El documento describe la evolución del concepto de ciudadanía a través de la historia. Comenzó en la antigua Grecia y Roma, donde la ciudadanía otorgaba derechos y obligaciones a los hombres libres. Más tarde, la Revolución Francesa extendió la ciudadanía a más personas. Hoy en día, la ciudadanía implica el acceso, la pertenencia y la participación política en una sociedad.
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El documento describe la evolución del concepto de ciudadanía a través de la historia. Comenzó en la antigua Grecia y Roma, donde la ciudadanía otorgaba derechos y obligaciones a los hombres libres. Más tarde, la Revolución Francesa extendió la ciudadanía a más personas. Hoy en día, la ciudadanía implica el acceso, la pertenencia y la participación política en una sociedad.
Descripción original:
Ensayo sobre el concepto de ciudadanía y su evolución
El documento describe la evolución del concepto de ciudadanía a través de la historia. Comenzó en la antigua Grecia y Roma, donde la ciudadanía otorgaba derechos y obligaciones a los hombres libres. Más tarde, la Revolución Francesa extendió la ciudadanía a más personas. Hoy en día, la ciudadanía implica el acceso, la pertenencia y la participación política en una sociedad.
El documento describe la evolución del concepto de ciudadanía a través de la historia. Comenzó en la antigua Grecia y Roma, donde la ciudadanía otorgaba derechos y obligaciones a los hombres libres. Más tarde, la Revolución Francesa extendió la ciudadanía a más personas. Hoy en día, la ciudadanía implica el acceso, la pertenencia y la participación política en una sociedad.
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EL CONCEPTO DE CIUDADANÍA Y SU EVOLUCIÓN
El concepto de ciudadanía ha ido cambiando a través del tiempo,
especialmente en estos nuevos escenarios sociales, donde las relaciones de poder posibilitan el aumento o disminución de la libertad, la igualdad y la justicia social.
En sí, la palabra ciudadanía posee una historia larga, aunque sólo en
los últimos años se ha concretado en una variedad de prototipos cuyo sentido y efectividad van a depender del diálogo que pueda establecerse con el experimentador y el concepto. Se encuentra el término además en relación con el principio de la virtud democrática y el fin último de la política y la moralidad. Para un mejor entendimiento se debe comenzar haciendo un recuento de su origen.
Últimamente, la definición del término ciudadanía ha venido
cobrando mayor importancia desde el punto de vista del estoicismo griego y el romano, el cual lo desarrolla en tres etapas distintas: la primera corresponde al 300 antes de Cristo, la segunda en el 100 antes de Cristo y la última en 100 después de Cristo.
En este campo se considera como el impulsor del estoicismo político a
Diógenes el Cínico por su máxima “soy cosmopolita”, aunque en ella había más de crítica a los localismos que de defensa de un modelo positivo. Tal vez sea Zenón de Citio el principal impulsor de un proyecto de ciudadanía cosmopolita que englobaba ética y política, y cuya idea iba más allá de los límites legales que funcionaban en la política de ese momento. La palabra ciudadano proviene de civis, el cual es un término romano que equivale a decir civitas o lo que es lo mismo, ciudad o conjunto de habitantes. Los griegos consideraban a la ciudad como algo demasiado importante y cada habitante era considerado ciudadano y digno de respeto, pero también a cada uno de ellos se les exigía mostrar mucho interés en ella y si acaso ofendían con sus actos a la ciudad o alguno de sus ciudadanos se les condenaba al exilio, es decir, se les expulsaba de la ciudad.
La ciudadanía para los romanos era un honor y era un gran respeto
ser un ciudadano romano. Uno de los mayores aportes del Imperio Romano ha sido el derecho, esto debido especialmente a que tanto griegos como romanos definían a la ciudadanía como un concepto que conllevaba derechos pero también obligaciones. Los hombres libres eran quienes tenían derecho a la ciudadanía.
El régimen feudal – monárquico cambiaba el término ciudadano por
súbdito, es decir, el que habita dentro de los límites del feudo o reino. Pero aquí no se consideraba ciudadano al total de la población, sólo aquellos que pertenecían a la nobleza, sólo ellos tenían derechos.
“Con la revolución francesa el habitante de la ciudad o Estado
adquiere los derechos de la ciudadanía por el simple hecho de habitarla. Así el súbdito pasa a ser ciudadano, es decir, como protagonista del acontecer político. En los estados liberales burgueses y con el triunfo del capitalismo industrial, se extiende la participación de los ciudadanos a través del sufragio. El ciudadano es el sujeto político, poseedor de un estatuto que le confiere derechos civiles y de participación política por parte del Estado. (Borja, 2008, p. 1)
El concepto de ciudadanía ha ido cambiando a través del tiempo, su
concepción se ha ido ampliando, lo cual ha sido resultado, tanto del desarrollo social como del civil del Estado democrático. Según Borja, “el estatuto de ciudadano en la segunda mitad del siglo XX es a su vez resultado del progreso civil, social y político”. (p. 3)
En cuanto al progreso civil este hace referencia tanto a hombres como
a mujeres, desde el punto de vista social se refiere al estado de bienestar y desde la esfera política, son los mecanismos de participación y representación amplios y eficientes.
La ciudadanía también se resume como un contrato social en el que
se dan especificaciones sobre las formas de pertenencia y participación de los individuos en una comunidad. La ciudadanía ha sido tomada como un estatus sociopolítico de los individuos, en el cual están concretizados los derechos y obligaciones que estos van adquiriendo en la esfera individual y colectiva.
Tanto el término ciudadanía como ciudadano ha variado a través de
la historia lo mismo que entre las distintas formaciones sociales, esto debido especialmente a que este término se encuentra en estrecha relación con las diferentes formas de organización humana, las cuales también van sufriendo transformaciones a través del tiempo. De acuerdo a lo que señala François Dubet “Conviene tener presente que no hay una sola ciudadanía; ésta cambia según las épocas, los países y las tradiciones, y sobre todo, no es homogénea y abarca varias dimensiones más o menos contradictorias entre sí”. (Dubet, 2003, p. 220)
Siguiendo con la evolución del concepto y de acuerdo al prestigio de
su cuna, es decir Roma, otorgar la ciudadanía se convirtió en un aspecto que tenía relación directa con el aspecto político, lo cual tuvo como finalidad atraer a Roma cuanta nación, pueblo, sectores estuvieran a su alrededor, esto facilitó su expansión política y cultural.
Para el siglo 28 antes de Cristo, el derecho de ciudadanía en Roma se
empieza a otorgar, no solamente a individuos, también a sus familias, aunque preferencialmente a las pertenecientes a las clases altas de aquellos pueblos que iban conquistando y además a la totalidad de las comunidades. Luego del 212 después de Cristo, todos los habitantes libres que vivían en el Imperio fueron reconocidos como ciudadanos, por el edicto imperial de Caracalla, edicto llamado, Constitutio Antoniniana.
Según lo anterior se puede decir que la ciudadanía se inicia en Roma
al igual que su evolución y dentro de esta evolución, también se pueden distinguir varios tipos, entre los cuales se pueden mencionar:
Cives Romani: Estos son los llamados ciudadanos romanos
plenos, eran los únicos que podían acceder a todos los beneficios y protecciones que la ley romana otorgaba. Por ejemplo, el uso de toga era exclusividad para los ciudadanos romanos. Se dividían los cives Romani en dos clases: los “non optimo jure”, los cuales gozaban sólo de algunos derechos, como el del comercio, la propiedad y el matrimonio y los “optimo jure”, quienes además de los anteriores tenían derecho a voto y a ser elegidos a puestos en la administración publica.
Cives Latini: Esta liga latina se encontraba regida por el
derecho latino, que les concedía derechos como la propiedad y el comercio, el moverse libremente, asentarse en Roma si así lo deseaban, pero no se podían casar con ciudadanos romanos.
Este grupo estaba constituido por aquellos que eran habitantes de la
Liga Latina, quienes estaban regidos por el “derecho latino” (jus latii). Tenían el derecho a propiedad y comercio y el derecho a libre movimiento y asentamiento en Roma.
Socii: Llamados también asociados o federados, al que
pertenecían ciudadanos de aquellos estados que tenían obligaciones legales con Roma, como tratados, acuerdos, lo cual les concedía una serie de derechos como el poder ser nombrados magistrados, soldados, etc. También se les concedía el derecho a no pagar tributo, tanto a las ciudades como los estados.
La concesión de estos derechos originó la llamada Guerra Social y
como consecuencia de esta guerra se expediría la Lex Julia, en la que se manifestaba el otorgamiento de derechos a los cives romanii, a todos los latini y los socii cuyos estados aceptaran una paz inmediata o no hubieran participado en tales guerras. Siguiendo la conclusión de la guerra social, lo mismo fue otorgado a todos los estados socii, poniendo fin efectivamente a esas categorías legales.
Provinciales: A esta clase pertenecen los ciudadanos que se
encontraban influenciados o controlados por los romanos; ellos no contaban más que con el derecho a ser considerados ciudadanos.
Peregrini: Con este término se designaba a aquellas personas
que no eran ciudadanos romanos, pero que se encontraban en Roma de forma temporal, este término se fue expandiendo a medida que se acrecentaba el poder en Roma.
Todos estos aspectos son parte fundamental en la evolución de este
concepto, pues tanto su definición como su clasificación son tema central al momento de realizar un análisis de ciudadanía, pues en cada tiempo y en cada espacio, varía su concepción, ya que la ciudadanía es una construcción histórico-social, que responde a las características de cada lugar en el cual se pretenda realizar la concepción.
La ciudadanía como concepto se articula en base a tres condiciones
fundamentales:
La primera es el acceso, es decir, criterios y normas que
determinan la entrada del individuo a la vida pública. La segunda es la pertenencia, o sea, los derechos y obligaciones que va adquiriendo el individuo a través del tiempo.
Y por último, la participación, que es definida como los
mecanismos de participación política y social.
Un aspecto que se ha derivado de este concepto es el de formación
ciudadana, la cual es especialmente importante para el país, ya que ella es la que determina su progreso. De allí que el gobierno deba estar atento a que las instituciones educativas se preocupen por ofrecer un marco apropiado para impartir esta formación, ya que la escuela es la primera institución que debe velar por ella. Al interior de la escuela se dan los primeros lineamientos para ese tipo de sociedad que el Estado no solamente debe construir sino mantener.
El desenvolvimiento del ámbito político está en estrecha relación con
el desarrollo de la cultura política y esta va a incidir en las acciones que las instituciones educativas ejerzan sobre el entorno en el cual se desenvuelve el hombre. En toda formación ciudadana se dan los primeros lineamientos para el desenvolvimiento del hombre en el entorno social y su forma de relacionarse con los demás integrantes del grupo social al cual pertenece.
Los derechos de ciudadanía se dividen en tres categorías: los derechos
civiles, los derechos políticos y los derechos sociales y su garantía por parte del Estado da la seguridad a cada uno de sus integrantes de sentirse como un integrante pleno, el cual tiene capacidad para participar y disfrutar de la vida en común. Si algunos de estos derechos son violados o al menos limitados, llevará a la conformación de un grupo social marginado e incapacitad para participar. “A esta concepción suele denominársele ciudadanía “pasiva” o “privada”, dado su énfasis en los derechos puramente pasivos y en la ausencia de toda obligación de participar en la vida pública. (Kymlicka & Norman, 1996, p. 8)
Esta concepción llevó a que se expidiera la Ley 115 de 1994, la cual
recalca la importancia de los valores humanos, el respeto a los derechos humanos, a los principios democráticos, a la libertad de formación que otorga el derecho de participación en todas aquellas decisiones que de una u otra manera afectan su vida, tanto desde el punto de vista económico y político como del administrativo y cultural.
Mediante esta ley se perfila a las instituciones educativas, como
aquellas que deben velar por una buena instrucción cívica, que propenda por la democracia, la solidaridad, el cooperativismo, es decir, todo aquello que constituye, una formación ciudadana basada en los valores humanos.
A partir de la década de los noventa, se da un nuevo giro a la
concepción de formación ciudadana, en la cual prevalece la protección a los derechos humanos como aquellos que estimulan la participación de la sociedad para hacer que se cumpla con el objetivo general que es la defensa de lo público. Es importante recalcar que es a partir de los modelos de desarrollo como se puede lograr una formación en ciudadanía que tenga participación activa en la gestión pública. La formación ciudadana debe estar enmarcada dentro del principio de ciudadanía activa y responsable, especialmente responsable ante las decisiones de orden público. Cuando se tiene una ciudadanía pasiva acceder a los derechos sociales se va dificultando de manera peligrosa el acceso a los derechos sociales, de allí que al ciudadano se le deba también capacitar para que aprenda a atacar los conflictos, para que entienda la importancia de organizarse de participar, de opinar y tomar decisiones ya que tales argumentos son un derecho pero a la vez es un deber.
Aquí nuevamente se hace la distinción entre quienes tienen una
posición social que les da acceso a espacios privilegiados de información y círculos de influencia, versus aquellos que por su situación de marginalidad deben limitar su participación a lo estrictamente relacionado con su sobrevivencia. Para esas personas no se puede exigir el deber que como ciudadanos les correspondería de velar y de responsabilizarse por el desarrollo del país en su conjunto. Al contrario, en tales casos queda claro lo ya mencionado acerca de contar con ciertas condiciones mínimas para el ejercicio ciudadano. (Fernández, 2002, p. 15).
Se puede entonces afirmar que tanto la ciudadanía como la
democracia y lo público se encuentran en estrecha relación con el Estado. Así, el Estado y lo público se han considerado como un símil.
La Profesora Rabotnikof caracteriza lo público en tres sentidos: “Lo
público como utilidad común que atañe a lo colectivo; lo que es visible y ostensible contra aquello que es secreto y lo que es de uso común, accesible a todos, q No obstante, con las tendencias estatales privatizadoras y la incapacidad del Estado para garantizar la dimensión pública en los territorios nacionales (caso América Latina) se habla de un “el eclipse de lo público” porque las esferas del interés público y el privado se han vuelto borrosas”. (Rabotnikof, 1995, p 11)
Desde este punto de vista se vuelve a hacer notar la importancia de
formar desde la escuela, ciudadanos que superen el poder hegemónico, haciendo que prime el individuo como modelo democrático-liberal, donde se den las condiciones apropiadas de proyección e integración con la sociedad en general.
Esto lleva a que se valoren ciertas categorías como la igualdad,
participación activa y decisoria, libertad y transparencia en todo aquello que tenga relación con la vida colectiva. Es de anotar, que la democracia se interrelaciona con la participación ciudadana, por lo tanto, ambos deben tratar de mejorar las condiciones de vida digna y de mejorar las oportunidades de desarrollo.
Hay que buscar alternativas en cada sociedad, como bien lo expresa
Paul Ricoeur (1975) “Lo que hoy necesitamos, sin embargo es un pensamiento libre ante cualquier operación de intimidación ejercida por los unos contra los otros; un pensamiento que tenga la audacia y la capacidad de encontrar a Marx en el camino, sin seguirlo y sin combatirlo”.