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Capítulo I: Principios Y Normas Generales de La Liturgia de Las Horas

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PRINCIPIOS Y NORMAS GENERALES DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

CAPÍTULO I

IMPORTANCIA DE LA LITURGIA DE LAS HORAS U OFICIO DIVINO


EN LA VIDA DE LA IGLESIA

1. La oración pública y comunitaria del pueblo de Dios figura con razón entre
los principales cometidos de la Iglesia. Ya en sus comienzos, los bautizados
«eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida
común, en la fracción del pan y en las oraciones». Por lo demás, la oración
unánime de la comunidad cristiana es atestiguada muchas veces en los
Hechos de los apóstoles.
    Testimonios de la primitiva Iglesia ponen de manifiesto que los fieles solían
dedicarse a la oración a determinadas horas. En diversas regiones se
estableció luego la costumbre de destinar algunos tiempos especiales a la
oración común, como a última hora del día, cuando se hace de noche y se
encienden las lámparas, o a la primera, cuando la noche se disipa con la luz
del sol.
    Andando el tiempo, se llegó a santificar con la oración común también las
restantes horas, que los Padres veían claramente aludidas en los Hechos de
los apóstoles. Allí aparecen los discípulos congregados a media mañana. El
Príncipe de los apóstoles «subió a la azotea hacia eso del mediodía a orar»;
«Pedro y Juan subían al templo, para la oración de media tarde»; «hacia
medianoche, Pablo y Silas, puestos en oración, cantaban himnos a Dios».
 
2. Tales oraciones realizadas en común poco a poco se iban configurando
como un conjunto definido de Horas. Esta Liturgia de las Horas u Oficio divino,
enriquecida también con lecturas, es principalmente oración de alabanza y de
súplica, y, ciertamente, oración que la Iglesia realiza con Cristo y dirige a él.

I. LA ORACIÓN DE CRISTO

Cristo intercesor ante el Padre

3. Cuando vino para comunicar a los hombres la vida de Dios, el Verbo que
procede del Padre como esplendor de su gloria, «el Sumo sacerdote de la
nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo
en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las
moradas celestiales». Desde entonces, resuena en el corazón de Cristo la
alabanza a Dios con palabras humanas de adoración, propiciación e
intercesión: todo ello lo presenta al Padre, en nombre de los hombres y para
bien de todos ellos, el que es príncipe de la nueva humanidad y mediador entre
Dios y los hombres.
 
4. El Hijo de Dios, que es uno con el Padre, y que al entrar en el mundo dijo:
«Ya estoy aquí para cumplir tu voluntad», se ha dignado ofrecernos ejemplos
de su propia oración. En efecto, los evangelios nos lo presentan muchísimas
veces en oración: cuando el Padre revela su misión, antes del llamamiento de
los apóstoles, cuando bendice a Dios en la multiplicación de los panes, en la
transfiguración, cuando sana al sordo y mudo y cuando resucita a Lázaro,
antes de requerir de Pedro su confesión cuando enseña a orar a los discípulos,
cuando los discípulos regresan de la misión, cuando bendice a los niños,
cuando ora por Pedro.
    Su actividad diaria estaba tan unida con la oración que incluso aparece
fluyendo de la misma, como cuando se retiraba al desierto o al monte para
orar, levantándose muy de mañana, o al anochecer, permaneciendo en oración
hasta la madrugada.
    Tomó parte también, como fundadamente se sostiene, en las oraciones
públicas, tanto en las sinagogas, donde entró en sábado, «como era su
costumbre», como en el templo, al que llamó casa de oración, y en las
oraciones privadas que los israelitas piadosos acostumbraban a recitar
diariamente. También al comer dirigía a Dios las tradicionales bendiciones,
como expresamente se narra cuando la multiplicación del pan, en la última
Cena, en la comida de Emaús; de igual modo recitó el himno con los
discípulos.
    Hasta el final de su vida, acercándose ya el momento de la pasión, en la
última Cena, en la agonía y en la cruz, el divino maestro mostró que era la
oración lo que le animaba en el ministerio mesiánico y en el tránsito pascual.
En efecto, «Cristo, en los días de su vida mortal, habiendo elevado oraciones y
súplicas con poderoso clamor y lágrimas hacia aquel que tenía poder para
salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente», y con
la oblación perfecta del ara de la cruz «ha llevado para siempre a la perfección
a los que ha santificado»; y después de resucitar de entre los muertos vive para
siempre y ruega por nosotros.

II. LA ORACIÓN DE LA IGLESIA

El mandato de orar

5. Lo que Jesús puso por obra nos lo mandó también hacer a nosotros. Muchas
veces dijo: «Orad», «pedid», «en mi nombre»; incluso nos proporcionó una
fórmula de plegaria en la llamada oración dominical y advirtió que la oración es
necesaria, y que debe ser humilde, atenta, perseverante y confiada en la
bondad del Padre, pura de intención y concorde con lo que Dios es.
Los apóstoles, que, en sus cartas, frecuentemente nos aportan oraciones,
sobre todo de alabanza y de acción de gracias, también insisten en la oración
asidua a Dios por medio de Jesús, en el Espíritu Santo, en su eficacia para la
santificación, en la oración de alabanza, de acción de gracias, de petición y de
intercesión por todos.

La Iglesia continúa la oración de Cristo

6. Ya que el hombre proviene todo él de Dios, debe reconocer y confesar este
dominio, de su Creador, como en todos los tiempos hicieron, al orar, los
hombres piadosos.
La oración, que se dirige a Dios, ha de establecer conexión con Cristo, Señor
de todos los hombres y único mediador, el único por quien tenemos acceso a
Dios. Pues de tal manera él une a sí a toda la comunidad humana, que se
establece una unión íntima entre la oración de Cristo y la de todo el género
humano. Pues en Cristo y sólo en Cristo la religión del hombre alcanza su valor
salvífico y su fin.

7. Una especial y estrechísima unión se da entre Cristo y aquellos hombres a


los que él ha hecho miembros de su cuerpo, la Iglesia, mediante el sacramento
del bautismo. Todas las riquezas del Hijo se difunden así de la cabeza a todo el
cuerpo: la comunicación del Espíritu, la verdad, la vida y la participación de su
filiación divina, que se hacía patente en su oración mientras estaba en el
mundo.
    También el sacerdocio de Cristo es participado por todo el cuerpo eclesial,
de tal forma que los bautizados, por la regeneración y la unción del Espíritu
Santo, quedan consagrados como templo espiritual y sacerdocio santos y
habilitados para el culto del nuevo Testamento, que brota no de nuestras
energías, sino de los méritos y donación de Cristo.
    «El mayor don que Dios podía conceder a los hombres es hacer que su
Palabra, por quien creó todas las cosas, fuera la cabeza de ellos, y unirlos a
ella como miembros suyos, de manera que el Hijo de Dios fuera también hijo
de los hombres, un solo Dios con el Padre, un solo hombre con los hombres; y
así, cuando hablamos con Dios en la oración, el Hijo está unido a nosotros, y,
cuando ruega el cuerpo del Hijo, lo hace unido a su cabeza; de este modo el
único Salvador de su cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ora por
nosotros, ora en nosotros, y al mismo tiempo es a él a quien dirigimos nuestra
oración.
    Ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros, como cabeza
nuestra; recibe nuestra oración, como nuestro Dios. Reconozcamos, pues,
nuestra propia voz en él y su propia voz en nosotros.»
    En Cristo radica, por tanto, la dignidad de la oración cristiana, al participar
ésta de la misma piedad para con el Padre y de la misma oración que el
Unigénito expresó con palabras en su vida terrena, y que es continuada ahora
incesantemente por la Iglesia y por sus miembros en representación de todo el
género humano y para su salvación.

La acción del Espíritu Santo

8. La unidad de la Iglesia orante es realizada por el Espíritu Santo, que es el


mismo en Cristo, en la totalidad de la Iglesia y en cada uno de los bautizados.
El mismo «Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad» y «aboga por
nosotros con gemidos que no pueden ser expresados en palabras»; siendo el
Espíritu del Hijo, nos infunde el «espíritu de hijos adoptivos, que nos hace
gritar: ¡Abba! (Padre).» No puede darse, pues, oración cristiana sin la acción
del Espíritu Santo, el cual, realizando la unidad de la Iglesia, nos lleva al Padre
por medio del Hijo.

Carácter comunitario de la oración

9. Por tanto, el ejemplo y el mandato de Cristo y de los apóstoles de orar


siempre e insistentemente no han de tomarse como simple norma legal, ya que
pertenecen a la esencia íntima de la Iglesia, la cual, al ser una comunidad,
debe manifestar su propia naturaleza comunitaria incluso cuando ora. Por eso,
en los Hechos de los apóstoles, donde por vez primera se habla de la
comunidad de los fieles, aparece ésta congregada en oración «en compañía de
algunas mujeres y de María, la madre de Jesús, y de los hermanos de éste».
«La multitud de los creyentes no era sino un solo corazón y una sola alma», y
esta unanimidad se fundaba en la palabra de Dios, la comunión fraterna, la
oración y la eucaristía.
    Si bien la oración hecha en oculto y cerrada la puerta, que es necesaria y
debe recomendarse siempre, la realizan los miembros de la Iglesia por medio
de Cristo y en el Espíritu Santo, la oración comunitaria encierra una especial
dignidad, conforme a lo que el mismo Cristo manifestó: «Donde dos o tres
están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»

III. LA LITURGIA DE LAS HORAS

Consagración del tiempo

10. Fiel y obediente al mandato de Cristo de que hay que orar siempre sin
desanimarse, la Iglesia no cesa un momento en su oración y nos exhorta a
nosotros con estas palabras: «Por medio de Jesús ofrezcamos continuamente
a Dios un sacrificio de alabanza». Responde al mandato de Cristo no sólo con
la celebración eucarística, sino también con otras formas de oración,
principalmente con la Liturgia de las Horas, que, conforme a la antigua tradición
cristiana, tiene como característica propia la de servir para santificar el curso
entero del día y de la noche".

11. Consiguientemente, siendo fin propio de la Liturgia de las Horas la


santificación del día y de todo el esfuerzo humano, se ha llevado a cabo su
reforma procurando que en lo posible las Horas respondan de verdad al
momento del día, y teniendo en cuenta al mismo tiempo las condiciones de la
vida actual.
    Porque «ayuda mucho, tanto para santificar realmente el día como para
recitar con fruto espiritual las Horas, que la recitación se tenga en el tiempo
más aproximado al verdadero tiempo natural de cada Hora canónica».

Relación entre la Liturgia de las Horas y la eucaristía

12. La Liturgia de las Horas extiende a los distintos momentos del día la
alabanza y la acción de gracias, así como el recuerdo de los misterios de la
salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos
ofrecen en el misterio eucarístico, «centro y cumbre de toda la vida de la
comunidad cristiana».
    La celebración eucarística halla una preparación magnífica en la Liturgia de
las Horas, ya que ésta suscita y acrecienta muy bien las disposiciones que son
necesarias para celebrar la eucaristía, como la fe, la esperanza, la caridad, la
devoción y el espíritu de abnegación.

Función sacerdotal de Cristo en la Liturgia de las Horas


13. La «obra de la redención de los hombres y de la perfecta glorificación de
Dios» es realizada por Cristo en el Espíritu Santo por medio de su Iglesia no
sólo en la celebración de la eucaristía y en la administración de los
sacramentos, sino también, con preferencia a los modos restantes, cuando se
celebra la Liturgia de las Horas. En ella, Cristo está presente en la asamblea
congregada, en la palabra de Dios que se proclama y «cuando la Iglesia
suplica y canta salmos».

La santificación humana

14. La santificación humana y el culto a Dios se dan en la Liturgia de las Horas


de forma tal que se establece aquella especie de correspondencia o diálogo
entre Dios y los hombres, en que «Dios habla a su pueblo... y el pueblo
responde a Dios con el canto y la oración».
    Los que participan en la Liturgia de las Horas pueden hallar una fuente
abundantísima de santificación en la palabra de Dios, que tiene aquí principal
importancia. En efecto, tanto las lecturas como los salmos que se cantan en
presencia del Señor están tomados de la sagrada Escritura, y las demás
preces, oraciones e himnos están penetrados de su espíritu.
    Por tanto, no sólo cuando se leen las cosas que se escribieron para nuestra
instrucción, sino también cuando la Iglesia ora y canta, se alimenta la fe de
cuantos participan, y las mentes se dirigen a Dios presentándole un culto
razonable y recibiendo de él su gracia con mayor abundancia.

Alabanza a Dios en unión con la Iglesia del cielo

15. En la Liturgia de las Horas, la Iglesia, desempeñando la función sacerdotal


de Cristo, su cabeza, ofrece a Dios, «sin cesar», el sacrificio de alabanza, es
decir, el tributo de los labios que van bendiciendo su nombre. Esta oración es
«la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún: es la oración de
Cristo, con su cuerpo, al Padre». «Por tanto, todos aquellos que ejercen esta
función, por una parte cumplen el deber de la Iglesia y, por otra, participan del
altísimo honor de la Esposa de Cristo, ya que, mientras alaban a Dios, están
ante su trono en nombre de la madre Iglesia.»

16. Con la alabanza que se tributa a Dios en las Horas, la Iglesia canta


asociándose al himno de alabanza que perpetuamente resuena en las moradas
celestiales, y siente ya el sabor de aquella alabanza celestial que resuena de
continuo ante el trono de Dios y del Cordero, como Juan la describe en el
Apocalipsis. Porque la estrecha unión que se da entre nosotros y la Iglesia
celestial se lleva a cabo cuando «celebramos juntos, con fraterna alegría, la
alabanza de la divina majestad, y todos los redimidos por la sangre de Cristo,
de toda tribu, lengua, pueblo y nación, congregados en una misma Iglesia,
ensalzamos con un mismo cántico de alabanza al Dios uno y trino».
    Esta liturgia del cielo casi aparece intuida por los profetas en la victoria del
día sin ocaso, de la luz sin tinieblas: «Ya no será el sol tu luz en el día, ni te
alumbrará en la noche la claridad de la luna; porque el Señor será tu luz
perenne.» «Será un día único, conocido del Señor; sin día ni noche, pues por la
noche habrá luz.» Pero a nosotros ha llegado la plenitud de los tiempos
mesiánicos, y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y
empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente. De este modo la fe
nos enseña también el sentido de nuestra vida temporal, a fin de que unidos
con todas las creaturas anhelemos la manifestación de los hijos de Dios. En la
Liturgia de las Horas proclamamos esta fe, expresamos y nutrimos esta
esperanza, participamos en cierto modo del gozo de la perpetua alabanza y del
día que no conoce ocaso.

Súplica e intercesión

17. Además de la alabanza a Dios, la Iglesia expresa en la liturgia las


aspiraciones y deseos de todos los fieles; más aún: se dirige a Cristo, y por
medio de él al Padre, intercediendo por la salvación de todo el mundo". No es
sólo de la Iglesia esta voz, sino también de Cristo, ya que las súplicas se
profieren en nombre de Cristo, es decir, «por nuestro Señor Jesucristo», y así
la Iglesia continúa las plegarias y súplicas que Cristo presentó al Padre en los
días de su vida mortal", y que por lo mismo poseen singular eficacia. Por tanto,
la comunidad eclesial ejerce su verdadera función de conducir las almas a
Cristo no sólo con la caridad, el ejemplo y los actos de penitencia, sino también
con la oración.
    Esta incumbencia atañe principalmente a todos aquellos que han recibido
especial mandato para celebrar la Liturgia de las Horas: los obispos y los
presbíteros, que cumplen el deber de orar por su grey y por todo el pueblo de
Dios, y los demás ministros sagrados y los religiosos".

Cumbre y fuente de la acción pastoral

18. Por consiguiente, los que toman parte en la Liturgia de las Horas


contribuyen de modo misterioso y profundo al crecimiento del pueblo de Dios,
ya que las tareas apostólicas se ordenan «a que todos, una vez hechos hijos
de Dios por la fe y por el bautismo, se reúnan, alaben a Dios en medio de la
Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor»
    De este modo, los fieles expresan en su vida y manifiestan a los otros «el
misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia, que tiene
como propiedad el ser... visible y dotada de elementos invisibles, entregada a
la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo,
peregrina».
    A su vez, las lecturas y oraciones de la Liturgia de las Horas constituyen un
manantial de vida cristiana. Ésta se nutre de la mesa de la sagrada Escritura y
de las palabras de los santos, y se robustece con las plegarias. Pues sólo el
Señor, sin el cual nada podemos hacer, y a quien acudimos con nuestros
ruegos, puede dar a nuestras obras la eficacia y el incremento, para que
diariamente seamos edificados como morada de Dios por el Espíritu, hasta que
lleguemos a la medida de Cristo en su plenitud, y redoblemos las energías para
llevar la buena nueva de Cristo a los que están fuera.

Que la mente concuerde con la voz

19. Para que se adueñe de esta oración cada uno de los que en ella participan,
para que sea manantial de piedad y de múltiples gracias divinas, y nutra, al
mismo tiempo, la oración personal y la acción apostólica, conviene que la
celebración sea digna, atenta y devota, de forma que la misma mente
concuerde con la voz. Muéstrense todos diligentes en cooperar con la gracia
divina, para que ésta no caiga en el vacío. Buscando a Cristo y penetrando
cada vez más por la oración en su misterio, alaben a Dios y eleven súplicas
con los mismos sentimientos con que oraba el divino Redentor.

IV. LOS QUE CELEBRAN LA LITURGIA DE LAS HORAS

La celebración en común

20. La Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una
acción privada, sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta
e influye en él. Su celebración eclesial alcanza el mayor esplendor, y por lo
mismo es recomendable en grado sumo, cuando con su obispo, rodeado de los
presbíteros y ministros, la realiza una Iglesia particular, «en que
verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y
apostólica». Esta celebración, incluso cuando, ausente el obispo, la realiza el
cabildo de canónigos u otros presbíteros, téngase siempre de forma que
responda de veras a la hora del día y, en lo posible, con participación del
pueblo. Lo cual vale también para los cabildos colegiales.

21. Allí donde sea posible, celebrarán también las Horas principales,


comunitariamente y en la iglesia, las otras asambleas de fieles, que «en cierto
modo representan a la Iglesia visible constituida por todo el orbe de la tierra».
Entre ellas ocupan lugar eminente las parroquias, que son como células de la
diócesis, constituidas localmente bajo un pastor que hace las veces del obispo.

22. Por tanto, cuando los fieles son convocados y se reúnen para la Liturgia de
las Horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan a la Iglesia, que
celebra el misterio de Cristo.

23. A los que han recibido el orden sagrado o están provistos de un peculiar
mandato canónico les incumbe convocar a la comunidad y dirigir su oración:
«procuren que todos los que están bajo su cuidado vivan unánimes en la
oración». Cuiden, por tanto, de invitar a los fieles y de proporcionarles la debida
catequesis para la celebración común de las partes principales de la Liturgia de
las Horas, sobre todo en los domingos y fiestas. Enséñenles a participar de
forma que logren orar de verdad en la celebración, y encáucenlos mediante
una instrucción apropiada hacia la inteligencia cristiana de los salmos, a fin de
que gradualmente lleguen a gustar mejor y a hacer más amplio uso de la
oración de la Iglesia".

24. Las comunidades de canónigos, monjes, monjas y demás religiosos que,


por sus reglas o constituciones, celebran la Liturgia de las Horas en su totalidad
o en parte, bien sea con el rito común o con un rito particular, representan de
modo especial a la Iglesia orante: reproducen más de lleno el modelo de la
Iglesia, que alaba incesantemente al Señor con armoniosa voz, y cumplen con
el deber de trabajar, principalmente con la oración, «en la edificación e
incremento de todo el cuerpo místico de Cristo y por el bien de las Iglesias
particulares». Lo cual ha de decirse principalmente de los que viven
consagrados a la vida contemplativa.

25. Los ministros sagrados y todos aquellos clérigos que no están obligados


por alguna razón a la celebración común, cuando conviven o celebran
reuniones, procuren tener comunitariamente siquiera alguna parte de la Liturgia
de las Horas, sobre todo Laudes, por la mañana, y Vísperas, por la tarde.

26. También a los religiosos, varones y mujeres, que no están obligados a la


celebración en común, así como a los miembros de cualquier instituto de
perfección, se les recomienda encarecidamente que se reúnan, bien sea entre
sí o con el pueblo, para celebrar esta Liturgia o una parte de la misma.

27. Se recomienda asimismo a los laicos, dondequiera que se reúnan en


asambleas de oración, de apostolado, o por cualquier otro motivo, que reciten
el Oficio de la Iglesia, celebrando alguna parte de la Liturgia de las Horas. Es
conveniente que aprendan, en primer lugar, que en la acción litúrgica adoran al
Padre en espíritu y verdad, y que se den cuenta de que el culto público y la
oración que celebran atañe a todos los hombres y puede contribuir en
considerable medida a la salvación del mundo entero.
    Conviene finalmente que la familia, que es como un santuario doméstico
dentro de la Iglesia, no sólo ore en común, sino que además lo haga recitando
algunas partes de la Liturgia de las Horas, cuando resulte oportuno, con lo que
se sentirá más insertada en la Iglesia.

El mandato de celebrar la Liturgia de las Horas

28. A los ministros sagrados se les confía de tal modo la Liturgia de las Horas
que cada uno de ellos habrá de celebrarla incluso cuando no participe el
pueblo, con las adaptaciones necesarias al caso; pues la Iglesia los delega
para la Liturgia de las Horas de forma que al menos ellos aseguren de modo
constante el desempeño de lo que es función de toda la comunidad, y se
mantenga en la Iglesia sin interrupción la oración de Cristo.
    El obispo, puesto que de modo eminente y visible representa a la persona de
Cristo y es el gran sacerdote de su grey, de quien en cierto modo se deriva y
depende la vida en Cristo de los fieles, deberá sobresalir por su oración entre
todos los miembros de su Iglesia; su oración en la celebración de las Horas es
siempre en nombre de la Iglesia y a favor de la Iglesia a él encomendada.
    Los presbíteros, unidos al obispo y a todo el presbiterio, que también actúan
de modo especial en lugar de la persona de Cristo sacerdote, participan en la
misma función, al rogar a Dios por todo el pueblo a ellos encomendado y por el
mundo entero.
    Todos ellos, por su ministerio, hacen presente al buen Pastor, que ora por
los suyos para que tengan vida y para que, de esta forma, sean perfectos en la
unidad. En la Liturgia de las Horas, que la Iglesia pone en sus manos, tratarán
de hallar un manantial de piedad y un alimento para su oración personal, pero
también deberán nutrir y alentar ahí la acción pastoral y misional, con la
abundancia de la contemplación, para gozo de toda la Iglesia de Dios.

29. Por consiguiente, los obispos, presbíteros y demás ministros sagrados que


han recibido de la Iglesia (cf. número 17) el mandato de celebrar la Liturgia de
las Horas deberán recitarla diariamente en su integridad y, en cuanto sea
posible, en los momentos del día que de veras correspondan.
    Ante todo, darán la importancia que les es debida a las Horas que vienen a
constituir el núcleo de esta Liturgia, es decir, las Laudes de la mañana y las
Vísperas; y se guardarán de omitirlas si no es por causa grave.
    Hagan con fidelidad el Oficio de lectura que es principalmente una
celebración litúrgica de la palabra de Dios; cumplirán así cada día con el deber,
que a ellos les atañe con particular razón, de acoger en sus propios corazones
la palabra de Dios, con lo que crecerán en la perfección de discípulos del Señor
y saborearán más a fondo las insondables riquezas de Cristo.
    Para santificar mejor el día íntegro, tomarán también con sumo interés el
recitar la Hora intermedia y las Completas, con que coronarán en su totalidad el
«Opus Dei» y se encomendarán a Dios antes de acostarse.

30. Conviene muchísimo que los diáconos permanentes reciten diariamente


alguna parte al menos de la Liturgia de las Horas, en la medida que determine
la Conferencia Episcopal.

31.    a) Los cabildos catedrales y colegiales deben celebrar en el coro aquellas


partes de la Liturgia de las Horas que les están preceptuadas por el derecho
común o particular.
    Pero cada uno de los miembros de estos cabildos, además de aquellas
Horas a las que están obligados todos los ministros sagrados, deberá celebrar
también en particular todas las demás Horas que celebra en común su
respectivo cabildo.
    b) Las comunidades religiosas obligadas a la Liturgia de las Horas, y cada
uno de sus miembros, deben celebrar las Horas según su derecho particular,
atendiendo siempre a lo que se prescribe en el número 29 con referencia a los
que han recibido las sagradas órdenes.
    Las comunidades obligadas al coro deben celebrar cada día en el coro todo
el Oficio; los miembros de estas comunidades que no han participado en el
coro deben rezar fuera del coro las Horas a las que están obligados según el
derecho particular, atendiendo siempre a lo que se prescribe en el número 29.

32. A las demás comunidades religiosas, y a cada uno de sus miembros, se les
exhorta a que, según las diversas circunstancias en que se encuentren,
celebren algunas partes de la Liturgia de las Horas, que es la oración de la
Iglesia y hace de todos los que andan dispersos por el mundo un solo corazón
y una sola alma.
    La misma exhortación se hace también a los seglares.

Estructura de la celebración

33. La Liturgia de las Horas se rige por sus propias leyes, reuniendo de un
modo peculiar los diversos elementos que se dan en las demás celebraciones
cristianas; así, está dispuesto que siempre se tenga la salmodia, precedida de
un himno; seguidamente la lectura, breve o más extensa, de la sagrada
Escritura, y, finalmente, las preces.
    Tanto en la celebración comunitaria, como en la recitación a solas, se
mantiene la estructura esencial de esta Liturgia, que es un coloquio entre Dios
y el hombre. Sin embargo, la celebración comunitaria pone más de manifiesto
la índole eclesial de la Liturgia de las Horas, facilita la participación activa de
todos, conforme a la condición de cada uno, con las aclamaciones, el diálogo,
la salmodia alternada y otros medios semejantes, y tiene más en cuenta los
diversos géneros de expresión. Por esto, siempre que pueda tenerse una
celebración comunitaria con concurrencia y participación activa de los fieles, ha
de preferirse a una celebración a solas y en cierto modo privada. Es
recomendable además que, en la celebración en el coro y en común, el Oficio
sea cantado, respetando la naturaleza y la función de cada una de sus partes.
    De este modo daremos cumplimiento a la advertencia del Apóstol: «La
palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a
otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias
de todo corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.»

CAPÍTULO II

LA SANTIFICACIÓN DEL DÍA O LAS DISTINTAS HORAS LITÚRGICAS

1. LA INTRODUCCIÓN A TODO EL OFICIO

34. Se acostumbra a iniciar todo el Oficio con el Invitatorio. Consta éste del
versículo Señor, abre mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza, y del salmo
94, que diariamente invita a los fieles a cantar las alabanzas de Dios y a
escuchar su voz, y los estimula a esperar anhelantes el «descanso del Señor».
Sin embargo, puede sustituirse este salmo, cuando se juzgue oportuno, por
uno de los salmos 99, 66 o 23.
Es conveniente recitar el salmo del Invitatorio en forma responsorial, como se
indica en su propio lugar, es decir, con su antífona propia, que se dice al
principio del salmo y luego la repite la asamblea y la intercala después de cada
una de las estrofas.

35. El Invitatorio se dice como introducción a' todo el conjunto de la oración


cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes,
según se comience el día por una u otra acción litúrgica. Sin embargo, cuando
el Invitatorio se antepone a las Laudes, puede omitirse, si se juzga oportuno, el
salmo con su antífona.

36. En el lugar correspondiente, se indica el modo de variar la antífona del


Invitatorio, según los distintos días litúrgicos.

II. LAS LAUDES DE LA MAÑANA Y LAS VÍSPERAS

37. «Las Laudes, como oración matutina, y las Vísperas, como oración


vespertina, que, según la venerable tradición de toda la Iglesia, son el doble
quicio sobre el que gira el Oficio cotidiano, se deben considerar y celebrar
como las Horas principales.»'
38. Las Laudes matutinas están dirigidas y ordenadas a santificar la mañana,
como salta a la vista en muchos de sus elementos. San Basilio expresa muy
bien este carácter matinal con las siguientes palabras: «Al comenzar el día,
oremos para que los primeros impulsos de la mente y del corazón sean para
Dios, y no nos preocupemos de cosa alguna antes de habernos llenado de
gozo con el pensamiento en Dios, según está escrito: "Me acordé del Señor y
me llené de gozo", ni empleemos nuestro cuerpo en el trabajo antes de poner
por obra lo que fue dicho: "A ti te suplico, Señor, por la mañana escucharás mi
voz, por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando".» Esta Hora,
que se celebra con la primera luz del día, trae, además, a la memoria el
recuerdo de la resurrección del Señor Jesús, que es la luz verdadera que
ilumina a todos los hombres y «el sol de justicia», «que nace de lo alto». Así se
comprende bien la advertencia de san Cipriano: «Se hará oración por la
mañana para celebrar la resurrección del Señor con la oración matutina.»

39. Se celebran las Vísperas por la tarde, cuando atardece y el día va de caída,
«en acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto
hemos logrado realizar con acierto». También hacemos memoria de la
redención por medio de la oración que elevamos «como el incienso en
presencia del Señor», y en la cual «el alzar de nuestras manos» es «como
ofrenda de la tarde». Lo cual «puede aplicarse también con mayor sentido
sagrado a aquella verdadera ofrenda de la tarde que el divino Redentor
instituyó precisamente en la tarde en que cenaba con los apóstoles,
inaugurando así los sacrosantos misterios de la Iglesia, y que ofreció al Padre
en la tarde del día siguiente, que representa la cumbre de los siglos, alzando
sus manos por la salvación del mundo». Y para orientarnos con la esperanza
hacia la luz que no conoce ocaso, «oramos y suplicamos para que la luz
retorne siempre a nosotros, pedimos que venga Cristo a otorgarnos el don de
la luz eterna». Precisamente en esta Hora concuerdan nuestras voces con las
de las Iglesias orientales, al invocar a la «luz gozosa de la santa gloria del
eterno Padre, Jesucristo bendito; llegados a la puesta del sol, viendo la luz
encendida en la tarde, cantamos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo...»

40. Hay que dar la máxima importancia a las Laudes de la mañana y a las


Vísperas, como oración de la comunidad cristiana: foméntese su celebración
pública o comunitaria, sobre todo entre aquellos que hacen vida común.
Recomiéndese incluso su recitación individual a los fieles que no tienen la
posibilidad de tomar parte en la celebración común.

41. Las Laudes de la mañana y las Vísperas comienzan con la invocación


inicial: Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, date prisa en socorrerme, a la que
sigue el Gloria al Padre con el Como era y el Aleluya (que se omite en el
tiempo de Cuaresma). Todo ello se omite en las Laudes, cuando precede
inmediatamente el Invitatorio.

42. Seguidamente se dice un himno apropiado. El himno se selecciona y sitúa


de forma que dé a cada Hora o a cada fiesta el colorido propio, y también,
sobre todo en la celebración con el pueblo, para que el comienzo de la oración
resulte más fácil y se cree un clima más festivo.
43. A continuación del himno viene la salmodia, conforme a los números 121-
125. De acuerdo con la tradición de la Iglesia, la salmodia de las Laudes consta
de un primer salmo matutino, un cántico tomado del antiguo Testamento y un
segundo salmo de alabanza.
La salmodia de Vísperas consta de dos salmos, o de dos partes de un salmo
más extenso, apropiados a esta Hora y a la celebración con el pueblo, y de un
cántico tomado de las cartas de los apóstoles o del Apocalipsis.

44. Terminada la salmodia, se tiene la lectura, bien sea breve o más extensa.

45. La lectura breve está señalada de acuerdo con las características del día,
del tiempo o de la fiesta; deberá leerse y escucharse como una verdadera
proclamación de la palabra de Dios, que inculca con intensidad algún
pensamiento sagrado y que ayuda a poner de relieve determinadas palabras a
las que posiblemente no se presta toda la atención en la lectura continua de la
sagrada Escritura.
    Las lecturas breves son distintas en cada uno de los días en que se divide el
Salterio.

46. Hay libertad para hacer una lectura bíblica más extensa, principalmente en
la celebración con el pueblo, tomándola o del Oficio de lectura, o de las lecturas
de la misa, eligiendo principalmente aquellos textos que, por diversas razones,
no se hubieran leído. Nada impide que se elija algunas veces otra lectura más
adecuada al caso, conforme a los números 248-249 y 251.

47. En la celebración con el pueblo puede tenerse una homilía ilustrativa de la


lectura precedente, si se juzga oportuno.

48. Igualmente, si se juzga oportuno, puede dejarse también un espacio de


silencio a continuación de la lectura o de la homilía.

49. Como respuesta a la palabra de Dios, se ofrece un canto responsorial o


responsorio breve, que puede omitirse si se juzga oportuno.
En su lugar pueden tenerse otros cantos del mismo género y función, con tal
que hayan sido debidamente aprobados por la Conferencia Episcopal.

50. Seguidamente se dice, con solemnidad, el cántico evangélico, con su


correspondiente antífona: en las Laudes, será el cántico de Zacarías, y, en las
Vísperas, el cántico de la Virgen María. Tales cánticos, que la Iglesia romana
ha empleado y ha popularizado a lo largo de los siglos, expresan la alabanza y
acción de gracias por la obra de la redención. Las antífonas correspondientes
al cántico de Zacarías y al cántico de María están señaladas de acuerdo con
las características del día, del tiempo o de la fiesta.

51. Terminado el cántico, en las Laudes se hacen unas preces para consagrar


a Dios el día y el trabajo; en las Vísperas, las preces son de intercesión (cf.
núms. 179-193).

52. A continuación de dichas preces o intercesiones, todos recitan el


Padrenuestro.

53. Una vez recitado el Padrenuestro, se dice inmediatamente la oración


conclusiva, que figura en el Salterio para las ferias ordinarias y en el propio
para los demás días.

54. Finalmente, si preside un sacerdote o un diácono, despide al pueblo con el


saludo: El Señor esté con vosotros, y la bendición como en la misa, añadiendo
después: Podéis ir en paz, con la respuesta: Demos gracias a Dios. Si el que
preside no es un ministro ordenado, y en la recitación individual, se
concluye: El Señor nos bendiga, etc.

III. EL OFICIO DE LECTURA

55. El Oficio de lectura se orienta a ofrecer al pueblo de Dios, y principalmente


a quienes se han entregado al Señor con una consagración especial, una más
abundante meditación de la palabra de Dios y de las mejores páginas de los
autores espirituales. Pues si bien es verdad que en la misa de cada día se lee
ahora una más rica serie de lecturas bíblicas, no puede negarse que el tesoro
de la revelación y de la tradición contenido en el Oficio de lectura es de gran
provecho espiritual. Traten de buscar estas riquezas, ante todo, los sacerdotes,
para que puedan transmitir a otros la palabra de Dios que ellos han recibido y
convertir su doctrina en «alimento para el pueblo de Dios».

56. La oración debe acompañar «a la lectura de la sagrada Escritura, a fin de


que se establezca un coloquio entre Dios y el hombre, puesto que «con él
hablamos cuando oramos, y lo escuchamos a él cuando leemos los divinos
oráculos»"; por ello, el Oficio de lectura consta también de salmos, de un
himno, de una oración y de otras fórmulas, para que tenga carácter de
verdadera oración.

57. El Oficio de lectura, conforme a la Constitución Sacrosanctum Concilium,


«aunque en el coro conserve el carácter de alabanza nocturna, compón gas e
de manera que pueda rezarse a cualquier hora del día y tenga menos salmos y
lecturas más largas».

58. Por tanto, los que están obligados por sus peculiares leyes a mantener el
carácter de alabanza nocturna en este Oficio y los que -cosa laudable- quieran
hacerlo así, ya lo reciten de noche, ya al amanecer y antes de las Laudes, en el
tiempo ordinario elegirán el himno dentro de la serie destinada a este fin. En los
domingos, en las solemnidades Y en ciertas fiestas, habrá de tenerse en
cuenta, además, lo que se dice en los números 70-73 acerca de las vigilias.

59. Permaneciendo vigente la disposición que precede, el Oficio de lectura


puede recitarse a cualquier hora del día, e incluso en la noche del día
precedente, después de haberse celebrado las Vísperas.

60. Si el Oficio de lectura se recita antes de las Laudes, habrá de preceder el


Invitatorio, como antes se ha dicho (núms. 34-36). De lo contrario, se comienza
por el versículo: Dios mío, ven en mi auxilio, con el Gloria al Padre.
Como era y, fuera del tiempo de Cuaresma, el Aleluya.

61. A continuación se dice el himno, que, en el tiempo ordinario, se tomará, de


acuerdo con lo que exija la realidad del momento, o de la serie nocturna, como
se ha indicado en el número 58, o de la serie diurna.

62. Se prosigue con la salmodia, que consta de tres salmos (o de tres


fragmentos, cuando los salmos que corresponden serían demasiado largos).
En el Triduo pascual, en los días de las octavas de Pascua y Navidad, así
como en las solemnidades y en las fiestas, figuran salmos propios, con sus
antífonas propias.
En los domingos y en las ferias, los salmos con sus antífonas se toman del
Salterio en curso. De aquí se toman también en las memorias de los santos, a
no ser que tengan salmos y antífonas propios (cf. núms. 218ss.).

63. Entre la salmodia y las lecturas se dice, como es costumbre, el versículo,


que sirve de transición entre la salmodia y la audición de las lecturas.

64. Se hace una doble lectura: la primera es bíblica; la otra puede estar tomada
de las obras de los Padres o de escritores eclesiásticos, o ser hagiográfica.

65. Después de cada lectura se dice un responsorio (cf. núms. 169-172).

66. Ordinariamente se ha de tomar la lectura bíblica que corresponda en el


Propio del tiempo, conforme a las normas de los números 140-155. Pero en las
solemnidades y en las fiestas, la lectura bíblica se ha de tomar del Propio o del
Común.

67. La segunda lectura, con el correspondiente responsorio, se toma o bien del


libro de la Liturgia de las Horas o bien del leccionario libre de que se hablará en
el número 161. Ordinariamente será la que corresponda en el Propio del
tiempo.
En las solemnidades Y en las fiestas de los santos, se empleará la lectura
hagiográfica propia; si no la hubiera, se tomará la segunda lectura del
respectivo Común de los santos. En las memorias de los santos, no impedidas
de celebración, también se tiene la lectura hagiográfica en vez de la segunda
lectura que hubiera correspondido (cf. núms. 166 y 235d).

68. En los domingos, excepto los de Cuaresma, en los días de las octavas de
Pascua y de Navidad, en las solemnidades y en las fiestas, después de la
segunda lectura, seguida de su responsorio, se recita el himno Señor, Dios
eterno, el cual se omite en las memorias y en las ferias. La última parte de este
himno, desde el versículo Salva a tu pueblo, Señor hasta el fin, puede omitirse
libremente.

69. El Oficio de lectura concluye, normalmente, con la oración propia del día y,
al menos cuando se celebra en común, con la aclamación: Bendigamos al
Señor, y la respuesta: Demos gracias a Dios.
IV. LAS VIGILIAS

70. La Vigilia pascual es celebrada en toda la Iglesia como se indica en los


correspondientes libros litúrgicos.
«Es tan grande la Vigilia de esta noche -dice san Agustín-, que ella sola
reclamaría para sí como propio el nombre que es común a las demás»;
«pasamos en vela la noche en que el Señor resucitó y en la que inauguró para
nosotros en su carne aquella vida... del todo ajena a la muerte y al sueño...; y
así querrá que con él vivamos y reinemos eternamente aquel a quien nosotros,
velando, cantamos resucitado poco después».

71. A semejanza de la Vigilia pascual, en muchas Iglesias hubo la costumbre


de iniciar la celebración de algunas solemnidades con una vigilia: sobresalen,
entre ellas, la de Navidad y la de Pentecostés. Tal costumbre debe conservarse
y fomentarse de acuerdo con el uso de cada una de las Iglesias. Si en algún
lugar determinado se ve la conveniencia de dar realce a otras solemnidades o
peregrinaciones mediante una vigilia, obsérvense las normas generales para
las celebraciones de la palabra divina.

72. Los Padres y autores espirituales, con muchísima frecuencia, exhortan a


los fieles, sobre todo a los que se dedican a la vida contemplativa, a la oración
en la noche, con la que se expresa y se aviva la espera del Señor que ha de
volver: «A medianoche se oyó una voz que decía: "Mirad, el Esposo viene,
salid a su encuentro."» «Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el amo
de la casa; si por la tarde, si a medianoche, o al canto del gallo, o a la
madrugada: no sea que, viniendo de repente, os encuentre dormidos.» Son,
por tanto, dignos de alabanza los que mantienen el carácter nocturno del Oficio
de lectura.

73. Además, como quiera que en el rito romano, y en atención principalmente a


los que se dedican a una tarea apostólica, el Oficio de lectura mantiene
siempre la misma brevedad, los que deseen, de acuerdo con la tradición, una
celebración más extensa de la vigilia del domingo, de las solemnidades y de las
fiestas procederán del modo siguiente:
Celébrese en primer lugar el Oficio de lectura, según figura en el libro de la
Liturgia de las Horas, hasta las lecturas inclusive. Terminadas ambas lecturas,
y antes del himno Señor, Dios eterno, añádanse los cánticos que se han puesto
en el Apéndice I con este fin; léase a continuación el evangelio, sobre el que
podrá tenerse la homilía, si conviene; luego se canta el himno Señor, Dios
eterno, y se dice la oración.
En las solemnidades y en las fiestas, el evangelio se tomará del leccionario de
la misa; en los domingos, se tomará de la serie sobre el misterio pascual que
aparece en el apéndice I del libro de la Liturgia de las Horas.

V. TERCIA, SEXTA, NONA: LA HORA INTERMEDIA

74. Conforme a una tradición muy antigua de la Iglesia, los cristianos


acostumbraron a orar por devoción privada en determinados momentos del día,
incluso en medio del trabajo, a imitación de la Iglesia apostólica; esta tradición,
andando el tiempo, cristalizó de diversas maneras en celebraciones litúrgicas.

75. Tanto en Oriente como en Occidente se ha mantenido la costumbre


litúrgica de rezar Tercia, Sexta y Nona, principalmente porque se unía a estas
Horas el recuerdo de los acontecimientos de la pasión del Señor y de la
primera propagación del Evangelio.

76. El Concilio Vaticano II ha establecido que las Horas menores de Tercia,


Sexta y Nona se mantengan en el Oficio coral.
Deberá mantenerse este uso litúrgico de recitar las tres Horas, salvo derecho
particular, por todos aquellos que se consagran a la vida contemplativa; se
aconseja también a todos, principalmente a los que se encuentran en retiro
espiritual o en alguna reunión de pastoral.

77. Sin embargo, fuera del Oficio coral, y salvo derecho particular, cabe elegir
una sola de estas tres Horas, aquella que más se acomode al momento del día,
a fin de que se mantenga la tradición de orar durante el día, en medio del
trabajo.

78. La disposición de las Horas de Tercia, Sexta y Nona se ha hecho teniendo


en cuenta tanto a los que sólo recitan una Hora u «Hora intermedia», como a
los que por obligación o libre voluntad celebran las tres.

79. Tercia, Sexta y Nona o la «Hora intermedia» se comienza con la


invocación: Dios mío, ven en mi auxilio, con el Gloria al Padre. Como era y el
Aleluya (que se omite en el tiempo de Cuaresma). Luego se dice el himno
correspondiente a la Hora. A continuación se hace la salmodia, seguida de la
lectura breve y del versículo. Concluye la Hora con la oración conclusiva y, al
menos cuando se celebra en común, con la aclamación: Bendigamos al Señor,
y la respuesta: Demos gracias a Dios.

80. A cada una de las Horas se le asignan diversos himnos y oraciones, de


forma que, conforme a la tradición, concuerde de verdad con el tiempo real y se
facilite mejor la santificación de los diversos momentos del día; por lo mismo, el
que sólo recite una Hora procurará elegir los elementos que mejor
correspondan a la misma.
Además, las lecturas breves y las oraciones varían de acuerdo con el día, el
tiempo o la fiesta.

81. El Salterio presenta una doble salmodia: la habitual y la complementaria. El


que reza solamente una Hora debe usar la salmodia habitual, incluso en las
fiestas. El que reza más de una Hora debe usar, en una de ellas, la salmodia
habitual y, en las otras, o bien la salmodia complementaria o bien, en una Hora,
la salmodia habitual de la semana anterior y, en la otra Hora, la salmodia
habitual de la semana siguiente.

82. La salmodia habitual consta de tres salmos (o de tres fragmentos, cuando


los salmos que corresponden serían demasiado extensos), que se encuentran
en el curso del Salterio y tienen sus propias antífonas, si en su lugar no se dice
lo contrario.
Las solemnidades, el Triduo pascual y los días de la octava de Pascua tienen
antífonas propias, con tres salmos que se tomarán de la salmodia
complementaria, si no hubieren de emplearse salmos especiales, o la
celebración de la solemnidad coincidiere en domingo, en cuyo caso se toman
los salmos del domingo de la primera semana.

83. La salmodia complementaria consta de unos grupos de tres salmos,


seleccionados de entre los salmos llamados graduales.

84. Las Completas son la última oración del día, que se ha de hacer antes del
descanso nocturno, aunque haya pasado ya la media noche.

VI. LAS COMPLETAS

85. Las Completas comienzan, como las demás Horas, con la invocación


inicial: Dios mío, ven en mi auxilio, con el Gloria al Padre. Como era y
el Aleluya (que se omite en el tiempo de Cuaresma).

86. A continuación, es de alabar que se haga examen de conciencia, que en la


celebración común se hace en silencio o bien inserto en alguna de las fórmulas
que propone el Misal romano para el acto penitencial.

87. Después se dice el himno correspondiente.

88. En cuanto a la salmodia, el domingo, después de las I Vísperas, se dicen


los salmos 4 y 133; después de las II Vísperas, el salmo 90.
Para los demás días se han elegido aquellos salmos que estimulan sobre todo
la confianza en el Señor; se concede, sin embargo, que éstos puedan ser
sustituidos por los salmos del domingo, principalmente para comodidad de
aquellos que quizás prefieran recitar las Completas de memoria.

89. Después de la salmodia se hace la lectura breve, a la cual sigue el


responsorio: En tus manos, Señor; a continuación, se dice el cántico
evangélico: Ahora, Señor, con su antífona. Con él podemos decir que culmina
esta Hora.

90. La oración conclusiva es la correspondiente al día de la semana, como se


encuentra en el Salterio de Completas. -

91. Después de la oración, incluso en la recitación privada, se dice la


bendición: El Señor todopoderoso nos conceda.

92. Finalmente, se dice una de las antífonas a la Santísima Virgen María. En


tiempo pascual será siempre la antífona Reina del cielo, alégrate. Además de
las antífonas que se contienen en el libro de la Liturgia de las Horas, la
Conferencia Episcopal puede aprobar otras.
VII. MODO DE UNIR, SEGÚN LA OPORTUNIDAD,
LAS HORAS DEL OFICIO CON LA MISA
O BIEN LAS HORAS ENTRE SÍ

93. En casos particulares, cuando lo aconsejen las circunstancias, se puede


llegar, en la celebración pública o en común, a una unión más estrecha entre la
misa y una Hora del Oficio, según las normas que siguen, con tal de que tanto
la misa como la Hora sean del mismo Oficio.
Pero téngase cuidado de que esto no vaya en detrimento de las obligaciones
pastorales, sobre todo el domingo.

94. Cuando las Laudes matutinas que se celebran en el coro o en común


preceden inmediatamente a la misa, la acción litúrgica puede comenzar por la
invocación inicial y el himno de las Laudes, especialmente los días de feria, o
por el canto de entrada de la misa con la procesión y saludo del celebrante,
especialmente los días festivos. Según el caso se omite, pues, uno u otro de
los ritos iniciales.
A continuación se prosigue con la salmodia de las Laudes, como de costumbre,
hasta la lectura breve, exclusive.
Después de la salmodia, omitido el acto penitencial y, según la oportunidad, el
Señor, ten piedad, se dice, si lo prescriben las rúbricas, el Gloria, y el
celebrante reza la colecta de la misa. Después se continúa con la liturgia de la
palabra, como de costumbre.
La oración de los fieles se hace en su lugar y según la forma acostumbrada en
la misa. Pero los días de feria, en la misa de la mañana, en lugar del formulario
corriente de la oración de los fieles, se pueden decir las preces matutinas de
las Laudes.
Después de la comunión, con su canto propio, se canta el cántico de Zacarías,
con su antífona, de las Laudes. Seguidamente, se dice la oración para después
de la comunión y lo demás, como de costumbre.

95. Si la Hora intermedia, Tercia, Sexta y Nona, según pide el momento del día,
se celebra pública e inmediatamente antes de la misa, la acción litúrgica puede
empezar igualmente o por la invocación inicial y el himno de la Hora,
especialmente los días de feria, o por el canto de entrada de la misa con la
procesión y saludo del celebrante, especialmente los días festivos. Según el
caso se omite, pues, uno u otro de los ritos iniciales.
Después se prosigue con la salmodia de la Hora, como de costumbre, hasta la
lectura breve, exclusive.
Después de la salmodia, omitido el acto penitencial y, según la oportunidad, el
Señor, ten piedad, se dice, si lo prescriben las rúbricas, el Gloria, y el
celebrante reza la colecta de la misa.

96. Las Vísperas se unen a la misa, cuando preceden inmediatamente a la


misma, del mismo modo que las Laudes. Pero las primeras Vísperas de las
solemnidades, domingos y fiestas del Señor que coinciden en domingo no
podrán celebrarse hasta que se haya celebrado la misa del día precedente o
del sábado.
97. Cuando la Hora intermedia, es decir, Tercia, Sexta y Nona, o bien las
Vísperas siguen a la misa, ésta se celebra, como de costumbre, hasta la
oración para después de la comunión, inclusive.
Dicha la oración para después de la comunión, comienza inmediatamente la
salmodia de la Hora correspondiente. En la Hora intermedia, terminada la
salmodia y omitida la lectura breve, se dice la oración y se despide como en la
misa. En las Vísperas, terminada la salmodia y omitida la lectura, se continúa
con el cántico de María, con su antífona, y, omitidas las preces y el
Padrenuestro, se dice la oración conclusiva y se bendice al pueblo.

98. Excepto en el caso de la noche de la Navidad del Señor, se excluye


normalmente la unión de la misa con el Oficio de lectura, puesto que la misa
tiene su ciclo propio de lecturas, que se ha de distinguir del ciclo del Oficio.
Pero si en algún caso especial conviene hacerlo, después de la segunda
lectura del Oficio y de su responsorio, omitido todo lo demás, comienza la misa
por el himno Gloria, si lo prescriben las rúbricas, o por la colecta.

99. Si se celebra el Oficio de lectura inmediatamente antes de otra Hora del


Oficio, se puede adelantar al comienzo de toda la celebración el himno
correspondiente de esta Hora; después, al fin del Oficio de lectura, se omite la
oración y la conclusión, y en la Hora siguiente se omite la invocación inicial y el
Gloria al Padre.

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