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Matilde y El Ladron de Recuerdos

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Matilde y el ladrón

de recuerdos
Francisco Leal Quevedo
Ilustraciones de Andrezzinho

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A Amalia y Santiago,
mis lectores primordiales.

A Magda Camacho,
presente en cada una de estas páginas.

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I

Una historia va a comenzar

¿Alguna vez, ante sus ojos, ha ocurrido un 9


robo? ¿Les ha sucedido que la víctima sea
un ser querido? ¿Y que, además, el ladrón la
vuelva a robar, día tras día, sin poder dete-
nerlo? Eso me ocurrió y no sabía qué hacer.
Además, eso no era todo. Ese ladrón también
podría, dentro de un tiempo, atacarme a mí.
Yo quería enfrentarlo, pero era difícil pues no
lo conocía ni sabía su nombre.
¿Cómo era su aspecto?, se estarán pre-
guntando. Nadie ha visto su rostro, solo son
visibles sus huellas, como agujeros negros.
¿Quieren saber qué robaba? No le intere-
saba lo que a los otros ladrones: ni joyas, ni

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dinero, ni objetos que se pudieran vender.
Se robaba algo precioso para una persona:
sus recuerdos, su nombre, los nombres de
sus amigos, el camino hacia su casa, el ros-
tro de sus vecinos, los lugares que había vi-
sitado, las celebraciones familiares y muchas
10 cosas más.
Supongo que se estarán preguntando so-
bre su modo de actuar. Llegaba sin hacer
ruido. No abría puertas ni ventanas, ni usa-
ba linternas en la oscuridad. De forma ca-
llada atacaba una y otra vez la cabeza de
una persona, sacaba sus recuerdos y su me-
moria iba quedando hueca. Los robaba para
desaparecerlos. No los guardaba en ninguna
parte. El pasado se iba, como si se disolviera
en el aire. Como cuando una sopla los vila-
nos de diente de león y el viento se los lle-
va. O hace pompas de jabón y con la brisa se
alejan.

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Esa persona quedaba, como me pasó una
vez en el colegio, con la mente en blanco.
Fue una sensación extraña, yo estaba en el
escenario, interpretaba un personaje de lar-
gos parlamentos en una obra de teatro. Era
una ocasión muy especial, había mucha gen-
te en esa sala. Todo iba saliendo bien, la obra 11
ya estaba terminando, faltaban solo cuatro
frases y, de pronto, se me olvidó todo.
No sabía cómo continuar. Miraba hacia la
sala, veía muchos ojos en suspenso y bocas
entreabiertas. Entre tantos espectadores, yo
veía a mis papás y a unos amigos. Todos me
observaban, estaban pendientes de mí. Los
segundos pasaban. Detrás de ellos se fue,
muy despacio, un minuto. Yo intentaba recor-
dar, las palabras estaban en mi boca, pero no
podía. El público estaba desconcertado.
De repente, el recuerdo saltó en mi ca-
beza como si fuera un conejo y lo atrapé.

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Luego de decir las frases de manera atrope-
llada —porque temía que volvieran a desa-
parecer—, hice una venia profunda, como
pidiendo disculpas. Entonces todos comen-
zaron a aplaudir y cayó el telón. La situación
con este ladrón era parecida pero con una
gran diferencia, en este caso, del robo de re- 13
cuerdos: el pasado no vuelve, su recuerdo se
marcha para siempre.
Con los últimos acontecimientos frente
a ese misterioso ladrón, he comprendido
que los recuerdos son muy importantes en
la vida pues nos muestran el camino que
hemos recorrido y el que aún tenemos pen-
diente. De esta dura experiencia he apren-
dido muchas cosas. Ahora creo saber cómo
voy a enfrentar al “Ladrón de recuerdos” si,
algún día, se aparece en mi vida.

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II

Una extraña llamada

Un día, muy temprano, mi mamá hablaba 15


por teléfono. Bueno, eso no es algo extraor-
dinario, pasa a diario y varias veces. Todas
nuestras mamás suelen hacerlo. Pero la con-
versación de ese día fue muy extraña, Ali-
bel hablaba en voz alta y repetía una misma
frase:
—¿No estarás exagerando?
Estaba claro que le estaban contando
algo difícil de creer, por eso me interesé en
parar oreja. Tengo tan buen oído que puedo
escuchar desde lejos, aunque sea un mur-
mullo, pero esta vez era fácil pues una voz
recia venía del otro lado.

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