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Mujeres Contra El Tiempo

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MUJERES

contra el
TIEMPO

RAFAELA PARROQUÍN RAZO


MUJERES
contra el
TIEMPO

RAFAELA PARROQUÍN RAZO


Rafaela Parroquín Razo
Editorial Aldea Global
Primera Edición 2018
T odos los derechos reservados

MUJERES CONT RA EL T IEMPO

Colaboradores:
Diseño de Portada: Joel Omar Porras Arámbula
Editor Literario: Aarón Castañón Holguín
Diseño Interiores: Leonardo Castañón Sáenz
Directora del Libro: Carla Zazil Santoyo Parroquín

Editado y producido en Chihuahua, México.


Por: Editorial Aldea Global
Sao Paolo 2105, Frac. Jardines del Norte
Chihuahua, Chih., C.P. 31130
T el: 614 410.8486, Email: editorial@aldeaglobal.mx

ISBN: 978-607-9339-56-2

Copyright©2018, T odos los Derechos Reservados


Queda pr ohibida la r epr oducción total o parcial de este libr o bajo
ningún medio electr ónico o mecánico incluidos f otocopias,
gr abaciones magnéticas, grabaciones digitales o cualquier sistema
de almacenamiento de inf or mación o r ecuper ación sin permiso
escr ito del autor , en los tér minos de la Ley F eder al del Der echos de
Autor , y en su caso de los tr atados inter nacionales aplicables.
La vida se vive para adelante, pero se
comprende desde atrás.

7
Una hermosa joven que lleva en sus
manos una jaula de canarios suscita no solo el
amor de un hombre que la contempla
embelesado, sino también la maldición que
pesará sobre su estirpe.

Relato que testimonia Lita Parroquìn


Razo, que expone el poder efectivo de las
palabras sobre la vida de los seres humanos, y
muestra como las mujeres pese a todo,
continúan asumiendo su cautiverio, de
diversas formas, en diferentes contextos y que
son sin duda MUJERES CONTRA EL TIEMPO.

8
Para Lita, solo la voz que se une a Dios
mediante la oración, puede conjurar cualquier
adversidad.

9
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MUJERES CONTRA EL TIEMPO

Lita Parroquín Razo

Para mis nietos que viven la vida

presente con intensidad y sueños,

que ven el futuro

con anhelosa confianza…

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La maldición

Carl VilhelmHolsøe

13
La vida se vive para adelante, pero se
comprende desde atrás. Por eso yo, que escuché
la historia de mi Grande, la rememoro aquí.

Así, daré voz a ellas, a las protagonistas


de este relato, a mis antecesoras, a Mi Grande
(Rafaelita), a Merceditas, a Juanita, a Chepina,
sobre las cuales gravita una idea: encontrar la
pareja idónea. Por mi parte, oré tanto, tanto
tiepqo… rue pe asombro del poder que la
oración tiene.

14
A mí me crió “Mi Grande”, así le llamaba
cariñosamente. La verdad es que era una mujer
pequeña pero fuerte y tierna, así como dura y
sensible, mezcla de diamante y de violeta, de
roca y espuma, de acero y de cristal; una mujer
extraordinaria. Por eso me pusieron como ella:
Rafaela.

Una vez que conocí su historia, pude


explicarme muchas cosas de su vida y de la
mía.

Dicen que un buen día, o quizás un día


catastrófico, entró un hombre con su recua de
mulas por el ancho portón de la casona, bajó la
carga y mientras se apalabraba con el
administrador, vio venir a la joven Rafaela con
una jaula de canarios en las manos; no entendía
lo que ella decía melosa a las aves, pero
escuchaba el sonido de su voz y estuvo seguro
de que si los ángeles hablaran, lo harían así. El

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poder de su mirada hizo que ella lo viera y
callara sorpresivamente.

Quien para entonces cumplía el papel de


su difunta madre, la reprendía: ¡No mires para
los portales, niña! ¡Ahí está de nuevo ese
fuereño!

Disimuladamente, Rafaelita bajó la


cabeza y cubriendo en parte su cara con el
rebozo, pudo contemplar al apuesto arriero que
se preparaba a cargar sus mulas para el viaje. Al
percatarse de la presencia de la jovencita, el
joven llamó a uno de sus mozos, le encargó el
hato y se fue tras ella rumbo a la iglesia. Desde
el campanario, se daba señal para la misa de
once.

Él se quedó tras del pilar de la iglesia.


Mientras aguardaba, seguramente pensaba en
quedarse unos días más, al fin y al cabo la carga
era grano y no se echaría a perder. Ya le habían

16
dicho que esa joven se llamaba Rafaelita y que
era la última de once hermanos; además, decían
en el pueblo que su padre era de genio muy
vivo, de esos hombres que protegen a sus hijas
como leones; se le había acrecentado el mal
carácter con la muerte de su esposa, aunque al
ir creciendo la niña, se había convertido en la
luz de sus ojos.

Rafaelita, en cuanto llegó a su casa,


recibió la cartita que le había enviado el
fuereño y comenzó a temblar como azogada;
las manos le sudaban y el corazón parecía que
se le iba a salir del pecho, ¡Jesús qué susto!
¿debería leerla?, ¿no sería una impertinencia
hacerlo? ¡cómo le hacía falta su madre! Si
viviera, tal vez pudiera aconsejarla. Bueno,
¡basta ya! y con ánimo resuelto desdobló la
hoja. A las mujeres, no a todas, en aquel tiempo
y en aquel pueblo, les enseñaban a leer pero no

17
a escribir, no fueran a comunicarse con algún
pretendiente. Entonces ¿de qué se valió la
hermosa joven para comunicarse con su
enamorado? No lo sé, tal vez el código de
señales o de miradas daba resultado; como haya
sido, se estableció entre ellos una intensa
relación, merced a la cual, Rafaelita aparecía
apagada por temporadas y solo se la veía
florecer cuando llegaba el "fuereño".

— ¡De ninguna manera voy a permitir


que te cases con ese desconocido! Si insistes, ya
puedes irte despidiendo de todo lo que has
tenido, ¡no quiero ni verlo! ¡Que no, te digo!
¿Cómo te atreves a contrariarme? Óyeme bien
Rafaela, si porfías en tu necedad, por esa puerta
saldrás de esta casa y no quiero volver a verte
jamás, harás de cuenta que en un mismo día
ganas un marido pero pierdes un padre y tus
hermanos, ¡estaremos muertos para ti!

18
¡Muertos y enterrados! ¡Como tú estarás para
nosotros! Y grábate esto: tendrás el gusto de
casarte con ese, pero tus hijos crecerán sin
padre… En lugar de bendición, será mi
maldición la que te persiga. ¡Hijos sin padre,
gasta la cuarta generachón…!

Recuerdo una vez que la acompañé a


vender su hermoso rebozo de seda, lo había
estado guardando para una necesidad muy
grande y al parecer esta había llegado ya.

—Pero Rafaelita, si tanta necesidad


económica tienes, ¿por qué no vas con tus
hermanos? Tu papá ya murió hace mucho
(dicen que de tristeza) y con toda seguridad tus
hermanos ya te habrán perdonado. Por estar
pensando en eso de sus hermanos, no escuché
lo que contestó mi bisabuela. Al salir de con
Petrita, le pregunté, ¿tienes hermanos, Grande?

—Sí, pero están muy lejos.

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—Y, ¿qué pasó con tu esposo? —No sé,
tal vez murió a manos de algunos asaltantes o
ladrones, o quizá se desbarrancó por algunos
de esos caminos serranos; no sé, nadie me ha
dado razón… Nadhe lo gabía vhsto iamás, mhs
hijas Merceditas y Romana ni siquiera lo
conocieron bien.

Me decía mi Grande: Vieras, Lita, cómo


le agradezco a ese hombre haberme hecho esta
casa en Ahuacatlán, con su portón por donde
entraban las mulas con su carga, esta puerta tan
amplia y tan bella que da al espacioso patio que
tanto te gusta; luego la parte de arriba, que se
abre para ver quién toca y la mitad de abajo
que es por donde te salías a jugar con tus
amiguitas.

Pues por ahí, por esa puerta bien abierta


que ves ahí, salió, y después de despedirse
cariñoso, no regresó jamás. Tal vez murió a

20
manos de algunos asaltantes, o quizás se
desbarrancó por alguno de esos caminos
serranos; no sé, nadie me ha dado razón ni lo
ga vhsto nunca…

Aquí nos quedó el cerro enfrente, tan


cerquita que parece que lo podemos tocar con
las manos, y siempre verde, surtido de
nopalitos para comer y de tunas verdes o rojas
de guamúcghles... y el arroyo… ¡Tan bonhtas y
blancas que les quedaban sus ropitas cuando
íbamos a lavar! Pero de él, de tu tata, no volví a
saber más…

21
22
Merceditas

Carl VilhelmHolsøe

23
Bien a bien, no recuerdo a mi padre. Es
una figura borrosa, como un bulto que llegaba
cargado de regalos y que nos levantaba del
suelo a Romana de dos años y a mí, que tenía
cinco.

Sin embargo, todavía añoro esa sensación


de bienestar y seguridad que su abrazo me
daba, sobretodo recuerdo a mi madre, su alegría
tan característica que se volvía más cantarina
que nunca cuando él llegaba.

¡Vente a comer! Mi padre tomaba asiento


en la cabecera de la mesa, y a un lado, como se
acostumbraba en aquel tiempo, mi madre
permanecía de pie, al pendiente de que nada le
faltara, pero invariablemente él se levantaba en

24
cualquier momento y agarrándola de la cintura,
en medio de los gritos alegres de mi madre, la
sentaba a su lado. Fueron los años felices,
cuando mi madre sonreía por cualquier cosa;
después, vino la ausencia más larga, tanto que
todavía perdura…

Yo crecí sin padre, nunca supimos qué


pasó; por años, mi madre preguntaba a los
arrieros que pasaban con sus mulas cargadas si
lo habían visto, si sabían algo de él, porque
quiero que sepan que, en aquel tiempo, el
comercio se realizaba a través de los arrieros.
¡Qué esperanzas que hubiera carros, camiones
o ferrocarriles, como ahora! También por eso
eran los hombres solamente quienes se
dedicaban a mercadear, atravesando los
descampados en sus mulas, a paso llano; o
batallando con los despeñaderos de la sierra, en
donde hombres y bestias arriesgaban sus vidas.

25
A las mujeres nos tocaba esperarlos, guardadas
en la casita, disponiéndolo todo para cuando
volvieran.

Sobre mi suerte, recuerdo cuando conocí


al que sería mi esposo. No creas que luego luego
anduvimos, no, ¡qué esperanzas! Primero nos
echamos ojitos, luego, al siguiente año, me
escribió un recadito y aprovechamos que había
las fiestas del santo patrono y que iba a haber
baile.

— Ándele, madre, lléveme al baile, le


prometo que nomás un jarabe bailo.

— ¿Y tú, cómo sabes que sabes bailar?

— No ha de ser tan difícil, Goyita mi


amiga tararea y hemos bailado solitas,
¿ándele, sí?

Mi madre me dio ese gusto y yo bailé mi


primer jarabe con él. Aunque gran parte de la

26
tarde me la pasé viendo a los bailadores, a
pesar de que hubo otros que me sacaron a
bailar, mi madre les decía que yo ya había
bailado y no iba a volver a hacerlo. A lo mejor
también se dio cuenta de las miradas que nos
echábamos, aunque muy, pero muy
disimuladamente.

Para no hacérselas larga, tiempo después,


el padre de él habló con mi madre y en ese
mismo año nos casamos. Él era muy serio, pero
era muy bueno. Su padre le regaló unas mulas y
un poco de dinero y con eso compró chilacate1
y otras mercancías y comenzó a trabajar, no
nos iba tan mal.

Tuvimos a Juana y a María; él quería un


hombrecito, pero ya no se pudo, pues al igual
que mi padre, un mal día desapareció. La

1
Chilacate es un tipo de chile seco y rojo; se le conoce en Chihuahua
como chile colorado o de la tierra.

27
historia se repitió y por más que atosigaba a los
arrieros que pasaban, nadie, nadie me supo dar
razón de él. ¡Ay hija, si vieras cómo lo extrañé!

Me despertaban en las noches con


terrhbles pesadhllas… Ya lo veía en un barranco
agonizando; otras veces, eran los tigres o
jaguares los que se lo comían; y en otras
ocasiones eran los bandoleros que infestaban
los caminos, quienes lo mataban.

Despertaba en un grhto y sude y sude y…


Comprendí a mi madre, ¡pobrecita!, y ella me
comprendió a mí, pues me recogió con mis dos
hijas.

28
Juanita

Carl VilhelmHolsøe

29
Yo estaba chiquita todavía cuando mis
madres y yo nos vinimos a Hostotipaquillo, con
unos familiares de mi padre, cuando este
desapareció, que es lo mismo que decir que se
murió. A mí me gustaba mucho cuando mis
primos y yo nos poníamos a jugar en la troje,
nos subíamos a la montaña de mazorcas y nos
deiábamos hr… Mh tía nos regañaba y nos decía
que había que desgranar las mazorcas, no jugar
sobre ellas.

Creo que Miguel era mi primo segundo,


pero cuando cumplí catorce años me empezó a
mirar, bueno, nos mirábamos desde
chilpayates, pero no me miraba así, me empezó
a mhrar dhferente… Bueno, ya saben.

30
Su papá arregló con mis madres la boda,
a mí ni me tomaron parecer, tal vez no querían
que la historia se repitiera, con eso de que mi
padre y mi abuelo fueron arrieros y
desaparecieron. Miguel no era feo, sembraba el
campo y cuidaba los animales, trabajaba como
burro, pero nunca dijo que me amara, era tan
serho…

Un día pensé: me gustaría saber si Miguel


me quiere, pues desde que nos casamos y
somos marido y mujer yo lo quiero mucho,
ahora que vayamos de paseo a la playa a ver
cómo le hago para saber sus sentimientos, ha
de ser bonito conocer el mar y teniéndolo a él
junto a mí, más.

— ¡Córranle, córranle! ¡Juana se


desmayó, menos mal que cayó en la
arena!

31
— ¡Juana! —Miguel voló más que corrió
al oír la noticia— ¡Juana! ¡Juanita!
¡Chiquita!, ¡mi vida! ¡despierta, mi
niña! ¡Dios mío, que no le pase nada!
—gritaba angustiado, mientras la
abrazaba en su regazo—.

Juana comenzó a volver en sí. ¡Miguel la


quería, estaba segura, Miguel la quería!

Dos hijas tuvo Juana —Josefita y Ana— él


tenía ganas de un machito, pero no se pudo,
pues le dho un “mal de hiar” y por más remedhos
que le hicieron y más hierbas que le dieron, no
se pudo. Una noche en que la luna pintaba de
plateado el campo, se murió.

— Su alma no batalló —dice Juanita—.

Estaba tan aluzado todo, que con


facilidad ha de haber encontrado el camino. Ese
consuelo me quedó.

32
A Juanita le costó mucho trabajo irse de
su lado, pero le aconsejaron que no le llorara en
demasía, para que pudiera hacer su viaje ligero;
ella obedeció, pero una gran tristeza le pesaba
en el pecho, más que toda la tierra que le
habían echado encima a Miguel.

Y por si fuera poco, Eugenia, su suegra,


se puso muy seria con ella, como si tuviera la
culpa de que Miguel hubiera muerto. ¡Que
sabía ella lo mucho que lo extrañaba y lo difícil
que era vivir sin él! Su madre y su abuela se
habían regresado a Huacatlan hacía tiempo, y
con ellas decidió irse; juntó sus pocas
pertenencias, las puso encima de un burro y
sobre ellas sentó a sus dos muchachitas. Se
despidió de Eugenia, quien enlutada y muy
seria, la miró partir.

Cada vez que la recuerda la ve como


dicen que se quedó la mujer de Lot, como una

33
estatua de sal; pero la mirada de esta oscura
estatua no se le despegaba. Juanita procuró no
voltear para atrás, no le fuera a pasar lo mismo;
resuelta, echó a andar para adelante.

Entró como lavandera en una hacienda.


Tenía dieciocho años, dos muchachitas y el
recuerdo de su esposo que día a día se iba
atenuando, como si cada jornada lo estuviera
rodeando una neblina cada vez más espesa. El
hijo del dueño de la hacienda puso sus ojos en
ella, y no vayan a creer que de mala manera; si
así hubiera sido, otra cosa fuera. Pero no, él
quitó unos adobes de la cerca para poder
contemplarla mejor. Le gustaba verla con el
pelo rizado a la espalda, la cintura que parecía
que se le iba a quebrar y la blusa arremangada
arriba de los codos, para poder lavar mejor. Si
Juana quisiera, él estaba dispuesto a casarse con
ella y a hacerse cargo de sus muchachitas.

34
— ¿Casarse? Ni que estuvieran locos —la
reprendió su abuela— ¿Qué no ves
que no están a su altura? Una
lavandera con el hijo del patrón, ¿qué
no te acuerdas del refrán? No en balde
se dice que "cada oveja con su pareja"
te me sales de ahí, pero de carrerita,
mañana no vuelves, no faltaba más,
nosotros somos pobres pero decentes.

— Qué lástima que su abuela pensara así


y que albergara esos temores —
reflexiona Juanita—. ¿Qué de malo
tenía que el hijo del patrón se hubiera
fijado en ella? Pero a lo mejor tenía
razón en una cosa, los padres de él
jamás la hubieran aceptado; además,
decían por ahí que dizque estaba
comprometido con una señorita de la

35
capital del estado, que por cierto ya no
era Guadalajara, sino Tepic.

No contenta con eso, mi madre decidió


que me fuera a Ixtlán, a ayudarle a su comadre
María con la fonda. Ahí conocí a don Lupe y de
veras que me entró fuerte el enamoramiento,
pues ni siquiera necesitamos casarnos, me fui
con él a la costa, a Tuxpan, y decidimos poner
un puesto de raspados, yo hacía la miel: de
nanche, tamarindo, mango, guayaba y en fin
hasta de guamúchil2. Nos fue muy bien con la
refresquería, además vendíamos cigarros:
Faros, Delicados, Elegantes…

Ahí tuve a Carmen, a Florencia y a Elvira,


que se me murió. Entonces, como el trabajo era
mucho y nos iba bien con la refresquería, fui

2
El guamúchil es un fruto en forma de vaina angosta y larga; a veces
está encorvada y otras en espiral; su pulpa es blanca, rosa o rojiza y de
sabor agradable. Sus semillas, en el corazón del fruto, son también
comestibles. La pulpa se consume fresca o como agua de sabor;
cuando se seca, puede utilizarse como harina.

36
por Ana y Josefita a Ahuacatlán. Anita, mi hija
mayor, no quiso dejar a su abuela ni a su
Grande. Después supe que había ido a la casa
de la hacienda a planchar y al salir la agarró un
aguacero tan fuerte, pero tan fuerte, que parecía
una sierpe del cielo. Ana cayó en cama y al
poco tiempo falleció; sin duda fue por la
enfriada que se dio al empaparse.

A Josefina, porque así comencé a


llamarla, la traje conmigo; tenía catorce años y
como yo estaba nuevamente embarazada,
alguien tenía que cuidarme. El niño se adelantó
y de milagro vivió, pues fue sietemesino.
Chepina se desvivía por él y, aunque negrito y
panzón, logró quitarle lo enteco, yo no sé qué
hubiera sido de mí sin ella.

Para colmo, don Lupe comenzó a estar


enfermo, se le agrió el carácter y empezó a
celarme: que si los señores venían a la

37
refresquería era por mí, que si yo me la pasaba
sonriendo a todo mundo, que si canturreaba
mucho para llamar la atenchón… Sh ya desde
antes me daba muy malos tratos, imagínense
ahora. No aguanté más y lo dejé. Supe, dos años
después, que se había muerto y que Dios me
perdone, pero creo que ya ni me pesó tanto.

38
Chepina

39
Mi madre fue robada por mi padre a los
catorce años; él tenía cuarenta y tres. En los
siete años que duró el matrimonio, mi madre
tuvo cocinera, chofer, ama de llaves.

Le enseñaron a tocar el piano, a coser,


bordar y oficios de ese tipo. Fue una vida fácil,
por así decirlo, pues mi padre se desbordaba de
amor por ella. Sin embargo, a la muerte de mi
padre, ella no sabía nada sobre cómo
administrar las tierras tabacaleras, ni de
propiedades ni de nada que no fuera lo propio
de una excelente ama de casa.

Cuando mi padre murió, mi mamá se fue


de misionera a enseñar en las comunidades lo
que ella sabía: coser, apoyar en los partos,

40
cochnar, bordar… mientras yo estudiaba en el
internado.

Tuvo a mis dos hermanos de relaciones


fallidas; a mi hermano Juan José Retes Razo y a
mi hermana Laura Elia Elizabeth Bonilla Razo,
mis dos amores, a quienes agradezco su
confianza y apoyo.

Han sabido lidiar con sus propias


historias y crían a sus hijos, Isadora, René,
Laura y Anita, con amor. Yo creo que conmigo
se acaba o se cumple la maldición, soy la cuarta
generación, y de mi padre no recuerdo gran
cosa. A mí me crio mi Grande, que era una
mujer extraordinaria, menudita, con un algo de
roca y espuma, de hierro y violeta, de acero y
cristal.

A pesar de haber tenido una buena


posición de joven, todo lo perdió cuando se
casó, pero jamás la escuché quejarse; había

41
veces que no teníamos ni para comer y ya los
nopales nos hostigaban. Entonces, agarraba su
rebozo y nos llevaba a Ana y a mí con ella a la
casa grande; entraba a la cocina y se ponía a
trabajar: barría, lavaba de rodillas las baldosas,
limpiaba los cubiertos de plata, nos ponía a
sacudir con mucho cuidado las lámparas y,
cuando menos pensábamos mi hermana y yo,
ya estábamos comiendo bien rico y hasta
algunos centavitos le daban; con ellos
compraba lo indispensable, pues mi abuela
Mercedes trabajaba sirviendo en otra casa.

— A ver, mis niñitas, se van a ir al arroyo


a lavar su ropita, fíjense bien que les
doy la misma cantidad de jabón Pinto,
a la que le quede más limpia y gaste
menos jabón, le voy a dar la pieza de
pollo más grande. Nuestras risas y
cánticos llenaban toda la mañana y la

42
humilde ropa se asoleaba sobre las
piedras, donde tomaba un albor
mágico.

En un recodo del arroyo, bajo unos


árboles de pirul, había dos piedras lisitas que
eran nuestros lavaderos. A cada rato
suspendíamos nuestra tarea para asomarnos al
camino, pues sentíamos que era mediodía y que
mi Grande no iba a tardar y, dicho y hecho, la
veíamos a lo grande y nos entraba tal alegría
que empezábamos a gritar. Para entonces, la
ropa ya estaba lavada y seca.

— Vamos a ver, enséñenme cómo les


quedó la ropa y la teja de jabón que les
sobró.

— ¡Yo, Grande, yo! Y empujando a Ana,


me adelantaba. Entonces mi Grande,
muy seria, me llamaba por mi nombre.

43
— ¡Josefa! Cuándo aprenderás a respetar
a los demás, ¡compórtate! ¡Pídele a tu
hermana que te disculpe!— Ese era su
regaño y bastaba para que una nube de
tristeza empañara mis ojos. Ana, que
era un alma de Dios, me abrazaba y
me dejaba pasar primero, y la nube se
disipaba.

— Mire, Grande, mi ropa está más blanca


y vea la rehoya de jabón que me
quedó. —Mmmm sí, a ver, Ana, la
tuya.

— Las dos están iguales, así que a comer,


les hice pollito, sopita de arroz y las
tortillas están recién hechas, y hay un
dulce de calabaza que es el que les
gusta…

Sobre el zacatito se improvisaba la mesa


con un albo mantel, comíamos y platicábamos.

44
Lita

Lita Parroquín 82 años

45
Ahora tengo 82 años, ¡se dice fácil! Pero
como todo ser humano, he tenido años negros,
negrísimos y otros de verdad espléndidos.

Entre los años duros está el de 1947, en


el que murió mi padre; yo no tenía conciencia
de lo que cambiaría mi vida y los enormes retos
que se avecinaban. Fue el año más aciago,
porque entonces supe lo que era la pobreza.
Había vivido once años de mi vida siendo
consentida y chiqueada por mi padre, con la
servidumbre a mi disposición.

A pesar de la penuria en aquel 1947,


recuerdo a mi santa madre que sacaba la vajilla
y ponía en la elegante sopera la morisqueta con
caldo de frijoles, diciéndome: ¡Vamos a comer

46
un hojaldre sabroso, un rico puchero y un pollo
almendrado!

La imaginación es tan poderosa que yo


hasta saboreaba los frijoles y el agua me sabía a
vino tinto con agua de limón.

Todavía recuerdo cuando mi mamá, por


equivocación (supongo), le dio un disparo a mi
conejita preferida, La Chata, como le decía yo.
Ese día, mientras comía un rico estofado de
conejo, vi su zalea en la alambrada del patio, y
mi dolor fue mayúsculo. Un montoncito de
tierra cubrió la caja de zapatos donde por
mucho tiempo descansó la zalea de La Chata,
bajo una cruz de palitos de paleta con la que se
recordó a la que fuera mi única amiga, mi
conejita preferida.

Bueno, así pasó mi infancia, rodeada de


algunos preciados animales, como mi querido
Ben Hur, mi noble perrito, cuya paciencia y

47
docilidad era tanta que se dejaba que yo le
mordiera la cola.

Cuando arribé a la adolescencia, me


enamoré, más bien me encapriché, del
muchacho más guapo y vago de la secundaria.

Terminé la secundaria y me fui a la


normal rural de Atequiza, Jalisco. El final de
mis estudios normalistas coincidió con que se
habían construido muchas secundarias en
Nayarit y hacían falta maestros; mis antiguos
profesores, que me habían conocido como
buena alumna, me propusieron, y así comencé
a trabajar como maestra en la Secundaria
Estatal de Ruiz Nayarit, en 1955. Tenía
diecinueve años y ya veía cumplidos mis
sueños. Estaba llena de energía e inspirada por
el ideal de ser una magnífica maestra, ¡ojalá con
el tiempo lo consiguiera!

48
La memoria me traiciona y no recuerdo
en qué año llegué a ese lugar que con tanto
cariño recuerdo, (Guasave, Sinaloa) creo que
fue en 1964. Recuerdo las clases de oratoria con
José Luis Leyson, uno de mis alumnos
destacados, su hermano Carlos Leyson, a mi
apreciada Virginia Amador Soria con la que
tengo una hermosa amistad y que compartimos
muchas coincidencias en nuestras vidas, a Juan
Burgos, a Juvenal Bovadilla, al Cani,
adolescente enamorado de su maestra, a
Chayito Izaguirre, inteligente y muy guapa, a
Glorha Alhcha “La Maye”, a Leonhla Vargas, de los
maestros recuerdo a mi querido Inocencio
Amador Soria, maestro de matemáticas y quien
sería más adelante mi futuro compañero, a
Martín Solis, a Alfredo Macías, a Salvador
Torrero, a Silvana Barajas, al Dr. Gustavo Cortés
Farias, al profesor Macías, a Martín por quien
suspiraban muchas adolescentes.

49
Era el profesor José Santos Partida quien
comandaba (con un encantador liderazgo) a
este grupo heterogéneo de maestros a quienes
recuerdo con tanto cariño y lástima que mi
memoria me traiciona y no recuerdo los
nombres de mis demás compañeros, excelentes
todos.

Fui muy feliz, la mayor parte de la gente


era amable, sobre todo la señora Beatriz Pinto
de Vázquez, que después fue mi comadre y su
esposo don Gerardo Vázquez, de los cuales
tengo los mas agradecidos recuerdos, ¡que Dios
los tenga en su gloria! De ahí siempre
trabajando como maestra en secundarha…

Posteriormente trabajé en Mazatlán,


tengo bellos recuerdos también, mis vecinos e
inseparables compañeros, Chela y Humberto
Gamboa.

50
Ahí compartí dichosa los espacios
escolares con Nestor Landeros, Marcelino
Dávalos, Gustavo Cortés y Jack Bambila, entre
otros muchos.

Después, en Chihuahua, en la Secundaria


Federal uno, en donde hice grandes amistades
como Julieta Ortega, Guadalupe Inés
Hernández, Herlinda Gallardo, Lucía Uriueta,
entre otros; la vida profesional siguió dándome
tantas satisfacciones pues todavía siento el
cariño y el calor que me brindaban mis
hermosos estudiantes y compañeros. Asistí a
grupos de lectura uno de ellos a cargo de la
maestra Dora Elena López, cómo olvidarlas a
todas.

Estudié simultáneamente la carrera de


letras españolas en la Universidad Autónoma
de Chihuahua, mi afán por aprender ha sido
constante, y ahí tuve tantos momentos dignos

51
de recordarse por la alegría de convivir y
estudiar con mis queridas “Sursumcorda” que
en latín shgnhfhca “arrhba los corazones”,
Bárbara Soltero, Pilar García, Mary León,
Argelia Padilla, Vicky Barrón, Hilda Bilbao,
Lucía Mendoza, entrañables todas.

En la UPN también hice preciosas


amistades, Alma Soria, Graciela Velo, América
Mayagoitia, Alicia Fernández, Ramón Holguín,
Ramón Sáenz, Olga Montes, Rossana Pegueros,
Breni Carrillo, Toño Ávila, Juan Tenorio, Polo
Coronado, Joel Villalobos, Chayito Piñón, Paty
de la cafetería, en realidad fui amiga de todos y
todas.

Mi memoria va en descenso, de tal forma


que seguramente estoy olvidando el nombre de
tantos y tantos compañeros que han sido bellos
conmigo, recuerdo muchas anécdotas con

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imágenes de sus rostros; en mi conrazón están,
aunque sus nombres se desvanecen.

Ahora asisto a una excelente institución


de la sección 8 del sindicato, que es la estancia
de día “Vhda dhgna”, agí me shento muy acthva
física e intectualmente y como siempre,
encuentro en mi paso seres amables,
considerados y cariñosos.

Eso en cuanto a mi vida profesional,


recuerdo cuando era una adolescente y cursaba
la secundaria, me enamoré perdidamente de
Carlos, ¿qué le veía a ese vago? Ni yo misma lo
sé, sólo sé que me empeciné con él y aunque
mi amiga, Anita Rosales, me repetía aquello de
que no cabe duda “que el marrano más gochcón
se lleva la meior mazorca”, yo me reía de la
puntada y seguía obstinada y enamorada, más
bien, obnubilada; también me lo decía mi
mamá:

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—Óyeme bien, Lita, porque no volveré a
repetírtelo y te lo digo como amiga,
Carlos es insufrible como pareja, de
verdad te lo digo, hija, vas a sufrir
mucho, es tomador, mujeriego, para
qué quieres más.

Pero a mí me parecía oír lo contrario. No


hice caso; no podía soportar la sola idea de vivir
sin él. En palabras exactas, yo lo adoraba y
estaba dispuesta a entregarle mi vida. Y eso
hice por largos años.

La maldición me persiguió y también se


cumplió conmigo. Mi divorcio con Carlos fue
una etapa difìcil, pues tuve que decidir entre
permanecer embelesada con él, sobrellevando
una vida que todos habían visto, menos yo, o
terminar.

Cualquiera puede imaginar cómo me


sentí al comprobar que mi esposo no se hacía

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responsable de las necesidades del hogar y
tenía cinco hijas con otra mujer. Así pagué el
costo de aquella maldición. Compartieron con
nosotros algunas amistades entrañables, Juan
José y Blanquita Aguilar (Los Paisanitos) y
Raymundo Ramírez y su esposa, Mary Tafoya.

Pero mientras se vive, nada es definitivo.


Cuando tuve sesenta años, volví a sentir el loco
amor; de nuevo me sentí ilusionada al tener
una hermosa relación con mi querido Chencho,
un exnovio de mi juventud que, después de
muchos años de no vernos, y al quedar viudo,
nos volvimos a encontrar, me hizo sentir
amada, con un amor sincero, tranquilo. Me di
cuenta que los hombres honestos, tranquilos y
generosos existen. Desgraciadamente, Chencho
murió de un infarto. Desde entonces, jamás he
vuelto a sentirme tan vhva… Su muerte me ghzo

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sentir devastada, pero su recuerdo amoroso
sigue en mí.

No obstante, todavía me esperaba una


enorme desdicha. La muerte de mi hermosa
hija Nayeli me mandó al fondo del pozo. Ella
enfermó repentinamente de una especie de
lupus, y debido a su embarazo de un mes y
medio, tanto el medicamento como los
esfuerzos de los doctores fueron inútiles.

Perderla y salir del dolor ha constituido


un reto inmenso; a partir de ese trágico suceso,
me levanté de la nada…

Y ustedes pueden decir que mi vida ha


sido desdichada. Pero cuando se ha perdido
tanto, se empieza a hacer un recuento de las
ganancias; la vida ha sido buena conmigo, me
ha dado más de lo que he pedido: una
profesión que me ha llenado de muchísima
satisfacción. Me levanté cada día, durante

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cuarenta y ocho años que duré en el ejercicio
de mi profesión, con entusiasmo, con pasión, al
ver a mis estudiantes aprender y ser mejores.
Me comprometí con ellos, infundiendo el deseo
de ser alguien, de perfeccionarse.

Sé que muchas personas, cuando se


enfrentan al sufrimiento toman caminos
equivocados; en mi caso, mi adicción y mi
terapia se llamó trabajo. Me esmeré en
alcanzar el perfeccionamiento del ser humano
a través de mis alumnos.

Pero sobre todo, he sido bendecida con la


vida de mis cuatro preciosos hijos; me han
llenado de dicha; han dado honor al significado
de sus nombres prehispánicos: Yuriria, que
shgnhfhca “agua que cae”, ga shdo como agua del
cielo, lluvia que transformó mi vida, del
páramo que era, en un vergel; esta hija que sale
adelante; con un carácter sumamente rebelde,

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que de seguro lo heredó de su madre, pero que
a diferencia de mí, lo usó para arrebatarle a la
vida todo lo bueno y beneficioso para su
existencia.

Una vez me preguntaron si yo tenía en


quién confiar y les contesté que sí, que yo
confiaba en mucha gente, pero desde luego que
en quien más confío es en mi hija Yuri y no
porque es mi hija, sino porque estoy segura que
nunca me escondería la verdad, por
desagradable que esta fuera, si yo siguiendo mis
impulsos me iba de largo o cometía algún
error, no tarda en señalármelo, no quiere
hacerme sentir bien, lo que quiere es que haga
lo justo y lo que debe ser, por eso confío en
ella, tiene más sentido común que muchos de
mi edad, su sinceridad es algo inapreciable.

Mi hija Yuri desde niña fue muy alegre y


ocurrente, pero sobre todo muy feliz, siempre

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ha sido muy optimista y esperando siempre lo
mejor de la vida, ella perdona con facilidad
muy solidaria, comprensiva y generosa… Mi
ghia Zazhl, que shgnhfhca “lumhnosa y brhllante”,
ha resplandecido mi ser; brillante en sus
buenas acciones y noble en su corazón; Carlita
ama con obras, me cuida y nunca me deja sola.

Luego, mi querido varón, mi cómplice,


Carlos Xicoténcatl, su segundo nombre en
honor del único indígena que se enfrentó a los
teules (así llamaban a los españoles invasores);
ese hijo mío tiene un anhelo de protegerme, se
toma la vida así, con valentía y alegría; es
bondadoso y considerado, poeta y filósofo que
sabe sentir amor, que comparte conmigo el
gusto por los libros y el saber. No recuerdo
cuántas veces me ha hecho reír a carcajada
abierta. Y mi niña Nayeli, cuyo nombre
signifhca, nh más nh menos, “te amo”.

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Ella abanderó por siempre el amor,
repartiendo sonrisas; irradió amor a todos los
que la rodeaban. Algún día estaremos juntas
para abrazarnos.

Todos mis hijos me han dado su amor y


he sido bendecida, pues su felicidad ha sido
compartida y contagiada.

En fin, mis hijos han hecho y me siguen


haciendo una persona feliz, ¡que Dios los
bendiga! Por todo lo que son y me han dado y
por solo el hecho de existir…

Ya han corrido muchas aguas por esos


puentes; muchas hojas han sido arrancadas de
los almanaques… y aquí seguhmos, ¡Grachas a
Dios! Atrás quedó mi infancia y juventud:
¡nanches, agualamas, pomarrosas, guanábanas
y hasta guamúchiles que no agradaban tanto
por el mal olor que dejaban en la boca! Sabores
y sinsabores de mi vida pasada.

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Hoy, 5 de junio, acaban de hacerme una
proposición indecorosa: don Raymundo, un
viejito coqueto de la estancia a la que asisto,
quien confiesa tener setenta y tres años, cuando
en realidad tiene noventa, me pide matrimonio.
No cabe duda, el amor es imperecedero; por mi
parte, el amor de pareja es un capítulo cerrado.

¿Hasta dónde la maldición de mi Grande


llegaría a mi vida? Esta fue la pregunta que me
hice por mucho tiempo. Tengo cinco nietos:
Jessica, Alejandro, Zazil, Luis Fernando y Jean.
Hasta ahora ninguno ha crecido sin sus
progenitores. Esa maldición no ha podido
permear la vida de mis hijos y nietos; por el
contrario, inician las nuevas generaciones no
con una maldición, como la que cargó mi
Grande y su descendencia —Merceditas,
Juanita, Chepina y yo— sino con ventura.

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Declaro para las nuevas generaciones un
cúmulo de bendiciones, promesas de Dios que
ahora les heredo a mis hijos y a sus sucesores
de vida, al mandar todas las noches mis
bendiciones, para que Dios los proteja y tengan
una vida próspera, llena de amor y con
hermosos compañeros y compañeras de vida. A
Jaime, esposo de Yuri; a José Luis, esposo de
Carlita; a Diana, esposa de Carlos, han sido
unos cónyuges dignos de admiración, han sido
compañeros de vida que luchan codo a codo
por la felicidad de ambos y de sus hijos.

La maldición no pudo permear la vida de


mis hijos y nietos, pues la clave fue orar por
ellos y dejar que Dios actúe y dé abundancia,
prosperidad, comprensión y amor.

Éxplicit

Gratitud

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Fui árbol añoso que se llenó, felizmente,
de risas y cantos, de cuentos y bullicio, y creí
que mis ramas solo podían servir para que
pendheran columphos…

Permíteme entonces que, como Juana de


Ibarbourou, ahora exclame:

¡Milagro! ¡Prodigio!

Porque un hálito de tardía primavera


llegó y llenó mis viejas ramas de exultante
savia. Solo por eso tengo que dar gracias… a
Dios.

Lita

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Chepina y su hija Lita 1936

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Lita Parroquín de niña

66
Chepina (madre de Lita), Don Julio (padre de
Lita) y Lita de niña en el patio de Santiago con
su conejita "La Chata".

67
Don Julio Parroquín (Padre de Lita)

68
Lita Parroquín adolescente

69
Lita en una presentación teatral

70
Lita Parroquín en Acapulco

71
Esta obr a se ter minó de impr imir el 19 de septiembr e de 2018
en la ciudad de Chihuahua, Chih., México
Pr oducción Editor ialIntegr al:
Editorial Aldea Global
Calle Sao Paolo # 2105
F r acc. Jar dines del Nor te, C.P. 31130
Chihuahua, Chih., México
T el. 614 410 8486
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