Sandra Bree - Siervo de Tu Amor
Sandra Bree - Siervo de Tu Amor
Sandra Bree - Siervo de Tu Amor
DE TU AMOR
Sandra Palacios
1.ª edición: abril, 2015
© 2015 by Sandra Palacios
© Ediciones B, S. A., 2015
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Portadilla
Créditos
Agradecimientos
Siervo de tu amor
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
34
35
36
37
38
39
40
41
42
43
44
45
EPÍLOGO
Nota de la autora
Agradecimientos
Fue un viaje bastante pesado y lento. El grupo era grande y con demasiados
carros que dificultaban la marcha. Los mejores guerreros del señor de Carrick,
dirigidos por él mismo, todos entrenados para la batalla, eran la escolta.
Durante las noches los hombres se reunían alrededor de las fogatas y
contaban historias que hacían estremecer a los más valientes.
Helen, Bella y ella compartían un carro cubierto con lonas, y desde allí
escuchaban en silencio las suaves conversaciones que mantenían los hombres,
siempre y cuando ninguno tomara demasiado «agua de la vida», como llamaban
al whisky, para entrar en calor. El alcohol, viajando por las venas, robaba la
voluntad de todos, y las voces se elevaban un tercio más de lo normal.
El sitio era bastante incómodo para las tres. El frío, en forma de una suave
neblina que descendía hasta el suelo, penetraba entre las lonas, acompañando a
las damas durante todo el viaje. Había sido una suerte que, al menos, esperaran a
que llegara la primavera para viajar, pues los inviernos en las tierras altas podían
ser muy crueles, e incluso devastadores.
Nerys era consciente de que probablemente conociera a Warenne en las tierras
de Carrick. A él, y a todos los guardianes de Escocia con quien Bruce tenía una
estrecha relación. Mientras Juan de Balliol y Eduardo no asistieran a los
esponsales, mejor que mejor, y al parecer ninguno de los dos lo haría. Las
rencillas entre los Carrick y los Balliol nunca habían sido discretas, y siempre
había clanes que tomaban partido por unos o por otros. Al menos, Balliol
mantenía una tregua con Eduardo, rey de Inglaterra, y de momento las disputas
habían cesado. Los highlanders sabían de sobra que aquello no duraría mucho.
Las humillaciones, los intentos de conquistar las tierras escocesas, la
obligación de ceder la corona, los asedios injustificados… Algún día todo
estallaría como la pólvora y los highlanders no tendrían más remedio que volver
a levantarse en armas para defender sus tierras.
2
Nerys recorrió la estancia con la vista porque tenía previsto escapar en cuanto
viera llegar al gigante de aspecto desaliñado. No había caído entonces porque su
desnudez le había bloqueado los sentidos y, luego, mientras conversaba con
Helen, no había vuelto a pensar en él hasta ese momento en que observaba los
plaids de los guardianes; y fue cuando se acordó de que, con los nervios y las
prisas, no había podido anudar el cordón que unía al broche con la prenda y
temía que éste cayera de un momento a otro.
Llegó incluso a ponerse de puntillas, pero no logró verlo. Quizá se había
quedado en su alcoba por no tener más ropa dispuesta.
No sintió pena por ello, aunque sí cierto temor de volver a encontrárselo.
Helen también la había advertido de que no debía andar sola por la casa durante
los esponsales; los hombres solían ingerir grandes cantidades de alcohol y
primero actuaban y luego preguntaban.
Comenzaron las presentaciones y Nerys comenzó a relajarse. Observó,
admirada, cómo los guardianes se acercaban a los prometidos, rindiéndoles
pleitesía.
Todos eran guerreros: altos, fuertes, grandes. Todos con el cabello largo sobre
los hombros. ¡Cobardes todos! Ninguno de ellos se había atrevido acusar a
Warenne. ¿Por qué? ¿Porque tenía una estrecha relación con Eduardo?
Nerys soportaba todo eso en silencio, guardando en su corazón su
resentimiento. Ya llegaría el día… Ahora debía ser paciente.
Descubrió al sujeto que temía encontrarse justo en el momento en que éste se
inclinaba hacia Bella. Lo reconoció por su apostura.
Debido al silencio, pudieron escuchar el débil sonido que hizo el broche al
caer y que rodó durante unos largos segundos por el suelo de piedra. El hombre
fue rápido y con una mano sujetó la prenda sobre el hombro, bromeando con sus
compañeros.
—¡Te hace falta una esposa! —rio uno de los guardianes, divertido.
Nerys se escondió entre las sombras, ocultando una sonrisa bajo el fruncido
ceño de Helen.
Mucho más tarde, aquello se convirtió en una graciosa anécdota, y los
hombres rieron con ganas; no así el hermoso guerrero que, con mirada asesina,
buscaba a alguien entre los rostros de las siervas.
Nerys se mantuvo semioculta toda la noche, evitándolo a propósito. Todavía
asombrada al descubrir que el desastroso hombretón era en realidad el hombre
más guapo que hubiera visto nunca. ¡Un guardián!
Con la barba, no había podido apreciar el rostro varonil de rasgos de granito,
la fuerte mandíbula, los labios carnosos. E incluso sus ojos grises, enmarcados
por elegantes cejas, eran dignos de admiración. Sin embargo, su aspecto seguía
siendo peligroso, muy peligroso.
4
Nerys se despertó con el sonido de las gaitas, y tan sólo cubierta por una fina
camisola espió el exterior, levantando apenas la esquina inferior de un hermoso
tapiz.
Varios hombres se habían reunido en el patio de armas y, con su música,
daban inicio a los eventos que el conde de Carrick había planeado para ese día.
Los juegos consistían en danzas tradicionales, donde los gaiteros tocaban en
solitario y luego lo hacían todos juntos.
Las gaitas tenían tres tubos del mismo tamaño y uno un poco más largo. Una
bolsa de piel de oveja o alce se llenaba de aire y luego se presionaba con el
brazo, empujándolo a través de los tubos. Su sonido casi desafinado era
inconfundible.
Varios clanes habían elevado carpas y tiendas, de modo que el patio pronto
estuvo lleno de gente y animales. Las gallinas corrían libres a su antojo,
picoteando todo lo que encontraban, no importaba si eran restos de comida o los
pies de algún pobre incauto.
Nerys observó al tipo alto y desgarbado que portaba una tosca bandeja con
haggis, un plato que consistía en corazón, pulmones e hígado de oveja o cordero,
picado y mezclado con grasa y avena, sazonado, hervido y embutido en una
bolsa hecha con el estómago del animal y en forma de una gran salchicha.
Un gaitero encabezaba la procesión, seguido del cocinero y, tras éste, los
invitados más madrugadores llevaban nabos y puré.
Habían colocado unas largas bases de madera, formando una mesa
espectacular donde abundaba la sopa templada de cordero, vegetales, budines,
dulces, panes, tortas y galletas. Un gran despliegue de alimentos que se
encargaban de traer los distintos clanes como regalo para la fiesta.
Nerys se volvió hacía la cama, donde Bella seguía arrebujada bajo las mantas.
El largo cabello cobrizo voló tras ella durante unos segundos, cayendo más abajo
de sus caderas, después de acariciar el tapiz con las puntas.
—Debemos vestirnos. Lady Mar vendrá enseguida a buscarnos. —Nerys
buscó en los arcones, sacando la ropa.
—¿Qué pasó anoche, Nerys? Al final no me pudisteis contar.
La muchacha la miró intrigada, sin saber ni por un momento qué era aquello
de lo que le hablaba, pero no tardó mucho en caer en la cuenta, y con una sonrisa
se sentó sobre la cama cuando Bella retiró los pies para hacerle sitio.
—No es nada —comenzó con una traviesa sonrisa—, ¿recordáis al guardián
que perdió el broche?
Bella alzó los ojos al techo, pensando, y asintió.
—Kiar MacArthur —sonrió—. Qué pena que vos no visteis los colores del
hombre en su cara, apuesto a que deseó que se lo tragara la tierra. ¿Por qué? ¿Os
gusta ese hombre? —Bella frunció el ceño, mirándola fijamente.
—¡No! ¡No es eso! Él… me confundió ayer con una sierva…
—¿Os hizo algo, Nerys? —preguntó, apartando las cobijas con los pies para
levantarse.
—¡No! Bueno —suspiró—, quiso que le cosiera el broche del plaid.
—Y no lo hicisteis, ¡muy bien, Nerys! Vos no tenéis por qué atender a nadie.
Todos los hombres creen que estamos para servirles; bueno, la mayoría de los
hombres —rectificó, sin duda pensando en su Carrick.
—Sí lo hice —susurró, retorciéndose las manos—, pero olvidé atar el cordón,
por eso el broche…
Bella la miró con los ojos abiertos como platos y rompió a reír
escandalosamente.
—Bella, por favor. Alguien puede oírnos.
—Con el ruido que viene desde el exterior, lo dudo mucho —siguió riendo—.
¿Qué os dijo MacArthur después?
Nerys se encogió de hombros con una tímida sonrisa.
—Me he pasado toda la noche huyendo de él, posiblemente también lo haga
durante todo el día de hoy. —Bella no podía parar de reír, y Nerys comenzó a
enojarse con ella—. ¿No lo comprendéis? Ese hombre es capaz de hacerme algo
en cuanto me descubra. ¡Dejad de reíros!
—Es que fue muy divertido —contestó Bella, tratando de ponerse seria
aunque sus ojos seguían chispeando, alegres—, lo mejor será que os disculpéis
con él en un lugar público. De ese modo, ni yo ni Carrick dejaremos que os pase
nada. Pero pensándolo bien, es él quien debería disculparse por confundiros con
una sierva. No, mejor no os disculpéis. Claro que tampoco sería conveniente que
os encontrarais a solas —levantó las cejas—, a no ser que queráis uniros a él.
—¡No! —negó—. ¡No! ¡Es un guardián!
Bella, al final, se levantó de la cama.
—Es el señor de MacArthur —le explicó— y vos sois una MacBean. Sería
una buena alianza. Podría comentárselo…
—¡No! —medió gritó Nerys, incorporándose como si tuviera un resorte—.
Además, yo no poseo nada.
—Las tierras —le recordó Bella, frotándose los ojos—. Mi señor os devolverá
las tierras cuando las reclame vuestro esposo. Además, MacArthur es un hombre
muy guapo. Creo que el más atractivo, después de Bruce.
Nerys frunció el ceño. Puede que Bella pensara eso porque amaba al conde,
pero ese hombre, el MacArthur, era mil veces más guapo que Carrick. Claro que
si Bella hubiera visto su cuerpo como lo había visto ella, se hubiera dado cuenta
enseguida. El hombre era de una hermosura salvaje y peligrosa.
—Pues no me he fijado mucho, la verdad —mintió.
—Deberíais hacerlo, Nerys. He oído decir que la mayoría de las mujeres están
como locas por pasar una noche con él. ¿No os lo han presentado?
—No debería haberos dicho nada. No sé por qué tengo la costumbre de abrir
la boca con vos —gruñó.
Bella volvió a reír, esta vez más suave.
Los golpes en la puerta interrumpieron la conversación. Helen ya estaba allí,
acompañada de su sierva.
El ambiente festivo del exterior logró sacar varias sonrisas a Nerys quien,
acompañada por Douglas, fue observando los puestos de los diferentes clanes, e
incluso se atrevió a bailar una alegre danza junto a varias mujeres. La música y
el bullicio flotaba en el ambiente, animando a los corazones más tristes.
Observó cómo varios clanes efectuaban la danza de la guerra, donde
colocaban las espadas en forma de cruz y bailaban entre ellas sin llegar a
pisarlas. La leyenda decía que, si alguno de los hombres las rozaba siquiera, ese
año habría derramamiento de sangre y, desde luego, muchos de los allí reunidos
las habían pisado varias veces.
Cuando finalizó se acercó hasta donde se celebraban los juegos. Douglas
participaría en uno de ellos: el lanzamiento de martillos.
Era impresionante ver la fuerza y destreza que derrochaban los participantes
al arrojar el arma lo más lejos posible.
Sintió de repente una fuerte presión en su hombro, y la joven se giró con una
sonrisa, pensando que algún conocido de la casa de Mar se acercaba a saludarla.
La sonrisa se congeló en sus labios al toparse con la dura mirada gris del hombre
al que había abochornado el día anterior.
La joven trató de apartarse de él, dando unos pasos hacia atrás; sin embargo,
no avanzó ni un solo milímetro.
—Mi señor, me hacéis daño —le dijo con voz temblorosa, buscando con la
mirada a Douglas, quien parecía muy entretenido con los juegos. Sentía un ligero
temblor en las piernas.
Kiar la miró fijamente, de arriba abajo, y la soltó como si estuviera en aquel
mundo para obedecer sus órdenes.
—Disculpadme, me temo que os confundí con una sierva… —frunció el ceño
y sus ojos parecieron brillar con sorpresa—. ¡Vos me cosisteis el broche ayer! —
exclamó.
Nerys pudo recular, apartándose de él.
—Estáis confundido, milord —dijo nerviosa, bajando la mirada y respirando
con dificultad.
—No, no lo estoy —negó él, cada vez más intrigado. Estaba casi seguro de
que era la misma joven, pero aquellas ropas no tenían nada que ver con las
prendas burdas y ásperas que usaban los siervos. Las mismas que llevaba ella el
día anterior.
—¡Mi señor MacArthur! —Exclamó Bella, acercándose del brazo de Carrick
con una sonrisa en los labios—. ¡Cuánto os agradezco que estéis cuidando de mi
amiga!
—¿Su amiga? —preguntó él, más descolado que nunca.
—Nos habréis oído hablar de ella —le dijo Bruce—. Nerys MacBean es la
descendiente directa de su clan. Sufrieron un asedio hace unos años. Vosotros os
encargasteis de dar muerte a los asesinos.
Nerys se tensó ante aquellas palabras. De modo que MacArthur era uno de los
cobardes…
Kiar sólo pudo asentir con la cabeza al recordarlo.
—Pensé que era un varón…
—Douglas es un primo lejano —respondió Carrick.
—Lamento mucho lo de su familia —le dijo con pesar.
—Gracias —respondió ella, aliviada de que Bella se les hubiera unido. Ese
hombre estaba mucho más guapo que el día anterior. Su largo cabello castaño
caía húmedo sobre sus hombros. ¿Por qué tenía que fijarse en esas cosas?
Intentó centrarse en la conversación y casi prefirió no hacerlo. ¡Que
lamentaba lo ocurrido! ¡No lo creía en absoluto! Si cualquiera de ellos hubiera
sentido los asesinatos de su familia, habrían apresado al culpable de todo… Y no
lo habían hecho.
—¡Ya os han arreglado el broche! —notó Bella con voz cantarina. Nerys
enrojeció de repente, fulminando a su amiga con una fría mirada de advertencia;
aquel gesto no pasó desapercibido a los ojos del MacArthur.
—Sí, un pequeño percance que tuve ayer, pero esta mañana se encargaron de
solucionarlo —contestó, clavando la vista sobre Nerys con intensidad—.
¿Querríais que os acompañara a ver los juegos, Lady MacBean?
—Estoy acompañada —respondió ella, buscando a Douglas con la vista sin
hallarle—, o lo estaba hasta hace unos minutos…
—¡Sería magnífico si vos pudierais acompañarla! —rio Bella—. Nosotros
vamos a buscar a mis padres y no me gustaría que Nerys anduviera sola.
Excepto el señor de Carrick, que en ese momento parecía estar mirando otra
cosa, los demás escucharon el suave bufido de Nerys.
—Para mí sería un placer —contestó Kiar, ofreciéndole el brazo con una
sonrisa cautivadora.
Nerys lo observó con el ceño fruncido. Forzando una sonrisa, apoyó su mano
sobre la del hombre sin atreverse a mirarlo. Podía sentir el calor de su piel bajo
sus dedos, y todos los nervios de su cuerpo se avivaron de forma repentina.
—Bien, entonces nos reuniremos más tarde —dijo Bruce, guiando a Bella
hacía otras personas que charlaban amigablemente.
Tanto Nerys como Bella cruzaron la vista. Bella, con ojos brillantes y
divertidos. Nerys, con una mirada asesina.
5
—¿Sabéis? Ayer tuve un desafortunado encuentro con una bella sierva —dijo
Kiar, con los ojos clavados en la coronilla de la joven—. El caso es que debe de
ser hermana vuestra o algo así. —Se encogió de hombros y, al hacerlo, pareció
mover todo su enorme cuerpo—. Qué extraño que Bruce diga que sólo tenéis un
primo.
Nerys alzó la vista, girando la cabeza hacia él.
—¿Y por qué lo decís? ¿Tan mal os trató esa mujer?
—Muy mal. Su educación fue pésima… Por no hablar de su costura.
Nerys se obligó a mirar al frente, ocultando el rubor que teñía sus mejillas de
los ávidos ojos del hombre.
—Pues debéis de estar confundido, a no ser que mi primo haya hecho todo lo
que decís y… La verdad, no lo imagino cosiendo nada.
—Sería alguien muy parecido a vos —le dijo, inclinándose junto a su oreja—.
Estaré pendiente por si vuelvo a verla.
Nerys se mordió los labios, haciendo una mueca, tratando de no sonreír.
Sentía la mirada de ojos grises fija en ella, estudiando sus rasgos, intentando
penetrar en su mente. Su aliento cerca del cuello, provocándole extrañas
sensaciones.
—¿Y qué haréis si volvéis a verla, milord?
Kiar levantó la cabeza hacia el cielo durante unos segundos y esbozó una
amplia sonrisa.
—No creo que queráis saberlo. Imagino que esperaré a verla a ella. —Su tono
de voz escondía una amenaza implícita.
—¡Pues tened cuidado, no os vayáis a cansar de esperar! —le dijo, fingiendo
no querer saberlo pero deseándolo al mismo tiempo.
Caminaron, deteniéndose de vez en cuando en algún puesto, donde la joven
observaba alguna artesanía o pequeños tapices bordados. Al menos eso
intentaba, pues toda su atención la tenía puesta en el hombre que caminaba a su
lado.
—Si os aburrís, adelantaos —le dijo, señalando hacia unos anchos escalones
de madera, donde la gente comenzaba a coger sitio para ver los enfrentamientos
a caballo.
—No me aburro con vos, al contrario: me pasaría las horas, admirando
vuestra belleza.
Nerys cogió aliento entre los dientes, y arqueó una de sus cejas al mirarlo.
—¿Os estáis burlando de mí, mi señor? —Supo que sí ante aquella sonrisa
llena de diversión. Era más bien un gracioso gesto que no pretendía ocultar, y
que lo volvía sumamente atractivo—. Ah, ya sé lo que buscáis: Queréis vengaros
de mí por lo ocurrido anoche, ¿verdad?
Nerys se había detenido, y ahora lo miraba con los labios tan fruncidos que
parecía un capullo rosado.
—Entonces, ¿admitís que erais vos la sierva?
Nerys soltó un suspiro cansado y negó con la cabeza.
—¡No soy ninguna sierva! —Se puso una mano sobre la cadera y sus ojos
verdes refulgieron como esmeraldas—. Vos me arrastrasteis por toda la casa,
obligándome a coser algo que os pertenecía. ¡Vuestra educación es la pésima, no
la mía!
Se dio cuenta de que aún llevaba la otra mano sobre la de él, y la soltó como
si le quemara. Se giró de manera tan repentina que su larga y gruesa trenza
golpeó el ancho pecho de Kiar, pero antes de poder escabullirse, él la cogió del
brazo con unas fuertes manos como garras de acero.
—¡Soltadme!
—¿Y desobedecer las órdenes de la Lady Isabella? —Kiar chasqueó la lengua
—. Creo que no.
—¿Que no? —Nerys le mostró los dientes y Kiar negó con la cabeza.
—No.
—Pero… Pero… —abrió y cerró la boca varias veces—. ¿Seríais tan amable
de llevarme junto a mi amiga? —le preguntó, cambiando la entonación de su
voz. No era amable pero por lo menos no gruñía.
—Por supuesto. Adonde vos digáis.
Definitivamente, le estaba tomando el pelo. Ese hombre quería vengarse por
lo ocurrido la noche anterior; pues bien, le iba a dar otra dosis de bochorno.
Nerys descubrió, con júbilo, a dos pequeños infantes que habían escalado
hasta una posición elevada sobre unas improvisadas gradas, desde donde el
conde de Carrick y varios nobles más iban a observar los juegos. Los pequeños,
con disimulo, lanzaban cuencos de agua sobre todo aquel que cruzaba bajo ellos.
—¿Os importaría si diéramos un pequeño rodeo por allí? Me gustaría ver a mi
primo, creo que es el próximo en lanzar.
Kiar dirigió la mirada a dónde señalaba la joven. El sol le daba de frente y
tuvo que entrecerrar los ojos para poder ver algo. Asintió, volviéndole a ofrecer
su brazo, y ella, con una sonrisa de oreja a oreja, volvió a apoyar la mano sobre
la suya. No vio que MacArthur fruncía ligeramente el ceño ante su sonrisa.
El corazón de Nerys estaba a punto de escapar de su garganta mientras veía,
por el rabillo del ojo, cómo los infantes se preparaban. Sólo un metro más y…
¡¡¡Plaff!!!
Kiar MacArthur se detuvo. El agua chorreaba sobre su cara y su cabello, y su
rostro tenía tal expresión de sorpresa y enfado que Nerys no pudo esconder la
carcajada, aunque se cubría la boca con la mano.
—¡Si subo, os degüello a los dos! —bramó, furioso, clavando la vista en los
pequeños. Uno de ellos se asustó tanto que perdió el color y rompió a llorar.
Varios de los presentes se detuvieron a observar la escena y pudieron escuchar
varias risitas divertidas.
—¡Mirad lo que habéis hecho! —Le regañó Nerys al hombre—. Habéis
asustado al niño.
—¡¿Qué?! —contestó, atónito—. ¿Acaso los defendéis a ellos?
¡Cómo no defenderlos si la única culpable había sido ella!
Nerys volvió a soltarlo, y pasó junto a él para acercarse al niño que se había
quedado encaramado en una esquina del ancho tablón. Le tendió las manos para
ayudarlo a bajar.
Kiar se sacudió el cabello, agitando fuertemente la cabeza, y las gotas de agua
llegaron hasta ella.
—Por favor, mi señor, no hagáis eso, que me estáis mojando la ropa. —Nerys
logró bajar al muchacho y éste escapó de allí como un rayo. Se volvió hacia
MacArthur con una sonrisa—. ¿Vos nunca fuisteis muchacho?
El hombre ladeó la cabeza y la observó. Las mejillas de Nerys se hallaban
sonrosadas y sus ojos brillaban, chispeantes.
—¿Qué ocurre, muchacho? —Wallace palmeó el brazo de MacArthur y se
inclinó un poco hacia Nerys—. Mi señora, ¿habéis tenido algún percance?
—Menos mal que habéis llegado a tiempo, Sir Wallace —le saludó Nerys con
una voz dulce y encantadora—. Mucho me temo que MacArthur desea retar al
pequeño de alguna manera.
William soltó una carcajada y miró a las gradas con diversión.
—Creo que habéis elegido un sitio muy malo para pasar —les señaló a otro
montón de infantes que cargaban con hojas de lechuga y tomates.
Tanto Nerys como Wallace escucharon el fuerte suspiro de Kiar, y se
volvieron hacia él. Su rostro lucía rojo, además de empapado; sus ojos estaban
dilatados de furia, y su boca se había convertido en una fría línea de labios
apretados.
—Tenéis razón. No podíamos haber pasado por un sitio peor —contestó entre
dientes, apartándose un largo mechón que se había adherido a su mejilla. Aquel
gesto llamó la atención de Nerys, sintiendo el repentino deseo de acariciarle el
rostro. Dándose cuenta de por dónde iban sus pensamientos, se cogió ambas
manos por detrás de la espalda y dejó vagar la vista, sin observar nada en
especial.
—No os preocupéis por mí, milord —le dijo Nerys, descubriendo a Douglas
—. Acabo de ver a mi primo y él me acompañará. Sería mejor que os cambiaseis
de ropa. Sir Wallace, ha sido un placer volver a veros —se despidió con prisa y
corrió hacia Douglas, tomándose de su brazo.
Detrás de ella pudo escuchar las sonoras carcajadas de William, pero no se
atrevió a mirarlos de nuevo. Esperaba que MacArthur entendiera que no le
gustaban las amenazas.
6
El sol lucía esplendoroso en lo alto del cielo, acariciando con sus rayos los
altos muros de la fuerte construcción de Carrick. Las nubes se mecían
perezosamente con una ligera brisa que nacía de los riscos, trayendo el aroma
salado del mar.
—¿Has logrado averiguar algo? —susurró Nerys junto al oído de Douglas.
Estaban en el patio exterior desde hacía un buen rato. Los guardianes habían
salido todos, excepto Carrick y MacArthur.
—Poca cosa. Aquel de allí es Surrey.
—¿Cuál? —Nerys lo buscó con la mirada—. ¿Cuál?
—El único que lleva calzas, si hasta viste como ellos —le dijo entre dientes.
Nerys le descubrió al segundo y se estiró el pesado vestido, demorándose en
las caderas.
—Luego nos vemos, Douglas. —Se levantó la falda, dispuesta a alcanzar al
hombre, pero Douglas le sujetó el brazo—. ¿Qué haces? Suéltame.
—¿Qué pretendes, Nerys? No puedes desafiarlo abiertamente.
—¡Y no pienso hacerlo! Tan sólo voy a comenzar a acercarme, dejaré que
tome un poco de confianza.
—No me gusta esto, Nerys. Si descubren lo que pretendemos, nos cortarán la
cabeza… o algo peor.
Nerys lo miró, arqueando una ceja.
—¿Algo peor que cortarnos las cabezas? ¡Como no bailen sobre nuestras
tumbas! Suéltame, Douglas, voy a presentarme solamente. ¡Aún no voy a
matarlo! —Alzó demasiado la voz porque varias cabezas se volvieron a mirarla.
—Habla del cordero —explicó Douglas, con una sonrisa, a los que aún
parecían interesados en ellos—; debe cocinarlo.
—¿Y cómo lo hará si no lo mata antes? —preguntó un hombre de aspecto
robusto—. Decidme, bella dama, dónde está ese animal, que yo mismo os
ahorraré el trabajo.
Nerys dejó que su primo se quedara charlando con él mientras ella caminaba,
ligera, para no perder al conde de vista.
Lo observó, escondida tras un puesto de frutas, sin notar que un par de
hombres jóvenes se habían girado para admirarla a placer. Estaba ligeramente
inclinada sobre una ristra de ajos, su trasero pegado a las faldas en una postura
que llamaba la atención de todo aquel que pasara.
Ella era ajena a todo eso, estaba preocupada porque, al fin, iba a conocer al
hombre que había asesinado a su familia. Por fin, en sus pesadillas podría
ponerle cara.
No era un hombre muy alto. Sus cabellos eran rubios, con gruesos mechones
plateados. Y aunque su cuerpo tenía trazas de guerrero, no portaba esa fortaleza
que cualquier guardián poseía. Era un tipo más bien espigado, de rostro delgado,
nariz aguileña, y cuya frente estaba cubierta de numerosas arrugas.
Nerys se pasó la lengua sobre los labios en actitud nerviosa. De buena gana le
hundiría una daga en el mismísimo cuello.
Miró en derredor, evaluando la situación con ansia. Había demasiada gente.
¿Acaso se habían puesto todos en movimiento en el momento en que ella se
había escondido a mirar? Frunció el ceño.
Armándose de valor, y dejando la mente totalmente en blanco, bajó la cabeza
y se lanzó contra el conde, haciéndolo caer sobre un gran charco de barro y
excrementos de gallinas. Ella también perdió el equilibrio y se encontró tumbada
sobre el grueso cuerpo de Warenne, con los pies metidos en el barro.
El hombre se giró en un acto reflejo, agarrando una piedra de peligrosa punta
al pensar que alguien lo estaba atacando.
Nerys levantó la vista y lo miró, asustada. Ese hombre iba a golpearla si no se
apartaba a tiempo. De pronto se vio izada y aplastada contra un duro pecho de
hierro.
—¿Os encontráis bien, lady MacBean? —preguntó Kiar MacArthur,
buscando sus ojos con preocupación, y haciéndola casi girar en el aire. Ella lo
miró con las mejillas enrojecidas, una mezcla de sorpresa y miedo se reflejaban
en los discos verdes que eran sus ojos; sin embargo, enseguida se recuperó de la
impresión ¿Se habría dado cuenta el gigante de lo ocurrido? Su rostro tomó un
tono rojo al tiempo que asentía con la cabeza.
Warenne también se puso en pie y los observó con el ceño fruncido. Sus ropas
estaban embarradas, con una sustancia pegajosa adherida a sus calzas, pero no
parecía notarlo.
—Estaba distraída —respondió Nerys, luchando por apartar las manos de
MacArthur de sus caderas—. Estoy bien ya. ¡Soltadme! —gritó. Pero ¿por qué
tenía que haber aparecido el hombre justo en ese momento?
Kiar la soltó sin dejar de mirarla, taladrándola con aquellos ojos grises que
parecían penetrar en su interior, con una expresión muy seria y desconcertante.
7
—¿Te has vuelto loca, mujer? ¿Cómo se te ocurre venir a buscarme? —La
encaró Kiar con una dura mirada, cargada de frialdad—. ¿Cómo te has atrevido?
Debería castigarte por esto.
—Lo siento, mi señor, no quería molestaros. —Brigitte había perdido toda la
fuerza que minutos antes había sentido frente a la otra dama—. Pensé que
podríais necesitar compañía.
Kiar la aferró del brazo con fuerza. Estaba muy enojado y ni siquiera deseaba
ocultarlo. Brigitte era una de las rameras del campamento. Nunca le había dado
motivos para pensar que las cosas pudieran ser diferentes entre ellos. Él era el
señor de un clan, guardián de Escocia.
—Mañana en la mañana partirás. Y nunca más volverás hacer una locura de
estas o yo mismo me encargaré de acabar contigo. ¿Me oyes bien, mujer?
—Sí, mi señor, pero esta noche…
—¡Aléjate de mi vista! Mis hombres se hallan aún en el salón, ve a buscarlos.
Brigitte asintió, regalándole una triste mirada que él no pareció advertir.
Kiar, furioso, anduvo hasta su recámara, maldiciendo a Brigitte y a la locura
que la hubiera embargado y, sobre todo, la maldecía porque se sentía explotar,
porque estaba terriblemente excitado, y si se hubiera consolado con ella ni
siquiera le habría importado, pero no era a ella a quien deseaba. Era a Nerys.
Sí, la deseaba. No podía evitarlo.
Hacía un rato, nada había sido intencionado; se había sorprendido tanto como
ella cuando la joven se había inclinado, apoyando las nalgas contra su miembro.
Es cierto que no se había apartado, pero sólo para no avergonzar a la muchacha.
Ella había sabido salir airosa del paso, y él había fingido no haberse dado cuenta,
pero ya en el corredor, observándola tan bella y etérea, la piel suave y cremosa
de su pequeña cara, y los labios tan sonrosados y apetecibles…
Sí, la deseaba a toda ella. Quería perderse entre aquellos delgados brazos y
jugar entre sus piernas, lamer cada pizca de su cuerpo, beber cada aliento que
respirara. Deseaba colmarla de un placer que haría que los ojos verdes lo
miraran, desbordados de pasión, tal y como lo habían hecho esa mañana después
de haberla besado.
11
Kiar MacArthur estaba tan furioso que sus hombres lo notaron en el mismo
momento en que desmontó de su animal.
Un muchacho joven aferró las riendas y se llevó el caballo junto a los demás.
Kiar apenas lo miró y caminó con paso firme hacia la orilla del río.
Era tal su enojo que hubiera cogido al conde de Mar por el cuello y lo hubiera
lanzado desde la almena. «Tenía que haberlo hecho», se repitió un par de veces
más, hasta que sus instintos, bien entrenados, escucharon unos pasos tras su
espalda. De haber ocurrido algo así en cualquier otro sitio, Kiar ya se hubiera
lanzado contra el intruso, pero allí, en su campamento, sólo se hallaba su gente.
No se giró, aunque agitó la cabeza para que quien estuviera tras él supiera que
sabía de su existencia.
Jaimie sonrió; sin embargo, esperó a que Kiar fuera el primero en hablar. Por
mucha confianza que tuviera con MacArthur, nunca se había atrevido a dirigirle
una palabra mientras estaba enfadado. Era bien conocido el genio que gastaba el
hombre cuando las cosas no salían como él las había planeado.
Pero Kiar siguió sin hablar. Se inclinó hacia el agua y sumergió las manos,
mojándose las anchas mangas de la amplia camisa. Por una fracción de segundo
pensó en ese mismo gesto hecho por Nerys el día anterior, mientras comían.
¡Maldita fuera! ¿Por qué no podía sacársela de la cabeza? Había visto mujeres
más hermosas que ella, más… más… ¿Por qué demonios no se le ocurría otra
cosa?
Estaba pensando en provocadoras, pero Nerys lo tentaba siempre. Daba igual
que la joven le sonriera o le regalara una de sus severas muecas. Que sus ojos lo
enfrentaran con desfachatez y soberbia o lo miraran, agradecidos.
Intentaba provocarlo de diferentes modos, pero Kiar tenía la libido muy por
encima de todo eso. Y después de aquella tarde, ¡Dios! Con un esfuerzo terrible
la habría dejado marchar, pero sólo quería abrazarla un poco más. La calidez del
estrecho cuerpo sobre el suyo, el aroma que desprendían los enredados cabellos,
le producían una extraña sensación: como si hubiera estado esperando toda la
vida para proteger a aquella mujer. La sentía cerca, y podía leer en sus ojos, en
sus mejillas; casi podía adivinar por su expresión lo que pensaba en cada
momento.
Puede que al resto de la gente lograra ocultarle su gran resentimiento, su
impaciencia por vengarse, el dolor que reflejaban sus ojos verdes… Pero a él no.
Y en ese momento en que la había besado, el instante en que sus dedos
rozaron la piel desnuda de su pierna… El trasero sobre él… La hubiera tomado
allí mismo, sobre el banco. Sólo de recordarlo, su frente se cubría con perlas de
sudor.
Suspiró y se sentó sobre el suelo, con los ojos clavados en las aguas del río.
En el centro del canal había enormes pedruscos, que el agua saltaba provocando
diminutas cascadas. Más allá, la pradera lucía húmeda y verde, brillando bajo los
últimos rayos de sol.
—Me voy a casar con MacBean —dijo Kiar por fin, observando a Jaimie
sobre el hombro.
—Bien. —Se acercó a él y tomó asiento a su lado—. Pensaba que esperaríais
a llegar a casa.
—Eso pensaba yo. De hecho, tendré que formalizar el compromiso en casa.
Jaimie era un hombre tan grande como Kiar. Muy jovial y alegre. Valiente
como pocos, y más loco que una cabra. Loco, por no decir temerario. Jaimie no
temía a la muerte; se reía de ella. Varias veces había estado a punto de sucumbir,
pero aún estaba en pie, y ganando.
—Me parece bien —agitó la cabeza—. No entiendo que…
—¡Me ha prohibido que me acerque a ella hasta que no pida su mano! ¡A mí!
—rugió—. Ya le he dicho que me voy a casar con ella y… la respetaré hasta que
sea mi esposa, pero no poder acercarme ni para saludarla… ¡Es absurdo!
Jaimie no se atrevió a reír. ¿MacArthur estaba enfadado porque no podía
acercarse a la beldad pelirroja?
—Creo que a Bruce le pasó algo similar —murmuró Jaimie, lanzando un
puñado de tierra sobre un solitario esparrago que asomaba de entre la tierra—.
Por lo menos, no tardaremos más de dos semanas en llegar.
—Dos semanas a vosotros. Yo tengo que pasarme primero a ver a Balliol. —
Sus ojos despidieron fuego por unos segundos—. Quiero que la vigiles.
—De acuerdo. ¿A quién? ¿A tu prometida? —Ahora sí soltó la carcajada que
había estado guardando—. ¿Tan enamorado estás?
—¿Qué? —Kiar alzó una mirada perpleja, encontrándose con la de su amigo.
Al principio no entendió la frase. Ni siquiera pensaba en el amor, ¿pero cómo
decirle que esa joven, que parecía tan dulce e inocente, estaba empeñada en
asesinar a Warenne o en hacer cualquier locura por hacerle confesar?
—¿La amas? —repitió Jaimie, ahora más serio. Nunca había visto a su amigo
enamorado, ni siquiera había advertido que le atrajera más una mujer que otra.
Cierto que con la señorita MacBean se lo veía más animado.
—No. Creo que no —se encogió de hombros—. Me gusta. Es bonita y tiene
un buen cuerpo. Es una moza saludable y me dará buenos hijos. Supongo que el
amor llegará poco a poco.
—¿Y por qué quieres que la vigile?
Kiar se rascó la barbilla, pensativo. ¿Por qué quería vigilarla? ¿Para proteger
a Warenne?
Quería que ella no agrediera a nadie; él era guardián de Escocia y no iba a
permitir aquello pero, ¿era ese el motivo? ¿Por qué? Si el Conde de Surrey
falleciera en aquel momento, poca gente lamentaría su muerte; él no lo haría,
desde luego. Entonces, ¿a quién quería proteger?
Ni el mismo podía entenderlo.
—Porque sí —respondió tajante—. Sólo será cuando yo no esté cerca. ¿Lo
has entendido?
Jaimie abrió la boca y la cerró con fuerza, apretando los dientes con un golpe
seco.
—¡¿Quieres que viaje junto a las carretas?! —se ofendió.
—Hay un buen motivo —le explicó. Sus ojos ahora brillaban divertidos,
disfrutando del sufrimiento de Jaimie—. Los condes de Mar ahora viajarán con
nosotros, y Surrey ha insistido en acompañarnos. Me desviaré con él para
reunirme con Juan, pero en el trayecto deseo que mi hombre más leal y el de
más…
—Vale, no intentes hacérmelo más fácil. Y luego, cuando te largues, me
ocuparé de que lady MacBean te olvide con facilidad.
Kiar ensanchó una sonrisa que abarcó toda su cara y negó con la cabeza.
—No te he contado la segunda parte del plan —rio—. En cuanto Warenne no
esté, regresaré y la llevaré conmigo…
—¿La vas a llevar contigo? —repitió con incredulidad.
—¡Ajá! Necesito una mujer y ella será mi esposa, ¿no?
Jaimie se encogió cuando Kiar apoyó una mano sobre su hombro y, con un
ligero movimiento, se incorporó.
—Esto deberíamos planearlo mejor, ¿eh? —le dijo el muchacho, estirando su
mano para que lo ayudara a levantarse—. ¿Qué te cuesta esperar un poco más?
¿Llevarte a tu prometida? Eso es lo más estúpido que he oído nunca… —Jaimie
echó a andar tras de Kiar—. ¿Por qué no llamas a Brigitte? Es menos peligroso.
—Yo no quiero a cualquier mujer, Jaimie. —Kiar se volvió hacia él y sus ojos
brillaron de deseo—. La quiero a ella.
El joven se quedó en el sitio viendo cómo MacArthur se acercaba a sus
hombres.
—Y dice que no la ama —musitó con extrañeza—. Al menos he logrado
apaciguar tu enfado —dijo más para sí mismo que para Kiar.
Aquella noche, como de costumbre, Bella y Nerys pasearon por el interior del
campamento.
Muchos ojos las observaban, pero ninguno se atrevió a molestarlas siquiera.
Los hombres se envolvían en sus mantas, recostándose junto a las hogueras. Las
siervas, como algunos criados, dormían en carretas o cerca de las ruedas de
estas, y otros incluso debajo de los vehículos.
El verano se acercaba a pasos agigantados, y aunque por el día podían
alcanzar altas temperaturas, las noches eran todavía frescas, casi frías por el
húmedo ambiente que se deslizaba de las montañas, formando ligeras neblinas a
ras del suelo.
Fuertes voces comenzaron a elevarse en el campamento cuando las altas
llamas lamieron una pequeña estructura que montaban y desmontaban cada vez
que se detenían a pasar la noche. Un armazón formado por gruesos palos
dispuestos de tal manera que pudieran colgar las ollas a la hora de cocinar.
—¿Qué ha pasado? —Bella se dirigió al grupo de personas que comenzaban a
reunirse allí. Nerys estaba dispuesta a seguirla cuando escuchó el golpe seco
contra el tronco de un árbol, detrás de ella. Con una tímida sonrisa se volvió,
esperando encontrar a Kiar entre las sombras. No dejaba de hacer eso y Nerys ya
le había advertido que algún día le abriría la cabeza accidentalmente con una
piedra por asustarla de esa manera.
Aguzó sus oídos y siguió a ciegas el ruido que el hombre iba haciendo por el
sendero. Todos estaban demasiado ocupados con las recientes llamas como para
advertir que Nerys se iba alejando, poco a poco, de la vista de los vigías.
—¿Kiar? —susurró, extrañada de que aún no hubiera visto al hombre.
Se sintió repentinamente atrapada por la espalda, al tiempo que una mano
fuerte y rasposa cubría sus labios con fuerza.
Se asustó al darse cuenta de que MacArthur no era quien estaba allí. No podía
verlos, pero al menos había dos hombres que comenzaron arrastrarla por el
bosque hasta que llegó un momento que desaparecieron los reflejos de las
antorchas.
Nerys intentó gritar, y luchar con toda su fuerza, al ser consciente de que
estaban secuestrándola. Mordió la mano de su agresor con tanta fuerza que pudo
escuchar el ahogado lamento del hombre.
—¡Ayúdame! —susurró uno de los sujetos, aferrando la larga trenza en su
mano y enrollándosela en la muñeca.
Nerys escuchó el tejido al romperse y, seguidamente, le colocaron una
mordaza al tiempo que ataban sus manos con una fina soga que raspaba su carne
suave.
Cada vez se adentraban más en la espesa oscuridad, y los rayos de luna no
eran capaces de introducirse entre las ramas de los árboles. Nerys tropezaba
constantemente con las raíces que cubrían el suelo, pero estaba tan asustada que
lo único que intentaba era golpear a sus secuestradores y regresar junto a los
demás.
La última vez que cayó, fue levantada por el cabello sin ningún miramiento.
Golpearon su mentón con fuerza y perdió la noción del tiempo, hundiéndose en
un oscuro y profundo abismo.
Durante el resto de la noche despertó varias veces para descubrir que viajaba
sobre un caballo, recostada sobre la grupa, con el pecho aplastado por la gruesa
manta que cubría al animal. La posición era tan incómoda que la obligaba a abrir
los ojos con cierta frecuencia, pero su mente iba y venía en un mundo de
tinieblas e incertidumbre.
En el campamento ya se habían hecho con el control de las llamas, y todo
parecía volver a la realidad; todo excepto que Bella no era capaz de encontrar a
Nerys. La muchacha ya estaba acostumbrada a que su amiga desapareciera, y
ahora era ella quien escondía su secreto y se guardaba para sí el conocimiento de
los encuentros secretos, tal y como Nerys hizo cuando ella se veía con Carrick.
No se preocupó al imaginar que ambos estarían juntos en algún lugar del
bosque, de modo que en silencio se retiró a dormir.
Helen estaba tan profundamente dormida que no echó en falta a la muchacha,
y tan sólo soltó un suspiro de queja cuando Bella se recostó a su lado.
17
Aún era de noche, pero ya comenzaba a clarear con las primeras luces de la
aurora. Kiar y Cameron estaban agachados tras unos espesos arbustos,
observando la cabaña envuelta en sombras. Habían dejado los caballos un poco
más atrasados, con Ferguson cuidando de ellos. El rastreador se hallaba en algún
árbol, con su arco bien dispuesto, esperando a ver salir a los ocupantes de la
cabaña o la señal de su señor.
Habían comenzado a dar vueltas cuando la lluvia apretó. Por fin habían
encontrado aquel lugar. El único de los alrededores en el que habían encendido
una hoguera. ¿Por qué la habían prendido en el exterior si había una cabaña? Eso
era lo que más le extrañaba a Kiar, que no apartaba los ojos de allí.
En el interior del edificio también había luz, y esperó ver a Nerys salir de un
momento a otro. Deseó que aquéllos fueran los hombres que la habían retenido.
A medida que pasaba el tiempo, la preocupación crecía. ¿Quién podía odiarla
tanto como para querer hacerle algo malo? ¿Y si era por él? ¿No sería una treta
de Warenne para no llegar a tiempo de avisar a Juan?
¡Al diablo Juan, Surrey y el mundo entero! Él sólo quería recuperar a Nerys y
llevarla con él. Ni siquiera quería pensar en cómo lo estaría pasando la joven.
Debía estar aterrada. «Ella es fuerte» —repitió la mente de Kiar con rotundidad.
Vio salir primero a un hombre. Desde allí, tan sólo se podía percibir la silueta.
El hombre se detuvo, y al poco salió otro. Debía de ser un jovencito, por su
aspecto delgado y fibroso. El primer hombre cogió en vilo al muchacho y lo
subió a la grupa de un animal.
Kiar esperó la salida del tercer hombre, había tres caballos, tres hombres.
¡Mierda!
Se incorporó, gritando, corriendo hacia los jinetes al darse cuenta de lo que
estaba ocurriendo.
MacArthur se detuvo a medio camino, preparando el arco.
—¡Kiar! —escuchó el grito de Nerys, llamándolo. Los caballos ya se habían
puesto al galope.
MacArthur no tenía blanco. Volvió a correr tras ellos, que fueron acortando
las distancias. Podía escuchar los cascos entre los árboles, pero hubo un
momento en que debió desistir por falta de aliento.
Se inclinó sobre sus rodillas, jadeando.
—¡Ferguson! ¡Cameron! —gritó, regresando hacia la cabaña.
Los hombres no tardaron en llegar, con los animales, hasta su altura.
Kiar colocó el arco sobre la montura al tiempo que sacaba dos largas hojas de
acero para colgarlas cruzadas tras su espalda.
—¿Eran ellos? —preguntó Ian Ferguson.
Kiar asintió, y esperaron a que se acercara el pariente de Ian que había ido al
interior del edificio.
—Hay un hombre muerto ahí dentro, y también encontré esto —lanzó el
desgarrado vestido de Nerys al suelo, frente a los pies de Kiar.
El hombre se inclinó, tomando la prenda con una mano y clavando los dedos
con fuerza hasta formar un puño cerrado con parte del tejido.
—¡Vamos! —Con una furia cegada por la rabia, montó en su caballo y abrió
la marcha.
19
Hacer el camino les llevó mucho más tiempo del necesario. Kiar no recuperó
la conciencia; aun así, se quejaba continuamente. Iba amarrado a su caballo de
tal modo que se moviera lo menos posible para que la herida aguantara sin
sangrar.
Nerys cabalgaba a su lado, retirándose las lágrimas que bajaban rodando por
sus mejillas de cuando en cuando. Lo miraba una y otra vez, estudiando sus
gestos, esperando que abriera sus ojos burlones y le dedicara una de sus sonrisas
traviesas, pero Kiar no recuperaba la consciencia y ella se desesperaba por
minutos.
Lareston, más que una aldea, era una ciudad. Había crecido notablemente y
los edificios se alzaban orgullosos sobre una enorme pradera. La mayoría eran
construcciones bajas, de una sola planta, a excepción de la calle principal donde
se levantaba la iglesia y un par de edificios.
La gente iba y venía, recorriendo las calles, esquivando a los bueyes que
tiraban de grandes carretas cargadas de los víveres que sustentarían a muchos ese
invierno. El ambiente era bullicioso y casi festivo. Mercaderes gritando al
ofrecer sus mercancías, niños corriendo con espadas fabricadas en madera,
haciendo trotar sus imaginarias monturas.
El grupo avanzó lentamente. Muchos ojos se iban posando en ellos. Los
animales caminaban despacio.
Nerys se cubrió las piernas desnudas ante las miradas atentas que se clavaban
en ella.
—Es una mujer —escuchó que susurraba alguien.
Nerys bajó la mirada, tratando de pasar desapercibida. Cuanta menos gente
supiera que estaban allí, y quiénes eran, mejor para todos; sobre todo para Kiar,
que necesitaba recuperarse.
Emett les salió al encuentro para dirigirlos hacia una zona más alejada. La
posada apenas tenía dormitorios libres, sin embargo, el hombre había conseguido
un lugar donde Kiar pudiera recuperarse sin llamar la atención. Se trataba de una
pequeña casa cuadrada construida con adobe y tejados de madera cubiertos de
paja.
El interior no era ninguna maravilla y había sobre el suelo varios jergones
extendidos, además del estrecho catre, una mesa rectangular con varias sillas
viejas y una chimenea de piedra donde una olla negra colgaba de unas cadenas
dispuestas a tal efecto.
—Es lo único que he podido conseguir. Le he prometido al dueño una
generosa propina —se disculpó Emett.
Nerys no estaba muy interesada en el lugar, sólo se hallaba preocupada
porque Kiar se encontrara bien en aquel raquítico colchón de lana.
—Hay un pozo fuera, cerca del establo —le dijo Emett, comenzando a cortar
los ropajes de MacArthur—. Necesito esto con agua.
Ian cogió el recipiente que le ofrecía y salió de allí. Nerys se estrujó las
manos, nerviosa. No soportaba ver a Kiar tan quieto.
—Señora, debería buscar entre las cosas de él. Quizá guarde algo de oro.
Nerys, al menos, se sintió útil mientras registraba las pocas pertenencias de
MacArthur. La mayoría de las cosas que guardaban eran armas: un cuchillo, el
arco, dos espadas de acero, un escudo, una manta y una pequeña saca que
contenía un diminuto monedero y los útiles de la costura que Nerys usara cuando
le cosió el plaid.
—Apenas lleva unas monedas —informó ella, entrecerrando los ojos. Con eso
apenas les llegaría para nada.
—Cameron, encárgate de vender el caballo que traía a la señora, y de paso
intenta averiguar a quién perteneció, o si alguien lo reconoce.
Nerys observó a Emett con interés. El hombre, posiblemente, era el más
mayor de todos. Su cabello, la totalidad cubierto por hebras plateadas, lo llevaba
recogido en varias trenzas de diferentes tamaños. Sus manos arrugadas y ajadas
trabajaron sobre el cuerpo de Kiar con la máxima concentración.
—Señora, sujetadlo con fuerza de los hombros.
Nerys se colocó en la cabecera del catre y apoyó sus manos donde el hombre
le había indicado. Tragó con dificultad cuando vio la afilada hoja de una daga
introduciéndose junto a la punta clavada en la carne de Kiar.
El herido gritó, queriendo incorporarse. Nerys luchó contra él, apoyando todo
el peso de su cuerpo. Niall la ayudó, tratando de inmovilizarlo.
Los gritos de Kiar hicieron temblar la pequeña construcción. Emett había
comenzado a sudar, pero no había apartado la hoja y seguía hurgando hasta
lograr retirar la flecha en su totalidad.
—Todo va a ir bien —susurró Nerys en el oído de Kiar con voz temblorosa.
Tenía el corazón completamente desgarrado al ver sufrir al hombre. Todo estaba
ocurriendo por su culpa. De no haber ido a salvarla, él estaría perfectamente.
—Lave la herida con esto, señora. —Emett le dio un paño humedecido y ella
obedeció al instante. Al menos, Kiar parecía descansar y no volvió a quejarse
por un buen rato.
Nerys se recostó en el suelo, envuelta en su manta, tal y como había visto que
hacían los hombres. Tan sólo Cameron y Emett se quedaron cuidando del
enfermo mientras el resto descansaba. Una de las veces que despertó, descubrió
que la luz de la luna penetraba por una de las ventanas abiertas. El ardor febril
inundaba el lugar, cargando el ambiente de un espesor extraño. El hedor de la
enfermedad y el calor de las brasas que chispeaban en la chimenea era
insoportable.
Nerys se pasó las manos por la cara, ahogando la exclamación de dolor al
tocarse los golpes. Había estado tan preocupada por Kiar que no había
comenzado a sentir sus propias heridas hasta ese momento. Se palpó el rostro
con suavidad. Por un ojo veía mal, nublado y turbio. Estaba hinchado y de un
tono violeta oscuro. Sabía que debía de estar horrible. La cara desfigurada,
vestida como un hombre, el cabello a la altura del cuello. Si al menos pudiera
gesticular sin sentir ni un solo dolor… Agitó la cabeza. Entre las sombras vio a
Emett acercándose a Kiar con un paño entre sus manos.
—¿Cómo está? —susurró ella, incorporándose pesadamente.
—Ahora mismo se encuentra a merced de la fiebre. Rezaremos para que la
infección no se extienda más allá de la herida.
Nerys se acercó a Kiar. Tan sólo una pequeña lámpara sobre la mesa
iluminaba débilmente el lugar.
Los dos Ferguson y Cameron dormían sobre los jergones.
El rostro del MacArthur se hallaba inexpresivo. Tenía los ojos cerrados y sus
mejillas habían adquirido un tono sonrosado. Se hallaba desnudo, cubierto tan
sólo por el vendaje que rodeaba su pecho, un hombro y todo un costado. Una
manta áspera lo cubría hasta la cintura. A pesar de estar postrado en cama,
enfermo y rebosante de debilidad, su cuerpo seguía siendo amenazante, y su
rostro hermoso.
Nerys le tocó la frente, ardía.
—Vuelva a recostarse, señora —la animó Emett.
—Prefiero quedarme aquí —dijo, acercando una silla hasta el catre de Kiar.
Deslizó su mano entre la del hombre, y aferrándose a los grandes dedos se quedó
allí, sin despegar los ojos de él. Vigilando su respiración, con temor a que si
apartaba la vista de allí, él muriera.
20
El tiempo pasó con pasmosa lentitud hasta que por fin la claridad del día hizo
su aparición con pereza.
El estado de Kiar no había cambiado un ápice en toda la noche. La fiebre
jugaba con él, subiendo repentinamente y descendiendo en picado hasta quedar
helado y tiritando bajo la manta.
Niall y Cameron habían salido temprano a merodear por la ciudad. Ian y
Emett se hallaban sentados, frente a la mesa, en silencio.
Nerys estaba en una silla, cerca del gigante; había apoyado la cabeza y los
brazos sobre las piernas estiradas de Kiar, y aunque tenía los ojos cerrados hacía
unos minutos que se había despertado. No se atrevía a moverse, a sabiendas de
que la espalda le dolería por la posición.
Al cabo de un rato Emett e Ian comenzaron a susurrar, y Nerys no tuvo más
remedio que incorporarse, estirando cada músculo de su cuerpo, masajeándose el
cuello y llevando los hombros hacia atrás todo lo que pudo.
—Deberíais haberos recostado —dijo Emett, observándola con pena—. Al
final acabareis peor que Kiar.
El hombre estaba preocupado. Nerys había pasado más de la mitad de la
noche observando a MacArthur. Había visto cómo ella le susurraba al oído y se
emocionaba ante sus palabras. Y lo peor de todo era que no había descansado lo
suficiente. Era una joven esbelta, pero no muy alta. Su cuerpo era demasiado
pequeño para llevar tanto tiempo en pie.
Nunca se había fijado en ella antes de enterarse de que sería su señora.
Imaginó que sería muy bonita, de no tener la cara tan desfigurada y su cabello
hecho una masa revuelta de tonos cobrizos, con las puntas desiguales. Sobre la
nariz, ligeramente respingona, tenía varios arañazos que pronto se convertirían
en pequeñas costras. Sin embargo, aquellos ojos verdes eran los más vivaces que
había visto en mucho tiempo; en realidad, sólo había visto esa expresión en la
mirada de su pequeña. Y hacía tanto tiempo que Lucrecia había desaparecido…
Vestida así, con la manta un poco más arriba de los tobillos, realmente parecía
un muchachito de no más de catorce años. Era capaz de apostar a que la joven
salía a la calle y engañaba a más de uno.
Nerys miró al herido postrado en la cama y negó con la cabeza.
—Peor que él no lo creo —se inclinó sobre el hombre, comprobando la
temperatura de la frente contra su mano. Después de constatar que aún seguía
con fiebre, se unió a ellos.
—¿Podríais reconocer al hombre que os hirió? —preguntó Ian, con los codos
apoyados sobre la base de la mesa y la barbilla en sus manos. Tenía el cabello
rubio recortado sobre la nuca, curvándose hacia fuera.
Nerys asintió, recordando la oscura mirada del que había asesinado ante ella.
—¿Eran ladrones? —preguntó la muchacha, sintiendo curiosidad. Hasta aquel
momento ni siquiera se había preguntado qué era lo que querían esos tipos
cuando se la llevaron a la fuerza. Había dado por sentado que eran simple
bandidos que pedirían al menos un rescate a cambio.
—No lo creo. MacArthur tiene la misión de hablar con nuestro Rey y… —
Emett se encogió de hombros arañando la mesa con la uña, haciendo un ruido
bastante desagradable—. Alguien está empeñado en que Juan no reciba la visita
de mi señor. Esto no ha sido más que una argucia para no cumplir con su
cometido.
—¿Y si Kiar no logra ver a Juan?
Emett alzó las cejas y frunció los labios con disgusto.
—El conde de Carrick le envió a él expresamente. Alguien está empeñado en
que mi señor no cumpla con las órdenes —repitió.
—Pero si la persona que quiere impedirlo cree que MacArthur ha muerto,
cesará en su empeño, ¿verdad? —preguntó Nerys, pensando con rapidez.
Emett la miró con sorpresa, extrañado de que no se le hubiera ocurrido a él.
—Supongo que sí. De todos modos, el señor está más muerto que vivo.
—¡No! —exclamó Nerys, poniéndose en pie. Comenzó a humedecer los
paños que Emett había colocado en un balde de metal, y sentándose cerca de la
cabecera de Kiar, se empeñó en bajarle la fiebre. ¡No quería que dijeran eso ni en
broma!
Ian hizo girar su silla para mirarla de frente.
—¿Escuchasteis hablar a vuestros captores? ¿Dijeron algún nombre?
Nerys intentó recordar. Cuando los había oído hablar era porque se dirigían a
ella, pero entre ellos no hablaron de nada ni de nadie en particular. Negó con la
cabeza.
—¿Por qué os golpearon? —insistió.
La joven se encogió de hombros.
—Supongo que por todo. —El labio inferior comenzó a temblarle
ligeramente.
—¿Os ultrajaron? —se atrevió a preguntar él, antes de que ella rompiera a
llorar. Sin embargo, Nerys no lloró. Cierto que sus lágrimas bañaban sus ojos y
brillaban con fuerza, pero ella sostenía la mirada de Ian con firmeza.
—No lo hicieron —contestó Nerys, tragando con dificultad el nudo de su
garganta.
Como la muchacha apartó la vista para centrarla en el MacArthur, Ian dejó de
interrogarla.
Poco más tarde regresaron los otros dos hombres portando fruta fresca, leche
y un cuenco grande de arroz.
Al menos, entre todos, se apañaron para comer y compartieron la mesa igual
que lo hicieran en familia.
Nerys nunca había estado rodeada de tantos hombres. Si Edwin levantara la
cabeza, le daría un síncope. Y si el conde de Mar hubiera estado presente, la
hubiera recluido en un convento.
El dolor de su cabeza, en general, había disminuido bastante al tomar una
extraña infusión que Emett la había obligado a beber.
—Os veis horrible, Lady MacBean —comentó Ian, limpiándose la boca con
la parte superior del brazo.
Nerys le regaló una mueca al tiempo que lo observaba con el ojo medio
cerrado. Su cuenca verde brillaba, chiquitita, sobre un fondo acuoso y
ensangrentado. Se pasó la mano por su cabello corto, sucio y revuelto.
—Gracias. Normalmente, me suelen decir cosas bonitas pero, ¿para qué nos
vamos a engañar, verdad? —su sonrisa tembló.
—Sigues estando preciosa —dijo la voz ronca del herido en un fuerte susurro
—. Y quien diga lo contrario, miente.
Todos giraron la cabeza hacia él. Kiar no había abierto los ojos, pero parecía
estar escuchando.
Las mejillas de Nerys adquirieron de inmediato un tono rosado y algo en su
interior vibró al escuchar la voz del gigante. Se incorporó, emocionada,
acercándose hasta él. Le acarició la cara con la mano. Todavía estaba muy
caliente.
—¿Quieres comer algo, Kiar? —le preguntó, acercándose a su oído, sintiendo
el fuego que su piel desprendía.
El rostro sereno del hombre lo hacía parecer más joven. Su piel estaba blanca
en comparación con el color tostado que normalmente tenía.
Él levantó la mano, buscando la de ella, y entrelazó sus dedos, apretándola
con fuerza. Volvió a quedarse dormido.
La joven lo miró unos minutos más, e ignorando a los demás, posó sus labios
sobre los de Kiar. No obtuvo respuesta.
Nerys regresó de nuevo a su sitio.
—Estaréis deseando regresar a casa —comentó Ian, mirándola fijamente.
Nerys se encogió de hombros con indiferencia. Ese gesto provocó que la
mejilla latiese de dolor. Hizo una mueca.
—Si tuviera un hogar, os respondería afirmativamente; pero hace muchos
años que lo perdí todo. Mi casa, mi familia… —se rozó la mejilla con delicadeza
y sonrió al muchacho de cabellos dorados—. ¿Y vos? ¿Dónde se encuentra
vuestro hogar?
Ian clavó los ojos en el techo durante unos segundos, como si estuviera
visualizando su casa.
—Vivo en una pintoresca aldea entre las colinas de Padraig y Craig Dunain.
En Inverness.
—Para ser más exactos: en el castillo —rio el otro Ferguson, que escuchaba
en silencio.
Ian le dedicó una amplia sonrisa, cargada de orgullo.
—¿Eres el señor de Ferguson? —preguntó ella, abriendo mucho los ojos.
—¡No! —Los parientes se echaron a reír. Ian fue quien contestó—: Tengo la
mala suerte de ser el pequeño de tres hermanos. Debería asesinarlos para
convertirme en Laird —se encogió de hombros—. Los amo demasiado para
hacer algo así; antes prefiero cortarme los dedos de una mano que dañarlos. —
La miró—. Lady MacBean, ¿habéis estado alguna vez en Inverness?
Ella negó.
—No, nunca, pero mi padre sí me habló del lago. Decía que era
impresionante y hermoso.
—Ness. —Ian se rascó la cabeza—. Queda algo alejado de la aldea. Es un
lugar que seguro os encantaría; sobre todo ahora, que los días comienzan a
volverse más cálidos. Debéis convencer a Kiar de que os lleve.
—Y dejarla cerca de ti —volvió a decir la voz de MacArthur—, olvídalo,
muchacho.
Los Ferguson rompieron a reír de forma escandalosa.
—¿Te mueres o no te mueres? —le preguntó Ian entre bromas.
Kiar abrió los ojos con lentitud. Su mirada turbia recorrió el lugar sin prestar
mucha atención. Sentía unos extraños escalofríos que acababan en la punta del
cabello. La boca estaba pastosa y el costado le ardía con cada respiración.
—Si estás esperando eso, te vas a cansar, muchacho —murmuró tan suave
que apenas fueron capaces de entenderle—. Dadme agua, por favor.
Nerys ya se había levantado para ayudarlo.
Kiar quiso incorporarse, pero su cuerpo no respondía como él deseaba. Dejó
que Nerys lo ayudara para beber un sorbo de agua. Luego volvió a recostarse,
cerrando los ojos. El solo hecho de mantenerlos abiertos le provocaba dolor. Sin
embargo, deseaba verla.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó ella, pasando los dedos por su frente.
Kiar trató de enfocarla con los ojos entrecerrados. Veía todo muy borroso.
Tuvo que parpadear varias veces para comprobar que realmente su vista no
estaba tan mal. Retuvo el aliento, observando a la joven con un rostro
indescifrable: entre sorpresa y rabia.
—No esta tan mal como parece —dijo ella al ver que Kiar no articulaba ni
una palabra. Sus ojos grises hablaban por él.
Y es que no podía decir nada. ¿Quién era tan salvaje de golpear así a una
persona? ¡Ni a un animal se le infligía tal castigo!
Levantó una mano hacia ella, pero a mitad de camino la dejó caer sin fuerzas
sobre el colchón.
Nerys se inclinó hacia él, enterrando su rostro desfigurado contra su cuello
como si estuviera avergonzada de su propio aspecto.
Kiar sabía que ella estaba llorando. Quizá no lo hubiera hecho antes, por
vergüenza, por estar sus hombres presentes, pero notó sus lágrimas calientes
cayendo sobre él; los ahogados sollozos que trataba de ocultar.
—¿Podéis salir, por favor? —pidió el MacArthur, buscando a Emett con la
vista.
Todos abandonaron la vivienda.
Kiar se movió un poco en el colchón. Era demasiado estrecho, aun así
consiguió recostar a Nerys junto a él.
Ella siguió llorando por un largo tiempo, como si lo necesitara. Se había
aferrado a su cuello, y aunque en aquella posición la herida le tironeaba un poco,
no dijo nada.
¡Mataría a la persona que le había hecho tal daño!
Nerys no tardó en dormirse, Kiar tampoco.
—Por supuesto que lo reconocí, Emett —asintió Ian, dejando varias prendas
sobre la mesa—. Es un hombre de Warenne.
—¿De Surrey? —Nerys se giró hacia el Ferguson con el ceño fruncido.
—¡No gritéis tanto, MacBean! —Avisó Emett, cerrando los postigos de las
dos únicas ventanas de la vivienda—. No debemos dejar que nos descubran
ahora. Kiar está bastante indefenso en este momento.
La muchacha se cubrió los labios con una mano. Emett tenía razón. Se acercó
hasta él.
—Pues hagamos correr el rumor de que ha muerto —les susurró, con ojos
preocupados—. No podemos dejar que se acerque a nosotros. —Caminó hacia
MacArthur, que respiraba con normalidad, y sintió ganas de golpearlo hasta
hacerle daño. ¡Surrey! Ella ya le había avisado de que el hombre no era trigo
limpio, pero como el señor Guardián de Escocia necesitaba pruebas… ¡Pues
toma pruebas! Ahora estaba tendido en la cama porque Warenne así lo había
ordenado.
—¿Dónde crees que vas, muchacho? —preguntó Emett a Ian, que ya
caminaba de nuevo hacia la puerta.
—Voy hablar con él —miró a Emett, encogiéndose de hombros—, quizá a
matarle —terminó de decir con tono amenazante.
—¡No seas estúpido! ¡No podemos actuar así! Además ella lleva razón. Será
mejor que le hagamos llegar la noticia de que Kiar ha muerto. Desde luego,
Surrey se pondrá bastante contento.
—Pero no lo entiendo bien —se atrevió a interrumpir Nerys, girándose hacia
ellos—. ¿Por qué Surrey quiere ver muerto a MacArthur? ¿Para que no se case
conmigo?
Tanto Emett como Ian la miraron con extrañeza.
—Que yo sepa, nada de esto no tiene nada que ver con vos —respondió
Emett—. El conde no quiere que Kiar y Balliol se reúnan, eso es todo. Vos os
encontrabais en medio.
Nerys abrió los ojos como platos y negó con la cabeza.
—Warenne acabó con mi familia. Mi primo Douglas sufrió un accidente
bastante feo en Carrick y yo fui secuestrada… No creo que no tenga nada que
ver con…
—No tienes pruebas de ello —dijo la voz ronca desde el catre.
Nerys se volvió a Kiar con ojos furiosos y las manos en las caderas.
—¿Aún insistes en esas pruebas? ¿Te parecen pocas? —extendió el dedo
hacia él, señalándolo—. ¡Mírate!
—No iban por ti, Nerys. Vienen a por mí. Son asuntos de estado.
—¡Ja! —bufó ella sin creerlo. Estaba totalmente convencida de que Surrey la
seguía a ella, que eran sus tierras lo que quería y Kiar, simplemente, estaba ahí.
El hombre trató de incorporarse y se mareó un poco en el intento. Emett
corrió a ayudarlo. La fiebre aún persistía, aunque por lo menos el sopor no era
tan fuerte como en otros momentos.
—Nerys, debes creerme. Tan sólo te han utilizado para llegar hasta mí —le
tendió la mano para que se acercara—. Lo siento mucho, de verdad. Ven aquí —
la llamó.
La muchacha fue acercándose poco a poco, hasta que él tiró de su mano. Para
estar convaleciente, el hombre tenía bastante fuerza todavía. Los músculos de
sus brazos se marcaron duros.
Nerys se vio prácticamente aplastada contra su pecho. Él ya no estaba tan
caliente como hacía unos minutos.
Un extraño cosquilleo nació de su estómago, poniéndola nerviosa. Pasaba
siempre que sentía el cuerpo del hombre tan cerca del suyo.
—Envía a Cameron y a tu pariente a mis tierras —ordenó Kiar al Ferguson
con voz cansada y ronca, hablando sobre el oído de la muchacha—, que
informen de mi fallecimiento —se volvió hacia Emett—. Debemos hacer que la
noticia llegue hasta Surrey.
El hombre asintió.
—¿Y yo? —Preguntó Ian, abriendo los brazos—. ¿Qué hago después?
—Muchacho, conviértete en la sombra de ese hombre, pero no lo mates —
acarició la mejilla de Nerys distraídamente. La miró con fijeza durante unas
décimas de segundo, para luego volver la vista sobre Ian—. Ése es mío.
—Preocúpate de recuperarte —murmuró Nerys, clavando su mirada en los
turbios ojos grises—, aún estás muy débil.
—¿Tan mal está la herida? —preguntó él, buscando a Emett. Éste se encogió
de hombros al tiempo que negaba con la cabeza.
—Las has tenido peores.
—Eso es lo que creía —se apoyó en el hombro de Nerys, y echó las piernas
hacia un lado para posarlas en el suelo.
Las sabanas se deslizaron hasta el suelo, y el MacArthur quedó
completamente al descubierto y desnudo… A excepción del vendaje que le
rodeaba el pecho y un hombro, se encontraba como su madre lo trajo al mundo.
Nerys apartó la vista, ruborizada, por lo que no vio la sonrisa de Kiar. No era
la primera vez que lo veía sin ropa, aunque debía admitir que sólo había sido de
espaldas.
Nerys alzó la vista al techo, pasándose la lengua por los labios. De haber
estado sola con el hombre, no habría sido tan bochornoso como estaba siendo en
ese momento.
—Necesitas un baño, Nerys —le dijo Kiar—. Alcánzame las ropas, por favor.
La muchacha levantó la nariz, ofendida. ¿Cómo se atrevía a decirle eso?
¡Claro que necesitaba un baño! Ella y todos.
Llevaba varios días sin poder lavarse en condiciones. Nunca se había sentido
tan sucia en toda su vida, pero Kiar no era el más indicado para hacérselo notar.
La muchacha se apartó de él y le lanzó la ropa a la cara.
—¡Levántate si quieres! —Le gritó—, pero, por si no te has dado cuenta, es
de noche, estás herido y hay un tipo fuera que está buscándote para rematarte.
Además… tú también hueles mal.
Kiar arqueó las cejas ante el arrebato de Nerys y le sonrió con dulzura.
—Sólo tengo que aliviarme, mujer. Volveré a recostarme enseguida. ¿Serías
tan amable de acercarme mis armas? A ser posible, no me las tires a la cara.
Eso es lo que más estaba deseando hacer. No lanzárselas, pero sí propinarle
un buen porrazo en la cabeza para que perdiera el sentido. A veces, el hombre se
volvía tan soberbio o graciosillo que era mejor mantenerlo callado.
Ian se marchó de allí, obedeciendo las órdenes. Emett se acercó hasta la
puerta para estar vigilante y que no pudieran ver la sonrisa de su cara.
Nerys estaba muy preocupada por su señor, y eso decía mucho de ella.
Valiente, terca… Una buena MacArthur.
A brazos llenos, la joven llevó todas las armas hasta el catre y las dejó caer al
lado de Kiar. Él aprovechó su cercanía para tomarla del brazo y colocarla entre
sus piernas abiertas. Nerys no se atrevió a mirar hacia abajo y lo encaró, aún
enfadada.
El hombre pasó las manos por el rostro de Nerys con suavidad, palpando la
mejilla aún hinchada, y observando el ojo morado con el ceño fruncido. Luego,
los dedos recorrieron los cabellos hasta acabar masajeando la nunca femenina.
Nerys se sintió en el cielo y se inclinó hacia adelante, permitiéndole que
continuara ejerciendo aquella presión en su cuello. Sin darse cuenta, comenzó a
ronronear igual que hiciera un gatito ante un tazón de leche.
—¿Te dolió mucho? —escuchó que le preguntaba. Aunque hablaba bajito,
pudo percibir cierto matiz de ira en su voz.
—Ya no lo recuerdo —mintió ella, apenas moviendo los labios. No quería
hablar, tan sólo deseaba que aquellas manos siguieran relajándola, tal y como
estaban haciendo.
—Te prometo que mañana nos daremos un baño. Ahora te voy a pedir otro
favor. —Ella levantó la cabeza y Kiar la besó ligeramente en los labios—.
Quítate esas ropas y quémalas.
Nerys soltó un suspiro y asintió.
—Ésa es otra. Ian me acaba de convertir en ladrona. —Caminó hasta la mesa
donde estaba la ropa que habían robado de las cuerdas, y comenzó a mirar el
vestido. Era una túnica muy amplia de pecho y con la cintura muy estrecha. Sus
mangas eran largas, acabando los puños en grandes ondas, y la falda tenía una
cola que arrastraba por el suelo. La dueña de aquella prenda la echaría en falta
enseguida. Se notaba que el tejido era suave y de buena calidad.
Kiar observó durante un buen rato cómo estudiaba la prenda, y con mucho
esfuerzo comenzó a vestirse él. Emett se acercó a ayudarlo, siempre pendiente de
prestarle sus servicios.
—Pagaremos esa prenda y te quitaremos el cargo de conciencia —bromeó
Kiar con un jadeo.
Ella asintió y elevó la prenda. No pensaba en el coste del vestido, sino en que
lo reconocerían en cuanto saliese a la calle con él puesto.
—Ahora tenemos un motivo para buscar a Surrey, ¿verdad? —insistió Kiar,
levantando la cabeza hacia ella. No le gustaba verla tan triste. Enfadada,
bromeando, riendo, cualquier cosa menos esa expresión tan llena de pena en su
rostro.
Nerys lo miró con rapidez, como si hubiera dicho la palabra mágica, y asintió
con una sonrisa.
—¿Lo has oído? Esos hombres…
—Sí —asintió—. Que no abra los ojos no significa que esté sordo. —Kiar se
miró los pies descalzos, y aunque Emett le entregaba las suelas él las apartó—.
¿Estamos en Lareston?
Su hombre asintió, girándose hacia la puerta.
—Voy a salir mientras la señora se cambia. ¿Os acompaño?
—Sí, espera —Kiar caminó hacia él, despacio. Cada movimiento que hacía
era una ráfaga de dolor que cruzaba su costado. Se agarró a Emett. Se volvió
hacia la muchacha, guiñándole un ojo —vuelvo enseguida.
—Gracias —contestó Nerys, viéndolos salir por la puerta.
Se apresuró a quitarse la ropa, arrojándola sobre las brasas de la chimenea.
Se lavó un poco con la escasa agua que quedaba en un balde.
El vestido pertenecía a una mujer más alta, la larga cola se enrollaba en sus
pies si no la pateaba hacia atrás al caminar, y las mangas cubrían hasta las puntas
de sus dedos. Realmente, la prenda era incómoda. Era tan ancha en el busto que,
en cuanto se inclinaba o movía un poco, sus pechos quedaban prácticamente a la
vista.
Se terminó de alisar la falda en el momento en que Kiar regresaba. En su
rostro se mostraba la debilidad.
—Mucho mejor —dijo MacArthur, estudiándola, tratando de sonreír. Sus
labios no hicieron más que una desdibujada y triste mueca. Caminó de nuevo
hacia el catre y Nerys corrió a ayudarlo antes que se desplomara en el suelo.
—¿Cómo te encuentras?
—Todavía no tengo fuerza suficiente para nada —admitió, tumbándose—.
¿Te tumbas conmigo?
Nerys se ruborizó y negó con la cabeza.
—Ven. —Trató de cogerla con la mano, pero ella se alejó con rapidez. Kiar
dejó caer la cabeza sobre la almohada, miró al techo y sonrió—. Lo estás
deseando, tonta.
—¿Qué? —Ella lo miró, frunciendo el ceño.
—Si no puedo hacerte nada, ya te he dicho que no tengo fuerzas.
—Entonces, mírame —le dijo Nerys sin dejar de observarlo, no podía evitar
sonreír como una boba—. Puedo leer en tus ojos cuando mientes.
Kiar soltó una ronca carcajada y la miró, alegre.
—Me parece que no voy a ir —le dijo, guiñándole el ojo bueno tal y como él
había hecho antes.
22
El río no se hallaba muy lejos de la ciudad. Para llegar, debieron ascender una
alta pendiente rocosa, pero una vez que llegaron a la cima, fueron recibidos por
una pequeña y frondosa arboleda.
Había un estrecho canal de aguas burbujeantes y cantarinas que se deslizaban
entre resbaladizas piedras. El musgo, verde y brillante, crecía por doquier,
adornando las rocas más altas con la húmeda espesura.
Un poco más adelante el río se ensanchaba, dando lugar a un pequeño
estanque de forma ovalada. Una cascada daba vida a aquellas aguas frías que se
deslizaban con parsimonia.
Nerys se volvió hacia Kiar cuando éste se sentó sobre una de las piedras. Él se
frotaba el costado como si quisiera aliviarse el dolor.
—¿Estás bien? —insistió.
—Sólo voy a descansar un poco —afirmó. Se sacó el arco del hombro y lo
dejó en el suelo, muy cerca de su mano.
La muchacha se levantó las faldas, después de descalzarse, e introdujo los
pies en las aguas cristalinas. Dejó escapar un suspiro de satisfacción.
—¡Qué maravilla! —exclamó, jugando con los dedos de los pies en la tierra
suave que impregnaba el fondo.
—Mujer, vas a mojarte la ropa. Sería mejor que te la quitaras.
Nerys, ruborizada, no se volvió a mirarlo. Él tenía razón; además, tampoco
pensaba bañarse vestida.
Estuvo dudando varios minutos seguidos. Había clavado los ojos en el agua,
tratando de pensar si era correcto o no lo que pensaba hacer. Nunca nadie la
había visto desnuda, y aunque Kiar había dicho que él vigilaría, mirando hacia
otro sitio, Nerys no le creía. No podía creerlo.
—¿Qué piensas? ¿Está muy fría? —preguntó.
Ella asintió, mintiendo descaradamente. Estaba normal para la época que
corría. En Escocia esperar agua templada era descabellado.
—¡No me digas que tienes miedo! —insistió Kiar.
—¡No! Déjame en paz, hombre. —Nerys se llevó las manos a su cintura para
desatar los finos cordones que se anudaban allí. El vestido quedó holgado sobre
su cuerpo.
Inclinándose un poco, sacó las mangas y se acercó hasta la orilla.
Kiar la estudió desde su posición. Podía ver la esbelta espalda de piel
cremosa. Muchas veces la había imaginado desnuda, pero en aquella ocasión no
estaba preparado para observar un cuerpo tan hermoso, comparable con
cualquier ninfa del bosque.
Largas y torneadas piernas bajo unas caderas perfectas y una estrecha cintura
sobre el hermoso trasero.
Sus ojos viajaron hasta los hombros delgados con el súbito deseo de rozar su
piel de alabastro, como si necesitara seriamente tomarla entre sus brazos y
hacerla suya. Lo necesitaba, lo deseaba desde el primer momento en que la vio.
Extrañado, se dio cuenta de que no había vuelto a estar con una mujer desde
que la conociera a ella; en realidad, bastante antes de conocerla. El día que llegó
a Carrick podía haber aprovechado, quedándose en el campamento para calmar
sus anhelos con Briggitte; en cambio, el destino quiso que viajara directamente
hasta el hogar de Bruce. El destino y las prisas.
Había llegado de conversar con los franceses, y sus noticias no tenían que
demorarse mucho. Entonces fue cuando descubrió que su plaid estaba descosido.
Y apareció ella. Una muchacha tierna, dulce, a quien él confundió con una
sierva.
Una joven inocente con la única meta de vengar a su familia.
La muchacha no tardó en zambullirse en el agua, sin siquiera volverse a él.
Kiar recostó la cabeza contra el grueso tronco de una encina y entrecerró los
ojos, vigilantes. La vio nadar en silencio. El agua hacia suaves ondas a su lado.
La pequeña cabeza de Nerys flotaba, empapando los rojos cabellos que brillaban
bajo los rayos de sol como brasas encendidas.
Que la deseaba era algo que no podía ocultar. Con el corazón golpeando con
fuerza en su pecho, se pasó una mano por su miembro ansioso y apretó con
fuerza, tratando de calmarse. Estaba nervioso, y hasta su respiración se había
tornado complicada.
Quiso cerrar los ojos para apartarla de su mente, pero la escuchaba chapotear.
Hasta él llegaban los placenteros suspiros. ¡Qué demonios! ¿Pues no era su
prometida?
¡Maldita sea! Se golpeó la cabeza contra el árbol. Sentía la boca seca. Se
estaba deshidratando poco a poco. Y una capa de sudor perlado cubría su frente.
Posiblemente, de no haber estado Nerys, él mismo hubiera buscado consolarse;
claro que, de no haber estado ella, quizá tampoco estuviera tan excitado. No
había pensado que un simple baño pudiera llevarlo a tal estado de agitación.
Nerys braceó sobre el agua, con delicia, durante unos minutos. Por el rabillo
del ojo no dejaba de vigilar a Kiar. Sus mejillas ardieron cuando se dio cuenta de
a donde había llevado la mano el hombre. No haría lo que ella pensaba, ¿verdad?
Una vez, hacía mucho tiempo, vio a Douglas haciendo eso mismo. En aquella
época ella, como una chivata, había ido corriendo a contárselo a su padre, y
Edwin, más avergonzado que furioso, había tenido que reprender al muchacho.
Estuvo a punto de dar conversación a MacArthur, e incluso decirle lo mal
educado que era si pretendía…
Lo sintió enseguida tras ella y se giró con una exclamación de sorpresa.
El hombre tan sólo se había dejado el vendaje puesto y su plaid se hallaba en
la orilla, cubriendo con disimulo su arco.
El agua rozaba sus tetillas, humedeciendo el vello de su cuerpo. El cabello
castaño caía tras su espalda, flotando tras él, a excepción de las dos pequeñas
trenzas que rozaban sus orejas.
Nerys creyó que era más ancho de lo que le recordaba, al menos ella se sintió
pequeña e insignificante a su lado.
La regañina que, segundos antes había pensado ofrecerle, murió en su boca al
mirar los ojos grises y la expresión ardiente con que la observaba.
Nerys quiso alejarse, dando unos pasos hacia atrás, pero a medida que ella se
hundía más en la profundidad, Kiar la seguía como un depredador tanteando a su
presa.
—Hace frío —susurró ella, cruzando los brazos sobre sus pechos. El agua le
llegaba casi hasta la barbilla; aun así, sentía los nervios a flor de piel.
—Ven. Yo te calentaré.
Nerys dio un respingo ante aquel tono tan sensual, que no había escuchado en
su vida. Sintió un escalofrío como si en verdad fuera cierto que se había quedado
helada. No era así. Otra vez tenía ese cosquilleo recorriendo su cuerpo, viajando
por sus venas. Una bola de fuego en la boca de su estómago.
Pudo haberse apartado, incluso haberse negado o discutido, o un montón de
cosas; en cambio, lo que hizo dejó a MacArthur con la boca entreabierta.
Recorrió los hombros de Kiar con las manos, con suavidad, estudiando las
gotas de agua que resbalaban sobre la piel.
Nerys se acercó más a él y lamió una de esas gotitas.
El hombre ni siquiera se atrevió a moverse. Las manos de la muchacha lo
hipnotizaban, lo abrasaban. Dejó de respirar cuando la pequeña y suave lengua
saboreó su pezón.
Nerys alzó los ojos hacia los iris plateados de Kiar, queriendo descifrar su
expresión, animada al descubrir que MacArthur la miraba de forma muy
provocativa. Enseguida la enlazó por la cintura. Tomó su rostro con una mano y,
muy despacio, acercó los labios a los suyos.
Ella se sintió completamente indefensa frente a la fuerza arrolladora del
hombre y la ternura con que la miraba; tanto que su cuerpo se volvió de gelatina
entre sus brazos.
Kiar pensaba en la candidez de la muchacha, en cuánto deseaba hundirse en
ella y calmar su ansia. Había crecido en él un gran cariño por ella, unas ganas de
protegerla constantemente y el anhelo de verla feliz.
La besó con pasión, tratando de no hacerle daño. El hermoso rostro ya no
estaba hinchado y los tonos violetas comenzaban a tornarse amarillentos.
Recorrió el largo cuello con los labios. La levantó un poco hasta apoderarse de
los frágiles y pequeños senos, saboreándolos con hambre, enloqueciéndola al
mordisquear los rosados botones que clamaban por sus atenciones. La piel era
tan suave y aterciopelada como la de una fruta madura.
Nerys se aferró a los fuertes hombros y rodeó las caderas de Kiar con sus
piernas cuando éste la tomó del trasero con una mano. Gimió al sentir el
músculo del hombre rozando su pubis y se apretó contra él, impaciente por
conocer qué sentiría al hacer el amor con aquel hombre tan hermoso.
Los movimientos de Kiar se volvieron impacientes, y sin dar importancia al
creciente dolor de su herida, se introdujo en ella con prisa. Se detuvo un instante
al sentir la barrera virginal y tragó con dificultad. ¡Por su vida que no podía
detenerse en aquel momento!
Se movió dentro de ella, con ternura, hasta sentir que los músculos de la joven
volvían a relajarse de nuevo, acompañándolo en la dulce danza que había
emprendido.
Kiar le sostuvo las nalgas con ambas manos, al tiempo que con una facilidad
increíble la subía y bajaba contra él. Los gemidos de la muchacha contra su
cuello y mejilla lo fascinaban como nunca nada lo hiciera. El roce de aquellos
senos turgentes contra su pecho lo llevaron al borde de un precipicio sin retorno.
Luchó por que ella alcanzara el orgasmo junto a él. Le regaló palabras subidas de
tono que lograron que ella le respondiera con la intensidad que Kiar necesitaba.
Nerys tembló entre sus brazos con la última sacudida y la abrazó con fuerza,
hundiendo sus labios el cuello; sintiendo el frenético latido femenino contra su
cuerpo. Volvieron a besarse.
El sol llegó con rapidez, y con él un nuevo día de prisión incondicional. Emett
insistía en que debían quedarse un par de jornadas más. No debían arriesgarse a
que alguien descubriera que Kiar no había muerto y todo su plan se viniera
abajo.
También acusó el cansancio de Nerys, quien acostumbraba a estar rodeada de
sirvientes y ahora se veía desprovista hasta de sus propias ropas. Y el mismo
MacArthur necesitaba ahorrar energía para lo que viniera después.
Ser consciente de ello no significaba que estuviera de acuerdo. El interior de
la cabaña era reducido, lúgubre y oscuro. En cuanto a Kiar, lo embargaba el
tedio, comenzaba a pasearse por el lugar maldiciendo y golpeando las paredes.
Nerys había recortado la larga cola de su vestido y trataba de coser un bajo en
condiciones. Entre lo poco que le gustaba la costura, y lo nerviosa que la ponía
Kiar con sus repentinos ataques de mal genio, estaba desesperándose. La luz de
la llama tampoco ayudaba nada a concentrarse.
Con un bufido exagerado, Nerys apartó la costura y fulminó a Kiar una vez
más con la mirada.
El hombre se detuvo, de repente, y la miró arqueando una ceja, provocándola.
—¿Qué?
—¡Me pones nerviosa! —Le dijo, poniéndose en pie—. Encima de que aquí
hay poca luz, tú no haces más que moverte todo el rato. Y si, por lo menos,
fueras pequeño, pues vale, pero eres un gigante de casi dos metros que se pasa
todo el rato haciéndome sombra.
—¿Y qué quieres que haga, mujer? No estoy acostumbrado a estar encerrado,
sin hacer nada todo el santo día. —Y mucho menos con Emett. Porque si
estuviera a solas con ella, seguro que habrían podido entretenerse fácilmente.
Nerys se puso las manos en las caderas. Vestía una oscura camisa de piel que
le llegaba un poco más abajo de sus rodillas. La prenda pertenecía a Kiar, pero se
había apoderado de ella para dormir, y ahora la llevaba mientras terminaba de
coser la falda.
—A mí tampoco me gusta estar aquí. Nunca he sido ociosa. Pero, ¿sabes algo,
Kiar? Eres insoportable. Pareces un niño con ese comportamiento. Emett y yo
llevamos un rato armándonos de paciencia contra ti. Yo nunca había oído tantos
improperios juntos, y parece que se te olvida que sigo siendo una dama. —Nerys
no pasó por alto la sorpresa reflejada en los discos grises y no se amilanó por
ello—. Desde que te has despertado, no has hecho otra cosa que poner pegas a
todo. ¡Hasta le has dicho a Emett que era horrorosa la comida que ha traído!
El hombre se hallaba recostado junto a la chimenea, con los ojos
entrecerrados y una expresión en su cara de estar acostumbrado a todo.
—¡Era verdad! —Contestó Kiar—, ese puré de avena sabía a…
—Sí, a «meao» de vaca —lo interrumpió Nerys con gesto severo—, eso lo
has dicho unas cien veces.
Kiar soltó una repentina carcajada, que Emett acompañó desde su rincón.
Nerys, colorada de los pies a la cabeza por repetir frases que él había dicho
antes, golpeó a MacArthur con el puño en el hombro, y cuando sus carcajadas
hicieron temblar los cimientos de la cabaña, la joven abandonó el lugar con el
mentón bien elevado.
Cuando la puerta se hubo cerrado, Kiar perdió la diversión y observó a Emett,
estupefacto.
—¿Ha salido sin vestirse?
—Creo que…
La puerta se abrió de nuevo. Nerys caminó hacia la mesa sin mirar a nadie y
agarró su vestido. Con el porte de una reina abandonó la casa.
Las carcajadas siguieron retumbando en los oídos de Nerys durante varios
minutos. ¡Había hecho el ridículo más grande de su vida! Había perdido los
nervios y no pensó en que estaba semi-desnuda cuando salió.
Varios aldeanos la habían mirado sorprendidos, y algunos habían ocultado sus
sonrisas con las manos.
Muy digna, ella había pasado ante sus narices con las prendas en las manos, y
en cuanto dobló la esquina corrió hacia la pared del establo, que ofrecía una
buena protección para vestirse con prisas.
Cuando Kiar dijo que aún quedaba bastante recorrido, lo último que Nerys
había esperado es que realmente fuera tanto.
La ilusión de pensar que podía dormir en una cama la hizo imaginar que
pronto llegarían a ver a Juan de Escocia. Sin embargo, cuando aquella noche se
detuvieron en la pequeña aldea cercana al embarcadero, la joven se desilusionó.
Para acceder a Brodick debían llegar hasta la isla de Arran, y el barquero se
negaba a hacer el trayecto de noche.
La aldea apenas eran unas pocas casas cuyos lugareños se dedicaban, en su
mayoría, a la agricultura y la pesca.
Tuvieron suerte y el reverendo Miller les permitió ocupar un pedazo de la
ermita. Un sitio frío, con olor a cera, y decorado con varias figuras religiosas que
brillaban de limpias. Posiblemente el venerable hombre no tuviera mucho que
hacer, excepto mantener aquel lugar aseado.
El salitre del mar llegaba hasta la aldea en forma de pegajosa humedad. Algas
rojas y oscuras se acumulaban en los bordes del acantilado, como si una reciente
tormenta las hubiera empujado contra la costa, tiñendo las orillas con un extraño
color ensangrentado.
Cuando Nerys despertó al día siguiente se encontró sola entre las paredes
religiosas, donde unas pequeñas arcadas hacían compañía a varias hermosas
vidrieras.
Todo parecía estar en silencio cuando la muchacha asomó la cabeza por la
puerta en busca de alguien. En un pequeño patio, colindante a una extensa
arboleda, tuvo la oportunidad de observar la destreza de Kiar con su arco; la
velocidad con que colocaba las saetas, la fuerza con que tensaba la cuerda. Era
impresionante la manera en que los músculos de sus brazos se volvían duros y
tensos. Cómo el pecho parecía ampliarse al llevar el torso desnudo después de
haberse desprendido del broche.
El plaid tan sólo colgaba de las caderas del hombre, sujeto por el ancho
cinturón de cuero. El hermoso rostro de Kiar cuando fijaba su mirada de plata
sobre el objetivo, su semblante concentrado parecía etéreo, como salido de algún
cuento o fábula.
MacArthur tuvo a bien compartir la liebre que Emett se dispuso a cocinar
sobre una pequeña hoguera. El reverendo los acompañó con un odre de vino que,
si bien estaba bastante amargo, a nadie le hizo ascos.
—El matrimonio es un bien muy preciado —volvió a insistir el padre,
observando a MacArthur con disimulo—. No deberían viajar sin tomar los votos.
Si quisierais… Yo podría…
—No tenemos tiempo, de verdad —acortó Kiar por tercera vez. No quería
ofender al reverendo, ni que lo considerase un rudo maleducado, pero era cierto.
Aún tenían que llegar hasta Brodick. Deseaba hacer una corta parada en la
ciudad cobijada por el castillo, y que Nerys pudiera conseguir un vestido en
condiciones para ser presentada debidamente a Juan de Escocia.
La miró con una sonrisa. El rostro de la joven ya no presentaba cardenales, e
incluso las costras de la nariz habían desaparecido; eso sí, no sin antes dejar unas
pequeñas marcas más blanquecinas en su delicada piel de alabastro.
El cabello cobrizo rodeaba las hermosas facciones de forma rebelde, y los
ojos verdes brillaban más profundos y cautivadores que nunca.
Cuando la joven sonreía, tendía a echar la delicada mandíbula hacia adelante,
mostrando la hilera de pequeñas y perfectas piezas. Al hacer esto, lo único en lo
que Kiar podía pensar era en besarla hasta hincharle los labios con su ansia y sed
de ella.
Después de despedirse del padre tuvieron que hacer cola para subirse a la
barcaza que los llevaría hasta la isla.
Arran estaba ubicada frente a la costa suroeste de Escocia. Las cercanías de
Brodick, aparte de estar continuamente vigiladas, eran las que más personas y
visitantes acumulaban.
La esperanza de entablar una charla con el mismísimo Balliol, así como
visitar Machrie Moor: un círculo protegido por un muro de piedra, hacía que la
ciudad se convirtiera en un constante hervidero de gentes.
Machrie Moor escondía una de las piedras más antiguas, supuestamente
perteneciente a los antiguos druidas que la utilizaban para alguna clase de acto
ceremonial. Muchos ciudadanos llegaban hasta allí para entonar cánticos y rezos,
pidiendo por las cosechas, o incluso por el cese de actos bélicos.
En cuanto pusieron los pies en el suelo, tomaron los caballos y en
peregrinación los viajeros anduvieron hasta la ciudad.
Las vías principales se hallaban empedradas, y los puestos ambulantes
llenaban las calles. Guerreros vestidos con calzas y túnicas, que caían sobre los
muslos, recorrían vigilantes los alrededores, observando a los intrusos.
En la antigüedad esa zona había sido ocupada por los irlandeses, y luego por
los vikingos; a estos últimos lograron echarlos durante una batalla.
La isla era hermosa. Una delicia observar las verdes praderas de flores
silvestres donde las vacas pastaban plácidamente, los rododendros que florecían
en aquella época, las numerosas cascadas y los senderos por el bosque.
La propiedad se encontraba dominada por la majestuosa montaña de Goatfell.
Plantas de musgos, hepáticas y helechos, adornaban algunas de las fachadas de
gruesos muros grises. Las vistas impresionantes de la Bahía de Brodick a la
costa de Ayrshire lograban dejar sin aliento a cualquier espectador.
Nerys fue una de las personas que más maravillada observaba todo.
MacArthur había estado allí en otras aunque contadas ocasiones, por lo que no
parecía sorprenderlo nada de cuanto veía.
Kiar, quien en todo momento agarró la mano de la muchacha, dirigiéndola por
estrechas callejuelas, la llevó directamente a una posada.
La habitación, fabricada en madera, se hallaba limpia; y el olor a fresco
llenaba el lugar, mezclándose con la brisa que se deslizaba de las montañas
circundantes.
Una moza de carácter afable se ofreció a acompañar a Nerys mientras Kiar
hacía unas diligencias. Al menos, eso había dicho el hombre antes de prohibirle
a la joven que saliera sola por la ciudad, prometiéndole un largo paseo al
atardecer. Emett desapareció con las monturas una vez que llegaron a la isla.
Nerys se lavó en una pequeña tina de madera situada junto a una amplia
cocina. Y por fin pudo peinar sus cabellos en condiciones. La joven Giselle trató
de recortar varias puntas cobrizas que insistían en quedar levantadas hacia arriba.
Al menos Nerys pudo ofrecer una imagen limpia y diferente, pareciéndose más a
la muchacha intacta que había salido de Carrick, junto a la gran escolta, que a la
pobre andrajosa que había cubierto el camino hasta allí.
Su apariencia de dama era inconfundible a pesar de vestir una sencilla falda
de campesina y una blusa blanca remangada hasta los codos.
Las horas se hacían interminables a la espera de que Kiar llegara, y dado que
por su seguridad se había propuesto obedecer al hombre, sólo se atrevió a
recorrer el exterior de la posada, arrobada ante la magnificencia del lugar.
—¿Eres tú? —le preguntó una voz femenina, acercándose a ella.
Nerys se giró, envuelta en aquel sonido tan familiar que tanto había
escuchado desde que tuviera uso de razón.
—¡Annabella! —gritó, arrojándose a los brazos de su hermana mayor.
El tiempo se detuvo cuando ambas muchachas se abrazaron, rompiendo en
fuertes sollozos.
Varios viandantes se había detenido a observarlas; ambas se parecían mucho,
los mismo ojos, el mismo color de cabello.
Annabella seguía teniendo una larga y preciosa melena cobriza, que adornaba
con una blanca cofia. Sus ropas eran tan humildes como las de Nerys. Sus
rasgos, más maduros y algo más marcados.
Las jóvenes se tocaban nerviosas, se acariciaban el rostro y las manos, dando
constancia de que lo que les estaba pasando era completamente real.
—¡Oh, Dios! —Annabella estrechó a su hermana menor con fuerza y la dejó
llorar plácidamente entre sus delgados brazos—. Pensé que tú también habías
muerto. Nadie sabía nada.
—¿Y padre? ¿Y los demás? ¿Están todos bien?
El rostro de Annabella se trasformó en una mueca de dolor profundo cuando
negó con la cabeza.
—Todos cayeron. Algunos de nosotros fuimos retenidos durante un tiempo en
las mazmorras de Surrey. Yo logré escapar. —Abrió las manos, mostrando la isla
—. Pronto nos devolverán nuestras tierras. ¿Qué pasó contigo, Nerys? ¡Estoy tan
feliz de volver a encontrarte!
Nerys no pudo dejar de advertir la ira y la rabia que su hermana escondía.
Quizá la misma que ella tuviera hasta que conoció a MacArthur. Dolida,
comprendió que aquel enojo que ella sentía, poco a poco, se había ido
esfumando en compañía de Kiar.
Bajo la sombra de una gruesa encina, Nerys le relató sus vivencias de los
últimos años.
—¿Y tu prometido, Annabella? ¿También murió?
—Cayó junto a padre —asintió con pena. La joven tomó las manos de Nerys
con fuerza —¿Dices que vas a ver a Juan? No pronuncies nuestro apellido, ni
nombres al clan si quieres continuar con vida —la advirtió.
Nerys frunció el ceño, confundida.
—¿Por qué? Debiste haberle pedido protección. En este momento él es el
único que podría ayudar…
—Pero no quiero que me ayuden —afirmó Annabella con firmeza—. No
hasta que acabe con los culpables.
—Con Warenne —Nerys agitó la cabeza—. ¿Cómo piensas hacerlo?
—Llevo planeándolo mucho tiempo. Sólo tengo que conseguir hacer llegar
una carta a Isabelle, la esposa de Juan. Debo conseguir convertirme en la sombra
de esa mujer; ella me llevará hasta Surrey y hasta… —Se detuvo abruptamente,
con los ojos clavados en los de su hermana—. Acabaré con la vida de… Sir
Thomas de Luxe.
—¿El amigo de padre? ¿Por qué? —preguntó, estupefacta. Recordaba al
hombre de haber ido al hogar de MacBean y parecía un tipo agradable.
—Ahora no puedo hablarte de ello. —Annabella se levantó y acarició con sus
ojos verdes el rostro de su hermana pequeña—. No puedes decirle a nadie que
aún sigo con vida.
—¿Ni a Douglas tampoco?
—Ni siquiera a tu guardián —le contestó con una sonrisa preocupada.
—Pero Kiar debería saber…
—¡No! —Annabella soltó un largo suspiro—. Te aconsejo que no le digas
nada de lo que te he contado. Estoy llegando a mi meta y él sería un
impedimento. Nerys, voy a escribir una carta. ¿Podrás entregársela a Lady
Isabelle?
—¡No, por favor, Annabella! No quiero buscarme ningún lío con MacArthur.
Lo amo y pensará que estoy traicionándolo.
—¿Y tu familia, Nerys? ¿No deseas que sea vengada? No estoy pidiéndote
que me acompañes, pero necesito tu ayuda para llegar a cumplir mi cometido.
Nuestro cometido.
Nerys se mordió el labio inferior, asustada. ¿Y si Kiar se daba cuenta? ¿Podría
considerarse eso como alta traición a la corona?
Annabella era su hermana, sangre de su sangre. No podía hacerla a un lado
como si nada hubiera ocurrido.
Se pasó las manos por la frente. Estaba sudando del terror que la embargaba.
¿Sería capaz de utilizar la compañía de Kiar para entregar esa dichosa carta a
Isabelle de Warenne?
27
Kiar no había pensado demorarse mucho, tan sólo quería visitar a unas
amistades, conseguir prestadas algunas monedas, enterarse de los últimos
rumores sobre política…
Había estado deseando regresar a la posada desde el mismo momento en que
había salido, alejándose de Nerys.
Llevaban tanto tiempo compartiendo los días que unas cuantas horas lejos de
su compañía se volvían un suplicio. La intranquilidad de saber de ella, la duda de
que hubiera desobedecido, aventurándose sola a salir por la ciudad; el temor de
que la mano de Warenne llegara hasta allí cuando él no estuviera presente…
Empezaba a sentir un miedo constante que deseaba a apartar de su lado con
todas sus fuerzas.
Cargado con un par de paquetes en las manos subió los escalones de dos en
dos, medio corriendo. Se detuvo ante el dormitorio de Nerys y golpeó la puerta
con los nudillos.
Esperó con una sonrisa a que la joven le abriera, pero sus llamadas no
obtuvieron respuesta.
—La señora que venía con vos se halla en el patio trasero, tomando el aire.
Kiar miró a la moza con una sonrisa y un asentimiento de cabeza, le entregó
los paquetes que llevaba con la orden de que los dejara en el cuarto de Nerys. Él
descendió hasta el lugar donde la mujer le había indicado, y se detuvo
abruptamente cuando vio a Nerys sentada sobre un banco, bajo una frondosa
sombra, charlando con una muchacha de apenas su misma edad o poco más.
Kiar las miró fijamente; era innegable que ambas muchachas eran parientes.
Hasta creyó ver algunos gestos idénticos. Pero, según Nerys, el único familiar
con vida que tenía era Douglas, ¿no?
Frunció el ceño y se limitó a observarlas sin acercarse. Podía ver los rasgos de
Nerys a la perfección: el modo en que se mordía el labio inferior como si dudara
de algo que la otra le estuviese diciendo. Su rostro, falto de color; el modo en
que se pasaba la lengua sobre el labio, en actitud nerviosa, y algo que nunca le
había visto hacer: morderse las uñas.
Desde luego, lo que la joven de largos cabellos le estuviera diciendo no
parecía ser muy del agrado de Nerys, y él descubriría qué era y qué tramaban las
dos. No sabía muy bien por qué, o quizá había llegado a conocer a quien se
convertiría en su esposa demasiado bien, pero algo le decía que allí estaba
pasando algo.
Conociendo la naturaleza de la fierecilla de MacBean, debía andar con
cuidado.
Nerys se levantó y la otra joven la imitó. Se abrazaron y se alejaron, cada una
por un sitio diferente.
—Dame tiempo a que lo acabe. Te lo acerco a tu dormitorio en un rato —se
despidió la muchacha desconocida, con voz un poco más alta de lo normal, lo
suficiente como para que Kiar la escuchara con claridad.
—Ten cuidado, Annabella.
Kiar se apretó contra una pared en el momento en que Nerys pasaba a su lado,
cabizbaja. ¿Por qué estaba tan desolada? ¿Qué había podido decirle la otra para
que estuviera tan triste?
Chasqueó la lengua, siguiendo los pasos de Nerys con lentitud. Puede que
hubiera hablado sobre el asedio y las muertes de los MacBean, y por eso se
mostraba tan pensativa, como si tuviera que soportar un peso adicional sobre su
espalda.
Pues no le gustaba verla así. No cuando los ojos verdes se oscurecían,
perdiéndose en el pasado, cubriéndose de miedo.
El pasado era tan sólo eso: hechos que no podían arreglarse de ninguna
manera, y lo mejor era mirar hacia adelante con nuevos aires, nuevas ideas, con
una buena base para el futuro.
Dio tiempo a que la joven llegara a su dormitorio, y cuando él llamó de nuevo
a la puerta, una Nerys nerviosa lo recibió con una tímida sonrisa.
—Vine antes, pero habías salido fuera. —Kiar se acercó a ella y la besó con
ansia en la boca. Había estado deseando hacerlo durante toda la mañana.
Nerys le correspondió de igual manera, lo necesitaba. Tenía tantas dudas y
tantos temores que se sentía como un ratón a punto de ser cazado.
—¿Ocurre algo? —preguntó él, apenas separándose de sus labios. Le
encantaba tenerla entre sus brazos, sentir el calor de su delicada piel, pero tenerla
así sólo lograba excitarlo, marearlo como el buen whisky. El deseo de arrastrarla
hacia la cama, arrancarle sus ropas… Miró el colchón con fijeza. Nunca había
hecho el amor con Nerys en una cama.
Una sensación de desprecio anidó en su pecho. ¿Cómo había sido capaz de
tratar así a la joven? Ella era una dama, había sido criada para convertirse en
señora de… Y sin embargo, desde que la conoció aquella noche en Carrick, él se
había comportado como un cretino, llevándola de un sitio a otro. ¿Con qué
derecho?
—Te echaba de menos —le escuchó decir, con voz suave y sedosa. Nerys
había alzado su mano para enredar los dedos en sus cabellos.
El corazón de Kiar rebosó de emoción con aquellas palabras. Volvió a
apoderarse de su boca, esta vez de un modo más lento y suave, recorriendo con
su lengua cada recoveco oculto. Saboreando la aterciopelada lengua con un calor
creciente que fue naciendo desde su estómago hasta el mismo músculo que se
levantaba erguido entre sus piernas. Apretó sus caderas contra la muchacha, ella
debía saber en qué estado lo dejaba cada vez que le mostraba su afecto o sus
cuerpos se rozaban. ¿Sería siempre así? ¿Era Nerys consciente de cuánto le hacía
arder la sangre?
Con las manos en la cintura de la muchacha, la apartó de sí y la vio
ruborizarse bajo su atenta mirada.
—Te he traído algo —Kiar le señaló los paquetes que la moza, Giselle, había
dejado sobre una alta cajonera.
Sin desprenderse de aquel íntimo abrazo, Nerys observó lo que le mostraba.
Picada por la curiosidad, y con una sonrisa traviesa, se alejó de él para cotillear
las prendas cubiertas.
Kiar sintió cómo el frío lo envolvía de repente. La necesidad de Nerys era tal
que, tragando con dificultad, se excusó y salió a su propio dormitorio. No iba a
aprovecharse más de ella. No. Nerys se merecía ser tratada con respeto, ser
halagada. Aunque le fuera la vida en ello, se dedicaría a cortejarla y enamorarla.
La convertiría en su esposa cuando estuviese seguro de que ella lo amaba de la
misma manera que él.
Nerys miró la puerta, que acababa de cerrarse, y se quedó con los ojos
clavados en la gruesa madera. Incapaz de concentrarse en algo que no fueran las
palabras de su hermana, observó el largo vestido de manera superficial. El tejido
estaba confeccionado con una seda muy suave, en tonos ocres con hilos dorados.
Tenía la cabeza tan embotada que ni siquiera se preguntó cómo MacArthur
había conseguido aquello. Bien sabía que Kiar era un hombre rico, el Laird de
Untouchable, señor de MacArthur, pero hasta dónde ella sabía, el hombre no
tenía nada de oro o plata encima, y las últimas monedas las había cogido ella
cuando se alojaron en Lareston.
Recorrió la prenda con su mano, y entonces cayó en la cuenta de que Kiar
había salido del dormitorio.
Se acercó a la ventana y miró fijamente cómo el sol se escondía tras las
verdes montañas de Arran. Estaba feliz, Annabella, su hermana, estaba viva.
¡Viva! ¿Por qué entonces se encontraba con un runrún muy extraño en su
estómago? ¿Por qué se le erizaba todo el vello de su cuerpo con una mala
intuición?
Suspiró lacónicamente. No quería perder a su hermana, ni el amor de esta.
Recordaba cuándo jugaban juntas a hacerse peinados diferentes, cuándo
compartían secretos bajo las sábanas, cuándo se zambullían en el lago bajo la
atenta mirada de su madre, cuándo hacían rabiar a Edwin o discutían entre ellas,
y Nerys volvía locos a todos los MacBean con sus exagerados llantos.
¿Cuándo había dejado de ser una niña?
Sus ojos se llenaron de lágrimas. No podía ignorar a su hermana, no cuando
habían compartido tanto. En cambio, con Kiar... Suspiró, temblorosa, y las
lágrimas rodaron por sus mejillas; no podía renunciar a ninguno de los dos,
simplemente prefería morir que encontrarse en un futuro en aquella situación.
Se retiró las lágrimas de su rostro con fuerza. Si le comentaba algo a
MacArthur, él interrumpiría los planes de Annabella. Pero si no lo hacía…
¿Sería capaz su hermana de ponerla en peligro por querer vengarse de Sir
Thomas?
Sir Thomas. Aún no podía creer que el amigo de su padre, el vecino con el
que Edwin siempre contara para todo, fuera el responsable de lo sucedido. ¿Por
qué?
Debía pensar que Thomas había sobornado a Warenne para deshacerse de los
MacBean. ¿Por qué? ¿Era Surrey tan sólo un enviado?
Y mientras todas esas conjeturas daban vueltas en su cabeza, sintió los suaves
golpes de la puerta.
Se tensó. Sería Annabella con la dichosa carta. ¿Y si no la abriera? No quería
hacerlo, ni traicionar a Kiar; no deseaba que Juan de Escocia la acusara de algo
malo. Ella sólo quería vengarse de su familia, pero Kiar tenía razón: había
maneras y maneras.
Nerys apenas sacó la cabeza por la puerta, Annabella le entregó la misiva
doblada.
—No dejes que la vea nadie —le susurró antes de irse.
Kiar había vuelto a salir de la habitación al escuchar los pasos en el corredor,
justo a tiempo de ver cómo la pariente de Nerys le entregaba algo.
La incertidumbre se apoderó de él y esperó hasta que aquella muchacha cruzó
por delante de la puerta, entonces la arrastró hasta su propio dormitorio, cerrando
tras de sí. Se había prometido ayudar a Nerys, buscar las pruebas suficientes,
aunque realmente ahora ya no le hacían falta porque Warenne había tratado de
matarlo a través de ella. Pero aquello era un misterio que él debía desentrañar.
Era responsable de la vida de la mujer que amaba, y si alguien pretendía hacerle
daño debería pasar antes por encima de su cadáver.
Nerys no quiso que Kiar abandonara sus labios, y medio se incorporó tras él
sin permitir que dejara de besarla. Sus brazos rodeaban el cuello masculino y sus
manos jugaron con los cabellos castaños. Él, presuroso por soltarse el broche del
plaid, tiró con tanta fuerza que su puño por poco la golpeó en el mentón. En
aquel momento supo que debía tranquilizarse. Ella era pequeña en comparación
con él, y no quería hacerle daño. Nerys era lo mejor que le había pasado en la
vida. Nunca había pensado que cuando se enamorara pudiera ser así. No sólo la
hermosura de la muchacha lo había atrapado desde el primer instante. El brillo
de los ojos verdes y grandes, con la tierna expresión de la inocencia; los labios
de fresa, ahora ligeramente hinchados por sus besos; el largo cuello, la delgada
línea del mentón que lo volvía loco de deseo. Su cuerpo, sus piernas, toda ella le
pertenecía.
Nerys no era cualquier otra. No se parecía a nadie que él hubiera conocido.
Encantadora, modosa, valiente y terca como una mula. Una dama bien criada y
preparada para llevar su señorío. Nunca hubiera podido elegir a nadie mejor que
ella, imposible porque Nerys era única y auténtica.
Sus manos necesitaban acariciarla, masajearla, hacerle sentir que la amaba
con cada caricia, con cada contacto, con cada roce.
Nerys se sentó sobre los talones cuando el hombre se deshizo de su boca con
una leve excusa. Lo miró con una sonrisa tentadora mientras Kiar terminaba de
quitarse la camisa. Un calor abrasivo subió a sus mejillas al admirar el perfecto
cuerpo. El ancho pecho, brillando dorado bajo los candelabros, los fuertes
músculos de sus brazos, la estrecha cintura y el vientre liso. Piernas atléticas,
fuertes y largas, donde el reflejo de las llamas del hogar acariciaba su piel. Y
aquella parte de su anatomía que parecía saludarla con orgullo.
Kiar se detuvo ante ella, dejándose observar. Le encantaba cuando Nerys
hacía eso, porque podía leer en sus ojos las distintas emociones: admiración,
sorpresa. O aquel rubor que teñía sus mejillas como en aquel momento.
Volvió a dejarse caer sobre las delicadas formas, con cuidado, y atrapó su
boca en un largo y húmedo beso. Las sensaciones estaban a flor de piel, y la
pasión caldeaba la habitación. Levantó la cabeza y miró la cama con una sonrisa
traviesa.
—¿Qué ocurre? —ronroneó ella, rozándole el rostro con sus dedos.
—Es la primera vez que retozamos en una cama, mujer.
Los ojos verdes de Nerys brillaron traviesos.
—Que yo sepa, aún no, mi señor. Al menos… de momento. —Lo atrajo de
nuevo hacia ella. Casi no podía hablar, los labios de Kiar la extasiaban, le
interrumpía tanto las palabras como el pensamiento. Las manos masculinas la
hacían vibrar. Tan pronto las sentía en sus piernas, como de repente se hallaban
en su cintura, o agasajando los pequeños senos de piel marfileña.
—Eres muy hermosa —le susurró, mordisqueándole el lóbulo de la oreja.
Nerys tembló y su piel se erizó bajo las caricias, las ansias crecieron como si
el fuego lento en que se cocinaban acabara de entrar en ebullición.
Perdiendo la vergüenza, cubierta por el cuerpo del gigante, le rogó, le suplicó
que la poseyera. Necesitaba sentirlo dentro, quería que la llenara con su calor,
que la llevara a navegar entre las asombrosas sensaciones que su cuerpo, sus
manos, su boca, la hacían sentir.
Kiar obedeció. La joven estaba preparada para recibirlo y levantó sus caderas,
ofreciéndole más cavidad, notándolo resbalar dentro de ella.
Ambos danzaron con la música que les marcó el corazón, primero despacio, y
después desesperados; eufóricos por alcanzar el clímax de la pasión. Gimieron
temblorosos cuando descendieron al mundo de los vivos. Aún sin poder
despegarse el uno del otro, se quedaron abrazados, sintiendo el galopar de sus
corazones con las respiraciones jadeantes.
Unos minutos más tarde Kiar soltó un fuerte suspiro y rodó sobre la cama,
hasta quedar de pie en el suelo. Observó a la muchacha, que se estiró
lánguidamente y le sonrió.
—¿Por qué te vas tan pronto? —le preguntó, estirando los brazos hacia él
como si pretendiera alcanzarlo.
Kiar la miró, perdido en su blanca desnudez, arrobado por la belleza de
esbeltos miembros que descansaba sobre el colchón sin ningún pudor,
exceptuando el tono rosa de sus mejillas. Abrumado por la ternura y el cariño
que le provocaba.
—Esta noche te prometo que tendremos más tiempo para esto —se inclinó y
hundió su lengua en el ombligo de la joven. Ella gimió, alterada, y agarró la
cabeza de Kiar entre sus manos.
—¿Por qué no ahora, otra vez? —jadeó entre suspiros.
—Porque nos esperan para la cena.
—¿La cena? —Nerys se incorporó con la ayuda de la mano tendida de Kiar
—. Se me había olvidado por completo.
Kiar sonrió satisfecho, y volvió a besarla en los labios largamente antes de
centrarse en buscar sus ropas.
—No hay mucha prisa tampoco —dijo él—, con la noticia que Juan ha
recibido, no creo que le queden muchas ganas de llevarse algo a la boca.
Nerys se enfundó el vestido y le mostró la espalda para que la ayudara con los
diminutos botones.
—Es normal, pobre hombre. No es agradable saber que sus vasallos se niegan
a enviar los ejércitos a Eduardo.
Kiar levantó sus ojos plateados hacia ella con asombro.
—¿Cómo has dicho?
Nerys enrojeció de repente. Quizá había metido la pata y sus conjeturas no
tenían nada que ver con la misión de Kiar.
—Pensé que era eso lo que venías a decirle a Juan.
—Pero ¿tú cómo lo sabes? —Su rostro seguía anonadado.
—El día que se casaron Bella y Carrick. Me lo comentó Warenne. Estaba
furioso.
—No me extraña —musitó Kiar—, creo que ese hombre tiene la boca muy
grande.
—Hablando de bocas grandes, ¿qué es eso de que Annabella va a alojarse en
su casa? No conoces a mi hermana, es un poco impulsiva.
—Como tú. —Kiar suspiró y terminó de colocarse el broche—. Sois dos locas
taradas que no pensáis en las consecuencias. —Se volvió hacia la joven, ahora
con el rostro más serio—. Es muy peligroso lo que te proponía, Nerys.
Comprendo que quisieras ayudar a tu hermana, pero, de ahora en adelante, por
favor te lo pido, si tienes dudas, problemas o cualquier cosa, dímelo. —La cogió
de un brazo y la acercó a él hasta que ella levantó la vista hacia sus ojos grises
—. ¿Lo harás, Nerys?
Ella volvió a rodearlo con los brazos y se aplastó con fuerza contra su pecho.
—Te lo prometo, Kiar —le susurró con las mejillas encarnadas. Se sentía
como si aquella advertencia fuera para regañarla, aunque bien sabía que no era
así—. Pero ¿qué va a pasar con Annabella? Además, ¿has pensado que Warenne
conoce a Jaimie?
—Sí. —Kiar la apartó y se sentó sobre el colchón para colocarse las suelas—.
Como mozo de cuadra, no tiene por qué toparse con Surrey. Pero si lo hace,
cogerá a tu hermana y saldrá de allí.
—¿Confías en él? —le preguntó, interesada. Después de todo, Jaimie iba a
pasar largo tiempo con Annabella—. Mi hermana tiene un carácter más bien…
fuerte.
—Ya lo sé —admitió Kiar, terminando de ponerse el cinturón—, trató de
clavarme un puñal cuando pretendía hablar con ella.
—¿Pretendías? Annabella me dijo que la arrastraste hasta la habitación.
Kiar se rascó detrás de la oreja, pensativo.
—Ah, sí, eso también. —Se levantó y caminó hasta ella, que había
comenzado a pasarse un cepillo sobre sus cabellos—. Jaimie es un buen hombre.
Puede que un poco bruto. Sabrá apañárselas con tu hermana. ¿Estás lista?
—Creo que sí —contestó ella, enredando un dedo en su corta melena—.
¿Cómo me ves?
Kiar la estudió de arriba abajo y se encogió de hombros.
—Como siempre, venga, vamos. —Le tomó la mano.
—¡Mira que eres bruto! —le contestó ella, contrariada.
Kiar arqueó las cejas, interrogante:
—¿Por qué lo dices?
—Podrías decirme si estoy bonita, o guapa. —Él la estrechó de nuevo entre
sus brazos y la besó, silenciándola. Luego apartó el rostro y la miró fijamente.
—Pero tú ya sabes que estás preciosa, ¿no?
Ella enrojeció y le dio el último beso antes de terminar de estirarse las largas
faldas.
—Me gusta que me lo digas —admitió—. Por cierto, ¿cómo ha reaccionado
Juan?
—No tiene más remedio que estar de acuerdo.
—¿Está a favor? —preguntó, extrañada—. Pero Eduardo tomará represalias
contra él en primera instancia.
—Tarde o temprano se habría roto el pacto. Juan no es tonto y sabe que cada
día que pasa este sajón está más encima de nosotros. Por algún lado debía
romperse el saco.
—Pero eso puede provocar una guerra ¿no? —Lo miró, asustada—. ¿Tú
deberás ir?
—No pienso hablar de eso ahora, mujer. Si esta lista ya… —Se giró para
esperarla en la puerta. De nuevo, había sacado su carácter rudo.
Soltando un suspiro, Nerys lo siguió.
El guerrero que paseaba nervioso de un lado a otro del patio rezumaba fuerza
y peligro por los cuatro costados. Con cada paso que daba, una nube de polvo se
levantaba del suelo, difuminándose antes de volver a caer.
No podía entender la actitud de su amigo, y si lo había mandado llamar,
obligándolo a acercarse a Brodick, sería porque debía de ser algo bastante
importante.
Según Cameron y Niall Ferguson le informaron, Kiar había planeado su
propia muerte para tener libre acceso a la fortificación de Balliol y cumplir su
cometido. Pero si hizo lo que correspondía, ¿por qué McArthur continuaba en
Brodick?
Jaimie volvió a levantar los ojos hacia las ventanas de la planta superior.
Habían ido a buscar a Kiar y no debía de tardar mucho.
Los últimos rayos de sol fueron decayendo, y la noche comenzó a cernirse
poco a poco sobre la isla de Arran.
—¡Brodick! —murmuró de mal genio. El lugar le inspiraba un mal presagio.
Kiar sabía la antipatía que sentía por Juan. No deseaba verlo ni en pintura, sin
embargo, las órdenes de Kiar habían sido precisas: presentarse en Brodick.
Volvió a gruñir de nuevo.
Varios soldados lo observaban con interés, apostados contra el grueso muro
gris, pero fingió no verlos. Tan sólo se limitó a pasear con firmeza sobre la arena
y mirar a aquella parte de la casa donde imaginaba que Kiar, o alguno de los
grandes, se alojaba.
Su humor era pésimo y se había terminado de agriar cuando le informaron de
que esa noche podría pasarla en palacio. ¡No lo haría! Desde luego, esa noche se
iría a la ciudad, bebería celebrando que Kiar había cumplido su misión y, tal vez
encontrara a alguna mozuela dispuesta a pasar una noche de risas y sexo.
Jaimie era un hombre muy apuesto, y junto con su carácter afable, las féminas
lo adoraban y acudían a él como moscas a la miel. Era grande, fuerte y de piel
bronceada. Su cabello color oro viejo lo llevaba atado con una cinta, y sus ojos
azules tenían dos tonalidades diferentes; dependiendo de la luz del día, podían
parecer turquesas, casi blancos como las perlas; en cambio, cuando oscurecía, se
tornaban de un profundo azul de brillo acerado.
Poco a poco, los alrededores de palacio fueron iluminándose en una profusión
de lámparas y antorchas que llegaban hasta la mismísima ciudad. La luna
brillaba sobre el mar como un espejo en la oscuridad y una débil música flotó en
el ambiente, mezclada con risas y voces lejanas.
—¡Jaimie!
Se volvió al escuchar su nombre, y sonrió a Godoy en cuanto se acercó a él.
Se estrecharon las manos con tanta fuerza que el ruido de carne contra carne
sobresaltó a varios de los guardias.
—¡Por fin estas aquí! —lo saludó uno de los numerosos hermanos del señor
McArthur. Éste en especial, Godoy, era el tercero en el rango hereditario. En más
de una ocasión habían luchado juntos, codo con codo; también se habían
emborrachado varias veces, y desde luego sus escándalos en Noun Untouchable
habían sido bastante sonados—. ¡Gracias a Dios! Mi hermano está que se sube
por las paredes, esperando tu llegada.
—No me extraña. Lo que no sé es cómo ha aguantado tanto tiempo bajo las
alas de… este rey nuestro. —No podía decirlo de otra manera. Sabía que sus
palabras sonaban despectivas a oídos de Godoy, pero aquélla era su manera de
expresarse, de pensar. No quería estar allí. No quería ver a Balliol y de no ser por
Kiar McArthur, él jamás le hubiera jurado vasallaje.
No opinaba lo mismo sobre las dulces sajonas, bueno… Ni de las normandas,
ni de ninguna que tuviera que ver con las de las mismas Highlands. Todas le
servían a su conveniencia, que al fin y al cabo se limitaba a un par de noches
seguidas pasándolo en grande. Las escocesas eran diferentes: brutas por
naturaleza, cabezonas como ellos mismos, y tan deseosas de tomar el mando que
daba miedo.
Siempre había sido partidario de Robert Bruce, el único al que habría
reconocido como rey.
—Vayamos dentro, amigo —le instó Godoy con una sonrisa.
Jaimie hizo una mueca de asco cuando observó las puertas dobles por donde
Godoy había salido. No era la entrada principal, pero su grandeza se asemejaba.
Se dejó arrastrar y cruzaron unas amplias cocinas repletas de sirvientes y
cocineros, afanados por servir a los huéspedes.
En una plataforma de acero habían colocado varias fuentes rebosantes de
alimentos. Venado, cerdo, patatas, pasteles, budines. El vapor que ascendía de
numerosas ollas se concentraba cerca de los techos en una espesa niebla, y los
ricos olores de los asados llenaban la estancia junto con el aroma de canela y
vainilla; ajo, especias y cebolla.
Las tripas de Jaimie rugieron alarmadas y, sin pensarlo, atrapó un muslo de
pavo que portaba un criado. Fue comiendo por el camino mientras Godoy le
contaba que Kiar se había casado y que sus heridas se habían recuperado con
normalidad y prontitud.
—Si ya ha hecho todo lo que venía a hacer, ¿para qué me llama? —preguntó,
extrañado, queriendo sonsacarle algo. Se detuvieron antes de alcanzar la sala
contigua a la cocina.
—Será mejor que sea él quien te ponga al corriente, Jaimie —le respondió
Godoy. Soltó una carcajada cuando el otro lanzó el hueso contra una esquina.
Fue mala suerte que la doncella que marchaba apresurada con un balde de
agua, tropezara con el alargado pedazo de esqueleto y cayera con las posaderas
en el suelo, derramando líquido por los cuatro costados.
La joven masculló con ímpetu, maldiciendo entre dientes.
Jaimie dio un pequeño brinco al darse cuenta de lo ocurrido, y corrió hacia la
doncella, levantándola del suelo con un solo movimiento. Se sintió culpable por
haber tirado allí esos restos y tuvo la necesidad de decírselo a la muchacha.
—Lo lamento. ¿Estáis bien? —se disculpó, preocupado; iba a continuar con
sus injustificadas excusas cuando el brillo de unos ojos verdes lo taladraron sin
contemplaciones.
Jaimie hubiera jurado que conocía a la moza de algún lado, pero no podía
recordarlo. La estudió con interés mientras ella levantaba el balde, ahora vacío, y
lo fulminaba con la mirada.
La muchacha había dejado de farfullar después de haberlo mirado.
Jaimie percibió la repentina ráfaga de terror que cruzó por la verde mirada de
ella, pero igual que llegó se esfumó.
Creyó que la hermosa sierva le diría algo, pero sólo se limitó a proferir
amenazas entre dientes.
—Lo siento —volvió a excusarse Jaimie. Godoy lo cogió de un brazo y lo
sacó de la cocina—. ¿Cuándo regresa tu hermano a Noun Untouchable? —
preguntó, retomando el tema que le interesaba.
—Mañana mismo. Sólo estaba esperando por ti.
—¿Y su esposa, la MacBean, cómo está? Dicen que la maltrataron antes de
herir a Kiar. —Miró hacia atrás. La sierva ya no estaba, y él se olvidó del
incidente.
—Sí, eso dicen —contestó Godoy—. Mi cuñada es una mujer preciosa y
fuerte, y muy divertida. ¿Podrás creer que Kiar apenas le ha contado nada sobre
el clan?
—Tu hermano no es hombre que hable mucho… ¿Cuándo te marchas?
—Dentro de poco. —Se acercó a Jaimie con una sonrisa traviesa—. Tampoco
me gusta mucho este sitio.
Llegaron hasta el corredor de la segunda planta. Jaimie olvidó por completo
el percance de la cocina, y deseó fervientemente que su corta estancia en la
fortificación pasara desapercibida.
Kiar estaba esperándolos con impaciencia en su recámara.
Nerys se hallaba sentada en una fuerte y elegante silla de madera maciza con
base de cuero oscuro. De refilón, creyó ver a Annabella corriendo presurosa
hacia algún lugar de la casa.
Estaba en una sala contigua al gran salón, unas gigantes vitrinas repletas de
libros adornaban el sitio.
—Si me disculpáis. —Nerys se puso en pie e inclinó la cabeza hacia Roger,
conde de Norfolk, después hacia Isabelle—. Voy a buscar a mi esposo.
Isabelle y varias damas de la corte trataban de que se sintiera a gusto entre
ellas, e incluso la habían ayudado a confeccionar un par de vestidos con las
últimas tendencias y con los tejidos más suaves y finos que hubiera visto nunca o
hubiera llegado a pensar que existía.
Los nuevos tintes que las damas habían creado eran fascinantes, y todos esos
datos los llevaba apuntados en su mente con el único deseo de poder contárselo a
Bella. Esperaba que su amiga se encontrara bien en las tierras de McArthur,
ahora también las suyas, aunque también era probable que Robert de Bruce ya
hubiera pasado por allí para recoger a su esposa.
Roger, un hombre amable, de sonrisa agradable, se incorporó a su vez,
despidiéndola.
Nerys se tomó del ruedo del vestido y caminó por donde Annabella acababa
de desaparecer. Por el rostro de su hermana, la adivinó furiosa y la conocía
demasiado bien como para no percibir que había ocurrido algo.
La encontró cerca de la alacena, donde una sirvienta le tendía una falda.
—¡Annabella! Te he visto cruzar el salón, ¿ha pasado algo? —Miró las ropas
mojadas que se estaba quitando—. Debes fingir que eres una sierva —miró a la
que verdaderamente lo era y le sonrió con dulzura antes de volver la vista hacia
su hermana—, pero no tienes por qué hacer su trabajo.
—Lo sé —gruñó—, ¡menos mal que dentro de poco marcharemos a las tierras
de Surrey! —Annabella despidió a la criada con un movimiento de mano—. ¡Por
Dios! ¡Mira cómo me he puesto!
—¿Qué ha ocurrido?
—Un imbécil que ha pasado por la cocina. Ha debido ver gracioso tirar los
desperdicios en medio del suelo. Iba cargada con agua y se desparramó por todos
los sitios.
—¿Y no te has comido al pobre hombre? —bromeó, abrochando la falda de
su hermana al tiempo que ocultaba una sonrisa.
—¡Ja! Al pobre hombre —repitió, enojada, recordando brevemente los ojos
azules del sujeto—. Me he quedado con las ganas. Es uno de esos guerreros, tan
fuerte como tu esposo. ¡Un absoluto maleducado!
—¿No se disculpó? —frunció el ceño.
Annabella se encogió de hombros con indiferencia y estiró su falda limpia.
—No lo sé. Ni le presté atención —respondió, altiva—. ¿Quieres que haga
que te preparen un baño, Nerys?
—¿Por qué no dejas de protegerme y cuidarme en todo momento, Annabella?
Voy a estar bien, y sabes que Kiar no me quita la vista de encima durante la
mayor parte del tiempo. Estoy empezando a agobiarme de estar aquí. Espero que
Jaimie no se demore mucho más en llegar y podamos marcharnos.
—Ahora que lo dices, encuentro algo nervioso a tu hombre. ¿Ha ocurrido
algo entre vosotros?
Nerys la observó en silencio unos segundos, luego la tomó del brazo y la
llevó a una esquina del cuarto.
El lugar se hallaba iluminado por dos candelabros que daban más risa que luz.
Desde luego, en Brodick la iluminación no destacaba por ser de las mejores. Los
corredores casi siempre estaban a oscuras, y el mismo Balliol cargaba una mecha
cuando se iba de un lado del castillo al otro.
—Kiar está confundido —le confesó en un susurro—. Siempre ha sido amigo
de Carrick, y siente que su fidelidad hacia él puede estar decayendo. No es que
haya dejado de apreciarle, ni mucho menos, pero me refiero al asunto político.
No sé si me entiendes.
—Claro que sí, Nerys, lo comprendo perfectamente. El puesto que cubre tu
esposo es muy importante, y es difícil tomar partido por la amistad de Bruce o
por la lealtad que siente hacia nuestro rey.
Annabella no había podido explicarlo mejor. Los últimos días, Kiar se había
sentido un tanto apagado, nervioso por la llegada de Jaimie, y deseoso de
escapar de allí y regresar con su gente.
La llegada de Godoy sólo había servido para perder la paciencia que le
restaba.
En Noun Untouchable había corrido la noticia de que el señor McArthur
había muerto, elevando una polvareda demasiado alarmante. Los hermanos de
Kiar incluso se habían preparado para levantarse en armas y asediar las tierras de
Surrey. Suerte que los enviados llegaron a tiempo de informarles sobre la farsa.
Pero la propiedad ya estaba alterada de tal manera que se reclamaba la presencia
del Laird con urgencia.
—He intentado convencer a Kiar de que no te deje marchar —le dijo a
Annabella—. Puedes venir conmigo mientras mi esposo se encarga de ellos.
Podrías comenzar una nueva vida a mi lado y…
—Nerys, no.
—Hermana, yo también quisiera ir y no tener que dejarte sola. Ahora que te
he encontrado no quiero volver a perderte —no pudo evitar que su voz temblara,
emocionada—. Annabella, no tienes por qué hacerlo —le suplicó con
insistencia.
—Sí tengo que hacerlo —afirmó rotundamente—. Nerys, Nerys —le acarició
las mejillas con ternura—. Yo… iba a casarme —tragó con dificultad y luchó
contra las lágrimas, haciendo acopio de fuerza—. Yo tenía un futuro, un sueño
que compartía con Evans. Íbamos a tener varios hijos a los que veríamos crecer.
Una boda por todo lo alto. Una casa elegante, la más envidiada del condado. —
Agitó la cabeza, perdida en los recuerdos. Aún podía ver a sus pies las cabezas
ensangrentadas de su padre y de su prometido. Se habían reído a mandíbula
batiente mientras su joven cuerpo era ultrajado y violado por los indeseables
hombres de Thomas de Luxe. Su vida llena de ilusiones y sueños infantiles
murió esa misma noche, junto con su familia—. Déjame que lo haga, Nerys, y
no me lo reproches, por favor.
Nerys se abrazó a ella con fuerza. De haber visto todas las imágenes y
palabras que Annabella trataba de ocultarle, el afán de venganza la hubiera
cegado.
—Cuando llegue el día —musitó Nerys contra la oreja de su hermana—, Kiar
y yo estaremos allí.
Annabella se apartó para mirarla entre lágrimas. Sonrió, divertida.
—Tu esposo no te llevará con él.
—Lo hará —prometió Nerys, convencida—. Lo hará.
31
—Su excelencia quiere que sepáis que saldréis mañana temprano hacia las
tierras de su pariente.
Annabella dedicó una gran sonrisa a la dama que la informaba. ¡Por fin
saldrían de allí! Eso sólo quería decir que el hombre de Kiar había llegado.
¡Bien!
Estaba contenta porque el momento que tanto esperaba se iba acercando, pero
la compañía de uno de esos guerreros lograba retraerla un poco.
Nunca le habían gustado los hombres grandes. Todos tenían aspecto de ser
rudos y se aprovechaban de sus descomunales cuerpos para imponerse sobre los
demás. Edwin, su padre, fue el ejemplo más cercano que tuvo. A una voz de él,
todos los McBean, incluidos los niños, se ponían más tiesos que un palo. Con su
sola presencia lograba amedrentar al más valiente y hacer que los demás, a su
lado, parecieran insignificantes, pequeños.
Annabella debía de estar acostumbrada a ver aquellos cuerpos, pero nunca la
habían atraído. Mucho menos, después de que ocurriera la masacre en su hogar.
Los hombres de Sir Thomas eran guerreros fuertes, tanto como los McArthur.
Edwin no sintió mucha simpatía por Evans, el que fuera su prometido. Con el
tiempo lograron llevarse bien y apreciarse, pero Edwin, como padre que amaba a
sus hijos, no confiaba mucho en que Evans, con su cuerpo desgarbado y sólo
unos centímetros de altura más que Annabella, pudiera llegar a defenderla.
Ahora todo eso ya no importaba porque ni Evans, ni Edwin, ni sus parientes
existían.
¡Bien! Saldrían al día siguiente.
Reprimió un poco la alegría para compartirla con la pena de tener que
separarse de su hermana, una vez que bajaran de la barcaza. Pero Nerys le había
prometido que en el día señalado estaría allí, junto a ella.
Por un lado lo estaba deseando, por otro casi ansiaba que McArthur encerrara
a Nerys en una torre hasta que todo hubiera pasado. Pero ¿quién era ella, aparte
de su hermana mayor, para intentar obligarla a que se olvidara de todo?
Esa noche preparó las pocas pertenencias que se llevaría. Estaba tan nerviosa
que se veía incapaz de conciliar el sueño. Teniendo un viaje tan largo por
delante, decidió darse un baño; quizá así también le entraran las ganas de dormir.
En vez de mandar llenar una tina o preparársela ella misma, decidió coger una
suave manta y pasear hasta la pequeña cala de Brodick. A esa hora era imposible
que hubiera nadie por allí, y de paso se despejaría un poco, se permitiría
pensar… Y se despediría de la isla de Arran, donde había pasado los últimos tres
años trabajando en una de las posadas de la ciudad.
La luna brillaba con intensidad, reflejándose en las oscuras y tranquilas aguas
saladas. Una pequeña brisa acarició sus cabellos cuando se deshizo la trenza.
Escuchó el suave siseo de las olas al romper en la orilla, sus crestas brillaban
bajo la gran esfera, semejándolas a brillantes engarzados.
Los dedos desnudos de sus pies jugaron con la fina arena de plata.
La barcaza se vio obligada a dar varios viajes desde la isla de Arran hasta la
costa sudoeste. El conde de Norfolk llevaba cerca de cincuenta hombres, e
Isabelle alrededor de setenta y cinco. Un notable ejército que no pasaría
desapercibido.
El día había amanecido con un cielo azul, brillante y despejado. El sol
comenzaba a lucir, acariciando los campos con sus largos brazos de oro, e
iluminando las frías aguas del mar que se mecían en calma.
—¿Dónde está mi supuesta esposa? —preguntó Jaimie, entrecerrando los ojos
al hablar. Sentía como si la cabeza se le hubiera partido en dos porque había
abusado del alcohol la noche pasada. Pensó en la hermosa Molly, una de las
chicas de la posada con la que había estado retozando hasta hacía poco más de
media hora. Seguro que ella lo había obligado a beber más de la cuenta… O tal
vez no. No podía recordar nada de lo sucedido en la noche. Nada, excepto la
escena de la orilla de la playa, de la silueta definida de la sirena.
Se frotó la frente, tratando de aliviar el sopor y la pesadez. Era demasiado
rápido para viajar aún, ya le había advertido a Kiar McArthur que necesitaría un
par de días al menos, pero se le había denegado la petición.
Kiar buscó a Annabella con la vista. Acababan de desembarcar y todos
estaban medio listos para emprender la marcha. La encontró junto a Nerys.
Ambas, al borde de la costa, observando en silencio el castillo de Brodick.
—Tengo que advertirte que cuides de ella —musitó Kiar.
—Pensé que querías que la protegiera —le dijo, confundido. Le dolía tanto la
cabeza que hasta su propia voz lo molestaba.
—Eso también —contestó, señalándola con la barbilla—. Es la hermana de
mi esposa.
Jaimie supo quién era antes de verla. Hermana de Nerys. Sintió una repentina
excitación al recordarla entre las oscuras y frías aguas. Molly no debía haberse
esforzado lo suficiente; no era normal que, después de pasar una noche de sexo,
con tan sólo pensar en la sirena, aquella parte de su anatomía se levantara lista
para entrar en batalla de nuevo.
Observó a las jóvenes. Ambas tenían una altura similar. Quizá Nerys fuera
más delgada, y no tuviera los pechos tan generosos como la hermana, pero el
parecido era importante. Cabello cobrizo y miembros esbeltos y delgados.
Annabella se giró y entonces Jaimie se quedó perplejo.
—¿Es ella? —preguntó. Por una fracción de segundo sus ojos azules brillaron
con admiración. Pero entonces ella le devolvió una mirada cargada de desdén.
Kiar se enderezó y, casi con brusquedad, observó a su hombre:
—¿Qué diablos le has hecho?
Recordó el incidente de la cocina y maldijo entre dientes. ¡Mierda! El dolor
de cabeza era terrible y las ideas flotaban en su mente confusa.
Nerys aún no había descendido del corcel cuando vio por fin a Kiar. Lo
saludó con la mano pero él no debió verla. Sin embargo Nerys sí lo había visto…
¡qué casualidad que ambos fueran al mismo lugar!
33
La semana paso con una calma relativa. Por un lado Briggitte puso el grito en
el cielo cuando descubrió que el MacBean la llevaría hasta Inverness, sin
embargo, partió hacia allí.
La despedida de su hermano George fue muy emotiva. Nerys fue la primera
vez que vio a su esposo tan emocionado. Emocionado y preocupado, George le
había confirmado que era cierto. Su corazón se apagaba con cada latido, con
cada pena… con cada alegría.
Briggitte amaba a su hermano, Nerys no podía negarlo, pero no por ello se
dejó engañar como los demás. Sus lágrimas de cocodrilo no eran más que pura
fachada en un intento porque Kiar cambiara de opinión. Quizá con la macabra
idea de que George recayera en ese preciso momento debido a las fuertes
emociones.
Nerys sabía lo que eso supondría. Una culpa constante para Kiar. Pero George
era fuerte y luchaba por mantenerse en pie. Ni su rostro ni su cuerpo hablaban de
enfermedad.
Por otro lado, los condes de Mar regresaron a su hogar con la firme promesa
de volver. La tristeza de que sus protectores se marchaban tan lejos, se vio
compensada con la llegada de Douglas que repentinamente partió al día
siguiente con Briggitte.
Nerys se propuso recorrer todas las casas de la aldea para presentarse y
ofrecer ayuda. En MacBean, su madre lo hacía siempre, todos la habían adorado.
Nerys quería parecerse a ella. Estar pendiente de su esposo y sus hijos mientras
estuvieran en casa, ayudar a su gente y compartir sus risas, sus peleas, sus
chismes. Apoyar a Kiar y que sintiera que ella estaría allí siempre, decidiera lo
que decidiese. En el campo político, claro, porque en lo demás quizá debieran
luchar un poco. Ambos eran muy cabezones y a veces sus ideas discrepaban,
pero hablando con coherencia y razón, Nerys acababa convenciéndole de casi
cualquier cosa.
Los nombres y las caras de todo el clan se acumulaban en su cabeza, sobre
todo cuando añadían: «soy primo de tu esposo», «soy el sobrino de Fulanito de
Tal, y Menganito de Cual». No eran todos parientes directos, había esposas y
esposos que venían de otros clanes, nómadas que después de recorrer varios
lugares habían acabado instalándose en Noun Untouchable.
Había contado al menos siete hermanos de Kiar legalmente reconocidos. El
menor era un encanto. Un varón de quince años que entrenaba con los guerreros
y tenía el sueño de convertirse en arquitecto. Era muy charlatán y divertido. Se
parecía muchísimo a Kiar, pero diez años más joven. Margarita era la única hija
y estaba a unida al clan Ferguson. Decían que hacía visitas esporádicas sin
avisar. Era la única que no vivía allí. Godoy era el hermano que iba detrás de
Kiar y después otros cuatro que apenas se dejaban ver el pelo, excepto en las
comidas.
Los almuerzos y las cenas eran muy divertidos en el gran salón. Los
MacArthur contaban anécdotas que vivían y escuchaban y todos acababan
disfrutando entre risas de las veladas. Alguno se escabullía de vez en cuando por
haber quedado en ver a alguna damisela. Nerys estaba encantada. Siempre se
enteraba si a Godoy le gustaba esta moza o aquella, y le encantaba pincharle,
algo en lo que Kiar la apoyaba.
No habían vuelto hablar de la cala de los acantilados, pero a Kiar no se le
olvidaba la conversación y de vez en cuando le recordaba que la llevaría a la
playa. Nunca encontraba tiempo, pero Nerys sabía ser paciente.
Casi todas las tardes al ponerse el sol pasaba a visitar a George. Su vivienda
era una de las más céntricas de la aldea.
Siempre lo encontraba detrás de un gran escritorio con documentos
pulcramente ordenados. Unas veces Nerys lo ayudaba, y se sentaba a su lado
otras y le daba conversación. Le pedía que le hablara de los MacArthur cuando
eran pequeños y del pueblo. George estaba encantado de recibirla. La dulce
muchacha no había tardado en penetrar en su corazón desde el momento en que
se la presentaron. La sinceridad en los ojos verdes, la sonrisa honesta y franca
que siempre pintaba su boca…
—…y seguramente que esta noche vayan todos a cenar. Podíais ir George.
Será muy divertido…
—De verdad que no, mi señora…
—Nerys —le interrumpió. Lo hacía cada dos por tres hasta que George
desistiera y la tuteara. Después de todo eran familia.
—La señora Tiata me invitó y yo le dije que sí —prosiguió como si no la
hubiera escuchado —Solemos comer juntos. Aunque… —se calló abruptamente
y todo quedo en completo silencio.
—¿Qué os pasa? ¿Por qué os habéis callado? —preguntó Nerys observándole.
George agitó la cabeza.
—¡Estoy harto de que me traten como si fuera un enfermo!
—¿Quién hace eso? ¿La señora Tiata? —Nerys frunció el ceño—. Pues a mí
no me lo pareció cuando ayer os dijo «apartad de ahí, patán so bruto». —George
la miró con una sonrisa en los labios.
—¿Estabais atenta?
—¡Pues claro! —rio, moviendo los ojos traviesamente—. Es normal. Ella está
sola, vos… también.
—Sois… mala —dijo, bromeando. Se quedó pensativo y asintió—: Pero sí.
Toti me trata como si fuese un chiquillo…
—¡No digáis tonterías! —Se rio Nerys—. Os estáis volviendo viejo.
—Chiquilla, ¿qué puedo ser, diez años mayor que vos? —George soltó una
carcajada. Nerys no hacía más que tomarle el pelo, y él disfrutaba siguiendo sus
juegos.
Pero aquellos diez años eran como veinte o más. Sus movimientos eran lentos
y cansados. Su respiración demasiado sibilante cuando hacía algún esfuerzo. Sin
embargo, allí, en aquel momento, se lo veía tan fuerte y vigoroso que nadie
hubiera dicho que estaba enfermo.
—¿Y ya habéis terminado de recorrer las lindes? —preguntó George,
cambiando de tema. Nerys supo que por muy bien que se llevaran, todavía no
había confianza para que él le contara sobre sus amoríos con la señora Tiata.
—Casi toda. —Ella se encogió de hombros— …como Kiar no deja que me
acerque al acantilado, eso me lo perderé. ¿Sabéis por qué no le gusta a mi esposo
ese lugar?
George asintió y se cruzó de piernas. Se cubrió con la manta cuando ésta se
echó a un lado con el movimiento.
—Su madre se lanzó desde allí.
Nerys abrió los ojos con horror, y George pasó a relatarle que se había
suicidado por no considerarse amada. Le contó sobre el antiguo laird que
prefería las batallas y el jolgorio antes que a su propia familia.
Estaba Nerys digiriendo todo aquello cuando Kiar entró como un rayo en la
casa, y apoyando las manos en el respaldo de una alta silla, clavó los ojos en
George:
—Se acerca un ejército de al menos doscientos individuos —dijo—. He
enviado hombres a que me traigan los datos exactos.
Nerys se levantó, mirándolo:
—¿No pueden ser la comitiva de su excelencia? Quizá hayan decidido
venir… —dejó de hablar cuando Kiar negó con la cabeza.
—No puedo estar seguro. Es lo que pensé.
—¿No han enviado a ningún emisario? —preguntó George, extrañado.
Kiar volvió a negar.
—¿Cuándo llegarán?
—Tres días, cuatro a lo sumo.
Nerys se acercó a Kiar y le tomó la mano con fuerza. Él le devolvió una
mirada de plata cargada de preocupación.
—¿Y no tienes ni idea de quiénes pueden ser? ¿Amigos? ¿Ferguson? —
insistió Nerys.
—Quién sabe. Pero amigos que viajen con un ejército tan grande… —Hizo
una mueca negativa con los labios—. Por si acaso, voy a enviar hombres al
extremo norte, y varios en busca de la comitiva de la reina.
George asintió. No era una buena señal que un ejército tan grande no enviara
a un emisario para ir abriendo camino.
Jaimie paseó furioso bajo el estrecho claro de luz. No podía quitarse las
palabras de Annabella de la cabeza y sentía que le iba a estallar en cualquier
momento. ¡Por Dios! ¡Thomas un asesino! ¡Ja! Pero ¿a quién se le había
ocurrido esa idea tan extravagante? Thomas, ni más ni menos.
Golpeó con fuerza un canto rodado y éste chocó contra el tronco de un grueso
árbol, produciendo un sonido seco como el quiebro de una rama. Varios pájaros
abandonaron su nido con prisas.
Thomas era una persona buena, tranquila. Desde siempre había evitado
problemas y conflictos. Era el hermano de su madre y, cuando ella falleció, se
hizo cargo de él.
Habían compartido risas y preocupaciones. Lo había obligado a leer y a
escribir. Lo había acogido de la misma manera que lo hubiera hecho con un hijo.
Era totalmente inconcebible la idea de que él fuera quien mandó aquellas
muertes. ¡No!
Ni siquiera el aspecto de Thomas era amenazante, ni su amabilidad, ni su
talante. Jaimie ni siquiera lo recordó enfadado alguna vez, y de ser así, lo
hubiera escondido tras una fachada de paciencia y educación.
No tenía ni idea de dónde había sacado esa arpía esas ideas, pero lo
averiguaría. No pensaba dejar las cosas así.
Su tío tenía derecho a defenderse de las graves acusaciones que se vertían
contra él.
¡Si es que no tenía lógica! El ejército que Thomas poseía era porque Kiar y él
habían insistido mucho, debido al gran número de bandoleros que últimamente
asaltaba las propiedades. Casi todos los hombres de su caballería eran
mercenarios contratados en las tabernas o en los puertos, por lo que Thomas ni
siquiera entrenaba a su propio ejército. ¡Odiaba la guerra!
Cuando Jaimie contaba con diecisiete años, Thomas le ofreció la posibilidad
de entrenar con los mejores: Balliol, Carrick, e incluso Eduardo. Sin embargo,
uno de los clanes más antiguos que no solía entrar en disputas, a pesar de contar
con los mejores guerreros, fue el de McArthur.
El mismo George McArthur lo había enviado a entrenar con sus hijos,
acogiéndolo como su pupilo. Había estado codo con codo con Kiar, Godoy… Se
consideraba uno más de la familia.
George MacArthur murió y Kiar se hizo cargo de todo el clan con la ayuda de
su medio hermano bastardo. Jaimie pudo haberse marchado, sin embargo su afán
de lucha y superación lo convirtió en un McArthur más, y Thomas lo había
sabido entender perfectamente.
Ahora seguían viéndose de vez en cuando. Jaimie aprovechaba siempre que
podía para pasarse por sus tierras y saludarlo. Era sangre de su sangre.
Se frotó el rostro, presionando la frente con dos dedos. Por otro lado… ¿Por
qué la McBean iba a mentir? ¡Si le hubiera dicho cualquier otro, ni siquiera lo
hubiera cuestionado! Pero, ¿Thomas?
Con paso firme atravesó el campamento, andando directamente hacia la
joven.
Annabella lo vio venir y se encogió debajo de la gruesa capa que cubría su
cuerpo. El rostro del hombre era como una fría mascara de movimientos
imperceptibles.
—Escuchad. —La tomó del brazo y la hizo levantarse del tocón sobre el que
se hallaba sentada. La llevó entre las sombras, alejándose de las miradas de los
demás hombres—. Thomas está sólo a medio día de aquí. —Ella se encogió y su
labio inferior comenzó a temblar. A Jaimie le hubiera encantado gritarle a la cara
para que se diera cuenta de lo equivocada que estaba, sin embargo los ojos
verdes lo miraban, aterrados. Como si él fuera un asesino o criminal, un
monstruo. Le dolió porque nunca le había dado muestras de comportarse de
forma grosera—. ¿Os apañaréis sola en las tierras de Surrey hasta que regrese?
Annabella hizo acopio de valor y elevó el mentón con altivez.
—¡No me hacéis falta, McArthur! Y de haber sabido que Thomas era vuestro
tío… nunca…
—¿Lo conocéis? ¿Habéis hablado con él alguna vez? —Sin darse cuenta,
Jaimie le apretó el brazo más de lo debido, y ella, con una mirada furiosa, se
deshizo de sus manos.
—La pregunta es: ¿hace cuánto que vos no lo veis? —Annabella cogió aliento
y se alejó otro poco de él—. Thomas ha frecuentado la casa de mis padres en
bastantes ocasiones los últimos años. ¿Por qué vos no habéis ido nunca?
Jaimie la observó con ojos dilatados, intentando averiguar si eran ciertas las
palabras de la muchacha. Thomas con McBean. No era amigos, pero tampoco
enemigos.
—¿Qué pruebas tenéis de ello? ¿Vos lo visteis personalmente?
Annabella asintió.
—Él dio la orden para que nos llevaran a las mazmorras de Surrey.
—¿Os llevaran?
—Sí, había varios siervos —se encogió de hombros—, nos separaron y no
supe qué pasó con ellos.
Jaimie se cubrió la mano con la boca, en actitud pensativa. ¡Por mucho que
Annabella dijera era incapaz de creer!
—Hablaré con él.
—¿Y os contara toda la historia? —La muchacha intentó sonreír con cinismo,
pero los fríos ojos azules de Jaimie se lo impidieron. Dio un paso atrás. Si antes
había tenido miedo al hombre por su corpulencia, ahora sentía pánico al saber
qué clase de sangre corría por sus venas. Él arqueó las cejas—. Decidle que
Warenne ha confesado. —Annabella se apretó más contra su capa y asintió—.
Os esperaré aquí.
Jaimie miró la oscuridad del cielo con indecisión. Si forzaba al caballo, podría
estar de regreso en Surrey justo cuando llegara la comitiva.
—Espero que os portéis bien —le dijo con un frío glacial en su voz—.
¿Sabéis usar el cuchillito que guardáis en la bota?
—¿Queréis probar? —Los ojos verdes brillaron con decisión, ocultando el
miedo que sentía.
—No. Guardad fuerzas para cuando regrese.
—… si regresáis. —Annabella le dio la espalda con altanería, y se acercó a
una de las hogueras que recién alguien había atizado.
Jaimie la siguió con la mirada, todavía pensando que Annabella no tenía
ningún motivo para mentir.
Los ojos verdes barrieron una vez más los mares de pradera floreada que se
extendían desde los muros hacia los páramos.
Kiar le había asegurado que era imposible que nadie cruzara los límites sin su
permiso y debía creer en él. Pero era tan complicado pensar que alguien pudiera
estar preparándose para atacarlos que la angustia le latía constante en la boca del
estómago.
Nerys no quería ni pensarlo. Tantas gentes inocentes… Niños, jóvenes,
hombres y mujeres.
Se acercó hasta la cama para sostenerse en un poste.
¡Que no tuviera miedo!, le habían dicho los McArthur ¿Y cómo se hacía eso?
Respiró con velocidad y creyó marearse. Sus manos temblaron y un sudor frío
envolvió su nuca, descendiendo por la espina dorsal. Terror. Miedo, tanto o más
que aquel que había sentido hacía años.
Sus recuerdos revivieron los gritos, el humo, el crujido de la madera siendo
devorada por el monstruo de fuego que los cubría. Sintió piedras cayendo a su
alrededor, el choque de los claymors… y más gritos. Unos pidiendo ayuda, y
otros pidiendo guerra; unos liberando el miedo, y otros espirando su último
aliento.
Kiar la encontró hecha un ovillo sobre el suelo. Cubriéndose los oídos con las
manos y con los ojos fuertemente cerrados. Jadeando.
—Nerys, Nerys. —La cogió entre sus brazos, susurrando contra su frente—.
Estoy contigo —musitó. La colocó con delicadeza sobre la cama y se echó sobre
ella, tratando de calmarla—. No pasa nada. Todo va bien. Ya sabemos quiénes
son. —Le acarició el cabello con paciencia.
Ella lo miró, desorientada por unos segundos, sin entender qué había
ocurrido.
—¿Qué ha pasado, mujer? ¿Te has mareado? —Kiar seguía susurrando para
no alterar la paz del dormitorio. La preocupación se reflejaba en el fuerte rostro.
Nerys asintió y se aferró a su cuello con fuerza, aplastándolo contra ella. Su
corazón todavía latía acelerado. Aún sentía el frío sudor de su cuerpo, y tragó
varias veces para no vomitar.
—¿Sabes quién es? —preguntó ella, un poco más aliviada, intentando respirar
con normalidad.
—Sí. Ha enviado al emisario, es un amigo de la casa. Viene a conocerte. Lo
raro es que nunca había venido tan preparado. —La besó en la frente—. No
debes preocuparte, mujer. Te he dicho que, aunque vinieran por las malas, no
tendrían nada que hacer.
—Sé lo que me has dicho. —Se incorporó, quedando sentada en el colchón
—. Mi padre también decía lo mismo; claro que se suponía que no debían
atacarnos porque no teníamos enemigos.
Kiar se levantó y caminó despacio hacia el arco de la ventana, pensando cómo
decir las cosas sin ofender a Nerys ni a su familia.
—Tu padre no estaba tan entrenado ni preparado como yo.
Nerys no pudo responder a eso porque seguramente Kiar tuviera razón.
McBean no era tan grande como Noun Untouchable, ni había poseído nunca
tantos hombres. Si hasta en las casas de la aldea McArthur las triplicaba, eso sin
contar los numerosos edificios y almacenes.
Recordó incluso el día en que le dijo a Kiar que los McBean poseían pocos
caballos. En Noun Untouchable cada caballero tenía el suyo, y ella misma poseía
su propio corcel, cosa que en McBean jamás se le hubiera pasado por la
imaginación.
—Pero yo no puedo evitar sentir miedo —le dijo con voz temblorosa. Kiar se
giró para mirarla desde la ventana. El sol bañó sus largos cabellos castaños—.
Cuando pienso en lo que sucedió. —Hizo una pausa y su mente regresó de
nuevo a aquella noche—. Me asustaron las voces fuertes, mi padre gritaba en el
salón, y la mayoría nos levantamos de la cama para ver qué ocurría. —Tragó con
dificultad y lágrimas de dolor anegaron sus ojos—. Mis primas, Annabella y yo,
nos quedamos en un rincón esperando a que mi madre saliera del cuarto.
«Esperad aquí», nos dijo. Lo siguiente que recuerdo fue a mi padre gritándonos:
«corred a la despensa». «Todas juntas corred a la despensa.» Me miró. —Nerys
sollozó y Kiar se acercó hasta los pies de la cama—. Me dijo: «Nerys, no
desobedezcas ahora.» —Agitó la cabeza, ya sin tener ningún control sobre sus
lágrimas, que rodaban pos sus mejillas—. No quise desobedecerlo, pero lo hice.
Perdí a… iba tras Annabella… —Kiar se sentó a su lado y la arropó entre la
calidez de sus brazos.
—Ya no importa, Nerys. —La obligó a mirarlo, poniendo un dedo bajo la
barbilla.
—Si Douglas no me hubiera sacado de allí… No sé qué habría…
—Ni lo sabes ni lo sabrás nunca. Yo aprendí hace mucho tiempo a ver las
cosas buenas y positivas que nos hacen bien. —Se encogió de hombros—. Quizá
por eso siento debilidad por comprar todos estos artefactos, como tú los llamas,
que tanto nos divierten. Porque tenemos que dejar paso al futuro. No podemos
seguir reteniendo los años por mucho que queramos. Debemos olvidar.
Nerys lo miró con una media sonrisa. ¡Y lo decía él, que le había prohibido ir
al acantilado! No dijo nada. No quería herirlo y hacerle recordar cosas malas
cuando ella estaba deseando olvidar las suyas.
—Intentaré no volver a tener miedo. —Mientras él hablaba, ella había dejado
de llorar y se estaba retirando las lágrimas con el puño de su vestido.
—Sé que eso es difícil, Nerys. Pero debes confiar en mí cuando te digo que a
mi lado estás segura.
—Sí, mi señor —carraspeó—, ¿y bien? ¿Quiénes son los visitantes?
—Es un antiguo amigo de la familia. El tío de Jaimie. Te va a encantar, es un
hombre muy agradable. —Le tendió la mano y Nerys se levantó de la cama,
dejando atrás el susto y el miedo.
—Le diré a Sonsilia que prepare sus habitaciones.
Kiar asintió.
—Te ves muy pálida, mujer. Deberías descansar un poco. —De improviso, el
hombre capturó su boca con un beso húmedo antes de marcharse del dormitorio.
37
Nerys dejó que Sonsilia le colocara una tiara de zafiros sobre su cabeza. El
vestido azul con ribetes plateados se ajustaba a su pecho con demasiada
estrechez.
—Mi señora… —La doncella luchó contra los diminutos botones de la
espalda—. No quiero ofenderos, pero… estáis engordando.
Nerys bajó la vista hacia sus senos. El escote con forma de V era recatado, sin
embargo asomaba por él la parte superior de sus pechos.
Cary la observó mientras le entregaba unas delicadas zapatillas de satén.
—Ojalá fuera un hombretón, mi señor se pondría muy contento, aunque una
niña estaría muy bien. Desde que se fue Margarita la falta de una mano femenina
se hace notar.
Nerys se mordió el labio con preocupación y se giró varias veces ante el
espejo para mirarse desde todos los ángulos. El pecho se le había hinchado
considerablemente.
Se pasó la mano por el vientre plano esperando encontrar algo más que le
confirmara lo que Cary estaba diciendo. Desde luego no necesitaba mucha
confirmación: se estaba acostando con un hombre, y entre un hombre y una
mujer tener un bebe era de lo más normal.
—A mí también me gustaría que fuera un varoncito —respondió ella con
temor—. Por favor, no quiero que esta conversación salga de aquí hasta que no
se hayan solucionado las cosas. No quiero dar otro motivo de preocupación a mi
esposo y mucho menos que Sir Thomas lo sepa. Podría aprovecharse de ello para
hacernos daño. —Miró a Sonsilia y a Cary con insistencia—. ¿De acuerdo?
—Entendido, mi señora. —Sonsilia hizo como si se cosiera la boca, Y Cary
fingió taparse los oídos.
Sonaron golpes en la puerta y una de las siervas corrió abrir. Kiar entró
nervioso. Vestía el plaid más nuevo que tenía, sin embargo, esta vez no llevaba
debajo más que su propia piel desnuda. Una capa larga oscura caía sobre uno de
sus costados rozando el suelo a su paso. Rodeando el duro musculo del brazo
descubierto tenía un brazalete de oro con un rubí bastante grande.
Su porte altivo estaba envuelto en un aire de fortaleza, su llegada al
dormitorio fue como un presagio de cuál sería su comportamiento aquella noche.
Nerys le observó con admiración, cada vez lo encontraba más hermoso. Más
deseable, tanto que comprendió por qué, con solo, un vistazo sus instintos
sensuales despertaron. No era lo normal, al menos eso es lo que Nerys creía o le
habían dicho. Siempre había tenido la creencia de que el hombre debía llevar la
iniciativa pero le gustaba tanto ser ella la que lo excitara y le arrastrara hasta la
locura, que de no haber estado ninguna de las siervas se habría lanzado sobre él
para hacerle el amor.
Debía de estar loca por pensar en algo así en un momento como aquel. Dentro
de poco estallaría el caos, o quizá no, sin embargo, allí estaba su mente
calenturienta y sus ávidos ojos recorriendo a su esposo de arriba abajo como si
se tratara de un dios.
Kiar se había detenido ante ella con ojos brillantes de orgullo.
—Estás muy hermosa. —Su mirada se inmovilizó en los senos y descendió a
las caderas para subir haciendo el mismo recorrido—. La mujer más bella que
haya conocido.
Nerys le sonrió azorada.
—Tú también estás muy guapo, mi señor.
Sonsilia y Cary se retiraron a la sala del baño con discreción.
Kiar abrió un paquete de formas irregulares y le mostró un capote igual que el
suyo. Una prenda de piel roja como la sangre. Las telas y los tonos eran
idénticos, sin embargo el que le mostraba tenía un cuello alto que cubría la nuca
y caía hacia atrás en una larga cola.
—Perteneció a mi madre como esposa del Laird. Para nuestra gente y para mí
sería un honor que la usases.
Nerys acarició la prenda con la punta de los dedos, era muy agradable y suave
al tacto. Asintió y se dio la vuelta para que él se la colocara, luego corrió al
espejo para admirarse.
Se veía elegante, señorial.
—Perfecta —dijo Kiar.
Nerys se dio cuenta de que desde que había llegado no había sonreído ni una
sola vez. Se acercó a su lado y le tomó la mano.
—Todo va a salir bien, amor, me lo has dicho mil veces.
—A una señal mía saldrás…
—Te lo prometo Kiar. Guiaré a los que pueda por las cuevas. —Sus labios
temblaron ligeramente—. Pero no hará falta. En cuanto sus hombres se duerman
no habrá peligro.
Esta vez Nerys no fallaría a nadie.
Los señores de Noun Untouchable descendieron las escaleras al mismo paso.
Una multitud de ojos se posaron sobre ellos desde el vestíbulo.
El gigante guerrero guardián de Escocia y su delicada dama de formas finas y
hermosa elegancia, desafiaron al mundo con expresiones serias y orgullosas.
Un mar de rostros les dio la bienvenida entre gritos de alboroto. Kiar llevó a
su esposa directamente a la mesa y el resto de invitados se apresuró a tomar
asiento.
Los sirvientes corrieron de un lado a otro rellenando las jarras de vino,
colocando bandejas con asados y verduras, pudines y pasteles.
Las gaitas sonaron y varios artistas les hicieron reír y sorprenderse con sus
habilidades.
Los hombres reían y charlaban y entre bastos brindis, el vino caía salpicando
por todos lados.
La sala estaba muy bien iluminada, los candelabros de pie y las lámparas del
techo brillaban con todas las mechas encendidas y sobre los muros danzaban las
llamas desde los apliques.
Sir Thomas se encontraba a la izquierda del laird y Nerys a la derecha, de ese
modo no podían entablar conversación ninguna.
Nerys estuvo bastante tiempo con Kiar pero finalizando los alimentos se
retiró a otra mesa situada más cerca de las cocinas. Una mesa destinada solo a
mujeres, parientes MacArthur que habían escogido sus mejores galas para la
ocasión. Algunas vivían en la propia fortaleza bajo la protección de su esposo,
las había solteras que esperaban que Kiar les concertara un buen matrimonio,
viudas que se habían dado por vencidas en el amor y se pasaban la vida entre
costuras, mujeres de otros guerreros… En definitiva, todas conocedoras del plan
de MacArthur y todas con los nervios a flor de piel. De ella dependía mucho que
nadie se diera cuenta de las intenciones del anfitrión y sus hombres.
40
La luna llena se veía translucida, rodeada de una intensa aureola. Las nubes,
de formas indefinidas, brillaban plateadas atravesadas por los relámpagos.
La aldea estaba cubierta por una humareda oscura provocada por la fuerte
lluvia, que caía de forma continua, al apagar el fuego originado. Las llamas se
apagaron y por mucho que quisieron prender, solo lograron levantar el vuelo en
una profusión de chispas sin destino que barría el viento.
Los daños eran cuantiosos, ni siquiera la taberna al otro lado del pueblo se
había salvado. Una de las paredes había caído y el interior estaba irreconocible.
Los hombres de Thomas se habían ensañado con todo lo que encontraron a su
paso. Furiosos, ciegos de rabia al descubrir que, sin darse cuenta y ante sus ojos,
los habitantes habían abandonado sus hogares. Cuando comenzó la batalla en el
interior de la fortaleza, los McArthur se habían apresurado a cerrar el portón y
no les quedó más remedio que, o bien intentar acabar con los arqueros, que
parecían una ristra de hormiguitas apostadas en los muros, o destrozar todo para
asegurarse de que nadie tuviera un sitio a donde regresar.
Los muebles despedazados se hundían en el barro, las ropas de cama hechas
jirones cubrían los suelos, ollas de hierro golpeadas, tapices abrasados… Todo.
La aldea desapareció en cuestión de segundos, pero ninguno de los asaltantes
salió con vida de allí. Los aliados esperaban, acechantes.
En la fortaleza, algunos grupillos seguían combatiendo con violencia pero era
un número bastante reducido.
Los sujetos que pretendían escapar de la casa eran abatidos por los Ferguson,
que se habían repartido por los muros.
En el amplio vestíbulo, las llamas comenzaron a incendiar los altos
estandartes. Las telas se zarandeaban con la fuerte corriente, y retazos envueltos
en fuego caían sobre el suelo formando charcos ardientes que los guerreros
trataban de esquivar.
Tanto el salón como la galería se hallaban ocupados por hombres que
luchaban fieramente. El choque estruendoso de las armas retumbaba en los
muros, acompañados por los desgarradores truenos del exterior.
Kiar, en el centro del salón, agitaba sus afiladas espadas con destreza. Llevaba
una en cada mano. La de la derecha atacaba, la otra la usaba como escudo,
parando algún golpe para acabar en la estocada final, y aunque no se detenía
porque aún quedaban atacantes, sus ávidos ojos buscaban constantemente a
Thomas, que por momentos desaparecía de su campo de visión. Sus ansias se
veían renovadas en cuanto volvía a encontrarlo.
Comenzó aprovechando la salida de Nerys. Tras ella, las discretas carreras de
los sirvientes, marchando del salón, debieron alertar a Thomas y a sus hombres.
Todo había sucedido tan rápido que Kiar no había podido cruzar ni una sola
palabra con el hombre.
Golpeó con el codo el rostro de un sujeto y clavó su frío acero en el pecho de
otro que intentaba alcanzarlo con un martillo de hierro macizo.
Con prisa se deslizó hacia el arco del vestíbulo donde Thomas se enfrentaba a
Cameron.
Perdió el aliento cuando el joven McArthur se derrumbó a sus pies, pero
Thomas no le dio tregua, le incitó con su arma.
La batalla pareció detenerse de repente y tan solo quedaron en el centro del
vestíbulo el laird y el cruel asesino, Thomas de Luxe, ambos concentrados
mirándose fijamente a los ojos.
—Déjamelo a mí —escuchó decir Kiar junto a él. No se volvió, no quería ver
el rostro de Jaimie; si lo miraba a la cara, él también sería incapaz de acabar con
su tío.
—No quiero luchar contigo, muchacho —le dijo Thomas a su sobrino—.
Ahora es tarde y debo terminar lo que vine a hacer.
—Lo harás después de acabar conmigo tío, o eso o te rendirás a McArthur. —
Con furia lo empujó, interponiéndose entre Kiar y él—. John Warenne ha
confesado todo. Lo has estado chantajeando para tus propios propósitos. Sabías
que iríamos a por él, pero confiabas en que no le diera tiempo a abrir la boca
para delatarte, ¿verdad?
—¿Qué quieres que te diga, muchacho? ¿Que me arrepiento? —Thomas soltó
el arma, que golpeó contra el suelo—. ¡No estoy arrepentido! —gritó—. Y tú,
muchacho malcriado y desleal, deberías ponerte de mi parte. Podría
convertirte…
—¿En un asesino? No, gracias —le respondió Jaimie con los dientes
apretados de rabia.
—¡Serías el señor de todo! La mitad de las Highlands me pertenecen. —
Ladeó la cabeza y sus ojos quedaron momentáneamente en blanco, al igual que
lo hiciera un loco que pierde la noción de la realidad—. Cuando termine de
nuevo con los McBean… claro.
—¡Hijo de puta! —Douglas se lanzó hacia él en un fiero alarido.
Kiar interceptó al muchacho, atrapándolo por los brazos.
—¡Estás loco, tío! ¡Mira a tu alrededor! ¡Mira! —Jaimie tomó la cara de
Thomas entre sus manos con fuerza. Deseaba gritar, pegarle o llorar. Quería
dejar de amar a esa persona que lo había sido todo para él; debía arrancárselo del
corazón sin pensar en cuántas veces había jugado con él, siendo niño. Hubiera
dado la vida por retroceder en el tiempo y haberse dado cuenta antes.
—Lo siento, muchacho —susurró Thomas cuando su puñal penetró en el
corazón de Jaimie.
Los discos azules se abrieron con sorpresa y dolor, incrédulos. Su mano se
aferró al cuello del delgado chaquetón de piel, aquella sería la última vez que
viera a su tío.
—Eres el ángel más hermoso que existe en esta parte del Edén.
Annabella dejó el atizador con firmeza, no quería que su pulso la delatara.
La habitación se hallaba débilmente iluminada y tan solo el chasquido de las
maderas al arder rompía el silencio.
—Sé que me has oído, Ángel —la llamó el hombre que se hallaba postrado en
la ancha cama endoselada.
Ella fingió ignorarlo y caminó hacia la cómoda donde descansaba una
bandeja de plata con un cuenco de comida y una copa.
—Pensaba que en el cielo me tratarían bien, pero me confundí.
Annabella se volvió hacia él con la copa en la mano.
—Será porque no moriste —le contestó con frialdad.
—¿Y por qué estás enfadada? ¿Deseabas que muriera?
—¡Deseaba que despertaras antes! Me has estado haciendo perder el tiempo,
como si me sobrara.
—No tenías por qué haberte quedado tú —respondió, recorriéndola con un
brillo divertido en sus ojos azules.
Annabella caminó hacia él con prisa. Furiosa.
—¡Vinimos juntos y me sentí obligada! Ahora estamos en paz.
Jaimie parpadeó varias veces.
—¿En paz? —repitió, arqueando las cejas.
—En el hogar de Surrey me salvaste de ese hombre —le recordó.
Jaimie suspiró.
—Si se hubieran tenido que quedar conmigo todas las personas a las que he
ayudado, posiblemente no entraran en la fortaleza.
—¡Ja! No cabrían en el corredor, pero en casa… ¿No los oyes? He tenido que
cerrar la puerta. —Era mentira, en el pasillo no había nadie, pero era cierto que
el primer día que todos pensaron que moriría, el corredor se había convertido en
un aterrador túnel plagado de gente. Incluso McArthur había pasado mucho
tiempo tras la puerta. Cuando el curandero les dijo que la hoja no había
profundizado, deteniéndose en una costilla, las personas se fueron marchando.
Según las palabras del sanador, solo era cuestión de horas o un par de días
que se despertara. Aquellos días se habían convertido en dos semanas, y
Annabella había desesperado pensando que no fuera a despertar nunca. Y ahora
que lo hacía, bromeaba.
Cosas como esas son las que recordaba y había echado tanto de menos en él,
pero no podía evitar sentirse enfadada.
—¿Por qué no despertaste antes? —Le entregó la copa para que bebiera un
poco de agua.
Jaimie la miró con una sonrisa imperceptible que ella no pasó por alto.
—Pues ahora ya estás despierto y perfecto. —¿Era cierto que su voz sonó tan
remilgada o solo lo creyó? Carraspeó, suavizando la garganta—. Yo me despido
aquí de ti. —Ignoró el hecho de que Jaimie bizqueara—. Me marcho con mi
primo y regreso a mi casa.
—Pero, ¿por qué? Me refiero… Creo que deberías esperar.
—¿Esperar? ¿El qué?
Jaimie trataba de pensar, se veía a la legua que no tenía un plan concreto.
Annabella se cubrió la boca con la mano, evitando que viera su sonrisa.
—Debo agradecerte lo que has hecho —respondió finalmente.
—¿Qué se supone que he hecho?
—Quedarte aquí… conmigo.
—No te confundas. Yo acabo de llegar —le dijo, sacudiéndose las faldas de
algo imaginario.
—¿Por qué eres tan mentirosa? —Cuando se sentó sobre el colchón,
Annabella vio la mueca de dolor que atravesó su hermosa boca.
—¡No estás muerto, guerrero, pero ha faltado poco! No deberías moverte así,
¿no será que quieres que se te abra la herida?
—Sí, ya me he dado cuenta —dijo, dejándose caer de nuevo hacia atrás.
Annabella corrió hasta él y le colocó un par de almohadones bajo la cabeza.
Era consciente de que los ojos de Jaimie la seguían por toda la habitación. La
ponían nerviosa.
Durante esos días lo había visto quieto, dormido.
Había ayudado a lavarle, le había mojado los labios con agua y lo había hecho
tragar sopas a las que ella llamaba agua sucia. Mientras había estado
inconsciente, lo había observado, lo había estudiado hasta el infinito. Sus rasgos,
la firmeza de la piel de su frente, su rostro cubierto con una barba oscura.
Conocía su cuerpo, sus músculos, hasta una extraña tobillera pintada sobre la
piel de uno de sus pies y, sin embargo, lo veía despierto y su corazón amenazaba
con escapar de su garganta.
—Te voy a confesar algo, Annabella. —Ella se acercó porque Jaimie había
bajado la voz de repente—. Desperté hace un rato. Escuché como lady McArthur
te hablaba.
Annabella no supo qué pensar ni cómo reaccionar. No recordaba en ese
momento la conversación sostenida con Nerys, pero posiblemente ella intentara
convencerla para que saliera de ese cuarto. Al menos, aquella semana había
abandonado más veces la recámara de Jaimie que la anterior. Deseaba ser ella la
primera persona que viese el hombre cuando abriera los ojos.
Por lo menos, tampoco estaba tan angustiada como cuando le dijeron que
había caído. Fue una sorpresa comprobar que Jaimie vivía, y Annabella se había
dedicado en cuerpo y alma a cuidarlo.
Jaimie podía haberse librado de todo esto. Ella estaba feliz por la decisión que
él había tomado. Orgullosa por el coraje que demostró al enfrentarse a su propio
tío por honor.
—¿Y por qué no lo dijiste antes? ¿Esta última hora has fingido dormir? ¿Por
qué?
—Porque tenía ante mí un exquisito ángel que me miraba amorosamente.
—¿Amorosamente? —Annabella soltó una carcajada y acabó sentándose en
la silla que había junto a la cama—. No sé por qué dices eso.
—Mejor eso que decirte que me das miedo cuando gritas. —Otra carcajada
—. Me gustas cuando ríes. Deberías hacerlo más a menudo. —Annabella se
prometió que lo haría, ¿o ya lo había hecho en otra ocasión? Jaimie suspiró y
buscó sus ojos con preocupación—. ¿Qué pasó con De Luxe?
La joven tragó con dificultad.
—Murió.
—¿Fue Kiar?
—¿Importa eso? —le preguntó, nerviosa. McArthur había dicho que si Jaimie
no preguntaba quién había sido el ejecutor, que nadie le dijera nada.
—No lo sé —respondió con voz apenada. Annabella lo vio como un
adolescente a punto de llorar, e incluso trató de leer en sus ojos azules. Se sentó
en el borde de la cama y le apoyó las manos en los hombros. No lloraba, pero el
dolor que reflejaba era tan profundo que ella sí sollozó. Fue lo único que le hizo
falta a Jaimie para que rodeara el cuerpo de Annabella y desahogara su llanto en
ella.
¡Quién habría pensado que el único hombro en el que querría llorar estaba
dispuesto para él!
Los minutos corrieron en silencio, excepto por los gimoteos de la muchacha.
Sabía lo horrible que debía de ser para Jaimie.
—Me hirió él, ¿verdad?
Annabella levantó la cabeza, perdiéndose en aquella mirada lacrimosa. Solo
el brillo de la humedad bajo uno de sus ojos lo delataba.
Ella asintió.
—Estaba completamente loco si pensaba que algo de eso le iba a salir bien.
—Annabella se echó hacia atrás cuando Jaimie quiso acariciarle el rostro con su
mano. No la tocó—. ¿Quién acabó con él?
Ella se mordió el labio inferior, dudando.
—Fue mi primo Douglas. Cuando Thomas te hirió, nadie reaccionó.
—No lo esperaban, Annabella. Desde que Warenne me confesó la verdad, se
me cruzaron mil ideas por la mente. Busqué excusas que explicaran por qué
haría eso, pero la única conclusión fue que se volvió loco.
—Y su locura causó la muerte de otros.
—Y no lo justifico, y nunca lo haré, pero entiéndeme… No puedo dejar de
olvidar que fue un padre para mí. No quiero que me juzgues…
—Nadie va hacerlo, Jaimie. Ni yo, ni ninguna persona de esta casa. Nadie te
culpa a ti de lo ocurrido. —Ella le acarició la mejilla.
Ambos estaban muy cerca, uno frente al otro. Annabella podía sentir el calor
de aquel cuerpo masculino bajo su pecho, las cosquillas de la barba en la palma
de su mano, la calidez de sus ojos azules que habían descendido hasta posarse en
sus labios.
—¿Me dejarás que te bese? —le preguntó en un ronco murmullo.
Annabella no contestó. Lo miró entre absorta y sorprendida. La sangre corría
con velocidad por sus venas mientras su pulso se elevaba con locura. ¿De verdad
quería besarla? ¿Y si le dejaba?
Ella negó con la cabeza. Un movimiento que Jaimie no advirtió… o fingió no
hacerlo.
—Yo no haré nada, te lo prometo. —La instó a que bajara sus labios hasta los
suyos.
Annabella le rozó con lentitud, al principio fue una caricia suave con su
propia boca. Él no se movió, tan solo la miraba con ojos apasionados. Incluso
sus manos en la cintura de Annabella no presionaban.
Ruborizada, deslizó su lengua por la boca de Jaimie y suspiró cuando su
lengua fue acariciada por la de él.
Le besó, y cuando él la acompañó con los labios, se sintió enloquecer. Lo
besó tanto que sus mejillas se escocieron con la barba.
Con piernas temblorosas se apartó de él, finalizando el contacto.
—Ahora sí. —Trató de sonreírle, pero no hizo más que una mueca. Le tendió
una mano que él recogió todavía con la vista perdida en ella—. Esta es la
despedida.
Jaimie asintió sin ninguna expresión en el rostro.
—Si alguna vez quieres… No sé, que te enseñe a usar el cuchillito que tienes,
o cualquier otra cosa… —Annabella apartó su mirada. Si seguía allí delante,
rompería a llorar como una tonta—. Me encontrarás aquí.
—De acuerdo —contestó ella con la voz rota—. Te digo lo mismo. —Con
lentitud apartaron las manos—. Si alguna vez te apetece ir por tierras McBean…
—Sorbió por la nariz y, con disimulo, se apartó una lagrima con el pulgar. No
hacía falta disimular. El momento era duro, aunque Annabella nunca imaginó tan
triste—. Ya sabes dónde encontrarme. Te deseo mucha felicidad, Jaimie. —Las
cuerdas vocales temblaron, desgarradas—. Y gracias.
Ni siquiera esperó a que se despidiera. Abandonó la recámara llorando como
una boba y maldiciendo no haberse quedado cerca de él.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Nerys, levantándose del diván donde se
hallaba descansando.
—¡Nada! —Se sacó un pequeño pañuelo que escondía bajo el estrecho puño y
se limpió las lágrimas—. Jaimie ya ha despertado.
El rostro de Nerys no mostró mucho interés.
—¿Y qué te ha dicho?
Annabella se encogió de hombros y agitó la cabeza.
—Nada. Nos hemos despedido.
—¿Y no le has dicho que lo amas?
Agitó la cabeza con dolor, y tomó las manos de Nerys con fuerza.
—No quiero que se lo digas. —Sollozó—. Sé que jamás me aceptaría después
de lo que me ocurrió.
—¿Cómo puedes saberlo? Nunca habéis hablado nada de esto.
—Es que no hace falta. —Soltó un suspiró cansado y trató de reír—. Jaimie lo
pasa bien con las mujeres, pero no tiene intenciones de nada serio.
Nerys le colocó las manos en las mejillas. El embarazo le sentaba fenomenal,
al menos ella la veía preciosa con la piel más lustrosa y sonrosada.
—Tienes razón, hermana. Quizá Jaimie se dé cuenta de que le gusta estar
contigo y vaya a buscarte.
—¿Crees que haría eso?
—Con toda seguridad —asintió Nerys, riéndose.
Y se rio porque, a partir de ese día, Nerys se convirtió en la nueva cuidadora
de Jaimie.
Logró aburrirle hablándole sobre su hermana, contándole anécdotas,
cualidades y arrebatos. Finalmente, Kiar había tenido que apartarla de su lado
cuando quedó bien claro que Jaimie estaba completamente sano y no necesitaba
a nadie.
Estaban una noche cenando en las cámaras privadas del segundo piso, cuando
Jaimie se presentó ante ellos.
—¿Qué vas a… qué? —le preguntó Kiar con los ojos entrecerrados.
Nerys ocultó la sonrisa tras la servilleta.
—Sé que aquí tenemos mucho trabajo. Pero creo que estos meses hemos
levantado la aldea en casi su totalidad, y Douglas puede que necesite ayuda…
Nerys carraspeó.
—Mi primo tiene bastantes hombres, Jaimie. Creo que hasta los Ferguson
están con él. ¿Verdad, Kiar?
—Creo que sí.
—¿Ves? —Dijo Nerys—. No hace falta que vayas a ayudarlos. —La joven se
ganó una dura mirada por parte de Jaimie.
—Siempre les vendrá bien un brazo más —insistió.
Kiar se encogió de hombros.
—Si deseas ir, no puedo detenerte. —Miró a Nerys, disimulando una sonrisa.
—Solo voy a ver qué tal van las cosas.
—Pero Emett regresó hace dos días y todo iba bien —apuntó Nerys, llenando
de agua su cuenco.
—Si quiere ir —repitió Kiar—, que vaya.
—No entiendo para qué. —Ella se encogió de hombros y observó a Jaimie
por encima del borde del vaso mientras bebía.
—Sí —aceptó Jaimie—, voy a pedir la mano de Annabella a Douglas.
¿Contenta?
Nerys dejó el cuenco sobre la mesa, sin importar que buena parte se
derramara en el mantel, y saltó del sitio palmeando como una niña.
—¡Entonces, ve corriendo! —Lo empujó, echándole de la cámara bajo la
extrañada mirada de su esposo—. ¡Corre!
43
El otoño había llegado y las hojas de los arboles comenzaban a caer en una
profusión de tonos amarillos y dorados cubriendo los caminos de la aldea,
mientras el viento silbaba con suavidad entre las ramas.
Varias de las calle principales se habían empedrado y estaban engalanadas
con bellos jardines con algunos bancos. Según Kiar, habían aprovechado el
asalto para hacer mejoras y la verdad es que había resultado todo un acierto.
El olor que desprendía la hierba verde y húmeda de los parques, la sensación
de placer de hallarse en un sitio bonito, todo estaba contribuyendo a que Noun
Untouchable se convirtiera en una gran ciudad.
La temperatura se había vuelto demasiado fría como para salir a la calle sin
ropa de abrigo y aunque la mayoría de los guerreros no parecían advertirlo,
Nerys sí lo hacía. Tenía las manos heladas y posiblemente la punta de la nariz
colorada. Apretó la capa contra sí y cerró los ojos cuando llegó hasta el puente,
allí el aire golpeaba con fuerza y las faldas se enrollaban en sus piernas
complicando su marcha.
Nerys descansó sobre el puente apoyando una mano sobre su pequeño pero
abultado vientre. Recién había comenzado a descubrir los movimientos de su
pequeño y disfrutaba con cada uno de ellos buscándolos con persistencia.
Sonsilia la había acompañado hacer unas diligencias con los aldeanos. Sus
visitas se habían alargado hasta tarde pues a uno de los chiquillos le había picado
un bicho y se encontraba bastante débil. Emett había salido en busca de las
hierbas que pedía el curandero y cuando por fin el niño se halló más relajado,
aunque con un feo emplaste, ella se había marchado. Estaba un poco preocupada
por la reacción de Kiar. No le gustaba que estuviera de noche en el pueblo y
aunque siempre estaba protegido, últimamente había muchos viajeros que se
detenían, o comerciantes que llevaban esa ruta.
Noun Untouchable pese a estar rodeada de empalizadas no dejaba de ser un
pueblo donde muchos nobles se detenían a descansar en la posada, sobre todo
ahora que la habían ampliado. También acechaban mucho los cazadores de
recompensa y aunque con menos frecuencia, algún bandido que otro era
apresado.
—¿Puedes, Sonsilia? —Preguntó a la sirvienta que se había recogido las
faldas con ambas manos—. Ya falta poco —le gritó. El ruido del aire al chocar
contra el muro de la caseta del guardia era aterrador.
Sonsilia agitó la cabeza indicándole que se fuera adelantando y Nerys no
dudó en echar a correr hacia la casa. Apenas cruzó el puente el enorme semental
de Kiar se cruzó en su camino.
Nerys lo miró y la capucha de su capa cayó hacia atrás. Su cabello, ahora más
largo después de cuatro meses, golpeó su rostro con furia.
Kiar desmontó y le dio un azote al caballo enviándolo hacia las cuadras. El
animal se conocía perfectamente el camino de regreso.
—¿Por qué tardabas tanto? —Le preguntó rodeando su cintura con cuidado
—. Ya salía a buscarte.
—No te enfades, mi señor. El pequeño Tommy se encontraba mal. —Le relató
lo ocurrido mientras caminaban hasta las gigantes puertas dobles de la entrada.
Una vez que atravesaron los muros el viento pareció calmarse de nuevo.
—Deberías avisar, mujer.
—¿Estabas preocupado?
—Un poco, sí —asintió fingiendo que era mínima su preocupación cuando en
realidad estaba aterrado cada vez que Nerys cruzaba los muros sin él.
—De haber sido más tarde te hubiera avisado, lo prometo. —Dejó que
Sonsilia, que acababa de llegar, recogiera su capa despidiéndola con una sonrisa
—. ¿Hay noticias? —le preguntó aferrándose a la mano que Kiar le tendía.
—Una carta de Carrick y otra de McBean. Están arriba esperando a ser leídas.
Ambos subieron y mientras Kiar disfrutaba de la tina que Cary había
preparado, Nerys se sentó en un reposapiés de antelina azul, muy cerca de la
bañera, con las cartas sobre su regazo.
Bella le relataba sobre su embarazo y lo bien que marchaban las cosas en su
entorno, también se quejaba mucho de que Robert la abandonaba con frecuencia.
—Es normal —contestó Kiar con la cabeza apoyada en el borde—. Robert
tiene que estar al tanto de todas las cosas del estado. No olvides…
—Que será el rey de Escocia —terminó de decir Nerys. Kiar puso los ojos en
blanco con una sonrisa traviesa.
—Siempre dices lo mismo —continuó ella, inclinándose hacia él y besándolo
en la frente. Volvió a sentarse recogiendo la otra carta—. La de Douglas. —La
agitó. ¿Qué pondría? ¿Había llegado Jaimie? ¿Qué había dicho Annabella? ¿Se
casarían?
Desplegó el papel con una sonrisa. Le extrañó que apenas se tratara de un par
de párrafos.
—¿Qué ocurre? —la vio fruncir el ceño.
—Douglas se ha vuelto definitivamente loco.
Kiar se incorporó un poco en la bañera y una tanda de agua se desbordó sobre
la alfombra.
—¿Qué dice, mujer?
—No dice nada de Jaimie ni de Annabella.
—¿Y?
Nerys seguía leyendo y sus ojos se agrandaron sorprendidos. «La última vez
que estuve allí se me olvidó decirte que el hijo que espera Brigitte no es de
McArthur.»
—¿Qué ocurre, mujer?
—¡Que no dice nada de nada! —se quejó, enfadada—. Bueno, aparte de que
tú no eres el padre del hijo de Briggitte.
Kiar arqueó las cejas y se pasó un paño sobre los brazos.
—Ya lo sabía.
Nerys levantó la cabeza, observándolo.
—¿Lo sabías? ¿Desde cuándo? ¿Por qué… por qué no me has dicho nada?
—No pensé que tuviera mucha importancia. Brigitte se lo confesó a George el
día que Douglas la llevó al monasterio.
—¿No piensas que a mí me podría haber apetecido saberlo?
—¿Por qué?
—Me moría de la rabia al pensar que mi bebé… —Se miró la barriga con
dulzura— no iba a ser tu primer hijo.
—Nerys, siempre hubiera sido nuestro primer hijo: el heredero.
—¡No lo digo porque fuera a ser el heredero! ¡Eso ni siquiera me importa!
—Lo sé, mujer. Sé perfectamente lo que quieres decir.
—¿Tú eres celoso, Kiar?
Él la miró extrañado, pensativo. Como no hablaba, Nerys comenzó a
taladrarle con sus fríos ojos verdes.
—¿Y bien, Kiar? ¿Eres celoso?
—No lo sé. —Se encogió de hombros y volvió a meterse de lleno en la bañera
—. Supongo que sí. Por lo menos el día que se casó tu amiga y te paseaste con
Warenne me puse celoso.
Nerys sonrió, agitando la cabeza.
—¡Eso es mentira! Aquel día me vigilabas por si quería asesinarlo.
—Eso también. —Amplió su sonrisa y soltó una carcajada cuando la joven
metió la mano en el agua y le salpicó el rostro. Con fuerza agitó la cabeza y las
gotas que se deprendieron de su cabello mojaron a Nerys.
—Voy a ver si no tardan en subir la cena —le dijo ella, limpiándose a su vez
—. Kiar, por cierto, que Douglas dice que va a buscar a Brigitte.
—¿Qué le pasa a tu familia? —le preguntó, divertido—. ¿Os habéis vuelto
todos locos? Jaimie pierde la cabeza por tu hermana, y no sé por qué no le
encuentro nada de especial…
—Tú no tienes que encontrarle nada especial —atajó ella con gesto huraño.
Kiar se echó a reír. De modo que la celosa era ella. No entendía por qué. Nerys
era la única persona con la que el compartiría su vida, no había mujer más
hermosa que su esposa—…Y ahora Douglas va a ver a Briggitte. ¿Sabes? No
creo mucho en esa relación, en caso de que ella acepte… ¿se convertiría en…?
—se atragantó.
—En la señora de McBean —terminó de decir Kiar—, a eso me refería con
locos. Sería mejor que Douglas lo pensara con cuidado.
—Tienes razón. —Nerys se rascó la cabeza absorta y se encogió de hombros.
Douglas ya era mayor para saber lo que quería, así es que ella no pensaba
meterse. No sabía cómo reaccionaría Annabella, pero seguramente su hermana
se hallaría tan ocupada con Jaimie que ni prestaría atención—. Voy a ver la cena.
¡Tengo muchísima hambre!
Los cascos del caballo de Kiar golpearon el piso con estrepito al atravesar el
puente. Un centinela le había avisado de lo ocurrido y cabalgaba como loco
hacia su esposa.
Al llegar hasta el círculo de personas, el miedo se apoderó de él. Se abrió
paso hasta Nerys que estaba siendo alzada en ese momento por otro guerrero.
—¡Un hombre quiso llevársela! —lloró Sonsilia.
—Estaba loco si pensaba que lo consentiríamos —dijo alguien más. La
verdad es que Kiar no prestó mucha atención porque su mirada se hallaba
clavada en el pálido rostro de Nerys.
—Se ha desmayado —le contó el reverendo y Kiar suspiro con alivio.
Tomó a Nerys de los brazos de aquel guerrero y pasó a la cabaña de Tommy
para colocarla sobre una cama.
El sanador que aún estaba allí corrió a reconocerla.
—¡Lo han detenido, laird! —dijo Sonsilia que llegaba tras él—. Lo llevan a
los calabozos.
Kiar asintió, golpeando con suavidad el rostro de Nerys para que despertara.
44
***
—Es difícil entender cómo la vida humana pende de un débil hilo, un delgado
halo de aliento entre la vida y la muerte. Un suspiro de lo que ayer era y hoy no
existe. La vida es efímera, a veces cruel y amarga. —El reverendo miraba al
frente con los ojos clavados en el océano—. Otras veces su camino es corto e
intenso. Pero Dios nos espera a todos… —Hizo una larga pausa y barrió con la
mirada a los asistentes hasta dejarla fija en Robert de Bruce—. ¡Resignación! El
alma de Isabella de Mar, descanse en paz. Tierra a la tierra…
EPÍLOGO
La vida continúa
Kiar no estuvo tranquilo hasta el momento que le anunciaron que podía pasar.
Recordaría ese día durante el resto de su vida.
Su preciosa Nerys se hallaba recostada sobre la cama, hermosa, etérea,
delicada. Los cabellos cobrizos brillaban sobre la blancura del limpio camisón
que le acababan de poner y contrastaban con su piel marfileña. Ella lo miró y el
brillo especial de sus ojos verdes lo volvieron a fascinar, y cuando ella bajó la
vista pudo ver el pequeño bulto blanco que descansaba junto a ella.
Se le hizo completamente difícil respirar con normalidad, embargado por la
emoción, estando a punto de echarse a llorar como un niño.
Nerys lo había invitado a acercase con una mano extendida y él obedeció sin
poder apartar la mirada de ella. Estaba viva, había sobrevivido al parto.
Por fin pudo alejar los miedos que lo cegaron los meses pasados pensando en
lo peor.
Al acercarse había visto la diminuta manita asida con fuerza a un dedo de
Nerys.
¿Ese era su hijo? Edwin Humbert McArthur.
¡Era tan pequeño, tan diminuto, que lo temió!
Al levantar la vista se había encontrado con la de ella que lo miraba alegre.
Era la primera vez que volvía a verla sonreír desde que murió su amiga. Hubiera
dado cualquier cosa por que Nerys no se hubiese enterado de la noticia, por no
haberse enterado él mismo, pero las noticias en Escocia viajaban con excesiva
rapidez.
—Es un McArthur —le susurró, descubriendo al niño para que lo observara
mejor.
Kiar no había podido evitar la sorpresa al ver el cuerpo rosado y la densa
pelambrera cobriza que cubría la pequeña cabeza.
No se cansó de observar a su esposa y a su hijo en toda la tarde, ni aun
cuando todos sus hombres esperaban para festejar en el salón. Ni siquiera
sabiendo que Annabella estaba deseosa de ver a su hermana.
Ese día se olvidó del nuevo matrimonio: Douglas y Briggitte, que como
siempre habían acabado discutiendo y se pasaron toda la noche reconciliándose
en algún lugar de Noun Untouchable.
Dejó de lado en sus pensamientos a Murdock, que fue juzgado y ejecutado
por múltiples asesinatos y violaciones, y por herir y cortar el cabello de su dama.
Se desentendió de ser laird para convertirse en padre y esposo, disfrutando de
cada palabra, de cada contacto, del suave crepitar del fuego en la chimenea, de
los gorjeos del pequeño, de la risa dulce de su amada…
No quiso saber de nadie, excepto de la hermosa mujer que charlaba
dicharachera haciéndolo reír. ¡El humor de esa mujer nunca dejaba de
sorprenderlo!
Ese día la magia de una nueva vida, el nacimiento de un ser, lograba que todo
lo pasado quedara allí, en el pasado.
Recordaría siempre el momento que cogió a su hijo entre sus manos y sintió
su cuerpecito caliente y tierno. Cómo su pecho se hinchó de orgullo y su corazón
latió con una tranquilidad que hacía mucho tiempo que no sentía.
—Es muy hermoso —le había dicho—, el niño más hermoso del universo.
Ella lo miró con una bella sonrisa pintada en su rostro resplandeciente.
—Pero has de prometerme, mi señor, que si algún día lo ves subido a unas
gradas y echando agua sobre la cabeza de un pobre despistado, no le gritarás ni
le asustarás.
Él soltó una carcajada, asintiendo. Depositó a Edwin junto a su madre y
después se inclinó para atrapar el rostro de su esposa entre las manos.
—Ya estaba loco por ti, por tus ojos, por tu boquita. —La besó fugazmente y
ella le enredó los dedos en el cabello—. Por ser como eres, valiente, fuerte…
Señora, lograste convertirme en tu siervo y como tal, te ofrezco mi alma hasta el
último aliento de mi vida.
—Hasta el último latido de mi corazón —había respondido ella.
Y sellaron su gran amor con un beso de amor verdadero.
Fin
Nota de la autora
Aunque muchos personajes son reales, las vidas, sus emociones y la manera
de actuar han sido sacadas de mi imaginación.
Isabella de Mar (1277 — 1296) fue la primera esposa de Robert Bruce, Hija
de Domhnall I, Conde de Mar, y Helen.
Su padre fue uno de los siete guardianes de Escocia.
Isabella se casó con Robert a los 18 años y dice la leyenda que estaban muy
enamorados. Tuvo un saludable embarazo pero murió después de dar a luz a su
hija, Marjorie Bruce.
Robert de Bruce era hijo de Robert VII Bruce (tataranieto del rey David I) y
de Marjorie, Condesa de Carrick, hija de Niall, Conde de Carrick.
Robert fue coronado como Robert I en Scone.