Capítulo I: Principios Y Normas Generales de La Liturgia de Las Horas
Capítulo I: Principios Y Normas Generales de La Liturgia de Las Horas
Capítulo I: Principios Y Normas Generales de La Liturgia de Las Horas
CAPÍTULO I
1. La oración pública y comunitaria del pueblo de Dios figura con razón entre
los principales cometidos de la Iglesia. Ya en sus comienzos, los bautizados
«eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida
común, en la fracción del pan y en las oraciones». Por lo demás, la oración
unánime de la comunidad cristiana es atestiguada muchas veces en los
Hechos de los apóstoles.
Testimonios de la primitiva Iglesia ponen de manifiesto que los fieles solían
dedicarse a la oración a determinadas horas. En diversas regiones se
estableció luego la costumbre de destinar algunos tiempos especiales a la
oración común, como a última hora del día, cuando se hace de noche y se
encienden las lámparas, o a la primera, cuando la noche se disipa con la luz
del sol.
Andando el tiempo, se llegó a santificar con la oración común también las
restantes horas, que los Padres veían claramente aludidas en los Hechos de
los apóstoles. Allí aparecen los discípulos congregados a media mañana. El
Príncipe de los apóstoles «subió a la azotea hacia eso del mediodía a orar»;
«Pedro y Juan subían al templo, para la oración de media tarde»; «hacia
medianoche, Pablo y Silas, puestos en oración, cantaban himnos a Dios».
2. Tales oraciones realizadas en común poco a poco se iban configurando
como un conjunto definido de Horas. Esta Liturgia de las Horas u Oficio divino,
enriquecida también con lecturas, es principalmente oración de alabanza y de
súplica, y, ciertamente, oración que la Iglesia realiza con Cristo y dirige a él.
I. LA ORACIÓN DE CRISTO
3. Cuando vino para comunicar a los hombres la vida de Dios, el Verbo que
procede del Padre como esplendor de su gloria, «el Sumo sacerdote de la
nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo
en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las
moradas celestiales». Desde entonces, resuena en el corazón de Cristo la
alabanza a Dios con palabras humanas de adoración, propiciación e
intercesión: todo ello lo presenta al Padre, en nombre de los hombres y para
bien de todos ellos, el que es príncipe de la nueva humanidad y mediador entre
Dios y los hombres.
4. El Hijo de Dios, que es uno con el Padre, y que al entrar en el mundo dijo:
«Ya estoy aquí para cumplir tu voluntad», se ha dignado ofrecernos ejemplos
de su propia oración. En efecto, los evangelios nos lo presentan muchísimas
veces en oración: cuando el Padre revela su misión, antes del llamamiento de
los apóstoles, cuando bendice a Dios en la multiplicación de los panes, en la
transfiguración, cuando sana al sordo y mudo y cuando resucita a Lázaro,
antes de requerir de Pedro su confesión cuando enseña a orar a los discípulos,
cuando los discípulos regresan de la misión, cuando bendice a los niños,
cuando ora por Pedro.
Su actividad diaria estaba tan unida con la oración que incluso aparece
fluyendo de la misma, como cuando se retiraba al desierto o al monte para
orar, levantándose muy de mañana, o al anochecer, permaneciendo en oración
hasta la madrugada.
Tomó parte también, como fundadamente se sostiene, en las oraciones
públicas, tanto en las sinagogas, donde entró en sábado, «como era su
costumbre», como en el templo, al que llamó casa de oración, y en las
oraciones privadas que los israelitas piadosos acostumbraban a recitar
diariamente. También al comer dirigía a Dios las tradicionales bendiciones,
como expresamente se narra cuando la multiplicación del pan, en la última
Cena, en la comida de Emaús; de igual modo recitó el himno con los
discípulos.
Hasta el final de su vida, acercándose ya el momento de la pasión, en la
última Cena, en la agonía y en la cruz, el divino maestro mostró que era la
oración lo que le animaba en el ministerio mesiánico y en el tránsito pascual.
En efecto, «Cristo, en los días de su vida mortal, habiendo elevado oraciones y
súplicas con poderoso clamor y lágrimas hacia aquel que tenía poder para
salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente», y con
la oblación perfecta del ara de la cruz «ha llevado para siempre a la perfección
a los que ha santificado»; y después de resucitar de entre los muertos vive para
siempre y ruega por nosotros.
El mandato de orar
5. Lo que Jesús puso por obra nos lo mandó también hacer a nosotros. Muchas
veces dijo: «Orad», «pedid», «en mi nombre»; incluso nos proporcionó una
fórmula de plegaria en la llamada oración dominical y advirtió que la oración es
necesaria, y que debe ser humilde, atenta, perseverante y confiada en la
bondad del Padre, pura de intención y concorde con lo que Dios es.
Los apóstoles, que, en sus cartas, frecuentemente nos aportan oraciones,
sobre todo de alabanza y de acción de gracias, también insisten en la oración
asidua a Dios por medio de Jesús, en el Espíritu Santo, en su eficacia para la
santificación, en la oración de alabanza, de acción de gracias, de petición y de
intercesión por todos.
6. Ya que el hombre proviene todo él de Dios, debe reconocer y confesar este
dominio, de su Creador, como en todos los tiempos hicieron, al orar, los
hombres piadosos.
La oración, que se dirige a Dios, ha de establecer conexión con Cristo, Señor
de todos los hombres y único mediador, el único por quien tenemos acceso a
Dios. Pues de tal manera él une a sí a toda la comunidad humana, que se
establece una unión íntima entre la oración de Cristo y la de todo el género
humano. Pues en Cristo y sólo en Cristo la religión del hombre alcanza su valor
salvífico y su fin.
10. Fiel y obediente al mandato de Cristo de que hay que orar siempre sin
desanimarse, la Iglesia no cesa un momento en su oración y nos exhorta a
nosotros con estas palabras: «Por medio de Jesús ofrezcamos continuamente
a Dios un sacrificio de alabanza». Responde al mandato de Cristo no sólo con
la celebración eucarística, sino también con otras formas de oración,
principalmente con la Liturgia de las Horas, que, conforme a la antigua tradición
cristiana, tiene como característica propia la de servir para santificar el curso
entero del día y de la noche".
12. La Liturgia de las Horas extiende a los distintos momentos del día la
alabanza y la acción de gracias, así como el recuerdo de los misterios de la
salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos
ofrecen en el misterio eucarístico, «centro y cumbre de toda la vida de la
comunidad cristiana».
La celebración eucarística halla una preparación magnífica en la Liturgia de
las Horas, ya que ésta suscita y acrecienta muy bien las disposiciones que son
necesarias para celebrar la eucaristía, como la fe, la esperanza, la caridad, la
devoción y el espíritu de abnegación.
La santificación humana
Súplica e intercesión
19. Para que se adueñe de esta oración cada uno de los que en ella participan,
para que sea manantial de piedad y de múltiples gracias divinas, y nutra, al
mismo tiempo, la oración personal y la acción apostólica, conviene que la
celebración sea digna, atenta y devota, de forma que la misma mente
concuerde con la voz. Muéstrense todos diligentes en cooperar con la gracia
divina, para que ésta no caiga en el vacío. Buscando a Cristo y penetrando
cada vez más por la oración en su misterio, alaben a Dios y eleven súplicas
con los mismos sentimientos con que oraba el divino Redentor.
La celebración en común
20. La Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una
acción privada, sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta
e influye en él. Su celebración eclesial alcanza el mayor esplendor, y por lo
mismo es recomendable en grado sumo, cuando con su obispo, rodeado de los
presbíteros y ministros, la realiza una Iglesia particular, «en que
verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y
apostólica». Esta celebración, incluso cuando, ausente el obispo, la realiza el
cabildo de canónigos u otros presbíteros, téngase siempre de forma que
responda de veras a la hora del día y, en lo posible, con participación del
pueblo. Lo cual vale también para los cabildos colegiales.
22. Por tanto, cuando los fieles son convocados y se reúnen para la Liturgia de
las Horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan a la Iglesia, que
celebra el misterio de Cristo.
23. A los que han recibido el orden sagrado o están provistos de un peculiar
mandato canónico les incumbe convocar a la comunidad y dirigir su oración:
«procuren que todos los que están bajo su cuidado vivan unánimes en la
oración». Cuiden, por tanto, de invitar a los fieles y de proporcionarles la debida
catequesis para la celebración común de las partes principales de la Liturgia de
las Horas, sobre todo en los domingos y fiestas. Enséñenles a participar de
forma que logren orar de verdad en la celebración, y encáucenlos mediante
una instrucción apropiada hacia la inteligencia cristiana de los salmos, a fin de
que gradualmente lleguen a gustar mejor y a hacer más amplio uso de la
oración de la Iglesia".
28. A los ministros sagrados se les confía de tal modo la Liturgia de las Horas
que cada uno de ellos habrá de celebrarla incluso cuando no participe el
pueblo, con las adaptaciones necesarias al caso; pues la Iglesia los delega
para la Liturgia de las Horas de forma que al menos ellos aseguren de modo
constante el desempeño de lo que es función de toda la comunidad, y se
mantenga en la Iglesia sin interrupción la oración de Cristo.
El obispo, puesto que de modo eminente y visible representa a la persona de
Cristo y es el gran sacerdote de su grey, de quien en cierto modo se deriva y
depende la vida en Cristo de los fieles, deberá sobresalir por su oración entre
todos los miembros de su Iglesia; su oración en la celebración de las Horas es
siempre en nombre de la Iglesia y a favor de la Iglesia a él encomendada.
Los presbíteros, unidos al obispo y a todo el presbiterio, que también actúan
de modo especial en lugar de la persona de Cristo sacerdote, participan en la
misma función, al rogar a Dios por todo el pueblo a ellos encomendado y por el
mundo entero.
Todos ellos, por su ministerio, hacen presente al buen Pastor, que ora por
los suyos para que tengan vida y para que, de esta forma, sean perfectos en la
unidad. En la Liturgia de las Horas, que la Iglesia pone en sus manos, tratarán
de hallar un manantial de piedad y un alimento para su oración personal, pero
también deberán nutrir y alentar ahí la acción pastoral y misional, con la
abundancia de la contemplación, para gozo de toda la Iglesia de Dios.
32. A las demás comunidades religiosas, y a cada uno de sus miembros, se les
exhorta a que, según las diversas circunstancias en que se encuentren,
celebren algunas partes de la Liturgia de las Horas, que es la oración de la
Iglesia y hace de todos los que andan dispersos por el mundo un solo corazón
y una sola alma.
La misma exhortación se hace también a los seglares.
Estructura de la celebración
33. La Liturgia de las Horas se rige por sus propias leyes, reuniendo de un
modo peculiar los diversos elementos que se dan en las demás celebraciones
cristianas; así, está dispuesto que siempre se tenga la salmodia, precedida de
un himno; seguidamente la lectura, breve o más extensa, de la sagrada
Escritura, y, finalmente, las preces.
Tanto en la celebración comunitaria, como en la recitación a solas, se
mantiene la estructura esencial de esta Liturgia, que es un coloquio entre Dios
y el hombre. Sin embargo, la celebración comunitaria pone más de manifiesto
la índole eclesial de la Liturgia de las Horas, facilita la participación activa de
todos, conforme a la condición de cada uno, con las aclamaciones, el diálogo,
la salmodia alternada y otros medios semejantes, y tiene más en cuenta los
diversos géneros de expresión. Por esto, siempre que pueda tenerse una
celebración comunitaria con concurrencia y participación activa de los fieles, ha
de preferirse a una celebración a solas y en cierto modo privada. Es
recomendable además que, en la celebración en el coro y en común, el Oficio
sea cantado, respetando la naturaleza y la función de cada una de sus partes.
De este modo daremos cumplimiento a la advertencia del Apóstol: «La
palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a
otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias
de todo corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.»
CAPÍTULO II
34. Se acostumbra a iniciar todo el Oficio con el Invitatorio. Consta éste del
versículo Señor, abre mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza, y del salmo
94, que diariamente invita a los fieles a cantar las alabanzas de Dios y a
escuchar su voz, y los estimula a esperar anhelantes el «descanso del Señor».
Sin embargo, puede sustituirse este salmo, cuando se juzgue oportuno, por
uno de los salmos 99, 66 o 23.
Es conveniente recitar el salmo del Invitatorio en forma responsorial, como se
indica en su propio lugar, es decir, con su antífona propia, que se dice al
principio del salmo y luego la repite la asamblea y la intercala después de cada
una de las estrofas.
39. Se celebran las Vísperas por la tarde, cuando atardece y el día va de caída,
«en acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto
hemos logrado realizar con acierto». También hacemos memoria de la
redención por medio de la oración que elevamos «como el incienso en
presencia del Señor», y en la cual «el alzar de nuestras manos» es «como
ofrenda de la tarde». Lo cual «puede aplicarse también con mayor sentido
sagrado a aquella verdadera ofrenda de la tarde que el divino Redentor
instituyó precisamente en la tarde en que cenaba con los apóstoles,
inaugurando así los sacrosantos misterios de la Iglesia, y que ofreció al Padre
en la tarde del día siguiente, que representa la cumbre de los siglos, alzando
sus manos por la salvación del mundo». Y para orientarnos con la esperanza
hacia la luz que no conoce ocaso, «oramos y suplicamos para que la luz
retorne siempre a nosotros, pedimos que venga Cristo a otorgarnos el don de
la luz eterna». Precisamente en esta Hora concuerdan nuestras voces con las
de las Iglesias orientales, al invocar a la «luz gozosa de la santa gloria del
eterno Padre, Jesucristo bendito; llegados a la puesta del sol, viendo la luz
encendida en la tarde, cantamos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo...»
45. La lectura breve está señalada de acuerdo con las características del día,
del tiempo o de la fiesta; deberá leerse y escucharse como una verdadera
proclamación de la palabra de Dios, que inculca con intensidad algún
pensamiento sagrado y que ayuda a poner de relieve determinadas palabras a
las que posiblemente no se presta toda la atención en la lectura continua de la
sagrada Escritura.
Las lecturas breves son distintas en cada uno de los días en que se divide el
Salterio.
46. Hay libertad para hacer una lectura bíblica más extensa, principalmente en
la celebración con el pueblo, tomándola o del Oficio de lectura, o de las lecturas
de la misa, eligiendo principalmente aquellos textos que, por diversas razones,
no se hubieran leído. Nada impide que se elija algunas veces otra lectura más
adecuada al caso, conforme a los números 248-249 y 251.
58. Por tanto, los que están obligados por sus peculiares leyes a mantener el
carácter de alabanza nocturna en este Oficio y los que -cosa laudable- quieran
hacerlo así, ya lo reciten de noche, ya al amanecer y antes de las Laudes, en el
tiempo ordinario elegirán el himno dentro de la serie destinada a este fin. En los
domingos, en las solemnidades Y en ciertas fiestas, habrá de tenerse en
cuenta, además, lo que se dice en los números 70-73 acerca de las vigilias.
64. Se hace una doble lectura: la primera es bíblica; la otra puede estar tomada
de las obras de los Padres o de escritores eclesiásticos, o ser hagiográfica.
68. En los domingos, excepto los de Cuaresma, en los días de las octavas de
Pascua y de Navidad, en las solemnidades y en las fiestas, después de la
segunda lectura, seguida de su responsorio, se recita el himno Señor, Dios
eterno, el cual se omite en las memorias y en las ferias. La última parte de este
himno, desde el versículo Salva a tu pueblo, Señor hasta el fin, puede omitirse
libremente.
69. El Oficio de lectura concluye, normalmente, con la oración propia del día y,
al menos cuando se celebra en común, con la aclamación: Bendigamos al
Señor, y la respuesta: Demos gracias a Dios.
IV. LAS VIGILIAS
77. Sin embargo, fuera del Oficio coral, y salvo derecho particular, cabe elegir
una sola de estas tres Horas, aquella que más se acomode al momento del día,
a fin de que se mantenga la tradición de orar durante el día, en medio del
trabajo.
84. Las Completas son la última oración del día, que se ha de hacer antes del
descanso nocturno, aunque haya pasado ya la media noche.
95. Si la Hora intermedia, Tercia, Sexta y Nona, según pide el momento del día,
se celebra pública e inmediatamente antes de la misa, la acción litúrgica puede
empezar igualmente o por la invocación inicial y el himno de la Hora,
especialmente los días de feria, o por el canto de entrada de la misa con la
procesión y saludo del celebrante, especialmente los días festivos. Según el
caso se omite, pues, uno u otro de los ritos iniciales.
Después se prosigue con la salmodia de la Hora, como de costumbre, hasta la
lectura breve, exclusive.
Después de la salmodia, omitido el acto penitencial y, según la oportunidad, el
Señor, ten piedad, se dice, si lo prescriben las rúbricas, el Gloria, y el
celebrante reza la colecta de la misa.