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El Realismo y El Cuento

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EL REALISMO Y EL CUENTO

Trayectoria del realismo

Fiódor Dostoyevski, con Crimen y castigo y Los hermanos Karamázov, ahonda en la conciencia de
los personajes, en lo que se ha dado en llamar novela psicológica, la gran aportación rusa al Realismo.

El conjunto de la obra novelística de Benito Pérez Galdós presenta un fresco de la sociedad española
del siglo XIX equiparable al que planteó Balzac en su Comedia humana para la francesa. Desde La
desheredada, en 1881, sus novelas contemporáneas llegan al realismo pleno, a la vez que asumen
algunos de los postulados del Naturalismo. Con Fortunata y Jacinta (1886-1887) alcanza el cénit de
su arte.

Leopoldo Alas "Clarín", que escribió la obra cumbre del realismo decimonónico en España, La
Regenta

Retrato de León Tolstói por Iliá Repin en 1887.


Retrato de Charles Dickens, principal, pero no único, narrador del realismo inglés.

Su nacimiento está ligado al ascenso, al afianzamiento del Renacimiento y a la nueva


sociedad urbana originada como consecuencia del desarrollo de la Revolución industrial y
el consiguiente éxodo masivo del campo a las ciudades. La mesocracia o clase media
preponderante y progresivamente alfabetizada, impuso sus gustos en materia literaria, pues
la mayor parte de los lectores pertenecían a esta clase.
El público estaba interesado, más que por lo lejano en el tiempo y espacio y lo exótico de
los románticos, por los problemas próximos y cotidianos de la sociedad contemporánea,
siempre presente a través del periodismo, que se desarrolla ampliamente en el siglo XIX
después de haber nacido en el XVIII, y de la fotografía, nueva técnica que reproduce al
detalle la realidad. En reacción contra el idealismo, se desarrolla el positivismo de Auguste
Comte (su Sistema de filosofía positiva se publica en 1850), que rechaza la especulación
pura y la metafísica; en Inglaterra, domina el pensamiento empírico del utilitarismo (Jeremy
Bentham, John Stuart Mill) y el evolucionismo, que Charles Darwin expone en su Origen de
las especies (1859) y pone de moda las ciencias naturales y la clasificación empírica de los
hechos, haciendo notar que todos los seres humanos están encadenados al medio
ambiente, que los moldea mediante la "adaptación al medio" en una "lucha por la vida" que
provoca una "selección natural"; el filósofo Herbert Spencer crea con este fundamento
el Evolucionismo social y cultural, al que se adhiere el mismo Comte.
El experimentalismo se desarrolla con el fisiólogo francés Claude Bernard, quien publica en
1865 su método experimental aplicado a la medicina. Por último, se desarrolla una nueva
ciencia, la genética, a partir de que el botánico austriaco Gregor Mendel publique en 1865
sus leyes de la herencia. Por otra parte, la izquierda hegeliana desacredita la religión
(Ludwig Feuerbach) y las esperanzas de redención fuera de este mundo y, sobre todo Karl
Marx, llama la atención sobre los condicionantes económicos y sociales de los pueblos,
o materialismo histórico y la lucha de clases, y afirma que la realidad no debe ser teorizada,
sino transformada.
La clase media empezó a notar los efectos beneficiosos del progreso, pero también los
nuevos problemas a que daba lugar, hasta entonces desconocidos, como un cambio
esencial de valores, desde los tradicionales, que dominaban en los ambientes rurales, a los
urbanos, más cínicos, individualistas y materialistas. Este contexto favoreció el realismo
como estilo literario y la prosa narrativa como género dominante, puesto que permitía
reconstruir la realidad de una forma flexible y alejada de retóricas pasadas y moldes fuera
de uso y dejaba libertad al escritor para elegir temas, personajes y situaciones. Por eso, la
novela fue aumentando su popularidad gracias a su vinculación con la prensa periódica,
vehículo a través del que se difundieron, por entregas, numerosas narraciones económicas
que, de esa manera, llegaron a un público más amplio que nunca hasta entonces, gracias
al abaratamiento de los materiales librarios de impresión y edición y la alfabetización masiva
por parte del estado, una de las conquistas de las revoluciones burguesas para garantizar
en principio la igualdad ante la ley.
La libertad política y religiosa, la soberanía popular, el sufragio universal y las
reivindicaciones sociales fueron motores que, desde ese momento, movilizaron en toda
Europa a las masas de trabajadores y las impulsaron a participar en los acontecimientos
políticos. Doctrinas como el socialismo y el marxismo tuvieron una rápida aceptación y
contribuyeron a crear entre los obreros una viva conciencia de clase, que prendió con gran
fuerza entre el proletariado urbano, surgido como consecuencia de la revolución industrial,
sometido a condiciones de trabajo infrahumanas y que sobrevivía a duras penas en las
ciudades. Cuando este proletariado adquirió conciencia de clase, entró en pugna con la
burguesía, que, de ser clase revolucionaria que lucha contra el Antiguo Régimen, pasó a ser
clase dominante y conservadora.
El origen del realismo literario europeo hay que buscarlo en la literatura española medieval y
la novela picaresca española y, en concreto, en la versión que configuró sobre esa tradición
el novelista Miguel de Cervantes. El desmitificador modelo cervantino influyó
poderosamente en la literatura europea posterior, pero el descrédito por el que pasó el
género narrativo durante el siglo XVIII aplazó su influjo europeo hasta bien entrado el siglo
XIX, salvo en el caso de Inglaterra, que en el siglo XVIII comenzó su propio realismo de la
mano de Daniel Defoe, Samuel Richardson o Henry Fielding, entre otros, y del que buena
parte de los escritores realistas posteriores son deudores.
La novela realista europea viene a ser la épica de la clase media o burguesa que ha
conseguido —a lo largo de sucesivas revoluciones que le han ido confiriendo cada vez
mayor poder (1789, 1820, 1830 y 1848)—, instalarse como clase dominante en todos los
aspectos de la vida, incluido el cultural y el estético. Los ideales burgueses (materialismo,
utilitarismo, búsqueda del éxito económico y social) irán apareciendo en la novela poco a
poco, y en su fase final también irán apareciendo algunos de sus problemas internos (el
papel de la mujer instruida y sin embargo desocupada; el éxodo del campo a la ciudad y la
mutación de valores subsecuente, por ejemplo). Por otra parte, cuando se vayan reiterando
y agotando los temas relativos a la burguesía, la descripción realista irá penetrando en otros
ámbitos y dejará la mera descripción externa de las conductas para pasar a la descripción
interna de las mismas, transformándose en novela psicológica y generando procedimientos
narrativos introspectivos como el monólogo interior y el estilo indirecto libre. Todo ello
posibilitó la aparición de movimientos en cierta manera opuestos, como el espiritualismo,
por un lado, visible en la última etapa de narradores realistas como Benito Pérez
Galdós, Fiódor Dostoievski y León Tolstói, y el naturalismo, por otro, que exageraba los
contenidos sociales, documentales y científicos del realismo, aproximándose a la
descripción de las clases humildes, marginadas y desfavorecidas. Los autores tratarán de
ofrecer personajes y situaciones comunes, lo que convierte la obra literaria en una fuente de
primer orden para el conocimiento del pasado histórico, aun teniendo en cuenta las
precauciones que deben tomarse para un uso documental de las fuentes literarias.
En Francia, fueron escritores realistas Henri Beyle Stendhal, Honoré de Balzac y Gustave
Flaubert. En el Reino Unido, destacan George Eliot (1819–1880) con obras
como Middlemarch: A Study of Provincial Life (1871–72), William M. Thackeray (La feria de
las vanidades, 1847) y Charles Dickens (David Copperfield, 1849), entre otros;
en Rusia León Tolstói y Fiódor Dostoyevski. En España, son primeras espadas Benito
Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, José María de Pereda y Leopoldo Alas
Clarín (véase novela realista). Portugal cuenta con Eça de Queiroz. En Italia, el movimiento
se denominó verismo y tiene a su más caracterizado representante en Giovanni Verga. En
cuanto a la literatura escrita en alemán, es un movimiento de este sesgo el
llamado Biedermeier y pueden considerarse realistas los novelistas suizos Albert
Bitzius (que utilizaba el seudónimo Jeremías Gotthelf), Gottfried Keller, Conrad Ferdinand
Meyer, el austríaco Adalbert Stifter y los alemanes Friedrich Hebbel, Theodor
Storm, Theodor Fontane, Gustav Freytag y Wilhelm Raabe, aunque esta estética todavía
continuó renovándose durante el siglo XX a través de la obra literaria de Thomas Mann.

Descomposición del realismo literario


Al final de su evolución, agotados sus presupuestos iniciales y sin variedad alguna ya sus
obras artísticas, el realismo literario se descompone en diversas corrientes que renuevan o
modifican sus principios, bien seleccionando y desarrollando una de sus ramas, bien
exagerando sus principios estéticos, bien rehuyéndolos y adoptando los principios opuestos,
o bien mezclándolos en una amalgama que constituye el llamado Postromanticismo,
caracterizado por el irracionalismo, el ansia de evasión y un profundo sentimiento
antiburgués. Las diversas y más caracterizadas corrientes del mismo son:

• El naturalismo, que exagera y sistematiza al máximo los principios del realismo


según expone el escritor francés Émile Zola; la novela se reduce prácticamente
a un documento social, a una instantánea de su época, y pasa a investigar no
solo los ambientes burgueses, sino los proletarios y marginales. De él arranca
asimismo un tipo de teatro fuertemente social (Gerhart Hauptmann, Henrik
Ibsen, George Bernard Shaw)
• El espiritualismo que, rehuyendo los principios del realismo, se interesa por todo
aquello que este había detestado: la religión, el espíritu, el alma de las personas,
lo tradicional, lo campesino... A esta corriente llegan, al final de su periplo
realista, escritores como Tolstói y Galdós.

• El posromanticismo propiamente dicho de la segunda mitad del siglo XIX, que


mezcla en distintas dosis realismo y romanticismo, sin lograr superar la íntima
contradicción entre estas dos corrientes. La novela Madame Bovary,
de Flaubert, puede considerarse típica de esta corriente. Otros escritores
postrománticos: Robert Louis Stevenson, Arthur Conan Doyle, Joseph
Conrad, Rudyard Kipling, Herman Melville y Thomas Carlyle.

• La novela psicológica; de las minuciosas descripciones exteriores del realismo


se pasa a las interiores y del narrador omnisciente al monólogo interior.
Además, ya en el siglo XX, la novela psicológica cultiva una faceta determinada
del realismo: agotada la descripción física y material de los entornos y
escenarios, la atención se centra más bien en los personajes, cuya psicología
es lo único ya que interesa. Así ocurre con el impresionismo de Marcel Proust y
los personajes de Henry James, absorbidos por su propio punto de vista. El
novelista se fuerza a describir en sus mínimos detalles los vaivenes de
conciencia, mediante técnicas como la del monólogo interior y el estilo indirecto
libre. Son maestros de este arte el francés Edouard Dujardin, la inglesa Virginia
Woolf, el estadounidense William Faulkner y, en especial, el más influyente de
todos los novelistas modernos, el irlandés James Joyce. En España, ya en los
años 60, destacó en esta onda el novelista Luis Martín Santos.

• El simbolismo, expreso sobre todo en los géneros de la lírica (Charles


Baudelaire, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé) y el teatro
(Maurice Maeterlinck)

• El esteticismo, el decadentismo, el parnasianismo, el prerrafaelismo y


el modernismo.
La novela realista empieza a ser dejada de lado frente a otros géneros más evasivos como
la novela decadentista, la novela de aventuras, la novela de ciencia ficción, la novela
psicológica, la novela policiaca y la novela histórica. Todas las corrientes del
postromanticismo desaparecerán con la llamada «crisis de fin de siglo» y la irrupción de
las vanguardias en 1909 con la primera de sus estéticas, el futurismo.

1- EL origen del cuento

El cuento es una narración corta y sencilla acerca de un suceso real o


imaginario que, de forma amena y artística, se puede manifestar escrita u
oralmente. La palabra cuento se emplea para designar diversas clases de
narraciones breves, como el relato fantástico, el cuento infantil o el cuento
folclórico o tradicional.

Es una de las formas más antiguas de literatura popular de trasmisión oral.


De hecho, el cuento apareció como una necesidad del ser humano de
conocerse así mismo y darle a conocer al mundo acerca de su existencia.
Los primeros cuentos eran de origen folclórico, se trasmitían oralmente y
tenían infinidades de elementos mágicos. Su origen circunda entre lo
mitológico o histórico, a pesar de haber estado desnaturalizado por la
fantasía popular.

Los cuentos más antiguos surgieron en Egipto alrededor del año 2000 a.C.
También cabe destacar las fábulas del griego Esopo (de carácter
moralizante) y los escritos de los romanos Lucio Apuleyo y Ovidio, cuyos
temas consistían en temas griegos y orientales con elementos fantásticos
y mágicos.

En el mundo helénico tuvo importante difusión los cuentos llamados


milesios, obscenos y festivos por naturaleza. Otras fuentes para el cuento
han sido el Panchatantra (relatos indios del siglo IV d.C.) y la principal
colección de cuentos orientales Las mil y una noches en la que
Scheherazade se salva de la muerte a manos de su esposo, contándole cada
noche apasionantes cuentos de diversos orígenes y culturas.

De hecho, gracias a esta obra el cuento se desarrolló posteriormente en


Europa. En la Europa medieval se escribieron numerosos relatos. En
Francia, destacaron los romances de caballeros. Asimismo, Geoffrey
Chaucer y Giovanni Boccaccio llevaron a sus culturas lo mejor de la
tradición medieval y antigua. Es precisamente a partir de Boccaccio cuando
la narrativa breve en prosa y realista (conocida como novella) se desarrolla
en Italia como forma artística. Gracias a obras como el Decamerón, en
Francia se conocieron Las cien nuevas novelas de un autor anónimo y el
Heptamerón de Margarita Navarra. Otro autor francés del siglo XVII, Jean
de la Fontaine, escribió fábulas basadas en Esopo.

A partir de ese entonces el cuento tomó una preponderancia tal que se


difundió por todo el resto de las culturas pos-medievales.

2- Características

Algunas de sus características y elementos son:

2.1- La acción
Por ser los cuentos relatos breves, una serie de hechos tienen que suceder
poco a poco a través de su evolución. A través de la narración, estos hechos
constituyen la acción que consta de 3 partes básicas, a saber: introducción,
punto culminante y desenlace.
2.2- Tema
Es lo que llama la atención en todo el desarrollo del cuento. El tema es el
elemento móvil del relato, el cual alcanza su punto máximo a medida que
el relato va evolucionando. Puede basarse en una gran gama de aspectos,
como el odio, amor, rencor, ilusión, ciudades, países, animales y pare usted
de contar.

2.3- Personajes
Seres y cosas tanto reales como imaginarios caben en todo relato. En las
narraciones literarias existen personajes principales o protagonistas ya
que, por sus características resaltantes, destacan sobre los demás y
realizan acciones más significativas. Luego, encontramos a los personajes
secundarios, que son menos importantes. El cuento debe partir de
situaciones en las que el o los personajes viven un conflicto que los obliga
a tomar una decisión que pone en juego su destino.

2.4 - Ambiente
Este elemento no es fundamental en el cuento, ya que está formado por el
ámbito o escenario donde los personajes se mueven. En los pequeños
relatos no siempre se encuentra definido, ya que muchas veces el
ambiente está tácito, sugerido o esbozado a grandes rasgos.

CUENTO: LA NARRACIÓN BREVE EN PROSA

Durante la Edad Media pueden rastrearse varios orígenes para la tradición europea de la
narrativa breve en prosa pero todos convergen en la relevancia cultural del apólogo como
forma literaria básica para la educación moral de los europeos. En este aspecto coinciden las
líneas que proceden de las antiguas fábulas grecorromanas, fundamentales en nuestra
cultura por su prestigio clásico, de las fábulas y los cuentos moralizantes de tradición oriental
que se difundieron por toda Europa desde las fronteras de la Cristiandad con el Islam, sobre
todo en Hispania, y de los modelos de narrativa religiosa vinculados a las colecciones de
“mirácula”, que acaso sea el tipo de narrativa breve más original de nuestra cultura durante
la Etapa Constituyente.
Desde una perspectiva histórica, hay que destacar en primer lugar la estrecha vinculación
de la narrativa breve en prosa con su gemela versificada en estos primeros siglos de
la literatura europea. El verso sirvió sobre todo para dar mayor categoría literaria a una
materia que en principio carecía de ella por la lengua en que se componía, mayoritariamente
vulgar, por su destino vicario, es decir, porque se planteaba como un mero vademécum
literario a disposición de otros autores para la composición de textos de más prestigio,
destinados fundamentalmente a la predicación, o por su origen secundario, traducción de
otros originales, estos sí de prestigio, en latín. Salvado este prejuicio negativo a partir del
siglo XIII gracias al valor práctico que fueron adquiriendo estos relatos breves, colecciones
de cuentos como El conde Lucanor pretenden dotarse de mayor valor literario articulándose
como una obra amplia compuesta de elementos menores vinculados entre sí pero
independientes. Mediante esta elaboración personal de un material previo, el autor presenta
ante el lector su obra en prosa como un auténtico trabajo literario.
El siguiente paso lo da Boccaccio al prescindir de la moralización como justificante de la
propia existencia del relato. Sin embargo, incluso el humanista florentino mantiene la ficción
de una supuesta o jocosa moraleja en cada uno de sus cuentos puesto que esta seguía siendo
una de las características básicas del género. Es más, en la Etapa Clásica, la recuperación del
prestigio de la fábula como género de procedencia grecorromana hace que la moralización
vuelva a ser un ingrediente básico e incluso que la prosa pierda prestigio frente al verso. En
este sentido y pese al gran peso que la figura de Boccaccio tuvo en el Renacimiento europeo,
el cuento sufrió un claro retroceso como género literario culto durante el siglo XVII.
A la altura del siglo XVIII la narración corta en prosa se había visto relegada en buena
medida a temáticas menores como la infantil y a motivos de prestigio menor como los relatos
populares. De ahí la enorme importancia para el resurgir del género de autores como los
hermanos Grimm, en los inicios de la Etapa Disolvente. En principio, lo que ellos proponen
es elevar a la categoría de literatura de prestigio unos relatos populares que supuestamente
eran transcritos en la lengua y con el estilo con los que se habían conservado entre la gente
iletrada desde tiempos inmemoriales. En este sentido, el éxito de los cuentos de los hermanos
Grimm es uno de los ejemplos básicos de la ruptura con los modelos clásicos que está en la
base del cambio cultural que se produce a finales del siglo XVIII. Sus relatos breves son textos
en los que la moralidad no es necesariamente relevante y que, por supuesto y pese a lo que
pueda parecer desde nuestra perspectiva actual, pretenden ir mucho más allá de la literatura
infantil, pues se presentan como testimonio de la creatividad de todo un “pueblo”. Además,
se trata de textos individuales, completos en sí mismos pese a su brevedad.
Ciertamente, el cuento siguió siendo considerado durante todo el siglo XIX un género
menor y grandes autores como Hoffmann o Poe hubieron de intentar ganarse su prestigio
literario con otros géneros más valorados por sus propios colegas escritores. Sin embargo, ya
en el siglo XX y de la mano, sobre todo, de autores extraeuropeos como Borges o Monterroso,
el cuento se ha convertido finalmente en uno de los géneros literarios de mayor presencia en
nuestra cultura actual.

Infancia en la antigüedad
En el mundo occidental, durante gran parte de la historia, la infancia no se
consideraba como una etapa diferente de la vida. Un niño era pensado como un
adulto: vestía igual, debía tener el mismo comportamiento y compartir las mismas
tareas.

La realidad de la época requería que los niños trabajaran apenas estuvieran en


condiciones de hacerlo. Muchos niños morían debido a las duras condiciones en
las que vivían, y eso hacía que los lazos afectivos entre los padres y sus hijos
fueran muy débiles. Una gran cantidad de infantes de clases más acomodadas
vivían separados de sus padres, pues eran enviados al campo para ser criados por
nodrizas y niñeras. Un niño era considerado un adulto incompleto, y hasta que
llegara a valerse por sí mismo, era pensado como absoluta propiedad de sus
padres.

Todo lo anterior iba unido a una menor preocupación por sus necesidades
intelectuales y emocionales. En ese escenario, prácticamente no existían libros
para niños y niñas.

“En el siglo XVII, 236 de cada 1000 bebés morían antes de cumplir un año, en
contraste con los 20 que mueren hoy. El 45% de los franceses nacidos en el siglo
XVIII murieron antes de cumplir 10 años.

Los hijos trabajaban junto con sus padres casi tan pronto como podían caminar…”

Daniel Goldin.

En La invención del niño.

El origen de los cuentos infantiles y la nueva visión de la niñez


La visión de la infancia comenzaría a cambiar lentamente a partir del siglo XVII.
Los padres y los hijos se acercaron más, y los niños comenzaron a dejar de ser
vistos como “adultos en miniatura”. Poco a poco se iba reconociendo a la niñez
como una etapa aparte, con sus propias particularidades, limitaciones y
necesidades. Es aquí donde aparecen las primeras obras escritas pensando en los
niños, aunque la gran mayoría solo buscaban enseñar a los pequeños a portarse
bien y a ser buenos hijos.

¿Es necesario recordar que lo que hoy parece obvio y natural: el acceso en la
primera infancia a la lectura y la escritura, no fue siempre así, que durante siglos
leer fue privilegio de unos cuantos, entre los que no se contaba a los niños ni a las
mujeres (…)?

Daniel Goldin.

En La invención del niño.

Los primeros cuentos infantiles


En 1697 el escritor francés Charles Perrault publica Los cuentos de mamá
Ganso (o Los cuentos de mamá Oca en otras traducciones), una colección de
ocho narraciones breves que incluyen La caperucita roja, La bella durmiente y
La cenicienta; hoy todos clásicos de la literatura infantil. Eran cuentos de la
tradición oral, creados por la comunidad, y dirigidos a adultos, que Perrault
rescató, dejando testimonio escrito de ellos. Con el tiempo, estos cuentos de
hadas fueron adaptados para los lectores infantiles, que fue lo mismo que ocurrió
con las historias de los Hermanos Grimm y las de Hans Christian Andersen.
Ilustración de Gustave Doré para el cuento Caperucita Roja, de Charles Perrault. Año: 1883.

Primeros pasos de la literatura infantil


El desarrollo que trajo la Revolución Industrial significó que los niños trabajaran
cada vez menos. En ese momento se comenzó a dar importancia a que los niños
fueran a la escuela y surgieron las primeras publicaciones infantiles. En 1744, John
Newberry publica en Inglaterra A Little Pretty Pocket-Book , considerado como
uno de los primeros libros dirigido exclusivamente a los niños con el objetivo de
entretenerlos.

Otras novelas de esa época, como Robinson Crusoe (1719) y Los viajes de Gulliver (1726),
fueron escritas inicialmente para adultos, pero apropiadas con el paso del tiempo por niños y
jóvenes.

A comienzos del siglo XIX, con la influencia del romanticismo, la fantasía y la


imaginación, los libros infantiles comenzaron a ocupar un rol más importante. Es
así como, en 1812, los Hermanos Grimm publicaron su libro Cuentos de la
infancia y del hogar , famosísima colección que contenía algunas de las historias
clásicas más conocidas de todos los tiempos, como La caperucita roja, La bella
durmiente y Hansel y Gretel. Algunos años después, y no muy lejos de ahí, Hans
Christian Andersen publicaría su primera colección de cuentos de hadas para
niños, presentando al mundo las historias de Pulgarcita y La Sirenita , entre otros
títulos que ya son tradicionales.

A fines del siglo XIX se masifica la publicación de libros para niños. Si antes los
libros tenían como objetivo el enseñar a los niños como comportarse y cómo ser,
luego son cada vez más los libros que buscan entretenerlos y mostrarles otras
realidades. Es así como aparecen varios clásicos como Alicia en el país de las
maravillas , de Lewis Carroll (1865); Tom Sawyer, de Mark Twain
(1876); Pinocho, de Carlo Collodi (1883); y Heidi, de Johanna Spyri (1880).

Posteriormente, durante la primera mitad del siglo XX comenzaron a publicarse en


forma masiva libros impresos a color, lo que dio paso al boom de la ilustración en
la literatura infantil.

“La palabra infancia proviene de latín infantia, que significa literalmente “mudez”. El
infante es el infans, literalmente el que no habla (…) El proceso al que aludiré́ más
adelante está directamente relacionado con la transformación de un sujeto que no
habla (tal vez sería más correcto decir, al que no se escucha) a un sujeto al que se
le reconoce el derecho a hablar y se le ofrecen condiciones para hacerlo. Es un
largo proceso civilizatorio en el que aún estamos inmersos (…)”

“En este sentido podemos adelantar que la evolución de la literatura para niños ha
pasado de ser una literatura infantil, es decir una literatura para ser escuchada y
acatada (no para hacer hablar), a una literatura para niños que busca o propicia de
diversas formas el diálogo, la participación activa de los niños en el mundo.”

Daniel Goldin.
En La invención del niño.

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