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Resumen Desarrollo Endógeno

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RESUMEN

DESARROLLO ENDÓGENO ¿PARA QUÉ? ¿PARA QUIÉN?

NOMBRE DEL ESTUDIANTE:

LUIS MANUEL NUÑEZ LÓPEZ

ASIGNATURA:

TURISMO REGIONAL Y ACTORES LOCALES

DOCENTE:

DR. JULIO CÉSAR GONZÁLEZ MORALES

APETATITLAN DE ANTONIO CARBAJAL, 05 DE MARZO DE 2019


RESUMEN

Sergio Buarque se refiere al desarrollo local como un proceso endógeno observable en


pequeñas unidades territoriales, capaz de generar dinamismo económico y mejoría en
la calidad de vida; José Arocena enfatiza , en su visión del desarrollo local, el papel de
los actores y de su identidad, en una visión claramente más sociológica; Antonio
Vázquez-Barquero también en relación al desarrollo local destaca tres dimensiones del
desarrollo local: económica, socio- cultural, y político-administrativa. Cuando se
examina “la caja negra” del desarrollo endógeno, Giácomo Gorofoli destaca la
innovación como su esencia, John Friedmann la cultura en tanto que Sergio Boisier
sostiene que la endogeneidad se plantea en tres planos: el plano político
(descentralización), el económico (retención local y reinversión del excedente), el
científico/tecnológico (capacidad de innovación) y el cultural (identidad).

¿Para qué el desarrollo endógeno? Para generar en un territorio dado las condiciones
de entorno que le permiten a los seres humanos potenciarse a sí mismos para llegar a
ser verdaderas personas humanas, porque, hay que entenderlo de una vez, el
desarrollo no lo hace nadie sino las personas en su individualidad y en su sociabilidad.
Ni el Estado, ni el capital, ni el sector privado, ni el público, pueden producir el
desarrollo de las personas; sólo pueden crear las condiciones de entorno.

¿Para quién el desarrollo endógeno? Para el ser humano y para la persona humana,
esta última, como “categoría superior” del ser humano. Esta es la teleología del
desarrollo, en gran medida perdida en la confusión del materialismo. Por ello el resto de
este documento profundiza esta cuestión.

La llamada globalización—ha penetrado paulatina y sistemáticamente la historia


reciente con una fuerza ciega y avasalladora. Las políticas públicas diseñadas
precisamente para generar procesos virtuosos de desarrollo bien entendido muestran
un fracaso impresionante, que muchos se niegan a aceptar, pero que está allí, visible,
online, en la mayor parte de la superficie del globo y afectando a la mayor parte de su
población.

Como lo señala Crocker (2004) El “desarrollo” debe usarse descriptivamente tanto


como normativamente. En sentido descriptivo, el “desarrollo” se identifica usualmente
con el proceso de crecimiento económico, industrialización y modernización resultantes
en una sociedad a partir del logro de un alto producto nacional bruto (per cápita). En el
sentido normativo, una sociedad desarrollada, abarcando pueblos, naciones y regiones,

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es aquella cuyas instituciones establecidas comprenden o se aproximan a lo que el
proponente considera como fines valiosos—más propiamente, la superación de la
privación económica, política y social.

El objetivo de toda propuesta de desarrollo, en todo tiempo y lugar, es crear las


condiciones que faciliten al ser humano su tránsito a la categoría espiritual (y biológica
por cierto) que denominamos como persona humana. Podría discutirse que el término
persona humana es en sí mismo redundante e implica una tautología, en tanto si se
hace referencia a la persona se supone que es integrante de la especie humana y
viceversa; sin embargo su contenido y significación apunta a reafirmar la naturaleza
espiritual de hombres y mujeres como seres dotados de inteligencia y voluntad y como
centros de conocimientos y afectos. La persona humana, por lo tanto, es una entidad
interactiva e indivisible portadora de su “individualidad” y de su “personalidad”.
Finalmente, el individuo está determinado en su ser; la persona es libre y aún consiste
en ser tal.

La dignidad de la persona supone por cierto la inexistencia de carencias básicas (en


alimentación, en salud, en trabajo, en respeto de los demás); el hombre desnudo está
falto de dignidad, porque pierde el pudor; la falta de empleo, más que afectar la
corriente de ingresos de las personas, las rebaja en su dignidad de “homen laborens”.
La dignidad presupone también que jamás la persona humana puede ser considerada
como un “factor productivo” como es usual en el discurso económico liberal, ni menos
todavía como un “insumo” en alguna abstracta “función de producción” como es
frecuente en la teoría económica, particularmente neoclásica.

La subjetividad es la trama de percepciones, aspiraciones, memorias, saberes y


sentimientos que nos impulsa y no da una orientación para actuar en el mundo y se
construye manejando la tensión entre ella y los sistemas (económico, social, político,
etc.), es decir, el sujeto debe construirse no a costa de los sistemas sino en
concordancia con ellos.

La sociabilidad de la persona humana recupera su carácter esencialmente gregario, ya


que sólo se puede ser persona entre personas. Esta dimensión requiere que el ser
humano reconozca al otro, al “alter”, y al mismo tiempo requiere ser reconocido por éste
como igual, como prójimo.

La solidaridad (no la caridad) “hace” personas a los seres humanos. “Somos

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verdaderamente solidarios en la medida en que admitimos que el bien de los demás no
depende únicamente de ellos, sino también de nosotros, así como nuestro propio bien
no es cosa que nos atañe en forma exclusiva sino que en alguna medida depende de
otros” (Aylwin; 1998, 50).

Como lo dice Ferrater Mora (2000, 285): “Si la persona no se trascendiera


constantemente a sí misma, quedaría siempre dentro de los límites de la individualidad
psicofísica y en último término acabaría inmersa en la realidad impersonal de la cosa”.
La trascendencia nos hace radicar en la memoria de los otros y permite construir
historia individual y colectiva.

Para conectar con el desarrollo estas consideraciones fundamentales acerca de la


persona humana como centro de la vida social hay que volver a la dimensión de
subjetividad y a su expresión concreta: la persona como sujeto que se autodefine y se
autodetermina.

La libertad es el fin primordial del desarrollo, pero también su principal medio para
alcanzarlo. Es decir, la expansión de la libertad se logra con más libertades (González;
2004). Ellas pueden calificarse de dos maneras distintas de acuerdo con el papel que
juegan: constitutivas o instrumentales. Las libertades constitutivas son las libertades
básicas individuales que constituyen el fin del desarrollo, porque refieren al
enriquecimiento de la vida humana, en tanto que las libertades instrumentales son
aquellas que contribuyen directa o indirectamente a la libertad general de las personas,
puesto que la libertad no es sólo es el fin del desarrollo sino también su principal medio.

No se puede alcanzar un estado de verdadero desarrollo si las personas humanas y las


asociaciones naturales de personas no disponen—a título individual y colectivo—de una
libertad y autonomía suficiente para elegir sus propios fines (objetivos) y los medios
para alcanzarlos.

Descentralización y libertad son dos conceptos y procesos que se retroalimentan. La


descentralización entrega a los individuos más diversidad en la selección de opciones
personales y la amplitud de las opciones disponibles. Desde el punto de vista social hay
que tener presente que la descentralización “empodera” a la sociedad para intervenir—
como sujeto colectivo—precisamente en el asunto que más le compete e interesa: el
complejo de procesos de cambio social en su territorio, es decir, el crecimiento
económico de él y su desarrollo societal.

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Cuando las personas y comunidades toman en sus manos el control de su propio futuro
—ahora, en la globalización o en la contemporaneidad—surgen con fuerza dos
conceptos operacionales: asociatividad, y velocidad.

Ambos asuntos, asociatividad y velocidad requieren flexibilidad estructural. Personas y


organizaciones y territorios anquilosados y burocráticos están destinados al
estancamiento o a desaparecer.

En forma sintética el crecimiento económico de un territorio depende de seis factores:


acumulación de capital, acumulación de progreso técnico, acumulación de capital
humano, exportaciones, efectos territoriales implícitos del cuadro de política económica
nacional, y naturaleza y contenido del “proyecto nacional” o “proyecto país.

El desarrollo—ya entendido como un proceso y como estados temporales de él,


intangible y subjetivo y endógeno por pura definición—depende de cuatro grandes
bloques de factores: el propio crecimiento económico, o sea, la base material
indispensable, una mentalidad colectiva “positiva” distante de cualquier anomia, el
potencial endógeno latente en todo territorio, y lo más importante, el conjunto de
subsistemas que definen la complejidad del territorio y que bajo determinadas
condiciones permiten la “emergencia” del desarrollo. En esta perspectiva aparecen dos
conceptos como descriptores indispensables: complejidad y emergencia, como se
muestra a seguir.

COMPLEJIDAD Y EMERGENCIA:

-Todos los sistemas territoriales tienden a transformarse en sistemas complejos, con


numerosos subsistemas, alta interacción interna y externa, desorden/orden,
incertidumbre, autopoiesis/expansión, y transformación.

-Emergencia sistémica (o propiedades emergentes) es el nombre para designar un


nuevo estado de superior complejidad del sistema, resultante de la interacción entre sus
partes componentes. Es una propiedad del todo, no de las partes.

-Tratar con sistemas complejos y con propiedades emergentes presupone usar un


paradigma distinto del positivismo.

Este tipo de enfoque sobre el crecimiento y el desarrollo permite afirmar que el


crecimiento económico de un territorio es función principal de la interacción del sistema
con su entorno mediante el intercambio de materia, energía e información; se sigue que

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este proceso jamás dejará de ser esencialmente exógeno. El desarrollo territorial a su
entorno es función principal de la complejidad, de la sinapsis y de la sinergia del propio
sistema; se sigue, lógicamente, que no tiene sentido otra visión del desarrollo sino
como completamente endógeno.

CONCLUSIÓN

Para que el desarrollo endógeno pueda darse es necesaria la participación de los


actores locales de cierta unidad territorial y de su propia identidad; está identidad
incluye ciertas características del ser humano como son: la dignidad, sociabilidad, la
subjetividad y la solidaridad. El desarrollo debe apoyar a crear las condiciones que
faciliten a las personas en su papel de ser humano a alcanzar su transición de carácter
espiritual y que permita al ser humano ser una persona libre, dotado de inteligencia y
voluntad para autodefinirse y auto determinarse. El desarrollo endógeno mejora la
calidad de vida de las personas que desean participar en ellas de manera individual y
colectiva en una misma unidad territorial, al mismo tiempo genera dinamismo
económico.

REFERENCIAS

Boisier, Sergio. (2004) Desarrollo Endógeno ¿Para qué? ¿Para quién?, El humanism en
una interpretación contemporánea del desarrollo.

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