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PERRA VIDA - Gabriela Padilla

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Perra Vida: con los pies sobre la tierra

Para la mayoría de la gente de mi generación –la nacida en la década de los


ochenta del siglo pasado, los hijos de la guerra- el conflicto social tiene una mínima o
nula importancia, me atrevería a decir que muchos ignoran, casi por completo, el
contexto histórico, social y político en el que les tocó nacer. Sin embargo, no podemos
generalizar, existen jóvenes que se sienten plenamente atraídos por esa época, sus
cambios y el ambiente constantemente agitado de la misma. También se debe admitir
que, entre los jóvenes ciudadanos que le prestan cierta atención a este período de
revoluciones en América Latina, hay una, aunque no totalizante, división: los que le
achacan a esa época toda la culpa de la situación actual en nuestros países; y los que,
aunque tengan una visión crítica del asunto y sepan que hubo muchos errores durante
esos años, tienen una idea romántica de la revolución, es decir, a parte de identificarse
con la causa, aseguran que también ellos hubieran peleado, matado o hasta habrían
muerto por la revolución, justificando guerras y tanta sangre derramada que hubo.
Perra Vida. Memorias de un recluta del Servicio Militar (Lea Grupo
Editorial, 2006), el testimonio de Juan Sobalvarro, les pone los pies sobre la tierra a todos
aquellos que aún guardaban cierta idea ingenua sobre revoluciones, guerras y demás,
sobretodo porque el autor no era alguien que estaba en contra de la revolución, sino un
joven que “vivía plenamente sumergido y fascinado por la atmósfera de cambio que el
nuevo gobierno había generado,” cosa que le costó ilógicos roces con sus compañeros,
antes y durante el servicio militar obligatorio: “Desde el principio quedó claro una
actitud de reproche de ellos hacia mí, por el hecho de haberme declarado desde el inicio
como un sandinista.” Como consecuencia, hay un deje de soledad y de frustración para el
autor, que lo ubica con un nivel de rabia, impotencia y desesperación, que no compartía
con nadie: “…aunque yo era uno de los que gritaba no dejaba de preguntarme si lo que
hacía era correcto, si no estaba traicionando mi compromiso con la revolución, que
aunque siempre lo manejé de manera muy privada y sin retórica, era muy sincero”. Hay,
con este elemento, un conflicto interno que se va resolviendo durante la obra, conflicto
que se va resolviendo también en nuestras cabezas, pues vamos separando idealizaciones
de realidades.
Sin embargo, se comprueba que no hay una idiotización, una ceguera absolutista,
cosa que le pasó a muchos “pensadores” dentro de la revolución, de no ver las cosas
injustas que están pasando a su alrededor ni a los “protagonistas” de las mismas: “-¿Te
gustaría que irrespetáramos a uno de tus comandantes?- preguntó uno lleno de
ingenuidad. Yo solté una carcajada. –A ver ¿de cuál comandante querés que nos
burlemos? ¿del sapo chingo? ¿del trompudo? ¿del mancucho?…”
Con el estilo fluido y marcado del habla nicaragüense, Juan Sobalvarro nos
embarca dentro de un vaivén de emociones, un estira y encoge que, desde el inicio, nos
hace flaquear, “encachimbarnos”, llorar e indignarnos una y otra vez, por un período que
pocos se atreven a contar con tanta lucidez, valentía y objetividad. Nos sumergimos en un
ambiente desmoralizador para cualquiera, donde la incertidumbre, la atrocidad de
cualquier guerra, el cansancio, la lucha permanente con la paradoja de pensar que de eso
se trata “la mística revolucionaria de la que tanto hablaban los comandantes… desde sus
monumentales tarimas…”; la pinche soledad que va carcomiendo por dentro; el miedo, la
burla, las humillaciones, etc., van sacando a flote “las peores canalladas de los seres
humanos”.
Perra Vida se convierte en una denuncia, una constante queja muy bien
argumentada, de la falaz actitud de los comandantes, de los poderosos, de los que tenían
influencias y de la propia Juventud Sandinista, por demagogos, por crear un juego donde
todos salían perdiendo, excepto ellos… los que nunca estuvieron en la montaña volando
balas, los que no arriesgaron su pellejo por la revolución de la que tanto hablaban, los que
decidían y aplastaban la voluntad de cada individuo, el derecho de libertad. El testimonio
también se vuelve denuncia a la burocracia: “Las Oficinas de apoyo al combatiente eran
meros cubículos burocráticos…” ; a la estupidez y mal intención de los oficiales, de los
jefes militares: “lo que había sucedido era que Murillo (el jefe) nos había
abandonado…” “De todas maneras ante Murillo nadie podía ser más presumido. –Es
prohibido que un soldadito como vos ande un uniforme enemigo, en todo caso el honor
es para el oficial de mayor rango y aquí el único oficial soy yo, punto…y si seguís
protestando te vas a ganar un premio-…” acción que muestra que el verdadero
revolucionario es el que se levanta contra estas injusticias, contra las esquematizaciones,
irracionalidades y cinismos que cometen los que mandan:
“ -¿Vos estás hablando mierdas?- me preguntó Murillo…- Si querés también te
doy tu pijiadita- agregó. Me puse a reír. –Olvidate que a mí me vas a verguear hijueputa,
si nos vamos a turquear nos vamos a turquear de verdad –le dije.”
Pese a que a la obra, por estar narrada en lenguaje oral y ser un testimonio, no
pretenda ser una creación estéticamente rigurosa dentro de lo literario, el lenguaje poético
aflora muchas veces dentro de sus páginas que, intencionalmente o no, nos hace disfrutar
del texto no sólo por el contenido, sino por el tratamiento del tema, las insinuaciones que
hace, la ironía que transmite, etc.: “por las noches el viento ululaba al pasar por entre
los árboles como un sonámbulo órgano nocturno…” “El fango absorbía nuestros pasos,
nos arqueábamos torpemente de un lado a otro como ebrios temerosos de ser aplastados
o perseguidos por una monumental cegua”… Otra de las características del lenguaje
empleado es el fuerte sentido del humor, cosa que se explica culturalmente en Nicaragua
y otros países de Latinoamérica, donde no importan las circunstancias que uno esté
viviendo, para hacer bromas y hasta reírse del dolor propio y ajeno: “- En esa sala te
miden la verga, está una enfermera con los brazos peludos y con la enorme regla te
mide, a este maje sólo le halló cinco centímetros -. –No jodás hijueputa y a vos dicen que
la enferma te midió el aceite -…”
Perra Vida, no sólo es una catarsis que el autor debía realizar para liberarse de
una faceta de su vida que, indudablemente, lo marcó y lo hizo cambiar muchos aspectos
de su visión del mundo; sino que tendrá que convertirse en un referente para todos
aquellos que aún tienen una venda sobre los ojos y para que las nuevas generaciones
tengan un espectro más amplio acerca de los años ochenta en Nicaragua, tiempo de
grandes ideales y esperanzas para muchos, que en poco tiempo se fue desvaneciendo, en
especial por aspectos como el Servicio Militar Patriótico que se debía cumplir y todas sus
consecuencias.

Ana Gabriela Padilla.

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