Santidad J.C. Ryle - 0
Santidad J.C. Ryle - 0
Santidad J.C. Ryle - 0
J. C. Ryle (1816-1900)
SANTIDAD
J. C. Ryle
“Seguid… la santidad,
sin la cual nadie verá al Señor”.
Hebreos 12:14
Índice
Prefacio..................................................................................4
Introducción...........................................................................5
1. Pecado...............................................................................18
2. Santificación.....................................................................33
3. Santidad........................................................................52
4. La batalla..........................................................................69
5. El costo.............................................................................86
6. Crecimiento....................................................................101
7. Seguridad....................................................................118
8. Moisés: Un ejemplo........................................................153
9. Lot: Una luz de advertencia............................................168
10............................................................. Una mujer para recordar 183
11..............................................El trofeo más grande de Cristo 201
12......................................................................El Señor de las olas 216
13...................................................... La Iglesia que Cristo edifica 235
14........................................ Advertencias a las iglesias visibles 248
15. “¿Me amas?”...............................................................260
16................................................................................... “Sin Cristo” 271
17................................................................................Sed satisfecha 279
18............................................................ “Riquezas inescrutables” 297
19............................................ Necesidades de nuestros tiempos 310
20........................................................................“Cristo es el todo” 328
21.............................................. Fragmentos de autores antiguos 346
¿Es usted nacido de nuevo?...............................................353
Santidad fue escrito originalmente en inglés por John Charles Ryle
en 1879. El texto es ahora de dominio público.
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Prefacio
Una de las señ ales má s alentadoras y que má s esperanzas da, la
cual he observado durante mucho tiempo en los círculos evangélicos,
ha sido un interés renovado y cada vez mayor en los escritos del
Obispo J. C. Ryle.
En su época fue famoso, renombrado y amado como campeó n y
exponente de la fe evangélica y reformada. Sin embargo, por alguna
razó n, su nombre y sus obras no son conocidos por los evangélicos
modernos. Creo que ninguno de sus libros está en circulació n y los
ejemplares usados son muy difíciles de conseguir.
La suerte tan distinta que han corrido en este sentido el Obispo
Ryle y su casi contemporá neo, el Obispo Moule, siempre ha sido
para mí algo de mucho interés. Pero el Obispo Ryle se está
redescubriendo y hay un nuevo llamado para que se vuelvan a
publicar sus obras.
Todos los que han leído sus escritos, agradecerá n este gran
libro sobre ‘Santificación’. Nunca olvidaré la satisfacció n, tanto
espiritual como mental, que fue leerlo veinte añ os atrá s cuando,
casualmente, lo encontré en una librería de libros usados.
En realidad, no necesita ni un prefacio ni una introducció n. Lo
ú nico que haré es instar a todos los lectores a leer la Introducció n
del propio Obispo. Es de valor incalculable y provee el entorno en
que se sintió impulsado a escribir el libro.
Las características del método y el estilo del Obispo Ryle son
obvios. É l es preeminentemente y siempre, bíblico y expositivo.
Nunca comienza con una teoría con la cual trata de hacer coincidir
pasajes bíblicos. Siempre empieza con la Palabra y la comenta. Es
una exposició n en su mejor y má s excelente expresió n. Siempre es
clara y ló gica e, invariablemente, lleva a una clara enunciació n de una
doctrina. Es fuerte, viril y totalmente libre del sentimentalismo que a
menudo es descrito como “devocional”.
El Obispo ha bebido profundamente de las aguas de los grandes
escritores puritanos clá sicos del siglo XVII. Sí, es totalmente
acertado decir que sus libros son una expresió n de la teología
verdaderamente puritana, presentados en una forma moderna y fá cil
de leer.
El autor, como sus grandes maestros, no tiene un camino fá cil a
la santidad para ofrecernos, ni un método “patentado”, por medio
del cual se puede obtener; pero, invariablemente, produce esa
“hambre y sed de justicia”, que es la ú nica condició n indispensable
para ser “saciado”. Espero que este libro sea ampliamente leído, a fin
de que, cada vez má s, el nombre de Dios reciba má s honra y gloria.
—D. M. Lloyd-Jones, Westminster Chapel, Londres.
Introducción 7
Introducción
Los veinte capítulos que contienen los dos tomos de esta obra,
son una humilde contribució n a una causa que está generando
mucho interés en la actualidad. Me refiero a la causa de la santidad
bíblica. Es una causa a la que todo el que ama a Cristo y anhela
extender su reino en el mundo, debiera ayudar. Todos pueden
hacer algo y yo quiero aportar mi granito de arena.
El lector encontrará poco que sea directamente controversial en
estos capítulos. He tenido cuidado de no mencionar maestros
modernos ni libros modernos. Me he contentado con dar el
resultado de mi propio estudio de la Biblia, mis propias
meditaciones personales, mis propias oraciones pidiendo
iluminació n y mi propia lectura de los escritos de teó logos del
pasado. Si en algo estoy equivocado, espero saberlo antes de partir
de este mundo. Todos vemos en parte y tenemos un tesoro en
vasijas de barro. Confío en que estoy dispuesto a aprender.
La necesidad de una vida santa
Durante muchos añ os he tenido una profunda convicció n de que los
cristianos modernos no le dan suficiente importancia a la santidad
prá ctica ni a la consagració n total del yo a Dios. La política, o las
controversias, o el espíritu partidista [contenciones antagónicas], o
la mundanalidad, han socavado el centro mismo de la piedad viva
en demasiados de nosotros. El tema de una consagració n personal ha
quedado relegado al olvido. Las normas para vivir la vida son
dolorosamente bajas en muchos entornos. La importancia enorme
de “que en todo adornen la doctrina de Dios” (Tito 2:10) y de que la
hagamos bella y hermosa por nuestros hábitos y temperamentos, ha
sido demasiado ignorada. Las gentes del mundo, a veces se quejan
con razó n, de que las personas supuestamente “cristianas”,
8 SANTIDAD
La confusión
Sin embargo, es muy importante que todo el tema se establezca
sobre un fundamento correcto y que lo que de él se desprenda, no
sea perjudicado por declaraciones burdas, desproporcionadas y
unilaterales. No nos sorprendamos de que tales declaraciones
abunden. Sataná s conoce bien el poder de la verdadera santidad y el
dañ o inmenso que una atenció n creciente al tema causará a su reino.
Es pues su intenció n, promover contiendas y controversias acerca de
esta parte de la verdad de Dios. Justamente como en el pasado ha
tenido éxito en mistificar y confundir el pensamiento humano con
respecto a la justificación, ahora está tratando de dar “consejos
oscuros con palabras sin conocimiento” acerca de la santificación.
¡Que Dios lo reprenda! No obstante, yo no puedo perder la
esperanza de que del mal surja la buena voluntad de discutir lo
que revele la verdad y que una variedad de opiniones nos lleven a
escudriñ ar má s las Escrituras, a orar má s y a ser má s diligentes en
tratar de encontrar cuá l es “el sentir del Espíritu”.
Al dar a conocer esta obra, creo mi deber, ofrecer algunas
sugerencias introductorias para los que está n poniendo especial
atenció n al tema de la santificació n en la actualidad. Sé que hago esto
a riesgo de parecer presuntuoso y, posiblemente, ofensivo. Pero algo
hay que aventurar por el bien de la verdad de Dios. Por lo tanto,
pondré mis sugerencias en forma de preguntas y les pido a mis
lectores que las tomen como “precauciones para estos tiempos”, en
relació n con el tema de la santidad.
Las preguntas
1. Pregunto, en primer lugar: Si es sabio hablar de la fe como lo
necesario y como lo único requerido, según muchos parecen afirmar
en la actualidad, al abordar la doctrina de la santificación.
10 SANTIDAD
obras de la ley. La segunda es la que predica San Santiago, que habla de justificación por
obras”. — Thomas Goodwin sobre santidad evangélica; Works (Obras), tomo 7. p. 181.
2
Era práctica común en la Iglesia Anglicana usar el título “San” con los nombres de los
apóstoles originales. —Editor
14 SANTIDAD
3
Aquellos que deseen profundizar en el tema, lo encontrarán presentado extensamente en
los comentarios de Willet, Elton, Chalmers, Robert Haldana y Owen sobre Indwelling
Sin (Pecado que permanece en nosotros) y en la obra de Stafford sobre Seventh of Romans
(Siete de Romanos).
Introducción 17
4
El sermón de Sibbe sobre “Victorious Violence” (Violencia victoriosa) merece la atención
de todos los que tienen sus obras —Tomo 7, p. 30 (Richard Sibbes, 1577-1635).
El error lamentable
Termino aquí mi introducció n y me apuro a concluirla. Confieso
que dejo de escribir con sentimientos de tristeza y ansiedad. Hay
mucho en la actitud de los cristianos en la actualidad que me llena
de preocupació n y que me hace temer por el futuro.
Existe entre muchos creyentes una ignorancia pasmosa de las
Escrituras y, consecuentemente, existe también la necesidad de una
fe bien fundamentada, bíblicamente y só lida. No tengo otra manera
de explicar la facilidad con que la gente, como si fueran niñ os, “son
llevados por doquiera de todo viento de doctrina” (Ef. 4:14). Existe
un amor ateniense por las cosas novedosas y una aversió n
mó rbida por cualquier cosa del pasado y regular, y por el sendero
transitado por nuestros mayores. Miles de personas se congregan
para escuchar una voz nueva y una doctrina nueva, sin considerar
ni por un momento, si lo que está n oyendo es cierto. Hay ansias
incesantes de escuchar cualquier enseñ anza sensacional y
emocionante que apele a los sentimientos. Hay un apetito enfermizo
por un cristianismo espasmó dico e histérico. La vida religiosa de
muchos es como beber una pequeñ a copita espiritual y “el espíritu
afable y apacible” que recomienda San Pedro es totalmente
olvidado (1 Pe. 3:4). Las multitudes, los llantos, los sitios calurosos,
los cantos rimbombantes y una incesante apelació n a las emociones,
es lo ú nico que a muchos les interesa. La incapacidad para
distinguir las diferencias doctrinales cunde por doquier y, mientras el
predicador sea “há bil” y “fervoroso”, cientos de oyentes parecen
creer que tiene que estar predicando la verdad ¡y lo llaman a uno
terriblemente “intolerante y duro”, si sugiere que no predica la
verdad! Moody y Hawis, Dean Stanley y Canon Liddon, Mackonochie
y Persall Smith les dan lo mismo a tales personas. Todo esto es
triste, muy triste. Pero si, además de esto, los que sinceramente
abogan por más santidad, caen por el camino o tienen diferencias
entre sí, será más triste todavía. Entonces sí que estaremos peor.
Introducción 25
La solución
En cuanto a mí, sé que ya no soy un pastor joven. Mi mente quizá se
esté endureciendo y no puedo recibir fá cilmente ninguna doctrina
nueva. “Lo de antes es mejor”. Supongo que pertenezco a la escuela
antigua de teología evangélica y, por lo tanto, me contento con
enseñ ar acerca de la santificació n segú n lo que encuentro en Life of
Faith (Vida de fe) por Sibbes y Manton, y en The Life, Walk, and
Triumph of Faith (La vida, el camino y el triunfo de la fe) por
William Romaine. Pero tengo que expresar mi esperanza de que
mis hermanos má s jó venes, que han adoptado conceptos nuevos
de la santidad, se cuiden de las mú ltiples e innecesarias divisiones.
¿Creen que se necesitan normas superiores para la vida cristiana en
la actualidad? Yo también. ¿Creen que se necesitan enseñ anzas má s
claras, fuertes y completas sobre santidad? Yo también. ¿Creen que
Cristo debe ser má s exaltado como la raíz y el autor de la
santificació n, al igual que la justificació n? Yo también. ¿Creen que
se les debe instar má s y má s a los creyentes a vivir por fe? Yo
también. ¿Creen que se debe insistir más y más en que mantenerse
muy cerca de Dios es el secreto de la vida feliz y provechosa para el
creyente? Yo también. En todo esto coincidimos. Si quieren saber
má s, entonces les pido que tengan cuidado por dó nde caminan y que
expliquen, clara y distintivamente, lo que quieren decir.
Por ú ltimo, tengo que rechazar, y lo hago con amor, el uso de
términos y frases vulgares al enseñ ar acerca de la santificació n. Alego
que un movimiento a favor de la santidad no puede ser extendido con
una fraseología inventada, ni con afirmaciones desproporcionadas y
parciales, ni con enfatizar demasiado y aislar pasajes en particular, ni
por exaltar una verdad a expensas de otra, ni alegorizando o
acomodando pasajes (exprimiéndolos para sacarles significados que
el Espíritu Santo nunca puso en ellos),
ni hablando con desprecio y amargura de los que no ven las cosas
exactamente como las ve uno y no trabajan exactamente de las
maneras en que lo hace uno. Estas cosas no conducen a la paz; más
bien repelen a muchos y los mantienen alejados. Las armas como
éstas, no ayudan en nada a la causa de la verdadera santificació n,
sino que la perjudican. Hay que desconfiar de cualquier movimiento
para propagar la santidad que produzca altercados y disputas
entre los hijos de Dios. En nombre de Cristo, y en nombre de la
verdad y el amor, tratemos de seguir la paz, al igual que la
santidad. “Lo que Dios juntó , no lo separe el hombre” (Mr. 10:9).
Lo que anhelo de corazó n y pido a Dios todos los días, es que la
santidad personal aumente grandemente entre los que profesan ser
cristianos. Y confío en que todos los que procuran promoverla, se
adhieran a lo que coincida con las Escrituras, que distingan
cuidadosamente las cosas que difieren y que separen “lo precioso de
lo vil” (Jer. 15:19).
1. Pecado
“El pecado es infracción de la ley”. 1 Juan 3:4
Introducción 27
1
La Confesión de fe de la Iglesia Anglicana se denomina Los treinta y nueve artículos. Se
origina en 1563 y refleja las enseñanzas de la Reforma Protestante.
30 SANTIDAD
Verá en él los brotes y gérmenes del engañ o, del mal cará cter,
egoísmo, egocentrismo, obstinació n, codicia, envidia, celo, pasió n,
los cuales si se les deja expresar, crecerá n con lamentable rapidez.
¿Quién enseñ ó al niñ o estas cosas? ¿Dó nde las aprendió ? ¡Só lo la
Biblia puede contestar estas preguntas!
De todas las cosas necias que los padres suelen decir acerca de
sus hijos, no hay otra peor que el dicho comú n: “En el fondo, mi
hijo tiene un buen corazó n. No es lo que debiera ser; pero es que
ha caído en malas manos. Las escuelas pú blicas son lugares malos.
Los tutores descuidan a los niñ os. No obstante, en el fondo, él tiene
un buen corazó n”. Desgraciadamente, la verdad es exactamente lo
contrario. La primera causa de todo pecado radica en la
corrupció n natural del corazó n del niñ o, no en la escuela.
III. Amplitud del pecado
En cuanto a la amplitud de esta vasta enfermedad moral del
hombre llamada pecado, tengamos cuidado de no equivocarnos. La
ú nica base segura es la que nos dan las Escrituras. “Todo designio de
los pensamientos del corazó n” es malo por naturaleza y lo es
continuamente (Gén. 6:5). “Engañ oso es el corazó n má s que todas
las cosas, y perverso;…” (Jer. 17:9). El pecado es una enfermedad que
satura y compromete cada parte de nuestra constitució n moral y cada
una de nuestras facultades mentales. La comprensió n, los afectos,
los poderes para razonar, la voluntad, está n todos infectados, en
menor o mayor grado. Aun la conciencia está tan ciega que no se
puede depender de ella como un guía seguro y puede llevar al
hombre a hacer tanto lo malo como lo bueno, a menos que esté
iluminado por el Espíritu Santo. En resumen, “Desde la planta del
pie hasta la cabeza no hay… cosa sana,…” en nosotros (Isa. 1:6). La
enfermedad puede estar oculta bajo una delgada capa de cortesía,
32 SANTIDAD
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46).
Estoy convencido de que nada nos asombrará tanto, cuando
despertemos en el día de resurrecció n, como la vista que tendremos
del pecado y del conocimiento retrospectivo que tendremos de
nuestras innumerables faltas y defectos. Nunca, hasta la hora
cuando Cristo venga por segunda vez, comprenderemos
totalmente “lo pecaminoso del pecado”. Bien podría decir
George Whitefield: “El himno en el cielo será : ‘¡Lo que Dios ha
hecho!’”
V. Lo engañoso del pecado
Queda un punto por considerar sobre el tema del pecado, que no
puedo pasar por alto. Ese punto tiene que ver con lo engañoso que
es. Es un asunto de importancia primordial y me aventuro a
pensar que no recibe la atenció n que merece. Podemos ver este
engañ o en lo increíblemente propenso que es el hombre a
considerar al pecado menos pecaminoso y peligroso de lo que es a los
ojos de Dios y su pronta disposició n por restarle importancia,
excusarse por él y minimizar su culpa. “¡No es má s que uno pequeñ o!
¡Dios es misericordioso! ¡Dios no va al extremo de tomar nota de lo
que uno hace mal! ¡Nuestra intenció n es buena! ¡Uno no puede ser
tan quisquilloso! ¿Dó nde hace tanto dañ o? ¡No hacemos má s que lo
mismo que hacen los demá s!”. ¿A quién no le resulta familiar este
tipo de lenguaje?
Podemos verlo en la larga lista de palabras y frases lindas que han
acuñ ado los hombres a fin de describir cosas que Dios llama lisa y
llanamente perversas y una ruina para el alma. ¿Qué significan
expresiones como “de vida fá cil”, “alegre”, “alocado”, “inseguro”,
“desconsiderado”, “indiscreto”? Muestran que los hombres tratan de
engañ arse a sí mismos y de creer que el pecado no es tan
pecaminoso como Dios dice que lo es y que no son tan malos como
realmente son. Podemos verlo en la tendencia, aun de creyentes,
38 SANTIDAD
Autodegradación
Y ahora, antes de seguir adelante, quiero mencionar
brevemente dos pensamientos que parecen surgir con fuerza
irresistible de este tema. Por un lado, les pido a mis lectores que
observen las razones profundas que todos tenemos para
humillarnos y degradarnos a nosotros mismos. Sentémonos ante la
figura del pecado que nos presenta la Biblia y consideremos qué
criaturas tan culpables, viles y corruptas somos todos a los ojos de
Dios. ¡Cuá nta necesidad tenemos todos del cambio del corazó n
llamado regeneració n, nuevo nacimiento o conversió n!
1. Pecado 39
3
Thomas Hooker (1556-1647): “Learned Discourse of Justification” (un discurso
erudito sobre la justificación).
42 SANTIDAD
Citamos un texto y nos dicen que no toda verdad está confinada a las
pá ginas de un antiguo libro judío y que una bú squeda libre ha
descubierto muchas cosas desde que el libro se terminó de
escribir.
Un concepto correcto es el mejor antídoto contra ese tipo de
cristianismo sensual, ceremonial y formal, que nos ha arrasado
como una inundació n durante los ú ltimos veinticinco añ os,
llevá ndose a muchos a su paso. Comprendo que este sistema de
religió n tiene mucho de atractivo para cierta mentalidad, siempre
y cuando la conciencia no esté totalmente iluminada. Me resulta
difícil creer que cuando esa parte maravillosa de nuestro ser llamada
conciencia está realmente despierta y viva, un cristianismo
ceremonial sensual nos satisfaga plenamente. A un niñ ito se le
puede tranquilizar y entretener fá cilmente con juguetitos y
sonajeros mientras no tenga hambre; pero en cuanto lo siente,
sabemos que comer es lo ú nico que lo satisfará . Sucede lo mismo
con el alma. Mú sica, flores, velas, incienso, estandartes, procesiones,
vestiduras hermosas, confesionarios y ceremonias de carácter
similar a las cató licas romanas hechas por el hombre, lo satisfará n
bajo ciertas condiciones. Pero una vez que “despierta y se levanta de
entre los muertos”, no se contentará con estas cosas. Le parecerá n
simples frivolidades y una pérdida de tiempo. Pero en cuanto ve
su pecado, tiene que ver a su Salvador. Se siente atacado por una
enfermedad mortal y nada los satisfará , sino el gran Médico. Tiene
hambre y sed, y no puede conformarse con menos que el pan de
vida. Puedo parecer audaz al decir esto; pero afirmo, sin temor a
equivocarme, que cuatro de cada cinco algo de cató licos romanos
del ú ltimo cuarto de siglo, no hubieran existido si se les hubiera
enseñ ado má s fehacientemente y con má s amor, la naturaleza del
pecado y lo vil y pecaminoso que es.
34 SANTIDAD
2. Santificación
“Santifícalos en tu verdad”. Juan 17:17
“La voluntad de Dios es vuestra santificación”.
1 Tesalonicenses 4:3
1
“Las Escrituras mencionan una doble santificación y, en consecuencia, hay una doble
santidad. La primera es común a las personas y cosas, consistiendo de una dedicación,
consagración o separación singulares de ellas para el servicio de Dios, por su propio
nombramiento, por el cual se hacen santos. Esto se aplica a los sacerdotes y levitas de
antaño; el arca, el altar, el tabernáculo y el templo que eran santificados y hechos santos
y, ciertamente, en toda santidad hay una dedicación y separación singular para Dios.
Pero en el sentido mencionado, la suya era solitaria y, exclusivamente, de él. Nada se
relacionaba con esta separación sagrada ni había ningún otro efecto de esta
santificación. Pero, en segundo lugar, hay otro tipo de santificación y santidad, este
apartarse para Dios no es lo primero realizado ni lo intencionado, sino una consecuencia y
efecto de ella. Ésta es real en el interior, por la comunicación de un principio de santidad
de nuestra naturaleza, desarrollado con su práctica de actos y deberes de obediencia
santa a Dios. Esto es lo que buscamos”. —John Owen (1616-1683) acerca del Espíritu
Santo, Works (Obras). Tomo 3, p. 370, edición de Goold.
¿Es usted nacido de nuevo? 41
É sta es, sin duda, una afirmació n dura para muchos; pero, dura o
no, es sencillamente una verdad bíblica. Está escrito claramente que
el que es nacido de Dios es uno en quien permanece la simiente de
Dios; “y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Jn. 3:9).
(3) Santificació n también es la ú nica certeza de la evidencia
de que el Espíritu Santo mora en él, lo cual es esencial en la
salvació n. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Ro.
8:9). El Espíritu no se mantiene dormido ni inactivo dentro del
alma: Siempre da a conocer su presencia por el fruto que causa
que nazca en el corazó n, en el cará cter y en la vida. “El fruto del
Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza” y cosas similares (Gá . 5:22, 23). Donde
existen estas virtudes, allí está el Espíritu; donde faltan, los
hombres está n muertos para Dios. El Espíritu es comparado con el
viento y, como el viento, no se ve con ojos físicos. Pero así como
sabemos que hay viento por el efecto que produce en las olas, en
los á rboles y en el humo, podemos también saber que el Espíritu
está en alguien por los efectos que produce en su conducta. Es necio
suponer que tenemos el Espíritu si no andamos en el Espíritu (Gá.
5:25). Podemos depender de esto con gran certeza: Que donde no
hay un vivir santo, no hay Espíritu Santo. El sello que el Espíritu
estampa en el pueblo de Dios, es santificació n. Todos los que de
hecho son “guiados por el Espíritu de Dios, éstos”, estos
ú nicamente, “son hijos de Dios” (Ro. 8:14).
(4) Santificació n también es la única señal segura de la
elección de Dios. Los nombres y la cantidad de escogidos son algo
secreto, sin duda, que Dios sabiamente se ha guardado para él y no
ha revelado al hombre. No nos es dado en este mundo estudiar las
pá ginas del libro de la vida y ver los nombres que contiene.
Pero hay una realidad clara y simple de la elecció n y es ésta: Que
los hombres y mujeres escogidos pueden ser conocidos y distinguidos
por su vida santa. Está escrito expresamente que son…
44 SANTIDAD
2
“La guerra del diablo es mejor que la paz del diablo. Éste sospecha que la santidad es tonta.
Cuando al perro lo sacan afuera de la casa aúlla hasta que lo vuelven a dejar entrar”.
“Los encuentros de contrarios, como el fuego y el agua, tienen conflicto entre sí.
Cuando Satanás encuentra un corazón santificado, lo tienta importunándolo en gran
medida. Donde hay mucho de Dios y de Cristo, hay muchos ataques por los que muchos
fieles han sido tentados a dudar”. —Samuel Rutherford (1600- 1661), Trial of Faith
(Prueba de fe), p. 403.
50 SANTIDAD
3
“No hay ninguna fantasía humana inventada por el hombre, ninguna más necia, ninguna
tan perniciosa como ésta: Que las personas no purificadas, no santificadas, no hechas
santas en su vida, sean después llevadas a ese estado de bendición que consiste en
disfrutar de Dios. Estas personas tampoco pueden regocijarse en Dios y Dios no sería
una recompensa para ellas. Es cierto que la santidad se perfecciona en el cielo, pero
invariablemente su comienzo se limita a este mundo”. — Owen on the Holy Spirit
(Owen sobre el Espíritu Santo), p. 575. Edición de Goold.
John Owen (1616-1683): Capellán en el ejército de Oliver Cromwell y vicecanciller de
la Universidad de Oxford. La mayor parte de su vida fue pastor de iglesias
congregacionales. Sus escritos abarcan un periodo de cuarenta años y llegan a
veinticuatro tomos que se consideran entre los mejores recursos para el estudio de la
teología en el idioma inglés. Nació de padres puritanos en la aldea de Oxfordshire de
Stadham, Inglaterra.
¿Es usted nacido de nuevo? 53
II. La evidencia visible de la santificación
Procedo ahora a abordar el segundo punto que me propuse
considerar. Ese punto es la evidencia visible de la santificación. En
pocas palabras: ¿Cuá les son las señ ales visibles del hombre
santificado? ¿Qué podemos esperar ver en él? É sta es una parte muy
amplia y difícil de nuestro tema. Es amplia porque necesita la
menció n de muchos detalles que no se pueden encarar totalmente
dentro de los límites de un escrito como éste. Es difícil porque es
imposible tratarla sin ofender. Pero sean cuales fueren los riesgos, la
verdad tiene que ser presentada y hay un aspecto de la verdad que
requiere, especialmente, que sea enunciada en la actualidad.
(1) La verdadera santificació n no consiste en hablar acerca de
religión. É ste es un punto que nunca debe olvidarse. El enorme
incremento de la educació n y predicació n en estos ú ltimos días hace
absolutamente necesario levantar la voz para dar una advertencia.
Las gentes oyen tanto acerca de la verdad del evangelio que se
acostumbran a sus palabras, su vocabulario y frases y, a veces, hablan
con tanta fluidez sobre sus doctrinas que hacen pensar que son
verdaderos cristianos. De hecho, asquea y disgusta escuchar el
lenguaje frío y frívolo que muchos usan acerca de “la conversió n, el
Salvador, el evangelio, de encontrar paz, de la gracia” y cosas así,
mientras que es notorio que sirven al pecado o viven para el
mundo.
¿Podemos dudar que hablar así es abominable a los ojos de Dios y que
no es mejor que maldecir, jurar y tomar el nombre de Dios en
vano? La lengua no es el ú nico miembro que Cristo nos pide que
demos para servirle. Dios no quiere que su pueblo sea como
vasijas vacías, como metal que resuena ni címbalo que retiñ e.
Tenemos que ser santificados, no só lo “de palabra, ni de lengua,
sino de hecho y en verdad” (1 Jn. 3:18).
54 SANTIDAD
(2)La verdadera santificació n no consiste de sentimientos
religiosos temporales. É ste es también un punto que necesita
urgentemente una advertencia. Los servicios misioneros y
reuniones de evangelizació n está n recibiendo gran atenció n por
todas partes y causando mucha sensació n. La Iglesia Anglicana
parece haber revivido y está nuevamente activa; tenemos que dar
gracias a Dios por ello. Pero estas cosas tienen sus peligros, al
igual que sus ventajas. Dondequiera que se planta trigo, el diablo de
seguro sembrará cizañ a. Es de temer que muchos parecen
conmovidos, sacudidos y emocionados por la predicació n del
evangelio, cuando en realidad sus corazones no han cambiado en
nada. La realidad de esos casos es que sienten una especie de emoció n
animal al contagiarse por ver a otros llorar, regocijarse o
emocionarse. Sus heridas son superficiales y la paz que profesan
también lo es. Son como la semilla sembrada en pedregales, “oye la
palabra, y al momento la recibe con gozo” (Mt. 13:20); pero al poco
tiempo se aparta, vuelve al mundo y es má s duro y peor que antes.
Como la calabacera de Joná s, crece sú bitamente en una noche y en
otra noche muere.
No olvidemos estas cosas. Cuidémonos hoy de curar
superficialmente las heridas y clamar: “Paz, paz” cuando no hay
paz. Instemos a todo el que muestra un nuevo interés en la fe
cristiana, que no se contente con nada que no sea la obra profunda,
só lida y santificadora del Espíritu Santo. La reacció n después de
una emoció n religiosa falsa, es una enfermedad mortal. Cuando el
diablo es echado fuera de un hombre temporalmente en el fervor
de un avivamiento, tarde o temprano vuelve a su morada y su
estado final resulta peor que el primero. Es mil veces mejor
empezar lentamente y después “continuar en la palabra” con
constancia, que empezar apurados sin calcular el costo y, al poco
tiempo, como la esposa de Lot, mirar hacia atrá s y volver al mundo.
¿Es usted nacido de nuevo? 55
Declaro que no conozco un estado del alma má s peligroso que
imaginar que hemos nacido de nuevo y que hemos sido santificados
por el Espíritu Santo porque estamos experimentado unos pocos
sentimientos religiosos.
(3) La verdadera santificació n no consiste de un formalismo
externo ni de una devoció n externa. É sta es una enorme fantasía,
pero lamentablemente muy comú n. Miles de religiosos se imaginan
que la verdadera santidad puede verse en una cantidad excesiva de
religiosidad exterior: Asistir constantemente a los cultos de la iglesia,
participar en la Cena del Señ or, observar días de ayuno y de los
santos, hacer mú ltiples reverencias, giros, gestos y asumir ciertas
posturas durante el culto pú blico como señ ales de austeridad y de
supuestos sacrificios, en usar ropa rara, usar estampas y cruces.
Admito sin problemas que algunos hacen estas cosas por motivos de
conciencia y creen realmente que son de ayuda para sus almas.
Pero me temo que, en muchos casos, esta religiosidad exterior se
convierte en un sustituto de la santidad interior y estoy seguro de
que está lejos de obrar la santificació n del corazó n. Sobre todo,
cuando veo que muchos seguidores de este estilo formal, exterior
y sensual, son mundanos y se dejan llevar por sus pompas y
vanidades sin tener vergü enza, siento que se necesita hablar muy
claramente sobre el tema. Puede haber una cantidad inmensa de
“religiosidad exterior”, donde no hay ni un á pice de verdadera
santificació n.
(4) La santificació n no consiste en retirarnos de nuestro lugar
en la vida, ni en la renunciació n de nuestros deberes sociales. En
todas las épocas, muchos individuos han caído en esta trampa con
la intenció n de buscar santidad. Cientos de ermitañ os se han
desterrado a algú n desierto y miles de hombres y mujeres se han
enclaustrado en monasterios y conventos con la idea fú til de que, al
hacerlo, escapan del pecado y se convierten en santos insignes.
56 SANTIDAD
Han olvidado que no hay candados ni barras que puedan impedir la
entrada al diablo y que, dondequiera que vayan, llevan la raíz de
todos los males: Sus propios corazones. Convertirse en monje o en
monja, enclaustrarse en una Casa de Misericordia, no es el camino
superior a la santificació n.
La verdadera santidad no lleva al cristiano a evitar las
dificultades, sino a que las encare y venza. Cristo quiere que su
pueblo demuestre que su gracia no es meramente planta de
invernadero, que só lo puede prosperar si está resguardada, sino algo
fuerte y resistente que puede prosperar en cada relació n de la vida. Es
cumplir nuestro deber en esa condició n, a la cual Dios nos ha
llamado —como sal en medio de la corrupció n y luz en medio de la
oscuridad—, el elemento principal de la santificació n. No se trata
del hombre que se esconde en una cueva, sino del hombre que
glorifica a Dios como amo o siervo, padre o hijo, en la familia o en
la calle, en los negocios y los oficios, que es el tipo bíblico del
hombre santificado. Nuestro Maestro mismo dijo en su ú ltima
oració n por sus discípulos: “No ruego que los quites del mundo,
sino que los guardes del mal” (Jn. 17:15).
(5) La santificació n no consiste en el cumplimiento ocasional
de las acciones correctas. Es el obrar constante de un nuevo
principio celestial interior, que satura toda la conducta cotidiana del
hombre, tanto en las grandes acciones como en las pequeñ as. Su
sede es el corazó n y, al igual que el corazó n en el cuerpo, tiene una
influencia constante en cada aspecto de su cará cter. No es como
una bomba de agua, de la cual só lo sale agua cuando se bombea, sino
como una fuente perpetua, cuya corriente fluye siempre espontá nea y
naturalmente. Aun Herodes, “escuchaba de buena gana” a Juan el
Bautista, aunque su corazó n estaba totalmente apartado de Dios
(Mr. 6:20). De la misma manera, hay muchas personas en la
actualidad que parecen tener ataques espasmó dicos de
¿Es usted nacido de nuevo? 57
“buena voluntad” y hacen muchas cosas correctas bajo la
influencia de alguna enfermedad, aflicció n, muerte en la familia,
calamidad pú blica o un repentino remordimiento de conciencia.
No obstante, cualquier observador inteligente puede ver
claramente todo el tiempo que no se han convertido y que no
saben nada de “santificació n”. Un auténtico santo, como Ezequías,
será de limpio corazó n. Aborrecerá “todo camino de mentira” (2
Cr. 31:21; Sal. 119:104).
(6) La santificació n auténtica se muestra por un respeto
habitual a la ley de Dios, un esfuerzo habitual de vivir en
obediencia a ella como regla de la vida. No hay peor error que
suponer que el cristiano nada tiene que ver con la ley y los Diez
Mandamientos por el hecho de que no puede ser justificado por
cumplirlos. El mismo Espíritu Santo que convence de pecado al
creyente por medio de la ley, que lo guía a Cristo para su
justificació n, lo conducirá a un uso espiritual de la ley, como un
guía amigo, en la bú squeda de la santificació n.
Nuestro Señ or Jesucristo nunca tomó los Diez Mandamientos a
la ligera; por el contrario, en su primer discurso pú blico, el
Sermó n del Monte, habló ampliamente sobre ellos y demostró la
naturaleza escudriñ adora de sus requerimientos. San Pablo nunca
le restó importancia a la ley, por el contrario, dice: “la ley es buena,
si uno la usa legítimamente” y “segú n el hombre interior, me
deleito en la ley de Dios” (1 Ti. 1:8; Ro. 7:22). El que pretende ser
un santo mientras que desprecia los Diez Mandamientos y le da lo
mismo mentir, ser hipó crita, estafar, tener mal genio, calumniar,
emborracharse y romper el séptimo mandamiento, vive engañ ado y
en una condició n peligrosa. ¡Encontrará que en el día final, le será
imposible probar que es un “santo”!
(7) La santificació n auténtica se muestra por un esfuerzo
habitual por hacer la voluntad de Cristo y vivir segú n sus
preceptos prá cticos.
58 SANTIDAD
(8) Estos preceptos se encuentran por todas partes en los
cuatro Evangelios y, especialmente, en el Sermó n del Monte. La
persona que supone que estos mandamientos fueron dichos sin la
intenció n de promover la santidad y que el cristiano no necesita
hacerles caso en su vida cotidiana, es peor que un luná tico, y de
cualquier modo que se le mire, es una persona extremadamente
ignorante. ¡Al escuchar hablar a algunos y al leer los escritos de
algunos hombres, se podría pensar que cuando estuvo en la tierra,
nuestro bendito Señ or nunca enseñ ó más que doctrinas y que dejó
que otros enseñ aran los deberes prácticos! Aun el conocimiento más
leve de los cuatro Evangelios, nos indica que esto es un error
absoluto. Lo que sus discípulos deben ser y hacer es algo que
nuestro Señ or siempre destacó en sus enseñ anzas. El hombre
verdaderamente santificado no lo olvidará . Sirve a un Maestro que
dijo: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn.
15:14).
(9) La santificació n auténtica se demuestra por medio de un
anhelo habitual de vivir según las normas que Pablo presenta a
las iglesias en sus escritos. Esas normas se encuentran en los ú ltimos
capítulos de casi todas sus epístolas. La idea comú n de muchos es que
los escritos de Pablo contienen ú nicamente declaraciones
doctrinales y temas controversiales —justificació n, elecció n,
predestinació n, profecía y cosas por el estilo—, lo cual es pura
fantasía y una triste prueba de la ignorancia de las Escrituras que
prevalece en estos días. Desafío al que quiera, que lea con cuidado
los escritos de Pablo sin encontrar en ellos una gran cantidad de
indicaciones claras y prá cticas sobre el deber del cristiano en cada
relació n de su vida y sobre há bitos diarios, temperamento y
conducta de unos hacia otros. Estas indicaciones fueron escritas
bajo la inspiració n de Dios para guiar perpetuamente al que profesa
ser cristiano. El que no les hace caso puede pasar por miembro de
una iglesia, pero no por lo que la Biblia llama hombre
“santificado”.
¿Es usted nacido de nuevo? 59
4
“En el evangelio, Cristo se nos presenta como un modelo y ejemplo de santidad y, tal como es
una fantasía maldita creer que éste era todo el propósito de su vida y muerte, o sea,
principalmente ejemplificar y confirmar la doctrina de santidad que él enseñó; lo es
también olvidar que él es nuestro ejemplo, dejar de considerarlo por fe con ese fin y
esforzarnos para conformarnos a él, es inicuo y pernicioso. Por lo tanto, meditemos mucho
en lo que él era, lo que él hacía y cómo encaraba todos sus deberes y pruebas, hasta que
una imagen o idea de su santidad perfecta se implante en nuestras mentes y, por ello,
lleguemos a parecernos a él”. —Owen acerca del Espíritu Santo, p. 513; edición de Goold.
60 SANTIDAD
Cuando hablo de gracias pasivas, me refiero a esas gracias que son
sembradas en el sometimiento a la voluntad de Dios y cosechadas en
la paciencia unos hacia los otros. Pocos, a menos que hayan
examinado este punto, tienen una idea de cuá nto habla el Nuevo
Testamento de estas gracias y qué importante es el lugar que
parecen ocupar. É ste es el punto especial en que reflexiona Pedro al
llevar nuestra atenció n el ejemplo de nuestro Señ or Jesucristo: (1 P.
2:21-23). É sta es la acció n específica en el Padrenuestro que Dios
nos requiere: “Y perdó nanos nuestras deudas, como también nosotros
perdonamos a nuestros deudores” y el ú nico punto que el Señ or
comenta al final de la oració n. É ste es el punto que ocupa un tercio
de la lista de las manifestaciones del fruto del Espíritu que nos da
San Pablo. Menciona nueve y tres de éstas: “Paciencia, benignidad
y mansedumbre” son incuestionablemente gracias pasivas (Gá . 5:22-
23). Tengo que decir, lisa y llanamente, que no creo que este tema se
enfoque lo suficiente entre los cristianos. Las gracias pasivas son sin
duda má s difíciles de lograr que las activas, pero son, precisamente,
las que tienen la mayor influencia sobre el mundo. Y de una cosa
estoy muy seguro: No tiene sentido pretender una santificació n, a
menos que seamos ejemplos de bondad, benignidad, paciencia y
perdó n, a lo cual la Biblia da tanta importancia. ¡El mundo está
demasiado lleno de los que se muestran habitualmente
desagradables y antipáticos en la vida cotidiana y son
constantemente cortantes con lo que dicen y hurañ os con todos a su
alrededor, gente rencorosa, vengativa y maliciosa! Todos estos, saben
poco de lo que debieran saber sobre la santificació n.
Tales son las señ ales visibles del hombre santificado. No digo
que todas se notará n en igual proporció n en todo el pueblo de
Dios. Admito que, aun en los mejores creyentes, no se ven plena y
perfectamente. Pero sí digo con seguridad que las cosas a las que
me he estado refiriendo son las señ ales bíblicas de la
santificació n y que a aquellos que las desconocen, les convendría
dudar si tienen alguna gracia o no.
¿Es usted nacido de nuevo? 61
Nunca me retractaré de decir que la santificació n auténtica es algo
que puede verse y que las señ ales que he procurado presentar son
má s o menos las señ ales del hombre santificado.
III. Diferencia entre justificación y santificación
En ú ltimo lugar, me propongo considerar la diferencia entre
justificación y santificación. ¿En qué coinciden y en qué difieren?
Esta rama de nuestro tema es de gran importancia, aunque me
temo que no lo consideren así todos mis lectores. La trataré
brevemente, pero no me atrevo a pasarla totalmente por alto.
Muchos no van má s allá de lo superficial de las cosas en la religió n y
consideran las buenas diferencias teoló gicas como cuestió n de
“preguntas y nomenclaturas” que son de poco valor real. Pero
advierto a todos los que consideran seriamente las cuestiones del
alma, que la gran inquietud que sienten por no “distinguir entre las
cosas en que difieren” en la doctrina cristiana, es muy grande y les
aconsejo, de manera especial, que si aman la paz, busquen
conceptos claros sobre el tema que nos ocupa. Tenemos que recordar
siempre que justificació n y santificació n son dos cosas diferentes. No
obstante, hay puntos en los cuales coinciden y puntos en que
difieren. Tratemos de encontrar cuáles son.
¿En qué sentido, pues, son iguales la justificación y santificación?
(a) Ambas proceden originalmente de la gracia de Dios. Es
ú nicamente por su gracia que el creyente es justificado o
santificado.
(b) Ambas son parte de la gran obra de salvació n que Cristo, en el
pacto eterno, ha realizado para bien de su pueblo. Cristo es la
fuente de vida, de la cual fluyen, tanto el perdó n como la santidad.
La raíz de cada una es Cristo.
(c) Ambas está n en una misma persona. Aquellos que son
justificados, siempre son santificados y aquellos que son santificados,
son siempre justificados.
62 SANTIDAD
Dios ha unido en una sola persona la justificació n y la santificació n,
y no pueden ser separadas.
(d) Ambas comienzan al mismo tiempo. El momento en que una
persona comienza a ser una persona justificada, comienza también a
ser santificada. Quizá no lo perciba, pero ésta es la realidad.
(e) Ambas son necesarias para la salvació n. Nadie ha llegado al
cielo sin un corazó n renovado, al igual que perdonado; sin la
gracia del Espíritu, al igual que la sangre de Cristo; sin idoneidad
para la gloria eterna, al igual que un título. Una es tan necesaria
como la otra.
Estos son los puntos en que coinciden la justificació n y
santificació n.
Consideremos ahora lo opuesto y veamos en qué sentido
difieren.
(a) La justificació n, es Dios declarando justos a aquellos que
reciben a Cristo, basá ndose en que la justicia de Cristo es
imputada a la cuenta de aquellos que lo reciben. La santificació n
es, de hecho, hacer justo al hombre en su interior, aunque sea en
un grado muy débil.
(b) La justicia que tenemos para nuestra justificació n no es
nuestra, sino que es la eterna y perfecta justicia de nuestro gran
Mediador Cristo, que nos es imputada y de la cual nos
apropiamos por fe. La justicia que tenemos por santificació n es
nuestra propia justicia, impartida, inherente y realizada en nosotros
por el Espíritu Santo, pero mezclada con debilidades e
imperfecciones.
(c) En la justificació n, nuestras propias obras no tienen nada que
ver y una fe sencilla en Cristo es lo ú nico necesario. En la
santificació n nuestras propias obras son de suma importancia y, por
eso, Dios nos insta a luchar, a velar, orar, esforzarnos, luchar y
trabajar.
¿Es usted nacido de nuevo? 63
Aplicación práctica
Só lo me queda concluir este tema con algunas palabras claras
de aplicació n. Hemos presentado la naturaleza y las señ ales
visibles de la santificació n. ¿Qué reflexiones prá cticas debiera
generar todo este tema?
(1) Despertemos todos a la realidad del estado peligroso de
muchos cristianos. “Seguid… la santidad, sin la cual nadie verá al
Señ or” (He. 12:14). Entonces, ¡qué cantidad enorme hay de
seguidores de una supuesta religió n que es totalmente inú til! ¡Qué
proporció n inmensa de gente que asiste a la iglesia se encuentra
en el camino ancho que lleva a la destrucció n! ¡Pensarlo es
terrible, aplastante y abrumador! ¡Oh, que los predicadores y
maestros abrieran sus ojos y tuvieran conciencia de la condició n de
las almas a su alrededor! ¡Oh, que se pudiera convencer a los
hombres que “huyan de la ira que vendrá ”! Si las almas no
santificadas pueden ser salvas e ir al cielo, la Biblia no dice la
verdad. ¡Pero la Biblia es veraz y no puede mentir! ¡Imaginemos
có mo será el final!
(2) Asegurémonos de nuestra propia condición y no descansemos
hasta sentir y saber que nosotros mismos estamos siendo
“santificados”. ¿Cuáles son nuestros gustos, nuestras decisiones,
preferencias e inclinaciones? É sta es la gran pregunta de prueba.
Poco importa lo que queremos, lo que esperamos y lo que
anhelemos antes de morir ¿Dó nde estamos ahora? ¿Qué
estamos haciendo?
¿Estamos creciendo en santidad o no? Si no, la culpa es nuestra.
(3) Si queremos ser santificados, nuestro camino es claro y sencillo:
Tenemos que comenzar con Cristo. Tenemos que acudir a él como
pecadores, sin ninguna discusió n, sino só lo con nuestra necesidad y
entregarle nuestra alma por fe para obtener paz y reconciliació n con
Dios. Tenemos que ponernos en sus manos, como en las manos de
un buen médico, y clamar a él pidiendo misericordia y gracia.
¿Es usted nacido de nuevo? 65
3. Santidad
“Seguid la… santidad, sin la cual
nadie verá al Señor”. Hebreos 12:14
¿Somos santos?
El texto bíblico que encabeza esta pá gina abre un tema de suma
importancia. El tema es la santidad prá ctica. Sugiere una pregunta
que requiere la atenció n de todos los que profesan ser cristianos:
¿Somos santos? ¿Veremos al Señ or?
Esta pregunta nunca está fuera de lugar. El sabio nos dice que hay:
“Tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de callar y tiempo de
hablar” (Ec. 3:4, 7), pero no existe ni un momento, no, ni un día,
cuando el hombre no debiera ser santo.
¿Somos santos?
La pregunta es para todos sin importar rango ni condiciones.
Algunos son ricos y algunos son pobres, algunos son eruditos y
algunos son ignorantes, algunos son amos y algunos son
sirvientes; pero no existe rango ni condició n en la vida en la que el
hombre no debiera ser santo. ¿Somos santos?
Pido que me presten atenció n hoy al enfocar esta pregunta.
¿Có mo se encuentra la relació n entre nuestras almas y Dios? En
este mundo apurado y ajetreado en que vivimos, estemos quietos
durante unos minutos y consideremos la cuestió n de la santidad.
Creo que hubiera podido escoger un tema más popular y agradable.
Estoy seguro de haber podido encontrar un asunto má s fá cil de
encarar. Pero siento profundamente que no hubiera podido
escoger uno má s oportuno y má s provechoso para nuestras almas.
Es cosa seria oír decir a la Palabra de Dios que sin santidad “nadie
verá al Señ or” (He. 12:12-15).
68 SANTIDAD
Su meta será vivir como aquel cuyo tesoro está en el cielo y pasar
por este mundo como un extrañ o y peregrino rumbo a su hogar.
Tener comunió n con Dios en oració n, en la Biblia y en la reunió n
de su pueblo, son las cosas que má s le agradará n. Le dará valor a
todas las cosas, los lugares y las relaciones, en la proporció n que lo
acerquen má s a Dios. Compartirá algo del sentimiento de David,
cuando dice: “Está mi alma apegada a ti”. “Mi porció n es Jehová ”
(Sal. 63:8; 119:57).
Tal es el bosquejo de la santidad que me aventuro a esbozar. Tal es
el cará cter que procuran tener los que son llamados “santos”. Tales
son las principales características del hombre santo.
Pero quiero decir aquí, que espero que nadie me malentienda,
tengo cierta aprehensió n de que lo que he querido decir sea
equivocado y que la descripció n que he dado de la santidad pueda
desalentar a alguna conciencia sensible. Mi intenció n no es
entristecer a ningú n corazó n recto, ni poner una piedra de
tropiezo en el camino de ningú n creyente.
Santidad y pecado
No digo de ninguna manera que la santidad impide la presencia del
pecado que ya mora en el hombre. No, lejos de esto. El hecho de que
la desgracia má s grande del hombre santo es que carga un “cuerpo
de muerte” que, a menudo, cuando quiere hacer el bien, “el mal
está en él”, que el viejo hombre está observando todos sus
movimientos y, por así decir, tratando de hacerlo retroceder cada
vez que da un paso (Ro. 7:21). Pero la excelencia del hombre santo es
que no se queda en paz con el pecado que mora en él, como lo
hacen algunos. Aborrece el pecado, se lamenta por él y anhela
librarse de él. La obra de santificació n dentro de él es como el
muro de Jerusalén, la obra sigue adelante aun “en tiempos
angustiosos.” (Dn. 9:25).
¿Es usted nacido de nuevo? 75
(h) En ú ltimo lugar, tenemos que ser santos porque sin santidad
sobre la tierra nunca estaremos preparados para disfrutar del
cielo. El cielo es un lugar santo. El Señ or del cielo es un Ser santo.
Los á ngeles son criaturas santas. La santidad está estampada en
todo lo que hay en el cielo. El libro de Apocalipsis dice expresamente:
“No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace
abominació n y mentira” (Ap. 21:27).
Apelo solemnemente a todo el que lee estas páginas: ¿Có mo nos
sentiremos en casa y felices en el cielo si morimos sin santidad? La
muerte no obra ningú n cambio. Cada uno volverá a vivir con el
mismo cará cter con el que dio su ú ltimo suspiro. ¿Cuá l será
nuestro lugar si no conocemos ahora la santidad?
Supongamos por un momento que se le permitiera entrar al cielo
sin santidad.
¿Qué haría? ¿De qué podría disfrutar allí? ¿A cuá les de todos los
santos se acercaría y al lado de quién se sentaría? Sus placeres no son
los placeres de usted, ni sus gustos los gustos de usted, ni su
cará cter el cará cter de usted. ¿Có mo podría ser feliz, si no fue
santo en la tierra?
Quizá s prefiere ahora la compañ ía de los superficiales y los
indiferentes, los mundanos y los avaros, los parranderos y los que
van tras los placeres, los impíos y los profanos. No habrá ninguno
de ellos en el cielo.
Quizá s cree ahora que los santos de Dios son demasiado
estrictos, exigentes y serios. Prefiere evitarlos. No disfruta de su
compañ ía. No habrá ninguna otra compañ ía en el cielo.
Quizá s piense ahora que orar, leer la Biblia y cantar himnos es
¿Es usted nacido de nuevo? 83
aburrido, triste y tonto, algo para ser tolerado de vez en cuando, pero
no disfrutado. Considera al Día del Señ or como una carga y cosa
pesada; no podría pasar má s que una porció n pequeñ a del día
adorando a Dios.
Pero recuerde, el cielo es un Día del Señ or sin fin. Los que allí viven
no descansan de decir día y noche: “Santo, santo, santo, Señ or
Omnipotente” y de cantar alabanzas al Cordero. ¿Có mo podría, alguien
que no es santo disfrutar de ocupaciones como éstas?
¿Cree usted que a alguien así le encantaría conocer a David, a
Pablo y a Juan después de haber pasado toda una vida haciendo
las cosas de las cuales ellos hablaban en contra? ¿Disfrutaría de
dulces conversaciones con ellos, comprobando que tiene con ellos
mucho en comú n? Sobre todo, ¿piensa usted que se regocijaría de
conocer cara a cara a Jesú s, el Crucificado, después de aferrarse a
los pecados por los que él murió ? Se pondría de pie ante él con
confianza y se sumaría a la exclamació n: “É ste es Jehová a quien
hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvació n”
(Is. 25:9). ¿No le parece que la lengua del hombre impío se le
pegaría al paladar de pura vergü enza y que su ú nico deseo sería
que lo echaran de allí? Se sentiría como un extrañ o en una tierra
desconocida, una oveja negra en medio del rebañ o santo de Cristo.
La voz de querubines y serafines, el canto de á ngeles y arcángeles, y
toda la compañ ía del cielo, sería un lenguaje que no podría
comprender. El aire mismo del entorno le parecería tan diferente
que no lo podría respirar.
No sé qué opinará n los demá s, pero a mí me resulta claro que el
cielo sería un lugar muy desagradable para el que no es santo.
Imposible que sea de otra manera. La gente puede decir, de un modo
muy incierto, que “espera ir al cielo”, pero no piensa en lo que dice.
Tiene que haber cierta capacitació n “…para participar de la herencia
de los santos en luz” (Col. 1:12). Nuestros corazones tienen que
84 SANTIDAD
armonizar con lo que es el cielo. Para alcanzar el refrigerio de gloria,
tenemos que pasar por la escuela de la gracia que nos prepara para
ello. Tenemos que tener pensamientos celestiales, gustos
celestiales en la vida ahora, de lo contrario, nunca nos
encontraremos en el cielo en la vida venidera.
Aplicaciones prácticas
Ahora quiero dar algunas palabras a manera de aplicació n.
(1) Para empezar, quiero preguntarles a cada uno que lee estas
pá ginas: ¿Es usted santo? Escuche, le ruego, la pregunta que
ahora le hago. ¿Sabe usted algo de la santidad de la que he estado
hablando?
No le pregunto si asiste a su iglesia regularmente, si ha sido
bautizado y participado de la Cena del Señ or, ni si se denomina
cristiano. Le pregunto algo que es mucho má s que esto: ¿Es usted
santo o no lo es?
No le pregunto si aprueba usted de la santidad en otros, si le gusta
leer acerca de la vida de personas santas, hablar de cosas santas, si
tiene libros santos sobre la mesa ni tampoco si piensa ser santo y
espera serlo algú n día. Lo que le pregunto es má s: ¿Es usted santo
hoy mismo o no lo es?
¿Y por qué lo pregunto tan directamente e insisto tanto? Lo
hago porque la Biblia dice: “Seguid la paz… y la santidad, sin la
cual nadie verá al Señ or”. Está escrito, no es una invenció n mía, no
es mi opinió n personal; es la Palabra de Dios: “Seguid la paz… y la
santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14).
¡Ay, qué palabras tan escrutadoras e inquietantes son éstas! ¡Qué
pensamientos cruzan por mi mente mientras las escribo! Observo
el mundo y veo a la mayor parte de sus habitantes en la impiedad.
Observo a los que profesan ser cristianos y veo que la gran mayoría
no tiene nada de cristiana aparte del nombre. Me vuelvo a la Biblia y
oigo decir al Espíritu: “Seguid la paz… y la santidad, sin la cual
¿Es usted nacido de nuevo? 85
nadie verá al Señ or”.
Es un texto que debiera obligarnos a considerar nuestros caminos y
escudriñ ar nuestros corazones. Realmente debiera generar en
nosotros pensamientos muy serios e impulsarnos a orar.
¡Se toca con tanta cautela que alguien pudiera pensar que
realmente es un tema peligroso de encarar! Por cierto que cuando
hemos exaltado a Cristo como “el camino, la verdad y la vida”, no
podemos equivocarnos si hablamos con firmeza sobre lo que debiera
ser el cará cter de su pueblo. Bien dice Rutherford: “El camino que
rebaja los deberes y la santificació n, no es el camino de la gracia.
El creer y el hacer son amigos inseparables”.
Tengo que decirlo, pero lo digo con reverencia. A veces me temo
que si Cristo estuviera hoy en la tierra, no faltarían los que
pensaran que su predicació n es legalista y si Pablo estuviera
escribiendo sus epístolas, habría aquellos que pensarían que
mejor le sería no escribir la ú ltima parte de la mayoría de las
epístolas, tal como lo hizo. Pero recordemos que el Señ or Jesú s sí
predicó el Sermó n del monte y que la Epístola a los Efesios contiene
seis capítulos y no cuatro. Me duele tener que hablar de esta
manera, pero hay una razó n para hacerlo.
El gran teó logo John Owen, maestro de la Iglesia de Cristo hace
má s de doscientos añ os, solía decir que hay gente cuya religió n
parece consistir en andar quejá ndose todo el tiempo de sus propias
corrupciones y diciéndoles a todos que no pueden hacer nada al
respecto. Me temo que ahora, después de dos siglos, lo mismo
podría decirse de algunos seguidores de Cristo. Sé que hay pasajes en
las Escrituras que ameritan estas quejas. No pongo objeció n a ellas
cuando proceden de hombres que siguen los pasos del Apó stol
Pablo y pelean la buena batalla, como lo hizo él, contra el pecado,
el diablo y el mundo. Pero nunca me gustan tales quejas cuando
sospecho, como lo hago a menudo, que son só lo un manto para
¿Es usted nacido de nuevo? 89
cubrir la pereza espiritual. Si decimos con Pablo: “¡Miserable de mí!
¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”, que podamos decir
también con él: “Prosigo a la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesú s”. No citemos só lo un ejemplo
de él, cuando no lo seguimos en otro (Ro. 7:24; Fil. 3:14).
Dios quiera que todos los que leen estas pá ginas, conozcan estas
cosas por experiencia y no ú nicamente por haberlas oído. ¡Que
todos sintamos la importancia de la santidad mucho má s de lo que
la hemos sentido hasta ahora!
¡Que nuestros añ os sean años santos para nuestras almas; si lo son,
será n añ os felices! ¡Si vivimos, vivamos para el Señ or, o si
morimos, muramos para el Señ or; si viene por nosotros, que nos
encuentre en paz, sin mancha ni culpa!
¿Es usted nacido de nuevo? 93
4. La batalla
“Pelea la buena batalla de la fe”. 1 Timoteo 6:12
1
Rúbricas—Una regla o instrucción que tiene autoridad.
2
Formularios—Colección de oraciones y procedimientos religiosos.
“Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. “El
mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. “Todo lo que es
nacido de Dios vence al mundo”. “No os conforméis a este siglo”. (1
Jn. 2:15; Gá . 6:14; 1 Jn. 5:4; Ro. 12:2.)
Tiene que luchar contra el diablo. El viejo enemigo de la
humanidad no está muerto. Desde la caída de Adán y Eva no deja “de
rodear la tierra y de andar por ella” tratando de lograr un gran fin:
La ruina del alma del hombre. Nunca descansa y nunca duerme,
siempre anda como “leó n rugiente… buscando a quien devorar”. Es
un enemigo invisible, siempre está cerca de nosotros, en nuestra
senda y en nuestra cama, espiando todo lo que hacemos. Este
enemigo “es mentiroso, y padre de mentira”; desde el principio,
trabaja noche y día para arrojarnos al infierno. Algunas veces
conduciendo al hombre a las supersticiones, otras veces sugiriendo
infidelidad, en ocasiones por medio de un tipo de tácticas y, a veces,
por otro; está permanentemente en campañ a contra nuestras
almas. “Sataná s os ha pedido para zarandearos como a trigo”. Este
poderoso adversario tiene que ser resistido diariamente si queremos
ser salvos. “Pero este género no sale sino con oració n y ayuno”.
Podemos vencerlo, orando, luchando y poniéndonos toda la
armadura de Dios. Nunca podremos quitar de nuestro corazó n al
hombre fuertemente armado sin librar una batalla diaria. (Job 1:7; 1
P. 5:8; Jn. 8:44; Lc. 22:31; Ef. 6:11; Mt. 17:21).
Las almas salvadas siempre será n los que han peleado una batalla.
(1) Es una batalla absolutamente necesaria. No creamos que en
esta guerra podemos permanecer neutrales y mantenernos pasivos.
En los conflictos entre naciones puede ser posible, pero es
totalmente imposible en el conflicto que concierne al alma. La
presumida política de no intervenció n, la “inactividad magistral”
que agrada a tantos políticos, el plan de no hacer nada y dejar las
cosas como están, nunca dará resultado en la guerra cristiana. Aquí
nadie puede escapar alegando ser “un hombre de paz”. Estar en paz
con el mundo, la carne y el diablo es estar enemistado con Dios y
transitar por el camino ancho que lleva a la destrucció n. No
tenemos una alternativa ni una opció n. Tenemos que luchar o
estamos perdidos.
(2) Es una batalla universalmente necesaria. Ningú n rango, ni clase
ni edad tiene excusa para dejar de pelear. Pastores y laicos,
predicadores y oyentes, ancianos y jó venes, altos y bajos, ricos y
pobres, encumbrados y humildes, reyes y sú bditos, terratenientes e
inquilinos, letrados e iletrados, todos deben portar armas e ir a la
guerra. Todos tienen por naturaleza un corazón lleno de orgullo,
incredulidad, pereza, mundanalidad y pecado. Todos vivimos en un
mundo lleno de trampas, engañ os y escollos para el alma. Todos
tenemos cerca a un diablo ocupado, inquieto y malicioso. Todos,
desde el rey en su palacio hasta el mendigo má s pobre, todos
debemos luchar si hemos de ser salvos.
(3) Es una batalla perpetuamente necesaria. No admite ni
respiro, ni armisticio ni tregua. En los días entre semana, al igual
¿Es usted nacido de nuevo? 101
que los domingos, en privado, al igual que en pú blico, en la
intimidad del hogar, al igual que en la calle, en las cosas pequeñ as
como cuidar la lengua y el carácter, al igual que los grandes en el
gobierno de los países, la guerra del cristiano debe seguir
obligadamente sin detenerse. El enemigo con quien contendemos
no festeja días feriados, nunca descansa y nunca duerme.
Aun los que profesan los miserables e incó modos conceptos de los
deístas3 tienen que confesar que creen algo. Con todas sus burlas
amargas contra la teología dogmá tica y la credulidad cristiana, como
ellos la llaman, ellos mismos tienen algú n tipo de fe.
En cuanto al verdadero cristiano, la fe es la columna vertebral de su
existencia espiritual. Nadie lucha nunca con seriedad contra el
mundo, la carne y el diablo, a menos que haya grabado en su corazó n
ciertos grandes principios en los que cree. Quizá casi ni sabe de qué
se tratan y, de hecho, no podría dar una definició n ni escribirlas.
Pero allí está n y, consciente o inconscientemente, forman las raíces de
su fe cristiana. Dondequiera que veamos a un hombre, rico o
pobre, letrado o iletrado, batallando virilmente con el pecado y
tratando de vencerlo, podemos estar seguros de que hay ciertos
principios en los que ese hombre cree. El poeta que escribió las
famosas líneas:
“De los muchos y distintos aspectos de
la fe dejad que discutan los fanáticos
errados, pues los que con su vida
muestran estar en lo correcto no pueden
estar equivocados”,
fue un hombre sagaz, pero mal teó logo. No hay tal cosa como
estar en lo correcto, viviendo sin fe y sin algo en que creer.
3
Los deístas creen en el Deísmo, una posición en la cual, Dios, el cual es sin principio o
fin, creó el mundo, lo puso en movimiento pero no está involucrado en el mismo. Los
104 SANTIDAD
deístas les gusta decir que su religión es natural, no revelada. En otras palabras, ellos
derivan sus creencias de la moral, de Dios, de la verdad, y del propósito no a través de
alguna revelación directa de Dios (por ejemplo, la Biblia) sino sólo a través de la
observación de la naturaleza y el uso de la razón. Esto negaría la idea de que la Biblia es
inspirada por Dios y negaría de plano la encarnación, la muerte, sepultura y resurrección
de Dios en la persona de Jesús.
Vieron a Aquel que es invisible. “Por ella [la fe] alcanzaron buen
testimonio los antiguos” (He. 11:2, 27).
Demos vuelta las pá ginas a la historia primitiva de la iglesia.
Veamos có mo los cristianos primitivos se aferraban a su fe aun hasta
la muerte y no flaqueaban ante las más feroces persecuciones de los
emperadores paganos. Durante siglos no faltaron hombres como
Policarpo e Ignacio, prontos a morir en lugar de negar a Cristo.
Multas y cá rceles, torturas, hogueras y espadas no podían quebrantar
el espíritu del noble ejército de má rtires. ¡Ni todo el poder del
imperio romano, el amante del mundo, pudo erradicar la fe
cristiana que comenzó con unos pocos pescadores y publicanos en
Palestina! Entonces, recordemos que creer en un Jesú s invisible
era la fuerza de la Iglesia. Ganaron su victoria por fe.
Examinemos la historia de la Reforma Protestante. Estudiemos la
vida de sus principales campeones: Wycliffe, Huss, Lutero, Ridley,
Latimer y Hooper. Notemos có mo estos soldados valientes de Cristo
se mantuvieron firmes contra un ejército de adversarios y
estuvieron prontos para morir por sus principios.
¡Qué batallas libraron! ¡Cuá ntas controversias enfrentaron!
¡Cuá ntas contradicciones soportaron! ¡Qué tenacidad tuvieron
contra un mundo en armas! Y luego, recordemos que creer en un
Jesú s invisible fue el secreto de su fortaleza. Vencieron por fe.
Consideremos a los hombres que dejaron las marcas má s
grandes en los avivamientos del siglo XVIII en Inglaterra y
Norteamérica. Observemos de qué modo hombres como Wesley,
Whitefield, Venn y Romaine, lucharon solos en su época y generació n,
¿Es usted nacido de nuevo? 107
y avivaron la fe cristiana auténtica, a pesar de la oposició n de
hombres con posiciones elevadas y frente a calumnias, burlas y
persecuciones de nueve de cada diez que profesaban ser cristianos en
nuestro país. Observemos có mo hombres como William
Wilberforce y Havelock y Hedley Vicars han testificado de Cristo en
situaciones extremadamente difíciles y mantenido en alto el
(1) Puede ser que usted esté luchando duro por recibir las
recompensas de este mundo.
Quizá esté dando todas sus fuerzas a obtener dinero, o una
posició n, o poder o placer. Si ese es su caso, tenga cuidado. Su
siembra dará como fruto una cosecha de amarga desilusió n. A
menos que preste atenció n a lo que está haciendo, le pasará lo que
dice el profeta: “en dolor seréis sepultados” (Is. 50:11).
Miles de personas han andado por la misma senda en la que
está andando usted y han despertado demasiado tarde a la realidad
de que su final era una ruina lamentable y eterna. Han luchado duro
para obtener riquezas, honra, una posició n y alguna promoció n, y
le han dado la espalda a Dios, a Cristo y al cielo en el mundo
venidero. ¿Y cuá l ha sido su final? Con frecuencia, de hecho
con demasiada frecuencia, han descubierto que toda su vida fue
un gran error. Han aprendido por amarga experiencia los
sentimientos del estadista moribundo que exclamó en sus ú ltimas
horas: “La batalla ha sido librada: La batalla ha sido librada: Pero
no se ha conquistado la victoria”.
Para su propia felicidad, decida hoy ponerse del lado del Señ or.
Líbrese de su indiferencia e incredulidad del pasado. Deje los caminos
de un mundo insensato e irracional. Tome la cruz y conviértase en
un buen soldado de Cristo. “Pelee la buena batalla de la fe” para
poder ser feliz, ademá s de vivir seguro.
Piense lo que los hijos de este mundo hacen a menudo para tener
libertad, aun sin ningú n principio religioso. Recuerde có mo los
114 SANTIDAD
griegos, romanos, suizos y tiroleses prefirieron perder todo, aun la
vida misma, en lugar de someterse a un yugo extranjero. Sea este
ejemplo de inspiració n para imitarlos. Si los hombres pueden hacer
tanto por una corona corruptible, ¡cuá nto más debiéramos hacer
nosotros por una incorruptible! Despertemos a un sentido de la
desgracia de ser esclavo. Levantémonos y luchemos para tener
vida, felicidad y libertad.
5. El costo
“¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre,
no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si
tiene lo que necesita para acabarla?”. Lucas
14:28
Para prevenirlo presentaré algunos comentarios para aclarar lo que quiero decir.
Nadie puede estar más profundamente agradecido que yo por los avivamientos auténticos en la
fe cristiana. Dondequiera que sucedan y por los medios que sean les deseo de toco corazón
que Dios los bendiga. “Si Cristo es predicado”, me regocijo, cualesquiera que sean los
predicadores. Si las almas son salvadas, me regocijo, cualquiera que sea la denominación de
la iglesia donde se presenta la Palabra de vida.
Pero es una triste realidad que en un mundo como éste, no se puede tener lo bueno sin lo
malo. No vacilo en decir que una de las consecuencias del movimiento de avivamiento ha
sido la aparición de un sistema teológico que me siento obligado a llamar defectuoso y
malicioso, en extremo.
La característica principal del sistema teológico al que me refiero, es éste: Una exageración
extravagante y desproporcionada de tres puntos de la religión, a saber: La conversión
instantánea, la invitación a pecadores inconversos a venir a Cristo y la posesión de un gozo
y paz interior como prueba de la conversión. Repito que estos tres grandes puntos (pues
grandes son), incesantemente alcanzan algún público, exclusivamente en algunos sectores,
donde causa grandes perjuicios.
La conversión instantánea, sin duda, debe ser algo para insistirle a la gente. Pero las
personas no deben ser llevadas a suponer que no hay otra manera de convertirse y que, a
menos que Dios las convierta súbita y poderosamente, no están convertidas.
El deber de venir inmediatamente a Cristo, “tal como somos”, es algo que hay que
insistirles a todos los oyentes. Es la piedra fundamental de la predicación del evangelio. Pero,
de hecho, no se les debe decir que se arrepientan, al igual que crean. Hay que decirles por
qué deben venir a Cristo, para qué venir y de dónde surge su necesidad de hacerlo.
La proximidad de paz y consuelo en Cristo debe ser proclamada a los hombres. Pero, de hecho,
se les debe enseñar también que tener grandes manifestaciones de gozo y entusiasmo
exagerado no es esencial en la justificación y que puede haber fe y paz auténtica sin
sentimientos tan eufóricos. El gozo solo no es evidencia segura de la gracia.
Los defectos del sistema teológico que tengo en mente son estos: (1) La obra del Espíritu
Santo en la conversión de pecadores se confina demasiado a un solo método. No todos los
conversos verdaderos se convierten instantáneamente como Saulo y el carcelero de Filipo.
(2) No se instruye suficientemente a los pecadores acerca de la santidad de la ley de Dios, la
128 SANTIDAD
profundidad de sus pecados y la verdadera culpabilidad del pecado. Estar diciéndole
incesantemente al pecador que “venga a Cristo” es de poco provecho, a menos que se le diga
por qué necesita venir y se le muestren claramente sus pecados. (3) No se explica
suficientemente qué es la fe. En algunos casos se les enseña que fe es solo sentir. ¡A otros
se les enseña que si creen que Cristo murió por los pecadores tienen fe! ¡Decir eso es decir
que también los demonios son creyentes! (4) Poseer gozo y
Creen que no son objeto de gracia porque no pueden alcanzar los niveles y sentimientos
superiores que tanto se les insiste que alcancen. Por otro lado, muchas personas, que no
son objeto de la gracia, porque les hacen pensar equivocadamente que están “convertidos” y
por la presión de una emoción carnal y sentimientos temporales, son conducidos a
profesarse cristianos. Y, mientras tanto, los insensatos e impíos observan con desprecio
y encuentran nuevas razones para hacerle caso omiso a la fe evangélica.
¿Es usted nacido de nuevo? 129
Los antídotos para este estado de cosas son simples y pocos. (1) “Sean enseñados
todos los consejos de Dios”. Esa es la proporción bíblica: No dejando que dos o tres
doctrinas preciosas del evangelio le hagan sombra a todas las demás verdades. (2) El
arrepentimiento sea enseñado en su totalidad, al igual que la fe, y no confiar en los
antecedentes. El Señor Jesucristo y San Pablo siempre enseñaban ambos. (3) Sea
enunciada y admitida la variedad de las obras del Espíritu Santo y, aunque se les
recalque a los hombres la conversión instantánea, que no se enseñe como una
necesidad. (4) Sean advertidos claramente los que profesan haber encontrado una paz
incuestionable, que se pongan a prueba y que recuerden que sentimiento no es fe. El
Señor Jesús dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos”. Esa es la gran prueba de la fe auténtica (Jn. 8:31). (5) Sea el gran deber de
“calcular el costo”, algo que se les insista constantemente a los que se disponen a hacer
una profesión de fe y que se les diga, sincera y claramente, que hay guerra, al igual que
paz, una cruz, al igual que una corona en la obra del Señor. Estoy seguro de que lo que
más hay que temer en la religión es esa emoción malsana porque, a menudo, termina en
una reacción fatal que arruina el alma y resulta en una absoluta falta de vida.
Y cuando las multitudes caen súbitamente bajo el poder de sensaciones religiosas, es
casi seguro que a esto le sigue una excitación malsana.
No tengo mucha confianza en la validez de conversiones que suceden en masa y al por
mayor. No me parece que esté en armonía con los tratos generales de Dios en esta
dispensación. Me parece que el plan común de Dios es llamar a los individuos uno por
uno. Por eso, cuando escucho que se han convertido gran número de personas, súbitamente
y todos de una vez, lo tomo con menos esperanza que algunos. Los éxitos más sanos y más
permanentes en los campos misioneros no han sido aquellos en que los naturales del
lugar se “hacen cristianos” en masa. La obra más satisfactoria y firme aquí no siempre
me parece ser la obra realizada en “campañas de evangelización”.
Hay dos pasajes en las Escrituras que me gustaría ver que los que predican el
evangelio y, especialmente los que tienen algo que ver con reuniones de evangelización,
explicaran con frecuencia y exhaustivamente. Uno es el pasaje de la parábola de
sembrador. Esa parábola no aparece tres veces sin buena razón y significado profundo.
El otro pasaje es la enseñanza de nuestro Señor acerca de “calcular el costo” y las
palabras que dijo a las “grandes multitudes” cuando lo seguían. No, Él veía lo que ellos
necesitaban. Les dijo que estuvieran quietos y “calcularan el costo” (Lc. 14:25, etc.). No
estoy seguro de que algunos predicadores modernos hayan tomado este curso de acción.
6. Crecimiento
“Creced en la gracia y el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. 2
Pedro 3:18
El tema del texto que encabeza esta pá gina es uno que no puedo
omitir de este libro sobre Santidad. Es un asunto que debiera resultar
sumamente interesante para todo cristiano verdadero. Como es
natural, plantea las preguntas: ¿Crecemos en la gracia? ¿Avanzamos
en nuestra religió n? ¿Progresamos?
No puedo esperar que la pregunta le interese a un cristiano que
lo es solo de nombre. Al hombre que no tiene má s que una religió n
de domingo, cuyo cristianismo es como su ropa dominguera, para
ponerse una vez por semana y luego dejarla a un lado, por
supuesto que no le puede interesar “crecer en la gracia”. Nada
sabe de cosas así; “para él son locura” (1 Co. 2:14). Pero a todo el
que toma su alma realmente en serio y tiene hambre y sed en su vida
espiritual, la pregunta tiene que tocarle poderosamente el corazó n.
¿Progresamos en nuestra religió n? ¿Estamos creciendo?
Estas preguntas siempre resultan provechosas, pero especialmente
en ciertas temporadas. Un sábado por la noche, un domingo que
participamos de la Cena del Señ or, la llegada de un cumpleañ os, un
fin de añ o—todas estas son temporadas que debieran hacernos
pensar y darnos una mirada introspectiva. El tiempo vuela. La vida se
nos va como el viento. Cada día se va acercando má s la hora
cuando la realidad de nuestro cristianismo será puesta a prueba, y el
resultado dirá si hemos edificado “sobre la roca” o sobre “la arena”.
Nos conviene, entonces, examinarnos de vez en cuando y ver có mo
anda nuestra alma. ¿Avanzamos en las cosas espirituales?
¿Estamos creciendo?
La pregunta es de especial importancia en la actualidad.
140 SANTIDAD
1
“La gracia auténtica es progresiva, de una naturaleza que se esparce, crece. Sucede con la
gracia lo mismo que con la luz: Primero, está el amanecer, luego va aumentando hasta la
plenitud del mediodía. Las Escrituras comparan a los santos, no sólo con estrellas por su
luz, sino con los árboles por su crecimiento (Is. 61:3; Os. 14:5). El buen cristiano no es
como el sol de Ezequías que retrocedía, ni como el de Josué que se detuvo, siempre está
avanzando en santidad, creciendo en su conocimiento de Dios”. —Body of Divinity
(Cuerpo de divinidad), por Thomas Watson, Pastor de St. Stephen’s Walbrook, 1660.
¿Es usted nacido de nuevo? 145
digerir el pecado sin que nos dé remordimiento. Hubo un tiempo cuando al cristiano le
entristecía si descuidaba sus oraciones privadas, pero ahora puede hasta omitir la
¿Es usted nacido de nuevo? 149
oración familiar. Hubo un tiempo cuando le molestaban los pensamientos vanos, ahora
no le molestan ni las prácticas libertinas. Hay una lamentable declinación en el
cristianismo y la gracia dista tanto de crecer que casi ni se le siente el pulso”. —T.
Watson, 1660.
(d) Otra
marca del “crecimiento en la gracia” es el aumento de
amor. El hombre cuya alma está “creciendo” está má s lleno de amor
150 SANTIDAD
cada añ o, de amor por todos, pero especialmente por los hermanos.
Demostrará su amor activamente por una creciente disposició n de
ser más bondadoso, interesarse por los demá s, tener buena
disposició n hacia todo, ser generoso, afable, comprensivo, tierno y
considerado. Lo demostrará pasivamente por una creciente
disposició n de ser humilde y paciente con todos, de tolerar las
provocaciones y no exigir sus derechos, de soportar y abstenerse
en lugar de disputar.
El alma que crece tratará de pensar lo mejor acerca de la conducta
de otras personas, de creer todas las cosas y esperar todas las cosas
incluso hasta el fin. No hay marca má s segura de la reincidencia y la
caída de la gracia, que una creciente tendencia a recalcar las faltas,
encontrar fallas y ver los puntos débiles de los demá s.
¿Quiere alguien saber si está creciendo en la gracia? Entonces mire
su interior para encontrar un incremento en su amor.
(e) Una marca má s de “crecimiento en la gracia” es el aumento de
celo y diligencia en tratar de hacerle bien a las almas. El hombre
cuya alma realmente está “creciendo” se interesará más cada añ o por
la salvació n de los pecadores.
La obra misionera cercana y la lejana, los esfuerzos por dar má s
luz y reducir la oscuridad en el á mbito religioso son cosas que
ocupará n má s de su atenció n cada añ o. No se “cansará de hacer el
bien” aunque vea que no todos sus esfuerzos son exitosos. No se
interesará menos por el avance de la causa de Cristo sobre la tierra a
medida que va envejeciendo, aunque aprenderá a esperar menos.
Sencillamente seguirá trabajando sean cuales fueren los resultados,
(dando, orando, predicando, hablando, visitando, segú n su posició n) y
considerará su trabajo como su propia recompensa.
El que quiere crecer en la gracia tiene que usar los medios para
152 SANTIDAD
lograr crecimiento7.
Me temo que este es un punto demasiado olvidado por muchos
creyentes. Muchos admiran el crecimiento de la gracia en otros, y
desearían ser como ellos. Pero parece que suponen que los que
crecen lo hacen por algú n don o favor de Dios, y que ese don no les
ha sido dado a ellos así que tienen que contentarse tal como está n.
Esto es una fantasía contra la cual testificaré con todas mis
fuerzas. Quiero que se entienda claramente que el crecimiento en la
gracia está conectado estrechamente con los usos al alcance de todo
creyente y que, por lo general, las almas que crecen lo hacen porque
se valen de estos medios.
Pido especial atenció n de mis lectores mientras trato de presentar
en orden los medios para lograr crecer en la gracia. Desechen para
siempre la idea vana de que si un creyente no crece en la gracia no es
por su culpa. Determine que el creyente, el hombre avivado por el
Espíritu no es meramente una criatura muerta, sino un ser con
capacidades y responsabilidades enormes. Grabe en su corazó n las
palabras de Salomó n: “El alma del perezoso desea, y nada alcanza;
Mas el alma de los diligentes será prosperada” (Pr. 13:4).
7
“La experiencia le enseña a cada cristiano que cuánto más estricta, estrecha y
constantemente camina con Dios, más fuerte se hace en el cumplimiento de sus deberes.
Los hábitos infundidos mejoran con el ejercicio. El fuego del altar de los sacrificios
descendía inicialmente del cielo para hacer arder la leña, pero luego se mantenía vivo
por el cuidado y labor de los sacerdotes. Así, los hábitos de gracia espiritual son
infundidos inicialmente por Dios, pero tienen que ser avivados por influencias
cotidianas que provienen de Él. Pero también nuestros esfuerzos, ejercitándonos en la
piedad, dependiendo del Señor mantienen vivo ese fuego santo. Entre más se ejercita el
cristiano, más fuerte será”. —Collinges sobre la providencia, 1678.
(a) Un
elemento esencial en el crecimiento en la gracia es la
diligencia en usar los medios de gracia privados. Con esto
¿Es usted nacido de nuevo? 153
quiero decir los medios que el hombre debe usar él mismo a solas,
y que nadie puede usar en su lugar. Incluyo bajo este
encabezamiento la oració n en privado, la lectura de las Escrituras
en privado y la meditació n y auto examen en privado. El que no se
esfuerza por ocuparse de estas tres cosas no puede esperar
crecimiento. Estas son las raíces del verdadero cristianismo.
¡Equivocarse en esto, es equivocarse en todo! Aquí está la razó n por
la cual parece que muchos cristianos nunca progresan. Son
descuidados y negligentes en lo que respecta a sus oraciones en
privado. Leen muy poco su Biblia y con muy poco entusiasmo.
No se dan tiempo para analizarse y reflexionar en silencio acerca
del estado de sus almas.
Es inú til tratar de ignorar que la época en que vivimos está llena
de peligros específicos. Es una época de gran actividad, mucho apuro,
afá n y entusiasmo en la religió n. Muchos, indiscutiblemente
“muchos correrá n de aquí para allá , y la ciencia se aumentará ”
(Dn. 12:4). Muchos aceptan de buena gana ir a reuniones pú blicas,
escuchar sermones o cualquier otra cosa que apele a las
“sensaciones”. Pocos parecen recordar la necesidad absoluta de
tomarse el tiempo para hacer lo que dijo el salmista: “Meditad en
vuestro corazó n” (Sal. 4:4). Pero sin esto rara vez hay prosperidad
espiritual profunda. Sospecho que los cristianos ingleses de hace
doscientos añ os leían mucho má s sus Biblias y estaban con más
frecuencia a solas con Dios, que lo que está n los actuales.
¡Recordemos este punto! La religió n en privado tiene que recibir
nuestra mayor atenció n si queremos que nuestra alma crezca.
(b) Otro elemento esencial para crecer en la gracia es el cuidado en
usar los medios públicos de la gracia. Por esto, me refiero a los
medios que uno tiene a mano como miembro de la iglesia visible
de Cristo.
se nota primero en las puntas de las ramas pequeñ as. “El que
desprecia las cosas pequeñ as”, dice un escritor secular, “caerá poco
¿Es usted nacido de nuevo? 155
a poco”. Eso es cierto. Dejemos que otros nos desprecien, si
quieren, y nos llamen meticulosos y demasiado cuidadosos.
Mantengá monos pacientemente en nuestro camino, recordando
que “servimos a un Dios a quien lo caracteriza la precisió n”, que
hemos de seguir el ejemplo de nuestro Señ or en lo má s pequeñ o al
igual que en lo más grande y que tenemos que “tomar nuestra cruz
cada día” y cada hora para no pecar. Tenemos que aspirar a tener un
cristianismo que, como la savia del á rbol, corre por cada ramita y
hoja de nuestro cará cter y lo santifica todo. ¡Es esta una manera de
crecer!
(d) Otro elemento esencial para crecer en la gracia es tener cautela
en cuanto a las compañías que frecuentamos y las amistades que
formamos. Quizá no haya nada que afecte más el cará cter del hombre
que las compañ ías que frecuenta. Nos contagiamos de las costumbres
y tendencias de aquellos con quienes vivimos y con quienes
conversamos; y desafortunadamente recibimos mucho má s mal que
bien. La enfermedad puede ser contagiosa, pero la buena salud no. Si
un cristiano profesante escoge deliberadamente intimar con los que
no son amigos de Dios y se aferran al mundo, es seguro que su
alma se perjudicará . Ya de por sí es difícil servir a Cristo bajo
cualquier circunstancia en un mundo como este. Pero es má s difícil
hacerlo si somos amigos de los indiferentes e impíos. Cometer errores
en la elecció n de amigos o de có nyuge es la razó n por la cual
muchos han dejado totalmente de crecer. “Las malas
conversaciones corrompen las buenas costumbres.” “la amistad
del mundo es enemistad contra Dios” (1 Co. 15:33; Stg. 4:4).
Busquemos amigos que nos motiven a ocuparnos de la oració n, la
lectura bíblica, el uso de nuestro tiempo, de nuestra salvació n y de los
asuntos del mundo venidero. ¿Quién es capaz de medir el bien que
puede hacer la palabra de un amigo dicha en el momento
adecuado, o el dañ o que puede impedir?
Pero se los puede encontrar aquí y allá . Como las visitas de los
á ngeles, son pocos. ¡Feliz el barrio donde viven estos cristianos
160 SANTIDAD
que crecen! Conocerlos, verlos y estar en su compañ ía es como
encontrar y ver un poquito del “cielo en la tierra”.
¿Qué les diré a estas personas? ¿Qué puedo decirles? ¿Qué debiera
decirles?
¿Decirles que despierten y tengan conciencia de su crecimiento y
estén contentos por ello? De ninguna manera.¿Les diré que se
alardeen de sus propios logros y que se sientan superiores a otros?
¡Dios no lo permita! De ninguna manera. Decirles semejantes cosas
no les haría ningú n bien.
9
“El cristiano puede estar creciendo, aun cuando no cree que está creciendo. ‘Hay quienes
pretenden ser ricos, y no tienen nada; y hay quienes pretenden ser pobres, y tienen
muchas riquezas’ (Pr. 13:7). La percepción que el cristiano tiene de sus propios defectos
en relación con la gracia y su sed por tener mucha más gracia, le hace pensar que no
crece. El que anhela tener grandes propiedades, por el hecho de no tener tanto como
quisiera, se cree pobre”. —T. Watson, 1660
“Las almas pueden abundar en la gracia, pero no saberlo, no percibirlo. El niño puede ser
heredero de una corona o una propiedad de gran valor, pero no saberlo. El rostro de
Moisés resplandecía, los demás lo veían, pero él no. Muchas almas preciosas son ricas
en la gracia, otros lo ven, lo saben y bendicen a Dios por ello y, aun así, ellos mismos no
lo perciben. A veces, esto surge del anhelo intenso del alma por tener riquezas
espirituales. La intensidad del anhelo del alma por tener riquezas espirituales con
frecuencia quita el propio sentido de que ya se está enriqueciendo. Por el deseo de
riquezas de muchos codiciosos y el estar esforzándose tanto por lograrlas, algunos no
pueden percibir que, de hecho, ya se están enriqueciendo, no lo pueden creer. Sucede lo
mismo con muchos cristianos preciosos: Sus anhelos de obtener riquezas espirituales
son tan intensos que anulan el sentido de que ya están enriqueciéndose espiritualmente.
Muchos cristianos valen mucho interiormente, pero no lo notan. Fue un hombre bueno el
que dijo: ‘Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía’. Además, a veces esto
sucede porque los hombres no revisan bien sus cuentas. Prosperan y se hacen ricos, pero
por no revisar su balance no saben si están yendo para adelante o para atrás. Lo mismo
sucede con muchas almas preciosas. Por otro lado, esto sucede, a veces, porque el alma
revisa su contabilidad con demasiada frecuencia. Si revisa sus cuentas una vez por
semana o una vez por mes, es posible que no discierna que se está enriqueciendo cuando
de hecho sí lo esté.
Pero si compara su estado de cuentas anualmente, puede percibir claramente que se está
haciendo más rico. De manera semejante puede suceder esto en el ámbito espiritual por
los errores que el alma comete al revisar sus cuentas. El alma comete errores muchas
veces; anda apurada y, entonces, anota diez, en lugar de cien y cien, en lugar de mil. Así
como el hipócrita cuenta el cobre como si fuera oro, un centavo como si fuera un peso y
siempre se valora muy por encima de su valor real, la persona sincera, con frecuencia,
¿Es usted nacido de nuevo? 161
anota sus pesos como si fueran centavos, sus miles como cientos y se valora muy
por debajo de su valor real”. —Thomas Brooks, Unsearchable Riches, 1661.
Sobre todo, decirles tales cosas sería una pérdida de tiempo. Si existe
una característica que distingue al creyente que crece, es el profundo
sentir de que es indigno. Nunca ve en sí mismo nada que elogiar.
Solo siente que es un siervo indigno y el peor de los pecadores.
Es el justo, en el día del juicio el que dirá : “Señ or, ¿cuá ndo te
vimos hambriento, y te sustentamos” (Mt. 25 :37). Los extremos
son a veces extrañ amente iguales. El pecador con conciencia
endurecida y el santo insigne son singularmente iguales en un
aspecto. Ninguno de los dos tiene plena conciencia de su propia
condició n. ¡Uno no ve su propio pecado y el otro no ve su propia
gracia!
Entonces, ¿No les diré nada a los cristianos que está n creciendo?
¿No tengo ningú n consejo para darles? La suma y sustancia de todo lo
que puedo decirles se encuentran en dos frases: “¡Sigan adelante!”
“¡Vayan adelante!”
Nunca podemos tener demasiada humildad, demasiada fe en Cristo,
demasiada santidad, demasiada espiritualidad en nuestros
pensamientos, demasiado amor, demasiado celo en hacer el bien.
Entonces olvidemos continuamente las cosas pasadas y sigamos
extendiéndonos a las cosas que está n delante (Fil. 3:13). El mejor
de los cristianos en estas cosas está infinitamente por debajo de la
perfecció n de su Señ or. Diga lo que diga el mundo, no hay ningú n
peligro de que alguno nosotros llegue a ser “demasiado bueno”.
Consideraciones finales
Echemos fuera viento como inú til la noció n comú n de que es
posible irnos a los “extremos” o “llegar demasiado lejos” en lo que a
religió n se refiere. Esta es una mentira favorita del diablo y la hace
circular a los cuatro vientos. No cabe duda que existen los
162 SANTIDAD
exaltados y faná ticos que hacen quedar mal al cristianismo con sus
extravagancias y sus locuras. Pero si lo que uno quiere decir es
que el hombre mortal puede ser demasiado humilde, demasiado
caritativo, demasiado santo o demasiado diligente en hacer el bien,
tiene que ser o un indigno o un necio. Es fá cil ir demasiado lejos en
servir a los placeres y al dinero. Pero no hay extremos en seguir
todo lo que conforma la verdadera religió n y servir a Cristo.
Nunca comparemos nuestra religión con la de otros, ni pensemos
que estamos haciendo suficiente si hemos ayudado a otros má s
allá de nuestros vecinos. Esta es otra trampa del diablo.
Atengá monos a lo nuestro. “¿Qué a ti?” dijo nuestro Maestro en
cierta ocasió n: “Sígueme tú ” (Jn. 21:22). Sigamos adelante, teniendo
como meta la perfecció n. Sigamos adelante, haciendo la vida y el
cará cter de Cristo nuestro ú nico modelo y ejemplo. Sigamos
adelante, recordando todos los días que, aun en el mejor de los
casos, no somos má s que miserables pecadores. Sigamos adelante,
sin olvidar nunca que no tiene ninguna importancia si somos
mejores que los demá s o no. En el mejor de los casos, somos
peor de lo que deberíamos ser. Siempre tendremos lugar para
mejorar. Hasta el final seremos deudores de la misericordia y la
gracia de Cristo. Entonces dejemos de mirar a otros y de compararnos
con ellos. Ya tendremos bastante para hacer si miramos dentro de
nuestro propio corazó n.
En ú ltimo lugar, pero no por eso menos importante, si algo
sabemos de crecimiento y de la gracia y anhelamos saber má s, no
nos sorprenda que tengamos que pasar por muchas pruebas y
aflicciones en este mundo.
7. Seguridad
“Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi
partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la
¿Es usted nacido de nuevo? 165
carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la
corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel
día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su
venida”.
2 Timoteo 4:6-8
1
“La plena seguridad de que Dios ha librado a Pablo de condenación, sí, tan plenamente y
real que produce agradecimiento y triunfos en Cristo, puede confundirse y, de hecho, se
entremezcla con las quejas y lamentos de una condición desdichada porque permanecía
en el Apóstol el cuerpo de pecado”.
—Triumph of Faith (Triunfo de la fe) por Rutherford, 1645.
2
“No vindicamos a todo el que pretende vanamente tener ‘el testimonio del espíritu’. Ni
tampoco recomendamos a aquellos de cuya profesión de fe, no vemos más que su
atrevimiento y confianza. Pero no rechacemos ninguna doctrina de revelación por un
temor demasiado ansioso de las consecuencias”. —Christian System (Sistema cristiano)
por Robinson.
“La seguridad auténtica se edifica sobre un fundamento bíblico. La presunción no tiene
ningún pasaje bíblico sobre el cual basarse; es como un testamento sin sello ni testigo,
que es nulo e inválido ante la ley. A la presunción le falta tanto el testigo de la Palabra
como el sello del Espíritu. La seguridad siempre mantiene al alma en una postura
humilde, pero la presunción en el orgullo. Las plumas vuelan para arriba, pero el oro
desciende; aquel que tiene esta seguridad de oro, tiene un corazón que desciende en
humildad”. —Body of Divinity por Watson, 1650.
“La presunción incluye una vida disoluta; la convicción, una conciencia tierna; la primera
se atreve a pecar porque se cree segura, la segunda no se atreve a hacerlo por temor a
perder su seguridad. La convicción no peca porque le costó muy caro a su Salvador; la
presunción peca porque la gracia abunda. La humildad es el camino al cielo. Los que
están orgullosamente seguros de ir al cielo no pasan al frente con tanta frecuencia
porque temen irse al infierno”. —Adams sobre la Segunda Epístola de Pedro, 1633.
¿Qué diremos a todo esto? Anhelo hablar con toda humildad sobre
cualquier punto controversial. Siento que soy só lo un pobre hijo
falible de Adán. Pero tengo que decir que en los pasajes que he
citado veo algo muy superior a meras “esperanzas” y “confianzas”
con las cuales muchos creyentes parecen contentarse en la
actualidad. Veo un lenguaje de convicció n, confianza,
¿Es usted nacido de nuevo? 173
conocimiento y, casi diría, de certidumbre. Y siento por mi parte, que
puedo considerar estos pasajes y ver clara y evidentemente que
enseñ an: Que la doctrina de la seguridad del creyente es cierta.
Respuestas a las Escrituras
(a) Pero mi respuesta, ademá s, a todos los que no les gusta la
doctrina de la seguridad del creyente porque la consideran casi
como una presunció n, es ésta: No puede ser presunció n seguir los
pasos de Pedro, Pablo, Job y Juan. Todos fueron hombres con una
mentalidad eminentemente humilde, si es que alguna vez hubo
alguno; y, no obstante, todos estos hablan de su propio estado con
una esperanza segura. Esto indudablemente nos enseñ a que una
humildad profunda y una seguridad só lida son perfectamente
compatibles y que no hay ninguna relació n aquí entre la confianza
espiritual y el orgullo3.
(b) Pero mi respuesta, ademá s, es que muchos han alcanzado una
esperanza segura tal como nuestro texto expresa, aun, en los tiempos
modernos. No puedo aceptar ni por un momento que éste fue un
privilegio singular limitado a la época apostó lica. Han habido en
nuestro país, muchos creyentes que parecen haber andado en una
comunió n casi ininterrumpida con el Padre y el Hijo, que parecen
haber disfrutado constantemente de un sentido cada vez mayor de
la luz del rostro de Dios brillando sobre ellos y han dejado registrada
su experiencia. Podría mencionar nombres muy conocidos, si el
espacio lo permitiera. Lo cierto es que esto ha sido, es y eso basta.
3
“Están muy equivocados los que piensan que la fe y la humildad no concuerdan; no sólo
concuerdan muy bien, sino que no pueden ser separadas”. —Traill.
4
“Estar seguros de nuestra salvación”, dice Agustín, “no es terca arrogancia, es nuestra fe.
No es arrogancia, es devoción. No es presunción, es la promesa de Dios”. —Defense of
Apology (Defensa de la apología) por el Obispo Jewell, 1570.
“Si la base de nuestra seguridad fuéramos nosotros mismos, se podría llamar presunción
con razón; pero como su base es el Señor y el poder de su fuerza, los que consideran que
una confianza segura es presunción, o no saben lo que es la fuerza de su poder o poco la
valoran”. —Whole Armour of God (Toda la armadura de Dios) por Gouge, 1647.
“¿En qué se basa esta certidumbre de culpabilidad? Seguramente nada que haya en
nosotros. Nuestra seguridad para perseverar se basa toda en Dios. Si nos miramos a
nosotros mismos, vemos razón para temer y dudar, pero si miramos a Dios,
encontraremos razón para estar seguros”. —Hildersam sobre 1 Juan 4, 1632.
“Nuestra esperanza no cuelga de un hilo débil como: ‘Me imagino que’, ni ‘quizá sea’, sino de
un cable, la soga fuerte amarrada a un ancla, es el pacto y la promesa de aquel que es
verdad eterna. Nuestra salvación está amarrada a la mano misma de Dios y a la
fuerza misma de Cristo, a los indestructibles lazos de la naturaleza inmutable de Dios”.
—Letters (Cartas) por Rutherford, 1637.
Ya dejaré esta parte del tema. Creo que podemos admitir que he
establecido un buen fundamento para la afirmació n que hice: Una
esperanza segura es algo cierto y bíblico.
6
Referimos al lector que quiera saber más acerca de este tema, al Apéndice, al final de este
capítulo, en el que encontrará fragmentos de escritos de varios teólogos ingleses
reconocidos que apoyan la posición de este capítulo sobre la seguridad. Los fragmentos
son demasiado largos para insertar en esta página.
III. Razones
por las cuales una esperanza segura es
sumamente deseable
Paso al tercer tema al cual me referí al principio. Daré algunas
razones por las cuales una esperanza segura es sumamente deseable.
Pido la atenció n especial de mis lectores al tratar este punto.
Anhelo de corazó n que la seguridad sea má s buscada de lo que es.
¿Es usted nacido de nuevo? 181
Muchos entre los que creen, empiezan a dudar y siguen dudando,
viven dudando y mueren dudando, y van al cielo en una especie de
bruma.
Sería lamentable si yo hablara livianamente acerca de
“esperanzas” y “seguridades”. Pero me temo que muchos de
nosotros nos contentamos con ellas y hasta allí llegamos. Me
gustaría ver menos creyentes “vacilantes” en la familia del Señ or y
más que pudieran decir: “Yo sé y estoy convencido”. ¡Oh, que todos los
creyentes anhelaran los dones mejores y no se contentaran con
menos! Muchos se pierden la bendició n completa que el evangelio
tiene la finalidad de dar. Muchos se mantienen en una condició n
pobre y hambrienta del alma, mientras que su Señ or está diciendo:
“Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados”; “pedid, y
recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Cnt. 5:1; Jn.
16:24).
(1) Para empezar, recordemos que la seguridad es algo
deseable, por la
tranquilidad y paz que da en el presente.
Las dudas y temores tienen el poder de arruinar mucha de la
felicidad del verdadero creyente en Cristo. La incertidumbre y el
suspenso son malos en todo sentido: En nuestra salud, nuestras
pertenencias, nuestras familias, nuestros afectos y nuestras
vocaciones terrenales, pero nunca tan malos como en los asuntos
que conciernen a nuestras almas. Y mientras un creyente no puede
llegar má s allá de “esperar que” y “confiar que”
13
“La medida más pequeña de fe, quita el aguijón de la muerte porque elimina la culpa;
pero la seguridad absoluta de la fe, rompe los dientes y la quijada de la muerte misma
porque anula el temor y terror a ella”. —Sermon in the Morning Exercises (Sermón en los
matinales) por Fairclough.
14
“La seguridad nos hace más activos y entusiastas en el servicio de Dios, nos incita a
orar y a ser obedientes. La fe nos hace caminar, pero la seguridad nos hace correr.
Pensamos que nunca podríamos hacer bastante para Dios. La seguridad es como las alas
para el pájaro y el péndulo para el reloj, pone en marcha las ruedas de la obediencia”. —
Thomas Watson.
“La seguridad causa que el hombre sea ferviente, constante y abundante en la obra del
Señor. Cuando el cristiano seguro ha terminado un trabajo, pide otro. ‘¿Qué tengo que
hacer ahora, Señor?’, dice el alma segura, ‘¿qué tengo que hacer ahora?’. El cristiano
seguro hará cualquier trabajo que sea, pondrá su cerviz en cualquier yugo por Cristo,
nunca piensa que ha hecho bastante, siempre piensa que ha hecho muy poco y cuando ha
hecho todo lo que ha podido, toma asiento diciendo ‘Siervo inútil soy’”. —Thomas
Brooks.
El que va de viaje con poco dinero no tiene cuidado del peligro que
pueda haber en su itinerario y no le importa lo tarde que viaje. Por el
contrario, el que lleva oro y joyas es un viajero cauteloso.
Considera bien sus caminos, su hospedaje y sus compañ ías, y no se
expone a ningú n riesgo.
15
“La verdadera seguridad de salvación que el Espíritu de Dios haya puesto en cualquier
corazón tiene la fuerza de impedir que viva una vida libertina y entreteje en su corazón
190 SANTIDAD
amor y obediencia a Dios, como no puede hacerlo ninguna otra cosa en el mundo. La
verdadera causa de todo el libertinaje que reina en el mundo es la falta de fe y seguridad
o una seguridad falsa y carnal en el amor de Dios”. —Salmo 51, Hildersam.
“Nadie camina tan armoniosamente con Dios como los que están seguros del amor de
Dios. La fe es la madre de la obediencia y la confianza segura da paso a la rectitud en la
vida. Cuando los hombres se sueltan de Cristo, se sueltan de sus deberes y su creencia
fluctúa; se nota pronto por su inconstancia e irregularidad al caminar. No nos sumamos
con presteza a una empresa de cuyo éxito dudamos; de manera semejante, cuando no
sabemos si Dios nos aceptará o no, cuando somos inconstantes, así como confiamos y
desconfiamos con respecto a las cosas de esta vida, también somos inconstantes en
servir a Dios. Es calumnia del mundo decir que la seguridad es una doctrina inútil.” —
Exposition of James (Exposición sobre Santiago) por Manton, 1660.
“¿Quién siente más convicción de que debe cumplir sus obligaciones? ¿El hijo que es
consciente de su relación cercana y sabe que su padre lo ama o el sirviente que tiene
razones poderosas para dudarlo? El temor es un principio débil e impotente en
comparación con el amor. Los terrores pueden despertar, el amor aviva. Los terrores
pueden ‘casi persuadir’, el amor convence sobreabundantemente. Estoy seguro que el
hecho de que el creyente sepa que su Amado es de él y él de su Amado (Cnt. 4:3), se ve por
la experiencia de que pone sobre él, las obligaciones más fuertes y contundentes de ser leal
y fiel al Señor Jesucristo. Hay quien cree que Cristo es precioso (1 P. 2:7), pero también
hay el que sabe que Cristo es mucho más precioso, aun ‘uno entre diez mil’” (Cnt. 5:10).
—Sermon in Morning Exercises (Sermón en los matinales) por Fairclough, 1660.
“¿Acaso es necesario que a los hombres se les mantenga con miedo a la condenación, a fin
de que sean circunspectos y presten atención a sus obligaciones? ¿Acaso no es la
expectativa segura del cielo mucho más eficaz? El amor es el principio más noble y
fuerte de la obediencia; y no podemos dudar de que un sentido del amor de Dios por
nosotros aumentará el deseo de complacerle”. —Christian System por Robinson.
16
“Lo que provoca tanta perplejidad es que invirtamos el orden de Dios. Algunos dicen ‘Si
yo supiera que la promesa es para mí y que Cristo fue un Salvador para mí, podría
creer’; es decir, primero quiero ver y después creeré. Pero el método correcto es justo al
revés. Dijo David: ‘Creí; por tanto hablé’ (Sal. 116:10). Primero creyó y después vio”.
—Cardenal Leighton.
“Es un pensamiento débil e ignorante, pero común entre los cristianos, pensar que no
debieran buscar el cielo, ni confiar en Cristo para gloria eterna hasta haber progresado
mucho en santidad y en su aptitud para confiar. Pero tal como la primera santificación
de nuestra naturaleza fluye de nuestra fe y confianza en que Cristo nos acepta, también
nuestra santificación posterior y aptitud para la gloria fluye del ejercicio renovado y
repetido de fe en él”. —Traill.
Ahora bien, ¿por qué es esto así? ¿Por qué lo que dos apó stoles
recomendaron tan encarecidamente que buscá ramos, es algo que
pocos creyentes conocen por experiencia en estos días?
17
La Confesión de Fe de Westminster da una descripción admirable de la justificación:
“A los que Dios llama de una manera eficaz, también justifica gratuitamente, no
infundiendo justicia en ellos, sino perdonándoles sus pecados y, contando y aceptando
sus personas como justas; no por algo en ellos o hecho por ellos, sino solamente por
causa de Cristo; no por imputarles la fe misma, ni el acto de creer, ni alguna otra
obediencia evangélica como su justicia, sino imputándoles la obediencia y satisfacción
de Cristo; y ellos por la fe, le reciben y descansan en él y en su justicia. Esta fe no la
tienen de ellos mismos. Es un don de Dios”.
19
“¿Quiere tener una esperanza fuerte? Entonces mantenga pura su conciencia. No se
puede corromper una sin debilitar la otra. La persona piadosa que es negligente e
indiferente en su andar santo se encontrará pronto conque su esperanza languidece. Todo
pecado lleva al alma que anda en él a temblar de miedo y sacudir su corazón”. —Gurnall.
“Una causa grande y demasiado común que causa aflicción es algún pecado secreto; apaga
la luz del alma, la disipa y causa estupor, de modo que no puede ver ni sentir su propia
condición. Pero sobre todo provoca que Dios se aparte, que retire sus consolaciones y la
ayuda de su Espíritu”. —Saints’ Rest (Descanso de los santos) por Baxter.
“Las estrellas que tienen trayectorias más cortas son las que están más cerca del polo y los
hombres cuyas vidas están menos enredadas con el mundo, siempre son las que están
más cerca de Dios y de la seguridad de su favor. Recuerde esto, cristiano mundano:
Usted y el mundo deben separarse, de otra manera la seguridad y su alma nunca se
encontrarán”. —Thomas Brooks.
20
“Son doblemente desafortunados los que no tienen asegurado el cielo ni la tierra, ni lo
temporal ni lo eterno”. —Thomas Brooks.
mas tenga vida eterna’ (Jn. 3:15). No puedo saber má s que eso;
que teniendo un sentido de mi propia condició n pecaminosa, me
entrego en alguna medida a mi Salvador y me apropio de su
redenció n totalmente suficiente. Pero, ¡ay, mis percepciones de él
son tan débiles que no pueden darle un consuelo firme a mi alma!
Sea valiente, hijo mío. Si es que usted confía en ser justificado y
salvo por el poder del acto mismo de su fe, tiene razó n para estar
desanimado porque tiene conciencia de lo débil que es. Pero si la
verdad y eficacia de esta feliz obra es en el objeto del cual usted se
apropió , a saber los méritos y las misericordias infinitas de Dios el
Salvador, que no pueden ser anuladas por ser usted débil, tiene razó n
para animarse y esperar alegremente su salvació n. Comprenda que su
causa es buena. Tenemos aquí una mano doble que nos ayuda a
marchar al cielo. Nuestra mano de fe se toma de nuestro Salvador,
la mano misericordiosa y redentora de nuestro salvador se toma de
¿Es usted nacido de nuevo? 209
nosotros. Nuestro asirnos a él es débil y resulta fá cil soltarnos, pero
cuando su mano nos sujeta es fuerte e irresistible. Si dependiéramos
de nuestras obras, necesitaríamos tener una mano fuerte; pero aquí
se requiere só lo tomar y recibir un regalo precioso ¿y por qué no
habría de poder hacerlo una mano débil tanto como una fuerte? Y
bueno, aunque no sea con tanta fuerza”.
—Balm of Gilead (Bálsamo de Galaad) por el Obispo Hall. 1650.
(13) “Noencuentro que la salvació n dependa de la fuerza de la fe,
sino de la verdad de la fe, no en su grado má s brillante, sino en
cualquiera que sea su medida. La Biblia no dice: Si tienes tal o cual
grado de fe será s justificado y salvo, sino que sencillamente se
requiere creer. El menor grado de fe verdadera da resultado, como
dice Romanos 10:9, ‘que si confesares con tu boca que Jesú s es el
Señ or, y creyeres en tu corazó n que Dios le levantó de los muertos,
será s salvo’. El ladró n en la cruz que no había obtenido tanta
medida de fe; por un solo acto de fe débil, fue justificado y salvo
(Lc. 23:42)”.
—Exposition of the Prophet Ezekiel (Exposición sobre el profeta Ezequiel), por William
Greenhill, Rector de Stepney, Londres, y Capellán de los duques de York y
Gloucester, 1650.
(14) “El
hombre puede tener gracia auténtica aunque no tenga la
seguridad del amor y el favor de Dios, ni de la remisió n de sus
pecados y de la salvació n de su alma. El hombre puede ser de Dios y,
aun así, no saberlo; su estado puede ser bueno, pero aun así, no lo ve;
puede estar a salvo a pesar de que no está en una posició n
tranquila. Todo puede estar bien con él en el tribunal de la gloria,
pero daría mil mundos por sentirse bien en el tribunal de su
conciencia. La seguridad es un requisito para el bienestar del
cristiano, pero no precisamente para ser cristiano; es un requisito
para la consolació n del cristiano, pero no para la salvació n del
cristiano; es un requisito para el bienestar de la gracia, pero no
para estar precisamente en la gracia. Aunque un hombre no puede
210 SANTIDAD
ser salvo sin fe, puede ser salvo sin seguridad. En muchos lugares
de las Escrituras, Dios ha declarado que sin fe no hay salvació n,
pero no ha declarado en ningú n lugar de las Escrituras que sin
seguridad no hay salvació n”.
—Heaven on Earth (Cielo en la tierra), por Thomas Brooks, predicador del evangelio,
en St. Margaret’s, Fish Street Hill, Londres, 1654.
(15) “Usted,que puede determinar claramente que tiene fe,
aunque sea débil, no se desanime, no se desaliente. Considere que
aun la medida má s pequeñ a de fe, es fe salvadora como lo es la
má s grande. Una chispa de fuego es tan fuego como cualquier otro
componente del mismo. Una gota de agua es tan agua como lo es la
de un océano.
Así que, el granito má s pequeñ o de fe es una fe tan real y tan
salvadora, como la fe má s grande del mundo. El brote má s
pequeñ o toma savia de la raíz, tanto como lo hace la rama má s
grande. Así que, la medida má s débil de fe lo injerta realmente en
Cristo y, con eso, toma vida en él, al igual como lo hace la medida
de fe má s fuerte. La fe má s débil tiene comunió n con los méritos y
la sangre de Cristo, al igual que la má s fuerte.
eterna y saber que tenemos vida eterna. Hay una diferencia entre el
hecho de que un niñ o tenga derecho a una propiedad y su
conocimiento total del título que lo acredita con tal derecho. El
cará cter de la fe puede estar escrito en el corazó n, como letras
grabadas en un sello, pero lleno de tanto polvo que éstas no se
pueden distinguir. El polvo impide la lectura de las letras, pero no
las borra”.
—Discourses (Discursos) por Stephen Charnock, de Emmanuel College, Cambridge, 1680.
(24)“Algunos roban su propia tranquilidad, colocando a la fe
salvadora en la seguridad total. Fe, y seguridad de fe, son dos
privilegios diferentes y separados. Usted realmente puede haber
recibido a Cristo sin el conocimiento ni la seguridad de haberlo
¿Es usted nacido de nuevo? 215
recibido. Algunos dicen: ‘Tú eres mi Dios’, cuando Dios nunca les
ha dicho: ‘Tú eres mi pueblo’. Estos no tienen derecho a ser llamados
hijos de Dios; hay otros, de quienes Dios dice: ‘Este es mi pueblo’,
pero ellos no se atreven a llamarlo ‘su Dios’; estos tienen derecho
de ser llamados de Dios, pero no lo saben. Han recibido a Cristo,
esa es, de hecho, su seguridad, pero no han recibido el
conocimiento y seguridad de ello, ese es su problema… El padre
reconoce a su hijo en la cuna, pero el bebé todavía no sabe que es
su padre”.
—Method of Grace (El método de la gracia), por John Flavel, Ministro del evangelio en
Dartmouth, Devon, 1680.
(25) “El
que confiesa una fe débil tiene mucha paz con Dios, por
medio de Cristo, pero no tanta paz como aquel que tiene mucha
fe. La fe débil ciertamente llevará al cristiano al cielo, tanto como
la fe fuerte, porque es imposible que la medida má s pequeñ a de
verdadera gracia perezca, siendo toda semilla incorruptible; pero
no es probable que el cristiano débil que duda, tenga un viaje
placentero como otro que tiene mucha fe. Aunque todos en la
embarcació n llegan a puerto seguro, el que sufrió mareos todo el
trayecto no habrá tenido un viaje tan agradable como el que es
fuerte y saludable”.
—The Complete Christian Armour (La armadura completa del cristiano), por William
Gurnall,
en algún momento rector de Lavenbam, Suffolk, 1680.
(26) “Nose desanime si no le parece que el Padre lo entregó a
usted al Hijo. Puede ser que usted no lo note. Muchos que le son
dados no se dan cuenta durante mucho tiempo. Sí, no veo ningú n
peligro en decir que muchos de los dados al Hijo quizá estén en
oscuridad, que tengan dudas y temores en cuanto a esto, hasta que
el ú ltimo y má s brillante día lo declare y hasta que haya sido
dictada la ú ltima sentencia. Por lo tanto, si alguno de ustedes no
sabe de su propia elecció n, no se desanime: Puede haber sido
elegido, aunque no lo sepa”.
—Sermons on the Lord’s Prayer (Sermones sobre el Padrenuestro), por Robert Traill,
216 SANTIDAD
ministro del evangelio en Londres y a veces en Cranbrook, Kent, 1690.
(27) “La
seguridad no es esencial para la salvació n. Es una fe
fuerte, pero leemos igualmente de una fe débil, de poca fe… como
un grano de mostaza. La verdadera fe salvadora en Cristo se
distingue ú nicamente por sus diferentes grados, pero en cada
etapa y en cada persona es universalmente de la misma clase”.
—Sermones, por el Rev. John Newton, en un tiempo párroco de Olney y Rector de St.
Mary, Woolnorth, Londres, 1767.
(28) “Nohay razó n alguna para que los creyentes débiles lleguen
a una conclusió n negativa sobre sí mismos. La fe débil une a Cristo
tan fehacientemente como una fe fuerte, así como el brote má s
pequeñ o de la vid toma savia y vida de la raíz, igual como lo hace la
rama má s fuerte. Por lo tanto, los creyentes débiles tienen
abundantes razones para estar agradecidos y, mientras siguen
adelante creciendo en la gracia, no tienen que ignorar lo que ya han
recibido”.
—Una carta del Rev. Henry Venn, 1784.
“La fe necesaria y suficiente para nuestra salvació n no es
(29)
seguridad. Su tendencia es, sin duda, producir una expectativa
entusiasta del favor divino que avanzará hacia una confianza total.
8. Moisés: Un ejemplo
“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija
de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios,
que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por
mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los
egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón”.
Hebreos 11:24-26
Pero todo, todo, sí todo puede resumirse en una sola oració n, son
hermanos y hermanas de Lot. Se estancan, se detienen.
¡Ay, si es usted un alma que se mantiene detenida, no es feliz!
En suma, ¡Lot parece haber estado só lo, aun en su familia! ¡No fue
usado como medio para conseguir que ni siquiera un alma se
apartara de las puertas del infierno!
Y no me extrañ a. Las almas que se detienen se ven a través de
sus propias familias y, cuando uno las ve de cerca, son
despreciados. Si sus parientes má s cercanos entienden só lo una
cosa de la fe cristiana, ésta es la inconsecuencia. Seguramente esos
parientes piensan: “Si creyera todo lo que profesa creer, no
seguiría como sigue”. Los padres de familia que se detienen, rara vez
254 SANTIDAD
tienen hijos consagrados. Los ojos del hijo absorben mucho má s
que los oídos. El niñ o siempre observará lo que hacemos, mucho
más que lo que decimos. Recordemos esto.
(c) Destaquemos, en tercer lugar, que Lot no dejó evidencias
cuando falleció.
Poco sabemos de Lot después de que huyó de Sodoma y, lo poco
que sabemos, es negativo.
Su ruego por ir a Zoar, porque era “pequeñ a”, su partida de Zoar
después y su conducta en la cueva, cuentan la misma historia.
Demuestran la poca gracia en él y el estado degradante en el que
había caído su alma.
No sabemos cuá nto tiempo má s vivió después de su huida. No
sabemos dó nde murió ni cuá ndo, tampoco si volvió a ver a
Abraham, de qué murió ni lo que decía y pensaba. Todo esto es un
misterio. La Biblia nos cuenta de los ú ltimos días de Abraham,
Isaac, Jacob, José y David, pero ni una sola palabra acerca de Lot.
¡Oh, que lecho de muerte tan sombrío debió haber sido el de Lot!
La Biblia parece correr un velo a su alrededor. Hay un silencio
doloroso acerca de los ú ltimos días de su vida y su final. Parece
extinguirse como se extingue una lá mpara dejando tras sí un
legado amargo. Y si no fuera porque el Nuevo Testamento dice
específicamente que Lot era “justo”, creo que, de hecho,
dudaríamos de que Lot hubiera sido un alma salvada.
La forma de religió n que practicaba era para ser como los demá s,
no porque ella la sintiera. Era una capa que usaba para complacer a
los que la rodeaban, no porque tuviera un sentido de su valor. Hacía
lo que hacían los demá s en la casa de Lot, se adaptaba a las
costumbres de su esposo, no se oponía a su fe, se dejaba llevar
pasivamente, mientras su corazó n andaba mal a los ojos de Dios. El
mundo estaba en su corazó n y su corazó n estaba en el mundo. En
este estado vivió y en este estado murió .
¿Es usted nacido de nuevo? 263
En todo esto hay mucho que aprender. Veo aquí una lecció n que
es de suma importancia en la actualidad. Vivimos en una época en
que hay mucha gente igual que la mujer de Lot, acérquese y preste
atenció n a la lecció n que su caso tiene la intenció n de enseñ arle.
Aprenda entonces, que el solo hecho de contar con privilegios
espirituales, no salva el alma de nadie. Puede ser que usted tenga
ventajas espirituales de todo tipo, puede ser que viva en la luz plena
de las mejores oportunidades y medios de gracia, puede ser que
disfrute de la mejor predicació n y la instrucció n má s excelente,
puede vivir en medio de la luz, el conocimiento, la santidad y
buena compañ ía. Todo esto puede ser parte de su vida y, aun así,
seguir siendo un inconverso y, al final, estar perdido para siempre.
Me atrevo a decir que esta doctrina puede parecer difícil a algunos
lectores. Sé que algunos no quieren nada má s que los privilegios de la
fe cristiana, pensando que estos los convertirán en cristianos
decididos. Admiten que, en este momento, no son como deben ser,
pero se excusan diciendo que su posició n es difícil y que tienen
muchas dificultades. Demandan que les den un esposo consagrado o
una esposa consagrada, que les den amigos consagrados o un jefe
consagrado, que quieren contar con la predicació n del evangelio, que
les den privilegios y, cuando tengan todo esto, andará n con Dios.
Esto es un error. Es pura fantasía. Se requiere de algo más que
privilegios para salvar el alma.
Joab era capitá n de David, Giezi era siervo de Eliseo, Demas era
compañ ero de Pablo, Judas Iscariote era discípulo de Cristo y Lot
tenía una esposa mundana e incrédula. Todos ellos murieron en
sus pecados a pesar de su conocimiento, las advertencias y
oportunidades, y nos enseñ an que, no son só lo privilegios lo que
necesitan los hombres. Necesitan la gracia del Espíritu Santo.
Valoremos los privilegios espirituales, pero no descansemos
enteramente en ellos. Anhelemos tener sus beneficios en todos los
264 SANTIDAD
momentos de la vida, pero no los pongamos en el lugar de Cristo.
Aprovechémoslos con agradecimiento, si Dios nos los concede, y
asegurémonos de que produzcan algú n fruto en nuestro corazó n y
nuestra vida. Si no son para bien, con frecuencia son para mal;
endurecen la conciencia, aumentan la responsabilidad, empeoran la
condenació n. El mismo fuego que derrite la cera, endurece la
arcilla; el mismo sol que hace crecer al á rbol vivo, seca al á rbol
muerto y lo prepara para ser quemado. Nada endurece más el
corazó n del hombre como una familiaridad estéril con las cosas
espirituales. Lo digo una vez má s: No son solo los privilegios los
que hacen cristiano al hombre, sino la gracia del Espíritu Santo. Sin
esa gracia, ninguna persona será salva jamá s.
Les pido a los miembros de las congregaciones evangélicas en la
actualidad que tengan muy presente lo que estoy diciendo. Si usted
asiste a la iglesia del Sr. A o el Sr. B porque lo considera un
predicador excelente, disfruta de sus sermones, no puede escuchar a
ningú n otro con el mismo gusto, ha aprendido muchas cosas desde
que participa de su ministerio ¡y considera un gran privilegio ser uno
de sus oyentes! Esto es muy bueno. Es un privilegio. Yo estaría
agradecido si se multiplicaran por mil los pastores como el suyo.
Pero, al final de cuentas la cuestió n es: ¿Qué tiene usted en su
corazó n? ¿Ha recibido al Espíritu Santo? Si no, no está en mejores
condiciones que la mujer de Lot.
1
“¡Recuerde al Dr. Dodd! Yo mismo le oí decir a su manada, con la cual estaba reunido en
su propia casa, que se veía obligado a dejar ese método de ayudar a sus almas porque lo
exponían a constantes reproches. De hecho dejó de usarlo y fue cayendo en una debilidad
tras otra de su naturaleza corrupta ¡y bajo qué reproche murió!” [Murió en la horca por
fraude]. —Life and Letters (Vida y Cartas) por Venn, p. 238, edición 1853.
¡Fuera con estas teorías sin sentido y sin ninguna base bíblica! La
eternidad del infierno, así como la eternidad del cielo, se presentan
claramente en la Biblia.
Una vez que uno dice que el infierno no es eterno, puede muy
bien decir que Dios y el cielo no son eternos. La misma palabra griega
que se usa en la expresió n “castigo eterno” es la que usa el Señ or
Jesú s al decir “vida eterna” y San Pablo, al decir “Dios eterno” (Mt.
25:46; Ro. 16:26).
¿Es usted nacido de nuevo? 279
Sé que esto suena terrible a muchos oídos. No me extrañ a. Pero
la ú nica cuestió n que tenemos que determinar es: ¿Es bíblico el tema
del infierno? ¿Lo es? Mantengo firmemente que lo es y mantengo
que hay que recordarles a los cristianos profesantes que pueden
estar perdidos y camino al infierno.
Sé que es fá cil rechazar la enseñ anza clara sobre el infierno y
hacerla antipá tica por el uso de palabras desagradables. He
escuchado, a menudo, decir que son “conceptos intolerantes,
nociones anticuadas, teología de fuego y azufre” y cosas parecidas.
Se me ha dicho, a menudo, que, en la actualidad, se prefieren
conceptos má s “amplios”. Mi anhelo es ser tan amplio como la
Biblia, ni má s ni menos. Afirmo que es teó logo intolerante aquel que
recorta las partes de la Biblia que le disgustan al corazó n natural y,
por ende, rechaza alguna porció n del Consejo de Dios.
Dios sabe que nunca hablo del infierno sin dolor y sufrimiento.
Con gusto, le ofrezco la salvació n del evangelio al peor de los
pecadores. Yo estaría dispuesto a decirle al má s vil y disoluto ser
humano en su lecho de muerte: “Cree en el Señ or Jesucristo, y serás
salvo” (Hch. 16:31). Pero Dios quiera que nunca deje de decirle al
mortal que las Escrituras revelan que hay un infierno así como hay
un cielo, y que el evangelio enseñ a que hay hombres que pueden
estar perdidos, al igual que hay otros que pueden ser salvos. El
guardia que se mantiene en silencio cuando ve un incendio es
culpable de negligencia,
que nos aviven cuando nos sentimos muertos, nos afilen cuando
nos sentimos embotados y sean como una hoguera cuando nos
sentimos fríos! ¡Que puedan ser el estímulo para hacernos reaccionar
cuando nos estamos deteniendo y una brida para enderezarnos
cuando nos estamos apartando! ¡Que sean un escudo para
defendernos cuando Sataná s pone una tentació n en nuestro corazó n,
una espada con la cual luchar cuando nos dice con audacia:
“¡Renuncia a Cristo, vuélvete al mundo y sígueme a mí!”! Oh, que
en las horas de pruebas como esas digamos: “¡Alma, recuerda la
286 SANTIDAD
advertencia de tu Salvador! Alma mía, alma mía,
¿has olvidado sus palabras? ¡Alma mía, alma mía: ‘Acordaos de la
mujer de Lot’”!
La ruego a cada uno que lee este escrito que use su sentido comú n y
que tenga cuidado de no caer en el mismo error.
Considere la historia de los hombres en la Biblia y vea cuá n a
menudo las ideas de las que he estado hablando, se contradicen.
Recuerde bien cuá ntas pruebas hay de que dos hombres hayan
recibido el ofrecimiento de la misma iluminació n y só lo uno la
aprovecha, y que nadie tiene derecho de tomarse libertades con la
misericordia de Dios e imaginar que puede arrepentirse cuando a él
le plazca.
294 SANTIDAD
Vea a Saú l y David. ¡Vivieron má s o menos en la misma época,
escalaron el mismo rango en la vida, fueron llamados a la misma
posició n en el mundo, disfrutaron del ministerio del mismo
profeta, Samuel, y reinaron la misma cantidad de añ os! Sin
embargo, uno fue salvo y el otro se perdió .
Vea a Sergio Paulo y a Galió n. ¡Ambos eran gobernadores
romanos, ambos eran hombres sabios y prudentes en su generació n
y ambos oyeron predicar a Pablo! Pero uno creyó y fue bautizado, el
otro “no hacía caso de nada de esto” (Hch. 13:7; 18:17).
Observe el mundo a su alrededor. Fíjese lo que está sucediendo
continuamente ante sus ojos. A menudo, dos hermanas asisten a la
misma iglesia, oyen las mismas verdades y escuchan los mismos
sermones y, sin embargo, só lo una se convierte, mientras que la otra
permanece impávida. Puede ser que dos amigos lean el mismo libro
cristiano; a uno le conmueve tanto que renuncia a todo para tener
a Cristo, el otro no le ve nada de valor y sigue igual que antes.
Centenares de personas han leído The Rise and Progress of Religion
in the Soul (Auge y Progreso de la religió n en el alma) por Doddrige,
sin ningú n beneficio, pero para Wilberforce significó el inicio de su
vida espiritual. Miles han leído su libro Practical View of
Christianity (Punto de vista prá ctico del cristianismo) y no les ha
afectado para nada, pero cuando Leigh Richmond lo leyó , se convirtió
en otro hombre. Nadie tiene el derecho de decir:
3
“No sé de otro ejemplo de fe tan notable e impresionante desde la creación del mundo. —
Commentary on the Gospels (Comentario de los Evangelios) por Calvino.
“Una fe que puede ver el sol a través de una nube tan oscura, que puede descubrir a Cristo,
a un Salvador, a través de un Jesús tan pobre, desechado, despreciado y crucificado y
llamarlo Señor.
“Una gran fe que desde su cruz podía ver el reino de Cristo, el sepulcro y la muerte,
cuando había tan pocas señales del reino, y orar pidiendo ser recordado en ese reino”. —
Lightofoot, Sermón. 1684.
“El ladrón arrepentido fue el primero en confesar el reino celestial de Cristo, el primer
mártir que dio testimonio de la santidad de sus sufrimientos y el primer apologista de su
inocencia”. —Quesnel sobre el evangelio.
“Probablemente, hay pocos santos en gloria que hayan honrado a Cristo tan gloriosamente
como este pecador moribundo”. —Doddridge.
“¿Es ésta la voz de un ladrón o de un discípulo? Dame permiso, oh Salvador de usar tus
propias palabras: ‘Mateo 8:10’. Te vio colgado muriendo a tu lado, no obstante, te llama
‘Señor’. Te vio muriendo y, no obstante, habla de tu reino. Se sintió morir él mismo y, no
obstante, habla de que lo recuerdes en el futuro. ¡Oh fe, más fuerte que la muerte, que
puede ver una corona más allá de la cruz; más allá de su expiración, una visión de vida y
gloria! ¿Cuál de tus once discípulos te dijo alguna vez palabras tan llenas de gracia
como estas en estos, tus últimos estertores?”. —Obispo Hall.
Pero no permita que ese error le haga olvidar que mientras Cristo
era plenamente Dios, era también completamente Hombre.
No haga caso al argumento infundado del cató lico romano que
afirma que la virgen María y los santos son má s comprensivos que
Cristo. Contéstele que ese argumento surge de ignorar las
Escrituras y la verdadera naturaleza de Cristo. Contéstele que no
ha aprendido lo suficiente de Cristo como para considerarlo má s
que un Juez austero y un Ser al cual temer. Contéstele que los
cuatro Evangelios le han enseñ ado a considerarlo como el Amigo
má s cariñ oso y comprensivo, al igual que el Salvador más poderoso y
fuerte. Contéstele que usted no quiere ningú n consuelo de los
318 SANTIDAD
santos ni de los á ngeles, ni de la virgen María ni de Gabriel, porque
usted puede reposar su alma cansada en el Hombre Cristo Jesús.
III. Aun el cristiano auténtico puede mostrar mucha debilidad
Aprendamos, en tercer lugar, que aun el cristiano auténtico puede
mostrar mucha debilidad.
Aquí se consigna una prueba impresionante de esto en la
conducta de sus discípulos que despertaron a Jesú s, apurados. Le
dijeron, llenos de temor y ansiedad: “¡Señ or, sá lvanos, que
perecemos!”.
Hubo impaciencia. Podían haber esperado hasta que su Señ or
considerara oportuno responder. Hubo incredulidad. Hablaron
como si dudaran de que su Señ or se interesara o le importara su
seguridad y bienestar. “¿No tienes cuidado que perecemos?” (Mr.
4:38).
¡Pobres hombres sin fe! ¿Qué motivo tenían para temer? Habían
visto prueba tras prueba que todo andaría bien mientras el Esposo
estuviera con ellos. Habían sido testigos de numerosos ejemplos de
su amor y bondad hacia ellos, tantos como para convencerse de
que él nunca dejaría que les aconteciera algo realmente malo. Pero
lo olvidaron todo ante un peligro inminente.
Ese mismo Señ or y Salvador que fue paciente con los discípulos
está pronto y dispuesto a ser paciente con usted. Si tropieza, él lo
levantará . Si se desvía, él lo traerá de vuelta con gentileza. Si
desmaya, él lo reavivará . No lo ha sacado de Egipto para dejarlo
morir en el desierto. Lo guiará seguro a la tierra prometida. Usted
só lo entréguese a él y siga su camino y él lo llevará seguro a su
patria celestial. Só lo escuche su voz y sígale; y nunca perecerá .
¿Quién entre los que leen este escrito se ha convertido y anhela
¿Es usted nacido de nuevo? 331
hacer la voluntad de su Señ or? Siga hoy el ejemplo de ternura y
paciencia de su Maestro y aprenda a ser tierno y gentil con los
demá s. Trate con gentileza a los jóvenes que están dando sus
primeros pasos. No espere que sepan todo y comprendan todo lo
relativo a la salvació n de una sola vez. Tó melos de la mano.
Guíelos y aliéntelos. Crea todas las cosas y espere todas las cosas,
en lugar de entristecer el corazó n que el Señ or no quiere
entristecer.
Trate con gentileza a los caídos. No les dé la espalda como si
fueran casos perdidos. Use todos los medios lícitos, para restaurarlos.
Piense en usted mismo y en sus frecuentes debilidades, y haga con las
fallas de los demá s lo que le gustaría que hicieran ellos con las suyas.
Lamentablemente, hay una ausencia dolorosa de la mente del
Maestro entre muchos de sus discípulos. Me temo que en la
actualidad, pocas iglesias estarían dispuestas a restaurar a Pedro en
su comunió n. Tendrían que pasar muchos añ os después de que negó a
su Señ or para recibirlo de nuevo en su seno. Son pocos los creyentes
prestos a hacer la obra de Bernabé, de tomar al recién convertido de
la mano y animarle en sus primeros pasos. Queremos un
derramamiento del Espíritu sobre los creyentes, casi tanto como lo
deseamos sobre el mundo.
Aplicaciones prácticas
Ahora, só lo me falta pedirles a mis lectores que lleven a la
prá ctica las lecciones que les he presentado.
(b) Este escrito quizá caiga en las manos de algunos que aman al
Señor Jesús y creen en él, pero quieren amarlo má s. Si usted es uno
de ellos, acepte esta exhortació n y aplíquela a su corazó n.
Para empezar, tenga siempre presente como verdad sempiterna
que el Señor Jesús es realmente una Persona viva y trá telo como tal.
Aplicaciones prácticas
Ahora concluiré este capítulo con unas palabras de aplicació n
prá cticas.
(a) Las primeras serán en forma de una pregunta. ¿Cuá l será esa
pregunta?
¿Qué preguntaré? Regresaré al punto con el que comencé. Iré a la
primera frase de este capítulo, personalizá ndola. Pregunto: ¿Es
usted miembro de la ú nica Iglesia verdadera de Cristo? ¿Es usted, en
el mejor sentido, un “hombre de iglesia” a los ojos de Dios? Ahora ya
sabe lo que quiero decir. Miro mucho má s allá de la Iglesia
Anglicana. No estoy hablando de una denominació n o grupo en
particular. Hablo de “la Iglesia edificada sobre la Roca”. Le pregunto
con toda seriedad: ¿Es usted miembro de esa Iglesia? ¿Está usted
unido al gran Fundamento? ¿Está cimentado sobre la Roca? ¿Ha
recibido al Espíritu Santo? ¿Testifica el Espíritu a su espíritu de
que usted es uno con Cristo y Cristo con usted? Le ruego, en el
nombre de Dios, que tome a pecho estas preguntas y reflexione bien
sobre ellas. Si no se ha convertido, no pertenece todavía a “la
Iglesia sobre la Roca”.
Si no puede dar una respuesta satisfactoria a mis preguntas,
tome en cuenta cada uno de mis lectores su propia condició n. Tenga
cuidado, tenga cuidado de no arruinar su alma para toda la
eternidad.
Nunca pasa por alto una palabra cariñ osa ni una buena obra
realizada en su nombre. A él le pertenecen todos los frutos de la fe,
aun los má s pequeñ os; y los declarará ante el mundo el día de su
venida. Si ama usted al Señ or Jesú s y le sigue, puede estar seguro de
que sus obras para el Señ or no será n en vano. Las obras de los que
362 SANTIDAD
mueren en el Señ or “con ellos siguen” (Ap. 14:13). No irá n antes
que ellos, ni a su lado, sino que los siguen y será n los elementos
para su balance el día de la venida de Cristo. La pará bola de las
minas se hará realidad (Lc. 19:12-27). “Cada uno recibirá su
recompensa conforme a su labor” (1 Co. 3:8). El mundo no lo conoce
a usted porque no conoce a su Hacedor. Pero Jesú s ve y sabe todo.
“Yo conozco tus obras”.
Reflexione acerca de la advertencia solemne que hay aquí para
todo el que profesa una religión mundana e hipócrita. Lea, subraye y
digiera estas palabras. Jesú s le dice: “Yo conozco tus obras”. Usted
puede engañ arme a mí y a otros pastores; es fá cil hacerlo. Usted
puede recibir de mis manos el pan y la copa y, no obstante, estar
aferrá ndose a la iniquidad en su corazó n. Puede asistir a la iglesia
semana tras semana y escuchar con seriedad las palabras del
predicador y, sin embargo, no creerlas. Pero recuerde que no
puede engañ ar a Cristo. Aquel que descubrió lo muerta que estaba
la iglesia en Sardis y lo tibia que era la de Laodicea, lo conoce a
usted de pies a cabeza, y lo expondrá en el día final, a menos que se
arrepienta.
Oh, créame, la hipocresía siempre pierde. Nunca da resultado
parecer una cosa y ser otra, ni llamarse cristiano y no serlo. Puede
estar seguro de que si le remuerde la conciencia en este sentido,
puede estarlo también de que su pecado será descubierto. Los ojos
que vieron a Acá n robar un lingote de oro y esconderlo, está n sobre
usted. El libro que registró las obras de Giezi, Ananías y Safira,
está registrando sus obras. Jesú s, en su misericordia, le envía hoy
una advertencia. Dice: “Yo conozco tus obras”.
Por otro lado, piense en el aliento que hay aquí para cada
creyente sincero y auténtico. También a usted le dice Jesú s: “Yo
conozco tus obras”. Usted no ve nada especial en ninguna de sus
acciones. Todo le parece imperfecto, manchado y deshonroso. A
veces, se siente mal por sus propias faltas. A menudo, siente que toda
¿Es usted nacido de nuevo? 363
su vida es un gran error y que cada día es un espacio en blanco o
un manchó n. Pero sepa ahora que Jesú s puede ver algo de hermosura
en todo lo que hace con el anhelo consciente de complacerle. Sus
ojos pueden discernir la excelencia, aun en lo má s pequeñ o, que es
fruto de su propio Espíritu. É l puede sacar las pepitas de oro de la
escoria de sus acciones y separar la cizañ a del trigo en todos sus
quehaceres. Todas sus lá grimas van en su redoma (Sal. 56:8). Sus
esfuerzos por ayudar a los demás, por más pequeñ os que sean, está n
escritos en su libro memorial. La copa má s pequeñ a de agua, dada
en su nombre, recibirá su recompensa. El Señ or no olvida sus
obras y trabajos de amor, aunque el mundo no los valore.
Parece demasiado maravilloso y sí, lo es. A Jesú s le encanta
honrar la obra de su Espíritu en su pueblo y de pasar por alto sus
flaquezas. Toma en cuenta la fe de Rahab, pero no su mentira. Felicita
a sus apó stoles por permanecer con él durante sus tentaciones y no
tiene en cuenta su ignorancia y falta de fe (Lc. 12:28). “Como el
padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le
temen” (Sal. 103:13). Y de la misma manera como un padre de familia
se complace con las má s pequeñ as y dignas acciones de sus hijos, de
las cuales los extrañ os nada saben, se complace el Señ or con
nuestros débiles esfuerzos por servirle.
Es todo muy maravilloso. Puedo comprender por qué los justos
en el Día del Juicio dirá n: “¿Cuá ndo te vimos hambriento, y te
sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuá ndo te vimos
forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te
vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?” (Mt. 25:37- 39). ¡Les
parecerá increíble e imposible haber hecho algo digno de mencionar
en aquel gran día! No obstante, así es.
Cobren aliento por esto, todos los creyentes. El Señ or dice: “Yo
conozco todas tus obras”. Esto debe hacerle humilde, pero no
temeroso.
III. Una promesa al que venciere
364 SANTIDAD
Les pido a mis lectores que observen, en tercer y ú ltimo lugar,
que en cada epístola el Señ or Jesú s hace una promesa al que
venciere.
Siete veces Jesú s promete a las iglesias cosas muy grandes y
preciosas. Cada una es diferente y cada una está llena de consolació n,
pero cada una va dirigida al cristiano vencedor. Es siempre “al que
venciere” o “el que venciere”.
Cada cristiano es un soldado de Cristo. Por su bautismo está
comprometido a librar la batalla de Cristo contra el pecado, el
mundo y el diablo. El hombre que no lo hace está rompiendo su
pacto. Es un moroso espiritual. No cumple los compromisos que
le corresponden. El cristiano que rompe su compromiso,
prá cticamente, renuncia a su cristianismo. El hecho mismo de que
pertenece a una iglesia, asiste a un lugar de adoració n cristiano, es
una declaració n pú blica de que quiere ser contado como soldado de
Cristo.
El Señ or provee una armadura para la lucha, pero el cristiano tiene
que usarla. “Tomad”, dice Pablo a los efesios, “toda la armadura de
Dios”. “Estad, pues, firmes, ceñ idos vuestros lomos con la verdad, y
vestidos con la coraza de justicia”. “Y tomad el yelmo de la salvació n
y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”. “Sobretodo, tomad
el escudo de la fe” (Ef. 6:13-17).
Y no de menos importancia, el cristiano profesante tiene…
- el mejor de los líderes: Jesú s, el Capitán de la salvació n, por
medio del cual es má s que vencedor,
- las mejores provisiones: El pan de vida y el agua viva y
- la promesa del mejor pago: Un eterno peso de gloria.
Aplicación práctica
Daré algunas palabras de aplicació n de todo el tema y, con esto,
habré terminado.
(a) Para empezar, advierto a todo el que está viviendo solo para el
mundo, que piense bien lo que está haciendo. Aunque no lo sepa,
usted es enemigo de Cristo. É l conoce sus caminos aunque le esté
dando la espalda y se niegue a entregarle su corazó n. Está
observando su vivir cotidiano y notando lo que hace. Habrá una
resurrecció n de todos sus pensamientos, palabras y acciones. Usted
puede olvidarlas, pero Dios no las olvida. Puede ser que usted ni
les dé importancia, pero está n escritas con cuidado en el libro
de memorias. ¡Oh, hombre mundano! ¡Piense en esto! Tiemble,
tiemble y arrepiéntase.
(b) En segundo lugar, advierto a todo formalista y fariseo que
mire bien que no sea engañado.
15.“¿Me amas?”
“¿Me amas?”. Juan 21:16
372 SANTIDAD
Cristo dirigió al apó stol Pedro, la pregunta que encabeza este
capítulo. No existe una má s importante. Han pasado má s de
diecinueve siglos desde que Jesú s dijo estas palabras. Pero hasta la
fecha la pregunta sigue siendo muy inquietante y provechosa.
La disposició n de amar a alguien es uno de los sentimientos más
comunes que Dios ha implantado en la naturaleza humana.
Lamentablemente y con demasiada frecuencia, la gente consagra su
amor a objetos que no lo merecen. Quiero ahora reclamar un lugar
para él, el ú nico que es digno de todos los mejores sentimientos de
nuestro corazó n. Quiero que todos le den parte de su amor a la
Persona Divina que nos amó y se dio por nosotros. Entre todo lo
que aman, les pido que no se olviden de amar a Cristo.
Quiero que cada uno de mis lectores enfoque su atenció n en
este tema tan portentoso. Este no es un tema só lo para los
exaltados y faná ticos. Merece la consideració n de cada creyente
que cree la Biblia. Nuestra salvació n misma depende de ello. La
vida o la muerte, el cielo o el infierno dependen de nuestra aptitud
de contestar una sencilla pregunta: “¿Ama usted a Cristo?”.
Quiero destacar dos puntos al iniciar este tema.
I. El cristiano auténtico ama a Cristo
En primer lugar, quiero mostrarle el sentimiento singular hacia
Cristo del cristiano auténtico: Lo ama.
Cristiano auténtico no es simplemente una mujer o un hombre
bautizado. Es más. No es la persona que asiste, por costumbre, a la
iglesia los domingos y vive el resto de la semana como si Dios no
existiera. Costumbre no es cristianismo, adoració n solamente de
labios no es cristianismo.
Vea lo que les dice Pablo a los corintios: “El que no amare al
Señ or Jesucristo, sea anatema. El Señ or viene” (1 Co. 16:22). Pablo
no ofrece ninguna vía de escape al que no ama a Cristo. No le deja
ninguna excusa o escapatoria. Uno puede carecer de conocimiento
374 SANTIDAD
intelectual y, no obstante, ser salvo. Puede caer tremendamente,
como David y, no obstante, volver a levantarse. Pero si no ama a
Cristo, no anda en el camino de la vida. Sigue siendo objeto de
maldició n. Anda en el camino ancho que lleva a la perdició n.
Vea lo que Pablo le dice a los efesios: “La gracia sea con todos
los que aman a nuestro Señ or Jesucristo con amor inalterable” (Ef.
6:24). Aquí, Pablo está enviando sus saludos y declarando su
simpatía por todos los cristianos auténticos. A muchos de ellos,
indudablemente, nunca los había visto. Muchos en la iglesia
primitiva eran débiles en la fe, en conocimiento y fallaban en negarse
a sí mismos.
¿Có mo, entonces, podía describirlos al enviarles su mensaje? ¿Qué
palabras podía usar para no desanimar a los hermanos débiles? San
Pablo escoge una expresió n genérica que describe con exactitud a
todos los cristianos auténticos. No todos habían alcanzado la misma
madurez ni en la doctrina ni en la prá ctica. Pero todos amaban a
Cristo con sinceridad.
Vea lo que nuestro Jesucristo mismo les dice a los judíos: “Si
vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais” (Jn. 8:42). Vio
a sus errados enemigos satisfechos con su condició n espiritual por el
hecho de ser todos descendientes de Abraham. Los vio, como sucede
con muchos cristianos ignorantes de nuestra época, que se creen
hijos de Dios nada má s por haber sido circuncidados y
pertenecer a la iglesia judía. Se establece el amplio principio de que
nadie es hijo de Dios si no ama al hijo unigénito de Dios. Nadie que
no ama a Cristo tiene el derecho de llamar “Padre” a Dios. Bueno
sería si muchos cristianos recordaran que este principio
portentoso se aplica a ellos tal como se aplica a los judíos.
16.“Sin Cristo”
“Estabais sin Cristo”. Efesios 2:12
390 SANTIDAD
El texto que encabeza este capítulo describe la condició n de los
efesios antes de llegar a ser cristianos. Pero eso no es todo. Describe
el estado de cada hombre y mujer en el mundo que no se ha
convertido a Dios. ¡No puedo imaginarme una condició n peor! Ya
es bastante malo no tener dinero, ni salud, ni casa, ni amigos. Pero
es mucho peor estar “sin Cristo”.
Examinemos el texto y veamos qué contiene. Quién sabe si
puede ser un mensaje de Dios para algú n lector de este libro.
I. Cuando un hombre está “sin Cristo”
Consideremos, en primer lugar, cuándo se puede afirmar que el
hombre está “sin Cristo”. Yo no inventé la expresió n “sin Cristo”. Yo
no acuñ é las palabras, sino que fueron escritas bajo la inspiració n
del Espíritu Santo. San Pablo las usó cuando les estaba recordando
a los cristianos de É feso có mo había sido su condició n anterior,
antes de que oyeran el evangelio y creyeran. Ignorantes y en tinieblas,
habían estado inmersos en idolatría y paganismo, y eran adoradores
de la diosa falsa Diana. Pero no menciona nada de esto. Parece
pensar que esto describiría só lo parte de su condició n. Entonces,
traza un cuadro cuya primera característica es la expresió n: “En
aquel tiempo estabais sin Cristo” (Ef. 2:12). Ahora bien, ¿Qué
quiere decir esta expresió n?
(a) Uno está “sin Cristo” cuando no tiene ningún conocimiento
intelectual de él. Son millones los que se encuentran en esta
condició n. No saben quién es Cristo, ni lo que hizo, ni lo que
enseñ ó , ni por qué fue crucificado, no saben dó nde está ahora ni lo
que él es para la humanidad. En suma, no saben nada de él.
(d) Por otra parte, estar sin Cristo es estar sin el cielo. Al decir
esto no quiero decir solamente que no hay entrada al cielo, sino que
“sin Cristo” no podría haber ninguna felicidad al estar allí. El
398 SANTIDAD
hombre sin su Salvador y Redentor nunca se sentiría có modo en el
cielo. Sentiría que no tiene ningú n derecho de estar allí; sería
imposible que se sintiera valiente, confiado y tranquilo. En medio
de la pureza y la santidad de los á ngeles, bajo los ojos de un Dios
puro y santo, no podría levantar la cabeza, se sentiría confundido y
avergonzado. La esencia de todos los conceptos correctos del cielo
es que allí está Cristo.
¿Hay alguno que sueñ a en un cielo en el que Cristo no tiene un
lugar? Despierte de su locura. Sepa que en cada descripció n del
cielo que la Biblia contiene, la presencia de Cristo es esencial. “En
medio del trono”, dice Juan, “estaba en pie un Cordero como
inmolado”. El trono mismo de Dios es llamado “el trono de Dios y
del Cordero”. El Cordero es la luz del cielo y el templo de él. Los
santos que moran en el cielo han de ser alimentados por el
Cordero y él mismo “los guiará a fuentes de aguas de vida”. A la
reunió n de los santos en el cielo se le llama “las bodas del Cordero”
(Ap. 5:6; 22:3; 21:22-23; 7:17; 19:9). Un cielo sin Cristo no sería el
cielo de la Biblia. Estar “sin Cristo” es estar “sin cielo”.
Me sería fá cil agregar otras cosas. Le diría que estar sin Cristo es no
tener vida, no tener fortaleza, no tener seguridad, no tener un
fundamento, no tener un amigo en el cielo y no tener justicia. ¡No
hay nadie en peores condiciones que los que está n sin Cristo!
El Señ or Jesú s tiene el propó sito de ser para el alma del hombre
lo que el arca fue para Noé, lo que el cordero pascual fue para
Israel en Egipto, lo que el maná , la piedra golpeada, la serpiente de
bronce, la columna de nube y fuego, el chivo expiatorio fueron para
las tribus en el desierto. ¡No hay peores desamparados que los que
está n sin Cristo!
“Yo soy la puerta; el que por Mí entrare, será salvo” (Jn. 10:9).
“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
¿Es usted nacido de nuevo? 407
por Mí” (Jn.
14:6).
“Venid a Mí todos los que está is trabajados y cargados, y yo os
haré descansar” (Mt. 11:28).
“Al que a Mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37).
Agregue a estos seis textos el que hoy tiene delante de usted.
Memorice los siete. Grá belos en su mente y nunca los olvide.
Cuando sus pies toquen el frío río, la hora de su muerte,
encontrará un valor incalculable en los versículos recién citados.
Porque, ¿cuál es la sustancia de estas sencillas palabras? Es ésta:
Cristo es esa Fuente de agua viva que Dios, en su gracia, ha provisto
para las almas sedientas. De él, como de la roca que golpeó Moisés,
fluye una corriente abundante para todos los que peregrinan por el
desierto de este mundo. En él, nuestro Redentor y Sustituto,
crucificado por nuestros pecados y resucitado para nuestra
justificació n, tenemos una provisió n sin fin de todo lo que el hombre
puede necesitar: Perdó n, absolució n, misericordia, gracia, paz,
descanso, alivio, consuelo y esperanza.
Cristo compró esta provisió n para nosotros pagá ndola con su
propia sangre preciosa. Para abrir esta fuente maravillosa, sufrió por
el pecado. El justo entre los injustos cargó nuestros pecados en su
propio cuerpo en el madero. Fue hecho pecado por nosotros, a fin
de que pudiéramos ser justicia de Dios en él (1 P. 2:24, 3:18; 2 Co.
5:21). Y ahora ha sido sellado y designado para ser el que da alivio
a todos los trabajados y cargados y el Dador del agua viva para todos
los sedientos. Su misió n es recibir a los pecadores. Se complace en
darles perdó n, vida y paz. Y las palabras del texto son una invitació n
que hace a toda la humanidad: “Si alguno tiene sed, venga a mí y
beba”.
Advertencias y consejos
La eficacia de un remedio depende mayormente de la manera como
408 SANTIDAD
se usa. La mejor receta del mejor médico es inú til si no seguimos
las instrucciones que la acompañ an. Preste atenció n a la palabra
de exhortació n, mientras le doy advertencias y consejos acerca de
la Fuente de agua viva.
(a) El que tiene sed y quiere apagarla tiene que acudir a Cristo
mismo. É l no se contentará con que asista a su iglesia y participe
de sus ordenanzas o que se reú na con su pueblo para orar y
alabarle.
No tiene que limitarse a participar de su Santa Cena ni quedarse
satisfecho con abrirle privadamente su corazó n a un pastor
ordenado. ¡Oh, no! El que se contenta con solo beber estas aguas
“volverá a tener sed” (Jn. 4:13). Debe ir má s alto, hacer má s, mucho
má s que esto. Tiene que tratar personalmente con Cristo mismo,
todo el resto no vale nada sin él. El palacio del Rey, los siervos que
le sirven, la sala de banquetes ricamente amoblada, el propio
banquete, no son nada, a menos que hablemos con el Rey. Só lo su
mano puede quitarnos la carga que llevamos a cuestas y hacernos
sentir libres. La mano del hombre puede quitar la piedra del sepulcro
y dejar que veamos al muerte, pero nadie má s que Jesú s puede
decirle al muerto: “Ven fuera” (Jn. 11:41-43). Tenemos que
comunicarnos directamente con Cristo.
(b) Además, el que tiene sed y quiere que Cristo le dé alivio tiene
que acudir a él de hecho y en verdad. No basta desear, hablar,
tener la intenció n, resolver y tener esperanza. El infierno, esa
realidad horrible, está empedrado de buenas intenciones. Miles de
personas se pierden cada añ o por esta razó n, perecen
miserablemente estando ya a un solo paso del puerto seguro. Viven
con buenas intenciones y con buenas intenciones mueren. ¡Oh, no!
¡Tenemos que “levantarnos y venir”! Si el hijo pró digo se hubiera
contentado diciendo: “…
III. La promesa
412 SANTIDAD
En ú ltimo lugar, enfoquemos la promesa ofrecida a todo aquel que
acude a Cristo. “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su
interior correrán ríos de agua viva” (Jn. 7:38).
El tema de las promesas bíblicas es inmenso y sumamente
interesante. Dudo que reciba la atenció n que merece en la
actualidad. El libro Scripture Promises (Promesas bíblicas) por
Clarke, es un viejo libro que se estudia mucho menos ahora que en
la época de nuestros padres. Pocos cristianos conocen la cantidad,
amplitud, anchura, profundidad, altura y variedad de promesas
preciosas en la Biblia para el beneficio y aliento especial de todos los
que quieren aprovecharlas.
No obstante, las promesas constituyen la base de casi todas las
transacciones entre los hombres. La gran mayoría de los hijos de
Adá n en todo país civilizado actú a todos los días con fe en
promesas. El obrero trabaja desde el lunes en la mañ ana hasta el
sá bado por la noche porque cree que al final de la semana recibirá
el jornal prometido. El soldado se alista en el ejército y el marino
se enrola en la marina, con la confianza total de que sus superiores
le dará n el sueldo prometido. La trabajadora doméstica má s humilde
en una casa de familia cumple día a día sus deberes creyendo que su
patrona le pagará lo que le prometió . En el mundo de los negocios en
las grandes ciudades, entre comerciantes, banqueros y
vendedores, nada podría realizarse sin una fe continua en las
respectivas promesas. Todo el mundo sabe que los cheques, las
facturas y los pagarés son el ú nico medio por el cual la inmensa
mayoría del mundo comercial puede desarrollarse. Los hombres de
negocios se ven obligados a actuar por fe y no por vista. Creen las
promesas y esperan que los demá s crean las de ellos. De hecho, las
promesas y la fe en que se cumplirá n y las acciones realizadas por fe
en promesas,
Nota
Hay un pasaje de una obra del que fuera el escritor puritano Robert
Traill, que arroja mucha luz sobre algunos puntos mencionados en
este capítulo y que me gustaría que el lector leyera de principio a
fin. Fue tomado de una obra poco conocida y menos leída. A mí me
ha hecho bien y creo que le puede hacer bien a otros.
Lo que dice Dios es que él nos da (es decir, nos ofrece) vida
eterna a través de su Hijo Jesucristo y que todo aquel que de
corazó n lo cree y confía su alma a estas buenas nuevas, será
salvo (Ro. 10:9-11). Y esto es lo que debe creer para poder
ser justificado (Gá . 2:16).
Si sigue diciendo que es difícil creer esto, su duda es
ló gica, pero fá cil de resolver. Esto nos habla de un hombre
profundamente humillado. Cualquiera puede ver su propia
imposibilidad de obedecer enteramente la ley de Dios, pero a
pocos les resulta difícil creer. Para su alivio y resolució n
pregú ntele qué es lo que se le hace difícil creer. ¿Es el hecho
de que no está dispuesto a ser justificado y salvado? ¿Es
porque no está dispuesto a ser salvo a través de Jesucristo para
alabanza de la gracia de Dios en él y para dejar de
vanagloriarse? Seguramente dirá que no. ¿Es la desconfianza en
la verdad de lo que las Escrituras dicen del evangelio? Nunca
lo admitirá . ¿Es dudar de la habilidad y buena voluntad de
Cristo para salvar? Esto es contradecir el testimonio de Dios
en los Evangelios. ¿Es porque duda tener suficiente
18.“Riquezas inescrutables”
“A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos,
me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el
evangelio
de las inescrutables riquezas de Cristo”. Efesios 3:8
“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que
prosigo”. A los corintios les afirma: “Porque yo soy el má s pequeñ o
de los apó stoles, que no soy digno de ser llamado apó stol”. A
Timoteo le asegura: “Cristo Jesú s vino al mundo para salvar a los
pecadores, de los cuales yo soy el primero”. A los romanos les
exclama: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de
muerte?” (Fil. 3:12; 1 Co. 15:9; 1 Ti. 1:15; Ro. 7:24). La realidad es
que Pablo veía en lo má s profundo de su corazó n muchos má s
defectos y flaquezas de los que veía en ningú n otro. Los ojos de su
entendimiento estaban tan abiertos por el Espíritu Santo de Dios
que detectaba un centenar de cosas malas en sí mismo. Otros
hombres con marcada miopía, jamá s verían lo que San Pablo sí
podía ver. En suma, poseyendo gran luz espiritual, tenía una
percepció n enorme de su propia corrupció n natural, tanto que
estaba revestido de humildad de pies a cabeza (1 P. 5:5).
Ahora bien, comprendamos claramente que una humildad como
la de Pablo no era una característica ú nicamente del gran apó stol de
los gentiles. Al contrario, es una característica principal de todos los
santos má s eminentes de Dios en todas las épocas. Cuanto mayor es
la gracia que los hombres tienen en sus corazones, má s profunda
es la percepció n de su pecado. Má s luz arroja el Espíritu Santo en
sus almas, mejor disciernen sus propias flaquezas, corrupciones y
tinieblas. El alma muerta no siente ni ve nada, con la vida viene
una visió n clara, una conciencia perceptiva y una sensibilidad
espiritual. Observe las expresiones humildes que Abraham, Jacob,
Job, David y Juan el Bautista usaban al referirse a ellos mismos.
Estudie las biografías de santos modernos como Bradford, Hooker,
George Herbert, Beveridge, Baxter y M’Cheyne. Note la
característica que todos comparten, todos sentían profundamente
sus pecados.
Los creyentes nuevos y todavía inmaduros, en el calor de su
¿Es usted nacido de nuevo? 431
primer amor, pueden hablar de perfección si quieren.
En suma, ¿de qué vale la vanagloria? Como dijo un gran teó logo
en su lecho de muerte: “Todos estamos despiertos a medias”.
Hasta el mejor cristiano entre nosotros, sabe poco de su glorioso
Salvador, aun después de haber aprendido a creer, “ahora [ve] por
espejo, oscuramente” (1 Co. 13:12). No sabemos de las “riquezas
inescrutables” que hay en él. Cuando despertemos a su imagen en
el má s allá , nos sorprenderemos de que lo veíamos tan
imperfectamente y que lo amamos tan poco. Procuremos
conocerlo mejor ahora y vivamos en una comunió n má s íntima con
él. Viviendo así, no sentiremos necesidad de sacerdotes humanos y
confesionarios terrenales. Podremos decir: “Tengo todo y en
abundancia, no quiero má s. ¡Me es suficiente que Cristo murió por
mí en la cruz, que Cristo intercede siempre por mí a la diestra de
Dios, que Cristo mora en mi corazó n por fe, que Cristo pronto
vuelve para recogerme a mí y al resto de su pueblo para no volver
a partir! Sí, Cristo es suficiente para mí. Teniendo a Cristo, tengo
‘inescrutables riquezas’”.
Los bienes que tengo, vienen de su
mano, y si hay algo malo, me ayuda a
bien.
Si él es mi amigo, todo lo tengo; si no es mi
amigo, estoy en pobreza. Si gano en la vida o
pierdo también, lo único que importa es
tenerlo a él.
Mientras viva en la tierra, no todo
tendré, a medias lo conozco, a medias lo
adoro, tan solo una parte de su amor
percibo.
Más cuando en la gloria un día me encuentre,
446 SANTIDAD
completamente su gloria veré.
Diré con un canto inspirado en su amor:
“Estoy satisfecho, él es mío y yo soy de él”.
¿Quién era? ¿Qué era? ¿De dó nde salió ? ¿Có mo es que nunca, ni
antes ni después, hubo alguien como él, desde el principio de la
historia? No pueden explicarlo. Nada lo puede explicar excepto el
gran principio fundamental de la verdad revelada, que Jesucristo
es Dios y su evangelio es totalmente cierto.
(b) La segunda realidad es la Biblia misma. Si el cristianismo no
es má s que una invenció n humana y la Biblia no tiene más autoridad
que cualquier otro libro no inspirado, ¿có mo es que ésta es lo que es?
¿Có mo es que puede tener vigencia y relevancia hoy un Libro escrito
por unos cuantos judíos en un rincó n remoto de la tierra, escrito en
periodos distintos sin un acuerdo entre los escritores, escrito por
ciudadanos de una nació n, que comparados con los griegos y
romanos, nada contribuyeron a la literatura? ¿Có mo es que este libro
no tiene paralelos y no hay nada que ni siquiera se le asemeje en
cuanto a sus conceptos de Dios, las perspectivas acertadas sobre
el hombre, la solemnidad de sus pensamientos, la grandeza de su
doctrina y la pureza de su moralidad? ¿Qué explicació n puede dar el
impío acerca de este Libro tan profundo, tan sencillo, tan sabio,
tan libre de defectos? No puede explicar su existencia ni su
naturaleza ni sus principios. Só lo podemos hacerlo los que afirmamos
que el Libro es sobrenatural y que procede de Dios.
(c) La tercera realidad es el efecto que el cristianismo ha
tenido sobre el mundo. Si el cristianismo no es má s que una
invenció n humana y no una revelació n sobrenatural y divina,
¿có mo es que ha producido un cambio tan completo en el estado
moral de la humanidad? Cualquier persona preparada sabe que la
diferencia moral entre la condició n del mundo antes de que se
¿Es usted nacido de nuevo? 451
sembrara el cristianismo y después de que el cristianismo echara
raíces, es tan diferente como la noche y el día, como el reino del
cielo y el reino de Sataná s. Ahora mismo, desafío al que quiera,
que observe un mapamundi y compare los países donde la gente es
cristiana con aquellos donde la gente no es cristiana, y niegue que
estos países son tan distintos como la claridad y la oscuridad,
Religiosidad pública
No creo que ninguna persona inteligente puede dejar de ver que ha
habido en los ú ltimos añ os un aumento tremendo de lo que tengo
que llamar, por falta de una expresió n mejor, una religiosidad
pública. Se han multiplicado, extrañ amente, los lugares para el
culto pú blico de todo tipo. Por lo menos diez veces má s, iglesias
han abierto sus puertas a la oració n, predicació n y administració n
¿Es usted nacido de nuevo? 465
de la Cena del Señ or, que hace cincuenta añ os. Los servicios
religiosos en las naves de las catedrales, las reuniones en grandes
salones pú blicos y cultos en misiones se llevan a cabo día tras día y
noche tras noche. Todo esto se ha convertido en algo muy comú n.
Son, de hecho, las instituciones establecidas de esta época y, a
juzgar por el nú mero de asistentes, son prueba fehaciente de que
son populares. En suma, nos encontramos con el hecho
incuestionable de que el ú ltimo cuarto del siglo XIX es una época
con una cantidad inmensa de religiosidad pública.
Pero tarde o temprano, como sucede con los que mastican opio
y los que beben alcohol, llega un momento cuando sus dosis ya no
hacen efecto y comienzan a sentirse agotados y descontentos. Me
temo que, con demasiada frecuencia, la conclusió n de toda la
cuestió n es que vuelven a caer en una falta de vitalidad e incredulidad
total, y un regreso total al mundo. ¡Y todo esto no tiene nada que
ver má s que con el hecho de tener só lo una religiosidad pública! Oh,
recuerde el pueblo que no fue el viento, ni el fuego, ni el
terremoto, que le mostró a Elías la presencia de Dios, sino “un
silbo apacible y delicado” (1 R. 19:12).
Religiosidad personal
En primer lugar, quiero advertir que no quiero ver que
disminuya la religiosidad pú blica; en cambio, sí quiero promover
un aumento de una espiritualidad basada en una fe auténtica que
sea privada, privada entre cada persona y su Dios. La raíz de una
planta o un á rbol no se ve en la superficie de la tierra. Si
escarbamos hasta encontrarla y la examinamos, descubrimos es
una cosa fea, sucia y tosca que dista de ser hermosa a la vista,
como lo es el fruto, la hoja o la flor. No obstante, esa raíz fea, es el
verdadero origen de toda la vida, salud, vigor y fertilidad que los
ojos ven y, sin ella, la planta o él á rbol, pronto muere. Ahora bien,
la comunión privada es la raíz de todo cristianismo vital. Sin ella,
podemos aparentar mucho en las reuniones o en la plataforma, cantar
¿Es usted nacido de nuevo? 467
a viva voz, derramar muchas lá grimas y tener el nombre de estar
vivos y la alabanza de la gente. Pero, sin una fe personal, no
tenemos vestido de boda y estamos “muertos ante Dios”. Los
tiempos requieren de todos nosotros má s atenció n a nuestra fe
personal, nuestra adoració n privada.
(a) Oremos con más fervor a solas y pongamos toda el alma en
nuestras oraciones. Hay oraciones vivas y oraciones muertas,
oraciones que no nos cuestan nada y oraciones que, a menudo, nos
cuestan muchas lá grimas.
20.“Cristo es el todo”
“Cristo es el todo”. Colosenses 3:11
Só lidas como se ven las montañ as, sin límites como aparenta ser el
mar, altas como se ven las estrellas en el cielo, nada de eso existía. Y
el hombre, con todos los altos conceptos que ahora tiene de sí
mismo, era una criatura desconocida.
¿Y dónde estaba Cristo entonces? Las Escrituras nos ayudan a
contestar esta pregunta: “El Verbo era con Dios” y era “igual a
Dios” (Jn. 1:1; Fil. 2:6). Cristo ya era en aquel entonces el Hijo amado
del Padre: “Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que
tuve contigo antes que el mundo fuese” (Jn. 17:5). “Me has amado
desde antes de la fundació n del mundo” (Jn. 17:24). “Eternamente
tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra” (Pr. 8:23).
Incluso ya él era el Salvador “destinado desde antes de la
fundació n del mundo” (1 P. 1:20) y los creyentes fueron escogidos
“en él antes de la fundació n del mundo” (Ef. 1:4).
(b) Llegó un momento cuando esta tierra fue creada en su orden
actual. El sol, la luna y las estrellas, el mar, la tierra y todos sus
habitantes, fueron llamados a ser y hacer en medio del caos y la
confusió n. Y, por ú ltimo, el hombre fue formado del polvo de la
tierra.
¿Y dónde estaba Cristo entonces? Lo que dicen la Escrituras:
“Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha
sido hecho, fue hecho” (Jn. 1: 3). “En él fueron creadas todas las
cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra” (Col.
474 SANTIDAD
1:16). “Y: tú , oh Señ or, en el principio fundaste la tierra, y los
cielos son obra de tus manos” (He. 1:10).
“Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba el
círculo sobre la faz del abismo; cuando afirmaba los cielos arriba,
cuando afirmaba las fuentes del abismo; cuando ponía al mar su
estatuto, para que las aguas no traspasasen su mandamiento;
cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo
ordená ndolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz
delante de él en todo tiempo” (Pr. 8:27-30).
Los poetas, historiadores y filó sofos habían demostrado que, aun con
todas sus facultades intelectuales, no tenían un conocimiento
correcto de Dios y que el hombre, abandonado a su suerte, era
totalmente corrupto. “El mundo no conoció a Dios mediante la
sabiduría” (1 Co. 1:21). Excepto por unos cuantos judíos
despreciados en un rincó n de la tierra, el mundo entero estaba
muerto en la ignorancia y sumido en el pecado.
¿Y qué hizo Cristo entonces? Dejó la gloria que había sido suya
desde toda la eternidad con el Padre y descendió al mundo para
ofrecer salvació n. É l tomó nuestra naturaleza y nació como hombre.
Como hombre, hizo la voluntad de Dios perfectamente, cosa que todos
habíamos dejado de hacer; como hombre, sufrió en la cruz del
Calvario la ira de Dios que nosotros debíamos haber sufrido.
Ascendió a la gloria de Dios y se sentó a su diestra, en espera de
que sus enemigos sean puestos al estrado de sus pies. Y desde allí,
ofrece salvació n a todo aquel que quiera venir a él. Intercede por
todos los que creen en él y gestiona delante del Padre todo lo que
tenga que ver con la salvació n de las almas.
(e) Vendrá el tiempo cuando el pecado será echado fuera de este
mundo. La maldad no siempre florecerá en la impunidad, Sataná s no
reinará para siempre, la creació n un día dejará de gemir sus dolores
de parto. Habrá un momento cuando todas las cosas serán
restauradas. Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, donde morará
476 SANTIDAD
la justicia, y la tierra será llena del conocimiento del Señ or, como
las aguas cubren el mar. (Ro. 8:22; Hch. 3:21; 2 P. 3:13; Is. 11:9).
¿Y dónde estará Cristo entonces? ¿Y qué hará ? Cristo mismo será
Rey. Regresará a esta tierra y hará nuevas todas las cosas. Descenderá
en las nubes del cielo con poder y gran gloria, y los reinos del
mundo se convertirá n a él. Los paganos le será n dados por
herencia y hasta el ú ltimo rincó n de la tierra por su posesió n. Toda
rodilla se doblará delante de él y toda lengua confesará que él es el
Señ or, para la gloria de Dios Padre.
que han de ser salvos. Sostengo que hay una perfecta armonía e
¿Es usted nacido de nuevo? 481
idéntica tonalidad en la acció n de las tres Personas de la Trinidad,
en llevar al hombre a la gloria. Afirmo también que los tres
cooperan y obran conjuntamente en liberar al hombre del pecado
y del infierno. Tal como es el Padre, es el Hijo y el Espíritu Santo.
El Padre es misericordioso, el Hijo es misericordioso, el Espíritu
Santo es misericordioso. Los mismos tres que dijeron al principio:
“Hagamos”, también han dicho: “Redimamos y salvemos al
hombre”.
Sostengo que todo el que llega a los cielos tiene que atribuir toda
la gloria de su salvació n al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, tres
personas en un solo Dios.
Pero, al mismo tiempo, veo una prueba clara en las Escrituras,
que es el sentir de la Santísima Trinidad, que Cristo sea exaltado
prominente y distintivamente en lo que a la salvació n de las almas se
refiere. Cristo es presentado como el “Verbo” mediante el cual Dios
da a conocer su amor a los pecadores. La encarnació n y la muerte
expiatoria de Cristo en la cruz conforman la gran piedra angular sobre
la cual se apoya todo el plan de salvació n. Cristo es el camino y la
puerta, medios por los cuales se tiene acceso a Dios. Cristo es la raíz
en la que todos los pecadores elegidos deben ser injertados. Cristo es
el ú nico lugar de encuentro entre Dios y el hombre, entre el cielo y la
tierra, entre la Santa Trinidad y los pobres pecadores hijos de
Adá n. Es Cristo a quien Dios el Padre ha “señ alado” y asignado
para que dé vida a un mundo muerto (Jn. 6:27). Es Cristo a quien el
Padre le ha dado un pueblo para que lo lleve a la gloria. Es Cristo
de quien el Espíritu da testimonio y a quien el Espíritu mismo guía a
las almas para recibir perdó n y paz. En definitiva, le “agradó al Padre
que en él habitase toda plenitud” (Col. 1:19). Lo que el sol es en el
vasto firmamento, Cristo es en el cristianismo auténtico.
Digo estas cosas a manera de explicació n. Quiero que mis lectores
entiendan claramente lo que digo. “Cristo es el todo”. Con esto, no
482 SANTIDAD
pretendo echar por la borda la obra del Padre y del Espíritu Santo.
Permítame, en cambio, mostrarle lo que quiero decir.
(a) Cristo es el todo en la justificación del pecador delante de
Dios.
Solamente a través de él podemos tener paz con un Dios Santo.
Solamente por él podemos ser admitidos en la presencia del
Altísimo y permanecer allí sin ningú n temor. “Tenemos seguridad
y acceso con confianza por medio de la fe en él”. En Cristo y,
solamente en él, Dios justifica al impío (Ef. 3:12; Ro. 3:26).
Conclusiones prácticas
Confío en que he dicho lo suficiente como para arrojar luz sobre
el punto que quiero dejar claro en la mente de todo el que lee estas
líneas. Confío en que he dicho lo suficiente como para mostrar la
inmensa importancia de las conclusiones prá cticas con las que ahora
termino el capítulo.
vuestro padre el diablo”, dice el Señ or (Jn. 8:44) y ese padre fue un
“homicida desde el principio”. Todos los hijos del primer Adá n son
hijos del diablo, no hay diferencia en eso.
Vencer al mundo
En quinto lugar, Juan escribió : “Todo lo que es nacido de Dios
vence al mundo” (1 Jn. 5:4). El que es nacido de nuevo no basa su
convicció n de lo bueno y lo malo segú n la opinió n del mundo. No
le importa estar opuesto a las prá cticas, ideas y costumbres del
mundo. Lo que piensan y dicen los demá s ya no le afecta. No
encuentra placer en las cosas que parecen dar felicidad a la
mayoría de la gente. A él le parecen insensatas e indignas de un
ser inmortal.
Prefiere la alabanza de Dios más que la alabanza del hombre. Teme
ofender a Dios má s que ofender al hombre. Le da lo mismo que lo
culpen o alaben; su meta principal es complacer a Dios. ¿Qué diría
¿Es usted nacido de nuevo? 515
el Apó stol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?
Mantenerse puro
En sexto lugar, Juan escribió : “Aquel que ha nacido de Dios, no
practica el pecado” (1 Jn. 5:18).
El que es nacido de nuevo cuida su propia alma. Procura, no só lo
evitar el pecado, sino también todo lo que pueda llevarlo a pecar.
Tiene cuidado de las compañ ías que frecuenta. Sabe que las
malas conversaciones corrompen el corazó n y que el mal es má s
contagioso que el bien, tal como una enfermedad es má s infecciosa
que la salud. Cuida el uso de su tiempo, su mayor anhelo es usarlo
para provecho. Anhela vivir como un soldado en territorio enemigo,
tener puesta siempre su armadura y estar siempre preparado para
encarar las tentaciones. Es diligente en ser una persona que
siempre está en guardia, es humilde y fiel en la oració n. ¿Qué diría
el Apó stol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?
La comprobación
Esas son las seis grandes características del cristiano que
verdaderamente ha nacido de nuevo.
Existe una diferencia inmensa en cuanto a la profundidad y
manifestació n de estas características en distintas personas. En
algunos pueden ser débiles y casi invisibles. En otros, pueden ser
destacadas, claras e indubitables, de manera que cualquiera las puede
ver. Algunas de estas características son má s visibles que otras en
cada individuo. Rara vez se manifiestan en forma idéntica en una
misma persona.
Pero aú n con todo, encontramos aquí dibujadas con trazos
vigorosos, las seis características de haber nacido de Dios.
¿Có mo hemos de reaccionar a ellas? Por ló gica, podemos llegar
a una sola conclusió n: Só lo los que son nacidos de nuevo
cuentan con estas seis características y los que no las tienen, no son
516 SANTIDAD
nacidos de nuevo. É sta parece ser la conclusió n a la que quiso llegar el
Apó stol. ¿Tiene usted estas características? ¿Ha nacido de nuevo?