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Defensa Técnica Eficaz - Iñigo García Jurado

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ACERCA DE LA DEFENSA TECNICA EFICAZ (A PROPÓSITO DEL FALLO

“IÑIGO” DE LA CORTE SUPREMA DE JUSTICIA DE LA NACIÓN)

Por Federico García Jurado, Prosecretario Letrado de la Defensoría General de la


Nación, Ministerio Público de la Defensa.

VOCES: derecho penal. Derecho a una defensa técnica eficaz. Jurisprudencia nacional e
internacional.

Introducción:

Quiero presentar en esta ocasión algunas líneas por donde puede discurrir el
debate sobre los alcances de la garantía de defensa en juicio en el marco del proceso
penal, o más precisamente acerca de lo que se da en llamar defensa técnica eficaz. Ello
teniendo como línea de salida el reciente fallo de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, emitido para resolver el caso “Iñigo”1.

El derecho de la persona sometida a proceso penal a ser asistido por un


defensor técnico encuentra a estas alturas sustento normativo expreso, y de nivel
constitucional, en las previsiones de los arts. 8.2.e de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos y 14.3.d del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. No
es éste el espacio para debatir acerca de la obligación estatal de proveer esa asistencia
letrada, pero lo cierto es que el derecho no admite discusión.

1 Causa CSJ 344/2017/RH1 “Iñigo, David Gustavo y otros s/ privación


ilegítima de la libertad”, rta. 26 de febrero de 2019.

1
Afirma Langevín que la “larga lucha por la consolidación de este derecho
se materializa hoy en las formulas normativas que los Pactos Internacionales de
Derechos Humanos y las Constituciones Políticas de todos los países de la región
adoptan sin excepciones. Ya no quedan dudas de que la posibilidad real de defenderse
de la persecución penal constituye una garantía inherente al Estado de Derecho”2.

Más aún, el desarrollo de los procesos de reforma y el avance definitivo


hacia el proceso contradictorio, imponen ya la consideración de que la defensa técnica
resulta insoslayable para llevar adelante un verdadero juicio. Sin defensa no hay juicio.

Esa defensa no puede ser formal. Los abogados defensores deben actuar con
libertad y con diligencia de conformidad con la ley y con las normas y principios éticos
de la profesión jurídica. Deben prestar asesoramiento a sus clientes con respecto a sus
derechos y obligaciones, así como con relación al funcionamiento del ordenamiento
jurídico. Deben prestarles asistencia en todas las formas adecuadas y adoptar las
medidas jurídicas que sean necesarias para proteger los derechos y los intereses de sus
clientes, y deben prestarle asistencia ante los tribunales judiciales 3. Al proteger los
derechos de sus clientes y promover la causa de la justicia, los abogados tienen que
procurar apoyar los derechos humanos y la libertades fundamentales reconocidos por el
derecho nacional e internacional4.

La custodia de esta garantía es estatal.

Cuando un acusado está representado por un abogado de oficio, las


autoridades deben garantizar que el abogado nombrado tenga la experiencia y la
competencia que requiera el tipo de delito de que se acuse a su cliente5.

Las autoridades tienen el deber particular de tomar medidas para garantizar


que el acusado dispone de una representación jurídica eficaz6. Esta declaración del
Comité de Derechos Humanos es interesante, pues como órgano de aplicación del
2 LANGEVIN, Julián Horacio, Sin defensa no hay juicio. Rol de la defensa en los juicios
criminales, Bs. As, ed. Fabián Di Plácido, 2014, p. 36/37.

3 Principio 13 de los Principios Básicos sobre la Función de los Abogados. Comité de Derechos
Humanos (HRC), Observación General 13, párr.9.

4 Principio 14.

5 Principio 6.

6 HRC “Kelly v. Jamaica”, Comunicación 253/1987, 8/4/91.

2
PIDCyP tuvo en cuenta el art. 14.3.d del Pacto7. De allí que pueda concluirse que, pese
a que los Estados no están obligados a proveer siempre una defensa de oficio, de todas
formas la asistencia técnica siempre deberá ser eficaz.

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha declarado que si el defensor


de oficio no es eficaz, las autoridades deben garantizar que cumpla sus deberes o sea
sustituido8.

La eficacia incluye la comunicación entre defensor e imputado, el acceso al


expediente, el examen de los testigos y el control de la prueba de cargo, así como
también posibilidad de controvertir prueba o de producir la propia.

Enseña Maier que aunque nuestra ley procesal no prevea una afirmación
positiva del derecho -esencial para la defensa- de comunicación, ese derecho del
imputado y de su defensor se desprende de su interdicción excepcional, esto es, de los
escasos momentos en los cuales, según la ley, se puede impedir esa comunicación.9

El acceso al expediente, o la asistencia a actos, surge de la idea de que un


debate sin la presencia continua del defensor durante todos los actos que lo integran no
habilita una sentencia válida. Al mismo tiempo, existe según Maier, “un derecho
‘fuerte’ de asistencia para el defensor en aquellos actos titulados ‘definitivos e
irreproducibles’, para cuyo ejercicio se prevé expresamente la notificación al defensor
de la oportunidad en la cual ellos serán practicados” 10. Agrega que, “la ley, a decir
verdad, no sólo prevé en estos casos un derecho para el defensor, sino que impone la
representación necesaria del imputado por él.” La razón de ser del vigor de esta
facultad “consiste en el hecho de que estos actos, una vez documentados, pueden ser
incorporados al debate por su lectura.”11

7 Derecho “A hallarse presente en el proceso y a defenderse personalmente o ser asistida por


un defensor de su elección; a ser informada, si no tuviera defensor, del derecho que le asiste a
tenerlo, y, siempre que el interés de la justicia lo exija, a que se le nombre defensor de oficio,
gratuitamente, si careciere de medios suficientes para pagarlo.”

8 “Ártico”, 13/5/1980, 37 Ser. A 16.

9 MAIER, Julio B. J., Derecho Procesal Penal, II. Parte General, Sujetos procesales, Bs. As.,
Editores del Puerto, 2003, p. 269.

10 Ibidem, p. 271.

11 Ibidem.

3
El reconocido tratadista destaca el derecho a la lectura de las actas. La
defensa eficaz tiene que acceder a las actas que contienen la descripción de elementos
de prueba o reproducir los registros de otra índole en los que esos actos han quedado
registrados. Si se trata de actos definitivos e irreproducibles, también se trata aquí con
un derecho absoluto. Empero, si resulta necesaria la reserva de las actuaciones, pues ella
encuentra límites en las previsiones legales. Resalta que cualquier ocultación viola el
deber de lealtad del instructor para con la defensa y puede, eventualmente, acarrear
consecuencias procesales por interdicción prohibida del derecho de defensa.12

Nuestra Corte, a su turno y aclarando el punto relativo a la producción de la


prueba, ha sostenido que el art. 18 constitucional impone el debido proceso para que un
habitante de la Nación pueda ser penado o privado de sus derechos, y en tal concepto
falta el “debido proceso” si no se ha dado audiencia al litigante o inculpado en el
procedimiento que se le sigue, impidiéndole ejercitar sus derechos en la forma y con
las solemnidades correspondientes.

El caso:

Los hechos del caso puesto a consideración el Tribunal eran los siguientes.
Una mujer detenida en prisión domiciliaria había sido condenada por un Tribunal Oral
de la provincia de Tucumán. Contra esa sentencia, interpuso un recurso extraordinario
federal, que fue rechazado por la Suprema Corte provincial. La resolución no fue
notificada a la mujer, quien tomó conocimiento de la situación a través de los medios de
comunicación. Interpuso entonces una queja in pauperis manifestando su voluntad de
impugnar aquella decisión. La Corte Suprema de Justicia de la Nación remitió el legajo
a la Corte tucumana a fin de que el recurso interpuesto por la imputada fuera
fundamentado por su asistencia letrada. La defensa desarrolló los fundamentos de la
impugnación de manera escueta y sin cumplir con los recaudos formales para la
interposición de un recurso de queja.

La Corte, con el voto de todos sus integrantes, devolvió las actuaciones a la


Corte Suprema tucumana para que arbitrara los medios necesarios a fin de que se
fundamentara técnicamente el recurso interpuesto por la imputada.

12 Ibidem, p. 273.

4
Sostuvo que “[E]n materia criminal, en la que se encuentran en juego los
derechos esenciales de la libertad y el honor, deben extremarse los recaudos que
garanticen plenamente el ejercicio del derecho de defensa…”.

Recordó que “La tutela de dicha garantía ha sido preocupación del


Tribunal desde sus orígenes, en los que señaló que el ejercicio de la defensa debe ser
cierto, de modo tal que quien sufre un proceso penal ha de ser provisto de un adecuado
asesoramiento legal, al extremo de suplir su negligencia en la provisión de defensor
asegurando, de este modo, la realidad sustancial de la defensa en juicio…”.

Específicamente destacó la vigencia de esta garantía cuando se trata de


personas privadas de la libertad. Al respecto destacó que “[C]orresponde recordar la
seriedad con que ha de atenderse a los reclamos de quienes se encuentran privados de
su libertad, los cuales ‘más allá de los reparos formales que pudieran merecer, deben
ser considerados como una manifestación de voluntad de interponer los recursos de
ley’…”.

Luego se metió de lleno con la sustancia del derecho de defensa y aseveró


que la tutela judicial efectiva en este tipo de procesos implica que “[N]o basta para
cumplir con las exigencias básicas del debido proceso que el acusado haya tenido
patrocinio letrado de manera formal, sino que es menester además que aquel haya
recibido una efectiva y sustancial asistencia de parte de su defensor...”. “[E]n una
materia tan delicada como es la que concierne a la defensa en sede penal los
juzgadores están legalmente obligados a proveer lo necesario para que no se
produzcan situaciones de indefensión”. Destacó así no sólo el deber de los defensores
sino la obligación de garantía en cabeza de los jueces.

En el caso, se dijo, “[E]l tribunal superior debió haber asumido con mayor
prudencia la misión que le compete, en orden a tomar a su cargo el aseguramiento de
efectiva tutela de la inviolabilidad de la defensa. Pues, otro modo, quedaría
completamente desvirtuado el sentido de la doctrina de este Tribunal según la cual los
recursos procesales constituyen una facultad del imputado y no una potestad técnica
del defensor…”.

El fallo es breve y contundente. No es rico en doctrina como lo es en señal


política: la defensa en juicio es inviolable, y demanda no sólo una intervención formal

5
de un asistente letrado sino el consejo y colaboración material de un defensor técnico.
Esta es una garantía básica cuya observancia se encuentra en cabeza de los jueces.

Repaso jurisprudencial del tema en la CSJN:

Un auténtico leading case en la materia constituye la sentencia dictada por


el Alto Tribunal en la causa “Núñez, Ricardo Alberto” (Fallos, 327:5095).

La Cámara Quinta en lo Criminal de la ciudad de Córdoba había condenado


a Ricardo Alberto Núñez a la pena de seis años de prisión por el delito de lesiones
graves, declaración de reincidencia y costas.
Contra tal sentencia, el justiciable interpuso recurso de casación in forma
pauperis en el que destacó por lo menos seis puntos diferentes que certificaban el
erróneo camino lógico transitado por el juzgador en punto a la redefinición de su propia
responsabilidad penal. Cuestionó la inobservancia de las reglas de la sana crítica
racional, la calificación jurídica asociada al hecho imputado, la falta de motivación de la
sentencia en orden a la concreta mensuración de la pena, la errónea aplicación del art.
58 del Código Penal y los equivocados parámetros utilizados para la unificación de la
pena (considerando 12).
Corrida la vista de ley a los efectos de dotar de fundamentación técnica a las
manifestaciones articuladas por el encartado, la asesora letrada “…prácticamente
transcribió –en forma sintética- la presentación de Núñez antes referida (…). Aclaró que
‘En lo que hace al sustento de los agravios expresados, aunque no compartiera el
criterio del expresador…solicito se haga lugar al recurso, por los motivos invocados y
sin perjuicio de las razones que suplirá el elevado criterio de V.E., cumpliendo con el
deber que el cargo me impone, en resguardo del derecho de defensa en juicio y del
debido proceso amparado por el art. 18 de la Constitución Nacional…” (considerando
13).
El recurso fue declarado formalmente inadmisible por el Tribunal Superior
de Justicia de la Provincia de Córdoba sobre la base de la falta de fundamentación. Ello,
con excepción de un único agravio (aquél referido a los criterios utilizados a los efectos
de la unificación de la pena) que, en definitiva, fue rechazado en virtud “…de la
interpretación asignada por el tribunal apelado a ese precepto de derecho común…”
(considerando 14).

6
Ocurrido ello, Núñez dedujo un recurso extraordinario federal in forma
pauperis, tras lo cual intervino la asesora letrada nuevamente. Sin embargo, la defensora
del justiciable sólo se limitó a plantear en tal oportunidad “…la arbitrariedad de la
denegación de acceso a la instancia de casación por ‘excesivo rigor formal, en desmedro
de la verdad jurídica objetiva emergente de las circunstancias de la causa’, dejando a
salvo su parecer en contrario…” (considerando 10, destacado agregado).
El día 14 de febrero de 2003 el Tribunal Superior de la Provincia de
Córdoba declaró inadmisible el remedio federal (considerando 3). Al momento de ser
notificado de dicho rechazo –esto es, el día 17 de febrero de 2003- Núñez manifestó in
pauperis: “Apelo la resolución. Solicito audiencia”, tras lo cual el tribunal cimero
provincial “…dio intervención al asesor letrado (…) quien se entrevistó con aquél y se
comprometió a compulsar los autos principales para actuar de acuerdo a derecho (…)
[pero] lo cierto es que no existen constancias de que esa compulsa se haya hecho
efectiva ni tampoco que esa defensa fundamentara un recurso de hecho por denegación
del remedio federal ante esta Corte Suprema” (considerando 6, destacado agregado).
Cabe agregar que el propio justiciable remitió a la Corte una presentación en
la cual reiteró todos sus reparos a la sentencia condenatoria, tras lo cual intervino la
Defensoría Oficial ante esa instancia que, en su respectiva fundamentación técnica,
propició la declaración de admisibilidad del recurso “…junto con la nulidad del auto
que lo denegó, por haber carecido el interesado de una defensa eficaz que fundara
debidamente su reclamo” (considerando 1).
En lo sustancial la mayoría de la Corte, recordó que:
a) “…en materia criminal, en la que se encuentran en juego los derechos
esenciales de la libertad y el honor, deben extremarse los recaudos que garanticen
plenamente el derecho de defensa (…) de modo tal que quien sufre el proceso penal ha
de ser provisto de un adecuado asesoramiento legal, al extremo de suplir su negligencia
en la provisión de defensor asegurando, de ese modo, la realidad de la defensa en
juicio…" (considerando 7);
b) “…los reclamos de quienes se encuentran privados de su libertad, más
allá de los reparos formales que pudieran merecer, deben ser considerados como una
manifestación de voluntad de interponer los recursos de ley, y que es obligación de los
tribunales suministrar la debida asistencia letrada que permita ejercer la defensa
sustancial que corresponda…” (considerando 8);

7
c) “…si bien no es obligación de la asistencia técnica del imputado fundar
pretensiones de su defendido que no aparezcan, a su entender, mínimamente viables,
ello no la releva de realizar un estudio serio de las cuestiones eventualmente aptas para
ser canalizadas por las vías procesales pertinentes, máxime porque se trata de una
obligación que la sociedad puso a su cargo (…) ya que no puede imputarse al procesado
la inoperancia –a la que ha sido ajeno- de la institución prevista para asegurar el
ejercicio de su derecho constitucional, cuya titularidad ostenta exclusivamente y cuya
inobservancia puede acarrear responsabilidad al Estado Argentino” (considerando 9)
resolvió la presentación del justiciable como sigue.
Así pues y en primer término adujo que ninguno de los extremos
mencionados anteriormente había sido mínimamente satisfecho.
A renglón seguido destacó que su intervención en modo alguno podía
circunscribirse a las deficiencias advertidas en el procedimiento seguido en la
sustanciación de la apelación extraordinaria, pues “…la trasgresión a la defensa en
juicio de Ricardo Alberto Núñez que se refleja en esta instancia no es sino producto de
la que se verificó en la etapa de casación local, también caracterizada por una
intervención meramente formal [de la asistencia técnica]…” (considerando 15).
Cabe aclarar que la Corte no se ha privado de ejercer una fuerte crítica
respecto de la actitud desaprensiva de las dependencias del poder judicial local que
actuaron durante el proceso en punto a la situación de indefensión por la cual atravesó el
justiciable.
En tal sentido, agregó el Máximo Tribunal que:
a) la insuficiencia de asistencia técnica registrada por Núñez debió haber
sido corregida por las instancias locales (considerando 16);
b) el rechazo, ora del recurso de casación, ora del extraordinario federal por
pretendidas razones formales trasuntó un excesivo rigor ritual que poco se compadece
con la situación de indefensión del procesado (considerandos 17 y 18) y con una
interpretación regular del llamado derecho al doble conforme (considerandos 21 y 22).
Tras ello, la Corte expresó que:
a) el justiciable estuvo originariamente detenido por más de diez días sin
comparecer ante el fiscal que solicitó su detención (considerando 18)
b) tampoco contó en ese ínterin con asistencia técnica letrada (ídem);
c) su defensa fue sustituida en varias oportunidades a lo largo de todo el
proceso;

8
d) se produjo prueba irreproducible sin que la defensa fuera debidamente
notificada;
e) se rechazó la pretensión del lego dirigida a cuestionar el auto de prisión
preventiva sin reencauzarla jurídicamente;
f) el defensor de confianza de Núñez que actuó en la etapa preliminar “no
ofreció prueba y renunció a su mandato 48 hs. hábiles antes de la audiencia de
debate…” (considerando 20 in fine). Tras ello fue designada una asesora letrada que al
parecer no ofreció prueba alguna.
Para concluir y luego de afirmar que: “La condena no hizo sino acumular
nuevos agravios basados en la insuficiencia de la prueba incriminatoria para fundar su
responsabilidad por el hecho y, a todo evento, la falta de fundamento en los criterios
mensurativos de la pena individual y única impuesta” (considerando 21 in fine), el
Tribunal resolvió declarar la nulidad de “todo lo actuado a partir del recurso de casación
in forma pauperis (…), que deberá ser resuelto después de que Ricardo Alberto Núñez
haya recibido una efectiva y sustancial asistencia letrada de parte de su defensor”.
Por otro lado y a la par de solicitar que se arbitren los medios necesarios
para determinar cuáles fueron las circunstancias en “…que permaneció Ricardo Alberto
Núñez privado de su libertad por espacio de más de diez días sin contar con asistencia
técnica letrada y sin comparecer ante la autoridad fiscal y/o judicial que había solicitado
su detención…” (considerando 22 in fine), la Corte recomendó “…que situaciones
como las aquí consideradas, que sólo concurren en detrimento de una eficaz
administración de justicia, sean evitadas” (considerando 22 in fine).
“Reinoso, José Luis” (Fallos, 330:487).
La Sala Primera de la Cámara Primera en lo Criminal de la Primera
Circunscripción Judicial de la provincia de Entre Ríos había condenado a José Luis
Reinoso a la pena de doce años de prisión, en función de haberlo considerado autor del
delito de privación ilegítima de la libertad calificada.
Contra dicha sentencia, el acusado dedujo in pauperis formae un recurso de
casación en el cual planteó varios agravios vinculados con cuestiones de hecho y
prueba.
Un día después de lo expuesto, su defensor interpuso una impugnación en la
que sólo se agravió por la violación al principio de congruencia. No obstante ello y pese
al requerimiento del imputado en este sentido, el tribunal omitió correrle vista al

9
defensor con el objeto de que funde técnicamente la totalidad de los planteos por él
deducidos.
Rechazado el recurso de casación, Reinoso impetró una presentación in
pauperis a la que calificó como “recurso de nulidad”, motivo por el cual y por simple
decreto de presidencia fue desestimada en función de que la resolución objetada no
resultaba pasible de ser cuestionada por esa vía. Ocurrido lo expuesto, el justiciable
manifestó nuevamente su voluntad de recurrir en numerosas oportunidades, sin que ello
haya ameritado la tutela jurídica por parte de los tribunales provinciales.
Llegado el caso al máximo Tribunal, éste hizo lugar al planteo de nulidad
formulado por la Defensoría ante la Corte.
Así pues y remitiéndose al dictamen del Procurador Fiscal, el Tribunal
entendió que en el caso resultaban aplicables los estándares establecidos en el
precedente “Núñez, Ricardo Alberto” (Fallos, 327:5095), en la medida en que ninguna
de las manifestaciones in pauperis articuladas por José Luis Reinoso habían ameritado
la intervención de una defensa técnica que las canalizara jurídicamente. Es por ello que,
tras hacer lugar al planteo interpuesto por la Defensoría Oficial ante esa instancia, la
Corte declaró la nulidad de todo lo actuado a partir del recurso de casación articulado in
forma pauperis por Reinoso “…que deberá ser resuelto una vez puesta a salvaguarda
la efectiva y sustancial asistencia letrada…” del nombrado.
“Montenegro, Raúl Alberto” (Fallos, 330:4471).
La Cámara del Crimen de Onceava Nominación de la provincia de Córdoba
había condenado a Raúl Alberto Montenegro a la pena de veinte años de prisión. En tal
contexto, también resultaron condenados sus consortes de causa: Romo, Sanz y Oviedo.
Contra dicha sentencia, sólo dedujeron recurso de casación las defensas de Sanz y
Romo, el que fue rechazado por el tribunal local el día 6 de octubre de 2004. No
obstante ello y el día 29 de noviembre de 2004, Raúl Montenegro remitió a la Corte
Suprema de Justicia de la Nación una nota manuscrita –in pauperis- por medio de la
cual pretendió recurrir la sentencia que lo había condenado. El día 20 diciembre de ese
año, el entonces presidente del máximo Tribunal remitió a la justicia local la
presentación a los efectos de que se le imprima el trámite de ley. Ocurrido ello, el
tribunal cimero provincial decidió rechazar esa presentación in pauperis en la medida en
que –a su juicio- resultaba palmariamente extemporánea, pues Montenegro había
omitido manifestar su voluntad en las diversas oportunidades en que pudo hacerlo. El
día 14 de marzo de 2005, el justiciable recurrió in pauperis esa decisión, motivo por el

10
cual tomó intervención la Defensoría Oficial ante el máximo Tribunal que, en su
respectiva fundamentación técnica, planteó la nulidad de todo lo actuado desde el
momento en el que las actuaciones ingresaron en el Superior tribunal cordobés, en tanto
y en cuanto ese órgano había omitido dar vista a un defensor con el objeto de que
cimentara en derecho la voluntad de Montenegro. La Corte Suprema –por mayoría y
tras remitirse al dictamen del Procurador Fiscal- hizo lugar a la presentación y, en
consecuencia, declaró la nulidad de la resolución que rechazó por extemporánea la
presentación de Montenegro.
Para llegar a tal decisión y luego de recordar su tradicional doctrina en
punto a los alcances del derecho de defensa y al valor de las presentaciones in pauperis,
la Corte entendió que antes de expedirse sobre la procedencia formal de la presentación
de Montenegro, el tribunal apelado debió haber otorgado intervención a una asistencia
técnica que estuviera en condiciones de fundarla.
“Ruiz, Ramón Armando” (Fallos, 333:1469).
La Cámara en lo Criminal de la Cuarta Circunscripción Judicial de
Gualeguay (Entre Ríos) había condenado a Ruiz a la pena de ocho años de prisión como
coautor de los delitos de robo agravado y portación ilegal de arma de fuego de uso civil
en concurso real entre sí.
Ruiz fue notificado de la condena en la audiencia celebrada a tal efecto, sin
la presencia de su defensor oficial. El defensor fue notificado de la sentencia
condenatoria más tarde en su despacho e interpuso recurso de casación. El Superior
Tribunal de Justicia declaró que el remedio procesal había sido interpuesto en forma
extemporánea tomando como única fecha de notificación la de la audiencia en la que
había estado presente sólo Ruiz. La defensa interpuso recurso extraordinario federal que
fue rechazado por el Superior Tribunal con insistencia en su argumento anterior y con la
indicación de que la ausencia del defensor oficial de Ruiz en la audiencia de lectura
había quedado salvada por la presencia del asistente público del co-imputado, toda vez
que a este último le correspondía subrogar al primero según la ley de los Ministerios
Públicos.
Contra esa decisión, el justiciable interpuso un recurso de hecho por derecho
propio que fue fundado por la Defensoría Oficial ante la Corte Suprema de Justicia de la
Nación. La defensa señaló, en lo que aquí interesa, que el tribunal de juicio debió
advertir que la ausencia de defensor técnico en el momento decisivo de tomar
conocimiento de la condena colocó a Ruiz en estado de indefensión. Se refirió además

11
que las consideraciones vertidas en el fallo acerca de que la presencia del asistente del
otro encausado satisfacía la defensa material de ambos, resultaban inaceptables, en tanto
el co-imputado guardaba intereses contrapuestos con Ruiz.
La Corte Suprema –por mayoría y por remisión al dictamen del Procurador
General- hizo lugar la queja, aduciendo que no era jurídicamente posible que el mismo
defensor se hubiera hecho cargo de la asistencia de ambos imputados (que mantenían
intereses contrapuestos entre sí). La Corte reafirmó la regla de que el ejercicio de
defensa debe ser cierto, de modo tal que quien sufre un proceso penal debe ser provisto
de un adecuado asesoramiento legal.

La defensa pública eficaz en el ámbito del sistema interamericano:


La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha establecido que “el
debido proceso se encuentra...íntimamente ligado con la noción de justicia, que se
refleja en: i) un acceso a la justicia no sólo formal...ii) el desarrollo de un juicio justo,
y iii) la resolución de las controversias de forma tal que la decisión adoptada se
acerque al mayor nivel de corrección del derecho, es decir que se asegure, en la
mayor medida posible, su solución justa”13. La defensa debe ser material y efectiva, y
no sólo formal, ya que esa es la única forma de obtener el mayor nivel posible de
corrección del derecho y, como consecuencia, una decisión justa.
En ese fallo la Corte IDH estimó que el Estado no puede ser considerado
responsable de todas las fallas de la defensa pública, dado la independencia de la
profesión y el juicio profesional del abogado defensor. Consideró que, como parte
del deber estatal de garantizar una adecuada defensa pública, es necesario implementar
adecuados procesos de selección de los defensores públicos, desarrollar controles sobre
su labor y brindarles capacitaciones periódicas.
La Corte IDH ha fijado el estándar que rige el control de la efectividad de la
defensa y ha dejado en claro que se trata de una responsabilidad a cargo de las
autoridades jurisdiccionales, quienes, ante un supuesto caso de asistencia técnica
deficiente, deben evaluar “si la acción u omisión del defensor público constituyó una
negligencia inexcusable o una falla manifiesta en el ejercicio de la defensa que tuvo o
puede tener un efecto decisivo en contra de los intereses del imputado” (párr. 164).
Precisó que una discrepancia no sustancial con la estrategia de defensa o con el

13 Corte IDH. Caso “Ruano Torres y otros Vs. El Salvador”.

12
resultado de un proceso no será suficiente para generar implicaciones en cuanto al
derecho a la defensa.
El Alto Tribunal Interamericano se ha ocupado también del tema en
precedentes como “Castillo Petruzzi vs. Perú”, “Chaparro Álvarez y Lapo Íñiguez vs.
Ecuador”, “López Álvarez vs. Honduras” y “Tibi vs. Ecuador”.
En “Cabrera García y Montiel Flores vs. México” se había resaltado
expresamente que la defensa suministrada por el Estado debe ser efectiva.
Para ello, una de las garantías clave, dijo la Corte, es la de contar con el
tiempo y los medios adecuados para prepararla.
En esa ocasión se aclaró que nombrar a un defensor de oficio con el solo
objeto de cumplir con la formalidad, sería lo mismo que no contar con defensa técnica,
de manera que era insoslayable que ese defensor actuara de manera diligente con el fin
de proteger las garantías del acusado y evitar que sus derechos sean lesionados.

Lo que falta:

Señala Gustavo Vitale que “el Ministerio Público de la Defensa debe contar
con personas capaces, formadas jurídicamente y, en especial, con cabal manejo de la
teoría jurídico-penal y de su puesta en práctica, comprometidas con los principios del
Estado Constitucional de Derecho y con el respeto irrestricto de los Derechos
Humanos. Para ello debe implementar sistemas de capacitación técnico-jurídica y
alentar la participación en jornadas y congresos encaminados a intercambiar ideas
sobre la temática jurídica. De la misma manera, debe alentarse la publicación de
trabajos que comprometan a los operadores en la defensa de las garantías
constitucionales y convencionales (que tutelan los derechos fundamentales de las
personas asistidas, frente al poder punitivo del Estado). Con ello, además de buscar
siempre la eficacia de la defensa, también se procura controlar la calidad y el
contenido de justicia de las decisiones judiciales.”14
La tarea por delante es mucha, pues como hemos visto el control aparece ex
post y en casos prácticamente flagrantes.

14 VITALE, Gustavo, Derecho a la defensa eficaz elegida. Carácter subsidiario de la defensa
pública y deber de apartamiento, consultado en
[www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2016/12/doctrina44589.pdf].

13
Indica Nicolás Ossola que “el contralor jurisdiccional y el consecuente
sistema de penalidades –de aplicación excepcional–llega tarde y se reserva, en
general, para casos de extrema negligencia o hasta inexplicable temeridad de los
letrados. Esto hace que los sistemas de defensa pública deban estructurar mecanismos
propios que tiendan a la optimización, fortalecimiento y control del servicio, como
instancia preventiva. Entre otras posibilidades, tienden a dicho objetivo el dictado de
instrucciones generales y protocolos de actuación, la creación de áreas temáticas de
apoyo, la formación coordinada de equipos de trabajo, la disposición de foros de
consulta e intercambio de información y experiencias, la capacitación permanente de
los operadores, el análisis con estadística e indicadores, la auditoría interna y externa
del organismo y la existencia de canales idóneos para la recepción de reclamos de los
asistidos.”15
La ley Orgánica de Ministerio Público de la Defensa establece al respecto la
autonomía e independencia técnica y busca garantizar los criterios profesionales de
quien gestiona el caso. Impone la obligación de los integrantes del organismo de
fundamentar las presentaciones judiciales que realice su asistido, salvo que fueren
notoriamente improcedentes, en cuyo caso se lo harán saber. Junto a ello, corresponde a
un deber específico de los defensores públicos “instar el agotamiento de las vías
recursivas a fin de propender a la mejor solución jurídica para sus defendidos o asistidos
(art. 42, inc. s), Ley 27149).
El ámbito privado no es más alentador, pues -citando a Alberto Binder-
Ossola nos recuerda que “[n]o existen en Argentina mecanismos de control de la
calidad de los servicios jurídicos privados. La labor de los abogados sólo será revisada
por tribunales disciplinarios en casos extremos de una grosera falta disciplinaria o
ética, pero no existen herramientas para monitorear y garantizar estándares mínimos
de trabajo, ni corregir problemas estructurales de las prácticas forenses.”
Dos reputados Defensores Públicos de la Provincia de Buenos Aires
advierten que tal vez “ya sea tiempo que la Corte Interamericana de Derechos
Humanos comience a interpretar hasta el fondo las implicancias organizativas que se
deriva de la inviolabilidad de la defensa en juicio y del debido proceso para asegurar

15 OSSOLA, Nicolás, Observaciones sobre el control de efectividad de la asistencia técnica


a partir de la jurisprudencia de la CSJN, Estudios sobre jurisprudencia del Ministerio Público de
la Defensa, 2016.

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la efectividad de la garantía.” A su juicio “hace falta un pronunciamiento sobre la
cara interna del debido proceso, que es el derecho de la organización judicial.”16

Síntesis:

La defensa penal no es formal. Las precondiciones para su ejercicio


adecuado involucran que el acusado sea notificado personalmente de las decisiones
importantes, que cuente con los medios y el tiempo para preparar su caso, y que la
defensa técnica estudie seriamente las cuestiones impugnables que puedan surgir de un
fallo adverso, más aún en el caso de la defensa oficial porque en esos supuestos es la
sociedad la que le impone esa obligación17.
La Corte Suprema se ha preocupado por dejar claro que los órganos
jurisdiccionales están obligados a proveer lo necesario para que no se produzcan
situaciones de indefensión, incluso en contra de la voluntad del acusado. En materia
recursiva, deben suplir las omisiones del recurso cuando la voluntad de impugnar sea
expresa, clara y firme.
El derecho de defensa comprende una defensa eficaz, oportuna, realizada
por gente capacitada, que permita fortalecer la salvaguarda del interés concreto del
imputado.
Más allá de que resulta imposible definir una regla general sobre la defensa
eficaz, las omisiones inexcusables y las fallas manifiestas en perjuicio de los intereses
del defendido, como puso de resalto la Corte IDH, son pautas rectoras.
El reverso de la moneda es contundente: la violación de las normas que
garantizan la vigencia del derecho de defensa puede generar responsabilidad
internacional del Estado, en tanto se conecta con el derecho a la protección judicial, el
juicio contradictorio y el derecho al recurso como garantía de los acusados.

16 HARFUCH, Andrés (et al), La defensa pública penal, Bs. As., ed. Ad-.Hoc, 2016, p. 101.

17 Fallos: 320:854.

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