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David Huerta Poesía Moderna

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David Huerta

Selección y nota introductoria


Víctor Cabrera

Universidad Nacional Autónoma de México

Coordinación de Difusión Cultural


Dirección de Literatura

México, 2019
Diseño de colección nueva época: Mónica Zacarías Najjar

Foto de portada: Barry Domínguez

Primera edición: octubre 2019

DR © 2019, Universidad Nacional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, C.P. 04510, Ciudad de México
Coordinación de Difusión Cultural
Dirección de Literatura

ISBN: 978-607-30-2372-6
ISBN de la serie: 968-36-4324-8

Impreso y hecho en México


Nota introductoria

DAVID HUERTA: ELOGIO DE LA MAQUINARIA


SENSITIVA

Hace ya varios años, alguien me hizo esta revelación:


—Tengo la certeza de que David Huerta usa un
programa para escribir sus poemas.
Para aquella persona, lo inusitado de esos meca-
nismos verbales, el prodigio que supone verlos mutar
y expandirse, no sólo ante nuestros ojos sino en
nuestras circunvoluciones cerebrales, como comple-
jos organismos vivos —lo que, de hecho, es todo
poema que se precie de serlo—, y la dificultad que
esos dispositivos lingüísticos plantean a sus lectores,
tenían que ver más con la invención de una ars com-
binatoria calculada con frialdad matemática que con
el rigor intelectual, la intuición poética o, incluso,
la genealogía del autor.
La sospecha, sin embargo, tiene sentido:
Imaginemos un software en el que hubieran sido
vertidos previamente toda la poesía de Occidente,
con especial preeminencia de la tradición poética
en lengua española, del Mio Cid y Alfonso X a Al-
fonso Reyes y Jaime Reyes pasando por sor Juana,
Darío, Neruda, Olga Orozco y Coral Bracho; pensemos
en las laboriosas gramáticas y los morosos diccio-
narios de la lengua, en los manuales de versifica-
ción, los tratados y las historias de la literatura
universal, en las Soledades de Góngora y el Paradiso
de Lezama, los jaikús de Tablada y la poesía comple-
ta de Efraín Huerta puntualmente vaciados en la
marmita de las combinaciones binarias de una má-
quina compositiva en la que un programado equilibrio

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entre rigor y destellos aleatorios arrojaran resultados
como éste:

... y no ver tu volumen, el peso que desplazas,/ el


olor tuyo que rasguña los rincones/ de la madruga-
da con su grafito/ punzocortante, incisivo, aproxi-
madamente maya,/ mientras dibujas con torpeza
organismos unicelulares, que semejan apuntes de
Brunelleschi o planos de arquitecto ebrio, ensorde-
cido, por un solo pasaje de Wagner o tres boleros
olvidados,// no verte y luego verte, verte venir, así,
con cadencia/ de paronomasia, irrepetible y tú
misma, organizada/ como un tango sentencioso
contra la tarde,/ con tus materias dulcemente mor-
tales, como/ un soneto estricto que fuera también/
gozoso verso libre y aun prosa de recias vinculacio-
nes/ y fulgor de gramática y Mallarmé, con todo
eso/ que llamarían los zafios “tu arsenal”,/ “tu
panoplia”...

¿Va quedando un poco más claro de lo que hablo? Bien,


trataré de explicarme: El azoro que suscita en mí un
poema como “Comedia” —incluido en el libro-ob­jeto
Tres poemas, editado hace unos años por La Dïéresis,
editorial artesanal— radica no sólo en la manera en
la que logra desplegar y sostener su flujo verbal a lo
largo de su vasta extensión, sino en la irrupción
“repentina” de esos elementos discursivos aparente-
mente ajenos o alejados del paradigma amoroso en
que se sustenta (la evocación-invocación de una
amada ausente, conflictiva, caótica y pendenciera)
para crear una imaginería inusitada y desconcertan-
te, una endemoniada sucesión de tropos que, como
sugiere Emiliano Álvarez en el librillo que acompaña
la grabación de David Huerta para la colección Voz
Viva de México, nos dejan viendo el techo de la ha-

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bitación la noche entera, afiebrados y oscurecidos
—turulatos, diría David— al contacto con estas
criaturas alucinantes e inflamables. Escuchemos esta
enumeración:

Verte venir como esta deliciosa particularidad/ o


esta dolida contingencia o estas olvidadizas/ molé-
culas de carbono o esos tegumentos quebrándo-
se—// un olor de ternura, un indicio de martirios/
a punto de suceder, una astilla/ desprendida de un
minuto de yeso neoclásico,/ un cuerpo abrasado a
la noche,/ un pie con un abrigo de nieve y dientes
rotos,/ unos nudillos blancos que evolucionan/ del
malhumor al rencor y luego se detienen/ ante la
cruda majestad del olvido...

“La cruda majestad del olvido”: la construcción es


genial en sí misma, asombrosa pero en cierto senti-
do previsible (me recuerda lejanamente la sentencia
borgeseana: “el olvido es el único perdón y la única
venganza”), no hay nada en ella que me desconcier-
te, me inquiete o me saque de quicio. ¿De dónde
surgen, en cambio, esas “olvidadizas moléculas de
carbono”; el “minuto de yeso neoclásico”; ese “indi-
cio de martirios a punto de suceder” que contrasta
tajante y limpiamente con el diáfano “olor de ter­
nura”?
“El cerebro humano es una computadora per­
fecta”, hemos escuchado repetir a divulgadores de la
ciencia cada vez que una máquina imperfecta logra
la proeza de realizar una tarea que parecía reservada
exclusivamente a las mentes humanas que la progra-
maron. Es cierto: gracias a un amigo fronterizo,
tengo noticia de paquetes y aplicaciones capaces de
ejecutar sin mucha dificultad un poema, aunque con
resultados más bien cuestionables: heladas piezas de

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bisutería verbal sin demasiado chiste; aforismos
inanes y anodinos o galimatías sintácticos en nada
comparables con estos tres versos:

Te veo asida a los quicios, en las magnitudes perde-


dizas/ del estambre, en las ingles de los rascacielos,/
desprendiéndote de la boca de los tenedores...

Es en ese sentido que podría afirmar que aquel hi-


potético programa de David Huerta existe, de hecho,
en una doble acepción: como un proyecto sistema-
tizado no tanto de escritura como de ordenamiento
y aprehensión del mundo y sus cosas a través del
lenguaje, lo mismo que como el conjunto de instruc-
ciones y operaciones que permiten a un dispositivo
ejecutar una tarea específica: por ejemplo, la com-
posición de objetos verbales a un tiempo bellos y
desconcertantes.
Y esa paradójica maquinaria de exactitud y mis-
terio poéticos está contenida en una de las mentes
más notables, brillantes y curiosas que me haya sido
deparado conocer. Una máquina de ideas o una fá-
brica de pensamiento o, literalmente, un “aparato
crítico” sensitivo y emocional capaz de conmoverse
y cimbrarnos con él. (Confieso que pocas veces me
he sentido tan afectado como cuando hace ya varios
años escuché por primera vez, en la otrora vecindad
que fuera morada de Ramón López Velarde en la
colonia Roma, el poema “Noviazgo”, leído en aquella
ocasión por Hernán Bravo Varela).
Fiel al postulado terenciano, a David Huerta nada
humano parece serle ajeno. Quienes hemos tenido la
posibilidad de estar cerca de él conocemos también
la multiplicidad de sus intereses intelectuales, su
curiosidad y su avidez de conocimiento que van más

6
allá de lo estrictamente literario. Compartir una mesa
o una caminata con él es estar dispuesto a ceder el
curso de la conversación al magisterio de las poten-
cias aleatorias del azar y la casualidad que llevan de
la física a la métrica dantesca, de la poesía juglares-
ca a la soslayada importancia de The Band para la
lírica de Bob Dylan, de las proezas físicas de los
héroes homéricos al promedio de bateo de su tocayo,
el Big Papi, David Ortiz. En cierta ocasión en que
David nos invitó a comer a mí y a mi hija entonces
adolescente, en algún momento me descubrí total-
mente al margen de una charla sobre actrices, acto-
res, películas y series de moda para mí —casi un
cuarto de siglo más joven que él— desconocidos por
completo.
En una entrevista reciente, al referirse a su pri-
mera poesía, contenida en El jardín de la luz, de
1972, David declaró que tal vez aquel organismo
unicelular se haya convertido, al paso de los años,
en un animalito cordado más vivaz “que aquel bicho
que habitaba los océanos profundos de la adolescen-
cia literaria”. Lamento tener que contradecirlo aquí:
aquella pequeña criatura luminosa ha terminado por
convertirse, a lo largo de casi cinco décadas, en un
superorganismo complejo y fabuloso que a un tiem-
po alumbra y oscurece lo que toca, en una maquina-
ria verbal sensible y sofisticada que, como afirma
Luis Vicente de Aguinaga, tiene ya “la vivacidad y
la consistencia de los cuerpos autónomos”.

Víctor Cabrera

7
En donde estés

En donde estés oye la desgarrada boca


del tiempo. No dudes, avanza
contra la montaña de espejos. (Luego
podrás dudar. En donde estés
aprende a dudar
para servir a la vida.) En donde estés
mira los rostros del dolor
y abraza las espigas, desaprende
el agobio, observa el rostro
de tus hermanos
y el tuyo. En donde estés
recuerda y olvida. En donde estés
come con un estoicismo místico.
En donde estés acércate con deseo
y aléjate con repugnancia,
como quería el Lince.
En donde estés piensa en cada cosa
como si ella misma pensara. En donde estés
aprópiate del mundo
y olvídate de las finalidades. En donde estés
inventa finalidades y juega con ellas
hasta el hartazgo trágico y cómico.
En donde estés ejerce tu política.

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Antes de expresar una opinión política

Mira este lado negro en la cara de tus interlocutores,


su comisura de bandidos o de sacerdotes

y luego mide la distancia que te separa


del ojo del huracán: ahí está la política,

en esta fórmula absurda, no menos absurda


que el poder —el huracán es la naturaleza

y tus interlocutores son la sociedad (digamos)


y en esta medición y esa mirada

se resuelve tu posible opinar, tu abismo


de vulgaridad, tu sublime liberación anárquica,

tu tratadismo popperiano o marxista,


tu metáfora justa al recoger la tradición

y conseguir meter la mano invisible del mercado


en las aguas heladas de cálculo egoísta,

todo en orden y bien estructurado para el altar


instantáneo de la conversación, de la cháchara
libresca,

con citas en alemán, economía clásica, sociología


y martinis helados, bajo la tarde que se deshace.

10
La orden

En este plato te sirvieron


lo que no querías comer
y te ordenaron
comerlo.

No quiero saber
si lo comiste.

Hay demasiadas cosas


en el mundo
para ocuparse
de aquel plato, de aquella
orden, del alimento atroz
que te mandaron comer.

Aun así quiero saber


si en el fondo de tu boca
han seguido encendidas
algunas palabras
—tú sabes cuáles son
y lo que significan:
soles raudos
para la noche del devenir—

o si aquel alimento
y aquella orden
las apagaron para siempre.

11
Western

Doce millares de cráneos


—uno por cada mes forajido—
se animan como racimos entre las llamas.

Linternas convexas, vivaques


donde revolotean cándidamente
congelados revólveres, fusiles.

Un año más de asaltos,


de siluetas de diligencias
y de peñascos, emboscadas,
botines, proclamaciones, fugas.

Doce millares de cráneos


para el año redondo
que se abre como una quemadura
entre disparos y sacrificios.

12
La constelación M

Bajo un cielo casi siempre redondo


—comba fiel, compañera
un poco retrasada, impuntual,
del viaje continuo hacia adelante—
una constelación
aparece y estalla, se difunde
como una de esas manchas de petróleo
que se derraman
durante los sonados desastres marítimos
que sufren los grandes navíos
en las Bahías del Mundo.

Marca agriamente los territorios


pero suele confinarse
en la civilización benigna de los Baños.

A campo abierto,
o en dibujos febriles,
la acompañan el Perro,
el Venado, el Alcaraván,
el Murciélago, el Gato,
y otras galaxias y formaciones estelares
que día a día la destilan.

Es la constelación llamada M.
Obsérvala. Huélela
en su cielo, en sus territorios
fecundantes.

13
n la ci dad
E
u
La lluvia cae
sobre la ciudad envenenada.
Un olor de agua
se mezcla
con el agrio tejido
del humo.
El clima pesa
cual una mano
hecha de mecates
y crudos caldos.
Nadie camina por las calles.
Nadie respira
en las habitaciones.
El mundo se cierra
con un lejano chasquido.
Alguien abre los ojos.

En la ciudad

Humeante la atmósfera
Cargada con aprendizajes
Todos los imaginados y posibles
Los respiramos y soñamos
Regresa la "Región más trasparente".

14
Cristales

Limpiamente, el tajo del perfume


corta la tarde en dos: olor de toronjil
en el cuello blanco de la muchacha
y humo del cigarrillo de él,
los dos desnudos,
sábanas frescas, vasos de agua
—y el paso del tiempo entre los cuerpos.
No hay nada más. No hablan.
Tonos de azul oscuro bordean
el aciago cristal de la tarde. Otro cristal
los rodea: este silencio.

15
Plegaria

Señor, salva este momento.


Nada tiene de prodigio o milagro
como no sea una sospecha
de inmortalidad, un aliento
de salvación. Se parece
a tantos otros momentos...
Pero está aquí entre nosotros
y crece como una luz amarilla
de sol y de encendidos limones
—y sabe a mar, a manos amadas,
huele como una calle de París
donde fuimos felices. Sálvalo
en la memoria o rescátalo
para la luz que declina
sobre esta página,
aunque apenas la toque.

16
A una cantante de rock

Desnuda, maltrecha, enronquecida:


¿vas a decirme por fin qué nos sucede
o me levantarás, en cambio, sin hablar y,
desnudándome, llenarás mi boca de llamas
y mi carne de fría ceniza?
No quiero ver tus ojos alzados y hechos polvo
en el diluvio de la borrachera; no quiero sentir
tus brazos amargos y tu cuello debilitado.
Prefiero poner mi pie sobre tu espalda
y preguntar, amenazar, oscurecerme
con tu pausada locura de sinsonte.

Hay el agua que chorrea de un bestial mirlo mojado;


hay pedazos de niebla en mi ventana;
hay el rodar de una diadema de lobos
por el ardor de la playa pacífica.
No me veas, no mires lo que te ofrezco:
estos utensilios de ígnea tinta, estas luidas
imperfecciones de trapo en mis vestidos, estos
endulzados chispazos de mis manos cuadruplicadas
entre tus piernas de vacío animal hecho de luz dorada.
Tú canta, una y otra vez, así como amorosamente
estés:
desnuda, maltrecha, enronquecida.

17
Noviazgo

Hay sangre debajo de esta piel, ¿lo recuerdas?


Una sangre directa y calurosa. Hay un muro de palabras
y un puño que toca unas rodillas que a su vez
emblanquecen la noche con un temblor agudo y
sacramental.

¿Lo recuerdas? Mi boca en tus cabellos y


la mortal soledad que rodeaba.
Los dos: solos.
Amor mío,
senda impura donde hundo estos dedos homicidas,
clara mortaja de mi cuerpo desnudo, de mi cuerpo de
ahorcado...

Yo recuerdo la línea de tu cuerpo, las visibles


agrupaciones de tus dedos agarrando mi pelo, el
sedoso
y rendido abrazo de tu ansia. Recuérdame, esto te pido.

Si hubiera gritado, si hubiera yo gritado un lamento, si


hubiera aullado al penetrarte, el sol habría
aparecido en tu boca besada y penetrada.

Recuérdame, te pido. No soy ningún Ronsard, fui tu


amante
y al tocarte mi cuerpo se cubrió de canciones asesinas.

Hablamos muchas horas, estuvimos desnudos tantas


horas
y el arrullo de la droga nos cubría los brazos de amor.
Yo dije que eras hermosa y tú dijiste que yo era
hermoso.

18
Vivimos
a la manera de los náufragos, silenciosos y rodeados
por el tumulto, por las muchedumbres que nos
ignoraban.

El cuerpo ignoró toda miseria, puso a su lado las


armas
e inició esta guerra dulcísima. Dije “te amo” como si
en mi boca
estuvieran cocinándose razas, conquistas, ejércitos
enteros.
Tú murmurabas como un sediento animal, como una
desilusión que empezara a dejar de ser desilusión.
Te amé,
larva, casa de mi silencio, encendido peñasco, te amé
en tu cuerpo
y en tus presagios, hasta casi morir para que lo
supieras...

Estos milímetros de mí pesaron en tu pelo,


estas dimensiones mías te asediaron y cuando lo
quisiste
fui tuyo hasta la molécula entintada de los minutos
compartidos.
Toqué tu cuello, tus tobillos, tus dedos.
Fui tuyo, amor, camino, turbia novia, virgen loca,
perro de mi desdicha, nostalgia de mis lápices
memoriosos.

¿Cómo te nombro, amor? Te llamo blanca piel, senos


ardientes,
muslos dolientes para mi cabeza de guerrero, entero
mar
donde se cumple esta caliente profecía, esta
promesa...

19
Mi amor, esta cintura. Este vientre donde tu cabeza
reposó,
estos músculos que supieron entregarte los salmos,
los himnos
y la dicha de estar desnudos, juntos, abiertos,
fatigados.
Novia, fui yo también tu novia. Yo fui tu compañía
y deberás guardar este negro testimonio de mi
desdicha para saber
que existo, amor mío, centenar de demonios,
apetecida cueva.

20
Antes de besar una ausencia

El crepúsculo extendido como un silencio de leves telas


y el vaso a medio llenar y la sensación de haber
perdido

un destino, una muerte culminante, un


estremecimiento—

nada precisa los contornos de esta “pérdida del reino”,


de este vuelo de gasa y desasimiento,

de estos ácidos que penetran en los muslos


con un cosquilleo de fatiga suicida,

mientras la mano sostiene un lápiz o una pluma


y la escritura es lo que falta aquí—

o no, escribir es lo de menos, lo que se necesita


es el agobio de perfume voraz que invadió el paladar

y ese recorrido de la saliva en el contacto y el grito,


cerca de la filigrana del jadeo, junto a los pañuelos

que se entibiaban y esperaban que todo terminara


con un barniz de sal y de sonrisa despiadada

semejante a la soledad, y ese cuerpo ahí, entre las


sábanas,
era la estrella oscura, la embriaguez que ahora falta,

la desnudez sin fondo del crepúsculo y de este vaso


a medio llenar, de este vaso saciado de nuestra sed

21
que cambia la plenitud deseosa del agua por un ansia,
por una desesperación empapada de brusco abandono,

por ese fantaseo que es la imagen del propio cuerpo


sometido a otras, sobrecogedoras, disciplinas:

los navajazos puntuales del envenenamiento,


la cabeza hundida en la bolsa de plástico...

22
Comedia
(Fragmento)

Ver todo esto: filamentoso, vidrio en lodo,


repleto de datos incomprensibles, métodos derruidos,
guanteletes, leontinas, chalecos, parasoles,
novelas de veranda y acantilados, poemas
con orillas de Saturno y Danza de la Muerte,

todo esto de aplastante rotundidad y de crisis,


de continuas maneras de dar el doblez
por el significado, de traficar con ambos lados del
signo
sin consideración por Saussure, lo que
produce en los circunstantes una risa indudable
de morfosintaxis y dietética,

todo esto que se va adelgazando sin que tú


vengas todavía,
elocuente y como sedada por las ambigüedades,
semejante a un venado, simple como la magia de un
anillo,

esto que está en el intersticio y en la velocidad


de la luz,
rotundo, tenebrosamente imperfecto, erizado y con
una furia
de vibraciones empozadas, con una frutal retacería
de jarrones que despiden aromas inextinguibles y
narcóticos,
con una coja flojedad en las junturas, con tachaduras
en las articulaciones balsámicas de la pata rota,
con una nostalgia de Maratón en la muleta,

23
con un aire de uñas que cayeron
de diccionarios cerrados durante mucho tiempo—
esto, esto, con un costado de sociedad civil y otro
costado
hecho de barrialosas inflamaciones y lagos que se
extinguen,
denso de espectrales fisonomías y sílabas descoyuntadas,
lleno de estrías y huella de vejámenes,

ver todo esto, los cráneos y los efectos de la


economía,
y no verte, no ver cómo vienes y de dónde
y en el óvalo que está ciego de ti, de tu retrato
nunca recogido en este marco de filigrana, no verte
una vez más en la repetición de esta esterilidad

y no ver tu volumen, el peso que desplazas,


el olor tuyo que rasguña los rincones
de la madrugada con su grafito
punzocortante, incisivo, aproximadamente maya,
mientras dibujas con torpeza organismos unicelulares
que semejan apuntes de Brunelleschi o
planos de arquitecto ebrio, ensordecido
por un solo pasaje de Wagner o tres boleros olvidados,

no verte y luego verte, verte venir, así, con


cadencia
de paronomasia, irrepetible y tú misma, organizada
como un tango sentencioso contra la tarde,
con tus materias dulcemente mortales, como
un soneto estricto que fuera también
gozoso verso libre y aun prosa de recias vinculaciones
y fulgor de gramática y Mallarmé, con todo eso
que llamarían los zafios “tu arsenal”,
“tu panoplia”, y era solamente

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nariz y brisa de ríos sobre el antebrazo, boca
de vaso imantado de menta, manos hundidas en la
confusión
de las flores ensombrecidas, tierna saliva
donde dan vuelta besos y palabras, nuca
de la que se desprenden eslabones de vértigo
y sobrenaturaleza, cuello levantado
en ondulantes aceites y espadas minúsculas
—y en el rostro tuyo, finalmente, circuido
de azules emanaciones, nada más
que una serenidad de puma sobre un perfecto
peñasco.

Ver las osamentas y no ver tu carne quieta, la línea


de tu esqueleto temerosamente calcado
sobre el hermoso diorama de tu solidez y blandura,
no verte en la borrasca de todos los días, en medio
de estas higienes y estas llamas de aturdimiento,
estos mecates y esas elaboraciones de tardíos barrocos
que ocupan doscientas páginas de un tratado
y seis milímetros en el campo visual y nada en
absoluto
en el espacio de los sueños, los sueños donde cabes
con un ajuste ideal de abeja en el hexágono de cera
o en el ámbito eficaz del polen, a mediodía.

Ver los tiliches de la fenomenología tirados de


ese modo
para asombro de todos esos magníficos profesores
y no ver la fulguración labrada de tu bronce, de tu
mimbre debajo de los aéreos desarrollos de la
madrugada.

25
Propagaciones

Ves el azul de ninguna cosa,


los vasos negativos
de la bebida que te cruza.

Mares, lenguas, venenos.

Ves las bifurcaciones


de ninguna parte, las figuras
del olvido, la ausencia,
el agua segada de los umbrales.

Ves el sagrado humo


de los cuerpos caídos.

Flores, mapas, cuchillos.

Ves las propagaciones


de lo que no te di: sumarias,
oscurecidas, ondulantes.

26
Estrella

Cuándo saldrás del cielo


de mi corazón,
estrella de sangre?
Vienes
a visitarme en sueños
y tu boca
—húmeda de mil astros
y como rodeada por el fulgor
de la mañana eterna—
es una raya de oro
en la angustia del despertar.

Cuándo, cuándo saldrás de aquí,


tenue
o turbiamente
y dejarás estas flores de muerte
bajo mis pies y esa medalla
de silencios helados
detrás de los espejos?

Cuándo saldrás del cielo


de mi corazón,
estrella de sangre?

27
Antes de emprender un viaje

Leer a Cavafis, oír a Llach —eso,


desde luego. Ver los trazos

de la Guía Roji, la red del mapa,


los números y los símbolos y los colores,

empacarlo todo: nuestro pedazo movedizo


de Totalidad. Invocar

unas cuantas palabras, nómada, Marco Polo,


Cabeza de Vaca, sextante, exilio,

cerciorarse de hora y de lugar,


pensar intensamente en no hacer el viaje,

demoler entonces el mínimo Partenón


que llamamos
Nuestro Sedentarismo,

olvidar a Lezama (“Yo no viajo,


por eso resucito”), olvidar a Neil Alden Armstrong

y a Mao, respirar profundamente, adelantar


la pierna, empezar a desterritorializarse

(y esa palabra es por sí sola un viaje)...

28
Geografía y paisaje

Es el país al que mandamos


a los amargos enemigos. Colinda al sur
con la Chingada, al este con la Porra,
al oeste puntual con la blandengue Goma
—seráfica, esdrújula, eufemística.

Todos los arbitrarios, los antipáticos,


deben ir hacia allá, y sin remedio.

Mira cómo se extienden sus valles sepias,


sus cafetales del más puro
e hiriente perfume, sus aromas malignos.

Mira los ríos ocres, las montañas pardeantes,


los desfiladeros opacos en forma
de cilindros y roscas
de un cristal arrojadizo.

Mira la geografía de este país bendito.


Pues bien decimos su nombre
cuando Allá mandamos a los adversos,
a los tontos, a los ineptos, a los cínicos,
a los criminales. Buena pro les haga.

29
Ciencia poética / tratado número 1

La poesía deberá aparecer,


como un flujo iridiscente,
si y sólo si —según se lee
en ciertos reglamentos—
se utiliza alguna de estas palabras
(u otras parecidas):
“águila”, “abismo”,
“resplandeciente”, “dolor”,
“infinito”, “soledad”.
No aparecerá
si se escribe “cerillo”, “bobo”,
“chuchería”. Aparecerá
si se combinan, con ingenio exacto,
palabras de un tipo y otro
y se agregan signos de admiración,
rayas diagonales, puntos suspensivos,
todo tipo de gracias tipográficas.

30
Fuentes de un diccionario griego-español

La literatura exquisita,
las setenta filosofías,
los documentos privados
que aparecen en los papiros de Egipto,
textos burocráticos y económicos,
las fórmulas mágicas, matemáticas y astrológicas,
las cartas de un hijo a un padre pidiendo dinero,
los pleitos, los contratos entre particulares
que compraban una cabra,
las palabras fantásticas que inventaban los curas,
algunos autores de los que jamás se sacó el léxico…

Lo más humilde y lo más elevado.

NOTA

En noviembre de 2002, el lexicógrafo y académico español Francisco


Rodríguez Adrados, autor de un Diccionario Griego-Español, fue entre-
vistado con motivo de la presentación del sexto tomo de su obra (El País,
26 de noviembre de 2002). La pregunta del reportero Miguel Mora que
suscitó estas palabras no pudo ser más sencilla: “¿Cuáles son las fuentes
de su diccionario?” La respuesta es, en sí misma, un found poem, pues
tiene todos los rasgos de una enumeración poética. Me gustó mucho
cuando la leí; me emocionó, me conmovió; por eso la “corté” en versos:
para que destacaran sus cualidades literarias. Quiero creer que a Jorge
Luis Borges no le hubiera disgustado este ejercicio de adaptación y
“edición”. (DH)

31
Literatura

Lo escrito, lo penosamente
garabateado
en cuadernos exánimes;
lo taquigrafiado, las líneas
y los renglones
del ansia y el deseo,
se desdoblan
sobre las encendidas blancuras
de la página.
Abren sobre las hojas
un murmullo de alas
y de frondas de tinta
—vehículos veloces.
Si tan sólo un instante
y un miligramo
de esas tenues aventuras
llegaran, vibrantes y sin mancha,
a los ojos que leen...

32
Construcción del mundo

Los labios de la imagen y el giratorio


cuerpo de la sinestesia,
las porcelanas del deseo y la sufriente
cara de los desgastes: cuántas armas,
cuántas herramientas
para la construcción del mundo.

Baja la mano hacia el calor


de las palabras y el ojo que las mira
y las descifra se une
con la cejijunta enciclopedia.

¿Ves el mundo salir de las ardientes


comisuras, dando vueltas
como un pedazo ciego de criatura?

Escribir, desear, leer, sufrir, percibir:


capítulos de esta novela,
cuyos regresos trazan las odiseicas
ilaciones del devenir.

33
Personas

La tercera persona
se enmascara,

se extingue
como una ficción.

¿Quién es, oh atroz


misterio matinal?

La primera
y la segunda personas
son esto:
hogueras
escondidas,
rostros
hechos de alcohol,
fracturas
del horizonte,
animales vencidos,
espíritus
de abismos.

34
Insomnio

Embozado
yo gozo del insomnio
y de sus turbias vinculaciones,
de sus torvas alucinaciones,
de sus angustias
de sudar y durar.

El insomnio es la sopa de los entes,


la numerada soga
de la finitud ciudadana, la ciudad
de la materia y los diezmos.

El insomnio es una destruida limpieza.

Te digo que el insomnio


nunca me ahoga: con elegancia desordenada

yo lo lleno, lo llevo,
lo tacho y lo suspendo
y en vilo cuezo en él

adjetivos, cápsulas
de agrios vocablos
o de sílabas y migajas, tramos
de inesperadas inoculaciones
y de ondulantes
enfermedades.

35
Piano desértico

Una gota de Glenn Gould


ha caído en el desierto
de este piano. Una gota cruzada
diagonalmente
por dos mil navajazos de platino.

Una gota de oro digital.

Un Genio la enriquecería
hasta convertirla en una Luna
o en un pedazo de galaxia.

Pero Glenn Gould no.


Gould —que es el “último puritano”—
se ha negado a hacer eso.

Ha dejado sólo que caiga


en este piano desértico,

la ha abandonado en medio de la luz,


entre los óvalos y dunas del silencio.

36
Bajo el agua

Acércate y saca
de las inflamaciones
del agua
las imágenes
que necesitas:
un alfiler de oro,
un vaso de transparente
blancura,
un anillo
manchado de barro,
un pedazo de papel
con tu nombre escrito
a tinta y desesperación.

El agua es una
fulguración
en el ansia de tus manos.

Las imágenes
laten,
corazones intempestivos,
bajo la superficie.

37
Lo que veo

Veo los espejos del Espíritu


enganchados
en el oscuro labio de la virtud.

Veo racimos de impactos


depositados entre el follaje
de la serenidad hipnotizada.

Veo la escritura de murmullos,


la caligrafía de las cosas,
el hondo rasgo
de un ampersand entre dos nombres.

Veo larvas, pipas


y tenedores junto
a enciclopedias turbias.

Veo la mugre y la belleza esbelta


de una botella labrada
y el laberinto de una alfombra.

Veo rutas abandonadas


y caminos iluminados por la codicia.

Veo los reflejos y las curvaturas,


el irregular cuerpo de letras
de un poema, los pozos instantáneos
de un espasmo, las aguas envolventes.

Veo tus brazos en la delgada luz


del mundo atardecido
y el consuelo de tus labios
sobre el azul despliegue de los fenómenos.

38
Animal instantáneo

Se cierra el ojo que veía


el tornasolado mecanismo
del colibrí: el clic de un parpadeo
dura lo que, distinto de sí mismo,
el animal instantáneo
desplaza en la figura
de los aires. El pájaro estaba aquí,
luego no estaba, pura gota
de magia después de la llovizna.
Su estar en círculo
de paradoja —línea de quebradizo
fulgor, hilo de espasmo—
contamina los reinos
del ojo singular
que lo veía.
Y reaparece.

39
Domingo

Todo está sucio


porque es domingo:

el reloj del andrógino


y la cabellera del demiurgo.

Todo está sucio como una exclamación,


como una novela, como una caja de pobre.

Las pólizas, la guayaba,


los tenedores, el uranio.

Las manos están sucias


y avergonzadas
detrás del espejo.

Todo está sucio,


embozado
en la tristeza
del domingo. Y arrecia.

40
Conjuro desde septiembre

Fuego verde, niebla en el aire...


[...]
En una hora, en media hora, para que se vaya
como una niebla,
que se vaya como una mariposa...
Rezo tzotzil para curar la epilepsia

Que la mano se abra hacia el espejo del sueño


Que el ojo se cierre hacia el manojo de los nervios
Que la espalda se suavice en el reposo cristalino
Que la boca se distienda bajo la electricidad de la noche
Que el cuello se afloje en la flor del reposo
Que la nariz se eleve en el perfume blanco del día
Que la pierna se alargue detrás del magnetismo del
viaje
Que el pubis se encienda en el terciopelo del abrazo
Que la cadera se curve en el esplendor de la brisa
Que la oreja se despierte bajo el tintineo del contacto
Que el pelo se derrame desde el muro del cráneo
Que el pecho se ilumine entre las astillas del grito
Que el hombro se duerma ante la huella del neblí
Que el pie se extravíe entre las magias del tiempo
Que la garganta se oscurezca con la sílaba del espacio.

41
Estos errores

Raudos como la sal del navajazo,


con un frío temor,
aparecen ahora los errores
—albos de tan perfectos—
con su circunferencia púrpura.
Estos errores míos
que me conmueven
y por los que me odio.

Largo ha sido el día de conocerlos,


larga la madrugada de paladearlos —su sabor
en mis conversaciones convergentes
y en los puñales áridos del cuerpo.

Con su circunferencia póstuma, empapados


de mi manera de ser, navegan
por estas aguas de conocer y no saber;
aguas de malquerer, doradas
de ternura impuntual o meras antipatías.

Los tomo en mis manos enfermas, los acerco


a mi pecho. Me dan lástima
de tan sinceros y directos.
Errores: manchas turbias
en lo que otros llaman la Experiencia.

42
Desmoronamientos

Desmoronamientos
de cuanto preguntaba
aquí:
en el puño fecundo
del corazón.

Humillaciones de la noche.

Senderos
de invisibilidad
y angustia
para el que se extravía,

para el que se siente ridículo,

para el que huele, inclinado


sobre las crueldades del suelo,
estas mutilaciones.

Dame, noche,
el fuego y la resurrección.

43
Me caigo y me levanto

Me caigo y me levanto, es un tartamudeo


de actos, una secuencia de acontecimientos
entrecortados, me veo en el espejo
y reconozco a Buster Keaton, luego
soy mi peor enemigo, un político detestado,
la silueta perdediza de un vagabundo,
la catadura de un forajido, pero de nuevo

me levanto y caigo otra vez, me agarro


de los travesaños del aire y me levanto
para caer de nuevo, soldado en una batalla
de trincheras ubicuas, payaso en este circo
del devenir, las pistas circulares repletas
de fenómenos que a su vez caen
y se levantan insaciables, llevándome con ellos.

44
Cosas en la muerte

Los diagramas y las ondulaciones de la fiebre,


las islas y el rojo mar de Grecia, los vasos
de un color matinal, los arbustos y las espigas,
las calles despobladas en medio de la lluvia,
una esquina de París con muros de carteles arrancados,
libros obsesionantes y frases conversadas,
amaneceres con amigos, abrazos inolvidables,
confusos legados sobre mesas claras,
tormentosas querellas, blancas luces, las olas
del Adriático en la memoria convulsa, mediodías
en cantinas mexicanas: ¿cuántas cosas —o ninguna
de ellas, borradas por el final espasmo—
lo visitarán en el momento postrero? Ya están aquí,
desaparecerán con las invisibles
páginas escritas de los recuerdos individuales,
nunca habrán existido, dejarán sin embargo
una huella en algún lugar misterioso del tiempo,
del espacio, y serán cosas inmortales, cosas
en la muerte, tocadas y abandonadas, sentidas
y examinadas con desdén o pasión, vida impura.

45
Donde caíste

Donde caíste, ahí deja tu vara


de sonámbulos nardos;
deja tu caudalosa
forma de tenedor y de milímetro.
Pasa delante del lugar
como si, de la lumbre, viudo fueras;
de los hielos quemantes,
biznieto y heredero;
de las trémulas aguas
sobrino espeso, tartamudo, cuerdo.

Donde caíste, besa tu esqueleto.

Pasa, cierra los nudos,


aligera la nieve en las ventanas,
dobla tu cáliz rojo,
bruñe los crucifijos de tus vértebras.

Donde caíste, en fin,


deja un sabor de límite en la altura
y en el sótano el dulce
guijarro de las resurrecciones.

46
Nota sobre la procedencia de los poemas

Los poemas que aparecen en este material fueron


seleccionados, en su gran mayoría, de La mancha en
el espejo. [Poemas, 1972-2011]. Volumen II (Fondo
de Cultura Económica, 2013); ese segundo volumen
reúne los libros publicados por David Huerta entre
1990 y 2011. Decidí descartar los títulos incluidos
en el primer tomo de esa summa poética (el que va
de 1972 a 1987) pues, a mi parecer, se trata de los
más frecuentados, antologados y comentados por sus
lectores, la crítica y la academia. Prescindí también
del orden cronológico y opté, en cambio, por tratar
de establecer una trama temática y de tono entre los
poemas. Precisamente para no interrumpir el hilo de
esa trama, preferí no poner la fuente al final de cada
texto. Consigno aquí el origen de los poemas men-
cionando, en primer lugar, el libro del que proceden:

Historia (Ediciones Toledo, México, 1990): “Noviaz-


go”; “A una cantante de rock”.
Lápices de antes (Toque, Guadalajara, 1993): “Antes de
expresar una opinión política”; “Antes de emprender
un viaje”; “Antes de besar una ausencia”.
La sombra de los perros (Editorial Aldus, México,
1996): “Domingo”; “Personas”; “Desmoronamien-
tos”; “Insomnio”; “Estrella”; “Propagaciones”;
“Western”.
La música de lo que pasa (Conaculta, México, 1997):
“Plegaria”; “Animal instantáneo”; “Lo que veo”;
“Literatura”; “En la ciudad”.
Los cuadernos de la mierda (Museo de Arte Contem-
poráneo de Oaxaca y SHCP, Oaxaca, 2001): “La
orden”; “La constelación M”; “Geografía y paisaje”.

47
El azul en la flama (Era, México, 2002): “Cosas en la
muerte”; “Cristales”.
La olla (Agrupación para las Bellas Artes, Ciudad
Obregón, 2003): “Estos errores”; “Piano desértico”.
La calle blanca (Era, México, 2006): “Conjuro desde
septiembre”; “Bajo el agua”; “Construcción del
mundo”; “En donde estés”; “Ciencia poética /
Tratado número 1”; “Me caigo y me levanto”.
Tres poemas (La Dïéresis, México, 2015): “Comedia”.

Hay un par de textos, “Fuentes de un diccionario


griego-español” y “Donde caíste”, que le solicité
expresamente al autor. El primero seguía inédito
hasta la fecha, mientras que el segundo fue publicado
previamente en la Revista de la Universidad y en una
antología de textos de los participantes en un taller
de creación literaria en Tepoztlán, donde un invier-
no David fungió como guía escritural —y sospecho
que también espiritual— de un selecto grupo de
jóvenes escritores.

vc

48
Índice

Nota introductoria
David Huerta: elogio de la maquinaria
sensitiva
Víctor Cabrera 3
En donde estés 9
Antes de expresar una opinión política 10
La orden 11
Western 12
La constelación M 13
En la ciudad 14
Cristales 15
Plegaria 16
A una cantante de rock 17
Noviazgo 18
Antes de besar una ausencia 21
Comedia 23
Propagaciones 26
Estrella 27
Antes de emprender un viaje 28
Geografía y paisaje 29
Ciencia poética / tratado número 1 30
Fuentes de un diccionario griego-español 31
Literatura 32
Construcción del mundo 33
Personas 34
Insomnio 35
Piano desértico 36
Bajo el agua 37
Lo que veo 38
Animal instantáneo 39
Domingo 40
Conjuro desde septiembre 41
Estos errores 42
Desmoronamientos 43
Me caigo y me levanto 44
Cosas en la muerte 45
Donde caíste 46

Nota sobre la procedencia de los textos 47


David Huerta, Material de Lectura, Serie Poesía
Moderna, núm. 216, de la Dirección de Literatura
de la Coordinación de Difusión Cultural de la unam,
fue impreso en los talleres de Navegantes de la
Comunicación Gráfica, S.A. de C.V., Antiguo Cami-
no a Cuernavaca 14, Col. San Miguel Topilejo, al-
caldía de Tlalpan, C.P. 14500, Ciudad de México.
Se tiraron 1000 ejemplares en offset en papel
Cultural de 75 gramos. La composición se hizo en
tipos ITC Officina Serif de 8, 11 y 15 puntos.

Se terminó de imprimir el 8 de octubre de 2019,


en el septuagésimo aniversario del poeta.

La edición estuvo al cuidado de Víctor Cabrera y


del autor.

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