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Tema 1

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FUNDAMENTOS Y DOCTRINAS ÉTICAS

Autor: Mario Moreno Parra

La moral como un hecho social

El hombre es un ser político por naturaleza, así lo expresó el filósofo griego


Aristóteles sentenciando la necesidad de vivir en comunidad, con intereses
comunes para su desarrollo como grupo social y como individuo.

En esa relación hombre-sociedad y por una necesidad social se ha gestado,


desde tiempos muy antiguos, el fenómeno de la moralidad. Toda sociedad
organizada establece y desarrolla rasgos culturales que la identifican y
caracterizan de las demás, dentro de ellos encontramos precisamente las normas
morales que dan lectura de las buenas o malas costumbres, de la existencia o
no de principios y valores relacionados con las conductas humanas. De hecho la
palabra moral significa costumbres, de tal forma hablamos de la moral individual,
de la moral colectiva y de la moral de una sociedad o grupo determinado, que
califica las conductas humanas como buenas o malas, permitidas o no permitidas,
según los criterios que en el orden social o religioso culturalmente se hayan
establecido.

El referirnos a lo que es bueno o malo, a la existencia o cumplimiento de las


normas que rigen nuestras conductas, es referirnos al hecho moral del hombre y
de la sociedad. La moral es uno de los resultados de las relaciones sociales, de
allí la necesidad de entenderla también como un fenómeno relativo, ya que lo
que para mí puede ser bueno para otra persona puede ser malo, o lo que sea
reconocido como bueno o justo en un grupo social, probablemente sea todo lo
contrario en otro. En la misma forma, lo que ayer pudo haber sido considerado
como malo y prohibido, hoy ese mismo acto puede ser considerado bueno y
permitido para algunos o para todos.

Los estudios antropológicos dan cuenta de la imposición de determinada cultura


moral en algunas sociedades para garantizar el control social, económico y
político de quienes ejercen el poder. No obstante, se entiende que las normas
morales son el mecanismo social que busca garantizar la vida civilizada y humana.

De lo anterior se deduce la importancia de entender la naturaleza del hecho


moral como mecanismo regulador del orden social en el sentido de lograr una
sana convivencia entre todos los miembros de una comunidad, y como
mecanismo conducente para contribuir con el hombre a su crecimiento espiritual
como persona y como individuo social, en la medida en que reconozca y participe
de aquellos valores y principios que lo enaltecen y dignifican.

Desarrollo histórico de la moral

La moral como fenómeno social es un hecho real que acontece y se ha vivido


desde las primeras formas de producción en el desarrollo histórico de la
humanidad organizada. La vigencia en el desenvolvimiento de la sociedad ha
tenido que ver con la necesidad del hombre de establecer normas o reglas para la
convivencia. No podemos imaginar una sociedad sin normas, sean divinas o
naturales, que regulen nuestras conductas para evitar el caos social, pues el
hombre, a pesar de su racionalidad, es un ser de pasiones, instintos e intereses, y
cuando estos desbordan el control de la razón y la ponderación humana, aflora en
el hombre la mezquindad, la violencia, el atropello hacia el otro, la corrupción y
todos aquellos factores que lesionan la dignidad y la razón de ser del hombre en la
sociedad.

El hecho moral es el resultado de una necesidad social y como tal prevalece en


el devenir de una sociedad determinada. Es esa condición, sustentada en normas,
reglas, valores o principios, que el hombre en su desarrollo histórico ha
reconocido como imperiosas para salvaguardar la sociedad y sus sanas
costumbres, y como hecho se expresa y manifiesta en la interacción social.

Desde el punto de vista religioso, el hecho moral es un mandato divino para la


felicidad del hombre y su acercamiento a un ser superior llamado Dios. Desde un
enfoque histórico-social ese hecho moral es el resultado del sentido de
colectividad y grado de conciencia que adquiere el hombre en su desarrollo
económico, social y cultural. De allí que en las diferentes formas de producción,
desde el colectivismo hasta el socialismo, se identifiquen rasgos característicos
de moralidad como resultado de esas condiciones históricas de la humanidad.

Sin embargo, es importante además reconocer que para algunos filósofos y


antropólogos, esos rasgos morales que han identificado a las diversas formas de
producción han sido el resultado del poder que han ejercido las clases
dominantes en los diferentes momentos de la historia de la sociedad organizada.
Las contradicciones sociales dadas en la relación explotador-explotado,
manifestadas después del colectivismo en el esclavismo, el feudalismo y el
capitalismo, han sido también contradicciones morales, ya que quienes han
detectado el poder económico han configurado sus propias leyes morales y su
propio lenguaje ético que les ha permitido avalar sus actos y hechos como
buenos, negando y excluyendo la de los otros, la de los oprimidos, la de los
explotados . Sin embargo, algunos filósofos en diferentes épocas del pensamiento
han reconocido estas contradicciones morales. Aristóteles afirmaba “que unos
hombres eran libres y otros esclavos por naturaleza y que esta distinción era justa
y útil".

Más allá de estas consideraciones críticas a la moralidad, queremos rescatar el


hecho moral como un fenómeno real y concreto que no puede ser negado como
una necesidad social y como resultado de la interacción humana, pero sí
reconocerle, como ya hemos dicho, su relatividad derivada de circunstancias
históricas, culturales, económicas y religiosas.

El hecho moral en la estructura de una ética civil, responde a mínimos acuerdos


morales compartidos y aceptados por todos quienes integran el tejido social
como un deber ser, si se trata, desde luego, de lograr una sociedad justa,
responsable y civilizada. El hecho moral civil es un acto de conciencia y
racionalidad que nos permite diferenciar lo que es bueno y lo que es malo en el
orden social y humano, y participar así de aquellos principios o valores que
contribuyen al bienestar de sí mismo y de la comunidad.

Teoría de los valores

Uno de los temas más comúnmente tratados en los espacios éticos es


precisamente el de los valores, ya que se constituyen en la esencia misma de la
moralidad. Los griegos en la antigüedad se refirieron a ellos como las virtudes que
dignifican al hombre y lo elevan al mundo superior, al mundo de la contemplación
divina por la vía de la razón. Fue Sócrates el primero que nos acercó al mundo
de la ética en su estudio de las virtudes y las sanas costumbres. Luego Platón
amplió la fundamentación idealista de la moral; posteriormente Aristóteles, en su
obra "Ética a Nicómano", desarrolló todo un sistema de filosofía moral desde la
consideración del vivir bien como ciudadanos en una sociedad justa.

En nuestra realidad histórica hablamos de los valores morales cuando nos


referimos a virtudes como la bondad, la justicia, el altruismo, el bien, la
solidaridad, la tolerancia, la confianza, entre otras. Sobre los valores se ha
teorizado a través de la historia de la filosofía, siendo hoy un tema de gran
trascendencia y preocupación en la sociedad moderna.

En términos generales, la palabra valor denota para una persona o para un grupo
social determinado algo útil, que sirve, una cualidad, una propiedad; le atribuimos
lo mismo a todo aquello que vale: al dinero, a una piedra preciosa, a una
mercancía, a cualquier símbolo religioso, a una obra de arte, a una artista,
inclusive a una persona que se le reconoce méritos por su civismo en la
comunidad. En este sentido decimos que hay valores estéticos, cívicos,
culturales, económicos y morales. Es el hombre mismo quien le reconoce y
atribuye ese don, esa cualidad de "valor", a las personas y a las cosas.

Pero para nuestro tema central, que son los valores morales, es necesario
explorar el contexto histórico-filosófico. Una mirada desde el objetivismo, el
subjetivismo y la objetividad nos permite una mejor comprensión sobre el tema.

El objetivismo platónico considera la existencia de los valores como entes reales


por fuera del mundo empírico, es decir, realidades idealizadas que existen al
margen del sujeto, por fuera de él. Los valores son simplemente ideas, pertenecen
al mundo suprasensible, no son hechos reales del mundo de la experiencia.
Tienen existencia propia, no cambian, son eternos y absolutos. En este sentido un
hombre es justo y si dejase de serlo, no cambiaría la justicia, sino la condición del
hombre. Los valores entonces son ideas por fuera del mundo terrenal.

El subjetivismo, por su parte, considera que los valores son creaciones del sujeto,
con existencia solo en el individuo que los determina, sin ninguna relación con la
realidad ni con el otro. Dependen exclusivamente del sujeto; en consecuencia,
para los subjetivistas los valores son relativos y no afirman la universalidad de
estos. Lo que para mí puede ser justo para otra persona no lo es; el concepto de
responsabilidad, por ejemplo, dependerá de cómo se le mire o cómo se le conciba
por una o por varias personas.

Mientras que la objetividad plantea la existencia de estos valores solo en relación


con la práctica del hombre, es decir, los valores existen como un resultado de las
relaciones del hombre con su medio social. Es el hombre como ser histórico-
social quien crea y desarrolla los diversos valores en su cotidianidad, en sus
relaciones interpersonales. Hay de hecho una materialidad en los valores, de allí
su objetividad. Se es honesto en acción con el otro, se es solidario no consigo
mismo sino con el otro, etc.

Desde este enfoque pragmático no son entonces los valores cualidades


idealizadas, entes en sí, por fuera de las relaciones sociales, ni creaciones de mi
conciencia que solo están en mí, sino que son resultados concretos, propios de los
sujetos que comparten las vivencias y las relaciones sociales. El ser justo, por
ejemplo, es un valor que el hombre reconoce y expresa en su comportamiento
cotidiano y que sus conciudadanos lo aceptan de igual manera en su devenir
social.
La justicia como un valor se expresa con hechos concretos a la luz de aquellos
principios universales que priman como verdades racionales, más allá del
dogma."Los valores son auténticos objetos, distintos de las cosas que lo soportan.
No tendría sentido decir que son cosas de segundo grado. Las cosas cambian y
dejan de ser valiosas, pero no por eso cambian los valores". (Betancour,
Cayetano. 1969, p. 301).

Lectura requerida

1. Doctrinas éticas fundamentales

Autor: Mario Moreno Parra

El estudio de la moral, por su parte, le corresponde a la ética, ciencia de las


costumbres o teoría de la moral. La palabra ética proviene del griego ethos que
significa costumbre, y como teoría de la moral busca interpretar, describir y
fundamentar los diversos factores sociales y religiosos que han dado lugar a los
sistemas morales a través de la historia del hombre civilizado.

Desde la antigua Grecia, pasando por la era Cristiana, la época de la Modernidad


y en nuestros tiempos actuales, se ha escrito sobre la moral y la ética por ser un
tema importante para la convivencia y la felicidad del hombre.

A continuación se ofrece en forma muy sucinta los fundamentos más relevantes


de algunas doctrinas éticas que han servido al hombre para direccionar su vida y
sus relaciones de convivencia.

Ética socrática: Propuesta por Sócrates (470 a. de C.) y expresada en el cultivo


de las virtudes, propias de los hombres sabios. El hombre actúa rectamente
cuando conoce el bien y rechaza el mal; solo es feliz si accede al conocimiento, de
allí que para él los sabios o filósofos sean verdaderamente virtuosos.

Ética de Platón: Platón (427 a. de C.), discípulo de Sócrates, manifiesta la idea


del bien, la divinidad o el artífice del mundo, al que todo hombre debe aspirar
contemplar solo desde la razón como facultad superior. La práctica de las virtudes
como la templanza, la justicia, la prudencia, entre otras, son el camino para la
purificación del alma y lograr el estado perfecto o felicidad. Sin embargo, el
hombre alcanza su plena felicidad solo en comunidad, de allí la necesidad de un
Estado también ideal basado en virtudes y orientado por seres virtuosos, como lo
son los filósofos que, según afirma él, son los llamados a gobernar. Platón
involucra entonces su legado moral en la teoría política que expresa en su obra
La República.
Ética aristotélica: En su magna obra “Ética a Nicómano”, Aristóteles (384 a. de
C.), expone los argumentos filosóficos de las virtudes morales como actitudes de
equilibrio, que hacen al hombre feliz desarrollando una vida práctica guiada por los
dictámenes de la razón. De igual manera, como en Platón, la filosofía moral de
Aristóteles converge en la teoría política ya que la felicidad, como fin último del
hombre, no ha de lograrse en forma individual sino colectiva, pues el hombre es
un ser político por naturaleza y "el hombre bueno lo es como buen ciudadano". El
concepto de felicidad va ligado al de una sociedad justa que, por supuesto, la
hacen los hombres justos y libres (los sabios).

Ética de los estoicos: Expresada como doctrina a comienzos de la era Cristiana


por Séneca, entre otros. Concibe el ideal del hombre feliz en la forma de vivir
conforme a la naturaleza. La felicidad se logra mediante la indiferencia positiva
frente a los acontecimientos del mundo. Los estoicos practicaban la ataraxia o
imperturbabilidad del espíritu para entrar en permanente comunión con el cosmos,
llevando al control de sus pasiones e instintos.

Ética epicureísta: Para Epicuro la felicidad del hombre radica en la práctica de los
placeres moderados, pues el principio de todo bien se haya en el placer. Hace
alusión el filósofo a los placeres materiales que brindan tranquilidad y equilibrio y
que exigen del hombre un control de sí mismo y una gran madurez intelectual
para poder distinguir entre los verdaderos placeres que conducen a la felicidad de
aquellos que producen el displacer y por ende el sufrimiento.

Ética cristiana: Fundamentada en la práctica de las virtudes cristianas


expresadas en el evangelio. El ser bueno es coherente con la palabra de Dios. El
fin del hombre es elevarse al mundo divino a través de la práctica de sus
mandamientos. La vida moral solo está justificada en este sentido; de allí que la
verdadera felicidad no está en este mundo terrenal sino en el sobrenatural, y para
ello es necesario seguir las prácticas del evangelio. Vale la pena recordar que la
ética cristiana está influenciada por los planteamientos filosóficos de los griegos
como Sócrates, Platón, Aristóteles. Los exponentes de la filosofía cristiana como
Santo Tomás y San Agustín coinciden en afirmar que la práctica de las virtudes
morales es el camino para la contemplación divina, llámese Dios, Demiurgo (a la
manera de Platón), o motor inmóvil (como lo llama Aristóteles).

Durante le Edad Media la Iglesia Cristiana ejerció un fuerte control político y


social imponiendo una ética religiosa y dogmática como única opción moral para
la felicidad del hombre.

Ética kantiana o del deber: A partir del siglo XVI se identifica la Edad Moderna con
una filosofía caracterizada por el culto a la razón. Ahora el hombre es el centro de
todo, en contraposición a la Edad Media cuyo centro había sido Dios. Se pasa
entonces del teocentrismo al antropocentrismo.

Los cambios sociales, políticos, culturales y filosóficos; el advenimiento de la


ciencia natural y sus nuevos aportes, dan un giro inmenso a la concepción del
hombre y del mundo, lo que de hecho incide en sus costumbres, creando la
necesidad de una nueva forma de asumir la moral. La ética cristiana pierde interés
y se abre el camino para una ética racional; del hombre concreto para el hombre
concreto.

Será entonces Kant (1724 d. de C.) quien desarrolle un sistema ético formal y
autónomo basado en el deber. El valor de la moral sólo puede radicar en la
voluntad del hombre en querer hacer el bien, en la buena voluntad. Lo importante
aquí es sencillamente cumplir el deber por el deber y de esta manera el hombre
es feliz en un mundo real y concreto.

Ética pragmática y utilitarista: Caracterizada por la afirmación y reconocimiento


como bueno y útil de todo aquello que le sirve al hombre para su vida práctica y
sus fines personales. El fin justifica los medios. Allí radica el secreto para la
felicidad del hombre. El concepto de valores como virtudes morales carece de
sentido y objetividad si no representa algún beneficio o interés particular para la
vida práctica. Federico Nietzsche, W. James y J. Dewey, son algunos de sus
representantes.

Ética marxista: El hombre para Marx es ante todo praxis; es un ser de trabajo y
producción, transformador y creador, allí radica su felicidad. La relación hombre-
naturaleza está mediada por el trabajo, y como ser histórico y social está llamado
a la transformación de la naturaleza y de la sociedad para lograr un nuevo
modelo de vida: El socialismo. Es este el ideal de un hombre nuevo: una sociedad
sin clases, un hombre libre, que manifieste virtudes como la solidaridad, la lucha,
el sacrificio, la justicia en pro de su colectividad. Es esta la esencia de la ética
marxista; el bien radica en el servicio a la causa del sistema político; solo puede
el hombre lograr la felicidad en una sociedad justa como la propone Marx.

Ética del capitalismo: Es la ética del culto al dinero y al capital que se ha


impuesto desde la Revolución Industrial. Generar riqueza es bueno, y si es legal
es justo, no importa los medios ni las condiciones en las que los hombres la
generan. Hoy el capitalismo salvaje no dista mucho de las viejas costumbres; la
banca, la industria y el mundo de los negocios tienen su propia moral, la que el
poder económico y político mundial les reconoce mediante leyes, normas y
acuerdos. La moral pragmática del capitalismo identifica lo bueno y lo justo con la
ganancia y las utilidades que se puedan lograr.
Bibliografía:

Betancour, C. (1969). Filósofos y Filósofas (p. 301). Bogotá: Biblioteca del


Instituto Colombiano de la Cultura Hispana.

Mendez, A. (1980). Ética Profesional. México: Edit. Herreros Hermanos.

Lectura de apoyo

Nietzsche, F. (1978). Genealogía de la moral (p. 16). Medellín: Ed. Bedout.

"....Al principio las acciones altruistas fueron elaboradas y reputadas buenas por
aquellos a quienes eran útiles; más tarde se olvidó el origen de esta alabanza y se
llamaron buenas las acciones altruistas por costumbre adquirida del lenguaje,
como si fueran buenas en sí mismas. Esta primera derivación presenta todos los
rasgos típicos de la idiosincrasia de los sicólogos ingleses -encontramos aquí
"utilidad", "olvido" "costumbre" y por último "error"- y todo para servir de base a
una apreciación que hasta el día de hoy parecía privilegio de los hombres
superiores... Para mí es evidente que esta teoría busca el origen del concepto
"bueno" en un lugar donde no está: el juicio "bueno" no emana de aquellos a
quienes se prodigó la "bondad". Fueron los mismos "buenos", los hombres
distinguidos, los poderosos, los superiores, quienes juzgaron "buenas" sus
acciones; es decir, de "primer orden", estableciendo esta nomenclatura por
oposición a todo lo que era bajo, mezquino, vulgar y populachero. Se abrogaron
desde su altura el derecho de crear valores y determinarlos... la conciencia de la
superioridad y de la distancia; el sentimiento general, fundamental y constante de
una raza inferior y baja, determinó el origen de la antítesis entre "bueno" y
"malo...”

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