El Impacto de Las Redes Sociales en Las Personas y en La Sociedad: Redes Sociales, Redil Social, ¿O Telaraña?
El Impacto de Las Redes Sociales en Las Personas y en La Sociedad: Redes Sociales, Redil Social, ¿O Telaraña?
El Impacto de Las Redes Sociales en Las Personas y en La Sociedad: Redes Sociales, Redil Social, ¿O Telaraña?
Introducción
Personalmente, no tengo consciencia de haber usado el término red social (social network) hasta el siglo XXI. Creo
posible que el mismo genere un cierto equívoco si no es adecuadamente contextualizado. En el presente artículo
haremos un uso del término red social en la acepción reconocida por la Real Academia de la lengua Española (RAE), que
lo define como aquel “Servicio de la sociedad de la información que ofrece a los usuarios una plataforma de
comunicación a través de internet para que estos generen un perfil con sus datos personales, facilitando la creación de
comunidades con base en criterios comunes y permitiendo la comunicación de sus usuarios, de modo que pueden
interactuar mediante mensajes, compartir información, imágenes o videos, permitiendo que esas publicaciones sean
accesibles de forma inmediata por todos los usuarios de su grupo”.
Las redes sociales surgieron en la primera década del siglo XXI tras la generalización del uso de Internet y de los
teléfonos móviles a finales de los años 90. El nacimiento de Internet creó el substrato perfecto para el nacimiento de
empresas como Facebook. Así, las redes sociales tendrían dos funciones primordiales: 1) Facilitar la comunicación y el
intercambio de información; y 2) Facilitar la creación de comunidades.
El objetivo del presente artículo es evidenciar la contradicción inherente al término red social, y explorar si las mismas
cumplen otras funciones más allá de las señaladas. Porque, si las redes sociales facilitan la comunicación y la
generación de comunidades, ¿por qué la incomunicación y soledad asolan a aquellas Sociedades que las dan cobijo?
Considero que el carácter paradójico se deriva del término red. Según la RAE, este término hace referencia a un
“Conjunto de elementos organizados para determinado fin”, a un “Conjunto de computadoras o de equipos
informáticos conectados entre sí y que pueden intercambiar información” o a un “Conjunto de personas relacionadas
para una determinada actividad, por lo general de carácter secreto, ilegal o delictivo”, entre otras acepciones. Una red
puede proteger de una muerte segura a los funambulistas circenses precipitándose al vacío. Pero también puede
tratarse de un aparejo que convenientemente dispuesto sirve para “para pescar, cazar, cercar, sujetar, etc.” o de un
“ardid o engaño de que alguien se vale para atraer a otra persona” (https://dle.rae.es/red).
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nacidos entre mediados de los años 90 y 2006 (Christensen, 2018; Mitchel, 2008). Se trata de una generación
caracterizada por su elevada competencia digital, y auto-aprendizaje, pero su escasa capacidad para el juicio crítico
(Shatto, 2016)
Esta escasa capacidad para el juicio crítico es, según el periodista David Robson, característica de un número creciente
de personas (inteligentes), como señala en su ensayo La trampa de la inteligencia (Robson, 2019). En el mismo, David
Robson señala cómo grandes científicos, como Albert Einstein, o literatos, como Arthur Conan Doyle, defendieron ideas
peregrinas. Y cómo la capacidad de generar argumentos convincentes en personas de elevada inteligencia se erige en
una trampa que les impide valorar otro tipo de argumentos. Pero, si esto pasa con las personas inteligentes, ¿qué no
pasará con las legiones que no lo son y pueblan nuestras sociedades?
Asimismo, resulta particularmente preocupante la expansión epidémica de la sensación crónica de vacío en las nuevas
generaciones, en el contexto de un creciente aumento de la prevalencia de problemas de salud mental en la población
general en el mundo (Blasco, 2016b). Dentro de ellos, destaca una entidad conocida como trastorno límite de la
personalidad, caracterizada, entre otros, por la difusión e inestabilidad de la personalidad en todos sus aspectos
(Klonsky, 2008). ¿Acaso podríamos esperar algo diferente viviendo en la era del vacío? (Lipovetsky, 1986).
Las redes sociales nos permiten mostrar “un perfil con sus datos personales”. Es decir, nos permiten construir una
identidad digital ficticia que puede, o no, tener nada que ver con quien realmente somos. En las redes aireamos todo:
dónde estamos, con quién comemos, o hacia dónde vamos. En Román paladino, las redes sociales permiten la
banalización de nuestra vida privada en aras de una transparencia engañosa. Nos publicitamos ¿gratis?, como señalo en
Hacia un mundo feliz: «“la banalidad de la privacidad —reflejada en la publicitación gratuita de nuestra vida privada en
las redes sociales» (Blasco, 2016b, p. 60).
En este contexto, ¿se puede argumentar que las redes sociales podrían ayudarnos a enfrentar el vacío? ¿Será cierto que,
si nos caemos cual funambulista torpe desde una altura de 10 metros, estará allí la red social para protegernos con un
mullido abrazo digital? ¿Estarán allí las redes sociales para protegernos y cuidarnos cuando mueran nuestros seres
queridos o perdamos aquello que más amamos?
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lo hacían en todo tipo de información, aunque era particularmente relevante en las noticias políticas, incluso más que
en las noticias falsas sobre ciencia, terrorismo, desastres naturales, leyendas urbanas o información financiera. Además,
la difusión de las noticias falsas no era debido a los robots, sino a que las personas las difundían más.
Pero sería ingenuo pensar que con la suerte de nuevos comunicadores y receptores que hemos descrito, el mensaje a
comunicar podía ser diferente. Tal y como nos advirtió Giovanni Sartori, el problema con el hombre posmoderno es
que nunca hemos tenido tantos altavoces, y tan poco para comunicar (Blasco, 2016b; Sartori, 2005).
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que teóricamente fueron creadas, es decir, comunicar y crear comunidades. La segunda parte de este artículo se
centrará en un aspecto a priori más inquietante de las redes ¿sociales? Porque, ¿podrían las redes sociales ejercer otras
funciones, más profundas, más allá de las funciones superficiales ya mentadas de comunicar y generar comunidad?
Propaganda y Poder
Si alguien a principios del siglo XX era lo suficientemente inocente como para pensar que vivía en un mundo feliz, no
tenía más que leer el clásico Propaganda de Edward Bernays (2010). En el mismo, Bernays deja meridianamente claro
que cualquier acción de calado requiere de la propaganda, que se convierte en la herramienta que “hace posible
moldear la mente de las masas” (p. 27), y permite a una minoría manejar a su antojo a una mayoría. Es decir, la
propaganda es difusión intencional de un determinado contenido o mensaje. Manipulación, en Román paladino.
El uso de la propaganda no es nuevo. Sin embargo, a diferencia de tiempos pasados, las redes sociales han logrado la
viralización de la propaganda, particularmente en dos áreas: 1) la generación de noticias falsas con objetivos
políticamente desestabilizadores y/o influenciar sobre el poder; y 2) influir sobre el comportamiento humano, con fines
comerciales –a través de la manipulación de sus sentimientos en aras de la mercantilización de nuestra existencia y la
compra, masiva y engañosa, de la felicidad– o políticos –el control de la población–.
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sacrificio público dirigido a aleccionar al resto del rebaño. Una única oveja negra sacrificada aterroriza al resto del
rebaño. Así, a nadie le debiera extrañar que personajes como Julian Assange o Edward Snowden se conviertan en
enemigos públicos.
Aunque el pastor no lo menciona, las ovejas, como los ñus, se caracterizan por el “efecto manada”, también conocido
como “efecto de arrastre”, “bandwagon effect” o “efecto de la moda”, que es la tendencia a aceptar como válidos los
razonamientos o las ideas de la mayoría sin analizar si son correctas desde un punto de vista lógico (O'Connor y Clark,
2019). El bueno de Marcel no menciona el “efecto manada” porque habla de ovejas y no de seres humanos, ¿no? Claro
que, como señala el pastor, la única diferencia entre las ovejas y el ser humano es precisamente… ¡que no hay ninguna
diferencia!
Las redes sociales aúnan tanto el “efecto manada” como el “efecto redil”. Una vez que se ha conseguido atemorizar a los
seres humanos y que actúen como una manada, y estén ya dentro del redil, entra en juego el “efecto redil”. El “efecto
redil” está dirigido a estrechar el campo del conocimiento del ser humano, a limitar la expansión. ¿Cómo lo hacen?
Anulando la capacidad de reflexión de las personas, para lo que les ofrecen toda suerte de entretenimientos vacuos
dirigidos a controlar indirectamente los pensamientos y comportamientos de las personas, a través de la manipulación
directa de las emociones.
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Sin embargo, hay personas que no han tenido que recurrir a las redes sociales para enfrentarse a la situación de
aislamiento físico derivado de la pandemia. Así, Alain Touraine, el autor de la Crítica de la Modernidad, en una
entrevista realizada el 29 de marzo en el País respondía así a la pregunta del entrevistador: “¿Le angustia esta
situación?” Y responde, Alain: “No, porque mi vida consiste en estar en casa trabajando. Me siento, de alguna manera,
protegido en las mismas condiciones que todos los días” (Bassets, 2020). O en las palabras de Ai Wei. Al preguntarle
sobre el confinamiento respondió que “Personalmente, no me afecta en nada. Paso más tiempo con mi familia, lo cual
es una razón de alegría. Me permite reflexionar sobre los temas que generalmente me interesan” (Morillo, 2020). Sus
reflexiones son interesantes porque ofrecen una vía de escape para al menos algunas personas que no esté relacionada
con el uso masivo de redes sociales que, a medio plazo, va a generar un importante problema de adicción a las nuevas
tecnologías, como veremos en la tercera parte de este artículo. Las redes sociales parecen servir más bien a un objetivo
de control y monitorización de la población general, pero ¿se trata únicamente de un redil social, o de algo aún más
grave?
Atracción fatal
En el discurso de ingreso en la Real Academia de Doctores de España, el Dr. Manuel Elices Calafat pronunció un
interesante discurso titulado Las arañas y sus telas. Un paradigma multidisciplinar (Elices, 2009). Como ingeniero, al Dr.
Elices le interesaba principalmente la telaraña por sus propiedades con capacidades industriales. Aunque hace
referencia a su carácter multidisciplinar y a su presencia en diferentes campos como son la Teología, Economía,
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Literatura o Ingeniería, resulta curioso que no mencione en su discurso el campo paradigmático hoy en día, que es
precisamente Internet y las redes sociales. Porque la telaraña es, efectivamente, el paradigma perfecto, incluso más que
el redil, para describir en lo que se han convertido hoy en día las redes sociales. De hecho, se basa en uno de los
principios evolutivos más exitosos de todos los tiempos: cazar usando telarañas…
Pero sí hace también referencia a algunos elementos que a mí me interesa resaltar de las telarañas, como son: su
carácter ambivalente –parece frágil e inocente, y sin embargo, la telaraña es elegante, mortífera y resistente por igual–;
su carácter dual, ya que aunque en nuestra cultura se la ha relacionado principalmente como un símbolo amenazante y
potencialmente mortal (del cual se deriva la aracnofobia), en algunas culturas primitivas ha sido considerada un
símbolo maternal o vital, y así han sido representadas, de hecho, por Louise Bourgeois; su invisibilidad, lo que implica
que no se percibe su peligro hasta que ya es demasiado tarde; su construcción con seda pegajosa, un colchón mullido
mortífero del que es difícil escapar; y, finalmente, aunque su elaboración es costosa, posteriormente permiten cazar a
la presa sin apenas gasto de energía y riesgo.
A nadie se le escapará que el término “World Wide-Web” o internet significa algo así como “la red (o telaraña) global”
(Adell y Bellver, 2009). Aunque su cometido inicial fue la distribución de información, el principal cometido de las
telarañas es que sus presas no escapen de redes. Como una telaraña, las redes sociales tejen una red invisible de
contactos, de tiempos de espera, de anzuelos…, que permiten atrapar a sus presas, sean estas un ligue virtual o un
potencial consumidor. Y si hoy no lo consiguen, lo conseguirán mañana, cuando la sobreabundancia de datos nos
permita dar con la tecla correcta para que la persona pique… Y si no es así, tampoco pasa nada. Nos sale gratis “la
cobardía del anonimato”.
Por otra parte, una vez que la atención de la persona ha sido presa de las telarañas sociales, ¿cuál sería el mecanismo
último por el que la persona cedería el control de su comportamiento a las mismas? ¿Cómo consiguen mantener el foco
de la atención en las mismas? ¿Cómo consiguen manipular y controlar (hackear) el comportamiento humano? A través
de la manipulación y control de las emociones. A través de la persuasión o manipulación, como quieran. Así, el uso del
término “herramienta” para hacer referencia a las redes sociales es inexacto: las herramientas son instrumentos y, por
ende, pasivos. Somos las personas las que manejamos las herramientas, y no al revés. Sin embargo, las redes sociales
son muy pro-activas en alcanzar su objetivo: modificar nuestros comportamientos, emociones y deseos, y perder el
control sobre su uso. El objetivo último de las redes sociales sería controlar el aparato emocional de sujeto, quien, una
vez “infectado” por las mismas, se encargará de recomendar a otros amigos la citada red social, propagando la
infección. Las redes sociales, como las emociones, pueden ser contagiosas.
De hecho, este paralelismo con el mundo de la infectología no es gratuito. Esta estrategia de manipulación y control del
comportamiento humano a través de las emociones tiene diferentes ejemplos en la naturaleza, tratándose
principalmente de estrategias víricas (por ejemplo, el cambio de comportamiento que provoca el virus de la rabia) o
parasitarias. Una de las más conocidas es la infección por Toxoplasma Gondii: es capaz de inhibir la respuesta de huida o
lucha en ratas infectadas ante el olor de los gatos, o incluso generan atracción al mismo (atracción fatal) (Lathe y St Clair,
2020). Así, este parásito invade el cerebro emocional de las ratas (hipocampo y amígdala) y altera la transmisión
hormonal y de neurotransmisores facilitando ser presa del hospedador definitivo del parásito, el gato. Así, de manera
similar al Toxoplasma, un parásito que, por cierto, se encuentra presente en estudios de sero-prevalencia en el 20-50%
de la población humana (Lathe y St Clair, 2020), las redes sociales consiguen que no luchemos por huir de la telaraña
en la que caímos cual funambulista en la era del vacío.
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entender, si no, que la transmisión de bulos sea 6 veces más rápida que la de las noticias reales? La realidad parece ser
mucho más aburrida. Y los bulos, al fin y al cabo, se convierten en dinero. Eso hace que incluso ideas peregrinas como
las defendidas por los terraplanistas tengan cabida en nuestras sociedades. Esto se da en un magma en el que la gente
no reflexiona, sólo actúan sus emociones (Robson, 2019). Pero, ¿queremos ser esto, una sociedad de cotillas? Porque
tenemos un deber ético. Nuestros hijos, la generación Z (aquellos nacidos entre 1995 y 2010) o postmillenials se
caracterizan por su gran inseguridad, dificultad para tomar riesgos y fragilidad. No nos debieran extrañar, pero si
preocupar, sus elevadas tasas de suicidio.
Es probable que las redes sociales sean héroes y villanos al mismo tiempo. En un plan superficial, las redes sociales
sirven para comunicar y para crear comunidades. En un plano más profundo, sus funciones reales tienen más que ver
con entretener para llenar el vacío y la infelicidad de las personas a través de las compras y el cotilleo. Es decir, son
pasatiempos. En la ecuación Tener/Ser, el numerador ha crecido de tal manera que, en mi opinión, se ha erigido en
uno de los grandes determinantes de las sociedades contemporáneas postmodernas (Fromm, 1978), y cuando somos,
somos banales, superficiales, insustanciales. Unos auténticos infelices cuya única manera de enfrentarse al vacío e
infelicidad es a través de lo material (tener); o eso nos quieren vender, como reza el anuncio, ser feliz cuesta muy poco…
(Blasco, 2016b). Pero también sirven para controlarnos y manipular nuestro comportamiento. De igual manera que al
Universo se le ha descrito como una telaraña que atrapa galaxias y estrellas (Elices, 2009), las redes sociales cazan y
atrapan a multitud de seres humanos en sus redes. Esperemos que, al revés que sucede con la moraleja La telaraña al
ratón deja y a la mosca apaña, la mayor parte de las personas nos comportemos como ratones, y no como moscas.
A pesar de todo lo aquí dicho, quisiera acabar con un mensaje de esperanza. Somos una especie rara que necesita de
experiencias “cumbre” para reaccionar. Sólo en el último suspiro no apretamos el botón rojo. Como dice Jesús Díaz
(2020) “Si queremos salvar a la humanidad, hay que destruir Facebook”.
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Resumen. ________________________________________________________________
Las redes sociales tienen dos funciones bien claras, facilitar la comunicación y el intercambio de información y hacer
favorecer la creación de comunidades. Esas dos funciones pueden ayudar a entender su rápido crecimiento y su
omnipresencia en la vida de las personas. No obstante, este fenómeno puede entenderse como una consecuencia
indirecta de vivir en una sociedad del vacío, profundamente infeliz a pesar la amplia oferta de una felicidad basada en
el consumo. Y eso nos lleva a tener que explorar la complejidad del problema y el daño que esas redes están
provocando en la sociedad. Es probable que las redes sociales tengan un rostro bifronte, héroes y villanos al mismo
tiempo. Una primera aproximación nos dice que sirven para comunicar y para crear comunidades; pero profundizando
algo más quizá su función sea aparentar que se llena el vacío y la infelicidad de las personas a través de las compras y el
cotilleo. El riesgo de imbecilización de la población o de su transformación en una tela de araña que nos atrape a todas
las personas en una dictadura encubierta, 1984 que no proporciona más felicidad que la que del mundo feliz de
Huxley. No obstante, conviene mantener la esperanza de que no llegaremos a esas situaciones tan negativas.
Posiblemente volvamos a pararnos a punto de pulsar el botón rojo de nuestra autodestrucción.
Abstract. _________________________________________________________________
Social networks have two very clear functions: facilitating communication and the exchange of information and favoring
the creation of communities. Those two functions can help you understand their rapid growth and their omnipresence
in people's lives. However, this phenomenon can be understood as an indirect consequence of living in a society of
emptiness, deeply unhappy despite the wide offer of happiness based on consumption. And that leads us to have to
explore the complexity of the problem and the damage that those networks are causing in society. Social media is likely
to have a two-sided face, heroes and villains at the same time. A first approach tells us that they serve to communicate
and to create communities; but deepening something more perhaps its function is to pretend that the emptiness and
unhappiness of people is filled through shopping and gossip. The risk of imbecilitating the population or its
transformation into a spider's web that catches all of us in a covert dictatorship, 1984 that provides no more happiness
than that of Huxley's brave new world. However, it worth maintaining the hope that we will not reach such negative
situations. Possibly we will once again stop short of pressing the red button of our self-destruction.
Key-words. Social networks; Influencers; Fake news domination; Critical spirit; Technocracy.
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