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4089-Texto Do Artigo-33396-2-10-20200204

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ISSN: 2695-6993, Gladius et Scientia Revista de Estudios de Seguridad del CESEG -

(1,2019), pp. 301-306


http://www.usc.es/revistas/index.php/gladius/index

Título: Orden Mundial: reflexiones sobre el


carácter de los países y el curso de la historia 1
Autor: Kissinger, Henry
Editorial: DEBATE
Año de edición: 2016 [2015]
Páginas: 432
I.S.B.N.: 978-84-999-2571-4

LUIS VELASCO MARTÍNEZ


Departamento de Historia, Arte e Xeografía
Universidade de Vigo
http://orcid.org/0000-0002-4282-4572
luis.velasco.martinez@uvigo.es

Henry A. Kissinger es uno de los mejores ejemplos de


la capacidad de asimilación cultural e identitaria de los
EE.UU. Nacido en la Alemania de la República de
Weimar en 1923, en el seno de una familia judía, en
1938 tuvo que emigrar con el resto de su familia a
Nueva York huyendo de la persecución racial del
nazismo. Durante la segunda guerra mundial consiguió
la ciudadanía estadounidense, siendo movilizado y
destinado al frente europeo en 1943. Fue allí donde
mostró su valía en la sección de inteligencia militar,
participando activamente en la desnazificación del
territorio y en la reorganización política y
administrativa. Después del conflicto, inició en su nuevo
país una brillante carrera académica, que lo llevó a
graduarse en economía en el City College of New York

1Traducción de: Kissinger, Henry: World order, New York, Penguin,


2015, 420pp.

Recibido: 10/01/2018; Aceptado: 18/12/2019


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y en ciencias políticas en la Universidad de Harvard. En


este último centro completó sus estudios y se doctoró.
Desde el primer libro que publicó, fruto de su tesis
doctoral, A World Restored: Metternich, Castlereagh
and the Problems of Peace 1812-1822 (1957), podemos
comprobar la gran cantidad de proyecciones del peso
de la historia sobre el presente que realiza. El análisis
geopolítico de Kissinger no puede ser entendido sin
recurrir a la conceptualización del path dependence,
como tampoco sin reconocer su capacidad de análisis e
interconexión de datos en el largo plazo. Reconoce los
orígenes de los conflictos actuales en el pasado, y teje
una red de genealogías de la práctica y la teoría de las
relaciones internacionales que recorren toda la historia
mundial desde el renacimiento hasta el presente. 2
Para un niño judío criado en la Alemania
postguillermina, inmigrante en EE.UU, y soldado de de
su ejército durante la segunda guerra mundial,
convertido en académico brillante durante la guerra
fría, el papel de analista internacional no parecía un reto
suficiente. Su puerta entrada en la historia no llegó a
través de sus lecciones de realpolitik o sus sesudos
análisis, sino de superar la barrera entre teoría y acción.
Cuando era un joven académico consolidado y
respetado, ingresó como asesor en la administración
Eisenhower gracias a las conexiones tejidas durante su
etapa militar y universitaria. A partir de ese momento,
la frontera entre el académico y el estadista se fue
diluyendo. Su formación historiográfica y politológica,

2Hemos podido consultar toda la bibliografía del autor gracias a


nuestra estancia como Visiting Scholar del Institute for Latin
American Studies de la Columbia University in the City of New York,
financiada con cargo a la ayuda de movilidad EEBB-I-17-12643 del
Ministerio de Economía y Competitividad del Reino de España.
Agradecemos a José Moya, del Barnard College, todas sus
atenciones.
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sirvió como herramienta para desarrollar una amplia


variedad de funciones en el entramada político,
diplomático y militar de Washington D.C., desde el
Consejo de Seguridad Nacional, hasta la Corporación
RAND, pasando indistintamente del sector público al
privado. Durante estos años desarrolló una amplia red
de contactos que sirvieron para que medrara en el seno
del Grand Old Party, llevándole al puesto en el que ganó
visibilidad, poder e influencia política en EE.UU y el
mundo: consejero de seguridad nacional.
Un recién elegido Richard Nixon lo nombró para este
puesto en 1969. Desde él, extendió una red de poder e
influencia sobre otras áreas del gobierno federal que le
permitieron ganar un peso decisivo en la administración
Nixon, alcanzando finalmente la secretaria de estado en
1973. Compatibilizó ambos puestos hasta 1975,
quedándose a partir de entonces sólo con la dirección
de la política exterior de los EE.UU. Ese inusitado
acaparamiento de cargos en la democracia
estadounidense nos permite entender como nuestro
hombre, más allá de analizar la situación política
insertándola en su contexto histórico y teniendo en
cuenta sus raíces, también desarrolló un interesante
sentido del ejercicio de la política. Probablemente
Metternich y Castlereagh no sólo ilustraron su visión del
orden mundial, también ejercieron influencia en la
praxis política de Kissinger, seguramente con algunos
retazos de Talleyrand. Después de su marcha de la
administración, creó una asesoría internacional, a la
que le acompañó su inmediato sucesor como consejero
de seguridad nacional: Brent Scowcroft. Desde ella
continúa asesorando a empresas y gobiernos,
manteniendo sus cercanías con el partido republicano.
Durante todas las etapas de su vida pública, tanto en el
ámbito de la administración como en el de la asesoría,
Henry Kissinger ha sido un referente en la política
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internacional. La distensión directa que promovió hacia


la URSS y la China comunista, la retirada de Vietnam o
una política ambivalente con respecto a Israel, fueron
acompañadas de un fuerte intervencionismo en otras
zonas del sureste asiático, África, América del sur y
central.
Pese a los grandes claroscuros de su gestión y su
pensamiento, Kissinger continúa haciendo gala de una
capacidad de análisis y de previsión sin parangón en el
ámbito de las relaciones internacionales y la
polemología. Su último libro, el Orden Mundial, hace
gala de ello. El autor centra su análisis de la realidad
geopolítica mundial y del orden enmarcándola en una
visión a largo plazo. Los conflictos recientes son
analizados desde una visión histórica que permite
indagar en sus orígenes, estableciendo relaciones de
causalidad en el largo plazo, todo ello con un aparato
crítico llamativo en el que no faltan algunos de las
últimas aportaciones de la historiografía y la ciencia
política, como tampoco ninguno de los considerados
clásicos de la materia.
El libro centra cada capítulo en los grandes actores
estatales del escenario internacional, partiendo de una
premisa común: hasta la fecha existía un orden mundial
que, desde la Paz de Westfalia, se había ido
manteniendo a lo largo de los siglos, reestructurándose
después de cada gran crisis. Este orden habría sido
puesta en tela de juicio en un nuevo escenario, en el
que el papel rector de los EE.UU parece descomponerse,
mientras que la aparición de nuevas tecnologías ponen
contra las cuerdas las formas de la diplomacia y la
política tradicional. Si el equilibrio de la guerra fría se
basó en la seguridad de la mutual assured destruction
(MAD), en la actualidad la interdependencia de los
diferentes actores podría volver a servir como elemento
equilibrador. A su vez, la falta de una primacía absoluta
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por parte de una potencia, junto con un gran número


de potencias emergentes, hacen que éstas estén en
condiciones de plantear retos regionales de manera
constante al liderazgo de unos EE.UU con más
limitaciones que nunca desde la caída de la URSS.
El renacimiento de las disputas clásicas entre los
estados-nación, junto con los retos comunes de la
seguridad internacional, como la propagación de armas
de destrucción masiva, el cambio climático y las nuevas
tecnologías, que hacen que los enemigos tradicionales
se escondan sus transgresiones de la diplomacia en el
anonimato de la red, causan para Kissinger un caos sin
precedentes. Al igual que en las grandes crisis
posteriores a Westfalia, el orden internacional debe ser
pactado de nuevo. Quizá con la salvedad de que esta
vez no se tendría que realizar después de una guerra,
sino antes, para prevenirla. Así pues, EE.UU no sería
capaz de ejercer el poder como hasta la fecha, mientras
que por otro lado, ningún otro actor estaría en posición
de ser capaz de retarle y sustituirle. Un impasse en el
que el orden mundial viviría un caos no conocido en
siglos, recordando aquella vieja analogía tomada de
Antonio Gramsci con la que Raymond Carr se refería a
la España de la Restauración y la Dictadura de Primo de
Rivera, podríamos estar ante: los estertores de un
anciano agonizante, o los llantos de un recién nacido.3
En lo que respecta al análisis regional realizado por
Kissinger, probablemente su principal valor reside en su
capacidad para desenredar la complicada red de la
historia de los movimientos políticos y sociales,
ordenándola de tal forma que seamos capaces de
entender la visión particular sobre su propia
organización y la del mundo, que en cada rincón de la

3Carr, Raymond: España: 1808-1939, Barcelona, Ariel, 1969,


p.505.
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tierra se ha propuesto. Como no podía ser de otra


forma, este análisis tiene dos puntos de vital interés:
Rusia y China. Por su propia trayectoria personal, dos
de los ejes sobre los que ha pivotado el interés
académico del autor, pero también buena parte de su
ejercicio de las relaciones internacionales, tanto en su
papel rector como en su calidad de asesor.
Comprender el carácter imperial e inseguro de la Rusia
de Putin, o el papel a desempeñar por una China en
constante cambio, le obliga a rememorar sus procesos
de construcción nacional, y las formulas de éxito
relativo que las han llevado a ser potencias emergentes
capaces de enfrentarse a EE.UU dentro de sus propias
esferas directas de influencia. En lo que respecta a
Europa, mantiene una de sus lapidarias afirmaciones, al
insistir en la falta de un liderazgo indiscutible en su seno
o por lo menos de una organización capaz de hacer
prevalecer el interés general europeo frente al de los
grandes estados de la unión.
La regionalización del mundo que prevé Kissinger tienen
su base en una premisa indispensable: la confrontación
de EE.UU con China. Mientras que los primeros siguen
respondiendo a impulsos de carácter ideológico en su
acción exterior, aunque sin renunciar a los intereses
geopolíticos, lo cierto es que la China continental ha
renunciado a imponer un modelo político y económico
propio, anteponiendo su interés estratégico a cualquier
otra reivindicación, a la vez que haciendo valer su
apuesta de futuro por relacionarse de tú a tú con los
EE.UU. Esto puede desembocar en el escenario que
predice nuestro autor, pero lo cierto es que también
puede evitarse. Los contactos diplomáticos entre la
nueva administración norteamericana y el gobierno
chino respecto a Corea del Norte pueden ser un ejemplo
de ello, o convertirse en un nuevo elemento de disputa.

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