también pasaba su tiempo leyendo y absorbiendo los conceptos de Jacques
Derrida, Roland Barthes y otros teóricos postmarxistas franceses.
Después de la desilusión de 1968, el pensamiento radical francés había su
frido una suerte de implosión. N o se volvió exactamente apolítico, pero la
mayor parte de la energía subversiva del movimiento se canalizó en la acade
mia. Desde allí, Derrida y sus compañeros de armas comenzaron a roer las
bases del pensamiento occidental, refutando valores como el progreso, la razón,
la verdad y cosas así. Al entender las implicancias de estas nuevas teorías fran
cesas, Green fue perdiendo su fe en el marxismo como “ciencia de la historia”
que iluminaba el camino hacia una futura sociedad más justa y equitativa. Sin
valores estables que le dieran un punto de referencia, Green se perdió en un
mar de incertidumbre, en el cual todo sentido era provisorio porque no podía
“probarse” que nada fuese correcto. Era algo intimidante, pero lo excitaba.
El corrosivo influjo de Derrida también socavó otros conceptos en los que
se había basado hasta entonces Scritti Politti, como la oposición entre lo mar
ginal y lo mainstream. Insatisfecho con la “rareza e idiosincrasia” forzadas de
esta primera etapa de la banda, Green decidió liberar su sensibilidad pop de
las limitaciones impuestas por el sonido que había cultivado Scritti. No aban
donó por completo la idea de rebelarse, pero adoptó un método más sutil e
indirecto de hacerlo. Concibió una estrategia de socavación y cuestionamien-
to (“deconstrucción”, lo llamaban los franceses) que operaría dentro del mismo
lenguaje pop. En lugar de buscar esa zona alternativa de pureza y autentici
dad que supuestamente existía fuera de las formas convencionales, Green de
cidió que podría ser más productivo trabajar en el interior de esas estructuras
trilladas. Así, en vez de evitar completamente el género de canciones de amor,
sería posible ubicar y acentuar las contradicciones internas y las tautologías 441
que trazaban lo que Barthes denominó el “discurso amoroso”.
Es difícil cambiar los viejos hábitos, y Green sintió que era necesario escri
bir enormes cantidades de texto para convencer a su banda de que su nueva
visión para Scritti era acertada. Uno sospecha que Green lo hizo tanto para
que lo entendieran los demás como para entender él m ism o lo que quería decir.
“Me senté durante meses y meses y escribí una justificación casi infinita’’, se
ñaló. ‘Tenía la impresión de que era vital que la banda lo entendiera, lo apro
bara y reflexionara bien al respecto.” El resto de los integrantes viajaron hasta
Gales para leer ese libraco de razonamientos barrocos y terminaron cautivados
con la nueva visión pop de Green. Para fines de 1980, Scritti había creado un
nuevosonido basándose en el viejo soul, el nuevo funk y ese estilo dócil y pro
lijo del reggae conocido como lover’s rock.
El primer tema de la renacida Scritti en difundirse públicamente fue “The
‘Sweetest Girl’”, que Green describió como “una perversión y una extensión
del género lover’s rock”. Haciéndole justicia a su título, el single era lo sufi
cientemente dulce como para provocar un coma diabético. Green cantaba con
suavidad y en un registro agudo que parecía combinar a Gregory Isaacs con Al
Green, mientras de fondo sonaba una sección rítmica tranquila, con una ba-
tena electrónica bien nítida y un bajo calmo, pero al mismo tiempo firme.
C om o frutilla del postre, el héroe de Green, Rober Wyatt, añadió unos deste
llos etéreos con un teclado de estilo reggae. Para los fanáticos de la era do it
yourselfde Scritti, el nuevo sonido de la banda fue chocante, aunque también
extrañamente lógico. Ahora que el grupo no estaba obsesionado con evitar es
tructuras convencionales, la genialidad melódica de Green se manifestó en
todo su encanto, pero sin abandonar por completo la vieja costumbre de Scritti
de añadir una pizca de amargura hasta en las canciones más dulces.
“The ‘Sweetest Girl’” sonaba como un hit, y eso era lo que buscaba Green:
tener muchísimos hits. Si “el margen” ya no era un concepto válido, enton
ces el mainstream era el lugar donde el sentido del pop se construía y decons-
truía (a lo Derrida). En 1978, Green criticaba la estructura competitiva de los
rankings y la industria de la música, pero ahora quería llegar a la cima del
mundo pop.
A principios de 1981, “The ‘Sweetest G irl"' se difundió entre el público
por primera vez como el tema inaugural de C81, una recopilación en casset-
442 te que el sello Rough Trade y NME armaron para celebrar los cinco años de la
discográfica y, en consecuencia, el primer lustro de la revolución de los sellos
independientes. C81 era una ganga (costaba una libra y cincuenta peniques)
e incluía a celebridades postpunk como Pere Ubu, Cabaret Voltaire, Subway
Sect y T h e Raincoats. Treinta mil lectores lo compraron. Y sin embargo, C81
fue, en muchos sentidos, el fin del postpunk. La época que retrataba se esta
ba desmoronando. Muchos de los artistas incluidos en el cassette, como Orange
Juice y Aztec Camera, ambos grupos del sello discográfico Postcard Records,
se habían despegado de la estética independiente y ahora tenían un sonido
cuidado, accesible y ambicioso. Pocas semanas antes de que se anunciara la
salida de C81, el último número de NME de 1980 apuntaba hacia el futuro en
un artículo de Paul Morley que, básicamente, era un manifiesto del “new pop”,
una corriente que él detectó entre los grupos emergentes, quienes creían que
no solo era posible, sino también necesario ingresar al mainstream para com
batir el fuego con el fuego. El artículo hablaba de tres bandas en particular, y
una de ellas, A BC, oriunda de Sheffield, era por mucho la que parecía más
segura de sí misma. ABC había empezado como un grupo electrónico inspi
rado en Cabaret Voltaire, pero hacía poco había cambiado el sonido frío de
los sintetizadores y osciladores por guitarras funk y una batería de verdad, y
su nombre, Vice Versa, por ABC. Mark White, el guitarrista, hablaba de tener
una “visión funk” y se refería a la música disco com o “un medio excelente
para lograr ese fin”. Al ver cóm o los rankings de música independiente se “lle
naban de basura” , A B C llegó a la conclusión de que ya era hora de conquis
tar el mainstream.
Es posible que Morley haya acuñado el término, pero el “new pop” como
concepto tiene varios autores. Bob Last y The Human League, al igual que
Alan H om e y Orange Juice, bien podrían afirmar ser responsables de haber
lo originado, al menos en parte. El sello discográfico Zoo, de Liverpool, tam
bién hablaba de la importancia de subir en los rankings y presentaba a sus
bandas, todas inteligentes y melodiosas (por ejemplo, Teardrop Explodes),
como el antídoto al postpunk monocromático. Una vez que el movimiento
cobró fuerza, el new pop se autodefinió a través de una serie de valores super
puestos: salud, prolijidad, dinamismo, ambición. Cuando criticaba el estado
“insalubre” del rock independiente en innumerables entrevistas, Green pare
cía estar proyectando su propia precariedad física durante la etapa más mar
ginal de Scritti sobre toda la escena postpunk. Por su parte, Martin Fry, can- 443
tante de ABC, hablaba de “darle un lavado de cara a la idea misma de la música
pop”. Y en cuanto al dinamismo, cada vez más críticos y músicos le reprocha
ban a la cultura postpunk haberse estancado. En un artículo de 1981 sobre el
tercer festival Futurama, Morley se refirió con horror a “bandas cubiertas de
moho” , y Green lamentaba que el sector independiente se hubiera degradado
y convertido “en un terreno baldío”.
Para Green, la producción de álbumes caseros grabados en cassettes era es
pecialmente patética. “Muchos trataban de vender música ridícula, llena de rui
dos irritantes e intentos fallidos de componer canciones” , le dijo a los periodis
tas de Vinyl. Era hora de volver al control de calidad, a la jerarquía de los dotados
por sobre las personas sin talento. En agosto de 1980, NME había estrenado una
nueva columna de noticias sobre la industria musical llamada “Garageland”,
que se ocupaba del submundo de cassettes y vinilos nuevos producidos a una
escala tan reducida que ni siquiera tenían distribución independiente, sino que
se vendían a pedido por correo. Apenas diezmeses después, la columna desapa
reció. Abruptamente, todos los críticos se habían hartado del sonido afectado
que hasta hacía poco consideraban parte del encanto excéntrico inherente a la
música amateur. Ahora, a todos les parecía mera falta de ambición.
Scritti Politti empezó promoviendo el movimiento do it yourself, pero lo
abandonaron cuando Green decidió que era una causa perdida. Sin embargo,
la banda todavía se resistía a entrar en un sello discográfico importante para
infiltrarse más fácilmente en el mainstream como muchas otras y siguió gra
bando para Rough Trade. Lo que sí hicieron fue tomar distancia de la mane
ra en que la “industria okupa” (como la llamó Green) del do it yourselfpresen-
taba su música. Los primeros singles de Scritti venían envueltos en una funda
hecha a mano con fotocopias sucias que mostraban imágenes de basura y
tapas de botellas viejas. Los nuevos singles de la banda, en cambio, imitaban
el packaging de ciertos ítems de lujo: “T he ‘Sweetest G irl"' venía envuelto
como si fuera un paquete de cigarrillos Dunhill; “Faithless”, como el perfume
Eau Sauvage, de Dior; etcétera. Green decía admirar la “refinación barata” de
los artículos de consumo descartables producidos a escala industrial. “¡Nuestras
tapas las hacen robots en Turín!”, alardeaba, algo que dejaba un gusto ^ a r g o si
uno recordaba que a Green alguna vez le había interesado la política postcomu
nista italiana. Estos robots ¿no serían acaso los mismos que estaban reemplazan-
444 do a los obreros en las fábricas de Fiat en Turín y otras ciudades del norte de Italia?
Esa es la clase de ironía que antes hubiera torturado la conciencia del can
tante y probablemente lo habría impulsado a escribir un tema; pero después
de dejar atrás el marxismo, Green se había despojado también de los senti
mientos de angustia y culpa que habían inspirado la primera etapa de la banda.
“Cuando uno crece siendo un chico bueno, casi católico izquierdista, después
aprende a tenerle miedo a su propia sexualidad, a temerle a su propio poder”,
explicó. Ahora hablaba de desarrollar una forma m ejorada de “política post
política” que no estuviera basada en una ideología globalizante, sino en la prag
mática revelación de que “uno tiene necesidades, demandas y deseos, y debe
salir a luchar por ellos”.
“Deseo” era una palabra muy de moda en 1981. Traída del mundo de la
teoría crítica al de la cultura popular, aún conservaba cierto aire subversivo.
Hacia fines de la década del setenta, los pensadores franceses que Green había
estado devorando jugaban con la idea (antes impensable para la izquierda) de
que el capitalismo estadounidense, a pesar de sus defectos, ofrecía mucha li
bertad a la hora de actuar por cuenta propia y transgredir las normas. ¿Sería
posible que el “deseo” tuviera más probabilidades de realizarse en las socieda
des pluralistas de libre mercado que en los burocráticos estados socialistas de
Europa? Pensar que los Estados Unidos eran más libres que Europa, obviamen
te, era un sacrilegio dentro de la tradición socialista británica (a la cual perte
necían, por así decirlo, Rough Trade y el resto de las discográficas de la escena
independiente). Pero, por otro lado, el socialismo británico siempre había sido
demasiado puritano, y miraba con suspicacia y desprecio aquello que conside
raba materialismo vulgar o exceso estilístico. Oponiéndose tanto a la cultura
independiente como a la izquierda británica, entonces, la decisión de Scritti
de celebrar el deseo consumista y los diseños comerciales era toda una herejía.
En “Jacques Derrida”, el lado B del tercer single de esta nueva versión de
la banda, ‘'Asylums in Jerusalem ”, Green personifica el deseo y lo describe
com o una suerte de mujer monstruosa. “ Rap-acious, rap-acious” [rapaz,
rapaz]” , rapea extrañamente, “Desire is so voracious/ I want to eat your na-
tion state” [El deseo es tan voraz/ Quiero comerme tu Estado Nación]. La
exaltación del deseo como fuerza imparable que se niega a reconocer límites
se adapta bien a las posturas críticas de moda en esa época, difundidas en pu
blicaciones como Semiotexte y Tel Quel. Pero también recuerda m ucho a la
mecánica de la globalización: flujos de capitales, bienes y cultura que igno- 445
ran las fronteras nacionales.
Green se dio cuenta de que todas las ambiciones utópicas -d e perfección,
de pureza, de valores absolutos- estaban codificadas en el consumismo. Esos
mismos deseos también se manifestaban en la figura que los místicos laicos
denominan “^ o r ”. Al poner entre comillas las palabras “sweetest girl” [la chica
más dulce] en el título del tema “The ‘Sweetest Girl'”, Green quería demos
trar que sabía que su fantasía era una construcción mítica, una esperanza poco
realista, y que, a pesar de ello, él era incapaz de dejar de desearla o de sentirse
atraído por las canciones que idealizaban ese paraíso terrenal, el enamoramien
to. En otras palabras, Green quería ser el deconstructor del pop, el Derrida del
Top 40, revelando los engranajes de las canciones de amor a la vez que disfru
taba de la belleza de sus quimeras. “The weakest link in every chain/ I always
want to find it” [El eslabón más débil de cada cadena/ Es lo que siempre quie
ro encontrar], cantaba en “The ‘Sweetest Girl’”, “The strongest words in each
belief/ To find out what's behind it” [Las palabras más fuertes de cada creencia/
para ver lo que hay detrás]. El único misticismo que se permitía era el de la
música misma, el misterio infinito de la belleza melódica. “Faithless now, I just
got soul” [Ya no tengo fe, solo soul], se lamentaba y se alegraba simultánea-
mente en “Faithless”, un tema hermoso sobre la imposibilidad de creer, basa
do en el sonido ferviente del gospel.
“Asylums in Jerusalem”, un reggae rápido con una melodía dulzona, reci
bió más publicidad que nunca de parte de la discográfica, pero a pesar de esto
y de su amplia difusión en la radio, no llegó a ser un hit, como ya había pasa
do con los dos singles anteriores de la banda. Y aunque su primer álbum, Songs
to Rmember, había alcanzado el puesto número 12 en los rankings del Reino
Unido, Scritti seguía siendo apenas una banda de culto. Al igual que Orange
Juice un año antes, Green tuvo que sufrir la humillación de haber alardeado
sobre el pop sin lograr ser popular. El problema era en parte la música, que
tenía evidentes falencias de producción, pero sobre todo las letras. Las temá
ticas que elegía Green no terminaban de cuadrar con el género pop. Si bien las
frecuentes alusiones a sus filósofos preferidos, como Wittgenstein y Nietzsche,
eran simpáticas, disminuían dramáticamente la probabilidad de que las letras
de los temas aparecieran en Smash Hits, la nueva y vistosa revista de música
adolescente, cuya circulación eclipsaba la de otras revistas pasadas de moda
como NME.
“Lo que tiene sentido es lo que vende, y lo que vende es lo que tiene sen
tido”, había declarado Green después de volver de su reposo en el c ^ p o galés.
Pero las ventas de la nueva etapa de Scritti no eran muy buenas, y para alguien
con el ego de Green eso era devastador. En las entrevistas despotricaba contra
Rough Trade, a quien acusaba de tirar plata en “bandas ridículas que hacen
música ridícula”, aludiendo a Pere Ubu y Red Crayola, en vez invertir recur
sos para que Scritti subiera en los rankings. Finalmente, Green abandonó el
ideal de la industria independiente y empezó a negociar con sellos discográfi-
cos importantes. También convirtió la banda en un proyecto solista, pese a
mantener el nombre. Cuando lo entrevistaban, rechazaba con indiferencia la
etapa de pseudocolectivismo de Scritti, cuando el grupo tenía veinte integran
tes que colaboraban tanto en la composición y ejecución de la música como
en la elaboración de la teoría que la sustentaba. “Recuerdo que nos quedamos
pasmados cuando anunciaron que Green sería el líder de Scritti Politti”, expli
có Gina Birch, de The Raincoats, “que el grupo ya no era una democracia”. El
bajista Nial Jinks fue el primero en rebelarse contra el nuevo régimen y renun
ciar a la banda. Matthew Kay, el organizador, hizo lo mismo poco después. Por
otro lado, aunque cada vez lo opacaba más el uso de cajas rítmicas, Tom Morley,
el baterista, aguantó hasta noviembre de 1982, pocos meses después del lan
zamiento de Songs to Remember.
Luego de pagarle a sus viejos compañeros de armas por los derechos de la
marca Scritti Politti, Green y su nuevo representante, Bob Last, firmaron un
lucrativo contrato con Virgin Records y fundaron una sociedad anónima lla
mada Jouissance, exclusivamente para ocuparse de las canciones de Green.
Scritti ya no era una banda, sino “una suene de empresa de producción”, dijo
el cantante, en la que él era el centro alrededor del cual había siempre un
grupo de colaboradores y productores trabajando. Después de demasiados
pasos en falso, Green estaba decidido a hacer realidad lo que él consideraba
su destino: el estrellato.
El verdadero signo d e que uno está viviendo una edad de otro es la sensa- 461
ción de que nunca se terminará. ¿Por qué habría de hacerlo? Es una ilusión,
por supuesto, como ese primer momento de euforia que uno experimenta al
enamorarse; pero así se sentía ser joven, inglés y fanático de la música pop
en 1982.
El new pop ya no era el sueño de unos pocos periodistas entusiastas: se
había vuelto realidad y estaba cambiando aspectos de la vida cotidiana de ma
neras impensables un año atrás. El punto de inflexión fue el hit número uno
deT he Human League a fines de 1981, “Don't You Want Me”, que luego lle
garía, además, a la cima de los rankings estadounidenses. Junto a “Tainted
Love” de Soft Cell y “The Look o f Love” de A BC, que también fueron enor
mes éxitos en las listas de B illb o ard “Don’t You Want Me” vaticinó una nueva
invasión británica en los Estados Unidos. Allí, las bandas de new pop tarda
ron casi un año en dominar el mercado, pero en el Reino Unido -m ucho más
reducido y concentrado mediáticamente- hubo un cambio de paradigma ins
tantáneo. En los primeros meses de 1982, fue com o si alguien hubiese apreta
do un botón para irrigar los rankings con una dosis rejuvenecedora de color,
exuberancia y optimismo, que eliminó los resabios de la música de los seten
ta e instaló en su lugar una nueva camada de jóvenes aspirantes a la fama:
Altered Images, Haircut l 00, The Associates, Depeche Mode, ABC, Bow Wow
Wow, Japan, Fun Boy Three, New Order y muchos más.
De todos ellos, The Associates fue el grupo que mejor simbolizó la ambi
ción del new pop de crear música con un gran éxito comercial, combinando
la opulencia del pop con la perplejidad del punk. No es sorprendente enton
ces que su breve reinado como estrellas de los rankings británicos (que duró
solo nueve meses, de febrero a septiembre de 1982) haya coincidido con el
cénit de esta escena cultural. A comienzos de 1982, nada h ada creer que la
banda sería exitosa: su plan de editar seis singles seguidos durante 1981 -u n a
maniobra arriesgada- les granjeó el respeto de la crítica, pero no les permitió
entrar a los rankings del mainstream. Sin embargo, Billy Mackenzie y Alan
Rankine todavía tenían varios ases bajo la manga, en especial una vieja can
ción llamada “Party Fears Two”, que se convirtió en su primer single después
de firmar un nuevo contrato con un sello discográfico importante, WEA.
Cuando The Associates aparecieron en Top ofthe Pops para promocionar
el tema en febrero de 1982, prácticamente nadie los conocía. La canción era
462 pegadiza, con una intro cautivante, una melancólica melodía de piano en el
estribillo y la voz apasionada de Mackenzie cantando versos enigmáticos, apa
rentemente sobre una ruptura amorosa. Sin embargo, lo que realmente con
quistó a los sorprendidos espectadores del programa fue el estilo del cantan
te y sus llamativos movimientos (en una parte, incluso, ¡bailaba hacia atrás!).
“Party Fears Two” llegó al Top 10 la semana siguiente. Unos meses después,
el dúo consiguió otro gran éxito con “Club Country”, que combinaba un so
nido de guitarra similar al de Chic con un bajo cercano a la música disco. La
canción, por otra parte, era un ataque feroz contra la pose vana y elitista del
new romanticism, evidente en versos como “If we stick around/ We’re sure
to be looked clown upon” [Si nos quedamos/ es evidente que nos van a des
preciar]. Durante su segunda aparición en Top ofthe Pops, Rankine tocó una
guitarra de chocolate (hecha especialmente por Harrods a un costo de seis
cientas libras), que le entregó al público para que comiera durante la segun
da estrofa de la canción.
El segundo álbum “en serio” de la banda, Sulk, apareció en mayo de 1982
y continuó con este mismo espíritu de locura y extravagancia. El disco, satu
rado de texturas y con infinitas pistas superpuestas, era espléndido. “Cuando
era chico, a menudo abría la caja donde mi mamá guardaba sus elementos de
costura y, debajo de los ovillos de hilo rojo, negro o blanco, tenía otros más
vistosos y gruesos”, explicó Rankine. “ Eran colores raros: púrpura, turquesa,
lapislázuli... Así quería yo que fuera el sonido de Sulk. Vibrante, lujoso.”
Durante la grabación del álbum, Mackenzie también le suplicó al productor
Mike Hedges que hiciera que el disco sonara “muy costoso”. Esta opulencia
quedó reflejada en el tercer hit de la banda en 1982, “ 18 Carat Love Affair”
[Amorío de 18 kilates], desde el nombre de la canción hasta la carátula del sin
gle, en la que Mackenzie aparece acostado y desnudo, boca abajo, sobre un
piso de mármol, mientras una hermosa muchacha vestida con un sobretodo
Burberry le arroja perlas y piedras preciosas en el cuerpo.
Con Sulk, The Associates lograron llevar al pop toda la desorientación vo
luptuosa de la psicodelia. Los dos temas más notables del álbum fueron “No”
(una balada tortuosa, basada en una melodía rusa y con fantasmagóricos coros
agudos) y “Skipping”, una canción eufórica que incluye la actuación vocal
más exagerada que Mackenzie haya grabado nunca, junto con algunas de las
letras más surrealistas del dúo (“ R ipping ropes from the Belgian w h arf’s/
Breathless beauxillous Griffin once removed seemed dwarfed” [Cortando 463
amarras del puerto belga/ el espectacular, hermosutil Grifo, a lo lejos, ya no
impresionaba]). Com o los Beatles en “I Am the Walrus” o Brian Wilson du
rante la grabación de Smile, el grupo usó todo tipo de sonidos y un estilo de
percusión idiosincrático. La forma seca y llamativa de tocar de John Murphy
-cuya batería constaba exclusivamente de redoblantes- le daba cierta unifor
midad a todas las canciones del álbum. Mackenzie llegó a describir la m úsi
ca de Sulk como un “ABBA lisérgico”. Según Rankine, “Bill siempre trataba
de ir un paso más allá, y se la pasaba diciéndole al productor, Mike Hedges,
cosas como: ‘Tiene que sonar igual al interior de un sarcófago’ o ‘Que suene
como el césped"'.
Sulk cosechó un éxito más que considerable, pero cuando “ 18 Carat Love
Affair” dejó de trepar en los rankings sin llegar siquiera al Top 20, parecía que
todo estaba volviendo a la normalidad. El mundo del pop no suele acoger cosas
tan extrañas y excesivas como T he Associates. Al mismo tiempo, Mackenzie
fue víctima de un súbito instinto de autodestrucción, que lo impulsó a cance
lar una enorme gira por todo el Reino Unido a último momento, debido a una
mezcla de pánico escénico y temor a ser absorbido por la maquinaria de la in
dustria del rock. Rankine, ansioso por ingresar al mercado estadounidense,
donde varios sellos como Sire les ofrecían sumas desorbitantes, se puso furio
so y abandonó la banda en octubre. Gracias a su heroico talento para fracasar
hasta en las mejores condiciones, The Associates, uno de los grupos más pro
metedores del pop británico, nunca llegó a explotar todo su potencial.
Otras dos bandas escocesas, Altered Images y Simple Minds, también ju
garon un papel importante en este año milagroso para el new pop. El single
“ Happy Birthday” de Altered Images -producido por el arma secreta de The
Human League, Martin Rushent- se vendió como pan caliente a mediados
de 1981. La música de este grupo era pegadiza e irresistible, con guitarras agu
das, simpáticas melodías de xilofón, ritmos de batería muy eficaces y la ale
gre exuberancia de Ciare Grogan. Grogan ya se había dado a conocer inter
pretando a una colegiala escocesa en la película de culto Gregory's Girl, y no
tardó en conquistar al público de la escena new pop con su encantadora mez
cla de seducción e inocencia. Los cultores del rock, por su parte, considera
ron que sus saltos y morisquetas encarnaban toda la frivolidad e inconsecuen
cia del nuevo género musical.
464 Com o la mayoría de las bandas new pop, Altered Images tenía un pedigrí
postpunk más que respetable. En un comienzo, sus integrantes disfrutaron del
beneplácito de Siouxie and the Banshees, cuyo productor, Steve Severin, pro
dujo la mayor parte de su primer álbum, incluyendo el single “Dead Pop Stars”.
Se trataba de un tema siniestro sobre la crueldad e histeria de los adolescentes,
capaces de cambiar de ídolos de un día a otro con una indiferencia escalofrian
te. Si bien Rushent añadió luego una pátina de prolijidad y profesionalismo a
sus canciones, en el fondo la música del grupo siguió fiel al modelo impuesto
por Wire, Joy Division y bandas similares. Las guitarras ruidosas y las enérgi
cas melodías de bajo que pueden oírse en hits como “I Could Be Happy” y
“See Those Eyes” se parecen mucho a la instrumentalización empleada por
Bernard Summer y Peter Hook, lo que emparenta estas canciones a varios éxi
tos de New Order como “Ceremony” y “Temptation”.
Simple Minds, por otro lado, no encajaba del todo en la corriente new pop.
En sus principios, el grupo combinaba los aspectos más artísticos de la new
wave con el género eurodisco (mezcla confusa que, sin embargo, resultó en el
magistral álbum de 1980, Empires and Dance). En general, sus intentos de fu
sionar el rock y la música dance eran bastante pesados, con ritmos de batería
ruidosos y voces estridentes. Parecía que Simple Minds era una banda desti-
nada a los estadios, no a las discotecas. Hasta que algo cambió. “Promised You
a Miracle” fue la primera canción que el grupo compuso expresamente para
editar como single, en vez de elegir alguno de los temas del álbum que acaba
ran de grabar. En consecuencia, su estilo mutó del rock progresivo al pop. Las
guitarras cedieron su espacio a los sintetizadores y el sonido de la banda se re
lajó, empezó a respirar. “Promised You a Miracle” fue un éxito enorme a co
mienzos de 1982. Durante su larguísimo y lento fade-out -cuyos dos minu
tos evocan el hermoso ocaso de un día perfecto-, Jim Kerr repite con fervor
una y otra vez que “todo es posible”, reflejando perfectamente el momento de
libertad y descubrimiento que estaba atravesando el new pop. Lo mismo puede
decirse del título del álbum, New Gold Dream (81-82-83-84) [Nuevo sueño
dorado (81-82-83-84)].
Al ver que sus compatriotas escoceses Altered Image y Simple Minds lle
gaban alegremente a los rankings del mainstream mientras ellos seguían rele
gados a los márgenes, los integrantes de Orange Juice comenzaron a irritarse.
Después de firmar contrato con una discográfica importante con la esperanza
de lograr un hit, la banda había grabado su primer álbum, You Cant Hide Your 465
Love Forever, con un sonido muy pulido y cuidado, pero que aún distaba de
poder competir en el mercado pop. Por otro lado, el grupo inglés Haircut 100
había cosechado un enorme éxito con un estilo y una imagen sospechosamen
te similares a los de Orange Juice. Haircut 100 tocaba la mism a variante de
pop-funk entrecortado y ostentaba un look igual de prolijo. Nick Heyward,
el joven cantante de la banda, incluso entonaba un poco como Edwyn Collins.
Con una sonrisa tímida, ojos traviesos y una pizca de rubor casi tatuada en las
mejillas, Heeyward ofrecía una calculada mezcla de inocencia y picardía. Títulos
como “Lemon Firebrigade”, “Love’s G ot Me in Triangles” y “Love Plus One”
(un gran hit en los Estados Unidos) tenían algo de la falsa candidez de Orange
Juice, pero el gran nivel de profesionalismo de Haircut 100 (cuyos arreglos in
cluían vientos de jazz y percusión ecléctica) ponía a la banda más cerca de Steely
Dan que de The Velvet Underground.
Edwyn Collins decidió que ya había llegado la hora de actuar en serio. Lo
primero que hizo fue llevar a cabo una purga de aquellos integrantes que no
consideraba lo suficientemente profesionales - a saber, James Kirk y Steven
D aly- y formar una nueva versión más “eficiente” de la banda, con el bateris
ta zimbabuense Zeke Manyika y el guitarrista Malcolm Ross (antiguo miem-
bro de Josef K). Esta nueva política de rigor tuvo por resultado su primer gran
éxito a principios de 1983, “Rip It Up”. El sonido potente y funky de la can
ción representaba el nuevo ideal de Collins, “un amateurismo sofisticado”, que
“cuidara los detalles, pero sin buscar tampoco la prolijidad por sobre todo lo
demás”. El elemento más sofisticado de la ecuación lo aportaba su base rítmi
ca bailable de avanzada, construida en torno a una melodía de bajo creada con
un Roland 303, un nuevo aparato que luego se volvería uno de los elementos
más característicos del acid house. El “amateurismo” del grupo sobrevivía gra
cias a la voz de Collins, cuya imperfección lo dotaba de cierto encanto, y a un
ingenioso homenaje a Buzzcocks en medio del tema: después de los versos “You
know the scene its very humdrum/ And my favorite song's entitled ‘Boredom’”
[Sabes, esta escena es muy tediosa/ Y mi canción preferida se llama
“Aburrimiento”], podía oírse un breve riff de guitarra que imitaba el solo que
Pete Shelley tocaba, precisamente, en “Boredom”, una de las canciones de Spiral
Scratch, álbum catalizador de toda la cultura do ityourself.
Para algunos, la falta de gestos de protesta punk y de experimentación
466 postpunk indicaba que el new pop era mero escapismo. Sin embargo, casi todas
las bandas antes mencionadas, incluida Haircut 100, tenían algún vínculo con
esos dos movimientos. Sus integrantes creían que estaban continuando o rein-
ventando alguna de las pautas del punk original, aunque en un contexto muy
diferente. El guiño de Orange Juice a Buzzcocks en “Rip It Up” es un buen
ejemplo de ello. La canción estaba pensada como una declaración de prin
cipios metatextual: el estribillo, “ Rip it up and start again” [Romper todo y
empezar de nuevo], expresaba en parte la creciente desilusión de Collins con
el new pop.
A principios de 1983, la gente empezó a sospechar que las cosas no anda
ban bien. Las bandas más originales y talentosas, como The Associates, quie
nes habían incursionado en la nueva sensibilidad pop, estaban siendo reem-
p l ^ d a s por oportunistas sin ideas ni ideales. Los imitadores habían adoptado
algunas de las características superficiales del new pop -los videos divertidos e
innovadores, la producción cuidada hasta el preciosismo, la androginia y la
ropa llamativa- y poco a poco estaban acaparando el mercado. Esto se notaba
especialmente a nivel internacional. En los Estados Unidos, 1983 fue el año
en que el new pop conquistó el mainstream: A BC, The Human League, Soft
Cell y Haircut l 00 habían tenido algunos hits, pero la segunda camada de este
movimiento —Duran Duran, Eurythmics, Culture Club, Thom pson Twins y
Wham!—consiguió un éxito masivo, principalmente gracias a una nueva in
vención llamada MTV.
Los videos de música no eran nada nuevo. Los primeros ejemplos datan
de mediados de los sesenta y, en general, pertenecen a bandas como los Beatles
o los Stones, cuya fama era tal que la única manera de suplir la demanda me
diática en todo el mundo era filmar pequeños cortos promocionales, porque
era físicamente imposible tocar en tantos programas de televisión. Más allá de
un puñado de experimentos “artísticos”, estos primeros videoclips eran bas
tante rudimentarios y se limitaban a mostrar a la banda haciendo playback.
Los orígenes del videoclip contemporáneo en realidad deben buscarse en
las secuencias musicales de películas como A H ard Day's Night y Help!, en las
cuales los Beatles corren y bailan de manera ridicula en lugar de cantv. La serie
de televisión de The Monkees adaptó esos interludios a la pantalla chica y los
convirtió en la base de su éxito. Por eso, hay cierta justicia poética en el hecho
de que Michael Nesmith, el integrante más serio de esa banda, haya sido quien
ideó MTV. Nesmith quedó fascinado con las posibilidades creativas que ofre- 467
cían los videos promocionales en los setenta, mientras llevaba adelante su ca
rrera como cantante y compositor solista, y realizó una serie de videoclips muy
imaginativos para sus propios singles, como es el caso de “ Rio”. Aunque tu
vieron una amplia difusión en todo el mundo, Nesmith pronto descubrió que
no existía casi ningún espacio en la televisión estadounidense donde pudiera
verse material de este tipo. Fue entonces cuando se le ocurrió el concepto para
un program a llamado Popclips. Este program a hizo su debut en el canal
Nickelodeon, propiedad de Warner Brothers, empresa a la cual Nesmith tam
bién le propuso crear un canal dedicado exclusivamente a emitir videos pro
mocionales de música las veinticuatro horas. Warner aprobó el proyecto, que
terminaría convirtiéndose en MTV. Sin embargo, el canal pronto se alejó de las
nociones más artísticas de Nesmith, quien renunció poco después para grabar
su propio “álbum en video”, Elephant Parts.
Además de convencer a los proveedores de cable de que agregaran la emi
sora a su grilla, MTV tenía que ofrecerle algo a la industria de la música para que
esta le suministrara sus videos gratis. El argumento principal de MTV era que el
canal funcionaría como una suerte de radio nacional que abarcaría todo Estados
Unidos (lo que hasta entonces no existía) y le permitiría a los sellos discográ-
ficos promover nueva música, ya que las emisoras radiales tradicionales, mucho
más conservadoras desde finales de los setenta, en general se contentaban con
pasar temas conocidos. A diferencia de Gran Bretaña, donde en cualquier lugar
uno podía sintonizar Radio One, emisora estatal especializada en música pop,
en los Estados Unidos la mayoría de las estaciones eran regionales y tenían un
alcance limitado; asimismo, los formatos de sus programas se adaptaban al pú
blico local y su enfoque variaba considerablemente según la edad, el gusto y la
etnia de la población. Estas emisoras eran muy competitivas; pero, irónica
mente, sonaban casi todas iguales. Eso se debía en gran parte a la tendencia de
usar empresas consultoras para diagramar la programación. La selección de
temas y la elección del formato se habían convertido casi en nuevas ciencias
conductistas, fenómeno que promovía la homogeneización.
En aquel entonces, al igual que ahora, la radio en los Estados Unidos era
una suerte de máquina gigantesca, diseñada para garantizar que el público solo
encontrara música a la que está acostumbrado. Lo que motiva el miedo de los
programadores es la idea de que la audiencia cambie de emisora si llega a oír
468 algo que no le gusta. Esa fue la razón por la cual surgió, a fines de los setenta,
el formato de programas y estaciones dedicados a los clásicos de rock, donde
únicamente pasan los temas favoritos del público y algún que otro hit recien
te. Esta política radial conservadora entorpeció sobremanera la industria musi
cal estadounidense y motivó la dramática caída en las ventas de discos que co
menzó en 1979. Después de todo, si en la radio uno solo escucha lo que conoce
y probablemente ya tiene en casa, es difícil que quiera comprar música nueva.
Por otro lado, esa postura también fue la causa de que al punk y la new
wave no les hubiera ido muy bien en los Estados Unidos. Desde el principio,
MTV se concentró en lo que la industria denominaba “nueva música”. Esta ca
tegoría, más o menos equivalente al new pop aunque algo más amplia, inclu
ía artistas new wave como Elvis Costello, T he Psychodelic Furs y The
Pretenders. Igual de crucial fue el alcance nacional del canal. A diferencia de
Gran Bretaña, donde los singles en general entraban en los rankings en pues
tos relativamente altos (o incluso como números uno), en los Estados Unidos
debían escalar posiciones lentamente, porque las emisoras de radio a lo largo
del país no difundían los temas al mismo tiempo. Cuando el video de una can
ción comenzaba a pasarse de manera regular en MTV, tenía un efecto dramáti
co en lo que Simon Frith denomina “la velocidad de venta”.
N o obstante, en el primer año y medio después de su estreno en agosto de
1981, el alcance de MlV era limitado. Muchos proveedores regionales no in
cluían el canal en su grilla, y solo el veinticinco por ciento de los hogares de
los Estados Unidos tenía acceso al cable. Sin embargo, en aquellos lugares
donde sí podía verse, su impacto fue extraordinario. D e un día al otro, en pue
blitos recónditos del país se empezaron a vender discos de música nueva de a
montones. Aun así, para este nuevo canal era una ignominia no transmitirse
en las dos capitales de la industria discográfica, Nueva York y Los Ángeles. La
solución fue apelar directamente a los jóvenes a través de la campaña “I Want
My MlV” [Quiero mi MlV]. Los anuncios televisivos comenzaron a emitirse a
m ediados de 1982, con la participación de estrellas de rock como Pete
Townshend, Mick Jagger, Adam Ant, Stevie Nicks y Pat Benatar, quienes or
denaban a los chicos que “llamaran a su operadora de cable de inmediato” y
exigieran el nuevo canal. La campaña fue un éxito: MlV debutó en Manhattan
en septiembre de 1982 y en Los Ángeles unos pocos meses después.
En sus comienzos, MlV era extraño, casi involuntariamente transgresor.
Como los videos de bandas norteamericanas conocidas escaseaban, el canal 469
dependía del Reino Unido y Europa, donde los videoclips ya eran moneda
corriente. Artistas como Queen, David Bowie, ABBA y The Boomtown Rats
se habían especializado en la producción de videos llamativos y memorables.
En Londres se habían establecido los cimientos de una industria orientada
al video a finales de los setenta, integrada por futuros maestros del formato
como Russell Mulcahy, creador del videoclip del tema de The Buggles, “Video
Killed the Radio Star” , el primero en transmitirse por MlV. Estas circuns
tancias fueron las que determinaron la programación del canal durante su
primera época. Apenas si contaba con unos pocos cientos de videos, el se
tenta y cinco por ciento de los cuales eran ingleses. Por lo general, los clips
de las bandas inglesas de new pop eran mucho más imaginativos y entrete
nidos que los del puñado de músicos estadounidenses ya famosos como REO
Speedwagon. Com o sucedió en los sesenta, se hizo evidente que estos gru
pos británicos eran más cultivados en cuestión de estilo. Muchos habían es
tudiado arte en la universidad o, si carecían de ese tipo de educación for
mal, al menos tenían cierta erudición visual, proveniente del glam, que en
los Estados Unidos distaba de ser frecuente. Incluso cuando las bandas no
dirigían ni escribían los guiones de sus propios videoclips, de por sí eran más
videogénicas que sus contrapartes estadounidenses. H abían nacido para
posar, y se notaba.
Hubo, sin embargo, unas pocas bandas norteameri^canas más artísticas que
también supieron sacar ventaja de esta etapa temprana de MTV. Cuando el
canal hizo su debut, Devo ya tenía media docena de videos grabados. Gerald
V. Casale relató cómo el director de programación del canal, Bob Pittman, y
el director de promociones, John Sykes, invitaron a Devo a cenar para con
vencerlos de sumarse al proyecto. “Nos vendieron todo el concepto de MTV y
nos explicaron por qué nos convenía darles nuestros videoclips gratis. Y claro,
como éramos artistas e idealistas, pensamos ‘Por fin, alguien entiende lo que
intentamos hacer'. Estábamos encantados, creíamos que íbamos a poder fil
mar lo que quisiéramos, crear largometrajes.” Al igual que The Residents con
su película ViUness Fats (finalmente cancelada), Devo había soñado con la po
sibilidad de realizar “un film de ciencia ficción anticapitalista”, y tenía la espe
ranza de ser la primera banda de rock en explotar el potencial del formato la-
serdisc, creando álbumes en video.
470 Ninguna de esas fantasías se hizo realidad, pero todos los singles de Devo fue
ron acompañados de clips imponentes bajo la dirección de Casale, a veces en co
laboración con el director amigo del grupo, Chuck Statler. En “Girl U Want”, el
caótico ritmo de la canción se combinaba con imágenes que parodiaban los pro
gramas de televisión musicales de los Estados Unidos, con muchachas adolescen
tes gritando y sacudiéndose de una manera grotescamente calculada, en impro
bables paroxismos de deseo por los integrantes híper nerds de Devo. En “Freedom
o f Choice”, por otro lado, el grupo interpretaba a unos alienígenas enmascara
dos que venían a proclamar una crítica devastadora a la sociedad de consumo
norteamericana y su sistema político: “Freedom o f choice is what you've got/
Freedom o f choice is what you want” [Libertad de elección es lo que tienen/
Libertad de elección es lo que quieren]. El video de “Through Being Cool”, el pri
mer single de su cuarto álbum, New Trradiitionalists, también era un ataque al go
bierno de aunque menos d i^ ao : en él podíaa verse a la Smart Parol [Pa^trulla
inteligente] , un grupo de outsiders adolescentes con conciencia social que recorrí
an su barrio en motoneta con armas láser, listos para fulminar a los descerebrados
que salían a trotar por la calle y otros símbolos de la estupidez de los ochenta.
Todos los videoclips que Devo estrenó en esa época podían verse con fre
cuencia en MTV, junto con clips de las pocas bandas estadounidenses de new
wave que supieron adaptarse con rapidez a este nuevo medio, como Blondie,
The Cars, The Stray Cats, The G o-G o’s yTalking Heads. De hecho, estos úl
timos crearon lo que se convirtió en uno de los videos más famosos del canal,
“Once in a Lifetime” (a pesar de que la canción nunca se editó como single en
los Estados Unidos), debido a la coreografía brillante y extraña deToni Basil, en
la que David Byrne interpreta a una suerte de predicador evangelista posmoder
no. A Byrne le quedó un buen recuerdo de esos años: “ Uno podía, filmar algo
vagamente experimental, gastando la menor cantidad de dinero posible, y si
lo acompañaba con una canción, MTV lo pasaba, porque en aquel entonces es
taban desesperados, necesitaban material nuevo. Así que no era necesario salir
de gira para ganarse un público. Me imagino que lo mismo habrá sucedido
cuando se inventaron los primeros singles. Uno grababa algo muy rápido, y
un mes después el disco ya estaba en las rockolas y en la radio”.
La mayoría de las bandas norteamericanas tardaron más en darse cuenta
de las posibilidades artísticas y comerciales que ofrecían los videoclips, y du
rante ese lapso los ingleses invadieron el mainstream. El primer hit que pro
bablemente nunca hubiese existido de no ser por el respaldo de MTV fue “I Ran 471
(So Far Away)” de A Flock o f Seagulls, que llegó al Top lO de Billboard en oc
tubre de 1982. Este grupo de Liverpool fue visto como símbolo de la nueva in
vasión inglesa por sus más acérrimos enemigos, mayormente debido al ridícu
lo peinado del cantante, Mike Score. Sin embargo, si uno lograba ignorar ese
jopo deforme tan curioso, se daba cuenta de que su música era básicamente
una versión light del postpunk. La guitarra, pasada por innumerables efectos,
sonaba tan prominente como los sintetizadores y hasta recordaba un poco al
estilo de Alan Rankine. John Peel incluso había promovido a la banda en sus
inicios. No obstante, el peinado de Score (que se había ganado la vida traba
jando de peluquero) los convirtió, en la opinión de los cultores n o rte^ erica-
nos del rock tradicional, en representantes de todos aquellos grupos que prio-
rizaban la imagen por sobre el contenido.
La banda inglesa que demostró el verdadero poder de MTV fue Duran
Duran. En su mejor momento, el grupo hizo que los veteranos de la revolu
ción de 1977 se lamentaran: “ Es como si el punk nunca hubiese existido”. Es
más, la indignación llegó a tal punto que Dave Rimmer, periodista de Smash
Hits, usó esa frase como título para su libro sobre el new pop. Sin embargo,
Duran Duran había surgido de la escena musical de Birmingham, al igual que
Swell Maps, y cuando empezaron a tocar su sonido era postpunk hasta la mé
dula: un cruce entre Sex Pistols y Chic. El grupo no tardó en causar furor en
la subcultura new romantic local, y como sus contemporáneos londinenses
Visage y Spandau Ballet, de inmediato se abocó a la creación de videos memo
rables, primero con “Girls on Film” (con modelos semidesnudas en un cua
drilátero de lucha libre) y luego con una serie de clips exuberantes para pro-
mocionar su segundo álbum, Rio. Después de convencer a su sello discográfico
de que necesitaban viajar a Sri Lanka (con todos los gastos pagos) para traba
jar allí, Duran Duran grabó, junto con el director Russell Mulcahy, tres vide
os en agosto de 1982, con lugares paradisíacos de fondo y abundantes mode
los con escasa ropa. Gracias a esta mezcla de elementos exóticos y eróticos, los
clips tuvieron un éxito enorme en la televisión, y el de “Rio” cementó su ima
gen ampulosa y materialista: en él se mostraba a los integrantes de la banda en
un yate, rodeados de supermodelos que parecían sacadas de las tapas de los pri
meros discos de Roxy Music. A esa altura, el grupo ya había abandonado su
look new romantic y lo había re e m p l^ d o por otro más cercano a Bryan Ferry
472 y su pose de je t set. En 1983, Duran Duran era una banda ^famosa en el mundo
entero. Sin embargo, eso no logró colmar las expectativas de sus integrantes,
cuya desmedida ambición se podía entrever en las inentendibles letras de Simon
LeBon, los videos cada vez más costosos, y la creciente afectación del tecladis-
ta Nick Rhodes, émulo de David Sylvian, de Japan, a quien imitaba con sus
incursiones en el “Polaroid art” . Musicalmente, no obstante, el grupo descar
tó todo resto de futurismo synthpop a favor de melodías pegadizas y simples,
como en su single “Is There Something I Should Know”, cuyo estilo casi ro
zaba el de los Beatles.
Incluso desde antes que Duran Duran, los miembros de Thompson Twins
eran un ejemplo perfecto de una banda postpunk dispuesta a someterse a va
rios cambios drásticos para transformarse en estrellas new pop. En 1981 su es
tilo parecía rezagado: el grupo era una mezcla de Scritti Politti y Pigbag, con
siete integrantes fascinados por la percusión y la política. Durante uno de sus
recitales en 1981, el cantante, T om Bailey, informó al público que la banda
había tenido que cubrir varios murales sexistas en el local porque “nunca po
drían tocar en un lugar donde se vieran cosas así” . Parte de ese rigor sobrevi
vió incluso después de que el grupo se redujera a un trío y Bailey comenzara
a afirmar que componía adrede canciones pop intrascendentes. La distribu-
ción sexual y racial de la banda era impecable: tenían un integrante blanco
(Bailey), uno negro (Joe Leeway) y una mujer blanca (Alannah Currie, quien
había empezado a tocar el saxo luego de asistir a un concierto de T he Pop
Group). En sus caricaturescos videos, el carisma extrañamente asexuado del
trío recordaba a los actores de algunos programas didácticos para niños que
pasaban por la televisión en la década del setenta. Sus hits, como “H old Me
Now” y “Love on Your Side”, transmitidos una y otra vez por MTV, eran irre
sistibles e inolvidables. Cuando se editó Into the Gap, su álbum de 1984, las
ventas m undiales del grupo lo convirtieron en el Burger King del pop.
“Nosotros somos una empresa multinacional, mucho más grande que algunas
que cotizan en bolsa”, afirmó Bailey. Aquello que B.E.F. había parodiado con
ironía socialista, Thompson Twins lo hizo realidad.
Eurythmics era la única banda de la nueva invasión británica cuya calidad
reconocían los críticos de rock estadounidenses, por más que les pesara. Tal
vez percibieran que el dúo integrado por Dave Stewart y Annie Lennox se ha
bían ganado su fama y el respeto del público a la vieja usanza: ambos eran ve
teranos de la industria de la música que venían trabajando arduamente desde 473
antes de la revolución punk. Stewart, un guitarrista muy capaz que en una
época llegó a consumir cantidades ingentes de ácido lisérgico, se unió en 1969
a una banda llamada Longdancer, que luego firmaría contrato con Rocket, el
sello discográfico de Elton John. Antes de formar Eurythmics, Stewart y Lennox
-cuya potente voz estaba más cerca de cantantes de blues escocesas como Maggie
Bell que de las nuevas estrellas pop a lo Ciare G rogan- ya habían conocido
brevemente la fama con una banda de rock pop retro llamada The Tourists.
Una vez abandonado ese proyecto, se reinventaron como dúo electrónico y,
después de experimentar con la m úsica de vanguardia (el primer álbum de
Eurythmics, In the Garden, contaba con la participación de Holger Czukay,
de Can, y Robert Gorl, de D.A.F.), decidieron sumarse al new pop. En los vi
deos de temas como “Sweet Dreams (Are Made o fT h is)” , que lograron un
éxito espectacular en MTV, el sonido y la imagen del dúo combinaban elemen
tos de Grace Jones (la voz im ponente, el pelo rapado, la androginia) y
Kraftwerk (la música desapasionada y electrónica, el look robótico). El clip
de “W ho’s T hat G irl?” volteaba patas para arriba el transgresor video que
David Bowie había hecho para “Boys Keep Swingin"', en el que aparecía acom
pañado de unas coristas que no eran otras que el mismo Bowie travestido: en
el video de Eurythmics, Lennox interpretaba, al mismo tiempo, a un hombre
y a una mujer que en un momento llegaban a besarse.
Más allá de esta apropiación de la estética que en aquel entonces estaba de
moda, el éxito de Eurythmics se debió a las virtudes de Stewart como com po
sitor y a la vitalidad y el soul de Lennox; es decir, a los aspectos más tradicio
nales del grupo. En su álbum Sweet Dreams (Are Made ofThis) incluso podía
encontrarse un cover de Sam & Dave, el clásico “Wrap It Up”. “Lo que suce
de es que la música es atemporal”, explicó Stewart a Rolling Stone. “Por eso
nunca decimos que pertenecemos a la nueva invasión del pop británico. Para
nosotros, somos parte de algo que viene gestándose desde hace décadas. Por
eso en The Whistle Test, el programa de televisión inglés, [...] no nos podían
describir como un dúo synthpop, porque habíamos llevado a ocho cantantes
de gospel, un piano de cola y una guitarra acústica. Eso era posible en 1971 y
será posible en 1986.” En ese sentido, se parecían a Paul Young, otro vetera
no (había cantado durante años con el grupo de soul Q-Tips) que se hacía
pasar por artista new pop añadiendo melodías de bajo similares a las de Japan
474 en todos sus temas, como su gran hit en los Estados Unidos, “ EveryTime You
G o Away”, cuyo compositor era otro artista de soul blanco, Daryl Hall.
El éxito de esos músicos británicos amantes del R & B tenía su lógica, ya
que el new pop estaba basado en la música negra. Las innovaciones afroa
mericanas en materia de ritmo, producción y arreglos (de la mano de Chic,
P-Funk, las colaboraciones entre Michael Jackson y Quincy Jones, y el electro
y synthfunk neoyorquinos de principios de los ochenta) habían sido asimiladas
rápidamente por los británicos, siempre más atentos para estas cuestiones, y
luego se las habían vendido de nuevo a la población blanca norteamericana. Por
eso, cuando la prensa de los Estados Unidos bautizó con justicia a esta nueva
camada de músicos ingleses como “la segunda invasión británica”, también
apuntaba al hecho de que, en la década del sesenta, bandas com o los Beatles,
Rolling Stones, Animals y otras habían vendido a los adolescentes blancos de
Norteamérica R & B norteamericano.
Muchos de los grupos de la segunda invasión británica no se limitaron a
tomar prestados elementos de la música negra contemporánea, sino que, ade
más, aprovecharon para reciclar el soul de los sesenta y setenta. Wham! y Culture
Club fueron los exponentes más claros de esta práctica. De todas las bandas
new pop, ninguna tenía tan poco que ver con el punk como Wham!: George
Michael y Andrew Ridgely eran, básicamente, cantantes de soul del sur de
Inglaterra. Después de sus dos primeros hits en el Reino Unido, “Wham Rap”
y “Young Guns (Go for lt)", Wham! conquistó el mercado inglés a mediados
de 1983 con su álbum Make lt Big! y los singles “Bad Boys” y “Club Tropi^wa”.
Se trataba de verdaderos himnos al hedonismo despreocupado de la juventud
de la clase media local, y la banda de sonido perfecta para inaugurar el segun
do mandato de Margaret Thatcher. Sin embargo, Wham! causó furor en los
Estados Unidos cuando empezó a integrar aspectos del Motown y componer
canciones pletóricas de poptimismo como “Wake Me Up Before You G o G o”
y “Im Your Man” .
Culture Club era más versátil para el robo, y sus integrantes abrevaban de
fuentes diversas, como el Motown, el sonido de Filadelfia y el lover’s rock.
‘“ Plagio’ es una de mis palabras favoritas”, aseguró Boy George. “Culture Club
representa la forma de plagio más sincera de toda la m úsica m oderna.
Simplemente, lo perpetramos mejor que los demás.” En otra entrevista, se des
cribió así: “N o soy un gran cantante. Soy un vocalista y un imitador. Puedo
copiar y adaptar lo ajeno”. “Church o f the Poisoned M ind” reciclaba el soul 475
marchoso de los sesenta, “Time (Clock o f the Heart}" evocaba a Curtis Mayfield
y The Spinners, y “D o You Really Want to Hurt Me” parecía una versión aún
más edulcorada del reggae de Sugar Minott. El gigantesco éxito de la banda
se debía a que Boy George compensaba su falta de originalidad con encanto,
ingenio y un look impactante, una especie de travestismo asexuado que gene
raba el toque de polémica indispensable, aunque era claramente inofensivo.
Regordete y simpático, el andrógino George en general despertaba más afec
to que deseo. Si él era transgresor, no se debía, afirmaba, a su homosexualidad
(aunque en aquel entonces, con mayor cautela, como mucho se denominaba
“ bisexual” ), sino a su comportamiento afeminado. Boy George, llevando al lí
mite la tradición del típico ídolo adolescente de cara bonita, parecía haber na
cido para la televisión. Su timing, por otro lado, también era perfecto. El pri
mer álbum de Culture Club, Kissing to Be Clever, tuvo tres hits en el Top 1O
de Billboard. Lo mismo sucedió con el álbum siguiente, Colour by Numbers,
que se convirtió en un disco de platino. Com o broche de oro, a finales de 1983,
el grupo recibió un Grammy com o Mejor Artista Nuevo.
En 1983, las bandas británicas se habían vuelto omnipresentes en los Estados
Unidos. El treinta y cinco por ciento de las ventas de discos correspondían a
artistas de Gran Bretaña, y en julio, seis de los temas en el Top 10 eran ingle
ses. Algunos de los videos más exitosos del año eran obra de músicos casi
desconocidos hasta en el Reino Unido, como el maestro del sintetizadorThomas
Dolby o los mediocres Fixx. Incluso se sumaron a la escena bandas inglesas de
antaño como T he Kinks, veteranos de la primera invasión británica, con su
hit “Come Dancing”, mientras que David Bowie había creado una nueva ima
gen y sonido para adaptarse a la flamante corriente new pop con “Let’s Dance”,
donde abandonaba su look berlinés, decadente y cocainómano, por otro más
sano, respetable, bronceado.
Los críticos apuntaron de inmediato hacia MTV para explicar el fenómeno
de la hegemonía inglesa en los Estados Unidos, pero lo cierto es que la radio
cumplió un papel importante al adoptar nuevos formatos orientados a pasar
música nueva. Si bien en parte esto fue consecuencia del éxito del nuevo canal,
también reflejaba la influencia de emisoras radiales de aparición reciente como
KROQ, la cual había adquirido una popularidad impresionante en Los Angeles
después de abocarse al “rock de los ochenta” en 1981. El impacto de KROQ no
476 pasó desapercibido para Lee Abrams, quien, a principios de 1983, recomendó
a las emisoras de rock a las que asesoraba a lo largo y ancho de los Estados Unidos
que duplicaran la cantidad de música nueva en su programación.
Impulsada por la radio y MTV, esta nueva difusión de música más actual,
tanto nacional como importada, logró que aumentaran las ventas de discos un
diez por ciento durante la primera mitad de 1983, después de un declive que
había durado tres años consecutivos. La elevada proporción de artistas desco
nocidos (al menos para la gran mayoría de los estadounidenses) en el Top 10
-A dam Ant, Kajagoogoo, Eddy Grant, M adness- potenciaba la impresión de
que se trataba de un cambio revolucionario. MTV se llevó casi todo el crédito,
convirtiéndose así en el salvador de la industria musical. Un sinnúmero de re
vistas mainstr^m agradecían al canal y a la segunda invasión británica por haber
infundido nuevamente color y energía a la música pop. Newsweek puso a Boy
George y Annie Lennox en la tapa. La Rolling Stone dedicó un número entero
a la música inglesa (con Boy George otra vez en la portada) y declaró que 1983
había sido “el mejor año para el rock desde 1977”. Bien vista, esta analogía no
terminaba de cerrar, dado que el punk había sido un fracaso absoluto en los
Estados Unidos, mientras que el new pop había logrado un éxito masivo; pero
la idea principal era que se estaba viviendo una auténtica revolución musical.
Irónicamente, en Inglaterra mucha gente tenía una opinión muy distinta
sobre 1983, año al que consideraron infausto. La nostalgia por 1977 había bro
tado de repente (lo que explica el homenaje de Orange Juice a Buzzcocks en
“ Rip It Up”) y el resentimiento hacia el new pop iba en aumento. En Londres,
la gente empezó a pintar las paredes con un eslogan que se repetía una y otra
vez: “Kili Ugly Pop” [Maten al pop feo].
Al mismo tiempo, la reelección deThatcher, en junio de 1983, marcó un
punto de inflexión. La izquierda creía que su primera victoria había sido una
mera excepción y que “el orden natural de las cosas” se reestablecería pronto.
Sin embargo, ese año quedó en evidencia que se había desmoronado el viejo
consenso de posguerra a favor de un Estado benefactor y un gobierno inter
vencionista, que subsidiara a los sectores más precarios de la industria para
mantener las tasas de empleo. A una parte considerable de la población -lo
suficientemente numerosa como para asegurarle la victoria a Thatcher- le im
portaban un carajo los desempleados. De repente, la brecha entre la opulen
cia del new pop y la realidad económica se volvió intolerable, en especial para
las bandas del norte del país, como ABC, Heaven 17 y The Human League, 477
donde el desguace de la industria metalúrgica tuvo un efecto devastador en la
economía local y el futuro de los más jóvenes.
Después de una gira mundial con un ensamble de dieciséis músicos, A BC
volvió a su ciudad natal y se encontró con Sheffield en ruinas, plagada de
desempleados y drogadictos. La banda comenzó entonces a cuestionar sus le
tras y su ambición. Por otro lado, la exuberancia musical que los había distin
guido un año atrás se había vuelto m oneda corriente. Spandau Ballet usó “All
of My Heart” como modelo para “True”, una canción que era el colmo del
kitsch, y con eso llegó a la cima de los rankings. Esa combinación de remor
dimiento social, renuencia a seguir una fórmula agotada y deseos de dejar atrás
a sus imitadores fue lo que empujó a ABC a dar un giro de 180 grados. En
lugar de grabar una secuela de The Lexicón ofLove, editaron Beauty Stab, un
álbum agresivo y descarnado, con mucha guitarra eléctrica y letras eminente
mente políticas. “ Es probable que Beauty Stab haya sido nuestro intento de
grabar un disco como los de Gang o f Four”, señaló Fry. “ Es un álbum de pro
testa. Digamos que The Lexicón ofLove fue nuestra película hollywoodense en
colores, y este es nuestro documental en blanco y negro sobre Sheffield.” En
ese momento, irónicamente, G ang o f Four estaba intentando por todos los
medios posibles actualizar su sonido asimilándolo al de ABC; el resultado fue
el híper prolijo y vergonzoso álbum Hard.
A B C estrenó su nueva visión con el single “T h at Was Then, T h is Is
Now”. Sus seguidores, sin embargo, quedaron bastante confundidos con el
cambio inesperado de la banda. Beauty Stab sonaba descuidado, crudo, como
un álbum en vivo. H asta la espantosa tapa del disco -q u e m ostraba a un m a
tador peleando contra un toro- daba la impresión de que el grupo no sabía lo
que estaba haciendo. Las canciones de protesta como “King Money” y “United
Kingdom ” parecían falsas, frívolas, en especial porque Fry seguía recurriendo
a los mismos juegos de palabras tortuosos que antes (“This busted, rusted,
upper-crusted, bankrupted, done and dusted, no-man-to-be-trusted United
Kingdom” [Este roído, arruinado, anti-rutilante, sum ido en bancarrota, sucio
e insincero Reino Unido]). En las entrevistas, Fry mostró pocos escrúpulos al
desdecirse varias veces, afirmando en NME, por ejemplo, que “ahora tengo una
m anera de ver las cosas muy diferente a la de ese período tipo Las Vegas por el
que pasam os”, y señalando que ya había colgado su traje dorado. “ Hay dema-
478 siada prolijidad, demasiada técnica en la música hoy en día”, sentenció.
Heaven 17 y T he Human League, también de Sheffield, estaban muy
impresionados con la decadencia del que había sido su próspero pueblo natal.
Heaven 17, por su parte, grabó un equivalente bonsái a Beauty Stab, “Crushed
by the Wheels o f Industry” , un experimento de dance pop electro-constructi-
vista y, de lejos, el mejor tema de su segundo álbum , The Luxury Gap.
Finalmente, el grupo había llegado a la fama, pero a un precio altísimo. El sin
gle que los catapultó, “Temptation”, le debía demasiado a la participación es
telar de la cantante invitada Carole Kenyon (1983 fue el año en que todo el
mundo agregó una cantante negra a sus discos) y a los arreglos de moda en aquel
entonces. Los integrantes de The Human League, mientras tanto, sufrían por
partida doble: primero, porque tenían que estar a la altura del enorme éxito
de su primer álbum; y segundo, porque ellos también estaban pasando por una
crisis de conciencia social. Finalmente, para bien o para mal, Phil Oakey de
cidió que quería que The Human League se pareciera menos a ABBA y más a
Pink Floyd, una banda “con contenido”, que compusiera temas serios, no can
ciones románticas ridículas.
Lo que motivó el cambio de actitud del grupo no fue tanto la debacle eco
nómica provocada por el gobierno de Thatcher, sino la masacre de refugiados
palestinos en el Líbano. “Me quedé frío”, observó Oakey. “ En la televisión
informaban que había sucedido algo increíble, espantoso, pero no te decían qué
podías hacer al respecto.” Ese sentimiento de impotencia fue lo que inspiró la
canción “The Lebanon”, finalmente editada como single en mayo de 1984. Fue
el primer avance de Hysteria, la decepcionante secuela de Dare. Al igual que
“That Was Then, This Is Now”, de ABC, el single dejaba atrás el estilo clásico
de la banda y su política de “no utilizar instrumentalización normal”, ya que
incluía guitarras eléctricas prominentes. La canción compartió otra similitud
con el single de ABC: ninguno de los dos llegó al Top 10 en Gran Bretaña.
Aunque hayan sido fracasos estéticos y comerciales, tanto “The Lebanon”
como Beauty Stab fueron gestos proféticos. Se sentía en el aire: el rock estaba de
regreso. En el underground, las bandas de rock ya preparaban el contragolpe.
Todos los conceptos que el new pop había intentado desterrar (autenticidad, re
belión, comunidad, transgresión, resistencia), junto con todos los sonidos pasa
dos de moda que ya daban por muertos (guitarras eléctricas distorsionadas, voces
rasposas y estridentes), estaban a punto de resucitar. En los Estados Unidos, sobre
todo, la contrainsurgencia no tardaría en manifestarse. 479
MTV no pudo disfrutar por mucho tiempo de la gloria del boom pop de
1983. El resentimiento contra las “bandas inglesas con peinados raros” cobró
impulso a toda velocidad y, apenas unas semanas después de su edición espe
cial sobre los nuevos grupos británicos, la Rollmg Stone publicó un artículo de
Steven Levy titulado ‘'Ad Nauseam: How MTV sells Out Rock ‘n’ Roll” [Ad
Nauseam: cómo MTV vendió el rock ‘n’ roll]. El argumento de Levy -los vide
oclips no eran más que avisos publicitarios- se convirtió en el tema del momen
to, aunque fuera más o menos igual de trillado que la omnipresente queja “los
videos atrofian la imaginación”. Otro reproche común era que los videoclips
volvían a imponer la hegemonía de las grandes empresas de la industria disco-
gráfica. Incluso el video más básico, el que apenas mostraba a la banda tocan
do su canción, costaba unos quince mil dólares, y cualquier proyecto más cre
ativo podía implicar una inversión de entre cuarenta mil y doscientos mil dólares,
muy por encima de las posibilidades de los sellos independientes. Sin embar
go, el verdadero motivo de la virulencia de Levy era la manera en que MTV había
facilitado el éxito de los ingleses, mucho más superficiales y conscientes de su
imagen, y obstaculizado la difusión de músicos locales con “contenido más serio”.
Para los amantes norteamericanos del rock tradicional, la preeminencia de
los sintetizadores y las cajas de ritmos del britpop exacerbaba su convicción
instintiva de que los dandies ingleses que se pavoneaban en los videos de MTV
lo tenían todo servido en bandeja (programar un sintetizador o una caja de rit
mos es el tipo de tarea que realizan las clases acomodadas). Una vez más, se
deslizaba la creencia anglofóbica y homofóbica que igualaba lo glamoroso y
sintético con lo afeminado. Ser el objeto del deseo femenino adolescente era
algo intrínsecamente castrador (y existía una justificación psicosexual para este
prejuicio, si se piensa que, por lo general, los ídolos adolescentes tienen repre
sentantes gays que actúan como sus mentores, y cuyo gusto en materia de chi
cos coincide con el de las fans). Para una gran cantidad de gente, la transición
liderada por MTV, por la cual el pop desplazó al rock en la radio, significaba
un calamitoso desplazamiento de poder: el gusto de los hombres jóvenes pa
saba a un segundo plano frente al gusto de las adolescentes.
El artículo que Levy publicó en la Rolling Stone comparaba los ochenta con
los sesenta y declaraba que la segunda invasión británica palidecía al lado de
480 su precursora. “ Es fácil dejarse llevar por la algarabía de MTV [...] pero toda
esa fanfarria oculta el hecho innegable de que la energía y el optimismo mu
sical de los sesenta desapareció hace unos mil años.” La contracultura del rock
había sido reemplazada por un canal de televisión cuyo negocio consistía en
“esclavizar las pasiones de los norteamericanos que cumplen con ciertos requi
sitos demográficos o [...] ‘psicográficos’: jóvenes con dinero y la tendencia a
adquirir determinados productos”. Era bastante irónico que eso lo dijera la
Rolting Stone, revista que, en 1983, ya había dejado atrás todo viso revolucio
nario o relevancia musical desde hada tiempo, y que no era ajena a la idea de
lucrar con la publicidad orientada a las nuevas generaciones.
Com o fuere, no faltaron los críticos cuarentones que respaldaron esta vi
sión del new pop como un movimiento afectado, vacuo y (en palabras de Levy)
“inofensivo culturalmente” . En un artículo publicado en NME en 1983, Greil
Marcus, antiguo redactor de Rolling Stone, atacó a las hordas británicas, acu
sándolas de no ofrecer nada más que pálidas imitaciones de David Bowie y rit
mos afroamericanos de segunda mano. Agregó: “N unca un fenómeno pop ha
estado tan arraigado en la vacuidad, en el placer de la rendición”. Todas esas
bandas iban a “desaparecer sin dejar el menor rastro”. En su ensayo “ Es así: el
rock en el frente interno”, otro crítico de los sesenta, Dave Marsh, acusaba al
new pop de imperialismo británico. En su opinión, las bandas inglesas “impor
tan una materia prima valiosa -usualmente, alguna variante de música negra-
y luego la exportan de nuevo al país de origen, ‘mejorada’, procesada, por un
precio exorbitante. Entonces los nativos ven este producto ‘nuevo’ como un
ejemplo de las maravillas que el Imperio tiene para ofrecerles”.
Al mismo tiempo que Marsh escribía estas reflexiones de sesgo indigenis
ta en 1984, un ejército de música tradicional norteamericana se estaba orga
nizando rápidamente, con bandas como The Blasters, Violent Femmes, Blood
on the Saddle, The Gun Club y Lone Justice, las cuales, si bien en un princi
pio surgieron gracias al punk, a comienzos de los ochenta habían descubierto
otros géneros locales como el country, el blues, el rockabilly, el folk y el zyde-
co. Joe Carducci, el historiador rebelde del rock -quien, dicho sea de paso, no
es ningún anglófilo- retrató con lucidez el humor involuntario de esta violen
ta reacción contra la tan mentada “ola de maricones ingleses”: de repente, se
había desatado “una batalla de músicos de pelo en pecho contra músicos con
gel en el pelo [...] Los antiguos punks y cultores de la new wave aparecieron
con grupos nuevos, mal disfrazados de sureños alcohólicos y pendencieros”. 481
La versión más mainstream de este fenómeno retro no tardó en manifestarse
de la m ano de John Cougar Mellencamp, John Fogerty (ex cantante de
Creedence Clearwater Revival) y, en especial, Bruce Springsteen, quien obtu
vo un éxito rotundo con su álbum Born in the U.S.A.
En ese momento, el resurgimiento del rock fue sorprendente y, para algu
nos creyentes del new pop, desconsolador. En retrospectiva, parece inevitable.
Com o razonó Simon Frith: “La fuerza de la corriente del rock ‘n’ roll yace en
las fantasías sobre el mundo callejero [en el caso del género new americana, se
trataría de las fantasías evocadas por los espacios abiertos, la frontera, la natu
raleza] [...] En cambio, el new pop era música para shoppings, brillante pero
enclaustrada. No es extraño que se haya generado una corriente opuesta, cada
vez más considerable, y con nuevos mitos basados en las raíces, lo vernáculo,
la historia, la autenticidad. La gente solo puede simular que se está divirtien
do durante un tiempo limitado”. Este análisis es un poco injusto con quienes
adoraban el new pop y no simulaban divertirse (también cabe aclarar que su
público no solo estaba integrado por muchachas adolescentes). Sin embargo,
es verdad que la cultura pop funciona de manera pendular, alternando entre
extremos. Era evidente que algún día volverían de algún modo los valores tra-
dicionales del rock, aunque no necesariamente con guitarras eléctricas. A la
larga, el hip-hop se convertiría en el género que reemplazaría al rock como ca
talizador de las cuestiones relativas a las raíces, la autenticidad, las fantasías de
rebelión y la vida en las calles, posición que ocupa hasta el día de hoy.
En 1984, los invasores ingleses se batían en retirada. Si bien algunos resis
tían -D uran Duran, Wham!, Billy Idol-, en general fue un año en el cual los
norteamericanos recuperaron el control de Bit/board. MTV, sin embargo, no
murió con el new pop. Al contrario, brilló como nunca, ya que los nuevos due
ños de los rankings -C yndy Lauper, Prince, Z Z Top, Springsteen y, a fines de
1984, M adonna- habían captado la importancia de los videoclips y se adap
taron a la nueva moda. Musicalmente, muchos artistas estadounidenses apren
dieron o se beneficiaron del clima creado por el new pop. “Beat It”, tema de
Michael Jackson que fusionaba rock y funk, y casi toda la obra de Prince eran
versiones estadounidenses (y mucho más hábiles desde el punto de vista téc
nico) de previos intentos de cruzar el disco con el punk por parte de las estre
llas pop británicas. Igualmente, además de crear videos muy singulares que
482 compensaban con astucia su falta de sex appeal, Z Z T o p añadió elementos bai
lables a su blues tejano, como el uso de secuenciadores y ritmos electrónicos.
Van Halen logró su mayor éxito con “Jum p”, canción impulsada por un riff
de sintetizador en lugar de la guitarra de su instrumentalista estrella. Hasta el
héroe más emblemático del movimiento new americana, Bruce Springsteen,
desarrolló un nuevo sonido con abundantes teclados y sintetizadores, como
puede oírse en “Dancing in the Dark”, por ejemplo. En el lado B de los sin
gles de Born in the U.S.A. incluso había remixes en clave de música disco a
cargo de productores de la talla de Arthur Baker, el pionero de la electrónica
que trabajó junto con New Order.
A medida que los rockeros norteamericanos acaparaban los videos y sinte
tizadores, a Devo -la primera banda local que incursionó en el synthrock y el
video p o p - le resultaba cada vez más difícil aparecer en MTV. “ De un día a
otro, empezaron a rechazar todos los videos de temas que todavía no fueran
hits en la radio, más allá de su calidad u originalidad”, explicó Casale. El golpe
de gracia fue el single “That's G ood”. Ni la canción ni el video estaban a la al
tura del grupo: era uno de los tres singles casi idénticos del álbum Oh, No! It's
Devo, de finales de 1982, cuyos clips promocionales se habían filmado sobre
el mismo escenario bordó, con los integrantes vestidos más o menos de la misma
manera y desde ángulos indistintos. Lo único que variaba eran las animacio
nes que se proyectaban de fondo.
Fue precisam ente una de esas secuencias anim adas en “That's G o o d ”
-u n a papa frita que “penetraba” una dona, con imágenes yuxtapuestas de
una actriz porno semidesnuda, transpirada y, finalmente, frustrada- lo que
term inó de arruinar la relación de Devo con MlV. El director de program a
ción informó a la banda: “Pueden quedarse con la papa frita o con la dona,
pero no con las dos cosas”. Aunque el grupo protestó, al final cedió ante la
presión y volvió a editar el clip. “ Cuando lo m andam os de nuevo, nos di
jeron que habían estado viendo nuestras ‘cifras' [la cantidad de emisoras de
radio que pasaban el single] y que no eran suficientes”, relató Casale. “That's
Good” nunca llegó a MlV. Desde ese momento, según Mark Mothersbaugh,
el canal “se convirtió en una vitrina para que las discográficas seleccionaran
los productos que más les gustaban. Y en lugar de promover las bandas con
videos innovadores, le daban prioridad a las que grabaran los clips más cos
tosos y exagerados. ”
483
Green Gartside, acaso el primer músico postpunk en declarar que el pop
era el futuro, también fue probablemente el último de los artistas del new pop
en llegar al estrellato. Com o una suerte de epílogo a la segunda invasión bri
tánica, Scritti Politti finalmente entró alT o p 20 de Biilboard m ucho después
de que la mayoría de sus compatriotas, com o ABC y Heaven 17, hubieran
desaparecido de las ondas radiales de los Estados Unidos.
Luego de despedir a sus numerosos compañeros de armas y de abandonar
la escena independiente, Green firmó un contrato con Virgin y se unió a dos
músicos de Manhattan, el tecladista y programador David Gamson y el bate-
rista Fred Maher (ex integrante de Material). Inspirándose en el synthfunk y
el género electro de Nueva York, Green y su equipo comenzaron a componer
canciones de dance pop, cuidando hasta el más mínimo detalle. El nuevo so
nido de Scritti Politti, lleno de riffs secuenciados y cajas de ritmos, era, por así
decirlo, puntillista: cada tema representaba un complejo mosaico de síncopas
enrevesadas y ritmos microscópicos. “Nosotros decíamos que parecía un reloj
suizo”, observó Green.
“W ood Beez (Pray Like Aretha Franklin)”, el primer single de esta tercera
encarnación del grupo, se editó a principios de 1984 y llegó al Top 10 en el
Reino Unido, convirtiéndose en el hit que Green había anhelado durante
años. Tanto “W ood Beez’’ com o la canción que le siguió, “Absolute”, dejaban
entrever retazos de la vieja extrañeza melódica de Scritti Politti, y en ese sen
tido, recordaban temas anteriores como “PAs” y “Skank Bloc Bologna”. No
obstante, la prolijidad del sonido de la banda era absolutamente contemporá
nea. Por otro lado, Green había descubierto cómo com poner canciones de
amor con letras casi normales. Sin embargo, si uno les prestaba atención, des
cubría que ocultaban notables contradicciones, aporías (como los postestruc-
turalistas denominan los baches en el tejido semántico) que aguardaban detrás
de cada giro lingüístico, detalles que, bien vistos, eran devastadores.
Por ejemplo, en “A Little Knowledge”, una canción de amor sobre la impo
sibilidad del amor mismo, Green llega a la siguiente conclusión: “Now I know
to love you is not to know you” [Ahora sé que amarte es desconocerte]. En
“Wood Bezz” volvía la idea expresada en “Faithless”, según la cual uno puede
perder la fe pero ganar en soul, lo que impulsa a Green a cantar: “ Each time I
go to bed/ I pray like Aretha Franklin” [Cada vez que me voy a acostar/ Rezo
484 como Aretha Franklin]. Para un escéptico como Green, “soul” representaba el
melancólico placer de sentir una ausencia que era, paradójicamente, también
una plenitud. En las entrevistas, el cantante describía sus ^canciones como “him
nos para agnósticos, los desilusionados como yo”. Estos temas también eran
un homenaje a la potencia casi religiosa de la música pop, tributos libres de
cualquier hipocresía.
El hit más importante de Scritti Politti en Inglaterra, “The World G irl”,
que llegó hasta el puesto número seis en los rankings, era una canción reggae
que tomaba varios elementos de la obra de Jacques Lacan (incluida una pági
na de su libro Ecrits, reproducida en la carátula del disco). El estribillo, “How
your flesh and blood became the world” [Cómo tu carne y sangre se convir
tieron en el mundo], era a la vez una pregunta y una expresión de asombro.
Green, como siempre, estaba fascinado con el proceso mediante el cual una
mujer ordinaria, con todas sus falencias y defectos, podía ser objeto de la idea
lización de un hombre romántico e imaginativo (“a name for what you lose
when it was never yours” [un nombre para designar lo que uno pierde cuan
do nunca fue suyo]), un fetiche desrrealizado.
En los Estados Unidos, su gran éxito fue “Perfect Way”, que llegó hasta el
puesto número once. Su representante, Bob Last, explicó la enorme alegría que
sintieron cuando, en 1985, la banda finalmente “encontró el sonido cuidado y
limpio que le permitió ingresar al mainstream en Norteamérica”. De hecho, su
sonido era tan adelantado para la época que terminó sirviendo de modelo
para la siguiente ola de pop negro de mediados de los ochenta, como el disco
Control, de Janet Jackson.
El álbum que Scritti Politti editó ese año, Cupid & Psyche 85, finalmen
te hizo justicia a las exageradas declaraciones de Green a lo largo de los años.
No solo se vendió de manera impresionante, sino que además representaba
un auténtico ejercicio de deconstrucción pop que hubiese enorgullecido a
Jacques Derrida. El nuevo estilo del grupo (repleto de texturas intrigantes)
reflejaba el mecanismo de las opacas letras de Green (en las cuales el discur
so amoroso se volvía un laberinto léxico inextricable, una secuencia de ton
terías a través de la cual el deseo se manifiesta sin fin, esperando en vano lle
nar un vado en el centro mismo de la existencia). Tomando a Michael Jackson
como punto de referencia, Green empezó a cantar en falsete de un m odo in
quietante, etéreo, asexuado. Su voz calzaba perfectamente con el deslum
brante sonido especular del disco, que complementaba también su narcicis- 485
mo. N o es ninguna coincidencia que la imagen en el interior de la funda del
álbum muestre a Green y sus dos socios frente a un espejo. Gam son y Maher
están mirando el reflejo de Green, pero él no los mira a ellos: no puede dejar
de admirarse a sí mismo.
“Cuando conocí personalmente a Derrida, me dijo que lo que yo esta
ba haciendo pertenecía al mismo proyecto de desestabilización en el que es
taba trabajando él”, se ufanó Green en una entrevista de 1988, aludiendo a
una cena que compartió con el filósofo y que fue organizada por una emiso
ra de radio francesa. Sin embargo, es difícil de creer que la mayor parte del
público notara la sutil subversión imbricada en el sonido súper cuidado y pro
lijo de la banda. Esto es especialmente cierto en los Estados Unidos, donde
casi nadie conocía los orígenes del grupo ni la tortuosa odisea que había de
bido atravesar para convertirse en un fenómeno pop: lo más probable es que,
al ver el clip de “Perfect Way”, el público norteamericano pensara que solo se
trataba de otro rubio carilindo de Gran Bretaña. Cuando uno escuchaba los
temas de Scritti Politti en la radio de los Estados Unidos junto a otras can
ciones que, en palabras de Green, constituían “la pared brillante, frágil e in
finita” del pop funk de los ochenta, era difícil diferenciar “Perfect Way” del
resto de los singles ultracomerciales de aquel entonces. Fuera del contexto del
mercado independiente, la opulencia sonora no significaba nada. Green ca
lificó los intentos “de emparentarlo al thatcherismo” como “estupideces”, pero
no es fácil ignorar el materialismo inherente a su música, sobre todo cuando
uno toma en cuenta a las modelos hermosas en el video de “The World Girl”
o el hecho de que él m ism o haya realizado una sesión de modelaje para la re
vista Vogue. En última instancia, invertir dinero para llegar a la fama, ¿no era
casi lo mismo que venderse?
486
OSCURIDAD Y JUVENTUD G LO R IO S A :
EL REGRESO DEL ROCK C O N EL G Ó T IC O
Y LA NUEVA PSICODELIA
509
m PTUM U
TOM AR POR ASALTO EL SIG LO XX:
ZZT, THE ART O F NOISE
Y FRANKIE G O E S TO HOLLYW OOD
Al final de su período como representante de Bow Wow Wow, Malcolm McLasen 511
viajó a Nueva York en agosto de 1981 para acompañar el inicio de la primera
gira de la banda por los Estados Unidos. Durante su estadía, el ex manager de
Sex Pistols emprendió una suene de safari etnomusicológico por el sur del Bronx,
guiado por uno de los integrantes de Gray, Michael Holman, quien solía oficiar
de embajador del mundo del grafiti y el hip-hop. Así, McLaren fue testigo del
breakdancing, el scratching y el rap in situ, y se fue de la ciudad con la absoluta
convicción de que el hip-hop era punk negro. Por si fuera poco, la manera en
que los DJ usaban temas viejos para hacer música nueva representaba el tipo de
piratería cultural que este defensor del amateurismo tanto apreciaba.
En 1982, cuando los rankings del Reino Unido se encontraban bajo el
dominio absoluto del new pop, McLaren llegó a la conclusión de que estaba
a punto de estallar una nueva escena basada en el redescubrimiento de la m ú
sica étnica sin pretensiones: el público, afirmaba, recibiría con los brazos abier
tos cualquier cosa que sonara “auténtica” -el pop sudafricano, la música hillbilly
de los Montes Apalaches, el merengue dominicano, el zydeco, los ritmos cu
banos- como consecuencia de un nuevo rechazo hacia el pop “m anufactura
do” . Para McLaren, el hip-hop también era una especie de folklore urbano.
La debacle de Bow Wow Wow, además, lo convenció de que debía liderar per-
sonalmente su próximo proyecto y convertirse en una estrella por cuenta pro
pia. Sin embargo, todavía hacía falta un productor que pudiera convertir en
algo coherente su más reciente mezcla de ideas subversivas: una combinación
de hip-hop y rap con ritmos folklóricos provenientes del m undo entero.
Aunque parezca irónico, McLaren recurrió a alguien que se especializaba
en el tipo de pop súper prolijo que él quería exterminar: Trevor Horn. Después
del increíble éxito de The Lexicón ofLove de ABC, Horn era el productor más
buscado del momento, y Spandau Ballet -la antigua banda new romantic que
había dado un paso en falso al abandonar el synthpop e incursionar en el funk
blanco- se moría por trabajar con él. Los integrantes del grupo estaban deses
perados por adoptar el sonido exuberante de ABC, y a Horn también lo cau
tivaba la idea de repetir su último éxito sin tener que tomarse el trabajo de in
novar demasiado. N o obstante, McLaren despertó su sed de aventura. “Me
interesaba Malcolm, parecía divertidísimo”, explicó. La colaboración entre
ambos estaba destinada a marcar un punto de inflexión en su carrera y en la
historia del pop británico.
512 El ex Maquiavelo y el productor estrella no habrían podido formar una pa
reja más dispareja. Para McLaren, Horn era el principal responsable del carác
ter asexuado e inocuo que detestaba del new pop; Horn, por su parte, pensaba
que Sex Pistols era un fraude, ya que su oído le decía que Never M ind the Bollocks
había sido un producto creado meticulosamente en el estudio. A pesar de sus
diferencias, sin embargo, se llevaban bien. “Malcolm es muy simpático”, seña
ló Horn. McLaren, por su parte, se entusiasmó con la idea de ampliar los hori
zontes musicales de su nuevo colaborador, arrastrándolo por todo el planeta para
llevar a cabo su proyecto, cuyo título provisional era Folk Dances ofthe World.
Sin embargo, debido a limitaciones presupuestarias, ese recorrido mundial
tuvo que reducirse a una visita a Sudáfrica y una larga estadía en la cosmopoli
ta Nueva York, donde la gran cantidad de músicos de todo el mundo permitía
simular un enfoque globalizado. En Soweto, un pueblo de Sudáfrica, McLaren
encontró intérpretes callejeros, a quienes Horn grabó tocando canciones popu
lares y tradicionales. M elaren registraría algunas de ellas como composiciones
propias más adelante, y uno de estos temas afro pop incluso se convertiría en
un enorme hit en Gran Bretaña a comienzos de 1983, “Double Dutch”.
Para ese entonces, McLaren ya era un habitué de los rankings, después de
haber llegado alTop 10 del Reino Unido a fines de 1982 con su single “Buffalo
Gals”, una fusión bizarra entre hip-hop y música bailable tradicional de los
Apalaches, que vendió medio millón de unidades a pesar de la sordera y falta
de ritmo incurables de este manager devenido cantante. Siguiendo la vetusta
tradición del robo en el hip-hop, el tema tomaba la melodía y el título de un
baile folklórico norteamericano, mientras que McLaren recitaba versos como
“Four buffalo gals go 'round the outside/ And do-si-do with your pardners”
[Cuatro chicas de Buffalo den rondas por afuera/ Y bailen el do-si-doh con sus
parejas], encarnando una precaria cruza entre un director de baile sureño y un
DJ del Bronx. Los DJ y raperos del World's Famous Supreme Team se encarga
ron del scratching (que hizo aquí su primera aparición en el pop mainstream)
y agregaron frases enigmáticas, como “She's looking like a hobo” [Ella parece
una indigente]. En la cultura dance del Reino Unido, “Buffalo Gals” es con
siderado hoy un himno del hip-hop, y su extraño collage de beats, melodías
de bajo y samples lo convirtieron en un tema seminal de géneros como el jun-
gle y el trip-hop.
Para unificar esta mezcla tan extraordinariamente delirante, Horn acudió
a un equipo de músicos y técnicos profesionales, integrado por el ingeniero 513
Gary Langan y la arreglista y tecladista Anne Dudley (con quienes había tra
bajado en The Lexicón o f Love) y el programador y experto en informática J.J.
Jeczalik. Com o carecía por completo de habilidad para tocar instrumentos o
cantar, McLaren aportó una gran cantidad de ideas originales, pero muy poco
material musical en sí. Para realizar “Buffalo Gals” y el álbum que acompaña
ba la canción (ahora llamado Duck Rock), el equipo de Horn tuvo que ensam
blar las variopintas partes del proyecto y llenar numerosas lagunas. “Anne se
encargaba de la música y J.J., de los ritmos”, observó Horn. Durante estas ex
plosivas sesiones en el estudio, nació un notable espíritu de colaboración entre
Langan, Jeczalik y Dudley. El trío se transformaría en la base de Art o f Noise,
el siguiente proyecto que produciría Horn, y el más ambicioso de su carre
ra. “Duck Rock demostraba que uno podía editar un disco con material muy
diverso”, afirmó Dudley, cuyo papel crucial en la grabación se ve reflejado en los
créditos de las composiciones, de los que se le otorgaron una tercera parte. “En
ese sentido, fue como un prototipo para los futuros álbumes de nuestra banda.”
La creatividad de McLaren era tan caótica que, incluso antes de que Duck
Rock saliera a la venta, él ya estaba elucubrando su próxima creación, un disco
que combinaría el pop con la ópera. De hecho, efectivamente lograría un hit
luego con su plagio de Puccini, “M adame Butterfly”, pero a esa altura Horn
ya había pasado a otra cosa. Si bien trabajar con McLaren había sido pura
anarquía, la experiencia también lo ayudó a descubrir un sinnúmero de po
sibilidades que hasta entonces no había imaginado. “Aprendí más trabajan
do en ese solo disco con M alcolm que con ningún otro artista”, adm itió. El
impulso innovador y provocador del excéntrico representante rapero era con
tagioso. A Horn no le sería fácil volver a producir grupos monótonos de pop
edulcorado para las masas.
Lo único que los productores estrella pueden hacer, cuando se cansan de
emperifollar y acicalar la música que otros consideran insalvable, es fundar sus
propios sellos discográficos, donde disfrutan de un control y de una libertad
mucho mayores, y donde también, lógicamente, pueden ganar mucho más di
nero. La esposa y representante de Horn, Jill Sinclair, era lo suficientemente
hábil y despiadada como para llevar esta idea a la realidad. Su marido, por otra
parte, había fabricado un sonido propio espectacular. Sin embargo, lo que él
quería en realidad era que el sello contara con una identidad fuerte y recono-
514 cible; ese era -lo adm itía- su punto débil. Por ejemplo, The Buggles, el único
grupo que había liderado, logró un hit internacional, “Video Killed the Radio
Star”, pero pasó rápidamente al olvido por no tener una imagen vendedora.
Lo que Horn necesitaba era una persona como McLaren, un mago de la retó
rica que supiera, además, cómo manipular a los medios. Solo se le ocurrió una
persona capaz de hacerlo: Paul Morley, el tempestuoso profeta del new pop de
la revista New M usical fepress.
“ Durante un año entero tuve ganas de lincharlo”, dijo Horn entre risas.
Morley había entrevistado a The Buggles y titulado el artículo “ VIEJO S VERDES
C O N ^AMANERAMIENTOS M O D E R N O S ” , para indicar que se trataba de meros se-
sionistas de rock progresivo d isfr^ d o s de músicos new wave. “En cierto modo,
no se equivocaba”, admitió Horn. “Uno de los defectos de la banda era que no
teníamos un manifiesto listo. Cuando trabajé con A B C , en cam bio, me di
cuenta de que Martin Fry era muy elocuente y sabía perfectamente cómo pre
sentar por escrito su música.” Tanto Morley como Horn actuaron en el vide
oclip de “The Look o f Love”; durante la grabación, inesperadamente, Morley
trató de besarlo. “¡Me sorprendió mucho, lo aparté de un empujón!”, comen-
taríaTrevor. Poco después, el periodista escribió una nota sobre él en la que lo
describía como el productor más cool del año. “Me entrevistó, tomó apuntes
de todo lo que dije y luego expresó mis ideas mucho mejor que yo”, observó
Horn. “Quedé muy impresionado.”
Para fines de 1982, Morley se encontraba en una situación similar a la del
ex productor de ABC. Luego de seis años de promover el postpunk y el new
pop se había hartado del periodismo, por lo que había decidido renunciar a su
puesto como redactor de NME. En una época en que la norma eran las revistas
vistosas y a color, como Smash H its o The Face, las publicaciones en blanco y
negro habían perdido su lugar central en la cultura pop. Bandas mediocres del
estilo de Wham! o Duran Duran estaban desplazando a otras más innovado
ras por las que Morley tanto había luchado, y parecía que la industria musi
cal, ya recuperada del shock que supuso el punk, controlaba una vez más el
mercado. “ En 1983, Trevor y yo nos replanteamos el valor de nuestro trabajo,
cada uno por su parte”, explicó Morley. “Yo estaba atravesando un período de
culpa, porque sentía que me limitaba a com entar y observar lo que pasaba
desde los márgenes. Com o crítico, traté de influir en la realidad, pero terminé
con la sensación de ser un parásito. Era un idealista, un romántico, y pensaba
que tenía que aportar mi granito de arena.” Fue entonces cuando Horn se con- 515
tactó con él y le dijo: “ Emprendamos una aventura’’.
Crear una identidad para el sello de Horn -bautizado Zang Tuum T um -
no le costó a Morley el menor esfuerzo. Siempre había admirado a los sellos
independientes que lograban despegarse del aura de “almaceneros” muchas
veces asociada con el movimiento indie y conseguían cultivar una mística pro
pia gracias al packaging atractivo y las alusiones ingeniosas. Fast Product le
encantaba, por ejemplo, debido a su gran sentido del diseño; Factory también,
pero por sus tapas artísticas y enigmáticas y sus gestos dadaístas, como darle
un número de catálogo a cosas que no eran discos. “Hasta catalogaron estados
de ánimo y estornudos”, señaló Morley. “Y a un gato.” Otra influencia para el
ex periodista eran los sellos europeos más artísticos como Sordide Sentimentale
y Les Disques du Crepuscule. Este último estaba bajo la dirección de un grupo
de estetas belgas fanáticos de Factory, que editaba recopilaciones de corte eso
térico, como The Fruit ofth e O riginal Sin. Otras discográficas predilectas de
Morley eran ZE Records y Fetish, que contaba con grupos como 23 Skidoo y
carátulas diseñadas por el famosísimo artista gráfico Neville Brody.
Aunque muchas veces se lo describía como el director de marketing de Z1T,
el cargo de Morley nunca tuvo un nombre oficial. “Trabajaba como un burro,
a decir verdad. Tenía que encargarme de por lo menos cinco tareas elementa
les: supervisar la dirección artística, poner en marcha los proyectos, ayudar con
el diseño de las carátulas, redactar todos los comunicados del sello y escribir
los textos del packaging de los discos.” Ingeniosos, ambiciosos (en el mejor
sentido de la palabra) y colmados de citas de filósofos y novelistas varios, los
textos de Morley se convirtieron en el rasgo distintivo de ZTT, conquistando
a algunos con su inteligencia y erudición, e irritando en gran medida a otros.
A pesar de que Horn no siempre entendía lo que Morley quería decir, obser
vó: “A mí me encantaba la idea de los manifiestos, porque los músicos a me
nudo son incapaces de hablar sobre sí mismos de una manera convincente o
romántica. Lamentablemente, los textos hicieron que Paul se enemistara con
la mayoría de los artistas de ZTT bastante rápido.”
El catálogo del sello se dividía en dos categorías, la serie “Acción” y la
serie “ Incidental” . La segunda abarcaba toda la música experimental o con
templativa. En un artículo de NME titulado, pomposamente, “¿Quién zanja
la brecha entre los ejecutivos discográficos y los genios? Yo”, Morley argu-
516 mentaba que la industria de la m úsica había sido invadida por una nueva
mentalidad orientada a los éxitos de venta masivos, que dejaba afuera a ar
tistas de cuito como John Martyn, a quienes antes se les permitía editar disco
tras disco por más que sus ventas no fueran espectaculares. La serie “Acción”
estaba orientada a competir precisamente en este nuevo mercado pop donde
regía la realpolitik de los rankings, singles y videos. La palabra “acción” de
lataba la agresividad de ZTT. “ Estaba cansado de las personas que en ese m o
mento acaparaban siempre la atención, como Gary Kemp y Simon Le Bon.
Quería entrar a los codazos al mundillo ese y echarlos a patadas por m edio
cres”, le comentó Morley a Melody M aker. “Detestamos los videoclips y toda
basura que se le parezca, pero desgraciadamente es lo que hay”, le dijo a otro
entrevistador. “Así que nuestra filosofía ahora es ir y hacer esas mismas cosas,
pero mejor, a un nivel superior.” Si era la responsabilidad de Horn garanti
zar que ZTT sonara fenomenal, la de Morley era crear revuelo, algo que deja
ra su huella en los medios. Com o McLaren, su intención consistía en sacar
provecho de los excesos, el escándalo y las peleas actuadas para generar mitos
pop instantáneos.
Zang Tuum Tum b era una frase que Morley había encontrado en el mani
fiesto que Luigi Russolo publicó en 19 13 sobre una nueva forma de música
futurista, “ El arte de los ruidos”. En ese texto, Russolo citaba una carta del
líder del movimiento, F.T. Marinetti, quien usaba onomatopeyas para descri
bir poéticamente una batalla durante la guerra de los Balcanes. “Zang-Tumb-
Tuumb", como lo escribió Marinetti, es el sonido de los cañones búlgaros al
bombardear a los turcos otomanos. Las connotaciones militares de la frase se
dujeron a Morley, porque en su opinión el objetivo del sello era declararle la
guerra al new pop descarriado. Siguiendo ese espíritu marcial, el primer disco
que editó ZangTuum Tumb fue Into Battle with the A rt ofNoise.
Si bien el álbum de McLaren había sentado las bases de la banda, lo que
propició el nacimiento de Art of Noise fue mucho menos cool: los nueve meses
de trabajo intenso para producir 90125, el disco de Yes. Durante una de las
numerosas pausas que hubo en las sesiones de grabación, Jeczalik y Langan se
aburrieron y empezaron a experimentar con un Fairlight CMI serie 11, el pri
mer sampler digital con teclado. Primero, tomaron una pista de audio de Alan
White tocando la batería para una canción descartada de Yes y, en lugar de
s ^ p l e a r cada golpe de batería por separado, com o se acostumbraba hacer, de
cidieron ingresar un break de batería entero en el Fairlight. Cuando Horn oyó 517
el caótico ritmo funk que se produjo como resultado, supo de inmediato que
Langan y Jeczalik habían reinventado sin querer el hip-hop. Los productores
de aquella época usaban cajas de ritmos o bateristas de carne y hueso para gra
bar rap, porque los samplers eran demasiado costosos; sin embargo, adelan
tándose a gente como Marley Mari por varios años, Art o f Noise fundó lo que
sería una de las bases del género, los breakbeats sampleados.
Esta práctica se volvería esencial para la banda. A principios de los ochenta,
los únicos que podían pagar el precio exorbitante del Fairlight eran las súper
estrellas de rock como Yes, Peter Gabriel o Kate Bush. Sin embargo, Horn tam
bién contaba con uno de estos aparatos, en parte debido a su condición de pro
ductor famoso y en parte por su amor a la tecnología de punta. Art o f Noise tam
bién contaba con un virtuoso del sampler, Jeczalik, algo infrecuente, porque,
además de ser muy costosos, t ^ b i é n eran “increíblemente difíciles de manejar”,
como señaló Anne Dudley. ‘También tenían un sonido espantoso”, agregó, por
lo menos en comparación a lo que estamos acostumbrados hoy en día. El Fairlight
reproducía pistas sampleadas a baja resolución y apenas podía capturar muestras
de 1,2 segundos. No obstante, esas limitaciones sirvieron para estimular la crea
tividad del grupo. “T e n ía o s que ser muy ingeniosos para que el proyecto fun-
donara”, afirmó Dudley. “Me la pasaba bu s^ ^ d o diferentes maneras de usar so
nidos breves. Por eso nuestra música era tan entrecortada.” Esto es fácil de apre
ciar en canciones como “Beat Box”, el tema basado en el loop de batería de Yes,
y en todo el EP Into Battle with theArtofN oise. Son comunes el staccato y los rit
mos insistentes. Los arreglos orquestales aparecen y desaparecen como por arte
de magia. Las voces sampleadas, repetidas a lo largo de cada tecla del teclado del
^¿■'light, t ^ ^ m u d ^ formando patrones incoantes. Un eructo en registro de ba
rítono se convierte en un extraño pulso de bajo. Breves de sonidos impo
sibles de identificar estallan cuando uno menos lo espera. Art of Noise era como
una caricatura sonora de la guerra de los B al^^es transcripta por Marinetti.
Los samples ruidosos y de baja resolución del Fairlight tienen su encanto
particular, “una cualidad velada, indistinta”, en palabras del crítico Timothy
Warner. En los álbumes de la banda, además, suelen cobrar cierto aire anti
guo, de tonalidades casi sepias. Su primer disco parece responder a la pregun
ta que quizás nunca nadie hizo: ¿cómo sonaría el hip-hop si se lo hubiera in
ventado en Europa en 1916? Para Morley, la estética de ZTI consistía en evocar
518 las décadas de 1910 y 1920, resucitando el futurismo, el surrealismo y todos
los grandes ismos de esa era, con sus manifiestos y su estilo panfletario. Incluso
creó un eslogan para el sello: “Tomar por basalto el siglo ^ X ”. Como Greil Marcus
haría después en Lipstick Traces, Morley rastreaba las raíces del punk, pasando
por los situacionistas, hasta aquello que él denominaba “el gran sentido lúdico
y provocador” del dadaísmo. De hecho, Art o f Noise, con su collage absurdis-
ta de beats y fragmentos diversos, su anárquica estética “improvisada” de “in
consistencias, hipérboles, incoherencias y temas contradictorios”, según Dudley,
estaba mucho más cerca de Dada que de los brutales futuristas italianos. Al
mismo tiempo, se anticipaba a los sonidos retro de géneros donde abundarí
an los samples, como el rave hardcore y el big beat. En la década del noventa,
los que antes se consideraban los elementos más excéntricos de la banda pasa
rían a ser moneda corriente, como componer canciones instrumentales estilo
dance que relegaban las voces a un segundo plano, usando los ritmos y los efec
tos de sonido como bases melódicas.
Si Dudley, Langan y Jeczalik eran el corazón de la banda, y Horn, su di
rector musical, Morley era quien se encargaba del aspecto semántico y caóti
co del grupo. ‘'Actuaba como si fuera un integrante más”, afirmó. “Gran parte
de la música empezaba con improvisaciones armadas en diversos aparatos, y
el resultado era un poco amorfo. Ayudaba a Trevor a editarlo. Pero creo que el
simple hecho de haber bautizado a la banda es suficiente. Y me daban crédi
to, porque le puse título a todos los temas también.” Com o bien señaló Dudley,
la mejor canción del EP, “Moments in Love”, no sería la misma sin ese nom
bre. “ Es importantísimo, ¡bien merece la mitad de las regalías!” En efecto, es
difícil imaginar otro título para este tema de música electrónica suave, etérea
y casi utópica: es una imagen sonora perfecta de la sensación de estar “lúcida
mente dormido” que uno experimenta al enamorarse.
El anonimato era otro de los conceptos clave de Art o f Noise. Cuando se
juntaron por primera vez, en febrero de 1983, los integrantes decidieron que
no publicarían fotos del grupo en los discos ni en entrevistas, que no filmarí
an videoclips y que no tendrían cantante principal. En parte, se trataba de una
medida pragmática, ya que ninguno poseía el look necesario para convertirse
en estrella. Morley, sin embargo, transformó esta política en otro gesto provo
cador. “Lo que hace Art o f Noise es burlarse de las bandas pop; por eso en las
primeras fotos que enviamos a la prensa solo se ven rosas y llaves inglesas”, le
comentó a NME. Com o explicó durante una exhibición de ZTT en el 519
Ambassadors Theatre de Londres, “Una llave inglesa es intrínsecamente más
interesante que el cantante de Tears for Fears”. No obstante, una de las conse
cuencias del anonimato del grupo fue que Morley terminó adoptando el rol
de portavoz en las entrevistas.
Mucho después, cuando la banda ya se había separado, Jeczalik dijo que la
contribución musical de Horn y Morley juntos representaba menos del dos
por ciento del total grabado. Dudley, sin embargo, fue m ucho m ás generosa.
“ Hay que admitir que Paul creó todos los títulos, las tapas, los manifiestos.
Nos dio una identidad. Ninguno de nosotros realmente tenía la intención de
convertirnos en un grupo, pero Paul se entusiasmó y nos infundió la confian
za que necesitábamos. Sin él, la banda nunca hubiera existido. N o habríamos
sido más que un puñado de sesionistas. Él nos dio un nombre, y nosotros tu
vimos que ponernos a su altura, porque era un nombre genial.”
Art o f Noise y ZTT, en general, representaban la gran fantasía de Morley:
imaginar una historia alternativa del pop. ¿Y si la cultura europea hubiera
seguido su curso, sin verse afectada por la Segunda Guerra Mundial ni el
rock ‘n’ roll, y creado su propia vertiente de la música pop, libre de toda in
fluencia norteamericana? El tercer disco que editó ZTT, Propaganda Present
the N ine Lives o f Dr. Mabuse, de Propaganda, un grupo de Dusseldorf, fue
el siguiente paso para tom ar por asalto el siglo (o por lo menos, sus pri
meras décadas en Europa). “Los hijos de Fritz Lang y G iorgio M oroder” fue
com o Chris Bohn describió a la banda en un artículo publicado en NME.
Inspirado en la trilogía de películas expresionistas de Lang sobre un crim i
nal misterioso y megalómano, el álbum era una épica del género eurodisco,
para la cual Horn y el ingeniero Steve Lipson habían levantado toda una es
tructura de sintetizadores e instrumentos de percusión impresionantes. El
cerebro del grupo, R alf Dorper, justificó el sonido pom poso del álbum ale
gando que “el personaje de M abuse sim boliza algo extraordinario, más o
menos irreal, y para reflejarlo hacía falta una producción excesiva” . D orper
antes había integrado Die Krupps, una banda pionera en la m úsica indus
trial, y era un cinéfilo declarado, que prefería el cine al rock. “Las películas
me parecen mucho más estimulantes que las canciones”, afirmó. “Funcionan
en muchos más niveles: tienen una historia, una ambientación y una banda
de sonido.”
520 Las ambiciones del grupo eran tan exageradas como su sonido: querían
ser la banda alemana más importante del mundo. Y de hecho, su álbum, edi
tado en febrero de 1983, llegó al puesto número veintisiete de los rankings bri
tánicos, lo que normalmente sería un logro bastante considerable para un grupo
nuevo en un sello discográfico poco conocido; sin embargo, hubo otro disco
que eclipsó casi por completo el de los alemanes. Se trataba del próximo lan
zamiento de ZTT, “Relax”, de Frankie Goes to Hollywood.
Horn vio a Frankie Goes to Hollywood por primera vez en un nuevo pro
grama de televisión inglés llamado The Tube. Esta banda de Liverpool había
recibido un presupuesto acotado para filmar una versión más limpia del sór
dido videoclip promocional de “Relax” , que los integrantes habían grabado
para atraer la atención de las discográficas. El look del grupo era muy llama
tivo. Por ejemplo, Holly Johnson (el cantante) y Paul Rutherford (corista y te-
cladista) vestían ropa de cuero de corte claramente fetichista. El sonido, por
otro lado, era funk rock desprolijo, crudo, enérgico. “Parece más un jingle que
una canción” , señaló Horn acerca de “Relax” , pero también es cierto que él
prefería los temas incompletos por sobre aquellos a los que no les faltaba nada,
porque le permitían “mejorarlos”, agregarles su estilo inimitable. A Morley,
quien tenía sus dudas sobre la banda en un comienzo, le gustaba que exhibie
ran su homosexualidad. “Pensé que podría ser justo lo que estaba buscando,
la oportunidad de inventar un grupo pop de cero.” Sin embargo, Frankie Goes
to Hollywood ya tenía una identidad propia. Antes de unirse a ZTT, la banda
cultivaba una imagen sadomasoquista, un sonido extraño -m ezcla de metal
con música disco- y una gran fuerza de voluntad y perseverancia, como se deja
ver en la expresión local “Give it loads\" [¡Denlo todo], que se convirtió en el
eslogan del grupo.
Su verdadero aporte fue la seriedad con la que se tomaban su oficio de ar
tistas del entretenimiento, algo muy típico de Liverpool. Al igual que lan
McCulloch, Johnson y Rutherford tenían la convicción innata de que ya eran
estrellas, solo que el resto del mundo todavía no se había enterado. ^m bos eran
veteranos de la escena glam punk local, centrada en el club Eric's. Rutherford
había formado la única banda punk propiam ente dicha de la ciudad, T he
Spitfire Boys, cuya principal virtud era estar integrada exclusivamente por gays
que vivían en el mismo departamento, leían a Genet y nunca ensayaban. “De
un día a otro, el que se maquillaba ya no era puto: era punk”, notó Rutherford. 521
N o había gran diferencia. En am bos casos los molían a golpes. HollyJohnson,
émulo de Bowie, provocaba sin atisbo de miedo a los heterosexuales con sus
peinados extremos, como teñirse su número de seguro social en la cabeza, ha
cerse una mini cresta o pelarse para pintarse el cuero cabelludo de rojo y verde.
“ Decadencia era la palabra clave en aquel entonces”, resumió.
Johnson se unió a Big in Japan, el megagrupo de glam punk de Liverpool,
cuyos miembros inevitablemente terminarían llegando al estrellato de una
m anera u otra con el tiem po. La fam a, no obstante, seguía evadiendo a
Joh n son, hasta que, después de varios intentos fallidos, al fin se unió a
Rutherford y los tres integrantes heterosexuales de Frankie G oes to
Hollywood: Peter “Ped” Gill, Mark O 'Toole y Brian “Nasher” Nash, de ahí
en adelante conocidos como “the lads”. El nombre de la banda lo tomaron
de una imagen pegada en la pared del minúsculo altillo que utilizaban como
sala de ensayos. Se trataba de una página que alguien había arrancado de una
revista vieja sobre el m undo del espectáculo, en la que se veía a Frank Sinatra
bajándose de un avión en Los Ángeles frente a una m ultitud vociferante de
adolescentes. La foto simbolizaba, por supuesto, la determinación del grupo
de alcanzar el éxito a cualquier costo.
Lamentablemente, su sed de fama era tan imperiosa que aceptaron el hu
millante contrato que les propuso Z T T (doscientas cincuenta libras de adelan
to por cada uno de los primeros dos singles, con regalías de apenas el cinco por
ciento) y cedieron cuando Jill Sinclair les exigió que otorgaran todos los dere
chos de publicación de sus canciones a Perfect Songs, la filial de Z T T , por un
mísero avance de cinco mil libras. “ Eso es lo que me avergüenza, realmente”,
admitió Morley, comparando el contrato a los “acuerdos que se hacían en la
década del cincuenta”, ya que la grabación y edición de la música estaban “aca
paradas por la misma empresa. Tal vez sea discutible, pero a mí me parece mo-
nopólico”. Cabe aclarar que los discos de la banda tenían que grabarse en los
estudios SARM, propiedad de Horn, lo que garantizaba un ingreso extra para
lo que Morley denominaba “la familia”. A la larga, la avaricia de ZTT termina
ría costándole caro.
Una vez que los integrantes de Frankie Goes to Hollywood quedaron por
completo maniatados, Morley puso manos a la obra y, con su fervor caracte
rístico, trazó la campaña publicitaria del grupo como si fuera una operación
5 22 militar para tomar por sorpresa el m undo del pop. Primero, grabarían una serie
de singles conceptuales sobre temas grandilocuentes (“el sexo, la guerra, la re
ligión”), mientras que los videos y el packaging aprovecharían al máximo el
impacto mediático de la homosexualidad declarada de Holly y Paul. Ser abier
tamente gay era uno de los pocos tabúes que quedaban en el pop. Boy George
había dado los primeros pasos en esa dirección, pero aún faltaba mucho cami
no por recorrer. El cantante de Culture Club era demasiado simpático, dema
siado bonachón, y ocultaba con astucia su verdadera sexualidad alegando, por
ejemplo, que prefería tomar el té a tener relaciones. Hacía falta un gesto más
directo, explícito, que evocara el olor a semen y el regusto acre y embriagador
del popper. Frankie Goes to Hollywood fue el primer grupo que se animó a
hacerlo, junto con sus vecinos de Liverpool Pete Burns, de Dead or Alive, y
Bronski Beat. Estos últimos, quienes supuestamente rechazaron las ofertas de
ZTT,representaban el lado más responsable del orgullo gay, la lucha por la dig
nidad frente a la intolerancia. Johnson y Rutherford, en cambio, eran hedo-
nistas de pura cepa, y mucho más intimidantes. El cantante de Bronski Beat,
Jim m y Somerville, si bien tenía un look distinguido, se vestía con jeans y ca
misas comunes y corrientes, lo que dejaba entender que los integrantes del
grupo eran “como todo el mundo, salvo en la cama”. Johnson y, en especial,
Rutherford (con sus vistosos bigotes), adoptaban una postura más agresiva.
C om o dijo Johnson: “N osotros no andamos con vueltas. Nos gusta gozar, y
creo que lo que hasta ahora se ha considerado una perversión sexual debería
mostrarse a la luz del día”.
Imaginen que alguien del futuro quisiera recrear el punk, pero apenas
contara con un solo vestigio de esa época: la fam osísim a remera rota de Sid
Vicious con la imagen de los dos cowboys semidesnudos, cuyos gigantes
cos miembros están a punto de rozarse. “M orley lo tenía todo planeado.
Q u ería que fuésemos com o Sex Pistols -indecentes, controversiales-, pero
con sexo in cluido” , explicó Rutherford. Sin em bargo, Frankie G oes to
Hollywood era más bien los Disco Pistols, lo que habría pasado si el punk
hubiera tom ado de m odelo “I Feel Love” de D onna Sum m ers en lugar de
“N o Fun” de T he Stooges.
Y aun así, el contexto de la grabación de los discos de la banda no podía
estar más lejos del espíritu punk. Lejos de “hacerlo ellos m ism os”, Horn prác
ticamente excluyó a los integrantes del grupo del proceso de producción.
“ Relax” era obra de su perfeccionism o m aníaco y su indiferencia absoluta 523
hacia los músicos para quienes se suponía que debía trabajar. De hecho, no
tardó en considerarlos un obstáculo para hacer realidad su visión. Intimidados
por la reputación de Horn, los miembros del grupo se ponían muy nerviosos
en el estudio y no atinaban a ofrecer la menor sugerencia. En su autobiogra
fía, A Bone in My Flute, Johnson admite: “N osotros seguíamos todas sus in
dicaciones con total sumisión. Una vez, Trevor me dijo incluso que había pen
sado en despedir a todos los m úsicos de la banda excepto a Paul y a m í” .
Cuando se hizo evidente q u eT h e Lads no podían tocar como él quería, Horn
contrató a The Blockheads, músicos de funk excelentes que alguna vez habí
an acompañado a lan Dury; sin embargo, su sonido no era lo suficientemen
te moderno. Al final, term inó recurriendo a Jeczalik y al tecladista Andy
Richards para crear una versión más “tecnológica” del tem a, con cajas de rit
mos, sam plers y otros aparatos similares. Salvo Johnson, los integrantes de
Frankie G oes to Hollywood se quedaron mirándose el ombligo en Liverpool,
sin nada que hacer, mientras Horn terminaba de dar los últimos toques a la
versión definitiva de ‘Relax' en su estudio de Londres. “Lo que pasó fue que...
Miren, “Relax” tenia que ser un éxito”, trató de explicar el productor con algo
de culpa. Al final, la única contribución musical de la banda, a excepción de
la voz de Johnson, fue el sonido sampleado de los integrantes saltando a una
. pileta. No obstante, Horn admitiría luego: “N unca hubiera podido grabar el
tema solo. Si bien la banda no tocó en el disco, sí aportó la emoción que uno
siente al escucharlo”.
“ Relax” sonaba colosal, lo que no debería sorprender a nadie, consideran
do las setenta mil libras que costó su grabación. Aun así, Horn afirmó que la
grandeza del sonido se debía menos a los trucos de producción que al tono del
tema y a la instrumentalización que se empleó. ‘“ Relax’ es perfecta porque está
en M i”, observó. “La nota más gratificante que emite el bajo es la cuarta cuer
da tocada al aire, Mi, y es lo que se oye a lo largo de la canción”. La tecnolo
gía también fue crucial, sin embargo. Gracias a un nuevo dispositivo, Horn
pudo sincronizar el pulso de bajo del Fairlight con la caja de ritmos Linn a un
nivel de perfección sobrehumano. La base rítmica del tema era impresionan
te, erótica. En su autobiografía, Johnson describe cómo “Relax” fusionaba “la
agresividad del rock” con la música disco Hi-NRG tan difundida en los clubes
gays a principios de los ochenta. El DJ y productor lan Levine, pionero del gé-
524 nero, describió el Hi-NRG como “música dance melódica y simple, sin dema
siado funk”; y esa falta de funk resultó vital. Los bajistas incluso resaltaban el
beat más tosco y con poco swing de este tipo de música europea blanca po
niendo mayor énfasis en la última nota de cada compás, nota que en la pista
de baile se marcaba con un movimiento brusco de caderas.
“ Relax” sacó provecho de la precisión detallista y la atmósfera orgiástica
del Hi-NRG. “Mientras grabábam os el tema, cada vez estaba más convencido
de que hablaba exclusivamente de sexo”, señaló Horn. “ Era un beat perfecto
para tener relaciones. Y a medida que iba conociendo a los integrantes de la
banda, mi convicción aumentaba. Estaban obsesionados con el asunto. Incluso
para cuando terminamos la canción solo podíamos concebirla como un in
menso orgasmo.” Horn llenó la grabación de un “caos imaginario”, con gri
tos, gemidos y jadeos de sintetizador. Todo el tem a emite una especie de vi
bración preorgásmica. Hacia el final, “Relax” ignora su propio consejo (“Relax,
don’t do it/ When you want to come” [Relájate, no lo hagas / Cuando quie
ras acabar]) y explota en una eyaculación sonora tan vulgar como desopilan
te. La batería parece simular los espasmos finales del coito y la excitación ge
nerada por el popper, la droga más común en las discotecas. El “remix sexual”,
la versión extendida del single, ponía aún m ás énfasis en el aspecto provoca-
dor de la grabación, e incluía sonidos de látex, gente salpicando en baños pú
blicos, cánticos de Boystown1, personas sorbiendo o chupando quién sabe qué
y a Holly pronunciando en voz baja palabras sueltas como “genial” o “tóca
lo”. Aunque parezca mentira, el mensaje original de la canción era “Si uno
quiere salir victorioso de cualquier situación, debe trabajar mucho para lo
grarlo”, como explicó Johnson a East Village Eye. “Las connotaciones sexua
les vinieron después”.
A pesar de todo, el contenido erótico de “Relax” se limitaba al exhibicio
nismo de los bares de Ámsterdam que Johnson frecuentaba, donde los actos
sexuales tenían cierto elemento “teatral, como si se tratara de arte performáti-
co”, que lo fascinaba. El m otor del tema era algo mucho más poderoso que la
concupiscencia: la idea de que el sexo puede ser un arma, una estrategia para
chocar al otro, para amenazarlo. La letra no contenía ninguna imagen carnal
o hedonista, sino que se perdía en la infinita repetición del título, “ Relax”,
para así decir lo indecible. La única palabra cuestionable era “come” [acabar].
Si el tema realmente se trataba de algo en particular, parecía ser sobre conte
ner el orgasmo, o practicar sexo oral, o ambas cosas. Sin embargo, los censo- 525
res de la BBC casi no se percataron de la faceta controversial de la canción. Radio
One la pasó constantemente durante varias semanas luego de que se editara
en octubre de 1983. El single fue ascendiendo lentamente en los rankings,
hasta que Top o f the Pops invitó a la banda al programa en enero de 1984, des
pués de lo cual el tema trepó al puesto número seis. Es ridículo, pero fue solo
entonces cuando Radio One decidió prohibir su difusión, luego de que uno
de sus DJ notara su obscenidad y se negara a pasarlo en su programa. Apenas
dos semanas después, y en parte gracias a la misma censura, “Relax” llegó al
puesto número uno, donde permaneció durante cinco semanas. Que Top o f
the Pops y los canales televisivos de la BBC también lo prohibieran al poco tiem
po no hizo más que aumentar su popularidad.
La censura en sí era predecible; lo raro fue que tardara tanto en llegar.
Morley había hecho lo posible por desatar un escándalo desde el principio.
La cam paña publicitaria empezó con dos avisos grandes en diversas revis
tas de música. El primero mostraba a Rutherford con un gorro de marine-
Into Battle with the A rt o f Noise no tuvo mucho éxito en Gran Bretaña, pero
en los Estados Unidos “Beat Box” causó furor entre los adictos al breakdance.
Com o la mayoría de los norteamericanos ignoraban la reputación de ZTT, casi
todos imaginaban que Art o f Noise era una banda arfoamericana (y de hecho,
su música pasaría a ser una de las más sampleadas, junto a la de Kraftwerk,
Jam es Brown y Parliament-Funkadelic). Inspirados por este recibimiento, que
probaba que su estética basada en el cut-up podía tener éxito en la pista de
baile, Art o f Noise editó otra versión del single, esta vez titulado “ Beat Box
(Diversions One)" y “ Beat Box (Diversions Two)”. Estos remixes incluían una
melodía de bajo más cercana al rock y guitarras al estilo de Duane Eddy, como
si el grupo quisiera ubicarse en la noble (aunque muy marginal) tradición de
bandas como The Ventures, dedicadas a la creación de hits instrumentales.
Gracias a su nuevo single, Art o f Noise por fin llegó al estrellato. Primero
alcanzaron el puesto número uno del ranking de música dance de Bi/lboard
(al mismo tiempo que “Relax” dominaba el mercado británico). Luego, “Beat
Box” produjo otro éxito enorme al transformarse en “Close (To the Edit)"
[Similar (a la edición)]. “ El título estaba más que justificado, porque el tema
era casi idéntico a la nueva edición de ‘Beat Box”', señaló entre risas Anne
Dudley. “Ni siquiera recuerdo dónde empieza uno y termina el otro, porque
en un momento los dos fueron parte de la misma canción.” El single llegó al
puesto número ocho en los rankings del Reino Unido, en parte gracias a un
video surrealista dirigido por Zbigniew Rybczynski, que también comenzó a
emitirse con frecuencia en MTV en los Estados Unidos. La imagen más im-
pactante-del clip -u n a punk impúber descuartizando un piano con una sie
rra eléctrica- era un símbolo ingenioso del método que utilizaba Art o f Noise
para componer, una suerte de versión actualizada de los procedimientos de la
música concreta.
Por otro lado, el título de esta canción -según Dudley, “esencialmente caó
tica y maravillosa”- también era un guiño al álbum de Yes Close to the Edge,
de donde habían sacado el gran break de batería de Alan White, presente tanto
en “ Beat Box” como en “Close (To the Edit)". Finalmente, también puede
verse como un homenaje a K i^m erk, banda que, en el álbum Autobahn, había
528 mostrado que los automóviles también eran instrumentos musicales. El tema
empieza con alguien que pone en marcha un motor, cuyo sonido, al poco tiem
po, se transforma en la melodía de la canción.
El éxito de Art o f Noise era otro triunfo más para ZTT. El sello parecía
imparable. Sin em bargo, Trevor Horn no estaba m uy relajado; de hecho,
tenía tanto miedo de que Frankie Goes to Hollywood no tuviera ningún otro
hit después de “Relax” que se pasó tres meses puliendo el single siguiente de
la banda, “ Two Tribes”, mezclando y descartando innumerables versiones
distintas. Horn transformó el enérgico y precario funk industrial del grupo
en una combinación épica entre Chic y Rush, con un bajo contundente y gui
tarras inmaculadas. La letra de la canción constaba de apenas nueve versos: el
tema, aún más que “Relax”, era prácticamente un jingle. El mensaje antibé
lico del estribillo (“When two tribes go to war/ A point is ali that you can
score” [Cuando dos tribus entran en guerra/ Cada ataque exitoso es el últi
mo]) es bastante pueril, pero la superproducción de Horn le infiere un aire
casi apocalíptico.
N o obstante, el éxito del single se debió principalmente al circo publici
tario que Morley armó para acompañar su lanzamiento. En 1984, la Guerra
Fría había entrado en su última etapa, antes de la llegada de Gorbachov y la
glasnost. El comandante en jefe soviético Chernenko era un conservador del
politburó, mientras que Reagan no parecía albergar la más m ínima duda cuan
do afirmaba que la Unión Soviética representaba un “Imperio del Mal”. Para
la edición en vinilo de doce pulgadas de “ TwoTribes” {la “Annihilation Mix”),
ZTT contrató al comediante Christopher Barrie para que imitara al presiden
te norteamericano y grabara frases como “Imagínense: estalla la guerra y nadie
va”. El sello también recurrió al actor Patrick Afien, cuya voz paternal era co
nocida por Protect an d Survive (un disco grabado por el gobierno británico
para su difusión radial en caso de un ataque nuclear), para que repitiera algu
nos de sus lúgubres consejos, por ejemplo: “Si su abuela o cualquier otro miem
bro de la familia muere mientras se encuentran en el refugio, saquen a la calle
el cadáver, pero recuerden ponerle primero una etiqueta para que pueda ser
identificado más adelante”.
M orley atiborró las fundas del single -d el cual, como sucedió con
“Relax”, se editaron numerosas versiones- con infinitos datos sobre la Guerra
Fría, como una nota sobre el alcoholismo soviético, una tabla donde com
paraba los arsenales nucleares de cada superpotencia y un cuadro con la can- 529
tidad de muertos (enumerados en decenas de millones) que resultarían de
las distintas consecuencias de una guerra con armas atómicas, desde gases
tóxicos o un invierno nuclear hasta epidemias, hambrunas y problemas psi
quiátricos. En el video, la banda h ad a las veces de periodistas que com en
taban un com bate de lucha libre entre un im itador de Reagan y otro de
Chernenko, en el que ambos se golpeaban la entrepierna y se mordían las
orejas. La parte más im portante de la cam paña publicitaria, sin embargo,
fueron las remeras diseñadas por Morley. Inspirándose en las prendas de
Katharine Hamnett y sus eslóganes, como “PROHIBAN LAS ARMAS NUCLEA
RES YA” o “ ELIJAN LA v ida ”, Morley creó una serie de remeras que tuvieron
una popularidad enorme, en las que podían leerse diversas oraciones enca
bezadas por la frase “FRANKIE DICE” : “FRANKIE DICE QUE BOMBA ES MALA
PALABRA” o “FRANKIE DICE ARMEMOS A LOS DESEMPLEADOS” . Inevitablemente,
claro, luego surgieron remeras que contestaban “a QUIÉN MIERDA LE IMPOR
TA LO QUE DICE FRANKIE” .
Si se piensa en la manera en que combinó sátira y exceso de información,
“Two Tribes” debiera haber sido la canción de protesta más contundente de su
época. No obstante, la sensación al escucharla era completamente distinta, por-
que el tema parecía festejar la idea misma del fin del mundo. “N o se trata de
un single político”, explicó Holly Johnson. “A mí me parece que suena glorio
so." La clave de la ^canción es la euforia con la queJohnson canta el último verso
del tema, “Are we living in a land where sex and horror are the new gods?”
[¿Acaso vivimos en una tierra en la que el sexo y el horror son los nuevos dio
ses?]. Una vez más, la banda oponía Eros aT ánatos, evocando la idea de que,
si estos son los últimos días antes del Juicio Final, todo tabú debería quedar
abolido; la respuesta más lógica a la amenaza segura del exterminio nuclear es
vivir como si no existiera el futuro. Al igual que Prince, quien en “ 1999” ar
gumentaba que “podemos morir cualquier día” y por ende debemos festejar
ahora, “Two Tribes” transmite un curioso optimismo. En cambio, otros temas
antibélicos contemporáneos como “The Earth Dies Screaming” de U B 40 o
“Breathing” de Kate Bush fueron mucho más eficaces, porque evocaban la at
mósfera claustrofóbica de los refugios antibombas familiares, tan recomenda
dos por Protect and Survive.
“ Two Tribes” ingresó a los rankings británicos en el puesto número uno
530 el 4 de junio de 1984, donde permaneció durante nueve semanas, con la ayuda
de una serie innumerable de remixes. Por su parte, “ Relax” volvió a ascender
al puesto número dos durante una semana. Frankie Goes to Hollywood se
había convertido en el grupo inglés más exitoso de los ochenta: “Relax” era
el cuarto single más vendido en la historia del Reino Unido hasta ese momen
to, y “ Two Tribes”, el undécimo, lo que representaba una justificación abso
luta de las políticas de manipulación mediática de ZTT. “ Es tonto, pero en
cierto sentido la fantasía que tenía sobre el new pop en NME se volvió reali
dad gracias a mí”, afirmó Morley. “ En términos narrativos, era algo de una
pureza casi sublime. ”
Cuando en diciembre de 1984 “The Power o f Love” pasó a ser el tercer hit
en llegar al número uno, la secuencia conceptual que Morley había planeado
llegó a su fin. Después de hablar de sexo y guerra, le había tocado el turno a
la religión, o a la redención, o al amor como clave de la salvación... o algo así,
quién sabe. “The Power of Love” también representaba una especie de simu
lación en la que la banda se “vendía”, como si la “pureza narrativa'' de la que
hablaba Morley exigiera que Frankie Goes to Hollywood cayera en el mero es
pectáculo barato, como le sucede a todos los rebeldes. En el tema, Holly can
taba (con inflexiones dignas de un cabaret cualquiera): “A force from above/
Cleaning my soul” [Una fuerza superior/ Purifica mi alma]. Lo acompañaba
una sección de cuerdas, mientras Anne Dudley tocaba de fondo un piano de
cola. Todo bastante kitsch, podría decirse. El single fue editado con la eviden
te intención de lograr un hit número uno justo a tiempo para Navidad; sin
embargo, apenas pasada una semana, “The Power o f Love” fue destronado por
“D o You Know lt’s Christm as?”, el single del elenco de estrellas de rock de
Band Aid que recaudaban dinero para África.
¿Por qué no terminar el proyecto ahí, como un golpe maestro conceptual,
con tres hits número uno sobre las cuestiones más importantes que existen?
“Mi plan, que era muy inocente y a la vez muy sofisticado, consistía en edi
tar ‘The Power ofL ov e’ y después vender a Frankie Goes to Hollywood por
cinco millones de libras a alguna empresa como CBS”, reveló Morley. N o obs
tante, a esa altura la frankiemanía había cobrado demasiado impulso: la banda
necesitaba grabar un álbum , y tendría que ser doble. Welcome to the
Pleasuredome costó cuatrocientas mil libras y le permitió a Trevor Horn ex
playarse como nunca antes había podido. La producción del disco era cine
matográfica, opulenta, increíble. “El mundo es mío” , asegura Johnson en el 531
larguísimo tema homónimo, justo antes de citar mal a Coleridge gritando “In
Xanadu did Kubla Khan a pleasuredome EEEEEE-RECT” [En Xanadu, el pala
cio de Kubla Khan fue EEEEEERECTO]. “Welcome to the Pleasuredome”, una
remake de “Relax” con un tempo más relajado, evoca una vaga búsqueda de
gloria, emoción y deseo. Luego del lado B del primer disco (que incluía los
singles del grupo) y el lado A del segundo disco (mayormente covers), comen
zaban los problemas, más que nada debido a que allí aparecían las com posi
ciones originales de la banda. “Krisco Kisses” aludía a Crisco, un aceite de co
cina muy usado en la comunidad gay como lubricante antes de la llegada del
SIDA; pero la canción en sí era torpe y poco sutil, como si Iron Maiden trata
ra de tocar The Lexicon ofLove. Por otro lado, “Black Night White Light” y
“The Only Star in Heaven” revelaban las enormes limitaciones de Johnson a
la hora de escribir letras, en especial los versos como “Live life a diam ond
ring” [Vive la vida como si fuera un anillo de diamantes] y “Pleasure seekers
are dying to meet ya/ They need young blood” [Los amantes del placer se
mueren por conocerte/ Necesitan sangre nueva]. Lo peor, sin embargo, es que
el entusiasmo de Horn parecía ir disminuyendo notoriamente a medida que
progresaba el álbum.
La funda del disco, por supuesto, era exuberante y contenía bromas ge
niales, desde anuncios publicitarios de m erchandising de Z T T (donde
Rutherford y la cantante de Propaganda, Claudia Krucken, modelaban pren
das como los boxers Jean Genet, el sofisticado chaleco Virginia Woolf, las
medias André Gide y la cartera de Edith Sitwell) hasta la contratapa, pinta
da al estilo de Picasso, donde se mostraba una orgía de sátiros bestiales con
lenguas extensísimas que terminaban, después de varias vueltas, en el ano de
los otros animales incluidos en el dibujo. Sin embargo, más allá de toda la
parafernalia afrodisíaca, el disco resultó ser una gran decepción: los excesos
de hedonismo aburrían. Y si bien el número de unidades vendidas por ade
lantado era impresionante (más de un millón solamente en Gran Bretaña),
una vez que Wekome to the Pleasuredome llegó a las disquerías, el público pre
firió ignorarlo.
De cualquier m odo, el alboroto causado por el debut de Frankie Goes to
Hollywood opacó por completo al primer álbum de Art o f Noise, Who’s A fraid
o f the A rt o f Noise?, ya que Z T T tuvo la muy mala idea de editar ambos dis-
532 cos en simultáneo. Igual fortuna corrió Propaganda, que nunca pudo salir
de la sombra del grupo de Johnson y Rutherford. El sello gastó una fortuna
en A Secret Wish, usando la tecnología más actual y los músicos más cotiza
dos (como Steve Howe, guitarrista de Yes). Así y todo, las ventas del disco
estuvieron muy por debajo de las esperadas, y lo mismo sucedió con el sin
gle “Duel”/ ”Jewel”, que incluía dos versiones de la m ism a canción, la pri
mera dulzona y pedagadiza, y la segunda, metálica y desprolija. “ Duel” tenía
un sonido impresionante, pero por más que Morley dijera que se trataba de
la m úsica ideal para los “m omentos privados”, los temas de Propaganda no
eran estimulantes en la intim idad ni lograban ganarse el corazón del oyen
te. Z T T , una vez más, había confiado demasiado en la capacidad de m anipu
lar al público. N o bastaba con hablar de sueños, obsesiones, visiones o crí
menes, ni con citar a Ballard en la funda del single de Propaganda diciendo
que la “ única libertad” en un m undo espantosamente cuerdo era la insur-
gencia y la locura. Una canción pop debe ser también un hechizo, como bien
dijo Marc Bolan. La m úsica misma tiene que ser mágica. En ese aspecto, A
Secret Wish fue un fiasco. Al disco le faltaba personalidad. Holly Johnson
tenía una voz potente que le permitía sobresalir y rivalizar con la producción
de Horn; en cambio, ninguno de los integrantes de Propaganda contaba con
la presencia necesaria para convertir al grupo en una gran banda de rock, de
esas que uno reconoce casi al instante. A Secret Wish, en definitiva, sonaba
com o cualquier álbum de ZTT.
Ese es el defecto de todos los sellos discográficos con una identidad muy
marcada. Al final, toda la música que editan se parece. La marca se come el
producto. Con el tiempo, las bandas nuevas eligen otros sellos donde puedan
mantener su sonido, mientras que los grupos que ya están en el catálogo de la
discográfica empiezan a hartarse. En efecto, eso fue lo que sucedió con las tres
grandes bandas de ZIT: A n ofN oise, Propaganda y Frankie Goes to Hollywood
(en ese orden) terminaron liberándose de los leoninos contratos que el sello
les había impuesto. Horn, sin embargo, sigue sin entenderlo. C on una am ar
gura que sorprende, se queja: “Los artistas quieren que las discográficas sean
chivos expiatorios, con hombres de negocios a quienes puedan culpar ni bien
empiece a notarse su propia mediocridad. Lo último que están dispuestos a
hacer es colaborar con un sello discográfico creativo. Su objetivo es acaparar
la creatividad”. Morley, no obstante, casi parece haber comprendido el meo
llo de la cuestión: “Si a uno lo manipulan, poco im porta que lo obliguen a 533
crear cosas fantásticas, se seguirá sintiendo manipulado. Uno quiere hacerlo
por su cuenta'’.
El error más grande de ZTT fue haber seguido a M alcolm al pie de la
letra. Al igual que le sucedió a M cLaren con Sex Pistols, la gente a cargo del
sello pensó que eran ellos los artistas y que los músicos apenas representa
ban la materia prima, los pigmentos y la tela con la que pintarían su obra
maestra. Y com o McLaren con Bow Wow Wow, imaginaron que podían ca
talizar una revolución jerarquizada, con ZTT en la cima. Podría incluso pos
tularse un tercer punto en común entre el sello y el representante-rapero es
cocés: am bos se veían como capitalistas renegados capaces de embaucar,
gracias a su gran inteligencia, a los lentos dinosaurios de la industria de la
m úsica, y de defender valores abstractos (im aginación, coraje, elegancia)
contra supuestos vicios (mediocridad, homogeneidad, eficiencia desabrida)
de las discográficas tradicionales.
C om o le pasó a Sex Pistols, el ascenso meteórico de Frankie Goes to
Hollywood chocó contra la absoluta indiferencia de los Estados Unidos. Esto
no solo se debía al hecho de que el público local era menos suceptible al des
pliegue publicitario que las audiencias británicas, sino también a la fragmen-
tación mediática del país y a la enorme cantidad de emisoras de radio, canales
de televisión y publicaciones periodísticas regionales, que dificultaban la ma
nipulación de los medios a gran escala, tal como la practicaban McLaren o
ZTT. Por otro lado, a diferencia de lo que sucede en el Reino Unido, en
Norteamérica es común que los singles escalen posiciones en los rankings más
lentamente, un proceso que suele dejar afuera las canciones más “superficia
les”. En un comienzo, a Frankie Goes to Hollywood le fue mucho mejor en
los Estados Unidos que a Sex Pistols: Never M ind the Bol/ocks llegó apenas al
puesto 106 en Billboard, mientras que “Relax” entró al Top 10. Sin embargo,
para lograrlo, hubo que volver a diseñar el packaging del single y grabar otro
video que no mostrara ninguna referencia al sadomasoquismo ni imágenes po
lémicas, a fin de adecuarse a los pruritos estadounidenses. “ Two Tribes”, por
otra parte, fue un fracaso rotundo, relegando al grupo al mundo de las bandas
con un solo hit en Norteamérica, mientras que el álbum solo alcanzó el pues
to treinta y tres en los rankings.
En un gesto audaz, Frankie Goes to Hollywood empezó su gira por los
534 Estados Unidos en Washington D .C . el m ism o día de las elecciones presiden
ciales de 1984. N o obstante, la impaciencia por demostrar su habilidad para
tocar en vivo (y prescindir de los trucos de estudio de Horn) hizo que la banda
hiciera gala de un brío un poco exagerado y no se diferenciara del resto de los
rockeros convencionales del país. Además, durante la gira aumentaron las ten
siones entre Johnson, con su elitismo y explosiva personalidad de diva, y The
Lads, más convencionales (“aburridos”) en el aspecto sexual y profesional, de
jando a Rutherford en medio del conflicto. Es decir, una situación muy pare
cida a la que terminó separando a Lydon del resto de Sex Pistols durante su
gira por Norteamérica a principios de 1978.
“ Trevor y Jill se morían por vender la banda en los Estados Unidos”, ex
plicó Morley con algo de tristeza. “Les dije que era imposible. En Norteamérica
pensaron que Frankie Goes to Hollywood eran los Village People.” Uno de los
chistes conceptuales preferidos de Morley en Welcome to the Pleasuredome era
el cover de “Born to Run”, en el que Johnson y compañía sacaban a la luz los
elementos homoeróticos implícitos en la música de Bruce Springsteen, al igual
que las imágenes fálicas de la canción. Según Morley, el público en los Estados
Unidos consideró que el cover era un sacrilegio. En 1985, Springsteen lidera
ba el movimiento new authenticity, y en temas como “Born in the U .S.A .”
había capturado el imaginario norteamericano de manera tal que muchos an-
glófobos lo adoptaron como emblema contra los travestidos artistas que do
minaban por aquel entonces MlV.
En los Estados Unidos, los conciertos son cruciales a la hora de determi
nar la calidad y “autenticidad” de las bandas. Es allí donde el grupo y el pú
blico forman una “com unidad”, algo indispensable dentro de los cánones
del rock. En Gran Bretaña, sin embargo, ZTT había evitado por todos los
medios posibles que Frankie Goes to Hollywood tocara en vivo, por miedo
a que no pudieran reproducir el sonido que Horn había logrado con tanto
esfuerzo en sus discos. En vez de eso, crearon una campaña brillante basada
en el uso de singles, videos y polémicas fabricadas por ellos mismos. Simon
Frith, uno de los críticos m ás sagaces del sello, dijo que el resultado había
sido un grupo sin fans de verdad, un fenómeno de marketing carente de ener
gía social que lo respalde.
Si uno evalúa el efecto a largo plazo, la influencia de Rutherford y Johnson
no puede compararse a la de los miembros de Sex Pistols, quienes, a pesar de
haber sido incapaces de influir en los Estados Unidos en un principio, termi- 535
naron vendiendo más de un millón de álbumes e inspirando a miles de ban
das norteamericanas. Frankie Goes to Hollywood, en cambio, no produjo le
giones de seguidores o imitadores ni siquiera en el Reino Unido. Las remeras
con los eslóganes “F^RANKIE DICE • . . ” tampoco se transformaron en objetos de
culto, reliquias de una época memorable, como sí sucedió con artículos aná
logos vinculados al punk.
En cierto sentido, Frankie Goes to Hollywood puede verse como el úl
timo eslabón en la cadena de la revolución punk; sin embargo, a un nivel
más profundo o estructural, la banda era una muestra de lo que deparaba el
futuro del pop: el regreso de las boy bands. Tak vez eso explique la extraña
vacuidad del fenómeno que significó este grupo, aun durante el punto álgi
do de la frankiemanía. Al final, tanto los consumidores (quienes tuvieron
que contentarse con la exuberancia insatisfactoria de Welcome to the
Pleasuredome) como la banda (cuyos integrantes apenas recibieron unas pocas
regalías con el correr de los años y debieron cargar con la humillante reputa
ción de ser meros títeres en las manos de ZTT) bien podrían haber repetido la
famosa frase de Lydon que dio la vuelta al mundo: “¿No tuvieron alguna vez
la sensación de que los engañaron
Los años del postpunk se sintieron como un largo período de infinitas sorpre- 537
sas y creatividad inagotable. Uno vivía a la expectativa de la siguiente innova
ción, del próximo salto hacia adelante. En 1985, sin embargo, casi toda la ener
gía del movimiento parecía haberse disipado, como si las ramificaciones del
punk hubieran alcanzado un punto muerto.
El new pop se sumió en la decadencia, algo evidente a nivel visual y sono
ro en los arreglos y videos sobrecargados de singles como “The War Song” de
Culture Club y “Wild Boys” de Duran Duran, ambos editados a fines de 1984.
Los proyectos caritativos al estilo de “Do They Know It's Christmas?” de Band
Aid, “We Are the World” de U.S.A. for Africa, y el festival Live Aid, a media
dos de 1985, dejaron en claro qué artistas conformaban la elite del new pop,
de la misma manera que el concierto para Bangladesh de 1971 había cementa
do a los rockeros más prominentes de aquella época. Aunque la intención de
esos proyectos era encomiable, es difícil no darle la razón aTonyJames, de Sigue
Sigue Sputnik: “Live Aid fue un gran alivio para los etíopes, pero una tragedia
para el pop”. El lema que sustentaba estos despliegues orgiásticos de solidari
dad parecía ser “nobleza obliga’’, y su filosofía estaba demasiado cerca de la pos
tura de Thatcher y Reagan, quienes acababan de renovar sus respectivos man
datos y promovían la filantropía privada por sobre la intervención estatal.
No obstante, el verdadero espíritu de 1985 no fue capturado por Live Aid,
sino por Madonna. Esta cantante norteamericana logró resumir por sí sola
todo el movimiento new pop y vencer a los músicos de la segunda invasión
británica con sus propias armas, reciclando ideas del pop negro y la cultura gay
con un éxito arrollador. Madonna era un producto de las discotecas neoyor
quinas de principios de los ochenta, cuando causaban furor el mutant disco y
la anglofilia: había rondado la periferia del círculo social de Soft Cell en
Manhattan y estudiado de cerca el estilo de The Slits. Ari Up, una de sus in
tegrantes, alguna vez describió la postura anti-babilónica de la banda afirman
do “No somos chicas materiales”. Difícilmente sea una mera coincidencia que
Madonna haya usado la misma frase en “Material Girl”, su gran hit de 1985,
en el cual reveló su postfeminismo despiadado.
Lo más deprimente de 1985, sin embargo, no fue la decadencia del pop
mainstream, sino la del underground. Ya no quedaban rastros del fervor y la
convicción colectiva que habían unificado las diversas iniciativas postpunk.
La escena se había fragmentado y debilitado notablemente. John Peel resumió
538 a la perfección este momento de confusión cuando admitió: “Ni siquiera me
gustan los discos que me gustan”. Lo que disminuyó no fue el nivel de inspi
ración, sino la calidad del discurso musical. El periodismo de rock daba mues
tras de un enorme abatimiento y los fanzines, todavía de luto por la muerte
del punk, trataban de volver a entusiasmar a su público con propuestas cada
vez más desdichadas. La especialización, por otro lado, resultó nociva para
los periodistas, ya que les impedía dar cuenta del estado general de la cultu
ra y los condenaba a ocuparse de corrientes cada vez más dispersas y fugaces.
La música que se editaba en ese momento apenas era lo suficientemente buena
como para mantener al público en vilo y ocultar una posibilidad inquietan
te: el postpunk, tal vez, ya no tuviera sentitido.
En retrospectiva, uno puede encontrar a mediados de los ochenta diversos
heraldos de lo que serían futuras revoluciones musicales. El rap estaba a punto
de pasar por su mejor etapa, y ya se habían sembrado los gérmenes de lo que
se convertiría en el house y el techno, por ejemplo. Pero en aquella época, el
porvenir no parecía avecinar nada bueno. Si uno mira los temas que figuraban
en los rankings de 1985, se encuentra con una legión de artistas vetustos y de
segundo nivel: gótico pasado de moda, rockabilly psicodélico insufrible, avant
funk descartable, imitadores de The Fall, tradicionalistas del rock norteame-
ricano más rancio, y un puñado de bandas medianamente interesantes y disí
miles. Igualmente, los sellos británicos independientes de esa era (Abstract,
Illuminated, Kitchenware, 53rd and 3rd, Sweatbox, Ron Johnson) carecían del
aura legendaria que antaño había caracterizado a sellos como Rough Trade y
Factory, los cuales, a decir verdad, en 1985 tampoco brillaban demasiado. En
los Estados Unidos, por lo menos, existían SST, Twin Tone, Touch & G o y
Discord, discográficas que presidieron la transición del punk hardcore al rock
alternativo difuso que recién estaba surgiendo por aquel entonces.
D e cualquier modo, en general, la fase más espectacular del movimiento
independiente se había terminado. Los sellos no dejaron de crecer, pero em
pezaron a hacerlo a un ritmo muchísimo menor. La cultura independiente ya
no se ilusionaba con la idea de que podía reemplazar o siquiera desafiar al
mainstream. Las discográficas indie se limitaban a suministrar nuevos talen
tos a los sellos multinacionales (cuando una banda lograba cierto nivel de éxito,
se pasaba de inmediato a un sello más grande) o si no, mantenían un catálo
go de músicos de culto ignotos, con un margen de ganancia casi inexistente.
En 1985, los singles de música independiente vendían la mitad de unidades 539
que en 1980. Rough Trade logró ingresos considerables (dos millones de libras
anuales), pero era incapaz de ofrecer a sus artistas la posibilidad de alcanzar un
público masivo, a pesar de adoptar las prácticas competitivas necesarias para
sobrevivir en el mundo de la realpolitik del pop de los ochenta. Grupos deses
perados por conseguir un hit, como Scritti Politti y Aztec Camera, abandona
ron el sello en busca de discográficas con mayores recursos. Fue entonces cuan
do G eo ff Travis encontró una especie de “solución” : sin dejar Rough Trade,
fundó Blanco y N egro Records, un sello que, si bien parecía “indie”, operaba
en conjunto con WEAA.
El despl^^m iento semántico de lo “independiente” a lo “indie” merece un
párrafo aparte. “Independiente” alguna vez fue un término neutro que hacía
referencia a las condiciones de producción y distribución de los discos. En
1985, “indie” ya era un género musical, o un conjunto de subgéneros, con pa
rámetros cada vez más reducidos. El rótulo “college rock” [rock universitario]
también se popularizó en los Estados Unidos, debido a la conjunción de cier
tas bandas, el gusto de los estudiantes y la música que pasaban las emisoras ra
diales de las universidades. “Indie” también indicaba una sensibilidad particu
lar, una suerte de oposición impotente y amarga contra el pop mainstream.
A mediados de los ochenta, en líneas generales el pop masivo tenía una
producción muy cuidada, prescindía de las guitarras, mostraba claras influen
cias de la música negra, prefería los cantantes de voz potente y emotiva, esta
ba orientado a las pistas de baile, aprovechaba las últimas tecnologías y aspi
raba a ser ultramoderno. El indie, en cambio, idealizaba las características
opuestas: guitarras sucias, influencias de m úsicos blancos, voces “pálidas” o
débiles, ritmos imposibles de bailar, producción lo-fi y una tendencia retro,
usualmente orientada a la década del sesenta. Establecer límites temporales
no es fácil cuando se habla de la cultura (incluso en el mejor de los casos, se
vuelve una tarea engorrosa: las líneas que uno traza no dejan de borrarse),
pero una de las principales razones por las que este libro termina en 1984 es
el cambio de rumbo, del futurismo a lo retro, que comenzó a dominar la cul
tura independiente por aquella época. La esencia del postpunk era el deseo
vanguardista de m irar siempre hacia adelante. Esa impaciencia por llegar al fu
turo fue heredada por el new pop, o al menos la faceta más experimental del
movimiento, que continuamente exploraba nuevos avances electrónicos y se
540 inspiraba en la música negra moderna.
Ni el postpunk ni el new pop fueron corrientes “puras”. Ambas festejaron
lo ecléctico, lo híbrido, lo políglota. Sin embargo, en 1985 el purismo volvió
a ponerse de moda. La gente ahora quería “lo auténtico”. Algunos lo encon
traron en la música tradicional, desde el cantante de protesta Billy Bragg -con
su sempiterna guitarra acústica- y el folk punk de The Pogues y The Men They
Couldn't Hang, hasta el sonido populista norteamericano de The Blasters,
Jason and the Scorchers y Los Lobos. O tros -T h e Jesus and Mary C hain,T he
M embranes- postularon el ruido como algo a la vez puro y purificador, em
pleando la distorsión y el feedback como fuerzas primitivas capaces de purgar
la opulenta decadencia del pop y su uso indiscriminado de sintetizadores.
Al principio de este libro, mencioné que casi nunca compraba discos vie
jos durante la era postpunk porque había demasiada música nueva para escu
char. A partir de 1983, sin embargo, eso cambió, no solo para mí, sino tam
bién para muchos de los que crecieron durante el auge del punk y del postpunk.
De repente, el pasado cobró un aire atractivo e intrigante, sobre todo los años
sesenta. Se trataba del comienzo de ese síndrome, ahora tan difundido entre
los consumidores, de aprovechar la abundancia del pasado para compensar las
malas rachas del presente. La industria de las reediciones, ínfima en compara-
ción a la que existe hoy en día, lanzó una serie de recopilaciones de garage punk
y antologías de rock psicodélico.
La música de los sesenta poseía ciertas características -magnificencia cós
mica, abandono dionisíaco, libertad de ejecución- que cautivaron a las perso
nas que venían de un largo período durante el cual la música había sido rígi
da, híper racional y conceptual. Después de la desmitificación del postpunk y
las complejas estratagemas arribistas del new pop, era un alivio escuchar mú
sica basada en el asombro místico y la rendición extasiada. El postpunk había
vedado ese tipo de bandas por considerarlas demasiado delirantes, excesivas o
virtuosas. Descubrir que uno podía escuchar y disfrutar un solo de Jimi Hendrix
era una revelación excitante, era probar la fruta prohibida.
El público no era el único que estaba volviendo a los grupos de esa déca
da. Todas las bandas nuevas dignas de su reputación parecían inspirarse en los
sesenta. Las guitarras brillantes, las armonías vocales estilo folk y las melodías
lisérgicas se volvieron omnipresentes. Hüsker Dü no solo editó un cover de
“ Eight Miles High” de The Byrds, sino también de “Ticket to Ride” de los
Beatles. Y si bien no eran exactamente grupos retro, The Smiths y R.E.M -d o s 541
de las bandas más importantes del rock alternativo de aquel entonces- evoca
ban ese mismo período musical con sus guitarras plañideras y su estilo de can
tar tan cercano al folk. ^m bos grupos pertenecían a los ochenta, precisamen
te por oponerse a los ochenta. The Smiths prefería las guitarras a los sintetizadores
y durante un tiempo incluso se negó a grabar videos. En realidad, se presen
taban a sí mismos (y a su público británico) como una generación perdida,
exiliada en su propio país. Lo mismo sucedía con los integrantes de R.E.M .,
quienes evocaban en sus canciones melancólicas imágenes de la frontera nor
teamericana, un lugar donde empezar de cero. Todas las grandes bandas de esa
épica -T h e Replacements, por ejemplo, o The Mekons, grupo que con gran
inteligencia logró reinventarse en el género del country folk- trataban los mis
mos temas: confusión, impotencia, resignación, sueños perdidos. Esta sensi
bilidad de rock alternativo finalmente alcanzó el mainstream a principios de
los noventa de la mano de Nirvana y Kurt Cobain, cuya voz cristalizó las emo
ciones contradictorias de todo el movimiento: mitad gruñido desafiante, mitad
sollozo de derrota.
Retrocediendo dos décadas para poder soportar la que les había tocado en
suerte, las bandas indie tomaron como ejemplo la misma época que Reagan y
Thatcher estaban tratando de desacreditar. Por supuesto, también había un
elemento de fascinación nostálgica, un gusto por la m oda de esos años. Volver
a los sesenta era una solución al dilema del post-postpunk: “Y ahora, ¿adónde
vamos?”. Los grupos de rock podían recurrir a la década de Woodstock como
archivo de referencia de sonidos e imágenes pop, ya que había existido una
enorme cantidad de corrientes distintas disponibles, lo que aumentaba las po
sibilidades combinatorias: The Jesus and Mary Chain mezclaba a los Beach
Boys con The Velvet Underground; las bandas de estudiantes universitarios re
ciclaban a The Byrds; los grupos de la escena underground de Los Ángeles
como Dream Syndicate y Rain Parade retomaban la psicodelia; The Sisters of
Merey homenajeaba a The Stooges y estaba fanatizado con 1969; y los inte
grantes de The Cult, al editar Love, se vanagloriaban de su ropa de cuero y riffs
estilo Steppenwolf, mientras que su cantante hada lo posible por evocar el es
píritu de Jim Morrison.
Por supuesto, ya habían existido tendencias retro en el rock (un ejemplo
claro es el caso de las bandas de glam de los setenta y su obsesión con el rock
542 ‘n' roll de los cincuenta). Sin embargo, en 1984 lo retro se impuso de manera
avasallante, incluso dentro de las corrientes vanguardistas de la música inde
pendiente. El resultado fue una estética que bien podría llamarse “rock de co
leccionista”. Evidentemente, siembre hubo bandas con integrantes que colec
cionaban música del pasado (los Rolling Stones, por ejemplo, eran eruditos
en materia de blues). Lo mismo sucedió con el postpunk. Basta con echarle
un vistazo a la importancia que tuvieron los gustos esotéricos de John Lydon
(un músico no profesional) al dar forma a la estética de PiL. Pero desde los se
senta hasta el postpunk, las bandas solían usar sus influencias como fuente de
inspiración, no como material de referencia que debía citarse nota por nota.
No era obvio para quien los escucharan que a los integrantes de PiL les encan
taba Can, ni tampoco era necesario saberlo para poder apreciar su música, por
ejemplo. Lo que cambió a mediados de los ochenta fue que las bandas empe
zaron a remarcar cada vez más su deuda con grupos pasados, y la habilidad
para reconocer las alusiones a artistas de antaño se volvió indispensable para
disfrutar plenamente de las propuestas musicales.
Los miembros de The Jesus and Mary Chain fueron pioneros en este nuevo
género, ya que básicam ente sam pleaban sin siquiera tener un sampler.
Psychocandy, el primer álbum del grupo escocés, editado en 1985, merece ser
considerado un clásico por la energía y el entusiasmo con el que la banda yux
tapone melodías que uno cree haber oído en alguna parte (una combinación
de The Ronettes, Beach Boys y Ramones) con una enorme cantidad de feed
back y distorsión, sin que estos dos aspectos de su sonido -el pop y el ruido-
terminen de cuajar. N o obstante, cuando el grupo despojó la música de toda
la exaltación de su debut, lo que quedó fue un mero homenaje al pasado. Una
canción de su segundo álbum, D arklands, incluso robó el “woo woo” de los
coros de “Sympathy for the Devil” de The Rolling Stones. Cuando lo escuché
por primera vez no supe si reír o llorar.
Creation, el sello donde empezó The Jesus and Mary Chain, se especiali
zaba en este tipo de pop retro. Su catálogo incluía a artistas como Nikki Sudden,
el ex líder de los pioneros del punk Swell Maps, quien en 1985 ya se había
reinventado como una suerte de trovador gitano del rock, a lo Keith Richards.
La banda más importante de Creation, sin embargo, era Primal Scream, lide
rada por el muy docto Bobby Gillispie (que también cada tanto hacía las veces
de baterista de The Jesus and Mary Chain). Gillispie postulaba con elocuen
cia que la música era como una gran biblioteca, justifi^cando el uso que Creation 543
le daba a la historia del rock. Al igual que uno podía sacar libros de los estan
tes, sin importar la época a la que pertenecieran -D ickens primero, después
DeLillo, seguido de Dostoievski, etcétera-, uno también podía pasar directa
mente de Love a The Velvet Underground y Big Star. El argumento era con
vincente, salvo que ese procedimiento parecía aplicarse solo a la manera de es
cuchar música. Crearla, en cam bio, debía suponer algo más que la mera
combinación de rasgos estilísticos y tropos tomados de los antecesores con los
que uno más quiera vincularse.
Primal Scream era un ícono de la escena que muchos bautizaron “cutie”,
“shambling” o, simplemente, C86. Este último nombre provenía del cassette
editado por NME -un a alusión a su seminal recopilación anterior, C 8 J- que
documentaba el resurgimiento de bandas de noise pop indie que estalló a co
mienzos de 1985 y culminó el año siguiente. Si bien The Jesus and Mary Chain
habían sido los pioneros de esta corriente, y la década del sesenta su mayor
punto de referencia, los grupos de C 8 6 -T h e Soup Dragons, The Pastels, June
Brides, Shop Assistants- también habían recibido el influjo de bandas postpunk
como Swell Maps, Buzzcocks, Subway Sect, The Fall y muchas de las editadas
por el sello Postcard. Sin embargo, se trataba de una versión del postpunk pur-
gada de sus aspectos más radicales: la política, la fusión interracial y la experi
mentación en el estudio. Por ejemplo, dejaban de lado la combinación de disco
y funk de Orange Juice, pero adoptaban el sonido de sus guitarras y la candi
dez ascética de Edwyn Collins.
El culto a la inocencia, que se reflejaba en la ropa escolar o juvenil, los pei
nados infantiles y las letras castas y románticas de la gran mayoría de los gru
pos de C86, era acaso el elemento más intrigante de toda la escena. Esta sen
sibilidad aniñada (que la banda norteamericana Beat Happening y K, su sello
discográfico, adoptarían y adaptarían a su medida) volvería a aparecer luego
en los noventa con el movimiento punk feminista riot grrrl, muy inspirado en
la androginia de C 8 6 y su mezcla de chicas lindas pero fuertes y muchachos
de apariencia frágil. En 1986, no obstante, toda la escena se desmoronó, a pesar
de haber despertado el interés de discográficas importantes, porque el ideal de
“pop perfecto” que proponían estaba muy desfasado con respecto al pop mains
tream de aquel entonces. Aun así, ese era precisamente el objetivo de esta co
rriente: desafiar anacrónicamente el presente.
544 En los Estados Unidos también tuvo lugar un redescubrimiento de la dé
cada del sesenta, empezando por el garage punk y The Byrds, y siguiendo con
los comienzos de la psicodelia. En 1986, los grupos más actualizados ya habí
an llegado a la era del pelo largo, los pedales wah-wah, los riffs pesados y el
acid rock. Sonic Youth grabó “Death Valley 6 9 ”, tem a inspirado en Charles
Manson, y comenzó a utilizar un sonido cada vez más lisérgico. Los Butthole
Surfers parecían ofrecer una fiesta de ácido ambulante, con sus retroproyec-
ciones de videos en vivo, bailarinas desnudas y ocasionales actos sexuales sobre
el escenario, que coincidían con el estilo de su música, saturada de distorsión
y efectos extraños. Paul Leary, el guitarrista, tocaba solos larguísimos y orgiás
ticos, al igual que J. Mascis, de Dinosaur Jr., Jim i Hendrix, Black Sabbath,
Neil Young, Blue Cheer e incluso The Grateful Dead se habían convertido en
referentes de moda. El consumo de drogas era obligatorio.
El espíritu del futurismo que impulsó al postpunk y al new pop parecía
haber abandonado la corriente alternativa a mediados de los ochenta. Uno
podía detectar, cada tanto, algunos rastros de ambición modernista en la mú
sica industrial (Front 242, Skinny Puppy, Ministry y, más adelante, Nine Inch
Nails) o en las bandas postgóticas con más experiencia en los estudios de gra
baciones, editadas por sellos como 4AD (Cocteau Twins, Dead Can Dance).
Sin embargo, la escena “alternativa” se definió siempre a sí misma como la con
tracara del pop, y eso significaba que la mayoría de los grupos independientes
se negaban a usar sintetizadores, secuenciadores o samplers, y rechazaban de
pleno la idea de componer canciones para bailar. The Jesus and Mary Chain
llevó esta postura al extremo: sus temas carecían de fuerza a nivel rítmico, la
batería se limitaba a marcar el beat, y el ruido neurasténico de los instrumen
tos envolvía al oyente hipnóticamente.
En cuanto a los artistas originales de la vanguardia postpunk y del futuris
mo new pop que habían intentado unir la música dirigida al cuerpo con la di
rigida el intelecto, casi todos tuvieron grandes dificultades para adaptarse en
la segunda mitad de la década. Algunos, como Billy Mackenzie y Marc Almond,
emprendieron mediocres carreras como solistas. Otros -T h e Human League,
Heaven 17, A B C - sufrieron el desgaste y la presión de la industria discográ-
fica. Green, de Scritti Politti, se perdió en el estudio. John Lydon se volvió
“rockero” en 1986 con Album (en el que abundan los riffs al estilo Led Zeppelin
y participa ¡Ginger Baker, de C r^m !). The Banshees y Echo and the Bunnyman
perdieron la chispa. Gang o f Four se separó. Malcolm McLaren y ZTT, por 545
otro lado, deberían haberse retirado cuando estaban en la cima. Obviamente,
no lo hicieron.
El declive de ZTT fue sorpresivamente rápido. Después de su enorme éxito
de 1984, para 1985 parecía que alguien le hubiese echado una maldición al
sello, porque sus proyectos comenzaron a fracasar uno tras otro. Sus nuevos
artistas -la cantante gala Anne Pigalle y Andrew Poppy, un compositor en la
veta de Philip Glass o Michael N ym an- apenas si figuraron en los rankings. A
Secret Wish, de Propaganda, se vendió muchísimo menos de lo esperado. El
único logro del sello ese año fue el hit de Grace Jones, “Slave to the Rhythm”,
que contaba con la que hasta entonces era la producción más suntuosa de Horn.
Sin embargo, el álbum que acompañó el single, Slave to the thm: A Biography
-un ambicioso ejercicio de deconstrucción del ícono en que se había conver
tido Jones y un intento de extender una sola canción mediante el uso de remi-
xes-, no obtuvo la menor repercusión.
De ahí en adelante, todo empeoró para ZTT. Furiosos por las regalías hu
millantes que recibían, J .J. Jeczalik, Gary Langan y Anne Dudley decidieron
que ellos eran Art o f Noise y abandonaron a Horn y a Morley. A fines de 1985,
la banda había firmado contrato con otro sello, donde editó un par de hits mo-
derados y una serie de singles posmodernos más bien humorísticos. Frankie
Goes to Hollywood también empezó a darle a ZIT varios dolores de cabeza.
Una vez más siguiendo involuntariamente los pasos de Sex Pistols, la banda
rechazó la propuesta del sello de filmar una película al estilo de La gran estafa
del Rock ‘n Roll, la cual estaría am bientada en un futuro postapocalíptico y
contaría con un guión de Martin Amis y dirección de N ic Roeg. Lo que
Rutherford, Johnson y the lads querían era seguir el camino tradicional de las
bandas de rock: afianzar su éxito con más álbumes y giras. Al grabar su nuevo
disco, incluso insistieron en tocar toda la música ellos mismos, lo que exigió
el doble de tiempo en el estudio. La secuela de Welcome to the Pleasuredome
terminó costando setecientas sesenta mil libras. A Morley se le ocurrió titular
la Liverpool, porque era el lugar de origen de la banda y, él sospechaba, proba
blemente también su destino final. No se equivocaba: el álbum fue un fraca
so rotundo. Al poco tiempo, Holly Johnson se distanció del grupo y del sello,
e inició un juicio para rescindir su contrato.
Hubo algunas excepciones a la regla general. New Order cosechó un éxito
546 respetable durante toda la década. Cabaret Voltaire siguió editando discos so
berbios. La carrera solista de Mark Stewart, tal vez demasiado esporádica, nunca
dejó de ser interesante. A U2 no le faltaban detractores, pero con los geniales
singles “With or Without You” y “Where the Streets Have N o Name” convir
tieron el sonido de guitarra postpunk -enorm e y minimalista a la vez, majes
tuoso pero sin p om p a- en un fenómeno de masas. Depeche M ode, contra
todas las expectativas, empezó a llenar estadios en Norteamérica, incluso cuan
do su música se volvió más experimental y sutil. También era posible detectar
la influencia del postpunk en nuevos grupos. El funk de Red Hot Chili Peppers
le debía mucho a Gang o f Four (Andy Gill incluso produjo su primer álbum),
aunque los integrantes de Red Hot agregaron cierta actitud machista que les
permitió alcanzar un nivel de popularidad en los Estados Unidos que sus pre
cursores británicos nunca pudieron disfrutar. El sonido característico de la gui
tarra de Gill podía oírse asimismo en grupos com o Fugazi y Big Black.
Oponiéndose al concepto de música bailable, el indie (salvo algunos casos
especiales), desde mediados hasta fines de los ochenta, careció completamen
te de funk. En 1988, esa faceta del postpunk comenzó a resurgir en la escena-
house, dentro de la comunidad gay negra de Chicago. Las primeras canciones
de acid house parecían la resurrección del avant-funk, un lustro después de su
supuesta muerte. Los ritmos neuróticos, las melodías de bajo imponentes y la
am plitud desoladora del dub eran las características más notorias de temas
como “Your Only Friend” de Phuture o ‘T ve Lost Control” de Sleezy D, en
los que era patente el influjo de PiL, D.A.E, ESG y 23 Skidoo. Incluso las imá
genes que evocaban los títulos de los temas y la manera repetitiva de cantar -el
trance en la música concebido como un instrumento de control psíquico- se
retrotraían al death disco.
Este futuro perdido de principios de los ochenta volvió a lo grande con la
explosión de la cultura rave a principios de los noventa, primero en el Reino
Unido y Europa, y unos años después en los Estados Unidos. Gracias a la
mayor receptividad que brindó el consumo de éxtasis, el lado electrónico del
postpunk y la música industrial conquistó a un público masivo. Tal vez eso ex
plique por qué en la cultura rave inglesa y europea pueden encontrarse tantos
viejos aficionados al postpunk y al synthpop junto a adolescentes adictos a las
metanfetaminas y fanáticos de las discotecas. Las carreras de muchos artistas
repuntaron gracias al nuevo contexto creado por la combinación del house y
el uso de drogas. Richard H. Kirk, por ejemplo, logró la repercusión que siem- 547
pre había eludido a Cabaret Voltaire en las pistas de baile con Sweet Exorcist,
su banda techno. A comienws de la década, Genesis P-Orridge, de Throbbing
Gristle, formó un nuevo grupo, Psychic en el que intentó redescubrir los
sesenta a su manera, tratando de crear un nuevo género llamado “hiperdelia”
y editando “Goldstar”, un tributo a Brian Jones. En 1988, estimulado por la
aparición de una cultura dance verdaderamente psicodélica, P-Orridge se de
dicó de lleno a la escena acid house y editó un álbum titulado Jack the Tab. Ese
mismo año, The Hacienda, la discoteca con la cual Factory había intentado
trasladar el estilo neoyorkino a Manchester infructuosamente, se convirtió de
repente en la meca de la cultura rave en el norte de Inglaterra.
La música rave estaba llena de texturas futuristas y ruidos extraños inspi
rados en D .A .E y Cabaret Voltaire, pero el contexto (un colectivismo hedo-
nista ferviente) y la emoción que expresaba (euforia con tintes místicos) eran
completamente distintos. El acid house mezclaba el futurismo postpunk con
la exaltación dionisíaca de los sesenta. Al mismo tiempo, la cultura rave m o
tivó la aparición de innumerables sellos independientes nuevos, en una suer
te de epidemia de autonomía. Los adolescentes grababan sus propios discos en
la computadora, en sus habitaciones, luego los editaban independiente, sin
sello discográfico -lo que, en el universo de la música electrónica, se conoce
como white labels-, y los distribuían vendiéndolos en persona a disquerías es
pecializadas. El movimiento rave underground era la máxima expresión de la
ética do it yourself.
El postpunk sobrevivió de forma subliminal a través de la cultura rave hasta
mediados de los noventa. The Darkside editó temas que sonaban casi idénticos
a los de This Heat, Japan o My Lije in the Bush o f Ghosts de Eno y Byrne. The
Chemical Brothers tomaron la melodía de bajo de “C oup” , el clásico de 23
Skidoo, y la utilizaron para su hit “Block Rockin' Beats”. Durante la segunda
mitad de la década, sin embargo, la industria de los clubes y discotecas se pro
fesionalizó, y lo que alguna vez fue una cultura creativa y caótica pasó a ser una
especie de hedonismo domesticado, cada vez más lejos del espíritu postpunk.
Con la llegada del nuevo milenio, apareció una nueva generación de jóve
nes hipsters, para quienes la escena de las discotecas ya había perdido todo
atractivo. En lugar de la catarsis del house o el éxtasis del trance, lo que bus
caban era tensión. En consecuencia, a principios de 2000, nuevamente se puso
548 de moda la música de comienzos de los ochenta. El synthpop, el punk funk,
el mutant disco, la primera camada de bandas industriales ... Por primera vez
después de casi dos décadas, los ritmos abstractos y duros del postpunk des
pertaban más entusiasmo que las alegres canciones que pasaban en los clu
bes. Y no solo se trataba de grupos viejos que algunos melómanos y DJ habí
an redescubierto: también comenzaron a formarse nuevas bandas inspiradas
por la música de esa época.
Este renovado interés por el postpunk apenas podía vislumbrarse en el ho-
riwnte cuando se me ocurrió la idea de escribir este libro, en 2001. En los cua
tro años siguientes, el fenómeno creció monumentalmente y produjo una ola
de antologías, recopilaciones y reediciones de artistas como Cabaret Voltaire,
Throbbing Gristle, 23 Skidoo, ESG, D N A y Scritti Politti, además de la apa
rición de discotecas dedicadas al punk funk y electropop vintage. Gang o f Four
y Mission o f Burma se reunieron, hicieron giras y grabaron álbumes. Se filmó
una película muy exitosa sobre Factory Records y Joy Division llamada 2 4
H our Party People, y otra basada en la biografía de lan Curtís escrita por su
viuda, dirigida por Anton Corbijin (director de los videos de Joy Division),
con el título Control. Por otro lado, han surgido innumerables bandas neo-
postpunk como The Rapture, L C D Soundsystem, Franz Ferdinard, Interpol,
Liars, !!!, W olf Eyes, Bloc Party y muchísimas más. El sonido de guitarra de
Andy Gill sigue más vivo que nunca.
Muchos de estos grupos son muy buenos, y oír de nuevo la música de mi
juventud tocada por otra generación me llena a la vez de placer y perplejidad.
En cierto sentido, estas bandas consideran que todavía queda mucho por ha
cerse dentro del género, al que usan como una paleta de sonidos para explo
rar y descubrir nuevas posibilidades musicales. También parecen haber adop
tado el fervor y la seriedad casi misionaria que caracterizaba a la mayoría de las
corrientes de esa época (sin estar enterados, necesariamente, de su contexto
original). N o es fácil decir, sin embargo, si los impulsan los mismos motivos.
Si bien los cantantes se han aprendido a la perfección las inflexiones y manie
rismos de la militancia postpunk, sus letras son mucho más opacas. Es cierto
que la situación actual no dista de la incertidumbre geopolítica y ola reaccio
naria de fines de los setenta y principios de los ochenta que dio lugar al naci
miento del postpunk. Mientras escribo estas líneas, alguien aún peor que
acaba de ser reelecto. N o obstante, la sensibilidad de los noventa, con sus cuo
tas de ironía y abulia, sigue siendo dominante, lo que dificulta en gran medi- 549
da todo tipo de protesta franca o directa. Uno de los dilemas del postpunk fue
cómo hablar de política en el pop sin caer en el partidismo, la corrección po
lítica o el exceso de seriedad. La mayoría de las bandas de ahora parece querer
solucionar este problema simulando que no existe.
Sin embargo, quizás el elemento más valioso del postpunk y el que más
valga la pena rescatar es su compromiso con el cambio. Y la mayor evidencia
de ese compromiso era la convicción de que la música debía mantenerse siem
pre en constante evolución y tratar de cambiar el mundo, aunque sea amplian
do las perspectivas del público a nivel individual. Lo que me recuerda algo que
dije al principio de este libro: que el punk y el postpunk fueron los que me hi
cieron creer que la música podía importar tanto. Esta manía de buscar respues
tas en canciones pop, de indagar hasta el último rincón de la historia de una
corriente musical, que en cierto m odo continúa hasta el día de hoy, ¿acaso fue
un desperdicio de energía que podría haber invertido en algo más “útil”? La
idea del cambio en la música y a través de la música, ¿se trata de una mera ilu
sión? Todavía lo ignoro, pero estaré agradecido para siempre con esta época
por haberme infundido expectativas tan altas cada vez que escucho música.
AGRADECIM IENTOS
Infinito amor y gratitud a mi esposa, Joy Press, por su aliento, asesoramiento, 551
colaboración práctica, paciencia y, sobre todo, disciplina. Amor y agradeci
miento a mi pequeño niño Kieran por su paciencia.
Muchas gracias a Geeta Dayal, mi asistente de investigación, por su inva-
luable contribución a este proyecto. También estoy agradecido conJason Gross
por prestarme a su transcriptor, a mi agente Ira Silverberg, a mis editores Cliff
Corcoran y Wendy W olf y a mi publicista Ami Greko.
Un agradecimiento especial a Jonathan O'Brien por dar con el título del
libro y a todos los que participaron en el concurso que organicé en mi blog
para nombrarlo (http://blissout.blogspot.com).
M uchas personas aportaron contactos, ideas e información, posibilitaron
las entrevistas necesarias y facilitaron música y otros documentos históricos di
fíciles de conseguir: Pat Blashill, Paul Kennedy, Jonathon Dale, Christian Hoeller,
Matthew Ingram, Bas Van H oof, David Stubbs, Dan Selzer, Adrian Curry,
Heiko Hoffman, Hillegonda Rietveld, Vivien Goldman, Alan Licht, Paul Lester,
Mike Appelstein, Mark Sinker, Liz Naylor, Graliam Sanford, Simon Frith, Tony
Van Dorston, Joe Carducci, Richard H. Kirk, David Toop, Paul Smith, Robert
Poss, Tony Renner, Karl Blake, Jane Haughton, Marvin J. Taylor, Mike Kelly,
lan Craig Marsh, David M. Todarello, Jim Sellen, Phil Turnbull, Jason Gross,
Jon Savage, James Nice, Todd Hyman, Kevin Pearce, Neil Spencer, Marcello
Carlin, StuartArgabright, Michel Esteban, Gerard Greenway, Steve Swift, Jez
Reynolds. Mis disculpas si estoy olvidando a alguien.
Agradezco también a todas las personas que tuve la oportunidad de entre
vistar para este libro: Mike Alway, Martin Atkins, Una Baines, Charles Ball,
Blixa Bargeld, Steve Beresford, Bond Bergland, Bob Bert, Adele Bertei, Gina
Birch, Karl Blake, Chris Bohn, Richard Boon, Dennis Bovell, Derrick Bostrom,
Martin Bramah, Vanessa Briscoe Hay, Steve Brown, C onny Burg, H ugo
Burnham, David Byrne, Joe Carducci, Gerald V. Casale, Monte Cazazza, James
Chance, Robert Christgau, Edwyn Collins,
Clint Conley, Robin Crutchfield, Mark Cunningham, Steven Daly, Howard
Devoto, Bill Drummond, Anne Dudley, Paul Du Noyer, Tony Fletcher, Gavin
Friday, Tony Friel, Martin Fry, Green Gartside, Bruce Gilbert, Andy Gill (Gang
o f Four), Andy Gill (periodista), Vic Godard, Vivien G oldm an, Robert
Gotobed, Tom Greenhalgh, Gudrun G ut, Paul H aig, Dave Haslam, Charles
Hayward, Michael Holman, Peter Hook, Trevor Horn, Gary Indiana, Joseph
552 Jacobs, John Keenan, Richard H. Kirk, Scott Krauss, Bob Last, Andrew Lauder,
Thomas Leer, Keith Levene, Graham Lewis, Arto Lindsay, Jeffrey Lohn, Bruce
Lose, Lydia Lunch, Steve Maas, Maureen McGinley, Richard McGuire, lain
McNay,Ann Magnuson, lan Craig Marsh, M ick Mercer, Daniel Miller, Roger
Miller, Martin Moscrop, Paul Morley, Steven Morris, Mark Mothersbaugh,
Stuart Moxham, Colin Newman, Adi Newton, Phil Oakey, Glenn O'Brien,
Frank Owen, Cole Palme, John Peel, Ian Penman, Mark Perry, Pat Place, Robert
Poss, Peter Principie, Alan Rankine, Malcolm Ross, Martin Rushent, Luc Sante,
Jon Savage, Steve Severin, Bruce Smith, Neville Staple, Linder Sterling, Stevo,
Mark Stewart, Nikki Sudden, Jim Thirlwell, David Thomas, Mayo Thompson,
Mike Thorne, David Toop, Roy Trakin, G eoffT ravis, Steve Tupper, Alex
Turnbull, JohnnyTurnbull, Ari Up, Fred Vermorel, Martyn Ware, M ike Watt,
Tony Wilson, Dick Witts, Jah Wobble y Michael Zilkha.
Todas las entrevistas fueron realizadas por mí a excepción de las que Greeta
Dayal le hizo a Blixa Bargeld, Monte Cazazza, Clint Conley, Joseph Jacobs,
Cole Palme y Mike Thorne.
Un guiño a Simon Frith y Howard H om e por A rt into Pop, su clásico aná
lisis del rol que tuvieron las escuelas de arte en la cultura pop británica des
pués de la Segunda Guerra Mundial, una influencia decisiva para este libro.
A John Peel, que descanse en paz.
Por último, me gustaría ofrecer un saludo ferviente a los periodistas y edito
res que participaron de los semanales de rock de finales de los setenta y princi
pios de los ochenta, la verdadera edad dorada del periodismo musical británico,
digan lo que digan. Además de las entrevistas originales realizadas para el libro,
los números viejos de los tres semanarios principales -NME, Melody M aker y
Sounds- sirvieron como mi principal fuente de investigación. Leerlos en su mo
mento fue lo que me hiM querer ser crítico de rock. Al releerlos para este libro,
quedé impresionado por la visión crítica y la brillantez estilística de su escritura,
la calidad de sus reportajes, y, sobre todo, la forma en que sus autores contribu
yeron de manera genuina a la escena musical de su época al generar nuevas ma
neras de pensar la música. Impresionado, e inspirado nuevamente.
553
ÍNDICE
11 INTRODUCCIÓN
19 PRÓLOGO
LA REVOLUCIÓN INCONCLUSA
PARTE 1
POSTPUNK
35 CAPÍTULO 1
M I IMAGEN PÚBLICA M E PERTENECE:
JOHN LYDON Y PIL
49 CAPÍTULO 2
AUTONOMÍA EN EL REINO UNIDO:
DO IT YOURSELF Y EL MOVIMIENTO DE LOS SELLOS
INDEPENDIENTES BRITÁNICOS
69 CAPÍTULO 3
RESURGIMIENTO TRIBAL:
THE POP GROUP Y THE SLITS
87 CAPÍTULO 4
E N T R E T EN IM IEN T O M IL IT A N T E :
GANG OF FOUR, THE MEKONS
Y LA ESCENA DE LEEDS
109 CAPÍTULO 5
ANSIA INCONTROLABLE:
EL GROTESCO INDUSTRIAL
DE PERE UBU Y DEVO
131 CAPÍTULO 6
VIVIR EL f u t u r o :
CABARET VOLTAIRE, THE HUMAN LEAGUE
Y LA ESCEN A DE SHEFFIELD
155 CAPÍTULO 7
SOLO HAZTE A UN LADO:
THE FALL, JOY DIVISION
Y LA ESCEN A DE MANCHESTER
185 CAPÍTULO 8
^ ^ ^ A C I Ó N IN D U ^ ^ ^
LA MÚSICA DE LA FÁBRICA DE LA MUERTE
DE THROBBING GRISTLE
207 CAPÍTULO 9
c o n t o r s ió n a t e :
233 CAPÍTULO 10
ARTE MANÍA:
TALKING HEADS, WIRE Y M ISSION OF BURMA
261 CAPÍTULO 11
ESTÉTICA DEL DESORDEN:
LA VANGUARDIA LONDINENSE
285 C A P ÍT U LO 12
LA ESCENA FREAK:
EL CABARET NOIR Y EL TEATRO DE LA CRUELDAD
EN EL POSTPUNK DE SAN FRAN CISCO
305 C A P ÍT U LO 13
A TODA VELOCIDAD:
PIL Y EL AUGE Y LA CAÍDA DEL POSTPUNK
PARTE 2
NEW POP Y NEW ROCK
325 C A P ÍT U LO 14
GHOST d a n c e :
2-TON E y LA RESURRECCIÓN DEL SKA
351 C A P ÍT U LO 15
SEX GANG CHILDREN:
M ALCO M M CLAREN, EL FLAUTISTA DE HAMELIN
DEL PANTOMIME POP
369 C A P ÍT U LO 16
MUTANT DISCO Y PUNK FUNK:
TRÁFICO URBANO EN NUEVA YO RK A PRINCIPIOS
DE LOS OCHENTA (Y M Á S ALLÁ)
393 C A P ÍT U LO 17
DIVERSIÓN Y FRENESÍ:
POSTCARD RECORDS Y EL SONIDO
DE LA JOVEN ESCO CIA
413 CAPÍTULO 18
SUEÑOS e l é c t r ic o s :
SYNTHPOP
439 CAPÍTULO 19
JUGAR PARA GANAR:
LOS PIONEROS DEL NEW POP
461 CAPÍTULO 20
NUEVOS SUEÑOS DORADOS 81-82-83-84:
EL NUEVO AUGE DEL POP, LA SEGUNDA INVASIÓN
BRITÁNICA EN LOS ESTADOS UNIDOS Y
EL SURGIMIENTO DE MTV
487 CAPÍTULO 21
OSCURIDAD Y JUVENTUD GLORIOSA:
EL REGRESO DEL ROCK CON EL GÓTICO
Y LA NUEVA PSICODELIA
511 CAPÍTULO 22
TOMAR POR ASALTO EL SIGLO XX:
ZZT, THE ART OF NOISE
Y FRANKIE GOES TO HOLLYWOOD
537 E P ÍL O G O
551 A G R A D EC IM IEN T O S