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Comentario de Un Texto en Prosa

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ADVERTENCIA: este trabajo es un comentario de texto, por tanto, contiene

unas reflexiones personales que no deben ser tomadas como propias cuando
no lo son. Así, se ruega que sea utilizado únicamente como guía sin que ello
suponga un plagio.

Comentario de un texto en prosa: El libro

Se trata de un texto narrativo completo, probablemente un cuento, de la autora


hispanoamericana Sylvia Iparraguirre (Argentina, 1947), incluido en su libro El límite
de la palabra (2007).

El argumento del cuento es sencillo, un hombre que se encuentra esperando un tren en


la estación entra al baño, donde se encuentra un libro muy pesado sin identificación
alguna. Al abrirlo, descubre grandes coincidencias entre lo que el libro relata y su propia
vida personal. Leyendo más a fondo, se da cuenta de que las páginas narran sus propias
acciones en tiempo prácticamente real. Intrigado y con miedo a perder el tren, el
individuo se mete el libro en el bolsillo y sale del baño, pero el misterioso objeto le hace
imposible moverse. Finalmente, decide devolver el libro a su lugar y toma el tren.

El fragmento abarca un amplio abanico de temas que van surgiendo unos detrás de los
otros: el que se observa de forma más inmediata lo constituyen las prisas, alentadas por
el reloj y el tren. El viaje en el que el hombre se encamina no parece un viaje de placer,
sino por motivos laborales y de obligación. Ello enlaza con la vida rutinaria urbana y
contemporánea, siempre encabezada por el estrés, los desplazamientos, el bar, el café
con leche, el reloj… Este último es el elemento que configura las acciones del
protagonista: le impide descubrir el porqué del libro. Iparraguirre provoca una lucha
marcada por las agujas del reloj, los minutos turban al protagonista, lo que nos hace ver
que la fugacidad del paso del tiempo o tempus fugit es también, en su sentido más literal
y familiar, un tema significativo. Esta preponderancia de lo cotidiano contrasta con el
misterio y la fantasía de los libros y de las palabras, que la autora ensalza para
simbolizar la falta de tiempo que azota a las personas de ciudad, una falta de tiempo que

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nos impide detenernos para disfrutar de la Literatura. La autora mezcla lo más banal de
la rutina urbana con un suceso sobrenatural. El hombre huye del ajetreo de la estación y
se refugia en un lugar de intimidad física, el cubículo de un baño público, seguro,
luminoso. Cuando el protagonista abre el libro, comprueba cómo se traspasa su
intimidad personal al percatarse de que las páginas recogen nombres propios que
coinciden con los que definen su vida: familiares, lugares... El libro irrumpe, poco
después, en su intimidad física, al describir, casi con burla, sus movimientos,
reacciones, emociones, gestos… Se construye entonces una paradoja que radica en que,
en un lugar donde coincide lo público (baño público) y lo privado (cuarto de baño), el
libro irrumpe en lo más personal del hombre en todos los sentidos, de ahí que la
intimidad sea un punto fundamental. Este individuo nos permite identificar, asimismo,
otro tema: la identidad. Nos resulta un personaje que no parece conocerse del todo: al
igual que el libro, no tiene nombre, no sabemos nada de él. Esa falta de identidad,
además de acentuar el misterio del cuento, le da un carácter universal para que nos
resulte más fácil identificarnos con el hombre. Se encuentra solo, alejándose
momentáneamente del ajetreo de la estación, de la sociedad. La antítesis del ruido de las
gentes frente a la intimidad del baño compone otro tema que no se debe olvidar. El
hombre se mira un par de veces al espejo, intentando descubrir su identidad. Este
elemento, el espejo, se identifica con el libro, pues ambos poseen una “facultad
mimética” que permite al personaje descubrir su identidad desde un plano visual y otro
literario, respectivamente. Ambos símbolos se complementan. El libro provoca la toma
de una decisión, decantarse por dejar o tomar el libro, que se relaciona con la
curiosidad, siempre presente en la naturaleza humana. En este sentido, el protagonista,
finalmente, no se deja llevar por la magia maligna del libro, lo que nos conduce a otro
tema: el resistirse a la tentación. El libro es pesado, como el castigo, como la carga que
conlleva tener que coger un tren. Es un “peso muerto”, como el tiempo muerto que
crean los desplazamientos.

Mediante la concatenación de dichos temas, la autora pretende provocarnos


expectación, intriga, hacernos disfrutar del misterio y ponernos en la piel del
protagonista, todo ello como resultado de elegir un ambiente cotidiano y darle una
pincelada de misterio, un supuesto fantástico.

Estructuralmente, el texto presenta las tres unidades clásicas: la introducción


corresponde al primer párrafo (líneas 1-8), en la que el hombre, durante su espera al

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tren, entra en el baño y encuentra el libro. La segunda parte o planteamiento narra los
instantes en los que el individuo tiene el libro en su poder, cómo descubre los misterios
del libro y su lucha por decidir si se llevará el “objeto maligno” o lo dejará en su lugar.
La transición entre esta parte y la parte final o desenlace puede resultar confusa, pues no
hay ningún signo de puntuación que separe el desenlace, el cuento tiene que resolverse
precipitadamente. Propongamos entonces que el planteamiento llega hasta la línea 32,
cuando, finalmente, el protagonista se decide y deja el libro “detrás de la puerta [del
baño]”.

Además de presentar un esqueleto bien definido, el relato cuenta con una estructura
lineal y sencilla en lo que al tiempo narrativo se refiere, pues, aunque el cuento destaque
por presentar una historia dentro de otra historia, ello no irrumpe en el desarrollo de la
acción. El tiempo histórico es, claramente, la época actual, marcada por la presencia de
las prisas, dándole al texto, en ocasiones, un tono casi industrial: máquina express, café
con leche…

En cuanto al espacio, la estación de tren y el baño público, podemos considerarlos dos


símbolos. La estación es un lugar transitado por personas muy diversas y, al mismo
tiempo, el escenario de una rutina. El motivo de elegir este espacio radica en que se trata
de lugar de espera donde nadie puede detenerse a descubrir el origen de ese libro
enigmático, por lo que siempre tendrá que enfrentarse a la lucha de la decisión, la
misma que vive el protagonista.

En lo que concierne a los personajes, solo contamos con uno, “el hombre”, pero no es
él quien cuenta la historia, sino un narrador heterodiegético, omnisciente y subjetivo
que se funde con el protagonista. Conoce todos los pensamientos de este, que describe
con matices muy precisos, sin embargo, es la presencia del estilo indirecto libre lo que
muestra realmente una hibridación del narrador con el interior del personaje: “¿Las
páginas le estaban destinadas o el libro poseía una facultad mimética y transcribía a
cada persona que lo encontraba?”. Tanto el narrador como el protagonista dan la
impresión de ser cuadriculados, mecánicos, con lo que la autora enfatiza la esencia de la
vida laboral moderna que tanto identifica al texto: “maquinalmente se pasó la mano de
dedos abiertos por el pelo” “atravesó el bar zigzagueando entre las mesas”.

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Estilísticamente se trata de un texto sencillo y antirretórico, una prosa desnuda con un
tono seco y descarnado mediante el cual Iparraguirre pretende transmitirnos, sin detalles
superfluos, la esencia del enigma que encierra el relato.

En la primera parte, la autora comienza situándonos en la estación de tren mediante la


introducción de un campo semántico muy bien definido, el relacionado con el estrés y
las prisas de la vida moderna, así como de las actividades rutinarias que las acompañan
(reloj, tren, bar, café con leche…), elementos que nos permiten identificarnos con el
personaje desde el primer momento. Es aquí cuando parece el tempus fugit, que
transmite a los lectores la tensión del protagonista, esa tensión que a todos nos azota en
una vida regulada por las punzantes agujas del reloj y que se va incrementando en el
texto mediante la cuenta atrás de los minutos. A continuación, al entrar el hombre en el
baño, llama la atención la descripción que hace de este: espejo manchado, luz
mortecina. El cubículo, donde “la luz era mejor”, simboliza el espacio de intimidad
donde se produce el hecho fantástico, se abre la luz, otro símbolo. El baño, espacio
íntimo, cotidiano y decadente, matizado con pinceladas tan ordinarias como “apretó el
botón y el agua corrió”, contrasta con el componente mágico que tanto nos sorprende a
los lectores. Adviértase cómo en este parte, la autora introduce imágenes tan
descarnadas como sensitivas, casi sinestésicas: el café con leche, la luz mortecina. Entre
tanto, los minutos corren y el individuo encuentra el libro, un claro símbolo. No hay que
olvidar que, debido al carácter universal del texto, la mayoría de los elementos más
significativos son, en definitiva, imágenes y símbolos: el hombre, el tren, el reloj, el
espejo… El libro, ese elemento mágico, es descrito como pequeño, grueso y pesado.
Estos dos últimos adjetivos constituyen una de las pocas estructuras bimembres que
podemos encontrar en el relato. Su estilo descarnado se decanta en su lugar por una
adjetivación rigurosa y precisa que indica tamaño, forma y peso, remarcando así, junto
con los números, el tono mecánico y puntilloso del relato: bolsillo deformado,
gigantesca cúpula, angustia creciente, cielo abierto…Ya podemos apreciar en este
primer párrafo que la acción es muy rápida, lo que contribuye a transmitir la presión que
invade al individuo. En otro orden de cosas, la autora utiliza un marcado estilo
paratáctico para acentuar esta sensación de agobio, no hay tiempo para adornos
superfluos, apenas hay polisíndeton o asíndeton, se va a lo esencial. Por otra parte, es
importante apreciar cómo la autora se vale del pretérito perfecto simple para construir el
relato, un tiempo conciso y directo que permite a los lectores acercarse e identificarse

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más fácilmente con el protagonista y que se mantendrá hasta las últimas líneas, cuando
aparezca sustituido por un pretérito imperfecto que cambiará el tono de la composición.

En la segunda parte, el tono del relato da un giro hacia la estupefacción. Para subrayar
las sensaciones del hombre, la autora acelera la acción poco a poco hasta la llegada al
clímax. El espacio no se altera, de hecho, se le atribuye una nueva pincelada de declive:
“la puerta pintada toscamente de verde, marcada con inscripciones de todo tipo”. El
hombre sí cambia, aparece entonces un campo semántico de sentimientos negativos que
va creciendo hasta el máximo estado de tensión. Se trata de una progresión que
comienza por “inquietud y repugnancia”, y que constituyen un campo semántico muy
bien definido que va desde la sorpresa hasta una tentación que parece producto de
brujería: insensato presentimiento, gesto irreprimible, locura, tentación fuerte e
imperiosa, razón inexplicable, impulso irrefrenable, objeto maligno…) Mediante esta
sucesión de elementos negativos, la autora busca crear un clímax que incrementa la
tensión del relato a medida que el planteamiento se va desarrollando, acelerando la
acción progresivamente. Este campo semántico se concatena con otro mucho más
dinámico que define las acciones del personaje: apresuró, girar, correr, zigzageando
entre las mesas… El libro, pesado como un grillete, no le permite al hombre llevárselo
para descubrirlo más a fondo. Cabe destacar las citas en estilo directo del misterioso
libro, mediante las cuales la autora le atribuye veracidad y realismo al relato. Asimismo,
no podemos ignorar la interrogación retórica de la línea 29, un indicio de que la autora
quiere hacernos pensar, sentir su relato.

En la tercera parte o desenlace, la curiosidad y la tentación acaban siendo oprimidas por


el pavor del protagonista, pues decide dejar el libro donde lo había encontrado. El relato
alcanza un anticlímax encabezado por una gran sensación de alivio. Tras huir del libro,
(“Corrió por el andén como si lo persiguieran”), el hombre se convierte en un sujeto
paciente, ya ha tomado su decisión, delega su pesada carga al conductor del tren, que
debe elegir “una vía de la trama de vías que se abrían en diferentes direcciones”.
Nótese cómo en esta última línea la sequedad del pretérito perfecto simple desaparece
para dar paso a un pretérito imperfecto, lo que refuerza la sensación de liberación y
plenitud, marcada por la salida al “aire abierto”.

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En lo que se refiere a la pragmática textual, el texto presenta una unidad comunicativa
lógica, pues es coherente, está estructurado con una forma, léxico y cohesión que hacen
posible la comunicación con el emisor…

En definitiva, a mi juicio, este texto de Sylvia Iparraguirre es un relato original y


curioso que mezcla, con pinceladas de realismo mágico, lo más rutinario de la vida
actual con un toque de fantasía y misterio que nos resulta inesperado. Lleno de
contrastes como lo público y lo privado o lo ordinario o lo fantástico, se trata de un
texto de carácter universal y buen planteamiento muy efectivo que siempre nos invitará
a pensar y nos dejará con una intriga especial.

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