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Conservadores Espaòoles S. XX

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Los conservadores españoles en el siglo xx

Pedro Carlos González Cuevas y Feliciano Montero


UNED y Universidad de Alcalá

Nada más fácil, hace unos años, que escribir la historia de la derecha española. En
muchos casos, el estudio se convertía en un compendio paradigmático de lo grotesco
y lo repugnante; algo que producía indignación y,al mismo tiempo, superaba los límites
de lo absurdo. Ciertamente, la historia de la derecha española no ha sido -tampoco la
de la izquierda- ejemplar. Pero ese monolitismo condenatorio no podía explicar un
fenómeno histórico de tal complejidad. Como destacó Renzo de Felice, fórmulas
como el mal absoluto o locura histórica carecen de función pedagógica y no explican nada 1.
Afortunadamente, las cosas han comenzado a cambiar; y numerosos estudios han
demostrado que históricamente, lo que de forma genérica podemos llamar derecha espa-
ñola no ha sido nunca, ni lo es actualmente, un ente monolítico, ni estático; se trata,
muy al contrario, de una realidad profundamente plural y dinámica. En consecuencia,
su historia no puede ser entendida sino como una compleja síntesis de tradiciones2 diver-
sas unidas por visiones, ideas e intereses comunes, pero igualmente enfrentadas entre sí
en no pocos aspectos. Las tradiciones ideológicas, como las formas culturales y artísti-
cas, pueden clasificarse, así, en residuales, dominantes y emergentes3, según sea su vigencia
social. Por todo ello, conviene, en principio, hacer una primera distinción entre dere-
cha y extrema derecha. El término extremismo describe ante todo a los sectores políti-
cos que parten de la suposición monista de estar investido s del monopolio de la ver-
dad política 4• Mientras que la derecha conservadora-liberal-y luego la democrática-
toma un aspecto agonal, es decir, evita el recurso a la violencia y acepta la reglas del
juego parlamentario, los extremistas toman un aspecto polemológico, porque, por lo gene-
ral, recurren a la violencia. Los primeros basan su acción política en la distinción
amigo/ adversario; mientras que los segundos lo hacen en la de amigo/enemigos. Entre

1 FELICE,R. DE, Rojo y negro. Barcelona, 1996, pp. 129.


2 Para el concepto de tradición, ver ALASDAIRMcINTYRE,justicia y racionalidad. Barcelona, 1994, pp. 394 Y ss.
3 WILLIAMS,R., Cultura. Sociología de la comunicación y del arte. Barcelona, 1981, pp. 189 Y ss.
4 MARTIN LIPSET,S. y RAAB, E., La política de la sinrazón. México, 1981, pp. 19 Y ss.
5 FREUND,]., Sociología del conflicto. Madrid, 1995, pp. 95 Y ss.

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Pedro Carlos González Cuevas y Pelíciano Montero

las tradiciones no extremistas de la derecha española se encuentran el conservaduris-


mo liberal, la democracia cristiana, etc.; entre las extremistas, el tradicionalismo con-
trarrevolucionario, el conservadurismo autoritario y el fascismo. Nuestro siglo XIX se
caracterizó por la permanente dialéctica entre las dos grandes tradiciones de la dere-
cha española: la conservadora-liberal y la teológico-política, o tradicionalista a secas,
que, a su vez, se dividió en dos tendencias: el carlismo y el conservadurismo autori-
tari06. En el siglo xx asistimos a la crisis del conservadurismo de raíz liberal, final-
mente convertido en residual, a la renovación y hegemonía durante un largo perío-
do de las tradiciones autoritarias, y a la tardía emergencia y posterior triunfo de las
democrático-liberales.

Del silvelismo al maurismo: la reforma conservadora de la Restauración

A la altura de 1900, la revolución liberal había dejado en la sociedad española


un legado ambivalente. Por una parte, entronizó una tradición constitucional y par-
lamentaria, una formulación y reconocimiento formal de los derechos de la perso-
na; una sólida tradición jurídica cimentada en la obra de un conjunto de expertos
en las distintas ramas del derecho, etc. Por otra, una muy negativa manera de abor-
dar el problema agrario, a través de unas desamortizaciones realizadas en beneficio
de unos pocos; la exención del servicio militar -en un siglo de guerras civiles y
coloniales- en favor de las clases privilegiadas y la falsificación sistemática del sufra-
gio, clave y fundamento del régimen representativo. Expresión de aquella herencia,
la España de comienzos de siglo, traumatizada por el desastre del 98, era un país
atrasado con profundas diacronías en su seno. El régimen de la Restauración era
muy semejante al vigente en Portugal hasta 1910 e incluso al imperante en la Ita-
lia meridional. No podía ser considerado como la expresión política del conjunto
de la sociedad; tampoco de una clase social en concreto, aunque la aristocracia y la
alta burguesía disfrutaban de grandes privilegios, sino de un limitado grupo de polí-
ticos profesionales, los «amigos políticos», que actuaban siguiendo su propio inte-
rés, y cuyo poder tenía por base el sistema caciquil y la desmovilización permanente
de las masas7. El Ejército y la Iglesia católica ocupaban igualmente un papel de pri-
mer orden en la defensa y legitimación del entramado social.
La derrota ante Estados Unidos acentuó las críticas de que era objeto el régimen;
pero el Ejército, yeso fue lo esencial, se mantuvo fiel al régimen. Y es que la propia
rapidez con que se desarrollaron los acontecimientos tras la derrota y, sobre todo, la
atonía con que fue recibida por el conjunto de la población impidieron la formación

6 GONZÁLEZ CUEVAS, P. c., Historia de las derechas españolas. De la Ilustración a nuestros días. Madrid, 2000,
pp. 65 Y ss.
7 VARELA ORTEGA,]., Los amigos políticos. Partidos, elecciones y caciquismo en la Restauración (1875-1900). Madrid,
1977.

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de un partido de la guerra y la consiguiente articulación de una alternativa autori-


tariaB. El partido liberal-conservador, bajo la dirección entonces de Francisco Silvela,fue
el grupo político que mejor supo interpretar la necesidad de cambios que mantuvieran
el sistema.Disidente del canovismo, Silvelavenía propugnando un proyecto político alter-
nativo que giraba en torno a la reforma de la administración pública, con la adopción
del sufragio corporativo; la descentralización, como medida para combatir el caciquis-
mo e integrar a las incipientes fuerzas regionalistas; y la conversión de la opinión públi-
ca en base del régimen polític09. Silvela logró formar un gobierno de concentración
conservadora, cuyo programa se centró en el reajuste financiero, la consolidación del
crédito, la descentralización administrativa y las primeras leyes protectoras del trabajolO.
El prematuro abandono de la política por parte de Silvela dejó abierta la herencia
política y programática del reformismo conservador que vino a ocupar Antonio Maura,
antiguo liberal. Maura no fue solamente una de las figuras más controvertidas, sino una
de las personalidades más apasionantes que engendró la nueva situación política. Ideo-
lógicamente, Maura era un liberal, pero su pensamiento político presentaba acusa-
dos perfiles conservadores, tanto en su organicismo social como en su historicismo
y sus ideas religiosas, y, desde luego, en sus planteamientos regeneracionistas. El polí-
tico mallorquín popularizó, asumiendo muchas de las críticas regeneracionistas al régi-
men, la idea de «revolución desde arriba», consistente en el «descuaje del caciquismo»
y en la consiguiente revitalización de la vida pública. A ese respecto, fue consciente de
las necesidad de «socializan>a las masas conservadoras y de organizar un partido moder-
no 11. Su proyecto político, que intentó llevar a la práctica durante su gobierno «largo»,
tuvo por base la Ley Electoral de 1907 y, sobre todo, la reforma de la administración
local, que no llegó finalmente a aprobarse. Ambos proyectos trataban de llenar los vacíos
representativos y de legitimidad que acuciaban a la Restauración 12. Por otra parte,
hay que recordar que durante los gobiernos de Maura se aprobaron proyectos y leyes
de contenido social, como la ley de descanso dominical o la creación del INP. No
obstante, su labor de gobierno fue muy contestada por republicanos y socialistas. El
proceso que condujo a su caída es de sobra conocido. La represión de los sucesos de
la llamada «Semana Trágica» de Barcelona provocó una clamorosa ofensiva antimau-
rista en el interior y en el exterior; y que en el parlamento contó incluso con el apoyo

8ROMERO MAURA,J., La Rosa de Fuego. Madrid, 1989, pp. 13 Y ss.


9PORTERO, F, «Francisco Silve!a,jefe de! conservadurismo españoh" en Revista de Historia Contemporánea,
núm. 2, diciembre 1982, pp. 147 Y ss.
tO MONTERa, F, OrÍj;enes y antecedentes de la previsión social. Madrid, 1988.
11 Sobre Maura y su proyecto político, la mejor obra es la de GONZÁLEZ HERNÁNIJEZ, M.J.,]]/ universo
conservador de Antonio lvlaura. Madrid, 1997. Otras obras de interés son las de TUSELL,]., AntolÚa i'vlaura. Biogra-
fia política. Madrid, 1994; y ROBl.ES, c., Antonio l'v[aura. Un político liberal. Madrid, 1995.
12 Sobre e! contenido democratizador de estas leyes existe una p'olémica aún no resuelta, vid. CARNERO, T.,
«Política sin democracia en España», en Revista de Occidente, núm. 83, abril 1988, y «Elite gobernante dinástica
e igualdad política en España, 1898-1914», en Historia Contemporánea, núm. 8, 1992. GONZÁLEZ HERNÁNDEZ,
El universo ... , pp. 172 Y ss. CABRERA, M. (dir.), Con luz y taquígrafos. Madrid, 1998.

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Pedro Carlos González Cuevas y Feliciano Montera

de los liberales dinásticos, que de esta forma rompieron la solidaridad del «turno».
Alfonso XIII cesó al político mallorquín, abriendo paso a los liberales.

Reorganización y reinvención del conservadurismo autoritario:


catolicismo político y maurismo

La crisis del 98 tuvo igualmente como consecuencia el replanteamiento de la


influencia del catolicismo en la sociedad española. A comienzos de siglo, se experi-
mentó en los medios liberales, en los intelectuales y en el movimiento obrero nuevas
y virulentas formas de anticlericalismo. Por otra parte, aun antes del desastre ciertas
jerarquías católicas se habían planteado la posibilidad de organización de un partido
político católico al margen de los partidos del «turno». La división entre los distintos
sectores católicos -conservadores, integristas, carlistas- y el papel privilegiado de
la Iglesia en el entramado institucionallo impidieron. Pero las diversas ofensivas anti-
clericales obligaron al conjunto de los católicos a iniciar una cierta movilización social
y política, dando lugar a una serie de manifestaciones sectoriales encaminadas, por una
parte, al logro de la unidad y, por otra, a la propagación del proyecto social-católico
corporativo: Semanas Sociales,Asambleas de la Buena Prensa, Congresos catequísticos,
Ligas Católicas Electorales, etc. Un sector del episcopado valoraba positivamente el
liderazgo de Maura en el partido conservador13.
Uno de los hitos fundamentales en la historia del catolicismo político de esta época
fue la aparición en el año clave de 1909 de la Asociación Católica Nacional de Propagan-
distas. Se trataba de un intento de creación de elites de orientación en el seno del cato-
licismo español, siguiendo el norte ideológico de las encíclicas papales. Sus creadores
fueron el padre Ángel Ayala y Ángel Herrera Oria 14. Desde el punto de vista político,
no fue una organización monolítica, sino que intentó aglutinar al conjunto de los gru-
pos de la derecha. No menos importante fue su labor en lo relativo a la difusión de la
ideología. A ese respecto, fueron fundamentales las campañas de propaganda y, sobre
todo, la aparición de El Debate, como portavoz de la opinión católica. Su proyecto polí-
tico supuso la renovación de la tradición conservadora autoritaria española, a través de
la premisas del catolicismo social que arrancan de la Rerum Novarum. Sus profetas eran
Balmes, Menéndez Pelayo y León XIII. Identificación entre lo nacional y lo católico,
monarquía tradicional, posibilismo del mal menor y corporativismo social y político,
tales eran las líneas generales de su proyecto 15.

13 MONTERO, F., El Movimiento Católico en España. Madrid, 1993. GALLEGO,].A., Política religiosa en España,
1889-1913. Madrid, 1975.
14 BENAVIDES,B., Democracia y cristianismo en la España de la Restauración 1875-1931. Madrid, 1978. ORDO-
vÁs, O., Historia de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Pamplona, 1993. 5ÁE2 ALBA,A., La ACNP La
otra cosa nostra. París, 1974.
15 AYALA,A., «Formación de selectos», en Obras Completas. Madrid, 1947. HERRERA ORlA, A., Obras selec-
tas. Madrid, 1965.

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Al mismo tiempo, los católicos intentaron organizar sindicatos . Sin embargo, sus
pasos resultaron decepcionantes, sobre todo en los ámbitos industriales, a causa de su
paternalismo. La acción social católica fue incapaz de seguir una estrategia unitaria; y
fluctuó entre el paternalismo defendido por el marqués de Comillas y las actitudes más
reivindicativas patrocinadas por los padres Gerard, Gafo y Arboleya 16. Con todo, el cato-
licismo social logró mayores éxitos en las zonas rurales, a través de una serie de sindi-
catos agrícolas que en 1917 cristalizaron en la Confederación Católíco-Agraría17.
La crisis del conservadurismo dinástico iba a reforzar las tendencias autoritarias de la
derecha española. La caída de Maura en 1909 tuvo graves consecuencias para la estabi-
lidad del sistema, acabando de hecho con el «turno» entre liberales y conservadores. La
posterior promoción del grupo conservador «idóneo» cuya cabeza visible era Eduardo
Dato provocó la aparición del maurismo como grupo político diferenciado. Su irrup-
ción en la vida política supuso un cambio importante en las estrategias y prácticas
políticas del conservadurismo dinástico. Una nueva promoción de jóvenes políticos
-Antonio Goicoechea,José Calvo Sotelo,José Félix de Lequerica, César Silió, Ángel
Ossorio, etc.- entraba en liza; y con ella nuevas ideas y planteamientos: corporativis-
mo, nacionalismo integral, intervencionismo económico, catolicismo social, etc. 18. Por de
pronto, el maurismo se auto definió como la antítesis del canovismo: no el liberalismo
doctrinario, sino la «democracia conservadora»; no el individualismo posesivo,sino el cor-
porativismo y el intervencionismo estatal;no el centralismo, sino la autonomía munici-
pal; y sobre todo no el resignado pesimismo canovista, sino la «fe en el espíritu creador
y en las inagotables energías de la raza»19. Y aunque en un principio los mauristas no
renunciaron a la tradición conservadora liberal, fueron elaborando un proyecto de moder-
nízación conservadora, en el que los contenidos autoritarios adquirieron una clara prima-
cía: construcción de un Estado intervencionista, nacionalista y corporativ02o.
El conservadurismo «idóneo» acaudillado por Dato, cuyas figuras más reseñables
fueron Joaquín Sánchez de Toca, Manuel Burgos y Mazo, José Sánchez Guerra y el
vizconde de Eza, en ningún momento intentó la movilización de su potencial electo-
rado, ni la transformación del régimen. Su interés se centró en la cuestión social, abor-
dada desde una óptica transaccionista, y en la defensa del parlamentarism021.

16 Vid. WINSTON, c., La clase trabajadora y la derecha en España 1900-1936. Madrid, 1989. GALLEGO,]. A.,
Pensamiento y acción social de la Iglesia en España. Madrid, 1984. CASTILLO,].]., El sindicalismo amarillo en España.
Madrid, 1977. CARRASCO CALVO,S., Los sindicatos de los dominicos Pedro Gerard y José Gafo. De la innovación neo-
tomista a la Dictadura. Bellaterra, 1982. DOMINGO BANAVIDES,El fracaso social del catolicismo español. Arboleya Mar-
tínez. Barcelona, 1974.
17 CASTILLO,].]., Propietarios muy pobres. Sobre la subordinación del pequeño campesinado. Madrid, 1979.
18 TUSELL,]. y AVILÉS,]., La derecha española contemporánea. Sus orígenes: el maurismo. Madrid, 1983. GONZÁ-
LEZHERNÁNDEZ, M.]., Ciudadanía y acción. El conservadurismo maurista. Madrid, 1990.
19 GOICOECHEA, A., Hacia la democracia conservadora. Madrid, 1914, pp. 172 Y ss.
20 GONZÁLEZ CUEVAS,P. c., «El pensamiento sociopolítico de la derecha maurista», en Boletín de la Real
Academia de la Histori, tomo CXC, cuaderno III. Madrid, 1993.
21 DATO, E.,Justicia social. Madrid, 1910. SÁNCHEZ DE TOCA,]., La crisis de nuestro parlamentarismo. Madrid,
1914. BURGOS y MAZO, M., El problema social y la democracia cristiana. Barcelona, 1914. VIZCONDE DE EZA, La

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Pedro Carlos González Cuevas y Felíciano Montero

La crisis del conservadurismo liberal coincidió de hecho con el estallido de la Gran


Guerra, cuyos efectos fueron demoledores para el régimen de la Restauración. A la
crisis política y de identidad nacional se sumó la crisis social. Las elites políticas, eco-
nómicas e intelectuales conservadoras se vieron desbordadas por una sociedad que les
exigía una mayor participación y una mejor distribución de la riqueza. El triunfo de
la revolución bolchevique en Rusia tuvo gran impacto en el movimiento obrero espa-
ñol.Y fue en ese momento cuando se generalizan en las sociedades europeas, lo mismo
que en la española, las alternativas de carácter corporativo ante un orden liberal muy
debilitado y la amenaza de la revolución socialista22. Todo lo cual vino a reforzar aún
más las tendencias autoritarias presentes en la sociedad española.
La crisis global del régimen de la Restauración tuvo su fecha emblemática en 1917;
y se produjo en varias oleadas: aparición de lasJuntas de Defensa, la asamblea de par-
lamentarios y la huelga general revolucionaria. Tanto los conservadores «idóneos»
como mauristas y social-católicos se opusieron a las demandas de los parlamentarios y
de los sindicalistas. En 1919 El Debate se mostraba ya partidario de una dictadura, aun-
que civil. El Ejército fue convirtiéndose en el árbitro de la situación. Las demandas auto-
nomistas de catalanistas y nacionalistas vascos agravaron la crisis. En aquellas regiones
aparecieron nuevos grupos políticos, como la Unión Monárquica Nacional y la Liga de
Acción Monárquica; y surgieron las llamadas guardias cívicas, de las cuales la más signi-
ficativa fue el Somatén23•
Ante la fragmentación de los partidos dinásticos, se organizaron una serie de gobier-
nos de concentración, presididos unas veces por Maura, otras por Dato, o los liberales,
que no pudieron atajar las diversas crisis que fragmentaban a la sociedad española. La
guerra de Marruecos, y sobre todo el desastre de Annual, contribuyó a agravar aún más
la situación. El maurismo acabó dividiéndose. Un sector, dirigido por el democristia-
no Ángel Ossorio, abandonó su antigua militancia para fundar, junto a tradicionalistas
y social-católicos, el Partido Social Popular, en el que algunos historiadores han creído
ver la primera manifestación de la democracia cristiana en España24. En realidad, se
trató de un partido de aluvión, en el que las discrepancias eran mayores que los acuerdos.
Mientras Ossorio seguía defendiendo el liberalismo, los tradicionalistas como Pradera
abogaban por una dictadura militar. El otro sector maurista, acaudillado por Goicoechea,
se negó a integrarse en el nuevo partido; y defendió en su propaganda un proyecto
político autoritario y corporativ025.

organización económica nacional. Madrid, 1919. SÁNCHEZ GUERRA, J., La crisis del régimen parlamentario: la opinión
y los partidos. Madrid, 1923.
22 S. MAIER, c., La refundación de la Europa burguesa. Madrid, 1988.
23 GONZÁLEZ CALLEJA,E. Y REy REGUILLO, F.DEL, La defensa armada contra la revolución. Una historia de las
guardias civicas en la España del siglo xx. Madrid, 1995. GONZÁLEZ CALLEJA,E., La razón de lafuerza. Madrid, 1998;
y El máuser y el sufragio. Madrid, 2000.
24 ALZAGA,O., La primera democracia cristiana en España. Barcelona, 1973. TUSELL,J., Historia de la democracia
cristiana en España, tomo I. Madrid, 1974.
25 GOICOECHEA, A., Política de derechas. Madrid, 1922.

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LOS CONSERVADORES ESPAÑOLES EN EL SIGLO XX

Otros conservadores como Sánchez Guerra se esforzaron en defender el régimen


parlamentario y la supremacía del poder civil frente a un militarismo cada vez más hege-
mónico; pero pronto fracasó. La alternativa militar estaba en ciernes. Miguel Primo de
Rivera, desde Barcelona, se convirtió en el candidato más serio a dictador militar. Su
pronunciamiento en septiembre de 1923 apenas tuvo oposición; y la mayoría de las
derechas le dio su apoyo.

La Dictadura primorriverista y el ocaso del conservadurismo liberal

Con frecuencia, cierta historiografia ha considerado a la Dictadura primorriverista


como un mero paréntesis, sin especial trascendencia histórica. Nada más alejado de la
realidad, como han demostrado nuevos estudios históricos26. El advenimiento de la Dic-
tadura tuvo importantes consecuencias tanto a nivel político como social. Por de pron-
to, supuso un profundo corte en la trayectoria del conservadurismo liberal español, que
fue sometido a una dura prueba histórica. Sin dudarlo, Primo de Rivera suspendió la
Constitución de 1876, el pluralismo partidario, la vida política; estableció la censura pre-
via y un directorio militar.Y, lo que es más significativo, el conjunto de la sociedad no
se manifestó en su contra. De la misma forma, la Dictadura supuso el ascenso de unas
nuevas elites políticas conservadoras autoritarias. No obstante, la experiencia primorri-
verista fue igualmente el reflejo de las contradicciones y de la inmadurez política de
estas elites de la derecha. En su desarrollo, supuso la constatación de las insuficiencias de
un poder excepcional que nacido en un primer momento como meramente comisario,
intenta, con posterioridad, convertirse en soberano, sin conseguirlo27.
En ese sentido, la Dictadura fue un sistema político personal y no institucionaliza-
do, lo cual le hizo inseparable de la personalidad del dictador, Miguel Primo de Rive-
ra, marqués de Estella y antiguo militante del partido conservador. Su mentalidad resul-
tó ser una curiosa amalgama de espíritu militar, arbitrismo regeneracionista, naciona-
lismo conservador y tradicionalismo aristocratizante. Lejos de pretender dejar pronto
el poder, como había prometido en un principio, el dictador quiso dar continuidad a
su política más allá del transitorio directorio militar. Fundó la Unión Patriótica, orga-
nización que, fruto, en un principio, de los proyectos políticos de Ángel Herrera y los
propagandistas católicos, pretendió ser algo semejante a un partido que aglutinara al
conjunto de la derecha antiliberal: maurismo, catolicismo social y tradicionalismo
mellista. Su ideología fue una confusa mezcla de conservadurismo autoritario y buro-
crático con aditamentos tradicionalistas, que pretendía aunar el desarrollo económico
con el mantenimiento de las instituciones tradicionales. Y a fines de 1925 constituyó

26 Vid. GONZÁLEZ CALBET, M.T., La Dictadura de Primo de Rivera. El Directorio militar. Madrid, 1987. GÓMEZ
NAVARRO,]. L., El régimen de Primo de Rivera. Madrid, 1991.
27 SCHMITT, c., La dictadura. Madrid, 1968.

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Pedro Carlos González Cuevas y Felicíano Montero

un gobierno compuesto casi exclusivamente por civiles.El gobierno se vio consolidado


por el final de la impopular guerra de Marruecos. Pero la gestión de algunos ministros,
como Calvo Sotelo y Aunós, fue muy discutida. Las insuficiencias políticas del primo-
rriverismo se pusieron de relieve en su convocatoria de la Asamblea Nacional Consul-
tiva, señal inequívoca de que lo que en un primer momento se había presentado como
una dictadura meramente comisaria iba a convertirse en una auténtica dictadura sobera-
na. El anuncio fue muy mal recibido por los conservadores y liberales dinásticos que
rechazaron participar en la Asamblea. Políticamente inoperante, lo más trascendente
de ésta fue su proyección constitucional. Su Sección Primera elaboró una nueva Cons-
titución, que estuvo lista a mediados de 1929. Su contenido era abiertamente auto-
ritario; significaba la liquidación definitiva del régimen parlamentario. El corporati-
vismo adquiría rango constitucional. La pieza clave del proyecto era el Consejo del
Reino, cuya función era asesorar al monarca28.Al hacerse público el proyecto, la reac-
ción no se hizo esperar. No fueron sólo los socialistas o los liberales y conservadores
quienes lo rechazaron; incluso, los propagandistas católicos, lo tacharon de excesiva-
mente progresista, por no dar mayor protagonismo al monarca29. Así, los días de la
Dictadura estaban contados.
Los conservadores liberales, por su parte, mantuvieron, en los primeros años de la
Dictadura, una actitud expectante. Habían sido los grandes perdedores,junto a los libe-
rales, de la nueva situación política. A medida que la Dictadura comenzaba a perfilar-
se como soberana y el propio Alfonso XIII se identificaba con sus proyectos políticos,
un sector de este conservadurismo pasó, en la medida de sus posibilidades, a la acción,
haciendo cada vez más ostensible su ruptura con el rey e incluso, en algunos casos, con
la institución monárquica. El propio Antonio Maura, tras un período de benevolente
expectativa, se distanció de Primo de RiveraY, en el que fue considerado su testamento
político, estimó que la Dictadura era una situación política «anormal y transitoria», pro-
pugnando una serie de reformas políticas de cara al retorno de la Monarquía consti-
tucionaI30. A la altura de 1925, año de la muerte del prócer mallorquín, fue dibuján-
dose en los restos del partido conservador una seria división política. De un lado, el
conde de Bugallal y el marqués de Lema continuaban en su postura expectante, mien-
tras que otra tendencia vinculada a José Sánchez Guerra, estimaba que no se podía ser-
vir a una Monarquía que prescindiese de las instituciones parlamentarias. Ante la con-
vocatoria de la Asamblea Consultiva, Sánchez Guerra redactó un manifiesto en defensa
del «Parlamento y de las libertades públicas», exiliándose luego en París. En enero de
1929 apareció unido a los artilleros en un intento de pronunciamiento contra Primo
de Rivera. El centenario del nacimiento de Cánovas del Castillo, sirvió a conservado-
res liberales, como Sánchez de Toca y el conde de Bugallal, para pedir de nuevo el retor-

2H Vid. GARCÍA CANALES, M., El problema comtittlcional en la Dictadura de Primo de Rivera. Madrid, 1980.
29 «Ante la nueva constitución», «Teoría y práctica", en El Debate, 7-VII y 23-VII-1929.
30 CABRERA, M., «El testamento político de Antonio Maura», en Estudios de Historia Social, núms. 32-33,
1985.

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LOS CONSERVADORES ESPAÑOLES EN EL SIGLO XX

no a la Constitución de 1876, aprovechando, de paso, para amenazar al rey: si se vio-


laba el texto constitucional la existencia de la Monarquía «dependerá, legítimamente,
de la voluntad popular»)1. Políticos conservadores y liberales, como el conde de Roma-
nones y luego Gabriel Maura, publicaron sendas obras, criticando a la Dictadura, como
una regresión al «despotismo ilustrado» y reivindicando la Monarquía constituciona1'2.
Sin embargo, la caída de la Dictadura en enero de 1930 puso de manifiesto no sólo
las dificultades para la continuidad del sistema de la Restauración, sino que sometió a
una dura prueba las posibilidades de renovación del conservadurismo liberal. Pero la
sustitución de la Dictadura por algo tan incierto que sólo pudo designarse como un
chiste -la «dictablanda»- fue el reflejo de la inercia de las elites conservadoras. Los
partidos dinásticos se habían hundido, al ser destruido por Primo de Rivera el sistema
caciquil; y la Monarquía se encontraba sin organizaciones que le asegurasen su fun-
cionamiento. El gobierno que sucedió a la Dictadura, presidido por el general Dáma-
so Berenguer, reclutó sus ministros en los círculos más conservadores, aunque con el
marchamo de una leve oposición al primorriverismo. Su programa no supuso el menor
intento de renovación. El propio Berenguer no ocultó su propósito de reconstruir el
entramado caciquil y los partidos dinásticos. Sin embargo, la unión entre los conser-
vadores y liberales era más aparente que real. Mientras Sánchez Guerra, Burgos y Mazo,
Ossorio y Gallardo pidieron cortes constituyentes, Niceto Alcalá Zamora y Miguel
Mama se declaraban republicanos". Por su parte, los sectores autoritarios fueron orga-
nizándose en grupos como la primorriverista Unión Monárquica Nacional, liderada
por el conde de Guadalhorce, el Partido Nacionalista Español, de José María Albiña-
na, Reacción Ciudadana, fundada por un grupo de aristócratas, o laJuventud Monár-
quica Independiente, de Eugenio Vegas Latapié.
El 14 de febrero de 1931 cayó el gobierno Berenguer, sustituido por un gabinete
de concentración monárquica, bajo la jefatura del almirante Aznar, que excluyó a los
primorriveristas. El nuevo gobierno convocó elecciones municipales para el12 de abril,
cuyo resultado no pudo ser más desalentador para el conjunto de las derechas, porque
en las ciudades el triunfo republicano fue arrollador.Alfonso XIII se quedó sólo; y no
fue él quien se entregó, sino sus ministros. Los republicanos se movilizaron en las
principales ciudades en defensa de la victoria electoral. Así, la Segunda República se
constituyó para llenar el vacío provocado por Alfonso XIII, al exiliarse y dejar el poder.
No se trató de una transición sino de una auténtica revolución política. La democracia

31 1 CCI/tel/ario dell/acimierzto del Excmo. Sr. DOI/Al/tol/io


Cál/ovas del Castillo. Madrid, 1928, pp. 23 Y ss. Conde
de Bugallal, «Las ideas fundamentales de la política según Cánovas», en COl/fercl/cias prollllllciadas el1 el Atmeo de
Madrid CIl col/memoraciól/ del Primer CCIltel/ario de Cá,lOvas del Castillo. Madrid, 1928, pp. 214.
32 CONDE DE ROMANONES, Las respol/sabilidades del AI/t(¡;uo Régimel/. Madríd, s.f, pp. 3S 1 y ss. MAURA, G.,
Bosquejo histórico de la Dictadma. Madríd, 1930, pp. 197.
33 SÁNCHEZ GUERRA,J., Al servicio de !:'spaiía. Madrid, 1930, pp. 7S y ss. BURGOS MAZO, M., Al servicio de
la doctril/a col/stitllcÍtmal. Madrid, 1930, pp. 189 Y ss. OSSORIO y GALLARDO,A., [l/compatibilidad. Madrid, 1930,
pp. 27, Y ss. COl/ferencia de DOI/ Niceto Alcalá ZamoYil prol/ul/ciada el/ el 7eatro Apolo de Valel/cia el dia 13 de abril de
1930, pp. 49 Y ss.

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Pedro Carlos González Cuevas y Peliciano Montero

republicana vino de golpe, no como producto de una lenta evolución. Y como una
revolución fue percibida por las derechas, que obraron en consecuencia.

El reto republicano: las dos tácticas del conservadurismo

Dada la constelación de fuerzas políticas y sociales que propiciaron su advenimiento,


la Segunda República nació indudablemente escorada a la izquierda, configurándose
como el reto más serio con que históricamente tuvo que enfrentarse el conjunto de
la derecha española. Las izquierdas, republicanas y socialistas, pretendieron prescindir
de las derechas realmente existentes. Además, el hecho de que el régimen republicano
acelerase el proceso de democratización y de socialización de la vida política nacional
impuso la construcción de nuevos partidos de masas, con afiliaciones amplias y estruc-
turas articuladas. No existía ya espacio para los viejos partidos de notables. Ahora, si
se quería tener éxito, había que conseguir una implantación real en el conjunto del
país. A esos retos, dio cumplida respuesta el conservadurismo católico-social; ni el
conservadurismo liberal republicano, ni los conservadores autoritarios alfonsinos
fueron capaces de articular un partido de masas moderno, aunque, por la fuerza de las
circunstancias, hubieron de movilizarse. En ese sentido, uno de los grandes hándicaps
del período republicano fue la ausencia de un auténtico conservadurismo liberal, que
aceptara sin reticencias el marco político del nuevo régimen. La debilidad del
conservadurismo republicano, tanto a nivel social como ideológico, pronto se puso de
manifiesto. La derecha católica hegemónica nunca llegó a una aceptación clara del
régimen republicano, como tampoco aceptó los componentes básicos de la cultura
liberal-democrática. Y, en vez de un fecundo dynamíc conservatísm, desarrolló sus crí-
ticas desde la irrealista utopía preliberal de un pasado ideal, en lo que coincidió con
carlistas y conservadores autoritarios alfonsinos. Esta actitud declaradamente antili-
beral fue igualmente hija de su tiempo. El advenimiento del fascismo en Italia y luego
en Alemania, unido a la profunda crisis de la democracia liberal, contribuyó decisi-
vamente a ello. No obstante, mucho más que una influencia política o ideológica
directa, el fascismo influyó en el conservadurismo español en la radicalización de su
perspectiva antiliberal34.
Tras el cambio de régimen, los partidos dinásticos desaparecieron por completo. El
Debate acató el régimen republicano; no así ABC, que manifestó su fidelidad a la monar-
quía caída. Los grupos conservadores republicanos de Alcalá Zamora y Miguel Maura
consiguieron importantes cargos en el gobierno provisional. Pero la actuación de
Maura al frente del ministerio de Gobernación, sobre todo con motivo de la triste-

34 La asimilación de la derecha al fascismo está presente de manera directa en las obras de MORaDO, R.,
Acción Española. Orígenes ideológicos del jranquismo. Madrid, 1980. PRESTaN, P, La destrucción de la democracia en
España. Madrid, 1978. TUÑÓN DE LARA, M., La II República española. Madrid, 1976.

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LOS CONSERVADORES ESPAÑOLES EN EL SIGLO XX

mente célebre quema de conventos de mayo, o de la expulsión del cardenal Segura,


contribuyó a esterilizarlos políticamente35. Las masas católicas nunca se lo perdonaron.
Fracasados en un primer momento los intentos de articular una alternativa monárquica,
el único grupo conservador organizado fue Acción Nacional, auspiciado por Ángel
Herrera y los propagandistas católicos. Este grupo, que pronto tuvo que cambiar su
denominación de Nacional por la de Popular, acataba el nuevo régimen y se autodefi-
nía como organización de «defensa social». Su primer manifiesto tuvo por pórtico el
lema de «Religión, Familia, Orden, Trabajo y Propiedad». En las elecciones a cortes
constituyentes, el conjunto de las derechas, salvo en el País Vasco, no consiguió gran
número de escaños.Y en el parlamento, se agruparon en dos minorías: la vasco-nava-
rra y la agraria, con 24 y 25 diputados respectivamente. Su oposición al conjunto de
reformas impulsadas por los gobiernos republicanos -reforma agraria, de las relacio-
nes laborales, del Ejército, secularización, etc.- fue frontal.Y no menos frontal fue el
rechazo del conjunto de las derechas a los contenidos de la Constitución de 1931, en
cuya elaboración, bien es verdad, apenas tuvieron participación. Antonio Goicoechea
la tachó de «carta otorgada» de los socialistas al conjunto de la sociedad española, mien-
tras que Ángel Herrera la consideró «muerta» desde el principio, no sólo por su fuer-
te contenido socializante y anticlerical, sino por su excesivo carácter parlamentario36.
No obstante, Herrera, a diferencia de Goicoechea, propugnaba una estrategia posibi-
lista de acción política sin recurrir a procedimientos violentos.
Mientras tanto, los sectores monárquicos fueron organizándose y conspirando en
los cuarteles para propiciar un golpe de Estado militar. No otro era uno de los obje-
tivos de Acción Española, revista y sociedad de pensamiento monárquica fundada en
diciembre de 1931 por el conde de Santibáñez del Río, Ramiro de Maeztu, José
Calvo Sotelo y Eugenio Vegas Latapié37. Su aparición supuso un serio refuerzo a las
tendencias autoritarias del conservadurismo español, renovando buena parte de sus
contenidos: Monarquía tradicional, orden corporativo, dirigismo económico, hispa-
nidad, etc.
Por su parte, la derecha católica accidentalista, ahora bajo la dirección del joven dipu-
tado José María Gil Robles, se organizó eficazmente en la mayoría de las provincias,
logrando en poco tiempo crear, gracias a la capacidad de otros líderes como Luis Lucia,
Vázquez Gundín, etc., una sólida red de grupaciones a nivel naciona138.

35 AVILÉS,].,«La derecha republicana, 1930-1935,>, en Revista de Estudios Sociales, núm. 14, enero-abriI197f>.

FERNÁNDEZ,L.l., Republicanos de ordol. Liberales Demócratas, Progresistas y Conservadores durante la II República (1931-
1936), tesis doctoral inédita. Madrid, 1998.
36 GOICOECHEA, A., Posición de las derechas en el momento actual. Madrid, 1931, pp. 20. HERRERA ORlA, A.,
Obras selectas. Madrid, 1963, pp. 36 Y ss.
37 GONZÁLEZCUEVAS,P. c., Acción Española. Ieología política y nacionalismo autoritario e11España (1913-1936).
Madrid, 1998.
38VALLS,R., La Derecha Regional Valenciana. Valencia, 1992. GRANDÍO SEOANE, E., Los orígenes de la derecha
gallega: La CEDA en Galícia (1931-1936). A Coruña, 1998. COMES, V, Lafigura humana y política de Luis Lucia,
1888-1943, tesis doctoral inédita. Universidad de Valencia, 1999.

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Pedro Carlos González Cuevas y Pelícíano Montero

El fracaso de la intentona golpista acaudillada por el general Sanjurjo, en agosto de


1932, auspiciada por un sector del Ejército, y que contó con el apoyo de los sectores
monárquicos y aristocráticos, puso de relieve las dificultades de la estrategia insurrec-
cional. Acción Española y buena parte de la prensa conservadora fueron temporalmen-
te suspendidas. Con buena parte de los líderes monárquicos encarcelados o en el exi-
lio, triunfó en el seno de Acción Popular, en la asamblea de octubre de 1932, la opción
accidentalista, propiciada por Gil Robles y Ángel Herrera. Y unos meses después se
celebró congreso que dio lugar a la Confederación Española de Derechas Autónomas
(CEDA), el primer movimiento de masas de la derecha española, con setecientos mil
militantes. Su ideario era católico-social: confesionalismo, corporativismo social y polí-
tico, antilaicismo, función subsidiaria del Estado, reformismo social, etc. No obstante,
la CEDA resultó ser, en la práctica, un conglomerado mal articulado de tendencias ideo-
lógicas y políticas dispares -conservadores autoritarios, demócratas cristianos, etc.-,
donde el carisma de Gil Robles, convertido por sus partidarios, y particularmente por
lasjuventudes, en el Jife, incluso en el Caudillo, resultó fundamenta139.
Casi al mismo tiempo, los conservadores autoritarios alfonsinos organizaron el parti-
do Renovación Española, bajo lajefatura de Antonio Goicoechea.A diferencia de la CEDA,
fue en todo momento un partido de notables; pero contó con importantes apoyos eco-
nómicos de la nobleza y de la alta burguesía. Su proyecto político se cifraba en la instau-
ración de una Monarquía ya no constitucional, como la de la Restauración, sino tradi-
cional y corporativa, a través de un golpe de Estado militar, en alianza con el carlismo40.
Infructuosamente, Goicoechea defendió la federación de los partidos de derecha
en torno a su programa neotradicionalista. No obstante, el conjunto de las derechas
consiguió, ante la convocatoria de elecciones legislativas, articular una alianza a partir
de una serie de puntos programáticos comunes: revisión de la legislación «laicay socia-
lizante); defensa de los intereses agrarios; y amnistía para los implicados en los sucesos
de agosto. La izquierda aparecía entonces, debilitada por disensiones entre socialistas y
republicanos. El desarrollo de la campaña electoral mostró cómo la CEDA era capaz
de adaptarse a los supuestos de la política de masas. Carteles, letreros luminosos, pas-
quines, multitud de actos electorales y actos públicos, en los que destacó la figura de
Gil Robles, que en sus discursos señaló su oposición a la democracia liberal y su deseo
de construcción de un Estado nuevo 41.
El triunfo de las derechas fue arrollador. La CEDA se convirtió en el primer par-
tido de la República. Alfonsinos y carlistas consiguieron representación parlamenta-
ria. Sin embargo, las elecciones no dieron la victoria a una coalición estrictamente
reaccionaria; y Gil Robles optó por la estrategia de apoyo a un gobierno del Parti-
do Radical, sin participar en él, pero exigiéndole que llevara a la práctica lo esencial

39 Vid. MONTERO GIBERT,]. R., La CEDA. El catolicismo social y político en la II República, dos ternos. Madrid,
1976. MONGE BERNAL,]., Acción Popular (Estudios de biología política). Madrid, 1935.
40 GIL PECHARROMÁN,]., Conservadores subversivos. Madrid, 1994.
41 GIL ROBLES,]. M., Discursos parlamentarios. Madrid, 1969, pp. 269-270.

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LOS CONSERVADORES ESPAÑOLES EN EL SIGLO XX

de su programa político. Lo cual fue calificado de «traición» por parte de los secto-
res de la extrema derecha monárquica. Sin embargo, estos sectores se vieron bene-
ficiados por la táctica cedista, dado que en mayo se decretó una polémica amnistía,
gracias a la cual Sanjurjo y otros militares implicados en ellO de agosto pudieron
salir de la cárcel; mientras que el ex ministro de la Dictadura José Calvo Sotelo pudo
volver de su exilio en París. Todo lo cual supuso un serio refuerzo político para el
conservadurismo autoritario. Calvo Sotelo no tardó en propugnar un Bloque Nacio-
nal que aglutinara al conjunto de las derechas antirrepublicanas. Alfonsinos y carlis-
tas concertaron un pacto con la Italia fascista de cara a un futuro golpe de Estado
contra la República.
La crisis más grave quedó planteada cuando Gil Robles pidió participación en el
gobierno. De inmediato, los socialistas amenazaron con una huelga general revolucio-
naria. Tras no pocas discusiones y amenazas, la CEDA entró en el gobierno en octu-
bre con tres carteras: Agricultura, Trabajo y Justicia. La noticia sonó como una decla-
ración de guerra en el conjunto de la izquierda. Los socialistas declararon la huelga
general revolucionaria, que sólo triunfó en Asturias, donde tuvo todas las característi-
cas de una guerra civil localizada. La extrema derecha monárquica llamó a un golpe
de Estado militar. El propio Gil Robles tanteó la posibilidad de un pronunciamiento,
pero no encontró suficiente apoyo en los cuarteles.
Derrotada la insurrección socialista por el Ejército, tuvieron lugar nuevos movi-
mientos tácticos en el ámbito de las derechas. Calvo Sotelo intentó relanzar su pro-
yecto de alianza; y el 8 de diciembre salió a la luz el manifiesto del llamado Bloque
Nacional, firmado por alfonsinos y carlistas, y que era una síntesis del proyecto políti-
co contrarrevolucionario de Acción Española: retorno a los valores sociales y religiosos
de la Monarquía tradicional católica, dirigismo económico, corporativismo social y polí-
tico. El Ejército, definido en el manifiesto como «columna vertebral de la Patria», apa-
recía como el sujeto de la acción contrarrevolucionaria.
Por su parte, la CEDA, que recibió muy malla aparición del Bloque Nacional, con-
tinuó con su táctica posibilista. Especial referencia merece, a ese respecto, la labor del
democristiano Manuel Giménez Fernández, al frente del Ministerio de Agricultura.
El político andaluz no era un contrarrevolucionario; era uno de los pocos cedistas que
se declaraba abiertamente republicano y que intentaba aplicar los esquemas socialca-
tólicos a la realidad agraria, dando preferencia a los asentamientos. No es extraño que
fuese muy criticado por la extrema derecha monárquica42.
En abril de 1935, estalló una nueva crisis de gobierno y Lerroux intentó formar
gobierno sin ministros cedistas, pero poco después Gil Robles consiguió imponer el
retorno de su partido con cinco ministerios; y con él, personalmente, en el Ministe-
rio de la Guerra. Significativamente, Giménez Fernández no estuvo entre los nuevos
ministros. Agricultura cayó en manos del agrario Nicasio Velayos, quien se distinguió

42 TUSELL-JOSÉ CALVO,]., Giménez Fernández. Precursor de la democraciaespañola. Sevilla, 1990.

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Pedro Carlos González Cuevas y Feliciano Montero

por su conservadurismo social, acabando, de hecho, con la legislación reformista. Desde


el Ministerio de la Guerra, Gil Robles se dispuso a consolidar en sus puestos de
mando a los militares conservadores y antirrepublicanos.Alcalá Zamora presentó un
proyecto de reforma del texto constitucional, donde se atenuaban sus contenidos
socializantes y anticlericales, pero que no fue bien recibido por el conjunto de las
derechas43• La situación política se agravó por la crisis del Partido Radical, a causa de
una serie de escándalos económicos. Gil Robles se quedó sin cobertura republica-
na. El momento decisivo fue el 11 de diciembre, cuando el líder católico pidió al
presidente que le entregase el poder, con la amenaza de disolución de las Cortes.
Alcalá Zamora lo rechazó. Y poco después el general Fanjul propuso a Gil Robles
un golpe de Estado militar, a lo que éste, como ministro de la Guerra, no se opuso;
pero la iniciativa no contó con suficiente apoyo en el Ejército. Alcalá Zamora de-
signó jefe del gobierno a un hombre de su confianza, Manuel Portela Valladares,
que no tardó en convocar elecciones. Finalizaba así la experiencia conservadora en
la Segunda República.
La campaña electoral fue muy dura. El conjunto de la derecha, a diferencia de
una izquierda que había logrado articular el Frente Popular, estaba dividido. Tanto
izquierdas como derechas desarrollaron una campaña electoral sumamente violen-
ta. El mensaje propagandístico de las derechas fue, ante todo, negativo: antimarxis-
mo, antilaicismo, antirrevolución y antiseparatismo. En los mítines monárquicos se
daban vivas al Ejército y llamadas directas al golpe de Estado militar. El resultado
fue desfavorable a las derechas. La CEDA perdió varios escaños, lo mismo que alfon-
sinos y carlistas. Las izquierdas lograron una estrecha mayoría. Al conocerse el resul-
tado, Gil Robles y Calvo Sotelo intentaron infructuosamente que se declarase el esta-
do de excepción. Acción Española hizo una llamada a la rebelión. Ante la derrota, Gil
Robles fue incapaz de recuperar su carisma; lo que tuvo como consecuencia que
las diversas tendencias de su partido se dispersaran en direcciones contrarias. Las
juventudes, hacia Falange; otros, hacia los monárquicos; y una minoría, a un enten-
dimiento con el nuevo gobierno. Ante una situación social y política cada vez más
inestable, se produjo el avance de las posiciones claramente rupturistas de Calvo Sote-
lo, que no dudó en pedir de nuevo la dictadura militar. El conservador republicano
Miguel Maura demandó en las páginas de El Sol «la dictadura nacional republica-
na». Un sector del Ejército actuaba en sentido abiertamente conspirativo. Alfonsi-
nos, carlistas, falangistas, cedistas y conservadores en general, se sumaron a la cons-
piración, bajo la égida militar. El asesinato de Calvo Sotelo en julio no hizo sino
adelantar unos días la fecha de la rebelión. Pero con aquella actitud el grueso del
conservadurismo español perdió durante muchos años su autonomía política, en
beneficio de la hegemonía militar.

43 ALCALÁ ZAMORA, N., Los defectos de la Constitución de 1931 Y tres años de experiencia constitucional. Madrid,
1981.

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LOS CONSERVADORES ESPAÑOLES EN EL SIGLO XX

El franquismo: la edad de oro del conservadurismo autoritario

Mal planeado, el golpe de Estado degeneró en una cruenta y larga guerra civil. El
general Francisco Franco fue elevado a la jefatura de la sublevación. Franco siempre se
consideró monárquico, durante el período republicano votó a la CEDA y fue suscriptor
de AcciÓn Española44. Gracias a la actividad de su cuñado, Ramón Serrano Suñer, antiguo
diputado de la CEDA seducido por la experiencia fascista, Franco logró asentarse sóli-
damente en el poder, convirtiéndose en el auténtico árbitro de la situación. En abril de
1937 se hizo público el decreto de unificación, redactado por Serrano Suñer, dando por
hecho que en España se establecía un «régimen totalitario». Sólo se nombraba a Falan-
ge y el Requeté, pero se dejaba abierta la posibilidad de «instauración» de la Monarquía.
AcciÓn Española quedó integrada en el nuevo partido -FET-JONS-;Antonio Goico-
echea disolvió RenovaciÓn Española y Gil Robles dio su adhesión al decreto unificador.
No obstante, el nuevo régimen fue, desde el principio, plural; en su seno, existieron
siempre luchas de concepciones ideológicas heterogéneas. El predominio de una u otra
corriente cambiaría según los períodos, las coyunturas y la voluntad de Franco, autén-
tico dictador soberano, que tuvo hasta el final el papel de árbitro y mediador entre los com-
ponentes de aquella constelación de fuerzas políticas y sociales. La base real de su poder
fue el Ejército. No menos importante, aunque no tan incondicional, fue el apoyo de la
Iglesia católica. Los símbolos y la liturgia católicos expresaron, en el fondo y en la forma,
el consenso normativo de la España rebelde. En realidad, la originalidad del régimen
radicó en su pretensión de ser el exponente más claro en Europa del intento restaura-
dor del catolicismo. Y, por ello, el sistema político nacido de la guerra civil no llegó a
ser nunca lo que hubiese querido un fascista español; fue, en sus líneas generales, el dese-
ado por la inmensa mayoría de los representantes del conservadurismo autoritario: la
religión católica, la patria, la familia, el orden, la unidad nacional, la propiedad privada
fueron, a un tiempo, los valores más protegidos y las columnas vertebrales del régimen 45.
Mientras duró la hegemonía alemana durante la guerra mundial, el falangismo
logró influir de manera importante en la gestación de las leyes y de las instituciones.
Pero cuando la estrella del Eje comenzó a declinar sonó la hora de las conservado-
res, es decir, de los propagandistas católicos y de los monárquicos. Bajo la batuta de
Ángel Herrera y de Alberto Martín Artajo, y con la ayuda de la eminencia gris de
Franco, Luis Carrero Blanco, los propagandistas católicos comenzaron a dar un per-
fil institucional al régimen, acabando paulatinamente con la influencia falangista. Se
promulgó el Fuero de los Españoles, que venía a ser una declaración de derechos

44 Vid. CIERVA.R. DE LA. Franásco Fratlco. Un s(~lo de España. Madrid, 1973. FUSI, J. P, 1-"1I1m. Autoritarismo
y poder personal. Madrid, 1985. PRESTON, P, Franm. Caudillo de ESpal1a. Barcelona, 1992.
45 Vid. «El régimen franquista», en Papers, nÚm. 8. Barcelona, 1978. En este nÚmero se recogen las diversas
teorías sobre el sistema politico nacido de la guerra civil, desde la de JuanJosé Linz hasta las de Juan MARTíNF.7
AUER. Benjamín OLTRA,Amando DE MIGUEL. Eduardo SEVILLAGUZMÁN, etc. La caracterización del franquismo
como sistema fascista está en TUÑÓN DE LARA, M., España bajo la dictadurafratlquista. Barcelona, 1982.

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Pedro Carlos González Cuevas y Feliciano Montero

fundamentales. No menos importante fue la Ley de Sucesión, donde se definía la


naturaleza constitucional del régimen como Reino, pero que atribuía nominalmen-
te la Jefatura del Estado no a un rey, sino al propio Franco 46.
La cuestión monárquica era importante, porque las relaciones de Franco con el
heredero al trono, Juan de Barbón, no fueron especialmente buenas desde 1942. En
un primer momento, don Juan dio repetidamente su adhesión a la figura de Franco
ya la «Cruzada Nacional» y no dudó en identificar a la institución monárquica con
el Movimiento Nacional. Pero a medida que la derrota de las potencias fascistas pare-
cía más clara, comenzó a cambiar de estrategia. En aquellos momentos, volvió a la
política activa José María Gil Robles, que, a diferencia de Herrera y la mayoría de
los propagandistas católicos, optó por una posición hostil a Franco. Gil Robles fue
uno de los artífices del nuevo giro político del pretendiente al trono. En su corres-
pondencia con Franco, donjuan acusó a éste de presidir un régimen «personal y ale-
atorio», instándole a que abriese el paso a la instauración monárquica. No faltaron
tampoco alguna que otra conspiración militar, que Franco abortó sin demasiadas difi-
cultades. La postura más radical de don Juan tuvo lugar en el llamado «Manifiesto de
Lausana», donde denunció «el régimen implantado por el general Franco, inspirado
desde el principio en los sistemas totalitarios del Eje)},requiriendo «libre paso a la
restauración del régimen tradicional de España». El manifiesto fue muy mal recibi-
do en España.Antonio Goicoechea lo tachó de «delito de lesa patria)}.Sólo una mino-
ría de monárquicos siguió a don Juan en su disidencia. N o se trataba, sin embargo,
como a veces de ha dicho, de una alternativa democrático-liberal al régimen47. Las
críticas de don Juan y sus consejeros se centraron más que nada en sus rasgos totali-
tarios, presentando como alternativa la Monarquía tradicional. No otro fue el con-
tenido de las llamadas Bases de Estoríl, de 1946, que no eran sino una exposición del
proyecto de Acción Española .En realidad, don Juan nunca desarrolló una estrategia
política coherente; su único objetivo claro fue reinar. El pretendiente no aceptó, al
menos en un primer momento, la Ley de Sucesión, pero no tanto por su contenido
tradicionalista, sino por lo que suponía de postergación de sus derechos dinásticos.
Su consejero Gil Robles era partidario, previendo una próxima caída del régimen a
manos de los aliados, de un pacto con los socialistas de Indalecio Prieto. Pero final-
mente don Juan, sin consultarle, optó por pactar con Franco, en una entrevista cele-
brada en el yate Azor48.
Se iniciaba, pues, un nuevo período en las relaciones entre Franco y don Juan. A
ello no fue ajena la aparición, a través de la revista Arbor y de la Biblioteca del Pensa-
miento Actual, de editorial Rialp, de una nueva derecha monárquica autoritaria, que pre-
tendía actualizar el legado ideológico de Acción Española. La mayoría de sus miembros,

46 TUSELL,]., Franco y los católicos. Madrid, 1985.


47 Este es el planteamiento, insostenible a nuestro juicio, de las obras de TaqUERo,]. M., Franco y Don Juan.
La oposición monárquica al franquismo y Don Juan de Borbón. El Rey Padre. Barcelona, 1989 y 1991.
48 GIL ROBLES,]. M., La Monarquía por la que yo luché. Madrid, 1976.

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LOS CONSERVADORES ESPAÑOLES EN EL SIGLO XX

como Rafael Calvo Serer, Florentino Pérez Embid,Antonio Millán Puelles, Leopoldo-
Eulogio Palacios, Ángel López Amo, Federico Suárez, ete., procedían de la sociedad
religiosa Opus Dei, fundada en los años veinte por el sacerdote José María Escrivá de
Balaguer. Dentro de aquel grupo había igualmente personalidades independientes,
como Gonzalo Fernández de la Mora49. Esta nueva alternativa era defensora de una
concepción política que pretendía mantener incólume el depósito de la tradición, al
tiempo que se mostraba partidaria de la modernización de las estructuras económicas
y administrativas. Favorables a un entendimiento entre Franco y don Juan, su alterna-
tiva institucional era la Monarquía tradicional corporativa50. Sus enemigos naturales
eran los falangistas «liberales» de la revista Escorial, al igual que e! ministro de Educa-
ción NacionalJoaquín Ruiz Giménez51. Con el tiempo, el grupo organizado en torno
a Arbor acabó disolviéndose. Algunos de sus miembros, como Calvo Serer, evolucio-
naron hacia posturas liberales; mientras que Pérez-Embid y Fernández de la Mora se
integraron en e! régimen franquista.
La causa monárquica siguió fluctuando hasta e! final entre la colaboración con el régi-
men y una oposición más alegal que propiamente ilegal. Frente a los partidarios de! pacto
con Franco, cuya cabeza visible fue e! conde de Ruiseñada, surgió en 1957 el grupo Unión
Española, dirigido por Joaquín Satrústegui. Su ideario era liberal-conservador. Se trataba
de una semioposición de notables, sin conexiones reales con la sociedad, ni organización
propiamente dicha52. Igualmente, se constituyeron por aquellas fechas una serie de mino-
ritarios grupos democristianos: la UtlÍón Demócrata Cristiana, Izquierda Demócrata Cristia-
na, Democracia Social Cristiana, dirigidos por Giménez Fernández y Gil Robles.
En ese momento, tuvo lugar en e! seno del régimen franquista una grave crisis polí-
tica, cuyo punto álgido fueron los sucesos de febrero de 1956. Pero la crisis no sólo fue
un reflejo de! surgimiento de una nueva oposición interior, sino de las pugnas entre
los distintos sectores del régimen. Fueron cesados Ruiz Giménez y Raimundo Fer-
nández Cuesta. Los falangistas veían con inquietud el progreso de los conservadores
católicos y de los monárquicos, sobre todo porque en una Monarquía como la perfi-
lada en la Ley de Sucesión, no existía lugar para el partido único. El nuevo secretario
general del Movimiento, José Luis de Arrese, presentó un proyecto de Leyes Funda-
mentales, que fue rechazado, alegando su carácter totalitario, por católicos y monár-
quicos, pero sobre todo por la jerarquía eclesiástica.Al mismo tiempo, una de las emi-
nencias del Opus Dei, Laureano López Rodó, presentó a Carrero Blanco un informe
que suponía la alternativa conservadora autoritaria al proyecto falangista: instituciona-
lización monárquica, definición de los principios esenciales de! Movimiento Nacional,

49 ARTIGUES, n., El 01'".1' Dei 1'11 Esp",ia. París, 1971. FFRRARY, A., Elfranq1lismo: minorías políticas y ((Jnflictos
ideológicos 1936-1956. I'amplona, 1993.
50 Vid. CALVO SERER, R., Es¡Ja/ia sin prohlema. Madrid, 1948. LÓI'Ez-AMO, A., Poder políti((J y líhertad.La Alo11ar-
quía de la reforma social. Madrid,1951. PÉREZ-EMBID, F, Amhiciones españolas. Madrid, 1953.
51 TUSELL,j., Franco y los catÓlicos. Madrid, 1985.
52 TUSELL, X., La oposiciÓn democrática alfranquismo. Barcelona, 1976, pp. 341 Y ss.

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Pedro Carlos González Cuevas y Peliciano Montera

establecimiento de los poderes del futuro rey, organización de la administración públi-


ca, etc. 53. López Rodó se reunió con el monárquico Fernández de la Mora para ela-
borar las primeras bases de la Ley de Principios del Movimiento Nacional y de lo que
luego sería la Ley Orgánica del Estado, que no fue aprobada hasta 1967. Promulgada
en mayo de 1958, la Ley de Principios del Movimiento Nacional supuso el triunfo
final de los conservadores autoritarios sobre Falange. Se ratificaba la Monarquía tradi-
cional como forma política. No se reconocía ningún papel específico a Falange. Se
garantizaba la confesionalidad del Estado y hacía suya la doctrina social de la Iglesia.
La representación corporativa era la única lícita54.
Lo cierto es que bajo la égida de los conservadores burocráticos -los llamados «tec-
nócratas)- la sociedad española experimentó transformaciones cualitativas en sus
estructuras. El Plan de Estabilización y los subsiguientes planes de desarrollo tuvieron
como consecuencia un crecimiento económico sin precedentes, que agudizó la des-
integración de la sociedad agraria tradicional y el ascenso de la concentración urbana,
de la industrialización y de la terciarización de la estructura económica.Todo ello estu-
vo acompañado de una profunda mutación de la estructura de clases. La moderniza-
ción social y tecnológica abrió, por otra parte, las puertas a la secularización cultural,
erosionando progresivamente la tradición católica, que perdió una parte de su carác-
ter paradigmático para la actualidad. Pero esta crisis del catolicismo tradicional se vio,
además, agravada por las consecuencias del Concilio Vaticano Ir, en el que la Iglesia
renunció a su estrategia de permanente condena del proyecto de la modernidad55. Para
el régimen franquista, la situación inaugurada por el Concilio y por las consecuencias
sociales y culturales de la modernización fue enormemente problemática, porque el
catolicismo no era en España solamente una religión; era un sistema de creencias, de
«mores), que habían marcado a todo el país, sus ideas, su política. Por eso, la crisis del
catolicismo tradicional fue una crisis auténticamente nacional y, sobre todo, una crisis
política. Desde entonces, aunque anteriormente habían existido ya críticas por parte
de sectores católico-sociales, como la JOC y la HOAC, un significativo sector de la
Iglesia se enfrentó al régimen en defensa de lo que hasta entonces había considerado
incompatible con el catolicismo: democracia, liberalismo, derechos humanos, incluso
el socialismo. Ser católico y conservador había dejado de ser sinónimo.
Aquellos vertiginosos cambios exigían una transformación de las instituciones polí-
ticas y de los criterios de legitimación. Algunos intelectuales y políticos conservado-
res, como Ruiz-Giménez o Calvo Serer, se mostraron partidarios de la evolución del
régimen hacia la democracia liberal. Significativo fue, a ese respecto, el desarrollo y
contenido político de la célebre reunión europeísta de Múnich, en 1962, en la que los

53 LÓI'EZ RODÓ, L., La larga marcha hacia la 1Honarquía. Barcelona, 1976. FERNÁNDEZ DE LAMORA, G., Río
Barcelona, 1995.
arriba. lvfemorias.
54 Leyes
Fundamentales del Reino. Madrid, 1971, pp. 37-40.
55RUIZ GIMÉNEZ,]. y BELOSILLO,P. (coord.), El Concilio del siglo XXI. Reflexiones sobre el Vaticano II. Madrid,
1987. MONTERO, F, «La Iglesia y la transición», en Ayer, núm. 15, 1994, pp. 223-241.

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LOS CONSERVADORES ESPAÑOLES EN EL SIGLO XX

grupos liberales y democristianos de Satrústegui y Gil Robles se reunieron con los


socialistas y liberales en el exilio, criticando al franquismo, cuyo autoritarismo resulta-
ba incompatible con la integración en las instituciones europeas56. Otros, como Fer-
nández de la Mora, confiaban en la estabilidad y funcionalidad del sistema. Ideólogo
de los conservadores burocráticos como estimaba que el régimen no necesitaba ya
legitimarse mediante la religión o el nacionalismo, sino en su probada capacidad de
modernización social; era el «Estado de obras» garante del orden y la prosperidad57.
Sin embargo, las tendencias reformistas crecieron en el interior del Estado, al socai-
re del proceso de modernización tecnoburocrática. Este proceso configuró un sistema
muy complejo, en el que las posiciones políticas ya no se identificaban necesariamente
con el régimen. Así, se constituyeron grupos situados en una «zona intermedia» entre
éste y la oposición. Interesante fue, en ese sentido, la aparición del grupo Tácito, surgido
de la nuevas hornadas de la Asociación Católica de Propagandistas, que había suprimido,
por entonces, de su denominación la palabra «Nacional», huyendo del «nacional-cato-
licismo». Su órgano de expresión fue el diario Ya 5H. Otro de los grupos reformistas intra-
régimen fue el dirigido por Manuel Fraga, que en su etapa de ministro de Información
y Turismo se distinguió por su eficacia y capacidad de trabajo. Tras su cese, elaboró una
alternativa reformista, no re catando sus críticas a los tecnócratas. Para Fraga, la única alter-
nativa era «1ademocracia posible», basada en una política de «centro}>, cuya base social
serían las clases medias. Fraga adoptó como modelo histórico el conservadurismo libe-
ral de Cánovas del Castill059.
Por entonces, las posiciones de los tecnócratas parecían firmes. Por decisión sobe-
rana de Franco, el príncipe Juan Carlos fue designado sucesor a título de rey, jurando
los Principios del Movimiento Nacional. Su máximo valedor, Carrero Blanco, fue nom-
brado presidente del gobierno; pero su asesinato, en diciembre de 1973, provocó la caída
de los tecnócratas y una crisis sin precedentes en el seno del régimen. Las posiciones
políticas continuistas-reformistas del nuevo presidente, Carlos Arias Navarro, provoca-
ran fuertes críticas entre los sectores más ortodoxos del régimen. La enfermedad y
muerte de Franco no hizo sino consumar la crisis. Con él moría toda una etapa de la
historia de la derecha española.

La invención de un conservadurismo democrático

La muerte de Franco significó la culminación del proceso de fraccionamiento de


la derecha, a la búsqueda cada cual de su mejor acomodo. De un lado, iba a marchar

56 SATRÚSTEGUI,]. (ed.). el/dl"lo lo transición se hizo posible. El «{olltl/rbe,Úo') de múnicll. Madrid, 1993 .
.57GONZÁLEZ CUFV.~S,1'.c:., "Gonzalo Fernández de la Mora y la legitimación del tranquismo», en Siste-
ma, núm. 91 ,julio 19H9.
58 HUNEEUS, c., La UCD y la trallSiciólI a la democracia ell España. Madrid, 1985. Tácito. Madrid, 1975.
59 FRAGA,M., El desarrollo políti((l. Barcelona, 1972, pp. 75 Y ss.

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Pedro Carlos González Cuevas y Peliciano Montero

una derecha utópicamente continuista, cuyo grupo más significativo fue Fuerza Nueva,
dirigida por el integrista Blas Piñar; por otro, una realísticamente reformista, la enca-
bezada por Fraga. Pero con el paso del tiempo los reformadores acabaron por escin-
dirse, y de allí salió la Unión del Centro Democrático, de Adolfo Suárez. Por otra parte,
no puede entenderse la trayectoria del conservadurismo español en esta nueva etapa
sin tener en cuenta un fenómeno que condicionaría toda su acción política posterior;
era la culpa, o, si se quiere, el complejo de derecha, es decir, una especie de mala concien-
cia, basada en la certeza de haber abusado demasiado y durante excesivo tiempo del
poder. Además, «derecha» o «conservadon> adquirieron un sentido abiertamente peyo-
rativo en el vocabulario político de un importante sector de la sociedad española. En
tan desfavorable contexto, era evidente que cualquier proyecto conservador con voca-
ción de futuro necesitaba urgentemente un nuevo edificio ideológico. La «transición»
hacia la democracia liberal llevaba consigo un proceso de invención de la tradición, que
supuso, no sin dificultades, una revalorización de la tradición conservadora-liberal.
La táctica reformista preconizada por Fraga no tardó en fracasar,enfrentándose tanto
a los inmovilistas del régimen como a la oposición de izquierdas; lo que provocó que
el nuevo monarca destituyera a Arias Navarro, eligiendo en su lugar a Adolfo Suárez.
Juan Carlos siguió, en ese sentido, los consejos de Torcuato Fernández Miranda, parti-
dario de desmontar las Leyes Fundamentales desde ellas mismas. Político ante todo prag-
mático, los planteamientos de Suárez era transaccionistas. Reclutó su gobierno entre
jóvenes falangistas reformistas, «tácitos» y democristianos. Entablando diálogo con la
oposición más moderada y los reformistas del régimen, Suárez logró sacar adelante
la Ley de Reforma Política.
En octubre, apareció Alianza Popular, coalición en la que, bajo el liderazgo de
Fraga, se integró lo más representativo de la derecha franquista: Laureano López Rodó,
Federico Silva, Licinio de la Fuente, Gonzalo Fernández de la Mora, etc. Su proyecto
político tenía por objetivo la reforma de las Leyes Fundamentales, la defensa de la uni-
dad nacional, el regionalismo, la monarquía, la economía de mercado y la democracia
«plena, fuerte y representativa» 60.
Por su parte, Adolfo Suárez optó, tras sus éxitos iniciales,por presentarse a las eleccio-
nes, haciéndose con la dirección del llamado Centro Democrático, pronto convertido en
Unión del Centro Democrático. Se trataba de una coalición asombrosamente plural, en
la que coexistieron liberales,democristianos «tácitos»,socialdemócratas,antiguos franquistas
y falangistasreformistas, etc. Suárez contó con el apoyo de un importante sector de la Igle-
sia católica y del aparato del antiguo Movimiento Nacional. Su ideología fue, en realidad,
una yuxtaposición no excesivamente coherente de tradiciones diversas,que podría sinte-
tizarse en la defensa de la tradición cristiana, del liberalismo y de una econollÚa mixta61.

60 FRAGA, M., Alianza Popular. Bilbao, 1977, pp. 13 Y ss.


61 HUNEEUS, e,La Unión del Centro Democrático y la transición a la democraciaen España. Madrid, 1985. ALON-
50 CA5TRILLO, S., La apuesta por el Centro. Historia de la UCD. Madrid, 1996.

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LOS CONSERVADORES ESPAÑOLES EN EL SIGLO XX

Las elecciones del 15 de junio de 1977 dieron el triunfo a la coalición suarista; y


supusieron un rudo golpe para Fraga y sus partidarios, que dieron una imagen de dere-
cha dura y autoritaria, y sólo consiguieron dieciséis escaños. Quedaron igualmente fuera
del parlamento los sectores democristianos no insertos en UCD, como los partidos de
Gil Robles y Ruiz-Giménez, que, sin apoyo de la Iglesia y divididos, fueron literalmente
barridos del escenario político.
Pero la importante presencia de las izquierdas y de los nacionalistas periféricos obli-
gó a que las Cortes fuesen constituyentes. En los debates, Suárez optó por la táctica del
consenso. El punto más conflictivo fue la inclusión en el proyecto constitucional del
término «nacionalidades», de cara a la integración de los nacionalismos periféricos en
la nueva democracia. El texto constitucional fue rechazado por un sector de Alianza
Popular, el dirigido por Federico Silva y Fernández de la Mora, que después abando-
naron la coalición conservadora, para fundar Derecha Democrática Espa/1ola; y por el con-
junto de la extrema derecha, Fuerza Nueva y Falange.
Tras la aprobación del texto Constitucional, Fraga intentó virar hacia posiciones más
moderadas, rechazando cualquier tipo de pacto con la extrema derecha y formando la
llamada Coalición Democrática, con los grupos liberales de José María de Areilza y Alfon-
so Osorio. De poco le sirvió, porque esta nueva alianza fue la gran perdedora de las elec-
ciones de 1979. UCD volvió a ganar. Pero la nueva legislatura se caracterizó sobre todo
por la crisis del partido gubernamental. Sus problemas no vinieron únicamente de la nega-
tiva situación económica, del aumento del paro, o de la ofensiva terrorista de ETA y las
constantes reivindicaciones autonómicas de los nacionalismos periféricos; el problema fun-
damental era que UCD nunca fue un auténtico partido político. Suárez fue incapaz de
articular su liderazgo en un grupo tan plural y dimitió en enero de 1981.
Tras el fracasado intento de golpe de Estado de febrero, la UCD se dispersó. Un sec-
tor se fue al partido de Fraga; otro, con los socialistas; y otro, con Suárez, para fundar un
nuevo partido, el Centro Democrático Social. Las elecciones de octubre de 1982, caracte-
rizadas por el miedo a un nuevo intento de golpe de Estado militar y a la inestabilidad
política nacidos del vacío de poder, dieron la mayoría absoluta a los socialistas. Alian-
za Popular, con Fraga a] frente, se convirtió
en el primer partido de la oposición y, duran-
te algún tiempo, albergó ]a esperanza de un rápido acceso al poder. Pronto se vio que
ello era imposible, en parte por las peculiaridades del ]iderazgo de Fraga. El dirigente
aliancista seguía dando la imagen, heredada del franquismo, de un político duro y auto-
ritario. Ante sus repetidos fracasos, Fraga acabó por dimitir. Su sucesor, Antonio Her-
nández Mancha, no logró realzar el partido. La crisis de Alianza Popular auspició los
intentos de ocupar el espacio conservador del Partido R~formista, dirigido por el cata-
lanista Miguel Roca, y de] Centro Democrático Social, de Adolfo Suárez. Ni uno ni otro
lograron consolidarse como alternativas. Ante ]a crisis de su partido, Fraga retornó, ini-
ció la «refundacióm de] partido y nombró sucesor a José María Aznar López.
Aznar se esforzó en dar una nueva imagen. Cambió la denominación tradicional
de su grupo político, por la de Partido Popular. Se autodefinió como «heredero de la

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Pedro Carlos González Cuevas y Peliciano Montero

tradición liberal y constitucional española»;afirmó que el régimen de Franco era un «largo


período de excepción»; reivindicó la experiencia ucedista, el Estado de las autonollÚas y
la realidad «plural» de la nación española62.Aznar consiguió romper el famoso «techQ)
electoral de Fraga. El Partido Popular defendió un programa económico de corte neoli-
beral y criticó acerbamente los excesos de los nacionalismos periféricos en Cataluña y
el PaísVasco.La crisis de los socialistas, con el aumento del paro y de los escándalos de
corrupción, benefició a los conservadores. Pero los socialistasvolvieron a ganar.Aznar y
su partido se esforzaron aún más en dar una imagen centrista. Tanto es así que la revista
Cambio 16 llegó a decir que <daderecha había desaparecido en España»63.
Ante la cada vez más precaria situación de los socialistas, se convocaron elecciones
en marzo de 1996, que el Partido Popular ganó por la mínima; lo que le obligó a llegar
a pactos con los nacionalistas catalanes y vascos. Contra no pocos pronósticos, el par-
tido del gobierno logró acabar la legislatura; y el balance no fue en modo alguno nega-
tiv064.Durante ese período hubo un apreciable descenso del paro, la instalación en el
euro, la conservación del Estado del bienestar, el aumento de la profesionalización de
las Fuerzas Armadas, etc. Pero se asistió igualmente a un recrudecimiento de la cues-
tión nacionalista, sobre todo en el PaísVasco.
En enero de 1999, un nuevo congreso del partido supuso el refuerzo de la imagen
y del programa «centrista». Convocadas las elecciones en marzo del año siguiente, los
nuevos conservadores consiguieron una victoria auténticamente histórica, todo un hito
en la trayectoria de la derecha española: una mayoría absoluta, que les liberaba de la
tutela nacionalista. Se trataba, en el fondo, de la salida del purgatorio en que, hasta aquel
momento, se había encontrado el grueso de la derecha española. El complejo de derecha
había desaparecido en la sociedad española.

Conclusiones

A lo largo de nuestra exposición, hemos intentado poner de manifiesto, por un lado,


la importancia de las tradiciones conservadoras en la España del siglo xx, no sólo por
su carácter dominante durante prolongados períodos, sino igualmente por su papel
configurador del sentido común de la sociedad, es decir, de su sistema de significados y
valores. Por otro, destacamos su pluralidad. El conservadurismo español sólo puede
entenderse como una compleja síntesis de tradiciones diversas, unidas por ideas, visio-
nes e intereses comunes, pero igualmente enfrentadas entre sí en no pocos aspectos.
En ese sentido, hay que distinguir entre dos tradiciones hegemónicas en el seno del con-
servadurismo español: la conservadora liberal y la teológico-política, dividida a su vez

62 GONZÁLEZ CUEVAS, P. c., «El retorno de la tradición liberal-conservadora», en Ayer, núm. 22,1996.
63 (,La derecha ha desaparecido», en Cambio 16, 5-1-1996, pp. 20 Y ss.
ó4 Un balance coyuntural en TUSELL,j., El gobiemo de Aznar. Barcelona, 2000.

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LOS CONSERVADORES ESPAÑOLES EN EL SIGLO XX

en dos tendencias: la legitimista o carlista y la conservadora autoritaria. Igualmente, es


preciso hacer mención a la existencia de subtradiciones, como la del conservadurismo
burocrático o tecnocrático. En fin, se trata de tradiciones que, desde el siglo XIX, viven
en permanente dialéctica entre sí y con el medio social, lo cual provocó su evolución,
su crisis e incluso su desaparición.
En realidad, sus trayectorias son el reflejo del dificil camino de la evolución de la
sociedad española desde el orden conservador/liberal hacia el nuevo sistema demo-
crático liberal. Frente a interpretaciones excesivamente optimistas sobre la «normali-
dad» de la historia contemporánea española, no deja de ser significativo que en ese acci-
dentado camino de tensiones entre las tradiciones liberales y autoritarias, las segundas se
impongan en no pocas ocasiones sobre las primeras, haciendo posible, por ejemplo, la
larga etapa antiliberal del régimen franquista. En ello, no sólo incidió el atraso econó-
mico del conjunto de la sociedad española, su invertebración, sino igualmente facto-
res de orden ideológico y/o cultural. La influencia liberal en el ámbito de las derechas
acabó siendo cada vez más difusa, para convertirse después en prácticamente inexis-
tente. En la configuración ideológica de sus tradiciones la influencia omnipresente,
indiscutida y determinante fue, durante mucho tiempo, la católica; lo que es caracte-
rístico de una sociedad como la española en la que, al no haber experimentado la Refor-
ma protestante, pudieron reconciliarse los principios absolutistas de la edad moderna
con las tradiciones iusnaturalistas católicas; y, en consecuencia, el proceso de seculari-
zación fue mucho más tardío que en otras sociedades europeas. Inútil buscar en Espa-
ña una tradición conservadora laica, cuya base ideológica fuese la ciencia positiva o el
nacionalismo cultural. Por el contrario, la impronta católica impidió la aparición míni-
mamente significativa de un conservadurismo radical y luego la del fascismo. Igual-
mente, obstaculizó la presencia de la democracia cristiana. Esta hegemonía católico-
tradicional contribuyó a configurar un tipo de cultura política, cuya base era la idea del
súbdito alejado del ámbito de la actividad política, acostumbrado a desconfiar de la
misma y que presta su aquiescencia pasiva a la labor de unos gobernantes que se reser-
van el monopolio de la gestión y de la decisión sobre los asuntos de la colectividad. El
catolicismo dotó al conjunto de la derecha española de esquemas de interpretación
cargados de símbolos, mitos e imágenes, de todo un repertorio de significados sobre
las causalidades y los acontecimientos del mundo: el providencialismo,la lucha del Bien
contra el Mal como motor de la historia, la Edad de Oro perdida, el organicismo social
e incluso el mismo concepto de identidad nacional.
De ahí la debilidad de la tradición conservadora-liberal, progresivamente convertida
en residual para el conjunto de las derechas. De hecho, esta tradición se caracterizó por su
tendencia al compromiso, por su eclecticismo, que quiso conciliar catolicismo y libera-
lismo.Aunque tuvo su época dorada a lo largo de la Restauración, su práctica política
cotidiana reflejó los límites sociales e ideológicos de su proyecto político: caciquismo,
clientelismo, política de notables, etc. Ciertamente, estas características no son privativas
del liberalismo español, conservador o no, sino que se dan en la mayoría de las sociedades

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Pedro Carlos González Cuevas y Feliciano Montero

europeas. Sí lo fueron, en cambio, su prolongada duración, su persistencia, su inercia hasta


bien entrado el siglo xx. A ello hay que añadir su incapacidad de renovación ideológica
y para organizar un auténtico partido político. Posibilidad obstaculizada, además, por la
emergencia de los nacionalismos periféricos catalán y vasco, que impidieron la cristali-
zación del conservadurismo a nivel nacional. El fracaso de las experiencias regeneracio-
nistas de Francisco Silvela y, sobre todo, de Antonio Maura, tras la crisis del 98, fueron
consecuencia de esa debilidad. Todo lo cual favoreció decisivamente a la renovación ideo-
lógica y política de las tradiciones autoritarias --socialcatólica y luego maurista-, que se
vieron, además, robustecidas por la crisis global del Estado liberal, tras el final de la Gran
Guerra, el triunfo de la revolución bolchevique en Rusia y el subsiguiente proceso de
corporativización de las sociedades europeas. En ello tuvo igualmente un papel de pri-
mer orden el Ejército, convertido en auténtico árbitro de la situación política. La Dicta-
dura primorriverista significó un primer triunfo político de las tradiciones autoritarias. Sus
contradicciones y posterior caída, lo mismo que el advenimiento de la Segunda Repú-
blica, lejos de debilitadas, les dieron nuevo vigor. Este fenómeno adquirió mayor viru-
lencia en la extrema derecha alfonsina, heredera en el fondo del conservadurismo de la
Restauración. Significativa fue también la ausencia de un sindicalismo católico mínima-
mente influyente en las clases trabajadoras españolas. La tendencia autoritaria apenas pudo
ser contrarrestada por la incipiente emergencia de alternativas de carácter democristia-
no y democrático-liberal. Aunque la CEDA no fue un partido democristiano, en su seno
se manifestaron tensiones entre la tradición autoritaria hegemónica y la emergencia de
tradiciones democráticas.
El régimen político nacido de la guerra civil fue el recipiente en el que pudieron con-
fluir todas y cada una de las tradiciones autoritarias del conservadurismo español. Hay que
destacar, en ese sentido, la debilidad, casi podríamos hablar de práctica inexistencia de una
oposición conservadora digna de ese nombre al franquismo. Por motivos puramente
coyunturales, se ha pretendido enfatizar su importancia, especialmente de la pretendida
oposición monárquica y de la figura de Juan de Barbón. Pero su incidencia apenas fue
perceptible. Siempre hubo más monárquicos, católicos y conservadores apoyando a Fran-
co que en esa supuesta oposición. En realidad, el régimen no fue otra cosa que la sucesi-
va aplicación de todas las doctrinas políticas que la derecha autoritari~ alumbró desde prin-
cipios del siglo xx. El sistema fue eso: un tradicionalismo cultural que, al final, promovió
una rápida e implacable modernización socioeconómica, cuya consecuencia no deseada
fue un proceso de destrucción creativa que socavó las tradiciones preburguesas que habían
obstaculizado permanentemente el desarrollo de la modernidad en la sociedad española.
A ello se unieron decisivamente los cambios experimentados por la Iglesia católica a par-
tir del Concilio Vaticano 11;y un contexto internacional, donde el régimen franquista repre-
sentaba un proyecto político inviable, dado el auge de la democracia liberal y la hegemo-
nía estadounidense. Sólo a partir de estos cambios trascendentales, que sumieron en una
crisis total al conservadurismo autoritario, pudo configurarse un conservadurismo libe-
ral, democrático, más o menos laico, dominante, no sin dificultades, a partir de 1975.

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