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Gilson y Heidegger

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Étienne Gilson y las fronteras entre la teología y la filosofía

Publicado: Miércoles, 24 Abril 2019 20:06


Escrito por Juan Luis Lorda

Étienne Gilson (1884-1978) fue, sobre todo, un gran historiador de la


filosofía medieval. Pero su obra tiene un alto interés teológico,
porque se mueve en las fronteras entre la teología y la filosofía

Étienne Gilson destaca en el campo donde los teólogos cristianos,


además de usar de la filosofía, la desarrollan, dando lugar a lo que
puede llamarse “filosofía cristiana”. Se requiere bastantes
precisiones para entender bien esta expresión. Y tuvimos ocasión de
recordar el famoso debate de la Sociedad Francesa de Filosofía, en
1931.

Gilson y Heidegger

La expresión “filosofía cristiana” no era particularmente querida por


Gilson, aunque, por así decir, se le quedó pegada, por la mucha
atención que le prestó a lo largo de su vida. De entrada parece una
contradicción: o es filosofía o es teología, son métodos distintos. Y
por eso Heidegger se la ventila de un plumazo en su Introducción a la
metafísica. En un pasaje donde, por cierto, argumenta que los
cristianos no pueden hacer verdadera metafísica, porque no pueden
ponerse ante el ser de las cosas con la misma radicalidad que un ateo.
Solo el ateo se pregunta radicalmente por qué las cosas están ahí, y
por qué es el ser y no más bien la nada. Un cristiano da por supuesta
la explicación del ser en Dios y le parece obvia. No siente el
misterio y la extrañeza del ser.

Gilson (o Maritain) estarían a medias de acuerdo con Heidegger.


Aceptarían que el cristiano no puede evitar pensar “en cristiano”. Sin
embargo, añadirían que es capaz de hacer verdadera filosofía, porque
es capaz de distinguir lo que puede obtener por la razón de lo que
sabe por la revelación. Pero evidentemente su “posición” (como diría
Maritain y recoge Fides et ratio) es diferente; en eso coinciden con
Heidegger. Como le gusta repetir a Gilson, el que piensa no es la
razón sino la persona.

Gilson asistió a varias conferencias de Heidegger y, según cuenta su


biógrafo (Shook), se emocionaba hasta las lágrimas al oírle hablar
sobre el ser. Pero también pensaba que a Heidegger le faltaba mucha
erudición histórica y que su Aristóteles venía de Franz Brentano, y
por tanto de la tradición escolástica, y estaba retocado y
cristianizado. Por eso, como otros filósofos e historiadores de la
filosofía (Brehier, por ejemplo), no era capaz de apreciar la
aportación filosófica cristiana en metafísica. Pensaban que el
cristianismo se había limitado a asumir categorías griegas y se había
helenizado, pero no apreciaban cuánto habían cambiado esas categorías
y enfoques al entrar en contacto con el cristianismo: Dios (ser
supremo), ser, escala de los seres, causa, finalidad, conocimiento,

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Escrito por Juan Luis Lorda

voluntad, libertad, amor. La gran aportación teológica de Gilson será


precisamente mostrar esa frontera y esas influencias.

La historia y las fuentes del tomismo

Gilson fue, sobre todo, un gran historiador de la filosofía medieval.


Y contribuyó de manera muy importante a hacerle un hueco en la
Sorbona, a que se le reconociera como materia, porque produjo un
conjunto admirable de estudios sobre san Agustín, san Buenaventura,
Abelardo, san Bernardo, Duns Scoto y Dante, además de muchos
artículos; y compuso finalmente una gran Historia de la Filosofía
medieval.

Además dedicó muchísima atención a la filosofía de Santo Tomás con


tres obras sintéticas: la más importante, El tomismo (primera edición
en 1918), que amplía y mejora a lo largo de toda su vida; la segunda,
Elementos de filosofía cristiana, síntesis para sus alumnos del
Instituto de Filosofía Medieval en Toronto. La tercera y última, a
modo de ensayo y sin citas, es la Introducción a la Filosofía
cristiana.

Conviene notar que hizo la “filosofía” y no la teología de estos


autores. Pero esos autores eran teólogos y no filósofos. Su filosofía
está inserta y desarrollada en su teología: hacen filosofía al hacer
teología, porque la necesitan. Este va a ser el centro de su matizada
idea. Al hacer teología, inspiran las transformaciones de la filosofía
que usan; y ese es precisamente el sentido aceptable de “filosofía
cristiana”.

En este punto, Gilson polemizó un poco con los miembros del Instituto
de Filosofía de Lovaina (de Wulf, Van Steenbergen), que los trataban
realmente como filósofos. Y, además, en el caso de De Wulf defendían
la existencia de una “filosofía escolástica” más o menos unitaria. A
Gilson, como buen historiador, le chocaba mezclar las fuentes, porque
era consciente de sus diferencias, y, al final, prefería sencillamente
a Santo Tomas, leído en sus fuentes, y no recibido de una tradición o
escuela tomista o escolástica independizada.

La escolástica a través de Descartes

Gilson cuenta sus primeros pasos intelectuales en un pequeño prefacio


a un libro genial pero poco conocido, Dios y la filosofía, que reúne
cuatro conferencias publicadas por la Universidad de Yale (1941).

“Fui educado en un colegio católico francés [en el colegio y también


seminario menor de Notre-Dame-des-Champs], de donde salí tras siete
años de estudios, sin haber oído ni una sola vez, al menos en lo que

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recuerdo, el nombre de santo Tomás de Aquino. Cuando me llegó la hora


de estudiar filosofía, asistí a un colegio del Estado cuyo profesor de
filosofía −un discípulo tardío de Victor Cousin− jamás había leído,
evidentemente, ni una sola línea de santo Tomás de Aquino. En la
Sorbona ninguno de mis profesores conocía la doctrina tomista y todo
lo que supe de ella fue que, si hubiera alguien tan tonto como para
ponerse a estudiarla, solo hallaría en ella una expresión de esa
Escolástica que, desde los tiempos de Descartes, pasó a ser mera pieza
de arqueología mental”.

De paso, hay que apuntar que fue en ese ambiente donde más tarde
conseguiría que se pusiera una cátedra de filosofía medieval. No es
poco el mérito.

En la Sorbona quedó fascinado por un curso del filósofo judío Lucien


Lévi-Bruhl, sobre Hume. Le encantó la seriedad de su método basado en
los textos. Y quiso hacer la tesis doctoral con él. “Me aconsejó
estudiar el vocabulario −y, de paso, los conceptos que Descartes había
tomado de la Escolástica”. Y efectivamente hizo la tesis sobre La
Libertad en Descartes y la Teología y la publicó en 1913, con un Index
escolástico-cartesiano, que es una colección de las nociones
importantes de Descartes donde se nota la influencia escolástica.

Descubrimientos y proyectos

Y aquí empezó todo. Descartes tenía una formación escolástica, porque


no había otra donde estudió. Aprendió lo que es la inteligencia, la
voluntad y la libertad en el colegio La Flèche, de los jesuitas, con
todas las evoluciones que estos conceptos habían sufrido en el debate
sobre gracia y libertad (controversia De Auxiliis). Pero también la
idea de Dios y de causa y de ser. Cuando quiso separarse de lo
aprendido por poco seguro y refundar la filosofía, no pudo
desprenderse de los conceptos que su mente manejaba naturalmente. Para
Gilson fue una doble revelación. La primera, de una evidente
influencia cristiana en el considerado fundador de la filosofía
moderna. La segunda: “Descubrí que las conclusiones metafísicas de
Descartes solo tienen sentido cuando coinciden con la metafísica de
Santo Tomás de Aquino”.

Esto suponía la superación del prejuicio ilustrado de que entre la


filosofía griega y Descartes no hay nada de filosofía, sino en todo
caso, teología. Y esto marcaría las líneas de desarrollo de su inmensa
obra.

Su itinerario vital le llevaría, primero, a conocer mejor a los


teólogos medievales, extrayendo su aportación filosófica,
especialmente, de santo Tomás. Y después, con toda esa erudición

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Escrito por Juan Luis Lorda

histórica, intentar explicar la evolución de los grandes conceptos


desde la filosofía griega hasta la filosofía moderna. Es decir, a
estudiar en concreto por áreas cómo se produce esa transformación.
Hasta llegar al libro más emblemático de Gilson, El espíritu de la
filosofía medieval. Que, aunque no sea un libro formalmente teológico,
es importantísimo para la teología del siglo XX; porque el espíritu
que anima esa filosofía y produce esa transformación es el espíritu
cristiano.

El index de conceptos escolásticos que había preparado para estudiar a


Descartes le serviría como primera guía tanto para sintetizar la
filosofía de los autores escolásticos como para elegir los conceptos
de los que había que contar la historia. Y de todas estas sutiles
relaciones entre personalidad, filosofía y teología surgiría su
matizada comprensión, recogida, con tono autobiográfico, en otro de
sus grandes libros, El filósofo y la teología (1960).

El espíritu de la filosofía medieval

En 1930, Gilson tenía ya 47 años. Estaba en la plenitud de su carrera.


Había conseguido un reconocimiento académico casi unánime y un respeto
por la filosofía medieval. Había fundado el Instituto de Filosofía
medieval en Toronto (1929). Y había dado muchos cursos en muchas
universidades americanas, siendo particularmente querido en Harvard.
Esto se debía a que era un gran trabajador y que daba cursos
excelentes, desarrollando constantemente sus grandes temas. Una
erudición tan grande le permitía componer síntesis y comparaciones muy
atractivos. Siempre originales, pero también rigurosas y basadas en
los textos. Nunca olvidó lo aprendido con Lévi-Bhrul.

En esas circunstancias le llegó la invitación a pronunciar las Gifford


Lectures en la Universidad de Aberdeen, en dos años sucesivos, 1930 y
1931. Lord Adam Gifford (1820-1887) fue un exitoso y reconocido
abogado escocés que legó su fortuna para que todos los años se dieran
cursos sobre Teología natural en las principales universidades
escocesas (Edimburgo, Glasgow, Aberdeen y St. Andrew). Desde 1888,
estas conferencias han dado lugar a una impresionante colección de
ensayos de primera fila y muchos clásicos en el área de humanidades.
Vale la pena ver las listas (y hay mucha documentación online).

En los dos cursos de Gilson, reunidos en El Espíritu de la filosofía


medieval, cuenta, punto por punto, cómo se han transformado las
grandes nociones de la filosofía, desde su forma griega a su forma
moderna, por el impacto de la revelación cristiana, detallando
especialmente la aportación medieval en toda su variedad. Es un libro
genial, que solo podía hacer una persona que reuniera tantas
cualidades de método y erudición, además de grandes dotes narrativas.

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Escrito por Juan Luis Lorda

Después de estudiar la idea de sabiduría o filosofía, se aborda,


primero, la ontología, con la idea del ser, de su causalidad,
analogía, participación, y de Dios, con su providencia. Después, la
antropología: desde el valor del espíritu y del cuerpo, pasando por el
conocimiento y la inteligencia hasta el amor, la libertad y la
conciencia. Termina con el estudio transversal de tres nociones en la
edad media: la naturaleza, la historia y la filosofía.

El filósofo y la teología

Este otro libro, escrito cuando tenía 75 años tiene también un alto
interés teológico. Comienza contando la soledad y extrañeza que puede
notar un filósofo cristiano en un entorno poco cristiano, aunque
siempre se sintió respetado y con muchos amigos. Describe también ese
peculiar estatuto de seguridad que un cristiano tiene sobre los temas
fundamentales. Reconoce que, en un católico practicante, la filosofía
se instala normalmente después y que, espontáneamente, ocupa siempre
un segundo lugar en sus convicciones.

Recuerda los años universitarios, con mucho agradecimiento hacia


Bergson, que animó a tantos en el camino de la filosofía, y que
parecía cercano a convertirse al cristianismo, aunque Gilson matiza.
Agradece también a tantos profesores y matiza juicios que le parecen
exagerados o injustos sobre ellos (por ejemplo, de Péguy).

Recorre los matices de la “filosofía cristiana”. Y en el último


capítulo, sobre “El futuro de la filosofía cristiana”, señala tres
cosas: primero, que “el futuro de la filosofía cristiana dependerá, en
primer lugar, de la presencia o de la ausencia de teólogos dotados de
formación científica”, para que puedan situarse y dialogar con el
pensamiento actual. Advierte que “todas las metafísicas envejecen por
su física”; y esto obliga a ser precavidos, a no intentar concordias
demasiado rápidas. Y a no equivocarse sobre el fundamento, que está en
la fe y en las convicciones metafísicas (el realismo y el ser).
Recuerda, entonces, el valor que tiene en este punto la filosofía de
Santo Tomás.

Gilson tiene otros libros de interés teológico, como La metamorfosis


de la ciudad de Dios, y Las tribulaciones de Sofía, con algunas
impresiones sobre derivas posconciliares. Además está la
correspondencia que mantuvo con grandes teólogos, entre otros De Lubac
(ya editada) y Chenu, que eran amigos suyos, y a los que apoyó cuando
encontraron incomprensiones y dificultades.

La gran biografía autorizada de Laurence Shook, Étienne Gilson (1984),


es magnífica, y en la versión italiana lleva un excelente prologo del
teólogo Inos Biffi. Además, Vrin ha publicado otra voluminosa, de

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Escrito por Juan Luis Lorda

Michel Florian, Étienne Gilson. Une biographie intellectuelle et


politique (2018).

Juan Luis Lorda

Fuente: Revista Palabra.

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