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Derecho Al Voto

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CONSTITUCION Y DERECHOS HUMANOS

DERECHO POLITICO FUNDAMENTAL ( DERECHO AL VOTO)


El voto es el medio por el cual los ciudadanos tenemos la oportunidad de elegir
democráticamente ylibremente a nuestros representantes, depende única y
exclusivamente de nuestra calidad de conciencia el bienestar de nuestro diario
vivir puesto que somos nosotros quienes hacemos de nuestros países,
departamentos, o municipios lugares con futuro.

El voto es un derecho de todo ciudadano mayor de 18 años de igual forma


también es un deber pues si hablamos de democracia es factible decir que todos
tenemos el deber de hacer parte de la vida pública y de esta forma ayudar a la
democracia. Votar es un derecho que no hace distinción de raza, condición
social, creencias religiosas, o nivel educativo.

Al votar debemos
Debemos aprender que es de nosotros de quien depende delfuturo de un país
de nuestro país y cambiar la visión de dependencia que se nos ha creado por la
necesidad socio-económica de un país lleno de posibilidades y recursos los
cuales nosotros por no explorar creemos no existen y nos acogemos a las ideas
que nos venden y al creernos sin oportunidades lo único que logramos es hacer
que la corrupción en nuestro paíscrezca más día a día.

Decidámonos a ser verdaderamente libres al momento de elegir y botemos por


la mejor opción por la que nos va a dar la oportunidad de crecer y opinar sobre
nuestro territorio para así llegar a tener y efectuar una verdadera DEMOCRACIA.

En nuestros días, en la gran mayoría de los países de nuestra América Latina,


existen leyes que dictan que el ejercicio del sufragio no es sólo un derecho,
sino también una obligación de los individuos políticamente activos. En muchos
de nuestros Estados, la ley demanda justificaciones y coartadas que excusen al
ciudadano que no haya asistido a votar, e incluso contempla sanciones para
aquellos que resienten su práctica ya sea por su propia y libre decisión, o por
encontrarse en dificultades para cumplir con su deber cívico que, no obstante,
no son para ella motivos suficientemente des habilitadores para que la
legislación libere al afectado de su carga. De esta manera, todos los
ciudadanos son convocados a votar, normalmente cada dos años,
independientemente de su voluntad o de si creen estar lo bastante informados
para tomar una decisión de un calibre tal como lo es decidir quién ejercerá el
monopolio de la violencia legítima y el rol de tercero imparcial durante los
próximos cuatro años (en la mayoría de los casos).
Debemos considerar, sin embargo, que la mayor parte de los países
latinoamericanos carecen de una tradición democrática-republicana fuerte,
tanto a causa del estado de pasivo letargo en el que se mantuvo a la mayoría
de la población durante décadas, como por la debilidad de sus instituciones, lo
que tuvo como consecuencia una sucesión intermitente entre gobiernos
elegidos por el porcentaje de nacionales considerados aptos para el ejercicio
de la ciudadanía, y gobiernos dirigidos por las Fuerzas Armadas. Con la caída
de las dictaduras latinoamericanas a finales del siglo XX, nos encontramos con

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un panorama similar en casi todo el continente, marcado por un intenso


sentimiento de protección y recuperación de los valores democráticos y un
fuerte y relativamente homogéneo analfabetismo republicano. Tras años de
autoritarismo, el pueblo ansía democracia. Pero, como señaló Carl Schmitt a
principios y mediados del siglo anterior, el sistema democrático y el
republicano-representativo no van necesariamente de la mano. La única forma
de ejercicio del poder conocida por el pueblo no es otra más que a través del
reconocimiento de su voluntad en la persona de un líder carismático, que
materialice sus elementos comunes y lo dirija hacia una utopía, un ideal, sólo
vislumbrado en su mente aparentemente supra humana y clarividente. La masa
es entonces mantenida en un perpetuo estado de pasividad, a la espera de
órdenes, y es llamada ocasionalmente por sus titiriteros para que confirmen
nuevamente el deseo de que sus hilos sigan moviéndose desde arriba hasta la
siguiente elección. Mientras tanto, los dueños “por derecho” del Estado, los
defensores del pueblo, insisten en la necesidad moral de que el rebaño
orwelliano concurra a votar. Defienden el papel educador y liberador del acto
de poner una boleta dentro de una caja por la responsabilidad que ese acto de
ciudadanía conlleva. Exigen la participación del pueblo al momento de delegar
su poder en ellos, pero dificultan hasta extremos irreconocibles su intromisión
en otros asuntos del Estado en nombre de la defensa de la colectividad frente a
la despreciable particularidad individual. Una vez convertidos en voceros del
todo, cualquier acto que los contradiga es apátrida. Por estas y muchas otras
razones que debido a mi ignorancia y a mis limitaciones no soy capaz de citar,
es que convoco a reflexionar: ¿cuál es la relación entre sufragio y formación
cívica? Y con eso, ¿debería el sufragio ser obligatorio?
Las justificaciones de la obligatoriedad del voto son diversas. Una de las más
difundidas es su rol protagónico al momento de construir una identidad nacional
y nacionalista. El deber jurídico de votar obliga al ciudadano a mantenerse
informado sobre los asuntos públicos, así como de los acontecimientos
actuales relativos al funcionamiento del Estado y su relación con las
instituciones civiles que se encuentran por fuera de él. El tener que sufragar,
dicen, cumple la función de educar a los ciudadanos en las prácticas
democráticas tras décadas de privación de sus derechos políticos. En fin:
muchos justifican la obligatoriedad del voto por su utilidad a la hora de construir
individuos políticos. Sin embargo, nos encontramos desde el principio con una
contradicción: la ley dice al pueblo que es libre de decidir quién los gobernará,
pero lo priva de su libertad de decidir si quieren tomar parte de esa decisión.
¿Cómo puede una persona ser capaz de elegir libremente si se la obliga a
elegir? La misma práctica del voto en blanco o del voto anulado no resuelve
este problema porque la privación se mantiene. El ciudadano tiene el deber
jurídico de ejercer su voto. Si no lo hace, habrá consecuencias. ¿Qué clase de
libertad política es esa? Por otro lado, me pregunto ¿cuál es el momento
educador y constructor de la identidad nacional: el acto mismo de introducir un
papel en una caja, o el proceso previo de educación y formación en los valores
republicanos de participación y libertad de decisión? En mi opinión, creo que el
rol del hecho de sufragar se ha exagerado en detrimento del de la educación
cívica. El tener que votar no obliga a una persona a estar informada, y, si se la
obliga a votar, entonces, con el mismo objetivo de conseguir una votación

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responsable, se la debería obligar a informarse. ¿Y cómo podría el Estado


asegurarse de que esto suceda si no es con métodos como los ilustrados en
libros como 1984, de George Orwell, o La Naranja Mecánica, de Anthony
Burgués? Dicho esto (y dada la imposibilidad o la inestabilidad de que tales
prácticas sean aplicadas en la población políticamente activa), desde un punto
de vista también esencialmente utilitarista, ¿es conveniente que acudan a votar
aquellos que no saben qué propone cada candidato y, por lo tanto, ignoran la
dirección que podrían tomar los asuntos públicos en caso de que cada uno
resulte vencedor? Así como no es posible obligar a alguien a interesarse por
algo que no se interesa, en los asuntos relativos al Estado este experimento
podría resultar especialmente perjudicial por el impacto que tiene la decisión
individual en el resto de la sociedad.

El proceso de educación y difusión de la información, como dije en el párrafo


anterior, es anterior y no está necesariamente relacionado con el acto mismo
de sufragar. Sin embargo, y tristemente, el rol del primero se ha relativizado en
nombre de la disponibilidad de la información en los medios de comunicación
(objetivamente al alcance de casi todos), dando lugar a prácticas clientelistas y
populistas, especialmente desde el Estado (que cuenta con mayores
facilidades que el resto de las fuerzas políticas), que sólo se enfocan en el
segundo. Es absurdo pensar que sin una formación cívica impartida durante los
años de educación primaria y secundaria (es decir, cuando el individuo es
menor de edad y por lo tanto es legítimo pensar necesaria la asistencia de un
tercero mayor para la protección de sus intereses hasta el alcance de su
mayoría de edad) se subsanará de repente y cada dos años, por el sólo hecho
de votar, el ausente proceso que da como resultado a un ciudadano informado
y activo, como se pretende actualmente. No, el sufragio por sí mismo no educa.
El sufragio por sí mismo no es más que un procedimiento para la elección de
representantes. El foco debe ponerse en el paso anterior, absolutamente
condicionante del siguiente.
Otra razón que se le suele dar a la necesidad del voto obligatorio es que, por el
hecho de participar una mayor parte de la población, las decisiones del
gobierno se vuelven más legítimas. Lógicamente, un gobierno elegido por una
minoría resulta más frágil a la hora de enfrentarse a los reclamos del pueblo
como su representante legítimo que uno votado por la mayoría. El sufragio
obligatorio resuelve este problema: como todos deben expresar su voluntad, no
hay lugar para este tipo de debilidad. No obstante, cabe preguntar: ¿es más
legítimo un gobierno si la población participa del proceso electoral contra su
propia voluntad? Al serle impuesta como una obligación, el elector podría
reaccionar contra su carga cívica y acercarse a la política con fastidio más que
con el deseo de ejercer sus derechos políticos. ¿Qué elección responsable
puede hacerse con desgano y tedio? ¿Cuánto más legítimo hace esto al
gobierno elegido?
Se podría decir también que la no obligatoriedad del voto podría resultar en un
aumento del fraude político. Al no tener que acudir a la elección, deja de haber
un control individual del voto y los nombres de muchos ciudadanos podrían

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usarse para respaldar, obviamente, sin su permiso, la candidatura de tal o cual


candidato. Sin embargo, considero que nos encontramos aquí ante un
problema de corrupción institucional. En la gran mayoría de los sistemas
democráticos latinoamericanos, en cada lugar de votación se cuenta con la
presencia de fiscales representantes de las distintas fuerzas políticas en pugna
que garantizan la transparencia del proceso electoral. Sin su permanente
observación, la elección se encuentra en peligro incluso bajo la legislación
actualmente vigente. Un registro atento por parte de todos los fiscales de
quienes concurren a votar es la única salvaguarda de la validez de todo el
procedimiento. ¿Y qué mejor que los más interesados en el desarrollo normal
de las elecciones para garantizar la transparencia del proceso? Podemos
convenir con razón en que no existe mejor forma de asegurar el buen
funcionamiento de cualquier actividad humana que con la participación libre y
voluntaria de aquellos que son afectados y que están más interesados en ella
en las tareas de desarrollo y supervisión de dicha actividad. Es un problema
que va más allá de la ciudadanía. Es un problema de honestidad y
responsabilidad cívica de quienes se han ofrecido para supervisar el proceso
electoral. Si el sufragio dejara de ser obligatorio, existiría, por otro lado, otro
beneficio: el ya no tener que acudir a votar por uno mismo hará necesario que
las prebendas ofrecidas por los infames “punteros políticos” (una especie de
proxenetas de votos) sean mayores, acortando necesariamente el alcance del
clientelismo o, en el peor de los casos, encareciendo sus actividades (lo cual
redundaría también en la limitación de su alcance). Por estas razones es
porque creo que el fraude electoral y clientelismo se verían reducidos de
terminar con la obligatoriedad del voto.

A modo de cierre, si el sufragio no fuera obligatorio, entonces podríamos dividir


a la población efectivamente entre quienes desean votar y quiénes no.
Suponiendo que quienes desean votar son aquellos individuos que con mayor
vehemencia siguen los asuntos del Estado y por lo tanto quieren participar de
la toma de decisiones; y que quienes no tienen intención de votar son aquellos
que ya sea por falta de interés, o por no sentirse representados por ninguno de
los candidatos, o por no creerse lo suficientemente informados, no quieren
ejercer tal carga pública, ¿cuál de los dos grupos se vería disminuido en una
elección? ¿Es que tal proceso no daría como resultado una imagen más fiel del
clima ideológico y político de la nación que obligando a los individuos a decidir
contra su voluntad? El sufragio debe ser universal, pero nunca obligatorio. No
podemos coartar la tan difícilmente conseguida libertad democrática en nombre
de la democracia. Como dije antes, es una contradicción que no se mantiene
más que por la costumbre. ¿Queremos una elección responsable? Liberemos a
los individuos de la obligación de votar y enfaticemos en el deber de educar.
Respetemos y ponderemos la libertad de decidir por uno mismo.
Transformemos el votar de ser una carga cívica a ser un honor cívico, que se
acepta con plena voluntad y conciencia. Porque el sufragio debe ser una
obligación moral, pero nunca una jurídica.

ALUMNO :YIMI ROMEL GONZALES MAQUERA.

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CODIGO : 2012215877
fuentewikipedia, biblioteca de derechos humanos.

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