IV Correspondencias
IV Correspondencias
IV Correspondencias
Introducción
Aunque el Manifiesto Simbolista fue publicado por el poeta Jean Moréas, levantado contra "la
enseñanza, la declamación, la falsa sensibilidad", en Le Figaro el 18 de septiembre de 1886, sin
embargo, el manifiesto había tenido varias textos anticipadores, como la obra lírico-pictórico-
visionaria de William Blake y fundamentalmente Correspondences, de Baudelaire. Un poema
que el simbolismo vería como su verdadero manifiesto, hasta el grado de casi relegar al olvido
al oficial. La crítica coincide en que Correspondencias es el credo estético del Poeta, su poética.
En este manifiesto, se sientan los principios fundamentales del simbolismo, rumbo que tomará
posteriormente la poesía francesa. Por eso se dice que este soneto es una etapa clave y decisiva
de la historia de la poesía.
Tema y Estructura
El primer cuarteto nos plantea, por tanto la imagen de una naturaleza de cuyas columnas
parten palabras confusas; el hombre atraviesa siempre una selva de símbolos. Podríamos
definirla en un eje vertical-ascensional, de vuelo místico.
En el segundo cuarteto podemos ver el final del planteamiento de esta idea. Los mensajes
son ambiguos de lejos, pero se junta en una "tenebrosa y profunda unidad". Todo puede ser
símbolo de todo, y esta es la idea más importante del soneto. "Profunda" alude a que es basta e
inabarcable, por tanto eterna y por tanto ideal. Tenebrosa habla de la oscuridad, habla de que la
unidad nos está velada, nos es oscura, no la conocemos. El oxímoron [1] del verso siguiente nos
[1] En retórica, el oxímoron (del griego ὀξύμωρον, oxymoron), dentro de las
figuras literarias, es una de las figuras lógicas. Se la conoce también con la expresión
latina contradictio in terminis.
Consiste en armonizar dos conceptos opuestos en una sola expresión, formando
así un tercer concepto. Dado que el sentido literal de un oxímoron es ‘absurdo’ (por
ejemplo, «un instante eterno»), se fuerza al lector a buscar un sentido metafórico (en
este caso: un instante que, por la intensidad de lo vivido durante el mismo, hace perder
el sentido del tiempo).
El recurso a esta figura retórica es muy frecuente en la poesía mística y en la
poesía amorosa, por considerarse que la experiencia de Dios o del amor trasciende todas
las antinomias mundanas. El filósofo griego Heráclito recurre a ella con frecuencia.
«En la figura que se llama oxímoron, se aplica a una palabra un epíteto que parece contradecirla; así
los gnósticos hablaron de una luz oscura; los alquimistas, de un sol negro» (Jorge Luis Borges: El zahir).
refuerza la idea del carácter de la unidad. Es una imagen compleja de por sí. Luego nos habla
del concepto de la correspondencia misma, donde mediante una sinestesia, distintas
percepciones sensitivas (de distinta naturaleza) se responden. A partir del segundo cuarteto el
poema es horizontal y sinestésico. En esa selva, se mantiene un diálogo constante entre los
colores, las músicas, los aromas. Lo prístino y lo pútrido se coaligan. Los objetos se
corresponden entre sí. Desde ahora sería posible recurrir a imágenes y figuras y emplearlas
como signos de una abstracción, de una persona, de una idea. Pero la concepción no era nueva.
Era anterior a Blake y Baudelaire. Un mundo de correspondencias íntimas era un mundo tan
viejo como el mundo mismo. Había sido, como dice Michel Foucault, la sintaxis de la prosa del
orbe, vivida a nivel animista y cotidiano en el pasado clásico y medieval, y legitimada por la
episteme del hombre del Renacimiento.
Los dos tercetos no hacen más que desarrollar y dar más fuerza a la idea expresada en los dos
cuartetos anteriores. Abunda la sinestesia y el oxímoron, como recursos estilísticos, y
referencias a su cristianismo. La palabra "corrompido" aparece en el Credo, y es contrapuesta a
lo "rico y triunfante", en un exquisito oxímoron. El primer terceto habla de los perfumes (las
sensaciones, la sinestia), y lo relaciona con la ética, al final del mismo. El último terceto, nos
habla de este mundo infinito, ideal, que por más que posea mal (esté corrompido) se acerca al
Ideal.
Frente a las relaciones entre el macrocosmos y el microcosmos de la cultura y el pensamiento
clásico, el siglo XIX sufre una famélica nostalgia de correspondencias. Si la magia regresa, o
fenómenos como el espiritismo encuentran una inesperada cantidad de adherentes en las elites
intelectuales, es porque algo ha sucedido in lapsus. El utilitarismo, el capitalismo burgués
mostrando sus males, una población degradada de proletarios, una búsqueda de lo real, lo útil, lo
regido por el progreso. Y lo que más nos interesa, algo que para nosotros es lo más normal del
mundo pero que jamás hubiera cabido en el pensamiento de los presocráticos, de Platón, de
Aristóteles, de Tomás de Aquino, del hombre del Renacimiento: el arte se ha alejado para
siempre de la ciencia, como saberes paralelos o casi opuestos. El siglo XVIII, que ha visto a la
Filosofía perder ramas que consideraba suyas (la Física, la Biología) ha tomado su revancha
creando una nueva especulación del saber: la Estética, la mirada a lo bello. Y se ha discutido la
diferencia entre lo bello y lo sublime, se ha preguntado si el arte verdadero ha muerto, si la
belleza proviene de la deidad, del genio humano, de sus capacidades puramente psíquicas; si a
la belleza le corresponde el orden o el desorden, si la fealdad integra el orden de lo bello. Dios
es poeta, no matemático, dirá Hamann. El arte es autónomo, desinteresado, regido por el
sentimiento individual, incapaz de penetrar "la cosa en sí" (noumenos) pero al menos puede
trazar un puente entre conocimiento y ethos, dirá Kant en la tercera parte de su trilogía crítica,
La crítica del juicio. La regla se da en cada obra de arte y no en los modelos griegos, dirá
Herder. El arte es el medio de comulgar con el mundo y su misterio, dirá Novalis. La búsqueda
de las correspondencias quedará relegada al ámbito artístico (o al de las seudo ciencias, por
supuesto). La supervivencia del pensamiento animista excluye la ciencia y se refugia en la
poesía, el arte y la metafísica. Este animismo permite el diálogo de "alma a alma" y de las cosas
entre sí: "Les parfums, les couleurs et les sons se répondent" ("colores y perfumes y sones se
responden").
El soneto Correspondences se yergue, magistral, fundacional o retrospectivo a un mundo en que
los diálogos de todo y todos eran posibles. El poeta asume la voz hablada en un paraíso perdido,
el del individuo, el de la humanidad. La corrupción imperante es trascendida en el símbolo; el
símbolo sustituye a la realidad. Es una traducción. El propio Baudelaire lo dirá en una de sus
páginas en prosa: "Ahora bien, ¿qué es un poeta (tomo la palabra en su acepción más extensa)
sino un traductor, un descifrador? En los poetas excelentes no hay metáfora, comparación o
epíteto que esté adaptado con exactitud matemática a la circunstancia actual, porque
comparaciones, metáforas y epítetos son recogidos del fondo inagotable de la analogía universal
y no podrían ser tomados en otro lugar". La floresta de símbolos baudelaireana se ha convertido
aquí en primigenia cuna; cuna de los fonemas que procrean el mundo, que lo nombran y
cabalísticos signos de un mundo ya perdido y que sólo la poesía podrá tornar resucitable.
Análisis formal
En cuanto a la parte formal, Correspondencias es un soneto. Esto quiere decir que está
compuesto de dos cuartetos y dos tercetos de versos alejandrinos Esta forma, clásica y cerrada
tiene una musicalidad particular, y eso la hace en sí ser modelo de perfección.
El "bosque de símbolos" que uno puede caminar a través de toda la vida es una metáfora de la
conexión entre todas las cosas fuera de uno mismo y todas las cosas dentro de uno mismo, todo
lo que el hombre experimenta, percibe, junto a los sentidos, son una puerta de enlace en el
alma - la clave está en observar todo y darse cuenta de la conexión. El "templo de la naturaleza"
y "bosque de símbolos" en la que el hombre camina puede también ser visto como metáfora
para el hombre y la relación del cuerpo (o templo, que alberga el alma) que lo rodea.
Desde el punto de vista formal también se establecen esas correspondencias de los sentidos:
Que simultáneamente son antitéticas: “otras corrompidas, gloriosas y triunfantes.” cuyos olores
evocan las dos entidades sobre las que se construye el poema el alma y los sentidos, tornando de
nuevo a un léxico sacro : almizcle, el ámbar, el incienso, el aloe. No se trata pues de hallazgo
poético fortuito sino de una conjunción de expresiones duales, contrarias, sacras, sensoriales
que permiten trazar el valor simbólico entre la materia, la materia poética y el sentido
trascendente y unívoco del ser en el mundo.
El uso del claroscuro se puede ver como expresión de la unidad de los ecos Baudelaire es sin
duda una representación simbólica de la conexión del Ser con su entorno, con su uso de la
metáfora, el lenguaje esotérico, una amplia cantidad de recursos retóricos, el claroscuro poético,
y sinestesia , que lleva al lector en un viaje a través de la correspondencia de la naturaleza con
conciencia.
1827stBaudelaire está considerado como uno de los más grandes poetas del siglo XIX, por la
originalidad de su concepción y la perfección de la forma. Es sin duda el poeta de la
modernidad francesa. Más que ningún otro de su tiempo, representa al poeta de la civilización
urbana contemporánea.Con él la poesía empieza a liberarse de las ataduras tradicionales y
despliega nuevos conceptos de creación poética, iniciando una fase diferente, que llega hasta
nuestros días. La literatura francesa se hallaba en el segundo cuarto del siglo XIX, en un
momento de transición todavía presidida por la gigantesca figura de Víctor Hugo, uno de los
grandes románticos, aunque junto a él se desarrollaba una nueva tendencia, cuyo máximo
representante era el poeta Leconte de Lisle (1818-1894), el guía del circulo parnasiano, cuya
influencia sobre Baudelaire fue notable. Las tendencias que inauguró Baudelaire pueden
resumirse en el criterio de la depuración del sentido poético, en el misterio de los conflictos
íntimos o en la angustia de la búsqueda de combinaciones de fenómenos sicológicos que
desembocan en una expresión poética cargada de significaciones múltiples y llena de infinitas
sugerencias. En particular, rompe la diferencia entre la poesía y la prosa con sus "Pequeños
poemas en prosa", verdadera revolución en las formas líricas que ni siquiera Verlaine ni
Rimbaud supieron valorar.