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Sandra Bree - Siervo de Tu Amor

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SIERVO

DE TU AMOR



Sandra Palacios

1.ª edición: abril, 2015

© 2015 by Sandra Palacios
© Ediciones B, S. A., 2015
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com

Depósito Legal: B 9792-2015

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-079-6

Maquetación ebook: Caurina.com


Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el
ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita
de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento
informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo
públicos.
Contenido

Portadilla
Créditos

Agradecimientos
Siervo de tu amor
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EPÍLOGO
Nota de la autora
Agradecimientos

Quiero agradecer a mi marido y a mis hijos la paciencia y la compresión que


tienen conmigo, sobre todo cuando me da por contarles las historias de mis
novelas. También a las foreras de El Rincón de la novela romántica, que no
puedo olvidar que gracias a sus comentarios me animaron y se involucraron
mucho con Siervo de tu amor.
Pero de quien de verdad no puedo olvidarme, es de las tres hadas que me
regalaron parte de su magia haciendo que Kiar y Nerys se encuentren en un lugar
privilegiado. Lola, Esther y Laura, sois auténticas. Muchas gracias.
Siervo de tu amor

Año de Nuestro Señor de 1292, en algún lugar de las Highlands.

El fuego lo devoraba todo sin compasión. Los gritos de terror y auxilio se


perdían entre la densa capa de humo que ascendía hasta lo más alto de la
montaña, mezclándose con la niebla que se arremolinaba en el suelo. Llamas
rojas lamían las paredes de todas las cabañas de la aldea, consumiendo los
tejados de paja y las vigas de madera vieja. Ni siquiera la casa señorial, allá en el
cerro, se había librado de las lenguas ardientes que destruían todo a su paso.
Y allí era aún peor. Allí se habían concentrado los asesinos, a la espera de
hundir sus claymores en alguna víctima.
La hermosa luna se hallaba justo encima, brillando en toda su plenitud, y
recortando las sombras de manera grotesca; iluminando a los pobres desalmados
que pretendían huir del gigantesco horno en que se habían convertido sus
hogares.
Nerys cayó en el amplio portalón y enseguida notó que alguien la aferraba del
vestido y la ponía en pie de nuevo. No se atrevió a volver la cabeza y continuó
corriendo tras Annabella.
Estaba muy asustada, no comprendía por qué la habían despertado en mitad
de la noche, arrastrándola hasta allí; sólo sabía que debía seguir a su hermana
hasta el depósito exterior, donde guardaban los víveres.
—¡Nerys, corre! —escuchó que decía Annabella.
Una viga de madera se derrumbó en el suelo del patio, y Nerys gritó. Desde
su posición no era capaz de ver a su hermana; en realidad, con el humo, no era
capaz de ver nada.
Se alejó de la viga que era ya pasto de las llamas. Su única opción era salir
fuera, pues era el único sitio donde se podía respirar.
Vio a Mervin MacBean pasar ante ella como un rayo, y se asustó. Mervin era
un hombre fiel de su padre, la persona más tranquila que ella hubiera visto
nunca. Ahora llevaba un arma en la mano y un rictus cargado de ira dirigido a
alguien que Nerys no lograba ver.
—¿Qué haces aquí? —Rugió su padre tras ella, tomándola con fuerza del
brazo—. Te dijeron que fueras con los demás.
Edwin se movía nervioso, su rostro era una máscara peligrosa, y sus ojos
oscuros la taladraron con ferocidad.
Nerys le observó con las mejillas surcadas de lágrimas, quiso explicarle que
ella no había tenido la culpa, que había sido la viga, pero Edwin agitó su largo
cabello y la apartó contra uno de los muros cercanos a la salida.
—No te muevas de aquí —ordenó con una mirada seria que no admitía
réplicas.
Nerys asintió, sin atreverse a levantar la vista hacia su cara. Los agudos
golpes de los claymores resonaban en la pradera junto a los gritos de guerra y
dolor.
—¡Han arrasado la aldea! —aulló Mervin, cargando con fuerza contra uno de
los bandidos. Los pocos hombres de Edwin luchaban con ahínco, sin embargo
los habían pillado desprevenidos. Ni siquiera sabían quiénes eran los atacantes
cuando los fuegos habían comenzado a provocar el desastre.
—¡Corre! —Nerys sintió el tirón de su mano, y suspiró aliviada al descubrir a
su primo Douglas. Le hizo atravesar el portón, ocultos entre las sombras, y saltar
al pequeño foso que una vez tuvo agua pero que, en aquel momento, estaba
completamente seco.
—Deberíamos esperar ahí —le dijo Nerys. Estaban corriendo, cogidos de las
manos.
—Acabarán con todos, prima —le gritó cuando sintió que se detenía.
—Mi padre… no morirá. —No importó lo que dijera, se dejó llevar. Atrás
quedaba la luz de las hogueras y el ruido ensordecedor del edificio,
derrumbándose.
—Nos esconderemos hasta que pase todo —dijo Douglas, ayudándola a subir
por la pendiente. No era la primera vez que escapaban de la casa por el foso,
pero en aquellas otras ocasiones solamente había sido por diversión.
Ambos se cobijaron bajo las ramas de un árbol que de día ofrecía una
frondosa sombra, y observaron en silencio cómo tanto los aldeanos como los
hombres del clan caían derrotados.
Mujeres, niños, los bandidos no dieron tregua alguna.
—Tengo miedo, Douglas —dijo Nerys, rompiendo a llorar. El muchacho la
abrazó con fuerza.
—No te preocupes, alguien vendrá a buscarnos —susurró, tratando de
tranquilizarla. Si escuchaban sus sollozos, estarían acabados—. Los hombres de
William Wallace no deben andar muy lejos. Intenta no gritar, Nerys, por favor.
—Mi madre y Annabella y toda mi gente —sorbió ruidosamente por la nariz
—. ¿Qué pasara con ellos? —Agitó la cabeza, con los ojos desorbitados—. ¡No
les permiten salir! ¡Tenemos que hacer algo, Douglas! —Y aunque dijo eso, ¿qué
podía hacer una muchacha de catorce años junto a un jovencito de dieciséis?
Douglas se puso en pie, repentinamente, y la arrastró por la ladera hacia
abajo, rodando, hasta llegar a un pedazo de explanada.
—¡Corre! —gritó, aterrorizado.
Nerys giró la cabeza y observó las dos oscuras figuras que llegaron hasta la
cima a caballo, sus siluetas se recortaban contra la luz de la luna de forma
amenazante, como ángeles endemoniados saliendo de las tinieblas. Se levantó
las faldas y se lanzó a la carrera todo lo que pudo. Llegó un momento en que no
vio a Douglas, pero podía sentir los cascos de los caballos todavía a su espalda.
Reconocía el sitio y no dudó en arrojarse desde la gran piedra hasta el lago.
Las faldas, una vez empapadas, comenzaron a tirar de ella hacia abajo con
fuerza. Por unos segundos, llegó a pensar que se ahogaría si se apartaba de la
orilla; incluso sentía cómo sus pies se hundían entre la arena, y pequeñas piedras
que cubrían el fondo del lago.
Las aguas heladas se clavaban en su cuerpo como miles de alfileres, y aun así
no emitió ningún sonido que pudiera descubrirla. Los bandidos estaban allí, muy
cerca de ella, podía oír las ininteligibles palabras que llegaban hasta el hueco de
la roca donde estaba escondida.
El agua le llegaba hasta el cuello, y con las manos se aferraba a la rugosa
piedra, introduciendo los dedos en las grietas para no ser arrastrada hasta las
profundidades.
Un tiempo después escuchó con alivio cómo los caballos se lanzaban a
galope, sus cascos se oían cada vez más lejanos y, por fin, se atrevió a salir del
agua, llorando silenciosamente.
Se detuvo y aguantó la respiración, expectante, cuando se movieron las ramas
delante de ella.
—¡Ayyy! —gritó Douglas en un susurro, saliendo de su escondite.
Nerys, con un sollozo y cogiéndose las pesadas faldas, llegó hasta él. El joven
aún se arrancaba cardos de la ropa y aguantaba con firmeza los dolorosos
aguijonazos cuando se topó con la asustada mirada de su prima.
Con un último vistazo a la ancha columna de humo que ascendía hasta el
cielo de la noche, Douglas cogió la mano de Nerys y la guio por el camino,
alejándose cada vez más de lo que había sido su hogar.
Ambos deseaban volver y ver con sus propios ojos lo ocurrido, necesitaban
averiguar si alguien había quedado con vida, deseaban quedarse por allí cerca,
que era lo único que habían conocido hasta entonces, pero también eran
conscientes de que el peligro los seguía acechando.
—¿Adónde iremos, Douglas? —Los labios de la niña, que habían adquirido
un tono morado, temblaban sin control. Gruesas guedejas de su largo cabello se
adherían a sus frías mejillas.
—No lo sé —gimió el muchacho, a punto de llorar. Le daba vergüenza que
Nerys viera su debilidad, pero estaba asustado. Su prima era lo único que le
quedaba para poder seguir manteniendo un poco de cordura. ¡Acababan de
asesinar a todos los MacBean, excepto a ellos!
1

Año de Nuestro Señor de 1295 (tres años después)

Nerys terminó de guardar las pertenencias de Isabella de Mar en el lujoso


arcón que el conde de Carrick había enviado. Rezaba para que nadie se diera
cuenta de que Isabella había cruzado los muros para encontrarse con su
prometido.
Si Helen, la madre de Bella, se enteraba de lo ocurrido, las castigarían a las
dos y las encerrarían en la torre hasta que sus ánimos se calmaran, lo que no les
estaría mal empleado, a una por desobediente y a la otra por encubridora. ¡No
estaba bien visto que los prometidos se vieran lejos de las miradas de los
mayores! Pero Nerys tenía un pequeño problema: no sabía decir «no». Una
sencilla palabra que era incapaz de pronunciar. Tampoco es que le pidieran cosas
muy descabelladas pero, si alguna vez llegaba ese día, ¿sería capaz de negarse?
Los tiempos eran muy difíciles, y la lucha por el trono de Escocia incesante.
La corona pertenecía al clan de Carrick; sin embargo, habían tenido que cederla
a un pariente lejano: Juan de Balliol.
Robert Bruce, el prometido de Isabella, lo encontró totalmente injusto, como
la mayoría de los highlanders que habían esperado que reinara él. Había
entrenado y adquirido conocimientos como para declararse rey de Escocia. A su
juicio, se impidió que la rama de su familia tomara el lugar que les correspondía
en el trono.
El día que murió la madre de Bruce, Marjorie, hija de Niall de Carrick, él
heredó el condado, convirtiéndose así en el señor de Carrick que, por otro lado,
su abuelo Robert Bruce V, señor de Annandale, le cedió también su señorío.
Desde aquel día, tanto Bruce como su padre se unieron a la causa de Eduardo I
de Inglaterra contra Balliol.
Poco después fue cuando Bruce conoció a la hermosa Isabella, una joven
saludable, de diecisiete años. Comenzaron un romance secreto a pesar de que
ambos provenían de buenas familias, pero siempre con el temor de que algún
enemigo de Carrick interfiriera en el noviazgo. Nerys había sido protagonista de
muchos de los encuentros de los dos tortolitos. De eso había pasado ya un año.
—¿Habéis acabado, Nerys? —preguntó Bella con su dulce voz, ingresando en
el dormitorio. Se la veía radiante, con las mejillas sonrosadas y el cabello
revuelto con briznas de heno y paja—. Mi señor sugirió salir con las primeras
luces del alba. ¡Estoy tan nerviosa! ¡No puedo creerme que, en apenas una
semana, nos casemos por fin!
—Ya pensaba que nunca llegaría el día —refunfuñó Nerys, cerrando la tapa
del arcón con un golpe seco. En el fondo, ella también estaba feliz; el condado
de Carrick quedaba próximo a lo que un día fue su aldea, y aunque ahora aquello
estaba desolado, confiaba en encontrar a algún familiar con vida. Necesitaba
encontrarlo.
Douglas ya había hecho varios viajes hacia las tierras MacBean, sin éxito, y
aunque William Wallace y los demás guardianes de Escocia decían haber dado
caza a los asesinos, ejecutándolos sin ningún miramiento, se habían escuchado
rumores de que un hombre muy poderoso había estado tras ello. Sin embargo, al
no encontrar pruebas suficientes, lo habían dejado en libertad. No lograron hallar
a Edwin ni al resto del clan que moraba en el castillo.
Nerys estaba convencida de que encontraría las pruebas necesarias, así tuviera
que sacarlas de debajo de las piedras. Y cada día que pasaba se alimentaba un
poco más su odio y su sed de venganza hacia John de Warenne, conde de Surrey.
El asesino de su familia. Y por mucho que quisiera a Bella, no podía decirle que
no se fiaba de los guardianes ni de su futuro esposo.
—¡No os quejéis! A mí se me ha hecho más largo que a vos. —Bella se sentó
sobre la cama y la miró con ojos divertidos—. ¿A que no sabéis que he oído,
Nerys?
La muchacha, intrigada, se acercó a ella, expectante. Se habían hecho muy
buenas amigas desde que llegara, junto a Douglas, rogando protección a
Domhnall I, Conde de Mar. Ella misma se había ofrecido para servir a Bella,
quien tan sólo era un año mayor, y a raíz de aquel día su amistad fue floreciendo
como las rosas en primavera.
—¿Qué habéis escuchado, Bella?
—Mi padre quiere buscaros esposo. No me miréis así, Nerys, me ha
prometido que el hombre tiene que gustaros. ¿Sabéis qué significa? —Nerys
negó, agitando la cabeza y mirándola con sus hermosos ojos verdes a través de
las largas y espesas pestañas, con asombro—. Que podréis elegir como yo lo
hice.
—No habéis tenido mucha elección, que digamos.
—Tampoco la he necesitado. Desde que Robert se cruzó en mi camino, no he
tenido ojos para nadie más. ¡Es tan guapo y tan listo! Aprendió todos los idiomas
de su linaje y de la nación; domina el francés gálico y normando, y el latín. —Se
frotó las manos, emocionada—. ¿Os cuento un secreto? —Bajó su tono de voz al
tiempo que acercaba su cabeza a la de Nerys. Varias briznas doradas cayeron
sobre el colchón—. Robert también sabe inglés, pero finge desconocer el idioma.
—¿Por qué? —preguntó, haciéndose la distraída, aunque el tema le interesaba
bastante.
—¿Por qué va a ser, tonta? Porque yo sé que algún día reclamará el trono.
—¿Se convertirá en rey de Escocia? —le preguntó con sorpresa, a lo que
Bella asintió afirmativamente. ¡Ojalá sus palabras fuesen ciertas!
—Es un secreto, Nerys, no debéis contárselo a nadie. Mi señor confía en mí.
—Os lo prometo. De mi boca no saldrá ni una palabra, podéis contar
conmigo.
—Lo sé. ¡Estoy tan feliz que no sé si podré dormir algo esta noche!
—Yo sólo deseo que se acabe todo. Todas estas guerras injustificadas…
—Por culpa de los ingleses y su obsesión por nuestras tierras —dijo Bella con
los dientes apretados y una mirada cargada de desdén—. Algún día nos dejarán
en paz, pero mientras eso ocurre, yo me casaré con Robert Bruce, señor de
Carrick. ¿No es maravilloso?
—Sí, maravilloso —repitió en un susurro—. Será mejor que os cepilléis el
cabello antes de acostaros.
Nerys extendió su jergón cerca de la puerta. Siempre comenzaba acostándose
allí, pero a medida que pasaba la noche, corría a compartir las mantas junto a su
amiga. El suelo de piedra era demasiado duro y frío, y eso no la dejaba olvidarse
de su familia. Claro que eso era lo que deseaba: no olvidarse de ellos; pero, en
mitad de la noche, despertaba con la angustiosa sensación de haber salido de un
lago helado. Cuando Bella se casara no podrían volver hacerlo nunca más.

Fue un viaje bastante pesado y lento. El grupo era grande y con demasiados
carros que dificultaban la marcha. Los mejores guerreros del señor de Carrick,
dirigidos por él mismo, todos entrenados para la batalla, eran la escolta.
Durante las noches los hombres se reunían alrededor de las fogatas y
contaban historias que hacían estremecer a los más valientes.
Helen, Bella y ella compartían un carro cubierto con lonas, y desde allí
escuchaban en silencio las suaves conversaciones que mantenían los hombres,
siempre y cuando ninguno tomara demasiado «agua de la vida», como llamaban
al whisky, para entrar en calor. El alcohol, viajando por las venas, robaba la
voluntad de todos, y las voces se elevaban un tercio más de lo normal.
El sitio era bastante incómodo para las tres. El frío, en forma de una suave
neblina que descendía hasta el suelo, penetraba entre las lonas, acompañando a
las damas durante todo el viaje. Había sido una suerte que, al menos, esperaran a
que llegara la primavera para viajar, pues los inviernos en las tierras altas podían
ser muy crueles, e incluso devastadores.
Nerys era consciente de que probablemente conociera a Warenne en las tierras
de Carrick. A él, y a todos los guardianes de Escocia con quien Bruce tenía una
estrecha relación. Mientras Juan de Balliol y Eduardo no asistieran a los
esponsales, mejor que mejor, y al parecer ninguno de los dos lo haría. Las
rencillas entre los Carrick y los Balliol nunca habían sido discretas, y siempre
había clanes que tomaban partido por unos o por otros. Al menos, Balliol
mantenía una tregua con Eduardo, rey de Inglaterra, y de momento las disputas
habían cesado. Los highlanders sabían de sobra que aquello no duraría mucho.
Las humillaciones, los intentos de conquistar las tierras escocesas, la
obligación de ceder la corona, los asedios injustificados… Algún día todo
estallaría como la pólvora y los highlanders no tendrían más remedio que volver
a levantarse en armas para defender sus tierras.
2

Nerys cerró la puerta y, con paso ligero, llegó a la planta superior,


ascendiendo por las estrechas escaleras de piedra. Era tarde e iba con prisa. Se
había entretenido más de la cuenta y una sierva había tenido que salir a buscarla
al exterior.
Llevaba un ancho blusón, introducido en una larga falda de lana oscura. La
prenda superior debía estar blanca, sin embargo llevaba toda la mañana intentado
buscar nuevos tonos para los tintes, y ahora lucía gruesas manchas marrones.
Todavía tenía que lavarse un poco y vestirse con rapidez. Bella le había
pedido que estuviera en todo momento con ella en la presentación a los
guardianes de Escocia, y ella, como tonta, había aceptado. ¿Acaso nunca sabría
negarse a nada? Douglas se lo había dicho muchas veces: todo el mundo acababa
aprovechándose de su bondad. Pero por más que Nerys se propusiera ser más
firme en sus decisiones, nunca surtía efecto. Ella era educada y amable, así la
habían enseñado sus padres desde pequeña, y habían transcurrido ya demasiados
años como para modificar su conducta y convertirse de repente en otra persona.
Iba tan sumida en sus pensamientos que no vio al gigante de dos metros, que
le interceptó el paso tomándola de la muñeca con fuerza:
—Ven, moza, te necesito —le dijo con voz apresurada. Seguidamente la
arrastró por el largo corredor, y a la mitad del camino se dio la vuelta—. Me he
confundido, por aquí no es. —Y cambió la dirección, mascullando entre dientes
y agitando la cabeza.
Nerys, golpeándole el corazón con fuerza en su pecho, asustada y sorprendida
de verse empujada de un lado a otro, era incapaz de hablar.
Trató de mirar al hombre que la llevaba a la carrera. Su cabello largo y
castaño, al que tenía adheridos trozos de barro, caía sobre sus anchos hombros y
espalda. Su rostro fuerte estaba cubierto de una barba espesa y descuidada que
había crecido sin control, y su plaid estaba desgastado y sucio.
—Soltadme, por favor —le dijo en un hilo de voz. No conocía al hombre de
nada. Es más, se asemejaba a un animal salvaje, de esos que vivían en los riscos.
—¿Qué? —El gigante se detuvo y la miró con el ceño fruncido durante unas
décimas de segundo. Unos límpidos ojos grises la observaron fijamente—. ¿Os
hago daño? —La soltó de la muñeca y, repentinamente, entrelazó sus dedos
fuertes con los de ella. Otra vez volvió a continuar con su marcha hasta que, por
fin, ingresaron en una de las alcobas.
La soltó al tiempo que señalaba la enorme cama.
Nerys se tensó, dilatando sus verdes ojos con temor y escondió sus manos tras
la espalda, aún con la sensación de que los dedos de aquel bruto seguían
sujetando los suyos.
La puerta se hallaba abierta, y ella se quedó lo más cerca posible de ésta por
si tenía que salir huyendo.
—Cosedme el broche del plaid —dijo el hombre con voz ronca. La muchacha
se atrevió a mirar sobre la cama, y descubrió con alivio la hermosa prenda
estirada—. En unos minutos debo bajar a reunirme con el conde y el maldito
broche está flojo —habló sobre el hombro, y cuando Nerys miró hacia él, lo vio
frotándose el cuerpo con un paño que humedecía en un cuenco grande de madera
destinado a aquel uso.
—Debo ir a por mis cosas de la costura —le dijo con voz temblorosa. Era
consciente de estar junto a un desconocido, de aspecto desastrado y peligroso.
—¡No hay tiempo para eso, mujer! —El hombre cruzó la cámara como una
exhalación y, después de rebuscar en un pequeño talego de piel, sacó lo
necesario para coser.
Nerys tomó la aguja entre los dedos; la sorpresa se reflejó en sus ojos verdes,
que brillaron chispeantes.
—¿Todos los guerreros llevan esto, mi señor? —No pudo evitar que su voz
sonara divertida.
El gigante la miró con una sonrisa y una chispa de burla en sus ojos claros.
—Normalmente, yo me encargo de mis propias cicatrices… —dejó la frase
incompleta y siguió con la tarea de lavarse.
Los dedos de Nerys temblaron, nerviosos. ¿Aquel hombre se cosía las heridas
con aquello? Tragó con dificultad y, sin decir más, se sentó sobre la alta cama y
trató de centrarse en la costura. De hecho, estaba bastante concentrada cuando él
se soltó el viejo plaid, dejándolo caer al suelo, seguido de un amplio y sucio
blusón.
Abrió los ojos como platos, observando la desnudez de aquel individuo. Su
rostro le decía que era un hombre ya mayor, pero aquel cuerpo era tan perfecto
que jamás hubiera imaginado que alguien pudiera ser así. Vio varias cicatrices
que no eran muy exageradas.
El hombre se hallaba de espaldas a ella, por lo que se atrevió a mirar sin
disimulo. Tenía los hombros anchos y fuertes, los músculos se marcaban en sus
brazos y en los costados de la espalda. Tenía el trasero algo plano y piernas
musculosas. Su piel era dorada y brillante, tersa y firme. ¿Sería tan dura como
parecía?
Se puso nerviosa y pronto sus mejillas adquirieron el tono sonrosado de una
muchacha virgen que ve por primera vez a un hombre como Dios lo trajo al
mundo.
Sin prestar mucha atención a la costura, arrancó el hilo de un solo
movimiento y volvió a extender la prenda donde estaba.
Le echó un último vistazo, incapaz de apartar los ojos de él, y se escabulló a
su propio dormitorio sin despedirse siquiera. Sería muy bochornoso si alguien la
encontraba en aquella recámara, con aquel hombretón.

—Nerys, ¿dónde estabais, muchacha? —Helen la esperaba en el dormitorio,


un tanto impaciente—. Me habían dicho que ya subíais y llevo un rato aquí,
esperando.
La condesa de Mar vestía majestuosamente y lucía una pequeña tiara de
rubíes en lo alto de la coronilla.
Entre Helen y una sierva la ayudaron a desvestirse para ponerle el hermoso
vestido verde que Bella le había regalado.
—Me he perdido —mintió, evitando que nadie se enterara de lo ocurrido—,
esta casa es muy grande.
—Bien, quedaos quieta. Ya es muy tarde para hacerle un peinado muy
elaborado —le dijo Helen a la sierva—, trénzaselo y adórnaselo con mis perlas.
—La mujer se giró, buscando el joyero que había traído consigo.
Bajaron con unos minutos de antelación, y cuando Nerys llegó hasta Bella,
ésta la abrazó, susurrándole al oído:
—Creí que no vendríais, que os habríais echado atrás.
—¡No! Ya os contaré —le dijo con una amplia sonrisa. Ellas eran
desconocidas para la mayoría del clan Carrick, y para muchos otros clanes que
se habían reunido allí. Era normal que estuviesen atacadas de los nervios.
Bruce, Conde de Carrick y Señor de Annandale, se acercó a ellas y, tras
disculparse con Nerys, se llevó a Bella hacia la larga mesa de madera que
presidía el enorme salón.
Los huecos de las ventanas estaban cubiertos con espesos tapices que
protegían de la luz del sol, pero sobre todo: del frío de las Highlands. Escudos e
insignias decoraban las paredes de piedra en un intento por hacerlo más
acogedor.
Nerys sonrió a Bella, infundiéndole ánimos y valentía, y cogió a Helen del
brazo pues parecía que estuviera a punto de desmayarse.
3

Kiar MacArthur se lavó la cara después de acabar de rasurarse. Se giró y


buscó a la muchacha con la vista. Debía de estar perdiendo facultades si no la
había escuchado abandonar la cámara.
Con firmeza, se acercó hasta el plaid y soltó un suspiro de alivio al ver que el
broche estaba cosido.
Qué lástima que la moza se hubiera marchado así; le hubiera gustado al
menos agradecérselo, y desde luego pensaba hacerlo. Había visto su hermosa y
pequeña cara en forma de corazón; sus labios del color de las frambuesas, y los
ojos grandes y ligeramente rasgados de la misma tonalidad que el lago Ness:
verdes y profundos.
Últimamente, Robert Bruce encontraba a las mejores siervas de la región, y él
llevaba mucho tiempo alejado de las mujeres. Cierto que, durante las campañas,
siempre iban rameras con ellos, pero Kiar ya se conocía a la mayoría, y no es
que fuera un hombre al que no le gustara repetir, sino que pensaba que frecuentar
siempre a la misma mujer podía ser perjudicial para alguien como él.
Si se enamoraba de una furcia, estaba claro que respondería como con
cualquier otra; por eso evitaba todo lo posible que una mujer invadiera sus
pensamientos. Cuando llegara el momento de unirse a alguien se daría cuenta o,
en caso contrario, su familia le metería prisa.
Con la próxima boda de su amigo, todos se habían vuelto más quisquillosos,
incluso sus hermanos menores, que no paraba de preguntarle cuándo se casaría
él. Y tenía que hacerlo. Era el señor MacArthur, y debía desposarse, pero
esperaría un poco.
Aún no estaba muy convencido con la alianza de Eduardo I. Durante todos
esos años había aprendido a no confiar en los ingleses lo más mínimo. No podía
olvidar que ellos habían sido la causa de que muchas familias quedaran
destrozadas.
Tal vez no faltara mucho para el desenlace, aún no había podido informar a
Bruce de sus pesquisas con los franceses. Estaba deseando saber cómo se
tomaría la noticia. Desde luego, del mismo conde dependía que la batalla final
aconteciera antes de lo esperado.
Se pasó la mano por el rostro, se había quitado al menos diez años de encima.
Con su edad, tampoco era tan mayor como para no perseguir a una moza como
la que le acababa de coser el broche. Y ahora, ¿por qué su cuerpo reaccionaba
ante esos pensamientos? Desde luego, llevaba mucho tiempo falto de compañía
femenina.
Se colocó, sobre una camisa holgada, el gran manto de suave lana. La prenda
consistía en cuatro o cinco metros de tela de largo, y unos dos metros de ancho,
que se envolvía alrededor de las caderas, dando calidez y sencillez de
movimiento. La manta se sujetaba a la cintura con un cinturón, y el exceso de
género, encima y por debajo, se plisaba. Ese plaid en particular denotaba
distinción por la suavidad de la lana con que se había tejido. Los colores
marrones o verdes se apreciaban como una especie de camuflaje, sobre todo para
los highlanders de los páramos, donde el paisaje estaba mayormente compuesto
de vegetación seca. Por último, se prendía con un broche sobre uno de sus
hombros.
Recogió dos gruesos mechones que había trenzado de ambos lados del rostro
y los unió por detrás, evitando que el cabello lo molestase en cualquier
momento.
Bajó al salón con prisa; aun así, buscó con la mirada, sin verla, a quien le
había salvado, reparando su ropa.
No era de los últimos en llegar. Wallace ya estaba allí y lo saludó con una
palmada en el hombro.

Nerys recorrió la estancia con la vista porque tenía previsto escapar en cuanto
viera llegar al gigante de aspecto desaliñado. No había caído entonces porque su
desnudez le había bloqueado los sentidos y, luego, mientras conversaba con
Helen, no había vuelto a pensar en él hasta ese momento en que observaba los
plaids de los guardianes; y fue cuando se acordó de que, con los nervios y las
prisas, no había podido anudar el cordón que unía al broche con la prenda y
temía que éste cayera de un momento a otro.
Llegó incluso a ponerse de puntillas, pero no logró verlo. Quizá se había
quedado en su alcoba por no tener más ropa dispuesta.
No sintió pena por ello, aunque sí cierto temor de volver a encontrárselo.
Helen también la había advertido de que no debía andar sola por la casa durante
los esponsales; los hombres solían ingerir grandes cantidades de alcohol y
primero actuaban y luego preguntaban.
Comenzaron las presentaciones y Nerys comenzó a relajarse. Observó,
admirada, cómo los guardianes se acercaban a los prometidos, rindiéndoles
pleitesía.
Todos eran guerreros: altos, fuertes, grandes. Todos con el cabello largo sobre
los hombros. ¡Cobardes todos! Ninguno de ellos se había atrevido acusar a
Warenne. ¿Por qué? ¿Porque tenía una estrecha relación con Eduardo?
Nerys soportaba todo eso en silencio, guardando en su corazón su
resentimiento. Ya llegaría el día… Ahora debía ser paciente.
Descubrió al sujeto que temía encontrarse justo en el momento en que éste se
inclinaba hacia Bella. Lo reconoció por su apostura.
Debido al silencio, pudieron escuchar el débil sonido que hizo el broche al
caer y que rodó durante unos largos segundos por el suelo de piedra. El hombre
fue rápido y con una mano sujetó la prenda sobre el hombro, bromeando con sus
compañeros.
—¡Te hace falta una esposa! —rio uno de los guardianes, divertido.
Nerys se escondió entre las sombras, ocultando una sonrisa bajo el fruncido
ceño de Helen.
Mucho más tarde, aquello se convirtió en una graciosa anécdota, y los
hombres rieron con ganas; no así el hermoso guerrero que, con mirada asesina,
buscaba a alguien entre los rostros de las siervas.
Nerys se mantuvo semioculta toda la noche, evitándolo a propósito. Todavía
asombrada al descubrir que el desastroso hombretón era en realidad el hombre
más guapo que hubiera visto nunca. ¡Un guardián!
Con la barba, no había podido apreciar el rostro varonil de rasgos de granito,
la fuerte mandíbula, los labios carnosos. E incluso sus ojos grises, enmarcados
por elegantes cejas, eran dignos de admiración. Sin embargo, su aspecto seguía
siendo peligroso, muy peligroso.
4

Nerys se despertó con el sonido de las gaitas, y tan sólo cubierta por una fina
camisola espió el exterior, levantando apenas la esquina inferior de un hermoso
tapiz.
Varios hombres se habían reunido en el patio de armas y, con su música,
daban inicio a los eventos que el conde de Carrick había planeado para ese día.
Los juegos consistían en danzas tradicionales, donde los gaiteros tocaban en
solitario y luego lo hacían todos juntos.
Las gaitas tenían tres tubos del mismo tamaño y uno un poco más largo. Una
bolsa de piel de oveja o alce se llenaba de aire y luego se presionaba con el
brazo, empujándolo a través de los tubos. Su sonido casi desafinado era
inconfundible.
Varios clanes habían elevado carpas y tiendas, de modo que el patio pronto
estuvo lleno de gente y animales. Las gallinas corrían libres a su antojo,
picoteando todo lo que encontraban, no importaba si eran restos de comida o los
pies de algún pobre incauto.
Nerys observó al tipo alto y desgarbado que portaba una tosca bandeja con
haggis, un plato que consistía en corazón, pulmones e hígado de oveja o cordero,
picado y mezclado con grasa y avena, sazonado, hervido y embutido en una
bolsa hecha con el estómago del animal y en forma de una gran salchicha.
Un gaitero encabezaba la procesión, seguido del cocinero y, tras éste, los
invitados más madrugadores llevaban nabos y puré.
Habían colocado unas largas bases de madera, formando una mesa
espectacular donde abundaba la sopa templada de cordero, vegetales, budines,
dulces, panes, tortas y galletas. Un gran despliegue de alimentos que se
encargaban de traer los distintos clanes como regalo para la fiesta.
Nerys se volvió hacía la cama, donde Bella seguía arrebujada bajo las mantas.
El largo cabello cobrizo voló tras ella durante unos segundos, cayendo más abajo
de sus caderas, después de acariciar el tapiz con las puntas.
—Debemos vestirnos. Lady Mar vendrá enseguida a buscarnos. —Nerys
buscó en los arcones, sacando la ropa.
—¿Qué pasó anoche, Nerys? Al final no me pudisteis contar.
La muchacha la miró intrigada, sin saber ni por un momento qué era aquello
de lo que le hablaba, pero no tardó mucho en caer en la cuenta, y con una sonrisa
se sentó sobre la cama cuando Bella retiró los pies para hacerle sitio.
—No es nada —comenzó con una traviesa sonrisa—, ¿recordáis al guardián
que perdió el broche?
Bella alzó los ojos al techo, pensando, y asintió.
—Kiar MacArthur —sonrió—. Qué pena que vos no visteis los colores del
hombre en su cara, apuesto a que deseó que se lo tragara la tierra. ¿Por qué? ¿Os
gusta ese hombre? —Bella frunció el ceño, mirándola fijamente.
—¡No! ¡No es eso! Él… me confundió ayer con una sierva…
—¿Os hizo algo, Nerys? —preguntó, apartando las cobijas con los pies para
levantarse.
—¡No! Bueno —suspiró—, quiso que le cosiera el broche del plaid.
—Y no lo hicisteis, ¡muy bien, Nerys! Vos no tenéis por qué atender a nadie.
Todos los hombres creen que estamos para servirles; bueno, la mayoría de los
hombres —rectificó, sin duda pensando en su Carrick.
—Sí lo hice —susurró, retorciéndose las manos—, pero olvidé atar el cordón,
por eso el broche…
Bella la miró con los ojos abiertos como platos y rompió a reír
escandalosamente.
—Bella, por favor. Alguien puede oírnos.
—Con el ruido que viene desde el exterior, lo dudo mucho —siguió riendo—.
¿Qué os dijo MacArthur después?
Nerys se encogió de hombros con una tímida sonrisa.
—Me he pasado toda la noche huyendo de él, posiblemente también lo haga
durante todo el día de hoy. —Bella no podía parar de reír, y Nerys comenzó a
enojarse con ella—. ¿No lo comprendéis? Ese hombre es capaz de hacerme algo
en cuanto me descubra. ¡Dejad de reíros!
—Es que fue muy divertido —contestó Bella, tratando de ponerse seria
aunque sus ojos seguían chispeando, alegres—, lo mejor será que os disculpéis
con él en un lugar público. De ese modo, ni yo ni Carrick dejaremos que os pase
nada. Pero pensándolo bien, es él quien debería disculparse por confundiros con
una sierva. No, mejor no os disculpéis. Claro que tampoco sería conveniente que
os encontrarais a solas —levantó las cejas—, a no ser que queráis uniros a él.
—¡No! —negó—. ¡No! ¡Es un guardián!
Bella, al final, se levantó de la cama.
—Es el señor de MacArthur —le explicó— y vos sois una MacBean. Sería
una buena alianza. Podría comentárselo…
—¡No! —medió gritó Nerys, incorporándose como si tuviera un resorte—.
Además, yo no poseo nada.
—Las tierras —le recordó Bella, frotándose los ojos—. Mi señor os devolverá
las tierras cuando las reclame vuestro esposo. Además, MacArthur es un hombre
muy guapo. Creo que el más atractivo, después de Bruce.
Nerys frunció el ceño. Puede que Bella pensara eso porque amaba al conde,
pero ese hombre, el MacArthur, era mil veces más guapo que Carrick. Claro que
si Bella hubiera visto su cuerpo como lo había visto ella, se hubiera dado cuenta
enseguida. El hombre era de una hermosura salvaje y peligrosa.
—Pues no me he fijado mucho, la verdad —mintió.
—Deberíais hacerlo, Nerys. He oído decir que la mayoría de las mujeres están
como locas por pasar una noche con él. ¿No os lo han presentado?
—No debería haberos dicho nada. No sé por qué tengo la costumbre de abrir
la boca con vos —gruñó.
Bella volvió a reír, esta vez más suave.
Los golpes en la puerta interrumpieron la conversación. Helen ya estaba allí,
acompañada de su sierva.

El ambiente festivo del exterior logró sacar varias sonrisas a Nerys quien,
acompañada por Douglas, fue observando los puestos de los diferentes clanes, e
incluso se atrevió a bailar una alegre danza junto a varias mujeres. La música y
el bullicio flotaba en el ambiente, animando a los corazones más tristes.
Observó cómo varios clanes efectuaban la danza de la guerra, donde
colocaban las espadas en forma de cruz y bailaban entre ellas sin llegar a
pisarlas. La leyenda decía que, si alguno de los hombres las rozaba siquiera, ese
año habría derramamiento de sangre y, desde luego, muchos de los allí reunidos
las habían pisado varias veces.
Cuando finalizó se acercó hasta donde se celebraban los juegos. Douglas
participaría en uno de ellos: el lanzamiento de martillos.
Era impresionante ver la fuerza y destreza que derrochaban los participantes
al arrojar el arma lo más lejos posible.
Sintió de repente una fuerte presión en su hombro, y la joven se giró con una
sonrisa, pensando que algún conocido de la casa de Mar se acercaba a saludarla.
La sonrisa se congeló en sus labios al toparse con la dura mirada gris del hombre
al que había abochornado el día anterior.
La joven trató de apartarse de él, dando unos pasos hacia atrás; sin embargo,
no avanzó ni un solo milímetro.
—Mi señor, me hacéis daño —le dijo con voz temblorosa, buscando con la
mirada a Douglas, quien parecía muy entretenido con los juegos. Sentía un ligero
temblor en las piernas.
Kiar la miró fijamente, de arriba abajo, y la soltó como si estuviera en aquel
mundo para obedecer sus órdenes.
—Disculpadme, me temo que os confundí con una sierva… —frunció el ceño
y sus ojos parecieron brillar con sorpresa—. ¡Vos me cosisteis el broche ayer! —
exclamó.
Nerys pudo recular, apartándose de él.
—Estáis confundido, milord —dijo nerviosa, bajando la mirada y respirando
con dificultad.
—No, no lo estoy —negó él, cada vez más intrigado. Estaba casi seguro de
que era la misma joven, pero aquellas ropas no tenían nada que ver con las
prendas burdas y ásperas que usaban los siervos. Las mismas que llevaba ella el
día anterior.
—¡Mi señor MacArthur! —Exclamó Bella, acercándose del brazo de Carrick
con una sonrisa en los labios—. ¡Cuánto os agradezco que estéis cuidando de mi
amiga!
—¿Su amiga? —preguntó él, más descolado que nunca.
—Nos habréis oído hablar de ella —le dijo Bruce—. Nerys MacBean es la
descendiente directa de su clan. Sufrieron un asedio hace unos años. Vosotros os
encargasteis de dar muerte a los asesinos.
Nerys se tensó ante aquellas palabras. De modo que MacArthur era uno de los
cobardes…
Kiar sólo pudo asentir con la cabeza al recordarlo.
—Pensé que era un varón…
—Douglas es un primo lejano —respondió Carrick.
—Lamento mucho lo de su familia —le dijo con pesar.
—Gracias —respondió ella, aliviada de que Bella se les hubiera unido. Ese
hombre estaba mucho más guapo que el día anterior. Su largo cabello castaño
caía húmedo sobre sus hombros. ¿Por qué tenía que fijarse en esas cosas?
Intentó centrarse en la conversación y casi prefirió no hacerlo. ¡Que
lamentaba lo ocurrido! ¡No lo creía en absoluto! Si cualquiera de ellos hubiera
sentido los asesinatos de su familia, habrían apresado al culpable de todo… Y no
lo habían hecho.
—¡Ya os han arreglado el broche! —notó Bella con voz cantarina. Nerys
enrojeció de repente, fulminando a su amiga con una fría mirada de advertencia;
aquel gesto no pasó desapercibido a los ojos del MacArthur.
—Sí, un pequeño percance que tuve ayer, pero esta mañana se encargaron de
solucionarlo —contestó, clavando la vista sobre Nerys con intensidad—.
¿Querríais que os acompañara a ver los juegos, Lady MacBean?
—Estoy acompañada —respondió ella, buscando a Douglas con la vista sin
hallarle—, o lo estaba hasta hace unos minutos…
—¡Sería magnífico si vos pudierais acompañarla! —rio Bella—. Nosotros
vamos a buscar a mis padres y no me gustaría que Nerys anduviera sola.
Excepto el señor de Carrick, que en ese momento parecía estar mirando otra
cosa, los demás escucharon el suave bufido de Nerys.
—Para mí sería un placer —contestó Kiar, ofreciéndole el brazo con una
sonrisa cautivadora.
Nerys lo observó con el ceño fruncido. Forzando una sonrisa, apoyó su mano
sobre la del hombre sin atreverse a mirarlo. Podía sentir el calor de su piel bajo
sus dedos, y todos los nervios de su cuerpo se avivaron de forma repentina.
—Bien, entonces nos reuniremos más tarde —dijo Bruce, guiando a Bella
hacía otras personas que charlaban amigablemente.
Tanto Nerys como Bella cruzaron la vista. Bella, con ojos brillantes y
divertidos. Nerys, con una mirada asesina.
5

—¿Sabéis? Ayer tuve un desafortunado encuentro con una bella sierva —dijo
Kiar, con los ojos clavados en la coronilla de la joven—. El caso es que debe de
ser hermana vuestra o algo así. —Se encogió de hombros y, al hacerlo, pareció
mover todo su enorme cuerpo—. Qué extraño que Bruce diga que sólo tenéis un
primo.
Nerys alzó la vista, girando la cabeza hacia él.
—¿Y por qué lo decís? ¿Tan mal os trató esa mujer?
—Muy mal. Su educación fue pésima… Por no hablar de su costura.
Nerys se obligó a mirar al frente, ocultando el rubor que teñía sus mejillas de
los ávidos ojos del hombre.
—Pues debéis de estar confundido, a no ser que mi primo haya hecho todo lo
que decís y… La verdad, no lo imagino cosiendo nada.
—Sería alguien muy parecido a vos —le dijo, inclinándose junto a su oreja—.
Estaré pendiente por si vuelvo a verla.
Nerys se mordió los labios, haciendo una mueca, tratando de no sonreír.
Sentía la mirada de ojos grises fija en ella, estudiando sus rasgos, intentando
penetrar en su mente. Su aliento cerca del cuello, provocándole extrañas
sensaciones.
—¿Y qué haréis si volvéis a verla, milord?
Kiar levantó la cabeza hacia el cielo durante unos segundos y esbozó una
amplia sonrisa.
—No creo que queráis saberlo. Imagino que esperaré a verla a ella. —Su tono
de voz escondía una amenaza implícita.
—¡Pues tened cuidado, no os vayáis a cansar de esperar! —le dijo, fingiendo
no querer saberlo pero deseándolo al mismo tiempo.
Caminaron, deteniéndose de vez en cuando en algún puesto, donde la joven
observaba alguna artesanía o pequeños tapices bordados. Al menos eso
intentaba, pues toda su atención la tenía puesta en el hombre que caminaba a su
lado.
—Si os aburrís, adelantaos —le dijo, señalando hacia unos anchos escalones
de madera, donde la gente comenzaba a coger sitio para ver los enfrentamientos
a caballo.
—No me aburro con vos, al contrario: me pasaría las horas, admirando
vuestra belleza.
Nerys cogió aliento entre los dientes, y arqueó una de sus cejas al mirarlo.
—¿Os estáis burlando de mí, mi señor? —Supo que sí ante aquella sonrisa
llena de diversión. Era más bien un gracioso gesto que no pretendía ocultar, y
que lo volvía sumamente atractivo—. Ah, ya sé lo que buscáis: Queréis vengaros
de mí por lo ocurrido anoche, ¿verdad?
Nerys se había detenido, y ahora lo miraba con los labios tan fruncidos que
parecía un capullo rosado.
—Entonces, ¿admitís que erais vos la sierva?
Nerys soltó un suspiro cansado y negó con la cabeza.
—¡No soy ninguna sierva! —Se puso una mano sobre la cadera y sus ojos
verdes refulgieron como esmeraldas—. Vos me arrastrasteis por toda la casa,
obligándome a coser algo que os pertenecía. ¡Vuestra educación es la pésima, no
la mía!
Se dio cuenta de que aún llevaba la otra mano sobre la de él, y la soltó como
si le quemara. Se giró de manera tan repentina que su larga y gruesa trenza
golpeó el ancho pecho de Kiar, pero antes de poder escabullirse, él la cogió del
brazo con unas fuertes manos como garras de acero.
—¡Soltadme!
—¿Y desobedecer las órdenes de la Lady Isabella? —Kiar chasqueó la lengua
—. Creo que no.
—¿Que no? —Nerys le mostró los dientes y Kiar negó con la cabeza.
—No.
—Pero… Pero… —abrió y cerró la boca varias veces—. ¿Seríais tan amable
de llevarme junto a mi amiga? —le preguntó, cambiando la entonación de su
voz. No era amable pero por lo menos no gruñía.
—Por supuesto. Adonde vos digáis.
Definitivamente, le estaba tomando el pelo. Ese hombre quería vengarse por
lo ocurrido la noche anterior; pues bien, le iba a dar otra dosis de bochorno.
Nerys descubrió, con júbilo, a dos pequeños infantes que habían escalado
hasta una posición elevada sobre unas improvisadas gradas, desde donde el
conde de Carrick y varios nobles más iban a observar los juegos. Los pequeños,
con disimulo, lanzaban cuencos de agua sobre todo aquel que cruzaba bajo ellos.
—¿Os importaría si diéramos un pequeño rodeo por allí? Me gustaría ver a mi
primo, creo que es el próximo en lanzar.
Kiar dirigió la mirada a dónde señalaba la joven. El sol le daba de frente y
tuvo que entrecerrar los ojos para poder ver algo. Asintió, volviéndole a ofrecer
su brazo, y ella, con una sonrisa de oreja a oreja, volvió a apoyar la mano sobre
la suya. No vio que MacArthur fruncía ligeramente el ceño ante su sonrisa.
El corazón de Nerys estaba a punto de escapar de su garganta mientras veía,
por el rabillo del ojo, cómo los infantes se preparaban. Sólo un metro más y…
¡¡¡Plaff!!!
Kiar MacArthur se detuvo. El agua chorreaba sobre su cara y su cabello, y su
rostro tenía tal expresión de sorpresa y enfado que Nerys no pudo esconder la
carcajada, aunque se cubría la boca con la mano.
—¡Si subo, os degüello a los dos! —bramó, furioso, clavando la vista en los
pequeños. Uno de ellos se asustó tanto que perdió el color y rompió a llorar.
Varios de los presentes se detuvieron a observar la escena y pudieron escuchar
varias risitas divertidas.
—¡Mirad lo que habéis hecho! —Le regañó Nerys al hombre—. Habéis
asustado al niño.
—¡¿Qué?! —contestó, atónito—. ¿Acaso los defendéis a ellos?
¡Cómo no defenderlos si la única culpable había sido ella!
Nerys volvió a soltarlo, y pasó junto a él para acercarse al niño que se había
quedado encaramado en una esquina del ancho tablón. Le tendió las manos para
ayudarlo a bajar.
Kiar se sacudió el cabello, agitando fuertemente la cabeza, y las gotas de agua
llegaron hasta ella.
—Por favor, mi señor, no hagáis eso, que me estáis mojando la ropa. —Nerys
logró bajar al muchacho y éste escapó de allí como un rayo. Se volvió hacia
MacArthur con una sonrisa—. ¿Vos nunca fuisteis muchacho?
El hombre ladeó la cabeza y la observó. Las mejillas de Nerys se hallaban
sonrosadas y sus ojos brillaban, chispeantes.
—¿Qué ocurre, muchacho? —Wallace palmeó el brazo de MacArthur y se
inclinó un poco hacia Nerys—. Mi señora, ¿habéis tenido algún percance?
—Menos mal que habéis llegado a tiempo, Sir Wallace —le saludó Nerys con
una voz dulce y encantadora—. Mucho me temo que MacArthur desea retar al
pequeño de alguna manera.
William soltó una carcajada y miró a las gradas con diversión.
—Creo que habéis elegido un sitio muy malo para pasar —les señaló a otro
montón de infantes que cargaban con hojas de lechuga y tomates.
Tanto Nerys como Wallace escucharon el fuerte suspiro de Kiar, y se
volvieron hacia él. Su rostro lucía rojo, además de empapado; sus ojos estaban
dilatados de furia, y su boca se había convertido en una fría línea de labios
apretados.
—Tenéis razón. No podíamos haber pasado por un sitio peor —contestó entre
dientes, apartándose un largo mechón que se había adherido a su mejilla. Aquel
gesto llamó la atención de Nerys, sintiendo el repentino deseo de acariciarle el
rostro. Dándose cuenta de por dónde iban sus pensamientos, se cogió ambas
manos por detrás de la espalda y dejó vagar la vista, sin observar nada en
especial.
—No os preocupéis por mí, milord —le dijo Nerys, descubriendo a Douglas
—. Acabo de ver a mi primo y él me acompañará. Sería mejor que os cambiaseis
de ropa. Sir Wallace, ha sido un placer volver a veros —se despidió con prisa y
corrió hacia Douglas, tomándose de su brazo.
Detrás de ella pudo escuchar las sonoras carcajadas de William, pero no se
atrevió a mirarlos de nuevo. Esperaba que MacArthur entendiera que no le
gustaban las amenazas.
6

Los guardianes de Escocia se hallaban reunidos en el gran salón, y aunque los


sirvientes se afanaban por servirles jarras de cerveza y vino, ninguno de ellos
parecía interesado en la bebida. Todos estaban expectantes, con los ojos clavados
en Kiar MacArthur.
—¿Estáis completamente seguro de eso, muchacho? —Bruce se atrevió a
romper el repentino silencio—. ¿Balliol lo sabe?
—Yo debería ser quien se lo dijera, pero preferí consultarlo antes con el
consejo.
—De modo que los franceses pretenden atacar a Eduardo —repitió Wallace,
feliz de la vida—. Balliol sería un loco si pretendiera enviarnos para apoyar a los
ingleses.
—Tenemos un tratado con ellos —le hizo notar Bruce, golpeando la mesa con
los puños cerrados para llamar la atención de algunos hombres que comenzaban
a elevar la voz.
—¡Al diablo con el pacto! —Contestó Kiar, ganándose la lealtad de sus
compatriotas—. ¡No pienso dejar que mi pueblo luche en esta guerra!
La mayoría de los presentes estaba de acuerdo. Negarle los ejércitos a
Eduardo lo convertiría en un blanco fácil de conquistar.
—O luchamos contra los franceses, o en caso contrario esperamos las
represalias de Eduardo.
—Yo tampoco llevaré a mi gente a proteger a nadie. Ésta no es nuestra guerra
—dijo otro de los hombres.
—Si no acatamos las órdenes, estaremos poniéndonos en contra de nuestro
rey, Juan de Balliol —se quejó el conde de Surrey, tratando de ocultar la ira que
sentía.
Bruce se tensó ligeramente. Era oír aquel nombre en boca de Warenne, y toda
su furia se expandía por su cuerpo. Cualquier cosa por llevar la contraria a Juan
le divertía, aunque no podía dejar de pensar en la clase de venganza que tomaría
Eduardo contra ellos. Con un poco de suerte, si los franceses conquistaban
Inglaterra y hacían abdicar al rey… De todos modos, fuese de la forma que
fuese, esa conversación llegaría a Juan antes de lo que tardaba una piedra en
hundirse en una charca. No podían olvidar que Warenne contaba con la
confianza de Eduardo. Aún no era Guardián de Escocia, pero pronto lo sería. El
hombre jugaba a dos bandos.
—De acuerdo —asintió Bruce, observando a Kiar fijamente—, deberíais
darle la noticia a Juan y nuestra posición en este asunto.
El MacArthur asintió con la cabeza.
—¡Cuánto más pronto vayáis hablar con él, mejor! —insistió Warenne.
—¡No! —bramó Bruce, y su voz resonó en el salón con fuerza—. Primero
celebraremos mis esponsales y luego partirá. Surrey, si tenéis tanta prisa, partid
vos. Ahora, señores, si nos disculpan… Kiar y yo tenemos varios asuntos que
aclarar.
Los guardianes salieron del salón, murmurando en silencio la postura que
acababan de adoptar. Todos ellos seguros de que Eduardo volvería a intentar
conquistar Escocia cuando se deshiciera de los franceses. Preferían mil veces
morir luchando por su país que defendiendo a esos estirados.
Kiar tomó asiento en uno de los largos bancos y Bruce lo imitó, tendiéndole
una jarra de cerveza.
—Deberás hacer que Juan firme un tratado con Francia —susurró Bruce,
recorriendo el salón con la vista— y, sobre todo: vigilar tus espaldas. Surrey es
capaz de hacer cualquier cosa con tal de impedir este encuentro. Es más,
imagino que correrá a Eduardo para avisarlo.
—Esto será el principio del fin —le avisó Kiar, asintiendo con la cabeza—,
deberíamos prepararnos.
—Y cruzar los dedos para que los franceses ganen la guerra.
Kiar se encogió de hombros, haciendo una mueca de indiferencia.
—Eso es lo de menos. O nos ataca Eduardo, o lo hacen los otros.
—Sí, tienes toda la razón. —Bruce bebió un largo trago de su bebida y soltó
un suspiro cansado—. Quisiera pedirte un favor: Necesito entrevistarme con
algunos clanes cercanos a la frontera para conocer sus posturas y nuestra
respuesta. Quizá pase un par de semanas fuera, y quisiera que Isabella no
estuviera sola aquí.
—Yo no puedo demorarme mucho por estos lugares. Debo regresar a mis
tierras…
—Lo sé, amigo —le palmeó el brazo con afecto—. ¿Te llevarías a mi futura
esposa y a la dama que la acompaña? En cuanto finalice, yo mismo iré a
recogerlas. Aquí no las siento seguras en mi ausencia.
—No te preocupes por eso, Bruce. En mi hogar estarán como en el tuyo
propio… o mejor.
—Eso de mejor… —se echó a reír, divertido—, como Carrick no hay ningún
otro sitio.
—Lamento discrepar. —Kiar se tomó su cerveza—. ¡Qué más quisieras tener
mi fortaleza! —bromeó.

El sol lucía esplendoroso en lo alto del cielo, acariciando con sus rayos los
altos muros de la fuerte construcción de Carrick. Las nubes se mecían
perezosamente con una ligera brisa que nacía de los riscos, trayendo el aroma
salado del mar.
—¿Has logrado averiguar algo? —susurró Nerys junto al oído de Douglas.
Estaban en el patio exterior desde hacía un buen rato. Los guardianes habían
salido todos, excepto Carrick y MacArthur.
—Poca cosa. Aquel de allí es Surrey.
—¿Cuál? —Nerys lo buscó con la mirada—. ¿Cuál?
—El único que lleva calzas, si hasta viste como ellos —le dijo entre dientes.
Nerys le descubrió al segundo y se estiró el pesado vestido, demorándose en
las caderas.
—Luego nos vemos, Douglas. —Se levantó la falda, dispuesta a alcanzar al
hombre, pero Douglas le sujetó el brazo—. ¿Qué haces? Suéltame.
—¿Qué pretendes, Nerys? No puedes desafiarlo abiertamente.
—¡Y no pienso hacerlo! Tan sólo voy a comenzar a acercarme, dejaré que
tome un poco de confianza.
—No me gusta esto, Nerys. Si descubren lo que pretendemos, nos cortarán la
cabeza… o algo peor.
Nerys lo miró, arqueando una ceja.
—¿Algo peor que cortarnos las cabezas? ¡Como no bailen sobre nuestras
tumbas! Suéltame, Douglas, voy a presentarme solamente. ¡Aún no voy a
matarlo! —Alzó demasiado la voz porque varias cabezas se volvieron a mirarla.
—Habla del cordero —explicó Douglas, con una sonrisa, a los que aún
parecían interesados en ellos—; debe cocinarlo.
—¿Y cómo lo hará si no lo mata antes? —preguntó un hombre de aspecto
robusto—. Decidme, bella dama, dónde está ese animal, que yo mismo os
ahorraré el trabajo.
Nerys dejó que su primo se quedara charlando con él mientras ella caminaba,
ligera, para no perder al conde de vista.
Lo observó, escondida tras un puesto de frutas, sin notar que un par de
hombres jóvenes se habían girado para admirarla a placer. Estaba ligeramente
inclinada sobre una ristra de ajos, su trasero pegado a las faldas en una postura
que llamaba la atención de todo aquel que pasara.
Ella era ajena a todo eso, estaba preocupada porque, al fin, iba a conocer al
hombre que había asesinado a su familia. Por fin, en sus pesadillas podría
ponerle cara.
No era un hombre muy alto. Sus cabellos eran rubios, con gruesos mechones
plateados. Y aunque su cuerpo tenía trazas de guerrero, no portaba esa fortaleza
que cualquier guardián poseía. Era un tipo más bien espigado, de rostro delgado,
nariz aguileña, y cuya frente estaba cubierta de numerosas arrugas.
Nerys se pasó la lengua sobre los labios en actitud nerviosa. De buena gana le
hundiría una daga en el mismísimo cuello.
Miró en derredor, evaluando la situación con ansia. Había demasiada gente.
¿Acaso se habían puesto todos en movimiento en el momento en que ella se
había escondido a mirar? Frunció el ceño.
Armándose de valor, y dejando la mente totalmente en blanco, bajó la cabeza
y se lanzó contra el conde, haciéndolo caer sobre un gran charco de barro y
excrementos de gallinas. Ella también perdió el equilibrio y se encontró tumbada
sobre el grueso cuerpo de Warenne, con los pies metidos en el barro.
El hombre se giró en un acto reflejo, agarrando una piedra de peligrosa punta
al pensar que alguien lo estaba atacando.
Nerys levantó la vista y lo miró, asustada. Ese hombre iba a golpearla si no se
apartaba a tiempo. De pronto se vio izada y aplastada contra un duro pecho de
hierro.
—¿Os encontráis bien, lady MacBean? —preguntó Kiar MacArthur,
buscando sus ojos con preocupación, y haciéndola casi girar en el aire. Ella lo
miró con las mejillas enrojecidas, una mezcla de sorpresa y miedo se reflejaban
en los discos verdes que eran sus ojos; sin embargo, enseguida se recuperó de la
impresión ¿Se habría dado cuenta el gigante de lo ocurrido? Su rostro tomó un
tono rojo al tiempo que asentía con la cabeza.
Warenne también se puso en pie y los observó con el ceño fruncido. Sus ropas
estaban embarradas, con una sustancia pegajosa adherida a sus calzas, pero no
parecía notarlo.
—Estaba distraída —respondió Nerys, luchando por apartar las manos de
MacArthur de sus caderas—. Estoy bien ya. ¡Soltadme! —gritó. Pero ¿por qué
tenía que haber aparecido el hombre justo en ese momento?
Kiar la soltó sin dejar de mirarla, taladrándola con aquellos ojos grises que
parecían penetrar en su interior, con una expresión muy seria y desconcertante.
7

—Lo lamento mucho. —Nerys se volvió hacia el conde de Surrey—. Me


temo que no lo vi. Si pudiera compensaros con algo. Yo misma me encargaré de
sus ropas…
—No hace falta. Quizá la culpa fue mía —contestó el hombre, soltando la
piedra y sacudiéndose las manos—. MacBean —repitió, pensativo—. Me suena
ese nombre.
Kiar MacArthur se tensó. No era ningún tonto. Había visto cómo la joven
chocaba a propósito con el hombre. Lo había visto él, y todos los que se
encontraban observando a la arrebatadora dama que los encandilaba,
balanceando el trasero mientras se ocultaba de alguien tras el puesto de frutas. Y
si hubiera sido cualquier otro con el que tropezara, posiblemente no hubiera
llegado a relacionar nada; sin embargo, ese MacBean que había repetido
Warenne le había recordado las acusaciones que se vertieron contra él cuando
asediaron al clan de la joven.
—Soy Nerys, hija del señor de MacBean —se presentó ella con un gracioso
mohín dirigido al conde.
—Es un gusto conoceros, milady. Siempre es un honor ser asaltado por tan
bella damisela. —El hombre recorrió su mirada sobre ella con admiración, a
pesar de que tenía el vestido chorreando y pegado a sus piernas.
—Será mejor que os acompañe a vuestros aposentos para que podáis
cambiaros —dijo Kiar, tomándola con suavidad pero con firmeza del codo. Ella
se volvió hacia él, fulminándolo con la vista—. Insisto —murmuró con tanta
rotundidad que no admitió réplicas.
—Espero que volvamos a vernos pronto —se despidió el Conde con una
sonrisa que pretendió ser seductora pero que no llegó hasta sus fríos ojos cuando
cruzó una mirada con MacArthur.
—Sí, yo también lo espero —añadió ella con amabilidad.
Caminaron en silencio hasta el vestíbulo, aunque con bastante dificultad a
causa de los pies totalmente embarrados de Nerys, que la hacían resbalar
continuamente. De no ser por el fuerte brazo de MacArthur, hubiera caído
desparramada mucho antes de llegar. Una vez allí, Nerys se desasió de la mano
que aún la sostenía.
—¿Siempre tenéis la costumbre de arrastrar a las mujeres de un lado a otro?
—le enfrentó, con las manos en las caderas. Menos mal que no era consciente
del aspecto que presentaba; de haberlo sido, hubiera salido corriendo a su
dormitorio en menos que canta un gallo.
El hombre se hallaba serio, sus gestos firmes e inamovibles como una estatua
romana.
—Sé lo que pretendéis, Nerys. Soy guardián, ¿lo habéis olvidado?
Ella arqueó las cejas, extrañada.
—¿Y qué pensáis que pretendo? Sólo fue un accidente.
—Una grandiosa casualidad. Tropezar con la persona que piensa que asesinó
a su familia, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo tuvisteis que esperar tras ese puesto para
lanzaros sobre él?
Los ojos de Nerys brillaron, furiosos, y sus iris verdes se volvieron de hielo.
No pudo controlar el impulso y la palma de su mano golpeó con fuerza el rostro
de MacArthur. Se arrepintió en el mismo momento que vio su dura mirada, y con
temor se alejó unos pasos de él.
—¿Y a vos qué os importa? —se atrevió a gritarle, enojada, sin hacer caso de
los locos latidos de su corazón.
Kiar no se había movido del sitio, y en su mejilla comenzó a aparecer una
marca rosácea.
—Cuando alguien atenta contra la vida de alguno de los nuestros, me importa.
—¡Él no es de los nuestros! —rugió Nerys, agitada. Se acercó de nuevo al
hombre y con los pequeños puños le agarró de la parte superior del plaid. Sus
ojos se habían anegado en lágrimas—. Mató a mi padre —sollozó.
Kiar tragó con dificultad. Los sentimientos que la joven dejaba traslucir lo
conmovieron como nada lo había hecho nunca. Podía entenderla. Sabía lo que
era necesitar vengarse de aquél que se lo había arrebatado todo, pero no había
pruebas. No podía permitirle que atentara contra el conde.
Cuando Nerys rompió a llorar no le importó que aquel gigante la abrazara,
consolándola, ni que acariciara su cabeza con suavidad. Tan sólo necesitaba un
apoyo, un sitio donde poder liberar lo que su alma escondía, un hombro sobre el
que llorar.
—Olvidaos del tema —dijo por fin Kiar, sintiéndola temblar entre sus brazos
—, debéis continuar con vuestra vida.
Ella levantó la vista, mirándole entre lágrimas.
—No me pidáis eso, por favor —rogó con un sollozo—. Tengo que hacer que
él pague por todo…
Kiar la besó. No pensaba hacerlo; de hecho, ni se le había pasado por la
cabeza hacerlo en aquel momento. No obstante, ella enmudeció de repente.
Nerys apenas movía los labios y su lengua le rehuía con timidez, sin embargo no
se apartó. El hombre se apoderó de sus labios, blandos y suaves, y cuando su
lengua acarició el cálido aliento, la aplastó más contra él, saboreando con ansia
su interior. Sintiendo la delgada espalda entre sus brazos, el cuerpo femenino se
adaptó con exactitud a cada una de sus curvas como si perteneciera desde
siempre a ese lugar: a sus brazos… Kiar apartó los labios de ella, súbitamente
asustado por su descubrimiento.
El beso terminó con demasiada prontitud, y Nerys pestañeó con fuerza sin
poder apartar la vista de aquellos hermosos labios que se habían atrevido a
explorar su boca. Deseó que volviera a hacerlo, aun así se apartó, limpiándose
con el dorso de la mano.
—No debisteis hacer eso —le increpó con voz temblorosa. Su ira había
desaparecido como por arte de magia. Los ojos grises la hechizaban con un
oscuro sortilegio, incapaz de apartar la mirada de ellos.
Kiar asintió sin decir palabra. No estaba arrepentido de haber probado
aquellos labios, ni de haber olido la suave fragancia que desprendía la gruesa y
larga trenza de tonos cobrizos. Ojalá no tuviera que arrepentirse de los nuevos
sentimientos que se iban despertando en él.
—No volváis a atentar contra nadie si no queréis ser castigada. Prometedlo.
—No puedo hacerlo. Si pensáis que debo ser encerrada en las mazmorras,
¡adelante! —Ella levantó el mentón, orgullosa—. Mientras ese hombre viva, yo
iré tras él. —Se recogió las faldas para marcharse, y pronto se dio cuenta de que
el gigante salía con paso firme hacia el exterior.
Kiar MacArthur fue a reunirse con los guerreros, sin dejar de pensar en
ningún momento en la terca muchacha. La mantendría vigilada mientras
estuvieran en Carrick, una vez que llegaran a sus tierras le ofrecería su ayuda.
No iba a matar al hombre, ni mucho menos. Kiar no era ningún asesino. Si tan
sólo tuviera una prueba… Aunque después de lo que pasara durante esos meses,
Warenne decidiría en qué bando quedarse. Si elegía a Eduardo… entonces no
sería asesinato. Pero esos pensamientos tampoco podía revelárselos a la joven.
La muy estúpida pondría en peligro a toda Escocia si conociera los planes.
Quizá ella tenía razón y debía encerrarla en las mazmorras.
Sonrió cuando ese pensamiento cruzó por su cabeza. La imaginó con una
suave camisola adhiriéndose a su cuerpo. Con los brazos en alto y los grilletes,
que colgaban del techo de piedra, alrededor de sus muñecas. Con las piernas
ligeramente abiertas, los labios húmedos, los pechos…
—¡Muchacho! —Lo llamó Wallace por dos veces—. ¿Qué ves en la mesa que
te parece tan hermoso? O puede que tus pensamientos estén con la bella pelirroja
de MacBean.
Los ojos de Kiar brillaron ardientes por unos segundos, y despejó sus
pensamientos como quien aparta una mosca con la mano.
—Vamos a desafiar a alguien —respondió Kiar con una amplia sonrisa hacia
su amigo, señalando los juegos. Se tomó una jarra de cerveza en apenas tres
tragos y después la golpeó sobre la mesa.
—Sí, participemos —asintió William, mirando al resto de los guerreros—.
Vamos, acabaré con todos vosotros.
Se armó un gran revuelo cuando los Guardianes y sus hombres se acercaron
al campo de juego.
Varios vasallos corrieron de un lado a otro del campo, en busca de las armas
que los guerreros iban a utilizar.
Todos los ojos se clavaron en ellos, observando cómo limpiaban sus dagas y
las cambiaban de una mano a otra, en rápidos movimientos.
MacArthur sintió un extraño calor y, cuando alzó la vista hacia las gradas,
descubrió a lady MacBean junto con Isabella y Bruce. La joven lo miraba con
intensidad, sin embargo no le devolvió la sonrisa. Se había cambiado de ropa con
rapidez y nadie parecía haberse dado cuenta de lo ocurrido. Todavía.

—Creo que le gustáis mucho, Nerys —susurró Bella a su lado—. Apuesto a


que si gana, os pedirá una prenda como regalo.
—¿Y si no se la doy? —contestó, frunciendo los labios.
—Os pedirá un beso.
Nerys dio un ligero respingo, y Bella le entregó un suave pañuelo de seda.
—¡Pero es vuestro! —le dijo Nerys, acariciando la prenda.
—Ahora no. Os lo regalo.
Nerys asintió, buscando al gigante con la vista y lo encontró mirándola.
Escondió con velocidad el pañuelo tras la espalda, pero él ya lo había visto y su
hermosa boca pintó una amplia sonrisa divertida al tiempo que asentía con la
cabeza.
—Va a ganar —susurró Nerys con las mejillas encarnadas.
8

—Termina de limpiar esa prenda de una vez —dijo Warenne al vasallo,


metiéndole prisa—. ¿Llamaste a Liam? ¿Por qué no está aquí todavía?
Su impaciencia era notable, y a medida que pasaba el tiempo se tornaba en
mal humor.
El aludido entró a la carrera en la recámara, frenando justo antes de chocar
con el siervo.
—Lamento la tardanza, milord. Los guardianes están participando en los
juegos y es un gran espectáculo.
El conde lo fulminó con la mirada.
—Necesito de tus servicios. Tú, márchate —le dijo al siervo, dándole una
ligera patada en los tobillos.
—Vos me diréis —contestó Liam, cogiendo una uva de un centro de frutas
frescas. Sin duda, un generoso obsequio del Conde de Carrick.
Liam llevaba muchos años a su servicio. Sabía prácticamente todo lo que
ocurría alrededor de su señor, ya fueran problemas políticos o de cualquier otra
índole. Warenne no tenía más remedio que contar con él; era eso o quitarlo de en
medio, como seguramente acabaría haciendo con el tiempo.
—Se trata de MacBean. Esta mañana he conocido a la bella hija de Edwin,
pero me han informado que hay un primo: Douglas MacBean. —Miró al sujeto
fijamente—. ¡Nadie me dijo que eran dos MacBean los que aún quedaban con
vida! —Abrió los brazos hacia el hombre, como si exigiera alguna contestación.
Liam se limitó tan sólo a mirarlo con cara de no saber nada.
—Lo quiero muerto —terminó de decir Warenne.
—¿Aquí? ¿En Carrick?
—Sí, ¡qué más da un lugar que otro! —Sacó una pesada bolsa de monedas y
la arrojó sobre la pequeña mesa de madera—. Habrá otra como esta cuando
acabes el encargo.
Liam evaluó la bolsa al peso, y sonrió satisfecho.
—Será como vos digáis.
—No, espera. —Lo detuvo, rascándose la barbilla con una sonrisa ladina—.
He cambiado de opinión: no quiero que muera por el momento. Dadle una paliza
y dejadlo por ahí, tirado. No lo hagas tú. Busca a alguien para hacerlo, pero que
no lo relacionen con mi nombre. Cuando ese sujeto haya cumplido, acaba con él.
Liam se encogió de hombros.
—Como vos queráis.
Warenne soltó una risilla.
Mientras el primo se hallara encamado, la muchacha estaría entretenida
cuidándolo y se olvidaría un poco de intentar atacarlo. Muy tonto debía de ser
para no darse cuenta de lo sucedido. Esa linda joven buscaba vengarse. ¡Pobre
incauta!
En el fondo, sentía un poquito de lástima por ella, y quizá en un futuro no
muy lejano podría ofrecerle su compasión.
Sonrió. Compasión no era el término que realmente tenía en mente; ni
siquiera era la manera correcta de llamarlo, pero mientras estuviera montándola
también podría consolarla, ¿no?
Era bella la muchacha. Hermosa y peligrosa. Quizá una buena guerrera en su
cama.
De no haber estado casado, le hubiera pedido la mano a Carrick o a quien
hiciera falta. Se decía que el enemigo, siempre mejor de frente y al lado, que
lejos y de espaldas. Y lady MacBean lo odiaba, había podido verlo en sus ojos
verdes y en la tensión de sus labios.
No sería la primera ni la última mujer que lo aborrecía, incluso su esposa lo
hacía y Warenne disfrutaba con ello. Le encantaba humillar a las féminas y
verlas arrastradas sobre el suelo. Lo enloquecía saber que todas estaban
dispuestas para su uso y disfrute; si no lo estaban, no pasaba nada, su obsesión
por forzarlas le proporcionaba más placer del imaginable.
—También voy a necesitar a unos cuantos hombres valientes y bien
entrenados. Quiero que partan inmediatamente a Inglaterra. Eduardo debe saber
de la conspiración. —Debía estar al tanto, y él mismo se había propuesto
enviarle la información con la traición que sus compatriotas, los highlanders,
pensaban perpetrar. Necesitaba que al menos lo nombrara guardián, antes de que
se desencadenara la guerra; de ese modo tendría cierto poder entre los guerreros
—. Márchate ya, Liam. Espero recibir noticias.

Nerys aplaudió cuando volvieron a proclamar campeón a Kiar por segunda


vez consecutiva.
Aquel hombre era impresionante, tanto en belleza como en agilidad. Sus
gestos, su rostro, todo él era capaz de pasar de la alegría a la ira en un pequeño
intervalo de tiempo, y eso lo volvía más peligroso. La forma de mirar, de
estudiar los puntos del adversario, la manera de moverse con la gracia de un
tigre, con los sentidos alerta.
Nerys era incapaz de apartar los ojos de él. Era un experto en la lucha y tan
sólo una vez había llegado a caer al suelo en un duelo ante Wallace; pero, por lo
demás, se podía decir que era uno de los mejores guerreros de todas las
Highlands.
Los aplausos y los vítores llenaban el patio exterior, entremezclándose con los
claymors al chocar sus hojas metálicas.
Los hombres lo miraban atentos, aprendiendo de sus movimientos, estudiando
su posición.
Las mujeres, en cambio, no podían ocultar su admiración; le dedicaban
sonrisas, alabando su cuerpo; le hacían graciosas caídas de ojos, y más de una lo
piropeaba, invitándolo a pasar a un terreno algo más íntimo cuando acabara el
combate.
Nerys podía incluirse también entre todas esas mujeres, sobre todo ahora que
aún podía sentir aquella boca caliente sobre la suya; el sabor dulzón de sus
labios, la calidez de sus manos cuando la abrazó.
¿Qué ocurriría después? ¿Intentaría el MacArthur interferir en sus planes de
venganza?
¡Qué estúpida! Debía haber hecho caso a Douglas y haber sido más discreta a
la hora de presentarse ante Surrey, pero bueno... Ahora ya habían sido
presentados. Un poco más de tiempo y paciencia era lo único que pedía. Y
fuerzas para cumplir con su cometido, así tuviera que pasar por encima de todos
los guardianes. No quisiera hacerlo sobre Kiar, pero no tenía alternativa; había
jurado venganza, y nada ni nadie lograría hacerla cambiar de opinión.
Lo peor de todo era que Kiar ya conocía sus intenciones y se sentía con todo
el derecho de detenerla. Él sabía lo que Nerys se proponía y no iba a quitarle los
ojos de encima hasta que acabaran los esponsales.
El MacArthur levantó el claymore al cielo, soltando un grito de júbilo. Su
mirada clara buscó la de Nerys y la encontró, observándolo fijamente.
—Viene a que le entreguéis un premio —le susurró Bella, emocionada junto
al oído, al tiempo que la empujaba con ligereza contra una larga madera
horizontal que hacía las veces de baranda para no caer desde las gradas.
Nerys resopló por la nariz, nerviosa. La mayoría de las miradas se volvieron
hacia ella: unos ojos con envidia, otros con diversión e incluso sorpresa.
—¿Quién es ese hombre? —preguntó con discreción Helen, cubriéndose la
boca con la mano.
—El señor MacArthur —le respondió su marido con orgullo. Acababa de
formarse en su mente la imagen del enlace de Nerys con ese hombre. Una
alianza inigualable e inmejorable.
Nerys se aferró a la barra de madera con fuerza y esperó a que Kiar se
colocara justo abajo, frente a ella. No era una distancia muy excesiva, por lo que
la joven pudo escuchar sus jadeos después de semejante esfuerzo y destreza.
—Lady MacBean, os ofrezco mi triunfo y espero poder ser recompensado con
un recuerdo vuestro.
De buena gana le hubiera arrojado algo a la cabeza. Estaba halagada, pero no
necesitaba sentirse así, y mucho menos por él. Ser el centro de atención la
colmaba de una timidez a la que no estaba acostumbrada.
Recordó con nostalgia cómo su padre le dedicó uno de sus triunfos y cómo su
gente aplaudió durante largos minutos. Era la hija pequeña de Edwin y siempre
había sentido debilidad por ella. Nunca más pensó que algo así pudiera
repetirse… hasta ese día.
Si en realidad había cogido la prenda de Bella, había sido por no volver a
dejarlo en ridículo. No era tonta y era consciente de todos los ojos que estaban
fijos en ella.
No podía hacer ese feo al señor de MacArthur, mucho menos si se lo pedía
con una hermosa sonrisa que hacía brillar sus ojos claros.
Era tan complicado cuando los sentimientos se encontraban luchando
continuamente… Por un lado, deseaba verlo en todo momento, quería conocerlo
e incluso amarlo, ¿por qué no? Era tan guapo y atractivo, tenía un cuerpo tan
perfecto… Sin embargo, el otro lado… Era dolor, traición, rabia. Ese cobarde no
era digno de su amor. No estaba a la altura y no lo estaría nunca. No había
movido un solo dedo, pese hacerse llamar guardián de Escocia.
Con las mejillas bañadas en color, Nerys le lanzó el pañuelo con fuerza para
que llegara hasta él y Kiar lo recogió al vuelo sin ningún problema.
Seguidamente besó la prenda con los ojos clavados en la muchacha, y luego se la
ató al musculoso brazo. Inclinó su cabeza hacia el anfitrión y abandonó el campo
entre los halagos de sus hombres.
Varias mujeres corrieron hacia él, y una de ellas consiguió rodearle el cuello
con los brazos.
Nerys apartó la mirada en ese momento. No quería seguir viéndolo. Ni
siquiera tenía por qué sentir celos de ese hombre al que apenas conocía. Él podía
hacer lo que le diera la gana y continuar con su vida; de hecho, es lo que tenía
que hacer, pues cuando por fin Nerys cumpliera su venganza, exigiría sus tierras
a Carrick y regresaría a su hogar.
MacArthur no estaba para nada dentro de sus planes. Y aunque pensaba eso,
sentía un pequeño tironcito en el pecho.
Bruce de Carrick extendió una mano hacia ella, ayudándola a descender el
último escalón de madera.
Todos seguían hablando de los fantásticos juegos mientras comentaban
algunas posiciones o golpes maestros.
—¿Habéis disfrutado con el encuentro, milady?
Nerys se giró, descubriendo a Kiar apoyado sobre una pared de madera, con
los brazos cruzados sobre el pecho. Se había trenzado dos gruesos mechones de
ambos lados de su cara y los había entrelazado tras su cabeza con el pañuelo que
ella le regalara.
Tenía una pose tan varonil, y a la vez un rostro tan encantador, que Nerys
sintió derretirse algo en su interior.
Se asustó. ¿Cuánto hacía que se conocían?, ¿dos días? ¿Por qué parecía como
si lo conociera desde siempre?
Ella nunca había estado enamorada. ¿Sería posible que esos nuevos
sentimientos que comenzaban a crecer en su pecho fueran amor? ¡Dios quisiera
que no! No deseaba enamorarse de él.
9

—Me ha parecido impresionante —le dijo en un susurro—. Una buena forma


de derrochar energía y desfogarse.
—Quizá podría daros alguna clase.
—¿Lo haríais? —le preguntó, súbitamente interesada.
—Sólo bromeaba, mujer —contestó él, perdiendo su sonrisa y el brillo de sus
ojos—. Acompañadme a comer algo, estoy muerto de hambre.
—En este momento pensaba ir… —Kiar ya la había cogido del brazo y la
dirigía a las mesas, sin inmutarse ante su débil excusa. Claro, si hubiera dicho
que no… — ¿Por qué me perseguís, MacArthur?
—¿Lo estaba haciendo? A mí me parece que no. Por cierto, bonito pañuelo.
Nerys se encogió de hombros con una mueca despectiva.
—No era mío.
—¿Estáis intentando destrozar mi corazón?
—¿Lo estoy consiguiendo?
El hombre soltó una risotada y acabó negando con la cabeza.
—Así sólo conseguís que me sienta más atraído hacia vos, Nerys —se acercó
a ella más de lo que permitían las normas, y aspiró el aroma de sus cabellos con
deleite—. ¿Os molesta mi forma de comportarme?
—Que me confundan con una sierva y me arrastren de un sitio a otro, que me
obliguen a coser cuando odio la costura con toda mi alma, que me vigilen e
intenten manipularme… Yo diría que me molesta bastante.
—¿Y por qué no os negasteis a coser cuando os lo pedí?
—¿Me lo pedisteis? —Lo miró con incredulidad y la boca abierta.
Kiar se encogió de hombros y observó la mesa repleta de viandas.
—¿Qué queréis comer? —le preguntó, tomando un cuenco profundo al
tiempo que lo llenaba con pastel de carne.
Los ojos verdes de Nerys se abrieron con asombro al mirar cómo rebosaba la
comida que había cogido, chorreando grasa por los bordes.
—¡Yo no quiero tanto! —se quejó, tomando el cuenco que le entregaba,
alejándolo de su cuerpo para no mancharse.
—¡Así estáis de pequeña! Debéis comer para haceros fuerte y… —se inclinó
sobre su oído para susurrar—: ¿Cómo pensáis matar a Surrey con esa poca
fuerza que tenéis?
Nerys exclamó, mirando en derredor, cerciorándose de que nadie los hubiera
escuchado. ¡Sería zoquete! Pero, ¿quién se creía que era?
Abrió y cerró la boca un par de veces, y en una de ellas Kiar aprovechó para
meterle una galleta en la boca al tiempo que él se comía otra.
—Buenísima, ¿verdad?
Nerys comenzó a escupirla, pero se dio cuenta de que desmerecía a quien
hubiera cocinado aquella deliciosa galleta, y comenzó a engullirla a pesar de ser
demasiado grande para su boca. A punto estuvo de echar las migas por la nariz.
Comenzó a toser de una manera poco femenina y dejó de hacerlo cuando
sintió el fuerte golpe en su espalda.
—Pero ¿por qué me golpeais tan fuerte? —le gritó, atragantada, limpiándose
la boca con la mano y olvidándose ya de tratarlo con el respeto que merecía su
linaje.
—¿No te estabas ahogando? —le preguntó con una sonrisa y con tono
divertido—. Pues vaya día que llevamos, ¿eh? A mí me empapan, tú te caes en
un charco y ahora…
—Lo has hecho a propósito —siseó, apretando los dientes por no montar un
escándalo—. Menos mal que la ceremonia es mañana y pronto te irás de aquí, y
con un poco de suerte no volvemos a vernos nunca más —le dijo, dejando el
cuenco sobre la mesa, nada convencida con lo que acababa de decir. ¿Tantas
ganas tenía de perderlo de vista?
—¿Cómo? ¿No te ha informado Bruce?
Nerys arqueó sus bien delineadas cejas y lo miró, esperando una contestación
que no tardó en llegar. Sabía que no sería una buena noticia.
—Tú y Lady Isabella viajaréis conmigo a mis tierras y os alojaréis…
—¿Qué? —explotó Nerys, dando un pequeño saltito, con los ojos
desorbitados—. ¿Qué?
—¿No te hace feliz?
Nerys comenzó a contar muy despacio, tratando de controlar su respiración
agitada. Ir a las tierras de MacArthur con él. Vivir bajo su techo y protección,
¿qué más podría pasar?
—¿No puedes notar en mi cara la felicidad que me embarga? —le preguntó
ella, apretando los dientes con fuerza.
El hombre soltó una sonora carcajada que llamó la atención de otros
comensales.
—Tienes una facilidad increíble para divertirme, mujer. —Recogió el cuenco
de la muchacha y el suyo, y echaron andar hacia la sombra de unos gruesos
árboles que rodeaban una verde pradera. Ella ni siquiera sabía por qué lo seguía
—. Me encanta tu sentido del humor.
—Pues divertirte era lo único que tenía en mente. De hecho, no sé ni por qué
estoy aquí cuando hay tantas mujeres que lo están deseando.
MacArthur miró en derredor y sonrió a varias damiselas que no le quitaban
los ojos de encima.
—Prefiero que me acompañes. Ya sabes, no quiero perderte de vista.
Nerys chirrió los dientes.
Ella llevaba la falda recogida con una mano, y vigilaba con mucha atención
dónde colocaba los pies, pues las cabras y las ovejas habían estado pastando por
ahí hacía tan sólo unos minutos.
Sobre un alto tocón de madera MacArthur dejó los alimentos y se sentó en
una piedra que hacía las veces de banco. Seguramente, alguien que había querido
acomodarse bien lo había colocado así para que los demás también pudieran
aprovecharse. Nerys se sentó junto a él, lo más lejos posible, evitando tocar su
cuerpo grandote.
—¿Por qué tenemos que viajar contigo? —quiso saber la joven, observándolo
comer.
—Bruce saldrá después de la ceremonia para atender algunos asuntos.
—¿Y por qué no nos deja aquí? —le preguntó con el ceño fruncido, mirando
en derredor—. Este sitio es muy grande y tiene muchos guerreros.
—Y muchos enemigos. —Kiar arrojó un hueso de pollo contra uno de los
arboles—. Sin ir más lejos, el propio Balliol le odia. Sabe que el trono que ahora
presume como suyo no le pertenece.
—¡Pero Carrick se lo cedió!
—¿Ceder? —Esbozó una irónica sonrisa—. Lo obligaron, así que no tuvo
más remedio que hacerlo, pero algún día será nuestro monarca. Sin embargo,
todos los que se oponen a que eso suceda son los que están esperando, de un
momento a otro, que a Robert Bruce se lo trague la tierra.
Nerys lo miró, confundida. ¿Había visto un destello de furia en los ojos
grises?
—A ti tampoco te gusta Juan Balliol, ¿verdad?
MacArthur negó con la cabeza, y una mueca de asco cruzó por su hermoso
rostro.
—¿Y Surrey? —osó preguntarle.
—Ese sólo está esperando a que Eduardo lo proclame guardián.
—Bella me dijo que se había comprado una propiedad en Inglaterra —le dijo,
pinchando distraídamente el pastel de carne—. Cuando se casó con Alice Le
Bruna se ganó mucho odio de parte de los ingleses.
—¿Con quién?
—La hermanastra de Enrique III. Pero parece que desde que frecuenta a
Eduardo, toda esa enemistad ha cambiado, y algunos dicen que se marchará a
vivir allí.
—Es lo que tendría que hacer. —Kiar la miró con expresión profunda—.
Estás bastante informada de Surrey.
Ella se mordió el labio inferior, asintiendo ligeramente con la cabeza.
—Asesinó a mi gente.
MacArthur soltó un suspiro cansado.
—¿Los viste? ¿Puedes estar completamente segura de tus palabras? —Apartó
su cuenco y la vio dudar.
—No, no puedo estarlo —contestó en un débil hilo de voz—. No vi las caras
de nadie, sólo que algunos iban a caballo. Dime, MacArthur, ¿cuántos pueden
tener caballos? Mi padre apenas tenía diez a lo sumo, y recuerdo que los
compartía con los demás hombres.
Kiar recogió con un dedo una brillante lágrima del rostro femenino, y la miró
embelesado durante unos segundos; seguidamente posó su mano sobre una de
sus mejillas, acariciándola con ternura al tiempo que sus ojos se perdieron en las
verdes lagunas donde la tristeza había campado a sus anchas.
Nerys se enfadó ante su propia debilidad. Ella nunca había llorado frente a
nadie, excepto con Douglas. ¿Por qué este hombre lograba desarmarla de esa
manera? Se apartó de él, incorporándose para mirarlo desde arriba.
Kiar no pareció molestarse y se centró de nuevo en la comida.
—¿De verdad no tienes hambre?
Nerys negó con la cabeza.
—¿Me ayudarías, MacArthur?
El hombre se frotó el rostro con una mano, fijando luego su mirada en ella
con intensidad.
—Háblame, Nerys. ¿Por qué crees que Surrey está detrás de todo eso?
—¿Por qué lo sospechasteis vosotros en su día y fuisteis a interrogarlo? —
preguntó ella a su vez, con ojos emocionados.
—De modo que no existen pruebas y te basas sólo en rumores —se encogió
de hombros al tiempo que extendía las palmas de las manos hacia arriba—. Si
nosotros hubiéramos ido hablar con cualquier otra persona, ¿también sería
sospechosa?
—No lo sé. —Volvió a sentarse junto a él—. ¿Por qué lo hicisteis, entonces?
—le preguntó, sin entender muy bien adónde pretendía llegar Kiar con su
palabrería—. ¿Por qué fuiste?
—Entre otras, porque es pariente tuyo; creo que relacionado con tu madre,
pero no estoy muy seguro. Él reclamó las tierras a Balliol, pero el conde de Mar
ya había informado que tenía a un MacBean bajo su protección. A Surrey se le
vigiló durante todo este tiempo pero… —negó con la cabeza— no hay pruebas
de ninguna clase, y el hombre tiene una coartada bastante importante.
—¿Después de que reclamara mis tierras lo creíste? —Preguntó con ojos
desorbitados, elevando el tono de voz—. Pues yo pienso conseguir que revele la
verdad, pretendo que lo admita ante Dios.
—¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Lanzándote sobre él en plena calle?
Nerys se rascó el lóbulo de la oreja y se mordió el labio inferior, pensativa.
Menos mal que en ese momento no la miraba, porque tenía las mejillas ardiendo
de vergüenza.
—Sé que no debí actuar así, pero soy… impulsiva.
—Más bien loca —respondió con una sonrisa divertida al recordarla
escondida tras el puesto—. Con tu forma de actuar has puesto al hombre sobre
aviso, y no sólo a él —rectificó—. Bruce estaba conmigo en el momento del…
atropello, por no contar al resto de personas que se detuvieron a mirar...
Nerys se encogió de hombros con indiferencia.
—Ya, pero Surrey no tiene por qué sospechar nada. Fue un encuentro fortuito.
Kiar alzó las cejas, con una sonrisa divertida en sus labios.
—¡Lo atacaste en mitad de la calle!
—¡Tropezamos!
El hombre soltó una carcajada y le señaló el cuenco de comida:
—Come algo, necesitarás fuerzas.
—¿Me ayudarás, MacArthur? —insistió.
—Dame un poco de tiempo, mujer, pero has de prometer que no harás nada
por el momento. Déjame que haga algunas averiguaciones.
Nerys lo miró con admiración. ¿Sería posible que el hombre estuviera
hablando en serio? Asintió con la cabeza y atacó el pastel de carne.
A los pocos segundos alzó la cabeza, mirándolo.
—MacArthur, ¿me pedirás algo a cambio? Es para que sepas que no me
gustas.
—¿Ni un poquito sólo?
—Nada —negó ella, sonriendo.
—Mentirosa.
La joven caminó hasta un pequeño riachuelo cercano después de haber
comido una tercera parte de lo que había en el recipiente. Las piedras de la orilla
estaban cubiertas con un musgo verde y brillante que resbalaba como el mismo
hielo. Sorteando los estorbos del camino, se inclinó sobre las frías aguas,
hundiendo las manos en ellas; luego bebió. Era cierto que era una mentirosa, y
no pequeña.
La sirvienta de Helen fue a buscarla para susurrarle al oído. Nerys asintió,
girándose a Kiar con una sonrisa amable.
—Bella requiere mi presencia. Ha sido un placer tener esta conversación con
vos.
—El placer ha sido mío, milady.
Kiar MacArthur la observó alejarse, estudiando la gracia con que caminaba y
la forma que en que movía la cabeza cuando conversaba con la sierva.
Apoyó los codos en las piernas, enterrando la cara entre las manos. ¿Por qué
le había dicho que iba ayudarla? ¡Menuda tontería! ¡Adónde iba a buscar alguna
prueba! ¿De dónde iba a sacar tiempo para averiguar algo?
Al menos, ella había prometido no hacer nada por el momento.
10

Aún no había amanecido cuando unos ligeros golpes en la puerta despertaron


a Nerys. Salió de entre los cobertores, cubriendo a Bella con ellos y, en silencio,
llegó hasta la puerta, tanteando en la oscuridad.
Kiar MacArthur esperaba, portando un macizo candelabro. En las sombras, su
rostro se veía preocupado y serio.
Ella lo miró sorprendida, cubriéndose los pechos con los brazos, donde la fina
camisola se ajustaba a su cuerpo. El largo cabello caoba caía tras ella como una
suave manta de armiño acariciando sus caderas.
—Tienes que acompañarme, mujer. Douglas ha sufrido un accidente.
—¿Un accidente? ¿Qué ha pasado? —preguntó nerviosa, con un débil jadeo.
Kiar se escondió más entre las sombras del corredor, instándola a que lo
siguiese.
—Cúbrete, te llevaré con él.
La joven obedeció con rapidez, colocándose una liviana túnica. Ni siquiera se
paró a pensar que el hombre pudiera estar mintiendo; había demasiada seriedad
en sus ojos para eso.
—¿Qué ha ocurrido? —insistió, intentando adaptarse a las rápidas zancadas
del hombre.
El corredor se hallaba frío y débilmente iluminado por varias antorchas. Allí
las corrientes de aire eran bastante fuertes y producían un extraño silbido que
perduraba durante varios segundos, en largos intervalos. Los tapices que cubrían
los huecos de la ventana detenían el fuerte viento que se había levantado,
agitándose con energía.
—Alguien lo atacó. Una pelea justa, el agresor falleció.
—Pero ¿Douglas está bien?
—Se recuperará.
—Espera —jadeó ella, agarrándose con fuerza del brazo masculino—, vas
muy deprisa.
—Lo siento. ¿Quieres que te cargue en brazos? —le preguntó, deteniéndose
para mirarla. La verdad es que la joven se hallaba sofocada, corriendo tras la
enorme figura de Kiar.
—¡Claro que no! —contestó, alzando orgullosamente el mentón.
Descendieron a la planta inferior y fueron a una pequeña sala, contigua a las
cocinas.
Varios siervos dormían sobre unos jergones junto a los fogones. Ninguno se
movió cuando Nerys y Kiar pasaron junto a ellos.
Sobre un estrecho catre yacía Douglas, mientras una sierva lavaba las heridas
del hombre.
Nerys ahogó una exclamación al no reconocer a su primo. El joven tenía el
rostro hinchado y varios moratones en sus hombros desnudos. En la cabeza tenía
una brecha de unos ocho centímetros, cubierta de sangre seca, que había estado
goteando sobre la almohada hasta hacía poco. Alguien se había ensañado bien
con él. Sus ropas estaban rotas y embarradas, y sus manos dejaban ver unos
pequeños cortes sangrantes.
—¡Douglas! —exclamó Nerys, acercándose a él y retirando a la sierva hacia
un lado. Con sus manos recorrió el rostro, indagando finalmente en la abertura
que tenía en la cabeza.
—Necesita que le suturen —dijo la criada, escurriendo un paño—. Ha
perdido bastante sangre y se encuentra muy débil.
—Hazlo entonces —contestó asustada, quitándole el lienzo de la mano para
limpiar ella misma a Douglas—. ¿Por qué está dormido?
—Perdió la conciencia hace unos minutos. Estaba agotado.
Douglas se encontraba en un estado lamentable. Su cuerpo inerte no
respondía a los cuidados. Estaba totalmente indefenso.
Nerys se inclinó sobre él, llamándolo con suavidad, y sacudiéndole los
hombros. El muchacho por fin abrió los ojos con esfuerzo y tardó unos segundos
más en poder enfocar la vista sobre ella.
—¿Cómo estás, Douglas? ¿Qué ha ocurrido?
Él se agitó, intranquilo, cerrando los ojos de nuevo.
—Me atacaron por la espalda. No recuerdo muy bien. Estaba a punto de
retirarme cuando alguien me golpeó en la cabeza —sus palabras forzadas
sonaron ásperas—. Siento cómo si se me fuera a partir en dos.
—Fue una suerte que no perdieras el sentido —comentó MacArthur,
observándolos.
—Sí —murmuró el otro, abriendo los ojos, tratando de mirarlo—, pude
defenderme por un buen rato. ¿Han cogido a quien lo hizo? ¿Qué es lo que
pretendía?
Kiar frunció el ceño, extrañado, y se inclinó un poco hacia él. Aquel
movimiento le dejó prácticamente el pecho pegado a la espalda de Nerys.
—Tú mismo lo mataste.
Douglas negó con la cabeza, quejándose al hacer aquel movimiento.
—No puedo recordarlo —acabó diciendo—. No, creo que no lo hice.
Nerys estrujó el paño con ambas manos, reclinándose hacia la nuca de
Douglas, pero se detuvo cuando sintió una dureza en su trasero. Por el rabillo del
ojo descubrió que Kiar seguía tras ella, y gracias a Dios no se había dado cuenta
de ese detalle porque seguía hablando con Douglas, tremendamente interesado
en sus palabras. O al menos eso aparentaba. Nerys se incorporó del todo,
simulando un bostezo, y se apartó de la cama para observar al paciente desde
otro ángulo menos peligroso.
Con una distancia prudente entre el hombre y ella, continuó con los cuidados
de Douglas sin dar importancia a la repentina reacción de su cuerpo.
Como una ráfaga de aire fresco recordó a la dulce Annabella: su hermana
mayor. Nunca habían existido secretos entre ellas, por eso Nerys sabía con pelos
y señales lo que ocurriría la primera vez que se acostara con un hombre.
Un día que Annabella venía de recoger flores y entraba en el salón, distraída,
había soltado la cesta en cuanto vio a su prometido, que había llegado ileso de
una batalla, lanzándose entre sus brazos. Habían reído por un buen rato antes de
perderse en un beso de cuento de hadas delante del mismísimo Edwin. Esa
noche, Annabella perdió su virginidad y había corrido a contárselo a Nerys a la
mañana siguiente.
Con miradas furtivas, Nerys estudió a MacArthur: fruncía el ceño, por lo que
había algo en el relato de Douglas que no le encajaba. Sin embargo, los ojos
grises ardieron sobre los suyos cuando capturó su mirada una de las veces.
Nerys se ruborizó violentamente, aún seguía con la sensación de tenerlo
pegado a la espalda, y si las circunstancias hubieran sido diferentes era muy
posible que se hubiera recostado con gusto contra ese ancho pecho. Su corazón
comenzó a coger tal velocidad que incluso hubo un momento en que creyó que
explotaría. Estaba sudando, y eso que el frío se adhería a los gruesos y tristes
muros de piedra, produciendo ligeras corrientes de aire por entre sus oscuras y
profundas grietas.
Se tocó la frente con disimulo, comprobando que su temperatura no hubiera
subido mucho.
Kiar era perfecto. Guapo, grande, fuerte. Poseía un hermoso cabello castaño
que, dependiendo de cómo incidiera en él la luz, se volvía del color del oro viejo.
Su mentón recto, su boca provocativa, sobre todo cuando sonreía divertido, y se
le formaban unas graciosas arruguillas junto a las comisuras, las mismas que se
dibujaban en el borde de sus ojos: unos bellos discos grises, semejantes a la plata
líquida, con el iris delineado en un tono oscuro. Las cejas rectas y elegantes; las
pestañas, espesas. En verdad, nunca había conocido a nadie tan guapo ni tan
interesante como aquel guerrero, señor de MacArthur. Tampoco es que fuera un
hombre simpático, y si no, que se lo preguntaran al crío del día anterior que
había huido despavorido.
Con ella, sin embargo, era diferente: aprovechaba cualquier excusa para
burlarse o perseguirla, y buscaba su mirada entre los demás. Era como si hubiera
entre ellos una extraña atracción mutua.
La sierva rasuró parte de la cabeza de Douglas para limpiar bien la herida y
dejarla dispuesta para coser el boquete. Sus manos temblaron nerviosas bajo la
atenta mirada de MacArthur.
Nerys les dio la espalda al ver la aguja introduciéndose en la carne, e intentó
ocultar una fuerte arcada con la mano. Kiar le rodeó los estrechos hombros con
un fuerte abrazo y la sacó de cuarto para que no escuchara —si se producían—
los gritos que Douglas porfiaba en no soltar.
—¿Quién lo encontró? —le preguntó ella en un débil murmullo. Douglas era
su familia, la única que tenía, y sentía pánico de sólo pensar que pudiera pasarle
algo.
—Fueron algunos de los centinelas de Bruce, que volvían de su turno de
guardia. Pero después de hablar con tu pariente, ya no estoy muy convencido de
que se tratara sólo de un robo.
—¿A qué te refieres?
—¿No lo has oído? —Kiar agitó la cabeza hacia la alcoba.
—¿Cuándo habéis estado hablando? —Como él asintió, Nerys se encogió de
hombros con una sonrisa de disculpa—. No estuve escuchando, lo siento.
«Claro, no lo hacía porque, en ese momento, su mente calenturienta estaba
pensando en algo totalmente erótico.» Su primo malherido sobre un viejo
colchón de lana, y ella soñando con perderse entre los fuertes brazos del
guardián. Seguramente Dios la castigaría por esos pensamientos impuros.
Kiar la soltó, situándose ante ella con los brazos cruzados sobre el pecho y el
ceño fruncido.
—¿Estás dormida todavía?
Ella se restregó los ojos con ambas manos y asintió con la cabeza. Estaba
muerta de sueño, estaba muerta de vergüenza por sus oscuros y ardorosos
deseos, y estaba paralizada, con los ojos clavados en los del hombre.
—Mañana se casa Bella y he prometido estar con ella. —Miró hacia la
cámara donde Douglas estaba siendo cosido—. Pero no puedo dejar a mi primo
aquí, solo.
—Alguien se quedará con él —respondió Kiar, susurrando para no despertar a
los pobres empleados. Ellos también tenían un día muy duro por delante.
—Ejem… Pueden pasar —dijo la voz de la sierva desde el hueco de la puerta,
tratando de no ser muy indiscreta.
Ambos jóvenes regresaron de nuevo, y Nerys corrió hacia la cama donde
Douglas había caído en un sueño profundo.
—¿Mi señor? —La silueta de una mujer joven apareció por la puerta,
envuelta en las sombras.
Kiar se volvió hacia ella, tensando la boca. Nerys, en cambio, la estudió con
atención durante unos segundos y luego trató de centrarse en su primo.
—Brigitte, ¿qué estáis haciendo aquí a estas horas? —dijo el hombre,
acercándose a ella.
—Os estuve esperando en la alcoba, pero vuestro vasallo me dijo que estabais
aquí —respondió la muchacha de largos cabellos negros, que enmarcaban una
hermosa cara de rasgos exóticos, ojos grandes y rasgados del color de las
avellanas, y labios carnosos y seductores. Su voz era ligeramente áspera y
atractiva a un tiempo.
Nerys la observó de reojo mientras fingía estar pendiente de la cubeta del
agua.
—No debíais haber bajado —la regañó Kiar con sequedad—. ¿Cuándo
llegasteis del campamento?
—Hace un par de horas, mi señor. —La muchacha paseó su mirada sobre la
sierva y sobre Nerys con una sonrisa provocativa, y acabó enfrentado al hombre
con las manos en las caderas—. Anoche tampoco quisisteis que os acompañara
—le susurró, acercándose a él con descaro.
Nerys abrió los ojos como platos e intento ignorarlos. La tal Brigitte estaba
tratando de seducir a su señor delante de ella. Claro que, por otro lado, no debía
de ser la primera vez que MacArthur y aquella joven compartieran algo más que
una conversación, eso saltaba a la vista.
—MacArthur, fuisteis muy amable por informarme de mi primo. No tiene
ningún sentido que os quedéis perdiendo el tiempo aquí —le dijo Nerys con voz
apagada, tensando la espalda.
Brigitte deslizó su mano por una de las de Kiar, y Nerys se giró para no
verlos. Sabía perfectamente que ella no tenía ningún derecho sobre aquel
hombre. Eran apenas unos desconocidos, aunque no pudiera apartar de la mente
el beso que el hombre le había robado. Entonces, ¿por qué sentía que sus venas
se inflamaban con el repentino deseo de tomar los negros cabellos de Brigitte y
barrer el suelo con ellos?
—Tenéis razón, lady MacBean. Creo que será mejor que me retire. —Nerys
no vio cómo Kiar giraba la mano y atrapaba a Brigitte de la muñeca con fuerza,
para arrastrarla hasta el exterior, con el rostro sombrío—. Que paséis buena
noche.
—Igualmente —susurró tan bajito que él no la escuchó.
Nerys se quedó durante unos largos minutos observando el lugar por donde el
hombre se había marchado, en compañía de la mujer. ¿Quién sería esa descarada
que se había atrevido a bajar a buscarlo? ¿Le había estado esperando realmente
en su recámara?
Estaba dolida… Aquella mañana, MacArthur la había besado, le había
dedicado el triunfo de los juegos y ahora… Se marchaba con otra delante de sus
narices. ¡Canalla! Nunca más dejaría que volviera a aprovecharse de ella. Nunca.

—¿Te has vuelto loca, mujer? ¿Cómo se te ocurre venir a buscarme? —La
encaró Kiar con una dura mirada, cargada de frialdad—. ¿Cómo te has atrevido?
Debería castigarte por esto.
—Lo siento, mi señor, no quería molestaros. —Brigitte había perdido toda la
fuerza que minutos antes había sentido frente a la otra dama—. Pensé que
podríais necesitar compañía.
Kiar la aferró del brazo con fuerza. Estaba muy enojado y ni siquiera deseaba
ocultarlo. Brigitte era una de las rameras del campamento. Nunca le había dado
motivos para pensar que las cosas pudieran ser diferentes entre ellos. Él era el
señor de un clan, guardián de Escocia.
—Mañana en la mañana partirás. Y nunca más volverás hacer una locura de
estas o yo mismo me encargaré de acabar contigo. ¿Me oyes bien, mujer?
—Sí, mi señor, pero esta noche…
—¡Aléjate de mi vista! Mis hombres se hallan aún en el salón, ve a buscarlos.
Brigitte asintió, regalándole una triste mirada que él no pareció advertir.
Kiar, furioso, anduvo hasta su recámara, maldiciendo a Brigitte y a la locura
que la hubiera embargado y, sobre todo, la maldecía porque se sentía explotar,
porque estaba terriblemente excitado, y si se hubiera consolado con ella ni
siquiera le habría importado, pero no era a ella a quien deseaba. Era a Nerys.
Sí, la deseaba. No podía evitarlo.
Hacía un rato, nada había sido intencionado; se había sorprendido tanto como
ella cuando la joven se había inclinado, apoyando las nalgas contra su miembro.
Es cierto que no se había apartado, pero sólo para no avergonzar a la muchacha.
Ella había sabido salir airosa del paso, y él había fingido no haberse dado cuenta,
pero ya en el corredor, observándola tan bella y etérea, la piel suave y cremosa
de su pequeña cara, y los labios tan sonrosados y apetecibles…
Sí, la deseaba a toda ella. Quería perderse entre aquellos delgados brazos y
jugar entre sus piernas, lamer cada pizca de su cuerpo, beber cada aliento que
respirara. Deseaba colmarla de un placer que haría que los ojos verdes lo
miraran, desbordados de pasión, tal y como lo habían hecho esa mañana después
de haberla besado.
11

La ceremonia de Carrick y Bella fue muy hermosa. Ambos se habían


entregado ante Dios en la hermosa pradera que se elevaba sobre los grandes
acantilados. El enorme mar azul zafiro fue el principal testigo de aquella unión,
sus olas grandes y espumosas, de crestas plateadas por el brillo del sol,
golpeaban con fuerza sobre las piedras, rugiendo en compañía del viento.
El cielo lucía hermoso, con delgadas y desdibujadas nubes blancas que lo
atravesaban raudas, perdiéndose en la lejanía del horizonte, justo allí donde el
cielo tocaba el mar en una difuminada línea.
Desde lo más alto de la cima el clérigo, vestido con una burda túnica castaña,
les dio la bendición bajo el ancho arco formado de piedras; un lugar sagrado
donde se celebraban actos religiosos desde hacía varias décadas.
La ceremonia fue acompañada de cánticos y el sonido de las gaitas de fondo.
Nerys sintió cómo Helen le aplastaba los nudillos con un fuerte apretón de
manos, y le rodeó la cintura, temiendo que de la emoción llegara a desmayarse.
No sería la primera vez que pasaba eso, y aunque Helen no fuera alguien a quien
amara, sí sentía respeto por ella e incluso cierta ternura.
La condesa de Mar era una buena persona. Desde que la acogieran en su casa,
junto a Douglas, siempre se había portado bien con ellos, teniendo para ella
dulces y suaves palabras. También era cierto que alguna vez había recibido
castigos, sobre todo por encubrir a Bella, su hija.
Nerys se mordió el labio inferior, pensativa. A partir de ese día todo
cambiaba, Bella ahora tenía un esposo al que honrar, y un hogar diferente en el
que vivir. Sí, seguirían siendo amigas hasta la eternidad, pero Nerys ya no sería
su única confidente.
La noticia de lo sucedido con Douglas había corrido como el propio viento. El
conde de Mar había puesto el grito en el cielo nada más enterarse, y él
personalmente había acudido a charlar con MacBean. Helen había dejado a
varios siervos a su cuidado, y Nerys no podía por menos que estar agradecida
por las atenciones que la familia de Mar siempre les había otorgado.
Cuando los labios de Carrick se posaron sobre los de Bella, Nerys no pudo
reprimir un par de palmadas de pura felicidad; el sueño de su amiga se acababa
de cumplir y ella estaba feliz por ello.
No podía decir que estuviera eufórica; después de lo que había ocurrido el día
anterior con MacArthur, estaba resentida. No había vuelto a verlo hasta hacía un
rato, cuando se había colocado, junto a los demás guerreros, para felicitar a los
recién casados. Estaba imponente a pesar de la seriedad de su rostro. En teoría,
Kiar había tenido que pasar una noche maravillosa; sin embargo, sus gestos no lo
demostraban y Nerys tampoco quería fijarse demasiado porque aún seguía
enfadada.
Su enojo, mayormente, radicaba en ella. Tanto querer ignorar al gigante que
confundió con un bruto la primera vez que lo vio, y ahora ardía de celos al saber
que había pasado la noche con otra mujer. Pero no debía sorprenderse, la misma
Bella la había advertido sobre todas las féminas que lo perseguían. ¡Encima eran
tontas! ¿O no?
Varias niñas, con cestas de mimbre, abrieron el regreso a la casa. Cubriendo el
camino con hermosos pétalos de rosa, pretendían tejer una suave alfombra
multicolor, pero el viento era demasiado fuerte. Las hojillas rosas, rojas y
amarillas volaban como delicadas mariposas alrededor de las personas. Incluso
Nerys se había tenido que sujetar varias veces la corona de flores silvestres que
adornaba sus cabellos caobas, por miedo a que escapara con el aire. La túnica
blanca, bordada con hilos de plata, se le enredaba en las piernas, dificultándole la
marcha pendiente abajo.
—Una ceremonia preciosa, ¿verdad, lady MacBean?
Nerys supo quién le había hablado mucho antes de mirar, y deseó no haber
perdido el color de su cara cuando se volteó hacia el hombre, fingiendo una
sonrisa cargada de amabilidad.
—Ha sido muy bonita, lord Surrey —le dedicó una graciosa reverencia—, y
gracias a Dios que el tiempo ha acompañado perfectamente.
—Sí, aunque yo diría que tiene pinta de tormenta —contestó el hombre,
observando el cielo con los ojos entrecerrados; luego observó a Helen con una
sonrisa fría—. Condesa de Mar, estáis muy hermosa esta mañana.
—Sois un adulador —rio Helen, ruborizada, agitando la mano—. No sabía
que os conocierais.
—No podéis saber siempre todo —dijo Warenne con un encogimiento de
hombros.
La mujer acarició el dorso de la mano de Nerys con cariño.
—¿Le importaría acompañar a mi protegida? Voy acercarme a mi hija. Sé que
en estos momentos me necesita.
Nerys arqueó una ceja, sorprendida; lo que Bella menos necesitaba en ese
momento era a su madre. Ella y Bruce bajaban el sendero tomados de las manos.
—Para mí será un placer —Warenne extendió el brazo y Nerys apoyó
ligeramente su mano sobre la del hombre.
—Espero que hayáis podido olvidar el encontronazo de ayer, milord —le dijo
Nerys, bajando la mirada con timidez al tiempo que retomaban la marcha.
—Es agua pasada —respondió, acercando su cuerpo al de ella de modo
provocativo.
La muchacha abrió los ojos, sorprendida, rezando para que nadie los estuviera
mirando, cosa imposible pues bajaban con más invitados. Se sintió algo
asqueada bajo la mirada libidinosa del conde; sin embargo, fingió no darse
cuenta del estrecho acercamiento.
—Y ahora, ¿qué tenéis pensado hacer, Lord Warenne? ¿Os marcharéis a
vuestro hogar…?
—Sí. Ahora sería un mal momento para viajar a Inglaterra. Posiblemente,
dentro de poco nos encontremos envueltos en una de las peores batallas que las
Highlands hayan vivido nunca.
Por el rabillo del ojo, Nerys descubrió a MacArthur, que caminaba junto a
Wallace y un par de hombres más. Todo el tiempo la observaba, esperando que
ella cruzara su mirada con él; sin embargo, fingió no verlo. Su ceño fruncido no
era muy buena señal.
—¿Cómo es eso? —Le preguntó con preocupación a Warenne, que caminaba
tan erguido que estaba segura de que el hombre padecía dolor de espalda—.
¿Estáis tratando de asustarme?
—¡Nada más lejos de mi intención! —El hombre miró a su alrededor, y alejó
a la joven un poco más de posibles oídos indiscretos—. Eduardo entrará dentro
de poco en guerra con Francia, y los guardianes se niegan a enviarle sus
ejércitos.
¡Bien!, gritó la mente de Nerys con júbilo. No quería demostrar su alegría
ante él, pues había notado el amargo tono de su voz. Mentalmente aplaudió a
Carrick y a los hombres de Escocia.
—¿Y vos qué haréis? —le preguntó.
Ambos seguían caminando sendero hacia abajo. La fuerte construcción asomó
tras un pequeño cerro, coronado por una solitaria encina.
En el patio habían extendido largas mesas para celebrar el banquete y varios
estandartes ondeaban al viento.
Hombres portaban cerdos, atados por las extremidades a un largo palo, y los
colocaban sobre hogueras donde luego los harían girar una y otra vez hasta que
estuvieran completamente asados. La fiesta duraría todo el día y también la
noche. El vino y la cerveza pasarían de mano en mano, y todo ello entre alegres
músicas.
—Yo me retiraré a mi hogar, necesito descansar de tanta política y tantas
guerras. —El hombre agitó la cabeza, soltando un suspiro—. ¿Ha viajado alguna
vez a Inglaterra, milady?
—No —negó ella—. Una vez, hace mucho tiempo, estuve muy cerca de la
frontera. Vestían todos parecidos a vos —le dijo, observando sus calzas metidas
en unas elegantes botas—, pero nunca he salido de las Highlands. ¿Y vos?
¿Habéis viajado mucho?
—Podría decirse que sí —asintió—, adoro conocer lugares nuevos.
Posiblemente, en un año o dos, viaje a España; me atrae mucho la cultura
religiosa del país y sus mujeres, me han comentado que son muy hermosas —
clavó los ojos en ella hasta que la hizo ruborizar, y satisfecho soltó una risilla—.
De modo que MacArthur piensa pedir su mano —le dijo en un susurro. No era
una pregunta, sino una afirmación.
—¡Oh, no! Estáis confundido, milord. MacArthur y yo apenas nos conocemos
de unos días. —Buscó a Kiar con la mirada. Caminaba unos pasos por detrás de
ella, y su rostro serio la miró con enojo; incluso sus ojos grises brillaron tan
amenazantes que Nerys se asustó.
Le había prometido que no haría nada en contra de Surrey por el momento y
pensaba cumplir su promesa.
—Por cierto, perdonad mi torpeza. —Warenne se detuvo—. He sido
informado que vuestro pariente fue atacado anoche.
Nerys no pudo evitar tensar los hombros cuando un escalofrío irracional
recorrió su columna vertebral. Un miedo atroz se agarró a sus entrañas al cruzar
por su mente, tan sólo por unos breves segundos, que el lord pudiera estar
implicado. ¿Pudiera ser? Quizá tenía tantas ganas de culpar a Surrey de
cualquier cosa, que veía fantasmas hasta donde no los había.
—Sí —asintió, evitando sus ojos; detestaba esa mirada descarada que se
posaba continuamente en sus pechos. Sólo le faltaba babear para que Nerys
huyera a vomitar a cualquier sitio, lejos de él. Hacía de tripas corazón por el
único motivo que la ataba a ese hombre: la venganza—. Un indeseable le salió
anoche al paso, menos mal que Douglas se defendió y acabó con su vida —
pretendió que sus palabras hirieran al hombre, en caso de que él hubiera enviado
a alguien a hacerlo. Warenne tan sólo se encogió de hombros
imperceptiblemente.
—Espero que el joven se encuentre bien. Es una pena que puedan pasar estas
cosas en el sitio más protegido del país…, en este momento, claro.
—Con unos pocos cuidados se recuperará. Os agradezco vuestra
preocupación.
—¿Y vos, qué vais a hacer ahora que Isabella de Carrick se ha desposado?
¿Dónde viviréis, milady?
—Me quedaré en Carrick, por supuesto. Acompañaré a Isabella.
—Sería un honor para mí que visitarais mi hogar algún día. De hecho, mi
propiedad queda cerca de donde un día estuvo la vuestra. —No vio que Nerys
apretaba la boca con tanta fuerza que el músculo de la mandíbula comenzó a latir
ligeramente, y si lo vio no dio muestras de ello—. ¿Pensáis volver allí algún día?
—Sí —contestó, elevando el mentón—. MacBean volverá a ser lo que fue.
Espero que algún día vos también podáis verlo.
Llegaron hasta las mesas y Nerys aprovechó para soltarle el brazo.
—Quiero pasar a visitar a mi primo. Disculpadme, milord.
—No os preocupéis, lady MacBean, os buscaré más tarde. Y sabed que si
puedo ayudaros en algo, lo que sea, seré vuestro más leal servidor.
Nerys se despidió de él con otra pequeña reverencia, y escapó hacia las
dependencias donde se hallaba Douglas.
Antes de entrar en la cámara descubrió a la sierva de cabellos oscuros que se
había atrevido a irrumpir la noche anterior en el lugar donde Douglas
descansaba.
La joven llevaba una larga y abultada falda, que un día debió de ser blanca
pero que ya se hallaba amarillenta. Por encima de un holgado blusón llevaba un
pequeño justillo negro anudado bajo los senos de tal manera que éstos parecían
más grandes de lo que en realidad eran.
Brigitte, que así era como la había llamado Kiar, comía con ansia de un
cuenco que el cocinero le había entregado. Ella debió notar que Nerys la
estudiaba, porque levantó la cabeza y, restregándose los labios con un brazo, le
dedicó una fría sonrisa.
—Milady, si está buscando a mi señor…
—No lo estoy haciendo —la interrumpió la joven, girándose para entrar a ver
a Douglas.
Brigitte corrió tras ella, penetrando en la sala, y Nerys se giró con el rostro
expectante.
—¿Qué es lo que quieres? Ya te he dicho que no estoy buscando a tu señor.
—Con las manos en las caderas, los ojos verdes refulgieron furiosos.
—Lo sé, milady. Sólo quería conocerla. Jaimie me contó que usted y mi señor
se van a casar.
—No voy a casarme con nadie, pero si así fuera, ¿qué podría importarte a ti?
¿Y quién es Jaimie?
—Él es el mejor compañero de milord, y supongo que no debería importarme
que se casen —respondió Brigitte en un suave hilo de voz. Sus ojos se anegaron
de lágrimas cuando miraron a una sorprendida Nerys—. Sé que no debería decir
esto… pero estoy desesperada. Si Kiar se entera de que he hablado con vos…
—¿Le llamas Kiar? —preguntó ella, helada.
Brigitte asintió con la cabeza.
—Estoy esperando un hijo de mi señor.
12

Nerys regresó a la fiesta un par de horas después. Douglas estaba mucho


mejor, e incluso insistía en levantarse, pero ella se había negado. Junto a la
columna vertebral del hombre había crecido un extraño bulto que, por
momentos, se hacía más grande.
Alexia, más conocida como la hechicera, confirmó que la hinchazón había
sido debido a una buena patada que le habían dado en la espalda y, en pocas
palabras, dijo que no veía ningún mal en Douglas, por lo que al día siguiente
podría levantarse.
Sabía que el joven debía de estar aburrido, y Nerys se hubiera quedado un
poco más con él si no hubiera intervenido en la conversación con Brigitte, entre
otras cosas, porque el muy testarudo le daba la razón a MacArthur.
Al final, Brigitte y Douglas había terminado medio discutiendo; y Nerys,
cansada de escucharlos, los había dejado a solas.
La idea de que Kiar fuera a tener un hijo la apartó de su mente con velocidad.
No es que le importara, sin duda no era el único señor que engendraba bastardos,
pero tampoco debía olvidar quién era Brigitte, y para qué fin acompañaba a los
hombres en el campamento. Claro que lo cruel era que Kiar le hubiera pedido
que abandonara todo lo que Brigitte conocía, y ahí era donde la joven ramera le
había pedido ayuda. No quería que la apartaran del clan.
Nerys se maldijo cuando vio a MacArthur: de espaldas a ella. ¿Por qué le
había dicho a Brigitte que trataría de convencerlo para que no se tuviera que ir?
Pero ¿qué le importaba a ella? ¡Maldición!
Había mucha gente en ese lugar, y casi todos más altos que Nerys. Hombres y
mujeres entonaban una conocida pero antiquísima canción de batalla al tiempo
que comenzaban a bailar como si de repente hubiesen pisado cardos. Ella quiso
salir de allí, evitando que Kiar la viera; sin embargo, se sintió empujada de un
sitio a otro hasta que alguien la tomó de la cintura. Se giró, tratando de soltarse,
e incluso luchó por desasirse, pero se vio de lleno metida en una alegre danza de
la que quería escapar.
El hombre que la intentaba guiar era joven, apenas un muchachito que recién
comenzaba a salir del nido. Su cabello era rubio dorado, de un tono bastante
llamativo. Su aliento apestaba alcohol. Su cuerpo era grande y firme.
—¡Soltadme, por favor! —le gritó Nerys, aporreándole con el puño cerrado
en el hombro. El joven no debió escucharla ni sentirla porque la elevó y dio
media vuelta con ella en volandas.
Nerys atizó las espinillas del fervoroso bailarín con una patada, y cuando éste
la soltó, aprovechó para intentar escabullirse. Su intento fue en vano. El
muchacho no cejó en su empeño, y otra vez la atrapó de la cintura por la espalda,
al tiempo que la alzaba entre risas.
—¡Suéltame! —gritó con pavor, intentando hacerse oír entre tanto barullo.
Movía las piernas en todas direcciones, tratando de liberarse como fuera. Los
brazos en la cintura la aplastaban, impidiendo incluso que respirara con
normalidad.
—¡Déjala en paz, muchacho! —dijo alguien.
Nerys volvió a retorcerse, estirando las piernas hacia el suelo.
—¡Que me bajes!
Por respuesta, recibió una risilla, y Nerys lo golpeó con su propio cuerpo.
—¡Suéltala ahora mismo! —tronó la voz de Kiar, que se había acercado hasta
el exaltado joven. Las personas más cercanas guardaron silencio, expectantes,
todos deseando que hubiera un poco de juerga, algo donde poder estrellar los
puños para luego beber alcohol hasta caer dormidos en algún lugar del castillo.
La postura de MacArthur atemorizaba. Había abierto ligeramente las piernas
en posición de ataque, y su rostro se había convertido en una máscara cruel y
fría.
Las cosas se sucedieron tan rápido que Nerys no tuvo tiempo de gritar de
nuevo. No supo cómo, pero voló por encima del MacArthur, cayendo contra un
robusto pecho que parecía preparado para amortiguar su caída. Quien la hubiera
empujado no había tenido ninguna consideración con ella; sin embargo, el
hombre que la ayudaba a ponerse recta sobre sus dos pies tenía una mirada muy
amable y considerada.
Nerys, con rapidez, trató de mirar hacia atrás, pero los hombres habían creado
un círculo alrededor de Kiar y el muchacho de cabellos de oro.
—Espere aquí, Lady MacBean —le dijo el hombre que había detenido su
caída. —MacArthur no tardará en venir.
Ella lo miró, nerviosa, pero a cada momento volvía la cabeza para poder
observar algo.
—¡Pero vayan ayudarle! —dijo, ansiosa por saber que estaba ocurriendo.
Alzándose la falda con ambas manos regresó al corrillo formado sobre todo por
guerreros.
Con una furia que no sabía de dónde nacía, se abrió paso entre dos hombres
que tan sólo la miraron de refilón antes de volver al centro su atención. Por fin,
ella pudo mirar.
Kiar era más fuerte, mucho más fuerte, y aun así no utilizaba su energía con el
joven. Se limitaba a esquivar sus golpes ebrios y sin puntería.
Aliviada, soltó un suspiro, se había pensado que los amigos del rubio habían
intervenido y había podido ver a Kiar junto a Douglas, compartiendo catre.
Observar la tranquilidad con que se movía Kiar logró relajarla. Era como, si
de repente, se sintiera protegida porque tenía a alguien que cuidaba de ella. Y
MacArthur, lo único que hacía en ese momento era abochornar al pobre
muchacho que no lograba alcanzarlo con los puños.
Kiar lanzó al joven la última mirada de desdén, y cuando éste tropezó,
cayendo al suelo, cruzó sobre él de una zancada. Se acercó hasta Nerys con
preocupación. La muchacha llevaba todo el cabello revuelto sobre la espalda, y
su corona de flores había desaparecido entre la multitud. Su rostro estaba rojo
del esfuerzo, y lo miraba con una muestra de agradecimiento.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó, estudiando sus rasgos detenidamente.
Estaba bellísima. Le recordaba a la elegancia de las gacelas jóvenes. Esbelta, sin
llegar a ser alta, y de curvas perfectas. El escote cuadrado era más bien recatado,
aun así dibujaba sus senos de forma muy sugerente; unos senos que subían y
bajaban, agitados por lo ocurrido. El color blanco y la plata le conferían la
apariencia del hada del lago. Una leyenda inventada para los más pequeños.
—Sí —dijo ella, con una voz tan rota que Kiar pensó que se iba a echar a
llorar de un momento a otro.
Le tendió la mano.
—¿Quieres que salgamos de aquí? —Ella se aferró a él como si su vida
dependiera de eso, y Kiar la guio hacia algún lugar donde no hubiera tanta gente
alrededor. Se detuvo un poco para colocarle una mano sobre la estrecha cadera y
hacer una señal a Jaimie, avisándole que se retiraba.
Ella dejó caer ligeramente su peso sobre él, y los pensamientos de Kiar
ardieron en el infierno.
—¿Te han hecho daño, mujer?
Ella agitó la cabeza, y varios mechones rozaron su rostro, adhiriéndose a sus
mejillas donde brillaba alguna lágrima.
—Me asusté —respondió con voz temblorosa—. No podía ver nada y sólo
quería salir de allí.
Kiar la estrechó contra su cuerpo por una milésima de segundo, antes de
soltarla y tomarla de la mano. Atravesaron un arco de piedra e ingresaron en un
patio rectangular. Junto al muro exterior había bancos de piedra sobre un suelo
de mármol blanco. Era uno de los lugares preferidos de Bruce. Allí, ambos se
habían reunido en multitud de ocasiones para conversar o trazar algún plan
contra Balliol.
—El muchacho había bebido más de la cuenta, y estoy seguro de que mañana
no va a recordar nada. Sólo tendrá una buena resaca —le explicó. La notaba más
tranquila.
—No sé cómo el alcohol puede volver a los hombres tan tontos o tan fuera de
control —replicó ella, pasando del temor al enojo. Sus ojos verdes brillaron,
llenos de indignación.
Kiar asintió con una sonrisa.
—Ya se ha casado tu amiga, ¿cómo te sientes?
Ella se encogió de hombros.
—Aún no he tenido tiempo de asimilarlo.
Él se movió, inquieto.
—Es cierto, estuviste muy entretenida con Surrey. —Kiar se mordió el labio,
deseando no haber mencionado al hombre. No era momento de montar una
escena de celos que, por otro lado, le habían estado quemando toda la tarde. Para
colmo, la muchacha había desaparecido poco antes del gran festín y no había
vuelto a verla hasta el momento en que el joven Ferguson la había levantado del
suelo.
Ese chico siempre le había hecho gracia, y hasta le caía bien, pero al ver la
forma cómo trató a la dama de cabellos caobas, que últimamente se colaba en
todos su pensamientos, había deseado romperle todos y cada uno de sus huesos.
No lo hizo, no por falta de ganas, sino porque hubiera sido injusto para
Ferguson.
—No lo he matado todavía —bromeó, sonriendo traviesa al hablar de
Warenne. Caminó hacia uno de los bancos—, ¿pensabas que no cumpliría mi
promesa? ¿Por eso no dejabas de mirarme?
—¡Ja! ¡Mirarte, yo! —Soltó Kiar, frunciendo el ceño y siguiéndola con los
brazos cruzados sobre el pecho—. ¡Tú lo has soñado!
—¿Vas a decirme que no me mirabas?
—¡Claro que no te miraba! —Exclamó con una enorme sonrisa—. Observaba
a Surrey.
Nerys arqueó las cejas y lanzó una carcajada.
Aquel sonido fue música celestial para los oídos de Kiar. Fue tan natural y
espontánea que se metió en cada rincón de su mente, embargándolo de algo
desconocido hasta ahora. Unos sentimientos que comenzaban a sorprenderlo.
El hombre la miró fascinado, ella agitaba suavemente los hombros entre risas.
Sus ojos, de un tono verde esmeralda, bailoteaban en las cuencas; y sus labios
entreabiertos mostraban una perfecta dentadura de piezas blancas y pequeñas.
No pudo resistirse: acercó sus labios a los de ella, deseoso de probarla de nuevo.
La había pillado por sorpresa, pero Nerys le respondió con la misma ansia que
él, como si lo hubiera estado esperando. Kiar la aplastó más contra su pecho.
Enredó sus dedos en el largo cabello, apretándola contra su boca. Estaba
hambriento y ella era el exquisito bocado del que él deseaba alimentarse. Sus
labios descendieron hacia el suave cuello, donde el pulso femenino latía a mil
por hora. Mordisqueó el dulce hueco bajo el lóbulo de la oreja, y sintió cómo
ella se aferraba con fuerza a sus hombros cuando un escalofrío de placer
atravesó todo su cuerpo.
—Te deseo, mujer —le susurró, lamiendo su oído provocativamente. La
sostenía en brazos a su misma altura, pero Nerys ni siquiera había sido
consciente de ello—, dime que sí, por favor —siguió rogando entre besos.
Nerys abrió unos ojos redondos como platos, y antes de que pudiera negarse,
Kiar atrapó de nuevo sus labios. La sintió luchar débilmente y dejó que el cuerpo
de Nerys se deslizara sobre el suyo hasta llegar al suelo. Kiar movió las manos
sobre la estrecha cintura hasta que tomó el redondeado trasero de ella entre las
manos.
—Dime que sí —volvió a susurrar contra su boca. Se sentía explotar de
deseo. Se sentó sobre el banco, arrastrando a la joven consigo, sentándola sobre
sus piernas. Ella le rodeó el cuello, jugueteando con sus cabellos, perdida en sus
besos.
Kiar sin apartarse, logró introducir una mano bajó la falda del vestido y sus
dedos ascendieron lentamente sobre el muslo desnudo, haciendo que la suave
piel de Nerys vibrara ante su contacto.
—¡No! —lo detuvo ella, jadeante, parándole la mano con las dos suyas. Le
suplicó—: No, te lo ruego.
Cuando Nerys quiso levantarse de las piernas de MacArthur, él no se lo
permitió; en cambio, la abrazó con fuerza. No sentía ningunas ganas de dejarla
marchar. No así, en el estado en que él se encontraba.
13

—¡Lord MacArthur! —exclamó la voz de un hombre, deteniéndose a pocos


metros de donde estaban los jóvenes.
Nerys observó al padre de Isabella con ojos dilatados. Se levantó con prisa de
las piernas de MacArthur y, con los nervios, estuvo a punto de caer contra el
suelo. No quería ni pensar en lo que su protector estaba pensando de ella en
aquel momento.
Kiar la cogió de un brazo y ella se enderezó, avergonzada. Sus mejillas ardían
cuando se vio obligada a bajar la mirada ante el hombre mayor.
—Mi señor, estábamos…
—¿Os importaría dejarnos solos, querida? —El Conde de Mar rodeó los
hombros de Nerys con un brazo, en actitud paternal, y la dirigió hasta el arco de
piedra sin querer escuchar las diversas excusas que la joven se empeñaba en
aclarar.
Una y otra vez Nerys miraba hacia Kiar, intentado adivinar cómo actuaría una
vez que se quedara a solas con su tutor, pero el hombre no parecía inquieto por el
encuentro. Su rostro estaba sereno y tranquilo.
—…Me habían cogido y yo no quería bailar —siguió diciendo ella, aunque el
hombre ya se había vuelto hacia Kiar.
Con un nudo en el pecho, y llena de cobardía, Nerys se marchó en busca de
Bella. No sabía si echarse a llorar o salir corriendo de Carrick y no regresar
jamás. No quería casarse con MacArthur. No estaba preparada para dar los votos
a nadie. Y sin embargo, sabía que se uniría a él.
Lo que habían hecho estaba muy mal. Los habían encontrado solos, y en una
pose no muy decorosa. Y encima el mismo Conde de Mar… ¡Claro que tendrían
que casarse!
Se detuvo en el corredor y respiró hondo, tratando de tranquilizarse. El
corazón seguía bombeando salvajemente, y su aliento salía jadeante después de
haber subido las estrechas escaleras con prisas.
Tarde o temprano debía casarse, y su señor había sido muy amable al permitir
que ella pudiera escoger; otras no tenían tanta suerte. Ni siquiera sabía si su
padre también le hubiera permitido esa libertad. Era difícil tratar de convencerse,
pero era tenaz y acabaría haciéndolo.
Kiar era guapo, fuerte, y físicamente la atraía. Desde luego, pensándolo bien,
era un partido muy bueno, y encima se había ofrecido a ayudarla en sus
pesquisas.
Enamorada no estaba. Que le gustara un poco, que le alterara los sentidos, que
atrajera su atención con la fuerza de sus ojos grises, eso no podía negarlo. Era un
hombre muy atractivo. Pero ¿amarlo?… Podría hacerlo. ¡Claro que sí! En eso,
desde luego, no tenía ninguna duda. Pero, ¿podría hacer que Kiar la amara a
ella?
Viéndolo desde un punto de vista objetivo, podía afirmar que MacArthur la
deseaba. No sólo se lo había demostrado, sino que lo había llegado a decir.
Bueno, y ella —que no era tonta— había sentido la protuberancia masculina
cuando estaba sentada sobre él.
Otra vez enrojeció. ¡Qué vergüenza haber sido pillada por el Conde! Y
encima tenía que agradecer que fuera él… Otro hubiera comenzado a hacer
correr el rumor, y al final se habría acabado diciendo que estaban fornicando
sobre el suelo del patio.
Enderezó los hombros con resignación. Vale, lo hecho, hecho estaba. ¿Y qué
iba a pasar ahora con Brigitte? Ah, no, no. Ese problema no era suyo. Kiar era
responsable y… Se mordió el labio inferior. Si quería que el hombre la amase
debía enamorarlo, y para eso Brigitte no entraba en sus planes. Pensándolo bien,
no creía que ninguna mujer entrara en aquellos planes. Aparte de Brigitte,
¿tendría Kiar más amantes? ¿Y desde cuándo Nerys había descubierto que era
celosa?
Robert de Bruce salió de una alcoba y se detuvo ante ella en el largo y oscuro
pasillo. Parecía preocupado cuando la miró con ojos tristes. Desde luego, la tarde
no se tornaba agradable para todos.
—Por favor, acompañadla —le dijo, señalando la puerta.
Escuchó los sollozos antes de entrar en la recámara. Bella se hallaba sobre el
colchón, llorando a pleno pulmón.
—¿Qué os ha ocurrido? —preguntó Nerys, corriendo hacia ella. Se encaramó
sobre la cama y Bella se arrojó a sus brazos entre lágrimas.
—Soy tan desdichada, tanto, tanto —se recostó, colocando la cabeza sobre las
piernas de Nerys, que acarició con delicadeza los cabellos.
—¿Habéis discutido con vuestro señor?
—Peor que eso, Nerys. —Sorbió ruidosamente por la nariz y levantó la
cabeza para observarla—. Robert tiene que marcharse por unos días, y quiere
que nos alojemos con MacArthur.
Nerys tan sólo alzó ligeramente las cejas.
—¿Y…?
Bella se restregó las lágrimas con ambas manos, y se incorporó hasta quedar a
la altura de ella.
—¿Os parece poco? ¡Me acabo de casar y mi esposo tiene que atender otras
cosas!
—¿Y lloráis por eso? —Nerys frunció el ceño.
—Pero ¿habéis oído lo que he dicho? Nos vamos con MacArthur…
—Lo he oído —asintió Nerys, colocándole un mechón tras la oreja—. ¿Vos
queréis llorar de verdad? —le preguntó con la mirada fija en ella.
Bella la observó, confundida.
—¡Qué!
—Esta noche van a prometerme con el señor MacArthur.
—¿Qué? —Repitió Bella, abriendo los ojos como platos—. ¿Quién? ¿Por
qué?
Nerys sintió arder de nuevo las mejillas y soltó un largo suspiro, al tiempo
que asentía.
—Vuestro padre nos encontró en un lugar solitario…
—¿Os estabais besando?
—Digamos que sí —respondió. No tenía por qué contarle la verdad completa.
—¡Bien! —exclamó Bella, más animada.
—No tan bien. —Nerys arrugó la nariz con disgusto—. Unos minutos antes
fui informada de que él está esperando un hijo —se encogió de hombros con
desilusión.
—¿MacArthur está esperando un hijo? ¿Y quién es la madre?
—No creo que tenga importancia. Si Kiar amara a la mujer, no la habría
echado del campamento, ¿no?
—Supongo que no. ¿Qué os ha dicho él?
—Aún nada. Por supuesto, yo no he hablado con él de esto. ¡Por Dios! Si
apenas nos conocemos.
Bella se tocó la frente, pensativa.
—Nerys, ¿MacArthur os gusta?
—No lo sé —respondió con un susurro—; ni siquiera estoy segura de querer
unirme a él. ¿Tendré opción?
Bella se mordió el dorso de la mano y la miró con los ojos anegados en
lágrimas.
—Tenéis razón, Nerys. Vuestro problema es mayor que el mío.
—Mucho mayor. Al menos, el conde y vos os amabais aun antes de contraer
nupcias. Nosotros no nos conocemos prácticamente de nada… Y para colmo,
está el tema del bastardo.
—¡No dejéis que reconozca al niño! —dijo Bella con firmeza.
—¿Por qué?
—Luego repartirá la herencia con los vuestros.
Nerys la observó, pasmada.
—¡Yo no puedo hacer eso! Si Kiar desea reconocer a su hijo… No es que me
agrade, pero sería lo más natural, ¿no? El niño no tiene culpa de lo que haga su
padre. De todos modos, Brigitte debió haber tenido cuidado con eso. He oído
decir que esas mujeres… tienen cosas… para prevenir los embarazos.
—Pero ¿de qué clase de mujer estáis hablando, Nerys? —dijo Bella,
sentándose junto a ella, sumamente intrigada.
—Brigitte es… es… una de las que les hacen compañía a los hombres de…
—¡Ay, Dios! —Bella se llevó las manos a la cabeza en actitud exagerada—.
Si esa mujer está preñada es porque ella lo ha querido. No creo que el señor
MacArthur, ni ningún otro señor acepte nunca un hijo así —se encogió de
hombros—. Kiar nunca tendría modo de confirmarlo, y ella ha incumplido su
parte del trato.
Nerys observó a su amiga con la cabeza ladeada. Sus palabras eran coherentes
y llenas de confianza.
—Bueno, antes de casarme con MacArthur lo comentaré. Quizá incluso no
sepa de la existencia del bebe —buscó los ojos de Bella—, ¿creéis que se
enamorará de mí?
—Yo diría que ya está bastante interesado —sonrió con dulzura—, pero
aprovecharemos los días que pasemos en su propiedad —suspiró y se sonó la
nariz en un suave pañuelo de lino—. Yo os ayudaré. Al menos estaré entretenida
hasta que regrese Robert.
—Quizá yo le estoy dando vueltas al tema, y puede que él ni siquiera desee
casarse.
—Pues si está hablando con mi padre, mucho me temo que le va a dar lo
mismo lo que diga. ¡Se casará! ¿Por qué os dejasteis convencer para quedaros a
solas con él?
—No pensé en ello. Habíamos tenido un pequeño altercado y tan sólo me dejé
llevar.
—Pero no parece que os lo toméis muy mal.
Nerys se levantó y caminó por la recámara, con los ojos perdidos en algún
punto de la pared.
—Kiar me gusta y sé que, al final, acabaré amándolo —se encogió de
hombros—, por lo menos eso espero. En cuanto a casarme, vos misma dijisteis
que vuestro padre estaba preocupado por mi enlace, de modo que si no es
MacArthur, será cualquier otro.
—Admiro vuestra fortaleza, Nerys. Me gustaría mucho poder controlar las
emociones tal y como lo hacéis vos. Ni siquiera estáis preocupada por lo que os
depara el destino.
—Que no lo parezca, no significa que no lo esté —respondió ella. Además,
junto a MacArthur vengaré la muerte de mis seres queridos, pensó, y reclamaré
las tierras para Douglas.
14

Kiar MacArthur estaba tan furioso que sus hombres lo notaron en el mismo
momento en que desmontó de su animal.
Un muchacho joven aferró las riendas y se llevó el caballo junto a los demás.
Kiar apenas lo miró y caminó con paso firme hacia la orilla del río.
Era tal su enojo que hubiera cogido al conde de Mar por el cuello y lo hubiera
lanzado desde la almena. «Tenía que haberlo hecho», se repitió un par de veces
más, hasta que sus instintos, bien entrenados, escucharon unos pasos tras su
espalda. De haber ocurrido algo así en cualquier otro sitio, Kiar ya se hubiera
lanzado contra el intruso, pero allí, en su campamento, sólo se hallaba su gente.
No se giró, aunque agitó la cabeza para que quien estuviera tras él supiera que
sabía de su existencia.
Jaimie sonrió; sin embargo, esperó a que Kiar fuera el primero en hablar. Por
mucha confianza que tuviera con MacArthur, nunca se había atrevido a dirigirle
una palabra mientras estaba enfadado. Era bien conocido el genio que gastaba el
hombre cuando las cosas no salían como él las había planeado.
Pero Kiar siguió sin hablar. Se inclinó hacia el agua y sumergió las manos,
mojándose las anchas mangas de la amplia camisa. Por una fracción de segundo
pensó en ese mismo gesto hecho por Nerys el día anterior, mientras comían.
¡Maldita fuera! ¿Por qué no podía sacársela de la cabeza? Había visto mujeres
más hermosas que ella, más… más… ¿Por qué demonios no se le ocurría otra
cosa?
Estaba pensando en provocadoras, pero Nerys lo tentaba siempre. Daba igual
que la joven le sonriera o le regalara una de sus severas muecas. Que sus ojos lo
enfrentaran con desfachatez y soberbia o lo miraran, agradecidos.
Intentaba provocarlo de diferentes modos, pero Kiar tenía la libido muy por
encima de todo eso. Y después de aquella tarde, ¡Dios! Con un esfuerzo terrible
la habría dejado marchar, pero sólo quería abrazarla un poco más. La calidez del
estrecho cuerpo sobre el suyo, el aroma que desprendían los enredados cabellos,
le producían una extraña sensación: como si hubiera estado esperando toda la
vida para proteger a aquella mujer. La sentía cerca, y podía leer en sus ojos, en
sus mejillas; casi podía adivinar por su expresión lo que pensaba en cada
momento.
Puede que al resto de la gente lograra ocultarle su gran resentimiento, su
impaciencia por vengarse, el dolor que reflejaban sus ojos verdes… Pero a él no.
Y en ese momento en que la había besado, el instante en que sus dedos
rozaron la piel desnuda de su pierna… El trasero sobre él… La hubiera tomado
allí mismo, sobre el banco. Sólo de recordarlo, su frente se cubría con perlas de
sudor.
Suspiró y se sentó sobre el suelo, con los ojos clavados en las aguas del río.
En el centro del canal había enormes pedruscos, que el agua saltaba provocando
diminutas cascadas. Más allá, la pradera lucía húmeda y verde, brillando bajo los
últimos rayos de sol.
—Me voy a casar con MacBean —dijo Kiar por fin, observando a Jaimie
sobre el hombro.
—Bien. —Se acercó a él y tomó asiento a su lado—. Pensaba que esperaríais
a llegar a casa.
—Eso pensaba yo. De hecho, tendré que formalizar el compromiso en casa.
Jaimie era un hombre tan grande como Kiar. Muy jovial y alegre. Valiente
como pocos, y más loco que una cabra. Loco, por no decir temerario. Jaimie no
temía a la muerte; se reía de ella. Varias veces había estado a punto de sucumbir,
pero aún estaba en pie, y ganando.
—Me parece bien —agitó la cabeza—. No entiendo que…
—¡Me ha prohibido que me acerque a ella hasta que no pida su mano! ¡A mí!
—rugió—. Ya le he dicho que me voy a casar con ella y… la respetaré hasta que
sea mi esposa, pero no poder acercarme ni para saludarla… ¡Es absurdo!
Jaimie no se atrevió a reír. ¿MacArthur estaba enfadado porque no podía
acercarse a la beldad pelirroja?
—Creo que a Bruce le pasó algo similar —murmuró Jaimie, lanzando un
puñado de tierra sobre un solitario esparrago que asomaba de entre la tierra—.
Por lo menos, no tardaremos más de dos semanas en llegar.
—Dos semanas a vosotros. Yo tengo que pasarme primero a ver a Balliol. —
Sus ojos despidieron fuego por unos segundos—. Quiero que la vigiles.
—De acuerdo. ¿A quién? ¿A tu prometida? —Ahora sí soltó la carcajada que
había estado guardando—. ¿Tan enamorado estás?
—¿Qué? —Kiar alzó una mirada perpleja, encontrándose con la de su amigo.
Al principio no entendió la frase. Ni siquiera pensaba en el amor, ¿pero cómo
decirle que esa joven, que parecía tan dulce e inocente, estaba empeñada en
asesinar a Warenne o en hacer cualquier locura por hacerle confesar?
—¿La amas? —repitió Jaimie, ahora más serio. Nunca había visto a su amigo
enamorado, ni siquiera había advertido que le atrajera más una mujer que otra.
Cierto que con la señorita MacBean se lo veía más animado.
—No. Creo que no —se encogió de hombros—. Me gusta. Es bonita y tiene
un buen cuerpo. Es una moza saludable y me dará buenos hijos. Supongo que el
amor llegará poco a poco.
—¿Y por qué quieres que la vigile?
Kiar se rascó la barbilla, pensativo. ¿Por qué quería vigilarla? ¿Para proteger
a Warenne?
Quería que ella no agrediera a nadie; él era guardián de Escocia y no iba a
permitir aquello pero, ¿era ese el motivo? ¿Por qué? Si el Conde de Surrey
falleciera en aquel momento, poca gente lamentaría su muerte; él no lo haría,
desde luego. Entonces, ¿a quién quería proteger?
Ni el mismo podía entenderlo.
—Porque sí —respondió tajante—. Sólo será cuando yo no esté cerca. ¿Lo
has entendido?
Jaimie abrió la boca y la cerró con fuerza, apretando los dientes con un golpe
seco.
—¡¿Quieres que viaje junto a las carretas?! —se ofendió.
—Hay un buen motivo —le explicó. Sus ojos ahora brillaban divertidos,
disfrutando del sufrimiento de Jaimie—. Los condes de Mar ahora viajarán con
nosotros, y Surrey ha insistido en acompañarnos. Me desviaré con él para
reunirme con Juan, pero en el trayecto deseo que mi hombre más leal y el de
más…
—Vale, no intentes hacérmelo más fácil. Y luego, cuando te largues, me
ocuparé de que lady MacBean te olvide con facilidad.
Kiar ensanchó una sonrisa que abarcó toda su cara y negó con la cabeza.
—No te he contado la segunda parte del plan —rio—. En cuanto Warenne no
esté, regresaré y la llevaré conmigo…
—¿La vas a llevar contigo? —repitió con incredulidad.
—¡Ajá! Necesito una mujer y ella será mi esposa, ¿no?
Jaimie se encogió cuando Kiar apoyó una mano sobre su hombro y, con un
ligero movimiento, se incorporó.
—Esto deberíamos planearlo mejor, ¿eh? —le dijo el muchacho, estirando su
mano para que lo ayudara a levantarse—. ¿Qué te cuesta esperar un poco más?
¿Llevarte a tu prometida? Eso es lo más estúpido que he oído nunca… —Jaimie
echó a andar tras de Kiar—. ¿Por qué no llamas a Brigitte? Es menos peligroso.
—Yo no quiero a cualquier mujer, Jaimie. —Kiar se volvió hacia él y sus ojos
brillaron de deseo—. La quiero a ella.
El joven se quedó en el sitio viendo cómo MacArthur se acercaba a sus
hombres.
—Y dice que no la ama —musitó con extrañeza—. Al menos he logrado
apaciguar tu enfado —dijo más para sí mismo que para Kiar.

—Lady MacBean. Por favor, concededme dos minutos de vuestro tiempo, os


lo suplico.
Nerys se dio la vuelta en el inicio de la escalera al escuchar aquellas palabras.
Sus ojos verdes viajaron sobre el hombre joven de cabellos dorados que la
observaba con una mirada llena de arrepentimiento, así como los gestos de su
cara.
Nerys entrecerró los ojos cuando reconoció al hombre y lo miró, elevando
orgullosamente el mentón.
—Os recuerdo —le dijo con voz severa—, vos fuisteis quien me obligó ayer
a…
—Sí, y lo siento. Necesito disculparme con vos. Mi nombre es Ian Ferguson y
me temo que ayer unas fuerzas oscuras se apoderaron de mi voluntad.
—¿Fuerzas oscuras? Yo más bien diría que vos os caisteis en el barril de
cerveza.
Ian sonrió, divertido, con ojos chispeantes.
—Entonces ya no estáis enfadada, ¿verdad? —Dio unos pasos hacia ella hasta
quedar uno frente a la otra. Nerys debía levantar la cabeza, como casi siempre
que se acercaba algún guerrero. Eso no significaba que todos los escoceses
fueran grandes y enormes; los había de todos los tipos: altos, bajos, delgados,
gordos… — Soy vecino de MacArthur. Uno de mis parientes se casó con la
hermana de Kiar y eso nos convirtió en aliados.
—¿Habéis venido a disculparos porque MacArthur os lo ha dicho?
Ian asintió y negó al mismo tiempo, arrancándole una carcajada a la joven.
—Estáis disculpado, entonces.
—No volverá a suceder nunca, os lo prometo. —Ian juntó los talones, y por
unos segundos se cuadró sobre los hombros—. Si algún día vos necesitáis de mí,
podéis contar conmigo para cualquier cosa.
—Ferguson, muchacho. Te estaba buscando. —Un hombre alto y desgarbado,
de rostro huesudo, llegó hasta ellos. Regaló una pequeña reverencia a la mujer y
palmeó el hombro del más joven—. Te necesitamos junto a las monturas antes
de que se nos haga muy tarde. Será una comitiva bastante larga la que viaje.
—Estaba a punto de ir hacia allí, tan sólo estaba disculpándome con lady
MacBean.
—¿Lady MacBean? —Liam se giró para estudiarla fijamente. De modo que
esa muchacha era en quien pensaba Warenne—. He oído que un pariente suyo se
encuentra mal.
Nerys asintió.
—Douglas se recuperará dentro de poco. Viajará más tarde, cuando se
encuentre bien del todo. ¿Conocéis a mi primo?
Liam sonrió, satisfecho, mostrando una hilera de dientes amarillentos y
grandes.
—Sí, nos hemos visto alguna vez. —Tomó la mano de Nerys y se inclinó
hacia ella formalmente—. Mi señor me comentó que vos erais muy hermosa,
pero creo que se quedó corto.
—¿Su señor? —Nerys pestañeó graciosamente—. ¿Quién es?
La muchacha había esperado que fuera un Ferguson, un Carrick o incluso un
MacArthur…
—John Warenne, conde de Surrey.
15

MacArthur y el conde de Surrey fueron los últimos en abandonar Carrick.


Un largo desfile de carretas y animales inició el viaje con paso ligero, o más
bien con la reciente prisa que le había entrado a Kiar por regresar a su hogar.
Los carros traqueteaban peligrosamente y alguno tuvo que informar que, de
continuar así, no podría seguir su marcha.
Kiar, después de ese aviso, intentó calmarse un poco. El conde de Mar había
decidido acompañarlo a la cabeza, y aunque no era un mal hombre no tenía
muchas ganas de darle conversación.
Su mente se hallaba ubicada en las carretas que viajaban en el centro de la
escolta, exactamente en un lujoso carruaje inglés perteneciente a Warenne, y en
el cual también viajaban las damas.
Surrey, en un acto de galantería, había ofrecido a la Condesa de Carrick que
compartiera aquel ridículo vehículo de ruedas muy delgadas. El armatoste se
movía tan bruscamente que parecía querer desmontarse. Aun así, la educada
Isabella había accedido si su madre y Nerys también los acompañaban.
Helen no se lo agradeció en absoluto. Recordaría ese largo día durante los
años que le restaban de vida. Su codo había golpeado más veces la puerta que los
accidentales pisotones de Nerys sobre sus pies.
Bella compartía asiento con el lord. Se había aferrado con fuerza a un tirador
de bronce, al tiempo que había clavado los pies entre el asiento frontal y el suelo.
Tenía el trasero como una piedra, y las piernas en tensión; aun así, no perdía su
expresión amable.
Nerys había tratado de imitar a su amiga, pero no podía evitar sentirse elevada
unos centímetros de la base del asiento cada vez que la rueda pisaba una piedra o
cruzaba un desnivel, provocando que su pie golpeara a Helen.
Cierto que aquel carruaje era digno de reyes. El interior se hallaba forrado con
un suave paño verde, y los bancos de madera estaban cubiertos por almohadones
tejidos con finos hilos brillantes. En los huecos de las ventanas lucían gruesas
cortinas muy efectivas para viajar en invierno, lo que no era el caso, pues
estaban casi alcanzando el verano.
Era tal el agobio, que Helen y Nerys habían logrado recoger las cortinas,
apartándolas hacia un lado. La brisa que entró fue muy agradecida por los
ocupantes del vehículo, y de ese modo las lámparas de aceite no debieron
encenderse.
La conversación había sido abandonada casi desde el comienzo del viaje. De
vez en cuando trataban de comentar algo, pero a riesgo de morderse la lengua en
una mala pasada de las ruedas.
El paisaje también comenzaba a cambiar, volviéndose más agreste. En breve
entrarían en el bosque, y allí la luz era bastante escasa. El entorno ideal que tanto
encantaba a los ladrones que moraban en las miles de hectáreas que se extendían
hacia el este.
Kiar no estaba preocupado por la seguridad, pues nadie con dos dedos de
frente se atrevería a atacar a una comitiva tan grande; sin embargo, Nerys y
Surrey juntos…
No sabía por qué, pero aunque fueran con la condesa de Mar y su amiga
Isabella, no se fiaba mucho del conde. Ese hombre no era tonto y sabía muy bien
quién era Nerys y lo que quería. Y cierto que no tenía pruebas, y ni siquiera las
había buscado, pero tenía la extraña impresión de que Warenne había tenido algo
que ver con la paliza de Douglas.
Esa mañana ni siquiera lo había saludado. El compromiso no era oficial, pero
ya todos sabían que pronto se casaría con lady MacBean, y por lo tanto las
tierras que él reclamó un tiempo atrás pasarían a ser de Kiar. No le extrañaba que
hubiera cambiado la actitud con él. Nunca se habían llevado muy bien, tenían
puntos de vista bastante diferentes, pero entre ellos siempre había habido un
mutuo respeto. Surrey, por poder presumir de uno de los ejércitos más grandes
de las Highlands, y Kiar por ser guardián, un título que en aquellos momentos de
su vida no podía pasar por alto. Aquélla fue la primera vez que el conde lo
ignoraba deliberadamente, y MacArthur ni siquiera le dio importancia al hecho.
Casi lo prefirió. Ese hombre y él no tenían nada que hablar, y con seguridad el
conde no se atrevería a poner un dedo sobre Nerys viajando con ellos, pero por si
acaso, no fuera a quedar viudo antes de tiempo, Ian Ferguson acompañaba a
Jaimie.
Se detuvieron a media mañana, y las damas aprovecharon para estirar las
piernas y ejercitar un poco los músculos. Necesitaban estar preparadas para el
resto de la tarde. Helen ya había planeado una buena excusa para regresar a su
carreta. Puede que no fuera tan lujosa como la inglesa, pero su gruesa estructura
estaba mejor preparada para soportar los vaivenes del camino sin tener que temer
por su vida a cada instante.
Nerys había intentado convencer a Bella de que hablara con su padre y les
permitiese ir a caballo porque, aunque tuvieran que ir junto a las carretas, no
importaba; pero, al menos, irían alejadas de Surrey. El problema era que el conde
de Mar viajaba en la cabecera y Bella prefería esperar a ver al hombre para
comentárselo en persona.
Ella misma habría pedido permiso a MacArthur de haberle visto en algún
momento, pero ni siquiera durante la comida se había dejado ver, y eso que había
estado buscándolo entre los rostros de los guerreros que iban a recoger su cuenco
de carne guisada.
Fue Brigitte, que viajaba en una de las carretas, quien la informó de que a
MacArthur le llevaban la comida.
El camino por el bosque fue más lento y pesado, los paisajes siempre
idénticos, un árbol, otro, otro y otro.
Cuando alguien gritó un alto en el camino, Nerys no esperó a que se detuviera
el carruaje y saltó de él. Le temblaron las piernas peligrosamente, pero recuperó
enseguida el equilibrio.
—Nerys, me encuentro muy mal —dijo Bella, tomándola del brazo para
dirigirla contra un grueso tronco. Ni siquiera se había dado cuenta de que su
amiga había saltado tras ella.
—¿Qué tenéis? —Preguntó, pero cuando la joven comenzó a vomitar se
limitó a soplarle la frente—. ¡Helen! ¡Helen!
—¿Qué ocurre? ¡Ay, mi niña!
Nerys vio a Warenne por el rabillo del ojo. El hombre se había detenido al
escuchar las palabras de la condesa de Mar, y al ver el estado en que se
encontraba Isabella no quiso ni acercarse.
—Traed agua —ordenó la mujer a su sierva, que ya comenzaba a preparar el
lugar donde dormirían las mujeres.
Empaparon un pañuelo y lo pasaron por el rostro de Isabella, haciéndola
sentar en el suelo.
—¡Debes de tener el estómago pegando brincos aún! —siguió quejándose
Helen, con los ojos entrecerrados por el enojo.
Nerys acarició el cabello de su amiga, evitando que se le pegara a la cara.
Varios hombres se habían acercado, preocupados, y miraban desde una distancia
prudente.
—Estamos viajando muy deprisa —dijo Jaimie, desmontando de su caballo.
Nerys se unió a la criada y entre ambas prepararon la carreta cubierta.
Extendieron los almohadones y las gruesas mantas, cubriendo la totalidad del
suelo.
—¿Ha sido divertido viajar ahí? —escuchó la joven que le preguntaban. Se
giró levemente para descubrir a Kiar, apoyado en la otra punta del vehículo.
Llevaba un arco colgando de un hombro.
La miraba con ojos burlones y aunque su rostro no estaba serio, tampoco
sonreía.
—¿Estás de broma? —Nerys entrecerró los ojos—. ¡No volveré a subir nunca
más! —gruñó, buscando con la vista a Warenne, asegurándose de que no la
escuchaba—. Mira sólo cómo está Bella.
Kiar soltó una fuerte risotada, pero no la miró a ella directamente, sino que
clavó los ojos en un punto lejano entre los árboles. Nerys siguió su mirada, pero
no vio nada. Buscó algún movimiento, alguna sombra, aguzó los oídos para
saber qué podía estar mirando él, que le resultaba tan divertido.
—¿Qué buscas? —preguntó Kiar, frunciendo el ceño pero sin apartar la vista
de los árboles.
—¿Qué buscas tú? —respondió Nerys a su vez, cada vez más intrigada.
—Yo no estoy buscando nada. —Por fin Kiar la observó con cara de bobo.
—¿Y qué miras por allí?
—Nada.
—¡No soy boba! Algo habrás visto cuando has mirado para allá y te has reído
—dijo Nerys, ofendiéndose.
Kiar le dio la espalda y caminó detrás de la carreta, desapareciendo de su
vista.
—¡Este hombre es tonto! —exclamó, dispuesta a seguirle; sin embargo, él
apareció de nuevo.
—¿No te ha dicho tu tutor que no puedo acercarme a ti? —le preguntó otra
vez, observando los árboles.
—¿Y así crees que estás disimulando? ¿Por eso no me miras al hablar? —Él
asintió. Estaba guapísimo. Nerys rio con fuerza al entenderlo.
—¡No seas tan escandalosa o tendré que irme!
Nerys no pudo parar de reír por un buen rato, y por mucho que Kiar quisiera
contenerse, la risa de la dama era contagiosa. Incluso Jaimie, que no sabía de qué
iba el tema, los acompañó con varias carcajadas. MacArthur no tuvo más
remedio que desaparecer cuando los condes de Mar se acercaron.
Nerys se sintió desilusionada cuando pasaron las horas y MacArthur no
volvió a asomar por allí. Había estado escuchando las anécdotas que Surrey les
había querido regalar ante la luz de la hoguera.
Había varios fuegos encendidos en el improvisado campamento, y hombres
de MacArthur vigilando desde las copas de los árboles. La noche era bastante
oscura y sólo algunas antorchas, diseminadas en círculo, los iluminaban
tenuemente.
La joven de larga trenza cobriza se incorporó del tocón que le sirvió de
asiento y se despidió, ocultando un bostezo. El día había sido horrible, y todavía
quedaba mucho viaje por hacer. Lo que estaba claro era que no volvería a subir
con Warenne a ese incómodo vehículo. Había descubierto que poseía un aliado
mucho más cercano y menos peligroso: Liam Cameron, vasallo de su enemigo.
Liam era un hombre agradable, a pesar de su aspecto rudo y algo desaseado.
Seguía vistiendo el plaid, algo que decía muchas cosas de él, por lo menos eso
pensó Nerys cuando ambos charlaron después de cenar algo. Fue inevitable
comparar a Liam con MacArthur. Últimamente, lo hacía con todos porque Kiar
tenía las mejores piernas que hubiera visto en la vida. Musculosas, fuertes, de
piel dorada…
—¿Te retiras ya?
Nerys se tensó. Estaba oscuro y no veía nada. La voz era inconfundible, como
música para sus oídos.
—¿Vas a dedicar todo el viaje a hacer de fantasma? —Nerys lo buscó con la
mirada hasta que unos arbustos se movieron frente a ella.
Se recogió las faldas y miró en todas direcciones, asegurándose de que nadie
la estaba vigilando.
Con paso lento se introdujo entre las ramas y, de pronto, se vio cogida al
vuelo. ¡Qué manía tenía todo el mundo de cogerla en brazos!
—Chisssss —susurró Kiar en su oído, con voz sensual.
Ella alzó la cabeza y logró ver el brillo de sus ojos grises.
—No puedo demorarme mucho. Helen se ha retirado hace tiempo y se van a
dar cuenta de que estamos aquí —murmuró, presurosa.
—No hemos hablado de nuestro compromiso —dijo él. Ya la había dejado en
el suelo, pero tenía las manos apoyadas en las estrechas caderas de Nerys.
—No hemos hablado de muchas cosas. ¿Es cierto que ibas a pedirme en
matrimonio aunque no hubiera ocurrido lo de anoche?
—Sí.
—¿Por qué? Te dije que no me gustabas.
Kiar la estrechó contra su cintura y, con delicadeza, le mordió el lóbulo de la
oreja.
—Te dije que mentías.
Su voz, junto con su aliento, hizo que Nerys se estremeciera. El corazón
adquirió más fuerza, tanto que pensó que Kiar sería capaz de oírlo. Se aferró a
los fuertes brazos de él, e intentó apartarse del deseo del hombre que se hacía
más que evidente contra su falda.
—Tengo que irme… —Kiar se apoderó de su boca, silenciando sus quejas en
un largo y profundo beso que dejó a la muchacha completamente hipnotizada.
Nerys pensó que no podía respirar, el beso le estaba encantando, pero en
algún momento se había olvidado de respirar y ahora no era capaz de coger el
oxígeno suficiente para poder continuar con la comunión de sus labios. Alzó las
manos hasta las dos trenzas de Kiar que llevaba sueltas a ambos lados del rostro,
y tiró con fuerza de ellas hacia atrás.
—¡Me ahogas! —jadeó, temblando entre sus brazos.
—Eso es lo que tú piensas —murmuró el hombre, lamiendo su garganta.
Nerys no se había dado cuenta y había dejado caer la cabeza hacia atrás, sin
notar que la mano de Kiar sujetaba su nuca con firmeza.
—¡Kiar! —Ella le rodeó el cuello con fuerza y se apretó contra aquel cuerpo
fuerte y duro, buscando su boca con ansia, deseando acariciar de nuevo su
lengua aterciopelada con sabor a miel y frutos secos.
Las manos de Kiar no estaban quietas, y tan pronto le rozaban las mejillas
como enterraba sus dedos en el blando trasero. Nerys se sintió desfallecer
cuando los labios se posaron sobre el escote del vestido, mordisqueando la
delgada cinta que lo adornaba. Volvieron a besarse y, con una fuerza
sobrehumana, MacArthur apartó a Nerys de él y la empujó para hacerla salir de
entre los arbustos, justo cuando Bella llegaba hasta allí llamándola en la
oscuridad.
—Menos mal que aún estáis aquí —dijo la voz de Bella—. Hay algo que he
estado todo el día deseando contaros. Caminemos un poco por aquí, Nerys, si no
salimos del circulo de luz, nadie se atreverá a decirnos nada. ¿Ocurre algo? Os
noto algo asfixiada.
—¡No! —exclamó Nerys, con los latidos de su corazón más ralentizados—.
Me asusté —miró hacia los arbustos. Kiar seguía por allí, aún podía sentirlo—.
Decidme, ¿qué es eso que queréis contarme?
La oscuridad amparaba el rosado color de sus mejillas, los pezones erectos
que presionaban la tela, insatisfechos por el breve contacto; el ligero temblor de
sus piernas y la extraña sensación de vacío en su estómago, como si unas
mariposas volaran en su interior, locas por encontrar la salida. Excitada. Aquélla
era la palabra correcta para definir el estado justo en que se encontraba. Después
de todo, Kiar ya era su prometido, ¿qué había de malo en que se besaran antes de
la boda?
Bella se lo iba a explicar en ese mismo momento:
16

—¿Embarazada? ¿Tan pronto? —Nerys se había detenido, sorprendida. Por


mucho que tratara de hacer cuentas, no terminaban de cuadrarle—. ¿Carrick lo
sabe?
—Sí —contestó Bella, asintiendo con la cabeza—. Pero le hice prometer que,
hasta que no regresara conmigo, no le diría nada a nadie.
—¿Por qué?
La joven se encogió de hombros y trató de sonreír. Sus ojos claros se
anegaron en lágrimas al observar a Nerys.
—Tengo tanto miedo de que pase algo malo —su voz se había convertido en
un susurro, y Nerys tuvo que aproximar su cabeza a la de ella para poder
escucharla—: Tengo la intuición de que algo no va bien, y creo que Robert está
en peligro.
—No debéis pensar eso, Bella. —Nerys le rodeó los hombros—. Él es un
hombre muy valiente y fuerte —tragó con dificultad al recordar las palabras del
conde de Surrey sobre la negación de los ejércitos al rey de Inglaterra. Bruce
siempre estaba en primera línea de fuego. La ofensa a Eduardo se tomaría como
un acto de rebeldía por parte de Escocia—. Volverá en poco tiempo, y
regresareis a casa a traer un hermoso hombretón al mundo.
Las lágrimas de Bella ahora rodaban brillantes por las pálidas mejillas. Sus
labios rosados resplandecían con el fulgor de las antorchas, asemejándose a un
puñado de fresas. Se encontraba sola e indefensa sin la presencia de Robert, y la
calidez que todos trataban de darle no tenía semejanza ninguna a la añorada. La
tristeza había hecho mella en ella nada más enterarse de la noticia, e incluso
había pensado que, con la nueva situación de Nerys, lograría apartar a su amado
de la cabeza el tiempo suficiente como para no preocuparse. No era así. Lo
echaba de menos, y la pena pesaba en su corazón como un bloque de granito.
—¿Tan duro es, Bella?
—¿El qué?
Nerys buscó entre la oscuridad. Todo estaba quieto y en silencio.
—Amar a una persona —le respondió—. Se supone que cuando se ama no se
sufre, a no ser que no seáis correspondida. Pero ambos sabéis que pronto
volveréis a reuniros…
—Y mientras tanto, me como las uñas pensando en él. ¿Sabéis cuánto daría
yo ahora porque me abrazara? —Agitó la cabeza—. Nerys, no podéis saberlo
porque aún no sabéis lo que es amar, pero llegara algún día en que lo sintáis por
MacArthur, y entonces os daréis cuenta de lo difícil que es pasar un solo día
alejada de él. —Bella se limpió las lágrimas, aunque sus ojos no cesaban de
llorar—. Imaginad por un momento que ahora mismo MacArthur se va.
Imaginad que no está por aquí, escondido entre las sombras —fingió no ver
cómo Nerys alzaba las cejas con sorpresa—. Imaginad que quizá no volváis a
verlo. ¿Qué estaríais pensando en este momento?
Un sentimiento desconocido por Nerys hizo que se oprimiera su garganta con
fuerza.
—No me gustaría dejar de verlo —respondió en un murmullo—. No... No.
No quiero pensar en ello —dijo, levantando la cabeza y saliendo del trance en
que había caído. No quería analizar lo que sentía por Kiar. Le gustaba, le
encantaba que la sorprendiera y la enfadara; adoraba las sensaciones que le
producían sus labios—. Quizá algún día piense como vos.

Los siguientes días se convirtieron en una monótona rutina. Viajaban en la


mañana, se detenían a comer y continuaban hasta que anochecía.
El conde de Mar siguió cabalgando junto a MacArthur a la delantera, pero
ahora el joven aprovechaba, y siempre que podía se colocaba a la par de la
carreta de las damas.
No hablaba con Nerys directamente, aunque no podía dejar de mirarla en todo
momento. A cada día que pasaba, la muchacha se la antojaba más tierna y dulce.
Y saber que debía esperar para probarla lo llenaba de ansiedad.
John Warenne, a veces, escogía la montura; y otras se encerraba en su
estrafalario coche. Lo malo de esto era que el hombre cabalgaba cuando Bella y
Nerys también lo hacían, por lo que las jóvenes habían comenzado a desistir.
Con quien sí estaba cogiendo confianza Nerys fue con Liam. Resultaba un
hombre divertido, aunque sus bromas carecían de sentido y sus falsas carcajadas
llenaban el bosque. Pero la muchacha, al menos, se entretenía y, poco a poco, fue
atreviéndose a preguntarle sobre temas relacionados con Surrey, que el hombre
contestaba con sinceridad.
Sinceridad era lo que más le faltaba a Liam. Quedaban sólo dos días para que
ellos y MacArthur cambiaran de rumbo, y Surrey no había hecho otra cosa desde
que empezara el viaje que intentar planear el asesinato de Kiar. No debían
permitir que llegara con vida ante Juan de Balliol. Era tanta gente la que viajaba
en la comitiva, tantos hombres de MacArthur, siempre atentos y vigilando las
espaldas de su señor, que finalmente Warenne y sus hombres habían decidido
actuar de otro modo. ¡Después de todo, MacBean estaba allí y sería la futura
señora MacArthur!

Aquella noche, como de costumbre, Bella y Nerys pasearon por el interior del
campamento.
Muchos ojos las observaban, pero ninguno se atrevió a molestarlas siquiera.
Los hombres se envolvían en sus mantas, recostándose junto a las hogueras. Las
siervas, como algunos criados, dormían en carretas o cerca de las ruedas de
estas, y otros incluso debajo de los vehículos.
El verano se acercaba a pasos agigantados, y aunque por el día podían
alcanzar altas temperaturas, las noches eran todavía frescas, casi frías por el
húmedo ambiente que se deslizaba de las montañas, formando ligeras neblinas a
ras del suelo.
Fuertes voces comenzaron a elevarse en el campamento cuando las altas
llamas lamieron una pequeña estructura que montaban y desmontaban cada vez
que se detenían a pasar la noche. Un armazón formado por gruesos palos
dispuestos de tal manera que pudieran colgar las ollas a la hora de cocinar.
—¿Qué ha pasado? —Bella se dirigió al grupo de personas que comenzaban a
reunirse allí. Nerys estaba dispuesta a seguirla cuando escuchó el golpe seco
contra el tronco de un árbol, detrás de ella. Con una tímida sonrisa se volvió,
esperando encontrar a Kiar entre las sombras. No dejaba de hacer eso y Nerys ya
le había advertido que algún día le abriría la cabeza accidentalmente con una
piedra por asustarla de esa manera.
Aguzó sus oídos y siguió a ciegas el ruido que el hombre iba haciendo por el
sendero. Todos estaban demasiado ocupados con las recientes llamas como para
advertir que Nerys se iba alejando, poco a poco, de la vista de los vigías.
—¿Kiar? —susurró, extrañada de que aún no hubiera visto al hombre.
Se sintió repentinamente atrapada por la espalda, al tiempo que una mano
fuerte y rasposa cubría sus labios con fuerza.
Se asustó al darse cuenta de que MacArthur no era quien estaba allí. No podía
verlos, pero al menos había dos hombres que comenzaron arrastrarla por el
bosque hasta que llegó un momento que desaparecieron los reflejos de las
antorchas.
Nerys intentó gritar, y luchar con toda su fuerza, al ser consciente de que
estaban secuestrándola. Mordió la mano de su agresor con tanta fuerza que pudo
escuchar el ahogado lamento del hombre.
—¡Ayúdame! —susurró uno de los sujetos, aferrando la larga trenza en su
mano y enrollándosela en la muñeca.
Nerys escuchó el tejido al romperse y, seguidamente, le colocaron una
mordaza al tiempo que ataban sus manos con una fina soga que raspaba su carne
suave.
Cada vez se adentraban más en la espesa oscuridad, y los rayos de luna no
eran capaces de introducirse entre las ramas de los árboles. Nerys tropezaba
constantemente con las raíces que cubrían el suelo, pero estaba tan asustada que
lo único que intentaba era golpear a sus secuestradores y regresar junto a los
demás.
La última vez que cayó, fue levantada por el cabello sin ningún miramiento.
Golpearon su mentón con fuerza y perdió la noción del tiempo, hundiéndose en
un oscuro y profundo abismo.
Durante el resto de la noche despertó varias veces para descubrir que viajaba
sobre un caballo, recostada sobre la grupa, con el pecho aplastado por la gruesa
manta que cubría al animal. La posición era tan incómoda que la obligaba a abrir
los ojos con cierta frecuencia, pero su mente iba y venía en un mundo de
tinieblas e incertidumbre.
En el campamento ya se habían hecho con el control de las llamas, y todo
parecía volver a la realidad; todo excepto que Bella no era capaz de encontrar a
Nerys. La muchacha ya estaba acostumbrada a que su amiga desapareciera, y
ahora era ella quien escondía su secreto y se guardaba para sí el conocimiento de
los encuentros secretos, tal y como Nerys hizo cuando ella se veía con Carrick.
No se preocupó al imaginar que ambos estarían juntos en algún lugar del
bosque, de modo que en silencio se retiró a dormir.
Helen estaba tan profundamente dormida que no echó en falta a la muchacha,
y tan sólo soltó un suspiro de queja cuando Bella se recostó a su lado.
17

El aviso de que pronto reiniciarían la marcha llegó con un potente y agudo


chillido del cuerno que retumbó en el bosque, haciendo que los pájaros
levantaran el vuelo, asustados. Multitud de hojas cayeron de las ramas, brillando
como el oro al atrapar los primeros rayos del sol. El cuerno era un instrumento
que los vikingos habían llevado hasta allí. Los irlandeses habían adquirido el
hábito de utilizarlo antes de entrar en batalla, y ellos le daban el mismo uso para
todo. Daba lo mismo que fuera para dar una noticia buena que una mala. Un
nacimiento o un funeral.
Todos terminaban de prepararse para continuar el camino. Todos menos
Bella, que después de haber esperado nerviosa el regreso de Nerys, comenzó a
preocuparse. Deambuló por el campamento, haciendo tiempo para que llegara.
Al oír el cuerno terminó por comprender que, o bien Nerys cabalgaba con
MacArthur, o mucho se temía que podía haberle sucedido algo. Rezó para que
no fuera esto último. Si algo le ocurría, se culparía de ello toda la vida.
Bella, cuando se asustaba se enfurecía, y mientras trataba de encontrar a su
amiga hacía una larga lista de todas las cosas que le diría: la llamaría insensata o
despreocupada, o mal amiga por hacerla padecer todo aquel sufrimiento.
La gente comenzaba acomodarse en las carretas como bien podían. Al haber
desacelerado la marcha, había quienes lo hacían caminando junto a los
vehículos.
Bella estaba a punto de ponerse a gritar si Nerys no aparecía en aquel mismo
momento. Jaimie entró en su campo de visión en el instante en que bajaba de su
caballo para charlar con alguien, y ella no se lo pensó dos veces. Se alzó las
faldas del vestido hasta por encima de las rodillas y subió sobre el animal en un
abrir y cerrar de ojos.
Se armó un barullo tras ella. Las voces de varios hombres gritándole, incluso
Helen la llamaba con la sorpresa reflejada en su voz. Ignoró a todos y lanzó al
corcel hasta la cabeza de la comitiva. Debía asegurarse de que Nerys viajaba con
Kiar, ¡qué diablos! Le iba a gritar como una posesa y la castigaría sin volver a
hablarle durante una temporada.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó alguien al ver al jinete que se acercaba en


una loca carrera.
La figura de una mujer, experta en caballos, con los cabellos volando tras su
espalda como un manto dorado atrajo la atención de todos los presentes. Era una
amazona soberbia, y su belleza arrebatadora. Muchos alabaron la suerte de
Carrick por tener una esposa así.
Kiar también la admiró, era innegable que era muy hermosa, y también que
estaba muy enamorada de su amigo.
Vio a la joven detener a la bestia frente a él, y cuando el animal comenzó a
elevarse sobre las patas traseras le quitó las riendas hasta que el bicho quedó
quieto.
—¿Os habéis vuelto loca, lady Isabella? —le dijo, furioso. Si algo le ocurría a
la condesa estando bajo su protección, sería su perdición—. ¿Dónde creéis que
vais cabalgando así?
—¡Decídmelo vos! —Gritó ella, buscando ansiosamente con la vista a su
amiga—. ¿Dónde está Nerys?
—¿Nerys? ¿Qué le ha pasado? —preguntó el conde de Mar, que también
lucía su enojo con el ceño fruncido.
—¿No ha pasado la noche con vos? —Bella enfrentó a Kiar, elevando el
mentón, desafiante. MacArthur no había tardado ni dos segundos en subirse a su
caballo, y eso dejaba en desventaja a la muchacha.
—No —negó Kiar. Su rostro furioso de hacía unos segundos era ahora de
sorpresa, incredulidad y preocupación—. ¿Cuándo fue la última vez que la
visteis?
Bella lo observó con los ojos dilatados por el pánico.
—Isabella, ¿dónde está Nerys? —insistió su padre.
—Desapareció anoche —murmuró con voz rota—. Pensé… pensé… —tragó
con dificultad al mirar a Kiar. Éste asintió. Entregó las riendas del corcel de la
joven al conde de Mar, y lanzó su montura al galope hasta llegar a las carretas.
No estaba. Nerys no estaba.
MacArthur revolvió el campamento entero, mandando varias patrullas en
busca de señales. Él sólo ordenaba, y además a gritos. Recorrió varias millas a la
redonda acompañado de varios hombres.
Jaimie era incapaz de decirle algo en aquel estado. Su amigo parecía estar a
punto de sufrir un colapso de un momento a otro. Puede que fingiera que era un
guerrero, y que su corazón no era más que una piedra en cuestión de amores; sí,
puede que quisiera disimularlo, sin embargo sus ojos plateados eran los de un
loco. Su cuerpo soportaba una fuerte tensión, y su rostro era un cuadro de las
emociones más complejas. Terror mezclado con furia; ansiedad con serenidad.
—Han encontrado algo —dijo un jinete que llegaba desde el sur. El sujeto
hizo girar su caballo, incitando a MacArthur a que lo siguiese.
Jaimie y él lo siguieron a galope tendido. Las mantas escocesas se agitaban al
viento, mostrando las fuertes piernas que quedaban descubiertas hasta los
muslos; de calzado usaban gruesas suelas que aseguraban con largas cintas que
iban desde los tobillos hasta las rodillas, rodeando los contornos de las
pantorrillas.
Los tres hombres grandes y fuertes llegaron a la zona que un vigía ya estaba
inspeccionando.
—Aquí hay marcas de caballos. Son tres y se dirigen hacia allí —señaló hacia
lo más profundo del bosque.
—Jaimie, debes hacerme un favor: haz que los Condes, y en especial lady
Isabella, lleguen bien a casa. Envía a Ferguson y a su pariente; manda también
un rastreador y que me alcancen. —Miró al sujeto que le había informado en un
primer momento—. Vendrás conmigo.
—Esto retrasará tu llegada a ver a Balliol —advirtió Jaimie.
—Dime algo que no sepa.
—Surrey dice no haberse dado cuenta de nada, y no falta ninguno de sus
hombres.
—¿Lo habéis comprobado? —le gruñó con los labios apretados. Las venas de
su cuello parecían hierros de lo tensas que estaban.
Jaimie asintió, aunque no estuvo seguro de que Kiar lo hubiese visto.
—Tomaron el camino cerca del campamento —volvió a decir el vigía que,
sobre el suelo, seguía estudiando las plantas y las marcas de la tierra levantada
por los cascos de los caballos—. Aquí cogieron monturas. —Se mesó una sucia
y larga barba cuando miró a su señor, levantando la cabeza—. Los asaltantes se
limitan a posesionarse de todo lo que pueda venderse o comerse —se encogió de
hombros—. Yo diría que estos tienen cierta experiencia.
—Averigua si alguien vio o escuchó algo —dijo Kiar, agitando ligeramente
las riendas y mirando a Jaimie—. En cuanto lleguéis, envía a mi hermano a las
tierras de Surrey, ¡hasta que no aparezca MacBean no quiero que lo perdáis de
vista!
—¿Qué tiene que ver ese hombre con tu prometida? —preguntó Jaimie con
extrañeza.
Kiar lo miró por unos segundos, pero no le respondió.
—Tu nombre era Cameron, ¿verdad? —se dirigió al otro.
El aludido asintió, sorprendido de que MacArthur conociera su nombre. Kiar
tenía buena memoria y había visto a ese joven en el campo de entrenamiento.
Posiblemente tuviera apenas los dieciocho años, como el Ferguson. Kiar ya tenía
veintiséis.
—Vayámonos. —Ambos azuzaron los caballos, dejando a Jaimie mirándolos
con envidia. Jaimie adoraba estar metido en todo, había nacido para divertirse,
para jugar, para pasarlo bien destrozando ingleses con su hacha de guerra.
Maldijo a su suerte, que lo obligaba a quedarse a proteger a la condesa de
Carrick. ¡Mierda, le acababan de hacer responsable de la comitiva!
—¡Me debes varias, MacArthur! —gritó, malhumorado, y el suave viento se
llevó el eco de su voz entre los árboles.

Nerys observó el interior de la cabaña con olor a rancio y orín. La humedad se


filtraba por todas partes y hacía mucho frío. Tembló. La noche se la venía
encima y ni siquiera le habían dejado una manta o algo parecido para cubrirse.
Su estómago rugía por no haber comido durante todo el día, y estaba
asustada. Los hombres que se hallaban fuera no estaban siendo nada amables, y
en cuanto se le ocurría preguntar algo, la abofeteaban y disfrutaban con ello. Sus
mejillas hinchadas aún ardían después de haber intentado escabullirse de ellos.
Debería de tener algo de fuerza, pues había viajado sobre un caballo desde
que se la llevaron la noche anterior, y aunque en un principio la habían arrojado
sobre el animal, finalmente la habían dejado cabalgar junto a ellos, sin dirigir las
riendas por supuesto. Pero estaba agotada y hambrienta, ronca de gritar, dolorida
por mostrar su osadía, y asustada porque sabía que la muerte la esperaba al final
del camino.
¿La encontrarían? ¿Por qué tardaban tanto? Nerys no tenía ninguna duda.
Bella al menos la habría echado en falta, y su amiga no iba abandonarla,
¿verdad? ¿Y Kiar? Seguro que él no tardaría en aparecer. Se agarró a esa fe
ciega, entregándole un voto de confianza. Era guardián de Escocia y, por tanto,
su protector.
Quiso llorar pero ya tenía los ojos secos, y de su garganta sólo salían ruidos
roncos y ásperos que lo único que hacían era producirle un terrible dolor.
Se ubicó en un rincón de la cabaña. Era una vivienda de un solo ambiente,
que tan sólo poseía una chimenea de piedra, medio derruida y vacía de leña.
Estaba pendiente de los sonidos que llegaban del exterior, donde una fina
llovizna caía débilmente sobre el tejado. Al menos era una estructura sólida, pero
temía que, de seguir lloviendo, sus agresores también quisieran compartir el
edificio.
Sus ropas se hallaban sucias y el calzado embarrado y mojado.
Se agachó en su rincón, con los ojos clavados en la puerta, y una piedra de
forma puntiaguda en la mano. Sería inútil luchar contra los hombres, pero no
moriría sin defenderse.
18

Nerys no se movió de su rincón en toda la noche. Se había sentado con la


cabeza apoyada en el ángulo de las paredes, sin apartar los ojos de la
desvencijada puerta. O al menos, de dónde creía que estaba situada, porque la
oscuridad en el interior era total y sólo sus ojos relucían como brillantes. Cada
vez que notaba que sus parpados se cerraban, cabeceaba ligeramente y volvía a
tratar de escuchar los sonidos procedentes del exterior.
Había perdido la noción del tiempo a lo largo de aquella larguísima noche. De
lo único que era consciente era del frío que penetraba en sus huesos.
Para no dormirse, trató de recordar cosas buenas, cosas que quizá no volviera
a tener o a compartir, ahora que comenzaba a perder la esperanza de que la
encontraran. Pensó en MacArthur y en su sonrisa traviesa. Evocó la primera vez
que lo vio, confundiéndolo con un hombre mayor. Todavía podía sentir cómo se
ruborizaba al visualizar desnudo su cuerpo de músculos duros.
La puerta se abrió, entre crujidos de madera, y uno de los sujetos penetró en
la cabaña portando una antorcha.
Nerys se cubrió los ojos, cegada momentáneamente. No le dio tiempo a
enfocar la vista cuando fue levantada con brutalidad por un hombro. Los dedos
de su agresor se clavaron en su carne hasta llegar al hueso, produciéndole un
dolor espantoso.
Nerys gritó y el hombre la soltó, encaminándose hacia una de las paredes para
dejar la antorcha colgada de una argolla de acero.
La habitación estaba más sucia de lo que Nerys había creído en un primer
momento.
—¡Desnúdate!
—No. —Nerys agitó la cabeza y caminó hacia atrás, chocando con el rincón.
Su mente había entendido perfectamente aquella orden y había respondido por
inercia.
El sujeto se frotó las manos contras los muslos, y con una sonrisa perversa
caminó hacia ella.
—¡No! —volvió a gritar la joven, apartando las manos que querían tocarla. El
hombre estaba jugando con ella, pinchándola con un dedo en la cintura, con otro
en la espalda, en la mejilla, en el cuello…
Nerys lo empujó, pero él ya estaba preparado para ello. Agarrando el escote
de la joven, lo rasgó en dos, dejándolo completamente abierto hasta un poco más
abajo de la cintura.
La muchacha se cubrió los senos con las manos. El vestido era muy ajustado
para que hubiera admitido alguna camisola, por lo que bajo la prenda se hallaba
desnuda.
El hombre rugió con ferocidad, observando con ansia la cremosa y pálida piel
que brillaba bajo la llama de la tea. Sus ojos obsesivos se detuvieron en la
cintura estrecha, en su abdomen liso y blanco, y en el gracioso ombligo.
—¡Tenemos que irnos, nos siguen!
El segundo hombre asomó sólo la cabeza desde la puerta.
—¡Espera fuera! —le ordenó el de dentro.
—He dicho que nos vamos —insistió, golpeando con el puño el marco de la
puerta.
Nerys, cubriéndose como podía, los observaba en silencio. Estaba muerta de
miedo, a merced de aquellos dos locos. Todo sucedió tan deprisa que los ojos
verdes de Nerys reflejaron la sorpresa y la crueldad de sus captores.
El hombre que se hallaba aún en la puerta caminó hacia el que amenazaba a
Nerys. Sacó un cuchillo de unos quince centímetros de largo y, de un solo
movimiento, rebanó el cuello del hombre. Observó a Nerys con serenidad.
—¿Estáis bien?
—Sí —logró musitar ella, con la boca seca, sin poder apartar los ojos del
cadáver. La sangre seguía saliendo a borbotones de su garganta destrozada, y el
potente olor a herrumbre llenó el lugar.
—¡Quítale sus ropas y póntelas! —dijo el hombre sin dejar de mirarla.
Ella negó con la cabeza. No podría ponerse las ropas de ese hombre, no; ni
siquiera se atrevía a tocarlo.
El sujeto se guardó el arma, y él mismo se inclinó sobre su compañero,
arrebatándole la manta.
—Si quieres viajar con ese vestido, a mí me da igual, siempre que a ti no te
moleste ir enseñado los pechos. —La mirada del hombre estaba clavada allí,
justo donde ella tenía las manos colocadas.
El vestido era de una sola pieza, de escote cuadrado y ajustado hasta un poco
más abajo de las caderas, que era donde comenzaba a ampliarse un poco. Las
mangas eran largas y estrechas, acabadas en unos puños amplios y holgados.
Rodeando la cintura había una cenefa de unos diez centímetros y caía por
delante de la falda, entre las piernas, hasta llegar al bajo. Ahora toda la parte
delantera había quedado abierta y no había modo de arreglarlo. Vio cómo el
hombre salía, quedándose en la puerta, dándole la espalda.
Nerys suspiró, temblorosa. No podía viajar así. Bastante preocupada estaba
por su vida como para estar pensando si llevaba la ropa bien puesta.
Llegó volando una camisa oscura de tela muy áspera que, al menos, parecía
limpia. Cuando Nerys levantó la mirada para agradecerle al hombre, éste había
vuelto a darle la espalda.
Ella aprovechó para despojarse del vestido y ponerse el descolorido plaid del
hombre. Por lo menos, abrigaba mucho más que las ropas que ella había tenido
puestas.
La manta le llegaba hasta debajo de las rodillas.
El hombre de la puerta se dio la vuelta para observarla con interés. Se acercó
hasta ella, pero Nerys no se atrevió a mirarlo a los ojos, ni siquiera cuando él
volvió a sacar el cuchillo que aún tenía rastros de sangre.
Nerys cerró los ojos con fuerza, y rezó a Dios. Sintió un ligero tirón en la
cabeza y esperó a que el dolor fuerte llegara. No llegó y Nerys, soltando el aire
que había guardado, abrió los ojos cuando el hombre ya salía por la puerta.
Todavía estaba con vida. Suspiró.
Con el corazón latiéndole como un poseso en su pecho, se quedó quieta.
—¡Vámonos! —gritó él desde fuera.
La muchacha tragó con dificultad. Podía intentar escaparse de nuevo, pero el
hombre que estaba ahí era un asesino, y el que se hallaba a sus pies, semi-
desnudo, era el primer muerto que ella veía.
Saltó sobre el cadáver con cuidado, todavía temerosa de que pudiera
levantarse.
Nerys sintió el ligero cosquilleo en sus mejillas y en el cuello. Al llevarse las
manos hacia allí fue cuando, con horror, se dio cuenta de que la trenza había
desaparecido. Su cabello no estaba.
—Por tu bien, será mejor que no le hables a nadie de lo que ha ocurrido aquí
—dijo el hombre que estaba esperándola en el exterior. Sus ojos eran dos pozos
oscuros e insondables.
Nerys asintió bajo la cruel mirada. Vio cómo el hombre lanzaba su trenza a la
hoguera, de la que sólo quedaban cenizas y restos de ascuas; algunas aún
brillando con el potente rojo del fuego.
¡Estaba viva e intacta! ¿Qué más daba si le había cortado su preciosa
cabellera? Una vez, hacía mucho tiempo, había estado a punto de quemársela.
Anabella y ella habían estado jugando a encender delgadas pajas, arrimándolas a
la hoguera del salón. En un descuido, el cabello de Nerys habría prendido pero
todo había quedado en un susto. Ella había llorado porque sabía que su padre
siempre hablaba de su cabello. Aquel día Edwin la había abrazado durante
mucho tiempo, e incluso la había acompañado mientras una de las siervas,
armada con unas tijeras, se lo intentaba arreglar.
—No te preocupes por tu hermoso pelo, Nerys. El cabello siempre crece, es
una de las pocas cosas en este mundo que siempre tienen arreglo.

Aún era de noche, pero ya comenzaba a clarear con las primeras luces de la
aurora. Kiar y Cameron estaban agachados tras unos espesos arbustos,
observando la cabaña envuelta en sombras. Habían dejado los caballos un poco
más atrasados, con Ferguson cuidando de ellos. El rastreador se hallaba en algún
árbol, con su arco bien dispuesto, esperando a ver salir a los ocupantes de la
cabaña o la señal de su señor.
Habían comenzado a dar vueltas cuando la lluvia apretó. Por fin habían
encontrado aquel lugar. El único de los alrededores en el que habían encendido
una hoguera. ¿Por qué la habían prendido en el exterior si había una cabaña? Eso
era lo que más le extrañaba a Kiar, que no apartaba los ojos de allí.
En el interior del edificio también había luz, y esperó ver a Nerys salir de un
momento a otro. Deseó que aquéllos fueran los hombres que la habían retenido.
A medida que pasaba el tiempo, la preocupación crecía. ¿Quién podía odiarla
tanto como para querer hacerle algo malo? ¿Y si era por él? ¿No sería una treta
de Warenne para no llegar a tiempo de avisar a Juan?
¡Al diablo Juan, Surrey y el mundo entero! Él sólo quería recuperar a Nerys y
llevarla con él. Ni siquiera quería pensar en cómo lo estaría pasando la joven.
Debía estar aterrada. «Ella es fuerte» —repitió la mente de Kiar con rotundidad.
Vio salir primero a un hombre. Desde allí, tan sólo se podía percibir la silueta.
El hombre se detuvo, y al poco salió otro. Debía de ser un jovencito, por su
aspecto delgado y fibroso. El primer hombre cogió en vilo al muchacho y lo
subió a la grupa de un animal.
Kiar esperó la salida del tercer hombre, había tres caballos, tres hombres.
¡Mierda!
Se incorporó, gritando, corriendo hacia los jinetes al darse cuenta de lo que
estaba ocurriendo.
MacArthur se detuvo a medio camino, preparando el arco.
—¡Kiar! —escuchó el grito de Nerys, llamándolo. Los caballos ya se habían
puesto al galope.
MacArthur no tenía blanco. Volvió a correr tras ellos, que fueron acortando
las distancias. Podía escuchar los cascos entre los árboles, pero hubo un
momento en que debió desistir por falta de aliento.
Se inclinó sobre sus rodillas, jadeando.
—¡Ferguson! ¡Cameron! —gritó, regresando hacia la cabaña.
Los hombres no tardaron en llegar, con los animales, hasta su altura.
Kiar colocó el arco sobre la montura al tiempo que sacaba dos largas hojas de
acero para colgarlas cruzadas tras su espalda.
—¿Eran ellos? —preguntó Ian Ferguson.
Kiar asintió, y esperaron a que se acercara el pariente de Ian que había ido al
interior del edificio.
—Hay un hombre muerto ahí dentro, y también encontré esto —lanzó el
desgarrado vestido de Nerys al suelo, frente a los pies de Kiar.
El hombre se inclinó, tomando la prenda con una mano y clavando los dedos
con fuerza hasta formar un puño cerrado con parte del tejido.
—¡Vamos! —Con una furia cegada por la rabia, montó en su caballo y abrió
la marcha.
19

Nerys no dejaba de mirar atrás, esperando ver de un momento a otro a Kiar.


Lo había reconocido entre las sombras, y una nueva llama de esperanza iluminó
sus ojos verdes.
Se sujetaba con fuerza a las crines del animal para no caer. Había intentado
cogerse a las riendas, pero el sujeto que guiaba su montura le había golpeado las
manos al tratar de hacerlo.
El hombre llevaba a los caballos a la carrera, mientras su mente trazaba los
últimos detalles del plan. La vista comenzó a jugarle malas pasadas cuando los
primeros rayos de sol empezaron a filtrarse por entre las ramas de los árboles,
haciendo brillar las hojas oscilantes. Tenía la sensación de ver sombras que se
movían continuamente, corriendo de árbol en árbol. Se detuvo en un claro. No
era un lugar muy amplio.
—Puede que nos veamos en otra ocasión —susurró el bandido con frialdad.
Nerys levantó la mirada hacía él, atónita. ¿Significaba eso que la dejaba
marchar?
Los cascos de los caballos se acercaban con velocidad, y con una precisión
tan aterradora que el malhechor no perdió ni un solo minuto en contemplaciones.
Con fuerza cruzó el rostro de la joven con el dorso de la mano, haciéndole perder
el equilibrio de su montura.
La muchacha se desplomó, rodando hasta el suelo, donde su cabeza chocó
contra algunos troncos. Trató de abrir los ojos, pero un fuerte y lacerante dolor le
impidió pensar con normalidad. Podía ver las patas del caballo muy cerca de
ella, moviendo la tierra de manera peligrosa.
El hombre la miró una sola vez antes de instar a su caballo a subir una
pendiente rocosa. Ya tenía elegido el lugar donde se colocaría, y con un ligero
temblor de manos sacó la reluciente ballesta de la saca que colgaba de la
montura.
El arma era una joya especial por la que había pagado muchas monedas. La
ballesta tenía un tamaño más reducido de lo normal, y sus puntas estaban
trabajadas delicadamente.
Apuntó sin dejar de observar a la MacBean, que seguía tendida en el suelo.
Sólo deseó no confundirse. Tenía una percepción más o menos clara de quién era
el MacArthur, y su deber era no fallar.

Kiar fue el primero en llegar. Desmontó de su animal sin siquiera frenarlo


antes, y recorrió la zona con sus ojos plateados, indagando en cada sombra y
cada árbol. Con prisa llegó hasta la joven, arrodillándose junto a ella.
Nerys tenía los ojos cerrados. Su rostro se hallaba cubierto de moratones y un
ligero corte cerca del labio sangraba débilmente. El cabello caoba se había
cubierto de hojas secas y briznas de hierba.
Kiar acarició con suavidad la cabeza de la muchacha enterrando sus dedos en
la corta y desigual cabellera.
—Nerys, por favor, háblame —suplicó él, acercando sus labios a los de ella.
Le rozó la boca, las mejillas, la frente.
Ella entreabrió los ojos y le regaló una sonrisa de alivio. Apenas fue una línea
pintada en su magullado rostro.
—Sabía que vendrías a buscarme —murmuró con voz temblorosa.
El hombre le pasó un brazo tras la delgada espalda, y la acercó contra su duro
pecho en un abrazo cargado de emociones.
—Nunca hubiera dejado de hacerlo —dijo él con los ojos empañados.
La flecha cortó el aire, silbando con potencia. La punta reluciente penetró en
la carne traspasando las gruesas ropas. Un ligero sonido que hizo que Kiar
levantara las cejas, con asombro e incredulidad. Trató de sonreír a Nerys para
tranquilizarla, pero su boca no dibujo más que una triste mueca. Se desplomó
sobre ella.
Cameron cruzó con velocidad el claro, en pos del atacante.
Ian Ferguson y Niall, su pariente, corrieron a prestar ayuda al MacArthur y a
la joven, que luchaba por salir de aquel cuerpo que la aplastaba.
Nerys boqueó al ver la flecha clavada en el costado de Kiar. La herida
sangraba con abundancia, tiñendo las ropas al tiempo que las empapaba. Ella
tembló, aterrorizada, e intentó despertar al gigante gritándole en el oído.
MacArthur no se movió. Su cuerpo seguía estando allí, pero la mente, la
realidad, su conciencia, todo había desaparecido para dejar paso a la nada. Al
vacío.
Apartaron a Nerys a pesar de que ella gritó y luchó por seguir sujetando la
inerte mano de Kiar.
—¿Cómo os encontráis, lady MacBean? —preguntó Ian con la voz de alguien
que está acostumbrado a ver esas escenas dantescas.
Ella rompió a llorar, con la vista clavada en Kiar. Habían recortado la flecha
con una hoja estrecha después de haberle desprovisto de la camisa. Entre Niall y
el rastreador rasgaron la prenda con la que envolvieron al hombre, tensándola
bien sobre la herida. Trabajaban con velocidad.
—Se pondrá bien, ¿verdad? —preguntó Nerys a través de las lágrimas. Sólo
deseaba acercarse a Kiar y abrazarlo.
—Es un hombre fuerte —se atrevió a contestar Ian—. Vos, ¿cómo estáis?
Ella movió la cabeza, abriendo y cerrando la boca. No se encontraba bien. Se
arrodilló junto a un árbol cercano y vomitó la bilis amarga; lo único que tenía en
el cuerpo.
Ian no hizo ningún intento de acercársele, y apartó su vista de ella hasta que
Nerys se incorporó, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
—Pero ¿se pondrá bien? —insistió.
Ferguson se encogió de hombros. Él no podía saberlo con exactitud. Lo
normal era que esas puntas estuvieran cargadas con algún veneno.
—A un par de horas de aquí está Lareston. Es una aldea bastante grande —
dijo el hombre, que apretaba la improvisada venda. MacArthur gimió.
—¿Será prudente moverlo de aquí? —Nerys, un poco más tranquila, se
acercó hacia el herido. Su rostro había perdido todo el color, tornándose
ceniciento.
—No lo es —afirmó el rastreador—, pero su vida corre peligro. Se puede
desangrar aquí, o por el camino, o quizá puede que lleguemos, y en Lareston
tenga más posibilidades de salvarse.
La muchacha se dejó caer junto a Kiar y le pasó los dedos sobre la áspera
mejilla. Llevaba al menos dos días sin rasurarse y, con la sucia barba, comenzaba
a recordarle a cuando lo había conocido. Le estudió fijamente, queriendo grabar
en su mente el rostro de la persona que, poco a poco, se había ido convirtiendo
en un pilar muy importante para ella. Ahora ya no estaba segura de si la ternura
que la embargaba era de preocupación y compasión, o del dolor de pensar que
podía perderlo para siempre. Y no quería perderlo. No podía hacerlo.
—Por favor, ayudadnos —rogó ella, levantando la cabeza de Kiar para
colocarla sobre sus piernas con cuidado.
Cameron regresó a los minutos, con una expresión desolada en su joven
rostro. Por sus rasgos, todos comprendieron que el atacante había logrado
escapar.
—Me acercaré a Lareston —dijo el rastreador, montando en su caballo—, iré
buscando un sitio donde MacArthur pueda recuperarse. ¿Sabréis llegar hasta
allí?
—Sí —asintió Ian—. Emett, no le digas a nadie sobre nuestras identidades.

Hacer el camino les llevó mucho más tiempo del necesario. Kiar no recuperó
la conciencia; aun así, se quejaba continuamente. Iba amarrado a su caballo de
tal modo que se moviera lo menos posible para que la herida aguantara sin
sangrar.
Nerys cabalgaba a su lado, retirándose las lágrimas que bajaban rodando por
sus mejillas de cuando en cuando. Lo miraba una y otra vez, estudiando sus
gestos, esperando que abriera sus ojos burlones y le dedicara una de sus sonrisas
traviesas, pero Kiar no recuperaba la consciencia y ella se desesperaba por
minutos.
Lareston, más que una aldea, era una ciudad. Había crecido notablemente y
los edificios se alzaban orgullosos sobre una enorme pradera. La mayoría eran
construcciones bajas, de una sola planta, a excepción de la calle principal donde
se levantaba la iglesia y un par de edificios.
La gente iba y venía, recorriendo las calles, esquivando a los bueyes que
tiraban de grandes carretas cargadas de los víveres que sustentarían a muchos ese
invierno. El ambiente era bullicioso y casi festivo. Mercaderes gritando al
ofrecer sus mercancías, niños corriendo con espadas fabricadas en madera,
haciendo trotar sus imaginarias monturas.
El grupo avanzó lentamente. Muchos ojos se iban posando en ellos. Los
animales caminaban despacio.
Nerys se cubrió las piernas desnudas ante las miradas atentas que se clavaban
en ella.
—Es una mujer —escuchó que susurraba alguien.
Nerys bajó la mirada, tratando de pasar desapercibida. Cuanta menos gente
supiera que estaban allí, y quiénes eran, mejor para todos; sobre todo para Kiar,
que necesitaba recuperarse.
Emett les salió al encuentro para dirigirlos hacia una zona más alejada. La
posada apenas tenía dormitorios libres, sin embargo, el hombre había conseguido
un lugar donde Kiar pudiera recuperarse sin llamar la atención. Se trataba de una
pequeña casa cuadrada construida con adobe y tejados de madera cubiertos de
paja.
El interior no era ninguna maravilla y había sobre el suelo varios jergones
extendidos, además del estrecho catre, una mesa rectangular con varias sillas
viejas y una chimenea de piedra donde una olla negra colgaba de unas cadenas
dispuestas a tal efecto.
—Es lo único que he podido conseguir. Le he prometido al dueño una
generosa propina —se disculpó Emett.
Nerys no estaba muy interesada en el lugar, sólo se hallaba preocupada
porque Kiar se encontrara bien en aquel raquítico colchón de lana.
—Hay un pozo fuera, cerca del establo —le dijo Emett, comenzando a cortar
los ropajes de MacArthur—. Necesito esto con agua.
Ian cogió el recipiente que le ofrecía y salió de allí. Nerys se estrujó las
manos, nerviosa. No soportaba ver a Kiar tan quieto.
—Señora, debería buscar entre las cosas de él. Quizá guarde algo de oro.
Nerys, al menos, se sintió útil mientras registraba las pocas pertenencias de
MacArthur. La mayoría de las cosas que guardaban eran armas: un cuchillo, el
arco, dos espadas de acero, un escudo, una manta y una pequeña saca que
contenía un diminuto monedero y los útiles de la costura que Nerys usara cuando
le cosió el plaid.
—Apenas lleva unas monedas —informó ella, entrecerrando los ojos. Con eso
apenas les llegaría para nada.
—Cameron, encárgate de vender el caballo que traía a la señora, y de paso
intenta averiguar a quién perteneció, o si alguien lo reconoce.
Nerys observó a Emett con interés. El hombre, posiblemente, era el más
mayor de todos. Su cabello, la totalidad cubierto por hebras plateadas, lo llevaba
recogido en varias trenzas de diferentes tamaños. Sus manos arrugadas y ajadas
trabajaron sobre el cuerpo de Kiar con la máxima concentración.
—Señora, sujetadlo con fuerza de los hombros.
Nerys se colocó en la cabecera del catre y apoyó sus manos donde el hombre
le había indicado. Tragó con dificultad cuando vio la afilada hoja de una daga
introduciéndose junto a la punta clavada en la carne de Kiar.
El herido gritó, queriendo incorporarse. Nerys luchó contra él, apoyando todo
el peso de su cuerpo. Niall la ayudó, tratando de inmovilizarlo.
Los gritos de Kiar hicieron temblar la pequeña construcción. Emett había
comenzado a sudar, pero no había apartado la hoja y seguía hurgando hasta
lograr retirar la flecha en su totalidad.
—Todo va a ir bien —susurró Nerys en el oído de Kiar con voz temblorosa.
Tenía el corazón completamente desgarrado al ver sufrir al hombre. Todo estaba
ocurriendo por su culpa. De no haber ido a salvarla, él estaría perfectamente.
—Lave la herida con esto, señora. —Emett le dio un paño humedecido y ella
obedeció al instante. Al menos, Kiar parecía descansar y no volvió a quejarse
por un buen rato.

Nerys se recostó en el suelo, envuelta en su manta, tal y como había visto que
hacían los hombres. Tan sólo Cameron y Emett se quedaron cuidando del
enfermo mientras el resto descansaba. Una de las veces que despertó, descubrió
que la luz de la luna penetraba por una de las ventanas abiertas. El ardor febril
inundaba el lugar, cargando el ambiente de un espesor extraño. El hedor de la
enfermedad y el calor de las brasas que chispeaban en la chimenea era
insoportable.
Nerys se pasó las manos por la cara, ahogando la exclamación de dolor al
tocarse los golpes. Había estado tan preocupada por Kiar que no había
comenzado a sentir sus propias heridas hasta ese momento. Se palpó el rostro
con suavidad. Por un ojo veía mal, nublado y turbio. Estaba hinchado y de un
tono violeta oscuro. Sabía que debía de estar horrible. La cara desfigurada,
vestida como un hombre, el cabello a la altura del cuello. Si al menos pudiera
gesticular sin sentir ni un solo dolor… Agitó la cabeza. Entre las sombras vio a
Emett acercándose a Kiar con un paño entre sus manos.
—¿Cómo está? —susurró ella, incorporándose pesadamente.
—Ahora mismo se encuentra a merced de la fiebre. Rezaremos para que la
infección no se extienda más allá de la herida.
Nerys se acercó a Kiar. Tan sólo una pequeña lámpara sobre la mesa
iluminaba débilmente el lugar.
Los dos Ferguson y Cameron dormían sobre los jergones.
El rostro del MacArthur se hallaba inexpresivo. Tenía los ojos cerrados y sus
mejillas habían adquirido un tono sonrosado. Se hallaba desnudo, cubierto tan
sólo por el vendaje que rodeaba su pecho, un hombro y todo un costado. Una
manta áspera lo cubría hasta la cintura. A pesar de estar postrado en cama,
enfermo y rebosante de debilidad, su cuerpo seguía siendo amenazante, y su
rostro hermoso.
Nerys le tocó la frente, ardía.
—Vuelva a recostarse, señora —la animó Emett.
—Prefiero quedarme aquí —dijo, acercando una silla hasta el catre de Kiar.
Deslizó su mano entre la del hombre, y aferrándose a los grandes dedos se quedó
allí, sin despegar los ojos de él. Vigilando su respiración, con temor a que si
apartaba la vista de allí, él muriera.
20

El tiempo pasó con pasmosa lentitud hasta que por fin la claridad del día hizo
su aparición con pereza.
El estado de Kiar no había cambiado un ápice en toda la noche. La fiebre
jugaba con él, subiendo repentinamente y descendiendo en picado hasta quedar
helado y tiritando bajo la manta.
Niall y Cameron habían salido temprano a merodear por la ciudad. Ian y
Emett se hallaban sentados, frente a la mesa, en silencio.
Nerys estaba en una silla, cerca del gigante; había apoyado la cabeza y los
brazos sobre las piernas estiradas de Kiar, y aunque tenía los ojos cerrados hacía
unos minutos que se había despertado. No se atrevía a moverse, a sabiendas de
que la espalda le dolería por la posición.
Al cabo de un rato Emett e Ian comenzaron a susurrar, y Nerys no tuvo más
remedio que incorporarse, estirando cada músculo de su cuerpo, masajeándose el
cuello y llevando los hombros hacia atrás todo lo que pudo.
—Deberíais haberos recostado —dijo Emett, observándola con pena—. Al
final acabareis peor que Kiar.
El hombre estaba preocupado. Nerys había pasado más de la mitad de la
noche observando a MacArthur. Había visto cómo ella le susurraba al oído y se
emocionaba ante sus palabras. Y lo peor de todo era que no había descansado lo
suficiente. Era una joven esbelta, pero no muy alta. Su cuerpo era demasiado
pequeño para llevar tanto tiempo en pie.
Nunca se había fijado en ella antes de enterarse de que sería su señora.
Imaginó que sería muy bonita, de no tener la cara tan desfigurada y su cabello
hecho una masa revuelta de tonos cobrizos, con las puntas desiguales. Sobre la
nariz, ligeramente respingona, tenía varios arañazos que pronto se convertirían
en pequeñas costras. Sin embargo, aquellos ojos verdes eran los más vivaces que
había visto en mucho tiempo; en realidad, sólo había visto esa expresión en la
mirada de su pequeña. Y hacía tanto tiempo que Lucrecia había desaparecido…
Vestida así, con la manta un poco más arriba de los tobillos, realmente parecía
un muchachito de no más de catorce años. Era capaz de apostar a que la joven
salía a la calle y engañaba a más de uno.
Nerys miró al herido postrado en la cama y negó con la cabeza.
—Peor que él no lo creo —se inclinó sobre el hombre, comprobando la
temperatura de la frente contra su mano. Después de constatar que aún seguía
con fiebre, se unió a ellos.
—¿Podríais reconocer al hombre que os hirió? —preguntó Ian, con los codos
apoyados sobre la base de la mesa y la barbilla en sus manos. Tenía el cabello
rubio recortado sobre la nuca, curvándose hacia fuera.
Nerys asintió, recordando la oscura mirada del que había asesinado ante ella.
—¿Eran ladrones? —preguntó la muchacha, sintiendo curiosidad. Hasta aquel
momento ni siquiera se había preguntado qué era lo que querían esos tipos
cuando se la llevaron a la fuerza. Había dado por sentado que eran simple
bandidos que pedirían al menos un rescate a cambio.
—No lo creo. MacArthur tiene la misión de hablar con nuestro Rey y… —
Emett se encogió de hombros arañando la mesa con la uña, haciendo un ruido
bastante desagradable—. Alguien está empeñado en que Juan no reciba la visita
de mi señor. Esto no ha sido más que una argucia para no cumplir con su
cometido.
—¿Y si Kiar no logra ver a Juan?
Emett alzó las cejas y frunció los labios con disgusto.
—El conde de Carrick le envió a él expresamente. Alguien está empeñado en
que mi señor no cumpla con las órdenes —repitió.
—Pero si la persona que quiere impedirlo cree que MacArthur ha muerto,
cesará en su empeño, ¿verdad? —preguntó Nerys, pensando con rapidez.
Emett la miró con sorpresa, extrañado de que no se le hubiera ocurrido a él.
—Supongo que sí. De todos modos, el señor está más muerto que vivo.
—¡No! —exclamó Nerys, poniéndose en pie. Comenzó a humedecer los
paños que Emett había colocado en un balde de metal, y sentándose cerca de la
cabecera de Kiar, se empeñó en bajarle la fiebre. ¡No quería que dijeran eso ni en
broma!
Ian hizo girar su silla para mirarla de frente.
—¿Escuchasteis hablar a vuestros captores? ¿Dijeron algún nombre?
Nerys intentó recordar. Cuando los había oído hablar era porque se dirigían a
ella, pero entre ellos no hablaron de nada ni de nadie en particular. Negó con la
cabeza.
—¿Por qué os golpearon? —insistió.
La joven se encogió de hombros.
—Supongo que por todo. —El labio inferior comenzó a temblarle
ligeramente.
—¿Os ultrajaron? —se atrevió a preguntar él, antes de que ella rompiera a
llorar. Sin embargo, Nerys no lloró. Cierto que sus lágrimas bañaban sus ojos y
brillaban con fuerza, pero ella sostenía la mirada de Ian con firmeza.
—No lo hicieron —contestó Nerys, tragando con dificultad el nudo de su
garganta.
Como la muchacha apartó la vista para centrarla en el MacArthur, Ian dejó de
interrogarla.

Poco más tarde regresaron los otros dos hombres portando fruta fresca, leche
y un cuenco grande de arroz.
Al menos, entre todos, se apañaron para comer y compartieron la mesa igual
que lo hicieran en familia.
Nerys nunca había estado rodeada de tantos hombres. Si Edwin levantara la
cabeza, le daría un síncope. Y si el conde de Mar hubiera estado presente, la
hubiera recluido en un convento.
El dolor de su cabeza, en general, había disminuido bastante al tomar una
extraña infusión que Emett la había obligado a beber.
—Os veis horrible, Lady MacBean —comentó Ian, limpiándose la boca con
la parte superior del brazo.
Nerys le regaló una mueca al tiempo que lo observaba con el ojo medio
cerrado. Su cuenca verde brillaba, chiquitita, sobre un fondo acuoso y
ensangrentado. Se pasó la mano por su cabello corto, sucio y revuelto.
—Gracias. Normalmente, me suelen decir cosas bonitas pero, ¿para qué nos
vamos a engañar, verdad? —su sonrisa tembló.
—Sigues estando preciosa —dijo la voz ronca del herido en un fuerte susurro
—. Y quien diga lo contrario, miente.
Todos giraron la cabeza hacia él. Kiar no había abierto los ojos, pero parecía
estar escuchando.
Las mejillas de Nerys adquirieron de inmediato un tono rosado y algo en su
interior vibró al escuchar la voz del gigante. Se incorporó, emocionada,
acercándose hasta él. Le acarició la cara con la mano. Todavía estaba muy
caliente.
—¿Quieres comer algo, Kiar? —le preguntó, acercándose a su oído, sintiendo
el fuego que su piel desprendía.
El rostro sereno del hombre lo hacía parecer más joven. Su piel estaba blanca
en comparación con el color tostado que normalmente tenía.
Él levantó la mano, buscando la de ella, y entrelazó sus dedos, apretándola
con fuerza. Volvió a quedarse dormido.
La joven lo miró unos minutos más, e ignorando a los demás, posó sus labios
sobre los de Kiar. No obtuvo respuesta.
Nerys regresó de nuevo a su sitio.
—Estaréis deseando regresar a casa —comentó Ian, mirándola fijamente.
Nerys se encogió de hombros con indiferencia. Ese gesto provocó que la
mejilla latiese de dolor. Hizo una mueca.
—Si tuviera un hogar, os respondería afirmativamente; pero hace muchos
años que lo perdí todo. Mi casa, mi familia… —se rozó la mejilla con delicadeza
y sonrió al muchacho de cabellos dorados—. ¿Y vos? ¿Dónde se encuentra
vuestro hogar?
Ian clavó los ojos en el techo durante unos segundos, como si estuviera
visualizando su casa.
—Vivo en una pintoresca aldea entre las colinas de Padraig y Craig Dunain.
En Inverness.
—Para ser más exactos: en el castillo —rio el otro Ferguson, que escuchaba
en silencio.
Ian le dedicó una amplia sonrisa, cargada de orgullo.
—¿Eres el señor de Ferguson? —preguntó ella, abriendo mucho los ojos.
—¡No! —Los parientes se echaron a reír. Ian fue quien contestó—: Tengo la
mala suerte de ser el pequeño de tres hermanos. Debería asesinarlos para
convertirme en Laird —se encogió de hombros—. Los amo demasiado para
hacer algo así; antes prefiero cortarme los dedos de una mano que dañarlos. —
La miró—. Lady MacBean, ¿habéis estado alguna vez en Inverness?
Ella negó.
—No, nunca, pero mi padre sí me habló del lago. Decía que era
impresionante y hermoso.
—Ness. —Ian se rascó la cabeza—. Queda algo alejado de la aldea. Es un
lugar que seguro os encantaría; sobre todo ahora, que los días comienzan a
volverse más cálidos. Debéis convencer a Kiar de que os lleve.
—Y dejarla cerca de ti —volvió a decir la voz de MacArthur—, olvídalo,
muchacho.
Los Ferguson rompieron a reír de forma escandalosa.
—¿Te mueres o no te mueres? —le preguntó Ian entre bromas.
Kiar abrió los ojos con lentitud. Su mirada turbia recorrió el lugar sin prestar
mucha atención. Sentía unos extraños escalofríos que acababan en la punta del
cabello. La boca estaba pastosa y el costado le ardía con cada respiración.
—Si estás esperando eso, te vas a cansar, muchacho —murmuró tan suave
que apenas fueron capaces de entenderle—. Dadme agua, por favor.
Nerys ya se había levantado para ayudarlo.
Kiar quiso incorporarse, pero su cuerpo no respondía como él deseaba. Dejó
que Nerys lo ayudara para beber un sorbo de agua. Luego volvió a recostarse,
cerrando los ojos. El solo hecho de mantenerlos abiertos le provocaba dolor. Sin
embargo, deseaba verla.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó ella, pasando los dedos por su frente.
Kiar trató de enfocarla con los ojos entrecerrados. Veía todo muy borroso.
Tuvo que parpadear varias veces para comprobar que realmente su vista no
estaba tan mal. Retuvo el aliento, observando a la joven con un rostro
indescifrable: entre sorpresa y rabia.
—No esta tan mal como parece —dijo ella al ver que Kiar no articulaba ni
una palabra. Sus ojos grises hablaban por él.
Y es que no podía decir nada. ¿Quién era tan salvaje de golpear así a una
persona? ¡Ni a un animal se le infligía tal castigo!
Levantó una mano hacia ella, pero a mitad de camino la dejó caer sin fuerzas
sobre el colchón.
Nerys se inclinó hacia él, enterrando su rostro desfigurado contra su cuello
como si estuviera avergonzada de su propio aspecto.
Kiar sabía que ella estaba llorando. Quizá no lo hubiera hecho antes, por
vergüenza, por estar sus hombres presentes, pero notó sus lágrimas calientes
cayendo sobre él; los ahogados sollozos que trataba de ocultar.
—¿Podéis salir, por favor? —pidió el MacArthur, buscando a Emett con la
vista.
Todos abandonaron la vivienda.
Kiar se movió un poco en el colchón. Era demasiado estrecho, aun así
consiguió recostar a Nerys junto a él.
Ella siguió llorando por un largo tiempo, como si lo necesitara. Se había
aferrado a su cuello, y aunque en aquella posición la herida le tironeaba un poco,
no dijo nada.
¡Mataría a la persona que le había hecho tal daño!
Nerys no tardó en dormirse, Kiar tampoco.

MacArthur pasó el resto del día entre la realidad y la oscuridad, debatiéndose


entre las sombras. Igual parecía estar lúcido como perdía el conocimiento.
A última hora de la tarde, cuando el sol volvía a esconderse de nuevo, Nerys
se atrevió a salir de la cabaña en compañía de Ian para tomar algo de aire.
Se agradecía la fresca brisa que se deslizaba desde las montañas, todo lo
contrario del ambiente cargado que inundaba el interior.
Emett había vuelto a limpiar el vendaje de su señor, colocándole un horroroso
ungüento que olía a mil demonios y otra vez descansaba.
Ian resultó ser un joven muy entretenido, que supo ganarse la amistad de
Nerys; en cierto modo, le recordaba a Douglas: jovial y alegre. De seguro que si
su primo se hubiera enterado de su desaparición, a esas horas ya estaría
buscándola.
—No creáis que rechazo vuestro brazo —le dijo Nerys, observando alguna de
las chozas. Varias tenían pequeños espacios que formaban patios donde dejaban
barriles y cajas vacías—. Creo que la gente nos miraría.
La muchacha quiso echarse el cabello sobre el rostro, para que los pocos que
la observaban no fuesen tan descarados. Sólo consiguió revolverse la corta
melena. De todos modos, apenas quedaba gente por allí.
—¡Es cierto! Debemos conseguiros ropas menos masculinas —contestó Ian,
deteniéndose entre dos viviendas. Con una sonrisa perversa observó la ropa
tendida que colgaba de una soga atada a dos árboles.
—¡No! —exclamó Nerys, tratando de sujetarle por un brazo antes de que
alguien los viera.
—Avisadme si vienen —susurró el hombre con mirada divertida.
—Ian Ferguson —susurró ella, medio gritando—. No seré cómplice de…
Ian la ignoró y ella se calló para no llamar la atención.
Nerys miró a ambos lados de la calle con preocupación y vergüenza. ¡Ella no
era ninguna ladrona!
Miró justo en el momento en que un jinete desmontaba. El corazón comenzó
a golpear violentamente en su pecho al reconocerlo. ¡Estaba allí! ¡Su captor
estaba allí!
Se lanzó en pos de Ian, ocultándose de la vista del malhechor. Seguramente
estaba allí para averiguar qué había pasado con MacArthur. Después de todo,
Lareston era la aldea más cercana.
21

John Warenne, Conde de Surrey, atravesó el grueso portón, seguido de Liam.


Varios siervos habían acudido a recibirlo en la galería, pero para el caso que
el Conde les hizo, podían haberse ahorrado la molestia.
John era inglés de pies a cabeza. Siempre había adorado el poder y la fortuna,
sin importar el modo de alcanzarlo; incluso su educación era totalmente
diferente de la de los bárbaros escoceses: sus amigos y vecinos.
Que ahora todos se negaran a respaldar a Eduardo lo dejaba en una posición
bastante peligrosa. Desde luego, cuanto más tarde se enterara Balliol, mejor para
todos. Aun así, él estaba dispuesto a enviar a sus hombres para enfrentar a los
franceses. No quería recibir represalias de Eduardo cuando podía ganar tanto en
este asunto.
En cierto modo lo lamentaba por su hermana, Isabelle de Warenne, esposa de
Juan de Balliol. Bueno, tampoco lo sentía mucho, la verdad. Escocia acabaría
siendo de los ingleses por más impedimentos que pusieran, y Balliol ya había
reinado a pesar de que ni siquiera le perteneciera el trono.
Con MacArthur muerto, y su misión sin cumplir, las cosas serían mucho más
fáciles para hacerse con el poder absoluto. Ni Carrick, ni nadie. Tan sólo él.
Warenne se detuvo en el salón común, con los ojos entrecerrados al descubrir
a Roger.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó, despidiendo a Liam con la mano. Sus
pasos resonaron con fuerza entre los gruesos muros de piedra. Era bien sabido
que ambos hombres se caían como una patada en el estómago.
Roger Bigod, cuarto conde de Norfolk, era medio hermano suyo. Nunca se
habían llevado bien, y pocas veces se habían tratado directamente; sin embargo,
Roger y Alice, esposa de Warenne, eran amigos desde la infancia, y eso lo
convertía en un asiduo al castillo de Surrey.
Roger le sonrió con frialdad, al tiempo que se acercaba a él.
—Yo también me alegro de verte de nuevo, hermano. Si llegas a tardar un día
más, posiblemente no nos hubiéramos encontrado. Esta noche regreso a Norfolk.
Warenne lo miró, cruzándose de brazos. A veces Roger pensaba que no era
más que un estúpido, siempre pensando en sus intereses, y puede que en el fondo
llevara razón. Si no, ¿por qué aún no le había reclamado a Roger que fuera
amante de su esposa?
Claro que Surrey lo sabía. Era consciente de ello desde el primer día. Sabía
que Alice y Roger se veían, sin importar siquiera que los siervos comentaran. De
hecho, se hubieran casado si él no hubiera interferido. Pero para él había sido
muy importante unirse a Alice; ella era una mujer admirada y con familiares
bastantes poderosos.
Que Warenne era un cornudo lo sabía todo el condado, por no hablar de la
mayoría de los ingleses que lo compadecían.
Se pensaban que él era tonto, pero no era así. ¿Qué más daba si los demás lo
veían como una víctima? Muy pronto se ganaría un nuevo título, y después
viajaría a España en busca de esposa. Por supuesto, debería deshacerse primero
de la actual.
—¿Y a qué se debe tu visita, Roger? —Warenne caminó hasta la silla señorial
y después de sentarse, se cruzó de piernas, observándolo—, ¿o sólo estás de
paso?
—¿Hace falta tener una excusa para visitar a mi hermano?
—¡Roger! He tenido un viaje muy largo. Los esponsales de Carrick fueron
agotadores —agitó la cabeza con insolencia—. Una panda de aldeanos
insufribles, sin ninguna educación. ¿Sabes lo que es soportarlos continuamente?
—Puedes alojarte en Inglaterra. Te lo he dicho muchas veces. Eduardo te dará
un condado y lo sabes. ¡No puedo explicarme qué le ves a este lugar tan
inhóspito!
«¡Que mi esposa está más lejos de ti, imbécil!»
Warenne sonrió pero no contestó.
La poca luz que entraba por unos pequeños arcos, cerca del techo, no era
suficiente para iluminar el salón. Las mechas ardían día y noche, provocando
negras sombras contra las paredes, y buenos escondites para oídos curiosos.
Warenne no podía ver a Alice, pero sabía que estaba oculta cerca de allí.
—¿Qué tal el viaje de regreso, hermano? Los rumores han llegado hasta aquí
antes que tú. —Roger también cogió una silla. Vestía una túnica bordada de seda
y un pantalón corto. Un chaleco de piel de nutria, protegiéndole la espalda y el
pecho. En las piernas llevaba varias bandas para colocar las armas, pero en aquel
momento carecía de ellas—. Dicen que se llevaron a una mujer.
—Es cierto. Lady MacBean fue secuestrada.
—¿MacBean? —Repitió Roger—. No la conozco.
—Yo tampoco la conocía hasta ahora. Es la hija pequeña de Edwin…
—¿No era el jefe de las tierras que deseabas?
—Sí, ese es. —Warenne se puso en pie—. Ahora es prometida de ese
estúpido de MacArthur —se encogió de hombros con una cruel sonrisa—. En
cuanto fallezca el hombre, la invitaré a pasar una temporada en mi casa. Te
avisaré para que la conozcas.
—¿En cuanto fallezca? —Roger alzó las cejas, interrogante, pero Warenne no
le contestó.
—Voy a subir a descansar y a divertirme un rato con mi adorable esposa.
Como comprenderás, hace mucho que no la veo.
No vio cómo Roger apretaba los puños con fuerza contra sus caderas, aunque
sí podía adivinar que sus palabras no eran del agrado de su medio hermano. Con
una sonrisa de burla salió del salón, en busca de Alice.
Iba a ser muy divertido hacerla gritar, estando Roger en casa. Poseer a Alice
sólo por hacerlo rabiar se había convertido en algo bastante habitual. Tanto
Roger como su esposa se arrepentirían de haberlos encontrado sin su presencia.
Nada le daba más placer que hacer daño a su hermano, a su medio hermano,
al que todos los ingleses tenían en alta estima.

—Por supuesto que lo reconocí, Emett —asintió Ian, dejando varias prendas
sobre la mesa—. Es un hombre de Warenne.
—¿De Surrey? —Nerys se giró hacia el Ferguson con el ceño fruncido.
—¡No gritéis tanto, MacBean! —Avisó Emett, cerrando los postigos de las
dos únicas ventanas de la vivienda—. No debemos dejar que nos descubran
ahora. Kiar está bastante indefenso en este momento.
La muchacha se cubrió los labios con una mano. Emett tenía razón. Se acercó
hasta él.
—Pues hagamos correr el rumor de que ha muerto —les susurró, con ojos
preocupados—. No podemos dejar que se acerque a nosotros. —Caminó hacia
MacArthur, que respiraba con normalidad, y sintió ganas de golpearlo hasta
hacerle daño. ¡Surrey! Ella ya le había avisado de que el hombre no era trigo
limpio, pero como el señor Guardián de Escocia necesitaba pruebas… ¡Pues
toma pruebas! Ahora estaba tendido en la cama porque Warenne así lo había
ordenado.
—¿Dónde crees que vas, muchacho? —preguntó Emett a Ian, que ya
caminaba de nuevo hacia la puerta.
—Voy hablar con él —miró a Emett, encogiéndose de hombros—, quizá a
matarle —terminó de decir con tono amenazante.
—¡No seas estúpido! ¡No podemos actuar así! Además ella lleva razón. Será
mejor que le hagamos llegar la noticia de que Kiar ha muerto. Desde luego,
Surrey se pondrá bastante contento.
—Pero no lo entiendo bien —se atrevió a interrumpir Nerys, girándose hacia
ellos—. ¿Por qué Surrey quiere ver muerto a MacArthur? ¿Para que no se case
conmigo?
Tanto Emett como Ian la miraron con extrañeza.
—Que yo sepa, nada de esto no tiene nada que ver con vos —respondió
Emett—. El conde no quiere que Kiar y Balliol se reúnan, eso es todo. Vos os
encontrabais en medio.
Nerys abrió los ojos como platos y negó con la cabeza.
—Warenne acabó con mi familia. Mi primo Douglas sufrió un accidente
bastante feo en Carrick y yo fui secuestrada… No creo que no tenga nada que
ver con…
—No tienes pruebas de ello —dijo la voz ronca desde el catre.
Nerys se volvió a Kiar con ojos furiosos y las manos en las caderas.
—¿Aún insistes en esas pruebas? ¿Te parecen pocas? —extendió el dedo
hacia él, señalándolo—. ¡Mírate!
—No iban por ti, Nerys. Vienen a por mí. Son asuntos de estado.
—¡Ja! —bufó ella sin creerlo. Estaba totalmente convencida de que Surrey la
seguía a ella, que eran sus tierras lo que quería y Kiar, simplemente, estaba ahí.
El hombre trató de incorporarse y se mareó un poco en el intento. Emett
corrió a ayudarlo. La fiebre aún persistía, aunque por lo menos el sopor no era
tan fuerte como en otros momentos.
—Nerys, debes creerme. Tan sólo te han utilizado para llegar hasta mí —le
tendió la mano para que se acercara—. Lo siento mucho, de verdad. Ven aquí —
la llamó.
La muchacha fue acercándose poco a poco, hasta que él tiró de su mano. Para
estar convaleciente, el hombre tenía bastante fuerza todavía. Los músculos de
sus brazos se marcaron duros.
Nerys se vio prácticamente aplastada contra su pecho. Él ya no estaba tan
caliente como hacía unos minutos.
Un extraño cosquilleo nació de su estómago, poniéndola nerviosa. Pasaba
siempre que sentía el cuerpo del hombre tan cerca del suyo.
—Envía a Cameron y a tu pariente a mis tierras —ordenó Kiar al Ferguson
con voz cansada y ronca, hablando sobre el oído de la muchacha—, que
informen de mi fallecimiento —se volvió hacia Emett—. Debemos hacer que la
noticia llegue hasta Surrey.
El hombre asintió.
—¿Y yo? —Preguntó Ian, abriendo los brazos—. ¿Qué hago después?
—Muchacho, conviértete en la sombra de ese hombre, pero no lo mates —
acarició la mejilla de Nerys distraídamente. La miró con fijeza durante unas
décimas de segundo, para luego volver la vista sobre Ian—. Ése es mío.
—Preocúpate de recuperarte —murmuró Nerys, clavando su mirada en los
turbios ojos grises—, aún estás muy débil.
—¿Tan mal está la herida? —preguntó él, buscando a Emett. Éste se encogió
de hombros al tiempo que negaba con la cabeza.
—Las has tenido peores.
—Eso es lo que creía —se apoyó en el hombro de Nerys, y echó las piernas
hacia un lado para posarlas en el suelo.
Las sabanas se deslizaron hasta el suelo, y el MacArthur quedó
completamente al descubierto y desnudo… A excepción del vendaje que le
rodeaba el pecho y un hombro, se encontraba como su madre lo trajo al mundo.
Nerys apartó la vista, ruborizada, por lo que no vio la sonrisa de Kiar. No era
la primera vez que lo veía sin ropa, aunque debía admitir que sólo había sido de
espaldas.
Nerys alzó la vista al techo, pasándose la lengua por los labios. De haber
estado sola con el hombre, no habría sido tan bochornoso como estaba siendo en
ese momento.
—Necesitas un baño, Nerys —le dijo Kiar—. Alcánzame las ropas, por favor.
La muchacha levantó la nariz, ofendida. ¿Cómo se atrevía a decirle eso?
¡Claro que necesitaba un baño! Ella y todos.
Llevaba varios días sin poder lavarse en condiciones. Nunca se había sentido
tan sucia en toda su vida, pero Kiar no era el más indicado para hacérselo notar.
La muchacha se apartó de él y le lanzó la ropa a la cara.
—¡Levántate si quieres! —Le gritó—, pero, por si no te has dado cuenta, es
de noche, estás herido y hay un tipo fuera que está buscándote para rematarte.
Además… tú también hueles mal.
Kiar arqueó las cejas ante el arrebato de Nerys y le sonrió con dulzura.
—Sólo tengo que aliviarme, mujer. Volveré a recostarme enseguida. ¿Serías
tan amable de acercarme mis armas? A ser posible, no me las tires a la cara.
Eso es lo que más estaba deseando hacer. No lanzárselas, pero sí propinarle
un buen porrazo en la cabeza para que perdiera el sentido. A veces, el hombre se
volvía tan soberbio o graciosillo que era mejor mantenerlo callado.
Ian se marchó de allí, obedeciendo las órdenes. Emett se acercó hasta la
puerta para estar vigilante y que no pudieran ver la sonrisa de su cara.
Nerys estaba muy preocupada por su señor, y eso decía mucho de ella.
Valiente, terca… Una buena MacArthur.
A brazos llenos, la joven llevó todas las armas hasta el catre y las dejó caer al
lado de Kiar. Él aprovechó su cercanía para tomarla del brazo y colocarla entre
sus piernas abiertas. Nerys no se atrevió a mirar hacia abajo y lo encaró, aún
enfadada.
El hombre pasó las manos por el rostro de Nerys con suavidad, palpando la
mejilla aún hinchada, y observando el ojo morado con el ceño fruncido. Luego,
los dedos recorrieron los cabellos hasta acabar masajeando la nunca femenina.
Nerys se sintió en el cielo y se inclinó hacia adelante, permitiéndole que
continuara ejerciendo aquella presión en su cuello. Sin darse cuenta, comenzó a
ronronear igual que hiciera un gatito ante un tazón de leche.
—¿Te dolió mucho? —escuchó que le preguntaba. Aunque hablaba bajito,
pudo percibir cierto matiz de ira en su voz.
—Ya no lo recuerdo —mintió ella, apenas moviendo los labios. No quería
hablar, tan sólo deseaba que aquellas manos siguieran relajándola, tal y como
estaban haciendo.
—Te prometo que mañana nos daremos un baño. Ahora te voy a pedir otro
favor. —Ella levantó la cabeza y Kiar la besó ligeramente en los labios—.
Quítate esas ropas y quémalas.
Nerys soltó un suspiro y asintió.
—Ésa es otra. Ian me acaba de convertir en ladrona. —Caminó hasta la mesa
donde estaba la ropa que habían robado de las cuerdas, y comenzó a mirar el
vestido. Era una túnica muy amplia de pecho y con la cintura muy estrecha. Sus
mangas eran largas, acabando los puños en grandes ondas, y la falda tenía una
cola que arrastraba por el suelo. La dueña de aquella prenda la echaría en falta
enseguida. Se notaba que el tejido era suave y de buena calidad.
Kiar observó durante un buen rato cómo estudiaba la prenda, y con mucho
esfuerzo comenzó a vestirse él. Emett se acercó a ayudarlo, siempre pendiente de
prestarle sus servicios.
—Pagaremos esa prenda y te quitaremos el cargo de conciencia —bromeó
Kiar con un jadeo.
Ella asintió y elevó la prenda. No pensaba en el coste del vestido, sino en que
lo reconocerían en cuanto saliese a la calle con él puesto.
—Ahora tenemos un motivo para buscar a Surrey, ¿verdad? —insistió Kiar,
levantando la cabeza hacia ella. No le gustaba verla tan triste. Enfadada,
bromeando, riendo, cualquier cosa menos esa expresión tan llena de pena en su
rostro.
Nerys lo miró con rapidez, como si hubiera dicho la palabra mágica, y asintió
con una sonrisa.
—¿Lo has oído? Esos hombres…
—Sí —asintió—. Que no abra los ojos no significa que esté sordo. —Kiar se
miró los pies descalzos, y aunque Emett le entregaba las suelas él las apartó—.
¿Estamos en Lareston?
Su hombre asintió, girándose hacia la puerta.
—Voy a salir mientras la señora se cambia. ¿Os acompaño?
—Sí, espera —Kiar caminó hacia él, despacio. Cada movimiento que hacía
era una ráfaga de dolor que cruzaba su costado. Se agarró a Emett. Se volvió
hacia la muchacha, guiñándole un ojo —vuelvo enseguida.
—Gracias —contestó Nerys, viéndolos salir por la puerta.
Se apresuró a quitarse la ropa, arrojándola sobre las brasas de la chimenea.
Se lavó un poco con la escasa agua que quedaba en un balde.
El vestido pertenecía a una mujer más alta, la larga cola se enrollaba en sus
pies si no la pateaba hacia atrás al caminar, y las mangas cubrían hasta las puntas
de sus dedos. Realmente, la prenda era incómoda. Era tan ancha en el busto que,
en cuanto se inclinaba o movía un poco, sus pechos quedaban prácticamente a la
vista.
Se terminó de alisar la falda en el momento en que Kiar regresaba. En su
rostro se mostraba la debilidad.
—Mucho mejor —dijo MacArthur, estudiándola, tratando de sonreír. Sus
labios no hicieron más que una desdibujada y triste mueca. Caminó de nuevo
hacia el catre y Nerys corrió a ayudarlo antes que se desplomara en el suelo.
—¿Cómo te encuentras?
—Todavía no tengo fuerza suficiente para nada —admitió, tumbándose—.
¿Te tumbas conmigo?
Nerys se ruborizó y negó con la cabeza.
—Ven. —Trató de cogerla con la mano, pero ella se alejó con rapidez. Kiar
dejó caer la cabeza sobre la almohada, miró al techo y sonrió—. Lo estás
deseando, tonta.
—¿Qué? —Ella lo miró, frunciendo el ceño.
—Si no puedo hacerte nada, ya te he dicho que no tengo fuerzas.
—Entonces, mírame —le dijo Nerys sin dejar de observarlo, no podía evitar
sonreír como una boba—. Puedo leer en tus ojos cuando mientes.
Kiar soltó una ronca carcajada y la miró, alegre.
—Me parece que no voy a ir —le dijo, guiñándole el ojo bueno tal y como él
había hecho antes.
22

El río no se hallaba muy lejos de la ciudad. Para llegar, debieron ascender una
alta pendiente rocosa, pero una vez que llegaron a la cima, fueron recibidos por
una pequeña y frondosa arboleda.
Había un estrecho canal de aguas burbujeantes y cantarinas que se deslizaban
entre resbaladizas piedras. El musgo, verde y brillante, crecía por doquier,
adornando las rocas más altas con la húmeda espesura.
Un poco más adelante el río se ensanchaba, dando lugar a un pequeño
estanque de forma ovalada. Una cascada daba vida a aquellas aguas frías que se
deslizaban con parsimonia.
Nerys se volvió hacia Kiar cuando éste se sentó sobre una de las piedras. Él se
frotaba el costado como si quisiera aliviarse el dolor.
—¿Estás bien? —insistió.
—Sólo voy a descansar un poco —afirmó. Se sacó el arco del hombro y lo
dejó en el suelo, muy cerca de su mano.
La muchacha se levantó las faldas, después de descalzarse, e introdujo los
pies en las aguas cristalinas. Dejó escapar un suspiro de satisfacción.
—¡Qué maravilla! —exclamó, jugando con los dedos de los pies en la tierra
suave que impregnaba el fondo.
—Mujer, vas a mojarte la ropa. Sería mejor que te la quitaras.
Nerys, ruborizada, no se volvió a mirarlo. Él tenía razón; además, tampoco
pensaba bañarse vestida.
Estuvo dudando varios minutos seguidos. Había clavado los ojos en el agua,
tratando de pensar si era correcto o no lo que pensaba hacer. Nunca nadie la
había visto desnuda, y aunque Kiar había dicho que él vigilaría, mirando hacia
otro sitio, Nerys no le creía. No podía creerlo.
—¿Qué piensas? ¿Está muy fría? —preguntó.
Ella asintió, mintiendo descaradamente. Estaba normal para la época que
corría. En Escocia esperar agua templada era descabellado.
—¡No me digas que tienes miedo! —insistió Kiar.
—¡No! Déjame en paz, hombre. —Nerys se llevó las manos a su cintura para
desatar los finos cordones que se anudaban allí. El vestido quedó holgado sobre
su cuerpo.
Inclinándose un poco, sacó las mangas y se acercó hasta la orilla.
Kiar la estudió desde su posición. Podía ver la esbelta espalda de piel
cremosa. Muchas veces la había imaginado desnuda, pero en aquella ocasión no
estaba preparado para observar un cuerpo tan hermoso, comparable con
cualquier ninfa del bosque.
Largas y torneadas piernas bajo unas caderas perfectas y una estrecha cintura
sobre el hermoso trasero.
Sus ojos viajaron hasta los hombros delgados con el súbito deseo de rozar su
piel de alabastro, como si necesitara seriamente tomarla entre sus brazos y
hacerla suya. Lo necesitaba, lo deseaba desde el primer momento en que la vio.
Extrañado, se dio cuenta de que no había vuelto a estar con una mujer desde
que la conociera a ella; en realidad, bastante antes de conocerla. El día que llegó
a Carrick podía haber aprovechado, quedándose en el campamento para calmar
sus anhelos con Briggitte; en cambio, el destino quiso que viajara directamente
hasta el hogar de Bruce. El destino y las prisas.
Había llegado de conversar con los franceses, y sus noticias no tenían que
demorarse mucho. Entonces fue cuando descubrió que su plaid estaba descosido.
Y apareció ella. Una muchacha tierna, dulce, a quien él confundió con una
sierva.
Una joven inocente con la única meta de vengar a su familia.
La muchacha no tardó en zambullirse en el agua, sin siquiera volverse a él.
Kiar recostó la cabeza contra el grueso tronco de una encina y entrecerró los
ojos, vigilantes. La vio nadar en silencio. El agua hacia suaves ondas a su lado.
La pequeña cabeza de Nerys flotaba, empapando los rojos cabellos que brillaban
bajo los rayos de sol como brasas encendidas.
Que la deseaba era algo que no podía ocultar. Con el corazón golpeando con
fuerza en su pecho, se pasó una mano por su miembro ansioso y apretó con
fuerza, tratando de calmarse. Estaba nervioso, y hasta su respiración se había
tornado complicada.
Quiso cerrar los ojos para apartarla de su mente, pero la escuchaba chapotear.
Hasta él llegaban los placenteros suspiros. ¡Qué demonios! ¿Pues no era su
prometida?
¡Maldita sea! Se golpeó la cabeza contra el árbol. Sentía la boca seca. Se
estaba deshidratando poco a poco. Y una capa de sudor perlado cubría su frente.
Posiblemente, de no haber estado Nerys, él mismo hubiera buscado consolarse;
claro que, de no haber estado ella, quizá tampoco estuviera tan excitado. No
había pensado que un simple baño pudiera llevarlo a tal estado de agitación.
Nerys braceó sobre el agua, con delicia, durante unos minutos. Por el rabillo
del ojo no dejaba de vigilar a Kiar. Sus mejillas ardieron cuando se dio cuenta de
a donde había llevado la mano el hombre. No haría lo que ella pensaba, ¿verdad?
Una vez, hacía mucho tiempo, vio a Douglas haciendo eso mismo. En aquella
época ella, como una chivata, había ido corriendo a contárselo a su padre, y
Edwin, más avergonzado que furioso, había tenido que reprender al muchacho.
Estuvo a punto de dar conversación a MacArthur, e incluso decirle lo mal
educado que era si pretendía…
Lo sintió enseguida tras ella y se giró con una exclamación de sorpresa.
El hombre tan sólo se había dejado el vendaje puesto y su plaid se hallaba en
la orilla, cubriendo con disimulo su arco.
El agua rozaba sus tetillas, humedeciendo el vello de su cuerpo. El cabello
castaño caía tras su espalda, flotando tras él, a excepción de las dos pequeñas
trenzas que rozaban sus orejas.
Nerys creyó que era más ancho de lo que le recordaba, al menos ella se sintió
pequeña e insignificante a su lado.
La regañina que, segundos antes había pensado ofrecerle, murió en su boca al
mirar los ojos grises y la expresión ardiente con que la observaba.
Nerys quiso alejarse, dando unos pasos hacia atrás, pero a medida que ella se
hundía más en la profundidad, Kiar la seguía como un depredador tanteando a su
presa.
—Hace frío —susurró ella, cruzando los brazos sobre sus pechos. El agua le
llegaba casi hasta la barbilla; aun así, sentía los nervios a flor de piel.
—Ven. Yo te calentaré.
Nerys dio un respingo ante aquel tono tan sensual, que no había escuchado en
su vida. Sintió un escalofrío como si en verdad fuera cierto que se había quedado
helada. No era así. Otra vez tenía ese cosquilleo recorriendo su cuerpo, viajando
por sus venas. Una bola de fuego en la boca de su estómago.
Pudo haberse apartado, incluso haberse negado o discutido, o un montón de
cosas; en cambio, lo que hizo dejó a MacArthur con la boca entreabierta.
Recorrió los hombros de Kiar con las manos, con suavidad, estudiando las
gotas de agua que resbalaban sobre la piel.
Nerys se acercó más a él y lamió una de esas gotitas.
El hombre ni siquiera se atrevió a moverse. Las manos de la muchacha lo
hipnotizaban, lo abrasaban. Dejó de respirar cuando la pequeña y suave lengua
saboreó su pezón.
Nerys alzó los ojos hacia los iris plateados de Kiar, queriendo descifrar su
expresión, animada al descubrir que MacArthur la miraba de forma muy
provocativa. Enseguida la enlazó por la cintura. Tomó su rostro con una mano y,
muy despacio, acercó los labios a los suyos.
Ella se sintió completamente indefensa frente a la fuerza arrolladora del
hombre y la ternura con que la miraba; tanto que su cuerpo se volvió de gelatina
entre sus brazos.
Kiar pensaba en la candidez de la muchacha, en cuánto deseaba hundirse en
ella y calmar su ansia. Había crecido en él un gran cariño por ella, unas ganas de
protegerla constantemente y el anhelo de verla feliz.
La besó con pasión, tratando de no hacerle daño. El hermoso rostro ya no
estaba hinchado y los tonos violetas comenzaban a tornarse amarillentos.
Recorrió el largo cuello con los labios. La levantó un poco hasta apoderarse de
los frágiles y pequeños senos, saboreándolos con hambre, enloqueciéndola al
mordisquear los rosados botones que clamaban por sus atenciones. La piel era
tan suave y aterciopelada como la de una fruta madura.
Nerys se aferró a los fuertes hombros y rodeó las caderas de Kiar con sus
piernas cuando éste la tomó del trasero con una mano. Gimió al sentir el
músculo del hombre rozando su pubis y se apretó contra él, impaciente por
conocer qué sentiría al hacer el amor con aquel hombre tan hermoso.
Los movimientos de Kiar se volvieron impacientes, y sin dar importancia al
creciente dolor de su herida, se introdujo en ella con prisa. Se detuvo un instante
al sentir la barrera virginal y tragó con dificultad. ¡Por su vida que no podía
detenerse en aquel momento!
Se movió dentro de ella, con ternura, hasta sentir que los músculos de la joven
volvían a relajarse de nuevo, acompañándolo en la dulce danza que había
emprendido.
Kiar le sostuvo las nalgas con ambas manos, al tiempo que con una facilidad
increíble la subía y bajaba contra él. Los gemidos de la muchacha contra su
cuello y mejilla lo fascinaban como nunca nada lo hiciera. El roce de aquellos
senos turgentes contra su pecho lo llevaron al borde de un precipicio sin retorno.
Luchó por que ella alcanzara el orgasmo junto a él. Le regaló palabras subidas de
tono que lograron que ella le respondiera con la intensidad que Kiar necesitaba.
Nerys tembló entre sus brazos con la última sacudida y la abrazó con fuerza,
hundiendo sus labios el cuello; sintiendo el frenético latido femenino contra su
cuerpo. Volvieron a besarse.

Nerys estaba recostada sobre el plaid de Kiar. Se hallaba bocabajo, con la


cabeza apoyada en los brazos. La melena cobriza se había secado formando
pequeñas ondas que apenas cubrían su nuca. Estaba completamente desnuda. La
piel relucía bajo los cálidos rayos de sol, y Kiar disfrutaba rozándola con las
puntas de los dedos, observando cómo, de vez en cuando, ella se estremecía y su
piel se erizaba bajo sus caricias. Todavía se sentía arrobado y confundido por lo
que hacía unos minutos acababa de experimentar con la joven. Podía afirmar que
Nerys lo volvía loco. Junto a ella, las horas pasaban volando, y por primera vez
se dio cuenta de que no era sólo una atracción física lo que sentía por ella; no
sólo era ese cariño de amistad e incluso fraternal que había ido creciendo en él
desde que la conociera en Carrick. No, había algo más: una ternura que no podía
explicarse, un deseo de tenerla siempre junto a él, de escucharla hablar.
Nerys giró la cabeza hacia él y lo miró con ensoñación.
—¿Cuándo iremos a tus tierras, Kiar?
—Aún tardaremos un poco —le respondió, recorriendo con sus ojos el cuerpo
relajado—. Primero deberé hacer una parada para hablar con Juan.
—¿Todavía piensas ir? —Ella se giró hacia él, apoyando su codo sobre la
manta y la cabeza sobre la palma de la mano.
Esa postura le mostraba los pechos, el estómago ligeramente hundido, el vello
de su pubis que se rizaba en un tono más oscuro que el cabello. Otra vez sintió
crecer la excitación de su cuerpo.
La había tomado dos veces seguidas, en el agua, y habían rodado sobre la
manta apenas unos minutos antes, y aun así todavía la deseaba. ¿Acaso nunca
tendría suficiente de aquella hada de los bosques?
Nerys debió de darse cuenta, pues se incorporó repentinamente y se lanzó
sobre él, haciéndolo caer de espaldas.
Kiar lanzó una exclamación de dolor y ella lo miró, preocupada, pasando la
mano por la herida del hombre. Había comenzado a sangrar.
—Lo siento, he sido una bruta —se disculpó.
El hombre le sonrió, pero sus ojos reflejaban incomodidad.
—No te levantes, ven aquí; se me pasará enseguida. —Estiró las manos hacia
ella, que ya se estaba levantando.
Nerys agitó la cabeza con firmeza y buscó su vestido.
—Creo que ya has hecho demasiado ejercicio —contestó ella,
culpabilizándose—; además, nos puede ocurrir lo mismo que a Bella.
Él la miró, arrugando el ceño:
—¿Qué le ocurre?
—Está esperando un bebé —suspiró—. No me gustaría que todos fueran
pensando mal de mí. En especial, Helen, que se ha portado tan bien conmigo
desde siempre.
—Nadie pensará mal de ti, Nerys. No tardaremos tanto en casarnos como para
que se den cuenta.
—¿Lo prometes? —preguntó ella, mirándolo desde arriba. Ya se había
colocado el vestido y comenzaba a anudarse las cintas de las caderas.
Kiar se incorporó de rodillas sobre la manta y le rodeó las piernas con los
brazos. Sus ojos grises la miraron, anhelantes.
—Te lo prometo.
Era cierto. No pensaba demorarse con Juan más de lo necesario.
—¿Podré conocer a Balliol? —Nerys acarició el largo cabello del joven,
enterrando sus dedos en él.
—Pensé que Juan te caía mal.
Ella asintió, con una sonrisa, y se encogió de hombros.
—Pero no debes preocuparte, Kiar. No ha hecho nada para que desee su
muerte.
Él bromeó, soltando un suspiro de alivio que provocó una carcajada en Nerys.
La hizo caer de nuevo sobre la manta y la aplastó con su cuerpo, apoderándose
de sus tiernos labios.
23

Nerys se acurrucó más sobre el estrecho colchón. La manta áspera rozaba


desagradablemente su barbilla. Trataba de dormir, a pesar de escuchar los leves
susurros que llegaban desde la mesa.
Emett y Kiar seguían conversando sobre los últimos sucesos. Hablaban tan
bajo que Nerys no lograba entender ninguna palabra coherente. Tampoco era que
le importara mucho; desde que se había recostado, mil imágenes cruzaban por su
mente sin tregua, acosándola con ferocidad en un torbellino de emociones.
Había dado vueltas a las palabras de Kiar sobre la promesa de que se casarían
pronto. Quizá el problema no fuera ese. Lo que a Nerys verdaderamente la
preocupaba era haber faltado a su palabra con Briggitte. Le había prometido que
solucionaría las cosas con MacArthur y haría que no la apartara del clan. Pero
¿por qué Diablos le habían entrado celos de repente? ¿Y por qué tenía que
recordarlo en aquel momento?
Debía sentirse alegre. Su futuro esposo era un espécimen magnífico, gallardo,
atractivo. Edwin hubiera estado totalmente a favor de aquella unión.
Nerys no había amado nunca a nadie, excepto a su familia. Nunca se había
sentido atraída por ningún hombre en especial, ni siquiera los jóvenes guerreros
que entrenaban bajo las órdenes del conde de Mar. Era cierto que, tanto Bella
como ella, habían disfrutado enormemente observándolos. Ninguna mujer habría
dejado de advertir aquellos torsos desnudos brillando bajo la luz del sol. Cuerpos
magníficos y pieles doradas. Parecían haber salido de un mismo molde,
combatiendo en la arena del patio de armas, a sabiendas de que un par de
virginales ojos los estudiaban con descaro.
A Nerys ninguno le había llamado suficientemente la atención. A excepción
de sonrisas y guiños, nunca nadie se atrevió a dirigirse a ella en persona.
En el condado los guerreros tenían un código de honor para con el padre de
Bella, y era que ningún varón ajeno a la casa podía acercarse a las damas que la
habitaban.
Nunca nadie había traspasado esa norma.
Se agitó intranquila en el catre. No podía evitar imaginar a Kiar abrazando a
la otra, besándola como lo había hecho con ella aquel día; y aunque no debería
sentirse enfadada, lo estaba.
No era agradable descubrir que era una celosa, y menos cuando el supuesto
idilio había sido antes de conocerse. Esa sensación, nueva en ella, era del todo
odiosa. Una especie de intranquilidad constante. ¿Podría MacArthur amarla de
verdad?
No era cuestión de culpar a nadie por que Kiar ya fuera a tener un hijo. Se dio
cuenta de que realmente no sabía mucho sobre su prometido. ¿Tendría más? Era
guapo, fuerte, con un título demasiado honorífico. Un poco rudo algunas
veces… Ningún otro hombre jamás le hubiera dicho que necesitaba un baño,
aunque estuviera envuelta en capas de lodo. Pero Kiar era encantador. La ternura
con que la trataba no podía ser fingida. Era, según le habían contado Ian y Emett,
un buen hombre: justo, honrado, enamorado de su país y sus gentes.
De repente, el adjetivo cobarde se coló en sus pensamientos. ¿Realmente
MacArthur necesitaba esas dichosas pruebas, o en el fondo le daba miedo
enfrentarse a Warenne?
Siguió dando más vueltas, buscando una buena posición en la cama. Estaba
demasiado blanda por algunos sitios.
Exceptuando la mecha que ardía sobre la base de la mesa, el interior de la
cabaña se encontraba envuelto en sombras. Los postigos habían sido cerrados;
sin embargo, el viento ululaba en el exterior, introduciendo ráfagas de aire frío
por la chimenea apagada.
Nerys tardó un buen rato en dormirse y cuando lo hizo, las pesadillas
comenzaron a bombardearla con fuerza. Volvió a sentir los golpes recibidos por
sus captores, el miedo a pensar que la muerte la esperaba al final del camino. Las
imágenes de los hombres blandiendo los Claymores bajo la luz de la luna… El
rostro de Annabella desapareciendo en las despensas del castillo de MacBean.
Su padre gritándole furioso por haber desobedecido sus órdenes… Y ese
hombre. Lo veía llegar hasta ella, moviendo los dedos de las manos como si se
trataran de garras que pretendían agarrarla; su mirada oscura llena de maldad,
disfrutando de lo que haría con ella hasta que llegó el otro y le rajó el cuello. La
sangre invadió su cerebro, acelerando su pulso y dejó escapar un profundo
alarido al tiempo que se incorporaba, cubierta por un sudor frío.
—Todo está bien, Nerys —escuchó que alguien le decía en la oscuridad.
Sintió la presencia del hombre antes de que la abrazara.
En la calidez de aquellos fuertes brazos volvió a relajarse de nuevo.
Kiar la recostó, sin dejar de frotar sus brazos y sus hombros.
—No ha sido más que un mal sueño —le dijo, rozando levemente su frente
con los labios.
Los ojos de la muchacha no eran más que dos puntos brillantes en la
oscuridad.
—Era tan real —gimió en un hilo de voz.
—¿Deseas hablar de ello? —La voz de Kiar era un susurro seductor junto a su
cabeza.
No podía verlo con claridad, sin embargo, su gran silueta se recortaba frente a
ella.
—No —contestó con firmeza.
—¿Quieres que me recueste contigo?
—Sí. Por favor.
Se vio cogida en brazos y se aferró a los hombros de Kiar. La colocó en el
suelo como si se tratara de un pluma, y seguidamente se echó a su lado. La
cubrió con su manta y dejó que Nerys apoyara la cabeza en su hombro.
—¿Estás mejor?
—Sí, gracias. —Llevaba varios días durmiendo en el suelo, y casi podía decir
que lo prefería a aquel viejo y estrecho catre. Por no decir que la sensación de
cosquilleo ante la proximidad del hombre le encantaba.
Ambos se quedaron en silencio durante largo tiempo. Kiar había cruzado el
brazo sobre el vientre liso de la joven de forma posesiva.
Nerys esperó a que él dijera algo más, o insistiera sobre sus pesadillas. El
largo cabello del MacArthur acariciaba sus mejillas.
Cuando lo escuchó respirar pausadamente se dio cuenta de que Kiar se había
dormido.
Un poco desilusionada, cerró los ojos. Le hubiera gustado charlar un poco con
él. Tal vez preguntarle sobre su vida, su infancia, sus padres.
Olvidada su pesadilla, no tardó en dormirse de nuevo. MacArthur la abrazaba
y no podía pasarle nada.

El sol llegó con rapidez, y con él un nuevo día de prisión incondicional. Emett
insistía en que debían quedarse un par de jornadas más. No debían arriesgarse a
que alguien descubriera que Kiar no había muerto y todo su plan se viniera
abajo.
También acusó el cansancio de Nerys, quien acostumbraba a estar rodeada de
sirvientes y ahora se veía desprovista hasta de sus propias ropas. Y el mismo
MacArthur necesitaba ahorrar energía para lo que viniera después.
Ser consciente de ello no significaba que estuviera de acuerdo. El interior de
la cabaña era reducido, lúgubre y oscuro. En cuanto a Kiar, lo embargaba el
tedio, comenzaba a pasearse por el lugar maldiciendo y golpeando las paredes.
Nerys había recortado la larga cola de su vestido y trataba de coser un bajo en
condiciones. Entre lo poco que le gustaba la costura, y lo nerviosa que la ponía
Kiar con sus repentinos ataques de mal genio, estaba desesperándose. La luz de
la llama tampoco ayudaba nada a concentrarse.
Con un bufido exagerado, Nerys apartó la costura y fulminó a Kiar una vez
más con la mirada.
El hombre se detuvo, de repente, y la miró arqueando una ceja, provocándola.
—¿Qué?
—¡Me pones nerviosa! —Le dijo, poniéndose en pie—. Encima de que aquí
hay poca luz, tú no haces más que moverte todo el rato. Y si, por lo menos,
fueras pequeño, pues vale, pero eres un gigante de casi dos metros que se pasa
todo el rato haciéndome sombra.
—¿Y qué quieres que haga, mujer? No estoy acostumbrado a estar encerrado,
sin hacer nada todo el santo día. —Y mucho menos con Emett. Porque si
estuviera a solas con ella, seguro que habrían podido entretenerse fácilmente.
Nerys se puso las manos en las caderas. Vestía una oscura camisa de piel que
le llegaba un poco más abajo de sus rodillas. La prenda pertenecía a Kiar, pero se
había apoderado de ella para dormir, y ahora la llevaba mientras terminaba de
coser la falda.
—A mí tampoco me gusta estar aquí. Nunca he sido ociosa. Pero, ¿sabes algo,
Kiar? Eres insoportable. Pareces un niño con ese comportamiento. Emett y yo
llevamos un rato armándonos de paciencia contra ti. Yo nunca había oído tantos
improperios juntos, y parece que se te olvida que sigo siendo una dama. —Nerys
no pasó por alto la sorpresa reflejada en los discos grises y no se amilanó por
ello—. Desde que te has despertado, no has hecho otra cosa que poner pegas a
todo. ¡Hasta le has dicho a Emett que era horrorosa la comida que ha traído!
El hombre se hallaba recostado junto a la chimenea, con los ojos
entrecerrados y una expresión en su cara de estar acostumbrado a todo.
—¡Era verdad! —Contestó Kiar—, ese puré de avena sabía a…
—Sí, a «meao» de vaca —lo interrumpió Nerys con gesto severo—, eso lo
has dicho unas cien veces.
Kiar soltó una repentina carcajada, que Emett acompañó desde su rincón.
Nerys, colorada de los pies a la cabeza por repetir frases que él había dicho
antes, golpeó a MacArthur con el puño en el hombro, y cuando sus carcajadas
hicieron temblar los cimientos de la cabaña, la joven abandonó el lugar con el
mentón bien elevado.
Cuando la puerta se hubo cerrado, Kiar perdió la diversión y observó a Emett,
estupefacto.
—¿Ha salido sin vestirse?
—Creo que…
La puerta se abrió de nuevo. Nerys caminó hacia la mesa sin mirar a nadie y
agarró su vestido. Con el porte de una reina abandonó la casa.
Las carcajadas siguieron retumbando en los oídos de Nerys durante varios
minutos. ¡Había hecho el ridículo más grande de su vida! Había perdido los
nervios y no pensó en que estaba semi-desnuda cuando salió.
Varios aldeanos la habían mirado sorprendidos, y algunos habían ocultado sus
sonrisas con las manos.
Muy digna, ella había pasado ante sus narices con las prendas en las manos, y
en cuanto dobló la esquina corrió hacia la pared del establo, que ofrecía una
buena protección para vestirse con prisas.

Warenne tragó con dificultad antes de entrar en la sala. La inesperada visita


de Sir Thomas de Luxe le causaba pavor.
Pasó al lado de dos hombres de la guardia que el mismo Thomas se encargaba
de llevar a todos los sitios. Sin mirarlos siquiera, y con los ojos clavados en el
grueso hombre, se atrevió a sonreírle. Una sonrisa fría, educada y temblorosa.
—Bienvenido a mi hogar —le dijo con demasiado fuerza. Su voz retumbó
entre los muros del salón—. ¿Puedo preguntaros que hacéis vos aquí?
Sir Thomas lo miró con indiferencia y dejó su copa de metal sobre la larga
mesa.
—Recibí vuestra misiva, John. ¿Qué es eso de que los franceses atacarán
Inglaterra?
—Robert de Bruce y los guardianes fueron informados delante de mí. Les
quise hacer ver que estaba deseoso de que hablaran con Balliol —se encogió de
hombros—. Enviaron a MacArthur a cumplir con esa misión, pero nunca llegará
a su destino. De un momento a otro me confirmarán su muerte.
Sir Thomas asintió con la cabeza, entre sorprendido y satisfecho.
—¿Y cómo acabasteis con él?
Warenne tomó aliento. Aquello no sería fácil de decir, no cuando Sir Thomas
supiera que había fallado en una empresa suya de hace años.
—¿Y bien? —insistió, impaciente.
—Mis hombres secuestraron a su prometida…
—¿MacArthur se ha prometido? No he oído nada.
—Aún no se ha hecho público, y ya no se hará.
—¿Y quién es ella?
—Pues veréis… —Warenne se alejó unos pasos del hombre y suspiró,
nervioso—. Se trata de Nerys MacBean.
—¿MacBean? —Thomas se puso rápidamente de pie y caminó hacia Surrey
con una mirada glacial—. Me dijisteis que habíais acabado con todos esos
asquerosos MacBean hace tiempo. ¿Me mentisteis, John?
—¡No! —El hombre negó. Sentía el fétido hedor del aliento de Thomas sobre
su rostro—. Recientemente supe de la existencia de la joven. Mar se hizo cargo
de ella, y os puedo asegurar que no es ningún peligro. Douglas MacBean no
tardará en fallecer, pero no podía levantar sospechas…
—¿Quién? ¡Has dicho Douglas! ¿Quiere eso decir que hay otro MacBean?
La furia de sir Thomas fue palpable cuando tomó a Warenne por el cuello y lo
aplastó contra uno de los muros.
—Sobrevivieron dos —contestó, medio ahogado. Las cuerdas vocales estaban
aprisionadas—. La hija pequeña de Edwin y un pariente. Pero ahora que
MacArthur ha fallecido, será fácil apresar a la muchacha y mantenerla callada.
Con rabia, Thomas lanzó a Warenne contra el suelo.
—Te pagué una fortuna para acabar con todos. ¡Termina tu maldito trabajo o
yo mismo haré que te ejecuten! Y espero que sea cierto que Balliol aún no sabe
nada —escupió, furibundo.
Surrey se puso en pie. Tenía el rostro colorado, y la humillación reflejada en
sus ojos hubiera sido capaz para amedrentar a cualquiera; a todos excepto al
grandioso Sir Thomas de Luxe.
24

Nerys hubiera preferido ir en su propia montura, pero al haberla vendido en


Lareston no le quedaba otro remedio que cabalgar con Kiar.
Habían iniciado la marcha a paso lento, casi suave. Se habían adentrado en el
bosque con la incipiente luz de la mañana, sin embargo el sol no hizo acto de
presencia, y a medida que pasaban las horas el cielo se tornaba gris y triste.
Nerys viajaba con la espalda apoyada en el pecho de Kiar. Podía sentir los
latidos del corazón del hombre, que rodeaba su cintura con un brazo de acero
quizá por temor a que cayera.
Kiar había mejorado su carácter y aquella mañana había vuelto a ser el
hombre de siempre. Eso, antes de entrar en el bosque. Una vez allí, ya podía
Nerys sacar el tema que fuera, que tanto Kiar como Emett prácticamente la
ignoraban.
—¿Vas a echar a Briggitte del clan? —preguntó Nerys de súbito. Llevaba un
buen rato dando vueltas al asunto y creyó que aquel era un momento como otro
cualquiera para sacar el tema. Es más, fingió haber hecho la pregunta con
inocencia, como si no le importara demasiado lo que él decidiera.
Kiar tardó en contestar, y cuando lo hizo su tono fue el mismo que tenía
momentos antes.
—No sé. ¿Tú qué quieres hacer?
Nerys hasta lo sintió encogerse de hombros, con despreocupación. Quiso girar
para verle el rostro; él parecía distraído, escrutando entre los árboles. Lo observó
de reojo.
—Yo no tengo nada que ver —le respondió ella. Kiar volvió a encogerse de
hombros como si el tema no le pareciera interesante—. Pero no creo que haya
hecho algo tan malo como para que tenga que abandonar a su familia, ¿verdad?
Nerys esperó la respuesta, volviendo la vista al frente.
—¿De qué estamos hablando? Perdona, creo que estoy despistado —admitió
el hombre, enarcando las cejas, cosa que ella no pudo ver.
Y era totalmente cierto. Kiar sólo tenía ojos y oídos para intentar captar
cualquier movimiento o sonido que fuera producido por algo ajeno al bosque. El
trayecto que realizaban era bastante peligroso. Los ladrones abundaban en la
zona, codeándose con los saqueadores de tumbas. Proscritos ingleses que se
aprovechaban de las buenas maneras escocesas. Muchos de ellos, con el tiempo,
se unían a otros clanes o incluso comenzaban su vida allí: en las tierras más
verdes, húmedas y hermosas del mundo.
Nerys se pasó la lengua por los labios. ¿Y si Kiar no quería hablar de eso con
ella? Se puso nerviosa.
—Hablaba de Brigitte. Me contó que la echaste.
Kiar ahora se tensó. ¿Estaban hablando de…? Detuvo el caballo y esperó a
que Nerys se volviera hacia él para mirarlo.
—¿Ella te contó? —Preguntó, incrédulo—. Pero ¿cómo se atreve a…?
—Mejor dejamos el tema —le interrumpió, arrepintiéndose en el acto de
haber sacado la conversación.
Nerys no supo expresar si lo que vio reflejado en los hermosos ojos grises fue
furia o simplemente sorpresa.
—Yo no he echado a nadie de ningún lado. ¡Debería de estar loco para sacar a
Brigitte del clan ni mucho menos del campamento! —Su voz sonó con fuerza—.
¿Por qué te dijo eso?
Nerys tragó con dificultad. Sabía que se estaba metiendo en camisas de once
varas. ¿Brigitte acaso la había mentido? Se maldijo en silencio. ¿Por qué no se
negó a la petición de la mujer? ¿Por qué nunca negaba nada? Agitó la cabeza
bajo la atenta mirada de Kiar.
—No lo sé —mintió, apartando la vista de él. Decidió no nombrarle lo de su
futuro hijo hasta que no estuviera la otra mujer delante. Sabía que en muchos de
estos casos, quien daba las noticias era siempre la persona que salía perdiendo.
—¿Estás celosa de Brigitte? —preguntó Kiar, todavía sorprendido.
—No —negó ella, volviendo a su posición actual. No quería continuar
hablando del tema pero el hombre ahora estaba intrigado.
Kiar inclinó su cuerpo hacia delante y a un lado, de tal modo que pudo
agachar la cabeza hasta casi rozar la frente de Nerys con su mejilla.
—¿De qué hablasteis?
Ella lo miró con ojos dilatados. Sentía la calidez de su aliento sobre su cara en
forma de coquillas.
—De nada en particular —respondió, tratando de evadir la conversación.
—No sabes mentir, Nerys. —Kiar regresó a su sitio y presionó con el brazo
que rodeaba su cintura, mostrándole su afecto—. Pero nunca debes sentir celos
de mí. No me interesa ninguna mujer, excepto tú. No olvides que vamos a
casarnos.
—¿Por qué piensas que tengo celos? —le preguntó a su vez. No quería
enojarse, pero de repente las respuestas de Kiar sobre Brigitte no le habían
gustado. ¿Que no pensaba echarla nunca? Había dicho eso o algo así. Claro que
enseguida él trató de arreglarlo diciendo que no debía tener motivos para sentir
celos de nadie. ¿No? Pues ella no estaba muy segura de querer permitir que
Briggitte anduviera con su hijo dentro de los límites de MacArthur—. ¡Sólo
trataba de saber qué piensas hacer con tu hijo! —explotó sin atreverse a mirar
atrás. ¡Ya estaba! ¡Ya lo había dicho!
Kiar agradeció que la montura aún siguiera parada. Emett se había alejado
unos pasos por delante, oteando el camino.
—¡¿Qué hijo?! ¿Vas a tener un hijo? ¿Cómo puedes saberlo tan pronto? —
Kiar estaba completamente perdido. No lograba entender qué tenía que ver la
moza del campamento con aquello.
A Nerys le resultaba muy complicado tener una conversación, así sentada. Si
al menos el animal siguiera su camino, ella podría disimular observando
cualquier cosa, pero de este modo Kiar estaba pendiente de sus palabras. ¿Cómo
se le ocurría pensar que era ella la que estaba embarazada?
—¿Puedo bajar, por favor? —pidió.
MacArthur descendió primero, y luego extendió los brazos para ayudarla.
Nerys frunció el ceño ante el cuidado con que la bajó de la montura. ¡Ni que
fuera de cristal y se fuera a romper!
—¡Yo no voy a tener un hijo! —exclamó ella, sacándolo de su error.
—Que sepas todavía —respondió—. Entonces ¿quién espera un hijo?
¿Brigitte? —Se encogió de hombros—. ¿Y qué tiene que ver conmigo o con
querer echarla del clan?
—Es un hijo tuyo, Kiar.
La sorpresa que se reflejó en el rostro del hombre la llenó de pena. Apartó la
mirada para que él no pudiera leer en los suyos. En realidad, sintió lástima de la
situación porque supo que estaba enamorada del gigante, porque no sabía si sería
capaz de verlo jugar con un vástago que ella no le había dado.
¿Por qué el destino quiso que se conocieran tan tarde? Con unos meses antes
hubiera sido suficiente; claro que, en aquellos meses, a Nerys no se le había
pasado por la mente la idea del casamiento, ni que pudiera conocer a aquel
truhan que se había ido haciendo un hueco en su corazón.
Kiar colocó su dedo bajo la barbilla de Nerys y la obligó a mirarlo a los ojos.
—Nerys… —susurró sin saber qué decir.
La besó. Se apoderó de su boca y Nerys, lejos de negarse, se aferró a él como
si su vida dependiera de ello. No quería negarse, sería su marido y juntos
deberían afrontar aquello, pero ¿cómo?
Cuando se separaron, Nerys aún seguía observándolo.
—Mi padre también tuvo un hijo antes de conocer a mi madre —empezó
diciendo ella.
Kiar negó con la cabeza, y su boca le regaló una bonita sonrisa.
—Yo no he sido informado de nada. Pero si Brigitte está preñada, no tengo
por qué ser yo el padre. Mis hombres la adoran. Más de uno querrá hacerse cargo
del crío, de ser cierto. —Le revolvió el flequillo. Los cabellos de Nerys tendían a
quedarse de punta y eso le daba un aire infantil, no tanto de candidez como de
travesura—. Lo que me molesta de este asunto es que te haya ido con el cuento
antes de venir a su Laird. Esa mujer deberá oírme.
Nerys hubiera deseado que Kiar negara la existencia de ese niño, que le
hubiera jurado y perjurado que él no era el padre; sin embargo, tan sólo se
limitaba a solucionar el problema de esa manera. ¿Acaso los sentimientos de
Brigitte no contaban para él? Por su rostro, supo que no y, en cierto modo, se
sintió algo aliviada.
—¿Me prometes que te ocuparás bien de ella? Puede que sea verdad que no
seas el padre, pero…
—No te preocupes por ella, Nerys. Brigitte sabe cuidarse ella sola. ¿Qué hizo
tu padre respecto al hijo ese?
—Murió unos días después de nacer. —No le dijo que lo reconoció antes y
que por tanto figuraba como el mayor de los MacBean. Si él no se ofrecía
hacerlo, ella no lo obligaría.
—Mi padre también tenía varios bastardos —comentó él como si aquello
fuera lo más normal—. En realidad, ni siquiera sé realmente cuántos hermanos
somos —se encogió de hombros—. Viven todos entre la aldea y mi casa.
—¿Y tu madre? —se atrevió a preguntarle.
Los ojos de Kiar se oscurecieron, perdiéndose en algún punto lejano. Su
rostro se volvió duro, tanto que los músculos de su cara se convirtieron en
granito.
—Nunca se llevaron bien. Mi padre era incapaz de amar a nadie. Nunca los vi
darse un beso, ni tan siquiera un abrazo o una mirada de cariño. Eran dos
desconocidos compartiendo hogar. —Volvió su rostro firme hacia ella—. Yo no
quiero un matrimonio así, Nerys. Yo quiero llegar a amarte y que tú me
correspondas.
El corazón de Nerys dejó de latir. Él quería llegar a quererla pero aún no lo
hacía. ¿Y si también era incapaz de amarla?
Pensar que quizá tenía más afecto por Brigitte que por ella le llenaba el pecho
de un dolor extraño.
«¿Podrás hacerlo?», quiso preguntarle. No lo hizo. Tenía más miedo a
reconocer la verdad cuando el tema era referente a ella que a los demás.
Kiar tomó las tiernas mejillas entre sus manos y clavó sus ojos grises en ella.
La mantuvo así durante minutos que parecieron horas. No le dijo nada, tan sólo
la miraba, perdiéndose en sus ojos verdes, pensando en lo bien que se encontraba
junto a ella.
Le hubiera encantado decirle que, en aquel momento, no se hubiera cambiado
por ningún hombre en el mundo; que no deseaba ir a ver a nadie, ni cumplir su
misión. Que tan sólo ansiaba tenerla abrazada durante el resto de su vida, beber
de ella hasta el fin del mundo. La conocía desde hacía poco tiempo, pero era
incapaz de imaginarse la vida sin ella. En su cabeza, su hermoso rostro de
facciones delicadas y brillantes ojos verdes lo acosaba constantemente, ya
estuviera despierto o dormido.
—Será mejor que salgamos del bosque lo antes posible —dijo, soltando un
suspiro—. ¿Nerys? —Sonrió nervioso—. ¿Qué sientes por mí?
Para Kiar era muy importante la respuesta de ella. No sabía por qué, pero
necesitaba escucharla decir que ella también lo amaría… si no lo hacía ya.
Nerys apartó su vista, azorada, y se encogió de hombros, restando
importancia a la pregunta.
—Eres un hombre muy guapo —se puso colorada de repente—. Bueno, te
tengo un cariño especial.
—¿Cómo de especial?
—¿Por qué me preguntas eso, Kiar? ¿Qué sientes tú por mí?
—Yo he preguntado primero —sonrió—. Además, soy el señor de…
—Blablablá —siguió Nerys con una sonrisa, al tiempo que se giraba para
acariciar el hocico del animal—. Si crees que, por ser el señor, tienes preferencia
estás confundido.
Kiar soltó una carcajada y su mano volvió a acariciar el cabello despuntado
de la joven.
—No tengo preferencia por ser el señor —rio—, la tengo porque soy mayor,
más grande y más fuerte. ¡Sube! —La izó con facilidad y la colocó de nuevo
sobre la bestia. Él se acomodó tras ella y le mordisqueó el cuello, divertido,
antes de lanzar al animal al galope. En cuanto alcanzaron a Emett, Kiar le instó a
acelerar la marcha. Quería llegar a algún sitio bien protegido y decirle a su Nerys
cuánto la amaba.
¿Por qué la zorra de Brigitte se había inventado esa historia? Era bien sabido
que la muchacha siempre tomaba precauciones antes y después de la unión con
cualquiera de sus hombres. Si estaba embarazada era porque ella se lo había
buscado.
Las palabras de Nerys sembraron una duda en su mente. ¿Podía ser él el
padre?
25

La noche envolvió el bosque en una espesa y negra oscuridad. Se había


levantado un suave viento que silbaba, siniestro, entre los árboles. Era difícil ver
más allá de dos metros de distancia, por lo que no era probable que alguien viera
al trío que había acampado a la orilla de un estrecho riachuelo.
Emett había apagado el fuego hacía tan sólo unos minutos, y con la espalda
apoyada en un grueso tronco cerró los ojos, dispuesto a no dormirse.
Mordisqueando una brizna de hierba entre sus dientes se limitó a escuchar con
atención.
A una distancia bastante prudente, habían dispuesto varias antorchas
formando un minúsculo círculo, suficiente para poder observar si alguien
penetraba en el campo de luz. Aquello era como una especie de trampa para
moscas; en cuanto alguien se acercara a la luminosidad, ¡zas!
Nerys, sin embargo, hacía un buen rato que había caído dormida. Se
encontraba recostada junto a Kiar, con la manta cubriendo su cuerpo.
MacArthur no podía verla, pero la sentía contra él. Escuchaba la suave
respiración. De vez en cuando ella temblaba, probablemente de frío. La hierba
mojada se adhería a las prendas, y su humedad penetraba en el cuerpo.
Kiar también se mantuvo en alerta. Ya habían inspeccionado antes la zona y
aunque no encontraron a nadie, huellas y marcas recientes los avisaron de que un
pequeño grupo no viajaba lejos de ellos. Tenían toda la pinta de ser viajeros,
pero Kiar no quería arriesgarse. Deseaba acabar con su cometido, llegar a casa…
Tenía muchas cosas que hacer. Posiblemente, lo más importante hubiera sido
celebrar su boda, pero en cuanto llegara a su hogar sus hombres le incitarían para
tomar justas represalias contra Warenne, y esta vez tendría que hacer algo.
Estaba seguro de que Nerys sería la primera de insistir en que lo hiciera.
Bruce ya lo había advertido sobre la posibilidad de que intentara frenarle en
su objetivo, pero secuestrar a Nerys, golpearla y maltratarla era algo que no
podía pasar por alto. Algo que no permitiría que volviera a suceder. Ella estaba a
su cargo, bajo sus cuidados, ¡y por Dios que no dejaría que nada malo le
sucediera!
El momento de ajustar cuentas se acercaba, y si no tuviera la fuerte
convicción de que tras Surrey se hallaba alguien muy poderoso dando las
órdenes, ya hace tiempo que lo hubiera despachado. Si con ello se ganaba la
enemistad de Eduardo, apechugaría con las consecuencias.
Era cierto lo que había comentado aquel día sobre su familia. Él era el mayor
de los hermanos reconocidos, y por tanto fue nombrado Laird del clan cuando su
padre cayó durante la última batalla, luchando por la independencia. Una guerra
que, aunque no fue tan productiva como ellos hubieran querido, al menos había
dejado a Juan Balliol como rey.
Él, como guardián, junto otros cinco hombres más, se debían al monarca.
Incluso Robert de Bruce, en su cruzada por el trono, debía admitir que tenía un
pacto con Balliol, y sólo cuando Eduardo le devolviera el poder que, por
naturaleza, le habían robado sería libre de adquirir sus derechos; hasta que
aquello sucediera, el rey debía ser informado de lo que el resto del país se
proponía. Claro que no todo el mundo estaba de acuerdo con aquello, pues de
ese modo Escocia estaría dividida. Siempre habría quienes apoyaban a uno y al
otro.
Pensó en Nerys, por ejemplo. Ella era partidaria de Bruce por el simple hecho
de haber sido acogida por el conde de Mar, añadiendo que su mejor amiga,
Isabella de Mar, condesa de Carrick, se había casado con él. ¿Qué pensaría la
joven cuando conociera a Balliol en persona?
Los Bruce de Annandale intentaron un golpe de estado —en 1286— que fue
rápidamente reprimido y, finalmente, los nobles de Escocia se dirigieron a sus
vecinos ingleses en busca de consejo.
El rey Eduardo era, en aquel momento, un personaje justo y respetado; temido
en muchas ocasiones. Aquel hecho pasaría a conocerse como la «gran causa».
Eduardo aceptó la petición con la única condición de que los aspirantes deberían
reconocerlo como Señor de Escocia. Los principales candidatos eran Juan
Balliol, de ascendencia inglesa, y Señor de Galloway; y Robert Bruce, Señor de
Annandale. Tras largas deliberaciones, Eduardo I de Inglaterra falló a favor de
Balliol.
John Balliol accedió a reconocer a Eduardo como su superior, y ése fue el
error más grande en el cual el hombre había sucumbido pues, gracias a ello,
permitió a los ingleses involucrarse directamente en sus asuntos políticos. Sin
embargo, John no era un mal hombre a pesar de su carácter débil.
Kiar pensó en su hogar y su propia familia. ¿Cuántos hermanos eran? Por
supuesto que llevaba la cuenta, como señor de Fortress of Noun Untouchable
(fortaleza del nombre intocable) era consciente de todos y cada uno de los
habitantes que se alojaban en sus tierras. Por otra parte, era de todos sabido que
George Henry Cann, hijo no reconocido del poderoso George MacArthur, se
había convertido en la mano derecha de su medio hermano Kiar, por quien sentía
un profundo respeto, además del amor fraternal que se profesaban.
George era el único motivo por el que no echaría a Brigitte de sus tierras. La
joven, una malcriada y consentida, había nacido con la gran suerte de tener un
hermano bastardo del Laird. De modo que, aunque Kiar y Brigitte no fueran
parientes, ambos compartían a una de las personas más importantes de sus vidas.
Por qué Brigitte deseó llevar una vida de lujuria y entretenimiento tan sólo
George lo sabía. Kiar se había negado en redondo a que sus hombres disfrutaran
de la hermana de George, pero al final no había tenido más remedio que aceptar
los deseos de ella con el pertinente permiso de su hermano. El mismo Kiar había
retozado con Brigitte en alguna ocasión. Era una mujer bellísima, de ojos
exóticos y curvas provocativas. Dos minutos delante de ella y era imposible
apartar la vista de sus generosos pechos.
Que el difunto George no amara a sus hijos no significaba que Kiar debiera
darles la espalda, y hacía años que les había otorgado los mismos derechos que a
los demás herederos.
Margarita era la única hermana, y ella se había trasladado a Inverness junto a
su esposo: el señor de Ferguson; unas tierras que, por otro lado, no quedaban
muy lejos de Noun Untouchable. El resto cumplía con sus deberes, colaboraba
con los campesinos para provisionarse durante el invierno, y entrenaba con
paciencia, esperando el día en que debieran levantarse en armas.
Kiar estaba seguro de que Nerys sería recibida con agrado, y dada su forma
de ser, todos acabarían adorándola. Pero ¿qué pensaría ella cuando descubriera a
una familia tan numerosa y unida? No podía evitar desear ver su cara cuando se
los presentara, así como no podía impedir que el rostro angelical de su madre se
le apareciera en sueños. La recordaba como una mujer cariñosa y sumisa; nunca
se había atrevido a llevarle la contraria a su esposo, y siempre acataba las
órdenes a pies juntillas. George MacArthur no la había maltratado físicamente,
pero la indiferencia que había sentido hacia ella, terminó por llevarla a lanzarse
por el alto acantilado del mar del norte, justo donde se emplazaba el hogar de los
MacArthur.
Kiar alzó la cabeza súbitamente. Una rápida sombra había atravesado el
círculo de luz, apartándolo de sus pensamientos.
Tan sólo con una mano aferró el arco y apuntó. Emett también se había puesto
en pie, y subía con la gracia de un felino por el tronco que segundos antes lo
cobijaba.
Nerys se despertó como si un sexto sentido la avisara de algún peligro
inminente. De pronto notó cómo una fuerte mano cubría todo su rostro, sin
presionar demasiado.
—No digas nada —musitó Kiar sobre su oído.
Él no se alejó mucho. Sus ojos estudiaron las sombras y los recovecos que las
llamas formaban a lo lejos.
La flecha silbó, rompiendo el silencio de la noche, cruzando con velocidad el
viento para clavarse justo en el blanco. Un débil gemido y un golpe en el suelo
fue lo único que escucharon.
—¿Qué ocurre? —preguntó Nerys, estirando su mano hasta tocar el fuerte
brazo de Kiar. El temor se reflejaba en el susurro tembloroso, pues era imposible
ver algo que estuviera apartado de la luz.
—La comida de mañana —respondió él, después de unos segundos. Dejó el
arco sobre el suelo y observó la recortada sombra de Emett que emergía del claro
de luz. Poco después el rastreador se perdió en la noche.
—¿Cómo has podido verlo? —susurró ella. Se arrimó a su cuerpo,
descubriendo que tanta oscuridad era tan aterradora como desquiciante. Si no
fuera por que veía aquellas antorchas a lo lejos, posiblemente hubiera acabado
loca y muerta de miedo.
Kiar emitió una suave risa y la rodeó con fuerza, apretándola contra él.
—Es que yo puedo ver —le confesó. Hablaban bajo.
—¿Puedes ver? ¿El qué? Yo también puedo ver si miro a la luz, pero a ti no
puedo verte.
—Yo a ti sí —respondió él, estrechándola un poco más.
Kiar estaba deseando poder vislumbrar su rostro en aquel momento. ¿Se
habría creído ella que podía verla? La imaginó ruborizándose hasta que las
orejas se volvieran del mismo color de su cabello. Sin embargo, lo sorprendió su
respuesta:
—¿Qué estoy haciendo ahora? ¿Eh? ¿Me ves?
Kiar trató de no echarse a reír, y aguantó la respiración, divertido.
—Ahora me estás sacando la lengua —aventuró.
—¡Puedes ver de verdad! —exclamó ella.
Si Nerys hubiera visto cómo los ojos grises se abrían como platos por la
sorpresa se hubiera echado a reír.
En cambio, Kiar luchaba por no partirse de risa. ¿Sería verdad que esa mujer
le estaba sacando la lengua?
Buscó el delicado rostro y lo atrapó entre sus manos. La besó sobre la nariz,
sobre los ojos, y fue ella quien rompió a reír.
—¿Qué? —preguntó él, sin dejar de acariciarla con los labios.
—Que eres un mentiroso, Kiar —gimió cuando los dientes del hombre
apresaron su labio inferior con delicadeza, incitándola. Le rodeó el cuello con
sus brazos—. No puedes verme —terminó de decir. La boca del MacArthur se
apoderó de la suya en su totalidad y sus lenguas se enredaron frenéticas,
saboreando, tanteando, probando.
Desde el día del lago no habían podido tener ni un solo momento de
intimidad, y cuando se encontraban a solas siempre había alguien que los
interrumpía. Emett o Ian. De hecho, el agrio carácter que había tenido Kiar se
debía en gran mayoría a eso.
Era un suplicio verla a todas horas, y no poder poseerla ni hacerla ruborizar.
¡Ella era tan malditamente recatada frente a los demás! Y… le encantaba. Era
una demostración de afecto, una confianza para con él; como una confirmación
de que era tan sólo suya.
Sus cuerpos se apretaron con ansia, fundiéndose en un solo ser.
Las faldas de Nerys subieron hasta por encima de su cintura. La oscuridad
que los embargaba envalentonó a la muchacha. Con osadía se colocó sobre el
hombre, a horcajadas en sus caderas. Ahogó una exclamación al notar la carne
ardiente bajo ella, ya estaba preparada.
Kiar, pensando que ella se detendría, la sostuvo por la nuca y la atrajo hacia él
para besarla de nuevo. La otra mano viajó por una de las largas piernas de la
joven, y subió acariciando el muslo con sus dedos, hasta rozar los suaves rizos
que se posaban con delicadeza sobre su vientre. La sintió húmeda y exploró con
la yema de un dedo. Ella se tensó unas décimas de segundo y se inclinó hacia él,
deseando que volviera a besarla.
Kiar obedeció sin dejar de acariciar su interior, presionando delicadamente,
provocando que la joven se convulsionara sobre él cuando alcanzó el orgasmo.
Nerys, con el corazón desbocado y los ojos cerrados, dejó que Kiar la
levantara un poco para poder penetrarla con su miembro. Lo sintió resbalar
dentro de ella. Con timidez comenzó a moverse. Todavía tenía la agradable
sensación de lo que acababa de sentir, y esas emociones se incrementaron al
descubrir que si bajaba con un poco de fuerza, lograba llenarse de él.
Las manos de Kiar en sus caderas no sólo la ayudaban a elevarse, sino que la
excitaban cuando clavaba los dedos en ella.
Nerys se aferró a sus cabellos y con deleite saboreó los labios de Kiar con
sensualidad, mordiendo, marcando.
Las prisas, las ansias, las ganas de disfrutar el uno del otro, terminaron con las
reservas de ambos, que jadearon en silencio cuando creyeron tocar el cielo con
las manos. Dos corazones latieron unidos en la noche.

Nerys se despertó hambrienta. El olor a carne asada la hizo salir de debajo de


las mantas. Entrecerró los ojos ante la claridad del día y se cubrió más en la
prenda.
Observó en derredor. Emett se hallaba cerca de una hoguera, sobre una
piedra. La saludó con la cabeza, al tiempo que le mostraba un trozo de carne
entre sus manos.
Como hipnotizada, se levantó hacia él, enrollándose la ropa sobre su cuerpo.
Estaba amaneciendo y el sol aún no había salido; sin embargo, en ese lado del
bosque la arboleda era menos densa y la luz penetraba perfectamente.
Buscó a Kiar con la mirada y lo vio llegar desde el pequeño riachuelo. Se
había mojado los largos cabellos, y caían húmedos sobre su espalda. Se había
rasurado y sus ojos grises relucieron como la plata cuando se encontraron con
ella.
Kiar sonrió al advertir el sonrojo de la muchacha.
—Tomad, Nerys —La joven cogió la carne que Emett le entregaba, sin
importar que la grasa cubriera sus manos. Se dio cuenta de que tenía bastante
hambre y, excepto por algún guiso, no había hincado el diente a un buen trozo
de… ¿jabato?—. ¿Tú no quieres, Kiar? —le preguntó ella cuando lo vio
acercarse a los caballos para comenzar a prepararse.
—Ya lo hice, mujer. —Elevó los ojos al cielo—. Quiero llegar antes de que
anochezca. No creo que hoy paremos a comer.
—¿Falta mucho?
Kiar ladeó la cabeza y acabó por asentir.
—Sí, pero esta noche dormiremos en una cama. —Kiar se colocó las espadas
cruzadas sobre la espalda.
—Sí —intercaló Nerys, sin mirar a nadie—, cada cual en la suya.
Kiar se hizo el despistado, y la observó con el deseo reflejado en su mirada.
Emett miró hacia otro lado, ocultando una divertida mueca.
—Por supuesto —aseguró MacArthur, guiñándole un ojo.
Nerys dudó con su respuesta.
Volvió a enrojecer y le dio la espalda a Emett para que no pudiera verla.
Estaba segura de que ese hombre estaba disfrutando de lo lindo. ¡Menuda
carabina se habían buscado!
26

Cuando Kiar dijo que aún quedaba bastante recorrido, lo último que Nerys
había esperado es que realmente fuera tanto.
La ilusión de pensar que podía dormir en una cama la hizo imaginar que
pronto llegarían a ver a Juan de Escocia. Sin embargo, cuando aquella noche se
detuvieron en la pequeña aldea cercana al embarcadero, la joven se desilusionó.
Para acceder a Brodick debían llegar hasta la isla de Arran, y el barquero se
negaba a hacer el trayecto de noche.
La aldea apenas eran unas pocas casas cuyos lugareños se dedicaban, en su
mayoría, a la agricultura y la pesca.
Tuvieron suerte y el reverendo Miller les permitió ocupar un pedazo de la
ermita. Un sitio frío, con olor a cera, y decorado con varias figuras religiosas que
brillaban de limpias. Posiblemente el venerable hombre no tuviera mucho que
hacer, excepto mantener aquel lugar aseado.
El salitre del mar llegaba hasta la aldea en forma de pegajosa humedad. Algas
rojas y oscuras se acumulaban en los bordes del acantilado, como si una reciente
tormenta las hubiera empujado contra la costa, tiñendo las orillas con un extraño
color ensangrentado.
Cuando Nerys despertó al día siguiente se encontró sola entre las paredes
religiosas, donde unas pequeñas arcadas hacían compañía a varias hermosas
vidrieras.
Todo parecía estar en silencio cuando la muchacha asomó la cabeza por la
puerta en busca de alguien. En un pequeño patio, colindante a una extensa
arboleda, tuvo la oportunidad de observar la destreza de Kiar con su arco; la
velocidad con que colocaba las saetas, la fuerza con que tensaba la cuerda. Era
impresionante la manera en que los músculos de sus brazos se volvían duros y
tensos. Cómo el pecho parecía ampliarse al llevar el torso desnudo después de
haberse desprendido del broche.
El plaid tan sólo colgaba de las caderas del hombre, sujeto por el ancho
cinturón de cuero. El hermoso rostro de Kiar cuando fijaba su mirada de plata
sobre el objetivo, su semblante concentrado parecía etéreo, como salido de algún
cuento o fábula.
MacArthur tuvo a bien compartir la liebre que Emett se dispuso a cocinar
sobre una pequeña hoguera. El reverendo los acompañó con un odre de vino que,
si bien estaba bastante amargo, a nadie le hizo ascos.
—El matrimonio es un bien muy preciado —volvió a insistir el padre,
observando a MacArthur con disimulo—. No deberían viajar sin tomar los votos.
Si quisierais… Yo podría…
—No tenemos tiempo, de verdad —acortó Kiar por tercera vez. No quería
ofender al reverendo, ni que lo considerase un rudo maleducado, pero era cierto.
Aún tenían que llegar hasta Brodick. Deseaba hacer una corta parada en la
ciudad cobijada por el castillo, y que Nerys pudiera conseguir un vestido en
condiciones para ser presentada debidamente a Juan de Escocia.
La miró con una sonrisa. El rostro de la joven ya no presentaba cardenales, e
incluso las costras de la nariz habían desaparecido; eso sí, no sin antes dejar unas
pequeñas marcas más blanquecinas en su delicada piel de alabastro.
El cabello cobrizo rodeaba las hermosas facciones de forma rebelde, y los
ojos verdes brillaban más profundos y cautivadores que nunca.
Cuando la joven sonreía, tendía a echar la delicada mandíbula hacia adelante,
mostrando la hilera de pequeñas y perfectas piezas. Al hacer esto, lo único en lo
que Kiar podía pensar era en besarla hasta hincharle los labios con su ansia y sed
de ella.
Después de despedirse del padre tuvieron que hacer cola para subirse a la
barcaza que los llevaría hasta la isla.
Arran estaba ubicada frente a la costa suroeste de Escocia. Las cercanías de
Brodick, aparte de estar continuamente vigiladas, eran las que más personas y
visitantes acumulaban.
La esperanza de entablar una charla con el mismísimo Balliol, así como
visitar Machrie Moor: un círculo protegido por un muro de piedra, hacía que la
ciudad se convirtiera en un constante hervidero de gentes.
Machrie Moor escondía una de las piedras más antiguas, supuestamente
perteneciente a los antiguos druidas que la utilizaban para alguna clase de acto
ceremonial. Muchos ciudadanos llegaban hasta allí para entonar cánticos y rezos,
pidiendo por las cosechas, o incluso por el cese de actos bélicos.
En cuanto pusieron los pies en el suelo, tomaron los caballos y en
peregrinación los viajeros anduvieron hasta la ciudad.
Las vías principales se hallaban empedradas, y los puestos ambulantes
llenaban las calles. Guerreros vestidos con calzas y túnicas, que caían sobre los
muslos, recorrían vigilantes los alrededores, observando a los intrusos.
En la antigüedad esa zona había sido ocupada por los irlandeses, y luego por
los vikingos; a estos últimos lograron echarlos durante una batalla.
La isla era hermosa. Una delicia observar las verdes praderas de flores
silvestres donde las vacas pastaban plácidamente, los rododendros que florecían
en aquella época, las numerosas cascadas y los senderos por el bosque.
La propiedad se encontraba dominada por la majestuosa montaña de Goatfell.
Plantas de musgos, hepáticas y helechos, adornaban algunas de las fachadas de
gruesos muros grises. Las vistas impresionantes de la Bahía de Brodick a la
costa de Ayrshire lograban dejar sin aliento a cualquier espectador.
Nerys fue una de las personas que más maravillada observaba todo.
MacArthur había estado allí en otras aunque contadas ocasiones, por lo que no
parecía sorprenderlo nada de cuanto veía.
Kiar, quien en todo momento agarró la mano de la muchacha, dirigiéndola por
estrechas callejuelas, la llevó directamente a una posada.
La habitación, fabricada en madera, se hallaba limpia; y el olor a fresco
llenaba el lugar, mezclándose con la brisa que se deslizaba de las montañas
circundantes.
Una moza de carácter afable se ofreció a acompañar a Nerys mientras Kiar
hacía unas diligencias. Al menos, eso había dicho el hombre antes de prohibirle
a la joven que saliera sola por la ciudad, prometiéndole un largo paseo al
atardecer. Emett desapareció con las monturas una vez que llegaron a la isla.
Nerys se lavó en una pequeña tina de madera situada junto a una amplia
cocina. Y por fin pudo peinar sus cabellos en condiciones. La joven Giselle trató
de recortar varias puntas cobrizas que insistían en quedar levantadas hacia arriba.
Al menos Nerys pudo ofrecer una imagen limpia y diferente, pareciéndose más a
la muchacha intacta que había salido de Carrick, junto a la gran escolta, que a la
pobre andrajosa que había cubierto el camino hasta allí.
Su apariencia de dama era inconfundible a pesar de vestir una sencilla falda
de campesina y una blusa blanca remangada hasta los codos.
Las horas se hacían interminables a la espera de que Kiar llegara, y dado que
por su seguridad se había propuesto obedecer al hombre, sólo se atrevió a
recorrer el exterior de la posada, arrobada ante la magnificencia del lugar.
—¿Eres tú? —le preguntó una voz femenina, acercándose a ella.
Nerys se giró, envuelta en aquel sonido tan familiar que tanto había
escuchado desde que tuviera uso de razón.
—¡Annabella! —gritó, arrojándose a los brazos de su hermana mayor.
El tiempo se detuvo cuando ambas muchachas se abrazaron, rompiendo en
fuertes sollozos.
Varios viandantes se había detenido a observarlas; ambas se parecían mucho,
los mismo ojos, el mismo color de cabello.
Annabella seguía teniendo una larga y preciosa melena cobriza, que adornaba
con una blanca cofia. Sus ropas eran tan humildes como las de Nerys. Sus
rasgos, más maduros y algo más marcados.
Las jóvenes se tocaban nerviosas, se acariciaban el rostro y las manos, dando
constancia de que lo que les estaba pasando era completamente real.
—¡Oh, Dios! —Annabella estrechó a su hermana menor con fuerza y la dejó
llorar plácidamente entre sus delgados brazos—. Pensé que tú también habías
muerto. Nadie sabía nada.
—¿Y padre? ¿Y los demás? ¿Están todos bien?
El rostro de Annabella se trasformó en una mueca de dolor profundo cuando
negó con la cabeza.
—Todos cayeron. Algunos de nosotros fuimos retenidos durante un tiempo en
las mazmorras de Surrey. Yo logré escapar. —Abrió las manos, mostrando la isla
—. Pronto nos devolverán nuestras tierras. ¿Qué pasó contigo, Nerys? ¡Estoy tan
feliz de volver a encontrarte!
Nerys no pudo dejar de advertir la ira y la rabia que su hermana escondía.
Quizá la misma que ella tuviera hasta que conoció a MacArthur. Dolida,
comprendió que aquel enojo que ella sentía, poco a poco, se había ido
esfumando en compañía de Kiar.
Bajo la sombra de una gruesa encina, Nerys le relató sus vivencias de los
últimos años.
—¿Y tu prometido, Annabella? ¿También murió?
—Cayó junto a padre —asintió con pena. La joven tomó las manos de Nerys
con fuerza —¿Dices que vas a ver a Juan? No pronuncies nuestro apellido, ni
nombres al clan si quieres continuar con vida —la advirtió.
Nerys frunció el ceño, confundida.
—¿Por qué? Debiste haberle pedido protección. En este momento él es el
único que podría ayudar…
—Pero no quiero que me ayuden —afirmó Annabella con firmeza—. No
hasta que acabe con los culpables.
—Con Warenne —Nerys agitó la cabeza—. ¿Cómo piensas hacerlo?
—Llevo planeándolo mucho tiempo. Sólo tengo que conseguir hacer llegar
una carta a Isabelle, la esposa de Juan. Debo conseguir convertirme en la sombra
de esa mujer; ella me llevará hasta Surrey y hasta… —Se detuvo abruptamente,
con los ojos clavados en los de su hermana—. Acabaré con la vida de… Sir
Thomas de Luxe.
—¿El amigo de padre? ¿Por qué? —preguntó, estupefacta. Recordaba al
hombre de haber ido al hogar de MacBean y parecía un tipo agradable.
—Ahora no puedo hablarte de ello. —Annabella se levantó y acarició con sus
ojos verdes el rostro de su hermana pequeña—. No puedes decirle a nadie que
aún sigo con vida.
—¿Ni a Douglas tampoco?
—Ni siquiera a tu guardián —le contestó con una sonrisa preocupada.
—Pero Kiar debería saber…
—¡No! —Annabella soltó un largo suspiro—. Te aconsejo que no le digas
nada de lo que te he contado. Estoy llegando a mi meta y él sería un
impedimento. Nerys, voy a escribir una carta. ¿Podrás entregársela a Lady
Isabelle?
—¡No, por favor, Annabella! No quiero buscarme ningún lío con MacArthur.
Lo amo y pensará que estoy traicionándolo.
—¿Y tu familia, Nerys? ¿No deseas que sea vengada? No estoy pidiéndote
que me acompañes, pero necesito tu ayuda para llegar a cumplir mi cometido.
Nuestro cometido.
Nerys se mordió el labio inferior, asustada. ¿Y si Kiar se daba cuenta? ¿Podría
considerarse eso como alta traición a la corona?
Annabella era su hermana, sangre de su sangre. No podía hacerla a un lado
como si nada hubiera ocurrido.
Se pasó las manos por la frente. Estaba sudando del terror que la embargaba.
¿Sería capaz de utilizar la compañía de Kiar para entregar esa dichosa carta a
Isabelle de Warenne?
27

Kiar no había pensado demorarse mucho, tan sólo quería visitar a unas
amistades, conseguir prestadas algunas monedas, enterarse de los últimos
rumores sobre política…
Había estado deseando regresar a la posada desde el mismo momento en que
había salido, alejándose de Nerys.
Llevaban tanto tiempo compartiendo los días que unas cuantas horas lejos de
su compañía se volvían un suplicio. La intranquilidad de saber de ella, la duda de
que hubiera desobedecido, aventurándose sola a salir por la ciudad; el temor de
que la mano de Warenne llegara hasta allí cuando él no estuviera presente…
Empezaba a sentir un miedo constante que deseaba a apartar de su lado con
todas sus fuerzas.
Cargado con un par de paquetes en las manos subió los escalones de dos en
dos, medio corriendo. Se detuvo ante el dormitorio de Nerys y golpeó la puerta
con los nudillos.
Esperó con una sonrisa a que la joven le abriera, pero sus llamadas no
obtuvieron respuesta.
—La señora que venía con vos se halla en el patio trasero, tomando el aire.
Kiar miró a la moza con una sonrisa y un asentimiento de cabeza, le entregó
los paquetes que llevaba con la orden de que los dejara en el cuarto de Nerys. Él
descendió hasta el lugar donde la mujer le había indicado, y se detuvo
abruptamente cuando vio a Nerys sentada sobre un banco, bajo una frondosa
sombra, charlando con una muchacha de apenas su misma edad o poco más.
Kiar las miró fijamente; era innegable que ambas muchachas eran parientes.
Hasta creyó ver algunos gestos idénticos. Pero, según Nerys, el único familiar
con vida que tenía era Douglas, ¿no?
Frunció el ceño y se limitó a observarlas sin acercarse. Podía ver los rasgos de
Nerys a la perfección: el modo en que se mordía el labio inferior como si dudara
de algo que la otra le estuviese diciendo. Su rostro, falto de color; el modo en
que se pasaba la lengua sobre el labio, en actitud nerviosa, y algo que nunca le
había visto hacer: morderse las uñas.
Desde luego, lo que la joven de largos cabellos le estuviera diciendo no
parecía ser muy del agrado de Nerys, y él descubriría qué era y qué tramaban las
dos. No sabía muy bien por qué, o quizá había llegado a conocer a quien se
convertiría en su esposa demasiado bien, pero algo le decía que allí estaba
pasando algo.
Conociendo la naturaleza de la fierecilla de MacBean, debía andar con
cuidado.
Nerys se levantó y la otra joven la imitó. Se abrazaron y se alejaron, cada una
por un sitio diferente.
—Dame tiempo a que lo acabe. Te lo acerco a tu dormitorio en un rato —se
despidió la muchacha desconocida, con voz un poco más alta de lo normal, lo
suficiente como para que Kiar la escuchara con claridad.
—Ten cuidado, Annabella.
Kiar se apretó contra una pared en el momento en que Nerys pasaba a su lado,
cabizbaja. ¿Por qué estaba tan desolada? ¿Qué había podido decirle la otra para
que estuviera tan triste?
Chasqueó la lengua, siguiendo los pasos de Nerys con lentitud. Puede que
hubiera hablado sobre el asedio y las muertes de los MacBean, y por eso se
mostraba tan pensativa, como si tuviera que soportar un peso adicional sobre su
espalda.
Pues no le gustaba verla así. No cuando los ojos verdes se oscurecían,
perdiéndose en el pasado, cubriéndose de miedo.
El pasado era tan sólo eso: hechos que no podían arreglarse de ninguna
manera, y lo mejor era mirar hacia adelante con nuevos aires, nuevas ideas, con
una buena base para el futuro.
Dio tiempo a que la joven llegara a su dormitorio, y cuando él llamó de nuevo
a la puerta, una Nerys nerviosa lo recibió con una tímida sonrisa.
—Vine antes, pero habías salido fuera. —Kiar se acercó a ella y la besó con
ansia en la boca. Había estado deseando hacerlo durante toda la mañana.
Nerys le correspondió de igual manera, lo necesitaba. Tenía tantas dudas y
tantos temores que se sentía como un ratón a punto de ser cazado.
—¿Ocurre algo? —preguntó él, apenas separándose de sus labios. Le
encantaba tenerla entre sus brazos, sentir el calor de su delicada piel, pero tenerla
así sólo lograba excitarlo, marearlo como el buen whisky. El deseo de arrastrarla
hacia la cama, arrancarle sus ropas… Miró el colchón con fijeza. Nunca había
hecho el amor con Nerys en una cama.
Una sensación de desprecio anidó en su pecho. ¿Cómo había sido capaz de
tratar así a la joven? Ella era una dama, había sido criada para convertirse en
señora de… Y sin embargo, desde que la conoció aquella noche en Carrick, él se
había comportado como un cretino, llevándola de un sitio a otro. ¿Con qué
derecho?
—Te echaba de menos —le escuchó decir, con voz suave y sedosa. Nerys
había alzado su mano para enredar los dedos en sus cabellos.
El corazón de Kiar rebosó de emoción con aquellas palabras. Volvió a
apoderarse de su boca, esta vez de un modo más lento y suave, recorriendo con
su lengua cada recoveco oculto. Saboreando la aterciopelada lengua con un calor
creciente que fue naciendo desde su estómago hasta el mismo músculo que se
levantaba erguido entre sus piernas. Apretó sus caderas contra la muchacha, ella
debía saber en qué estado lo dejaba cada vez que le mostraba su afecto o sus
cuerpos se rozaban. ¿Sería siempre así? ¿Era Nerys consciente de cuánto le hacía
arder la sangre?
Con las manos en la cintura de la muchacha, la apartó de sí y la vio
ruborizarse bajo su atenta mirada.
—Te he traído algo —Kiar le señaló los paquetes que la moza, Giselle, había
dejado sobre una alta cajonera.
Sin desprenderse de aquel íntimo abrazo, Nerys observó lo que le mostraba.
Picada por la curiosidad, y con una sonrisa traviesa, se alejó de él para cotillear
las prendas cubiertas.
Kiar sintió cómo el frío lo envolvía de repente. La necesidad de Nerys era tal
que, tragando con dificultad, se excusó y salió a su propio dormitorio. No iba a
aprovecharse más de ella. No. Nerys se merecía ser tratada con respeto, ser
halagada. Aunque le fuera la vida en ello, se dedicaría a cortejarla y enamorarla.
La convertiría en su esposa cuando estuviese seguro de que ella lo amaba de la
misma manera que él.

Nerys miró la puerta, que acababa de cerrarse, y se quedó con los ojos
clavados en la gruesa madera. Incapaz de concentrarse en algo que no fueran las
palabras de su hermana, observó el largo vestido de manera superficial. El tejido
estaba confeccionado con una seda muy suave, en tonos ocres con hilos dorados.
Tenía la cabeza tan embotada que ni siquiera se preguntó cómo MacArthur
había conseguido aquello. Bien sabía que Kiar era un hombre rico, el Laird de
Untouchable, señor de MacArthur, pero hasta dónde ella sabía, el hombre no
tenía nada de oro o plata encima, y las últimas monedas las había cogido ella
cuando se alojaron en Lareston.
Recorrió la prenda con su mano, y entonces cayó en la cuenta de que Kiar
había salido del dormitorio.
Se acercó a la ventana y miró fijamente cómo el sol se escondía tras las
verdes montañas de Arran. Estaba feliz, Annabella, su hermana, estaba viva.
¡Viva! ¿Por qué entonces se encontraba con un runrún muy extraño en su
estómago? ¿Por qué se le erizaba todo el vello de su cuerpo con una mala
intuición?
Suspiró lacónicamente. No quería perder a su hermana, ni el amor de esta.
Recordaba cuándo jugaban juntas a hacerse peinados diferentes, cuándo
compartían secretos bajo las sábanas, cuándo se zambullían en el lago bajo la
atenta mirada de su madre, cuándo hacían rabiar a Edwin o discutían entre ellas,
y Nerys volvía locos a todos los MacBean con sus exagerados llantos.
¿Cuándo había dejado de ser una niña?
Sus ojos se llenaron de lágrimas. No podía ignorar a su hermana, no cuando
habían compartido tanto. En cambio, con Kiar... Suspiró, temblorosa, y las
lágrimas rodaron por sus mejillas; no podía renunciar a ninguno de los dos,
simplemente prefería morir que encontrarse en un futuro en aquella situación.
Se retiró las lágrimas de su rostro con fuerza. Si le comentaba algo a
MacArthur, él interrumpiría los planes de Annabella. Pero si no lo hacía…
¿Sería capaz su hermana de ponerla en peligro por querer vengarse de Sir
Thomas?
Sir Thomas. Aún no podía creer que el amigo de su padre, el vecino con el
que Edwin siempre contara para todo, fuera el responsable de lo sucedido. ¿Por
qué?
Debía pensar que Thomas había sobornado a Warenne para deshacerse de los
MacBean. ¿Por qué? ¿Era Surrey tan sólo un enviado?
Y mientras todas esas conjeturas daban vueltas en su cabeza, sintió los suaves
golpes de la puerta.
Se tensó. Sería Annabella con la dichosa carta. ¿Y si no la abriera? No quería
hacerlo, ni traicionar a Kiar; no deseaba que Juan de Escocia la acusara de algo
malo. Ella sólo quería vengarse de su familia, pero Kiar tenía razón: había
maneras y maneras.
Nerys apenas sacó la cabeza por la puerta, Annabella le entregó la misiva
doblada.
—No dejes que la vea nadie —le susurró antes de irse.
Kiar había vuelto a salir de la habitación al escuchar los pasos en el corredor,
justo a tiempo de ver cómo la pariente de Nerys le entregaba algo.
La incertidumbre se apoderó de él y esperó hasta que aquella muchacha cruzó
por delante de la puerta, entonces la arrastró hasta su propio dormitorio, cerrando
tras de sí. Se había prometido ayudar a Nerys, buscar las pruebas suficientes,
aunque realmente ahora ya no le hacían falta porque Warenne había tratado de
matarlo a través de ella. Pero aquello era un misterio que él debía desentrañar.
Era responsable de la vida de la mujer que amaba, y si alguien pretendía hacerle
daño debería pasar antes por encima de su cadáver.

El sol se había escondido perezosamente, dando paso a una hermosa y


brillante luna de luz plateada que bañaba la ciudad con mágicos colores.
El bullicio en la calle era constante y Nerys, lejos de disfrutar de aquel paseo,
aferrada al brazo de Kiar, se encontraba con que sus pensamientos se hallaban
encerrados en aquella carta que le quemaba en uno de los bolsillos de la hermosa
túnica que Kiar le había regalado.
Quiso prestar atención a las explicaciones que el joven hacía sobre la ciudad,
o cuando le señalaba las nuevas y grandes mejoras que Balliol había realizado.
Ella asentía, tratando de que no notara su indiferencia o falta de interés. Sin
embargo, los nervios que se agarraban a su estómago a medida que se acercaban
a los muros de Brodick, la habían hecho perder el color de su rostro. Kiar, a su
lado, se mostraba jovial y atento. A veces se detenía para saludar a alguien,
palmear el hombro de alguno de los guerreros de Juan, o moviendo formalmente
la cabeza hacia las damas que lo miraban con el deseo pintado en los ojos.
No se había dado cuenta Nerys de lo importante que era Kiar MacArthur
como guardián de Escocia para aquella gente: un vasallo de Balliol que había
jurado lealtad tanto al rey como a la corona. ¿Y si lo estaba poniendo en peligro
con su actitud? Jamás permitiría que él cargara con sus culpas en caso de ser
descubierta.
La intranquilidad se hizo latente cuando atravesaron el portón de la entrada.
El castillo era impresionante, al menos poseía cuatro plantas y los siervos se
afanaban de un lado a otro, concentrados en sus tareas.
La soltura con que Kiar se desenvolvía entre aquellas personas desconcertó a
Nerys. Estuvo a punto de caer con los primeros escalones de la gigantesca sala,
pero el fuerte brazo de Kiar que ahora le rodeaba la cintura posesivamente la
estabilizó.
—¿Nerviosa? —le preguntó él con una sonrisa ladeada.
Nerys asintió, con dificultad para hablar. Aterrada era la palabra exacta.
Aterrada, confundida, la sensación de no saber qué hacer o cómo actuar, de no
haber tenido tiempo de pensar qué se proponía Annabella, y qué ganaba ella
entregando aquella nota a Isabelle, la reina.
Su corazón, bombeando alocadamente, le impedía escuchar las numerosas
conversaciones que una gran cantidad de nobles llevaban a cabo en las
instalaciones. Buscó la mano de Kiar y se aferró a él con tanta fuerza que le
clavó las uñas.
El hombre no pareció notarlo y la guio hasta una silla señorial que, en aquel
momento, estaba ocupada por un hombre de espesa barba plateada.
Juan Balliol dedicó una sonrisa a MacArthur y se puso en pie cuando la pareja
llegó a su altura.
—Kiar MacArthur —dijo el hombre, tendiendo una mano amigablemente—.
Me alegro de volver a veros. ¿Cómo fueron los esponsales de Carrick? —se
interesó.
Juan, por supuesto, había sido invitado al gran evento. No porque Bruce y él
se cayeran bien, tan sólo por el juramento dado de las Highlands. Pero Juan, un
hombre racional y compresivo, sabía que Robert, a pesar del respeto que ambos
debían tenerse, no le hubiera agradado verle cerca de su hogar. Se había
excusado con importantes asuntos que atender.
—Todo fue bien, excelencia —lo saludó Kiar, atrayendo a Nerys junto a él—.
Me traen asuntos importantes que debo discutir con vos.
—Sí, lo imagino, MacArthur. Vos sois de los que no soléis visitar por placer a
vuestro Rey —paseó los ojos sobre la joven con una sonrisa amable—. ¿Debo
pensar que habéis tomado una esposa tan bella sin haberme enterado?
—Nerys MacBean —asintió Kiar—, mi prometida… de momento —se giró
hacia ella con un extraño brillo en sus ojos plateados—. Juan de Balliol, señor de
las Highlands.
Nerys se inclinó hacia delante, en forma de reverencia. Estaba sorprendida al
conocerlo. No se había imaginado a un hombre tan… campechano.
—Es un honor para mí estar en su presencia —dijo ella, bajando
humildemente la mirada.
—El placer es nuestro, Lady MacBean. —Juan la observó fijamente y pasó su
mirada a Kiar—. Lady MacBean —repitió—. ¿Acaso sois del clan que fue
asediado hace unos años? —Volvió a mirarla—. Conocí a vuestro padre, un
hombre ejemplar. Todo Brodick lamentó lo sucedido. Gracias a Dios, los
culpables pagaron por sus delitos.
«No todos» —quiso contestarle ella, pero contuvo su lengua a tiempo.
—A mi esposa le agradará conoceros. En unos minutos se reunirá con
nosotros. MacArthur, pasemos a mi estudio. Os prometo que esta preciosa
beldad MacBean estará tan protegida como por vos mismo. —Llamó a una joven
sierva y le habló al oído, luego se volvió a Nerys de nuevo—: La doncella os
mostrará vuestras habitaciones y os acompañará hasta el comedor. ¿Os parece
bien, MacArthur? —le preguntó a su hombre.
Kiar asintió. Dio un último apretón a la mano de Nerys, trasmitiéndole
seguridad y confianza, y la dejó marchar junto a la sierva.
28

Nerys siguió en silencio a la doncella. Conocer al rey la sorprendió


gratamente, en ningún momento lo había imaginado tan cercano e incluso
familiar. Con eso no quería decir que lo apreciara o admirara, pero Juan le había
caído bien.
Subieron hasta la segunda planta, recorrieron un largo y ancho pasillo sumido
en las sombras que provocaban las antorchas prendidas en las frías paredes, y
penetraron en una de las estancias.
Observó la habitación soltando un suspiro de satisfacción. Llevaba tantos días
viajando y moviéndose de un lado a otro, que ahora se daba cuenta de todo el
descanso que necesitaba.
Lastimosamente, no podía ser en ese momento.
—Regreso ahora mismo. ¿Un poco de agua? —le ofreció la sirvienta con una
sonrisa amable.
—Sí, gracias.
Nerys vio salir a la joven, y caminó con paso decidido hacia la chimenea. Las
lenguas de fuego danzaban con todo su fulgor en el hogar de piedra, soltando
chispas que caían en forma de ceniza, haciendo crepitar la madera.
En las gruesas paredes, los candelabros inundaban la habitación con una
cálida luz que oscilaba suavemente.
La cama, en el centro de la sala, era un lecho gigante de cuatro postes, con
pesados tapices dorados y colcha de brillante seda.
Nerys clavó los ojos en el fuego de la chimenea y fue relajando poco a poco
los nervios, que seguían aferrándose a ella con fuerza. Su mente se hallaba
sumida en una guerra personal: por un lado Kiar, por otro Annabella. ¿Por quién
se decantaba?
Jadeó nerviosa y miró hacia la puerta. La sierva no tardaría en regresar. Ella
tenía que tomar una decisión. ¿Qué hacer?
Con rapidez buscó la carta entre sus ropas.
La puerta se abrió y ella se giró, ocultando la misiva tras la falda. Se le escapó
una exclamación de alivio al reconocer a su hermana caminando hacia ella.
Había estado a punto de deshacerse de su nota, quemándola en el fuego.
—¡Annabella! ¿Qué haces aquí? —Su corazón continuaba latiendo,
acelerado.
—No te preocupes, Nerys, no pasa nada. Dame la carta. —dijo la otra con
prisas.
—¿Qué piensas hacer? —Se la tendió con manos temblorosas.
Annabella parecía muy segura de sí misma cuando arrojó la nota al fuego. Por
unos segundos el papel brilló en ascuas antes de ser tragado por las envolventes
llamas.
—No entiendo nada, Annabella —imploró Nerys al borde la histeria, incluso
soltó una risilla cuando el papel se redujo a cenizas.
—Hablé con tu hombre. —Los ojos duros de Annabella se clavaron con fijeza
en los suyos—. Parece buena persona. ¿Lo es?
—Lo es —asintió Nerys. Puede que no estuviera segura de muchas cosas,
pero sobre Kiar no tenía duda ninguna—. Daría mi vida por él, y estoy segura de
que él haría lo mismo por mí. —«Aunque sólo fuera por honor», pensó con un
poco de amargura—. ¿Dices que hablaste con él? ¿Cuándo? —preguntó Nerys,
perdiendo el color de repente. ¿Sabría Kiar de sus intenciones?
—En la posada. Yo al principio pensé que era alguien que quería
aprovecharse, ya sabes. —Se encogió de hombros—. No es que vengan a la
posada muchos de ellos, pero siempre tiene que haber el típico…
—Vamos, Annabella. ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo? ¡Hija, te lías a hablar y luego
no sé de qué estamos conversando!
Annabella observó a su hermana pequeña con adoración y la abrazó
efusivamente.
—Te pareces tanto a madre… —Se apartó para estudiar a Nerys, y como si de
repente hubiera recordado de qué estaban hablando continuó—: Creí que
¿MacArthur? era uno de esos aprovechados, pero en cuanto me metió en su
dormitorio…
—¿Qué? —Los ojos de Nerys brillaron, furiosos, hasta que Annabella se echó
a reír.
—Me dejó muy claro que no quería nada conmigo. —Nerys respiró más
serena y se sentó sobre un largo arcón de madera cubierto por cojines.
—¿Le dijiste quién eres?
—Él pareció intuirlo, además me dio un poco de miedo. ¿No te da miedo que
sea tan grande?
—Padre también lo era —Nerys se encogió de hombros—, sigue. ¿Qué pasó
después?
Annabella se situó frente a ella, observándola con una sonrisa. No podía
sentirse más feliz desde que descubriera que su hermana vivía.
—MacArthur ha hecho un pacto conmigo.
—¡No me digas! —contestó Nerys, haciéndose la entusiasmada—. ¡Te ha
dicho que cuando tengas pruebas actúes! ¿Verdad? —En el fondo, no le gustó
que Kiar y su hermana mayor hubieran estado hablando a sus espaldas.
Annabella la miró, frunciendo el ceño, y soltando un suspiro se sentó al lado
de Nerys. No entendió el leve tono cínico que envolvió sus palabras.
—No. A ver, ¿por dónde empiezo? —Hizo una pausa, sospesando lo que iba a
decir, decidiendo la manera más fácil para que Nerys pudiera entenderla—. Su
alteza, Isabelle, va a viajar en breve a las tierras de Surrey y los acompañará el
conde de Norfolk. ¿Sabías que Roger y la esposa de Warenne son amantes?
—¿Roger? —Nerys negó con la cabeza—. ¿Quién es? ¿El conde de Norfolk?
—Sí. Pues voy a hacerme pasar por su sierva mientras esté en Surrey, y voy a
sacarle toda la información que pueda. Voy a buscarle esas pruebas a tu hombre.
—¡Ahí! ¡Bien! Bravo por ti, hermana, vas a meterte en la boca del lobo y
encima Kiar va a ayudarte a cometer esa locura. —Nerys se puso en pie y paseó
con disgusto sobre una gruesa alfombra que lucía frente a la chimenea—. Él no
es tan irresponsable como para permitirte algo así. —Negó con la cabeza—.
Además, ¿cómo vas a hacer para ser la sirvienta? ¿No te ha dicho Kiar que ya no
necesita esas pruebas? Han intentado matarlo…
Annabella la interrumpió:
—MacArthur hablará con Roger. ¿No ves que ese hombre odia a Surrey? Es
una buena forma de desquitarse, ¿no crees?
—¿Y si Thomas de Luxe visita la casa? Te reconocerá enseguida.
—Me esconderé.
—¡Es una locura! —Nerys miró a Annabella y pudo leer la determinación en
la curva de su mentón—. Voy hablar con Kiar. No voy a dejar que…
—Tu hombre no tenía elección, Nerys. Lo puse entre la espada y la pared. —
De repente Annabella se sintió incomoda—. Le dije que te convencería para que
rehusaras casarte con él. Que te vendrías conmigo sin dudarlo.
—¿Y él te creyó? —Nerys se sorprendió.
—Puede que no quisiera arriesgarse. —Annabella hizo una pausa—. De todos
modos, tampoco me voy de rositas. He aceptado que tu hombre me mande
refuerzos, un tal Jaimie se hará pasar por mi esposo y, a su vez, se encargará de
los caballos del conde de Norfolk.
—¡Jaimie! —Nerys frunció los labios con una divertida mueca.
—¿Qué pasa? ¿Es viejo?
—¡Es tan grande como Kiar! —Soltó una carcajada cuando Annabella
bizqueó con horror. Su prometido apenas había sido unas pulgadas más alto que
ella; además, a Annabella siempre le había gustado llevar las riendas de la
situación en todo, y con el gigante no pareciera que eso fuera a ser posible—.
Pero no hacen falta esas pruebas.
—MacArthur no puede tomarse la justicia con libertad. Warenne tendrá un
juicio ecuánime. Y el tal Jaimie y yo lo vamos a llevar ante el magistrado.
—¿Sabe Kiar que Warenne no es más que una marioneta? ¿Matarás a Sir
Thomas?
Annabella asintió con firmeza:
—Ese hombre pagará por la muerte de padre, de mi prometido, de nuestros
hombres, familias, primos… —agitó la cabeza—. Lo juré en su día… Tu hombre
no sabe nada de Thomas —agitó la melena—. Ni siquiera se lo he comentado.
—Yo también lo juré, Annabella. Desde que ocurrió aquello, no podía dejar
de pensar en otra cosa que no fuera la venganza —Nerys se pasó los labios por la
lengua—. ¿Y qué haces aquí? ¿Cómo has llegado?
—¿No lo sabes? —La muchacha sonrió, divertida—. Soy vuestra sierva.
Trabajo para MacArthur hasta que me marche con Roger y su excelencia,
Isabelle.
—¿Para Kiar? ¿El mismo que sabe que iba a entregar una carta a su alteza, ni
más ni menos? —preguntó ella. ¿Con qué cara iba a mirarlo ahora?
Los chispeantes ojos de Annabella brillaron.
—Traté de que no se enfadara mucho contigo.
—¿Y lo conseguiste? ¿O es mejor que salga corriendo en cuanto lo vea?
—No tendrías a dónde ir, mujer —respondió Kiar con tono amenazante y
duro semblante.
Nerys se giró sorprendida por su interrupción. Ninguna de las dos lo había
oído llegar. ¿Cuánto tiempo llevaba allí?
—Kiar —comenzó Nerys, mirando de reojo a su hermana por si ésta quería
tenderla una mano. Annabella había bajado sumisamente la mirada para no
enfrentar al hombre—. Estaba dudando si contártelo o…
—No importa, Nerys. —El hombre caminó hacia ellas con paso lento—. Es
mejor que no digas nada.
—¡Pero yo quiero decírtelo!
—¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes? —Kiar levantó la voz, sorprendiéndola
—. Has tenido mucho tiempo mientras llegábamos hasta aquí. ¿Por qué ahora?
—Repitió con enfado—. ¿Porque te he descubierto?
—No —negó ella, tragando saliva—. Sí —admitió con un hilo de voz. Los
ojos de Kiar le hacían daño al ver la desconfianza que ella misma había creado, y
su mirada acusadora era más de lo que podía soportar—. Por favor, Kiar.
Comprendo que estés enfadado conmigo…
—Sí, lo comprendes —repitió él—. Annabella, por favor, ¿podrías
marcharte?
—Sí, sí, claro —respondió la muchacha, deseando abandonar la habitación—.
Nerys, ¿me marcho?
Durante unos minutos el silencio se hizo tan tenso que parecía tocarse.
Kiar se giró hacia Annabella y Nerys se interpuso entre ambos.
—Vete, hermana. Ya hablaremos más tarde. —Se volvió hacia Kiar cuando
Annabella salió de la recámara.
Nerys miraba con atención al hombre, esperaba que él dijera algo más, sin
embargo Kiar se detuvo ante el fuego y se quedó absortó observando las llamas.
—Perdóname, Kiar —rogó Nerys con voz temblorosa. Se había comportado
como una estúpida—. No sabía qué hacer ni cómo actuar. Ella es mi hermana y
la amo. Me sentí en la obligación de ayudarla. —Caminó hacia Kiar, buscando
sus ojos distantes. Sabía que la estaba escuchando aunque no quisiera mirarla—.
Tenía miedo de hacerte daño. Debes creerme.
Kiar intentaba resolver el gran conflicto que pugnaba en su interior. No quería
ver a la joven así, ni hacerla sentir culpable. Pero él no era ningún tonto al que
pudieran engañar con facilidad. Mucho menos el peligro que Nerys, en su afán
por ayudar o proteger a su hermana, podía haber causado. No sólo para ella, sino
para él mismo por ser el responsable de llevarla ante el rey.
—¿Por qué debo hacerlo? ¿Por qué debo creerte? —preguntó, clavando por
fin sus acerados ojos grises en ella. Su rostro era frío, impasible, peligroso.
Nunca lo había visto así. Su enorme cuerpo se hallaba tenso; su apostura, regia,
severa. Hermoso. Viril.
El tiempo pareció detenerse en aquel momento.
—Porque te amo —respondió Nerys con rapidez. ¿Él la creería o pensaría que
no era más que una treta para salir airosa de la situación?
Kiar no se movió. Tan sólo apretó los puños contra sus caderas. Aquél fue el
único gesto que escapó a su control.
—¿Puedo creerte, Nerys? ¿Puedo confiar en ti? —su voz le hizo daño. Sus
ojos la atravesaron sin clemencia, culpabilizándola de algo que no había llegado
hacer. El brillo plateado se hundía en su pecho como una fría espada del mejor
acero.
Ella trató de no llorar. La desconfianza era latente y se maldijo. Las preguntas
de Kiar no eran injustificadas.
Las traicioneras lágrimas se acumularon es sus cuencas, y los ojos esmeralda
brillaron acuosos bajo el fruncido ceño de Kiar.
—Te amo, Kiar MacArthur —repitió a un paso del llanto—. Te juro que
nunca más… volveré a esconderte nada —ahogó un sollozo, mordiéndose los
nudillos de una mano.
Kiar estiró su brazo, aferró los cortos cabellos caoba, y con fuerza la atrajo
hacia él. No la dejó volver a decir nada, tan sólo la besó, saboreando su aliento,
bebiéndose las saladas lágrimas que bañaban sus mejillas.
La besó con ansia, extasiado en su belleza. Había dicho que lo amaba. ¿Era
cierto?
—Repítelo, Nerys —le susurró. Estaban boca contra boca. Ella atinó a abrir
los ojos y mirarlo como si hubiera perdido el hilo de la conversación. ¡Qué fácil
era olvidarse de todo estando entre los brazos del ser amado!—. Vuélvelo a
decir, mi amor —sus labios se posaron en el lóbulo de su oreja—. Dime que me
amas tanto como yo te amo a ti.
La voz sensual y provocativa de Kiar se escuchó, sedosa y aterciopelada,
junto a su oído.
Nerys dejó de respirar y le rodeó el cuello con ambos brazos. Quiso leer en la
clara mirada del hombre, indagar en su mente, rebuscar en su corazón. ¡La
amaba! Kiar MacArthur, señor de Noun Untouchable la amaba. Quiso reír de
puro deleite.
—Te amo —repitió Kiar, afirmándolo nuevamente, al tiempo que volvía a
apoderarse de su boca.
Era tan dulce el aliento de Kiar, tan suave el cosquilleo de sus labios, tan
cálido el calor de sus manos cuando comenzaron a desabotonar el vestido, que
Nerys se dejó llevar.
Ninguno de los dos fue consciente de que Annabella regresaba con nuevos
bríos, dispuesta a amenazar a MacArthur si hacía daño a Nerys. La joven se
quedó parada, de súbito, y se escabulló como alma que lleva el diablo cuando
vio a la pareja devorándose las bocas con ansia. Al menos ya no discutían por su
culpa.
Nerys fue depositada en el centro de la enorme cama. Sentía los labios de
Kiar sobre sus parpados cerrados, sobre la nariz, el mentón... Gimió cuando Kiar
se hundió en su cuello, lamiendo la piel donde el pulso latía a galope tendido.
29

Nerys no quiso que Kiar abandonara sus labios, y medio se incorporó tras él
sin permitir que dejara de besarla. Sus brazos rodeaban el cuello masculino y sus
manos jugaron con los cabellos castaños. Él, presuroso por soltarse el broche del
plaid, tiró con tanta fuerza que su puño por poco la golpeó en el mentón. En
aquel momento supo que debía tranquilizarse. Ella era pequeña en comparación
con él, y no quería hacerle daño. Nerys era lo mejor que le había pasado en la
vida. Nunca había pensado que cuando se enamorara pudiera ser así. No sólo la
hermosura de la muchacha lo había atrapado desde el primer instante. El brillo
de los ojos verdes y grandes, con la tierna expresión de la inocencia; los labios
de fresa, ahora ligeramente hinchados por sus besos; el largo cuello, la delgada
línea del mentón que lo volvía loco de deseo. Su cuerpo, sus piernas, toda ella le
pertenecía.
Nerys no era cualquier otra. No se parecía a nadie que él hubiera conocido.
Encantadora, modosa, valiente y terca como una mula. Una dama bien criada y
preparada para llevar su señorío. Nunca hubiera podido elegir a nadie mejor que
ella, imposible porque Nerys era única y auténtica.
Sus manos necesitaban acariciarla, masajearla, hacerle sentir que la amaba
con cada caricia, con cada contacto, con cada roce.
Nerys se sentó sobre los talones cuando el hombre se deshizo de su boca con
una leve excusa. Lo miró con una sonrisa tentadora mientras Kiar terminaba de
quitarse la camisa. Un calor abrasivo subió a sus mejillas al admirar el perfecto
cuerpo. El ancho pecho, brillando dorado bajo los candelabros, los fuertes
músculos de sus brazos, la estrecha cintura y el vientre liso. Piernas atléticas,
fuertes y largas, donde el reflejo de las llamas del hogar acariciaba su piel. Y
aquella parte de su anatomía que parecía saludarla con orgullo.
Kiar se detuvo ante ella, dejándose observar. Le encantaba cuando Nerys
hacía eso, porque podía leer en sus ojos las distintas emociones: admiración,
sorpresa. O aquel rubor que teñía sus mejillas como en aquel momento.
Volvió a dejarse caer sobre las delicadas formas, con cuidado, y atrapó su
boca en un largo y húmedo beso. Las sensaciones estaban a flor de piel, y la
pasión caldeaba la habitación. Levantó la cabeza y miró la cama con una sonrisa
traviesa.
—¿Qué ocurre? —ronroneó ella, rozándole el rostro con sus dedos.
—Es la primera vez que retozamos en una cama, mujer.
Los ojos verdes de Nerys brillaron traviesos.
—Que yo sepa, aún no, mi señor. Al menos… de momento. —Lo atrajo de
nuevo hacia ella. Casi no podía hablar, los labios de Kiar la extasiaban, le
interrumpía tanto las palabras como el pensamiento. Las manos masculinas la
hacían vibrar. Tan pronto las sentía en sus piernas, como de repente se hallaban
en su cintura, o agasajando los pequeños senos de piel marfileña.
—Eres muy hermosa —le susurró, mordisqueándole el lóbulo de la oreja.
Nerys tembló y su piel se erizó bajo las caricias, las ansias crecieron como si
el fuego lento en que se cocinaban acabara de entrar en ebullición.
Perdiendo la vergüenza, cubierta por el cuerpo del gigante, le rogó, le suplicó
que la poseyera. Necesitaba sentirlo dentro, quería que la llenara con su calor,
que la llevara a navegar entre las asombrosas sensaciones que su cuerpo, sus
manos, su boca, la hacían sentir.
Kiar obedeció. La joven estaba preparada para recibirlo y levantó sus caderas,
ofreciéndole más cavidad, notándolo resbalar dentro de ella.
Ambos danzaron con la música que les marcó el corazón, primero despacio, y
después desesperados; eufóricos por alcanzar el clímax de la pasión. Gimieron
temblorosos cuando descendieron al mundo de los vivos. Aún sin poder
despegarse el uno del otro, se quedaron abrazados, sintiendo el galopar de sus
corazones con las respiraciones jadeantes.
Unos minutos más tarde Kiar soltó un fuerte suspiro y rodó sobre la cama,
hasta quedar de pie en el suelo. Observó a la muchacha, que se estiró
lánguidamente y le sonrió.
—¿Por qué te vas tan pronto? —le preguntó, estirando los brazos hacia él
como si pretendiera alcanzarlo.
Kiar la miró, perdido en su blanca desnudez, arrobado por la belleza de
esbeltos miembros que descansaba sobre el colchón sin ningún pudor,
exceptuando el tono rosa de sus mejillas. Abrumado por la ternura y el cariño
que le provocaba.
—Esta noche te prometo que tendremos más tiempo para esto —se inclinó y
hundió su lengua en el ombligo de la joven. Ella gimió, alterada, y agarró la
cabeza de Kiar entre sus manos.
—¿Por qué no ahora, otra vez? —jadeó entre suspiros.
—Porque nos esperan para la cena.
—¿La cena? —Nerys se incorporó con la ayuda de la mano tendida de Kiar
—. Se me había olvidado por completo.
Kiar sonrió satisfecho, y volvió a besarla en los labios largamente antes de
centrarse en buscar sus ropas.
—No hay mucha prisa tampoco —dijo él—, con la noticia que Juan ha
recibido, no creo que le queden muchas ganas de llevarse algo a la boca.
Nerys se enfundó el vestido y le mostró la espalda para que la ayudara con los
diminutos botones.
—Es normal, pobre hombre. No es agradable saber que sus vasallos se niegan
a enviar los ejércitos a Eduardo.
Kiar levantó sus ojos plateados hacia ella con asombro.
—¿Cómo has dicho?
Nerys enrojeció de repente. Quizá había metido la pata y sus conjeturas no
tenían nada que ver con la misión de Kiar.
—Pensé que era eso lo que venías a decirle a Juan.
—Pero ¿tú cómo lo sabes? —Su rostro seguía anonadado.
—El día que se casaron Bella y Carrick. Me lo comentó Warenne. Estaba
furioso.
—No me extraña —musitó Kiar—, creo que ese hombre tiene la boca muy
grande.
—Hablando de bocas grandes, ¿qué es eso de que Annabella va a alojarse en
su casa? No conoces a mi hermana, es un poco impulsiva.
—Como tú. —Kiar suspiró y terminó de colocarse el broche—. Sois dos locas
taradas que no pensáis en las consecuencias. —Se volvió hacia la joven, ahora
con el rostro más serio—. Es muy peligroso lo que te proponía, Nerys.
Comprendo que quisieras ayudar a tu hermana, pero, de ahora en adelante, por
favor te lo pido, si tienes dudas, problemas o cualquier cosa, dímelo. —La cogió
de un brazo y la acercó a él hasta que ella levantó la vista hacia sus ojos grises
—. ¿Lo harás, Nerys?
Ella volvió a rodearlo con los brazos y se aplastó con fuerza contra su pecho.
—Te lo prometo, Kiar —le susurró con las mejillas encarnadas. Se sentía
como si aquella advertencia fuera para regañarla, aunque bien sabía que no era
así—. Pero ¿qué va a pasar con Annabella? Además, ¿has pensado que Warenne
conoce a Jaimie?
—Sí. —Kiar la apartó y se sentó sobre el colchón para colocarse las suelas—.
Como mozo de cuadra, no tiene por qué toparse con Surrey. Pero si lo hace,
cogerá a tu hermana y saldrá de allí.
—¿Confías en él? —le preguntó, interesada. Después de todo, Jaimie iba a
pasar largo tiempo con Annabella—. Mi hermana tiene un carácter más bien…
fuerte.
—Ya lo sé —admitió Kiar, terminando de ponerse el cinturón—, trató de
clavarme un puñal cuando pretendía hablar con ella.
—¿Pretendías? Annabella me dijo que la arrastraste hasta la habitación.
Kiar se rascó detrás de la oreja, pensativo.
—Ah, sí, eso también. —Se levantó y caminó hasta ella, que había
comenzado a pasarse un cepillo sobre sus cabellos—. Jaimie es un buen hombre.
Puede que un poco bruto. Sabrá apañárselas con tu hermana. ¿Estás lista?
—Creo que sí —contestó ella, enredando un dedo en su corta melena—.
¿Cómo me ves?
Kiar la estudió de arriba abajo y se encogió de hombros.
—Como siempre, venga, vamos. —Le tomó la mano.
—¡Mira que eres bruto! —le contestó ella, contrariada.
Kiar arqueó las cejas, interrogante:
—¿Por qué lo dices?
—Podrías decirme si estoy bonita, o guapa. —Él la estrechó de nuevo entre
sus brazos y la besó, silenciándola. Luego apartó el rostro y la miró fijamente.
—Pero tú ya sabes que estás preciosa, ¿no?
Ella enrojeció y le dio el último beso antes de terminar de estirarse las largas
faldas.
—Me gusta que me lo digas —admitió—. Por cierto, ¿cómo ha reaccionado
Juan?
—No tiene más remedio que estar de acuerdo.
—¿Está a favor? —preguntó, extrañada—. Pero Eduardo tomará represalias
contra él en primera instancia.
—Tarde o temprano se habría roto el pacto. Juan no es tonto y sabe que cada
día que pasa este sajón está más encima de nosotros. Por algún lado debía
romperse el saco.
—Pero eso puede provocar una guerra ¿no? —Lo miró, asustada—. ¿Tú
deberás ir?
—No pienso hablar de eso ahora, mujer. Si esta lista ya… —Se giró para
esperarla en la puerta. De nuevo, había sacado su carácter rudo.
Soltando un suspiro, Nerys lo siguió.

La cena se celebró en los grandes comedores de Brodick.


En la enorme sala cuadrada, cubierta de escudos y estandartes, tres largas
mesas colocadas en forma de U se hallaban repletas de ricos y jugosos manjares.
La mayoría de los presentes vestía calzas y cotas: las típicas vestiduras sajonas.
Incluso Kiar llevaba una larga capa sobre el plaid, símbolo de señor y guardián.
Juan revoloteó por allí durante unos minutos, pero desapareció pronto sin
ánimo de entablar conversación ninguna.
Isabelle resultó ser una mujer encantadora, que en nada se parecía a su
desalmado hermano. Era grácil y bella, además de amable. Si a Nerys la había
sorprendido Juan, Isabelle la dejó estupefacta. Hablaron largamente de viejas
costumbres y nuevas tendencias. Isabelle parecía saber y entender de todo, por
eso cuando le nombró a Annabella con un ligero guiño de ojos, Nerys estuvo a
un tris de desmayarse.
—¡Por supuesto sé quién es vuestra hermana y lo que busca! Y no debéis
preocuparos por ella porque estará conmigo o con Roger de Norfolk —bajó la
voz cuando algunos siervos se acercaron a servirles vino—. Lo que no puedo
explicarme es por qué vos y MacArthur no os habéis casado todavía. No está
bien que viajéis juntos de un lado para otro.
—Siempre hemos estado acompañados —respondió Nerys con las mejillas
encendidas. Su afirmación no era del todo mentira, pues Emett aún seguía por
allí en la ciudad, acompañándolos, aunque fuera de lejos. Isabelle había sonreído
pero no había vuelto a insistir.
—¿Y cuándo regresáis a vuestro hogar?
—No lo sé —contestó Nerys—, supongo que pronto.
—Espero que volváis a visitarnos en otra ocasión. La próxima vez que venga
Lord MacArthur. —Isabelle se retiró con una disculpa, deseando reunirse con
Juan.
Nerys también se acercó a Kiar. Éste conversaba con varios hombres, y
aunque la vio continuó escuchando la interesante charla de un hombre obeso que
cada vez que reía, agitaba su cuerpo y derramaba el vino de su copa.
Un poco aburrida, recorrió con la vista las dependencias hasta descubrir a
Annabella junto a los siervos. Se disculpó con MacArthur y los demás invitados,
que en ese momento estaban por ahí, y abandonó el lugar seguida de su hermana.
Tenían muchas cosas de qué hablar y conversar antes de volver a separarse
nuevamente.
Durante los siguientes días, Nerys y Kiar siguieron siendo los invitados de
Juan de Escocia, aunque no vieron al hombre muy de seguido; siempre estaba
ocupado con asuntos de estado u otras preocupaciones.
A ojos vista, Nerys compartía dormitorio con su supuesta sierva. Sin
embargo, en las noches Kiar echaba a la muchacha fuera de la recámara,
enviándola a la suya; de ese modo la cama de Nerys fue testigo de las múltiples
posiciones que un hombre y una mujer pueden llegar a adoptar al hacer el amor.
El cuarto día se presentó el reverendo Miller por orden de Isabelle, y Nerys se
casó con Kiar en el altar del castillo.
Situada entre Juan y MacArthur, se sintió realmente pequeña. Escuchó al
sacerdote con una emoción especial. Podía sentir tras ella a Annabella, a su
excelencia y a varias damas de la corte, así como a otras personas que se
alojaban en el castillo y que, curiosas, se habían acercado a presenciar el
acontecimiento.
Fue una ceremonia más bien íntima, pero que tuvo su celebración en el gran
salón real de palacio.
—¿Feliz, Lady MacArthur? —preguntó Kiar, entrelazando los dedos con los
de ella al girar en el salón, siguiendo el paso de los demás asistentes.
La música sonaba con fuerza y las gaitas se dejaban oír por todo Brodick,
retumbando en los gruesos muros de piedra.
Nerys hizo la reverencia que el baile exigía y dio una vuelta alrededor de él.
Volvió a inclinarse de nuevo y esperó a que esta vez fuera él quien la imitara.
—Estoy muy feliz, mi señor, aunque tenéis razón y debemos celebrarlo con tu
familia también. Estoy deseando conocerlos. De verdad que todo esto ha sido
idea de Isabelle y de mi hermana. No veían bien… ya sabéis.
—Lo sé. —A Kiar no pareció molestarle cuando el mismo Juan le sugirió que
terminaran de hacer el viaje bendecidos ante los ojos de Dios. Nerys era suya.
Un hombre alto y de figura desgarbada se acercó a ellos para felicitarlos. Se
abrazó efusivamente a Kiar.
—¡Dios! Vengo pensando que has muerto y te encuentro aquí, celebrando tus
esponsales. De lo único que se habla es de tu muerte —insistió el hombre.
—Eso intentaron —explicó Kiar—. Godoy, déjame que te presente a la
belleza que ha cautivado mi corazón. Nerys MacArthur, mi esposa.
El hombre le sonrió con amabilidad y la besó en los nudillos con delicadeza.
—Es un placer, mi señora. Mi nombre es Godoy MacArthur, lo que nos
convierte en cuñados.
Nerys se sorprendió y trató de sonreírle con serenidad. Godoy era más joven
que Kiar, pero no se parecían en nada. Uno de cabellos oscuros y ojos grises, y el
otro de pelo castaño e iris azul zafiro.
Godoy era muy guapo, altivo y de porte orgulloso.
—El placer es mío —saludó Nerys, repentinamente nerviosa.
—¿Y qué haces tú aquí? —Kiar pasó un brazo sobre los hombros de su
hermano, y el otro sobre los de Nerys al tiempo que los dirigía a ambos hacia un
lugar más apartado.
—¡Venía a vengar tu muerte! Quería el permiso de Juan antes de cortarle la
garganta a Warenne.
—Parece que todos sentimos un amor especial por ese hombre —rio Nerys,
estudiando a Godoy. Decididamente, le caía muy bien, sobre todo cuando veía el
cariño que ambos hermanos se profesaban.
30

El guerrero que paseaba nervioso de un lado a otro del patio rezumaba fuerza
y peligro por los cuatro costados. Con cada paso que daba, una nube de polvo se
levantaba del suelo, difuminándose antes de volver a caer.
No podía entender la actitud de su amigo, y si lo había mandado llamar,
obligándolo a acercarse a Brodick, sería porque debía de ser algo bastante
importante.
Según Cameron y Niall Ferguson le informaron, Kiar había planeado su
propia muerte para tener libre acceso a la fortificación de Balliol y cumplir su
cometido. Pero si hizo lo que correspondía, ¿por qué McArthur continuaba en
Brodick?
Jaimie volvió a levantar los ojos hacia las ventanas de la planta superior.
Habían ido a buscar a Kiar y no debía de tardar mucho.
Los últimos rayos de sol fueron decayendo, y la noche comenzó a cernirse
poco a poco sobre la isla de Arran.
—¡Brodick! —murmuró de mal genio. El lugar le inspiraba un mal presagio.
Kiar sabía la antipatía que sentía por Juan. No deseaba verlo ni en pintura, sin
embargo, las órdenes de Kiar habían sido precisas: presentarse en Brodick.
Volvió a gruñir de nuevo.
Varios soldados lo observaban con interés, apostados contra el grueso muro
gris, pero fingió no verlos. Tan sólo se limitó a pasear con firmeza sobre la arena
y mirar a aquella parte de la casa donde imaginaba que Kiar, o alguno de los
grandes, se alojaba.
Su humor era pésimo y se había terminado de agriar cuando le informaron de
que esa noche podría pasarla en palacio. ¡No lo haría! Desde luego, esa noche se
iría a la ciudad, bebería celebrando que Kiar había cumplido su misión y, tal vez
encontrara a alguna mozuela dispuesta a pasar una noche de risas y sexo.
Jaimie era un hombre muy apuesto, y junto con su carácter afable, las féminas
lo adoraban y acudían a él como moscas a la miel. Era grande, fuerte y de piel
bronceada. Su cabello color oro viejo lo llevaba atado con una cinta, y sus ojos
azules tenían dos tonalidades diferentes; dependiendo de la luz del día, podían
parecer turquesas, casi blancos como las perlas; en cambio, cuando oscurecía, se
tornaban de un profundo azul de brillo acerado.
Poco a poco, los alrededores de palacio fueron iluminándose en una profusión
de lámparas y antorchas que llegaban hasta la mismísima ciudad. La luna
brillaba sobre el mar como un espejo en la oscuridad y una débil música flotó en
el ambiente, mezclada con risas y voces lejanas.
—¡Jaimie!
Se volvió al escuchar su nombre, y sonrió a Godoy en cuanto se acercó a él.
Se estrecharon las manos con tanta fuerza que el ruido de carne contra carne
sobresaltó a varios de los guardias.
—¡Por fin estas aquí! —lo saludó uno de los numerosos hermanos del señor
McArthur. Éste en especial, Godoy, era el tercero en el rango hereditario. En más
de una ocasión habían luchado juntos, codo con codo; también se habían
emborrachado varias veces, y desde luego sus escándalos en Noun Untouchable
habían sido bastante sonados—. ¡Gracias a Dios! Mi hermano está que se sube
por las paredes, esperando tu llegada.
—No me extraña. Lo que no sé es cómo ha aguantado tanto tiempo bajo las
alas de… este rey nuestro. —No podía decirlo de otra manera. Sabía que sus
palabras sonaban despectivas a oídos de Godoy, pero aquélla era su manera de
expresarse, de pensar. No quería estar allí. No quería ver a Balliol y de no ser por
Kiar McArthur, él jamás le hubiera jurado vasallaje.
No opinaba lo mismo sobre las dulces sajonas, bueno… Ni de las normandas,
ni de ninguna que tuviera que ver con las de las mismas Highlands. Todas le
servían a su conveniencia, que al fin y al cabo se limitaba a un par de noches
seguidas pasándolo en grande. Las escocesas eran diferentes: brutas por
naturaleza, cabezonas como ellos mismos, y tan deseosas de tomar el mando que
daba miedo.
Siempre había sido partidario de Robert Bruce, el único al que habría
reconocido como rey.
—Vayamos dentro, amigo —le instó Godoy con una sonrisa.
Jaimie hizo una mueca de asco cuando observó las puertas dobles por donde
Godoy había salido. No era la entrada principal, pero su grandeza se asemejaba.
Se dejó arrastrar y cruzaron unas amplias cocinas repletas de sirvientes y
cocineros, afanados por servir a los huéspedes.
En una plataforma de acero habían colocado varias fuentes rebosantes de
alimentos. Venado, cerdo, patatas, pasteles, budines. El vapor que ascendía de
numerosas ollas se concentraba cerca de los techos en una espesa niebla, y los
ricos olores de los asados llenaban la estancia junto con el aroma de canela y
vainilla; ajo, especias y cebolla.
Las tripas de Jaimie rugieron alarmadas y, sin pensarlo, atrapó un muslo de
pavo que portaba un criado. Fue comiendo por el camino mientras Godoy le
contaba que Kiar se había casado y que sus heridas se habían recuperado con
normalidad y prontitud.
—Si ya ha hecho todo lo que venía a hacer, ¿para qué me llama? —preguntó,
extrañado, queriendo sonsacarle algo. Se detuvieron antes de alcanzar la sala
contigua a la cocina.
—Será mejor que sea él quien te ponga al corriente, Jaimie —le respondió
Godoy. Soltó una carcajada cuando el otro lanzó el hueso contra una esquina.
Fue mala suerte que la doncella que marchaba apresurada con un balde de
agua, tropezara con el alargado pedazo de esqueleto y cayera con las posaderas
en el suelo, derramando líquido por los cuatro costados.
La joven masculló con ímpetu, maldiciendo entre dientes.
Jaimie dio un pequeño brinco al darse cuenta de lo ocurrido, y corrió hacia la
doncella, levantándola del suelo con un solo movimiento. Se sintió culpable por
haber tirado allí esos restos y tuvo la necesidad de decírselo a la muchacha.
—Lo lamento. ¿Estáis bien? —se disculpó, preocupado; iba a continuar con
sus injustificadas excusas cuando el brillo de unos ojos verdes lo taladraron sin
contemplaciones.
Jaimie hubiera jurado que conocía a la moza de algún lado, pero no podía
recordarlo. La estudió con interés mientras ella levantaba el balde, ahora vacío, y
lo fulminaba con la mirada.
La muchacha había dejado de farfullar después de haberlo mirado.
Jaimie percibió la repentina ráfaga de terror que cruzó por la verde mirada de
ella, pero igual que llegó se esfumó.
Creyó que la hermosa sierva le diría algo, pero sólo se limitó a proferir
amenazas entre dientes.
—Lo siento —volvió a excusarse Jaimie. Godoy lo cogió de un brazo y lo
sacó de la cocina—. ¿Cuándo regresa tu hermano a Noun Untouchable? —
preguntó, retomando el tema que le interesaba.
—Mañana mismo. Sólo estaba esperando por ti.
—¿Y su esposa, la MacBean, cómo está? Dicen que la maltrataron antes de
herir a Kiar. —Miró hacia atrás. La sierva ya no estaba, y él se olvidó del
incidente.
—Sí, eso dicen —contestó Godoy—. Mi cuñada es una mujer preciosa y
fuerte, y muy divertida. ¿Podrás creer que Kiar apenas le ha contado nada sobre
el clan?
—Tu hermano no es hombre que hable mucho… ¿Cuándo te marchas?
—Dentro de poco. —Se acercó a Jaimie con una sonrisa traviesa—. Tampoco
me gusta mucho este sitio.
Llegaron hasta el corredor de la segunda planta. Jaimie olvidó por completo
el percance de la cocina, y deseó fervientemente que su corta estancia en la
fortificación pasara desapercibida.
Kiar estaba esperándolos con impaciencia en su recámara.

Nerys se hallaba sentada en una fuerte y elegante silla de madera maciza con
base de cuero oscuro. De refilón, creyó ver a Annabella corriendo presurosa
hacia algún lugar de la casa.
Estaba en una sala contigua al gran salón, unas gigantes vitrinas repletas de
libros adornaban el sitio.
—Si me disculpáis. —Nerys se puso en pie e inclinó la cabeza hacia Roger,
conde de Norfolk, después hacia Isabelle—. Voy a buscar a mi esposo.
Isabelle y varias damas de la corte trataban de que se sintiera a gusto entre
ellas, e incluso la habían ayudado a confeccionar un par de vestidos con las
últimas tendencias y con los tejidos más suaves y finos que hubiera visto nunca o
hubiera llegado a pensar que existía.
Los nuevos tintes que las damas habían creado eran fascinantes, y todos esos
datos los llevaba apuntados en su mente con el único deseo de poder contárselo a
Bella. Esperaba que su amiga se encontrara bien en las tierras de McArthur,
ahora también las suyas, aunque también era probable que Robert de Bruce ya
hubiera pasado por allí para recoger a su esposa.
Roger, un hombre amable, de sonrisa agradable, se incorporó a su vez,
despidiéndola.
Nerys se tomó del ruedo del vestido y caminó por donde Annabella acababa
de desaparecer. Por el rostro de su hermana, la adivinó furiosa y la conocía
demasiado bien como para no percibir que había ocurrido algo.
La encontró cerca de la alacena, donde una sirvienta le tendía una falda.
—¡Annabella! Te he visto cruzar el salón, ¿ha pasado algo? —Miró las ropas
mojadas que se estaba quitando—. Debes fingir que eres una sierva —miró a la
que verdaderamente lo era y le sonrió con dulzura antes de volver la vista hacia
su hermana—, pero no tienes por qué hacer su trabajo.
—Lo sé —gruñó—, ¡menos mal que dentro de poco marcharemos a las tierras
de Surrey! —Annabella despidió a la criada con un movimiento de mano—. ¡Por
Dios! ¡Mira cómo me he puesto!
—¿Qué ha ocurrido?
—Un imbécil que ha pasado por la cocina. Ha debido ver gracioso tirar los
desperdicios en medio del suelo. Iba cargada con agua y se desparramó por todos
los sitios.
—¿Y no te has comido al pobre hombre? —bromeó, abrochando la falda de
su hermana al tiempo que ocultaba una sonrisa.
—¡Ja! Al pobre hombre —repitió, enojada, recordando brevemente los ojos
azules del sujeto—. Me he quedado con las ganas. Es uno de esos guerreros, tan
fuerte como tu esposo. ¡Un absoluto maleducado!
—¿No se disculpó? —frunció el ceño.
Annabella se encogió de hombros con indiferencia y estiró su falda limpia.
—No lo sé. Ni le presté atención —respondió, altiva—. ¿Quieres que haga
que te preparen un baño, Nerys?
—¿Por qué no dejas de protegerme y cuidarme en todo momento, Annabella?
Voy a estar bien, y sabes que Kiar no me quita la vista de encima durante la
mayor parte del tiempo. Estoy empezando a agobiarme de estar aquí. Espero que
Jaimie no se demore mucho más en llegar y podamos marcharnos.
—Ahora que lo dices, encuentro algo nervioso a tu hombre. ¿Ha ocurrido
algo entre vosotros?
Nerys la observó en silencio unos segundos, luego la tomó del brazo y la
llevó a una esquina del cuarto.
El lugar se hallaba iluminado por dos candelabros que daban más risa que luz.
Desde luego, en Brodick la iluminación no destacaba por ser de las mejores. Los
corredores casi siempre estaban a oscuras, y el mismo Balliol cargaba una mecha
cuando se iba de un lado del castillo al otro.
—Kiar está confundido —le confesó en un susurro—. Siempre ha sido amigo
de Carrick, y siente que su fidelidad hacia él puede estar decayendo. No es que
haya dejado de apreciarle, ni mucho menos, pero me refiero al asunto político.
No sé si me entiendes.
—Claro que sí, Nerys, lo comprendo perfectamente. El puesto que cubre tu
esposo es muy importante, y es difícil tomar partido por la amistad de Bruce o
por la lealtad que siente hacia nuestro rey.
Annabella no había podido explicarlo mejor. Los últimos días, Kiar se había
sentido un tanto apagado, nervioso por la llegada de Jaimie, y deseoso de
escapar de allí y regresar con su gente.
La llegada de Godoy sólo había servido para perder la paciencia que le
restaba.
En Noun Untouchable había corrido la noticia de que el señor McArthur
había muerto, elevando una polvareda demasiado alarmante. Los hermanos de
Kiar incluso se habían preparado para levantarse en armas y asediar las tierras de
Surrey. Suerte que los enviados llegaron a tiempo de informarles sobre la farsa.
Pero la propiedad ya estaba alterada de tal manera que se reclamaba la presencia
del Laird con urgencia.
—He intentado convencer a Kiar de que no te deje marchar —le dijo a
Annabella—. Puedes venir conmigo mientras mi esposo se encarga de ellos.
Podrías comenzar una nueva vida a mi lado y…
—Nerys, no.
—Hermana, yo también quisiera ir y no tener que dejarte sola. Ahora que te
he encontrado no quiero volver a perderte —no pudo evitar que su voz temblara,
emocionada—. Annabella, no tienes por qué hacerlo —le suplicó con
insistencia.
—Sí tengo que hacerlo —afirmó rotundamente—. Nerys, Nerys —le acarició
las mejillas con ternura—. Yo… iba a casarme —tragó con dificultad y luchó
contra las lágrimas, haciendo acopio de fuerza—. Yo tenía un futuro, un sueño
que compartía con Evans. Íbamos a tener varios hijos a los que veríamos crecer.
Una boda por todo lo alto. Una casa elegante, la más envidiada del condado. —
Agitó la cabeza, perdida en los recuerdos. Aún podía ver a sus pies las cabezas
ensangrentadas de su padre y de su prometido. Se habían reído a mandíbula
batiente mientras su joven cuerpo era ultrajado y violado por los indeseables
hombres de Thomas de Luxe. Su vida llena de ilusiones y sueños infantiles
murió esa misma noche, junto con su familia—. Déjame que lo haga, Nerys, y
no me lo reproches, por favor.
Nerys se abrazó a ella con fuerza. De haber visto todas las imágenes y
palabras que Annabella trataba de ocultarle, el afán de venganza la hubiera
cegado.
—Cuando llegue el día —musitó Nerys contra la oreja de su hermana—, Kiar
y yo estaremos allí.
Annabella se apartó para mirarla entre lágrimas. Sonrió, divertida.
—Tu esposo no te llevará con él.
—Lo hará —prometió Nerys, convencida—. Lo hará.
31

Kiar observó a su hombre, tratando de adivinar exactamente lo que pasaba


por su mente.
Se encontraban en una sala pequeña, mal iluminada, y con olor a humedad.
Varios retratos colgaban de las paredes con poses solemnes. Sobre la mesa lucían
dos pesados candelabros de plata.
—¿Y bien?
Jaimie soltó un suspiro exagerado y se dejó caer hacia atrás en la silla.
—De acuerdo.
—¿Lo has entendido todo?
—Vamos a ver, tengo que ir en una comitiva a las tierras de Surrey. Me haré
pasar por el palafrenero de Roger —se encogió de hombros—. Ese hombre no
me cae tan mal —agregó, pensativo—. ¿Y cuándo esté allí? Surrey me conoce
más que de sobra…
—Lo sé.
—Se dará cuenta de que vamos tras él.
—Así es.
—Ah. ¡Pues perfecto! —Jaimie sonrió—. ¿Puedo acabar con él?
Distraídamente, Kiar se acarició una de las trenzas que caían sobre un lado de
su cabeza y clavó los ojos grises en su amigo.
—La clave de todo esto, Jaimie, es saber quién está detrás de Surrey. Cuando
acabaron con los McBean —ya le había contado todo lo relacionado con el clan
de su esposa—, descubrimos que Surrey estaba involucrado, pero no es el
cabecilla, por eso no pudimos tomar las represalias necesarias. Sí, acabamos con
algunos de los hombres que mataron a toda esa gente, pero nadie supo con
exactitud quién había ordenado el asalto. Las incursiones han ido aumentando, y
todas en zonas próximas a Inglaterra.
—¿Como si estuvieran despejando el camino? —inquirió.
Kiar asintió, apretando los labios con fuerza.
—Tengo el presentimiento de que, con la muerte de Warenne, no
conseguiremos nada. Por eso necesito a uno de mis mejores…
—No empecemos, Kiar, que me conozco el cuento. ¿Qué hago? Le saco el
nombre como sea, ¿no?
—Así es. —Kiar se puso en pie—. No me preguntes cómo, pero debes lograr
averiguar quién es y llevarlo hasta las tierras de Surrey. Una vez allí… Preparas
la emboscada.
Jaimie volvió a enderezarse en la silla y sus ojos azules bailotearon,
disfrutando de la imaginación.
—¿Estás hablando de asedio?
—A una señal tuya, Jaimie, entraremos —le juró con aspereza—. No hablo de
asedio, hablo de incursión; hablo de que destrozaremos las tierras de Warenne y
si, después de todo esto sigue vivo, tendrá que salir de Escocia con el rabo entre
las piernas —mientras hablaba el tono de su voz implicaba una amenaza real.
—¡Vale! Me gusta la idea —le contestó Jaimie con una enorme sonrisa,
saboreando la victoria con anticipación.
—Tendrás… una especie… de ayuda —llegaba la parte difícil—. Una mujer,
deseosa de tomarse la revancha con Surrey, te acompañará. Ella será una de las
doncellas personales de su alteza Isabelle y… tu esposa.
—¿Mi esposa? —soltó una carcajada divertida—. ¡Que tú te hayas casado no
significa que los demás queramos hacerlo! No, gracias.
—Sólo fingirá ser tu esposa.
—Creo que es una tontería lo de esa mujer —Jaimie se encogió de hombros
—, pero si tú lo deseas así, yo no tengo ningún problema. ¿Cuándo partimos?
—Mañana mismo.
—¡Ah, no! —Jaimie se puso en pie, decepcionado—. Un par de días más, por
lo menos.
—¿Por qué?
—Necesito… ir a la ciudad, enamorar a alguna furcia… Ya sabes, esas cosas
que nos gustan a los hombres solteros —volvió a reír, divertido ante la mueca de
Kiar—; además, aún no te he contado lo que me quema la lengua. ¿Godoy no te
dijo nada?
Kiar se pasó la mano por la cabeza, con pereza caminó hacia una alta cómoda
con puertas y sacó un botellón de whisky.
—¿Qué es? —le preguntó sobre el hombro, sirviendo el licor en ambos vasos.
Jaimie estaba a punto de decírselo pero se quedó con la palabra en la boca.
Desde luego, no era nada divertido lo que tenía que comentar, e imaginando la
reacción de Kiar prefirió callar. Quizá las cosas se habían exagerado, y cuando
McArthur regresara a casa, los rumores o lo que diablos fuera eso, ya habría
cesado. George haría algo.
—Déjalo —Jaimie agitó la cabeza y aceptó la bebida que le entregaba—.
Olvídalo.
—No voy a dejar que siga quemando tu lengua —respondió Kiar, chocando
su vaso con el de él.
Si Jaimie sabía algo que Godoy no había querido ni comentarle, significaba
que no era ninguna minucia para tomársela a broma.
—De acuerdo. Tú lo has querido. —Jaimie tomó aliento con fuerza—.
Cuando llegó la noticia de tu muerte, todos te lloramos. ¡Se armó un revuelo que
ni te imaginas! Pero, por otro lado, te salió un heredero nuevo.
Kiar lo miró con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido.
—¿A qué te refieres?
—Brigitte ha ido contando a todo el mundo que está embarazada de ti y que
lleva en su vientre al nuevo señor de Noun Untouchable.
—¿Cómo? —Los ojos grises de Kiar se dilataron y Jaimie se encogió de
hombros.
—Como podrás imaginar, George ha puesto el grito en el cielo. No decidirá
nada hasta que no regreses. Así están las cosas por allí. ¡Menos mal que estás
con vida!
—¡Maldita sea! —Kiar golpeó la mesa con el vaso, y parte del líquido se
vertió sobre la madera—. ¡La muy zorra! Nerys tenía razón.
Jaimie arqueó las cejas.
—¿Tu esposa lo sabía?
—Más o menos. Por lo visto, la misma Brigitte se lo dijo en Carrick.
—¿Y no la has castigado aún?
—No he vuelto a verla —siseó Kiar, pensando en todas las maneras en que le
gustaría acabar con la arpía de Briggitte—. Y George ¿qué ha dicho?
—Nada. Está descolocado. Espera tu regreso.
—¿Ves cómo no tienes tiempo, Jaimie? Vas a tener que estar en abstinencia…
Jaimie se bebió el vaso de un solo golpe y miró a Kiar.
—Mañana a primera hora estaré aquí.
—¿Dónde vas?
—Ya te he dicho: Necesito a una mujer antes de enfrentarme a la muerte.
¿Quieres venir?
Kiar sonrió, satisfecho, y negó con la cabeza. En sus ojos plateados aún
quedaban resquicios de la ira que acababa de sentir.
—Lo que tú buscas fuera, yo lo tengo aquí. —Escuchó los suaves golpes de la
puerta, y Jaimie que estaba a medio camino, fue quien abrió.
—¡Jaimie! Me dijo Godoy que acababais de llegar —lo saludó Nerys,
entrando por la puerta con su acostumbrado porte altivo—. Estábamos deseando
que llegarais, ¿verdad? —Miró a su esposo con ojos risueños, y éste asintió con
una sonrisa nerviosa. Aún pensaba en Brigitte y el tema del niño.
—Señora —Jaimie abrió los ojos como platos al observarla—. ¿Y vuestro
cabello? —Desvió los ojos hacia McArthur y regresaron a ella con amabilidad
—. Estáis… hermosa.
La joven se pasó la mano por la cabeza, revolviendo la melena.
—Nunca he llevado el pelo corto y quería saber cómo me quedaba —
bromeaba. Tarde o temprano, todo el clan sabría al detalle lo ocurrido sobre el
secuestro y el rescate de su laird.
Kiar la rodeó por la espalda y la apretó contra su pecho cariñosamente.
—Se ponga lo que se ponga, siempre estará preciosa.
Nerys le dedicó una sonrisa tan cálida y especial, por encima del hombro, que
Jaimie tuvo que disculparse abruptamente. Necesitaba llegar a la ciudad, beber
hasta perder el sentido y encontrar a una mujer dispuesta a pasar el rato más
agradable de su vida. O al revés, primero la mujer y después el alcohol. Ya lo
pensaría por el camino.

Nerys se giró hacia su esposo y le rodeó la cintura con los brazos.


—Creí que estarías contento de que Jaimie ya hubiera llegado. ¿Qué te ha
dicho?
—Nada. Hará el trabajo.
—¿Y de mi hermana? Cuidará de ella, ¿verdad?
Nerys lo miró, con la barbilla apoyada en su pecho, y sus ojos verdes tratando
de leer en él.
Kiar apartó a Brigitte de su mente y se apoderó de los labios femeninos que lo
esperaban como agua de mayo.
—Cuidará de tu hermana —susurró contra sus labios—. ¿Dónde has estado
toda la tarde, mujer? Te he echado de menos.
Nerys subió las manos hasta su cabeza y le acarició una mejilla con una
mano, y con la otra jugó con los cabellos de la nuca.
—He aprendido que cuando estás encerrado en algún sitio, tu humor se
vuelve desagradable —se encogió de hombros—, prefiero evitarte.
Kiar la miró, bizqueando.
—¿Y lo dices así?
Ella soltó una carcajada burbujeante, cristalina, sincera. Asintió, divertida,
con los ojos verdes llenos de risa.
—Anda, bésame y no te enfades —le dijo entre arrumacos y burlas.
Nerys se puso de puntillas para alcanzar mejor aquella boca cálida que la
llevaba por igual al cielo que al infierno.

—Su excelencia quiere que sepáis que saldréis mañana temprano hacia las
tierras de su pariente.
Annabella dedicó una gran sonrisa a la dama que la informaba. ¡Por fin
saldrían de allí! Eso sólo quería decir que el hombre de Kiar había llegado.
¡Bien!
Estaba contenta porque el momento que tanto esperaba se iba acercando, pero
la compañía de uno de esos guerreros lograba retraerla un poco.
Nunca le habían gustado los hombres grandes. Todos tenían aspecto de ser
rudos y se aprovechaban de sus descomunales cuerpos para imponerse sobre los
demás. Edwin, su padre, fue el ejemplo más cercano que tuvo. A una voz de él,
todos los McBean, incluidos los niños, se ponían más tiesos que un palo. Con su
sola presencia lograba amedrentar al más valiente y hacer que los demás, a su
lado, parecieran insignificantes, pequeños.
Annabella debía de estar acostumbrada a ver aquellos cuerpos, pero nunca la
habían atraído. Mucho menos, después de que ocurriera la masacre en su hogar.
Los hombres de Sir Thomas eran guerreros fuertes, tanto como los McArthur.
Edwin no sintió mucha simpatía por Evans, el que fuera su prometido. Con el
tiempo lograron llevarse bien y apreciarse, pero Edwin, como padre que amaba a
sus hijos, no confiaba mucho en que Evans, con su cuerpo desgarbado y sólo
unos centímetros de altura más que Annabella, pudiera llegar a defenderla.
Ahora todo eso ya no importaba porque ni Evans, ni Edwin, ni sus parientes
existían.
¡Bien! Saldrían al día siguiente.
Reprimió un poco la alegría para compartirla con la pena de tener que
separarse de su hermana, una vez que bajaran de la barcaza. Pero Nerys le había
prometido que en el día señalado estaría allí, junto a ella.
Por un lado lo estaba deseando, por otro casi ansiaba que McArthur encerrara
a Nerys en una torre hasta que todo hubiera pasado. Pero ¿quién era ella, aparte
de su hermana mayor, para intentar obligarla a que se olvidara de todo?
Esa noche preparó las pocas pertenencias que se llevaría. Estaba tan nerviosa
que se veía incapaz de conciliar el sueño. Teniendo un viaje tan largo por
delante, decidió darse un baño; quizá así también le entraran las ganas de dormir.
En vez de mandar llenar una tina o preparársela ella misma, decidió coger una
suave manta y pasear hasta la pequeña cala de Brodick. A esa hora era imposible
que hubiera nadie por allí, y de paso se despejaría un poco, se permitiría
pensar… Y se despediría de la isla de Arran, donde había pasado los últimos tres
años trabajando en una de las posadas de la ciudad.
La luna brillaba con intensidad, reflejándose en las oscuras y tranquilas aguas
saladas. Una pequeña brisa acarició sus cabellos cuando se deshizo la trenza.
Escuchó el suave siseo de las olas al romper en la orilla, sus crestas brillaban
bajo la gran esfera, semejándolas a brillantes engarzados.
Los dedos desnudos de sus pies jugaron con la fina arena de plata.

La figura femenina de largos cabellos oscuros era ajena a su presencia. Jaimie


la observó como en un sueño.
Desde allí, no podía ver más que la silueta de una mujer joven. El viento
jugaba con sus cabellos, que caían por debajo de sus caderas.
Ahogó una exclamación y dejó de respirar cuando el vestido femenino cayó
sobre las partículas de plata, y sus generosos pechos se delinearon ante su atenta
mirada.
Incapaz de moverse, como un simple fisgón, vigiló los movimientos de la
muchacha. La vio internarse en las frías aguas, saltar con gracia las pequeñas
olas que rompían en la orilla, sumergir su vientre liso en las profundidades
oscuras.
Un ramalazo de deseo atravesó su cuerpo como una flecha. Apartó el odre de
vino, tirándolo sobre unas rocas. Se incorporó desde el suelo, y como si fuera el
canto de una sirena, se acercó despacio a la orilla. Se detuvo abruptamente al
divisar dos personas más que se acercaban hasta allí.
Jaimie maldijo haber dejado su hacha en la posada. Dio varios pasos hacia
atrás, ocultándose en las sombras.
De las dos figuras que habían aparecido, la forma de una mujer y un hombre
vestido con plaid, caminaban despacio sobre unos pequeños montículos.
El hombre tomó asiento sobre una pequeña duna, a una distancia prudente de
donde la joven sirena estaba bañándose. La mujer que lo acompañaba se inclinó
sobre la cabeza del varón; Jaimie no podía ver muy bien si estaban hablando o se
besaban. La mujer giró, caminó hacia la orilla y también dejó caer su vestido
sobre la playa. Se unió a la primera muchacha y amabas jugaron a salpicarse
entre carcajadas. Jaimie decidió que debía ir a buscar a la furcia cuanto antes.
No sólo porque las siluetas de aquellos cuerpos femeninos fueran perfectas,
sino porque La señora de Noun Untouchable era la que se acababa de reunir con
la sirena.
Sin hacer ruido, y tratando de pasar desapercibido, Jaimie medio se arrastró
hasta escapar de la vista de su laird.
32

La barcaza se vio obligada a dar varios viajes desde la isla de Arran hasta la
costa sudoeste. El conde de Norfolk llevaba cerca de cincuenta hombres, e
Isabelle alrededor de setenta y cinco. Un notable ejército que no pasaría
desapercibido.
El día había amanecido con un cielo azul, brillante y despejado. El sol
comenzaba a lucir, acariciando los campos con sus largos brazos de oro, e
iluminando las frías aguas del mar que se mecían en calma.
—¿Dónde está mi supuesta esposa? —preguntó Jaimie, entrecerrando los ojos
al hablar. Sentía como si la cabeza se le hubiera partido en dos porque había
abusado del alcohol la noche pasada. Pensó en la hermosa Molly, una de las
chicas de la posada con la que había estado retozando hasta hacía poco más de
media hora. Seguro que ella lo había obligado a beber más de la cuenta… O tal
vez no. No podía recordar nada de lo sucedido en la noche. Nada, excepto la
escena de la orilla de la playa, de la silueta definida de la sirena.
Se frotó la frente, tratando de aliviar el sopor y la pesadez. Era demasiado
rápido para viajar aún, ya le había advertido a Kiar McArthur que necesitaría un
par de días al menos, pero se le había denegado la petición.
Kiar buscó a Annabella con la vista. Acababan de desembarcar y todos
estaban medio listos para emprender la marcha. La encontró junto a Nerys.
Ambas, al borde de la costa, observando en silencio el castillo de Brodick.
—Tengo que advertirte que cuides de ella —musitó Kiar.
—Pensé que querías que la protegiera —le dijo, confundido. Le dolía tanto la
cabeza que hasta su propia voz lo molestaba.
—Eso también —contestó, señalándola con la barbilla—. Es la hermana de
mi esposa.
Jaimie supo quién era antes de verla. Hermana de Nerys. Sintió una repentina
excitación al recordarla entre las oscuras y frías aguas. Molly no debía haberse
esforzado lo suficiente; no era normal que, después de pasar una noche de sexo,
con tan sólo pensar en la sirena, aquella parte de su anatomía se levantara lista
para entrar en batalla de nuevo.
Observó a las jóvenes. Ambas tenían una altura similar. Quizá Nerys fuera
más delgada, y no tuviera los pechos tan generosos como la hermana, pero el
parecido era importante. Cabello cobrizo y miembros esbeltos y delgados.
Annabella se giró y entonces Jaimie se quedó perplejo.
—¿Es ella? —preguntó. Por una fracción de segundo sus ojos azules brillaron
con admiración. Pero entonces ella le devolvió una mirada cargada de desdén.
Kiar se enderezó y, casi con brusquedad, observó a su hombre:
—¿Qué diablos le has hecho?
Recordó el incidente de la cocina y maldijo entre dientes. ¡Mierda! El dolor
de cabeza era terrible y las ideas flotaban en su mente confusa.

Nerys se agarró al brazo de su hermana y saludó a su esposo con la mano.


Habían llegado juntos en la barcaza, pero igual que Kiar se hallaba pendiente de
dar las últimas instrucciones a Jaimie, ella aprovechaba los últimos minutos para
estar con su hermana.
Kiar le regaló una amplia sonrisa y se giró a su hombre con las cejas
enarcadas.
Desde donde estaban las jóvenes, podían verlos hablar, pero no tenían ni idea
que la conversación se centraba sobre todo en Annabella.
—¿Es ése el hombre que fingirá ser mi esposo? —preguntó Annabella,
volviéndose a Nerys para que aquella límpida mirada azul no siguiera
estudiándola con tanto descaro.
—Sí —afirmó Nerys—. Es Jaimie. Es un hombre muy amable…
—¡Es muy grande! —la interrumpió con pavor.
—Te dije que era como mi esposo. No te preocupes, él va a cuidar de ti.
—¿Él? —Annabella bizqueó—. Jamás pondría mi vida en manos de ningún
guerrero.
—Pero cuando dijiste que ibas a las tierras de Surrey, sabías que Kiar te
enviaba con uno de sus hombres.
—¿Y no puedo ir con otro? —Annabella miró en derredor—. Con aquél —
señaló.
—¿Con Emett? —Se extrañó Nerys—. Él es un rastreador. Además, el pobre
está deseando retornar a casa tanto como nosotros. Llevamos varias semanas de
un lado a otro, y aunque en Brodick nos han tratado muy bien, estamos
anhelando regresar. Yo, por lo menos, estoy como loca por conocer Noun
Untouchable. Godoy me ha contado todos estos días sobre sus gentes —soltó
una risita nerviosa—. Espero ser bien acogida por todos.
—¡Claro que lo serás! —Annabella miró furtivamente a Jaimie y lo encontró
observándola con cara de bobo.
Nerys siguió la mirada de su hermana y sonrió, divertida.
—Jaimie es muy buena persona y creo que le gustas. —La tomó de la mano
—. Ven, que te presento…
—¡No! —Annabella plantó los pies en el suelo para que Nerys no pudiera
arrastrarla—. ¡Ya lo conozco!
—¿Sí? —Nerys arqueó las cejas.
—Debemos marcharnos, mujer —era la voz de Kiar que acababa de acercarse
junto a Jaimie.
Nerys asintió y abrazó a Annabella con fuerza, susurrándole en el oído
palabras de aliento.
—Annabella —le dijo Kiar después de besar sus mejillas—, Jaimie es uno de
mis mejores hombres. Él te protegerá. Mi deseo es que le obedezcas…
—¿Qué? —Sus ojos verdes se dilataron—. No pienso obedecer…
—¡Te vienes con nosotros! —Afirmó Kiar, girándose hacia su enorme
semental como si hubiese esperado aquella reacción—. ¡Es una orden!
Y tenía todo el derecho de darla. Ahora Annabella pertenecía a su familia, y
como tal respondería por ella hasta que se casara.
Nerys miró a su esposo, sorprendida. ¡Era una orden y se quedaba tan a gusto!
Ni siquiera Annabella había podido decir por qué no pensaba acatar las órdenes
de Jaimie.
—Yo no soy una McArthur, y si digo… —Kiar depositó en ella sus acerados
ojos grises y ésta cerró la boca de sopetón.
—Mucho me temo que la dama y yo nos conocimos ayer —explicó Jaimie,
clavando sus ojos azules en Annabella a modo de disculpa—. Una distracción
mía propició un accidente —Jaimie se volvió hacia la esposa del laird—. Me
comporté como un verdadero bruto —regresó su mirada a la joven—, pero yo no
soy así, debéis creerme.
Annabella se limitó a afirmar con la cabeza, aceptando aquella disculpa. Ni
siquiera le interesaba la perorata del hombre, pero si con eso conseguía que su
cuñado diera su brazo a torcer respecto a ir a Surrey, fingiría lo que hiciera falta.
Jaimie le tendió una mano fuerte y grande, en espera de que ella lo
correspondiera. El contacto fue muy breve. Annabella no se sentía bien cuando
un hombre intentaba tocarla siquiera. Sentía pavor de ellos, asco y repugnancia.
Y pensaba dejárselo muy claro al guerrero aquel, con cara de dios romano.
Eso… si se atrevía a decirle algo, era más alto y más grande de lo que recordaba
el día anterior.

Desde la cima de la colina se divisaba el hermoso valle, salpicado de casas


grises y blancas. Un par de molinos junto al estrecho río de aguas cristalinas, un
aserradero, varios almacenes, un par de herrerías, granjas, un extenso y moderno
establo, varias cantinas y, presidiendo majestuoso desde lo alto del acantilado, a
pocos metros del mar del norte, se alzaba la fortaleza Noun Untouchable.
Un castillo de grandes dimensiones, con al menos cinco plantas; la última la
acababa de añadir Kiar, que era un fanático de la arquitectura. Noun
Untouchable había sufrido varias remodelaciones desde que el tatarabuelo
McArthur había comenzado a erigirlo. Habían sustituido el puente levadizo por
otro de piedra para tener mejor acceso a la aldea.
Nerys no había podido dejar de observar el paisaje con admiración. El
imponente castillo de piedra gris con multitud de torreones en diferentes niveles,
poseía un patio rectangular rodeado por un muro hecho de piedra caliza rojiza;
una casa torre ubicada en una esquina con sótanos abovedados, cámaras en el
sector de arriba y una escalera de caracol; y otra torre en la otra esquina, con dos
habitaciones y un mirador desde la ventana.
Kiar, orgulloso, dirigió a su esposa mostrándole ciertas partes de la aldea y
explicándole la forma de cultivos.
Los lugareños se detenían en sus tareas observando y saludando al laird
MacArthur y a su bella compañera de cortos cabellos de fuego.
La llevó al castillo demorándose lo justo. Estaba deseando ver a George
Henry Cann, su medio hermano y segundo al mando de Fortress of Noun
Untouchable, pero primero quería dejar instalada a Nerys.
Después debía arreglar el tema de Brigitte antes que su esposa escuchará los
rumores que se habían cernido en los alrededores. Cierto que Nerys conocía la
existencia del supuesto hijo, y en el caso que fuera cierto, lo cual Kiar dudaba
mucho, tenía que solucionarlo. Tan solo deseaba que Briggitte no se acercara al
castillo porque la rabia que sentía en ese momento contra ella podría llevarle a
cometer cualquier locura.
Varios siervos que trajinaban por el enorme vestíbulo se quedaron
boquiabiertos cuando el laird les presentó a Nerys como la señora de MacArthur.
Eran gente campechana de corazón puro que no tardaron en alabarla y hacerla
sentir como en su propio hogar.
Como Nerys había temido, Bella había regresado con su esposo, no así los
condes de Mar que habían decidido a esperar que la muchacha regresara. Fue
una sorpresa para ellos descubrir que habían contraído nupcias ante el
mismísimo Balliol.
Las habitaciones dispuestas para Nerys estaban cargadas de un lujo exquisito.
Una recamara llena de color donde predominaba la arquitectura romana. Suelos
brillantes como espejos cubiertos por hermosas y mullidas alfombras. Incluso los
tapices que vestían las estrechas ventanas poseían unos extraños bandos que
aportaban elegancia y calidez a la estancia. Borlas doradas adornaban dos
suntuosos divanes de un blanco exquisito. Una gigante cama con cuatro postes
donde colgaban doseles de gasa transparente, presidia el centro de la habitación.
En una de las paredes había una chimenea construida en piedra blanca y sobre
esta colgaba un óleo ovalado, con un ostentoso marco de oro.
A regañadientes, Kiar tuvo que apartarse de su esposa para hacer acto de
presencia antes sus hombres, que al enterarse de que había regresado el laird, se
habían concentrado en el patio de arena donde unas verdes y brillantes
enredaderas cubrían parte de los muros de protección.
Nerys podía escuchar desde la habitación de la tercera planta, el alboroto de
los hombres que daban la bienvenida a su señor entre suspiros de alivio y gritos
de alegría. Se acercó hasta la ventana e incrédula observó el numeroso grupo de
guerreros que vestían tan solo con largas camisolas debido a las temperaturas
que el verano les estaba regalando. Rubios, morenos, pelirrojos, altos, bajos,
gruesos, fuertes, jóvenes, adultos y ancianos estrechaban las manos de su esposo
el cual les dedicaba palabras y los llamaba por su nombre. Muchas mujeres de la
aldea se acercaban por el puente de piedra con caras entusiasmadas.
Dos siervas penetraron en la habitación con cierto nerviosismo. Se
presentaron ante Nerys entre exageradas reverencias que hicieron reír a la joven.
Cary y Sonsilia corrieron a mostrarle la recámara contigua donde se había
instalado una enorme bañera de metal con pies retorcidos.
—A mi señor le gustan las cosas bonitas —le explicó Cary. Ambas doncellas
vestían un kilt de burda lana más pequeño que los que solían llevar los hombres.
Sus caras resplandecientes estaban llenas de sinceridad, deseosas de agradar a la
esposa de MacArthur.
—Eso es innegable —había respondido Nerys encantada con el mobiliario y
con las tierras que rodeaban su nuevo hogar. Cosas bonitas y algo excéntricas…
no iba a negarlo. Había visto unas mesas enanas cubiertas de mechas con la base
fabricada en mármol. Un poquito ridículas, pero… atractivas.
—También lo digo por vos —siguió diciendo la muchacha—. Sois muy
hermosa, milady —se atrevió acariciar los cabellos de Nerys con delicadeza—.
¿Es una nueva moda? —preguntó con curiosidad.
Algo avergonzada, Nerys asintió. «El cabello crecerá.»
—Venid, acercaos. —Sonsilia la tomó con suavidad de un brazo y la guio
hacia un extraño artefacto que no había visto nunca. Una estructura de madera en
forma rectangular y dos patas de apoyo. Era como si alguien se le hubiese
ocurrido poner a una puerta pies.
Extrañada lo rodeó buscándole utilidad, la sorpresa se pintó en su hermoso
rostro cuando una Nerys idéntica a ella se reflejó en un gran espejo metálico.
¡Ese mueble era ostentoso, indecente! Nerys jamás se había visto como en aquel
momento. La fina lámina de plata le devolvía una nítida imagen de sí misma.
¡Debía costar una fortuna! Pero era asombroso, casi mágico. Extendió los dedos
de la mano observando fascinada el reflejo. ¡Si su madre hubiera visto aquello!
En MacBean nunca habían poseído un espejo tan grande. Los que fabricaban,
trabajados en plata o cobre fundido con estaño, tenían un tamaño donde se
observaba el rostro y nada más, pero aquel… se levantó el borde de la falda para
mirarse los pies y soltó una carcajada.
Sonsilia y Cary rieron con ella.
—Es muy hermosa —repitió Cary—, ¿lo ve?
Nerys se inclinó sobre el mueble estudiando atentamente su rostro, lo giraba a
un lado y a otro y seguidamente se apartaba para mirar su silueta. Lo hizo por
delante y por detrás. ¡Qué lástima de espejo! Esos metales no duraban mucho y
acababan oscureciéndose por el contacto del aire.
Las doncellas eran encantadoras, unas muchachas joviales y alegres que con
su cháchara lograron tocar el corazón de la mujer del laird. Le recordaron
muchísimo a las conversaciones que antaño tuviera ella y Annabella con sus
primas.
Esa misma tarde, varias mujeres del castillo imitaron su peinado, todas
querían parecerse a lady MacArthur. O eso, o que se solarizaron con ella. La
joven no podía estar muy segura. Ella desde luego hubiera preferido su cabello
largo que aquella corta melena que comenzaba a formar gruesas ondas por
encima de sus hombros.
Había dormido casi toda la mañana. El viaje había sido agotador,
deteniéndose solo lo necesario. Más de una noche habían vuelto a dormir a la
intemperie, pero llegó a gustarle. Allí, calentitos bajo la manta, con los cuerpos
pegados, con los alientos candentes. Que fácil era acostumbrarse a dormir en
brazos de Kiar. Desde que lo hacía no había vuelto a tener pesadillas, aunque a
veces temiera encontrarse con el sujeto que cortó su cabello. El mismo que hirió
a su esposo. Recordaba el brillo peligroso y amenazante de sus ojos. El rictus
amargo de su mentón, los labios excesivamente gruesos, que no feos. No estaba
segura de poder olvidarle nunca.
Había deseado llegar a su nuevo hogar tanto como Kiar, tratando de imaginar
cómo sería su futuro como esposa del Laird y guardián de Escocia, el momento
había llegado.
Bajó al comedor y compartió alimentos con los condes y Godoy, ya que Kiar
se había marchado con algunos de sus hombres y nadie sabía adónde, por lo
menos nadie se lo sabía decir a ella. Le molestó un poco que no hubiera visto a
su esposo desde que llegara, pero acabó restándole importancia.
Había descubierto que tanto en el amplio vestíbulo, donde colgaban unos
gigantes estandartes de las balaustradas superiores, como en toda la planta
principal, su decoración era lo que se esperaba de un castillo: bancos de madera
cubiertos de cojines contra los muros, mesas rectangulares y sencillas, y suelos
fríos de piedra gris, desnudos de alfombras.
Godoy le explicó que si bien Kiar era partidario de las cosas bonitas, caras y
excéntricas, siempre pensaba en la comodidad. En un salón donde posiblemente
pudieran reunirse cuatrocientos guerreros, colocar muebles finos y alfombras
mullidas, solo serviría para tener que estar reponiéndolas continuamente.
Llegó la noche cubriéndose el firmamento con una aterciopelada oscuridad y
Nerys continuó sin tener noticias de Kiar. Comenzó a enojarse. No sabía qué
asuntos tan importantes le apartaban de su lado, pero era el primer día en Noun
Untouchable y ella sola debía atender a los invitados en una casa que aún
desconocía.
Llevaba uno de los finos vestidos que había confeccionado junto a las damas
de Balliol. Una pieza larga en color verde profundo hasta los tobillos, con apenas
unos centímetros de vuelo. Las mangas acababan anchas acariciando las
delgadas muñecas con el suave tejido.
Se había colocado una tiara de flores que Cary y Sonsilia habían elaborado
con lilas y hojas aterciopeladas que concordaban a la perfección con el vestido y
sus ojos.
Salió de la habitación antes de que fueran a buscarla. Había recorrido un poco
de la fortaleza junto a Helen después de comer y no pareciera que pudiera
perderse, por lo menos hasta que llegó donde pensaba que estaría la escalera.
Anduvo pasos hacia atrás y estudió el corredor para poder diferenciarlo del que
se abría a la izquierda.
No tenía miedo, al revés, había tantas puertas y tantas estancias que disfrutó
con su paseo.
Escuchó las voces que llegaron desde una cámara y se dirigió allí para pedir
que alguien le indicara el camino, sin embargo se detuvo abruptamente al
escuchar el nombre de Kiar y Briggitte relacionado.
No reconoció las voces y asomó la cabeza con descaro. Una mujer la miró
boquiabierta con ojos desorbitados. Se santiguó.
—Disculpadnos milady —rogó la que la acompañaba, agitando la cabeza
compungida.
—No tengo por qué —respondió Nerys—. ¿Podríais repetir lo que acabáis de
decir?
—No sé si debemos milady. Mi señor dio orden expresa de que no se hablara
de ello.
Ambas mujeres estaban apuradas, pero Nerys, después del enfado de no verle
en todo el día y ahora escuchar que había prohibido hablar de algo que ella ya
sabía… porque ya lo sabía ¿no? ¿Acaso no las había escuchado comentar sobre
el bastardo que tendría el laird?
¡Es que aunque fuera cierto! ¿Cómo había osado Briggitte hacer la noticia
pública sin estar ni ella ni Kiar presente?
—Os pido por favor que me digáis ahora mismo que ocurre con Briggitte y
mi esposo —su voz, aunque suave, sonó firme y severa—. Y dónde puedo
encontrarla.
Dando énfasis a sus palabras se colocó las manos sobre las caderas mostrando
su enfado. No tenía nada contra ellas, al contrario. Lo último que quería era dar
la imagen de cornuda, o víctima humillada. No iba a dejar que esa fulana del tres
al cuarto fuera arruinar su matrimonio.

Kiar estaba agotado. No había tenido ni un solo momento de descanso. Los


problemas se habían acumulado durante su ausencia.
Problemas de vecinos donde debía hacer de juez. Peticiones para edificar,
otras peticiones de diferente índole. Peleas entre primos por tierras, robo de
ganado y sobre todo las dificultades que se añadían en la mina.
Sabía que todo aquello no estaría solucionado antes del invierno, pero él,
como dueño y señor debía afrontar las penas del mismo modo que las alegrías.
Apenas tuvo tiempo de pensar en su esposa, ni en los condes a los que solo
había visto unos minutos. Cuando el rostro amado cruzaba por su mente se metía
prisa a sí mismo recorriendo la aldea con largas zancadas o a caballo, saludando
a los más ancianos, preguntando por su salud e interesándose por su forma de
vida. Estaba dejando el tema de su hijo para el final. No deseaba tener que herir
a George, pero dado el comportamiento de su hermana Briggitte, no tendría más
remedio que alejarla de allí.
Nerys era la única lady. Su señorío nunca había tenido problemas de esta
clase. Ni siquiera George MacArthur padre hubiera permitido algo así.
Kiar lo tenía decidido. Tanto si el niño era suyo como si no, lo enviaría a
estudiar fuera para que se labrara un futuro, pero jamás, jamás le daría su
nombre al hijo de una ramera.
Con esta intención dejó el caballo frente a la cabaña construida en el interior
de una elevación rocosa. Una cueva húmeda y amplia bien iluminada.
Con pasos firmes entró después de golpear la puerta.

Nerys aún no había descendido del corcel cuando vio por fin a Kiar. Lo
saludó con la mano pero él no debió verla. Sin embargo Nerys sí lo había visto…
¡qué casualidad que ambos fueran al mismo lugar!
33

La noche cubría el firmamento y la hermosa esfera plateada, acompañada por


cinco estrellas brillantes refulgiendo con intensidad, eran testigos de la serenidad
que se vivía en la aldea.
El aire murmuraba entre las ramas de las arboles. Una lechuza ululaba desde
una vieja encina y los grillos cantaban a ras del suelo.
Las olas rompían feroces contra las piedras del acantilado y su eco viajaba en
la noche llenando el ambiente con de su humedad salada y pegajosa.
A pesar de la espesa negrura, varios puntos de luz titilaban en las calles de la
población. Algunas hogueras en los patios traseros de las viviendas o las
lámparas tras las ventanas de los hogares, centelleaban alumbrando el camino
exacto a seguir.
Nerys se había quedado sorprendida por el comportamiento de Kiar. ¿Sería
posible que no la hubiese visto?
Descendió del oscuro corcel y distraídamente le acarició el lomo. Pensaba en
lo que estaría sucediendo en ese momento en el interior de la casa y un
escalofrío de miedo recorrió su espina dorsal.
Observó la vivienda sin decidirse acercarse. ¿Qué le diría Kiar si la viera por
allí, de noche y sola?
Estaba en sus tierras, debía sentirse tranquila porque hasta allí no iba a llegar
nadie.
La aldea estaba bien protegida. Los arqueros vigías se pasaban la noche
pendientes de cualquier movimiento extraño, tanto por tierra como por mar.
Noun Untouchable era muy importante por la buena ubicación con el mar del
norte, donde los bucaneros no hacían más que intentar entrar en el país por allí.
Al oeste de la aldea habían construido un fuerte de solida piedra, con grandes
empalizadas custodiadas por la mayoría de la guarnición. Era una academia
militar donde mostraban las distintas formas de utilizar las armas. Los guerreros
estaban repartidos en ambos lados, entre el castillo y la academia, de ese modo
ni la aldea ni las demás construcciones estaban descuidadas a los ojos de
MacArthur.
Estaba sorprendida por lo que había encontrado en aquellas hermosas tierras.
Pero sobre todo, admirada.
Hasta el momento en que llegó a la aldea, siempre había imaginado que su
esposo poseía fortuna. En primer lugar porque de no haber sido así el conde de
Mar jamás hubiera dado su aprobación al matrimonio. Pero nunca se le hubiera
ocurrido imaginar, que poseyera tantas riquezas. ¡Mucho más que las
expectativas que el conde hubiera exigido!
Y le admiraba. Kiar podía ser rudo en algunas ocasiones, pero Nerys notaba
como él trataba de contenerse, al menos ante ella.
Era un hombre que con la mirada lo decía todo. Un claro espejo que reflejaba
sus emociones. Si estaba alegre o tranquilo lo hacía sentir. Si por el contrario
estaba enojado… su mirada penetrante era angustiosa. Sus ojos se volvían puro
hielo.
Kiar MacArthur era un hombre justo. Su gente le adoraba, le sentían uno más
entre ellos. Uno más de la gran familia. Y Nerys había aprendido a quererlo no
por obligación, sino porque le amaba. Apenas un mes atrás le preguntó a Bella
que si era tan doloroso el amor. «¿Qué sentiríais si MacArthur se marchara y no
volvierais a verlo?» Ahora lo sabía. Querría morir.
Nerys se acercó vacilante hacia la entrada. Todo el enojo que había sentido
fluir durante la tarde, desapareció convirtiéndose en ceniza, evaporándose para
dar pasó a una cruel sensación de angustia. Buscó su montura entre las sombras
encontrando dos pequeños puntos brillantes donde deberían estar los ojos.
Entendió que su esposo no la hubiera visto pues el animal se hallaba bajo un
lustroso charco de sombra.
Antes de arrimarse a la fría pared, observó el tejado de la casa por un instante.
En la oscuridad, la sombra abullonada que se recortaba se asemejaba a la copa
de un árbol pequeño. Todos los tejados de las casas eran así, de aquella forma la
aldea podría pasar desapercibida en la noche como si se tratara de un
bosquecillo.
—Comprendes lo que quiero decir, ¿verdad? —la voz de Kiar llegaba
apagada a través de la puerta que él había dejado entreabierta al entrar.
El corazón de Nerys no paraba de latir con fuerza.
—No entiendo por qué —escuchó a Briggitte con altanería.
—¿A qué estás jugando, Briggitte? —Kiar bajo la voz. Su enfado era más que
evidente y Briggitte… una loca por intentar sobrepasar los límites.
—Por favor, mi señor, ¡no podéis hacer esto! ¡No podéis echarme! —suplicó
la mujer cambiando de táctica.
—Mañana por la mañana tendrás tus cosas preparadas. Partirás hacia el
monasterio de Inverness —sentenció Kiar.
—¡No, mi señor! —Rogó Briggitte—. George se pondrá mal. Él no ha
querido deciros nada pero está enfermo y me necesita a su lado.
—¡Mientes! —gritó encolerizado. Nerys que se hallaba muy cerca de la
puerta dio un respingo asustada ante el potente tono de voz de Kiar.
—Estoy diciendo la verdad, mi señor. George está mal del corazón pero no
desea que os enteréis. No quiere preocuparos con sus problemas. Si me echáis de
aquí, George morirá.
Lo siguiente que Nerys escuchó fue el estrangulado grito de Briggitte y el
sonido de algún mueble al caer. Sin pensarlo terminó de abrir la puerta en el
momento que Kiar, con las piernas ligeramente abiertas y una mirada asesina en
sus ojos grises, se acercaba con la gracia de un felino que apunto está de cazar a
su presa, hacia Briggitte. Sobre el suelo se hallaba una mesa volcada.
Era como si Briggitte hubiese querido jugar al ratón y al gato tras el mueble y
Kiar lo hubiera apartado de un manotazo.
—Mientes —volvió a decir entre dientes.
—¿Kiar? —lo llamó Nerys suavemente. El hombre se volvió sorprendido.
—¡Mi señora! —Briggitte corrió hasta ella como si de ese modo estuviera a
salvo de las intenciones de Kiar—. Os suplico…
—Mi esposo ha dicho que irás al monasterio y así será, Briggitte. —Nerys
tragó con dificultad cuando clavó los ojos en los de Kiar—. Aquí no hay cabida
para las dos.
Kiar no dejó de leer aquel mensaje en su mirada. Su Nerys… cómo la amaba.
Sintió deseos de abrazarla, de enterrar su cabeza en la suave curva del cuello
femenino y cerrar los ojos por un par de semanas seguidas, después de haberla
dejado a ella satisfecha, claro.
—¿Y qué pasará con mi hijo? —insistió la mujer entre falsos sollozos. Los
ojos secos.
—Cuando llegue el momento se te informara —continuó Nerys mirándola a
ella—. Lo que has hecho está muy mal. Mi padre posiblemente te hubiera
castigado con azotarte ante la aldea. Es muy grave la falta que has cometido,
Briggitte. Y no puedes excusarte anteponiendo la enfermedad de alguien…
—Os ruego… digo la verdad. ¡George no está bien!
—¡Ya hemos hablado suficiente! —Atajó Kiar fulminándola con la mirada
por última vez—. Mañana a primera hora partirás.
Ahora sí, Briggitte rompió a llorar de forma escandalosa, pero Nerys y su
esposo salieron sin mirar atrás.
Para una muchacha como Briggitte, encerrarse en el monasterio donde «Los
hermanos del sagrado caminar» llevaban un riguroso voto de silencio, sería el
castigo más grande que le pudieran imponer.
—¿Cómo has sabido que estaba aquí? —Preguntó Kiar pasando un brazo por
los estrechos hombros de su esposa—. ¿Y por qué has salido sola a estas horas?
—¿Por qué? ¿Es peligroso?
—En la noche no puedes salir. Debes estar en nuestra casa.
—¿Y tú donde estarás, cariño? —le preguntó traviesa. Su rostro sin embargo
se veía de lo más serio.
Kiar soltó un suspiro al cielo.
—Siempre que pueda, contigo. ¿Quién te ha dicho que estaba aquí? —repitió.
—No lo sabía —contestó—. Yo misma venía a solucionar lo que estaba
ocurriendo con Briggitte. Llegaron hasta mí ciertos comentarios, que vos, señor
mío, ha prohibido mencionar en la casa.
Kiar se llevó una mano a la boca para ocultar la mueca divertida. Sus ojos
también brillaron traviesos, pero no quería que pensara que se estaba riendo de
ella.
A pesar de la oscuridad, Nerys le observó bizqueando sin entender dónde
estaba la gracia.
Cuando Kiar estaba enfadado, los músculos de su cara se tensaban en una fría
mascara sin expresión ninguna.
Cuando se sorprendía, el brillo de sus ojos grises crecía con intensidad, al
igual que cuando lo consumía la pasión y entonces su mirada se volvía profunda,
seductora. Sin embargo, cuando bromeaba, fingía que el tema no iba con él, y…
se volvía tan gracioso como en ese momento.
En seguida se puso serio. Después de lo que había sucedido con Briggitte y de
enterarse de lo de George…
—No deseaba que en tu primer día tuvieras que escuchar lo que esta mujer ha
ido contando por mis tierras. —Se encogió de hombros, cogió las riendas de su
caballo y caminaron hasta el corcel de Nerys cuando ella le señaló donde estaba.
—¿En qué piensas Kiar? Te has quedado un poco… extraño.
—No. Estoy cansado. Llevo todo el día de un sitio para otro. —No pudo
ocultar su mayor motivo de preocupación—. Nadie me ha dicho que George este
mal.
Nerys acarició la mano de su marido y le vio la triste mirada, aunque él se
apartara un poco para alzarla sobre la montura.
—¿Y no has hablado con él?
—Si estuvimos juntos hace un buen rato. Tenemos problemas en la mina y
hemos tratado de buscar soluciones. —La miró levantando la cabeza hacia ella
—. Supongo que había algunos temas que no hemos querido tocar todavía. —Se
subió sobre la bestia y ambos iniciaron el regreso a casa—. Mañana tendré que
hablar con él.
—¿Comprenderá que envíes a su hermana con los monjes?
—George es un hombre justo. Briggitte necesita un castigo, y como tú bien
has dicho, mi señora, en otros lugares la hubiesen apedreado o algo mucho peor.
Imagino que encima sale ganando.
—No sé qué decirte —respondió ella tratando de imaginarse encerrada en un
monasterio junto a hombres con fama de locos. Porque otra cosa no tenían los
«Hermanos del sagrado caminar», nada más que la locura por una búsqueda
extraterrenal.
Los monjes eran estudiosos del universo y creían en las piedras mágicas, en
las runas escritas con sangre, en los portales entre mundos paralelos. De hecho,
el monje más anciano de todos, era un viejo druida de edad indefinida que
paseaba con su larga barba blanca, sus hábitos de color crema y hablaba todos
los idiomas conocidos. Se decía que era la persona más inteligente del país y
hasta él acudían viajeros desde todos los lugares del mundo en busca de consejo
y magia.
Nerys había escuchado la existencia de esta orden desde que tuviera uso de
razón. Recordaba que siempre que hacia alguna de sus travesuras Edwin la
amenazaba con enviarla al monasterio. Llegó a sentir terror por ellos sin siquiera
conocerlos.
Desde luego no la gustaría estar en el lugar de Brigitte.
—¿Por qué crees que George te haya ocultado lo de su enfermedad?
—No lo sé. No estoy seguro que sea cierto. Creo que la boca de esa mujer
está llena de veneno.
Nerys asintió con la cabeza y clavó los ojos en el portón de la entrada.
—¿Te ha confirmado… si… es hijo tuyo?
—Después de todo lo que ha ido soltando, ahora no se puede retractar. —Se
encogió de hombros con indiferencia—. Imagino que nunca lo sabré a ciencia
cierta. ¿Has comido algo? Estoy tan hambriento que soy capaz de comerte
entera.
Nerys rio cuando se encontró con los ojos de Kiar que otra vez brillaban
divertidos. No pudo evitar que sus mejillas se tiñeran sonrosadas.
Pero Kiar no estaba ni divertido, ni contento, ni alegre, sin embargo bastante
de lado había dejado a su esposa durante todo el día, como para encima estar
enfadado o con mala cara ante ella. Nerys, por Dios, era una bendita. ¿Qué mujer
permite que su marido la abandone nada más llegar a casa?
Kiar la cogió de la mano y sin detenerse la guio hasta el dormitorio. Cerró la
puerta con un pie y la abrazó tan fuerte que Nerys pensó que la aplastaría. Se
dejó abrazar con paciencia, porque el fuerte cerco presionaba sus costillas de una
manera incomoda. Pero sabía que Kiar la necesitaba. Necesitaba aquel abrazo.
Un contacto que trasmitiera todas sus emociones, el amor más bonito que puede
haber entre dos personas. El calor del afecto.
Un abrazo no solo de posesión, también de entrega. Dos personas en un
mismo centro, en un solo cuerpo.
El corazón le Kiar latía con fuerza.
—Debes perdonar no haber estado contigo en todo el día. —Le encerró el
pequeño rostro entre las manos y la besó en la punta de la nariz—. Tus
protectores —levantó la vista a sus ojos—, ¿se retiraron?
Nerys sonrió y agitó la cabeza.
—Acabamos de pasar ante ellos hace menos de cinco minutos. Estaban en la
sala pequeña. Pero no creo que se hayan molestado. Creo que te han visto con
cara de prisas.
—¿Es cierto? —preguntó él arqueando una ceja. Nerys asintió y él se pasó las
manos por el cabello—. Estoy más cansado de lo que pensaba.
—Voy a decir a Sonsilia que te llene la tina esa tan graciosa que tienes ahí.
Kiar rio.
—¿La has probado?
—No. Me quedé durante horas observándome en el espejo con todos mis
vestidos. ¡Es una maravilla!
—¿Te gusta de verdad? —Los ojos grises se encendieron.
—¡Me encanta! —Salió de la habitación. Kiar la escuchó hablar con alguien y
regresó con una sonrisa en los labios—. ¿De dónde sacas tantas cosas extrañas?
He descubierto objetos que no sé ni para lo que sirven.
—Pues todos tienen su utilidad. Ante todo soy práctico.
—Y raro. —Nerys pasó a la cámara contigua y prendió varias mechas más en
los candelabros que pendían de los altos pies.
Kiar no comprendía porque no podía dejar de observarla. Trataba de quitarse
el broche y sus dedos se habían enredado con solo escucharla hablar. La vio
cruzar la habitación de un lado a otro. Encendiendo luces, atizando la
chimenea…
—¿Te puedes estar quieta ya, mujer? Parece que te has puesto nerviosa.
—¿Yo? —Ella se sonrojó y dubitativamente se le acercó—. Es solo que te he
echado tanto de menos hoy que…
Kiar rodeó la estrecha cintura y con facilidad capturó sus labios acercándola a
su pecho. Sabía tan dulce y era tan suave, que deliraba con ella en brazos. La
lengua femenina entraba en su boca con descaro, provocándole, mordiéndole el
labio inferior, jugando.
Kiar enredó sus dedos en los cabellos de ella. Presionaba el cuero cabelludo y
Nerys perdía las fuerzas por momentos. Ya estaba a punto de cogerla en vilo
cuando escuchó los sonidos provenientes del corredor. Besó la frente de su
esposa y la apartó con desgana.
—Vienen con el agua.
—¿Qué? —Ella lo miró pestañeando, como si la costara salir del trance.
Las doncellas se detuvieron ante la puerta abierta y Kiar levantó el brazo en
señal de que podían pasar.
—¡Uf, que calor! —dijo Nerys abanicándose con las manos. Sus mejillas
daban fe del calor que tenía.
—¿Apago el fuego, milady?
—No, no, gracias Cary —respondió Nerys avergonzada de que la doncella la
hubiera escuchado. Esperó a que las sirvientas pasaran a la sala del baño y se
volvió hacia Kiar—. ¿Deseáis que os bañe, mi señor? Lo prefiero a tener que
coser…
Los ojos de Kiar brillaron peligrosos con una firme promesa.

Annabella hincó el diente a la manzana y observó la luna, abstraída con su


forma y con las sombras.
Habían llegado hacia unas horas a la única posada de aquel pueblo. La última
posada del viaje antes de alcanzar las tierras de Surrey, y como en aquella
ocasión las camas escaseaban.
Annabella era afortunada al compartir habitación con las damas de Isabelle,
pero esta vez los cuartos eran tan pequeños, que Annabella dudaba de que las
dos damas se apañaran juntas.
Esa noche iba a pasarla en el pequeño campamento que la escolta montaba.
De saber que era ella la única mujer, jamás se habría acercado a ellos, pero
gracias al cielo, Isabelle viajaba con muchos sirvientes y sirvientas.
Sin embargo, quien le preocupaba realmente era Jaimie, el guerrero
MacArthur. Era cierto que el hombre se le acercaba lo necesario, sobre todo
después de haberlo despachado con cajas destempladas las dos primeras veces
que se le acercó en un plan más sensiblero. ¿Acaso se pensaba que ella era tonta
y que estaba falta de hombres? Lo último sí, pero eso no le importaba ni al tal
Jaimie, ni a nadie. Los hombres. ¡Puagh! Unos puercos, unos cerdos siempre
pensando en lo mismo, siempre humillando a las mujeres que estoicamente
debían soportar sus modales groseros.
Siempre que pensaba así, su cuerpo se relajaba y se quedaba a gusto consigo
misma, sin embargo ahora no era así.
Ahora cada vez que pensaba algo de un bruto, acababa la frase diciendo,
«pero a Jaimie no le he visto hacer eso o decir eso…» Y últimamente, el nombre
de Jaimie se repetía con insistencia en su mente. ¡No entendía por qué! ¡No le
gustaba! Los hombres con aquella corpulencia, con esos músculos duros en los
brazos… tenía que reconocer que el cuerpo de Jaimie estaba bien, muy bien.
Pero a ella no le gustaba porque era demasiado grande.
—Es hermosa, ¿verdad?
—¿Qué? —Annabella se incorporó veloz y se alejó de la voz masculina. Con
alivio descubrió que era él quien le había hablado.
—Lamento haberos asustado. —El guerrero apoyaba el hombro en el mismo
árbol donde Annabella había tenido la cabeza antes de sobresaltarla—. Me
refería a la luna, es hermosa.
—Si vos lo decís. —Ella se encogió de hombros y continuó mordiendo su
manzana—. ¿Queréis algo?
—Lo de siempre. —Lo de siempre era el momento en que ambos se juntaban
y fingían una conversación entre esposos. Como la mayoría de las veces
Annabella no le contestaba, no hablaban de nada, tan solo se quedaban cerca uno
del otro.
No tan cerca como Jaimie hubiera querido pero tampoco le preocupaba. Le
gustaba la moza a pesar del veneno que su boca y sus ojos verdes despedían. Le
encantaba ver cómo contoneaba las caderas cuando caminaba por algún lado.
La había estudiado tanto tiempo durante todo el viaje, que había podido
averiguar varias cosas de ellas. Era preciosa, y eso no hacía falta que nadie lo
dijera. Pero tenía muy mala leche, sobre todo con el género masculino, y por
aquí es por donde ibas sus pesquisas de momento. Esa mujer había sido
maltratada, golpeada, tal vez violada por algún hombre.
La forma en que su cuerpo se tensaba cuando algún desconocido se acercaba
a ella, la manera de guardar distancias, o el odio con que miraba.
Pero Jaimie era un hombre paciente que sabía escuchar. Tan solo Annabella
debería aprender a tener confianza en él y estaba seguro de que lo lograría.
Annabella esperó a que Jaimie se apartara y volvió a sentarse consciente de
los varios ojos que los observaba. Los centinelas estaban atentos de todo, incluso
de lo que no debían.
—¿Sabéis el tiempo que estará su excelencia en Surrey? —preguntó el
hombre tratando de buscar la conversación. Cada día lo intentaba con diferentes
cosas, hasta el momento nada había dado resultado.
—Una semana como mucho —respondió.
—¿No lo sabéis con exactitud?
—Pues no. Depende de lo que diga Isabelle. Quizá le apetezca venirse
mañana mismo. —Se encogió de hombros y lanzó el corazón de la manzana
hacia el lugar donde descansaban los caballos. Se lamió los dedos y le buscó con
la mirada—. ¿Creéis que yo tengo que saber todo?
—Pues eso me dijeron —respondió con el ceño fruncido. Su reacción no
había tenido nada que ver con la respuesta de Annabella, sino con el asomo de
aquella lengua de terciopelo chupando los dedos con inocencia. Inocencia o no,
Jaimie está loco por derribar aquellas murallas.
—¿Es importante saberlo? —le preguntó con su acostumbrado desdén.
—De vital importancia —respondió Jaimie asintiendo levemente—. Será el
momento del ataque.
Tal y como Jaimie había esperado, Annabella se giró a él más interesada que
nunca. Podía ver en los ojos verdes como había captado su atención.
—¿Del ataque? —susurró acercándose a él de manera inconsciente—. ¿Le
vamos atacar? —Se echó a reír chasqueando los dedos y se alejó de él
zarandeando el trasero.
Jaimie la miró estupefacto y caminó tras ella.
—¿Por qué no me creéis? ¿Acaso pensáis que bromeo?
—¿Y no es así? —preguntó ella sobre el hombro.
—Son órdenes de arriba —señaló Jaimie hacia arriba y Annabella se detuvo
levantando la cara al cielo.
No se dio cuenta de que los ojos azules de Jaimie la recorrieron con avidez
estudiando su expresión.
—Me refiero a MacArthur —terminó de decir sin intentar siquiera acercarse a
ella. La luz de la luna se reflejaba en el hermoso rostro bañándola con una
aureola plateada.
—¿Estáis hablando en serio? —Su voz se había vuelto seria—. ¿Por qué a mí
no me dijeron nada?
—A lo mejor no confían en ti. —Jaimie se encogió de hombros con
indiferencia—. Yo no estoy muy seguro de fiarme de ti. No sé si a la hora de la
verdad, me apoyarías o lucharías contra mí.
—Lucharía contra ti —respondió—, ¿me lo contarás?
—No lo sé. Depende.
—¿De qué? —Annabella se estaba poniendo en guardia otra vez.
—De lo que me des tu a cambio. —La muchacha le dio la espalda y caminó
hacia el lugar donde dormían las siervas—. Me puedes dar una carta, o un
regalo. —Jaimie fue elevando la voz para que le escuchara—. Sí, en realidad me
vale cualquier cosa.
Pero esa noche no sería porque Annabella ya no le escuchaba.
34

Kiar se despertó sobresaltado y observó el dormitorio con atención buscando


entre las sombras con intensidad.
Estaba amaneciendo y tan solo un pequeño haz de luz penetraba por la espesa
cortina, lo suficiente como para iluminar el lugar.
Después de pasar unos minutos sin moverse y verificar que no había nadie en
la recamara excepto él y Nerys, volvió a relajarse.
Abrazó el cuerpo de su esposa que dormía dándole la espalda con las nalgas
apretadas contra él provocativamente.
La cama era grande, suficiente amplia para los dos, aun así Nerys siempre
dormía pegada a él, daba igual que lo estuviera rozando con un pie, con una
mano, o con el trasero y la espalda como en ese momento.
Kiar todavía se asombraba de haber encontrado a alguien como ella. Jamás
habría imaginado que el matrimonio fuera así. Nunca había visto a sus padres
regalarse ninguna muestra de cariño y que de repente llegara Nerys, con su
paciencia, con su serenidad, su educación y un montón de cariño para dar y
tomar aunque ella no lo supiera, le ponía su mundo del revés.
Recordó el afán que tenía por vengarse de Warenne y que seguro que seguiría
teniendo de no ser por la promesa que Kiar le hizo. Y no había mentido, él se
haría cargo de que el hombre fuera juzgado. ¿Que era un asesino? Surrey había
mandado matar. Sus hombres, sus vasallos, sus sirvientes, todos formaban parte
de ese complot, sin embargo, ¿a quién obedecía el hombre? ¿Por qué se colocaba
en el centro de mira si tan solo cumplía órdenes?
Había tratado de averiguar sobre el asedio de MacBean, pero no había
pruebas, no las conseguían. Muchos sabían pero ninguno hablaba.
¿Por qué fue atacado el clan hasta eliminarlo del mapa?
No había sido muy difícil averiguar eso. Edwin MacBean no era un hombre
excesivamente rico, pero tampoco había estado dispuesto a marcharse de las
tierras porque sabían el importante valor que tenían. Ahora toda la zona de los
páramos se hallaba desprotegida dando paso libre tanto a los irlandeses como a
los normandos. Pero Kiar todavía era incapaz de averiguar ese nombre. Si Surrey
no había dado esa orden ¿Quién entonces? ¿De quién obedecía órdenes?
—¿Qué piensas? —Nerys se giró y con ojos somnolientos le dedicó una
sonrisa.
—Nada —respondió él buscando su profunda mirada verde—. Estaba
pensando… que quizá te apetezca… ¿Qué te parece si nos acercamos un día a
tus tierras?
Los ojos de Nerys se abrieron repentinamente y el sueño desapareció en el
acto. Como ella no contestó, Kiar enarcó las cejas interrogante.
—¿Qué ocurre? Si no quieres ir no te voy a obligar. Pensé que quizá
quisieras, pero si no es así, no pasa…
—Quiero ir, Kiar —dijo con firmeza—, pero… —Se sentó sobre la cama y
apoyó la espalda en el cabecero de madera—. No sé… creo que tengo miedo.
El hombre buscó su mano y con delicadeza la besó la palma con ternura.
—Nerys yo estaré contigo.
—Lo se Kiar ¿pero que me puedo encontrar allí?
Kiar se incorporó hasta quedar junto a ella y la miró con pena.
—La última vez que estuve… Bueno… la verdad es que está muy cambiado.
—¿Queda algún edificio en pie? —se atrevió a preguntar.
Kiar negó contrito.
—No, solo ruinas. La mayoría de las casas fueron incendiadas —Nerys
asintió. Recordaba las llamas tragándose todo lo que encontraba en su camino
aquella noche.
—Kiar, ¿te interesan las tierras? —El hombre se encogió de hombros y con
un dedo delineó el delicado mentón de su esposa clavando los ojos en sus labios
de fresa —He pensado que… bueno… no sé qué pensará Annabella, pero me
gustaría que mi primo Douglas heredara las tierras.
Nerys le miró expectante, esperando su respuesta casi con ansia. Kiar era rico
y no necesitaba las tierras de MacBean.
—Me parece justo —le dijo sin apartar los ojos de su boca. El tema fue
decayendo a medida que sus manos comenzaron acariciar el suave rostro—. Si
quieres yo lo ayudaré a levantarlo de nuevo —le susurró acercándose a sus
labios como si fueran un imán.
Nerys le esperó con la boca entreabierta y los ojos entrecerrados. La
conversación quedó en el olvido durante la siguiente hora. Las manos de Kiar
recorrían la carne trémula, las piernas, los brazos, la nuca. Adoró los pechos
jóvenes y turgentes, provocando en Nerys un sinfín de emociones que
atravesaron su cuerpo.
Nerys se agitó en el colchón. Las sábanas habían caído y su cuerpo desnudo
esperó a Kiar con ansia. Le miró embelesada cuando el hombre volvió acercar su
hermoso rostro de dios nórdico sobre su cara. Sentía su aliento cálido que hacía
cosquillas sobre sus ojos y sus mejillas.
La muchacha le tomó de las largas trenzas castañas y lo atrajo hacia ella para
perderse en el aroma de su lengua, en el contacto de su boca que la hacía vibrar y
olvidarse de todo excepto de él.
Adoraba el enorme cuerpo de Kiar, sus músculos duros y fuertes, el color
tostado de sus pantorrillas, el pecho amplio y fuerte. Las manos grandes. ¿Cómo
podía ser tan tierno y tan fuerte a la vez?
Notó como su esposo descendía la mano hacia su feminidad y con suavidad le
terminó de abrir las piernas para poder amoldarse a su cuerpo. Ella se arqueó
contra él con desesperación, aferrada a su cuello con fuerza mientras él se
deslizaba con lentitud dentro de ella, despertando su interior con el calor de su
propio cuerpo, encendiendo las brasas que amenazaban con destruirla si no
llegaba pronto a la culminación. Al éxtasis.
Kiar embistió al principio con suavidad, pero la reacción de Nerys, la forma
en que se mordía los labios lo excitaba, el tono sonrosado que cubría sus mejillas
cuando se desinhibía y cuando se volvía descarada y le acariciaba las caderas y
el trasero para apretar ella a su antojo, para marcar el ritmo que su cuerpo le
pedía. Buscando el placer que sabía que Kiar la regalaría.
Se hundió más profundamente en ella, perdiéndose en el estrecho túnel que
desprendía un calor placentero y entonces la escuchó exclamar al tiempo que
clavaba las uñas en su espalda.
El corazón de ambos latió con velocidad cuando la pareja alcanzó el clímax
de la pasión y ascendieron al paraíso celestial con las respiraciones agitadas. El
volcán estalló ardiente cubriendo los cuerpos de una lava candente que los hizo
ver las estrellas, perderse en el infinito.
Minutos más tarde Nerys rodó hasta ponerse sobre el pecho de Kiar y mirar
fijamente los amados ojos grises que habían conseguido robarle el corazón y
hacerse dueño de su cuerpo.
—Mi señora, ¿qué vais hacer esta mañana? —Le pasó un brazo por la cintura.
—Pensaba salir un poco a cabalgar y recorrer el pueblo. —Nerys sonrió con
ensoñación—. Desde la torre del ala Este he podido ver una preciosa cala…
—No vayas allí Nerys. —Kiar la retiró con cuidado y se sentó sobre la cama
buscando la ropa con la vista—. No quiero que te acerques al acantilado.
—¿Pero por qué? Es un sitio…
—No me gustaría volver a repetirlo —terminó de decir Kiar de modo que ella
no pudiera responder nada más, porque su voz se había vuelto fría. Se levantó y
se puso una camisola oscura. Se volvió a ella que seguía tendida en la cama—.
Nerys, solo hay dos cosas. No quiero que salgas de noche sola. Y prohibido
acercarse al acantilado.
—¿Prohibido? —Ella se sentó y arrastró las sabanas cubriéndose el cuerpo—.
¿Por qué? Si no me das una razón lógica…
—Porque no quiero —repitió. No quería hablar de su madre y del día que se
lanzó desde allí. No deseaba contarle que cuando descendió hasta la cala se
encontró a la mujer aplastada contra las rocas, irreconocible. Nunca había vuelto
a bajar hasta allí.
—Eso no es ningún motivo —dijo ella levantándose de la cama envuelta entre
los cobertores.
—Vale, Nerys. No es ningún motivo, pero me obedecerás, ¿verdad? ¿Qué
quieres una playita? Yo te llevaré a una muy hermosa, pero olvídate del
acantilado. Allí el aire es muy fuerte y un golpe de viento sería capaz de
arrastrarte al abismo. —Le tomó de la cara con una mano y con delicadeza le
pasó el pulgar por los labios hinchados por sus besos—. Promételo, Nerys. —La
besó, una vez, dos veces, tres…
—De acuerdo, te lo prometo —dijo con desgana. Se iba a quedar con el
capricho de ver esa preciosa cala que se vislumbraba desde la ventana de la
torre. Bueno, ahora era pronto, pero quizá con el tiempo, Kiar cambiara de
opinión.
—¿Tú que vas hacer, esposo mío? —Dejó caer las sabanas y se puso una
liviana túnica. Descorrió la gruesa cortina y la luz bañó el dormitorio al
completo—. ¿Hablarás con George?
—Sí. —Fácilmente se colocó el plaid y se sentó para colocarse las suelas—.
Quiero despedir a Briggitte. Cameron la llevará hasta el monasterio.
—¿Quieres que hable con ella?
—¿Con Briggitte? ¿Para qué? Siempre la he tolerado por ser hermana de
quien es, pero no pienso soportarle ni una más.
—Sé que estas enfadado, Kiar. —Nerys se pasó un cepillo de blandas púas
sobre la cobriza cabellera —es para estarlo, pero no puedo evitar sentir pena por
ella. Creo que lo que ha hecho tiene alguna explicación.
—¡Claro que la tiene! —Asintió con seguridad —Ella siempre ha pensado
que lo justo de todo es que George fuera el laird de los MacArthur. George es el
hijo mayor de mi padre. —Nerys asintió como si eso ya lo supiera—. Es un hijo
no reconocido, y aunque yo hiciera todo lo posible, él se niega asumir ese poder,
de modo que se ha convertido en mi ayudante, en mi mano derecha.
—Pero Briggitte no acepta que George rehúse a ese poder —adivinó Nerys, a
lo que Kiar asintió moviendo ligeramente la cabeza—. Es posible que ni siquiera
esté embarazada.
—Es posible. No lo sé.
—Pero si lo estuviera e intentara hacer pasar al niño por tu hijo sin que tú
dejes descendencia, ese crío…
—Se convertiría en laird —afirmó.
Nerys se frotó los brazos como si de repente alguien hubiera abierto alguna
puerta y la estancia se hubiese quedado helada.
El destierro al monasterio de Inverness era duro. Nerys se ponía en el lugar de
Briggitte y temblaba con solo pensar la vida que llevaría allí. Podría acabar
totalmente loca.
—¿Y si logras que Briggitte se case?
Kiar levantó los ojos hacia a ella cuando terminó de ajustar el ancho cinturón
de cuero y la observó extrañado.
—¿Casar a Briggitte? ¿Mi amor recuerdas a lo que se dedica?
La muchacha asintió mordiéndose el labio inferior pensativa.
—Ella es muy bella. Quizá alguno de tus hombres… o Ian Ferguson…
—Ferguson, no. Olvídate mujer. Ese muchacho es aún muy joven y
posiblemente su hermano, que es mi cuñado, tenga otros planes para él.
—¿Y mi primo Douglas?
Kiar la miró con el ceño fruncido:
—¿Por qué te interesa tanto Briggitte? Ella sola se ha buscado todo.
—Sí, pero puede que lo haya hecho porque piense que de esa manera ayudaba
a George. No me mires así, Kiar. Me da mucha rabia pensar que tú y ella… ya
sabes. E incluso me duele pensar que el hijo que espera puede que sea tuyo. Y
también opino como tú, lo mejor es apartarla de aquí. ¿Pero al monasterio? —
tragó con dificultad contándole cuando su padre la amenazaba con enviarla allí.
Kiar la escuchó con atención.
—Haremos una cosa Nerys. Douglas no tardará en llegar. Lo acompañan un
par de mis hombres. Haremos que tu primo lleve a Briggitte hasta el monasterio.
Si surge algo… —Abrió las palmas de las manos hacia arriba—. Pero si no
funciona, se quedará encerrada.
Nerys asintió. Cruzó por su mente la discusión que Douglas tuvo con
Briggitte en Carrick y lo lamentó por la mujer. Con seguridad acabaría viviendo
con los monjes.

Annabella se hallaba cerca de la hoguera. Todavía seguía pensando en las


palabras de Jaimie. ¿Y si era verdad que pensaba atacar a Surrey?
Tenía la necesidad de saber qué pasos seguiría MacArthur y cuáles eran sus
verdaderos planes, pero para eso debía acercarse a él y mostrarse amable aunque
fuera por una vez. Pero, ¿y si él confundía su amistad con otra cosa? ¿Sería
capaz de detener a ese hombre tan grande?
Se acarició distraídamente la pequeña daga que ocultaba en su botín de piel.
Desde que habían sufrido el asedio en MacBean toda su potencia y mentalidad
estaba unida en acabar con aquellas personas que arruinaron sus vidas. Aún
podía ver esos tres hombres que reían obscenidades y la forzaban ajenos a sus
lágrimas y al dolor de su corazón. Todos y cada uno de ellos sufrirían su
venganza. Liam, Stephen y el cruel Murdock que había paseado el filo de un
arma sobre su cuerpo desnudo.
Liam estaba localizado. Era uno de los hombres fieles de Warenne, pero los
otros dos… por las descripciones que Nerys le había dado sobre las personas que
la secuestraran en el campamento de MacArthur, pensaba que podían ser ellos y
de ser así, uno ya estaba muerto asesinado por su compañero. Hasta que ella no
lo viera o tuviera confirmación no descansaría tranquila. El último en caer sería
Thomas.
Miró a Jaimie que se había envuelto en su manta con la brillante hacha muy
cerca de él.
El hombre le inspiraba confianza, su mirada, su expresión. Todo en él le hacía
ver que era buena persona. Jaimie era capaz de pasar de la risa al enfado en
cuestión de segundos, además estaba un poco loco. No temía enfrentarse a nadie,
le daba lo mismo que fueran enemigos, como que fueran los propios soldados de
la guardia de Isabelle.
Jaimie, andaba entre ellos como si sintiera indiferencia, como si deseara que
alguien le provocara con la más pequeña minucia para poder exhibir el manejo
de su arma.
Con un lánguido suspiro Annabella se acercó hasta el hombre y se sentó junto
a su cabeza. Él tan solo levantó sus ojos azules hacia ella con las cejas
arqueadas.
—Hagamos un trato —susurró ella con la vista clavada en él.
—Te escucho —le dijo sin moverse ni un ápice.
—Me cuentas tus planes… y te doy el nombre del hombre que está detrás de
todo esto.
Jaimie soltó una risita cargada de cinismo.
—Si fuera cierto que sabes ese nombre no tiene sentido que hagamos todo
esto. Kiar MacArthur busca ese nombre. —La miró entrecerrando los ojos—.
¿De veras conoces la identidad de esa persona?
Ella asintió y Jaimie se incorporó mirándola con asombro.
—¿Lo sabes? Eso lo cambia todo.
—No lo entiendo —dijo ella—. ¿Qué es lo que cambia?
—Pues que quizá no tengamos por qué atacar las tierras de Warenne. Él será
juzgado legalmente, pero si tan solo supiéramos dónde ir para encontrar a la
persona que dio la orden…
—Sir Thomas de Luxe.
Jaimie la miró con la boca abierta y la sorpresa reflejada en su rostro varonil.
—¿Qué estás diciendo mujer? —Se enfadó y Annabella no entendió el
motivo—. Thomas odia la violencia. Siempre se ha mantenido al margen de
Balliol o de cualquiera de los nobles. Eso es una sucia mentira.
—¿Cómo? —Ella entrecerró los ojos, también furiosa. ¿Cómo era capaz de
defender al asesino que acabó con la vida de sus parientes?—. ¿Me estás
llamando embustera?
—Thomas de Luxe es mi tío —siseó Jaimie fulminándola con la mirada.
Annabella abrió la boca para hablar pero el hombre se la cubrió con la mano—.
No difames a nadie —le susurró contra el oído. Seguidamente la soltó como si el
contacto con ella le hubiera quemado. Recogió su manta y su arma y salió del
campamento.
35

La semana paso con una calma relativa. Por un lado Briggitte puso el grito en
el cielo cuando descubrió que el MacBean la llevaría hasta Inverness, sin
embargo, partió hacia allí.
La despedida de su hermano George fue muy emotiva. Nerys fue la primera
vez que vio a su esposo tan emocionado. Emocionado y preocupado, George le
había confirmado que era cierto. Su corazón se apagaba con cada latido, con
cada pena… con cada alegría.
Briggitte amaba a su hermano, Nerys no podía negarlo, pero no por ello se
dejó engañar como los demás. Sus lágrimas de cocodrilo no eran más que pura
fachada en un intento porque Kiar cambiara de opinión. Quizá con la macabra
idea de que George recayera en ese preciso momento debido a las fuertes
emociones.
Nerys sabía lo que eso supondría. Una culpa constante para Kiar. Pero George
era fuerte y luchaba por mantenerse en pie. Ni su rostro ni su cuerpo hablaban de
enfermedad.
Por otro lado, los condes de Mar regresaron a su hogar con la firme promesa
de volver. La tristeza de que sus protectores se marchaban tan lejos, se vio
compensada con la llegada de Douglas que repentinamente partió al día
siguiente con Briggitte.
Nerys se propuso recorrer todas las casas de la aldea para presentarse y
ofrecer ayuda. En MacBean, su madre lo hacía siempre, todos la habían adorado.
Nerys quería parecerse a ella. Estar pendiente de su esposo y sus hijos mientras
estuvieran en casa, ayudar a su gente y compartir sus risas, sus peleas, sus
chismes. Apoyar a Kiar y que sintiera que ella estaría allí siempre, decidiera lo
que decidiese. En el campo político, claro, porque en lo demás quizá debieran
luchar un poco. Ambos eran muy cabezones y a veces sus ideas discrepaban,
pero hablando con coherencia y razón, Nerys acababa convenciéndole de casi
cualquier cosa.
Los nombres y las caras de todo el clan se acumulaban en su cabeza, sobre
todo cuando añadían: «soy primo de tu esposo», «soy el sobrino de Fulanito de
Tal, y Menganito de Cual». No eran todos parientes directos, había esposas y
esposos que venían de otros clanes, nómadas que después de recorrer varios
lugares habían acabado instalándose en Noun Untouchable.
Había contado al menos siete hermanos de Kiar legalmente reconocidos. El
menor era un encanto. Un varón de quince años que entrenaba con los guerreros
y tenía el sueño de convertirse en arquitecto. Era muy charlatán y divertido. Se
parecía muchísimo a Kiar, pero diez años más joven. Margarita era la única hija
y estaba a unida al clan Ferguson. Decían que hacía visitas esporádicas sin
avisar. Era la única que no vivía allí. Godoy era el hermano que iba detrás de
Kiar y después otros cuatro que apenas se dejaban ver el pelo, excepto en las
comidas.
Los almuerzos y las cenas eran muy divertidos en el gran salón. Los
MacArthur contaban anécdotas que vivían y escuchaban y todos acababan
disfrutando entre risas de las veladas. Alguno se escabullía de vez en cuando por
haber quedado en ver a alguna damisela. Nerys estaba encantada. Siempre se
enteraba si a Godoy le gustaba esta moza o aquella, y le encantaba pincharle,
algo en lo que Kiar la apoyaba.
No habían vuelto hablar de la cala de los acantilados, pero a Kiar no se le
olvidaba la conversación y de vez en cuando le recordaba que la llevaría a la
playa. Nunca encontraba tiempo, pero Nerys sabía ser paciente.
Casi todas las tardes al ponerse el sol pasaba a visitar a George. Su vivienda
era una de las más céntricas de la aldea.
Siempre lo encontraba detrás de un gran escritorio con documentos
pulcramente ordenados. Unas veces Nerys lo ayudaba, y se sentaba a su lado
otras y le daba conversación. Le pedía que le hablara de los MacArthur cuando
eran pequeños y del pueblo. George estaba encantado de recibirla. La dulce
muchacha no había tardado en penetrar en su corazón desde el momento en que
se la presentaron. La sinceridad en los ojos verdes, la sonrisa honesta y franca
que siempre pintaba su boca…
—…y seguramente que esta noche vayan todos a cenar. Podíais ir George.
Será muy divertido…
—De verdad que no, mi señora…
—Nerys —le interrumpió. Lo hacía cada dos por tres hasta que George
desistiera y la tuteara. Después de todo eran familia.
—La señora Tiata me invitó y yo le dije que sí —prosiguió como si no la
hubiera escuchado —Solemos comer juntos. Aunque… —se calló abruptamente
y todo quedo en completo silencio.
—¿Qué os pasa? ¿Por qué os habéis callado? —preguntó Nerys observándole.
George agitó la cabeza.
—¡Estoy harto de que me traten como si fuera un enfermo!
—¿Quién hace eso? ¿La señora Tiata? —Nerys frunció el ceño—. Pues a mí
no me lo pareció cuando ayer os dijo «apartad de ahí, patán so bruto». —George
la miró con una sonrisa en los labios.
—¿Estabais atenta?
—¡Pues claro! —rio, moviendo los ojos traviesamente—. Es normal. Ella está
sola, vos… también.
—Sois… mala —dijo, bromeando. Se quedó pensativo y asintió—: Pero sí.
Toti me trata como si fuese un chiquillo…
—¡No digáis tonterías! —Se rio Nerys—. Os estáis volviendo viejo.
—Chiquilla, ¿qué puedo ser, diez años mayor que vos? —George soltó una
carcajada. Nerys no hacía más que tomarle el pelo, y él disfrutaba siguiendo sus
juegos.
Pero aquellos diez años eran como veinte o más. Sus movimientos eran lentos
y cansados. Su respiración demasiado sibilante cuando hacía algún esfuerzo. Sin
embargo, allí, en aquel momento, se lo veía tan fuerte y vigoroso que nadie
hubiera dicho que estaba enfermo.
—¿Y ya habéis terminado de recorrer las lindes? —preguntó George,
cambiando de tema. Nerys supo que por muy bien que se llevaran, todavía no
había confianza para que él le contara sobre sus amoríos con la señora Tiata.
—Casi toda. —Ella se encogió de hombros— …como Kiar no deja que me
acerque al acantilado, eso me lo perderé. ¿Sabéis por qué no le gusta a mi esposo
ese lugar?
George asintió y se cruzó de piernas. Se cubrió con la manta cuando ésta se
echó a un lado con el movimiento.
—Su madre se lanzó desde allí.
Nerys abrió los ojos con horror, y George pasó a relatarle que se había
suicidado por no considerarse amada. Le contó sobre el antiguo laird que
prefería las batallas y el jolgorio antes que a su propia familia.
Estaba Nerys digiriendo todo aquello cuando Kiar entró como un rayo en la
casa, y apoyando las manos en el respaldo de una alta silla, clavó los ojos en
George:
—Se acerca un ejército de al menos doscientos individuos —dijo—. He
enviado hombres a que me traigan los datos exactos.
Nerys se levantó, mirándolo:
—¿No pueden ser la comitiva de su excelencia? Quizá hayan decidido
venir… —dejó de hablar cuando Kiar negó con la cabeza.
—No puedo estar seguro. Es lo que pensé.
—¿No han enviado a ningún emisario? —preguntó George, extrañado.
Kiar volvió a negar.
—¿Cuándo llegarán?
—Tres días, cuatro a lo sumo.
Nerys se acercó a Kiar y le tomó la mano con fuerza. Él le devolvió una
mirada de plata cargada de preocupación.
—¿Y no tienes ni idea de quiénes pueden ser? ¿Amigos? ¿Ferguson? —
insistió Nerys.
—Quién sabe. Pero amigos que viajen con un ejército tan grande… —Hizo
una mueca negativa con los labios—. Por si acaso, voy a enviar hombres al
extremo norte, y varios en busca de la comitiva de la reina.
George asintió. No era una buena señal que un ejército tan grande no enviara
a un emisario para ir abriendo camino.

Jaimie paseó furioso bajo el estrecho claro de luz. No podía quitarse las
palabras de Annabella de la cabeza y sentía que le iba a estallar en cualquier
momento. ¡Por Dios! ¡Thomas un asesino! ¡Ja! Pero ¿a quién se le había
ocurrido esa idea tan extravagante? Thomas, ni más ni menos.
Golpeó con fuerza un canto rodado y éste chocó contra el tronco de un grueso
árbol, produciendo un sonido seco como el quiebro de una rama. Varios pájaros
abandonaron su nido con prisas.
Thomas era una persona buena, tranquila. Desde siempre había evitado
problemas y conflictos. Era el hermano de su madre y, cuando ella falleció, se
hizo cargo de él.
Habían compartido risas y preocupaciones. Lo había obligado a leer y a
escribir. Lo había acogido de la misma manera que lo hubiera hecho con un hijo.
Era totalmente inconcebible la idea de que él fuera quien mandó aquellas
muertes. ¡No!
Ni siquiera el aspecto de Thomas era amenazante, ni su amabilidad, ni su
talante. Jaimie ni siquiera lo recordó enfadado alguna vez, y de ser así, lo
hubiera escondido tras una fachada de paciencia y educación.
No tenía ni idea de dónde había sacado esa arpía esas ideas, pero lo
averiguaría. No pensaba dejar las cosas así.
Su tío tenía derecho a defenderse de las graves acusaciones que se vertían
contra él.
¡Si es que no tenía lógica! El ejército que Thomas poseía era porque Kiar y él
habían insistido mucho, debido al gran número de bandoleros que últimamente
asaltaba las propiedades. Casi todos los hombres de su caballería eran
mercenarios contratados en las tabernas o en los puertos, por lo que Thomas ni
siquiera entrenaba a su propio ejército. ¡Odiaba la guerra!
Cuando Jaimie contaba con diecisiete años, Thomas le ofreció la posibilidad
de entrenar con los mejores: Balliol, Carrick, e incluso Eduardo. Sin embargo,
uno de los clanes más antiguos que no solía entrar en disputas, a pesar de contar
con los mejores guerreros, fue el de McArthur.
El mismo George McArthur lo había enviado a entrenar con sus hijos,
acogiéndolo como su pupilo. Había estado codo con codo con Kiar, Godoy… Se
consideraba uno más de la familia.
George MacArthur murió y Kiar se hizo cargo de todo el clan con la ayuda de
su medio hermano bastardo. Jaimie pudo haberse marchado, sin embargo su afán
de lucha y superación lo convirtió en un McArthur más, y Thomas lo había
sabido entender perfectamente.
Ahora seguían viéndose de vez en cuando. Jaimie aprovechaba siempre que
podía para pasarse por sus tierras y saludarlo. Era sangre de su sangre.
Se frotó el rostro, presionando la frente con dos dedos. Por otro lado… ¿Por
qué la McBean iba a mentir? ¡Si le hubiera dicho cualquier otro, ni siquiera lo
hubiera cuestionado! Pero, ¿Thomas?
Con paso firme atravesó el campamento, andando directamente hacia la
joven.
Annabella lo vio venir y se encogió debajo de la gruesa capa que cubría su
cuerpo. El rostro del hombre era como una fría mascara de movimientos
imperceptibles.
—Escuchad. —La tomó del brazo y la hizo levantarse del tocón sobre el que
se hallaba sentada. La llevó entre las sombras, alejándose de las miradas de los
demás hombres—. Thomas está sólo a medio día de aquí. —Ella se encogió y su
labio inferior comenzó a temblar. A Jaimie le hubiera encantado gritarle a la cara
para que se diera cuenta de lo equivocada que estaba, sin embargo los ojos
verdes lo miraban, aterrados. Como si él fuera un asesino o criminal, un
monstruo. Le dolió porque nunca le había dado muestras de comportarse de
forma grosera—. ¿Os apañaréis sola en las tierras de Surrey hasta que regrese?
Annabella hizo acopio de valor y elevó el mentón con altivez.
—¡No me hacéis falta, McArthur! Y de haber sabido que Thomas era vuestro
tío… nunca…
—¿Lo conocéis? ¿Habéis hablado con él alguna vez? —Sin darse cuenta,
Jaimie le apretó el brazo más de lo debido, y ella, con una mirada furiosa, se
deshizo de sus manos.
—La pregunta es: ¿hace cuánto que vos no lo veis? —Annabella cogió aliento
y se alejó otro poco de él—. Thomas ha frecuentado la casa de mis padres en
bastantes ocasiones los últimos años. ¿Por qué vos no habéis ido nunca?
Jaimie la observó con ojos dilatados, intentando averiguar si eran ciertas las
palabras de la muchacha. Thomas con McBean. No era amigos, pero tampoco
enemigos.
—¿Qué pruebas tenéis de ello? ¿Vos lo visteis personalmente?
Annabella asintió.
—Él dio la orden para que nos llevaran a las mazmorras de Surrey.
—¿Os llevaran?
—Sí, había varios siervos —se encogió de hombros—, nos separaron y no
supe qué pasó con ellos.
Jaimie se cubrió la mano con la boca, en actitud pensativa. ¡Por mucho que
Annabella dijera era incapaz de creer!
—Hablaré con él.
—¿Y os contara toda la historia? —La muchacha intentó sonreír con cinismo,
pero los fríos ojos azules de Jaimie se lo impidieron. Dio un paso atrás. Si antes
había tenido miedo al hombre por su corpulencia, ahora sentía pánico al saber
qué clase de sangre corría por sus venas. Él arqueó las cejas—. Decidle que
Warenne ha confesado. —Annabella se apretó más contra su capa y asintió—.
Os esperaré aquí.
Jaimie miró la oscuridad del cielo con indecisión. Si forzaba al caballo, podría
estar de regreso en Surrey justo cuando llegara la comitiva.
—Espero que os portéis bien —le dijo con un frío glacial en su voz—.
¿Sabéis usar el cuchillito que guardáis en la bota?
—¿Queréis probar? —Los ojos verdes brillaron con decisión, ocultando el
miedo que sentía.
—No. Guardad fuerzas para cuando regrese.
—… si regresáis. —Annabella le dio la espalda con altanería, y se acercó a
una de las hogueras que recién alguien había atizado.
Jaimie la siguió con la mirada, todavía pensando que Annabella no tenía
ningún motivo para mentir.

Azuzó a la bestia todo lo que pudo. No quería perder ni un solo momento


pensando que Annabella bien podía haberle hecho una jugarreta al alejarlo de
ella y las tierras de Surrey.
Todo el camino iba exponiendo los pros y los contras que acusaban a Thomas.
No hallaba razón. Tampoco la encontró en las tierras de Thomas, pues tanto él
como su ejército habían salido hacia Fortress Noun Untouchable. ¿Por qué y
para qué?
Jaimie preguntó a varios de los siervos. Muchos conocían la amistad que De
Luxe había tenido con los McBean. ¿Por qué él no conocía esa amistad?
De regreso hacia Annabella, supo que quizá las palabras de la joven
encerraban mucha verdad. Pero si Thomas había marchado con todos sus
hombres hacia Noun Untouchable, ¿sería que lo andaba buscando a él? ¿O a
Nerys McBean?
De todos modos, aún seguía sin poder creerlo hasta que no hablara con su tío.
Y pensaba hacerlo, desde luego que lo haría.
36

—¡Te maldigo, Douglas McBean! —Briggitte profirió gritos a diestro y


siniestro. Su voz estridente flotó en el tupido bosque de Inverness.
—No sois la primera en maldecirme, señora. —El hombre ató su montura al
grueso palo horizontal que habían clavado contra una de las paredes del patio del
monasterio.
Las enredaderas y el denso follaje ocultaban la piedra rojiza de la edificación.
Tras el edificio se oía el rumor de las aguas del molino.
Un monje cubierto de pies a cabeza salió a recibirlos con un pequeño libro de
tapas de cuero en sus manos, señal de que había estado leyendo recientemente.
Un par de hombres que viajaban junto a Douglas se quedaron en el patio con
la mujer, mientras él penetró en la fresca galería con el religioso.
Le entregó el mensaje que le diera MacArthur de su puño y letra.
El monje frunció los labios con disgusto, y a través de una de las vidrieras de
tono amarillo estudió a la muchacha con el ceño fruncido.
A Douglas le hubiera gustado saber en qué pensaba. Sin embargo, no se
atrevió a preguntarlo.
Por fin el hombre asintió y mandó llamar a alguien. Una mujer de cuerpo
rollizo y rostro sonrosado lo recibió con una sonrisa.
—Soy la hermana Rose. —La mujer evitó tocar al Douglas cuando le
extendió una mano.
El joven sacó bajo el cinturón la pesada bolsa que tintineó en el balanceo. La
depositó en la blanca palma de la mujer.
Ella sopesó la cantidad de monedas y, seguidamente, la introdujo entre sus
hábitos.
—La muchacha estará bien aquí —le aseguró.
—Verá, hermana. Mis hombres y yo necesitamos pasar la noche antes de
regresar, ¿sería posible…?
—¡No! —Ella agitó la cabeza como si hubiera escuchado un sacrilegio—.
Hay una abadía abandonada a unas millas de aquí —le señaló la dirección—.
También un poco más hacia el oeste se hospedan el clan Ferguson. —Con
descaro comenzó a empujar a Douglas hasta que lo sacó del monasterio.
Briggitte esperaba con un hatillo de ropa sobre el suelo.
—¡Te odio! —le gritó al McBean.
Douglas se detuvo ante ella con una mirada severa.
—Espero que vuestra estancia sea un placer. —Aspiró adrede la fresca brisa
de las amapolas rojas, que nacían entre verdes enredaderas de espino, e hizo una
graciosa mueca—. Sólo espero que no os aburráis en demasía.
—Eres un hombre cruel, McBean —le dijo ella, levantando el mentón con
altanería—. Seguro que estaré mejor que vos.
—Eso espero —asintió él. Briggitte lo detuvo, aferrándose a la manga de su
camisola.
—Por favor, no me dejéis aquí —le imploró con voz ronca y angustiosa—.
No me dejéis aquí, ¡os lo imploro, McBean! Llevadme con vos.
Douglas la miró, contrariado. Briggitte seguía intentando mostrar su altivez a
pesar de luchar con las lágrimas. Era muy bella, bellísima, y de gran fortaleza.
Una de esas personas que no se dejan vencer porque creen que nadie puede ser
mejor que ellos; y luego, en el fondo, todo eso no es más que una tapadera para
ocultar sus verdaderos sentimientos.
La larga cabellera oscura caía hasta sus caderas en una profusión de gruesos
bucles enredados. Y sus ojos exóticos, brillantes, le devolvían la mirada con un
orgullo aplastante. Su figura, arrebatadora, como la de una princesa guerrera.
—Lo lamento, señora.
—Me mantendré apartada de su pariente, pero… Por favor. —Douglas la
ignoró, girándose hacia su montura—. Podría acompañaros —insistió—. ¿Qué
deseáis a cambio, McBean?
Él se volvió con rostro serio. Su mirada la recorrió con lentitud de arriba
abajo, deteniéndose en las caderas y en su delgada cintura, hasta llegar a los
cautivantes ojos de ella.
—No tenéis nada que ofrecerme —escupió.
—¿No os gusto? —Se acercó a él hasta pegarse a su pecho. Douglas no se
movió, su corazón en cambió tomó fuerza.
—¿Por qué hacéis esto, señora? —le preguntó con tono tan agradable, ronco y
sedoso a la vez, que Briggitte se apartó ligeramente para observarlo con
curiosidad. El rostro de Douglas era indescifrable, sus ojos color del caramelo
eran cálidos y atractivos.
Ella apartó su mano del hombro de McBean donde segundos antes la había
puesto para intentar provocarlo. Ahora se arrepintió de haberlo tocado.
—¿A qué os referís? ¿A intentar seduciros? —Douglas asintió—. ¿Y qué otra
cosa puedo hacer? —Briggitte dio varios pasos atrás—. Es lo único que poseo.
—¿Y la dignidad? ¿Dónde la dejasteis?
Briggitte tragó el nudo que oprimió su garganta. Jadeó.
—Mi dignidad murió el mismo día que nací, McBean. —Con furia se limpió
las primeras lágrimas que rodaron, sin embargo, fingió una risa cargada de
cinismo—. ¡No es fácil ser la hija de una de las rameras del laird y no seguir sus
pasos!
—Pudisteis elegir. Imagino que después de lo que Nerys me contó, podríais
haber recurrido a vuestro hermano sin tener que… ensuciaros de ese modo.
Ella asintió. Sus ojos se oscurecieron.
—Podría. —Enarcó las bien delineadas cejas—. Pero esto —se señaló—, es
lo que todos esperaban de mí.
Briggitte enderezó los hombros, recogió su hatillo y caminó con porte regio
hacia la puerta.
—¡Eh, McBean! —Lo miró sobre el hombro. Douglas no se había movido del
sitio, con los ojos fijos en ella—. Dile a tu prima que no se preocupe. El bastardo
no es de su esposo. —Sin esperar ninguna muestra de agradecimiento, Briggitte
pasó junto a la hermana para luego escuchar cómo se cerraba la puerta con un
golpe seco.
Douglas subió sobre su montura y abandonó el monasterio y a la mujer que
tantos problemas les había causado a McArthur y a su prima.
Se detuvo en mitad del camino, mirando hacia atrás. Esperando encontrarla
una vez más.
Jaimie llegó hasta la cabecera de la comitiva. No había dormido en toda la
noche y sus ojos a duras penas se mantenían abiertos.
Habló durante un rato con Roger de Norfolk. Ni siquiera deseaba creer que
Thomas estuviera realmente involucrado en las matanzas, pero había una
persona que no tendría más remedio que confesarlo. Warenne hablaría si deseaba
un juicio justo, de lo contrario él mismo acabaría con aquél.
Jaimie sentía los ojos de Annabella pegados en su espalda. Ella viajaba junto
a las damas de su excelencia en la primera carreta. Evitó mirarla hasta el
momento justo en que bajaron el puente levadizo de las tierras de Surrey.
Entonces sí volvió la cabeza hacia atrás y la encontró aferrada con las dos manos
a su vestido, como si eso pudiera salvaguardarla de algún peligro. Su rostro
había perdido momentáneamente el color y los labios no eran más que una línea
difusa en su boca.
Esa joven había sufrido mucho desde que asediaran sus tierras, pero no le
extrañaba nada que su lengua viperina fuera la causante de todo. Se maldijo por
tener aquellos pensamientos. Deseaba culparla como ella lo había hecho con su
tío.
La sonrisa con que John de Warenne recibió a sus invitados desapareció de su
rostro al darse cuenta de la clase de escolta que había elegido su hermana.
Hombres experimentados, enviados por Balliol para proceder a su detención.
Warenne no podía creer que estuviera siendo traicionado por su propia
familia, sin embargo creyó ver una oportunidad cuando descubrió a Jaimie
McArthur De Luxe.
Su gozo se fue a un pozo cuando lo encerraron en sus propias mazmorras.
Estaba decidido a confesar. No iba a cargar con nada que no fuera suyo.
Temía a Sir Thomas, cierto. Pero después de esto, adivinó que el hombre sería
ejecutado.
Él no iba a morir. Aún le quedaban muchos años por delante. ¿De qué lo
acusarían, de haber ordenado la muerte de McArthur? Él no lo había hecho con
sus manos. Testificaría y ni siquiera Balliol podría hacer nada. Y con los
McBean, los McGregor y los McGreysort. No tenía nada que ver. Por lo menos
en las muertes, él sólo recibía órdenes.
Se acercó a la estrecha puerta de madera, recubierta con varias cintas de
hierro macizo y oxidado. Había creído escuchar ruidos.
Dio un salto hacia atrás cuando Jaimie plantó la cara contra las sucias rejas
superiores.
Tragó con dificultad y sus piernas temblaron, nerviosas. Ese hombre, con
seguridad había ido a vengar a McArthur y lo iba a matar.
La puerta se abrió y Warenne reculó hacia atrás hasta que la pared lo detuvo.
O lo mataba por el Guardián de Escocia… o lo hacía para que no pudiera culpar
a su tío. Warenne ni siquiera sabía que sus hombres habían fallado y Kiar y
Nerys continuaban con vida.
Su única solución era confesar, abandonar Escocia para apoyar a Eduardo e
instalarse finalmente en Inglaterra.

Los ojos verdes barrieron una vez más los mares de pradera floreada que se
extendían desde los muros hacia los páramos.
Kiar le había asegurado que era imposible que nadie cruzara los límites sin su
permiso y debía creer en él. Pero era tan complicado pensar que alguien pudiera
estar preparándose para atacarlos que la angustia le latía constante en la boca del
estómago.
Nerys no quería ni pensarlo. Tantas gentes inocentes… Niños, jóvenes,
hombres y mujeres.
Se acercó hasta la cama para sostenerse en un poste.
¡Que no tuviera miedo!, le habían dicho los McArthur ¿Y cómo se hacía eso?
Respiró con velocidad y creyó marearse. Sus manos temblaron y un sudor frío
envolvió su nuca, descendiendo por la espina dorsal. Terror. Miedo, tanto o más
que aquel que había sentido hacía años.
Sus recuerdos revivieron los gritos, el humo, el crujido de la madera siendo
devorada por el monstruo de fuego que los cubría. Sintió piedras cayendo a su
alrededor, el choque de los claymors… y más gritos. Unos pidiendo ayuda, y
otros pidiendo guerra; unos liberando el miedo, y otros espirando su último
aliento.
Kiar la encontró hecha un ovillo sobre el suelo. Cubriéndose los oídos con las
manos y con los ojos fuertemente cerrados. Jadeando.
—Nerys, Nerys. —La cogió entre sus brazos, susurrando contra su frente—.
Estoy contigo —musitó. La colocó con delicadeza sobre la cama y se echó sobre
ella, tratando de calmarla—. No pasa nada. Todo va bien. Ya sabemos quiénes
son. —Le acarició el cabello con paciencia.
Ella lo miró, desorientada por unos segundos, sin entender qué había
ocurrido.
—¿Qué ha pasado, mujer? ¿Te has mareado? —Kiar seguía susurrando para
no alterar la paz del dormitorio. La preocupación se reflejaba en el fuerte rostro.
Nerys asintió y se aferró a su cuello con fuerza, aplastándolo contra ella. Su
corazón todavía latía acelerado. Aún sentía el frío sudor de su cuerpo, y tragó
varias veces para no vomitar.
—¿Sabes quién es? —preguntó ella, un poco más aliviada, intentando respirar
con normalidad.
—Sí. Ha enviado al emisario, es un amigo de la casa. Viene a conocerte. Lo
raro es que nunca había venido tan preparado. —La besó en la frente—. No
debes preocuparte, mujer. Te he dicho que, aunque vinieran por las malas, no
tendrían nada que hacer.
—Sé lo que me has dicho. —Se incorporó, quedando sentada en el colchón
—. Mi padre también decía lo mismo; claro que se suponía que no debían
atacarnos porque no teníamos enemigos.
Kiar se levantó y caminó despacio hacia el arco de la ventana, pensando cómo
decir las cosas sin ofender a Nerys ni a su familia.
—Tu padre no estaba tan entrenado ni preparado como yo.
Nerys no pudo responder a eso porque seguramente Kiar tuviera razón.
McBean no era tan grande como Noun Untouchable, ni había poseído nunca
tantos hombres. Si hasta en las casas de la aldea McArthur las triplicaba, eso sin
contar los numerosos edificios y almacenes.
Recordó incluso el día en que le dijo a Kiar que los McBean poseían pocos
caballos. En Noun Untouchable cada caballero tenía el suyo, y ella misma poseía
su propio corcel, cosa que en McBean jamás se le hubiera pasado por la
imaginación.
—Pero yo no puedo evitar sentir miedo —le dijo con voz temblorosa. Kiar se
giró para mirarla desde la ventana. El sol bañó sus largos cabellos castaños—.
Cuando pienso en lo que sucedió. —Hizo una pausa y su mente regresó de
nuevo a aquella noche—. Me asustaron las voces fuertes, mi padre gritaba en el
salón, y la mayoría nos levantamos de la cama para ver qué ocurría. —Tragó con
dificultad y lágrimas de dolor anegaron sus ojos—. Mis primas, Annabella y yo,
nos quedamos en un rincón esperando a que mi madre saliera del cuarto.
«Esperad aquí», nos dijo. Lo siguiente que recuerdo fue a mi padre gritándonos:
«corred a la despensa». «Todas juntas corred a la despensa.» Me miró. —Nerys
sollozó y Kiar se acercó hasta los pies de la cama—. Me dijo: «Nerys, no
desobedezcas ahora.» —Agitó la cabeza, ya sin tener ningún control sobre sus
lágrimas, que rodaban pos sus mejillas—. No quise desobedecerlo, pero lo hice.
Perdí a… iba tras Annabella… —Kiar se sentó a su lado y la arropó entre la
calidez de sus brazos.
—Ya no importa, Nerys. —La obligó a mirarlo, poniendo un dedo bajo la
barbilla.
—Si Douglas no me hubiera sacado de allí… No sé qué habría…
—Ni lo sabes ni lo sabrás nunca. Yo aprendí hace mucho tiempo a ver las
cosas buenas y positivas que nos hacen bien. —Se encogió de hombros—. Quizá
por eso siento debilidad por comprar todos estos artefactos, como tú los llamas,
que tanto nos divierten. Porque tenemos que dejar paso al futuro. No podemos
seguir reteniendo los años por mucho que queramos. Debemos olvidar.
Nerys lo miró con una media sonrisa. ¡Y lo decía él, que le había prohibido ir
al acantilado! No dijo nada. No quería herirlo y hacerle recordar cosas malas
cuando ella estaba deseando olvidar las suyas.
—Intentaré no volver a tener miedo. —Mientras él hablaba, ella había dejado
de llorar y se estaba retirando las lágrimas con el puño de su vestido.
—Sé que eso es difícil, Nerys. Pero debes confiar en mí cuando te digo que a
mi lado estás segura.
—Sí, mi señor —carraspeó—, ¿y bien? ¿Quiénes son los visitantes?
—Es un antiguo amigo de la familia. El tío de Jaimie. Te va a encantar, es un
hombre muy agradable. —Le tendió la mano y Nerys se levantó de la cama,
dejando atrás el susto y el miedo.
—Le diré a Sonsilia que prepare sus habitaciones.
Kiar asintió.
—Te ves muy pálida, mujer. Deberías descansar un poco. —De improviso, el
hombre capturó su boca con un beso húmedo antes de marcharse del dormitorio.
37

—Si vuelves a tocarme, te mato.


—Ha eso has venido ¿no? ¿O me echabas de menos? Apuesto a que recuerdas
lo bien que lo…
—¡Nooo!
Jaimie caminó con paso firme hacia el lugar de donde provenían los gritos,
pero a medida que se acercaba tuvo que acelerar la marcha al escuchar el ruido
de un candelabro al caer.
—¡Suéltame!
—¡Ha dicho que la sueltes! —repitió Jaimie entre dientes una y otra vez.
No bastaba con la cólera que Warenne le había provocado. Su ira ya era ciega
cuando agarró a Liam por el cuello y lo elevó para golpearlo contra la piedra
gris.
Estuvo a punto de tropezar cuando vio con enojo que el sujeto aún sostenía a
la muchacha y la arrastraba contra él, poniéndola como escudo.
En cuanto Annabella se vio liberada, rodó por el piso, apartándose de ellos.
Jaimie volvió a golpearlo contra la pared. El sonido era desagradable, como
una nuez al partirse. Liam aullaba, aterrado.
Fue Annabella quien se acercó al guerrero, intentando que soltara al hombre.
Deseaba que Liam muriera… Pero aquello era horrible.
Jaimie, con su corpulencia, cubría el cuerpo sin dejar de zarandearlo contra el
muro. Era una masa de carne y músculos brillando bajo la luz de las velas.
—Parad, por favor —rogó ella entre lágrimas.
Jaimie logró escucharla y soltó a Liam, que cayó al suelo con un ruido sordo.
Annabella estaba junto Jaimie y lo vio dudar. Sus ojos fríos como el hielo se
hallaban fijos entre Liam y el muro. Pero él no estaba allí. Su mente debía de
estar vagando por otros caminos. Su rostro era una máscara cruel de expresión
aterradora.
Se apartó al tiempo que dejaba escapar un fiero gruñido, y con velocidad
sorprendente se sacó un hacha con hojas de plata que silbaron en el viento.
Annabella se cubrió la cara con las manos, cobijándose tras una mesita de
madera maciza, temiendo que el guerrero hubiera perdido la cabeza.
La sangre cubrió el suelo tiñéndolo de oscuro con un desagradable ruido
espeso al gotear.
El tiempo se congeló hasta que sintió que la cogían de la muñeca y tiraban de
ella. Luchó con todas sus fuerzas.
Se vio alzada en volandas y la enorme mano de Jaimie cubrió su boca.
—Voy a por Thomas. ¿Quieres venir? —preguntó con voz sibilante y
peligrosa.
Aún no la había soltado y ella lo miró con ojos entrecerrados, pensando con
velocidad si estaba dispuesta a marcharse con aquel loco.
—No tenemos mucho tiempo. Su ejército se dirige a Noun Untouchable. —
Ahora Annabella abrió los ojos y asintió con rapidez.
Jaimie la dejó en el suelo, retirando la mano de su boca.
—Partimos en una hora.
—¿Qué ha dicho Surrey? ¿Os ha confirmado…? —La mirada amedrentadora
hizo que se callara de golpe.
—Ese hombre está muerto. —Señaló al despojo de Liam, que yacía en el
suelo de forma grotesca—. Y el conde será juzgado. —Jaimie se pasó la mano
por la cara y varias gotas de sangre se extendieron, dejando unos surcos rojos en
su frente. En algún momento se había desprendido el broche de plaid y este caía
colgado sobre sus caderas. No llevaba camisa, y su piel dorada también estaba
salpicada por diminutos puntos de sangre. Su rostro seguía siendo insondable, o
más bien como un libro abierto donde la palabra venganza estaba escrita con
letras de decepción—. ¿Tenéis alguna cuenta más pendiente por aquí? —le dijo,
observándola de arriba abajo. La manga del vestido se hallaba desgarrada.
Annabella se retiró las lágrimas y negó con la cabeza. No sabía por qué, pero
siempre acababa llorando delante de él y eso la hacía sentirse estúpida.
—¿Está mi hermana en peligro? —se atrevió a preguntar.
Jaimie asintió, tragando con dificultad. Fue la primera vez que ella lo vio
preocupado, pero sus ojos celestes volvieron adquirir un tono helado.
—Kiar jamás negaría la entrada a mi tío. Mi tío se ha ido hacia allí, pensando
que el laird murió —se encogió de hombros—, y hasta donde nosotros sabemos,
él está muy bien. Ojalá eso trastoque los pensamientos de… —le costaba
pronunciar su nombre sin dolor—. Thomas. —Agitó la cabeza. Todavía le
costaba trabajo pensar que todo lo que la McBean le había dicho era cierto. ¡No
podía creerlo! ¿Cómo era posible que lo hubiera tenido tan engañado? Él, que
había pensado que Luxe lo dejaba entrenar con los mejores para aprender de
ellos. ¡Ja! Thomas lo había utilizado. Se había servido de ser quien era para ir a
Noun Untouchable siempre que había querido. Se conocía el terreno, los
edificios, la fortaleza… Todo. Tenía acceso a cada uno de los detalles que se
formaban las guardias. Los planes de defensa que tenía McArthur. Si algo le
ocurría al clan solo era culpa suya.
—Pero si ha pensado que está muerto, ¿por qué va hacia allí?
—Porque esas tierras, como las tuyas y otros clanes, se interponen en el
camino directo que quiere con Inglaterra.
—¿Como si él solo nos estuviera invadiendo? —preguntó, tratando de
entender. Nunca le habían interesado los temas de guerras, ni la política. Hasta
que juró vengarse.
Jaimie asintió.
—Así es. Por eso se alegró cuando me instalé en Noun Untouchable. Porque
le dejé la puerta abierta. Ahora, si ha pensado que Kiar ha muerto, irá por las
buenas a tratar de convencerme para que me una a él. En caso contrario, atacará
sin más.
—¿Te unirás a él? —Tuvo miedo de preguntárselo, pero debía estar segura.
—No —negó. Abrió la boca un par de veces antes de decir —pero trataré de
convencerlo. No puedo dejar que lleguen a las armas —no estaba muy
convencido de poder hacerlo—. Deben estar a solo dos días de MacArthur.
—¿Cuánto tardaremos nosotros?
—Un poco más.
—¿Un poco más? ¿Cuánto más? —le gritó. No quería ni pensar que su
hermana estuviera a punto de revivir la pesadilla.
—¡No lo sé, mujer! —bramó él a su vez. Annabella dio un pequeño respingo
y Jaimie le puso las manos sobre los hombros—. No me temas. Por muy
enfadado que esté jamás te haría daño. Yo no soy como él. —Miró hacia el lugar
donde Liam había dejado de respirar hacía tiempo. Tomó aliento—. Tampoco
soy como mi tío. —Vio algo brillar en el suelo y se agachó a recogerlo.
Annabella observó su daga entre las grandes manos del guerrero. Parecía
realmente pequeña.
—Con esto no puedes matar a un hombre. —Sin previo aviso le colocó su
hacha en las manos—. La próxima vez hazlo con esto. —Jaimie echó a caminar
dejándola pensativa. A los pocos segundos la escuchó correr tras él. Jadeaba por
el peso del arma.
La miró con una suave sonrisa.
—Si prefieres la llevo yo.
Annabella asintió y por primera vez le devolvió la sonrisa. No era de pura
dicha, pero era un acercamiento.

El ejército descendió la loma a media mañana. Fue un recibimiento silencioso


entre los MacArthur.
Solo una decena de hombres, incluido Sir Thomas, entraron en la fortaleza.
Thomas lucía una sonrisa de amabilidad, pero la amabilidad se había trocado
en un nudo en su garganta al enterarse de que Kiar MacArthur no había muerto.
¡Otra vez habían fallado! Y era una lástima. Thomas apreciaba a Kiar desde el
primer día que lo había visto entrenando con su sobrino. Lo respetaba, lo
admiraba, eso no significaba que se retractara de sus planes. Solo MacArthur se
interponía entre él y su objetivo.
Se fundió en un abrazo con el laird y este le palmeó el brazo con una sonrisa
de camaradería.
—Ha sido una sorpresa tu visita. Pero, ¿dónde vas con tantos hombres?
—Si no recuerdo mal fuisteis vosotros quienes me dijisteis que debía
armarme —bromeó—. ¡Me alegro de que no hayas muerto! Era la versión
oficial.
—Digamos que una artimaña. —Kiar hizo una señal para que sirvieran bebida
a su amigo—. ¿Veníais a mi funeral?
—Me alegra que no. —Volvió a decir en una cínica mentira. Claro que lo
deseaba. No quería luchar contra él. Con MacArthur vivo sería más difícil
convencer a Jaimie. Esa era la lástima. Al final su sobrino se enteraría de todo.
Con el tiempo se lo agradecería, cuando le convirtiera en el señor de las
Highlands.
—Ya que estás aquí te presentaré a mi esposa. ¿No te sorprende?
—¡Y tanto! —rio. No quería alegrase por MacArthur porque la felicidad le
iba a durar poco, pero en el fondo se alegraba por el muchacho. Al menos había
disfrutado de una vida en matrimonio, corta, pero viva.
Thomas no podía remediar que su corazón fuera un coagulo de traición e
infidelidad.
—Nerys estará aquí en unos minutos. Siéntate y descansa.
—¿Y mi sobrino? No ha venido saludarme.
—Está en una gesta. —Hizo una mueca. Por el rabillo del ojo vio a su esposa
que apenas entrar en la sala se detenía como una estatua. Pudo leer en sus ojos
verdes el terror que la embargó.
—¿Y bien? ¿Nerys, has dicho? —Thomas se frotó el mentón simulando
pensar. Otra vez volvió a maldecir a Warenne. ¡La mocosa seguía con vida
también!
Kiar vio a Nerys caminando de espaldas hasta esconderse tras las amplias
cortinas del arco del salón de reuniones. Una sala adyacente a la del salón donde
se encontraban.
—Sí —respondió Kiar pensando a velocidad de vértigo—. Nerys MacBean.
—¡Ah, esa jovencita! Yo era amigo de Edwin y su encantadora esposa. Unas
bellas personas, que lastima lo que ocurrió. Estoy deseando poder conversar con
ella. ¿Dónde ha estado todo este tiempo?
—Con los condes de Mar —respondió algo más serio. No entendía el
comportamiento de Nerys, pero la intuición le dijo que se fiara de ella—. Si me
disculpas, voy hablar con George. Quiero que traten a tus hombres como se
merecen.
—No sabes lo que te lo agradezco, Kiar. El viaje ha sido muy pesado, y más
con la angustia de creerte muerto. Ya me habría imaginado a Jaimie intentando
poner orden entre tus hermanos.
Kiar rechinó los dientes pero nadie pudo oírlo.
—Regreso en unos minutos. Esta es tu casa, amigo.
—Lo sé, muchacho. Noun Untouchable siempre con su hospitalidad bien
dispuesta.
—Sí —asintió Kiar antes de dirigirse al salón de reuniones—, pero solo
aliados.
Nerys se había acercado hacia uno de los muros que cubría una fuerte librería.
Una gigante chimenea iluminaba tenuemente el lugar junto con varias mechas.
Lo necesario para caminar sin golpearse con nada.
Kiar caminó hacia ella con los ojos fijos en su verde mirada.
—¿Qué ocurre? ¿De qué le conoces?
—Sir Thomas de luxe dio la orden a Warenne. Él es… el culpable —le
susurró.
Nerys no estaba muy segura de que Kiar la creyera. Sin embargo MacArthur
no desconfió. La fuerte sospecha de que el ejército les atacaría se había disipado
al reconocer al tío de Jaimie, pero ahora de nuevo, esa teoría volvía a cobrar más
fuerza que nunca. ¡Y tenían a todos los hombres cobijados en Noun
Untouchable!
—En cuanto puedas te escabulles hacia la recamara y no salgas de allí. No
quiero que te vea.
—¿Qué vas hacer tú? —le preguntó tomándole del brazo.
—Estoy pensando. ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Siempre te lo he dicho.
—En ningún momento has nombrado a Thomas.
—Annabella me lo dijo en Brodick.
Kiar asintió entrecerrando los ojos. ¡Claro! Thomas de Luxe. ¿Quién si no
tendría mejor acceso a sus tierras? Él era el hombre al que los guardianes de
Escocia perseguían, y solo ahora descubrían que era una de las personas más
allegadas y preocupadas de todo el país. ¡Los había engañado a todos!
38

Kiar atravesó el patio de arena e ingresó en la pequeña capilla. Se santiguó y


sin demorarse cruzó la fresca estancia abriendo una pequeña puerta disimulada
bajo el pulpito.
El reverendo le vio pasar y se apresuró a cerrar la puerta tras de él.
Kiar prendió la antorcha y descendió las enroscadas escaleras que terminaban
en una amplia galería. El suelo era piedra hueca y sonaba al pisarlo. Los
escalones descendían hacia una negrura espesa que parecía el mismo infierno.
Se preguntaba cuánto sabría Jaimie de todo aquello, pero lo desechaba de la
mente con rapidez. Posiblemente su hombre se sorprendiera tanto como él
cuando descubriera los maquiavélicos planes de su tío.
Para Kiar no era fácil enfrentarse con Thomas. Siempre le había visto como a
un pobre debilucho que evitaba la guerra como los gatos el agua. Aún era
increíble pensar que un hombre tan ameno y abierto pudiera ser capaz de
pertrechar semejante plan. Él le había ofrecido siempre todo: su casa, sus
alimentos... Jamás habían discutido.
—Ian, muchacho —llamó Kiar al joven que se hallaba inclinado sobre un
lienzo—, gracias por tu apoyo.
—Lo que siento es que actuara tan tarde, pero no pude escarparme. —Se giró
para abrazarle con fuerza—. Me enteré de sus planes algo tarde.
—¿Qué ocurrió con ese hombre?
—Murdock. Está dentro. Seguramente en la taberna. Esta noche Thomas y
sus hombres no harán nada. Tu resurrección les ha pillado tan de sorpresa que
deben cambiar de táctica. —Ian miró a Kiar lamentándose—. Tenía dos
opciones: o me quedaba para poder conocer su plan de ataque, o daba un ligero
rodeo e iba avisar a mi clan para que sirvieran de apoyo.
—Dime que fuiste hablar con Ferguson y soy capaz de besarte.
—En unas horas estarán por aquí. Entrarán y se mezclarán con los hombres
de Sir Thomas. Ese hombre solo contrata mercenarios y la mayoría ni se
conocen entre ellos. —Ian levantó una mano hacia arriba—. No me beses,
echemos un vistazo a estos trazos que he hecho de la fortaleza, más o menos…
—Tengo los planos originales —asintió Kiar—, ¿recuerdas que mi hermano
es el mejor arquitecto del mundo? George no tardará en venir. Cuéntame. Ese tal
Murdock, ¿fue el que me hirió y cortó los cabellos de mi esposa?
Ian parpadeó varias veces por la sorpresa.
—¿Tu esposa? ¿Ya os habéis casado?
—En Brodick —asintió Kiar complacido.
—¡Felicidades! ¡No tenía ni idea! Sabía que lo harías, pero desde que nos
separamos en Lareston lo último que llevé era el fingimiento de tu muerte.
—Sabía que te alegrarías. Continúa, hablábamos de ese tal Murdock…
—Sí. Un tipo pésimo, aburrido y cargante. Cuando bebe, que no lo hace
muchas veces, le encanta largar sobre sus hazañas. Confirmó lo que ya
sabíamos: que te hirió, pero entre sus fechorías habló de la masacre de varios
clanes, entre ellos el de tu esposa. Se jactó de todas las mujeres que violó
incluida a la hija… —Ian se mordió la lengua y negó con la cabeza—. Bueno, a
muchas mujeres.
Kiar no paso por alto aquel gesto.
—¿Te refieres a la hija de Edwin MacBean? —Ian no podía saber que había
otra MacBean, hija también del fallecido Edwin.
Kiar tampoco se lo dijo. Por eso todo el odio de su cuñada contra los asesinos
de su familia, no solo habían matado a sus parientes, sino que la habían
ultrajado. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral al pensar en la suerte
que tuvo Nerys por tener a Douglas.
—Sí. No creo que te guste saberlo.
—No me va a gustar —contestó Kiar. Sentía la sangre encendiéndole las
venas—. Pero cuéntame todo lo que ese cabrón te dijo.

—Por favor, debéis estar tranquila, mi señora. Os prometo que si me entero de


algo más os lo hare saber antes que a nadie.
—¡Pero no se te vaya a olvidar Sonsilia! Estoy que me muero de la angustia.
Dime otra vez que ha pasado. ¿Están todos bien en la aldea?
—Sí, ya todos están advertidos y no hay que preocuparse por ello. Su esposo
ha ordenado que se celebre un brindis en honor a su casamiento. Los hombres de
Sir Thomas serán drogados…
Unas fuertes voces en el corredor hicieron que las mujeres corrieran hacia la
puerta, pero ninguna de ellas abrió. Tanto Sonsilia como Nerys apoyaron las
orejas en la madera tratando de escuchar a que se debía todo aquello.
Las voces eran masculinas, confusas.
—¿Qué habrá pasado? —murmuró Nerys con los nervios a flor de piel.
Sonsilia, atenta al exterior no contestó. Las voces se alejaron de nuevo y
entonces unos golpes suaves las hicieron apartarse corriendo.
—Soy yo, Cary —murmuró la sierva.
Sonsilia la abrió y tras dejarla pasar volvió a cerrar echando la llave.
—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó Nerys tomándola de la mano para llevarla
hasta los amplios divanes.
—Era Sir Thomas que buscaba al laird, pero le convencí de que no estaba
aquí. Quería saber si vos os encontrabais en el dormitorio.
—¿Y qué le dijiste?
—Que salisteis a pasear —dijo con una sonrisa de triunfo —al acantilado.
—¿Por qué allí? —Nerys abrió los ojos extrañada.
—Porque no creo que Sir Thomas vaya a buscaros, y el señor sabe que vos no
iríais allí. ¡Ojala se cayera y se matara…!
—¡Oh, calla, Cary! —Le recriminó Sonsilia—. No digas eso ni en broma.
—Creo que has estado muy acertada, Cary —contestó Nerys. El sonido de
cascos de caballo llegó hasta el segundo piso y las tres mujeres corrieron hasta el
arco de la ventana. Un error, ya que en ese momento Sir Thomas levantó la
cabeza y las descubrió.
Thomas apenas había alcanzado el puente cuando regresó sobre sus pasos con
la vista clavada en la ventana.
Nerys se apartó con velocidad y miró a Sonsilia asustada.
—Se ha dado cuenta. Debemos avisar a mi esposo.
Sonsilia seguía mirando por la ventana y asintió frenética.
—Ha desmontado y creo que viene hacia aquí. Señora debéis salir de las
habitaciones.
—Pero Kiar me dijo…
—Lo sé, mi señora —la interrumpió—, pero si ese hombre viene hasta aquí…
—Lo recibiré —afirmó Nerys con firmeza. Estaba asustada, pero prefería
enfrentarle en el salón donde los hombres de su esposo pudieran estar presentes
e intervenir en un momento dado—. Busca a Godoy para que me acompañe. Y
localizar a mi esposo.
Nerys corrió a la alcoba del baño y se miró en el espejo de metal. Se cambió
el sencillo vestido por uno más elegante de un tono verde profundo que
armonizaba con sus ojos. Se cepilló la corta melena y se apresuró a salir de las
habitaciones. Casi corrió por el pasillo haciendo que Cary la persiguiera y en el
momento de descender las escaleras, Thomas se acercaba a los primeros
peldaños.
—¡Sir Thomas! —Nerys fingió una hermosa sonrisa y bajó con los brazos
extendidos.
Atónito, el hombre la correspondió en el abrazo.
—¡No sabéis que gusto me da veros! Acabo de llegar de pasear, tengo una
jaqueca terrible y el aire me calma enormemente. Quise venir a saludaros antes,
pero tampoco quería molestaros, mi esposo me advirtió que habíais tenido un
viaje agotador.
—¡Cuánto tiempo! —Sonrió él tomándola de la mano—. Estuve muy
preocupado por vos y me temí lo peor. ¡Vaya, fue una sorpresa cuando Kiar me
dijo que se había casado con vos! Os habéis convertido en toda una beldad.
—Vos siempre tan amable, Sir Thomas. Pasemos al salón y tomemos algo.
¿Habéis probado el vino que producen los MacArthur?
—Muchas veces querida, pero os acompañare y brindaré con vos. ¡Hay tantas
cosas que debéis contarme! —La miró con un brillo admirativo en sus ojos
arratonados.
Nerys agradeció la eficacia de Sonsilia por encontrar, no a uno, si no a tres de
sus cuñados.
Pronto se introdujeron en una conversación bastante trivial sobre el tiempo y
los cultivos.
—¿De modo que sois el tío de Jaimie? —preguntó Nerys apurando su primera
copa de vino. Se había sentado en la silla más cercana a la cabecera como si
esperara el regreso de Kiar en algún momento—. ¡Qué pena que nunca vino con
vos a visitar a mis padres!
Sir Thomas asintió y le dedicó una sonrisa.
—Le hablé a vuestro padre para concertar un matrimonio entre él y vuestra
hermana ¿Annabella? —Nerys agitó la cabeza afirmando—. Pero según Edwin,
la joven estaba prometida. ¡Qué lástima todo lo que ocurrió!
—Es cierto. Además celebrarían sus esponsales en breve. ¡Vaya, casualidades
de la vida!
—¿Por qué lo decís?
—¿No lo sabe? —Nerys soltó una tonta risita—. Podría jurar que en este
momento Annabella y Jaimie están juntos.
El rostro de Sir Thomas se tornó gris ceniza.
—¿Cómo decís? ¡Jaimie y…!
—Mi hermana, sí —asintió con rotundidad—. Gracias al cielo ella se salvó. Y
mi primo Douglas también. —Se encogió de hombros fingiendo no darse cuenta
de que los ojos del hombre se oscurecían—. Mi esposo va ayudar a Douglas a
levantar nuestras tierras de nuevo, claro que ahora poseemos un fuerte aliado, los
MacArthur.
—¿Y ya sabe tu primo la noticia? —inquirió Godoy con una sonrisa abierta.
Se estaba divirtiendo de lo lindo viendo cómo su cuñada acicateaba al pobre
hombre, claro que más tarde cuando Kiar supiera que Nerys había bajado a
recibir a Thomas, nadie se pondría tan contento.
—Aún no, pero se lo diré en cuanto regrese.
—¿Qué le dirás y a quién? —dijo la voz fuerte de Kiar ingresando en el salón.
Nerys se puso en pie obligando a que los hombres la imitasen.
—¿Ya habéis regresado, mi señor? —le preguntó con voz dulce—. Os
echábamos mucho de menos.
—Estábamos hablando del primo de tu esposa —explicó Godoy extendiendo
la copa para que una criada le sirviera más.
Kiar se acercó hasta el grupo y rodeó la cintura de Nerys de forma posesiva.
—Es verdad. Pero no tardaremos mucho en darle la noticia. Douglas acaba de
llegar. Ha subido a darse un baño. No quiere perderse la fiesta de esta noche.
—Las celebraciones —rio Thomas aceptando más bebida—. Creo que yo
también subiré a descansar. —Vació su copa de un solo trago, como si con ello
se tragara todo el furor y la ira que sentía—. Me ha encantado volver a veros,
Nerys. —Se inclinó hacia ella para besarla en la mejilla.
Kiar apartó la mirada por no estampar la cara del amable tío de Jaimie contra
el tablero de la mesa. Cuando le habían informado que Nerys había ido a recibir
al hombre, no pudo dilucidar si estaba más enfadado o asustado. Le había
prometido que no la pondría en peligro y ella… lo desobedecía. Apretó los dedos
en la cintura de ella que lo miró un poco sorprendida.
Nerys pronto se dio cuenta de que el laird estaba furioso con ella. Lo vio en el
frío acerado de sus ojos grises, en el serio rostro que la miraba implacable.
Los hermanos MacArthur desaparecieron junto a Thomas y tan solo unos
sirvientes deambulaban por el gigantesco salón trajinando.
—Kiar, tuve que bajar…
—Te dije que no lo hicieras.
—Hubiera sido peor si me hubiera encontrado en la recamara, el me vio por
la ventana y…
Kiar se encogió de hombros sin importarle lo que le estaba contando.
—Te dije que no bajaras —repitió.
Nerys alzó su mano para acariciar la fuerte mejilla de su esposo. Raspaba un
poco con la barba incipiente.
—Tenía que hacerlo Kiar. —Se puso de puntillas para besar los labios
inmóviles y fríos—. No te enojes conmigo, por favor. Tenemos otros asuntos
importantes en que pensar.
—¿Tenemos? —La miró frunciendo el ceño—. ¿Te refieres a que te vas a
encargar del menú de esta noche? ¿Has llamado a los músicos para que nos
deleiten?
Nerys se enderezó y en sus ojos también brilló una chispa de enojo.
—¿Es eso importante? —le recriminó jugando con su trenza castaña. Deseó
tirar con fuerza y hacerle daño, pero se contuvo.
—Eso es lo importante para ti en este momento mujer. Lo demás, déjamelo a
mí.
Kiar se quiso girar, Nerys lo detuvo.
—¿No me vas a dar un beso, mi señor? Siempre lo haces cuando llegas.
MacArthur se volvió a ella. Sus ojos ya no estaban furiosos. La abrazó con
fuerza en un tris de aplastarle las costillas, ella se quejó, entonces Kiar aflojó la
presión y la besó.
Quería castigarla con un beso duro sin emoción. Algo que la hiciera recordar
que aún seguía enfadado por desobedecerlo, sin embargo apenas rozó su carne,
sus labios la devoraron con ansia. La besó hasta dejarla sin aliento, la tomó en
brazos y con ella acuestas se dirigió hasta el dormitorio.
39

La mujer se agitó intranquila entre sueños. Una extraña y desconocida presión


sobre su cintura hizo que finalmente abriera los ojos asustada. ¿Había sido
capturada de nuevo?
La fina niebla a ras del suelo brillaba como la plata con las primeras luces de
la aurora. El ambiente húmedo y fresco se colaba en los huesos sin piedad, sin
embargo, Annabella no sentía frío. La fuerte presencia masculina pegada a su
costado irradiaba un calor agradable.
Los primeros rayos de sol bailaron sobre las hojas de los árboles acariciando
su rostro. No se atrevía a moverse por miedo a despertar a quien la tenía
aprisionada. Al girar la cara descubrió a Jaimie.
Trató de recordar en qué momento habían detenido las monturas para echarse
a dormir, pero no pudo. Lo último que venía a su memoria era el ligero trote que
llevaban cuando la noche se les había echado encima.
Se apartó un poco. Aquel fuerte brazo, al igual que una de las musculosas
piernas del hombre que se había introducido entre las suyas de manera muy
íntima, demasiado intima, la atrapaba.
Annabella observó a Jaimie que dormía con el cuerpo relajado. Su rostro
estaba sereno y peligrosamente cerca del de ella, tanto que podía sentir el aliento
masculino sobre su cara.
Debería sentir miedo y, sin embargo, la sensación le resultaba de lo más
confortante.
Sintió lastima por él. Desde que había obligado a confesar a Warenne apenas
había dicho más de dos frases seguidas y había obligado a todo el grupo a
cabalgar sin descanso hasta las tierras de MacArthur.
Annabella no sabía cuánto viaje quedaba. Aquella era la primera vez que se
habían detenido a descansar. Con seguridad, tanto los hombres como los caballos
necesitaban un parón, de otro modo cuando llegaran a Noun Untouchable
estarían tan agotados que no servirían de ninguna ayuda.
Cogió con suavidad la mano de Jaimie e intentó elevarla para poder escapar
de aquel abrazo que la perturbaba de una manera que ella jamás habría
imaginado. Es más, ni en sus más recónditos pensamientos hubiera pensado
yacer con un varón que no fuera su… prometido.
Acordarse del pasado no la ayudó en absoluto. Se sintió infiel, pero sobre
todo sucia. Indigna de cualquier hombre bueno y noble. Decididamente Jaimie
no merecía estar con alguien como ella.
Era muy complicado salir de allí sin despertarle, su cuerpo pesaba horrores y
máxime cuando ella tenía estirado su brazo hacia atrás.
—¿Has descansado bien?
Annabella le soltó la mano sin haber conseguido nada y buscó su mirada.
Jaimie seguía con los ojos cerrados.
—Sí, gracias. ¿Cuándo nos detuvimos?
Los ojos azules se abrieron clavándose en ella con intensidad.
¡Qué guapo estaba! Aquellos ojos tenían una expresión tan tierna como
infantil. Annabella se encontró mirándolo como una boba.
—Poco después de que cayeras del caballo.
—¿Me caí? —se sorprendió. Hablaban en susurros. El resto de los hombres
de Roger descansaban cerca envueltos en mantas. La mayoría se habían
despojado de sus cotas aunque las armas se hallaban al alcance de sus manos.
El corazón de Annabella comenzó a dispararse. ¿Jaimie siempre había sido
tan guapo?
—Pude sujetarte antes de que te deslizaras hasta el suelo. —Se encogió de
hombros provocando que ella también se moviera—. No te quisiste despertar
después y cabalgar contigo dormida era un incordio. Te vencías para todos los
lados por mucho que te sujetara, parecías una muñeca.
—¿Trataste de llevarme dormida?
Jaimie sonrió de un modo muy excitante como si recordara algo que hubiera
sucedido durante la noche.
—Pude aprovecharme de ti. —La pinchó leyendo su mente, había abierto la
palma de su mano sobre la cintura.
Annabella ahogó una exclamación ante aquel contacto que incendiaba cada
fibra de su ser. Él movía los dedos en una lenta caricia.
—Pero no lo hiciste, ¿verdad? —preguntó por fin en un hilo de voz. Su voz se
había tornado ronca y áspera.
—Jamás me aprovecharía de una dama mientras durmiera. —Jaimie se apretó
más contra ella y Annabella se tensó—. Ahora no duermes, ¿no?
Ella se giró con velocidad y sin previo aviso se colocó sobre Jaimie. Tarde se
dio cuenta el hombre de que la pequeña daga de la joven se apoyaba en su cuello
con firmeza.
—De acuerdo, dulce damisela —prosiguió él—, me ha quedado claro.
Annabella no estaba realmente furiosa pero no quiso dar su brazo a torcer.
—¡Pues aparta las manos de mí! —se quejó con voz chillona y excitada
cuando le rodeó la cintura y elevó la pelvis contra ella. Annabella, ruborizada
sintió la dureza que querían entrar en ella con ropas incluidas—. ¡Jaimie! —
exclamó con el corazón enloquecido.
No le asustó el comportamiento de él, lo que sí le aterraba era el suyo propio.
No todos los hombres hacían daño, lo sabía por experiencia, su padre, su primo
—al que deseaba ver ansiosamente—, su prometido…
Jaimie había demostrado que era un hombre amable, muy bestia algunas
veces y bastante atrevido. Cuando habían entrado en Surrey él se había ajustado
a la escolta real con el mentón elevado con soberbia.
—¿No me has oído? —le susurró nerviosa. Jaimie alteraba sus sentidos—.
¡Suéltame!
Él sonrió y abrió los brazos liberándola con una sonrisa.
—¡No puedes culparme, mujer! Hay una parte de mi cuerpo que suele
despertar antes que yo.
Annabella, con el rostro rojo de vergüenza se incorporó apartando la manta
que cubría a ambos. Jaimie vestía una camisola oscura que en algún momento se
había alzado sobre su vientre y su miembro erguido pareció saludarla con
orgullo.
Lo observó boquiabierta con las mejillas ardiendo de turbación.
El hombre tenía las piernas ligeramente abiertas y el cuello medio levantado
para mirarla con atención posando para ella en una actitud muy tentadora.
Annabella levantó sus ojos a él y se recompuso con rapidez.
—Ten mucho cuidado —le amenazó—, es muy posible que mi arma no pueda
matar a un hombre pero bien puede cortar esa parte de tu anatomía.
Jaimie se bajó la prenda con prisa y se sentó para mirarla con los ojos muy
abiertos.
—Lo tendré en cuenta la próxima vez.
Annabella asintió. Guardó la daga cuando los hombres comenzaron a
despertar con el sonido de sus voces.
Pronto todos estuvieron listos para continuar la marcha. Comieron algo de
pescado seco y emprendieron el camino.
Durante un buen rato Annabella cabalgó unos pasos por delante de Jaimie
dejándole claro que no quería hablar con él, pero a medida que el paisaje se
repetía monótono y las conversaciones entre los soldados comenzaron a decaer,
dejó que su pequeña montura quedara a la altura de la de él.
Pocas veces le miraba a la cara, Jaimie montaba sobre un gran semental
castaño y a ella la costaba tener que levantar la cabeza continuamente.
Aquella mañana era diferente, no tenía conciencia de por qué, pero sus ojos
volaban una y otra vez al duro perfil del hombre pensando que una vez que todo
acabara y si tenían suerte y seguían con vida, a lo mejor no le volvía a ver. O
puede que se quedara una temporada larga con su hermana.
Estaba decidida a no tener nada con Jaimie, pero reconoció que le gustaba y
que mientras lo sentía cerca se encontraba mejor. Puede que llevara mal verle
con otras mujeres, con toda posibilidad Jaimie tenía una larga lista donde elegir,
pero no le importaba.
—¿Has estado en Noun Untouchable alguna vez? —preguntó él sacándola de
su ensoñación.
—No.
—Hay una colina cercana que tiene multitud de cuevas, ese sería un sitio
seguro para que esperaras…
—Voy a entrar contigo, no he viajado hasta aquí para quedarme de
observadora, además Nerys es mi hermana. —Le escuchó bufar, pero no le
importó.
—Esas cuevas tienen una entrada hacia la fortaleza. Son unos largos
pasadizos que llevan directamente al corazón de la capilla. Nunca los han
utilizado. —Apretó los dientes, furioso—. Pero si lo hacen deberían tener el
camino iluminado. Vamos a entrar por ahí, puede que haya gente que necesite
ayuda.
Annabella sabía que estaba tratando de convencerla y sus palabras tenían
mucha lógica. Si los aldeanos, los siervos, o la misma Nerys debían huir ella
debería estar esperándola. Tragó con dificultad.
—Me lo voy pensando.
—Tranquila, MacBean. Llegaremos a tiempo y evitaremos el derramamiento
de sangre.
—Dios te oiga —murmuró.
Sir Thomas no era ningún estúpido. Poco antes de entrar en Noun
Untouchable había ordenado que destruyeran el puente que cruzaba el río.
Jaimie y algunos hombres recorrieron varias veces la orilla intentando
encontrar un buen camino por donde atravesarlo pero parecía imposible. El
fondo del canal era lodoso y los cascos de los caballos se introducían casi hasta
las rodillas. Tuvieron que desistir en varios intentos.

Nerys dejó que Sonsilia le colocara una tiara de zafiros sobre su cabeza. El
vestido azul con ribetes plateados se ajustaba a su pecho con demasiada
estrechez.
—Mi señora… —La doncella luchó contra los diminutos botones de la
espalda—. No quiero ofenderos, pero… estáis engordando.
Nerys bajó la vista hacia sus senos. El escote con forma de V era recatado, sin
embargo asomaba por él la parte superior de sus pechos.
Cary la observó mientras le entregaba unas delicadas zapatillas de satén.
—Ojalá fuera un hombretón, mi señor se pondría muy contento, aunque una
niña estaría muy bien. Desde que se fue Margarita la falta de una mano femenina
se hace notar.
Nerys se mordió el labio con preocupación y se giró varias veces ante el
espejo para mirarse desde todos los ángulos. El pecho se le había hinchado
considerablemente.
Se pasó la mano por el vientre plano esperando encontrar algo más que le
confirmara lo que Cary estaba diciendo. Desde luego no necesitaba mucha
confirmación: se estaba acostando con un hombre, y entre un hombre y una
mujer tener un bebe era de lo más normal.
—A mí también me gustaría que fuera un varoncito —respondió ella con
temor—. Por favor, no quiero que esta conversación salga de aquí hasta que no
se hayan solucionado las cosas. No quiero dar otro motivo de preocupación a mi
esposo y mucho menos que Sir Thomas lo sepa. Podría aprovecharse de ello para
hacernos daño. —Miró a Sonsilia y a Cary con insistencia—. ¿De acuerdo?
—Entendido, mi señora. —Sonsilia hizo como si se cosiera la boca, Y Cary
fingió taparse los oídos.
Sonaron golpes en la puerta y una de las siervas corrió abrir. Kiar entró
nervioso. Vestía el plaid más nuevo que tenía, sin embargo, esta vez no llevaba
debajo más que su propia piel desnuda. Una capa larga oscura caía sobre uno de
sus costados rozando el suelo a su paso. Rodeando el duro musculo del brazo
descubierto tenía un brazalete de oro con un rubí bastante grande.
Su porte altivo estaba envuelto en un aire de fortaleza, su llegada al
dormitorio fue como un presagio de cuál sería su comportamiento aquella noche.
Nerys le observó con admiración, cada vez lo encontraba más hermoso. Más
deseable, tanto que comprendió por qué, con solo, un vistazo sus instintos
sensuales despertaron. No era lo normal, al menos eso es lo que Nerys creía o le
habían dicho. Siempre había tenido la creencia de que el hombre debía llevar la
iniciativa pero le gustaba tanto ser ella la que lo excitara y le arrastrara hasta la
locura, que de no haber estado ninguna de las siervas se habría lanzado sobre él
para hacerle el amor.
Debía de estar loca por pensar en algo así en un momento como aquel. Dentro
de poco estallaría el caos, o quizá no, sin embargo, allí estaba su mente
calenturienta y sus ávidos ojos recorriendo a su esposo de arriba abajo como si
se tratara de un dios.
Kiar se había detenido ante ella con ojos brillantes de orgullo.
—Estás muy hermosa. —Su mirada se inmovilizó en los senos y descendió a
las caderas para subir haciendo el mismo recorrido—. La mujer más bella que
haya conocido.
Nerys le sonrió azorada.
—Tú también estás muy guapo, mi señor.
Sonsilia y Cary se retiraron a la sala del baño con discreción.
Kiar abrió un paquete de formas irregulares y le mostró un capote igual que el
suyo. Una prenda de piel roja como la sangre. Las telas y los tonos eran
idénticos, sin embargo el que le mostraba tenía un cuello alto que cubría la nuca
y caía hacia atrás en una larga cola.
—Perteneció a mi madre como esposa del Laird. Para nuestra gente y para mí
sería un honor que la usases.
Nerys acarició la prenda con la punta de los dedos, era muy agradable y suave
al tacto. Asintió y se dio la vuelta para que él se la colocara, luego corrió al
espejo para admirarse.
Se veía elegante, señorial.
—Perfecta —dijo Kiar.
Nerys se dio cuenta de que desde que había llegado no había sonreído ni una
sola vez. Se acercó a su lado y le tomó la mano.
—Todo va a salir bien, amor, me lo has dicho mil veces.
—A una señal mía saldrás…
—Te lo prometo Kiar. Guiaré a los que pueda por las cuevas. —Sus labios
temblaron ligeramente—. Pero no hará falta. En cuanto sus hombres se duerman
no habrá peligro.
Esta vez Nerys no fallaría a nadie.
Los señores de Noun Untouchable descendieron las escaleras al mismo paso.
Una multitud de ojos se posaron sobre ellos desde el vestíbulo.
El gigante guerrero guardián de Escocia y su delicada dama de formas finas y
hermosa elegancia, desafiaron al mundo con expresiones serias y orgullosas.
Un mar de rostros les dio la bienvenida entre gritos de alboroto. Kiar llevó a
su esposa directamente a la mesa y el resto de invitados se apresuró a tomar
asiento.
Los sirvientes corrieron de un lado a otro rellenando las jarras de vino,
colocando bandejas con asados y verduras, pudines y pasteles.
Las gaitas sonaron y varios artistas les hicieron reír y sorprenderse con sus
habilidades.
Los hombres reían y charlaban y entre bastos brindis, el vino caía salpicando
por todos lados.
La sala estaba muy bien iluminada, los candelabros de pie y las lámparas del
techo brillaban con todas las mechas encendidas y sobre los muros danzaban las
llamas desde los apliques.
Sir Thomas se encontraba a la izquierda del laird y Nerys a la derecha, de ese
modo no podían entablar conversación ninguna.
Nerys estuvo bastante tiempo con Kiar pero finalizando los alimentos se
retiró a otra mesa situada más cerca de las cocinas. Una mesa destinada solo a
mujeres, parientes MacArthur que habían escogido sus mejores galas para la
ocasión. Algunas vivían en la propia fortaleza bajo la protección de su esposo,
las había solteras que esperaban que Kiar les concertara un buen matrimonio,
viudas que se habían dado por vencidas en el amor y se pasaban la vida entre
costuras, mujeres de otros guerreros… En definitiva, todas conocedoras del plan
de MacArthur y todas con los nervios a flor de piel. De ella dependía mucho que
nadie se diera cuenta de las intenciones del anfitrión y sus hombres.
40

Nerys estaba cansada de esperar y el tiempo parecía haberse detenido a


propósito. Su esposo seguía en el sillón presidencial charlando con Thomas.
Godoy tonteaba con una de las mozas que servían el vino aunque su mirada
volaba una y otra vez hacia Kiar. ¿Cuándo demonios pensaba dar la señal? En el
patio varios de los enemigos habían caído bajo los efectos de la droga y alguna
ayuda de los arqueros que se habían situado sobre los muros frontales de la
fortaleza.
En la aldea aún quedaban muchos que intentaban aprovechar la confusión de
la fiesta para beneficiarse de alguna de las mujeres. Al menos, eso deseaba hacer.
Nerys supuso que tarde o temprano se darían cuenta que las féminas y los
niños habían escapado, ya que hacía un buen rato que habían abandonado el
poblado por las cuevas.
Se enteraría en cuanto la guarnición de a pie de los MacArthur comenzaran
abarrotar las calles. Con un poco de suerte la caballería ni siquiera debía salir del
cuartel.
Cruzó los dedos para que así fuera, pero le era imposible creer que todo
resultara así de fácil. No podían ser tan tontos como para caer de esa manera.
Se sintió ligeramente mareada, los gritos y el fuego de la enorme chimenea
que cubría todo un muro y ardía con furia la agobió de tal manera que decidió
salir un poco al vestíbulo. No había dado ni dos pasos cuando Emett emergió de
las sombras y se apostó frente a ella.
Nerys exclamó con sorpresa y asustada, no lo había visto llegar.
—¡Emett! —Sonrió todavía con labios temblorosos. Se sobrepuso con rapidez
y abrazó al hombre con cariño. Amaba a ese viejo rastreador de cabello cubierto
de largas y finas trenzas—. ¿Cómo estáis? En la aldea me dijeron que os habíais
vuelto a marchar.
—Una cosa de poca importancia —sonrió—. ¿No me digáis que me habéis
echado de menos?
Nerys asintió divertida.
—La verdad es que sí. Antes compartíamos el carácter de mi señor —rio
cuando Emett soltó una carcajada.
—Imagino que ahora ya no os dejará salir escasa de ropa.
Nerys asintió recordando aquel día. Parecía haber pasado una eternidad desde
que estuvieran en Lareston.
—¿Y qué hacéis escondido, Emett? A mi esposo le encantará veros.
—Él ya sabe que estoy aquí, milady. —Nerys arqueó las cejas confundida y
Emett agitó la cabeza —llevó vigilándoos todo el tiempo, órdenes del laird. Por
eso me preguntaba, ¿a dónde ibais?
Nerys parpadeó con rapidez y buscó a Kiar con la vista. No se había movido
de su sillón pero esta vez la miraba con gesto algo sombrío.
Ella se abanicó con la mano y Kiar asintió observando a Emett con fijeza.
—Yo os acompañaré. —Le ofreció un brazo y ella apoyó el suyo encima.
Antes de salir Nerys volvió a mirar hacia Kiar, pero este estaba escuchando
algo que Thomas le decía.
Emett y Nerys atravesaron el vestíbulo en dirección a la escalera central. Los
peldaños estaban cubiertos por largas alfombras de tonos apagados y silenciaban
sus pisadas.
Aun así, el silencio era tal que Nerys se giró en el tercer escalón para observar
la sala con atención.
Habían mandado que encendieran todos los candelabros de todos los rincones
para evitar las sombras, pero allí había bastantes bocas oscuras y muchas velas
apagadas.
No miró a ninguna sombra en concreto por no asustarse. La sensación de que
algo ocurría pasó en seguida al observar a más de los hombres de su esposo
apostados contra las paredes.
Con el corazón latiendo a mil por hora Nerys se volvió a sujetar al brazo de
Emett.
—No deberíamos tardar en regresar, milady.
Ella asintió y se detuvieron en lo alto de la escalera, donde empezaba el
corredor había dos bancos de madera, uno frente al otro. La joven se sentó en
uno y dejó caer la cabeza hacia atrás contra el muro.
Allí corría el aire fresco que ascendía desde la puerta hacia los pisos
superiores.
—Creo que se me va a salir el corazón de un momento a otro —le confesó en
un murmullo—. ¡Estoy deseando que se acabe el día!
—Ya no queda mucho. Hemos pasado muchas cosas malas para que todo
vaya acabar tan de repente, ¿no?
—Me he fijado que los hombres de Sir Thomas no han bebido nada. ¿Pero a
qué está esperando Kiar? No se da cuenta de que muero de la angustia.
—Claro que lo sabe, milady. Todos estamos en ese mismo estado, pero no
somos asesinos. No podemos ejecutar a los hombres sin darles una oportunidad.
—¿Qué oportunidad? ¿Sabéis la cantidad de gente que han debido matar?
—No somos Dios para juzgarlos. Además como bien habéis dicho, ellos no
han catado la droga. Puede que sospechen.
Nerys había enderezado la cabeza hacía unos segundos y ahora le miraba con
una torcida mueca en sus labios.
—¿Queréis decir que después de todo Thomas quedará impune?
Un trueno rugió en el exterior y los muros parecieron temblar.
—No lo creo, milady. ¿Os encontráis mejor?
—Sí. —Se levantó y descendieron de nuevo. Al atravesar el vestíbulo varios
hombres salieron de los arcos provenientes del salón con las espadas
desenvainadas. Le hicieron señas a Emett.
Nerys exclamó dando un paso hacia atrás y enseguida sintió que la tomaban
del codo y la arrastraban hacia una de las puertas del patio de armas. Un hombre
corpulento los siguió de cerca.
Temerosa no dejó de mirar hacia el salón una y otra vez, el sonido de los
claymors así como los gritos y los golpes fueron evidentes. En el salón se había
desatado una batalla. El entrechocar de los aceros se confundía con los latidos de
su corazón.
El aire frío golpeó de llenó su rostro cuando puso los pies en el exterior pero
ya no quiso pasar de allí. No quiso abandonar la fortaleza. No podía soportar que
nada malo le pasara a Kiar y… a su familia.
—¡No puedo ir! —Se giró para regresar. Emett la arrastraba tirando de ella
fuerte y Nerys lloró y gritó cuando el barullo se hizo generalizado—. No puedo
marcharme Emett —le suplicó.
El hombre la ignoró y siguió tirando de ella. Le estaba haciendo daño y lo
sabía, sin embargo ella no parecía ser consciente de eso.
—Corred a la capilla, milady —la empujó.
El portón de la fortaleza se cerró repentinamente y los arqueros prendieron las
puntas de sus flechas disparando objetivos que ellos no podían ver. Llamas
anaranjadas y azuladas volaron en todas direcciones.
Emett la tomó de la mano y entonces la joven no tuvo más remedio que
obedecerle emprendiendo ambos una carrera ciega. Solo observaba los pies de
Emett y ella le seguía. Escuchaba con pavor como las saetas cortaban el viento.
Los aullidos de los heridos que se revolcaban en el suelo y las pisadas del
hombre que la escoltaba tras de sí.
—¡Ellos siguen siendo más! —dijo Nerys casi en gritos. No levantaba la
cabeza, solo se limitaba a correr sabiendo que estaban a cuerpo descubierto. De
momento los arqueros eran de ellos, pero bastantes soldados habían logrado
penetrar entre los muros.
Emett la hizo pasar a la capilla y la soltó empujándola hacia el pulpito. El
reverendo esperaba.
—¿Tú que vas hacer, Emett?
—Debo regresar. —Le saludó con la cabeza a la manera de un militar y
volvió a salir hacia el exterior.
Nerys corrió hacia la puerta escondida. El párroco le entregó una antorcha y
justo cuando se disponía a bajar, la aparición de unos fuertes brazos seguido por
un cuerpo grande la sobresaltó.
Jaimie también se detuvo sorprendido. La joven había estado llorando y sus
ojos aún tenían restos de lágrimas.
—¡Jaimie! —le imploró aferrándose a su hombro con la mano libre—. Están
en el salón. Protege a mi esposo por favor.
—No os preocupéis, mi señora. —Pasó junto a ella y de camino hacia la
puerta sacó el hacha que prendía del cinto cruzado por detrás de la espalda.
—Voy a esperar aquí —le gritó cuando salía. Con esas palabras esperaba que
el párroco se hubiera dado por enterado de que tenía su permiso para esperar allí.
Se equivocó cuando Jaimie reculó, la miró con intensidad y negó con la cabeza.
—Salid de aquí, mi señora.
—¿Y Sonsilia y Cary? —se lamentó. El hombre de rostro amable que vestía
un hábito castaño la empujó por la escalera.
—Obedeced, mujer.
Nerys terminó de bajar la escalera de caracol con angustia en su pecho. Desde
la profundidad no llegaba ni un sonido, y los ruidos del exterior se fueron
apagando a medida que seguía descendiendo. Al llegar a la galería fue recibida
por Sonsilia que corrió a rodearle la cintura.
—¿Cómo estáis, mi señora? ¡Dejadme una silla! —exigió con voz autoritaria.
—Estoy bien, Sonsilia. ¿Qué hacen todos aquí? Deben seguir el camino hacia
las cuevas—. Nerys ni siquiera contó a los sirvientes, doncellas y algunos
hombres que debían de ser soldados—. Pero ¿qué hacen aquí?
—Esperamos por si podemos ayudar en algo —dijo alguien.
—Ya os he dicho que os vayáis. Aquí… —se callaron cuando por el pasillo
principal llegaron los sonidos de las botas, golpeando el suelo. El que estaba
hablando era uno de los hombres armados que corrió a ponerse ante ella para
protegerla—. Dejad pasar —volvió a decir el mismo—. Son los hombres del
conde de Norfolk, vienen con Jaimie.
Los hombres se perdieron en la escalera, y Nerys, armándose de valor, tomó
la antorcha que Sonsilia le había quitado y los miró a todos.
—Saldremos hacia las cuevas como nos han dicho. —Encabezó la marcha a
pesar de que algunos seguían quejándose.
Los McArthur suspiraron aliviados y cerraron la gruesa puerta de hierro
fundido.
Dos de ellos se adelantaron hasta la mujer del laird y la acompañaron en
silencio.
El trecho era largo y oscuro. En el piso, el agua, seguramente proveniente de
las lluvias de época pasada, se acumulaba llegando hasta los tobillos. De vez en
cuando, una rata chillaba o corría endemoniada. Los ojos de los roedores se
veían rojos al reflejarse el fuego en ellos.
Comenzaron a ver grandes estalactitas cuando salieron del corredor de piedra
y penetraron en las cuevas. El sonido de las gotas al caer sobre los charcos
provocaba un eco como de campanillas.
Nerys respiró con fuerza al descubrir varias paredes iluminadas con más
antorchas.
Los soldados adelantaron a Nerys y continuaron andando. Se detuvieron al
doblar un corredor.
Nerys se asomó con curiosidad para ver qué habían visto los hombres.
Annabella se hallaba en el centro de la habitación, con un sujeto que vestía
una cota de malla y pantalones sajones.
—¡Hermana! —Nerys corrió hacia ella, entregando de nuevo su antorcha a
Sonsilia. Se abrazaron con fuerza.
—¿Qué ha ocurrido? Jaimie dijo que quizá no tuvierais que huir.
—Kiar también dijo lo mismo —jadeó, angustiada, y echó hacia atrás los
hombros, tratando de suavizar la tensión que se había acumulado en su cuello—.
Salí unos segundos a tomar un poco de aire y cuando regresé, el salón entero
estaba patas arriba. —Observó el temor en los ojos de su hermana mayor y le
rodeó la cintura con cariño mientras caminaban hacia una de las salidas. Los
caballos de los militares de Norfolk se hallaban en el interior de la boca de la
cueva. En el exterior había estallado una fuerte tormenta—. Todo pasará
enseguida, Annabella. No puede pasar nada. Los Ferguson llegaron hace horas y
Kiar tenía un plan más o menos perfecto.
—¡Gracias al cielo, Nerys! —Se detuvieron para abrazarse de nuevo—.
Estaba tan asustada de que volviera a ocurrir lo mismo que llegué a desesperar
—. ¿Cómo se inició?
Nerys agitó la cabeza.
—No lo sé. Todo estaba normal y Sir Thomas no parecía que tuviera
intenciones de nada. —Agradeció a Cary que le echara una fina manta sobre los
hombros, la capa era preciosa pero ante ese frío no abrigaba nada—. Supongo
que debemos esperar.
Por mucho que aparentara ante Annabella no estar asustada, sus ojos la
delataban. No podía dejar de pensar en su esposo; la comía la angustia de saber
qué estaba sucediendo, sobre todo por saber cómo se encontraba él.
—Esta cueva tiene varias salidas —dijo uno de los hombres McArthur—. Lo
mejor es que sigamos la misma que los demás. Nos esperan allí.
Nerys asintió y, sin soltar a su hermana, siguieron al hombre. Descendieron
una altísima escalera que carecía de balaustrada. Los escalones de piedra estaban
sucios y el polvo se desprendía al caminar.
Todos bajaban con las espaldas apoyadas contra la pared, en busca de
protección para evitar caídas. Las paredes de las cuevas se estrecharon, eran
enormes rocas cubiertas de seca salitre del mar.
Llegó hasta ellos el ruido de la tormenta y los fuertes golpes de las olas al
chocar contra las rocas.
—¿Dónde estamos? —preguntó Nerys cuando llegaron al fondo.
El suelo estaba cubierto de tierra húmeda. E incluso el ambiente se había
tornado denso y pegajoso.
—Debajo del acantilado —le dijo Sonsilia.
Todavía sin salir de la cueva comenzaron a ver hogueras encendidas, y las
inconfundibles voces de los aldeanos que se cubrían con mantas. Olía a mar, a
frío, a telas húmedas…
George se cuadró ante los soldados y tomó a Nerys de la mano, apretándola
con cariño.
—¿Ha sido muy difícil llegar hasta aquí?
—Todo está despejado —le informó el soldado—. Han llegado más refuerzos.
Nerys observó a su alrededor, emocionada. Todos parecían estar bien, e
incluso hablaban animados esperando el momento en que llegaran a informarles
que Thomas había caído.
Varios niños se hallaban sentados en el suelo sobre gruesas pieles alrededor
de las piernas de Toti, que les contaba historias. Otros corrían hasta la cala y
volvían a entrar empapados, disfrutando con la tormenta.
Le pareció increíble la tranquilidad de todas aquellas personas, y no pudo por
menos que agradecer a su esposo que estuviera tan preparado como realmente
decía estarlo. Solo quedó orar por él y por el resto de los hombres.
41

La luna llena se veía translucida, rodeada de una intensa aureola. Las nubes,
de formas indefinidas, brillaban plateadas atravesadas por los relámpagos.
La aldea estaba cubierta por una humareda oscura provocada por la fuerte
lluvia, que caía de forma continua, al apagar el fuego originado. Las llamas se
apagaron y por mucho que quisieron prender, solo lograron levantar el vuelo en
una profusión de chispas sin destino que barría el viento.
Los daños eran cuantiosos, ni siquiera la taberna al otro lado del pueblo se
había salvado. Una de las paredes había caído y el interior estaba irreconocible.
Los hombres de Thomas se habían ensañado con todo lo que encontraron a su
paso. Furiosos, ciegos de rabia al descubrir que, sin darse cuenta y ante sus ojos,
los habitantes habían abandonado sus hogares. Cuando comenzó la batalla en el
interior de la fortaleza, los McArthur se habían apresurado a cerrar el portón y
no les quedó más remedio que, o bien intentar acabar con los arqueros, que
parecían una ristra de hormiguitas apostadas en los muros, o destrozar todo para
asegurarse de que nadie tuviera un sitio a donde regresar.
Los muebles despedazados se hundían en el barro, las ropas de cama hechas
jirones cubrían los suelos, ollas de hierro golpeadas, tapices abrasados… Todo.
La aldea desapareció en cuestión de segundos, pero ninguno de los asaltantes
salió con vida de allí. Los aliados esperaban, acechantes.
En la fortaleza, algunos grupillos seguían combatiendo con violencia pero era
un número bastante reducido.
Los sujetos que pretendían escapar de la casa eran abatidos por los Ferguson,
que se habían repartido por los muros.
En el amplio vestíbulo, las llamas comenzaron a incendiar los altos
estandartes. Las telas se zarandeaban con la fuerte corriente, y retazos envueltos
en fuego caían sobre el suelo formando charcos ardientes que los guerreros
trataban de esquivar.
Tanto el salón como la galería se hallaban ocupados por hombres que
luchaban fieramente. El choque estruendoso de las armas retumbaba en los
muros, acompañados por los desgarradores truenos del exterior.
Kiar, en el centro del salón, agitaba sus afiladas espadas con destreza. Llevaba
una en cada mano. La de la derecha atacaba, la otra la usaba como escudo,
parando algún golpe para acabar en la estocada final, y aunque no se detenía
porque aún quedaban atacantes, sus ávidos ojos buscaban constantemente a
Thomas, que por momentos desaparecía de su campo de visión. Sus ansias se
veían renovadas en cuanto volvía a encontrarlo.
Comenzó aprovechando la salida de Nerys. Tras ella, las discretas carreras de
los sirvientes, marchando del salón, debieron alertar a Thomas y a sus hombres.
Todo había sucedido tan rápido que Kiar no había podido cruzar ni una sola
palabra con el hombre.
Golpeó con el codo el rostro de un sujeto y clavó su frío acero en el pecho de
otro que intentaba alcanzarlo con un martillo de hierro macizo.
Con prisa se deslizó hacia el arco del vestíbulo donde Thomas se enfrentaba a
Cameron.
Perdió el aliento cuando el joven McArthur se derrumbó a sus pies, pero
Thomas no le dio tregua, le incitó con su arma.
La batalla pareció detenerse de repente y tan solo quedaron en el centro del
vestíbulo el laird y el cruel asesino, Thomas de Luxe, ambos concentrados
mirándose fijamente a los ojos.
—Déjamelo a mí —escuchó decir Kiar junto a él. No se volvió, no quería ver
el rostro de Jaimie; si lo miraba a la cara, él también sería incapaz de acabar con
su tío.
—No quiero luchar contigo, muchacho —le dijo Thomas a su sobrino—.
Ahora es tarde y debo terminar lo que vine a hacer.
—Lo harás después de acabar conmigo tío, o eso o te rendirás a McArthur. —
Con furia lo empujó, interponiéndose entre Kiar y él—. John Warenne ha
confesado todo. Lo has estado chantajeando para tus propios propósitos. Sabías
que iríamos a por él, pero confiabas en que no le diera tiempo a abrir la boca
para delatarte, ¿verdad?
—¿Qué quieres que te diga, muchacho? ¿Que me arrepiento? —Thomas soltó
el arma, que golpeó contra el suelo—. ¡No estoy arrepentido! —gritó—. Y tú,
muchacho malcriado y desleal, deberías ponerte de mi parte. Podría
convertirte…
—¿En un asesino? No, gracias —le respondió Jaimie con los dientes
apretados de rabia.
—¡Serías el señor de todo! La mitad de las Highlands me pertenecen. —
Ladeó la cabeza y sus ojos quedaron momentáneamente en blanco, al igual que
lo hiciera un loco que pierde la noción de la realidad—. Cuando termine de
nuevo con los McBean… claro.
—¡Hijo de puta! —Douglas se lanzó hacia él en un fiero alarido.
Kiar interceptó al muchacho, atrapándolo por los brazos.
—¡Estás loco, tío! ¡Mira a tu alrededor! ¡Mira! —Jaimie tomó la cara de
Thomas entre sus manos con fuerza. Deseaba gritar, pegarle o llorar. Quería
dejar de amar a esa persona que lo había sido todo para él; debía arrancárselo del
corazón sin pensar en cuántas veces había jugado con él, siendo niño. Hubiera
dado la vida por retroceder en el tiempo y haberse dado cuenta antes.
—Lo siento, muchacho —susurró Thomas cuando su puñal penetró en el
corazón de Jaimie.
Los discos azules se abrieron con sorpresa y dolor, incrédulos. Su mano se
aferró al cuello del delgado chaquetón de piel, aquella sería la última vez que
viera a su tío.

Las primeras luces de la mañana entraron por la boca de la cueva. Todo se


hallaba en silencio, interrumpido eventualmente por ligeros murmullos de
algunos que aún tenían ganas de charlar.
Nerys y Annabella, envueltas en mantas, caminaban por la cala, mirando
hacia el cielo y observando, aún a lo lejos, varias columnas de humo. George se
unió a ellas.
—¿No deberíamos saber algo ya? —volvió a preguntar Nerys por enésima
vez. Los nervios se agarraban a la boca de su estómago y tenía un nudo
constante que no la dejaba respirar.
Varias veces durante la noche, tanto Annabella como ella, habían tratado de
regresar a la fortaleza, pero los hombres les dijeron que desde aquella posición
era imposible abrir la puerta de hierro que accedía a la casa. La tormenta
tampoco había ayudado mucho, pues la humedad se colaba en los huesos con
crueldad.
—¿Cuántas veces vas a preguntar lo mismo? —La regañó Annabella—. ¿Os
encontráis bien, señor? —le preguntó a George.
Nerys miró al hombre, apenada por haberse olvidado de su corazón. No, no
tenía buen color y unas profundas bolsas se habían formado bajo sus lacrimosos
ojos.
—Me encuentro bien —respondió en una mueca que pretendió ser una
sonrisa. Extendió el dedo índice hacia los farallones, donde el mar parecía hacer
un extraño quiebro—. Aquel es nuestro tesoro.
Nerys y Annabella entrecerraron los ojos para ver algo más que no fueran las
fuertes olas golpeando en los picachos. A medida que se acercaron, admiraron
con la boca abierta el pequeño puerto donde dos goletas de gran tonelaje se
balanceaban junto a varias barcas de pescadores.
—¡Un puerto! —Exclamó Nerys—. ¿Tenéis un puerto?
George asintió, y se tuvo que apoyar en Nerys cuando las fuerzas comenzaron
a fallarle. La joven le rodeó la cintura y Annabella corrió a ayudarla.
—Deberías descansar, George —le dijo Nerys con preocupación, llegando de
nuevo a la cueva.
—¡Ha acabado! —Gritó alguien—. ¡Están aquí!
La alegría les inundó y todos se abrazaron de pura dicha.
—Se ha acabado —repitió Nerys en el oído de George, que se acababa de
sentar sobre una ronca y sonreía, feliz. Miró a su hermana con ojos brillantes y
se apretaron las manos nerviosas.
Cuando todos guardaron silencio, Nerys se volvió con curiosidad. Kiar
atravesaba la cueva en dirección a ella.
La joven no esperó, y aunque sabía que no era correcto lanzarse a los brazos
de Kiar delante de todos, no pudo contenerse. ¡Estaba vivo! ¡Estaba vivo!
Se fundieron en un apasionado beso que levantó suspiros entre las féminas
más jóvenes. Nerys se apartó ligeramente sin soltarse de su cuello, y de nuevo lo
besó en las mejillas y en los labios. Dio rienda suelta al llanto contenido y dejó
que Kiar la alzara en brazos y la llevara de nuevo a casa. A su hogar.
—McArthur. —Annabella apenas rozó el brazo del hombre para detenerlo y
este se giró hacia ella, con Nerys en brazos—. ¿Y Jaimie?
Los ojos de Kiar brillaron afligidos, y tragó el nudo que le impedía hablar.
Agitó la cabeza.
—Jaimie ha caído.
—¡Qué significa eso! ¿Está muerto? —preguntó, angustiada—. ¡No puede
ser! ¡Nooo! ¡Me niego! —gritó Annabella, corriendo por los túneles.
—Esperad —gritó Kiar. Como la joven lo ignoró, varios hombres salieron
tras la McBean.
—¿Ha muerto? —susurró Nerys con lágrimas en los ojos.
—Han caído muchos. Jaimie, Cameron… Nuestros, suyos —soltó un suspiro.
Nerys enterró la cara en el cuello de su esposo.

Durante los días siguientes se dedicaron a limpiar la aldea, reconstruyendo de


nuevo el pueblo. Todas las cosechas de los graneros se habían perdido pero
pronto recibieron ayudas por todos lados.
Kiar apenas dormía unas horas para proseguir con la faena, y Nerys por su
parte actuaba como anfitriona con toda la gente que había cobijado bajo su
techo. Sonsilia y Cary se desvivían por ella, e incluso se atrevían a regañarla en
alguna ocasión cuando trataba de hacer algún esfuerzo indebido.
Con mucha pena, y en un profundo silencio, el laird y su esposa habían
observado los funerales tomados de la mano. Todos estaban cansados, exhaustos,
agotados, pero la vida continuaba y el otoño se acercaba a pasos agigantados.
La gente se marchó, pero Kiar siguió allí. Nerys se apretó contra su costado y
le pasó la mano por la cintura, apoyando la cabeza en su pecho. Él la besó en la
cabeza.
—Imagino que tú te acordarás de todos —susurró Nerys contra el ancho
pecho. Su voz llegaba apagada, pero él la escuchaba—. Yo apenas los estaba
conociendo —suspiró, sorbiendo por la nariz—. Pero Cameron… —su voz
tembló, sollozante.
Kiar la cobijó entre sus brazos, incapaz de decirle nada. ¿Cómo aliviar el
dolor de su joven esposa cuando él tenía el corazón completamente destrozado?
—¿Y Annabella? ¿Cómo se encuentra? —Kiar quiso cambiar de tema.
Nerys levantó la cara, y él besó sus lágrimas con dulzura.
—No he conseguido sacarle ni una palabra. Come un poco porque la obligo,
ni siquiera ha reparado en Douglas con las ganas que tenía de verlo. Mucho me
temo que pueda enfermar de continuar así.
—Ella es fuerte. Saldrá adelante. ¿Te ha contado lo que sucedió en McBean
después del asedio?
Nerys asintió, con el dolor reflejado en su rostro, y se abrazó más a él.
Caminaron pensativos hasta el caballo de Kiar y, una vez allí, la depositó sobre
él.
—Será difícil olvidar, pero debemos seguir —le contestó, mirándolo con
ternura. Kiar se montó tras ella y, con paso lento, llegaron hasta la fortaleza.
—Estás hecha una dormilona. —Nerys se hallaba recostada sobre la enorme
cama y abrió los ojos al escuchar a Kiar. Era cierto que llevaba una semana en
que lo único que deseaba era meterse entre las finas sabanas y evadirse del
mundo. Debía sentirse más descansada, y no era así. Sonsilia le había advertido
que era normal y Nerys ya desesperaba mirando de encontrar el momento
oportuno para darle la noticia a Kiar. Una buena noticia entre todos los dramas
que acababan de acontecer.
Deseaba disfrutar de su embarazo, acariciarse el vientre y abarcarlo con sus
manos, pero pensaba que sería demasiado egoísta si hacía aquello. Todavía era
muy pronto para faltar al respeto a los demás.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó con voz somnolienta—. ¿No ibas con
George a la mina?
—Fui y regresé —le dijo con un gracioso mohín—, y aprovechando que
dormías, Sonsilia me llenó la tina. He pensado que me vendría bien que me
frotaras la espalda.
Nerys deslizó las piernas hacia el suelo y se estiró graciosamente.
—¿Y no prefieres que comparta el baño contigo, mi señor?
Kiar no pudo apartar los ojos de los pechos de Nerys. Ella se sonrojó y se
cubrió con los brazos, a pesar de vestir un delicado camisón que cubría los
diminutos pies.
—Claro que lo prefiero. ¿Por qué te cubres, mujer? —Él se acercó como una
pantera al acecho—. ¿Te has dado cuenta de que últimamente comes mucho?
Antes eras como un pajarito, un poquito de aquí. —Cuando estiró la mano, ella
se la apartó con un suave manotazo—. Otro poquito de…
—Ya vale, mi señor —rio ella, volviendo a retirarle la mano.
Kiar se echó sobre el colchón y Nerys saltó del impacto.
—No, es verdad, mujer. Tus caderas están más llenas. —Reptó para alcanzar
la cintura femenina con su boca, y Nerys dio un respingo, apartándose de él.
Kiar no le permitió levantarse y luchó contra ella hasta tenerla bajo su cuerpo.
—No me aplastes, Kiar —le dijo en un jadeo. Realmente, él disfrutaba
dejando caer su peso sobre ella. Antes, Nerys también lo había disfrutado, ahora
no podía evitar sentir cierto miedo.
—¿Por qué? —Le mordisqueó los labios, y sus manos buscaron los senos
redondos y llenos.
—Me haces daño, Kiar —le dijo, seria.
Él levantó su cuerpo, apoyándose en los codos, y la miró con el ceño
fruncido.
—¿Lo dices en serio? Antes no te quejabas.
Nerys se sintió culpable. Sabía algo que él desconocía, y no estaban en
igualdad de condiciones. Tomó aliento con fuerza.
—Antes no estaba esperando un hijo… Ahora sí —le respondió, mordiéndose
el labio inferior con timidez. Sus mejillas habían adquirido el color del
melocotón maduro.
Kiar MacArthur se apresuró a ponerse de rodillas sobre el colchón,
ayudándola a incorporarse, y la miró con una total devoción pintada en sus ojos
de plata.
—¿Me vas a dar un hijo? —Sonrió emocionado hasta la médula. Ella asintió.
La besó con fuerza y, con un grito de alegría, abandonó la recámara dejándola
sola y con la boca abierta.
Poco tiempo después escuchó cómo lo celebraban en el salón.
42

—Eres el ángel más hermoso que existe en esta parte del Edén.
Annabella dejó el atizador con firmeza, no quería que su pulso la delatara.
La habitación se hallaba débilmente iluminada y tan solo el chasquido de las
maderas al arder rompía el silencio.
—Sé que me has oído, Ángel —la llamó el hombre que se hallaba postrado en
la ancha cama endoselada.
Ella fingió ignorarlo y caminó hacia la cómoda donde descansaba una
bandeja de plata con un cuenco de comida y una copa.
—Pensaba que en el cielo me tratarían bien, pero me confundí.
Annabella se volvió hacia él con la copa en la mano.
—Será porque no moriste —le contestó con frialdad.
—¿Y por qué estás enfadada? ¿Deseabas que muriera?
—¡Deseaba que despertaras antes! Me has estado haciendo perder el tiempo,
como si me sobrara.
—No tenías por qué haberte quedado tú —respondió, recorriéndola con un
brillo divertido en sus ojos azules.
Annabella caminó hacia él con prisa. Furiosa.
—¡Vinimos juntos y me sentí obligada! Ahora estamos en paz.
Jaimie parpadeó varias veces.
—¿En paz? —repitió, arqueando las cejas.
—En el hogar de Surrey me salvaste de ese hombre —le recordó.
Jaimie suspiró.
—Si se hubieran tenido que quedar conmigo todas las personas a las que he
ayudado, posiblemente no entraran en la fortaleza.
—¡Ja! No cabrían en el corredor, pero en casa… ¿No los oyes? He tenido que
cerrar la puerta. —Era mentira, en el pasillo no había nadie, pero era cierto que
el primer día que todos pensaron que moriría, el corredor se había convertido en
un aterrador túnel plagado de gente. Incluso McArthur había pasado mucho
tiempo tras la puerta. Cuando el curandero les dijo que la hoja no había
profundizado, deteniéndose en una costilla, las personas se fueron marchando.
Según las palabras del sanador, solo era cuestión de horas o un par de días
que se despertara. Aquellos días se habían convertido en dos semanas, y
Annabella había desesperado pensando que no fuera a despertar nunca. Y ahora
que lo hacía, bromeaba.
Cosas como esas son las que recordaba y había echado tanto de menos en él,
pero no podía evitar sentirse enfadada.
—¿Por qué no despertaste antes? —Le entregó la copa para que bebiera un
poco de agua.
Jaimie la miró con una sonrisa imperceptible que ella no pasó por alto.
—Pues ahora ya estás despierto y perfecto. —¿Era cierto que su voz sonó tan
remilgada o solo lo creyó? Carraspeó, suavizando la garganta—. Yo me despido
aquí de ti. —Ignoró el hecho de que Jaimie bizqueara—. Me marcho con mi
primo y regreso a mi casa.
—Pero, ¿por qué? Me refiero… Creo que deberías esperar.
—¿Esperar? ¿El qué?
Jaimie trataba de pensar, se veía a la legua que no tenía un plan concreto.
Annabella se cubrió la boca con la mano, evitando que viera su sonrisa.
—Debo agradecerte lo que has hecho —respondió finalmente.
—¿Qué se supone que he hecho?
—Quedarte aquí… conmigo.
—No te confundas. Yo acabo de llegar —le dijo, sacudiéndose las faldas de
algo imaginario.
—¿Por qué eres tan mentirosa? —Cuando se sentó sobre el colchón,
Annabella vio la mueca de dolor que atravesó su hermosa boca.
—¡No estás muerto, guerrero, pero ha faltado poco! No deberías moverte así,
¿no será que quieres que se te abra la herida?
—Sí, ya me he dado cuenta —dijo, dejándose caer de nuevo hacia atrás.
Annabella corrió hasta él y le colocó un par de almohadones bajo la cabeza.
Era consciente de que los ojos de Jaimie la seguían por toda la habitación. La
ponían nerviosa.
Durante esos días lo había visto quieto, dormido.
Había ayudado a lavarle, le había mojado los labios con agua y lo había hecho
tragar sopas a las que ella llamaba agua sucia. Mientras había estado
inconsciente, lo había observado, lo había estudiado hasta el infinito. Sus rasgos,
la firmeza de la piel de su frente, su rostro cubierto con una barba oscura.
Conocía su cuerpo, sus músculos, hasta una extraña tobillera pintada sobre la
piel de uno de sus pies y, sin embargo, lo veía despierto y su corazón amenazaba
con escapar de su garganta.
—Te voy a confesar algo, Annabella. —Ella se acercó porque Jaimie había
bajado la voz de repente—. Desperté hace un rato. Escuché como lady McArthur
te hablaba.
Annabella no supo qué pensar ni cómo reaccionar. No recordaba en ese
momento la conversación sostenida con Nerys, pero posiblemente ella intentara
convencerla para que saliera de ese cuarto. Al menos, aquella semana había
abandonado más veces la recámara de Jaimie que la anterior. Deseaba ser ella la
primera persona que viese el hombre cuando abriera los ojos.
Por lo menos, tampoco estaba tan angustiada como cuando le dijeron que
había caído. Fue una sorpresa comprobar que Jaimie vivía, y Annabella se había
dedicado en cuerpo y alma a cuidarlo.
Jaimie podía haberse librado de todo esto. Ella estaba feliz por la decisión que
él había tomado. Orgullosa por el coraje que demostró al enfrentarse a su propio
tío por honor.
—¿Y por qué no lo dijiste antes? ¿Esta última hora has fingido dormir? ¿Por
qué?
—Porque tenía ante mí un exquisito ángel que me miraba amorosamente.
—¿Amorosamente? —Annabella soltó una carcajada y acabó sentándose en
la silla que había junto a la cama—. No sé por qué dices eso.
—Mejor eso que decirte que me das miedo cuando gritas. —Otra carcajada
—. Me gustas cuando ríes. Deberías hacerlo más a menudo. —Annabella se
prometió que lo haría, ¿o ya lo había hecho en otra ocasión? Jaimie suspiró y
buscó sus ojos con preocupación—. ¿Qué pasó con De Luxe?
La joven tragó con dificultad.
—Murió.
—¿Fue Kiar?
—¿Importa eso? —le preguntó, nerviosa. McArthur había dicho que si Jaimie
no preguntaba quién había sido el ejecutor, que nadie le dijera nada.
—No lo sé —respondió con voz apenada. Annabella lo vio como un
adolescente a punto de llorar, e incluso trató de leer en sus ojos azules. Se sentó
en el borde de la cama y le apoyó las manos en los hombros. No lloraba, pero el
dolor que reflejaba era tan profundo que ella sí sollozó. Fue lo único que le hizo
falta a Jaimie para que rodeara el cuerpo de Annabella y desahogara su llanto en
ella.
¡Quién habría pensado que el único hombro en el que querría llorar estaba
dispuesto para él!
Los minutos corrieron en silencio, excepto por los gimoteos de la muchacha.
Sabía lo horrible que debía de ser para Jaimie.
—Me hirió él, ¿verdad?
Annabella levantó la cabeza, perdiéndose en aquella mirada lacrimosa. Solo
el brillo de la humedad bajo uno de sus ojos lo delataba.
Ella asintió.
—Estaba completamente loco si pensaba que algo de eso le iba a salir bien.
—Annabella se echó hacia atrás cuando Jaimie quiso acariciarle el rostro con su
mano. No la tocó—. ¿Quién acabó con él?
Ella se mordió el labio inferior, dudando.
—Fue mi primo Douglas. Cuando Thomas te hirió, nadie reaccionó.
—No lo esperaban, Annabella. Desde que Warenne me confesó la verdad, se
me cruzaron mil ideas por la mente. Busqué excusas que explicaran por qué
haría eso, pero la única conclusión fue que se volvió loco.
—Y su locura causó la muerte de otros.
—Y no lo justifico, y nunca lo haré, pero entiéndeme… No puedo dejar de
olvidar que fue un padre para mí. No quiero que me juzgues…
—Nadie va hacerlo, Jaimie. Ni yo, ni ninguna persona de esta casa. Nadie te
culpa a ti de lo ocurrido. —Ella le acarició la mejilla.
Ambos estaban muy cerca, uno frente al otro. Annabella podía sentir el calor
de aquel cuerpo masculino bajo su pecho, las cosquillas de la barba en la palma
de su mano, la calidez de sus ojos azules que habían descendido hasta posarse en
sus labios.
—¿Me dejarás que te bese? —le preguntó en un ronco murmullo.
Annabella no contestó. Lo miró entre absorta y sorprendida. La sangre corría
con velocidad por sus venas mientras su pulso se elevaba con locura. ¿De verdad
quería besarla? ¿Y si le dejaba?
Ella negó con la cabeza. Un movimiento que Jaimie no advirtió… o fingió no
hacerlo.
—Yo no haré nada, te lo prometo. —La instó a que bajara sus labios hasta los
suyos.
Annabella le rozó con lentitud, al principio fue una caricia suave con su
propia boca. Él no se movió, tan solo la miraba con ojos apasionados. Incluso
sus manos en la cintura de Annabella no presionaban.
Ruborizada, deslizó su lengua por la boca de Jaimie y suspiró cuando su
lengua fue acariciada por la de él.
Le besó, y cuando él la acompañó con los labios, se sintió enloquecer. Lo
besó tanto que sus mejillas se escocieron con la barba.
Con piernas temblorosas se apartó de él, finalizando el contacto.
—Ahora sí. —Trató de sonreírle, pero no hizo más que una mueca. Le tendió
una mano que él recogió todavía con la vista perdida en ella—. Esta es la
despedida.
Jaimie asintió sin ninguna expresión en el rostro.
—Si alguna vez quieres… No sé, que te enseñe a usar el cuchillito que tienes,
o cualquier otra cosa… —Annabella apartó su mirada. Si seguía allí delante,
rompería a llorar como una tonta—. Me encontrarás aquí.
—De acuerdo —contestó ella con la voz rota—. Te digo lo mismo. —Con
lentitud apartaron las manos—. Si alguna vez te apetece ir por tierras McBean…
—Sorbió por la nariz y, con disimulo, se apartó una lagrima con el pulgar. No
hacía falta disimular. El momento era duro, aunque Annabella nunca imaginó tan
triste—. Ya sabes dónde encontrarme. Te deseo mucha felicidad, Jaimie. —Las
cuerdas vocales temblaron, desgarradas—. Y gracias.
Ni siquiera esperó a que se despidiera. Abandonó la recámara llorando como
una boba y maldiciendo no haberse quedado cerca de él.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Nerys, levantándose del diván donde se
hallaba descansando.
—¡Nada! —Se sacó un pequeño pañuelo que escondía bajo el estrecho puño y
se limpió las lágrimas—. Jaimie ya ha despertado.
El rostro de Nerys no mostró mucho interés.
—¿Y qué te ha dicho?
Annabella se encogió de hombros y agitó la cabeza.
—Nada. Nos hemos despedido.
—¿Y no le has dicho que lo amas?
Agitó la cabeza con dolor, y tomó las manos de Nerys con fuerza.
—No quiero que se lo digas. —Sollozó—. Sé que jamás me aceptaría después
de lo que me ocurrió.
—¿Cómo puedes saberlo? Nunca habéis hablado nada de esto.
—Es que no hace falta. —Soltó un suspiró cansado y trató de reír—. Jaimie lo
pasa bien con las mujeres, pero no tiene intenciones de nada serio.
Nerys le colocó las manos en las mejillas. El embarazo le sentaba fenomenal,
al menos ella la veía preciosa con la piel más lustrosa y sonrosada.
—Tienes razón, hermana. Quizá Jaimie se dé cuenta de que le gusta estar
contigo y vaya a buscarte.
—¿Crees que haría eso?
—Con toda seguridad —asintió Nerys, riéndose.
Y se rio porque, a partir de ese día, Nerys se convirtió en la nueva cuidadora
de Jaimie.
Logró aburrirle hablándole sobre su hermana, contándole anécdotas,
cualidades y arrebatos. Finalmente, Kiar había tenido que apartarla de su lado
cuando quedó bien claro que Jaimie estaba completamente sano y no necesitaba
a nadie.
Estaban una noche cenando en las cámaras privadas del segundo piso, cuando
Jaimie se presentó ante ellos.
—¿Qué vas a… qué? —le preguntó Kiar con los ojos entrecerrados.
Nerys ocultó la sonrisa tras la servilleta.
—Sé que aquí tenemos mucho trabajo. Pero creo que estos meses hemos
levantado la aldea en casi su totalidad, y Douglas puede que necesite ayuda…
Nerys carraspeó.
—Mi primo tiene bastantes hombres, Jaimie. Creo que hasta los Ferguson
están con él. ¿Verdad, Kiar?
—Creo que sí.
—¿Ves? —Dijo Nerys—. No hace falta que vayas a ayudarlos. —La joven se
ganó una dura mirada por parte de Jaimie.
—Siempre les vendrá bien un brazo más —insistió.
Kiar se encogió de hombros.
—Si deseas ir, no puedo detenerte. —Miró a Nerys, disimulando una sonrisa.
—Solo voy a ver qué tal van las cosas.
—Pero Emett regresó hace dos días y todo iba bien —apuntó Nerys, llenando
de agua su cuenco.
—Si quiere ir —repitió Kiar—, que vaya.
—No entiendo para qué. —Ella se encogió de hombros y observó a Jaimie
por encima del borde del vaso mientras bebía.
—Sí —aceptó Jaimie—, voy a pedir la mano de Annabella a Douglas.
¿Contenta?
Nerys dejó el cuenco sobre la mesa, sin importar que buena parte se
derramara en el mantel, y saltó del sitio palmeando como una niña.
—¡Entonces, ve corriendo! —Lo empujó, echándole de la cámara bajo la
extrañada mirada de su esposo—. ¡Corre!
43

El otoño había llegado y las hojas de los arboles comenzaban a caer en una
profusión de tonos amarillos y dorados cubriendo los caminos de la aldea,
mientras el viento silbaba con suavidad entre las ramas.
Varias de las calle principales se habían empedrado y estaban engalanadas
con bellos jardines con algunos bancos. Según Kiar, habían aprovechado el
asalto para hacer mejoras y la verdad es que había resultado todo un acierto.
El olor que desprendía la hierba verde y húmeda de los parques, la sensación
de placer de hallarse en un sitio bonito, todo estaba contribuyendo a que Noun
Untouchable se convirtiera en una gran ciudad.
La temperatura se había vuelto demasiado fría como para salir a la calle sin
ropa de abrigo y aunque la mayoría de los guerreros no parecían advertirlo,
Nerys sí lo hacía. Tenía las manos heladas y posiblemente la punta de la nariz
colorada. Apretó la capa contra sí y cerró los ojos cuando llegó hasta el puente,
allí el aire golpeaba con fuerza y las faldas se enrollaban en sus piernas
complicando su marcha.
Nerys descansó sobre el puente apoyando una mano sobre su pequeño pero
abultado vientre. Recién había comenzado a descubrir los movimientos de su
pequeño y disfrutaba con cada uno de ellos buscándolos con persistencia.
Sonsilia la había acompañado hacer unas diligencias con los aldeanos. Sus
visitas se habían alargado hasta tarde pues a uno de los chiquillos le había picado
un bicho y se encontraba bastante débil. Emett había salido en busca de las
hierbas que pedía el curandero y cuando por fin el niño se halló más relajado,
aunque con un feo emplaste, ella se había marchado. Estaba un poco preocupada
por la reacción de Kiar. No le gustaba que estuviera de noche en el pueblo y
aunque siempre estaba protegido, últimamente había muchos viajeros que se
detenían, o comerciantes que llevaban esa ruta.
Noun Untouchable pese a estar rodeada de empalizadas no dejaba de ser un
pueblo donde muchos nobles se detenían a descansar en la posada, sobre todo
ahora que la habían ampliado. También acechaban mucho los cazadores de
recompensa y aunque con menos frecuencia, algún bandido que otro era
apresado.
—¿Puedes, Sonsilia? —Preguntó a la sirvienta que se había recogido las
faldas con ambas manos—. Ya falta poco —le gritó. El ruido del aire al chocar
contra el muro de la caseta del guardia era aterrador.
Sonsilia agitó la cabeza indicándole que se fuera adelantando y Nerys no
dudó en echar a correr hacia la casa. Apenas cruzó el puente el enorme semental
de Kiar se cruzó en su camino.
Nerys lo miró y la capucha de su capa cayó hacia atrás. Su cabello, ahora más
largo después de cuatro meses, golpeó su rostro con furia.
Kiar desmontó y le dio un azote al caballo enviándolo hacia las cuadras. El
animal se conocía perfectamente el camino de regreso.
—¿Por qué tardabas tanto? —Le preguntó rodeando su cintura con cuidado
—. Ya salía a buscarte.
—No te enfades, mi señor. El pequeño Tommy se encontraba mal. —Le relató
lo ocurrido mientras caminaban hasta las gigantes puertas dobles de la entrada.
Una vez que atravesaron los muros el viento pareció calmarse de nuevo.
—Deberías avisar, mujer.
—¿Estabas preocupado?
—Un poco, sí —asintió fingiendo que era mínima su preocupación cuando en
realidad estaba aterrado cada vez que Nerys cruzaba los muros sin él.
—De haber sido más tarde te hubiera avisado, lo prometo. —Dejó que
Sonsilia, que acababa de llegar, recogiera su capa despidiéndola con una sonrisa
—. ¿Hay noticias? —le preguntó aferrándose a la mano que Kiar le tendía.
—Una carta de Carrick y otra de McBean. Están arriba esperando a ser leídas.
Ambos subieron y mientras Kiar disfrutaba de la tina que Cary había
preparado, Nerys se sentó en un reposapiés de antelina azul, muy cerca de la
bañera, con las cartas sobre su regazo.
Bella le relataba sobre su embarazo y lo bien que marchaban las cosas en su
entorno, también se quejaba mucho de que Robert la abandonaba con frecuencia.
—Es normal —contestó Kiar con la cabeza apoyada en el borde—. Robert
tiene que estar al tanto de todas las cosas del estado. No olvides…
—Que será el rey de Escocia —terminó de decir Nerys. Kiar puso los ojos en
blanco con una sonrisa traviesa.
—Siempre dices lo mismo —continuó ella, inclinándose hacia él y besándolo
en la frente. Volvió a sentarse recogiendo la otra carta—. La de Douglas. —La
agitó. ¿Qué pondría? ¿Había llegado Jaimie? ¿Qué había dicho Annabella? ¿Se
casarían?
Desplegó el papel con una sonrisa. Le extrañó que apenas se tratara de un par
de párrafos.
—¿Qué ocurre? —la vio fruncir el ceño.
—Douglas se ha vuelto definitivamente loco.
Kiar se incorporó un poco en la bañera y una tanda de agua se desbordó sobre
la alfombra.
—¿Qué dice, mujer?
—No dice nada de Jaimie ni de Annabella.
—¿Y?
Nerys seguía leyendo y sus ojos se agrandaron sorprendidos. «La última vez
que estuve allí se me olvidó decirte que el hijo que espera Brigitte no es de
McArthur.»
—¿Qué ocurre, mujer?
—¡Que no dice nada de nada! —se quejó, enfadada—. Bueno, aparte de que
tú no eres el padre del hijo de Briggitte.
Kiar arqueó las cejas y se pasó un paño sobre los brazos.
—Ya lo sabía.
Nerys levantó la cabeza, observándolo.
—¿Lo sabías? ¿Desde cuándo? ¿Por qué… por qué no me has dicho nada?
—No pensé que tuviera mucha importancia. Brigitte se lo confesó a George el
día que Douglas la llevó al monasterio.
—¿No piensas que a mí me podría haber apetecido saberlo?
—¿Por qué?
—Me moría de la rabia al pensar que mi bebé… —Se miró la barriga con
dulzura— no iba a ser tu primer hijo.
—Nerys, siempre hubiera sido nuestro primer hijo: el heredero.
—¡No lo digo porque fuera a ser el heredero! ¡Eso ni siquiera me importa!
—Lo sé, mujer. Sé perfectamente lo que quieres decir.
—¿Tú eres celoso, Kiar?
Él la miró extrañado, pensativo. Como no hablaba, Nerys comenzó a
taladrarle con sus fríos ojos verdes.
—¿Y bien, Kiar? ¿Eres celoso?
—No lo sé. —Se encogió de hombros y volvió a meterse de lleno en la bañera
—. Supongo que sí. Por lo menos el día que se casó tu amiga y te paseaste con
Warenne me puse celoso.
Nerys sonrió, agitando la cabeza.
—¡Eso es mentira! Aquel día me vigilabas por si quería asesinarlo.
—Eso también. —Amplió su sonrisa y soltó una carcajada cuando la joven
metió la mano en el agua y le salpicó el rostro. Con fuerza agitó la cabeza y las
gotas que se deprendieron de su cabello mojaron a Nerys.
—Voy a ver si no tardan en subir la cena —le dijo ella, limpiándose a su vez
—. Kiar, por cierto, que Douglas dice que va a buscar a Brigitte.
—¿Qué le pasa a tu familia? —le preguntó, divertido—. ¿Os habéis vuelto
todos locos? Jaimie pierde la cabeza por tu hermana, y no sé por qué no le
encuentro nada de especial…
—Tú no tienes que encontrarle nada especial —atajó ella con gesto huraño.
Kiar se echó a reír. De modo que la celosa era ella. No entendía por qué. Nerys
era la única persona con la que el compartiría su vida, no había mujer más
hermosa que su esposa—…Y ahora Douglas va a ver a Briggitte. ¿Sabes? No
creo mucho en esa relación, en caso de que ella acepte… ¿se convertiría en…?
—se atragantó.
—En la señora de McBean —terminó de decir Kiar—, a eso me refería con
locos. Sería mejor que Douglas lo pensara con cuidado.
—Tienes razón. —Nerys se rascó la cabeza absorta y se encogió de hombros.
Douglas ya era mayor para saber lo que quería, así es que ella no pensaba
meterse. No sabía cómo reaccionaría Annabella, pero seguramente su hermana
se hallaría tan ocupada con Jaimie que ni prestaría atención—. Voy a ver la cena.
¡Tengo muchísima hambre!

Tommy, al día siguiente, estaba mejor y más recuperado. Aún no podía


levantarse pero sus amigos le hacían compañía constantemente.
—Os lo agradeceré siempre, mi señora —le decía la madre de Tommy una
vez más—, estas mantas nos vienen muy bien para este invierno. Sois muy
buena con nosotros. —Cuando le cogió de la mano Nerys se sintió ruborizar y la
apartó con un suave gesto.
—Hacedme saber cómo va la recuperación de Tommy —le dijo antes de
acercarse a Sonsilia.
—Lo haremos. Mil gracias, milady.
Nerys llegó hasta la sirvienta y soltó un cansado suspiro. Ya no aguantaba
estar tanto tiempo de pie y los tobillos tendían a hinchársele por la noche.
—Nos vamos ya, Sonsilia —le dijo, colocándose la capucha sobre el rostro.
—Buenas tardes, Lady McArthur. —Nerys se giró al no reconocer aquella
voz inmediatamente. Sus ojos se dilataron cuando descubrió al sujeto y dio un
paso atrás, chocando con Sonsilia.
—Mi señora…
—¡Márchate, Sonsilia, corre! —la empujó.
El hombre se lanzó hacia Nerys y le rodeó la cintura con un brazo,
aplastándola con fuerza.
—Te dije que nos volveríamos a ver, ¿verdad?
La muchacha luchó inútilmente contra él y se vio arrastrada hasta el final de
la calle donde esperaba un caballo.
Nerys gritó aterrada, pero guardó silencio cuando la hoja plateada pasó ante
sus ojos amenazantes.
—¡Soltadla! —exigió el reverendo, que se hallaba con la madre de Tommy y
corrían hacia ellos.
—Quiero dinero —exigió el hombre, rodeando el cuello de Nerys con un
brazo—. Padre, ¿es esa su mula?
—No voy a permitir que salga de aquí con mi señora. —La madre de Tommy,
una mujer alta, fuerte y rolliza, se había armado con una hoz y se acercaba con
paso firme. Más vecinos comenzaron a salir de sus casas, y por primera vez
Murdock se dio cuenta de que no había trazado el plan como debía. ¿Cómo se le
ocurría querer raptarla en medio de la calle? ¿A la luz del día?
¡Maldición! Había estado esperando cualquier oportunidad. En la noche
hubiera sido más seguro, pero la damisela a esas horas ya estaba en su casa, y
difícilmente podría haber llegado él hasta la misma fortaleza.
Al verla en aquel momento, había reaccionado sin pensar y lo había
conducido a esa situación en que cada vez más gente se congregara en torno a
ellos.
—¿Es esa su mula? —volvió a preguntar mirando su bayo que estaba a tan
solo dos pasos. No podía llevarse a la mujer, y menos cuando varios hombres
habían aparecido a caballo por el gigantesco portón de la fortaleza.
—Llévesela —le dijo el padre—, pero no creo yo que llegue muy lejos.
—Decidle al McArthur que necesito dinero. —Estrujó con la mano en la que
llevaba el puñal varios mechones del cabello de la joven como si tratara de
recordarle que fue él quien le cortó su larga trenza.
—¡No puede llevarse a mi señora! —Se quejó Sonsilia tratando de cogerle del
brazo—. ¡No pienso permitirlo!
—Será en otra ocasión —susurró el hombre en el oído de Nerys. Ella creyó
que la cortaría la garganta tal y como se lo había visto hacer a su compañero en
aquella cabaña, en cambio sintió como la empujaba al camino cayendo sobre las
rodillas y las palmas de las manos.
—¿Se encuentra bien, milady? —Las mujeres la ayudaron a levantarse y
cuando Nerys se quiso dar cuenta el hombre ya había montado sobre la bestia y
galopaba hacia el norte seguido por dos de los jinetes que guardaban la ciudad.
—¿Quién era ese hombre?
—¿Le conocíais?
—Pasad a la casa a tomar asiento.
—No gracias, estoy bien. —Nerys, asustada, se giró en redondo observando
los rostros preocupados de la gente—. Estoy bien —repitió—, tengo que
regresar a casa, por favor…
Nerys perdió el sentido y cayó desmayada sobre el suelo.

Los cascos del caballo de Kiar golpearon el piso con estrepito al atravesar el
puente. Un centinela le había avisado de lo ocurrido y cabalgaba como loco
hacia su esposa.
Al llegar hasta el círculo de personas, el miedo se apoderó de él. Se abrió
paso hasta Nerys que estaba siendo alzada en ese momento por otro guerrero.
—¡Un hombre quiso llevársela! —lloró Sonsilia.
—Estaba loco si pensaba que lo consentiríamos —dijo alguien más. La
verdad es que Kiar no prestó mucha atención porque su mirada se hallaba
clavada en el pálido rostro de Nerys.
—Se ha desmayado —le contó el reverendo y Kiar suspiro con alivio.
Tomó a Nerys de los brazos de aquel guerrero y pasó a la cabaña de Tommy
para colocarla sobre una cama.
El sanador que aún estaba allí corrió a reconocerla.
—¡Lo han detenido, laird! —dijo Sonsilia que llegaba tras él—. Lo llevan a
los calabozos.
Kiar asintió, golpeando con suavidad el rostro de Nerys para que despertara.
44

—¡Vamos! ¡Empujad con fuerza! —gritó Annabella.


Ella misma trataba de hacer girar la vieja rueda del molino presionando con el
hombro.
Los tres hombres que la ayudaban lo intentaron de nuevo. Estaban todos muy
cansados y a los bueyes los tenían acarreando las maderas que pondrían en los
suelos de la casa.
Iban a necesitar Dios y ayuda para conseguir mover aquella mole, y puesto
que Dios no aparecía por allí, no tendrían más remedio que ir a buscar a alguien.
—Una última vez —insistió haciendo palanca, pensando que así podría
levantarla.
Esta vez todos pusieron lo máximo de cada uno, estaban a punto de
conseguirlo.
—¡Un poco más! —chilló para que la escucharan.
Annabella agradeció mentalmente a la persona que repentinamente se les
había unido en su empresa. No podía verlo, se hallaba al otro lado de la rueda y
tan solo la enorme mano, cerca de la suya, fue lo que la advirtió de su compañía.
El armatoste se movió un poco deslizándose en el barro. Los hombres se
animaron y sin parar ni un segundo continuaron pujando. La rueda lentamente
fue atravesando el pequeño lago cubierto de lodo.
Annabella maldijo al cuarto paso. La última vez que levantó el pie su zapatilla
de esparto se quedó enterrada y ahora había perdido la segunda. No por eso dejó
de empujar como los demás, clavando los pies en el suelo con fuerza. El barro ya
había alcanzado el bajo de sus faldas y le costaba moverse.
La rueda se puso en movimiento con tanta velocidad que Annabella y otro de
los peones cayeron de plancha salpicando lodo.
No le importó tener la cara llena de barro, lo sentía pegajoso en las mejillas
pero no se atrevía a quitarlo de allí porque sus brazos estaban peor. Tampoco se
preocupó mucho, sus ojos seguían alegres la marcha de la rueda que ahora se
movía con agilidad.
Se incorporó a dura penas, su ropa pesaba varios kilos más pegándose a su
cuerpo con indecencia. El fango resbalaba de ella cayendo sobre sus pies. El olor
de agua estancada se adhirió a sus cabellos que lucían enredados tras su espalda.
Celebraron entre gritos y risas de felicidad que la pieza encajara en su sitio a
la perfección.
—¡Lo conseguimos! —rio la muchacha dejando que alguien la llevara a la
orilla del lago sacándola de esa mezcla de barro y que aun debían limpiar. Ya ese
día no acabarían, pero al siguiente deberían hacer que el río retomara su antiguo
cauce.
Ya en la orilla abrazó al peón con una carcajada, los demás se acercaron a
festejarlo.
—¿Me abrazarías a mí?
Annabella sintió como su corazón se desbocaba. Hubiera sido capaz de
reconocer esa voz en cualquier sitio. Había esperado escucharla todos los días
desde que llegó a MacBean.
Nerys ya le había dicho que estaba totalmente recuperado y ella creyó… que
tal vez… pero las semanas se convirtieron en meses y el sueño de aquel beso se
fue perdiendo en la lejanía sin posibilidad de retornar, la esperanza de volver a
verle cada vez se había alejado más y llegó a pensar que todo había sido un
sueño.
Intentó borrarlo de sus pensamientos, sin embargo, todas las noches al
meterse en la cama, después de decirse varias veces lo cansada que estaba y que
dormiría como un lirón, descubría que solo era capaz de pensar en Jaimie, en sus
ojos, en su sonrisa. ¡Jaimie estaba allí! ¡Tras ella! ¡Había llegado!
Cerró los ojos con fuerza tratando de calmar sus nervios y se giró con una
sonrisa demasiado perfecta para ser natural.
—¿Qué se te ha perdido por aquí, Jaimie? —Él se encogió de hombros.
Annabella le tendió la mano y él se la estrechó con afecto.
—Sabía que te habías empeñado en colocar la rueda del molino y Kiar me
envió.
Ella sonrió con una pequeña mueca. ¡Cuánto lo había echado de menos!
—¿Señora MacBean? ¿Nos necesitáis o podemos marcharnos? —preguntó
uno de los hombres.
—¡Oh! ¡Lo habéis hecho muy bien! —Les sonrió. Estaba nerviosa, Jaimie
siempre lograba ese efecto y era imposible no sentir tras ella el calor de ese
magnífico cuerpo—. Mañana a primera hora limpiaremos esto.
—De acuerdo —asintió el peón sacudiéndose barro de los pies para luego
mirar a Jaimie—, de no haber sido por vuestra ayuda nunca lo hubiéramos
sacado de allí nosotros solos.
—Para eso estamos —respondió Jaimie con un divertido guiñó—, para
ayudarnos.
—¿De verdad te ha enviado mi cuñado? —le preguntó recelosa cuando se
quedaron solos. De ser así… ¿Nerys?
Jaimie negó con una sonrisa.
—Hace tiempo que nadie me discute. Me aburro un poco, ¿sabes? Creo que
me acostumbré a tus desplantes y mal genio.
—¡No lo puedo creer! —La muchacha se cruzó de brazos mirándole—. ¿Y
qué quieres decirme con eso?
Un brillo de burla cruzó por la azulada mirada del hombre.
—¿Señora? —preguntó Jaimie recordando cómo el hombre se había dirigido
a ella—. ¿Os habéis casado?
—¡No! No. —Sonrió nerviosa—. ¿Cómo crees? ¿Con quién?
El hombre la miró intensamente y arrugó el entrecejo.
—Desde luego, con ese aspecto…
Annabella tardó un poco en comprender. Sus mejillas ardieron bajo el barro
que poco a poco se había ido secando. Se miró horrorizada y con velocidad se
giró para ir hacia la casa.
—Tampoco estáis tan mal —dijo Jaimie soltando una estruendosa carcajada.
Ella en cambio no sabía si llorar o reír cuando descubrió con sorpresa el
caballo de Jaimie que jugueteaba con un arbusto.
—¡Eh! —Cuando Jaimie quiso reaccionar, echó a correr. ¡No podía ser que le
volvieran a robar el caballo! Nunca nadie se había atrevido hacerlo excepto la
esposa de Carrick cuando Lady MacArthur desapareció, y ahora la belleza
embarrada que galopaba con la enredada melena al viento, hacia la residencia.
¿Qué les pasaba últimamente a las mujeres? Se suponía que era el hombre
quien llevaba las riendas y no ellas.
Jaimie sonrió en silencio y después de patear una piedra que había cerca
emprendió el camino en busca de su caballo y la amazona.
Nada más llegar había ido a buscar a Douglas, pero le habían informado de
que llevaba varios días fuera, de modo que aún no había tenido oportunidad de
pedirle a su prima en matrimonio.
Quería no estar nervioso, que ella no lo notara, y no sabía por qué. Puede que
fuera el miedo a que Annabella lo rechazara, a su posible reacción cuando ella le
dijera que no pensaba casarse. De ser, así no podía culparla. Pero ¿sería capaz de
aceptar su decisión?
Se moría por suplicarle que le amara, por demostrarla cuánto la quería y había
echado de menos. Por confesarle que la soñaba de día y de noche.
Había luchado contra sus propios sentimientos intentando convencer a su
corazón que aquello no era amor. Había acudido a las rameras de la aldea en un
intento de olvidarla, mas no lo consiguió. Solo descubrió que no deseaba a
cualquier mujer si no a la beldad de mirada furiosa y cabello cobrizo a la que
hizo caer en unas cocinas.
¿Era maligno el destino o sabio? Jaimie no lo sabía, no podía saberlo, ni
siquiera tenía conciencia de si aquello saldría bien, pero debía intentarlo.
Su tío había acabado con la familia de la mujer que amaba. ¿Sería posible que
ella no se fijara en eso durante el resto de sus días? ¿Sería capaz de soportarlo si
alguna vez le acusaba? ¿De fingir que todo estaba bien cuando Annabella le
mirara con desdén después de rechazarlo? Y aun pensando todo esto, estaba
decidió a proponerla matrimonio.
No la obligaría a ir a Luxe, ni siquiera él tenía porque hacerlo. Una preciosa
mansión en Noun Untouchable estaría muy bien e infundiría… No, mentira. Una
casa allí solo sería para convencerla de casarse con él, porque que estuviera
cerca su hermana tenía mucho que ver, claro. Pero si Annabella quería quedarse
en MacBean tampoco le importaba, en cualquier lugar del mundo estaría bien.
Llegó al edificio que seguía inacabado y pasó por la inexistente puerta de la
entrada.
El arco, así como las piedras que aún se sostenían, se habían limpiado de tal
manera que ahora que se había levantado el ala derecha de la residencia era
difícil distinguir las piedras viejas de las nuevas.
En el salón había siervos trajinando de un lado a otro, todo el mundo parecía
ocupado.
—Has tardado mucho, Jaimie, pensé que te habías perdido.
Se giró para observarla bajar por la escalera. La joven estaba preciosa, se
había puesto una túnica color berenjena con bordados castaños en forma de
espigas, las mangas se ampliaban mostrando las delgadas muñecas agarrarse al
pasamanos. Llevaba el cabello rozando sus caderas y un pequeño velo volaba
tras ella.
—No me gusta que me roben el caballo. Ahora me debes algo.
—Y no pararás hasta que no estemos en paz, ¿verdad? —Él asintió con una
sonrisa—. Bueno, también me debes lo de la rueda del molino.
—¡Yo no pedí que ayudaras!
—¡Tampoco pediste a Sultán y te lo llevaste!
Se acercó a ella cuando terminó de bajar las escaleras y le cogió una mano.
—Nunca te había visto tan hermosa —le confesó aturdido. Ella se ruborizó y
trató de apartarse—, o quizá sí —prosiguió Jaimie sin soltarla. Tenía la pequeña
mano entre la suya y la sentía cálida y tierna—, aquella noche en Brodick.
Annabella arqueó las cejas con una mueca extrañada.
—¿Cuándo?
Jaimie tiró de su mano para acercarla a él. Annabella mantenía la mirada baja
por lo que él solo podía ver su coronilla.
—Aquella noche que te bañaste desnuda en la playa. —Sonrió cuando la vio
abrir sus enormes ojos verdes con sorpresa—. Sí, fue aquella noche —terminó
de decir convencido.
—¿Y Kiar lo sabe? Creo recordar que mi hermana también…
—En cuanto la reconocí me marche, ¡lo juro! —Se puso la mano libre en el
corazón—. De todas formas, no se lo digas por si acaso —bromeó.
Ella sonrió y le clavó la vista con firmeza.
—¿Qué haces aquí, Jaimie?
¿Y si le rechazaba? Tragó con dificultad y la soltó como si de repente su
mano se hubiera puesto a sudar, se frotó los dedos unos contra otros y abrió la
boca varias veces. ¡Por Dios, qué nervioso estaba!
—He venido a verte —le dijo por fin. Ella seguía mirándolo con insistencia
—. Quería saber cómo estabas… cómo te iban las cosas por aquí. —Barrió con
la vista el interior del salón sin ver nada—. ¿Cómo estás?
—Bien, hemos tenido mucho trabajo, bueno ya lo habrás visto.
—Sí, claro. —¿Cómo decirle que no era capaz de imaginar la vida sin ella?
—¿Te quedarás hasta que regrese Douglas? No creo que tarde más de un par
de días.
—Si a ti no te importa… —¿Qué le pasaba? ¿Por qué no era capaz de decirle
nada? El camino ya estaba recorrido y se moría por abrazarla, por sentirla contra
su pecho.
—No claro, estás en tu casa. —Ella sonrió. Estaba distinta. Su vida había
vuelto a cambiar desde que Thomas muriera y eso era bueno, se la veía radiante,
hermosa.
La joven mandó llamar a una sirvienta ordenándole que le preparara alguna
habitación.
—Por lo menos tenemos varias recamaras listas —le dijo ella tomándolo del
brazo—. Déjame que te muestre esto un poco, ¿o estás muy cansado?
—Es una casa muy bonita —mintió, no se había fijado ni en la casa, ni en las
paredes ni en nada que no fuera el hermoso rostro de ojos verdes y aquella
deliciosa boca que lo excitaba hasta la locura—. ¿Siempre fue así tu hogar?
—Douglas no quiere cambiar nada aunque hará algunas reformas, pero quiere
que esté igual que siempre. —Le señaló la chimenea—. Por la noche todos nos
reuníamos aquí y… —Su voz tembló ligeramente y se giró hacia él—. Yo…
tenía un prometido.
—Lo sé, Annabella. —Sentía la boca completamente seca—. ¿Aún le sigues
amando?
Ella jadeó y perdió la vista en las llamas del hogar encogiéndose de hombros.
—No lo sé —dijo en un susurro—. Yo pensaba que sí, quiero creer que sí, iba
a convertirse en mi esposo. —Agitó la cabeza con pena y cuando le miró sus
ojos estaban húmedos —Ahora no lo sé.
—¿Por qué? —El corazón de Jaime aleteó con velocidad en su interior.
Annabella no contestó, se cubrió los labios temblorosos con una mano y bajó
la mirada de nuevo.
—¿Por qué? —Le tomó la barbilla con delicadeza obligándola a mirarle—.
¡Dímelo! Fue desde que me besaste, ¿verdad? —Ella asintió y Jaimie creyó
enloquecer de dicha. Se envalentonó, esperaba no confundirse—. He venido a
pedirle a tu primo el permiso para hacerte mi esposa. —Ella le miró entre
asustada y emocionada, los mismos sentimientos que reflejaba él—. ¿Querrías
convertirte en mi señora?
Jaimie esperó impaciente, leyendo la incertidumbre que atravesó los ojos
verdes y que se esfumó como un relámpago cuando ella le colocó un mechón de
su cabello tras la oreja con una tímida sonrisa.
—¿Estás seguro, Jaimie? ¿Lo has pensado bien?
—No tengo nada que pensar. Annabella, ¿podrías olvidar que soy el sobrino
de…? —Ella le tapó la boca con sus manos, sus manos fueron sustituidas por sus
labios.
—Solo sé que quiero pasar contigo el resto de mi vida, ver tu rostro cada día
y saber que estás bien. Solo sé eso.
Jamie la besó sin importar que hubiera más gente en el salón. Aquel día en
que se despidieron solo había sido un beso y desde aquel mismo momento había
estado esperando volver a sentir su aliento, su dulzura.
Douglas carraspeó y súbitamente todo quedó en completo silencio. Con
paciencia observó a la pareja que se besaba en su salón ajenos a todo cuanto les
rodeaba.
Se extrañó de encontrar de esa guisa a su prima y se sorprendió a más no
poder cuando descubrió que quien la apretaba entre sus brazos no era otro que
Jaimie de Luxe.
45

—¿Qué os ocurre? —Briggitte miró a Douglas, extrañada—. ¿Quiénes son


aquellos? Parece que nunca habéis visto a nadie besándose.
El hombre se había quedado inmóvil como una estatua y ella lo zarandeó.
—Venid. —Douglas la tomó de la mano con fuerza y recorrió un trecho hasta
las cocinas—. Aquí aprenderéis un oficio. Podéis empezar ayudando a la
cocinera.
Briggitte abrió los ojos con sorpresa. ¿Ese hombre siempre estaba enfadado o
era solo con ella?
—¡McBean! —Lo detuvo antes de que escapara—. ¿Para eso me habéis
traído? ¿Para qué os lleve la cocina?
El hombre se giró observando la sala con detenimiento y acabó fijando la
vista en ella.
—¿No os gusta la cocina? —le preguntó con sorna—. Si lo preferís tenemos
un telar. Seguro que encontráis por aquí algo…
—¿Por qué me habéis venido a buscar?
No podía entenderlo. Había visto la forma en que la miraba, el deseo en sus
ojos. Le gustaba, lo sabía, sin embargo él no hacía nada por acercársele, fingía
no ver cuando lo trataba de seducir. ¿Por qué se resistía de esa manera?
—Vos me pedisteis que os llevara conmigo. Esto es lo que os ofrezco, un
techo, un hogar. —Dio unos pasos hacia ella—. En McBean no os conocen.
Nadie espera nada de vos. Pensé que estaríais agradecida de que os sacara de
allí, si no es así…
—Sí, sí lo es. —Brigitte miró la sala. Había varias personas por allí que no
parecieron reparar en ellos—. Os lo agradezco McBean. Me quedaré en las
cocinas, de ese modo no tendré que veros continuamente —le contestó mordaz.
—Mejor. Podrás empezar enseguida. Súbeme una bandeja con algo de comer.
—¿Quién yo? ¿Pero habéis dicho…?
—Que trabajareis en las cocinas. —Él enarcó una ceja—. Alguien debe subir
la comida a mi dormitorio y deseo que seas tú.
—¡Entonces tendréis que soportarme! —le dijo, desafiante.
—¡Qué mala suerte! —respondió Douglas, volviéndose a la puerta con una
sonrisa traviesa.

***

—Es difícil entender cómo la vida humana pende de un débil hilo, un delgado
halo de aliento entre la vida y la muerte. Un suspiro de lo que ayer era y hoy no
existe. La vida es efímera, a veces cruel y amarga. —El reverendo miraba al
frente con los ojos clavados en el océano—. Otras veces su camino es corto e
intenso. Pero Dios nos espera a todos… —Hizo una larga pausa y barrió con la
mirada a los asistentes hasta dejarla fija en Robert de Bruce—. ¡Resignación! El
alma de Isabella de Mar, descanse en paz. Tierra a la tierra…
EPÍLOGO

La vida continúa

Kiar no estuvo tranquilo hasta el momento que le anunciaron que podía pasar.
Recordaría ese día durante el resto de su vida.
Su preciosa Nerys se hallaba recostada sobre la cama, hermosa, etérea,
delicada. Los cabellos cobrizos brillaban sobre la blancura del limpio camisón
que le acababan de poner y contrastaban con su piel marfileña. Ella lo miró y el
brillo especial de sus ojos verdes lo volvieron a fascinar, y cuando ella bajó la
vista pudo ver el pequeño bulto blanco que descansaba junto a ella.
Se le hizo completamente difícil respirar con normalidad, embargado por la
emoción, estando a punto de echarse a llorar como un niño.
Nerys lo había invitado a acercase con una mano extendida y él obedeció sin
poder apartar la mirada de ella. Estaba viva, había sobrevivido al parto.
Por fin pudo alejar los miedos que lo cegaron los meses pasados pensando en
lo peor.
Al acercarse había visto la diminuta manita asida con fuerza a un dedo de
Nerys.
¿Ese era su hijo? Edwin Humbert McArthur.
¡Era tan pequeño, tan diminuto, que lo temió!
Al levantar la vista se había encontrado con la de ella que lo miraba alegre.
Era la primera vez que volvía a verla sonreír desde que murió su amiga. Hubiera
dado cualquier cosa por que Nerys no se hubiese enterado de la noticia, por no
haberse enterado él mismo, pero las noticias en Escocia viajaban con excesiva
rapidez.
—Es un McArthur —le susurró, descubriendo al niño para que lo observara
mejor.
Kiar no había podido evitar la sorpresa al ver el cuerpo rosado y la densa
pelambrera cobriza que cubría la pequeña cabeza.
No se cansó de observar a su esposa y a su hijo en toda la tarde, ni aun
cuando todos sus hombres esperaban para festejar en el salón. Ni siquiera
sabiendo que Annabella estaba deseosa de ver a su hermana.
Ese día se olvidó del nuevo matrimonio: Douglas y Briggitte, que como
siempre habían acabado discutiendo y se pasaron toda la noche reconciliándose
en algún lugar de Noun Untouchable.
Dejó de lado en sus pensamientos a Murdock, que fue juzgado y ejecutado
por múltiples asesinatos y violaciones, y por herir y cortar el cabello de su dama.
Se desentendió de ser laird para convertirse en padre y esposo, disfrutando de
cada palabra, de cada contacto, del suave crepitar del fuego en la chimenea, de
los gorjeos del pequeño, de la risa dulce de su amada…
No quiso saber de nadie, excepto de la hermosa mujer que charlaba
dicharachera haciéndolo reír. ¡El humor de esa mujer nunca dejaba de
sorprenderlo!
Ese día la magia de una nueva vida, el nacimiento de un ser, lograba que todo
lo pasado quedara allí, en el pasado.
Recordaría siempre el momento que cogió a su hijo entre sus manos y sintió
su cuerpecito caliente y tierno. Cómo su pecho se hinchó de orgullo y su corazón
latió con una tranquilidad que hacía mucho tiempo que no sentía.
—Es muy hermoso —le había dicho—, el niño más hermoso del universo.
Ella lo miró con una bella sonrisa pintada en su rostro resplandeciente.
—Pero has de prometerme, mi señor, que si algún día lo ves subido a unas
gradas y echando agua sobre la cabeza de un pobre despistado, no le gritarás ni
le asustarás.
Él soltó una carcajada, asintiendo. Depositó a Edwin junto a su madre y
después se inclinó para atrapar el rostro de su esposa entre las manos.
—Ya estaba loco por ti, por tus ojos, por tu boquita. —La besó fugazmente y
ella le enredó los dedos en el cabello—. Por ser como eres, valiente, fuerte…
Señora, lograste convertirme en tu siervo y como tal, te ofrezco mi alma hasta el
último aliento de mi vida.
—Hasta el último latido de mi corazón —había respondido ella.
Y sellaron su gran amor con un beso de amor verdadero.

Fin
Nota de la autora

Aunque muchos personajes son reales, las vidas, sus emociones y la manera
de actuar han sido sacadas de mi imaginación.
Isabella de Mar (1277 — 1296) fue la primera esposa de Robert Bruce, Hija
de Domhnall I, Conde de Mar, y Helen.
Su padre fue uno de los siete guardianes de Escocia.
Isabella se casó con Robert a los 18 años y dice la leyenda que estaban muy
enamorados. Tuvo un saludable embarazo pero murió después de dar a luz a su
hija, Marjorie Bruce.
Robert de Bruce era hijo de Robert VII Bruce (tataranieto del rey David I) y
de Marjorie, Condesa de Carrick, hija de Niall, Conde de Carrick.
Robert fue coronado como Robert I en Scone.

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