Mitos
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Narciso era hijo del dios Cefiso y de la ninfa Liríope. Cuando nació, sus padres consultaron
a Tiresias, el adivino, con el fin de conocer su destino. El adivino les dijo que Narciso viviría
una larga vida y llegaría a viejo siempre y cuando nunca se contemplara a sí mismo.
Narciso creció y se convirtió en un joven de extraordinaria belleza. Era tan apuesto que
muchas ninfas se enamoraban de él. Pero Narciso sentía un total desprecio por el amor y a
todas las rechazaba. Entre ellas a Eco, una ninfa de bella voz que acabó encerrándose en
una cueva al no poder soportar tanta tristeza.
Precisamente fue este rechazo a Eco lo que provocó la ira de Némesis, la diosa de la
venganza. Némesis urdió un plan y, un día, mientras Narciso se encontraba cazando en el
bosque, le engañó para que se acercara hasta el borde de un arroyo de aguas cristalinas.
Al inclinarse sobre el agua, Narciso se vio reflejado en la superficie. Lo que vio fue un joven
de tal belleza que quedó obnubilado. No podía dejar de mirarse, no podía dejar de
contemplar esa bella imagen en el agua, hasta el punto de que el joven Narciso, incapaz de
amar a ninguna muchacha, se enamoró de sí mismo sin darse cuenta de que era él.
Aracne era una joven de extraordinaria belleza que vivía en la región de Lidia, pero la
hermosura no era su única virtud. ¡La muchacha tenía una extraordinaria habilidad para
tejer y bordar! ¡Una auténtica artista en el uso del telar! Su trabajo era de un realismo
increíble y todo aquel que veía uno de sus telares quedaba asombrado. Poco a poco su
fama se extendió. La gente acudía a su taller para admirar su obra y pronto comenzó a
decirse que Aracne era la mejor tejedora de Lidia. No faltó quien llegó a referirse a ella
como la digna discípula de la diosa Atenea.
Pero estas alabanzas a sus telares tuvieron un efecto negativo en Aracne, quien terminó por
creérselo demasiado. Se volvió entonces una joven engreída, soberbia.. y comenzó a decir
de sí misma que era la mejor tejedora del mundo.
– ¿Discípula de Atenea? ¿Discípula? ¡Qué tontería! Yo soy mucho mejor tejedora que esa
diosa -presumía Aracne.
Estas palabras llegaron a oídos de Atenea, quien se enfureció tremendamente por la
vanidad de Aracne y decidió darle un escarmiento. Atenea se disfrazó de anciana y acudió
al taller de la joven bordadora. Tras observar detenidamente sus tapices, la anciana dijo:
– Oh, estos bordados son extraordinarios, joven. Son tan realistas… ¡Parece como si
estuvieran hechos por la mismísima Atenea! -le reconoció la vetusta mujer.
– Salta a la vista, buena anciana, que la calidad de mis bordados supera con creces a los
de la diosa Atenea -respondió Aracne, llena de soberbia.
– Nooo, niña. No debes decir eso. ¡Ofenderás a la diosa! -le aconsejó la anciana.
– ¿Ofenderla? Si se ofende será porque sabe que sólo hay verdad en mis palabras -se
burló Aracne.
– No deberías enfrentarte a Atenea. ¡Tu soberbia podría tener consecuencias terribles! -
advirtió de nuevo la extraña mujer.
– ¡No tengo ningún miedo! Es más, si tuviera a Atenea ahora mismo aquí delante la retaría
a competir. ¡Así sabríamos quién de las dos es mejor tejedora! – concluyó Aracne, con
exceso de orgullo.
– ¡Así sea, Aracne! ¡Yo soy Atenea! Competiré contigo, si así lo deseas -la retó la vieja
Mientras decía estas palabras, el disfraz de anciana se desvanecía. Su negro y harapiento
vestido se transformó en una blanca túnica y las arrugas desaparecieron y dieron paso al
bello rostro de Atenea.
Entonces ambas comenzaron a tejer. Atenea elaboró un asombroso tapiz que representaba
su propia victoria sobre Poseidón. Aracne, yendo un paso más en su afrenta a los dioses,
tejió una escena donde éstos, disfrazados de animales, protagonizaban situaciones
grotescas.
Cuando ambas terminaron, Atenea reconoció que la destreza de la joven Aracne era
perfecta. Sin embargo, se enfadó muchísimo con la joven por haber ridiculizado a los dioses
en las escenas representadas. En un arranque de ira, Atenea destruyó el tapiz de Aracne y
roció los hilos del telar con una poción de acónito. En ese momento los hilos se convirtieron
en telas de araña que rodearon a Aracne transformándola en araña.
– Este es el castigo por ofender a los dioses con tu altanería y falta de humildad. Yo te
condeno a ti y a todos tus descendientes a vivir colgando de un hilo -maldijo Atenea.
Y así fue cómo Atenea castigó a Aracne a pasar el resto de tu vida haciendo lo que mejor
sabía hacer: tejiendo
El mito de Medusa
Medusa era una diosa de una belleza extraordinaria. Pero no era una diosa cualquiera:
Medusa era un espíritu del inframundo, una diosa de los infiernos, una gorgona. Medusa
tenía dos hermanas, Esteno y Euríale, que también eran gorgonas.
De las tres hermanas, Medusa era la única mortal. Para compensar, los dioses le habían
concedido un poder especial: convertir en piedra a todo aquel que la mirara directamente a
los ojos.
A pesar de ser un terrible monstruo, Medusa tenía el aspecto de una mujer de belleza
extraordinaria. Es por eso que tenía muchos pretendientes, entre ellos Poseidón, el dios de
los mares. Un día, Poseidón citó a Medusa en el templo de Atenea, la diosa de la guerra. A
Atenea no le gustó nada que utilizaran su sagrado templo como lugar de citas y, a pesar de
que la idea había sido de Poseidón, culpó a Medusa.
Para castigarla, quiso acabar con su belleza. Atenea transformó en serpientes venenosas el
hermoso cabello de Medusa. De este modo, nunca nadie se fijaría en ella. La gorgona se
recluyó en una cueva junto a sus hermanas, quienes también habían sufrido la maldición.
Tiempo después el semidiós Perseo, hijo del mismísimo Zeus, recibió el encargo de ir en
busca de Medusa y cortarle la cabeza. Era una misión muy arriesgada, ya que si miraba a la
gorgona a los ojos, se convertiría en piedra. Para ayudarle en su aventura, Perseo recibió
varios regalos: Hermes, el mensajero de los dioses, le dio unas sandalias con alas y una
hoz muy afilada; Hades, el dios de los infiernos, un casco de invisibilidad y Atenea, un
escudo de bronce pulido como un espejo. Además, Perseo recibió un zurrón mágico.
Perseo averiguó que Medusa se escondía en África, en una cueva, junto a sus hermanas.
Cuando Perseo llegó a la cueva de las gorgonas, éstas estaban dormidas. Debía acercarse
a Medusa en silencio y atacarla sin que se despertara. Así, Perseo utilizó las sandalias con
alas de Hermes para acercarse a Medusa volando, sin hacer ruido. Utilizó el escudo de
espejo de Atenea para acercarse sin mirarla y no convertirse en piedra. Una vez estuvo
sobre ella, con la hoz de Hermes, le cortó la cabeza de un solo golpe. Inmediatamente,
Perseo guardó la cabeza de Medusa en su zurrón mágico, para evitar mirarla al
transportarla. Pero el ruido despertó a las hermanas de Medusa. Entonces Perseo, para no
ser descubierto, se puso el casco de la invisibilidad de Hades y así pudo escapar con la
cabeza de Medusa.
Se cuenta que parte de la sangre que brotó de la cabeza de Medusa cayó al mar Rojo,
creando un enorme arrecife de coral; otra parte cayó sobre la tierra, dando lugar a las
víboras del desierto del Sahara.
Una vez conseguido su trofeo, Perseo regresó a Grecia y le dio la cabeza a Atenea. La
diosa de la guerra colocó la cabeza de Medusa en su escudo, de manera que cualquier
enemigo que quisiera atacarla, quedara, automáticamente, convertido en piedra.
El mito de Eco
Hace mucho, mucho tiempo, en un remoto lugar del Monte Helicón nació una ninfa de la
montaña llamada Eco. Allí fue criada por otras ninfas y educada por las Musas, esas que
dicen que inspiran a los poetas. Pasaron los años y Eco se conviritó en una joven muy
hermosa. Pero su mayor virtud era que poseía una preciosa voz. De su boca salían las
palabras más bellas jamás pronunciadas y todo aquel que la escuchaba quedaba
embelesado.
Tan bonita era su voz que la existencia de Eco llegó a oídos de Hera, la diosa de la Guerra.
Hera tuvo miedo de que Zeus, su marido y dios del Olimpo, se enamorara de Eco al
escuchar su maravillosa voz.
Un día, Zeus estaba en el bosque jugando con las ninfas cuando apareció Hera, muy
enfadada. Eco quiso ayudar a sus amigas, y entretuvo a Hera con su agradable
conversación mientras Zeus huía. Pero Hera no se dejó cautivar por aquella preciosa voz y
se dio cuenta del engaño. Muy enfadada, quiso darle a Eco un escarmiento:
– Eco, has tratado de engañarme y mereces un castigo: a partir de este momento perderás
el control sobre tu voz. Y como veo que te gusta tanto tener la última palabra, te condeno a
responder con la última palabra que escuches, por toda la eternidad -condenó.
Cargando con la maldición de Hera, avergonzada, Eco se refugió en una cueva. Hasta que
un día, se enamoró de Narciso, un bello joven que pastoreaba ovejas. Eco se dio cuenta de
que, por culpa de su maldición, nunca podría declararle su amor. Así que Eco le seguía,
sigilosa, escondiéndose entre los árboles. Se conformaba con poder mirarle desde lejos.
Pero una mañana, sin querer, Eco pisó una rama y fue descubierta por Narciso. Eco le
pidió, entonces, ayuda a los animales para que le dijeran a Narciso el amor que sentía por
él, pero éste se burló de ella.
Desde entonces Eco vive recluida en su cueva, alejada del mundo, condenada a repetir la
última palabra que diga cualquier persona.
Demeter y Perséfone
Perséfone era hija de Zeus y Deméter, la diosa de la Tierra y la fertilidad de las
plantas. Fue Deméter precisamente quien enseñó a trabajar la tierra a los hombres. Les
explicó cómo sembrar y recoger los frutos. Y por eso, tanto Deméter como su hija,
Perséfone, eran muy queridas por los hombres.
Era Perséfone una hermosa diosa, resplandeciente, llena de luz. Decían que al
pasar entre las flores, se abrían e iluminaban. Y a ella le encantaba pasar el día en los
jardines.
Un día que paseaba por el prado junto a unas ninfas, entre todas las flores blancas,
vio una brillar con más intensidad. Se acercó y comprobó que era un narciso. Era la flor más
hermosa que había visto jamás. Quiso arrancarla de la tierra pero no podía y tuvo que hacer
mucha fuerza para conseguir la flor. Salió entera, con sus raíces.
El hueco que dejó en la tierra la flor, comenzó a abrirse más y más. Y de allí salieron
cuatro caballos negros que a su vez tiraban de un carro de oro y piedras preciosas. Sobre el
carro, un hombre de piel morena. Era Hades, el rey de las tinieblas.
De inmediato se quedó prensado de aquella hermosa y resplandeciente joven. La
tomó de la mano, la subió a su carro de oro y se la llevó con él al mundo del que venía, a
las profundidades de la Tierra. Las ninfas, aterradas, no se movieron, no hicieron nada por
impedirlo.
Perséfone tenía mucho miedo. Tanto, que comenzó a llorar. Hades intentó
consolarla:
– No temas. Serás la más bella flor en mi palacio. Allí estoy muy solo, y tú serás la reina.
Compartiré contigo todas mis riquezas. Tengo oro, piedras preciosas… Reinarás, igual que
yo, con el mismo poder, sobre el inframundo.
Pero Perséfone no quería ser reina. Quería regresar con sus padres y volver a
pasear a plena luz del día entre los prados llenos de flores. En el mundo de Hades, solo
había oscuridad.
En la Tierra, desde el secuestro de Perséfone, las flores habían entristecido. No
podían abrir sus pétalos. Y los pájaros dejaron de cantar.
Deméter, desde que perdió a su hija, sintió morir en vida. De ahí que la tierra
enmudeciera. Su espalda se encorvó y su rostro se llenó de arrugas. Sin ella, la Tierra se
convirtió en un enorme desierto. La tierra estaba sedienta y se perdieron todas las
cosechas.
Era tan desdichada que Apolo, dios del sol, se apiadó de ella. Él sabía lo que había
pasado. Lo había visto todo desde lo más alto del cielo:
– Tu hija fue secuestrada por Hades… Vive con él en el inframundo- le dijo.
Zeus mandó entonces un mensajero, Hermes, para que rescatara a Perséfone.
Hades debía devolverles a su hija antes de que la Tierra entera se echara a perder.
Hades no tardó en recibir el mensaje de Hermes, pero no estaba dispuesto a
renunciar al amor de Perséfone. Además, Perséfone había incumplido la norma más
importante del inframundo: estaba prohibido comer, y ella comió unas semillas de granada.
Por ello, debía permanecer por siempre allí.
Sin embargo, Hades no quería ver triste a su mujer, y llegó a un acuerdo con los
dioses:
– Está bien- asintió Hades- Dejaré que pases allá arriba la mitad del año. Pero el resto del
tiempo tendrás que volver conmigo. Perséfone prometió cumplir aquella promesa.
Cada vez que la joven regresaba con sus padres, el campo se llenaba de flores y
todo resplandecía. Cuando regresaba al inframundo con Hades, la tristeza volvía a su
madre, Deméter, quien cubría todo lentamente de escarcha y nieve.
Apolo y Dafne
Apolo, hijo de Zeus y Leto, y dios de las artes y la música, era joven y muy atractivo.
Pero cometió un gran error. Un día, en el que Eros, dios del amor, practicaba con su arco y
sus flechas, se burló de él.
Eros se enfadó tanto, que decidió castigarlo. ¿Y qué hizo? Tomó dos flechas: una de
oro con la punta de diamante y otra de hierro con la punta de plomo. La flecha de hierro se
la clavó a la bellísima Dafne. Y la flecha de oro se la clavó en el corazón a Apolo.
Dafne era una hermosa ninfa a la que le gustaba pasear por el bosque. Le
encantaba la caza y a pesar de su belleza, rechazaba a todos sus pretendientes. Había
rogado infinidad de veces a su padre que dejara que fuera soltera, como la hermana gemela
de Apolo, Artemisa. Pero su padre le dijo que era tan bella que no podría librarse nunca de
sus pretendientes. No le faltó razón.
Eros aprovechó que Apolo cazaba en el bosque. La flecha que Eros clavó en el
corazón de Apolo hizo que este dios se enamorara perdidamente de Dafne, mientras que la
flecha que clavó en la ninfa, hizo que solo pudiera sentir repulsión por él.
Apolo estaba realmente desesperado. Cada vez que intentaba acercarse, ella salía
corriendo. Pidió ayuda a los demás dioses, que intercedieron por él para que pudiera
finalmente atraparla.
Pero en ese momento, ella imploró a su padre, dios del río, para que le ayudara, y
fue entonces cuando la joven se transformó en un árbol: el laurel. Sus brazos se tornaron en
largas ramas y su cabello se llenó de hojas. Sus pies se hundieron como raíces en la tierra.
Desde entonces, el laurel escogido por Apolo para premiar a los triunfadores.
Además usó sus poderes de inmortalidad para conseguir que este árbol siempre estuviera
verde.