Avance de Investigación
Avance de Investigación
Avance de Investigación
El primer requisito de un lenguaje ideal sería tener un solo nombre para cada elemento, y
nunca el mismo nombre para dos elementos distintos. Un nombre es un símbolo simple en el
sentido de que no posee partes que sean a su vez símbolos. En un lenguaje lógicamente
perfecto, nada que no fuera un elemento tendría un símbolo simple. El símbolo para un
compuesto sería un «complejo»
«La mayor parte de las proposiciones y cuestiones que se han escrito sobre materia filosófica
no son falsas, sino sinsentido. No podemos, pues, responder a cuestiones de esta clase de
ningún modo, sino establecer su sinsentido. La mayor parte de las cuestiones y proposiciones
de los filósofos proceden de que no comprendemos la lógica de nuestro lenguaje
Las proposiciones lógicas describen la armazón del mundo o, mejor, la presentan. No «tratan»
de nada, presuponen que los nombres tienen significado, y las proposiciones elementales,
sentido; y ésta es su conexión con el mundo. Es claro que debe manifestar algo sobre el mundo
el hecho de que resulten tautologías de uniones de símbolos, que tienen esencialmente un
carácter determinado. Este es el punto decisivo.
4.463 Las condiciones de verdad determinan el campo que la proposición deja libre a los
hechos. (La proposición, la figura, el modelo, son en sentido negativo como un cuerpo sólido
que limita el libre movimiento de los otros; en sentido positivo, como el espacio limitado por
una sustancia sólida en la cual el cuerpo tiene su sitio.) La tautología deja a la realidad todo el
espacio lógico –infinito-; la contradicción llena todo el espacio lógico y no deja a la realidad ni
un punto. Ninguna de las dos pueden, pues, determinar de ningún modo a la realidad.
4.465 El producto lógico de una tautología y de una proposición dice lo mismo que la
proposición. Así, pues, tal producto es idéntico con la proposición. Pues no es posible alterar la
esencia del símbolo sin alterar su sentido.
Nietzsche sostuvo que, en tanto construidas por y para el hombre, las representaciones no
guardan en sí una verdad de carácter universal , sino una verdad estrictamente antropomórfica,
por lo cual la práctica filosófica no puede desarrollarse sino a través de la moral que rige un
sistema canónico, imperativo de operaciones lingüísticas y de ordenamientos jerarquizados y
obligatorios.
En otras palabras, y en relación con la práctica exegética, intentar encontrar algún tipo de
relación lógica entre la representación —que nace de aquella impresión nerviosa (con su
consecuente imagen y cadena de sonidos)— y la cosa por representar en sí es, al menos, un
empleo abusivo de la razón, en tanto los márgenes valorativos que permiten dichas
articulaciones sólo pueden existir en relación con una estructura axiológica que los comprenda
y los contemple.
La literatura lovecraftiana llegará a decir que es imposible pensar en una Verdad en sentido
extramoral. Y justamente por ello, no hay conocimiento posible, ni redención, ni transmutación
superadora en el develarse de la Verdad última del cosmos. Esta Verdad (a caballo de un
materialismo cosmológico radical) es la del horror, el horror del reconocimiento de la inevitable
destrucción del hombre.