Diálogo - Hipólita
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HIPÓLITA
[AD USUM PRIVATUM ALUMNORUM]
Un veterano e ilustre médico forense de intachable trayectoria, el Dr. Samuel Smith, acaba de terminar una
conferencia en el auditorio de una distinguida clínica privada, y conversa animadamente con algunos de sus oyentes.
Una joven y delgada mujer de gafas, que se encontraba cerca de él leyendo un libro titulado «Fedón», levanta la
cabeza y lo mira con interés justo después de oírlo decir las siguientes palabras:
1. Dr. Smith: He practicado autopsias durante más de 30 años, y puedo decir con toda tranquilidad y seguridad que
no hay en ninguna parte del cuerpo humano aquello que las mentes pre-científicas llaman «alma».
2. Hipólita: Disculpe doctor, mi nombre es Hipólita Nussbaum, y quiero hacerle algunas preguntas si le parece bien.
[El médico forense se despide de las personas con las que conversaba. Luego, con aires de importancia y elegancia,
se voltea y la mira.]
7. Hipólita: Y usted sostuvo recién que en su exhaustivo recorrido de los tejidos y sistemas del cuerpo humano no ha
encontrado nada que con justa razón pueda llamarse «alma humana», ¿no es así?
9. Hipólita: Pues bien, si usted ha estado buscando algo, entonces con toda seguridad sabe cómo es aquello que ha
estado buscando, ¿correcto? Pues curioso sería que alguien pretendiese encontrar algo que ni siquiera sabe cómo
es.
10. Dr. Smith: Ya veo a dónde va, pues si lo que quiere de mí es una explicación acerca de qué cosa se supone que
es el «alma», seguro encontrará una explicación o incluso una cuasi-definición más o menos vaga en alguno de los
libros esotéricos y pre-científicos que sorprendentemente siguen abundando incluso en pleno siglo XXI. Me refiero a
libros de religión, libros de la New Age, etc. Desgraciadamente el pensamiento mágico, la superstición y la aversión
por las explicaciones científicas, es una especie de enfermedad psicológica crónica que sigue aquejando a muchísimas
personas. Espero no sea usted una de ellas; cuando se me acercó me dio la impresión de ser una persona muy
racional.
11. Hipólita: Pues ya que esos libros de los que habla parecen tan perniciosos, ¿le molesta si le reitero mi pregunta
y me dice qué es el alma, de modo que no tenga que gastar mi dinero en libros cargados de superstición?
13. Hipólita: Pues me parece que si me contestara perderíamos menos tiempo que el que hemos perdido hablando
de gente supersticiosa. No hace falta que sea una definición muy acabada, con que me ilustre a grandes rasgos lo
que entiende por «alma» me será suficiente.
15. Hipólita: Con el fin de poder determinar la validez de su afirmación, su alcance, etc. El rigor debe primar entre
personas racionales, ¿no es así? Supongo que no se opondrá a mi búsqueda de claridad y precisión.
16. Dr. Smith: Me cuesta creer que usted no sepa lo que significa la palabra «alma».
17. Hipólita: Pues tengo una noción de lo que ésta significa para mí, sí.
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18. Dr. Smith: ¿Entonces para qué me pregunta? No creo que nuestras ideas al respecto difieran demasiado.
19. Hipólita: Es que dudo mucho de que nuestras ideas coincidan; lo que yo entiendo por «alma» abandona el cuerpo
de la persona cuando ésta muere y, por tanto, en vano buscaría una en un cadáver con el fin de saber si existe tal
cosa. Ahora bien, no me cabe la menor duda de que un científico veterano como usted, no buscaría algo que, de
existir, por definición no puede ser encontrado en un cadáver.
20. Dr. Smith: Poco importa que sea forense. Ninguna parte del cuerpo se pierde con la muerte y, además, he
trabajado con personas vivas también. Todos los libros de anatomía del mundo me dan la razón en lo que dije. ¡Me
parece que usted me quiere tomar de tonto! [Dice el forense con notable irritación]
21. Hipólita: ¿Por qué dice eso? ¿Por qué juzga tan duramente mis intenciones como si me hubiera diseccionado y
ya las conociera? Pensé que era un científico, no una persona prejuiciosa. Y los prejuicios son juicios apresurados
basados en apariencias y respuestas emotivas, que según usted era cosa de supersticiosos, ¿o no? Yo no dije, por
ejemplo, que usted nos tratara de tontos cuando dijo que su experiencia con cadáveres le permitía inferir que no
existen las almas. Supuse, en cambio, que debíamos entender cosas distintas por esa palabra y que si le preguntaba
educadamente me iba a dar una respuesta también educada y razonable. Me encuentro, sin embargo, con que usted
es uno de esos médicos de “vieja escuela” que se tienen por personas superiores que reservan los buenos modales
sólo para sus “iguales”. O peor aún, quizá me desprecia y discrimina por ser mujer. A lo mejor sería conveniente que
eleve una queja…
22. Dr. Smith: ¡No! [Gritó el forense con desesperación] Digo, no, por favor, no perdamos la compostura. [El forense,
pálido, mira con pánico a la gerente de recursos humanos de la clínica, que se encontraba a pocos metros de
distancia, pero para alivio suyo no parece haber escuchado nada]. Dialoguemos de manera respetuosa. En modo
alguno le despreciaría, ni discriminaría, por ser mujer; mis mejores alumnos son mujeres. Varios de mis más ilustres
colegas son mujeres. Jamás discriminaría a alguien por su sexo, ¡digo género, género!, ni por ninguna otra razón. Le
pido disculpas, parece que en mi afán de defender la racionalidad me he contagiado del fanatismo de aquellos que
se oponen a la ciencia.
23. Hipólita: No se preocupe, que yo también soy una persona razonable y no me dejo llevar por arranques pasionales
muy a menudo. También yo me apresuré en juzgarlo, le pido disculpas si lo ofendí. Y puede usted hablar de «sexo»
en lugar de «género» que no creo que haya razones científicas para negar algo tan elemental como la clasificación
de los hombres en varones y mujeres desde su concepción. Demos vuelta la hoja, si le parece bien, y retomemos la
cuestión como si nada hubiera pasado, como dos buenos seres racionales y amantes del saber riguroso.
24. Dr. Smith: Me parece bien, y me deja tranquilo saber que no la ofendí.
25. Hipólita: Bueno entonces, si le parece bien, retomemos la cuestión y dígame qué entiende usted por «alma».
26. Dr. Smith: Pues bien, pero antes de contestar eso, sepa que mi afirmación original no pretendía dar a entender
que he realizado una investigación formal destinada a averiguar si existe tal cosa como el «alma», sino simplemente
expresar lo que yo considero que toda persona racional debería tener por obvio, a saber, que no existe tal cosa como
el alma.
27. Hipólita: Pero para saber si esa afirmación es obvia, debo insistir una vez más en que me diga qué es el alma.
Porque si no me equivoco, por «alma» muchos entienden una realidad inmaterial.
28. Dr. Smith: Pues si usted entiende que la palabra «alma» se refiere a una realidad inmaterial, podrá sin ninguna
duda comprender por qué digo que es obvio que tal cosa no existe.
29. Hipólita: Disculpe mi insistencia, pero deseo ir de a poco, dando pasos como de hormiga. Necesito que me
confirme entonces que por «alma» entenderemos una realidad de tipo inmaterial que se encuentra sólo en las
personas vivas.
30. Dr. Smith: Por mí está bien, aunque con todo respeto, y a riesgo de parecer suspicaz, debo decir que no veo a
dónde quiere llegar con esto y qué valor puede tener.
31. Hipólita: Quiero simplemente llegar al fundamento primero de sus afirmaciones. Si así procediéramos siempre,
convenceríamos mucho más a menudo a personas que piensan distinto de nosotros.
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32. Dr. Smith: Bien, comprendo. Pues me obliga a desempolvar nociones elementales de epistemología que aprendí
al comenzar mis estudios universitarios hace ya 42 años. Si no recuerdo mal —y permita que sea un poco jactancioso
y aclare que rara vez tal cosa sucede— la cuestión puede resumirse de la siguiente manera: “toda proposición que
afirme algo que no pueda ser captado directamente por los sentidos o indirectamente con el concurso de algún
instrumento, no puede ser verdadera, pues a nada real se refiere”. En esta verdad primera descansa todo
emprendimiento científico y discurso verdaderamente racional.
34. Dr. Smith: Por nada, ahora, si ya hemos terminado creo que…
36. Dr. Smith: Pero cómo me dice eso si le acabo de explicar por qué razón no podemos admitir la existencia de algo
tan disparatado como el «alma».
37. Hipólita: Es que usted acaba de formular una proposición en la que expresa cuál es la condición mínima y
necesaria para que cualquier proposición, es decir, toda proposición, pueda ser verdadera.
38. Dr. Smith: Sí, condición necesaria pero no suficiente para que una proposición sea verdadera —recuerdo también
esas distinciones del curso de lógica que tomé—.
39. Hipólita: En efecto, es una condición necesaria, porque si no se cumple dicha condición la proposición siempre
será falsa, pero no es una condición suficiente, puesto que para que sea verdadera una proposición no basta con que
dicha condición haya sido satisfecha. Dicha proposición, entonces, enuncia un criterio que permitiría dividir o
clasificar a toda proposición entre: a) proposiciones que se refieren a cosas que pueden ser captadas por los sentidos
o con ellos y el concurso de un instrumento, que son aquellas que al menos pueden ser verdaderas, y b) proposiciones
que no se refieren a cosas que pueden ser captadas por los sentidos o con ellos y el concurso de un instrumento y
que, por tanto, son siempre falsas.
40. Dr. Smith: En efecto, sí, creo que lo que dice es correcto.
41. Hipólita: Pues bien, simplemente quería señalar que la proposición “toda proposición que afirme algo que no
pueda ser captado directamente por los sentidos o indirectamente con el concurso de algún instrumento, no puede
ser verdadera, pues a nada real se refiere”, también debe poder ser clasificada con el criterio que ella misma enuncia,
dado que a toda proposición se refiere. Y quería solicitarle que me indicara si pertenece al grupo a), esto es al grupo
de las proposiciones que pueden estar referidas a algo que puede ser percibido con los sentidos y, por tanto, que es
posible que sean verdaderas, o si pertenecen al grupo b), es decir, al grupo de proposiciones que no se refieren a
nada que pueda ser captado por los sentidos y que, por tanto, con tan solo oír o leer su formulación podemos
determinar inmediatamente que son falsas.
42. Dr. Smith: Pues en realidad ella es una excepción, es decir, no creo que pueda entrar en dicha clasificación, pues
no pretende afirmar nada acerca del mundo sino de nuestros criterios para determinar qué afirmaciones pueden ser
verdaderas.
45. Hipólita: Porque comienza diciendo “toda proposición…”. Por tanto, si no se refiere a todas las proposiciones, al
menos en este sentido, es falsa.
46. Dr. Smith: Bueno…, sí, tal vez deba hacerse una pequeña enmienda, pero el criterio que expresa es de todos
modos válido.
47. Hipólita: Pero, ¿cuál es el fundamento del criterio enunciado, es decir, de la afirmación de que todo lo real debe
poder ser captado por los sentidos directamente o al menos con el concurso de un instrumento y que, por tanto,
aquellas proposiciones que expresen algo que de suyo no puede caer bajo la captación de los sentidos ni aún con el
concurso de instrumentos, no pueden ser verdaderas? Pues, ciertamente, ese criterio no se infiere de nada
observable con los sentidos, o con ellos y el concurso de instrumentos.
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48. Dr. Smith: Bueno, pero no toda proposición debe ser demostrada.
49. Hipólita: ¡Concuerdo con usted doctor! Pero el problema es que hay verdades científicas que no se refieren a
nada empírico u observable, ¿o negará usted que la matemática es una ciencia?
50. Dr. Smith: No, claro que no, pero la matemática no dice nada acerca del mundo.
51. Hipólita: Pero la geometría nos ilustra acerca de ciertas propiedades de los cuerpos. Además, si la aritmética o el
álgebra no nos dieran a conocer nada «real», ¿cómo explicar que sea tan indispensable para la física y tan útil en
nuestra vida cotidiana? ¿O niega esto que estoy afirmando?
52. Dr. Smith: Bueno… no, claro que no. En todo caso es evidente que no hay nada real que no sea «material», al
menos en el sentido amplio que se le da a esa palabra en la ciencia contemporánea, que incluye a la energía. Todo
aquello que puede ser estudiado con el auxilio de la matemática tiene que ser material en este sentido amplio del
término.
53. Hipólita: Y esa evidencia, ¿cómo es captada? Pues no es el resultado de la elevación a ley universal de un
comportamiento regular de la naturaleza, es decir, no puede ser una conclusión fruto de la observación.
54. Dr. Smith: Supongo que podemos decir que es una evidencia racional.
55. Hipólita: Entonces, ¿la sola razón puede ilustrarnos acerca de verdades sin el concurso de datos sensibles y de
corroboración experimental? Verdades como las de la lógica…
60. Dr. Smith: Bueno depende de qué cosa entienda por verdades filosóficas.
61. Hipólita: Bueno, para ser más precisos, éstas incluyen verdades como las de la lógica que usted ya validó, y
también incluyen las de la epistemología o la filosofía de las ciencias. Pero no solamente esas. Sino que la filosofía
comprende y estudia los primeros principios del pensamiento y de la realidad a la luz de la razón. Y también estudia
cosas tales como el fundamento último de la moralidad, entre otras cosas.
62. Dr. Smith: Supongo que también esas. Al menos en principio parece que sí.
63. Hipólita: Entonces son muchas las proposiciones verdaderas conocidas por la razón que no expresan propiedades
sensibles ni se refieren a ellas.
64. Dr. Smith: Por qué dice eso, ¿puede dar un ejemplo?
65. Hipólita: Bueno, la moralidad de un acto no se refiere a nada sensible. Por ejemplo, la proposición “es inmoral
maltratar a los niños”, es verdadera pero expresa algo que no se conoce por los sentidos.
66. Dr. Smith: Bueno esos son meros juicios de valor, no descripciones de la realidad.
67. Hipólita: ¿A qué se refiere con que “son meros juicios de valor”?
68. Dr. Smith: Me refiero a que dichas afirmaciones no dicen cómo son las cosas sino qué opinión nos merecen ciertas
acciones. Y ciertas acciones nos resultan aborrecibles y las llamamos malas. Pero se rigen por las mismas leyes de la
naturaleza que las buenas acciones, y los sujetos que las ejercen se componen todos de los mismos tejidos y sistemas
que analizo a menudo en mi práctica forense.
69. Hipólita: Pero, ¿es verdad que las mujeres tenemos el mismo grado de dignidad que los varones?
71. Hipólita: Y, ¿es cierto que torturar niños y entretenerse con su sufrimiento es algo intrínsecamente malo?
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72. Dr. Smith: ¡Por supuesto! ¿Quién sería tan bárbaro de negarlo?
73. Hipólita: Pero, ¿no dijo que la moralidad de un acto era un mero juicio de valor entendido como aquello que
simplemente nos causa rechazo?
75. Hipólita: Entonces, ¿si no nos causara rechazo diríamos que está bien?
77. Hipólita: Bueno hay personas que disfrutan de torturar a otros, incluso niños.
78. Dr. Smith: Sádicos y enfermos, una minoría muy reducida de la población. Pero nunca una persona normal y sana.
79. Hipólita: Si lo que usted quiere decir es que lo que se verifica en la mayoría de los casos constituye el criterio de
normalidad, entonces, si hubiera un suficiente número de personas indiferentes al sufrimiento de los niños
voluntariamente infligido por terceros, ¿no nos veríamos forzados a decir que es normal y aceptable?
80. Dr. Smith: Bueno, no sé, es algo tan descabellado que me resisto a pensar que algo así pudiera ser sostenido por
la mayoría.
81. Hipólita: ¿No recuerda que en pleno siglo XX en países occidentales las personas de raza negra no podían ir a los
baños de personas blancas o sentarse en la parte de adelante del bus? Y que estas prácticas gozaban de la aceptación
de la mayoría de las personas blancas y que había leyes que regulaban tales cosas?
82. Dr. Smith: Pues bien, admito que la mayoría o los comportamientos predominantes no constituyen un criterio
infalible para juzgar acerca de la moralidad de los actos.
83. Hipólita: Entonces admite que hay verdades morales que no se fundamentan en el estudio de la naturaleza
material y su comportamiento regular.
84. Dr. Smith: Bien, puede ser, pero la moral y la ética no dicen cómo es el mundo o qué cosas existen, sino qué cosas
deben hacerse y qué cosas no. En nada contradice esto la tesis de que sólo lo material existe.
85. Hipólita: Si es así como usted dice, la disección de cerebros de personas fallecidas o el estudio de los cerebros
vivos, ¿permite identificar en dónde están los conceptos de cada cosa que entendemos?
86. Dr. Smith: Bueno, quizá no, no lo sé. Pero no creo que el pensamiento sea una cosa, sino más bien una actividad
del cerebro vinculada a descargas eléctricas y conexiones neuronales.
87. Hipólita: Pero ¿qué es el pensamiento? ¿Y pueden las ideas estudiarse y captarse como tales a través de la
observación del cerebro?
88. Dr. Smith: La neurociencia está en pañales aún, pero posiblemente algún día lo logre.
89. Hipólita: Teniendo en cuenta que las cualidades sensibles como los colores, la densidad, la temperatura, y la
fragancia, sólo nos permiten experimentar y conocer el rojo, la pesadez, el calor y otras semejantes, y que estos datos
así, sin más, no expresan ni dan a conocer qué es algo, sino sólo alguna de sus cualidades sensibles, ¿cree usted que
algún día es posible que encontremos un pedazo de materia o energía que identificaremos como “idea de tal cosa”,
es decir que a) sea un signo natural de otra cosa distinta de sí, b) que exprese de modo abstracto aquello a lo que se
refiere y no sea una imagen o dibujo de lo referido, y c) y que exprese algo esencial no reductible a una sensación
sino incluso algo que puede darse en realidades con distintas cualidades sensibles?
90. Dr. Smith: [llegado este punto, el viejo forense se sentía un poco abrumado y agotado] ¿Usted a qué se dedica?
92. Dr. Smith: En honor a la verdad, no sé si prescindiendo del testimonio de la persona analizada y que propiamente
piensa, podremos saber algo de los conceptos y, por tanto, no sé si su realidad, esto es, la de los conceptos, en toda
su dimensión, es accesible a terceros sino sólo al que los piensa.
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93. Hipólita: ¿Admite entonces que hay muchas proposiciones verdaderas que nombran realidades que carecen de
cualidades sensibles?
94. Dr. Smith: Sí, lo admito. La afirmación sobre el criterio de verdad para toda proposición es, así como la formulé,
falsa. Un hombre de razón no debería dudar en retractarse de los propios errores e imprecisiones. Pero eso no
significa que se desprenda de lo conversado que existe una realidad inmaterial en los seres vivos llamada «alma».
95. Hipólita: No, pero me conformo con que haya admitido que su afirmación dejaba afuera a toda una serie de
proposiciones que incluso usted considera verdaderas. Déjeme decir, no obstante, que si existe algo que podamos
denominar «alma» y por esta palabra entendemos una realidad no material, ningún método de verificación empírica
puede ser utilizado para validar su existencia o para negarla, sino sólo un procedimiento racional que no se valga de
datos sensibles. Pero eso deberá quedar para otra ocasión. Buenas tardes y gracias por su tiempo.
[El forense se retira algo agotado y no puede evitar sentir que, en cierto modo, ha sido derrotado. Pero peor aún es
que, por primera vez, ha experimentado en carne propia como una convicción que llevaba muy arraigada, ha sido
vapuleada. La desazón, no obstante, será de corta duración, y la experiencia de sentir que los cimientos de sus ideas
están siendo socavados no le durará demasiado; poco tiempo pasará antes de que logre reprimir el recuerdo de este
suceso. Pronto volverá a juzgar alegre y acríticamente, acerca de todas las cosas guiado únicamente por sus criterios
de validación empírica].