Guion de La Obra Lazarillo de Tormes.
Guion de La Obra Lazarillo de Tormes.
Guion de La Obra Lazarillo de Tormes.
Personajes:
Lázaro de Tormes: Aldo Cabrera
Clérigo: Adrián Gutiérrez
El Cerrajero: Víctor Terán
Gente normal: Jheferson Chuquimango
TRATADO 2
Lázaro: Otro día, no apareciéndome estar allí seguro, fuime a un lugar que le llaman maqueda, adonde me toparon
mis pecados con un clérigo que, llegando a pedir limosna,
Clérigo: ¿Sabes ayudar a misa?
Lázaro: Yo dije que si, como era verdad, finalmente el clérigo me recibió por suyo. Él tenía un arcaz viejo y cerrado
con su llave la cual traía atada con una agujeta del paletoque, y en viniendo el bodigo de la iglesia; en toda la casa
no había ninguna cosa de comer, solamente había una horca de cebollas, pedí la llave para ir por aquella porción
para 4 días, echaba mano al falsopeto y me la daba, diciendo:
Clérigo: Toma, y vuélvala luego, no hagáis sino golosinar.
Lázaro: Los sábados comense en esta tierra cabezas de carnero, y envíame por una, que costaba tres maravedís,
dabame todos os huesos roidos, y dabamelos en el plato, diciendo:
Clérigo: Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el papa,
Lázaro: ¡Tal te la de Dios! Decía yo paso entre mi. A cabo de tres mese estuve con el vine a tanta flaqueza, que no
me podía tener las piernas. Y por ocultar su gran mezquindad deciame:
Clérigo: Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por eso yo n me desmandado
como otros.
Lázaro: Pensé muchas veces irme de aquel mezquino amo, más por dos cosas lo dejaba: la primera, por no me atrever a mis
piernas, por temer de la flaqueza que de pura hambre me venía; y la otra, consideraba y decía: «Yo he tenido dos amos: el
primero tráiame muerto de hambre, y dejándole topé con estotro que me tiene ya con ella en la sepultura
Lázaro: «En mí teníades bien qué hacer y no haríades poco si me remediásedes», dije paso, que no me oyó. Mas como no era
tiempo de gastarlo en decir gracias, alumbrado por el Espíritu Santo, le dije.
Lázaro: —Tío, una llave de este arca he perdido y temo mi señor me azote. Por vuestra vida, veáis si en esas que traéis hay
alguna que le haga, que yo os lo pagaré. Comenzó a probar el angélico caldedero una y otra de un gran sartal que de ellas traía,
y yo a ayudalle con mis flacas oraciones. Cuando no me cato, veo en figura de panes, como dicen, la cara de Dios dentro del
arcaz. Y, abierto dijo.
Lázaro: —Yo no tengo dineros que os dar por la llave, mas tomad de ahí el pago
Lázaro: Él tomó un bodigo de aquéllos, el que mejor le pareció, y, dándome mi llave, se fue muy contento, dejándome más a
mí. Mas no toqué en nada por el presente, porque no fuese la falta sentida; y aun, porque me vi de tanto bien señor, pareciome
que la hambre no se me osaba allegar. Vino el mísero de mi amo, y quiso Dios no miró en la oblada que el ángel había llevado.
Y otro día, en saliendo de casa, abro mi paraíso panal y tomo entre las manos y dientes un bodigo, y en dos credos le hice
invisible; Después que estuvo un gran rato echando la cuenta, por días y dedos contando, dijo:
Cerrajero: —Si no tuviera a tan buen recaudo esta arca, yo dijera que me habían tomado de ella panes; pero de hoy más, sólo
por cerrar puerta a la sospecha, quiero tener buena cuenta con ellos
Lázaro: Nueve quedan y un pedazo. —«¡Nuevas malas te dé Dios!» —dije yo entre mí; que, considerando entre mí, dije: «Este
arquetón es viejo y grande y roto por algunas partes, aunque pequeños agujeros. Puédase pensar que ratones, entrando en él,
hacen daño a este pan. Sacarlo entero no es cosa conveniente, porque verá la falta el que en tanta me hace vivir. Esto bien se
sufre»; lo comí y algo me consolé. Mas él, como viniese a comer y abriese el arca, vio el mal pesar y sin duda creyó ser
ratones los que el daño habían hecho, porque estaba muy al propio contrahecho de como ellos lo suelen hacer. Miró todo el
arcaz de un cabo a otro y viole ciertos agujeros por do sospechaba habían entrado. Llamome, diciendo:
Clérigo: —¡Lázaro! ¡Mira, mira qué persecución ha venido aquesta noche por nuestro pan
Lázaro: Yo híceme muy maravillado, preguntándole qué sería.
Clérigo: —¡Qué ha de ser! —dijo él—. Ratones, que no dejan cosa a vida.
Lázaro: Pusímonos a comer, y quiso Dios que aun en esto me fue bien, que me cupo más pan que la laceria que me solía dar,
porque rayó con un cuchillo todo lo que pensó ser ratonado, diciendo:
Clérigo: —Cómete eso, que el ratón cosa limpia es.
Lázaro: Y así, aquel día, añadiendo la ración del trabajo de mis manos, o de mis uñas, por mejor decir, acabamos de comer,
aunque yo nunca empezaba. Y luego me vino otro sobresalto, que fue verle andar solícito quitando clavos de paredes y
buscando tablillas, con las cuales clavó y cerró todos los agujeros de la vieja arca. «¡Oh, Señor mío —dije yo entonces—, a
cuánta miseria y fortuna y desastres estamos puestos los nacidos y cuán poco duran los placeres de esta nuestra trabajosa vida!
Así lamentaba yo, en tanto que mi solícito carpintero, con muchos clavos y tablillas, dio fin a sus obras, diciendo: —Agora,
donos traidores ratones, conviéneos mudar propósito, que en esta casa mala medra tenéis. De que salió de su casa, voy a ver la
obra y hallé que no dejó en la triste y vieja arca agujero ni aun por donde le pudiese entrar un moxquito. Abro con mi
desaprovechada llave, sin esperanza de sacar provecho, y vi los dos o tres panes comenzados.
Lázaro: —¡Qué ha de ser! —dijo él—. Ratones, que no dejan cosa a vida. Pusímonos a comer, y quiso Dios que aun en esto
me fue bien, que me cupo más pan que la laceria que me solía dar, porque rayó con un cuchillo todo lo que pensó ser ratonado,
diciendo: —Cómete eso, que el ratón cosa limpia es. Y así, aquel día, añadiendo la ración del trabajo de mis manos, o de mis
uñas, por mejor decir, acabamos de comer, aunque yo nunca empezaba. Y luego me vino otro sobresalto, que fue verle andar
solícito quitando clavos de paredes y buscando tablillas, con las cuales clavó y cerró todos los agujeros de la vieja arca. «¡Oh,
Señor mío —dije yo entonces—, a cuánta miseria y fortuna y desastres estamos puestos los nacidos y cuán poco duran los
placeres de esta nuestra trabajosa vida! Heme aquí que pensaba con este pobre y triste remedio remediar y pasar mi laceria y
estaba ya cuanto que alegre y de buena ventura. Mas no quiso mi desdicha, despertando a este lacerado de mi amo y
poniéndole más diligencia de la que él de suyo se tenía (pues los míseros por la mayor parte nunca de aquélla carecen), agora,
cerrando los agujeros del arca, cerrase la puerta a mi consuelo y la abriese a mis trabajos». Así lamentaba yo, en tanto que mi
solícito carpintero, con muchos clavos y tablillas, dio fin a sus obras, diciendo: —Agora, donos traidores ratones, conviéneos
mudar propósito, que en esta casa mala medra tenéis. De que salió de su casa, voy a ver la obra y hallé que no dejó en la triste
y vieja arca agujero ni aun por donde le pudiese entrar un moxquito. Abro con mi desaprovechada llave, sin esperanza de sacar
provecho, y vi los dos o tres panes comenzados.
Clérigo: —¿Qué diremos a esto? ¡Nunca haber sentido ratones en esta casa sino agora!
Lázaro: Y sin duda debía de decir verdad. Porque si casa había de haber en el reino justamente de ellos privilegiada, aquélla de
razón había de ser, porque no suelen morar donde no hay qué comer.
Lázaro: Levantose muy paso, con su garrote en la mano, y al tiento y sonido de la culebra se llegó a mí con mucha quietud, por
no ser sentido de la culebra. Y como cerca se vio, pensó que allí, en las pajas do yo estaba echado, al calor mío se había
venido. Levantando bien el palo, pensando tenerla debajo y darle tal garrotazo que la matase, con toda su fuerza me descargó
en la cabeza un tan gran golpe, que sin ningún sentido y muy mal descalabrado me dejó. Como sintió que me había dado,
según yo debía hacer gran sentimiento con el fiero golpe, contaba él que se había llegado a mí y, dándome grandes voces,
llamándome, procuró recordarme
Lázaro: A cabo de tres días yo torné en mi sentido y vime echado en mis pajas, la cabeza toda emplastada y llena de aceites y
ungüentos, y espantado, dije:
Lázaro: —¿Qué es esto? Respondióme el cruel sacerdote:
Clérigo: —A fe que los ratones y culebras que me destruían ya los he cazado.
Y miré por mí y vime tan maltratado, que luego sospeché mi mal. A esta hora entró una vieja que ensalmaba, y los vecinos; y
comiénzanme a quitar trapos de la cabeza y curar el garrotazo; y como me hallaron vuelto en mi sentido, holgáronse mucho y
dijeron: —Pues ha tornado en su acuerdo, placerá a Dios no será nada. Ahí tornaron de nuevo a contar mis cuitas y a reírlas, y
yo, pecador, a llorarlas. Con todo esto, diéronme de comer, que estaba transido de hambre, y apenas me pudieron demediar. Y
así, de poco en poco, a los quince días me levanté y estuve sin peligro mas no sin hambre y medio sano.
Luego otro día que fui levantado, el señor mi amo me tomó por la mano y sacome la puerta fuera; y, puesto en la calle, díjome:
Clérigo: —Lázaro, de hoy más eres tuyo y no mío. Busca amo y vete con Dios, que yo no quiero en mi compañía tan diligente
servidor. No es posible sino que hayas sido mozo de ciego.
Lázaro: Y santiguándose de mí, como si yo estuviera endemoniado, se torna a meter en casa y cierra su puerta.