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La Calle Oscura (Parte 4)

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IV

Y A se han apagado los ruidos de la ca-


lle. De vez en cuando, el motor de un
carro viejo, de los que pasan por allí ;
y, a lo lejos, confuso, intermitente, suena el
tocadiscos en la cantina de Ignacio . Debe ser
un mambo, a menos que sean gringos los que
lo han puesto a sonar .

La cantina de Ignacio tiene un letrero afuera.


This bar is not restricted. Adentro hay varias
cholas muy pintadas, con los vestidos casi siem-
pre de telas brillantes y el pelo muy largo . Les
gustan los soldados gringos y los marineros .
Pagan bien y conversan poco, porque no pueden
entenderse bien hablando .

-153-
RENATO OZORES

Carmen, "La Pichona", está sola otra vez .


Ya la radio terminó ; ya se fueron las vecinas .
Todo el vecindario duerme, menos Don Marce-
lo, el ciego, y tal vez Chon, que puede estar
planchando . Pero, Carmen, "La Pichona", es-
tá sola otra vez. Sola, allí en su cuarto de re-
jilla, con las cuatro mecedoras y la mesa, el
radio y la estantería de madera donde guarda
varias cosas bajo llave . Al lado de la sala tiene
una recámara, con una ventanita de persianas,
que se abre sobre la calle ; pero esta ventanita
está siempre cerrada. Carmen, la "Pichona", es
tá sola otra vez . Como ayer ; como estará ma-
ñana ; como estará siempre .

Carmen, "La Pichona", gorda, fofa, con el


rostro arrugado y el bozo muy negro, está lle-
na de rencor . Ella lo sabe. Lo sabe, pero no
puede remediarlo. No quiere, además. En Car-
men, "La Pichona", no pudieron llegar a ma-
durar nunca los nobles sentimientos de ternu-
ra, de piedad, de amor, porque en la vida sólo
conoció maldad y egoísmo . Carmen tiene el al-
ma enferma, y eso no tiene remedio . Sólo se
siente contenta cuando ve a alguien sufrir ;
cuando sus maquinaciones triunfan. Pero, aún
entonces, esa sensación de gozo le dura muy
poco porque la dicha y la perversidad no pueden

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LA CALLE OSCURA

estar juntas . Por eso acude presurosa siempre


cuando Elvia se desploma en convulsiones, es-
perando que se asfixie sola ; que se destroce la
lengua, o que se reviente el cráneo contra el
pavimento . Un día la vio caer inerte, como
caen los epilépticos, y se aparto para mirarla .
Estaban las dos solas . Pudo haberle puesto al-
guna cosa bajo la cabeza, y no lo hizo . Car-
men, "La Pichona", está enferma de maldad .
Por eso espera que el viejo Don Marcelo, el
ciego, un día se impaciente y ruede por las es-
caleras . Por eso también engaña a la gente que
acude a consultarle cosas, y mezcla ungüentos
nauseabundos, y hace abortos criminales. Co-
mo a ella se lo hicieron una vez, dejándola li-
siada .
Era entonces una niña, casi . Vivía allá, en
el interior, en un pequeño pueblo blanco, con
un río cerca, como hay siempre en los pueblos,
y unos árboles grandes y frondosos . Corotús,
mangos, laureles ; y más lejos, la dorada cresta
de los nances . En el invierno, cuando el cielo
se oscurece y las quebradas braman arrastran-
do lodo y ramas, el pueblo no era ya tan blan-
co. Pero pronto salía el sol ; las acacias se
adornaban con todos los colores, los papos es-
tallaban húmedos, jugosos, y las veraneras des-

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RENATO OZORES

deñaban el verdor de las hojas para quedar só


lo con flores . Veraneras rojas, moradas, amarillas.Porlascedpubloajns

cholos, silenciosos, con sus enormes pies, tan


anchos, de color de tierra
vil y la chácara colmada .; Detrás,
su expresión
las cholas,
inmó
siempre con rostro de niñas, o viejas, muy
viejas, con las largas trenzas a los lados del
cuello enflaquecido y encorvado . Andaban siem-
pre por el pueblo muy despacio, mirando, sin
rumbo ; se metían en las tiendas a comprar al-
guna cosa, o a vender sus hamacas, o un poco
de arroz . Luego, descansaban en cuclillas, siem-
pre quietos, silenciosos, con la pipa entre los
dientes. Al anochecer iniciaban el regreso to-
dos. Algunos se quedaban rezagados por el
trago, y las cholas allí, sumisas, calladas, sin
protesta ; con aquellas criaturas soñolientas de
ojos grandes y mirada de melcocha, que apren-
den a callar rodeadas de silencio . A veces, al
salir del pueblo, algunos cholos salomaban mar
chando con pisada incierta por los senderos del
monte. Estaban borrachos . Otros, pocos, se
caían al suelo. Sin una voz, sin un gemido .
Nada . Se caían por el mucho seco, quedando
dormidos . Y la chola allí, con los chiquillos,
acurrucada al lado del hombre, cuidando su
sueño, hasta que despertara . Allí mismo. Donde

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LA CALLE OSCURA

él cayera . Sin moverse, hasta el amanecer ; sin


mirar la luna ni contemplar las estrellas más
que para adivinar el día, que empieza siempre
cuando palidecen. Después, hacia el rancho le-
jano ; sin una recriminación, ni un gesto de
protesta .

Carmen recuerda, a veces, todo esto . Recuer-


da el pueblo blanco, tan tranquilo, donde se
identifica a la gente por el rumor de la pisa-
da . Recuerda a Marcela, su hermana mayor y
a Pepe, su hermano pequeño, que lloraba mu-
cho y siempre a gritos, porque era un niño con-
sentido . Recuerda hasta los charcos que se ha-
cían delante de su casa, muy cerca de una ma-
ta de culantro y de un rosal chiquito que pa
recía cansado y triste, y de un palo de carac .Yucrheasdlpiñuas,qempr

estuvieron lo mismo, la cerca rota de la casa de


enfrente, donde vivía el maestro, el café con
raspadura y las tortillas de la abuela, que fué
quien la empezó a llamar "Pichona" . Y la igle-
sia, con sus puertas cerradas, de un azul des-
vaído, la torre desconchada y sucia, con las dos
campanas mudas . Mudas . . . hasta que una
tarde llego el cura .

Era un mocetón fuerte y robusto, de Casti-


lla . Las familias castellanas son prolíficas, y

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RENATO OZORES

la tierra de labor es poca y dura. No tiene


verdor . Algunos chopos nada más, cerca del
agua . Y muy lejos, muy lejos, un río que co-
rre lentamente y ancho a través de la llanura
inmensa, haciendo a veces un recodo para re-
flejar las ruinas de una fortaleza . Por eso los
hijos pobres de Castilla son soldados, o maes-
tros, o guardias civiles . También pueden ser
curas . La vocación importa poco . Eso lo de-
cide el padre un día, o una noche, hablando con
la madre, en tanto que el trigo se mece en las
eras . Ramón será cura . Y a los pocos días,
Ramón llega al Seminario. Latín . Filosofía .
Teología, y más latín . La comida es mala y
escasa ; pero Ramón no lo advierte, porque el
pan y el vino abundan, y son pan y vino de
Castilla . Hay paseos en hileras largas a tra-
vés de la ciudad tranquila . Lejanos toques de
corneta, allá, por un cuartel, y el sonar de las
campanas . Siempre campanas . La catedral gó-
tica, inmensa, son sus naves silenciosas ; los ca-
nónigos, con hebillas de plata en los zapatos y
las medias moradas, encendiendo perspectivas
gratas en el alma limpia de los seminaristas .
Una canongía . . . Penitenciario . . . Magistral . . .
Doctoral . . . ¿Quién sabe? Después, tal vez
Obispo . Hay que estudiar mucho latín y algo
de griego . Declinar y conjugar . Más teología.

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LA CALLE OSCURA

Moral . Derecho Canónico. Por allí, encima de


la mesa, hay un libro de tapas mugrientas .
Apologética . Siguen los paseos, un año y otro
año, cerca de aquellas murallas imponentes con
torres escalonadas, que parecen formar la espi-
na dorsal de la Historia, evocando ilustres nom-
bres . Isabel, Santa Teresa, Fray Luis . Pasan
los inviernos fríos, y un día llega la ceremo-
nia . La ceremonia es el Señor Obispo y las
golondrinas que aletean por todos los tejados .
Allí, delante del altar que destella de luces, es-
tá Monseñor . Báculo y Mitra, y gruesos ante-
ojos de miope . A través de los vitrales cente-
narios se quiebra la luz que recoge la morada
amatista al trazar en el aire lentas y solemnes
cruces . Luego, la primera Misa . La casulla
es blanca . Blanca y oro . Después, hay un cru-
ce de papeles a través del mar y se cursan unas
órdenes . Ramón tiene una sotana nueva, una
maleta de cartón pintado, y una carta para Su
Ilustrísima. Ahora, le esperan muchas sorpre-
sas. Muchas . La primera, el mar, que nunca
ha visto . El mar . . . Es como si el cielo hu-
biera bajado hasta la tierra en un regalo de
Dios. Lejos, en el infinito, el cielo y el mar
son una misma cosa ; un solo milagro . Y cer-
ca, vive y late, y huele, con una fragancia nueva
y pura . Así debe oler el cielo, porque el mar

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RENATO OZORES

conserva todavía muy reciente la huella del Se-


ñor . El mar . . . ¡Cómo puede dudar alguien
de Dios, después de haberlo visto! Ramón se
levanta antes del alba y corre por el barco pa-
ra asomarse al mar. Mira absorto, alucinado,
aquella masa sin medida, siempre igual y dife-
rente, donde el buque hunde la proa para emer-
ger después jubiloso. A veces, con el viento,
se enreda la espuma, pero es un instante nada
más . En seguida se diluye y todo queda atrás,
como la vida misma .

En la sección de tercera hay muchos pasaje-


ros . Uno es un francés, que toca el acordeón
y canta sentado sobre la tapa de las escotillas .
Empieza a hacer calor ; mucho calor . Los ma-
rinos se visten de blanco y Ramón sube un día
a la cubierta sin sotana . Su pecho, poderoso,
se destaca recio bajo la camisa de percal con
rayas, y el rostro juvenil, de barba rala, encen-
dido por el sol del trópico, tiene luminosidades
nuevas . Ramón sigue deslumbrado y el fran-
cés toca el acordeón y canta ante su público de
siempre . Y aquella tarde, después de la siesta,
Ramón topó con el pecado . Al principio no
pudo darse cuenta, a pesar de que el Rector del
Seminario, y el Señor Obispo, le habían hecho
dilatadas advertencias al respecto . Pero Sata-

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LA CALLE OSCURA

nás estaba allí, vestido de color naranja y con


una cabellera roja y perfumada. Hablaba un
español muy raro y vestía pantalones cortos
subrayando la tentación irresistible de los mus-
los, largos, finos, poderosos, enrojecidos por el
sol. Ramón se estremeció cuando le dijo algo
que no pudo entender . Después supo que le
pedía un cigarrillo . Más tarde, a la hora amar-
ga de la penitencia y la oración, el joven sa-
cerdote se forma el propósito de no fumar más .
Si no hubiera tenido cigarrillos . . . Pero Lu-
cifer hubiera buscado otros caminos, pues un
mozo de Castilla, bajo el trópico, es siempre
presa fácil para el Malo y, además, no hay
hombre alguno que no lo encuentre muchas ve-
ces. Y Ramón siguió fumando . Y siguió bus-
cando a la mujer, hasta que ella le dejó en Ja-
maica, porque se quedaba allí . Ramón vuelve
a mirar al mar y una vez más vuelve a pensar
que aquel olor tan limpio y nuevo es el olor de
los cielos . Ahora ya sabe también cómo es el
olor del infierno y del pecado, porque ha podi-
do conocer la figura del Demonio . Y esto le
asusta . Le asusta hasta aterrarlo, y busca al
capellán del barco . Pero el viejo tonsurado no
habla bien el castellano y ha olvidado ya el la-
tín . Tranquiliza al penitente y no tarda en
pronunciar la fórmula de absolución . Ramón
RENATO OZORES

sigue temeroso y cuando el domingo dice Misa


en la capilla, piensa que es aquella la primera
vez que se aproxima a Dios por el áspero ca-
mino del dolor y del arrepentimiento.

La llegada de Ramón al pueblo es una tarde


en que el cielo enciende todos los colores para
despedir al sol, y las palmeras gigantescas pa-
recen estirarse más para poder ver mejor . Pe-
ro la casa que le está reservada al lado de la
iglesia le llena de abatimiento . El humilde mo-
biliario, roto y sucio ; las enormes manchas en
el piso, evidencia de muchas goteras ; y el pe-
queño crucifijo de la sala, mutilado . Es la so-
licitud de los vecinos todos lo que da aliento a
su ánimo, lo mismo que la risueña perspectiva
del poblado . Tan lejos de su casa ; tan lejos
del Seminario ; tan lejos, también, del pecado y
escuchando, emocionado, el habla de Castilla .
Los días empiezan a fluir y las campanas de
la iglesia suenan otra vez . Ramón estrena una
sotana blanca, privilegio de los Papas, y prueba
cosas nuevas. Mangos, aguacates, piñas . To-
do es increíble, como aquel verdor perenne, co-
mo el musgo de las piedras ; como los pericos
que le han regalado . Y Carmen empieza a Ile-

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LA CALLE OSCURA

varíe agua a la tinaja, a barrer los cuartos y


a pasar el plato los domingos en la Misa de
ocho. Carmen es dulce y obediente y tiene
diecisiete años . Ramón empieza a organizar
rosarios y novenas, a bautizar a los niños y a
persuadir a las parejas de la conveniencia de
casarse . Visita a los enfermos, reza los respon-
sos en los funerales de los muertos y les da
cristiana sepultura . Y todos los días dice Mi-
sa. Y todos los días, muy temprano, llega Car-
men con el desayuno . Después se queda por
allí para lavar la taza del café y el plato y re-
coger las migas . Y cuando Ramón le dice al-
go, ella le escucha atenta ; muy atenta, alzando
siempre la mirada clara hasta los ojos altos
de él.

Aquello pasó como pasan esas cosas . Ramón


tenía el Demonio adentro todavía, y, con veinti-
cinco años, es difícil resistir sus tentaciones .
Pero el pecado pesa mucho y deja un sabor
amargo y duradero que estruja el alma en for-
ma dolorosa . Cuando Carmen empieza a sen-
tir vértigos y el vientre se le hincha, la fami-
lia se consterna y hay llanto en abundancia .
Llanto de la abuela ; llanto de la tía Agustina,
tan devota y orgullosa, y un gesto duro y si-
lencioso del señor Alfonso . Ramón anda deso-

- 1 63 -
RENATO OZORES

lado y los rezos y las penitencias no logran dar


paz a su espíritu, porque Carmen es buena, can-
dorosa y limpia ; y porque él ha hecho una in-
famia . Puede renunciar al sacerdocio y hacer
de "La Pichona" su mujer . Pero, no puede
hacerlo ante Dios y el pecado es el mismo, mons-
truoso, puesto que él había jurado castidad y
consagrar toda su vida a Cristo, que tanto ne
cesita de heróicos soldados . La conciencia le
dice muchas veces que dejar a aquella niña
abandonada con su hijo es un crimen abomi-
nable . Se lo dice a todas horas ; hasta cuando
se hinca reverente delante del altar . Es mejor
así . Dejará de ser cura, puesto que no puede
serlo . Hablará con el Obispo ; pedirá perdón
mil veces . Acudirá hasta el Vaticano . Tienen
que escucharle y comprender las flaquezas y mi-
serias de la carne . Y comprender también que
aquella sangre moza no puede frenarse siem-
pre en las tardes cálidas del trópico . Que lo
sepan todos y que el mal no se repita . Sí. Ra-
món está decidido . Pero, después, reflexiona
más calmado y vuelve a releer las cartas de
Castilla . Porque de Castilla ya llegan muchas
cartas. Allá están todos muy contentos con la
plata americana . Pronto podrán reunir lo ne-
cesario para comprar el viñedo y reparar la ca-
sa y pagar las deudas viejas ; aquella hipote-

- 164 -
LA CALLE OSCURA

ca, sobre todo, que fué siempre pesadumbre


grande . Ramón lee muchas veces las cartas de
la madre y de la hermana sin poder pensar si-
quiera que en aquellas líneas, trazadas por ma-
nos castas, juega enredos Satanás . Es difícil
ser bueno entre los hombres, cuando todos andan
por el mundo con sus ambiciones bajas, sus
envidias, sus ruindades . Y a Ramón, sin darse
cuenta de ello, le salpica el alma la codicia de
los suyos.

Ramón sufre mucho, porque es joven todavía


y existen en su espíritu zonas muy grandes no
tocadas por el daño. Y Carmen, sin compren-
der bien lo que pasa, se ve observada de mane-
ra extraña, sobre todo por su tía Agustina, que
es la que dispone traerla a la capital . Agusti-
na, tan devota, tan creyente, expone sus razo-
nes a la abuela y a su hermano Alfonso . Se-
ría un escándalo en el pueblo . Un escándalo
muy grande . Ellos eran pobres ; es verdad .
Pero eran casi la mejor familia. Abuelos co-
lombianos y españoles todos ; todos blancos .
Por eso les decían los "ñopos" . Por algo cuan
do la política, los grandes iban a su casa .

La abuela se calla y amasa tortillas y el se-


ñor Alfonso, huraño, taciturno, deja a las mu-
jeres decidir . Si Carmen hubiera tenido ma-

- 1 65 -
RENATO OZORES

dre . . . Pero la abuela era muy vieja y Marce


la, la hermana mayor, no se enteraba de na
da, prendida, como estaba, en su noviazgo con
el joven administrador de los Alduero . Por
eso decidió la tía Agustina, y por eso una ma-
ñana muy temprano se suben a la camioneta
que viene para Panamá . Hasta Carmen llega
el toque de campanas, llamando a la primera
Misa, cortado de pronto por la bocina del ca-
rro . Nunca más volverá a oírlas como la ma
ñana aquella . Nunca más pasará el plato, ni
barrerá la rectoral, ni mirará a Ramón, que en-
tonces estaría vistiéndose la casulla . Porque
Ramón va a ser trasladado pronto a otra pa-
rroquia lejana y enviado después a una Dióce-
sis del extranjero . Sus huellas se pierden pa-
ra siempre en la inmensa geografía verde y
ocre de los llanos, de la pampa, de la cordille-
ra y de la puna ; a través de ríos muy gran-
des, y de lagos y de selvas . Seguirá sintién-
dose abatido por el peso abrumador de los re-
mordimientos, que son divino remedio, y lavan-
do poco a poco, de este modo, la repulsiva man-
cha del pecado . Pero Carmen llega a Panamá
con su inocencia intacta y ve abrirse ante sus
ojos un alucinante torbellino de impudicia, de
crueldad y de dolor .

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LA CALLE OSCURA

Agustina no quiere perder tiempo. Instalada


en la pensión, indaga, busca, y halla pronto .
No muy lejos de una playa vive una mujer muy
hábil y discreta. Agustina no pregunta más,
y ordena la operación . Y una tarde, Carmen,
"La Pichona", es conducida al sacrificio .
rPa edes verde claro, con algunos calendarios y es-
tampas piadosas en profanación inconsciente .
Unos baldes de agua, palanganas y un tubo de
goma . Gasas, algodón y varios trapos . Eso
es todo . Carmen grita de dolor ; grita en ala-
ridos, que suenan un instante . Después, la obli-
gan a callar violentamente, pero el tormento
continúa . Carmen siente que le arrancan las
entrañas ; que la vida se le escapa entre el su-
dor, copioso, y la sangre que llena ya varias va-
sijas. Agustina intuye vagamente que aquello
es un crimen y promete referirlo al confesor .
Tiene ganas de arrojar, y miedo ; y teme des-
vanecerse . Las manos de aquella mujer siguen
su trajín mortal y Carmen, "La Pichona", sin
fuerzas ya para la lucha, enronquecida y tré-
mula, llora silenciosamente .

La mujer que opera clandestinamente no ocul-


ta su susto y sugiere que la niña se acueste en
seguida . Para eso tiene un cuarto . Y, por pri-
mera vez en su vida, Carmen, "La Pichona" se

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RENATO OZORES

enfrenta a la muerte y a la sórdida miseria de


una cama repugnante. Tres días sin moverse,
febril, insomne, dolorida, sobre una colchoneta
hedionda y dura . Tres días sin sol y sin ver-
dor ; sin el rumor de los árboles ni la algarabía
de los pájaros, y sin la esperanza de besar al
hijo . Su hijo ya no es más que una piltrafa
que se pudre en algún lado, o que los gallinazos
devoraron en disputa a picotazos . Carmen no
puede comer y la fiebre aumenta y la hemorra-
gia vuelve . Agustina reza tres rosarios y aque
lla mujer va a buscar a su comadre Eulogia,
que es de Barranquilla y sabe muchas cosas .
Pero no son los rosarios de la tía Agustina, ni
el sobijo con el sebo de puerco, ni los humos de
las yerbas quemadas en la habitación . Es la
juventud de Carmen lo que vive . Son sus dieci-
siete años sin la menor mancha .

Carmen vive, porque tiene que vivir . Una se-


mana después, débil, vacilante, enflaquecida, re-
gresa con su tía a la pensión . Mucho hígado en
el desayuno, caldos de gallina y jugos de fruta .
Pero, una carta del pueblo, la primera, alarma
con noticias graves de la repentina enfermedad
del señor Alfonso. Un dolor muy fuerte al pe-
cho, y un desmayo, y ahora no recobra el ha-
bla . Y un brazo y una pierna inmóvil . Agus-

- 168 -
LA CALLE OSCURA

tina decide regresar, y decide regresar sola .


Carmen no está bien todavía y el viaje, así, tan
largo, con la carretera mala, puede hacerle mu-
cho daño .

Carmen queda en la pensión con poca plata .


Para un mes, nada más . Se queda allí, en
aquel cuarto pequeño que se abre sobre un pa-
tio, y en el comedor . Una mesa de mantel man-
chado, con una azucarera y un salero y un frasq
.uitodemsazyunbotelprigsaconldetmagri

El señor Alfonso está baldado, allá en el


pueblo . Ha tenido una hemiplejía y Agustina,
vacilante, no quiere dejarlo solo. Porque la
abuela está muy vieja y algo chocha ; se le olvi-
dan las cosas y todo lo confunde, menos la ma-
nera de hacer las tortillas . Y Marcela, ahora,
se pasa casi todo el tiempo en casa de los pa-
dres del novio, Sebastián . La lengua del señor
Alfonso se rebela contra la parálisis y emite
espuma con gruñidos en que se adivinan maldi-
ciones. La boca torcida y medio cuerpo muer-
to, dan al viejo campesino un aspecto diabólico .
Agustina llora y reza . Reza mucho, pero no
bastante para confortar su ánimo, pues la paz
de su conciencia no quiere regresar . Ha con-
fesado en Panamá su crimen y el prudente y

- 1 69 -
RENATO OZORES

sabio jesuita la escuchó en silencio, y luego tu-


vo para su conducta palabras duras de conde-
nación ; muy duras . Para un confesor, el peni-
tente es un enfermo que acude en busca de con-
suelo . Y el remedio son siempre sus consejos,
sus advertencias y sus admoniciones . Han de
ser palabras suaves, persuasivas, convincentes .
Pero Agustina persistía en el error y no logra-
ba arrepentirse ; argumentaba su fervor cristia-
no, su adhesión firme a la Iglesia y su claro
propósito de dejar sin sombra de sospecha la
reputación de un sacerdote joven que, en un mal
momento . . . Pero el jesuita no quería escuchar
tan terribles abominaciones, tan torpe y mons-
truosa idea de los Mandamientos de la Ley de
Dios ; de lo que es piedad y caridad cristiana .
Y no hubo absolución, porque no había arrepen-
timiento . Tampoco la obtuvo del Padre Carme-
lita, ni de otros sacerdotes que buscó impacien-
te a través de la rejilla del confesonario . Tal
vez algunos la creyeron loca . . . Era necesario
arrepentirse ; arrepentirse con fervor de aquel
delito horrendo, y Agustina no podía, aferrada
a sus torpes creencias . Algo le decía allá aden-
tro que los confesores andaban errados ; que no
la habían entendido bien . Pero, ahora, al ver
al viejo, paralítico ; al verse condenada a un que-
hacer de agobio y bajo las injurias mudas de

- 1 70 -
LA CALLE OSCURA

aquel rostro deforme, piensa que los cielos de-


cidieron sancionarla en vida. Tenían razón los
confesores . Y piensa en Carmen, "La Pichona",
que quedó sola en Panamá, temiendo que sea
blanco de cualquier maquinación infame . Pero
no quiere llamarla . No quiere decirle que re-
grese mientras Ramón, el cura, esté en el pueblo .
Ya hay rumores de traslado, y estima mejor es-
perar . Hay que ser prudente . También la je-
rarquía lo es . La Iglesia procede siempre con
cautela ; sin precipitaciones . Hay una vacante
lejos . Se están haciendo los arreglos . Y pa-
san varios meses .
Carmen, "La Pichona", ha olvidado ya mu-
chos dolores, porque la juventud es siempre po-
bre de memoria . Ha empezado a recorrer las
calles y a sentir el atractivo corruptor que tienen
todas las ciudades . Porque en las ciudades, to-
do lo atrayente es artificial y falso . El aire
envenenado ; los árboles raquíticos, ahogados en
cemento ; los colores de las cosas, los labios de
las mujeres y la sonrisa de la gente . Todo ar-
tificial, postizo, de cartón o percalina . Todo
trampa ; de mentira . Hasta algunos paname-
ños . Panameños de habla inglesa . Turcos, hin-
dúes . . . ¿Dónde está la verdad? ¿Dónde, si
el cerro Ancón no es panameño y son paname-
ños algunos comerciantes de turbante y barba?
RENATO OZORES

Carmen, "La Pichona", saborea con deleite di-


versas sensaciones nuevas . El cine, los perfu-
mes . Y un día se encuentra con Eulogia que
la empieza a envolver con la mirada valorando
sus encantos. Es como una red sutil y fina que
la astuta comadre que llegó del Magdalena em-
pieza a hilar alrededor de Carmen . Y un re-
galo, y otro más . Invitaciones al cine . Al "Ce-
cilia", al "Variedades", que son los mejores .
Después, Carmen se muda . Y un día se embo-
rracha en una fiesta, donde la llevaron sin sa-
ber por qué . Eulogia se sonríe y le compra ro
pas nuevas . Y zapatos, coloretes y hasta una
cartera de charol para guardar dinero . Porque
Carmen, "La Pichona", que ya aprendió a pin-
tarse el rostro y a mentir, ya empezó a ganar
dinero. Con asco y repugnancia cuando no ha
bebido, y luego, con indiferencia . Eulogia da
consejos y recibe parte de las utilidades . Eulo
gia sabe bien el gusto de los señores ; sabe de
sus fiestas ; de sus reuniones, y Carmen es bo-
nita . Y el nombre de "La Pichona" le hace a
todos mucha gracia .

Agustina está desesperada allá en el pueblo .


La abuela está más loca cada día, y el señor Al-
fonso sigue igual . Pero, ahora el reumatismo
la atormenta y no tiene el consuelo de la igle-

- 1 72 -
LA CALLE OSCURA

sia . Las cartas se despachan con regularidad,


aunque Carmen contesta muy pocas . El cura
ya se ha ido, sin decir adonde, y las puertas pa-
rroquiales se volvieron a cerrar . Marcela va a
casarse en otro pueblo y serán padrinos los Ald
.Atuíearop,lqgdñAmeuiatnschmpatina pide a Carmen que re-

grese ; pero Carmen tiene ya reloj pulsera y


fuma . Fuma y bebe whisky . Y se ha hecho
rizar el cabello . Carmen, "La Pichona", luce
por las calles sus medias de seda, come de can-
tina, en casa, y va al cine por las noches . No .
Carmen no regresa, porque no quiere regresar .
No puede volver al pueblo blanco con su cara
pintada, su pelo rizado y su cartera de charol,
donde ya guarda dinero . Además, Carmen se le-
vanta tarde todos los días y la pasean en carro,
y un señor que vive en Bellavista la va a ver
con frecuencia, a veces, para conversar tan sólo,
y tomar un trago juntos . Carmen, "La Picho-
na", usa zapatos de tacón muy alto y tiene ya
plata en el Banco . Doscientos balboas . Car-
men, "La Pichona", no quiere regresar, y no
contesta más .

Los años pasan pronto, no se sabe cómo . A


las torrenciales lluvias del invierno suceden en
seguida las frescas brisas del verano, y aunque

- 1 73 -
RENATO OZORES

los árboles conservan todos su verdor, el cam-


po cambia y se entristece . Se entristece más,
hasta este pobre campo prisionero, rodeado de
asfalto y de cemento, que hay en la ciudad . Pe-
ro, un día cualquiera, empieza a llover . Un día
de Abril o Mayo . El invierno se anuncia así,
volcando sobre la ciudad el agua acumulada en
varios meses de sequía . Entonces, hay veces
que Carmen, "La Pichona", se acuerda de Ra
món y de las caracuchas . Pero, el recuerdo es
débil y fugaz.

Un día de mucha lluvia, Carmen, "La Picho


na", regaña con Eulogia . Es una discusión muy
áspera, con insultos nuevos para Carmen, que
cortan y desgarran . Ahora, ya sabe lo que es .
El señor de Bellavista hace tiempo que no la
visita y parece que las juergas redujeron su fre
cuencia . Carmen piensa que sus amigos enve-
jecen, y la que envejece es ella . No lo sabe to-
davía . Pero sus carnes son flácidas, en torno
de los ojos tiene bolsas arrugadas y la liga de
las medias hace una huella muy honda . Son las
suyas ya unas piernas estranguladas, de segun-
da clase ; propias para soldados de la Zona . Por
que siempre hay mujeres de relevo, como la jovencita que ahora tiene Eulogia en casa
.
Carmen, "La Pichona", vive sola . Hace tiem-

- 174 -
LA CALLE OSCURA

po que en el pueblo murieron la abuela y el pa


pá, y que la tía Agustina dejó de escribir. Cuan
do allá tuvieron que venderse las rebañaduras
del potrero, las últimas reses ; unas vacas cima-
rronas y el caballo moro, Agustina decidió aho-
rrar estampillas . Además, no quería saber lo
que hacía Carmen en Panamá . Le bastaba sos-
pecharlo para temblar de terror ; para sentirse
estremecida toda, sin poder dormir, temiendo
que el Demonio la llevara en sueños al averno.
Y es porque Agustina, arrepentida ya, se sen-
tía muy culpable .
Carmen ya no tiene amigos . Amigos, no los
tuvo nunca . Pero, ahora siente que la miran
todos con ojos que hieren ; son miradas de des-
precio, indiferencia, envidia . Sobre todo, envi-
dia. En la cantina, "La Ranita", que ha em
pezado a frecuentar de noche, es de las mejo
res hembras y una cara nueva . Tiene tanto
éxito, que a veces logra tres clientes, mientras
que sus compañeras dan vueltas hasta la puer-
ta masticando chicle y simulando superioridad .
Carmen se defiende en tan hostil ambiente, y
se defiende sola . No ha querido nunca tener
protector . Le basta con Anselmo, el dueño de
"La Ranita", que la trata bien a cambio de muy
poco . Hasta le ha dado aspirinas cuando le de-

- 1 75 -
RENATO OZORES

lió una muela y una vez, que estuvo con tran-


cazo y no pudo trabajar, le prestó diez pesos.
Carmen, "La Pichona", vive mal y preocupada.
Y las preocupaciones, cuando desarrollan el ins-
tinto de conservación, aguzan la malicia y el en-
tendimiento . Pero, Carmen ya está gorda y el
bozo se insinúa con exceso . Y lucha con difi-
cultad . Busca los rincones menos alumbrados
y elige de preferencia marinos borrachos .

Una tarde, mientras busca chances por 4 de


Julio, ve a Eulogia renqueante y vieja, arras
trando unos zapatos rotos . Esta vez es Carmen
la que mira con curiosidad maligna . Eulogia
es una ruina, con toses de asma y párpados en-
rojecidos. Hablan. Hablan poco del pasado ;
casi nada, y algo más del presente . Eulogia
vive sola en un cuarto pequeño, allá por Santa
Rita . Si tuviera bien la vista . . . Pero, aquellas
.Clarmsenctfxioypensa
que ha llegado ya la hora de lograr venganza
provechosa . Eulogia sabe muchas cosas . Sabe
echar las cartas ; sabe brujerías ; sabe hacer
abortos . Y "La Pichona", suavemente, con dul
zura, le ofrece protección y ayuda . Eulogia no
puede seguir viviendo sola. Enferma, como es-
tá, con asma, es peligroso. Carmen le brinda
su cuarto . Tiene también una sala. Y, a los

- 1 76 -
LA CALLE OSCURA

pocos días empieza el entrenamiento . "La Pi


chona" escucha atenta y Eulogia hace un esfuer
zo para apresar los recuerdos de las enseñanzas
aprendidas . Lo de la baraja, es fácil . Tiene
que ser española . Las copas son corresponden-
cia ; las espadas celos, o reyerta ; el cuatro de
bastos, matrimonio fijo ; las sotas, ya se sabe . . .
los caballos . . y los reyes, según como salgan .
Lo aprende cualquiera, porque son siempre mu-
jeres las que van a preguntar . Y siempre hay
una carta que se espera recibir ; un viaje pro-
yectado ; una sombra femenina interpuesta en la
felicidad doméstica . Luego, hay que decir algo
también de la enfermedad grave pasada, la ame-
naza de la por venir y las intrigas que se tejen
con calumnias y bochinches . Hay que asustar
algo a la gente, pues así vuelven mejor . Y pa-
gan un balboa fácilmente, regresando al poco
tiempo, y hacen propaganda . . . Lo de los un-
güentos y lo de las bebidas para enamorar
; par hacer que los maridos ean fiel s y par cu
rar las tercianas, es más fácil todavía . Hay
también secretos graves que Eulogia musita al
oído de su confidente . Para que los hombres
no sean hombres más . . . para que se vuelvan
locos . . . Y esto, no falla. Para los abortos hay
que ver con cuidado el tiempo del embarazo,
porque hay bebidas que bastan, o los baños de

- 17 7 -
RENATO OZORES

pies de agua caliente. Y si no, la sonda . Y


en varias ocasiones, Carmen, "La Pichona", actúa
de ayudante con un goce morboso al ver correr
la sangre y al poder estrujar dentro de un tra-
po aquella vida pequeñita que acaba de arran-
car, aunque así se ofenda a Dios con el más gra-
ve ultraje .

Ya Carmen, "La Pichona", puede renunciar a


"La Ranita" y a las bondades de Anselmo que,
además, va a vender el establecimiento a un es
pañol malencarado y narigón que se llama Igna
cio Olavarrieta . Ya Carmen se orienta por
nuevos rumbos . Eulogia volcó el saco de sus
muchos secretos y "La Pichona" sabe adminis-
trarlos . Ya tiene clientes que la buscan y le pi-
den cita, y la vieja es un estorbo .

Las noches cálidas y húmedas, Eulogia se


asfixia . Quisiera abrirse el pecho para poder
respirar . El aire no llega y los pulmones su-
fren el ahogo . La vieja se incorpora con tra-
bajo, se revuelve y cae sobre la almohada, iner-
te . Es sólo un estertor. Por allá cerca hay
una medicina, unas cucharadas ; un frasco de al-
cohol y un poco de alcanfor . "La Pichona" no
se mueve. Aquello no sirve para nada . Si aca-
so, un alivio momentáneo. Las inyecciones sí
LA CALLE OSCURA

eran buenas ; pero son muy caras y Carmen,


"La Pichona", no quiere gastar . Además . . .
¿para qué?
En la oscuridad del cuarto, Carmen siente la
agonía de Eulogia, que ahora reposa en un ca
tre . La vieja ya no puede hablar y el ronqui-
do de la respiración imposible se va haciendo
más débil .
Carmen tiene alerta el oído para levantarse y empezar los gritos cuando Eulogia
muera. Antes, no . Eulogia se agita, y el gol
pe seco de los huesos contra la pared de made
ra tiene un sonido siniestro . La muerte tarda
mucho en imponerse, aún sobre la vida de una
anciana que no puede respirar, porque sólo es
fácil destruir lo que no ha nacido todavía ; muy
fácil.

Carmen no quiere dormirse por temor a los


vecinos ; a sus comentarios . Cuando lleguen con
el alboroto, Eulogia ha de estar caliente todavía
y, además, la proximidad de un cadáver inmediato, es idea que la sobrecoge
. Carmen no
quiere dormir y enciende un cigarrillo . Piensa
que el humo puede acelerar el trance de la
vieja, y la idea la complace . Cuanto antes, me
jor . Eulogia ya no alienta y "La Pichona" se
levanta cautelosa . Enfoca sobre el catre una lin-
terna y ve por un momento el labio colgante y

- 179 -
RENATO OZORES

el ojo vidrioso . Las manos de la muerta, hueso


y cuero, aún se prenden de la ropa con gesto
de angustia ; y los ojos, muy abiertos, contem-
plan inmóviles ese lugar invisible, ese lugar que
no existe, que nadie puede ver, que miran siem-
pre los muertos . Carmen tiembla un poco y al
aflojarse la presión sobre el contacto, la linter-
na se apaga . Pero "La Pichona" lo oprime va-
rias veces para cerciorarse de que Eulogia está
muerta . Es como si hiciera disparos de luz con
ánimo de rematarla .

Carmen, "La Pichona", se muda a otro barrio,


porque las ganancias le permiten alquilar cuar-
to mejor. Por coincidencia se ha instalado cer-
ca del lugar donde un día la llevó la tía Agus-
tina, y hasta el decorado guarda mucha seme-
janza con la turbia memoria que conserva de la
habitación donde temió morir . Pero Carmen no
piensa ya en estas cosas, porque tiene mucha
clientela . Hay hasta señoras blancas que acu-
den en consulta, y "La Pichona" se enriquece
con plata y experiencias muy valiosas . Y un
día dos hombres, que acaban de llegar en ca-
rro, la llevan detenida . Eran de la Policía . Car-
men, "La Pichona", se pone nerviosa y dice que
no a todo . Pero aquel hombre delgado la mi-
ra con anteojos, detrás de una mesa y parece
LA CALLE OSCURA

saber muchas cosas . Entonces, "La Pichona"


emprende la ofensiva . Si quieren que lo diga
todo, lo dirá . Si van a castigarla, que se sepa
por qué . Va a decirlo todo ; todo . Y los nom-
bres y las fechas empiezan a fluir . El hombre
de anteojos parece asustado y mira a todas par
te abriendo los brazos . No puede ser . Aquello
es demasiado ; una carga abrumadora para un
policía. No sabe qué hacer, pero suena el te-
léfono . Cuando cesa la conversación, el hombre
de anteojos está decidido . Carmen volverá a su
casa. Hay varias advertencias y consejos y has-
ta un discreto comentario sobre los amigos que
deciden protegerla, pues conviene que lo sepa .
Después, el hombre de anteojos, que ha cumpli-
do su deber, va a tomar una cerveza a la can-
tina de costumbre ; a una cantina de nombre
simbólico, que se llama "La Concordia" .

El episodio con la policía hace más audaz a


Carmen y los negocios siguen bien . Hay una
señora gorda que va a verla con frecuencia y le
da mucho dinero para que averigüe las andan-
zas del esposo por medio de los naipes . "La
Pichona" la complace y le da todos los detalles
que ha podido averiguar . La señora gorda llo-
ra y sufre y revuelve en su bolso en busca de
un pañuelo y de más billetes para Carmen, que
RENATO OZORES

le dice siempre la verdad y que le ofrece un pre-


parado de efectos seguros para retener al hom-
bre . Un poco en la sopa ; unas gotas nada más,
sin que él se entere . "La Pichona" sabe bien,
por experiencia, que a los hombres no les gus-
ta la gordura sudorosa y blanda, ni las caras
compungidas, ni los lloros, ni las recriminacio-
nes . "La Pichona" sabe muy bien que aquel ca-
so, como muchos, sólo puede resolverlo el tiem-
po ; cuando el hombre, débil y achacoso, se ten-
ga que refugiar en el hogar . Pero brinda sus
remedios y los cobra bien .

Algunas veces, Carmen, "La Pichona", tiene


éxitos que se pregonan mucho y que aumentan
sus ganancias . Como aquella vez que acertó al
recomendar las cuatro cifras del segundo pre-
mio ; cuando anunció la boda de la solterona
Williamson por medio de la quiromancia, y cuan-
do devolvió el reposo a dos mujeres casadas que
no podían hallar explicación decente para su estado de gravidez
. Pero hay mucha competencia en todas las profesiones, y hasta en estas

cosas se impone la moda. La clientela fué mer-


mando, sobre todo la de abundantes recursos, y
Carmen, "La Pichona", se ve reducida a pro-
nosticar sorteos que nunca se cumplen y a ofre-

- 182 -
LA CALLE OSCURA

cer, de vez en cuando, remedios ineficaces para


que los hombres sientan otra vez inclinación por
sus esposas .

Carmen, "La Pichona", ha tenido que mud


;arse esta vez hacia el Chor il o, porque los in-
gresos menguan y las prendas conservadas em-
pezaron a desaparecer. Las de pollera fueron
las últimas ; hasta las peinetas de balcón y las
mosquetas . Y hay otra mudanza . Carmen va
un día a ver el nuevo cuarto porque se lo reco
mienda Tina, la nicaraguense, que está triste y
preocupada porque el gringo la dejó . Tina la
visita mucho porque la infidelidad del gringo ha
roto unas perspectivas que quiere recobrar . El
gringo le puso un cuarto muy bien arreglado .
Era un gringo, como muchos. Alto, gordo, muy
sanguíneo, con mucho dinero y afición al tra-
go. Iba a verla siempre por las noches y Tina
lo complacía. Por eso le brindaba siempre una
botella de whisky. El gringo la abrazaba y se
emborrachaba pronto . Luego, se dormía un ra-
to. Entonces, Tina buscaba apresurada la car-
tera y le extraía unos dólares . Pocos, para que
no se diera cuenta. Cinco, o seis, cada vez, a
pesar de que tenía muchos . Eran dólares que
Tina atesoraba para remitir a Nicaragua . Por-
que en Nicaragua había que abonar los plazos

- 183 -
RENATO OZORES

de la casa ; de una casa de dos apartamientos


que pagaba con su esfuerzo . Los dólares del
gringo ; los que le robaba ; los que él le daba vo-
luntariamente, y los que podía ganar por ahí,
porque la casa de Managua costaba muchos cór-
dobas. Pero, un día, el gringo desapareció, y
tardó varias semanas en volver a verlo . Lo en
contró en "La Ranita" en tratos con una chola
jovencita. El gringo no estaba enojado y has-
ta le brindó unos tragos, y se rió mucho de las
cosas que Tina le decía ; pero no volvió . Y
Tina quería recobrar al gringo, porque hay otras
mujeres, como ella, que consiguen arreglar las
cosas . Alguien le dijo que hablara con Carmen,
y fue a buscarla hasta el Chorrillo . Porque Ti-
na ya no pretende volver a ser artista, no pre-
tende que la contraten otra vez en el cabaret, ni
siquiera como alternadora, porque no le quedan
vestidos de noche . Tina sólo aspira a recobrar
al gringo, con su cartera y sus dólares . Y por
eso va a buscar a Carmen, "La Pichona" . Pe-
ro aunque las oraciones cabalísticas y los amu-
letos y el retrato con los alfileres no dieron resultado alguno, "La Pichona" ofreció a Tina al

gunas relaciones provechosas . Don Fico, el diputado .Y;g,oDsquneBdabitmchlfMseradpo,ytmi

Tina es agradecida y se resigna con su suerte .

- 184 -
LA CALLE OSCURA

También se resignó cuando en el cabaret no


quisieron renovarle el contrato . Sí. Tina es
agradecida y, como además, quiere tener cerca
a "La Pichona", le habla de aquel cuarto vacío .
A Carmen, "La Pichona", le desagradó la ca-
lle ; angosta, sucia, oscura. Oscura, sobre todo,
en aquella tarde lluviosa que fue con Tina pa-
ra ver el cuarto . Pero era barato y tenía dos
piezas, en esquina, al lado del callejón del pa
tio . Y un día, un carretillero hizo la mudanza
en dos viajes, porque a Carmen le quedaban
pocas cosas . La cama, el colchón, un catre, la
mesita, el radio, cuatro sillas mecedoras y un
espejo. Poca cosa. Lo de más valor, como
frascos y algunos recuerdos, lo llevó Carmen
en una maleta y en dos cartuchos grandes arru-
gados. Tina la ayudó también .
Carmen necesita conservar sus relaciones y
ha puesto a circular la noticia de su nuevo re-
fugio . Va y viene por el barrio, llama a mu-
cha gente por teléfono y envía recados por al-
gunos niños. Ha visto a Don Benito varias
veces y hablaron muchas cosas . Ya Tina no
interesa al carnicero, ni tampoco otras muje
res que "La Pichona" recomienda mucho. Don
Benito se sonríe malicioso y da vueltas al ci-
garro . Y siempre la despide igual .

- 185 -
RENATO OZORES

-Cuando tengas algo bueno, Carmen . Cuan-


do tengas algo que merezca la pena .

"La Pichona" hace inventario, porque Don


Benito es generoso . Pero Don Benito ya se es
tá poniendo viejo y ahora es mucho más exigen-
te. Tiene que hacer algo, y tiene que hacerlo
pronto . La última vez que le vió, le regaló un
peso nada más, para los chances. Y Don Fico
suele ser tacaño y el señor Metall ya no la lla
ma, porque ahora no la necesita.

Carmen piensa muy aprisa, porque empieza


a necesitar plata con urgencia . Hace más de
un mes que sólo vende ungüentos y jarabes, por
que un aborto que iba a hacer se lo quitó Tomasa por envidia, al mandar a la muchacha y

a su novio en otra dirección . Tomasa vive


alerta protegiendo a su hija Herminia . Y To
masa no ignora que "La Pichona" le ofreció
mujeres al señor Metall . Y el señor Metall
está muy contento con Herminia . Le paga buen
sueldo por vender seguros y además, le hace
regalos. Pero lo que trama "La Pichona" es
peligroso y Tomasa la hostiliza . Por eso le
quitó el negocio aquel, recomendando a la cos-
tarricense .

- 186 -
LA CALLE OSCURA

A la hora de la siesta, Carmen, "La Picho-


na", se siente iluminada por una inspiración
súbita. Domina su impaciencia hasta las seis,
que es la hora de llamar a Don Benito, cuan
do el recado no es urgente, y entonces corre a
la abarrotería dejando en la recámara con los
naipes tendidos, a una joven empleada desde-
ñada por el jefe.
La conversación es breve, aún cuando "La Pichona" intenta ponderar su oferta
. Don Benito quier usar su oj s antes de cel bra com-

promisos, y la cita se concierta .


-Mañana la llevaré al "Edison" . . . A la
tanda de siete . No deje de estar allí . Va a
ver . . . Le digo que . . . Pero yo quiero saber
antes lo que dice usted, porque ella no está en
esto . Le aseguro que . . .
Don Benito corta, porque está ocupado ha
ciendo cuentas y quiere saber sus ganancias .
-Está bien . . . Como a las nueve, enton-
ces . . . yo pasaré por allí.
-Sí . Usted puede acercarse a conversar . . .
Ya va a ver . . . Me va a decir . . .
Don Benito estaciona su auto cerca del Cuar
tel central de bomberos y mira su reloj . Aún

- 1 87 -
RENATO OZORES

falta media hora para que salgan del cine, pe-


ro la curiosidad le ha hecho anticiparse un po-
co . Carmen sabe lo que hace . Don Benito en
tra en la cantina más cercana y pide que le
sirvan un coñac . Don Benito no es aficionado
a la bebida ; pero tiene dos cantinas y le gusta
observar el negocio de sus competidores . Men-
talmente calcula los gastos de alquiler, de per-
sonal . . . Don Benito tiene dos cantinas y po-
dría tener otra. El coñac le sienta bien,
porque está la noche fresca y hay mucha hu-
medad .
Los anuncios de neón ponen en la calle res-
plandores lívidos y Don Benito piensa que aque-
lla luz es engañosa . Si llegan, mejor mira a
la mujer en otra parte.
Del cine sale alguna gente y el encuentro
parece natural . Carmen, "La Pichona", muy
contenta, hace las presentaciones .
-¿Cómo le va, Don Benito . . . ? Tanto tiempo
de no verlo . ¿ Qué se ha hecho . . .? ¿ Conoce a
esta chica . . . una vecina . . .? Rosa . Rosa
Suárez .
-Mucho gusto, señorita.
-Señora . Estoy casada . Gracias ; el gusto
es mío .

- 1 88 -
LA CALLE OSCURA

La sequedad de Rosa, seria, casi huraña,


desconcierta un poco a Don Benito ; pero quiere
examinarla bien . Además, piensa que hay mu-
jeres que les gusta ser así, al principio, para
valorarse más .

-¿Vamos a tomar algo a alguna parte, o


tienen apuro? Un helado, o algo así .
Rosa ofrece una disculpa, aunque el helado
la seduce . Tal vez se atrevería a pedir antes
un bocadillo de jamón . . . con pan tostado, y
mostaza y mantequilla .
-No me atrevo, Carmen . Usted sabe . . . la
chiquilla . . .
Interviene Don Benito.
-¿Tiene usted una niña . . . ? ¿Está enfer-
ma, acaso . . .?

-Unos granitos . . . pero la mortifican mucho .

Ya empezaron a marchar hacia la refresquería


.Hayunmeslibrdajoeunlz
muy fuerte . Alrededor se habla mucho y se
discute de caballos y beisbol, mientras se beben
chichas y refrescos .

-¿Qué quieren tomar?

- 1 89 -
RENATO OZORES

Rosa se decide por el sandwich y por un he-


lado de vainilla en copa . Carmen pide leche
de coco y Don Benito un té .
Don Benito observa atento y cambia con Car-
men miradas de complicidad . Rosa se ha ves-
tido bien . Escotada, con el busto evidente, y
el cabello recogido alto, es una mujer hermosa .
Hinca en las tostadas los dientes, iguales y blan-
cos, y se limpia los labios con la punta de la
lengua antes de usar la servilleta de papel .
Don Benito observa las manos de Rosa, manos
de mucho trabajo, de uñas carcomidas y dedos
rajados, y desvía la mirada hacia los brazos .
Son brazos redondos, firmes . La piel, tersa y
suave, y el color como del agua cuando el té
empieza a teñirla .
Carmen, "La Pichona", observa satisfecha el
mirar de Don Benito y hace planes inmediatos .
Don Benito se levanta, paga y se despide con
frases corteses .

-He tenido un gran placer . Espero que


volveremos a vernos . Bueno, Carmen . . .
Rosa sonríe agradecida . Un bocadillo y un
helado de vainilla en copa, son catorce reales
todo . Don Benito ha dado, además, tres de
propina . Y fuma unos cigarros que huelen muy

- 1 90 -
LA CALLE OSCURA

bien y tiene una sortija con un brillante gran-


de y una guayabera blanca muy limpia y plan-
chada .
El regreso hacia la casa es propicio para las
confidencias .
-Es muy bueno, Don Benito . . . Muy bueno,
y muy desgraciado, a pesar de su plata . Por-
que tiene plata en pila . .
. Ganado en el interior, varios puestos de carne en el Mercado
y . . . yo no sé cuántas cantinas . . . Mucha pla-
ta, mucha . . . Está casado, sí ; pero no se lle-
va con la esposa . Viven en la misma casa, pe-
ro están separados hace tiempo . . . ¡Más bueno,
Don Benito . . . ! ¡Y generoso . . . ! Yo le debo
muchos favores . . . Si no fuera por él . . . ¡Po-
bre . . .! ¡Tan desgraciado . . .!
Don Benito está impaciente . El recuerdo de
Rosa le persigue. Los brazos, el escote y, so-
bre todo, el gesto de la lengua limpiándose los
labios, y los dientes blancos, y la boca fresca .
Don Benito está impaciente y llama por teléfono a la abarrotería
.Carmenldióúro
; pero Carmen no acude a la llamada . Car-
men sabe hacer las cosas y manda contestar
que no estaba en su casa . De este modo, en
la incertidumbre, el interés de Don Benito
aumentará . Por la tarde llama ella .
RENATO OZORES

Don Benito está nervioso y quiere apresurar


las cosas .
-¿Cuándo, pues?
-Tenga calma, Don Benito y déjemelo a mí .
Ya le dije . . . Esta muchacha es algo espe-
cial . . . Tiene a su marido . . . Ella es muy
decente . . . Yo no iba a hablarle a usted de
algo que no fuera, así, muy . . . para usted . . .
El carnicero se desasosiega con tanta pala-
brería y quiere concretar ; pero Carmen, "La
Pichona", sólo responde evasivas.
-Yo le dije, Don Benito, que quería que
usted la viera antes para ver qué pensaba . . .
Ahora, ya sé que le gusta . . . Pero, déjeme
explicarle . . . Por teléfono no es fácil .
-Bueno. Ven mañana al Mercado . . . Ven
pronto .
Don Benito vende carne y compra carne.
Viva, o muerta ; para él es lo mismo. La muer-
ta le da dinero y la viva se lo cuesta . A veces,
mucho . Como la cubana aquella que encontró
en el "Venecia" y que le pidió cincuenta bal-
boas . Cincuenta balboas, y no valía ni cin-
co . . . Don Benito es carnicero y sabe de es-
tas cosas . Rosa es diferente . Rosa sí los va-
le ; y mucho más.

- 192 -
LA CALLE OSCURA

Al lado de la mesa de mármol, donde hay


hígado, riñones y costillas de res, "La Picho-
na" platica con Don Benito .
-Yo sabía que le iba a gustar la muchacha,
Don Benito ; yo sabía . Pero esto no es así, co-
mo otras veces . Ella tiene a su marido, ya le
dije, y es muy seria y muy formal . Yo voy a
hablar con ella ; ya usted sabe mi interés . . .
Andan siempre mal de plata, y como ella es jo-
ven y bonita . . . pues, por ahí voy a tratarla .
Y usted tiene que ayudarme, Don Benito . . .
Ya sabe que yo, ahora . . . como están las
cosas . . .
-Está bien, pero apúrate . Yo no voy a es-
tarme aquí esperando un año . . .
Don Benito maniobra en la registradora y
entrega a Carmen dos billetes .

-Dale alguna cosa . . . regálale algo . . . Y


llévate para un tasajo . Y avísame en seguida,
cuando lo hayas arreglado todo . Pero, pron-
to . . . pronto . . .
-Hay que andar con cuidado . . . El ma-
rido . . .
-¡Ah! Verdad . ¿Qué hace el marido?

- 193 -
RENATO OZORES

-Es chivero . Es un mozo bien plantado,


chiricano . . . Simpático, el hombre . . .
Don Benito tuerce el gesto . Lo de
yabpncdoluhegriv,
Carmen se arrepiente por haber presentado de
una vez todas las dificultades .
-Pero, no se preocupe, Don Benito, que yo
sé bien lo que hay que hacer . ¿ Usted tiene to-
davía la casita aquella por los lados de Paitilla?
-Sí, sí. Eso no es problema Todo de-
pende de ti, así que apúrate .
Carmen, "La Pichona", piensa muy despacio
antes de iniciar su plan . Algo tiene adelanta-
do, porque Rosa parece estimarla. La visita
con frecuencia para oír la radio, como hacen
otras vecinas, y siempre le agradece mucho las
devoluciones abundantes de cosas prestadas .
Carmen nunca había pensado en Rosa para ofre-
cérsela a nadie, porque Pancho le infunde te-
mor . Pero siempre había procurado tenerla ba-
jo su influencia. Por eso le pedía manteca, o
sal, o azúcar, aunque no lo necesitara . Era un
buen pretexto para subir y conversar un rato .
Luego, al devolvérselo, hablaban otra vez . Ha-
blaban de los granos de la niña, de la diarrea
del pequeño, de los ataques de Elvia y de la

- 1 94 -
LA CALLE OSCURA

dificultad de Chana para cobrar las comidas,


cuando alguno de aquellos hombres se quedaba
sin trabajo. Y, a veces, Rosa le dejaba oír
sus quejas . Que Pancho se volvió a jumar, o
que con el aguacero de la tarde a Yeyo se le
mojaron los periódicos . . . cosas así .
Carmen, "La Pichona", hace arroz con tasa-
jo y sube a invitar a Rosa . Rosa está conster-
nada . Acaba de enterarse de que aquella mu
chacha chorrerana que vivía con un soldado de
Puerto Rico, se tiró por un balcón matándose .
Se llamaba Julia, y Rosa la había visto muchas
veces.
Iba por la noche a la cantina "La Ranita", y tenía dos hijos pequeños.;menRtoasdhlc nFeisayCho pero ne-

cesita hablar más de ello . Por eso cuando Car-


men llega le acepta la invitación . Rosa está
sola con los niños y los acuesta a dormir .
-Qué pena, niña . . . ¿Y tú . . . la conocías
de allá . . .?
-¿Cómo no, Carmen . . . ? Casi nos criamos
juntas . . .
-Y . . . eso . . . ¿Cómo fué . . . ?
-El hombre la dejaba, al parecer . Y ella se
desesperó . . . Y dos hijos . . . figúrese.

- 195 -
RENATO OZORES

Carmen, "La Pichona", considera propicio el


episodio para hacer algunos comentarios favo-
rables a su plan, que ya maquina .
-La pobre . . . qué pena . . . Pero, así son
los hombres . . . Cuando les parece bien, se
largan tan frescos . Y luego, una matándose y
guardándoles tantas consideraciones . Son todos
iguales . . . No merecen . . .
-No, Carmen . . . El muchacho ese era
bueno . Al parecer, era que lo trasladaban . . .
-Bueno . . . Y qué. ¿Acaso no podía lle-
varla . . .? Si era buena para él aquí . . . Y si
la quisiera . . Desengáñate, niña que . . . es lo
que yo te digo . . .
-Sí. Eso, sí . . . Es verdad . . .
Carmen aprovecha la vacilación de Rosa para
seguir cercándola con frases . Es la misma red
de siempre, sutil, invisible . Pero, al hablar mal
de los hombres, Carmen es sincera . Se expre-
sa de ese modo, porque no concibe otro, y el
amor es sentimiento que le causa repugnancia
y asco.
-Te digo, que son todos iguales . . . Lo que
le pasó a esa, le puede pasar a cualquiera . . .
Los hombres . . . ven otra mujer que les gusta

- 196 -
LA CALLE OSCURA

más, y nada les importa . . . Y si una se fre-


gó bien fregada y se llenó de hijos, más pron-
to es que la dejan . Ellos son así . . . Están
con una, mientras les conviene . Y un día, de
repente . . . Fíjate lo de Tina . . . la que vive
aquí cerca . . . con su gringo . . . Y ahora lo
de esta . . . y lo de tantas . . . Si una se pu-
siera a contar todas las que se han visto así . . .

Rosa reflexiona y piensa en Pancho . Piensa


que un día llegó tarde y borracho . . . Y que
ese día tenía en la boca y en la cara manchas
de lápiz labial, y que le olía el cuerpo a per-
fume . . . ¿Podría dejarla Pancho? ¿Podría
marcharse un día, dejándola así, sin plata y
con tres hijos, . .?

Carmen sigue hablando .

y el tasajo me lo regaló él . . . y me
dió para los chances . . . Mañana compro y te
regalo la mitad . . . Me preguntó por ti . . . Le
impresionaste mucho . . . ¡Lo oyeras hablar . . .1

-¿A quién, . .?

-¡Niña! No me escuchas. A Don Beni-


to . . . ¿No te acuerdas? Yo pasé hoy por el
Mercado y me llamó . Ya te dije que es muy

- 197 -
RENATO OZORES

bueno . . . Y me dijo también que si necesita-


bas algo, que tendría mucho gusto en ayudarte
en cualquier cosa. Más bueno, ese señor . . .
La calle ya está en sueño y la chiva de Pan-
cho no regresa . Y Yeyo tampoco . Rosa vuel-
ve a recordar el colorete y el perfume, y son
recuerdos que se enganchan en las palabras de
Carmen . " . . . y cuando les parece bien, se
largan, y tan frescos . . ." ¿Tendría Pancho
otra mujer . . .? La sospecha se desvanece al
recordar sus caricias y sus abrazos poderosos ;
pero a la memoria vuelven las noches de indi-
ferencia muda, de cansancio, desdén y fatiga .
-En este mundo hay que ser lista . Ya ves
esa pobre de la Chorrera . Si no se hubiera
enamorado de ese tipo . . . si hubiera tenido ca-
beza . . .
-Sí ; eso es verdad . . . no hay duda . . .
Yeyo entra en el cuarto de manera súbita y
Rosa se sorprende.
-¿Llegó ya Pancho?
Yeyo deja caer la noticia en forma conci-
sa. Rosa inquiere más detalles, nerviosa
asustada.
-¿Qué fué lo que pasó . . . ? ¿Dónde fué . . . ?
¿Cómo lo supiste? ¡Habla, pues! ¡Di!

- 1 98 -
LA CALLE OSCURA

Yeyo trata de tranquilizarla . El atropello no


tuvo importancia. Pancho volverá mañana .
Rosa se levanta y se dirige a su cuarto ca-
minando con sus pensamientos . El hombre
atropellado . . . Pancho detenido . . . las pala-
bras de Carmen . . . Los niños duermen toda-
vía y Yeyo es silencioso siempre como la som-
bra de un niño, tan delgado, tan pequeño y tan
oscuro . El sueño llega pronto cuando en el
cuerpo hay cansancio, y en seguida amanece un
nuevo día . El niño pequeño llora porque tiene
hambre y la niña mayor se rasca los nacidos
bostezando . Yeyo, como siempre, se ha lleva-
do el dinero para los periódicos . A Rosa le
queda un balboa .
V

A ACABA de sonar el cacho de las doce .


El sol enciende todo el horno, e inun
da la ciudad de resplandor . Es la ho-
ra febril del mediodía, cuando el corazón de
Panamá palpita más aprisa . Todos los auto-
buses están en las calles, juntos, en hile-
ras sin fin, y todos los carros, con las boci-
nas roncas y desesperadas . El tránsito se atas-
ca y los guardias gesticulan tocando el silbato .
El sol chorrea por todas las fachadas, rebota
en los vidrios, en las capotas de los automóvi-
les, y hace correr el sudor por el rostro con-
gestionado de los conductores que avanzan des-
pacio . Todo arde . El pavimento de las calles,
las aceras, los guardafangos de los carros y la

-201-
RENATO OZORES

visera negra de los guardias . Todos los chi-


quillos han salido ahora de la escuela con sus
libros y sus cartapacios y sus uniformes . Uni-
formes grises, azules, blancos, crema. Detrás,
van las maestras . Los guardias vuelven a dete-
ner los carros y los choferes se impacientan,
porque algunos radiadores echan humo . El ca-
lor es sofocante . Ha sonado el cacho de las
doce y hay en toda la ciudad como una repen-
tina prisa colectiva por llegar a un refugio .
-"La Hora" . . . "L'Hora" . . .
Corren por la Avenida Central . Corren por
Bellavista. Por los barrios todos . Por el Ma-
lecón . Por Vista del Mar . En una esquina
cualquiera acaban de llegar dos bicicletas col-
madas de periódicos. Hay una repentina con-
centración de vendedores ; un racimo apretado
de cabezas negras y rizosas, que se esparce en
seguida por las calles próximas . Entran en las
casas ; entran en las tiendas, en las oficinas
y en los hospitales. No preguntan nada, ni
ofrecen con el gesto . Depositan el periódico,
sencillamente, encima de una mesa y siguen
su recorrido . Después, regresan recogiendo el
real .
-"L'Hora" . . . "L'Hora" . . .

- 202 -
LA CALLE OSCURA

El pequeño periódico entra en todas partes


como un viento fresco, que mitigara el calor .
Entra por las ventanillas de los carros que
esperan frenados, o sube hasta los pisos altos
en un cestito que ha sido descolgado hasta la
calle.

--"L'Hora" . . .

Es el periódico para el momento. Para el


momento de la prisa ; con informaciones con-
centradas, como en píldoras, con un fuerte sa-
bor a noticia . Se lee con una mano, mientras
se espera que el semáforo cambie de luces ; se
lee mientras se come una empanada ; se lee en
el autobús . Se lee en medio de la urgencia
por llegar a alguna parte, porque ha sonado el
cacho de las doce ; ese cacho que estalla breve
sobre la ciudad, como un aviso de alarma, que
hace a todos prender los motores para la fu-
ga preparada .
César camina contento . El brazo, bajo la
costra dura del yeso, le molesta un poco ; sobre
todo, la picazón . Pero el brazo aquel ha em-
pezado a ser suyo otra vez y le reconcilia con
la vida y consigo mismo . Además, ha logra-
do que pongan en libertad a Pancho ; el hom-
bre de la chiva.

- 203 -
RENATO OZORES

-Señor Juez . . . Arreglemos esto cuanto an-


tes . Toda la culpa fué mía. No sé lo que pa-
só ; pero no importa . Tal vez yo estaba en tra-
gos ; tal vez quise suicidarme . . . tal vez era
necesario . que yo sufriera un accidente para . . .

-Pero, aquí consta en la declaración que . . .

-Por favor, señor Juez . . . ¿Qué más quiere


que le diga? Acepto toda la responsabilidad,
si es que hay alguna por dejarse atropellar .
Lo que quiero es que no molesten más a este
ciudadano, que seguramente tiene gana de ver
a su familia y de salir en su chiva a traba-
jar, como Dios manda.

-Sin embargo . . .

-He venido aquí tan pronto como me ha si-


do posible, para cumplir con mi conciencia .
Quiero que dejen en libertad a este hombre . . .
Fui yo quien atropelló a la chiva ; así, que ya
sabe . . .

El Juez se encoge de hombros ; mira sobre


los anteojos aquel caso insólito y mira a Pan-
cho que también está un poco asombrado .
Luego, es el final .

-Bueno . . . Firme aquí . . .

- 204 -
LA CALLE OSCURA

César firma y sale en compañía de Pancho .

-Muchas gracias, señor . La verdad es que


no sé cómo agradecerle . . .

-No se preocupe. Todavía no sabemos si


soy yo el que tiene que agradecerle a usted . . .
Sí. No se asombre . . . Hoy para mí es un
día distinto . . . He podido salir de la rutina . . .
He podido hacerle a usted un favor, y hacér-
melo a mí mismo . . . He podido ser útil y co-
nozco nuevas sensaciones . . .

-¿Tiene carro? ¿Quiere que lo lleve a al-


guna parte . . .? Yo tengo ahí la chiva . . .

-No . No tengo carro . Puede usted dejar-


me . . . por ahí cerca en la Central . . . No im-
porta . Déjeme donde quiera . . . Siga . . . Yo
le aviso . . .

César se siente humilde ; ennoblecido . Y


quiere que Pancho sepa la gestión del niño . No
puede retener nada ; ocultar algo y aparecer,
sin serlo, más digno ante aquel hombre de es-
paldas robustas y melena recia que maneja aten-
to a los detalles todos de la ruta . Si no lo di-
jera, Pancho podría suponer que su gesto, al
defenderlo, había sido puro y espontáneo .

- 20 5 -
RENATO OZORES

-Su niño fue a verme. Fue a verme al


hospital . . .
-¿Yeyo . . . ?
-¿Se llama Yeyo? No lo sabía . . . Sí . Fue
a verme para hablar conmigo . Al parecer, te-
nía miedo de que yo pudiera declarar en con-
tra suya . Debe quererle mucho . Le felicito
por tener un hijo así. Déjeme por ahí, en
cualquier parte. Tome.
Pancho quiere rechazar el real, pero lo coj e sin atreverse a protestar del gesto.

-Bueno, señor . Otra vez le repito . . . Mu-


chas gracias . . . Si algo se le ofrece . . .
-Digo lo mismo . Que le vaya bien . . . y
tenga cuidado. Si quiere atropellar a alguien
otra vez, elija antes . . .
La risa de los dos rubrica la despedida .
Pancho va pensando que aquel señor es un gran
tipo, aunque diga algunas cosas que él no en-
tiende bien. Luego piensa en Yeyo y se emo-
ciona un poco, porque la gratitud siempre re-
blandece algo .
César necesita ahora hablar con Celia . Ne-
cesita contarle lo ocurrido, y decirle que el hom-
bre de la chiva anda por la calle en libertad .

- 2 06 -
LA CALLE OSCURA

¿En libertad . . . ? ¿Hay alguien libre, en este


mundo? ¿Libre de sus quehaceres, de sus ideas,
de sus prejuicios, de su dinero? Celia es li-
bre ; él es libre y . . . sin embargo . . . Pero, al
menos existe una libertad ; una libertad, que no
tienen otros muchos hombres. Y también una
libertad que Pancho está disfrutando ahora, sa-
boreándola como una cosa nueva .
-¿No está?

Es natural que Celia no esté ahora en el pe-


riódico . Volverá a llamarla luego . Entre tan-
to bien merece un trago . Con tanto calor . . .
Irá a "La Ranita", pues tal vez esté Tallín
pintando aquellos murales que Ignacio le encar-
gó para cobrar así lo que el pintor le debe .
Además, que Ignacio es un hombre interesan-
te, porque es un hombre disfrazado . Disfra-
zado de animal feroz . Ignacio sabe utilizar
bien las cejas, tan espesas ; la nariz, tan pro-
minente y la voz sonora y grave, y su estatu-
ra, casi gigantesca . Pero César sabe que Igna-
cio es un sentimental ; un hombre sencillo que
vive pensando en el mar, enamorado de sus
ondas y de su fragancia, porque fué por mu-
chos años marinero . Y, a veces, Ignacio dice
cosas ; refiere episodios de su vida náutica,
siempre de cara a la verdad, Las dice, sobre

- 207 -
RENATO OZORES

todo, en las mañanas cuando hay pocos clientes


y no hay cholas ni gringos . Si Ignacio no
fuera un sentimental, no habría encargado a
Tallín los murales ni se pasaría tantas horas
leyendo novelas . Unos murales de marinas, con
rocas, sirenas y barcos veleros, que el viejo can-
tinero vasco contempla absorto, en éxtasis, con
los codos apoyados en el mostrador y el pen-
samiento sabe Dios en qué aventura, o en qué
puerto lejano . Porque Ignacio nació marinero,
allá en un pueblo del Cantábrico, un pueblo de
pescadores, que se llama Lequéitio . Hay una
ensenada mny pequeña y muchas redes col
gadas a secar y mujeres con zuecos que
huelen a pescado fresco . Mucho antes del
alba, después de la Misa, van saliendo al
mar los hombres a pescar anchoa, sardina y
bonito . Los de las anchoas regresan muy pron
to ; pero las boniteras tardan más . A veces,
varios días . Y las de la merluza, igual, aun-
que sea la costera. Pero otros buscan bacalao
y llegan hasta Irlanda y hasta Escocia, en aque-
llos barcos tan débiles y tan pequeños . Casi
siempre regresan. Casi siempre . Porque, a
veces, en el Cantábrico hay olas imponentes,
con un viento rabioso y cielo encapotado, que
alza las crestas de espuma por encima de los
palos de todas las embarcaciones . Le llaman

- 20 8 -
LA CALLE OSCURA

galerna . Y la galerna aplasta los barcos de


los pescadores con su puño enfurecido, los tri-
tura, arrojando después a las playas algunos
trozos de madera y un cadáver magullado, in-
forme . Cuando la galerna, las mujeres rezan
y se prenden cirios en la iglesia, mientras en
la rada se agitan las lanchas en la lluvia como
potros asustados, y detrás del espigón el mar
lanza sus bramidos .

Un día Ignacio quedó huérfano y se vió en


Bilbao a bordo de un buque de carga . Mine
ral de hierro para los ingleses, que los ingle-
ses pagan mal, y que luego venden caro trans-
formado en máquinas. Y así un día y otro
día, con el mar en calma y mucho sol ; con no-
ches de lluvia y de tormenta en que la sirena
muge sin cesar avisando en las tinieblas la pre-
sencia del peligro . Y otro día, Ignacio se mu-
dó a otro barco . La mudanza es fácil, porque
todas las pertenencias de un marino caben en
un saco . Litera mayor, y mayor sueldo . La
ruta de Australia . Y después otros barcos y
otros cielos, navegando por los siete mares .
Ignacio, aficionado a la cocina y a los guisos
suculentos, experimentó en todas las ollas y pro-
bó todos los sabores ; el sabor que dan los puer-
tos y la presencia de mujeres extrañas . Ya

- 209 -
RENATO OZORES

Lequéitio era como un punto lejano y sin con


tornos en el torbellino enloquecido del recuer
do . Sidney . . . Rotterdam . . . Vancouver . . .
Yokohama . . . Suez . . . Puertos, y más puer
tos . Hasta el naufragio, dos noches después
de zarpar de Manila . La carga en mala esti-
ba . . . Lo que pasa, a veces . Y el oleaje, de-
masiado fuerte . Fueron horas de lucha
.vf;dóheuinépscra,olm
Ignacio y otros marineros, heridos, hambrien-
tos, quedaron a la deriva en un bote pequeño
colmado de ansiedad, de sueño y sed, hasta que
un barco los rescató . Un barco con una alegre
bandera de dos cuadros y dos estrellas . Y en-
tonces Ignacio decidió quedarse en Panamá y
tener más fe que nunca, porque en el bote re-
zó mucho.

Ignacio trabajó de cocinero varios meses .


Era un cocinero que no podía desarrollar nun-
ca sus muchas habilidades ; pero que auxiliaba
eficazmente al dueño de aquel modesto res-
taurante, vasco, como él . Vasco, pero de tierra
adentro, de una tierra muy verde y muy que-
brada a la que un día decidió volver . Ignacio
se vió dueño de aquel restaurante de hetero
génea clientela en que se mezclaban los noctám-
bulos con los madrugadores . Pero se sentía

-210-
LA CALLE OSCURA

cansado del tufo de la manteca, del calor de


las pailas y del penetrante olor de la cebolla pi-
cada para los hamburgos . Y decidió vender
aquel negocio y comprar a Anselmo la cantina
que le había ofrecido varias veces . Es más
limpio, en apariencia, aunque aquello de las cho-
las y de los soldados gringos le parezca re-
pugnante ; pero se acostumbra pronto y tiene
la conciencia limpia . Ahora, vive en Vista Her
mosa en la casa de un gallego carpintero que
se casó con una colonense, y este matrimonio
lo trata muy bien . Ignacio puede hasta cuidar
su ciática y poner en orden sus recuerdos .
Tiene tiempo también para leer novelas de aven-
turas y para mirar el mar, aunque cuando lo
mira por allá por Panamá Viejo, tan triste,
ahogado en lama, le da mucha lástima . Pero
cuando hay aguaje va a mirar el Malecón y,
a veces, se moja y esto le hace daño . También
lee todas las mañanas en "La Estrella" la hora
de las mareas y cuando son propicias, camina
muy temprano hasta la plaza de Francia para
ver las olas golpear contra la muralla y reven-
tar en las rocas . Y esto lo sabe César, y lo
sabe Tallín, que acaba de llegar a 'La Ranita"
y busca sus pinceles y prepara la escalera .
RENATO OZORES

-Esa mar está muy quieta . Tienes que po-


nerle olas más grandes, ya te dije . . .

-Pero, Ignacio . . . Con esa perspectiva que


tú quieres, si le pongo olas muy grandes . . .

-Pues cambia la perspectiva . Cambia lo que


quieras . No tienes prisa. Llevas pintando va-
rios meses, ya puedes tardar otros tantos . Lo
que yo te digo es que eso me parece un char-
co . La mar . . .

Ignacio siempre habla de la mar en feme-


nino, y tiene para ella una ternura infinita .
Pero es el mar de las galernas, el mar con la
fugaz espuma de la cólera, el mar de los si-
niestros .

Tallín invoca diversas razones de carácter


técnico, pero Ignacio no se deja convencer .
-No, no . Te digo . . . Nunca has visto la
mar como es . . . Hay que pintar las cosas co-
mo son .

-¿Cómo van las tempestades?

La puerta se acaba de abrir dejando paso a


un breve resplandor, como un relámpago, y a
la silueta de César, que llega jovial .

- 21 2 -
LA CALLE OSCURA

-¿Por qué quieres esos mares agitados, Igna-


cio? ¿No ves que los clientes se van a marear
sólo de verlos?
Ignacio sonríe . Ignacio sonríe ante todo lo
que César dice, y se acuerda de Don Chú, que
no tardará en llegar .
César se ha instalado en una mesa y con-
templa los murales. Siguen como siempre . Ta-
llín pinta despacio en la cantina, porque en la
cantina toma tragos y cuando se emborracha un
poco, le gusta contar su amargura . En cam-
bio, cuando no ha bebido, arruga el gesto y ca-
lla . Entonces tiene una expresión hermética y
ceñuda, como cerrada con doble candado .
Ignacio se siente feliz y ordena a Emilia, la
cajera, que les sirva whisky y soda . Luego, in
vita a Tallín .

-Tómate algo antes, para que te inspires .


César corrobora .
-Claro . . . Ese oleaje apocalíptico que quiere
Ignacio, sólo se puede pintar sintiéndolo en el
estómago . Tendrás que amarrarte a la escale-
ra para no caer.

Emilia ha colocado la bebida encima de la

- 213 -
RENATO OZORES

mesa y ahora se distrae con dos cholas que en-


tran juntas y empiezan a conversar . Comen-
tan el suicidio de Julia, la joven chorrerana .

-Tú sabes, que yo creo que . . .

-Ella me dijo a mi el otro día . . .


-Pero, si él . . .

-No, niña . . .

-¿Desde cuándo, ah?

-¡Cómo va a ser . . .!

-¡Yo te digo que él . . . !

La conversación llega truncada . Las cholas


sienten algo la emoción del drama y han co-
rrido a la cantina al levantarse, por si Emilia
sabe más detalles .

Informado del suceso, César insinúa un co-


mentario .

-Ese suicidio . . . Las cholas son muy ro-


mánticas. Y como no hablan casi nunca de sus
cosas, quizá muchos piensan que . . .

Ignacio corta bruscamente la iniciada di-


gresión .

- 214 -
LA CALLE OSCURA

-La borrachera . Nada más que eso . Aquí


estuvieron bebiendo ella y el soldado como si
fueran animales.
Tallín dispara la protesta .

-¿Cuándo has visto tú beber a los anima-


les aguardiente? Esto es un invento humano ;
el más humano de todos, seguramente . No lo
dudes .
La observación del pintor hace suponer a Cé-
sar que las rejas del artista se empiezan a abrir,
como si el alcohol ablandara los cerrojos .
Delante de "La Ranita" se acaba de detener
la sombra larga de un camión de la Cervece-
ría. Entra el vendedor seguido de dos ayu-
dantes que empiezan a hacer ruido revolvien-
do cajas y botellas vacías . Ignacio se levanta
para hacer el pedido y comprobar las cuentas.

-¿Cuántas quieres?
-Cuatro cajas grandes y ocho chicas .
-¿Y sodas . . ?
-Todavía me queda algo . . . Dame cuatro
simple y dos de ginger ale . . . y algo de dulce
también . Naranja y uva y dos docenas de
root beer .

- 215 -
RENATO OZORES

Al lado del mostrador Ignacio y el vendedor


hacen números, sacan cuentas y cambian pa-
peles . Ignacio paga con varios billetes, unos
cuantos chances y dos o tres cheques . Llega
un cobrador, que espera . Las cholas y Emilia
se han ido hasta un rincón, donde conversan
mucho con las manos . Una de ellas fuma y to-
se y la otra se rasca la cabeza con gesto de
preocupación . La muerte de Julia no ha lle-
gado a consternarlas y buscan con afán per-
files trágicos . Tallín bebe otra vez, silencioso,
y mira el último mural que oculta en parte la
escalera.

-Tener que pintar eso . . .

-¿Por qué lo haces . . .?

César se siente animado y optimista, y quiere


transmitir su impulso . Otras veces ha tratado
de lograr que Tallín vuelva a pintar ; que re-
grese a su paleta y a su caballete ; pero sus
propias palabras le sonaban falsas, desvaídas,
chatas . No podía aconsejar a otro lo que él
mismo no lograba hacer, porque su libro yacía
allí, en la gaveta, abandonado, solo, con una
página truncada. Pero ahora, es muy distinto .
Tiene un brazo envuelto en yeso, como el bra-
zo de un guerrero que perdiera la mitad de la

- 21 6 -
LA CALLE OSCURA

armadura, y un extraño cosquilleo que, a ve-


ces, le desespera . Pero está feliz . Tiene va-
rios días de ociosidad asegurada en el
hvqcsyaopue,rnbtiózdg
su novela . Se lo dice así su brazo roto, por
que pudo huir de la fiesta de Fico ; porque aca
ba de poner en libertad a un hombre, y porque
esta tarde verá a Celia . Ahora tiene fuerza
y quiere comunicarla al pintor que está senta-
do allí, a su lado, con el gesto adusto y bebien-
do en silencio .
-Si no te gusta, déjalo . Por Ignacio no lo
hagas .
-Le debo mucha plata.
-¿Tú crees, de verdad, que eso le importa?
-Me dijo que lo pintara . Yo sé que lo
quiere . Quiere un mar a su manera .
-Sí ; lo quiere . No hay duda . Pero, en to-
do caso, ya está . Puedes acabar en un mo-
mento . Para ti, eso no es problema .
-No es problema, porque no es pintura . Si
lo fuera . . . La pintura no tiene solución .
-Al menos, mientras no se pinta . No ten-
drá solución la pintura, como no la tiene la

- 217 -
RENATO OZORES

música, o la poesía ; ya me entiendes . Pero


tiene solución un cuadro, y un poema y un pre-
ludio, o una sinfonía .

-Sí, pero . . .

-A mí no puedes engañarme . Todo lo que


dices ; lo que dices hoy y lo que dices siempre,
son pretextos que tú mismo buscas con afán
para justificarte, Pero, no lo logras . No
puedes engañarme a mí, porque no te engañas
a ti mismo . Tú eres pintor, óyelo bien . Y
mientras huyas de las telas y huyas del co-
lor . . .

-No huyo, te lo aseguro . Es que, sencilla-


mente, no puedo pintar . Si pudiera . . .

-Tienes que intentarlo . . . Hay que comen-


zar de nuevo . Otra vez, y las veces que ha-
ga falta .

César encuentra en su propia experiencia


argumentos abundantes . Un cuadro . . . una me-
lodía . . . una novela . . . ¿ Qué más da? Todo
es creación. Sobre todo, la pintura de Tallín,
que no copia objetos, cosas ; que es pura emo-
ción cromática . Por eso sigue hablando con
énfasis, con entusiasmo .

- 218 -
LA CALLE OSCURA

-Sí. Hay que comenzar. Un cuadro es . . .


tiene qué ser, algo como un libro, como un
poema . Es difícil empezar ; es difícil seguir .
El cuadro pesa, resulta abrumador, y la tenta-
ción de abandonarlo se repite muchas veces .
Dejar el cuadro, dejar las cuartillas, dejar los
colores ; dejarlo todo, para siempre, porque el
ideal, la perfección, resulta inaccesible . Pero,
hay que seguir ; luchando contra todo, con-
tra la fatiga y la desesperanza ; contra uno
mismo, contra el propio abatimiento . Y hay
entonces un momento ; un momento cualquiera,
en que el cuadro ya no pesa, en que la novela
sin terminar no es carga insostenible ; en que
la obra comenzada tira de nosotros con tre-
menda fuerza reclamando la atención constan-
te . Hay que empezar . . . hay que seguir . Por
eso tú debes volver a la pintura . . . y yo a mis
cuartillas . . .

Tallín ha escuchado sin dejar de beber . Be-


be con calma ; a pequeños sorbos mirando muy
fijo el fondo del vaso y observando detenida-
mente las manchas de luz quebrarse sobre el
hielo.
-Todo eso es verdad. Pero . . . ¿para qué?
¿Para qué sirve la pintura, y para qué sirve

- 21 9 -
RENATO OZORES

el arte? ¿A quién le importa? ¿A quién le


interesa . . .? ¿A quién?
-A tí . A tí mismo . A tí . . . y a tus fan
tasmas . . .

-¡Los fantasmas . . . ! ¿ Crees que no los


siento? ¿Crees que no me asaltan, que no me
atormentan . . . ?
-Lo creo, sí . Y por eso te digo que huyes .

Tallín ha golpeado la superficie de la mesa


con su vaso vacío .
-No hables así . Tú bien sabes lo que pa-
sa . . . Hubo un tiempo en que creí ; en que tu-
ve fe en mí mismo, y fe en los demás . . La
he perdido . La he perdido para siempre. No
puedo pintar ; no quiero hacerlo, si prefieres
que te hable así . No puedo. Después de te-
ner que hacer dibujos comerciales, de andar por
los andamios pintando carteles que anuncian ci-
garrillos, automóviles y hasta leche en polvo ;
después de todo eso . . .
César siente vacilar sus convicciones de un
minuto antes . También él ha sentido eso mu-
chas veces . Lo ha sentido siempre. Pero, pien-
sa que ya está curado. ¿Qué significa el bra-
zo roto, entonces? ¿No salió de la fiesta solo,

- 22 0 -
LA CALLE OSCURA

con una firme decisión ya hecha? ¿No habría


llegado a su casa aquella noche para empezar
a escribir, de no haber sido por el accidente?
Sí. Esos sentimientos de derrota, de pesadum-
bre, de renunciamiento, pueden ser vencidos .
¿Que lo ha decidido a él? ¿Celia . . . ? No . No
es Celia . . . Ni Silvia . . . Es él mismo . To-
dos llevamos nuestra salvación en un rincón
de la conciencia. César gana nuevo ímpetu,
pero Tallín sigue hablando.
-¿ . . . quieres tú que me sienta limpio otra
vez, con el alma ingrávida para acercarme al
color . . . ? ¿Al color, que es lo más puro que
existe, porque Dios lo ha creado y el hombre
no lo pudo nunca adulterar con su maldad?
-También la palabra . . .
-¡No! !La palabra, no! La palabra no es
de origen divino, sino humano . A lo sumo, Dios
le ha otorgado al hombre la facultad de ha-
blar ; pero no la palabra . Y . . . ya ves para
qué sirve . Al . lado de un poema hermoso, de
una frase bella . . . cuántas infamias, cuántas
mentiras y falsedades . . .

-También el color ha sido adulterado, en-


tonces. La pintura ha servido muchas veces
para fines innobles . . .

- 221 -
RENATO OZORES

-La pintura . . . lo que tú llamas la pintura,


tal vez . Pero, el color no . El color tiene hoy
la misma pureza, la misma transparencia lim-
pia que el día de la Creación . El hombre sólo
puede combinarlo . . . Y esos fines de que ha-
blas . . . con la complicidad del dibujo, única-
mente . El color solo, como yo lo concibo, co-
mo yo lo veo . . . ¡Jamás! Por eso yo . . . Es
inútil . . . ya no puedo . Tengo que pintar . . .
eso . . . las marinas de Ignacio . . . letras, ca-
rros . . . y cosas así . Tengo que pintar . . . lo
que no es pintura . . .

César no sabe qué decir ; pero sabe que tiene


que decir algo . Si vacila, si se confiesa con-
vencido, Tallín seguirá hundido . Y él también.
Tienen que salvarse ambos de un agobio seme-
jante. Por eso César insiste, tratando de agru-
par los argumentos .

-Comprendo todo eso, que no son más que


frases . . . Todas las palabras juntas no sir-
ven para expresar una idea. Pero estás equi-
vocado . Y sólo podrás ver la verdad, que lle-
vas en ti mismo, oculta, volviendo a contem-
plarte a través de la pintura ; de tu pintura .
Sólo cuando te veas reflejado allí, en el cuadro,
donde no puedes engañarte . . .

- 22 2 -
LA CALLE OSCURA

-Pero . . . Es inútil . . . Lo he intentado


muchas veces . Si lo intentara de nuevo . . .
No es posible . . .
Parece que la resistencia de Tallín, la resis-
tencia íntima, que se obstina en negar, empieza
a quebrantarse.
-Tienes que hacer frente a la verdad . Basta
ya de hacerle quiebros, porque la verdad te
busca. Es tu vocación . Tienes que pintar.
¡Pinta! Pinta para ti, y olvídate de los demás .
Eso no importa . No importa nada . Pinta só
lo para ti, y si fracasas, si fracasas ante tí
mismo, entonces serás otro . Y entonces podrás
hacer tus letras y tus carteles y las marinas de
Ignacio con resignación y hasta con alegría .
Pero, tienes que encontrar antes la verdad, mi-
rándola a la cara. Y la verdad, tu verdad, es-
tá en las telas, lo mismo que la mía ha de es-
tar en las cuartillas .

-Es terrible . . . si tú supieras . . . Es algo . . .


es desesperante.
-Ya lo sé . Nada nuevo me puedes decir . . .
Tus telas blancas, que no dicen nada . Y mis
cuartillas, así ; lo mismo. Las gavetas llenas
de proyectos, de cuentos comenzados, de nove-
las muertas ; lo mismo que tus bocetos . Pero,

- 223 -
RENATO OZORES

en esas manchas de color, o en unas frases,


puede estar lo que buscamos . Y luego, al
sentir . . .

-¿Y por qué no escribes tú . . .? Porque las


cosas que escribes, que tienes que escribir, ya
lo sé, es algo como mis carteles ; como estas
marinas . Te oí decir muchas veces, que tú tam-
bién . . .

-Sí . No lo niego. Pero, ahora estoy de-


cidido. No creas que lo que te he dicho . . .

La cantina se empieza a poblar de soldados


y marinos y las cholas dan vueltas entre los
clientes sin muchas esperanzas, porque es tem-
prano todavía. Ignacio, desde su elevado asien-
to, observa a sus amigos y ordena al camarero
que acaba de llegar que les reponga la ago-
tada provisión de hielo y que les envíen unos
sandwiches . Ignacio está satisfecho con las
pinturas del muro ; con la sirena gorda sentada
en la roca y con la fragata que navega a todo
trapo abriendo las olas con la proa audaz, y
piensa en sus años mozos, tan llenos de sol y
tan llenos de azul . Con la mano saluda al re-
cién llegado .

-¿Qué tal, Don Chú?

- 2 24 -
LA CALLE OSCURA

El antiguo cónsul se encamina a la mesa de


Tallan y César . Llega algo mojado por la
lluvia .
-Van bien las pinturas . Está bonito es-
to . . . Me acuerdo que en París había una es-
pecie de cantina y restaurante que tenía en las
paredes . . .
César se levanta para llamar de nuevo a Ce-
lia, y esta vez la encuentra en la Redacción .
-Bueno . . . Si quieres, te recojo ahí mis-
mo . . . En la puerta, claro . . . Está lloviendo
mucho . ¿No te has dado cuenta? ¿O es que
estás bebiendo . . .?

-No . No me he dado cuenta . Es verdad .


Estaba hablando con Tallín, de . . . cosas .
-De pintura, me figuro ; de libros . . .

-Sí ; de eso . Te espero, pues .


-Está bien . . . En quince minutos . ¿Cómo
sigue el brazo?
La lluvia cae con violencia y, a pesar de ser
temprano, algunos automóviles ya prenden las
luces . Entran más marineros y entran más
soldados y sobre el mostrador y encima de las
mesas brillan las botellas y los vasos . Los dos

- 225 -
RENATO OZORES

camareros van y vienen con premura y


ucbeqpas.CrmlEnoiéázgí,td

bizquera que debía hacerle confundir todas las


teclas. César nunca se atreve a mirarle los
ojos ; tiene miedo de que el estrabismo se con
tagie o de que aquella mirada pueda trastor-
narle las ideas, o dejarlo paralítico al querer
andar con la pierna que no es .

Tallín y Don Chú siguen conversando . El


pintor, algo borracho, habla ahora del Renaci-
miento y cita algunos nombres . Leonardo, Mi
guel Angel, Rafael . . . y se refiere a algunas
galerías ilustres y museos .

- . . . pero, en Florencia . . .

Florencia . . . el Arno . . . El puente Viejo . . .


los Oficios . . . la plaza de la Señoría . . . Flo-
rencia, es Silvia . César no escucha . Tiene
esa marca indeleble ; tiene en el alma la man-
cha verde de los ojos de aquella mujer ; sus mo-
mentos de entusiasmo y sus melancolías extra-
ñas . Una mujer diferente, oscilando en actitu-
des irreconciliables, que sólo era fiel a un per-
fume, y tal vez a una idea . ¿A una idea? ¿Se
puede ser fiel a una idea? A una idea fija . . .

- 22 6 -
LA CALLE OSCURA

Valery ha dicho que todas las ideas . . .Valery


. . . Florencia . . . Silvia . . . el perfume
aquel . . . ¿Qué había pasado en Florencia . . .?
-Una vez en Marsella . . .
-No me hable de Marsella .
-Por favor . Te aseguro que . . .
Las palabras de Don Chú y las del pintor
resbalan sobre César, que vuelve a sentir el pen-
samiento turbio, abismado en aquel torbellino
doloroso cuyo vértice son los ojos de Silvia . No
quiere beber más . Lo que necesita es la pre-
sencia sedante de Celia . Si no llegara ; si no
llegara pronto . . .
César se levanta y se acerca a la puerta. Se
para en el umbral y mira hacia la calle . El
duro sol del mediodía parece reposar cansado
tras las nubes densas de color ceniza que en-
sombrecen la tarde . La ciudad entera se moja
en la lluvia, y el agua corre muy aprisa al lado
de las aceras arrastrando desperdicios . Pasan
chivas, carros y mucha gente apresurada que
trata de protegerse de la lluvia pegándose a las
casas . Frente a César, algo lejos, con los con-
tornos borrosos por el velo del agua, Leoni-
das, el griego de las frutas, se acurruca bajo

- 22 7 -
RENATO OZORES

el toldo, y algunas billeteras cierran las exhibi-


ciones corriendo en busca de un zaguán pro-
picio .
Celia no llega . Pasan carros de todas clases
y colores y tamaños . Carros suntuosos, carros
pobres, con su carga de años y de suciedad .
Suena una bocina, alegre, juvenil, risueña, por-
que hay bocinas así, como hay otras altaneras,
bruscas, insolentes . César adivina a Celia y en
seguida ve el carrito claro, pequeño como un
juguete, que avanza despacio .
-¿Hace mucho que esperas . . . ? Tuve que
demorarme algo, porque llegó un señor . . .
-No . No mucho .
César necesita serenarse ; borrar aquella ima-
gen atormentadora, que tanto se pliega al re-
cuerdo de una falda roja, de un vestido rojo
y de una despedida en un carro solitario esta-
cionado en el jardín Balboa . César necesita
destruir aquel recuerdo absurdo ; pero necesita
contemplar a Celia. Mirar su perfil, como es-
tá ahora, atenta al timón de su automóvil, con
sus pulseras en el brazo, su fina nariz y la son-
risa insinuada .
-Estás poco elocuente hoy .
-Es que . . .

- 228 -
LA CALLE OSCURA

-Nada, nada . No es reclamo . Si es que es-


tás pensando en tu novela . . .
César reacciona al golpe inesperado
. La fiesta de Fico . El.Lanovel,trz brazo
roto. Pancho, el hombre de la chiva . . . Ta-
llín y todo cuanto hablaron .
-Pensaba en ti .
-Que soy otra especie de novela . ¿No es
verdad?
-No sé lo que eres, Celia . No puedo saber-
lo. Eres un hermoso enigma .
-Ironía tuya . . . o exceso de imaginación .
Bien sabes que yo soy nada más que una mu-
jer sencilla . Ya ves qué fácil es destruir el
misterio.
-Una mujer . . . No . Las mujeres no son
como tú . Ninguna . Tú eres diferente. A ve-
ces pienso que no existes siquiera ; que eres
una . . . abstracción . . .
-Yo no sé cómo son las otras . Quizá no
esté muy segura tampoco de cómo soy yo mis-
ma. Sin embargo, creo que te he dicho la ver-
dad . ¿ Dónde quieres ir . . . ? ¿ A casa . . . ?
-No . Vamos a un jardín . ¿No quieres to-
mar algo . . . ?

- 229 -
RENATO OZORES

-Bueno . . . Es temprano todavía, ¿Vamos


al Balboa?
-¡Al Balboa, no! Vamos . . . al Rancho .
César teme que su negativa ha sido dema-
siado enfática, sobre todo porque Celia es muy
sagaz.
-Bien. Al Rancho, pues . ¿Por qué no te
gusta el Balboa? ¿Tienes allí alguna cuenta
pendiente . . . o algún recuerdo . . .?
-No . No es eso . Es que . . . a esta hora
suele haber mucha gente . . . Vamos a otro si-
tio . . . Al Rancho .
Se han sentado frente a frente, y ahora Cé-
sar puede contemplar a Celia, bebiendo a gran-
des tragos su rostro risueño, sus manos in-
quietas, pequeñas y activas . Pero la conversa-
ción está deshilvanada, con muchos huecos de
silencio . Celia sabe bien que alguna cosa in-
quieta a César, o más bien que sus ideas andan
sueltas, tropezando a ciegas . Por eso le ayu-
da discurriendo temas que pueden hablarse así ;
sin pensar nada .
-Me dijo tu patrona que saliste pronto . . .
Cuando llamé al hospital y me enteré de que
ya no estabas . . . quería saber . . . me alegro
mucho . . .

- 23 0 -
LA CALLE OSCURA

-Sí. No es nada grave . Molesta un poco


el yeso éste. Creo que me lo quitarán pronto .

La conversación languidece y César da seña-


les de inquietud . Aunque no le importa nada
la hora que pueda ser, consulta el reloj sin
acordarse de que es gesto que siempre contra-
ría mucho a Celia .

-Vámonos, si quieres . . .
-No . . . Si, no . . .
-Vámonos de todos modos . Ya estás mi
rando la hora . . .

-Perdona ; te lo ruego . Lo hice así, sin dar-


me cuenta . . . ¿Por qué es esa antipatía tuya
a los relojes? Tú nunca lo usas ; lo he adver-
tido.

Celia se ha puesto de pie, y sus decisiones


son siempre irrevocables .

-No lo uso, porque no lo tengo . Es la ver-


dad . Antipatía, no ; aunque no me agrada na-
da que signifique medida, dirección, orden, man-
dato . Y los relojes existen para ordenar, pa-
ra apremiar . !"Ahora! !Todavía, no! Te
quedan diez minutos" . ¿Qué son diez minutos?

- 231 -
RENATO OZORES

¿Qué es un año? ¿Qué es un día? ¿Qué has


hecho tú en el día de hoy? ¿Para qué te ha
servido?

Celia habla apresuradamente, sin mirar a Cé-


sar, mientras revuelve en el bolso buscando las
llaves del auto . Como si hablara sola .
-"Panamérica". "Nación" . "País" . . .

Uno de los niños se dirige a la barra a ofre-


cer sus periódicos y otro, más pequeño, se vuel-
ve hacia César . Tiene el rostro y la ropa mo-
jados por la lluvia y protege su mercancía con
esmero, cubriéndola con un cartón .
- ;Hola! ¿Eres tú . . .? ¡Cuánto me ale-
gro . . .! ¿Ya está en casa tu papá?

En el niño se acentúa la sonrisa blanca, que


ilumina su rostro moreno .

-Sí, señor . Llegó temprano . Muchas gra-


cias, señor . Muchas gracias . Mamá está muy
contenta . Todos.

Yeyo sigue pregonando los periódicos, y des-


de el ángulo de una columna se vuelve para
sonreír de nuevo .

-"Panamérica" . . . "Nación" . . . "País"

- 232 -
LA CALLE OSCURA

Instalados en el carro, Celia se encara con


César .
-Perdóname lo que te dije. Parecía enoja-
da . ¿No es verdad? Yo sé lo que has hecho
hoy . Ya lo sé. Has ayudado al padre del chi-
quillo ese . Es una buena obra. Es el hombre
que te atropelló . ¿No es cierto? Has hecho
muy bien, César . Tú eres muy buena persona,
y yo te quiero mucho .
Es casi de noche y las luces del jardín es-
tán todas encendidas.
Celia pone en marcha el automóvil .
-Y no le tengo antipatía a los relojes ; ya
lo sabes.
César se deja conducir como un paquete.
Tiene la ingrata sensación de estar atado . Qui-
siera soltarse ; abrazar a Celia, acariciarla, be-
sarle los ojos . Pero, no es posible . No será
posible nunca y la certeza le da frío .
El carro se desliza por las calles sorteando
chivas y dos carretillas, y en una esquina se
detiene .
-Ya estás en casa . Ahora, no tienes pre-
texto. A escribir. Escribe, porque quiero ver
esas cuartillas . Hasta mañana .

- 23 3 -
RENATO OZORES

La presión de la mano es firme y prolon-


gada. Ya en la acera, olvidado de la lluvia,
que ahora cae mansamente, César aspira el per-
fume que quedó en su mano y que lo mantiene
aún unido a Celia . Mientras sube la escalera
se acuerda de que ella cumplirá años muy pron-
to. El día no lo sabe, pero eso no tiene im-
portancia . Le va a regalar un reloj. Sí. Un
reloj, para que no se enfade más cuando mire
la hora . Un reloj de acero, costará . . . Puede
comprárselo a Mario y pagarlo a plazos . Sí .
A Marlo. Irá al día siguiente a ver los relo
jes y, al mismo tiempo . . . podrá saber algo de
Silvia. Silvia . . . Celia . . . aquel perfume de
la mano, que se desvanece . . .
Obdulia, la patrona, se ha interpuesto entre
sus sueños .
-¡Don César . . . ! ¡Ya era hora! No se apa-
reció por aquí en todo el día . . . Una niña lo
llamó por teléfono . . . Y lo llamó un señor
también . Acababa usted de irse y le dije . . .
-Sí, sí. Gracias . . .
y de paso quería recordarle que a ver
si puede darme alguna cosa . Ya sabe que el
atraso . . .

- 234 -
LA CALLE OSCURA

-Cómo no, Obdulia . . . Mañana hablamos . . .


Tengo que cobrar . . .
-Yo no quisiera apurarlo, y menos ahora . . .
¡Ay! ¡Nos asustamos más cuando supimos lo
del atropello . . .! Pero, gracias a Dios . . . Ven-
ga a comer, que ya está listo . . .
César come solo y sin hablar, y no sabe lo
que come . Todo sabe igual en la pensión de
Obdulia . Las sopas, a culantro ; la carne, a ce-
bolla, y el arroz a nada . El queso, la jalea y
el café . El queso bueno, es el de la mañana .
Un queso tierno y blanco, de Chitré, que trae
en la camioneta Leovigildo, el hermano de
Obdulia . Un hombre muy alegre que toca la
bocona y canta mejoranas y que va todos los
años al concurso a Guararé . A César le gusta
verlo, porque trae siempre en la ropa algún aro-
ma campesino y fresco que se impone al de la
gasolina . Pero hoy Leovigildo no está aquí y
César no tiene con quien hablar, ni a quien es-
cuchar . Si hubiera venido, podría oírle unas
décimas, o alguna historia complicada de muer-
tos y de aparecidos, que él sabe desde que las
aprendió de niño en un campo de Monagrillo .
Pero, Leovigildo no está y Obdulia podría vol-
ver a recordarle que le debe plata,

- 235 -
RENATO OZORES

César sube hasta su cuarto y se asoma a la


ventana . El agua de la lluvia ha esmaltado
el zinc de los tejados y deja caer gotas de oro
frente a la luz de los focos . El humo del ci-
garrillo se escapa hacia la noche y César lan-
za la colilla al aire, donde traza una parábola
fugaz . Humo . Ese es el título de un cuento
que César tiene comenzado ; un cuento que no
escribirá nunca. ¿Como la novela? Como la
novela, no .
Ya está sobre la mesa la tapa de cartulina ;
pero ahora hay en la máquina una cuartilla
nueva. ¿ Quién la puso? ¿Cómo está allí?
¿Estaría siempre? César la toca con los dedos
y percibe el polvo acumulado . Aquella cuarti-
lla tiene fe . Y la fe no puede marchitarse,
porque sin ella no habría en el mundo nada
más que crimen y abominación . Por eso Ta-
llín no pinta. Porque la ha perdido, al perder-
se a sí mismo .
César ha vuelto a leer aquellas páginas per-
didas, que van cobrando calor, y su pulso se
acelera. Son viejos conocidos aquellos persona-
jes, que acaba de encontrar de nuevo ; son sus
criaturas, que parecen gozosas de salir de la
bruma y del olvido. La máquina vuelve a so-

- 236 -
LA CALLE OSCURA

nar, aprisa, ametrallando la pereza . Sí ; eso


era. Pereza, solamente, como Tallín . Todo lo
demás, son cosas inconsistentes que destruye el
razonamiento y, sobre todo, el quehacer . A pe-
sar de su brazo, al que el yeso priva de movili-
dad, César escribe. Dos cuartillas, tres . . .
¿Cuántas más . . .? Las agujas de todos los re-
lojes siguen marchando despacio ; de todos . Del
que César tiene en la mesa de noche y del que
Mario le venderá por la mañana para que Celia
lo use.

Son las once . Los cines echan a la calle a


sus clientes aburridos y sobre las mesas de al-
gunas cantinas repican todavía las fichas de do-
minó . César se detiene a fumar un cigarrillo .
Todo marcha bien . Tiene tabaco en abundan-
cia y tiene fósforos . Y allí está el cenicero,
y los lápices de corregir y las cuartillas blan-
cas . Nada puede interrumpirlo . La piel del
brazo herido pica bajo la armadura ; perq Cé
sar no lo advierte. Ya encontró a sus persona
jes, que crecen y viven . ¿Por qué no pudo ha-
cerlo antes? No siempre es pereza, no . Ta-
llín puede tener razón. Escribir, pintar, crear,
no es un trabajo cualquiera . Tallín decía eso
alguna vez. Horas y horas delante de un cua
dro, sin que los pinceles logren el menor acier-

- 237 -
RENATO OZORES

to . Se pinta con enorme esfuerzo, hasta la


náusea y hasta el agotamiento . Y es preciso
destruirlo todo . Tachar, borrar y alejarse de
la obra comenzada. Para pintar, para escribir,
es preciso que se sienta la necesidad de hacer-
lo . Como ahora.
La máquina sigue sonando y en la calle llueve
lentamente.
"La Ranita" está llena de cholas y soldados,
y Emilia, enfrente de la caja, mira a todas par-
tes sin que nadie sepa a donde .
Pancho y Rosa duermen juntos otra vez, y
el ciego, Don Marcelo, llama a voces a su hi-
ja para saber qué hora es . Acaba de desper-
tar de un sueño corto y no sabe si es de día.
-Cállese, papá, que acabamos de acostarnos .
A Chon le duelen mucho los tobillos y las
piernas y piensa en la ropa que tiene que
planchar .
La luz de la luna se refleja unos instantes
en el patio mojado, hasta que una nube gran-
de la vuelve a ocultar.
Yeyo tose varias veces .

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