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Escucha Israel

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ESCUCHA ISRAEL

ESTUDIO EXEGÉTICO DE DT 6,4-9


INTRODUCCIÓN
El texto que es objeto de nuestro estudio es un texto muy breve, apenas
seis versículos, pero fundamentales para comprender la fe israelita, algo que lo
hace único en medio de sus vecinos. Nuestro texto es la introducción a un gran
bloque del Deuteronomio llamado comúnmente “Libro de la Ley” (Dt 6-11).
Confesión fundamental y mandamiento principal se dan cita en este
pasaje de Dt 6,4-9 como parte constitutiva del legado más valioso y preciado
para los judíos y cristianos. Dt 6,4-9, juntamente con Dt 11,13-21 y Nm 15,38-
41, integran el famoso Shemá (así denominado por la primera palabra hebrea
de Dt 6,4: “Escucha”), que, desde finales del siglo I de nuestra era, no ha
dejado de rezarse mañana y tarde por los judíos observantes. De todos los
textos que componen el Shemá, Dt 6,4-9 es el más importante por contener la
proclamación por excelencia de la fe judía: “El Señor es uno”.
A la pregunta sobre el mandamiento principal de la ley, Jesús respondió
recitando Dt 6,4: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón…” (Mt
22,34ss). En la mente de Jesús, el amor a Dios encarna el valor esencial, al
que han de conformarse todas las otras leyes. Difícilmente podrá encontrarse
un íncipit mejor, mírese con ojos judíos o cristianos, para el “Libro de la Ley”.
ESTRUCTURA Y CONTENIDO
Desde el punto de vista sintáctico-estilístico, la unidad se abre con un
imperativo, “escucha”, seguido del vocativo “Israel”. Por su misma
naturaleza, el vocativo confiere a la fórmula el carácter de una llamada, de una
invitación. Lo primero que Israel está invitado a escuchar es que “El Señor es
uno”. Estrechamente ligado a esta afirmación de fe se halla el mandamiento
principal del v. 5. Y tras él, como eslabones de una cadena, se enganchan los
siguientes versículos.
La expresión de totalidad, tres veces repetida en el v. 5, insiste en el
amor total y sin reservas al Señor. El corazón y el alma, generalmente
considerados como sede de la vida psíquica o del hombre interior, son
presentados aquí como sede del amor a Dios. Asimismo, la doble pareja verbal
“sentarse-caminar” y “acostarse-levantarse” (v.7), dada su construcción en
antítesis, denotan toda la actividad humana habitual.
En los vv. 8-9 dominan las imágenes visuales: signo visible en la
muñeca y en la frente, así como en el montante de la casa y en las puertas de
la ciudad. Manos y ojos (v.8) han de asociarse al corazón y al alma (v.5) en
una empresa común: las facultades interiores en concurso con las exteriores,
esto es, la totalidad de la persona humana tiene que ponerse en juego para

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grabar bien las palabras del Señor. Los signos visibles, a modo de memorial,
tienen que ayudar a las facultades interiores: la vista mueve al corazón para
lograr el objetivo deseado.
Todo se orienta hacia el Señor. Los vv. 4b-5 constituyen el centro o
punto de convergencia de los demás versículos de la unidad. A una afirmación
clave de la fe del israelita debe corresponder una actitud, igualmente clave, del
pueblo de Israel respecto a su Dios. La unidad se convierte en una invitación
urgente y apremiante a comprometerse con el Señor, desde la convicción
personal. La abundancia de pronombres personales refleja el esfuerzo por
alcanzar el interior de la persona para, desde allí, impulsar al compromiso y a
la acción. Puesto que el Señor es uno y es el Dios de Israel (“tu Dios”), el
pueblo le ha de amar con amor único, sin división.
Es muy difícil, como se puede notar, estructurar esta pequeña unidad
por lo que para su interpretación lo haremos por versículos y no tanto por
subunidades pequeñas.
INTERPRETACIÓN
V. 4: Escucha, Israel, el SEÑOR es nuestro Dios, el SEÑOR es uno
El Shemá toma su nombre de la primera palabra: Escucha ( [m;Þv.).
Se trata de un verbo en la forma imperativa que denota, por tanto, una
exhortación, una orden. El libro del Deuteronomio está lleno de este tipo de
fórmulas (Dt 5,1; 9,1; 20,3; 27,9). Von Rad sostiene que esta fórmula
estereotipada sea probablemente la fórmula tradicional con la que se abría, en
los tiempos antiguos, la asamblea cultual de las tribus, el qahal. En realidad,
esta fórmula inicial “Escucha Israel” se corresponde con la fórmula a menudo
usada por el maestro de sabiduría para introducir su enseñanza: “Escucha, hijo
mío” (cfr. Prov 1,8; 4,1.10; 5,7; 7,24; 23,19). Al puesto de “Israel” pasa el
“hijo”, pero hay que tener en cuenta un dato: en la perspectiva deuteronómica,
“Israel” es como un “hijo” para Yhwh: “Como un padre corrige a su hijo, el
Señor, tu Dios, te ha corregido” (Dt 8,5).
Desde el punto de vista de la sintaxis la interpretación del v. 4 es
discutible, pues puede traducirse de varias formas. Por ejemplo, se puede
traducir: “Yhwh es nuestro Dios, Yhwh sólo”. Pero también podría traducirse:
“Yhwh, nuestro Dios, es un solo Señor”. En el primer caso se trata de una
confesión contra las tentaciones del culto cananeo de Baal, y estaría en
relación con el primer mandamiento del decálogo (Ex 20,3). El segundo, sería
una confesión de la unidad / unicidad de Yhwh. Ambas concepciones pueden
encontrarse en el Deuteronomio.
Al examinar la sintaxis y el estilo de Dt 6,4-9, se hacen evidentes las
fórmulas de totalidad del v. 5 y las expresiones antitéticas del v.7. Las

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fórmulas de totalidad (v.5) implican una oposición análoga a la de las
fórmulas antitéticas del v.7: “con todo tu corazón” se opone a “con una parte
de tu corazón” o, si se prefiere, “un corazón entero” representa la antítesis de
“un corazón dividido”. ¿No se esconderá detrás del “uno”, que caracteriza a
Yhwh en el v. 4, una oposición del mismo género? “Uno” es un término
relativo, que se dice en relación con “múltiples”. Afirmar que “el Señor es
uno” equivale a decir que no está dividido. La misma conexión entre los
versículos 4b-5 apoya esta interpretación: el mandamiento principal reposa
sobre el credo fundamental: si “El Señor es uno” y no está dividido, el amor a
él debe ser total y sin división ni fisuras.
V. 5: Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y con toda tu fuerza
Después de la declaración solemne del principal dogma de fe de Israel,
nuestro autor pasa a un mandamiento expresado al futuro. El mandamiento
consiste en el amor a Dios. Los comentaristas, al explicar Dt 6,5, siempre han
tropezado con un problema: el amor ¿puede ser objeto de un mandato?
Normalmente, el amor se entiende como un sentimiento espontaneo y no
como una actitud obligatoria. Sin embargo, en el Deuteronomio el amor a
Dios se presenta como una obligación. El texto de Dt 10,12ss puede ayudarnos
a comprender este versículo. A la pregunta: “¿qué es lo que te exige el Señor,
tu Dios?”, el texto citado responde: “que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus
caminos y le ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con
toda el alma, que guardes los preceptos del Señor, tu Dios…”.
Amor, temor, reverencia y obediencia se colocan en una misma línea,
como actitudes básicas del israelita respecto a su Dios. Amar a Dios significa
ser fiel y leal (cfr. Dt 7,9; 11,1; 30,20), obedecer sus mandatos y servirle (cfr.
Dt 11,22; 19,9).
La lealtad del vasallo al soberano se expresa también en términos de amor,
obediencia y servicio. Pero el Deuteronomio no agota su sentido en esta
semejanza. El Señor se comporta como un padre y un maestro para con Israel.
El amor que Yhwh solicita de Israel no se queda, por tanto, en mero
sentimiento o afecto, sino que implica piedad filial y obediencia reverencial;
en una palabra, un amor que puede ser mandado. Jesús se expresará en
términos idénticos cuando, en la última cena, quiere dejar un mandamiento a
sus discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los
otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros”
(Jn 13,34). Claro que aquí el maestro no pide explícitamente un amor hacia él,
sin embargo, en el amor recíproco de sus discípulos se refleja un profundo
amor por él. Amarse unos a otros significa amar a Jesús.

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Así como en el Señor no hay división (es uno), así tampoco puede haber
división en el amor que Israel está llamado a brindar a su Dios. Las
expresiones de totalidad “todo tu corazón, toda tu alma, toda tu fuerza”
expresan la realidad indivisible del hombre. El corazón (bl), para el mundo
semita, abarca todas las dimensiones de la existencia humana (piensa, siente,
quiere, desea, medita, decide, etc.). El término que hemos traducido por
“alma” (vp,n<) en realidad posee un campo semántico lleno de matices.
Puede designar el “principio vital” del hombre en cuanto “aliento y
respiración”, pero más estrechamente incluso puede designar la “vida” misma
del ser humano. Además, es muy documentado el matiz de deseo, anhelo,
ansía, etc. En el texto que nos interesa no significa interioridad o algo así, sino
más bien la intensidad, la fuerza del deseo que conlleva el amor a Dios.
El tercer término, fuerza (daom.), es un sustantivo con el sentido de
vigor, fuerza. Todas estas expresiones van acompañadas del sustantivo lKo
(todo, toda) indicando la totalidad. Dios no quiere términos medios, así como
el se muestra siempre uno con Israel pretende la misma disposición del
pueblo.
V. 6: Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón;
La expresión estas palabras se refieren probablemente al gran bloque
legislativo llamado “Libro de la Ley” (Dt 6-11) que viene a continuación, de
la que el Shemá es su introducción. Dijimos anteriormente que el amor al
Señor debe manifestarse en una actitud de obediencia, pero no una obediencia
exterior o simplemente legalista. Se trata, más bien, de una actitud que nazca
del hombre interior (su corazón) como convencimiento de la bondad de la ley
del Señor. Sin la interiorización de las cosas todo permanece superficial. Es en
el corazón humano donde se forjan sus acciones, allí nacen las decisiones más
profundas por eso Dios, cuando quiere conocer las intenciones del hombre,
mira su corazón: “Dios ve no como el hombre ve, pues el hombre mira la
apariencia exterior, pero el SEÑOR mira el corazón” (1Sam 16,7). Para
cumplir la ley no sólo es necesaria conocerla sino, sobre todo, hacerla parte de
la propia vida, gustarla, asimilarla e identificarse con ella.
V. 7: Y las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes
en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te
levantes
El paso siguiente, después de haber hecho propia la ley, es su
transmisión (enseñar-hablar). El padre es, para el israelita, el transmisor por
excelencia de ley de Dios, el maestro que enseña el arte de la sabiduría (Prov
1,8; 2,1-12, etc.). Los primeros destinatarios son los hijos. Esto muestra la

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importancia que Israel daba a la transmisión oral. De padre a hijo, y así
sucesivamente, se conservaba fielmente la revelación de Dios al interno de la
familia. Así como el amor a Dios debe involucrar toda la persona, así también
la enseñanza de la ley debe cubrir todos los espacios de la vida ordinaria del
israelita. Todo momento es oportuno para darla a conocer. Quizás con un
sentido hiperbólico, incluso durante el sueño o el descanso, el israelita está
llamado a ser un testimonio de la revelación. Pablo se expresará casi en
términos idénticos cuando describe su condición de apóstol de Jesucristo:
“Porque si predico el evangelio, no tengo nada de qué gloriarme, pues estoy
bajo el deber de hacerlo; pues ¡ay de mí si no predico el evangelio!” (1Cor
9,16). El mismo apóstol exhortará a uno de sus colaboradores a predicar
incansablemente: “Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo”
(2Tm 4,2).
Vv. 8-9: Y las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias
entre tus ojos. Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas
A las exigencias interiores (alma, corazón, fuerza) se corresponden unos
signos exteriores. La interpretación literal de Dt 6,8 ha llevado a los judíos, a
lo largo de la historia, a escribir los textos del Shemá en trozos de pergaminos,
metidos en pequeñas cajas de cuero, comúnmente denominadas en griego
filacterias (estuches). Los judíos practicantes las colocan en su frente y en su
brazo izquierdo mientras rezan. Entre los hallazgos del desierto de Judá, se
han descubierto algunas de estas filacterias de cuero, cuya datación
corresponde al siglo II de nuestra era. Quizás sea más conveniente una
interpretación menos literal. En la Biblia, las manos están en relación con el
poder (Gn 14,20; Ex 3,20) y el trabajo (Dt 16,10; 23,25) y los ojos con los
deseos (Gn 3,6.). Estos elementos nos recordarían entonces que todo deseo y
toda obra humana tienen que pasar por el filtro de Dios. En la contemplación
constante de la ley el hombre purifica sus deseos y santifica sus trabajos. La
referencia a “los postes de tu casa” y “tus puertas” traen a la mente la pascua,
cuando la sangre del cordero pascual, puesta en “los dos postes” y en “el
dintel” de las casas de los israelitas (Ex 12,7) era la señal que los salvo de la
muerte. Ahora no es la sangre del cordero, sino la ley de Dios que, puesta en
las casas, actúa con su fuerza salvadora.

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