Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Reflexiones para El Ayuno

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 47

 

 
Índice:

¿Anticuado el Ayuno?

Ayuno Oración y Caridad

Ayuno Textos

Cambiaste mi luto en danza

¿ANTICUADO EL AYUNO?
Entre gentes de poca formación y de escasas prácticas
religiosas está muy difundida la idea de que, para ser
buenos, hay que pasarlo mal y de que una conducta recta
lleva siempre consigo multitud de sinsabores y
sufrimientos. A más santidad, más cruz; a peor conducta,
más placer. Estas personas, bautizadas y creyentes a su
manera, se confiesan católicos sin dificultad, conservan
también a su modo una fe de la infancia, mantienen
frecuentes contactos con la Iglesia (bautizos, bodas,
comuniones, funerales, fiestas religiosas) y han oído
campanas sobre la cruz de Cristo y las penitencias de los
santos; sobre la vía estrecha que conduce al Reino de los
cielos. Pero si les aseguras que son bienaventurados, o
sea, felices, los pobres y los que lloran, no terminan de
creérselo.

Ni tampoco nosotros, al menos del todo. En una u otra


medida nos ocurre a todos lo que a los Apóstoles cuando
Jesús les hablaba de que el Hijo del Hombre tenía que sufrir
en Jerusalén una muerte de cruz. "No quiera Dios,
reaccionó Pedro, que esto te suceda" Por lo que Jesús le
reprendió y le llamó Satanás diciéndole: "Tú no sientes las
cosas de Dios, sino las de los hombres" (Mt. 16, 21-23).
En efecto, para los hombres es duro de pelar eso del
sufrimiento y de la muerte. Por eso el Señor, en todos los
anuncios de la Pasión, terminaba diciendo "al tercer día
resucitará".

El ayuno en la Biblia
 
 
La Cuaresma, bien lo sabemos, es un camino de penitencia
y purificación hacia la Pascua. Siempre con luz en el
horizonte. Pero no cabe duda de que, desde los antiguos
profetas hasta el Bautista, y lo mismo Jesús y sus
apóstoles, todos practicaron y recomendaron el ayuno
como camino de conversión y purificación, o de ofrenda a
Dios sin más, el caso de Jesús. El daba por descontado que
los judíos de su tiempo practicaban el ayuno, al decirles
que, cuando lo hicieran, no se pusieran cari tristes como los
fariseos, sino que se acicalaran y perfumaran (Mt. 5,17).
Cierto que sus discípulos ayunaban menos que los de Juan
Bautista (Lc. 5,32), porque lo que más le iba a Jesús no era
tanto la materialidad de comer poco, cuanto otras
renuncias más profundas y valiosas a las que se referían
también los profetas: " Sabéis qué ayuno quiero yo?
Romper las ataduras de la iniquidad etc..." (Is. 58, 6-14).

Ayunar, para los israelitas, era un modo de prepararse a los


acontecimientos santos, o de propiciarse el favor de Dios,
cuando el creyente humilde o el pueblo como tal se
sentían, por sus pecados, indignos de Él. El caso más
señalado es el de Nínive, ciudad prevaricadora, cuyos
habitantes, al conjuro del profeta Jonás, desde el rey hasta
los animales, practicaron un ayuno integral arrepintiéndose
de sus pecados, logrando así que Dios también se
arrepintiera de su propósito de exterminarlos (Cf. Jon. 3).

Sin meternos en demasiadas honduras, puede decirse que


el ayuno bíblico, sobre todo en el Antiguo Testamento, no
revestía el carácter de práctica ordinaria para educar la
voluntad y santificarse diariamente. Sí, en cambio, en la
Historia de la Iglesia, donde los monjes y las órdenes
mendicantes lo practicaban como mortificación de los
sentidos y reparación por los pecados propios y ajenos,
como imitación y comunión con la pasión redentora de
Jesucristo. En esta clave están pensadas todas las prácticas
penitenciales, incluidos los cilicios y disciplinas establecidos
en las Reglas tradicionales de las Órdenes religiosas.
 
 
El recuerdo de algunos excesos y, de las procesiones de
disciplinantes, en la Edad Media, junto con algunas
corrientes de la sicología y de la antropología modernas,
han reducido notablemente también en la Iglesia este tipo
de penitencias corporales, sin que eso signifique que han
perdido totalmente su sentido, ni un menosprecio hacia los
que todavía las practican. Siguen conmoviéndonos y
edificándonos los que peregrinan a Santiago, a Guadalupe
o a otros santuarios, ya sea con los pies descalzos, ya
hinchados y sangrantes bajo las sandalias, tras recorridos
extenuantes. Valga lo mismo para los anónimos penitentes
encapuchados que forman filas silenciosas, con una cruz a
cuestas, en las procesiones de Semana Santa, tras de los
Cristos y las Dolorosas.

La penitencia cristiana

No es éste un tema sencillo, de los que se despachan de un


plumazo. Después de la Pasión dolorosa de Cristo, de
todas sus palabras y ejemplos sobre el misterio de la Cruz;
después de una tradición de veinte siglos de espíritu y
práctica penitencial en la Iglesia, sería frívolo pasarse con
armas y bagajes a las huestes de la posmodernidad, dando
por definitivo que el sufrimiento físico o moral carece de
sentido y sumándonos alegres a la cultura, no del bien-ser,
sino del bien-estar. No ignoro que la sicología, la
antropología, y mucho más una teología más positiva de lo
humano, tengan alguna palabra que decir en esta materia.

De hecho, el ayuno obligatorio en la Iglesia ha quedado hoy


reducido a dos días al año, el miércoles de Ceniza y el
Viernes Santo. La abstinencia de carne no es ni sombra de
lo que era y es sustituible por una obra buena todos los
viernes no cuaresmales. Creo, no obstante, que se
mantienen por dos motivos, a mi juicio muy justificado,
ambos con carácter de signo: su sintonía con la gran
tradición de la Iglesia y su denuncia simbólica de que no
sólo de pan vive el hombre. Bien; ¿y con esto queda
abolida, arrumbada incluso, la dimensión penitencial de la
vida cristiana? Contesto, en sentido contestatario, que
 
 
absolutamente no. Pienso más bien, que se nos dispensa de
eso porque se nos exige mucho más.

Ante todo, la Iglesia de hoy, con el profeta Joel y con Jesús,


nos exige que rasguemos nuestros corazones en lugar de
nuestros vestidos; que ayunemos de nuestras malas
obras, en lugar de hacerlo de un pan que nos sobra y, para
más inri, que nos engorda. El ayuno no ha desaparecido
del mundo. Lo que pasa es que se manifiesta con una de
estas tres fórmulas, tan actuales como inquietantes y
extendidas: Una, el atroz ayuno involuntario de una cuarta
parte de la humanidad en la llamada geografía del hambre;
dos, el ayuno dietético de las y los que no quieren ganar
peso, incluso hasta la anorexia; y tres, las llamadas
huelgas de hambre, con carácter de contestación y presión,
ante acciones u omisiones públicas que los abstinentes
quieren modificar. Cada uno de estos tres ayunos nos
interpela a su manera: el hambre en el mundo para sacudir
nuestra conciencia de estómagos satisfechos; las dietas de
adelgazamiento, en lo que tienen de legítimo y en lo que
encubren de obsesivo y egocéntrico; las huelgas de
hambre, con sus motivaciones casi siempre altruistas y sus
excesos de auto castigo.

Austeridad solidaria

¿Saben qué modelos de ayuno pueden considerarse como


más indicados para conjugar la tradición judeocristiana con
la sensibilidad de hoy o, mejor, con los signos de los
tiempos? Pues, considero acertados el Día del ayuno
voluntario de "Manos Unidas", comiendo de ayuno y
destinando el sobrante a la Campaña; o las cenas contra el
hambre, en las que se ofrece un menú frugal y se paga
uno caro. Pero, lo más consistente y significativo es
adoptar la austeridad como estilo de vida, aunque se
tengan medios para más. Ayuno cristiano es la privación
voluntaria, evangélica y solidaria, del consumo de bienes
materiales, a imitación del Maestro, en beneficio de los
pobres y por vivencia anticipada del Reino de Dios.
 
 
 

Ayuno, oración y caridad...


Ayuno, oración y caridad...
¿Cómo enseñarles a los pequeños del hogar?

El Evangelio del Miércoles de Ceniza (Mateo 6: 1-6; 16-18) nos


relata como el Señor Jesús les enseña a sus discípulos a hacer
penitencia. Jesús precisó tres áreas básicas para la práctica de la
penitencia en la vida de todo cristiano: ayuno, oración y caridad.
¿Como aplicar estos principios a los más pequeños del hogar?
¿Cómo podemos enseñarles hacer penitencia por amor al Señor
Jesús? Aquí algunos consejos para introducir a nuestros hijos en
la práctica de la penitencia aprovechando estas dos últimas
semanas previas a la Semana Santa.

Ayuno

El prolífico escritor inglés C.S Lewis hizo una interesante


observación acerca de la gula (glotonería) en su magistral obra
"Cartas del Diablo a su Sobrino". Lewis enfatizó que sobre la gula
es importante tener en cuenta ser conscientes sobre que, cuando
y donde se come.

Para nuestros hijos, esto perfectamente se puede trasladar a la


renuncia de comer cualquier cosa que no sea pizza o las donas, o
en casos menos extremos, a un fuerte desprendimiento por los
vegetales.

Sin embargo, el truco esta en alentar a los chicos a que ellos


puedan vencer esas aversiones por ciertos platos de comida, en
vez de inducirlos a rechazar dulces o chocolates. Es necesario que
nos aseguremos de que ellos entienden el porqué de este cambio,
el cual debe salir desde el corazón y no hacerlo de mala gana. Si
la acción se ha hecho bien, entonces será una verdadera
penitencia la cual tendrá muchos beneficios duraderos. Asegúrese
de que ellos entiendan que no es necesario que les guste la
comida; sólo que tengan la voluntad para eliminar por un momento
su engreimiento y puedan comer ese plato de comida.
 
 
Debido a nuestra caída naturaleza humana, siempre podemos
controlar nuestros gustos y disgustos, y Dios no está esperando
una super-humana habilidad por parte de nosotros; Él espera, por
el contrario, que nosotros seamos obedientes al Plan que tiene
trazado para nosotros, lo cual siempre implica algunos sacrificios.

Caridad

Todos los cristianos conocen que se debe compartir el dinero con


los pobres. Pero los niños no ganan dinero. Nosotros debemos
darles algunas monedas para que las coloquen en la alcancía del
templo. ¿Pero esto verdaderamente los ayuda a entender el
concepto de caridad, o simplemente lo toman como un juego?

Durante la Cuaresma, la mayoría de católicos participa en distintas


campañas de solidaridad con los más pobres y necesitados de su
comunidad, país y del mundo. Se les pide hacer pequeños
ofrecimientos en nombre de la pobreza y hambruna que azota al
mundo.

Este año, en lugar de darles dinero a sus hijos para que lo pongan
en su alcancía, enséñeles a ganarse ese dinero. Pon una lista en
el refrigerador de la casa con todas las tareas que ellos puedan
hacer y por las cuales recibirían algunas monedas. Por ejemplo,
podrían ganarse una moneda por cada plato que laven; o dos si es
que ellos lo hacen sin que se les pida primero. Tres si ayudan a
cortar el césped o sacar la basura y recoger el correo.

Al final, el niño deberá ser alentado a que comparta el dinero


ganado con aquellos que son menos afortunados que él.

Oración

Muchos santos, desde temprana edad, fueron enseñados por sus


padres a orar. Estas oraciones fueron muy sencillas -algunas
veces ellos mismas la hacían- como Ángel de la Guarda o el Ave
María. Pero la fe y la atención con la que fueron dichas hacen una
tremenda diferencia en los niños.

Como padres, debemos alentar a que el niño desarrolle una vida


de oración a través del ejemplo. Dejemos que ellos nos vean
orando y con claros signos piedad. No asumamos que, por
 
 
observarnos en actitud de cabizbajos en el banco de la Iglesia
entienda el mensaje de que nosotros verdaderamente amamos al
Señor. El niño es una persona concreta, y por lo tanto, nuestras
acciones externas lo deberán ayudar a entender nuestra
disposición interior (la cual ellos no la pueden ver).

Junto a la oración dicha, los santos alcanzaban una relación muy


íntima a través de la oración mental. La meditación católica es
basada en una figura mental. Por ejemplo, alguien que esté
meditando en la crucifixión, forma una figura mental de ese evento,
y luego, haciendo un lado todo tipo de distracción en la mente, se
concentra en esa imaginación.

Esto es demasiado para un chico de 8 años. Un niño, a menudo,


no puede hacer un dibujo mental. Y es aquí donde los padres
entran en escena. Pasa algún tiempo con tu hijo, quizás unos 15
minutos la tarde del domingo, y escoge un misterio del Rosario.
Toma al niño en tus brazos y descríbele la escena de la vida de
Cristo. Luego pregúntale lo que él piensa acerca de poner esa
imagen en su mente. Intenta y guíalo hacia un diálogo con Cristo
en vez de que sea sólo contigo. Tu deberás decirle: "¿Que le dirías
al Niños Jesús y a la Virgen María si los vieras en Belén?" Si
puedes ayudar a tu hijo a cultivar el hábito de la conversación
interior, entonces lo habrás empujado hacia el camino de la
santidad.

AYUNO TEXTOS
1. Ayuno Textos

«Hay por ahí quienes observan la cuaresma


antes regalada que religiosamente,
y se dan más a la invención de manjares nuevos
que a reprimir pasiones viejas.
Se hacen con múltiples y costosas provisiones
de todo género de frutos, hasta dar
con los platos más variados y suculentos;
y, rehuyendo tocar las ollas donde se coció la carne,
por no mancillarse, abrevan sus cuerpos
en los más refinados placeres del sentido».
 
 
Un ayuno rutinario

El ayuno es costumbre más judía que cristiana. Incluso, si


apuramos un poco, es rito maniqueo más que profético.
«Sello de la boca», porque la materia y los alimentos son
impuros.

Los grandes profetas judíos entendieron y explicaron


maravillosamente el sentido verdadero del ayuno (Is. 58;
Am. 5,21-25; 05-6,6; Mi. 6,8...). Y Jesús, nuestro Maestro,
nos enseñó con su doctrina y su praxis que lo que entra por
la boca no mancha al hombre; que no se debe ayunar en
un banquete de bodas, cuando el novio está presente; que
se debe ayunar en cambio de todo egoísmo, de toda
injusticia, de toda avaricia, de toda maldad (Mc. 2,18-22;
7,15-23). Si el ayunar fuera un mérito, tendríamos que
canonizar a todos los hambrientos de la tierra. No es el
comer o el ayunar lo que importa, sino el espíritu con que
se come o se ayuna. Jesús ayunó como el mayor de los
ascetas y compartió la mesa de los ricos y los pobres, de
los justos y pecadores, hasta granjearse el calificativo de
«comilón y borracho» (Mt. ll, l9). Yo puedo alabar a Dios si
me privo de un alimento y puedo alabar a Dios si tomo un
alimento, y alabo mejor a Dios si comparto el alimento. Un
vaso de agua bebido y agradecido es un acto virtuoso; un
vaso de agua esparcido en tierra como ofrenda a Dios es
también un acto virtuoso, pero no necesariamente más que
el primero. Y aún existe otra alternativa mejor: dar ese
vaso de agua al prójimo que lo necesita. Ese vaso sí que lo
bebe Dios. Sea éste nuestro ayuno. No el ayuno que me
impone una ley, sino el que me pide la caridad. Sólo ayuna
bien el que ayuna desde el amor y para amar.

El miércoles de ceniza ayunan los cristianos. Habría que ver


qué tanto por ciento. Pero este espectáculo produce
desazón. ¿A qué se reduce ese día de ayuno? ¿Por qué y
para qué y cómo ayunamos? ¿Para cumplir o para hacer
obras buenas? ¿Para imitar a Cristo en el desierto? No sé si
ganaremos méritos, ¿pero ganan algo los pobres con
nuestro ayuno? ¿Dejan de ayunar por eso los hambrientos
 
 
del mundo? Porque éste es el problema; si el hambre es el
mayor castigo y el mayor pecado de nuestro tiempo, ¿no
resulta ridículo y hasta burlesco el que ayunemos un día,
para seguir tranquilos, sintiéndonos buenos cristianos?

Ayunemos desde la solidaridad. Hoy sólo se puede hablar


de ayuno gritando la injusticia en que vivimos. Hoy sólo se
puede ayunar luchando para que otros no ayunen. Hoy sólo
se puede celebrar el ayuno asumiendo el dolor, la
impotencia y la rabia de los millones de hambrientos.

Ayunar es amar. El ayuno que Dios quiere sigue siendo el


de partir tu pan con el hambriento; el privarte no sólo de
los bienes superfluos, sino aún de los necesarios en favor
de los que tienen menos; el dar trabajo al que no lo tiene o
ayudar a solucionar el problema del paro; el curar a los que
están enfermos de cuerpo o de espíritu; el liberar al
drogadicto o prevenir su caída; el denunciar toda injusticia;
el dar amor al que está solo y a todo el que se te acerca.

Ayunar es amar. No demos importancia a la comida de la


que se priva un satisfecho. Damos importancia a la comida
que posibilitamos a un hambriento. No importa quedarnos
nosotros un día sin comer. Sí importa dar a Dios un día de
comer. Sea, pues nuestro ayuno voluntario el impedir los
ayunos obligados de los pobres. Ayunemos para que nadie
tenga que ayunar. También concedo otra legitimación del
ayuno. Sea el ayuno signo de nuestra libertad y protesta
contra la tiranía del consumismo: Bienvenido este miércoles
de ceniza si me entrena en la lucha permanente contra las
seducciones consumistas. Ayunemos para saber decir no a
la oferta seductora de la manzana paradisíaca o televisiva.
No quiero ser puro cliente del mercado. Ayunemos para la
libertad. Y ayunemos para la austeridad. Ayunemos para
nuestra paz; por aquello de que no es más feliz el que más
tiene y más consume, sino el que más es y menos necesita.

3. SOLIDARIDAD
 
 
«Ningún acto de virtud puede ser grande si de él no se
sigue también provecho para los otros... Así pues, por más
que te pases el día en ayunas, por más que duermas sobre
el duro suelo, y comas ceniza, y suspires continuamente, si
no haces bien a otros, no haces nada grande».

4. AYUNO-SOLIDARIO:

«Quien no ayuna para el pobre engaña a Dios. El que ayuna


y no distribuye su alimento, sino que lo guarda, demuestra
que ayuna por codicia, no por Cristo. Así pues, hermanos,
cuando ayunemos, coloquemos nuestro sustento en manos
del pobre».

5. CONSUMO/IDOLATRIA

-Una lección de austeridad

Es la primera lección de este breve cursillo antropológico.


No se trata de discutir sobre ritos, comidas y bebidas.
Sabemos bien que «el Reino de Dios no es comida ni
bebida» (Rm. 14,17); que «no somos menos porque no
comamos, ni somos más porque comamos» (1Cor. 8,8); y
que «el no tomes, no gustes, no toques, son cosas
destinadas a perecer» (Col. 2,21-22). Se trata de valorar la
austeridad como un camino de libertad y de amor, o, lo que
es lo mismo, como un medio para conseguir más
humanidad.

Esta enseñanza de la austeridad nos viene hoy a


contrapelo. La religión que impera actualmente en la
mayoría de los países es el consumismo. Sus invitaciones
son irresistibles y sus razones son poderosas. «Consume y
sé feliz». El consumo es necesario, porque calienta los
motores económicos. El consumo satisface las necesidades
y los deseos. El consumo significa progreso y alto nivel de
vida.

-La peor de las drogas


 
 
Pero esta religión del consumismo es idolátrica, y por lo
tanto engañosa y cruel. Engañosa, porque la satisfacción de
los deseos -casi siempre provocados artificialmente- no
engendra felicidad y, a veces, ni siquiera placer; lo que
produce desencanto e insatisfacción. Cruel, porque el ídolo
consumista castiga con la esclavitud y la dependencia. Es la
peor de las drogas. En vez de vivir, te des-vives. Corres
locamente, como el galgo en el canódromo, detrás de una
liebre llena de serrín. Cruel también porque está ansiosa
persecución de las cosas engendra enormes injusticias y
desigualdades sociales. «No se trata de una liberación de
nuestras carencias, sino de nuestro consumo en el que
acabamos por consumirnos nosotros mismos».

-La felicidad, canción del alma

Contra la ley del consumo el miércoles de ceniza nos


predica austeridad. Nos enseña que no es más feliz el que
más tiene, sino el que menos necesita; que no es más libre
el que más consume, sino el que más comparte; que no es
más hombre el que más engorda, sino el que más crea. La
felicidad no es producto de consumo, sino canción del
alma; no entra de fuera adentro, sino que sale de dentro
afuera.

-Llamada de atención

Ayunar y abstenerse de comer carne. Más que una ley es


una llamada de atención, un signo pedagógico. Ayunamos
para la libertad y el amor, para liberarnos de las cosas y
compartirlas. Si no es así, mejor que no ayunes, porque
ese ayuno legalista serviría para tu propia auto
justificación. Si te conformas con ayunar, crees que llegas
al límite del cumplimiento, cuando no has empezado ni el
catón; crees que agradas a Dios, cuando no eres más que
un esclavo de la ley. El yugo y la carga de Jesús no son
ayuno y cenizas. El ayuno y la ceniza que Dios quiere ya
están claros desde Isaías. Te lo traduzco hoy en los
siguientes decálogos:
 
 
El ayuno que Dios quiere
• que no hagas gastos superfluos,
• que tus inversiones las pongas en el banco del tercer
mundo y en la cuenta corriente de los pobres,
• que prefieras pasar tú necesidad, antes que la pase el
hermano,
• que ofrezcas tu tiempo al que te lo pida,
• que prefieras servir a ser servido,
• que tengas hambre y sed de justicia,
• que te comprometas en la lucha contra toda
marginación,
• que veas en todo hombre a un hermano,
• que veas en el pobre y todo el que sufre un sacramento
de Cristo,
• que esperes cada día una nueva humanidad.

La abstinencia que Dios quiere


• que no seas esclavo del consumo, los juegos, las modas,
• que te abstengas de tanta TV. y tanto vídeo,
• que frecuentes menos los bares, discotecas y lugares
parecidos,
• que no seas esclavo ni del sexo ni de nada,
• que te abstengas de toda violencia,
• que respetes todo ser vivo,
• que te abstengas de palabras ociosas y necias,
• que te alimentes de la palabra de Dios,
• que comas la carne de Dios.

La ceniza que Dios quiere


• que no te consideres dueño de nada, sino humilde
administrador,
• que no te gloríes de tus talentos, sino que con ellos
edifiques a los demás,
• que no te creas santo o te creas algo, porque santo y
grande sólo es Dios,
• que no te deprimas ni te acobardes, porque Dios es tu
victoria,
• que aprecies el valor de las cosas sencillas,
• que valores más la calidad que la cantidad,
 
 
• que vivas el momento presente, sin tantos miedos y
añoranzas,
• que estés abierto siempre a la esperanza,
• que ames la vida y la defiendas,
• que no temas la muerte, porque siempre es Pascua

6. EL Verdadero Ayuno

Debe ir unido con el amor al prójimo y comporta una


búsqueda de la verdadera justicia (Is. 58, 2-11) Alcanza su
sentido pleno, cuando nos asimila "a la Cruz de Cristo". Es
el significado específico del ayuno pascual.

Lo expresa bellamente San Agustín: "Ayunemos, pues,


humillando nuestras almas ante la proximidad del día en
que el Maestro de la humildad se humilló a si mismo
haciéndose obediente hasta la muerte de cruz. Imitemos su
crucifixión sujetando a la cruz, con los clavos de la
abstinencia, nuestras pasiones desenfrenadas" (sermón
2O8 sobre la Cuaresma).

-AYUNAR SIN AYUNAR

Podemos "cumplir la ley a la letra". Pero no su espíritu.


Podemos, "ayunando, no ayunar". Oigamos a San Juan
Crisostomo ·"Cuando ayunéis os decía que podíais muy bien
hacerlo sin ayunar; hoy os digo que se puede ayunar
igualmente no ayunando. Quizás os parezca enigmático
este lenguaje; voy a daros enseguida la clave. ¿Cómo es
posible, ayunando, no ayunar? Así ocurre cuando,
renunciando al alimento, no renuncia uno a sus pecados.
¿Cómo es posible, no ayunando, ayunar? Así es cuando uno
usa el alimento sin usar el pecado. Este ayuno es mucho
mejor que el otro. Y no sólo mejor, sino además más fácil"
(Homilía contra la embriaguez y sobre la Resurrección).

7. El ayuno que Dios quiere

Un día de ayuno, amigos, es como el guardar un minuto de


silencio. No tiene un valor práctico, sino simbólico. Un
 
 
minuto de silencio no arregla problema alguno, pero crea
solidaridad. Nos privamos durante un minuto del habla,
para manifestar rechazo, dolor, indignación, compasión. Es
como un ayuno mental. Que cesen las palabras, pero que
hablen los hechos; que calle el entendimiento, pero que
grite el corazón. No hay nada más elocuente que un minuto
de silencio. Un minuto de silencio puede ser un minuto de
escucha, un minuto de reflexión, un minuto de
compromiso, un minuto de amor.

-Ayunar es amar

Un día de ayuno debe ser también un día de amor y una


semilla de esperanza. Cada día de ayuno debiera traducirse
en un paso contra el egoísmo, un esfuerzo de comprensión,
un compromiso por la justicia, un trabajo por la paz, una
violencia de amor.

-Ayunar es convertirse

Un día de ayuno no nos convierte, pero nos hace consciente


de la necesidad de convertirnos; no soluciona el problema
del hambre, pero nos solidariza con los hambrientos; no
nos libera del consumo, pero nos inicia en el ejercicio de la
libertad. Es como una breve y multiplicada huelga de
hambre. Es protesta contra la injusticia, es llamada a la
conversión, es grito profético. Se castiga uno a sí mismo,
para que otros no sean castigados. Se hace parar al
estómago, para que trabaje el espíritu. Se priva uno de
alimentos, para que nos privemos de los vicios.

-Ayunar es dejarse arrebatar por el hermano

Siguiendo las enseñanzas de Jesús, sus discípulos,


nosotros, no tendríamos que ayunar, porque a los amigos
del novio no se les ocurre ayunar cuando el novio está con
ellos. Se nos permitirían si acaso tres días de ayuno por los
tres días que el esposo nos fue arrebatado. Y podemos
ayunar cuantas veces nos sea arrebatado el esposo: en
cada hermano injustamente condenado o cruelmente
 
 
asesinado o en cada hermano que dejamos morir o
abandonamos en su soledad.

Nuestro ayuno no es una imposición, es una necesidad. ¿Es


que no se te han quitado nunca las ganas de comer? Pues,
enhorabuena, amigo, por tu buen estómago. Es lo que más
admiro del rico Epulón, capaz de comer espléndidamente
delante de un hambriento. Normalmente, cuando te
conciencias de tanto sufrimiento injusto, se te quitan las
ganas de llevarte bocado a la boca.

-Nuestro ayuno es signo de solidaridad

Queremos unirnos voluntariamente a todos los que ayunan


necesariamente. Queremos comulgar con los hambrientos
del mundo y comprometernos en la lucha por su liberación.
«El ayuno que yo quiero es éste...; partir tu pan con el
hambriento...» (Is, 58-07).

-Nuestro ayuno es signo de justicia

Estamos viviendo en un mundo cruel, donde a unos se le


hincha el estómago de comer y a otros el vientre de no
comer; donde un 25% de epulones banquetea
espléndidamente y un 75% de Lázaros debe conformarse
con las migajas. Así que muchas de nuestras comidas
tienen el amargo sabor de lo robado.

-Nuestro ayuno es signo de libertad

Me libero de las leyes tiránicas del instinto y del consumo.


No me dejo seducir por las ofertas deslumbrantes del
comercio. No quiero vivir para consumir. Quiero vivir para
amar. Quiero vivir en el amor.

-Signo de amor

En el fondo, nuestro ayuno, todo ayuno verdadero, es un


signo de amor. Se ayuna para amar y solamente para
amar.
 
 
Al empezar la cuaresma, un día de ayuno. Sea un día de
silencio, un día de oración, un día de amor. No te costará
demasiado. Será para ti como una exigencia de solidaridad.

8. AYUNO/SOLIDARIDAD

«Me dicen: ¡come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!


Pero ¿cómo puedo comer y beber
si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?

9. Dos días de ayuno

El tiempo de Cuaresma se abre con un día de ayuno,


Miércoles de Ceniza, y se cierra con un día de ayuno,
Viernes Santo. Dos días de ayuno al año. Un signo, más
que un valor eficaz. Los fariseos, los antiguos cristianos,
nuestros abuelos, los musulmanes de hoy, se reirían de
nosotros.

Dos días de ayuno, porque somos hermanos de cuantos


tienen que ayunar todos los días. Dos días de ayuno,
porque Jesús, el Señor, ayunó 40. Dos días de ayuno,
porque nos sobran quizá más de dos calorías. Dos días de
ayuno, porque podemos ahorrar más de doscientas pesetas
y compartirlas con los más pobres.

"El ayuno que yo quiero es éste: ... partir tu pan con el


hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que
ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne" (Is 58, 7).

Ayuna, pero no estés triste. El ayuno entristece al


estómago, pero es bueno. Tiene el estómago demasiadas
exigencias; resulta caprichoso, insaciable, violento. Es
como un niño mal educado que nos tiraniza con sus
continuas quejas. Se merece un pequeño castigo. Que
coma menos dos días, por sus excesos en muchos días.

El estómago quiere hacerse el centro de todo el cuerpo,


como si todos los demás miembros debieran trabajar para
 
 
él, como si sólo se viviera para comer y dar gusto al
estómago. ¡Un poco de orden! Si las desigualdades entre
los miembros de la sociedad son intolerables, las
desigualdades entre los miembros del mismo cuerpo son
inconcebibles. Otros miembros más dignos, aunque más
humildes y sufridos, se sienten perjudicados por los
egoísmos estomacales. La mente dice que tiene hambre de
verdad y que nadie se preocupa por satisfacerla. El corazón
se queja de su hambre de amor, pero que no come apenas,
y así, mientras su hermano el estómago está dilatadísimo,
él se siente bastante atrofiado. El espíritu manifiesta su
hambre de palabra, de Dios, y que debe conformarse con
unas migajas. Es justo un castigo al estómago, de dos días
por lo menos. Dos días olvidando los derechos del
estómago, para atender mejor a los derechos del espíritu,
del corazón y de la mente. Dos días comiendo menos, para
pensar más, para rezar más, para amar más. Dos días
pasando hambre, por el hambre que hace pasar a los
demás con su hartura. Dos días, en fin, ayunando, para que
comprendamos que "no sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios".

10. AYUNO/FUERZA:

Hay cierto tipo de demonios, decía Jesús, que sólo pueden


ser vencidos con la oración y el ayuno (/Mc/09/29). Quizá
lo podía saber por la propia experiencia. El ayuno,
convenientemente utilizado, es una fuerza liberadora. El
ayuno de Jesús es el signo de una dedicación total al Padre:
«Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y que
acabe su obra» (Jn. 4, 34).

Dejar de comer, lo mismo que permanecer virgen, es


porque tiene que dedicarse por entero al Padre y a la obra
que el Padre le había encomendado; un signo. No quiere
decir que no tenga que alimentarse: incluso le llamaron
«comilón y borracho» (Mt. 11, 19); pero esos banquetes de
Jesús con los pecadores son también parte de la tarea
encomendada por el Padre. Por otra parte, sabemos con
qué libertad más soberana se mueve Jesús en relación a las
 
 
leyes del ayuno (cf. Mac. 2,18-28). Jesús no ayunaba por
obligación legal, por pura negatividad o afán de
mortificación. Ayuna para entregarse al Padre en cuerpo y
alma.

En Jesús, el ayuno también es signo de una vida austera,


lejos de todo apego al consumo y a los bienes materiales,
porque «el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la
cabeza» (Lc. 9, 58).

La causa del ayuno en la sociedad de hoy está perdida, si


no es como dieta para adelgazar o como signo profético: la
huelga de hambre, que, naturalmente, ha de ser publicada
y conocida.

-Por el reino

Para el cristiano, el ayuno sigue teniendo sentido cuando se


hace por la causa del reino, cuando se hace desde la
libertad, la austeridad y la solidaridad. Cuando ayunamos
para no dejarnos esclavizar por el consumo, para no
convertirnos en un simple cliente del mercado; o cuando
ayunamos para no vivir apegados a cosas y bienes
materiales; o cuando ayunamos para compartir, para amar.
Ayunar es amar. Hoy debemos ayunar asumiendo el dolor
de los millones de hambrientos y luchando para que otros
no ayunen. «El ayuno que Dios quiere es que otros no
ayunen». No importa tanto quedarnos nosotros un día sin
comer por Dios, sino dar un día de comer a Dios. Lo
nuestro no es la ley del ayuno, sino la ley del amor.

11. Ayunar, ¿para qué?

Que los banquetes y el buen vino tengan fuerza de


persuasión es fácil de entender. Cuando Judit descolgó el
alfanje de Holofernes y agarró su melena para asestarle
buenos golpes, éste estaba durmiendo en brazos de
Dionisio vencido por la carga de alcohol. Más raro parecería
pensar que la abstinencia pueda tener una fuerza social
reivindicativa. Un dolor profundo puede provocar anorexia,
 
 
pero el ayuno puede ser programado como protesta y como
medio de atraer la atención pública y esgrimirla hábilmente
como un arma. ¿Un método de comunicación social, en
definitiva?

Ciertamente, un método terapéutico tan antiguo como el


hombre. Para las gastroenteritis. O simplemente para
equilibrar un exceso. Las pasadas Navidades la prensa
informó de los apuros gástricos que pasó un célebre
novelista italiano después de una exuberante cena.
Alarmas, temores de infarto. Y al fin, simple ayuno y a
escribir de nuevo. Cuántos más debieron de pasar por
trances parecidos después de Noche Vieja.

Pero algunas escuelas de medicina recomiendan ayunar con


alguna frecuencia simplemente para limpiar el cuerpo de
factores perturbadores. Un ayuno de zumo de frutas
durante una semana, dicen, es una verdadera limpieza a
fondo de primera para el organismo. Los tres primeros días
son igual que un ascenso a una montaña. Cuando se está
arriba, leo, es cuando empieza la caminata refrescante por
las alturas. Entonces logra elevar al máximo la capacidad
de concentración. Y hay que tomarlo con paz, dicen. Rige,
en el ayuno, uno regla muy importante: no enfadarse. La
alegría distendida es buena medida para estimular las
glándulas endocrinas.

Pero un piensa que esto no es posible en un ambiente


urbano, de trabajo y de relaciones sociales, al que se asocia
invariablemente una amplia oferta de restaurantes, de
fiestas y se contempla todo si no como de estímulo para las
endocrinas, sí al menos para otras secreciones bucales. Y,
desde luego, para la distensión.

La práctica del ayuno parece ir asociada a otro tipo de


cultura. Ayuno del Talismán de Jade, o de Barro y de
Carbón, de las ceremonias de purificación taoístas. Pero no
vayamos tan lejos. El pasado verano viví una de las
experiencias más fuertes de mi vida en la península
Calcídica. Visité cinco monasterios del monte Athos y
 
 
conviví con los monjes. Recuerdo que allí comí un día el
pan más sabroso de mi vida. En una de las dos únicas
comidas del día, a base de cereales y verdura. Recién
sacado del horno había en la mesa un panecillo de harina
integral, oscuro, redondo casi como una bola y tan caliente
que fue para mí un desafío, atendiendo a que los monjes
comen rápidamente y en silencio mientras escuchan una
lectura bíblica o hagiográfica. Pero no recuerdo haber
comido un pan mejor en mi vida. Sería quizás el moderado
ayuno de aquellos días lo que me devolvió el gusto sublime
de los manjares simples. Serían las caminatas por el
monte, de un monasterio al otro, lo que me retornó al
placer sencillo de beber agua. Nada más que agua. Qué
horribles me parecían las bebidas americanas.

Pero el monte Athos es un espacio cultural controlado por


los monjes, herederos de toda una gran tradición cristiana
que se remonta a los desiertos de Egipto. Aquella figura
penitente de algunos profetas y, en especial, del Bautista,
parece un símbolo perdido en la lejanía del tiempo y que a
nosotros, los hijos de la sociedad de consumo, con los
mercados a desbordar, estamos llamados a tranquilizar
nuestras ansiedades comiendo y bebiendo. La abstinencia y
el ayuno son más bien contemplados como una simple
imposición médica, como dietas martirizantes para la
tercera edad y, por tanto, sin sentido positivo para los
demás.

Se atribuye a Teilhard de Chardin el haber dicho que no


llegamos a alcanzar la madurez moral hasta el día en que
nos damos cuenta que tenemos que escoger entre
inclinarnos ante algo más grande que nosotros mismos o
empezar la propia autodestrucción. No sé si nuestra cultura
nos aboca irremisiblemente a comer y beber sin límite.
Inclinarse ante algo más grande, no se refiere sólo al
instinto religioso de adoración, sino que ello lleva consigo la
saludable capacidad de abnegación. Y la capacidad de
altruismo y aún de testimonio supremo como el de los
mártires religiosos o civiles.
 
 
No considero un progreso el que nuestra cultura esté
perdiendo la capacidad de renunciar a algo que cueste. Y
seguro que ello se asocia con la incapacidad de inclinarse
ante algo más grande que nosotros e, incluso, ante Dios.
Que la alternativa sea la autodestrucci6n, según la frase de
Teilhard, quizá sea mucho decir. Falta de disciplina y de
autocontrol, creo que sí.

El carnaval, incluidos sus excesos, podía tener más sentido


cuando realmente se celebraba con un aspecto alternante
del ayuno y de la penitencia cuaresmales. Al menos para
los creyentes, que no son pocos, la purificación espiritual y
el ayuno deberían continuar teniendo un valor
profundamente humano y religioso. Jesucristo practicó y
recomendó el ayuno. "Tu Padre, que mira escondido, te
recompensará", dijo. Para algunos, quizá, Dios está muy
escondido y no da sentido al valor moral de sus vidas. ¿Es
entonces cuando se difuminan los contrastes y cuando los
gestos pierden significación? (...)

La diferencia entre el ayuno en el


cristianismo y en otras religiones
El ayuno en el cristianismo se distingue de esta práctica en otras
religiones, pues tiene por objetivo descubrir a Dios y no
descubrirse a sí mismo.

Cuando los cristianos ayunan "no se encierran en sí mismos",


más bien "se unen a su Señor que ayuna por cuarenta días y
cuarenta noches en el desierto".

El sentido del ayuno en el budismo y el islam

Según aclaró el purpurado alemán, que dirige el organismo


vaticano encargado de promover y coordinar la acción caritativa
en la Iglesia, el objetivo del ayuno tanto en el budismo como en el
islam consiste en favorecer el cuidado del cuerpo, oponiéndose a
su idolatría.
 
 
El cardenal señaló cómo el sentido del ayuno en el budismo
consiste en el desapego los bienes terrenos porque el cuerpo en
sí mismo se convierte en origen de sufrimientos: "debe
desacostumbrarse a la 'sed' de cosas creadas, abandonar el
deseo y las inquietudes que de él se derivan, matarlas dentro de
sí mismo", de esta manera se llega al Nirvana, que consiste la
extinción completa de los deseos.

Para el islam, el ayuno es la cuarta columna que sostiene esta


religión y una práctica obligatoria durante el mes de Ramadán.

Para él los musulmanes existe otra razón para olvidarse de todo


lo terreno: "Dios tiene su trono en una distancia infinita. No se le
puede encontrar en el mundo. Sólo comunica con la creación y
con el hombre mediante su ley, la sharia"; por ello, "sería una
herejía escandalosa afirmar que Alá tuviera como hijo un
miembro del género humano".

El purpurado señaló que el ayuno en ambas religiones tiene algo


en común: "trasciende la dimensión terrena y persigue un objetivo
más allá de este mundo: el ingreso en el Nirvana o la obediencia
a Alá, Señor del cielo y de la tierra".

En ambas religiones, "se trata de liberarnos del peso de las cosas


creadas", aclaró.

El sentido del ayuno cristiano

Por el contrario, para el cristiano "el deseo místico no es nunca el


descenso en sí mismo sino el descenso en la profundidad de la
fe, donde encuentra a Dios".

Si bien es importante aprender de las demás religiones, los


cristianos deben profundizar en "la herencia recibida y conocerla
cada vez mejor. La revelación divina dice algo nuevo en cada
época histórica; es inagotable", constató.

El cardenal dejó clara la diferencia entre el rechazo del mundo


por parte del budismo o las leyes del Ramadán islámico y la
Cuaresma cristiana, que "ofrece al cristiano un camino espiritual y
 
 
práctico para ejercitar sin recortes ni reservas nuestra entrega a
Dios".

Señaló que, en su mensaje cuaresmal, el Papa no muestra el


ayuno con un tinte negativo: "¡cómo podremos nosotros
despreciar nuestra carne, si el Hijo de Dios la ha asumido,
convirtiéndose verdaderamente en nuestro hermano!".

Cuando los hombres ayunan con una actitud interior de deseo de


conversión, "en Cristo buscan la comunión con el Tú divino. En Él
buscan nuevamente el don del amor que renueva el ser
cristiano", y se comprometen "en la lucha contra la miseria,
convirtiéndose en mensajeros del amor de Dios".

Benedicto XVI: La Cuaresma, tiempo «para


convertirse al amor»

Queridos hermanos y hermanas:

Comienza hoy, con la liturgia del Miércoles de Ceniza, el itinerario


cuaresmal de cuarenta días que nos llevará al triduo pascual,
memoria de la pasión, muerte y resurrección del Señor, corazón
del misterio de nuestra salvación. Es un tiempo propicio en el que
la Iglesia invita a los cristianos a tomar una conciencia más viva de
la obra redentora de Cristo y a vivir con más profundidad el propio
Bautismo. De hecho, en este período litúrgico, el Pueblo de Dios
desde los primeros tiempos se alimenta con abundancia de la
Palabra de Dios para reforzarse en la fe, recorriendo toda la
historia de la creación y de la redención.

Con su duración de cuarenta días, la Cuaresma adquiere una


indudable fuerza evocativa. Pretende recordar algunos de los
acontecimientos que han marcado la vida y la historia del antiguo
Israel, volviendo a presentarnos también a nosotros su valor
paradigmático: pensemos, por ejemplo, en los cuarenta días del
diluvio universal que concluyeron con el pacto de alianza
establecido por Dios con Noé y de este modo con la humanidad, y
en los cuarenta días de permanencia de Moisés en el Monte Sinaí,
a los que siguieron el don de las tablas de la Ley. El período
cuaresmal quiere invitarnos sobre todo a revivir con Jesús los
 
 
cuarenta días que pasó en el desierto, rezando y ayunando, antes
de emprender su misión pública. Nosotros emprendemos también
hoy un camino de reflexión y oración con todos los cristianos del
mundo para dirigirnos espiritualmente hacia el Calvario, meditando
en los misterios centrales de la fe. De este modo, nos
prepararemos para experimentar, después del misterio de la Cruz,
la alegría de la Pascua de resurrección.

En todas las comunidades parroquiales se realiza hoy un gesto


austero y simbólico: la imposición de las cenizas, y este rito es
acompañado por dos fórmulas llenas de significado que
constituyen un apremiante llamamiento a reconocerse pecadores y
a volver a Dios. La primera fórmula dice: «Acuérdate de que eres
polvo y al polvo volverás» (Cf. Génesis 3, 19). Estas palabras,
tomadas del libro del Génesis, evocan la condición humana
sometida al signo de la caducidad y de la limitación, y quieren
llevarnos a poner únicamente la esperanza en Dios.

La segunda fórmula se remonta a las palabras pronunciadas por


Jesús al inicio de su ministerio itinerante: «Convertíos y creed en
el Evangelio» (Marcos 1, 15). Es una invitación a hacer de la
adhesión firme y confiada al Evangelio el fundamento de la
renovación personal y comunitaria. La vida del cristiano es vida de
fe, fundamentada en la Palabra de Dios y alimentada por ella. En
las pruebas de la vida y en cada tentación, el secreto en la victoria
consiste en escuchar la Palabra de verdad y en rechazar con
decisión la mentira del mal. Éste es el programa auténtico y central
del tiempo del Cuaresma: escuchar la Palabra de vedad, vivir,
hablar y hacer la verdad, rechazar la mentira que envenena a la
humanidad y que es la puerta de todos los males. Es urgente, por
tanto, volver a escuchar, en estos cuarenta días, el Evangelio, la
Palabra del Señor, Palabra de verdad, para que en todo cristiano,
en cada uno de nosotros, se refuerce la conciencia de la verdad
que le ha dado, que nos ha dado, para vivirla y ser sus testigos. La
Cuaresma nos estimula a dejar que la Palabra de Dios penetre en
nuestra vida y a conocer de este modo la verdad fundamental:
quiénes somos, de dónde venimos, adónde tenemos que ir, cuál
es el camino que hay que tomar en la vida. De este modo, el
período de Cuaresma nos ofrece un camino ascético y litúrgico
que, ayudándonos a abrir los ojos ante nuestra debilidad, nos hace
abrir el corazón al amor misericordioso de Cristo.
 
 
El camino cuaresmal, al acercarnos a Dios, nos permite mirar con
nuevos ojos a los hermanos y a sus necesidades. Quien comienza
a ver a Dios, a contemplar el rostro de Cristo, ve con otros ojos al
hermano, descubre al hermano, su bien, su mal, sus necesidades.
Por este motivo, la Cuaresma, como tiempo de escucha de la
verdad, es un momento propicio para convertirse al amor, pues la
verdad profunda, la verdad de Dios, es al mismo tiempo amor. Un
amor que sepa asumir la actitud de compasión y de misericordia
del Señor, como he querido recordar en el Mensaje para la
Cuaresma, que tiene por tema las palabras del Evangelio: «Al ver
Jesús a las gentes se compadecía de ellas» (Mateo 9, 36).

Consciente de su misión en el mundo, la Iglesia no deja de


proclamar el amor misericordioso de Cristo, que sigue dirigiendo la
mirada conmovida a los hombres y los pueblos de todos los
tiempos: «Ante los terribles desafíos de la pobreza de gran parte
de la humanidad --escribía en el citado Mensaje cuaresmal--, la
indiferencia y el encerrarse en el propio egoísmo aparecen como
un contraste intolerable frente a la “mirada” de Cristo. El ayuno y la
limosna, que, junto con la oración, la Iglesia propone de modo
especial en el período de Cuaresma, son una ocasión propicia
para conformarnos con esa “mirada”» (párrafo 3), la mirada de
Cristo, y para vernos a nosotros mismos, a la humanidad, a los
demás, con su mirada. Con esto espíritu, entramos en el clima
austero y orante de la Cuaresma, que es precisamente un clima de
amor por el hermano.

Que sean días de reflexión y de intensa oración, en los que nos


dejemos guiar por la Palabra de Dios, que la liturgia nos propone
abundantemente. Que la Cuaresma sea, además, un tiempo de
ayuno, de penitencia y de vigilancia sobre nosotros mismos,
conscientes de que la lucha contra el pecado no termina nunca,
pues la tentación es una realidad de todos los días y la fragilidad y
los espejismos son experiencias de todos. Que la Cuaresma sea,
por último, a través de la limosna, hacer el bien a los demás, que
sea una ocasión sincera para compartir los dones recibidos con los
hermanos para prestar atención a las necesidades de los más
pobres y abandonados.

Que en este camino de penitencia nos acompañe María, la Madre


del Redentor, que es maestra de escucha y de fiel adhesión a
Dios. Que la Virgen María nos ayude a celebrar, purificados y
 
 
renovados en la mente y en el espíritu, el gran misterio de la
Pascua de Cristo. Con estos sentimientos deseo a todos una
buena y fecunda Cuaresma.

CAMBIASTES MI LUTO EN DANZA


Biblioteca de l'École Biblique de los dominicos en Jerusalén: dos
de mediodía, allá por abril del año 87. La sala desierta y yo
sentada delante de una mesa llena de libros y diccionarios, con
toda una tarde de estudio por delante y conectada, como único
consuelo, a una emisora de música clásica a través de un
pequeño transistor. Desde mi vocación frustrada de directora de
orquesta y aprovechando la soledad, me puse a dirigir con la
derecha la Sinfonía 40 de Mozart, mientras sostenía un libro con la
otra mano. Al cabo de un rato, levanto los ojos y veo a un cura
pakistaní, vecino habitual de mesa, parado en el umbral de la
puerta mirando hacia mí con asombro. Como de lejos mis
pequeños auriculares eran invisibles y sólo percibía el frenesí
descontrolado de mi mano, debía pensar: "Esta pobre mujer,
tantas horas aquí sentada, ha debido trastornarse un poco...". Hice
como que me rascaba la cabeza para disimular, suspendiendo en
el acto el concierto. De entrada, me reí por dentro por lo ridículo de
la situación, pero luego empecé a verla como una preciosa
parábola: ¿y si la fe fuera la música interior a la que damos oído,
que nos hace movernos con un determinado ritmo y a realizar
unos gestos incomprensibles para quienes no la escuchan? Y
cuando decae nuestra danza ¿no será porque nos hemos
desconectado de la frecuencia del Evangelio?

Recuerdo la anécdota al comenzar esta Cuaresma porque me


sigue pareciendo que a este tiempo litúrgico le quedan resabios
de las costumbres preconciliares y están presentes más
componentes de "luto" que de danza. Es verdad que ya no nos
dicen aquello de "Acuérdate de que eres polvo y en polvo te
convertirás...", ni vestimos los santos de morado, ni necesitamos
tomar la bula (en el colegio nos advertían que no se podía decir
"comprar" porque entonces era simonía, pecado con nombre
propio que me resultaba a la vez amenazador e interesante).
Quizá cantamos otras cosas en vez del "Perdón oh Dios mío,
perdón y clemencia, perdón e indulgencia, perdón y piedad", pero
aún escucho en alguna parroquia el espantoso "No estés
 
 
eternamente enojado" que sigue grabando en las conciencias la
imagen de un dios enfurecido e iracundo, que se aplaca
inexplicablemente cuando nos ve haciendo el Vía Crucis o
comiendo los viernes pescadilla en vez de pollo.

Pero eso no son más que anécdotas intrascendentes, porque


creo que hay algo que nos paraliza más es una excesiva y
monotemática insistencia en los aspectos éticos del cristianismo,
que hacen de él una cuestión fría y sin alegría. Comentando las
consecuencias de fomentar casi únicamente los "imperativos" en
vez de los "indicativos", dice Klaus Berger: "Es probable, que esta
"espiritualidad", quizá no precisamente dichosa, requiera la ayuda
que puede llegarle del modelo del amor y la alegría. Pues
probablemente por eso hablan tanto los místicos del siglo XII de
amor, de amistad, de abrazar y besar, de alegría contagiosa y de
la ternura del corazón: porque la seriedad de la vida austera
siempre corre el peligro de malograr el alegre mensaje del
Evangelio. (...) Posiblemente son dos las expresiones
fundamentales de la espiritualidad cristiana. Una está orientada al
Viernes Santo, por mencionar un lugar común, y pone en el
centro el pecado, la culpa, el juicio vicario sobre Jesús y la
sentencia absolutoria. La otra está orientada hacia la Pascua y
pone en el centro la alegría, la bienaventuranza, la
transformación y la risa que tiene por objeto la muerte y el diablo.
Y no se trata de contraponerlas entre sí, sino de reconocerlas
como formas complementarias de piedad."

Vivir la Cuaresma desde la insistencia en nuestra necesidad de


conversión como única "banda sonora", puede tener el efecto
contrario de lo que pretende y convertirnos (mira por donde...) en
gente frustrada por no alcanzar tan altas metas de perfección o,
siguiendo la metáfora de la danza, agarrotados tímidamente en
un rincón de la sala de baile, torpes de pies y duros de oído para
captar la música que intenta seducirnos con su ritmo, incapaces
de aventurarnos en un movimiento que no sabemos dónde puede
conducirnos.

"¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién


los compararemos? Se parecen a unos niños que, sentados en la
plaza, gritan a otros: "Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos
lamentaciones y no lloráis". (Lc 7,31-32). Así se quejaba Jesús,
tratando de sacudir, por medio de un refrán popular, la
 
 
incapacidad de los que le oían para salir de su anquilosamiento y
comenzar a moverse en otra dirección diferente de la que
esclerotizaba su mente.

Aquí está de nuevo la Cuaresma, dándonos la buena noticia de


que tenemos otra oportunidad para danzar, como la tuvo para dar
fruto aquella higuera estéril de la parábola de Jesús (Mt 21,18-
19). Otra vez resuena en nuestros oídos la invitación de la carta a
los Hebreos: "Así pues, nosotros, rodeados de una nube tan
densa de testigos, desprendámonos de cualquier carga y del
pecado que nos acorrala; corramos con constancia la carrera que
nos espera, fijos los ojos en el iniciador y consumador de la fe, en
Jesús." (Hb 12,1-2) El término griego archegós evoca al que va
delante, al cabeza de fila, al que inicia la danza, podríamos
traducir nosotros, sin equivocarnos demasiado.

Estas páginas van a tener como telón de fondo cinco lugares a


los que nos convocan los evangelios domingos de Cuaresma: el
desierto de Judea, la montaña de la transfiguración, el pozo de
Siquem, la alberca de Siloé y la tumba de Lázaro.

Son lecturas que nos sabemos de memoria (¿otra vez la


samaritana? ¿otra vez el ciego de nacimiento? ¡Son
larguísimas...!). De ahí la propuesta de aproximarnos a ellas
solamente desde alguno de sus ángulos, sin la pretensión inútil
de abarcarlas o agotarlas. Entraremos en cada escena por
alguno de sus resquicios, tratando de escuchar la música que las
habita, sin escapar de las notas desestabilizadoras que resuenan
en ellas, aunque nos creen incomodidad y desconcierto.
Asociamos espontáneamente la presencia de Jesús al perdón, la
paz, la reconciliación o la misericordia y es cierto que en él
encontramos centramiento, armonía y luz. Pero los textos que
vamos a leer nos descubren que también lo excéntrico, lo
paradójico, lo imprevisible, lo inconveniente o lo intempestivo
pueden llevar "marcas" de su presencia y pueden movilizar lo
mejor de nosotros mismos, con tal que nos dejemos llevar por su
ritmo.

En algunos de esos "escenarios de danza" oiremos además otras


voces que desde la poesía, la teología o la espiritualidad "eleven
los decibelios" de la melodía evangélica y hagan irresistible en
 
 
nosotros el deseo de danzar.
Aquí va, como pórtico, uno de esos textos:

BAILE DE LA OBEDIENCIA

Si estuviéramos contentos de ti, Señor,


no podríamos resistir a esa necesidad de danzar que desborda el
mundo
y llegaríamos a adivinar
qué danza es la que te gusta hacernos danzar,
siguiendo los pasos de tu Providencia.

Porque pienso que debes estar cansado


de gente que hable siempre de servirte
con aire de capitanes;
de conocerte con ínfulas de profesor;
de alcanzarte a través de reglas de deporte;
de amarte como se ama un viejo matrimonio.

Y un día que deseabas otra cosa


inventaste a San Francisco
e hiciste de él tu juglar.
Y a nosotros nos corresponde dejarnos inventar
para ser gente alegre que dance su vida contigo.

Para ser buen bailarín contigo


no es preciso saber adónde lleva el baile.
Hay que seguir,
ser alegre,
ser ligero y, sobre todo, no mostrarse rígido.
No pedir explicaciones de los pasos que te gusta dar.
Hay que ser como una prolongación ágil y viva de ti mismo
y recibir de ti la transmisión del ritmo de la orquesta.
No hay por qué querer avanzar a toda costa
sino aceptar el dar la vuelta,
ir de lado,
saber detenerse y deslizarse en vez de caminar.
Y esto no sería más que una serie de pasos estúpidos
si la música no formara una armonía.

Pero olvidamos la música de tu Espíritu


y hacemos de nuestra vida un ejercicio de gimnasia;
 
 
olvidamos que en tus brazos se danza,
que tu santa voluntad es de una inconcebible fantasía,
y que no hay monotonía ni aburrimiento
más que para las viejas almas
que hacen de inmóvil fondo
en el alegre baile de tu amor.

Señor, muéstranos el puesto


que, en este romance eterno iniciado entre tú y nosotros,
debe tener el baile singular de nuestra obediencia.
Revélanos la gran orquesta de tus designios,
donde lo que permites toca notas extrañas
en la serenidad de lo que quieres.

Enséñanos a vestirnos cada día con nuestra condición humana


como un vestido de baile, que nos hará amar de ti
todo detalle como indispensable joya.
Haznos vivir nuestra vida,
no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula,
no como un partido en el que todo es difícil,
no como un teorema que nos rompe la cabeza,
sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro
contigo,
como un baile,
como una danza entre los brazos de tu gracia,
con la música universal del amor.

Señor, ven a invitarnos.

1. El desierto de las tentaciones (Mt 4,1-11). La danza de lo


ex-céntrico

Para entender mejor el texto de las tentaciones y qué es lo que


hay en él de qué ex-céntrico, necesitamos leer lo que le precede
y lo que le sigue:

Su contexto inmediatamente anterior es el del bautismo de Jesús


en el Jordán:

"Jesús, una vez bautizado, salió en seguida del agua. En esto se


abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios bajar como una paloma y
posarse sobre él. Se oyó una voz del cielo: -Este es mi Hijo, a
 
 
quien yo quiero, mi predilecto." (Mt 3,16-17)

Y el texto que sigue a las tentaciones es éste:

"Al enterarse de que habían detenido a Juan, Jesús se retiró a


Galilea. Dejó Nazaret y se estableció en Cafarnaúm, junto al lago,
en territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había
dicho el profeta Isaías: País de Zabulón y país de Neftalí, camino
del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo
que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban
en tierra y sombra de muerte, una luz les brilló. (Is 8, 23-9,1).
Desde entonces empezó Jesús a proclamar: -Convertíos, que ya
llega el reinado de Dios" (Mt 4,12-17)

La escena del bautismo, Jesús escucha la voz del Padre. Se trata


del principal momento teofánico de su vida, junto con la
transfiguración. Mateo se sirve de ellos para proclamar que la
identidad de Jesús consiste en ser el Hijo amado del Padre. Esa
es su identidad y en ella se le revela que su "código genético"
consiste en ser el Hijo, el amado, el predilecto del Padre, el
objeto de su complacencia. Y podemos entender su marcha al
desierto movido por el Espíritu, como una necesidad imperiosa
de "procesar" en el silencio y en la soledad esa revelación, de
hacer sitio en su interioridad al deslumbramiento y al asombro. El
significado del desierto no es prioritariamente el penitencial. "La
llevaré al desierto y le hablaré al corazón" había dicho Oseas
(2,16), convirtiendo el desierto en un lugar privilegiado de
encuentro personal y de escucha de la Palabra. Jesús es
conducido a él para acoger la Palabra escuchada en su corazón
en el momento de su bautismo. Hablando desde nuestra
psicología, podríamos decir que necesitaba tiempo para asentar
en los cimientos de su ser una Palabra que le des-centraba para
siempre de sí mismo y le situaba a la sombra de la ternura
incondicional de Alguien mayor.

Los evangelistas presentan su estancia en el desierto como un


tiempo de lucidez, haciéndonos ver que la relación filial de la que
Jesús ha tomado plena conciencia ha iluminado de tal manera su
mirada, que le ya era imposible confundir a Dios con los falsos
ídolos que le presenta el tentador: un dios en busca de un mago
y no de un Hijo; un dios contaminado por las vacías pretensiones
 
 
de lo peor de la condición humana: poseer, brillar, hacer
ostentación de poder, ejercer dominio.

En la escena de las tentaciones vemos a Jesús reaccionando lo


mismo que a lo largo de toda su vida: aferrado y adherido
afectivamente a lo que va descubriendo como el querer de su
Padre: la vida abundante de los que ha venido a buscar y salvar.
No ha venido a preocuparse de su propio pan, sino de preparar
una mesa en la que todos puedan sentarse a comer. No ha
venido a que le lleven en volandas los ángeles, a acaparar fama
y "hacerse un nombre", sino a dar a conocer el nombre del Padre
y a llevar sobre sus hombros a los perdidos, como lleva un pastor
a la oveja extraviada. No ha venido a poseer, a dominar o a ser el
centro, sino a servir y dar la vida.

Lo que "salva" a Jesús de caer en los engaños del tentador es su


ex-centricidad, su estar referido al Padre y a su Palabra, y desde
ese Centro recibirá el impulso de abandonar del desierto, y se
dejará llevar por la corriente de aproximación de Dios comenzada
en la encarnación. A partir de ese momento, lo veremos
caminando por Galilea, entrando en relación, anunciando el
Reino, creando comunidad, buscando colaboradores,
acercándose a la gente, contactando, entrando en casas,
acogiendo, curando, enseñando:

"Jesús recorría Galilea entera, enseñando en aquellas sinagogas,


proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque
y enfermedad del pueblo. Se hablaba de él en toda Siria: le traían
enfermos con toda clase de enfermedades y dolores,
endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba. Lo
seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén,
Judea y Transjordania." (Mt 4, 23-25)

Mateo, tan aficionado a presentar el cumplimiento de las


promesas proféticas, parece estarnos recordando las palabras de
Isaías anunciando la llegada de los tiempos mesiánicos: "el niño
jugará en el agujero del áspid, la criatura meterá la mano en el
escondrijo de la serpiente" (Is 11,8). La enfermedad y de la
posesión diabólica eran ámbitos de impureza, de oscuridad y de
muerte pero Jesús se introduce en ellos con la misma
"inconsciencia" y falta de miedo del niño de la profecía de Isaías.
 
 
Como si el arresto de Juan, en vez de atemorizarle o silenciarle,
le hubiera dado motivación y energía para ponerse a anunciar el
Reino. Mateo no nos hablará de su miedo ("se hizo igual a
nosotros menos en el pecado...") hasta el huerto de Getsemaní
(Mt 26,38).

Invitados a la danza de lo ex-céntrico

Giro y vuelta, parece proponernos el evangelio de este domingo:


dad un brinco fuera del espacio estrecho y asfixiante de lo que os
atrae como el remolino de un sumidero, y sólo os permite girar en
círculo, repitiendo siempre las mismas ideas, las mismas
preocupaciones, las mismas imágenes sobre vosotros y sobre
Dios.

Escapad de ese falso centro que os promete la posesión de las


cosas, reíos de vuestra propensión a trepar a los "aleros del
templo" para atraer desde allí admiración o buena opinión de la
gente, porque casi nadie levanta la mirada hacia arriba y prefiere
mirar los escaparates o la TV.

No os empeñéis en plantar la banderita de vuestro nombre en la


cima de algún monte, ni os fatiguéis aparentando parecer lo que
no sois. Dejad que Jesús, el "archegós", el iniciador de vuestra
fe, os conduzca hacia el Dios a quien él conoció en el desierto:
un Dios que no exige de vosotros proezas ni gestos
espectaculares, sino solamente vuestra confianza y vuestro
agradecimiento. Un Dios que os dirige su Palabra no para
imponeros obligaciones o para denunciar vuestros pecados, sino
para alimentaros y haceros crecer. Un Dios al que no
encontraréis en los lugares de prepotencia o de la posesión, sino
en los de la pobreza y la exclusión.

Dejaos bautizar por el nombre nuevo que El ha soñado para


vosotros desde toda la eternidad. Acoged con asombro
agradecido que os diga: Tú eres mi hijo, te he llamado por tu
nombre, tú eres mío. Tu vida no está programada desde el
mercado, ni eres una fotocopia del consumidor ejemplar, no eres
un "ciudadano NIF", ni un espectador, ni un súbdito del rey Euro.
Eres alguien bendecido, eres mi hijo amado. No eres clónico de
nadie, eres único y el Pastor te reconoce por tu nombre.
 
 
Y aprended también del Maestro a poneros en camino en
dirección a los otros. Lo mismo que él, acortad distancias, tended
manos, invertid en relaciones, haceos amigos, liberaos de cosas
y enganchaos a personas, discurrid cómo incluir, incorporar y
tejer redes y disfrutad al sentaros con otros en el banquete de la
vida.

2. El monte de la transfiguración (Mt 17,1-13). La danza de lo


paradójico

El texto de la transfiguración en Mateo comienza por un dato


significativo: "Seis días después... "Inevitablemente el lector se
pregunta qué es lo que pudo ocurrir de tanta importancia seis
días antes y se encuentra en el contexto anterior con el anuncio
de la pasión:

"Desde entonces empezó Jesús a manifestar a sus discípulos


que tenía que ir a Jerusalén, padecer mucho a manos de los
senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y
resucitar al tercer día Entonces Pedro lo tomó aparte y empezó a
increparlo: ?¡Líbrete Dios, Señor! ¡No te pasará a ti eso! Jesús se
volvió y dijo a Pedro: ¡Retírate, Satanás! Quieres hacerme caer.
Piensas al modo humano, no según Dios. Entonces dijo a los
discípulos: El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque si uno quiere
salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierde su vida por
mí, la salvará. A ver, ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo
entero si malogra su vida? ¿Y qué podrá dar para recobrarla?
Porque este Hombre va a venir entre sus ángeles con la gloria de
su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os
aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber
visto llegar a este Hombre como rey". (Mt 16,21-28)

Este es el pórtico de entrada a la escena de la transfiguración y


su función parece ser la de evocar el caos y las tiniebla anteriores
al día primero en el que dijo Dios: "Que exista la luz. Y la luz
existió. (Gen 1,3) .Este "guiño" del relato es una alusión clara a la
definitiva Creación y presenta la transfiguración de Jesús como el
Sábado definitivo. Pero además, el contexto del anuncio de la
pasión y la resistencia de Pedro, nos recuerdan la imposibilidad
de separar los aspectos luminosos de la existencia de los
momentos oscuros, el dolor del gozo, la muerte de la
 
 
resurrección. La contigüedad de las dos escenas parece
comunicarnos la convicción pascual de que el inundado de Luz
es precisamente aquel que consintió en atravesar la noche de la
muerte y accedió a la ganancia por el extraño camino de la
pérdida.

Pedro, y con él todos nosotros, intenta retener los momentos de


ganancia ("hagamos tres tiendas aquí, donde te manifiestas
resplandeciente, donde se escucha la voz del Padre y donde te
rodean Moisés y Elías..."), lo mismo que poco antes había
rechazado los de pérdida: "¡Líbrete Dios, Señor!"

Invitados a la danza de lo paradójico

"¡Salid de vuestras tinieblas! ¡Dejad atrás la seguridad del valle y


emprended sin miedo la subida al monte, porque arriba os espera
la luz!". Esta podría ser la propuesta del evangelio de la
transfiguración.

"Renunciad a vuestras ideas equivocadas sobre Dios y a lo que


creéis que es pérdida o ganancia, abríos a la novedad absoluta
de Jesús y de su Evangelio, atreveos a romper con vuestra
búsqueda codiciosa y obsesiva de ganar, poseer, conservar y, en
lugar de ello, arriesgaos en un camino inverso de pérdida,
derroche y entrega, sin más garantía que Su palabra.

Estad dispuestos al vuelco radical que supone llegar a "pensar y


sentir como Dios" y a conformar con los criterios del Evangelio
vuestra idea de lo que es luz y oscuridad, salvar la vida o
perderla. Comportaos como los verdaderos discípulos, disponeos
a romper con vuestros viejos esquemas mentales, a cambiar de
lenguaje y de significados, a cuestionar vuestra propia lógica y
vuestras ideas aprendidas en otras escuelas. Prestad oído a la
promesa de vuestro único Maestro: "Al que se venga conmigo,
voy a llevarle a la "ganancia" por el extraño camino de la
"pérdida": ese es el camino mío y no conozco otro. La única
condición que pongo al que quiera seguirme, es que esté
dispuesto a fiarse de mí y de mi propia manera de salvar su vida,
que sea capaz de confiármela, como yo la confío a Aquél de
quien la recibo. La suya será siempre una vida sin garantía y sin
pruebas, en el asombro siempre renovado de la confianza: por
eso no puedo dar más motivos que el de "por mi causa".
 
 
Permaneced en lo alto del monte "firmes como si vierais al
Invisible" (He 11,27), hasta que la prioridad del Señor y su Reino
polarice y relativice todo lo demás, hasta que vuestras pequeñas
preocupaciones y temores vayan pasando a segundo término y la
lógica de lo evidente se quede atrás. La luz de la transfiguración
os atrae a una manera de creer en la que la fe no es una manera
de saber o de comprender, sino la decisión de fiaros de Otro, y
de exponer la vida entera a una Palabra que hará saltar los
límites de vuestros oscuros hábitos y valoraciones.

Entrad en esa danza y vuestra vida entera se convertirá en una


apuesta arriesgada, más allá de cualquier pretensión de poseer
certezas definitivas.

En la plaza
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y
profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente
imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón
de los hombres palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,


y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón
afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o
con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.


Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
 
 
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

Entra despacio, como el bañista que, temeroso,


con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos
Y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.


Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

3. Un pozo en Samaría (Jn 4,1-45). La danza de lo


imprevisible

"Quien viene de arriba está por encima de todos. Quien viene de


la tierra es terreno y habla de cosas terrenas. Quien viene del
cielo está por encima de todos. El atestigua lo que ha visto y
oído, y nadie acepta su testimonio. Quien acepta su testimonio
acredita que Dios es veraz. El enviado de Dios habla de las
cosas divinas, pues Dios no da el Espíritu con medida. El Padre
ama al Hijo y todo lo pone en sus manos. Quien cree en el Hijo
tiene vida eterna. Quien no cree al Hijo, no verá la vida, pues
lleva encima la ira de Dios." (Jn 3,31-36)

Estas palabras puestas en boca de Jesús son el atrio que


antecede al relato de su encuentro con la mujer de Samaria junto
al pozo de Jacob. Juan contrapone, a nivel discursivo, dos
 
 
ámbitos: el cielo y la tierra, las cosas divinas y las terrenas. Y es
eso mismo lo que va a hacer a continuación a nivel narrativo en
la escena de la samaritana.

La alusión al dueño del pozo, trae a la memoria la escena en la


que Jacob vio en sueños una escalera que unía el cielo con la
tierra. La comunicación entre "lo de arriba" y "lo de abajo" que
parecía imposible, va a convertirse ahora en realidad y el hombre
sentado en el brocal del pozo va a ser la escalera y el puente que
comunique los dos ámbitos.

La mujer llega al pozo ajena a lo que allí la espera y que nada, en


la trivialidad de su vida cotidiana, hacía previsible: va por agua
con el cántaro vacío para volverse con él lleno a su casa. No hay
más expectativas, ni más planes, ni más deseos.

Pero lo imprevisible la está esperando junto aquel galileo sentado


en el brocal del pozo que entabla conversación con ella sobre
cosas banales, como para no asustarla: hablan de agua y de sed,
de pozos y de viejas rencillas entre pueblos vecinos, cosas de
todos los días. De pronto irrumpe el lenguaje de "las cosas de
arriba": el don, un agua que se convierte en manantial vivo, la
promesa de una sed calmada para siempre, un Dios en
búsqueda, fuera de los espacios estrechos de templos o
santuarios.

La mujer se defiende e intenta mantenerse en un nivel de trivial


superficialidad, huyendo de la irrupción de lo de arriba en su vida.
Pero al final de la escena el cántaro que era símbolo de la
pequeña capacidad que está dispuesta a ofrecer, se queda
olvidado junto al pozo, inútil ya a la hora de contener un agua
viva.

Como en tantas otras ocasiones, el evangelio nos sitúa ante un


Jesús imprevisible, capaz de vencer la estrechez de nuestras
expectativas a la hora de recibirle. Los evangelistas se
encargarán de poner de relieve esta presencia de los
desmesurado e imprevisible que parece acompañar las
actuaciones de Jesús, desbordando siempre lo que se esperaba
de él: Ni los novios de Caná necesitaban tanto vino (Jn 26), ni los
discípulos una pesca tan abundante que casi les revienta las
redes (Lc 5,6); y para sostener las fuerzas de la gente que le
 
 
había seguido al desierto bastaba un bocado de pan y pescado,
no que sobraran doce cestos (Jn 6,13). El paralítico lo que quería
era volver a andar, no esperaba volverse a casa libre de la carga
de sus pecados, y Zaqueo, interesado solamente en ver el
aspecto de Jesús, se le encontró metido en su casa y
compartiendo su mesa (Lc 19); las mujeres sólo pretendían que
alguien les descorriera la piedra del sepulcro para embalsamar
un cadáver, pero se encontraron al Viviente saliéndoles al
encuentro (Mt 28,1-10).

Siempre el mismo derroche por su parte, y siempre la misma


resistencia por la nuestra a la hora de ser adentrados en lo
imprevisible. Y eso ya desde que Sara se reía por lo bajo,
escéptica y reticente ante una promesa que desbordaba por
arriba sus previsiones.

Invitados a la danza de lo imprevisible

Abandonad vuestra rigidez entre los brazos del Danzante, dejaos


llevar por él más allá de vuestros calculados movimientos, nos
diría la samaritana: no temáis la hondura de su pozo, ni el empuje
irresistible del manantial que salta hasta la vida eterna. Olvidad
vuestro pequeño cántaro, vuestro raquítico sistema de pesas y
medidas.

Olvidaos de las pequeñas disputas en torno a montes y templos:


ha llegado la hora de adorar en espíritu y en verdad y todos están
llamados a hacerlo. No os quedéis únicamente en lo que ya
sabéis de Jesús: recorred el proceso de intimidad al que también
tenéis la dicha de estar invitados. Al principio yo no vi en él más
que a un judío, pero él me fue conduciendo hasta descubrirle
como Señor, Profeta, Mesías, como Aquel a quien siempre había
estado esperando sin saberlo. Tened vosotros la osadía de
nombrarle con nombres nuevos, con esos que no aparecerán
nunca en los resecos manuales de vuestras estanterías.

Pero os lo aviso, estad prevenidos: él os puede estar esperando


en cualquier lugar , en cualquier mediodía de vuestra vida
cotidiana, precisamente cuando andabais enredados en
pequeñas historias relacionales, en rencillas mutuas o en rancias
ortodoxias en torno a rúbricas o privilegios. Si os detenéis a
escucharle, estáis perdidos para siempre porque él al principio os
 
 
pedirá algo sencillo: "dame de beber", "llama a tu marido"..., pero
al final, volveréis a vuestra casa sin agua y sin cántaro, y con la
sed, antes desconocida, de atraer hacia él a la ciudad entera.

Cuenta un apotegma de los padres del desierto que el abad Lot


dijo una vez al abad José: "Padre, ayuno un poco. Oro y medito;
trato de vivir en paz en lo que de mí depende; procuro purificar
mis pensamientos. ¿Qué más puedo hacer?

José se puso de pie y extendió sus manos hacia el cielo. Sus


dedos se volvieron como diez llamas y dijo: ¡Si quieres, puedes
ser todo fuego!

4. Una alberca en Siloé (Jn 9): la danza de lo in-conveniente

La curación del ciego de nacimiento es un prodigio narrativo que


requiere ser leído en su contexto inmediatamente anterior: se
trata de una discusión de Jesús con los judíos (Jn 8,12-59) que
comienza con su afirmación: "Yo soy la luz del mundo (8,12). En
el diálogo que sigue, el verbo más repetido es hacer
(8,28.29.34.39.40.41), unido al sustantivo obras (8, 39.41). Se
trata de demostrar que es Jesús quien hace las obras de Dios,
mientras que los judíos hacen las obras del diablo, su padre.

La escena de la curación del ciego es la ampliación narrativa de


los temas enunciados anteriormente en forma discursiva. En el
comienzo, y ante la pregunta de los discípulos acerca del motivo
de la ceguera del hombre, Jesús responde: "Ha sucedido para
que se revelen en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenéis
que obrar en las obras del que me envió. Llegará la noche,
cuando nadie pueda obrar. Mientras estoy en el mundo, soy luz
del mundo (9, 3-5). A lo largo del relato, el verbo hacer aparece
en los vv 6.11.14.16.26.33.

Lo que resulta sorprendente, y es aquí donde vamos a centrar la


atención, es que sea el barro el medio extraño y claramente
inadecuado empleado por Jesús para hacer su obra (que es la de
Dios) de devolver la vista al ciego y para manifestarse él mismo
como luz. El barro aparece cuatro veces en el texto, y siempre en
manos de Jesús como complemento del verbo hacer ( Jn 9,
6.11.14. 15) y, aparte de la clara alusión al barro de la creación
del Adam (cf. Gen 2,7), quizá forme parte del humor que
 
 
acompaña a todo el texto: es precisamente algo opaco y oscuro
el instrumento para que el ciego recupere la vista y para que la
luz vuelva a sus ojos.

"El Señor está realizando una obra extraña" había dicho Isaías (Is
28,21), haciéndose eco de la extrañeza y el desconcierto que
provoca la manera de actuar de Dios Y es que el empleo de
medios inapropiados parece pertenecer, según los escritores
bíblicos, a las costumbres de Dios: cumplió su promesa de darles
una descendencia numerosa a través de la esterilidad de las
matriarcas (Gen 17,16); envió a un tartamudo a negociar la salida
de Israel Egipto (Ex 4,10) y fueron las ranas, las moscas y los
mosquitos los encargados de agotar la paciencia del poderoso
faraón (Ex 7-8). Para conseguir la victoria contra los amalecitas,
Moisés, en vez de empuñar las armas, extendió los brazos para
orar (Ex 17,11-12), la condición para vencer al poderoso ejército
de los madianitas fue la disminución drástica de los soldados de
Gedeón (Jue 7) y, para vencer a Goliat, David no se servirá de la
lanza sino de las chinitas de su zurrón (1Sm 17).

Las acciones simbólicas de los profetas tienen que ver con


frecuencia con cosas rotas, mal usadas, deterioradas o gastadas,
especialmente en las de Jeremías: un cinturón inservible (Jer
13,1-11), una vasija que se estropea rota en manos del alfarero
(Jer 18,1-10; un cántaro quebrado ante las murallas de Jerusalén
(Jer 19). La garantía de la protección de Dios a Acaz cuando
temblaba de miedo viendo Jerusalén sitiada, fue el anuncio que
su joven esposa esperaba un hijo (Is 7). Y no será un ángel quien
sacará de Babilonia a los exilados, sino la benevolencia del
pagano Ciro (Esd 1).

No es de extrañar que los destinatarios de esas acciones


reaccionen irritados cuando la manera de Dios a la hora de
realizarlas no coincide con los métodos que les parecerían los
adecuados: Acaso dice la arcilla al artesano: -¿Qué estás
haciendo? Tu vasija no tiene asas"(...) Y vosotros ¿vais a
pedirme cuentas de mis hijos? ¿Vais a darme instrucciones sobre
la obra de mis manos? (Is 45,9-11)

El Nuevo Testamento acentúa desde su comienzo los medios tan


poco "convenientes" que van a caracterizar las acciones de Dios
y del propio Jesús: las cuatro únicas mujeres que aparecen en su
 
 
árbol genealógico según Mateo, son una muestra del "barro" de
que se sirvió Dios para modelar al Nuevo Adán: Tamar,
recordada por su comportamiento incestuoso (Gen 38); Rahab,
una prostituta de Jericó (Jos 2); Rut, una extranjera de Moab; la
mujer de Erías, asociada al adulterio de David... (2Sm 11).
Descendiendo de abuelas tan insólitas, ya no puede extrañarnos
nada de lo que sigue: una cuadra en un descampado como
"denominación de origen" del anunciado como "Salvador, Mesías
y Señor" (Lc 2,1-20); desperdiciar treinta años trabajando
oscuramente en un pueblo perdido y, a la hora de aparecer en
público, mezclarse con la gentuza para bautizarse en el Jordán.

Como predicadores de su evangelio elegirá a gente entendida


solamente en barcas, peces o impuestos. Para convencer de la
prioridad de "hacerse próximo" escoge a un samaritano, prototipo
de los alejados (Lc 10,25-37); los modelos de fe que propone a
su auditorio de intachables judíos serán una mujer impura por su
flujo de sangre (Mc 5,34), una pagana, madre de una
endemoniada (Mt 15,21-28) y un capitán del imperio invasor (Mt
8,10).

A los dispuestos a apedrear a la mujer acusada de adulterio no


los disuade con un discurso brillante y convincente, sino
inclinándose y escribiendo en el polvo (Jn 8); al ciego de Betsaida
y a un sordomudo los cura aplicándoles su propia saliva (Mc
7,33; 8,23) y cura a un leproso realizando el gesto prohibido de
tocarle.

Para hablar del Reino no acude al lenguaje erudito de los


escribas, sino que narra cuentos poblados de personajes y
elementos de la vida cotidiana: campesinos que siembran y
cosechan, mujeres que amasan y encienden candiles, un pastor
desvelado en busca de una oveja perdida, un padre asomándose
al camino por si vuelve a casa el hijo que se le fue...

Y además de todos estos intermediarios inadecuados, los medios


para alcanzar el Reino tampoco parecen los más convenientes: la
pérdida resulta ser el precio de la ganancia (Mc 8,35) y para ser
significativo e importante hay que ponerse a aprender de los
niños (Mt 18,3); en cambio, el poder, la influencia y la riqueza se
revelan como factores de alto riesgo; la posesión no es fuente de
alegría sino de pesadumbre (Mt 19,16-22) y la acumulación,
 
 
objeto de irrisión y ridículo (Lc 12,16-21).

Invitados a la danza de lo in-conveniente

Aflojad la tensión de vuestras manos y dejad que se os escapen


las riendas con las que intentáis controlar a Dios, podría decirnos
el ciego de nacimiento. Liberaos de vuestra obsesión por
fiscalizar los "cómos" y dominar los "porqués" de sus acciones:
tampoco yo conseguí entender por qué untaba mis ojos con
aquel barro espeso que parecía cegar aún más mis pupilas. Pero
me fié de su palabra, me dirigí a tientas a la alberca de Siloé, me
lavé y, junto con el barro, se fueron mis tinieblas y me vi
sorprendido por la luz como en la primera mañana de la creación.
Aceptad el desafío de creer que el barro puede ser portador de
luz, confiad en las manos de quien lo aplica a vuestros ojos,
reconoceos en la negativa farisea de aceptar que la luz pueda
llegar por otro camino que no sea el de los propios candiles y
lámparas.

Decidíos a creer que Alguien sabe mejor que vosotros qué es lo


que os cura y lo que puede hacer luminosa vuestra vida y no os
contentéis con conocerle solamente por el sonido de su voz y el
roce de sus manos: porque él os sigue buscando para que podáis
contemplar también el rostro del que procede toda luz.

Dad fe a la Palabra que os asegura que vuestras carencias y


cegueras no os encierran definitivamente, sino que pueden ser
puertas abiertas para el encuentro y entregad vuestra fe y vuestra
adoración a Aquel que no pasará nunca de largo por las cunetas
de vuestros caminos.

Un día, estaba sentado con Rodleigh, el jefe del grupo, en su


caravana, hablando sobre los saltos de los trapecistas. Me dijo:
"Como saltador, tengo que confiar por completo en mi portor. El
público podría pensar que yo soy la gran estrella del trapecio,
pero la verdadera estrella es Joe, mi portor. Tiene que estar allí
para mí con una precisión instantánea, y agarrarme en el aire
cuando voy a su encuentro después de saltar". "¿Cuál es la
clave?", le pregunté. "El secreto", me dijo Rodleigh, "es que el
saltador no hace nada, y el portor lo hace todo. Cuando salto al
encuentro de Joe, no tengo más que extender mis brazos y mis
manos y esperar que él me agarre y me lleve con seguridad al
 
 
trampolín".

"¿Que tú no haces nada?", pregunté sorprendido. "Nada", repitió


Rodleigh. "Lo peor que puede hacer el saltador es tratar de
agarrar al portor. Yo no debo agarrar a Joe. Es él quien tiene que
agarrarme. Si aprieto las muñecas de Joe, podría partírselas, o él
podría partirme las mías, y esto tendría consecuencias fatales
para los dos. El saltador tiene que volar, y el portor agarrar; y el
saltador debe confiar, con los brazos extendidos, en que su
portor esté allí en el momento preciso".

Cuando Joe dijo esto con tanta convicción, en mi mente brillaron


las palabras de Jesús: "Padre, en tus manos pongo mi Espíritu".
Morir es confiar en el portor. Podemos decir a los moribundos:
"Dios se hará presente cuando deis el salto. No tratéis de
agarrarlo; él os agarrará a Vosotros. Lo único que debéis hacer
es extender Vuestros brazos y Vuestras manos y confiar, confiar,
confiar".

5. La tumba de Lázaro (Jn 11). La danza de lo in-tempestivo

En el contexto anterior a la resurrección de Lázaro aparece de


nuevo el tema de las obras, esta vez en relación con el verbo
creer:"Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Si las
hago, aunque no me creáis a mí, creed a mis obras y
reconoceréis de que el Padre está en mí y yo en el Padre". (Jn
10,38)

En la escena siguiente, Jesús va a realizar la obra por excelencia


del Padre que es comunicar vida, y una vida que ya estaba en
posesión de la muerte. Pero no es esa señal la que obtiene la fe
de Marta, sino que la confesión creyente de ésta la antecede: "Yo
creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que había de venir
al mundo" (11, 27), apoyada solamente en la afirmación de
Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida" (v. 25).

Estamos ante una fe proclamada "a destiempo" ya que su


momento adecuado parecería ser el siguiente a la salida de
Lázaro de la tumba. Pero entonces, parece decirnos Juan, ya no
sería fe, porque lo propio de ésta es adelantarse y preceder a los
signos.
 
 
Pero hay otro significativo destiempo (más bien contratiempo o
llegada intempestiva) en la narración: el del retraso de Jesús que,
aunque sabía de la enfermedad de su amigo, "prolongó su
estancia dos días en el lugar" (v.6) y además pronuncia una frase
incomprensible ante sus discípulos: "Lázaro ha muerto. Y me
alegro por vosotros de no estar allí, para que creáis" (v 15).

Existe por lo tanto para Jesús un "no estar" en el lugar adecuado


(devolviendo la salud a Lázaro) que es ocasión de fe, y eso es
más importante para él que el consuelo que hubiera dado con su
presencia.

Realmente se merecía el reproche de Marta: "Si hubieras estado


aquí, no habría muerto mi hermano..." (v 21) Marta no hace más
que sumarse con voz femenina a la multitud de los que a lo largo
de los siglos habían protestado, clamado y hasta casi insultado a
un Dios acusado de impuntual.

Abraham, el primer creyente, fue también el primero en


refunfuñar ante Dios, cansado ya de tanto retraso en la promesa
de descendencia: "Señor, ¿de qué me sirven tus dones si soy
estéril y Elezer de Damasco será el amo de mi casa? (Gen 15, 2).
Y es que, la verdad, ni Sara ni él mismo iban estando ya para
nada.

"Que se dé prisa, que apresure su obra para que la veamos; que


se cumpla enseguida el plan del Santo de Israel para que lo
comprobemos" (Is 5. 18), apremiaban los listillos contemporáneos
de Isaías, y Jeremías, después de comprar un campo con el
destierro ya encima, se encaraba abiertamente con Dios: "Estás
viendo la ciudad ya en manos de los caldeos y en este momento
vas tú y me dices: - ¡Cómprate un campo! (Jer 32, 25)

Habacuc fue el primero en preguntarle abiertamente: ¿Hasta


cuándo pediré auxilio sin que me escuches? (Hab 1,2) y el
impaciente Job tampoco se quedó corto en protestas.

En el NuevoTestamento tampoco los discípulos parecen estar


muy de acuerdo con la medición de tiempos propia de Jesús:
evidentemente, el durmiente que llevaban en la barca retrasó
demasiado el momento de despertarse y calmar la tempestad
(Mc 5,38); y cuando llegó aquella otra galerna, podía haber
 
 
abreviado sus rezos en la montaña y acudir en su ayuda un poco
antes (Mc 6, 46-50). Tampoco estuvo atinado de cálculo cuando
se le fue la gente detrás: "El lugar es despoblado y la hora es
avanzada" (Mc 6,35). O sea, mucha compasión, pero ni idea de
que el tiempo pasa y ahora a ver cómo nos arreglamos para que
coman. Y no digamos cuando le entró aquella prisa insensata por
subir a Jerusalén, con la que estaba cayendo allí (Mc 10,32). En
opinión de los de Emaús, los tres días pasados en la tumba eran
ya más que suficientes para darles razón en su sospecha de que
la promesa de resurrección no había sido más que una
pretensión insensata (Lc 24, 21).

El tema del desajuste entre tiempos de Dios y tiempos humanos


es reincidente en las parábolas: el amo no llegó hasta el tercer
turno de vela (Lc 12, 38) y el novio se retrasó tanto, que el aceite
de las lámparas estaba ya en las últimas (Mt 25,5).

Jesús es contundente y nunca aclara los cuándos de Dios ¡Estad


en vela!, es lo único que recomienda (Mt 24,42) y, junto con eso
la convicción de que la semilla crece sin que el que la sembró
sepa cómo (Mc 4,27).

Invitados a la danza de lo in-tempestivo

Es Marta esta vez quien nos invita:

Dejad que sea Otro quien mida vuestros tiempos, ritmos y


compases. Recordad que él llega a tiempo pero a su tiempo, no
al vuestro, y tendréis que ser pacientes y convertir vuestra prisa
en espera y vuestra impaciencia en vigilancia. Acostumbraos a su
extraño lenguaje: si decís de alguien: "está muerto" él os dirá
"está dormido" y os pedirá también vuestro consentimiento, no
sólo ante sus retrasos, sino ante sus anticipaciones: porque en el
grano de trigo podrido en tierra él está contemplando la espiga, y
cuando una mujer grita de dolor, él escucha ya el llanto del niño
que nace.

No temáis permanecer a su lado junto a las tumbas de vuestro


mundo, unid vuestro llanto al suyo allí donde parece que la
muerte ha puesto ya la última firma y gritad vuestra rebeldía ante
su dominio. Pero creed también en la fuerza secreta de la
compasión y de la insensata esperanza. Cuando yo le esperaba
 
 
junto al lecho de Lázaro para ahuyentar su fiebre, él vino a
destiempo, a la hora tardía en que creíamos no necesitarle. Y el
que no llegó a tiempo para curar a mi hermano, ordenó retirar la
piedra del sepulcro, pronunció su nombre y le ordenó con su
poderosa voz: -"Lázaro, ¡ven afuera!". Y todos supimos entonces
que la última palabra la tenía aquel hombre en quien habitaba el
poder de vencer a la muerte. Atreveos a jugar con él el juego de
sus retrasos y de sus des-tiempos: apostad fuerte por la Palabra
que os asegura que en él está la resurrección y la vida de todos
los lázaros olvidados en las tumbas de la historia.

Alegraos de tener como Compañero de danza al Ex-céntrico y al


Imprevisible, aunque os conduzca a un ritmo que os parezca
paradójico, in-conveniente e intempestivo. Porque lo suyo es
cambiar nuestro luto en danza, desatar nuestros sayales, como
desató a Lázaro de sus vendas, y revestirnos de fiesta,

También podría gustarte