La Tela de Aracne
La Tela de Aracne
La Tela de Aracne
La joven Aracne ha desafiado a la diosa Minerva, razón por la cual deberá medirse con ella en el arte del bordado.
Ambas serán parte de una contienda en la que emplearán sus telas y sus hilos para contar las antiguas historias que han
protagonizado otros hombres y otros dioses. ¿Podrá Aracne ganarle a su rival o será castigada por su presunción?
EL viejo Idmón era un humilde tintorero que todas las mañanas se levantaba a la salida del sol y se dedicaba teñir la lana
con la púrpura reali que recibía desde la famosa ciudad de Tiro. Solía acompañarlo Aracne, su hija, quien se dedicaba a
la tarea de tejer y bordar hermosos lienzos en un rincón de la habitación donde el anciano trabajaba. La habilidad de la
joven para estas labores había cobrado gran fama en toda Lidiaii. Aracne no era ilustre por su nacimiento ni por la
categoría de sus padres; solamente su habilidad sobre las telas le había proporcionado el reconocimiento, por ser la
mejor tejedora. Muchos afirmaban que la joven estaba orgullosa de esta cualidad y cada halago era un motivo más para
demostrar lo engreída que era.
Aracne vivía en la pequeña ciudad de Hipepaiii, y hasta allí llegaban, atraídas por la curiosidad, las ninfas, quienes
abandonaban sus viñas y las aguas del río para admirar la belleza de las obras de tan extraordinaria tejedora. Ver esas
obras maestras cuando ya estaban terminadas era, ciertamente, un verdadero placer, pero aun mayor era el deleite al
ver a Aracne cuando las creaba con tanta dedicación.
Las musas coincidían en destacar como Aracne era capaz de imitar con inigualable perfección las formas y los colores de
la naturaleza en todos los diseños que creaba.
Una mañana, mientras Idmón ponía esmero en el trabajo, la joven Aracne acabó su bordado y afirmó que,
definitivamente, sus tejidos eran superiores a los de Minerva, diosa no solo de la sabiduría y la guerra, sino también de
las artesanías. Su padre quedó perplejo al escuchar las palabras que la muchacha profirió: "Minerva, puedes venir
cuando quieras y disputar conmigo cuál de las dos es más hábil en las labores del tejido y el bordado; no me negaré a
semejante contienda. Si resulto vencida, prometo que no rehuiré ningún tipo de castigo que quieras imponerme".
Idmón temió, entonces, que Minerva cumpliera con el pedido de su hija, y así sucedió.
No pasó mucho tiempo para que los dichos de Aracne llegaran oídos de la diosa. Minerva se enfureció por la presunción
de la muchacha e ideó un plan para darle un escarmiento y que, de ese modo, se arrepintiera por haberse igualado a
ella. Sucedió, entonces, que un día, cuando Idmón se encontraba fuera de la casa, mientras la joven se dedicaba a su
labor, la diosa apareció ante ella bajo la forma de una anciana de blancos cabellos y le dio la oportunidad de disculparse
por haberse creído superior a un dios. Mientras buscaba sustento en su bastón, la anciana se acercó hasta su
contrincante y le dijo: "Aracne, no debes despreciar la vejez. Los años dan la sabiduría que proviene de la experiencia.
Escucha atentamente los consejos que te voy a dar: debes sentirte orgullosa por la fama conseguida con tus labores, ya
que con ellas superas a todas las mujeres del mundo; pero no trates jamás de igualarte a una diosa. Ahora debes dar
alguna explicación a la ofensa que implica proferir palabras en las que te reconoces superior a Minerva. Ella está
dispuesta a perdonarte si demuestras verdadero arrepentimiento".
Las palabras de Minerva enfurecieron a Aracne, quien abandonó su labor y, mientras miraba a la anciana con gran
indignación, le respondió: "Insensata, parece que los años te han dotado de experiencia y de gran juicio, pero te
aconsejo que guardes tus consejos para tus hijas, si es que acaso las tienes. Yo te aseguro que no los necesito, y que tus
demostraciones no me harán cambiar de parecer acerca de mi superioridad en el arte de tejer. ¿Por qué Minerva no
viene ante mí tal como es? ¿Por qué rehúye el combate al que la he invitado?".
Ante las impertinentes palabras de Aracne, la anciana respondió: "No dudes de que Minerva acepta el desafío que le
propones". E inmediatamente, la anciana soltó su bastón, y la blanca cabellera y las arrugas desaparecieron para dar
lugar a la verdadera apariencia de la diosa. Las ninfas que por allí andaban se acercaron para rendirles sus honores,
mientras que Aracne se mostraba imperturbable.
En el lienzo de Minerva se podía ver el pleito que ella había tenido con Neptuno sobre el nombre que se le debía dar a la
ciudad que finalmente fue reconocida en su honor como Atenasv. Se veían también sobre la tela los doce grandes
dioses sentados sobre sus tronos, cada uno de ellos con los atributos que los caracterizan. En el centro se veía a Júpiter,
uno a uno los hilos se iban trenzado para dotar del aire de grandeza que lo corona como padre de todos los dioses.
Cuando acabó de dar forma a la imagen de Júpiter, Minerva se representó a sí misma, con su casco, su lanza y su
escudo. Sobre el escudo se veía la cabeza de Medusavi luego de haber sido vencida por Perseo. Si bien parecía que esta
sería toda la obra de Minerva, no fue así: para hacer comprender mejor a su rival el castigo que le esperaba por haberse
comportado de modo tan presumido, dibujó con pequeños trazos, en las cuatro esquinas del lienzo, la historia de cuatro
combates.
En el primero de ellos se veía la aventura de Hemo, rey de Tracia, y de Ródope, su esposa, fueron convertidos en rocas
por haber tenido la audacia de llevar los nombres de los dioses Júpiter y Juno. En otro ángulo, se representaba la
historia de Piga, la reina de los Pigmeos, a quien Juno, para castigarla por su presunción, convirtió en grullavii, con el fin
de que ella misma estuviera en guerra continua con su pueblo. En el tercer ángulo, se encontraba Antígona, que había
tenido la audacia de compararse con la esposa de Júpiter. Por tal motivo, Minerva la había metamorfoseado en cigüeña;
ni la ciudad de Ilion ni Laomedón, su padre habían logrado impedir que su cuerpo se cubriera de plumas blancas. Por
último, en la cuarta esquina, se veía a la infortunada Cinara abrazada a las gradas de un templo mientras lloraba
desconsoladamente. Esas gradas eran sus hijas, a quienes los dioses habían dado tan desgraciada forma. Para finalizar
su labor, Minerva rodeó el borde del lienzo con algunos ramos de olivo entrelazados, este era el árbol consagrado a ella.
Cuando su diseño quedó ter minado, lo miró con agrado y luego dirigió los ojos hacia su contrincante, para advertirle,
con aquel gesto, que era su turno en la contienda.
Por su parte, a Aracne se la veía serena y confiada, su presunción era tal que se creía vencedora del pleito antes de
haber terminado la labor. En primer lugar, representó sobre el lienzo las infidelidades de Júpiter, pronto se pudo
distinguir la figura de Europa raptada por el dios bajo la forma de un toro. El diseño era tan perfecto que parecía que un
verdadero toro atravesaba el mar y que los ojos de Europa cobraban vida en el gesto de mirar hacia la orilla que dejaba
atrás. Otro de los motivos que se veía sobre la tela fue la escena en que Júpiter se convierte en cisne y desciende del
Olimpo para seducir a Leda. Pero estas no fueron las únicas escenas de la historia de Júpiter que Aracne eligió
representar.
Otras hazañas del dios estaban allí y se veían también representadas con inusitadaviii delicadeza: aparecía en forma de
sátiroix en la aventura con la bella Antíope, de la que tuvo dos hijos gemelos; se lo reconocía bajo la forma de Anfitrión
mientras seducía a la hermosa Alcmena; podía vérselo como lluvia de oro cuando penetraba en la torre donde estaba
encerrada Dánae.
Mientras Aracne se dedicaba a su labor. Minerva la observaba y pudo ver que no solo Júpiter era el protagonista de los
diseños de la joven tejedora, sino que también Neptuno comenzó a cobrar vida sobre la tela. En ella se observaban las
diversas transformaciones sufridas por el dios: se presentaba bajo la apariencia de un toro ante la presencia de una de
las hijas de Eolo; convertido en el río Enipeo, procreaba a Ato y Efialte; tomando la forma de un carnerox engañaba a
Bisálpida. Todas estas escenas aparecían dibujadas con una naturalidad que las hacía aparentar tan reales que causaban
asombro a todo aquel que las viera.
2
A pesar de la grandeza de su trabajo, Aracne no se contentó con haber representado las hazañas de Júpiter y Neptuno,
así que dio vida a algunas escenas que tenían como protagonistas a otros dioses. El dios Apolo aparecía unas veces bajo
formas humanas y otras bajo el aspecto de un animal. Era pastor, unas veces; y un feroz león, otras. Luego continuó con
Saturno en forma de caballo cuando tramó el engaño contra Filira, de la cual nació su hijo, el centauro Quirón.
Y si Minerva había elegido el olivo para dar por acabada su creación, Aracne decidió entrelazar hojas de hiedra en los
bordes de tan bella obra de tapicería.
Al ver que su contrincante había acabado con su trabajo, Minerva se paseó delante de ella con el fin de comenzar a
señalar los defectos en la tela, pero no pudo encontrar ninguno. Furiosa por la situación y llena de despecho, reprendió
con violencia la veracidad de los crímenes de los dioses que aparecían representados en el trabajo de Aracne. Luego
tomó su lanzadera, rasgó de arriba a abajo el tapiz y con el mismo impulso, golpeó fuertemente la cabeza de Aracne. La
muchacha comenzó a huir desesperada porque intuía ya el mal que sobrevendría sobre ella. Al verla correr, Minerva
detuvo los pies de la joven y elevó su cuerpo en el aire. Luego se dirigió a ella con estas palabras: "Aracne, te has
comportado de modo insolente, como castigo por tu actitud, te condeno a vivir siempre de esta forma, suspendida en el
aire".
La muchacha luchaba con sus brazos y piernas por volver a su estado normal, lo cual era ya imposible; pero el castigo de
Minerva fue aún más terrible: antes de marcharse, arrojó sobre Aracne el jugo de una hierba envenenada. Cuando el
veneno tocó el cuerpo de su rival, tuvo lugar una extraña transformación: poco a poco, Aracne fue perdiendo sus
cabellos, luego su nariz y las orejas; su cabeza y su cuerpo comenzaron a disminuir de tamaño hasta quedar reducidos
tan solo a un abultado vientre.
Por último, las piernas y los brazos se transformaron en delgadísimas patas. De esta manera, la joven tejedora quedó
convertida en araña y, desde entonces, sigue ejecutando con sus hilos la tarea a la que estaba acostumbrada, tejer una y
otra vez la tela que la sostiene en el aire.
Glosario
Purpura real: colorante de un tono entre rojo y morado que usaban los antiguos fenicios en la ciudad de Tiro.
Lidia, Región histórica situada en la actual Turquía.
Hipepa. Ciudad ubicada en la antigua Lidia.
lanzadera. Pieza del telar que lleva un carretel de hilo en su interior
Atenas. Se refiere al nombre griego de Minerva, Atenea.
Medusa. Monstruo mitológico que convertía en piedra a aquellos que miraba a los ojos. Fue decapitada par Perseo,
quien usó su cabeza como un arma hasta que se la otorgó a Atenea para que la pusiera sobre su escudo
rulla Ave de gran tamaño, generalmente de plumaje colores
inusitado. Poco usual, desacostumbrado.
sátiro. En la mitología grecorromana, hombre barbado con patas y orejas de cabra y cola de caballo o chivo.
carnero. Macho de la oveja.