Tanatologia Final
Tanatologia Final
Tanatologia Final
MATERIA:
TANATOLOGIA
TEMA:
TRABAJO DE INVESTIGACIÓN
Tanatología: Sensibilización de la muerte
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Introducción
La muerte es una experiencia que se vive de manera personal, causa miedo, enojo,
angustia, culpa y desesperación. Es la muerte parte del ciclo de la vida y siempre
sucede; evento que al experimentarse en el solitario hospital, el paciente es
arrebatado de su propia dignidad, despojado de su familia a merced del miedo y la
conciencia de no saber que sigue ante el dolor de su enfermedad.
El paciente se vuelve indefenso a merced del solitario y frio lugar en el que ha sido
dejado; la sala de cuidados intensivos, ya no cuidado por sus familiares, tristemente
alejado de la comunicación y el ¨estoy contigo¨ de sus familiares.
Las heridas emocionales que han surgido ante la pérdida, llevan a los familiares a
iniciar un proceso de Duelo, que a través del abordaje Tanatológico estudio serio,
profesional puede ayudar a curar el dolor y la desesperanza de quienes están
sufriendo por la muerte de su ser querido, tratando de que los familiares conserven
su calidad de vida personal y lleguen lo más pronto posible a una aceptación para
que sufran lo menos posible.
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Nosotros vivimos en una sociedad negadora de la muerte y evitamos por sobre
todas las cosas reflexionar acerca de nuestra propia muerte; esto representa un
gran peso emocional porque estamos conscientes de que su ocurrencia está
totalmente garantizada, de manera paradójica, natural, universal, cotidiana,
indeterminable, única, individual y radical. Nadie más la puede vivir por nosotros. La
muerte no es un hecho o un instante; es un proceso que inicia desde el momento
de nuestra concepción. Es un misterio inexplorado lleno de incógnitas, temores,
oportunidades, angustias, opciones y es inherente a la vida, va de la mano en cada
instante en nuestro largo caminar. Nosotros como seres humanos y profesionales
dedicados al cuidado de los enfermos debemos incluirla en nuestra ciencia, pensar
en ella y asumirla, ya que ésta amplía nuestro horizonte vital; el cual dará un
sentido y significado a nuestro diario trabajar que nos conducirá a una
trascendencia en donde no sea posible vivir en un plano estéril, como el que sólo
se limita a pasar por el mundo sin dejar huella en su caminar. En 1858 Florence
Nightingale escribió, que nuestro objeto fundamental como enfermeras es “Situar al
paciente en el mejor estado posible para que la naturaleza actúe en él”. Nuestra
profesión es: Una ciencia, pero también un arte. Hay que aceptar la muerte con
humildad y humanidad, para pasar del curar al aliviar. Tenemos un compromiso
ético con cada uno de nuestros pacientes, el no abandonarlos y acompañarlos
aliviando los síntomas adversos durante el trayecto de su enfermedad, respetando
su autonomía, permitiéndoles partir rodeado de sus seres queridos en un ambiente
cálido y de amor, nosotros en su compañía. La enfermera debe brindar calidad y
calidez a sus pacientes permitiendo satisfacer sus necesidades físicas,
emocionales, sociales y espirituales como un ser humano que se encuentra en el
lecho del dolor. Virginia Henderson en el año de 1966 dijo: “Ayudar al individuo
sano o enfermo, en la ejecución de las actividades que contribuyen a conservar la
salud o a su recuperación, a proporcionar una muerte apreciable y tranquila que,
sin duda, el sujeto llevaría a cabo por sí mismo si dispusiera de las piezas
necesarias y de los indispensables conocimientos, desempeñando esta función de
tal manera que le ayude, además, a lograr absoluta independencia cuanto antes”.
Yura y Walsh en 1978 conciben la acción de enfermería en el moribundo como una
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labor enfocada al servicio del hombre como un todo y dice: “La enfermera brinda al
moribundo ayuda compasiva y misericordiosa. Esta actitud debe provenir del
profundo sentido de su quehacer y su madurez, sensibilidad, confianza, serenidad,
pertenencia y todas las cualidades morales que deben distinguir para que esta
ayuda no aparezca como algo pasivo; por el contrario ser compasivo y
misericordioso exige de sí mismo conocimiento, integridad y sentido de
trascendencia”. La profesión de enfermería no sólo debe de basarse a su labor
teórica, sino que debe de integrar su profunda experiencia a través del contacto con
sus pacientes, lo cual le permitirá madurar, crear y ser cada día más sensitiva para
estar atenta ante cualquier situación que se presente en cada momento. Nosotras
como enfermeras ante la agonía y la muerte debemos de establecer una relación
terapéutica y profesional con un gran sentido de humanidad que nos exige el hecho
en primera instancia de ser personas y en segundo lugar el ser enfermeras.
Durante nuestro actuar como profesionales nos vamos dando cuenta que es
importante trazarnos objetivos y planear nuestras actividades; por lo que es vital en
nuestro quehacer conocer la percepción que el paciente tiene de su situación para
poder establecer una relación terapéutica enfermera-paciente, de la cual dependerá
en gran parte del concepto que tengamos de nosotras mismas en nuestro papel de
enfermera; de nuestras propias concepciones, actitudes ante la vida, salud, muerte
y de la capacidad de empatía que tengamos. Lo primero que hay que hacer para
lograr establecer es aceptarnos y conocernos a nosotros mismos. En 1964
Windeenbach dijo: “Mientras no se logre el conocimiento de sí mismas es muy
probable que la enfermera no pueda adquirir el conocimiento, habilidad y actitud
que le hará posible convertirse en una influencia terapéutica para el paciente”. Esta
influencia terapéutica no sólo llega al paciente, sino que se hace extensiva a la
familia, amigos y equipo de salud; ésta debe de tener un beneficio en común.
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Un cuidado deficiente deteriora y empeora la calidad de vida en los días que le
quedan a nuestros pacientes haciéndolos intolerables en lugar de ser intensos,
plenos, llenos de alegría y amor. Debemos ser muy sensibles a la comunicación
verbal y no verbal tanto del paciente como de su familia, con el fin de brindar una
máxima ayuda ante la enorme necesidad del momento. Nosotros debemos
comprender, conocer y justificar las relaciones emocionales del ser que está
muriendo. Nuestro principal y primordial objetivo es respetar la autonomía del
paciente en su capacidad de decisión y actuación, en nuestra relación
enfermerapaciente. Bener en 1987 clasificó en 7 campos o áreas de actividad los
cuidados de enfermería ante un paciente moribundo:
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En la descripción de la ansiedad y el miedo ante la muerte se han encontrado cuatro
componentes principales
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En la infancia estas actitudes están en función del nivel de comprensión de los
conceptos en torno a la muerte, así hasta los dos años no suelen presentar
reacciones graves inmediatas, aunque a veces se ha evidenciado aflicción; sobre
los 3-4 años comienza a surgir el miedo a la muerte.
En la niñez se suelen desarrollar juegos para controlar el miedo y/o la pena que
les evoca la muerte, también pueden producirse cambios de conductas ante la
muerte de familiares tales como: desobediencia, agresividad, mal rendimiento
escolar y acentuado interés por el tema de la muerte, a veces asociado al hecho
de dormir.
Sin embargo de los 5 a los 10 años el temor a la muerte suele disminuir porque se
inviste al procedimiento de cierta trascendencia.
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1) Embotamiento mental: caracterizado por la presencia de conductas automáticas
y por la incapacidad de aceptar la realidad.
En niños y adolescentes:
En la niñez se suelen desarrollar juegos para controlar el miedo y/o la pena que les
evoca la muerte, también pueden producirse cambios de conductas ante la muerte
de familiares tales como: desobediencia, agresividad, mal rendimiento escolar y
acentuado interés por el tema de la muerte, a veces asociado al hecho de dormir.
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Sin embargo de los 5 a los 10 años el temor a la muerte suele disminuir porque se
inviste al procedimiento de cierta trascendencia.
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b) NO MIRAR CARA A CARA AL ENFERMO y evitar su contacto; como segunda
consecuencia no solo no se quiere pensar en la muerte o no nombrarla, sino que
muchos sanitarios no miran cara a cara, y sobre todo a los ojos, a los pacientes
moribundos por temor.
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El proceso de muerte
La muerte es universal y nadie escapa de ella, sin embargo cada cultura la ha vivido y la
ha asumido de diferentes formas, puede sobrevenir de manera repentina o gradual, es
decir, su llegada puede preverse o ser en un momento determinado. El proceso de la
muerte no se ha modificado, pero las actitudes, las creencias y las conductas que lo
rodean son tan variadas como los individuos que la practican.
Algunas definiciones de muerte consideran que este hecho es lo contrario a la vida, la muerte
es en esencia la extinción del proceso homeostático, por ende, el fin de la vida. En el
pensamiento médico del siglo XVIII, la muerte era a la vez el hecho absoluto y el más relativo
de los fenómenos; era el término de la vida y, asimismo, el de la enfermedad si estaba en su
naturaleza ser fatal a partir de ella el limite se alcanzaba, la verdad se cumplía y por ello mismo
se tranqueaba: en la muerte, la enfermedad llegaba al fin de su carrera, callaba y se convertía
en algo de memoria. Este pensamiento se admite aún en nuestros días donde se considera
que la muerte viene a ser el hecho que apacigua el sufrimiento que padecen las personas con
enfermedades que causan dolores intensos e intolerables.
Hubo un tiempo en que la muerte del hombre era una muerte semejante a la de los otros
animales; es decir, el ser humano recién separado del mundo de la naturaleza todavía no se
había formado una conciencia en relación a su muerte; pasaron muchos milenios
(posiblemente más de 1000 milenios) para que surgiera una ideología acerca de la muerte
biológica y social(5). Por consiguiente se entiende por(6) muerte biológica, el cese irreversible
del metabolismo de todas las células del cuerpo; el principal criterio diagnostico sería la
putrefacción del cuerpo; se iguala la muerte del hombre con la muerte de las células del
organismo, hecho para el que Morin refiere que tras los trabajos de Weissman y Metchnikoff y
de las más recientes experiencias de Woodruf, Carrel, Metalnikov, la biología puede afirmar
que lo que caracteriza a la mayoría de organismos vivos es la inmortalidad y no la muerte.
Criterio que está basado en que las células vivas unicelulares se reproducen por bipartición, es
decir por desdoblamiento hasta el infinito, y solo encuentran la muerte cuando el medio exterior
le hace la vida imposible.
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Lo descrito por estos autores en nuestros tiempos es una verdad que ha encontrado
respuestas en el proyecto del genoma humano, donde se han logrado grandes avances para la
cura de enfermedades y se continúan estableciendo fórmulas para crear al ser humano
inmortal y perfecto, será quizás que queremos parecernos a Dios. No se trata como dice
Galindo, de que el ser humano abandone sus ganas de querer ser como Dios (a fin de cuentas,
somos hecho a su imagen y semejanza), pues iría en contra de lo que el hombre está llamado
a ser por vocación creatural, sino que lo haga con mucha responsabilidad ética para no
malograrse en el intento y tampoco arruinarle la suerte a las demás criaturas.
Resulta oportuno exponer lo planteado por Morin, donde explica que la muerte resulta de las
condiciones especiales de organización de los seres evolucionados; asimismo Maturana refiere
que cuando algo se desorganiza ya no existe más, se desintegra y pierde su identidad de
clase, la muerte de un ser vivo consiste en la pérdida de la organización propia de lo vivo en
aquella unidad compuesta que era un ser vivo. Jamás se está un poquito vivo o un poquito
muerto, uno esta vivo o está muerto.
Ahora bien reflejando lo correspondiente a muerte social, cabe destacar que la conciencia
social esta determinada en cierto grado por la existencia social. No sólo se tiene conciencia de
existir en el seno de una sociedad determinada sino que también vivimos en el mundo de la
naturaleza, se vive y se muere en un contexto social(5); asimismo siendo el hombre un ser
social por naturaleza donde su desempeño social se mide por su rol, su rol le da un estatus y
este estatus le da la fuerza social, se plantea que con su pérdida física se inicia el olvido, un
olvido para la familia, para la sociedad y una progresiva transformación hacia lo que sería un
cadáver social, dándose así un tipo de muerte social.
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En los albores de la humanidad el hombre se sentía temeroso, inseguro y limitado. La
limitación de la vida se corresponde con la limitación de la muerte. Según Sócrates a la muerte
no le corresponde ser temida, porque nadie sabe en qué consiste. Tenerle miedo es pretender
ser sabio sin serlo. Por tanto, Sócrates tiene una actitud racional frente a la muerte, es decir,
basada en el poder de la razón. Por otro lado, para Sócrates hay una esperanza auténtica de
que la muerte sea un bien. Porque la muerte puede ser un dormir eterno sin sueños, lo cual
sería ganancia; o bien, un ingreso a un mundo donde podemos entrar en contacto con
nuestros antepasados, lo que también sería una gran felicidad. Para Heidegger, uno de los
más notables filósofos del siglo XX, nos remite a uno de los rasgos característicos del dasein
(ser-ahí) que es el hombre entendido en tanto es un "poder-ser", un ser especial por el criterio
que posee, por el cuidado que tiene por su existencia, que se desenvuelve en el mundo a partir
de sus propias elecciones, la muerte, en tanto es una posibilidad para el dasein. El morir no es
un hecho dado, sino un fenómeno que hay que comprender existencialmente, y esto en un
sentido señalado que hay que acotar aún con más precisión, considero que el fin último al que
se refiere este gran autor es que el comprender a la muerte como una posibilidad le da sentido
a nuestra vida, pues nos hace descubrir el valor de ésta en nosotros.
En esta perspectiva hace aproximadamente 100.000 años el hombre inicia los ritos o
ceremonias fúnebres; según Cassirer los ritos funerarios o cultos a los muertos se originan por
esa misma causa del temor a la muerte. Por esto desde siempre los diferentes pueblos del
mundo han empleado los ritos que le permiten al hombre hacer una despedida decorosa y le
dan la posibilidad de compartir un acontecimiento al parecer único y personal.
os rituales funerarios, además, han sido asociados desde la antigüedad como medio para certificar
muerte, y como medio para facilitar el arribo a su lugar de destino mediante actos religiosos o
aganos. También se han visto como un método para alejar y espantar malos espíritus, o para evitar
ue el muerto luego se apareciera y perturbara a los vivos.
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Asimismo se usaba el ritual para que el difunto ayudara de alguna forma en la mediación entre
los vivos y la deidad a la que se le profesa culto. Por último, los ritos sirvieron para facilitar la
adaptación de los vivos a la nueva realidad, logrando aceptar que sí ocurrió el hecho y que se
debe seguir adelante. Los ritos en la antigüedad se dan desde hace cerca de 4000 años en
Babilonia, donde se cambiaba el ritmo normal de la ciudad. Había un marcado dramatismo con
llanto intenso, rasgado de vestiduras, golpes de cabeza y pecho, heridas en el rostro por
arañazos y arranque de pelos de la cabeza y barba. También se podían presentar sacrificios
de animales y de humanos. En los ritos romanos en Grecia y Roma, el entierro de los muertos
era un deber sagrado, ya que negarse a hacerlo significaba condenar su alma a errar sin
descanso. En la primera edad media, los ritos estaban acompañados de la familia y amigos, y
eran de tipo civil, ya que el papel de la iglesia se reducía a la absolución previa o posterior a la
muerte. Alrededor del muerto estallaban violentas manifestaciones de desesperación, que sólo
eran interrumpidas por el elogio al muerto. En la segunda edad media, el cambio social llevaba
a la dignidad y control de uno mismo en el momento de la muerte, expresaba la angustia de la
comunidad visitada por la muerte. El entierro se convertía en una fiesta de la que no estaban
ausentes la alegría y la risa que ahuyentaban con frecuencia la rabia. En los siglos XVI, XVII,
XVIII, las procesiones se hicieron menos numerosas, se evitaron las manifestaciones de dolor
y se buscó sustituir al difunto por otro ser de forma rápida; desde entonces el uso del color
negro se hizo general en los ritos. En los siglos XIX y XX, la muerte era algo natural y familiar,
la fotografía mortuoria se vuelve común desde mediados del XIX hasta principios del XX, se
dejaba un recuerdo eterno del ser querido, se colgaba en la casa y se enviaban copias a
familiares y amigos; las pompas fúnebres se transforman en especializados servicios
tanatológicos, se crean complejos sistemas funerarios, se fijan normas sanitarias sobre los
lugares a donde se llevan los cadáveres. Así surgen los cementerios privados que pasan a
llamarse parques o jardines, aparece también la cremación como opción aceptada.
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ACTITUDES DE LOS PROFESIONALES SANITARIOS ANTE LA MUERTE:
Al analizar el tema genérico de las actitudes hacia la muerte no resulta gratuito el hacer una
mención específica de las actitudes del Personal Sanitario ante la muerte, yendo a la grupa de
este tema aspectos tan cruciales como los de la eutanasia y la atención y el cuidado a la
persona falleciente, siendo este último aspecto el que más nos interesa a nosotros. Los
cambios socioculturales descritos en el punto 2 también han alcanzado, como no podría ser de
otro modo, al P.S.; al socaire de tales cambios, las principales actitudes en torno a la muerte
del P.S. se centran en:
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Ante la muerte propia. Etapas : Normalmente el análisis de las actitudes ante la muerte
propia suele hacerse en sujetos cercanos a tal trance, como suelen ser los enfermos
terminales, porque en ellos se ha producido el momento de la toma de consciencia de la
muerte, marcándose el cambio de trayectoria potencial de muerte a la trayectoria real de
muerte. En estas actitudes inciden factores diversos: personalidad, duración de la
enfermedad, interacción con el personal sanitario (P.S.), edad del paciente, lugar de la
asistencia, tipo de enfermedad, entorno familiar, educación, creencia religiosa, presencia o
no de dolor... sea como sea, estas actitudes unidas al sufrimiento psíquico se articulan en
torno a los dos procesos de nuestra propia muerte: la agonía y el acto de morir como tal.
De hecho, gran parte del temor pivota sobre el proceso de la agonía y no en el morir como
tal; así en esta última etapa de la vida el miedo se evidencia de las siguientes formas: a)
Miedo al proceso de la agonía en sí: la mayoría de los enfermos terminales se plantean
dudas y se angustian por si el hecho de morir les implicará grandes sufrimientos físicos o
psíquicos. b) Miedo a perder el control de la situación: el proceso terminal vuelve al
paciente cada vez más dependiente de los demás, hasta llegar a perderse el control de sí
mismo temiendo así que todas las decisiones sobre él las tomen los demás. c) Miedo a lo
que acontecerá a los suyos tras su muerte por lo que le sucederá a su familia. d) Miedo al
miedo de los demás: así se preocupan especialmente: como dijo un poeta "no he sabido
jamás lo que es el miedo hasta que lo vi en los ojos de los que me cuidaban". e) Miedo al
aislamiento y a la soledad hora de morir. f) Miedo a lo desconocido: los pacientes suelen
tener miedo a estar solos a la: la perspectiva de nuestra muerte hace inevitable el
planteamiento del más allá, ¿qué ocurre después de la muerte?. g) Miedo a que la vida que
se ha tenido no haya tenido ningún significado: si la respuesta que el paciente se da a este
interrogante no es satisfactoria, el proceso de morir es más temido aún. La suma de estos
miedos se traduce en sufrimiento, que es un verdadero dolor y esto es lo que más se teme.
Ante este miedo y esta ansiedad se ponen en marcha ciertas estrategias defensivas tales
como: Eludir el problema del cuidado del enfermo trasladándolo a un hospital y no
afrontando la convivencia cotidiana con él quitándose el muerto de encima y nunca mejor
dicho, aunque la mayoría de las personas preferirían morir en su casa. Otro mecanismo
defensivo es el conocido como "pacto o conspiración del Silencio" evitando aludir a la
gravedad de la enfermedad y a la muerte lo cual se traduce en un mayor aislamiento del
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paciente. Las etapas formuladas por Kübler-Ross también suelen aparecer en familiares y
allegados, pero no al mismo tiempo que en el paciente terminal; más aún, por razones
obvias las fases finalizan en el paciente al acabar su vida, sin embargo el proceso en los
familiares y allegados continúa más allá de este momento, generándose un proceso de
duelo, con las siguientes etapas: 1) Embotamiento mental : caracterizado por la presencia
de conductas automáticas y por la incapacidad de aceptar la realidad. 2) Anhelo y
búsqueda del referente perdido: aquí suelen aparecer sentimientos de injusticia, depresión,
y culpa con insomnio y ansiedad. 3) Desorganización y desesperación organización: suele
aparecer una tendencia a abandonarse y a romper los esquemas del estilo de vida
personal. 4) R: si se van superando las fases poco a poco surge el afrontamiento y se
reorganiza la propia existencia. Pero si no se llega a esta fase el duelo se cronifica de
forma patológica (cuando la depresión/distimia supera el año tras la pérdida), aunque
manifestaciones patológicas pueden ser la ausencia de aflicción consciente (exceso de
autocontrol que pospone el duelo y no lo permite drenar) y la presencia de euforia, casi
maníaca, unida a veces a una negación de la muerte. En la infancia estas actitudes están
en función del nivel de comprensión de los conceptos en torno a la muerte así hasta los
dos años no suelen presentar reacciones graves inmediatas, aunque a veces se ha
evidenciado aflicción; sobre los 3-4 años comienza a surgir el miedo a la muerte (más por
el desamparo que les acarrearía la muerte de sus seres queridos, puesto que apenas se
asume la propia muerte). En la niñez se suelen desarrollar juegos para controlar el miedo
y/o la pena que les evoca la muerte, también pueden producirse cambios de conductas
ante la muerte de familiares tales como: desobediencia, agresividad, mal rendimiento
escolar y acentuado interés por el tema de la muerte, a veces asociado al hecho de dormir.
Sin embargo de los 5 a los 10 años el temor a la muerte suele disminuir porque se inviste
al procedimiento de cierta trascendencia. En la preadolescencia y adolescencia es difícil
establecer pautas fijas, aunque ya se empieza a establecer el temor a la muerte
relacionado con el proceso terminal (dolor, sufrimiento, soledad), evidenciándose poco a
poco la asunción de la muerte propia. Sea como sea, la ansiedad y la melancolía suelen
aparecer en estas edades ante la idea de la muerte propia; también es frecuente la
identificación con personas del entorno.
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Medición de la ansiedad/miedo ante la muerte : La medida de las actitudes hacia la muerte
puede llevarse a cabo mediante diversos procedimientos: entrevistas semiestructuradas,
técnicas proyectivas y escalas o cuestionarios entre las que destacan: la Escala de miedo a la
muerte de Boyar, la Escala de miedo a la muerte de Collet/Lester, la Escala de actitudes ante
la muerte de Lester [58], el Índice de temor de Kreiger, Epsteing y Leitner y, sobre todo, la
Escala de ansiedad ante la muerte (DAS) de Templer . Esta ansiedad (en el caso del DAS)
viene conformada por cuatro componentes: 1) Preocupación por las reacciones intelectuales y
emocionales ante la muerte. 2) Preocupación por el cambio físico. 3) Percatarse y preocuparse
por el paso del tiempo. 4) Preocupación por el dolor y el estrés que acompañan a la
enfermedad y a la muerte.
Las investigaciones con respecto al tema de la muerte Aun cuando la muerte forma parte
irrenunciable de la condición humana y suscita intensas emociones, hasta hace pocos años
han sido escasos los trabajos que la han estudiado desde un punto de vista psicológico
(Bayés, Limonero, Buendía, Burón y Enríquez, 1999; Kastembaum y Costa, 1977; Limonero,
1990). Más abundantes han sido los estudios dedicados a precisar cuándo ocurre la muerte
desde el punto de vista biológico. En 1956, bajo los auspicios de la American Psychological
Association (APA) se organizó un simposio, sobre “el concepto de muerte y su relación con el
comportamiento”.
Para evaluar la ansiedad ante la muerte, al igual que sucede con la ansiedad en general,
posiblemente la mejor forma de hacerlo sea a través del autoinforme. Paradójicamente, la
mayoría de las escalas de ansiedad ante la muerte que se conocen no son éticamente
aplicables a las personas que se encuentran gravemente enfermas o próximas al fin de su
vida, ya que, en la generalidad de los casos, al plantear a los enfermos las preguntas que
contienen, éstas podrían sugerirles nuevas amenazas, generarles mayor ansiedad ante la
muerte y aumentar el sufrimiento. Por ello, la mayoría de los investigadores optan por
administrar sus escalas a colectivos que no se encuentren bajo una amenaza de muerte
inminente: estudiantes universitarios y personas sanas extraídas de la población general,
profesionales sanitarios, enfermos aquejados de enfermedades crónicas sin peligro inminente,
trastornos leves o personas jóvenes que han superado una enfermedad grave.
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Los datos inicialmente obtenidos con la aplicación del CAM-1, a los médicos de familia,
fueron procesados con el sistema SPSS (Statistical Package for Social Sciences), en un
esquema de análisis que incluía: a) análisis de distribuciones de frecuencia de las
respuestas a cada proposición del instrumento, así como de las variables
sociodemográficas que caracterizaban la población bajo estudio, b) determinación de las
medias para cada dimensión y variable y obtención de la correlación entre las variables
que pertenecían a una dimensión y la media de esa dimensión, para un análisis de
consistencia interna ítem-subescala, c) determinación de las medias por rangos para
cada variable sociodemográfica, para obtener su correlación con los promedios de las
dimensiones del CAM, y, d) análisis de componentes principales para buscar grupos de
variables que expliquen la varianza total del problema bajo estudio (análisis factorial) y
obtener índices de validez de constructo del CAM. Los resultados más importantes
revelaron: 1) 2) 3) 4) Que las actitudes en la población estudiada manifestaban cierta
ambigüedad (ambivalencia direccional). Junto a algunas actitudes positivas de
aceptación (especialmente a nivel cognitivo), predominaban actitudes de evitación,
matizadas fundamentalmente por el contenido afectivo (temor). La mayoría de los
médicos no valoraron a la muerte como un pasaje o tránsito hacia una vida mejor, ni
como una salida a los problemas de la vida, aunque gran parte de ellos reconoció que
en determinados momentos puede ser un alivio al sufrimiento. La generalidad de los
médicos prefiere vivir sin calidad a morir, denotando un apego irracional a la vida como
actitud prejuiciada sobre la base de un estereotipo cognitivo, afectivamente acuñado,
que desconoce la relación esencial existente entre salud y calidad de vida. Con
excepción del temor, que disminuye con la edad, no se dieron relaciones significativas
entre las dimensiones del CAM y el resto de las variables sociodemográficas.
5) Se obtuvieron indicadores de alta correspondencia de los reactivos del CAM con sus
sub-escalas, que revelan buena consistencia interna en la conformación de ítem del
instrumento. 43 diese lugar a respuestas de deseabilidad social o de puntuación
extrema.
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6) El análisis de componentes principales permitió identificar 11 agrupaciones de ítem
que explicaban el 73,4 % de la varianza. Este análisis factorial corrobora sólo
parcialmente la validez de constructo del CAM, al coincidir con el fundamento teórico de
las subescalas de pasaje y temor, y sugerir la desagregación de otras dimensiones en
grupos funcionales más delimitadas, para la reestructuración del instrumento en
investigaciones posteriores.
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Existe un momento en la vida en el que todos debemos partir de este plano, triste
momento conocido como “muerte”, resulta del proceso final homeostático en un ser vivo;
esto es, el término de la vida. También se definirá como un evento resultante de la
incapacidad orgánica de sostener la homeostasis. Durante el proceso del fallecimiento,
dada la degradación del ácido desoxirribonucleico (ADN) en los núcleos celulares, la
réplica de las células se torna cada vez más difícil. Y desde el punto de vista médico es
el cese global de funciones sistemáticas; en especial de las funciones bioeléctricas
cerebrales y, por ende, de las neuronales.
Entre los distintos tipos de muertes, podríamos hablar de la llamada muerte natural que,
como su propio nombre lo indica, es aquélla que se produce a consecuencia de la vejez
de la persona en cuestión. Asimismo, la llamada muerte violenta, es aquella que
experimenta alguien a raíz bien de un traumatismo contundente y de forma fortuita.
Por lo general, todos pasamos por una etapa de duelo, como consecuencia de la
pérdida de una persona amada o significativa para nosotros, asociándose a síntomas
físicos y emocionales. En la pérdida, psicológicamente traumática en la misma medida
de una herida. El doliente necesita un tiempo y un proceso para volver al equilibrio
normal. La muerte repentina es la más difícil de asimilar para los familiares o personas
cercanas al fallecido. Una enfermedad terminal es dura de aceptar para el enfermo y sus
seres cercanos, debido a esto hay una disciplina integral que estudia el fenómeno de la
muerte en los seres humanos, y en otros animales: la tanatología.
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Una definición más concreta es considerarla como “el estudio de la vida que incluye a la
muerte”. Del origen griego thanatos (muerte) y logos (estudio o tratado); por tanto, el
objetivo de la tanatología es proporcionar ayuda profesional al paciente con una
enfermedad en etapa terminal y a sus familias, o bien a una persona que viva algún tipo
de pérdida.
La tanatología fue aceptada como ciencia a partir de los años cincuenta. Desde su
concepción y hasta la actualidad, se ha tratado a la tanatología de manera
interdisciplinaria, e incluye la evaluación de nuestra relación con la muerte y no tanto a
las especulaciones o creencias (religiosas, culturales o de otra índole). La meta última
del tanatólogo consiste en orientar al enfermo hacia la aceptación de su realidad,
aceptación que se traduce en esperanza sobre la situación real. Esto incluye una mejor
calidad de vida, una muerte digna y en paz.
Otro de los aspectos importantes en la tanatología es aprender los diferentes medios por
los cuales la persona puede tener ese principio de autonomía. Por ejemplo, pueden
llevarse ciertas acciones, desde la realización de testamentos, legados,
responsabilidades, o voluntades anticipadas. Un gran reto con respecto al estudio de la
tanatología es educar a las personas desde niños y jóvenes sobre los aspectos que
involucren el proceso de la muerte y los aspectos espirituales de la existencia
Hoy día parece que se entiende que el acompañamiento del morir debe ser cada vez
más una cosa del personal del hospital o de a residencia de ancianos o de cualquiera
otra institución al caso. O sea el acompañamiento del morir se está insitucionalizando y,
con frecuencia, desritualizando debido al cambio de papeles de las iglesias. Hay que
considerar desde luego que el cambio de valores que se está viendo también en el
plano individual lleva a una más escasa vinculación con los valores religiosos y a una
clara desritualización de la vida cotidiana y, por ello, también a la de la muerte.
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Acompañar al moribundo significa ante todo, siempre incidir en las particularidades
personales y necesidades y contemplar sus necesidades actuales de modo específico.
De los siguientes aspectos surgen especiales dificultades para muchos acompañantes
de enfermos terminales:
2. La propia inseguridad.
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Una determinada ayuda puede ofrecerla una relación de necesidades del paciente que
puede ser extraída de la experiencia y las observaciones: 1. Estar libre de dolores 2.
Sentirse bien corporalmente. 3. Estar libre de percepciones corporales incómodas 4.
Esta informado tanto como lo desea el paciente. 5. Tener la sensación de ser aceptado
y respetado. 6. Necesidad de una valoración de la propia vida llena de sentido. Esta
relación muestra cómo los moribundos desean tener parte en el mundo ampliamente
en forma cualitativa y cuantitativa. El acompañante tiene la tarea de indicar el lenguaje,
señales, mímica y gestos donde un lenguaje claro no es posible o se evita. Al
acompañante le incumbe ante todo escuchar qué desea y no desea un moribundo;
también qué quiere saber y qué no quiere saber. Es importante considerar las
preguntas propuestas por el enfermo terminal y contestarlas. Aquí con frecuencia no se
trata de dar respuesta al diagnóstico, sino más bien a la amenaza, el peligro o el grado
de esperanza que todavía permanece. Con frecuencia preguntas similares se presentan
siempre de nuevo y a veces queda la sospecha de que las preguntas hechas se
olvidan, se reprimen o se niegan. Estos mecanismos de defensa tienen un significado
protector, de ninguna manera son mecanismo “inmaduros”
Aclaraciones al paciente es cosa del médico. La mayor parte de los enfermos crónicos
quieren que se les aclaren las cosas e informan lo positivamente que les ha sentado esa
aclaración. De todos modos no es la mera aclaración o comunicación del diagnostico la
que aludimos. Aclaración es siempre un proceso. Este tiene que empezar y tener lugar
cuando el paciente lo desea y está preparado para ello y requiere una relación llena de
confianza, la cual solo se puede desarrollar en un proceso y normalmente no está
inmediatamente a disposición. Además, es importante no tomar la aclaración ni dura ni
objetivamente, sino con empatía y con la dosificación que el paciente desea y
determina. Normalmente no es indicado dar más información de la que desea el
paciente, y es imprescindible que el paciente experimente que se está haciendo todo lo
humanamente posible y que el puede plantear preguntas. Solo en aquellas situaciones
con una amenaza de muerte en que se pueden derivar patologías psíquicas para el
afectado se pueden utilizar “mentiras de emergencia” de modo transitorio.
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CONCLUSION
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REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
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