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MONOGRAFIA-cristobal Lozano

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MONOGRAFIA

CRISTOBAL LOZANO
(ESCUELA LIMEÑA)
INDICE:

1) Escuela Limeña

2) Cristóbal Lozano

3) Análisis de las obras


3.1. Primera etapa
3.2. Segunda etapa
3.3. Tercera etapa

1)Escuela Limeña:
La escuela limeña es una de las más antiguas y más importantes debido a su ubicación,
entra el barroco a esta cultura gracias a la llegada de artistas y discípulos, también
llegan obras enviadas desde España.

La escuela se inicia en el siglo XVI, siglo de organización y fragua, del individualismo,


del religioso evangelizador, del audaz conquistador y de los artistas forjadores de un
nuevo arte, que realizan obras y se dedican a la enseñanza dejando discípulos y
seguidores. Luego en el siglo XVII, se hace llamar siglo de oro, se hace presente una
gran influencia de las pinturas españolas y del arte pictórico flamenco. Se puede
observar un alto contraste entre opulencia-espiritualidad, pues por un lado los ricos
encomenderos, mineros y hacendados y el boato de sus ceremonias y fiestas, como es
el caso de la llegada de un virrey en que se ponen barras de plata en vez de adoquines
por donde pasaba su carruaje y del otro lado está el Fraile Seráfico y la Virgen
Penitente, de esta espiritualidad es el producto de los santos limeños de esta época.

En el siglo XVIII, siglo de disolución, la corona española cambia de dinastía esto genera
una falencia económica que se agrava con el terremoto de 1746. Se observa una
influencia francesa en Lima dejando el desdén a los dorados; también se da el
aumento de envío de obras americanas a Europa (se invierte). Las características
puntuales que se presentan en esta escuela, partiendo por presentar cánones propios
son: suma de estilos, aparecen en un mismo cuadro rezagos del manierismo y del
barroco con muebles y el colorido del siglo XVII; debido a la influencia española en su
mayor porcentaje son temas religiosos; sus pinturas se basaban en grabados y
estampas; desdeñan el uso del dorado, aunque existen excepciones como el caso de
Medoro; y por último esta parece ser más apegada a modelos europeos.

A mediados del siglo XVIII, la pintura virreinal empezó a hacerse eco en el


academicismo europeo, el cual promovía la búsqueda de tipos ideales y de una mayor
simplicidad formal bajo el ejemplo de la antigüedad clásica.
La tendencia fue reinterpretada por maestros locales que no tenían lazos directos con
el legado artístico, y cuya práctica del dibujo anatómico era inexistente.
Fue sobre aquella base que se introdujeron nuevos esquemas para el retrato
cortesano, así como el espíritu edulcorado y ligero difundido por las estampas
italianas, francesas y austriacas. Esta pintura de signo cosmopolita tendría un
desarrollo significativo en Lima. La situación era más compleja en la sierra sur, ya que
el lenguaje artístico esquemático y convencional dominante en la región contradecía
las premisas del academicismo. Así, el impacto de la tendencia oscilaría entre la
asimilación de nuevos repertorios temáticos u ornamentales, y la imitación fiel de
algunos modelos grabados, a veces insertos como citas dentro de composiciones de un
gusto más tradicional.

2) Cristóbal Lozano:
Considerado el maestro limeño más importante de su tiempo y el iniciador del
resurgimiento experimentado por la pintura limeña en la segunda mitad del siglo XVIII.
Se cree, nació la primera década del siglo XVIII en Lima, hacía 1705, como menciona
una partida de bautismo sobre un Cristóbal huérfano. Hijo de padres desconocidos fue
bautizado a los dos años en la parroquia de Santa Ana, por un fraile dominico de
apellido Lozano. Debió de formarse en alguno de los obradores limeños de la primera
mitad del siglo, influido por la pintura religiosa del Cuzco.
Muchas de sus obras juveniles no fueron identificadas en su momento sino en tiempos
recientes. Es el caso de la serie de lienzos sobre la vida de la Virgen en el monasterio
del Carmen, que debe de datar de la década de 1730. La transición hacia su nueva y
definitiva modalidad europeísta se aprecia en piezas como La imposición de la casulla a
san Ildefonso, fechada en 1734, o en la copia de La liberación de san Pedro, en la
sacristía de San Agustín, de 1741.
Tras el gran terremoto de 1746 en Lima, Lozano tuvo ocasión de restaurar muchas de
las pinturas que guardaba la ciudad. Por este motivo entablo estrecha relación con el
oidor Pedro Bravo de Lagunas, personaje de gran influencia en la Corte virreinal que se
convirtió en su mecenas. Desde entonces, la producción de Lozano se vio claramente
influida por el retrato cortesano de inspiración francesa. Los retratos del conde de
Superunda, que muestran al virrey reconstruyendo la catedral o supervisando a caballo
las obras de reedificación de la ciudad, marcaron el apogeo de Lozano como pintor de
Corte. También realizo otras pinturas, como el retrato del sucesor de Superunda,
Manuel Amat a Lozano en 1771, la serie de lienzos de “mestizaje” o de castas enviada
al Gabinete de Historia Natural de Madrid formado por el futuro Carlos III. Al ascender
al trono este Monarca ilustrado, Lozano pintaría en su homenaje una alegoría de La
Envidia, enviada a Madrid que esta extraviada, constituía una defensa de la nobleza de
la pintura y de su estatus como arte liberal.
En 1760, Lozano se vinculó con la Orden jesuita al ejecutar el amplio lienzo de La
coronación de la Virgen rodeada por los santos jesuitas (1766), destinado a decorar la
nueva iglesia del noviciado de la Compañía. La imagen de María corresponde al tipo
iconográfico murillesco, y sin duda fue tomada de una Purísima original de Murillo
existente en aquel tiempo en Lima. Por entonces, el redactor de la Gaceta de Lima
comentó elogiosamente la composición de Lozano como el mejor adorno de este
edificio, “por su distinción única en el Perú”, lo que revela el aprecio dispensado por
sus contemporáneos. Esta fama se mantendría en la generación siguiente, cuando
Toribio del Campo y Pando se refería a Lozano en su “Carta sobre la música”, aparecida
en las páginas del Mercurio Peruano como “el más grande pintor de la ciudad”. Lozano
produjo por esa misma época La aparición de la Virgen a san Camilo de Lelis, para la
sacristía de la Buena Muerte.

3) Análisis de las obras:


Las obras del pintor Cristóbal Lozano, se pueden dividir en tres etapas de acuerdo al
análisis realizado por el doctor en Geografía e Historia (especialista en Historia del
Arte), Jorge Estabridis Cárdenas, en: “Cristóbal lozano, paradigma de la pintura limeña
del siglo XVIII”. Estas están clasificadas de acuerdo a las características, temáticas,
influencias y año de producción.

3.1. Primera Etapa:


Para inicios del siglo XVIII, la actividad de los talleres limeños decae notablemente ante
la intensa circulación de pintura proveniente del Cuzco, que llegó a imponerse en el
gusto capitalino. Lozano se debió formar en las primeras décadas del siglo XVIII en
algún taller local y bajo la influencia latente de las pinturas cusqueñas llegadas a varios
conventos limeños. La influencia de la pintura cusqueña en la obra del joven Lozano ha
quedado manifestada en una serie de lienzos con escenas de la Vida de la virgen. Si
bien no dejo de lado la característica y el espíritu de la cultura barroca desarrollo en la
expresión pictórica de carácter religioso con un mayor dinamismo.
En las siguientes pinturas se pueden apreciar algunas características de la pintura
cusqueña, como la Iluminación no naturalista, escenas sagradas, la posición
centralizada, rostros dulcificados y se distribuyen personajes a los costados.

La Anunciación
Cayetano en Éxtasis Inmaculada (1745)
(1725-1730)
3.2. SEGUNDA
(1742)
ETAPA:
(1740 - 1771 aprox.)
Atrás quedaron las obras religiosas de influencia cusqueña, aquella etapa del joven
pintor ya había sido superada y gracias al apoyo que recibirá desde entonces y a lo
largo de su vida de mecenas (personas de gran poder y solvencia económica que
brindaban protección a los artistas así como la adquisición y promoción de sus obras)
cercanos al gobierno, nobles y religiosos; su estilo da un giro y se convierte en un arte
que refleja el gusto de la sociedad limeña de la época donde ya había quedado atrás la
vida austera marcada por la religiosidad y se había dado paso al gusto por la vida de
galantería y sibaritismo. Reinaba el refinamiento francés, la etiqueta y la vida cultural
en torno a la corte y círculo de intelectuales. En esta etapa, predominó en su
producción de pintura el género del retrato, Lozano pintó retratos áulicos que
representan no sólo a virreyes, sino también a criollos nobles y a limeños destacados
en la docencia universitaria.

Pinturas:
En 1746, Lozano se convierte en el pintor oficial de José Antonio Manso de Velasco,
conde de Superunda quien en el mismo año asumió el poder en el virreinato peruano y
gobernó por más de tres lustros. El pintor realizaría tres retratos del distinguido conde,
a continuación, realizaremos el análisis de dos de ellos.

Retrato de cuerpo completo del conde de Retrato ecuestre del conde de


Superunda Superunda

El primero de ellos, es un óleo sobre lienzo


inspirado en pinturas de estilo francés,
representa al conde de Superunda dirigiendo las
obras de construcción de la catedral de Lima tras su destrucción en el terremoto de
1746. En la cartela rococo ubicado en el ángulo inferior izquierdo se deja constancia
del nombramiento del personaje como reedificador de la catedral. Se aprecia un buen
manejo de color y el respeto académico de las formas, el virrey es mostrado con las
galas que corresponden a su cargo, en la parte superior del cuadro se muestran
amplios cortinajes rojos y el escudo nobiliario del virrey.
El segundo es un retrato ecuestre, el conde de Superunda es representado en un
brioso corcel negro, vestido a la moda de la época con el tricornio en la cabeza. A lo
lejos, una ciudad amurallada alude a la ciudad de los reyes, en la parte superior una
figura alegórica de la Victoria sostiene su escudo
nobiliario y bate la palma de triunfo sobre él. La línea
del horizonte ubicada en el tercio inferior del lienzo tras
las patas del caballo refuerza la intencionalidad
representativa de glorificación del personaje.
Sus vinculaciones con el virrey Manso de Velasco le
abren las puertas como retratista oficial. Su retrato
junto al del arzobispo Barroeta es considerado una de
sus mayores
contribuciones a las colecciones
catedralicias.

La figura del arzobispo es mostrada sedente


ante un reclinatorio, con un libro abierto y
una palmatoria o candelero de plata. Al
fondo dos mitras: una blanca
correspondiente a la diócesis limeña, y otra
bordada con predominio del color rojo. Ante
las mitras, el palio doblado y, en el ángulo
superior derecho, las armas del arzobispo en
sus colores.

Arzobispo Barroeta (1758)

En 1761 es nombrado virrey del Perú Manuel de


Amat y Juniet, quien en primera instancia toma
como pintor de cámara a Lozano. La firma se
aprecia en el papel que lleva el virrey en la mano
izquierda. La obra muestra al virrey en medio de
un escenario arquitectónico sugerido por la
columna marmórea y el piso de baldosas visto en
perspectiva. El ampuloso cortinaje rojo realza su
presencia.

Uno de sus primeros mecenas fue Pedro José


bravo de Lagunas y Castilla. Influyente abogado
limeño quien le encomendó diversas obras,
además del cuidado y enriquecimiento de sus
colecciones de pintura europea. Ya sea como
restaurador o como copista, Lozano iniciaría así
un aprendizaje técnico que le permitió crear un
estilo personal de pretensiones cosmopolitas, en
el que se alternaba la emulación de la pintura
murillesca con las nuevas influencias francesas.
Pedro José bravo de Lagunas y
Castilla (1752)

El pintor también crearía la imagen oficial de Bravo de Lagunas, se vinculan con un momento
culminante de la carrera del abogado, nombrado oidor de la Real Audiencia, pero también con
su retiro a la vida religiosa. Responde a un esquema característico de los retratos coloniales de
letrados, mostrados dentro de un despacho con mesa, estantería y cortinaje. Su soltura de
ejecución, sin embargo, diferencia a esta obra de la dureza lineal que caracterizaba a los
precedentes inmediatos, y anuncia una renovación que el propio Lozano consolidará hacia el
final de la década.

Agustín de Salazar y Muñatones (1765) Doña Francisca Gabiño y Reaño (1765)

Lozano
recibe los
encargos de
don Agustín de
Salazar de
Muñatones
primer conde de Monteblanco para realizar su retrato y los de su familia. El conde posa para
Lozano a los 63 años de edad con vestiduras en tono rojo, uno de los colores preferidos de
lozano, con bastón que alude al cargo de alcalde ordinario de la ciudad de lima a su lado un
muro de cortinaje y blasón y en la parte posterior una vista de sus tierras.

El retrato de doña Francisca es uno de los mejores logrados por el artista, prototipo de muchos
otros durante la época. La dama limeña posa a los 40 años con la ostentación de la nobleza
criolla en pose característica de las damas europeas con abanico en una mano y en otra una
flor, viste rico traje con brocados y encaje finamente trabajados por el pintor y abundante
aderezo de perlas pendientes collares pulseras en ambos brazos y gran broche sobre el pecho.
La enmarca el cortinaje recogido acostumbrado y una columna con el blasón de los Gaviño a lo
lejos una alameda.
Coronación de la Inmaculada Concepción (1765)

Sin lugar a dudas podemos afirmar que el lienzo de la “Asunción y Coronación de la Virgen” es
el más importante del pincel de Lozano, aparte de ser el de mayor formato entre todos los
conocidos de su producción. La Virgen Inmaculada, inspirada indudablemente en las realizadas
por Murillo, vestida de blanco y azul, de pie sobre la media luna, querubines y angelitos que
revolotean en variados escorzos, los que portan rosas, azucenas y palmas, es recibida en el
cielo por la Santísima Trinidad Dios Padre con el globo terráqueo y Jesús con la cruz, sostienen
sobre su cabeza la corona imperial, bajo la luz del Espíritu Santo en forma de paloma, rodeados
de una corte de numerosos ángeles; ambos con ampuloso manto rojo agitado al viento,
acentúan aún más la atención sobre la figura de la Virgen. En los ángulos inferiores cuatro
figuras a cada lado de rodillas, a la derecha del lienzo el Patriarca San José, seguido por San
Ignacio y otros dos santos jesuitas, mientras que al otro extremo del lienzo figura en primer
plano el santo titular del noviciado, San Antonio Abad, y detrás de él San Francisco Javier y
otros dos jóvenes jesuitas.

3.3. TERCERA ETAPA:


Luego de trabajar al servicio de varias congregaciones religiosas de Lima, Cristóbal Lozano
desarrolló hacia el final de su carrera una estrecha relación personal con la orden de los
ministros de los enfermos o camilos, llamados así por su fundador, san Camilo de Lelis Esta
vinculación debió iniciarse en la década de 1760, cuando Lozano recibió varios encargos para
el hospital de la Buena Muerte, casa matriz de la congregación.

La obra pertenece a una de aquellas primeras


comisiones, y muestra un conocido pasaje de la vida de
Éxtasis de Camilo de Lelis (1762)
Camilo: el santo se hallaba agobiado por la oposición a
sus planes cuando recibió el consuelo de Cristo, quien se le manifestó a través de un crucifijo
que cobró vida. Camilo aparece desfalleciente en brazos de un ángel y con el corazón en
llamas, símbolo de la caridad, virtud católica en la que el amor hacia Dios no puede desligarse
del amor al prójimo. Así, el lienzo da cuenta de un estado de éxtasis, pero alude también al
compromiso del santo con los enfermos. Este modo pragmático de entender la vida religiosa
sintonizaba con los ideales de la Ilustración, que encontró decididos defensores precisamente
entre los camilos de Lima. Lozano parece haber sido afín a aquel sentido moderno de la
religiosidad, al punto de ingresar como hermano de la congregación antes de su muerte en
1776, figuran lienzos no sólo de temática religiosa, sino también retratos de personajes de
dicha orden hospitalaria, varios de ellos sin firma, pero que sin embargo figuran en las cuentas
de los archivos del convento como encargados a Lozano.

Padre Martin de Andrés Pérez (1770) Post Mortem


Entre los
últimos retratos de los padres camilos pintados por Lozano en 1770 está el hermano Martín de
Andrés Pérez. El padre camilo figura de cuerpo entero siguiendo el esquema clásico de los
retratos virreinales de los personajes ilustres. Se encuentra de pie al lado de una mesa cubierta
con un reluciente manto azul, con libros y birrete doctoral, delante de una biblioteca incluye
un grabado con la aparición de la virgen y el niño a San Camilo. Le sirve de fondo arquitectura

conventual, el Padre Pérez fue otro protector de Lozano, se dice que el más ligado a él.

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