Argumentos A Favor de La Existencia de Dios y Los Nombres Con Los Que El Se Identifica
Argumentos A Favor de La Existencia de Dios y Los Nombres Con Los Que El Se Identifica
Argumentos A Favor de La Existencia de Dios y Los Nombres Con Los Que El Se Identifica
Objetivo:
Ilustrar y capacitar al estudiante para argumentar de una manera coherente desde la
perspectiva lógica y racional a favor de la realidad o “existencia” de Dios, afianzando en
el proceso sus propias convicciones y compromisos al respecto, apelando con mediana
solvencia a los clásicos argumentos naturales a favor de la existencia de Dios por una
parte, y a la calificada comprensión y correcta distinción de los atributos divinos
revelados en la Biblia −tanto los que son exclusivos de Dios, como los que Él comparte
con el género humano−, por la otra. De igual modo, identificar los diversos nombres con
los que Dios se revela en las Escrituras a lo largo de la historia junto con toda su riqueza
en significado y contenido en relación con lo que Él nos revela de Sí mismo a través de
ellos y sus implicaciones prácticas para con nosotros sus hijos en cuanto a la
satisfacción de nuestras más sentidas necesidades existenciales en nuestra vidas
cotidianas en este mundo.
Resumen:
La creencia en Dios no es un salto al vacío, pues aunque en principio es una decisión de
la voluntad, es una decisión que tiene a su favor fuertes argumentos racionales o
naturales −pues no se requiere apelar a revelaciones sobrenaturales para dejarlos
2
3. Existencia de Dios
la existencia de Dios: “Lo primero que hay que decir es que no es posible demostrar
la existencia del Creador. Si semejante tarea pudiera realizarse, no habría ateos en
el mundo… Demostrar, lo que se dice demostrar a Dios, de tal manera que todo el
mundo quedara perfectamente convencido, es tarea imposible de realizar, a pesar
de los numerosos intentos históricos. Dicho esto, hay que señalar de inmediato que
tampoco es posible probar la inexistencia del Creador. No se puede demostrar de
forma racionalmente (sic) que exista, pero menos todavía que no exista… Otra cosa
diferente es la cuestión acerca de si es o no racional creer… La fe no es un suicidio
intelectual… la existencia del Creador puede ser admitida a través de una confianza
basada en la realidad misma”.
causa ajena a él y esa causa no sería otra que Dios mismo. Valga decir
que mientras se sostuvo, desde la época de la antigua Grecia hasta
entrado el siglo XX, la posibilidad enunciada en la teoría filosófica (nunca
demostrada científicamente, por cierto) de que el cosmos fuera eterno; el
argumento cosmológico pudo ser convenientemente eludido por los que
suscribían la supuesta eternidad del universo, pues algo eterno sería una
realidad tan excepcional que no requeriría necesariamente de una causa.
1
Es de esta pregunta fundamental de la que proceden las demás preguntas clásicas que la filosofía
ha intentado resolver a través de la historia sin acudir a la revelación y que la teología cristiana ha
respondido puntualmente desde la revelación bíblica: ¿Quiénes somos? (la pregunta ontológica);
¿De dónde venimos? (la pregunta cosmológica); ¿Para dónde vamos? (la pregunta teleológica);
¿Qué debemos hacer? (la pregunta ética) y ¿Qué nos cabe esperar? (la pregunta escatológica).
5
Por eso, en relación con “el cielo estrellado sobre mí” es oportuna la
reflexión de David Malin: “… ya muy pocos podemos contemplar un
firmamento estrellado sin el estorbo de las luces artificiales. Pero el
eterno espectáculo nocturno es uno de los más sutiles y conmovedores
de la naturaleza... Contemplarlo es una experiencia que nuestros
antepasados conocían bien y que les inspiraba, como debería inspirarnos
a nosotros, preguntas profundas sobre significados, orígenes y destinos”.
Emparentado muy de cerca con el anterior va, sin embargo, más allá de
él. Apoyándose en el argumento cosmológico y en el orden y
periodicidades en el movimiento que el universo refleja2, afirma que este
orden no puede ser casual sino causal debido, entre otros, a que es un
orden con una finalidad o propósito evidentes (la palabra telos significa
justamente finalidad o propósito). No puede negarse de nuevo que, para
un observador desprejuiciado, el orden reflejado por todas las estructuras
contenidas en el universo que han podido ser estudiadas muestra una
manifiesta finalidad o propósito en la mayoría de ellas.
Es, por tanto, presumible que aquellas estructuras que aún no han
revelado al hombre su propósito o finalidad no carezcan necesariamente
de ella, sino que muchos de esos propósitos se descubran más adelante
en la medida en que la ciencia siga avanzando en el estudio de las
complejas estructuras correspondientes. Y asimismo, es lógico creer que
el universo como estructura ordenada no carezca tampoco de una
finalidad que lo trascienda, pues el todo no puede ser menor que la suma
de sus partes.
2
De hecho la palabra cosmos significa "orden" o "correcta disposición", tal y cómo lo percibieron los
pitagóricos griegos en el universo, para quienes todo podía por lo tanto reducirse a números.
3
Más meritorio por cuanto no podemos olvidar que la sociología fue una ciencia surgida a la
sombra del positivismo de Comte, menospreciador sistemático de la religión, y desarrollada
posteriormente en la línea del materialismo ateo de Marx; y a causa de ello ha sido por lo regular
reacia a reconocer cualquier indicio que apunte a Dios.
7
Podría afirmarse entonces que el orden del universo revela tal finalidad
que demanda la existencia de un Diseñador Inteligente detrás de él4,
pues todas las estructuras del universo reflejan un diseño creado para
cumplir con un propósito específico o definido, diseño que en sana lógica
únicamente puede atribuirse a una inteligencia análoga pero muy
superior a la humana, que no sería otra que la inteligencia divina del
mismo Dios. Es tanto así, que las conclusiones a las que la ciencia actual
está llegando parecen respaldar tácita e inequívocamente la concisa pero
precisa cosmogonía5 bíblica del Génesis: “Dios, en el principio, creó los
cielos y la tierra” (Gén. 1:1).
4
Tomamos prestada aquí la nomenclatura utilizada por los científicos cultivadores de la llamada
Teoría del diseño inteligente que postula un diseñador inteligente como inferencia o explicación
necesaria a la complejidad específica e irreducible que se observa en las estructuras biológicas,
microcósmicas y macrocósmicas del universo, haciendo la salvedad de que los teóricos del diseño
inteligente prefieren abstenerse de pronunciarse sobre la naturaleza exacta del diseñador para
mantenerse en el terreno estrictamente científico. Por lo tanto, afirmar que el diseñador es Dios
será siempre una afirmación teológica y no científica, pero no por eso deja de ser una afirmación
lógica.
5
Cosmogonía: Concepción sobre el origen del mundo (Diccionario Larousse Ilustrado)
8
Del universo finito, ordenado y con una finalidad evidente se pasa ahora
al hombre (del griego anthropos); ser que comparte con el universo en
general y con los seres vivos en particular tanto la finitud como el orden
complejo, específico e irreducible que se aprecia en sus estructuras
biológicas físicas y psicológicas, llevadas a un grado cualitativamente
superior en el ser humano.
Este argumento gira, pues, alrededor del hecho de que el ser humano se
9
Lección que debería ser tenida en cuenta por la sociedad moderna que,
bajo la sombra del ominoso secularismo y el humanismo naturalista,
pretende fomentar la moralidad al mismo tiempo que menosprecia y
desecha a la religión y al Dios que la fundamenta, acto de equilibrismo
que tarde o temprano (más temprano que tarde a juzgar por lo que
vemos) dará al traste y terminará con la humanidad de bruces contra el
piso.
Así, pues, la presencia universal del sentido moral en el ser humano hace
casi forzosa la existencia de un Ser que se tomó el trabajo de plasmar
este sentido en la conciencia humana. Un Ser absolutamente moral (ese
es uno de los significados de la palabra “Santo” referida a Dios) que, a
través de la moralidad, da testimonio de sí mismo a cada individuo
humano. Ese Ser no podría ser otro que Dios mismo.
Pero baste aquí como abrebocas para el tratamiento de éste y otros conceptos
relacionados y propios de la teología integral que serán asumidos con mayor
profundidad en la cátedra de Introducción a la Teología Integral del programa de
estudio. Prosigamos ahora sí con el último de los argumentos naturales que
restan por tratar.
6
Dados los puntos de contacto entre la doctrina cristiana y la filosofía platónica, desde los tiempos
del gran Agustín de Hipona hasta las postrimerías de la Edad Media (en donde encontramos a
Anselmo), la teología cristiana utilizó al platonismo como marco filosófico oficial. Pero a partir de la
escolástica y a través de Tomás de Aquino y el llamado “tomismo” el aristotelismo hizo irrupción
15
Sea como fuere y sin dejarnos arrastrar por esta densa discusión, el
en la teología dando lugar a nuevas formas de expresión teológica. Sea como fuere y dado que
estos temas son materia de otras clases, lo único que es necesario señalar aquí es que para
Platón y el platonismo las ideas tenían prioridad sobre los objetos concretos. Dicho de otro
modo, las ideas eran lo verdaderamente real. Los objetos concretos eran tan sólo las
“sombras” que las ideas proyectaban ante los sentidos del hombre y eran por tanto menos
reales que las ideas innatas que se hallaban en la mente humana y que había que descubrir
mediante reflexión filosófica, sin necesidad de experimentación. Por el contrario, para
Aristóteles, el más importante discípulo de Platón, la realidad era la que podía percibirse por
medio de los sentidos, siendo las ideas simples abstracciones racionales de lo que el ser
humano conocía primero mediante su experiencia sensorial.
16
Por cierto, Anselmo llegó a decir que aún los ateos, a su pesar,
contribuyen con su ateísmo a afirmar la existencia de Dios, pues para
poder negar a Dios debe tenerse primero una idea de Él en la mente para
poder proceder luego a negarla de manera expresa, lo cual significa que
aún los ateos tienen una idea de Dios previa a toda negación de la
misma. Y esa idea de Dios que aún los ateos deben tener, como lo hemos
dicho, constituye el meollo del argumento ontológico.
Pero de nuevo aquí aún los creyentes tenemos que reconocer que el
argumento no es concluyente para afirmar la existencia de Dios. Tal vez
sea mucho más convincente para los que ya hemos creído que para los
que se resisten a hacerlo. De hecho quien lo formuló por primera vez
(Anselmo) lo hizo cuando ya era un consumado creyente en Dios. Sin
embargo sigue cautivando la atención de unos y otros. Y si es así, por algo
será. Para nuestros propósitos, el simple hecho de que nunca haya
dejado de despertar interés entre los pensadores, ya sea defensores o
detractores, desde que fue formulado, es una señal de que algo debe
tener este argumento para que no pase nunca desapercibido al baúl de
los recuerdos.
Por eso, a manera de conclusión en lo que tiene que ver con éste y los
tres anteriores argumentos naturales a favor de la existencia de Dios, vale
la pena citar de nuevo a Antonio Cruz cuando, en relación con el
argumento ontológico dice los siguiente: “Si el Creador es perfecto debe
existir decía Anselmo de Canterbury en el siglo XI, puesto que la
17
Los atributos absolutos definirían a Dios con exclusividad. Por eso ciertos
teólogos llegan a afirmar que estos atributos de Dios son incomunicables
a la criatura humana porque por simple definición no pueden ser
comunicados al ser humano, de donde aún el mismo Dios estaría
imposibilitado para comunicárselos al ser humano así quisiera hacerlo. Y
aunque en este planteamiento se encuentra la loable intención de
sostener el carácter único de Dios, lo cierto es que hacerlo afirmando de
manera categórica que Dios no puede literalmente comunicar estos
19
7
De nuevo aquí las nomenclaturas de Paul Tillich para referirse a Dios muestran su utilidad.
Además de “el Ser en sí”, él identificaba a Dios como: “El fundamento del ser”, “la profundidad del
ser”, “el abismo del ser”, designaciones ontológicas que, con todo y ser muy impersonales, tienen
de cualquier modo apoyo en la Biblia, como se verá cuando nos ocupemos de los nombres bíblicos
para Dios.
22
creado.
La presencia sustentadora de Dios en su creación, la misma por la cual todo lo creado se
8
encuentra en Él, sería lo que se designa como inmanencia, mientras que a la acción sustentadora
y benigna de Dios a favor de su creación se le llama más bien providencia. Si bien ambas se dan
juntas de tal modo que no pueden separarse, la providencia es un concepto más propio del
carácter personal de Dios, por cuanto ésta no tiene que ver directamente con sus atributos, sino
con su voluntad. Es decir que la inmanencia es algo inherente a su ser, mientras que la providencia
es algo inherente a su voluntad.
23
Es por eso que el teólogo Kart Barth se refería a Dios como “el
Absolutamente Otro”, pues la insuperable diferencia cualitativa
entre Dios y la creación hace que no exista ningún ser del
universo que pueda en realidad compararse con Él, ni mucho
menos pretender relacionarse con Él en plano de igualdad o por
derecho propio9.
9
La santidad como atributo divino es tal vez la expresión bíblica más clara de la trascendencia de
Dios, pero por ser un atributo relativo o comunicable debemos esperar el tratamiento de estos
atributos para considerar de manera somera la relación entra la santidad y la trascendencia.
26
3.2.1.6. Eternidad. “Desde antes que nacieran los montes y que crearas
la tierra y el mundo, desde los tiempos antiguos y hasta los
tiempos postreros, tú eres Dios… Mil años, para ti, son como el
día de ayer, que ya pasó; son como unas cuantas horas de la
noche” (Sal. 90:2, 4). Consecuencia a su vez de la infinitud, este
atributo hace particular referencia a que Dios no está limitado por
el tiempo, puesto que Él creó el tiempo y se encuentra por lo
tanto por encima del mismo.
10
Recordemos que la teoría científica del “Big Bang” nos informa de hecho que aún el universo en
su totalidad, a pesar de sus dimensiones de vértigo, es no obstante limitado y finito pues posee un
tamaño y una edad cuantificable.
27
11
En cuanto a su esencia es comúnmente aceptado en teología que ésta si no puede cambiar de
ningún modo en el sentido de estar literal y lógicamente imposibilitada para ello, pues si cambiara
la esencia o la naturaleza divina Dios dejaría de ser Dios, pues desde el punto de vista de la
semántica la esencia o la naturaleza es lo que define a algo o a alguien como lo que es o como
quien es como tal, de modo que si la esencia de algo o alguien cambiara, ese algo o ese alguien
dejarían en el acto de ser lo que son.
29
12
Impasibilidad: Que no se altera o muestra emoción o turbación.
30
13
El significado del verbo compadecer no es más que padecer con, es decir ser solidarios con otros
en el sufrimiento, compartiendo voluntariamente este sufrimiento con ellos.
31
algunos de ellos definen a Dios tan bien, o mejor aún, que los absolutos.
Más bien, son comunicables porque son atributos necesarios a la
condición personal propia de Dios, compartida con Él por el ser humano.
En otras palabras, cuando creó a los seres humanos Dios creó personas y
no animales o cosas. La imagen y semejanza de Dios en el ser humano
consiste justamente en nuestra condición personal. Y se puede ser
persona sin simplicidad, unidad, inmanencia, trascendencia, infinitud,
eternidad, invariabilidad, omnisciencia, omnipresencia y omnipotencia;
pero no se puede ser una persona cabal, completa e íntegra sin amor,
verdad, libertad e incluso sin santidad. Veamos más en detalle estos
últimos cuatro atributos de Dios en los que el hombre, en especial el
creyente, puede también participar.
3.2.2.1. Amor. “Dios es amor” nos revela la Biblia (1 Jn. 4:8, 16). Y esta
afirmación no puede tomarse a la ligera, pues con base en ella la
teología ha concluido que el amor no consiste tan sólo en un
atributo de Dios, sino que el amor define a Dios14. Dicho de otro
modo, no se trata únicamente de que Dios ame al ser humano
con un amor tan inextinguible que llegó voluntariamente al
máximo sacrificio con tal de redimirlo, perdonarlo y hacer posible
para el ser humano una relación de amor con Dios en los mejores
términos; sino que lo hace así sencillamente porque no podría ser
de otro modo puesto que Él es amor.
14
Siempre que se habla de amor en este sentido se está evocando el amor ágape altruista,
desinteresado, sacrificado y de carácter volitivo (1 Cor. 13), y no el amor eros, que si bien puede
ser también sacrificado, está movido muy frecuentemente por intereses egoístas y depende más
del sentimiento que de la voluntad. El amor eros sin la guía del amor ágape se convierte con
frecuencia en un amor patológicamente pasional, mientras que con la guía del amor ágape puede
llegar a ser un amor sanamente apasionado. Debe ser así pues el amor ágape es el amor que
abarca, contiene y perfecciona todas las demás clases de amor, incluyendo al amor eros. Esto se
ampliará con más detalle en la materia Hogar Cristiano
39
Cuando Jesucristo dijo a Pilato: “Yo para esto nací, y para esto
vine al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn. 18:37) no
estaba diciendo únicamente que su enseñanza era verdadera,
sino que Él es la verdad, como queda claro en el pasaje ya citado
de Juan 14:6 y en otros como estos: “… conocerán la verdad, y la
verdad los hará libres… si el Hijo los libera, serán ustedes
verdaderamente libres” (Jn. 8:32, 36), en donde la verdad que
libera es igualada con el Hijo, es decir, Jesucristo. Al
comunicarnos la verdad Jesucristo se comunica entonces a sí
mismo, de manera íntima y personal en el acto de conversión por
medio de la fe en Él y continúa haciéndolo en la comunión que el
creyente puede tener con Él a lo largo de toda su vida a partir de
la conversión.
Esto es, que “El SEÑOR hace todo lo que quiere en los cielos y en
la tierra, en los mares y en todos sus abismos” (Sal. 135:6). Pero
ya vimos como eso no significa arbitrariedad de su parte, sino por
el contrario, la permanente y absoluta convergencia o
coincidencia entre lo que Dios quiere hacer y lo que Dios debe
hacer. Y en eso consiste la verdadera libertad. Hacer lo que
debemos hacer por el simple hecho de que es exactamente lo
que queremos hacer. A la luz de esta definición el llamado “libre
albedrío” del ser humano es tan solo una presunta libertad, pues
si bien nos permite elegir o escoger entre diversas opciones de
forma consciente y a voluntad, deliberando, decidiendo y
haciéndonos responsables por nuestros actos de manera
personal; también lo es que como resultado de esta facultad
humana natural por lo general elegimos hacer lo que sabemos
que no debemos hacer, o en el mejor de los casos elegimos hacer
lo que debemos hacer, pero por motivos incorrectos, mezquinos y
egoístas.
Sin Cristo somos, sin lugar a dudas, esclavos del pecado, pero
gracias a Dios quien por medio de Jesucristo nuestro Señor nos
otorga o comunica la verdadera libertad para que comencemos a
alinear de manera cada vez más sistemática y creciente lo que
debemos hacer con lo que queremos hacer (Gál. 5:13), a
semejanza suya que lo hace así siempre o de manera absoluta,
mientras que los creyentes, por mucho que avancemos en ello,
ejerceremos nuestra libertad en grado relativo, no propiamente
por nuestro inherente y limitado poder de criaturas en contraste
con la omnipotencia incomparable del Dios Creador; sino porque
a diferencia de Dios y en las condiciones actuales de la existencia
nunca lograremos hacer que lo que queremos corresponda
exactamente con lo que debemos en todos los casos.
15
Lo sagrado y lo profano es una distinción ya clásica y contrastante dentro de las ciencias de la
religión en general, como lo veremos con más profundidad en la materia El Fenómeno Religioso
16
Es decir, relativo a cualquier persona o cosa de este mundo.
50
17
En el campo de la teología evangélica actual el teólogo R.C. Sproul se ha ocupado del tema de la
santidad de Dios de una manera muy asequible y amena al común de los lectores, sean estos
legos o no en el asunto. Su libro La Santidad de Dios también está llamado a convertirse en un
clásico sobre el tema y la serie de conferencias en video basadas en esta obra son un
complemento magistral para el libro dadas las indiscutibles dotes de Sproul, no sólo como teólogo,
sino también como comunicador.
18
Rudolf Otto es conocido por abordar el tema de la santidad de Dios desde una perspectiva
fenomenológica y no teológica en su obra clásica, de obligada lectura para intentar comprender el
concepto de santidad, bajo el título de Lo Santo. Lo racional e irracional en la idea de Dios. De
hecho la santidad es un tema recurrente y casi obsesivo en el campo de la fenomenología de la
religión, como tendrá oportunidad de verse de manera más bien panorámica en la ya mencionada
materia de El Fenómeno Religioso contemplada en el programa de estudio. Y la obra de Otto ha
sido desde su publicación referente obligado para todos los fenomenólogos de la religión y ha sido
incluso una cantera para proveer de terminología a las ciencias de la religión, particularmente a la
fenomenología, que echa mano de algunas expresiones puntuales utilizadas por Otto y las define
para hacer de ellas expresiones técnicas en el campo de la fenomenología de la religión.
51
Viene al caso lo dicho por Antonio Cruz: “La idea de que Dios no
puede interferir y modificar las leyes físicas del cosmos se basa
en el error de suponer que el universo está construido
únicamente sobre materia fría e impersonal. Sin embargo, la
Biblia afirma que el universo tiene una base personal. Antes que
la materia, existía la persona.” Dios, la realidad última del
universo es de carácter personal, al igual que el ser humano y al
comunicarnos su santidad Dios quiere hacernos también
conscientes de ello de tal modo que nos levantemos por encima
de los condicionamientos de la naturaleza bruta y honremos
nuestra condición personal actuando en este mundo de una
manera digna y acorde con esa condición.
Las Escrituras se refieren a Dios de múltiples formas o con variados nombres propios
que expresan también aspectos diversos, pero puntuales y complementarios de la
inefable y cabalmente inabarcable realidad divina. En este propósito un sólo nombre
es insuficiente para lograr el cometido que Dios persigue de revelarse al ser humano
con miras a su salvación. Por eso Él eligió revelarse de distintas maneras dándose a
conocer con una serie de nombres diferentes, cada uno de los cuales expresa un
aspecto importante de su naturaleza o de su carácter que debemos tomar en cuenta
en nuestra relación con Él.
No se trata, pues, de dioses distintos, sino de un mismo Dios conocido por diferentes
nombres en las Escrituras, en la experiencia del pueblo de Israel y, finalmente, en la
experiencia de la Iglesia. De hecho, los intentos de definición de Dios por medio de
nomenclaturas o designaciones muy particulares y diferentes entre sí no se agota
con las Escrituras, sino que la historia da cuenta de intentos en este sentido por
parte de los pueblos primitivos que prosiguen hoy en día a través de las reflexiones
llevadas a cabo por los teólogos modernos.
Ya hemos citado, por ejemplo, las maneras en que teólogos cristianos como Rudolf
Otto, Kart Barth y Paul Tillich se refieren a Dios (“El Totalmente Otro”, “El
Absolutamente Otro” y “El Ser en Sí”, respectivamente). Asimismo, científicos y
pensadores seculares agnósticos como el físico inglés Stephen Hawking y el
psiquiatra austríaco Víctor Frankl, ante los límites con los que tropiezan en su intento
de explicación del mundo o de la psiquis humana con arreglo a las leyes ya
descubiertas por la ciencia, optan por referirse a esas realidades que no logran
definir o representar pero cuyo significado y efectos se pueden percibir claramente
con nombres como “singularidad” (Hawking) y “el sí mismo” (Frankl) que, desde
nuestra perspectiva, bien podrían tomarse como designaciones de la realidad divina
que ellos no están dispuestos a reconocer de manera expresa para poder conservar
53
Pero después de estos párrafos introductorios, vayamos ahora sí a los nombres bíblicos
54
para Dios.
4.1. Elohim
“Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra” (Gén. 1:1). Este es el nombre con
el que se inicia la Biblia y el primero en ser atribuido a Dios. A riesgo de incurrir
en una obviedad, hay que decir sin embargo que se traduce usualmente como
“Dios”, a secas, en el castellano. Pero su traducción no ha sido una labor tan
fácil y sencilla como puede parecer a primera vista.
Esto se debe, en primer lugar, a que es una palabra plural, de modo que su
exacta traducción sería “dioses”. No obstante lo anterior, en los pasajes en que
se menciona a Dios como “Elohim” este nombre está acompañado casi
invariablemente del verbo correspondiente en singular y no en plural, como
puede verse en el versículo citado del Génesis. Por lo anterior los teólogos
cristianos han apelado a este nombre para apuntalar el misterio de la Trinidad,
viendo en el nombre Elohim referido a Dios una alusión velada a la pluralidad en
unidad que caracteriza a la divinidad.
Así sucede, por ejemplo, en relación con los ángeles, en pasajes tales como el
salmo 8:5, traducido así en diferentes versiones bíblicas: “Pues lo hiciste poco
19
Aproximadamente 2.310 veces de las 2.570 ocasiones en que se utiliza el término “elohim” en el
Antiguo Testamento éste se refiere a Dios, es decir, la abrumadora mayoría de las veces.
55
menos que un dios…” (NVI); “Le has hecho poco menor que los ángeles…”
(RVR)20, en donde la palabra hebrea traducida indistintamente como “dios” (con
minúscula) y “ángeles” es “elohim”. La misma idea se encuentra en el salmo
29:1 al traducir “elohim”: “Tributen al SEÑOR, seres celestiales…” (NVI); “Tributad
a Jehová, oh hijos de los poderosos…” (RVR); “¡Rendid a Yahveh, hijos de Dios…”
(BJ)21.
De igual modo y para confirmar el uso de “elohim” como un título y no sólo como
un nombre propio exclusivo de Dios, tenemos que en la Biblia cuando un ser
humano recibe poder o asignación especial de parte de Dios, se le considera
también, hasta cierto punto, como “elohim” en razón de la autoridad delegada
que ostenta. Los jueces de Israel son, por tanto, identificados algunas veces
como “elohim”. Así sucede en Éxodo 22:9: “En todos los casos de posesión
ilegal, las dos partes deberán llevar el asunto ante los jueces [elohim]…”22 en
donde “elohim” no hace alusión propiamente a divinidad, sino a autoridad
delegada por Dios que debe ejercerse de manera responsable.
Eso explica también algunas porciones de los salmos en las cuales Dios se dirige
20
La Biblia de Jerusalén lo traduce igual que la Nueva Versión Internacional, pero en el comentario
a este versículo dice: “El autor piensa en los seres misteriosos que forman la corte de Yahveh… los
«ángeles» del griego y de la Vulgata…”. La Nueva Versión Internacional es más escueta en su
comentario de pie de página, pero sigue la misma línea de la Biblia de Jerusalén, indicando una
traducción alterna así: “Los ángeles o los seres celestiales”.
21
Recordar lo ya establecido en el sentido de que la expresión “hijos de Dios” en el Antiguo
Testamento está reservada a los ángeles, y no a los creyentes de manera individual, como en el
Nuevo Testamento.
22
De hecho, en éste y otros pasajes similares en donde se utiliza “elohim” (ver también Éxo. 21:6;
22:8) la Biblia de Jerusalén prefiere traducir “ante Dios” y no “ante los jueces”, y aún la Nueva
Versión Internacional, que en los tres casos prefiere “ante los jueces” señala sin embargo en el pie
de página de los tres pasajes que una traducción alterna sería “ante Dios”. Lo mismo sucede en 1
Samuel 2:25, en donde la Biblia de Jerusalén y la Nueva Versión Internacional traducen “Dios”,
donde la Reina Valera Revisada prefiere traducir “jueces”. En el caso del salmo 58:1 la Nueva
Versión Internacional coloca “gobernantes” donde la Biblia de Jerusalén prefiere “dioses” y en el
salmo 138:1 tanto la Nueva Versión Internacional como la Reina Valera Revisada optan por
“dioses” en contraste con la Biblia de Jerusalén que se inclina por “ángeles”. Pero esta
ambigüedad en la traducción de “elohim” está restringida a estos pocos pasajes. En el resto de
ocasiones en que se utiliza en el Antiguo Testamento, el contexto es lo suficientemente claro para
que el sentido y la traducción de la palabra sea unánime entre las diferentes versiones y
traducciones de la Biblia.
56
23
En el Nuevo Testamento el Señor Jesucristo cita este pasaje dirigiéndose a los líderes religiosos
del pueblo que se oponían a Él, para confundirlos al señalarles su inconsecuencia, pues estaban
dispuestos a aceptar la designación de “elohim” para ellos mismos tal como ésta aparece en el
hebreo del Antiguo Testamento atribuida a los líderes mortales del pueblo, pero le negaban a
Cristo, verdadero Dios, la misma atribución, escandalizándose y acusándolo de blasfemia cuando
daba a entender que Él era el Hijo de Dios: “No te apedreamos por ninguna de ellas sino por
blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces pasar por Dios.
¿Y acaso respondió Jesús no está escrito en su ley: "Yo he dicho que ustedes son
dioses" ? Si Dios llamó "dioses" a aquellos para quienes vino la palabra (y la Escritura no puede
ser quebrantada), ¿por qué acusan de blasfemia a quien el Padre apartó para sí y envió al mundo?
¿Tan sólo porque dijo: "Yo soy el Hijo de Dios" ? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean.
Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a mis obras, para que sepan y entiendan que el
Padre está en mí, y que yo estoy en el Padre” (Jn. 10:33-38).
57
Así, pues, los ángeles, incluyendo entre ellos a los demonios, son “elohim” en
el sentido de que les ha sido comisionada autoridad y aún los ángeles que no
guardaron su dignidad o posición original (ángeles caídos o demonios), continúan
recibiendo ese nombre debido al papel que les ha sido asignado y que nunca fue
revocado por Dios, ante quien tendrán que dar cuenta. En palabras de D. A.
Hayyim: “… los „principados y potestades‟ de las tinieblas tiene poder para hacer
daño, para hacer el mal, y aún así son llamados „elohim‟, no en el sentido de que
58
Poder y autoridad que nunca han perdido del todo a pesar del mal uso que han
hecho de ambos y que justifica que sigan siendo llamados “elohim”. No por nada
el apóstol Pablo, ya en el Nuevo Testamento, se refiere a Satanás como “el dios
de este mundo” (2 Cor. 4:4). Sea como fuere, “Elohim” como nombre propio y no
como título es un nombre exclusivo de Dios y apunta a su poder creador y a su
autoridad sobre su creación, que se hallan muy por encima de cualquier otro
poder o autoridad angélica o humana, las cuales dependen siempre de Dios y
responden ante Él como fuente última de todo poder o autoridad
indistintamente.
“Pero Moisés insistió: Supongamos que me presento ante los israelitas y les
digo: "El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes." ¿Qué les respondo
si me preguntan: "¿Y cómo se llama?" Yo soy el que soy respondió Dios a
Moisés. Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: "Yo soy me ha
enviado a ustedes." Además, Dios le dijo a Moisés: Diles esto a los israelitas: "El
SEÑOR, el Dios de sus antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me
ha enviado a ustedes. Éste es mi nombre eterno; éste es mi nombre por todas
las generaciones.‟” (Éxo. 3:14-15).
En realidad, este nombre aparece por primera vez en Génesis 2:4, pero en
combinación con Elohim. La combinación de estos dos nombres continúa hasta
Génesis 4:1 en donde YHWH aparece por primera vez solo. Pero por la
centralidad e importancia que, en relación con este nombre, tiene este conocido
pasaje del libro del Éxodo, vamos a enfocarnos en él para ocuparnos de este
nombre divino. En efecto, tenemos aquí el nombre propio de Dios conocido
técnicamente como “el Tetragrámaton”.
A primera vista, para quien conoce el sentido de la raíz hebrea que forman esas
consonantes, YHVH no tiene nada que ver con SEÑOR. El significado de YHVH está
relacionado con el verbo hebreo que se traduce al castellano como “ser”,
mientras que “Señor” es la traducción de la palabra hebrea “Adonay”.
Muchos siglos después, ya en plena era cristiana, los eruditos judíos, conocidos
como masoretas, inventaron una puntuación vocálica y la unieron al texto
consonantal sin violentar su integridad. Eso se hizo para evitar la pérdida de la
pronunciación correcta y del sentido o significado correcto de las palabras
hebreas. Así, cada palabra hebrea de lo que hoy se conoce como “texto
masorético”, tiene el texto consonantal acompañado de su respectiva
puntuación vocálica. Sin embargo, eso no sucedió con el nombre de Dios, YHVH.
Por el contrario la palabra Señor, como traducción del griego “Kyrios”, que es a
su vez traducción del nombre hebreo “Adonay”, sí es un término bíblico con el
que se identificaba a Dios. Y ya lo hemos dicho, era el término que los judíos
pronunciaban siempre que aparecía el tetragrámaton inefable del nombre de
Dios: YHVH, el cual no les era permitido pronunciar.”
4.3. El Elyon
“Y Melquisedec, rey de Salén y sacerdote del Dios altísimo, le ofreció pan y vino”
(Gén. 14:18). Este nombre divino se traduce como “el Altísimo” a partir de este
pasaje del Génesis en donde aparece por primera vez. El hecho de que la
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De hecho la Biblia apela a la propiedad de Dios sobre todo lo que existe para
justificar su prerrogativa y su derecho a repartir la tierra, no solo entre su pueblo,
sino también entre todas las naciones gentiles. Y lo hace de nuevo apelando al
nombre El Elyon: “Cuando el Altísimo dio su herencia a las naciones, cuando
dividió a toda la humanidad, les puso límites a los pueblos según el número de
los hijos de Israel” (Dt. 32:8 cf. Hc. 17:26).
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Es decir, como alguien que no desciende de Abraham y no pertenece, por lo tanto, al pueblo
escogido por Dios en el Antiguo Testamento: los hebreos, israelitas o judíos. Valga decir que el
sacerdocio de Melquisedec tipifica el futuro sacerdocio perfecto, incluyente y universal de Cristo
que trasciende el estrecho ámbito de la nación hebrea con su posterior establecimiento del
imperfecto, excluyente y restringido sacerdocio aarónico, inferior desde todo punto de vista al
sacerdocio de Cristo, tal como se nos revela con suficiencia en el salmo 110 y en la epístola de los
Hebreos en el Nuevo Testamento. Por eso no es descabellado pensar que el enigmático
Melquisedec, más que tipificar meramente el futuro sacerdocio perfecto de Cristo, pueda ser
incluso una prefiguración o aparición previa del Cristo preexistente antes de encarnarse como
hombre en el vientre de la virgen María.
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nombre El Elyon para instarlos a: “… que todos los vivientes reconozcan que el
Dios Altísimo es el soberano de todos los reinos humanos, y que se los entrega a
quien él quiere, y hasta pone sobre ellos al más humilde de los hombres” (Dn.
4:17), idea reiterada en los mismos términos en el versículo 25 y 32-35 del
mismo capítulo, así como en el capítulo 5 desde el versículo 18 al 21. Por otra
parte, la trascendencia de Dios se expresa aquí nuevamente a través de este
nombre que apela a la altura o a la estatura para señalar que Dios se encuentra
por encima de todo, trascendiéndolo siempre.
4.4. Adonai
Por lo tanto, sólo es a partir de este momento que comienza a atribuirse este
nombre a Dios y no antes. En relación con “Adonai” hay que decir también que,
de manera similar a “elohim”, este nombre se aplica en el Antiguo Testamento
tanto a la deidad (la gran mayoría de las veces) como al ser humano (muy
ocasionalmente). Por eso, en las traducciones al español este nombre se escribe
con mayúscula si se aplica a Dios, para distinguirlo de sus aplicaciones al ser
humano, en cuyo caso más que “señor” (con minúscula), significa “amo” (Gén.
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Sin embargo, es necesario decir que la Nueva Versión Internacional establece con claridad que
cuando aparece “SEÑOR” en letras versales se le está indicando con ello al lector que allí no ha
habido en realidad traducción sino sustitución del nombre hebreo YHWH, mientras que cuando
aparece el nombre “Señor” en letra normal (Isa. 6:1), se indica que allí si se está traduciendo de
manera literal al español el nombre hebreo ADONAI. El mejor y más gráfico ejemplo de ambos
usos se encuentra en el salmo 110 en donde leemos en el primer versículo lo siguiente: “Así dijo el
SEÑOR [YHWH] a mi Señor [Adonai]...” (Sal. 110:1)
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Este nombre tiene también sus propias dificultades derivadas del hecho de que
en hebreo existe otro nombre que significa “señor” pero que parece reservarse a
los ídolos de las naciones paganas que rodeaban a Israel. Este nombre es
“Baal”, que no se traduce sino que únicamente se translitera al español. Parece
ser que debido a que en principio tanto “Adonai” como “Baal” significaban lo
mismo, los judíos llegaron a atribuir ambos nombres de manera indistinta a Dios
generando confusión en el culto debido a Él, abriendo la puerta para que,
inadvertidamente, se terminará incorporando a los baales paganos en la
adoración exclusiva debida al Adonai verdadero.
Esto es lo que reflejan pasajes bíblicos en los que Dios amonesta al pueblo en
estos términos: “¿Hasta cuándo seguirán dándole valor de profecía a las
mentiras y delirios de su mente? Con los sueños que se cuentan unos a otros
pretenden hacer que mi pueblo se olvide de mi nombre, como sus antepasados
se olvidaron de mi nombre por el de Baal” (Jer. 23:26-27), así como la afirmación
de Dios a través del profeta Oseas en el sentido que: “»En aquel día afirma el
SEÑOR, ya no me llamarás: „mi señor‟ [baal], sino que me dirás: „esposo mío‟. Te
quitaré de tus labios el nombre de tus falsos dioses [baales], y nunca más
volverás a invocarlos” (Ose. 2:16-17).
Ahora bien, ¿en qué aspecto del carácter de Dios y de la relación del creyente
con Él recae el peso del nombre Adonai? La respuesta es: en el derecho de Dios
a exigir obediencia y el deber del creyente de brindársela. Dios es el Señor por
excelencia y por tanto debe ser obedecido de manera absoluta. El uso cortés y
habitual del término “señor” o “señora” en el español (y en otros idiomas
también), para dirigirse a una gran variedad de personas en el marco de los
convencionalismos sociales que apelan a la urbanidad y las buenas maneras,
nos ha hecho perder de vista esta obvia y primaria connotación del término que
era muy clara en la antigüedad.
Para no dejar lugar a dudas sobre el carácter definitivo o final del señorío de Dios
sobre sus criaturas, en el Apocalipsis se identifica a Cristo como: “REY DE REYES Y
SEÑOR DE SEÑORES” (Apo. 19:16), puntualizando mejor lo ya dicho por el apóstol
Pablo: “… Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo
nombre, para que ante el nombre de Jesús… toda lengua confiese que Jesucristo
es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:11).
4.5. El Shadai
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Nombre divino en el hebreo que aparece por primera vez en Génesis 17:1
“Cuando Abram tenía noventa y nueve años, el SEÑOR se le apareció y le dijo: Yo
soy el Dios Todopoderoso. Vive en mi presencia y sé intachable” (Gén. 17:1). Su
traducción habitual al español es, como se ve aquí, el Dios Todopoderoso,
nombre que evoca de manera directa e inmediata el atributo de Dios de la
omnipotencia, por lo cual todo lo dicho previamente en relación con este atributo
divino está contenido ya de manera implícita en este nombre.
El significado de este nombre está, pues, claro; a lo cual hay que añadir que se le
atribuye a Dios con exclusividad. Sin embargo, parece ser que el significado de
este nombre va más allá del hecho de aludir al atributo de la omnipotencia a
secas, sino que hace referencia a la omnipotencia de Dios pero en relación con
el ser humano o, dicho de otro modo, ejercida a favor del ser humano (el
creyente en particular). Es decir que este nombre evoca el poder ilimitado de
Dios por el cual Él se basta a sí mismo (Autosuficiente), pero en el marco de lo
que la teología llama Providencia, ya definida brevemente en la nota de pie de
página No. 30.
Por eso algunos estudiosos del tema afirman que El Shadai no debería
traducirse meramente como el Dios Todopoderoso, sino como el Dios
Todosuficiente, para señalar el rasgo que este nombre posee de hacer referencia
al atributo divino de la omnipotencia, pero en relación con la criatura humana.
Tal vez algunas afirmaciones bíblicas nos ayuden a entender mejor en qué
sentido Dios es el “Todosuficiente”. Así lo reconoció, por ejemplo, el rey David al
declarar: “¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en
la tierra” (Sal. 73:25), convicción plasmada también en el Nuevo Testamento por
el apóstol Pablo en porciones como ésta: “Es más, todo lo considero pérdida por
razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he
perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo” (Fil. 3:8).
Salta a la vista que tanto para David como para el apóstol Pablo Dios es el
“Todosuficiente”. Y para que no queden dudas al respecto el apóstol nos
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informa, por una parte, que: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil.
4:13), y por otra también que: “Así que mi Dios les proveerá de todo lo que
necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús” (Fil.
4:19). El nombre de El Shadai nos revela entonces que Dios es, no sólo el
Todopoderoso, sino más exactamente, el Todosuficiente.
4.6. El Olam
Lo único que habría que añadir al respecto como dato relacionado es que en
algunas comunidades dentro del judaísmo, cada vez que leen el Antiguo
Testamento en el hebreo original y se encuentran con el tetragrámaton YHWH,
que para ellos es el Nombre Inefable (es decir, innombrable o
impronunciable), no siempre lo sustituyen en la lectura por el acostumbrado
Adonai (El Señor), sino también por el hebreo “HaShem” (El Nombre) o por “El
Eterno”.
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En Génesis 15:2 se da la combinación YHWH Adonai, cuya traducción en la Nueva Versión
Internacional es “… SEÑOR y Dios…”, en donde YHWH se sustituye como siempre por “SEÑOR”,
mientras que Adonai se traduce como “Dios” y no como “Señor”, como debería ser, pues de lo
contrario hubiera dado lugar en el español a la expresión: “… SEÑOR (YHWH) y Señor (Adonai)…”
que, por redundante, sonaría mal en el castellano. Pero la Reina Valera si traduce aquí “Señor
Jehová” y la Biblia de Jerusalén “Mi Señor, Yahveh…”
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para el creyente, son los nombres añadidos al Tetragramatón Inefable los que
vamos a enumerar y describir brevemente enseguida.
4.7.1. YHWH-Jireh
4.7.2. YHWH-Rafah
“Les dijo: «Yo soy el SEÑOR su Dios. Si escuchan mi voz y hacen lo que yo
considero justo, y si cumplen mis leyes y mandamientos, no traeré sobre
ustedes ninguna de las enfermedades que traje sobre los egipcios. Yo soy
el SEÑOR, que les devuelve la salud.»” (Exo. 15:26). Apoyándonos en este
pasaje, la idea que este nombre transmite al creyente en su relación de
cercanía e intimidad con Dios es: “Yo soy tu sanador”, evocando, por una
parte, todos los episodios de sanidad impartida por Dios a su pueblo a lo
largo de la Biblia, destacándose entre ellos las sanidades llevadas a
cabo por Cristo en los evangelios, así como las promesas
veterotestamentarias de sanidad para el creyente.
4.7.3. YHWH-Nissi
4.7.4. YHWH-Shalom
4.7.5. YHWH-Raah
Así, pues, todos los creyentes, aún los pastores en la iglesia, tenemos a
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Cristo como único y supremo Pastor en quien se cumplen las palabras del
apóstol: “Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes” (1 P.
5:7), y ante quien todos los demás pastores delegados deberemos rendir
informe y dar cuenta de nuestro pastorado individual.
4.7.6. YHWH-Sidkenu
“En esos días Judá será salvada, Israel morará seguro. Y éste es el
nombre que se le dará: „El SEÑOR es nuestra salvación.‟ ” (Jer. 23:6)27. Yo
soy tu salvación o Yo soy tu justicia es lo que este nombre divino le revela
al creyente. No hay contradicción en ambas posibles traducciones, pues la
justificación es uno de los aspectos más destacados en la salvación
llevada a cabo por Cristo a nuestro favor, como se verá con más detalle
cuando se aborden la doctrina de la salvación y su correlacionada, la
doctrina de la justificación, en el marco de las conferencias
correspondientes a la materia de Fundamentos de la Fe en el próximo
semestre, en donde se comprenderán bien las razones por las cuales Dios
es, en efecto, nuestra salvación y nuestra justicia.
4.7.7. YHWH-Sama
“»El perímetro urbano será de nueve mil metros. »Y desde aquel día el
nombre de la ciudad será: AQUÍ HABITA EL SEÑOR.» (Eze. 48:35). La idea
que este nombre divino transmite al creyente es Yo estoy presente o Yo
soy el que está presente. En este caso la presencia del Señor está
focalizada en la ciudad de Jerusalén y en su templo, tal y como éstos son
descritos proféticamente en la visión de Ezequiel. Pero teniendo en
cuenta lo ya expuesto en relación con los atributos divinos de la
inmanencia y la omnipresencia, es evidente que la presencia de Dios no
está de ningún modo restringida a este entorno, aunque eventualmente
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Otras versiones, como la Biblia de Jerusalén y la Reina Valera Revisada, coinciden al traducir
aquí de este modo: “Yahveh, justicia nuestra” (BJ) y “Jehová, justicia nuestra” (RVR)
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Cuestionario de repaso
5. ¿Qué tipos o clases de atributos divinos debemos distinguir en la Biblia y por qué?
6. Relacione los atributos absolutos o incomunicables que la Biblia nos revela de Dios
y defínalos brevemente
7. Relacione los atributos relativos o comunicables que la Biblia nos revela de Dios y
defínalos brevemente
10. ¿Cuál es el nombre de Dios que no se pronuncia entre los judíos y por cuál nombre
era sustituido en la lectura y en la traducción de las actuales versiones de la Biblia
tales como la NVI?
11. ¿Por qué el nombre “Jehová” aplicado a Dios no tiene realmente fundamento en las
Escrituras?
12. ¿Cuál es por excelencia el nombre de Dios en el Antiguo Testamento que hace
referencia a una pluralidad en la unidad?
13. ¿Cuál es el nombre de Dios que funciona también como un título aplicado a otros y
no sólo a Dios y a quienes se aplica en esos casos?
14. ¿Cuál es el nombre de Dios que tiene un equivalente entre los ídolos y cuál es ese
equivalente?
Recursos Adicionales:
Diapositivas Argumentos a favor de la existencia de Dios y los nombres con los que Él se
revela
Bibliografía Básica:
Argumentos a favor de la existencia de Dios y los nombres con los que Él se revela.pdf
Bibliografía complementaria:
Lockyer Herbert, Enciclopedia de Doctrinas Bíblicas, Logoi, Miami, 1979
1986
Criterios de Evaluación:
Estar en capacidad de identificar y definir los diferentes argumentos naturales clásicos
a favor de la existencia de Dios, así como los atributos que la Biblia nos revela de Él que
configuran su carácter eminente y absolutamente confiable para el creyente, en
espacial aquellos de los que el ser humano puede participar, como en efecto sucede de
manera especial con el creyente, invocándolo por medio de los nombres propios con los
que Él se revela, teniendo un conocimiento de causa sobre su significado y sus
provechosos efectos prácticos sobre la vida y problemáticas del creyente.