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Lecturas Gnoseología 5°

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Repartido Gnoseología.

Prof. Darío Borges


5° año

En lo que va del curso hemos trabajado con la verdad como algo que se puede
afirmar acerca de proposiciones, esto es, dada una proposición podemos asignarle un
valor de verdad (o verdadera, o falsa). Cabe la pregunta, ¿Qué significa “verdad”? De
haber una verdad, ¿podemos acceder a ella? ¿Qué hace que una proposición o un
juicio sean verdaderos? ¿Podemos “conocer” realmente la verdad?

“La teoría del conocimiento es, como su nombre indica, una teoría, esto es, una
explicación e interpretación filosófica del conocimiento humano. (...)

En el conocimiento se hallan frente a frente la conciencia y el objeto, el sujeto y


el objeto. El conocimiento se presenta como una relación entre estos dos miembros,
que permanecen en ella eternamente separados el uno del otro. El dualismo de sujeto y
objeto pertenece a la esencia del conocimiento. (...)

El concepto de la verdad se relaciona estrechamente con la esencia del


conocimiento. Verdadero conocimiento es tan sólo el conocimiento verdadero. Un
"conocimiento falso" no es propiamente conocimiento, sino error e ilusión. Mas ¿en qué
consiste la verdad del conocimiento?”

J. Hessen. “Teoría del conocimiento”; ed. Losada, 1947


Que nada se sabe

Francisco Sánchez

Ed. Nova, 1944

Francisco Sánchez al lector

Innato es en los hombres el deseo de saber, pero a pocos es concedida la ciencia. Y


no ha sido en esta parte mi fortuna diversa de la del mayor número de hombres.
Desde mi primera edad, aficionado a la contemplación de la naturaleza, dime a
inquirir minuciosamente sus secretos; y aunque, al principio, mi espíritu ávido de saber,
solía contentarse con el primer manjar que de cualquier modo se le ofreciese, no se pasó
mucho tiempo sin que, presa de grave indigestión, comenzase a arrojar de sí tan mal
acondicionados alimentos.
Comencé entonces a buscar algo que mi mente pudiera asimilar y comprender
con facilidad y exactitud, algo en cuyo conocimiento y certidumbre hallara luz y reposo,
mas nada encontré que a llenar viniera mis deseos. Revolví los libros de los autores
pasados; interrogué a los presentes: cada cual decía una cosa distinta; ninguno me dió
respuesta que del todo me satisficiese. Confieso que en algunos avizorar y entreví ciertas
sombras y dejos de verdad, pero ni uno solo me mostró sincera y definitivamente, la
verdad absoluta ni aún me dió un juicio recto y desinteresado de las cosas.
Entonces me encerré dentro de mí mismo y poniéndolo todo en duda y en
suspenso, como si nadie en el mundo hubiese dicho nada jamás, empecé a examinar las
cosas en sí mismas, que es la única manera de saber algo. Me remonté hasta los primeros
principios, tomándolos como punto de partida para la contemplación de los demás, y
cuanto más pensaba más dudaba: nunca pude adquirir conocimiento perfecto.
Sentí una profunda desesperación, mas persistí no obstante en mi ardentísima y
angustiosa empresa intelectual. Volví a acercarme a los Maestros y de nuevo les pregunté
con ansia por la Verdad codiciada. ¿Y qué me contestaron? Cada uno de ellos había
construido una ciencia con sus propias imaginaciones o con las ajenas; de las cuales
deducían nuevas consecuencias, más fantásticas aún, y de esas consecuencias artificiales
inferían otras y otras, fuera ya de las cosas mismas, hasta dar en un laberinto de
palabras sin fundamento alguno de verdad. Así, en vez de una recta interpretación de
los fenómenos naturales, se nos ofrece un tejido de fábulas y ficciones que ningún cabal
entendimiento puede recibir. Pues ¿Quién ha de comprender lo que no existe; los átomos
de Demócrito, las ideas de Platón, los números de Pitágoras, los universales de
Aristóteles, el intelecto agente y todas esas famosas invenciones que nada enseñan ni
descubren sino es el ingenio de sus artífices? Con este cebo pescan a los ignorantes,
prometiéndoles que les revelaran los recónditos misterios de la Naturaleza y los infelices
lo creen a pie juntillo, tornan a resobar los libros de Aristóteles, los leen y releen, los
aprenden de memoria, y es tenido por más docto el que mejor sabe recitar el texto
aristotélico.
(...)
Tú, lector desconocido, quien quiera que seas, con tal que tuvieres la misma
condición y temperamento que yo; tú, que dudaste muchas veces, en lo secreto de tu
alma, sobre la naturaleza de las cosas, ven ahora a dudar conmigo; ejercitemos juntos
nuestros ingenios y facultades; séanos a los dos libre el juicio, pero no irracional.
Pero dirásme, por ventura: —¿Qué novedades puedes tú traerme después de
tantos y tan ilustres sabios como en el mundo han sido? ¿Te estaba esperando a ti solo la
Verdad? —Ciertamente que no —respondo al punto—. Pero ¿acaso la Verdad les había
esperado antes a ellos? Porque Aristóteles haya escrito, ¿me he de callar yo? ¿Por
ventura Aristóteles llegó a apurar en sus obras toda la potestad de la naturaleza y
abrazó todo el ámbito de los seres? No creeré tal aunque me lo prediquen algunos
doctísimos modernos exageradamente adictos al Estagirita a quien llaman dictador de la
Verdad y árbitro de la Ciencia. No: en la república de la ciencia, en el tribunal de la
verdad, nadie juzga, nadie tiene imperio sino la verdad misma.
Yo tengo a Aristóteles por uno de los más agudos y sutiles escudriñadores de la
Naturaleza que hubo en el mundo; yo le admiro como a uno de los más fértiles ingenios
que ha producido la especie humana: pero afirmo, también, que ignoró muchas cosas,
que en otras muchas anduvo vacilante, que enseñó no pocas con grande confusión, que
algunas cuestiones las trató sucintamente o las pasó y huyó por no atreverse a
afrontarlas. Hombre era al fin, lo mismo que nosotros, y hartas veces, contra su
voluntad, hubo de dar muestras de la limitación y flaqueza humanas. Tal es nuestro
juicio. Suceden tiempos a tiempos, y con los tiempos se mudan las opiniones de los
hombres; cada cual cree haber encontrado la verdad, siendo así que de mil que opinan
variamente sólo uno puede estar en lo cierto. Mas dentro de esa fatal y común flaqueza,
todos los hombres deben ejercitar sus facultades y, sin curar de opiniones ajenas, aun a
costa de errores y caídas, investigar las cosas por sí mismos.
Séame, pues, lícito, como a todos los demás, y con ellos o sin ellos, hacer la misma
indagación. Quizá encuentre, al apartarme de las antiguas autoridades, un destello de la
verdad que busco. Y no te admire, lector, que después de tantos y tan ilustres varones
venga yo, tan humilde, a mover de nuevo esta roca, pues no sería la primera vez que un
ratoncillo rompiese los lazos que sujetaban al león; más fácilmente cobran la presa
muchos perros que uno solo.
Y no por eso te prometo la verdad, pues yo la ignoro lo mismo que todas las
demás cosas; únicamente prometo inquirirla en cuanto me sea posible, para ver si
sacándola de las cavernas en que suele estar encerrada puedes tú perseguirla en campo
raso y abierto. Ni tampoco tengas tú muchas esperanzas de alcanzarla nunca ni, menos,
de poseerla; conténtate, como yo, con perseguirla. Este es mi fin, este es mi propósito,
este debe ser también el tuyo.
Empezando, pues, por los principios de las cosas, vamos a examinar los
fundamentos más graves de la Filosofía, los que pusieron por base a sus doctrinas los
más insignes pensadores. (...)
Ni esperes de mí compuesta y atildada expresión. Si me pusiera a escoger las
palabras y a usar de giros elegantes, la Verdad se me escaparía de entre las manos. (...)
Tampoco me pidas autoridades ni falsos acatamientos a la opinión ajena, porque
ello más bien sería indicio de ánimo servil e indocto que de un espíritu libre y amante de
la verdad. Yo sólo seguiré con la razón a sola la naturaleza. La autoridad manda creer;
la razón demuestra las cosas; aquélla es apta para la fe; ésta para la ciencia.
QUE NADA SE SABE...

Todo es cuestión de nombres. No hay


nombre acomodado.

NI esto siquiera sé, que nada sé; lo conjeturo, sin embargo, de mí y de los demás.
Sea esta proposición mi bandera; ésta se debe seguir: Nada se sabe.
Si supiere probarla, concluiría con razón que nada se sabe; si no supiere, mejor
todavía, pues tal es lo que afirmo.
Pero dirás: si sabes probarla, seguiráse lo contrario, pues ya sabes algo.
Pero yo concluí lo contrario primero que tú arguyeras.
Ya se comienza a enredar la cosa; de esto mismo ya se sigue que nada se sabe.
Tal vez no me entendiste y me llamas ignorante y caviloso.
Dijiste verdad. Pero yo mejor que tú, porque no entendiste.
Ambos, pues, ignorantes.
Ya, pues, sin saberlo, concluíste lo que buscaba.
Si entendiste la ambigüedad de la consecuencia, viste manifiestamente que nada se
sabe; si no, piensa, distingue y desátame el nudo.
Aguza el ingenio. Prosigo.
Traigamos la cosa por su nombre. Pues para mí toda definición es nominal y casi toda
cuestión lo es.
Voy a explicarme.
No podemos conocer las naturalezas de las cosas; al menos yo; si dices que tú sí, no lo
disputaré; pero es falso. ¿Por qué tú y no yo? De ahí, que nada sabemos.
Y si no las conocemos, ¿cómo demostrarlas? De ninguna manera.[3]
Tú, no obstante, dices que es definición la que demuestra la naturaleza de la cosa.
Dame una. No la tienes. Concluyo, pues...
Además, ¿cómo ponemos nombres a las cosas que no conocemos? No lo concibo. Los
hay, sin embargo.
De ahí, duda perpetua acerca de los nombres y mucha confusión y falacia en las
palabras, y tal vez en todo esto que acabo de decir. Concluye tú...
Dices que tú defines esta cosa que es el hombre con esta definición: animal racional
mortal. Niego. Pues dudo nuevamente de la palabra animal, de la racional y de la otra.
Definirás todavía estas cosas por los géneros y las diferencias superiores, según les
llamas, hasta llegar al ente. Preguntaré lo mismo de cada uno de los nombres y,
finalmente, del último: ente. Ya sé menos.[4]
Dirás, sin embargo, que al fin se ha de cesar en las preguntas. Esto no resuelve la
dificultad ni satisface a la mente. Declaras, forzado, la ignorancia. Me alegro. Procedo,
pues, en consecuencia.
Una sola cosa es el hombre; pero la señalas, no obstante, con muchos nombres: ente,
substancia, cuerpo, viviente, animal, hombre y, finalmente, Sócrates. ¿No son, todas
éstas, palabras? Ciertamente. Si significan lo mismo, son superfluas; si nuevas cosas, no
significan una sola: el hombre.
Dices que consideras muchas cosas en el mismo hombre, a cada una de las cuales
atribuyes nombres propios. Haces la cuestión más dudosa. No entiendes a todo el
hombre, que es algo magno, craso y perceptible por el sentido, y lo divides en tan
pequeñas partes, que escapan al sentido, el más seguro de todos los jueces, para
indagarlas con la razón falaz y oscura. Obras mal, me engañas, y te engañas más a ti
mismo.
Pregunto: ¿qué llamas en el hombre animal, viviente, cuerpo, substancia, ente? Lo
ignoras como antes. Y yo también. Y esto quería. Lo diré, sin embargo, más abajo.
Pregunto después: ¿qué significa este nombre cualidad, qué naturaleza, qué ánima,
qué vida? Dirás: esto. Lo negaré fácilmente, pues puede ser otra cosa. Pruébalo. Recurres
a Aristóteles. Yo a Cicerón, cuyo es el oficio de mostrar las significaciones de las
palabras.
Dirás que no habló con tanta propiedad Cicerón ni con tanta exquisitez. Yo replicaré
lo contrario, pues Cicerón ejercía este arte, no Aristóteles. Si quieres más, traeré otros
cultivadores de la lengua latina o de la griega, pues es lo mismo. No hay entre ellos
concordia alguna, ninguna certidumbre, ninguna estabilidad, ningunos límites. Cada
cual fuerza las palabras a su antojo, las desencaja aquí y allí las acomoda a su placer.
De ahí tantos tropos, tantas figuras, tantas reglas, tanta confusión, de todo lo cual se
compone la Gramática.
Y ¿qué no pervierten la Retórica y la Poética? ¿De qué modos no abusan? Todos ellos
ejercitan sólo la inútil locuacidad.
Así también la Dialéctica o Lógica, aunque de diversa suerte; pues dispone en orden
las palabras, las prepara al combate y les prohibe que peleen separadas, en vez de
unidas; dicta leyes, cohibe, consiente, apremia. Finalmente, son parecidas la Dialéctica y
la Lógica a aquellos que fingen batallas y campamentos en los juegos y espectáculos
públicos, en los cuales se requiere más decoro que fuerza; muy al contrario acontece a los
que se preparan seriamente para la guerra, a los cuales más conviene la fuerza que la
hermosura.
Y, para todos, son las palabras soldados locuaces. ¿A cuál de ellas creerás más? Es
dudoso. Cada una quiere ser creída. No basta esto. Las significaciones de las palabras
parece que dependen principal o totalmente del vulgo, y, por tanto, a él se han de
preguntar; pues ¿quién nos enseñó a hablar sino el vulgo?
Por esta razón, casi todos los que hasta el momento presente escribieron tomaron por
fundamento de disputa lo que más frecuentemente está en boca de los hombres, como
aquello: «Entonces decimos que sabemos algo cuando conocemos sus causas y
principios», y aquello otro: «Hase de aceptar aquí aquel principio aprobado por el
consentimiento de todos, que todos los hombres entonces se juzgan firmes», etc.
Mas ¿hay en el vulgo alguna certidumbre y estabilidad? Ninguna. ¿Cómo, pues, habrá
alguna vez reposo en las palabras?
Ya no hay dónde te refugies.
Dirás tal vez que se ha de buscar qué significación usó el que primero impuso el
nombre. Búscalo, pues. No lo hallarás.
Pero ya es bastante.
¿Es o no es todo, manifiestamente, cuestión de nombres? A mí me parece que lo probé.
Si lo niegas continuarás la prueba de la cuestión principal. Pero luego se probará mejor.

El conocimiento.
Mas ahora sujetémonos al negocio que interesa de presente.
¿Qué es conocimiento? La aprehensión de la cosa. ¿Qué es aprehensión? Apréndetelo
de ti, pues yo no puedo ingerírtelo todo en la mente. Y si insistes diré: intelección,
perspección, intuición. Si sigues preguntándome de estas últimas cosas, callaré.
Distingue, no obstante, la aprehensión de la recepción; pues recibe el perro la imagen del
hombre, de la piedra, de la cantidad; pero no conoce. Y aun recíbela nuestro ojo y
tampoco conoce. Recíbela el alma muchas veces y no conoce, como cuando admite lo
falso, cuando se ofrecen a un ingenio tardo cosas obscuras.
Distingue también el conocimiento propiamente dicho que ahora describimos, pero
que no conocemos, de otro impropiamente dicho, por el cual dícese que conoce cada cual
aquellas cosas que vió en otra ocasión y retiene en la memoria ornadas con las propias
señales. Pues con este conocimiento dícese que conoce el niño al padre y al hermano, y el
perro al dueño y el camino por donde fué.
Divide, después, todo conocimiento en dos: Uno perfecto, por el cual se contempla y
entiende la cosa por todas partes, por dentro y por fuera, y ésta es la ciencia que ahora
quisiéramos conciliar con los hombres, pero que ella no quiere. Otro imperfecto, por el
cual apréndese la cosa de cualquier manera. Y éste nos es familiar. Pero es mayor,
menor, más claro, más obscuro y, finalmente, dividido en varios grados, según los varios
ingenios de los hombres.
Este segundo conocimiento lo hacen doble.
Uno externo, que se hace por los sentidos y le llaman, por consiguiente, sensual; otro
interno, que es por sola la mente, pero nada menos que eso.
De otra manera se han de considerar estas cosas.
El hombre es un solo cognoscente. Uno solo el conocimiento en todas estas cosas; pues
es una sola la mente que conoce lo externo y lo interno.
El sentido nada conoce, nada juzga; sólo recibe lo que ofrezca a la mente que ha de
conocer. Del mismo modo que el aire no ve los colores ni la luz, aunque los reciba para
ofrecerlos a la vista.

De cómo la imperfección humana excluye


un conocimiento perfecto.
(...) hablemos ahora del sujeto que conoce. Mejor dijera del sujeto que ignora. Porque
la vida es breve y el arte es largo, es infinito; las ocasiones de conocer son pocas y
fugitivas; la experiencia es peligrosa, el juicio harto difícil. ¿Quién habrá, pues,
verdadero conocimiento de las cosas?
¡Cuán pocos, pues, de tantos millones de hombres son capaces para las ciencias, aun
para aquellas que hoy profesamos! Apenas alguno que otro; perfectamente, ninguno.
Es necesario que sea hombre perfecto el que haya de saber algo perfectamente. ¿Hay
alguno así?
Tú dices que el alma es en todo igualmente perfecta (ignorando su naturaleza, como
mostraremos en otra parte), y que el cuerpo es la causa de que unos sean más doctos,
otros menos, y muchos totalmente incapaces. Sea como tú dices.
¿Es, por ventura, nuestra alma bastante perfecta para que sepa el hombre algo
perfectamente? No. Mas supongamos que sí: en tal caso quien tenga el cuerpo menos
perfecto sabrá imperfectamente las cosas, pero quien tenga mayor perfección corporal
habrá de saberlas perfectísimamente. (...)
Pero dirásme, tal vez, que también el hombre imperfecto, por muy defectuoso que
fuere, tiene capacidad para el ejercicio de las ciencias. Yo te lo concedo gustoso, como te
concedí otras muchas cosas, pues aquí arguyo sin vanidad ni rigidez. Hay hombres,
incluso llenos de estigmas y deformidades, que son idóneos para el cultivo de las
ciencias, pero no todos ni cualquiera de ellos. Es necesario que el hombre, dentro de su
imperfección, esté dotado de un cierto temperamento para ejercer con eficacia las
disciplinas científicas. ¿Cuál será ese temperamento? Lo ignoramos. Pero aunque lo
supiésemos ¿cuántas mudanzas del aire, del espacio, del alimento, de la edad, la
educación, las opiniones, las doctrinas, de todo cuanto rodea, influye y mueve en este
oleaje de la vida humana a nuestro cuerpo y nuestro espíritu, no habrá de padecer el
más capaz y atemperado de todos para la investigación de la Verdad?
Piénsalo y experiméntalo en ti mismo.

Conclusión. Los únicos criterios de la Ciencia:


el experimento y la crítica.
El que quiera saber algo no tiene más camino que contemplar las cosas en sí mismas.
Pero ¿ello es fácil? Nada tan penoso, nada tan ambiguo, nada tan lleno de confusión e
incertidumbre.
Viste ya cuánta diversidad hay en las cosas, qué de mudanzas y vaivenes; cuánto de
inaccesible y amargo para el que aspira a la Ciencia. ¿Qué no sucederá cuando
pretendamos acercarnos a las cosas mismas?
Ni es posible, dados los límites en que se mueve el conocimiento humano, la
contemplación directa de las cosas.
Con todo: hay dos medios subsidiarios que no suministran ciencia perfecta, pero que,
en suma, algo perciben y algo enseñan: son la experiencia y el juicio. Pero no separados
jamás, sino en íntimo enlace y unión, como demostraré en otro libro. Los experimentos
son muchas veces falaces y siempre difíciles, y hasta cuando llegan a la perfección nunca
nos muestran más que los accidentes extrínsecos, jamás las naturalezas de las cosas. El
juicio recae sobre los resultados del experimento, y por consiguiente no traspasa los
límites de lo exterior, y aun esto lo discierne de una manera incompleta, sin que sobre
las causas pueda pasar de una probable conjetura. Se dirá que nada de esto es ciencia.

Pues no hay otra.


William James

La doctrina según la cual la realidad no es en


absoluto algo hecho y definitivo, como pretendían los
racionalistas, sino algo en proceso, algo que, sin la
contribución humana, no está completo es, sin duda, la
clave para la comprensión de la consideración jamesiana
de la verdad.

WILLIAM JAMES: EL PRAGMATISMO CONSECUENTE. VERDAD,


EXPERIENCIA Y RELATIVISMO; Fernando Gonzáñes García, 2011

Pragmatismo, Alianza, 2000

El dilema actual de la filosofía

En el prefacio a esa admirable colección de ensayos titulada Heretics, Mr. Chesterton


escribe lo siguiente: “Hay personas -entre las que yo me cuento- para las que lo más práctico
e importante de un hombre es su punto de vista sobre el universo. Pensamos que a una
patrona le importa saber lo que gana un huesped antes de aceptarlo, pero que todavía le
importa más conocer su filosofía. Pensamos que, antes de luchar, a un general le importa
saber el número de tropas del enemigo, pero que todavía le importa más conocer la filosofía
de ese enemigo. Pensamos que la cuestión no es si la teoría del cosmos afecta a esos asuntos,
sino si, a la larga, hay otra cosa que les afecte”.
A este respecto, pienso igual que Chesterton. Estoy seguro de que todos y cada uno
de ustedes, señoras y señores, tienen su filosofía y que lo más importante e interesante de
ustedes es la manera en la que su filosofía determina la perspectiva que tienen en sus
diversos mundos. (...) Porque esa filosofía que es tan importante para cada uno de nosotros
no es una cuestión técnica, sino nuestro sentimiento, más o menos inarticulado, de lo que
auténtica y profundamente significa la vida.

La concepción pragmatista de la verdad

Nuestra experiencia, entretanto, está completamente acribillada por regularidades.


Uno de sus fragmentos puede ponernos sobre aviso para aguardar a otro, puede ‘apuntar
hacia’ o ‘ser significativa de’ ese objeto más remoto. La venida del objeto es la verificación de
esa significación. En estos casos, la verdad, al no consistir más que en una posible
verificación, es manifiestamente incompatible con una actitud de resistencia por nuestra
parte. ¡Pobre de aquel cuyas creencias jueguen a lo loco y a la ligera con el orden que siguen
las realidades en su experiencia!: o no les llevaría a ningún lado, o le harían establecer falsas
conexiones.
Por “realidades” u “objetos” entiendo o cosas para el sentido común, cosas presentes
de forma sensible, o también relaciones del sentido común, tales como fechas, lugares,
distancias, géneros, actividades. Al seguir nuestra imagen mental de una casa a lo largo de la
senda de ganado, realmente llegamos a ver la casa; obtenemos la verificación plena de esa
imagen. Estas orientaciones verificadas de manera simple y plena constituyen ciertamente los
originales y prototipos del proceso de verdad. (...)
En su mayor parte, la verdad vive realmente de un sistema de crédito. Nuestros
pensamientos y creencias “circulan” mientras nada les ponga en entredicho, igual que los
pagarés bancarios “circulan” mientras nadie los rechace. Pero todo esto remite a
verificaciones frente a frente en alguna parte, sin las cuales la fábrica de la verdad se
derrumbaría como un sistema financiero que careciera de una garantía de liquidez. Ustedes
aceptan mi verificación de una cosa, y yo acepto su verificación de otra. Comerciamos con
nuestras respectivas verdades, pero las creencias verificadas concretamente por alguien son
los pies de toda la superestructura.
(...)
Todo el pensamiento humano tiene lugar en forma discursiva; intercambiamos
ideas; prestamos y tomamos prestadas verificaciones, obteniéndolas unos de otros mediante
el trato social. Así es como toda verdad se forja linguisticamente, se almacena y se pone a
disposición de todos. Y de ahí que debamos hablar coherentemente, exactamente igual que
debemos pensar coherentemente, pues tanto en el lenguaje como en el pensamiento,
tratamos con géneros. Los nombres son arbitrarios, pero una vez comprendidos se deben
mantener. (...)
De este modo, el acuerdo con la realidad pasa a ser esencialmente un asunto de
orientación, orientación que es útil porque se ejerce en dominios que encierran objetos que
resultan importantes. Las ideas verdaderas nos conducen a dominios verbales y conceptuales
útiles, igual que nos llevan directamente hasta términos sensibles útiles. Nos llevan a la
consistencia, a la estabilidad y a un fluido intercambio humano. (...)
Lo “absolutamente” verdadero, comprendido como lo que ninguna experiencia
posterior alterará nunca, es es punto de fuga ideal hacia el cual imaginamos que algún día
convergerán todas nuestras verdades temporales. (...) Entretanto tenemos que vivir al día de
hoy con arreglo a la verdad que podemos obtener al día de hoy, y estar dispuestos a llamarla
falsedad el día de mañana.

El significado de la verdad, Aguilar, 1957

EL SIGNIFICADO DE LA VERDAD

PREFACIO

La parte fundamental de mi libro titulado Pragmatismo es la explicación de


la relación llamada "verdad" que puede obtenerse entre una idea (opinión, creencia,
enunciación o lo que sea) y su objeto. "La verdad —digo allí— es una propiedad de
algunas de nuestras ideas. Significa adecuación con la realidad, así como la falsedad
significa inadecuación. Pragmatistas e intelectualistas aceptan esta definición como
algo evidente".
Cuando nuestras ideas no copian con precisión su objeto, ¿qué significa
adecuación con aquel objeto?... El pragmatismo hace su pregunta usual: "Admitida
como cierta una idea o creencia —dice—, ¿qué diferencia concreta se deducirá de
ello para la vida real de un individuo? ¿Cómo se realizará la verdad? ¿Qué
experiencias serán diversas de las que se obtendrían si la creencia fuera falsa? En
resumen, ¿cuál es, en términos de experiencia, el valor efectivo de la verdad?"
En el mismo momento que el pragmatismo hace esta pregunta comprende la
respuesta: ideas verdaderas son las que podemos asimilar, hacer válidas,
corroborar y verificar; ideas falsas son las que no. Ésta es la diferencia práctica que
supone para nosotros tener ideas verdaderas; éste es, por lo tanto, el significado de
la verdad, pues ello es todo lo que es conocido como verdad.
"La verdad de una idea no es una propiedad estancada inherente a ella. La
verdad acontece a una idea. Llega a ser cierta, se hace cierta por los
acontecimientos. Su verdad es, en efecto, un proceso, un suceso, a saber: el proceso
de verificarse, su verificación. Su validez es el proceso de su validación1.
"En su más amplio sentido, adecuar con una realidad sólo puede significar
ser guiado, ya directamente hacia ella o bien a sus alrededores, o ser colocado en 11

1
Pero verificabilidad, añado yo, vale tanto como verificación. Frente a un proceso-verdad completo,
hay millones en nuestras vidas que actúan en embrión. Éstos nos conducen hacia la verificación
directa, hacia las proximidades del objeto que contemplan; y luego, si todo se desenvuelve
armónicamente, estamos tan seguros de que su verificación es posible que la omitimos, y
corrientemente nos justificamos por todo lo que sucede.
1 Pero verificabilidad, añado yo, vale tanto como verificación. Frente a un
proceso-verdad completo, hay millones en nuestras vidas que actúan en embrión.
Éstos nos conducen hacia la verificación directa, hacia las proximidades del objeto
que contemplan; y luego, si todo se desenvuelve armónicamente, estamos tan
seguros de que su verificación es posible que la omitimos, y corrientemente nos
justificamos por todo lo que sucede. tal activo contacto con ella que se la maneje, a
ella o a algo relacionado con ella, mejor que si no estuviéramos conformes con ella.
Mejor, ya sea en sentido intelectual o práctico... Cualquier idea que nos ayude a
tratar, práctica o intelectualmente, la realidad o sus conexiones, que no complique
nuestro progreso con fracasos, que se adecué, de hecho, y adapte nuestra vida al
marco de la realidad, estará de acuerdo suficientemente como para satisfacer la
exigencia. Mantendrá la verdad de aquella realidad.
"Lo verdadero, dicho brevemente, es sólo lo ventajoso en nuestro modo de
pensar, de igual forma que lo justo es sólo lo ventajoso en el modo de conducirnos.
Ventajoso en casi todos los órdenes y en general, por supuesto, pues lo que
responde satisfactoriamente a la experiencia en perspectiva no responderá de
modo necesario a todas las ulteriores experiencias tan satisfactoriamente. La
experiencia, como sabemos, tiene modos de "salirse" y de hacernos corregir
nuestras actuales fórmulas."

LOS TIGRES EN LA INDIA

Hay dos modos de conocer cosas: inmediata o intuitivamente y conceptual o


representativamente. Aunque cosas tales como el papel blanco que está ante
nuestros ojos pueden conocerse intuitivamente, la mayoría de las cosas que
conocemos, como los tigres que existen en la actualidad en la India, por ejemplo, o
el sistema de filosofía escolástico, se conocen sólo representativa o simbólicamente.
Para fijar nuestras ideas supongamos que, en primer lugar, tomamos un caso de
conocimiento conceptual, que puede ser, como hemos dicho, nuestro conocimiento
de los tigres en la India. ¿Qué queremos significar exactamente aquí al decir que
conocemos los tigres? (...)

La mayoría de las personas responderían que lo que queremos significar por


conocer los tigres es aprehenderlos, aunque naturalmente estén lejos de nosotros,
es decir, estar de' algún modo presentes a nuestro pensamiento; o que nuestro
conocimiento de ellos es conocido como presencia de nuestro pensamiento para
ellos. Generalmente se hace un gran misterio de esta peculiar presencia en
ausencia; la filosofía escolástica, que es sólo el sentido común convertido en
pedantería, la explicaría como una determinada clase de existencia de los tigres en
nuestra mente, llamada "inexistencia intencional". Finalmente, muchas personas
dirían que lo que queremos significar por conocer los tigres es apuntar
mentalmente hacia ellos mientras nos hallamos sentados aquí.

Conocer un objeto es aquí dirigirse hacia él a través de una conexión que


proporciona el mundo.

HUMANISMO Y VERDAD

Si sólo siguieran el método pragmático y preguntaran: "¿Cómo se conoce la


verdad? ¿Qué significa la verdad en la vía de los bienes terrenos?" verían que su
nombre es el inbegriff de casi todo lo que es valioso en nuestras vidas. Lo verdadero
es lo opuesto a todo cuanto es inestable, decepcionante, inútil, mentiroso e ilusorio,
de todo cuanto es inconsistente y contradictorio, indemostrable y falto de
fundamento, de todo cuanto es artificial y excéntrico, irreal en el sentido de tener
poca importancia práctica.

Actividad:

1) ¿Qué piensan los autores respecto a la verdad? ¿Es posible conocerla?


2) ¿Cuál es su planteo respecto al conocimiento?
3) Las posiciones de los dos autores que se exponen: ¿son similares? ¿Son
distintas? Explica la posición de cada uno con tus palabras

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