El Ocaso de Los Ídolos-Selección
El Ocaso de Los Ídolos-Selección
El Ocaso de Los Ídolos-Selección
EL PROBLEMA SÓCRATES
1.- Sobre la vida, los más sabios han pronunciado siempre el mismo juicio: "No vale nada."
Siempre y sobre todas las cosas, se ha oído en sus labios ese mismo eco lleno de duda,
melancolía y cansancio, lleno de resistencia contra la vida: "Vivir significa estar enfermo por
una temporada; le debo un gallo a Esculapio por mi curación." El mismo Sócrates, un cansado
de vivir. ¿Qué se demuestra con esto? En otro tiempo se dijo (sí, se dijo, y bastante fuerte, y
antes que nuestros pesimistas): "Aquí en todo caso debe haber algo de verdad." ¿Hemos de
decir nosotros lo mismo? ¿Tenemos derecho a decirlo? ¿El consensus sapientium demuestra la
verdad? "Aquí, en todo caso, debe haber algo enfermizo." Nosotros respondemos: a estos
sapientísimos de todos los tiempos habría que verlos, ante todo, de cerca. ¿Acaso no estaban
ellos bien firmes sobre sus piernas? ¿O eran tardos? ¿O temblones? ¿O decadentes? ¿Acaso la
sabiduría en la tierra no se parece a un cuervo a quien le entusiasma un poco de olor a
carroña?
2.-En mí, esta irreverencia de creer que los grandes sabios son tipos de decadencia surgió por
primera vez, realmente, en un caso en que a tal irreverencia se opone del modo más absoluto
el prejuicio de los doctos y de los indoctos; yo reconocía que Sócrates y Platón son síntomas de
decadencia, instrumentos de la descomposición griega, entigriegos (cf. El origen de la
tragedia). Aquel consensus sapientium no demuestra en modo alguno que tuviesen razón en
las cosas en que estaban de acuerdo; demuestra, antes bien, que aquellos sabihondos tenían
en común algún elemento fisiológico que les inducía a tomar posición negativa frente a la vida,
a "deberla tomar". Juicios y prejuicios sobre la vida, pro y contra, en último análisis no son
nunca verdaderos; tienen el valor de síntomas, y como síntomas deben ser tratados; en sí
mismos no son más que estupideces. Es preciso extender la mano y palpar esta sorprendente
finesse: el valor de la vida no puede ser apreciado. No puede ser apreciado por nosotros,
vivientes, porque un vivo es parte en la causa, objeto de disputa y no juez. Y los muertos
tampoco juzgan, ya se sabe. El que un filósofo se plantee el problema del valor de la vida, es ya
una objeción contra dicho filósofo, una puesta en duda de su sabiduría, una falta de sabiduría.
Pero entonces: ¿es que todos esos sabios no son más que unos decadentes? ¿Es que ni
siquiera fueron sabios? Pero quedémonos en el problema de Sócrates.
3.-Sócrates era del más bajo origen. Plebe. También se sabe que era horroroso. La fealdad, que
para nosotros es ya una objeción, para los griegos era casi una refutación. Y aún podemos
preguntar: ¿era Sócrates griego? La fealdad deriva frecuentemente de un cruce o mestizaje. En
otros casos, de la decadencia. Los criminalistas antropólogos nos dicen que el delincuente
típico es feo: monstrum in fronte, monstrum in animo. Pero los delincuentes ¿son decadentes?
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4.- Lo decadente en Sócrates está revelado no sólo por la disolución y confesada anarquía de
los instintos, sino también por la superafectación de lo lógico y aquella malignidad de raquítico
que lo distinguía. No hay que olvidar tampoco aquellas ilusiones del oído, interpretadas en un
sentido religioso como el "demonio" de Sócrates. Todo en él era exagerado, bufo, caricatura.
Todo era al mismo tiempo oculto, repleto de equívocos, subterráneo. Yo trato de discernir de
qué idiosincrasia proviene aquella ecuación socrática: razón =virtud=felicidad; aquella
ecuación, la más extravagante que ha existido, que tiene particularmente contra sí todos los
instintos de los antiguos helenos.
5.- Con Sócrates, el gusto griego se corrompe en favor de la dialéctica; un gusto más noble es
vencido: con la dialéctica, la plebe prepondera. Antes de Sócrates, en la buena sociedad se
rechazaban los procedimientos dialécticos, considerados como inconvenientes y
comprometedores. Se prevenía a la juventud contra ellos. Las cosas honestas, como los
hombres honrados, no llevan sus razones tan al alcance de la mano. Es indecente mostrar así
los cinco dedos. Las cosas susceptibles de demostración son las de menos valor, precisamente.
Cuando la autoridad forma aún parte de las buenas costumbres, donde no se dan "motivos"
sino que se ordena, el dialéctico hace el papel de payaso. La gente no lo toma en serio.
Sócrates fue el payaso que se hizo tomar en serio: ¿qué es lo que sucedió entonces?
6.- Sólo se acude a la dialéctica a falta de otros medios. Excita la desconfianza, es poco
convincente; nada es más fácil de destruir que sus efectos, como lo demuestra un poco de
experiencia en una asamblea donde se pronuncian discursos. Es un recurso extremo en manos
de personas que deben conquistar su propio derecho. Por esto los hebreos fueron dialécticos.
También Reineke Fucks. ¿Y también Sócrates?
7.- ¿La ironía de Sócrates expresa rebelión o rencor plebeyo? ¿Sacia, en calidad de oprimido,
su propia ferocidad con las cuchillas del silogismo? ¿Se venga de los nobles, a quienes fascina?
El dialéctico tiene en sus manos un instrumento implacable; con él se puede ejercer la tiranía;
se compromete al mismo tiempo que se ven ce. El dialéctico deja a su adversario el cuidado de
probar que no es un idiota; le pone furioso y al mismo tiempo le priva de toda ayuda. El
dialéctico despotencializa el intelecto de su adversario. La dialéctica en Sócrates, ¿será sólo
una forma de la venganza?
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8.- Ya he explicado por qué era Sócrates repulsivo; razón de más para explicar por qué
fascinaba. Había descubierto una nueva especie de "agon", de lucha, y fue el primer maestro
de esgrima para los círculos distinguidos de Atenas. Fascinó excitando el instinto de lucha de
los helenos; aportó una variante en la lucha de la palestra entre hombres jóvenes y
adolescentes. Fue también un gran erótico.
9.- Pero Sócrates adivinó aún más. Vio en el fondo de sus nobles atenienses: comprendió que
su caso de decadencia personal no era un caso de excepción. El mismo tipo de decadencia se
preparaba en todas partes en silencio. La antigua Atenas tocaba a su término. Comprendió que
todos tenían necesidad de él, de sus remedios, de sus cuidados, de sus artificios personales
para la conservación de sí mismo. En todas partes los instintos estaban en anarquía; en todas
partes se estaba a un paso de la depravación; el monstrum in animo era el peligro general.
"Los impulsos quieren ser tiranos; se debe encontrar un tirano contrario, que sea más fuerte
..." Cuando el fisonomista de que hablamos arriba reveló a Sócrates lo que éste era, un antro
de malos impulsos, la respuesta fue: "Es verdad; pero he llegado a ser dueño de ellos." ¿Cómo
llegó Sócrates a ser dueño de sí mismo? Su caso en el fondo no fue más que el caso extremo, el
que más saltaba a la vista de lo que entonces comenzó a ser la miseria general: nadie era
dueño de sí mismo, los instintos se volvían unos contra otros. Sócrates fascinó por lo
exagerado: su fealdad inspiraba miedo; fascinó, más obviamente, como respuesta, como
solución, como apariencia de cura.
10.- Cuando hay necesidad de hacer de la razón un tirano, como en el caso de Sócrates, el
peligro no es pequeño de que cualquier otra cosa se vuelva también tirano. Una vez que la
racionalidad fue descrita como salvadora, ni Sócrates ni sus enfermos tuvieron más remedio
que ser racionales - fue de rigor, era su último recurso. El fanatismo con que todo el
pensamiento griego se aferró a la racionalidad revela un estado de necesidad: se estaba en
peligro, había sólo una elección posible: o hundirse o volverse absurdamente razonables. El
moralismo de los filósofos griegos a partir de Platón está patológicamente condicionado, así
como su valoración de la dialéctica. Razón= virtud= felicidad significa simplemente: debemos
hacer como Sócrates y levantar una luz permanente contra las tinieblas: la luz de la razón. El
hombre debe ser a toda costa claro, sereno, perspicaz, ya que cada concesión a los instintos
conduce a lo desconocido, a lo inconsciente...
11.- He tratado de mostrar qué era lo fascinante en Sócrates: parecía un médico, un salvador.
¿Es todavía necesario señalar el error que implicaba su creencia en la "racionalidad a toda
costa"? Es un autoengaño por parte de filósofos y moralistas creer que para salir de la
decadencia es necesario hacerle la guerra. El salir de la decadencia está más allá de sus
fuerzas: lo que consideran remedio, tabla de salvación, no es en sí mismo sino otra máscara de
la decadencia - cambian su expresión, pero no abren ninguna salida. Sócrates fue un equívoco:
toda moral de perfeccionamiento, aun la cristiana, fue un equívoco... La cruda luz del día, la
razón a todo precio, el vivir claros, fríos, cuidadosos, conscientes, sin instintos, en
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contradicción con los instintos, fue en sí mismo sólo una enfermedad, otra enfermedad y no
un retorno a la "virtud", a la "salud" o a la felicidad... Combatir los instintos: ésta es la forma de
la decadencia; tanto como dure la vida, será la felicidad igual a instinto.
12.- ¿Se entendió a sí mismo, el más hábil de los engañadores de sí mismo? ¿Se dijo a sí mismo
lo que sigue, en la sabiduría de su valor frente a la muerte?... Sócrates quería morir: no Atenas,
él mismo se administró el veneno, obligó a Atenas a darle veneno... "Sócrates no es ningún
médico, se dijo en un susurro: sólo la muerte es médico aquí; Sócrates mismo fue únicamente
y durante largo tiempo un enfermo..."
LA RAZÓN EN LA FILOSOFÍA
¿Me pregunta usted qué cosas son idiosincrasia en los filósofos?... Por ejemplo, su falta de
sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo. Ellos creen otorgar un
honor a una cosa cuando la deshistorizan, sub specie aeterni [desde la perspectiva de lo
eterno],- cuando hacen de ella una momia. Todo lo que los filósofos han venido manejando
desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos no salió vivo nada real.
Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos, cuando adoran, -se vuelven
mortalmente peligrosos para todo, cuando adoran. La muerte, el cambio, la vejez, así como la
procreación y el crecimiento son para ellos objeciones, - incluso refutaciones. Lo que es no
deviene; lo que deviene no es... Ahora bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en lo
que es. Más como no pueden apoderarse de ello, buscan razones de por qué se les retiene.
«Tiene que haber una ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es: ¿dónde
se esconde el engañador? -«lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la sensibilidad! Estos sentidos,
que también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero.
Moraleja: deshacerse del engaño de los sentidos, del devenir, de la historia [Historie], de la
mentira, - la historia no es más que fe en los sentidos, fe en la mentira. Moraleja: decir no a
todo lo que otorga fe a los sentidos, a todo el resto de la humanidad: todo él es «pueblo». ¡Ser
filósofo, ser momia, representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero! - ¡Y,
sobre todo, fuera el cuerpo, esa lamentable idée fixe [idea fija de los sentidos!, ¡sujeto a todos
los errores de la lógica que existen, refutado, incluso imposible, aún cuando es lo bastante
insolente para comportarse como si fuera real!...»
2.- Pongo a un lado, con gran reverencia, el nombre de Heráclito. Mientras que el resto del
pueblo de los filósofos rechazaba el testimonio de los sentidos porque éstos mostraban
pluralidad y modificación, él rechazó su testimonio porque mostraban las cosas como si
tuviesen duración y unidad. También Heráclito fue injusto con los sentidos. Estos no mienten
ni del modo como creen los eleatas ni del modo como creía él. - no mienten de ninguna
manera. Lo que nosotros hacemos de su testimonio, eso es lo que introduce la mentira, por
ejemplo la mentira de la unidad, la mentira de la coseidad, de la sustancia, de la duración... La
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3.- ¡Y qué sutiles instrumentos de observación tenemos en nuestros sentidos! Esa nariz, por
ejemplo, de la que ningún filósofo ha hablado todavía con veneración y gratitud, es hasta este
momento incluso el más delicado de los instrumentos que están a nuestra disposición: es
capaz de registrar incluso diferencias mínimas de movimiento que ni siquiera el espectroscopio
registra. Hoy nosotros poseemos ciencia exactamente en la medida en que nos hemos
decidido a aceptar el testimonio de los sentidos, -en que hemos aprendido a seguir
aguzándolos, animándolos, pensándolos hasta el final. El resto es un aborto y todavía -no-
ciencia: quiero decir, metafísica, teología, psicología, teoría del conocimiento. O ciencia formal,
teoría de los signos: como la lógica, y esa lógica aplicada, la matemática. En ellas la realidad no
llega a aparecer, ni siquiera como problema; y tampoco como la cuestión de qué valor tiene en
general ese convencionalismo de signos que es la lógica. –
4.-La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa: consiste en confundir lo último y
lo primero. Ponen al comienzo, como comienzo, lo que viene al final- ¡por desgracia!, ¡pues no
debería siquiera venir! -los «conceptos supremos», es decir, los conceptos más generales, los
más vacíos, el último humo de la realidad que se evapora. Esto es, una vez más, sólo expresión
de su modo de venerar: a lo superior no le es lícito provenir de lo inferior, no le es lícito
provenir de nada... Moraleja: todo lo que es de primer rango tiene que ser causa sui [causa de
sí mismo]. El proceder de algo distinto es considerado como una objeción, como algo que pone
en entredicho el valor. Todos los valores supremos son de primer rango, ninguno de los
conceptos supremos, lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto -
ninguno de ellos puede haber devenido, por consiguiente tiene que ser causa sui. Mas ninguna
de esas cosas puede ser tampoco desigual una de otra, no puede estar en contradicción
consigo misma... Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto «Dios»... Lo último, lo
más tenue, lo más vacío es puesto como lo primero, como causa en sí, como ens realissimum
[ente realísimo]... ¡que la humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales
de unos enfermos tejedores de telarañas! - ¡Y lo ha pagado caro!
5.- Contrapongamos a esto, por fin, el modo tan distinto como nosotros ( - digo nosotros por
cortesía...) vemos el problema del error y de la apariencia. En otro tiempo se tomaba la
modificación, el cambio, el devenir en general como prueba de apariencia, como signo de que
ahí tiene que haber algo que nos induce a error. Hoy, a la inversa, en la exacta medida en que
el prejuicio de la razón nos fuerza a asignar unidad, identidad, duración, sustancia, causa,
coseidad, ser, nos vemos en cierto modo cogidos en el error, necesitados al error; aun cuando,
basándonos en una verificación rigurosa, dentro de nosotros estemos muy seguros de que es
ahí donde está el error. Ocurre con esto lo mismo que con los movimientos de una gran
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constelación: en éstos el error tiene como abogado permanente a nuestro ojo, allí a nuestro
lenguaje. Por su génesis el lenguaje pertenece a la época de la forma más rudimentaria de
psicología: penetramos en un fetichismo grosero cuando adquirimos consciencia de los
presupuestos básicos de la metafísica del lenguaje, dicho con claridad: de la razón. Ese
fetichismo ve en todas partes agentes y acciones: cree que la voluntad es la causa en general;
cree en el «yo», cree que el yo es un ser, que el yo es una Sustancia, y proyecta sobre todas las
cosas la creencia en la sustancia -yo- así es como crea el concepto «cosa... El ser es añadido
con el pensamiento, es introducido subrepticiamente en todas partes como causa; del
concepto «yo» es del que se sigue, como derivado, el concepto «ser»... Al comienzo está ese
grande y funesto error de que la voluntad es algo que produce efectos, - de que la voluntad es
una facultad... Hoy sabemos que no es más que una palabra... Mucho más tarde, en un mundo
mil veces más ilustrado, llegó a la consciencia de los filósofos, para su sorpresa, la seguridad, la
certeza subjetiva en el manejo de las categorías de la razón: ellos sacaron la conclusión de que
esas categorías no podían proceder de la empiria, -la empiria entera, decían, está, en efecto,
en contradicción con ellas. ¿De dónde proceden, pues? - Y tanto en India como en Grecia se
cometió el mismo error: «nosotros tenemos que haber habitado ya alguna vez en un mundo
más alto ( - en lugar de en un mundo mucho más bajo: ¡lo cual habría sido la verdad! ),
nosotros tenemos que haber sido divinos, ¡pues poseemos la razón! »... De hecho hasta ahora
nada ha tenido una fuerza persuasiva más ingenua que el error acerca del ser, tal como fue
formulado, por ejemplo, por los eleatas: ¡ese error tiene en favor suyo, en efecto, cada palabra
cada frase que nosotros pronunciamos! -También los adversarios de los eleatas sucumbieron a
la seducción de su concepto de ser: entre otros Demócrito, cuando inventó su átomo... La
«razón» en el lenguaje: ¡oh, qué vieja hembra engañadora! Temo que no vamos a
desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramática.
6.-Se me estará agradecido si condenso un conocimiento tan esencial, tan nuevo, en cuatro
tesis: así facilito la comprensión, así provoco la contradicción.
Primera tesis. Las razones por las que «este» mundo ha sido calificado de aparente
fundamentan, antes bien, su realidad, - otra especie distinta de realidad es absolutamente
indemostrable.
Segunda tesis. Los signos distintivos que han sido asignados al «ser verdadero» de las cosas
son los signos distintivos del no-ser, de la nada, -a base de ponerlo en contradicción con el
mundo real es como se ha construido el «mundo verdadero»: un mundo aparente de hecho,
en cuanto es meramente una ilusión óptico-moral.
Tercera tesis. Inventar fábulas acerca de «otro» mundo distinto de éste no tiene sentido,
presuponiendo que no domine en nosotros un instinto de calumnia, de empequeñecimiento,
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de recelo frente a la vida: en este último caso tomamos venganza de la vida con la
fantasmagoría de «toda» vida distinta de ésta, «mejor» que ésta.
(HISTORIA DE UN ERROR)
2. El mundo verdadero, inasequible por ahora, pero prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso
(«al pecador que hace penitencia»). (Progreso de la Idea: ésta se vuelve más sutil, más
capciosa, más inaprensible,-se convierte en una mujer, se hace cristiana...)
5. El «mundo verdadero» - una Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga, -una
Idea que se ha vuelto inútil, superflua, por consiguiente una Idea refutada: ¡eliminémosla! (Día
claro; desayuno; retorno del bon sens [buen sentido] y de la jovialidad; rubor avergonzado de
Platón; ruido endiablado de todos los espíritus libres.)
(Mediodía; instante de la sombra más corta; final del error más largo; punto culminante de la
humanidad; INCIPIT ZARATHUSTRA [comienza Zaratustra].)
Todas las pasiones tienen una época en la que son meramente nefastas, en la que, con el peso
de la estupidez, tiran de sus víctimas hacia abajo - y una época tardía mucho más posterior, en
la que se desposan con el espíritu, en la que se «espiritualizan». En otro tiempo se hacia la
guerra a la pasión misma, a causa de la estupidez existente en ella: la gente se conjuraba para
aniquilarla, - todos los viejos monstruos de la moral coinciden unánimemente en que il faut
tuer les passions [es preciso matar las pasiones]. La fórmula más hermosa de esto se halla en el
Nuevo Testamento, en aquel Sermón de la Montaña en el que, dicho sea de paso, las cosas no
son consideradas en modo alguno desde lo alto. En él se dice, por ejemplo, aplicándolo
prácticamente a la sexualidad, si tu ojo te escandaliza, arráncalo»: por fortuna ningún cristiano
actúa de acuerdo con ese precepto. Aniquilar las pasiones y apetitos meramente para prevenir
su estupidez y las consecuencias desagradables de ésta es algo que hoy se nos aparece
meramente como una forma aguda de estupidez. Ya no admiramos a los dentistas que extraen
los dientes para que no sigan doliendo... Con cierta equidad concedamos, por otra parte, que
el concepto «espiritualización de la pasión» no podía ser concebido en modo alguno en el
terreno del que brotó el cristianismo. La Iglesia primitiva luchó, en efecto, como es sabido,
contra los «inteligentes» en favor de los «pobres de espíritu»: ¿cómo aguardar de ella una
guerra inteligente contra la pasión? - La Iglesia combate la pasión con la extirpación, en todos
los sentidos de la palabra: su medicina, su «cura» es el castradismo. No pregunta jamás:
«¿cómo espiritualizar, embellecer, divinizar un apetito?» - en todo tiempo ella ha cargado el
acento de la disciplina sobre el exterminio (de la sensualidad, del orgullo, del ansia de dominio,
del ansia de posesión, del ansia de venganza). - Pero atacar las pasiones en su raíz significa
atacar la vida en su raíz: la praxis de la Iglesia es hostil a la vida...
poder imponerse moderación en el apetito: por aquellas naturaleza que, para hablar en
metáfora (y sin metáfora-), tienen necesidad de la Trappe [la Trapa], de alguna declaración
definitiva de enemistad, de un abismo entre ellos y una pasión. Los medios radicales les
resultan indispensables tan sólo a los degenerados; la debilidad de la voluntad, o, dicho con
más exactitud, la incapacidad de no reaccionar a un estímulo es sencillamente otra forma de
degeneración. La enemistad radical, la enemistad mortal contra la sensualidad no deja de ser
un síntoma que induce a reflexionar: ella autoriza a hacer conjeturas sobre el estado general
de quien comete tales excesos.-Esa hostilidad, ese odio llega a su cumbre, por lo demás, sólo
cuando tales naturalezas no tienen ya firmeza bastante para la cura radical, para renunciar a su
«demonio». Echese una ojeada a la historia entera de los sacerdotes y filósofos, incluida la de
los artistas: las cosas más venenosas contra los sentidos no han sido dichas por los impotentes,
tampoco por los ascetas, sino por los ascetas imposibles, por aquellos que habrían tenido
necesidad de ser ascetas...
de la madurez y la maestría en medio del hacer, crear, obrar, querer, la respiración tranquila,
la alcanzada «libertad de la voluntad»... Crepúsculo de los ídolos: ¿quién sabe?, acaso también
únicamente una especie de «paz del alma»...
4.- Voy a reducir a fórmula un principio. Todo naturalismo en la moral, es decir, toda moral
sana está regida por un instinto de la vida, -un mandamiento cualquiera de la vida es cumplido
con un cierto canon de «debes» y «no debes», un obstáculo y una enemistad cualesquiera en
el camino de la vida quedan con eliminados. La moral contranatural, es decir, casi toda moral
hasta ahora enseñada, venerada y predicada se dirige, por el contrario, precisamente contra
los instintos de la vida, - es una condena, a veces encubierta, a veces ruidosa e insolente, de
esos instintos. Al decir «Dios ve el corazón» , la moral dice no a los apetitos más bajos y más
altos de la vida y considera a Dios enemigo de la vida... El santo en el que Dios tiene su
complacencia es el castrado ideal... La vida acaba donde comienza el «reino de Dios»...
5.- Suponiendo que se haya comprendido el carácter delictivo de tal rebelión contra la vida,
rebelión que se ha vuelto casi sacrosanta en la moral cristiana, con ello se ha comprendido
también, por fortuna, otra cosa: el carácter inútil, ilusorio, absurdo, mentiroso de tal rebelión.
Una condena de la vida por parte del viviente no deja de ser, en última instancia, más que el
síntoma de una especie determinada de vida: la cuestión de si esa condena es justa o injusta
no es suscitada en modo alguno con esto. Sería necesario estar situado fuera de la vida, y, por
otro lado, conocerla tan bien como uno, como muchos, como todos los que la han vivido, para
que fuera lícito tocar el problema del valor de la vida en cuanto tal: razones suficientes para
comprender que el problema es un problema inaccesible a nosotros. Cuando hablamos de
valores, lo hacemos bajo la inspiración, bajo la óptica de la vida: la vida misma es la que nos
constriñe a establecer valores, la vida misma es la que valora a través de nosotros cuando
establecemos valores... De aquí se sigue que también aquella contranaturaleza consistente en
una moral que concibe a Dios como concepto antitético y como condena de la vida es tan sólo
un juicio de valor de la vida - ¿de qué vida?, ¿de qué especie de vida? - Pero ya he dado la
respuesta: de la vida descendente, debilitada, cansada, condenada. La moral tal como ha sido
entendida hasta ahora - tal como ha sido formulada todavía últimamente por Schopenhauer,
como «negación de la voluntad de vida» - es el instinto de décadence mismo, que hace de sí
un Imperativo: esa moral dice: «¡perece!» - es el juicio de los condenados...
6.- Consideremos todavía, por último, qué ingenuidad es decir: ¡el hombre debería ser de este
y de aquel modo!» La realidad nos muestra una riqueza fascinante de tipos, la exuberancia
propia de un pródigo juego y mudanza de formas: ¿y cualquier pobre mozo de esquina de
moralista dice a esto: «¡no!, el hombre debería ser de otro modo»?... El sabe incluso cómo
debería ser él, ese mentecato y mojigato, se pinta a sí mismo en la pared y dice ¡ecce homo!
[¡he ahí el hombre!]... Pero incluso cuando el moralista se dirige nada más que al individuo y le
dice: «¡tú deberías ser de este y de aquel modo! », no deja de ponerse en ridículo. El individuo
es, de arriba abajo, un fragmento de fatum [hado], una ley más, una necesidad más para todo
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lo que viene y será. Decirle «modifícate» significa demandar que se modifiquen todas las
cosas, incluso las pasadas... Y, realmente, ha habido moralistas consecuentes, ellos han
querido al hombre de otro modo, es decir, virtuoso, lo han querido a su imagen, es decir, como
un mojigato: ¡para ello negaron el mundo! ¡Una tontería nada pequeña! ¡Una especie nada
modesta de inmodestia!... La moral, en la medida en que condena, en sí, no por atenciones,
consideraciones, intenciones propias de la vida, es un error específico con el que no se debe
tener compasión alguna, ¡una idiosincrasia de degenerados, que ha producido un daño
indecible!... Nosotros que somos distintos, nosotros los inmoralistas, hemos abierto, por el
contrario, nuestro corazón a toda especie de intelección, comprensión, aprobación. No nos
resulta fácil negar, buscamos nuestro honor en ser afirmadores. Se nos han ido abriendo cada
vez más los ojos para ver aquella economía que necesita y sabe aprovechar aún todo aquello
que es rechazado por el santo desatino del sacerdote, por la razón enferma del sacerdote, para
ver aquella economía que rige en la ley de la vida, lo cual saca provecho incluso de la
repugnante species del mojigato, del sacerdote, del virtuoso, - ¿qué provecho? - Pero nosotros
mismos, los inmoralistas, somos aquí la respuesta...
Es conocida mi exigencia al filósofo de que se sitúe más allá del bien y del mal, - de que tenga
debajo de sí la ilusión del juicio moral. Esta exigencia se deriva de una intuición que yo he sido
el primero en formular: la de que no existen hechos morales. El juicio moral tiene en común
con el religioso el creer en realidades que no lo son. La moral es únicamente una
interpretación (Ausdeutung) de ciertos fenómenos, dicho de manera más precisa, una
interpretación equivocada (Mirsdeutung). El juicio moral, lo mismo que el religioso,
corresponde a un nivel de ignorancia en el que todavía falta el concepto de lo real, la distinción
entre lo real y lo imaginario: de tal manera que, en ese nivel, la palabra «verdad» designa
simplemente cosas que hoy nosotros llamamos «imaginaciones». El juicio moral, en
consecuencia, no ha de ser tomado nunca a la letra: como tal, siempre contiene únicamente
un sinsentido. Pero en cuanto semiótica no deja de ser inestimable: revela. Al menos para el
entendido, las realidades más valiosas de culturas e interioridades que no sabían lo bastante
para «entenderse» a sí mismas. La moral es meramente un hablar por signos, meramente una
sintomatología: hay que saber ya de qué se trata para sacar provecho de ella.
mismo ocurre con el hombre domado que el sacerdote ha «mejorado». En la Alta Edad Media,
cuando de hecho la Iglesia era ante todo una casa de fieras, se daba caza en todas partes a los
más bellos ejemplares de la «bestia rubia» se «mejoró», por ejemplo, a los aristocráticos
germanos. Pero ¿qué aspecto ofrecía luego ese germano «mejorado», llevado engañosamente
al monasterio? El de una caricatura de hombre, el de un aborto: había sido convertido en un
«pecador», estaba metido en la jaula, había sido encerrado entre conceptos todos ellos
terribles... Allí yacía ahora, enfermo, mustio, aborreciéndose a sí mismo; lleno de odio contra
los impulsos que incitan a vivir, lleno de sospechas contra todo lo que continuaba siendo
fuerte y feliz. En suma, un «cristiano»... Dicho fisiológicamente: en la lucha con la bestia el
ponerla enferma puede ser el único medio de debilitarla. Esto lo entendió la Iglesia: echó a
perder al hombre, lo debilitó, - pero pretendió haberlo «mejorado»...
3.- Tomemos el otro caso de la llamada moral, el caso de la cría de una determinada raza y
especie. El ejemplo más grandioso de esto nos lo ofrece la moral india, sancionada como
religión en la «Ley de Manú». La tarea aquí planteada consiste en criar a la vez nada menos
que cuatro razas: una sacerdotal, otra guerrera, una de comerciantes y agricultores, y
finalmente una raza de sirvientes, los sudras. Es evidente que aquí no nos encontramos ya
entre domadores de animales: una especie cien veces más suave y racional de hombres es el
presupuesto para concebir siquiera el plan de tal cría. Viniendo del aire cristiano, un aire de
enfermos y de cárcel, uno respira aliviado al entrar en este mundo más sano, más elevado,
más amplio. ¡Qué miserable es el «Nuevo Testamento» comparado con Manú, qué mal huele!
- Pero también esta organización tenía necesidad de ser terrible, - esta vez no en lucha con la
bestia, sino con su concepto antitético, con el hombre-no-de-cría, el hombre-mestizo, el
chandala. Y, de nuevo, esa organización no tenia ningún otro medio para hacerlo inocuo, para
hacerlo débil, que ponerlo enfermo, - era la lucha con el «gran número». Acaso nada
contradiga más a nuestro sentimiento que estas medidas preventivas de la moral india. El
tercer edicto, por ejemplo (Avadana-Sastra I), el de «las legumbres impuras», prescribe que el
único alimento permitido a los chandalas serán los ajos y las cebollas, en atención a que la
Escritura sagrada prohíbe darles grano o frutos que tengan granos, darles agua o fuego. Ese
mismo edicto establece que el agua que necesiten no la tomarán ni de los ríos ni de las fuentes
ni de los estanques, sino únicamente de los accesos a los charcos y de los agujeros hechos por
las pisadas de los animales. Asimismo se les prohíbe lavar sus ropas y lavarse a sí mismos,
puesto que el agua que graciosamente se les concede sólo es lícito utilizarla para aplacar la
sed. Finalmente, se prohíbe a las mujeres sudras asistir en el parto a las mujeres chandalas, y
asimismo se prohíbe a estas últimas asistirse entre si en ese caso...-El éxito de tal policía
sanitaria no tardó en llegar: epidemias mortíferas, enfermedades sexuales horribles, y, a
consecuencia de ello, de nuevo, «la ley del cuchillo», que prescribe la castración para los niños,
la amputación de los labios menores de la vulva para las niñas. - Manú mismo dice: «los
chandalas son fruto de adulterio, incesto y crimen ( - esta es la consecuencia necesaria del
concepto de cría). Como vestidos tendrán sólo los andrajos de los cadáveres, como vajilla,
cacharros rotos, como adorno, hierro viejo, como culto, sólo los espíritus malignos; vagarán sin
descanso de un lado para otro. Les está prohibido escribir de izquierda a derecha y servirse de
la mano derecha para escribir: el empleo de la mano derecha y de la escritura de izquierda a
derecha está reservado a los virtuosos, a la gente de raza».-
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4.- Estas disposiciones son bastante instructivas: en ellas tenemos, por un lado, la humanidad
aria, totalmente pura, totalmente originaria,- aprendemos que el concepto «sangre pura» es la
antítesis de un concepto banal. Por otra parte, se hace claro cuál es el pueblo en el que el odio,
el odio de los chandalas contra esa «humanidad se ha perpetuado, dónde se ha convertido en
religión, dónde se ha convertido en genio... Desde este punto de vista los Evangelios son un
documento de primer rango; más aún el libro de Henoch. - El cristianismo, brotado de la raíz
judía y sólo comprensible como planta propia de ese terreno, representa el movimiento
opuesto a toda moral de la cría, de la raza, del privilegio: - es la religión antiaria par excellence:
el cristianismo, transvaloración de todos los valores arios, victoria de los valores chandalas, el
evangelio predicado a los pobres, a los inferiores, rebelión completa de todos los pisoteados,
miserables, malogrados, fracasados, contra la «raza», - venganza inmortal de los chandalas
como religión del amor. ..
5.- La moral de la cría y la moral de la doma son completamente dignas una de otra en los
medios de imponerse: nos es lícito sentar como tesis suprema que, para hacer moral, es
preciso tener la voluntad incondicional de lo contrario. Este es el gran problema, el inquietante
problema detrás del cual yo he andado durante más largo tiempo: la psicología de los
mejoradores de la humanidad. Un hecho pequeño y, en el fondo, modesto, el de la llamada pia
fraus [mentira piadosa], me proporcionó el primer acceso a este problema: la pia fraus,
patrimonio hereditario de todos los filósofos y sacerdotes que han «mejorado» la humanidad.
Ni Manú, ni Platón, ni Confucio, ni los maestros judíos y cristianos han dudado jamás de su
derecho a la mentira. No han dudado de otros derechos completamente distintos...
Expresándolo en una fórmula, sería lícito decir: todos los medios con que se ha pretendido
hasta ahora hacer moral a la humanidad han sido radicalmente inmorales.
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“Yo soy el primer inmoralista” ,“hay que disparar contra la moral” son dos expresiones de
Nietzsche que denotan muy bien su pensamiento contrario a la moral tradicional.
De la misma forma que no se puede alcanzar la verdad, tampoco el bien.
Pero estamos “atrapados” por esas nociones. Todo el mundo las usa de formas diferentes,
aunque se ha impuesto una moral social que quieres ser universal.
Para Nietzsche “bien” o “mal” sólo es lo que favorece a la vida o lo que la perjudica. Cambia
pues el significado filosófico - moral por el de salud física.
4.- Crítica a la moral de los esclavos. La ética occidental ha cometido estos errores:
Dogmatismo moral. Valores trascendentes, objetivos y absolutos.
Intelectualismo occidental: Razón/virtud/felicidad es el “dogma” impuesto en la cultura
occidental que Nietzsche ataca ferozmente.
Antivitalismo. La moral se conjura contra la vida.
5.- La religión:
Para Nietzsche, la religión atenta contra la vida, la ahoga, la desprecia.
Dios es para algunos una necesidad porque no soportan una existencia como la humana que se
termine en este mundo: "como una existencia sin Dios no sería soportable, Dios existe"
concluyen los débiles.
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7.- La democracia.
Para este autor, la democracia es un cristianismo sin Dios.
La igualdad es la mediocridad y la dignidad se conquista, no se tiene.
Conceptos como justicia, ley, solidaridad, virtud, tolerancia son claramente herederos del
cristianismo.
Contra la democracia, Nietzsche cree que el perfeccionamiento humano consiste en la
producción de individuos poderosos, no en el bienestar general.
La igualdad es la mediocridad y la dignidad se conquista, no se tiene.
Conceptos como justicia, ley, solidaridad, virtud, tolerancia son claramente herederos del
cristianismo.
Contra la democracia, Nietzsche cree que el perfeccionamiento humano consiste en la
producción de individuos poderosos, no en el bienestar general.
crean su propio mundo en donde son los reyes y felices. Por eso, el ideal de hombre tendrá
que ser una nueva infancia. El hombre verdaderamente grande, a diferencia de Sócrates y de
los cristianos, tiene que ser un niño que dice que sí, que crea. Así, dirá que "yo filosofo a
martillazos", usando la metáfora del herrero que elabora formas nuevas con el martillo. Por
tanto, ese niño que crea, que dice que sí, es origen de todo valor. De este modo se entiende el
emblemático título de una de sus obras: Más allá del bien y del mal. Elegir entre el bien y el
mal es para espíritus débiles; el hombre puede llegar a más trasmutando los valores y creando
otros nuevos. Como dice Nietzsche, "un nuevo para qué es lo que necesita la humanidad", es
decir, un fin cuya característica es que atrae porque es bueno, es decir, un nuevo bien. Y la
condición para que esto ocurra es justamente la muerte de Dios: “todos los dioses han muerto,
ahora queremos que viva el superhombre”, porque justamente Dios es la limitación
fundamental de la voluntad creadora del hombre. El hombre debe ocupar el lugar de Dios: si
hay Dios ¿cómo voy a soportar que yo no lo sea?
Pero hay que darse cuenta que no basta que sea un sí cualquiera sino eterno. Tiene que ser
eterno porque si fuera temporal antes o después habría un no y entonces la voluntad dejaría
de ser fuerte. De este modo, Nietzsche es consecuente cuando sostiene que el hombre grande
ha de manifestar una sumisión completa del destino. Tengo que poder decir que sí a todo lo
que ocurre cuando digo que sí a algo. Eso supone decir sí a todo lo bueno y malo: decir que sí a
cualquier placer significa aceptar el mundo entero donde ese sí se ha pronunciado con todos
sus dolores y todo el mal que se encierre. Esto conducirá, por tanto, a la desesperación. De
hecho, Nietzsche terminó loco ¿endógena o exogenamente?
Una filosofía que conduzca a la desesperación no puede ser una buena filosofía. Ni siquiera un
superhombre puede vivir así. El problema que se plantea es el siguiente: la interpretación
afirmativa de la voluntad es, en definitiva, una voluntad solitaria: no soporta ninguna
compañía, porque no entiende nada de la trascendencia. Es preciso advertir que lo mejor de
este mundo no se puede crear: no hay voluntad humana que cree personas, ya que las
personas sólo se pueden reconocer y respetar. En este caso la voluntad solitaria es la imagen
de la desesperación: no tener a nadie a quién regalar o por quien ser regalado. La voluntad
sólo puede crear cosas inferiores a ella misma, pero nada superior.
Nietzsche y Dostoyesvki
Muy conocida es la relación filosófica entre estos dos pensadores, aunque no llegaron a
conocerse personalmente… De hecho Nietzsche sabe de él por casualidad, como dice él por un
zarpazo fortuito del destino, y le fascina, a pesar de que la mayoría de sus teorías son
radicalmente opuestas. En concreto nos referimos a la teoría del superhombre, pues aunque
parecen tesis semejantes, acaban siendo radicalmente opuestas.
Donde mejor se perciben estas diferencias es en la obra del autor ruso, Crimen y castigo, ya
que muestra el fracaso del superhombre, que en la obra es Raskolnikov, el protagonista. Él vive
convencido de que es muy superior al resto, y no tiene excesivos problemas para cometer un
doble y frío asesinato, puesto que necesitaba dinero. Pero tras esto surge en él una culpa
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moral no prevista que, entre otras causas le causa miedo, insomnio, enfermedades y
enemistades. Por ejemplo cuando el inspector en cuestión va a visitarle para interrogarle, se
pone nervioso y cambia instantáneamente de tema con el objetivo de desviar la atención
puesta en él. Después de largos ratos de agonía conoce a Sonia, una niña muy católica y de una
gran fe. Raskolnikov tendrá unas conversaciones con ella comentando la religión, lo que le
hará ver que a pesar de todo, Sonia está muy orgullosa de hacer lo que hace, de ser lo que es y
de agradecérselo a Dios todo, siendo digno de admiración. Terminará así por confesarle el
crimen a Sonia, quien le convence para que confiese.
Concluimos pues que son dos posturas opuestas para el problema del superhombre. Al autor
ruso le parece imposible en la práctica la existencia de ningún superhombre y a Nietzsche que,
desde un punto de vista más filosófico, utópico, incluso profético, sigue al parecer
esperándolo.
Nietzsche se opone tanto a Hegel como a Schopenhauer. Contra Hegel sostendrá que la
realidad es voluntad, contra Schopenhauer que la voluntad no es deseo sino afirmación, poder
positivo creador. Un espíritu grande no puede quedarse en la nada o en el deseo. El hombre es
voluntad de poder. Voluntad de imponerse al medio y a todo aquél que quiera poner
dificultades al desarrollo del hombre que quiere ser Superhombre. Con todo esto Nietzsche
quiere decir sí a todo. La voluntad no puede ser la nada, no puede decir no. Se debe excluir del
principio mismo de la realidad lo que tenga que ver con la nada, la negación, el deseo, formas
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Nietzsche y la metafísica
Todo el pensamiento del filósofo alemán es un homenaje a la vida, a la voluntad de vivir la vida
con todas su fuerza, con todas las pasiones que implica y que no se le pueden quitar sin
traicionarla. Hay que vivir el espíritu dionisíaco de goce de todo lo que tenemos, de deseo de
contemplar la vida como una obra de arte creativo, de la que nada se puede estudiar,
solamente vivir intensamente. Podría decirse que si quieres vivir, no pienses o, al contrario, si
piensas, no vives.
La metafísica desarrollada por todos los filósofos anteriores habría implicado un abandono del
concepto de vida para adentrarse en supuestas `realidades´. Términos metafísicos como
coseidad, sustancia, esencia, ser no son alcanzables para el sujeto, como ya había señalado el
empirismo, sencillamente porque no cabe ningún conocimiento que los pueda abarcar, porque
apartan al hombre sano de la voluntad de vivir y le obligan a la racionalidad, auténtica
enfermedad que padece la cultura occidental.
Por otro lado, la afirmación del caos, del nuevo dualismo nietzscheano basado en la realidad
del movimiento, al modo de Heráclito como hemos señalado antes, implica el final de la
metafísica, porque nada hay que pueda ser demostrado como ser porque sencillamente lo que
hay es el no-ser, el devenir. De este modo, Nietzsche nos devuelve a la clásica controversia con
Parménides. Ahora la apariencia es precisamente el ser. Es uno de los aforismos de Nietzsche,
una de sus proposiciones ingeniosas sin argumentación, que el lenguaje- filosofía a martillazos
se encarga de imponer.
estudiar grandes conceptos abstractos que no ayudan a que el hombre pueda vivir sino que le
engañan en supuestas realidades trascendentes. Así el hombre se hace desgraciado porque
desea ansiosamente vivir.
Sin ciencia, ignorante y además contrario, según Nietzsche, a todo lo que sea conocer lo-que-
hay-más-allá, queda el hombre vitalista abierto a las pasiones y a todo lo que la vida quiera
ofrecer dentro de su bello caos. Vista así las cosas, la vida se ha de interpretar como obra de
arte, como creación bella.
El gregarismo
El mundo actual podría dividirse en dos tipos de personas en lo que respecta a este punto de
vista. Los que siguen a todos los demás y los que son independientes del resto. La filosofía
nietzscheana consideraría claramente mejor a los segundos, pues se parecen más al
superhombre. Estos son más libres, espontáneos, creativos, características propias de una
voluntad de poder fuerte. Actualmente se podrían incluir en este grupo los trabajadores
autónomos y todo aquel que quiere vivir una vida independiente y creativa y que no se dejan
gobernar por nadie y luchan contra los demás para obtener un posición ventajosa. En cambio
los gregarios son aquellos que tienen una voluntad de poder débil, los que actúan a la
defensiva, los que no defienden sus instintos y cobardemente quieren aniquilar sus pasiones
porque las juzgan vergonzosas.
Entre este último colectivo de hombres gregarios se podrían incluir los cristianos (que
Nietzsche desprecia), que amando la caridad son en realidad cobardes, no son capaces de
atacar a los demás y desprecian la violencia. El mismo Jesús dijo a sus seguidores “sed mansos
y humildes de corazón”. Esto a Nietzsche lo desprecia por encima de todo pues él cree que las
personas deben ser fuertes, violentas, espontáneas, libres y no como un buey que tira de un
arado para hacer lo que le mandan y no actúa libremente. Una vida independiente es una vida
que tiene la posibilidad de ser convertida en obra de arte personal.
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En un mundo en el que unos quieren someter a otros en aras de la paz y el orden no se sentiría
bien Nietzsche. Él prefiere un dominio del verdaderamente fuerte que no tiene que explicar
nada ni razonar la conveniencia de algo. Toda dependencia es despreciada por nuestro autor.
Originalidad, por favor.