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El Festival de Brujería - Pedro Mañas

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DESTINO INFANTIL Y JUVENIL, 2022

infoinfantilyjuvenil@planeta.es
www.planetadelibrosinfantilyjuvenil.com
www.planetadelibros.com
Editado por Editorial Planeta, S. A.

© del texto, Pedro Mañas, 2022


© de las ilustraciones, David Sierra Listón, 2022
Diseño y maquetación: Endoradisseny
© Editorial Planeta, S. A., 2022
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona
Primera edición: marzo de 2022
ISBN: 978-84-08-25135-4
Depósito legal: B. 2.052-2022
Impreso en España – Printed in Spain

El papel utilizado para la impresión de este libro está calificado como papel ecológico
y procede de bosques gestionados de manera sostenible.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático,


ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por
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Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún
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teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.
El festival de brujería
¿Nos ayudas
a limpiar?

¡Cof, cof!
Perdón, quería decir que… ¡cof, cof, cof!
Ya está, creo que por fin he terminado de…
¡cof, cof!
No, no es que me haya vuelto loca. Es que aquí
dentro hay tanto polvo que no puedo parar de
toser. ¡Has hecho bien en abrir el libro de par en
par! Así se ventilará un poco esta historia.

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Una historia que comenzó hace unos días…
con una gran limpieza mágica.
¿A que lo de «mágica» suena divertido? Bueno,
pues no. Es como una limpieza normal, solo
que en vez de plumero usas varita. Por lo demás,
resulta igual de aburrida.
—¡Aburrida pero necesaria! —replicó Sarah
Kazam, la mejor alumna de mi club mágico.
Me dio rabia, pero Sarah tenía razón. ¡No veas
cómo estaba nuestro cuartel general! Se trata de

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una casa encantada donde nos reunimos
a medianoche para estudiar hechicería.
Últimamente estaba tan sucia que, más que
miedo, daba asco.
—Tiene más mugre que una granja de
cerdicornios —bromeó Ángela Sésamo, que
aquella noche se había presentado con tutú de
bailarina. No me preguntes por qué.
—Qué exageradas —rio Marcus Pocus, mi
mejor amigo—. No está tan mal…

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Tuvo que callarse cuando entramos a limpiar
los dormitorios. Apenas se podían distinguir
las colchas de las telarañas. De las lámparas
colgaban setas. Las almohadas olían a pies.
A pies de muerto.
—Cof, cof —tosí yo, levantando aún más
polvo—. Oye, ¿esto no debería limpiarlo
Carapuerro?
Así se llama el mayordomo fantasma que
vigila la enorme mansión.

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—¡Carapuerro está de vacaciones, querida!
—exclamó alguien a mi espalda—. Su prima lo
ha invitado a pasar un mes en su cetenmerio.
Es decir, mecenterio. ¡Ay, cementerio, córcholis!
La que se acercaba era Madame Prune, nuestra
maestra. Jamás la había visto tan nerviosa. Iba
por ahí como loca, sacudiendo alfombras y
abrillantando espejos. A veces se equivocaba
y se ponía a sacar brillo a las alfombras. Como
le diera por sacudir un espejo, íbamos listos.
—Daos prisa, queridos —repetía, disparando
a ciegas sus conjuros quitamanchas—. Nuestros
invitados deben encontrarlo todo ferpecto.
Ay, digo, perfecto.
Y no eran unos invitados corrientes. ¡Eran
brujos y brujas como nosotros!
Resulta que íbamos a ser los anfitriones del

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Gran Festival Anual de Brujería. Un montón de
aprendices de otros clubes viajarían a Moonville
para pasar con nosotros el fin de semana.
Eso suponiendo que lo tuviéramos todo a
punto para el viernes, claro. Lo veía difícil. Sobre
todo cuando empecé a barrer bajo las camas y
una enorme rata gris salió disparada.
Espera. Era mi gato Cosmo, rebozado en polvo
como una albóndiga.
Turistas
arrugados

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El viernes por la mañana, en el cole, no podía
dejar de mirar por la ventana.
—Señorita Green —me regañó la profe—.
¿Sería tan amable de aterrizar de una vez?
No es que hubiera ido a clase en escoba.
Simplemente estaba en las nubes.
Por suerte, la profe era la propia Madame
Prune. Lo que pasa es que en clase se hace la

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dura… y un moño para recogerse la melena.
Lo lleva más apretado que las mallas de un
superhéroe.
El que no necesita fingir antipatía es mi
compañero de pupitre, el malvado Oliver Dark.
Además de un abusón, es bastante cotilla.
¡Últimamente me vigila a todas horas!
Creo que cada vez sospecha más que soy una
bruja.
—¿Qué esperas ver ahí fuera? —preguntó,
dándome un codazo—. ¿Una vaca voladora?

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Qué va. Esas las he estudiado en Zoología
Fantástica y solo despegan al atardecer.
—¿Y a ti qué más te da? —respondí.
La verdad es que esperaba ver una bandada
de brujos aterrizando en sus escobas.
—No seas brujipava —rio Marcus en el
recreo—. ¿Crees que vendrán volando a plena luz
del día? Seguro que llegan disfrazados y sin que
nadie los vea.
—Pues ojalá aparezcan pronto —suspiré—.
Estoy impaciente por saber cómo será el festival.
Por supuesto, Sarah Kazam ya conocía hasta el
último detalle.
—Es un torneo amistoso entre cuatro clubes
de la región —nos explicó—. Durante el fin de
semana los aprendices competiremos para
obtener diferentes diplomas.

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—¡Seguro que los ganamos todos! —exclamó
Marcus—. No hay mejor club que el nuestro.
Sarah lo miró de un modo un poco raro, pero
no dijo nada. ¿En qué estaría pensando?
—Ojalá haya un concurso de comer
guacamole —comentó Ángela.
—¡Son pruebas mágicas! —se impacientó
Sarah—. Puntería con la varita, levitación,
adiestramiento de mascota, carrera nocturna
en escoba… Y luego está la Varita de Oro, por
supuesto.
—¿La Varita de Oro? —preguntamos a la vez,
como un coro de brujos cantores.
—Así es —asintió Sarah—. Es el trofeo para el
club que gane una prueba especial de equipo.
—A lo mejor consiste en comerse una piscina
de guacamole —suspiró Ángela.

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—Y dale —resopló Sarah—. Se trata de
un desafío misterioso que dura todo el fin
de semana.
—Entonces podría consistir… en comer
guacamole —insistió Ángela.
Por un momento pensé que Sarah la

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convertiría en aguacate allí mismo. Menos mal
que entonces algo nos interrumpió. ¡Eran Oliver
y su pandilla, corriendo hacia la verja del patio!
Unos tremendos bocinazos resonaban fuera.
—¡Visitantes! —gritaba Oliver—. ¡Llegan
visitantes al pueblo!
¡Por las astillas de mi escoba! Mira que si
Oliver había descubierto a nuestros invitados.
—Falsa alarma —dijo Marcus al asomarse tras
él—. Solo es una excursión de la tercera edad.
En efecto, tres autobuses de color tristón

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estaban cruzando el pueblo. Unos ancianitos
arrugados lo fotografiaban todo desde sus
ventanillas. Pero todo de TODO. Semáforos
incluidos. Si cambiaban de color, les sacaban
otra foto.
Realmente, no sé qué podía resultarles tan
interesante en Moonville. Al vernos en la verja,
nos sonrieron y se alejaron agitando la mano.
Pasé la tarde asomada al escaparate de Coco

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y Chocolate. Así se llama la pastelería que tienen
mis padres en el centro del pueblo.
—¿Qué haces ahí? —me preguntó mamá—.
¿No deberías estar practicando para el torneo?
Por un momento me dio un vuelco el corazón.
Luego recordé que mis padres ya sabían lo del
festival. Solo que a ellos les había dicho que era
de matemáticas.
—Cla-claro —tartamudeé—. Estoy haciendo
cuentas.
Para disimular me puse a multiplicar tartas
de frambuesa por merengues de limón.
Por la noche volé en mi patinete hasta nuestro
cuartel general. Estaba preocupada. Si los
aprendices de magia no llegaban a tiempo,
el festival se vendría abajo.
Al final, la que por poco se viene abajo fui yo.

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Y es que casi me caigo del patinete al ver los
tres autobuses de turistas cruzando el bosque.
¡Se dirigían a la mansión!
—¿Qué buscan aquí? —pregunté a los

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demás—. ¿Se habrán perdido o creerán que esto
es un museo?
Madame Prune y mis amigos corrieron a
asomarse a un balcón.
—No son turistas, Anna —murmuró la profe,
muy excitada—. ¡Son los aprendices del festival!
¿Aquellos ancianos? Pues sí que estaban
tardando en sacarse el título de magia.
—¡No, es que vienen disfradazos! —replicó
ella—. O sea… frisdazados… diszarfados… ¡Ay!

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