El Juego en La Clínica Con Patologías Graves
El Juego en La Clínica Con Patologías Graves
El Juego en La Clínica Con Patologías Graves
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Por medio de la creatividad y la imaginación el niño desarrolla la observación,
ejercitar la atención, la concentración y la memoria. Estas herramientas luego logrará
aplicarlas a situaciones de su cotidianeidad no lúdicas. Es decir que el juego es una función
fundamental para el desarrollo psíquico del niño, además es el medio por el cual el niño logra
expresarse. Dese su interpretación es posible conocer su mundo interno, fantasías, miedos y
deseos.
Freud explica desde la teoría del trauma el juego infantil, entendiendo que los niños al
jugar elaboran situaciones dolorosas que le son insostenibles al Yo. La actividad lúdica le
permite al niño, por medio de la repetición de experiencias, realizar la carga energética. La
escena a pesar de ser displacentera es repetida una y otra vez por el niño, para apoderarse de
esa situación, de esta manera el niño se sitúa en una posición activa. En este caso el juego
aparece no como una actividad demandante de placer, sino como un medio de sanación por el
cual el niño toma una situación desagradable, vivida de forma pasiva, y la revive de forma
activa mediante una situación nueva y ficticia. Un ejemplo claro de esto sería el juego del
doctor: el niño toma un muñeco, o peluche colocándolo en el rol de paciente, y le realiza lo
que le hacen a él cuándo va al control médico. Freud señala: “Con esta modalidad de tránsito
de la pasividad a la actividad procura dominar psíquicamente sus impresiones vitales”.
Entendemos que el valor del juego en lo que relata el juego de los niños, es que la verdad
queda planteada como “fuera de juego” y el saber es “en jugando”, el personaje del juego no
jugado como indica la autora Beísem M., se presenta como objeto parlante manifestando
enunciaciones hechas enunciadas. Si este objeto real en el cual el niño se apoya para el juego,
es que encuentra apuntalamiento de la realidad. De este modo el objeto lleva la enunciación al
nivel de la palabra produciendo una escena de juego ficcionada de la realidad. En palabras de
la autora: “El objeto que se presenta como personaje y habla en la ficción del juego, hace
excepción a esta imposibilidad bajo un único modo: de jugando”.
Fukelman establece que la verdad queda fuera de juego en el jugar infantil. O sea que
el lenguaje no representa la ausencia de representación, sino que espeja la representación
misma de la ausencia de representación constituyéndose como lugar de la verdad en tanto
estructura de ficción.
"En un primer momento el niño juega con cositas a las que le pone nombre, y el
campo delimitado por este juego es la máscara que incluye al jugador en un universo
humanizado. Por otra parte, este campo de juego es un campo sustraído a la omnipotencia
simbólica de la madre. Si al chico no se le reconoce el despliegue de este campo pasa como
imagen real a ser un juguete de la madre. De todos modos, esto queda modificado con
relación al punto que no es nominable por la madre, el "¿qué es esto?" frente a la erección, no
tiene respuesta" (Fukelman).
Continua Fukelman: “Donde los padres faltan a su palabra (y su palabra implica esta
relación con la historia), los chicos ponen el cuerpo. La operación analítica intentará
reconstruir ese espacio de juego y tratar que aquello que parecía no ser de juego –ser objeto
para los padres. Reubicarlo como juego, que sea mediado por la pantalla del juego”. El
analista por lo tanto sostiene el juego tomando posición en el juego para posibilitar el
encadenamiento simbólico y recuperar el placer de jugar. Por lo tanto, a la hora de analizar el
juego de un niño es importante visualizarlo en un contexto, hay que cuestionar como actúa
antes, durante y después del mismo; observar cuándo, cómo, con qué frecuencia, con quién y
a qué juega un niño para poder llegar a entender e interpretar el mismo. Es fundamental
entonces tener claro que no es adecuado esperar un mismo tipo de juego en un niño de cuatro
años, a un niño de ocho. A cada etapa del desarrollo infantil se le debe vincular un cierto
estilo de juego, el cual demuestra la evolución mental del niño.
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El juego dentro del contexto de la entrevista psicológica forma parte de la batería de
herramientas para la clínica infantil. Si el juego del niño es empleado dentro de un encuadre,
dado que incluye espacio, tiempo, explicitación de roles y finalidad, se crea un campo que
será estructurado básicamente en función de las variables internas de su personalidad. La
entrevista de juego es tomada como una técnica de diagnóstico e intervención en la clínica
infantil siendo forma más adecuada para acercarse a un niño. Es ir a buscarlo en su propio
campo y dialogar en su propio lenguaje. El niño habla con su jugar, pero no sabe que está
diciendo. Se brinda en sus juegos signos y símbolos que el niño no emite de forma consciente,
el terapeuta debe decodificarlos, comprenderlos y así poner en palabras eso que el niño quiere
trasmitir.
Si en consulta un niño sesión tras sesión, observa lo que hay en la caja, lo toca, lo
investiga, pero no logra realizar una escena lúdica con ellos, nos tenemos que preguntar:
¿Realmente está jugando?, ¿Qué sucede si al intentar adjudicarle un rol a cierto objeto, dicho
proceso resulta breve e insostenible? ¿Qué intenta decir o qué no puede decir con su no jugar?
Podría llegar a ser un índice en la detención de los tiempos del sujeto ya que el juego es
sinónimo de salud psicológica. La ausencia o la dificultad en el juego es un signo de alarma
que demuestra conflictos psíquicos. Un niño que no juega presenta dificultad en el desarrollo
de su inteligencia, su socialización e inhibe su capacidad creadora. Esta incapacidad de
inventar puede verse afectada o interrumpida, esto podría ser que los juguetes excesivamente
modernos, no le dejan mucho a la imaginación del niño. A modo de ejemplo, si una niña se
acostumbra a tener muñecos que lloren, hablen, se rían y además puedan tomar la mamadera,
donde de verdad tragan agua para luego sentarlos en una pélela, si bien puede jugar y cumplir
el rol de madre, todas las funciones antedichas al estar ya establecidas frenan la capacidad de
poder imaginar que él bebe hable, llore, etc. (Marcelli & Ajuriaguerra, 1996). Un niño
acostumbrado a tener gran cantidad de estímulos sobre todo en el sobre exceso de exposición
a las pantallas (celulares, tabletes, etc.) puede caer en el embrollo de aburrirse con facilidad al
estar siempre en un rol pasivo frente a los estímulos.
Si en la clínica psicoanalítica nos encontramos con niños que presentan dificultades y
patologías en el jugar, es equivalente a un niño con dificultades en la construcción de su
subjetividad, con la alteración de la capacidad creadora se observa un psiquismo
comprometido, se observa un yo lábil, inmaduro para enfrentar ciertas situaciones traumáticas
o incomprensibles para él. Ahora bien, ¿es posible categorizar a un niño por si juega o no
juega? Que sucede con los niños que juegan de forma repetitiva, o que su juego resulta pobre
simbólicamente. ¿Alinear juguetes es jugar, o es no jugar? En caso de que sea tomado como
un tipo de juego, ¿puede ser tomado de la misma manera que un juego de rol? ¿Jugar con
utensilios de cocina es lo mismo que un niño imagine que su mano es un plato? Poner nuestra
mirada clínica es fundamental cuando surgen estancamientos rígidos en la reiteración de un
juego.
El tipo de juego estereotipado es característico en niños con psicosis y Trastorno del
Espectro Autista (TEA). Ajuriaguerra plantean que hay tres estilos de personalidad infantil
que hacen normal o esperable el no jugar: en primer lugar, describe al niño demasiado bueno,
debido a que en algunos casos hay niños que en el intento de satisfacer permanentemente a
sus padres dejan de jugar, y en caso de hacerlo se limitan a jugar con seriedad, generalmente
en actividades de competición. En estos niños hay una necesidad permanente por cumplir
altas expectativas propias, producto de un súper yo severo y exigente, lo que puede implicar
excesos de estrés, y agotamiento mental que perjudican entre otras cosas la creatividad y el
juego. En segundo lugar, menciona el niño híper maduro, el cual se caracteriza por parecer
“un adulto en miniatura”, ocurre generalmente por sentir a sus padres vulnerables o débiles.
En último lugar aparece el niño deprimido: los niños deprimidos o depresivos no juegan,
prefieren mirar la televisión, estar solos, por largos periodos de tiempo el niño permanece con
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la mirada perdida, haciendo nada. Y de jugar, se los observa con la cara inexpresiva, o
realizando juegos considerados aburridos, monótonos, o repetitivos. En niños abusados es
esperable que tengan dificultades para poner en palabras o incluso recordar lo sufrido,
características provocadas como parte de los efectos del estrés postraumático. El ASI genera
secuelas cognitivas, afectivas, sociales y físicas de por vida siendo esperable, trastornos
alimenticios, del sueño, afectivos, de adaptación, entre otros (Ajuriaguerra). Así mismo es
esperable la falta de interés en el juego, es decir, bloqueos para simbolizar lo ocurrido
mediante actividades lúdicas. En estos casos es fundamental la ayuda y la contención de un
espacio psicoterapéutico de manera que pueda superar el miedo, la angustia, culpa, y
ansiedades generadas por la situación vivida.
En los niños psicóticos o con otros trastornos generalizados del desarrollo, podemos
observar inhibiciones o fallas de características patológicas en el proceso del juego por
perturbaciones en el vínculo con los otros. Los niños con TEA demuestran en mayor o menor
medida dificultades para jugar de forma funcional o tradicional, con una capacidad muy
limitada o nula para lo que es principalmente el juego simbólico. Si se observa un niño con
dificultades para jugar y fantasear, ambos aspectos son tomados como conductas de riesgo a
considerar para un posible diagnóstico de TEA. Si bien aquellos niños con TEA que tienen
desarrollada la comprensión lingüística, presentan mayor posibilidad de desarrollar juegos
funcionales que aquellos que no, es decir, hay un vínculo estrecho entre capacidades
lingüísticas y capacidades lúdicas; esto se debe a que al tener la capacidad desarrollada de
comprensión verbal, se promueve de forma indirecta la comprensión de símbolos de
representación, no solo para comprender el lenguaje, sino también para entender el uso de
símbolos en el juego. Lo que no implica que tengan habilidades para elaborar un juego
simbólico tal y como niños de su mismo nivel de comprensión verbal sin el trastorno. Se
caracterizan por tener inflexibilidad conductual, implicando intereses restringidos, rigidez del
pensamiento y la acción, limitaciones en la espontaneidad, lo que provoca que sean reticentes
al cambio, primando conductas estereotipadas y estructuradas, entre ellas el juego. Para que
un niño pueda convertir un palo de escoba en un caballo es necesario que se establezca un
nivel de realidad adicional y diferente al nivel de realidad concreto y real. Para que el “como
sí” sea efectivo, el niño debe tener la capacidad de actuar como si el palo de escoba fuera un
caballo, lo que implica que el niño entienda que en realidad el palo de escoba realmente es un
palo de escoba. Desde el rol psicoanalista se buscar formas para poder ir trabajando con ese
niño de manera que podamos conectar con él pese a sus dificultades.
El concepto psicosis se entiende como un trastorno que afecta la organización del Yo,
Ajuriaguerra refiere que se esto es caracterizado por una “fragmentación del cuerpo y del
espacio, comportamientos hiperrígidos o no consistentes, vida fastasmática pobre o
mágicamente alucinatoria, comunicación distorsionada o restringida y particularidades en el
uso de los objetos. El juego que prima en estos niños es estereotipado, con un fuerte contenido
de agresividad, caos, desorden y confusión. Los niños no logran hacer una separación
adecuada entre la realidad y la fantasía. Ajuriaguerra dice que esto provoca que sus juegos
sean patológicos, Por ejemplo: si un niño con rasgos psicóticos juega a que es “Superman”, es
muy probable que crea que vuela como él, haciendo del juego un momento peligroso debido a
la no diferenciación entre ficción y realidad. El niño no logra un juego puro debido a la
incapacidad de poder imaginar situaciones fantasiosas sin dejar de lado la situación real. No
obstante, esto no significa que el niño con psicosis no pueda proyectar elementos de su
psiquis con su jugar, su accionar lúdico es tan enredado y confuso porque así se siente
internamente. Las dificultades en la diferenciación yo/no-yo, implican limites difusos entre la
diferenciación con un otro, hay un miedo constante a perder su identidad, lo que lo lleva
muchas veces a mostrar un juego repleto de identificaciones proyectando en el terapeuta o en
los objetos sus miedos, deseos, angustias, entre otros (Ajuriaguerra). Es esperable que un niño
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de estas características debido a la poca tolerancia a la frustración, tome los juguetes con
agresividad y descargue sus impulsos destructivos con ellos sin elaborar ninguna escena
lúdica (Ajuriaguerra). Ante esto la mejor herramienta que tiene el profesional es trabajar la
confianza y la empatía a través de una escucha activa que funcione como sostén, haciendo del
espacio terapéutico un lugar ameno y contenedor. Mirarlo con la misma intensidad es hacerle
de espejo, es ayudarlo a perder el miedo de poder volver a estados pulsionales de pérdida en
el cuerpo del otro. Empatizar con el niño, de manera de acompañarlo en su realidad, para que
pueda poco a poco comenzar a jugar, incorporando al terapeuta como parte de sí mismo.
Luego, desde adentro, lo ideal es ir trabajando los límites, para incorporar de manera paulatina
los conceptos de separación y diferenciación, dejando de lado la idea de abandono y
aniquilación del yo asociadas a dichos conceptos. Con niños tan comprometidos
psíquicamente el juego juega un rol subjetivante.
Introduciéndonos en los escritos de Lacan, en la constitución del sujeto, el padre es
real cuando las instituciones le dan su nombre a nivel simbólico. La metáfora paterna es la
suplencia que, el significante nombre del padre, viene a hacer al (s1 materno). En el primer
tiempo del Edipo la metáfora paterna refiere a la primacía del falo, eso que desea la madre y
que el niño desea ser. En el segundo tiempo el padre aparece en el plano imaginario como
privando a la madre. Es en el tercer tiempo, clave para la salida del Edipo, que el padre
aparece como simbólico, es quien tiene el falo, no sólo el que lo priva, sino quien lo puede dar
o no. En el psicótico se da la forclusión del nombre del padre, hay un rechazo de un
significante primordial, el significante nombre del padre; como este no está, o al menos no
apareció a tiempo, el significante irrumpe en lo real en su carácter de agujero, dado que no
significa nada (Lacan). Para anudar lo real, simbólico e imaginario de forma no borromea, la
estructura depende, en la psicosis, del sinthome. En el psicótico el significante está “en causa”
debido a que la falta de un significante primordial (s2 paterno) cuestiona, pone en tela de
juicio, al conjunto del significante; se dificulta así poner un punto de basta que dé lugar a una
significación algo consistente. La falta de significantes, la carencia simbólica, puede
compensarse imaginariamente por ciertas identificaciones; pero en la descompensación lo que
ocurre es que el significante en su carácter de agujero emerge en lo real (Lacan).
En el niño psicótico la mirada es rechazada como también los otros objetos en juego
durante las primeras interacciones con los padres, como: el objeto voz, las heces y la comida.
Podemos decir que en el origen del autismo se encuentra una retención de los objetos
pulsionales, que suscita un problema de la comunicación, ya que su cesión está en el
fundamento de la entrada en la relación con el Otro. Los primeros gritos del autista son
monocordes, sin modulación, en los bebés sorprendentemente tranquilos, o bien son
frecuentes los aullidos que nada detiene. El autista está afectado por traumatismo del lenguaje
en donde su incorporación no se hace por medio del significante sino por el signo. El
significante es articulación, no tiene sino valor diferencial; el signo está aislado y se relaciona
únicamente con una imagen, el signo utilizado por el autista se presta fácilmente a una
aprehensión fundada sobre una imagen visual o táctil.
Se deduce que para que el soma de un bebé devenga cuerpo, el lenguaje y el soma
deben ser atravesados por una línea recta infinita relativa al falo, debe darse la significación
fálica del niño por la madre; entendiendo el falo como el significante que instaura al deseo en
tanto tensión y alternancia entre la presencia y la ausencia del objeto. La madre opera
nominando al hijo, pero sucede que la madre se dirige más allá del niño, se dirige al falo que
le debe al nombre del padre; allí el hijo comienza a contar (Yankelevich). La imagen real que
adviene inaugura el cuerpo libidinal, el cual se caracteriza por estar agujereado. El cuerpo
bordea los agujeros libidinales de las zonas erógenas. Este cuerpo es el primero, es una
imagen real a la cual el niño aún no tiene acceso la imagen propia del cuerpo debe esperar al
estadío del espejo, es esa imagen real vista como imagen virtual en tanto nos miramos desde
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el Otro. El falo atraviesa y deja un resto, el objeto a en cuanto falta, necesario para la
formación de los bordes sobre los que transitará la pulsión. Sobre dicha falta luego se van a
colocar los objetos a en sus distintas formas: oral, anal, fálica, escópico y acústico invocante
(Lacan). Acerca del anudamiento y el surgimiento de los tres registros Yankelevich aclara que
lo real no equivale a un psiquismo “originario” sino que es un producto del modo que opera el
significante Nombre del Padre en la madre de un bebé, dicha operación castra a la madre. En
el autismo primario el niño es el falo radiante, al no poder “ser significado por el falo, el niño
lo es. Pero de manera tan radical que la madre no puede recuperar para sí nada de este goce.
De ahí su rechazo inconsciente, aunque este sea vivido honestamente como preocupación”
(Yankelevich). No hay identificación a lo real del Otro real en tanto el niño no es marcado
fálicamente. “La ausencia de copulación del falo con cuerpo y lenguaje impide al niño
encontrarse como producto, en el lugar de a, como plus-de-gozar para la madre”
(Yankelevich).
En la inscripción de la traza fálica, que lleva a la entrada en el orden del signo, supone
que el niño signifique algo para alguien. Con la entrada en el orden del signo se ahueca el
soma surgiendo el cuerpo, inicia la actividad pulsional, y se ve que el bebé juega con su voz;
en torno a los tres meses se da la sonrisa social, que implica sentirse humano en tanto el bebé
significa algo para alguien, llevando a colocar la boca de modo erotizado, diferente que al
alimentarse. En el autismo esto no sucede, el bebé no presenta sonrisa social, sólo llora y
emite ruidos guturales, a su vez, la comprensión del lenguaje es operacional, casi cibernético.
Si hay palabra que nomine, si soma y lenguaje son atravesados por el falo, el niño tiende a
ubicarse como lo que le falta a la madre. Yankelevich dice que la significación fálica, la
nominación, se da de modo contingente, es decir que puede darse en todos los hijos, en
ninguno (inclusive si son más de uno) o no en todos. El soma no se convierte en cuerpo y pasa
al registro imaginario. El niño a los ocho meses sonríe solo a la madre. El segundo tramo de la
identificación primaria culmina en la identificación con la imagen especular, con la
formación, en el mejor de los casos, del narcisismo secundario, del yo ideal como uno que
sutura la falta en el Otro dejando caer un resto. En el autismo no se llega a una imagen pre-
especular del cuerpo, la que garantiza el acceso al narcisismo primario, en el autismo la madre
no opera como el espejo cóncavo, mediante el cual se obtiene la corpsificación del soma, su
pérdida para el psiquismo, formando la imagen real del cuerpo. La función materna consiste
en que “una mujer, al desear un hijo fálicamente marcado, lo reconoce como un producto que
es en su carne, nombre (...) falo y Nombre del Padre son uno y binarios a la vez
(Yankelevich). Las madres de niños autistas no llegan a suponer que su hijo, en su ser, es
hablante.
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Referencias bibliográficas
Freud, S. (1908) El creador literario y el fantaseo. Buenos Aires. Ed. Amorrortu. T IX.