Apocalíptica Hebrea
Apocalíptica Hebrea
Apocalíptica Hebrea
2.1 Escatología
2.2 Apocalíptico
2.3 Literatura Apocalíptica
2.4 Apocalipsis
2.5 Seudoepigráfico
4 Orígenes de la apocalíptica
5 Contexto histórico y social
Introducción
La apocalíptica constituye un género literario similar al profético, pero que sitúa su énfasis
en la revelación de secretos. Este término designa tanto una forma literaria (que incluye los
apocalipsis cristianos y judíos) como también las ideas características del estilo
apocalíptico.
Como principales representantes de la literatura apocalíptica en el canon se señalan los
libros de Daniel y Apocalipsis, aunque tanto dentro de la época intertestamentaria como de
la época cristiana primitiva encontramos escritos apocalípticos. Estos apocalipsis contienen
principalmente un mensaje escatológico, y continúan, en cierto sentido, la tradición de la
profecía del AT, “revelan” (del griego apocalipto) los secretos del plan de Dios para la
historia y su retorno triunfal al final de la misma. Dentro de la literatura apocalíptica
también se incluye una forma de apocalíptica cosmológica referida a la revelación de los
misterios del cosmos. La cosmología adquiere importancia a partir de los apocalipsis
helénicos, tales como 2 Enoc y 3 Baruc, en los que se ha apagado prácticamente la
esperanza escatológica. En el resto de este trabajo me limitaré solamente a la recopilación
de información centrando la atención en la apocalíptica escatológica.
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Conceptos
Antes de adentrarnos en el tema me gustaría hacer una breve referencia a algunas
definiciones de los conceptos claves que voy a estar manejando en la exposición del tema a
modo de breve glosario.
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Escatología
Del griego "escatos" “último”. Este término se refiere a la doctrina de las últimas cosas.
Contrastando con las concepciones cíclicas de la historia, los escritos bíblicos entienden la
historia como un movimiento lineal en dirección a una meta. Dios dirige la historia hacia el
cumplimiento definitivo de su propósito para la creación. De manera que la escatología
bíblica no se limita al destino del individuo; tiene que ver con la consumación de toda la
historia del mundo, hacia la cual se dirigen todos los actos redentores de Dios en la historia.
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Apocalíptico
Término que proviene del griego “apocalipsos” que significa “revelación”, es un término
usado para denotar un tipo particular de literatura que comunica, o trata de comunicar, una
revelación de secretos.
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Literatura Apocalíptica
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Apocalipsis
que se traduce comoPalabra derivada del verbo griego “apocalipsos” descubrir, levantar el
velo que cubre algo y lo oculta.
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Seudoepigráfico
Falsos escritos, se usa en referencia al conjunto de libros de origen espurio que aparecen
entre los años 150 a.C. y 150 d.C. Los libros seudoepigráficos son generalmente
apocalípticos pero nunca han sido reconocidos como canónicos.
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Se pueden citar una serie de elementos que configuran en cierta manera el género literario
de los Apocalipsis y que nos ayudaran a entender mejor cual es el significado del mensaje
al acercarnos a estos escritos:
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Modo de revelación
Normalmente utiliza elementos visuales y auditivos. Puede ocurrir mediante una visión que
contenga la revelación en sí o mediante la aparición de un mensajero o mediador de la
revelación encargado de transmitir la información.
A veces para dar un mayor entendimiento sobre la visión aparece el componente auditivo
bien en forma de diálogo entre el mediador y receptor del mensaje (que puede incluir
preguntas y respuestas) o como un discurso o monólogo del mediador o emisor. También
(aunque es menos frecuente) se puede usar un documento escrito en este proceso visionario,
normalmente un libro (rollo) celeste. Todos estos elementos suelen verse enmarcados en
algún tipo de viaje a los cielos, infiernos o lugares remotos del más allá.
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El mediador de la revelación
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El destinatario de la revelación
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En cuanto al uso del lenguaje, éste suele ser repetitivo, con largos discursos, en los que a
menudo predominan las cifras y las enumeraciones o listados, utilizando simbolismos de
números, animales (reales o mitológicos), u objetos.
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Señalaremos las posturas básicas que contiene este género literario en cuanto a la
resurrección y a la gran crisis que sobreviene a la historia de la humanidad.
Espera del final de este mundo que conlleve un cambio repentino y crucial de las relaciones
humanas.
Liberación del maligno (Belial) sobre el mundo que traerá una catástrofe cósmica y
mundial, lo que generaba todo un trasfondo de pesimismo.
Determinismo histórico que dividía el tiempo en períodos predeterminados por Dios
según el plan previsto por él para la humanidad.
Existencia de seres angelicales y demonios que influyen y participan en la evolución
de los tiempos de nuestro mundo.
La salvación paradisíaca que acontecerá tras la catástrofe, que incluye la creencia en
la resurrección y la inmortalidad del alma.
El trono de Dios como símbolo de su reino que destruirá a los reinos de la tierra y
marcará el fin de éstos, haciendo visible su reino en la tierra.
La gloria que constituirá el estado final del hombre. Produciéndose una fusión entre
la esfera celeste y terrestre, aboliéndose a su vez las estructuras sociales y políticas
de la historia.
Orígenes de la apocalíptica
Como ya he comentado en la introducción comúnmente se acepta la idea de la apocalíptica
como “hija de la profecía”, aunque existe cierta discusión al hablar sobre los orígenes, es
cierto que cronológicamente la apocalíptica aparece después de la profecía, a excepción de
algún escrito (como el libro de Daniel) que presenta tanto textos proféticos como
apocalípticos fuertemente interrelacionados.
Esta relación “filial” entre profecía y apocalíptica también se debe a la concepción que se
tenía del profeta como aquel que anunciaba de antemano un acontecimiento, en los escritos
de Flavio Josefo tenemos un claro ejemplo de esa concepción.
G.von Rad puso en entredicho esta filiación, afirmando que “los escritos apocalípticos
tienen una fuerte tendencia a ver la historia de forma determinista, característica que les
separa no solo de los profetas sino de la Torah y los Salmos”4.
Un claro ejemplo podríamos encontrarlo en Jonás, que huye de la tarea encomendada por
Dios porque entiende que en su predicación el castigo era condicional, es decir podía
cambiar según la respuesta del pueblo. En esta ilustración vemos como Jonás lo que
realmente anhelaba era dar un mensaje realmente apocalíptico y no profético. En este
sentido siguiendo esta línea de pensamiento podemos encontrar una cierta similitud en la
literatura sapiencial. Los libros de sabiduría reflejan una concepción del tiempo, la vida, y
los acontecimientos como determinados irremediablemente por Dios, que lo hace todo bien
y en su tiempo, sin que se le permita al hombre conocer plenamente el sentido de la historia
y mucho menos modificarla, como leemos en Eclesiastés 7:13,14 “Mira la obra de Dios;
porque ¿quién podrá enderezar lo que él torció? En el día del bien goza del bien; y en el día
de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre
nada halle después de él.”
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Podemos situar el marco histórico y social basándonos en varios de los textos de Qumran,
algunos de los cuales son atribuidos al patriarca antediluviano Enoc, que se datan
paleográficamente a comienzos del siglo II o finales del III, cronológicamente la época en
la que se sitúan es bastante anterior a la crisis macabea, éste es uno de los motivos que
llevan a afirmar que no es imprescindible que se dé una situación de persecución u opresión
para que surja la apocalíptica.
Aún así es cierto que el auge de la literatura apocalíptica en la historia del judaísmo ha
constituido un síntoma de crisis, por este motivo no es extraño que el género apocalíptico
tomase importancia como literatura diferente de la profética sólo después que cesó la
profecía. Su primer gran desarrollo se produjo durante la crisis de fe judía a mediados del
ss. II, coincidiendo y como consecuencia de la crisis acontecida bajo el reinado de Antíoco
Epífanes, (es en este periodo algunos afirman que se redacta el libro de Daniel, éste tema lo
he desarrollado más en profundidad en el último apartado de este trabajo, Pág.15) es en este
periodo cuando el género apocalíptico fue adoptado como vehículo de arrepentimiento
nacional, oposición a la helenización, y fe escatológica en la inminente intervención de
Dios a favor de su pueblo.
Los últimos grandes apocalipsis escatológicos judíos provienen del período entre la caída
de Jerusalén en el 70 d.C. y el fracaso de la revuelta de Barcoquebá. Por tanto diremos que
el género apocalíptico floreció especialmente en épocas de crisis nacional.
La era escatológica será el reino de Dios y remplazará para siempre todos los imperios
terrenales. Su esperanza en cuanto al destino de los gentiles varía. Los opresores de Israel
serán condenados, pero frecuentemente las naciones participarán de la salvación de los
justos en Israel, mientras que los apóstatas de Israel serán juzgados. El universalismo de los
escritores apocalípticos proviene tanto de la participación posexílica de Israel en la historia
de los imperios mundiales, como del profundo conocimiento que tenían del problema
universal del mal.
Concluiré con la idea de que a pesar del intento que he hecho de plasmar una ubicación lo
más acertada posible, resulta un tanto complejo determinar un entorno concreto para todos
los Apocalipsis.
No hay que olvidar que exceptuando los propios Apocalipsis existen muy pocos
documentos que nos arrojen información en cuanto al momento, detalles y producción que
envolvieron su nacimiento. A pesar de que no hay un consenso total, me he basado en los
hallazgos de Qumrán donde considera que se encuentra la mayor fuente de documentación.
El contexto social ya sea con persecución o sin ella tiene un matiz de resistencia. Aunque
en su mayoría los Apocalipsis se desentienden, condenan o ridiculizan la acción militar
como método de resolver conflictos, ejemplo de ello lo encontramos en el libro de Daniel
que conociendo las revueltas y luchas macabras les concede sin embargo muy poca
importancia (Dn.11:34), mientras que en el libro de los Sueños se hacen referencias muy
duras hacia éstos. La finalidad social de los apocalipsis se centra más en concienciar e
informar sobre el final de una situación de sufrimiento y opresión que motive a mantener la
esperanza, más que a luchar o presentar resistencia activa (militar o no).
Un reflejo claro de esto lo hallamos en el hecho de que mientras los zelotes y sicarios de la
primera guerra judía hicieron frente al poder romano, los hombres de Qumran, se
encontraban tan inmersos en la trama apocalíptica que no presentaron ningún tipo de
problema u oposición al poder militar romano.
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Apocalíptica y cristianismo
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Los profetas describen con frecuencia la era escatológica de salvación que se halla más allá
del juicio. Fundamentalmente es la era en la cual:
Habrá paz y justicia internacionales (Is. 2:4, Mi. 4:3), y paz en la naturaleza (Is.
11:6; 65:25).
El pueblo de Dios tendrá seguridad (Mi. 4:4; Is. 65:21–23) y prosperidad (Zac.
8:12).
La ley de Dios será escrita en sus corazones (Jer. 31:31–34; Ez. 36:26ss).
Se asocia frecuentemente con la era escatológica al rey David que ha de gobernar a Israel
como representante de Dios (Is. 9:6ss; 11:1–10; Jer. 23:5ss; Ez. 34:23ss; 37:24ss; Mi. 5:2–
4; Zac. 9:9ss). Un aspecto importante de estas profecías es que el Mesías ha de reinar en
justicia. En el AT todavía no se usa “Mesías” [Cristo] como término técnico para el rey
escatológico. Otras figuras “mesiánicas” en la esperanza veterotestamentaria son:
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Fuera del canon, la literatura apocalíptica era seudoepigráfica, se escribía bajo un nombre
asumido, por lo general un nombre famoso de tiempos antiguos. En estos casos el autor
aparente se presentaba como prediciendo eventos que sin embargo ya habían ocurrido,
como evidencia de su acceso a los secretos divinos.
Esta estrategia puede considerarse como un fraude piadoso, o simplemente como la forma
que tiene el escritor apocalíptico de penetrar en el plan divino de la historia presentando
una interpretación de las profecías del pasado, que ahora vuelve a escribir sobre la base de
su cumplimiento, para mostrar cómo se han cumplido y lo que todavía queda por cumplirse
expresando así el mensaje de los escritores apocalípticos como intérpretes de la revelación
recibida en la época profética.
Desde esta perspectiva, los escritores apocalípticos a menudo hacen resúmenes históricos
que llegan hasta su propia época, dándoles forma de profecía predictiva.
En el libro de Daniel, hay corrientes que piensan que fue escrito bajo un nombre asumido y
con una fecha a partir del siglo II a. de J.C., después que muchos de los eventos predichos
ya habrían ocurrido. La evidencia para esta suposición nunca ha sido muy fuerte, y mucha
evidencia en contra ha salido a la luz en los últimos años, especialmente después del
descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto.
Con relación a la calidad literaria y espiritual, el libro de Daniel deja muy atrás a los
apocalipsis apócrifos, y difiere de éstos en otros muchos aspectos. Daniel, a diferencia de
otros escritos, no asume como escritor a una figura de otra parte del AT, ya conocido como
uno que había recibido revelación. No muestra las características sectarias de los esenios
que son típicas de los apocalipsis apócrifos más antiguos (véase más adelante). Además, el
libro está incluido entre las Escrituras de los judíos, que es una especie de reconocimiento
que no se le otorga a otros escritos apocalípticos.
Estas diferencias se explican en cierto grado al tener en cuenta que Daniel es más antiguo
que otros apocalipsis judíos y que por ello suscitó la imitación por parte de otros que
vinieron tras él, tanto por su calidad como porque cuando comenzaron a ser escritos, Daniel
ya estaba en la lista para pertenecer al canon.
Varios otros fragmentos de Apocalipsis encontrados en los Rollos del Mar Muerto
tienen este punto de vista. Los Apocalipsis que fueron apareciendo más tarde, tales
como “Las Parábolas de Enoc”.
Por tanto podemos destacar como los apocalipsis judíos poscanónicos más importantes :
Enoc (colección de escritos de los cuales los primeros datan quizás del siglo V a.C.,
y los últimos del siglo I d.C.)
Otras obras, como Jubileos y los Testamentos de los doce patriarcas, contienen
pasajes apocalípticos. Además en Qumrán se han encontrado algunos textos
apocalípticos nuevos.
Entre estos fragmentos podríamos citar: Is. 24-27; Zac. 9-14; Ez. 37-39; Is. 34-35, que
aunque provienen de contextos históricos diferentes y han sido redactados por distintos
autores, tienen en común un interés por los acontecimientos del fin de la historia.
Dicho esto y puesto que Daniel es el libro de referencia en la apocalíptica hebrea intentaré
un acercamiento a su estructura, características, y contenido. Como ya sabemos el estudio
de Daniel provoca cierta controversia, llevando al lector a una pequeña confusión que al
mismo tiempo despierta un interés por comprenderlo.
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Los capítulos 1–6 son mayormente históricos en su contenido, y en ellos Daniel habla de sí
mismo en tercera persona. El capítulo 1 narra la forma en que fue llevado cautivo de Judá a
Babilonia y su subsiguiente ascenso al poder. En los cinco capítulos siguientes aparece
sirviendo como primer ministro e intérprete de sueños para varios reyes gentiles. Las
visiones de los capítulos 2, 4, y 5 se conceden a los reyes babilónicos Nabucodonosor y
Belsasar, y revelan el destino de los reyes y los reinos gentiles. Al final del capitulo 5 se
menciona brevemente la captura de Babilonia por Darío el medo. A esto sigue el relato de
la creciente influencia de Daniel, y la conspiración contra su vida. Esta sección histórica
finaliza con su milagrosa liberación.
En los capítulos 7–12 el contexto histórico se pierde de vista en buena medida, ya que
Daniel mismo, hablando ahora en primera persona, pasa a ser el receptor de las visiones
que destacan el destino de Israel en relación con los reinos gentiles. Paternidad literaria y
fecha.
Una parte de la crítica moderna rechaza el libro de Daniel como documento del ss. VI a.C.,
a pesar del testimonio del libro mismo y de la declaración de nuestro Señor de que la
“abominación desoladora” es algo de lo cual “habló el profeta Daniel” (Mt. 24.15). Los
críticos sostienen que fue compilado por un autor desconocido alrededor del año 165 a.C.,
porque contiene profecías acerca de reyes y guerras postbabilónicos que supuestamente se
hacen cada vez más precisos a medida que se aproximan a dicha fecha (11:2–35).
Además, se sostiene que fue escrito con el propósito de alentar a los judíos que se
mantenían fieles en su lucha contra Antíoco Epífanes y que fue entusiastamente recibido
por ellos como genuino y auténtico, e inmediatamente incorporado al canon hebreo. Este
enfoque crítico es rechazado por la mayoría usando las siguientes razones:
La suposición de que el autor “colocó a Darío I antes de Ciro e hizo que Jerjes
apareciese como padre de Darío I ( 6:28; 9:1), ignora el hecho de que Daniel se está
refiriendo a Darío el medo, que fue gobernador durante el gobierno de Ciro, y cuyo
padre tenía el mismo nombre que el rey persa posterior. Los críticos no discuten el
hecho de que el autor era un judío extremadamente brillante” . Ningún judío
inteligente del ss. II a.C. hubiera cometido errores históricos de la magnitud de los
que suponen los críticos, teniendo ante sí las declaraciones de Esd. 4:5–6,
especialmente al colocar a Jerjes como cuarto rey después de Ciro en Dn. 11:2.
Si este libro estuviera tan plagado de errores históricos cruciales como dicen
algunos críticos, los judíos del período de los Macabeos nunca lo hubieran aceptado
como canónico. Los palestinos cultos de aquella época tenían acceso a los escritos
de Herodoto, Beroso, Menandro, y otros historiadores antiguos cuyas obras han
desaparecido mucho tiempo, estando muy al corriente de los nombres de Ciro y sus
sucesores al trono de Persia, pero ninguno de ellos encontró error histórico alguno
en el libro de Daniel, aunque sí rechazaron obras tales como 1 Macabeos como
indignas de figurar en el canon.
Además, representó con exactitud la modificación del castigo por fuego bajo el dominio
babilónico (Dn. 3) por el del foso de los leones bajo los persas (Dn. 6), ya que el fuego era
sagrado para los adoradores de Zoroastro.
En consecuencia, desde que los críticos casi unánimemente admiten que el libro de Daniel
es obra de un solo autor (R. H. Pfeiffer, cito pág. 761–762), podemos afirmar que el mismo
no pudo en manera alguna haber sido escrito tan tardíamente, como lo sería en la era de los
Macabeos.
Finalmente, debemos afirmar que los argumentos clásicos a favor de una fecha en el ss. II
a.C. resultan dificilmente admitibles. El hecho de que el libro fue ubicado en la tercera
sección del canon hebreo (los Escritos), y no en la segunda (los Profetas), en el ss. IV d.C.
en el Talmud no es un factor determinante, porque 200 años antes Josefo colocó a Daniel
entre los profetas (Contra Apión 1:8).
Además, el hecho de que Ben-Sirá, autor de Eclesiástico (180 a.C.), no mencione a Daniel
entre los hombres famosos del pasado no demuestra que no tuviese ningún conocimiento de
Daniel, esto es evidente desde el momento que tampoco mencionó a Job o a los jueces (con
excepción de Samuel), ni a Asa, Josafat, Mardoqueo, o Esdras (Ecl. 44–49).
La presencia de los tres nombres griegos para instrumentos musicales (traducidos “arpa”,
“zampoña”, y “salterio” en Dn. 3:5, 10), es otro de los argumentos en defensa de una fecha
tardía, aunque éste ya no constituye un problema serio, porque se ha comprobado que la
cultura de Grecia había invadido el Cercano Oriente mucho antes de la época de
Nabucodonosor.
Las palabras persas adoptadas para usos técnicos son también compatibles con una fecha
temprana. El nombre Daniel en arameo es muy parecido al de Esdras y los papiros
elefantinos del ss. V a.C. mientras que en hebreo se parece más al de Ezequiel, Hageo,
Esdras, y Crónicas más que al de Eclesiástico (180 a.C.).
Concluiremos por tanto que comúnmente tanto la tradición judía como la cristiana han
considerado el libro como un escrito genuino del profeta judío Daniel, que fue llevado
cautivo a Babilonia en el año 605 a.C. contando éste con unos 19 años de edad cuando
Nabucodonosor rey de Babilonia hizo su primera incursión contra Jerusalén después de
haber derrotado a los egipcios en la batalla de Carquemis.
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Este importante libro apocalíptico provee la estructura básica para la historia judía y gentil
desde los tiempos de Nabucodonosor hasta la segunda venida de Cristo. Resulta
prácticamente esencial la comprensión de sus profecías para una interpretación adecuada de
diferentes textos de las Escrituras como el discurso de Cristo en el monte de los Olivos (Mt.
24–25; Lc. 21), la doctrina paulina del hombre de pecado (2 Ts. 2), y el libro de
Apocalipsis. El libro de Daniel reviste, a la vez, gran importancia teológica por sus
doctrinas sobre los ángeles y la resurrección.
Entre los que adoptan el enfoque conservador en cuanto a la fecha y la paternidad literaria
de Daniel existen dos escuelas principales de pensamiento con respecto a la interpretación
de las profecías que contiene. Por un lado, algunos comentaristas interpretan las profecías
de Daniel respecto a la gran imagen (2:31–49), las cuatro bestias (7:2–27), y las setenta
semanas (9:24–27), con culminación en la primera venida de Cristo y los acontecimientos
relacionados con ella, porque encuentran en la iglesia el nuevo Israel, el cumplimiento de
las promesas de Dios para los judíos (el Israel antiguo).
De la misma manera, las “setenta semanas” (9:24) son simbólicas; dicho período simbólico
termina con la ascensión de Cristo, habiendo completado las seis metas propuestas (9:24).
Es la muerte del Mesías lo que motiva el cese de los sacrificios y ofrendas de los judíos, y
“el desolador” (9:27) se refiere a la posterior destrucción de Jerusalén por Tito.
Sin embargo, otros comentaristas interpretan que estas profecías culminan en el segundo
advenimiento de Cristo, cuando la nación de Israel nuevamente ocupa un lugar prominente
en las relaciones de Dios con la raza humana. Por consiguiente, la gran imagen de Dn. 2
representa “los reinos del mundo” dominados por Satanás (Ap. 11.15) en la forma de
Babilonia, Medopersia, Grecia, y Roma, continuando esta última, de una forma u otra,
hasta el final de la presente era.
Este imperio inicuo termina finalmente en diez reyes contemporáneos (Dn. 2:41–44; 7:24;
Ap. 17:12), que son destruidos por Cristo en su segunda venida (2.45). Luego Cristo
establece su reino sobre la tierra (Mt. 6:10; Ap. 20:1–6), que se convierte en “un gran
monte” que llena “toda la tierra” (2:35).
En Dn. 7 tenemos la descripción de las mismas cuatro monarquías como bestias salvajes, y
la cuarta (Roma) produce diez cuernos que corresponden a los dedos de los pies de la
imagen (7:7). Sin embargo, se aprecia un avance con relación al segundo capítulo, en el
sentido de que el anticristo aparece ahora como un undécimo cuerno que derriba a tres de
los otros diez reyes y persigue a los santos por “tiempo, y tiempos, y medio tiempo” (7:25).
Un posible significado de esta frase sería que hiciese referencia a tres años y medio, tal vez
se ve más claro si comparamos Ap. 12:14 con 12:6 y 13:5. La destrucción del anticristo, en
quien se concentra finalmente el poder de las cuatro monarquías y los diez reyes (Ap. 13:1–
2; 17:7–17; Dn. 2.35), la lleva a cabo “uno como un hijo de hombre” (Dn. 7:13) que viene
“en las nubes del cielo” (Mt. 26:64; Ap. 19:11ss).
Según James Montgomery el pasaje pertenece al pasado ya que el libro fue escrito
cerca del 165aC, escribiendo sobre eventos ya ocurridos.
Según Edward J. Young y bajo su punto de vista amilenarista propone:
o Semanas 1-7 se cumplen entre el tiempo de Ciro (538 a.C.) y Nehemías (440
a.C.).
o Semanas 8-69 entre Nehemias y el nacimiento de Cristo.
o La primera mitad de la semana 70 entre el nacimiento y su muerte.
o La segunda mitad entre la muerte de Cristo y la destrucción de Jerusalén por
los romanos en el año 70d.C.
Concretando un poco más en las fechas y según el profesor Hoehner el orden más lógico
comenzaría el cálculo a partir del decreto de Artajerjes I para la reconstrucción de Jerusalén
en el año 444 a.C. (Neh. 2:1–8) y que terminan con el establecimiento del reino milenial
(9:24). Parece evidente que existe un vacío o laguna que separa el final de la sesenta y
nueve semana con el principio de la semana setenta (9:26), pues Cristo colocó “la
abominación desoladora” al final mismo de la era actual (Mt. 24:15 en contexto; Dn. 9.27).
Lagunas proféticas de esta naturaleza aparecen con cierta frecuencia en el AT ( Is. 61.2; Lc.
4.16–21). Así, la semana setenta, según los premilenaristas dispensacionalistas, es un
período de siete años inmediatamente anterior al segundo advenimiento de Cristo, en cuyo
lapso el anticristo alcanza el dominio mundial y persigue a los santos.
En Dn. 11:2ss se anticipa el anuncio de la aparición de cuatro reyes persas (de los que el
cuarto es Jerjes); Alejandro Magno; y diversos reyes seléucidas y tolomeos, que culminan
con Antíoco Epífanes (11:21–32), cuyas atrocidades provocaron las guerras de los
Macabeos (11:32b–35). Se considera que el vv. 35b proporciona la transición hacia los
tiempos escatológicos. En primer lugar aparece el anticristo (11:36–39); y luego el último
rey del Norte, es quien según algunos entendidos premilenaristas, ha de aplastar tanto al
anticristo como al rey del Sur antes de ser destruido sobrenaturalmente sobre las montañas
de Israel (11.40–45; lJ. 2:20; Ez. 39:4, 17). Mientras tanto, el anticristo se habrá recuperado
del golpe fatal que recibió, para comenzar su período de dominio mundial (Dn. 11:44; Ap.
13:3; 17:8).
La gran tribulación, según lo dicho duraría 3½ años (Dn. 7:25; Mt. 24:21), se inicia con la
victoria del arcángel Miguel sobre los ejércitos celestiales de Satán (Dn. 12:1; Ap. 12:7ss),
y termina con la resurrección corporal de los santos del período de la tribulación (Dn. 12:2–
3; Ap. 7:9–14). Aunque el período de la tribulación dura sólo 1.260 días (Ap. 12:6),
parecen requerirse 30 días adicionales para la limpieza y la restauración del templo (Dn.
12:11), y otros 45 días antes de que se pueda disfrutar plenamente de las bendiciones del
reino milenial (12:12).
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Me ha resultado sin embargo curioso ver como en nuestros días tampoco hay el interés que
hubo por ejemplo en los años 80 en examinar sobre los acontecimientos finales de la
literatura apocaliptica. Personalmente veo significativo y me trae a la mente un cierto grado
de paralelismo con la actitud del pueblo judío, el hecho de que sea en medio de la
“psicosis” y el miedo generalizado a que estallase un holocausto nuclear durante la Guerra
Fría cuando se produjo un “boom” en la publicación de libros ( a nivel nacional tenemos a
J. Grau, F. La Cueva, y muchos otros) e interpretaciones de todo tipo sobre los
acontecimientos apocalípticos y todo el énfasis que surgió en cuanto a la datación y la
consiguiente discusión sobre posibles fechas y claves (acontecimientos, señales, etc.) que
determinasen el momento histórico en que volvería el Mesias.
También me ha resultado muy útil a la hora de integrar más claramente y manejar con
mayor agilidad los acontecimientos históricos estudiados en la asignatura sobre la
evolución histórica del pueblo judío en el periodo intertestamentario.
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Bibliografía
M. Delcor, Mito y tradición en la literatura apocalíptica, 1977.
J.M. Sanchez Caro, Historia, Narrativa, Apocaliptica, 2000. Ed. Verbo Divino.
J.H. Lüdy, Daniel, Baruc, Carta de Jeremias. El mensaje del A.T. (Tomo 15), 1995.
Ed. La Casa de la Biblia.
Carson, D.A.; France, R.T.; Motyer, J.A.; Wenham, G.J., Nuevo Comentario
Bíblico: Siglo Veintiuno, (El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones) 2000.
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