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Santidad

J. C. Ryle (1816-1900)
SANTIDAD

Su naturaleza, sus obstáculos, dificultades y


raíces

J. C. Ryle

“Seguid… la santidad,
sin la cual nadie verá al Señor”.
Hebreos 12:14
Índice

Prefacio..................................................................................4
Introducción...........................................................................5
1. Pecado...............................................................................18
2. Santificación.....................................................................33
3. Santidad........................................................................52
4. La batalla..........................................................................69
5. El costo.............................................................................86
6. Crecimiento....................................................................101
7. Seguridad....................................................................118
8. Moisés: Un ejemplo........................................................153
9. Lot: Una luz de advertencia............................................168
10............................................................. Una mujer para recordar 183
11..............................................El trofeo más grande de Cristo 201
12......................................................................El Señor de las olas 216
13...................................................... La Iglesia que Cristo edifica 235
14........................................ Advertencias a las iglesias visibles 248
15. “¿Me amas?”...............................................................260
16................................................................................... “Sin Cristo” 271
17................................................................................Sed satisfecha 279
18............................................................ “Riquezas inescrutables” 297
19............................................ Necesidades de nuestros tiempos 310
20........................................................................“Cristo es el todo” 328
21.............................................. Fragmentos de autores antiguos 346
¿Es usted nacido de nuevo?...............................................353
Santidad fue escrito originalmente en inglés por John Charles Ryle
en 1879. El texto es ahora de dominio público.
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Prefacio
Una de las señ ales má s alentadoras y que má s esperanzas da, la
cual he observado durante mucho tiempo en los círculos evangélicos,
ha sido un interés renovado y cada vez mayor en los escritos del
Obispo J. C. Ryle.
En su época fue famoso, renombrado y amado como campeó n y
exponente de la fe evangélica y reformada. Sin embargo, por alguna
razó n, su nombre y sus obras no son conocidos por los evangélicos
modernos. Creo que ninguno de sus libros está en circulació n y los
ejemplares usados son muy difíciles de conseguir.
La suerte tan distinta que han corrido en este sentido el Obispo
Ryle y su casi contemporá neo, el Obispo Moule, siempre ha sido
para mí algo de mucho interés. Pero el Obispo Ryle se está
redescubriendo y hay un nuevo llamado para que se vuelvan a
publicar sus obras.
Todos los que han leído sus escritos, agradecerá n este gran
libro sobre ‘Santificación’. Nunca olvidaré la satisfacció n, tanto
espiritual como mental, que fue leerlo veinte añ os atrá s cuando,
casualmente, lo encontré en una librería de libros usados.
En realidad, no necesita ni un prefacio ni una introducció n. Lo
ú nico que haré es instar a todos los lectores a leer la Introducció n
del propio Obispo. Es de valor incalculable y provee el entorno en
que se sintió impulsado a escribir el libro.
Las características del método y el estilo del Obispo Ryle son
obvios. É l es preeminentemente y siempre, bíblico y expositivo.
Nunca comienza con una teoría con la cual trata de hacer coincidir
pasajes bíblicos. Siempre empieza con la Palabra y la comenta. Es
una exposició n en su mejor y má s excelente expresió n. Siempre es
clara y ló gica e, invariablemente, lleva a una clara enunciació n de una
doctrina. Es fuerte, viril y totalmente libre del sentimentalismo que a
menudo es descrito como “devocional”.
El Obispo ha bebido profundamente de las aguas de los grandes
escritores puritanos clá sicos del siglo XVII. Sí, es totalmente
acertado decir que sus libros son una expresió n de la teología
verdaderamente puritana, presentados en una forma moderna y fá cil
de leer.
El autor, como sus grandes maestros, no tiene un camino fá cil a
la santidad para ofrecernos, ni un método “patentado”, por medio
del cual se puede obtener; pero, invariablemente, produce esa
“hambre y sed de justicia”, que es la ú nica condició n indispensable
para ser “saciado”. Espero que este libro sea ampliamente leído, a fin
de que, cada vez má s, el nombre de Dios reciba má s honra y gloria.
—D. M. Lloyd-Jones, Westminster Chapel, Londres.
Introducción 7

Introducción
Los veinte capítulos que contienen los dos tomos de esta obra,
son una humilde contribució n a una causa que está generando
mucho interés en la actualidad. Me refiero a la causa de la santidad
bíblica. Es una causa a la que todo el que ama a Cristo y anhela
extender su reino en el mundo, debiera ayudar. Todos pueden
hacer algo y yo quiero aportar mi granito de arena.
El lector encontrará poco que sea directamente controversial en
estos capítulos. He tenido cuidado de no mencionar maestros
modernos ni libros modernos. Me he contentado con dar el
resultado de mi propio estudio de la Biblia, mis propias
meditaciones personales, mis propias oraciones pidiendo
iluminació n y mi propia lectura de los escritos de teó logos del
pasado. Si en algo estoy equivocado, espero saberlo antes de partir
de este mundo. Todos vemos en parte y tenemos un tesoro en
vasijas de barro. Confío en que estoy dispuesto a aprender.
La necesidad de una vida santa
Durante muchos añ os he tenido una profunda convicció n de que los
cristianos modernos no le dan suficiente importancia a la santidad
prá ctica ni a la consagració n total del yo a Dios. La política, o las
controversias, o el espíritu partidista [contenciones antagónicas], o
la mundanalidad, han socavado el centro mismo de la piedad viva
en demasiados de nosotros. El tema de una consagració n personal ha
quedado relegado al olvido. Las normas para vivir la vida son
dolorosamente bajas en muchos entornos. La importancia enorme
de “que en todo adornen la doctrina de Dios” (Tito 2:10) y de que la
hagamos bella y hermosa por nuestros hábitos y temperamentos, ha
sido demasiado ignorada. Las gentes del mundo, a veces se quejan
con razó n, de que las personas supuestamente “cristianas”,
8 SANTIDAD

no son tan afables, desinteresadas y gentiles como otros que no


profesan ninguna religió n. No obstante, la santificació n, entendida
correctamente, y armonizando con la Palabra, es tan importante
como la justificació n. La sana doctrina protestante y evangélica es
inú til si no va acompañ ada de una vida santa. Es peor que inú til; es
sumamente perjudicial. Es despreciada por hombres observadores
y sagaces del mundo como algo irreal y vacío, y produce desprecio
por la fe cristiana. Estoy firmemente convencido de que queremos un
avivamiento total en relació n con la santidad bíblica y estoy
profundamente agradecido de que se le está dando atenció n a este
tema.
Introducción 9

La confusión
Sin embargo, es muy importante que todo el tema se establezca
sobre un fundamento correcto y que lo que de él se desprenda, no
sea perjudicado por declaraciones burdas, desproporcionadas y
unilaterales. No nos sorprendamos de que tales declaraciones
abunden. Sataná s conoce bien el poder de la verdadera santidad y el
dañ o inmenso que una atenció n creciente al tema causará a su reino.
Es pues su intenció n, promover contiendas y controversias acerca de
esta parte de la verdad de Dios. Justamente como en el pasado ha
tenido éxito en mistificar y confundir el pensamiento humano con
respecto a la justificación, ahora está tratando de dar “consejos
oscuros con palabras sin conocimiento” acerca de la santificación.
¡Que Dios lo reprenda! No obstante, yo no puedo perder la
esperanza de que del mal surja la buena voluntad de discutir lo
que revele la verdad y que una variedad de opiniones nos lleven a
escudriñ ar má s las Escrituras, a orar má s y a ser má s diligentes en
tratar de encontrar cuá l es “el sentir del Espíritu”.
Al dar a conocer esta obra, creo mi deber, ofrecer algunas
sugerencias introductorias para los que está n poniendo especial
atenció n al tema de la santificació n en la actualidad. Sé que hago esto
a riesgo de parecer presuntuoso y, posiblemente, ofensivo. Pero algo
hay que aventurar por el bien de la verdad de Dios. Por lo tanto,
pondré mis sugerencias en forma de preguntas y les pido a mis
lectores que las tomen como “precauciones para estos tiempos”, en
relació n con el tema de la santidad.
Las preguntas
1. Pregunto, en primer lugar: Si es sabio hablar de la fe como lo
necesario y como lo único requerido, según muchos parecen afirmar
en la actualidad, al abordar la doctrina de la santificación.
10 SANTIDAD

2. ¿Es sabio proclamar de una manera tan directa y no


calificada, como muchos lo hacen, que la santidad del convertido
es ú nicamente por fe y sin ningú n esfuerzo de su parte?
¿Concuerda esto con la Palabra de Dios? Lo dudo.
Que la fe en Cristo es la raíz de toda santidad…
- Que el primer paso hacia una vida santa es creer en Cristo,
- Que hasta que no creemos no tenemos nada de santidad,

- Que la unió n con Cristo, por fe, es el secreto, tanto del


comienzo de ser santo y de seguir siendo santo, Que la vida
que vivimos en la carne tenemos que vivirla por fe en el Hijo
de Dios,
- Que la fe purifica el corazó n,
- Que la fe es la victoria que vence al mundo,
- Que por fe los antiguos obtuvieron su recompensa
Todas estas son verdades que ningú n cristiano bien fundamentado
pensaría en negar. Aparte de esto, lo cierto es que las Escrituras nos
enseñ an que para seguir la santidad, el verdadero cristiano tiene
que poner de su parte y esforzarse, ademá s de tener fe. El mismo
apó stol lo dice en una oportunidad “lo que ahora vivo en la carne,
lo vivo en la fe del Hijo de Dios”. En otro lugar dice: “Peleo…
corro… golpeo mi cuerpo” y en otros lugares: “Limpiémonos
nosotros mismos… trabajemos… despojémonos de todo peso y del
pecado que nos asedia,…” (Gá . 2:20; 1 Co. 9:26, 27; 2 Co. 7:1; He.
4:11; 12:1). ¡Ademá s, las Escrituras no nos enseñ an en
ninguna parte que la fe nos santifica en el mismo sentido y
de la misma manera como la fe nos justifica! La fe que
justifica es una gracia que “no trabaja”, sino que,
sencillamente, confía, descansa y se apoya en Cristo (Ro.
4:5). La fe santificadora es una gracia cuya misma vida es acció n,
“obra por el amor” y, como una vertiente, mueve a todo el hombre
interior (Gá. 5:6).
Introducción 11

Después de todo, la frase precisa “santificado por fe”, se encuentra


una sola vez en el Nuevo Testamento. El Señ or Jesú s le dijo a Saulo
que lo enviaba “para que [otros] reciban, por la fe que es en mí,
perdó n de pecados y herencia entre los santificados”. No obstante,
en esto coincido con Alford que “por fe” se refiere a toda la oració n
y no se debe limitar a calificar la palabra “santificados”. El sentido
verdadero es que por fe en él: “…tiene poder para sobreedificaros y
daros herencia con todos los santificados”. (Compare Hch. 26:18 con
20:32).
3. En cuanto a la frase “santidad por fe”, no la encuentro en el
Nuevo Testamento. No hay controversia en cuanto a que nuestra
justificació n ante Dios por fe en Cristo es lo primordial. Todos los
que sencillamente creen, son justificados. La justicia es imputada
“al que no obra, sino cree” (Ro. 4:5). Es absolutamente bíblico y
correcto decir que “solo la fe justifica”. Pero no es bíblico ni
correcto decir “só lo la fe santifica”. La frase requiere mucha
calificació n. Baste lo siguiente: Pablo nos dice a menudo que el
hombre es “justificado sin las obras de la ley”. Por el contrario,
Santiago nos dice expresamente que la fe que no se justifica
visiblemente y se demuestra delante del hombre, es una fe que “si no
tiene obras, es muerta en sí misma”1 (Stg. 2:17). Quizá me
respondan que por supuesto nadie quiere descartar a las “obras”
como una parte esencial de una vida santa. No obstante, creo
conveniente aclarar mejor esto, que lo que parece estar haciéndose en
esos días. Me pregunto, en segundo lugar, si es sabio restarle
tanta importancia, como algunos parecen hacer,
comparativamente, a las muchas exhortaciones prácticas a la
santidad en el diario vivir
1
“Hay una justificación doble de parte de Dios; una es autoritativa y, la otra, declarativa y
demostrativa. La primera es la que predica San Pablo, cuando habla de justificación por
fe sin las
12 SANTIDAD

Que se encuentran en el Sermón del Monte y la última parte de la


mayoría de las epístolas de San Pablo2. ¿Coincide con lo que dice la
Palabra de Dios? Lo dudo.
Que todo los que profesamos ser creyentes en Cristo
debiéramos vivir avanzando hacia la meta de alcanzar una
consagració n personal diaria y de tener comunió n con Dios todos los
días; que debiéramos esforzarnos por ir al Señ or Jesucristo con
todo lo que nos es una carga, sea grande o pequeñ a, y entregá rsela a
él. Todo esto, lo repito, es algo que ningú n hijo de Dios bien
fundamentado soñ aría en disputar. Pero el Nuevo Testamento nos
enseñ a, sin lugar a dudas, que queremos algo má s que generalidades
con respecto a un vivir santo, algo que a menudo sacuda la
conciencia sin ofender. Los detalles e ingredientes, en particular,
de los cuales se compone la santidad en el diario vivir, debieran
ser presentados plenamente y subrayados por todos los que
pretenden manejar el tema. La santidad verdadera no consiste
meramente en creer y sentir, sino en hacer y sobrellevar. Nuestra
boca, nuestro humor, nuestras pasiones e inclinaciones naturales,
nuestra conducta como progenitores e hijos, patrones y siervos,
esposos y esposas, gobernantes y gobernados; có mo nos vestimos,
có mo empleamos nuestro tiempo, có mo nos comportamos en los
negocios, nuestro comportamiento en la enfermedad y en buena
salud, en riquezas y en pobreza, todos estos, son temas tratados
cabalmente por escritores inspirados.
No se contentan con una declaració n generalizada de lo que
debemos creer y sentir, y có mo hemos de tener las raíces de la
santidad plantadas en nuestro corazó n. Profundizan má s en el
tema. Tratan los pormenores. Especifican en detalle lo que el
hombre santo debe hacer y ser en su propia familia y en el seno de
su hogar, si permanece en Cristo. Dudo que en la actualidad se
enfoque lo suficiente, este tipo de enseñ anza.
Introducción 13

Cuando la gente habla de haber recibido “tal bendició n” o de


haber encontrado “la vida superior”, después de haber escuchado a
algú n defensor sincero de la “santidad por fe y auto consagració n”,
mientras que sus familiares y amigos no ven ninguna mejora ni un
incremento de santidad en su temperamento y conducta
cotidiana, se hace un dañ o inmenso a la causa de Cristo. La
verdadera santidad, tenemos que recordar, no consiste meramente de
sensaciones e impresiones interiores. Se trata má s que de lá grimas,
suspiros y un entusiasmo corporal, un pulso acelerado y una pasió n
por nuestros predicadores favoritos o nuestro propio grupo
religioso. No es solamente una pronta disposició n a hacerle frente a
cualquiera que no coincide con nosotros. En cambio, es má s bien algo
de “la imagen de Cristo” que puede ser vista y observada por otros
en nuestra vida privada, nuestros há bitos, nuestro cará cter y
nuestras acciones (Ro. 8:29).
1. Pregunto, en tercer lugar, si es sabio usar un lenguaje impreciso
acerca de la perfección y de recalcarles a los cristianos que hay un
estándar de santidad que se puede obtener en esta vida, pero que no
garantizan las Escrituras ni lo muestra la experiencia. Lo dudo.
2. Ningú n lector cuidadoso de su Biblia pensaría negar que los
creyentes son exhortados a ir “perfeccionando la santidad en el
temor de Dios”, a ir “adelante a la perfecció n” y a perfeccionarse (2
Co. 7:1; He. 6:1; 2 Co. 13:11). Pero todavía no he visto que haya
algú n pasaje en las Escrituras que enseñ e que puede lograrse una
perfecció n literal, una liberació n completa y absoluta del pecado, ni
en los pensamientos, ni palabras ni hechos,

obras de la ley. La segunda es la que predica San Santiago, que habla de justificación por
obras”. — Thomas Goodwin sobre santidad evangélica; Works (Obras), tomo 7. p. 181.
2
Era práctica común en la Iglesia Anglicana usar el título “San” con los nombres de los
apóstoles originales. —Editor
14 SANTIDAD

ni tampoco que ningú n hijo de Adá n lo haya logrado en este mundo.


Lo que es posible ver, ocasionalmente en algunos creyentes entre
pueblo de Dios, es una perfecció n relativa, una perfecció n en sus
conocimientos, una consistencia general en cada relació n en la
vida y un acierto total en cada punto doctrinal. Pero en cuanto a
una perfección absoluta literal,
¡los ú ltimos en decir que la tienen siempre han sido los santos má s
insignes de cada generació n! Al contrario, siempre han tenido el
sentido profundo de su propia falta de mérito y de su
imperfecció n. Cuanta má s luz espiritual han disfrutado, mejor han
visto sus innumerables defectos y faltas. Má s gracia han tenido,
má s han sido revestidos “de humildad” (1 Pe. 5:5).
¿Qué santo mencionado en la Palabra de Dios, de cuya vida se den
detalles, ha sido literal y absolutamente perfecto? ¿Cuá l de ellos, al
escribir de ellos mismos, alguna vez menciona sentirse libre de toda
imperfecció n? Al contrario, hombres como David, San Pablo y San
Juan declaran en términos contundentes que sienten debilidad y
pecado en su propio corazó n. Los hombres má s santos de los tiempos
modernos se han destacado siempre por su profunda humildad.
¿Hemos visto alguna vez hombres má s santos que el martirizado John
Bradford, o Hooker, o Usher, o Baxter (1615-1691), o Rutherford
(1600-1661), o M’Cheyne (1813- 1843)? ¡Aun así, nadie puede leer
los escritos y cartas de estos hombres sin ver que se sentían
“deudores de la misericordia y la gracia” cada día y que lo ú ltimo
que hubieran hecho es pretender que eran perfectos!
En vista de tales realidades como éstas, tengo que protestar contra
el lenguaje que se utiliza hoy día en muchos sectores, acerca de la
perfección. Tengo que asumir que los que la usan saben muy poco
de la naturaleza de pecado, de los atributos de Dios, de sus propios
corazones, de la Biblia o del significado de las palabras.
Introducción 15

Cuando alguien que profesa ser cristiano me dice tranquilamente


que ya ha superado la etapa de himnos como “Tal como soy de
pecador” y que estos ya no son parte de su experiencia presente,
aunque sí se aplicaban a él cuando al principio se había acercado a
la fe cristiana, ¡tengo que pensar que su alma está enferma!
Cuando alguien puede hablar tranquilamente de “vivir sin pecado”
mientras está en el cuerpo y que puede, de hecho, afirmar que “no ha
tenido ni un pensamiento malo en tres meses”, ¡só lo puedo decir
que, en mi opinió n, es un cristiano muy ignorante! Protesto contra
enseñ anzas como ésta. No só lo no hacen nada de bien, sino que
hacen un dañ o inmenso. Disgustan y enemistan con la fe cristiana
a hombres inteligentes de este mundo, que saben qué es
incorrecto y qué no es cierto. Deprimen a algunos de los mejores
hijos de Dios, que sienten que nunca pueden obtener una
“perfecció n” de este tipo. Causa engreimiento en muchos hermanos
débiles, que se creen ser algo cuando no son nada. En suma, es un
error peligroso.
3. En cuarto lugar: ¿Es sabio afirmar tan positiva y violentamente,
como muchos lo hacen, que el séptimo capítulo de la Epístola a
los Romanos no describe la experiencia del santo consagrado,
sino la experiencia del hombre no regenerado o del creyente débil y
no firme todavía? Lo dudo.
Admito plenamente que este punto es uno que ha sido discutido
durante dieciocho siglos, de hecho, desde la época de San Pablo.
Admito plenamente que cristianos insignes de hace cien añ os, como
John y Charles Wesley, Fletcher y ni mencionar algunos escritores
prominentes de nuestra propia época, mantienen firmemente que
Pablo no estaba describiendo su propia experiencia de aquel
momento, cuando escribió este séptimo capítulo. Admito
plenamente que muchos no pueden ver lo que muchos otros y yo
vemos: A saber, que Pablo no dice nada en este capítulo que no
coincida precisamente con la experiencia registrada de los santos
16 SANTIDAD
más renombrados de todas las épocas y que sí dice varias cosas, que

ninguno que no sea creyente ni que sea un creyente débil, jamá s


pensaría ni podría decir. Por lo menos, esto me parece a mí. Pero
no entraré en una discusió n detallada sobre el capítulo3.
Lo que sí quisiera enfatizar es el hecho que los mejores comentaristas
en cada período de la Iglesia, casi invariablemente, han aplicado el
séptimo capítulo de Romanos a creyentes maduros. Los
comentaristas que no comparten esta posició n han sido, con unas
pocas excepciones, los romanistas, lo socinianos y los arminianos.
Contra la posició n de ellos está n casi todos los reformadores, casi
todos los puritanos y los mejores teó logos evangélicos modernos.
¡Pueden decirme, por supuesto, que nadie es infalible y que los
reformadores, los puritanos y los teó logos modernos a los que me
refiero están totalmente equivocados y que los romanistas, socinianos
y arminianos tenían razó n! Pero, aunque no pido que nadie llame a
los reformadores y los puritanos “maestros”, les pido que lean lo
que dicen sobre este tema y que respondan a sus argumentos, si es
que pueden. ¡Hasta ahora, nadie lo ha hecho! Decir, como dicen
algunos, que no quieren “dogmas” y “doctrinas” humanas no es
una respuesta. La cuestió n para determinar es: “¿Cuá l es el
significado de un pasaje de las Escrituras? ¿Có mo hay que interpretar
el séptimo capítulo de la Epístola a los Romanos? ¿Cuá l es el
verdadero sentido de sus palabras?”. Sea como sea, recordemos que
hay una gran realidad que no podemos ignorar. Por un lado está n
las opiniones y la interpretació n de los reformadores y puritanos
y, por el otro, las opiniones e interpretaciones de los romanistas,
socinianos y arminianos. Que esto quede muy claro.

3
Aquellos que deseen profundizar en el tema, lo encontrarán presentado extensamente en
los comentarios de Willet, Elton, Chalmers, Robert Haldana y Owen sobre Indwelling
Sin (Pecado que permanece en nosotros) y en la obra de Stafford sobre Seventh of Romans
(Siete de Romanos).
Introducción 17

En vista de una realidad como ésta, tengo que protestar contra


el lenguaje burló n, provocador y despectivo que ú ltimamente ha sido
usado a menudo por algunos de los defensores de lo que tengo que
llamar el punto de vista arminiano del séptimo capítulo de Romanos,
cuando hablan de las opiniones de sus opositores. Lo menos que
podemos decir es que tal lenguaje es impropio y contraproducente
para ellos. Una causa que es defendida con tal lenguaje es, con razó n,
sospechosa. La verdad no necesita esta clase de armas. Si no
podemos coincidir con alguien, no tenemos que hablar de sus
puntos de vista con descortesía y desprecio. Una opinió n que es
apoyada por hombres como los mejores reformadores y puritanos,
quizá no convenza a todas las mentes en este siglo, pero igualmente
se debe hablar de ella con respeto.
4. En quinto lugar, ¿es sabio usar el lenguaje usado a menudo en
la actualidad para referirse a la doctrina de “Cristo en nosotros”?
Lo dudo. ¿No es esta doctrina exaltada con frecuencia a una
posició n que no ocupa en las Escrituras? Me temo que sí.
El hecho de que el verdadero creyente es uno con Cristo y Cristo
está en él, es algo que ningú n lector cuidadoso del Nuevo
Testamento pensaría en negar. Hay sin duda, una unió n mística
entre Cristo y el creyente. Con él morimos, con él fuimos
sepultados, con él resucitamos y con él estamos sentados en
lugares celestiales. Tenemos cinco textos claros que nos enseñ an
específicamente que Cristo está “en nosotros” (Ro. 8:9, 10; Gá . 2:20;
4:19; Ef. 3:17; Col. 3:11). Hemos de tener cuidado de que
comprendemos lo que queremos decir con esta expresió n. Que
“Cristo mora en nuestros corazones por fe” y realiza su obra interior
por medio de su Espíritu es precioso y claro. Pero si queremos decir
que, ademá s y aparte de esto, hay un vivir misterioso de Cristo en el
creyente, tenemos que tener cuidado a qué nos referimos.
Si no tenemos cuidado, nos encontraremos ignorando la obra del
Espíritu Santo. Estaremos olvidando que la economía divina de la
elecció n de la salvació n del hombre es la obra especial de Dios, el
Padre, que la expiació n, mediació n e intercesió n, son la obra
especial de Dios, el Hijo y que la santificació n es la obra especial de
Dios, el Espíritu Santo. Estaremos olvidando lo que dijo nuestro
Señ or cuando partió a la gloria: Que enviaría a otro Consolador que
tomaría su lugar y que estaría con nosotros para siempre (Juan
14:16). En suma, con la idea de que estamos honrando a Cristo,
resultará que estaremos deshonrando su don especial y singular:
El Espíritu Santo. Cristo, sin duda, siendo Dios, está en todas partes —
en nuestros corazones, en el cielo, en el lugar donde dos o tres se
reú nen en su nombre—, pero hemos de recordar que Cristo, como
nuestra Cabeza y Sumo Sacerdote, está a la diestra de Dios
intercediendo especialmente por nosotros hasta su segunda venida
y que Cristo realiza su obra en el corazó n de las personas por medio
de la obra especial de su Espíritu, a quien nos prometió enviar cuando
partió del mundo (Juan 15:26). Me parece que esto se hace evidente
en una comparació n entre los versículos nueve y diez del octavo
capítulo de Romanos. Me convence que “Cristo en nosotros”
significa Cristo en nosotros “por su Espíritu”. Ante todo, las palabras
de San Juan son muy claras y expresan: “Y en esto sabemos que él
permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado” (1 Juan
3:24). Espero que nadie malentienda todo esto que estoy diciendo.
No digo que la expresió n “Cristo en nosotros” no sea bíblica. Pero
sí digo que veo un grave peligro de que se adjudique una importancia
extravagante y no bíblica a la idea contenida en la expresió n y sí temo
que muchos la usan en la actualidad sin saber lo que quieren decir y,
sin darse cuenta, quizá deshonran la obra poderosa del Espíritu
Santo. Si algú n lector piensa que soy innecesariamente
escrupuloso en este punto,
Introducción 19
le recomiendo que tome nota de un libro singular por Samuel
Rutherford (autor de las bien conocidas cartas), llamado “The
Spiritual Antichrist” (El anticristo espiritual). Verán allí que, dos
siglos atrá s, aparecieron las herejías alocadas de una enseñ anza
extravagante, precisamente acerca de esta doctrina de que “Cristo
mora” en los creyentes. Encontrará n que Saltmarsh, Dell, Towne y
otros maestros falsos contra quienes contendió el acertado
Samuel Rutherford. Aquellos tenían extrañ as nociones acerca de
“Cristo en nosotros” y luego procedieron a edificar sobre la doctrina
antinomiana, sobre un fanatismo de la peor clase y con tendencias
de las má s viles. Así, ellos mantenían que la vida separada y
personal del creyente había desaparecido completamente, ¡que Cristo
viviendo en él era quien se arrepentía, creía y actuaba!
La raíz de este tremendo error era una interpretació n forzada y
nada bíblica de textos como “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”
(Gá . 2:20) y el resultado natural de esto fue que muchos infelices
seguidores de este pensamiento llegaron a la có moda conclusió n de
que los creyentes no eran responsables de sus acciones,
¡hicieran lo que hicieran! Segú n esta interpretació n, ¡los creyentes
estaban muertos y sepultados y só lo Cristo vivía en ellos y se hacía
cargo de todo! ¡La consecuencia definitiva fue que algunos creían que
podían quedarse tranquilos con una seguridad carnal, que ya no
tenían ninguna responsabilidad personal y podían cometer cualquier
clase de pecado sin ningú n temor! No olvidemos nunca que la verdad
distorsionada y exagerada, puede convertirse en el origen de las
herejías má s peligrosas. Cuando hablamos de que “Cristo está en
nosotros”, tengamos el cuidado de explicar lo que queremos decir.
Me temo que hay quienes descuidan esto en la actualidad.
5. En sexto lugar, ¿es sabio trazar una línea tan profunda, ancha y
marcada de separación entre conversión y consagración, o la
llamada vida superior, como lo hacen algunos en la actualidad?
¿Coincide esto con lo que afirma la Palabra de Dios? Lo dudo.
Es indudable que no hay nada nuevo en esta enseñ anza. Es bien
sabido que los escritores cató lico romanos, a menudo, afirman que
la iglesia se divide en tres clases: Pecadores, penitentes y santos.
¡Me parece a mí que los maestros modernos de esta época que nos
dicen que hay tres tipos de los que profesan ser cristianos —los no
convertidos, los convertidos y los que viven la “vida superior” de
total consagració n—, se refieren a prá cticamente los mismos
niveles! Pero sea la idea antigua o nueva, cató lica romana o no, me es
totalmente imposible ver que tenga una base bíblica. La Palabra de
Dios siempre habla de dos grandes divisiones de la humanidad y
ú nicamente dos. Habla de los vivos y de los muertos en pecado, el
creyente y el no creyente, el convertido y el inconverso, los que
está n en el camino angosto y los que está n en el ancho, los sabios y
los necios, los hijos de Dios y los hijos del diablo. Dentro de cada
una de estas dos clases hay, sin duda, distintas medidas de pecado
y de gracia, pero es só lo una diferencia entre el extremo má s
elevado y el má s bajo de una misma condició n. Entre estas dos
grandes clases hay un enorme abismo; son tan individuales como
la vida y la muerte, la luz y la oscuridad, el cielo y el infierno. ¡Pero
sobre una divisió n en tres clases, la Palabra de Dios no dice
absolutamente nada! Cuestiono la pretendida sabiduría de hacer
divisiones nuevas que la Biblia no ha hecho y me disgusta
totalmente la noció n de una “segunda conversió n”. Que hay una
gran diferencia entre un grado de gracia y otro —que la vida
espiritual se trata de crecimiento y que el creyente debe ser
exhortado continuamente a crecer en la gracia en todo sentido—,
es algo que acepto totalmente.
Introducción 21

Pero no puedo concebir la teoría de una transició n sú bita y


misteriosa, de un solo salto, del creyente a un estado de bendició n y
total consagración. A mí me parece una invenció n del hombre; no
puedo ver ningú n texto específico que lo pruebe en las Escrituras. Un
crecimiento gradual en la gracia, crecimiento en conocimiento,
crecimiento en la fe, crecimiento en el amor, crecimiento en
santidad, crecimiento en humildad y crecimiento en mentalidad
espiritual; todos estos sí los veo claramente enseñ ados;
contundentemente exigidos en las Escrituras y ejemplificados
claramente en la vida de muchos santos de Dios. Pero no veo en la
Biblia saltos sú bitos e instantá neos de la conversión a la
consagración.
¡Realmente dudo si tenemos derecho a decir que alguien puede
convertirse sin consagrarse a Dios! Que puede ser má s consagrado
es indudable y lo será a medida que aumenta su gracia; pero si no
se consagró a Dios el día que se convirtió y nació de nuevo, no sé lo
que significa conversió n. ¿No es cierto que los hombres corren el
peligro de no darle el valor y el lugar que merece a la bendició n
inmensa de la conversió n? ¿Acaso no están restá ndole valor a
aquel primer y gran cambio que las Escrituras llaman el nuevo
nacimiento, la nueva creació n, la resurrecció n espiritual, cuando
les exigen a los creyentes la “vida superior” de una segunda
conversió n? Puedo estar equivocado. Pero a veces he pensado, al leer
el lenguaje fuerte usado por muchos en los ú ltimos añ os al
referirse a “consagració n”, que deben haber tenido anteriormente un
concepto bajo e inadecuado de la “conversió n”, si es que acaso
habrá n sabido algo de ella. En suma, ¡hasta casi sospecho que
cuando se habían consagrado, en realidad, se habían convertido por
primera vez!
Confieso francamente que prefiero las sendas antiguas. Creo que
es má s sabio y seguro instar a todos los convertidos a que crezcan
continuamente en la gracia y hacer hincapié en la necesidad
absoluta de marchar adelante, a desarrollarse má s y má s, cada añ o
dedicá ndose y consagrándose má s en espíritu, alma y cuerpo a
Cristo. Usemos todos los medios para enseñ ar que hay más gracia
para obtener y má s cielo para disfrutar en la tierra que la mayoría de
los creyentes gozan desde ahora. Pero me niego a decirle a ningú n
convertido que necesita una segunda conversión y que algú n día
dará un paso enorme a un estado de total consagración. Me niego a
enseñ arlo porque no veo en las Escrituras justificació n alguna
para hacerlo. Me niego a enseñ arlo porque creo que la tendencia
de la doctrina es totalmente maliciosa, que deprime al humilde de
corazó n y llena de orgullo al superficial, al ignorante y al
presuntuoso, en un grado sumamente peligroso.
6. En séptimo y ú ltimo lugar, ¿es sabio enseñar a los creyentes que
no piensen tanto en luchar y esforzarse contra el pecado, sino que
más bien se “sometan a Dios” y sean pasivos en las manos de
Cristo? ¿Coincide esto con lo que afirma la Palabra de Dios? Lo
dudo.
Es claro que la enseñ anza de “someterse a Dios” es algo a lo que
Dios insta a los creyentes a hacer. Pero esto no incluye el sentido de
“colocarnos pasivamente en las manos de otro”. Cualquier
estudiante del griego nos puede decir que el sentido es má s bien de
“presentarnos” activamente para un uso, empleo y servicio (ver Ro.
12:1). La expresió n, pues, se sustenta por sí misma. Pero por otra
parte, no sería difícil señ alar, por lo menos, veinticinco o treinta
pasajes en las Epístolas que enseñ an claramente a los creyentes a ser
activos y se los hace responsables de cumplir con energía lo que
Cristo quiere. No se les dice que se “sometan” como agentes
pasivos y se queden sentados sin hacer nada, sino que se levanten
y trabajen. Un ímpetu, un conflicto, una guerra, una lucha santa, la
vida de un soldado,
Introducción 23
son presentados como las características del verdadero cristiano. La
descripció n de “la armadura de Dios” en el sexto capítulo de
Efesios parece resolver la cuestió n4.

Vuelvo a repetir que sería fácil demostrar que la doctrina de


santificació n sin un esfuerzo personal, sino sencillamente de
“someterse a Dios” es, precisamente, la doctrina de los
antinomianos faná ticos del siglo XVII (a la cual ya me he referido,
descrita en Spiritual Antichrist por Rutherford) y que su tendencia
es extremadamente mala. Sería fá cil demostrar que la doctrina es
totalmente contraria a la totalidad de las enseñ anzas de libros
acreditados como El Progreso del Peregrino ¡y si la aceptá ramos no
nos quedaría má s remedio que echar al fuego el viejo libro de
Bunyan! Si Cristiano en El Progreso del Peregrino, sencillamente, se
hubiera sometido a Dios y nunca hubiera luchado, esforzado y
batallado, yo habría leído el libro en vano. Pero la verdad lisa y
llana es que los hombres seguirá n confundiendo dos cosas que son
diferentes: La justificació n y la santificació n:
- En cuanto a justificación las palabras para decirle al hombre
son: “Cree, só lo cree”.
- En cuanto a santificación las palabras tienen que ser: “Mantente
en guardia, ora y lucha”.
Lo que Dios ha dividido, no lo mezclemos y confundamos nosotros.

4
El sermón de Sibbe sobre “Victorious Violence” (Violencia victoriosa) merece la atención
de todos los que tienen sus obras —Tomo 7, p. 30 (Richard Sibbes, 1577-1635).
El error lamentable
Termino aquí mi introducció n y me apuro a concluirla. Confieso
que dejo de escribir con sentimientos de tristeza y ansiedad. Hay
mucho en la actitud de los cristianos en la actualidad que me llena
de preocupació n y que me hace temer por el futuro.
Existe entre muchos creyentes una ignorancia pasmosa de las
Escrituras y, consecuentemente, existe también la necesidad de una
fe bien fundamentada, bíblicamente y só lida. No tengo otra manera
de explicar la facilidad con que la gente, como si fueran niñ os, “son
llevados por doquiera de todo viento de doctrina” (Ef. 4:14). Existe
un amor ateniense por las cosas novedosas y una aversió n
mó rbida por cualquier cosa del pasado y regular, y por el sendero
transitado por nuestros mayores. Miles de personas se congregan
para escuchar una voz nueva y una doctrina nueva, sin considerar
ni por un momento, si lo que está n oyendo es cierto. Hay ansias
incesantes de escuchar cualquier enseñ anza sensacional y
emocionante que apele a los sentimientos. Hay un apetito enfermizo
por un cristianismo espasmó dico e histérico. La vida religiosa de
muchos es como beber una pequeñ a copita espiritual y “el espíritu
afable y apacible” que recomienda San Pedro es totalmente
olvidado (1 Pe. 3:4). Las multitudes, los llantos, los sitios calurosos,
los cantos rimbombantes y una incesante apelació n a las emociones,
es lo ú nico que a muchos les interesa. La incapacidad para
distinguir las diferencias doctrinales cunde por doquier y, mientras el
predicador sea “há bil” y “fervoroso”, cientos de oyentes parecen
creer que tiene que estar predicando la verdad ¡y lo llaman a uno
terriblemente “intolerante y duro”, si sugiere que no predica la
verdad! Moody y Hawis, Dean Stanley y Canon Liddon, Mackonochie
y Persall Smith les dan lo mismo a tales personas. Todo esto es
triste, muy triste. Pero si, además de esto, los que sinceramente
abogan por más santidad, caen por el camino o tienen diferencias
entre sí, será más triste todavía. Entonces sí que estaremos peor.
Introducción 25
La solución
En cuanto a mí, sé que ya no soy un pastor joven. Mi mente quizá se
esté endureciendo y no puedo recibir fá cilmente ninguna doctrina
nueva. “Lo de antes es mejor”. Supongo que pertenezco a la escuela
antigua de teología evangélica y, por lo tanto, me contento con
enseñ ar acerca de la santificació n segú n lo que encuentro en Life of
Faith (Vida de fe) por Sibbes y Manton, y en The Life, Walk, and
Triumph of Faith (La vida, el camino y el triunfo de la fe) por
William Romaine. Pero tengo que expresar mi esperanza de que
mis hermanos má s jó venes, que han adoptado conceptos nuevos
de la santidad, se cuiden de las mú ltiples e innecesarias divisiones.
¿Creen que se necesitan normas superiores para la vida cristiana en
la actualidad? Yo también. ¿Creen que se necesitan enseñ anzas má s
claras, fuertes y completas sobre santidad? Yo también. ¿Creen que
Cristo debe ser má s exaltado como la raíz y el autor de la
santificació n, al igual que la justificació n? Yo también. ¿Creen que
se les debe instar má s y má s a los creyentes a vivir por fe? Yo
también. ¿Creen que se debe insistir más y más en que mantenerse
muy cerca de Dios es el secreto de la vida feliz y provechosa para el
creyente? Yo también. En todo esto coincidimos. Si quieren saber
má s, entonces les pido que tengan cuidado por dó nde caminan y que
expliquen, clara y distintivamente, lo que quieren decir.
Por ú ltimo, tengo que rechazar, y lo hago con amor, el uso de
términos y frases vulgares al enseñ ar acerca de la santificació n. Alego
que un movimiento a favor de la santidad no puede ser extendido con
una fraseología inventada, ni con afirmaciones desproporcionadas y
parciales, ni con enfatizar demasiado y aislar pasajes en particular, ni
por exaltar una verdad a expensas de otra, ni alegorizando o
acomodando pasajes (exprimiéndolos para sacarles significados que
el Espíritu Santo nunca puso en ellos),
ni hablando con desprecio y amargura de los que no ven las cosas
exactamente como las ve uno y no trabajan exactamente de las
maneras en que lo hace uno. Estas cosas no conducen a la paz; más
bien repelen a muchos y los mantienen alejados. Las armas como
éstas, no ayudan en nada a la causa de la verdadera santificació n,
sino que la perjudican. Hay que desconfiar de cualquier movimiento
para propagar la santidad que produzca altercados y disputas
entre los hijos de Dios. En nombre de Cristo, y en nombre de la
verdad y el amor, tratemos de seguir la paz, al igual que la
santidad. “Lo que Dios juntó , no lo separe el hombre” (Mr. 10:9).
Lo que anhelo de corazó n y pido a Dios todos los días, es que la
santidad personal aumente grandemente entre los que profesan ser
cristianos. Y confío en que todos los que procuran promoverla, se
adhieran a lo que coincida con las Escrituras, que distingan
cuidadosamente las cosas que difieren y que separen “lo precioso de
lo vil” (Jer. 15:19).

1. Pecado
“El pecado es infracción de la ley”. 1 Juan 3:4
Introducción 27

El conocimiento del pecado es fundamental


La verdad lisa y llana es que el conocimiento correcto del pecado es
la raíz de todo el cristianismo salvador. Sin doctrinas como la
justificació n, conversió n y santificació n hay “palabras y nombres”
que no significan nada, por lo tanto, lo primero que Dios hace
cuando convierte a una persona en una nueva criatura en Cristo, es
enviar luz a su corazó n y mostrarle que es un pecador culpable. La
creació n material en Génesis comenzó con “luz” y lo mismo sucede
con la creació n espiritual. Dios “brilla en nuestros corazones” por
obra del Espíritu Santo y, entonces, comienza la vida espiritual (2
Co. 4:6). Los conceptos inciertos o inseguros del pecado son el
origen de la mayoría de los errores, herejías y doctrinas falsas en
la actualidad. Si el hombre no se percata de la naturaleza peligrosa
de la enfermedad de su alma, uno no puede preguntarse có mo puede
contentarse con remedios falsos o imperfectos. Creo que una de las
necesidades principales en el siglo XIX ha sido y es, una enseñ anza
más clara sobre el pecado.
I.Definición de pecado
Comenzaré el tema dando algunas definiciones del pecado. Por
supuesto, todos conocemos las palabras “pecado” y “pecadores”.
Hablamos frecuentemente de que en el mundo hay “pecado” y de
que los hombres cometen “pecados”. Pero,
¿qué queremos decir al usar estos términos y frases? ¿Lo sabemos
realmente? Me temo que hay mucha confusió n y vaguedad sobre
esto. Trataré, lo má s brevemente posible, de dar una respuesta.

Digo, pues, que “pecado” es, hablando en general, como lo declara


el Artículo 91 de la Iglesia Anglicana: “La falla y corrupció n de la
naturaleza de cada hombre engendrado por un hijo de Adá n; por la
cual el hombre está muy apartado (quam longissime en latín) de su
justicia original y es, por su propia naturaleza, inclinado hacia el
mal, de modo que los deseos de la carne son siempre contra el
espíritu y, por lo tanto, cada persona nacida en el mundo merece la
ira y la condenació n de Dios”.
El pecado, en resumen, es aquella vasta enfermedad moral que afecta
a toda la raza humana, a todo rango, clase, nombre, nació n, pueblo y
lengua; una enfermedad de la cual nadie, sino Uno nacido de
mujer, fue libre.
¿Necesito decir que ese Uno fue Cristo Jesú s nuestro Señ or?
Digo, ademá s, que “un pecado”, hablando má s particularmente,
consiste en hacer, decir, pensar o imaginar cualquier cosa que no
se conforma perfectamente a la mente y la ley de Dios. Pecado, en
suma, como dicen las Escrituras, es una “infracció n de la ley” (1
Juan 3:4). La má s leve desviació n, ya sea exterior o interior, del
paralelismo matemá tico absoluto con la voluntad y el carácter
revelado de Dios, es un pecado, y nos hace, inmediatamente, culpables
a los ojos de Dios.
Por supuesto no necesito decirle a nadie, que lee su Biblia con
atenció n, que alguien puede quebrantar la ley de Dios en su
corazó n y en su mente, aun cuando no haya ningú n acto perverso
manifiesto y visible. Nuestro Señ or declaró este punto má s allá de
cualquier disputa en el Sermó n del Monte (Mt. 5:21-28).Incluso, un
poeta ha dicho: “El hombre puede sonreír y sonreír, y ser un
villano”.
Además, no necesito decirle al estudiante cuidadoso del Nuevo
Testamento, que hay pecados de omisión al igual que de comisión, y
que pecamos, como bien nos recuerda nuestro Libro de Oraciones,
1. Pecado 29

“dejando de hacer las cosas que debemos hacer”, al igual que


“hacer las cosas que no debemos hacer”. Las palabras solemnes de
nuestro Maestro en el Evangelio de Mateo también presentan
claramente este punto irrefutable. Dice allí: “Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus á ngeles.
Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me
disteis de beber” (Mt. 25:41,42). Fueron palabras profundas y
reflexivas dichas por el santo arzobispo Usher, justo antes de morir:
“Señ or, perdona todos mis pecados y, especialmente, los de
omisió n”.
Pero creo necesario en estos tiempos, recordar a mis lectores que
uno puede cometer pecado y no saberlo y creerse inocente cuando
en realidad es culpable. No veo ninguna justificació n bíblica para la
afirmació n moderna de que “el pecado no es pecado para nosotros
hasta que lo discernimos y tenemos conciencia de él”.
Por el contrario, en los capítulos 4 y 5 del injustamente
descuidado libro de Levítico y en el capítulo 15 de Números,
encuentro que se enseñ a claramente a Israel que hay pecados por
ignorancia que hacen impuro al pueblo y que necesitan expiació n
(Lev. 4:1-35; 5:14-19; Nú m. 15:25-29). Y encuentro que nuestro
Señ or enseñ a expresamente que “el que sin conocerla [la voluntad de
su amo] hizo cosas dignas de azotes”, no era perdonado por su
ignorancia, sino que era “azotado” o castigado (Lc. 12:48).
Recordemos que cuando medimos lo pecadores que somos segú n
nuestro propio conocimiento y conciencia, miserablemente
imperfectos, pisamos un terreno muy peligroso. Un estudio má s
profundo de Levítico podría hacernos mucho bien.

1
La Confesión de fe de la Iglesia Anglicana se denomina Los treinta y nueve artículos. Se
origina en 1563 y refleja las enseñanzas de la Reforma Protestante.
30 SANTIDAD

II. Origen y raíz del pecado


En cuanto al origen y la raíz de esta vasta enfermedad moral
llamada “pecado”, tengo que decir algo: Me temo que los conceptos
de muchos cristianos profesantes son, tristemente, defectuosos y
equivocados. No puedo pasarlo por alto. Fijemos, pues, en nuestra
mente que lo pecaminoso del hombre no empieza desde afuera,
sino desde adentro. No es el resultado de una mala formació n
durante la niñ ez.
No es que se aprenda de las malas compañ ías ni por los malos
ejemplos, como les gusta afirmar a algunos cristianos débiles. ¡No! Es
una enfermedad congénita, que todos heredamos de nuestros
primeros padres Adá n y Eva, y con la cual nacimos. “Creados a la
imagen y semejanza de Dios”, inocentes y justos al principio,
nuestros padres cayeron de la justicia original y llegaron a ser
pecadores y corruptos. Y desde aquel día hasta hoy, todos los hombres
y mujeres han nacido a la imagen de Adá n y Eva caídos y heredan
un corazó n y una naturaleza con inclinació n hacia el mal, “por un
hombre entró el pecado al mundo”. “Lo que es nacido de la carne,
carne es”. “[Somos] por naturaleza hijos de ira”. “La mente carnal
es enemistad contra Dios.” “Porque de dentro, del corazó n de los
hombres, [naturalmente como de una fuente] salen los malos
pensamientos, las fornicaciones, los homicidios” y cosas similares. (Jn.
3:6; Ef. 2:3; Ro. 5:12; 8:7; Mr. 7:21.)
El infante má s hermoso que haya nacido este añ o y viene a ser el
rayito de sol de una familia, no es, como su madre quizá
cariñ osamente lo llame, un “angelito”, ni un bebito “inocente”, sino
un pequeñ o “pecador”. ¡Ay! ¡Acostado sonriendo y balbuceando en
su cuna, esta tierna criaturita tiene en su corazó n las semillas de todo
tipo de maldades! Basta con observarlo cuidadosamente mientras
crece en estatura y su mente se desarrolla, para detectar una
incesante tendencia hacia lo egoísta y lo malo, y un alejamiento de
aquello que sea bueno.
1. Pecado 31

Verá en él los brotes y gérmenes del engañ o, del mal cará cter,
egoísmo, egocentrismo, obstinació n, codicia, envidia, celo, pasió n,
los cuales si se les deja expresar, crecerá n con lamentable rapidez.
¿Quién enseñ ó al niñ o estas cosas? ¿Dó nde las aprendió ? ¡Só lo la
Biblia puede contestar estas preguntas!
De todas las cosas necias que los padres suelen decir acerca de
sus hijos, no hay otra peor que el dicho comú n: “En el fondo, mi
hijo tiene un buen corazó n. No es lo que debiera ser; pero es que
ha caído en malas manos. Las escuelas pú blicas son lugares malos.
Los tutores descuidan a los niñ os. No obstante, en el fondo, él tiene
un buen corazó n”. Desgraciadamente, la verdad es exactamente lo
contrario. La primera causa de todo pecado radica en la
corrupció n natural del corazó n del niñ o, no en la escuela.
III. Amplitud del pecado
En cuanto a la amplitud de esta vasta enfermedad moral del
hombre llamada pecado, tengamos cuidado de no equivocarnos. La
ú nica base segura es la que nos dan las Escrituras. “Todo designio de
los pensamientos del corazó n” es malo por naturaleza y lo es
continuamente (Gén. 6:5). “Engañ oso es el corazó n má s que todas
las cosas, y perverso;…” (Jer. 17:9). El pecado es una enfermedad que
satura y compromete cada parte de nuestra constitució n moral y cada
una de nuestras facultades mentales. La comprensió n, los afectos,
los poderes para razonar, la voluntad, está n todos infectados, en
menor o mayor grado. Aun la conciencia está tan ciega que no se
puede depender de ella como un guía seguro y puede llevar al
hombre a hacer tanto lo malo como lo bueno, a menos que esté
iluminado por el Espíritu Santo. En resumen, “Desde la planta del
pie hasta la cabeza no hay… cosa sana,…” en nosotros (Isa. 1:6). La
enfermedad puede estar oculta bajo una delgada capa de cortesía,
32 SANTIDAD

buenos modales y un decoro exterior; pero se encuentra


profundamente arraigada en el ser.
Admito totalmente que el hombre tiene muchas facultades
positivas y nobles, y que muestra una inmensa capacidad en las
artes, en las ciencias y en la literatura. Pero el hecho sigue en
pie: En cuanto a las cosas espirituales, el hombre está
completamente “muerto” y no tiene conocimiento, ni amor, ni
temor natural de Dios. Sus mejores cualidades está n tan entretejidas y
mezcladas con corrupció n, que el contraste só lo evidencia claramente
la verdad y extensió n de la caída. Nos muestra que una y la misma
criatura es en algunas cosas…
- Tan superior y, en otras, tan baja.
- Tan grande y, no obstante, tan pequeñ a.
- Tan noble y, sin embargo, tan mala.
- Tan grandiosa en su concepció n y ejecució n de cosas
materiales y, no obstante, tan arrastrada y tan degradada en
sus afectos.
- Capaz de planificar y construir edificios como los de Carnac y
Luxor en Egipto, y el Partenó n en Atenas, y, no obstante,
adorar a dioses y diosas viles, a aves, bestias y seres que se
arrastran.
- Capaz de producir obras trá gicas como las de Só focles e historias
como las de Tucídides y, no obstante, ser esclavo de vicios
abominables como los descritos en el primer capítulo de la
epístola a los Romanos.
Todo esto es un complicado rompecabezas para los que se
burlan de la “Palabra escrita de Dios” y de los eruditos bíblicos.
Pero es un nudo que podemos desatar con la Biblia en nuestras
manos. Podemos reconocer que el hombre tiene en sí, todas las
marcas de un templo majestuoso, un templo en el cual alguna vez
moraba Dios, pero que ahora está en ruinas.
1. Pecado 33

Un templo en el que una ventana destrozada aquí, una puerta allá


y una columna más allá todavía, dan una idea de la magnificencia de
su diseñ o original, pero un templo que ha caído de su apogeo de un
extremo al otro y que ha perdido su gloria. Y por eso decimos que
nada soluciona el complicado problema de la condició n del hombre,
sino la “doctrina del pecado original o de nacimiento” y los
devastadores efectos de la caída.
Recordemos, ademá s de esto, que cada parte del mundo da
testimonio del hecho que el pecado es la enfermedad universal de
toda la humanidad. Busquemos por toda la tierra de este a oeste, de
polo a polo, busquemos por toda nació n de todo tipo de clima en los
cuatro puntos cardinales de la tierra, busquemos en cada rango y
clase social en nuestro país, desde el má s elevado al má s bajo y, en
cada circunstancia y condició n, la conclusió n siempre será la
misma. Las islas más remotas en el Océano Pacífico, completamente
separadas de Europa, Asia, Á frica y América, má s allá del alcance
del lujo oriental y las artes y literatura de occidente —islas
habitadas por gente que no sabe de libros, dinero, la fuerza del vapor
ni de la pó lvora—, en estas islas siempre se ha encontrado, al
descubrirlas, que había entre sus pobladores, las formas má s viles
de lujuria, crueldad, engañ o y superstició n. Si los habitantes no
han sabido ninguna otra cosa, ¡siempre han sabido có mo pecar! En
todo lugar, “engañ oso es el corazó n má s que todas las cosas, y
perverso;…” (Jer. 17:9). Por mi parte, no sé de una prueba má s
contundente de la inspiració n de Génesis y del registro de Moisés
acerca del origen del hombre que el poder, la extensió n y la
universalidad del pecado. Reconozcamos que la humanidad surgió de
una pareja, y que esa pareja cayó (como nos lo dice Génesis 3), y
que el estado de la naturaleza humana en todas partes es fácilmente
comprensible. Neguémoslo; como lo hacen muchos, y nos
encontraremos inmediatamente envueltos en dificultades
inexplicables.
34 SANTIDAD

En una palabra, la uniformidad y universalidad de la corrupció n


humana dan respuesta a los ejemplos más difíciles de explicar de
las enormes “dificultades de la infidelidad”.

El pecado en la vida del creyente


Después de lo dicho, estoy convencido de que la prueba má s
grande de la extensió n y el poder del pecado, es lo pertinaz que es en
aferrarse al hombre, aun después de que éste se ha convertido y es el
objeto de las operaciones del Espíritu Santo. Segú n el lenguaje del
Noveno Artículo2, “esta infecció n de la naturaleza permanece…,
aun en los que está n regenerados”. Tan profundas son las raíces de
la corrupció n humana, que aú n después de que nacemos de nuevo,
hemos sido renovados, “limpiados, santificados, justificados” y
hechos miembros vivos de Cristo, estas raíces siguen vivas en el fondo
de nuestros corazones y, como la lepra en las paredes de la casa,
nunca nos libramos de ella hasta que la casa terrenal de este
taberná culo se haya disuelto. Sin lugar a dudas, el pecado en el
corazó n del cristiano ya no domina. Está controlado, mortificado y
crucificado por el poder expulsivo del nuevo principio de gracia.
La vida del creyente es una vida de victoria, no de fracaso. Pero
las mismas batallas que hay en su seno, la lucha que ve que tiene
que librar diariamente, el celo continuo que tiene que ejercer sobre
su hombre interior, el conflicto entre la carne y el espíritu, los
“quejidos” que nadie, fuera de los que los han vivido conocen,
testifican de la misma gran verdad, todos muestran el enorme poder y
vitalidad del pecado. ¡Ciertamente debe ser poderoso ese enemigo
que aunque esté crucificado sigue vivo! ¡Feliz es aquel creyente que lo
comprende y, mientras se regocija en Cristo Jesú s, no confía para
nada en la carne y, por lo tanto, dice: “Gracias a Dios que nos da la
victoria” (1 Co. 15:57); nunca se olvida de estar en guardia y
orando para no caer en tentació n!
1. Pecado 35

IV. Lo ofensivo del pecado


En cuanto a la culpabilidad, vileza y lo ofensivo del pecado
a los ojos de Dios, mis palabras será n pocas. Digo “pocas”
con conocimiento de causa. No creo, segú n la naturaleza de
las cosas, que el hombre mortal pueda percibir lo
tremendamente ofensivo del pecado a los ojos de Aquel que
es santo y perfecto con quien tenemos que tratar. Por otro
lado, Dios, como ese Ser eterno que “notó necedad en sus
ángeles” y en cuya presencia “los mismos cielos no son
limpios”, É l es el que lee los pensamientos y los motivos, al
igual que las acciones, y requiere “verdad en nuestro
interior” (Job 4:18; 15:15; Sal. 51:6).
Por otro lado, nosotros, pobres criaturas ciegas, hoy aquí
y mañ ana no, nacidos en pecado, rodeados de pecados —
viviendo en un ambiente constante de debilidad, enfermedad e
imperfecció n—, no podemos dar forma má s que a los conceptos más
inadecuados de lo aberrante que es el mal. No tenemos ni línea ni
unidad de medida con las cuales conocer sus dimensiones. El ciego no
puede ver una diferencia entre una obra maestra de Ticiano o Rafael
y el rostro de la reina en el mural del pueblo. El sordo no puede
distinguir entre el sonido de un silbato y el del ó rgano de una
catedral. Aquellos animales cuyo olor nos resulta tan ofensivo, no
tienen idea de que son perjudiciales y no se afectan entre sí. Y yo creo
que el hombre, el hombre caído, no puede tener una idea cabal de
lo vil que es el pecado a los ojos de aquel Dios cuya obra es
absolutamente perfecta —perfecta, aun si la vemos a través de un
telescopio o un microscopio—,
2
Los Treinta y nueve artículos, una confesión de fe conservadora.
36 SANTIDAD

perfecta en la formació n de un gran planeta como Jú piter, con sus


satélites sincronizados al segundo, mientras gira alrededor del sol
y en la formació n del insecto má s pequeñ o que camina a nuestros
pies.
Pero de cualquier manera, implantemos firmemente en nuestras
mentes…
- Que el pecado es “esta cosa abominable que yo aborrezco”.
- Refiriéndose a Dios dice: “Muy limpio eres de ojos para ver el
mal, ni puedes ver el agravio”.
- Que la transgresió n má s leve de la ley de Dios nos hace “culpables
de todos”.
- Que “el alma que pecare, esa morirá ”.
- Que “la paga del pecado es muerte”.
- Que “Dios juzgará … los secretos de los hombres”.
- Que “el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga”.
- Que “los malos serán trasladados al Seol” e “irán éstos al castigo
eterno”.
- Que “no entrará en ella [la ciudad celestial] ninguna cosa
inmunda”.
(Jer. 44:4; Hab. 1:13; Stg. 2:10; Ez. 18:4; Ro. 6:23; Ro. 2:16; Mr.
9:44; Sal. 9:17;
Mt. 25:46; Ap. 21:27.) ¡Por cierto, estas son tremendas palabras
cuando consideramos que está n escritas en el Libro de un Dios quien
es todo misericordia! Después de todo, no hay prueba de lo serio
del pecado que sea má s sobrecogedora e irrefutable como la cruz y
la pasió n de nuestro Señ or Jesucristo,
y toda la doctrina de su sustitució n y expiació n. Terriblemente negra
ha de ser esa culpa por la cual, só lo la sangre del Hijo de Dios podía
satisfacer. Pesada debe ser la carga del pecado humano que hizo
gemir a Jesú s y sudar gotas de sangre en agonía en Getsemaní y
clamar desde el Gó lgota:
1. Pecado 37

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46).
Estoy convencido de que nada nos asombrará tanto, cuando
despertemos en el día de resurrecció n, como la vista que tendremos
del pecado y del conocimiento retrospectivo que tendremos de
nuestras innumerables faltas y defectos. Nunca, hasta la hora
cuando Cristo venga por segunda vez, comprenderemos
totalmente “lo pecaminoso del pecado”. Bien podría decir
George Whitefield: “El himno en el cielo será : ‘¡Lo que Dios ha
hecho!’”
V. Lo engañoso del pecado
Queda un punto por considerar sobre el tema del pecado, que no
puedo pasar por alto. Ese punto tiene que ver con lo engañoso que
es. Es un asunto de importancia primordial y me aventuro a
pensar que no recibe la atenció n que merece. Podemos ver este
engañ o en lo increíblemente propenso que es el hombre a
considerar al pecado menos pecaminoso y peligroso de lo que es a los
ojos de Dios y su pronta disposició n por restarle importancia,
excusarse por él y minimizar su culpa. “¡No es má s que uno pequeñ o!
¡Dios es misericordioso! ¡Dios no va al extremo de tomar nota de lo
que uno hace mal! ¡Nuestra intenció n es buena! ¡Uno no puede ser
tan quisquilloso! ¿Dó nde hace tanto dañ o? ¡No hacemos má s que lo
mismo que hacen los demá s!”. ¿A quién no le resulta familiar este
tipo de lenguaje?
Podemos verlo en la larga lista de palabras y frases lindas que han
acuñ ado los hombres a fin de describir cosas que Dios llama lisa y
llanamente perversas y una ruina para el alma. ¿Qué significan
expresiones como “de vida fá cil”, “alegre”, “alocado”, “inseguro”,
“desconsiderado”, “indiscreto”? Muestran que los hombres tratan de
engañ arse a sí mismos y de creer que el pecado no es tan
pecaminoso como Dios dice que lo es y que no son tan malos como
realmente son. Podemos verlo en la tendencia, aun de creyentes,
38 SANTIDAD

de permitirles a sus hijos conductas cuestionables y de ignorar el


resultado inevitable del amor al dinero, de jugar con la tentació n y
sancionar a los transgresores sin el debido rigor.
Me temo que no comprendemos suficientemente la extrema
sutileza de la enfermedad de nuestra alma. Somos demasiado
prontos a olvidar que la tentació n de pecar raramente se nos presenta
en su verdadera realidad, diciendo: “Soy tu enemigo mortal y quiero
arruinarte eternamente en el infierno”. ¡Oh no! El pecado nos
llega, como Judas, con un beso y, como Joab, con una mano
extendida y palabras halagadoras. El fruto prohibido le parecía bueno
y deseable a Eva; no obstante le echó fuera del Edén. Caminar
tranquilamente en la azotea de su palacio le pareció inofensivo a
David; pero terminó en adulterio y homicidio. El pecado raramente
parece pecado al principio. Estemos en guardia y oremos, no sea
que caigamos en tentació n. Podemos darle a la impiedad nombres
bonitos, pero no podemos alterar su naturaleza y cará cter a los ojos
de Dios. Recordemos las palabras de San Pablo: “Exhortaos los unos
a los otros cada día… para que ninguno de vosotros se endurezca
por el engañ o del pecado” (He. 3:13). Es una oració n sabia en
nuestra Letanía la que dice: “De los engañ os del mundo, la carne, y el
diablo, líbranos, buen Señ or”.

Autodegradación
Y ahora, antes de seguir adelante, quiero mencionar
brevemente dos pensamientos que parecen surgir con fuerza
irresistible de este tema. Por un lado, les pido a mis lectores que
observen las razones profundas que todos tenemos para
humillarnos y degradarnos a nosotros mismos. Sentémonos ante la
figura del pecado que nos presenta la Biblia y consideremos qué
criaturas tan culpables, viles y corruptas somos todos a los ojos de
Dios. ¡Cuá nta necesidad tenemos todos del cambio del corazó n
llamado regeneració n, nuevo nacimiento o conversió n!
1. Pecado 39

¡Qué masiva es la debilidad e imperfecció n que se aferra al mejor ser


humano en su mejor expresió n! ¡Qué solemne es el pensamiento
que dice que sin santidad “nadie verá al Señ or”! (He. 12:14). ¡Qué
razó n tenemos de clamar con el publicano, cada noche de nuestra
vida, cuando pensamos en nuestros pecados de omisió n, al igual que
los de comisió n: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lc. 18:13)!
¡Qué admirablemente encajan las confesiones generales y de la
comunió n en el Libro de Oraciones, con la condició n actual de
todos los cristianos profesantes!
¡Qué divinamente adecuado es ese lenguaje para los hijos de Dios, que
el Libro de Oraciones pone en la boca del cristiano antes de acercarse
a la mesa de comunió n: “El recuerdo de nuestras malas acciones nos
son gravosas; la carga es intolerable: Ten misericordia de nosotros,
ten misericordia de nosotros, Padre muy misericordioso; en el
nombre de tu Hijo nuestro Señ or Jesucristo, perdó nanos por todo
lo pasado”! ¡Cuá n cierto es que, el santo má s santo, es en sí un
miserable pecador y necesitado de misericordia y gracia hasta el
ú ltimo momento de su existencia!
De todo corazó n, apoyo aquel pasaje en el Sermó n sobre
Justificació n de Hooker, que comienza diciendo: “Consideremos
las mejores cosas y las má s santas que hacemos. Nunca estamos
má s comprometidos con Dios que cuando oramos; no obstante,
muchas veces, cuando oramos, ¡có mo nos distraemos! ¡Qué poca
reverencia demostramos hacia la gran majestad de Dios con quien
hablamos!
¡Qué poco remordimiento sentimos por nuestras propias maldades!
¡Qué poco gusto sentimos de la influencia de sus tiernas mercedes!
¿No sucede que muchas veces no estamos deseosos de comenzar,
como lo estamos de terminar, como si al decir él ‘Invó came’ (Sal.
50:15), nos hubiera dado una tarea muy difícil? Lo que digo puede
parecer algo extremo; por lo tanto, que cada uno juzgue, como le
indique su propio corazó n, y no de ninguna otra manera;
40 SANTIDAD

¡haré só lo una demanda! Si Dios cediera ante nosotros, no como a


Abraham (si hubiera podido encontrar cincuenta, cuarenta, treinta,
veinte o aun diez buenas personas en la ciudad, por ellas esta ciudad
no sería destruida) y, en cambio, nos hiciera una oferta así de
grande: 1) Busquen en todas las generaciones de hombres desde
la caída de nuestro padre Adá n, 2) Encuentren un hombre que haya
surgido de él, que haya sido puro, sin mancha alguna y 3) Por la
acció n de ese ú nico hombre, ningú n ser humano ni ángel sufriría los
tormentos preparados para ambos. ¿Les parece que este rescate para
librar a hombres y ángeles podría encontrarse entre los hijos de los
hombres, cuyas mejores cosas tienen algo en ellas que hay que
perdonar?”3
Ese testimonio es verdadero. Por mi parte, estoy convencido de
que cuanta má s luz tenemos, má s vemos lo pecaminoso que somos
y cuanto má s nos acercamos al cielo, más estamos revestidos de
humildad. En cada era de la Iglesia encontraremos que es cierto, si
estudiamos biografías, que los santos má s eminentes, hombres
como Bradford, Rutherford y M'Cheyne, veremos que,
invariablemente, han sido los hombres má s humildes.
Seamos agradecidos por la gracia
Por otro lado, pido a mis lectores que observen cuá n
profundamente agradecidos debemos estar por el glorioso evangelio
de la gracia de Dios. Existe un remedio revelado para la necesidad
del hombre, un remedio tan ancho, amplio y profundo como la
enfermedad que padece. No hemos de temer mirar al pecado y
estudiar su naturaleza, origen, poder, extensió n y vileza, si
miramos, al mismo tiempo, el remedio todopoderoso que nos ha sido
provisto en la salvació n que hay en Jesucristo. Aunque ha abundado el
pecado, la gracia ha abundado mucho má s. Sí…
- En el pacto eterno de redenció n y en el Mediador de ese pacto,
Jesucristo el justo, y perfecto Hombre en una sola Persona.
1. Pecado 41

En la obra que hizo al morir por nuestros pecados y resucitar


-
para nuestra justificació n, y en los oficios que cumple como
nuestro Sacerdote, Sustituto, Médico, Pastor y Abogado.
- En la sangre preciosa que derramó , la cual puede limpiar de
todo pecado en la justicia eterna que trajo.
- En la intercesió n perpetua que hace por nosotros como
nuestro Representante a la diestra de Dios.
- En su poder de salvar para siempre al peor de los pecadores, su
disposició n de recibir y perdonar a los má s viles, su prontitud
por cargar a los más débiles.
- En la gracia del Espíritu Santo que planta en los corazones de
su pueblo, renovando, santificando y haciendo que las cosas
viejas pasen y todas sean hechas nuevas.
—En todo esto y, ¡oh que bosquejo tan breve es!, en todo esto,
digo, hay un remedio, pleno, perfecto y completo para la enfermedad
aborrecible del pecado. Terrible como es indudablemente el concepto
correcto del pecado, nadie debe desmayar ni desesperarse, siempre y
cuando tenga, al mismo tiempo, un concepto correcto de Jesucristo.
Con razó n ese anciano Flavel finaliza muchos de los capítulos de
su admirable libro “Fountain of Life” (Fuente de vida), con las
emocionantes palabras: “Bendito Dios por Jesucristo”.
Aplicación práctica
Al llevar este tema poderoso a una conclusió n, siento que apenas he
tocado la superficie. Es un asunto que no puede ser tratado a fondo
en un escrito como éste. El que quiera verlo tratado, completa y
exhaustivamente, tiene que recurrir a eruditos de teología
experimental, como Owen,

3
Thomas Hooker (1556-1647): “Learned Discourse of Justification” (un discurso
erudito sobre la justificación).
42 SANTIDAD

Burgess, Manton, Charnock y otros gigantes de la escuela


puritana. Sobre temas como éste, no hay escritores que puedan
compararse con los puritanos. Só lo me resta destacar algunos asuntos
prá cticos que toda la doctrina sobre el pecado deben ser tratados en
la actualidad.
(a) Quiero decir, en primer lugar, que un concepto bíblico del
pecado es unos de los mejores antídotos contra el tipo de teología
vaga, imprecisa, nada clara, borrosa, indefinida, que es tan
dolorosamente comú n en la actualidad. Es en vano cerrar los ojos
al hecho de que hay una gran cantidad de supuesto cristianismo
hoy día que no puede declararse positivamente errado, pero que, a
pesar de todo, no es completo, de peso, ni totalmente acertado. Es un
cristianismo en el cual no se puede negar que haya “algo de Cristo,
algo de la gracia, algo de la fe, algo del arrepentimiento y algo de la
santidad”; pero no es lo verdadero, tal como aparece en la Biblia.
Las cosas están fuera de lugar y son desproporcionadas.
Como hubiera dicho el anciano Latimer: Es una especie de
“mezcla de esto y aquello” y no hace nada de bien. No ejerce
influencia sobre la conducta cotidiana, ni consuela en la vida, ni da
paz en la muerte. Los que siguen estas aparentes verdades,
despiertan a menudo demasiado tarde para encontrarse con que no
tienen ningú n fundamento. Ahora bien, creo que la mejor manera
de curar este tipo defectuoso de religió n es darle más prominencia a
la antigua verdad bíblica acerca de lo pecaminoso del pecado. La
gente nunca se propondrá decididamente ir en direcció n al cielo y a
vivir como peregrinos hasta que sientan que realmente corren peligro
de ir al infierno. Tratemos todos de reavivar la antigua enseñ anza
acerca del pecado en los jardines de infantes, escuelas, colegios y
universidades. No olvidemos que “la ley es buena, si uno la usa
legítimamente” y que “por medio de la ley es el conocimiento del
pecado” (1 Tim. 1:8; Ro. 3:20; 7:7). Pongamos la ley al frente y
enfaticémosla de modo que los hombres le presten atenció n.
1. Pecado 43

Hablemos de los Diez Mandamientos e insistamos en ellos


demostrando lo largo, ancho, profundo y alto de sus
requerimientos. É ste fue el método de nuestro Señ or en el Sermó n
del Monte. No hay nada mejor que podemos hacer que seguir su
plan. ¡Podemos depender de él; los hombres nunca acudirá n a
Jesú s, ni se quedará n con Jesú s, ni vivirán para Jesú s, a menos que
realmente sepan por qué deben acudir a él y cuá l es la necesidad
que tienen!
Aquellos que el Espíritu atrae a Jesú s son los que el Espíritu ha
convencido de pecado. Sin una convicció n total de pecado, el
hombre puede acudir a Jesú s y seguirle por un tiempo, pero
pronto se apartará y volverá al mundo.
(b) Tener un concepto bíblico del pecado es una de las mejores
maneras de evaluar la teología extravagantemente amplia y
liberal que está en boga en nuestros días. La tendencia del
pensamiento moderno es rechazar los credos y toda clase de límites
en la religió n. Se cree que es muy bueno y sabio no condenar ninguna
opinió n y declarar que todos los maestros inteligentes y serios,
son dignos de confianza, no importa lo heterogéneas y mutuamente
destructivas que puedan ser sus opiniones. ¡Todo en verdad es cierto,
nada es falso! ¡Todos tienen razó n y nadie está equivocado! ¡Es muy
probable que todos sean salvos y nadie se perderá ! La expiació n y
sustitució n de Cristo, la personalidad del diablo, los elementos
milagrosos en las Escrituras, la realidad y eternidad del futuro castigo,
todas estas poderosas piedras fundamentales se tiran
indiferentemente por la borda como lastre, a fin de alivianar el barco
del cristianismo y hacer posible que se mantenga al paso de la
ciencia moderna. Si tomamos una postura firme en defensa de
estas grandes verdades ¡nos llaman cerrados, anticuados y fó siles
teoló gicos!
44 SANTIDAD

Citamos un texto y nos dicen que no toda verdad está confinada a las
pá ginas de un antiguo libro judío y que una bú squeda libre ha
descubierto muchas cosas desde que el libro se terminó de
escribir.
Un concepto correcto es el mejor antídoto contra ese tipo de
cristianismo sensual, ceremonial y formal, que nos ha arrasado
como una inundació n durante los ú ltimos veinticinco añ os,
llevá ndose a muchos a su paso. Comprendo que este sistema de
religió n tiene mucho de atractivo para cierta mentalidad, siempre
y cuando la conciencia no esté totalmente iluminada. Me resulta
difícil creer que cuando esa parte maravillosa de nuestro ser llamada
conciencia está realmente despierta y viva, un cristianismo
ceremonial sensual nos satisfaga plenamente. A un niñ ito se le
puede tranquilizar y entretener fá cilmente con juguetitos y
sonajeros mientras no tenga hambre; pero en cuanto lo siente,
sabemos que comer es lo ú nico que lo satisfará . Sucede lo mismo
con el alma. Mú sica, flores, velas, incienso, estandartes, procesiones,
vestiduras hermosas, confesionarios y ceremonias de carácter
similar a las cató licas romanas hechas por el hombre, lo satisfará n
bajo ciertas condiciones. Pero una vez que “despierta y se levanta de
entre los muertos”, no se contentará con estas cosas. Le parecerá n
simples frivolidades y una pérdida de tiempo. Pero en cuanto ve
su pecado, tiene que ver a su Salvador. Se siente atacado por una
enfermedad mortal y nada los satisfará , sino el gran Médico. Tiene
hambre y sed, y no puede conformarse con menos que el pan de
vida. Puedo parecer audaz al decir esto; pero afirmo, sin temor a
equivocarme, que cuatro de cada cinco algo de cató licos romanos
del ú ltimo cuarto de siglo, no hubieran existido si se les hubiera
enseñ ado má s fehacientemente y con má s amor, la naturaleza del
pecado y lo vil y pecaminoso que es.
34 SANTIDAD

(c) Un concepto correcto del pecado es uno de los mejores


antídotos contra las teorías demasiado forzadas de la Perfección,
de las que oímos tanto en estos tiempos. Diré poco de estas y confío
en no ofender a nadie con lo que digo. Si aquellos que nos presionan
para que seamos perfectos quieren decir que seamos consecuentes en
todo y que prestemos cuidadosa atenció n a todas las gracias que
constituyen el carácter cristiano, tendríamos razó n en, no só lo
tolerarlos, sino en coincidir enteramente con ellos. Pero si en realidad
quieren decirnos que, en este mundo, el creyente puede lograr una
libertad total del pecado, vivir por añ os en una comunió n continua
e ininterrumpida con Dios y que durante meses no tiene ni
siquiera un pensamiento malo, tengo que decir sinceramente que
tal opinió n me parece muy poco bíblica.
Y voy aú n má s lejos. Digo que la opinió n que comparto es muy
peligrosa para el que esto cree y es muy probable que deprima,
desaliente e intimide a los que preguntarían acerca de la salvació n.
No encuentro en la Palabra de Dios la má s mínima razó n para
esperar tal perfecció n mientras estamos en este cuerpo mortal. Creo
que las palabras del Artículo 15 son totalmente ciertas: Que “só lo
Cristo es sin pecado; y que todos nosotros, el resto de los mortales,
aunque hemos sido bautizados y nacidos de nuevo en Cristo,
ofendemos de muchas maneras; y si decimos que no tenemos
pecado, nos engañ amos a nosotros mismos, y la verdad no está en
nosotros”. Usando el lenguaje de nuestra primera homilía: “Existen
imperfecciones en nuestras mejores obras: No amamos a Dios
tanto como deberíamos, con todo nuestro corazó n, mente y fuerzas;
no tememos a Dios tanto como deberíamos; no oramos a Dios sin
tener muchas y grandes imperfecciones. Damos, perdonamos,
creemos y esperamos imperfectamente; hablamos, pensamos y los
hacemos imperfectamente; luchamos imperfectamente contra el
diablo, el mundo y la carne. Por lo tanto, no nos avergoncemos de
confesar sencillamente nuestro estado de imperfecció n”.
2. Santificación 35

Repito una vez má s lo que he dicho: La mejor vacuna contra la


falsa ilusió n efímera sobre la perfecció n que empañ a a algunas
mentes —pues tal cosa espero poder llamarla—es una
comprensió n distintiva, plena y clara de la naturaleza, lo pecaminoso
y engañ oso del pecado.
(d) En ú ltimo lugar, un concepto bíblico del pecado es un
admirable antídoto contra los conceptos pobres de la santidad
personal que lamentablemente prevalece en estos ú ltimos días de
la Iglesia. É ste es un tema muy doloroso y delicado. Lo sé, pero no
me atrevo a pasarlo por alto. Desde hace mucho tiempo tengo la
triste convicció n de que las normas del diario vivir entre los cristianos
de gran parte de nuestros países han ido relajá ndose paulatinamente.
Me temo que la caridad, amabilidad, alegría, generosidad,
humildad, gentileza, bondad, auto negació n, celo por hacer el
bien y la separació n del mundo a imitació n de Cristo, son valores
mucho menos apreciados de lo que deberían ser y que fueron
importantes en la época de nuestros mayores.
No puedo pretender entrar de lleno en las causas de este estado de
cosas y só lo puedo sugerir algunas conjeturas para ser consideradas.
Puede ser que cierta profesió n de religió n esté tan de moda y sea
comparativamente fá cil en la actualidad, que las corrientes que
antes eran angostas y profundas sean ahora anchas y superficiales,
que lo que hemos logrado externamente, hemos perdido en calidad.
Puede ser que el gran incremento de riquezas en los ú ltimos
veinticinco añ os ha introducido insensiblemente una plaga de
mundanalidad, de autosatisfacció n y del amor por lo placentero de
una vida social basada en lo material. Lo que antes se llamaban lujos,
ahora son comodidades y necesidades, y el negarse uno mismo y
soportar “una vida dura” son cosas desconocidas. Puede ser que las
muchas controversias que caracterizan a esta época han secado
sensiblemente nuestra vida espiritual.
36 SANTIDAD

Con demasiada frecuencia nos hemos contentado con un celo por la


ortodoxia y, por ende, hemos descuidado las serias realidades de una
consagració n cotidiana práctica. Sean cuales fueren las causas, tengo
que declarar mi propia creencia de que el resultado es el mismo.
Han habido en los ú ltimos añ os normas má s bajas de santidad
personal entre creyentes que lo que había en la época de nuestros
mayores. ¡Todo esto trae como resultado que el Espíritu se contrista!
El asunto requiere humillarse mucho y escudriñ ar el corazó n.
Remedios
Me atrevo a dar una opinió n acerca del mejor remedio que he
mencionado para la situació n. Otras corrientes de pensamientos
en las iglesias tienen que formar sus propios criterios. Estoy
convencido de que la cura para los evangélicos se encuentra en una
comprensió n má s clara de la naturaleza y lo pecaminoso del pecado.
No necesitamos volver a Egipto y tomar prestadas prá cticas similares
a las cató licas romanas a fin de revivir nuestra vida espiritual. No
necesitamos restaurar el confesionario, ni volver al monacato ni al
ascetismo. ¡De ninguna manera! Tenemos, sencillamente, que
arrepentirnos y hacer nuestras primeras obras. Tenemos que
volvernos a los principios originales de la fe. Tenemos que volver “a
las sendas antiguas”. Tenemos que sentarnos humildemente ante
la presencia de Dios, encarar de frente todo el asunto, examinar
claramente lo que el Señ or Jesú s llama pecado y lo que el Señ or
llama “hacer su voluntad”.
¡Debemos, luego, tratar de entender que es terriblemente posible
vivir una vida descuidada, fá cil, medio mundana y, a la vez,
mantener los principios evangélicos y llamarnos evangélicos! Una
vez que comprendemos que el pecado es mucho má s vil y que está
mucho má s cerca de nosotros, y que se nos pega má s de lo que
suponemos, seremos conducidos, confío y creo, a acercarnos má s a
Cristo.
2. Santificación 37

Una vez que lo estamos, beberemos profundamente de su plenitud


y aprenderemos má s fehacientemente a “vivir la vida de fe” en él,
como lo hizo San Pablo. En cuanto hemos sido enseñ ados a vivir la
vida de fe en Jesú s y a permanecer en él, daremos má s fruto, seremos
más fuertes para cumplir nuestro deber, má s pacientes en las
pruebas, más cuidadosos de nuestro pobre y débil corazó n y má s
como nuestro Maestro en todos nuestros pequeñ os quehaceres
cotidianos. En la proporció n en que comprendamos cuá nto ha
hecho Cristo por nosotros, trabajaremos para hacer mucho para
Cristo. Má s somos perdonados, má s amaremos. En suma, como dice
el Apó stol: “Mirando a cara descubierta como en un espejo la
gloria del Señ or, somos transformados… en la misma imagen,
como por el Espíritu del Señ or” (2 Co. 3:18).
Sea lo que fuere que algunos optan por pensar o decir, no puede
haber ninguna duda de que un aumento de sensibilidad por la
santidad es una de las señ ales de nuestra época. Las conferencias
para promover la “vida espiritual” son temas de congresos casi todos
los añ os. El tema ha despertado mucho interés en muchos países, por
lo cual debemos estar agradecidos. Cualquier movimiento basado
en principios só lidos, que ayuda a profundizar nuestra vida espiritual
y a aumentar nuestra santidad personal, será una verdadera
bendició n para la Iglesia. Hará un gran aporte para unirnos y curar
nuestras desafortunadas divisiones. Puede traer una efusió n fresca
de la gracia del Espíritu y dar vida a los muertos. Aun con la
seguridad que tengo, como dije al comienzo de este escrito,
tenemos que escarbar profundo para edificar alto. Estoy convencido
de que el primer paso hacia el logro de un nivel má s elevado de
santidad es comprender má s plenamente lo asombrosamente
pecaminoso que es el pecado.
38 SANTIDAD

2. Santificación
“Santifícalos en tu verdad”. Juan 17:17
“La voluntad de Dios es vuestra santificación”.
1 Tesalonicenses 4:3

Me temo que el tema de la santificació n es uno que a muchos les


desagrada considerablemente. Algunos hasta lo rechazan con
desprecio y desdén. Lo ú ltimo que quisieran es ser un “santo” o un
hombre “santificado”. No obstante, el tema no merece ser tratado
de este modo. No es un enemigo, sino un amigo.
Es un tema de suma importancia para nuestras almas. Si la
Biblia dice la verdad, entonces es cierto que, a menos que seamos
“santificados”, no seremos salvos. Hay tres cosas que, segú n la Biblia,
son absolutamente necesarias para la salvació n de cada hombre y
mujer en la cristiandad. Estas tres son: Justificació n, regeneració n y
santificació n. Las tres se encuentran en cada hijo de Dios: El que
ha aceptado a Cristo como su Señ or y Salvador es nacido de nuevo,
justificado y santificado. Al que le falte uno de estos tres
elementos, no es un verdadero cristiano a los ojos de Dios y, si
muere en esa condició n, no lo encontraremos en el cielo ni será
glorificado en el día final.
Es un tema muy apropiado para esta época porque han aparecido
ú ltimamente doctrinas extrañ as, sobre todo, respecto al tema de la
santificació n. Algunas de esas doctrinas parecen confundirla con la
justificació n. Algunos la rebajan al grado de anularla bajo la excusa
de tener un gran celo por la gracia y la descuidan, prácticamente, en
su totalidad. Otros tienen tanto temor de que las “obras” sean
incluidas como parte de la justificació n, que casi ni pueden
encontrarle un lugar a las “obras” en su fe.
2. Santificación 39

Otros má s, adoptan una norma equivocada con respecto a la


santificació n, nunca la logran, desperdician su vida en repetidos
cambios de iglesia en iglesia, de congregació n en congregació n y
de secta en secta con la esperanza inú til de que encontrará n lo que
quieren. En tiempos como éste, un examen sereno del tema, como
uno de los temas principales del evangelio, puede ser de mucho
provecho para nuestras almas.
I.Primero, consideremos la verdadera naturaleza de la
santificació n.
II. Segundo, consideremos las señales visibles de la santificació n.
III. Por ú ltimo, consideremos, en qué coinciden la justificación
y santificación,
en qué se parecen y có mo difieren.
Si lamentablemente el lector de estas pá ginas es alguien a quien
só lo le interesa el mundo y no profesa una religió n, no puedo
esperar que se interese mucho en lo que escribo. Probablemente
le parezca cuestió n de “palabras y nombres” y lindas preguntas
que no tienen ninguna relació n con lo que cree. Pero si es un
cristiano reflexivo, razonable y sensible, me atrevo a decir que
encontrará que vale la penar tener algunos conceptos claros
acerca de la santificació n.
I. Naturaleza de la santificación
En primer lugar, tenemos que considerar la naturaleza de la
santificación.
¿Qué quiere decir la Biblia cuando habla del hombre “santificado”?
La santificació n es la obra espiritual interior que el Señ or
Jesucristo lleva a cabo en el hombre por medio del Espíritu Santo,
cuando lo llama a ser un verdadero creyente. No só lo 1) lo limpia de
sus pecados con su propia sangre, sino que también 2) lo separa de su
amor natural por el pecado y el mundo, 3) pone un principio nuevo
en su corazó n y 4) lo hace practicar la piedad en su vida.
40 SANTIDAD

El instrumento por el cual el Espíritu hace esto es, generalmente, la


Palabra de Dios, aunque a veces usa aflicciones y visitaciones
providenciales son “sin palabra” (1 P. 3:1). El sujeto de esta obra de
Cristo por su Espíritu es llamado en las Escrituras hombre
“santificado”1.
El que supone que Jesucristo só lo vivió , murió y resucitó a fin de
proveer justificació n y perdó n de pecado a su pueblo, tiene todavía
mucho que aprender. Aunque lo sepa o no, está deshonrando a
nuestro bendito Señ or y convirtiéndolo en apenas un Salvador a
medias.
El Señ or Jesú s se ha hecho cargo de todo lo que las almas de los
suyos requieren; no só lo para librarlos de la culpa de sus
pecados por medio de su muerte expiatoria, sino también del
dominio de sus pecados, colocando al Espíritu Santo en sus
corazones, no ú nicamente para justificarlos, sino también para
santificarlos. Es él, de este modo, no só lo la “justicia” del creyente,
sino su “santificació n” (1 Co. 1:30). Prestemos atenció n a lo que
dice la Biblia:

1
“Las Escrituras mencionan una doble santificación y, en consecuencia, hay una doble
santidad. La primera es común a las personas y cosas, consistiendo de una dedicación,
consagración o separación singulares de ellas para el servicio de Dios, por su propio
nombramiento, por el cual se hacen santos. Esto se aplica a los sacerdotes y levitas de
antaño; el arca, el altar, el tabernáculo y el templo que eran santificados y hechos santos
y, ciertamente, en toda santidad hay una dedicación y separación singular para Dios.
Pero en el sentido mencionado, la suya era solitaria y, exclusivamente, de él. Nada se
relacionaba con esta separación sagrada ni había ningún otro efecto de esta
santificación. Pero, en segundo lugar, hay otro tipo de santificación y santidad, este
apartarse para Dios no es lo primero realizado ni lo intencionado, sino una consecuencia y
efecto de ella. Ésta es real en el interior, por la comunicación de un principio de santidad
de nuestra naturaleza, desarrollado con su práctica de actos y deberes de obediencia
santa a Dios. Esto es lo que buscamos”. —John Owen (1616-1683) acerca del Espíritu
Santo, Works (Obras). Tomo 3, p. 370, edición de Goold.
¿Es usted nacido de nuevo? 41

“Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos


sean santificados”, “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo
por ella, para santificarla, habiéndola purificado”, “Jesucristo… se
dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y
purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”, Cristo
“llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados,
vivamos a la justicia”, “Os ha reconciliado en su cuerpo de carne,
por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e
irreprensibles delante de él” (Jn. 17:19; Ef. 5:25, 26; Tito 2:14; 1 P.
2:24; Col. 1:21, 22). Consideremos con cuidado el significado de
estos cinco textos. Si algo significan esas palabras, es que Cristo
lleva a cabo la santificació n, tal como lo hace en el caso de la
justificació n de su pueblo creyente. Se hace provisió n para ambas
igualmente “en ese pacto perpetuo, ordenado en todas las cosas,
y… guardado” del cual el Mediador es Cristo. De hecho, Cristo es
llamado en otro lugar: “El que santifica” y a su pueblo se le llama:
“Los que son santificados” (He. 2:11).
El tema que tenemos ante nosotros es tan profundo y de tanta
importancia que requiere protegerlo, vigilarlo, aclararlo y delinearlo
por todos sus costados. Una doctrina que es indispensable para la
salvació n, nunca puede ser desarrollada con demasiada precisió n ni
ser esclarecida totalmente. Aclarar la confusió n entre unas doctrinas
y otras, lo cual es lamentablemente comú n entre los cristianos, y
trazar una relació n precisa entre unas verdades y otras en la fe, es una
manera de arribar a un acierto total en nuestra teología. Por lo
tanto, no vacilo en exponer a mis lectores a una serie de
proposiciones o declaraciones conectadas, tomadas de las Escrituras,
que creo encontrarán ú tiles para definir la naturaleza exacta de la
santificació n.
42 SANTIDAD

(1) Santificació n es, pues, el resultado invariable de esa unión


con Cristo que la fe auténtica da al cristiano. “El que permanece en
mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto” (Jn. 15:5). La rama que no
lleva fruto no es una rama viva en la vid. La unió n con Cristo que
no produce ningú n efecto en la vida es una mera unió n de forma,
que no tiene valor ante Dios. La fe que no tiene una influencia
santificadora sobre el cará cter del creyente, no es mejor que la fe de
los demonios. Es una “fe muerta, porque es sola”. No es un don de
Dios. No es la fe de los escogidos de Dios. En resumen, donde no
hay una santificació n de la vida, no hay una fe verdadera en Cristo.
La fe verdadera obra por el amor. Constriñ e al hombre a vivir para
el Señ or como efecto de un profundo sentido de gratitud por su
redenció n. Le hace sentir que nunca puede hacer demasiado por
Aquel que murió por él. Habiendo sido perdonado por mucho, mucho
ama. Aquel a quien la sangre de Cristo lo limpia, vive en la luz. El
que tiene una auténtica esperanza viva, se purifica a sí mismo tal
como el Señ or es puro. (Stg. 2:17-20; Tito 1:1; Gá . 5:6; 1 Jn. 1:7;
3:3.)
(2) Además, la santificació n es el resultado y consecuencia
inseparable de la regeneración. El que es nacido de nuevo y
hecho nueva criatura, recibe una nueva naturaleza y nuevos
principios de vida, y vive siempre una vida nueva. Una supuesta
regeneració n que puede tener el hombre y, no obstante, vivir en el
pecado o mundanalidad sin importarle, es una regeneració n
inventada por teó logos poco inspirados, que las Escrituras no
mencionan. Por el contrario, Juan dice expresamente que “todo aquel
que es nacido de Dios, no practica el pecado, ama a su hermano, se
guarda a sí mismo y vence al mundo” (1 Jn. 2:29; 3:9-14; 5:4,18).
En suma, donde no hay santificació n, no hay regeneració n y donde no
hay una vida santa, no hay un nuevo nacimiento.
¿Es usted nacido de nuevo? 43

É sta es, sin duda, una afirmació n dura para muchos; pero, dura o
no, es sencillamente una verdad bíblica. Está escrito claramente que
el que es nacido de Dios es uno en quien permanece la simiente de
Dios; “y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Jn. 3:9).
(3) Santificació n también es la ú nica certeza de la evidencia
de que el Espíritu Santo mora en él, lo cual es esencial en la
salvació n. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Ro.
8:9). El Espíritu no se mantiene dormido ni inactivo dentro del
alma: Siempre da a conocer su presencia por el fruto que causa
que nazca en el corazó n, en el cará cter y en la vida. “El fruto del
Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza” y cosas similares (Gá . 5:22, 23). Donde
existen estas virtudes, allí está el Espíritu; donde faltan, los
hombres está n muertos para Dios. El Espíritu es comparado con el
viento y, como el viento, no se ve con ojos físicos. Pero así como
sabemos que hay viento por el efecto que produce en las olas, en
los á rboles y en el humo, podemos también saber que el Espíritu
está en alguien por los efectos que produce en su conducta. Es necio
suponer que tenemos el Espíritu si no andamos en el Espíritu (Gá.
5:25). Podemos depender de esto con gran certeza: Que donde no
hay un vivir santo, no hay Espíritu Santo. El sello que el Espíritu
estampa en el pueblo de Dios, es santificació n. Todos los que de
hecho son “guiados por el Espíritu de Dios, éstos”, estos
ú nicamente, “son hijos de Dios” (Ro. 8:14).
(4) Santificació n también es la única señal segura de la
elección de Dios. Los nombres y la cantidad de escogidos son algo
secreto, sin duda, que Dios sabiamente se ha guardado para él y no
ha revelado al hombre. No nos es dado en este mundo estudiar las
pá ginas del libro de la vida y ver los nombres que contiene.
Pero hay una realidad clara y simple de la elecció n y es ésta: Que
los hombres y mujeres escogidos pueden ser conocidos y distinguidos
por su vida santa. Está escrito expresamente que son…
44 SANTIDAD

- “Elegidos… en santificació n”,


- “Escogido[s]… para salvació n, mediante la santificació n”,
- “Los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen
de su Hijo” y
- “nos escogió en él antes de la fundació n del mundo, para
que fuésemos santos”.
Por esto, cuando Pablo vio el obrar de la “fe” y el “amor” en la
prá ctica y la “esperanza paciente” de los creyentes tesalonicenses,
dijo: “Conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elecció n” (1 P.
1:2; 2 Ts. 2:13; Ro. 8:29; Ef. 1:4; 1 Ts. 1:3,
4).
El que se vanagloria de ser uno de los escogidos mientras que,
intencional y habitualmente, vive en pecado, só lo se engañ a a sí
mismo y blasfema. Por supuesto que es difícil saber lo que
realmente es la gente; muchos que parecen bastante buenos
externamente, pueden resultar hipó critas con un corazó n
corrupto. Pero el individuo en el que no hay, al menos, alguna
indicació n externa de santificació n, podemos estar seguros de que
tampoco es escogido. El catecismo de la Iglesia Anglicana, sabia y
correctamente, enseñ a que el Espíritu Santo “santifica a todo el
pueblo escogido de Dios”.
(5) Santificació n, repito, es una realidad que siempre será
posible ver. Al igual que la Gran Cabeza de la Iglesia, de la cual
surge, no puede ser escondida. “Porque cada á rbol se conoce por su
fruto” (Lc. 6:44). La persona realmente santificada puede estar tan
vestida de humildad, que só lo puede ver en sí misma, sus propias
debilidades y defectos. Como Moisés, cuando bajó del Monte Sinaí,
quien posiblemente no tenía conciencia de que su rostro
resplandecía. Como el justo, en la poderosa pará bola de las ovejas y
los cabritos, quien no pudo ver que quizá hubiera hecho algo digno
de la atenció n y felicitació n de su Maestro:
¿Es usted nacido de nuevo? 45

“¿Cuá ndo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te


dimos de beber?” (Mt. 25:37). Pero no importa si él mismo lo ve o
no, otros siempre lo verá n en su tono, gustos, cará cter y los
há bitos de su vida que son diferentes de los demás. La idea misma
de que el hombre sea “santificado”, mientras no se nota nada de
santidad en su vida, es pura necedad y un uso equivocado de palabras.
La luz de su santificació n puede ser muy tenue; pero si hay apenas un
destello en un cuarto oscuro, esa chispa será vista. La vida puede ser
débil, pero si el pulso late só lo un poquito, se sentirá . Sucede lo
mismo con el hombre santificado: Su santificació n es algo que se
siente y se ve aunque él mismo no lo entienda. ¡El “santo” en quien
nada puede verse, sino mundanalidad o pecado, es un tipo de
monstruo que la Biblia no reconoce!
(6) Santificació n es algo por lo cual cada creyente es
responsable. No me equivoco al decir esto. Creo tan firmemente
como cualquiera que todo hombre sobre la tierra es responsable
ante Dios y que todos los perdidos no tendrán nada que decir ni
excusas que dar en el día final. Cada uno tiene el poder de perder
“su alma” (Mt. 16:26). Pero aunque creo esto, afirmo que los
creyentes son, principal y particularmente, responsables y tienen una
obligació n especial de vivir una vida santa. No son como los demá s:
Muertos, ciegos y carentes de renovació n; está n vivos para Dios,
tienen luz, conocimiento y nuevos principios dentro de ellos.
¿Quién tiene la culpa de que no sean santos, sino ellos mismos? ¿A
quién le pueden echar la culpa de que no son santificados, sino a
ellos mismos? Dios, quien les ha dado gracia, un corazó n nuevo y una
naturaleza nueva, los ha dejado sin excusas, si no viven para Su
alabanza.
É ste es un punto demasiado olvidado. El hombre que profesa ser un
auténtico cristiano y no hace nada, se contenta con un grado muy
inferior de santificació n (si acaso la tiene) y dice tranquilamente
que “no puede hacer nada”, es digno de lá stima y, ademá s,
46 SANTIDAD

muy ignorante. Cuidémonos y estemos en guardia. La Palabra de


Dios siempre dirige sus preceptos a los creyentes como seres que
rendirá n cuentas y a quienes considera responsables. Si el
Salvador de pecadores nos otorga una gracia renovadora y nos
llama por medio de su Espíritu, podemos estar seguros de que
espera que usemos esa gracia y que no nos quedemos dormidos.
Olvidar esto es lo que causa que muchos creyentes “constriñ an al
Espíritu” y los lleva a ser cristianos muy inú tiles y desagradables.
(7) Santificació n es un proceso que admite crecimiento y
grados. El hombre puede subir de un escaló n de santidad a otro y
ser mucho má s santificado en un periodo de su vida que en otro.
- No puede ser má s perdonado ni má s justificado que en el
momento que creyó , aunque sienta que va creciendo.
- Sí puede ser má s santificado porque cada gracia en su nuevo
cará cter puede ser fortalecida, aumentada y profundizada. É ste es el
significado evidente de la ú ltima oració n de nuestro Señ or por sus
discípulos cuando dijo: “Santifícalos” y de la oració n de Pablo por
los tesalonicenses: “El mismo Dios de paz os santifique” (Jn. 17:17;
1 Ts. 5:23). En ambos casos, la expresió n implica claramente, la
posibilidad de un crecimiento en santidad. Por otro lado, una
expresió n como “justifícalos” no se usa ni una vez en las Escrituras
refiriéndose a un creyente porque no puede ser má s justificado de
lo que ya es. No encuentro ninguna base en las Escrituras para la
doctrina de “santificació n imputada”. A mi parecer, es una doctrina
que confunde conceptos que son distintos y que lleva a consecuencias
muy malas. No menos importante, es que se trata de una doctrina
rotundamente contradicha por la experiencia de todos los
cristianos má s eminentes. Y hay un punto en el que coinciden los
santos má s consagrados de Dios que es éste: Ven má s, saben má s,
sienten má s, hacen má s y creen má s al ir creciendo en su vida
espiritual y en proporció n a cuá n cerca caminan de Dios.
¿Es usted nacido de nuevo? 47

En resumen, “creced en la gracia” como exhortan San Pablo y San


Pedro que lo hagan los creyentes y que abunden “más y más” en esa
gracia (2 P. 3:18; 1 Ts. 4:1).
(8) La santificació n, una vez má s, es algo que depende
mucho del uso diligente de las Escrituras. Con esto me refiero a
leer la Biblia, orar en privado, asistir regularmente al culto pú blico,
escuchar regularmente la Palabra de Dios y participar regularmente
de la Cena del Señ or. El hecho simplemente es que nadie que
descuida tales cosas puede pretender progresar
significativamente en santificació n. No encuentro ningú n registro
de ningú n santo eminente que haya descuidado estos ejercicios
espirituales. Son los canales designados por medio de los cuales el
Espíritu Santo nos suple gracia fresca al alma y fortalece la obra
que comenzó en el hombre interior. Llá menle los hombres doctrina
legalista a esto si quieren, pero nunca dejaré de declarar que creo
que no hay ganancia espiritual sin dolor. Así como no esperaría que
un granjero prosperara en sus negocios, si se contenta con sembrar
sus campos y no volver a trabajar en ellos hasta el tiempo de la
cosecha, tampoco puedo esperar que el creyente obtenga mucha
santidad, si no es diligente en la lectura de su Biblia, sus oraciones
y el buen uso de sus domingos. Nuestro Dios es un Dios que obra a
través de medios y nunca bendice al alma del que pretende ser
superior y muy espiritual prescindiendo de ellos.
(9) La santificació n no es algo que previene al hombre de
tener muchos conflictos espirituales interiores. Por conflicto,
quiero decir una lucha dentro del corazó n entre la vieja y la nueva
naturaleza, la carne y el espíritu que se cohabitan en cada creyente
(Gá . 5:17). Un sentido profundo de esa lucha y la gran cantidad de
inquietud mental derivada de ella, no prueban que alguien no sea
santificado. No, má s bien, creo que son síntomas saludables de
nuestra condició n, que prueban que no estamos muertos, sino vivos.
48 SANTIDAD

Un verdadero cristiano es aquel que, no só lo tiene paz en su


conciencia, sino también libra una guerra espiritual en su interior.
Tal creyente puede ser conocido por sus luchas, al igual que por su
paz.
Al decir esto, no olvido que estoy contradiciendo los conceptos
de algunos cristianos bien intencionados que creen la doctrina
llamada “perfecció n sin pecado”. No lo puedo evitar. Creo que lo
que yo digo confirma lo que dice San Pablo en el séptimo capítulo
de Romanos. Recomiendo a mis lectores, un estudio a fondo de
dicho capítulo. Estoy convencido de que no describe la experiencia del
inconverso, ni de un cristiano nuevo e inestable, sino la de un
santo con añ os de experiencia en comunió n íntima con Dios. Nadie
má s, que alguien así, podría decir: “Porque segú n el hombre
interior, me deleito en la ley de Dios” (Ro. 7:22).
Creo, ademá s, que la experiencia de todos los siervos más
eminentes de Cristo que jamá s han vivido, dan prueba de esto. La
prueba completa puede verse en sus diarios, sus biografías,
autobiografías y sus vidas.
Porque creo todo esto, nunca vacilaré en decirle a todo el
mundo que el conflicto interior no es prueba de que alguien no sea
santo y que no deben pensar que no son santificados porque no se
sienten enteramente libres de conflictos interiores. Sin duda,
estaremos libres de ellos en el cielo, pero nunca en este mundo. El
corazó n del mejor cristiano, aun en su mejor expresió n, es un
campo ocupado por dos fuerzas rivales y “la reunió n de dos
campamentos” (Cnt. 6:13). Dejemos que las palabras de los
Artículos Trece y Quince sean consideradas seriamente por todos
los hombres de Iglesia: “La infecció n de la naturaleza permanece
en aquellos que está n regenerados”. “Aunque bautizados y nacidos de
nuevo en Cristo, ofendemos en muchas cosas;
¿Es usted nacido de nuevo? 49

y si decimos que no tenemos pecado, nos engañ amos a nosotros


mismos, y la verdad no está en nosotros”2.
(10) La santificació n es algo que no puede justificar al hombre y
no obstante agrada a Dios. Esto puede parecer increíble, pero es
cierto. Las acciones má s santas del santo má s santo que jamá s haya
vivido, todas, en menor o mayor grado, tienen defectos e
imperfecciones. Sus motivaciones están erradas o defectuosas en su
manifestació n y, en sí mismas, no son nada má s que “pecados
espléndidos”, merecedores de la ira y condenació n de Dios. Suponer
que tales acciones pueden aguantar la severidad del juicio de Dios,
expiar el pecado y merecer el cielo es sencillamente absurdo. “Por
las obras de la ley ningú n ser humano será justificado”.
“Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las
obras de la ley” (Ro. 3:20-28). La ú nica justicia con la cual podemos
aparecer ante Dios, es la justicia de un tercero, a saber, la justicia
perfecta de nuestro Sustituto y Representante, Jesucristo el Señ or.
Su obra, y no la nuestra, es nuestro ú nico derecho de entrada al
cielo. É sta es una verdad que debiéramos estar dispuestos a defender
hasta la muerte.
A pesar de todo esto, la Biblia nos enseñ a claramente que las acciones
santas del hombre santificado, aunque imperfectas, son agradables
a los ojos de Dios. “De tales sacrificios se agrada Dios” (He. 13:16).
“Obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al
Señ or” (Col. 3:20). “Hacemos las cosas que son agradables delante
de él” (1 Jn. 3:22).

2
“La guerra del diablo es mejor que la paz del diablo. Éste sospecha que la santidad es tonta.
Cuando al perro lo sacan afuera de la casa aúlla hasta que lo vuelven a dejar entrar”.
“Los encuentros de contrarios, como el fuego y el agua, tienen conflicto entre sí.
Cuando Satanás encuentra un corazón santificado, lo tienta importunándolo en gran
medida. Donde hay mucho de Dios y de Cristo, hay muchos ataques por los que muchos
fieles han sido tentados a dudar”. —Samuel Rutherford (1600- 1661), Trial of Faith
(Prueba de fe), p. 403.
50 SANTIDAD

Nunca olvidemos esto porque es una doctrina muy reconfortante.


Como un padre se complace por los esfuerzos de su hijito por
complacerlo, aunque no sea má s que cortando una flor o
caminando hacia él de un extremo al otro de un cuarto, así se
complace nuestro Padre celestial con las pobres actuaciones de
sus hijos creyentes. É l se fija en las motivaciones, los principios y las
intenciones de sus acciones, y no meramente en su cantidad y
calidad. Los considera miembros de su propio Hijo amado y, por él,
se complacerá dondequiera que haya un solo ojo puesto en él. Los
creyentes que quieran discutir esto harían bien en estudiar el
Artículo Doce de la Iglesia Anglicana.
(11) La santificació n es algo que será indispensable como
testigo de nuestro carácter en el gran Día del juicio. Será
completamente inú til argumentar que creemos en Cristo, a menos
que nuestra fe haya tenido algú n efecto santificador y haya sido
evidente en nuestra vida. Evidencias, evidencias, evidencias, será lo
requerido ante el gran tono blanco cuando se abran los libros,
cuando los sepulcros entreguen a sus ocupantes, cuando los muertos
comparezcan ante el tribunal de Dios. Sin alguna evidencia de que
nuestra fe en Cristo fue real y auténtica, nos volveremos a levantar
para ser condenados. No encuentro que vaya a ser admitida
evidencia alguna aparte de la santificació n. La pregunta no será
có mo hablamos o lo que profesamos, sino có mo vivimos y lo que
hicimos. Que nadie se engañ e en cuanto a este punto. Si existe alguna
certeza acerca del futuro, es la certeza de que habrá un juicio; si
hay alguna certeza en cuanto a ese juicio, es que las “obras” será n
consideradas y examinadas (Jn. 5:29; 2 Co. 5:10; Ap. 20:13). El que
supone que las obras no son importantes porque no pueden
justificarnos, es un cristiano muy ignorante. A menos que abra
los ojos, se encontrará para su pesar que si se presenta ante el
tribunal de Dios sin alguna evidencia de gracia, sería mejor que no
hubiera nacido.
¿Es usted nacido de nuevo? 51

(12) Por ú ltimo, la santificació n es absolutamente necesaria,


a fin de capacitarnos y prepararnos para ir al cielo. La mayoría de
las personas espera ir al cielo cuando muera; pero me temo que
pocos se toman la molestia de preguntarse si disfrutará n del cielo
cuando estén allí. El cielo es esencialmente un lugar santo, todos sus
habitantes son santos, sus ocupaciones son todas santas. Para ser
realmente felices en el cielo, resulta claro que tenemos que
prepararnos para ir al cielo mientras estamos en la tierra. La
doctrina de un purgatorio después de la muerte, que convertirá en
santos a los pecadores, es una mentira inventada por el hombre, y la
Biblia no lo enseñ a en ninguna parte. Tenemos que ser santos
antes de morir, si después vamos a ser santos en gloria.
La idea favorita de muchos es que el moribundo no necesita má s
que la absolució n y el perdó n de los pecados a fin de adecuarlos para
el gran cambio, es falsa. Necesitamos la obra del Espíritu Santo, al
igual que la obra de Cristo; necesitamos la renovació n del
corazó n, al igual que la sangre expiatoria; necesitamos ser
santificados, al igual que justificados. Es comú n oír a alguien en su
lecho de muerte, decir: “Solo quiero que el Señ or me perdone los
pecados y me dé descanso”. ¡Pero los que dicen cosas así olvidan que
el descanso del cielo será inú til, si no tienen el corazó n para
disfrutarlo! Si acaso llegara al cielo, ¿qué haría allí el hombre no
santificado? Encaremos esa pregunta de frente, al igual que su
respuesta. No es posible que alguien sea feliz, si no está en su
elemento y donde nada a su alrededor coincide con sus gustos,
há bitos y carácter. Cuando un á guila sea feliz en una jaula de hierro,
cuando una oveja sea feliz en el agua, cuando el bú ho sea feliz
recibiendo los rayos del sol del mediodía, cuando un pez sea feliz en
tierra seca, entonces, y só lo entonces, admitiré que el hombre no
santificado pudiera ser feliz en el cielo3.
52 SANTIDAD

He presentado estas doce proposiciones acerca de la santificació n,


estando firmemente convencido de que son ciertas, y pido a todos
los que leen estas páginas que las estudien con seriedad. Todas ellas
podrían haber sido ampliadas y tratadas má s profundamente, y
todas merecen una reflexió n y consideració n personal. Algunas de
ellas pueden ser disputadas y contradichas, pero dudo que alguna
pueda ser descartada o que pueda probarse que no es cierta. Creo
sinceramente que estas proposiciones, posiblemente, puedan
ayudar a los hombres a tener conceptos claros sobre la
santificació n.

3
“No hay ninguna fantasía humana inventada por el hombre, ninguna más necia, ninguna
tan perniciosa como ésta: Que las personas no purificadas, no santificadas, no hechas
santas en su vida, sean después llevadas a ese estado de bendición que consiste en
disfrutar de Dios. Estas personas tampoco pueden regocijarse en Dios y Dios no sería
una recompensa para ellas. Es cierto que la santidad se perfecciona en el cielo, pero
invariablemente su comienzo se limita a este mundo”. — Owen on the Holy Spirit
(Owen sobre el Espíritu Santo), p. 575. Edición de Goold.
John Owen (1616-1683): Capellán en el ejército de Oliver Cromwell y vicecanciller de
la Universidad de Oxford. La mayor parte de su vida fue pastor de iglesias
congregacionales. Sus escritos abarcan un periodo de cuarenta años y llegan a
veinticuatro tomos que se consideran entre los mejores recursos para el estudio de la
teología en el idioma inglés. Nació de padres puritanos en la aldea de Oxfordshire de
Stadham, Inglaterra.
¿Es usted nacido de nuevo? 53
II. La evidencia visible de la santificación
Procedo ahora a abordar el segundo punto que me propuse
considerar. Ese punto es la evidencia visible de la santificación. En
pocas palabras: ¿Cuá les son las señ ales visibles del hombre
santificado? ¿Qué podemos esperar ver en él? É sta es una parte muy
amplia y difícil de nuestro tema. Es amplia porque necesita la
menció n de muchos detalles que no se pueden encarar totalmente
dentro de los límites de un escrito como éste. Es difícil porque es
imposible tratarla sin ofender. Pero sean cuales fueren los riesgos, la
verdad tiene que ser presentada y hay un aspecto de la verdad que
requiere, especialmente, que sea enunciada en la actualidad.
(1) La verdadera santificació n no consiste en hablar acerca de
religión. É ste es un punto que nunca debe olvidarse. El enorme
incremento de la educació n y predicació n en estos ú ltimos días hace
absolutamente necesario levantar la voz para dar una advertencia.
Las gentes oyen tanto acerca de la verdad del evangelio que se
acostumbran a sus palabras, su vocabulario y frases y, a veces, hablan
con tanta fluidez sobre sus doctrinas que hacen pensar que son
verdaderos cristianos. De hecho, asquea y disgusta escuchar el
lenguaje frío y frívolo que muchos usan acerca de “la conversió n, el
Salvador, el evangelio, de encontrar paz, de la gracia” y cosas así,
mientras que es notorio que sirven al pecado o viven para el
mundo.
¿Podemos dudar que hablar así es abominable a los ojos de Dios y que
no es mejor que maldecir, jurar y tomar el nombre de Dios en
vano? La lengua no es el ú nico miembro que Cristo nos pide que
demos para servirle. Dios no quiere que su pueblo sea como
vasijas vacías, como metal que resuena ni címbalo que retiñ e.
Tenemos que ser santificados, no só lo “de palabra, ni de lengua,
sino de hecho y en verdad” (1 Jn. 3:18).
54 SANTIDAD
(2)La verdadera santificació n no consiste de sentimientos
religiosos temporales. É ste es también un punto que necesita
urgentemente una advertencia. Los servicios misioneros y
reuniones de evangelizació n está n recibiendo gran atenció n por
todas partes y causando mucha sensació n. La Iglesia Anglicana
parece haber revivido y está nuevamente activa; tenemos que dar
gracias a Dios por ello. Pero estas cosas tienen sus peligros, al
igual que sus ventajas. Dondequiera que se planta trigo, el diablo de
seguro sembrará cizañ a. Es de temer que muchos parecen
conmovidos, sacudidos y emocionados por la predicació n del
evangelio, cuando en realidad sus corazones no han cambiado en
nada. La realidad de esos casos es que sienten una especie de emoció n
animal al contagiarse por ver a otros llorar, regocijarse o
emocionarse. Sus heridas son superficiales y la paz que profesan
también lo es. Son como la semilla sembrada en pedregales, “oye la
palabra, y al momento la recibe con gozo” (Mt. 13:20); pero al poco
tiempo se aparta, vuelve al mundo y es má s duro y peor que antes.
Como la calabacera de Joná s, crece sú bitamente en una noche y en
otra noche muere.
No olvidemos estas cosas. Cuidémonos hoy de curar
superficialmente las heridas y clamar: “Paz, paz” cuando no hay
paz. Instemos a todo el que muestra un nuevo interés en la fe
cristiana, que no se contente con nada que no sea la obra profunda,
só lida y santificadora del Espíritu Santo. La reacció n después de
una emoció n religiosa falsa, es una enfermedad mortal. Cuando el
diablo es echado fuera de un hombre temporalmente en el fervor
de un avivamiento, tarde o temprano vuelve a su morada y su
estado final resulta peor que el primero. Es mil veces mejor
empezar lentamente y después “continuar en la palabra” con
constancia, que empezar apurados sin calcular el costo y, al poco
tiempo, como la esposa de Lot, mirar hacia atrá s y volver al mundo.
¿Es usted nacido de nuevo? 55
Declaro que no conozco un estado del alma má s peligroso que
imaginar que hemos nacido de nuevo y que hemos sido santificados
por el Espíritu Santo porque estamos experimentado unos pocos
sentimientos religiosos.
(3) La verdadera santificació n no consiste de un formalismo
externo ni de una devoció n externa. É sta es una enorme fantasía,
pero lamentablemente muy comú n. Miles de religiosos se imaginan
que la verdadera santidad puede verse en una cantidad excesiva de
religiosidad exterior: Asistir constantemente a los cultos de la iglesia,
participar en la Cena del Señ or, observar días de ayuno y de los
santos, hacer mú ltiples reverencias, giros, gestos y asumir ciertas
posturas durante el culto pú blico como señ ales de austeridad y de
supuestos sacrificios, en usar ropa rara, usar estampas y cruces.
Admito sin problemas que algunos hacen estas cosas por motivos de
conciencia y creen realmente que son de ayuda para sus almas.
Pero me temo que, en muchos casos, esta religiosidad exterior se
convierte en un sustituto de la santidad interior y estoy seguro de
que está lejos de obrar la santificació n del corazó n. Sobre todo,
cuando veo que muchos seguidores de este estilo formal, exterior
y sensual, son mundanos y se dejan llevar por sus pompas y
vanidades sin tener vergü enza, siento que se necesita hablar muy
claramente sobre el tema. Puede haber una cantidad inmensa de
“religiosidad exterior”, donde no hay ni un á pice de verdadera
santificació n.
(4) La santificació n no consiste en retirarnos de nuestro lugar
en la vida, ni en la renunciació n de nuestros deberes sociales. En
todas las épocas, muchos individuos han caído en esta trampa con
la intenció n de buscar santidad. Cientos de ermitañ os se han
desterrado a algú n desierto y miles de hombres y mujeres se han
enclaustrado en monasterios y conventos con la idea fú til de que, al
hacerlo, escapan del pecado y se convierten en santos insignes.
56 SANTIDAD
Han olvidado que no hay candados ni barras que puedan impedir la
entrada al diablo y que, dondequiera que vayan, llevan la raíz de
todos los males: Sus propios corazones. Convertirse en monje o en
monja, enclaustrarse en una Casa de Misericordia, no es el camino
superior a la santificació n.
La verdadera santidad no lleva al cristiano a evitar las
dificultades, sino a que las encare y venza. Cristo quiere que su
pueblo demuestre que su gracia no es meramente planta de
invernadero, que só lo puede prosperar si está resguardada, sino algo
fuerte y resistente que puede prosperar en cada relació n de la vida. Es
cumplir nuestro deber en esa condició n, a la cual Dios nos ha
llamado —como sal en medio de la corrupció n y luz en medio de la
oscuridad—, el elemento principal de la santificació n. No se trata
del hombre que se esconde en una cueva, sino del hombre que
glorifica a Dios como amo o siervo, padre o hijo, en la familia o en
la calle, en los negocios y los oficios, que es el tipo bíblico del
hombre santificado. Nuestro Maestro mismo dijo en su ú ltima
oració n por sus discípulos: “No ruego que los quites del mundo,
sino que los guardes del mal” (Jn. 17:15).
(5) La santificació n no consiste en el cumplimiento ocasional
de las acciones correctas. Es el obrar constante de un nuevo
principio celestial interior, que satura toda la conducta cotidiana del
hombre, tanto en las grandes acciones como en las pequeñ as. Su
sede es el corazó n y, al igual que el corazó n en el cuerpo, tiene una
influencia constante en cada aspecto de su cará cter. No es como
una bomba de agua, de la cual só lo sale agua cuando se bombea, sino
como una fuente perpetua, cuya corriente fluye siempre espontá nea y
naturalmente. Aun Herodes, “escuchaba de buena gana” a Juan el
Bautista, aunque su corazó n estaba totalmente apartado de Dios
(Mr. 6:20). De la misma manera, hay muchas personas en la
actualidad que parecen tener ataques espasmó dicos de
¿Es usted nacido de nuevo? 57
“buena voluntad” y hacen muchas cosas correctas bajo la
influencia de alguna enfermedad, aflicció n, muerte en la familia,
calamidad pú blica o un repentino remordimiento de conciencia.
No obstante, cualquier observador inteligente puede ver
claramente todo el tiempo que no se han convertido y que no
saben nada de “santificació n”. Un auténtico santo, como Ezequías,
será de limpio corazó n. Aborrecerá “todo camino de mentira” (2
Cr. 31:21; Sal. 119:104).
(6) La santificació n auténtica se muestra por un respeto
habitual a la ley de Dios, un esfuerzo habitual de vivir en
obediencia a ella como regla de la vida. No hay peor error que
suponer que el cristiano nada tiene que ver con la ley y los Diez
Mandamientos por el hecho de que no puede ser justificado por
cumplirlos. El mismo Espíritu Santo que convence de pecado al
creyente por medio de la ley, que lo guía a Cristo para su
justificació n, lo conducirá a un uso espiritual de la ley, como un
guía amigo, en la bú squeda de la santificació n.
Nuestro Señ or Jesucristo nunca tomó los Diez Mandamientos a
la ligera; por el contrario, en su primer discurso pú blico, el
Sermó n del Monte, habló ampliamente sobre ellos y demostró la
naturaleza escudriñ adora de sus requerimientos. San Pablo nunca
le restó importancia a la ley, por el contrario, dice: “la ley es buena,
si uno la usa legítimamente” y “segú n el hombre interior, me
deleito en la ley de Dios” (1 Ti. 1:8; Ro. 7:22). El que pretende ser
un santo mientras que desprecia los Diez Mandamientos y le da lo
mismo mentir, ser hipó crita, estafar, tener mal genio, calumniar,
emborracharse y romper el séptimo mandamiento, vive engañ ado y
en una condició n peligrosa. ¡Encontrará que en el día final, le será
imposible probar que es un “santo”!
(7) La santificació n auténtica se muestra por un esfuerzo
habitual por hacer la voluntad de Cristo y vivir segú n sus
preceptos prá cticos.
58 SANTIDAD
(8) Estos preceptos se encuentran por todas partes en los
cuatro Evangelios y, especialmente, en el Sermó n del Monte. La
persona que supone que estos mandamientos fueron dichos sin la
intenció n de promover la santidad y que el cristiano no necesita
hacerles caso en su vida cotidiana, es peor que un luná tico, y de
cualquier modo que se le mire, es una persona extremadamente
ignorante. ¡Al escuchar hablar a algunos y al leer los escritos de
algunos hombres, se podría pensar que cuando estuvo en la tierra,
nuestro bendito Señ or nunca enseñ ó más que doctrinas y que dejó
que otros enseñ aran los deberes prácticos! Aun el conocimiento más
leve de los cuatro Evangelios, nos indica que esto es un error
absoluto. Lo que sus discípulos deben ser y hacer es algo que
nuestro Señ or siempre destacó en sus enseñ anzas. El hombre
verdaderamente santificado no lo olvidará . Sirve a un Maestro que
dijo: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn.
15:14).
(9) La santificació n auténtica se demuestra por medio de un
anhelo habitual de vivir según las normas que Pablo presenta a
las iglesias en sus escritos. Esas normas se encuentran en los ú ltimos
capítulos de casi todas sus epístolas. La idea comú n de muchos es que
los escritos de Pablo contienen ú nicamente declaraciones
doctrinales y temas controversiales —justificació n, elecció n,
predestinació n, profecía y cosas por el estilo—, lo cual es pura
fantasía y una triste prueba de la ignorancia de las Escrituras que
prevalece en estos días. Desafío al que quiera, que lea con cuidado
los escritos de Pablo sin encontrar en ellos una gran cantidad de
indicaciones claras y prá cticas sobre el deber del cristiano en cada
relació n de su vida y sobre há bitos diarios, temperamento y
conducta de unos hacia otros. Estas indicaciones fueron escritas
bajo la inspiració n de Dios para guiar perpetuamente al que profesa
ser cristiano. El que no les hace caso puede pasar por miembro de
una iglesia, pero no por lo que la Biblia llama hombre
“santificado”.
¿Es usted nacido de nuevo? 59

(10) La santidad auténtica se demuestra en una atención


habitual a las gracias activas de las cuales nuestro Señ or fue un
ejemplo tan hermoso y, en especial, la gracia de la caridad. “Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os
he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerá n
todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”
(Jn. 13:34, 35). El hombre santificado tratará de hacer el bien en el
mundo, reducir la tristeza y aumentar la felicidad a su alrededor.
Procurará ser como su Maestro, lleno de bondad y amor hacia cada
uno; y esto, no só lo de palabra, llamando a todos “queridos”, sino
por obras y acciones y trabajo de auto-negació n, segú n tenga
oportunidad. El erudito cristiano egoísta, que se envuelve en su
orgullo por la superioridad de sus conocimientos y a quien no le
parece importar si los otros se hunden o se mantienen a flote, si
se van al cielo o al infierno por asistir siempre a la iglesia o
capilla vistiendo su mejor ropa y ser llamado “miembro activo”, es
un hombre que nada sabe de santificació n. Puede creerse un santo
sobre la tierra, pero no será un santo en el cielo. Cristo nunca será
el Salvador de los que nada saben de seguir su ejemplo de fe. La
verdadera gracia transformadora siempre producirá una
conformidad con la imagen de Jesú s4 (Col 3:10).
(11) Por ú ltimo, la santificació n auténtica se demuestra en una
atención habitual a las gracias pasivas del cristianismo.

4
“En el evangelio, Cristo se nos presenta como un modelo y ejemplo de santidad y, tal como es
una fantasía maldita creer que éste era todo el propósito de su vida y muerte, o sea,
principalmente ejemplificar y confirmar la doctrina de santidad que él enseñó; lo es
también olvidar que él es nuestro ejemplo, dejar de considerarlo por fe con ese fin y
esforzarnos para conformarnos a él, es inicuo y pernicioso. Por lo tanto, meditemos mucho
en lo que él era, lo que él hacía y cómo encaraba todos sus deberes y pruebas, hasta que
una imagen o idea de su santidad perfecta se implante en nuestras mentes y, por ello,
lleguemos a parecernos a él”. —Owen acerca del Espíritu Santo, p. 513; edición de Goold.
60 SANTIDAD
Cuando hablo de gracias pasivas, me refiero a esas gracias que son
sembradas en el sometimiento a la voluntad de Dios y cosechadas en
la paciencia unos hacia los otros. Pocos, a menos que hayan
examinado este punto, tienen una idea de cuá nto habla el Nuevo
Testamento de estas gracias y qué importante es el lugar que
parecen ocupar. É ste es el punto especial en que reflexiona Pedro al
llevar nuestra atenció n el ejemplo de nuestro Señ or Jesucristo: (1 P.
2:21-23). É sta es la acció n específica en el Padrenuestro que Dios
nos requiere: “Y perdó nanos nuestras deudas, como también nosotros
perdonamos a nuestros deudores” y el ú nico punto que el Señ or
comenta al final de la oració n. É ste es el punto que ocupa un tercio
de la lista de las manifestaciones del fruto del Espíritu que nos da
San Pablo. Menciona nueve y tres de éstas: “Paciencia, benignidad
y mansedumbre” son incuestionablemente gracias pasivas (Gá . 5:22-
23). Tengo que decir, lisa y llanamente, que no creo que este tema se
enfoque lo suficiente entre los cristianos. Las gracias pasivas son sin
duda má s difíciles de lograr que las activas, pero son, precisamente,
las que tienen la mayor influencia sobre el mundo. Y de una cosa
estoy muy seguro: No tiene sentido pretender una santificació n, a
menos que seamos ejemplos de bondad, benignidad, paciencia y
perdó n, a lo cual la Biblia da tanta importancia. ¡El mundo está
demasiado lleno de los que se muestran habitualmente
desagradables y antipáticos en la vida cotidiana y son
constantemente cortantes con lo que dicen y hurañ os con todos a su
alrededor, gente rencorosa, vengativa y maliciosa! Todos estos, saben
poco de lo que debieran saber sobre la santificació n.
Tales son las señ ales visibles del hombre santificado. No digo
que todas se notará n en igual proporció n en todo el pueblo de
Dios. Admito que, aun en los mejores creyentes, no se ven plena y
perfectamente. Pero sí digo con seguridad que las cosas a las que
me he estado refiriendo son las señ ales bíblicas de la
santificació n y que a aquellos que las desconocen, les convendría
dudar si tienen alguna gracia o no.
¿Es usted nacido de nuevo? 61
Nunca me retractaré de decir que la santificació n auténtica es algo
que puede verse y que las señ ales que he procurado presentar son
má s o menos las señ ales del hombre santificado.
III. Diferencia entre justificación y santificación
En ú ltimo lugar, me propongo considerar la diferencia entre
justificación y santificación. ¿En qué coinciden y en qué difieren?
Esta rama de nuestro tema es de gran importancia, aunque me
temo que no lo consideren así todos mis lectores. La trataré
brevemente, pero no me atrevo a pasarla totalmente por alto.
Muchos no van má s allá de lo superficial de las cosas en la religió n y
consideran las buenas diferencias teoló gicas como cuestió n de
“preguntas y nomenclaturas” que son de poco valor real. Pero
advierto a todos los que consideran seriamente las cuestiones del
alma, que la gran inquietud que sienten por no “distinguir entre las
cosas en que difieren” en la doctrina cristiana, es muy grande y les
aconsejo, de manera especial, que si aman la paz, busquen
conceptos claros sobre el tema que nos ocupa. Tenemos que recordar
siempre que justificació n y santificació n son dos cosas diferentes. No
obstante, hay puntos en los cuales coinciden y puntos en que
difieren. Tratemos de encontrar cuáles son.
¿En qué sentido, pues, son iguales la justificación y santificación?
(a) Ambas proceden originalmente de la gracia de Dios. Es
ú nicamente por su gracia que el creyente es justificado o
santificado.
(b) Ambas son parte de la gran obra de salvació n que Cristo, en el
pacto eterno, ha realizado para bien de su pueblo. Cristo es la
fuente de vida, de la cual fluyen, tanto el perdó n como la santidad.
La raíz de cada una es Cristo.
(c) Ambas está n en una misma persona. Aquellos que son
justificados, siempre son santificados y aquellos que son santificados,
son siempre justificados.
62 SANTIDAD
Dios ha unido en una sola persona la justificació n y la santificació n,
y no pueden ser separadas.
(d) Ambas comienzan al mismo tiempo. El momento en que una
persona comienza a ser una persona justificada, comienza también a
ser santificada. Quizá no lo perciba, pero ésta es la realidad.
(e) Ambas son necesarias para la salvació n. Nadie ha llegado al
cielo sin un corazó n renovado, al igual que perdonado; sin la
gracia del Espíritu, al igual que la sangre de Cristo; sin idoneidad
para la gloria eterna, al igual que un título. Una es tan necesaria
como la otra.
Estos son los puntos en que coinciden la justificació n y
santificació n.
Consideremos ahora lo opuesto y veamos en qué sentido
difieren.
(a) La justificació n, es Dios declarando justos a aquellos que
reciben a Cristo, basá ndose en que la justicia de Cristo es
imputada a la cuenta de aquellos que lo reciben. La santificació n
es, de hecho, hacer justo al hombre en su interior, aunque sea en
un grado muy débil.
(b) La justicia que tenemos para nuestra justificació n no es
nuestra, sino que es la eterna y perfecta justicia de nuestro gran
Mediador Cristo, que nos es imputada y de la cual nos
apropiamos por fe. La justicia que tenemos por santificació n es
nuestra propia justicia, impartida, inherente y realizada en nosotros
por el Espíritu Santo, pero mezclada con debilidades e
imperfecciones.
(c) En la justificació n, nuestras propias obras no tienen nada que
ver y una fe sencilla en Cristo es lo ú nico necesario. En la
santificació n nuestras propias obras son de suma importancia y, por
eso, Dios nos insta a luchar, a velar, orar, esforzarnos, luchar y
trabajar.
¿Es usted nacido de nuevo? 63

(d) La justificació n es una obra terminada y completa, y el


hombre es justificado perfectamente en el instante cuando cree.
La santificació n, comparativamente, es una obra imperfecta y
nunca será perfecta hasta que lleguemos al cielo.
(e) La justificació n no incluye crecimiento ni aumento: El
hombre es justificado en la hora cuando inicialmente acude a
Cristo por fe, tal como lo será por toda la eternidad. La santificació n
es, principalmente, una obra progresiva e incluye un crecimiento y
aumento continuo durante toda la vida.
(f) La justificació n se refiere, en especial, a nuestra persona,
nuestra posició n ante los ojos de Dios y nuestra liberació n de
culpa. La santificació n se refiere, en especial, a nuestra naturaleza y
la renovació n moral de nuestro corazó n.
(g) La justificació n nos da el derecho al cielo y la valentía para
entrar en él. La santificació n es el proceso que se inicia con la
justificació n y nos va preparando para ir al cielo, y a disfrutarlo
cuando moremos en él.
(h) La justificació n es el acto en el que la justicia de Cristo se
imputa al creyente y no es fá cil que otros la disciernan. La
santificació n es la obra de Dios dentro de nosotros y, porque su
manifestació n es externa, no puede esconderse de la vista de los
demá s.
Encomiendo estas diferencias a la atenció n de mis lectores y les
pido que reflexionen bien sobre ellas. Estoy convencido de que una
de las grandes razones de la oscuridad y de los sentimientos inquietos
de mucha gente bien intencionada en lo que respecta a la fe cristiana,
es su costumbre de confundir y no diferenciar la justificació n de la
santificació n. Nunca podremos recalcar demasiado que son dos
cosas separadas. Es cierto que no pueden ser divididas y que
cualquiera que es partícipe de una de las dos es partícipe de ambas.
Pero nunca, nunca, deben ser confundidas y nunca deben
olvidarse las diferencias entre ellas.
64 SANTIDAD

Aplicación práctica
Só lo me queda concluir este tema con algunas palabras claras
de aplicació n. Hemos presentado la naturaleza y las señ ales
visibles de la santificació n. ¿Qué reflexiones prá cticas debiera
generar todo este tema?
(1) Despertemos todos a la realidad del estado peligroso de
muchos cristianos. “Seguid… la santidad, sin la cual nadie verá al
Señ or” (He. 12:14). Entonces, ¡qué cantidad enorme hay de
seguidores de una supuesta religió n que es totalmente inú til! ¡Qué
proporció n inmensa de gente que asiste a la iglesia se encuentra
en el camino ancho que lleva a la destrucció n! ¡Pensarlo es
terrible, aplastante y abrumador! ¡Oh, que los predicadores y
maestros abrieran sus ojos y tuvieran conciencia de la condició n de
las almas a su alrededor! ¡Oh, que se pudiera convencer a los
hombres que “huyan de la ira que vendrá ”! Si las almas no
santificadas pueden ser salvas e ir al cielo, la Biblia no dice la
verdad. ¡Pero la Biblia es veraz y no puede mentir! ¡Imaginemos
có mo será el final!
(2) Asegurémonos de nuestra propia condición y no descansemos
hasta sentir y saber que nosotros mismos estamos siendo
“santificados”. ¿Cuáles son nuestros gustos, nuestras decisiones,
preferencias e inclinaciones? É sta es la gran pregunta de prueba.
Poco importa lo que queremos, lo que esperamos y lo que
anhelemos antes de morir ¿Dó nde estamos ahora? ¿Qué
estamos haciendo?
¿Estamos creciendo en santidad o no? Si no, la culpa es nuestra.
(3) Si queremos ser santificados, nuestro camino es claro y sencillo:
Tenemos que comenzar con Cristo. Tenemos que acudir a él como
pecadores, sin ninguna discusió n, sino só lo con nuestra necesidad y
entregarle nuestra alma por fe para obtener paz y reconciliació n con
Dios. Tenemos que ponernos en sus manos, como en las manos de
un buen médico, y clamar a él pidiendo misericordia y gracia.
¿Es usted nacido de nuevo? 65

No necesitamos presentarnos con una recomendació n. El primer


paso hacia la santificació n, como hacia la justificació n, es acudir
a Cristo con fe. Tenemos que vivir primero y luego obrar.
(4) Si queremos crecer en santidad y ser más santificados, tenemos
que seguir continuamente tal como empezamos, y seguir llevando
nuevas solicitudes a Cristo sin cesar. É l es la Cabeza de la cual se
tiene que suplir cada miembro (Ef. 4:15-16). Vivir la vida de una fe
cotidiana en el Hijo de Dios y tomar de su plenitud cada día, la
gracia y las fuerzas prometidas que tiene reservadas para su pueblo,
es el gran secreto de la santificació n progresiva. Los cristianos que
parecen siempre iguales, por lo general, están descuidando la
comunió n íntima con Jesú s y, por ende, contristando al Espíritu.
Aquel que oró : “Santifícalos”, la noche antes de su crucifixió n, está
infinitamente dispuesto a ayudar a todo aquel que con fe solicita su
ayuda y anhela ser santo.
(5) No esperemos demasiado de nuestros corazones aquí en la
tierra. En el mejor de los casos, encontraremos todos los días
razones para sentirnos humillados y descubrir cada hora que
somos deudores, necesitados de misericordia y gracia. Cuanta má s
luz tengamos, má s veremos nuestra propia imperfecció n. É ramos
pecadores cuando empezamos, pecadores somos a medida que
seguimos adelante, renovados, perdonados, justificados, pero aun
así, pecadores hasta el ú ltimo día. Nuestra perfecció n absoluta
está por venir y el sentido de expectativa de obtenerla es una razó n
por la cual debiéramos ansiar el cielo.
(6) Por ú ltimo, no nos avergoncemos nunca de darle
importancia a la santificación y aspirar a lograr má s y má s
santificació n. Cuando algunos se conforman con lograr un grado
lamentablemente inferior y otros no se avergü enzan de vivir sin
nada de santidad (contentá ndose con la mera costumbre de ir a la
iglesia, pero sin avanzar nunca, como un caballo en una noria,
mantengá monos firmes en las sendas antiguas,
66 SANTIDAD

aspiremos nosotros mismos a tener má s santidad y


recomendémosla valientemente a otros. É sta es la ú nica manera
de ser realmente felices.
Estemos convencidos, no importa lo que otros digan, de que
santidad es felicidad, y que el hombre que pasa por la vida con má s
paz es el hombre santificado. Sin duda que hay algunos cristianos
de verdad que por enfermedad, problemas familiares u otras
causas secretas, disfrutan de poca paz y siguen lamentá ndose todos
los días mientras van rumbo al cielo. Por regla general, en el largo
camino de la vida, encontraremos que es verdad que las personas
“santificadas” son las más felices sobre la tierra. Tienen consuelos
fehacientes que el mundo no puede dar ni quitar. “Sus caminos son
caminos deleitosos”. “Mucha paz tienen los que aman tu ley”. Aquel
que no puede mentir dijo: “Mi yugo es fá cil, y ligera mi carga”. Pero
también está escrito: “No hay paz para los malos” (Pr. 3:17; Sal.
119:165; Mt. 11:30; Is. 48:22).
¿Es usted nacido de nuevo? 67

3. Santidad
“Seguid la… santidad, sin la cual
nadie verá al Señor”. Hebreos 12:14

¿Somos santos?
El texto bíblico que encabeza esta pá gina abre un tema de suma
importancia. El tema es la santidad prá ctica. Sugiere una pregunta
que requiere la atenció n de todos los que profesan ser cristianos:
¿Somos santos? ¿Veremos al Señ or?
Esta pregunta nunca está fuera de lugar. El sabio nos dice que hay:
“Tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de callar y tiempo de
hablar” (Ec. 3:4, 7), pero no existe ni un momento, no, ni un día,
cuando el hombre no debiera ser santo.
¿Somos santos?
La pregunta es para todos sin importar rango ni condiciones.
Algunos son ricos y algunos son pobres, algunos son eruditos y
algunos son ignorantes, algunos son amos y algunos son
sirvientes; pero no existe rango ni condició n en la vida en la que el
hombre no debiera ser santo. ¿Somos santos?
Pido que me presten atenció n hoy al enfocar esta pregunta.
¿Có mo se encuentra la relació n entre nuestras almas y Dios? En
este mundo apurado y ajetreado en que vivimos, estemos quietos
durante unos minutos y consideremos la cuestió n de la santidad.
Creo que hubiera podido escoger un tema más popular y agradable.
Estoy seguro de haber podido encontrar un asunto má s fá cil de
encarar. Pero siento profundamente que no hubiera podido
escoger uno má s oportuno y má s provechoso para nuestras almas.
Es cosa seria oír decir a la Palabra de Dios que sin santidad “nadie
verá al Señ or” (He. 12:12-15).
68 SANTIDAD

Procuraré, con la ayuda de Dios…


I. Examinar qué es la verdadera santidad.
II. Explicar la razón por la cual la santidad es tan importante y
III. Trataré de destacar la única manera de obtener la santidad.
En el capítulo anterior, traté este tema desde un punto de vista
doctrinal. Ahora procuraré presentar a mis lectores, un punto de
vista má s claro y práctico.
I. La definición verdadera y práctica de la santidad
En primer lugar, entonces, trataré de mostrar qué es la
verdadera santidad práctica y a qué tipo de personas llama Dios
santas.
El hombre puede esforzarse mucho y, no obstante, no
alcanzar nunca la verdadera santidad. Santidad no es…
- Conocimiento, eso es lo que tenía Balaam.
- Una profesió n externa, eso es lo que hacía Judas Iscariote.
- Realizar muchas cosas, eso es lo que hacía Herodes.
- Celo sobre ciertos asuntos religiosos, eso es lo que tenía Jehu.
- Moralidad y respetabilidad de conducta, como las tenía el joven
rico.
- Disfrutar de escuchar a predicadores, los judíos de la época
de Ezequiel hacían eso.
- Andar en compañ ía de gente piadosa; Joab, Giezi y Demas hacían
esto.
¡No obstante, ninguno de estos personajes era santo! Estas
prá cticas, por sí solas, no constituyen santidad. El hombre puede
exhibir alguna de ellas y, no obstante, nunca ver al Señ or.
¿Qué es, entonces, la verdadera santidad prá ctica? É sta es una
pregunta difícil de contestar. No quiero decir que falten enseñ anzas
bíblicas sobre el tema. Pero temo dar un concepto defectuoso sobre la
santidad y no decir todo lo que habría que decir; o decir lo que no
¿Es usted nacido de nuevo? 69
hay que decir y así causar dañ o.

No obstante, trataré de presentar una imagen de la santidad para


que podamos verla claramente con los ojos de nuestra mente. Pero
nunca olviden, cuando haya dicho todo, que en el mejor de los casos,
mi explicació n es un bosquejo imperfecto.
(a)Santidad es el hábito de ser de un mismo sentir con Dios,
segú n se describe su sentir en las Escrituras. Es el há bito de
coincidir con los criterios de Dios —aborreciendo lo que él aborrece,
amando lo que él ama— y midiendo todo en este mundo, segú n las
normas de su Palabra. El hombre que má s coincide con Dios, es el
má s santo.
(b) El hombre santo se esforzará por rechazar todo pecado
conocido y guardar todo mandamiento conocido. Tendrá una
mente decididamente predispuesta hacia Dios, un fuerte anhelo de
cumplir su voluntad y má s temor de desagradar a Dios que de
desagradar al mundo, y un amor por todos sus caminos. Siente lo que
Pablo sentía cuando dijo: “Segú n el hombre interior, me deleito en
la ley de Dios” (Ro. 7:21-23) y lo que sentía David cuando dijo:
“Estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y
aborrecí todo camino de mentira.” (Sal. 119:128).

(c) El hombre santo luchará para ser como nuestro Señor


Jesucristo. No só lo vivirá una vida de fe en él y tomará de él toda
su paz y fortaleza diaria, sino que también trabajará para
conformarse a la mente de él y ser hecho “conforme a su imagen” (Ro.
8:29). Su meta será comprender y perdonar a los demá s, así como
Cristo nos perdonó a nosotros; ser generosos, así como Cristo no
vivía para complacerse a sí mismo; andar en amor, así como Cristo
nos amó ; ser modestos y humildes, así como Cristo se humilló a sí
mismo.
70 SANTIDAD

El hombre santo recordará …


- que Cristo fue testigo fiel de la verdad,
- que no vino para hacer su propia voluntad,
- que su comida y bebida fue hacer la voluntad de su Padre,
- que se negaba continuamente a sí mismo con el fin de servir a
otros,
- que era humilde y paciente ante insultos inmerecidos,
- que tenía mejor opinió n de los piadosos pobres que de los reyes,
- que estaba lleno de amor y compasió n por los pecadores,
- que era valiente y firme en denunciar el pecado,
- que no buscaba el elogio de los hombres, cuando lo hubiera podido
recibir,
- que iba por todas partes haciendo el bien,
- que estaba separado de la gente mundana,
- que se mantenía siempre en oració n,
- que no permitía que, ni siquiera sus relaciones má s cercanas, le
impidieran hacer la obra de Dios que tenía que hacer.
É stas son cosas que el hombre santo tratará de recordar. Por ellas,
se esforzará en dar forma a su curso en la vida. Tomará en serio lo
que dijo Juan: “El que dice que permanece en él, debe andar como
él anduvo” (1 Jn. 2:6) y lo que dijo Pedro: “Cristo padeció por
nosotros, dejá ndonos ejemplo, para que sigá is sus pisadas” (1
P. 2:21). ¡Feliz es aquel que ha aprendido hacer de Cristo su
“todo”, tanto de su salvació n como de su ejemplo! Se ahorrarían
mucho tiempo y se prevendrían muchos pecados si los hombres se
preguntaran má s seguido: “¿Qué hubiera dicho y hecho Cristo si
hubiera estado en mi lugar?”.
(d) El hombre santo procurará humildad, longanimidad,
mansedumbre, paciencia, bondad y control de su lengua. Soportará
mucho, sobrellevará mucho y será lento en hablar de sus derechos.
¿Es usted nacido de nuevo? 71

Vemos un ejemplo brillante de esto en la conducta de David


cuando Simei lo maldijo y en la de Moisés cuando Aaró n y Miriam
hablaron en su contra (2 S. 16:7; Nm. 12:1).
(e)El hombre santo procurará dominio propio y auto-negación.
Trabajará para mortificar los deseos de su cuerpo, para crucificar su
carne con sus afectos y lascivias, dominar sus pasiones, restringir
sus inclinaciones carnales, por si alguna vez, una de éstas se
desatara. Oh, qué palabras fueron aquellas del Señ or Jesú s a sus
apó stoles cuando les dijo: “Mirad también por vosotros mismos, que
vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los
afanes de esta vida” (Lc. 21:34) y las del Apó stol Pablo: “Golpeo mi
cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido
heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Co. 9:27).
(f) El hombre santo procurará practicar la caridad y la bondad
fraternal. Se esforzará por observar la regla de oro de hacer a los
demá s lo que quiere que le hagan y hablar a los otros como
quieren que le hablen a él (Mt. 7:12; Jn. 13:34). Estará lleno de
cariñ o por sus hermanos, por sus cuerpos, sus propiedades, sus
personalidades, sus sentimientos y sus almas. “El que ama al pró jimo”,
dice Pablo, “ha cumplido la ley” (Ro. 13:8). Aborrecerá toda mentira,
calumnia, murmuració n, engañ o, deshonestidad y trato injusto, aun
en su mínima expresió n. El shekel y el codo del santuario eran más
grandes que los de uso comú n. Tratará de adornar su fe con todo su
aspecto y porte, y de presentarla hermosa y bella a los ojos de todos
los que lo rodean. ¡Ay, qué palabras de condenació n son las del
capítulo 13 de 1 Corintios y el Sermó n del Monte comparadas con
la conducta de muchos cristianos profesantes!
(g) El hombre santo procurará practicar un espíritu de
misericordia y benevolencia hacia los demás. No permanecerá
inactivo todo el día. No se contentará con no hacer dañ o. Tratará
de hacer el bien.
72 SANTIDAD

Se esforzará todo lo posible por ser ú til en su época y generació n,


y de aliviar las necesidades espirituales y los sufrimientos a su
alrededor. Tal como Dorcas que, “abundaba en buenas obras y en
limosnas que hacía”. No só lo se proponía hacer algo y hablaba de lo
que pensaba hacer, sino que ponía manos a la obra (Hch. 9:36). Así
también era Pablo. É l decía: “Y yo con el mayor placer gastaré lo
mío… aunque amá ndoos má s, sea amado menos.” (2 Co. 12:15).
(h) El hombre santo procurará pureza del corazón. Aborrecerá
toda suciedad y contaminació n de su espíritu, y buscará evitar todas
las cosas que puedan llevarlo a ellas. Sabe que su propio corazó n es
como paja y será diligente en mantenerse lejos de las chispas de la
tentació n. ¿Quién se atreverá a hablar de fortaleza sabiendo que
alguien como David puede caer? Podemos percibir pistas en la ley
ceremonial. Bajo ella, el hombre que apenas tocaba un hueso, un
cadá ver, un sepulcro o a un enfermo era impuro a los ojos de Dios.
Y estas cosas eran, meramente, símbolos y figuras. Son pocos los
cristianos que alguna vez está n demasiado en guardia o son
demasiado cautelosos en relació n con este punto.
(i) El hombre santo procurará tener temor a Dios. No me
refiero al temor de un esclavo que só lo trabaja porque teme al
castigo y no haría nada, si no temiera que lo descubrieran. Me
refiero má s bien al temor de un niñ o que anhela vivir y
comportarse como si siempre estuviera ante su padre, porque lo
ama. ¡Qué ejemplo tan noble de esto nos da Nehemías! Cuando fue
nombrado gobernador de Jerusalén hubiera podido exigir impuestos
al pueblo para su mantenimiento. Eso es lo que había hecho el
gobernador anterior. Nadie lo hubiera recriminado por ello. Pero
dice: “Pero yo no hice así, a causa del temor de Dios” (Neh. 5:15).
(j) El hombre santo procurará la humildad. Anhelará ,
modestamente, estimar a otros mejores que él. Verá má s maldad en
su propio corazó n, que en el de cualquier otro en el mundo.
¿Es usted nacido de nuevo? 73

Comprenderá algo del sentimiento de Abraham cuando dice: “Soy


polvo y cenizas” y entenderá a Jacob cuando dice: “Soy menos que
el má s pequeñ o de todas tus misericordias” e interpretará a Job
cuando dice: “Yo soy vil” y a Pablo cuando dice: “Yo soy el primero
de los pecadores”. El santo Bradford, fiel mártir de Cristo, a veces
terminaba sus cartas saludando con estas palabras: “El má s
miserable pecador, John Bradford”. Las ú ltimas palabras del buen
anciano Grimshaw en su lecho de muerte, fueran estas: “Aquí va
un siervo inú til”.
(k) El hombre santo procurará ser fiel en todas sus
obligaciones y relaciones en la vida. Tratará , no só lo de cumplir
con su lugar, al igual que otros que no piensan en sus almas, sino
que hará algo mejor, porque tiene motivos superiores y má s ayuda
que ellos. No hay que olvidar nunca aquellas palabras de Pablo: “Y
todo lo que hagá is, hacedlo de corazó n, como para el Señ or…”, “…
no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señ or;…” (Col. 3:23;
Ro. 12:11). Las personas santas debieran apuntar a hacer todo bien y
debieran avergonzarse de permitirse hacer algo mal, si pueden
evitarlo. Al igual que Daniel, deben procurar no tener ningú n
cargo contra ellos, excepto su “relació n con la ley de su Dios” (Dn.
6:5). Deben esforzarse por ser buenos có nyuges, buenos padres y
buenos hijos, buenos patrones y buenos siervos, buenos vecinos,
buenos amigos, buenos en privado y buenos en pú blico, buenos en
su lugar de trabajo y buenos en su hogar. Poco vale la santidad, si
no lleva este tipo de fruto. El Señ or Jesú s le hace una pregunta
inquietante a su pueblo cuando dice: “¿Qué hacéis de má s?” (Mt.
5:47).
(l) En ú ltimo lugar, el hombre santo procurará una mentalidad
espiritual. Se esforzará por consagrar sus afectos enteramente a las
cosas de arriba y considerar las cosas de la tierra mucho menos
importantes. No descuidará la vida actual, pero el primer lugar en
74 SANTIDAD
su mente y pensamientos lo dará a la vida venidera.

Su meta será vivir como aquel cuyo tesoro está en el cielo y pasar
por este mundo como un extrañ o y peregrino rumbo a su hogar.
Tener comunió n con Dios en oració n, en la Biblia y en la reunió n
de su pueblo, son las cosas que má s le agradará n. Le dará valor a
todas las cosas, los lugares y las relaciones, en la proporció n que lo
acerquen má s a Dios. Compartirá algo del sentimiento de David,
cuando dice: “Está mi alma apegada a ti”. “Mi porció n es Jehová ”
(Sal. 63:8; 119:57).
Tal es el bosquejo de la santidad que me aventuro a esbozar. Tal es
el cará cter que procuran tener los que son llamados “santos”. Tales
son las principales características del hombre santo.
Pero quiero decir aquí, que espero que nadie me malentienda,
tengo cierta aprehensió n de que lo que he querido decir sea
equivocado y que la descripció n que he dado de la santidad pueda
desalentar a alguna conciencia sensible. Mi intenció n no es
entristecer a ningú n corazó n recto, ni poner una piedra de
tropiezo en el camino de ningú n creyente.
Santidad y pecado
No digo de ninguna manera que la santidad impide la presencia del
pecado que ya mora en el hombre. No, lejos de esto. El hecho de que
la desgracia má s grande del hombre santo es que carga un “cuerpo
de muerte” que, a menudo, cuando quiere hacer el bien, “el mal
está en él”, que el viejo hombre está observando todos sus
movimientos y, por así decir, tratando de hacerlo retroceder cada
vez que da un paso (Ro. 7:21). Pero la excelencia del hombre santo es
que no se queda en paz con el pecado que mora en él, como lo
hacen algunos. Aborrece el pecado, se lamenta por él y anhela
librarse de él. La obra de santificació n dentro de él es como el
muro de Jerusalén, la obra sigue adelante aun “en tiempos
angustiosos.” (Dn. 9:25).
¿Es usted nacido de nuevo? 75

Tampoco digo que la santidad alcanza la madurez y es perfecta


instantáneamente. Las gracias de algunos está n en una etapa inicial,
otras má s adelantadas y algunas han llegado a la madurez. Todos
tienen que tener un comienzo. Nunca debemos despreciar “el día
de las cosas pequeñ as”.
La santificació n es siempre una obra progresiva. La historia de
los santos má s brillantes que jamá s han vivido contiene muchos
“peros”, “sin embargo” y “no obstante” hasta el final. El oro nunca
deja de tener escoria y la luz nunca brilla sin algunas nubes hasta
que lleguemos a la Jerusalén celestial. El sol tiene manchas en su
superficie. El má s santo de los hombres tiene imperfecciones y
defectos cuando es pesado en la balanza de la santidad divina. Su
vida es una batalla continua contra el pecado, el mundo y el diablo
y, a veces, no lo vemos vencedor, sino vencido. La carne está
siempre luchando contra el espíritu y el espíritu contra la carne y
así sabemos que “todos ofendemos muchas veces” (Gá . 5:17; Stg. 3:2).
Aun así, estoy seguro de que el cará cter que he esbozado
débilmente, es el anhelo y la oració n de todos los cristianos
auténticos. Perseveran en lograr tenerlo, si no lo tienen. Quizá no
lo logren, pero esa es siempre su meta. Es siempre por lo que se
esfuerzan y trabajan, si no tienen ese cará cter.
Y esto digo audaz y confiadamente: Que la verdadera santidad
es una gran realidad. Es algo en el hombre que puede verse,
conocerse, señ alarse y que es percibido por todos los que lo
rodean. Es luz: Si existe, se ve. Es sal: Si existe, su sabor se percibe.
Es un ó leo preciado: Si existe, no se puede esconder.
Todos tenemos que estar dispuestos a ser indulgentes con las
caídas, con la sequedad ocasional de los cristianos. Sé que un
camino puede llegar de un punto a otro y, aun así, tener muchas
curvas y vueltas; y que las debilidades pueden desviar al hombre
76 SANTIDAD
realmente santo.

El oro no es menos oro porque tenga aleaciones, ni la luz es menos


luz porque sea débil, ni la gracia es menos gracia porque esté
presente en seres inmaduros y débiles. Pero después de admitir todo
esto, no puedo entender có mo alguien merezca ser llamado
“santo”, si peca a sabiendas y no se humilla ni se avergü enza por
ello. No se le puede llamar “santo” a alguien que, a sabiendas,
descuida habitualmente sus deberes y, conscientemente, hace lo
que sabe que Dios le ha ordenado no hacer. Bien dice Owen: “No
entiendo có mo alguien pueda ser un verdadero creyente si su carga
más pesada no es el pecado, no siente dolor por él y no lo ve como un
problema”.
Tales son las principales características de la santidad prá ctica.
Examinémonos y comprobemos que las conocemos. Probémonos a
nosotros mismos.
II. Por qué la verdadera santidad práctica es tan importante
Ahora intentaré mostrar algunas razones por las que la
santidad práctica es tan importante.
¿Puede la santidad salvarnos? ¿Puede la santidad quitar el pecado,
cubrir las iniquidades, ofrecer satisfacció n por las transgresiones,
pagar nuestra deuda con Dios? No, de ninguna manera. Quiera Dios
que jamá s diga esto. La santidad no puede hacer ninguna de estas
cosas. Todos los santos má s brillantes, no son má s que “siervos
inú tiles”. Nuestras obras má s puras no son má s que trapos de
inmundicia comparadas a la luz de la ley santa de Dios (Is. 64:6). El
ropaje blanco que Jesú s ofrece y que viste la fe, tiene que ser
nuestra ú nica justicia, el nombre de Cristo, nuestra ú nica
confianza y el libro de la vida del Cordero, nuestro ú nico derecho
al cielo. Aun con toda nuestra santidad, no somos má s que
pecadores. Nuestras mejores ropas están manchadas de
¿Es usted nacido de nuevo? 77
imperfecciones. En menor o mayor grado, nuestras acciones son
incompletas, tienen errores y defectos. Ningú n hijo de Adán será
justificado por las obras de la ley.

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de


vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”
(Ef. 2:8, 9).
¿Por qué es entonces, tan importante la santidad? ¿Por qué dice
el Apó stol: “Sin santidad nadie verá al Señ or”? A continuació n daré
algunas razones:
(a) Para empezar, tenemos que ser santos porque la voz de Dios
en las Escrituras claramente lo ordena. El Señ or le dice a su
pueblo: “Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y
fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 5:20). “Sed, pues,
vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es
perfecto” (Mt. 5:48). Pablo le dice a los tesalonicenses: “La
voluntad de Dios es vuestra santificació n” (1 Ts. 4:3). Y Pedro dice:
“Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en
toda vuestra manera de vivir; porque escrito está : Sed santos,
porque yo soy santo” (1 P. 1:15-16). “En esto”, dice Leighton, “la
ley y el evangelio coinciden”.
(b) Tenemos que ser santos porque es la única gran finalidad y
propósito por el cual Cristo vino al mundo. Pablo escribe a los
corintios: “Por todos murió , para que los que viven, ya no vivan
para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” (2 Co.
5:15). Y a los efesios: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí
mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado” (Ef. 5:25,
26). Y a Tito: “Se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda
iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas
obras” (Tito 2:14). En suma, decir que los hombres son salvados de
la culpa de pecado, sin ser salvos del dominio de éste en sus
corazones, es contradecir el testimonio de todas las Escrituras. ¿Dice
la Biblia que los creyentes son escogidos? Es por medio de “la
78 SANTIDAD
santificació n del Espíritu”.
¿Son predestinados? Es “para que sean santos”. ¿Son llamados? Es
con un “llamamiento santo”. Jesú s es un Salvador completo.

No es meramente para quitar la culpa del pecado del creyente; va


aú n má s allá , quita su poder (1 P. 1:2; Ro. 8:29; Ef. 1:4; He. 12:10).
(c) Tenemos que ser santos porque es la única evidencia
fehaciente de que contamos con una fe salvadora en nuestro Señor
Jesucristo. El Artículo 12 de la Iglesia Anglicana dice apropiadamente
que: “Aunque las buenas obras no pueden quitarnos los pecados ni
cargar con la severidad del juicio de Dios, son agradables y
aceptables a Dios en Cristo, y surgen por la necesidad de una fe
verdadera y viva; porque por ellas se hace evidente una fe viva tal
como el á rbol se conoce por sus frutos”. Santiago nos advierte que la
fe muerta existe: Es una fe que no va más allá de profesarse con la
boca y no tiene influencia alguna sobre el cará cter del hombre (Stg.
2:17). La verdadera fe salvadora es distinta. La verdadera fe siempre
se verá en sus frutos: Santificará, obrará por amor, vencerá al
mundo y purificará el corazó n. Sé que a la gente le gusta hablar de
evidencias en su lecho de muerte. Confían en palabras dichas en
horas de temor, dolor y debilidad, consolá ndose con ellas por los
amigos que pierden. Pero me temo que no se puede confiar en el
noventa y nueve por ciento de tales supuestas evidencias.
Sospecho que, salvo raras excepciones, los seres humanos como
han vivido, así mueren. La ú nica evidencia segura de que somos uno
con Cristo y que Cristo está en nosotros, es la vida santa. Los que
viven para el Señ or, generalmente, son los ú nicos que mueren en el
Señ or. Si queremos morir la muerte del justo, no confiemos só lo
en anhelos indolentes; procuremos vivir la vida del Maestro. Traill
dice bien: “El estado del hombre no es nada y su fe es precaria si su
esperanza de gloria no purifica su corazó n y su vida”.
(d) Tenemos que ser santos porque ésta es la ú nica prueba de que
amamos sinceramente el Señor Jesucristo. É ste es un punto del
cual él habló con total claridad en los capítulos catorce y quince de
¿Es usted nacido de nuevo? 79
Juan. “Si me amá is, guardad mis mandamientos”. “El que tiene mis
mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama”. “El que me
ama, mi palabra guardará ”.

“Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”. (Jn.


14:15, 21, 23; 15:14). Sería difícil encontrar palabras más claras
que estas y ¡ay de aquellos que las hacen a un lado! El alma del
hombre que puede pensar en todo lo que sufrió Jesú s y aun así
aferrarse a los pecados por los cuales sufrió , está enferma. Fue el
pecado el que entretejió la corona de espinas. Fue el pecado el que
traspasó las manos y los pies de nuestro Señ or e hirió su costado.
Fue el pecado lo que lo llevó a Getsemaní y al Calvario, a la cruz y
al sepulcro. ¡Qué fríos deben estar nuestros corazones si no
aborrecemos el pecado y nos esforzarnos por librarnos de él, aunque
tengamos que amputarnos la mano derecha y arrancarnos el ojo
derecho!
(e) Tenemos que ser santos, porque serlo, es la única evidencia
fidedigna de que somos verdaderos hijos de Dios. Los hijos de este
mundo, generalmente, son como sus padres. Algunos, sin duda, lo
son má s y otros lo son menos, pero rara vez sucede que no se pueda
rastrear algú n parecido familiar. Y sucede lo mismo con los hijos de
Dios. El Señ or Jesucristo dice: “Si fueseis hijos de Abraham, las
obras de Abraham haríais”. “Si vuestro padre fuese Dios,
ciertamente me amaríais” (Jn. 8:39, 42). Si los hombres no se
parecen en nada al Padre celestial, es en vano hablar de que son sus
“hijos”. Si nada sabemos de santidad, podemos engañ arnos todo lo
que queramos, pero el Espíritu Santo no mora en nosotros:
Estamos muertos y necesitamos que nos vuelvan a la vida.
Estamos perdidos y tenemos que ser encontrados. “Porque todos
los que son guiados por el Espíritu de Dios,…” y, só lo ellos, “…son
hijos de Dios” (Ro. 8:14). Tenemos que mostrar por nuestra
manera de vivir a qué familia pertenecemos. Tenemos que dejar que
los hombres se den cuenta por nuestra manera de hablar, que somos
80 SANTIDAD
realmente hijos del Santísimo, de otro modo “hijo”, no es má s que
un nombre sin sentido. “No digas”, dice Gurnall, “que tienes sangre
real en tus venas y que eres nacido de Dios, a menos que puedas
probar tu realeza por atreverte a ser santo”.

(f) Tenemos que ser santos porque es la mejor manera de hacerle


el bien a otros. No podemos vivir só lo para nosotros mismos en este
mundo. Nuestra vida estará haciéndole bien o mal a los que la
observan. Es un sermó n silencioso que todos pueden leer. Es
realmente triste cuando son un sermó n para la causa del diablo y
no para la de Dios. Creo que se logra mucho má s para el reino de
Dios por medio de un vivir santo por parte de los creyentes de lo que
nos imaginamos. Hay en este vivir santo, una realidad que lleva a los
hombres a sentir y los obliga a pensar. Lleva un peso e influencia
que ninguna otra cosa puede dar. Da hermosura a la fe cristiana y
atrae a los hombres para que la tengan en cuenta, como un faro
que se ve desde lejos. El Día del juicio probará que muchos, además
de los esposos, han sido ganados “sin palabra” y gracias, má s bien,
a una vida santa (1 P. 3:1). Podemos hablarles a las personas sobre
las doctrinas de los Evangelios y pocos escucharán, y menos las
comprenderá n. Pero nuestra vida de santidad es un argumento del
cual nadie puede escapar. Hay un significado de la santidad que, ni
siquiera el más ignorante, puede ignorar. Las personas pueden no
comprender la justificació n, pero pueden comprender la caridad.
Creo que los cristianos inconstantes e impuros hacen mucho
má s dañ o de lo que nos imaginamos. Está n entre los mejores aliados
de Sataná s. Echan por tierra con sus vidas lo que los pastores edifican
con sus palabras. Causan que las ruedas del carruaje del evangelio
giren con dificultad. Les proveen a los hijos de este mundo, un sin
fin de excusas para mantenerse como están. “No veo la necesidad de
tanta religió n”, dijo hace poco un comerciante no creyente. “Noto
que muchos de mis clientes hablan siempre del evangelio, la fe, la
elecció n, las promesas divinas y lo demás, pero estas mismas
¿Es usted nacido de nuevo? 81
personas no tienen reparo en estafarme cuando tienen la oportunidad
de hacerlo. Entonces, si la gente religiosa hace estas cosas, no veo
qué provecho hay en la fe cristiana”.

Me lamento de tener que escribir estas cosas, pero me temo que,


demasiadas veces, la vida de los cristianos es una blasfemia contra el
nombre de Cristo. Tengamos cuidado de que no nos sea imputada la
sangre de algú n alma. ¡Líbranos, Señ or, de matar a las almas por
nuestra inconstancia y nuestro andar indiferente! ¡Oh, sea por el
bien de otros y no por ninguna otra razó n, que nos esforcemos por
ser santos!
(g) Tenemos que ser santos porque nuestra tranquilidad actual
depende mucho de ello. No podemos darnos el lujo de olvidarlo. Es
lamentable que somos propensos a olvidar que hay una conexió n
fuerte entre el pecado y el dolor, la santidad y felicidad, y entre la
santificació n y la consolació n. Dios ha ordenado, sabiamente, que
nuestro bienestar y nuestro bien hacer estén entrelazados. Ha
provisto en su misericordia, que aun en este mundo, le convenga al
hombre ser santo. Nuestra justificació n no es por obras —nuestro
llamado y elecció n no son por nuestras obras—, pero en vano es
que alguien suponga que puede tener un sentido vivo de su
justificació n o de una seguridad de su llamado, mientras, por otro
lado, descuida las buenas obras o no se esfuerza por vivir una vida
santa. “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si
guardamos sus mandamientos”. “Y en esto conocemos que somos
de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones” (1 Jn. 2:3; 3:19).
Así como el creyente no puede esperar sentir los rayos del sol en
un día oscuro y nublado, tampoco puede sentir la fuerte
consolació n en Cristo, si no lo sigue plenamente. Cuando los
discípulos abandonaron al Señ or y huyeron, se libraron del peligro,
pero se sintieron mal y tristes. Cuando, poco después, lo confesaron
valientemente ante los hombres, y fueron encarcelados y flagelados,
82 SANTIDAD
nos dice la Palabra que “ellos salieron… gozosos de haber sido tenidos
por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hch. 5:41).
¡Oh, por nuestro propio bien, si no hubiera ninguna otra razó n,
esforcémonos por ser santos! Aquel que sigue a Jesú s má s de
lleno, siempre lo seguirá contento.

(h) En ú ltimo lugar, tenemos que ser santos porque sin santidad
sobre la tierra nunca estaremos preparados para disfrutar del
cielo. El cielo es un lugar santo. El Señ or del cielo es un Ser santo.
Los á ngeles son criaturas santas. La santidad está estampada en
todo lo que hay en el cielo. El libro de Apocalipsis dice expresamente:
“No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace
abominació n y mentira” (Ap. 21:27).
Apelo solemnemente a todo el que lee estas páginas: ¿Có mo nos
sentiremos en casa y felices en el cielo si morimos sin santidad? La
muerte no obra ningú n cambio. Cada uno volverá a vivir con el
mismo cará cter con el que dio su ú ltimo suspiro. ¿Cuá l será
nuestro lugar si no conocemos ahora la santidad?
Supongamos por un momento que se le permitiera entrar al cielo
sin santidad.
¿Qué haría? ¿De qué podría disfrutar allí? ¿A cuá les de todos los
santos se acercaría y al lado de quién se sentaría? Sus placeres no son
los placeres de usted, ni sus gustos los gustos de usted, ni su
cará cter el cará cter de usted. ¿Có mo podría ser feliz, si no fue
santo en la tierra?
Quizá s prefiere ahora la compañ ía de los superficiales y los
indiferentes, los mundanos y los avaros, los parranderos y los que
van tras los placeres, los impíos y los profanos. No habrá ninguno
de ellos en el cielo.
Quizá s cree ahora que los santos de Dios son demasiado
estrictos, exigentes y serios. Prefiere evitarlos. No disfruta de su
compañ ía. No habrá ninguna otra compañ ía en el cielo.
Quizá s piense ahora que orar, leer la Biblia y cantar himnos es
¿Es usted nacido de nuevo? 83
aburrido, triste y tonto, algo para ser tolerado de vez en cuando, pero
no disfrutado. Considera al Día del Señ or como una carga y cosa
pesada; no podría pasar má s que una porció n pequeñ a del día
adorando a Dios.

Pero recuerde, el cielo es un Día del Señ or sin fin. Los que allí viven
no descansan de decir día y noche: “Santo, santo, santo, Señ or
Omnipotente” y de cantar alabanzas al Cordero. ¿Có mo podría, alguien
que no es santo disfrutar de ocupaciones como éstas?
¿Cree usted que a alguien así le encantaría conocer a David, a
Pablo y a Juan después de haber pasado toda una vida haciendo
las cosas de las cuales ellos hablaban en contra? ¿Disfrutaría de
dulces conversaciones con ellos, comprobando que tiene con ellos
mucho en comú n? Sobre todo, ¿piensa usted que se regocijaría de
conocer cara a cara a Jesú s, el Crucificado, después de aferrarse a
los pecados por los que él murió ? Se pondría de pie ante él con
confianza y se sumaría a la exclamació n: “É ste es Jehová a quien
hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvació n”
(Is. 25:9). ¿No le parece que la lengua del hombre impío se le
pegaría al paladar de pura vergü enza y que su ú nico deseo sería
que lo echaran de allí? Se sentiría como un extrañ o en una tierra
desconocida, una oveja negra en medio del rebañ o santo de Cristo.
La voz de querubines y serafines, el canto de á ngeles y arcángeles, y
toda la compañ ía del cielo, sería un lenguaje que no podría
comprender. El aire mismo del entorno le parecería tan diferente
que no lo podría respirar.
No sé qué opinará n los demá s, pero a mí me resulta claro que el
cielo sería un lugar muy desagradable para el que no es santo.
Imposible que sea de otra manera. La gente puede decir, de un modo
muy incierto, que “espera ir al cielo”, pero no piensa en lo que dice.
Tiene que haber cierta capacitació n “…para participar de la herencia
de los santos en luz” (Col. 1:12). Nuestros corazones tienen que
84 SANTIDAD
armonizar con lo que es el cielo. Para alcanzar el refrigerio de gloria,
tenemos que pasar por la escuela de la gracia que nos prepara para
ello. Tenemos que tener pensamientos celestiales, gustos
celestiales en la vida ahora, de lo contrario, nunca nos
encontraremos en el cielo en la vida venidera.

Aplicaciones prácticas
Ahora quiero dar algunas palabras a manera de aplicació n.
(1) Para empezar, quiero preguntarles a cada uno que lee estas
pá ginas: ¿Es usted santo? Escuche, le ruego, la pregunta que
ahora le hago. ¿Sabe usted algo de la santidad de la que he estado
hablando?
No le pregunto si asiste a su iglesia regularmente, si ha sido
bautizado y participado de la Cena del Señ or, ni si se denomina
cristiano. Le pregunto algo que es mucho má s que esto: ¿Es usted
santo o no lo es?
No le pregunto si aprueba usted de la santidad en otros, si le gusta
leer acerca de la vida de personas santas, hablar de cosas santas, si
tiene libros santos sobre la mesa ni tampoco si piensa ser santo y
espera serlo algú n día. Lo que le pregunto es má s: ¿Es usted santo
hoy mismo o no lo es?
¿Y por qué lo pregunto tan directamente e insisto tanto? Lo
hago porque la Biblia dice: “Seguid la paz… y la santidad, sin la
cual nadie verá al Señ or”. Está escrito, no es una invenció n mía, no
es mi opinió n personal; es la Palabra de Dios: “Seguid la paz… y la
santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14).
¡Ay, qué palabras tan escrutadoras e inquietantes son éstas! ¡Qué
pensamientos cruzan por mi mente mientras las escribo! Observo
el mundo y veo a la mayor parte de sus habitantes en la impiedad.
Observo a los que profesan ser cristianos y veo que la gran mayoría
no tiene nada de cristiana aparte del nombre. Me vuelvo a la Biblia y
oigo decir al Espíritu: “Seguid la paz… y la santidad, sin la cual
¿Es usted nacido de nuevo? 85
nadie verá al Señ or”.
Es un texto que debiera obligarnos a considerar nuestros caminos y
escudriñ ar nuestros corazones. Realmente debiera generar en
nosotros pensamientos muy serios e impulsarnos a orar.

Respuestas típicas a la pregunta


Puede usted tratar de callarme diciendo: “Siento mucho más y
pienso mucho má s acerca de estas cosas, sí, mucho má s de lo que
muchos suponen”. Contesto yo: “É sta no es la cuestió n. Las pobres
almas perdidas en el infierno también lo hacen”. La pregunta
importante no es lo que usted piensa, ni lo que siente, sino lo que
hace.
Usted puede decir: “Nunca hubo la intenció n de que todos los
cristianos fueran santos. La santidad, como usted la ha descrito, es
só lo para los grandes santos y las personas que tienen dones
especiales”. Contesto yo: “No veo eso en las Escrituras. Leo que
cada uno que tiene esperanza en Cristo ‘se purifica a sí mismo’” (1
Jn. 3:3). “Sin santidad nadie verá al Señ or”.
Usted puede decir: “Es imposible ser santo y, a la misma vez,
cumplir con nuestras obligaciones diarias; es imposible”. Contesto
yo: “Usted está equivocado. Sí se puede. Con Cristo de nuestro lado
nada es imposible. Muchos lo han hecho. David, Abdías, Daniel y los
siervos de la casa de Neró n, son ejemplos de que sí es posible”.
Usted puede decir: “Si yo fuera santo sería diferente de otra
gente”. Contesto yo: “Lo sé. Es justamente lo que usted debiera ser.
Los siervos auténticos de Cristo siempre son diferentes del mundo
que los rodea —una nació n distinta, un pueblo singular— ¡y usted
debe serlo también si ha de ser salvo!”.
Usted puede decir: “En este caso, será n muy pocos los que
habrá n de ser salvos”. Contesto yo: “Lo sé. Es precisamente lo que
Cristo nos dice en el Sermó n del Monte”. El Señ or Jesú s así lo dijo
hace 1.900 añ os. “Estrecha es la puerta, y angosto el camino que
86 SANTIDAD
lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mt. 7:14). Pocos
será n salvos porque pocos se tomará n el trabajo de buscar la
salvació n. Los hombres no quieren negarse los placeres del pecado y
de su propia voluntad por un poquito de tiempo.

Le dan la espalda a la vida: “No queréis venir a mí para que tengá is


vida, dijo Jesú s” (Jn. 5:40).
Usted puede decir: “El hecho de que el camino es muy angosto
es algo difícil de aceptar”. Contesto yo: “Lo sé”. Es lo que dice el
Sermó n del Monte. Es lo que dijo el Señ or Jesú s hace 1.900 añ os.
Siempre decía que los hombres tenían que tomar su cruz
diariamente y que debían estar listos para amputarse una mano o un
pie, si querían ser sus discípulos. En la fe cristiana sucede lo
mismo que en otras cosas: “Sin dolor no hay ganancias”. Lo que
nada cuesta, nada vale.
No importa lo que sea que pensemos que es correcto, lo cierto
es que debemos ser santos si queremos ver al Señor. ¿Dó nde está
nuestro cristianismo si no lo somos? No só lo hemos de ser
cristianos de nombre y tener conocimiento, tenemos que tener
también un carácter cristiano. Tenemos que ser santos en la tierra,
si es que tenemos la intenció n de ser santos en el cielo. “Sin santidad
nadie verá al Señ or”. “La agenda del Papa”, dice Jenkyn, “só lo
convierte en santos a los muertos, en cambio las Escrituras
requieren santidad en los vivos”. “Que nadie se engañ e”, dice Owen,
“la santificació n es una cualidad indispensable para los que está n
bajo la direcció n de Cristo el Señ or para salvació n. É l no lleva
nadie al cielo que no santifica en la tierra. La Cabeza viviente no
admitirá miembros muertos”.
No nos maravillemos porque las Escrituras digan: “Os es necesario
nacer de nuevo” (Jn. 3:7). Es claro como el agua que muchos que
profesan ser cristianos necesitan un cambio completo —un nuevo
corazó n, una nueva naturaleza—, si han de ser salvos. Las cosas
¿Es usted nacido de nuevo? 87
viejas tienen que pasar, tienen que convertirse en criaturas
nuevas. “Sin santidad nadie”, sea quien sea, “verá al Señ or”.
(2) Quiero ahora hablarles un poco a los creyentes. Les pregunto:
“¿Creen que sienten la importancia de la santidad tanto como
debieran?”

La actitud que tiene la gente de estos tiempos con respecto a este


tema es de temer. Dudo mucho que ocupe el lugar que merece en
los pensamientos y la atenció n de algunos en el pueblo del Señ or.
Sugiero, humildemente, que somos propensos a pasar por alto la
doctrina del crecimiento en la gracia y que no consideramos
suficientemente, cuá n avanzado puede estar el hombre en la
profesió n de su religió n y, aun así, carecer de gracia y, finalmente,
estar muerto a los ojos de Dios. Creo que Judas Iscariote era muy
parecido a los demás apó stoles. Cuando el Señ or anunció que uno lo
traicionaría, nadie dijo: “¿Es Judas?”. Nos conviene pensar má s en
las iglesias de Sardis y Laodicea de lo que lo hacemos.
No es mi intenció n hacer un ídolo de la santidad. No quiero
destronar a Cristo y poner a la santidad en su lugar. Pero tengo que
decir cá ndidamente que desearía que la santificació n ocupara má s de
los pensamientos de lo que parece hacerlo en la actualidad y, por lo
tanto, aprovecho la ocasió n para insistirles sobre el tema a aquellos
en cuyas manos caen estas pá ginas. Me temo que, a veces, se olvidan
de que Dios ha unido la justificació n con la santificació n. Sin duda,
son cosas distintivamente diferentes, pero la una nunca se
encuentra sin la otra. Lo que Dios ha juntado no se atreva nadie a
separar. No me cuente de su justificació n, a menos que tenga
algunas señ ales de santificació n. No se vanaglorie de la obra que
Cristo realizó para usted, a menos que pueda mostrarme la obra
del Espíritu en usted. No piense que Cristo y el Espíritu alguna vez
puedan ser divididos. Dudo que no haya muchos creyentes que
saben estas cosas, pero creo que es bueno que las recordemos. Demos
prueba de que las conocemos por nuestra manera de vivir. Tratemos
88 SANTIDAD
de tener constantemente en cuenta este texto: “Seguid la santidad,
sin la cual nadie verá al Señ or”.
Tengo que decir francamente que me gustaría que no hubiera
tanta sensibilidad al tema de la santidad como, a veces, percibo
entre los creyentes.

¡Se toca con tanta cautela que alguien pudiera pensar que
realmente es un tema peligroso de encarar! Por cierto que cuando
hemos exaltado a Cristo como “el camino, la verdad y la vida”, no
podemos equivocarnos si hablamos con firmeza sobre lo que debiera
ser el cará cter de su pueblo. Bien dice Rutherford: “El camino que
rebaja los deberes y la santificació n, no es el camino de la gracia.
El creer y el hacer son amigos inseparables”.
Tengo que decirlo, pero lo digo con reverencia. A veces me temo
que si Cristo estuviera hoy en la tierra, no faltarían los que
pensaran que su predicació n es legalista y si Pablo estuviera
escribiendo sus epístolas, habría aquellos que pensarían que
mejor le sería no escribir la ú ltima parte de la mayoría de las
epístolas, tal como lo hizo. Pero recordemos que el Señ or Jesú s sí
predicó el Sermó n del monte y que la Epístola a los Efesios contiene
seis capítulos y no cuatro. Me duele tener que hablar de esta
manera, pero hay una razó n para hacerlo.
El gran teó logo John Owen, maestro de la Iglesia de Cristo hace
má s de doscientos añ os, solía decir que hay gente cuya religió n
parece consistir en andar quejá ndose todo el tiempo de sus propias
corrupciones y diciéndoles a todos que no pueden hacer nada al
respecto. Me temo que ahora, después de dos siglos, lo mismo
podría decirse de algunos seguidores de Cristo. Sé que hay pasajes en
las Escrituras que ameritan estas quejas. No pongo objeció n a ellas
cuando proceden de hombres que siguen los pasos del Apó stol
Pablo y pelean la buena batalla, como lo hizo él, contra el pecado,
el diablo y el mundo. Pero nunca me gustan tales quejas cuando
sospecho, como lo hago a menudo, que son só lo un manto para
¿Es usted nacido de nuevo? 89
cubrir la pereza espiritual. Si decimos con Pablo: “¡Miserable de mí!
¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”, que podamos decir
también con él: “Prosigo a la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesú s”. No citemos só lo un ejemplo
de él, cuando no lo seguimos en otro (Ro. 7:24; Fil. 3:14).

No pretendo ser mejor que los demá s y si alguno pregunta:


“¿Quién es usted, que escribe de esta manera?”. Contesto yo: “No
soy má s que una muy pobre criatura”. Pero digo que no puedo leer
la Biblia sin anhelar ver que má s creyentes sean má s espirituales,
má s santos, má s enfocados, que piensen má s en el cielo, que estén
más consagrados de lo que está n ahora. Quiero ver entre los
creyentes un espíritu má s como el de un peregrino, má s apartados
del mundo, una conversació n má s evidentemente celestial, un
andar má s íntimo con Dios y por eso he escrito como lo he hecho.
¿No es cierto que necesitamos una norma superior de santidad
personal en este tiempo? ¿Dó nde está nuestra paciencia? ¿Dó nde
está nuestro celo? ¿Dó nde está nuestro amor? ¿Dó nde está n nuestras
obras? ¿Dó nde se puede ver el poder de la fe cristiana, como se vio
en el pasado? ¿Dó nde está aquel tono inconfundible que solía
distinguir a los santos del pasado y que sacudía al mundo?
Ciertamente nuestra plata se ha convertido en escoria, nuestro vino
se ha mezclado con agua y nuestra sal tiene muy poco sabor. Todos
estamos má s que medios dormidos. La noche ha pasado y ya viene la
mañ ana. Despertemos y dejemos de dormir. Abramos má s
nuestros ojos de lo que hemos hecho hasta ahora, “despojémonos
de todo peso y del pecado que nos asedia”, “limpiémonos de toda
contaminació n de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en
el temor de Dios” (He. 12:1; 2 Co. 7:1). “Habiendo muerto Cristo”,
dice Owen, “¿vivirá el pecado? ¿Fue él crucificado en el mundo y
será n nuestros sentimientos hacia el mundo entusiastas y vivaces?
¡Oh! ¿Dó nde está el espíritu de aquel por quien el mundo ha sido
crucificado para él y él para el mundo”? (Gá . 6:14).
90 SANTIDAD
III.Consejos para todos los que anhelan ser santos
Por ú ltimo, quiero ofrecer una palabra de consejo a todos los que
anhelan ser santos. ¿Quiere usted ser santo? ¿Quiere ser una nueva
criatura? Entonces tiene que comenzar con Cristo.

Usted no hará nada y no progresará nada hasta que sienta su


pecado y debilidad y acuda a él. É l es la raíz y el comienzo de toda
santidad; y el camino para ser santo es venir a él por fe y estar
unido a él. Cristo no só lo es sabiduría para su pueblo, sino
santificació n también. Algunas veces, los hombres quieren tratan de
alcanzar la santidad por ellos mismos, con un resultado lastimoso.
Se esfuerzan y trabajan, quieren empezar una página nueva en sus
vidas y cambiar mucho; pero, como la mujer con el flujo de sangre,
antes de venir a Cristo, “nada había aprovechado, antes le iba peor”
(Mr. 5:26). Corren en vano y trabajan en vano; esto no es de
sorprender porque está n empezando por el final. Construyen un
muro de arena, sus obras van desapareciendo como el agua en una
vasija agujereada. Nadie puede poner otro fundamento para la
“santidad” que el que ya está puesto, o sea Cristo Jesú s, quien dijo:
“Separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). Traill dijo unas
palabras fuertes, pero muy ciertas: “La sabiduría que no es de
Cristo es una necedad que lleva a la condenació n; la santificació n
fuera de Jesú s es suciedad y pecado; la redenció n fuera de Cristo es
esclavitud”.
¿Quiere usted lograr santidad? ¿Siente este día un anhelo fuerte de
ser santo?
¿Quiere ser partícipe de la naturaleza divina? Entonces acuda a Cristo.
No busque ninguna razó n. No espere a nadie. No piense en
prepararse. Acuda a él y dígale, en las palabras de aquel hermoso
himno…
“Nada traigo para Ti, Mas tu cruz es mi sostén;
Desprovisto y en escasez, Hallo en Ti la paz y el
bien”. (Augustus Toplady, 1776)
¿Es usted nacido de nuevo? 91
No hay ni un ladrillo ni una roca para edificar la obra de nuestra
santificació n hasta que acudimos a Cristo. La santidad es su don
especial para su pueblo creyente. Santidad es la obra que lleva a
cabo en sus corazones, por el Espíritu que coloca dentro de ellos.

Es asignado “Príncipe y Salvador, para dar a Israel


arrepentimiento y perdó n de pecados”. “Más a todos los que le
recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Hch. 5:31;
Jn. 1:12).
La santidad viene…
- No de la sangre, los padres no se la pueden pasar a sus hijos.
- Tampoco de la voluntad de la carne, el hombre por él mismo
no la puede producir.
- Ni de voluntad de hombre, los pastores no la pueden dar con el
bautismo.
La santidad procede de Cristo. Es el resultado de la unió n vital
con él. Es el fruto de ser una rama viviente de la Vid verdadera. Acuda
entonces a Cristo y diga: “Señ or, no só lo sá lvame de la culpa del
pecado y de su poder. También envíame el Espíritu que has
prometido. Hazme santo. Enséñ ame a hacer tu voluntad”.
¿Quiere seguir siendo santo? Entonces permanezca en Cristo. É l
mismo dice: “Permaneced en mí, y yo en vosotros… el que
permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto” (Jn. 15:4-5).
Le plugo al Padre que en él morara toda plenitud, la satisfacció n
total para todas las necesidades del creyente. É l es el Médico a
quien tiene que acudir cada día, él lo mantendrá sano. É l es Maná que
debe comer cada día y la Roca de la cual debe beber cada día. Su brazo
es el brazo sobre el cual tiene que apoyarse cada día al salir del
desierto de este mundo. Usted, no só lo tiene que echar raíces,
también tiene que edificarse en él. Pablo fue ciertamente un
hombre de Dios, un hombre santo, un creyente que crecía y
prosperaba. ¿Y cuá l era su secreto? Era alguien para quien Cristo
era “todo en todo”. Tenía siempre “puestos los ojos en Jesú s”. El
92 SANTIDAD
Apó stol decía: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. “Ya no
vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo
vivo en la fe del Hijo de Dios” (He. 12:2; Fil. 4:13; Gá . 2:20).
Vayamos y hagamos lo mismo.

Dios quiera que todos los que leen estas pá ginas, conozcan estas
cosas por experiencia y no ú nicamente por haberlas oído. ¡Que
todos sintamos la importancia de la santidad mucho má s de lo que
la hemos sentido hasta ahora!
¡Que nuestros añ os sean años santos para nuestras almas; si lo son,
será n añ os felices! ¡Si vivimos, vivamos para el Señ or, o si
morimos, muramos para el Señ or; si viene por nosotros, que nos
encuentre en paz, sin mancha ni culpa!
¿Es usted nacido de nuevo? 93

4. La batalla
“Pelea la buena batalla de la fe”. 1 Timoteo 6:12

Es un hecho curioso que no haya otro tema en el que tanta gente


se interese tanto como el de riñ as o “peleas”. Tanto jó venes como
señ oritas, ancianos y niñ os, encumbrados y humildes, ricos y pobres,
letrados e iletrados, tienen un profundo interés por las guerras,
pleitos, riñ as, batallas y luchas.
Es la simple realidad, no importa có mo la tratemos de explicar.
Llamaríamos insulso al inglés que no se interesara nada en la
historia de Waterloo, o Inkermann, o Balaclava o Lucknow.
Creeríamos que es frío y torpe el corazó n que no se conmueve y
emociona por las luchas en Sedan y Estrasburgo, Metz y Pans
durante la guerra entre Francia y Alemania.
Hay una guerra espiritual
Pero hay otra guerra de mucha mayor importancia que ninguna
contienda que el hombre haya librado jamá s. Es una guerra que
concierne, no só lo a dos o tres naciones, sino a cada cristiano que
haya nacido en el mundo. A lo que me refiero es a la guerra
espiritual. Es la batalla que todo el que quiere ser salvo tiene que
encarar con respecto a su alma.
Sé que esta guerra es una de la cual muchos no saben nada.
Há bleles de ella y lo tildan de loco, faná tico o iluso. Y sin embargo,
es tan real y verdadera como cualquier combate que se haya
librado en la tierra. Tiene conflictos cuerpo a cuerpo y sus
consecuentes heridas. Tiene el velar y el cansancio. Tiene asedios y
94 SANTIDAD
asaltos. Tiene sus victorias y sus fracasos. Sobre todo, tiene
consecuencias que son terribles, tremendas y muy peculiares. En
las guerras terrenales hay consecuencias que, a menudo, son
temporales y remediables.

En la guerra espiritual las cosas son muy diferentes. En esta


guerra, cuando termina la lucha, las consecuencias son eternas, no
se pueden cambiar.
Fue ésta la guerra de la que Pablo le hablaba a Timoteo cuando
escribió aquellas ardientes palabras: “Pelea la buena batalla de la fe,
echa mano de la vida eterna”. Es a esta guerra que propongo
referirme en este capítulo. Considero que el tema tiene una relació n
cercana con el de santificació n y santidad. Todo el que entienda la
naturaleza de la verdadera santidad, sabrá que el cristiano es un
“guerrero”. Si queremos ser santos tenemos que luchar.

I.El cristianismo verdadero es una batalla


Lo primero que tengo que decir es esto: El cristianismo verdadero
es una batalla.
¡Cristianismo verdadero! Enfoquemos la palabra “verdadero”. Hay
una gran cantidad de religiones en el mundo que no son cristianismo
verdadero, auténtico. Son tolerables, satisfacen las conciencias
adormecidas, pero son falsas. No son lo verdadero, lo que hace mil
ochocientos añ os se llamaba cristianismo. Hay miles de hombres y
mujeres que van a las iglesias todos los domingos y se llaman
cristianos. Sus nombres está n en el registro de bautismos. Mientras
está n vivos, se los considera cristianos. Se han casado por la
Iglesia. Piensan ser sepultados como cristianos cuando mueran.
¡Pero nunca se ve nada de “lucha” en su vida espiritual! No saben,
literalmente, nada de lucha espiritual, esfuerzo, conflicto, ni de
negarse a sí mismos, ni de estar vigilantes y, mucho menos, de
batallar. Tal cristianismo puede satisfacer al hombre y los que se
¿Es usted nacido de nuevo? 95
atreven a decir algo en contra son considerados duros e
incomprensivos; pero, de hecho, no es el cristianismo de la Biblia. No
es la fe cristiana que fundó el Señ or Jesú s y que sus discípulos
predicaban. No es la fe bíblica que produce verdadera santidad. El
verdadero cristianismo es “una batalla”.

El verdadero cristiano es llamado a ser un soldado y debe


comportarse como tal desde el día de su conversió n hasta el día de
su muerte. No es la intenció n que viva una vida a sus anchas,
indolente y segura. No debe imaginarse nunca, ni por un momento,
que puede hacer su trayectoria al cielo dormido o medio dormido,
como si estuviera viajando en un carruaje muy có modo. Si adopta sus
normas del cristianismo de los hijos de este mundo, quizá se
contente con estas nociones, pero no encontrará en la Palabra de
Dios nada que las justifique. Si la Biblia es su regla de fe y práctica,
tiene que encontrar su camino bien marcado con respecto a este
asunto, Tiene que “luchar”.
¿Con quiénes tiene que luchar el soldado cristiano? No con otros
cristianos.
¡Miserable es la idea que tienen algunos hombres de que la fe
cristiana consiste en controversias perpetuas! El que nunca está
satisfecho, a menos que esté en medio de un conflicto entre iglesia e
iglesia, congregació n y congregació n, secta y secta, facció n y
facció n, partido y partido, nada sabe de lo que debiera saber. Sin
duda, puede suceder que, a veces, sea absolutamente necesario
recurrir a los tribunales de justicia para asegurar la interpretació n
correcta de los Artículos de la iglesia, de rú bricas1 y formularios2.
Pero por regla general, nunca es mejor servida la causa del pecado
que cuando los cristianos malgastan sus energías en pelear unos
contra otros y pierden el tiempo en discusiones insignificantes.
La batalla principal del cristiano: La carne, el mundo y el
diablo
¡Por cierto que aquello no es la verdadera fe cristiana! La lucha
96 SANTIDAD
principal del cristiano es con el mundo, la carne y el pecado. Estos
son sus eternos enemigos. Estos son los tres enemigos principales
contra quienes tiene que ir a la guerra. A menos que obtenga la
victoria sobre estos tres, todas las demá s victorias son inú tiles y
vanas.

Si tuviera una naturaleza como la de un á ngel y no fuera una


criatura caída, la guerra no sería tan esencial. Pero con un corazó n
corrupto, un diablo activo y las trampas del mundo, la consigna es:
“Lucha” o está s perdido.
Tiene que luchar contra la carne. Aun después de su conversió n, el
creyente lleva en su interior una naturaleza propensa al mal y un
corazó n débil e inestable como el agua. Ese corazó n nunca estará
libre de imperfecciones en este mundo y es un desvarío miserable
esperarlo. Para prevenir que el corazó n se desvíe, el Señ or Jesú s
nos insta: “Velad y orad”. El espíritu puede estar dispuesto, pero la
carne es débil. Hay necesidad de luchar diariamente y batallar
diariamente en oració n. “Golpeo mi cuerpo”, clama Pablo, “y lo
pongo bajo servidumbre”. “Veo otra ley en mis miembros, que se
rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo”. “Los que
son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”.
“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros”. (Mr. 14:38; 1 Co.
9:27; Ro. 7:23, 24; Gá . 5:24; Col. 3:5.)
Tiene que luchar contra el mundo. La influencia sutil de ese
poderoso enemigo tiene que ser resistida todos los días y si no se
pelea todos los días, nunca se puede vencerla. El amor por las cosas
buenas de la vida, el temor a las burlas o acusaciones del mundo, el
anhelo secreto de mantenerse en el mundo, el deseo secreto de
hacer lo mismo que hacen los demá s en el mundo y no sufrir las
consecuencias, todos estos, son enemigos que atacan
continuamente al cristiano en su camino al cielo y deben ser
conquistados. “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad
contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se
¿Es usted nacido de nuevo? 97
constituye enemigo de Dios”. (Stg. 4:4).

1
Rúbricas—Una regla o instrucción que tiene autoridad.
2
Formularios—Colección de oraciones y procedimientos religiosos.

“Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. “El
mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. “Todo lo que es
nacido de Dios vence al mundo”. “No os conforméis a este siglo”. (1
Jn. 2:15; Gá . 6:14; 1 Jn. 5:4; Ro. 12:2.)
Tiene que luchar contra el diablo. El viejo enemigo de la
humanidad no está muerto. Desde la caída de Adán y Eva no deja “de
rodear la tierra y de andar por ella” tratando de lograr un gran fin:
La ruina del alma del hombre. Nunca descansa y nunca duerme,
siempre anda como “leó n rugiente… buscando a quien devorar”. Es
un enemigo invisible, siempre está cerca de nosotros, en nuestra
senda y en nuestra cama, espiando todo lo que hacemos. Este
enemigo “es mentiroso, y padre de mentira”; desde el principio,
trabaja noche y día para arrojarnos al infierno. Algunas veces
conduciendo al hombre a las supersticiones, otras veces sugiriendo
infidelidad, en ocasiones por medio de un tipo de tácticas y, a veces,
por otro; está permanentemente en campañ a contra nuestras
almas. “Sataná s os ha pedido para zarandearos como a trigo”. Este
poderoso adversario tiene que ser resistido diariamente si queremos
ser salvos. “Pero este género no sale sino con oració n y ayuno”.
Podemos vencerlo, orando, luchando y poniéndonos toda la
armadura de Dios. Nunca podremos quitar de nuestro corazó n al
hombre fuertemente armado sin librar una batalla diaria. (Job 1:7; 1
P. 5:8; Jn. 8:44; Lc. 22:31; Ef. 6:11; Mt. 17:21).

La seriedad de la batalla del cristiano


Algunos pueden pensar que estas afirmaciones son demasiado
fuertes. A ustedes les puede parecer que estoy exagerando y que me
98 SANTIDAD
estoy excediendo con lo que digo. Se dice por allí que los hombres y
las mujeres, de hecho, podrá n llegar al cielo sin todas estas
dificultades, guerras y luchas. Préstenme atenció n por unos
minutos y les mostraré lo que tengo que decir en nombre de Dios.

Recuerden la má xima del general má s sabio que jamá s hubo en


Inglaterra: “En tiempo de guerra el peor error es subestimar al
enemigo, y tratar de librar una guerra pequeñ a”. La guerra
cristiana no es algo de poca importancia. Denme su atenció n y
consideren lo que digo.
¿Qué dicen las Escrituras? (1) “Pelea la buena batalla de la fe, echa
mano de la vida eterna”. (2) “Sufre penalidades como buen soldado
de Jesucristo”. (3) “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que
podá is estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no
tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados,
contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este
siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones
celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que
podá is resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar
firmes”. (4) “Esforzaos a entrar por la puerta angosta”. (5)
“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a
vida eterna permanece”. (6) “No penséis que he venido para traer paz
a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada”. (7) “El que no
tiene espada, venda su capa y compre una”. (8) “Velad, estad
firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos”. (9). “Te encargo
que… milites por ellas la buena milicia, manteniendo la fe y buena
conciencia”. (1 Ti. 6:12; 2 Ti. 2:3; Ef. 6:11-13; Lc. 13:24; Jn. 6:27;
Mt.
10:34; Lc. 22:36; 1 Co. 16:13; 1 Ti. 1:18, 19.)
Palabras como éstas me parecen muy claras, sencillas e
inequívocas. Todas enseñ an una y la misma gran lecció n, siempre y
cuando estemos dispuestos a aprenderla. Esa lecció n es que el
verdadero cristianismo es una lucha, una pelea y una guerra. Me
¿Es usted nacido de nuevo? 99
parece a mí que el que pretenda condenar la “guerra espiritual” y
enseñ e que hemos de estar quietos y “someternos a Dios”, entiende
mal su Biblia y comete un grave error.
¿Qué dice el Servicio Bautismal de la Iglesia Anglicana? Aunque a
ese servicio le falta inspiració n y que, al igual que cualquier
composició n que no es inspirada, tiene sus defectos;

para los millones de miembros de la Iglesia Anglicana alrededor


del mundo se usan las siguientes palabras: “Te bautizo en el nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, “Marco a este niñ o con la
señ al de la cruz, como una muestra de que de aquí en adelante no se
avergonzará de confesar la fe de Cristo crucificado; y peleará
varonilmente bajo su estandarte contra el pecado, el mundo y el
diablo y que seguirá siendo un soldado y siervo fiel de Cristo hasta
el final de su vida”.
Por supuesto que todos sabemos que en incontables casos el
bautismo no es má s que una formalidad y que los padres de familia
traen a sus hijos a la fuente bautismal sin tener fe, ni orar ni
reflexionar. El que suponga que el bautismo en estos casos actú a
mecánicamente, como un medicamento, y que tanto progenitores
piadosos como impíos, que oran o no oran, obtienen el mismo
beneficio para sus hijos deben estar en un extrañ o estado mental.
Pero de cualquier manera, una cosa es muy cierta. Cada miembro de
la Iglesia bautizado, es a partir de su profesió n de fe, un “soldado de
Jesucristo” y asume el compromiso de pelear “bajo su estandarte
contra el pecado, el mundo y el diablo”. El que lo duda, que tome su
Libro de Oraciones, lo lea, lo subraye y aprenda su contenido. Lo
peor de todo es que muchos miembros muy celosos de la Iglesia
Anglicana ignoran totalmente lo que contiene su propio Libro de
Oraciones.
La importancia de la batalla cristiana
Seamos miembros de la iglesia o no, una cosa es cierta, esta guerra
cristiana es una enorme realidad y un tema de suma importancia.
100 SANTIDAD
No es un tema como el gobierno y las ceremonias de la iglesia, en
que los hombres pueden discrepar y, aun así, al final llegar al cielo.
La necesidad se nos impone. No hay promesas en las Epístolas del
Señ or Jesucristo a las Siete Iglesias, excepto a aquellas que
“venzan”. Donde hay gracia habrá conflicto. El creyente es un
soldado. No hay santidad sin batalla.

Las almas salvadas siempre será n los que han peleado una batalla.
(1) Es una batalla absolutamente necesaria. No creamos que en
esta guerra podemos permanecer neutrales y mantenernos pasivos.
En los conflictos entre naciones puede ser posible, pero es
totalmente imposible en el conflicto que concierne al alma. La
presumida política de no intervenció n, la “inactividad magistral”
que agrada a tantos políticos, el plan de no hacer nada y dejar las
cosas como están, nunca dará resultado en la guerra cristiana. Aquí
nadie puede escapar alegando ser “un hombre de paz”. Estar en paz
con el mundo, la carne y el diablo es estar enemistado con Dios y
transitar por el camino ancho que lleva a la destrucció n. No
tenemos una alternativa ni una opció n. Tenemos que luchar o
estamos perdidos.
(2) Es una batalla universalmente necesaria. Ningú n rango, ni clase
ni edad tiene excusa para dejar de pelear. Pastores y laicos,
predicadores y oyentes, ancianos y jó venes, altos y bajos, ricos y
pobres, encumbrados y humildes, reyes y sú bditos, terratenientes e
inquilinos, letrados e iletrados, todos deben portar armas e ir a la
guerra. Todos tienen por naturaleza un corazón lleno de orgullo,
incredulidad, pereza, mundanalidad y pecado. Todos vivimos en un
mundo lleno de trampas, engañ os y escollos para el alma. Todos
tenemos cerca a un diablo ocupado, inquieto y malicioso. Todos,
desde el rey en su palacio hasta el mendigo má s pobre, todos
debemos luchar si hemos de ser salvos.
(3) Es una batalla perpetuamente necesaria. No admite ni
respiro, ni armisticio ni tregua. En los días entre semana, al igual
¿Es usted nacido de nuevo? 101
que los domingos, en privado, al igual que en pú blico, en la
intimidad del hogar, al igual que en la calle, en las cosas pequeñ as
como cuidar la lengua y el carácter, al igual que los grandes en el
gobierno de los países, la guerra del cristiano debe seguir
obligadamente sin detenerse. El enemigo con quien contendemos
no festeja días feriados, nunca descansa y nunca duerme.

Mientras nos quede un hálito de aliento, tenemos que vestir nuestra


armadura y recordar que estamos en campo enemigo. “Aun en la
orilla del Jordá n”, dijo un santo moribundo, “encuentro a Sataná s
mordiéndome los talones”. Tenemos que luchar hasta morir.
Consideremos bien estas propuestas. Cuidemos que nuestra propia
fe personal sea real, auténtica y verdadera. El síntoma má s triste
de muchos supuestos cristianos es la ausencia absoluta de todo lo
que se parezca a un conflicto o una lucha en su vida cristiana.
Comen, beben. Se visten, se entretienen, ganan dinero, gastan
dinero, asisten a una escasa rueda de cultos religiosos formales una o
dos veces por semana. Pero de la gran guerra espiritual, de velar y
orar, de sus agonías y ansiedades, sus batallas y luchas, no parecen
saber absolutamente nada. Cuidémonos de que éste no sea nuestro
caso. El peor estado del alma es “cuando el hombre fuerte armado
guarda su palacio, en paz está lo que posee” y cuando lleva a
hombres y mujeres “cautivos a voluntad de él” sin que estos
ofrezcan resistencia. Las peores cadenas son las que el prisionero no
siente ni ve (Lc. 11:21; 2 Ti. 2:26).
Podemos consolarnos en cuanto a nuestras almas si sabemos algo de
batallas y conflictos interiores. Son los compañ eros invariables de
la santidad cristiana auténtica. Sé que no es todo, pero es parte.
¿Notamos en el fondo de nuestros corazones una lucha espiritual?
¿Sentimos algo de la carne luchando contra el espíritu y al espíritu
contra la carne de modo que no podemos hacer las cosas que
debiéramos (Gá . 5:17)? ¿Tenemos conciencia de dos principios que
luchan dentro de nosotros por dominarnos? ¿Sentimos algo de lucha
102 SANTIDAD
en nuestro hombre interior?
¡Demos gracias a Dios por esto! Es una buena señ al. Es muy
probable que sea evidencia de la gran obra de santificació n. Todos
los santos auténticos son soldados. Cualquier cosa es mejor que la
apatía, el estancamiento, la vaciedad y la indiferencia. Estamos en
mejor estado que muchos.

Es evidente que no somos amigos de Sataná s. Como los reyes de


este mundo, él no batalla contra sus propios sú bditos. El mero hecho
de que nos asalta, debiera llenarnos de esperanza. Lo repito,
animémonos. El hijo de Dios lleva dos grandes señ ales y de estas
dos, aquí tenemos una. Lo podemos identificar por su guerra
interior, al igual que por su paz interior.
II. El verdadero cristianismo es la batalla de la fe
Paso a lo segundo que quiero decir al tratar mi tema: El
verdadero cristianismo es la batalla de la fe.
En este sentido la guerra cristiana es totalmente diferente de los
conflictos de este mundo. No depende del brazo fuerte, del ojo avizor
ni de los pies rá pidos. No se libra con armas carnales, sino con las
espirituales. La fe es el engranaje con la cual gira la victoria. El
éxito depende enteramente de la fe.

(1) Feen la verdad de la Palabra escrita de Dios


Una fe general en la verdad de la Palabra escrita de Dios es el
primer fundamento del cará cter del soldado cristiano. Es lo que es,
hace lo que hace, piensa lo que piensa, actú a como actú a, tiene la
esperanza que tiene y se comporta como se comporta por una
sencilla razó n: Cree en ciertas premisas reveladas y explicadas en
las Sagradas Escrituras. “Es necesario que el que se acerca a Dios
crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (He.
11:6).
Una religió n sin doctrina o dogma es algo de lo que a muchos les
¿Es usted nacido de nuevo? 103
gusta hablar en la actualidad. Al principio parece bien. Se ve muy
lindo a la distancia. Pero en el momento en que nos sentamos para
examinarla una y otra vez, encontramos que es sencillamente
imposible que tenga sustentabilidad. Es igual que hablar de un
cuerpo sin huesos ni nervios. Nadie puede ser o hacer algo en la
religió n si no cree en algo.

Aun los que profesan los miserables e incó modos conceptos de los
deístas3 tienen que confesar que creen algo. Con todas sus burlas
amargas contra la teología dogmá tica y la credulidad cristiana, como
ellos la llaman, ellos mismos tienen algú n tipo de fe.
En cuanto al verdadero cristiano, la fe es la columna vertebral de su
existencia espiritual. Nadie lucha nunca con seriedad contra el
mundo, la carne y el diablo, a menos que haya grabado en su corazó n
ciertos grandes principios en los que cree. Quizá casi ni sabe de qué
se tratan y, de hecho, no podría dar una definició n ni escribirlas.
Pero allí está n y, consciente o inconscientemente, forman las raíces de
su fe cristiana. Dondequiera que veamos a un hombre, rico o
pobre, letrado o iletrado, batallando virilmente con el pecado y
tratando de vencerlo, podemos estar seguros de que hay ciertos
principios en los que ese hombre cree. El poeta que escribió las
famosas líneas:
“De los muchos y distintos aspectos de
la fe dejad que discutan los fanáticos
errados, pues los que con su vida
muestran estar en lo correcto no pueden
estar equivocados”,
fue un hombre sagaz, pero mal teó logo. No hay tal cosa como
estar en lo correcto, viviendo sin fe y sin algo en que creer.

3
Los deístas creen en el Deísmo, una posición en la cual, Dios, el cual es sin principio o
fin, creó el mundo, lo puso en movimiento pero no está involucrado en el mismo. Los
104 SANTIDAD
deístas les gusta decir que su religión es natural, no revelada. En otras palabras, ellos
derivan sus creencias de la moral, de Dios, de la verdad, y del propósito no a través de
alguna revelación directa de Dios (por ejemplo, la Biblia) sino sólo a través de la
observación de la naturaleza y el uso de la razón. Esto negaría la idea de que la Biblia es
inspirada por Dios y negaría de plano la encarnación, la muerte, sepultura y resurrección
de Dios en la persona de Jesús.

(2) Fe en la Persona, Obra y Oficio del Señor Jesucristo


Una fe especial en la persona, obra y el oficio de nuestro Señ or
Jesucristo es la vida, el corazó n y el mó vil del cará cter cristiano.
Una persona ve por fe a un Salvador invisible quien lo ama, dio
su vida por él, pagó sus deudas, cargó con sus pecados, llevó sus
transgresiones, resucitó por él y aparece en el cielo para él como su
Abogado sentado a la diestra de Dios. Ve a Jesú s y se aferra a él.
Viendo a este Salvador y confiando en él, siente paz y esperanza, y
con gusto batalla contra los enemigos de su alma.
Ve sus muchos pecados, su corazó n débil, un mundo tentador,
un diablo activo y, si mirara só lo a estos, se desesperaría. Pero ve
también a un Salvador poderoso, un Salvador intercesor, un
Salvador comprensivo —su sangre, su justicia, su sacerdocio
eterno— y cree que todo esto es para él. Ve a Jesú s y pone sobre él
todo su peso. Viéndolo a él sigue luchando alegremente, con la
confianza de que los que creemos en él “somos más que vencedores
por medio de aquel que nos amó ” (Ro. 8:37).
(3) Fe en la presencia de Cristo y su pronta disposición para ayudar
Una fe viva habitual en la presencia de Cristo y su pronta
disposició n para ayudar es el secreto de la lucha victoriosa del
soldado cristiano.
Nunca olvidemos que hay grados de fe. No todos los hombres
creen igual y aun, una misma persona, tiene altibajos de fe y cree
con má s convicció n en un momento que en otro. Segú n el grado de
su fe, el cristiano pelea bien o mal, gana victorias o sufre reveses
ocasionales, termina triunfante o pierde una batalla. El que tiene más
¿Es usted nacido de nuevo? 105
fe siempre será el soldado má s feliz y el que se sentirá más seguro.
Nada le quita mejor al soldado las ansiedades de la guerra que la
seguridad del amor y la protecció n continua de Cristo. Nada lo
capacita para aguantar el cansancio de velar, luchar y contender
contra el pecado como la confianza interior de que Cristo está de
su lado y, por ende, el éxito es seguro.

Es el “escudo de la fe” el que apaga todos los dardos de fuego del


maligno. El hombre que puede decir: “Yo sé en quien he creído”, es
el que puede decir en el momento de sufrimiento: “No me
avergü enzo”.
El que escribió : “No desmayemos” y “porque esta leve
tribulació n momentá nea produce en nosotros un cada vez má s
excelente y eterno peso de gloria”, es el que escribió con la misma
pluma: “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no
se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se
ven son eternas”. Es el hombre que dijo: “Vivo en la fe del Hijo de
Dios” y dijo en la misma epístola: “El mundo me es crucificado a
mí, y yo al mundo”. Es el hombre que dijo: “He aprendido a
contentarme, cualquiera que sea mi situació n” y en la misma
epístola: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

¡Cuanto má s grande es la fe, má s contundente es la victoria!


¡Cuá nto mayor es la fe, má s enriquecedora es la paz interior! (Ef.
6:16; 2 Ti. 1:12; 2 Co. 4:17, 18; Gá .
2:20; 6:14; Fil. 1:21; 4:11, 13.)
Las victorias de los soldados cristianos fieles
Creo que es imposible sobreestimar el valor y la importancia de
la fe. Bien pudo llamarla el Apó stol Pedro “preciosa” (2 P. 1:1). No me
alcanzaría el tiempo si tratara de mencionar una centésima parte
de las victorias que los soldados cristianos han obtenido por fe.
Tomemos nuestra Biblia y leamos con atenció n el capítulo once
de la Epístola a los Hebreos. Subrayemos la larga lista de nombres
106 SANTIDAD
de los hombres de fe que allí se registran, desde Abel hasta Moisés,
aun antes de que naciera Cristo de la virgen María, trayendo la
plenitud de vida y la inmortalidad a la luz por el evangelio.
Notemos bien las batallas que ganaron contra el mundo, la carne y
el diablo. Y luego recordemos que creer fue lo que lo hizo todo. Estos
hombres esperaban con anticipació n al Mesías prometido.

Vieron a Aquel que es invisible. “Por ella [la fe] alcanzaron buen
testimonio los antiguos” (He. 11:2, 27).
Demos vuelta las pá ginas a la historia primitiva de la iglesia.
Veamos có mo los cristianos primitivos se aferraban a su fe aun hasta
la muerte y no flaqueaban ante las más feroces persecuciones de los
emperadores paganos. Durante siglos no faltaron hombres como
Policarpo e Ignacio, prontos a morir en lugar de negar a Cristo.
Multas y cá rceles, torturas, hogueras y espadas no podían quebrantar
el espíritu del noble ejército de má rtires. ¡Ni todo el poder del
imperio romano, el amante del mundo, pudo erradicar la fe
cristiana que comenzó con unos pocos pescadores y publicanos en
Palestina! Entonces, recordemos que creer en un Jesú s invisible
era la fuerza de la Iglesia. Ganaron su victoria por fe.
Examinemos la historia de la Reforma Protestante. Estudiemos la
vida de sus principales campeones: Wycliffe, Huss, Lutero, Ridley,
Latimer y Hooper. Notemos có mo estos soldados valientes de Cristo
se mantuvieron firmes contra un ejército de adversarios y
estuvieron prontos para morir por sus principios.
¡Qué batallas libraron! ¡Cuá ntas controversias enfrentaron!
¡Cuá ntas contradicciones soportaron! ¡Qué tenacidad tuvieron
contra un mundo en armas! Y luego, recordemos que creer en un
Jesú s invisible fue el secreto de su fortaleza. Vencieron por fe.
Consideremos a los hombres que dejaron las marcas má s
grandes en los avivamientos del siglo XVIII en Inglaterra y
Norteamérica. Observemos de qué modo hombres como Wesley,
Whitefield, Venn y Romaine, lucharon solos en su época y generació n,
¿Es usted nacido de nuevo? 107
y avivaron la fe cristiana auténtica, a pesar de la oposició n de
hombres con posiciones elevadas y frente a calumnias, burlas y
persecuciones de nueve de cada diez que profesaban ser cristianos en
nuestro país. Observemos có mo hombres como William
Wilberforce y Havelock y Hedley Vicars han testificado de Cristo en
situaciones extremadamente difíciles y mantenido en alto el

estandarte de Cristo en los regimientos y en la Cá mara Baja.


Notemos có mo estos testigos nobles no vacilaron y se mantuvieron
firmes hasta el fin, ganá ndose el respeto, aun de sus peores
adversarios. Por lo tanto, recordemos que creer en un Cristo
invisible es la clave de la conducta de todos ellos. Por fe vivieron,
anduvieron, se mantuvieron firmes y vencieron.
¿Quiere alguno vivir la vida del soldado cristiano? Entonces ore
con fe. Es el don de Dios y un don que aquellos que lo piden nunca
lo piden en vano. Hay que creer antes de pedirlo. Si los hombres no
hacen nada religioso, es porque no creen. La fe es el primer paso
hacia el cielo.
¿Quiere alguno pelear la batalla del soldado cristiano exitosa y
pró speramente? Ore pidiendo un continuo aumento de fe.
Permanezca en Cristo, acérquese más a Cristo y aférrese má s a
Cristo cada día de su vida. Ore cotidianamente como oraban sus
discípulos: “Señ or, auméntanos la fe” (Lc. 17:5). Vigile celosamente
su fe, si es que la tiene. É ste es el baluarte del cará cter cristiano de la
cual depende la seguridad de toda la fortaleza. Es el punto que a
Sataná s le encanta asaltar. Todo queda a los pies del enemigo si no
hay fe. En esto, si amamos la vida, tenemos que mantenernos en
guardia de una manera especial.
III. El verdadero cristianismo es una buena batalla
Lo ú ltimo que tengo que decir es esto: El verdadero cristianismo
es una buena batalla.
“Buena” es un adjetivo inapropiado para calificar cualquier
108 SANTIDAD
guerra. Toda guerra del mundo es mala en mayor o menor grado.
Sin duda que, en algunos casos, la guerra es una necesidad
absoluta —lograr la libertad de las naciones, impedir que el débil
sea arrasado por el fuerte—, pero aun así, es mala. Conlleva mucho
derramamiento de sangre y sufrimiento.

Apresura a la eternidad miríadas de gentes que no está n preparadas


en absoluto para el cambio. Suscita las peores pasiones del hombre.
Causa enormes pérdidas y la destrucció n de propiedades. Llena a
hogares pacíficos de viudas y huérfanos. Extiende por doquier la
pobreza, las cargas y el sufrimiento nacional. Altera todo el orden
en la sociedad. Interrumpe la obra del evangelio y el crecimiento de
la obra misionera cristiana. En suma, las guerras son un mal inmenso
e incalculable, y todo el que ora debiera clamar noche y día: “Danos
paz en nuestro tiempo”. Pero hay una guerra que es enfá ticamente
“buena”, una batalla en la que no hay ningú n mal. Esa guerra es la
guerra cristiana. Esa batalla es la batalla del alma.

Ahora bien, ¿por qué razones es la lucha cristiana una “buena


batalla”? Examinemos este tema y hagámoslo en orden. No me atrevo
a pasar por alto este tema e ignorarlo. No quiero que nadie comience
la vida del soldado cristiano sin calcular el costo. No dejaría de decirle
a nadie que quiere ser santo y ver al Señ or, que tiene que luchar y
que la lucha cristiana, aunque es espiritual, es real e inexorable.
Requiere valentía, audacia y perseverancia. Pero quiero que mis
lectores sepan que hay aliento abundante, con tal de que comiencen la
batalla. Las Escrituras no llaman a la lucha cristiana “una buena
batalla” sin razó n y causa. Trataré de mostrar lo que quiero
significar.
(a) La batalla del cristiano es buena porque se libra bajo el
mejor de los generales. El Líder y Comandante de todos los
creyentes es nuestro divino Salvador, el Señ or Jesucristo, un
¿Es usted nacido de nuevo? 109
Salvador que tiene sabiduría perfecta, amor infinito y
omnipotencia. El Capitá n de nuestra salvació n nunca falla en llevar
a sus soldados a la victoria. En ningú n momento usa estrategias
inú tiles, nunca se equivoca en sus criterios y jamá s comete un error.
Sus ojos está n sobre todos sus seguidores, desde el má s grande hasta
el má s pequeñ o.

No olvida al má s humilde siervo en su ejército. Cuida, recuerda y


guarda para salvació n al má s débil. Las almas que ha comprado y
redimido con su propia sangre son demasiado preciosas para ser
malgastadas y descartadas. ¡Esto sí que es bueno!
(b) La batalla del cristiano es buena porque se libra con la
mejor de las ayudas. Por má s débil que sea el creyente, el Espíritu
Santo mora en él y su cuerpo es el templo del Espíritu Santo.
Escogido por Dios el Padre, lavado en la sangre del Hijo, renovado
por el Espíritu, no va a la batalla bajo su propia responsabilidad y
nunca está solo. Dios el Espíritu Santo le enseñ a, dirige, guía y
conduce cada día. Dios el Padre lo guarda con su poder divino. Dios
el Hijo intercede por él a cada momento, como Moisés en el monte,
mientras estaba peleando en el valle. ¡Una cuerda triple como esta
nunca puede romperse! Sus provisiones y pertrechos diarios nunca
fallan. Su comisariado nunca es defectuoso. Su pan y su agua son
cosas seguras. ¡Por má s débil que parezca y aunque se considere a
sí mismo como un gusano, es fuerte en el Señ or para hacer grandes
cosas! ¡Esto sí que es bueno!
(c) La batalla del cristiano es buena porque se libra con la
mejor de las promesas. Cada creyente cuenta con grandísimas y
preciosas promesas —todas Sí y Amén en Cristo—, promesas que
será n cumplidas indefectiblemente porque el que prometió no
puede mentir y tiene el poder, al igual que la voluntad, de cumplir
su palabra. “El pecado no se enseñ oreará de vosotros”. “Y el Dios de
paz aplastará en breve a Sataná s bajo vuestros pies”. “El que
comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de
110 SANTIDAD
Jesucristo”. “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por
los ríos, no te anegará n”. “No perecerán jamá s, ni nadie las
arrebatará de mi mano”. “Al que a mí viene, no le echo fuera”. “No te
desampararé, ni te dejaré”. “Estoy seguro de que ni la muerte, ni la
vida,… ni lo presente, ni lo por venir,… nos podrá separar del amor
de Dios, que es en Cristo Jesú s Señ or nuestro” (Ro. 6:14; 16:20;

Fil. 1:6; Is. 43:2; Jn. 10:28; 6:37; He. 13:5;


Ro. 8:38-39). ¡Palabras como éstas valen su peso en oro! ¿Quién no
sabe que la promesa de que vendrían refuerzos alegró a los
defensores de ciudades sitiadas, como Lucknow, y dio fuerzas más
allá de las normales? ¿Acaso no hemos oído que la promesa de
“refuerzos antes del anochecer” tuvo mucho que ver con la
poderosa victoria de Waterloo? No obstante, promesas como éstas no
son nada comparadas con el rico tesoro del creyente: Las promesas
eternas de Dios. ¡Esto sí que es bueno!
(d) La batalla del cristiano es buena porque se libra con el
mejor de los desenlaces y resultados. Es, indudablemente, una
guerra en la que hay tremendas batallas y angustiosos conflictos,
heridas, moretones, desvelos, ayunos y fatigas. Aun así, todos los
creyentes, sin excepció n, pueden decir: “Somos má s que
vencedores por medio de aquel que nos amó ” (Ro. 8:37). Ningú n
soldado cristiano jamá s se pierde, desaparece ni es dejado por
muerto en el campo de batalla. No habrá que llorar por él, ni se
derramará nunca una sola lá grima por el soldado raso ni por un
oficial del ejército de Cristo. Cuando llegue la noche, el mismo
llamado a presentar armas será exactamente igual al que se hizo
en la mañ ana. Las fuerzas inglesas marcharon desde Londres a la
campañ a de Crimea como un cuerpo magnífico de hombres; pero
muchos valientes perdieron su vida y nunca volvieron a ver la
ciudad de Londres. Muy distinta será la llegada del ejército
cristiano a “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y
constructor es Dios” (He. 11:10). No faltará ni uno. Las palabras de
¿Es usted nacido de nuevo? 111
nuestro gran Capitá n dará n prueba de ser ciertas: “De los que me
diste, no perdí ninguno” (Jn. 18:9). ¡Esto sí que es bueno!
(e) La batalla del cristiano es buena porque le hace bien al alma
del que la libra. Todas las demá s guerras tienen una tendencia
mala, degradante y desmoralizadora. Exteriorizan las peores
pasiones de la mente humana. Endurecen la conciencia y
carcomen los fundamentos de la fe cristiana y la moralidad.

Só lo la guerra cristiana tiende a recurrir a las mejores características


que le quedan al hombre. Promueve humildad y caridad, reduce el
egoísmo y la mundanalidad e induce a los hombres a poner sus
afectos en las cosas de arriba. Nunca se ha oído de ancianos,
enfermos y moribundos que se arrepintieran de librar las batallas
de Cristo contra el pecado, el mundo y el diablo. Só lo se lamentan
de no haber empezado a servir a Cristo mucho antes. La experiencia
de aquel destacado santo, Philip Henry, no es la ú nica. En sus
ú ltimos días le dijo a su familia: “Quiero que todos ustedes hagan
constar que la vida vivida al servicio de Cristo es la vida má s feliz
que el hombre puede tener en el mundo”. ¡Esto sí que es bueno!
(f) La batalla del cristiano es buena porque le hace bien al mundo.
El resto de las guerras tienen efectos devastadores, son horrorosas y
perjudiciales. La marcha de un ejército por un país es un flagelo
terrible para los habitantes. Dondequiera que va empobrece, debilita
y causa dañ o. La acompañ an invariablemente dañ os a personas,
propiedades, sentimientos y a los valores morales. Muy distintos son
los efectos producidos por la batalla de soldados cristianos.
Dondequiera que ellos vivan son de bendició n. Elevan el nivel de la
fe cristiana y la moralidad. Invariablemente mantienen bajo control
al alcoholismo, la falta de respeto al Día del Señ or, el libertinaje y la
deshonestidad. Aun sus enemigos se ven obligados a respetarlos.
Dondequiera que uno vaya, raramente verá que los cuarteles y
acantonamientos militares le hacen bien al vecindario. Pero
dondequiera que sea, ¡encontrará que la presencia de algunos pocos
112 SANTIDAD
cristianos es una bendició n! ¡Esto sí que es bueno!
(g) Por ú ltimo, la batalla del cristiano es buena porque termina
en una recompensa gloriosa para todos los que la libran. ¿Quién
puede decir cuá nto pagará Cristo a todo su pueblo fiel? ¿Quién
puede calcular las cosas buenas que nuestro Capitán divino tiene
reservadas para aquellos que lo confiesan ante los hombres? Una
nació n agradecida puede darle a sus guerreros victoriosos medallas,

pensiones, reconocimientos, honores y títulos. Pero no puede


darles nada que dure para siempre, nada que puedan llevar má s
allá de la tumba. Aun los má s excelsos palacios pueden ser
disfrutados só lo por algunos añ os. Los generales y soldados más
valientes tendrá n que descender un día para presentarse ante el rey
de los terrores. Mejor, mucho mejor es la posició n del que pelea bajo el
estandarte de Cristo contra el pecado, el mundo y el diablo. Puede
ser que no reciba elogios en vida y quizá algunos pocos al ser
sepultado, pero tendrá algo que es mucho mejor, mucho má s
durable. Tendrá “la corona incorruptible de gloria” (1 P. 5:4).
¡Esto sí que es bueno!
Grabemos en nuestra mente que la batalla cristiana es una lucha
buena, verdaderamente buena, totalmente buena y enfáticamente
buena. Ahora la vemos só lo en parte. Vemos batallas, pero no el
final; vemos la campañ a, pero no la recompensa; vemos la cruz,
pero no la corona. Vemos unos pocos humildes, quebrantados de
corazó n y penitentes soportando sufrimientos y despreciados por el
mundo, pero no vemos la mano de Dios sobre ellos, el rostro de
Dios sonriéndoles, el reino de gloria preparado para ellos. Estas cosas
todavía tienen que ser reveladas. No juzguemos por las
apariencias. Hay muchas má s cosas buenas como resultado de la
guerra cristiana que las que podemos ver.
Aplicación práctica
Ahora concluyo todo mi tema con unas pocas palabras de
aplicació n práctica. Nos toca vivir en una época cuando el mundo
¿Es usted nacido de nuevo? 113
parece estar pensando solamente en batallas y en pelear.
La guerra entre humanos está entrando en el alma de má s de
una nació n y, consecuentemente, la alegría ha desaparecido de
muchas regiones. En tiempos como estos, el pastor puede, con
conocimiento de causa, llamar a los creyentes a recordar su guerra
espiritual. Agregaré unas pocas palabras finales acerca de la gran
batalla del alma.

(1) Puede ser que usted esté luchando duro por recibir las
recompensas de este mundo.
Quizá esté dando todas sus fuerzas a obtener dinero, o una
posició n, o poder o placer. Si ese es su caso, tenga cuidado. Su
siembra dará como fruto una cosecha de amarga desilusió n. A
menos que preste atenció n a lo que está haciendo, le pasará lo que
dice el profeta: “en dolor seréis sepultados” (Is. 50:11).
Miles de personas han andado por la misma senda en la que
está andando usted y han despertado demasiado tarde a la realidad
de que su final era una ruina lamentable y eterna. Han luchado duro
para obtener riquezas, honra, una posició n y alguna promoció n, y
le han dado la espalda a Dios, a Cristo y al cielo en el mundo
venidero. ¿Y cuá l ha sido su final? Con frecuencia, de hecho
con demasiada frecuencia, han descubierto que toda su vida fue
un gran error. Han aprendido por amarga experiencia los
sentimientos del estadista moribundo que exclamó en sus ú ltimas
horas: “La batalla ha sido librada: La batalla ha sido librada: Pero
no se ha conquistado la victoria”.
Para su propia felicidad, decida hoy ponerse del lado del Señ or.
Líbrese de su indiferencia e incredulidad del pasado. Deje los caminos
de un mundo insensato e irracional. Tome la cruz y conviértase en
un buen soldado de Cristo. “Pelee la buena batalla de la fe” para
poder ser feliz, ademá s de vivir seguro.
Piense lo que los hijos de este mundo hacen a menudo para tener
libertad, aun sin ningú n principio religioso. Recuerde có mo los
114 SANTIDAD
griegos, romanos, suizos y tiroleses prefirieron perder todo, aun la
vida misma, en lugar de someterse a un yugo extranjero. Sea este
ejemplo de inspiració n para imitarlos. Si los hombres pueden hacer
tanto por una corona corruptible, ¡cuá nto más debiéramos hacer
nosotros por una incorruptible! Despertemos a un sentido de la
desgracia de ser esclavo. Levantémonos y luchemos para tener
vida, felicidad y libertad.

No tema empezar y ponerse bajo el estandarte de Cristo. El gran


Capitá n de nuestra salvació n no rechaza a nadie que viene a él.
Como David en la cueva de Adulán, él está listo para recibir a todos
los que acudan a él, no importa lo indigno que se sientan. Nadie, si
se arrepiente y cree, es demasiado malo para ser rechazado en
el ejército de Cristo. Todos los que acuden a él por fe son aceptados,
vestidos, armados, capacitados y, por ú ltimo, conducidos a una
victoria total. No tema empezar hoy mismo. Todavía hay lugar para
usted.
No tenga miedo de luchar, una vez que se recluta. Cuanto má s
entregado y sincero de corazó n sea como soldado, má s tranquilo
peleará en su guerra espiritual. Sin duda, tendrá problemas,
cansancios y duras luchas antes de terminar su guerra. Pero no
deje que ninguna de estas cosas lo sacudan. Má s grande es el que
está de su lado que los que están en su contra. La libertad eterna o
cautividad eterna son las alternativas que tiene. Escoja la libertad y
luche hasta el fin.
(2) Puede ser que ya sepa usted algo de la guerra cristiana y ya
haya dado pruebas de ser un soldado. Si éste es su caso, acepte una
palabra de consejo y aliento de un soldado hermano. Me hablaré a
mí mismo tanto como a usted.
(a) Recordemos que si queremos pelear exitosamente tenemos que
ponernos toda la armadura de Dios y no quitárnosla hasta morir. No
podemos prescindir ni siquiera de una pieza de ella. El cinto de la
verdad, la coraza de justicia, el escudo de la fe, el yelmo de la
¿Es usted nacido de nuevo? 115
salvació n, la espada del Espíritu, todos estos pertrechos son
absolutamente necesarios (Ef. 6:10-18). No podemos quitarnos
ninguna parte de la armadura ni siquiera un día. Dijo bien aquel
veterano del ejército de Cristo que murió hace 200 añ os:
“Apareceremos en el cielo, no con nuestra armadura puesta, sino
vestidos con mantos de gloria. Pero mientras estemos aquí tenemos
que usar nuestras armas día y noche.

Tenemos que caminar, trabajar y dormir en ellas, si no, no somos


verdaderos soldados de Cristo” (Christian Armour [Armadura
cristiana], por Gurnall).
(b) Recordemos las palabras de un guerrero inspirado que fue a su
descanso hace 1.800 añ os: “Ninguno que milita se enreda en los
negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por
soldado” (2 Ti. 2:4). ¡No olvidemos nunca sus palabras!
(c) Recordemos que algunos parecían buenos soldados por un corto
tiempo y hablaban mucho de lo que harían, pero se han retirado
vergonzosamente en el día de batalla.
(d) Nunca olvidemos a Balaam, Judas, Demas y la esposa de Lot.
Sea lo que seamos y por débiles que estemos, seamos reales,
auténticos, verdaderos y sinceros.
(e) Recordemos que la mirada de nuestro amante Salvador está
sobre nosotros de mañ ana, al mediodía y en la noche. Nunca nos
dejará ser tentados má s de lo que podamos resistir. É l puede
sentir lo que sentimos en nuestras debilidades, pues él mismo fue
tentado. Sabe cuá les son nuestras batallas y conflictos porque él
mismo fue atacado por el Príncipe de este mundo. Teniendo
semejante Sumo Sacerdote, Jesú s, el Hijo de Dios, mantengá monos
firmes en nuestra profesió n (He. 4:14).
(f) Recordemos que miles de soldados ya han peleado la misma
batalla que estamos peleando nosotros y que fueron victoriosos por
medio de Aquel que los amó , vencieron por la sangre del Cordero, y
nosotros también podemos hacerlo. El brazo de Cristo es tan fuerte
116 SANTIDAD
como siempre. El que salvó a hombres y mujeres que vivieron
antes que nosotros, es el que nunca cambia. “Por lo cual puede
también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios”.
Entonces, librémonos de nuestras dudas y temores. Seamos
“imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las
promesas” y sumémonos a ellos (He. 7:25; 6:12).

(g) Por ú ltimo, recordemos que el tiempo es corto y se acerca la


venida del Señ or. Unas cuantas batallas más, sonará la trompeta y el
Príncipe vendrá para reinar en una tierra transformada. Unas pocas
batallas y luchas má s, y nos despediremos eternamente de la
guerra, del pecado, del dolor y de la muerte. Luchemos hasta el fin
y nunca nos demos por vencidos. Esto dice el Capitá n de nuestra
salvació n: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios,
y él será mi hijo” (Ap. 21:7).
Concluiré con las palabras de John Bunyan en una de las partes má s
hermosas de El progreso del peregrino (Segunda parte). Está
describiendo el final de unos de los mejores y má s santos de los
peregrinos:
“Luego se extendió el rumor de que Valiente-por-la-verdad había
recibido un llamamiento por el mismo correo, y prenda de que el
aviso era verdad, su cá ntaro se quebró junto a la fuente (Ec. 12:6).
Comprendiendo esto, participó lo a sus amigos. ‘Ahora, dijo ‘voy a
casa de mi Padre, y aunque con mucha dificultad he llegado hasta
aquí, ya no son los trabajos y molestias que el viaje me ha
ocasionado. Dejo mi espada a aquel que me sucediere en la
peregrinació n, y mi valor y pericia a quien pueda lograrlos. Llevaré
conmigo mis huellas y cicatrices para dar testimonio de que he
peleado la batalla de Aquel que será ahora mi galardó n’.
El día de su partida muchos le acompañ aron a la ribera.
Entrando en el río, exclamó : ‘¡Oh muerte! ¿Dó nde está tu aguijó n?’.
Y luego, sumergiéndose en las aguas: ‘¡Oh sepulcro! ¿Dó nde está tu
¿Es usted nacido de nuevo? 117
victoria? Con estos acentos de triunfo alcanzó la otra orilla, y fue
recibido a son de trompeta”.
¡Sea nuestro final este mismo! ¡No olvidemos nunca que sin
luchar no puede haber santidad mientras vivamos, ni corona de
gloria cuando muramos!

5. El costo
“¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre,
no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si
tiene lo que necesita para acabarla?”. Lucas
14:28

Este versículo es de gran importancia. Son pocas las personas


que no se sienten obligadas a preguntarse a menudo: “¿Cuá nto
cuesta?”.
Al comprar una propiedad, construir un edificio, amueblar los
cuartos, trazar planes, cambiar de casa, educar a los hijos, es sabio y
prudente anticipar su costo. Muchos se ahorrarían gran dolor y
sufrimiento si se acordaran de hacerse la pregunta: “¿Cuá nto
cuesta?”.
Y hay una cuestió n donde tiene especial importancia “calcular
cuá nto cuesta”. Esa cuestió n es la salvació n de nuestras almas.
¿Qué cuesta ser un verdadero cristiano? ¿Qué cuesta ser
realmente un hombre santo? É sta, al fin y al cabo, es la gran
pregunta. Por no darle ninguna consideració n a esto, miles de
personas, después de que parece que han empezado bien, se vuelven
del camino al cielo y se pierden para siempre en el infierno.
Compartiré algunas palabras que pueden arrojar luz sobre el asunto.
I. Mostraré, en primer lugar, lo que cuesta ser un verdadero
cristiano.
118 SANTIDAD
II. En segundo lugar, explicaré por qué es tan importante calcular el
costo.
III. Por ú ltimo, daré algunas pautas que pueden ayudar a calcular
el costo correctamente.
Vivimos en tiempos extrañ os. Los sucesos van pasando con singular
rapidez. Nunca sabemos lo que nos depara un nuevo día; ¡mucho
menos sabemos lo que puede suceder dentro de un añ o!

Vivimos en una época en la que hay mucha religiosidad.


Centenares de cristianos activos en todas partes está n expresando un
anhelo por má s santidad y una vida espiritual más elevada. No
obstante, es más comú n ver a la gente recibir la Palabra con gozo y
después de dos o tres añ os apartarse y volver a sus pecados. No
consideraron “lo que cuesta” ser realmente un creyente congruente y
un cristiano santo. Sin duda, estos son tiempos cuando deberíamos
sentarnos con frecuencia a “calcular el costo” y considerar el estado
de nuestras almas. Tiene que importarnos lo que somos. Si
anhelamos ser realmente santos, es buena señ al. Podemos dar
gracias a Dios por poner ese anhelo en nuestros corazones. Pero
aun así, hay que calcular el costo. No hay duda de que el camino de
Cristo a la vida eterna, lleva a la felicidad. Pero es una necedad
ignorar el hecho de que el camino de Cristo es angosto y que la
cruz viene antes que la corona.
I. Lo que cuesta ser un verdadero cristiano
Primero, tengo que mostrar lo que cuesta ser un verdadero
cristiano. No nos equivoquemos en el significado de lo que estoy
diciendo. No estoy examinando el costo de salvar el alma de un
cristiano. Sé muy bien que costó , nada menos que la sangre del
Hijo de Dios, expiar los pecados y redimir al hombre del infierno.
El precio pagado por nuestra redenció n fue demasiado alto: La
muerte de Jesucristo en el Calvario. Hemos sido “comprados por
precio”; Jesú s “se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Co. 6:20;
¿Es usted nacido de nuevo? 119
1 Ti. 2:6). Pero nada de esto tiene que ver con la pregunta inicial. El
punto que quiero considerar es otro completamente diferente. Se
trata de a lo que el hombre tiene que estar dispuesto a renunciar si
quiere ser salvo. Es la cantidad de sacrificio que el hombre tiene que
hacer si su intenció n es servir a Cristo. Es en este sentido que hago
la pregunta: “¿Cuá nto cuesta?”. Y creo firmemente que es una
cuestió n muy importante.

Admito sin problema que cuesta poco ser meramente un


cristiano en lo exterior. Uno no tiene má s que asistir a una iglesia
dos veces los domingos y ser tolerablemente moral durante la
semana para ser todo lo religioso que son miles de personas a su
alrededor. Todo esto es barato y no requiere gran esfuerzo: No
requiere nada de negarse a sí mismo ni sacrificarse. Si éste es el
cristianismo salvador que nos llevará al cielo cuando muramos,
tenemos que cambiar la descripció n que hace la Biblia del camino
de la vida y escribir: “¡Ancha es la puerta y amplio el camino que
lleva al cielo!”.
Pero de hecho, algo le cuesta al verdadero cristiano, segú n las
normas de la Biblia. Hay enemigos que vencer, batallas que librar,
sacrificios que hacer, un Egipto que dejar atrá s, un desierto que
cruzar, una cruz que cargar y una carrera que correr. La conversió n
no se trata de poner al convertido en un có modo silló n y llevarlo
sentado al cielo. Es el comienzo de una tremenda batalla, en la cual
cuesta mucho obtener la victoria. De allí, la enorme importancia
de “calcular el costo”.
Trataré de mostrar, precisa y particularmente, lo que cuesta ser un
verdadero cristiano. Supongamos que alguien tiene la disposició n
de servir a Cristo, se siente atraído por él y tiene una inclinació n a
seguirle. Supongamos que alguna enfermedad, una muerte sú bita
o un sermó n ha conmovido su conciencia haciéndole sentir el valor
de su alma y el deseo de ser un verdadero cristiano. Sin lugar a
120 SANTIDAD
dudas, hay mú ltiples motivos que animarían a ese alguien a ser
un verdadero cristiano. Sus pecados pueden ser gratuitamente
perdonados, sin importar cuá ntos sean o lo grandes que sean. Su
corazó n puede haber cambiado completamente, no importa lo frío y
duro que era. Cristo y el Espíritu Santo, la misericordia y la gracia
de Dios está n listos para recibirlo. Pero aun así, debiera calcular el
costo. Veamos detalladamente, una por una, las cosas que le
costará .

(1) Para empezar, le costará su pretendida superioridad moral.


Tiene que despojarse de todo orgullo y soberbia, y de creerse bueno.
Tiene que contentarse con ir al cielo como un pobre pecador salvo
solo por gracia, dándole el mérito y la justicia a otro. Al decir las
palabras del Libro de Oraciones, tiene que sentir que ha “errado y se
ha apartado como una oveja perdida” y que ha “dejado sin hacer las
cosas que debiera haber hecho y hace las cosas que no debiera
haber hecho”. Tiene que estar dispuesto a renunciar a la confianza
que tiene en su propia moralidad y respetabilidad, a sus oraciones,
lecturas bíblicas, su asistencia a la iglesia, a recibir los sacramentos
y confiar exclusivamente en Jesucristo.
Esto puede parecerles difícil a algunos. No me sorprendería.
“Señ or”, le dijo el piadoso labriego al conocido James Hervey de
Weston Favelle: “Es má s difícil renunciar al yo orgulloso que al yo
pecaminoso. Pero es absolutamente necesario hacerlo”. Pongamos
este costo como el primero y má s importante. Para ser un
verdadero cristiano, al hombre le costará crucificar su pretendida
superioridad moral.
(2) En segundo lugar, le costará al hombre sus pecados. Tiene
que estar dispuesto a renunciar a cada hábito y práctica que es
desagradable a los ojos de Dios. Tiene que darle la espalda al
pecado, discutir con él, romper con él, luchar contra él, crucificarlo
y esforzarse para vencerlo, no importa lo que diga o piense el
mundo. Tiene que hacerlo sincera y totalmente. No puede hacer
¿Es usted nacido de nuevo? 121
las paces por separado con ningú n pecado especial que ama. Tiene
que considerar a todos sus pecados como sus enemigos mortales y
aborrecer cada mal camino. Sean pequeñ as o grandes, sean pú blicas
o secretas, tiene que renunciar totalmente a todas sus
transgresiones. Significará una batalla diaria y, a veces, casi
logrará n enseñ orearse sobre él. Pero nunca debe ceder. Tiene que
mantener una guerra perpetua contra sus pecados. Escrito está :
“Echad de vosotros todas vuestras transgresiones”;

“tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades”; “dejad de hacer


lo malo” (Ez. 18:31; Dn. 4:27; Is. 1:16).
Esto suena difícil. No me extrañ a. A menudo queremos tanto a
nuestros pecados como si fueran nuestros hijos: Los amamos, los
abrazamos, nos aferramos a ellos y nos deleitamos en ellos.
Separarnos de ellos es tan difícil como amputarse la mano derecha o
sacarse el ojo derecho. Pero hay que hacerlo. Hay que despedirse
de ellos. Aunque la maldad “endulzó en su boca, si lo ocultaba
debajo de su lengua, si le parecía bien, y no lo dejaba, sino que lo
detenía en su paladar”, hay que renunciar a ellos (nuestros pecados),
si queremos ser salvos (Job 20:12-13). El hombre y su pecado tienen
que enemistarse si él y Dios han de ser amigos. Cristo está dispuesto
a recibir a cualquier pecador. Pero no lo recibe si éste se aferra a
sus pecados. Anotemos este segundo precio a nuestra cuenta. Ser
cristiano le costará al hombre sus pecados.
(3) Ademá s, le costará al hombre su amor por lo que resulta fácil.
Tiene que experimentar dolor y luchar si quiere desarrollar una
carrera victoriosa al cielo. Tiene que velar y mantenerse en guardia
cada día, como el soldado en el campo enemigo. Tiene que cuidar
su comportamiento cada hora del día, con cada compañ ía y en
cada lugar, en pú blico, al igual que en privado, entre extrañ os, al
igual que con los de casa. Tiene que vigilar su tiempo, su lengua, su
cará cter, sus pensamientos, su imaginació n, sus motivaciones y su
conducta en cada relació n de su vida. Tiene que ser diligente en
122 SANTIDAD
orar, leer la Biblia, en lo que hace los domingos, con todos sus
medios de gracia. Al prestar atenció n a estas cosas puede distar de
alcanzar la perfecció n, pero no puede descuidar ninguna. “El alma
del perezoso desea, y nada alcanza; mas el alma de los diligentes será
prosperada” (Pr. 13:4).
Esto también suena duro. No haya nada que por naturaleza nos
desagrade tanto como tener “problemas” relacionados con nuestra
religió n. Nos desagradan los conflictos.

Deseamos secretamente tener un cristianismo “vicario”, lograr


todo por medio del esfuerzo de terceros que hicieran todo en
nuestro lugar. Cualquier cosa que requiera esfuerzo y trabajo, es
contraria a nuestra naturaleza. Pero para el alma “no hay ganancias
sin sacrificios”. Anotemos este tercer costo a nuestra cuenta. Ser
cristiano le costará al hombre su amor por lo que resulta fá cil.
(4) Por ú ltimo, le costará al hombre la amistad con el mundo. Si
quiere agradar a Dios tiene que estar contento, aunque los demá s
piensen mal de él. No debe extrañ arse que se burlen de él, que lo
ridiculicen, lo calumnien, lo persigan y, aun, lo aborrezcan. No tiene
que sorprenderse de encontrar que sus opiniones y sus prácticas
religiosas son despreciadas y motivo de burlas. Tiene que aceptar
que muchos lo crean tonto, exagerado y fanático —que perviertan sus
palabras y malinterpreten sus acciones—. De hecho, no tiene que
sorprenderse si algunos lo llaman loco. El Maestro dijo: “Acordaos de
la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señ or. Si
a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirá n; si han
guardado mi palabra, también guardará n la vuestra” (Jn. 15:20).
Me atrevo a decir que esto también suena difícil. Por naturaleza
nos desagradan los tratos injustos y las acusaciones falsas, y nos
es muy difícil ser acusados sin causa. No seríamos de carne y hueso si
no deseáramos que nuestros pró jimos tuvieran una buena opinió n
de nosotros. Es siempre desagradable que hablen en nuestra contra
y nos abandonen, que mientan acerca de nosotros y que tengamos
¿Es usted nacido de nuevo? 123
que estar solos. Pero esto no se puede evitar. La copa que nuestro
Maestro bebió tiene que ser bebida por sus discípulos. Tienen que
ser “despreciado y desechado entre los hombres” (Is. 53:3).
Anotemos este cuarto costo a nuestra cuenta. Ser cristiano le
costará al hombre la amistad con el mundo.
Todo eso es lo que cuesta ser un verdadero cristiano. Admito
que la lista es pesada. ¿Dó nde hay un elemento de los anteriores
que puede ser quitado?

Audaz es el hombre que se atreve a decir que podemos conservar


nuestra pretendida superioridad, nuestros pecados, nuestra pereza y
nuestro amor por el mundo, ¡y, aun así, ser salvos!
Admito que cuesta mucho ser un verdadero cristiano. ¿Pero
quién en sus cabales puede dudar de que cualquier costo vale la
pena para salvar su alma? Cuando un barco está en peligro de
hundirse, a los tripulantes no les importa tirar por la borda su
valioso cargamento. Cuando un brazo o una pierna está infectada,
el hombre se somete a una cirugía y, aun, a una amputació n si
hacerlo significa salvarle la vida. Igualmente, el cristiano debe estar
dispuesto a renunciar a lo que sea que se interpone entre él y el cielo.
¡La vida espiritual que nada cuesta, nada vale! Un cristianismo
barato, sin una cruz, probará ser al final, un cristianismo inú til, sin
ninguna corona.
II. La importancia de “calcular el costo”
Quiero ahora, en segundo lugar, explicar por qué “calcular el
costo” es de tanta importancia para el alma del hombre. Podría
fá cilmente resolver esta cuestió n enunciando el principio de que
ningú n deber ordenado por Cristo puede alguna vez ser descuidado
sin sufrir algú n dañ o. Podría mostrar cuá ntos cierran los ojos
durante toda la vida a la naturaleza de la fe que salva y se niegan a
considerar lo que realmente cuesta ser cristiano. Podría describir esas
escenas en las que, al final, cuando ya se les está escapando la vida,
124 SANTIDAD
despiertan y hacen unos pocos esfuerzos espasmó dicos por volver a
Dios. Podría decir cuántos, para su sorpresa, descubren que el
arrepentimiento y la conversió n no son asuntos tan fáciles como
suponían, y que cuesta “una gran suma” ser un verdadero cristiano.
¡Descubren que el há bito del orgullo, la indulgencia pecaminosa, el
amor por lo que resulta fácil y la mundanalidad no son tan fáciles de
abandonar como habían imaginado! ¡Y entonces, después de un
esfuerzo débil, se dan por vencidos y parten del mundo sin
esperanza, sin la gracia y sin ser aptos para encontrarse con Dios!

Viven engañ ados toda la vida pensando que la fe cristiana sería


algo fá cil cuando se decidieran a tomarla en serio. Pero se les
abren los ojos demasiado tarde y descubren, por primera vez,
que está n arruinados porque nunca “calcularon el costo”.
Los que necesitan ser exhortados a “calcular el costo”
Pero existe una clase de personas en especial, a la que quiero
hablar sobre esta parte de mi tema. Es una clase numerosa, que va
en aumento y que en estos días está en inminente peligro. Diré
algunas palabras para tratar de describirla. Merece nuestra
cuidadosa atenció n.
Las personas a las que me refiero no son indiferentes a la
religió n: Piensan mucho en ella. No son ignorantes en cuanto a la
religió n, la conocen bastante bien. Pero su gran defecto es que no
está n “arraigados y afirmados” en su fe. Sucede con demasiada
frecuencia que han adquirido su conocimiento de segunda mano, ya
sea de sus familiares o porque les enseñ aron religió n, pero nunca se
han ocupado de su propia experiencia interior. Sucede con demasiada
frecuencia que han hecho una profesió n de fe presionados por las
circunstancias, por la emoció n de sus sentimientos, por un
entusiasmo animal o por un deseo fortuito de hacer lo mismo que
hacen los demá s, sin que haya una obra fehaciente de la gracia en
sus corazones. Las personas así se encuentran en una posició n
inmensamente peligrosa. Son precisamente ellas, si es que valen de
¿Es usted nacido de nuevo? 125
algo los ejemplos bíblicos, las que necesitan la exhortació n a
“calcular el costo”.
Por no “calcular el costo”, incontables hijos de Israel murieron
miserablemente en el desierto entre Egipto y Canaá n. Dejaron
Egipto llenos de entusiasmo y fervor, como si nada pudiera
detenerlos. Sin embargo, cuando encontraron peligros y
dificultades en el camino, su aparente valentía pronto desapareció .
Nunca se detuvieron a pensar en las dificultades. Pensaron que
llegarían a la tierra prometida en unos pocos días.

Pero cuando los enemigos, las privaciones, el hambre y la sed


empezaron a probarlos, murmuraron contra Moisés, contra Dios y
hubieran preferido volver a Egipto. En una palabra, no habían
“calculado el costo” por lo que perdieron todo y murieron en sus
pecados.
Por no “calcular el costo”, muchos de los oyentes de nuestro Señor
Jesucristo después de un tiempo se apartaron y “ya no andaban con
él” (Jn. 6:66). Cuando al principio veían sus milagros y escuchaban su
predicació n, pensaban que “el reino de Dios aparecería
inmediatamente”. Se sumaron a sus apó stoles y lo siguieron sin
pensar en las consecuencias. Pero cuando descubrieron que había
doctrinas difíciles que creer, trabajo difícil que hacer y persecuciones
que sufrir, su aparente fe desapareció inmediatamente y quedó en
la nada. En una palabra, no habían “calculado el costo” y,
consecuentemente, “naufragaron en cuanto a la fe algunos” (1 Ti.
1:19).
Por no “calcular el costo”, el Rey Herodes volvió a sus antiguos
pecados y destruyó su alma. Le gustaba oír predicar a Juan el
Bautista. Lo “observaba” y honraba como un hombre justo y santo.
Hasta hacía “muchas cosas” que eran correctas y buenas. Pero
cuando se vio obligado a enfrentar el hecho de tener que renunciar a
su querida Herodías, apostató de la fe. No había contado con esto. No
había “calculado el costo” (Mr. 6:20).
126 SANTIDAD
Por no “calcular el costo”, Demas dejó a Pablo, dejó el evangelio,
dejó a Cristo y renunció al cielo. Por mucho tiempo viajó con el
gran apó stol de los gentiles y, de hecho, fue su “colaborador”. Pero
cuando descubrió que no podía ser amigo de este mundo y al mismo
tiempo ser amigo de Dios, renunció a su cristianismo y se dio al
mundo. “Demas me ha desamparado”, dijo Pablo, “amando este
mundo” (2 Ti. 4:10). Obviamente, no había “calculado el costo”.
Por no “calcular el costo”, los que escuchan a poderosos
predicadores evangélicos, a menudo sufren un final desventurado.

Se conmueven y emocionan tanto que profesan lo que realmente


no experimentan. Reciben la Palabra “gozosos” con tanta
extravagancia que casi asustan a los viejos cristianos. Trabajan
por un tiempo con tanta consagració n y fervor que parece que van
a sobrepasar a los demá s. Hablan y trabajan con objetivos espirituales
con tanto entusiasmo que hasta pueden avergonzar a los cristianos
que ya tienen má s tiempo en la iglesia. Pero cuando la novedad y la
frescura de sus sentimientos han pasado, cambian totalmente. Dan
prueba de haber sido terreno pedregoso. Son exactamente lo que
describe el gran Maestro en la Parábola del Sembrador. “Al venir la
aflicció n o la persecució n por causa de la palabra, luego tropieza”
(Mt. 13:21). Poco a poco su efímera consagració n se esfuma y su
amor se enfría. Tarde o temprano los asientos que ocupaban en los
cultos están vacíos y, ni siquiera, son mencionados entre los
cristianos. ¿Por qué? Porque nunca “calcularon el costo”.
Por no “calcular el costo”, centenares de personas que han hecho
profesión de fe como fruto de “avivamientos religiosos”, vuelven al
mundo después de un tiempo y hacen quedar mal a la fe cristiana.
Comienzan con una noció n lamentablemente equivocada de lo que es
el verdadero cristianismo. Se imaginan que no consiste de otra cosa
más que levantar la mano cuando el predicador hace la invitació n a
“venir a Cristo” y sentir profundamente gozo y paz interior. Y
entonces, después de un tiempo, cuando se enteran de que existe
¿Es usted nacido de nuevo? 127
una cruz que hay cargar, que nuestros corazones son engañ osos y que
hay un diablo ocupado siempre cerca de nosotros, se enfrían
disgustados y vuelven a sus pecados de antes.

¿Y por qué? Porque nunca supieron realmente de qué se trataba


el verdadero cristianismo. Nunca aprendieron que tenemos que
“calcular el costo”1.
1
Lamentaría mucho si el lenguaje que acabo de usar acerca de los avivamientos se
malentendiera.

Para prevenirlo presentaré algunos comentarios para aclarar lo que quiero decir.
Nadie puede estar más profundamente agradecido que yo por los avivamientos auténticos en la
fe cristiana. Dondequiera que sucedan y por los medios que sean les deseo de toco corazón
que Dios los bendiga. “Si Cristo es predicado”, me regocijo, cualesquiera que sean los
predicadores. Si las almas son salvadas, me regocijo, cualquiera que sea la denominación de
la iglesia donde se presenta la Palabra de vida.
Pero es una triste realidad que en un mundo como éste, no se puede tener lo bueno sin lo
malo. No vacilo en decir que una de las consecuencias del movimiento de avivamiento ha
sido la aparición de un sistema teológico que me siento obligado a llamar defectuoso y
malicioso, en extremo.
La característica principal del sistema teológico al que me refiero, es éste: Una exageración
extravagante y desproporcionada de tres puntos de la religión, a saber: La conversión
instantánea, la invitación a pecadores inconversos a venir a Cristo y la posesión de un gozo
y paz interior como prueba de la conversión. Repito que estos tres grandes puntos (pues
grandes son), incesantemente alcanzan algún público, exclusivamente en algunos sectores,
donde causa grandes perjuicios.
La conversión instantánea, sin duda, debe ser algo para insistirle a la gente. Pero las
personas no deben ser llevadas a suponer que no hay otra manera de convertirse y que, a
menos que Dios las convierta súbita y poderosamente, no están convertidas.
El deber de venir inmediatamente a Cristo, “tal como somos”, es algo que hay que
insistirles a todos los oyentes. Es la piedra fundamental de la predicación del evangelio. Pero,
de hecho, no se les debe decir que se arrepientan, al igual que crean. Hay que decirles por
qué deben venir a Cristo, para qué venir y de dónde surge su necesidad de hacerlo.
La proximidad de paz y consuelo en Cristo debe ser proclamada a los hombres. Pero, de hecho,
se les debe enseñar también que tener grandes manifestaciones de gozo y entusiasmo
exagerado no es esencial en la justificación y que puede haber fe y paz auténtica sin
sentimientos tan eufóricos. El gozo solo no es evidencia segura de la gracia.
Los defectos del sistema teológico que tengo en mente son estos: (1) La obra del Espíritu
Santo en la conversión de pecadores se confina demasiado a un solo método. No todos los
conversos verdaderos se convierten instantáneamente como Saulo y el carcelero de Filipo.
(2) No se instruye suficientemente a los pecadores acerca de la santidad de la ley de Dios, la
128 SANTIDAD
profundidad de sus pecados y la verdadera culpabilidad del pecado. Estar diciéndole
incesantemente al pecador que “venga a Cristo” es de poco provecho, a menos que se le diga
por qué necesita venir y se le muestren claramente sus pecados. (3) No se explica
suficientemente qué es la fe. En algunos casos se les enseña que fe es solo sentir. ¡A otros
se les enseña que si creen que Cristo murió por los pecadores tienen fe! ¡Decir eso es decir
que también los demonios son creyentes! (4) Poseer gozo y

seguridad interior es predicado como esencial. No obstante, la seguridad no es la esencia de


una fe salvadora. Puede haber fe cuando no hay seguridad. Insistir que todos los creyentes
se “regocijen” en cuanto creen, es sumamente peligroso. Estoy seguro de que algunos se
regocijarán sin creer, mientras que otros que creen no podrán regocijarse inmediatamente.
(5) Por último, pero no por eso menos importante, demasiadas veces se pasa por alto la
soberanía de Dios en salvar a pecadores y la absoluta necesidad de una gracia ordenada de
antemano. Muchos hablan como si las conversiones se pudieran fabricar cuando el hombre
quiere y como si no hubiera una prueba como ésta: “Así que no depende del que quiere, ni
del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Ro. 9:16).
Estoy convencido de que es muy grande el daño que hace este sistema teológico al cual me
refiero. Por una parte, a muchos cristianos humildes se les presiona tanto que los acobardan.

Por no “calcular el costo”, los hijos de padres cristianos, a menudo


terminan mal y avergü enzan al cristianismo. Familiarizados desde
sus primeros añ os con la forma y la teoría del evangelio, enseñ ados
desde la infancia a decir de memoria los textos principales,
acostumbrados a recibir enseñ anzas acerca del evangelio o a enseñ ar
a otros en la Escuela Dominical, se crían profesando una religió n
sin saber por qué y sin haber pensado seriamente en ella. Y
entonces, cuando la realidad de la vida adulta empieza a
presionarlos, a menudo sorprenden a todos cuando abandonan toda
su fe evangélica y se pierden en el mundo. ¿Y por qué? Nunca
comprendieron totalmente los sacrificios que implica ser cristiano.
Nunca les enseñ aron a “calcular el costo”.

Creen que no son objeto de gracia porque no pueden alcanzar los niveles y sentimientos
superiores que tanto se les insiste que alcancen. Por otro lado, muchas personas, que no
son objeto de la gracia, porque les hacen pensar equivocadamente que están “convertidos” y
por la presión de una emoción carnal y sentimientos temporales, son conducidos a
profesarse cristianos. Y, mientras tanto, los insensatos e impíos observan con desprecio
y encuentran nuevas razones para hacerle caso omiso a la fe evangélica.
¿Es usted nacido de nuevo? 129

Los antídotos para este estado de cosas son simples y pocos. (1) “Sean enseñados
todos los consejos de Dios”. Esa es la proporción bíblica: No dejando que dos o tres
doctrinas preciosas del evangelio le hagan sombra a todas las demás verdades. (2) El
arrepentimiento sea enseñado en su totalidad, al igual que la fe, y no confiar en los
antecedentes. El Señor Jesucristo y San Pablo siempre enseñaban ambos. (3) Sea
enunciada y admitida la variedad de las obras del Espíritu Santo y, aunque se les
recalque a los hombres la conversión instantánea, que no se enseñe como una
necesidad. (4) Sean advertidos claramente los que profesan haber encontrado una paz
incuestionable, que se pongan a prueba y que recuerden que sentimiento no es fe. El
Señor Jesús dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos”. Esa es la gran prueba de la fe auténtica (Jn. 8:31). (5) Sea el gran deber de
“calcular el costo”, algo que se les insista constantemente a los que se disponen a hacer
una profesión de fe y que se les diga, sincera y claramente, que hay guerra, al igual que
paz, una cruz, al igual que una corona en la obra del Señor. Estoy seguro de que lo que
más hay que temer en la religión es esa emoción malsana porque, a menudo, termina en
una reacción fatal que arruina el alma y resulta en una absoluta falta de vida.
Y cuando las multitudes caen súbitamente bajo el poder de sensaciones religiosas, es
casi seguro que a esto le sigue una excitación malsana.
No tengo mucha confianza en la validez de conversiones que suceden en masa y al por
mayor. No me parece que esté en armonía con los tratos generales de Dios en esta
dispensación. Me parece que el plan común de Dios es llamar a los individuos uno por
uno. Por eso, cuando escucho que se han convertido gran número de personas, súbitamente
y todos de una vez, lo tomo con menos esperanza que algunos. Los éxitos más sanos y más
permanentes en los campos misioneros no han sido aquellos en que los naturales del
lugar se “hacen cristianos” en masa. La obra más satisfactoria y firme aquí no siempre
me parece ser la obra realizada en “campañas de evangelización”.
Hay dos pasajes en las Escrituras que me gustaría ver que los que predican el
evangelio y, especialmente los que tienen algo que ver con reuniones de evangelización,
explicaran con frecuencia y exhaustivamente. Uno es el pasaje de la parábola de
sembrador. Esa parábola no aparece tres veces sin buena razón y significado profundo.
El otro pasaje es la enseñanza de nuestro Señor acerca de “calcular el costo” y las
palabras que dijo a las “grandes multitudes” cuando lo seguían. No, Él veía lo que ellos
necesitaban. Les dijo que estuvieran quietos y “calcularan el costo” (Lc. 14:25, etc.). No
estoy seguro de que algunos predicadores modernos hayan tomado este curso de acción.

É stas son verdades serias y dolorosas. Pero al fin de cuentas, son


130 SANTIDAD
verdad. Todas ayudan a mostrar la importancia inmensa del tema que
estoy considerando. Todas destacan la necesidad absoluta de insistir
sobre este tema a todos los que anhelan santidad y de exclamar en
todas las iglesias: “¡Calculen el costo!”.
Me atrevo a decir que sería bueno que se enseñ ara con má s
frecuencia de lo que se enseñ a, la obligació n de “calcular el costo”
de seguir a Cristo. Actuar con apuro e impaciencia es la orden del día
para muchos que pretenden ser religiosos. Las conversiones
instantá neas y una paz razonable inmediata parecen ser los ú nicos
resultados que quieren obtener del evangelio. Comparados con
estos, todo lo demá s queda a la sombra. Obtenerlas es,
aparentemente, el gran fin y objetivo de sus obras. Digo sin vacilar
que este modo intrascendente y parcial de enseñ ar el cristianismo
es extremadamente malicioso.
Nadie se equivoque sobre lo que digo. Apruebo totalmente que se
ofrezca a los hombres una salvació n en Cristo total, inmediata,
presente y gratuita. Apruebo totalmente que se le insista al hombre
sobre la posibilidad y el deber de una conversió n inmediata y al
instante. No cuestiono a nadie con respecto a esto. Pero lo que sí digo
es que estas verdades no deben ser presentadas sin esencia, aisladas
y como ú nicas. Tienen que presentarse diciendo sinceramente lo
que está n aceptando, si profesan el deseo de salir del mundo y
servir a Cristo. Las personas no deben ser presionadas a sumarse a
las filas de las huestes de Cristo sin haberles dicho lo que implica la
guerra. En una palabra, se les debe decir sinceramente que “calculen
el costo”.
La práctica de “calcular el costo”
¿Se pregunta alguno cuá l fue la prá ctica de Jesú s en este asunto?
Lea esta descripció n de Lucas. Nos dice que en cierta ocasió n:
“Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno
viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos,

y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede


¿Es usted nacido de nuevo? 131
ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no
puede ser mi discípulo” (Lc. 14:25-27). Me es necesario decir
directamente que no puedo reconciliar este pasaje con los
procedimientos de muchos maestros religiosos modernos. Y esto, a
pesar de que la doctrina referente a esta cuestió n es clara como el sol
en su cenit. Nos muestra que no debemos apurar a los hombres
para que profesen ser discípulos, sin advertirles claramente que
“calculen el costo”.
¿Se pregunta alguno cuá l ha sido la prá ctica de los mejores y
má s insignes predicadores del evangelio en el pasado? Me atrevo a
decir que todos, a una, dan testimonio de la sabiduría con que el
Señ or trató con las multitudes a las cuales me acabo de referir.
Lutero, Latimer, Baxter, Wesley, Whitefield, Berridge y Rowland
Hill estaban profundamente conscientes de lo engañ oso que es
el corazó n del hombre. Sabían perfectamente que no todo lo que
brilla es oro, que convicció n no es conversió n, que emoció n no es fe,
que sentimiento no es gracia y que todo lo que florece no llega a ser
fruto. “No seá is engañ ados”, era el clamor constante de los
predicadores de antañ o. (Dt. 11:16; Lc. 21:8). “Considera bien lo que
haces. No corras antes de que seas llamado. Calcula el costo”.
Si queremos hacer las cosas bien, nunca nos avergoncemos de
seguir los pasos de nuestro Señ or Jesucristo. Trabajemos
intensamente en pro de las almas de otros, si queremos y si
tenemos la oportunidad. Instémosles a considerar sus caminos.
Constriñ á mosles con santa intensidad a venir, a dejar sus armas y
a entregarse a Dios (Mt. 11:12). Ofrezcá mosles salvació n, una
salvació n inmediata, lista, gratuita y plena. Mostrémosles a Cristo y
todos los beneficios que tendrán cuando lo acepten. Pero en todo lo
que hagamos, digamos la verdad y toda la verdad. No nos
rebajemos a usar los ardides vulgares de un sargento recluta. No
hablemos só lo del uniforme, la paga y la gloria; hablemos también
de los enemigos, la batalla, la armadura, la necesidad de velar,
132 SANTIDAD
las marchas y las prá cticas. No presentemos só lo un lado del
cristianismo. No dejemos de hablar de “la cruz”, en la que murió
Cristo por nuestra redenció n. Incluyamos la importancia de
negarse a sí mismo; cuando hablemos de la cruz expliquemos todo lo
que implica el cristianismo. Instemos a los hombres a que se
arrepientan y acudan a Cristo; pidá mosles, a la vez, que “calculen
el costo”.
III.Cómo “calcular el costo” correctamente
Lo tercero y ú ltimo que me propongo hacer es dar algunas
pautas que pueden ayudar a “calcular el costo” correctamente. Por
cierto que me lamentaría si no dijera algo de este aspecto de mi
tema. No tengo ningú n deseo de desalentar ni desanimar a nadie
con respecto al servicio para Cristo. Es el deseo de mi corazó n animar
a todos a marchar adelante y tomar su cruz. “Calculemos el costo”,
todo el costo y calculemos con cuidado. Recordemos que si
calculamos correctamente y entendemos todo lo que involucra, no
habrá nada que nos asuste.
Existen algunas cosas que las personas siempre deben incluir al
calcular lo que cuesta el verdadero cristianismo. Determine sincera
y ecuá nimemente lo que tendrá que dejar atrá s y por lo que debe
pasar para llegar a ser un discípulo de Cristo. No deje nada afuera.
Anó telo todo. Pero luego, anote a su lado las siguientes sumas que
le voy a dar. Há galo, limpia y correctamente, y no tendrá que
temer del resultado.
(a) Cuente y compare, para empezar, las ganancias y las pérdidas,
si quiere llegar a ser un cristiano santo y auténtico. Es posible que
pierda algo en este mundo, pero ganará la salvació n de su alma
inmortal. Está escrito: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo
el mundo, y perdiere su alma?” (Mr. 8:36).
(b) Cuente y compare, ademá s, las alabanzas y las acusaciones, si
quiere ser un cristiano santo y auténtico.
¿Es usted nacido de nuevo? 133
Es muy posible que los hombres lo acusen, pero tendrá la alabanza
de Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo. Las
acusaciones vendrá n de algunos hombres y mujeres falibles, ciegos y
errados. Las alabanzas vendrá n del Rey de reyes, y Juez de toda la
tierra. Aquellos a quienes él bendice, son realmente bendecidos. Está
escrito “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os
persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
Gozaos y alegraos, porque vuestro galardó n es grande en los
cielos” (Mt. 5:11,12).
(c) Cuente y compare también los amigos y los enemigos, si
quiere ser un cristiano santo y auténtico. Por un lado, tiene la
enemistad del diablo y de los impíos. Por el otro, tiene el favor y la
amistad del Señ or Jesucristo. Sus enemigos, en el peor de los casos,
só lo pueden herir su calcañ ar. Pueden enfurecerse e ir por mar y
tierra para causar su ruina, pero no lo pueden destruir. Su Amigo
puede salvar perpetuamente a los que vienen a Dios por medio de
Cristo. Nadie jamá s le quitará de sus manos a una de sus ovejas.
Escrito está : “Mas os digo, amigos míos: No temá is a los que matan el
cuerpo, y después nada má s pueden hacer. Pero os enseñ aré a
quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la
vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed”
(Lc. 12:4, 5).
(d) Cuente y compare la vida presente y la vida venidera, si
quiere ser un cristiano santo y auténtico. No hay duda que el
tiempo presente no es precisamente fácil. Es un tiempo de velar y
orar, luchar y batallar, creer y trabajar. Pero dura só lo unos pocos
añ os. El tiempo futuro será de descanso y refrigerio. El pecado será
echado fuera. Satanás será amarrado. Y lo mejor de todo es que será
de descanso eterno. Está escrito: “Porque esta leve tribulació n
momentá nea produce en nosotros un cada vez má s excelente y
eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven,
sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales,
134 SANTIDAD
pero las que no se ven son eternas” (2 Co. 4:17, 18).
(e) Cuente y compare los placeres del pecado y la felicidad de
servir a Dios, si quiere ser un cristiano santo y auténtico. Los placeres
que el hombre mundano obtiene por lo que hace, son vacíos,
irreales e insatisfactorios. Son como el estrépito de los espinos en el
fuego: Chisporroteos excitantes por unos minutos, que luego se
apagan para siempre. La felicidad que Cristo da a su pueblo es algo
só lido, duradero y sustancial. No depende de la salud ni de las
circunstancias. Nunca abandona al hombre, ni siquiera en la
muerte. Termina en una corona de gloria que no se desvanece.
Está escrito: “Que la alegría de los malos es breve”. “La risa del
necio es como el estrépito de los espinos debajo de la olla” (Job
20:5; Ec. 7:6). Pero también está escrito: “La paz os dejo, mi paz os
doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro
corazó n, ni tenga miedo” (Jn. 14:27).
(f) Cuente y compare las aflicciones que incluye el verdadero
cristianismo y las aflicciones que les espera a los malos más allá
del sepulcro. Admitamos por un momento que la lectura bíblica, la
oració n, el arrepentimiento, creer y vivir una vida santa requieren
sacrificios y negarse a sí mismo. Esto no es nada comparado con la
“ira que vendrá ” reservada para el impenitente y el incrédulo. Un
solo día en el infierno es peor que una vida entera llevando la cruz.
“El gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Is. 66:24;
Mr. 9:44-48), son cosas que sobrepasan a lo que el hombre puede
concebir o describir totalmente. Está escrito: “Hijo, acuérdate que
recibiste tus bienes en tu vida, y Lá zaro también males; pero ahora
éste es consolado aquí, y tú atormentado” (Lc. 16:25).
(g) Cuente y compare, en ú ltimo lugar, el número de los que se
apartan del pecado y el mundo y sirven a Cristo, y el número de
los que dejan a Cristo y vuelven al mundo. De los primeros
encontrará miles y de los segundos ninguno.
¿Es usted nacido de nuevo? 135
Cada añ o hay multitudes de personas que dejan el camino ancho y
toman el angosto. Nadie que realmente toma el camino angosto se
cansa de él y vuelve al camino ancho. A menudo se ven pisadas en el
camino hacia abajo que dan media vuelta. Las pisadas en el camino al
cielo siempre van hacia adelante. Está escrito: “El camino de los
impíos es como la oscuridad… el camino de los transgresores es
duro” (Pr. 4:19; 13:15). Pero también está escrito: “Mas la senda de los
justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el
día es perfecto” (Pr. 4:18).
Sumas como éstas, sin duda, a menudo se hacen
incorrectamente. Sé muy bien que muchos siempre está n
“vacilando entre dos opiniones”. No pueden determinar si vale la
pena servir a Cristo. Las pérdidas y las ganancias, las ventajas y
desventajas, los sufrimientos y los gozos, las ayudas y los obstáculos
les parecen tan similares que no se pueden decidir a favor de Dios.
No pueden hacer correctamente esta gran suma. No pueden hacerla
tan clara como debiera ser. No cuentan bien.
Pero, ¿en qué radican sus errores? En la falta de fe. Para llegar a
una conclusió n acertada acerca de sus almas necesitan tener algo de
aquel poderoso principio que San Pablo describe en el capítulo 11
de su Epístola a los Hebreos. Intentaré mostrar có mo funciona ese
principio en la gran tarea de “calcular el costo”.
La importancia de la fe al “calcular el costo”
¿Có mo fue que Noé perseveró en construir el arca? Estaba solo en
medio de un mundo de pecadores. Tuvo que soportar que lo
menospreciaran, lo ridiculizaran y se burlaran de él. ¿Qué fue lo que
mantuvo firme su brazo y lo hizo seguir trabajando con paciencia a
pesar de todo eso? Fue la fe. Creía en la ira que vendría. Creía que no
existía ninguna otra seguridad, excepto en el arca que estaba
preparando. Le creyó a Dios y no les hizo caso a las opiniones
del mundo.
136 SANTIDAD
“Calculó el costo” por fe y no dudó que construir el arca era ganancia.
¿Có mo fue que Moisés renunció a los placeres de la casa de Faraó n
y se negó a ser llamado hijo de la hija de Faraó n? ¿Có mo fue que
prefirió compartir el destino de un pueblo despreciado como el
hebreo y arriesgar todo en su mundo para realizar la gran obra de
librar a los suyos de la esclavitud? Visto desde un punto de vista
humano, estaba perdiendo todo sin ganar nada. ¿Qué fue lo que lo
motivó ? Fue la fe. Creía que había Uno muy superior a Faraó n que
le llevaría seguro a lo largo de su misió n. Creía que “la recompensa
de recibir un galardó n” era mucho mejor que todos los honores de
Egipto. “Calculó el costo” por fe, “como viendo al invisible” y estaba
convencido de que renunciar a Egipto y marchar al desierto era
ganancia.
¿Có mo fue que el fariseo Saulo pudo decidirse a ser cristiano? El
costo y los sacrificios que significaban el cambio eran tremendos.
Renunció a su futuro brillante entre su propio pueblo. En lugar de
recibir el favor del hombre se hizo acreedor al odio del hombre, a
la enemistad del hombre y a la persecució n humana, aun hasta la
muerte. ¿Qué fue lo que le dio las fuerzas para enfrentar todo eso?
Fue la fe. Creía que Jesú s, quien lo encontró en el camino a
Damasco, podía darle cien veces más de lo que renunciaba en este
mundo; creyó por fe que en el mundo venidero tendría vida eterna.
Por fe, “calculó el costo” y vio claramente de qué lado se inclinaba
la balanza. Creía firmemente que llevar la cruz de Cristo era
ganancia.
Subrayemos bien estas cosas. La fe que llevó a Noé, a Moisés y a
Pablo a hacer lo que hicieron es el gran secreto para llegar a una
conclusió n perfecta con respecto a nuestras almas. Esa misma fe
tiene que ser nuestro ayudante y tesorero cuando nos sentamos para
calcular el costo de ser un verdadero cristiano. Esa fe está a nuestra
disposició n, no tenemos más que pedirla. “É l da mayor gracia” (Stg.
4:6).
¿Es usted nacido de nuevo? 137

Armados con esa fe, no agregaremos nada a la cruz ni restaremos


nada a la corona. Todas nuestras conclusiones será n correctas.
Nuestra suma total no tendrá ni un error.
Aplicaciones prácticas
(1) En conclusió n, piense seriamente cada lector si su vida
espiritual le está costando algo en el presente. Es muy probable que
no le esté costando nada. Es muy posible que no le cueste
problemas, ni tiempo, ni reflexiones, ni preocupaciones, ni
sufrimientos, ni lectura, ni oraciones, ni negarse a sí mismo, ni
conflictos, ni trabajo, ni esfuerzo de ninguna clase. Ahora preste
atenció n a lo que le voy a decir. Una vida espiritual como esa
nunca salvará su alma. Nunca le dará paz mientras viva, ni
esperanza cuando llegue la muerte. No le dará fuerzas el día de la
aflicció n, ni lo consolará el día de su muerte. Una vida espiritual
que nada cuesta, nada vale. Despierte y conviértase. Despierte y crea.
Despierte y ore. No descanse hasta dar una respuesta
satisfactoria a mi pregunta: “¿Cuá nto cuesta?”.
(2) Piense, si quiere motivos conmovedores para servir a Dios,
cuánto cuesta proveerle una salvación a su alma. Piense có mo el
Hijo de Dios dejó el cielo y se hizo hombre, sufrió en la cruz y yació
en el sepulcro, a fin de pagar su deuda con Dios y obrar para usted
una redenció n completa. Piense en todo esto y aprenda que no es
cosa superficial tener un alma inmortal. Vale la pena invertir algo
por su alma.
Ay, perezoso, ¿ha llegado realmente a esto, a perderse el cielo
por no incomodarse? ¿Está realmente decidido a naufragar para
siempre, simplemente porque no le gusta hacer un esfuerzo?
¡Afuera con este pensamiento cobarde e indigno! ¡Levá ntese,
compó rtese y actú e con determinació n! Dígase a sí mismo: “Cueste lo
que cueste, me esforzaré para entrar por la puerta estrecha”. Ponga
sus ojos en la cruz de Cristo y tome nuevas fuerzas.
138 SANTIDAD

Espere con anticipació n la muerte, el juicio y la eternidad, y


tó melo en serio. Puede costarle mucho ser cristiano, pero puede
estar seguro de que vale la pena.
(3) Si algú n lector siente que realmente ya ha calculado el
costo y tomado la cruz, le insto a que persevere y siga adelante. Me
atrevo a decir que, a menudo, se ha de sentir desalentado y tentado a
darse por vencido. Sus enemigos parecen ser muchos, los pecados
que lo acosan son muy fuertes, sus amigos son pocos, el camino es
tan empinado y angosto que no sabe qué hacer. Pero aun así, le
insto a perseverar y seguir adelante.
El tiempo es muy breve. Unos cuantos añ os de velar y orar, unos
cuantos zarandeos del mar de este mundo, unos pocos fallecimientos
y cambios má s, unos pocos inviernos y veranos má s, y todo habrá
pasado. Habremos peleado nuestra ú ltima batalla y no tendremos
que pelear ninguna otra.
La presencia y compañ ía de Cristo compensará n todo lo que
sufrimos aquí. Cuando nos veamos como el Señ or nos ve y
miremos hacia atrá s el peregrinaje que fue nuestra vida, nos
preguntaremos por qué habremos sido tan débiles. Nos
maravillaremos de haberle dado tanta importancia a nuestra cruz
y tan poca a nuestra corona. Nos asombraremos de que cuando
“calculábamos el costo” alguna vez, dudamos de qué lado de la
balanza estaba la ganancia. Seamos valientes. No estamos lejos del
hogar. Puede costar mucho ser un verdadero cristiano y un
creyente consecuente, pero vale la pena.
¿Es usted nacido de nuevo? 139

6. Crecimiento
“Creced en la gracia y el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. 2
Pedro 3:18

El tema del texto que encabeza esta pá gina es uno que no puedo
omitir de este libro sobre Santidad. Es un asunto que debiera resultar
sumamente interesante para todo cristiano verdadero. Como es
natural, plantea las preguntas: ¿Crecemos en la gracia? ¿Avanzamos
en nuestra religió n? ¿Progresamos?
No puedo esperar que la pregunta le interese a un cristiano que
lo es solo de nombre. Al hombre que no tiene má s que una religió n
de domingo, cuyo cristianismo es como su ropa dominguera, para
ponerse una vez por semana y luego dejarla a un lado, por
supuesto que no le puede interesar “crecer en la gracia”. Nada
sabe de cosas así; “para él son locura” (1 Co. 2:14). Pero a todo el
que toma su alma realmente en serio y tiene hambre y sed en su vida
espiritual, la pregunta tiene que tocarle poderosamente el corazó n.
¿Progresamos en nuestra religió n? ¿Estamos creciendo?
Estas preguntas siempre resultan provechosas, pero especialmente
en ciertas temporadas. Un sábado por la noche, un domingo que
participamos de la Cena del Señ or, la llegada de un cumpleañ os, un
fin de añ o—todas estas son temporadas que debieran hacernos
pensar y darnos una mirada introspectiva. El tiempo vuela. La vida se
nos va como el viento. Cada día se va acercando má s la hora
cuando la realidad de nuestro cristianismo será puesta a prueba, y el
resultado dirá si hemos edificado “sobre la roca” o sobre “la arena”.
Nos conviene, entonces, examinarnos de vez en cuando y ver có mo
anda nuestra alma. ¿Avanzamos en las cosas espirituales?
¿Estamos creciendo?
La pregunta es de especial importancia en la actualidad.
140 SANTIDAD

Flotan en las mentes de los hombres opiniones burdas y extrañ as


con respecto a algunos puntos doctrinales y, entre ellas, la
cuestió n de “crecer en la gracia” como una parte esencial de la
verdadera santidad. Algunos la rechazan totalmente. Otros la
explican tan superficialmente que le quitan toda su esencia. Miles de
personas la entienden mal, y en consecuencia la descuidan. En una
época como esta, es provechoso mirar de frente y de una manera
integral, el tema del crecimiento cristiano.
Al considerar este tema, hay tres cosas que quiero presentar y
establecer:
I. La realidad del crecimiento religioso. El “crecimiento en la
gracia” es algo que realmente existe.
II. Las señales del crecimiento religioso. Hay señ ales por las
cuales se puede ver el “crecimiento en la gracia”.
III. Los medios que determinan el crecimiento religioso. Estos son
medios que tienen que usar aquellos que anhelan experimentar
“crecimiento en la gracia”.
No sé quién es usted, en qué manos cayó este escrito. Pero sea
quien sea quiero que le dé toda su atenció n a su contenido.
Créame, el tema no es solo un asunto de especulació n y
controversia. Si en la religió n hay temas eminentemente prácticos,
este es uno de ellos. Está estrecha e inseparablemente conectado con
todo el tema de la “santificació n”. El crecimiento es una señ al
principal de los verdaderos santos. La salud y prosperidad espiritual,
la felicidad y paz espiritual de cada cristiano sincero y santo, está n
estrechamente ligados con el tema del crecimiento espiritual.
I. La realidad del crecimiento en la gracia
El primer punto que me propongo establecer es este: El
crecimiento en la gracia es algo que realmente existe.
El que algú n cristiano niegue esta proposició n es a primera vista
¿Es usted nacido de nuevo? 141
extrañ o y lamentable.

Pero conviene recordar que la comprensió n del hombre ha caído


tanto como su voluntad. Los desacuerdos sobre doctrinas son a
menudo nada más que desacuerdos sobre el significado de palabras.
Espero que así sea en este caso. Estoy consciente de que cuando hablo
de “crecimiento en la gracia” y defiendo mi postura, habrá quienes
estén en desacuerdo conmigo y hablen del mismo tema pero con un
significado muy distinto. Por lo tanto, despejaré el camino explicando
lo que quiero significar.
Definición de “crecer en la gracia”
(a) Cuando hablo de “crecer en la gracia”, no quiero decir de
ninguna manera que el interés del creyente en Cristo puede crecer.
No quiero decir que pueda crecer en su certeza, aceptació n de Dios ni
seguridad. No quiero decir que pueda ser má s justificado, má s
perdonado, que esté en má s en paz con Dios que en el primer
momento cuando creyó . Mantengo firmemente que la justificació n
del creyente es una obra terminada, perfecta y completa; y que aun el
santo má s débil, aunque quizá no lo sepa o perciba, ha sido justificado
tan completamente como el má s fuerte. Creo firmemente que
nuestra elecció n, llamado y posició n en Cristo no incluye grados,
incrementos ni reducciones. Si alguien se imagina que al decir
“crecer en gracia” quiero significar crecer en justificación está
totalmente equivocado en cuanto al punto que estoy
considerando.Iría a la hoguera, con la ayuda de Dios, por defender
la verdad gloriosa de que en la cuestió n de la justificació n ante
Dios todoslos creyentes está n “completos en él” (Col. 2:10). Desde
el momento que cree, nada puede quitá rsele a sujustificació n ni
tampoco se le puede agregar.
(b) Cuando hablo de “crecer en la gracia” solo me refiero al grado,
tamaño, fuerza, vigor y poder de las gracias que el Espíritu Santo
planta en el corazón del creyente. Sostengo que cada una de esas
gracias incluye crecimiento, progreso e incremento.
142 SANTIDAD

Mantengo que arrepentimiento, fe, esperanza, amor, humildad,


celo, valentía y cosas parecidas, pueden ser pequeñ as o grandes,
fuertes o débiles, vigorosas o endebles y pueden variar mucho en una
misma persona en diferentes periodos de su vida. Cuando hablo de
que alguien “crezca en la gracia”, quiero decir sencillamente esto: Que
su sentido del pecado se está profundizando, su fe fortaleciendo, su
esperanza haciendo más brillante, su amor más extenso, su
espiritualidad má s marcada. Siente má s el poder de la piedad en
su propio corazó n. Manifiesta má s de ella en su vida. Va de fuerza
en fuerza, de fe en fe y de gracia en gracia. Dejo que otros
describan esta condició n con las palabras que prefieran. En cuanto
a mí, creo que la mejor definició n de esta condició n del hombre es
esta: Está “creciendo en la gracia”.
Fundamento sobre el cual construir
(1) Un fundamento principal sobre el cual edificar esta doctrina de
“crecer en gracia”, es el lenguaje claro de las Escrituras. Si es que las
palabras de la Biblia algo significan, el “crecimiento” existe y los
creyentes tienen que recibir la exhortació n de “crecer”. ¿Qué dice
Pablo? “vuestra fe va creciendo” (2Ts. 1:3). “Rogamos, hermanos,
que abundéis en ello má s y má s” (1 Ts. 4:10). “Creciendo en el
conocimiento de Dios” (Col. 1:10). “Esperamos que conforme crezca
vuestra fe seremos muy engrandecidos” (2 Co. 10:15). “Y el Señ or
os haga crecer” (1 Ts. 3:12). “Crezcamos en todo en aquel que es la
cabeza” (Ef. 4:15). “Vuestro amor abunde aun má s y má s” (Fil.
1:9). “Y el Señ or os haga crecer” (1 Ts. 4:1). ¿Qué dice Pedro?
“Desead, como niñ os recién nacidos, la leche espiritual no adulterada,
para que por ella crezcá is” (1 P. 2:2). “Creced en la gracia y el
conocimiento de nuestro Señ or y Salvador Jesucristo” (2 P. 3:18).
No sé lo que otros piensen de textos como estos. A mi entender,
establecen la doctrina que estoy defendiendo y hacen imposible
cualquier otra explicació n. La Biblia enseñ a el crecimiento en la
¿Es usted nacido de nuevo? 143
gracia. Podría terminar aquí y no decir má s.

(2) No obstante, el otro fundamento sobre el cual construir la


doctrina de “crecer en la gracia”, es el fundamento de la realidad y
la experiencia. Le pregunto al lector sincero del Nuevo Testamento
si acaso no puede ver, tan claro como el sol del medio día, los
distintos grados de gracia en los santos cuyas historias relata el
Nuevo Testamento. Le pregunto si acaso no puede ver en las
mismísimas personas una diferencia tan grande entre su fe y su
conocimiento en distintas etapas, igual como se vela diferencia de la
fuerza de una persona cuando era niñ o y cuando es adulto. Le
pregunto si acaso las Escrituras no reconocen esto claramente en
el lenguaje que usa cuando habla de “débiles” en la fe y “fuertes”
en la fe, de cristianos como “recién nacidos”, “infantes”, “jó venes” y
“padres” (1 P. 2:2; 1 Jn. 2:12-14). Le pregunto, sobre todo, si su
propia observació n de los creyentes en la actualidad no lo lleva a
la misma conclusió n.
¿Qué cristiano verdadero no confesaría que hay mucha diferencia
entre su propia fe y conocimiento cuando recién se había convertido y
sus logros actuales, como entre un á rbol joven y uno maduro? En
principio, sus gracias son las mismas, pero han crecido. No sé
có mo les caerá esto a otros, pero a mí me resulta indiscutible el
hecho de que el “crecimiento en la gracia” es real.
Casi me da vergü enza dedicarle tanto espacio a esta parte del
tema. De hecho, si alguno dice que la fe, la esperanza, el
conocimiento y la santidad del recién convertido son tan fuertes
como la de un creyente maduro, y no necesita crecer, sería una
pérdida de tiempo seguir discutiendo. No hay duda de que son reales,
pero no tan fuertes—reales, pero no tan vigorosos—como las
semillas que planta el Espíritu, que aú n no llevan fruto. Y si alguien
me pregunta có mo llegar a ser má s fuerte, le digo que tiene que
ser por el mismo proceso por el cual todas las cosas que tienen vida
lo logran. Tiene que crecer. Y eso es lo que quiero significar cuando
144 SANTIDAD
digo“crecer en la gracia”1.

“Crecer en la gracia” es evidencia de…


Pasemos de las cosas que he estado diciendo a un aspecto má s
prá ctico del gran tema que nos ocupa. Quiero que todos consideren
“crecer en la gracia” como algo de importancia infinita para el alma. A
pesar de lo que otros puedan pensar, nos es de mucho beneficio
asegurarnos de que tenemos la respuesta correcta a la pregunta:
¿Estamos creciendo?
(a) Sepamos, entonces que el “crecimiento en la gracia” es la
mejor evidencia de salud espiritual y prosperidad. En el caso de
un niñ o, una flor o un á rbol sabemos bien que cuando no hay
crecimiento algo anda mal. La buena salud de un animal o un
vegetal se muestra porque prospera y crece. Sucede lo mismo con
nuestras almas. Siprosperan y andan bien, crecen2.
(b) Sepamos,
ademá s, que “crecer en la gracia” es una manera de ser
felices en nuestra religión. Dios ha entrelazado sabiamente nuestra
tranquilidad y nuestro aumento de santidad. En su gracia, ha hecho
que seguir adelante y aspirar a logros mayores como cristianos sea
para nuestro bien. Hay una gran diferencia entre la cantidad de placer
que un creyente disfruta en su religió n comparado con lo que disfruta
otro. Pero puede estar seguro de que el hombre comú n que siente
má s “gozo y paz en el creer” (Ro. 15:13) y tiene el testimonio má s
claro del Espíritu en su corazó n, es el hombre que crece.
(c) Sepamos también que “crecer en la gracia” es un secreto de
nuestra utilidad para otros.

1
“La gracia auténtica es progresiva, de una naturaleza que se esparce, crece. Sucede con la
gracia lo mismo que con la luz: Primero, está el amanecer, luego va aumentando hasta la
plenitud del mediodía. Las Escrituras comparan a los santos, no sólo con estrellas por su
luz, sino con los árboles por su crecimiento (Is. 61:3; Os. 14:5). El buen cristiano no es
como el sol de Ezequías que retrocedía, ni como el de Josué que se detuvo, siempre está
avanzando en santidad, creciendo en su conocimiento de Dios”. —Body of Divinity
(Cuerpo de divinidad), por Thomas Watson, Pastor de St. Stephen’s Walbrook, 1660.
¿Es usted nacido de nuevo? 145

Nuestra influencia para bien de otros depende grandemente de lo que


ven en nosotros. Los hijos del mundo miden el cristianismo tanto
por sus ojos como por sus oídos. El cristiano que siempre está
visiblemente estancado con las mismas faltas pequeñ as,
debilidades, acuciantes pecados y defectos intrascendentes, rara
vez hace algú n bien. El hombre que sacude y agita las mentes y
pone el mundo a pensar, es el creyente que continuamente mejora
y avanza. Los hombres piensan que hay vida y realidad cuando ven
crecimiento3.
(d) Sepamos asimismo que “crecer en la gracia” agrada a Dios. Es
maravilloso pensar que haya algo que puedan hacer criaturas como
nosotros que agrade al Dios Altísimo. Las Escrituras hablan de
caminar para “agradar a Dios”. Dice también que hay sacrificios de
los cuales “se agrada Dios” (1 Ts. 4:1; He. 13:16). Al agricultor le
encanta ver florecer y llevar fruto a las plantas a las cuales dedicó
tanto trabajo. Lo desanima y entristece verlas de pie todavía, pero con
un grave retraso en su crecimiento. ¿Y qué dice el mismo Señ or? “Yo
soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador”;
2
“El crecimiento de la gracia es la mejor evidencia de la autenticidad de la gracia. Las
cosas que no tienen vida no crecen. Un cuadro no crece. El poste de una verja no crece.
Pero la planta que tiene vida crece. El crecimiento de la gracia muestra que está viva en
el alma”. —Thomas Watson, 1660.
3
“Cristiano, si quiere despertar en otros el anhelo de exaltar al Dios de gracia, ocúpese de
ejercitar y mejorar sus propias gracias. Cuando un pobre sirviente vive con una familia y
ve la fe, el amor, la sabiduría, la paciencia y la humildad de un amo brillando como las
estrellas en el cielo, le incita a dar gracias al Señor porque pudo venir a vivir con esta
familia. Cuando las gracias dadas a los hombres resplandecen como resplandeció el
rostro de Moisés, cuando su vida es puro cielo como la vida de José, brillando con
virtudes como muchas estrellas brillantes, cuántos otros se sienten impulsados a
glorificar a Dios y exclamar: ‘¡Ciertamente estos son cristianos! ¡Estos son un honor
para su Dios, una corona
para su Cristo y un orgullo para su evangelio! ¡Oh, si todos fueran así, nosotros
también seríamos cristianos!’”. —Unsearchable Riches (Riquezas inescrutables), por T.
Brooks 1661.
146 SANTIDAD
“En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y
seá is así mis discípulos” (Jn. 15:1, 8). El Señ or se agrada de todo
su pueblo, pero especialmente de los que crecen.
(e)Sepamos, sobre todo, que “crecer en la gracia” no es solo algo
que es posible, sino algo de lo cual los creyentes son responsables.
Decirle a un inconverso muerto en pecado que “crezca en la gracia”
sería absurdo. Decirle a un creyente despierto y vivo en Dios, que
crezca, no es má s que convocarlo a que cumpla un deber
claramente bíblico. Tiene dentro de él un principio nuevo, y es su
deber solemne no dejar que se apague. Descuidar su crecimiento lo
despoja de sus privilegios, contrista al Espíritu y hace que las ruedas
del carruaje de su alma giren con dificultad. Me gustaría saber de
quién es la culpa, si un creyente no crece en la gracia. La culpa, de
seguro, no la tiene Dios. É l “da gracia” y se deleita en ello; “ama la
paz de su siervo” (Stg. 4:6; Sal. 35:27). La falta, sin duda, es
nuestra. Nadie má s que nosotros tiene la culpa si no crecemos.
II. Marcas del “crecimiento en la gracia”
El segundo punto que me propongo establecer es este: Hay
marcas por las cuales se puede conocer el crecimiento en la gracia.
Doy por sentado que no cuestionamos la realidad del crecimiento
en la gracia y su inmensa importancia. Hasta aquí, bien. ¿Le
gustaría saber ahora có mo alguien podría comprobar que está
creciendo en la gracia o no? En primer lugar, contesto esta pregunta
haciendo la observació n de que somos paupérrimos jueces de nuestra
propia condició n y que los que está n a nuestro alrededor nos conocen
mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos. Pero respondo
también que hay indudablemente ciertas marcas y señ ales del
crecimiento en la gracia, y que dondequiera que se muestren estas
marcas veremos un alma “creciendo”. A continuació n enunciaré en
orden algunas de estas señ ales.
¿Es usted nacido de nuevo? 147
(a) Una
marca del “crecimiento en la gracia” es un incremento de
humildad.

El hombre cuya alma está “creciendo”, cada añ o siente má s lo


pecaminoso e indigno que es. Dice con Job: “He aquí que yo soy
vil”; con Abraham: Soy “polvo y ceniza”; con Jacob: “Menor soy que
todas las misericordias”; con Isaías: Soy “hombre inmundo de
labios”; con David: “Yo soy gusano”; con Pedro: “Soy hombre
pecador” (Job 40:4; Gn. 18:27; 32:10; Sal. 22:6; Is. 6:5; Lc. 5:8).
Má s se acerca a Dios, má s ve la santidad y perfecció n de Dios y
má s sensible es a sus propias innumerables imperfecciones. Má s
avanza en su camino al cielo, mejor comprende lo que San Pablo
significa cuando dice: “Ni que ya sea perfecto”, “no soy digno de ser
llamado apó stol”, “soy menos que el má s pequeñ o de todos los
santos”; “de los cuales [pecadores] yo soy el primero” (Fil. 3:12; 1Co.
15:9; Ef. 3:8; 1Ti. 1:15).
Entre má s madurez alcanza para la gloria, má s, como el maíz
maduro, inclina la cabeza. Cuanto má s brillante y má s clara es su
luz, má s se notan las deficiencias y debilidades de su propio
corazó n. Le diría que cuando recién se había convertido veía muy
poco, comparado con lo que ve ahora. ¿Quiere alguien saber si está
creciendo en la gracia? Entonces mire su interior con creciente
humildad4.
(b) Otramarca del “crecimiento en la gracia” es un aumento de fe
y amor por nuestro Señor Jesucristo. El hombre cuya alma está
“creciendo”encuentra cada añ o má s de Cristo sobre lo cual
descansar, y se regocija má s de que tiene tal Salvador. Es
indudable que vio mucho de él en el momento en que creyó . Su fe
se apropió de la expiació n de Cristo que le dio esperanza.
Pero a medida que crece en la gracia ve miles de cosas en Cristo
que al principio nunca hubiera soñ ado.
148 SANTIDAD
Su amor y poder, su corazó n y sus intenciones, sus oficios como
Sustituto, Intercesor, Sacerdote, Abogado, Médico, Pastor y Amigo
se van mostrando de un modo indescriptible al alma que va
creciendo.
En suma, descubre en Cristo una satisfacció n a las necesidades de su
alma, que antes ni siquiera veía a medias. ¿Quiere alguien saber si
está creciendo en la gracia? Entonces mire su interior para
encontrar un mayor conocimiento de Cristo.
(c) Otra marca del “crecimiento en la gracia” es un aumento de
santidad en su vida y conversación. El hombre cuya alma está
“creciendo” logra cada añ o má s dominio sobre el pecado, el
mundo y el diablo. Cuida mejor su temperamento, sus palabras y
sus acciones. Vigila mejor su conducta en cada relació n de su vida.
Se esfuerza por conformarse a la imagen de Cristo en todas las cosas,
en seguirlo como su ejemplo, al igual que confiar en él como su
Salvador. No se contenta con logros y gracia ya obtenidos. Se olvida
las cosas pasadas y se extiende hacia adelante, haciendo de las
palabras “prosigo”, “superior”, “¡hacia arriba!” “¡adelante!” su lema
continuo (Fil. 3:13). En la tierra ansía y anhela tener una voluntad
má s acorde con la voluntad de Dios. Lo principal que espera del
cielo, ademá s de la presencia de Cristo, es una separació n
completa de todo pecado. ¿Quiere alguien saber si está creciendo en
la gracia? Entonces mire en su interior para encontrar una santidad
creciente5.
4
“La manera correcta de crecer es decrecer a los ojos de uno mismo: ‘Mas yo soy gusano, y no
hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo’ (Sal. 22:6). Ver corrupción e
ignorancia causa que el cristiano desarrolle una aversión por sí mismo. Se convierte en
nada a sus propios ojos. Job decía de sí mismo: ‘Por tanto me aborrezco, y me arrepiento
en polvo y ceniza’ (Job 42:6). Quitarse el engreimiento es bueno”. —T. Watson, 1660.
5
“Sentirse cada vez más indiferente al pecado es señal de no estar creciendo en la gracia.
Hubo un tiempo cuando nos entristecía aun el más pequeño de los pecados (así como
una basurita hace lagrimear al ojo), pero ahora podemos

digerir el pecado sin que nos dé remordimiento. Hubo un tiempo cuando al cristiano le
entristecía si descuidaba sus oraciones privadas, pero ahora puede hasta omitir la
¿Es usted nacido de nuevo? 149
oración familiar. Hubo un tiempo cuando le molestaban los pensamientos vanos, ahora
no le molestan ni las prácticas libertinas. Hay una lamentable declinación en el
cristianismo y la gracia dista tanto de crecer que casi ni se le siente el pulso”. —T.
Watson, 1660.

Otra marca del “crecimiento en la gracia” es un aumento de


espiritualidad en sus gustos y su mente. El hombre cuya alma está
“creciendo” se interesa cada añ o má s en las cosas espirituales. No
descuida sus obligaciones en el mundo. Cumple fiel, diligente y
consecuentemente cada relació n de su vida, sea en su hogar o fuera
de él. Pero lo que má s ama son las cosas espirituales. Las costumbres,
las modas, las diversiones y las distracciones del mundo ocupan cada
vez menos lugar en su corazó n. No las condena como sumamente
pecaminosas, ni dice que los que tienen algo que ver con ellas se van
al infierno. Simple y sencillamente siente que cada vez le interesan
menos, y poco a poco le parecen menos importantes y má s triviales.
Los amigos espirituales, las ocupaciones espirituales, las
conversaciones espirituales parecen ser cada vez de más valor para
él. ¿Quiere alguien saber si está creciendo en la gracia? Entonces
mire su interior para encontrar un aumento de espiritualidad en sus
gustos6.
6
“Si anhela ser rico en las gracias, tenga cuidado por dónde camina. No es rica el alma que
sabe mucho o que habla mucho, sino la que es obediente, la que camina cerca de Dios.
Otros pueden ser ricos en ideas, pero ninguno tan rico en experiencias espirituales y
en todas las gracias santas y celestiales como el cristiano que camina cerca del Señor”.
—T. Brooks, 1661.
“Es señal de no estar creciendo en la gracia, cuando nos estamos haciendo más mundanos.
Quizá, alguna vez, nuestros corazones miraban las cosas de arriba y hablábamos el idioma
de Canaán. Pero ahora, nuestras mentes ya no piensan en el cielo, sacamos nuestros
placeres de esas minas bajo la tierra y andamos por el mundo con Satanás. Es señal de
que estamos retrocediendo y nuestra gracia sufre de tuberculosis. Se puede ver cuando la
naturaleza se va desintegrando y es como cuando las personas están cerca de la muerte,
se encorvan más hacia la tierra y casi ni pueden traer a su mente un pensamiento
celestial; si la gracia no ha muerto, está a punto de morir”. —T. Watson, 1660.

(d) Otra
marca del “crecimiento en la gracia” es el aumento de
amor. El hombre cuya alma está “creciendo” está má s lleno de amor
150 SANTIDAD
cada añ o, de amor por todos, pero especialmente por los hermanos.
Demostrará su amor activamente por una creciente disposició n de
ser más bondadoso, interesarse por los demá s, tener buena
disposició n hacia todo, ser generoso, afable, comprensivo, tierno y
considerado. Lo demostrará pasivamente por una creciente
disposició n de ser humilde y paciente con todos, de tolerar las
provocaciones y no exigir sus derechos, de soportar y abstenerse
en lugar de disputar.
El alma que crece tratará de pensar lo mejor acerca de la conducta
de otras personas, de creer todas las cosas y esperar todas las cosas
incluso hasta el fin. No hay marca má s segura de la reincidencia y la
caída de la gracia, que una creciente tendencia a recalcar las faltas,
encontrar fallas y ver los puntos débiles de los demá s.
¿Quiere alguien saber si está creciendo en la gracia? Entonces mire
su interior para encontrar un incremento en su amor.
(e) Una marca má s de “crecimiento en la gracia” es el aumento de
celo y diligencia en tratar de hacerle bien a las almas. El hombre
cuya alma realmente está “creciendo” se interesará más cada añ o por
la salvació n de los pecadores.
La obra misionera cercana y la lejana, los esfuerzos por dar má s
luz y reducir la oscuridad en el á mbito religioso son cosas que
ocupará n má s de su atenció n cada añ o. No se “cansará de hacer el
bien” aunque vea que no todos sus esfuerzos son exitosos. No se
interesará menos por el avance de la causa de Cristo sobre la tierra a
medida que va envejeciendo, aunque aprenderá a esperar menos.
Sencillamente seguirá trabajando sean cuales fueren los resultados,
(dando, orando, predicando, hablando, visitando, segú n su posició n) y
considerará su trabajo como su propia recompensa.

Una de las señ ales má s seguras de una declinació n espiritual es un


interés decreciente en las almas de otros y en el crecimiento del
¿Es usted nacido de nuevo? 151
reino de Cristo. ¿Quiere alguien saber si está creciendo en la
gracia? Entonces mire su interior para encontrar una creciente
preocupació n por la salvació n de las almas.
Tales son las marcas má s dignas de confianza del crecimiento
en la gracia. Examinémoslas con cuidado, y reflexionemos sobre lo
que sabemos de ellas. Creo que quizá no sean del gusto de algunos
cristianos profesantes en la actualidad.
Esos religiosos de alto vuelo cuya ú nica noció n del cristianismo
es la de un estado de gozo y éxtasis perpetuos, que dicen que han
superado por mucho la etapa de conflictos y humillació n de sus
almas, seguramente considerará n “legalistas”, “carnales” y “signos
de esclavitud” a estas marcas que he presentado. No puedo evitarlo.
No me considero un gran maestro en estas cosas. Solo quiero que
mis afirmaciones sean pesadas en la balanza con las Escrituras. Y
creo firmemente que he dicho no solo lo que es bíblico sino
también lo que coincide con la experiencia de la mayoría de los
santos insignes de todas las épocas. Muéstreme un hombre en el
cual podemos encontrar las seis marcas mencionadas. É l es el que
podría responder satisfactoriamente a la pregunta:
¿ESTAMOS CRECIENDO?
III.Los medios para crecer en la gracia
Lo tercero y ú ltimo que me propongo a considerar es esto: Los
medios que deben usar los que anhelan crecer en la gracia. Nunca
olvidemos las palabras de Santiago: “Toda buena dádiva y todo don
perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces” (Stg. 1:17).
Esto, sin duda, es cierto en cuanto al crecimiento en la gracia así
como lo es en cuanto a todo lo demá s. Es un “don de Dios”. Pero
aun así siempre hemos de recordar que Dios se complace en obrar
con los medios. Dios ha ordenado los medios al igual que su finalidad.

El que quiere crecer en la gracia tiene que usar los medios para
152 SANTIDAD
lograr crecimiento7.
Me temo que este es un punto demasiado olvidado por muchos
creyentes. Muchos admiran el crecimiento de la gracia en otros, y
desearían ser como ellos. Pero parece que suponen que los que
crecen lo hacen por algú n don o favor de Dios, y que ese don no les
ha sido dado a ellos así que tienen que contentarse tal como está n.
Esto es una fantasía contra la cual testificaré con todas mis
fuerzas. Quiero que se entienda claramente que el crecimiento en la
gracia está conectado estrechamente con los usos al alcance de todo
creyente y que, por lo general, las almas que crecen lo hacen porque
se valen de estos medios.
Pido especial atenció n de mis lectores mientras trato de presentar
en orden los medios para lograr crecer en la gracia. Desechen para
siempre la idea vana de que si un creyente no crece en la gracia no es
por su culpa. Determine que el creyente, el hombre avivado por el
Espíritu no es meramente una criatura muerta, sino un ser con
capacidades y responsabilidades enormes. Grabe en su corazó n las
palabras de Salomó n: “El alma del perezoso desea, y nada alcanza;
Mas el alma de los diligentes será prosperada” (Pr. 13:4).

7
“La experiencia le enseña a cada cristiano que cuánto más estricta, estrecha y
constantemente camina con Dios, más fuerte se hace en el cumplimiento de sus deberes.
Los hábitos infundidos mejoran con el ejercicio. El fuego del altar de los sacrificios
descendía inicialmente del cielo para hacer arder la leña, pero luego se mantenía vivo
por el cuidado y labor de los sacerdotes. Así, los hábitos de gracia espiritual son
infundidos inicialmente por Dios, pero tienen que ser avivados por influencias
cotidianas que provienen de Él. Pero también nuestros esfuerzos, ejercitándonos en la
piedad, dependiendo del Señor mantienen vivo ese fuego santo. Entre más se ejercita el
cristiano, más fuerte será”. —Collinges sobre la providencia, 1678.

(a) Un
elemento esencial en el crecimiento en la gracia es la
diligencia en usar los medios de gracia privados. Con esto
¿Es usted nacido de nuevo? 153
quiero decir los medios que el hombre debe usar él mismo a solas,
y que nadie puede usar en su lugar. Incluyo bajo este
encabezamiento la oració n en privado, la lectura de las Escrituras
en privado y la meditació n y auto examen en privado. El que no se
esfuerza por ocuparse de estas tres cosas no puede esperar
crecimiento. Estas son las raíces del verdadero cristianismo.
¡Equivocarse en esto, es equivocarse en todo! Aquí está la razó n por
la cual parece que muchos cristianos nunca progresan. Son
descuidados y negligentes en lo que respecta a sus oraciones en
privado. Leen muy poco su Biblia y con muy poco entusiasmo.
No se dan tiempo para analizarse y reflexionar en silencio acerca
del estado de sus almas.
Es inú til tratar de ignorar que la época en que vivimos está llena
de peligros específicos. Es una época de gran actividad, mucho apuro,
afá n y entusiasmo en la religió n. Muchos, indiscutiblemente
“muchos correrá n de aquí para allá , y la ciencia se aumentará ”
(Dn. 12:4). Muchos aceptan de buena gana ir a reuniones pú blicas,
escuchar sermones o cualquier otra cosa que apele a las
“sensaciones”. Pocos parecen recordar la necesidad absoluta de
tomarse el tiempo para hacer lo que dijo el salmista: “Meditad en
vuestro corazó n” (Sal. 4:4). Pero sin esto rara vez hay prosperidad
espiritual profunda. Sospecho que los cristianos ingleses de hace
doscientos añ os leían mucho má s sus Biblias y estaban con más
frecuencia a solas con Dios, que lo que está n los actuales.
¡Recordemos este punto! La religió n en privado tiene que recibir
nuestra mayor atenció n si queremos que nuestra alma crezca.
(b) Otro elemento esencial para crecer en la gracia es el cuidado en
usar los medios públicos de la gracia. Por esto, me refiero a los
medios que uno tiene a mano como miembro de la iglesia visible
de Cristo.

Bajo este encabezamiento incluyo las ordenanzas del culto regular


del domingo, la unió n del pueblo de Dios en oració n y alabanza, la
154 SANTIDAD
predicació n de la Palabra y la celebració n de la Cena del Señ or. Creo
firmemente que el modo como se usan estos medios pú blicos de
gracia habla mucho de la prosperidad o falta de ella en el alma del
creyente. Es fácil usarlos de una manera fría e indiferente. Su misma
familiaridad tiende a que les restemos importancia. El retorno
regular de la misma voz, el mismo tipo de palabras y las mismas
ceremonias tienden a adormecernos, endurecernos y hacernos
insensibles.
Esta es una trampa en la que caen demasiados hombres que
profesan ser cristianos. Si queremos crecer tenemos que
mantenernos en guardia en cuanto a esto. Este es un asunto que a
menudo contrista al Espíritu y perjudica en gran manera a los
santos. Procuremos elevar las oraciones antiguas, cantar los himnos
de antañ o, ponernos de rodillas ante el altar, escuchar la
predicació n de las antiguas verdades con la misma frescura y las
mismas ansias que cuando por primera vez creímos. Es señ al de
mala salud cuando alguien pierde el apetito, y es señ al de declinació n
espiritual cuando perdemos nuestro apetito por los medios de
gracia. Sea lo que haga en cuanto a los medios pú blicos, hágalo
siempre “segú n [sus] fuerzas” (Ec. 9:10). ¡Esta es la manera de
crecer!
(c) Otro elemento esencial para crecer en la gracia es cuidar
nuestra conducta en las cosas pequeñas del diario vivir. Nuestro
temperamento, nuestra lengua, el manejo de nuestras diversas
relaciones en la vida, el empleo de nuestro tiempo, entre otras cosas,
son aspectos que tenemos que vigilar atentamente si queremos que
nuestras almas progresen. La vida se compone de días, y los días de
horas, y las cosas pequeñ as de cada hora nunca son tan pequeñ as
que no merezcan la atenció n del cristiano. Cuando comienza a
podrirse la raíz o el corazó n de un á rbol,

se nota primero en las puntas de las ramas pequeñ as. “El que
desprecia las cosas pequeñ as”, dice un escritor secular, “caerá poco
¿Es usted nacido de nuevo? 155
a poco”. Eso es cierto. Dejemos que otros nos desprecien, si
quieren, y nos llamen meticulosos y demasiado cuidadosos.
Mantengá monos pacientemente en nuestro camino, recordando
que “servimos a un Dios a quien lo caracteriza la precisió n”, que
hemos de seguir el ejemplo de nuestro Señ or en lo má s pequeñ o al
igual que en lo más grande y que tenemos que “tomar nuestra cruz
cada día” y cada hora para no pecar. Tenemos que aspirar a tener un
cristianismo que, como la savia del á rbol, corre por cada ramita y
hoja de nuestro cará cter y lo santifica todo. ¡Es esta una manera de
crecer!
(d) Otro elemento esencial para crecer en la gracia es tener cautela
en cuanto a las compañías que frecuentamos y las amistades que
formamos. Quizá no haya nada que afecte más el cará cter del hombre
que las compañ ías que frecuenta. Nos contagiamos de las costumbres
y tendencias de aquellos con quienes vivimos y con quienes
conversamos; y desafortunadamente recibimos mucho má s mal que
bien. La enfermedad puede ser contagiosa, pero la buena salud no. Si
un cristiano profesante escoge deliberadamente intimar con los que
no son amigos de Dios y se aferran al mundo, es seguro que su
alma se perjudicará . Ya de por sí es difícil servir a Cristo bajo
cualquier circunstancia en un mundo como este. Pero es má s difícil
hacerlo si somos amigos de los indiferentes e impíos. Cometer errores
en la elecció n de amigos o de có nyuge es la razó n por la cual
muchos han dejado totalmente de crecer. “Las malas
conversaciones corrompen las buenas costumbres.” “la amistad
del mundo es enemistad contra Dios” (1 Co. 15:33; Stg. 4:4).
Busquemos amigos que nos motiven a ocuparnos de la oració n, la
lectura bíblica, el uso de nuestro tiempo, de nuestra salvació n y de los
asuntos del mundo venidero. ¿Quién es capaz de medir el bien que
puede hacer la palabra de un amigo dicha en el momento
adecuado, o el dañ o que puede impedir?

Es esta una manera de crecer8.


156 SANTIDAD
(e) Existe
un elemento más que es absolutamente necesario para
crecer en la gracia, y este es tener una comunión regular y
habitual con el Señor Jesús. Nadie suponga que al decir esto
estoy hablando de la Cena del Señ or. No, nada parecido. Estoy
hablando de ese há bito diario de una conversació n entre el
creyente y su Salvador, que solo puede suceder con fe, oració n y
meditació n. Me temo que es un há bito del cual muchos creyentes
saben poco. Una persona puede ser creyente y tener sus pies sobre la
roca, y aun así, privarse de sus privilegios.Es posible tener una
“unió n” con Cristo y aun así, tener poca o nada de “comunió n” con
él. Pero, aunque parezca mentira, tal cosa sucede.
Me parecen a mí que los nombres y oficios de Cristo, segú n los
estipulan las Escrituras, demuestran sin temor a dudas que esta
“comunió n” entre el santo y su Salvador no es mera fantasía, sino
algo realmente cierto. Entre el “Novio” y su esposa, entre la
“Cabeza” y sus miembros, entre el “Médico” y sus pacientes, entre el
“Abogado” defensor y sus clientes, entre el “Pastor” y sus ovejas,
entre el “Maestro” y sus discípulos, está evidentemente implícito
el há bito de una comunió n cercana, de un pedido diario de las que
cosas que necesitamos, de un abrir totalmente nuestros corazones
y mentes y echar sobre el Señ or nuestras cargas. Este há bito de
relacionarnos con Cristo de este modo se trata claramente de algo
má s que una confianza general y vaga en la obra que Cristo hizo
por los pecadores.
8
“Sean sus mejores amigos los que han hecho de Cristo su mejor amigo. No se fije tanto
en el exterior de los hombres como en su interior; mire sobre todo su valor interior.
Muchas personas se fijan en el exterior del profesante de la fe. Muéstreme un cristiano
que considera el valor interior de las personas, que convierte en sus amigos principales y
preferidos a los que están llenos de la plenitud de Dios”. —T. Brooks, 1661.

Se trata de acercarnos a él y aferrarnos a él con confianza, como un


Amigo cariñ oso y personal. Esto es lo que quiero decir por
¿Es usted nacido de nuevo? 157
“comunió n”.
Ahora bien, creo que nadie puede jamá s crecer en la gracia si no
ha experimentado “comunió n” habitual con Cristo. No tenemos
que contentarnos con un conocimiento general ortodoxo de que la
justificació n es por fe y no por obras y que tenemos que poner
nuestra confianza en Cristo. Tenemos que ir má s allá . Debemos
procurar tener una intimidad personal con el Señ or Jesú s, y tratar con
él como el que trata con un amigo querido. Tenemos que
comprender lo que es recurrir a él primero ante cada necesidad,
hablar con él acerca de cada dificultad, consultar con él a cada paso,
contarle a él todos nuestros sufrimientos, incluirlo en todas nuestras
alegrías, hacer todo como si nos estuviera viendo y vivir cada día
apoyá ndonos y confiando en él.
Esta es la manera como vivió Pablo. É l decía: “Lo que ahora vivo
en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios”, “para mí el vivir es
Cristo” (Gá . 2:20; Fil. 1:21). Es la ignorancia de esta manera de vivir
por la cual tantos no ven ninguna belleza en el libro de Cantar de los
Cantares. Pero es el hombre que vive de esta manera el que
mantiene una comunió n constante con Cristo. Este es el hombre,
digo enfá ticamente, cuya alma crecerá .
Aplicación práctica
Dejo aquí el tema de crecer en la gracia. Podría decir mucho
má s, si el tiempo lo permitiera. Pero espero haber dicho lo suficiente
como para convencer a mis lectores de que el tema es uno de suma
importancia. Iré terminando con algunas aplicaciones prá cticas.
(1) Este libro puede caer en las manos de algunos que nada saben
acerca de crecer en la gracia. Se preocupan poco o nada de la
religió n. Un poco de asistencia apropiada a la iglesia los domingos
constituye la suma y la sustancia de su cristianismo. Carecen de vida
espiritual, y por ende mientras así sea no pueden crecer. ¿Es usted
uno de ellos? Si lo es, se encuentra en una condició n lamentable.
Los añ os pasan en un abrir y cerrar de ojos y el tiempo vuela. Los
158 SANTIDAD
cementerios se está n llenando y las familias son cada vez má s
pequeñ as. La muerte y el juicio se nos están acercando a todos. ¡Y
no obstante usted vive inconsciente de su alma!
¡Qué locura! ¡Qué insensatez! ¿Qué suicidio puede ser peor que este?

Despierte antes de que sea demasiado tarde, despierte y levá ntese


de entre los muertos y viva para Dios. Vuélvase al que está sentado a
la diestra de Dios para ser su Salvador y Amigo. Vuélvase a Cristo, y
clame a él por su alma con todas sus fuerzas. ¡Todavía hay
esperanza! Aquel que llamó del sepulcro a Lá zaro no ha cambiado.
Aquel que mandó al hijo de la viuda de Naín que se levantara de su
ataú d puede hacer milagros aun con su alma. Bú squelo sin
dilació n: Bú squelo ahora mismo. Busque a Cristo si no quiere estar
perdido para siempre. No se quede allí, hablando de hacerlo,
queriendo hacerlo, con el propó sito, la intenció n, el deseo y la
esperanza de hacerlo. Busque a Cristo para poder vivir, y para que,
teniendo vida, pueda crecer.
(2) Este libro puede caer en las manos de algunos que algo
debieran saber de crecer en la gracia, pero que en este momento no
saben nada. Han progresado poco, si acaso han progresado algo desde
que se convirtieron. Parece que “reposan tranquilos” (Sof. 1:12).
Pasan añ o tras añ o satisfechos con su gracia de antes, experiencia
de antes, conocimiento de antes, fe de antes, logros de antes,
expresiones religiosas y frases de antes. Al igual que los
gabaonitas, su pan siempre está enmohecido y su calzado siempre
remendado y pesado. Parece que nunca avanzan. ¿Es usted como
uno de ellos? Si lo es, está viviendo sin aprovechar sus privilegios y
dejando de cumplir sus obligaciones. Ya es tiempo de que se examine
a sí mismo.

Si tiene razones para creer que es un verdadero creyente pero no


crece en la gracia, tiene que haber alguna falta, y alguna falta grave
¿Es usted nacido de nuevo? 159
en alguna parte. No puede ser la voluntad de Dios que su alma
permanezca inerte. “Dios…da gracia a los humildes” y “ama la paz
de su siervo” (Stg. 4:6; Sal. 35:27). No puede ser para bien de su
propia felicidad ni provechoso para usted que su alma
permanezca inerte. Sin crecimiento nunca se regocijará en el
Señ or (Fil. 4:4). Sin crecimiento no puede hacerle bien a nadie.
¡Esta falta de crecimiento es cosa seria! Tendría que provocar
mucha inquietud en su corazó n. Puede estar pasando con usted
como con los hijos de Israel que “hicieron secretamente cosas no
rectas” (2 R. 17:9). Tiene que haber alguna razó n.
Siga el consejo que le doy. Resuelva este mismo día que encontrará
la razó n de su inercia. Palpe con mano fiel y segura cada rincó n de
su alma. Busque de un extremo al otro de su campamento hasta
encontrar al Acá n que está debilitando sus manos. Comience con un
pedido al Señ or Jesucristo, el gran Médico de las almas; pídale que
cure el mal secreto en su interior, sea cual sea. Comience como si
nunca le hubiera pedido nada, y pídale gracia para amputarse la
mano derecha o arrancarse el ojo derecho. Pero nunca, nunca se
quede tranquilo si su alma no crece. Por su propia paz, por su
propia utilidad, por la honra de la causa de su Hacedor, decídase a
encontrar el porqué.
(3) Este libro puede caer en manos de algunos que realmente están
creciendo en la gracia, pero que no son conscientes de ello y no lo
reconocen. ¡Su propio crecimiento es la razó n por la cual no ven su
propio crecimiento! Su aumento continuo de humildad no les deja
sentir que está n progresando9. Sus rostros resplandecen como el
de Moisés cuando bajó del monte después de haber hablado con Dios.
La Biblia dice que, “no sabía Moisés que la piel de su rostro
resplandecía después que hubo hablado con Dios” (Ex. 34:29).
Tales cristianos, lo admito, no son comunes.

Pero se los puede encontrar aquí y allá . Como las visitas de los
á ngeles, son pocos. ¡Feliz el barrio donde viven estos cristianos
160 SANTIDAD
que crecen! Conocerlos, verlos y estar en su compañ ía es como
encontrar y ver un poquito del “cielo en la tierra”.
¿Qué les diré a estas personas? ¿Qué puedo decirles? ¿Qué debiera
decirles?
¿Decirles que despierten y tengan conciencia de su crecimiento y
estén contentos por ello? De ninguna manera.¿Les diré que se
alardeen de sus propios logros y que se sientan superiores a otros?
¡Dios no lo permita! De ninguna manera. Decirles semejantes cosas
no les haría ningú n bien.
9
“El cristiano puede estar creciendo, aun cuando no cree que está creciendo. ‘Hay quienes
pretenden ser ricos, y no tienen nada; y hay quienes pretenden ser pobres, y tienen
muchas riquezas’ (Pr. 13:7). La percepción que el cristiano tiene de sus propios defectos
en relación con la gracia y su sed por tener mucha más gracia, le hace pensar que no
crece. El que anhela tener grandes propiedades, por el hecho de no tener tanto como
quisiera, se cree pobre”. —T. Watson, 1660
“Las almas pueden abundar en la gracia, pero no saberlo, no percibirlo. El niño puede ser
heredero de una corona o una propiedad de gran valor, pero no saberlo. El rostro de
Moisés resplandecía, los demás lo veían, pero él no. Muchas almas preciosas son ricas
en la gracia, otros lo ven, lo saben y bendicen a Dios por ello y, aun así, ellos mismos no
lo perciben. A veces, esto surge del anhelo intenso del alma por tener riquezas
espirituales. La intensidad del anhelo del alma por tener riquezas espirituales con
frecuencia quita el propio sentido de que ya se está enriqueciendo. Por el deseo de
riquezas de muchos codiciosos y el estar esforzándose tanto por lograrlas, algunos no
pueden percibir que, de hecho, ya se están enriqueciendo, no lo pueden creer. Sucede lo
mismo con muchos cristianos preciosos: Sus anhelos de obtener riquezas espirituales
son tan intensos que anulan el sentido de que ya están enriqueciéndose espiritualmente.
Muchos cristianos valen mucho interiormente, pero no lo notan. Fue un hombre bueno el
que dijo: ‘Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía’. Además, a veces esto
sucede porque los hombres no revisan bien sus cuentas. Prosperan y se hacen ricos, pero
por no revisar su balance no saben si están yendo para adelante o para atrás. Lo mismo
sucede con muchas almas preciosas. Por otro lado, esto sucede, a veces, porque el alma
revisa su contabilidad con demasiada frecuencia. Si revisa sus cuentas una vez por
semana o una vez por mes, es posible que no discierna que se está enriqueciendo cuando
de hecho sí lo esté.

Pero si compara su estado de cuentas anualmente, puede percibir claramente que se está
haciendo más rico. De manera semejante puede suceder esto en el ámbito espiritual por
los errores que el alma comete al revisar sus cuentas. El alma comete errores muchas
veces; anda apurada y, entonces, anota diez, en lugar de cien y cien, en lugar de mil. Así
como el hipócrita cuenta el cobre como si fuera oro, un centavo como si fuera un peso y
siempre se valora muy por encima de su valor real, la persona sincera, con frecuencia,
¿Es usted nacido de nuevo? 161
anota sus pesos como si fueran centavos, sus miles como cientos y se valora muy
por debajo de su valor real”. —Thomas Brooks, Unsearchable Riches, 1661.

Sobre todo, decirles tales cosas sería una pérdida de tiempo. Si existe
una característica que distingue al creyente que crece, es el profundo
sentir de que es indigno. Nunca ve en sí mismo nada que elogiar.
Solo siente que es un siervo indigno y el peor de los pecadores.
Es el justo, en el día del juicio el que dirá : “Señ or, ¿cuá ndo te
vimos hambriento, y te sustentamos” (Mt. 25 :37). Los extremos
son a veces extrañ amente iguales. El pecador con conciencia
endurecida y el santo insigne son singularmente iguales en un
aspecto. Ninguno de los dos tiene plena conciencia de su propia
condició n. ¡Uno no ve su propio pecado y el otro no ve su propia
gracia!
Entonces, ¿No les diré nada a los cristianos que está n creciendo?
¿No tengo ningú n consejo para darles? La suma y sustancia de todo lo
que puedo decirles se encuentran en dos frases: “¡Sigan adelante!”
“¡Vayan adelante!”
Nunca podemos tener demasiada humildad, demasiada fe en Cristo,
demasiada santidad, demasiada espiritualidad en nuestros
pensamientos, demasiado amor, demasiado celo en hacer el bien.
Entonces olvidemos continuamente las cosas pasadas y sigamos
extendiéndonos a las cosas que está n delante (Fil. 3:13). El mejor
de los cristianos en estas cosas está infinitamente por debajo de la
perfecció n de su Señ or. Diga lo que diga el mundo, no hay ningú n
peligro de que alguno nosotros llegue a ser “demasiado bueno”.

Consideraciones finales
Echemos fuera viento como inú til la noció n comú n de que es
posible irnos a los “extremos” o “llegar demasiado lejos” en lo que a
religió n se refiere. Esta es una mentira favorita del diablo y la hace
circular a los cuatro vientos. No cabe duda que existen los
162 SANTIDAD
exaltados y faná ticos que hacen quedar mal al cristianismo con sus
extravagancias y sus locuras. Pero si lo que uno quiere decir es
que el hombre mortal puede ser demasiado humilde, demasiado
caritativo, demasiado santo o demasiado diligente en hacer el bien,
tiene que ser o un indigno o un necio. Es fá cil ir demasiado lejos en
servir a los placeres y al dinero. Pero no hay extremos en seguir
todo lo que conforma la verdadera religió n y servir a Cristo.
Nunca comparemos nuestra religión con la de otros, ni pensemos
que estamos haciendo suficiente si hemos ayudado a otros má s
allá de nuestros vecinos. Esta es otra trampa del diablo.
Atengá monos a lo nuestro. “¿Qué a ti?” dijo nuestro Maestro en
cierta ocasió n: “Sígueme tú ” (Jn. 21:22). Sigamos adelante, teniendo
como meta la perfecció n. Sigamos adelante, haciendo la vida y el
cará cter de Cristo nuestro ú nico modelo y ejemplo. Sigamos
adelante, recordando todos los días que, aun en el mejor de los
casos, no somos má s que miserables pecadores. Sigamos adelante,
sin olvidar nunca que no tiene ninguna importancia si somos
mejores que los demá s o no. En el mejor de los casos, somos
peor de lo que deberíamos ser. Siempre tendremos lugar para
mejorar. Hasta el final seremos deudores de la misericordia y la
gracia de Cristo. Entonces dejemos de mirar a otros y de compararnos
con ellos. Ya tendremos bastante para hacer si miramos dentro de
nuestro propio corazó n.
En ú ltimo lugar, pero no por eso menos importante, si algo
sabemos de crecimiento y de la gracia y anhelamos saber má s, no
nos sorprenda que tengamos que pasar por muchas pruebas y
aflicciones en este mundo.

Creo firmemente que esta es la experiencia de casi todos los santos


más insignes. Les sucedió igual que a su bendito Maestro que fue
“despreciado y desechado entre los hombres” y tuvo que
“perfeccionase por aflicciones” (Is. 53:3; He. 2:10). Es impactante
lo que dijo de nuestro Señ or cuando declaró : “Todo aquel que lleva
¿Es usted nacido de nuevo? 163
fruto, lo limpiará , para que lleve má s fruto” (Jn. 15:2). Es un hecho
lamentable que la prosperidad continua temporal, por regla general,
obra en detrimento del alma del creyente. No podemos aguantarlo.
Las enfermedades, pérdidas, cruces, ansiedades y desencantos
parecen ser absolutamente necesarios para mantenernos
humildes, en guardia y en un buen nivel espiritual. Aquellas
aparentes calamidades son tan indispensables como el cuchillo para
podar la vid y el fuego para refinar el oro. No son agradables,
humanamente no nos gustan, y a menudo no podemos
comprender el porqué. La Biblia dice que “ninguna disciplina al
presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da
fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”
(He. 12:11). Cuando lleguemos al cielo, encontraremos que todo
obró para nuestro bien.
Permanezcan estos pensamientos en nuestras mentes si es que
anhelamos crecer en la gracia. Cuando vengan los días oscuros, no
nos resulte extrañ o. Má s bien recordemos que las lecciones
asimiladas en días oscuros nunca las hubiéramos aprendido en los
días soleados. Digámonos: “Esto también es para mi provecho a fin de
que pueda ser yo partícipe de la santidad de Dios. Me es enviado con
amor. Estoy en la mejor escuela de Dios. Correcció n es instrucció n.
Esto tiene el fin de hacerme crecer”.
Dejo aquí el tema de crecimiento en la gracia. Espero haber dicho lo
suficiente como para poner a pensar a algunos lectores. Todo se está
avejentando: El mundo se está poniendo viejo, nosotros mismos
nos estamos poniendo viejos, unos cuantos veranos má s, unos
cuantos inviernos má s, algunas enfermedades má s, algunas
aflicciones má s, algunos casamientos má s, algunos funerales má s,

algunas reuniones má s y algunas partidas má s, y después ¿qué?


Bueno pues, ¡el pasto estará creciendo sobre nuestras tumbas!
Entonces, ¿no sería bueno que mirá ramos nuestro interior y les
hiciéramos a nuestras almas una sencilla pregunta? En la religió n, en
164 SANTIDAD
las cosas que conciernen a nuestra paz, en el grandioso tema de
nuestra santidad personal, ¿estamos yendo adelante? ¿Estamos
creciendo?

7. Seguridad
“Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi
partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la
¿Es usted nacido de nuevo? 165
carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la
corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel
día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su
venida”.
2 Timoteo 4:6-8

Los tres puntos de vista del Apóstol Pablo


En las palabras de las Escrituras que encabezan esta pá gina,
notamos al Apó stol Pablo mirando en tres direcciones: Hacia
abajo, hacia atrá s y hacia adelante: Hacia abajo a la tumba, hacia
atrá s a su propio ministerio y hacia adelante a aquel gran día, ¡el
Día del juicio!
Nos hará bien ponernos junto al Apó stol por unos minutos y tomar
nota de las palabras que usa. ¡Feliz el alma que puede mirar hacia
donde Pablo miró y hablar como él lo hizo!
(a) Mira hacia abajo a la tumba y lo hace sin temor. Escú chele decir:
“Yo ya estoy para ser sacrificado”. Soy como un animal llevado al
lugar del sacrificio y atado con cuerdas a los cuernos del altar. La
ofrenda de bebida, que generalmente acompañ a a la oblació n, ya
está siendo derramada. Ya se han realizado las ú ltimas
ceremonias. Ya se han hecho todos los preparativos. Só lo queda
recibir el golpe mortal y entonces, todo habrá terminado.
“El tiempo de mi partida está cercano”. Soy como un barco que
está por zarpar al mar. Todos a bordo están listos. Só lo espero soltar
amarras y levar anclas para zarpar y emprender mi viaje.
¡É stas son palabras asombrosas que proceden de un hijo de
Adá n como nosotros! La muerte es algo solemne y nunca lo es má s
que cuando vemos que se acerca.

La tumba es un lugar frío y repulsivo, y es inú til que pretendamos


que no es aterrador. Sin embargo, aquí está un mortal que puede
mirar con calma ese sitio estrecho “destinado a todos los vivientes” y
decir, estando al borde de él: “Lo veo todo, y no tengo temor”.
166 SANTIDAD
(b) Escuchémosle otra vez. Mira hacia atrás a su vida de ministerio
y lo hace sin remordimientos. Dice ahora:
“He peleado la buena batalla”. Aquí habla como un soldado. He
peleado la buena batalla con el mundo, la carne y el diablo, de la
que tantos retroceden y tantos evitan.
“He acabado la carrera”. Aquí habla alguien que ha corrido para
ganar un premio. He corrido la carrera programada para mí. He
cubierto el territorio que me fue asignado, sin importar lo duro y
empinado que era. No he abandonado la carrera por las dificultades
que conlleva, ni me desanimé por lo larga que era. Por fin tengo la
meta a la vista.
“He guardado la fe”. Aquí habla como un mayordomo. Me he
mantenido fiel al glorioso evangelio que me fue encomendado. No lo
he mezclado con tradiciones humanas, no he arruinado su sencillez
agregando mis propias invenciones, ni he dejado que otros la
adulteraran, aun viéndome obligado a enfrentarlos cara a cara. “Como
un soldado, un corredor y un mayordomo”, parece decir: “No me
avergü enzo”.
Feliz el cristiano que al partir del mundo, puede dejar el legado
de un testimonio como éste. Una conciencia limpia no salva a nadie,
no quita el pecado, no lleva ni un milímetro má s cerca del cielo. No
obstante, una conciencia limpia será una compañ era agradable
junto a nuestro lecho a la hora de morir. Hay un hermoso pasaje
en El Progreso del Peregrino que describe la travesía de Integridad
a la casa de su Padre:
Integridad les llamó a sus amigos y les dijo: Muero, pero no haré
testamento. Mi integridad irá conmigo; que lo sepan los que vinieren
después.

Llegado el día señ alado, se apercibió para hacer la travesía. El río,


en aquel entonces, se había desbordado en algunas partes; pero
Integridad, que en vida había apalabrado a un tal Buena-Conciencia
para que le auxiliase, lo encontró allí, y dá ndole la mano, le ayudó
¿Es usted nacido de nuevo? 167
a través de las aguas.
Podemos estar seguros de que hay algo de cierto en ese pasaje.
(c) Escuchemos una vez má s al Apó stol. Mira hacia adelante al
gran día cuando tendrá que rendir cuentas y lo hace sin dudar.
Note sus palabras:
“Me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señ or,
juez justo, en aquel día; y no só lo a mí, sino también a todos los
que aman su venida”.
“Una recompensa gloriosa”, parece decir, “está preparada y
reservada para mí, una corona que só lo reciben los justos. En el
gran Día del juicio, el Señ or me dará a mí esta corona y la dará a
todos los que lo han amado como un Salvador invisible y han
anhelado verle cara a cara. Mi obra en la tierra ha terminado. Me
queda só lo esto para esperar, esto y nada má s”.
Observemos que el Apó stol habla sin ninguna vacilación y sin
desconfianza. Considera la corona como cosa segura, como si ya
fuera suya. Declara con una confianza inquebrantable y seguridad
absoluta que el Juez justo le dará esa corona. El gran trono blanco,
todos los pueblos reunidos, los libros abiertos, la revelació n de todos
los secretos, los á ngeles que escuchan y la sentencia imponente,
eran cosas que Pablo conocía muy bien. Pero ninguna de éstas lo
impresionaba. Su fe fuerte las sobrepasaba a todas y veía a Jesú s
ú nicamente, a su Abogado vencedor absoluto, la sangre de la
aspersió n y el pecado limpiado. “Me está guardada”, dice, “la corona”.
“El Señ or me dará a mí esa corona”. Habla como si hubiera visto
todo esto con sus propios ojos.
É stas son las cosas principales que estos versículos contienen.

No me enfocaré en todo el pasaje porque quiero limitarme al tema


especial de este capítulo. Trataré de considerar el tema de la
inquebrantable “esperanza segura”, con la que el Apó stol mira en
perspectiva el día del juicio.
168 SANTIDAD
Lo haré enseguida, por la gran importancia que le da el Apó stol
al tema de la seguridad y la gran negligencia que, humildemente
admito, ha sufrido a menudo en la actualidad.
Pero a la vez lo hago con temor y temblor. Siento que estoy
pisando un terreno difícil y que es fácil hablar de esto sin reflexionar
y de un modo no bíblico. El camino entre la verdad y el error, en este
caso, es un laberinto angosto y estaré muy agradecido si puedo
hacerle bien a algunos sin perjudicar a otros.
Hay cuatro componentes que quiero presentar al hablar sobre
el tema de la seguridad y pueden despejar nuestro camino a medida
que los voy nombrando.
I. Primero, entonces, procuraré mostrar que una esperanza
segura, como la que Pablo expresa, es algo cierto y bíblico.
II. En segundo lugar, haré esta amplia afirmació n: El que nunca
llega a tener esta esperanza segura puede, aun así, ser salvo.
III. En tercer lugar, daré algunas razones por las cuales una
esperanza segura es sumamente deseable.
IV. Por ú ltimo, trataré de destacar algunas causas por las
cuales, rara vez, se llega a tener una esperanza segura.
Pido la atenció n de todo el que le interesa el gran tema de este
capítulo. Si no me equivoco, hay una relació n muy estrecha entre
la verdadera santidad y la seguridad. Antes de terminar esta
exposició n, espero haber mostrado a mis lectores la naturaleza de
esa relació n. Por ahora, me contento con decir que donde hay má s
santidad, por lo general, hay también má s esperanza.

I. Una esperanza segura es algo cierto y bíblico


Primero, entonces, procuraré mostrar que una esperanza segura
es algo cierto y bíblico. La seguridad, como lo que expresa Pablo en
los versículos que encabezan este capítulo, no es mera fantasía ni
¿Es usted nacido de nuevo? 169
un simple sentimiento. No es el resultado de una reacció n animal
intensa, ni la percepció n de una persona con temperamento
sanguíneo. Es un don positivo del Espíritu Santo, otorgado sin
relació n alguna con el físico, un don que cada creyente en Cristo
debiera anhelar y buscar.
En temas como estos, la primera pregunta es ésta:
(a) ¿Qué dicen las Escrituras? Contesto la pregunta sin ninguna
vacilació n. Me parece a mí que la Palabra de Dios enseñ a
claramente que el creyente puede llegar a tener una confianza segura
con respecto a su propia salvació n.
Afirmo plena y ampliamente como verdad de Dios, que el
verdadero cristiano, el hombre convertido, puede llegar a un grado
de fe en Cristo tan segura que, en general, se siente con una
confianza total en cuanto al perdó n y la seguridad de su alma; rara
vez tendrá dudas, rara vez lo distraerá n los temores, rara vez lo
molestará n ansiosos cuestionamientos y, en suma, aunque muchas
veces se sentirá desconcertado por los muchos conflictos
interiores con el pecado, esperará con anticipació n la muerte sin
temblar y el juicio sin consternació n1. Esto, afirmo yo, es la
doctrina de la Biblia.
Tal es mi posició n sobre la seguridad. Les pido a mis lectores
que la tengan muy en cuenta. No digo ni menos ni má s de lo que ya
he presentado.

1
“La plena seguridad de que Dios ha librado a Pablo de condenación, sí, tan plenamente y
real que produce agradecimiento y triunfos en Cristo, puede confundirse y, de hecho, se
entremezcla con las quejas y lamentos de una condición desdichada porque permanecía
en el Apóstol el cuerpo de pecado”.
—Triumph of Faith (Triunfo de la fe) por Rutherford, 1645.

Una afirmació n como ésta es, a menudo, disputada y negada.


Muchos no ven nada de verdad en ella.
La Iglesia Cató lica Romana denuncia la garantía de la seguridad
en términos contundentes.
170 SANTIDAD
El Concilio de Trento declara sin tapujos que “la seguridad del
creyente en el perdó n de sus pecados es una seguridad vana e impía”
y el cardenal Bellarmine, reconocido campeó n del catolicismo
romano, llama a la seguridad “un error capital de los herejes”.
(b) La gran mayoría de los cristianos mundanos e irreflexivos
entre nosotros se oponen a la doctrina de la seguridad del creyente.
Les ofende e irrita oír de ella. No les gusta que otros se sientan
tranquilos y seguros porque ellos mismos no se sienten así.
¡Pregú nteles si sus pecados han sido perdonados y,
probablemente, le dirá n que no saben! Entonces, no nos extrañ e que
no puedan aceptar la doctrina de la seguridad.
(c) Pero hay también algunos creyentes auténticos que rechazan la
seguridad o que la evitan como una doctrina llena de peligros.
Consideran que es casi una presunció n. Parecen creer que es una
muestra de humildad no sentirse nunca seguros, nunca confiar
totalmente y vivir con cierto grado de duda y suspenso con respecto
a sus almas. Esto es de lamentar y perjudica en gran manera.
(d) Admito sinceramente que hay personas presuntuosas que
profesan sentir una confianza que no tiene una garantía bíblica:
Siempre hay algunos que piensan bien de sí mismos cuando Dios
piensa lo contrario; también hay algunos que piensan mal de sí
mismos cuando Dios piensa bien de ellos. Siempre habrá gente
así. Nunca ha existido una verdad bíblica que no sufra abusos
y sea falsificada. La elecció n de Dios, la impotencia del hombre y la
salvació n por gracia sufren abusos por igual.
Los faná ticos y exaltados existirá n mientras exista el mundo. A
pesar de todo esto,

la seguridad es una realidad y una cosa verdadera y los hijos de


Dios no deben dejar que quienes abusan de ella los aparten de esa
verdad2.
Mi respuesta a todos los que niegan la existencia de una seguridad
¿Es usted nacido de nuevo? 171
real y bien fundamentada es sencillamente ésta: ¿Qué dicen las
Escrituras? Si no la encontrá ramos allí, no diría ni una palabra
má s.
Pero, ¿acaso no dice Job: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se
levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi
carne he de ver a Dios” (Job 19:25, 26)?
¿Acaso no dice David: “Aunque ande en valle de sombra de
muerte, no temeré mal alguno, porque tú estará s conmigo” (Sal.
23:4)?

2
“No vindicamos a todo el que pretende vanamente tener ‘el testimonio del espíritu’. Ni
tampoco recomendamos a aquellos de cuya profesión de fe, no vemos más que su
atrevimiento y confianza. Pero no rechacemos ninguna doctrina de revelación por un
temor demasiado ansioso de las consecuencias”. —Christian System (Sistema cristiano)
por Robinson.
“La seguridad auténtica se edifica sobre un fundamento bíblico. La presunción no tiene
ningún pasaje bíblico sobre el cual basarse; es como un testamento sin sello ni testigo,
que es nulo e inválido ante la ley. A la presunción le falta tanto el testigo de la Palabra
como el sello del Espíritu. La seguridad siempre mantiene al alma en una postura
humilde, pero la presunción en el orgullo. Las plumas vuelan para arriba, pero el oro
desciende; aquel que tiene esta seguridad de oro, tiene un corazón que desciende en
humildad”. —Body of Divinity por Watson, 1650.
“La presunción incluye una vida disoluta; la convicción, una conciencia tierna; la primera
se atreve a pecar porque se cree segura, la segunda no se atreve a hacerlo por temor a
perder su seguridad. La convicción no peca porque le costó muy caro a su Salvador; la
presunción peca porque la gracia abunda. La humildad es el camino al cielo. Los que
están orgullosamente seguros de ir al cielo no pasan al frente con tanta frecuencia
porque temen irse al infierno”. —Adams sobre la Segunda Epístola de Pedro, 1633.

¿Acaso no dice Isaías: “Tú guardará s en completa paz a aquel


cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Is.
26:3)? Y también: “Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la
justicia, reposo y seguridad para siempre” (Is. 32:17).
¿Acaso no dice Pablo en Romanos: “Por lo cual estoy seguro de
que ni la muerte, ni la vida, ni á ngeles, ni principados, ni
172 SANTIDAD
potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo,
ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que
es en Cristo Jesú s Señ or nuestro” (Ro. 8:38, 39)?
¿Acaso no le dice a los corintios: “Porque sabemos que si nuestra
morada terrestre, este taberná culo, se deshiciere, tenemos de Dios un
edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Co.
5:1)?
Y otra vez: “Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre
tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señ or” (2 Co.
5:6).
¿Acaso no le dice a Timoteo: “Por lo cual asimismo padezco
esto; pero no me avergü enzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy
seguro que es poderoso para guardar mi depó sito para aquel día” (2
Ti. 1:12)?
¿Y acaso no les habla a las colosenses de “alcanzar todas las
riquezas de pleno entendimiento” (Col. 2:2) y a los Hebreos de la
“plena certeza de la esperanza” y la “plena certidumbre de fe” (He.
6:11; 10:22)?
¿No dice Pedro expresamente: “Procurad hacer firme vuestra
vocació n y elecció n” (2 P. 1:10)?
¿Acaso no dice Juan: “Sabemos que hemos pasado de muerte a
vida” (1 Jn.
3:14)?
Y también: “Para que sepáis que tenéis vida
eterna”(1Jn.5:13).
Y otra vez: “Sabemos que somos de Dios” (1Jn. 5:19).

¿Qué diremos a todo esto? Anhelo hablar con toda humildad sobre
cualquier punto controversial. Siento que soy só lo un pobre hijo
falible de Adán. Pero tengo que decir que en los pasajes que he
citado veo algo muy superior a meras “esperanzas” y “confianzas”
con las cuales muchos creyentes parecen contentarse en la
actualidad. Veo un lenguaje de convicció n, confianza,
¿Es usted nacido de nuevo? 173
conocimiento y, casi diría, de certidumbre. Y siento por mi parte, que
puedo considerar estos pasajes y ver clara y evidentemente que
enseñ an: Que la doctrina de la seguridad del creyente es cierta.
Respuestas a las Escrituras
(a) Pero mi respuesta, ademá s, a todos los que no les gusta la
doctrina de la seguridad del creyente porque la consideran casi
como una presunció n, es ésta: No puede ser presunció n seguir los
pasos de Pedro, Pablo, Job y Juan. Todos fueron hombres con una
mentalidad eminentemente humilde, si es que alguna vez hubo
alguno; y, no obstante, todos estos hablan de su propio estado con
una esperanza segura. Esto indudablemente nos enseñ a que una
humildad profunda y una seguridad só lida son perfectamente
compatibles y que no hay ninguna relació n aquí entre la confianza
espiritual y el orgullo3.
(b) Pero mi respuesta, ademá s, es que muchos han alcanzado una
esperanza segura tal como nuestro texto expresa, aun, en los tiempos
modernos. No puedo aceptar ni por un momento que éste fue un
privilegio singular limitado a la época apostó lica. Han habido en
nuestro país, muchos creyentes que parecen haber andado en una
comunió n casi ininterrumpida con el Padre y el Hijo, que parecen
haber disfrutado constantemente de un sentido cada vez mayor de
la luz del rostro de Dios brillando sobre ellos y han dejado registrada
su experiencia. Podría mencionar nombres muy conocidos, si el
espacio lo permitiera. Lo cierto es que esto ha sido, es y eso basta.

(c)Por ú ltimo, mi respuesta es: No puede ser errado sentirse


seguro de un asunto del que Dios habla incondicionalmente, creer
decididamente cuando Dios promete resueltamente y estar
convencido de tener el perdó n y la paz cuando descansamos en la
palabra y la promesa de Aquel que nunca cambia. Es error craso
suponer que el creyente que se siente seguro descansa en algo que él
174 SANTIDAD
mismo ve. Sencillamente, se apoya en el Mediador del Nuevo Pacto y
las Escrituras de la verdad. Cree que el Señ or Jesú s quiere decir lo
que dice y toma como ciertas sus palabras. La seguridad es, después
de todo, nada má s que una fe que ha llegado a su plenitud, una fe
fuerte que toma la promesa de Dios con ambas manos y una fe que
argumenta como el buen centurió n: “Solamente di la palabra, y mi
criado sanará ” (Mt. 8:8). ¿Có mo, entonces, podría yo dudar?4

3
“Están muy equivocados los que piensan que la fe y la humildad no concuerdan; no sólo
concuerdan muy bien, sino que no pueden ser separadas”. —Traill.
4
“Estar seguros de nuestra salvación”, dice Agustín, “no es terca arrogancia, es nuestra fe.
No es arrogancia, es devoción. No es presunción, es la promesa de Dios”. —Defense of
Apology (Defensa de la apología) por el Obispo Jewell, 1570.
“Si la base de nuestra seguridad fuéramos nosotros mismos, se podría llamar presunción
con razón; pero como su base es el Señor y el poder de su fuerza, los que consideran que
una confianza segura es presunción, o no saben lo que es la fuerza de su poder o poco la
valoran”. —Whole Armour of God (Toda la armadura de Dios) por Gouge, 1647.
“¿En qué se basa esta certidumbre de culpabilidad? Seguramente nada que haya en
nosotros. Nuestra seguridad para perseverar se basa toda en Dios. Si nos miramos a
nosotros mismos, vemos razón para temer y dudar, pero si miramos a Dios,
encontraremos razón para estar seguros”. —Hildersam sobre 1 Juan 4, 1632.
“Nuestra esperanza no cuelga de un hilo débil como: ‘Me imagino que’, ni ‘quizá sea’, sino de
un cable, la soga fuerte amarrada a un ancla, es el pacto y la promesa de aquel que es
verdad eterna. Nuestra salvación está amarrada a la mano misma de Dios y a la
fuerza misma de Cristo, a los indestructibles lazos de la naturaleza inmutable de Dios”.
—Letters (Cartas) por Rutherford, 1637.

La seguridad de Pablo basada en Cristo


Podemos estar seguros de que Pablo sería el ú ltimo ser sobre la
tierra que basaría su seguridad en una experiencia personal. Aquel
que dijo: “Cristo Jesú s vino al mundo para salvar a los pecadores, de
los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:15), tenía un sentido profundo
de su culpabilidad y corrupció n. Pero también tenía un sentido, aú n
má s profundo, de la longitud y la amplitud de la justicia de Cristo
¿Es usted nacido de nuevo? 175
que le fue imputada. É l que podía clamar: “¡Miserable de mí!” (Ro.
7:24), tenía una visió n clara de la fuente de impiedad en su propio
corazó n. Pero tenía un sentido aú n má s claro de esa otra Fuente
que puede quitar “todo pecado e impureza” (Lv. 16:16). É l, que
sentía ser “menos que el más pequeñ o de todos los santos” (Ef. 3:8),
tenía un vivo y permanente sentido de su propia debilidad. Pero tenía
una convicció n aú n má s viva de que Cristo no podía faltar a su
promesa de que sus ovejas “no perecerá n jamá s” (Jn. 10:28). Pablo
sabía, (si es que algú n hombre pudiera saber), que era una pobre y
frá gil embarcació n flotando en un mar tempestuoso. Veía (si es
que alguien pudiera ver), las olas enormes y la rugiente tempestad
que lo rodeaban. Pero luego apartaba la mirada de sí mismo, la
fijaba en Jesú s y dejaba de tener temor. Recordaba aquel ancla
detrá s del velo que es “segura y firme” (He. 6:19). Recordaba las
palabras, la obra y la intercesió n constante de Aquel que lo amaba y
se había entregado por él. Y era esto y nada má s que esto por lo que
pudo decir con audacia: “Por lo demá s, me está guardada la corona
de justicia” (2 Ti. 4:8) y concluir con tanta firmeza: “Y el Señ or me
librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial” (2
Ti. 4:18)5.
5
“En su viaje al cielo nunca se ha muerto o ahogado un creyente en Jesucristo. Cada uno
se encontrará sano y salvo con el Cordero en el Monte Sion. Cristo no pierde ni a uno de
ellos, sí, a ninguno (Jn. 6:39). Ni un solo hueso de ningún creyente yacerá en el campo
de batalla. Todos son más que vencedores por medio de aquel que los amó (Ro. 8:37)”.
—Robert Traill.

Ya dejaré esta parte del tema. Creo que podemos admitir que he
establecido un buen fundamento para la afirmació n que hice: Una
esperanza segura es algo cierto y bíblico.

II. Puedeser que un creyente nunca llegue a sentir esta


esperanza segura.
Paso al segundo punto que mencioné. Dije: El creyente que
176 SANTIDAD
nunca llega a tener esta esperanza segura, que Pablo expresa
puede, aun así, ser salvo.
Reconozco esto sin problema. No lo disputo ni por un momento.
No quiero contristar a algú n corazó n que Dios no haya
entristecido, ni desalentar a un hijo débil de Dios, ni dejar la
impresió n de que alguien no puede ser salvo en Cristo a menos
que se sienta seguro.
Una persona puede tener una fe salvadora en Cristo y, aun así,
nunca disfrutar de una esperanza segura, como la que disfrutó el
Apó stol Pablo. Creer y tener un rayo de esperanza de haber sido
aceptado es una cosa; otra muy distinta es tener “gozo y paz” en
nuestra fe y abundar en esperanza. Todos los hijos de Dios tienen fe,
no todos sienten seguridad. Creo que nunca hay que olvidar esto.
Sé que algunos hombres que considero importantes y buenos
tienen una opinió n distinta. Creo que muchos ministros del
evangelio excelentes, a cuyos pies con gusto me sentaría, no aceptan
la diferencia que he mencionado. Pero no quiero llamar maestro a
nadie. Detesto tanto como cualquiera, la idea de curar apenas un
poco las heridas de la conciencia, pero me parece que, cualquier
otro concepto distinto al que he enunciado, constituye un
evangelio muy incó modo para predicar y uno que, muy
posiblemente, mantendría a las almas alejadas por mucho tiempo de
la puerta a la vida6.

No dudo en decir que por gracia, alguien puede tener suficiente fe


para acudir a Cristo, suficiente fe para realmente aferrarse a él,
realmente confiar en él, realmente ser hijo de Dios y realmente ser
salvo, y, aun así, hasta el fin de sus días, no poder librarse de mucha
ansiedad, duda y temor. Dice un antiguo escritor: “Se puede escribir
una carta, que no se sella; de la misma manera la gracia puede
estar escrita en el corazó n pero, aun así, no contar con el sello de la
seguridad”. Un niñ o puede nacer heredero de una gran fortuna y,
¿Es usted nacido de nuevo? 177
aun así, nunca saber de sus riquezas, vivir como niñ o y morir como
niñ o sin haber sabido nunca la grandeza de sus posesiones. De la
misma manera, alguien puede ser un infante en la familia de Cristo,
pensar como un infante, hablar como un infante y, aunque salvo,
nunca disfrutar de una esperanza viva, ni conocer los verdaderos
privilegios de su herencia.
La diferencia entre fe y seguridad
Nadie me malentienda cuando hablo con firmeza sobre la
realidad, el privilegio y la importancia de la seguridad. Nadie me
haga la injusticia de decir que enseñ o que ninguno es salvo a
menos que pueda decir con Pablo: “Por lo demá s, me está
guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señ or, juez justo,
en aquel día” (2 Ti. 4:8). Eso no es lo que digo. No enseñ o nada que
se le parezca.
(a) Es indispensable que el hombre tenga fe en el Señor
Jesucristo, si ha de ser salvo. No conozco otro modo de acceso al
Padre. No veo ningú n indicio de misericordia, excepto a través de
Cristo. El hombre tiene que sentir sus pecados y su condició n
perdida, tiene que acudir a Jesú s para obtener perdó n y salvació n, y

6
Referimos al lector que quiera saber más acerca de este tema, al Apéndice, al final de este
capítulo, en el que encontrará fragmentos de escritos de varios teólogos ingleses
reconocidos que apoyan la posición de este capítulo sobre la seguridad. Los fragmentos
son demasiado largos para insertar en esta página.

tiene que poner toda su esperanza en él y só lo en él. Pero aunque


só lo tiene fe para hacer esto, por más débil y endeble que sea esa fe,
afirmo que no se perderá el cielo; las Escrituras lo garantizan.
Nunca, nunca restrinjamos la libertad del evangelio glorioso, ni
limitemos sus verdaderas proporciones. Nunca hagamos má s
estrecha la puerta y el camino má s angosto de lo que el orgullo y
amor al pecado lo han hecho ya. El Señ or Jesú s es muy compasivo
y misericordioso. No tiene en cuenta la cantidad de fe, sino la
178 SANTIDAD
calidad; no mide su graduació n, sino su veracidad. No romperá
ninguna cañ a cascada, ni apagará ningú n pá bilo que humea. Nunca
permitirá que se diga que alguien pereció para siempre a los pies de
la cruz. Dice: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí
viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37)7.
¡Sí! Aunque la fe de alguien puede no ser más grande que un grano
de mostaza, si lo trae a Cristo y hace posible que toque la punta de
su manto, será salvo tanto como lo es el santo má s antiguo en el
paraíso, salvo tan completa y eternamente como Pedro, Juan o
Pablo. Hay grados en nuestra santificació n. No así en nuestra
justificació n. Lo que está escrito, escrito está , y nunca fallará :
“Todo aquel que en él creyere”, no el que tiene una fe fuerte y
poderosa, “todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Ro.
10:11).
(b) Pero en medio de todo esto, recordemos que puede ser que la
pobre alma del creyente no tenga una seguridad completa de
haber sido perdonado y aceptado por Dios. Puede sufrir temor tras
temor y duda tras duda. Puede tener en su interior muchas
preguntas, mucha ansiedad, muchas luchas y muchas
incertidumbres (nubarrones y oscuridad, tormentas y tempestades)
hasta el final.
7
“Aquel que cree en Jesús nunca será confundido. Ninguno lo ha sido en el pasado ni lo
será usted, si cree. La siguiente fue una gran declaración de fe de un hombre a punto de
morir de una manera peculiar, entre su condenación y su ejecución. Sus últimas palabras
fueron éstas, dichas a viva voz: ‘Nunca hombre alguno murió con su rostro hacia Cristo
Jesús’”. —Robert Traill (1642-1716).

Afirmo, lo repito, que una fe simple y sencilla en Cristo salva al


hombre, aunque nunca logre sentirse seguro, pero no digo que lo
llevará al cielo con consolaciones fuertes y abundantes. Afirmo que
lo llevará a puerto seguro, pero no que entrará a todo vapor,
seguro y con regocijo. No me sorprendería que llegara azotado por
los elementos y sacudido por las tempestades, casi sin darse cuenta
de que está seguro, hasta que abre sus ojos en la gloria.
¿Es usted nacido de nuevo? 179
Creo que es de suma importancia tener en mente esta diferencia
entre fe y seguridad. Explica cosas que el que se pregunta acerca
de la religió n, a veces, encuentra difícil de entender.
Recordemos que la fe es la raíz y la seguridad es la flor. Nunca
se puede tener una flor sin una raíz, pero no es menos cierto que
se puede tener la raíz y no la flor.
Fe es aquella pobre mujer que se acercó temblorosamente a
Jesú s y tocó la punta de su manto (Mr. 5:25ss). Seguridad es Esteban
parado con calma en medio de sus asesinos diciendo: “He aquí, veo
los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de
Dios” (Hch. 7:56).
Fe es el ladró n penitente exclamando: “Acuérdate de mí cuando
vengas en tu reino” (Lc. 23:42). Seguridad es Job, sentado entre las
cenizas, cubierto de llagas diciendo “Yo sé que mi Redentor vive”
(Job 19:25) y “aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15).
Fe es la exclamació n de Pedro, cuando empezaba a hundirse en
el agua: “¡Señ or, sá lvame!” (Mt. 14:30). Seguridad es ese mismo Pedro
declarando tiempo después ante el Concilio: “Este Jesú s es la piedra
reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser
cabeza del á ngulo. Y en ningú n otro hay salvació n; porque no hay
otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser
salvos” (Hch. 4:11, 12).
Fe es la voz ansiosa y temblorosa: “Creo; ayuda mi incredulidad”
(Mr. 9:24). Seguridad es el desafío dicho con convicció n: “¿Quién
acusará a los escogidos de Dios?...

¿Quién es el que condenará ?” (Ro. 8:33, 34). Fe es Saulo orando en


la casa de Judas en Damasco, triste, ciego y solo (Hch. 9:11).
Seguridad es Pablo, el prisionero anciano, contemplando tranquilo a
la tumba y diciendo: “Yo sé a quién he creído”. “Por lo demá s, me está
guardada la corona de justicia” (2 Ti. 1:12; 4:8).
Fe es vida. ¡Qué bendició n tan grande! ¿Quién puede describir o
entender el abismo entre la vida y la muerte? “Mejor es perro vivo
180 SANTIDAD
que leó n muerto” (Ec. 9:4). No obstante, la vida puede ser débil,
enfermiza, enclenque, dolorosa, trabajosa, ansiosa, cansada, pesada,
sin gozo ni sonrisas hasta el final. Seguridad es más que vida. Es
buena salud, fortaleza, poder, vigor, actividad, energía, virilidad y
hermosura.
No es la cuestió n “salvo o no salvo” la que tenemos delante, sino
“con privilegios o sin privilegios”. No es cuestió n de paz o no paz,
sino de mucha paz o poca paz. No es una cuestió n entre peregrinos
de este mundo y la escuela de Cristo. Es una que pertenece só lo a
la escuela de Cristo; es la diferencia entre el comienzo de la
primera clase en la escuela y la terminació n de la ú ltima.
Aquel que tiene fe anda bien. Yo sería feliz si pensara que todos los
lectores de este libro la tienen. ¡Benditos, tres veces benditos son
los que creen! Está n seguros. Está n limpios. Está n justificados.
Está n fuera del alcance del poder del infierno. Sataná s, con toda
su malicia, nunca los arrebatará de la mano de Cristo. Pero el
que tiene seguridad anda mucho mejor; ve má s, siente má s,
sabe má s, disfruta má s y tiene má s días como los que se
mencionan en Deuteronomio, a saber, “como los días de los
cielos sobre la tierra” (Dt. 11:21)8.
8
“El bien más grande que podemos desear, después de la gloria de Dios, es nuestra propia
salvación; y el bien más dulce que podemos desear es la seguridad de nuestra
salvación. En esta vida no hay bien mayor que estar seguros de lo que disfrutaremos
en la vida venidera. Todos los santos disfrutan del cielo cuando parten de esta tierra,
algunos santos disfrutan un cielo mientras están aquí en la tierra”. —Joseph Caryl,
1653.

III. Razones
por las cuales una esperanza segura es
sumamente deseable
Paso al tercer tema al cual me referí al principio. Daré algunas
razones por las cuales una esperanza segura es sumamente deseable.
Pido la atenció n especial de mis lectores al tratar este punto.
Anhelo de corazó n que la seguridad sea má s buscada de lo que es.
¿Es usted nacido de nuevo? 181
Muchos entre los que creen, empiezan a dudar y siguen dudando,
viven dudando y mueren dudando, y van al cielo en una especie de
bruma.
Sería lamentable si yo hablara livianamente acerca de
“esperanzas” y “seguridades”. Pero me temo que muchos de
nosotros nos contentamos con ellas y hasta allí llegamos. Me
gustaría ver menos creyentes “vacilantes” en la familia del Señ or y
más que pudieran decir: “Yo sé y estoy convencido”. ¡Oh, que todos los
creyentes anhelaran los dones mejores y no se contentaran con
menos! Muchos se pierden la bendició n completa que el evangelio
tiene la finalidad de dar. Muchos se mantienen en una condició n
pobre y hambrienta del alma, mientras que su Señ or está diciendo:
“Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados”; “pedid, y
recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Cnt. 5:1; Jn.
16:24).
(1) Para empezar, recordemos que la seguridad es algo
deseable, por la
tranquilidad y paz que da en el presente.
Las dudas y temores tienen el poder de arruinar mucha de la
felicidad del verdadero creyente en Cristo. La incertidumbre y el
suspenso son malos en todo sentido: En nuestra salud, nuestras
pertenencias, nuestras familias, nuestros afectos y nuestras
vocaciones terrenales, pero nunca tan malos como en los asuntos
que conciernen a nuestras almas. Y mientras un creyente no puede
llegar má s allá de “esperar que” y “confiar que”

se hace evidente que percibe cierto grado de incertidumbre acerca


de su estado espiritual. Las palabras mismas lo implican. Dice:
“Espero que” porque no se atreve a decir: “Yo sé que…”.
Ahora bien, la seguridad hace mucho para liberar al hijo de Dios
de este tipo de dolorosa esclavitud y, por tanto, tiene una gran
influencia sobre su tranquilidad. Le hace posible sentir que la gran
cuestió n de la vida, es una cuestió n resuelta, la gran deuda es una
182 SANTIDAD
deuda pagada, la grave enfermedad es una enfermedad curada y la
gran obra proyectada es una obra terminada. Entonces todas las
demá s cuestiones, como enfermedades, deudas y obras son pequeñ as
en comparació n. De este modo, la seguridad lo hace paciente en la
tribulació n, apacible ante la pérdida de un ser querido, impasible
en los sufrimientos, sin temor de malas noticias, contento sea cual
fuere su condició n, porque la da firmeza al corazó n. Endulza sus
copas amargas, aliviana la carga de sus cruces, alisa los lugares
á speros por dó nde camina e ilumina el valle de sombra de muerte. Le
hace sentir que siempre tiene algo só lido bajo sus pies y algo firme
en sus manos, un amigo seguro en el camino y un hogar seguro al
final del camino9.
La seguridad ayuda a soportar la pobreza y las pérdidas. Le
enseñ a a decir: “Con todo, yo me alegraré en Jehová , y me gozaré
en el Dios de mi salvació n”. “¿Has de poner tus ojos en las
riquezas, siendo ningunas? Porque se hará n alas como alas de
á guila, y volará n al cielo” (Hab. 3:17, 18; Pr. 23:5).
La seguridad mantiene en pie al hijo de Dios bajo las peores
pérdidas de seres queridos y le ayuda a sentir: “Todo está bien”. El
alma segura puede decir: “Aunque seres queridos me han sido
arrebatados, sin embargo, Jesú s es el mismo y está vivo para siempre.
Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte
no se enseñ orea más de él. No es así mi casa para con Dios; sin
embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo, ordenado en todas
las cosas, y será guardado” (2 R. 4:26; He. 13:8; Ro. 6:9; 2 S. 23:5).

La seguridad hace posible que el hombre alabe a Dios y sea


agradecido con él, aun estando en la cá rcel, como Pablo y Silas en
Filipo. Puede darle cantos al creyente, aun en la noche má s oscura,
y gozo cuando todo está en su contra10 (Job 35:10; Sal. 42:8).
La seguridad hace posible que el hombre duerma tranquilo, aun
con la perspectiva de morir al día siguiente, como Pedro en el
¿Es usted nacido de nuevo? 183
calabozo de Herodes. Le enseñ a a decir: “En paz me acostaré, y
asimismo dormiré; Porque solo tú , Jehová , me haces vivir confiado”
(Sal. 4:8).
La seguridad hace posible que el hombre se regocije de padecer
afrentas a causa de Cristo, como lo hicieron los apó stoles cuando
los pusieron en la cá rcel en Jerusalén (Hch. 5:41). Le recuerda que
puede experimentar lo que enseñ a Jesú s en el Sermó n del Monte:
9
“El Obispo Latimer le decía a Ridley: ‘Cuando vivo con una seguridad decidida y firme
sobre el estado del alma, me parece ser valiente como un león. Puedo reírme de todos los
problemas, no hay aflicción que me acobarde. Pero cuando estoy eclipsado en mis
comodidades, tengo tanto temor espiritual que quisiera correr y meterme en una
ratonera’”. —Citado por Christopher Love, 1653.
“La seguridad nos ayuda con todo deber y nos arma contra toda tentación, responde a toda
objeción, nos sostiene en todas las condiciones en que nos podemos encontrar en los
momentos más tristes de la vida. ‘Si Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros?’”. —Obispo
Reynolds sobre Oseas 14, 1642.
“Nada puede andarle mal al que tiene seguridad. Dios es de él. ¿Ha perdido un amigo? Su
Padre vive.
¿Ha perdido un hijo único? Dios le ha dado a su único Hijo. ¿Le falta pan? Dios le ha
dado el mejor, el pan de vida. ¿Ha perdido todos sus consuelos? Él tiene un Consolador.
¿Pasa por tormentas? Sabe dónde ir a puerto seguro. Dios es su Porción y el cielo es su
remanso de paz”. — Thomas Watson, 1661.
10
Éstas fueron las palabras de John Bradford en prisión poco antes de su ejecución: “No
tengo ningún pedido. Si la reina me otorga la vida, le daré las gracias; si me la quita, le
daré las gracias; si me quema en la hoguera, le daré las gracias; si me da condena
perpetua, le daré las gracias”. Ésta fue la experiencia de Rutherford cuando fue exilado a
Aberdeen: “Qué ciegos son mis adversarios que me enviaron a una sala de banquetes y
no a una prisión ni a un lugar de exilio”. “Mi prisión es un palacio para mí y la sala de
banquetes de Cristo”. —Letters.

“Gozaos y alegraos” (Mt. 5:12) y que hay en el cielo un excelente


peso de gloria que compensará todo lo demá s (2 Co. 4:17).
La seguridad hace posible que el creyente enfrente una muerte
violenta y dolorosa sin temor, como lo hizo Esteban en los primeros
tiempos de la iglesia de Cristo y como Cranner, Ridley, Hooper,
Latimer, Rogers y Taylor en sus respectivos países. Le trae a la
mente los textos “No temá is a los que matan el cuerpo, y después
184 SANTIDAD
nada má s pueden hacer” (Lc. 12:4). “Señ or Jesú s, recibe mi
espíritu” (Hch. 7:59)11.
La seguridad fortalece al hombre en sus dolores y enfermedades, le
tiende la cama y alisa su almohada en su lecho de muerte. Le hace
posible decir: “Si nuestra morada terrestre, este taberná culo, se
deshiciere, tenemos de Dios un edificio” (2 Co. 5:1). “Teniendo
deseo de partir y estar con Cristo” (Fil. 1:23). “Mi carne y mi
corazó n desfallecen; mas la roca de mi corazó n y mi porció n es
Dios para siempre” (Sal. 73:26)12.
El fortísimo consuelo que la seguridad puede dar en la hora de la
muerte es un punto de gran importancia.
11
Éstas fueron las últimas palabras de Hugh Mckail en el cadalso en Edimburgo en 1666:
“Ahora comienzo mi relación con Dios, que nunca será quebrantada. Adiós, madre y
padre, amigos y parientes; adiós mundo y todas sus delicias; adiós comidas y bebidas;
adiós sol, luna y estrellas. Bienvenido Dios y Padre; bienvenido dulce Señor Jesús,
Mediador del nuevo pacto; bienvenido bendito Espíritu de gracia y Dios de toda
consolación; bienvenida gloria; bienvenida vida eterna; bienvenida muerte. ¡Oh Señor,
en tus manos encomiendo mi espíritu, pues tú has redimido mi alma, oh Señor Dios de
la verdad!”.
12
Éstas fueron las palabras de Rutherford en su lecho de muerte: “¡Oh que todos mis
hermanos supieran a qué Señor he servido y qué paz tengo este día! Dormiré en Cristo y
cuando despierte estaré satisfecho con ver su rostro” (1661). Éstas fueron las palabras de
Baxter en su lecho de muerte: “Bendigo a Dios porque tengo una seguridad absoluta de mi
felicidad eterna y mucha paz y consolación en mi interior”. Cuando casi llegaba a su final,
le preguntaron que cómo estaba. La respuesta fue: “Casi bien”. (1691).

Podemos depender de esto, nunca nos será tan preciada la


seguridad como cuando nos llega el turno para morir. Son pocos los
creyentes que en esa hora atroz no descubren el valor y
privilegio de una “esperanza segura”, lo hayan pensado o no durante
su vida. Las “esperanzas” y “confianzas”, en general, son muy buenas
mientras brilla el sol y el cuerpo está fuerte; pero cuando estamos por
morir, queremos poder decir “Yo sé que…” y “Yo
siento que…”. El río de la muerte contiene una corriente fría y
¿Es usted nacido de nuevo? 185
tenemos que cruzarla solos. Ningú n amigo terrenal nos puede
ayudar. El postrer enemigo, el rey de terrores, es un oponente
fuerte. Cuando nuestras almas está n partiendo, no hay mejor bebida
que el vino fuerte de la seguridad.
En el Libro de Oraciones hay expresiones hermosas en el
servicio diseñ ado para la visita a los enfermos: “El Señ or
todopoderoso que es torre fuerte para todos aquellos que ponen su
confianza en él, sea ahora eternamente tu defensa, y te haga saber y
sentir que no hay otro nombre debajo del cielo, por medio del cual
puedes recibir salud y salvació n, que el nombre de nuestro Señ or
Jesucristo”. Los compiladores de ese servicio mostraron aquí gran
sabiduría. Vieron que cuando los ojos se oscurecen, el corazó n se
debilita y el espíritu está a punto de partir tiene que haber el saber
y el sentir lo que Cristo ha hecho por nosotros, de otra manera, no
puede haber paz perfecta13.
(2) Recordemos, también, que la seguridad es deseable porque
tiende a hacer del cristiano un obrero que trabaja activamente.
Nadie, hablando en general, hace tanto para Cristo en la tierra
como los que disfrutan de la confianza má s plena de la entrada
gratuita al cielo y no ponen su confianza en sus propias obras, sino
en la obra consumada de Cristo. Esto puede parecer demasiado
maravilloso para ser verdad, pero me atrevo a decir que es cierto.
El creyente que no tiene una esperanza segura, pasará mucho
de su tiempo escudriñ ando el interior de su corazó n,

analizando su estado. Al igual que la persona nerviosa e


hipocondríaca, estará obsesionado por sus propios problemas, sus
dudas y cuestionamientos, sus propios conflictos y corrupciones. En
suma, a menudo se encontrará con que está tan trastornado por sus
batallas internas que tiene poco tiempo libre para otras cosas y poco
tiempo para trabajar para Dios.
En cambio, el creyente que, como Pablo, tiene una esperanza
segura, se encuentra libre de estas distracciones que hostigan al
186 SANTIDAD
creyente. No desconcierta a su alma con dudas sobre su propio
perdó n y aceptació n. Mira el pacto eterno sellado con sangre, la
obra consumada y la palabra inquebrantable de su Señ or y Salvador
que nunca ha fallado y, por lo tanto, considera su salvació n como
cosa segura. Y es así que puede dar toda su atenció n a la obra del
Señ or y, por ende, a la larga, hacerla14.
Para ilustrar esto, tomemos dos emigrantes ingleses y
supongamos que se asientan lado a lado en Nueva Zelanda o
Australia. Les dan a ambos un terreno para desmontar y cultivar.
Los dos terrenos miden lo mismo y son de la misma calidad.

13
“La medida más pequeña de fe, quita el aguijón de la muerte porque elimina la culpa;
pero la seguridad absoluta de la fe, rompe los dientes y la quijada de la muerte misma
porque anula el temor y terror a ella”. —Sermon in the Morning Exercises (Sermón en los
matinales) por Fairclough.
14
“La seguridad nos hace más activos y entusiastas en el servicio de Dios, nos incita a
orar y a ser obedientes. La fe nos hace caminar, pero la seguridad nos hace correr.
Pensamos que nunca podríamos hacer bastante para Dios. La seguridad es como las alas
para el pájaro y el péndulo para el reloj, pone en marcha las ruedas de la obediencia”. —
Thomas Watson.
“La seguridad causa que el hombre sea ferviente, constante y abundante en la obra del
Señor. Cuando el cristiano seguro ha terminado un trabajo, pide otro. ‘¿Qué tengo que
hacer ahora, Señor?’, dice el alma segura, ‘¿qué tengo que hacer ahora?’. El cristiano
seguro hará cualquier trabajo que sea, pondrá su cerviz en cualquier yugo por Cristo,
nunca piensa que ha hecho bastante, siempre piensa que ha hecho muy poco y cuando ha
hecho todo lo que ha podido, toma asiento diciendo ‘Siervo inútil soy’”. —Thomas
Brooks.

Les entregan los títulos oficiales como propietarios, estipulando


claramente que es propiedad de ellos y sus descendientes para
siempre. Finalmente, registran esos títulos de propiedad con las
autoridades correspondientes y de todas las demá s maneras
ingeniadas por el hombre.
Supongamos que uno de ellos se pone a trabajar para
desmontar su tierra y cultivarla, y trabaja en esto día tras día sin
parar. Supongamos que, mientras tanto, el otro interrumpe
¿Es usted nacido de nuevo? 187
constantemente su trabajo y acude repetidamente a la oficina del
registro pú blico de la propiedad para preguntar si la tierra es
realmente de él, si no hay algú n error, si, después de todo, los
instrumentos legales que le fueron dados no tienen alguna falla.
El primero nunca duda de tener el título de su propiedad, sino
que simplemente sigue trabajando. El otro nunca se siente seguro
de su título y se pasa la mitad del tiempo en la oficina de catastro,
haciendo preguntas innecesarias.
¿Cuá l de estos dos hombres habrá progresado más en el lapso de
un añ o? ¿Cuá l de ellos habrá hecho más con su propiedad, habrá
trillado má s tierra, tendrá las mejores cosechas para mostrar y será
el má s pró spero, en general?
Cualquiera, con un poco de sentido comú n, puede contestar esa
pregunta. No tengo que dá rselas yo. Só lo puede haber una
respuesta. El que dedique total atenció n a sus tierras obtendrá
siempre má s éxito.
Sucede algo similar con la cuestió n de nuestro título en las
“mansiones celestiales”. Nadie hará má s por el Señ or que lo compró
como el creyente que ve su título con claridad y no se distrae con
incredulidades, dudas, cuestionamientos y vacilaciones. El gozo del
Señ or será la fortaleza de aquel hombre. Dice David: “Vuélveme el
gozo de tu salvació n… Entonces enseñ aré a los transgresores tus
caminos” (Sal. 51:12, 13).

Nunca han existido obreros cristianos como los apó stoles.


Realmente, la obra de Cristo era su comida y su bebida. No
contaban su propia vida como algo a qué aferrarse. Pusieron su
libertad, salud y comodidad mundana al pie de la cruz. Y una gran
razó n de esto, creo, fue su esperanza segura. Eran hombres que
podían decir: “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está
bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).
(3) Recordemos también que hemos de anhelar la seguridad
188 SANTIDAD
porque tiende hacer de un cristiano un cristiano decidido.
La indecisió n y las dudas sobre nuestro propio estado son, a los
ojos de Dios, un mal gravoso y la madre de todos los males. A
menudo producen que el creyente siga con vacilació n e
incertidumbre al Señ or. La seguridad ayuda a desatar muchos
nudos, aclara y esclarece la senda del deber cristiano.
Muchos, que esperamos sean hijos de Dios y que tengan gracia
verdadera, aunque sea débil, se sienten continuamente atacados por
dudas sobre cuestiones prá cticas. “¿Está bien que hagamos tales o
cuales cosas, que renunciemos a esta costumbre familiar? ¿Hemos
de andar con esas compañ ías? ¿A dó nde ponemos los límites a las
visitas? ¿Có mo conviene vestirnos y cuá les será n nuestras
distracciones? ¿No debemos nunca, bajo ninguna circunstancia,
bailar ni jugar a las cartas, ni asistir a fiestas?”. É sta es la clase de
preguntas que parece causarles constantes problemas. Y con
frecuencia, mucha frecuencia, la raíz sencilla de su perplejidad es
que no se sienten seguros de ser hijos de Dios. Todavía no han
determinado este punto, de qué lado de la puerta está n. No saben si
está n dentro o fuera del arca.
De que un hijo de Dios debiera comportarse de cierta manera, están
seguros, pero la pregunta importante es: “¿Son ellos mismos hijos
de Dios?”. Si só lo sintieran que lo son, marcharían adelante en línea
recta. Pero no estando seguros, sus conciencias está n siempre
vacilando y en un punto muerto.

El diablo susurra: “Quizá al final de cuenta no eres má s que un


hipó crita: ¿Qué derecho tienes tú de tomar un camino decidido?
Espera a ser realmente cristiano”. ¡Y este susurro demasiadas veces
hace inclinar la balanza y los lleva a transigir miserablemente con el
mundo o desgraciadamente a conformarse a él!
Creo que aquí tenemos una de las razones principales por la
cual tantos creyentes en esta época demuestran una conducta
inconstante, superficial, insatisfactoria y desganada con el mundo.
¿Es usted nacido de nuevo? 189
Se niegan a despojarse de todo lo relacionado con el viejo hombre
porque no está n bien seguros de haberse vestido del nuevo. En
suma, no tengo ninguna duda de que una causa secreta de “vacilar
entre dos opiniones” es la falta de seguridad. Cuando alguien
puede afirmar decididamente: “¡Jehová es el Dios, Jehová es el
Dios!”, su camino se hace muy claro. (1 R. 18:39).
(4) Recordemos, por ú ltimo, que la seguridad es deseable porque
tiende a formar cristianos más santos.

Esto también suena increíble y extrañ o y, no obstante, es cierto.


Es una de las paradojas del evangelio. A primera vista, es contraria
a la razó n y al sentido comú n, pero, aun así, es una realidad. Pocas
veces distó tanto de la verdad el cardenal Bellarmine como cuando
dijo: “La seguridad tiende a producir indiferencia y pereza”. Aquel
que es perdonado gratuitamente por Cristo siempre hará mucho
para la gloria de Cristo y aquel que disfruta al má ximo la
seguridad de haber sido perdonado mantendrá su andar má s íntimo
con Dios. Es palabra fiel y digna de ser recordada por todos los
creyentes: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica
a sí mismo, así como él es puro” (1 Jn. 3:3). Una esperanza que no
purifica al creyente es una burla, una fantasía y una trampa15.
Nadie tiene mejor posibilidad de vigilar de cerca a sus propios
corazones y vidas que aquellos que conocen la tranquilidad de vivir
en estrecha comunió n con Dios.

El que va de viaje con poco dinero no tiene cuidado del peligro que
pueda haber en su itinerario y no le importa lo tarde que viaje. Por el
contrario, el que lleva oro y joyas es un viajero cauteloso.
Considera bien sus caminos, su hospedaje y sus compañ ías, y no se
expone a ningú n riesgo.

15
“La verdadera seguridad de salvación que el Espíritu de Dios haya puesto en cualquier
corazón tiene la fuerza de impedir que viva una vida libertina y entreteje en su corazón
190 SANTIDAD
amor y obediencia a Dios, como no puede hacerlo ninguna otra cosa en el mundo. La
verdadera causa de todo el libertinaje que reina en el mundo es la falta de fe y seguridad
o una seguridad falsa y carnal en el amor de Dios”. —Salmo 51, Hildersam.
“Nadie camina tan armoniosamente con Dios como los que están seguros del amor de
Dios. La fe es la madre de la obediencia y la confianza segura da paso a la rectitud en la
vida. Cuando los hombres se sueltan de Cristo, se sueltan de sus deberes y su creencia
fluctúa; se nota pronto por su inconstancia e irregularidad al caminar. No nos sumamos
con presteza a una empresa de cuyo éxito dudamos; de manera semejante, cuando no
sabemos si Dios nos aceptará o no, cuando somos inconstantes, así como confiamos y
desconfiamos con respecto a las cosas de esta vida, también somos inconstantes en
servir a Dios. Es calumnia del mundo decir que la seguridad es una doctrina inútil.” —
Exposition of James (Exposición sobre Santiago) por Manton, 1660.
“¿Quién siente más convicción de que debe cumplir sus obligaciones? ¿El hijo que es
consciente de su relación cercana y sabe que su padre lo ama o el sirviente que tiene
razones poderosas para dudarlo? El temor es un principio débil e impotente en
comparación con el amor. Los terrores pueden despertar, el amor aviva. Los terrores
pueden ‘casi persuadir’, el amor convence sobreabundantemente. Estoy seguro que el
hecho de que el creyente sepa que su Amado es de él y él de su Amado (Cnt. 4:3), se ve por
la experiencia de que pone sobre él, las obligaciones más fuertes y contundentes de ser leal
y fiel al Señor Jesucristo. Hay quien cree que Cristo es precioso (1 P. 2:7), pero también
hay el que sabe que Cristo es mucho más precioso, aun ‘uno entre diez mil’” (Cnt. 5:10).
—Sermon in Morning Exercises (Sermón en los matinales) por Fairclough, 1660.
“¿Acaso es necesario que a los hombres se les mantenga con miedo a la condenación, a fin
de que sean circunspectos y presten atención a sus obligaciones? ¿Acaso no es la
expectativa segura del cielo mucho más eficaz? El amor es el principio más noble y
fuerte de la obediencia; y no podemos dudar de que un sentido del amor de Dios por
nosotros aumentará el deseo de complacerle”. —Christian System por Robinson.

Sienten que son privilegiados y temen perder su privilegio. Tiemblan


ante la posibilidad de perder su posició n y arruinar su
tranquilidad por colocar nubarrones entre ellos y Cristo. Un
antiguo refrá n, aunque muy poco científico, dice que las estrellas
fijas son las que má s tiemblan. El hombre que disfruta má s
plenamente de la luz del rostro reconciliado de Dios, será el
hombre que tiembla por el solo miedo a perder sus benditas
consolaciones y temeroso de hacer algo que contriste al Espíritu
Santo.
Encomiendo estos cuatro puntos a la consideració n seria de
todo cristiano profesante. ¿Quisiera usted sentir los Brazos Eternos
abrazándolo y oír todos los días la voz de Jesú s acercá ndose a su
¿Es usted nacido de nuevo? 191
alma y diciendo “Soy tu salvació n”? ¿Le gustaría ser un obrero
ú til en la viñ a del Señ or en su época y generació n?
¿Quisiera ser conocido por todos los hombres como un seguidor de
Cristo valiente, firme, decidido, fiel e inconmovible? ¿Quisiera tener
una mente particularmente espiritual y santa? No dudo que algunos
lectores dirá n: “É stas son las cosas que precisamente nuestros
corazones anhelan. Las ansiamos, pero parecen estar distantes”.
La poca fe puede ser la causa de los fracasos
Ahora bien, ¿se le ha ocurrido alguna vez que haber descuidado
la seguridad sea posiblemente la razó n principal de sus fracasos; que
la poca fe que satisface, puede ser la poca paz que siente? ¿Le
resulta extrañ o que las gracias en usted desmayan y languidecen,
mientras deja que la fe, que es la raíz y madre de todas ellas, se
mantenga enclenque y débil?
Siga hoy mi consejo. Procure aumentar su fe. Procure tener una
esperanza segura de su salvació n como la del apó stol Pablo. Procure
obtener una confianza sencilla en las promesas de Dios como la de
un niñ o. Procure poder decir con Pablo: “Yo sé a quién he creído, y
estoy seguro que es poderoso para guardar mi depó sito para aquel
día” (2 Ti. 1:12).

Es muy probable que haya intentado otros modos y métodos, y


haya fracasado completamente. Cambie su plan. Adopte otra
tá ctica. Empiece por confiar implícitamente. Eche fuera su retraso
falto de fe y crea lo que dice el Señ or. Venga y humíllese con su
alma y sus pecados a los pies de su Salvador. Comience
simplemente creyendo y, pronto, todo lo demá s le será
agregado16.
IV.Causas por las cuales, rara vez, se logra una esperanza
segura
Llego ahora al ú ltimo tema que mencioné. Prometí explicar
algunas causas por las cuales rara vez se llega a tener una esperanza
192 SANTIDAD
segura. Lo haré brevemente.
É sta es una cuestió n muy seria que debería motivarnos a todos a
escudriñ ar profundamente nuestro corazó n. Ciertamente, pocos
entre el pueblo de Cristo, parecen alcanzar este bendito espíritu de
seguridad. Muchos creen relativamente, pero pocos está n
convencidos. Muchos, comparativamente, tienen una fe salvadora,
pero pocos aquella confianza gloriosa que brilla en el lenguaje de San
Pablo. Creo que tenemos que reconocer que éste es el caso.

16
“Lo que provoca tanta perplejidad es que invirtamos el orden de Dios. Algunos dicen ‘Si
yo supiera que la promesa es para mí y que Cristo fue un Salvador para mí, podría
creer’; es decir, primero quiero ver y después creeré. Pero el método correcto es justo al
revés. Dijo David: ‘Creí; por tanto hablé’ (Sal. 116:10). Primero creyó y después vio”.
—Cardenal Leighton.
“Es un pensamiento débil e ignorante, pero común entre los cristianos, pensar que no
debieran buscar el cielo, ni confiar en Cristo para gloria eterna hasta haber progresado
mucho en santidad y en su aptitud para confiar. Pero tal como la primera santificación
de nuestra naturaleza fluye de nuestra fe y confianza en que Cristo nos acepta, también
nuestra santificación posterior y aptitud para la gloria fluye del ejercicio renovado y
repetido de fe en él”. —Traill.

Ahora bien, ¿por qué es esto así? ¿Por qué lo que dos apó stoles
recomendaron tan encarecidamente que buscá ramos, es algo que
pocos creyentes conocen por experiencia en estos días?

¿Por qué la esperanza segura es algo que rara vez se ve?


Quiero ofrecer humildemente varias sugerencias sobre el por
qué. Sé que muchos, a cuyos pies me sentaría gustosamente, tanto
en la tierra como en el cielo, nunca han alcanzado la seguridad.
Quizá el Señ or ve algo en el temperamento natural de algunos de
sus hijos que no es idó neo para que ellos se sientan seguros. Quizá, a
fin de mantener su salud espiritual, necesitan permanecer en esa
condició n. Só lo Dios lo sabe. No obstante, después de mucha
¿Es usted nacido de nuevo? 193
especulació n, me temo que hay muchos creyentes sin una
esperanza segura, cuyos casos, muy a menudo, se deben a causas
como las siguientes.
(1) Sospecho que una de las causas má s comunes es un concepto
defectuoso de la doctrina de la justificación.
Me inclino a pensar que existe una confusió n en la mente de
muchos creyentes acerca de la justificació n y la santificació n.
Reciben la verdad del evangelio: Algo tiene que suceder dentro de
nosotros, al igual que algo tiene que ser hecho para nosotros, si
hemos de ser auténticos miembros de Cristo y hasta allí tienen
razó n. Pero luego, sin ser conscientes de ello, tal vez, parecen
asimilar la idea de que su justificació n es, en cierta medida,
afectada por algo dentro de ellos mismos. No ven con claridad la
obra de Cristo en ellos, ni su propia obra, ni en su totalidad ni en
parte, ni directa o indirectamente, que es la base de la aceptació n
de Dios. Ignoran que la justificació n es algo que realiza él sin
nuestra intervenció n, por lo cual no requiere nada de nuestra
parte, excepto sencillamente fe; y que el má s débil pecador es
justificado total y completamente tal como lo es el má s fuerte17.

Muchos parecen olvidar que somos salvos y justificados siendo


pecadores y, ú nicamente pecadores, y que nunca podemos serlo
má s de lo que ya somos, aunque lleguemos a la edad de Matusalén.
Somos indudablemente pecadores redimidos, pecadores
justificados y pecadores renovados, pero pecadores, pecadores y
pecadores seremos siempre hasta el fin. No parecen comprender que
hay una gran diferencia entre nuestra justificació n y nuestra
santificació n. Nuestra justificació n es una obra terminada y
perfecta, no admite grados. En cambio, nuestra santificació n es
imperfecta e incompleta, y lo será hasta la ú ltima hora de nuestra
vida. Parece que estos creyentes esperan que el creyente pueda, en
algú n periodo de su vida, ser libre de corrupció n y lograr una
194 SANTIDAD
especie de perfecció n interior. Y al no encontrar en sus corazones
este estado angelical, llegan enseguida a la conclusió n de que su
estado no es bueno. Entonces siguen lamentá ndose todos los días,
dominados por el temor de no tener arte ni parte con Cristo, y
negá ndose a recibir consuelo.
Demos nuestra atenció n a este punto. Si algú n alma creyente
anhela seguridad y no la tiene, pregú ntese, ante todo, si está bien
seguro de que su fe es legítima, si sabe distinguir entre las cosas
que son diferentes y si es totalmente claro en cuanto al tema de la
justificació n. Tiene que saber lo que es sencillamente creer y ser
justificado por fe, antes de poder sentirse seguro.

17
La Confesión de Fe de Westminster da una descripción admirable de la justificación:
“A los que Dios llama de una manera eficaz, también justifica gratuitamente, no
infundiendo justicia en ellos, sino perdonándoles sus pecados y, contando y aceptando
sus personas como justas; no por algo en ellos o hecho por ellos, sino solamente por
causa de Cristo; no por imputarles la fe misma, ni el acto de creer, ni alguna otra
obediencia evangélica como su justicia, sino imputándoles la obediencia y satisfacción
de Cristo; y ellos por la fe, le reciben y descansan en él y en su justicia. Esta fe no la
tienen de ellos mismos. Es un don de Dios”.

En esta cuestió n, como en muchas otras, la antigua herejía


gá lata (el error de creer que la salvació n podía ganarse por medio de
alguna fó rmula legalista) es el origen má s fértil del error, tanto en
doctrina como en prá ctica. La gente debería buscar conceptos má s
claros de Cristo y de lo que Cristo ha hecho por ellos. Feliz el
hombre que realmente comprende “la justificació n por fe sin la obras
de la ley”.
(2) Otra causa comú n de la falta de seguridad es la falta de ganas de
crecer en la gracia.
Sospecho que muchos creyentes auténticos tienen conceptos
peligrosos y no bíblicos sobre esto; es claro que no digo que lo hagan
a propó sito, pero de hecho, los tienen. Muchos parecen pensar que,
una vez convertidos, no se tienen que ocupar de otra cosa y que el
¿Es usted nacido de nuevo? 195
estado de salvació n es una especie de có modo silló n donde
simplemente se tienen que sentar, descansar y ser felices. Parecen
creer que la gracia es algo que les ha sido dada para que la
disfruten y olvidan que es dada como un talento, para ser usado,
aprovechado y mejorado. Estas personas olvidan las muchas
exhortaciones a “aumentar, crecer, abundar má s y má s y agregar
a su fe” y cosas parecidas; y en su estado pasivo, sentados
tranquilamente, no me extrañ a que se pierdan la seguridad.
Creo que debe ser nuestra meta continua y nuestro anhelo
constante marchar hacia adelante, y nuestro lema en cada
cumpleañ os, en cada comienzo de añ o debe ser: “Má s y má s” (1 Ts.
4:1): Má s conocimiento, má s fe, má s obediencia y má s amor. Si
hemos cosechado a treinta por uno, tenemos que procurar cosechar
al sesenta y si hemos cosechado sesenta, debemos esforzarnos por
cosechar a ciento por uno. La voluntad del Señ or es nuestra
santificació n y debe ser nuestra voluntad también (Mt. 13:23; 1 Ts.
4:3). Una cosa de la cual siempre podemos depender es que hay una
conexió n inseparable entre la diligencia y la seguridad. Dice Pedro:
“Procurad” (2 P. 1:10).

“Deseamos”, dice Pablo “que cada uno de vosotros muestre la


misma solicitud para plena certeza de la esperanza” (He. 6:11). “El
alma de los diligentes”, dice Salomó n, “será prosperada” (Pr. 13:4).
Contiene mucha verdad la antigua má xima puritana que dice: “La
fe de la adhesió n viene por el oír, pero la fe de la seguridad no
viene sin el hacer”.
¿Es alguno de mis lectores uno de aquellos que anhela la seguridad,
pero no la tiene? Preste atenció n a mis palabras. Nunca la
obtendrá sin diligencia, no importa lo mucho que la anhele. No
hay ganancia sin dolor en las cosas espirituales, así como no la hay
en las temporales. “El alma del perezoso desea, y nada alcanza” (Pr.
13:4)18.
196 SANTIDAD
(3) Otra
causa comú n de la falta de seguridad es un andar
inconsistente en la vida.
Con tristeza y dolor me siento constreñ ido a decir que me temo
que la inconsistencia con frecuencia impide que las personas
obtengan una esperanza segura.
18
“¿De quién es la culpa si usted deja de cuestionar su parte con Cristo? Si los cristianos se
ocuparan más de examinarse a sí mismos, de caminar más cerca de Dios; si tuvieran una
comunión más estrecha con Dios y actuaran con más fe, esta oscuridad y dudas
vergonzosas pronto desparecerían”.
—Robert Traill.
“Al cristiano perezoso siempre le faltarán cuatro cosas: Consuelo, contentamiento,
confianza y seguridad. Dios ha hecho una separación entre el gozo y la indolencia. Entre
la seguridad y la pereza y, por lo tanto, es imposible juntar estas cosas que Dios ha
separado tanto”. —Thomas Brooks.
“¿Se encuentra hundido y con dudas, tambaleando e incierto, sin saber cuál es su
condición ni si tiene parte en el perdón que viene de Dios? ¿Está fluctuando entre
esperanzas, temores, falta de paz, consolación y seguridad? ¿Por qué se queda sin hacer
nada? Levántese, vele, ore, ayune, medite, batalle contra sus lascivias y corrupciones, no
tema ni se asuste ante los ruegos de estas obras de la carne pidiéndole que no las
abandone, marche adelante al trono de gracia con oraciones, súplicas inoportunas,
pedidos sin descanso; ésta es la manera de apropiarse del reino de Dios. Estas cosas no
constituyen paz, ni seguridad, pero son parte de los medios que Dios ha determinado
para alcanzarlas”. —Owen sobre el Salmo 23.

El flujo de cristianos profesantes en la actualidad es mucho má s


amplio de lo que era antes y me temo que tengo que reconocer
que, a la misma vez, ese cristianismo es má s superficial.
La incongruencia en la vida es totalmente destructiva para la
paz de la conciencia. Las dos cosas son incompatibles. No pueden
darse ambas en una misma persona. Si usted tiene pecados que lo
dominan y no puede decidirse a renunciar a ellos, si no puede
amputarse la mano derecha ni arrancarse el ojo derecho cuando la
ocasió n lo requiere, le asevero que no tendrá ninguna seguridad.
Un andar vacilante, una reticencia a emprender, audaz y
decididamente un camino, una disposició n inmediata a
conformarse al mundo, un testimonio vacilante para Cristo, una
religió n indecisa, una resistencia a adoptar una norma elevada de
¿Es usted nacido de nuevo? 197
santidad y vida espiritual, son una fó rmula infalible para malograr el
jardín de su alma.
Es inú til suponer que podrá sentirse seguro y convencido de
que ha sido perdonado y aceptado por Dios, a menos que
considere que todos los mandamientos de Dios acerca de todas las
cosas son correctos y que Dios aborrece todo pecado, sea grande o
pequeñ o (Sal. 119:128). Un solo Acá n que permita entrar en el
campamento de su corazó n debilitará sus manos y arrasará con sus
consolaciones. Usted tiene que estar cultivando diariamente su vida
en el Espíritu, si va a cosechar el testimonio del Espíritu. (Gá .
5:25). No encontrará ni sentirá que todos los caminos del Señ or
son caminos placenteros, a menos que trabaje en todo para agradar
el Señ or19. Bendigo a Dios porque nuestra salvació n no depende en
absoluto de nuestras propias obras. Somos salvos por gracia, no
por obras de justicia, por fe, sin las obras de la ley. Pero no
quisiera nunca que algú n creyente olvidara por un momento que
nuestro sentido de ser salvos depende de nuestra manera de vivir.
La inconsistencia empañ ará su vista y pondrá nubes entre usted y el
sol.

El sol es el mismo detrá s de las nubes, pero usted no podrá ver su


resplandor y disfrutar de su calor, y su alma estará sombría y fría. Es
en la senda del bien hacer, en donde lo visitará la fuente de luz y
brillará en su corazó n.
“La comunió n íntima de Jehová ”, dice David, “es con los que le
temen, y a ellos hará conocer su pacto” (Sal. 25:14).
“Y al que ordenare su camino, le mostraré la salvació n de Dios”
(Sal. 50:23). “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay
para ellos tropiezo” (Sal.119:165).
“Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunió n
unos con otros” (1 Jn. 1:7).
“No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.
198 SANTIDAD
Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos
nuestros corazones delante de él” (1 Jn. 3:18, 19).
“Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos
sus mandamientos” (1 Jn. 2:3).

19
“¿Quiere tener una esperanza fuerte? Entonces mantenga pura su conciencia. No se
puede corromper una sin debilitar la otra. La persona piadosa que es negligente e
indiferente en su andar santo se encontrará pronto conque su esperanza languidece. Todo
pecado lleva al alma que anda en él a temblar de miedo y sacudir su corazón”. —Gurnall.
“Una causa grande y demasiado común que causa aflicción es algún pecado secreto; apaga
la luz del alma, la disipa y causa estupor, de modo que no puede ver ni sentir su propia
condición. Pero sobre todo provoca que Dios se aparte, que retire sus consolaciones y la
ayuda de su Espíritu”. —Saints’ Rest (Descanso de los santos) por Baxter.
“Las estrellas que tienen trayectorias más cortas son las que están más cerca del polo y los
hombres cuyas vidas están menos enredadas con el mundo, siempre son las que están
más cerca de Dios y de la seguridad de su favor. Recuerde esto, cristiano mundano:
Usted y el mundo deben separarse, de otra manera la seguridad y su alma nunca se
encontrarán”. —Thomas Brooks.

Pablo era un hombre que se esforzaba por tener una conciencia


sin ninguna ofensa a Dios ni al hombre (Hch. 24:16). Podía decir
con audacia: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he
guardado la fe”. No me extrañ a, entonces, que Dios lo capacitó de
modo que pudo agregar confiadamente: “Me está guardada la corona
de justicia, la cual me dará el Señ or, juez justo, en aquel día” (2 Ti.
4:7, 8).
Si algú n creyente del Señ or Jesú s anhela seguridad y no la tiene,
que reflexione también en este punto. Mire su propio corazó n,
mire su propia conciencia, mire su propia vida, mire sus propias
costumbres y mire su propio hogar. Y quizá cuando lo haya hecho,
podrá decir: “Con razón no tengo una esperanza segura”.
Dejo estos temas que acabo de mencionar a la consideració n
personal de cada lector de este escrito. Estoy seguro de que vale la
pena examinarlos. Examinémoslos sinceramente. Y quiera el Señ or
¿Es usted nacido de nuevo? 199
darnos entendimiento en todas las cosas.
Aplicaciones prácticas
(1) Parael no creyente
Y ahora, para terminar este importante estudio, quiero dirigirme
primero al lector que todavía no se ha entregado al Señ or, que
todavía no se ha alejado del mundo, que aú n no ha escogido la
mejor parte y no ha comenzado a seguir a Cristo.
Le pido entonces que aprenda, de este tema, cuá les son los
privilegios y consolaciones del verdadero cristiano.

No quiero que juzgue al Señ or Jesucristo por su pueblo. El mejor


de los siervos puede dar apenas un vislumbre de ese glorioso Maestro.
Tampoco quiero que juzgue los privilegios de su reino por la
medida de confort que logran muchos de los suyos. ¡Ay, la mayoría
somos unas pobres criaturas! Tenemos pocas, muy pocas de las
bendiciones que podríamos disfrutar.

Pero tenga por seguro que hay cosas seguras en la ciudad de


nuestro Dios que aquellos que tienen una esperanza segura ya
pueden palpar, aun en esta vida. Hay allí tal abundancia de paz que
el corazó n no puede concebir. En la casa de nuestro Padre hay
tanto pan que hasta sobra, aunque muchos de nosotros comemos
muy poco de él y, por ende, seguimos siendo débiles. Pero no
culpemos al Maestro: La culpa es toda nuestra.
Y, al final de cuentas, el hijo má s débil de Dios cuenta con una
mina de consolaciones en su interior, de las cuales usted no puede
saber nada. Usted ve los conflictos y los zarandeos de la superficie
de su corazó n, pero no las perlas de gran precio escondidas en el
fondo. El miembro má s frágil de Cristo no cambiaría su lugar con
usted. El creyente que posee la menor seguridad está mucho
mejor que usted. Tiene esperanza, aunque débil, en cambio usted
no tiene ninguna. Tiene una porció n que nunca le será quitada, un
200 SANTIDAD
Redentor que nunca le será quitado, un Salvador que nunca lo
abandonará, un tesoro que nunca se desvanece a causa de su
insuficiente comprensió n en el presente. Pero, en cuanto a usted, si
muere tal como está , también morirá n todas sus expectaciones.
¡Oh, que fuera usted sabio, que comprendiera estas cosas! ¡Oh, que
considerara su destino final!
Siento má s lá stima por usted que nunca en estos ú ltimos días en
los que el mundo está llegando a su final. Siento mucha pena por
aquellos cuyo todo tesoro está en la tierra y cuyas esperanzas está n
en este lado de la tumba. ¡Sí!...
- cuando veo antiguos reinos y dinastías temblando hasta sus
cimientos,
- cuando veo, como vimos todos hace unos añ os, a reyes y
príncipes, a ricos y grandes hombres huyendo para salvar sus
vidas sin saber dó nde esconderse,

- cuando veo propiedades que dependen de la confianza pú blica


derritiéndose como la nieve en la primavera, y las acciones de la
bolsa de valores y fondos del gobierno perdiendo su valor.
Cuando veo estas cosas, me dan mucha lá stima los que no
tienen una porció n mejor que la que este mundo les puede dar, ni
un lugar en el reino que no puede ser arrebatado20.
Recurra a un ministro de Cristo este mismo día. Busque las
riquezas que perduran, un tesoro que nadie le puede quitar, una
ciudad con cimientos duraderos. Haga lo que hizo el Apó stol.
Entréguese al Señ or Jesucristo y busque aquella corona
incorruptible que está preparado para otorgarle. Tome el yugo de
Cristo y aprenda de él. Apá rtese del mundo que nunca lo satisfará y
del pecado que le morderá como una serpiente si se aferra a él hasta
el final. Venga al Señ or Jesú s como un humilde pecador y É l lo
¿Es usted nacido de nuevo? 201
recibirá , perdonará y le dará su Espíritu renovador, y le llenará de
paz. Esto le dará má s consolació n que la que jamás le ha dado el
mundo. Hay un vacío en su vida que nadie, sino la paz de Cristo
puede llenar. Venga y comparta nuestros privilegios. Venga con
nosotros y siéntese a nuestro lado.
(2) Para el creyente
En ú ltimo lugar, quiero dirigirme a todo creyente que lee estas
pá ginas y decirle algunas palabras de consejo fraternal.
(a) Lo principal que le insto a hacer es esto: Si no cuenta usted
con una esperanza segura de haber sido aceptado por Cristo,
resuelva este día buscarla. Ocú pese de esto. Esfuércese por lograrla.
Pídala en oració n. No le dé descanso al Señ or hasta “saber en quién
ha creído”.

20
“Son doblemente desafortunados los que no tienen asegurado el cielo ni la tierra, ni lo
temporal ni lo eterno”. —Thomas Brooks.

Realmente siento que la poca seguridad actual entre los que se


consideran hijos de Dios, es una vergü enza y un reproche. “Es para
lamentar profundamente”, dice el anciano Traill, “el que tantos
cristianos hayan vivido veinte o treinta añ os desde que Jesú s los
llamara por su gracia y aú n sigan dudando”. Recordemos el
“anhelo” sincero que expresa Pablo: “Cada uno” de los hebreos sea
solícito en lograr plena certeza (He. 6:11) para que evite que se les
reproche por su falta de seguridad.
Lector creyente, ¿quiere realmente decir que no tiene ningú n
deseo de intercambiar su esperanza por confianza, su anhelo por
convicció n, su incertidumbre por conocimiento? Porque una fe débil
lo salva, ¿se contentará con eso? Porque la seguridad no es esencial
para su entrada al cielo, ¿se conformará sin ella en la tierra? ¡Ay,
ésta no es una condició n sana del alma en la cual permanecer, no
es la manera de pensar de la era apostó lica! Levá ntese ya y marche
202 SANTIDAD
hacia adelante. No se quede pegado a los cimientos de la religió n;
avance hasta la perfecció n. No se contente con un día de
pequeñ eces. Nunca desprecie esto en los demá s, pero nunca se
contente con esto en usted mismo.
Créame, vale la pena buscar la seguridad. Renuncia usted a sus
privilegios cuando se contenta sin ella. Las cosas que digo son para
su propia paz. Si es bueno sentirse seguro con respecto a las cosas
de este mundo, ¡mucho mejor es estarlo sobre las cosas celestiales!
Su salvació n es una cosa resuelta y cierta. Dios lo sabe. ¿Por qué no
habría de procurar usted saberlo también? No hay nada en esto que
no sea bíblico. Pablo nunca vio el Libro de la Vida, no obstante,
dijo: “Estoy convencido”.
Sea, pues, su oració n diaria que su fe aumente. Segú n el tamañ o
de su fe, será su paz. Cultive má s esa raíz bendita y, tarde o temprano,
por la bendició n de Dios, puede esperar tener una flor. Quizá no
logre una seguridad total de una sola vez. A veces es bueno que
tenga que esperar:

No valoramos las cosas que podemos obtener sin esfuerzo. Pero


aunque se demore, espérela. Busque y crea que la va a encontrar.
(b) No obstante, hay una cosa que no quiero que ignore: No se
sorprenda si ocasionalmente tiene dudas, una vez que ha obtenido
seguridad. No debe olvidar que está en la tierra y no en el cielo. Está
todavía en el cuerpo y tiene pecado que mora en usted; la carne
lucha contra el espíritu hasta el final. La lepra no se puede quitar
de las paredes de la vieja casa hasta que la muerte la quita. Y
también hay un diablo y un diablo fuerte: Un diablo que tentó al
Señ or Jesú s e hizo caer a Pedro y se asegurará que usted lo sepa.
Siempre habrá algunas dudas. El que nunca duda, no tiene nada que
perder. El que nunca teme, no posee nada realmente valioso. El que
nunca siente celos, poco sabe del amor profundo. No se desanime;
usted será má s que vencedor por medio de aquel que le amó . 21
(c) Por ú ltimo, no olvide que la seguridad es algo que puede
¿Es usted nacido de nuevo? 203
perderse por un tiempo, le puede suceder aun a los cristianos má s
brillantes, a menos que tengan cuidado.
La seguridad es una planta muy delicada. Necesita que cada día y
cada hora se la vigile, riegue, cuide y valore. Así que vele y ore aú n
má s cuando la tiene. Como dijo Rutherford: “Dele importancia a
la seguridad”. Manténgase siempre en guardia. En El Progreso del
Peregrino, cuando Cristiano se durmió en la arboleda perdió su
certificado. Recuerde esto.
David perdió su seguridad durante muchos meses al caer en
pecado. Pedro la perdió cuando negó a su Señ or. Es cierto que
ambos la volvieron a tener, pero no antes de haber derramado
lá grimas amargas.
21
“Nadie siente seguridad en todo momento. Así como el sendero tiene la sombra de los
árboles, con tramos de sol y sombra; y así como algunos lugares son oscuros y otros
claros, así es usualmente la vida de los cristianos más seguros”. —Obispo Hopkins.“Es
de sospechar que una persona sea hipócrita cuando muestra siempre el mismo talante,
pretendiendo ser invariablemente recto”. —Traill.

La oscuridad espiritual viene montada a caballo, pero se retira


caminando. Nos ataca antes de que nos demos cuenta que allí
viene. Se retira lenta y gradualmente, y só lo después de muchos
días. Es fácil descender por una ladera corriendo, pero es difícil
escalarla. Así que recuerde mi advertencia: Cuando tiene el gozo
del Señ or, vele y ore.
(d) Sobre todo, no contriste al Espíritu. No apague el Espíritu.
No irrite al Espíritu. No lo distancie, jugando con malos há bitos
pequeñ os y pecados pequeñ os. Las pequeñ as discusiones entre
có nyuges resultan en hogares infelices y las pequeñ as faltas,
conocidas y permitidas, causará n contrariedad, entre usted y el
Espíritu.
Preste atenció n a la conclusió n de todo el asunto: El hombre que
camina má s cercano con Dios en Cristo, por lo general, gozará de
mayor paz. El creyente que sigue al Señ or má s plenamente y
204 SANTIDAD
apunta a la medida má s alta de santidad ordinariamente, disfrutará
de la mayor esperanza y tendrá una convicció n má s clara de su
propia salvació n.
Apéndice
La diferencia entre fe y seguridad
Los siguientes son fragmentos de teó logos ingleses, que
demuestran…
- que existe una diferencia entre la fe y la seguridad,
- que el creyente puede ser justificado y aceptado por Dios y no
disfrutar de un conocimiento adecuado de su propia
seguridad y
- que la fe má s débil en Cristo, si es genuina, salva al hombre tan
ciertamente como lo hace con la má s fuerte.
(1) “La misericordia de Dios es mayor que todos los pecados en el
mundo.

Pero, a veces, estamos en un estado en que pensamos que no


tenemos nada de fe o si acaso la tenemos, es muy floja y débil. Y,
por lo tanto, son dos cosas distintas tener fe y sentir la fe. Algunos
sienten fe, pero no la pueden obtener, no obstante, no deben
desesperarse, sino seguir clamando a Dios y tarde o temprano
vendrá : Dios abrirá sus corazones y dejará sentir su bondad”.
—Sermones del obispo Latimer, 1552.
(2)“El hombre de fe débil puede fallar en la aplicació n o en la
asimilació n y la apropiació n de los beneficios de Cristo a su vida. Esto
se nota en la experiencia ordinaria. Hay muchos hombres de
corazó n humilde y contrito que sirven a Dios en espíritu y en
verdad, pero aun así, no pueden decir sin tener muchas dudas e
inseguridad: Sé y estoy completamente seguro que mis pecados han
sido perdonados. ¿Diremos, entonces, que los tales no tienen fe? Ni
Dios lo quiera. Esta débil fe será merecedora del cumplimiento de
las promesas misericordiosas de Dios para perdó n del pecado, tanto
¿Es usted nacido de nuevo? 205
como lo es una fe fuerte, aunque no tan contundentemente. El
hombre con una mano seca puede extenderla para recibir un
regalo de mano de un rey, tanto como el que tiene una mano
normal, aunque quizá no con tanta firmeza y seguridad”.
—Exposition of the Creed (Exposición del credo), por William Perkins, Ministro de Cristo
en la Universidad de Cambridge, 1612.
(3) “Esta
certidumbre de nuestra salvació n de la cual habla Pablo,
repetida por Pedro y mencionada por David (Sal. 4:7), es ese fruto
especial de la fe, que respira gozo espiritual y paz interior, que
sobrepasa todo entendimiento. Es cierto que no todos los hijos de
Dios la tienen. Una cosa es el á rbol y otra es el fruto del á rbol: Una
cosa es la fe y otro el fruto de la fe. Y ese remanente de los
escogidos de Dios que siente la falta de esta fe, de cualquier
manera, la tienen”.
—Sermón por Richard Greenham, ministro y predicador de la Palabra de Dios, 1612.

“Algunos piensan que no tienen nada de fe porque no tienen


(4)
una seguridad certera. Pero aun el fuego má s endeble que pueda
haber, tendrá humo”.
—The Bruised Reed (La caña cascada) por Richard Sibbes, Profesor en Catherine Hall,
Cambridge, y predicador en Gray’s Inn, Londres, 1630.
(5) “Elacto de fe se trata de aplicar a Cristo al alma y esto lo
puede hacer, tanto la fe má s débil como la má s fuerte, si es
auténtica. Un niñ o puede sostener una vara tan bien como un
hombre, aunque no con tanta fuerza. El prisionero ve el sol a
través de un agujero, aunque no tan perfectamente como los que
está n al aire libre. Los israelitas miraron la serpiente de bronce a
la distancia y, aun así, fueron sanados. La fe má s pequeñ a es tan
preciada al alma del creyente como la fe de Pedro y Pablo lo era para
ellos porque se apropia de Cristo y trae salvació n eterna”.
—An Exposition of the Second Epistle General of Peter (Una exposición de la
segunda epístola general de Pedro) por el Rev. Thomas Adams, Rector de St.
Gregory, Londres, 1633.
206 SANTIDAD
(6) “Una fe débil es fe auténtica, es preciosa, aunque no tan
grande como una fe fuerte; el Espíritu Santo es el mismo (el
autor), el evangelio es el mismo (el instrumento). Aunque nunca
llegue a ser fuerte, la fe débil salva porque por ella nos interesamos
en Cristo y hace que él y todos sus beneficios sean nuestros. Porque
no es la fuerza de nuestra fe lo que salva, sino la autenticidad de
nuestra fe, no es la debilidad de nuestra fe lo que condena, sino la
falta de fe porque aun la fe má s débil se apropia de Cristo y, por
tanto, nos salva. Ni tampoco somos salvos por la calidad o
cantidad de nuestra fe, sino por Cristo, quien salva por la fe, sea
esta fuerte o débil. Una mano débil puede llevarse comida a la
boca y esa comida alimenta y nutre al cuerpo tal como si hubiera
sido llevada a la boca por una mano fuerte; dado que el cuerpo no se
nutre por la fuerza de la mano, sino por las bondades de la carne”.
—The Doctrine of Faith (La doctrina de la fe), por John Rogers, Predicador de la
Palabra de Dios, en Dedham, Essex, 1634.

(7) “Unacosa es tener algo con seguridad, otra saber con


seguridad que la tenemos. Buscamos muchas cosas que ya
tenemos en las manos y tenemos muchas cosas que creemos
haber perdido. Del mismo modo, un creyente puede tener una fe
segura, aunque no siempre sepa que la tiene. La fe es necesaria
para la salvació n; pero una seguridad plena de que cree no es
indispensable”.
—Ball on Faith (Ball sobre la fe), 1637.
“Hay una fe débil, que aun así, es auténtica; y aunque es débil,
(8)
porque es auténtica no será rechazada por Cristo. La fe no es
creada perfecta al principio, como lo fue la de Adá n; sino que es
como un hombre en el curso de la naturaleza, que es primero un
instrumento, luego un niñ o, luego un joven y luego un hombre.
Algunos rechazan totalmente a los débiles y llaman hipocresía a
toda debilidad en la fe. Estos son, por cierto, hombres orgullosos y
crueles. Algunos consuelan y confirman a los que son débiles
¿Es usted nacido de nuevo? 207
diciendo: ‘No seas demasiado justo, ni seas sabio con exceso; ¿por qué
habrá s de destruirte?’ (Ec. 7:16). Estos son cojines blandos, pero
no seguros; son aduladores lisonjeros, no amigos fieles. Algunos
consuelan y exhortan diciendo: ‘Por tanto, dejando ya los
rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la
perfecció n; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento
de obras muertas, de la fe en Dios’ (He. 6:1). É ste es el curso má s
seguro y el mejor”.
—Questions, Observations, etc., upon the Gospel According to St. Matthew
(Preguntas, observaciones, etc. sobre el Evangelio según San Mateo) por Richard
Ward, en alguna ocasión alumno en Cambridge y predicador del evangelio en
Londres, 1640.
(9) “Un
hombre puede contar con el favor de Dios, estar en un
estado de gracia, ser justificado delante de Dios y, aun así, carecer de
una seguridad fehaciente de su salvació n y de contar con el favor de
Dios en Cristo. Un hombre puede tener dentro de sí una fe
salvadora y, no obstante, no percibirla; un hombre puede tener
una verdadera fe justificadora,

pero no tener el uso o la operació n de ella como para darle una


seguridad tranquila de su reconciliació n con Dios. Diré má s: Un
hombre puede estar en el estado de gracia y tener en él una
verdadera fe que justifica, aunque le parezca lo contrario. É ste
fue ciertamente el caso de Job quien clamó a Dios: ‘¿Por qué
escondes tu rostro, y me cuentas por tu enemigo?’ (Job 13:24).
Aun la fe má s débil justifica. Si usted no puede recibir a Cristo y
descansar en él, aunque sea con una fe débil, tarde o temprano
se dará cuenta de su error. Tenga cuidado de no pensar que es
la fuerza de su fe lo que lo justifica. No, no: Es Cristo y su justicia
perfecta lo que su fe recibe y sobre lo cual descansa, lo que
salva. El que tiene la mano má s endeble y débil puede recibir
una limosna y aplicar una cataplasma a su herida, tal como
puede hacerlo la má s fuerte y recibir el mismo beneficio”.
—Lectures upon the 51th Psalm (Discursos sobre el Salmo 51), predicado en Ashby-de-
la-Zouch, por Arthur Hildersam, ministro de Jesucristo, 1642.
208 SANTIDAD
(10) “Aunquesu gracia sea la má s débil, si es auténtica, usted
tiene una porció n tan grande en la justicia de Cristo como la de un
cristiano fuerte. Tiene tanto de la justicia de Cristo imputada a
usted como cualquier otro”.
—Sermones por William Bridge, ex profesor de Emmanuel College, Cambridge y
pastor de la Iglesia de Cristo en Great Yarmouth, 1648.
(11) “Hayalgunos que son creyentes auténticos y aun así son
débiles en la fe. De hecho, reciben a Cristo y su gracia, pero lo
hacen con una mano temblorosa; tienen, como dicen los teó logos, la
fe de adhesió n; se pegará n a Cristo, como suyos, pero les falta la fe de
la evidencia, no se ven como suyos. Son creyentes, pero de poca fe;
confían que Cristo no los echará fuera, pero no está n seguros de
que los aceptará ”.
—Sips of Sweetness, or Consolation for Weak Believers (Sorbos de dulzura o
consuelo para creyentes débiles), por John Durant, predicador en la Catedral
de Canterbury, 1649.
(12) “Sé
que usted dice que Jesucristo vino al mundo para salvar los
pecadores y ‘para que todo aquel que en él cree, no se pierda,

mas tenga vida eterna’ (Jn. 3:15). No puedo saber má s que eso;
que teniendo un sentido de mi propia condició n pecaminosa, me
entrego en alguna medida a mi Salvador y me apropio de su
redenció n totalmente suficiente. Pero, ¡ay, mis percepciones de él
son tan débiles que no pueden darle un consuelo firme a mi alma!
Sea valiente, hijo mío. Si es que usted confía en ser justificado y
salvo por el poder del acto mismo de su fe, tiene razó n para estar
desanimado porque tiene conciencia de lo débil que es. Pero si la
verdad y eficacia de esta feliz obra es en el objeto del cual usted se
apropió , a saber los méritos y las misericordias infinitas de Dios el
Salvador, que no pueden ser anuladas por ser usted débil, tiene razó n
para animarse y esperar alegremente su salvació n. Comprenda que su
causa es buena. Tenemos aquí una mano doble que nos ayuda a
marchar al cielo. Nuestra mano de fe se toma de nuestro Salvador,
la mano misericordiosa y redentora de nuestro salvador se toma de
¿Es usted nacido de nuevo? 209
nosotros. Nuestro asirnos a él es débil y resulta fá cil soltarnos, pero
cuando su mano nos sujeta es fuerte e irresistible. Si dependiéramos
de nuestras obras, necesitaríamos tener una mano fuerte; pero aquí
se requiere só lo tomar y recibir un regalo precioso ¿y por qué no
habría de poder hacerlo una mano débil tanto como una fuerte? Y
bueno, aunque no sea con tanta fuerza”.
—Balm of Gilead (Bálsamo de Galaad) por el Obispo Hall. 1650.
(13) “Noencuentro que la salvació n dependa de la fuerza de la fe,
sino de la verdad de la fe, no en su grado má s brillante, sino en
cualquiera que sea su medida. La Biblia no dice: Si tienes tal o cual
grado de fe será s justificado y salvo, sino que sencillamente se
requiere creer. El menor grado de fe verdadera da resultado, como
dice Romanos 10:9, ‘que si confesares con tu boca que Jesú s es el
Señ or, y creyeres en tu corazó n que Dios le levantó de los muertos,
será s salvo’. El ladró n en la cruz que no había obtenido tanta
medida de fe; por un solo acto de fe débil, fue justificado y salvo
(Lc. 23:42)”.

—Exposition of the Prophet Ezekiel (Exposición sobre el profeta Ezequiel), por William
Greenhill, Rector de Stepney, Londres, y Capellán de los duques de York y
Gloucester, 1650.
(14) “El
hombre puede tener gracia auténtica aunque no tenga la
seguridad del amor y el favor de Dios, ni de la remisió n de sus
pecados y de la salvació n de su alma. El hombre puede ser de Dios y,
aun así, no saberlo; su estado puede ser bueno, pero aun así, no lo ve;
puede estar a salvo a pesar de que no está en una posició n
tranquila. Todo puede estar bien con él en el tribunal de la gloria,
pero daría mil mundos por sentirse bien en el tribunal de su
conciencia. La seguridad es un requisito para el bienestar del
cristiano, pero no precisamente para ser cristiano; es un requisito
para la consolació n del cristiano, pero no para la salvació n del
cristiano; es un requisito para el bienestar de la gracia, pero no
para estar precisamente en la gracia. Aunque un hombre no puede
210 SANTIDAD
ser salvo sin fe, puede ser salvo sin seguridad. En muchos lugares
de las Escrituras, Dios ha declarado que sin fe no hay salvació n,
pero no ha declarado en ningú n lugar de las Escrituras que sin
seguridad no hay salvació n”.
—Heaven on Earth (Cielo en la tierra), por Thomas Brooks, predicador del evangelio,
en St. Margaret’s, Fish Street Hill, Londres, 1654.
(15) “Usted,que puede determinar claramente que tiene fe,
aunque sea débil, no se desanime, no se desaliente. Considere que
aun la medida má s pequeñ a de fe, es fe salvadora como lo es la
má s grande. Una chispa de fuego es tan fuego como cualquier otro
componente del mismo. Una gota de agua es tan agua como lo es la
de un océano.
Así que, el granito má s pequeñ o de fe es una fe tan real y tan
salvadora, como la fe má s grande del mundo. El brote má s
pequeñ o toma savia de la raíz, tanto como lo hace la rama má s
grande. Así que, la medida má s débil de fe lo injerta realmente en
Cristo y, con eso, toma vida en él, al igual como lo hace la medida
de fe má s fuerte. La fe má s débil tiene comunió n con los méritos y
la sangre de Cristo, al igual que la má s fuerte.

La fe má s débil une al alma con Cristo. La fe má s débil cuenta con


la misma medida del amor de Dios que la má s fuerte. Somos
amados en Cristo y la medida má s pequeñ a de fe nos hace
miembros de Cristo. La menor fe tiene el mismo derecho a las
promesas que la mayor. Y, por lo tanto, no se desanimen nuestras
almas por la debilidad”.
—Nature and Royalties of Faith (Naturaleza y derechos de la fe), por Samuel Bolton,
D.D., de Christ’s College, Cambridge, 1657.
(16) “Algunos sienten temor de que no tienen fe en absoluto,
porque no tienen el má s alto grado de fe, que es la plena seguridad, o
porque quieren la comodidad que otros han alcanzado, incluso gozo
inefable y glorioso. Pero para quitar esta piedra del camino, hay que
recordar que hay varios grados de fe. Es posible que usted tenga
fe, aunque no en el má s alto grado, ni con gozo en el Espíritu. Es
¿Es usted nacido de nuevo? 211
má s bien un punto acerca de la fe que la fe misma. De hecho, es
má s bien una vida basada en los sentidos que una vida por fe;
como cuando alguien toma licor constantemente. Se requiere una
fe má s fuerte para vivir sin el consuelo de Dios, que cuando Dios
brilla en nuestro espíritu con abundante alegría.”
—Matthew Lawrence, Predicador en Ipswich, hablando de la fe, 1657.
(17) “Si
alguien por allí ha pensado que la esencia de la fe es una
convicció n especial y plena del perdó n de nuestros pecados, que
ese alguien responda por lo que cree. Nuestros teó logos en este
país, por lo general, tienen otra opinió n. El Obispo Devemant, el
Obispo Prideaug y otros, han demostrado la enorme diferencia
entre creencia y seguridad, y todos consideran a la seguridad, hija o
fruto y consecuencia de la fe. Y el que fuera el erudito Arrowsmith,
nos dice que, rara vez, Dios otorga seguridad a los creyentes hasta
que hayan crecido en la gracia porque, dice él, que hay la misma
diferencia entre la fe de posició n y la fe de garantía, al igual que
entre la razó n y el aprendizaje. La razó n es la base del aprendizaje;
así que, como no puede haber aprendizaje si falta la razó n (como en el
caso de las bestias), de igual manera, no puede haber ninguna
garantía de que no hay fe de adhesió n.

Entonces, como el razonamiento bien utilizado en el estudio de


las artes y las ciencias produce aprendizaje, de igual manera, la fe
bien utilizada en su objeto correcto y por sus frutos correctos,
produce seguridad. Ademá s, así como por negligencia, inasistencia
o alguna enfermedad, se puede perder lo aprendido, el
razonamiento permanece; por la tentació n o negligencia espiritual
es posible perder la seguridad, mientras que la fe salvadora
permanece. Por ú ltimo, como todos los hombres tienen raciocinio,
pero no todos son letrados, así también todas las personas
regeneradas tienen fe para cumplir con el método evangélico de la
salvació n, pero no todos los creyentes verdaderos tienen
seguridad”.
—Sermón por A. Fairclough, Adjunto de Immanuel College, Cambridge, en los Morning
Exercises (Matinales), predicado en Southwark, 1660.
212 SANTIDAD

(18) “Tenemos que hacer una distinció n entre la debilidad y la


nulidad en la fe. Una fe débil es auténtica. La cañ a cascada es débil,
pero no por eso Cristo la quebrará . Aunque su fe sea débil, no se
desanime. Una fe débil puede recibir a un Cristo fuerte, una mano
débil puede atar fuertemente los lazos del matrimonio al igual que
una fuerte, un ojo débil puede divisar una serpiente peligrosa. La
promesa no fue hecha a la fe fuerte, sino a la fe auténtica. La
promesa no dice: ‘Todo aquel que tenga una fe gigantesca que
puede mover montañ as, que puede cerrar la boca de los leones, será
salvo’, sino: ‘Todo aquel que cree, será salvo’ aunque su fe sea poca.
El agua del Espíritu puede ser derramada sobre usted en
santificació n, aunque no el ó leo del gozo en la seguridad. Puede
haber fe de adherencia, pero no evidencia; puede haber vida en la raíz
donde no hay fruto en las ramas, y fe en el corazó n donde no hay
fruto de seguridad”.
—A Body of Divinity (Un cuerpo de divinidad), por Thomas Watson, ex Ministro de St.
Stephen’s Walbrook, Londres, 1660.

“Muchos de los hijos amados de Dios pueden permanecer


(19)
mucho tiempo inseguros de su condició n presente y eterna, no
sabiendo qué pensar acerca de si será n condenados o salvos. Hay
creyentes de varias edades en la Iglesia de Dios: Padres, jó venes,
niñ os e infantes. Como en la mayoría de las familias, hay má s
infantes y niñ os que adultos, de igual modo, en la Iglesia de Dios
hay má s cristianos débiles que dudan, que los fuertes que han
madurado hasta saberse totalmente seguros. El infante puede nacer,
pero no saberlo; de la misma manera un hombre puede nacer de
nuevo y no estar seguro de ello. Hacemos una diferencia entre fe
salvadora, como tal, y una o convicció n total del corazó n. Algunos
que han de ser salvos pueden no estar seguros de que será n salvos,
porque la promesa es de la gracia de la salvació n, no la evidencia de
¿Es usted nacido de nuevo? 213
ella; es só lo de la fe y no de que la fe será fuerte. Pueden estar
seguros de los cielos y, sin embargo, no estar seguros del cielo”.
—Sermón por Thomas Doolittle, de Pembroke Hall, Cambridge, y a veces rector de St.
Alphege, Londres en Morning Exercises (matinales), en Cripplegate, 1661.
(20) “¿Esnecesario para ser justificado estar seguro de que mis
pecados han sido perdonados y que, efectivamente, he sido
justificado? No, no hay un acto de fe que justifique, sino que es un
efecto y fruto que sigue a la justificació n. Una cosa es que la
salvació n de un hombre sea segura, otra que esté seguro de que es
segura. Es como un hombre que ha caído en un río, está a punto de
ahogarse al ser llevado por la corriente y divisa la rama de un árbol
caída sobre el río, de la cual se agarra y se aferra con todas sus fuerzas
para que lo salve; sin ver otra posibilidad de salir con bien, le confía a
ella su vida. Este hombre, en cuanto se ha tomado de esta rama, está a
salvo, aunque no se ha librado de su ansiedad, temor y terror hasta
haber reaccionado y ver que está fuera de peligro. Es entonces que
está seguro de estar a salvo; pero estaba a salvo antes de estar
seguro. Sucede lo mismo con el creyente. La fe es ver a Cristo como
el ú nico medio para salvarse y extender la mano con todo el
corazó n para tomarse de él. Dios habló e hizo la promesa de que
por medio de su Hijo justificaría al hombre.

Por eso es necesario decir: Creo que Cristo es mi ú nico Salvador y


entrego mi alma a él para ser salvo por su mediació n. En cuanto el
alma puede hacer esto, Dios le imputa la justicia de su Hijo y es, de
hecho, justificado en el tribunal del cielo, aunque en el presente,
todavía no se haya aquietado y pacificado en el tribunal de su
conciencia. Eso sucede después, algunos antes y otros más tarde, por
los frutos y efectos de la justificació n”.
—Body of Divinity (Falta traducción), del arzobispo Usher, 1670.
(21) “Hayaquellos que dudan y, por dudar, multiplican su
desconfianza, llegando a la conclusió n de que no tienen fe porque
encuentran tantas y tan frecuentes dudas dentro de sí mismos. Pero
esto es un gran error. Puede haber algunas dudas, aun donde hay
214 SANTIDAD
mucha fe; y puede haber poca fe donde hay muchas dudas. Nuestro
Salvador requiere y se deleita con los que tienen una fe fuerte y
firme en él, pero no rechaza a los menos y má s débiles”.
—Lectures on the first nine chapters of St. Matthew (Discursos sobre los
primeros nueve capítulos del Evangelio de Marcos), por el
arzobispo Leighton, 1670.
(22) “En el pasado, muchos hombres de gran renombre y
eminencia han colocado a la fe verdadera en un grado no menor
que la seguridad o la confianza segura del perdó n de los pecados, la
aceptació n de sus personas y su salvació n futura. Pero esto es muy
triste e intranquilizador para muchas almas vacilantes y solitarias,
que llegan a la conclusió n de que los que no sienten seguridad, no
son objeto de la gracia, lo cual les ha dado a los papistas una gran
ventaja. Fe no es seguridad. Pero esta ú ltima, a veces, corona y
recompensa a una fe fuerte, vigorosa y heroica; el Espíritu de Dios
irrumpiendo en el alma con una luz como evidencia y arrasando con
toda esa oscuridad, esas dudas y esos temores que antes la
abrumaba”.
—Obispo Hopkins escribiendo sobre los Pactos, 1680.
(23) “Faltade seguridad no es incredulidad. Los espíritus
desalentados pueden ser creyentes. Hay una diferencia manifiesta
entre la fe en Cristo y la consolació n de esa fe, entre creer para vida

eterna y saber que tenemos vida eterna. Hay una diferencia entre el
hecho de que un niñ o tenga derecho a una propiedad y su
conocimiento total del título que lo acredita con tal derecho. El
cará cter de la fe puede estar escrito en el corazó n, como letras
grabadas en un sello, pero lleno de tanto polvo que éstas no se
pueden distinguir. El polvo impide la lectura de las letras, pero no
las borra”.
—Discourses (Discursos) por Stephen Charnock, de Emmanuel College, Cambridge, 1680.
(24)“Algunos roban su propia tranquilidad, colocando a la fe
salvadora en la seguridad total. Fe, y seguridad de fe, son dos
privilegios diferentes y separados. Usted realmente puede haber
recibido a Cristo sin el conocimiento ni la seguridad de haberlo
¿Es usted nacido de nuevo? 215
recibido. Algunos dicen: ‘Tú eres mi Dios’, cuando Dios nunca les
ha dicho: ‘Tú eres mi pueblo’. Estos no tienen derecho a ser llamados
hijos de Dios; hay otros, de quienes Dios dice: ‘Este es mi pueblo’,
pero ellos no se atreven a llamarlo ‘su Dios’; estos tienen derecho
de ser llamados de Dios, pero no lo saben. Han recibido a Cristo,
esa es, de hecho, su seguridad, pero no han recibido el
conocimiento y seguridad de ello, ese es su problema… El padre
reconoce a su hijo en la cuna, pero el bebé todavía no sabe que es
su padre”.
—Method of Grace (El método de la gracia), por John Flavel, Ministro del evangelio en
Dartmouth, Devon, 1680.
(25) “El
que confiesa una fe débil tiene mucha paz con Dios, por
medio de Cristo, pero no tanta paz como aquel que tiene mucha
fe. La fe débil ciertamente llevará al cristiano al cielo, tanto como
la fe fuerte, porque es imposible que la medida má s pequeñ a de
verdadera gracia perezca, siendo toda semilla incorruptible; pero
no es probable que el cristiano débil que duda, tenga un viaje
placentero como otro que tiene mucha fe. Aunque todos en la
embarcació n llegan a puerto seguro, el que sufrió mareos todo el
trayecto no habrá tenido un viaje tan agradable como el que es
fuerte y saludable”.

—The Complete Christian Armour (La armadura completa del cristiano), por William
Gurnall,
en algún momento rector de Lavenbam, Suffolk, 1680.
(26) “Nose desanime si no le parece que el Padre lo entregó a
usted al Hijo. Puede ser que usted no lo note. Muchos que le son
dados no se dan cuenta durante mucho tiempo. Sí, no veo ningú n
peligro en decir que muchos de los dados al Hijo quizá estén en
oscuridad, que tengan dudas y temores en cuanto a esto, hasta que
el ú ltimo y má s brillante día lo declare y hasta que haya sido
dictada la ú ltima sentencia. Por lo tanto, si alguno de ustedes no
sabe de su propia elecció n, no se desanime: Puede haber sido
elegido, aunque no lo sepa”.
—Sermons on the Lord’s Prayer (Sermones sobre el Padrenuestro), por Robert Traill,
216 SANTIDAD
ministro del evangelio en Londres y a veces en Cranbrook, Kent, 1690.
(27) “La
seguridad no es esencial para la salvació n. Es una fe
fuerte, pero leemos igualmente de una fe débil, de poca fe… como
un grano de mostaza. La verdadera fe salvadora en Cristo se
distingue ú nicamente por sus diferentes grados, pero en cada
etapa y en cada persona es universalmente de la misma clase”.
—Sermones, por el Rev. John Newton, en un tiempo párroco de Olney y Rector de St.
Mary, Woolnorth, Londres, 1767.
(28) “Nohay razó n alguna para que los creyentes débiles lleguen
a una conclusió n negativa sobre sí mismos. La fe débil une a Cristo
tan fehacientemente como una fe fuerte, así como el brote má s
pequeñ o de la vid toma savia y vida de la raíz, igual como lo hace la
rama má s fuerte. Por lo tanto, los creyentes débiles tienen
abundantes razones para estar agradecidos y, mientras siguen
adelante creciendo en la gracia, no tienen que ignorar lo que ya han
recibido”.
—Una carta del Rev. Henry Venn, 1784.
“La fe necesaria y suficiente para nuestra salvació n no es
(29)
seguridad. Su tendencia es, sin duda, producir una expectativa
entusiasta del favor divino que avanzará hacia una confianza total.

Pero la confianza en sí misma no es la fe de la que estamos


hablando, ni se incluye necesariamente en ella. No, es algo
totalmente distinto. La seguridad, por lo general, va acompañ ada de
una gran medida de fe. Pero hay personas sinceras que tienen poca
fe o en quienes el ejercicio de esa gracia puede estar muy
obstruido. Cuando prevalecen tales defectos y obstá culos, es de
esperar que surjan muchos temores y aflicciones”.
—The Christian System (El sistema cristiano), por el Rev. Thomas Robinson, párroco
de St. Mary, Leicester, 1795.
(30) “La
salvació n y el gozo de la salvació n, no siempre son
simultá neos. Este ú ltimo no siempre acompañ a al primero en su
experiencia presente. Un enfermo puede estar en proceso de
recuperació n, pero aun así tener dudas en cuanto a su salud. El
¿Es usted nacido de nuevo? 217
dolor y la debilidad pueden causar que vacile. Un niñ o puede ser
heredero de su propiedad o reino y, no obstante, no derivar ningú n
gozo ante la perspectiva de su futura herencia. Puede ser incapaz
de trazar su genealogía o leer sus títulos de propiedad y el testamento
de su padre o, teniendo capacidad para leerlos, puede ser que no
comprenda su significado y, quizá , su guardiá n o albacea considere
mejor mantenerlo en la ignorancia por un tiempo. Pero su ignorancia
no afecta la validez del título de sus propiedades. Sentir la
seguridad personal de ser salvo no se relaciona necesariamente
con la fe. No son esencialmente lo mismo. Todo creyente de hecho
puede inferir, por el efecto producido en su propio corazó n, su
propia seguridad y sus privilegios; pero muchos que realmente
creen, desconocen la palabra de justicia y no podrían llegar,
valiéndose de premisas bíblicas, a la conclusió n de que estarían
justificados”.
—Lectures on the 51st Psalm (Discursos sobre el Salmo 51), por el Rev. Thomas
Biddulph, ministro de St. James, Bristol, 1830.

8. Moisés: Un ejemplo
“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija
de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios,
que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por
mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los
egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón”.
Hebreos 11:24-26

El cará cter de la mayoría de los santos insignes de Dios, segú n


consigna y describe la Biblia, constituyen una parte muy
provechosa de las Sagradas Escrituras. Las doctrinas, los
218 SANTIDAD
principios y preceptos abstractos, son todos muy valiosos a su
manera; pero, al final de cuentas, nada es má s ú til que un modelo
o ejemplo. ¿Queremos saber qué es santidad prá ctica? Tomemos
asiento y estudiemos la figura de un personaje eminentemente
santo. Me propongo presentar en este capítulo la historia de un
hombre que vivió por fe, dejá ndonos un modelo de lo que puede
hacer la fe para promover la santidad del cará cter. A todos los que
quieren saber lo que significa “vivir por fe”, les ofrezco a Moisés
como ejemplo.
El capítulo once de la Epístola a los Hebreos de donde tomé mi
texto, es un gran capítulo: Merece ser impreso en letras de oro. Me es
fá cil creer que tiene que haber sido alentador y reconfortante para los
judíos convertidos. Me imagino que ningú n miembro de la iglesia
primitiva habrá tenido tanta dificultad en la profesió n del
cristianismo como los hebreos. El camino era angosto para todos,
pero principalmente para ellos. La cruz era pesada para todos, pero
seguramente ellos tenían que llevar un peso doble. Y este capítulo
tiene que haberlos reanimado como una bebida refrescante; como
“sidra al desfallecido”. Sus palabras deben haber sido “panal de miel,
… suavidad al alma y medicina para los huesos” (Pr. 31:6; 16:24).

Los tres versículos que me dispongo a explicar distan de ser los


menos interesantes del capítulo. En realidad, pienso que ninguno,
si acaso alguno, reclama con tanta fuerza nuestra atenció n. Y
explicaré por qué lo digo.
Me parece a mí que la obra de la fe descrita en la historia de Moisés
se aplica de un modo especial a nuestro propio caso. Los hombres de
Dios mencionados en la parte anterior del capítulo son todos,
ejemplos indudables. No podemos hacer literalmente lo que la
mayoría de ellos hacía, pero podemos beber de su espíritu. No somos
llamados a ofrecer literalmente un sacrificio como Abel, ni
construir literalmente un arca como Noé, ni literalmente dejar
nuestro país y vivir en carpas, ni ofrecer literalmente en sacrificio a
¿Es usted nacido de nuevo? 219
nuestro Isaac como Abraham. Pero la fe de Moisés se aplica má s a
nosotros. Parece operar de una manera que es má s parecida a
nuestra experiencia. Le hizo tomar una línea de conducta como
tenemos que hacerlo a veces nosotros en la actualidad, cada uno
en nuestro propio peregrinar, si queremos ser cristianos
congruentes. Y por esta razó n, creo que estos tres versículos
merecen una consideració n especial.
Ahora bien, no tengo má s que las cosas má s sencillas para decir
acerca de ellos. Só lo trataré de mostrar la grandeza de lo que hizo
Moisés y el principio en el cual las basó . Y entonces, quizá, estemos
mejor preparados para recibir la enseñ anza prá ctica que estos
versículos parecen contener para todo aquel que quiera recibirla.
I. Cosas a las que renunció Moisés
Primero, entonces, hablaré de a lo que Moisés renunció y lo que
rechazó.
Moisés dejó atrá s tres cosas por el bien de su alma. Sentía que su
alma no sería salva si no las dejaba, así que renunció a ellas. Y al
hacerlo, afirmo que hizo tres de los sacrificios má s grandes que el
corazó n del hombre puede hacer. Veamos.

(a) Renunció a su jerarquía y grandeza


“Rehusó llamarse hijo de la hija de faraó n”. Todos conocemos su
historia. La hija de faraó n había preservado su vida cuando él era
un infante. E hizo má s: Lo adoptó y educó como si hubiera sido su
propio hijo.
Segú n los historiadores, ella era la ú nica hija de faraó n. ¡Algunos
van má s allá y dicen que por ló gica, Moisés algú n día sería Rey de
Egipto1! Esto puede o no, ser cierto; no podemos saberlo. Baste decir
que, por su relació n con la hija de faraó n, Moisés pudiera haber sido,
si hubiera querido, un gran hombre segú n los pará metros
humanos. Si se hubiera contentado con la posició n en que se
encontraba en la corte egipcia, fá cilmente hubiera estado entre los
220 SANTIDAD
principales (o ser el principal) en la tierra de Egipto.
Pensemos un momento en lo grande que era esta tentació n.
Era un hombre con pasiones similares a las nuestras. Pudiera
haber tenido toda la grandeza que el mundo puede ofrecer. Tenía
por delante y a su alcance: Jerarquía, poder, posició n, honor,
títulos y categoría. É stas son cosas por las que muchas personas
está n luchando continuamente. Estos son los premios por los que el
mundo corre sin cesar para obtener. Ser alguien, ser admirado,
subir de posició n en la sociedad, tener un título antes de su
nombre, son cosas por las cuales muchos sacrifican su tiempo, sus
pensamientos, su salud y su vida misma. Pero Moisés no los aceptó
como regalos. Les dio la espalda. Los rechazó .
¡Renunció a ellos!
(a) Y más que esto, rechazó los placeres. Sin duda que tenía a sus
pies todo tipo de placeres, si los hubiera querido (placeres
sensuales, placeres intelectuales, placeres sociales).
1
En los países orientales se aprovecha la libertad de adoptar hijos que no son de la misma
sangre y otorgarles los privilegios de los hijos que sí tienen consanguinidad. Esta
libertad se practica extensamente.

Egipto era un país de artistas, una residencia de hombres eruditos,


un lugar para todo el que tenía alguna habilidad o conocimiento
científico de cualquier clase.
No había nada que pudiera alimentar “los deseos de la carne, los
deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” que alguien, en el lugar
de Moisés, hubiera podido hacer suyos (1 Jn. 2:16).
Pensemos también en lo grande que era esta tentació n.
Recordemos que los placeres para los que viven millones de
personas difieren, quizá , en su concepto de lo que constituye el
verdadero placer, pero todos coinciden en tratar de obtenerlo por
sobre todas las cosas. El placer y la diversió n de los días festivos es
lo má s grande que anticipa el niñ o que va a la escuela. El placer y la
satisfacció n de independizarse es la meta en que fija su mente el
¿Es usted nacido de nuevo? 221
joven. El placer y el descanso al jubilarse con una fortuna es el
blanco al que apunta el hombre de negocios. El placer y confort
corporal en su propio hogar es la suma de los deseos del hombre
pobre. El placer y las constantes emociones en la política, en las
diversiones, en las compañ ías, en los libros, constituyen la meta por
la cual se desvela el hombre rico. El placer es como una sombra
que busca atrapar a todos por igual, tanto encumbrados como
relegados, ricos y pobres, ancianos y jó venes, unos con otros, cada
uno, quizá , pretendiendo despreciar a su pró jimo en aras de cazar esa
sombra. Cada uno preguntándose có mo obtener el placer para él
mismo, cada uno preguntá ndose secretamente por qué no lo
encuentra, pero cada uno, firmemente convencido de que en alguna
parte lo encontrará . É sta era la copa que Moisés tenía ante sus
labios. Podía haber bebido de los placeres terrenales todo lo que
hubiera querido, pero no quiso saber nada de ellos. Les dio la espada.
Los rechazó . ¡Renunció a ellos!
(b) Y más que esto, rechazó las riquezas.
“Los tesoros de Egipto” es una expresió n que parece indicar la
riqueza sin límites que pudo haber disfrutado Moisés si se hubiera

conformado con quedarse a la sombra de la hija del faraó n. Bien


podemos suponer que estos “tesoros” podían haber sido una
fortuna inmensa. En Egipto queda suficiente evidencia como para
darnos una pequeñ a idea del dinero a disposició n de su monarca. Las
pirá mides, los obeliscos, templos y estatuas todavía permanecen
como testigos. Las ruinas de Carnac, Luxor, Dendera y muchos
otros lugares todavía son los edificios más grandiosos del mundo.
Testifican hasta el día de hoy que el hombre que renunció a la
fortuna egipcia, renunció a un valor que, aun a las mentes
modernas, les resultaría difícil calcular.
Pensemos una vez má s en lo grande que era esta tentació n.
Consideremos por un momento el poder del dinero: La influencia
inmensa que “el amor al dinero” tiene sobre la mente de los
222 SANTIDAD
hombres. Miremos a nuestro alrededor y observemos có mo los
hombres lo codician y los asombrosos sacrificios y dificultades que
está n dispuestos a enfrentar por conseguirlo.
Díganles de una isla a muchas millas de distancia, donde quizá
se pueda encontrar un producto que daría ganancias si se
importara y, sin dilació n, enviarían una flota de barcos para traerlo.
Muéstreles có mo ganar un centavo más de interés en su dinero y lo
contará n entre los hombres má s sabios. Casi se pondrá n de rodillas
para adorarlo. Poseer dinero parece esconder los defectos, cubrir las
faltas y adjudicar al hombre muchas virtudes. La gente puede cerrar
los ojos ante muchas de sus fallas, ¡siempre que usted sea rico! Pero
aquí tenemos a un hombre que hubiera podido ser inmensamente
rico, pero no quiso serlo. No quiso los tesoros egipcios. Les dio la
espalda. Los rechazó . ¡Renunció a ellos!
Esas fueron las cosas que Moisés rechazó : Jerarquía, placeres y
riquezas, las tres de una sola vez.
Agreguemos a todo esto que lo hizo deliberadamente. No rechazó
estas cosas impulsivamente como si fuera un jovencito. Tenía
cuarenta añ os.

Estaba en el apogeo de su vida. Sabía lo que estaba haciendo.


Era un hombre que había recibido una educació n superior. La
Biblia dice: “Y fue enseñ ado Moisés en toda la sabiduría de los
egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras” (Hch. 7:22).
Podía analizar deliberadamente ambos lados de la cuestió n.
Agreguemos a esto que no las rechazó porque se viera obligado a
ello. No era como el hombre moribundo que dice “que ya no le atrae
nada en este mundo”; ¿y por qué? Porque se está yendo del mundo y
no puede retener sus riquezas. No era como el mendigo que
adjudica mérito el hecho de no tener nada y dice que “no quiere
riquezas”; ¿y por qué? Porque no las puede conseguir. No era
como el anciano que se alardea de que “ha renunciado a todos los
placeres terrenales”; ¿y por qué? Porque está agotado y no los puede
¿Es usted nacido de nuevo? 223
disfrutar. ¡No! Moisés rechazó lo que habría podido disfrutar.
Jerarquía, placeres y riquezas. No lo dejaron a él, sino que él a ellos.
Y entonces, juzgue si tengo razó n o no en decir que él era el que
má s había sacrificado entre los mortales. Otros han rechazado
mucho, pero ninguno, creo, tanto como Moisés. Otros sí se han
sacrificado y negado a sí mismos, pero él los sobrepasa a todos.
II. Lo que Moisés escogió
Y ahora paso al segundo tema que quiero considerar. Quiero
hablar de lo que Moisés escogió.
Pienso que lo que escogió es tan maravilloso como lo que
rechazó . Escogió estas tres cosas para el bien de su alma. El
camino de la salvació n las incluía, y él lo siguió , y al hacerlo
escogió lo que nadie estaría dispuesto a elegir.
(1) Para empezar, escogió sufrimiento y aflicción.
Dejó la vida tranquila y có moda de la corte de faraó n y se
identificó abiertamente con el pueblo de Israel. Era un pueblo
esclavizado y perseguido, objeto de desconfianza, sospechas y odio;

y cualquiera que se hermanaba con él, de seguro probaba algo de la


copa amarga que bebía el pueblo diariamente.
Por ló gica, no parecía haber ninguna posibilidad de ser
liberados de la esclavitud egipcia sin una larga lucha con dudosos
resultados. Tener un hogar y un país en que pudieran asentarse y
ser libres, les debe haber parecido algo que nunca podrían obtener,
por má s que lo anhelaran. De hecho, si alguna vez alguien ha escogido
dolor, pruebas, pobreza, carencias, aflicciones, ansiedad y, quizá aú n,
la muerte, con los ojos abiertos, ese fue Moisés.
Reflexionemos en lo maravillosa que fue esta elecció n.
La carne y la sangre, por naturaleza, evitan el dolor. Es algo que
todos tenemos en comú n. Ante un peligro damos un paso atrás
instintivamente para no sufrir y evitarlo si podemos. Si se nos
224 SANTIDAD
presentan dos cursos de acció n y los dos parecen correctos, por lo
general, optamos por el que es menos desagradable para la carne y la
sangre. Pasamos nuestros días con temor y ansiedad cuando
pensamos que se nos está acercando alguna aflicció n y nos valemos
de todos los medios para tratar de evitarla. Y si llega, a menudo nos
inquietamos y quejamos, y nos parece una gran hazañ a si logramos
tolerarla con paciencia.
¡Pero fíjese aquí! ¡Aquí tenemos un hombre con pasiones como
las nuestras que, a sabiendas, escoge la aflicció n! Moisés vio de
antemano la copa de sufrimiento que tendría por delante si dejaba la
corte de faraó n y escogió esa copa, la prefirió y la tomó .
(2) Pero hizo más que esto, escogió la compañía de un pueblo
despreciado.
Dejó la sociedad de los grandes y sabios, entre los cuales había sido
criado, y se sumó a los hijos de Israel. Había vivido desde su
infancia entre jerarquías, riquezas y lujos, pero decidió echar su
suerte con los obreros pobres en los hornos de ladrillo: Esclavos,
siervos, ilotas2, marginados, oprimidos, destituidos, afligidos y
atormentados.

Una vez más: ¡Qué maravillosa fue esta elecció n!


Hablando en términos generales, nos parece que ya es bastante
tener que tolerar nuestras propias aflicciones. Podemos sentir
tristeza por aquellos cuya suerte es lastimosa. Quizá hasta podemos
tratar de ayudarlos. Podemos donar dinero para mejorar su
condició n. Podemos hablar con aquellos de quienes dependen;
pero solamente llegamos hasta allí.
Pero aquí tenemos a un hombre que hace mucho má s. No só lo
siente tristeza por los israelitas despreciados, sino que realmente se
rebaja a acercarse a ellos, se convierte en parte de la sociedad de ellos
y vive entre ellos. Nos preguntamos si algú n encumbrado renunciaría
a su casa, su fortuna y su posició n social para irse a vivir entre los
humildes con el solo fin de hacer el bien. No obstante, esto da una
¿Es usted nacido de nuevo? 225
idea muy ligera y muy débil del tipo de acció n que tomó Moisés.
Vio a un pueblo despreciado y escogió la compañ ía de ellos,
prefiriéndola a la de los más nobles del reino. Llegó a ser uno de ellos,
su hermano, su compañ ero en las tribulaciones, su aliado, su
camarada y su amigo.
(3) Pero hizo má s que esto, escogió el oprobio y las burlas.
¡Quién puede concebir el torrente de burlas que habrá tenido
que aguantar Moisés al separarse de la corte de faraó n para unirse
a Israel! ¡Los hombres le habrá n dicho que estaba loco, tonto,
débil, necio y que había perdido la razó n! Perdería su influencia,
renunciaría al favor y la buena opinió n de aquellos entre quienes
había vivido. Pero nada de esto le hizo cambiar de idea. ¡Abandonó
la corte y se unió a los esclavos!
¡Qué elecció n fue ésta! Reflexionemos nuevamente en ella.
Hay pocas cosas peores que la burla y el que lo ridiculicen a uno.
Puede hacer esto mucho má s que crear enemistad y persecució n
abierta.
2
Ilotas – Esclavos de los lacedemonios espartanos de la antigüedad, originarios de la ciudad
de Helos. Se dice de los desposeídos de los privilegios y derechos de ciudadano.

Muchos que no tendrían reparos en colocarse ante la boca de un


cañ ó n, de aferrarse a una vana esperanza o tomar por asalto una
brecha, han descubierto que les era imposible enfrentar las burlas de
unos pocos compañ eros y se han estremecido ante la posibilidad
de evitarlo. ¡Ser motivo de risa! ¡Hacer el ridículo! ¡Ser víctima de
burlas y desprecios! ¡Ser considerado débil y estú pido! ¡Ser juzgado
un imbécil!
¡No hay nada agradable en todo esto y muchos, desafortunadamente,
no pueden enfrentar la perspectiva de sufrirlo!
Pero aquí tenemos a un hombre que tomó su decisió n y no se
acobardó por las pruebas. Moisés vio los reproches y las burlas que le
esperaban, pero los escogió y aceptó como su porció n.
Esto fue lo que Moisés escogió : Aflicció n, la compañ ía de un
226 SANTIDAD
pueblo despreciado y burlas.
Agreguemos a todo esto que Moisés no era un hombre débil e
ignorante que no sabía lo que estaba haciendo. La Biblia destaca
que era “poderoso en sus palabras y obras” (Hch. 7:22).
Reflexionemos también en las circunstancias de su decisió n. No
se vio obligado a escoger lo que escogió . Nadie le impuso que
tomara este camino. Las cosas que hizo no las hizo por tener que
hacerlas por la fuerza o contra su voluntad. Fue decisió n de él, no
una imposició n. Todo lo que hizo, lo hizo por su propia voluntad y
porque él quiso.
Y luego, juzguemos si es cierto que lo que escogió fue tan
maravilloso como lo que rechazó . Es posible que desde la fundació n
del mundo, nadie hubiera tomado una decisió n como la que nuestro
texto destaca que tomó Moisés.
III. El principio que motivó a Moisés
Ahora pasemos al tercer tema: Quiero referirme al principio que
motivó a Moisés, que lo impulsó a hacer lo que hizo.
¿Có mo se puede explicar esta conducta?

¿Qué razó n posible se puede dar? Rechazar aquello que


generalmente se considera bueno, escoger lo que comú nmente se
juzga malo no es normal para la carne y la sangre. Esto no es cosa
de hombre; esto requiere alguna explicació n. ¿Cuá l será la
explicació n?
Tenemos la respuesta en el texto. No sé si lo má s admirable es
su grandeza o su sencillez. Todo radica en una palabrita y esa
palabrita es “Fe”.
Moisés tenía fe. La fe fue el origen de su conducta increíble. La fe
lo llevó a hacer lo que hizo, escoger lo que escogió y rechazar lo
que rechazó . Todo lo hizo porque creyó.
Dios le puso en la mente su propia voluntad y propó sito. Dios le
reveló que un Salvador nacería de los hijos de Israel, que había
¿Es usted nacido de nuevo? 227
promesas aú n por cumplirse entre los descendientes de Abraham,
que el tiempo del cumplimiento de parte de estas promesas había
llegado. Moisés confió en esto y creyó . Y podemos trazar cada paso
en su maravillosa carrera, cada acció n en su peregrinaje por la
vida después de dejar la corte de faraó n (su decisió n de parecer malo,
su rechazo de parecer bueno) a esta fuente; veremos que todo
descansa sobre este fundamento. Dios le había hablado y él tenía fe
en la palabra de Dios.
Creyó que Dios cumpliría sus promesas, que lo que dijo que iba
a hacer, indudablemente lo haría y lo que pactó realizar,
indudablemente lo cumpliría.
Creyó que con Dios nada es imposible. La razó n y el sentido
comú n dirían que la liberació n de Israel era una imposibilidad,
que los obstá culos eran demasiados y las dificultades muy grandes.
Pero la fe le decía a Moisés que Dios era suficiente para todo. Dios
había emprendido la obra y ésta se realizaría.
Creyó que Dios era omnisciente. La razó n y el sentido comú n le
podían decir que su curso de acció n era absurdo; que estaba
desechando influencias provechosas y destruyendo toda posibilidad

de beneficiar a su pueblo al romper con la hija de faraó n. Pero la fe


le decía a Moisés que si Dios decía: “Ven por este camino”,
seguramente era el mejor.
Creyó que Dios era todo misericordia. La razó n y el sentido
comú n podían sugerir que sería posible encontrar una manera más
agradable de liberar al pueblo, que habría que ceder en algunas cosas
y que se podrían evitar muchas dificultades. Pero la fe le decía a
Moisés que Dios es amor y que no le daría ni una gota má s de
amargura de la que fuera absolutamente necesaria.
La fe era un telescopio para Moisés. Le hacía ver la buena tierra
a gran distancia: Descanso, paz y victoria. La razó n miope só lo
podía ver pruebas y desiertos, tormentas y tempestades,
cansancio y dolor.
228 SANTIDAD
La fe era un intérprete para Moisés. Le hacía encontrar un
significado reconfortante en los aparentemente oscuros mandatos
escritos por Dios; mientras que el sentido comú n en su ignorancia, no
podía ver má s que misterio y necedad.
La fe le decía a Moisés que todas estas jerarquías y grandezas
eran de la tierra, de este mundo, pobres, vanas, vacías, frá giles,
fugaces y temporales; y que no había verdadera grandeza como la
de servir a Dios. É l era el Rey, Moisés era el noble que pertenecía a
la familia de Dios. Era mejor ser el ú ltimo en el cielo que el
primero en el infierno.
La fe le decía a Moisés que los placeres terrenales eran “placeres
del pecado”. Estaban entremezclados con el pecado, contenían
pecado, eran una ruina para el alma y desagradables a Dios. Sería de
poco consuelo gozar de un placer, mientras Dios estaba en su contra.
Era mejor sufrir y obedecer a Dios, que sentirse bien y pecar.
La fe le decía a Moisés que, al final de cuentas, estos placeres
eran só lo “por un tiempo”. No podían durar, todos eran breves,
pronto lo cansarían y tendría que dejarlos con el correr del tiempo.

La fe le decía a Moisés que en el cielo había una recompensa para


el creyente mucho más rica que los tesoros de Egipto, riquezas
duraderas, donde el moho no corrompe, ni ladrones entran y hurtan.
Allí, la corona sería incorruptible; el peso de gloria sería enorme y
eterno; y la fe le pedía que mirara a lo lejos, a un cielo invisible si
sus ojos estaban deslumbrados por el oro egipcio.
La fe le decía a Moisés que la aflicció n y el sufrimiento no eran
realmente malos. Eran la escuela de Dios, en la que capacita a los
hijos de su gracia para la gloria; los remedios necesarios para
purificar nuestra voluntad corrupta, el horno en el cual quemar
nuestra escoria, el bisturí que tiene que cortar los lazos que nos unen
al mundo.
La fe le decía a Moisés que los israelitas despreciados eran el
¿Es usted nacido de nuevo? 229
pueblo escogido por Dios. Creía que la adopció n, el pacto, las
promesas y la gloria les pertenecían; que de ellos, un día la semilla
de la mujer germinaría y heriría la cabeza de la serpiente; que
disfrutaban de la bendició n especial de Dios, que eran hermosos y
bellos a sus ojos, y que era mejor ser el portero del pueblo de Dios
que reinar en palacios de maldad.
La fe le decía a Moisés que todos los reproches y las burlas
dirigidos a él eran “reproches a Cristo”, que era un honor recibir
burlas y desprecios en nombre de Cristo, que quien quiera que
persigue al pueblo de Cristo persigue a Cristo mismo, y que llegará el
día cuando sus enemigos se inclinen ante él y laman el polvo.
Todo esto y mucho más, que me es imposible mencionar en detalle,
vio Moisés por fe. Estas eran las cosas que creía y, creyendo, hizo lo
que hizo. Estaba convencido de ellas y las hizo suyas…
- las consideró como certidumbres,
- las tuvo como verdades sustanciales,
- las contó tan seguras como si las viera con sus propios ojos,
- actuó en consecuencia porque eran realidades,
y esto lo convirtió en el hombre que era. Tenía fe. Creía.

No nos sorprendamos por qué rechazó grandezas, riquezas y


placeres. É l miraba hacia el futuro. Veía con los ojos de la fe a
reinos desmoronarse en el polvo, las riquezas tomando alas y
remontando el vuelo, los placeres llevando a la muerte y a Cristo,
ú nicamente, y a su pequeñ a manada subsistiendo para siempre. No
nos asombremos de que escogió las aflicciones, a un pueblo
despreciado y a los reproches. Veía las cosas debajo de la superficie.
Veía con los ojos de la fe que
las aflicciones duraban só lo por un momento, los reproches
deambulaban hasta desaparecer y terminando en una honra eterna,
veía al pueblo despreciado de Dios reinando como reyes con Cristo
en gloria.
¿Y acaso no tenía razó n? ¿No nos habla a nosotros, aunque
230 SANTIDAD
muerto, hasta el día de hoy? El nombre de la hija del faraó n se ha
olvidado o, por lo menos, es extremadamente dudoso có mo se
llamaría. La ciudad donde reinaba faraó n es desconocida. Las
riquezas de Egipto han desaparecido. Pero el nombre de Moisés se
conoce dondequiera que se lee la Biblia y permanece en pie como
testimonio de que “feliz es aquel que vive por la fe”.
IV. Lecciones prácticas de Moisés
Ahora, iré terminando, tratando de poner en orden algunas
lecciones prácticas que me parecen ser legítimas consecuencias de
esta historia de Moisés.
¿Qué tiene todo esto que ver con nosotros? Algunos dirá n: No vivimos
en Egipto. No hemos visto milagros. No somos israelitas. Estamos
cansados del tema.
Espere un poquito, si esto es lo que piensa, y con la ayuda de
Dios le demostraré lo que todos podemos aprender y en lo que todos
podemos instruirnos. Todo aquel que anhela vivir una vida cristiana y
ser realmente santo, aprenda la historia de Moisés y obtenga
sabiduría.

(a) Para empezar, si quiere ser salvo, tiene que tomar la


decisión que Moisés tomó: Tiene que escoger a Dios antes que al
mundo.
Recuerde bien lo que digo. No lo pase por alto, aunque olvide
todo lo demá s. No digo que el estadista tiene que renunciar a su
trabajo ni que el hombre rico tiene que renunciar a sus
propiedades. No se le ocurra a nadie que eso es lo que estoy
diciendo. En cambio, digo que el que quiere ser salvo, sea cual
fuere su posició n en la vida, tiene que estar preparado para las
tribulaciones. Tiene que decidirse a escoger lo que parece malo y
dejar y rechazar mucho de lo que puede parecer bueno.
Me atrevo a decir que esto les parecerá raro a algunos que lean
¿Es usted nacido de nuevo? 231
estas pá ginas. Comprendo muy bien que uno puede tener cierta
forma de religió n, que no le causará ningú n problema. Hay un tipo
de cristianismo comú n que muchos pueden tener en la actualidad,
pensando que está n bien, un cristianismo barato que no ofende a
nadie y no vale nada. No estoy hablando de una religió n de este
tipo.
Si realmente se toma usted en serio su alma y si su fe es algo
má s que un traje o vestido a la moda que se pone los domingos, si
está decidido a vivir de acuerdo con la Biblia, si está resuelto a ser
un cristiano segú n el Nuevo Testamento, entonces, repito, pronto
descubrirá que tiene que llevar una cruz. Tiene que soportar cosas
difíciles, tiene que sufrir por el bien de su alma como lo hizo
Moisés o, de otro modo, no puede ser salvo.
En este siglo, el mundo es lo que siempre ha sido. Los corazones
de los hombres siguen siendo iguales. Las ofensas a la cruz no han
cesado. El verdadero pueblo de Dios todavía es una manada
pequeñ a despreciada. La auténtica fe evangélica todavía incluye
reproches y menosprecios. Un verdadero siervo de Dios seguirá
siendo considerado por muchos un simple débil y necio exaltado.
Pero el asunto es éste. ¿Anhela usted la salvació n de su alma?
Entonces, recuerde: Tiene que elegir a quién servir.

No puede servir a Dios y al dinero. No puede estar en los dos


bandos a la vez. No puede ser amigo de Cristo y amigo del mundo
al mismo tiempo. Tiene que apartarse de los hijos de este mundo y
permanecer aparte. Tiene que aguantar muchas mofas, problemas y
oposiciones, de otra manera, estará perdido para siempre. Tiene que
estar dispuesto a hacer cosas que el mundo considera tontas y tener
opiniones que só lo pocos tienen. Le costará algo, la corriente es
fuerte, y usted tiene que vencerla. El camino es angosto y
empinado; es inú til decir que no lo es. Pero téngalo por seguro: No
puede haber una religió n salvadora sin sacrificio y la negació n de
uno mismo.
232 SANTIDAD
Ahora bien, ¿está usted haciendo algú n sacrificio? Su fe, ¿le cuesta
algo? Apelo a su conciencia con afecto y ternura. ¿Está usted, como
Moisés, prefiriendo a Dios antes que al mundo o no? Le ruego que
no se esconda bajo el peligroso pronombre “nosotros”: “Nosotros
deberíamos”, “nosotros esperamos que”, “lo que nosotros queremos
decir” y frases similares. Le pregunto directamente: ¿Qué está
haciendo usted mismo? ¿Está dispuesto a renunciar, sea lo que sea
que lo mantiene alejado de Dios? ¿O se está aferrando al Egipto del
mundo y diciendo: “Tengo que tenerlo, tengo que tenerlo. No puedo
dejarlo”? ¿Hay alguna cruz en su cristianismo? ¿Hay algunas puntas
filosas en su fe, algo discordante y chocante con la mentalidad
terrenal a su alrededor? ¿O está có modamente adaptado a las
costumbres y la moda? ¿Sabe algo de las aflicciones del evangelio?
¿Son alguna vez, su fe y prá ctica, objeto de burlas y menosprecios?
¿Alguien lo cree loco en razó n de su alma? ¿Ha renunciado a la hija
de faraó n, sumá ndose de todo corazó n al pueblo de Dios? ¿Le está
confiando todo a Cristo? Busque y vea.
Estos son interrogantes difíciles y preguntas delicadas. No puedo
impedirlo. Creo que está n fundadas en las verdades de la
Escrituras. Recuerdo que está escrito: “Grandes multitudes iban con
él; y volviéndose, les dijo:

Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e


hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no
puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de
mí, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:25-27). Me temo que
muchos quisieran la gloria, pero no la gracia. Les gustaría recibir
el sueldo, pero no tener que trabajar, la cosecha, pero no el
esfuerzo de tener que cosechar, la mies, pero no tener que sembrar,
la recompensa, pero no la batalla. Pero esto no puede ser. Como dice
Bunyan: “Tiene que haber lo amargo antes de lo dulce”. Si no hay
cruz, no habrá corona.
(b) Lo segundo que digo es esto, nada, excepto la fe, puede hacer
¿Es usted nacido de nuevo? 233
posible que escoja a Dios antes que el mundo.
Ninguna otra cosa puede hacerlo. No lo puede hacer el
conocimiento, tampoco alguna emoció n, ni el cumplimiento regular
de prá cticas externas ni los buenos amigos. Todo esto ayuda algo,
pero el fruto que producen no tiene el poder de continuar; no
dura. La religió n que surge de estas fuentes só lo durará mientras
no haya “la tribulació n de la persecució n debido a la Palabra”, pero
en cuanto la hay, se seca. Es un reloj sin la cuerda principal, su
cará tula se ve muy hermosa, uno puede hacer girar sus manecillas
con la mano, pero sin la cuerda no funcionará . La religió n que
perdurará , tendrá que contar con un fundamento vivo y no hay otro,
sino la fe.
Tiene que haber una creencia profunda de que las promesas de
Dios son seguras y que se puede depender de ellas; una creencia
real de que todo lo que Dios dice en la Biblia es cierto y que toda
doctrina contraria a esto es falsa, no importa lo que alguien diga.
Tiene que haber una creencia real de que las palabras de Dios han de
ser recibidas, no importa lo difícil y desagradable que sea para la
carne y la sangre, y que su camino es el correcto y todos los demá s
está n equivocados. Tiene que haber esto, de lo contrario, nunca
dejará el mundo, tomará su cruz, seguirá a Cristo ni será salvo.

Usted debe aprender a confiar en las promesas, má s que en los


bienes terrenales, en las cosas invisibles má s que en las visibles, en
las cosas celestiales fuera de la vista, que las cosas en la tierra
delante de sus ojos; alabar al Dios invisible má s que alabar al
hombre visible. Entonces, y solo entonces, preferirá escoger a Dios
y no al mundo, siguiendo el ejemplo de Moisés.
Ahora pregunto a cada lector, ¿tiene usted fe? Si la tiene, le será
posible rechazar algo que parezca bueno y escoger algo que
parezca malo. No le dará ninguna importancia a las pérdidas de hoy,
con la esperanza de las ganancias de mañ ana. Seguirá a Cristo en la
oscuridad y permanecerá a su lado hasta lo ú ltimo. Si no tiene fe, le
234 SANTIDAD
advierto, nunca librará una buena batalla ni “correrá para
obtener” su corona. Muy pronto se desanimará y se volverá al
mundo.
Sobre todo esto, tiene que haber una fe permanente y real en
el Señ or Jesucristo. La vida en la carne tiene que vivirse por fe en
el Hijo de Dios.
Depender de Jesú s, confiar en Jesú s, valernos de Jesú s y usarlo
como el maná de nuestra alma constantemente, tiene que ser un
há bito establecido. Tiene usted que esforzarse por poder decir:
“Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”. “Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece” (Fil. 1:21; 4:13).
É sta era la fe por la cual los santos de antañ o obtuvieron éxito.
É sta fue el arma con la cual vencieron al mundo. Esto les hizo ser
lo que fueron.
É sta fue la fe que hizo que…
- Noé construyera su arca mientras el mundo se burlaba,
- Abraham le diera la mejor tierra a Lot y morara pacíficamente en
sus tiendas,
- Rut se aferrara a Noemí y dejara a su pueblo y a sus dioses,
- Daniel siguiera orando, aunque sabía que el foso de los
leones estaba preparado,

- los tres jó venes se negaran adorar a los ídolos, aunque


sabían que los esperaba un horno ardiente y que
- Moisés renunciara a Egipto, sin temor a la ira de faraó n.
Todos estos actuaron como lo hicieron porque creían. Veían las
dificultades y los problemas de este camino. Pero también veían a
Jesú s por fe venciéndolos a todos y seguían adelante. Bien pudo
hablar el Apó stol Pedro de la fe como “igualmente preciosa” (2 P.
1:1).
(c) Lo tercero que quiero decir es que la verdadera razón por la
que tantas personas son tan mundanas e impías es que no
¿Es usted nacido de nuevo? 235
tienen fe.
Debemos tener conciencia de que hay multitudes de cristianos
profesantes que no pensarían ni por un segundo hacer lo que hizo
Moisés. Es inú til tratar de suavizar las cosas e ignorar esta
realidad. Debe ser ciego el que no ve a miles de personas a su
alrededor que prefieren al mundo antes que a Dios, las cosas
temporales antes que las eternas y las cosas del cuerpo antes que
las del alma. Puede ser que no nos guste admitir esto y tratamos
de ignorarlo. Pero así es.
¿Y por qué son así estos que profesan ser cristianos? Sin duda que
nos darán razones y excusas. Algunos hablará n de las trampas del
mundo, algunos de la falta de tiempo, algunos de dificultades
singulares respecto a su posició n, algunos de los cuidados y
ansiedades de la vida, algunos del poder de las pasiones y algunos
sobre los efectos de las malas compañ ías. ¿Qué tenemos en
resumen? Hay una explicació n mucho má s breve que explica el
estado de sus almas: No creen. Una frase simple, como la vara de
Aaró n, destruirá todas sus excusas: No tienen fe.
No creen realmente que lo que Dios dice es cierto. Se excusan
secretamente con la idea: “De seguro no se cumplirá , de seguro
tiene que haber otro camino al cielo ademá s del que hablan los
pastores,

seguramente no hay tanto peligro de perderse”. En suma, no confían


implícitamente en las palabras que Dios ha escrito y dicho y, por ello,
no actú an en consecuencia.
No creen completamente…
- en el infierno, por lo que no huyen de él,
- ni en el cielo, por lo que no lo buscan,
- ni en la culpa del pecado, por lo que no se apartan de él,
- en la santidad de Dios, por lo que no le temen,
- ni en su necesidad de Cristo, por lo que no confían en él ni lo
aman.
236 SANTIDAD
No sienten confianza en Dios, así que no arriesgan nada por él.
Igual que Pasió n, el joven en El Progreso del Peregrino, tienen que
disfrutar de las cosas buenas ahora. No confían en Dios y, por eso,
no pueden esperar.
Ahora bien, ¿en qué condició n estamos? ¿Creemos toda la Biblia?
Hagá monos esta pregunta. Podemos estar seguros de que es algo
mucho más importante creer todo lo que dice la Biblia que lo que
muchos suponen. Feliz el hombre que se puede poner la mano en
el corazó n y decir: “Soy creyente”.
A veces hablamos de los incrédulos como si fueran una rareza
en el mundo. Y admito con alegría que la infidelidad confesa, no es
comú n ahora. Pero hay una gran cantidad de infidelidad práctica a
nuestro alrededor que, al final de cuentas, es tan peligrosa como los
principios de Voltaire y Paine. Hay muchos que domingo tras
domingo recitan el credo y se aseguran de declarar su fe en todo lo
que la Sede Apostó lica y las formas de Nicea contienen.
Y no obstante, estas mismas personas viven toda la semana
como si Cristo nunca hubiera muerto, como si no fuera a haber un
juicio, ninguna resurrecció n de los muertos y ninguna vida eterna.
Cuando les hablamos de cosas eternas y el valor de sus almas, hay
muchos que dicen: “Oh, eso ya la sé”.

Y no obstante, sus vidas muestran claramente que no saben nada


de lo que debieran saber, ¡y lo má s triste es que creen que sí saben!
Es una verdad espantosa, digna de profunda reflexió n, que el
conocimiento que no lleva a actuar en consecuencia, es inú til e
inservible a los ojos de Dios. Y es mucho peor que eso. Agregará a
nuestra condenació n y aumentará nuestra culpa en el Día del juicio.
Una fe que no influye sobre las acciones del hombre, no merece
llamarse fe. Hay só lo dos clases de gentes en la iglesia de Cristo:
Los que creen y los que no creen. La diferencia entre el cristiano
auténtico y el que meramente profesa serlo, radica en una frase: El
¿Es usted nacido de nuevo? 237
cristiano auténtico es como Moisés: “Tiene fe”; el que só lo dice
serlo, no la tiene. El cristiano auténtico cree y, por lo tanto, vive
como vive; el que meramente profesa serlo, no cree y, por lo tanto,
es lo que es. Oh, ¿dó nde está nuestra fe? No seamos incrédulos,
sino creyentes.

(d) Lo ú ltimo que diré es que el verdadero secreto de hacer


grandes cosas para Dios es tener una fe grande.
Creo que todos podemos equivocarnos en este punto. Pensamos y
hablamos demasiado sobre gracias, dones y logros, y no recordamos
tanto como debemos, que la fe es la raíz y madre de todos estos. En
su andar con Dios, el hombre llegará só lo hasta donde cree y no má s.
Su vida será siempre proporcional a su fe. Su paz, su paciencia, su
valentía, su celo, sus obras será n todas de acuerdo con su fe.
Leemos las biografías de cristianos insignes como Wesley,
Whitefield, Venn, Martyn, Bickerstech, Simeon y M’Cheyne, que nos
impulsan a decir: “¡Qué dones y gracias maravillosos tenían estos
hombres!” Respondo: “Deberíamos más bien honrar la gracia madre,
la má s importante de todas las gracias que Dios presenta en el
capítulo once de la Epístola a los Hebreos: Deberíamos honrar su fe.
Tengamos por seguro que la fe es la razó n principal del cará cter
que tenía cada uno de los mencionados”.

Me imagino que alguien puede decir: “Eran hombres de oració n;


eso fue lo que los hizo lo que eran”. Respondo: “¿Por qué oraban
mucho? Sencillamente porque tenían mucha fe. ¿Qué es la oració n,
sino la fe hablando con Dios?”.
Otro puede decir: “Eran muy diligentes y trabajadores, eso explica
su éxito”. Respondo: “¿Por qué eran tan diligentes? Simplemente
porque tenían fe. ¿Qué es la diligencia cristiana, sino la fe en
acció n?”.
Otro puede opinar: “Eran muy valientes, eso los hacía ú tiles”.
Respondo: “¿Por qué eran tan valientes? Simplemente porque tenían
238 SANTIDAD
mucha fe. ¿Qué es la valentía cristiana, sino la fe cumpliendo su
deber con seriedad?”.
Otro puede exclamar: “Era su santidad y espiritualidad lo que
les daba envergadura”. Por ú ltima vez respondo: “¿Qué los hacía
santos? Nada más que un espíritu de fe vivo y fehaciente. ¿Qué es la
santidad, sino fe visible y fe encarnada?”.
Entonces siga el consejo que le doy este día, vaya y clame al
Señ or Jesucristo como lo hicieron los discípulos: “Señ or: Auméntanos
la fe” (Lc. 17:5). Fe es la raíz del cará cter del creyente verdadero.
Asegú rese de que su raíz es la correcta y pronto abundará su fruto.
Su prosperidad espiritual siempre será segú n su fe. Aquel que
cree, no só lo será salvo, sino que nunca tendrá sed, vencerá y será
establecido, caminará firmemente sobre las aguas de este mundo y
hará grandes obras.
Lector, si usted cree las cosas que contiene este capítulo y
anhela ser un hombre santo a conciencia, comience a poner en
práctica su fe. Tome a Moisés como su ejemplo. Siga sus pasos.
Vaya y haga usted lo mismo.

9. Lot: Una luz de advertencia


“Deteniéndose él…”. Génesis 19:16

Las Sagradas Escrituras, que fueron escritas para nuestra


instrucció n, contienen luces de advertencia, al igual que modelos a
imitar. Nos muestran ejemplos de lo que debemos evitar, al igual que
ejemplos que debemos seguir. El hombre, cuyo nombre encabeza
esta pá gina, ha sido puesto como una luz de advertencia para toda
la iglesia de Cristo. Nos presenta su cará cter en dos breves palabras:
¿Es usted nacido de nuevo? 239
“Deteniéndose él”. Se detuvo. Tomemos asiento y observemos esta
luz de advertencia por unos minutos. Consideremos a Lot.
¿Quién es este hombre que se detuvo? Es el sobrino del fiel
Abraham. ¿Y cuá ndo fue que se detuvo? La misma mañ ana en que
Sodoma iba a ser destruida.
¿Y dó nde se detuvo? Dentro de las paredes de Sodoma misma. ¿Y
ante quién se detuvo? Ante la vista de dos ángeles enviados para
sacarlo de la ciudad. ¡Incluso en ese momento se detuvo!
Las palabras son solemnes y llenas de elementos que nos hacen
pensar. Debieran sonar como una trompeta en los oídos de todos los
que profesan alguna religió n. Espero que hagan pensar a cada
lector de estas pá ginas. ¿Quién sabe si no son justo las palabras
que su alma requiere? La voz del Señ or Jesucristo le manda:
“Acordaos de la mujer de Lot” (Lc. 17:32). Las palabras de uno de
sus siervos le invitan hoy a recordar a Lot.
Trataré de mostrar:
I. Lo que Lot era en sí mismo.
II. Lo que el texto ya citado dice de su comportamiento.
III. Las razones por las que quizá se detuvo.
IV. Qué clase de fruto dio el hecho que se detuvo.
Pido la atenció n de todos los que tienen razó n para creer que son
verdaderos cristianos y anhelan vivir vidas santas.

Establezcamos este principio en nuestras mentes: si seguimos la


santidad, no debemos “detenernos”.
I. ¿Qué era Lot?
Lo digo una vez má s: Lot es una luz de advertencia.
É ste es un punto muy importante. Si no me aseguro de que
usted lo note, podría perderme la clase de cristianos profesantes a
quienes quiero beneficiar de un modo especial. Si no lo presento con
claridad, muchos quizá digan después de leer este capítulo: “¡Ay! ¡Lot
era un hombre malo, un pobre ser, malvado y oscuro: Un hombre
240 SANTIDAD
inconverso, un hijo de este mundo! Con razó n se detuvo”.
Pero ahora preste mucha atenció n a lo que digo. Lot distó
mucho de ser algo así. Lot era un creyente verdadero, un
convertido, un auténtico hijo de Dios, un alma justificada, un
hombre justo.
¿Tiene alguno de mis lectores gracia en su corazó n? Lot
también la tenía.
¿Tiene alguno de mis lectores esperanza de salvació n? Lot
también la tenía. ¿Es alguno de mis lectores un viajero en el camino
angosto que conduce a la vida? Lot también lo fue.
Nadie piense que esto es só lo mi opinió n particular, una mera
fantasía mía, una noció n que no tiene fundamento bíblico. Nadie
suponga que quiero que lo crea só lo porque yo lo digo. El Espíritu
Santo ha colocado el asunto, libre de posibles controversias,
llamá ndolo “justo” y “recto” (2 P. 2:7-8) y nos ha dado evidencias
de que la gracia moraba en él.
Una evidencia es que vivía entre hombres impíos “viendo y oyendo
los hechos inicuos de ellos” y la maldad a su alrededor (2 P. 2:8) y,
aun así, él mismo no era impío. Ahora bien, para ser un Daniel en
Babilonia, un Abdías en la casa de Acab, un Ahías en la familia de
Jeroboam, un santo en la corte de Neró n y un “hombre justo” en
Sodoma, uno tiene que tener la gracia de Dios.

Sin su gracia sería imposible ser como alguno de estos hombres.


Una segunda evidencia es que “veía a los prevaricadores” y se
contrariaba por lo que veía a su alrededor (2 P. 2:7, 8). Se sentía
herido, triste, dolorido y lastimado ante la presencia del pecado.
Esto era sentirse como el santo David, quien dice: “Veía a los
prevaricadores, y me disgustaba, Porque no guardaban tus palabras”,
“Ríos de agua descendieron de mis ojos, porque no guardaban tu
ley” (Sal. 119: 158, 136). Esto era sentirse como San Pablo, quien
dice: “Tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazó n,… por
amor a mis hermanos” (Ro. 9:2, 3). Nada puede ser la razó n de
¿Es usted nacido de nuevo? 241
esto, sino la gracia de Dios.
Un tercera evidencia es que “afligía cada día su alma justa” (2 P.
2:8). No sucedió que se hizo indiferente o que se entibió ante el
pecado, como sucede con muchos. La familiaridad y el há bito no le
quitaron el filo a sus sentimientos, como sucede con demasiada
frecuencia. Para muchos es un shock y un susto ver por primera
vez una iniquidad, pero al final se acostumbran tanto que la ven
con bastante apatía. Esto es así, especialmente con los que viven en
grandes ciudades, o con ingleses que viajan en el continente. Estos,
a menudo, terminan siendo totalmente indiferentes al hecho de que
no se observa el Día del Señ or y a muchas formas de pecados. Pero no
fue así con Lot. Y también esto es una gran señ al de la realidad de su
gracia.
Así era Lot: Un hombre justo y recto, un hombre sellado como
heredero al cielo por el Espíritu Santo mismo.
Antes de seguir adelante, recordemos que un cristiano auténtico
puede tener muchas manchas, muchos defectos y muchas
debilidades y, aun así, ser un cristiano auténtico. No despreciamos
al oro porque esté mezclado con mucha escoria. No le quitemos
valor a la gracia porque está acompañ ada de mucha corrupció n.
Siga leyendo y verá que Lot pagó caro por “detenerse”. Pero no se
olvide, al ir leyendo, que Lot era un hijo de Dios.

II. El comportamiento de Lot


Sigamos con el segundo punto que he mencionado. ¿Qué nos
dice el texto ya citado sobre el comportamiento de Lot?
Las palabras son increíbles y asombrosas: “Deteniéndose él”.
Cuanto má s consideremos las circunstancias, má s increíbles nos
parecerá n.
Lot conocía la condició n aterradora de la ciudad en que se
encontraba. “El clamor” de sus abominaciones había “subido de
punto delante de Jehová ” (Gn. 19:13). Sin embargo, se detuvo.
242 SANTIDAD
Lot conocía el juicio horroroso que estaba a punto de
sobrevenir a todos los que moraban dentro de los confines de sus
muros. Los á ngeles habían dicho claramente: “Por tanto, Jehová
nos ha enviado para destruirlo” (Gn. 19:13). Sin embargo, se
detuvo.
Lot sabía que Dios era un Dios que siempre cumplía sus
promesas y, si decía que iba a hacer algo, era seguro que lo haría.
No podía ser sobrino de Abraham, vivir mucho tiempo con él y no
tener conciencia de esto. Sin embargo, se detuvo.
Lot creía que había peligro porque fue donde estaban sus yernos y
les advirtió que huyeran. “Levantaos”, les dijo, “salid de este lugar;
porque Jehová va a destruir esta ciudad” (Gn. 19:14). Sin embargo,
se detuvo.
Lot vio a los á ngeles de Dios esperando que él y su familia
partieran. Oyó la voz de esos ministros de ira retumbándole en los
oídos para apurarlos: “Levá ntate, toma tu mujer, y tus dos hijas que
se hallan aquí, para que no perezcas en el castigo de la ciudad”
(Gn. 19:15). Sin embargo, se detuvo.
Lot fue…
- lento cuando debió ser rá pido,
- atrasado cuando debió ser adelantado,
- demorado cuando debió estar apurá ndose,

- perdiendo el tiempo cuando debió estar aprovechá ndolo y


- frío cuando debió ser ferviente.
¡Es más que extrañ o! ¡Parece casi increíble! ¡Aparenta ser
demasiado fantástico para ser verdad! Pero el Espíritu lo escribe
para nuestra instrucció n. Y así fue.
Y aun así, por increíble que parezca a primera vista, me temo que
hay muchos entre el pueblo del Señ or Jesucristo muy parecidos a
Lot.
Pido a cada lector que se grabe muy bien lo que digo. Repito que es
imposible que haya algú n error en cuanto a su significado. He
¿Es usted nacido de nuevo? 243
demostrado que Lot “se detuvo”. Afirmo que hay muchos hombres
cristianos y mujeres cristianas hoy que son muy parecidos a Lot.
Hay muchos verdaderos hijos de Dios que parecen saber má s de lo
que llevan a la prá ctica, ven mucho má s de lo que ponen por obra y
se mantienen en este estado por muchos añ os. ¡Increíble que van
la distancia que van y, después, se quedan allí!
Reconocen a la Cabeza que es Cristo y aman la verdad. Les gusta
la predicació n profunda y coinciden con cada artículo de la
doctrina cristiana cuando lo oyen. Pero aun así, hay algo imposible
de describir que no es satisfactorio en ellos. Están haciendo
constantemente cosas que desilusionan a sus pastores y amigos
cristianos más consagrados. ¡Es asombroso que piensen como
piensan y, aun así, que se queden frenados donde está n, se
detienen!
Creen en el cielo y, sin embargo, poco parecen anhelarlo.
También creen en el infierno y, sin embargo, poco parecen
temerlo. Aman al Señ or Jesú s y, sin embargo, el trabajo que
hacen para él es poco.
Aborrecen al diablo, pero a menudo parecen tentarlo para que se
acerque a ellos.

Saben que el tiempo es breve y, sin embargo, viven como si


fuera extenso. Saben que tienen una batalla que librar y, sin
embargo, aparentan tener paz.
Saben que tienen una carrera que correr, y sin embargo,
parecen quedarse sentados.
Saben que el juez está a la puerta y que hay una ira venidera, y,
sin embargo, parecen estar adormecidos.
¡Es sorprendente que sean lo que son y, sin embargo, no pueden
llegar a ser nada má s!
¿Y qué diremos de estas personas? A menudo dejan pasmados a sus
244 SANTIDAD
amigos y familiares consagrados. Con frecuencia causan gran
ansiedad. Repetidamente generan grandes dudas y aná lisis
introspectivos. No obstante, pueden ser clasificados bajo una
descripció n contundente: Todos son hermanos y hermanas de Lot.
Se detienen.
¡Estos son aquellos a quienes se les ocurre que es imposible que
todos los creyentes sean muy santos y muy espirituales! Admiten
que una santidad insigne es maravillosa. Les gusta leer acerca de
ella en los libros, inclusive a veces, les inspira verlo en los demá s.
Pero no piensan que la intenció n es que todos deben aspirar a una
norma tan elevada. Sea como fuera, parece que decidirse está fuera
de su alcance.
Estos son aquellos a quienes se les mete en la cabeza ideas falsas
sobre el amor, como le llaman ellos. Tienen un temor mó rbido de
ser intolerantes y cerrados, y están siempre volando al extremo
opuesto. Anhelan complacer a todos y estar de acuerdo con todos.
Pero se olvidan que primero deben estar seguros de que
complacen a Dios.
Estos son aquellos a quienes les da pavor tener que sacrificarse
y rehú yen tener que negarse a sí mismos. Parece que nunca
pueden aplicar el mandato de nuestro Señ or de “tomar la cruz” y
“cortar su mano derecha” (Lc. 9:23; Mt. 5:29, 30).

No pueden negar que nuestro Señ or usó estas expresiones, pero


nunca les encuentran un lugar en su propia religió n. Se pasan la vida
tratando de hacer más ancha la puerta y má s liviana la cruz. Pero
nunca tienen éxito.
Estos son los que siempre están tratando de andar al ritmo del
mundo.
Estos son ingeniosos en descubrir razones para no separarse
contundentemente del mundo y en dar excusas convincentes para
participar de diversiones cuestionables y para frecuentar
amistades objetables. Un día le cuentan a uno que asistieron a un
¿Es usted nacido de nuevo? 245
estudio bíblico y el día siguiente quizá le cuentan que fueron a un
baile. Un día ayunan o participan de la Cena del Señ or y otro día
van al hipó dromo durante la mañ ana y en la noche a la ó pera. Un
día su entusiasmo por el sermó n predicado por un predicador
impresionante casi los lleva a la histeria y otro día está n llorando
al leer una novela. Está n constantemente esforzándose por
convencerse a sí mismos de que mezclarse un poquito con la gente
mundana en su entorno, hace bien. No obstante, en su caso, resulta
muy claro que no les hace nada de bien, sino só lo dañ o.
Estos son los que no tienen el valor de luchar contra sus
pecados, ya sea pereza, indolencia, mal cará cter, orgullo, egoísmo,
impaciencia o lo que sea. Permiten que estos sean un inquilino
tolerablemente quieto y tranquilo de sus corazones. Dicen que es
por su “salud, su temperamento, sus pruebas o su manera de ser.
Su padre, su madre o su abuela eran iguales, por lo que está n
seguros de que no lo pueden remediar”. ¡Y cuando uno los vuelve a
ver después de má s o menos un añ o, usted escuchará la misma
historia!

Pero todo, todo, sí todo puede resumirse en una sola oració n, son
hermanos y hermanas de Lot. Se estancan, se detienen.
¡Ay, si es usted un alma que se mantiene detenida, no es feliz!

Usted sabe que no lo es. Sería raro que lo fuera. El detenerse es


la destrucció n segura del cristianismo feliz. La conciencia del que
se detiene le prohíbe disfrutar de paz interior.
Quizá en algú n momento todo marchaba bien. Pero ha dejado su
primer amor y, desde entonces, nunca ha sentido la misma
tranquilidad y no volverá a sentirla hasta que vuelva a sus
“primeras obras” (Ap. 2:5). Como Pedro, cuando prendieron al
Señ or Jesú s, lo está n siguiendo de lejos y como en el caso del
Apó stol, su camino no es agradable, sino difícil.
Venga y observe a Lot. Venga y tome nota de la historia de Lot.
246 SANTIDAD
Venga, considere el “detenerse” de Lot y sea sabio.
III. Razones por las cuales Lot se detuvo
Consideremos ahora las razones que pueden haber contribuido
a que Lot se detuviera.
É sta es una cuestió n muy importante y le pido que le dé su más
seria atenció n. Saber el origen de una enfermedad es un paso hacia su
remedio. Aquel a quien le advierten, de antemano lo arman.
¿Quién entre mis lectores se siente seguro y no teme detenerse?
Venga y escuche mientras le cuento algunos pasajes de la historia
de Lot. Si actú a como lo hizo él, será un milagro si al final su alma
no esté en el mismo estado que la de él.
(1) Una cosa que observo en Lot es que tomó una decisión
equivocada siendo muy joven.
Hubo un tiempo cuando Abraham y Lot vivían juntos. Ambos
eran ricos y ya no podían seguir viviendo juntos. Abraham, el mayor
de los dos, con verdadera humildad y cortesía, le dio a Lot el
privilegio de escoger las tierras que prefería cuando resolvieron
separarse. Le dijo: “Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la
derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda” (Gn. 13:9).
¿Y qué hizo Lot? Nos dice la Biblia que vio que los valles del
Jordá n, cerca de Sodoma, eran ricos,

fértiles y recibían abundante lluvia. Eran tierras buenas para pastar


el ganado. É l tenía muchos rebañ os y ganados, y los campos eran
precisamente los que estos requerían. Y estas tierras fueron las
que escogió sencillamente porque eran “de riego” (Gn. 13:10).
¡Estaba cerca de la ciudad de Sodoma! No le importaba. ¡Los
hombres de Sodoma, que serían sus vecinos, eran impíos! No le
interesaba. ¡Eran extremadamente pecadores ante Dios! No le
incumbía. La llanura era rica. Las tierras eran buenas. Quería una
regió n así para sus rebañ os y sus ganados. Y ante este argumento,
todos sus escrú pulos y dudas, si es que los tenía, desaparecieron.
¿Es usted nacido de nuevo? 247
a) Escogió por vista, no por fe.
b) No le pidió consejo a Dios, para que lo preservara de los errores.
c) Consideró las cosas temporales, no las eternas.
d) Pensó en sus ganancias mundanas y no las de su alma.
e) Tuvo en cuenta só lo lo que le beneficiaría en esta vida y olvidó
la seria cuestió n de la vida venidera.
É ste fue un mal comienzo.
(2) Pero observo también que Lot se mezcló con pecadores cuando
no tenía ninguna razón para hacerlo.
Al principio mismo, Lot “fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma”
(Gn. 13:12).
Ya he demostrado que esto fue un gran error.
Pero la pró xima vez que es mencionado, nos encontramos con
que está viviendo en la misma Sodoma. El Espíritu dice
expresamente: “Moraba en Sodoma” (Gn. 14:12). Dejó sus tiendas.
Renunció a sus tierras. Ocupó una casa en las calles mismas de la
impía ciudad.
El texto no nos dice la razó n de este cambio. No sabemos de
ninguna situació n que lo hubiera causado. Estamos seguros de que
no puede haber sido por mandato de Dios. Quizá a la esposa le
gustaba la ciudad mejor que el campo, a fin de poder formar parte
de la sociedad. Se nota a ojos vista que carecía de gracia.

Quizá convenció a Lot que era necesario para beneficio de sus


hijas, para que pudieran casarse y tener una vida tranquila. Quizá
las hijas lo instaron a vivir en la ciudad para poder tener amistades
divertidas. Es evidente que eran chicas con una mentalidad ligera.
Quizá a Lot mismo le gustaba la idea, a fin de ganar má s con sus
rebañ os y ganados. Al hombre nunca la faltan razones para confirmar
su voluntad. Pero una cosa es segura: Lot vivió en medio de
Sodoma sin una razó n vá lida.
Cuando el hijo de Dios hace estas dos cosas que he mencionado,
nunca debe sorprendemos si, a la larga, recibimos malas noticias
248 SANTIDAD
de su alma. No nos debe sorprender si hace oídos sordos a la voz
de advertencia acerca de aflicciones futuras, como las tuvo Lot
(Gn. 14:12), y termina deteniéndose en el día de tribulaciones y
peligros, como lo hizo Lot.
Tome una decisió n equivocada en la vida, una decisió n no
bíblica, asiéntese innecesariamente en medio de un pueblo mundano
y estará en la condició n má s segura para perjudicar su propia
espiritualidad y de retrasarse en lo que a su eternidad se refiere.
É ste es el modo de hacer que el pulso de su alma lata débil y
lánguidamente. Es la manera de embotar e insensibilizar sus
sentimientos sobre el pecado. Es la forma de apagar los ojos de su
discernimiento espiritual hasta que apenas puede ver la diferencia
entre el bien y el mal, y de caminar a los tropezones. É ste es el
modo de causarle pará lisis moral a sus pies y demá s miembros, y
lo hacen andar a tambaleante y temeroso por el camino a Sion
como si el saltamontes fuera una carga. Es la manera de franquearle
la puerta a su peor enemigo, para darle al diablo terreno ventajoso
en la batalla, de amarrar sus brazos en la lucha, de encadenar las
piernas al correr, secar la fuente de su fuerza, de quitarle su energía,
de cortarse el cabello, como Sansó n, y entregarse a los filisteos,
arrancarse sus propios ojos, girar el molino en la prisió n y ser un
esclavo.

Ruego a todo lector de este libro que preste mucha atenció n a lo


que estoy diciendo. Grabe estas cosas en su mente. No las olvide.
Recuérdelas al amanecer. Trá igalas a su mente al anochecer. Deje
que penetren profundamente en su corazó n. Si alguna vez va estar
a salvo de “detenerse”, no se mezcle innecesariamente con gente
mundana. ¡Cuídese de no tomar una decisió n como la de Lot! Si
usted no quiere que el estado de su alma sea seco, torpe,
embotado, perezoso, estéril, pesado, carnal, estú pido y obtuso,
¡cuídese de no tomar una decisión como la de Lot!
(a) Recuerde esto cuando va a escoger un lugar donde vivir o
¿Es usted nacido de nuevo? 249
residir. No basta con que la casa sea có moda, bien ubicada, donde
se respira aire puro, el vecindario es agradable, el alquiler o el precio
bajo, y el costo de vida bajo también. Hay también otros factores
para tener en cuenta. Debe pensar en su alma inmortal. El entorno
de la casa en la cual usted está pensando ¿lo ayudará a ir al cielo o
al infierno? ¿Se predica el evangelio en las cercanías? ¿Está al alcance
de su puerta el Cristo crucificado? ¿Tiene cerca a un verdadero
siervo de Dios que vele por su alma? Le insto encarecidamente que
si ama la vida, no pase por alto esas condiciones tan importantes.
Cuídese de no tomar una decisión como la de Lot.
(b) Recuerde esto al escoger un llamado, una posición o una
profesión en la vida. No basta que el sueldo sea alto, bueno el
jornal, fá cil el trabajo, numerosos los beneficios y muy favorables las
perspectivas de ser ascendido. Piense en su alma, su alma inmortal.
¿Prosperará o se retrasará ? ¿Tendrá libre los domingos y podrá
contar con un día por semana para sus asuntos espirituales? Le
ruego, por la misericordia de Dios, que tenga cuidado con lo que
hace. No tome decisiones impulsivas. Considere al lugar desde todos
los puntos de vista; el de Dios, al igual que el del mundo. El oro se
puede pagar demasiado caro. Cuídese de no tomar una decisión
como la de Lot.

(c) Sies usted soltero o soltera, recuerde esto al escoger esposo o


esposa. No basta con que le agrade su aspecto, que tengan los mismos
gustos, que congenien en lo que piensan, que haya afecto y cariñ o y
que luchen juntos por tener un hogar có modo para toda la vida.
Se necesita algo má s que esto. Hay una vida venidera. Piense en
su alma, su alma inmortal. ¿Será impulsada hacia arriba o
arrastrada hacia abajo por la unió n que está planeando? ¿Será un
matrimonio más celestial o más terrenal, vivido má s cerca de Cristo o
del mundo? ¿Su fe será cada vez má s fuerte o má s débil? Le ruego,
por todas sus esperanzas de gloria, que incluya esto en sus
250 SANTIDAD
cá lculos. Decía el anciano Baxter: “Piense, piense y vuelva a
pensar” antes de comprometerse. “No os uná is en yugo desigual
con los incrédulos” (2 Co. 6:14). El matrimonio no se menciona en
ninguna parte como un medio de conversió n. Cuídese de no tomar
una decisión como la de Lot.
(d) Recuerde esto si alguna vez le ofrecen un trabajo en el
ferrocarril. No basta recibir un buen sueldo y tener un empleo fijo,
la confianza de los directores y la posibilidad de que le den un
ascenso. Por supuesto, estas cosas son muy buenas, pero no lo son
todo. ¿Có mo le irá a su alma si trabaja en una compañ ía ferroviaria
que corre los trenes los domingos? ¿De qué día dispondrá para
dedicarle a Dios y a los asuntos de la eternidad? ¿Qué oportunidades
tendrá para oír la predicació n del evangelio? Le advierto con toda
seriedad que piense en esto. De nada le valdrá llenar su bolsa si su
alma pasa hambre y se empobrece. ¡Cuidado con vender su Día del
Señ or para tener una buena posició n! Recuerde el plato de lentejas
de Esaú . ¡Cuídese de no tomar una decisión como la de Lot!
Algú n lector puede pensar: “El creyente no tiene nada que temer; es
una oveja de Cristo, nunca perecerá , no puede sufrir mucho dañ o.
No puede ser que tales pequeñ eces sean tan importantes”.
Bueno, puede pensar eso, pero le advierto que si descuida estos
asuntos, su alma nunca prosperará.

Es cierto que el verdadero creyente no será echado fuera aunque


se detenga. Pero si lo hace, es inú til suponer que su fe prosperará .
La gracia es una planta tierna. A menos que la valore y cuide bien,
pronto se debilitará en este mundo impío. El oro má s brillante
pronto pierde su brillo cuando se lo expone a un ambiente
hú medo. El hierro má s caliente pronto se enfría. Se requiere
esfuerzo y trabajo para lograr que llegue a estar al rojo vivo, pero
no requiere má s que dejarlo estar o un poco de agua fría para que se
ponga negro y duro.
Puede usted ser ahora un cristiano ferviente y celoso. Puede que
¿Es usted nacido de nuevo? 251
se sienta como David en su prosperidad: “No seré jamá s conmovido”
(Sal. 30:6). Pero no se engañ e. No tiene que seguir las pisadas de
Lot y tomar las decisiones que Lot tomó para llegar pronto al
estado del alma de Lot. Haga lo que él hizo, actú e como actuó él, y
tenga por seguro que pronto descubrirá que se ha convertido en un
rezagado infeliz como él. Descubrirá , como Sansó n, que ya no
cuenta con la presencia del Señ or. Probará , para su propia
vergü enza, que es un hombre indeciso y vacilante en el día de la
prueba. A su fe le atacará un cá ncer que arrasará con su vitalidad
sin que usted se dé cuenta. Su fortaleza espiritual se debilitará
lentamente como si tuviera tuberculosis. Y a la larga, despertará para
encontrarse con que sus manos apenas sí pueden realizar la obra
del Señ or, sus pies apenas lo pueden arrastrar por el camino del
Señ or y su fe no es má s grande que un grano de mostaza; y esto, quizá
suceda en un momento decisivo de su vida, en un momento cuando
el enemigo viene, como una inundació n, precisamente cuando su
necesidad es má s dolorosa. (Ver Sal. 106:15).
¡Ay, si no quiere detenerse en su fe, considere estas cosas!
¡Cuídese de no tomar una decisión como la de Lot!
IV.El fruto de la vida de Lot
Veamos ahora qué tipo de fruto produjo al final de cuentas el
espíritu rezagado de Lot.

No quiero pasar por alto este punto por muchas razones y,


especialmente, en la actualidad. No son pocos los que dirían:
“Después de todo, Lot era salvo, fue justificado, llegó al cielo. Esto
es todo lo que yo pretendo. Si llego al cielo, con esto me contento”.
Si esto es lo que piensa en su corazó n, haga una pausa y lea un
poquito má s. Le mostraré algunas cosas en la historia de Lot que
merecen atenció n y, quizá , lo motiven a cambiar de idea.
Creo que es de gran importancia dar nuestra atenció n a este
tema. Siempre afirmaré que una santidad prominente y una
252 SANTIDAD
utilidad insigne se relacionan estrechamente, que la felicidad y
“seguir al Señ or totalmente” van de la mano, y que si los creyentes
se detienen no pueden esperar ser ú tiles en su día y generació n, ni
ser muy santos ni parecidos a Cristo, ni disfrutar de gran
tranquilidad y paz simplemente porque creen.
(a) Destaquemos entonces, para empezar, que Lot no hizo ningún
bien entre los habitantes de Sodoma.
Es probable que Lot haya vivido muchos añ os en Sodoma. Sin
duda, tuvo oportunidades preciosas de hablar de las cosas de Dios y
de apartar del pecado a las almas. Pero parece que no hizo nada.
No parece haber tenido ninguna influencia sobre la gente que vivía
a su alrededor. No contaba para nada con el respeto y la
reverencia que hasta los hombres del mundo, a menudo, muestran
hacia un buen siervo de Dios.
No se pudo encontrar ni una persona justa en toda Sodoma
fuera de las paredes de la casa de Lot. Ni uno de sus vecinos creía su
testimonio. Ni uno de sus conocidos honraba al Señ or que él adoraba.
Ni uno de sus sirvientes servía al Dios de su amo. A nadie “de ninguna
parte” le importada para nada su opinió n cuando trató de contener
su maldad. Dijeron: “Vino este extrañ o para habitar entre
nosotros, ¿y habrá de erigirse en juez?” (Gn. 19:9). Su vida no
tenía ninguna influencia, sus palabras no eran escuchadas ni su fe
atrajo a nadie de modo que la siguiera.

¡Y de verdad que no me extrañ a! Por regla general, las almas


inactivas no le hacen ningú n bien al mundo ni traen mérito alguno
a la causa de Dios. Su sal no tiene sabor suficiente para curar la
corrupció n a su alrededor. No son “cartas conocidas y leídas por
todos” (2 Co. 3:2). No hay nada magnético, ni atractivo, ni nada
que refleje a Cristo en su manera de ser. Recordémoslo.
(b) Destaquemos, en segundo lugar, que Lot no ayudó a su
familia, ni a sus parientes ni a aquellos con los que se
relacionó, a ir al cielo.
¿Es usted nacido de nuevo? 253
No conocemos el tamañ o de su familia. Pero sabemos que tenía
una esposa y al menos dos hijas el día que fue llamado a partir de
Sodoma, si es que no tenía má s.
Pero independientemente que la familia de Lot haya sido grande o
pequeñ a, una cosa es perfectamente clara: ¡No había ni uno entre
ellos que temiera a Dios!
Cuando “habló a sus yernos, los que habían de tomar sus hijas” y
les advirtió que huyeran del juicio que venía a Sodoma, dice la
Biblia que les “pareció a sus yernos como que se burlaba” (Gn.
19:14). ¡Qué palabras terribles son éstas! Era como decir: “¿A quién
le importa lo que dice usted?”. Mientras dure el mundo, esto será
prueba dolorosa del desprecio que se siente por el que está
“detenido” en su fe.
¿Y qué de la esposa de Lot? Dejó la ciudad en su compañ ía, pero
no llegó lejos. No tenía la suficiente fe como para ver la necesidad de
una huida apresurada. Dejó su corazó n en Sodoma cuando comenzó
a huir. Mientras caminaban, a espaldas de su marido, miró hacia
atrá s a pesar del mandato explícito de no hacerlo (Gn. 19:17),
convirtiéndose inmediatamente en una estatua de sal (Gn. 19:26).
¿Y qué de las dos hijas de Lot? Escaparon, por cierto, pero só lo
para hacer la obra del diablo. Se convirtieron en las tentadoras
que condujeron a su padre a cometer una iniquidad, a perpetrar el
má s inmundo de los pecados.

En suma, ¡Lot parece haber estado só lo, aun en su familia! ¡No fue
usado como medio para conseguir que ni siquiera un alma se
apartara de las puertas del infierno!
Y no me extrañ a. Las almas que se detienen se ven a través de
sus propias familias y, cuando uno las ve de cerca, son
despreciados. Si sus parientes má s cercanos entienden só lo una
cosa de la fe cristiana, ésta es la inconsecuencia. Seguramente esos
parientes piensan: “Si creyera todo lo que profesa creer, no
seguiría como sigue”. Los padres de familia que se detienen, rara vez
254 SANTIDAD
tienen hijos consagrados. Los ojos del hijo absorben mucho má s
que los oídos. El niñ o siempre observará lo que hacemos, mucho
más que lo que decimos. Recordemos esto.
(c) Destaquemos, en tercer lugar, que Lot no dejó evidencias
cuando falleció.
Poco sabemos de Lot después de que huyó de Sodoma y, lo poco
que sabemos, es negativo.
Su ruego por ir a Zoar, porque era “pequeñ a”, su partida de Zoar
después y su conducta en la cueva, cuentan la misma historia.
Demuestran la poca gracia en él y el estado degradante en el que
había caído su alma.
No sabemos cuá nto tiempo má s vivió después de su huida. No
sabemos dó nde murió ni cuá ndo, tampoco si volvió a ver a
Abraham, de qué murió ni lo que decía y pensaba. Todo esto es un
misterio. La Biblia nos cuenta de los ú ltimos días de Abraham,
Isaac, Jacob, José y David, pero ni una sola palabra acerca de Lot.
¡Oh, que lecho de muerte tan sombrío debió haber sido el de Lot!
La Biblia parece correr un velo a su alrededor. Hay un silencio
doloroso acerca de los ú ltimos días de su vida y su final. Parece
extinguirse como se extingue una lá mpara dejando tras sí un
legado amargo. Y si no fuera porque el Nuevo Testamento dice
específicamente que Lot era “justo”, creo que, de hecho,
dudaríamos de que Lot hubiera sido un alma salvada.

Pero no me extrañ a su triste final. El creyente que se detiene, que


se mantiene pasivo, por lo general, cosecha segú n lo que sembró . A
menudo, la muerte lo sorprende cuando está detenido. El final lo
encuentra con poca paz. Llega al cielo, es cierto; pero llega en malas
condiciones, cansado, con los pies lastimados, con debilidad y
lá grimas, en la oscuridad y la tormenta. Es “salvo, aunque así como
por fuego” (1 Co. 3:15).
Le pido al lector de estas líneas que considere las tres cosas que
acabo de mencionar. No me malentienda. ¡Es asombroso observar
¿Es usted nacido de nuevo? 255
qué pronto aprovecha la gente cualquier excusa para entender mal
las cosas que conciernen a su alma!
No digo que todos los creyentes que no se “detienen”, por no
hacerlo, sean grandes instrumentos de provecho para el mundo. Noé
predicó ciento veinte añ os, a pesar de que nadie le creía. El Señ or
Jesú s no era estimado por su propio pueblo, el judío.
Ni digo que todos los creyentes que no se detienen, por no
hacerlo, sean el medio para que sus familias y parientes se
conviertan. Muchos de los hijos de David eran impíos. Al Señ or
Jesú s no le creían ni sus propios hermanos.
Pero sí digo que, es casi imposible, no ver alguna relació n entre
la mala elecció n de Lot con el hecho que se detuvo, y entre el que
Lot se detuviera y el hecho de que no fue de provecho alguno para
su familia y el mundo. Creo que fue la intenció n del Espíritu que lo
viéramos. Creo que el Espíritu tuvo la intenció n de que fuera una
luz de advertencia para todos los cristianos profesantes. Y estoy
seguro de que las lecciones que he tratado de sacar de toda esta
historia merecen una reflexió n seria.
Últimas palabras
Y ahora, deseo decir unas ú ltimas palabras a todo el que lee este
escrito y, especialmente, al que se considera creyente en Cristo.
No quiero entristecerlos.

No quiero darles una perspectiva sombría del peregrinaje cristiano.


Mi ú nico objetivo es darles cariñ osas advertencias. Anhelo paz y
tranquilidad para todos ustedes. Me encantaría verlos felices, al igual
que seguros, gozosos, al igual que justificados. He hablado como lo
he hecho por su bien.
Vivimos en una época cuando abunda la religió n pasiva, que se
detiene, como se detuvo Lot. En muchos lugares, la corriente de
profesiones de fe es mucho má s ancha de lo que una vez fue, pero
mucho menos profunda. Podríamos decir que, casi está de moda,
256 SANTIDAD
cierto tipo de cristianismo que se define por…
- pertenecer a alguna facció n de la Iglesia Anglicana, que muestra su
celo por sus intereses,
- hablar de las principales controversias de la actualidad,
- comprar libros religiosos populares en cuanto se publican y
colocarles en la mesa,
- asistir a reuniones, suscribirse a asociaciones, discutir los
méritos de predicadores,
- entusiasmarse y emocionarse por cada nueva forma de
religió n sensacionalista que aparece…
todas éstas, son prá cticas comunes y comparativamente fá ciles. No
hacen que una persona sea singular. Requiere pocos sacrificios o
ninguno. No implica una cruz.
En cambio…
- caminar estrechamente con Dios,
- ser realmente espiritual,
- comportarse como extranjeros y peregrinos,
- ser diferentes del mundo en el empleo del tiempo, en la
conversació n, las diversiones y en el vestir,
- dejar un sabor de nuestro Maestro en todos los lugares de trabajo,
- orar, ser humilde, generoso, de buen cará cter, callado, fá cil de
complacer, caritativo, paciente, sumiso,

- temer celosamente todo tipo de pecado y experimentar temor y


temblor al estar consciente de nuestros peligros del mundo…
¡É stas, éstas siguen siendo virtudes que pocas veces se ven! No son
comunes entre los que se llaman verdaderos cristianos y, lo peor
de todo es que, uno ni se da cuenta de que no las tiene, ni lo
lamenta como debiera.
En una época como ésta me atrevo a ofrecer mis consejos a cada
lector creyente. No los rechace. No se enoje conmigo porque hablo
directamente. Le ruego que considere las palabras del apó stol Pedro:
¿Es usted nacido de nuevo? 257
“Procurad hacer firme vuestra vocació n y elecció n” (2 P. 1:10). Le
ruego que no sea indolente, no sea negligente, no se contente con
una medida escasa de gracia ni tampoco con ser un poquito mejor
que el mundo. Le advierto seriamente que no intente hacer algo que
nunca puede hacerse, es decir, servir a Cristo y, a la vez, andar en
el mundo. Le insto y le ruego que sea un cristiano de todo corazó n,
que procure una santidad insigne, que apunte a un grado superior
de santificació n, que viva una vida consagrada, que presente su
cuerpo como “sacrificio vivo” a Dios, que ande “también por el
Espíritu” (Ro. 12:1; Gá . 5:25). Le encargo y le exhorto, por todas
sus esperanzas del cielo y anhelos de gloria, que si quiere ser feliz,
si quiere ser ú til, no sea un alma que se detiene.
¿Quiere saber lo que nuestros tiempos demandan? Sacudir a las
naciones, desarraigar las cosas antiguas, desbaratar los reinos, agitar
e inquietar la mente de los hombres ¿y qué dicen? Claman a gran
voz: ¡Cristiano! ¡No se detenga!
¿Quiere estar preparado para la segunda venida de Cristo, con
sus lomos ceñ idos, su lá mpara encendida y, usted mismo, decidido
y preparado para encontrase con él? Entonces no se detenga.
¿Quiere disfrutar de tranquilidad en su fe; sentir el testimonio del
Espíritu en su interior, saber a quién ha creído y no ser un
cristiano sombrío, quejoso, amargado, triste y melancó lico?
¡Entonces no se detenga!

¿Quiere disfrutar de una seguridad só lida de su propia


salvació n, en enfermedad y en su lecho de muerte? ¿Quiere ver con
los ojos de la fe al cielo que se abre y a Jesú s levantá ndose para
recibirlo? ¡Entonces no se detenga!
¿Quiere dejar el legado de grandes y amplias evidencias cuando
parta? ¿Quiere que lo bajemos a la tumba con una esperanza tranquila
y hablar sin ninguna duda de su estado después de muerto?
¡Entonces no se detenga!
¿Quiere serle ú til al mundo en su época y generació n? ¿Quiere
258 SANTIDAD
apartar a los hombres del pecado y llevarlos a Cristo, adornar su
doctrina y hacer que la causa de su Maestro les sea atractiva?
¡Entonces no se detenga!
¿Quiere conducir a sus hijos y parientes hacia el cielo y lograr
que digan: “Iremos contigo” e impedir que sean infieles y que
desprecien la fe cristiana?
¡Entonces no se detenga!
¿Quiere tener una gran corona el día que Cristo aparezca y no
ser la estrella má s insignificante y pequeñ a en la gloria y no ser el
ú ltimo ni el menor en el reino de Dios? ¡Entonces no se detenga!
¡Oh, que ninguno de nosotros se detenga! El tiempo no se
detiene, la muerte no lo hace, el juicio no lo hace, el diablo no lo
hace y el mundo no lo hace. Tampoco lo hagan los hijos de Dios.
¿Hay algú n lector que se siente detenido? ¿Ha sentido un peso en su
corazó n y remordimientos de conciencia mientras ha estado leyendo
estas pá ginas? ¿Hay algo en su interior que susurra: “¿Soy yo ese
hombre?”? Entonces preste atenció n a lo que estoy diciendo. Su
alma no está en paz. Despierte y trate de mejorar. Si usted es de
los que se detienen, debe acudir a Cristo inmediatamente para ser
sano. Tiene que usar el antiguo remedio, tiene que bañ arse en la
antigua fuente. Tiene que volverse nuevamente a Cristo para ser
sano. La manera de hacer algo es simplemente hacerlo. ¡Hágalo
ahora mismo!

No crea, ni por instante, que su caso es irremediable. No piense


que no hay esperanza de que se avive porque ha estado viviendo
por largo tiempo en un estado de aridez y aletargamiento en su
alma. ¿Acaso no es el Señ or Jesucristo el Médico que cura todos los
males espirituales? ¿Acaso no curaba todo tipo de enfermedades
cuando estaba sobre la tierra? ¿Acaso no echaba fuera todo tipo de
demonios? ¿Acaso no levantó al pobre Pedro y le puso un canto nuevo
en la boca después de que hubo caído? ¡Oh, no dude, sino que crea
fervientemente que, aú n, avivará su obra en usted! Só lo vuelva a
¿Es usted nacido de nuevo? 259
andar, confiese su necedad y venga, venga ahora mismo a Cristo.
Benditas son las palabras del profeta: “Reconoce, pues, tu maldad”.
“Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones” (Jer. 3:13,
22).
Y recordemos las almas de los demá s, no só lo las nuestras.
Si en algú n momento vemos detenido a un hermano o hermana,
tratemos de despertarlo, tratemos de estimularlo y tratemos de
avivarlo. “Exhortaos los unos a los otros”, segú n tengamos
oportunidad, “para estimularnos al amor y a las buenas obras” (He.
3:13; 10:24). No tengamos temor de decirnos unos a otros:
“Hermano, hermana, ¿ha olvidado a Lot? ¡Despierte y recuerde a
Lot! Despierte y no se quede detenido ya más”.

10. Una mujer para recordar


“Acordaos de la mujer de Lot”. Lucas 17:32

Hay pocas advertencias en las Escrituras más serias que la que


encabeza esta pá gina. El Señ or Jesucristo nos dice: “Acordaos de la
mujer de Lot”.
La mujer de Lot profesaba una religió n; su esposo era un
260 SANTIDAD
hombre “justo” (2 P. 2:8). Partió con él de Sodoma el día que la
ciudad fue destruida. Estando detrás de él, se dio vuelta para mirar la
ciudad, desobedeciendo el mandato expreso de Dios; cayó muerta al
instante y se convirtió en una estatua de sal. Y, sin embargo, el
Señ or Jesucristo la levanta como una luz de advertencia para su
iglesia diciendo: “Acordaos de la mujer de Lot”.
Es una advertencia seria cuando pensamos en la persona que
menciona Jesús. No nos pide que recordemos a Abraham, Isaac,
Sara, Ana o Rut. No, escoge una persona cuya alma se perdió para
siempre. Nos ruega: “Acordaos de la mujer de Lot”.
Es una advertencia seria cuando consideramos de qué está
hablando. Está hablando de su segunda venida para juzgar al mundo;
está escribiendo del estado terrible en que se encontrará n muchos
por no estar preparados. Está pensando en el fin del mundo cuando
dice: “Acordaos de la mujer de Lot”.
Es una advertencia seria cuando pensamos en la persona a quien
va dirigida. El Señ or Jesú s está lleno de amor, misericordia y
compasió n. Es el que no quebrará la cañ a cascada ni apagará el
pabilo que humea. Pudo llorar sobre la Jerusalén incrédula y orar
por los hombres que lo crucificaron; y también juzgó bueno,
recordarnos a las almas perdidas. “Acordaos de la mujer de Lot”.
Es una advertencia seria cuando pensamos en quiénes fueron los
destinatarios originales. El Señ or Jesú s estaba hablando con sus
discípulos.

No se estaba dirigiendo a los escribas y fariseos que lo aborrecían,


sino a Pedro, Santiago, Juan y muchos otros que lo amaban. Es a
ellos a quienes le parece bien dar esta advertencia. A ellos les dice:
“Acordaos de la mujer de Lot”.
Es una advertencia seria cuando consideramos la manera có mo
fue dada. No dice meramente: “Cuidado con seguir los pasos de la
mujer de Lot, no vayan a imitarla, no sean como ella”. Usa una
palabra distinta: “Acordaos”. Habla como si corriéramos el peligro
¿Es usted nacido de nuevo? 261
de olvidarlo, aviva un antiguo recuerdo, nos insta a que
mantengamos vivo el incidente en nuestras mentes. Exclama:
“Acordaos de la mujer de Lot”.
Me propongo examinar las lecciones que la mujer de Lot nos quiere
enseñ ar. Estoy seguro de que su historia está llena de instrucciones
provechosas para las iglesias. Se acercan los ú ltimos días, se
aproxima la segunda venida del Señ or Jesú s, el peligro de la
mundanalidad aumenta cada añ o en las iglesias. Armémonos de
defensas y antídotos contra la dolencia a nuestro alrededor. Y,
sobre todo, familiaricémonos con la historia de la mujer de Lot.
Consideraré tres aspectos de la vida de la mujer de Lot a fin de
presentar los temas en orden.
I. Hablaré de los privilegios espirituales de los que gozaba la mujer
de Lot.
II. Hablaré del pecado que cometió la mujer de Lot.
III. Hablaré del juicio que Dios le impuso.

I. Los privilegios espirituales que disfrutaba la mujer de Lot


Hablaré primero de los privilegios espirituales que disfrutaba la
mujer de Lot. En la época de Abraham y Lot era escasa la fe salvadora
sobre la tierra. No había Biblias, ni pastores, ni iglesias, ni tratados,
ni misioneros. El conocimiento de Dios estaba confinado a unas
pocas familias favorecidas. La mayor parte de los habitantes del
mundo vivía en la oscuridad, ignorancia, superstició n y pecado.

Ni uno en cien quizá , haya tenido un ejemplo tan bueno, una


compañ ía tan espiritual, un conocimiento tan manifiesto ni una
advertencia tan clara como la mujer de Lot. Comparada con millones
de personas en su época, la esposa de Lot era una mujer favorecida.
Tenía como esposo a un hombre justo, tenía como tío político a
Abraham, padre de los fieles. La fe, el conocimiento y las oraciones
de estos dos hombres justos no pueden haber sido ningú n secreto
para ella. Era imposible que viviera en las tiendas con ellos por
262 SANTIDAD
algú n tiempo, sin saber quiénes eran y a quién servían. Su fe no era
para ellos un mero ritual, era el principio que regía sus vidas y una
convicció n dominante que determinaba sus acciones. La mujer de Lot
debe haber visto y sabido todo esto. No eran privilegios
insignificantes.
Cuando Abraham recibió las promesas de Dios, es probable que
la mujer de Lot haya estado presente. Cuando construyó su altar
junto a su tienda entre Hai y Betel, es probable que ella haya estado
allí (Gn. 12:8). Cuando su esposo fue tomado cautivo por
Quedorlaomer y librado por la intervenció n de Dios, allí estaba ella
(Gn. 14). Cuando Melquisedec, rey de Salem, se acercó a Abraham con
pan y vino, allí estaba ella (Gn. 14:18). Cuando los á ngeles llegaron a
Sodoma para advertir a su esposo que huyera, ella los vio; cuando
lo tomaron de la mano y lo llevaron fuera de la ciudad, ella estaba
entre los á ngeles que les ayudaron a escapar (Gn. 19). Una vez má s
digo que estos no eran privilegios insignificantes.
No obstante, ¿qué efectos positivos tuvieron todos estos privilegios
sobre el corazó n de la mujer de Lot? Ninguno. A pesar de todas las
oportunidades y los medios de gracia y, a pesar de todas las
advertencias y los mensajes especiales del cielo, ella vivió y también
murió sin la gracia, sin Dios, impenitente e incrédula. Los ojos de
su entendimiento nunca se abrieron, su conciencia nunca le
molestó ni se despertó , su voluntad nunca se sujetó para obedecer a
Dios, realmente sus afectos nunca fueron por las cosas de arriba.

La forma de religió n que practicaba era para ser como los demá s,
no porque ella la sintiera. Era una capa que usaba para complacer a
los que la rodeaban, no porque tuviera un sentido de su valor. Hacía
lo que hacían los demá s en la casa de Lot, se adaptaba a las
costumbres de su esposo, no se oponía a su fe, se dejaba llevar
pasivamente, mientras su corazó n andaba mal a los ojos de Dios. El
mundo estaba en su corazó n y su corazó n estaba en el mundo. En
este estado vivió y en este estado murió .
¿Es usted nacido de nuevo? 263
En todo esto hay mucho que aprender. Veo aquí una lecció n que
es de suma importancia en la actualidad. Vivimos en una época en
que hay mucha gente igual que la mujer de Lot, acérquese y preste
atenció n a la lecció n que su caso tiene la intenció n de enseñ arle.
Aprenda entonces, que el solo hecho de contar con privilegios
espirituales, no salva el alma de nadie. Puede ser que usted tenga
ventajas espirituales de todo tipo, puede ser que viva en la luz plena
de las mejores oportunidades y medios de gracia, puede ser que
disfrute de la mejor predicació n y la instrucció n má s excelente,
puede vivir en medio de la luz, el conocimiento, la santidad y
buena compañ ía. Todo esto puede ser parte de su vida y, aun así,
seguir siendo un inconverso y, al final, estar perdido para siempre.
Me atrevo a decir que esta doctrina puede parecer difícil a algunos
lectores. Sé que algunos no quieren nada má s que los privilegios de la
fe cristiana, pensando que estos los convertirán en cristianos
decididos. Admiten que, en este momento, no son como deben ser,
pero se excusan diciendo que su posició n es difícil y que tienen
muchas dificultades. Demandan que les den un esposo consagrado o
una esposa consagrada, que les den amigos consagrados o un jefe
consagrado, que quieren contar con la predicació n del evangelio, que
les den privilegios y, cuando tengan todo esto, andará n con Dios.
Esto es un error. Es pura fantasía. Se requiere de algo más que
privilegios para salvar el alma.

Joab era capitá n de David, Giezi era siervo de Eliseo, Demas era
compañ ero de Pablo, Judas Iscariote era discípulo de Cristo y Lot
tenía una esposa mundana e incrédula. Todos ellos murieron en
sus pecados a pesar de su conocimiento, las advertencias y
oportunidades, y nos enseñ an que, no son só lo privilegios lo que
necesitan los hombres. Necesitan la gracia del Espíritu Santo.
Valoremos los privilegios espirituales, pero no descansemos
enteramente en ellos. Anhelemos tener sus beneficios en todos los
264 SANTIDAD
momentos de la vida, pero no los pongamos en el lugar de Cristo.
Aprovechémoslos con agradecimiento, si Dios nos los concede, y
asegurémonos de que produzcan algú n fruto en nuestro corazó n y
nuestra vida. Si no son para bien, con frecuencia son para mal;
endurecen la conciencia, aumentan la responsabilidad, empeoran la
condenació n. El mismo fuego que derrite la cera, endurece la
arcilla; el mismo sol que hace crecer al á rbol vivo, seca al á rbol
muerto y lo prepara para ser quemado. Nada endurece más el
corazó n del hombre como una familiaridad estéril con las cosas
espirituales. Lo digo una vez má s: No son solo los privilegios los
que hacen cristiano al hombre, sino la gracia del Espíritu Santo. Sin
esa gracia, ninguna persona será salva jamá s.
Les pido a los miembros de las congregaciones evangélicas en la
actualidad que tengan muy presente lo que estoy diciendo. Si usted
asiste a la iglesia del Sr. A o el Sr. B porque lo considera un
predicador excelente, disfruta de sus sermones, no puede escuchar a
ningú n otro con el mismo gusto, ha aprendido muchas cosas desde
que participa de su ministerio ¡y considera un gran privilegio ser uno
de sus oyentes! Esto es muy bueno. Es un privilegio. Yo estaría
agradecido si se multiplicaran por mil los pastores como el suyo.
Pero, al final de cuentas la cuestió n es: ¿Qué tiene usted en su
corazó n? ¿Ha recibido al Espíritu Santo? Si no, no está en mejores
condiciones que la mujer de Lot.

Les pido a los empleados domésticos de familias cristianas que


tengan muy presente lo que estoy diciendo. Es un gran privilegio
vivir en un hogar donde reina el temor de Dios. Es un privilegio
escuchar las oraciones familiares en la mañ ana y en la noche, oír
regularmente la exposició n de la Palabra de Dios, tener un domingo
tranquilo y poder ir siempre a la iglesia. Estas son las cosas a las
cuales aspirar cuando busca un empleo, son las cosas que
constituyen un ambiente realmente bueno. Un buen salario y poco
¿Es usted nacido de nuevo? 265
trabajo no compensan una constante mundanalidad, el no guardar
el Día del Señ or y la prá ctica del pecado. Pero cuídese de no
contentarse con estas cosas. No crea que porque tiene todos estos
beneficios espirituales irá camino al cielo. Tiene que haber gracia
en su propio corazó n, al igual que las extensas oraciones
familiares. Si no, no está en mejores condiciones que la mujer de Lot.
Les pido a los hijos de padres cristianos que tengan muy presente
lo que estoy diciendo. Es un gran privilegio ser hijo de padres
consagrados y ser educados en medio de muchas oraciones. Es,
ciertamente una bendició n, que nos enseñ en el evangelio desde
nuestra primera infancia, escuchar acerca del pecado, Jesú s, el
Espíritu Santo, la santidad y el cielo, desde nuestros primeros
recuerdos. Pero, oh, cuidado que esa semilla no caiga en terreno
á rido y sin fruto a la luz de todos estos privilegios, tenga cuidado
de que su corazó n no permanezca duro, impenitente y mundano, a
pesar de los muchos beneficios que disfruta. Usted no puede entrar
en el reino de Dios dependiendo de la fe de sus padres. Tiene que
comer el pan de vida usted mismo y tener el testimonio de su
Espíritu en su corazó n. Tiene que tener arrepentimiento usted
mismo, fe usted mismo y santificació n usted mismo. Si no, no está
en mejores condiciones que la mujer de Lot.
Ruego a Dios que todos los cristianos profesantes actuales tomen a
pecho estas cosas. Nunca olviden que los privilegios solos, no
pueden salvarlos.

La iluminació n y el conocimiento, la predicació n fiel, los medios


abundantes de gracia y la compañ ía de gente santa, son grandes
bendiciones y beneficios.
¡Dichosos los que los tienen! Pero, al final de cuentas, hay algo sin
lo cual los privilegios son inú tiles, ese algo es la gracia del Espíritu
Santo. La mujer de Lot tenía muchos privilegios, pero no tenía la
gracia.
II. El pecado que cometió la mujer de Lot
266 SANTIDAD
Ahora hablaré del pecado que cometió la mujer de Lot. La
descripció n de su pecado nos es dada por el Espíritu Santo en pocas
palabras sencillas: “La mujer de Lot miró atrá s, a espaldas de él, y se
volvió estatua de sal”. No nos dice má s que esto. Hay una
solemnidad manifiesta en esta historia. La suma y sustancia de su
transgresió n radica en estas dos palabras: “Miró atrá s”.
¿Le parece pequeñ o este pecado a alguno de mis lectores? ¿Le
parece que la falta de la mujer de Lot fue insignificante como para
merecer semejante castigo? Me atrevo a decir que algunos pueden
pensar así. Deme su atenció n mientras razono con usted sobre
este tema. Hubo mucho má s en aquella mirada de lo que se nota a
primera vista; implica mucho má s de lo que expresa. Preste atenció n y
lo comprobará .
(a) Aquella mirada retrospectiva fue cosa pequeñ a, pero reveló el
verdadero carácter de la mujer de Lot. Las cosas pequeñ as, a
menudo, muestran mejor que las grandes lo que el hombre tiene en
la mente y los síntomas pequeñ os son, a menudo, señ ales de
enfermedades mortales e incurables. El fruto que comió Eva era una
pequeñ ez, pero fue prueba de que perdió su inocencia y se
convirtió en una pecadora. Una grieta en un edificio parece poca
cosa, pero es prueba que el cimiento está cediendo y que toda la
estructura es insegura. Un poco de tos por la mañ ana parece un mal
sin importancia pero, a menudo, es evidencia de una salud
quebrantada que lleva a la declinació n, tuberculosis y a la muerte.

Una paja puede mostrar en qué direcció n sopla el viento y una


mirada puede mostrar la condició n corrupta del corazó n del
pecador (Mt. 5:28).
(b) Aquella mirada fue cosa pequeñ a, pero dejó ver la
desobediencia de la mujer de Lot. El mandato del á ngel había sido
claro y no dejaba lugar a dudas: “No mires tras ti” (Gn. 19:17). Fue
un mandato que la mujer de Lot se negó a obedecer. Pero el
Espíritu Santo dice: “Obedecer es mejor que los sacrificios” y que
¿Es usted nacido de nuevo? 267
“como pecado de adivinació n es la rebelió n” (1 S. 15:22, 23).
Cuando Dios o sus mensajeros hablan claramente su Palabra, el
deber del hombre es claro.
(c) Aquella mirada fue cosa pequeñ a, pero dejó ver la incredulidad
orgullosa de la mujer de Lot. Parecía dudar que Dios realmente fuera
a destruir a Sodoma; parecía no creer que hubiera algú n peligro ni
necesidad de una huida tan apresurada. “Pero sin fe es imposible
agradar a Dios” (He. 11:6). En cuanto el hombre comienza a
pensar que sabe má s que Dios y que Dios no habla en serio cuando
amenaza, su alma corre gran peligro. Cuando no podemos ver
razó n alguna en sus acciones, nuestro deber es quedarnos en paz y
creer.
(d) Aquella mirada de la mujer de Lot fue cosa pequeñ a, pero
mostraba amor por el mundo. Su corazó n estaba en Sodoma, aunque
físicamente se encontraba fuera de ella. Giró para mirar el lugar
donde estaba su tesoro, así como la aguja del compá s gira hacia el
norte. Y éste fue el punto principal de su pecado: “La amistad del
mundo es enemistad contra Dios” (Stg. 4:4). “Si alguno ama al
mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Jn. 2:15).
Pido la atenció n especial de mis lectores a esta parte de nuestro
tema. Creo que es la parte en la cual el Señ or Jesú s quiere que
pongamos nuestra mente. Creo que quiere que observemos que el
hecho de que la mujer de Lot mirara atrás, añ orando lo que dejaba,
indica que estaba perdida.

Su fe había sido, en un tiempo, aceptable y artificiosa, pero


realmente nunca había dejado el mundo. Parecía que en un tiempo
estaba en la senda segura, pero, aun entonces, los pensamientos
má s profundos de su corazó n eran para el mundo. La gran lecció n
que el Señ or Jesú s tiene la intenció n de que aprendamos es el
inmenso peligro de la mundanalidad. ¡Oh, que todos tuviéramos ojos
para ver y corazó n para comprender!
Creo que nunca hubo un tiempo cuando las advertencias
268 SANTIDAD
contra la mundanalidad se necesitaron tanto en la iglesia de Cristo
como en la actualidad. Se dice que cada época tiene su propia
epidemia de alguna enfermedad en particular. La enfermedad, que
es una epidemia a la cual son más susceptibles los creyentes de hoy,
es el amor al mundo. Es una pestilencia que camina en la oscuridad
y destruye al mediodía. “Porque a muchos ha hecho caer heridos, y
aun los más fuertes han sido muertos por ella” (Pr. 7:26). Deseo
levantar mi voz para advertir y tratar de despertar las conciencias
aletargadas de todos los que hacen una profesió n de fe. Deseo
clamar a viva voz: “Acordaos de la mujer de Lot”. No era homicida,
no era adú ltera, no era ladrona, sino que profesaba una religió n tan
superficial que le hizo mirar atrás, a pesar de las advertencias.
Hay miles de personas bautizadas en nuestras iglesias que son
inmunes a la inmoralidad e infidelidad y, sin embargo, caen
víctimas del amor al mundo. Hay miles que andan bien durante un
tiempo y parece que seguramente arribarán al cielo, pero a la larga,
abandonan la carrera y le dan totalmente la espalda a Cristo.
¿Y qué los detiene? ¿Han comprobado que la Biblia no es la
verdad? ¿Han comprobado que el Señ or Jesú s no cumple su
palabra? No, de ninguna manera. Pero se han contagiado de la
enfermedad epidémica; está n infectados del amor a este mundo. De
corazó n, apelo a cada pastor evangélico que lee este escrito que mire
alrededor a toda su congregació n. Apelo a cada cristiano maduro que
mire alrededor del círculo de sus conocidos.

Estoy seguro de estar diciendo la verdad. Estoy seguro de que es


hora de recordar el pecado de la mujer de Lot.
(a) ¡Cuá ntos hijos de familias cristianas empiezan bien y
terminan mal! En su niñ ez parecen llenos de espiritualidad.
Pueden recitar textos e himnos en abundancia, tienen sentimientos
espirituales y convicciones de pecado, profesan amar al Señ or Jesú s y
anhelan ir al cielo, les gusta ir a la iglesia y escuchar sermones,
dicen cosas que los padres, que los quieren, atesoran porque
indican que hay gracia, hacen cosas que llevan a aquellos con los que
¿Es usted nacido de nuevo? 269
se relacionan a decir: “¿Qué clase de niñ o será éste?” ¡Pero, ay, con
frecuencia su bondad desaparece como la bruma y el rocío de la
mañ ana! El muchacho se hace joven y ya no le importan otras
cosas que no sean las diversiones, los deportes, los excesos y
parrandear. La niñ a se convierte en señ orita y só lo le importa la
ropa, las amistades alegres, leer novelas y las emociones. ¿Dó nde está
la espiritualidad que parecía prometer tanto? Se fue, está enterrada,
ha sido descartada por el amor al mundo. Siguen los pasos de la
mujer de Lot. Miran atrás.
(b) ¡Cuá ntas personas casadas aparentemente andan por buen
camino espiritual, hasta que sus hijos comienzan a crecer y,
entonces, se apartan! En los primeros añ os de su matrimonio
parecen seguir a Cristo con diligencia y ser sus buenos testigos.
Asisten regularmente a la predicació n del evangelio, dan fruto de
buenas obras y nunca se los ve en malas compañ ías. Su fe prá ctica
es só lida y caminan tomados de la mano. Pero, ay, cuá ntas veces una
peste espiritual ataca al hogar cuando los hijos comienzan a crecer y
es necesario hacerlos progresar en la vida. Empieza a aparecer una
levadura en sus há bitos, su manera de vestir, sus diversiones y su
empleo del tiempo. Ya no son estrictos en cuanto a los amigos que
visitan y los lugares que frecuentan. ¿Dó nde está la clara línea
divisoria que antes respetaban? ¿Dó nde está la abstinencia total de las
diversiones mundanas que antes los caracterizaba?

Todo ha sido olvidado. Todo ha sido descartado, como un viejo


almanaque. Han cambiado, el espíritu del mundo ha tomado posesió n
de sus corazones. Siguen los pasos de la mujer de Lot. Miran atrás.
(c) ¡Cuá ntas señoritas parecen amar decididamente la fe cristiana
hasta que cumplen los veinte o veintiú n añ os y, entonces, lo
pierden todo! Hasta este momento de sus vidas su conducta
relacionada con cuestiones de su fe, ha sido todo lo que debe ser.
Mantienen su há bito de orar a solas, leen su Biblia con diligencia,
270 SANTIDAD
visitan a los pobres cuando se presenta la oportunidad, ministran a
las necesidades temporales y espirituales de los pobres, les gusta
tener amistades cristianas, les encanta hablar de temas
espirituales, escriben cartas llenas de expresiones y experiencias
espirituales. ¡Pero ay, muchas veces prueban ser inestables como
el agua y el amor al mundo las arruina! Poco a poco se apartan y
dejan su primer amor. Poco a poco las “cosas que se ven” van
quitando de sus mentes las “cosas que no se ven” y, como plaga de
langostas, se comen todo lo verde en sus almas. Paso a paso se
apartan de la posició n decidida que antes tenían. Dejan de ser
celosas en cuanto a la doctrina y pretenden descubrir que es “ser
dura” pensar que una persona tenga má s espiritualidad que otra,
descubren que es “ser exclusivista” intentar cualquier separació n
de las costumbres de la sociedad. Con el tiempo, dan su cariñ o a
algú n hombre que ni siquiera pretende seguir decididamente a
Cristo. Por ú ltimo, terminan por renunciar a los ú ltimos resabios
de su cristianismo y se convierten totalmente en hijas del mundo.
Siguen los pasos de la mujer de Lot. Miran atrás.
(d) ¡Cuá ntos miembros de iglesias fueron durante un tiempo
profesantes celosos y serios, y ahora son letá rgicos, su religió n es só lo
de forma y, ademá s, son fríos! Hubo un tiempo cuando nadie parecía
más consagrado que ellos. Ninguno como ellos era tan diligente en
asistir a los medios de gracia, nadie tan ansioso por promover la
causa del evangelio y tan dispuesto para toda buena obra,

ninguno tan agradecido por recibir instrucció n espiritual,


ninguno, aparentemente, tan deseoso de crecer en la gracia.
¡Pero ahora, ay, todo parece haber cambiado! El “amor por otras
cosas” se ha apoderado de sus corazones y ha asfixiado la buena
semilla de la Palabra. El dinero del mundo, las recompensas del
mundo, la literatura del mundo, los honores del mundo ocupan
ahora el primer lugar en sus afectos. Hable con ellos y no encontrará
ninguna reacció n positiva a las cosas espirituales. Observe su
¿Es usted nacido de nuevo? 271
conducta diaria y no encontrará nada de celo por el reino de Dios.
De hecho, tienen religió n, pero ya no una fe viva. La fuente de su
cristianismo de antes se ha secado y desaparecido, el fuego de la
maquinaria se ha apagado y enfriado. El mundo ha extinguido la
llama que una vez brillaba con esplendor. Andan en los pasos de la
mujer de Lot. Han mirado atrás.
(e) ¡Cuá ntos pastores trabajan intensamente en su profesió n
durante añ os y, después, pierden su entusiasmo y se hacen indolentes
por amor a este mundo! Al principio de su ministerio parecen
dispuestos a consagrar todas sus fuerzas a la causa de Cristo, trabajan
a tiempo y fuera de tiempo, su predicació n es entusiasta y sus iglesias
está n llenas. Su delicia semanal es cuidar bien a sus congregaciones,
tener reuniones caseras, reuniones de oració n y visitar casa por
casa. ¡Pero, ay, cuá ntas veces después de “comenzar en el Espíritu”
terminan “en la carne” y, como a Sansó n, les es quitada su fuerza en
el regazo de esa Dalila que es el mundo! Prefieren vivir holgadamente,
contraen matrimonio con una mujer mundana, se inflan de orgullo,
descuidan el estudio y la oració n. La primera helada congela los
brotes espirituales que habían sido tan prometedores. Su predicació n
pierde su unció n y poder, sus actividades durante la semana van
disminuyendo cada vez má s, son menos selectivos con las
amistades que cultivan, el tono de su conversació n se va haciendo
más terrenal. Empieza a importarles lo que opinan los demá s; les
domina un miedo mó rbido a los “puntos de vista extremos”

y se llenan de una ansiedad cautelosa cuidándose de no ofender


alguien. Y, finalmente, el hombre que una vez parecía que llegaría a
ser un verdadero sucesor de los apó stoles y un buen soldado de
Cristo, acaba siendo un clérigo tipo jardinero, agricultor o, algo por
el estilo, que no ofende a nadie y no lleva a nadie a la salvació n. Su
iglesia termina estando media vacía, su influencia va desapareciendo.
El mundo lo ha atado de pies y manos. Ha seguido los pasos de la
mujer de Lot. Ha mirado atrás1.
272 SANTIDAD
Es triste escribir estas cosas, pero es mucho má s triste
verlas. Es triste observar có mo cristianos profesantes pueden
enceguecer sus conciencias con argumentos artificiosos sobre este
tema y pueden defender la mundanalidad hablando de “los deberes
de su posició n social”, “la importancia de la cortesía en la vida” y la
necesidad de tener una “religió n jovial”.
Es triste ver có mo muchos barcos gallardos emprenden el viaje de
la vida con todas las perspectivas de lograr el éxito y, dejando
filtrar el agua de la mundanalidad, naufragan con toda su carga
muy cerca ya de arribar a puerto seguro. Es de lo má s triste
observar có mo muchos creen que todo anda bien con sus almas
cuando, en realidad, todo anda mal en razó n de que aman al
mundo. Peinan canas aquí y allá , pero ni se dan cuenta.
Empezaron como Jacob, David y Pedro y, lo má s probable es que,
terminen como Esaú , Saú l y Judas Iscariote.
Empezaron como Rut, Ana, María y Pérsida y, lo má s posible es
que, terminen como la esposa de Lot.

1
“¡Recuerde al Dr. Dodd! Yo mismo le oí decir a su manada, con la cual estaba reunido en
su propia casa, que se veía obligado a dejar ese método de ayudar a sus almas porque lo
exponían a constantes reproches. De hecho dejó de usarlo y fue cayendo en una debilidad
tras otra de su naturaleza corrupta ¡y bajo qué reproche murió!” [Murió en la horca por
fraude]. —Life and Letters (Vida y Cartas) por Venn, p. 238, edición 1853.

Cuidado con una fe cristiana a medias. Cuidado con seguir a


Cristo por una motivació n secundaria: Para complacer a sus
familiares y amigos, para mantener las costumbres del lugar o de la
familia de la cual es parte o por querer parecer respetable y tener
fama de ser espiritual. Siga a Cristo por quién es él, si es que lo va a
seguir. Sea esmerado, sea auténtico, sea sincero, sea só lido y
ponga todo su corazó n en ser cristiano. Si va a tener una fe
cristiana, que sea auténtica. Cuídese de no cometer el mismo
pecado de la mujer de Lot.
Cuidado con pensar que puede avanzar mucho en su fe y, a la
¿Es usted nacido de nuevo? 273
vez, tratar de seguir la corriente del mundo. No quiero que ningú n
lector se convierta en un ermitañ o, monje o monja. Mi anhelo es que
cada uno cumpla su verdadero deber en ese lugar en la vida al que
fue llamado. Pero sí quiero insistir en que cada cristiano profesante
que quiere ser feliz, sepa la inmensa importancia de no hacer ningún
compromiso entre Dios y el mundo. No trate de negociar, como si
quisiera darle a Cristo lo menos posible de su corazó n y conservar
todo lo posible de las cosas de esta vida. Cuidado con no excederse y
terminar perdiéndolo todo. Ame a Cristo con todo su corazó n, su
mente, alma y fuerzas. Busque primeramente el reino de Dios y
estoy seguro de que, entonces, todas las demá s cosas le serán
añ adidas. Cuidado con terminar siendo una copia del personaje que
describe John Bunyan, el señ or Dos-caras. Por su felicidad, por su
provecho, por su seguridad y por su alma, cuídese del pecado de la
mujer de Lot. Oh, es muy serio lo que dijo nuestro Señ or Jesú s:
“Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrá s, es
apto para el reino de Dios” (Lc. 9:62).
III. El castigo de la mujer de Lot
Hablaré ahora, en ú ltimo lugar, sobre el castigo que Dios le
impuso a la mujer de Lot. Las Escrituras describen su final en pocas y
sencillas palabras. Está escrito que “la mujer de Lot miró atrá s… y se
volvió estatua de sal”.

Dios realizó un milagro para ejecutar su juicio sobre esta mujer


culpable. La misma mano todopoderosa que le había dado vida, se
la quitó en un abrir y cerrar de ojos. De ser de carne y sangre viva
se volvió estatua de sal.
¡É ste fue un final horroroso para cualquiera! Morir en cualquier
momento es serio. Morir entre amigos y familiares, morir en calma
y silencio en su propia cama, morir con las oraciones de hombres
consagrados todavía retumbando en sus oídos, morir con esperanza
por gracia con total seguridad de salvació n, descansar en el Señ or
274 SANTIDAD
Jesú s, alentado por las promesas del evangelio, de por sí ya es serio.
Pero morir de pronto e instantá neamente, en el acto mismo de
pecar, morir con perfecta salud y fuerza, morir por la intervenció n
directa de un Dios airado es realmente aterrador. Pero éste fue el
final de la mujer de Lot. No se puede culpar a la letanía del Libro
de Oraciones [anglicano] por conservar este pedido: “De una
muerte sú bita, buen Señ or, líbranos”.
¡É ste fue un final sin esperanza! Hay casos cuando tenemos algo
de esperanza para las almas de los que vemos descender a la tumba.
Tratamos de convencernos de que nuestra pobre hermana o
hermano fallecido se ha arrepentido para salvació n en el ú ltimo
momento, y que se ha tomado de la punta del manto de Cristo a
ú ltima hora. Hacemos memoria de las misericordias de Dios,
recordamos el poder del Espíritu, pensamos en el caso del ladró n
arrepentido, nos decimos que puede haber sucedido una obra de
salvació n que el moribundo no tuvo las fuerzas para decirlo en su
lecho de muerte. Pero no hay tales esperanzas cuando una persona
muere sú bitamente en el acto mismo de pecar. La caridad no puede
decir nada cuando el alma ha sido llevada en medio de una iniquidad,
sin tiempo para pensar ni orar. Tal fue el final de la mujer de Lot.
Fue un final sin esperanza. Se fue al infierno.
Es bueno que todos recordemos estas cosas.

Es bueno que nos recuerden que Dios puede castigar


bruscamente a los que pecan a sabiendas y que el mal uso de los
grandes privilegios produce gran ira sobre el alma.
Faraó n vio todos los milagros que realizó Moisés. Coré, Datá n y
Abiram, habían oído hablar a Dios desde el Monte Sinaí. Ofni y
Finees eran hijos del Sumo Sacerdote de Dios. Saú l vivía a plena
luz del ministerio de Samuel. Acab recibía frecuentemente las
advertencias del profeta Elías. Absaló n disfrutaba del privilegio de ser
uno de los hijos de David. Belsasar tenía al profeta Daniel a su
¿Es usted nacido de nuevo? 275
puerta. Ananías y Safira se sumaron a la iglesia en los días cuando los
apó stoles obraban milagros. ¡Y Judas Iscariote fue escogido como
compañ ero de nuestro Señ or Jesucristo mismo! Pero todos estos
pecaron a pesar de tener luz y conocimiento, y fueron destruidos
sú bitamente sin remedio. No tuvieron ni tiempo ni oportunidad para
arrepentirse. Así como vivieron, así murieron; tal como eran, fueron
llevados rá pidamente a encontrarse con Dios. Partieron cargando
todos sus pecados, sin perdó n, sin renovació n y totalmente ineptos
para el cielo. Y aun muertos, hablan. Nos dicen, como la mujer de
Lot, que es peligroso pecar contra la luz, que Dios aborrece el
pecado y que existe un infierno.
Acerca del infierno
Me siento constreñ ido a hablar libremente a mis lectores sobre
el tema del infierno. Permítanme usar la oportunidad que sugiere
el final de la mujer de Lot. Creo que el tiempo ha llegado cuando es
nuestro ineludible deber hablar claramente acerca de la realidad y
la eternidad del infierno. Ú ltimamente se ha desatado entre
nosotros un diluvio de doctrinas falsas. Los hombres está n
empezando a decirnos “que Dios es demasiado misericordioso como
para castigar a las almas para siempre. Que hay un amor de Dios
má s profundo, incluso que el infierno, y que toda la humanidad, a
pesar de lo impíos e incrédulos que sean algunos, tarde o temprano
será n salvos”.

Nos invitan a dejar las sendas antiguas del cristianismo


apostó lico. Nos dicen que las creencias de nuestros mayores
acerca del infierno, el diablo y el castigo, son obsoletas y
anticuadas. Dicen que tenemos que adoptar lo que llaman una
“teología má s bondadosa” y tratar al infierno como una fá bula
pagana o como algo para asustar a los niñ os y los tontos. Protesto
contra estas enseñ anzas falsas. Por má s dolorosa, lamentable y
desesperante que sea la controversia, no tenemos que dudar ni
negarnos a mirar de frente al tema. Por mi parte, estoy resuelto a
276 SANTIDAD
mantener la antigua posició n y confirmar la realidad y eternidad
del infierno.
Créame, ésta no es una cuestió n simplemente para especular.
No debe ser clasificada entre las diferencias sobre liturgias y
gobierno eclesiá stico. No debe ser catalogada como un problema
misterioso, como lo es el significado del templo de Ezequiel o los
símbolos del libro de Apocalipsis. Es una cuestió n que es parte del
fundamento mismo de todo el evangelio. Los atributos morales de
Dios, su justicia, su santidad y su pureza son parte de esto. Está en
juego la necesidad de una fe personal en Cristo y de santificació n
por el Espíritu. Una vez que se descarta la antigua doctrina del
infierno, se desbarata, trastorna, altera y descompone todo el
sistema del cristianismo.
Créame, la cuestió n no es una que permite que adoptemos
teorías e invenciones humanas. Las Escrituras han hablado clara y
completamente sobre el tema del infierno. Mantengo que es imposible
encarar sinceramente la Biblia y, al mismo tiempo, evitar las
conclusiones a las que nos lleva en cuanto a este punto. Si algo
significan las palabras, existe un lugar como el infierno. Si los
textos han de ser interpretados fehacientemente, en aquel día
muchos será n arrojados en el lago que arde con fuego y azufre. Si el
lenguaje tiene algú n sentido en cuanto a esto, el infierno es para
siempre.

Creo que el hombre que encuentra argumentos para evadir las


evidencias de la Biblia en cuanto a este asunto ha llegado a un
estado mental en que es inú til razonar con él. Por mi parte, me
parece que discutir que nosotros no existimos, es igual a discutir
que la Biblia no enseñ a la realidad y eternidad del infierno.
(a) Determine con firmeza en su mente que la misma Biblia que
enseñ a que Dios, en su misericordia y compasió n envió a Cristo para
morir por los pecadores, también enseñ a que Dios aborrece el
pecado y, por su propia naturaleza, tiene que castigar a todos los
¿Es usted nacido de nuevo? 277
que se aferran al pecado o rechazan la salvació n que él ha provisto.
Justamente, el mismo capítulo que declara: “De tal manera amó
Dios al mundo”, declara también que “la ira de Dios está sobre” el
incrédulo (Jn. 3:16, 36). El mismo evangelio lanzado a la tierra con
nuevas benditas: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”,
proclama a la vez que “el que no creyere, será condenado” (Mr.
16:16).
(b) Determine con firmeza en su mente que Dios nos ha dado
prueba tras prueba en la Biblia que habrá de castigar a los
endurecidos e incrédulos, que puede vengarse de sus enemigos, al
igual que mostrar misericordia por el arrepentido. El arrasar con
el viejo mundo con el diluvio, el fuego en Sodoma y Gomorra, la
muerte de faraó n y todas sus huestes en el Mar Rojo, el juicio de
Coré, Datá n y Abiram, y la destrucció n de las siete naciones de
Canaá n nos enseñ an la misma verdad aterradora. Todas estas
pruebas nos han sido dadas como luces de precaució n, señ ales y
advertencias, a fin de que no provoquemos a Dios. Todas tienen la
intenció n de levantar un rincó n del velo que esconde las cosas por
venir y para recordarnos que la ira de Dios es una realidad. Todas nos
dicen claramente que “los malos será n trasladados al Seol” (Sal.
9:17).

(c) Determine con firmeza en su mente que el Señor Jesucristo


mismo habló claramente acerca de la realidad y eternidad del
infierno. La parábola del rico y Lá zaro debiera hacer temblar a los
hombres. Pero no só lo es esta parábola. Nadie ha usado tantas
palabras para expresar lo terrible que es el infierno como Aquel que
habló , como jamá s hombre alguno lo ha hecho, y que dijo: “La
palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió ”
(Jn. 14:24). El infierno, el fuego del infierno, la condenació n del
infierno, la condenació n eterna, la resurrecció n de la condenació n,
278 SANTIDAD
el fuego eterno, el lugar de tormentos, de destrucció n, de total
oscuridad, del gusano que nunca muere, del fuego que nunca se
apaga, las lá grimas, los lamentos y el crujir de dientes y castigo
eterno, son todos términos que el Señ or Jesucristo mismo emplea.
¡Fuera con las miserables tonterías que dice la gente en la
actualidad, que nos dicen que los ministros del evangelio nunca
debieran hablar del infierno! No hacen má s que mostrar su propia
ignorancia o su propia falta de sinceridad cuando hablan de ese
modo. Nadie puede leer sinceramente los cuatro Evangelios y no
ver que el que quiere seguir el ejemplo de Cristo tiene que hablar
del infierno.
(d) Por ú ltimo, determine en su mente que las ideas reconfortantes
que las Escrituras nos dan acerca del cielo dejan de ser en cuanto
negamos la realidad y eternidad del infierno. ¿No existe una futura
morada separada para los que mueren impíos y sin Dios? ¿Será que
todas las personas, después de la muerte, se entremezclan
conformando una multitud confusa? Entonces pues, ¡el cielo no
será para nada cielo! Es totalmente imposible que dos vivan felices
juntos si no coinciden. ¿Habrá un tiempo cuando se acabe el
infierno y el castigo? ¿Será n admitidos al cielo los impíos después de
siglos de sufrimientos? Entonces pues, ¡la necesidad de la
santificació n del Espíritu queda descartada y eliminada. Leo que los
hombres pueden ser santificados en la tierra haciéndolos aptos
para el cielo, no leo nada de ninguna santificació n en el infierno.

¡Fuera con estas teorías sin sentido y sin ninguna base bíblica! La
eternidad del infierno, así como la eternidad del cielo, se presentan
claramente en la Biblia.
Una vez que uno dice que el infierno no es eterno, puede muy
bien decir que Dios y el cielo no son eternos. La misma palabra griega
que se usa en la expresió n “castigo eterno” es la que usa el Señ or
Jesú s al decir “vida eterna” y San Pablo, al decir “Dios eterno” (Mt.
25:46; Ro. 16:26).
¿Es usted nacido de nuevo? 279
Sé que esto suena terrible a muchos oídos. No me extrañ a. Pero
la ú nica cuestió n que tenemos que determinar es: ¿Es bíblico el tema
del infierno? ¿Lo es? Mantengo firmemente que lo es y mantengo
que hay que recordarles a los cristianos profesantes que pueden
estar perdidos y camino al infierno.
Sé que es fá cil rechazar la enseñ anza clara sobre el infierno y
hacerla antipá tica por el uso de palabras desagradables. He
escuchado, a menudo, decir que son “conceptos intolerantes,
nociones anticuadas, teología de fuego y azufre” y cosas parecidas.
Se me ha dicho, a menudo, que, en la actualidad, se prefieren
conceptos má s “amplios”. Mi anhelo es ser tan amplio como la
Biblia, ni má s ni menos. Afirmo que es teó logo intolerante aquel que
recorta las partes de la Biblia que le disgustan al corazó n natural y,
por ende, rechaza alguna porció n del Consejo de Dios.
Dios sabe que nunca hablo del infierno sin dolor y sufrimiento.
Con gusto, le ofrezco la salvació n del evangelio al peor de los
pecadores. Yo estaría dispuesto a decirle al má s vil y disoluto ser
humano en su lecho de muerte: “Cree en el Señ or Jesucristo, y serás
salvo” (Hch. 16:31). Pero Dios quiera que nunca deje de decirle al
mortal que las Escrituras revelan que hay un infierno así como hay
un cielo, y que el evangelio enseñ a que hay hombres que pueden
estar perdidos, al igual que hay otros que pueden ser salvos. El
guardia que se mantiene en silencio cuando ve un incendio es
culpable de negligencia,

el médico que nos dice que estamos mejorando cuando, en


realidad nos estamos muriendo, es un amigo falso y el pastor que
no alerta a su congregació n acerca del infierno en sus sermones, no es
un hombre fiel ni tiene amor.
¿Dó nde está el amor cuando se mutila una porció n tan
importante de la verdad de Dios? Es mi amigo má s comprensivo, el
que me avisa de la vastedad del peligro que corro. ¿Qué sentido
tiene esconder el futuro del impenitente y el impío? Es má s bien
280 SANTIDAD
ayudar al diablo, si no le decimos a la gente claramente que “el
alma que pecare, esa morirá ” (Ez. 18:4, 20). ¿Quién sabe si la
negligencia terrible de muchas personas bautizadas no viene de
esto, de que nunca les han explicado claramente la realidad del
infierno? ¿Quién sabe si muchos má s se convertirían, si los
pastores les instaran con má s fidelidad a huir de la ira venidera? Por
cierto que muchos somos culpables de esto; hay entre nosotros
una ternura mó rbida que no es la ternura de Cristo. Hemos hablado
de misericordia, pero no de juicio, hemos predicado muchos
sermones acerca del cielo, pero pocos acerca del infierno. Nos hemos
dejado llevar por el desdichado temor de ser considerados
“ordinarios, vulgares y faná ticos”. Hemos olvidado que quien nos
juzga es el Señ or y que el hombre que enseñ a la misma doctrina que
Cristo enseñ ó , no puede estar equivocado.
Para ser un cristiano bíblico saludable, le ruego que le dé al
infierno un lugar en su teología. Grá belo en su mente como un
principio inamovible que Dios es un Dios de juicio, al igual que de
misericordia, y que los mismos consejos eternos que pusieron el
fundamento de la felicidad del cielo, también pusieron el
fundamento del sufrimiento del infierno. Tenga bien claro en su
mente que todos los que mueren sin haber sido perdonados y
renovados, no son aptos para estar en la presencia de Dios y están
perdidos para siempre. No tienen capacidad para disfrutar del cielo,
no podrían ser felices allí.

Tienen que ir a su propio lugar y ese lugar es el infierno. ¡Oh, es


una cosa grande en estos días de incredulidad creer toda la Biblia!
Para ser un cristiano bíblico saludable, le ruego que se cuide de
cualquier ministerio que no enseña claramente la realidad y
eternidad del infierno. Tal ministerio puede ser muy tranquilizador y
agradable, pero es má s posible que lo ponga a dormir que llevarlo a
Cristo o fortalecer su fe. Es imposible dejar fuera alguna porció n de
la verdad de Dios sin arruinar su totalidad. La predicació n que se
¿Es usted nacido de nuevo? 281
centra exclusivamente en las alegrías del cielo y nunca presenta la ira
del Señ or y los sufrimientos del infierno puede ser popular, pero
no es bíblica, puede agradar y complacer, pero no salvar. La
predicació n que no se guarda nada de lo que Dios haya revelado,
puede ser llamada severa y dura, puede decirse que asustar a la
gente con temas como el del infierno no les hace ningú n bien. Pero
usted olvida que el gran objetivo del evangelio es convencer a los
hombres de que deben “huir de la ira venidera” (Lc. 3:7) y que es
en vano esperar que huyan, a menos que estén atemorizados.
¡Bueno sería que muchos cristianos profesantes sintieran má s temor
por sus almas que lo que sienten ahora!
Si anhela ser un cristiano saludable, considere con frecuencia cuál
será su propio final. ¿Será feliz o infeliz? ¿Será la muerte de un
justo o una muerte sin esperanza, como la de la mujer de Lot? Usted
no puede vivir para siempre, un día llegará su final. Un día
escuchará su ú ltimo sermó n, elevará su ú ltima oració n, leerá su
ú ltimo capítulo de la Biblia, (querer, desear, esperar, tener
intenciones, resolver, dudar, vacilar) todo, finalmente, habrá pasado.
Tendrá que dejar este mundo y comparecer ante un Dios santo. ¡Oh,
sea usted sabio! ¡Oh, considere su final!

No puede estar perdiendo el tiempo para siempre; el tiempo


vendrá cuando tendrá que actuar con seriedad. No puede posponer
para siempre lo que concierne a su alma.

El día vendrá cuando tendrá que rendirle cuentas a Dios. No


puede estar siempre cantando, bailando, comiendo, bebiendo;
vistiéndose, leyendo, riendo, bromeando; tramando algo, planeando y
ganando dinero. Los insectos de verano no pueden disfrutar del sol
para siempre, vendrá n las noches frías que dará n fin a sus días
soleados. Lo mismo sucederá con usted. Puede aplazar ahora su
decisió n de fe y rechazar los consejos de los ministros de Dios; pero se
acerca el frío día cuando Dios ser acerque y le hable. ¿Y cuá l será su
282 SANTIDAD
final? ¿Será uno sin esperanza, como el de la mujer de Lot?
Le ruego, por las misericordias de Dios, que encare esas preguntas
de frente. Le suplico que no juegue con su conciencia con una
esperanza incierta de la misericordia de Dios, mientras su corazó n
se aferra al mundo. Le imploro que no ahogue las convicciones con
fantasías pueriles acerca del amor de Dios, mientras su
comportamiento diario y sus há bitos muestran claramente que “el
amor del Padre no está en” usted (1 Jn. 2:15). Hay una
misericordia de Dios que es como un río, pero existe para el
creyente arrepentido en Cristo Jesú s. Hay un amor en Dios hacia
los pecadores que es indescriptible e inexplicable, pero es para
aquellos que “oyen” la voz de Cristo y le “siguen” (Jn. 10:27).
Procure interesarse en ese amor. Rompa con todo pecado
conocido, apá rtese valientemente del mundo, clame intensamente
a Dios en oració n, échese totalmente y sin reservas en los brazos
del Señ or Jesú s para el tiempo y la eternidad, deje a un lado toda
carga, no se aferre a nada, por mucho que lo ame, no practique
nada que interfiera con la salvació n de su alma, renuncie a todo,
por preciado que sea, deje todo lo que se interpone entre usted y
el cielo. El pobre mundo está naufragando, se está hundiendo a sus
pies; lo ú nico que usted necesita es un lugar en el bote salvavidas
para llegar salvo a la orilla. Sea diligente en asegurar su llamado y
elecció n. No importa lo que suceda con su casa y propiedad, usted
asegú rese del cielo.

¡Oh, es un milló n de veces mejor ser motivo de risas y ser visto


como un extremista en este mundo, que descender al infierno, aun
estando en medio de la congregació n y terminar como la mujer de
Lot!
Preguntas para su conciencia
Y ahora concluiré este escrito ofreciendo a cada lector algunas
preguntas para grabar el tema en la conciencia de cada uno. Ha
visto usted la historia de la mujer de Lot, sus privilegios, su pecado
¿Es usted nacido de nuevo? 283
y su final. Le he advertido de lo inú tiles que resultan los privilegios
sin el don del Espíritu Santo, del peligro de la mundanalidad y la
realidad del infierno. Ahora, quiero ir terminando con algunos
llamados directos a su propio corazó n. En esta época de mucha
iluminació n, mucho conocimiento y profesiones de fe, anhelo
levantar una luz de advertencia para salvar del naufragio a las
almas. Deseo atar una boya en el canal de todo navegante
espiritual y escribir en ella: “Acordaos de la mujer de Lot”.
(a) ¿Es indiferente ante la segunda venida de Cristo? ¡Ay, muchos
lo son! Viven como los hombres en Sodoma y como los hombres y
mujeres de la época de Noé. Comen, beben, siembran, edifican,
contraen matrimonio, dan en matrimonio y se comportan como si
Cristo nunca vendrá otra vez. Si usted es uno de estos, le digo este
día: “Acordaos de la mujer de Lot”.
(b) ¿Como cristiano es tibio o frío? ¡Ay, muchos lo son! Tratan de
servir a dos señ ores, tratan de ser amigos, tanto de Dios como de
Mamó n. Se esfuerzan por ser una especie de murciélagos
espirituales, no son una cosa, ni la otra: No totalmente cristianos, ni
tampoco totalmente del mundo. Si usted es uno de estos, le digo este
día: “Acordaos de la mujer de Lot”.
(c) ¿Está vacilando entre dos opiniones y dispuesto a volver al
mundo? ¡Ay, muchos lo están! Le tienen miedo a la cruz,
secretamente, les disgusta el conflicto y reprochan una fe decidida.

Está n cansados del desierto y el maná , y se volverían a Egipto, si


pudieran. Si usted es uno de estos, le digo este día: “Acordaos de la
mujer de Lot”.
(d) ¿Está amando en secreto algún pecado persistente? ¡Ay,
muchos lo está n! Avanzan mucho en la profesió n de su fe, hacen
muchas cosas que son correctas y muy similares al pueblo de Dios.
Pero siempre atesoran un há bito malo del cual no pueden librarse.
Una mundanalidad secreta, la codicia o lascivia se les pega como su
propia piel. Están dispuestos a ver destruidos todos sus ídolos, menos
284 SANTIDAD
éste. Si usted es uno de estos, le digo este día: “Acordaos de la
mujer de Lot”.
(e) ¿Está jugando con pecadillos? ¡Ay, muchos lo está n! Creen en
las grandes doctrinas esenciales del evangelio. Se abstienen de un
libertinaje burdo o de quebrantar abiertamente la ley de Dios, pero
penosamente, no le dan importancia a las inconsistencias pequeñ as y
está n dolorosamente preparados para excusarlas. “Es un poquito de
impaciencia, o un poquito de frivolidad, o un poquito de
desconsideració n o un poquito de olvido”. Nos dicen: “Dios no
tiene en cuenta cuestiones tan pequeñ as. Nadie es perfecto, ni Dios
lo requiere”. Si usted es uno de estos, le digo este día: “Acordaos
de la mujer de Lot”.
(f) ¿Está confiando en privilegios espirituales? ¡Ay, muchos lo
está n! Les encanta la oportunidad de escuchar regularmente la
predicació n del evangelio, participar de las ordenanzas, de los medios
de gracia y vivir tranquilos. Parece que dicen: “Yo soy rico, y me he
enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad” (Ap. 3:17)
mientras no tienen ni fe, ni gracia, ni espiritualidad ni están
preparados para el cielo. Si usted es uno de estos, le digo este día:
“Acordaos de la mujer de Lot”.
(g) ¿Está confiando en su conocimiento religioso? ¡Ay, muchos lo
está n! No son ignorantes como otros, saben la diferencia entre la
sana y la falsa doctrina.

Pueden discutir, pueden razonar, pueden argumentar, pueden citar


textos bíblicos, pero no se han convertido y, por ende, está n
muertos en sus faltas y pecados. Si usted es uno de estos, le digo
este día: “Acordaos de la mujer de Lot”.
(h) ¿Está profesando el cristianismo y, al mismo tiempo,
aferrá ndose al mundo? ¡Ay, muchos lo está n! Procuran que los
crean cristianos. Quieren el mérito de ser personas que van a la
iglesia, serias, consecuentes, correctas y disciplinadas. Mientras
tanto, su manera de vestir, sus gustos, sus amigos y sus diversiones
¿Es usted nacido de nuevo? 285
muestran claramente que son del mundo. Si usted es uno de estos, le
digo este día: “Acordaos de la mujer de Lot”.
(i) ¿Está confiando que se arrepentirá en su lecho de muerte? ¡Ay,
muchos está n confiando en eso! Saben que no son lo que deberían ser:
no son nacidos de nuevo y no está n listos para morir. Creen que
cuando estén sufriendo su ú ltima enfermedad tendrá n tiempo para
arrepentirse, asirse de Cristo y dejar este mundo perdonados,
santificados y preparados para el cielo. Olvidan que las personas, a
menudo, mueren sú bitamente y, así como viven, generalmente
mueren. Si usted es uno de estos, le digo este día: “Acordaos de la
mujer de Lot”.
(j) ¿Es usted miembro de una congregación evangélica? ¡Ay,
muchos lo son y hasta allí llegan! Oyen la verdad del evangelio
domingo tras domingo, pero siguen duros como una piedra. Un
sermó n tras otro llega a sus oídos. Mes tras mes reciben la
invitació n de arrepentirse, de creer, de venir a Cristo y de ser
salvos. Pasan los añ os y no cambian. Reservan sus asientos para
escuchar a su pastor favorito, pero también se reservan sus pecados
favoritos. Si usted es uno de estos, le digo este día: “Acordaos de la
mujer de Lot”.
¡Oh, que estas solemnes palabras de nuestro Señ or Jesucristo se
graben profundamente en el corazó n de todos! ¡Que nos despierten
cuando nos sentimos con sueñ o,

que nos aviven cuando nos sentimos muertos, nos afilen cuando
nos sentimos embotados y sean como una hoguera cuando nos
sentimos fríos! ¡Que puedan ser el estímulo para hacernos reaccionar
cuando nos estamos deteniendo y una brida para enderezarnos
cuando nos estamos apartando! ¡Que sean un escudo para
defendernos cuando Sataná s pone una tentació n en nuestro corazó n,
una espada con la cual luchar cuando nos dice con audacia:
“¡Renuncia a Cristo, vuélvete al mundo y sígueme a mí!”! Oh, que
en las horas de pruebas como esas digamos: “¡Alma, recuerda la
286 SANTIDAD
advertencia de tu Salvador! Alma mía, alma mía,
¿has olvidado sus palabras? ¡Alma mía, alma mía: ‘Acordaos de la
mujer de Lot’”!

[La primera porción de este capítulo está a su disposición en


Chapel Library en forma de folleto.]

11. El trofeo más grande de Cristo


“Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba,
diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes
tú a Dios, estando en la misma condenación?
Nosotros, a la verdad, justamente padecemos,
porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos;
¿Es usted nacido de nuevo? 287
mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate
de mí cuando vengas en tu reino.
Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que
hoy estarás conmigo en el paraíso”. Lucas
23:39-43

Pocos pasajes en el Nuevo Testamento son tan conocidos como


el que encabeza este capítulo. Contiene la muy conocida historia
del “ladró n arrepentido”.
Y es apropiado y bueno que estos versículos sean bien
conocidos. Han reconfortado a muchas mentes atribuladas, han dado
paz a muchas conciencias intranquilas, han sido un bálsamo
terapéutico que ha sanado a muchos corazones heridos, han sido
medicina para muchas almas enfermas de pecado y han allanado las
asperezas de muchos lechos de muerte. Dondequiera que se predique
a Cristo, siempre será n honrados, amados y recordados.
Quiero comentar algunos puntos dignos de notar acerca de estos
versículos. Trataré de presentar las principales lecciones que
pretenden enseñ ar. No conozco la manera particular de pensar de las
personas en cuyas manos pueda caer este escrito. Pero veo verdades
en este pasaje que es imposible conocer demasiado bien. Aquí está el
trofeo má s grande que jamá s se haya ganado Jesú s.

I.El poder y disposición de Cristo de salvar al pecador


En primer lugar, su intenció n es que aprendamos de estos
versículos acerca del poder y la disposición de Cristo de salvar al
pecador.
É sta es la doctrina principal para aprender de la historia del ladró n
arrepentido. Nos enseñ a lo que debiera ser mú sica para los oídos de
todos los que la escuchan. Nos enseñ a que Jesucristo es “grande
288 SANTIDAD
para salvar” (Is. 63:1).

Le pido a cualquier lector que diga si conoce de algú n caso que


parecía tener menos esperanza y ser má s desesperante que el del
ladró n arrepentido.
Era un hombre malvado, un malhechor y un ladró n, si no es que
un asesino. Lo sabemos porque só lo esta clase de delincuentes
eran crucificados. Estaba sufriendo un castigo justo por haber
quebrantado las leyes. Y así como había vivido malvadamente,
parecía seguro que así moriría porque cuando fue crucificado, al
principio injuriaba a Jesú s.
Y era un hombre al borde de la muerte. Allí estaba, clavado en una
cruz de la cual nunca bajaría con vida. Ya ni siquiera tenía fuerzas
para mover las manos ni los pies. Sus horas estaban contadas, lo
esperaba el sepulcro. Só lo había un paso entre él y la muerte.
Si hubo alguna vez un alma al borde del infierno, fue el alma de
este ladró n. Si hubo alguna vez un caso que pareciera perdido, sin
salida e irremediable, fue el de él. Si hubo alguna vez un hijo de
Adá n del que el diablo se aseguró de hacer suyo, fue este hombre.
Pero vea ahora qué pasó . Dejó de injuriar y blasfemar, comenzó
a hablar de una manera completamente distinta. Se dirigió a
nuestro bendito Señ or en oració n. Oró pidiendo a Jesú s:
“Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Le pidió que cuidara
su alma,

que perdonara sus pecados y hasta pensó en un mundo diferente.


¡Verdaderamente éste fue un cambio maravilloso!
Y tome note de la clase de respuesta que recibió . Algunos
habrían dicho que era demasiado malvado como para ser
perdonado; pero no fue así. Otros pensarían que era demasiado
tarde, la puerta estaba cerrada y ya no había lugar para la
misericordia; pero vemos que no era demasiado tarde. El Señ or
Jesú s le dio una respuesta inmediata, le habló con bondad, le
¿Es usted nacido de nuevo? 289
aseguró que ese mismo día estaría con él en el paraíso; lo perdonó
completamente, lo limpió totalmente de sus pecados, lo recibió
por su gracia, lo levantó de las puertas del infierno y le dio el
derecho a la gloria. Entre toda la multitud de almas salvadas, ninguna
ha recibido una confirmació n tan gloriosa de su propia salvació n
como este ladró n arrepentido. Revise la lista completa, desde
Génesis hasta Apocalipsis, y no encontrará a nadie a quien se le
hayan dicho palabras como éstas: “Hoy estará s conmigo en el
paraíso”.
Creo que el Señ or Jesú s nunca dio una prueba tan completa de
su poder y voluntad para salvar, como la dio en esta ocasió n. En la
hora cuando parecía má s débil, mostró ser un Liberador poderoso. En
el instante cuando su cuerpo sufría terrible dolor, mostró que podía
sentir ternura por otros. En el momento cuando él mismo estaba
muriendo, le dio vida eterna a un pecador.
Entonces, ¿no es cierto que esto me da el derecho de decir que
Cristo “puede también salvar perpetuamente a los que por él se
acercan a Dios” (He. 7:25)? Aquí tenemos la prueba. Si hubo alguna
vez un pecador que estaba demasiado perdido como para ser salvo,
fue este ladró n. No obstante, fue rescatado como “un tizó n
arrebatado del incendio” (Zac. 3:2).
¿Acaso no tengo el derecho de decir que Cristo recibe a cada
pobre pecador que acude a él orando con fe y que no rechaza a
nadie? He aquí la prueba de esto.

Si hubo alguna vez un pecador que parecía demasiado malo como


para ser salvo, fue este hombre. No obstante, las puertas de
misericordia se abrieron de par en par para él.
¿Acaso no me da el derecho a decir: “Porque por gracia sois
salvos… no por obras… No temas; cree solamente”? (Ef. 6:8, 9; Mr.
5:36; Lc. 8:50). He aquí la prueba de esto. ¡Este ladró n nunca fue
bautizado, no pertenecía a ninguna iglesia visible, nunca había
participado de la Cena del Señ or, nunca realizó ninguna obra para
290 SANTIDAD
Cristo y nunca dio dinero a la causa de Cristo! Pero tuvo fe y,
entonces, fue salvo.
¿Acaso no me da derecho a decir que aun la fe má s reciente
puede salvar el alma del hombre, si es auténtica? He aquí la
prueba de esto. La fe de este hombre tenía menos de un día, pero
lo condujo a Cristo y lo salvó del infierno.
¿Por qué habría de desesperarse alguno cuando un pasaje como
éste está en la Biblia? Jesú s es el Médico que puede curar los casos de
personas desahuciadas. É l puede dar vida a las almas muertas y
llamar a las cosas que no son como si fuesen.
¡Que nadie se desespere nunca! Jesú s sigue siendo el mismo hoy
tal y como lo fue tantos siglos atrá s. Las llaves de la muerte y del
infierno está n en su mano. Lo que él abre, nadie lo puede cerrar1.
¿Qué si sus pecados son más numerosos que los cabellos de su
cabeza? ¿Qué si sus há bitos impíos han crecido a medida que usted
ha crecido y se han fortalecido a medida que usted se ha hecho má s
fuerte? ¿Qué si ha aborrecido lo bueno y amado lo malo todos los
días de su vida? Estas cosas por cierto son tristes; pero hay
esperanza, hasta para usted. Cristo lo puede sanar, Cristo lo puede
sacar de su lamentable condició n.
1
“Oh Salvador, ¡qué proceder es este de tu gracia libre y poderosa! Cuando tú das, ¿qué
indignidad puede prohibirnos tu misericordia? Cuando tú das, ¿puede el tiempo perjudicar
nuestra vocación?
¿Quién puede dudar de tu bondad, cuando aquel que en la mañana iba dirección al
infierno y en la noche ya está contigo en el Paraíso?”. —Obispo Hall.

El cielo no se ha cerrado para usted. Cristo puede franquearle la


entrada si pone humildemente su alma en sus manos.
¿Han sido perdonados sus pecados? Si no, le presento este día una
salvació n completa y gratuita.
Le invito a seguir los pasos del ladró n arrepentido: Venga a Cristo
y viva. Le aseguro que Jesú s es muy misericordioso y compasivo.
Le aseguro que puede hacer por usted todo lo que su alma
requiere. Aunque sus pecados fueren como la grana, como la
¿Es usted nacido de nuevo? 291
nieve será n emblanquecidos; si fueren
rojos como el carmesí, vendrá n a ser como blanca lana (Is. 1:18).
¿Por qué no habría usted de ser salvo como cualquier otro? ¡Venga
a Cristo y viva!
¿Es usted un creyente auténtico? Si lo es, debe gloriarse en
Cristo. No se gloríe en su propia fe, sus propios sentimientos, su
propio conocimiento, sus propias oraciones, sus propios recursos y
su propia diligencia. Gloríese só lo en Cristo. ¡Ay! Aun el mejor de
nosotros sabe apenas un poco del Salvador misericordioso y
poderoso. No lo exaltamos ni nos gloriamos en él lo suficiente.
Oremos pidiendo poder para ver má s de la plenitud que hay en él.
¿Procura alguna vez hacerles un bien a otros? Si lo hace, no se
olvide de hablarles acerca de Cristo. Cuéntele al joven, al
menesteroso, al anciano, al ignorante, al enfermo y cuéntele al
moribundo; cuénteles a todos acerca de Cristo. Cuénteles de su
poder y de su amor; cuénteles de sus obras y de sus sentimientos,
cuénteles del peor de los pecadores y lo que está dispuesto a hacer
hasta el ú ltimo día que le queda de vida; cuénteselos una y otra
vez. No se canse nunca de hablar de Cristo. Dígales amplia y
plenamente, libre e incondicionalmente, sin reservas y sin dudar:
“Venga a Cristo como lo hizo el ladró n arrepentido: Venga a Cristo
y será salvo”.

II. Algunos son salvos en la hora de su muerte, otros no.


La segunda lecció n que este pasaje quiere enseñ arnos es que
algunos son salvos en la hora de su muerte, otros no.
Es esta una verdad que nunca debe ser pasada por alto, por eso
me es imposible ignorarla. Es una verdad que se destaca claramente
en el triste final del otro malhechor, con demasiada frecuencia
olvidado. La gente olvida que había “dos ladrones”.
292 SANTIDAD
¿Qué pasó con el otro ladró n que fue crucificado? ¿Por qué no se
apartó de su pecado y clamó al Señ or? ¿Por qué siguió endurecido e
impenitente? ¿Por qué no fue salvo? Sería inú til intentar contestar
estas preguntas. Contentémonos con la informació n que tenemos y
veamos qué quiere enseñ arnos.
No tenemos ningú n derecho a decir que este ladró n era peor
que su compañ ero, no hay nada que pruebe que lo fuera. Es
evidente que ambos eran hombres malvados, ambos estaban
recibiendo el merecido castigo por sus actos, ambos colgaban de una
cruz a los dos lados del Señ or Jesú s, ambos lo escucharon orar por sus
asesinos, ambos lo vieron sufrir con paciencia. Pero mientras uno se
arrepintió , el otro siguió endurecido; mientas uno comenzó a orar
el otro siguió injuriá ndole; mientras uno se convirtió al ú ltimo
momento, el otro murió contumaz en su maldad, tal como había
vivido; mientras uno fue al paraíso, el otro fue a su lugar: Al lugar
del diablo y sus á ngeles.
Ahora bien, estas cosas fueron escritas para advertirnos. Hay una
advertencia, al igual que un consuelo, en estos versículos y es, de
hecho, una advertencia muy seria.
Me dicen y subrayan que aunque algunos se pueden arrepentir y
convertirse en su lecho de muerte no significa que todos lo hará n.
El lecho de muerte no siempre es un tiempo de salvació n.

Me dicen y subrayan que dos personas pueden tener las mismas


oportunidades de hacerle bien a sus almas, pueden estar colocadas en
la misma posició n, ver las mismas cosas y oír los mismos sonidos y,
no obstante, só lo una de las dos las aprovechan, se arrepienten,
creen y son salvas.
Me dicen, sobre todo, que arrepentimiento y fe son dones de Dios y
que están fuera del poder del hombre, y que el que se engañ a
pensando que puede arrepentirse cuando lo escoja, elegir el
¿Es usted nacido de nuevo? 293
momento cuando lo hará , buscar al Señ or cuando le plazca y, como el
ladró n arrepentido, ser salvo al ú ltimo instante, tarde o temprano
descubrirá que está muy equivocado.
Y es bueno y provechoso tener en cuenta esto. Hay en el mundo
una inmensa cantidad de ideas engañ osas precisamente acerca de
este tema. Veo a muchos que dejan que la vida se les vaya de entre las
manos, sin estar preparados para morir. Veo a muchos que admiten
que debieran arrepentirse, pero siempre lo dejan para mañ ana. ¡Y
creo que una de las razones principales es que la mayoría cree que
puede acudir a Dios cuando quiera! Se basan en la pará bola de los
obreros de la viñ a que habla de la hora undécima y la usan en la
forma que nunca tuvo la intenció n de ser usada. Se enfocan en la
parte placentera de los versículos que ahora estamos considerando,
pero olvidan el resto. Hablan del ladró n que se fue al paraíso y se
olvidan del que murió como vivió , ¡y se perdió 2!
2
“Aquel que demora su arrepentimiento y no busca perdón hasta lo último por seguir este
ejemplo, tienta a Dios y convierte en su veneno lo que Dios designaba para un fin mejor.
“Las misericordias de Dios nunca se registran en las Escrituras para el engreimiento del
hombre, ni los fracasos del hombre para ser imitados”. —Lightfoot, Sermón. 1684.
“Muy desagradecida y tonta es la conducta de los que reciben aliento por el ladrón
arrepentido que se arrepintió en el momento que moría; muy desagradecida al pervertir
la gracia de su Redentor haciéndola ocasión para continuar pecando y muy tonto
imaginar que lo que nuestro Señor hizo en una situación tan particular, pueda tomarse
como un precedente de lo que es normal”. — Doddridge.

La ruego a cada uno que lee este escrito que use su sentido comú n y
que tenga cuidado de no caer en el mismo error.
Considere la historia de los hombres en la Biblia y vea cuá n a
menudo las ideas de las que he estado hablando, se contradicen.
Recuerde bien cuá ntas pruebas hay de que dos hombres hayan
recibido el ofrecimiento de la misma iluminació n y só lo uno la
aprovecha, y que nadie tiene derecho de tomarse libertades con la
misericordia de Dios e imaginar que puede arrepentirse cuando a él
le plazca.
294 SANTIDAD
Vea a Saú l y David. ¡Vivieron má s o menos en la misma época,
escalaron el mismo rango en la vida, fueron llamados a la misma
posició n en el mundo, disfrutaron del ministerio del mismo
profeta, Samuel, y reinaron la misma cantidad de añ os! Sin
embargo, uno fue salvo y el otro se perdió .
Vea a Sergio Paulo y a Galió n. ¡Ambos eran gobernadores
romanos, ambos eran hombres sabios y prudentes en su generació n
y ambos oyeron predicar a Pablo! Pero uno creyó y fue bautizado, el
otro “no hacía caso de nada de esto” (Hch. 13:7; 18:17).
Observe el mundo a su alrededor. Fíjese lo que está sucediendo
continuamente ante sus ojos. A menudo, dos hermanas asisten a la
misma iglesia, oyen las mismas verdades y escuchan los mismos
sermones y, sin embargo, só lo una se convierte, mientras que la otra
permanece impávida. Puede ser que dos amigos lean el mismo libro
cristiano; a uno le conmueve tanto que renuncia a todo para tener
a Cristo, el otro no le ve nada de valor y sigue igual que antes.
Centenares de personas han leído The Rise and Progress of Religion
in the Soul (Auge y Progreso de la religió n en el alma) por Doddrige,
sin ningú n beneficio, pero para Wilberforce significó el inicio de su
vida espiritual. Miles han leído su libro Practical View of
Christianity (Punto de vista prá ctico del cristianismo) y no les ha
afectado para nada, pero cuando Leigh Richmond lo leyó , se convirtió
en otro hombre. Nadie tiene el derecho de decir:

“La salvació n es por mi propio poder”.


No pretendo explicar estas cosas. Só lo se las presento como
grandes hechos verídicos y le pido que las reflexione con seriedad.
No me malinterprete. No quiero desanimarlo. Le digo estas
cosas con todo cariñ o para advertirle del peligro. No las digo para
apartarlo del cielo. Al contrario, las digo para atraerlo má s y llevarlo
a Cristo mientras puede ser hallado.
Quiero que se cuide de cualquier presunción. No abuse de la
misericordia y compasió n de Dios. Le ruego que no siga pecando,
¿Es usted nacido de nuevo? 295
pensando que se puede arrepentir, creer y ser salvo cuando a usted
le plazca, cuando quiera, cuando se le antoje. Siempre pondré
delante de usted una puerta abierta. Siempre le diré: “Mientras hay
vida hay esperanza”. Pero si quiere ser sabio, no deje para después
nada que concierna a su alma.
Quiero que se cuide de dejar pasar los buenos pensamientos y las
convicciones espirituales. Való relas y aliméntelas, no sea que los
pierda para siempre. Aprovéchelas al má ximo, no sea que
saquen alas y huyan volando.
¿Siente usted el deseo de comenzar a orar? Empiece a hacerlo
inmediatamente.
¿Está disfrutando de alguna iluminació n espiritual? Asegú rese
de vivir en consonancia con esa iluminació n. No juegue con las
oportunidades, no sea que llegue el día cuando las quiere aprovechar
y no podrá. No se rezague, no sea que obtenga sabiduría demasiado
tarde.
Quizá diga usted: “Nunca es demasiado tarde para arrepentirse”.
Respondo: “Es cierto, pero rara vez resulta así.” Y digo má s: “Si aplaza
arrepentirse, no puede estar seguro de que alguna vez lo haga”.
Quizá diga usted: “¿Por qué debiera tener miedo? El ladró n
arrepentido fue salvo”. Respondo: “¡Es cierto, pero vuelva a mirar el
pasaje que le dice que el otro ladró n se perdió!”.

III. El Espíritu siempre guía de la misma manera a cada alma


salvada
La tercera lecció n que quiere enseñ arnos este pasaje es que el
Espíritu siempre guía de la misma manera al alma salvada.
É ste es un punto que merece atenció n especial y que, a menudo, es
pasado por alto. Las personas se fijan en que el ladró n arrepentido
fue salvo cuando ya moría y no van má s allá .
No toman en cuenta las evidencias que este ladró n dejó tras de sí.
296 SANTIDAD
No observan las pruebas abundantes que dio de la obra del
Espíritu en su corazó n. Y estas pruebas son las que quiero destacar.
Deseo mostrar que el Espíritu siempre obra de una misma manera
y que, sea que convierta a una persona en una hora, como lo hizo
con el ladró n arrepentido, o que lo haga gradualmente, como lo
hace con otros, los pasos por medio de los cuales conduce las almas al
cielo son siempre los mismos.
Procuraré hacerle claro esto a todo el que lee este escrito.
Quiero ponerlo en guardia. Quiero que se quite la idea generalizada
de que hay algú n camino fá cil y divino al cielo desde el lecho de
muerte. Quiero que comprenda a conciencia que cada alma salvada
pasa por la misma experiencia y que los principios principales de la
fe del ladró n arrepentido son los mismos que los santos má s
ancianos que han existido.
(a) Veamos, en primer lugar, cuan fuerte fue la fe de este hombre.
Llamó “Señ or” a Jesú s. Declaró su creencia de que tendría un
“reino”. Creyó que podía darle vida eterna y gloria y, creyéndolo, le
dirigió su oració n. Declaró que Jesú s era inocente de todos los
cargos que le eran imputados. “É ste”, dijo, “ningú n mal hizo” (Lc.
23:41). Otros quizá pensaron que el Señ or era inocente, pero este
pobre hombre al borde de la muerte fue el ú nico que lo declaró
abiertamente.
¿Y cuá ndo sucedió todo esto? Sucedió …

- cuando toda la nació n había rechazado a Cristo, gritando:


“¡Crucifícale!
¡Crucifícale!... No tenemos má s rey que César” (Jn. 19:6; 15),
- cuando los principales sacerdotes y fariseos lo habían condenado
y declarado “digno de muerte” (Mr. 14:64),
- cuando sus propios discípulos lo habían abandonado y huido,
- cuando colgaba débil, sangrando y muriendo en la cruz,
- cuando fue contado entre los transgresores y considerado maldito.
¡É sta fue la hora cuando el ladró n creyó en Cristo y le dirigió su
¿Es usted nacido de nuevo? 297
oració n! Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que nunca se
había visto una fe como ésta desde la creació n del mundo3.

3
“No sé de otro ejemplo de fe tan notable e impresionante desde la creación del mundo. —
Commentary on the Gospels (Comentario de los Evangelios) por Calvino.
“Una fe que puede ver el sol a través de una nube tan oscura, que puede descubrir a Cristo,
a un Salvador, a través de un Jesús tan pobre, desechado, despreciado y crucificado y
llamarlo Señor.
“Una gran fe que desde su cruz podía ver el reino de Cristo, el sepulcro y la muerte,
cuando había tan pocas señales del reino, y orar pidiendo ser recordado en ese reino”. —
Lightofoot, Sermón. 1684.
“El ladrón arrepentido fue el primero en confesar el reino celestial de Cristo, el primer
mártir que dio testimonio de la santidad de sus sufrimientos y el primer apologista de su
inocencia”. —Quesnel sobre el evangelio.
“Probablemente, hay pocos santos en gloria que hayan honrado a Cristo tan gloriosamente
como este pecador moribundo”. —Doddridge.
“¿Es ésta la voz de un ladrón o de un discípulo? Dame permiso, oh Salvador de usar tus
propias palabras: ‘Mateo 8:10’. Te vio colgado muriendo a tu lado, no obstante, te llama
‘Señor’. Te vio muriendo y, no obstante, habla de tu reino. Se sintió morir él mismo y, no
obstante, habla de que lo recuerdes en el futuro. ¡Oh fe, más fuerte que la muerte, que
puede ver una corona más allá de la cruz; más allá de su expiración, una visión de vida y
gloria! ¿Cuál de tus once discípulos te dijo alguna vez palabras tan llenas de gracia
como estas en estos, tus últimos estertores?”. —Obispo Hall.

Los discípulos habían visto señ ales y milagros poderosos.


Habían visto la resurrecció n de un muerto mediante só lo tres
palabras, a los leprosos curados mediante un toque, a los ciegos
recibiendo su vista, a los mudos hablar y a los cojos caminar.
Habían visto có mo miles de personas fueron alimentadas con unos
cuantos panes y peces. Habían visto a su Maestro caminar sobre el
agua como si fuera tierra seca. Lo habían oído hablar como nunca
nadie antes había hablado y hacer promesas de cosas buenas por
venir. Algunos de ellos habían tenido un anticipo de su gloria en el
Monte de Transfiguració n. Sin duda que la fe de ellos era “don de
Dios”, pero ademá s de ese don, contaban con muchas ayudas para
298 SANTIDAD
fortalecerla.
El ladró n moribundo no había visto ninguna de las maravillas
mencionadas. Lo ú nico que él vio fue a nuestro Señ or en agonía,
débil, sufriendo y sobrellevando el dolor. Lo vio soportando un
castigo ignominioso, abandonado, vilipendiado, objeto de burlas,
aborrecido y blanco de blasfemias. Lo vio rechazado
por los má s grandes, sabios y nobles de su propio pueblo, su vigor
seco como un tiesto, su vida cercana al Seol (Sal. 22:15; 88:3). No
vio ningú n cetro, ninguna corona real, ningú n dominio externo,
ninguna gloria, ninguna majestad, ningú n poder, ninguna señ al de
omnipotencia. Y aun así, el ladró n agonizante creyó y gozó viendo
de antemano el reino de Cristo.
¿Quiere saber si tiene el Espíritu? Entonces preste atenció n a la
pregunta que le hago ahora. ¿Dónde está su fe en Cristo?
(b) Note, en segundo lugar, qué sentido correcto tenía del pecado. Le
dice a su compañ ero: Nosotros “recibimos lo que merecieron
nuestros hechos”. Reconoce su impiedad y la justicia de su castigo.
No hace ningú n intento por justificarse o hacer excusas por su
iniquidad. Habla como un hombre humillado y degradado al recordar
sus iniquidades del pasado. Esto es lo que sienten todos los hijos de
Dios.

Está n prontos para reconocer que son pobres pecadores que


merecen el infierno. Pueden decir de corazó n, al igual que con su
boca: “Hemos dejado de hacer las cosas que deberíamos haber
hecho, e hicimos las cosas que no deberíamos haber hecho, y no hay
salud en nosotros” (ver Mt. 23:23).
¿Quiere saber si tiene el Espíritu? Entonces preste atenció n a la
pregunta que ahora le hago: ¿Tiene conciencia de sus pecados?
(c) Veamos, en tercer lugar, el amor fraternal que demostró el
ladró n hacia su compañ ero. Procuró conseguir que dejara de
injuriar y blasfemar, y que reaccionara. “¿Ni aun temes tú a Dios”,
le dice, “estando en la misma condenació n?”. ¡No hay mejor señ al
¿Es usted nacido de nuevo? 299
de gracia que ésta! La gracia despoja al hombre de su egoísmo y lo
lleva a identificarse con el alma de los demá s. Cuando se convirtió la
mujer samaritana, dejó su jarro y corrió a la ciudad diciendo:
“Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho.
¿No será éste el Cristo?” (Jn. 4:28-29). Cuando se convirtió Saulo,
fue inmediatamente a la sinagoga en Damasco y testificó a sus
hermanos israelitas que Jesú s “era el Hijo de Dios” (Hch. 9:20).
¿Quiere saber si tiene el Espíritu? Entonces, ¿dónde está su
caridad y amor por las almas?
En suma, vemos en el ladró n arrepentido una obra consumada
del Espíritu Santo. Podemos encontrar en el malhechor arrepentido
cada parte del carácter del creyente. Con todo lo breve que fue su
vida después de su conversió n, usó el tiempo que le quedaba para
dejar abundantes evidencias de que era hijo de Dios. Su fe, su
oració n, su humildad y su amor fraternal son testimonio
indudable de la realidad de su arrepentimiento. No era un hombre
arrepentido de palabra ú nicamente, sino de hecho y en verdad.
Nadie piense, entonces, que porque el ladró n arrepentido fue salvo,
que una persona puede ser salva sin dejar ninguna evidencia de la
obra del Espíritu. Analice bien cada uno las evidencias que dejó
este hombre y tenga cuidado.

Evidencias al borde de la muerte


Es triste oír lo que la gente habla, a veces, de lo que llaman
evidencias en el lecho de muerte. Es muy penoso observar con qué
poco se satisfacen algunas personas y qué fá cilmente se pueden
convencer a sí mismos de que sus amigos se han ido al cielo.
Cuando su pariente ha muerto, comentan: “Dijo una oració n tan
hermosa un día, habló tan bien de que estaba arrepentido por sus
viejas costumbres y su intenció n de vivir de una manera distinta
en este mundo, o que le gustaba que alguien le leyera o que orara
por él”. Y como tienen esto para alegar, ¡parecen estar tranquilos
teniendo la esperanza de que su ser querido fue salvo!
300 SANTIDAD
Probablemente el nombre de Cristo nunca fue mencionado, tal vez
tampoco se mencionó en ningú n momento el camino de salvació n.
¡Pero esto no les importa, si habló de algo aparentemente
espiritual, con eso se contentan!
Ahora bien, no es mi deseo lastimar a nadie que lee este escrito,
pero tengo que hablar claramente sobre este tema.
Quiero decir, de una vez por todas que, por regla general, no hay
nada má s insatisfactorio que las evidencias en el lecho de muerte. Se
puede depender muy poco de los sentimientos que el hombre expresa
cuando está enfermo y asustado. Con frecuencia, demasiada
frecuencia, son el resultado del temor y no surgen de una convicció n
del corazó n. Con frecuencia, demasiada frecuencia, son cosas
dichas de memoria, habiéndolas escuchado de boca de pastores y
de amigos preocupados, no porque él mismo las sienta. Y no hay
prueba má s fuerte de esto que el hecho bien sabido de que muchas de
las personas que prometen reformarse cuando está n enfermas y,
por primera vez, hablan de algo espiritual, si se recuperan,
vuelven a su pecado y al mundo. Cuando alguien ha vivido una vida
irreflexiva e insensata, quiero algo má s que unas lindas palabras y
buenos augurios cuando está en su lecho de muerte como para
convencerme acerca de la condició n de su alma.

No me basta con que me deje leerle la Biblia y orar junto a su


cama o que diga que “no había pensado tanto como debiera acerca del
evangelio y que le parece que va a ser un hombre distinto si se
mejora”. Nada de esto me contenta, no me hace sentir tranquilo en
cuanto a su estado. Está bien en lo que cabe, pero no es una
conversió n. Está bien en un sentido, pero no es fe en Cristo. No
puedo ni me atrevo a sentirme satisfecho. Otros pueden sentirse
tranquilos, si quieren, y decir que esperan que su amigo fallecido
esté en el cielo. Por mi parte, preferiría quedarme callado.
Estaría satisfecho con la medida más pequeñ a de arrepentimiento y
fe del moribundo, aunque no fuera má s grande que un grano de
mostaza. Pero contentarme con cualquier cosa menor que
¿Es usted nacido de nuevo? 301
arrepentimiento y fe, me parece casi una infidelidad.
¿Qué clase de evidencias piensa dejar usted acerca del estado de su
alma? Siga el ejemplo del ladró n arrepentido y le irá bien.
Cuando lo pongan en su ataú d ¿será que tendrá n que buscar
palabras sin sentido y sobras de espiritualidad a fin de alegar que fue
un verdadero creyente? No tengan que comentar vacilantes: “Espero
que esté feliz. Un día habló tan lindo y, en otra ocasió n, parecía tan
complacido con aquel capítulo de la Biblia y decía que le gustaba
tal o cual persona que es buena gente”. Ojalá podamos hablar con
seguridad acerca de la condició n de usted. Ojalá tengamos alguna
prueba segura de su arrepentimiento, su fe y su santidad, de
modo que nadie, en ningú n momento, pueda cuestionar su
condició n. Tenga por seguro que sin esto, los que deja atrá s no
podrá n tener un consuelo fehaciente acerca de su alma. Podemos
valernos de una forma de religió n en su funeral y expresar esperanzas
benévolas. Podemos encontrarnos con usted a la entrada del
cementerio y decir: “Bienaventurados de aquí en adelante los
muertos que mueren en el Señ or” (Ap. 14:13). ¡Pero esto no alterará
su condició n! Si muere sin convertirse a Dios, sin arrepentimiento
y sin fe,

su funeral no será má s que las exequias de un alma perdida y


mejor sería que nunca hubiera nacido.
IV. El creyente en Cristo está con el Señor cuando muere
Ademá s, la intenció n de estos versículos es que aprendamos que el
creyente en Cristo está con el Señor cuando muere.
Podemos llegar a esta conclusió n por las palabras del Señ or al
ladró n arrepentido: “Hoy estará s conmigo en el paraíso”. Y tenemos
una expresió n muy similar en la Epístola a los Filipenses, donde
Pablo dice que su anhelo es “partir y estar con Cristo” (Fil. 1:23).
Diré poco sobre este tema. Se lo presento sencillamente para
sus propios momentos de meditació n en privado. Para mí, está
302 SANTIDAD
lleno de consuelo y paz. Después de la muerte, el creyente está
“con Cristo”. Eso contesta muchas preguntas difíciles que, de otra
manera, intriga la mente curiosa e intranquila del hombre. La
morada de los santos fallecidos, sus alegrías, sus sentimientos y su
felicidad reciben respuestas en una sencilla expresió n: Está n “con
Cristo”.
No puedo entrar a explicar completamente el estado separado de
los creyentes que han partido. Es un tema elevado y profundo,
tanto que la mente del hombre no puede ni abarcarlo ni
imaginarlo. Sé que su felicidad se queda corta comparada con lo
que será cuando sus cuerpos se levanten de nuevo, en la
resurrecció n en el ú ltimo día, y Jesú s regrese a la tierra. Pero sé
también que disfruta de un descanso bendito, un descanso de sus
labores, un descanso de sus aflicciones, un descanso del dolor y un
descanso del pecado. No puedo explicar estas cosas, pero estoy
convencido de que será n mucho má s felices de lo que jamá s lo
fueron en la tierra. Veo su felicidad en este mismo pasaje: “Están
con Cristo” y cuando veo esto, he visto todo lo que necesito ver. Si las
ovejas está n con su Pastor, si los miembros está n con la Cabeza y
si los hijos de la familia de Cristo está n con él,

quien los amó y los sostuvo todo el trayecto de su peregrinaje en


esta tierra, todo tiene que estar bien, todo tiene que estar perfecto.
No puedo describir qué clase de lugar es el paraíso porque no
puedo entender la condició n de un alma separada del cuerpo, pero
no pido una visió n má s resplandeciente del paraíso que ésta: Que
allí está Cristo4. Todo lo demá s que podamos imaginarnos de lo que
será ese estado entre la muerte y la resurrecció n no son nada en
comparació n con esto. Có mo está él allí y de qué manera lo está ,
no lo sé. Só lo ver a Cristo en el paraíso cuando mis ojos se cierren
en la hora de la muerte, me basta. Bien dice el salmista: “En tu
presencia hay plenitud de gozo” (Sal. 16:11). Fue cierto lo que dijo
una niñ a a punto de morir cuando su madre trató de consolarla
¿Es usted nacido de nuevo? 303
describiéndole có mo sería el paraíso. “Allí”, le decía, “no habrá dolor ni
enfermedades, allí verá s a tus hermanitos y hermanitas que han ido
antes que tú y siempre será s feliz”. “¡Ah, madre!” fue la respuesta de
la niñ a, “pero hay algo mejor que todo y es que allí estará Cristo”.
Puede ser que usted no piense mucho acerca de su alma. Puede ser
que usted sepa poco de Cristo como su Salvador y que nunca ha
probado, por experiencia, que es precioso. Y a pesar de ello, quizá
tiene la esperanza de ir al cielo cuando muera. É ste es seguramente
un pasaje que debiera hacerle pensar. El paraíso es un lugar donde
está Cristo. ¿Sería entonces un lugar del que disfrutaría usted?
Puede ser que sea creyente y, no obstante, tiembla ante el
pensamiento del sepulcro. Parece frío y ló brego. Siente que todo lo
que tiene por delante es oscuro y sombrío. No tema, ¡anímese con
este pasaje! Va camino al paraíso y allí estará Cristo.
4
“No entremos en argumentos curiosos y sutiles acerca del lugar del paraíso. Estemos
satisfechos con saber que los que están injertados en el cuerpo de Cristo por fe, son
partícipes de la vida, y que allí disfrutarán después de la muerte un descanso bendito y
gozoso hasta cuando la gloria perfecta de la vida celestial se manifieste plenamente en la
venida de Cristo”. —Commentary on the Gospels (Comentario de los Evangelios) por
Calvino.

V. La parte eterna del alma de cada ser humano está cerca de


él
Lo ú ltimo que se supone que debemos aprender de estos
versículos es lo siguiente: La parte eterna del alma de cada ser
humano está cerca de Cristo.
“Hoy”, le dice nuestro Señ or al ladró n arrepentido, “hoy estarás
conmigo en el paraíso”. No menciona ningú n periodo distante. No
habla de entrar a un estado de felicidad como algo “lejano”. Habla
de hoy, “este día mismo que está s colgado en la cruz”.
¡Qué cercano parece eso! ¡Qué extremadamente cerca nos traen
esas palabras a nuestra morada eterna! Felicidad o sufrimiento,
304 SANTIDAD
dolor o gozo, la presencia de Cristo o la compañ ía de los demonios,
está n todos cerca de nosotros. “Hay un paso”, dice David, “entre mí
y la muerte” (1 S. 20:3). Podemos decir que hay só lo un paso entre
nosotros y el paraíso o el infierno.
Ninguno de nosotros entiende esto lo bien que debiera. Ha
llegado el momento de quitarnos las ideas sobre este tema que
son producto de nuestra imaginació n. Tenemos la tendencia de
hablar y pensar, aun refiriéndonos a creyentes, como si la muerte
fuera un largo viaje y como si el santo que ha muerto se ha
embarcado en una larga travesía. ¡Esto es un error, un puro error!
Su puerto seguro y su patria celestial está n cerca y ya han entrado
en él.
Algunos sabemos, por amarga experiencia, qué largo se nos
hace el tiempo entre la muerte de un ser querido y la hora cuando lo
sepultamos fuera de nuestra vista. Esas horas son las má s lentas,
tristes y pesadas de nuestras vidas. Pero, bendito sea Dios, las
almas de los santos que han partido está n libres desde el instante
mismo cuando dieron su ú ltimo aliento. Mientras nosotros lloramos,
se está preparando el ataú d, se tiene el velorio y se llevan a cabo los
ú ltimos arreglos, el espíritu de nuestro ser querido está
disfrutando de la presencia de Cristo.

Se encuentra libre para siempre de la carga de la carne. Está donde


“los impíos dejan de perturbar, y allí descansan los de agotadas
fuerzas” (Job 3:17).
En el preciso momento en que el creyente muere, está en el paraíso.
Su batalla ha acabado, sus luchas han terminado. Ha pasado por el
valle sombrío que un día tendremos que pasar nosotros, ha cruzado el
río tenebroso que un día tendremos que cruzar nosotros. Ha bebido
la ú ltima copa amarga que el pecado le preparó , ha llegado al lugar
donde ya no hay aflicciones y lamentos. ¡No debemos desear que
regrese de donde está! No debemos llorar por él, sino por nosotros
mismos.
¿Es usted nacido de nuevo? 305
Nosotros todavía estamos batallando, en cambio él está en paz.
Nosotros estamos trabajando, en cambio él está descansando.
Nosotros estamos velando, en cambio él está descansando.
Nosotros estamos vistiendo nuestra armadura espiritual, en
cambio él se la ha quitado para siempre. Nosotros todavía estamos
de viaje, en cambio él está en puerto seguro. Nosotros tenemos
lá grimas, en cambio él tiene gozo. Nosotros somos extranjeros y
peregrinos, en cambio él está en su hogar permanente. ¡No hay
duda de que los muertos en Cristo está n mejor que los vivos! ¡No
hay duda de que desde el preciso instante en que el santo muere, está
inmediatamente en una posició n mucho má s elevada y má s feliz
que el má s feliz sobre la faz de tierra!5
Me temo que abundan fantasías sobre esta realidad. Me temo que
muchos que no son cató licos romanos y profesan no creer en el
purgatorio, no obstante, tienen ideas extrañ as sobre las
consecuencias inmediatas de la muerte.
Me temo también que muchas personas tienen una especie de
noció n indefinida de un intervalo o espacio de tiempo entre la muerte
y su estado eterno. Se imaginan que estará n pasando por algú n
proceso purificador y que, aunque mueren ineptos para el cielo, ¡al
final será n encontrados idó neos para él!

Pero esto es totalmente equivocado. No sucede ningú n cambio


después de la muerte, no hay ninguna conversió n en la tumba, no
hay un nuevo corazó n después del ú ltimo suspiro. El mismo día en
que partimos, lo hacemos para siempre, el día que partimos de este
mundo, comenzamos una condició n eterna. Desde ese día no hay
ninguna alteració n del alma, ningú n cambio espiritual. Así como
morimos, así recibiremos nuestra parte después de la muerte; “en el
lugar que el á rbol cayere, allí quedará ” (Ec. 11:3).
Si usted no es cristiano, esto debiera hacerlo pensar. ¿Sabe que está
cerca del infierno? Puede morir este mismo día y, si no muere en
Cristo, abrirá inmediatamente sus ojos en el infierno y en medio
306 SANTIDAD
de tormentos.
Si es usted un cristiano auténtico, está mucho má s cerca del
cielo de lo que cree. Si el Señ or se lo llevara este mismo día, se
encontraría en el paraíso. La tierra prometida está muy cerca de
usted. Si cerrara sus ojos en medio de debilidad y dolor, se abrirían
inmediatamente en medio de un descanso glorioso imposible de
describir.
Conclusión
Diré ahora unas pocas palabras a manera de conclusió n.
(a) Este escrito puede caer en las manos de un pecador humilde y
contrito.
¿Es usted uno de ellos? Entonces aquí le tengo palabras de aliento.
Tome nota de lo que hizo el ladró n arrepentido y haga usted lo
mismo.
5
“Te damos gracias porque te ha placido librar a éste, tu hermano, de los sufrimientos de este
mundo pecador”. —Burial Service (Servicio fúnebre) de la Iglesia Anglicana.
“Tengo buenas nuevas para dar. Un ser querido tuyo ha terminado su batalla, ha recibido
respuesta a sus oraciones y sobre un gozo eterno descansa su sien. Mi esposa querida, el
origen de mis mejores momentos terrenales durante veinte años, partió el martes”. —
Carta de Venn a Stillingfleet, anunciando el fallecimiento de su esposa.

Tome nota de có mo oró , có mo llamó a Jesucristo; tome nota de la


respuesta de paz que obtuvo. Hermano o hermana, ¿por qué no
hace usted lo mismo? ¿Por qué no habría de ser salvo usted
también?
(b) Este escrito puede caer en manos de un soberbio y presumido
mundano.
¿Es usted uno de ellos? Entonces preste atenció n a mi advertencia.
Tome nota de que el ladró n impenitente murió tal como había
vivido y tenga cuidado de no llegar a un final igual. Oh, hermana o
hermano errado, ¡no esté tan confiado, no sea que muera en sus
pecados! Busque al Señor mientras puede ser hallado. Vuélvase al
Señ or, ¿por qué habría de morir sin él?
(c) Este escrito puede caer en manos de un creyente que profesa a
¿Es usted nacido de nuevo? 307
Cristo. ¿Es usted uno de ellos? Entonces tome la fe del ladró n
arrepentido como criterio para medir su propia fe. Asegú rese de
saber lo que es el verdadero arrepentimiento y la fe salvadora, la
humildad auténtica y el amor ferviente. Hermano o hermana, no se
satisfaga con la norma del mundo acerca del cristianismo. Piense
como el ladró n arrepentido, eso es ser sabio.
(d) Este escrito puede caer en manos de alguien que está llorando
por creyentes que han partido. ¿Es usted uno de ellos? Entonces
reciba consuelo de este pasaje. Note có mo sus seres queridos están
en las mejores manos. No pueden estar mejor. Nunca estuvieron tan
bien en su vida como lo está n ahora. Está n con Jesú s, a quien sus
almas amaban sobre la tierra. ¡Oh, ya basta de sus lamentos
egoístas! Regocíjese porque está n libres de aflicciones y han
entrado en su descanso.
(e) Y este escrito puede caer en las manos de algú n siervo de
Cristo entrado en años. ¿Es usted uno de ellos? Entonces vea por
medio de estos versículos cuá n cerca está de su patria celestial. Su
salvació n está má s pró xima que cuando recién creyó . Unos pocos días
má s de trabajo y aflicció n, y el Rey de reyes mandará a buscarlo y, en
un instante, su batalla habrá terminado y estará en completa paz.

12. El Señor de las olas


“Se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la
barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa,
durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron:
Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y
levan- tándose, reprendió al viento, y dijo al
mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo
grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis
así amedrentados? ¿Cómo no
tenéis fe?”. Marcos 4:37-40

Qué bueno sería que los cristianos profesantes de la época


308 SANTIDAD
moderna estudiaran los cuatro Evangelios má s de lo que lo hacen.
Sin duda que toda la Biblia es provechosa. No es sabio exaltar una
parte de ella a expensas de las demá s. Pero opino que sería bueno que
algunos que está n muy familiarizados con las epístolas supieran má s
acerca de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
¿Por qué digo esto? Quiero que los cristianos profesantes sepan
más acerca de Jesú s. Es bueno conocer todas las doctrinas y los
principios del cristianismo. Pero es mucho mejor todavía conocer a
Cristo mismo. Es bueno estar familiarizado con la fe, la gracia, la
justificació n y la santificació n. Estos son asuntos “relacionados con
el Rey”. Pero es mucho mejor estar familiarizado con Jesú s mismo,
ver al Rey cara a cara y contemplar su hermosura. É ste es el
secreto de una santidad innegable. El que anhela conformarse a la
imagen de Cristo y parecerse má s a Cristo, tiene que estudiar
constantemente a Cristo mismo.
Los Evangelios fueron escritos precisamente para que
conociéramos a Cristo. El Espíritu Santo nos ha contado cuatro
veces la historia de su vida y su muerte, lo que dijo y lo que hizo.
Cuatro manos diferentes e inspiradas nos han dibujado al
Salvador.

Sus métodos, sus costumbres, sus sentimientos, su sabiduría, su


gracia, su paciencia, su amor y su poder son narrados por gracia, a
través de la pluma de cuatro testigos diferentes. ¿Acaso no deben
las ovejas estar familiarizadas con el Pastor? ¿No debe el paciente
estar familiarizado con el Médico? ¿No debe la novia estar
familiarizada con el Novio? ¿No debe el pecador estar familiarizado
con el Salvador? No cabe duda que sí. Los Evangelios fueron
escritos para familiarizar a todos con Cristo y es por eso que quisiera
que todos estudiaran los Evangelios.
¿Sobre quién debemos edificar nuestras almas si queremos ser
aceptados por Dios? Tenemos que ser edificados sobre la Roca,
Cristo. ¿De quién hemos de obtener la gracia del Espíritu si vamos
¿Es usted nacido de nuevo? 309
a dar fruto? Tenemos que nutrirnos de Cristo, la Vid. ¿A quién
hemos de recurrir para ser consolados cuando nos fallan o perdemos
a nuestros amigos terrenales? Tenemos que recurrir a Cristo, nuestro
Hermano mayor. ¿A quién debemos elevar nuestras oraciones para ser
oídos en lo Alto? Tienen que ser elevadas a Cristo, nuestro
Abogado. ¿Con quién esperamos pasar los mil añ os de gloria y
luego la eternidad? Con Cristo, el Rey de reyes. ¡No cabe la menor
duda que nunca nos sería posible conocer a este Cristo demasiado
bien! No cabe duda que no hay una palabra, ni una obra, ni un día,
ni un paso, ni un pensamiento en el registro de su vida, que no nos
debe ser preciado. Tenemos que esforzarnos por familiarizarnos
con cada línea escrita acerca de Jesú s.
Acérquese y estudiemos una pá gina en la historia de nuestro
Maestro. Reflexionemos en lo que podemos aprender de los
versículos de las Escrituras que encabezan este capítulo. Vemos allí
a Jesú s cruzando el mar de Galilea en una embarcació n con sus
discípulos. Vemos que mientras él duerme, de pronto se levanta
una tormenta. Las olas embisten la barca y la llenan. La muerte
parece inminente. Los asustados discípulos despiertan a su
Maestro y claman a él. É l se levanta, reprende al viento y a las olas
e, inmediatamente, reina la calma.

Luego procede a reprobar el temor de sus compañ eros por falta de


fe y, después, todo ha pasado. É sta es la escena. Está repleta de
profunda instrucció n. Pues bien, examinemos ahora lo que tiene la
intenció n de que aprendamos.
I. Seguir a Cristo no previene las aflicciones terrenales
Aprendamos, en primer lugar, que seguir a Cristo no previene
nuestras aflicciones y angustias terrenales.
Aquí está n los discípulos escogidos por el Señ or Jesú s
sintiéndose muy angustiados. El Pastor dejó que se angustiara la
manada pequeñ a que creyó en él cuando los sacerdotes, escribas y
310 SANTIDAD
fariseos no lo hicieron. El miedo a la muerte irrumpe sobre ellos
como un hombre armado. Parece muy posible que las aguas
profundas aneguen sus almas. Pedro, Santiago y Juan, columnas de
la Iglesia a punto de ser levantadas en el mundo, está n muy
afligidos.
Quizá ellos no contaban con encontrarse en esta situació n. Tal
vez habían pensado que servir a Cristo los iba a proteger de las
pruebas terrenales. Probablemente habían supuesto que Aquel
que podía resucitar a los muertos, sanar a los enfermos, dar de
comer a una multitud con unos pocos panecillos y ahuyentar a los
demonios con una palabra, no dejaría que sus siervos sufrieran en la
tierra. Puede ser que supusieron que siempre les concedería un
peregrinaje tranquilo, buen clima, una trayectoria fá cil y libertad
de las pruebas y preocupaciones.
Si eso pensaban los discípulos, se equivocaban por mucho. El
Señ or Jesú s les enseñ ó que alguien puede ser uno de sus siervos
escogidos y, no obstante, pasar por muchas ansiedades y soportar
muchos dolores.
Es provechoso comprender esto con claridad. Es provechoso
comprender que servir a Cristo nunca eximió a nadie de los males que
la carne hereda, ni tampoco eximirá de ellos a nadie.

Si usted es creyente tiene que saber que mientras esté en el


cuerpo tendrá su porció n de enfermedades y dolores, de
sufrimientos y lá grimas, de pérdidas y cruces, de muertes y pesares,
de despedidas y separaciones y de disgustos y desencantos. Cristo
nunca se comprometió a que usted llegue al cielo sin esto. Se encarga
de que todo aquel que venga a él tendrá todas las cosas
relacionadas con la vida y la santidad, pero nunca se
responsabilizó de darle prosperidad, ni riqueza, ni buena salud ni
de eximir a su familia de la muerte y la aflicció n.
Tengo el privilegio de ser uno de los embajadores de Cristo. En
su nombre puedo ofrecer vida eterna a cualquier hombre, mujer o
¿Es usted nacido de nuevo? 311
niñ o que esté dispuesto a aceptarla. En su nombre ofrezco perdó n,
paz, gracia y gloria a cualquier hijo o hija de Adá n que lee estas
líneas. Pero no me atrevería a ofrecer a nadie prosperidad en este
mundo como parte del paquete del evangelio. No me atrevería a
prometer mayores ingresos ni libertad del dolor. No me atrevería a
ofrecerle al que toma su cruz y sigue a Cristo que, por seguirle,
nunca tendrá que pasar por una tormenta.
Sé que a muchos no les gustan estas condiciones. Preferirían
tener a Cristo y buena salud, a Cristo y mucho dinero, a Cristo y
ningú n fallecimiento en su familia, a Cristo y ningú n problema
agotador, a Cristo y una mañ ana perpetua sin nubarrones. Pero no
les gusta tener a Cristo y la cruz, a Cristo y las tribulaciones, a
Cristo y los conflictos, a Cristo y los vientos huracanados, a Cristo
y las tempestades.
¿Es éste el pensamiento secreto de alguno que lee este escrito?
Créame que si lo es, está muy equivocado. Preste atenció n y
procuraré mostrarle que tiene mucho que aprender.
¿Có mo podríamos saber quiénes son verdaderos cristianos, si
seguir a Cristo fuera no tener ningú n problema? ¿Có mo
discerniríamos entre el trigo y la cizañ a, si no fuera por el
discernimiento que dan las pruebas?

¿Có mo sabríamos si los hombres sirven a Cristo por su bondad o


por motivos egoístas, si servirle diera automáticamente salud y
riquezas? Los vientos del invierno nos muestran cuá les á rboles son
siempre verdes y cuá les no. Las tempestades de aflicciones y
preocupaciones son provechosas de esa misma manera. Muestran al
hombre cuya fe es real y a aquel que só lo es de nombre.
¿Có mo podría marchar adelante la gran obra de santificació n, si el
hombre no tuviera pruebas? Las penas son, a menudo, el ú nico
fuego que puede quemar la escoria que se aferra a nuestros
corazones. Las pruebas son la herramienta podadora que el gran
Agricultor emplea a fin de que seamos fértiles en buenas obras.
312 SANTIDAD
Los plantíos del campo del Señ or, rara vez, maduran ú nicamente
con sol; tienen que pasar por días de viento, lluvia y tormentas.
Si usted anhela servir a Cristo y ser salvo, le ruego que lo acepte
en sus propios términos. Decídase a cargar su porció n de cruces y
aflicciones, y entonces, no lo tomará n de sorpresa. Por no
comprender esto, muchos al parecer andan bien por un tiempo y
luego se apartan disgustados y son echados fuera.
Si usted profesa ser hijo de Dios, deje que el Señ or Jesú s lo
santifique a su manera. Quédese tranquilo sabiendo que él nunca
comete errores. Tenga por seguro que él hace bien todas las cosas.
Puede que los ventarrones bramen a su alrededor y las aguas
parezcan anegarle. Pero no tema, él lo guiará a usted como lo hizo
con su pueblo: “Los dirigió por camino derecho, para que viniesen
a ciudad habitable” (Sal. 107:7).
II. El Señor Jesús es realmente un ser humano
Aprendamos, en segundo lugar, que el Señor Jesús es real y
verdaderamente un hombre, un ser humano.
Esta breve anécdota contiene palabras que, como en muchos otros
pasajes de este Evangelio, presentan esta verdad de una manera
impresionante.

Nos dice que cuando el viento comenzaba a echar las olas en la


barca, Jesú s estaba en la popa “durmiendo sobre un cabezal”.
Estaba cansado, y cuando leemos el cuarto capítulo de Marcos,
entendemos el porqué de su fatiga. ¡De seguro que si el sueñ o de un
obrero es dulce, mucho má s dulce debe haber sido el sueñ o de
nuestro bendito Señ or!
Fijemos en nuestra mente la gran verdad de que Jesucristo era
realmente hombre. Era igual al Padre en todas las cosas y Dios
eterno. Pero también era de carne y hueso, y fue hecho como
nosotros en todas las cosas, con la excepció n de que no pecó .
Como nosotros, nació de mujer. Como nosotros, creció y aumentó
¿Es usted nacido de nuevo? 313
en estatura. Como nosotros, a menudo tenía hambre y sed, y se
sentía débil y cansado. Como nosotros, comía y bebía, descansaba y
dormía. Como nosotros, se ponía triste, lloraba y expresaba todos los
demá s sentimientos. Todo esto se antoja increíble, pero así es. ¡Aquel
que hizo los cielos, andaba como un pobre y cansado ser humano! El
que gobernaba sobre principados y potestades en lugares
celestiales tomó sobre sí un cuerpo frá gil como el nuestro. Aquel que
podía haber morado eternamente en la gloria que compartía con el
Padre, bajó a la tierra y vivió como hombre entre hombres
pecadores. No hay duda de que este hecho en sí es un maravilloso
milagro de condescendencia, gracia, compasió n y amor.
Encuentro gran consuelo al pensar que Jesú s es perfectamente
humano tal como es perfectamente Dios. Aquel en quien las
Escrituras me aconsejan confiar, no es simplemente un Sumo
Sacerdote, sino un Sumo Sacerdote revestido de emociones. No
só lo es un Salvador poderoso, también es un Salvador
comprensivo. No só lo es el ú nico Hijo de Dios, poderoso para
salvar, sino el Hijo del hombre, capaz de sentir.
¿Quién no sabe que la comprensió n es uno de los sentimientos
má s dulces para nosotros en este mundo pecaminoso? Encontrar a
una persona que se identifica con nuestros problemas y nos

acompañ a en nuestras ansiedades, alguien que puede llorar


cuando lloramos y regocijarse cuando nos regocijamos es una de las
experiencias más radiantes en nuestro tenebroso peregrinaje aquí en
la tierra.
La comprensió n es mejor que el dinero, pero mucho má s escasa.
Muchos pueden dar, pero no saben lo que es sentir. La comprensió n
tiene el gran poder de atraernos y abrir nuestros corazones. Un
consejo frío, a menudo nos hace callar, amilanarnos y retraernos en
los días de angustia. Pero una comprensió n auténtica en un día así,
apela a nuestros mejores sentimientos, si es que los tenemos, y
nos influencian de una manera como ninguna otra cosa puede
314 SANTIDAD
hacerlo. Deme al amigo que, aunque pobre de oro y plata, siempre
tiene un corazó n comprensivo.
Nuestro Dios sabe muy bien todo esto. Conoce los secretos má s
íntimos del corazó n del hombre. É l conoce las formas en que ese
corazó n se aborda con mayor facilidad y las emociones que
conmueven ese corazó n má s fá cilmente. Determinó sabiamente que
el Salvador de los Evangelios sintiera emociones, al igual que poder.
Nos ha dado a Aquel que, no só lo tiene una mano fuerte para
arrancarnos como brasas del fuego, sino también un corazó n
comprensivo en el cual los trabajados y cargados pueden encontrar
descanso.
Veo una enorme prueba de amor y sabiduría en la unió n de las dos
naturalezas en la persona de Cristo. Fue el amor maravilloso de
nuestro Salvador lo que lo hizo condescender y pasar por la
debilidad y la humillació n por nuestro bien; por nosotros que somos
tan rebeldes e inicuos. Fue su sabiduría maravillosa la que le hizo
adaptarse para ser el mejor Amigo entre amigos. No só lo era capaz de
salvar al hombre, sino que podía encontrarse con él en su propia
condició n. Presénteme a alguien que pueda realizar todas las cosas
necesarias para redimir mi alma. Jesú s puede hacerlo porque es el
Hijo eterno de Dios.

Quiero contar con alguien que pueda comprender mis


debilidades y que trate con ternura a mi alma mientras estoy
atado a un cuerpo de muerte. Jesú s también puede hacer esto
porque es el Hijo del hombre y fue de carne y hueso como
nosotros. Si mi Salvador hubiera sido ú nicamente Dios, es posible
que hubiera confiado en él, pero nunca me hubiera acercado a él
sin temor. Si mi Salvador hubiera sido Hombre ú nicamente, lo
hubiera amado, pero nunca hubiera estado seguro de que podía
perdonar mis pecados. Pero, bendito sea Dios, mi Salvador es Dios, al
igual que Hombre, y Hombre, al igual que Dios. Es Dios con poder
para liberarme; también es Hombre y, por lo tanto, capaz de sentir
¿Es usted nacido de nuevo? 315
lo que yo siento. La omnipotencia y la comprensió n má s profunda se
unen en una persona gloriosa: Jesucristo, mi Señ or. Es indudable
que el creyente en Cristo tiene una fuerte consolació n. Puede
confiar seguro y no tener miedo.
Si algú n lector sabe lo que es ir al trono de gracia en busca de
misericordia y perdó n, nunca olvide que el Mediador por quien llega
a Dios es el Hombre Cristo Jesú s.
Los asuntos que conciernen a su alma está n en las manos del
Sumo Sacerdote quien puede conmoverse ante sus debilidades.
Usted no tiene que tratar con un ser tan sublime y glorioso cuya
naturaleza hace imposible que su mente lo pueda comprender. Tiene
que vérsela con Jesú s, quien tenía un cuerpo como el suyo, y fue un
Hombre sobre la tierra como lo es usted. É l conoce muy bien el
mundo en el que usted está luchando porque vivió en él durante
treinta y tres añ os. Conoce muy bien la “contradicció n de pecadores”
que con tanta frecuencia lo desanima, él mismo tuvo que soportarlo
(He. 12:3). Conoce bien los engañ os y las artimañ as de su enemigo
espiritual, el diablo, porque luchó con él en el desierto. Es
indudable que con semejante abogado usted puede armarse de
valor.

Si sabe lo que es apelar al Señ or Jesú s para que le dé consuelo


espiritual en las pruebas terrenales, recuerde bien los días cuando él
estuvo en la carne, o sea, su naturaleza humana.
Usted está apelando al que conoce sus sentimientos por
experiencia y ha bebido profundamente de la copa amarga,
porque fue “varó n de dolores, experimentado en quebranto” (Is.
53:3). Jesú s conoce el corazó n del hombre, sus dolores físicos y sus
dificultades porque él mismo fue hombre de carne y hueso sobre la
tierra. Se sentó cansado junto al pozo en Sicar. Lloró sobre el
sepulcro de su amigo Lá zaro en Betania. Sudó gotas de sangre en
Getsemaní. Gimió de angustia en el Calvario.
316 SANTIDAD
Conoce la naturaleza humana
No desconoce nuestras emociones. Conoce por experiencia todo
lo que se relaciona con la naturaleza humana, exceptuando
solamente el pecado.
(a) ¿Es usted pobre y necesitado? Jesú s también lo era. Las zorras
tienen sus cuevas y las aves sus nidos, pero el Hijo del hombre no
tuvo un lugar dó nde reclinar su cabeza. Procedía de una ciudad
despreciable. Los hombres decían: “¿De Nazaret puede salir algo
de bueno?” (Jn. 1:46). Era visto como el hijo de un carpintero.
Predicaba desde una barca prestada, hizo su entrada a Jerusalén
montado en una asna prestada y fue sepultado en una tumba
prestada.
(b) ¿Está usted solo en el mundo y es abandonado por aquellos que
se supone debieran amarlo? A Jesú s le pasaba lo mismo. “A lo suyo
vino, y los suyos no le recibieron” (Jn. 1:11). Vino con el fin de ser un
Mesías para las ovejas perdidas de la casa de Israel, pero lo
rechazaron. Los príncipes de este mundo no lo aceptaban. Los pocos
que lo seguían eran publicanos y pescadores. Y aun estos ú ltimos,
lo abandonaron al final y fueron esparcidos cada uno a su propio
lugar.

(c) ¿Es usted incomprendido, sus palabras son tergiversadas, lo


calumnian y persiguen? A Jesú s le pasaba lo mismo. Lo llamaron
glotó n y bebedor de vino, amigo de publicanos, samaritano, loco y
hasta se atrevieron a llamarlo demonio. Lo calumniaban. Le hacían
acusaciones falsas. Le dictaron una sentencia injusta y; aunque era
inocente, fue condenado como malhechor y como tal murió en la
cruz.
(d) ¿Lo tienta a usted Sataná s y pone horribles sugerencias en su
mente? Jesú s fue tentado de la misma manera. Sataná s lo incitó
a que desconfiara de la providencia paternal de Dios. “Di que
estas piedras se conviertan en pan”. Le propuso que tentara a Dios
¿Es usted nacido de nuevo? 317
exponiéndose a un peligro innecesario. “É chate abajo” desde el
piná culo del templo. Le sugirió que podía hacer suyos los reinos
del mundo por el pequeñ o acto de someterse a él. “Todo esto te daré,
si postrado me adorares” (Mt. 4:1-10).
(e) ¿Siente alguna vez gran agonía y algú n conflicto en su mente?
¿Se siente en tinieblas como si Dios lo hubiera abandonado? Jesú s
se sintió de la misma manera. ¿Quién puede describir la medida real
de sus sufrimientos mentales en Getsemaní? ¿Quién puede medir la
profundidad del dolor de su alma cuando exclamó : “Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46)?
Es imposible concebir un Salvador más adecuado a las necesidades
del corazó n del hombre que nuestro Señ or Jesucristo; adecuado, no
só lo por su poder, sino también por su compasió n; adecuado, no
só lo por su divinidad, sino también por su humanidad. Esfuércese,
le ruego que grabe bien en su mente que Cristo, el refugio de las
almas, es Hombre y Dios. Hó nrelo como Rey de reyes y Señ or de
señ ores; pero mientras lo hace, no olvide nunca que tuvo un
cuerpo y fue un Hombre. Aférrese a esta verdad y nunca la suelte.
El unitario descontento se equivoca por mucho cuando dice que
Cristo era Hombre ú nicamente y no Dios.

Pero no permita que ese error le haga olvidar que mientras Cristo
era plenamente Dios, era también completamente Hombre.
No haga caso al argumento infundado del cató lico romano que
afirma que la virgen María y los santos son má s comprensivos que
Cristo. Contéstele que ese argumento surge de ignorar las
Escrituras y la verdadera naturaleza de Cristo. Contéstele que no
ha aprendido lo suficiente de Cristo como para considerarlo má s
que un Juez austero y un Ser al cual temer. Contéstele que los
cuatro Evangelios le han enseñ ado a considerarlo como el Amigo
má s cariñ oso y comprensivo, al igual que el Salvador más poderoso y
fuerte. Contéstele que usted no quiere ningú n consuelo de los
318 SANTIDAD
santos ni de los á ngeles, ni de la virgen María ni de Gabriel, porque
usted puede reposar su alma cansada en el Hombre Cristo Jesús.
III. Aun el cristiano auténtico puede mostrar mucha debilidad
Aprendamos, en tercer lugar, que aun el cristiano auténtico puede
mostrar mucha debilidad.
Aquí se consigna una prueba impresionante de esto en la
conducta de sus discípulos que despertaron a Jesú s, apurados. Le
dijeron, llenos de temor y ansiedad: “¡Señ or, sá lvanos, que
perecemos!”.
Hubo impaciencia. Podían haber esperado hasta que su Señ or
considerara oportuno responder. Hubo incredulidad. Hablaron
como si dudaran de que su Señ or se interesara o le importara su
seguridad y bienestar. “¿No tienes cuidado que perecemos?” (Mr.
4:38).
¡Pobres hombres sin fe! ¿Qué motivo tenían para temer? Habían
visto prueba tras prueba que todo andaría bien mientras el Esposo
estuviera con ellos. Habían sido testigos de numerosos ejemplos de
su amor y bondad hacia ellos, tantos como para convencerse de
que él nunca dejaría que les aconteciera algo realmente malo. Pero
lo olvidaron todo ante un peligro inminente.

El sentido de una desgracia inmediata, a menudo, causa que el


hombre pierda la memoria. Muchas veces, el temor le impide al
hombre razonar basándose en experiencias del pasado. Oyeron el
viento. Vieron las olas. Sintieron el agua fría que los golpeaba. Se
imaginaban que estaban muy cerca de la muerte. No aguantaban
má s el suspenso. “¿No tienes cuidado”, dijeron ellos, “que
perecemos?”.
Pero, en definitiva, comprendamos que ésta no es má s que una
escena de lo que pasa constantemente entre creyentes de todas las
épocas. Sospecho que hay demasiados discípulos este mismo día,
que actú an igual que los que estamos describiendo.
¿Es usted nacido de nuevo? 319
Muchos de los hijos de Dios se las arreglan muy bien mientras
no tienen problemas. Siguen a Cristo bastante bien mientras
brilla el sol. Creen estar confiando plenamente en Cristo. Se
engañ an pensando que han echado sobre él todas sus cargas. Tienen
la reputació n de ser muy buenos cristianos.
Pero de pronto, les sobreviene una prueba inesperada. Pierden sus
bienes. Les diagnostican una enfermedad. La muerte hace su
entrada en su hogar. Surgen tribulaciones o persecuciones debido
a la Palabra. Y ahora, ¿dó nde está su fe?
¿Dó nde está la confianza segura que creían tener? ¿Dó nde está su
paz, su esperanza y su resignació n? Ay, las buscan y no las
encuentran. Ay, son pesados en balanza y son hallados faltos (Dn.
5:27). El temor, la duda, la desesperació n y la ansiedad irrumpen
sobre ellos como un diluvio y no saben qué hacer. Sé que ésta es una
descripció n triste. Apelo a la conciencia de todo cristiano verdadero
para que me diga si lo que digo no es correcto y la verdad.
La verdad lisa y llana es que no existe la perfecció n literal y
absoluta entre los cristianos verdaderos mientras está n en el cuerpo.
El mejor y má s brillante de los santos de Dios no es má s que un
pobre ser confundido. Por má s convertido, renovado y santificado
que sea, sigue sujeto a debilidades y enfermedades.

No existe ni un justo sobre la tierra que haga siempre lo bueno


y que no peque. Si ofendemos en una sola cosa, ofendemos en
todo. Alguien puede tener una fe auténticamente salvadora, sin
embargo, no siempre tenerla a la mano, lista para ser usada (Ec.
7:20; Stg. 3:2).
Abraham fue el padre de los fieles. Por fe, dejó su tierra y su
parentela, y salió obedeciendo el mandato de Dios a una tierra que
nunca había visto. Por fe se contentó con vivir en la tierra como un
extranjero, creyendo que Dios se la daría como herencia. Y aun así,
éste fue el Abraham, quien dominado por la incredulidad, hizo
pasar a su esposa como su hermana, por temor a un hombre. Aquí
320 SANTIDAD
hubo gran flaqueza. No obstante, han existido pocos santos más
grandes que Abraham.
David era un hombre conforme al corazó n de Dios; siendo só lo
un muchacho tuvo fe para salir y enfrentar al gigante Goliat.
Declaró pú blicamente su creencia de que el Señ or, habiéndolo
librado de las garras del leó n y del oso, lo libraría también de este
filisteo. Tuvo fe para creer la promesa de Dios de que un día sería rey
de Israel, aunque tenía pocos seguidores y a pesar de que Saú l lo
persiguió como a una codorniz en las montañ as y, a menudo,
parecía haber só lo un paso entre él y la muerte. Y aun así, a pesar de
haber sido librado, este mismo David en cierta ocasió n, fue dominado
por el temor y la incredulidad al punto de decir: “Al fin seré muerto
algú n día por la mano de Saú l” (1 S. 27:1). Se olvidó de las muchas
y maravillosas veces cuando la mano de Dios lo había liberado.
Pensó en el peligro que corría en ese momento y se refugió entre
los filisteos impíos. Aquí demostró gran debilidad. No obstante, han
existido pocos creyentes más fuertes que David.
Sé que sería fá cil comentar: “Todo esto es muy cierto, pero no
justifica el temor de los discípulos. Contaban con la presencia
física de Jesú s. ¡Có mo podían tener miedo! ¡Yo nunca hubiera sido
tan cobarde y escéptico como lo fueron ellos!”.

Le digo que el que piensa esto, conoce muy poco su propio


corazó n. Le digo que nadie conoce la longitud y amplitud de sus
propias debilidades si no ha sido tentado. Nadie puede saber cuá nta
debilidad afloraría en su ser si se encontrara en circunstancias
que la provocaran.
¿Piensa alguno de mis lectores que cree en Cristo? ¿Siente usted
tanto amor y confianza en él que no puede pensar en la posibilidad de
ser sacudido por algo que le pudiera suceder? Qué bueno. Me alegra
saberlo. Pero, ¿ha sido probada esa fe?
¿Ha sido puesta a prueba esa confianza? Si no, tenga cuidado de no
apurarse en juzgar a estos discípulos. No sea soberbio, en cambio
¿Es usted nacido de nuevo? 321
tenga temor. No piense que porque su corazó n está contento ahora,
esto durará para siempre. No diga, porque sus sentimientos son
cá lidos y fervientes hoy: “Mañ ana será como hoy y mucho má s
abundante”. No diga que porque su corazó n está seguro en este
momento teniendo un sentido só lido de la misericordia de Cristo:
“Mientras tenga vida, no me olvidaré de él”. Oh, procure aplacar un
poco esta estimació n halagadora de sí mismo. Usted no se conoce
del todo. Hay má s cosas en su hombre interior de las que tiene
conciencia en este momento. El Señ or puede actuar como lo hizo
con Ezequías para mostrarle lo que hay en su corazó n (2 Cr. 32:31).
Bienaventurado el que se reviste “de humildad”. “Bienaventurado
el hombre que siempre teme a Dios”. “Así que, el que piensa estar
firme, mire que no caiga” (1 P. 5:5; Pr. 28:14; 1 Co. 10:12).
¿Por qué recalco esto? ¿Quiero ofrecer disculpas por las
corrupciones de los cristianos profesantes y excusar sus pecados?
¡Ni lo mande Dios! ¿Quiero rebajar la norma de la santificació n y
tolerar al soldado haragá n e indolente de Cristo?
¡Dios no lo quiera! ¿Quiero borrar la línea que marca la diferencia
entre el convertido y el inconverso, y disimular sus contradicciones?
Una vez más exclamo:

¡Dios no lo quiera! Creo firmemente que existe una diferencia


enorme entre el cristiano verdadero y el falso, entre los hijos de
Dios y los hijos del mundo. Creo firmemente que esta diferencia no
es só lo de fe, sino también de estilo de vida, no só lo de labios para
fuera, sino también de práctica cotidiana. Creo firmemente que el
comportamiento del creyente debe ser tan diferente al del
inconverso como lo es lo amargo de lo dulce, la luz de la oscuridad
y el calor del frío.
Pero sí quiero que los nuevos cristianos comprendan lo que
deben esperar encontrar en sí mismos. Quiero prevenirles para
que no tropiecen ni se confundan cuando descubran sus propias
debilidades. Quiero que comprendan que pueden tener auténtica fe
322 SANTIDAD
y gracia, a pesar de que el diablo les susurre lo contrario y aunque
sientan dudas y temores. Quiero que noten que Pedro, Santiago,
Juan y sus hermanos eran verdaderos discípulos y, no obstante,
aunque eran muy espirituales, también se atemorizaban. No les digo
que usen la falta de fe de los discípulos para justificarse ni
excusarse ellos mismos. Pero sí les digo que esa falta de fe de los
discípulos muestra claramente, que mientras está n en el cuerpo, no
deben esperar que su fe esté por encima del temor.
Sobre todo, quiero que todos los cristianos comprendan lo que
pueden esperar de otros cristianos. No debemos apresurarnos a
concluir que alguien no tiene la gracia, só lo porque le vemos algú n
signo de corrupció n. El sol tiene manchas y no obstante brilla en
todo su esplendor y alumbra a todo el mundo. El oro de Australia
viene mezclado con cuarzo y escoria y, aun así, ¿quién piensa que
por eso el oro no vale nada? Algunos de los diamantes má s valiosos
del mundo tienen sus defectos, pero no por eso dejan de tener un
gran valor. ¡Fuera con estos reparos mó rbidos por los que muchos
excomulgarían a alguien por el hecho de tener faltas! ¡Seamos má s
diligentes para ver la gracia y má s lentos para ver las
imperfecciones! Comprendamos que si no admitimos que hay gracia
donde hay corrupció n, no encontraremos gracia en el mundo.

Todavía estamos en el cuerpo. El diablo no ha muerto. Aú n no


somos como á ngeles. Aú n no ha comenzado el cielo. Las paredes
del leprosorio no se verá n libres de la lepra por má s que las
limpiemos y raspemos. Nunca se quitará n los residuos de la lepra
hasta que se tire abajo el edificio.
Ciertamente nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, pero
no es un templo perfecto hasta que hayamos resucitado o
cambiado. La gracia es, por cierto, un tesoro, pero un tesoro en
vasija de barro. Es posible que el hombre renuncie a todo por el
nombre de Cristo y, sin embargo, ser asaltado, a veces, por dudas y
temores.
¿Es usted nacido de nuevo? 323
Ruego a cada lector que recuerde esto. Es una lecció n que merece
su atenció n. Los apó stoles creían en Cristo, amaban a Cristo y
renunciaron a todo para seguir a Cristo. Y sin embargo, vemos que en
esta tormenta, los apó stoles tenían miedo. Aprendamos a ser
comprensivos cuando juzgamos a otros. Aprendamos a ser
moderados en las expectaciones de nuestro propio corazó n.
Contendamos defendiendo hasta la muerte, la verdad de que nadie
es un cristiano verdadero si no se ha convertido y es un hombre
santo. Pero reconozcamos que el hombre puede ser convertido,
tener un nuevo corazó n, ser un hombre santo y, aun así, ser débil,
tener dudas y temores.
IV.El poder del Señor Jesucristo
Aprendamos, en cuarto lugar, acerca del poder del Señor Jesucristo.
Tenemos un ejemplo impresionante de su poder en la historia que
estamos enfocando. Las olas azotaban la barca en la que estaba
Jesú s. Los aterrados discípulos lo despertaron y clamaron a él. “Y
levantá ndose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y
cesó el viento, y se hizo grande bonanza”. É ste fue un milagro
maravilloso. Nadie que no fuera todopoderoso hubiera podido
hacerlo.

¡Hacer cesar el viento con só lo dos palabras! Hay un dicho comú n


que describe algo que es imposible: “¡Es como hablarle al viento!”.
Pero Jesú s reprende al viento y se calma al instante. Esto es poder.
¡Calmar las olas con su voz! ¿Qué estudiante de la historia no
sabe de aquel poderoso rey de Inglaterra que trató , en vano, de
detener una creciente ola que subía del mar? Pero aquí tenemos al
que le dice a las olas embravecidas en una tempestad: “Calla,
enmudece” y se hizo la calma. Eso es poder.
Es bueno que todos los hombres tengan una visió n clara del
poder del Señ or Jesucristo. Sepa el pecador que el Salvador
misericordioso al cual es invitado a acudir y confiar en él, es nada
324 SANTIDAD
menos que el Todopoderoso que tiene potestad sobre toda carne
para dar vida eterna a todos los que en él creen (Ap. 1:8; Jn. 17:2).
Comprenda el simpatizante ansioso, que si confía en Jesú s y toma
su cruz, está confiando en Aquel que tiene todo poder en el cielo y
en la tierra (Mt. 28:18). Recuerde el creyente en su peregrinaje por
el desierto que, a través de su Mediador, Abogado, Médico, Pastor y
Redentor, el Señ or de señ ores y Rey de reyes, todas las cosas son
posibles (Ap. 17:14; Fil. 4:13). Estudiemos el tema, porque merece
ser estudiado.
(a) Estudiémoslo en sus obras de creación. “Todas las cosas por él
fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”
(Jn. 1:3). Los cielos y todas las gloriosas huestes de habitantes, la
tierra y todo lo que contiene, el mar y todo lo que en él hay, sí, toda
la creació n, desde el sol en las alturas hasta el gusano má s pequeñ o
debajo de la tierra, fueron obras de Cristo. É l habló y fueron creados.
Lo ordenó y comenzaron a existir. Ese mismo Jesú s, quien nació de
una pobre mujer en Belén y vivió en la casa de un carpintero en
Nazaret, fue el que formó todas las cosas. ¿No fue esto poder?
(b) Estudiémoslo en las obras de su providencia y la continuació n
ordenada de todas las cosas en el mundo. “Todas las cosas en él
subsisten” (Col. 1:17).

El sol, la luna y las estrellas giran dentro de un sistema perfecto.


Primavera, verano, otoñ o e invierno ocurren en un orden sucesivo
perfecto. Ese orden sigue hasta este día y no falla, por orden de
Aquel que murió en el Calvario (Sal. 119:91). Los reinos de este
mundo se levantan, llegan a su apogeo, declinan y desaparecen.
Los gobernantes de este mundo trazan planes, confabulan, dictan
y cambian leyes, guerrean, vencen a unos y levantan a otros.
Pero no tienen en cuenta que gobiernan ú nicamente por la
voluntad de Jesú s y que nada sucede sin el permiso del Cordero de
Dios. ¿No saben que ellos y sus sú bditos son como una gota de
agua en la mano del Crucificado y que es él quien prospera a las
¿Es usted nacido de nuevo? 325
naciones y las reduce a la nada segú n su beneplá cito?
(c) Estudiemos el tema enfocando los milagros realizados por
nuestro Señ or Jesucristo durante sus tres añ os de ministerio aquí en
la tierra. Conozcamos por las obras portentosas que realizó , que las
cosas imposibles para el hombre son posibles para Cristo.
Consideremos cada uno de sus milagros como un emblema y
representació n de cosas espirituales. Vemos en ellos una
representació n hermosa de lo que puede hacer por nuestras almas.
Aquel que pudo levantar a los muertos con una palabra de su boca
puede con la misma facilidad levantar al hombre muerto en
pecado. Aquel que pudo dar vista al ciego, abrir los oídos del sordo
y darle voz al mudo, puede hacer que el pecador vea el reino de Dios,
oiga el sonido gozoso del evangelio y proclame alabanzas por el amor
redentor. Aquel que pudo sanar al leproso con un toque de su mano,
puede curar cualquier enfermedad del corazó n. El que puede echar
fuera demonios puede ordenar a cada pecado arraigado que ceda
a su gracia. ¡Oh, comencemos a leer los milagros de Cristo
viéndolos desde esta perspectiva! Por má s inicuos, malos y
corruptos que nos sintamos, animémonos sabiendo que sanar está
dentro del poder de Cristo. Recordemos que en Cristo no só lo hay
plenitud de misericordia, sino también plenitud de poder.

(d) Estudiemos el tema en particular tal como se aplica a nosotros


este día. Me atrevo a asegurar que, a veces, su corazó n ha sido
zarandeado de acá para allá como las olas en una tempestad. Se ha
sentido usted agitado como las aguas en un mar embravecido
cuando no se puede calmar. Venga y preste atenció n este día a Aquel
que le puede dar descanso. Sea lo que sea que lo altera, Jesú s le
puede decir a su corazó n: “¡Calla, enmudece!”.
¿Qué, si su conciencia está abrumada por el recuerdo de
incontables transgresiones y despedazada por cada rá faga de
tentació n? ¿Qué, si la carga del recuerdo de algú n aberrante
326 SANTIDAD
libertinaje le parece grave y es intolerable? ¿Qué, si su corazó n
parece estar lleno de perversidad y el pecado parece arrastrarlo por
donde quiere como si fuera su esclavo? ¿Qué, si la maldad se pasea
por su alma como un conquistador diciéndole que es inú til
resistirla, que no hay esperanza para usted? Le aseguro que está
Aquel que le puede dar perdó n y paz. Mi Señ or y Maestro Jesucristo
puede reprender los ataques del diablo, calmar los sufrimientos de
su alma y decirle: “¡Calla, enmudece!”. É l puede hacer desvanecer esa
nube de culpa que ahora lo agobia. Puede ordenar a la desesperació n
que se retire. Puede espantar al temor. Puede quitar el espíritu de
esclavitud y llenarlo con el espíritu de adopció n. Sataná s puede tener
presa a su alma como si fuera un hombre fuertemente armado, pero
Jesú s es más fuerte que él y cuando él ordena, los prisioneros
tienen que recobrar su libertad. ¡Oh, si algú n lector atribulado
quiere calma interior, acuda hoy mismo a Jesucristo y todo
comenzará a ir bien!
Pero ¿qué, si su corazó n está bien con Dios, pero aun así está
presionado con la carga de aflicciones terrenales? ¿Qué, si el temor
a la pobreza lo está zarandeando de un lado a otro y parece que lo va
a vencer? ¿Qué, si día tras día lo abruma algú n dolor físico? ¿Qué, si
sú bitamente se ve obligado a dejar de trabajar y debido a alguna
enfermedad tiene que estar inactivo y no hacer nada?

¿Qué, si la muerte ha visitado su hogar y se ha llevado a su


Raquel, su José o Benjamín y se ha quedado solo, agobiado por el
dolor? ¿Qué, si le ha sucedido algo de esto? En Cristo sigue
habiendo consolació n. É l puede dar paz a los corazones lastimados
con la misma facilidad con que calmó al mar embravecido. Puede
reprender a las voluntades rebeldes con el mismo poder con que
reprendió al viento huracanado. Puede calmar las tempestades de la
aflicció n y silenciar las pasiones tumultuosas, igual como lo hizo con
la tormenta galilea. Puede decirle a la peor ansiedad: “¡Calla,
enmudece!”. La avalancha de preocupaciones y tribulaciones puede
¿Es usted nacido de nuevo? 327
ser arrasadora, pero Jesú s se posa victorioso sobre las aguas y es más
poderoso que las olas del mar (Sal. 93:4). Los vientos de los
problemas pueden rugir a su alrededor, pero Jesú s los tiene en sus
manos y los puede acallar cuando él quiera. Oh, si algú n lector de
este escrito tiene el corazó n destrozado, está agobiado por los
problemas o triste, acuda a Jesucristo, clame a él y se calmará .
“Venid a mí todos los que está is trabajados y cargados, y yo os
haré descansar” (Mt. 11:28).
Invito a todos los que profesan ser cristianos que reflexionen
seriamente en el poder de Cristo. Dude de lo que quiera, pero no dude
del poder de Cristo. Aunque no ame usted secretamente al pecado,
quizá tenga sus dudas. Aunque no se esté aferrando en la intimidad al
mundo, quizá tenga sus dudas. Aunque el orgullo de su naturaleza
no se esté rebelando a la idea de ser salvo por gracia como un pobre
pecador, quizá tenga sus dudas. Pero no dude de una certidumbre
y esa es que Cristo “puede también salvar perpetuamente a los que
por él se acercan a Dios” y le salvará si acude a él (He. 7:25).
V.El Señor Jesús trata tiernamente al creyente débil
Aprendamos, en ú ltimo lugar, con cuánta ternura y paciencia
trata el Señor Jesús al creyente débil.
Vemos esta verdad en las palabras que dirigió a sus discípulos
cuando el viento se había calmado y todo estaba tranquilo.

Podía haberlos reprendido con fuerza. Podía haberles recordado


todas las maravillas que había realizado para ellos, y reconvenirles
por su cobardía y desconfianza. En cambio, no hay enojo en las
palabras del Señ or. Sencillamente les pregunta: “¿Por qué estáis así
amedrentados? ¿Có mo no tenéis fe?” (Mr. 4:40).
Todo el comportamiento de nuestro Señ or para con sus discípulos
en la tierra, merece mucha atenció n. Arroja una esplendorosa luz
sobre su compasió n y paciencia. Nunca hubo un maestro con
alumnos tan lentos como los apó stoles para aprender sus lecciones.
328 SANTIDAD
Tampoco hubo alumnos con un maestro tan paciente y compasivo
como Cristo. Reú na todas las evidencias que hay acerca de esto a
través de los Evangelios y verá que tengo razó n. Durante el
ministerio de nuestro Señ or, en ningú n momento, los discípulos
evidencian haber comprendido plenamente la razó n de su venida al
mundo. La humillació n, la expiació n y la crucifixió n eran cosas
desconocidas para ellos. No habían captado las palabras tan
sencillas y las advertencias tan claras de su Maestro acerca de lo
que le iba a suceder. No entendieron. No percibieron. Sus ojos no
lo captaron. En cierta ocasió n, Pedro hasta trató de disuadir a
nuestro Señ or de pasar por el sufrimiento. “Señ or, ten compasió n
de ti”, le dijo, “en ninguna manera esto te acontezca” (Mt. 16:22;
Lc. 9:45). A menudo observamos cosas en el espíritu y la actitud
de ellos que no son dignas de emular. Nos dice la Palabra que un día
discutían entre ellos quién sería el mayor (Mr. 9:34). Otro día ni
tuvieron en cuenta sus milagros y sus corazones se endurecieron
(Mr. 6:52). En un ocasió n dos de ellos desearon que cayera fuego del
cielo sobre una aldea porque no los habían recibido (Lc. 9:54). En
el Getsemaní los tres discípulos má s destacados se durmieron cuando
el Señ or les había pedido que velaran y oraran. Cuando Judas lo
entregó , los demá s lo abandonaron y huyeron. Y lo peor de todo
fue que Pedro, el má s decidido de los doce, negó bajo juramento
tres veces a su Maestro.

Incluso, aun después de su resurrecció n, vemos en ellos la misma


incredulidad y dureza de corazó n. Aunque vieron a su Señ or con
sus propios ojos y lo tocaron con sus manos, aun así, algunos
dudaban. ¡Así de débil era su fe! Por eso el Señ or mismo les
reprendió diciendo: “¡Oh insensatos, y tardos de corazó n para
creer todo lo que los profetas han dicho!” (Lc. 24:25). Así de tardos
eran para entender el significado de las palabras, las acciones, la
vida y la muerte de nuestro Señ or.
En cambio, ¿qué vemos en el comportamiento de nuestro Señ or
¿Es usted nacido de nuevo? 329
hacia estos discípulos a lo largo de su ministerio? No vemos má s
que compasió n, bondad, ternura, paciencia, resignació n y amor. No
los echa fuera por su estupidez. No los rechaza por su incredulidad.
No los impugna para siempre por cobardes. Les enseñ a todo lo
que tienen la capacidad de entender. Los conduce paso a paso,
como una niñ era lo hace con el infante que recién empieza a
caminar. En cuanto resucitó de los muertos, les envió mensajes
amables. “Id”, le dijo a las mujeres, “dad las nuevas a mis
hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verá n” (Mt. 28:10).
Los reú ne alrededor de él una vez má s. Restaura a Pedro a su
posició n anterior y le pide: “Apacienta mis ovejas” (Jn. 21:17).
Condesciende a acompañ arlos durante cuarenta días antes de
ascender finalmente al cielo. Los comisiona para que vayan como sus
mensajeros y para que prediquen el evangelio a los gentiles. Los
bendice al partir y los alienta con esta promesa llena de su gracia:
“Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt.
28:20). Ciertamente, éste es un amor que sobrepasa todo
entendimiento. Esto no es cosa de humanos.
Sepa todo el mundo que el Señ or Jesú s es muy compasivo y
tiernamente misericordioso. No quebrará la cañ a cascada ni
apagará el pá bilo que humea. Como un padre se compadece de sus
hijos, se compadece él de los que le temen. Como consuela una
madre a sus hijos, consuela él a su pueblo (Stg. 5:11; Mt. 12:20; Sal.

103:13; Is. 66:13). É l cuida a los corderitos de su manada, al


igual que a sus ovejas mayores. Cuida a los enfermos y débiles de
su rebañ o, al igual que a los fuertes. Está escrito que los llevará en
su seno y que no perderá a ninguno de ellos (Is. 40:11). Cuida a los
miembros má s insignificantes de su cuerpo, al igual que a los má s
importantes. Ama a los infantes de su familia, al igual que a los
adultos. Cuida las plantitas má s tiernas en su jardín, al igual que al
cedro del Líbano. Todos está n en su libro de la vida y todos está n bajo
su cuidado. Todos le fueron dados a él en un pacto perpetuo y se ha
330 SANTIDAD
hecho cargo, a pesar de todas las debilidades, de llevar a cada uno
seguro a su patria celestial. Apró piese el pecador de Cristo por fe y,
entonces, por débil que sea, Cristo le promete: “No te desampararé,
ni te dejaré” (He. 13:5). Es posible que, por amor, algunas veces lo
corrija con gentileza; pero nunca, nunca, lo abandonará . El diablo
nunca lo arrancará de las manos de Cristo.
Sepa el mundo que el Señ or Jesú s nunca echará fuera a su pueblo
creyente por sus faltas y debilidades. El marido no echa fuera a su
esposa porque encuentra defectos en ella. La madre no abandona a
su infante porque sea débil, flojo e ignorante. Y el Señ or Cristo no
echa fuera a los pobres pecadores que han puesto su alma en sus
manos por ver en ellos manchas e imperfecciones. ¡Oh, no! Es su
gloria pasar por alto las faltas de su pueblo y sanar sus caídas,
complacerse en sus débiles gracias y perdonar sus muchas faltas. El
capítulo once de Hebreos es maravilloso. Es sobrecogedor observar
có mo el Espíritu Santo habla de los dignos, cuyos nombres está n
escritos en ese capítulo. En este caso, destaca la fe del pueblo de
Dios para que la recordemos. Pero las faltas de muchos de estos, a
las que podía haber hecho alusió n y haber recordado, quedan fuera y
ni siquiera se mencionan.
¿Quién de entre los lectores de este escrito anhela ser salvo,
pero teme decidirse por temor de apartarse del camino tarde o
temprano? Considere, le ruego, la ternura y paciencia del Señ or
Jesú s y no vuelva a temer.

Ese mismo Señ or y Salvador que fue paciente con los discípulos
está pronto y dispuesto a ser paciente con usted. Si tropieza, él lo
levantará . Si se desvía, él lo traerá de vuelta con gentileza. Si
desmaya, él lo reavivará . No lo ha sacado de Egipto para dejarlo
morir en el desierto. Lo guiará seguro a la tierra prometida. Usted
só lo entréguese a él y siga su camino y él lo llevará seguro a su
patria celestial. Só lo escuche su voz y sígale; y nunca perecerá .
¿Quién entre los que leen este escrito se ha convertido y anhela
¿Es usted nacido de nuevo? 331
hacer la voluntad de su Señ or? Siga hoy el ejemplo de ternura y
paciencia de su Maestro y aprenda a ser tierno y gentil con los
demá s. Trate con gentileza a los jóvenes que están dando sus
primeros pasos. No espere que sepan todo y comprendan todo lo
relativo a la salvació n de una sola vez. Tó melos de la mano.
Guíelos y aliéntelos. Crea todas las cosas y espere todas las cosas,
en lugar de entristecer el corazó n que el Señ or no quiere
entristecer.
Trate con gentileza a los caídos. No les dé la espalda como si
fueran casos perdidos. Use todos los medios lícitos, para restaurarlos.
Piense en usted mismo y en sus frecuentes debilidades, y haga con las
fallas de los demá s lo que le gustaría que hicieran ellos con las suyas.
Lamentablemente, hay una ausencia dolorosa de la mente del
Maestro entre muchos de sus discípulos. Me temo que en la
actualidad, pocas iglesias estarían dispuestas a restaurar a Pedro en
su comunió n. Tendrían que pasar muchos añ os después de que negó a
su Señ or para recibirlo de nuevo en su seno. Son pocos los creyentes
prestos a hacer la obra de Bernabé, de tomar al recién convertido de
la mano y animarle en sus primeros pasos. Queremos un
derramamiento del Espíritu sobre los creyentes, casi tanto como lo
deseamos sobre el mundo.
Aplicaciones prácticas
Ahora, só lo me falta pedirles a mis lectores que lleven a la
prá ctica las lecciones que les he presentado.

Recién han leído cinco cosas…


Primero, que servir a Cristo no es garantía de que no tendrá n
problemas. Los santos má s ilustres los tienen.
Segundo, que Cristo es tanto Hombre como Dios.
Tercero, que los creyentes pueden tener muchas debilidades y
trastornos y, aun así, ser creyentes auténticos.
Cuarto, que Cristo tiene todo poder y
332 SANTIDAD
Quinto, que Cristo es sumamente paciente y bondadoso para con
su pueblo. Recuerde estas cinco lecciones y andará bien.
Présteme atenció n un ratito má s, mientras digo unas pocas
palabras para grabar más profundamente en su corazó n las
verdades que ha estado leyendo.
(a) Es muy probable que este escrito lo estén leyendo algunos
que no saben nada de Cristo mismo o que no conocen su obra por
experiencia.
Son demasiados los que no tienen interés alguno en los temas de
los cuales he estado escribiendo. Su tesoro está aquí en la tierra.
Todo su interés está en las cosas del mundo. No les importa en
absoluto los conflictos, luchas, problemas, dudas y temores del
creyente.
Les importa poco si Cristo hizo milagros o no. Para ellos, todo esto
es cuestió n de palabras, nombres y procedimientos que no les
conciernen. Están sin Dios en este mundo.
Si acaso es usted uno de estos, só lo puedo advertirle seriamente
que su trayectoria actual no puede durar. No vivirá para siempre.
Habrá un final. Las canas, la vejez, les enfermedades, la declinació n y
la muerte son partes de la vida que un día todos tendremos que
enfrentar. ¿Qué hará usted cuando le llegue ese día?
Recuerde mis palabras hoy. No tendrá consolació n cuando
enfrente la enfermedad y la muerte, a menos que Jesucristo sea su
amigo.

Descubrirá, para su tristeza y confusió n, que no importa cuánto


digan y se enaltezcan los hombres, no pueden arreglá rselas sin
Cristo cuando está n en su lecho de muerte. Pueden mandar a
buscar al ministro de Dios y pedirle que les lea oraciones y les den
la eucaristía, o buscar al sacerdote para que les lean oraciones y les
den la extrema unció n. Puede usted participar de cada rito y
ceremonia religiosa. Pero si insiste en seguir viviendo una vida
mundana y despreocupada, despreciando a Cristo en la mañ ana de
¿Es usted nacido de nuevo? 333
su vida, no se sorprenda si Cristo no está con usted en sus ú ltimos
momentos. ¡Ay! É stas son palabras solemnes y, con frecuencia,
tristemente ciertas: “También yo me reiré en vuestra calamidad, y
me burlaré cuando os viniere lo que teméis” (Pr. 1:26).
Venga pues hoy y reciba el consejo de alguien que ama su alma.
Deje de hacer el mal. Aprenda a hacer lo bueno. Apá rtese de las cosas
intrascendentes y tome el sendero del entendimiento. Eche fuera
ese orgullo en su corazó n y busque al Señ or Jesú s mientras puede
ser hallado. Eche fuera la indolencia que ha paralizado su alma y
decídase a tomar en serio su Biblia, sus oraciones y sus domingos.
Apá rtese de un mundo que nunca lo satisfará y busque ese tesoro
ú nico que es verdaderamente incorruptible. ¡Oh, quiera el Señ or que
sus palabras conmuevan su corazó n! “¿Hasta cuá ndo, oh simples,
amaréis la simpleza, y los burladores deseará n el burlar, y los
insensatos aborrecerán la ciencia? Volveos a mi reprensió n; he aquí
yo derramaré mi espíritu sobre vosotros” (Pr. 1:22, 23). Creo que el
peor pecado de Judas Iscariote fue que no buscó perdó n y no se
volvió a su Señ or. Tenga cuidado de no cometer el mismo error.

(b) Este escrito quizá caiga en las manos de algunos que aman al
Señor Jesús y creen en él, pero quieren amarlo má s. Si usted es uno
de ellos, acepte esta exhortació n y aplíquela a su corazó n.
Para empezar, tenga siempre presente como verdad sempiterna
que el Señor Jesús es realmente una Persona viva y trá telo como tal.

Es lamentable ver que, en la actualidad, muchos que profesan ser


creyentes no tienen una idea cabal de la personalidad de nuestro
Señ or. Hablan má s de salvació n que del Salvador, de redenció n más
que del Redentor y má s de la obra de Cristo que de la persona de
Cristo. Esto es un gran error y eso explica el cará cter desabrido y
trivial de muchos que profesan el cristianismo.
Si anhela crecer en la gracia y tener gozo y paz en sus creencias,
tenga cuidado de no caer en este error. Deje de considerar al
334 SANTIDAD
evangelio só lo como una colecció n de doctrinas prohibicionistas. En
cambio, considérelo como la revelació n de un ser poderoso y
viviente bajo cuya mirada amorosa usted vive todos los días. Deje de
considerarlo só lo como una serie de proposiciones abstractas y
reglas y principios obtusos. En cambio, haga de cuenta que le
presentaron a Jesú s como un Amigo glorioso y personal. É sta es la
clase de evangelio que predicaban los apó stoles. No iban por el
mundo de aquí para allá hablando a la gente abstractamente del
amor, la misericordia y el perdó n. El tema principal de todos sus
mensajes era el amor de un Cristo real y vivo. É sta es la clase de
evangelio que promueve la santificació n y la idoneidad para la
gloria. No hay nada que nos prepare mejor para ese cielo que
gozar de comunió n con Cristo como una Persona real y viviente
aquí en la tierra. Si gozamos de esa comunió n desde ahora, estaremos
preparados para estar donde la presencia personal de Cristo lo será
todo y en esa gloria donde veremos a Cristo cara a cara. Hay una
diferencia fundamental entre una idea y una persona.
Ademá s, procure recordar siempre como una verdad permanente
que el Señ or Jesú s no cambia.
El Salvador en quien usted confía es el mismo ayer, hoy y por los
siglos. En él “no hay mudanza, ni sombra de variació n” (Stg. 1:17).
Aunque está sentado a la diestra de Dios en las alturas, tiene el
mismo corazó n que tenía hace casi 2000 añ os aquí en la tierra.
Recuerde esto y andará bien.

Trace todos los viajes de Jesú s por Palestina. Tome nota de


có mo recibía a todos y no rechazaba a nadie. Subraye có mo él
prestaba oído a todas las historias de dolor, extendía una mano para
ayudar a todos los angustiados y có mo su corazó n se conmovía ante
todo el que necesitaba compasió n. Dibuje un cuadro de este Jesú s en
su mente y dígase: “Este mismo Jesú s es mi Señ or y Salvador. El
lugar y el tiempo no lo han cambiado en absolutamente nada. Lo
que era, hoy es, y lo será siempre”.
¿Es usted nacido de nuevo? 335
Quiera Dios que este pensamiento dé vida y realidad a la práctica
cotidiana de su fe. Quiera Dios que este pensamiento dé sustancia y
forma a su expectativa de lo bueno por venir. Quiera el Señ or que
el hecho de haber leído acerca de Aquel que anduvo treinta y tres
añ os sobre la tierra y cuya vida es relatada en los Evangelios,
provoque en usted una gozosa reflexió n. É l es el mismo Salvador
en cuya presencia pasaremos la eternidad.
Las ú ltimas palabras de este capítulo serán igual que las primeras.
Quiero que las personas lean los Evangelios má s de lo que lo hacen.
Quiero que sepan má s de Cristo. Quiero que el inconverso conozca
a Jesú s para que, por él, tenga vida eterna. Quiero que los creyentes
conozcan mejor a Jesú s para que sean más felices, má s santos y má s
dignos de recibir la herencia de los santos. El má s santo de los
hombres es el que puede decir con Pablo: “Para mí el vivir es
Cristo” (Fil. 1:21).

[Este capítulo está a su disposición de Chapel


Library en forma de folleto.]

13. La Iglesia que Cristo edifica


“Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas
del Hades no prevalecerán contra ella”. Mateo
16:18

¿Pertenecemos a la Iglesia edificada sobre una roca? ¿Somos


miembros de la ú nica Iglesia verdadera en la cual nuestras almas
336 SANTIDAD
pueden ser salvas? É stas son preguntas serias. Merecen una
reflexiva consideració n. Pido la atenció n de todos los que leen este
escrito mientras procuro mostrar a la ú nica Iglesia1 auténtica,
santa y cató lica [universal] y guiar a todos al ú nico redil seguro.
“¿Qué es esta
Iglesia? ¿Có mo es? ¿Cuá les son sus características? ¿A dó nde
podemos
encontrarla?”. Tengo respuestas para estas preguntas. Analizaré las
palabras de nuestro Señ or Jesucristo que encabezan este capítulo.
El mismo Jesú s declara: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las
puertas del Hades no prevalecerá n contra ella”.
Hay cinco factores en este pasaje que demandan nuestra atenció n:
I. Un edificio: “Mi Iglesia”.
II. Un Arquitecto. Cristo dice: “Edificaré mí Iglesia”.
III. Un fundamento: “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia”.
IV. Peligro implícito: “Las puertas del Hades”.
V. Seguridad confirmada: “Las puertas del Hades no prevalecerá n
contra ella”.
1
[Nota del editor: “Iglesia” va en mayúscula cuando se refiere a la verdadera Iglesia de
Dios universal, la Iglesia universal compuesta de todos los creyentes auténticos de
Jesucristo. Se distingue de la iglesia visible compuesta por todos los que profesan ser
miembros de una iglesia y relacionado con edificios e instituciones religiosas. Esta
“iglesia” exterior visible también va en mayúscula cuando se usa como nombre propio,
por ejemplo: Iglesia Anglicana].

La totalidad del tema requiere especial atenció n en la actualidad.


La santidad,
no olvidemos, es la característica destacada de todo aquel que
pertenece a la
Iglesia verdadera.
I. El edificio
En primer lugar tenemos que el texto menciona un edificio. El
¿Es usted nacido de nuevo? 337
Señ or Jesucristo dice: “Mi iglesia”.
Ahora bien, ¿qué es esta iglesia? Hay pocas preguntas má s
importantes que ésta. Por no darle la debida importancia, han
surgido muchos y grandes errores en el mundo.
La Iglesia de nuestro texto no es un edificio material. No es un
templo hecho de madera, ni ladrillo, ni piedra ni má rmol. Es un
conjunto de hombres y mujeres con características especiales. No es
una iglesia particularmente visible en la tierra. No es la Iglesia
Oriental ni la Iglesia Occidental. No es la Iglesia Anglicana ni la
Escocesa. Sobre todo, no es la Iglesia de Roma. La Iglesia de
nuestro texto tiene mucho menos impacto que cualquier iglesia
visible a los ojos del hombre, pero es de mucha má s importancia a
los ojos de Dios.
La Iglesia de nuestro texto está conformada por todos los
verdaderos creyentes en el Señ or Jesucristo, todos los que son
realmente santos y convertidos. Incluye a todo el que se ha
arrepentido de pecado y acudido a Cristo por fe y, por ende, es nueva
criatura en él. Consta de todos los escogidos de Dios, de todos los
que han recibido la gracia de Dios, de todos los que han sido lavados
en la sangre de Cristo, de todos los que se han vestido de la justicia
de Cristo, de todos los que han nacido de nuevo y han sido
santificados por el Espíritu de Cristo. Tal clase de personas de toda
raza, rango, nació n, pueblo y lengua componen la Iglesia de
nuestro texto. É ste es el cuerpo de Cristo. É ste es el rebañ o de
Cristo. Es la novia. Es la esposa del Cordero.

É sta es la “Santa Iglesia Cató lica y Apostó lica” de la cual hablan


el Credo de los Apó stoles y el Credo de Nicea. É sta es “la Iglesia
sobre la roca”.
No todos los miembros de esta iglesia adoran al Señ or de la misma
manera, ni se rigen por la misma forma de gobierno eclesiá stico.
Algunas son gobernadas por obispos y otras por ancianos. Algunas
usan un libro de oraciones cuando se reú nen para el culto
338 SANTIDAD
pú blico y otras no. El artículo trigésimo cuarto de la Iglesia
Anglicana declara sabiamente: “No es necesario que las ceremonias
sean iguales en todas partes”. No obstante, todos los miembros de
esta Iglesia se presentan ante un mismo Trono de Gracia. Todos
adoran con un mismo corazó n. Todos son guiados por un mismo
Espíritu. Todos son real y verdaderamente santos. Todos pueden
decir “Aleluya” y todos pueden responder “Amén”.
É sta es aquella Iglesia a la cual todas las iglesias visibles sobre la
tierra sirven. Ya sean episcopales, independientes o presbiterianas,
todas sirven a los intereses de la misma Iglesia verdadera. Son el
andamiaje usado para ir levantando el edificio. Son la cá scara
dentro de la cual crece el grano. Tienen diversos grados de utilidad.
La mejor y má s digna es la que capacita a mayor cantidad de
personas para que lleguen a ser miembros de la Iglesia verdadera de
Cristo. Pero ninguna iglesia visible tiene derecho a decir: “Nosotros
somos la ú nica iglesia verdadera. Nosotros somos el pueblo, y la
sabiduría morirá con nosotros” (vea Job 12:2). Ninguna iglesia
visible debe atreverse a decir: “Vamos a permanecer para siempre.
Las puertas del infierno nunca prevalecerá n contra nosotros”.
Hablamos de aquella Iglesia a quien el Señ or hizo las promesas de
preservar, continuar, proteger y dar gloria final por su gracia. Dice
Hooker: “Lo que leemos en las Escrituras con respecto al amor sin
fin y la misericordia salvadora que Dios demuestra a sus iglesias, se
refiere a esta Iglesia, que correctamente llamamos el cuerpo místico
de Cristo”.

Por má s pequeñ a y desdeñ able que sea la Iglesia verdadera en


este mundo, es preciosa y honorable a los ojos de Dios. El templo de
Salomó n con toda su gloria era poca cosa y despreciable en
comparació n con la iglesia edificada sobre una roca.
Confío en que lo que acabo de decir penetre en la mente de cada
uno de mis lectores. Asegú rese usted de que ésta sea su doctrina
sobre “la Iglesia”. Un concepto equivocado puede llevar a errores
¿Es usted nacido de nuevo? 339
peligrosos que arruinan el alma. La Iglesia que está formada por
verdaderos creyentes es la Iglesia a la que los pastores han sido
especialmente llamados a predicar. La Iglesia que incluye a todos
los que se arrepienten y creen en el evangelio es la Iglesia a la cual
anhelamos pertenecer. La obra no está terminada hasta que el
corazó n de los pastores esté convencido de que usted es una
nueva criatura y miembro de la ú nica Iglesia verdadera. Fuera de
la Iglesia “edificada sobre la roca” no puede haber salvación.
II. El Arquitecto
Paso al segundo punto, al cual le invito a prestar atenció n.
Nuestro texto contiene no só lo un edificio, sino también un
Arquitecto. El Señ or Jesucristo declara: “Edificaré mi iglesia”.

La verdadera Iglesia de Cristo es cuidada tiernamente por las tres


Personas de la Santísima Trinidad. En el plan de salvació n revelado
en la Biblia, es indudable que Dios el Padre escoge, Dios el Hijo
redime y Dios el Espíritu santifica a cada miembro del cuerpo
místico de Cristo. Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo,
tres Personas en un Dios colaboran para efectuar la redenció n de cada
alma salvada. É sta es una verdad que nunca debe ser olvidada. Pero,
por otro lado, hay un sentido especial en que el Señ or Jesucristo esté
encargado de ayudar a la Iglesia. É l es especial y preeminentemente el
Redentor y Salvador de la Iglesia. Por eso es que lo encontramos
diciendo en nuestro texto: “Edificaré mi…

La obra de edificar es mi tarea específica”.


Es Cristo quien llama a los miembros de la Iglesia en el tiempo
preciso. San Pablo escribe a los Romanos diciéndoles que ellos son
“llamados a ser de Jesucristo” (Ro. 1:6). Es Cristo quien les da vida.
“Así también el Hijo a los que quiere da vida” (Jn. 5:21). Es Cristo
quien los limpia de sus pecados. “Nos amó , y nos lavó de nuestros
pecados con su sangre” (Ap. 1:5). Es Cristo quien les da paz. “La paz
340 SANTIDAD
os dejo, mi paz os doy” (Jn. 14:27) Es Cristo quien les da vida
eterna. “Yo les doy vida eterna; y no perecerá n jamás” (Jn. 10:28). Es
Cristo quien les otorga arrepentimiento. “A éste, Dios ha exaltado con
su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento”
(Hch. 5:31). Es Cristo quien los capacita para ser hijos de Dios. “A
los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios” (Jn. 1:12). Es Cristo quien lleva adelante la obra dentro de
ellos cuando la ha comenzado. “Porque yo vivo, vosotros también
viviréis” (Jn. 14:19). En suma, “por cuanto agradó al Padre que en
él habitase toda plenitud” (Col. 1:19). É l es el autor de la fe. É l es la
vida. É l es la cabeza. De él se nutre cada coyuntura y miembro del
cuerpo místico formado por cristianos. A través de él reciben
fuerza para no caer. É l los preservará hasta el final y con gran gozo
los presentará sin mancha ante el trono del Padre. É l es todas las
cosas en todos los creyentes.
El poderoso agente por medio de quien el Señ or Jesucristo realiza
esta obra en los miembros de su Iglesia es, sin duda, el Espíritu
Santo. É l es quien constantemente renueva, da vida, conduce a la
cruz, transforma, saca del mundo piedra tras piedra y la agrega al
edificio místico. Pero el gran y poderoso Arquitecto que se ha
tomado la responsabilidad de llevar a cabo la gran obra de redenció n
y consumarla es el Hijo de Dios, el “Verbo [quien] fue hecho carne”
(Jn. 1:14). Es Jesucristo el que “edifica”.
Para edificar su Iglesia verdadera, el Señ or Jesú s se digna usar
muchos instrumentos subordinados a él.

El ministerio del evangelio, la distribució n de las Escrituras, la


exhortació n amorosa, la palabra dicha a tiempo y la influencia de las
aflicciones, son medios por medio de los cuales se vale para llevar a
cabo su obra.
Y luego el Espíritu da vida a las almas. Pero Cristo es el gran
Arquitecto Supervisor, ordenando, guiando, dirigiendo todo lo que se
realiza. Pablo puede plantar y Apolo regar, pero Dios es quien da el
¿Es usted nacido de nuevo? 341
crecimiento (1 Co. 3:6). Los pastores pueden predicar, los
escritores pueden escribir, pero só lo el Señ or Jesucristo puede
edificar. Y, a menos que él lo haga, la obra se detiene.
¡Grande es la sabiduría con la que el Señ or Jesucristo edifica su
Iglesia! Todo lo hace en el momento preciso y de la manera
correcta. Pone cada roca segú n su turno justo en el lugar donde
corresponde. A veces escoge grandes rocas y, a veces, pequeñ as
piedras. A veces la obra avanza con rapidez y, a veces, con lentitud.
El hombre, a menudo, se impacienta y piensa que no está haciendo
nada. Pero el tiempo del hombre no es el tiempo de Dios. Mil añ os
son para él apenas un día. El gran Arquitecto no comete errores.
Sabe lo que está haciendo. Ve el final desde el principio. Obra de
acuerdo con un plan perfecto, inalterable y seguro. Las ideas má s
geniales de arquitectos como Miguel Á ngel y Wren no son má s que
insignificancias y juegos de niñ os en comparació n con los consejos
sabios de Cristo concernientes a su Iglesia.
¡Grande es la condescendencia y misericordia que exhibe
Cristo en la edificació n de su Iglesia! Con frecuencia, escoge las
rocas má s insó litas y á speras, y las acomoda en una obra excelente.
No desprecia ni rechaza a nadie por sus pecados y transgresiones
del pasado. A menudo, toma a ex fariseos y publicanos, y los
convierte en columnas fundamentales de su casa.
Le encanta mostrar misericordia. Con frecuencia, toma a los
insensatos e impíos, y los transforma en capiteles labrados de su
templo espiritual.

¡Grande es el poder que Cristo demuestra en la edificació n de su


Iglesia! Realiza su obra, a pesar de la oposició n del mundo, la
carne y el diablo. En las tormentas, en las tempestades, en tiempos
difíciles, silenciosamente y en quietud, sin ruido, sin revuelo y sin
excitació n la edificació n sigue adelante, como con el templo de
Salomó n: “Lo que hago yo”, dijo el Señ or, “¿quién lo estorbará ?”
(Is. 43:13).
342 SANTIDAD
Los hijos de este mundo tienen poco o ningú n interés en la
edificació n de esta Iglesia. No les importa en absoluto la conversió n
de las almas. ¿Qué son para ellos los corazones contritos y
arrepentidos? ¿Qué es para ellos la convicció n de pecado y la fe en el
Señ or Jesú s? Para ellos, es todo “locura”. Pero mientras los hijos de
este mundo permanecen indiferentes, “hay gozo delante de los
á ngeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Lc. 15:10).
Para preservar a la Iglesia verdadera, muchas veces tienen que ser
suspendidas las leyes de la naturaleza. Para el bien de esa Iglesia,
Dios organiza y pone en orden todos sus tratos providenciales en
este mundo. Para bien de los escogidos, hace cesar las guerras y da
paz a las naciones. Los estadistas, gobernantes, emperadores, reyes,
presidentes y jefes de estado tienen sus designios y planes, y creen
que son de suma importancia. Pero se está realizando otra obra de
mucha mayor importancia, de modo que los planes de los hombres no
son más que “hachas y sierras” delante de Dios (Is. 10:15). Esa obra
es la edificació n del templo espiritual de Cristo, la reunió n de
rocas vivas formando la ú nica Iglesia verdadera.
Tenemos que estar profundamente agradecidos de que la
edificació n de la Iglesia verdadera está a cargo de Aquel que es
portentoso. Si la obra dependiera del hombre quedaría paralizada.
Pero, ¡bendito sea Dios, la obra está en las manos de un Arquitecto
que nunca deja de cumplir lo que diseñ ó para su iglesia! Cristo es
el Arquitecto todopoderoso. Realizará su obra, aunque las
naciones y las iglesias visibles no conozcan sus obligaciones.

Cristo nunca fallará . Lo que comenzó a hacer, lo “perfeccionará


hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6).
III. El Fundamento
Paso al tercer punto que me propongo considerar: El
Fundamento sobre el cual se edifica su Iglesia. El Señ or Jesucristo
nos dice: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia”.
¿Es usted nacido de nuevo? 343
¿Qué quiso decir cuando habló de este fundamento? ¿Se refería
al apó stol Pedro con quien estaba hablando? Estoy seguro que no. No
veo ninguna razó n por qué, si se refería a Pedro, no dijo “sobre ti”
edificaré mi Iglesia. Si se hubiera referido a Pedro, hubiera dicho
“Sobre ti edificaré mi Iglesia” con la misma claridad que dijo: “Y a
ti te daré las llaves”. ¡No, no se trataba de la persona del apó stol
Pedro, sino de la confesió n correcta que el Apó stol acababa de hacer!
No era sobre Pedro, el hombre que fallaba y era inestable, sino la
verdad portentosa que el Padre le había revelado a Pedro. Era
sobre la verdad de que Jesucristo mismo es la roca. Era sobre Cristo
como Mediador y Mesías. Era sobre la verdad bendita de que Jesú s
era el Salvador prometido, la Seguridad auténtica, el verdadero
Intercesor entre Dios y el hombre. É sta era la Roca y éste el
fundamento sobre el cual la Iglesia de Cristo se construiría.
El fundamento de la Iglesia verdadera se colocó a un costo
enorme. Fue preciso que el Hijo de Dios tomara sobre sí nuestra
naturaleza y, en esta naturaleza, vivir, sufrir y morir, no por sus
propios pecados, sino por los nuestros. Era necesario que en esa
naturaleza fuera al sepulcro y resucitara. Era necesario que en esa
naturaleza de Cristo, ascendiera al cielo para sentarse a la diestra de
Dios, habiendo obtenido redenció n eterna para todo su pueblo.
Ningú n otro fundamento podría haber satisfecho las necesidades de
pecadores perdidos, culpables, corruptos, débiles e indefensos.
Ese fundamento, una vez colocado, es muy fuerte. Puede
aguantar el peso de los pecados de todo el mundo.

Ha cargado con el peso de todos los pecados de todas las piedras


vivas que se han ido sobreedificando en el fundamento (1 P. 2:5). Los
pecados de pensamiento, pecados de la imaginació n, pecados del
corazó n, pecados de la mente, pecados que todos han visto y pecados
que nadie ha visto, pecados contra Dios y pecados contra el
hombre, pecados de toda clase y descripció n, todos son pecados
cuyo peso puede soportar la Roca portentosa sin desmoronarse.
344 SANTIDAD
El oficio mediador de Cristo es el remedio suficiente para todos los
pecados de todo el mundo.
Cada miembro de la Iglesia verdadera está fijado a este
fundamento. Los creyentes no está n unidos y no concuerdan en
muchas cosas, pero en cuanto al fundamento de su alma, todos
coinciden. Ya sean episcopales o presbiterianos, bautistas o
metodistas, todos los creyentes piensan lo mismo en esto. Todos
está n edificados sobre la Roca. Si les preguntamos de dó nde viene la
paz, esperanza y gozosa expectativa de las cosas que vendrán, nos
dirá n que todas proceden de una misma fuente poderosa: Cristo el
Mediador entre Dios y el hombre, y del oficio de Cristo como Sumo
Sacerdote y Garantía de los pecadores.
Revise usted su fundamento si desea saber si es o no miembro
de la ú nica Iglesia verdadera. Só lo usted conoce la respuesta.
Podemos verlo presente en el culto de adoració n, pero no podemos
ver si está personalmente edificado sobre la Roca. Podemos ver que
participa de la Cena del Señ or, pero no podemos ver si está unido
a Cristo, si es uno con Cristo y Cristo uno con usted. Asegú rese de
no equivocarse en cuanto a su propia salvació n. Cerció rese de que
su alma está cimentada sobre la Roca. Sin esto, lo demá s no vale
nada. Sin esto, usted no saldrá victorioso en el día del juicio. ¡Mil
veces mejor ser encontrado en aquel día en una choza humilde
edificada “sobre la Roca”, que en un palacio construido sobre la
arena!

IV.Peligro implícito para la Iglesia


En cuarto lugar, enfoquemos el peligro implícito para la Iglesia, al
cual se refiere nuestro texto. Menciona “las puertas del Hades”.
Por esta expresió n, entendemos que se refiere al príncipe del
infierno, el diablo. (Compare con Sal. 9:13; 107:18; Is. 38:10.)
La historia de la Iglesia verdadera de Cristo siempre ha sido una de
¿Es usted nacido de nuevo? 345
conflictos y guerras. Ha sido atacada constantemente por Sataná s,
enemigo mortal y príncipe de este mundo. El diablo detesta la
Iglesia verdadera de Cristo con un aborrecimiento que no da
tregua. Siempre está provocando oposició n contra todos sus
miembros. Continuamente incita a los hijos de este mundo a hacer
su voluntad y a perjudicar y acosar al pueblo de Dios. Si no puede
herir a la cabeza, puede herir el calcañ ar. Si no puede robarles el
cielo a los creyentes, les dificultará el camino.
La lucha contra los poderes del infierno ha sido la experiencia
de todo el cuerpo de Cristo desde hace seis mil añ os. Siempre ha sido
una zarza ardiente que no se consume, una mujer que huye al
desierto, pero no es devorada (É x. 3:2; Ap. 12:6, 16). Las iglesias
visibles tienen sus tiempos de prosperidad y temporadas de paz, pero
para la Iglesia verdadera nunca ha existido una época de paz. Sus
conflictos son perpetuos, sus luchas nunca cesan.
La lucha con los poderes del infierno es la experiencia de cada
miembro individual de la Iglesia verdadera. Cada uno tiene que
luchar. ¿Qué son las vidas de todos los santos, sino historias de
batallas? ¿Qué fueron hombres como Pablo, Santiago, Pedro, Juan,
Policarpo, Crisó stomo, Agustín, Lutero, Calvino, Latimer y Baxter,
sino soldados en constante lucha? A veces, la persona de los santos ha
sido hostigada, otras veces, lo han sido sus bienes. A veces, han
sido acosados con calumnias y mentiras y, a veces, con abierta
persecució n. De una forma u otra, el diablo ha estado siempre
combatiendo contra la Iglesia. Las “puertas del Hades” o infierno han
estado atacando sin cesar al pueblo de Cristo.

Los que predicamos el evangelio, podemos ofrecer “preciosas y


grandísimas promesas” a todos los que vienen a Cristo (2 P. 1:4). Le
podemos ofrecer a usted sin reparos, en el nombre de nuestro
Señ or, la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. La Palabra
ofrece misericordia, gracia y salvació n total a todo el que acude a
Cristo y cree en él. Pero no podemos prometer que tendrá paz con el
346 SANTIDAD
mundo ni con el diablo. Al contrario, le advierto que tiene que haber
lucha mientras está en el cuerpo. No quiero desalentarlo, ni desviarlo
de servir a Cristo. Pero tiene usted que “calcular el costo” y
comprender cabalmente lo que implica servir a Cristo. (Lc. 14:28).
(a) No se sorprenda por la enemistad de las puertas del infierno. “Si
fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo” (Jn. 15:19). Mientras
que el mundo y el diablo existan habrá luchas; por lo tanto, los
creyentes en Cristo tienen que ser soldados. El mundo aborrecía a
Cristo y el mundo aborrecerá a los cristianos auténticos mientras
la tierra exista. Como dijo el gran reformador Lutero: “Caín seguirá
matando a Abel mientras la Iglesia exista sobre la tierra”.
(b) Esté preparado para la enemistad de las puertas del infierno.
Pó ngase toda la armadura de Dios (Ef. 6). De la torre de David
colgaban mil escudos (Cnt. 4:4), listos para el uso del pueblo de
Dios. Las armas de nuestra guerra son espirituales y han sido usadas
por millones de pobres pecadores como nosotros, y nunca han
fallado.
(c) Tenga paciencia ante la enemistad de las puertas del infierno.
Todo está obrando para el bien de usted (Ro. 8:28-29). La lucha
tiende a santificar. Lo mantendrá despierto. Lo mantendrá
humilde. Lo impulsará a acercarse má s al Señ or Jesucristo. Lo
quitará del mundo. Le ayudará a orar má s. Sobre todo, hará que
ansíe má s el cielo. Le ensañ ará a decir con su corazó n, al igual que
con sus labios: “¡Ven, Señ or Jesú s! Venga tu reino” (Ap. 22:20; Mt.
6:10).

(d) No se desanime por la enemistad del infierno. La lucha del


auténtico hijo de Dios es, tanto una señ al de la gracia como de la
paz interior que él disfruta.
¡Sin cruz no hay corona! ¡Sin conflictos no hay cristianismo
salvador! “Bienaventurados sois”, dijo el Señ or Jesucristo, “cuando
¿Es usted nacido de nuevo? 347
por mi causa os vituperen y os persigan”. Si usted nunca ha sido
perseguido en razó n de su fe y todos hablan bien de usted, bien
puede dudar si pertenece a “la Iglesia fundada sobre la Roca” (Mt.
5:11; Lc. 6:26).
V.La seguridad de la verdadera Iglesia de Cristo es confirmada.
Queda una cosa má s para considerar y ésta es la seguridad de
que goza la Iglesia verdadera de Cristo. El Arquitecto hace una
promesa gloriosa: “Las puertas del Hades no prevalecerá n contra
ella”.
Aquel que no puede mentir, ha empeñ ado su palabra de que ni
todos los poderes del infierno destruirá n a su Iglesia. É sta continuará
y permanecerá firme ante todos los ataques. Nunca será vencida.
Todas las otras cosas creadas mueren y pasan, pero no la Iglesia
edificada sobre la Roca.
Imperios se han levantado y han caído en rá pida sucesió n.
Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Tiro, Cartago, Grecia, Roma y
Venecia. ¿Dó nde está n ahora? Todos tuvieron fundamentos
humanos y han pasado. Pero la Iglesia verdadera de Cristo
permanece.
Las ciudades más poderosas han pasado a ser montones de
escombros. Las grandes murallas de Babilonia se han hundido en el
suelo. Los palacios de Nínive están cubiertos por capas de tierra. El
centenar de puertas de Tebas, son só lo tema de la historia. Tiro es un
lugar donde los pescadores cuelgan sus redes. Cartago es pura
desolació n. Pero durante todo este tiempo, la Iglesia verdadera ha
permanecido.

Las puertas del infierno nunca han prevalecido ni prevalecerán


contra ella.
En muchos casos, las primeras iglesias visibles han decaído y
perecido. ¿Dó nde está la iglesia de É feso y la de Antioquía? ¿Dó nde
está n las iglesias de Alejandría y la de Constantinopla? ¿Dó nde la
348 SANTIDAD
Corinto, la de Filipo y la de Tesaló nica? Sí,
¿dó nde está n? Se apartaron de la Palabra de Dios. Esas iglesias se
gloriaban de sus obispos, sus sínodos, sus ceremonias, su erudició n
y su antigü edad. No se gloriaban en la cruz de Cristo. No se
mantuvieron aferradas al evangelio. No le concedieron al Señ or
Jesú s el lugar que le correspondía. Está n ahora entre las cosas del
pasado. Su candelero les ha sido quitado de su lugar. No obstante,
a través de los siglos, la Iglesia verdadera ha permanecido.
¿Ha sido oprimida la Iglesia verdadera en un país? Simple y
sencillamente ha huido a otro. ¿Ha sido pisoteada en un territorio? Se
ha arraigado y prosperado en otro. Ni fuego, espada, prisiones,
sanciones, ni penalidades han podido destruir su vitalidad. Sus
perseguidores han muerto e ido a su propio lugar, pero la Palabra
de Dios ha vivido, crecido y multiplicado. Por más débil que parezca
esta Iglesia verdadera a los ojos del hombre, es un yunque que ha
roto a muchos martillos en el pasado y quizá rompa muchos má s
antes del fin, “porque el que os toca, toca a la niñ a de su ojo” (Zac.
2:8).
La promesa de nuestro texto se aplica a todo el cuerpo de la Iglesia
verdadera. Cristo nunca carecerá de testimonio en el mundo. Ha
mantenido a su pueblo en las peores épocas. Tenía siete mil en
Israel, aun en la época de Acab. Hay algunos ahora, si no me
equivoco, en lugares oscuros de las iglesias romanas y griegas, que
está n sirviendo a Cristo. El diablo puede rugir con ferocidad. La
Iglesia en algunos países puede ser muy débil. Pero las puertas del
infierno nunca “prevalecerá n” totalmente. La promesa de nuestro
texto se aplica a cada miembro individual de la Iglesia.

Algunos del pueblo de Dios han sido abatidos y se han


inquietado tanto que han perdido la esperanza de su seguridad.
Algunos lamentablemente han caído, como lo hicieron David y
Pedro. Algunos se han apartado de la fe por un tiempo, como
Cranmer y Jewell. Muchos han sido probados con crueles dudas y
¿Es usted nacido de nuevo? 349
temores. Pero finalmente todos, desde los má s jó venes a los má s
ancianos, los má s débiles, al igual que los má s fuertes, arribaron
seguros a su patria celestial. Y así será hasta el final de los tiempos.
¿Podemos impedir que mañ ana salga el sol? ¿Podemos impedir
que suban y bajen las mareas del mar? ¿Podemos impedir que los
planetas sigan su curso en sus respectivas ó rbitas? Cuando todo eso
sea posible entonces, y solo entonces, alguien podrá impedir la
salvació n de un creyente. Por má s débil que sea, toda “piedra viva” en
la Iglesia verdadera está edificada sobre la Roca. Por má s pequeñ a e
insignificante que pueda parecer una piedra, estar sobreedificada
en la Piedra angular le da la seguridad definitiva de su salvació n.
La Iglesia verdadera es el cuerpo de Cristo. Ni un hueso en ese
cuerpo místico será jamá s quebrado. La Iglesia verdadera es la esposa
de Cristo. Los que Dios ha unido en un pacto eterno, nunca será n
separados. La Iglesia verdadera es el rebañ o de Cristo. Cuando vino
el leó n y tomó uno de los corderos de la manada de David, David se
levantó y lo liberó , sacá ndolo de la boca misma de la fiera. Cristo hará
lo mismo. É l es el má s grande de los descendientes de David. Ni un
cordero enfermo de la manada de Cristo perecerá . É l le dirá al Padre
en el día final: “De los que me diste, no perdí ninguno” (Jn. 18:9). La
Iglesia verdadera es el trigo de la tierra. Puede ser cernido,
aventado y zarandeado de acá para allá . La cizañ a y la paja será n
quemadas, pero el trigo será recogido en el granero. La Iglesia
verdadera es el ejército de Cristo. El Capitá n de nuestra salvació n
no pierde a ninguno de sus soldados. Sus planes nunca
contemplan la derrota de su Iglesia. Sus provisiones nunca fallan.
Cuando pase lista al final, el resultado será como al principio.

¡De los hombres que marcharon valientemente fuera de Inglaterra


hace muchos añ os a la guerra de Crimea, muchos jamá s
regresaron! Los regimientos que, al son de la banda militar y con
estandartes flameando en la brisa, marcharon fuertes y entusiastas a
pelear, dejaron sus huesos en una tierra extrañ a y nunca regresaron
a su patria. Pero no sucede así con el ejército de Cristo. Ni uno de
350 SANTIDAD
sus soldados faltará al final. É l mismo declara: “No perecerá n
jamá s” (Jn. 10:28).
El diablo puede encarcelar a los miembros de la Iglesia
verdadera. Puede matarlos, quemarlos en la hoguera, torturarlos y
lincharlos. Pero después de matar el cuerpo, nada má s puede
hacer. No puede tocar el alma. Añ os atrá s cuando las tropas
francesas tomaron a Roma, encontraron en las paredes de una celda
en una cárcel de la Inquisició n, las palabras de un preso. No sabemos
quién era, pero sus palabras merecen ser recordadas, (“aunque
muerto, todavía habla”). Este prisionero escribió en las paredes,
posiblemente después de un juicio injusto y una excomulgació n má s
injusta aun: “Jesú s bendito, no pueden echarme fuera de tu Iglesia
verdadera”. ¡Lo que escribió es muy cierto! Ni todo el poder de
Sataná s puede echar fuera de la Iglesia verdadera de Cristo ni a un
solo creyente.
Confío en que ninguno de mis lectores permita jamá s que el
temor le impida empezar a servir a Cristo. Aquel a quien le entrega
su alma tiene todo poder en el cielo y en la tierra y lo mantendrá
seguro. Nunca dejará que sea echado fuera. Su familia puede
oponerse, los vecinos se pueden burlar. El mundo lo puede
calumniar, ridiculizar, tomarlo a broma y despreciarlo. ¡No tema! Los
poderes del infierno nunca prevalecerá n contra su alma. Mayor es el
que lo está al cuidando a usted, que todos los que está n en su
contra. No tema por la Iglesia de Cristo cuando mueren los
pastores y los santos son llevados a su morada eterna. Cristo
puede mantener su propia causa siempre. Levantará mejores
siervos y estrellas má s luminosas.

Tiene a las estrellas de la Iglesia en la palma de su mano (Ap.


1:20). Quítese los pensamientos ansiosos sobre el futuro. Ya no esté
deprimido por las medidas que toman los estadistas o por los ardides
de zorros vestidos de ovejas. Cristo siempre satisfará las
necesidades de su propia Iglesia. Cristo se asegurará de que “las
¿Es usted nacido de nuevo? 351
puertas del Hades” no prevalezcan contra ella. Todo va bien, aunque
nuestros ojos no lo vean. Los reinos del mundo, aú n pueden
convertirse en reinos de nuestro Dios y de su Cristo.

Aplicaciones prácticas
Ahora concluiré este capítulo con unas palabras de aplicació n
prá cticas.
(a) Las primeras serán en forma de una pregunta. ¿Cuá l será esa
pregunta?
¿Qué preguntaré? Regresaré al punto con el que comencé. Iré a la
primera frase de este capítulo, personalizá ndola. Pregunto: ¿Es
usted miembro de la ú nica Iglesia verdadera de Cristo? ¿Es usted, en
el mejor sentido, un “hombre de iglesia” a los ojos de Dios? Ahora ya
sabe lo que quiero decir. Miro mucho má s allá de la Iglesia
Anglicana. No estoy hablando de una denominació n o grupo en
particular. Hablo de “la Iglesia edificada sobre la Roca”. Le pregunto
con toda seriedad: ¿Es usted miembro de esa Iglesia? ¿Está usted
unido al gran Fundamento? ¿Está cimentado sobre la Roca? ¿Ha
recibido al Espíritu Santo? ¿Testifica el Espíritu a su espíritu de
que usted es uno con Cristo y Cristo con usted? Le ruego, en el
nombre de Dios, que tome a pecho estas preguntas y reflexione bien
sobre ellas. Si no se ha convertido, no pertenece todavía a “la
Iglesia sobre la Roca”.
Si no puede dar una respuesta satisfactoria a mis preguntas,
tome en cuenta cada uno de mis lectores su propia condició n. Tenga
cuidado, tenga cuidado de no arruinar su alma para toda la
eternidad.

Tenga cuidado, no sea que al final de cuentas las puertas del


infierno prevalezcan contra usted, que el diablo declare que usted le
pertenece y sea echado fuera para siempre. Tenga cuidado de no ser
arrojado al abismo desde la tierra donde hay tantas Biblias, que le
hubieran podido ayudar a evitar su derrota, y a la vista del
352 SANTIDAD
evangelio de Cristo que lo hubiera podido salvar. Tenga cuidado que
no vaya a estar a la izquierda de Cristo en el día final, un episcopal
perdido o un presbiteriano perdido o un bautista perdido o un
metodista perdido, perdido debido a que por su celo por su propia
denominació n y su propia Cena del Señ or, nunca se hizo miembro
de la ú nica Iglesia verdadera.
(b) Mis segundas palabras de aplicació n serán una invitación. Se las
dirijo a todo el que todavía no es un verdadero creyente: Venga y
sú mese sin dilació n a la ú nica Iglesia verdadera. Venga y ú nase al
Señ or Jesucristo en un pacto eterno que nunca será olvidado.
Considere bien lo que digo. Le encargo con toda seriedad que no
malentienda el significado de mi invitació n. No le pido que deje la
iglesia visible a la cual pertenece. Aborrezco toda idolatría a los
formulismos y partidismos. Detesto al espíritu proselitista. Pero sí le
pido que acuda a Cristo y sea salvo. El día de decisió n, tarde o
temprano, tiene que llegar. ¿Por qué no hoy mismo, en este mismo
momento? ¿Por qué no este día mientras el día dura? ¿Por qué no
esta misma noche, antes de que claree la mañ ana? Venga a él,
quien murió por los pecados en la cruz e invita a todos los
pecadores que vengan a él por fe para ser salvos. Venga a mi Señ or
Jesucristo.
Venga, le ruego, porque ya todo está preparado. La misericordia
lo está . El cielo lo está. Los á ngeles lo esperan para regocijarse por
usted. Cristo lo recibirá con gozo y la dará la bienvenida entre sus
hijos. Venga al arca. El diluvio de la ira de Dios se desatará pronto
sobre la tierra, venga al arca y sea salvo.
Entre en el bote salvavidas de la ú nica Iglesia verdadera.

¡Este viejo mundo pronto se hará pedazos! ¿Oye usted sus


temblores? El mundo no es má s que un barco encallado en un
banco de arena. La noche ya está avanzada y las olas comienzan a
subir, el viento comienza a soplar y la tormenta pronto destruirá el
viejo barco naufragado. Pero el bote salvavidas ha sido echado al agua
¿Es usted nacido de nuevo? 353
y nosotros, los ministros del evangelio, le rogamos que entre en el
bote y sea salvo. Le rogamos que se levante ya y venga a Cristo.
Se pregunta usted: “¿Có mo puedo venir? Mis pecados son
demasiados. Todavía soy muy impío. No me animo a venir”. ¡Fuera
con ese pensamiento! Es Sataná s que lo tienta. Venga a Cristo como
un pecador. Venga tal como está . Reflexione en las palabras de aquel
himno tan hermoso:
“Tal como soy, de pecador,
sin más confianza que tu amor,
ya que me llamas, acudí,
Cordero de Dios, heme aquí”.
É sta es la manera de venir a Cristo. No se quede esperando nada ni
se demore por ninguna razó n. Venga como un pecador hambriento
que busca satisfacer su apetito, un pecador pobre para enriquecerse,
un pecador sin méritos para vestirse de justicia. Si viene, Cristo lo
recibe. Cristo dice: “Al que a mí viene, no le echo fuera”. ¡Oh!
Venga, venga a Jesucristo. Venga a la “Iglesia verdadera” por fe y
sea salvo.
(c) Por ú ltimo, quiero dar una palabra de exhortación a todo
creyente auténtico que tiene este escrito en sus manos.
Procure vivir una vida santa. Ande como es digno de la Iglesia a
la cual pertenece. Viva como un ciudadano del cielo. Haga que su luz
brille delante de los hombres para que el mundo se beneficie por su
conducta. Há gales saber a quién pertenece y a quién sirve. Sea una
epístola de Cristo, conocida y leía por todos, escrita con letras tan
claras que nadie pueda decir de usted: “No sé si este hombre es un
miembro de Cristo o no”.

El que nada sabe de santidad real y prá ctica no es miembro de


“la Iglesia sobre la Roca”.
Procure vivir una vida valiente. Confiese a Cristo delante de los
hombres. Sea cual sea su posició n, en esa posició n confiese a
Cristo. ¿Por qué habría usted de avergonzarse de él? É l no se
354 SANTIDAD
avergonzó de usted en la cruz. É l está listo para confesarlo a usted
ante su Padre en el cielo. ¿Por qué habría usted de avergonzarse de
él en la tierra? Sea valiente. Sea muy valiente. El buen soldado no se
avergü enza de su uniforme. El verdadero cristiano nunca debiera
avergonzarse de Cristo.
Procure vivir una vida gozosa. Viva como alguien que tiene esta
bendita esperanza: La segunda venida de Jesucristo. É ste es el
acontecimiento que todos debemos esperar con expectació n. No es
tanto la idea de ir al cielo, sino que el cielo venga a nosotros lo que
debiera llenar nuestra mente. “Vienen buenos tiempos” para todo
el pueblo de Dios, buenos tiempos para toda la Iglesia de Cristo,
buenos tiempos para todos los creyentes; malos tiempos para el
impenitente y el incrédulo, pero buenos tiempos para el cristiano
auténtico. Esperemos, velemos y oremos por esos buenos tiempos.
El andamiaje pronto será quitado. La ú ltima piedra pronto será
colocada. La piedra final será instalada sobre el edificio. Un poco
má s de tiempo y la belleza total de la Iglesia que Cristo está
edificando será vista claramente.
El gran Maestro Constructor pronto vendrá . El edificio sin
ninguna imperfecció n será exhibido ante los mundos reunidos. El
Salvador y los salvos se regocijarán juntos. Todo el universo
reconocerá que en la edificació n de la Iglesia de Cristo todo se hizo a
la perfecció n. “Bienaventurados” se dirá en aquel día, si nunca fue
dicho antes: “¡Bienaventurados todos los que pertenecen a la
Iglesia sobre la roca!”.

14. Advertencias a las iglesias visibles


“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.
Apocalipsis 3:22
¿Es usted nacido de nuevo? 355
Me supongo que puedo contar con que cada uno de mis lectores
pertenece a alguna iglesia visible de Cristo. No le pregunto si es usted
episcopal, presbiteriano o independiente. Lo ú nico que supongo es
que no le gustaría que lo llamaran ateo
o incrédulo. También supongo que asiste al culto pú blico de un
cuerpo visible, particular o nacional de cristianos que profesan
serlo exteriormente.
Ahora bien, sea cual fuere el nombre de su iglesia, le invito a
prestar especial atenció n al versículo bíblico que tiene ante sus
ojos. Le encargo que tenga en mente que las palabras de ese
versículo le conciernen a usted. Fueron escritas para su
conocimiento y para todos los que se consideran cristianos. “El que
tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.
En el segundo y tercer capítulo del libro de Apocalipsis, este
versículo se repite siete veces. En estos capítulos, el Señ or envía,
por la mano de Juan, una carta a cada una de las siete iglesias de
Asia. Siete veces termina sus cartas diciendo las mismas palabras
solemnes. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las
iglesias”.
Todo lo que el Señ or Dios hace es perfecto. No hace nada por
casualidad. No causó que ninguna parte de las Escrituras se
escribiera por casualidad. En todos sus tratos, podemos encontrar
un designio, propó sito y plan. Hubo un diseñ o en el tamañ o y ó rbita
de cada planeta. Hay un designio en la forma y estructura del ala
de la mosca má s diminuta. Hay una intenció n en cada versículo de
la Biblia. Hay un objetivo en cada repetició n de un versículo, sea
donde sea que aparezca.

Hay un propó sito en las siete repeticiones del versículo que


estamos enfocando. Significa algo y la intenció n es que le demos
nuestra atenció n.
Estos versículos piden la atenció n especial de todos los cristianos
auténticos de las siete “cartas, a las iglesias”. Estoy convencido de
356 SANTIDAD
que su intenció n es hacer que los creyentes tomen nota, en
particular, de los asuntos que estas siete epístolas tratan.
Procuraré señ alar ciertas verdades principales que me parece que
estas siete epístolas enseñ an. Son verdades para nuestra época,
verdades que nunca se pueden conocer demasiado bien y que nos
beneficia conocerlas y percibirlas mucho mejor de lo que lo
hacemos.
I. Cuestiones relacionadas con doctrinas, prácticas,
advertencias y promesas
En primer lugar, les pido a mis lectores que noten que, en las siete
epístolas, el Señ or Jesú s no habla más que de doctrinas, prácticas,
advertencias y promesas. Les pido que lean estas siete epístolas en
silencio y a su propio ritmo; cuando lo hagan, comprenderá n lo
que quiero decir.
Observará n que, a veces, el Señ or Jesú s habla de falsas
doctrinas, personas impías y prácticas erradas, y las reprende con
vehemencia. También notará n que, a veces, elogia altamente la fe,
paciencia, obra, labor y perseverancia. Lo verá n, otras veces,
rogando que se arrepientan, corrijan, regresen a su primer amor, que
renueven su fe en él y cosas así.
También quiero que noten que, en ninguna de las epístolas, el
Señ or habla del gobierno ni las ceremonias de la iglesia. No dice
nada de sacramentos ni de ordenanzas. No menciona liturgias ni
procedimientos o formas. No le indica a Juan que escriba ni una
palabra sobre el bautismo, la Cena del Señ or ni de una sucesió n
apostó lica.

En suma, los principios principales de lo podríamos llamar “el


sistema sacramental”, no aparece en ninguna de las siete epístolas.
¿Por qué señ alo esto? Lo hago porque muchos profesantes
cristianos, en la actualidad, quieren hacernos creer que estas cosas
son de primera, primordial y capital importancia. Son muchos los
¿Es usted nacido de nuevo? 357
que opinan que no puede haber una iglesia sin un obispo, ni
piedad sin liturgia. Parece que creen que enseñ ar el valor de los
sacramentos es la primera obligació n del pastor y que la continuidad
de la iglesia local es la tarea de las personas.
Ahora bien, nadie me malinterprete cuando digo esto. Nadie se
vaya con la idea de que no le doy ninguna importancia a los
sacramentos. Al contrario, los considero de gran bendició n para
todos los que participan de ellos “correcta, dignamente y con fe”. No
crea que no le doy ningú n valor al gobierno episcopal, la liturgia y al
sistema parroquial. Al contrario, considero que una iglesia bien
administrada que cuenta con estas tres cosas, ademá s de un
ministerio evangélico es una iglesia mucho má s completa y
provechosa que una en la que no se encuentran. Pero afirmo que
los sacramentos, el gobierno de la iglesia, el uso de una liturgia, las
ceremonias y procedimientos no son nada en comparació n con la fe,
el arrepentimiento y la santidad. Y mi autoridad para decir esto es
todo el tenor de las palabras de nuestro Señ or Jesucristo a las siete
iglesias.
Me es imposible creer que si cierta forma de gobierno
eclesiá stico fuera tan importante como algunos afirman, la gran
Cabeza de la Iglesia no la hubiera mencionado aquí.
Encontraríamos algo sobre esto dirigido a Sardis y Laodicea. Pero
no encuentro absolutamente nada. Creo que ese silencio es algo para
tener muy en cuenta.
No puedo menos que mencionar que fue lo mismo con las
palabras de despedida de Pablo a los ancianos efesios (Hch. 20:27-
35).

Se estaba despidiendo para siempre. Estaba dando sus ú ltimas


instrucciones sobre la tierra, escribiendo como alguien que no
volvería a ver los rostros de sus oyentes. No obstante, no hay ninguna
instrucció n sobre los sacramentos ni el gobierno de la iglesia. Si
alguna vez hubo necesidad de hablar de estos, fue en esta ocasió n.
358 SANTIDAD
Pero el Apó stol no dijo absolutamente nada y creo que su silencio
fue intencional.
Y esa es la razó n por la cual nosotros, los llamados (para bien o
para mal) clero evangélico, no predicamos sobre obispos, el Libro de
Oraciones y las ordenanzas má s de lo que lo hacemos. No es porque
no las valoremos en el lugar, la proporció n y manera que les
corresponde. Las valoramos tanto y verdaderamente como
cualquiera, y damos gracias a Dios por ellos. No obstante, creemos
que el arrepentimiento ante Dios, la fe en nuestro Señ or Jesucristo y
una conversació n santa son temas mucho má s importantes para el
alma. Sin estos, nadie puede ser salvo. Estas son las cuestiones má s
importantes y de má s peso y, por ello, éstas son las que
enfatizamos.
Aquí tenemos una razó n por la cual, a menudo, instamos a las
personas que no se contenten con la parte externa de la religió n.
Usted habrá observado que le advertimos con frecuencia que no
confíe en el hecho de ser miembro de la iglesia y los privilegios de la
iglesia. Le advertimos que no se crea que todo anda bien porque
usted asiste a la iglesia los domingos y participa de la Cena del
Señ or.
Con frecuencia, le instamos que recuerde que no es un cristiano
el que lo es solo exteriormente, sino el que ha “nacido de nuevo”,
el que tiene una “fe que obra por amor” y es una “nueva creació n”
por el Espíritu en su corazó n. Lo hacemos porque pensamos que es
la mente de Cristo. É ste es el tipo de cosas que él enfatiza cuando
escribe a las siete iglesias. Creemos que si lo imitamos a él no
cometeremos errores graves.

Sé que nos acusan de tener “puntos de vista deficientes” sobre los


temas a los cuales me he referido. Poco importa si alguien piensa
que nuestros puntos de vista son considerados “deficientes” siempre
y cuando nuestra conciencia nos diga que son bíblicos. Los
pensamientos elevados, como los llaman, no siempre son terreno
¿Es usted nacido de nuevo? 359
seguro sobre el cual transitar. Nuestra respuesta debe ser lo que
dijo Balaam: “Lo que hable Jehová , eso diré” (Nm. 24:13).
La verdad simple y llana es que hay dos sistemas cristianos
diferentes y separados en Inglaterra hoy día. Es inú til negarlo. Su
existencia es una gran realidad y eso hay que entenderlo
claramente.
Segú n uno de los sistemas, la religió n es só lo una cuestión
corporativa. Uno tiene que pertenecer a cierto grupo de personas. En
virtud de ser miembro de este grupo o cuerpo, a uno le son
conferidos vastos privilegios, tanto en el tiempo como en la
eternidad. Poco importa lo que uno es y lo que siente. No tiene que
ponerse a prueba en base a sus sentimientos. Si uno es miembro de
una gran corporació n eclesiástica, entonces cuenta con todas sus
concesiones y privilegios.
¿Pertenece usted a una corporació n visible auténtica? É ste es el
quid de la cuestió n.
Segú n el otro sistema, la religió n es principalmente un asunto
personal entre usted y Cristo. Ser miembro de algú n cuerpo
eclesiá stico no le salvará el alma, no importa lo sano que sea ese
cuerpo. El solo hecho de ser miembro no le limpiará ni un pecado
ni le dará seguridad en el Día del Juicio. Tiene que haber una fe
personal en Cristo, una relació n personal entre usted y Dios, una
comunió n personal sentida entre su corazó n y el Espíritu Santo.
¿Tiene usted esta fe personal? ¿Siente en su alma la obra del
Espíritu Santo? É ste es el quid de la cuestió n. Si su respuesta es
negativa, usted está perdido.

Este ú ltimo sistema es al que se aferran y enseñ an los que se


denominan pastores evangélicos. Lo hacen porque están seguros de
que éste es el sistema que enseñ an las Sagradas Escrituras. Lo
hacen porque está n convencidos de que cualquier otro sistema
produce consecuencias muy peligrosas y tienen el fin de engañ ar
360 SANTIDAD
fatalmente a los hombres en cuanto a su verdadero estado. Lo
hacen porque creen que es el ú nico sistema que Dios ha de
bendecir y que ninguna iglesia prosperará tanto como aquella en
la que el arrepentimiento, la fe, la conversió n y la obra del Espíritu
son los temas primordiales de los sermones del pastor.
II. “Yo conozco tus obras”
Digo una vez má s que repasemos con frecuencia las siete
“epístolas a las iglesias”. En segundo lugar, les pido a mis lectores
que noten que en cada epístola el Señ or Jesú s dice: “yo conozco tus
obras”. Esta expresió n que se repite una y otra vez es muy
impresionante. Es por algo que leemos estas palabras siete veces.
A una iglesia el Señ or Jesú s dice “tu arduo trabajo y tu paciencia”,
a otra “tu tribulación y tu pobreza”, a la tercera “tu amor, y fe, y
servicio”. En cambio, a todas les dice las palabras que ahora estamos
enfocando: “Yo conozco tus obras”. No dice: “Yo conozco la fe que
profesas, tus anhelos, tus decisiones y tus anhelos”, sino que dice
obras. Yo conozco tus obras.
Las obras de un cristiano profesante son de gran importancia.
No pueden salvar su alma. No pueden justificarlo. No pueden
limpiarlo de sus pecados. No pueden librarlo de la ira de Dios. Pero
porque no puedan salvarlo, no significa que no sean importantes.
Tenga cuidado, no sea que se le ocurra creer esto. La persona que
lo cree está terriblemente engañ ada. A menudo, pienso que con
gusto moriría por defender la doctrina de la justificació n por la fe
sin las obras de la ley. Pero mantengo firmemente que, por lo
general, las obras del hombre son evidencia de su fe.

Si se denomina usted cristiano, tiene de demostrarlo en su diario


vivir y su comportamiento cotidiano. Recuerde que la fe de Abraham
y la de Rahab se comprobó por sus obras (Stg. 2:21-26). Recuerde
que no le sirve a usted ni me sirve a mí profesar que conozco a Dios, si
nuestras obras lo desdicen (Tito 1:16). Recuerde las palabras de
¿Es usted nacido de nuevo? 361
nuestro Señ or Jesú s: “Porque cada á rbol se conoce por su fruto”
(Lc. 6:44).
Ademá s, sean las que fueren las obras de un cristiano
profesante, dice la Palabra: “Los ojos de Jehová está n en todo
lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Pr. 15:3). Nunca ha
realizado usted una acció n, por má s privada que haya sido, que el
Señ or no viera. Nunca dijo una palabra, no, ni siquiera un susurro,
que Jesú s no oyera. Nunca escribió una carta, aun a su amigo má s
querido, que Jesú s no haya leído. Nunca ha tenido un
pensamiento, por má s secreto que haya sido, que Jesú s no sabía.
Sus ojos son como fuego que arde. La oscuridad no es oscuridad
para él. Todas las cosas le son manifiestas. Le dice a cada uno: “Yo
conozco tus obras”.
(a) El Señ or Jesú s conoce las obras de todas las almas
impenitentes e incrédulas y, un día, las castigará. No son olvidadas
en el cielo, aunque se olviden en la tierra. Cuando el gran trono blanco
esté preparado y los libros sean abiertos, los impíos muertos será n
juzgados “segú n sus obras” (Ap. 20:12-13).
(b) El Señ or conoce las obras de su propio pueblo y las pesa. “A él le
toca pesar las acciones” (1 S. 2:3). É l conoce el porqué y el para qué de
las obras de todos los creyentes. Ve las motivaciones de cada paso
que dan. Discierne cuá nto se realiza en su nombre y cuá nto para
ser alabado. ¡Ay! Muchas cosas que hacen los creyentes nos
parecen muy buenas a usted y a mí, pero Cristo las da una
calificació n muy baja.
(c) El Señ or Jesú s conoce las obras de todos los que pertenecen a
su pueblo y, un día, las recompensará.

Nunca pasa por alto una palabra cariñ osa ni una buena obra
realizada en su nombre. A él le pertenecen todos los frutos de la fe,
aun los má s pequeñ os; y los declarará ante el mundo el día de su
venida. Si ama usted al Señ or Jesú s y le sigue, puede estar seguro de
que sus obras para el Señ or no será n en vano. Las obras de los que
362 SANTIDAD
mueren en el Señ or “con ellos siguen” (Ap. 14:13). No irá n antes
que ellos, ni a su lado, sino que los siguen y será n los elementos
para su balance el día de la venida de Cristo. La pará bola de las
minas se hará realidad (Lc. 19:12-27). “Cada uno recibirá su
recompensa conforme a su labor” (1 Co. 3:8). El mundo no lo conoce
a usted porque no conoce a su Hacedor. Pero Jesú s ve y sabe todo.
“Yo conozco tus obras”.
Reflexione acerca de la advertencia solemne que hay aquí para
todo el que profesa una religión mundana e hipócrita. Lea, subraye y
digiera estas palabras. Jesú s le dice: “Yo conozco tus obras”. Usted
puede engañ arme a mí y a otros pastores; es fá cil hacerlo. Usted
puede recibir de mis manos el pan y la copa y, no obstante, estar
aferrá ndose a la iniquidad en su corazó n. Puede asistir a la iglesia
semana tras semana y escuchar con seriedad las palabras del
predicador y, sin embargo, no creerlas. Pero recuerde que no
puede engañ ar a Cristo. Aquel que descubrió lo muerta que estaba
la iglesia en Sardis y lo tibia que era la de Laodicea, lo conoce a
usted de pies a cabeza, y lo expondrá en el día final, a menos que se
arrepienta.
Oh, créame, la hipocresía siempre pierde. Nunca da resultado
parecer una cosa y ser otra, ni llamarse cristiano y no serlo. Puede
estar seguro de que si le remuerde la conciencia en este sentido,
puede estarlo también de que su pecado será descubierto. Los ojos
que vieron a Acá n robar un lingote de oro y esconderlo, está n sobre
usted. El libro que registró las obras de Giezi, Ananías y Safira,
está registrando sus obras. Jesú s, en su misericordia, le envía hoy
una advertencia. Dice: “Yo conozco tus obras”.

Por otro lado, piense en el aliento que hay aquí para cada
creyente sincero y auténtico. También a usted le dice Jesú s: “Yo
conozco tus obras”. Usted no ve nada especial en ninguna de sus
acciones. Todo le parece imperfecto, manchado y deshonroso. A
veces, se siente mal por sus propias faltas. A menudo, siente que toda
¿Es usted nacido de nuevo? 363
su vida es un gran error y que cada día es un espacio en blanco o
un manchó n. Pero sepa ahora que Jesú s puede ver algo de hermosura
en todo lo que hace con el anhelo consciente de complacerle. Sus
ojos pueden discernir la excelencia, aun en lo má s pequeñ o, que es
fruto de su propio Espíritu. É l puede sacar las pepitas de oro de la
escoria de sus acciones y separar la cizañ a del trigo en todos sus
quehaceres. Todas sus lá grimas van en su redoma (Sal. 56:8). Sus
esfuerzos por ayudar a los demás, por más pequeñ os que sean, está n
escritos en su libro memorial. La copa má s pequeñ a de agua, dada
en su nombre, recibirá su recompensa. El Señ or no olvida sus
obras y trabajos de amor, aunque el mundo no los valore.
Parece demasiado maravilloso y sí, lo es. A Jesú s le encanta
honrar la obra de su Espíritu en su pueblo y de pasar por alto sus
flaquezas. Toma en cuenta la fe de Rahab, pero no su mentira. Felicita
a sus apó stoles por permanecer con él durante sus tentaciones y no
tiene en cuenta su ignorancia y falta de fe (Lc. 12:28). “Como el
padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le
temen” (Sal. 103:13). Y de la misma manera como un padre de familia
se complace con las má s pequeñ as y dignas acciones de sus hijos, de
las cuales los extrañ os nada saben, se complace el Señ or con
nuestros débiles esfuerzos por servirle.
Es todo muy maravilloso. Puedo comprender por qué los justos
en el Día del Juicio dirá n: “¿Cuá ndo te vimos hambriento, y te
sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuá ndo te vimos
forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te
vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?” (Mt. 25:37- 39). ¡Les
parecerá increíble e imposible haber hecho algo digno de mencionar
en aquel gran día! No obstante, así es.

Cobren aliento por esto, todos los creyentes. El Señ or dice: “Yo
conozco todas tus obras”. Esto debe hacerle humilde, pero no
temeroso.
III. Una promesa al que venciere
364 SANTIDAD
Les pido a mis lectores que observen, en tercer y ú ltimo lugar,
que en cada epístola el Señ or Jesú s hace una promesa al que
venciere.
Siete veces Jesú s promete a las iglesias cosas muy grandes y
preciosas. Cada una es diferente y cada una está llena de consolació n,
pero cada una va dirigida al cristiano vencedor. Es siempre “al que
venciere” o “el que venciere”.
Cada cristiano es un soldado de Cristo. Por su bautismo está
comprometido a librar la batalla de Cristo contra el pecado, el
mundo y el diablo. El hombre que no lo hace está rompiendo su
pacto. Es un moroso espiritual. No cumple los compromisos que
le corresponden. El cristiano que rompe su compromiso,
prá cticamente, renuncia a su cristianismo. El hecho mismo de que
pertenece a una iglesia, asiste a un lugar de adoració n cristiano, es
una declaració n pú blica de que quiere ser contado como soldado de
Cristo.
El Señ or provee una armadura para la lucha, pero el cristiano tiene
que usarla. “Tomad”, dice Pablo a los efesios, “toda la armadura de
Dios”. “Estad, pues, firmes, ceñ idos vuestros lomos con la verdad, y
vestidos con la coraza de justicia”. “Y tomad el yelmo de la salvació n
y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”. “Sobretodo, tomad
el escudo de la fe” (Ef. 6:13-17).
Y no de menos importancia, el cristiano profesante tiene…
- el mejor de los líderes: Jesú s, el Capitán de la salvació n, por
medio del cual es má s que vencedor,
- las mejores provisiones: El pan de vida y el agua viva y
- la promesa del mejor pago: Un eterno peso de gloria.

Todas estas cosas no son nada nuevo. No me desviaré de mi


tema a fin de explicarlas.
Un punto que quiero dejar en su alma ahora es que el creyente
auténtico, no só lo es un soldado, sino un soldado victorioso. No
só lo profesa luchar del lado de Cristo contra el pecado, el mundo y
¿Es usted nacido de nuevo? 365
el diablo, sino que realmente lucha y vence.
He aquí la gran característica que distingue al cristiano
auténtico. A otros quizá , les guste solamente el hecho de ser
contados en el ejército de Cristo. Otros pueden tener pocos deseos y
anhelos lá nguidos de lograr la corona de gloria. Pero es ú nicamente
el cristiano auténtico, el que le hace frente a los enemigos de su
alma, quien realmente lucha contra ellos y, en esa lucha, los vence.
Una gran lecció n que deseo que mis lectores aprendan de estas
epístolas es que, si han de dar pruebas de haber nacido de nuevo y de
que van en direcció n al cielo, tienen que ser soldados victoriosos de
Cristo. Si anhelan estar seguros de que tienen derecho a las
promesas preciosas de Cristo, tienen que pelear la buena batalla en
la causa de Cristo y salir airosos.
La victoria es la ú nica evidencia satisfactoria de que tienen una
fe salvadora. Quizá les guste escuchar buenos sermones. Respetan
la Biblia y la leen ocasionalmente. Elevan a Dios sus oraciones en
la noche y en la mañ ana. Tienen el culto familiar y ofrendan a la
obra misionera. Doy gracias a Dios por esto. Pero,
¿có mo va la batalla? ¿Có mo pelean sus batallas durante el tiempo de
lucha? ¿Está n venciendo el amor al mundo y el temor al hombre?
¿Está n venciendo las pasiones, el mal carácter y la lascivia de sus
propios corazones? ¿Están resistiendo al diablo y obligá ndolo a
huir? ¿Có mo va esto? Tienen que vencer o servir al pecado, al
diablo y al mundo. No hay otra alternativa. Tienen que vencer o ser
vencidos para perdició n.
Sé muy bien y quiero que ustedes también sepan que es una
batalla difícil la que tienen que pelear.

Deben pelear la buena batalla de la fe y soportar aflicciones para


alcanzar la vida eterna. Tienen que decidirse a luchar diariamente si
quieren llegar al cielo. Puede haber caminos breves al cielo
inventados por el hombre, pero el cristianismo legado de la
antigü edad es el camino de la cruz, el camino de conflictos. El
366 SANTIDAD
pecado, el mundo y el diablo tienen que ser realmente mortificados,
resistidos y vencidos.
É ste es el camino que los santos de antañ o tomaron dejando “su
récord en lo má s alto”.
(a)Moisés rechazó los placeres pecaminosos en Egipto y escogió las
aflicciones del pueblo de Dios. Esto fue vencer: Venció el amor a
los placeres.
(b) Micaías se negó a profetizar buen éxito al rey Acab, aunque
sabía que profetizar la verdad significaría que sería perseguido. Esto
fue vencer: Venció el amor a la comodidad.
(c) Daniel se negó a dejar de orar, aunque sabía que había un
foso de leones preparado para él, Esto fue vencer: Venció el temor
a la muerte.
(d) Mateo abandonó sus negocios cuando nuestro Señ or le
pidió que lo siguiera. Esto fue vencer. Venció el amor al dinero.
(e) Pedro y Juan ante el concilio dijeron con valentía: “No
podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”. Esto fue vencer.
Vencieron el temor al hombre.
(f) Saulo, el fariseo, renunció a su fama entre los judíos y predicó
a ese mismo Jesú s que había perseguido. Esto fue vencer: Venció el
amor a la alabanza del hombre.
Nosotros tenemos que hacer el mismo tipo de acciones de estos
hombres, si queremos ser salvos. Eran hombres con pasiones
como las nuestras y las vencieron. Tenían tantas pruebas, como
posiblemente tenemos nosotros, pero vencieron. Lucharon.
Batallaron. Pelearon. Nosotros tenemos que hacer lo mismo.
¿Cuá l fue el secreto de su victoria? Su fe.

Creyeron en Cristo y, creyendo, recibieron fuerzas. Creyeron en


Cristo y, creyendo, fueron sostenidos. En todas sus batallas,
tuvieron sus ojos puestos en Jesú s y él nunca los dejó ni los
abandonó . “Y ellos le han vencido [al acusador] por medio de la
sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos” y lo mismo
¿Es usted nacido de nuevo? 367
sea con nosotros (Ap. 12:11).
Les dejo estas palabras. Les pido que las tomen a pecho. Cada uno
decida, por la gracia de Dios, ser un cristiano vencedor.
Me preocupan muchos cristianos profesantes. No veo en ellos
ninguna señ al de lucha y, menos aú n, de victorias. Nunca abren la
boca en defensa de Cristo. Está n en paz con sus enemigos. No
tienen problemas con el pecado. Le advierto que esto no es ser
cristiano. É ste no es el camino al cielo.
A menudo, me preocupo mucho por los que escuchan el
evangelio regularmente. Me preocupa que se acostumbren tanto a
oír su doctrina, que se insensibilizan a su poder. Me temo que su fe
se limite a una conversació n incierta acerca de su propia flaqueza y
corrupció n, y algunas expresiones sentimentales acerca de Cristo,
mientras ignoran totalmente la necesidad de luchar por Cristo de
verdad y en la prá ctica. Cuídese de no caer en este mismo error.
“Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores”. ¡Sin
victoria no hay corona!
¡Luche y venza! (Stg. 1:22).
Jóvenes y señoritas y, especialmente los que se han criado en un
hogar cristiano: Temo por ustedes. Temo que se acostumbren a ceder
a las tentaciones. Temo que les dé miedo decirle “¡no!” al mundo y
al diablo, y que cuando los pecadores los tientan, no tengan reparos
en ceder. Tengan cuidado, les ruego que no cedan. Cada vez que lo
hacen, se van debilitando. Salgan al mundo decididos a pelear la
batalla de Cristo y a abrirse paso luchando.
Creyentes en el Señ or Jesú s, de todas las iglesias y posiciones en
la vida: Me identifico mucho con ustedes.

Sé que su camino es difícil. Sé que la batalla que tienen que


pelear es difícil. Sé que, a menudo, se sienten tentados a decir: “No
vale la pena” y a bajar sus brazos.
Anímense queridos hermanos y hermanas. Les ruego que sean
valientes. Vean el lado positivo de su posició n. Cobren aliento para
368 SANTIDAD
seguir luchando. El tiempo es breve. El Señ or viene pronto. La
noche está avanzada. Millones de personas débiles como ustedes
han peleado la misma batalla. Ni uno de todos esos millones ha
terminado cautivo de Sataná s. Sus enemigos son poderosos, pero el
Capitá n de su salvació n es aú n má s poderoso. Su brazo, su gracia y
su Espíritu lo mantendrá n en pie. Alégrense. No se desanimen.
¿Qué si pierde una batalla o dos? No las perderá todas. ¿Qué si a
veces desmaya? No será destruido. Guá rdese del pecado y el pecado
no tendrá poder sobre usted. Resista al diablo y él huirá de usted.
Aléjese audazmente del mundo y el mundo se verá obligado a dejarlo
ir. Al final será má s que vencedor.

Aplicación práctica
Daré algunas palabras de aplicació n de todo el tema y, con esto,
habré terminado.
(a) Para empezar, advierto a todo el que está viviendo solo para el
mundo, que piense bien lo que está haciendo. Aunque no lo sepa,
usted es enemigo de Cristo. É l conoce sus caminos aunque le esté
dando la espalda y se niegue a entregarle su corazó n. Está
observando su vivir cotidiano y notando lo que hace. Habrá una
resurrecció n de todos sus pensamientos, palabras y acciones. Usted
puede olvidarlas, pero Dios no las olvida. Puede ser que usted ni
les dé importancia, pero está n escritas con cuidado en el libro
de memorias. ¡Oh, hombre mundano! ¡Piense en esto! Tiemble,
tiemble y arrepiéntase.
(b) En segundo lugar, advierto a todo formalista y fariseo que
mire bien que no sea engañado.

Usted se imagina que irá al cielo porque asiste regularmente a la


iglesia. Se queda tranquilo pensando que tiene vida eterna porque
siempre participa de la Cena del Señ or y su asistencia a los cultos es
perfecta. Pero, ¿dó nde está su arrepentimiento? ¿Dó nde está su fe?
¿Dó nde están las evidencias de un nuevo corazó n? ¿Dó nde está n las
¿Es usted nacido de nuevo? 369
evidencias de regeneració n? ¡Oh, cristiano de nombre solamente!
¡Piense en estas preguntas! ¡Tiemble, tiemble y arrepiéntase!
(c) En tercer lugar, advierto a todo miembro negligente de las
iglesias que tengan cuidado, no sea que por su negligencia, su
alma termine en el infierno. Usted vive añ o tras añ o como si no
hubiera ninguna batalla que pelear con el pecado, el mundo y el
diablo. Pasa por la vida sonriendo, riendo y portá ndose como un
caballero o una dama, y actú a como si no hubiera un diablo, un
cielo ni un infierno. Oh, miembro negligente de la iglesia, episcopal
negligente, presbiteriano negligente, independiente negligente,
bautista negligente:
¡Despierte para ver las realidades eternas en su verdadera
perspectiva! ¡Despierte y pó ngase la armadura de Dios! ¡Despierte y
luche duro por la vida! Tiemble, tiemble y arrepiéntase.
(d) En cuarto lugar, advierto a todo aquel que quiera ser salvo,
que no se contente con las normas del mundo concernientes al
cristianismo. Nadie que tiene los ojos abiertos puede dejar de ver
que el cristianismo del Nuevo Testamento es muy superior y má s
profundo que el que profesa la mayoría de los cristianos. Esas
prá cticas ceremoniosas, fá ciles y carentes de obras que la mayoría
llama cristianismo, evidentemente, no es el cristianismo del Señ or
Jesú s. Las virtudes que elogia en estas siete epístolas no son las
que elogia el mundo. Las cosas que condena son cosas en las que el
mundo no ve nada malo. ¡Oh, si su intenció n es seguir a Cristo, no
se contente con el cristianismo del mundo! Tiemble, tiemble y
arrepiéntase.

(e) Enú ltimo lugar, advierto a todo el que profesa creer en el


Señor Jesús, que no se contente con una medida escasa de él.
De todas las cosas que se ven en la iglesia de Cristo, no hay
ninguna má s penosa que el cristiano que se contenta y está
satisfecho con un poquito de gracia, un poquito de arrepentimiento,
370 SANTIDAD
un poquito de fe, un poquito de conocimiento, un poquito de amor y un
poquito de santidad. Le ruego a cada uno que lee estas líneas que no
sea ese tipo de cristiano. Si quiere ser ú til, si desea promover la
gloria de su Señ or y si anhela paz interior, no se contente con solo
un poquito de cristianismo.
En cambio, busquemos cada día de nuestra vida progresar
espiritualmente cada vez má s, crecer en la gracia y el conocimiento
del Señ or Jesú s, ser má s humildes y conocernos mejor, crecer en
espiritualidad, pensando en el cielo y conformarnos, cada vez
mejor, a la imagen de nuestro Señ or.
Tengamos cuidado de no dejar nuestro primer amor como la
iglesia en É feso, de ser tibios como la de Laodicea, de tolerar
prá cticas falsas como la de Pérgamo, de jugar con falsas doctrinas
como la de Tiatira y de estar al borde de la muerte como la de
Sardis.
En cambio, anhelemos los dones mejores. Sea nuestra meta
lograr una santidad excelente. Procuremos ser como la iglesia de
Esmirna y la de Filadelfia. Mantengamos, sin fluctuar, lo que ya
tenemos y procuremos, continuamente, lograr má s. Trabajemos
para ser incuestionablemente cristianos. Que no seamos
identificados como hombres de ciencia, ni escritores exitosos, ni
hombres de mundo, ni gente divertida ni hombres de negocios,
sino “hombres de Dios”. Vivamos de modo que todos vean que lo
más importante para nosotros es todo lo que se relaciona con Dios y
que la gloria de Dios es nuestra primera prioridad, seguir a Cristo
el gran objetivo del presente y estar con Cristo, el gran anhelo para la
vida venidera.

Vivamos de esta manera y seremos felices. Vivamos de esta


manera y le haremos bien al mundo. Vivamos de esta manera y
dejaremos buena evidencia detrás de nosotros cuando muramos.
Vivamos de esta manera y lo que el Espíritu dijo a las iglesias no
habrá sido dicho en vano.
¿Es usted nacido de nuevo? 371

15.“¿Me amas?”
“¿Me amas?”. Juan 21:16
372 SANTIDAD
Cristo dirigió al apó stol Pedro, la pregunta que encabeza este
capítulo. No existe una má s importante. Han pasado má s de
diecinueve siglos desde que Jesú s dijo estas palabras. Pero hasta la
fecha la pregunta sigue siendo muy inquietante y provechosa.
La disposició n de amar a alguien es uno de los sentimientos más
comunes que Dios ha implantado en la naturaleza humana.
Lamentablemente y con demasiada frecuencia, la gente consagra su
amor a objetos que no lo merecen. Quiero ahora reclamar un lugar
para él, el ú nico que es digno de todos los mejores sentimientos de
nuestro corazó n. Quiero que todos le den parte de su amor a la
Persona Divina que nos amó y se dio por nosotros. Entre todo lo
que aman, les pido que no se olviden de amar a Cristo.
Quiero que cada uno de mis lectores enfoque su atenció n en
este tema tan portentoso. Este no es un tema só lo para los
exaltados y faná ticos. Merece la consideració n de cada creyente
que cree la Biblia. Nuestra salvació n misma depende de ello. La
vida o la muerte, el cielo o el infierno dependen de nuestra aptitud
de contestar una sencilla pregunta: “¿Ama usted a Cristo?”.
Quiero destacar dos puntos al iniciar este tema.
I. El cristiano auténtico ama a Cristo
En primer lugar, quiero mostrarle el sentimiento singular hacia
Cristo del cristiano auténtico: Lo ama.
Cristiano auténtico no es simplemente una mujer o un hombre
bautizado. Es más. No es la persona que asiste, por costumbre, a la
iglesia los domingos y vive el resto de la semana como si Dios no
existiera. Costumbre no es cristianismo, adoració n solamente de
labios no es cristianismo.

Las Escrituras lo afirman expresamente: “No todos los que


descienden de Israel son israelitas” (Ro. 9:6). La lecció n prá ctica de
esas palabras es clara y sencilla. No todo el que es miembro de la
iglesia visible de Cristo es, necesariamente, un cristiano auténtico.
¿Es usted nacido de nuevo? 373
Cristiano auténtico es aquel cuya fe en Cristo es de corazó n y es
su vida. La siente en su corazó n. Es vista por los demá s en su
conducta y su vida. Siente que es pecaminoso, culpable e indigno.
Y se arrepiente. Considera a Jesucristo un Salvador divino que su
alma necesita y se entrega a él. Se despoja del viejo hombre con
sus há bitos corruptos y carnales y se viste del nuevo hombre. Vive
una vida nueva y santa, luchando habitualmente contra el mundo,
la carne y el diablo. Cristo mismo es la piedra angular de su fe en
Cristo. Pregú ntele en qué confía para perdó n de sus muchos
pecados y le dirá que en la muerte de Cristo. Pregú ntele en qué
justicia espera ser declarado inocente el Día del Juicio y le dirá que en
la justicia de Cristo. Pregú ntele siguiendo qué ejemplo trata de
vivir su vida y le dirá que siguiendo el ejemplo de Cristo.
Ademá s de todo esto, hay una característica má s que es singular del
cristiano auténtico. Esa característica es que ama a Cristo.
Conocimiento, fe, esperanza, reverencia y obediencia son todas
características que distinguen al cristiano auténtico. Pero la
descripció n de él es imperfecta si omitimos su “amor” por su
divino Maestro. No só lo conoce, confía y obedece. Va má s allá :
Ama.
Esta característica singular del cristiano auténtico se menciona
varias veces en la Biblia. “Fe en el Señ or Jesucristo”, es una
expresió n con la cual muchos cristianos están familiarizados. Nunca
olvidemos que el amor es mencionado por el Espíritu Santo en
términos casi tan fuertes como la fe. Grande es el peligro del que
“no cree”; pero el peligro del que “no ama” es igualmente grande.
No creer y no amar son pasos hacia la perdició n eterna.

Vea lo que les dice Pablo a los corintios: “El que no amare al
Señ or Jesucristo, sea anatema. El Señ or viene” (1 Co. 16:22). Pablo
no ofrece ninguna vía de escape al que no ama a Cristo. No le deja
ninguna excusa o escapatoria. Uno puede carecer de conocimiento
374 SANTIDAD
intelectual y, no obstante, ser salvo. Puede caer tremendamente,
como David y, no obstante, volver a levantarse. Pero si no ama a
Cristo, no anda en el camino de la vida. Sigue siendo objeto de
maldició n. Anda en el camino ancho que lleva a la perdició n.
Vea lo que Pablo le dice a los efesios: “La gracia sea con todos
los que aman a nuestro Señ or Jesucristo con amor inalterable” (Ef.
6:24). Aquí, Pablo está enviando sus saludos y declarando su
simpatía por todos los cristianos auténticos. A muchos de ellos,
indudablemente, nunca los había visto. Muchos en la iglesia
primitiva eran débiles en la fe, en conocimiento y fallaban en negarse
a sí mismos.
¿Có mo, entonces, podía describirlos al enviarles su mensaje? ¿Qué
palabras podía usar para no desanimar a los hermanos débiles? San
Pablo escoge una expresió n genérica que describe con exactitud a
todos los cristianos auténticos. No todos habían alcanzado la misma
madurez ni en la doctrina ni en la prá ctica. Pero todos amaban a
Cristo con sinceridad.
Vea lo que nuestro Jesucristo mismo les dice a los judíos: “Si
vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais” (Jn. 8:42). Vio
a sus errados enemigos satisfechos con su condició n espiritual por el
hecho de ser todos descendientes de Abraham. Los vio, como sucede
con muchos cristianos ignorantes de nuestra época, que se creen
hijos de Dios nada má s por haber sido circuncidados y
pertenecer a la iglesia judía. Se establece el amplio principio de que
nadie es hijo de Dios si no ama al hijo unigénito de Dios. Nadie que
no ama a Cristo tiene el derecho de llamar “Padre” a Dios. Bueno
sería si muchos cristianos recordaran que este principio
portentoso se aplica a ellos tal como se aplica a los judíos.

¡Sin amor a Cristo nadie se puede llamar hijo de Dios!


Vea una vez má s lo que nuestro Señ or Jesucristo le preguntó al
apó stol Pedro, después de haber resucitado: “Simó n, hijo de Joná s,
¿me amas?” (Jn. 21:15-17). La ocasió n es digna de notar. Quiso
¿Es usted nacido de nuevo? 375
recordar gentilmente a su discípulo infiel sus tres caídas
consecutivas. Quería que confesara nuevamente su fe antes de
restaurarlo y volver a comisionarlo pú blicamente para que
alimentara a su Iglesia.
¿Y cuá l fue la pregunta que le hizo? Podría haber preguntado:
“¿Crees? ¿Eres convertido? ¿Está s listo para confesarme? ¿Me
obedecerás?”. No usó ninguna de estas expresiones. Preguntó
sencillamente: “¿Me amas?”. É ste es el quid de la cuestió n. Su
deseo es que sepamos en qué se basa la fe cristiana. Es tan claro y
fá cil de entender, aun por el menos letrado, y, a la vez, contiene
una realidad que pone a prueba hasta al apó stol má s erudito. Si
alguien ama realmente a Cristo, todo está bien, si no lo ama, todo
está mal.
¿Desea conocer el secreto de este sentimiento singular hacia
Cristo que distingue al cristiano auténtico? Lo tenemos en estas
palabras de Juan: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó
primero” (1 Jn. 4:19). Ese texto se aplica a Dios el Padre, en especial.
Pero no es menos cierto de Dios el Hijo.
El cristiano auténtico ama a Cristo por todo lo que ha hecho por
él. Sufrió por él y murió por él en la cruz. Con su sangre lo ha
redimido de la culpa, el poder y las consecuencias del pecado. Lo ha
llamado por medio de su Espíritu a conocerse a sí mismo, al
arrepentimiento, a la fe, esperanza y santidad. Le ha perdonado y
borrado sus muchos pecados. Lo ha librado de la esclavitud del
pecado, la carne y el diablo. Lo ha rescatado del borde del infierno,
lo ha puesto en el camino angosto y rumbo al cielo. Le ha dado
luz donde había oscuridad, paz a su conciencia donde había
intranquilidad, esperanza donde había incertidumbre y vida donde
había muerte.

¿Puede asombrarnos que el cristiano auténtico ame a Cristo?


Y lo ama ademá s, por todo lo que sigue haciendo. Siente que todos
los días le está limpiando sus muchas faltas y flaquezas, y defendiendo
376 SANTIDAD
la causa de su alma ante Dios. Satisface todos los días las
necesidades de su alma y le brinda una provisió n constante de
misericordia y gracia. Día tras día lo va conduciendo por medio de su
Espíritu hacia la ciudad que será su morada, cargá ndolo cuando es
débil e ignorante, levantá ndole cuando tropieza y cae, protegiéndolo
contra sus muchos enemigos y prepará ndole un hogar eterno en
el cielo. ¿Puede asombrarnos que el cristiano auténtico ame a
Cristo?
¿Acaso no ama el deudor encarcelado al amigo que,
sorpresivamente y sin merecerlo, paga todas sus deudas, le da
nuevo capital y lo hace su socio? ¿Y no ama el prisionero de guerra
al hombre que arriesga su propia vida y, entrando en las líneas
enemigas, lo rescata y lo pone en libertad? ¿No ama el marinero que
se está ahogando al hombre que se tira al mar, se zambulle para
tomarlo del cabello y con un esfuerzo casi sobrehumano lo salva de
morir ahogado? Hasta un niñ o puede contestar preguntas como
éstas. De la misma manera y, por las mismas premisas, el cristiano
auténtico ama a Jesucristo.
(a) Este amor a Cristo es el compañero inseparable de la fe
salvadora. Es posible tener fe como la de los demonios, una fe só lo
intelectual. El amor no puede usurpar el lugar de la fe. No puede
justificar. No une el alma a Cristo. No puede dar paz a la
conciencia. Pero donde hay una fe real en Cristo que justifica,
siempre hay amor a Cristo. La persona que realmente ama es la
persona que ha sido perdonada (Lc. 7:47). Si uno no ama a Cristo,
puede estar seguro de que tampoco tiene fe.
(b) Amar a Cristo es el móvil de la obra para Cristo. Poco se hace
por su causa en el mundo por obligació n o por saber lo que es
correcto y adecuado.

El corazó n tiene que interesarse antes de que las manos comiencen


a moverse y lo sigan haciendo. El entusiasmo puede causar un
movimiento frenético y espasmó dico de las manos. Pero sin amor,
¿Es usted nacido de nuevo? 377
no habrá un seguimiento continuo y paciente de su obra misionera
aquí y por todo el mundo. La enfermera en el hospital puede
cumplir bien sus obligaciones, le puede dar al enfermo sus
medicamentos a la hora que tiene que hacerlo, darle de comer y
atender todas sus necesidades. Pero hay una gran diferencia entre
esa enfermera y la esposa cuidando a su amado esposo que está
enfermo o una madre cuidando a su hijo en su lecho de muerte. La
primera actú a porque ese es su deber, la otra hace lo que hace por lo
que siente en su corazó n. Lo mismo sucede en el servicio de Cristo.
Los grandes obreros de la iglesia, los hombres que han dirigido
empresas arriesgadas entrando a nuevos campos de labor y los han
revolucionado con el evangelio, han sido hombres que amaban a
Cristo.
Examinemos el carácter de Own y Baxter, de Rutherford y George
Herbert, de Leighton y Hervey, de Whitefield y Wesley, de Henry
Martyn y Judson, de Bickersteth y Simeon, de Hewitson y
M’Cheyne, de Stowell y M’Neile. Estos hombres han dejado una
huella sobre el mundo. ¿Y cuá l es la característica que tenían en
comú n? Todos amaban a Cristo. No só lo tenían un credo. Amaban a
una persona, amaban al Señ or Jesucristo.
(c) El amor a Cristo es una enseñ anza que debemos enfatizar de
manera especial cuando enseñamos el evangelio a los niñ os. La
elecció n, la justicia imputada, el pecado original y, aun, la fe
misma son temas que, a veces, confunden al niñ o pequeñ o. En
cambio, amar a Jesú s parece ser algo que pueden comprender. Los
amó hasta la muerte y ellos debieran devolver su amor; es una
enseñ anza que sus mentes pueden captar. ¡Cuá n cierto es que “de
la boca de los niñ os y de los que maman perfeccionaste la
alabanza”! (Mt. 21:16) Hay una infinidad de cristianos que saben
todos los artículos del Credo Apostó lico,

el Credo de San Atanasio y el Credo Niceno, pero no obstante,


saben menos del verdadero cristianismo que un pequeñ ito, que
só lo sabe que ama a Cristo.
378 SANTIDAD
(d) El amor a Cristo es el común denominador de los creyentes en
cada rama de la Iglesia de Cristo en el mundo. Ya sea episcopal o
presbiteriano, bautista o independiente, calvinista o arminiano,
metodista o moravo, luterano o reformado, establecido o libre, todos
coinciden en esto. Con frecuencia, tienen amplias diferencias en
cuanto a procedimientos y ceremonias, gobierno eclesiá stico y
modalidades del culto. Pero al menos, está n unidos en un punto.
Todos comparten el sentimiento hacia Aquel sobre quien edifican
su esperanza de salvació n: “La gracia sea con todos los que aman a
nuestro Señ or Jesucristo con amor inalterable” (Ef. 6:24). Es posible
que muchos de ellos no sepan nada de su teología sistemá tica y,
débilmente, podrían defender su credo. Pero todos saben lo que
sienten hacia Aquel que murió por sus pecados. “No puedo hablar
mucho por Cristo, señ or”, dijo una anciana cristiana iletrada al Dr.
Chalmers, “¡pero aunque no sé có mo hablar por él, puedo morir
por él!”.
(e) El amor a Cristo será la característica que distinguirá a todas
las almas salvas en el cielo. La multitud imposible de contar será
de un sentir. Todas las diferencias se fundirán en un solo sentir.
Todas las peculiaridades doctrinales discutidas fieramente en la
tierra, será n cubiertas por el sentimiento de ser deudores de Cristo.
Lutero y Zwinglio ya no discutirán. Wesley y Toplady ya no perderá n
el tiempo en controversias. Conservadores y Disidentes ya no se
morderá n y devorará n los unos a los otros. Todos con un mismo
sentir y a una voz se unirá n en cantar este himno de alabanza: “Al
que nos amó , y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos
hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio
por los siglos de los siglos” (Ap. 1:5, 6). Las palabras que John
Bunyan pone en boca del Sr. Firme son ciertas.

Dijo: “Este río ha sido un terror para muchos; sí, y pensar en él


con frecuencia también me ha causado temor. Pero ahora creo que
estoy firme; mis pies está n seguros sobre lo que pisaron los pies de
los sacerdotes que llevaron el Arca del pacto mientras Israel
¿Es usted nacido de nuevo? 379
cruzaba este Jordá n. Las aguas, ciertamente, son amargas para el
paladar y frías para el estó mago; sin embargo, pensar en hacia dó nde
voy y lo que me espera al otro lado, está como un carbó n
resplandeciente en mi corazó n.
Ahora me veo al final de mi viaje y mis días trabajosos han
terminado. Voy a ver esa cabeza que estuvo coronada de espinas y ese
rostro que recibió escupitajos por mí.
Antes vivía de oídas y por fe, pero ahora voy donde viviré por vista
y estaré con Aquel en cuya compañ ía me deleito.
He amado el oír hablar de mi Señ or y dondequiera que he visto
la huella de su calzado en la tierra, allí he deseado poner también
mi pie.
Su nombre ha sido para mí como un almizcle; sí, má s dulce que
todos los perfumes. Su voz ha sido para mí lo má s dulce y su
aspecto he deseado má s que quienes han deseado má s la luz del
sol”.
¡Felices son los que saben algo de esto por experiencia! El que
quiere estar preparado para el cielo tiene que conocer algo del
amor de Cristo. El que muere sin haber sentido ese amor, mejor
habría sido que no hubiera nacido.
II. Cómo se revela el amor a Cristo
En segundo lugar, quiero mostrar las características singulares
por las que el amor a Cristo se da a conocer.
El tema es de gran importancia. Si no hay salvació n sin amor a
Cristo y si el que no ama a Cristo está en peligro de la condenació n
eterna, nos conviene analizar lo que sabemos de esto. Cristo está
en el cielo y nosotros en la tierra.

¿Có mo podemos reconocer a la persona que nos ama y amamos?


Felizmente es algo fá cil de determinar. ¿Có mo sabemos si
amamos a alguien aquí en la tierra? ¿De qué manera se demuestra
el amor entre la gente en este mundo: Entre esposo y esposa,
380 SANTIDAD
entre padre e hijo, entre hermano y hermana, entre un amigo y
otro? Estas preguntas son fá ciles de contestar con sentido comú n
y observació n. Al contestar sinceramente estas preguntas, el nudo
que tenemos delante se desata. ¿Có mo demostramos afecto entre
nosotros?
(a) Si amamos a una persona nos gusta pensar en ella. No
necesitamos que alguien nos la recuerde. No olvidamos su nombre,
su aspecto, su cará cter, sus opiniones, sus gustos, su posició n ni su
ocupació n. Nos viene a la mente varias veces al día. Aunque quizá
esté lejos, a menudo está presente en nuestros pensamientos.
Pues bien, ¡sucede lo mismo con el cristiano auténtico y Cristo!
Cristo “habita en su corazó n” y, por esto, piensa en él cada día (Ef.
3:17). No es necesario recordarle al cristiano auténtico que tiene un
Señ or que fue crucificado. Piensa en él con frecuencia. Nunca olvida
que Jesú s tiene un día, una causa y un pueblo, y que él forma parte
de su pueblo. El afecto es el verdadero secreto de una buena memoria
en nuestro vivir cristiano. El hombre mundano no puede pensar
mucho en Cristo, a menos que alguien se lo haga notar, porque no
siente ningú n afecto por él. El cristiano auténtico piensa en Cristo
cada día de su vida sencillamente porque lo ama.
(b) Si amamos a una persona nos gusta oír que nos hablen de
ella. Nos da alegría escuchar a los que hablan de ella. Tenemos
interés en lo que otros comentan de ella. Somos todo oídos cuando
otros describen su manera de ser, lo que dice, lo que hace y lo que
planea. Algunos pueden oírlo mencionar con total indiferencia,
pero nuestro propio corazó n salta dentro de nosotros con el simple
sonido de su nombre. Pues bien, ¡sucede lo mismo entre el
cristiano auténtico y Cristo!

Al cristiano auténtico le encanta oír acerca de su Señ or. Sus


sermones favoritos son los que está n llenos de Cristo. Disfruta de
la compañ ía de la gente que conversa de las cosas de Cristo. He leído
de una anciana galesa creyente que caminaba varias millas todos los
¿Es usted nacido de nuevo? 381
domingos para escuchar la predicació n de un pastor britá nico,
aunque no entendía una palabra de inglés. Cuando le preguntaron
por qué lo hacía respondió que este pastor decía el nombre de Cristo
con tanta frecuencia en sus sermones que a ella le hacían bien.
Incluso, amaba el nombre de su Salvador.
(c) Si amamos a una persona nos gusta leer acerca de ella. ¡Qué
placer le da a una mujer una carta de su esposo ausente o a una
madre la de un hijo que está lejos! Otros pueden verle muy poco
valor a la carta. Ni siquiera les interesa leerla. Pero los que aman al
escritor, ven algo en la carta que nadie má s puede ver. La llevan
consigo como un tesoro. La leen una y otra vez. Pues bien, ¡sucede
lo mismo entre el cristiano auténtico y Cristo! Al cristiano
auténtico le encanta leer las Escrituras porque le relatan acerca de su
amado Salvador. No le resulta tedioso, leerlas. Rara vez hay que
recordarle que lleve la Biblia cuando va de viaje. No puede ser feliz
sin ella. ¿Y por qué es todo esto así? Es porque las Escrituras
testifican de aquel que ama su alma: Cristo.
(d) Si amamos a una persona, nos gusta complacerle. Nos gusta
consultar sus gustos y opiniones, seguir sus consejos y hacer las cosas
que ella aprueba. Hasta nos privamos de nuestros propios gustos
para complacer sus deseos, nos abstenemos de cosas que sabemos
que a ella le disgustan y aprendemos a hacer cosas que nos son
difíciles porque pensamos que le van a gustar. Pues bien,
¡sucede lo mismo entre el cristiano auténtico y Cristo! El cristiano
auténtico estudia para complacerle, siendo santo en el cuerpo y en
el espíritu. Muéstrele algo en su comportamiento diario que Cristo
aborrece y renunciará a ello. Muéstrele algo que lo deleita y buscará
la manera de hacerlo.

No comenta que los requisitos de Cristo sean demasiado estrictos y


severos, como lo hacen los hijos del mundo. Para él, los mandatos de
Cristo no son gravosos y la carga de Cristo es liviana. ¿Y por qué es
todo esto así? Sencillamente porque lo ama.
382 SANTIDAD
(e) Si amamos a una persona, nos gustan sus amigos. Nos
gustan, aun antes de conocerlos. Nos atraen porque compartimos
el amor por la misma persona. Cuando los conocemos no nos
resultan totalmente extrañ os. Hay algo que nos une. Ellos aman a
la persona que nosotros amamos y eso es suficiente
recomendació n. Pues bien, ¡sucede lo mismo entre el cristiano
auténtico y Cristo! El cristiano auténtico considera a todos los
amigos de Cristo como sus propios amigos, miembros del mismo
cuerpo, hijos de la misma familia, soldados del mismo ejército,
viajeros a la misma patria celestial. Cuando los ve por primera vez, es
como si siempre los hubiera conocido. Está má s a gusto con ellos
durante unos minutos que lo que está con mucha gente mundana,
después de conocerla durante varios añ os. ¿Y cuá l es el secreto de
todo esto? Es, sencillamente, el afecto que sienten por el mismo
Salvador y el amor que tienen por el mismo Señ or.
(f) Si amamos a una persona, somos celosos de su nombre y
honra. No nos gusta oír que digan algo en su contra sin abrir la
boca para defenderla. Nos sentimos comprometidos a defender sus
intereses y su reputació n. Reaccionamos al que la trata mal, casi con
el mismo disgusto como si nos hubiera tratado mal a nosotros. Lo
mismo sucede entre el cristiano auténtico y Cristo. El verdadero
cristiano reacciona con un celo santo a todos los esfuerzos de los
demá s por menospreciar la palabra de su Señ or, su nombre, su
Iglesia o su día. Lo confesaría delante de príncipes, si fuera necesario,
y es sensible a la más pequeñ a deshonra dirigida a él. No se queda
callado ni soporta que se denigre la causa de su Señ or sin levantar
la voz para testificar a su favor. ¿Y por qué es todo esto así?
Sencillamente porque lo ama.

(g) Siamamos a una persona, nos gusta hablar con ella. Le


confiamos todos nuestros pensamientos y le abrimos nuestro
corazó n. No nos cuesta trabajo encontrar temas de conversació n.
Por má s reservados que seamos con los demás, nos resulta fá cil
¿Es usted nacido de nuevo? 383
hablar con un amigo que queremos mucho. No importa la
frecuencia con que nos encontremos, nunca nos falta tema para
hablar. Siempre tenemos mucho que decir, mucho que preguntar,
mucho que describir y mucho que comunicar. Pues bien, ¡lo mismo
sucede entre el cristiano auténtico y Cristo! Al cristiano auténtico
no le resulta nada difícil hablarle a su Salvador. Todos los días
tiene algo para contarle y no está contento, a menos que lo haga.
Habla con él en oració n cada mañ ana y cada noche. Le cuenta sus
necesidades y sus deseos, sus sentimientos y sus temores. Le pide
consejo en las dificultades. Le pide consuelo cuando tiene
aflicciones. No puede evitarlo. Tiene que conversar con su Salvador
continuamente, de otra manera, desmayaría en el camino. ¿Y por qué
es esto? Sencillamente porque lo ama.
(h) Por ú ltimo, si amamos a una persona, nos gusta estar
siempre con ella.
Pensar en ella, escucharle, leer lo que nos escribe y conversar con
ella es todo muy bueno. Pero cuando realmente amamos a alguien
queremos algo má s. Ansiamos estar siempre en su compañ ía.
Deseamos estar continuamente con ella sin tener nunca que decirle
adió s. Pues bien, ¡lo mismo sucede entre el cristiano auténtico y
Cristo! El corazó n del cristiano auténtico anhela aquel día cuando
verá a su Señ or cara a cara y para siempre. Anhela comenzar
aquella vida sin fin cuando conocerá como es conocido y nunca má s
tendrá que ver con el pecado y el arrepentimiento. Le es dulce vivir
por fe y siente que será má s dulce, aun, vivir por vista. Le es
placentero oír acerca de Cristo, hablar de Cristo y leer de Cristo.
¡Cuá nto má s placentero será ver a Cristo con sus propios ojos y
nunca dejar de verlo! Siente que “má s vale vista de ojos que deseo
que pasa” (Ec. 6:9).

¿Y por qué es todo esto? Sencillamente porque lo ama.


Tales son las características por las que podemos descubrir el
verdadero amor. Todas son claras, sencillas y fá ciles de comprender.
No hay en ellas nada oscuro, nada complejo ni misterioso. Ú selas con
384 SANTIDAD
sinceridad, manéjelas apropiadamente y podrá comprender bien el
tema de este capítulo.
Quizá ha tenido un hijo querido en el ejército en tiempo de
guerra. Quizá le tocó pelear en esa guerra y estar en el fragor de
las batallas. ¿Recuerda cuá n fuertes y llenos de ansiedad fueron sus
sentimientos hacia ese hijo? ¡Eso era amor! Quizá sabe lo que es
tener a un esposo amado en la marina que, a menudo,
tiene que ausentarse por muchos meses y, aun, añ os. ¿Recuerda
con qué intensidad lo extrañ aba durante ese tiempo de
separació n? ¡Eso era amor!
Quizá tenga en este momento a un hermano querido en Londres,
por primera vez en medio de las tentaciones de la gran ciudad, con el
fin de abrirse camino en el mundo de los negocios. ¿Có mo
resultará ? ¿Qué tal le irá ? ¿Volverá a verlo alguna vez? ¿Ve con
cuá nta frecuencia piensa en su hermano? ¡Eso es afecto!
Quizá está usted comprometido con una persona con quien
congenia. Pero por prudencia aplaza el matrimonio por tiempo
indefinido y su trabajo lo lleva lejos de su prometida. ¿No es cierto
que ella está siempre en sus pensamientos? ¿No es cierto que le hace
feliz saber de ella, recibir sus noticias y que anhela verla? ¡Eso es
afecto!
Hablo de cosas que les son familiares a todos. No tengo que seguir
hablando de ellas. Son cosas que todos conocen. En todo el mundo
las entienden. No hay ninguna rama de la familia de Adá n que no
sepa algo del afecto y del amor entre las personas. Entonces,
nunca se diga que no podemos saber si un cristiano ama realmente
a Cristo. Se puede saber, se puede descubrir, las directrices ya están
en sus manos. Las acaba de leer.

Amar al Señ or Jesucristo no es algo escondido, secreto e


impalpable. Es como el sonido, se oye. Es como el calor, se siente.
Donde hay amor, el amor no puede ser escondido. Donde no se puede
ver, dé por seguro que no existe.
¿Es usted nacido de nuevo? 385
Ha llegado el momento de ir terminando este capítulo. Pero no
puedo hacerlo sin antes hacer un esfuerzo por grabar en su
conciencia el tema que estamos enfocando. Lo hago con amor y
afecto. Mi anhelo y oració n a Dios, al escribir esto, es hacerle un
bien a su alma.
(a) Para empezar, le pido una cosa: Que reflexione en la pregunta
que Cristo le hizo a Pedro y trate de contestarla pensando que va
dirigida a usted. Léala y recapacite. Examínela con cuidado.
Contéstela con veracidad. Después de haber leído todo lo que he
escrito sobre ella, ¿puede decir sinceramente que ama a Cristo?
Responderme que cree las verdades del cristianismo y las doctrinas
de la fe cristiana, no es una respuesta aceptable. Semejante fe
nunca salvará su alma. En cierto modo, los demonios creen y
tiemblan (Stg. 2:19). El cristianismo auténtico salvador no se trata de
creer cierto conjunto de opiniones, ni de profesar una serie de
nociones. Su esencia es conocer, confiar y amar a cierta Persona
viviente que murió por nosotros: Amar a Cristo el Señ or. Los
cristianos primitivos como Febe, Pérsida, Trifosa, Gayo y Filemó n,
poco o nada sabían de teología dogmá tica. Pero todos compartían
esta característica primordial: Amaban a Cristo.
No es una respuesta aceptable decirme que usted no aprueba
una religió n basada en sentimientos. Si quiere dar a entender que
no le gusta la religió n basada exclusivamente en los sentimientos,
coincido totalmente con usted. Pero si se está refiriendo a una que
descarta todo sentimiento, poco sabe del cristianismo.
La Biblia nos enseñ a claramente que alguien puede tener buenos
sentimientos, sin tener nada de cristiano.

De igual modo, nos enseñ a que nadie puede ser un verdadero


cristiano, si no siente algo por Cristo.
Es en vano tratar de ocultar que si no ama a Cristo, su alma
corre mucho peligro. La suya no es una fe salvadora mientras vive.
386 SANTIDAD
No es usted apto para el cielo si muere. Aquel que vive sin amar a
Cristo no puede ser sensible a ninguna obligació n hacia él. El que
muere sin amar a Cristo nunca podría ser feliz en ese cielo donde
Cristo es todo en todo. Despierte ahora y comprenda el peligro de su
posició n. Abra los ojos. Considere sus caminos y sea sabio. Puedo
advertirle só lo como un amigo. Pero lo hago de todo corazó n y con
toda mi alma. ¡Quiera Dios que esta advertencia no sea en vano!
(b) En segundo lugar, si no ama a Cristo, le diré directamente cuál
es la razón. Usted no tiene conciencia de que le debe algo a él. No
siente ninguna obligació n hacia él. No recuerda haber recibido
nada de él. Si éste es el caso, es ló gico que no lo ama.
Existe un solo remedio para su condició n. Ese remedio es
conocerse a sí mismo y la enseñ anza del Espíritu Santo. Los ojos
de su entendimiento tienen que abrirse. Tiene que analizar quién es
por naturaleza. Tiene que descubrir ese gran secreto, su
culpabilidad y vaciedad a la vista de Dios.
Quizá usted nunca lee su Biblia u, ocasionalmente, lee algú n
capítulo simplemente como un formulismo, sin interés, sin
comprender y sin hacer una aplicació n prá ctica a su vida. Siga hoy
mi consejo y cambie su manera de ser. Comience a leer la Biblia
reflexivamente y no descanse hasta familiarizarse con ella. Lea lo
que la ley de Dios requiere, tal como lo explica el Señ or Jesú s en el
capítulo cinco de Mateo. Lea có mo Pablo describe a la naturaleza
humana en los dos primeros capítulos de su Epístola a los Romanos.
Estudie pasajes como estos con espíritu de oració n para recibir la
enseñ anza del Espíritu y luego diga si es un deudor a Dios o no.
Pregú ntese si es un gran deudor que necesita un Amigo como Cristo.

Quizá nunca ha sabido usted nada de la oració n real y profunda.


Está acostumbrado a tratar el cristianismo como asunto de las
iglesias, congregaciones, prá cticas, cultos y domingos, pero no como
algo que requiere la atenció n seria y sentida del hombre interior.
¿Es usted nacido de nuevo? 387
Siga hoy mi consejo y cambie su manera de pensar. Comience el
há bito de rogar a Dios por su alma con sinceridad y de todo
corazó n. Pídale que le dé luz, enseñ anza y autoconocimiento.
Suplíquele que le muestre lo que necesita saber para la salvació n
de su alma. Haga esto con todo su corazó n y su alma, y no dudo
que pronto sentirá que necesita a Cristo.
El consejo que le doy puede parecer simple y trillado. No lo
rechace por esa razó n. Es el sendero antiguo que millones han
transitado ya y, felizmente, han encontrado paz para sus almas. No
amar a Cristo es estar en peligro inminente de ruina eterna. Ver que
necesita a Cristo y la asombrosa deuda que tiene con él es el primer
paso para amarlo. Conocerse a sí mismo y comprender su
verdadera condició n ante Dios es la ú nica manera de ver su
necesidad. Escudriñ ar el Libro de Dios y pedirle luz en oració n es
el rumbo correcto para obtener un conocimiento salvador. No se
crea demasiado superior, negá ndose a seguir el consejo que le
doy. Sígalo y sea salvo.
(c) En ú ltimo lugar, si quiere aprender algo acerca de amar a
Cristo, acepte dos palabras de consolación y consejo. Quiera Dios
que le hagan bien.
Para empezar, si ama a Cristo, de hecho y en verdad, regocíjese
pensando que tiene una buena evidencia con respecto al estado de
su alma. El amor es una evidencia de la gracia. ¿Qué, si alguna vez
siente dudas? ¿Qué, si le resulta difícil decir si su fe es genuina y su
gracia auténtica? ¿Qué, si su vista está tan borrosa por las lá grimas
que no puede distinguir claramente su llamado y elecció n de Dios?
Aun así, hay razó n para tener esperanza y fuerte consolació n si su
corazó n puede testificar que ama a Cristo.

Donde hay verdadero amor, hay fe y gracia. No lo amaría usted si


él no hubiera hecho algo por usted. Su amor es una muestra
positiva.
En segundo lugar, si ama a Cristo no se avergüence de que los
388 SANTIDAD
demá s lo vean y lo sepan. Hable en nombre de él. Testifique de él.
Viva para él. Trabaje para él. Si él lo ha amado y limpiado de los
pecados con su propia sangre, no se mantenga callado acerca de lo
que siente, y devuelva su amor. “Dígame”, le dijo un inglés
insensato e incrédulo a un indio norteamericano convertido: “Dígame,
¿por qué le da tanto importancia a Cristo y por qué habla tanto de
él? ¿Qué ha hecho este Cristo por usted para que lo alabe tanto?”. El
indio no le respondió con palabras. Juntó hojas y musgos secos y
formó un círculo con ellos. Luego tomó un gusano y lo puso en el
centro del círculo. Encendió un fó sforo y prendió fuego a las hojas
y el musgo. Pronto las llamas corrieron por todo el círculo y el
gusano empezó e encogerse y retorcerse de dolor y, después de
tratar en vano de encontrar una salida, se hizo un ovillo en el
centro, como en agonía. En ese momento, el indio extendió la mano,
levantó suavemente al gusano y lo puso en su regazo. “¿Ve este
gusano?”, le preguntó al inglés y siguió diciendo: “Yo era esa
criatura a punto de perecer. Me estaba muriendo en mis pecados, sin
esperanza, indefenso y al borde de un fuego eterno. Jesucristo fue
quien extendió su brazo poderoso. Jesucristo fue quien me liberó
con la mano de su gracia e impidió que ardiera en un fuego eterno.
Jesucristo fue quien me guardó a mí, un pobre gusano pecador,
cerca del corazó n de su amor. Así que, señ or, esa es la razó n que
tengo para hablar de Jesucristo y alabarle tanto. No me
avergü enzo de él porque lo amo”.
Si hemos de saber algo del amor de Cristo, ¡sepamos lo que sabía
este indio!

¡Dios quiera que nunca pensamos que amamos a Cristo demasiado,


que vivimos para él demasiado, que lo confesamos con demasiada
valentía ni que nos entregamos a él con demasiada consagració n!
De todas las cosas que nos sorprenderá n en el día de la resurrecció n,
¿Es usted nacido de nuevo? 389
creo que lo que más nos sorprenderá es que no amamos má s a
Cristo antes de morir.

16.“Sin Cristo”
“Estabais sin Cristo”. Efesios 2:12
390 SANTIDAD
El texto que encabeza este capítulo describe la condició n de los
efesios antes de llegar a ser cristianos. Pero eso no es todo. Describe
el estado de cada hombre y mujer en el mundo que no se ha
convertido a Dios. ¡No puedo imaginarme una condició n peor! Ya
es bastante malo no tener dinero, ni salud, ni casa, ni amigos. Pero
es mucho peor estar “sin Cristo”.
Examinemos el texto y veamos qué contiene. Quién sabe si
puede ser un mensaje de Dios para algú n lector de este libro.
I. Cuando un hombre está “sin Cristo”
Consideremos, en primer lugar, cuándo se puede afirmar que el
hombre está “sin Cristo”. Yo no inventé la expresió n “sin Cristo”. Yo
no acuñ é las palabras, sino que fueron escritas bajo la inspiració n
del Espíritu Santo. San Pablo las usó cuando les estaba recordando
a los cristianos de É feso có mo había sido su condició n anterior,
antes de que oyeran el evangelio y creyeran. Ignorantes y en tinieblas,
habían estado inmersos en idolatría y paganismo, y eran adoradores
de la diosa falsa Diana. Pero no menciona nada de esto. Parece
pensar que esto describiría só lo parte de su condició n. Entonces,
traza un cuadro cuya primera característica es la expresió n: “En
aquel tiempo estabais sin Cristo” (Ef. 2:12). Ahora bien, ¿Qué
quiere decir esta expresió n?
(a) Uno está “sin Cristo” cuando no tiene ningún conocimiento
intelectual de él. Son millones los que se encuentran en esta
condició n. No saben quién es Cristo, ni lo que hizo, ni lo que
enseñ ó , ni por qué fue crucificado, no saben dó nde está ahora ni lo
que él es para la humanidad. En suma, no saben nada de él.

Los paganos, por supuesto, que nunca han escuchado el evangelio,


son los primeros que caben dentro de esta descripció n. Pero,
lamentablemente, no son los ú nicos.
Hay miles de personas en nuestro país, hoy mismo, que no
¿Es usted nacido de nuevo? 391
tienen ideas má s claras sobre Cristo que los propios paganos.
Pregú nteles qué saben acerca de Cristo y se sorprenderá de ver las
tinieblas que ciegan sus mentes. Visítelos en su lecho de muerte y
verá que no saben má s de Cristo que de Mahoma. Hay miles así en el
campo y miles en las ciudades. Ya sea en la ciudad o en el campo,
todas esas personas tienen en comú n que está n “sin Cristo”.
Sé que algunos teó logos modernos no comparten mi opinió n.
Nos dicen que toda la humanidad tiene parte con Cristo, lo
conozcan o no. ¡Afirman que todos los hombres y mujeres, por
má s ignorantes que sean en vida, será n llevados al cielo por la
misericordia de Cristo cuando mueran! Creo firmemente que tales
creencias no coinciden con la Palabra de Dios. Escrito está : “Y esta
es la vida eterna: que te conozcan a ti, el ú nico Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3). Una característica de los
impíos, de quienes se vengará en el día final, es que “no conocieron
a Dios” (2 Ts. 1:8). Un Cristo desconocido no es un Salvador. ¿Cuá l
será la condició n de los paganos después de la muerte? ¿Có mo serán
juzgados los que nunca han oído el evangelio? ¿De qué manera se
conducirá Dios con los ignorantes e iletrados? Todas estas
preguntas no son de nuestra incumbencia. Podemos estar seguros
de lo que dice la Palabra: “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo
que es justo?” (Gn. 18:25). Pero no contradigamos lo que dice la
Biblia. Si las palabras de la Biblia algo significan, no saber de Cristo
es estar “sin Cristo”.
(b) Pero esto no es todo. Uno está “sin Cristo” cuando su
corazón no confía en él como su Salvador. Es posible saber
intelectualmente todo acerca de Cristo y, aun así, no confiar en él.

Hay multitudes que se saben de memoria todos los artículos del


Credo y pueden recitar sin vacilar que “nació de la virgen María,
sufrió bajo Poncio Pilatos, fue crucificado, murió y fue sepultado”. Lo
aprendieron en la escuela. Lo tienen grabado en su memoria. Pero
392 SANTIDAD
no aprovechan su conocimiento. Confían en algo que no es
“Cristo”. Esperan ir al cielo porque son de buena moralidad,
excelente conducta, porque dicen sus oraciones y asisten a la iglesia,
porque han sido bautizados y participan de la Cena del Señ or. Pero
no saben nada de una fe viva en la misericordia de Dios a través de
Cristo; no tienen una confianza real e inteligente en la sangre,
justicia e intercesió n de Cristo. Acerca de tales personas puedo
decir una cosa: Está n “sin Cristo”.
Sé que muchos no quieren reconocer la verdad de lo que acabo
de expresar. Hay quienes dicen que todos los bautizados son
miembros de Cristo en virtud de su bautismo. Otros dicen que
donde hay conocimiento intelectual, no tenemos derecho a
cuestionar la relació n con Cristo. Tengo só lo una respuesta para estas
maneras de pensar. La Biblia nos prohíbe afirmar que alguien esté
unido a Cristo mientras no cree. El bautismo no es prueba de que
estemos unidos a Cristo. Simó n el Mago fue bautizado y, no
obstante, le fue dicho claramente: “No tienes tú parte ni suerte en
este asunto” (Hch. 8:21). Conocer a Cristo intelectualmente no es
prueba de que estamos unidos a él. Los demonios conocían bien a
Cristo, pero no tenían parte con él. Dios sabe desde toda la eternidad
quiénes son de él. Pero el hombre no sabe nada de la justificació n
de nadie hasta que cree. La pregunta que importa es: “¿Cree
usted?” Escrito está : “El que rehú sa creer en el Hijo no verá la vida,
sino que la ira de Dios está sobre él”. “El que no creyere, será
condenado” (Jn. 3:36; Mr. 16:16). Si algo significan las palabras
bíblicas, entonces, no tener fe es estar “sin Cristo”.
(c) Tengo una cosa má s que decir. Uno está “sin Cristo” cuando
no se ve la obra del Espíritu Santo en su vida.

¿Quién puede evitar ver, si observa en su derredor, que hay


miríadas de cristianos profesantes que no saben nada de la
conversió n interior del corazó n? Estos le dirán que creen en la
religió n cristiana, van al culto con alguna regularidad, creen que es
¿Es usted nacido de nuevo? 393
correcto casarse y ser sepultado con todas las ceremonias de la
iglesia y se ofenderían profundamente si alguien dudara de que sean
cristianos. Pero, ¿dó nde se puede ver el Espíritu Santo en sus vidas?
¿A qué dan su corazó n y sus afectos? ¿Qué factores se destacan en
sus gustos, sus há bitos y sus costumbres? ¡Ay, só lo puede haber
una respuesta! No saben nada de la obra renovadora y
santificadora del Espíritu Santo por experiencia. Siguen muertos
para Dios. La condició n de todos estos se resumen en tres
palabras: Está n “sin Cristo”.
Sé también que hay pocos que lo admiten. La gran mayoría dirá
que es extremista, una locura y exageració n pedir tanto del
cristiano y de exigir que tenga que haber una conversión en cada
uno. Dirá n que es imposible lograr la norma elevada a la cual acabo
de referirme, estando todavía en el mundo, y que se puede ir al cielo
sin ser tan santo. A todo esto só lo respondo: ¿Qué dicen las
Escrituras? ¿Qué dice el Señ or? Escrito está : “El que no naciere de
nuevo, no puede ver el reino de Dios”. “Si no os volvéis y os hacéis
como niñ os, no entraréis en el reino de los cielos”. “El que dice que
permanece en él, debe andar como él anduvo”. “Si alguno no tiene
el Espíritu de Cristo, no es de él”. (Jn. 3:3; Mt. 18:3; 1 Jn. 2:6; Ro.
8:9). Las Escrituras no se pueden quebrantar. Si algo significan las
palabras bíblicas, entonces estar sin el Espíritu es estar “sin
Cristo”.
Dejo con usted las tres proposiciones que acabo de presentar
para que las analice reflexivamente y con espíritu de oració n.
Fíjese bien en la conclusió n de cada una. Examine bien todos sus
aspectos. Es absolutamente necesario tener parte con Cristo para
salvació n y el conocimiento, la fe y la gracia del Espíritu Santo.

El que no los tiene está “sin Cristo”. ¡Cuá n tristemente


ignorantes son muchos! No saben literalmente nada del
cristianismo. Para ellos Cristo, el Espíritu Santo, la fe, la gracia, la
conversió n y santificació n son só lo “palabras y nombres”. No
394 SANTIDAD
podrían explicar bajo ningú n concepto lo que significan. ¿Puede
tal ignorancia llevar a alguien al cielo?
¡Imposible! ¡No tener conocimiento, es estar “sin Cristo”!
¡Qué lastimosamente farisaicos son muchos! Hablan muy
satisfechos de sí mismos acerca de haber “cumplido su deber”, de ser
“buenos con todo el mundo”, de ser “fieles a su iglesia” y de “nunca
haber hecho nada realmente malo” como otros y que, por lo tanto,
¡está n seguros de que irá n al cielo! No parece tener ningú n lugar
en sus creencias el sentido profundo de pecado y la fe sencilla en
la sangre y el sacrificio de Cristo. Todo lo que dicen se trata de
hacer y nunca de creer. ¿Y llevará alguien al cielo este fariseísmo?
¡Nunca! ¡No tener fe, es estar “sin Cristo”!
¡Cuá n tristemente impíos son muchos! Viven en un abandono
habitual del Día del Señ or, de la Biblia del Señ or y de las
ordenanzas del Señ or. No les importa hacer las cosas que Dios ha
prohibido terminantemente. Viven siempre contrariando los
mandamientos de Dios. Entonces, ¿puede semejante impiedad
terminar en salvació n? ¡Imposible! ¡No tener al Espíritu Santo es
estar “sin Cristo”!
Sé muy bien que, a primera vista, estas afirmaciones parecen
duras, fuertes, á speras y severas. Pero, al final de cuentas, ¿acaso
no constituyen la verdad de Dios que nos ha sido revelada en las
Escrituras? De ser así, ¿no hemos de darlas a conocer? Si algo sé de mi
propio corazó n, es que anhelo por sobre todas las cosas, magnificar
las riquezas del amor de Dios por los pecadores. Ansío contarle a
toda la humanidad acerca de la abundancia de misericordia y
benevolencia en el corazó n de Dios para todo aquel que las
busque.

¡Pero no encuentro en ninguna parte, que diga que la persona


ignorante, incrédula y no convertida tendrá parte con Cristo! Si me
equivoco, agradeceré a cualquiera que pueda mostrarme un
camino más excelente. Pero hasta que alguien lo haga, mantendré
¿Es usted nacido de nuevo? 395
firmemente las posiciones que ya he presentado. No me atrevería a
apartarme de ellas, no suceda que sea hallado culpable de manejar
engañ osamente la Palabra de Dios. No me atrevería a quedarme en
silencio en cuanto a ellas, no sea que alguno se perdiera por mi culpa.
¡La persona sin conocimiento, sin fe y sin el Espíritu Santo es una
persona “sin Cristo”!
II. La verdadera condición del hombre “sin Cristo”
Ahora quiero considerar otro tema. ¿Cuál es la verdadera
condición del hombre “sin Cristo”?
É ste es un aspecto de nuestro tema que demanda una atenció n muy
especial. Estaré muy agradecido si logro explicarlo en toda su
dimensió n. Me es fá cil imaginar a algú n lector diciendo para sus
adentros: “Supongamos que estoy sin Cristo, ¿qué mal hay en eso?
Espero que Dios sea misericordioso. No soy peor que otros. Confío en
que al final todo saldrá bien”. Escú cheme y, con la ayuda de Dios,
trataré de hacerle ver que vive tristemente engañ ado. “Sin Cristo”
nada saldrá bien, sino todo desesperadamente mal.
(a) En primer lugar, estar sin Cristo es estar sin Dios. Así se lo
dijo directamente el apó stol a los efesios. Termina la famosa frase con
la que comenzó : “Estabais sin Cristo”, afirmando que estaban “sin
Dios en el mundo”. ¿Y a quién le puede sorprender esto? Al que
tiene un concepto muy pobre de Dios, que no lo concibe como un
Ser espiritual, glorioso y puro. Al que está tan ciego que no ve que
la naturaleza humana es corrupta, pecaminosa y vil. Entonces,
¿có mo puede un gusano como el hombre acercarse a Dios con
confianza? ¿Có mo puede levantar sus ojos a él con confianza y sin
sentir temor? ¿Có mo puede hablarle, relacionarse con él?

¿Có mo puede tener expectativas de morar con él tranquilo y sin


motivo para alarmarse? Es necesario que haya un Mediador entre
Dios y el hombre y, ú nicamente uno, puede serlo. El ú nico es
Cristo.
396 SANTIDAD
¿Habla alguno de ustedes de la misericordia de Dios y el amor de
Dios separada e independientemente de Cristo? Las Escrituras no
registran un amor y una misericordia tal. Sepa cada uno que Dios,
separadamente de Cristo, es un “fuego consumidor” (He. 12:29).
Incuestionablemente es misericordioso, rico en misericordia,
abundante en misericordia. Pero su misericordia está conectada,
inseparablemente, con la mediació n de su Hijo amado, Jesucristo.
Tiene que fluir a través de él, el canal escogido, o no fluye para
nada. Escrito está : “El que no honra al Hijo, no honra al Padre que
le envió ”. “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al
Padre, sino por mí” (Jn. 5:23; 14:6). Estar “sin Cristo” es estar sin
Dios.
(b) En segundo lugar, estar sin Cristo es estar sin paz. Cada ser
una humano tiene una conciencia en su interior que tiene que ser
satisfecha antes de poder ser realmente feliz. Mientras que esta
conciencia está dormida o casi muerta, le va bastante bien. Pero en
cuanto despierta la conciencia del hombre y comienza a pensar en
sus pecados pasados, sus fracasos del presente y el juicio en el futuro,
descubre inmediatamente que necesita algo que le dé tranquilidad
interior. Pero,
¿qué es lo que puede dá rsela? Puede probar arrepentirse, orar,
leer la Biblia, asistir a la iglesia, participar de las ordenanzas y
mortificar la carne, pero será en vano. Nada de esto, jamá s, ha
quitado la carga de la conciencia de nadie. ¡No obstante, la paz es
posible! Só lo una cosa puede dar paz a la conciencia y ésta es la
sangre de Jesucristo rociada sobre ella. Una comprensió n clara de
que la muerte de Cristo fue, de hecho, la paga de nuestra deuda con
Dios y que se le adjudica el mérito de su muerte al hombre cuando
cree, es el gran secreto de la paz interior.

Satisface cada ansiedad de la conciencia. Contesta cada acusació n.


Calma todo temor. Escrito está : “Estas cosas os he hablado para
que en mí tengá is paz”. “É l es nuestra paz”. “Justificados, pues, por
¿Es usted nacido de nuevo? 397
la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señ or
Jesucristo”. (Jn. 16:33; Ef. 2:14; Ro. 5:1). Tenemos paz por medio
de la sangre de su cruz: Paz como una mina profunda, paz como un
arroyuelo con una corriente eterna. Pero “sin Cristo” no hay paz.
(c) Ademá s, estar sin Cristo es estar sin esperanza. Casi todos
tienen esperanza de un tipo u otro. Raramente encontraremos a
alguien que afirme contundentemente que no tiene ninguna
esperanza para su alma. ¡Pero cuá n pocos son los que pueden dar
“razó n de la esperanza que hay en” ellos (1 P. 3:15)!
¡Cuán pocos pueden explicarla, describirla y mostrar en qué se basa!
¡Cuánta de la esperanza de muchos no es má s que un sentimiento
incierto y vacío, que en la enfermedad y en la hora de la muerte
prueba ser completamente inú til para consolar o para salvar!
Existe só lo una esperanza que tiene raíces, vida, potencia y solidez,
y esa es la esperanza edificada sobre la gran roca de la obra de
Cristo y de su redenció n. “Nadie puede poner otro fundamento que
el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co. 3:11). Todo el que
edifica sobre esta piedra angular, “no será avergonzado”. Esta
esperanza se basa en una realidad. Responde positivamente cuando
se la examina y analiza. Tiene respuesta para cualquier pregunta.
Sondéela de principio a fin y no encontrará en ella ni un defecto.
Cualquier otra esperanza fuera de ésta, no tiene ningú n valor. Como
las fuentes de agua que se secan en el verano, fallan cuando el
hombre má s la necesita (1 R. 17:3-7). Son como barcos defectuosos
que parecen buenos mientras está n anclados en el puerto, pero
cuando los vientos y las olas del mar empiezan a ponerlos a
prueba, se descubre su mal estado y se hunden bajo el agua. No
hay ninguna esperanza valedera sin Cristo, y estar “sin Cristo” es
estar “sin esperanza” (Ef. 2:12).

(d) Por otra parte, estar sin Cristo es estar sin el cielo. Al decir
esto no quiero decir solamente que no hay entrada al cielo, sino que
“sin Cristo” no podría haber ninguna felicidad al estar allí. El
398 SANTIDAD
hombre sin su Salvador y Redentor nunca se sentiría có modo en el
cielo. Sentiría que no tiene ningú n derecho de estar allí; sería
imposible que se sintiera valiente, confiado y tranquilo. En medio
de la pureza y la santidad de los á ngeles, bajo los ojos de un Dios
puro y santo, no podría levantar la cabeza, se sentiría confundido y
avergonzado. La esencia de todos los conceptos correctos del cielo
es que allí está Cristo.
¿Hay alguno que sueñ a en un cielo en el que Cristo no tiene un
lugar? Despierte de su locura. Sepa que en cada descripció n del
cielo que la Biblia contiene, la presencia de Cristo es esencial. “En
medio del trono”, dice Juan, “estaba en pie un Cordero como
inmolado”. El trono mismo de Dios es llamado “el trono de Dios y
del Cordero”. El Cordero es la luz del cielo y el templo de él. Los
santos que moran en el cielo han de ser alimentados por el
Cordero y él mismo “los guiará a fuentes de aguas de vida”. A la
reunió n de los santos en el cielo se le llama “las bodas del Cordero”
(Ap. 5:6; 22:3; 21:22-23; 7:17; 19:9). Un cielo sin Cristo no sería el
cielo de la Biblia. Estar “sin Cristo” es estar “sin cielo”.
Me sería fá cil agregar otras cosas. Le diría que estar sin Cristo es no
tener vida, no tener fortaleza, no tener seguridad, no tener un
fundamento, no tener un amigo en el cielo y no tener justicia. ¡No
hay nadie en peores condiciones que los que está n sin Cristo!
El Señ or Jesú s tiene el propó sito de ser para el alma del hombre
lo que el arca fue para Noé, lo que el cordero pascual fue para
Israel en Egipto, lo que el maná , la piedra golpeada, la serpiente de
bronce, la columna de nube y fuego, el chivo expiatorio fueron para
las tribus en el desierto. ¡No hay peores desamparados que los que
está n sin Cristo!

Lo que la raíz es para las ramas, lo que el aire es para nuestros


pulmones, lo que el alimento y el agua son para nuestro cuerpo, lo
que el sol es para la Creació n, todo esto y mucho má s tiene Cristo,
¿Es usted nacido de nuevo? 399
el propó sito de ser para nosotros.
¡Nadie es tan indefenso, nadie es tan digno de lá stima como el que
está sin Cristo! Reconozco que si no existieran cosas como las
enfermedades y la muerte, si los hombres y mujeres nunca
envejecieran y vivieran sobre esta tierra para siempre, el tema de
este capítulo no tendría ninguna importancia. Pero todos sabemos
que
las enfermedades, la muerte y el sepulcro son tristes realidades.
Si esta vida fuera todo, si no hubiera un juicio, ni el cielo, ni el
infierno, ni la eternidad, sería una pérdida de tiempo molestarse con
preguntas como las de este capítulo. Pero usted tiene una
conciencia. Sabe bien que viene el día má s allá de la tumba cuando
tendrá que rendir cuentas. Todavía hay un Día del Juicio por venir.
El tema de este capítulo no es un asunto superficial. No es poca
cosa ni carece de valor. Demanda la atenció n de cada persona
sensata. Es la raíz misma de aquella cuestió n de primordial
importancia que es la salvació n de nuestras almas. Estar “sin Cristo”
es ser el má s miserable de los hombres.
III. ¿Está usted “sin Cristo”?
(a) Le
pido ahora a todo el que ha leído este capítulo entero que se
examine y determine exactamente su propia condició n. ¿Está
usted sin Cristo?
No deje que pase la vida sin pensar reflexivamente y auto
examinarse. No puede seguir siempre en la condició n en que se
encuentra ahora. El día vendrá cuando comer, beber, dormir,
vestirse, divertirse y gastar dinero acabará. Vendrá un día cuando su
lugar estará vacío y se hablará de usted como alguien que partió para
siempre.

¿Y dó nde estará entonces, si ha vivido sin pensar en su alma, sin


Dios y sin Cristo? ¡Oh, recuerde que es mil veces mejor estar sin
dinero, salud, amigos, compañ ía y alegría que estar sin Cristo!
400 SANTIDAD
(b) Si ha vivido sin Cristo hasta ahora, le invito con todo cariñ o que
cambie de dirección sin demora. Busque al Señ or Jesú s mientras
puede ser hallado (Is. 55:6). Llá melo en tanto está cercano. Está
sentado a la diestra de Dios y puede salvar a todo el que acude a él,
no importa lo pecador e indiferente que puede haber sido. Está
sentado a la diestra de Dios, dispuesto a escuchar la oració n de
todo el que siente que su vida pasada ha sido equivocada y quiere
arreglar su situació n. Busque a Cristo, busque a Cristo sin demora.
Conó zcalo. No le dé vergü enza recurrir a él. Sea usted este añ o
amigo de Cristo y dirá que es el añ o má s feliz de su vida.
(c) Si usted ya es un amigo de Cristo, lo exhorto a ser agradecido.
¡Desarrolle un sentido má s profundo de la misericordia infinita
que es tener un Salvador todopoderoso, derecho al cielo, una patria
celestial que es eterna y un Amigo que nunca muere! ¡Qué consuelo
es pensar que tenemos en Cristo algo que nunca podemos perder!
Desarrolle un sentido má s profundo de la condició n lastimosa de
los que está n “sin Cristo”. Muchas veces nos recuerdan a los que no
tienen alimentos, ropa, escuelas o iglesias. Compadezcá monos de
ellos y ayudémosles todo lo que podamos. Pero no olvidemos nunca
que hay personas cuya condició n es mucho peor. ¿Quiénes son? ¡Los
que está n “sin Cristo”! ¿Tenemos familiares “sin Cristo”? Sintamos
compasió n por ellos, oremos por ellos, hablemos con el Rey acerca
de ellos y procuremos recomendarles el evangelio. No dejemos
piedra sin mover en nuestros esfuerzos por llevarlos a Cristo.
¿Tenemos vecinos “sin Cristo”? Esforcémonos cada día para que sus
almas sean salvas. La noche viene cuando nadie puede obrar.
Feliz aquel que vive con la permanente convicció n de que estar
“en Cristo” significa paz, seguridad y felicidad, y que estar “sin Cristo”
es estar al borde de la destrucció n.

17. Sed satisfecha


“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la
¿Es usted nacido de nuevo? 401
voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que
cree en mí, como dice la Escritura, de su interior
correrán ríos de agua viva”. Juan 7:37-38

El texto que encabeza este capítulo contiene uno de esos aforismos


de Cristo que merecen ser impresos en letras de oro. Todas las
estrellas en el cielo son brillantes y bellas, pero aun un niñ o puede
ver que una estrella es má s resplandeciente que otra. “Toda la
Escritura es inspirada por Dios” (2 Ti. 3:16), pero frío e insensible es
el corazó n que no siente que algunos pasajes tienen una riqueza y
plenitud ú nica. É ste es uno de esos pasajes.
A fin de poder captar toda su fuerza y hermosura hemos de
recordar el lugar, el día y la ocasió n a que se refiere el pasaje.

El lugar era Jerusalén, la metró polis del judaísmo y bastió n de


sacerdotes y escribas, de fariseos y saduceos. La ocasión era la
Fiesta de los Taberná culos, una de las grandes fiestas anuales del
judaísmo. Si podía, todo buen judío, subía al templo de acuerdo
con la ley para participar de esta fiesta. El día era “el ú ltimo… de la
fiesta” cuando iban terminando todas las ceremonias, cuando
segú n la tradició n, se había sacado agua del estanque de Siloé para
echarla solemnemente sobre el altar y lo ú nico que quedaba por
hacer era que los adoradores regresaran a sus casas.
En este momento crítico, nuestro Señ or Jesucristo se “puso de
pie” en un lugar prominente y habló a la multitud reunida. No
dudo que leía sus corazones. Los veía retirarse con conciencias
afligidas y mentes insatisfechas, no habiendo aprendido nada de los
fariseos y saduceos, sus maestros ciegos; só lo se llevaban el recuerdo
de pomposas e insulsas ceremonias.

Los vio, tuvo compasió n de ellos y alzó su voz como un heraldo


diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”. Dudo que esto
sea lo ú nico que dijo en esa memorable ocasió n. Sospecho que fue el
402 SANTIDAD
momento cumbre de su discurso. Pero ésta, me imagino, fue la
primera frase que brotó de sus labios: “Si alguno tiene sed, venga a
mí y beba”. Si alguno quiere agua viva que satisface, venga a Mí.
Recuerdo a mis lectores que nunca antes ningú n profeta ni
apó stol, usó un lenguaje como éste. “Ven con nosotros”, le dijo
Moisés a Hobab (Nm. 10:29), “Venid a las aguas”, dijo Isaías (Is.
55:1). “He aquí el Cordero de Dios”, dijo Juan el bautista (Jn. 1:29),
“Cree en el Señ or Jesucristo, y será s salvo”, dijo Pablo (Hch. 16:31).
Pero nadie ha dicho jamá s: “Venid a Mí”, excepto Jesú s de Nazaret.
Este hecho es muy significativo. Cuando dijo: “Venid a mí”, sabía y
sentía que era el Hijo eterno de Dios, el Mesías prometido, el
Salvador del mundo.
Quiero enfocar la atenció n del lector en tres puntos que veo en esta
expresió n de nuestro Señ or.
I. Tenemos un caso supuesto: “Si alguno tiene sed”.
II. Tenemos un remedio propuesto: “Venga a mí, y beba”.
III. Tenemos una promesa ofrecida: “El que cree en mí, como dice
la Escritura, de su interior correrá n ríos de agua viva”.
Cada uno de estos puntos se aplica a todo aquel en cuyas manos
cae este escrito. Y de cada uno de ellos, tengo algo que exponer.
I. El problema
En primer lugar tenemos un caso supuesto. Dice el Señ or: “Si
alguno tiene sed”.
La sed física es notoriamente la sensació n má s dolorosa que
puede tener el hombre. Lea la historia de los que viven en la miseria
en el pozo negro de Calcuta. Pregú ntele a cualquiera que haya viajado
por las llanuras del desierto bajo un sol tropical.

Escuche lo que cualquier viejo soldado le diría acerca de la peor


necesidad de los heridos en batalla. Recuerde la sed que sufren los
¿Es usted nacido de nuevo? 403
tripulantes de barcos perdidos en el océano durante días en
embarcaciones sin agua. Recuerde las tristes palabras del hombre
rico de la pará bola: “Envía a Lá zaro para que moje la punta de su
dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en
esta llama” (Lc. 16:24). El testimonio es invariable. No hay nada
tan terrible y difícil como tener que aguantar la sed.
Pero si la sed física es tan dolorosa, ¡cuá nto má s lo es la sed del
alma! El sufrimiento físico no es la peor parte del castigo eterno. Es
poca cosa, aun en este mundo, comparado con el sufrimiento de la
mente y el hombre interior. Conocer el valor de nuestras almas y
enterarnos de que estamos en peligro de una ruina eterna, sentir la
carga del pecado no perdonado, no saber a dó nde recurrir para
conseguir alivio, tener un conciencia enferma e intranquila y no
saber có mo remediarlo; descubrir que nos estamos muriendo,
muriendo cada día sin estar preparados para encontrarnos con
Dios, ni tener un concepto claro de nuestra propia culpa e impiedad
y, no obstante, no tener idea de una absolució n, es el peor de los
dolores. ¡Ese dolor se extiende por toda el alma y el espíritu y
traspasa las coyunturas y la médula de los huesos! É sta, sin duda,
era la sed a la cual se está refiriendo el Señ or. Es la sed de perdó n,
de absolució n y de paz con Dios. Es la ansiedad de una conciencia
realmente viva, anhelando satisfacció n sin saber dó nde
encontrarla, caminando por lugares á ridos y sin poder descansar.
É sta es la sed que sentían los judíos cuando Pedro predicó el día
de pentecostés. Está escrito que “se compungieron de corazó n, y
dijeron a Pedro y a los otros apó stoles: Varones hermanos, ¿qué
haremos?” (Hch. 2:37).
É sta es la sed que sentía el carcelero de Filipo cuando despertó a la
conciencia de su peligro espiritual y sintió el terremoto que hizo que
se abrieran las puertas de la cá rcel.

Está escrito que “temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas;


y sacá ndolos, les dijo: Señ ores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”(Hch.
404 SANTIDAD
16:29, 30).
É sta es la sed que muchos de los siervos má s grandes de Dios
parecían tener cuando la luz iluminaba sus mentes. Agustín
buscando descanso entre herejes maniqueos sin encontrarlo.
Lutero buscando la verdad entre los monjes del monasterio en
É rfurt. John Bunyan agonizando en medio de dudas y conflictos en su
casita en Elstow, George Whitefield gimiendo bajo las
austeridades que él mismo se impuso por falta de una enseñ anza
clara, cuando estudiaba en la Universidad de Oxford, han dejado
registrada su experiencia. Creo que todos ellos sabían lo que nuestro
Señ or quiso decir cuando habló de “sed”.

Y creo que no es demasiado decir que todos deberíamos saber algo


de esta sed, aunque no tanto como Agustín, Lutero, Bunyan o
Whitefield. Viviendo como vivimos en un mundo moribundo…
- sabiendo como sabemos, y lo admitimos, que hay un mundo
después de la muerte, y que después de la muerte viene el
Juicio,
- sintiendo como lo sentimos, aun en nuestros mejores momentos,
que somos criaturas defectuosas, inestables, débiles y pobres,
y no aptas para encontrarnos con Dios,
- conscientes en lo profundo de nuestro corazó n que nuestro
lugar en la eternidad depende del uso de nuestro tiempo…
Deberíamos sentir algo de “sed” por tener paz con el Dios viviente.
¡Pero, ay, nada prueba má s contundentemente la naturaleza caída
del hombre como la falta general y comú n de sed espiritual! La gran
mayoría de las personas en este momento está n sedientas de
dinero, poder, placer, posició n, honra y distinció n. Perseguir
esperanzas vanas, escarbar buscando oro, irrumpir en una peligrosa
brecha, abrirse paso en el hielo para llegar al Polo Norte,

son empresas para las cuales no faltan aventureros y voluntarios.


¡La competencia es intensa e incesante para alcanzar esas coronas
¿Es usted nacido de nuevo? 405
corruptibles! En comparació n, son pocos los que tienen sed de
alcanzar la vida eterna. No asombra, entonces, que la Biblia llame
al hombre natural “muerto”, “dormido”, ciego y sordo. No es de
extrañ ar que diga que el hombre necesita un nuevo nacimiento y
una nueva creació n. No hay síntoma má s seguro de la
mortificació n de la carne que la pérdida de todo sentimiento. No
hay señ al má s dolorosa de un alma enferma que la ausencia total de
sed espiritual. Ay del hombre de quien el Salvador puede decir: “Y no
sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y
desnudo” (Ap. 3:17).
Pero, ¿quién entre mis lectores siente la carga del pecado y ansía
paz con Dios?
¿Quién realmente es sensible a la confesió n en nuestro Libro de
Oraciones cuando dice: “He errado y me he apartado como una oveja
perdida, no hay nada sano en mí, soy un despreciable ofensor”?
¿Quién entre mis lectores participa de la Cena del Señ or y puede decir
sinceramente: “El recuerdo de mis pecados es doloroso, y su carga es
intolerable”? Si es usted uno de estos ú ltimos, usted es el hombre
que debe dar gracias a Dios. Un sentido de pecado, culpa y pobreza
del alma, es la primera piedra que coloca el Espíritu Santo cuando
edifica un templo espiritual. Convence de pecado. La luz fue lo
primero creado en el mundo material (Gn. 1:3). La luz en cuanto a
nuestra propia condició n es la primera obra en la nueva creació n.
Alma sedienta, lo repito, usted es quien debiera dar gracias a Dios.
El reino de Dios está cerca. No es cuando empezamos a sentirnos
bien, sino cuando nos sentimos mal, que damos el primer paso
hacia el cielo. ¿Quién le enseñ ó que estaba desnudo? ¿De dó nde
vino esa luz interior? ¿Quién le abrió los ojos y le hizo ver y sentir?
Sepa este día que no fue ni la carne ni la sangre las que le han
revelado estas cosas, sino nuestro Padre que está en los cielos.

Las universidades pueden conferir títulos y las escuelas pueden


impartir conocimiento de todos los misterios, pero no pueden hacer
406 SANTIDAD
que los hombres sientan su pecado. Percibir nuestra necesidad
espiritual y sentir verdadera sed espiritual es el A-B-C de la fe
salvadora.
Fue muy acertado lo que dijo Eliú en el libro de Job: “É l mira
sobre los hombres; y al que dijere: Pequé, y pervertí lo recto, y no me
ha aprovechado, Dios redimirá su alma para que no pase al
sepulcro, Y su vida se verá en luz” (Job 33:27, 28). No se
avergü ence el que sabe algo de la “sed” espiritual. Por el contrario,
levante la cabeza y comience a tener esperanza. Pídale a Dios que siga
haciendo la obra que ha comenzado en usted y le haga sentir má s
sed.
II. El remedio
Paso ahora del caso supuesto al remedio propuesto. “Si alguno
tiene sed”, dice nuestro bendito Señ or Jesucristo, “venga a mí y
beba”.
Hay una sencillez maravillosa en esta breve frase que es imposible
admirar demasiado. No tiene ni una palabra cuyo significado literal no
sea claro hasta para un niñ o. No obstante, sencillo como parece,
tiene un rico significado espiritual. Como el diamante Kohinoor
que usted puede llevar entre el pulgar y el índice, es de un valor
incalculable.
Venir y beber soluciona el gran problema que todos los filó sofos
de Grecia y Roma no pudieron resolver: “¿Có mo puede el hombre
tener paz con Dios?”. Guá rdelo en su memoria junto con otras seis
má ximas de oro de nuestro Señ or:
“Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y
el que en Mí cree, no tendrá sed jamá s” (Jn. 6:35).
“Yo soy la luz del mundo; el que Me sigue, no andará en
tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12).

“Yo soy la puerta; el que por Mí entrare, será salvo” (Jn. 10:9).
“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
¿Es usted nacido de nuevo? 407
por Mí” (Jn.
14:6).
“Venid a Mí todos los que está is trabajados y cargados, y yo os
haré descansar” (Mt. 11:28).
“Al que a Mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37).
Agregue a estos seis textos el que hoy tiene delante de usted.
Memorice los siete. Grá belos en su mente y nunca los olvide.
Cuando sus pies toquen el frío río, la hora de su muerte,
encontrará un valor incalculable en los versículos recién citados.
Porque, ¿cuál es la sustancia de estas sencillas palabras? Es ésta:
Cristo es esa Fuente de agua viva que Dios, en su gracia, ha provisto
para las almas sedientas. De él, como de la roca que golpeó Moisés,
fluye una corriente abundante para todos los que peregrinan por el
desierto de este mundo. En él, nuestro Redentor y Sustituto,
crucificado por nuestros pecados y resucitado para nuestra
justificació n, tenemos una provisió n sin fin de todo lo que el hombre
puede necesitar: Perdó n, absolució n, misericordia, gracia, paz,
descanso, alivio, consuelo y esperanza.
Cristo compró esta provisió n para nosotros pagá ndola con su
propia sangre preciosa. Para abrir esta fuente maravillosa, sufrió por
el pecado. El justo entre los injustos cargó nuestros pecados en su
propio cuerpo en el madero. Fue hecho pecado por nosotros, a fin
de que pudiéramos ser justicia de Dios en él (1 P. 2:24, 3:18; 2 Co.
5:21). Y ahora ha sido sellado y designado para ser el que da alivio
a todos los trabajados y cargados y el Dador del agua viva para todos
los sedientos. Su misió n es recibir a los pecadores. Se complace en
darles perdó n, vida y paz. Y las palabras del texto son una invitació n
que hace a toda la humanidad: “Si alguno tiene sed, venga a mí y
beba”.

Advertencias y consejos
La eficacia de un remedio depende mayormente de la manera como
408 SANTIDAD
se usa. La mejor receta del mejor médico es inú til si no seguimos
las instrucciones que la acompañ an. Preste atenció n a la palabra
de exhortació n, mientras le doy advertencias y consejos acerca de
la Fuente de agua viva.
(a) El que tiene sed y quiere apagarla tiene que acudir a Cristo
mismo. É l no se contentará con que asista a su iglesia y participe
de sus ordenanzas o que se reú na con su pueblo para orar y
alabarle.
No tiene que limitarse a participar de su Santa Cena ni quedarse
satisfecho con abrirle privadamente su corazó n a un pastor
ordenado. ¡Oh, no! El que se contenta con solo beber estas aguas
“volverá a tener sed” (Jn. 4:13). Debe ir má s alto, hacer má s, mucho
má s que esto. Tiene que tratar personalmente con Cristo mismo,
todo el resto no vale nada sin él. El palacio del Rey, los siervos que
le sirven, la sala de banquetes ricamente amoblada, el propio
banquete, no son nada, a menos que hablemos con el Rey. Só lo su
mano puede quitarnos la carga que llevamos a cuestas y hacernos
sentir libres. La mano del hombre puede quitar la piedra del sepulcro
y dejar que veamos al muerte, pero nadie má s que Jesú s puede
decirle al muerto: “Ven fuera” (Jn. 11:41-43). Tenemos que
comunicarnos directamente con Cristo.
(b) Además, el que tiene sed y quiere que Cristo le dé alivio tiene
que acudir a él de hecho y en verdad. No basta desear, hablar,
tener la intenció n, resolver y tener esperanza. El infierno, esa
realidad horrible, está empedrado de buenas intenciones. Miles de
personas se pierden cada añ o por esta razó n, perecen
miserablemente estando ya a un solo paso del puerto seguro. Viven
con buenas intenciones y con buenas intenciones mueren. ¡Oh, no!
¡Tenemos que “levantarnos y venir”! Si el hijo pró digo se hubiera
contentado diciendo: “…

Espero volver a casa algú n día”, hubiera permanecido para siempre


entre los cerdos. Cuando se levantó y vino a su padre fue que su
¿Es usted nacido de nuevo? 409
padre corrió para encontrarse con él y dijo: “Sacad el mejor
vestido, y vestidle;… comamos y hagamos fiesta” (Lc. 15:20-23).
Como él, tenemos que “volver en sí” y pensar, pero también
tenemos que actuar. El hijo pró digo dijo: “Me levantaré e iré”. Es
necesario acudir al Sumo Sacerdote, a Cristo, de hecho y en verdad.
Tenemos que acudir al Médico.
(c) También, el que tiene sed y quiere acudir a Cristo debe
recordar que lo único que se requiere es una fe sencilla. Sí, es
bueno acudir con arrepentimiento, con un corazó n quebrantado y
contrito, pero ni sueñ e en confiar en esto para ser aceptado. La fe es
la ú nica mano que puede llevar el agua viva a nuestros labios. La fe
es el engranaje por medio del cual todo funciona en el tema de
nuestra justificació n. Está escrito una y otra vez que “todo aquel
que en él cree… no se pierde, sino que tiene vida eterna” (Jn. 3:15,
16). “Má s al que no obra, si no cree en aquel que justifica al impío,
su fe le es contada por justicia” (Ro. 4:5). Bienaventurado es el que
puede hacer suyo el principio que contiene aquel himno sin igual:
“Tal como soy de pecador, sin
otra confianza que tu amor,
a tu llamado vengo a ti:
Cordero de Dios, heme aquí”.
¡Qué simple parece este remedio para la sed! Pero, ¡oh, qué difícil
es convencer a algunas personas de que lo reciban! Pídales que
hagan algo grande, que mortifiquen su cuerpo o que participen en
una peregrinació n, que den todos sus bienes para dar de comer a los
pobres con el fin de hacer méritos para ser salvos y, seguramente,
procurará n hacerlo. Dígales que tiren por la borda toda idea de
méritos y salvació n por obras, que acudan a Cristo como
pecadores vacíos, sin nada en sus manos y, como hizo Naamá n,
querrán dar media vuelta con desprecio (2 R. 5:12).

La naturaleza humana es siempre la misma en todas las épocas.


Todavía hay algunas gentes que piensan como los judíos y otras como
410 SANTIDAD
los griegos. Para los judíos, Cristo crucificado sigue siendo una piedra
de tropiezo y para los griegos locura. ¡Esa trá gica sucesió n nunca
ha cesado! Nuestro Señ or nunca dijo algo má s cierto que cuando
se refirió a los escribas soberbios en el Sanedrín: “Y no queréis
venir a mí para que tengá is vida” (Jn. 5:40).
Pero, por má s simple que parezca este remedio para la sed, es el
ú nico que cura la enfermedad espiritual del hombre y el ú nico
puente entre la tierra y el cielo. Reyes y sú bditos, predicadores y
oyentes, amos y siervos, encumbrados y proletarios, ricos y pobres,
letrados e iletrados, todos por igual, tienen que beber de esta agua
de vida y beberla de manera idéntica. Durante má s de dieciocho
siglos, los hombres se han esforzado por encontrar algú n otro remedio
para sus conciencias agotadas, pero se han esforzado en vano. Miles,
después de ampollarse las manos, de envejecerse cavando cisternas
rotas que no retienen agua (Jer. 2:13), se han visto obligados a volver
a la Fuente de antañ o y han confesado en sus ú ltimos momentos
que só lo en Cristo hay verdadera paz.
Y por má s simple que parezca ser el viejo remedio para la sed,
es la raíz de la vida interior de todos los má s grandes siervos de Dios
en todas las épocas. ¿Qué han sido los santos y má rtires a lo largo
de la historia de la Iglesia, sino hombres que han acudido cada día
a Cristo por fe y han encontrado que su “carne es verdadera
comida” y que su “sangre es verdadera bebida” (Jn. 6:55)? ¿Qué
han sido, sino hombres que vivían la vida de fe en el Hijo de Dios y
bebían cotidianamente de la plenitud que hay en él (Gá . 2:20)?
Aquí, en todos los casos, los mejores y má s auténticos cristianos
que han dejado su huella en el mundo, han sido de un mismo
sentir. Santos padres y reformadores, teó logos santos anglicanos e
inconformistas, sus mejores momentos han dado testimonio
uniforme del valor de la Fuente de vida.

Separatistas y polémicos, como a veces han sido durante sus


vidas, al morir no han estado divididos. En su ú ltima lucha con el
¿Es usted nacido de nuevo? 411
rey de los terrores, simplemente se han aferrado a la cruz de
Cristo, gloriá ndose ú nicamente en la “sangre preciosa” y la Fuente
disponible para limpiar todo pecado e impureza.
¡Qué agradecidos debiéramos estar de que vivimos en un país
donde el gran remedio para la sed espiritual es bien conocido, en
un país de Biblias abiertas, donde se predica el evangelio y hay
abundantes medios de gracia; un país donde aú n se proclama la
eficacia del sacrificio de Cristo en iglesias má s o menos llenas y
desde 20.000 pú lpitos cada domingo! No apreciamos el valor de
nuestros privilegios. Por la propia familiaridad del maná pensamos
poco en ellos, así como Israel detestaba el “pan tan liviano” en el
desierto (Nm. 21:5). Pero abra las pá ginas de algú n filó sofo
pagano como el incomparable Plató n y fíjese có mo andaba a
tientas buscando luz como quien anda con los ojos vendados y se
cansaba tratando de encontrar la puerta. El campesino má s humilde
que capta las cuatro “palabras de consuelo”, en la liturgia de la
Comunió n en el Libro de Oraciones [Mt. 11:28; Jn. 3:16; 1 T. 1:15;
1 Jn. 2:1, 2], sabe má s sobre la paz con Dios que el sabio ateniense.
Lea los relatos de viajeros y misioneros fidedignos, sobre el estado
de los paganos que nunca han oído el evangelio. Lea de los
sacrificios humanos en Á frica y las torturas voluntarias horribles de
los devotos indostanos y recuerde que todo es resultado de una “sed”
no aplacada y un anhelo ciego e insatisfecho de acercarse a Dios. Y
entonces, aprenda a ser agradecido porque vive en un país como
el suyo. ¡Ay, me temo que Dios tiene una contienda contra nosotros
por nuestra ingratitud! Frío y muerto debe ser aquel corazó n que
puede estudiar las condiciones en Á frica, China e Indostán y no
agradecer a Dios porque vive en un país cristiano.

III. La promesa
412 SANTIDAD
En ú ltimo lugar, enfoquemos la promesa ofrecida a todo aquel que
acude a Cristo. “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su
interior correrán ríos de agua viva” (Jn. 7:38).
El tema de las promesas bíblicas es inmenso y sumamente
interesante. Dudo que reciba la atenció n que merece en la
actualidad. El libro Scripture Promises (Promesas bíblicas) por
Clarke, es un viejo libro que se estudia mucho menos ahora que en
la época de nuestros padres. Pocos cristianos conocen la cantidad,
amplitud, anchura, profundidad, altura y variedad de promesas
preciosas en la Biblia para el beneficio y aliento especial de todos los
que quieren aprovecharlas.
No obstante, las promesas constituyen la base de casi todas las
transacciones entre los hombres. La gran mayoría de los hijos de
Adá n en todo país civilizado actú a todos los días con fe en
promesas. El obrero trabaja desde el lunes en la mañ ana hasta el
sá bado por la noche porque cree que al final de la semana recibirá
el jornal prometido. El soldado se alista en el ejército y el marino
se enrola en la marina, con la confianza total de que sus superiores
le dará n el sueldo prometido. La trabajadora doméstica má s humilde
en una casa de familia cumple día a día sus deberes creyendo que su
patrona le pagará lo que le prometió . En el mundo de los negocios en
las grandes ciudades, entre comerciantes, banqueros y
vendedores, nada podría realizarse sin una fe continua en las
respectivas promesas. Todo el mundo sabe que los cheques, las
facturas y los pagarés son el ú nico medio por el cual la inmensa
mayoría del mundo comercial puede desarrollarse. Los hombres de
negocios se ven obligados a actuar por fe y no por vista. Creen las
promesas y esperan que los demá s crean las de ellos. De hecho, las
promesas y la fe en que se cumplirá n y las acciones realizadas por fe
en promesas,

son la espina dorsal de nueve de cada diez transacciones del


¿Es usted nacido de nuevo? 413
hombre con su homó logo en todo el mundo cristiano.
De la misma manera, las promesas en la Biblia, son una recurso
grandioso que usa Dios para acercarse al alma del hombre. El
estudioso serio de las Escrituras no puede dejar de observar que
Dios continuamente apela al hombre que lo escuche, obedezca,
sirva y realice grandes cosas, y que, escuchá ndolo, crea. En suma,
como dice Pedro: “Nos ha dado preciosas y grandísimas
promesas” (2 P. 1:4). Aquel que en su misericordia causó que se
escribieran las Sagradas Escrituras para nuestro beneficio ha
demostrado su conocimiento perfecto de la naturaleza humana al
incluir, a través de todas sus pá ginas, una riqueza
inconmensurable de promesas adecuadas para cada experiencia y
cada circunstancia de la vida. Parece decir: “¿Quieres saber lo que
pienso hacer para ti?
¿Te gustaría escuchar mis condiciones? Toma tu Biblia y lee”.
Pero hay una gran diferencia entre las promesas de los hijos de
Adá n y las promesas de Dios, que nunca debemos olvidar. Las
promesas del hombre no necesariamente se cumplen. Aun con las
mejores intenciones, no siempre puede uno cumplir su palabra.
Puede suceder una enfermedad o una muerte inesperada puede
llevarse de este mundo al que prometió algo. Guerras, pestilencias,
hambrunas, cosechas que fallan o huracanes pueden dejarlo a uno en
la miseria imposibilitá ndolo para cumplir sus compromisos.
Por el contrario, las promesas de Dios se cumplen sin fallar. É l es
todopoderoso, nada puede impedirle hacer lo que dijo que haría.
Nunca cambia, “si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar?”
y con él no hay “mudanza, ni sombra de variació n” (Job 23:13; Stg.
1:17). Siempre cumplirá su palabra. Hay una cosa que Dios no
puede hacer, como le dijo cierta vez una niñ ita a su maestra: “Es
imposible que Dios mienta” (He. 6:18). Aun las cosas má s insó litas
e improbables que Dios dijo que haría, siempre las ha hecho.
414 SANTIDAD
¿Quién hubiera imaginado eventos tan improbables como la
destrucció n del mundo por un diluvio y la preservació n de Noé en el
arca, el nacimiento de Isaac, la liberació n de Israel de la esclavitud en
Egipto, la entronizació n de David, el nacimiento milagroso de
Cristo, la resurrecció n de Cristo, la dispersió n de los judíos por todo
el mundo y su continua preservació n como un pueblo singular? No
obstante, Dios dijo que todas estas cosas sucederían y a su tiempo
sucedieron. En verdad, para Dios es tan fácil hacer una cosa como lo es
decirla. Lo que promete, ciertamente hará .
En cuanto a la variedad y riqueza de las promesas bíblicas, hay
mucho má s que considerar de lo que se puede decir en una breve
exposició n como ésta. Son miles. El tema es casi inagotable. No hay
ni una etapa en la vida humana, desde la niñ ez hasta la vejez,
ninguna posició n en que se puede encontrar una persona para la
cual la Biblia no brinda aliento a todo el que quiera hacer lo
correcto a los ojos de Dios. Hay promesas en el erario de Dios para
cada condició n. Las promesas que Dios hace por su misericordia y
compasió n infinita, incluyen su prontitud en recibir a todo el que
se arrepiente y cree, su buena disposició n de perdonar y absolver
al peor de los pecadores. Sus promesas conllevan su poder de cambiar
los corazones y transformar nuestra naturaleza corrupta, los
incentivos para orar, escuchar el evangelio y acercarnos al trono de
gracia y las fuerzas para cumplir nuestros deberes. Consuelan en
las aflicciones, dan direcció n en la perplejidad, ayuda en las
enfermedades, consolació n en la muerte, fortaleza cuando hemos
perdido a un ser querido, felicidad má s allá de la tumba y
recompensa en la gloria. Para todo esto existe un suministro
abundante de promesas en la Palabra. Nadie puede formarse una
idea de su abundancia, a menos que analice con cuidado las
Escrituras, manteniendo constantemente su atenció n en el tema. Si
alguien lo duda, solo puedo decir: “Ven y ve.” Al igual que la reina
de Saba en la corte de Salomó n, no tardaría en decir:
¿Es usted nacido de nuevo? 415
“Yo no lo creía hasta que he venido y mis ojos han visto que ni
aun se me dijo la mitad” (1 R. 10: 7).
La promesa de nuestro Señ or Jesucristo, que encabeza este
artículo, es un tanto peculiar. Es singularmente rica en estímulo a
todos los que tienen sed espiritual y vienen a él para satisfacerla.
Por lo tanto, merece que le demos especial atenció n.
La mayor parte de las promesas de nuestro Señ or se refieren,
especialmente, al beneficio de la persona a quien van dirigidas. La
promesa que estamos considerando nos lleva a una gama mucho
más amplia: Parece referirse a muchos otros fuera de aquellos a quien
él habló en primera instancia. ¿Por qué dice él? “El que cree en mí,
como dice la Escritura” y en todas partes enseñ a que “de su
interior correrá n ríos de agua viva”. “Esto dijo del Espíritu que
habían de recibir los que creyeran en él” (Jn. 7:39). Obviamente lo
dijo en sentido figurado, al igual que las palabras anteriores: “Sed”
y “beber”. Pero todas las figuras de lenguaje usadas en las
Escrituras contienen grandes verdades y respecto de la figura de los
“ríos de agua viva” no son la excepció n y voy a tratar de
demostrarlo:
Sed espiritual
(1) Por un lado, entonces, creo que nuestro Señ or quiso decir que
el que se acerca a Dios por la fe, recibirá un suministro abundante
de todo lo que pueda necesitar para satisfacer las necesidades de
su alma. El Espíritu le brindará un sentido permanente de perdó n,
paz y esperanza que será dentro de él como un manantial que nunca
se seca. Se sentirá satisfecho con lo que dice la Palabra: “Todo lo
que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío y os lo
hará saber” (Jn. 16:15). El Espíritu le mostrará que ya no tendrá
ansiedad espiritual en cuanto a la muerte, el juicio y la eternidad.
Puede tener sus rachas de oscuridad y duda por sus propias
flaquezas o las tentaciones del diablo. Pero, hablando en general,
en cuanto acude a Cristo con fe, encuentra en lo profundo de su
corazó n un manantial de consolació n.
416 SANTIDAD

Esto, comprendamos, es lo primero que contiene la promesa que


estamos enfocando. “Solo ven a Mí, pobre alma ansiosa”, parece
decir nuestro Señ or. “Solo ven a Mí y tu ansiedad espiritual
encontrará alivio. Pondré en tu corazó n, por el poder del Espíritu
Santo, tal sentido de perdó n y paz, por Mi expiació n e intercesió n,
que no volverá s a tener sed. Podrá s tener tus dudas, temores y
conflictos mientras está s en la carne. Pero una vez que hayas
acudido a Mí y, habiéndome aceptado como tu Salvador, nunca
volverás a perder totalmente tu esperanza. La condició n de tu hombre
interior cambiará a fondo, de tal manera que sentirá s como si
dentro de ti hubiera un manantial del que fluye agua
permanentemente”.
¿Qué diremos de estas cosas? Declaro mi propia creencia de que
cuando alguien realmente acude a Cristo por fe, encuentra que esta
promesa se cumple. Quizá alguno puede ser débil en la gracia y
tener cierto recelo sobre su propia condició n. Quizá ni se atreva a
decir que se ha convertido, que ha sido justificado, santificado y que
es apto para recibir la herencia de los santos en luz. Pero, a pesar de
todo eso, afirmo con plena seguridad que aun el creyente má s
humilde y débil tiene adentro algo de lo cual no se puede
desprender, aunque todavía no lo comprenda del todo. ¿Y qué es
ese “algo”? Es ese “río de agua viva” que comienza a correr en el
corazó n de cada hijo de Adá n en cuanto viene a Cristo y bebe. En
este sentido, creo que la maravillosa promesa de Cristo siempre se
cumple.
(2) Pero, ¿es esto todo lo que contiene la promesa que estamos
enfocando? De ninguna manera. Queda mucho má s por decir. Creo
que nuestro Señ or quiso que comprendiéramos que el que acude a
él con fe, no só lo tendrá una abundancia de todo lo que necesita para
su propia alma, sino que también será una fuente de bendición
para el alma de otros. El Espíritu que mora en él lo convertirá en
un manantial de bien para sus pró jimos, de manera que en el día
final se sabrá con toda certeza que de él fluían “ríos de agua viva”.
¿Es usted nacido de nuevo? 417

É sta es la parte má s importante de la promesa de nuestro Señ or


y lleva a un tema que rara vez captan y comprenden muchos
cristianos. Pero es uno de profundo interés y merece má s atenció n
de la que recibe. Creo que esto es una verdad de Dios. Creo que así
como “ninguno de nosotros vive para sí” (Ro. 14:7), el hombre no se
convierte solo para sí y que la conversió n de un hombre o una
mujer, siempre lleva a la conversió n de otros, por la maravillosa
providencia de Dios. No digo ni por un momento que todos los
creyentes lo saben. Creo que es mucho má s probable que hay
muchos que viven y mueren en la fe, sin tener conciencia de
haberle hecho un bien a algú n alma. Creo que en la mañ ana de
resurrecció n y el Día del Juicio, cuando sea revelada la historia
secreta de todos los cristianos, habrá pruebas de que el significado
completo de la promesa que estamos enfocando nunca ha fallado.
Dudo que habrá algú n creyente que no haya sido para alguien un
“río de agua viva”, un canal por medio del cual el Espíritu ha dado
gracia salvadora. Aun el ladró n arrepentido, con lo breve que fue su
tiempo después de arrepentirse, ¡ha sido motivo de bendició n para
miles de almas!
(a) Algunos creyentes son “ríos de agua viva” durante su vida. Sus
palabras, su conversació n, su predicació n y su enseñ anza, son
medios por los cuales el agua viva ha fluido a los corazones de sus
pró jimos. Entre ellos tenemos a los apó stoles que no escribieron
ninguna epístola y só lo predicaron la Palabra. Algunos como
Lutero, Whitefiled, Wesley, Berridge, Rowlands y otros miles,
vertieron “ríos de agua viva” durante su estancia en la tierra.
(b) Algunos creyentes son “ríos de agua viva” cuando mueren. Su
valentía al enfrentar al rey de los terrores, su firmeza en medio de
sus peores sufrimientos, su fe inquebrantable en la verdad de Cristo
aun mientras morían en la hoguera, la paz que manifestaban al borde
del sepulcro han causado que miles reflexionen y centenares se
arrepientan y crean en Cristo Jesú s.
418 SANTIDAD

Tales, por ejemplo, fueron los primeros mártires, a quienes los


emperadores romanos persiguieron. Tales fueron John Huss y
Geró nimo de Praga. Otros como Cranmer, Ridley, Latimer, Hooper
y el resto del noble ejército de má rtires fueron como “ríos de agua
viva” en el momento de expirar. La obra que hicieron en la hora de
su muerte fue mucho má s grande que lo que hicieron en vida,
como pasó con Sansó n.
(c) Algunos creyentes son “ríos de agua viva” mucho tiempo
después de su muerte. Lo son por sus libros y escritos que circulan
en todas partes del mundo mucho tiempo después de que las manos
que sostuvieron la pluma se convirtieran en polvo. Entre ellos
tenemos a Bunyan, Baxter, Owen, George Herbert y Robert
M’Cheyne. Estos siervos benditos de Dios, probablemente, son
ahora de má s bendició n por sus libros de lo que lo fueron con las
palabras que dijeron durante sus vidas. Podemos decir de su herencia
literaria lo que dice la Escritura acerca de la ofrenda de Abel: “Y
muerto, aú n habla por ella” (He. 11:4).
(d) Por ú ltimo, algunos creyentes son “ríos de agua viva” por el
encanto de su comportamiento cotidiano. Hay muchos cristianos
consecuentes, callados y gentiles que sin decir mucho ni hacer tanto
ruido, sin darse cuenta, ejercen una influencia profunda sobre todo
su entorno para bien. Los que fueron bendecidos por su manera de
ser, fueron “ganados sin palabra” (1 P. 3:1). Su cariñ o, su buen
cará cter, su dulzura y su generosidad, hablan silenciosamente en
un amplio círculo y siembran en las mentes las semillas que
conducen a la reflexió n y el autoaná lisis. Fue un tremendo
testimonio el de una anciana que falleció llena de paz, quien decía
que ademá s de debérsela a Dios, le debía su salvació n al Sr.
Whitefield: “No fue por ningú n sermó n que predicó , no fue por
nada que jamá s me dijo. Fue por la hermosa constancia y dulzura
de su vida diaria en la casa donde se estaba quedando cuando yo
era apenas una niñ a.
¿Es usted nacido de nuevo? 419

Me dije a mí misma que si alguna vez buscara yo a Dios, el Dios del


Sr. Whitefield sería mi Dios”.
Haga suyo este aspecto que incluye la promesa de nuestro Señ or y
no lo olvide nunca. No piense ni por un momento que su propia
alma es la ú nica que será salva si usted acude a Cristo por fe y lo
sigue. Piense en la bendició n de ser un “río de agua viva” para los
demá s. ¡Quién sabe si usted no será el medio para traer a muchos
otros a los pies de Cristo! Viva, actú e, hable, ore y obre teniendo
esto siempre en mente. Conocí una familia, compuesta del padre, la
madre y diez hijos en que el evangelio entró al hogar por una de las
hijas; al principio ella era la ú nica creyente y el resto de la familia
estaba en el mundo. Y, no obstante, antes de morir, pudo ver a sus
padres y a todos sus hermanos entregados al Señ or; y todo comenzó ,
humanamente hablando, ¡por su influencia! En vista de esto, no
dudemos de que el creyente puede ser para otros un “río de agua
viva”. Quizá las conversiones no sucedan durante su vida y puede
morir antes de verlas. Pero nunca dude de que una conversió n,
generalmente, lleva a otras conversiones y que son pocos los que
van solos al cielo. Cuando falleció Grimshaw de Haworth, el apó stol
del norte, su hijo vivía sin fe y sin Dios. Al paso del tiempo, el hijo
se convirtió . ¿Cuá l fue el factor determinante en su conversió n?
Nunca olvidó los consejos y el ejemplo de su padre. Sus ú ltimas
palabras fueron: “¿Qué dirá mi anciano padre cuando me vea en el
cielo?”. Animémonos, sigamos teniendo esperanza y creyendo la
promesa de Cristo.
Aplicaciones prácticas
(a) Y
ahora, antes de terminar este capítulo, quiero hacerle una
pregunta.
¿Sabe usted algo de la sed espiritual? ¿Ha sentido alguna vez una
profunda preocupació n por su alma? Me temo que muchos no
saben nada de eso.
420 SANTIDAD

He aprendido, por dolorosas experiencias durante un tercio de


siglo, que la gente puede seguir asistiendo a la casa de Dios durante
añ os sin ser consciente de sus pecados en ningú n instante, ni tampoco
el anhelo de ser salvos. Los cuidados de este mundo, el amor a los
placeres y “los deseos de la carne” (Gá . 5:16), ahogan la buena semilla
cada domingo y le impiden dar fruto. Van a la iglesia con corazones
fríos como un adoquín de la calle por donde caminan. Se retiran
tan impasibles e indiferentes como las viejas estatuas de má rmol
que los observan desde las paredes. Puede ser así, pero no pierdo
la esperanza de que alguien se salve mientras vive. Ese viejo
campanario de la Catedral de San Pablo en Londres que ha
anunciado las horas durante tantos añ os, rara vez se escucha
durante las agitadas horas del día. El ruido del trá fico en las calles
tiene el extrañ o poder de amortiguar su sonido, impidiendo que se
escuche.
Pero cuando el trajín del día ha terminado, cuando se les ha
puesto llave a los escritorios, las puertas se han cerrado, se han
guardado los libros y reina silencio en la gran ciudad, todo cambia.
Cuando el viejo campanario anuncia las once, las doce, la una, las
dos y las tres, miles de personas que no lo escuchan durante el día,
a esas horas lo oyen con claridad. Espero que lo mismo suceda con
muchos con respecto a sus almas. Ahora, en la plenitud de su salud
y fuerzas, me temo que la voz de la conciencia, a menudo, queda
ahogada y no se puede escuchar por el trajinar del diario vivir. Pero
el día puede venir cuando, le guste o no, el gran campanario de la
conciencia se hará oír. El tiempo vendrá cuando postrado y en el
silencio, obligado a estar quieto por alguna enfermedad, se verá
forzado a mirar su interior y a considerar las cuestiones de su
alma. Y entonces, cuando el gran campanario de la conciencia
avivada suene en sus oídos, espero que el que lee estas líneas tema
la voz de Dios y se arrepienta, aprenda a tener sed y venga a Cristo
para calmarla. Sí, ¡ruego a Dios que le enseñ e a sentir antes de que
sea demasiado tarde!
¿Es usted nacido de nuevo? 421

(b) Pero, ¿siente algo en este momento? ¿Está despierta y activa su


conciencia?
¿Siente sed espiritual y anhela saciarla? Entonces preste atención a
la invitación que le hago en el nombre de mi Señ or: “Si alguno”, no
importa quien sea, de alta posició n o sin posició n, rico o pobre,
letrado o iletrado, “si alguno tiene sed, acuda a Cristo y beba”.
Escuche y acepte esta invitació n sin dilació n. No se demore por
nada. No se demore por nadie. ¿Quién sabe si por querer esperar
“el momento adecuado” se le hará demasiado tarde? Ahora es cuando
la mano del Redentor viviente se extiende desde el cielo, pero puede
quitarla. Ahora es cuando la Fuente está abierta, pero pronto podría
cerrarse para siempre. “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” sin
demora. Aunque usted haya sido un gran pecador y se haya
resistido a las advertencias, los consejos y sermones, igual venga.
Aunque haya pecado contra la luz y el conocimiento, contra los
consejos de su padre y las lá grimas de su madre, aunque haya
vivido añ os sin observar un Día del Señ or y sin orar, igual venga.
No diga que no sabe có mo venir, que no comprende lo que
significa creer, que tiene que esperar hasta tener má s luz. Alguien
que está fatigado ¿va a decir que está demasiado cansado como para
acostarse? ¿O alguien a punto de ahogarse, dirá que no sabe
tomarse de la mano extendida para ayudarlo? ¿O el marinero
naufragado, con un bote salvavidas al costado del barco encallado,
dirá que no sabe có mo saltar al bote? ¡Oh, líbrese de estas excusas
vanas! ¡Levá ntese, y venga! La puerta no está cerrada. El manantial
no se ha secado todavía. El Señ or Jesú s lo invita. Basta con que
usted sienta sed y anhele ser salvo. Venga, venga a Cristo sin
demora. ¿Quién alguna vez vino al manantial y lo encontró seco?
¿Quién se ha retirado alguna vez insatisfecho?
(c) ¿Ha venido ya a Cristo y encontrado alivio? Entonces venga
más cerca, acérquese más. Cuanto má s cercana sea su comunió n
con Cristo, má s tranquilidad sentirá .
422 SANTIDAD

Cuá nto má s cerca viva del Manantial má s sentirá “una fuente de


agua que salte para vida eterna” (Jn. 4:14). No só lo recibirá
bendició n usted, sino que será de bendició n para otros.
Quizá en este mundo impío no siente usted toda la tranquilidad
que desea. Pero recuerde que es imposible tener dos cielos. La
felicidad perfecta está por venir. El diablo no ha sido atado (Ap.
20:2). Vienen buenos tiempos para todos los que son conscientes de
sus pecados, vienen a Cristo y entregan sus almas sedientas a su
cuidado. Cuando él vuelva, se sentirá n completamente satisfechos.
Recordará n todo el camino recorrido por donde los condujo el
Señ or y comprenderá n el porqué de todas las cosas que les
sucedieron. Sobre todo, se preguntará n có mo pudieron vivir tanto
tiempo sin Cristo y có mo fue posible que vacilaran tanto en acudir a
él.
Hay una cañ ada en las montañ as de Escocia llamada Glen Croe,
que brinda una magnífica ilustració n de lo que será el cielo para
las almas que vienen a Cristo. El camino que atraviesa Glen Croe
lleva al viajero en un larga y empinada subida, con muchas vueltas y
curvas cerradas. Pero al llegar a la cima de la cañ ada se encuentra
una roca con estas sencillas palabras inscritas: “Descanse y esté
agradecido”. Estas palabras describen los sentimientos de cada
persona que acudió a Cristo sedienta. Cuando llegue al cielo
descansará y estará agradecida. La cima del camino angosto,
finalmente, será nuestra. Habremos terminado nuestra trayectoria
agobiante y nos sentaremos en el reino de Dios. Miraremos hacia el
pasado y contemplaremos toda nuestra vida con agradecimiento y
veremos la sabiduría perfecta de cada paso en la empinada subida
por donde fuimos conducidos. Olvidaremos el angustioso esfuerzo de
nuestro peregrinaje hacia el descanso glorioso. Aquí en este mundo,
nuestro sentido de descansar en Cristo es débil y parcial, aun en el
mejor de los casos. A veces, pareciera que apenas si gustamos
plenamente “el agua viva”. Pero cuando venga aquello que es perfecto,
entonces todo lo imperfecto pasará .
¿Es usted nacido de nuevo? 423

Podemos decir con el salmista: “Estaré satisfecho cuando


despierte a tu semejanza” (Sal. 17:15). Beberemos “el agua viva”,
gozaremos los placeres del Señ or y jamá s volveremos a tener sed.

Nota
Hay un pasaje de una obra del que fuera el escritor puritano Robert
Traill, que arroja mucha luz sobre algunos puntos mencionados en
este capítulo y que me gustaría que el lector leyera de principio a
fin. Fue tomado de una obra poco conocida y menos leída. A mí me
ha hecho bien y creo que le puede hacer bien a otros.

Cuando el hombre despierta a su condició n espiritual y


tiene que enfrentar la pregunta: “¿Qué debo hacer para ser
salvo?” (Hch. 16:30, 31), tenemos la respuesta apostó lica:
“Cree en el Señ or Jesucristo, y será s salvo”. Esta respuesta es
tan antigua que, a muchos, les parece anticuada. Pero sigue
siendo y siempre será fresca, nueva, deliciosa y la ú nica que
resuelve este gran problema de la conciencia. Y lo seguirá
resolviendo mientras duren la conciencia y el mundo.
Ninguna sabiduría o conocimiento del hombre le encontrará
nunca una grieta o falla; nadie podrá inventar otra respuesta
mejor, ni ninguna otra puede curar completamente la herida
de una conciencia avivada. Creer en el Señ or Jesucristo es la
respuesta.
Aboquémonos a la tarea de ver la solució n y el alivio que
ofrecen algunos maestros de nuestra propia Israel a la
pregunta del carcelero: ¿Qué debo hacer para ser salvo? Les
corresponde decirle: “Arrepiéntete, llora por tus pecados,
apá rtate de ellos, aborrécelos y Dios tendrá misericordia de ti”.
“¡Ay!” responde el pobre hombre: “Mi corazó n es duro y no
puedo arrepentirme. Así es, mi corazó n está má s duro y vil
que cuando pecaba sin que me remordiera la conciencia”.
424 SANTIDAD

Si uno le habla a este hombre de las calificaciones para


recibir a Cristo, no entiende nada y si es sincero en cuanto a
la obediencia, su respuesta es natural y pronta: “La
obediencia es obra del hombre en vida y la sinceridad brota
só lo del alma renovada”. Por lo tanto, la obediencia sincera es
tan imposible para un pecador muerto y no renovado como lo
es la obediencia perfecta. ¿Por qué no darle la respuesta
correcta al pecador avivado: “Cree en el Señ or Jesucristo y
será s salvo”? Cuéntele quién es Cristo, lo que ha hecho y
sufrido para obtener redenció n eterna de todos los
pecadores y esto, segú n la voluntad de su Padre Dios.
Relá tele directa y sencillamente el evangelio de salvació n del
Hijo de Dios, cuéntele lisa y llanamente la historia y el
misterio del evangelio. Bien pudiera ser que por este
intermedio el Espíritu Santo dé fe, tal como lo hizo con
aquellos primeros frutos entre los gentiles (Hch. 10:44).
Si pregunta con qué garantía cuenta si cree en Jesucristo,
dígale que es absolutamente indispensable que lo haga
porque sin Cristo, perecerá eternamente. Dígale que Dios, en
su gracia, le ofrece la redenció n por medio de la muerte de
su Hijo. La promesa es que si acepta por la fe el remedio de
Dios para el pecado, la salvació n será suya. Dígale que tiene
el mandato expreso de Dios de creer en el nombre de Cristo
(1 Jn. 3:23) y que debe obedecerle conscientemente, al igual
que cualquier otro mandato en la ley moral. Cuéntele de la
aptitud y buena voluntad de Cristo para salvar; dígale que no
rechaza jamá s a ninguno que acude a él, que los casos
desesperantes son los triunfos gloriosos de su poder para
salvar. Dígale que no hay un punto medio, entre la fe y la
incredulidad, que no hay ninguna excusa para descuidar la
primera y seguir en la segunda,
¿Es usted nacido de nuevo? 425

que creer en el Señ or Jesú s para salvació n agrada má s a


Dios que obedecer toda su ley; explíquele que la incredulidad
es lo más desagradable para Dios y, entre todos los pecados del
hombre, el má s digno de condenació n. Contra la magnitud
de sus pecados, la maldició n de la ley y la severidad de Dios
como juez, hay un solo alivio para ofrecerle. Este alivio es la
gracia libre e inconmensurable de Dios por los méritos de
Cristo quien se sacrificó a sí mismo para cargar en “él el
pecado de todos nosotros” (Is. 53:6).
Si responde: ¿Qué significa creer en Jesucristo?, debo decir
que en la Biblia no aparece esta pregunta, pero que de una
manera u otra muchos pasajes sugieren una respuesta. Está n
los que no creían en él, como los judíos (Jn. 6:28-30), los
principales sacerdotes y los fariseos (Jn. 7:48); el ciego (Jn.
9:35). Cuando Cristo le preguntó al ciego: “¿Crees tú en el
Hijo de Dios?”, éste le respondió : “¿Quién es, Señ or, para que
crea en él?”. Inmediatamente, cuando Cristo le contestó
(versículo 37) no preguntó : “¿Qué significa creer en él?”,
sino que dijo: “Creo, Señ or; y le adoró ”, por lo que demostró
tener fe en él y actuó en consecuencia. Lo mismo sucedió con
el padre del muchacho poseído por un espíritu inmundo (Mr.
9:23, 24) y el eunuco (Hch. 8:37). Tanto los enemigos como los
discípulos de Cristo sabían que tener fe en él significaba creer
que el Hombre Jesú s de Nazaret era el Hijo de Dios, el Mesías
y Salvador del mundo y que entonces, a él había que acudir
para recibir y esperar salvació n en su nombre (Hch. 4:12).
Esto era anunciado por Cristo, sus apó stoles y sus discípulos y
era del conocimiento de todos los que lo oían.
Si todavía pregunta qué es lo que debe creer, dígale que
no es llamado a creer que está en Cristo, que sus pecados han
sido perdonados y que ha sido justificado, sino que debe creer
lo que dice Dios en cuanto a Cristo (1 Jn. 5:10-12).
426 SANTIDAD

Lo que dice Dios es que él nos da (es decir, nos ofrece) vida
eterna a través de su Hijo Jesucristo y que todo aquel que de
corazó n lo cree y confía su alma a estas buenas nuevas, será
salvo (Ro. 10:9-11). Y esto es lo que debe creer para poder
ser justificado (Gá . 2:16).
Si sigue diciendo que es difícil creer esto, su duda es
ló gica, pero fá cil de resolver. Esto nos habla de un hombre
profundamente humillado. Cualquiera puede ver su propia
imposibilidad de obedecer enteramente la ley de Dios, pero a
pocos les resulta difícil creer. Para su alivio y resolució n
pregú ntele qué es lo que se le hace difícil creer. ¿Es el hecho
de que no está dispuesto a ser justificado y salvado? ¿Es
porque no está dispuesto a ser salvo a través de Jesucristo para
alabanza de la gracia de Dios en él y para dejar de
vanagloriarse? Seguramente dirá que no. ¿Es la desconfianza en
la verdad de lo que las Escrituras dicen del evangelio? Nunca
lo admitirá . ¿Es dudar de la habilidad y buena voluntad de
Cristo para salvar? Esto es contradecir el testimonio de Dios
en los Evangelios. ¿Es porque duda tener suficiente

interés en Cristo y su redenció n? Contéstele que creer en


Cristo reemplaza la falta de interés en él.
Si le dice que no puede creer en Jesucristo porque le resulta
difícil actuar con fe y que necesita un poder divino para tener
fe, y que no lo tiene, debe decirle que creer en Jesucristo no
es una tarea que hay que realizar, sino descanso en
Jesucristo. Tiene que decirle que pretender esto es tan
irracional como si un hombre, cansado de un viaje y sin
poder dar un paso má s, dijera: “Estoy tan cansado que no me
puedo acostar” cuando, en realidad, no puede seguir de pie
ni seguir andando.
¿Es usted nacido de nuevo? 427

El pobre pecador cansado nunca podría creer en


Jesucristo hasta darse cuenta de que no puede hacer nada
por sí mismo y que en cuanto cree siempre se entrega a
Cristo para salvació n, como un hombre sin esperanza e
indefenso. Y como resultado de estos razonamientos con él
sobre el evangelio, el Señ or otorgará , por creer (como lo ha
hecho a menudo): Fe, gozo y paz.
—Works (Las obras) de Robert Traill, 1696, Tomo 1, pp. 266-269.
428 SANTIDAD

18.“Riquezas inescrutables”
“A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos,
me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el
evangelio
de las inescrutables riquezas de Cristo”. Efesios 3:8

Si viéramos este versículo por primera vez, creo que todos


consideraríamos que es extraordinario, aun si no supiéramos quién
lo escribió . Es extraordinario por las figuras de lenguajes tan audaces
e impresionantes que usa. “Menos que el má s pequeñ o de todos los
santos”, “inescrutables riquezas de Cristo”, estos son realmente
“pensamientos que respiran y palabras que arden”.
Pero el versículo es doblemente extraordinario cuando
consideramos quién lo escribió . El autor fue nada menos que el
gran apó stol de los gentiles, San Pablo, el líder de aquel pequeñ o y
noble ejército de Cristo que dejó una profunda huella en la
humanidad. Nadie nacido de mujer, (excepto su Maestro
inmaculado), ha dejado una huella tan profunda, la cual permanece
hasta hoy. Semejante frase de la pluma de semejante hombre
demanda especial atenció n.
Observemos atentamente este texto y notemos tres cosas:

I. Primero, lo que Pablo dice de sí mismo. Dice: “Soy menos


que el má s pequeñ o de todos los santos”.
II. Segundo, lo que Pablo dice de su ministerio. Dice: “Me fue dada
esta gracia de anunciar [predicar]”.
III. Tercero, Pablo da a conocer el gran tema de su predicación. Lo
llama “las inescrutables riquezas de Cristo”.
Confío que, algunos comentarios sobre cada uno de estos tres
puntos, ayuden a grabar todo el texto en la memoria, conciencia,
corazó n y mente de mis lectores.
¿Es usted nacido de nuevo? 429

I. Lo que Pablo dice de sí mismo.


En primer lugar, notemos lo que Pablo dice de sí mismo. El
lenguaje que utiliza es singularmente decisivo. El fundador de
iglesias famosas, el escritor de catorce epístolas inspiradas, ¿có mo se
describe? Veamos algunas de sus palabras: “En nada he sido menos
que aquellos grandes apó stoles” (2 Co. 12:11). “En trabajos má s
abundante; en azotes sin nú mero; en cá rceles má s; en peligros de
muerte muchas veces” (2 Co. 11:23). “Estimo todas las cosas como
pérdida”. “Lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a
Cristo” (Fil. 3:8). “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es
ganancia” (Fil. 1:21). Emplea un modo enfá tico, comparativo y
superlativo. “Soy menos que el má s pequeñ o de los santos”. ¡Qué
pobre criatura ha de ser el má s pequeñ o de los santos! No obstante,
Pablo dice: “Soy menos que esa criatura”.
Sospecho que un lenguaje como éste es casi ininteligible para
muchos que profesan ser cristianos. Tan ignorantes de la Biblia como
de sus propios corazones, no pueden comprender lo que dice un
santo cuando habla humildemente de sí mismo y de sus logros. “Es
una forma de hablar” dicen, “no puede significar otra cosa que la
época cuando Pablo daba sus primeros pasos en el evangelio y
comenzaba a servir a Cristo”. Es tan cierto que “el hombre natural
no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios” (1 Co. 2:14). Las
oraciones, alabanzas, los conflictos, temores, esperanzas, gozos y
aflicciones del cristiano auténtico y toda la experiencia del capítulo
siete de Romanos son “locura” para el hombre del mundo. Así
como un ciego no puede juzgar un cuadro de un pintor famoso y
un sordo no puede apreciar el Mesías de Handel, el inconverso no
puede comprender totalmente la estimació n humilde que tiene de
sí mismo el apó stol.
Pero podemos estar seguros de que lo que Pablo escribió,
430 SANTIDAD
realmente lo sintió en su corazó n. El lenguaje de nuestro texto no
es ú nico. Otros pasajes hasta lo exceden. A los filipenses les dice:

“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que
prosigo”. A los corintios les afirma: “Porque yo soy el má s pequeñ o
de los apó stoles, que no soy digno de ser llamado apó stol”. A
Timoteo le asegura: “Cristo Jesú s vino al mundo para salvar a los
pecadores, de los cuales yo soy el primero”. A los romanos les
exclama: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de
muerte?” (Fil. 3:12; 1 Co. 15:9; 1 Ti. 1:15; Ro. 7:24). La realidad es
que Pablo veía en lo má s profundo de su corazó n muchos má s
defectos y flaquezas de los que veía en ningú n otro. Los ojos de su
entendimiento estaban tan abiertos por el Espíritu Santo de Dios
que detectaba un centenar de cosas malas en sí mismo. Otros
hombres con marcada miopía, jamá s verían lo que San Pablo sí
podía ver. En suma, poseyendo gran luz espiritual, tenía una
percepció n enorme de su propia corrupció n natural, tanto que
estaba revestido de humildad de pies a cabeza (1 P. 5:5).
Ahora bien, comprendamos claramente que una humildad como
la de Pablo no era una característica ú nicamente del gran apó stol de
los gentiles. Al contrario, es una característica principal de todos los
santos má s eminentes de Dios en todas las épocas. Cuanto mayor es
la gracia que los hombres tienen en sus corazones, má s profunda
es la percepció n de su pecado. Má s luz arroja el Espíritu Santo en
sus almas, mejor disciernen sus propias flaquezas, corrupciones y
tinieblas. El alma muerta no siente ni ve nada, con la vida viene
una visió n clara, una conciencia perceptiva y una sensibilidad
espiritual. Observe las expresiones humildes que Abraham, Jacob,
Job, David y Juan el Bautista usaban al referirse a ellos mismos.
Estudie las biografías de santos modernos como Bradford, Hooker,
George Herbert, Beveridge, Baxter y M’Cheyne. Note la
característica que todos comparten, todos sentían profundamente
sus pecados.
Los creyentes nuevos y todavía inmaduros, en el calor de su
¿Es usted nacido de nuevo? 431
primer amor, pueden hablar de perfección si quieren.

Los grandes santos en cada época de la historia eclesiá stica,


desde Pablo hasta hoy, siempre han estado “revestidos de
humildad”.
Si alguno entre mis lectores quiere ser salvo, sepa que los
primeros pasos hacia el cielo son los de un profundo sentido del
pecado y una opinió n baja de sí mismos. Descarte esa débil y tonta
tradició n de que el comienzo de una vida cristiana se caracteriza
por sentirse “bueno”. En cambio, comprenda aquel gran principio
bíblico de que tenemos que comenzar por sentirnos “malos” y que
hasta cuando realmente nos sintamos “malos”, nada sabremos
de la bondad o la salvació n cristiana. Bienaventurado el que ha
aprendido a acercarse a Dios con la oració n del publicano: “Dios, sé
propicio a mí, pecador” (Lc. 18:13).
Procuremos ser humildes. No hay otra gracia que le quede mejor
al creyente.
¿Qué somos que justifique que nos sintamos orgullosos? De todos
los seres del mundo, ninguno es tan dependiente como el hijo de
Adá n. Hablando de su físico,
¿qué cuerpo, como el cuerpo del hombre, requiere tanto cuidado y
atenció n, y es cada día tan deudor a la mitad de la creació n por su
comida y ropa? Hablando de su mente, ¡qué poco saben los má s
sabios de los hombres (y los hay pocos), cuan ignorante es la mayor
parte de la humanidad y cuá nto sufrimiento generan por su
ignorancia! “Somos de ayer”, dice el libro de Job, “y nada sabemos”
(Job 8:9). Por cierto que no hay ninguna cosa creada sobre la
tierra o en el cielo que debiera estar revestida de humildad como
debiera estarlo el hombre.
Procuremos ser humildes. No hay gracia má s apropiada para el
cristiano. El Libro de Oraciones sin igual de la Iglesia Anglicana, de
principio a fin, pone en la boca del que lo usa, el má s humilde de
los lenguajes. Las frases al principio de la oració n matutina y la
432 SANTIDAD
vespertina, la Confesió n General, la Letanía y el Servicio de
Comunió n está n repletos de expresiones humildes.

Todos, a una voz, brindan a los fieles de la Iglesia Anglicana, una


enseñ anza clara con respecto a nuestra posició n correcta a la vista
de Dios.
Procuremos todos ser más humildes, podemos saber algo de esto
ahora, pero cuanto má s sepamos, má s nos pareceremos a Cristo.
Escrito está de nuestro bendito Señ or (aunque él no tuvo pecado)
que “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como
cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando
forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condició n de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:6-8). Recordemos
también las palabras que preceden a este pasaje: “Haya, pues, en
vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesú s” (Fil. 2:5). Los
hombres que má s son atraídos hacia el cielo, má s se revisten de
humildad. En la hora de la muerte, con un pie en la tumba, con algo
de la luz del cielo brillando sobre ellos, cientos de grandes santos y
dignatarios eclesiá sticos han tenido plena conciencia de ser
pecadores. Hombres como Selden, el obispo Butler y el arzobispo
Longley, han dejado registrada su confesió n de que nunca hasta esa
hora, habían visto sus pecados con tanta claridad, ni sentido con tanta
profundidad su deuda de misericordia y gracia. Só lo el cielo nos
habrá de enseñ ar plenamente lo humilde que debiéramos ser. Só lo
entonces, cuando estemos dentro del velo y miremos todo el
camino de la vida por donde fuimos conducidos, só lo entonces,
comprenderemos completamente la necesidad de ser humildes y lo
hermoso que es serlo. Las palabras de Pablo que hoy nos parecen
tan duras, aquel día no lo parecerá n tanto. ¡Claro que no!
Arrojaremos nuestras coronas delante del trono y comprenderemos
lo que el gran teó logo quiso decir cuando afirmó : El himno en el
cielo será : “¡Lo que ha hecho Dios!” (Nm. 23:23).
¿Es usted nacido de nuevo? 433

II. El ministerio de Pablo


En segundo lugar, notemos lo que dice Pablo acerca de su
ministerio. Las palabras del Apó stol son muy sencillas al referirse a
él. Dice: “Me fue dada esta gracia de anunciar” o sea, predicar.
El significado de esta frase es claro: “Me fue dado el privilegio
de ser un mensajero de las buenas nuevas. He sido comisionado para
ser el heraldo de las nuevas de gran gozo”. No podemos dudar de que
el concepto paulino del oficio del pastor, incluía la administració n
de las ordenanzas y de hacer todas las demá s cosas necesarias para
la edificació n del cuerpo de Cristo. Pero aquí, como en otros lugares,
es evidente que la idea principal continuamente en su mente era la
responsabilidad principal de un ministro del Nuevo Testamento.
Esta responsabilidad es ser predicador, evangelista, embajador de
Dios, mensajero de Dios y heraldo de las buenas nuevas a un
mundo caído. Dice en otro lugar: “No me envió Cristo a bautizar,
sino a predicar el evangelio” (1 Co. 1:17).
No veo que Pablo haya apoyado alguna vez la teoría favorita de
muchos, de que la intenció n era que fuera un ministerio sacerdotal,
un sacerdocio eucarístico- sacrificial en la iglesia de Cristo1. No hay ni
una palabra en el libro de los Hechos ni las epístolas a las iglesias
que justifique semejante noció n. No está escrito en ninguna parte
que “Dios haya nombrado a algunos en la iglesia, primero apó stoles,
luego [sacerdotes]” (1 Co. 12:28). Hay una ausencia notable de esta
teoría en las epístolas pastorales a Timoteo y Tito, donde uno
esperaría encontrarla, si es que pretendiera encontrar base para
esas ideas.
Por el contrario, precisamente en estas epístolas, leemos
expresiones como:
434 SANTIDAD
1
Para aprehensión de muchos, los Cuáqueros y los Hermanos Libres parecen ignorar
totalmente el oficio pastoral.

“Manifestó su palabra por medio de la predicació n”. “Yo fui


constituido predicador”. “Para que por mí fuese cumplida la
predicació n” (Tito 1:3; 1 Ti. 2:7; 2 Ti. 1:11; 2 Ti. 4:17).
Y, como broche de oro, una de sus ú ltimas exhortaciones a su
hijo espiritual Timoteo, cuando lo dejó a cargo de una iglesia
organizada, es esta frase concisa y expresiva: “Que prediques la
palabra” (2 Ti. 4:2). En suma, creo que Pablo quiso que
comprendiéramos que, no importa lo variadas que sean las obras
para las cuales el pastor es apartado, la primera, má s importante y
principal es ser predicador de la Palabra de Dios.
Pero, a pesar de que me niego aceptar que las Escrituras
justifiquen la creencia en un sacerdocio eucarístico-sacrificial, no nos
vayamos al otro extremo y quitemos valor al oficio del siervo de
Cristo. Es peligroso ir en esa direcció n. Aferrémonos a ciertos
principios firmes sobre el ministerio cristiano y no importa cuá nto
nos disguste el sacerdocio y las enseñ anzas cató licas romanas, no
dejemos que nada nos tiente a dejar que estos principios se nos
vayan de las manos. Hay un término medio só lido entre una
idolatría oprobiosa del “sacerdotalismo” [creencia que enfatiza el
poder de los sacerdotes como mediadores esenciales entre Dios y los
hombres], por un lado, y una anarquía desordenada por el otro. El
hecho de que no seamos papistas en este aspecto del ministerio, no
quiere decir que tenemos que ser Cuá queros o Hermanos Libres2.
Esto no era lo que Pablo tenía en mente.
En primer lugar, grabemos bien en nuestra mente que el
ministerio cristiano es una institución bíblica. No cansaré al
lector dá ndole citas bíblicas para dar prueba de lo que digo. Le
recomiendo que sencillamente lea las Epístolas a Timoteo y a Tito, y
forme su propio criterio.
2 ¿Es usted nacido de nuevo? 435
[Editor: El Sacerdotalismo enfatiza la necesidad de un sacerdote para administrar la Cena
del Señor y como mediador entre el creyente y Cristo].

A mi modo de ver, si estas epístolas no autorizan un ministerio, las


palabras carecen de significado. Formemos un tribunal de las
primeras personas sin prejuicios, inteligentes, sinceras y sin
intereses creados, y sentémoslas con un Nuevo Testamento a la mano
para que investiguen y analicen esta pregunta: “¿Es el ministerio
cristiano algo bíblico o no?”. No tengo ninguna duda de lo que
sería su veredicto.
(a) En segundo lugar, grabemos bien en nuestra mente que el
ministerio cristiano es una provisión sabia y útil de Dios.
Asegura el mantenimiento regular de las ordenanzas de Cristo y
de los medios de gracia. Proporciona un mecanismo subyacente
para promover el despertar de los pecadores y la edificació n de los
santos. La experiencia enseñ a que los asuntos de todos terminan
siendo los asuntos de nadie; y si esto es cierto en otros aspectos,
no lo es menos en asuntos relacionados con la vida cristiana.
Nuestro Dios es un Dios de orden, obra a través de medios, y no
tenemos razó n alguna para esperar que su causa se mantenga por
medio de intervenciones milagrosas constantes, mientras sus
siervos no hacen nada. Para que haya predicació n de la Palabra sin
interrupció n, ademá s de la administració n de las ordenanzas, no
puede haber un plan mejor que la designació n de una orden regular
de hombres que se entregan totalmente a los negocios de Cristo.
(b) En tercer lugar, grabemos bien en nuestra mente que el
ministerio cristiano es un privilegio honroso. Es un honor ser
embajador de un rey; la persona designada a tal cargo es
respetado y le es concedida inmunidad diplomá tica. Antes de la
invenció n del telégrafo era un honor y una distinció n codiciada,
anunciar noticias como la de la victoria en Trafalgar y
Waterloo.
¡Cuá nto má s grande honor es ser embajador del Rey de reyes, y
436 SANTIDAD
proclamar la buena noticia de la victoria obtenida en el Calvario!
(2 Co. 5:20).

Servir directamente a tal Señ or, anunciar semejante mensaje


sabiendo que los resultados de nuestra obra, si Dios la bendice, son
eternos, es sin lugar a dudas un privilegio. Otros pueden trabajar por
una corona corruptible, en cambio, el siervo de Cristo por una
incorruptible.
Nunca un país está en peores condiciones como cuando los siervos
de Cristo han causado que se ridiculice y desprecie su ministerio. Lo
que dice Malaquías es tremendo: “Os he hecho viles y bajos ante
todo el pueblo, así como vosotros no habéis guardado mis caminos”
(Mal. 2:9). Pero, ya sea que los hombres escuchen o no, el puesto de
una embajador fiel es honroso. Es digno de notar lo que dijo un
anciano misionero a los noventa y seis añ os en su lecho de muerte:
“Lo mejor de lo mejor que puede hacer el hombre es predicar el
evangelio”.
Concluyo esta parte de mi tema con el pedido ferviente de que
todos los que oran no dejen de elevar sus sú plicas y oraciones
intercesoras por los siervos de Cristo. Que nunca falte una buena
medida de ellas aquí y en el campo misionero, de modo que estos
se mantengan fieles en el evangelio y santos en su diario vivir, y que
tengan cuidado de sí mismos y de la doctrina (1 Ti. 4:16).
Ah, recordemos que mientras nuestro ministerio es honroso, ú til y
bíblico ¡es también uno de profunda y dolorosa responsabilidad!
Atendemos a las almas “como quienes han de dar cuenta” de ellas
(He. 13:17). Si las almas se pierden por nuestra infidelidad, su sangre
será demandada de nuestra mano. Nuestra misió n sería fácil si se
tratara só lo de leer los servicios, administrar las ordenanzas, usar
vestimentas especiales, conducir una serie de ceremonias,
ejercicios, gestos y posturas. Pero aquello no es todo. Tenemos que
entregar el mensaje de nuestro Señ or, declarar todo el consejo de
¿Es usted nacido de nuevo? 437
Dios (Hch. 20:27) y no guardarnos nada que sea provechoso. Si a
nuestras congregaciones no les anunciamos toda la verdad
podemos arruinar para siempre sus almas inmortales.

La vida y la muerte están en poder de la boca del predicador.


Con razó n decía el Apó stol: “¡Ay de mí si no anunciare el
evangelio!” (1 Co. 9:16).
Pido una vez má s que ore por nosotros. ¿Quién es suficientemente
apto para la tarea? Recuerde el viejo dicho de las Padres de la
Iglesia: “Nadie está en peor peligro espiritual que los pastores”. Es
fá cil que nos critiquen y nos encuentren defectos. Tenemos este
tesoro en vasijas de barro. Somos hombres con las mismas pasiones
que todos y no somos infalibles. Ore por nosotros en estos días de
pruebas, tentaciones y controversias, pida que a nuestra iglesia
nunca le falten obispos y diá conos firmes en la fe, audaces como
leones, “prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”
(Mt. 10:16). El mismo que dijo: “Me fue dada esta gracia de
anunciar”, dijo también en otra ocasió n: “Orad por nosotros, para que
la palabra del Señ or corra y sea glorificada así como lo fue entre
vosotros, y para que seamos librados de hombres perversos y malos;
porque no es de todos la fe” (2 Ts. 3:1, 2).

III. Cristo: El tema de la predicación de Pablo


Notemos, en ú ltimo lugar, lo que Pablo dice del gran tema de su
predicación. Lo llama “las inescrutables riquezas de Cristo”.
Que el hombre de Tarso convertido predicara a “Cristo”, es lo que
hubiéramos esperado por sus antecedentes. Habiendo encontrado paz
por medio de la sangre que Cristo derramó en la cruz, es indudable
que querría contarle a otros lo que pasó en su encuentro con Jesú s.
Nunca perdía su valioso tiempo exaltando una mera moralidad sin
raíces, en discutir abstracciones inciertas y expresiones vacías, como
“lo cierto”, “lo noble”, “lo sincero, “lo hermoso”, “los gérmenes de
bondad en la naturaleza humana” y cosas parecidas. Siempre iba al
438 SANTIDAD
fondo de cada cuestió n y les mostraba a los hombres la gran
enfermedad humana, su estado desesperante como pecadores y al
Gran Médico que necesita el mundo enfermo de pecado.

Ademá s, el hecho de que predicara a Cristo entre “los gentiles”,


concuerda con todo lo que sabemos de su línea de acció n en todo
lugar y entre todas las gentes. Dondequiera que viajaba y se ponía
de pie para predicar, en Antioquía, Listra, Filipo, Atenas, Corinto y
É feso; entre griegos y romanos, letrados e iletrados, estoicos y
epicú reos; ante ricos y pobres, bá rbaros y escitas, libres y
esclavos; Jesú s y su muerte expiatoria, Jesú s y su resurrecció n
eran el tema central de sus sermones. Variaba sabiamente su
método de presentarlo, segú n su auditorio, pero el tema y el corazó n
de su predicació n era Cristo crucificado.
Observemos en el texto que estamos enfocando una expresió n muy
peculiar, una expresió n que incuestionablemente es ú nica en sus
escritos: “Las inescrutables riquezas de Cristo”. Es el lenguaje fuerte
y ardiente con el que siempre recordaba su deuda con la
misericordia y la gracia de Cristo. Le encantaba mostrar con sus
palabras la intensidad que sentía. Pablo no era un hombre que
decía las cosas a medias (Quicquid fecit valde fecit). Nunca olvidó el
camino a Damasco, la casa de Judas, la calle llamada Derecha, la
visita del buen Ananías, las escamas que cayeron de sus ojos, su
propia experiencia maravillosa de pasar de muerte a vida. Estos
hechos siempre estaban a flor de piel en su mente y, entonces, no se
conformaba con decir: “Me fue dada esta gracia de anunciar”. No,
amplía su tema. Lo llama “las inescrutables riquezas de Cristo”.
Pero, ¿qué quiso decir el Apó stol cuando se refirió a las
“inescrutables riquezas”? É sta es una pregunta difícil de contestar.
Es indudable que veía en Cristo una inmensurable provisió n para las
necesidades del alma del hombre, así que no tenía otra frase para
expresar la inmensidad de esta verdad. Desde cualquier punto de
vista que observaba a Cristo, veía en él mucho má s de lo que la mente
¿Es usted nacido de nuevo? 439
comú n podía concebir y expresar con palabras. Só lo podemos
ofrecer conjeturas de lo que tuvo la intenció n de decir exactamente.

No obstante, puede ser provechoso determinar detalladamente


algunas de las cosas que, con toda probabilidad, estaba pensando.
Puede ser, tiene que ser, debiera ser provechoso. Después de todo
recordemos que estas “riquezas de Cristo” son bendiciones que usted
y yo necesitamos hoy, tanto como las necesitaba Pablo; y lo mejor
de todo es que estas “riquezas” está n reservadas en Cristo para
usted y para mí, tanto como lo estuvieron hace má s de 1900 añ os.
Siguen allí. Todavía se ofrecen gratuitamente a todo aquel que esté
dispuesto a aceptarlas. Siguen siendo la propiedad de cada uno
que se arrepiente y crea. Demos una rá pida mirada a algunas de
ellas.
(a) En primer lugar y sobre todo, grabemos en nuestra mente
que hay inescrutables riquezas en la persona de Cristo. Esta unió n
del Hombre perfecto y el Dios perfecto en la persona de nuestro Señ or
Jesucristo es un gran misterio que ni siquiera podemos empezar a
comprender. Es un hecho má s allá de nuestra capacidad de captar.
Pero, misteriosa como pueda ser esta unió n, es una riqueza de paz y
consolació n de todo el que la acepta. El poder y la compasió n infinitos
se unen y combinan en nuestro Salvador. Si hubiera sido
ú nicamente Hombre no nos hubiera podido salvar. Si hubiera sido
ú nicamente Dios (lo digo con reverencia) no hubiera podido
“compadecerse de nuestras debilidades” ni hubiera padecido “siendo
tentado” (He. 2:18; 4:15). Siendo Dios, es poderoso para salvar y
siendo Hombre, es totalmente apto para ser nuestra Cabeza,
nuestro Representante y nuestro Amigo. Dejemos que los que nunca
piensan seriamente nos provoquen, si quieren, discutiendo credos y
teología dogmática. Pero nunca se avergü ence el cristiano reflexivo
de creer y aferrarse a la doctrina, casi olvidada, de la Encarnació n y
de la unió n de dos naturalezas en nuestro Salvador. Es una verdad
440 SANTIDAD
rica y preciada el que nuestro Señ or Jesucristo sea “Dios y
Hombre”.

(b) En segundo lugar, grabemos en nuestra mente que hay


inescrutables riquezas en la obra que Cristo realizó por nosotros
cuando vivió , murió y resucitó aquí en la tierra. De hecho y en
verdad, él completó la obra que su Padre le había encomendado
(Jn. 17:4), la obra de expiación por el pecado, la obra de
reconciliación, la obra de redención, la obra de satisfacción y la obra
de sustitución como “el justo por el injusto”. Sé que algunos llaman
a estas breves frases “términos teoló gicos inventados por el hombre,
dogmas humanos” y cosas así. Pero les resultará muy difícil probar
que cada una de estas frases que pueden parecer trilladas, no
contienen fehacientemente la sustancia de textos claros de las
Escrituras, los cuales por conveniencia, como la palabra Trinidad, los
teó logos decidieron resumir en una sola palabra la realidad de Dios
Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Cada expresió n es muy rica.
(c) En tercer lugar, grabemos en nuestra mente que hay
inescrutables riquezas en los oficios que Cristo realiza en este
momento al vivir por nosotros a la diestra de Dios. Es nuestro
Mediador, Abogado, Sacerdote, Intercesor, Pastor, Obispo, Médico,
Capitá n, Rey, Señ or, Cabeza, Precursor, Hermano mayor y Esposo
de nuestras almas. Es indudable que estos oficios no tienen ningú n
valor para los que no saben nada de Cristo. Pero para los que viven
la vida de fe y buscan primeramente el reino de Dios, cada oficio es
tan preciado como el oro.
(d) Grabemos también en nuestra mente que hay inescrutables
riquezas en los nombres y títulos conferidos a Cristo en las
Escrituras. Son muchos, como bien lo sabe todo lector esmerado
de la Biblia, pero por falta de espacio no haré má s que seleccionar
algunos. Pensemos por un momento en títulos como Cordero de Dios,
el Pan de vida, la Fuente de agua viva, la Luz del mundo, la Puerta,
¿Es usted nacido de nuevo? 441
el Camino, la Vid, la Roca, la Piedra Angular, el Manto del cristiano
y el Altar del cristiano. Reflexione sobre cada uno de estos nombres y
considere cuá nta riqueza contienen.

Para el hombre indiferente y mundano son solo “palabras” y nada


más; pero para el cristiano auténtico, el aná lisis de cada título dará
como resultado una riqueza de verdades benditas.
(e) Por ú ltimo, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables
riquezas en las características, cualidades, atributos, disposiciones
e intenciones de la mente de Cristo hacia el hombre, que nos son
reveladas en el Nuevo Testamento, En él hay…
- riquezas de misericordia, amor y compasió n por los pecadores,
- riquezas de poder para limpiar, perdonar y salvar perpetuamente,
- riquezas de buena voluntad para recibir a todo el que viene a él
arrepentido y creyendo,
- riquezas de habilidad para cambiar, por su Espíritu, al corazó n
más duro y el cará cter má s malo,
- riquezas de tierna paciencia para sostener al creyente má s débil,
- riquezas de fortaleza para ayudar a su pueblo hasta el fin, a
pesar de todo obstá culo exterior e interior,
- riquezas de compasió n por todos los desalentados que le
llevan a él sus problemas y, por ú ltimo, pero no por eso
menos importante,
- riquezas de gloria para otorgar recompensas cuando vuelva para
resucitar a los muertos y reunir a su pueblo, a fin de que
moren con él en su Reino.
¿Quién puede estimar el valor de estas riquezas? Los hijos de este
mundo las pueden tomar con indiferencia o rechazarlas con
desprecio, pero para los que se dan cuenta del valor de sus almas es
muy distinto. Dirá n a una voz: “No hay riquezas que se comparen a
las que tiene Cristo para su pueblo”.
Porque estas riquezas son inescrutables, es difícil estimar
correctamente su valor. Son una mina, que no importa cuá nto se
442 SANTIDAD
trabaje, nunca se agota.

Son como un manantial que, no importa cuá nta agua se saque


de ella, nunca se seca. El sol en el cielo ha brillado durante miles
de añ os y sigue dando luz, vida, calor y fertilidad a toda la
superficie del globo. No existe un á rbol ni una flor en Europa, Asia,
Á frica o América que no sea deudora al sol. Y el sol sigue brillando
de generació n en generació n, una temporada tras otra, saliendo y
poniéndose con una regularidad absoluta, dando a todos, sin tomar
nada de nadie, siendo hoy la misma luz y el mismo calor que fue el
día de la creació n. El sol es sin duda alguna el gran benefactor de la
humanidad. Lo mismo sucede con Cristo, si es que alguna
ilustració n puede acercarnos a la realidad. É l sigue siendo “el Sol de
justicia” para toda la humanidad (Mal. 4:2). Millones de personas se
han beneficiado de él en el pasado y con sus ojos puestos en él
vivieron tranquilos y tranquilos murieron. Miríadas de personas en
este mismo momento está n tomando de él su dosis diaria de
misericordia, gracia, paz, fortaleza y ayuda encontrando que en él
mora “toda plenitud”. No obstante, ¡estoy seguro de que
desconocemos la mitad de las riquezas que él guarda! Muy
apropiado fue que el Apó stol usara la frase “inescrutables riquezas
de Cristo”.
Aplicaciones prácticas
Concluyo este capítulo con tres aplicaciones prá cticas. Para
conveniencia de mis lectores, las pondré en forma de preguntas
instando a cada uno a que las examine en silencio y luego dé una
respuesta.
(a) Primero quiero preguntarle qué piensa usted de sí mismo.
Ya hemos enfocado lo que Pablo pensaba de sí mismo. Ahora pues,
¿qué pensamientos le vienen a la mente cuando los enfoca en
usted mismo? ¿Ha descubierto la gran verdad fundamental de que
¿Es usted nacido de nuevo? 443
es usted un pecador, un pecador culpable a los ojos de Dios?
Hay un clamor fuerte e incesante de que haya má s escuelas que
eduquen. Universalmente se deplora la ignorancia.

Pero dé por seguro que no hay una ignorancia tan comú n y


dañ ina como el desconocimiento de nosotros mismos. Sí, los hombres
pueden saber mucho de arte, ciencia, idiomas, economía, política y el
arte de gobernar y, no obstante, ser tristemente ignorantes en cuanto
al estado de su corazó n y de su posició n delante de Dios.
Tenga por seguro que ese autoconocimiento es el primer paso
hacia el cielo. Conocer la perfecció n inconmensurable de Dios y
nuestra inmensa imperfecció n, ver nuestras propias faltas e
inconmensurable corrupció n, es el A-B-C de una fe salvadora. Cuanta
más luz real interior tengamos, más humildes seremos y mejor
comprenderemos el valor del evangelio de Cristo que tantos
desprecian. El que tiene la peor opinió n de sí mismo y de sus
propias acciones es quizá el mejor cristiano delante de Dios. Sería
bueno si muchos pudieran orar noche y día esta sencilla oració n:
“Señ or, ayú dame a verme a mí mismo”.
(b) En segundo lugar, ¿qué piensa usted de los siervos de
Cristo? Por má s extrañ a que parezca la pregunta, creo que el tipo
de respuesta, si es sincera, a menudo es una prueba justa del
estado de su corazó n.
No le estoy preguntando acerca de algú n clérigo perezoso,
mundano e inconstante, un guardia dormido ni un pastor infiel
¡No! Le pregunto acerca del siervo fiel de Cristo, quien expone
honestamente el pecado y hace que nos remuerda la conciencia.
Tenga cuidado có mo contesta la pregunta. En la actualidad, a
demasiadas personas les gustan los pastores que profetizan cosas
buenas y se abstienen de hablar del pecado. Prefieren a los
predicadores que alimentan su orgullo y complacen su gusto
intelectual, les gusta oír a los que nunca hacen sonar una alarma ni
les dicen nada de la ira que vendrá . Cuando Acab vio a Eliseo, le
444 SANTIDAD
dijo: “¿Me has hallado, enemigo mío?” (1 R. 21:20). Cuando a Acab
le mencionaron al profeta Micaías, exclamó : “Le aborrezco, porque
nunca me profetiza bien, sino solamente mal” (1 R. 22:8).

¡Ay, en este siglo existen muchos como Acab! Les gusta el


ministerio de un pastor que no les hace sentir incó modos ni los
manda inquietos a casa. ¿Có mo es usted? Créame, ¡el que má s
verdades le dice, mejor amigo es! Es una señ al de impiedad en la
Iglesia cuando los testigos de Cristo son silenciados o perseguidos y
los hombres aborrecen a los que los reprenden (Is. 29:21). Fue un
pronunciamiento solemne del profeta al rey Amazías cuando dijo: “Yo
sé que Dios ha decretado destruirte, porque has hecho esto, y no
obedeciste mi consejo” (2 Cr. 25:16).
(c) Por ú ltimo, ¿qué piensa de Cristo mismo? A sus ojos, ¿es
grande o pequeñ o? ¿Ocupa el primer o segundo lugar en su
estima? ¿Está él delante o detrá s de su Iglesia, sus siervos y sus
ordenanzas? ¿Dó nde está en su corazó n y en su mente?
Al final de cuentas, ¡ésta es la pregunta má s importante que
puede haber! El perdó n, la paz, la conciencia tranquila, esperanza
en la hora de la muerte y el cielo mismo, dependen de su respuesta.
Saber de Cristo es vida eterna. Estar sin Cristo es estar sin Dios. “El
que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no
tiene la vida” (1 Jn. 5:12). Los amigos de una educació n netamente
secular, los defensores entusiastas de la reforma y el progreso, los
adoradores de la razó n, el intelecto, la mente y la ciencia pueden
decir lo que quieran y hacer todo lo que quieran para arreglar al
mundo. Pero descubrirá n que sus esfuerzos son en vano, si no tienen
en cuenta la Caída del hombre y si no hay lugar para Cristo en sus
planes. Existe una enfermedad grave en el corazó n de la humanidad
que echará por tierra todos sus esfuerzos y arrasará con todos sus
planes. Esa enfermedad es el pecado. ¡Oh, si la gente al menos
pudiera ver y reconocer la corrupció n de la naturaleza humana y lo
inútil que son los esfuerzos para mejorar al hombre que no se basan
¿Es usted nacido de nuevo? 445
en el sistema curativo del evangelio! Sí, la plaga del pecado está en el
mundo y no hay agua que pueda curar esa plaga, excepto la que fluye
de la fuente para todo pecado: El Cristo crucificado.

En suma, ¿de qué vale la vanagloria? Como dijo un gran teó logo
en su lecho de muerte: “Todos estamos despiertos a medias”.
Hasta el mejor cristiano entre nosotros, sabe poco de su glorioso
Salvador, aun después de haber aprendido a creer, “ahora [ve] por
espejo, oscuramente” (1 Co. 13:12). No sabemos de las “riquezas
inescrutables” que hay en él. Cuando despertemos a su imagen en
el má s allá , nos sorprenderemos de que lo veíamos tan
imperfectamente y que lo amamos tan poco. Procuremos
conocerlo mejor ahora y vivamos en una comunió n má s íntima con
él. Viviendo así, no sentiremos necesidad de sacerdotes humanos y
confesionarios terrenales. Podremos decir: “Tengo todo y en
abundancia, no quiero má s. ¡Me es suficiente que Cristo murió por
mí en la cruz, que Cristo intercede siempre por mí a la diestra de
Dios, que Cristo mora en mi corazó n por fe, que Cristo pronto
vuelve para recogerme a mí y al resto de su pueblo para no volver
a partir! Sí, Cristo es suficiente para mí. Teniendo a Cristo, tengo
‘inescrutables riquezas’”.
Los bienes que tengo, vienen de su
mano, y si hay algo malo, me ayuda a
bien.
Si él es mi amigo, todo lo tengo; si no es mi
amigo, estoy en pobreza. Si gano en la vida o
pierdo también, lo único que importa es
tenerlo a él.
Mientras viva en la tierra, no todo
tendré, a medias lo conozco, a medias lo
adoro, tan solo una parte de su amor
percibo.
Más cuando en la gloria un día me encuentre,
446 SANTIDAD
completamente su gloria veré.
Diré con un canto inspirado en su amor:
“Estoy satisfecho, él es mío y yo soy de él”.

19. Necesidades de nuestros tiempos


Hombres “entendidos en los tiempos”. 1 Cró nicas 12:32

Estas palabras se refieren a la tribu de Isacar, en los primeros


tiempos del reinado de David sobre Israel. Parece que después de
la triste muerte de Saú l, algunas de las tribus estaban indecisas
sobre su futuro inmediato. “¿Bajo qué rey?” era la pregunta del día
en Palestina. Algunos no sabían si debían ser leales a la familia de
Saú l o aceptar a David como su rey. Titubeaban y no se decidían;
otros, sin vacilar, se decidieron por David. Entre estos ú ltimos,
había muchos de los hijos de Isacar y el Espíritu Santo los elogia de
una manera especial. Los llama “entendidos en los tiempos”.
Sin duda esta frase, como cada una en las Escrituras, fue incluida
para nuestra enseñ anza. Estos hombres de Isacar nos son
presentados como una modelo para imitar y un ejemplo para seguir
porque es sumamente importante entender los tiempos en que
vivimos y saber lo que estos tiempos requieren. Los sabios en la
corte de Asuero “conocían los tiempos” (Est. 1:13). Nuestro Señ or
Jesucristo le reprocha a su pueblo diciéndole: “No conociste el tiempo
de tu visitació n”. “Sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡má s las
señ ales de los tiempos no podéis!” (Lc. 19:44; Mt. 16:3). Tengamos
cuidado y no cometamos el mismo pecado. El hombre que se
contenta con sentarse tranquilo en su casa, absorbido por sus
propios asuntos, y no tiene conciencia de lo que está sucediendo
en la Iglesia y en el mundo, es un patriota lastimoso, y una pobre
muestra de lo que debe ser un cristiano. Ademá s de la Biblia y
nuestros propios corazones, nuestro Señ or quiere que conozcamos
¿Es usted nacido de nuevo? 447
nuestros tiempos, como lo hacían los sabios en la corte de Asuero.
En este capítulo, me propongo considerar lo que nuestros
propios tiempos requieren de nosotros.

Cada época tiene sus peligros ú nicos para el cristiano profesante


y, en consecuencia, demandan especial atenció n a los deberes propios
de su situació n particular. Pido a mi lector que me dé su atenció n
durante unos minutos, mientras trato de mostrar lo que los
tiempos requieren del cristiano y, particularmente, los de nuestro
país. Son cinco los puntos que presentaré y lo haré claramente y sin
reservas. “Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará
para la batalla?” (1 Co. 14:8).

I. La verdad del evangelio y la autoridad divina de la Biblia


En primer lugar y de importancia primordial, los tiempos
requieren que conservemos valientemente y sin vacilar, toda la
verdad del evangelio y la autoridad divina de la Biblia.
Nos toca vivir en una época de mucha incredulidad, escepticismo e
infidelidad. Nunca, posiblemente, desde los tiempos de Celso,
Porfirio y Juliá n, ha sido tan abiertamente atacada la verdad del
evangelio revelado y nunca se han presentado los ataques de una
manera tan engañ osamente atractiva. Las palabras escritas por el
Obispo Butler en 1736 son, curiosamente, aplicables a nuestros
propios tiempos: “Muchas personas dan por sentado que el
cristianismo ya no es materia de investigació n y se sabe desde hace
tiempo que es pura ficció n. En consecuencia, lo tratan como si en la
actualidad, éste fuera un punto en que coinciden todas las personas
analíticas y que no merece más que hacerlo objeto de risa y burlas,
como castigo por haber interrumpido por tanto tiempo los
placeres del mundo” (Analogy [Analogía] por Butler,
Introducció n). A veces me pregunto qué habría dicho el buen
obispo si hubiera vivido en estos días.
448 SANTIDAD
En comentarios, revistas, perió dicos, conferencias, ensayos y, a
veces, aun en los sermones, docenas de escritores inteligentes
libran una batalla constante contra los fundamentos mismos del
cristianismo.

La razó n, ciencia, geología, antropología, los descubrimientos


modernos y el libre pensamiento está n de su lado. Por doquier, nos
dicen constantemente que ninguna persona educada puede realmente
creer en una religió n sobrenatural, ni en la inspiració n de cada
palabra de la Biblia, ni en la posibilidad de que haya milagros. Las
doctrinas tan antiguas como la de la Trinidad, la Deidad de Cristo,
la personalidad del Espíritu Santo, la expiació n, la obligació n de
guardar el Día del Señ or, la necesidad y eficacia de la oració n, la
existencia del diablo y la realidad de un castigo futuro, son
archivados en silencio o tirados por la borda como basura. Y todo
esto se hace con tanta astucia y con tanta apariencia de candidez y
liberalidad, y con tantos elogios a la capacidad y nobleza de la
naturaleza humana, que millares de cristianos inestables han sido
arrasados como por un torrente y fluctú an, si no es que su fe
experimente un naufragio total.
La existencia de esta plaga de incredulidad no debiera
sorprendernos ni por un momento. Se trata del mismo viejo
enemigo con un nuevo vestido, una enfermedad antigua con
síntomas nuevos. Desde el día en que cayeron Adá n y Eva, el diablo
nunca ha dejado de tentar al hombre para que no crea en Dios,
diciendo directa o indirectamente: “No morirás aunque no creas”.
Tenemos la advertencia en las Escrituras, especialmente para los
ú ltimos días, de que abundaría la incredulidad: “Cuando venga el
Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”. “Los malos hombres y
los engañ adores irá n de mal en peor”. “En los postreros días
vendrá n burladores” (Lc. 18:8; 2 Ti. 3:13; 2 P. 3:3).
En Inglaterra, el escepticismo es esa reacció n natural contra un
semipapismo y superstició n que muchos sabios han predicho y
¿Es usted nacido de nuevo? 449
esperado desde hace mucho tiempo. Es precisamente ese
movimiento del péndulo lo que han buscado los estudiosos de la
naturaleza humana y el momento ha llegado.

Pero, a la vez que le digo al lector que no se sorprenda ante el


escepticismo generalizado de estos tiempos, le insto que no
permita que lo altere, ni que deje de perseverar. No hay realmente
causa para alarmarse. El arca de Dios no está en peligro, aunque
parezca sacudirse un poco. El cristianismo ha sobrevivido los
ataques de Hume, Hobbes y Tind, de Colling, Woolston,
Bolingbroke y Chubb, de Voltaire, Payne y Holyoake. Estos hombres
causaron gran alboroto en su tiempo y asustaron a los débiles, pero
no tuvieron má s efecto que las marcas que los viajeros ociosos
producen al raspar sus nombres en la gran pirámide de Egipto. Esté
seguro que de igual manera, el cristianismo sobrevivirá a los ataques
de los astutos escritores de esta época. Por la sorprendente
originalidad de muchas objeciones modernas a la revelació n divina,
sus argumentos y escritos parecen tener má s peso del que en realidad
tienen. Esto no quiere decir que no podemos desatar los nudos
porque nuestros dedos no pueden hacerlo o que las formidables
dificultades no tengan explicació n porque no las entendemos. Cuando
usted no puede responder al escéptico, conténtese con esperar
má s luz, pero nunca renuncie a un gran principio. En el
cristianismo, al igual que en muchos interrogantes científicos, dijo
Faraday: “La mejor filosofía es, a menudo, no apurarse a emitir
juicios”. Aquel que cree, no se apurará , puede esperar.
Cuando los escépticos y los impíos han dicho todo lo que tienen
para decir, no olvidemos tres grandes realidades que nunca han
podido descartar con sus razonamientos, y estoy convencido de
que nunca podrá n hacerlo. Diré brevemente cuá les son. Son muy
sencillas y cualquiera las puede entender.
(a) La primera realidad es Jesucristo mismo. Si el cristianismo es
450 SANTIDAD
só lo una invenció n humana y la Biblia no viene de Dios, ¿có mo
puede el impío explicar a Jesucristo? No puede negar su existencia
en la historia. ¿Có mo puede ser que sin fuerzas ni chantajes, sin
armas ni dinero dejó él una huella tan inmensamente profunda en
el mundo, como evidentemente lo hizo?

¿Quién era? ¿Qué era? ¿De dó nde salió ? ¿Có mo es que nunca, ni
antes ni después, hubo alguien como él, desde el principio de la
historia? No pueden explicarlo. Nada lo puede explicar excepto el
gran principio fundamental de la verdad revelada, que Jesucristo
es Dios y su evangelio es totalmente cierto.
(b) La segunda realidad es la Biblia misma. Si el cristianismo no
es má s que una invenció n humana y la Biblia no tiene más autoridad
que cualquier otro libro no inspirado, ¿có mo es que ésta es lo que es?
¿Có mo es que puede tener vigencia y relevancia hoy un Libro escrito
por unos cuantos judíos en un rincó n remoto de la tierra, escrito en
periodos distintos sin un acuerdo entre los escritores, escrito por
ciudadanos de una nació n, que comparados con los griegos y
romanos, nada contribuyeron a la literatura? ¿Có mo es que este libro
no tiene paralelos y no hay nada que ni siquiera se le asemeje en
cuanto a sus conceptos de Dios, las perspectivas acertadas sobre
el hombre, la solemnidad de sus pensamientos, la grandeza de su
doctrina y la pureza de su moralidad? ¿Qué explicació n puede dar el
impío acerca de este Libro tan profundo, tan sencillo, tan sabio,
tan libre de defectos? No puede explicar su existencia ni su
naturaleza ni sus principios. Só lo podemos hacerlo los que afirmamos
que el Libro es sobrenatural y que procede de Dios.
(c) La tercera realidad es el efecto que el cristianismo ha
tenido sobre el mundo. Si el cristianismo no es má s que una
invenció n humana y no una revelació n sobrenatural y divina,
¿có mo es que ha producido un cambio tan completo en el estado
moral de la humanidad? Cualquier persona preparada sabe que la
diferencia moral entre la condició n del mundo antes de que se
¿Es usted nacido de nuevo? 451
sembrara el cristianismo y después de que el cristianismo echara
raíces, es tan diferente como la noche y el día, como el reino del
cielo y el reino de Sataná s. Ahora mismo, desafío al que quiera,
que observe un mapamundi y compare los países donde la gente es
cristiana con aquellos donde la gente no es cristiana, y niegue que
estos países son tan distintos como la claridad y la oscuridad,

como el color blanco y el negro. ¿Có mo puede el impío explicar esto,


basá ndose en sus principios? No puede hacerlo. Só lo podemos
hacerlo los que creemos que el cristianismo procede de Dios y que
es la ú nica religió n divina en el mundo.
Si alguna vez se siente usted tentado a alarmarse por el
progreso de la impiedad, vuelva a estudiar las tres realidades que
acabo de presentar y eche fuera sus temores. Tome su posició n con
valentía escudado por estas tres realidades y podrá hacerle frente a
cualquier argumento de los escépticos modernos. Quizá le hagan
cientos de preguntas que usted no puede contestar o presentarle
dilemas ingeniosos sobre varias lecturas. Puede ser que le pregunten
qué es inspiració n, o geología, o acerca del origen del hombre o
sobre cuá ndo sucedió la creació n, asuntos sobre los cuales, tal vez
usted no pueda contestar. Pueden desconcertarlo e irritarlo con locas
especulaciones y teorías que en el momento no puede usted ofrecer
prueba de su falacia, aunque sabe que lo es. Pero mantenga la calma y
no tema. Recuerde las tres grandes realidades que he mencionado
y desafíe audazmente a los escépticos a explicarlas. Las dificultades
del cristianismo son indudablemente grandes, pero tenga por
seguro que no se comparan con las dificultades de la impiedad.

II. La doctrina cristiana


En segundo lugar, estos tiempos requieren que tengamos ideas
distintivas e indubitables acerca de la doctrina cristiana.
Tengo que admitir mi convicció n de que la iglesia profesante de
este siglo está tan perjudicada por la laxitud y vaguedad en cuestiones
452 SANTIDAD
doctrinales dentro de ella, como por los escépticos e incrédulos fuera
de ella. Miríadas de cristianos en la actualidad, denotan ser
absolutamente incapaces de distinguir entre las cosas que son
diferentes de su profesió n de fe.

Al igual que las personas que sufren de daltonismo que no


distinguen la diferencia entre los colores, estos no disciernen entre lo
que es verdad y lo que es mentira, entre lo que es verdadero y lo que
no lo es. Si el predicador es original, elocuente y parece sincero,
creen que todo lo que dice está bien, por má s extrañ os y
cuestionables que sean sus sermones. Aparentemente, carecen de
sentido espiritual y no pueden detectar los errores. Les da lo
mismo el papismo que el protestantismo, la expiació n que ninguna
expiació n, un Espíritu Santo personal que ningú n Espíritu Santo,
un castigo futuro que ningú n castigo futuro, una iglesia ritualista
que una carente de ritual, una iglesia liberal que una conservadora.
También les da lo mismo el trinitarismo, el arrianismo o el
unitarismo; ¡se lo tragan todo, aun cuando ni siquiera lo puedan
digerir! Se dejan llevar por una liberalidad y caridad imaginarias,
piensan que todos tienen razó n y que nadie está equivocado, todo
clérigo es digno de confianza y ninguno no lo es, todos será n
salvos y nadie se perderá . Su “religió n” se compone de negativos ¡y
lo ú nico que tienen erradamente positivo es que no hacen
diferenciaciones y creen que todos los conceptos extremos,
indubitables y positivos son muy malos y equivocados!
Esta gente vive envuelta en una especie de bruma o neblina. No
ven nada con claridad y no saben lo que creen. No tienen ninguna
convicció n acerca de las grandes verdades del evangelio y parecen
contentarse con ser miembros honorarios de todas las corrientes de
pensamiento. Por má s que quisieran, no pueden decir lo que
consideran como cierto acerca de la justificació n, la regeneració n,
¿Es usted nacido de nuevo? 453
la santificació n, la Cena del Señ or, el bautismo, la fe, la conversió n,
la inspiració n divina ni lo que será el má s allá . Le tienen un miedo
mó rbido a las controversias y sienten una aversió n ignorante a lo
que consideran un espíritu sectario, aunque ni siquiera pueden
explicar lo que quieren decir con estas expresiones. ¡Lo ú nico que se
les puede detectar es que admiran la inteligencia,

el ingenio y la caridad, y no pueden creer que un hombre


inteligente, ingenioso y caritativo se equivoque! Y, entonces, siguen
viviendo indecisos y, con demasiada frecuencia, indecisos siguen
hasta la muerte, sin consuelo en su fe, y me temo que, a menudo,
sin esperanza.

No es difícil encontrar una explicació n para esta condició n débil,


insensible e indecisa del alma. Para empezar, el corazó n del
hombre natural está espiritualmente en tinieblas (no tiene un
sentido intuitivo acerca de la verdad) y, realmente, necesita
instrucció n e iluminació n. Ademá s, el corazó n natural de la
mayoría de la gente detesta todo esfuerzo espiritual y, cordialmente,
detesta el estudio esforzado y perseverante de temas que tienen que
ver con Cristo. Sobre todo, al corazó n natural, por lo general, le gusta
que lo elogien, evita enfrentar las diferencias de opiniones y le
encanta que lo consideren caritativo y generoso. El resultado es que a
la inmensa mayoría de la gente y, especialmente a los jó venes, les
cae muy bien una especie de “agnosticismo religioso”. Se
contentan con descartar como basura todos los motivos de
discusió n y si uno les dice que son indecisos, le contestan: “Yo no
pretendo comprender esta controversia, así que me niego a
examinar los puntos en discusió n. Creo que, a la larga, no tiene
ninguna importancia”. Todos sabemos que abundan por todas partes
personas que piensan así.
Le ruego a cada uno de mis lectores que evite ese estado mental
454 SANTIDAD
en cuanto a sus creencias. Es una pestilencia que anda en la oscuridad
y que destruye en el día. Es una actitud perezosa y floja del alma que
le ahorra el trabajo de pensar e investigar; pero la Biblia no
justifica esa postura, ni lo hacen los artículos de la Iglesia
Anglicana ni su Libro de Oraciones. Por el bien de su alma,
determine puntualmente lo que cree y atrévase a tener conceptos
positivos y distintivos sobre la verdad y el error.

Nunca, nunca tema tener opiniones doctrinales significativas y


no permita que por algú n miedo al hombre, ni por algú n temor
mó rbido a que lo cataloguen de partidista, intolerante o controversial,
lo lleven a contentarse con un cristianismo sin agallas, sin sabor,
sin color, tibio y sin doctrina alguna.
Preste atenció n a lo que digo. Si quiere hacer bien en estos
tiempos, tiene que echar fuera toda indecisió n y apropiarse de una
fe distintiva, incisiva y doctrinal. Si su fe es raquítica, aquellos a
quienes trate de hacerle bien no creerá n nada. Dondequiera que el
cristianismo ha ganado victorias, lo ha hecho gracias a una teología
doctrinal distintiva, informándole a la gente abiertamente acerca de la
muerte y el sacrificio vicario de Cristo, enseñ á ndole acerca de la
justificació n por la fe y pidiéndole que crea en un Salvador
crucificado. Se posiciona bien la fe cristiana cuando se predica
acerca de la ruina por el pecado, la redenció n por medio de Cristo y
la regeneració n a través del Espíritu, levantando la serpiente de
bronce, pidiendo a los hombres que miren y vivan, que crean, se
arrepientan y conviertan. É sta es la ú nica enseñ anza a la que Dios
ha honrado dá ndole la victoria durante má s de diecinueve siglos y
lo sigue haciendo en la actualidad aquí y en el todo el mundo.
Reto a los astutos defensores de una teología no doctrinal y
liberal, y a los predicadores de un evangelio sincero, pero carente de
moralidad, a que me digan qué aldea, pueblo, ciudad o distrito ha
sido evangelizado a base de principios, pero sin tener una
“doctrina”. No pueden hacerlo y nunca podrá n.
¿Es usted nacido de nuevo? 455
Un cristianismo sin un cuerpo de doctrina distintiva carece de
poder. A algunos les puede parecer atractiva una religió n sin
“doctrina”, pero es estéril. Los hechos no se pueden negar. Es
comparativamente poco el bien que ha realizado en el mundo. La
impaciencia ignorante puede murmurar y clamar que el
cristianismo ha fracasado porque reina la impiedad. Pero dé por
seguro que si queremos “hacerle bien” al mundo y sacudirlo,

tenemos que luchar con las antiguas armas apostó licas y


aferrarnos al “doctrina”. ¡Sin doctrina, no hay frutos!
¡No hay una doctrina evangélica positiva, no hay evangelizació n!
Tome nota de lo que digo. Los hombres que más han hecho por la
iglesia y han dejado las huellas más profundas en su época y
generació n, siempre han sido hombres con conceptos doctrinales
decisivos y claros. Fueron hombres valientes, decididos y puntuales
como Capel Molyneuz y el gran campeó n protestante Hugh McNeile,
los que hacen pensar a la gente y ponen al mundo “patas para
arriba”. Fue la “doctrina” en la era apostó lica lo que vació los templos
paganos y sacudió a Grecia y a Roma. Fue la “doctrina” que despertó al
cristianismo de su letargo en la época de la Reforma y le quitó al
papado un tercio de sus sú bditos. Fue la “doctrina” lo que, má s de
100 añ os atrá s, avivó a la iglesia en los días de Whitefield, Wesley,
Venn y Romaine, y prendió fuego a un cristianismo casi
moribundo transformá ndolo en una llama flameante. Es la
“doctrina” lo que en este momento da poder a cada misió n exitosa
aquí y alrededor del mundo. La doctrina clara y vibrante es como
el sonido de las bocinas de cuernos usadas alrededor de Jericó , la
que echa por tierra la oposició n del diablo y del pecado.
Aferrémonos a conceptos doctrinales indubitables, no importa lo
que digan algunos, y nos haremos bien a nosotros mismos, a otros
y a la Iglesia, al igual que a la causa de Cristo alrededor del mundo.

III.El carácter no bíblico del romanismo


456 SANTIDAD
En tercer lugar, estos tiempos requieren de nosotros que tengamos
un sentido má s claro y vivo del cará cter del romanismo; que
estemos convencidos de que dista mucho de ser bíblico y lleva el
alma a la ruina. É ste es un tema doloroso, pero es imperativo
atacarlo de frente.
(1) Las verdades del caso son muy sencillas.

Ningú n observador inteligente puede dejar de ver que el tono del


sentimiento pú blico en Inglaterra en cuanto al romanismo ha
cambiado muchísimo en los ú ltimos añ os. El Padre Oakley,
conocido y errado sacerdote, aliado del Cardenal Newman,
asegura esto triunfalmente en una edició n reciente de su libro
Contemporary Review (Crítica contemporá nea). Y lamento tener
que admitir que, segú n mi opinió n, dice la verdad. Ya no existe
una aversió n, animosidad ni desconfianza general hacia el
papado, que una vez fue casi general en este país. Parece que ya
no existe la claridad de antes en el sentimiento británico acerca del
protestantismo. Algunos afirman estar cansados de toda la
controversia religiosa y está n dispuestos a sacrificar la verdad
de Dios con tal de mantener la paz. Algunos consideran al
romanismo, simplemente como una de las muchas expresiones
religiosas inglesas, ni peor ni mejor que las demá s. Algunos
tratan de convencernos de que el romanismo ha cambiado y ya
no es tan malo como lo era. Otros destacan audazmente las
faltas de los protestantes y proclaman, a viva voz, que los
romanistas son tan buenos como nosotros. Algunos opinan que está
bien y es una muestra de liberalidad ser abierto, y argumentan
que no tenemos derecho de creer que si una persona es sincera en
cuanto a su credo, esté errada. No obstante, hay dos grandes
verdades histó ricas:
(a) que la ignorancia, la inmoralidad y la superstició n reinaban
soberanamente en Inglaterra hace 400 añ os bajo el papado y
¿Es usted nacido de nuevo? 457
(b) que la Reforma fue la bendició n má s grande que Dios le
dio a este país.
¡É stas son verdades que só lo a los papistas se les ocurría disputar
cincuenta añ os atrá s, pero que ahora es conveniente y está de
moda olvidar! En suma, al ritmo que vamos, no sorprendería si,
repentinamente, cambiaran las leyes y se permitiera que un
papista usara la corona de Inglaterra.

(2) Las causas de este lamentable cambio no son difíciles de


descubrir.
(a) Surgen en parte por el celo constante de la Iglesia de Roma
misma. Sus agentes nunca descansan ni duermen. Van por mar
y tierra para ganar un prosélito. Se inmiscuyen en todas partes,
desde los palacios hasta las fábricas, para promover su causa.
(b) Se ha extendido inmensamente por las medidas del partido
ritualista de la Iglesia Anglicana. Ese cuerpo enérgico y activo ha
estado vilipendiando a la Reforma y burlá ndose exitosamente del
protestantismo durante muchos añ os. Ha corrompido, cegado y
envenenado la mente de muchos fieles con sus incesantes
interpretaciones erró neas. Ha familiarizado gradualmente al pueblo
con cada doctrina y prá ctica del romanismo: La presencia real del
cuerpo y la sangre de Cristo en la eucaristía, la transubstanciació n
(creencia por la fe, no por los sentidos, de que el cuerpo y la sangre
de Cristo está n presentes en la eucaristía), la misa, la confesió n
auricular y absolució n sacerdotal, el cará cter sacerdotal del
ministerio, el sistema moná stico y un estilo histrió nico, sensual y
llamativo de su culto pú blico. ¡La consecuencia natural es que
mucha gente sencilla no ve nada perjudicial en el papismo!

(c)Por ú ltimo, pero no menos importante, es có mo la liberalidad


falsa del tiempo en que vivimos ayuda a una tendencia hacia el
catolicismo romano. Está de moda decir ahora que todas las sectas
debieran considerarse iguales, que el estado no debería tener nada
458 SANTIDAD
que ver con la religió n, que todos los credos debieran ser
considerados con el mismo respeto y que todas las religiones, en el
fondo, comparten una verdad, ¡sea el budismo, islamismo o
cristianismo! La consecuencia es que miríadas de gente ignorante
comienzan a pensar que no hay nada realmente peligroso en los
principios de los papistas, como no lo hay en los principios
metodistas, independientes, presbiterianos o bautistas,

y que tenemos que dejar tranquilo al romanismo y nunca exponer


su cará cter anti bíblico que deshonra a Cristo.
(3) Las consecuencias de este cambio de actitud será muy
desastroso y funesto, a menos que se lo detenga. Dejar que el
papado se extienda en Inglaterra, significará el final de toda nuestra
grandeza nacional. Dios nos abandonará y nos hundiremos al nivel
de Portugal y Españ a. Significará que se desalentará la lectura de la
Biblia, se prohibirá tener un criterio personal, aparecerá n obstá culos
y obstrucciones en el camino hacia la cruz de Cristo, se volverá a
establecer la funció n sacerdotal, la confesió n auricular en cada
parroquia, los monasterios cundirá n por todo el país. Las mujeres
en todas partes se arrodillará n como esclavas a los pies de los
clérigos, los hombres perderán su fe y serán escépticos, las escuelas
y universidades pasará n a ser seminarios de los jesuitas, el libre
pensamiento será denunciado y declarado anatema. Y con todo
esto, gradualmente irá desapareciendo la valentía e independencia
del cará cter britá nico. Creo con firmeza que todo esto sucederá , a
menos que se avive el sentimiento del valor intrínseco del
protestantismo.
(4) Advierto a todo el que lee este escrito y, en particular,
advierto a mis hermanos creyentes, que estos tiempos requieren
que despertemos y nos mantengamos en guardia. Cuidémonos del
romanismo y de cualquier enseñ anza religiosa que, queriendo o no,
le abre a éste el camino. En nuestro país está desapareciendo
gradualmente el protestantismo; le ruego que comprenda esta
¿Es usted nacido de nuevo? 459
dolorosa verdad. Y le ruego, como cristiano y patriota, que resista
la creciente tendencia a olvidar las bendiciones de la Reforma
Inglesa.
Por Cristo, por la iglesia, por nuestra patria, por nuestros hijos, no
volvamos a la ignorancia, a la superstició n, a los artificios
sacerdotales y a la inmoralidad romana.

Nuestros antepasados probaron el papado durante siglos y,


finalmente, se libraron de él con disgusto e indignació n. No
volvamos el reloj regresando a Egipto. No hagamos las paces con
Roma hasta que Roma confiese sus errores y haga las paces con
Cristo. Hasta que Roma haga eso, la reunificació n de las iglesias
occidentales, de la cual hablan algunos y nos la recomiendan, es un
insulto al cristianismo.
Lea su Biblia y llene su mente de argumentos bíblicos. Un
laicado que lee la Biblia es la manera má s segura de defenderse
contra el error. No temo por el protestantismo inglés si el laicado
inglés cumple su deber. Lea sus treinta y un artículos en Apology
(Apología) de Jewell y note có mo esos documentos prácticamente
olvidados hablan de las doctrinas romanas. Lamentablemente, los
clérigos somos a menudo los culpables. ¡No observamos el primer
canon que manda predicar cuatro veces por añ o en contra de la
supremacía del Papa! Con demasiada frecuencia, nos
comportamos como si el “papa gigante” estuviera muerto y
sepultado, y nunca lo mencionamos. Con demasiada frecuencia,
por temor a ofender, no le mostramos a nuestra gente la naturaleza
e impiedad real del papado.
Ruego a mi lector que, ademá s de leer la Biblia y los Artículos,
lea la historia y se entere de lo que Roma hizo en el pasado. Lea
có mo pisoteó las libertades de nuestro país, saquearon los bienes de
nuestros antepasados y mantuvieron a toda la nació n en la
ignorancia, la superstició n y la inmoralidad. Lea có mo el
460 SANTIDAD
Arzobispo Laud arruinó a la iglesia y al estado, y causó que él y el
Rey Carlos fueran ejecutados en la horca por su esfuerzo necio,
obstinado y desagradable a Dios de erradicar el protestantismo de
la Iglesia Anglicana. Lea có mo el ú ltimo rey de Inglaterra papista,
Jacobo Segundo, perdió su corona por su audaz intento de arrasar
con el protestantismo y volver a introducir el papado. Y recuerde que
Roma nunca cambia.

Es su gloria presumir que es infalible y que siempre lo será .


Lea también las condiciones alrededor del mundo en la actualidad.
¿Qué es lo que hizo de Italia y Sicilia lo que eran hasta hace poco?
El papado. ¿Qué es lo que ha hecho de los estados sudamericanos
lo que son? El papado. ¿Qué es lo que ha hecho de Españ a y
Portugal lo que son? El papado. ¿Qué es lo que ha hecho de Irlanda
lo que es en Munster, Leinster y Connaught? El papado. ¿Qué es lo
que hace que Escocia, los Estados Unidos y nuestra amada Inglaterra
sean los países pró speros que son, y rogamos que lo sigan siendo?
Respondo sin vacilar que es el protestantismo, la libertad de leer la
Biblia y los principios de la Reforma. Por favor, ¡piénselo dos veces
antes de descartar los principios de la Reforma! Piénselo dos veces
antes de ceder a la tendencia prevaleciente de favorecer el papado y
volver a Roma.
La Reforma…
- encontró a los ingleses sumidos en la ignorancia y los dejó
poseyendo conocimiento,
- los encontró sin Biblias y puso una Biblia en cada parroquia,
- los encontró en las tinieblas y los dejó , comparativamente
hablando, en la luz,
- los encontró sujetos a los sacerdotes y los dejó disfrutando la
libertad que brinda Cristo,
- los encontró ignorantes en cuanto a la sangre de la expiació n,
la fe, la gracia y la verdadera santidad, y los dejó con la llave de
estas bendiciones en las manos,
¿Es usted nacido de nuevo? 461
- los encontró ciegos y los dejó viendo,
- los encontró esclavos y los dejó libres.
¡Siempre demos gracias a Dios por la Reforma! ¡Encendió una
luz que no debemos dejar que se apague nunca! ¡Digo bien cuando
afirmo que estos tiempos requieren de nosotros un sentido renovado
de las maldades del romanismo y del valor enorme de la Reforma
Protestante!

IV. La santidad personal y la práctica cotidiana de nuestra fe.


En cuarto lugar, estos tiempos requieren de nosotros una norma
más elevada de santidad personal y más atención a la práctica
cotidiana de nuestra fe.
Sinceramente, estoy convencido de que desde los días de la
Reforma, no ha habido nunca como ahora en Inglaterra tanta
profesió n de fe sin prá ctica, tanto hablar de Dios sin andar con él,
tanto oír las palabras de Dios sin ponerlas en acció n. ¡Nunca hubo
tanto metal que resuena y címbalo que retiñ e! Nunca tanta
formalidad y tan poca realidad. Todo el tenor de la mente de los
hombres con respecto a lo que constituye un cristianismo prá ctico
parece estar en declinació n. La antigua norma de oro de la conducta
apropiada de la mujer y el hombre cristiano parece haberse
corrompido y degenerado. Se ve una cantidad de (supuestos)
cristianos haciendo continuamente cosas que en el pasado hubieran
sido consideradas contradictorias a una fe vital. No ven nada malo en
cosas como jugar a las cartas, ir al teatro, bailar, pasarse el día
leyendo novelas y viajar los domingos, ¡no entienden en absoluto
por qué usted las objeta! La antigua sensibilidad de conciencia
acerca de estas cosas parece estar desapareciendo y en peligro de
extinció n como el dodo de las islas Mauricio. Cuando nos
aventuramos a exhortar a los jó venes que las practican, se nos
quedan mirando, considerá ndonos anticuados, de mente cerrada,
fosilizados, y preguntan “¿Qué tiene de malo?”. En suma, la laxitud
de las ideas entre los jó venes y la seguridad en sí mismos, ademá s
462 SANTIDAD
de la frivolidad entre las señ oritas, son características demasiado
comunes de una nueva generació n de profesantes cristianos.
No me equivoco al decir todo esto. Esté seguro que mi
intenció n no es recomendar una prá ctica ascética. Los monasterios
para monjes y para monjas, un retiro completo del mundo y
negarnos a cumplir nuestras obligaciones en él, distan de ser
bíblicos, segú n mi entender,

y no son má s que errores en las prá cticas que distraen del


comportamiento cristiano bíblico. Tampoco creo que me toque
instar a los hombres a vivir una norma ideal de perfección que no
encuentro en la Palabra de Dios, una norma imposible de alcanzar en
esta vida, y que pasa la administració n de los asuntos de la sociedad
al diablo y a los impíos. No, anhelo siempre promover una prá ctica
cristiana amistosa, alegre y valiente que glorifica a Cristo y es
apropiada en toda ocasió n y en todo lugar.
El camino a una norma de santidad má s elevada es muy sencilla,
tan sencilla que me imagino a algú n lector sonriendo con desdén.
Pero, aun sencilla como es, es un camino tristemente descuidado y
lleno de malezas, y ya es tiempo de llamar la atenció n a él.
(a) Necesitamos, pues, examinar má s detenidamente nuestros
viejos amigos, los Diez Mandamientos. Estudiados y
apropiadamente desarrollados como lo fueron por el Obispo
Andrews y los puritanos, las dos tablas de la ley de Dios son una mina
perfecta de religió n práctica. Creo que es una señ al maligna de
nuestros tiempos, el que muchos pastores no hacen colocar una
placa con los diez mandamientos en sus templos nuevos o
restaurados, y tranquilamente dicen: “¡Ya no se necesitan!” ¡Creo
que nunca han sido tan necesarios como ahora!
(b) Tenemos que examinar con más cuidado, porciones de las
enseñ anzas de nuestro Señ or Jesucristo como el Sermón del Monte.
¡Qué riqueza para reflexió n contiene ese maravilloso discurso! Qué
expresió n impresionante es: “Si vuestra justicia no fuere mayor que la
¿Es usted nacido de nuevo? 463
de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt.
5:20). ¡Ay, rara vez se usa ese texto!
(c) En ú ltimo lugar, pero no por eso menos importante, tenemos que
estudiar con cuidado la ú ltima parte, eminentemente prá ctica, de
casi todas las epístolas de Pablo a las iglesias. Casi ni se las tiene en
cuenta. Me temo que muchos lectores de la Biblia conocen bien los
primeros once capítulos de la Epístola a los Romanos,

pero poco saben de los ú ltimos cinco. Cuando Thomas Scott


predicaba sobre la Epístola a los Efesios en la antigua Lock Chapel,
hizo la observació n de que ¡cuando llegó a la parte prá ctica del
libro, la asistencia comenzó a bajar!
Vuelvo a decir que quizá usted piense que mis recomendaciones
son demasiado sencillas. No vacilo en afirmar que darles su
atenció n sería, con la bendició n de Dios, muy provechoso para la
causa de Cristo. Creo que elevaría la norma cristiana de mi lector a un
nivel hasta ahora casi desconocido, en relació n con temas como la fe
en el hogar, el apartarse del mundo, diligencia en cumplir con las
obligaciones diarias, generosidad, buen cará cter y una mente
espiritual.
En estos ú ltimos tiempos, se escucha una queja comú n en
cuanto a la falta de poder en el cristianismo moderno. Se dice que
la verdadera iglesia de Cristo, el cuerpo del cual él es la Cabeza, no
sacude al mundo actual como lo hacía en el pasado. ¿Quiere que le
diga directamente cuá l es la razó n? Es la escasa espiritualidad que
tristemente prevalece entre los cristianos profesantes. Es la falta
de hombres y mujeres que caminan con Dios y ante Dios, como lo
hacían Enoc y Abraham. Aunque ahora los fieles exceden por
mucho a nuestros antepasados evangélicos, creo que somos
muchos menos, los que estamos a la altura de ellos en cuanto a la
prá ctica de nuestras creencias se refiere. ¿Dó nde está el negarnos a
nosotros mismos, la redenció n del tiempo, el desprecio a los lujos y a
darnos gusto, la separació n notoria de las cosas terrenales, el aspecto
464 SANTIDAD
manifiesto de estar siempre ocupados en los asuntos de nuestro
Señ or, la fidelidad, la sencillez de la vida hogareñ a, la conversació n
de altura en la sociedad, la paciencia, la humildad y la cortesía
universal que caracterizó a tantos de nuestros antepasados hace
setenta y ochenta añ os.
Sí, ¿dó nde está n todas estas virtudes? Hemos heredado sus
principios y vestimos su armadura, pero me temo que no hemos
heredado su práctica.

El Espíritu Santo lo ve y se contrista, el mundo lo ve y nos


desprecia. El mundo lo ve y le importa poco nuestro testimonio. Es
un estilo de vida, en imitació n de la vida de Cristo, lo que influye
sobre el mundo. Resolvamos, con la bendició n de Dios, quitarnos
este reproche. Despertemos para ver claramente lo que estos tiempos
requieren de nosotros en este sentido. Apuntemos a una norma más
elevada de la prá ctica de nuestra fe. Dejemos atrá s el vivir una
santidad a medias. En adelante, esforcémonos por caminar con Dios,
ser íntegros e irrefutables en nuestra vida cotidiana y así, si no
podemos convertir a un mundo burló n, por lo menos podremos
silenciarlo.
V. Perseverancia en las sendas antiguas
En quinto y ú ltimo lugar, estos tiempos requieren de nosotros
una perseverancia más regular y constante en andar en las sendas
antiguas, a fin de recibir bendiciones para nuestras almas.

Religiosidad pública
No creo que ninguna persona inteligente puede dejar de ver que ha
habido en los ú ltimos añ os un aumento tremendo de lo que tengo
que llamar, por falta de una expresió n mejor, una religiosidad
pública. Se han multiplicado, extrañ amente, los lugares para el
culto pú blico de todo tipo. Por lo menos diez veces má s, iglesias
han abierto sus puertas a la oració n, predicació n y administració n
¿Es usted nacido de nuevo? 465
de la Cena del Señ or, que hace cincuenta añ os. Los servicios
religiosos en las naves de las catedrales, las reuniones en grandes
salones pú blicos y cultos en misiones se llevan a cabo día tras día y
noche tras noche. Todo esto se ha convertido en algo muy comú n.
Son, de hecho, las instituciones establecidas de esta época y, a
juzgar por el nú mero de asistentes, son prueba fehaciente de que
son populares. En suma, nos encontramos con el hecho
incuestionable de que el ú ltimo cuarto del siglo XIX es una época
con una cantidad inmensa de religiosidad pública.

No pienso criticarlo. Que nadie lo suponga ni por un minuto. Al


contrario, doy gracias a Dios por el avivamiento del plan apostó lico
de “agresividad” cristiana y el aumento evidente de un anhelo por
imitar a San Pablo en cuanto a su celo por la evangelizació n: “A
todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos”
(1 Co. 9:22). Doy gracias por los cultos má s breves, los grupos
misioneros en casas de familia y los movimientos evangelizadores
como los de Moody y Sankey. Cualquier cosa es mejor que el
letargo, la apatía y la inercia. El mismo Apó stol decía: “Cristo es
anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aú n” (Fil. 1:18). Los
predicadores y justos de Inglaterra en un tiempo anhelaban ver
algo así, pero nunca lo pudieron ver. Si a Whitefield y Wesley les
hubieran dicho que vendría una época cuando los arzobispos y
obispos ingleses, no só lo aprobarían cultos en las misiones, sino
que tomarían parte activa en ellos, no creo que lo hubieran creído.
Pienso que dirían má s bien, como el samaritano noble en la época
de Eliseo: “Si Jehová hiciese ahora ventanas en el cielo, ¿sería esto
así?” (2 R. 7:2).
Pero, aunque damos gracias por el aumento de religiosidad
pública, no olvidemos nunca que, a menos que vaya acompañ ada
por una fe personal, no tienen ningú n valor y hasta puede tener
efectos negativos. Correr incesantemente detrá s de predicadores
sensacionalistas en salones de reuniones calurosos y abarrotados,
que se prolongan hasta altas horas de la noche, una ansiedad
466 SANTIDAD
constante por sentir nuevas emociones y ver métodos novedosos,
terminan produciendo un estilo enfermizo de cristianismo, y me
temo que, en muchos casos, significan la ruina total del alma.
Porque desgraciadamente los que hacen de la religiosidad pública su
todo, a menudo, por puras emociones temporales, después de
algú n gran despliegue de oratoria eclesiá stica, profesan sentir má s
de lo que realmente sienten. Después de esto, los vemos en un
nivel que imaginan haber alcanzado por una sucesió n de
excitaciones religiosas.

Pero tarde o temprano, como sucede con los que mastican opio
y los que beben alcohol, llega un momento cuando sus dosis ya no
hacen efecto y comienzan a sentirse agotados y descontentos. Me
temo que, con demasiada frecuencia, la conclusió n de toda la
cuestió n es que vuelven a caer en una falta de vitalidad e incredulidad
total, y un regreso total al mundo. ¡Y todo esto no tiene nada que
ver má s que con el hecho de tener só lo una religiosidad pública! Oh,
recuerde el pueblo que no fue el viento, ni el fuego, ni el
terremoto, que le mostró a Elías la presencia de Dios, sino “un
silbo apacible y delicado” (1 R. 19:12).
Religiosidad personal
En primer lugar, quiero advertir que no quiero ver que
disminuya la religiosidad pú blica; en cambio, sí quiero promover
un aumento de una espiritualidad basada en una fe auténtica que
sea privada, privada entre cada persona y su Dios. La raíz de una
planta o un á rbol no se ve en la superficie de la tierra. Si
escarbamos hasta encontrarla y la examinamos, descubrimos es
una cosa fea, sucia y tosca que dista de ser hermosa a la vista,
como lo es el fruto, la hoja o la flor. No obstante, esa raíz fea, es el
verdadero origen de toda la vida, salud, vigor y fertilidad que los
ojos ven y, sin ella, la planta o él á rbol, pronto muere. Ahora bien,
la comunión privada es la raíz de todo cristianismo vital. Sin ella,
podemos aparentar mucho en las reuniones o en la plataforma, cantar
¿Es usted nacido de nuevo? 467
a viva voz, derramar muchas lá grimas y tener el nombre de estar
vivos y la alabanza de la gente. Pero, sin una fe personal, no
tenemos vestido de boda y estamos “muertos ante Dios”. Los
tiempos requieren de todos nosotros má s atenció n a nuestra fe
personal, nuestra adoració n privada.
(a) Oremos con más fervor a solas y pongamos toda el alma en
nuestras oraciones. Hay oraciones vivas y oraciones muertas,
oraciones que no nos cuestan nada y oraciones que, a menudo, nos
cuestan muchas lá grimas.

¿Có mo son las suyas? Cuando grandes profesantes resbalan en


pú blico y la iglesia se sorprende y queda pasmada, la verdad es que
ya habían caído mucho antes en privado. Ya habían descuidado el
trono de gracia.
(b) Leamos más nuestras Biblias a solas y con má s sacrificio y
diligencia. Ignorar las Escrituras es la raíz de todo error y nos
mantiene indefensos ante las acechanzas del diablo. Sospecho que, en
la actualidad, hay menos lectura bíblica en privado que cincuenta
añ os atrá s. No puedo creer que haya tantos hombres y mujeres
ingleses que han sido “llevados por doquiera de todo viento de
doctrina” (Ef. 4:14). Hay algunos cayendo en el escepticismo, otros
en un fanatismo cerrado y exagerado y otros má s, yéndose a la
religió n de Roma, y todo esto porque se habituaron a leer la Palabra
de Dios con desgano, superficialidad, indiferencia y por costumbre.
“Errá is, ignorando las Escrituras y el poder de Dios” (Mt. 22:29). La
Biblia en el pú lpito nunca debe reemplazar a la Biblia en el hogar.
(c) Tengamos el hábito de cultivar más la meditación y comunión
con Cristo a solas. Resolvamos dedicar tiempo a estar a solas,
ocasionalmente, para hablarles a nuestras propias almas como lo hizo
David; para derramar nuestros corazones a nuestro Sumo Sacerdote,
Abogado y Confesor a la diestra de Dios. Queremos má s confesió n
auricular, pero no con el hombre. El confesionario que queremos no
es un rincó n de la sacristía, sino ante el trono de gracia. Veo que
468 SANTIDAD
algunos cristianos profesantes siempre andan de aquí para allá
buscando alimento espiritual, siempre en pú blico y siempre sin
aliento y apurados. Nunca se toman el tiempo para sentarse
tranquilamente, con el fin de considerar y analizar su condició n
espiritual. No es de sorprender, pues, ver que estos cristianos
tienen una fe raquítica y atrofiada, y no crecen, y si, como las vacas
flacas de Faraó n, no se ven mejor, sino peor, es por sus banquetes
de religiosidad pú blica.

Nuestra prosperidad espiritual depende muchísimo de nuestra fe


personal y nuestra fe personal no puede prosperar, a menos que
decidamos que, con la ayuda de Dios, cueste lo que cueste, nos
haremos tiempo para reflexionar, orar, leer la Biblia y tener una
comunió n personal con Cristo. ¡Ay! Có mo se descuida aquel consejo
de nuestro Señ or: “Entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a
tu Padre” (Mt. 6:6). Nuestros antepasados evangélicos tenían
mucho menos medios y oportunidades de los que tenemos
nosotros. Desconocían lo que eran los salones de reunió n
completamente llenos, excepto, ocasionalmente, algú n lugar
donde predicaban hombres como Whitefield, Wesley o Rowlands.
Los procedimientos que usaban no eran novedosos ni populares y,
a menudo, les hacían má s propensos a ser perseguidos y
maltratados que a ser elogiados. Pero las armas que usaban, las
usaban bien. Con menos ruido y aplausos de parte del hombre,
dejaron una huella mucho má s profunda para Dios en su
generació n de la que dejamos nosotros con nuestras conferencias,
reuniones, misiones, salones y mú ltiples espectá culos religiosos.
Sospecho que los convertidos de antañ o, como las telas de lino,
quedaban mejor, duraban má s, desteñ ían menos, mantenían
mejor su color, eran má s estables y estaban má s fuertemente
arraigados que muchos de los infantes espirituales de esta época. ¿Y
cuá l era la razó n? Creo que era porque daban má s atenció n a su fe
¿Es usted nacido de nuevo? 469
personal, a su comunió n privada, que la que, generalmente, damos
nosotros. Andaban cerca del Señ or y lo honraban en privado, y él
los honraba en pú blico. ¡Oh, sigamos a Cristo como lo seguían
ellos! Vayamos y hagamos lo mismo.
Aplicaciones prácticas
Concluiremos con algunas aplicaciones prá cticas.
(1) En primer lugar, ¿comprende qué requiere de usted este
tiempo con referencia a su propia alma? Preste atenció n y se lo
diré. Usted vive en una época de peligros espirituales singulares.

Posiblemente, nunca hubo en el pasado tantas trampas y


obstá culos en el camino al cielo y, por cierto, nunca han existido
trampas con señ uelos tan habilidosos y obstá culos tan
ingeniosos como en el presente. Mire bien quién es usted. Fíjese
bien en sus acciones. Reflexione en los senderos por donde
andan sus pies. Tenga cuidado de no causar la aflicció n y ruina
eterna de su propia alma. Tenga cuidado de no caer en la
infidelidad prá ctica bajo el engañ oso nombre del libre
pensamiento. Cuidado de no caer indefenso en un estado de
indecisió n con referencia a las verdades doctrinales por no querer
ser partidista y bajo la influencia perjudicial de la llamada
liberalidad y caridad. Tenga cuidado de no malgastar su vida en
deseos y la bú squeda de significado porque puede llegar el día
de decisió n cuando la puerta se cierre y usted sea entregado a
una conciencia muerta y a una muerte sin esperanza. Despierte y
sienta el peligro que corre. Levá ntese y sea diligente en asegurarse
de que su llamado y elecció n sea segura, no importa que otras
cosas deja inseguras. El reino de Dios está muy cerca. Cristo, el
Salvador todopoderoso, Cristo el Amigo del pecador, Cristo y la
vida eterna está n listos para usted. Lo ú nico que usted tiene que
hacer es venir a Cristo. Levá ntese y deje a un lado todas las
excusas, Cristo lo llama hoy mismo. No espere una compañ ía, si
no la puede tener, no espere a nadie. Los tiempos, repito, son
470 SANTIDAD
desesperadamente peligrosos. Si son pocos los que toman el
camino angosto de la vida, decida que con la ayuda de Dios, al
menos usted estará entre esos pocos.
(2) En segundo lugar, ¿comprende usted lo que este tiempo requiere
de todos los cristianos con referencia a las almas de los demás?
Preste atenció n y se lo diré. Usted vive en un tiempo de mucha
libertad y abundantes oportunidades de hacer el bien. Nunca hubo
tantas puertas abiertas para ser ú tiles, tantos campos blancos para la
mies.

Ocú pese de usar esas puertas abiertas y procure cosechar esos


campos. Trate de hacer un poco de bien antes de morir. Esfuércese
por ser ú til. Decida que, con la ayuda de Dios, dejará el mundo un
poco mejor el día de su muerte que el día en que nació . Recuerde
las almas de familiares, amigos y compañ eros; recuerde que Dios,
a menudo, obra por medio de instrumentos débiles, y trate con
santo ingenio, de guiarles a Cristo. El tiempo es breve: La arena del
reloj de este mundo ya casi ha descendido del todo; entonces, redima
el tiempo y procure no irse al cielo solo. Es claro que usted no
puede ordenar el éxito. No es seguro que sus esfuerzos de hacer el
bien siempre resulten en el bien de otros; pero es muy seguro que
siempre le hará bien a usted. El ejercicio es el gran secreto de una
buena salud, tanto física como espiritual. “Y el que saciare, él también
será saciado” (Pr. 11:25). Pocos entienden la siguiente afirmació n
profunda y sin igual del Señ or: “Má s bienaventurado es dar que
recibir” (Hch. 20:35).
(3) En ú ltimo lugar, ¿comprende usted lo que este tiempo
requiere de usted con referencia a la Iglesia? Deme su atenció n y
se lo diré. Es indudable que vivimos en una época cuando nuestra
iglesia, respetada por tantos añ os, se encuentra en una posició n
muy crítica, angustiante y peligrosa. Sus remeros la han llevado a
aguas revueltas. Su existencia misma peligra debido a los papistas,
infieles y liberales de afuera y a la conducta de traidores, falsos
¿Es usted nacido de nuevo? 471
amigos y líderes medrosos de adentro. No obstante, mientras la
Iglesia se aferre firmemente a la Biblia, los Artículos y los principios
de la Reforma Protestante, le aconsejo que se quede en la iglesia.
Cuando los Artículos sean arrojados por la borda y se haya bajado
la vieja bandera, entonces, y no hasta entonces, será tiempo de que
usted y yo echemos los botes salvavidas al mar y abandonemos el
barco para no naufragar. Pero por ahora, quedémonos en la vieja
embarcació n.

¿Por qué hemos de abandonarla ahora, cuando se encuentra en


dificultades y cuesta trabajo mantener la verdad? ¿Có mo podemos
mejorar nosotros mismos? ¿A quién podemos ir? ¿A dó nde
encontraremos mejores oraciones? ¿En qué congregació n o
comunidad encontraremos que se esté haciendo tanto bien, a pesar
de la existencia de tanta maldad? Es indudable que hay mucho que
lamentar, pero no hay en la actualidad ni una iglesia visible sobre la
tierra que ande mejor. No hay ni una comunidad cristiana donde
no haya nubarrones y reine la serenidad. “El mal está mezclado
con lo bueno en todas partes”. El trigo nunca crece sin cizañ a. A
pesar de todo, tenemos mucho de qué alegrarnos. Hay má s
predicació n evangélica que nunca en el país, má s obra aquí y en otras
naciones. Si el que fuera William Romaine, de St. Anne’s,
Blackfriars, quien junto con media docena má s eran los ú nicos en
Londres el siglo pasado, hubiera vivido para ver lo que nuestros ojos
ven, nos reprendería fuertemente por nuestro desaliento e
ingratitud. ¡No! La batalla de la Iglesia reformada no está perdida, a
pesar del semipapismo y el escepticismo, no importa lo que digan
los observadores de afuera y los quejosos de adentro. Como dijo
Napoleó n a las cuatro de la tarde en la batalla de Marengo: “Todavía
hay tiempo para ganar una victoria”. Si los miembros realmente
fieles de la Iglesia la apoyan con valentía, en lugar de mirarse
fríamente los unos a los otros y, en vez, de negarse a trabajar en la
misma máquina apagafuegos o en el mismo bote salvavidas, y si cesan
472 SANTIDAD
de pelear y discutir, dañ á ndose a sí mismos, la Iglesia vivirá y no
morirá , y será una bendició n para los hijos de nuestros hijos. Por lo
tanto, plantemos los pies en el suelo y permanezcamos firmes en
nuestra posició n. No nos apuremos a abandonar el barco por unas
pocas fugas; en cambio, pongamos hombres a bombear y tratemos de
mantener al buen barco a flote. Sigamos trabajando, sigamos
luchando, sigamos orando y sigamos fieles a la Iglesia. Estoy
convencido de que el creyente que haga esto, es el que “entiende los
tiempos”.

20.“Cristo es el todo”
“Cristo es el todo”. Colosenses 3:11

Las palabras de nuestro texto son pocas, breves y se dicen


pronto; pero contienen grandes verdades. Al igual que aquellos
versículos de oro: “Para mí el vivir es Cristo”, “Ya no vivo yo, mas
vive Cristo en mí” (Fil. 1:21; Gá l. 2:20), las palabras a los
colosenses son singularmente ricas y significativas.
Estas cuatro palabras son la esencia y la sustancia del cristianismo.
Si nuestro corazó n realmente puede estar de acuerdo con ellas, le
hará bien a nuestra alma. Si no, seguramente, todavía tenemos
mucho que aprender.
Voy a tratar de establecer en qué sentido “Cristo es el todo” y les
pido que, a medida que vayan leyendo, juzguen con sinceridad, si
acaso están seguros de que no pueden naufragar en el juicio final.
A propó sito, termino este libro con un comentario sobre este
notable texto. Cristo es la fuente principal, tanto del cristianismo
doctrinal como del prá ctico. Un conocimiento adecuado de Cristo es
esencial para entender correctamente las doctrinas de la
santificació n y la justificació n. El que comienza el camino de la
santidad, no hará ningú n progreso, a menos que le dé a Cristo el
¿Es usted nacido de nuevo? 473
lugar que le corresponde. Empecé este libro con una afirmació n
clara acerca del pecado. Quiero terminarlo con una declaració n,
igualmente clara, acerca de la persona de Cristo.
I. “Cristo es el todo” respecto al hombre
Antes de cualquier otra cosa, entendamos que Cristo es el todo en
todos los consejos de Dios respecto al hombre.
(a) Hubo un tiempo cuando esta tierra no existía.

Só lidas como se ven las montañ as, sin límites como aparenta ser el
mar, altas como se ven las estrellas en el cielo, nada de eso existía. Y
el hombre, con todos los altos conceptos que ahora tiene de sí
mismo, era una criatura desconocida.
¿Y dónde estaba Cristo entonces? Las Escrituras nos ayudan a
contestar esta pregunta: “El Verbo era con Dios” y era “igual a
Dios” (Jn. 1:1; Fil. 2:6). Cristo ya era en aquel entonces el Hijo amado
del Padre: “Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que
tuve contigo antes que el mundo fuese” (Jn. 17:5). “Me has amado
desde antes de la fundació n del mundo” (Jn. 17:24). “Eternamente
tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra” (Pr. 8:23).
Incluso ya él era el Salvador “destinado desde antes de la
fundació n del mundo” (1 P. 1:20) y los creyentes fueron escogidos
“en él antes de la fundació n del mundo” (Ef. 1:4).
(b) Llegó un momento cuando esta tierra fue creada en su orden
actual. El sol, la luna y las estrellas, el mar, la tierra y todos sus
habitantes, fueron llamados a ser y hacer en medio del caos y la
confusió n. Y, por ú ltimo, el hombre fue formado del polvo de la
tierra.
¿Y dónde estaba Cristo entonces? Lo que dicen la Escrituras:
“Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha
sido hecho, fue hecho” (Jn. 1: 3). “En él fueron creadas todas las
cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra” (Col.
474 SANTIDAD
1:16). “Y: tú , oh Señ or, en el principio fundaste la tierra, y los
cielos son obra de tus manos” (He. 1:10).
“Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba el
círculo sobre la faz del abismo; cuando afirmaba los cielos arriba,
cuando afirmaba las fuentes del abismo; cuando ponía al mar su
estatuto, para que las aguas no traspasasen su mandamiento;
cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo
ordená ndolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz
delante de él en todo tiempo” (Pr. 8:27-30).

¿Nos sorprende que el Señ or Jesú s, en su predicació n, usara


elementos que extraía del libro de la naturaleza? Cuando hablaba
de las ovejas, los peces, los cuervos, el grano, los lirios, la higuera,
la vid, se refería a las cosas que él mismo había creado.
(c) Llegó un día cuando el pecado entró en el mundo. Adá n y Eva
comieron del fruto prohibido y cayeron. Perdieron la naturaleza
santa que tenían en el principio. Perdieron la amistad y el favor de
Dios y se convirtieron en seres culpables, indefensos, corruptos y
pecadores sin esperanza. El pecado fue desde entonces una barrera
infranqueable entre ellos y su Padre santo en el cielo. Dios tuvo que
tratar con ellos de acuerdo con su pecado. Ahora no había nada
delante de Adá n y Eva, sino la muerte, el infierno y la ruina eterna.
¿Y dónde estaba Cristo entonces? En ese preciso momento, a
nuestros temblorosos padres, les fue revelada la ú nica esperanza de
salvació n: Cristo Jesú s. El mismo día en que desobedecieron, se les
dijo refiriéndose a la simiente de la mujer: “É sta te herirá en la
cabeza, y tú le herirá s en el calcañ ar”. También se les comunicó
que un Salvador nacido de mujer vencería al diablo y, de esa
manera, ganaría una entrada a la vida eterna para el hombre pecador
(Gn. 3: 15). Cristo fue presentado como la verdadera luz del mundo
en el mismo día de la caída del hombre y, a partir de ese día, nunca
se ha dado a conocer otro nombre por el cual las almas puedan ser
salvas, má s que el nombre Jesú s (Hch. 4:12). Por él, todas las almas
¿Es usted nacido de nuevo? 475
salvadas han entrado en el cielo, desde Adá n en adelante, y sin él,
nadie puede escapar de las garras del infierno.
(d) Llegó un momento cuando el mundo estaba sumido y hundido
en una profunda ignorancia de Dios. Después de 4.000 añ os, parece
que las naciones de la tierra se han olvidado completamente del Dios
que las creó . El imperio egipcio, el asirio, el persa, el griego y el
romano no hicieron má s que extender la superstició n y la idolatría.

Los poetas, historiadores y filó sofos habían demostrado que, aun con
todas sus facultades intelectuales, no tenían un conocimiento
correcto de Dios y que el hombre, abandonado a su suerte, era
totalmente corrupto. “El mundo no conoció a Dios mediante la
sabiduría” (1 Co. 1:21). Excepto por unos cuantos judíos
despreciados en un rincó n de la tierra, el mundo entero estaba
muerto en la ignorancia y sumido en el pecado.
¿Y qué hizo Cristo entonces? Dejó la gloria que había sido suya
desde toda la eternidad con el Padre y descendió al mundo para
ofrecer salvació n. É l tomó nuestra naturaleza y nació como hombre.
Como hombre, hizo la voluntad de Dios perfectamente, cosa que todos
habíamos dejado de hacer; como hombre, sufrió en la cruz del
Calvario la ira de Dios que nosotros debíamos haber sufrido.
Ascendió a la gloria de Dios y se sentó a su diestra, en espera de
que sus enemigos sean puestos al estrado de sus pies. Y desde allí,
ofrece salvació n a todo aquel que quiera venir a él. Intercede por
todos los que creen en él y gestiona delante del Padre todo lo que
tenga que ver con la salvació n de las almas.
(e) Vendrá el tiempo cuando el pecado será echado fuera de este
mundo. La maldad no siempre florecerá en la impunidad, Sataná s no
reinará para siempre, la creació n un día dejará de gemir sus dolores
de parto. Habrá un momento cuando todas las cosas serán
restauradas. Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, donde morará
476 SANTIDAD
la justicia, y la tierra será llena del conocimiento del Señ or, como
las aguas cubren el mar. (Ro. 8:22; Hch. 3:21; 2 P. 3:13; Is. 11:9).
¿Y dónde estará Cristo entonces? ¿Y qué hará ? Cristo mismo será
Rey. Regresará a esta tierra y hará nuevas todas las cosas. Descenderá
en las nubes del cielo con poder y gran gloria, y los reinos del
mundo se convertirá n a él. Los paganos le será n dados por
herencia y hasta el ú ltimo rincó n de la tierra por su posesió n. Toda
rodilla se doblará delante de él y toda lengua confesará que él es el
Señ or, para la gloria de Dios Padre.

Su dominio será eterno, nunca pasará , y su reino no será


destruido. (Mt. 24:30; Ap. 11:15; Sal. 2: 8; Fil. 2:10, 11; Dn. 7:14).
(f) Viene el día cuando todos los hombres serán juzgados. El mar
entregará a los muertos que estén en él y, lo mismo, hará n la
muerte y el infierno con sus muertos. Todos los que duermen en la
tumba despertará n y saldrán, y todo será juzgado segú n sus obras,
unos para vida eterna y otros para vergü enza y confusió n
perpetua. (Ap. 20:13; Dn. 12: 2)

¿Y dónde estará Cristo entonces? En el Día del Juicio, Cristo


mismo será el Juez. “El Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio
dio al Hijo”. “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y
todos los santos á ngeles con él, entonces se sentará en su trono de
gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará
los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos”.
“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el
tribunal de Cristo, para que cada uno reciba segú n lo que haya
hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (Jn.
5:22; Mt. 25:31-32; 2 Co. 5:10).
Ahora bien, si usted que lee este escrito no le da importancia a
Cristo, ¡le hago saber que difiere de Dios! Usted es de una mente y
Dios es de otra. ¿Usted cree que es suficiente dar a Cristo un poco de
honor, un poco de reverencia, un poco de respeto? Está equivocado
¿Es usted nacido de nuevo? 477
porque en todo el consejo eterno de Dios Padre, en la creació n, en la
redenció n, en la restitució n y en el juicio, Cristo es “el todo”.
Consideremos estas cosas. Obviamente fueron escritas para
recordarnos que: “El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le
envió ” (Jn. 5:23).
II. “Cristo es el todo” en la Biblia
En segundo lugar, entendamos que “Cristo es el todo” en los
libros inspirados que componen la Biblia.

Encontramos a Cristo en todas partes de ambos testamentos. Al


principio lo vemos sutil e indistintamente. En el medio, lo
encontramos má s clara y llanamente. Y lo vemos total y
completamente, al final. Cristo es el todo en toda la Biblia de una
manera real y sustancial.
El sacrificio y muerte de Cristo por los pecadores, el reino de Cristo
y su futura gloria, son la luz que tenemos que buscar en cualquier
libro de las Escrituras que leamos. La cruz de Cristo y su corona
son la clave a la que debemos aferrarnos si hemos de encontrar
nuestro camino cuando enfrentamos alguna dificultad en nuestra
lectura bíblica. Cristo es la ú nica llave que abrirá muchos de los
lugares, aparentemente oscuros, de la Palabra. Algunos se quejan de
que no entienden la Biblia. Y la razó n es muy simple: No utilizan la
clave. Para esas personas, la Biblia es como los jeroglíficos en
Egipto. Es un misterio y lo es, simplemente porque no conocen ni
emplean la clave.
(a) Todo el sistema sacrificial del Antiguo Testamento estableció
a Cristo crucificado. Cada animal ofrecido en un altar era una
confesió n prá ctica de que era necesario un Salvador que muriera por
los pecadores, un Salvador que quitara el pecado del hombre, por su
sufrimiento, como su Sustituto, es decir, que padeciera en su
lugar (1 P. 3:18). ¡Es absurdo suponer que el sacrificio de
animales inocentes, sin má s objetivo que la sola muerte, podría
478 SANTIDAD
agradar al Dios eterno!
(b) Fue Cristo a quien Abel miró cuando ofreció un mejor
sacrificio que Caín. No só lo era mejor el corazó n de Abel que el de su
hermano, sino que demostró su conocimiento del sacrificio vicario y
su fe en la expiació n. Ofreció los primogénitos de sus ovejas
incluyendo su sangre y, al hacerlo, declaró , implícitamente, su
convicció n de que sin derramamiento de sangre no hay remisió n
de pecado (He. 9:22; 11:4).

(c) Fue Cristo de quien profetizó Enoc en los días de extrema


maldad antes de la inundació n. “He aquí”, dijo, “vino el Señ or con
sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos”
(Jud. 14, 15).
(d) Fue Cristo a quien vio Abraham cuando habitó en tiendas en
la tierra prometida. É l creyó en la promesa de que por su simiente,
por uno nacido de su familia, todas las naciones de la tierra serían
bendecidas. Por la fe, vio el día de Cristo y se gozó (Jn. 8:56).
(e) Fue Cristo de quien habló Jacob a sus hijos mientras
agonizaba. Aclaró , puntualmente, la tribu de la que nacería y predijo
que “se congregará n todos los pueblos” en su presencia, lo cual aú n
está por cumplirse. “No será quitado el cetro de Judá , ni el legislador
de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregará n los
pueblos” (Gn. 49:10).
(f) Fue Cristo quien constituía la sustancia de la ley ceremonial
que Dios dio a Israel por medio de Moisés. El sacrificio de la
mañ ana y de la tarde, el derramamiento continuo de sangre, el
altar, el propiciatorio, el sumo sacerdote, la Pascua, el día de la
expiació n y el chivo expiatorio, eran imá genes, tipos y emblemas
de Cristo y su obra. Dios tuvo compasió n de la debilidad de su
pueblo. É l les enseñ ó a “Cristo” paso a paso, línea por línea y, por
medio símiles, tal como enseñ amos a los niñ os pequeñ os. Fue en
este sentido, especialmente, que “la ley ha sido nuestro ayo” para
¿Es usted nacido de nuevo? 479
guiar a los Judíos “a Cristo” (Gá . 3:24).
(g) Fue Cristo hacia quien Dios dirigió la atenció n de Israel con
todos los milagros que diariamente se hacían frente a sus propios
ojos en el desierto. La columna de fuego y la nube que los guió en
el desierto, el maná del cielo que cada mañ ana les daba para
comer, el agua de la roca golpeada y todos los demá s milagros,
cada uno era una figura de Cristo.

La serpiente de bronce, en aquella ocasió n memorable en que Dios


envió la plaga de serpientes ardientes sobre ellos, fue, sin lugar a
dudas, un emblema de Cristo (1 Co. 10:4; Jn. 3:14.)
(h) Fue Cristo de quien eran un tipo todos los jueces. Josué,
Gedeó n, Jefté, Sansó n y todos los demá s a quienes Dios levantó
para librar a Israel de su cautiverio, todos eran emblemas de Cristo.
Débiles e inestables y tan deficientes como eran, fueron usados como
un ejemplo de que vendrían cosas mejores en el futuro lejano. Todo
tuvo la intenció n de recordar a las tribus que vendría un
Libertador superior.
(i) Fue Cristo de quien el rey David era un tipo. Ungido y elegido
cuando pocos lo honraban, cuando era despreciado y rechazado por
Saú l y todas las tribus de Israel, cuando era perseguido y obligado a
huir para salvar su vida. Fue un hombre que sufrió durante toda su
vida y, sin embargo, fue un vencedor; en todas estas cosas, David
representaba a Cristo.
(j) Fue Cristo de quien todos los profetas, desde Isaías hasta
Malaquías hablaron. Ellos vieron a Cristo como a través de un
espejo, oscuramente (1 Co. 13:12). Algunas veces anunciaron los
sufrimientos de Cristo y, otras, las glorias que vendrían (1 P. 1:11).
No siempre aclararon la diferencia entra la primera y la segunda
venida de Cristo. Como dos velas en una línea recta, una detrás de la
otra, a veces, vieron ambos eventos al mismo tiempo y hablaron de
480 SANTIDAD
ellos simultáneamente. A veces, fueron movidos por el Espíritu Santo
para escribir de los tiempos del Cristo crucificado y, a veces, de su
reino en los ú ltimos días, pero lo cierto es que la muerte de Jesú s o
Jesú s reinando, es el pensamiento trascendente que siempre
encontraremos en sus mentes.
(k) Es Cristo, digo enfá ticamente, de quien todo el Nuevo
Testamento está saturado. Los Evangelios son Cristo viviendo,
hablando y desplazá ndose entre los hombres. Los Hechos son Cristo
predicado, publicado y proclamado.

Las Epístolas son Cristo escrito, explicado y exaltado. Subrayo de


nuevo: Desde Mateo hasta Apocalipsis, hay un nombre por encima
de todos los demá s y es el nombre de Cristo.
Exhorto a cada lector de este escrito a preguntarse con
frecuencia lo que la Biblia es para él. ¿Es un libro en el que ha
encontrado nada má s que buenos preceptos morales y buenos
consejos? ¿O es una Biblia en la que usted ha encontrado a Cristo?
¿Es una Biblia en la que “Cristo es el todo?”. Si no, se lo digo
claramente: Hasta ahora, usted ha usado su Biblia con un propó sito
muy limitado. Es como un hombre que estudia el sistema solar y
deja de lado un aná lisis de lo que es el sol que, al final de cuentas,
es el centro de todo. ¡No es de extrañ ar si su Biblia le resulta
aburrida!
III. “Cristo es el todo” de cada cristiano auténtico
En tercer lugar, entendamos que “Cristo es el todo” de cada
cristiano auténtico en la tierra.
Al decir esto, tengo que asegurarme que no me malinterpreten.
Todo ser humano tiene la absoluta necesidad de la elecció n de
Dios el Padre y la santificació n de Dios el Espíritu, a fin de que se
efectú e la redenció n de todos los

que han de ser salvos. Sostengo que hay una perfecta armonía e
¿Es usted nacido de nuevo? 481
idéntica tonalidad en la acció n de las tres Personas de la Trinidad,
en llevar al hombre a la gloria. Afirmo también que los tres
cooperan y obran conjuntamente en liberar al hombre del pecado
y del infierno. Tal como es el Padre, es el Hijo y el Espíritu Santo.
El Padre es misericordioso, el Hijo es misericordioso, el Espíritu
Santo es misericordioso. Los mismos tres que dijeron al principio:
“Hagamos”, también han dicho: “Redimamos y salvemos al
hombre”.

Sostengo que todo el que llega a los cielos tiene que atribuir toda
la gloria de su salvació n al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, tres
personas en un solo Dios.
Pero, al mismo tiempo, veo una prueba clara en las Escrituras,
que es el sentir de la Santísima Trinidad, que Cristo sea exaltado
prominente y distintivamente en lo que a la salvació n de las almas se
refiere. Cristo es presentado como el “Verbo” mediante el cual Dios
da a conocer su amor a los pecadores. La encarnació n y la muerte
expiatoria de Cristo en la cruz conforman la gran piedra angular sobre
la cual se apoya todo el plan de salvació n. Cristo es el camino y la
puerta, medios por los cuales se tiene acceso a Dios. Cristo es la raíz
en la que todos los pecadores elegidos deben ser injertados. Cristo es
el ú nico lugar de encuentro entre Dios y el hombre, entre el cielo y la
tierra, entre la Santa Trinidad y los pobres pecadores hijos de
Adá n. Es Cristo a quien Dios el Padre ha “señ alado” y asignado
para que dé vida a un mundo muerto (Jn. 6:27). Es Cristo a quien el
Padre le ha dado un pueblo para que lo lleve a la gloria. Es Cristo
de quien el Espíritu da testimonio y a quien el Espíritu mismo guía a
las almas para recibir perdó n y paz. En definitiva, le “agradó al Padre
que en él habitase toda plenitud” (Col. 1:19). Lo que el sol es en el
vasto firmamento, Cristo es en el cristianismo auténtico.
Digo estas cosas a manera de explicació n. Quiero que mis lectores
entiendan claramente lo que digo. “Cristo es el todo”. Con esto, no
482 SANTIDAD
pretendo echar por la borda la obra del Padre y del Espíritu Santo.
Permítame, en cambio, mostrarle lo que quiero decir.
(a) Cristo es el todo en la justificación del pecador delante de
Dios.
Solamente a través de él podemos tener paz con un Dios Santo.
Solamente por él podemos ser admitidos en la presencia del
Altísimo y permanecer allí sin ningú n temor. “Tenemos seguridad
y acceso con confianza por medio de la fe en él”. En Cristo y,
solamente en él, Dios justifica al impío (Ef. 3:12; Ro. 3:26).

¿Bajo qué circunstancias puede un mortal presentarse delante de


Dios? ¿Qué podemos argumentar en favor de la absolució n delante
de ese Ser glorioso, en cuyos ojos los mismos cielos no está n
limpios? ¿Podemos alegar que hemos cumplido con nuestro deber
con Dios? ¿Diríamos que hemos cumplido con nuestro deber con
nuestro pró jimo? ¿Podríamos presentar nuestras oraciones, nuestra
regularidad, nuestra moralidad y los cambios de conducta que
hemos logrado? ¿Sería un buen argumento decir que asistimos
fielmente a la iglesia?
¿Nos atreveríamos a pedir ser aceptados por alguno de esos “méritos”?
¿Cuá l de estas cosas podría soportar el escrutinio de los ojos de
Dios? ¿Cuá l de todas esas cosas nos puede justificar realmente? ¿Cuá l
de ellas nos garantiza que después del juicio llegaremos a la gloria?
¡Ninguna, ninguna, ninguna! Tome cualquier mandamiento del
Decá logo y examínese tomando como base ese mandamiento.
Seguramente encontrará que lo ha quebrantado con frecuencia. No
podemos presentar a Dios ni una cosa entre mil. Escoja a alguno, a
cualquiera, y analice un poco sus caminos; sin duda, su veredicto
será que no somos nada, sino simples pecadores, todos somos
culpables, todos merecemos el infierno y todos debemos morir.
¿Con qué podemos presentarnos ante Dios?
Debemos presentarnos ante Dios en el nombre de Jesú s, sin
¿Es usted nacido de nuevo? 483
ningú n otro fundamento, sin esgrimir ningú n argumento que éste:
“Cristo murió en la cruz por los impíos y confío en él. Cristo murió
por mí y yo creo en él”.
La prenda de nuestro Hermano Mayor, la justicia de Cristo, es el
ú nico traje que puede cubrirnos y hacernos aptos para estar en la
luz del cielo sin avergonzarnos.
El nombre de Jesú s es el ú nico nombre con el que tendremos la
entrada directa a la gloria eterna. Si llegamos a la puerta y
presentamos nuestros propios nombres, estamos perdidos, no
seremos admitidos, vamos a llamar en vano.

Pero si llamamos en el nombre de Jesú s, él es el pasaporte y la


contraseñ a para poder entrar y vivir allí eternamente.
La señal de la sangre de Cristo es el ú nico distintivo que puede
salvarnos de la destrucció n. Cuando los á ngeles del cielo estén
separando las ovejas de los cabritos en el día final, si no estamos
marcados con la sangre de la expiació n, más nos vale nunca haber
nacido.
¡Oh, no olvidemos nunca que Cristo debe ser “el todo” de esa
alma que quiere ser justificada! Debemos contentarnos con ir al
cielo como mendigos, salvados por gracia, simplemente como
creyentes en Jesú s; de otra manera, nunca seremos salvos. ¿Hay
entre mis lectores algú n alma mundana irreflexiva? ¿Habrá quien
piense que para alcanzar el cielo, podrá decir en su lecho de
muerte: “Señ or, ten misericordia de mí”, sin antes haber conocido a
Cristo? Amigo, usted mismo está sembrando la semilla de su
sufrimiento y, a menos que se arrepienta, despertará a la perdició n
eterna.
¿Hay algú n alma orgullosa y soberbia entre mis lectores? ¿Hay
alguien pensando que por sus propios méritos y esfuerzo puede
llegar a ser apto para el cielo y lo suficientemente bueno como
para pasar el examen de sus acciones personales? Amigo, usted
está construyendo una torre de Babel y nunca llegará al cielo si se
484 SANTIDAD
mantiene en su estado actual.
¿Hay entre mis lectores quien sienta una carga en su corazó n
respecto a su alma? ¿Hay alguien que quiera salvarse y se siente un
vil pecador? Le invito pues: “Ven a Cristo y él te salvará . Ven a Cristo
y echa la carga de tu alma sobre él. No temas; cree solamente”.
¿Tiene temor de la ira venidera? Cristo puede liberarlo de ella.
¿Siente sobre usted la maldició n por haber quebrantado la ley?
Cristo puede redimirle de la maldició n de la ley. ¿Se siente alejado
de Dios? Cristo sufrió en la cruz para lograr acercarlo a Dios. ¿Se
siente impuro?

La sangre de Cristo puede limpiarle de todo pecado. ¿Se siente


imperfecto? Usted estará completo en Cristo. ¿Se siente como si no
fuera nada? Cristo es “el todo” para su alma. Nunca, ningú n santo
alcanzó el cielo con cualquier argumento, sino diciendo: “He
lavado y emblanquecido mis ropas en la sangre del Cordero” (Ap.
7:14).
(b) Pero, repito, Cristo no só lo es “el todo” en la justificació n de
un verdadero cristiano, sino también en su santificación.
Espero que no haya nadie que me malinterprete. No quiero, ni
por un momento, restarle importancia a la obra del Espíritu Santo.
Pero sí digo que nunca, ningú n hombre será santo hasta que venga
a los pies de Cristo y se una a él. Hasta entonces, sus obras son
obras muertas; carece totalmente de santidad. Lo primero que tiene
que asegurarse es estar unido a Cristo y, luego, ser santo. El propio
Jesú s dice: “Porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15: 5).
Ninguno puede crecer en santidad, a menos que permanezca
unido a Cristo. Cristo es la raíz de la que todo creyente debe recibir su
fuerza para seguir adelante. El Espíritu es su regalo especial, regalo
que fue comprado para su pueblo. Un creyente, no só lo debe haber
“recibido al Señ or Jesucristo”, sino andar en él; siendo arraigado y
edificado en él (Col. 2: 6, 7).
¿Anhela ser santo? Entonces, tiene que alimentarse diariamente
¿Es usted nacido de nuevo? 485
de Cristo que es el maná del cielo. Recuerde el maná que comía Israel
en el desierto. ¿Quiere ser santo? Entonces Cristo debe ser la roca de
la que usted debe beber diariamente el agua viva. ¿Busca ser santo?
Entonces usted debe estar buscando siempre a Jesú s. Debe mantener
su vista en la cruz y buscar diariamente motivos para caminar má s
cerca de Dios, siguiendo su ejemplo y tomá ndolo a él como su
ejemplo de vida. Poniendo sus ojos en Cristo, usted llegará a ser
como él. Su rostro brillará sin que usted lo sepa. Si quita su vista
de usted mismo y la pone en Cristo, encontrará que, aquellas penas
que le aquejaban, se alejará n de usted y sus ojos brillará n má s y má s
cada día (He. 12:2; 2 Co. 3:18).

El verdadero secreto para salir del desierto es llegar


“recostá ndose en el Amado” (Cnt. 8:5). La manera vá lida de llegar
a ser fuerte es reconocer nuestra debilidad y convencernos de que
Cristo debe ser “el todo”. La verdadera manera de crecer en la gracia
es beber de Cristo como de una fuente inagotable que satisface las
necesidades de cada momento. Debemos emplearlo como la viuda del
profeta usaba el aceite; no só lo para pagar nuestras deudas, sino
para seguir viviendo después de haberlas pagado (2 R. 4:7).
Debemos esforzarnos por ser capaces de decir: “Lo que ahora vivo
en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí” (Gá . 2:20).
¡Siento lá stima por aquellos que pretenden ser santos sin Cristo!
Sus esfuerzos son vanos. Es como poner su dinero en una bolsa con
agujeros o como vaciar agua en un colador. Se asemeja al esfuerzo de
rodar una enorme piedra redonda cuesta arriba o construir una
pared con lodo demasiado mojado. Actuar así es comenzar en el
punto equivocado. Usted debe venir a Cristo primero y él le dará su
Espíritu santificador. Tiene que aprender a decir con Pablo: “Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13).
(c) Ademá s, Cristo no só lo es todo en la santificació n del cristiano
auténtico,
486 SANTIDAD
sino todo en su tranquilidad en el presente.
Un alma salvada tiene muchas aflicciones. Tiene un cuerpo
como el de los demá s seres humanos, débiles y frá giles. Tiene un
corazó n como los demá s hombres y, muchas veces, su corazó n es
má s sensible. Tiene sufrimientos y pérdidas como los demá s y, con
frecuencia, experimenta má s pruebas que ellos. Tiene su cuota de
duelos, muertes, decepciones y cruces. El alma salvada también tiene
la oposició n del mundo, un lugar en la vida que debe llenar en
integridad, tiene familiares no convertidos con los que tiene que
tratar con paciencia, persecuciones que soportar y una muerte que
enfrentar. ¿Y quién es suficiente para estas cosas?

¿Qué es lo que capacita al creyente para encarar todo esto? Nada


má s que “la consolació n que hay en Cristo” (Fil. 2: 1).
En realidad, Jesú s es, de hecho, el Hermano que nos acompañ a
en la adversidad. Es un Amigo más unido que un hermano y só lo él
puede consolarnos. É l es capaz de compadecerse de nuestras
enfermedades porque él mismo “fue tentado en todo segú n nuestra
semejanza” (He. 4:15). É l sabe lo que es el dolor porque fue varó n
de dolores, experimentado en quebrantos (Is. 53:3). É l sabe lo que es
un cuerpo dolorido; cuando su cuerpo estaba atormentado por el
dolor clamó : “He sido derramado como aguas, y todos mis huesos
se descoyuntaron” (Sal. 22:14). Sabe lo que son la pobreza y el
cansancio, pues a menudo, se fatigaba y no tenía dó nde reclinar la
cabeza. Sabe lo que es la incomprensió n de la familia, pues incluso
sus hermanos no le creyeron. No era honrado ni siquiera en su
propia casa.
Y Jesú s sabe exactamente có mo consolar la aflicció n de su pueblo.

Sabe có mo derramar aceite y vino en las heridas del espíritu,


conoce la forma de llenar los vacíos de los corazones, có mo
pronunciar palabras que alivien el cansancio de los suyos, có mo
curar el corazó n partido, có mo atender al que está en el lecho del
¿Es usted nacido de nuevo? 487
dolor, có mo acercarse cuando le invocamos en nuestra debilidad y
decir simplemente: “No temas”, yo soy tu salvació n (Lm. 3:57).
Hablamos de lo reconfortante es que alguien se conduela de
nosotros. ¡No hay compasió n como la de Cristo! En todas nuestras
aflicciones, él está con nosotros. É l conoce nuestras penas. Cuando
sufrimos dolor, él se duele, y como el buen médico, no escatima ni
una gota de medicina para calmar nuestro dolor. David dijo cierta
vez: “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus
consolaciones alegraban mi alma” (Sal. 94:19). Estoy seguro de
que má s de un creyente podría decir lo mismo:

“A no haber estado Jehová por nosotros, hubieran entonces


pasado sobre nuestra alma las aguas impetuosas” (Sal. 124:2, 5).
¡Es maravilloso có mo el creyente supera todas sus angustias!
¡Es impresionante có mo, cuando pasa a través del fuego de la prueba
y la inundació n de muchas aguas, recibe consolació n! ¿Có mo es
posible? Simple y sencillamente es posible porque Cristo, no só lo es
justificación y santificación, sino también consuelo. “He visto sus
caminos; pero le sanaré, y le pastorearé, y le daré consuelo a él y a
sus enlutados” (Is. 57:18).
¡Oh, a usted que quiere gozar de tranquilidad constante, lo
encomiendo a Cristo! Só lo en él no hay fracaso. Los ricos se
decepcionan de sus bienes. Los sabios se decepcionan de sus libros.
Los có nyuges se decepcionan de sus parejas. Los padres se
decepcionan de sus hijos. Los estadistas se decepcionan, a pesar de
que conquistan posició n y poder después de mucho luchar. Al final
de cuentas, descubren que tienen má s problemas que placer. ¿Y
qué produce la decepció n, sino enojo, intranquilidad incesante,
preocupació n, vanidad y aflicció n de espíritu? En cambio, para la
gloria de Dios, nadie jamá s ha sido decepcionado estando en
Cristo.
(d) Cristo no só lo es todo consuelo para el cristiano auténtico en la
488 SANTIDAD
actualidad, Cristo es también “el todo” en su esperanza del tiempo
por venir.
Supongo que habrá pocos hombres y mujeres que no disfrutan
de la vida porque no tienen esperanza de algú n tipo relacionada
con sus almas. Pero las esperanzas de la gran mayoría, no son má s
que vanas fantasías. No tienen ninguna base só lida para tener
esperanza. Ningú n ser humano, excepto el verdadero hijo de Dios,
puede dar una explicació n razonable de la esperanza que hay en él.
Es triste encontrar gentes sin esperanza. Es bíblico afirmar que, si
no tienen a Cristo, no tienen esperanza ni para el presente ni para
el futuro.

El cristiano auténtico tiene una esperanza segura cuando mira


hacia adelante; el hombre mundano no tiene ninguna. El
cristiano auténtico ve la luz en la distancia; el hombre mundano
no ve nada má s que oscuridad. ¿Y cuá l es la esperanza del cristiano
auténtico? Es precisamente ésta: Que Jesucristo viene otra vez, viene
triunfante, victorioso sobre el pecado, viene con todo su pueblo y, una
vez aquí, enjugará toda lágrima de los ojos de los suyos, viene para
levantar a sus santos de entre los muertos, viene para reunir a toda su
familia, a fin de que estén para siempre con él. ¡Esa es una
esperanza segura!
¿En qué radica la paciencia del creyente? En que contempla la
venida del Señ or.
Por eso puede soportar dificultades difíciles sin murmurar. Sabe
que el tiempo es corto. Espera en silencio la venida del Rey.
¿Por qué enfrenta todas las cosas con calma? Porque espera el
pronto regreso de su Señ or. Su tesoro está en el cielo, sus
bendiciones má s ricas está n por venir. El mundo no es su hogar,
sino una simple posada; y estar en una posada no es estar en casa.
Sabe que “el que ha de venir vendrá , y no tardará ”. Cristo viene y
eso es suficiente (He. 10:37).
É sta es, de hecho, una “esperanza bienaventurada” (Tito 2:13).
¿Es usted nacido de nuevo? 489
Ahora es el tiempo de aprendizaje, luego disfrutaremos de la fiesta
eterna. Ahora es tiempo de sortear las olas de un mundo
problemá tico, luego llegaremos a puerto seguro. Ahora es la
dispersió n, entonces será el reencuentro. Ahora es el tiempo de la
siembra, luego la cosecha. Ahora es el momento de trabajar, después
el de recibir el pago. Ahora es la cruz, luego la corona. La gente
habla de sus “expectativas” y esperanzas en este mundo. Pero
ninguno tiene expectativas tan só lidas como las del alma salvada.
É sta puede decir: “Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él
es mi esperanza” (Sal. 62:5).
En todo cristianismo verdadero, Cristo es “el todo”.

Todo en la justificació n, todo en la paz y todo en la esperanza.


Bienaventurado es el hijo de una madre que sabe estas verdades
acerca de Cristo y mucho má s bienaventurado es, si él mismo
también lo siente. ¡Oh, que los hombres pudieran probarse a sí
mismos y comprobar qué saben de todo esto por el bien de sus
propias almas!
IV.Cristo será el todo en el cielo.
Añ adiré una cosa má s y con esto habré terminado.
Reflexionemos para entender bien que Cristo será el todo en el
cielo.
No me detendré mucho en este punto. Aun si tuviera espacio, no
tendría la capacidad de hacerlo. Es imposible describir lo invisible y
un mundo desconocido. Lo que sí puedo afirmar es que todos los
hombres y mujeres que alcanzan el cielo encontrará n que, incluso
allí, “Cristo es el todo”.

Tal como lo era el altar en el templo de Salomó n, el Cristo


crucificado será el objeto más grandioso en el cielo. Aquel altar era lo
primero que atraía la vista de todo el entraba por las puertas del
templo. Era un gran altar de bronce, de veinte codos de largo y
490 SANTIDAD
veinte codos de ancho (2 Cr. 4:1). De la misma manera, Jesú s
atraerá la vista de todos los que entran en la gloria. En medio del
trono y rodeado de á ngeles y santos estará el “Cordero como
inmolado” y el “Cordero [será ] su lumbrera” (Ap. 5:6; 21:23).
La alabanza al Señ or Jesú s será la canció n eterna de todos los
moradores del cielo.
En medio del trono y rodeado de ángeles y santos le adorará n,
exclamando a una voz: “El Cordero que fue inmolado es digno [...]
Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la
honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Ap. 5:12,
13).

El servicio al Señ or Jesú s será la ocupació n eterna de todos los


moradores del cielo: “Le sirven día y noche en su templo” (Ap. 7:15).
Qué satisfacció n da pensar que, por fin, podremos servir al Cordero
sin distracciones y trabajar para él sin cansancio.
La presencia de Cristo mismo será de un gozo perpetuo para los
moradores del cielo. Veremos “su rostro” y escucharemos su voz,
hablaremos con él como se hablan los amigos (Ap. 22:4). Dulce es la
idea de que, sin importar quién falte en la cena de las bodas del
Cordero, el Señ or mismo estará allí. Su presencia satisfará todas
nuestras necesidades (Sal. 17:15).
¡Qué glorioso y dulce hogar será el cielo para todos los que han
amado al Señ or Jesucristo con sinceridad! Aquí vivimos por fe en
él y encontramos paz, aunque a él no lo vemos. Allá nos veremos
cara a cara y descubriremos que es lo más hermoso que puede
haber. Ciertamente “má s vale vista de ojos que deseo que pasa” (Ec.
6: 9). Pero, lamentablemente, muchos de los que hablan de “ir al
cielo” cuando mueren, resultan no ser aptos para hacerlo porque
no tienen fe salvadora ni ninguna relació n real con Cristo. ¿Usted
no honra a Cristo aquí? ¿Usted no tiene comunió n con él? ¿Usted
no lo ama? Entonces, ¿qué podría hacer en el cielo? No sería un
¿Es usted nacido de nuevo? 491
lugar para usted. El gozo de la gloria no sería gloria para usted. La
felicidad de los salvos no sería una bendició n que usted podría
compartir. El servicio que los santos brindan a Cristo les sería
tedioso y una carga para su corazó n. ¡Oh, arrepiéntase y cambie
antes de que sea demasiado tarde!
Confío en que he mostrado cuán profundos son los cimientos de esa
pequeñ a expresió n: “Cristo es el todo”.
Otras formas en que “Cristo es el todo”
Podría fá cilmente añ adir otras cosas, si el espacio lo permitiera.
El tema es inagotable. Apenas he tocado la superficie. Hay minas
de verdades preciosas relacionadas con lo que he dejado sin decir.

Podría mostrar có mo Cristo debe ser el todo en toda iglesia


visible. Los espléndidos edificios, los numerosos servicios religiosos,
las hermosas ceremonias y las multitudes de pastores ordenados,
no son nada ante los ojos de Dios, si el Señ or Jesú s mismo no es
honrado, magnificado y exaltado en todos sus oficios. La iglesia en
que Cristo no “es el todo”, no es má s que un cuerpo muerto.
Podría mostrar có mo Cristo debe ser el todo en todo ministerio
cristiano. La gran obra que los pastores ordenados tienen la
intenció n de hacer, es exaltar a Cristo. Debemos ser como el asta
en que se colgó la serpiente de bronce en el desierto. Somos ú tiles
en la medida en que exaltamos al gran objeto de nuestra fe y ú tiles
en esa medida solamente. Debemos ser embajadores para llevar las
buenas nuevas del Hijo del Rey a un mundo rebelde; pero si só lo
les enseñ amos a los hombres a pensar má s en nosotros y nuestros
oficios que acerca de él, no somos dignos de ocupar ese oficio. El
Espíritu nunca honrará al ministerio que no da testimonio de
Cristo, que no hace que Cristo sea “el todo”.
Podría mostrar có mo el lenguaje usado en la Biblia, para
describir los distintos oficios de Cristo parece no tener fin. Podría
describir có mo las figuras que se usan para referirse a la plenitud
492 SANTIDAD
de Cristo, tampoco parecen tener fin: El Sumo Sacerdote, el
Mediador, el Redentor, el Salvador, el Abogado; el Pastor, el
Médico, el Novio, la Cabeza, el Pan de Vida, la Luz del Mundo, el
Camino, la Puerta, la Vid, la Roca, la Fuente, el Sol de Justicia, el
Precursor, el Fiador, el Capitá n, el Príncipe de la Vida, el Amén, el
Todopoderoso, el Autor y Consumador de la fe, el Cordero de Dios,
el Rey de los Santos, el Maravilloso, Dios fuerte, el Consolador, el
Obispo de las almas, estos y muchos má s, son nombres que la
Biblia da a Cristo. Cada uno es una fuente de instrucció n y
consuelo para todos los que está n dispuestos a beber de ella. Cada
una de estas descripciones es importante para meditar con
provecho.

Conclusiones prácticas
Confío en que he dicho lo suficiente como para arrojar luz sobre
el punto que quiero dejar claro en la mente de todo el que lee estas
líneas. Confío en que he dicho lo suficiente como para mostrar la
inmensa importancia de las conclusiones prá cticas con las que ahora
termino el capítulo.

(1) Absoluta inutilidad de una religión sin Cristo


¿Es Cristo “el todo”? Entonces aprendamos acerca de la absoluta
inutilidad de una religión sin Cristo. Hay demasiados hombres y
mujeres bautizados que prácticamente no saben absolutamente nada
acerca de Cristo. Su religió n consiste en unas pocas nociones vagas y
expresiones vacías. “Confían en que no son peores que otros.
Ofrendan a su iglesia. Tratan de cumplir con su deber. No le hacen
mal a nadie. Confían en que Dios será misericordioso con ellos. Tienen
la esperanza de que el Todopoderoso perdonará sus pecados y los
llevará al cielo cuando mueran”.
¡En eso consiste la totalidad de su religió n!
Pero, ¿qué saben estas personas acerca de Cristo en la prá ctica?
¿Es usted nacido de nuevo? 493
Nada, ¡nada en absoluto! ¿Qué conocimiento empírico tienen de sus
oficios y su obra, su sangre, su justicia, su mediació n, su sacerdocio
o su intercesió n? Ninguno, ¡ninguno en absoluto! Pregú nteles
acerca de una fe salvadora, pregú nteles acerca de nacer de nuevo del
Espíritu y pregú nteles acerca de ser santificados en Cristo Jesú s. ¿Qué
respuesta recibirá? Para ellos, usted es una persona cruel. Les ha
hecho preguntas bíblicas simples. Pero ellos no saben má s acerca de
ellas, experimentalmente, que un budista o un mahometano. Y, sin
embargo, ¡ésta es la religió n de cientos y miles de personas en
todo el mundo que se denominan cristianos!
Si algú n lector de este trabajo cabe en esta descripció n, le advierto
claramente que tal cristianismo nunca lo llevará al cielo.

A simple vista, todo parece ir muy bien. Puede parecerlo en la


sacristía, en el lugar de trabajo, en la Cá mara de los Comunes o en
las calles. Pero nunca consolará a nadie. Nunca satisfará su
conciencia. Nunca salvará su alma.
Le advierto claramente que todos los conceptos y teorías acerca
de la misericordia de Dios sin Cristo, son ilusiones sin fundamento y
fantasías vacías. Tales teorías son puramente como ídolos
inventados por el hombre, como los superhéroes de los cuentos
infantiles. Son terrenales. Nunca tuvieron su origen en el cielo, son
inventos humanos. El Dios del cielo ha señ alado y nombrado a
Cristo como el ú nico Salvador y el ú nico camino para ir al Padre.
Dios mismo estipuló que todos los que han de ser salvos, deben
serlo por medio de la fe en Cristo. No hay otro mediador entre
Dios y los hombres.
Tome nota el lector de esta advertencia sobre su salvació n: Una
religió n sin Cristo no salvará su alma.
(2) Cristo y la salvación
Lector, ¿es Cristo “el todo”? Entonces, sepa que es una locura
tremenda confiar para salvación en cualquiera que no sea Cristo. Hay
multitud de hombres y mujeres bautizados que profesan honrar a
494 SANTIDAD
Cristo, pero en realidad le hacen gran deshonra. Dan a Cristo un
lugar determinado en sus creencias, pero no el que

Dios le asignó . Para esas personas, Cristo y él solamente, no es “el


todo en todo” para sus almas. ¡No!
Má s bien confían en Cristo y la iglesia, Cristo y los sacramentos,
Cristo y sus pastores ordenados, Cristo y su arrepentimiento, Cristo
y su propia bondad, Cristo y sus oraciones, Cristo y su sinceridad y
caridad.
Si alguno de mis lectores es un cristiano de este tipo, le advierto
claramente que su religió n es una ofensa a Dios. Está cambiando el
plan de salvació n de Dios por un plan de su propia invenció n.

Está despojando a Cristo de su trono dándole a otro la gloria que


só lo le corresponde a él.
No me importa quién es el que le enseñ a creencias como las
mencionadas o en base a qué enseñ anza usted edifica su fe. Aunque
fuera un Papa o cardenal, arzobispo u obispo, decano o
archidiá cono, presbítero o diá cono, episcopal o presbiteriano,
bautista o independiente, metodista o hermano libre quien añ ade
algo a la salvació n, enseñ a mal. Cristo es “el todo” en la salvació n.
No importa qué es lo que usted agrega a Cristo. Ya se trate de
querer pertenecer a la Iglesia de Roma, o ser episcopal,
independiente, o depender de la liturgia, o de la inmersió n; si hace
algo de esto, parte de su salvació n, actú a fuera del plan de Dios.
Ponga atenció n a lo que digo. Tenga cuidado de no darle a los
siervos de Cristo, el honor que só lo le corresponde a Cristo.
Cuidado con dar a las ordenanzas del Señ or, el honor debido al
Señ or. Tenga cuidado cuando confía el descanso de su alma a otra
cosa que no es Cristo, confíe solamente en Cristo.
(3) Cristo como Señor y Salvador
Vuelvo a preguntar: ¿Es Cristo “el todo”? Entonces, todos los que
quieren ser salvos vengan directamente a Cristo. Hay muchos que
¿Es usted nacido de nuevo? 495
só lo saben de Cristo lo que han oído y creen todo lo que se les dice
acerca de él. Aceptan que no hay salvació n, excepto en Cristo.
Reconocen que só lo Jesú s puede librarlos del infierno y
presentarlos sin mancha delante de Dios.
Pero nunca parecen ir má s allá de este conocimiento general.
Nunca echan mano de Cristo para beneficio de sus almas.
Permanecen en un estado de desear y querer, de sentir y tienen
buenas intenciones, pero nunca van má s allá . Comprenden lo que
queremos decir y saben que es cierto. Tienen la esperanza de que un
día obtendrá n todos los beneficios de la verdad; pero en la actualidad,
no reciben ningú n beneficio. El mundo es su “todo”. La política es
su “todo”. El placer es su “todo”. Sus negocios son su “todo”.

En cambio, Cristo no es “su todo”.


Si alguno de mis lectores se identifica con este tipo de personas,
le advierto claramente, que su alma está en mal estado. Usted está
yendo derecho al infierno en su condició n actual, como Judas
Iscariote, Acab o Caín. Créame, tiene que haber fe verdadera en
Cristo para salvació n o, de lo contrario, Cristo murió en vano. No
se trata de mirar el pan que alimenta al hombre hambriento, sino
de realmente comerlo. No es contemplar el bote salvavidas, sino
entrar en él. No basta con saber y creer que Cristo es un Salvador
que puede salvar su alma, a menos que exista una relació n auténtica
entre usted y él. Tiene que ser capaz de decir: “Cristo es mi Salvador
porque he acudido a él por fe y lo he aceptado como mi Salvador
personal”. “Gran parte de la fe cristiana”, dijo Lutero, “consiste en
la habilidad de utilizar pronombres posesivos. ¡Si tomas de mí la
palabra ‘mi’, tomas de mí a Dios!”.
Preste atenció n al siguiente consejo y actú e en consecuencia.
Deténgase y deje de esperar sentimientos imaginarios que nunca
llegará n. No dude, creyendo que debe obtener primero al Espíritu y
luego acudir a Cristo. Levá ntese y venga a Cristo tal y como es. É l
le espera y está dispuesto a salvarle. É l es el médico designado por
496 SANTIDAD
Dios para sanar las almas enfermas de pecado. Trate con él como lo
haría con su médico acerca de la cura para una enfermedad física.
Hable con él directamente y dígale todos sus anhelos. Decídase a
hablar con él hoy mismo y clame pidiendo al Señ or Jesú s que le dé
perdó n y paz, como lo hizo al ladró n en la cruz. Dígale a Cristo:
“Señ or, acuérdate de mí” (Lc. 23:42). Dígale que usted ha oído que
él recibe a los pecadores y que usted es uno de ellos. Dígale que
quiere ser salvo y pídale que lo salve. No descanse hasta que,
realmente, haya probado que el Señ or es benigno. Haga esto y si
usted actú a realmente en serio, encontrará , tarde o temprano, que
“Cristo es el todo”.

(4) Confíeen Cristo para recibir más bendiciones


Vuelvo a preguntar: ¿Es Cristo el todo? Entonces trate con él
creyendo realmente en él, apoyándose y confiando en él mucho más
de lo que lo ha hecho hasta ahora. Desafortunadamente, ¡hay
muchos hijos de Dios que viven sin gozar de todos sus privilegios!
Hay muchas almas cristianas auténticas que se privan de la paz que
podrían disfrutar y se privan de sus misericordias. Hay muchos
que tienen fe, la obra del Espíritu Santo en sus corazones o a
Cristo, pero sin sentirlo, sin que sea parte de sus sentimientos y,
por ello, no alcanzan la plenitud del evangelio de paz. Hay muchos
que progresan poco en su bú squeda de la santidad y brillan con una
luz muy tenue. ¿Y a qué se debe todo esto? Simplemente a que de
cada veinte personas, diecinueve no dejan que Cristo sea el todo
en todo.
Quiero hacer un llamamiento a cada creyente: Le ruego por su
propio bien, que se asegure de que Cristo sea realmente su todo en
todo. Renuncie a todo lo que tiene, a sus propias ideas, sus
prejuicios, su egoísmo y todos los demá s estorbos para que Cristo
sea “el todo en todo” (ver Mt. 16:24, Lc. 14:33).
¿Es usted nacido de nuevo? 497
¿Tiene fe? Es una bendició n inestimable. Bienaventurado el que
está dispuesto y ansioso por confiar en Jesú s. Pero, asegú rese de
que su fe no ocupe el lugar de Cristo. No descanse en su propia fe,
sino en Cristo.
¿Ha obrado el Espíritu en su alma? Gracias a Dios por ello. Es una
obra que jamá s puede ser desechada. Pero, ¡cuidado, no sea que,
sin darse cuenta, esté haciendo un Cristo de la obra del Espíritu!
No dependa de la obra del Espíritu para su salvació n, sino de la
obra de Cristo.
¿Tiene sentimientos interiores de fe y experiencia de la gracia?
Gracias a Dios por ello. Hay miles de personas que no tienen má s
sentimiento espiritual que un gato o un perro.

Pero, ¡tenga cuidado, no sea que haga un Cristo de sus


sentimientos y sensaciones! Estos no son cosas seguras porque
dependen de nuestro estado de á nimo, nuestro entorno y nuestras
circunstancias externas. Descanse só lo en Cristo.
Aprenda, le suplico, a parecerse cada vez má s al gran objeto de su
fe, Jesucristo, y a mantener sus ojos en él. Haciendo esto,
descubrirá que va creciendo en la fe y todas las demá s gracias,
aunque el crecimiento puede ser imperceptible en el momento. El
arquero habilidoso que quiere exhibir su destreza no mira la flecha,
sino el blanco. ¡Me temo que, por desgracia, hay todavía una gran
dosis de orgullo e incredulidad arraigada en el corazó n de muchos
creyentes! Pocos parecen darse cuenta de lo mucho que necesitan
un Salvador. Al parecer, son pocos los que entienden cuánto le
deben. Pocos parecen comprender cuá nto lo necesitan cada día.
Pocos son los que saben lo sencilla que es la fe de un niñ o y, por
ende, no pueden confiarle sus almas. ¡Pocos parecen tener conciencia
de cuánto les ama el Señ or y lo dispuesto que está a ayudar a los
pobres y a los débiles! Y pocos, consecuentemente, conocen la paz
y la alegría, la fuerza y el poder para vivir la vida santa que se
encuentra en Cristo.
498 SANTIDAD
Lector, si su conciencia le dice que es culpable, cambie de
rumbo, cá mbielo y aprenda a confiar más en Cristo. A los médicos les
encanta ver a los pacientes que vienen a consultarlos; su consultorio
es para recibir a los enfermos y, si es posible, sanarlos de su
enfermedad. Al abogado defensor le encanta desempeñ ar su
vocació n. El esposo es feliz cuando su esposa confía en él y
reconoce su papel como cabeza del hogar; se deleita en atenderla
y promover su comodidad. Y a Cristo le encanta que su pueblo se
apoye en él, que descanse en él, que recurra a él y que permanezca
en él.
Aprendamos y esforcémonos por vivir cada vez más unidos a
Cristo. Vivamos en Cristo. Vivamos a Cristo. Vivamos con Cristo.

Vivamos para Cristo. Solo así, demostraremos que tenemos


plena consciencia de que “Cristo es el todo”. Al hacerlo, sentiremos
una gran paz, y alcanzaremos má s de esa santidad, “sin la cual
nadie verá al Señor”. Hebreos 12:14
¿Es usted nacido de nuevo? 499

21. Fragmentos de autores antiguos


Los textos de Traill y Brooks que agrego sobre el tema de la
santidad, me parecen de tanto valor, que he decidido incluirlos.
Son el producto de una época cuando el cristianismo vivencial era
estudiado má s profundamente y comprendido mejor de lo que es
ahora.
1. Reverendo Robert Traill
En un tiempo pastor en Cranbrook, Kent, 1696.
En cuanto a la santificació n, hay tres cosas para considerar:
I. Qué es santificació n.
II. En qué se parece a la justificació n.
III. En qué difiere de la justificació n.
I. ¿Qué es santificación?
Es mucho mejor sentirla que expresar qué es. La santificació n es
igual a la regeneració n e igual a la renovació n del hombre total.
Santificació n es la formació n de la nueva criatura; es implantar y
grabar la imagen de Cristo en la pobre alma. El Apó stol anhelaba:
500 SANTIDAD
“Que Cristo fuera formado en los gá latas” (Gá . 4:19); enseñ aba y
predicaba con denuedo, a fin de que los corintios pudieran llevar “la
imagen del celestial” (1 Co. 15:49).
Hay solo dos hombres de los que todos los seres humanos se
derivan y segú n como cuá l de los dos sean, así les irá : Son como el
primer Adá n o como el segundo Adá n. Cada persona es, por
naturaleza, como el primer Adá n y como el diablo porque el diablo
y el primer Adá n caído se asemejaban. “Vosotros sois de

vuestro padre el diablo”, dice el Señ or (Jn. 8:44) y ese padre fue un
“homicida desde el principio”. Todos los hijos del primer Adá n son
hijos del diablo, no hay diferencia en eso.

Y todos los hijos del otro se asemejan a Jesucristo, el segundo


Adán; y cuando su imagen se perfeccione en ellos serán
completamente felices. “Y así como hemos traído la imagen del
terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (1 Co. 15:49).
Le ruego que note que llevamos la imagen del terrenal por haber
nacido en pecado y desdicha, llevamos la imagen del terrenal por vivir
en pecado y sufrimiento, llevamos la imagen del terrenal por
morir en pecado y sufrimiento, y llevamos la imagen del terrenal
en la podredumbre del sepulcro. En cambio, llevamos la imagen del
Adán celestial cuando somos santificados por su Espíritu. La
imagen crece en nosotros, segú n crecemos en santificació n, y
seguiremos llevando la imagen perfecta del Adá n celestial cuando
seamos como Cristo Hombre, tanto en el alma como en el cuerpo.
Seremos perfectamente felices y perfectamente santos cuando
hayamos vencido a la muerte por gracia, así como él la venció por su
propio poder. Nunca se sabrá justamente có mo será n los creyentes
semejantes a Jesucristo hasta que todos hayan resucitado como
pequeñ os soles brillando en gloria y esplendor. ¡Oh, cuá nto se
parecerá n a Jesucristo, aunque seguirán teniendo su gloria personal
transcendente por toda la eternidad!
¿Es usted nacido de nuevo? 501
¿En qué son iguales la justificación y la santificación?
II.
Respondo que en muchas cosas.
Primero. Son iguales en que tienen el mismo autor, el Dios que
justifica es el Dios que también santifica. “¿Quién acusará a los
escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (Ro. 8:33). “Yo soy Jehová
que os santifico” es una expresió n comú n en el Antiguo Testamento
(É x. 31:13; Lv. 20:8).
Segundo. Son iguales en que surgen de la misma gracia. La
justificació n es un acto de la gracia, así como la santificació n. “Nos
salvó , no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino
por su misericordia, por el lavamiento de la regeneració n y por la
renovació n en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). Ambos son de la gracia.

Tercero. Son iguales en que una misma persona tiene a ambos.


Nunca es justificado un hombre sin ser también santificado, no hay
santificado que no sea justificado; todos los escogidos de Dios, todos
los redimidos, comparten estas dos bendiciones.
Cuarto. Son iguales en cuanto al tiempo, suceden al mismo
tiempo. Nos es difícil hablar o pensar en términos de tiempo cuando
se trata de las obras de Dios. Estas obras de él siempre son
realizadas al mismo tiempo; el hombre no es justificado antes de
ser santificado, aunque se puede concebir de este modo en el orden
de la naturaleza; no obstante, ambas obran al mismo tiempo y por la
misma gracia. “Y esto erais algunos”, dice el Apó stol, “mas ya
habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido
justificados en el nombre del Señ or Jesú s, y por el Espíritu de
nuestro Dios” (1 Co. 6:11).
Quinto. Son iguales en que la operació n de ellas es por el mismo
medio, por la Palabra de Dios que nos destina a la vida eterna por
la promesa y somos santificados también por el poder de la misma
Palabra. “Ya vosotros está is limpios”, dice nuestro Señ or, “por la
palabra que os he hablado” (Jn. 15:3). “Para santificarla”, dice el
Apó stol refiriéndose a la Iglesia, “habiéndola purificado en el
502 SANTIDAD
lavamiento del agua por la palabra” (Ef. 5:26).
Sexto y ú ltimo. Son iguales en que ambas son necesarias para la
vida eterna. No lo digo en cuanto a su orden, sino a que son
igualmente necesarias, es decir, está determinado que nadie que
no haya sido justificado será salvo y, de igual manera, está
determinado que nadie que no haya sido santificado será salvo.
Ningú n hombre no justificado puede ser salvo y ningú n hombre no
santificado puede ser salvo. Justificació n y santificació n son
igualmente necesarias, a fin de poseer la vida eterna.

¿En qué difieren la justificación y la santificación?


III.
En lo que difieren es un asunto muy importante que tiene que
ver con la prá ctica y el ejercicio diario de las dos.

Coinciden en muchas cosas, como acabamos de explicar, pero


también difieren ampliamente.
Primero. La justificació n es un acto de Dios relativo al estado del
hombre como persona, en cambio la santificació n es la obra de
Dios en la naturaleza del hombre. Y estas dos son muy diferentes
como lo ilustraré por medio de un símil. La justificació n es un acto
de Dios, así como el de un juez que absuelve a un delincuente de
una sentencia de muerte. En cambio, la santificació n es un acto de
Dios para nosotros como un médico que nos cura de una
enfermedad mortal. Digamos que hay un criminal que se presenta
ante el tribunal acusado de traició n al estado, el mismo criminal
sufre de una enfermedad mortal; puede morir, aunque ningú n juez
lo haya sentenciado a muerte por su crimen. Es un acto de gracia
lo que absuelve al hombre de la sentencia segú n la ley, el hecho
que no morirá por su traició n, eso salva la vida del hombre. Pero a
pesar de esto, si no puede curarse de su enfermedad, pronto morirá ,
¿Es usted nacido de nuevo? 503
a pesar del perdó n que le otorgó el juez. Por lo tanto, la justificació n
es un acto de Dios como un Juez bondadoso, la santificació n es la
obra de Dios como un Médico misericordioso. David los pone lado a
lado: “É l es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas
tus dolencias” (Sal. 103:3). Tenemos una promesa: “No os será la
iniquidad causa de ruina” (Ez. 18:30). No hay ruina por ser
culpables: Esto es justificació n. Y no será su ruina, por el poder de
ella: Esto es santificació n.

Segundo. La justificació n es un acto de la gracia de Dios basado


en la justicia de otro, pero santificació n es una obra de Dios,
infundiendo justicia dentro de nosotros. Hay una gran diferencia
entre estos porque una es por imputació n y la otra por infusió n.
En la justificació n, la sentencia de Dios procede de esta manera:

La justicia que Cristo logró por su vida, su muerte y su


obediencia a la ley de Dios le es contada al pecador para su
absolució n; de manera que cuando un pecador comparece ante el
tribunal de Dios y alguien pregunta: ¿No ha quebrantado este hombre
la ley de Dios? Sí, responde Dios. Sí, dice la conciencia del pobre
hombre, la he quebrantado de muchas maneras. ¿Y acaso no lo
condena la ley a morir por su transgresió n? Sí, dice el hombre. Sí,
dice la ley de Dios. La ley no sabe má s que esto: “El alma que
pecare, esa morirá ” (Ez. 18:4). Entonces, pues, ¿no hay ninguna
esperanza en este caso? Sí, y la gracia del evangelio revela esta
esperanza. Hubo Uno que tomó sobre sí el pecado, que murió por
los pecados, su justicia le es imputada al pobre pecador y, de esta
manera, es absuelto. Somos absueltos habiendo sido justificados
por Dios poniendo en nuestra cuenta, por nosotros y para nuestro
504 SANTIDAD
provecho lo que Cristo hizo y sufrió por nosotros.
En la santificació n, el Espíritu de Dios infunde santidad en
nuestra alma. No digo que infunde una justicia porque quiero marcar
más diferencia entre las dos que la que generalmente se marca. La
justicia y la santificació n en este caso deben ser mantenidas bien
separadas. Nuestra justicia es de afuera, nuestra santidad es de
adentro, es la nuestra propia. El Apó stol marca claramente la
diferencia: “No teniendo mi propia justicia” (Fil. 3:9). Es nuestra, no
originalmente, sino nuestra, inherentemente. No es nuestra por
algo que nosotros mismos hayamos hecho, sino que es nuestra
porque mora en nosotros.

En cambio, nuestra justicia no es nuestra originalmente ni


inherentemente; no la obramos nosotros, sino que es obra de
Jesucristo y mora eternamente en él, y só lo la puede obtener la
pobre criatura, si la pide por fe. Nuestra santidad, aunque no es
nuestra originalmente, es nuestra inherentemente y mora en
nosotros. Tenemos la distinció n que hace el Apó stol: “Ser hallado
en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que
es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Fil. 3:9).

Tercero. La justificació n es perfecta, mientras que la


santificació n es imperfecta; ésta es una gran diferencia entre
ambas. La justificació n, repito, es perfecta. No tiene niveles: Nunca
se malogra, nunca se toma intervalos y nunca se interrumpe. En
cambio, la santificació n puede tener estos niveles. Cuando digo
que la justificació n es perfecta, quiero decir que toda persona
justificada, lo es de la misma manera y a la perfecció n. El creyente
má s débil, en la actualidad, es tan justificado como lo era el
apó stol Pablo; y todo creyente auténtico es tan justificado ahora
como lo será dentro de mil añ os. La justificació n es perfecta en
todos los justificados ahora y para la eternidad. Y no tiene niveles,
¿Es usted nacido de nuevo? 505
sencillamente por la siguiente razó n: Se basa en la justicia perfecta de
Jesú s y tenemos derecho a ella por un acto de Dios, el juez bondadoso,
y ese acto es vá lido para siempre. Y si “Dios es el que justifica”,
“¿quién acusará a los escogidos de Dios?” (Ro. 8:33). En cambio, la
santificació n es cambiante, incompleta e imperfecta. Un creyente
puede estar má s santificado que otros. Me inclino a pensar que el
apó stol Pablo estaba má s santificado la primera hora de su
conversió n de lo que pueda estarlo alguno en la actualidad.
La santificació n difiere mucho en las distintas personas
santificadas. Y difiere también mucho en la propia persona porque
un creyente auténtico, verdaderamente santificado, puede ser más
santo y santificado en una ocasió n que en otra.

Perfeccionarnos en santidad en el temor de Dios (2 Co. 7:1)


requiere esfuerzo de nuestra parte. En cambio, en ningú n lugar se
nos requiere perfeccionarnos en justicia a los ojos de Dios, porque
Dios obró una justicia perfecta en la que confiamos; entonces,
tengamos cuidado y seamos diligentes en perfeccionar nuestra
santidad en el temor de Dios. El santo en gloria es má s santificado
que nunca porque lo es a la perfecció n, mientras que no es má s
justificado de lo que lo era en la tierra. La ú nica diferencia es que la
percibe mejor y la gloria de aquella luz en la cual la ve, se
manifiesta con má s brillo y claridad.
Tomado de Sermons, acerca de 1 Pedro 1:1-3, tomo 4,
p. 71. Edició n Edinburgo de Traill’s Works (Obras de
Traill), 1810.

2. Reverendo Thomas Brooks


Rector de St. Margaret, Fish Street Hill, Londres, 1662.
Consideremos la necesidad de la santidad. Es imposible que alguno
sea feliz, a menos que sea santo. Nada de santidad aquí, nada de
santidad en el más allá . Las Escrituras mencionan tres habitantes
506 SANTIDAD
corporales del cielo: Enoc, antes de la ley; Elías, bajo la ley; y
Jesucristo, bajo el evangelio, los tres, eminentes en santidad para
enseñ arnos que normalmente nadie va al cielo sin santidad. Hay
muchos miles de miles ahora en el cielo, pero entre ellos no hay ni
un impío, no hay ni un pecador entre todos esos santos, ni una cabra
entre todas esas ovejas, ni una mala hierba entre todas esas flores,
ni una espina entre todas esas rosas, ni una piedrecita entre todos
los diamantes resplandecientes. No hay en el cielo ni un Caín entre
todos esos Abel, ni un Ismael entre todos esos Isaac, ni un Esaú
entre todos esos Jacob. No hay ningú n Cam entre todos los
patriarcas (Gén. 9:18), ni un Saú l entre todos los profetas, ni un
Judas entre todos los apó stoles, ni un Demas entre todos los
predicadores, ni un Simó n el Mago entre todos los fieles.

El cielo es só lo para el santo y el santo es só lo para el cielo; el


cielo es un manto de gloria apto só lo para el santo. Dios, quien es la
verdad en sí mismo, no puede mentir y lo ha dicho: Sin santidad
nadie verá al Señ or. Tome nota de esa palabra ‘nadie’. Sin santidad
el rico no verá al Señ or, sin santidad el obrero no verá el Señ or; sin
santidad el noble no verá al Señ or, sin santidad el humilde no verá al
Señ or; sin santidad el príncipe no verá al Señ or, sin santidad el
campesino no verá al Señ or; sin santidad el gobernante no verá al
Señ or, sin santidad el sú bdito no verá al Señ or; sin santidad el letrado
no verá al Señ or, sin santidad el iletrado no verá al Señ or; sin santidad
el esposo no verá al Señ or, sin santidad la esposa no verá al Señ or;
sin santidad el padre de familia no verá al Señ or, sin santidad el
hijo no verá al Señ or; sin santidad el patró n no verá al Señ or, sin
santidad el sirviente no verá al Señ or. Porque fiel y fuerte es el
Señ or de señ ores, quien lo ha dicho (Jos. 23:14).
En la actualidad, algunos pregonan una forma de culto, otros
otra; algunos pregonan una “iglesia del estado”, otros otra.
Algunos pregonan un camino al cielo, otros otro; pero lo cierto es
que las sendas de santidad son las sendas antiguas (Jer. 6:16); el
¿Es usted nacido de nuevo? 507
Camino del Rey de reyes es el camino al cielo y la felicidad: “Y habrá
allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no
pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que
anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará ” (Is.
35:8). Algunos dicen: “He aquí, éste es el camino”, otros dicen: “He
aquí, aquel es el camino”, pero lo cierto es que el camino de
santidad es el má s seguro, el má s fá cil, el má s noble y el má s corto
a la felicidad.
Entre los paganos, nadie puede entrar en el templo de honor sin
antes entrar en el templo de virtud. No hay entrada al templo de
felicidad sin antes entrar al templo de santidad. Usted primero tiene
que entrar en la santidad, antes de que pueda entrar en la morada de
Dios.

Tal como Sansó n clamó “¿moriré yo ahora de sed?” o como clamó


Raquel “dame hijos, o si no, me muero”, deben clamar las almas no
santificadas: “Señ or, dame santidad, si no, moriré eternamente”. Si
los á ngeles, esos príncipes de gloria, caen una vez de su santidad, son
excluidos de la felicidad y bendició n eterna. Si Adá n en el paraíso,
cae una vez perdiendo su pureza, será prontamente echado fuera de
la presencia de la gloria divina. Agustín ya no quiso ser malvado ni
impío porque no sabía si moriría esa misma hora y, si moría en ese
estado impío, sabía que estaría separado para siempre de la presencia
del Señ or y la gloria de su poder.
Oh, querido lector, no engañ e a su propia alma; la santidad es
absolutamente necesaria, sin ella “nadie verá al Señ or” (He. 12:14).
No es absolutamente necesario que sea usted rico en este mundo,
pero es absolutamente necesario que sea santo. No es absolutamente
necesario que tenga buena salud, fuerzas, amigos, libertad y vida,
pero es absolutamente necesario que sea santo. Podemos ver al
Señ or sin tener prosperidad mundana, pero nunca podremos ver
al Señ or, excepto que seamos santos. Podremos ir al cielo sin
honra o gloria del mundo, pero nunca podremos llegar al cielo sin
508 SANTIDAD
santidad. Sin santidad aquí, no hay cielo en el má s allá : “No entrará
en ella ninguna cosa inmunda” (Ap. 21:27). En el día final, Dios
cerrará las puertas a la gloria dejando fuera a toda persona que no
es pura de corazó n.
La santidad es una flor que no crece en el jardín de la naturaleza.
El ser humano no nace con santidad en su corazó n, como nace con
una lengua en la boca. La santidad es de origen divino, es una perla
de gran precio que no se encuentra en cualquier naturaleza, sino
en una naturaleza renovada. No hay ningú n rayo ni chispa de
santidad en nadie revestido de naturaleza terrenal. “Todo designio
de los pensamientos del corazó n de ellos era de continuo
solamente el mal” (Gn. 6:5). “¿Y có mo será limpio el que nace de
mujer?” (Job 25:4).

La pregunta tiene una connotació n fuertemente negativa:


“¿Có mo puede ser limpio el hombre?”, es decir, el hombre que nace
de mujer no puede ser limpio; el hombre nacido de mujer nace en
pecado y nace bajo la ira y la maldició n. “¿Quién hará limpio a lo
inmundo?”. “Todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras
justicias como trapo de inmundicia” (Job 14:4; Is. 64:6). “No hay justo,
ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios”
(Ro. 3:10, 11). Todo hombre es por naturaleza un extrañ o, sí, un
enemigo de la santidad (Ro. 8:7). Cada uno que nace en este
mundo, lo hace con su rostro hacia el pecado y el infierno y su
espalda hacia Dios y la santidad.
Nuestra naturaleza es tan corrupta que no tiene en ella ningú n bien
divino, es como el fuego y el agua, como leñ a mojada y leñ a
ardiendo. En cambio, en cuanto al mal, es como fuego con paja, es
como el sá tiro necio que se apuró a besar el fuego cuando lo vio
por primera vez, es como el material que los naturalistas dicen
que atrae el fuego, que luego lo consume. Todos nacemos
pecadores y no hay nada, fuera de un poder divino, que pueda
transformarnos en santos. Todos podemos ser felices, pero por
¿Es usted nacido de nuevo? 509
naturaleza, detestamos la idea de serlo. Por esto, vemos que, así como
el alimento es indispensable para la vida natural, la santidad lo es
para la preservació n y salvació n del alma. Si tuviéramos la
sabiduría de Salomó n, la fuerza de Sansó n, la valentía de Josué, el
consejo de Ahitofel, los honores de Amá n, el poder de Asuero y la
elocuencia de Apolo, aun con todo, sin santidad no tendríamos
salvació n. Los tiempos en que vivimos exigen que tengamos
santidad. Si los consideramos como tiempos bajo la gracia, ¿qué
mó vil ha tenido un pueblo, tan fuerte como el que Dios nos ha
dado a nosotros que gozamos de tantos medios, maneras y ayudas
para que seamos santos? ¡Oh, el sacrificio, el cuidado, el costo, la
empresa en que ha estado y está ocupado Dios todos los días, para
hacernos santos!

¿Acaso no nos envía todavía a sus mensajeros que se levantan


temprano y se acuestan tarde, y todo para instarnos a ser santos?
Muchos de ellos, ¿acaso no han dado su tiempo, su fuerza, su
espíritu y sus vidas para hacernos santos?
Oh amigos, ¿de qué valen las ordenanzas sagradas sin corazones
santos y sin vidas santas? ¿De qué valen los días de luz, si no
andamos en la luz y nos despojamos de las obras de las tinieblas?
¿Cuá l es el mensaje de todos los medios de gracia, sino éste: Oh,
esfuérzate para ser objeto de la gracia? ¿Y qué es la voz del
Espíritu santo, sino ésta: ¡Oh, esfuérzate por ser santo!? ¿Y qué
dice la voz de todos los milagros de misericordia que Dios ha
realizado en medio nuestro, sino: “Sed santos, sed santos”? ¡Oh!, ¿qué
podría realizar Dios que no haya realizado ya para hacernos santos?
¿Acaso no nos ha dado ya todas las ayudas santas del cielo?
¿No nos ha seguido muy de cerca hasta ahora con ofrecimientos
santos, ruegos santos, consejos santos, palabras de aliento santas y
todo para hacernos santos? Y con todo esto, ¿seguiremos siendo
indiferentes, orgullosos, mundanos, maliciosos, envidiosos,
510 SANTIDAD
contenciosos e impíos?
¡Oh!, ¿qué es esto, sino provocar a Dios para que apague todas
las luces del cielo, deje a un lado nuestros maestros, quite nuestros
candeleros que han sido débiles, y dé todos estos favores a un
pueblo que los valore más, los ame má s, los defienda con má s firmeza
y que los ponga en práctica con más consagració n de lo que lo hemos
hecho nosotros hasta hoy? (Ap. 2:4,5; Is. 42:25). Creo que no hay
nada má s evidente que el hecho de que los tiempos en que vivimos
claman pidiendo que cada uno procure santidad y se esfuerce por
tener más santidad. Nunca nos quejemos del tiempo en que
vivimos, en cambio, dejemos de hacer el mal, esforcémonos por
hacer lo bueno y todo estará bien.

Tengamos corazones mejores, vidas mejores y pronto veremos


tiempos mejores (Is. 1:16-19).
Tomado de Crown and Glory of Christianity, or Holiness: The
only way to happiness (Corona y gloria del cristianismo, o
Santidad: El ú nico camino a la felicidad). Brook’s Works (Obras
de Brooks), tomo 4, pp. 151-153, 187-188, edició n de Grosart,
1866.
¿Es usted nacido de nuevo? 511

¿Es usted nacido de nuevo?


J. C. Ryle

É sta es una de las preguntas má s importantes de la vida. Dijo


Jesucristo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de
Dios” (Jn. 3:3). No basta contestar a la pregunta diciendo: “Soy
miembro de la iglesia, así que seguramente

soy cristiano”. Miles de cristianos nominales no tienen ninguna


de las características del que ha nacido de nuevo, muchas de las
cuales consigna la Primera Epístola de Juan.
No pecar habitualmente
En primer lugar, Juan escribió : “Aquel que es nacido de Dios, no
practica el pecado” (1 Jn. 3:9). “Sabemos que todo aquel que ha
nacido de Dios, no practica el pecado” (5:18).
512 SANTIDAD
La persona que ha nacido de nuevo, no peca habitualmente. Y
no peca con todo su corazó n y su voluntad ni con una inclinació n
completa por hacerlo. Hubo posiblemente un tiempo cuando ni se
preocupaba de que sus acciones fueran pecaminosas o no, y no
siempre se sentía triste después de cometer un mal. No había
enemistad entre él y el pecado, eran amigos. En cambio, el
cristiano auténtico aborrece el pecado, huye de él, lucha con él, lo
considera su peor desgracia, resiente la carga de su presencia, se
lamenta cuando cae bajo su influencia y ansía ser librado
totalmente de él. El pecado ya no le da satisfacció n, se ha convertido
en algo terrible que aborrece. No obstante, no puede librarse de él
en su interior.
Si dijera usted que no tiene pecado, estaría mintiendo (1 Jn.
1:8). Pero sí puede decir que aborrece el pecado y que el gran anhelo
de su alma es no cometer ninguno má s.

No puede impedir que surjan pensamientos malos en su mente,


ni que haya faltas en su vida, omisiones y defectos en sus palabras
y sus acciones. Sabe que “todos ofendemos muchas veces”
(Stg. 3:2). Pero puede decir, sinceramente ante Dios, que estas
cosas le causan aflicció n y dolor, y nada en su naturaleza las
consiente.
¿Qué diría el Apó stol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?
Creer en Cristo
En segundo lugar, Juan escribió : “Todo aquel que cree que Jesú s
es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Jn. 5:1). El hombre nacido de
nuevo, o sea regenerado, cree que Jesucristo es el ú nico Salvador
que puede perdonar a su alma, que él es la persona divina
designada por Dios el Padre para cumplir precisamente este
propó sito y que no hay otro Salvador fuera de él. Se considera
totalmente indigno, pero tiene completa confianza en Cristo, confía en
él y cree que todos sus pecados han sido perdonados. Cree que, por fe
¿Es usted nacido de nuevo? 513
en la obra consumada de Cristo y su muerte en la cruz, es
considerado justo ante Dios y puede esperar a la muerte y el juicio
sin alarmarse.

Puede tener temores y dudas. A veces, puede sentirse que no tiene


fe alguna. Pero pregú ntele si está dispuesto a confiar en otra cosa que
no sea Cristo y vea lo que dice. Pregú ntele si pondría su esperanza de
vida eterna en su propia bondad, sus propias obras, sus oraciones,
su pastor o su iglesia, y escuche su respuesta.
¿Qué diría el Apó stol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?
Practicar justicia
En tercer lugar, Juan escribió : “Todo el que hace justicia es
nacido de él” (1 Jn. 2:29). El hombre nacido de nuevo, o regenerado,
es un hombre santo.

Se esfuerza por vivir segú n la voluntad de Dios, hacer las cosas


que agradan a Dios y evitar hacer las que aborrece. Desea poner
sus ojos continuamente en Cristo como su ejemplo, como su
Salvador, y ser amigo de Cristo cumpliendo sus mandatos. Sabe que
no es perfecto. Percibe con dolor la corrupció n que mora en él.
Nota un principio de maldad dentro de él que lucha
constantemente contra la gracia y quiere apartarlo de Dios. Pero
no lo consiente, aunque no puede impedir su presencia.
Aunque a veces se sienta tan mal que cuestiona si es o no
cristiano, podrá decir con John Newton: “No soy lo que debo ser,
no soy lo que quiero ser, no soy lo que espero ser en el má s allá ,
pero no soy lo que antes fui y, por la gracia de Dios, soy lo que
soy”.
¿Qué diría el Apó stol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?
Amar a otros cristianos
514 SANTIDAD
En cuarto lugar, escribió Juan: “Nosotros sabemos que hemos
pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos” (1 Jn.
3:14).
El que es nacido de nuevo tiene un amor especial por los discípulos
auténticos de Cristo. Igual como su Padre en el cielo, ama a todos
con un gran amor general, pero tiene un amor especial por los que
comparten su fe en Cristo. Al igual que su Señ or y Salvador, ama al
peor de los pecadores y siente dolor por ellos, pero tiene un amor
especial por los que son creyentes. Nunca se siente tan en familia
como cuando está en compañ ía de ellos.
Siente que todos son miembros de la misma familia. Son sus
compañ eros de lucha, luchando contra el mismo enemigo. Son sus
compañ eros de viaje, andando por el mismo camino. Los comprende y
ellos lo comprenden a él. Pueden ser muy diferentes a él en muchos
sentidos: En categoría, posició n y riquezas.

Pero eso no importa, son hijos e hijas de su Padre y no puede


menos que amarlos. ¿Qué diría el Apó stol acerca de usted? ¿Ha
nacido de nuevo?

Vencer al mundo
En quinto lugar, Juan escribió : “Todo lo que es nacido de Dios
vence al mundo” (1 Jn. 5:4). El que es nacido de nuevo no basa su
convicció n de lo bueno y lo malo segú n la opinió n del mundo. No
le importa estar opuesto a las prá cticas, ideas y costumbres del
mundo. Lo que piensan y dicen los demá s ya no le afecta. No
encuentra placer en las cosas que parecen dar felicidad a la
mayoría de la gente. A él le parecen insensatas e indignas de un
ser inmortal.
Prefiere la alabanza de Dios más que la alabanza del hombre. Teme
ofender a Dios má s que ofender al hombre. Le da lo mismo que lo
culpen o alaben; su meta principal es complacer a Dios. ¿Qué diría
¿Es usted nacido de nuevo? 515
el Apó stol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?
Mantenerse puro
En sexto lugar, Juan escribió : “Aquel que ha nacido de Dios, no
practica el pecado” (1 Jn. 5:18).
El que es nacido de nuevo cuida su propia alma. Procura, no só lo
evitar el pecado, sino también todo lo que pueda llevarlo a pecar.
Tiene cuidado de las compañ ías que frecuenta. Sabe que las
malas conversaciones corrompen el corazó n y que el mal es má s
contagioso que el bien, tal como una enfermedad es má s infecciosa
que la salud. Cuida el uso de su tiempo, su mayor anhelo es usarlo
para provecho. Anhela vivir como un soldado en territorio enemigo,
tener puesta siempre su armadura y estar siempre preparado para
encarar las tentaciones. Es diligente en ser una persona que
siempre está en guardia, es humilde y fiel en la oració n. ¿Qué diría
el Apó stol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?

La comprobación
Esas son las seis grandes características del cristiano que
verdaderamente ha nacido de nuevo.
Existe una diferencia inmensa en cuanto a la profundidad y
manifestació n de estas características en distintas personas. En
algunos pueden ser débiles y casi invisibles. En otros, pueden ser
destacadas, claras e indubitables, de manera que cualquiera las puede
ver. Algunas de estas características son má s visibles que otras en
cada individuo. Rara vez se manifiestan en forma idéntica en una
misma persona.
Pero aú n con todo, encontramos aquí dibujadas con trazos
vigorosos, las seis características de haber nacido de Dios.
¿Có mo hemos de reaccionar a ellas? Por ló gica, podemos llegar
a una sola conclusió n: Só lo los que son nacidos de nuevo
cuentan con estas seis características y los que no las tienen, no son
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nacidos de nuevo. É sta parece ser la conclusió n a la que quiso llegar el
Apó stol. ¿Tiene usted estas características? ¿Ha nacido de nuevo?

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