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Tomo 2

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El Gobierno de la Provincia de San Luis cumple y seguirá

cumpliendo con los preceptos constitucionales y las normativas


vigentes respecto a asegurar el desarrollo humano y social de sus
habitantes.
El derecho a la cultura, a la información, a la publicación
y a la difusión de las ideas es un derecho humano fundamental,
con el que este proyecto político ha desarrollado fuertes lazos y
claras acciones en su defensa. Invertir en cultura es fortalecer los
cimientos republicanos y consolidar la convivencia democrática
armónica, en un marco de pluralismo, tolerancia y respeto por el
otro. Invertir en cultura es también propender a difundir la obra y
engrandecer el patrimonio cultural provincial, potenciando así la
libertad de pensamiento y el universo de las ideas, la literatura y la
palabra escrita en general.
Por la defensa y ratificación de este derecho el Sello Edito-
rial San Luis Libro suscribe y se sustenta en la Ley Provincial Nº
I-0002-2004 (5548) que dice en su artículo 1º: “El Estado Provin-
cial garantiza el derecho fundamental a la libertad de pensamien-
to, religiosa y de culto reconocido en la Constitución de la Provin-
cia de San Luis”.

ACERCAR EL LIBRO AL PUEBLO


Tobares, Jesús Liberato
Tomo 2 : estudios folklóricos / Jesús Liberato Tobares. - 1a ed . -
San Luis : SLL - San Luis Libro, 2018.
v. 2, 388 p. ; 24 x 18 cm. - (Obras completas ; 2)

ISBN 978-987-1787-95-1

1. Literatura Argentina. 2. Poesía. 3. Narrativa. I. Título.


CDD A860

Obra Completa 978-987-1787-93-7

Para la presente edición


Sello Editorial San Luis Libro
25 de Mayo 971 / Ciudad de San Luis
sanluislibro@sanluis.gov.ar
www.sanluislibro.sanluis.gov.ar

Diseño y Diagramación
Área Diseño y Comunicación
Payné. S.A.

Fotografía de tapa “Cerro Blanco”


José Núñez

Impreso por La Gráfica. Payné S.A.


Av. Lafinur 924 - San Luis

Tirada 500 ejemplares

Impreso en la Argentina
Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723
Prohibida su reproducción total o parcial, incluyendo
fotocopias sin la autorización expresa del autor
CRITERIOS DE ESTA EDICION

Los textos que conforman cada uno de los tomos de esta Co-
lección han sido agrupados según un criterio temático, no crono-
lógico.
Cada volumen está integrado tanto por libros enteros como
por textos más breves como monografías o exposiciones sobre te-
mas concurrentes con su unidad.
Cuando se trata de textos publicados en revistas o en una pu-
blicación colectiva se ha consignado su origen con una nota al pie.
Asimismo, todos llevan sus notas respectivas al final de los
mismos o, cuando se trata de libros, al final de cada capítulo.
Para esta edición se han conservado los prólogos originales,
en el caso en que los hubo, que acompañaron estos textos en el
momento de su publicación.

ACERCAR EL LIBRO AL PUEBLO


Autoridades

GOBERNADOR:
Dr. Alberto José Rodríguez Saá

SECRETARIO GENERAL:
Dr. Alberto José Rodríguez Saá (h)

PROGRAMA CULTURA
Dra. María Silvia Rapisarda

SAN LUIS LIBRO


Pedro Bazán
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Acerca del autor

Jesús Liberato Tobares nació en San Martín (S.L.) el 15 de


octubre de1929.
Hijo de Liberato Tobares Amaya y Arolinda Véliz. Tres
hijos: Alba Myriam, Dardo Alberto y Néstor Ariel. Seis nietos:
Dana Carolina, Luciana Anabel, Débora Marianella, Lara Ana-
hí, Ramiro Adriel y Blas Alberto. Una bisnieta: Renata Monse-
rrat Tobares.
Cursó estudios primarios en su pueblo natal, secundarios
en el Colegio Nacional “Juan Crisóstomo Lafinur” de la ciudad
de San Luis, y universitarios en la Facultad de Ciencias Jurídi-
cas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata donde se
graduó de Procurador en 1957 y de Abogado en 1959.
Cargos desempeñados
- Juez de Primera Instancia en lo Civil, Comercial y Minas.
- Juez de la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial
de la Primera Circunscripción Judicial.
- Ministro del Superior Tribunal de Justicia de la Provincia
de San Luis.
Actividades docentes, jurídicas y culturales
- Profesor de Instrucción Cívica, Derecho Usual, Práctica
Forense y Derecho Administrativo en establecimientos de edu-
cación secundaria de la ciudad de San Luis.
- Integró con los Dres. Juan Saá, Marcial Rodríguez, Rober-
to Mazzola y Bernardo Ramón Quinzio, la comisión encargada
de preparar la reforma constitucional de 1962.
- Presidente de congresos provinciales y nacionales de fol-
clore.
- Conferencista de la Facultad de Ciencias de San Luis,
Universidad Nacional de Cuyo, 1968.

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Colección Obras Completas

- Representó a la Provincia de San Luis en el ciclo de con-


ferencias organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación -
Mapa de Cultura del País Federal - (Biblioteca Nacional), 1993.

Distinciones y premios
- Primer Premio Juegos Florales Villa Mercedes (S. L.) 1956.
- Premio Fondo Nacional de las Artes - Juegos Florales - San
Luis, 1965.
- Primer Premio Ensayo, 1º Certamen Bienal de Literatura,
San Luis 1974.
- Primer Premio Certamen “Flor de Retamo”, San Luis, 1982.
- Primer Premio Ley de Autor Sanluiseño, San Luis, 1990.
- Distinguido con el Escudo de Chancay, otorgado por la
Asociación Cultural Sanmartiniana, 1982.
- Miembro de Número de la Junta de Historia de San Luis: 10
de junio de 1983.
- Miembro de la Junta de Estudios Históricos y Folclóricos de
Merlo (S. L.) agosto 1993.
- Miembro Honorario de la Junta de Estudios Históricos de
Villa Mercedes (S. L.) 16 de diciembre de 2006.
- Distinguido por la Cámara de Diputados de la Provincia de
San Luis: 23 de noviembre de 2005.
- Distinguido por la Cámara de Senadores de la Provincia de
San Luis: 30 de abril de 2008.
- Distinguido por la Honorable Cámara de Diputados de la
Nación como “Mayor Notable Argentino”: 22 de agosto de 2008.
- Declarado “Ciudadano Ilustre” de la ciudad de San Luis;
distinción conferida por el Honorable Concejo Deliberante de la
ciudad de San Luis, Resolución Nº 074-HCD-90.
- Declarado “Ciudadano Ilustre” de San Martín (S.L.) 28 de
marzo de 2016.
- Premio Anual al Mérito Literario “Antonio Esteban Agüero”
otorgado por el Honorable Concejo Deliberante de la ciudad de
San Luis: 2014.
- Designación como Miembro Correspondiente de la Junta
Municipal de Historia de Río Cuarto (Cba.) 2009.
- Destacado por su trayectoria: Distinción otorgada por El

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Diario de la República de la ciudad de San Luis, 2014.


- Incorporación de Jesús L. Tobares entre los veinte fundado-
res de la Literatura Sanluiseña. Ministerio de Turismo y las Cultu-
ras de San Luis: 2012.
- Distinción otorgada por el Honorable Concejo Deliberante
de la ciudad de Villa Mercedes por destacada trayectoria: 2014.
- Designación con su nombre de la biblioteca de autores
puntanos de la Escuela Nº 227 de Río Grande (S.L.) 1992; de la bi-
blioteca de autores puntanos del Centro Educativo Nº 18 “César
Rosales” 2002; del salón de usos múltiples del Centro Educativo
Nº 18 “César Rosales”, 2004; del salón de la Municipalidad de San
Martín: 8 de febrero 2008; de la Biblioteca Popular de Villa de Pra-
ga: 2008; de un aula de la Escuela Pública Multilingüe Digital “Pro-
greso y Sueños” San Luis: 2015.
- Distinción “Pueblo Puntano de la Independencia” conferi-
da por el Gobierno de San Luis: 25 de agosto de 2014.
- Doctor Honoris Causa, grado académico conferido por la
Universidad Nacional de San Luis: 11 de noviembre de 2016.
- Distinción del Honorable Senado de la Nación por su apor-
te en la construcción de la Cultura Nacional: 18 de junio de 2018

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

PALABRAS INTRODUCTORIAS

Jesús Liberato Tobares


“Rastreador de pasados”

Después de más de cinco décadas de trabajo literario con-


tinuo; horas innumerables de investigación y escritura elegante y
precisa, ha llegado para el doctor Jesús Liberato Tobares la hora de
ver reunidos, ordenados, referenciados e impresos la totalidad de
sus escritos.
Esta realización integra en un solo cuerpo, distribuida en vo-
lúmenes temáticos, tanto su producción editada en forma de li-
bros, folletos, separatas, revistas, prólogos, etc. como la que se en-
cuentra inédita a la fecha de compaginar este conjunto.
Ya sabemos que los creadores prolíficos residentes en provin-
cias escriben más de lo que logran publicar.
El caso de nuestro autor no difiere del de muchos otros que
han cumplido su trabajo en el interior argentino, alejados de la
academia y de la industria editorial central, pero siempre procu-
pados en la exploración de la región cultural a la que pertenecen, y
que les concierne de modo prioritario.
Sin embargo, a lo largo de todos estos años, Tobares ha podi-
do difundir parte importante de sus escritos, ya sea porque le fue-
ron publicados por organismos oficiales (como causa de premios
obtenidos) o por ediciones que él mismo se costeó.
San Luis conoce su obrar, su pensamiento y su lenguaje des-
de hace mucho tiempo. Esta casi familiaridad de su presencia en
nuestra cultura le han otorgado a este autor un lugar distinguible
y una valoración casi unánime como transmisor de saberes que

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Colección Obras Completas

arraigan en el humus más ancestral de su tierra.


Se trata de un hombre que ha querido comunicar a su gen-
te sus hallazgos. Tras ese propósito ha buscado las formas para
hacerlo, con la clara conciencia de estar compartiendo “noticias”
que nos involucran a todos, sencillamente porque se trata de un
saber “rastreado” en los orígenes de nuestro armazón cultural.
Quizás alguna vez pensó, a su modo, que el fruto de su traba-
jo no le pertenecía, sino que había que devolvérselo a la comuni-
dad que en su discurrir histórico lo había engendrado.
Más allá de su empeño en compartir lo encontrado, es cier-
to que muchos de sus aportes, al no ser reeditados -salvo excep-
ciones- han quedado alejados del consultante especializado o del
lector común. Esta dispersión atenta contra el mayor conocimien-
to que se pretende tener de su ininterrumpida labor investigativa
y creadora.
La edición revisada de todas sus obras viene a prevenir el pe-
ligro que implicaría su dispersión y también, porqué no decirlo, la
posibilidad de que su tarea sucumba en el olvido o la invisibilidad.
Estas palabras distintas significan, en este caso, lo mismo porque
ambas dañan la vigencia de la memoria.
Estas Obras Completas anticipan un resguardo que, además
de materializar el valor que su provincia le otorga a lo suyo, garan-
tizan su perdurabilidad al facilitar su acceso a lectores presentes y
futuros.
Porque esta iniciativa, además de satisfacer a su autor, satis-
face en similar medida a sus numerosos lectores que encuentran
en lo suyo argumentos genuinos para comprender el pasado pun-
tano desde diferentes perspectivas y abordajes.
Hace tiempo que se sabe que lo aportado por Tobares a
nuestra cultura es una información sustancial e irremplazable. Re-
ferencia documentalmente muchos de los temas que ha tratado.
Esto explica el interés que sus libros han suscitado en quie-
nes se interesan e ilustran sobre aspectos inherentes a la identidad
raigal de esta tierra; tierra que sabe honrar con gestos, conductas,
palabras y cariños fáciles de constatar, no sólo a través de su obra
conocida sino también en su vida reflexiva y pensativa.
Es casi un lugar común oír decir que los homenajes hay que

10
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

hacerlos en vida de quien los merece; esto casi nunca se cumple


pero sí se ha cumplido con Jesús Liberato Tobares.
Su provincia le ha ido otorgando los reconocimientos más
altos por parte de entidades académicas y gubernamentales.
En el campo estrictamente intelectual, los prólogos origina-
les que anteceden algunos de sus libros, y que se transcriben lite-
rales en estas Obras Completas, corroboran la opinión admirativa
de sus pares, quienes a lo largo de muchas décadas han definido
su espacio en la cultura lugareña y el influjo de sus intervenciones.
Para un lector como el que esto escribe y subscribe, los sen-
deros transitados por Tobares para darle certeza a sus búsquedas
son itinerarios intrincados. Los investigadores actuales, en gene-
ral, averiguan los datos que necesitan en la computadora. Lo que
se llama “trabajo de campo” queda como una instancia final, de
ser necesaria.
En el ideario de la cultura de San Luis subsiste la percepción
de que los pioneros fueron personas épicas. Berta Elena Vidal de
Battini, María Delia Gatica de Montiveros, Dora Ochoa de Mas-
ramón, Polo Godoy Rojo, Juan W. Gez, por citar a algunos, traji-
naron archivos y caminos para ir en busca de las fuentes. Tobares
pertenece a esa estirpe de andariegos buscadores de testimonios
vitales, rastros y rostros, datos, voces y seres que residiendo lejos
de los centros urbanos pueden dar fe de la memoria colectiva.
Fruto de esos andares por caminos y sendas de piedra y tie-
rra, averiguando fuentes tradicionales, visitando antiguos pobla-
dores, pero apoyado siempre en la información bibliográfica de
archivos, es parte de su obra. Nadie podrá contar las leguas reco-
rridas por nuestro escritor para tomar el testimonio de un paisano,
desempolvar viejos escritos parroquiales o preservados en escue-
las rurales de nuestros campos.

* * *
Después de haber cumplido con sus tareas laborales desa-
rrolladas en la ciudad capital de San Luis, Jesús Liberato Tobares
volvió a residir en San Martín, el pueblo norteño que lo vio nacer,
cuyos amaneceres vieron también despertar a otro niño excep-
cional, el poeta César Rosales. Ahí ha reunido la mayoría de sus

11
Colección Obras Completas

muchos libros en un recinto construido para tal fin que alberga su


biblioteca personal.
Su vivienda linda con la capilla del pueblo. Escucha en las
mañanas el tañido de sus campanas centenarias, las mismas que
oyó siendo niño y luego joven inquieto por conocer su alrededor y
sus orígenes. Quizás ese sonido idéntico a sí mismo, como el canto
inmemorial del zorzal negro, lo reconcilia con su experiencia ini-
cial ligada al trato con tantos hombres y mujeres que le transmitie-
ron inspiración y veracidad para redactar sus libros.
Porque Tobares ha sido y es un meticuloso rastreador de
pasados.
Lo atestiguan su trayectoria en la cultura local y las bienveni-
das publicaciones y alocuciones públicas donde ha dado a cono-
cer sus pareceres, comprometiendo en ellos su visión, su método
y sus ideas.
Todo su obrar está presidido por la curiosidad; una curiosi-
dad que tiene al hombre como centro y al pasado puntano como
escenario.
Es metódico y laborioso. Con esa filosofía fáctica ha explo-
rado la memoria de su lugar, encontrando siempre el “filón” que
esconde la información inédita o el dato recóndito no atendido
por los buscadores anteriores. Cada vez que emprende la cons-
trucción de un nuevo libro es porque ha detectado un territorio
semioculto que pide un desarrollo detallado y unificador.
Su discurso cautiva por su claridad conceptual enriqueci-
da con giros poéticos. Probablemente el ejercicio de la poesía
haya dado a su lenguaje la liviandad esclarecedora de la me-
táfora. De la práctica del derecho y la investigación histórica
rigurosa, quizás provenga la rotundez incontrastable de sus ar-
gumentaciones.
Sus convicciones, logradas a través del estudio y de la ob-
servación del hombre en su contexto social, lo hacen una perso-
na antidogmática que realiza su trabajo en forma sistemática, sin
alardes ni vehemencias, pero intentando siempre arrojar claridad
donde observa ambigüedad o descuido metodológico.
A esta altura del desarrollo cultural de San Luis los resulta-
dos de sus búsquedas están a la vista. Ha publicado más de una

12
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

veintena de títulos que referencian, casi obligatoriamente, los te-


mas que abordan.
Sus intereses abarcan el relato breve, como en su volumen
de cuentos “Río Grande”, la investigación historiográfica, como en
“San Luis de antaño” o “Dr. José Santos Ortiz: Primer Gobernador
de San Luis¨; la poesía como en “Cerro Blanco” y “Calandrias de
septiembre”; la investigación folclórica como en “Toponimia pun-
tana” o “Folklore sanluiseño”.
Por su profesión ocupó importantes cargos en la Justicia de
la provincia de San Luis. Esta experiencia lo llevó a intervenir en
los litigios de los hombres arrojados “al infierno social” -según
la expresión del poeta Francisco Madariaga-. Simultáneamente
a las responsabilidades propias de sus funciones fue desarro-
llando parte de sus investigaciones. En esta tarea nunca dejó de
mirar ese lugar para muchos marginal donde el hombre rural,
el criollo con reminiscencias del gaucho, construye su cultura
particular unido a valores y costumbres sencillas pero firmes y
pulidas por el tiempo.
Ya desde sus comienzos sus trabajos transmitieron conoci-
miento e identificación genuina con esos universos mentales que
aún sobreviven y que de algún modo son constituyentes de la his-
toria argentina.
Baste como muestra su primera publicación, el poemario
“Cerro Blanco” de 1962, que es a la vez un registro lírico por su
construcción poética, y también una protesta contra la vida aciaga
de los mineros y de los criollos en general sometidos a trabajos in-
salubres. El Cerro Blanco es un montículo de piedra erigido como
un tótem natural en el ingreso a su pueblo.
Y en orden a su génesis se puede advertir su postura huma-
nística, estética y social en su conferencia “La poesía y el hombre”,
dada al año siguiente de la aparición del libro citado.
Tobares es como un baqueano de caminos antiguos, muchas
veces borrosos, que la lluvia y el viento de los días se empeñan en
erosionar.
En síntesis, no es imposible imaginar que los estudiantes
de la historia, y los pensadores de la historia encontrarán en el
despliegue de sus textos fuentes fidedignas que arrojarán luz

13
Colección Obras Completas

sobre futuros senderos abiertos para interpretar la identidad de


San Luis.
Si he dicho que Tobares es un rastreador de pasados, tam-
bién se puede decir que sus rastros están frescos sobre la tierra que
caminó y camina para buscar en el borroso semiolvido, lumbres
de claridades que permiten comprender y visualizar la silueta de
la mujer y el hombre como sustratos de esta tierra nuestra, que es
semilla de sus desvelos y destino de su obrar literario.

Gustavo Romero Borri

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FOLKLORE SANLUISEÑO
(Año 1972)
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

A la memoria de la mamita
Juana y la abuelita Rosinda
“médicas” que tantas veces
esperaron el alba velando por
nosotros;

A Don Guillermo Ledesma,


Don José Saldaña, Don Pedro
Rodríguez Ranulfo Barroso,
Justino Suárez y Martín Gutiérrez,
que me enseñaron a arrear tropas
antes de saber que los caminos
terminan donde comienzan las
distancias;

A Don Nazario Barzola, soguero


de la Barranca Alta que me
trenzó el primer lazo que tuve,
regalo del abuelo;

A Don Alejo Gil, milico, que se


llevó en los ojos la soledad de “La
Mesilla”;

Al tío Juan Fernández y a Mar-


tín Godoy (guitarreros) que me
siguen rezando coplas cada vez
que la noche se embruja de estilos
y tonadas en mi pueblo.

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

PRÓLOGO

La amable invitación formulada por el doctor Jesús L. Toba-


res para que yo asumiera la honrosa responsabilidad de prologar
su libro, suscitó en mí algo como un conflicto de conciencia. Con-
sidero que no soy el más indicado, pues no domino los temas del
folklore sanluiseño como para opinar sobre lo que respecto de
ellos dice un puntano conocedor de las “cosas del pago”, a las que
describe y analiza sin deformarlas con la perspectiva de su propia
formación intelectual.
Aquella primera apreciación personal cedió, sin embargo,
ante la simpatía despertada, tanto por el pedido mismo, como por
la feliz circunstancia de tratarse de una obra premiada en un con-
curso, aunque de mi parte desconociera sus circunstancias.
Desde otro punto de vista, San Luis suscita en mí resonancias
cordiales y nostálgicas. Allí realicé, con un grupo de alumnos y dis-
cípulos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Bue-
nos Aires, una fructífera investigación de campo en 1956, en el curso
de la cual inicié con Antonio Esteban Agüero, en Merlo, lo que llamé
entonces “antología viva”, folklórica y literaria, pues combinaba la
entrevista sobre temas nativos con las imágenes de una película fil-
mada por Julio A. Rosso en torno del “Abuelo algarrobo”.
Como fruto feliz de ese viaje, algunos de los jóvenes investi-
gadores que habían integrado el equipo volvieron a Renca para la
época de su fiesta y nos dieron como saldo el libro “Renca; folklore
puntano”, que publicó el Instituto que es hoy Nacional de Antropo-
logía.
En la ciudad de San Luis di conferencias y charlas invitado
por la Universidad Nacional de Cuyo y a mi propuesta el Fondo
Nacional de las Artes exhibió la “2ª Exposición representativa de
artesanías argentinas” a la par que conmemoraba el Día Mundial
del Folklore en 1970.
Con apoyo del Fondo, la señora Dora Ochoa de Masramón pu-

19
Colección Obras Completas

blicó “Folklore del Valle de Concarán” para cuyo estudio contó con el
estímulo de una beca, y por otra parte, el Centro de estudios folklóricos
“Profesor Dalmiro S. Adaro” ve alentada su obra con ayudas tan justifi-
cadas como comprensivas.
Estos cordiales influjos, entre otros, acallaron mis escrúpulos
para aceptar un compromiso superior a mis fuerzas, pero afrontado
con tanta buena voluntad como simpatía. El libro del doctor Tobares
sobre “Folklore sanluiseño” ha sido premiado en un certamen literario
y esto previene su carácter y la presumible actitud del autor, cuya obra
no debe en consecuencia ser juzgada como conjunto de monografías
científicas.
No obstante, el primer capítulo, “El saber del rastreador”, es ele-
gido como pórtico teórico para confrontar los aspectos salientes de
ese tema con los rasgos caracterizadores de los fenómenos folklóricos.
Asunto crucial en las indagaciones de la ciencia, me preocupa desde
hace más de tres décadas y no ceso de investigar, meditar y documen-
tarme sobre el punto, desde 1942, cuando apareció la primera mues-
tra de esta inquietud en mi “Bosquejo de una introducción al Folklore”,
hasta “Los fenómenos folklóricos en su contexto humano y cultural:
concepción funcional y dinámica”, que próximamente será publicado
en un volumen colectivo sobre teoría folklórica por la Universidad de
California en Los Ángeles juntamente con la de Texas.
El doctor Tobares llega a la conclusión de que, tanto el tema del
capítulo inicial, como los demás del volumen, son expresiones folkló-
ricas, pues de su análisis (explicito solo en el primer caso) surge que
han cumplido el complejo proceso cultural que los ha acendrado en
folklore, lo cual se reconoce desde que responden a la caracterización
que por mi parte he propugnado reiteradamente.
El título del último ensayo citado sintetiza algo como un “leit
motiv” de la teoría, pues el enfoque integral de la metodología fo-
lklórica pone énfasis en considerar los fenómenos como sumergi-
dos en el contexto propio de las comunidades o sociedades “folk”
y de su correspondiente cultura. Tal interpretación subyace en ca-
pítulos como “Las mingas” y “El mate”, por ejemplo, en los cuales
se advierte (como en todo el libro, más o menos explícitamente) el
propósito de aludir a múltiples y al parecer alejados aspectos de la
vida popular que confluyen funcionalmente en la compleja traba-

20
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

zón cultural del hecho estudiado en cada caso.


Esta manera de interpretar la vida popular y campesina de
la provincia surge casi espontáneamente por la feliz circunstancia
de que la niñez y mocedad del autor han transcurrido en ese am-
biente en el cual ha logrado, por inclinación de su temperamento
y aguda capacidad observadora, una verdadera penetración con
el modo de ser y de vivir de las gentes que integran las sociedades
“folk”. Eso es lo que permite, acaso más que la técnica misma, lle-
gar a los repliegues más recónditos y a las costumbres tradiciona-
les de ese pueblo.
Pero además, el doctor Tobares es abogado, y pone a contri-
bución su saber jurídico y su experiencia profesional para mos-
trarnos otra cara de los fenómenos folklóricos que no es por cierto
la más conocida. En los capítulos “La taba y el Código Civil”, “Las
carreras cuadreras”, “Charlatanes y adivinos ante el Código Penal”
(como ya dos de esos títulos lo anticipan) y en otros en mayor o
menor medida, los textos legales y reglamentarios informan de un
trasfondo de la realidad popular que por lo común no se tiene en
cuenta. Bien es cierto que por momentos lo jurídico hace valer sus
derechos en la pluma del abogado y se sobrepone y aún sofoca la
viviente y espontánea realidad de lo folklórico.
Por otra parte, esa documentada presencia subyacente de lo
institucionalizado oficial, representado aquí por el derecho posi-
tivo en sus varias manifestaciones (códigos, leyes, decretos, regla-
mentos), no es sino un caso de un problema vasto y complicado
que la teoría internacional debate y que aquí me limito desde lue-
go a aludir: la imbricación de la sociedad y la cultura “folk” en el
contexto más amplio de la sociedad total, de la realidad nacional
de cada país en el momento en que el fenómeno se considere.
El trasfondo histórico de ciertas manifestaciones es traído
también a cuento, reforzando la condición común de tradiciona-
lidad de todo fenómeno folklórico, para dar al lector idea de cómo
y por qué determinadas manifestaciones tienen tal o cual caracte-
rística: así ocurre, entre otros casos, con “Postas y diligencias en la
jurisdicción de San Luis” y “El arriero”.
Este mismo afán de precisión histórica, que se entrelaza a ve-
ces con lo biográfico, aflora desde la simpática “Dedicatoria” gra-

21
Colección Obras Completas

cias a la mención de personas determinadas, con nombre, apelli-


do y a veces residencia y domicilio y que son o han sido “médicas”
o adivinas, guitarreros o trenzadores, maestros de posta y artífices
en el juego de la taba. Considerado este aspecto desde el punto de
vista teórico, no debe perturbar la clara noción de que los hechos
folklóricos son siempre colectivos, vale decir, vigentes en la cultu-
ra de la comunidad, lo cual no obsta para que, aun siendo patri-
monio común del grupo “folk”, algunos de sus miembros, personal
y determinadamente, actúen como representantes calificados de
un acervo que, como concreción final de un proceso, es a la vez
tradicional, anónimo colectivo y funcional.
El libro del doctor Tobares invita a muchas alusiones o re-
ferencias ocasionales de este tipo, mas sería inoportuno recargar
al lector con exposiciones técnicas y eruditas que retardarían car-
gosamente la lectura amena del texto; me limito a una más, para
destacar el nutrido ejemplo que aquí se ofrece de confirmación
de un rasgo en el que ha insistido reiteradamente: la coexisten-
cia, al parecer contradictoria y casi milagrosa, entre lo regional y
lo universal. Esta comprobación es uno de los incentivos intelec-
tuales más irresistibles de la investigación folklórica. El autor lo
insinúa como propósito, que permitiría ahondar metódicamente
algunos de los temas tratados hasta convertirlos en monografías
científicas, logradas después de sostenido esfuerzo a través de la
selva bibliográfica argentina e internacional, siguiendo las sendas
ya trazadas en los campos de la teoría, del método y la técnica, que
se manifiestan hoy entre nosotros en niveles que en nada desme-
recen de los logrados por la ciencia folklórica contemporánea.
Los lectores en general, y los folkloristas en particular, tanto
los ya consagrados como los numerosos jóvenes que se suman a
la caravana científica en las carreras especializadas de nivel uni-
versitario, agradecerán al doctor Tobares su valioso aporte y acaso
hallen en él estímulo para nuevos estudios, como nuevas “postas”
en la carrera eterna de la ciencia.

Augusto Raúl Cortazar

22
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

El Saber del Rastreador

Nos proponemos en este trabajo determinar con algún rigor


científico, si el saber del rastreador constituye o no un auténtico
hecho folklórico. Para ello será necesario sintetizar previamente,
con la ayuda de los maestros de esta ciencia, cuáles son los ca-
racteres que definen al hecho folklórico, para averiguar posterior-
mente si esos caracteres particularizantes se dan en el saber del
rastreador.
En tal sentido podemos afirmar que los hechos folklóricos
son: populares, tradicionales, colectivos, funcionales, regionales,
empíricos, espontáneos, vigentes, orales y anónimos.
Populares: Todos los fenómenos folklóricos tienen carácter po-
pular aunque no todo lo popular es folklórico. Esta expresión
debe entendérsela en el sentido de que el laboratorio originario,
la fuente, el manantial creador del folklore, es el pueblo. Y cuan-
do decimos “pueblo” no aludimos a un sector determinado sino a
todo el grupo social, “al pueblo todo” como dice el doctor Ismael
Moya, sin determinación de esferas, porque el folklore es como el
aire que, trascendido de aroma antiguo, recorre las gradaciones
de la sociedad, desde aquella donde se acogen los campesinos, y
la que tiene albergue y escenario en los suburbios y conventillos,
hasta la que integran la clase media y la encumbrada en el orden
intelectual, artístico y económico.” (1) Pero es necesario distinguir,
como lo advierte el doctor Augusto Raúl Cortazar, lo popular au-
téntico de lo popular circunstancial. Lo popular auténtico es lo
que después de depurarse en el cedazo seleccionador del pueblo
ha quedado en la memoria colectiva y ha resistido a la corriente
del tiempo que no ha podido sepultarlo en arenales de olvido. Lo
popular circunstancial tiene vigencia pasajera, sin arraigo tradi-
cional. Son manifestaciones ocasionalmente popularizadas como
una canción o danza en boga, los caprichos de la moda, los dichos

23
Colección Obras Completas

y chistes de actualidad. (2) Digamos por último que la moda, que se


caracteriza por su transitoriedad, es la antítesis de lo tradicional y
por lo tanto incompatible con lo popular auténtico.
Tradicionales: “Para lograr la plenitud de la condición folklórica
-ha dicho el doctor Cortazar- faltaría otra etapa esencial: El arrai-
go popular a través del tiempo. No es suficiente que un bien se
incorpore ocasionalmente al patrimonio cultural del grupo. Es
menester que integre la herencia social que los miembros de una
generación trasmiten a otra, en sucesión indefinida.” (3)
De aquí se deduce que los valores folklóricos, para llegar a
ser tales, necesitan perduración a través del tiempo.
La tradición es entonces el legado espiritual que una genera-
ción entrega a la que le sucede; legado que recuerda “las gestas de
sus mayores, las guerras, los dolores, las victorias, los éxodos, las
tragedias, la esclavitud de una época y la libertad joyante de otra.”
(4)
Por eso el Profesor Moya ha podido decir con razón que la tradi-
ción “es la memoria fecunda de las sociedades humanas.”
Colectivos: Las manifestaciones folklóricas tienen en su origen
un creador individual cuando se trata del cuento, el refrán, la co-
pla, etc. Otras veces nace por voluntaria participación del grupo
sin que se pueda señalar un gestor originario, como ocurre en la
minga.
Pero aún en aquellos casos, la creación folklórica no es priva-
tiva del individuo. El poeta o el músico habrán recogido un senti-
miento latente en el seno del pueblo, pero este ha hecho suya esa
expresión y la ha incorporado al patrimonio común.
De tal suerte que la expresión folklórica, con ser una expre-
sión personal, tiene como característica fundamental la de haber
dejado de pertenecer con exclusividad al individuo que le dio ori-
gen para formar parte del patrimonio espiritual del grupo colecti-
vo.
Funcionales: Este carácter significa, según el doctor Cortazar, la
aptitud demostrada por el hecho folklórico (uso, costumbre, etc.)
para satisfacer una necesidad material o espiritual del grupo so-
cial.
Regionales: Todo fenómeno folklórico constituye una expresión
regional. Sin ser un factor determinante sino concurrente, el me-

24
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

dio geográfico da fisonomía propia al grupo colectivo. El carácter


distintivo se manifiesta en la indumentaria, los medios de trans-
porte, las artesanías, los mitos, etc.
Empíricos o espontáneos: El hecho folklórico no responde a for-
mulaciones abstractas, concebidas a priori, sino a enseñanzas de-
rivadas de la observación y la experiencia. En cuanto a su origen
cabe señalar que no aparece como el resultado de imposiciones
coercitivas sino que es el fruto de la libre expresión o manifesta-
ción de los individuos del folk.
Vigentes: “Su vigencia social -ha dicho el doctor Cortazar-, signifi-
ca que el grupo los considera incorporados a su patrimonio tradi-
cional; de que todos, por lo tanto, se sienten copartícipes, aunque
no intervengan personalmente en su expresión.”
El folklore no es simple recuerdo de cosas muertas sino parte viva
de la cultura del pueblo. Tiene proyección en el pasado y “realidad
actuante” en el presente.
Tampoco es pieza de museo. Es así como un viejo río que nacido
de la conjunción del hombre y de la tierra, fecunda nuestra histo-
ria y caracteriza nuestra personalidad nacional.
Orales: En la transmisión de los bienes folklóricos se prescinde ge-
neralmente de la escritura.
Sin embargo autores como Ismael Moya sostienen que no obstan-
te su formulación escrita, los hechos folklóricos no dejan por eso
de ser tales.
Anónimos: El carácter tradicional de los hechos folklóricos propi-
cia el anonimato. El pueblo hace suya una expresión folklórica sin
interesarle el nombre de su autor.
Lo que importa para el grupo colectivo no es el creador sino
la creación. De allí que a través del tiempo los hechos folklóricos
devienen anónimos.

25
Colección Obras Completas

Rastreadores Puntanos

Esbozadas así a grandes rasgos, las notas particularizantes


del hecho folklórico, antes de entrar al prometido análisis del pro-
blema, nos parece ineludible hacer previamente una breve refe-
rencia a los rastreadores puntanos.
Voy a comenzar entonces con una anécdota personal.
Durante muchos años, y de esto hace un largo tiempo; mi
padre fue arrendatario del campo Cerro Blanco, al oeste de San
Martín, pueblo del norte de nuestra Provincia.
En cierta oportunidad recorriendo el campo encontramos
en el ojo de agua una mula de pelo negro que no era de nuestros
animales.
Rápidamente mi padre reconoció al híbrido.
“Esta mula -dijo- es de Don Enrique Rosales y se va volvien-
do a La Mesilla.”
Terminada nuestra habitual recorrida regresamos al pueblo.
Al llegar al río, es decir a la salida de San Martín por el cami-
no a Los Piquillines, nos encontramos con un hombre del lugar,
comprador de mulas en aquellos tiempos y que vivía a una legua
al norte de San Martín casi sobre el camino a Quines.
Cambiado el saludo de rigor nos interrogó: “¿No me han vis-
to una mula negra de Enrique Rosales que se me va volviendo?”
“Sí, -le respondió mi padre- en el ojo de agua del Cerro Blan-
co la hemos visto hace rato. ¿Y cómo sabe que se le va volviendo
por este camino?”
“La vengo siguiendo por el rastro. Allá, junto al remanso, ha
saltado el cerco...”
Se refería a una vieja línea de ramas que corría hasta donde
es ahora la pileta municipal.
Y luego agregó con toda naturalidad: “No ve que áhi va...”
Al propio tiempo que esto decía, con el índice de la mano de-
recha señalaba un rastro entre cientos que junto al arroyo habían

26
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

dejado los vacunos, yeguarizos y mulares que durante todo el día


bajaban a beber.
Yo miré el lugar que él señalaba pero no pude saber cuál era
el rastro de la mula negra. Por primera vez en mi vida me topa-
ba con un rastreador. Aquel hombre vive ahora en San Martín,
mi pueblo natal. Arriero, baquiano, pialador, jinete, trenzador... Y
además, rastreador, por si algún título le falta... ¿Su nombre? Don
José Miguel Lucero.
No es extraño que un campesino de San Luis posea las dotes
maravillosas del rastreador que tan bien ha descripto Sarmiento
en el “Facundo”.
El mismo, hablando de este personaje excepcional, relata el
siguiente hecho: “Una vez caía yo de un camino de encrucijada al
de Buenos Aires, y el peón que me conducía echó, como de cos-
tumbre, la vista al suelo.
— Aquí va -dijo luego- una mulita mora, muy buena... esta es
la tropa de Don N. Zapata... es de muy buena silla... va ensillada...
ha pasado ayer...”.
“Este hombre -sigue diciendo Sarmiento- venía de la sierra
de San Luis, la tropa venía de Buenos Aires, y hacía un año que él
había visto por última vez la mulita mora cuyo rastro estaba con-
fundido con el de toda una tropa en un sendero de dos pies de an-
cho. Pues esto, que parece increíble, es con todo la ciencia vulgar;
este era un peón de arria y no un rastreador de profesión.” (5)
El capitán inglés Francisco Bond Head que pasó por nuestra
Provincia en 1825, refiere en sus memorias: “Poco después llega-
mos a un sitio donde había un poco de sangre en el camino, y por
un momento sujetamos los caballos para mirarla. Observé que al-
guna persona había sido quizá asesinada. El gaucho dijo: ‘No’; y
señalando un rastro cerca de la sangre, me dijo que algún hombre
había rodado y roto el freno y que, mientras estaba de pie com-
poniéndolo, la sangre, evidentemente, había salido de la boca del
caballo. Repuse que acaso fuese hombre herido, a lo que el gaucho
contestó: ‘No’. Y señalando algunos rastros pocas yardas adelante
sobre la senda dijo: Pues vea el caballo que ha salido al galope.”
Donde el ojo inexperto del viajero inglés suponía encontrar
los vestigios de un crimen, el gaucho puntano encontraba las fres-

27
Colección Obras Completas

cas señales de una rodada reciente. Y agregaba, para ilustración


del caminante, que el caballo había salido al galope; es decir que
describía como si estuviera viendo, una escena que no había pre-
senciado. Alfredo Ebelot, ingeniero francés que dirigió a fines del
siglo pasado los trabajos de la “zanja” de Alsina, cuenta que en
una oportunidad en la frontera los indios les robaron los caballos.
Enterado de la novedad despachó un chasque a Sandes quien de
inmediato le mandó un rastreador.
Al ver las huellas, el hombre predijo que por el lugar habían
pasado seis caballos montados, quince sueltos y una yegua ma-
drina con un potrillo de seis a ocho meses. “Los ladrones -dice
Ebelot- fueron tomados al día siguiente. Se pudo ver que efectiva-
mente eran seis, que su tropilla constaba de quince caballos y una
madrina. El potrillo no apareció, y me imaginé que el rastreador lo
había agregado por su cuenta para deslumbrarnos con este floreo,
que cabía a las mil maravillas en los límites de lo verosímil. No
había tal. El potrillo, cuyas fuerzas no correspondían a la jornada
obligada, se había quedado en el camino, rendido. Unos soldados
lo hallaron y, lo que allana cualquier duda, lo reconoció la yegua.
Tratándose de brutos, la voz de la sangre no es mera figura retóri-
ca. Era, como quedaba anunciado, un animal de ocho meses.” (6)
Tiempo después contó el caso al General Conrado Villegas.
Por supuesto que el inteligente ingeniero no deslumbró con su re-
lato al valiente militar.
“Amigo -dijo Villegas, que conocía la frontera como el que
más y tenía tanta intuición del campo cuanto puede caber en un
cerebro civilizado-, esto no es hazaña para un rastreador. ¿Usted,
por lo visto, no ha viajado por el interior? Estaba hace poco, en
la provincia de San Luis, en un pueblecito en plena sierra. En las
montuosas calles, cavadas en piedra viva, solo los descalzos y las
mulas podían caminar sin resbalarse. Me hallaba frente a la escue-
la, al salir los niños. Lanzáronse en tropel; el mayor de ellos tendría
doce años. Apenas en la plaza, se pusieron a andar despacio, ca-
bizbajos, con los ojos fijos en el suelo, escudriñando la superficie
del duro granito, en que, por el viento, no quedaba un átomo de
tierra. Les oí cambiar sus observaciones: ‘Allá va la mula del cura’,
decía uno. ‘Pasó hace una hora’, agregó otro. ‘El receptor de rentas

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

ha ido a pasear a caballo.’ ‘Y el almacenero de la esquina a pie.’


‘Con botas.’ ‘Che, vete pronto a tu casa, tu mamá acaba de volver.’
‘Calzaba alpargatas.’ Sí señor, esos pillos leían todo esto en la roca
lisa tan fácilmente como leemos en los libros fruslerías que por lo
general no son tan interesantes.” (7)
Es por todos conocida la página magistral de Sarmiento
cuando habla de Calíbar. Ebelot también tiene la suya, y porque
es tan bella y porque toca tan de cerca nuestros sentimientos de
puntanos, tentados estuvimos de transcribirla íntegramente.
Ebelot relata allí la hazaña de un rastreador de San Luis. No
dice su nombre, pero por la calidad del acto, por la inteligencia
de las maniobras y por los recursos de que hace gala ese radar de
carne y hueso de los rastros, tenemos que suponer que se trata de
alguno de estos dos rastreadores famosos que tuvo San Luis: Don
Benito Lucero o Don Rufino Natel.
A propósito de Don Rufino, cuéntase que en la noche del 12
de enero de 1863 después de visitar al gobernador Don Juan Bar-
beito, el coronel José Sandes por entonces comisionado nacional
en San Luis, al pasar por la esquina de Colón y Ayacucho fue apu-
ñalado por un desconocido que huyó al amparo de las sombras.
El agresor había permanecido oculto tras una pila de ladri-
llos colocada sobre el cordón de la vereda. El puñal quedó clavado
en el costado derecho del coronel que de inmediato se lo arrancó,
conteniendo la hemorragia con la mano. Poco después fue atendi-
do por el Dr. Norton. (8)
El mayor Segovia (que asumió a partir de ese momento la jefatura
de las fuerzas militares acantonadas en San Luis) requirió los servicios
de Natel que odiaba a Sandes. Pero en razón de ser deudor de Segovia,
de una gran “gauchada”, tuvo que aceptar la misión encomendada.
En efecto; en cierta oportunidad Segovia lo salvó de una esta-
queada ordenada por Sandes; estaqueada que por el carácter altivo
de Natel casi termina frente a un pelotón de fusilamiento.
Con las primeras luces del día Natel se puso en marcha acom-
pañado de una escolta que le proporcionó Segovia.
En la Plaza de las Tropas (actual escuela Lafinur) Natel tomó
referencias y ya no le perdió pisada al agresor que había empren-
dido la fuga hacia el norte. Valiéndose de todos los recursos imagi-

29
Colección Obras Completas

nables fue juntando los eslabones que lo llevarían, a través de cien


leguas, nada menos que a la ciudad de La Rioja adonde fue a parar
el agresor. Era de la gente del Chacho Peñaloza, al parecer.
No lo trajo a San Luis porque no era su objeto capturarlo. Él cum-
plía con individualizarlo. Así fue el “trato” que hizo con Segovia. (9)
Otro formidable rastreador que tuvo San Luis fue Don Ro-
mualdo Rodríguez que vivió en “El Puestito”, al sur de Paso del Rey.
Los viejos del lugar recuerdan que “cuando el saqueo al fi-
nado Aquilino Fernández”, de Loma Blanca rastreó los caballos en
que fueron los “gauchos” desde ese lugar hasta San Luis logrando
individualizarlos.
En otra oportunidad le robaron una cabra del corral a Doña
Sandalia Sosa que vivía en El Paso de los Algarrobos (hoy “El Re-
suello” de Nuccillio). La señora tapó el rastro del caballo que mon-
taba el ladrón y lo mandó a llamar a Don Romualdo que recién
pudo ir a los ocho días. El amigo de lo ajeno había seguido río aba-
jo por el curso del agua, pero Don Romualdo le cortó los rastros y
logró ubicarlo en el lugar llamado La Estrechura en “La Costa del
Cercadito” a distancia de una legua más o menos. (10)
En la zona norte de la Provincia se conoció otro famoso ras-
treador. Se trata de Don Francisco Flores, nacido en La Brea (una
estancia cercana a Quines) que murió a los 96 años de edad, en
completa lucidez.
Era un estanciero acaudalado, de mucho prestigio en la zona
y a quien acudían los vecinos y autoridades cada vez que debían
encarar la búsqueda de alguna cosa perdida que se considerara de
importancia.
En cierta oportunidad se perdió un niño de cuatro años de
edad de una estancia vecina a la suya. Esto ocurría en el año 1890
más o menos y la zona era boscosa, donde abundaban pumas, ja-
balíes, etc. Cincuenta hombres buscaban al pequeño y Don Fran-
cisco pedía que lo dejaran solo para no borrar rastros y él se com-
prometía a encontrarlo. Después de cuatro días y cuatro noches
y siguiendo el rumbo que denunciaba la punta del pie sobre los
pastizales, este rastreador encontró al niño sano y salvo.
¿Cómo se llamaba el pequeño? He aquí un nombre conocido
por varias generaciones de puntanos: Alejandro Montiveros; pro-

30
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

fesor y político de gran prestigio que desarrolló su actividad do-


cente en la ciudad de San Luis.
En otra ocasión fueron quemadas varias parvas de trigo y
pasto a un señor Taurán de la localidad de Quines. La policía re-
currió a Don Francisco Flores. El incendiario se había alejado del
lugar por una acequia llena de agua. Luego trepó tapiales y volvió
a seguir por acequias hasta que llegó a su casa situada en pleno
centro de la población.
Don Francisco lo siguió hasta allí y cuando se enfrentó con él
le dijo a la policía: “Acá está el autor”. El hombre (un tal Quinteros)
fue tomado preso y confesó en el acto su delito. (11)
Es oportuno decir que Don Francisco Flores era conocido
como rastreador no solo en Quines sino en toda la zona norte de
la Provincia y que según mentas, conocía por el rastro a todos los
vecinos de su pago porque, según su propia explicación, “todos
tienen una forma de pisar diferente”. (12)
En San Francisco fue famoso como rastreador Don Oscar Sosa
(fallecido). En la actualidad vive en ese pueblo Don Juan Sosa que
también es considerado como un experto en el arte del rastreo. (13)
Según referencias el último rastreador oficial de la policía de
San Francisco fue Don Wenceslao Alcaraz, que murió en Los Co-
rrales, Departamento Ayacucho. Mató a un compadre con el cu-
chillo envainado. Le pegó en esa forma veinticinco puntazos. (14)
En Luján fueron famosos como rastreadores Don José Ramí-
rez y Don José López. (15)
En Nogolí debemos citar a dos hermanos: Pedro Videla (ex
empleado de la Policía de la Provincia) y Gregorio Videla. (16)
En la zona noreste de la Provincia se conocieron, entre otros,
dos buenos rastreadores: Don Joaquín Palacio de La Ramada (muy
cercano al límite con San Luis) y Don José Agüero de El Pantanillo. (17)
En Concarán gozó de fama Don Eusebio López (fallecido)
que también fue compositor de caballos.
De la misma localidad debemos mencionar a Don Baldome-
ro Rojo, oriundo de Santa Martina y que se desempeñó como co-
misario de Concarán durante algunos años.
En el Departamento San Martín hay que citar como buen
rastreador a Don Romualdo Godoy.

31
Colección Obras Completas

Otro experto en este arte tan original fue Don Prudencio


Aguilar (fallecido) del Arroyo de Las Cañas.
La conocida investigadora de Concarán, señora Dora Ochoa
de Masramón que tuvo la gentileza de proporcionarme estos da-
tos, recogió unas décimas de las que fue autor el nombrado Agui-
lar y que tituló: “Yo soy del género humano”. Dicen así:

Yo soy del género humano


el rastreador sin rival
que en el monte rastreo igual
como si fuera en el llano.
Soy de la malicia hermano
de llevar en mis rastreadas
y me animo a hacer cortadas
en un amplio pajonal,
también en un arenal
si las huellas están borradas.

Soy el rastreador de fama


que ni a los bichos perdono,
que hasta la pulga saltona
el rastro le hallo en la cama.
Sé desatar cualquier trama
aunque sea complicada,
en el agua turbia estancada
sé rastrear a la mojarra
y en el aire a la chicharra
no le escapo la rastreada.

Soy el rastreador más fino


que en el mundo puede andar,
hasta capaz de rastrear
el porvenir y el destino.
Sé rastrear con muy buen tino
la mujer en sus amores,
y entre distintos cantores,
cuando me hallo en una farra,

32
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

sé rastrear en la guitarra
algún ruidito, señores.

En la zona norte del Departamento San Martín gozó de fama


como rastreador Don Juan García (a) “Don Juanito” de Las Caña-
das. Se dice que sabía distinguir por el rastro todos los caballos de
la comarca. (18)
Además se impone citar a tres hermanos que saben bastante
de estas cosas: Gilberto Pallero de El Paraíso, Alejandro Pallero de
La Huertita y Lucio Pallero de San Martín.
Digamos finalmente que pese a las averiguaciones realizadas
en la zona de Naschel, Juan Llerena y El Morro, no hemos podido
obtener información sobre la existencia de rastreadores de algún
renombre.

33
Colección Obras Completas

El Saber del Rastreador


como hecho Folklórico

Realizada esta referencia a rastreadores puntanos, volvamos


a nuestro quehacer y averiguaremos ahora si el saber del rastrea-
dor constituye verdaderamente un hecho folklórico.
Habíamos dicho al comienzo que todo hecho folklórico se
caracteriza por ser popular.
¿Se da este rasgo particularizante en el saber del rastreador?
La respuesta afirmativa no ofrece duda alguna.
Este arte no ha sido fruto de concepciones foráneas tras-
plantadas a nuestro medio. Ha nacido del seno del pueblo y cada
individuo del grupo asimila este conocimiento conforme a sus
aptitudes particulares y lo aplica y se sirve de él de acuerdo a las
condiciones también particulares del medio geográfico.
Esto en cuanto al origen del hecho.
Ahora bien; en cuanto a sus manifestaciones individuales te-
nemos que preguntarnos: ¿La totalidad de los rastreadores perte-
necen a los estratos iletrados de esa agrupación humana que en el
folklore llamamos pueblo? ¿O también existen rastreadores entre
la gente culta?
Y aquí tengo que darle la razón al doctor Ismael Moya.
He visto en el norte de mi provincia al estanciero rico e ins-
truido, rastrear sus vacas junto a los peones; y al jefe de Policía (al
jefe político como se le llamaba en esos tiempos) junto al agente
siguiendo el rastro del cuatrero prófugo.
Un viejo expediente criminal nos hace saber que en el siglo
pasado el ayudante Decurión de La Escondida, Don Fernando Be-
cerra, encuentra una vaca carneada a la que le “habían sacado las
botas y la han degollado entera”... “se le tomó el rastro -al ladrón-
muy de mañana y se rastreó todo el día hasta que se oscureció por

34
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

motivo de que el ladrón iba escondiendo el rastro y allí tuvo el


auxiliar que dormir con su comitiva para seguirlo al otro día.” (19)
Esto significa que por lo menos el saber del rastreador no
puede considerarse circunscripto a un sector determinado del
pueblo sino que lo encontramos en los más variados estratos so-
ciales.
El saber del rastreador, tal como lo hace notar Sarmiento en
“Facundo”, es una ciencia casera y popular. Casera porque la es-
cuela, la universidad, la academia donde se enseña y se aprende,
es el núcleo familiar. Popular porque constituye un saber incorpo-
rado al sistema cultural del grupo social.
Se da aquí la condición de que el verdadero creador de este
originalísimo complejo de conocimientos que informa el saber del
rastreador, es el pueblo.
Tenemos pues algo logrado en nuestro vacilante empeño de
cortarle el rastro a estas cosas de la tierra.
Y si nos empeñamos un poco más no nos será difícil compro-
bar que este saber tan particular que a veces toca las fronteras del
misterio, no solo forma parte del sistema cultural del grupo folk.
Integra también la herencia espiritual que cada generación entre-
ga a la que le sucede. El bisabuelo le enseña al abuelo, el abuelo al
padre, el padre al hijo, el hijo al nieto, etc., etc.
Creo que no es necesaria una demostración documental en
tal sentido. Y si así fuera, allí están las páginas de Sarmiento, de
Gez, de Ebelot, de Pastor, de Gutiérrez.
Otro aspecto nada despreciable de la cuestión es la respuesta
de cualquier paisano cuando le endilgamos la pregunta: “¿Y a us-
ted, quién le enseñó a rastrear?” “Y, ió nomáh hi aprendío”. La otra
variante es: “Y me habrá enseñao mi padre, o mi abuelo, vaya a sa-
ber...” En ese “vaya a saber...” está denunciado mejor que en ningu-
na otra expresión, el carácter tradicional del saber del rastreador.
Desde tiempos remotos, pasando por personajes famosos y
también anónimos, este arte particularísimo ha llegado hasta ese
hombre del pueblo que ahora abordamos y que no sabe a ciencia
cierta de dónde le viene su saber.
O sea que el arte del rastreador se ha ido transmitiendo
de generación en generación hasta adquirir arraigo popular a

35
Colección Obras Completas

través del tiempo.


Y por esa razón las páginas de la historia provinciana y tam-
bién de la historia nacional, están matizadas de hazañas cumpli-
das por rastreadores que aportaron su inteligencia, su intuición,
su experiencia, su perseverancia, en una palabra su saber; a las
causas más variadas, desde la nobilísima de la emancipación has-
ta la detestable de secundar a los caciques maloneros que caían
sobre las poblaciones indefensas dejando un cuadro aterrador de
muerte y destrucción.
En esa sobresaltada vida de los fortines los sufridos “milicos”
también tuvieron que hacerse rastreadores, porque la pisada del
bagual que montaba el indio bombero, descubierta en las cerca-
nías de la línea, era indicio suficiente para despertar la sospecha
que obligaba a reforzar las guardias, recoger la caballada en el co-
rral y cargar el cañón de chispa. Y desde el mangrullo -esa torre
vigilante de lejanías- alguien rastreaba polvaredas...
Según lo dicho tenemos puntualizadas dos notas caracteri-
zantes del arte del rastreo. Se trata de un hecho popular pues tiene
origen en el núcleo folk; y tradicional en cuanto constituye un as-
pecto de la herencia espiritual que nos han transmitido las gene-
raciones precedentes.
Pero no termina allí nuestra observación.
En efecto; este complejo de conocimientos forma parte del
patrimonio cultural del grupo colectivo o grupos colectivos regio-
nalmente localizados.
No es patrimonio de un hombre sino del conjunto. Así se
pondera que los riojanos, o los puntanos, o los sanjuaninos, son
buenos rastreadores.
Y aunque a veces la fama se encarna en un individuo en par-
ticular, Calíbar, Don Benito Lucero, Don Rufino Natel; a ese indi-
viduo particular se lo considera como el conspicuo representante
del grupo.
Don Lucio V. Mansilla en su libro “Una excursión a los indios
ranqueles” dice: “Los rastreadores más eximios son los sanjuani-
nos y los riojanos.”
Ebelot en “La Pampa” hace la apología de los rastreadores
puntanos, sin particularizar.

36
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Sarmiento cuando habla de Calíbar, hace referencia a un ras-


treador de la sierra de San Luis.
Justo P. Sáenz (h) en su libro “Baguales” alude a los rastrea-
dores puntanos, salteños, riojanos y sanjuaninos.
Es decir que todos estos autores hacen referencia -salvo raras
excepciones-, no a un hecho personal, particularizado, sino a un
fenómeno colectivo.
Pero es también un hecho funcional. Veamos por qué.
La misión inmediata del rastreador es determinar a qué ani-
mal pertenece el rastro que ha encontrado y ubicar rápidamente
los animales que se buscan.
No cabe duda que no es recomendable buscar horas y horas
en un campo de mucho bosque por ejemplo, un animal que por
el rastro puede localizarse en poco rato. Quizá el animal esté allí
nomás, a pocos pasos del campeador y si no se lo rastrea se puede
andar leguas sin otro resultado que perder el tiempo.
El rastreo satisface, pues, una necesidad material evidente.
El rastreador ha sido siempre un valioso auxiliar de la policía
y de la justicia.
Sarmiento dice que la aseveración del rastreador hace fe en
los tribunales inferiores. Es la prueba de las pruebas; “probatio
probatísima” como decían los romanos.
¿Y cuál es el fundamento que induce al juez o al comisario a
confiar ciegamente en la palabra del rastreador?
En primer lugar la certeza de que su aseveración es poco
menos que infalible porque su idoneidad está probada en cien
rastreos; porque antes de llegar al delincuente y decir: “Este es”,
el rastreador ha analizado muchas otras “razones” concurrentes
con la razón fundamental de la pisada, y porque a la acusación del
rastreador normalmente sigue la confesión lisa y llana del delin-
cuente.
En segundo término porque el natural orgullo del paisano ha
dotado al rastreador de una especie de “ética profesional” que lo
obliga a cuidar celosamente su prestigio. Equivocarse sería ridí-
culo; allí terminaría su fama. Y cuando en la rueda del fogón, en
las reuniones del boliche, en las veladas materas de la estancia, se
cuenten hazañas de rastreadores; él sabe que las miradas malicio-

37
Colección Obras Completas

sas de la paisanada, las medias palabras dichas en tono de sorna;


le van a herir más que cien puñales.
Las cicatrices de una guapeada se exhiben con orgullo. Pero
la herida de un fracaso rastreando otro gaucho, por matrero que
sea, no se restaña jamás. Ebelot ha dicho que el rastreador es el su-
perintendente de los sumarios; tanto como decir que cuando ese
hombre extraordinario levanta su dedo acusador, han terminado
todas las instancias. En el futuro valdrán justificativos y atenuan-
tes pero no excusas ni coartadas. La balanza de la justicia se habrá
inclinado definitivamente cuando el rastreador pronuncie la fría
sentencia: “Prendan a este hombre; él es”.
Otra nota característica de este orden de conocimientos es
que constituye un fenómeno regional. Resulta curiosa la circuns-
tancia de que mientras en las provincias del Centro (Córdoba y
Santiago del Estero), Cuyo (San Luis, San Juan y Mendoza), No-
roeste (La Rioja y Catamarca) y Norte argentino (Salta y Jujuy),
surgen rastreadores por doquier, difícilmente se los encuentre en
la Pampa húmeda ni en la Mesopotamia.
Este hecho es claramente demostrativo de la influencia que
el medio geográfico ejerce sobre el comportamiento de los indivi-
duos.
Ya hemos hecho referencia a la opinión de varios autores
sobre las naturales aptitudes para el rastreo que caracteriza a los
hombres de provincia.
Y no obstante no estar muy encuadrada en la naturaleza in-
vestigativa de este trabajo, nos animamos a arriesgar la opinión de
que los mejores rastreadores del país -y quizá del mundo- son los
gauchos salteños, riojanos, sanjuaninos y puntanos.
También se caracteriza el saber del rastreador por ser un he-
cho espontáneo y empírico.
Espontáneo porque el hombre de campo practica el arte del
rastreo normalmente como un deporte. No es un trabajo: es una
diversión. Y no lo hace porque alguien se lo imponga sino porque
lo lleva dentro: porque le gusta.
Empírico porque la experiencia y la observación del gaucho
son aquí fundamentales. ¿Y qué le enseñan la experiencia y la ob-
servación? Muchas cosas y muy importantes:

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

1º) Él sabe distinguir fácilmente el rastro de un animal vacuno, de


un mular o de un yeguarizo porque mientras que el vacuno mues-
tra la pezuña dividida en dos, el rastro del yeguarizo o del mular
muestran un vaso enterizo, más grande y redondeado el primero;
más pequeño y ovalado el segundo.
2º) También sabe el gaucho distinguir si el animal va suelto o
montado. El animal suelto no sigue una línea de marcha defini-
da. Constantemente se detiene a pastar saliéndose del camino. En
cambio el animal montado sigue un rumbo fijo: el que le impone
el jinete.
3º) Si son vacunos pueden distinguirse los animales gordos y pe-
sados de los flacos y livianos porque los primeros muestran en el
rastro las pezuñas abiertas, lo que no ocurre con los animales li-
vianos.
4º) Si son vacas o yeguas con crías, junto a las pezuñas grandes
aparecen las pequeñas.
5º) Si son crías hembras (potrancas o terneras) van junto a la ma-
dre. Si son crías machos (terneros o potrillos) se alejan de las ma-
dres retozando.
6º) Si hay algún animal rengo o manco, marcará bien el rastro de
tres extremidades y será menos profundo el rastro del miembro
afectado porque el animal manco “afloja” la mano.
7º) Si se trata de yeguarizos se verá si va al tranco, al trote o al galo-
pe por la profundidad del rastro y por la distancia a que tira la tie-
rra del lugar de la pisada. 8º) Si el candado se ve nítido es animal
joven; si se ve borroso es animal viejo.
9º) Si va suelto y come el pasto de un solo lado del camino, se de-
ducirá que es un animal tuerto.
10º) Cuando se trata de un caballo cuya pata sobrepasa a la mano
al caminar, seguramente que es animal de buena marcha, y no es
difícil que se trate de un caballo preparado para una carrera. Don
Segundo Sombra, o mejor dicho su ahijado, observaba bien este
detalle en aquella carrera del ruano con el colorado que describe
Güiraldes.
11º) Si el animal viene “aplastado” arrastra un poco las extremida-
des posteriores y como consecuencia arrastra también la tierra a
partir del vaso.

39
Colección Obras Completas

12º) Si el animal viene dejando gotas de sangre en el camino, está


“embichado” y por la distancia que separa a las gotas puede dedu-
cirse si la hemorragia es grande o no.
Digamos por último que el saber del rastreador es un fenó-
meno vigente, oral y anónimo.
Vigente en cuanto como conocimiento forma parte del siste-
ma cultural actual del grupo folk.
Oral porque las enseñanzas de padres a hijos nunca se trans-
mitieron a través de la escritura sino por la vía oral.
Anónimo porque nos es imposible determinar quién fue el
primer o los primeros rastreadores. Quizá este arte -dice Pastor-
nos venga de los huarpes. Tal vez -como conjetura Justo P. Sáenz
(h)- sea una herencia quichua.
Lo cierto es que el misterio se pierde en la noche de los tiempos.
En síntesis tenemos que el saber del rastreador es un hecho
popular, tradicional, colectivo, funcional, regional, espontáneo,
empírico, vigente, oral y anónimo.
Y ahora sí podemos afirmar con absoluta certeza que este
arte maravilloso de descifrar por las pisadas de las bestias la histo-
ria de los caminos, constituye un auténtico hecho folklórico.

1. Autor cit. “Didáctica del Folklore”. pág. 29, Edit. Ciorda y Rodríguez, Bs As.1956.

2. A. R. Cortazar. “Esquema del Folklore., pág. 13, Edit. Columba, Buenos Aires,
1959.

3. Autor y op. cit pág. 17.


4. Ismael Moya, op. cit pág. 35.
5. Autor citado “Facundo”.
6. Aut. cit. “La Pampa”, pág. 17 y sig. Edit. Eudeba, Bs. As. 1961.
7. Idem. pág. 19.
8. El hecho está referido por el historiador puntano Juan W. Gez en su “Historia de la
Provincia de San Luis” T. II, pág. 182, y por Don Reynaldo A. Pastor en “San Luis
ante la Historia”, pág. 28.
9. Los restos de Don Rufino Natel descansan en el cementerio central de la ciudad

40
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

de San Luis, muy cerca de la tumba donde estuvo el coronel Pringles. En la placa se
lee la siguiente inscripción: “D. Rufino Natel. Q.E.P.D. Falleció el 10 de diciembre
de 1878. A los 95 años de edad. Fue en vida un buen patriota, soldado de la inde-
pendencia y amigo ardoroso de la justicia y de la libertad. Sirvió siempre a su patria
con desinterés y el pueblo todo de San Luis conserva recuerdos imperecederos de su
modestia y de sus servicios.”
10. Referencias de la Sra. Haydee Etcheverry de Sosa - calle Mendoza 877 - San
Luis.
11. Datos suministrados por Teófilo Lucero de Quines (SL).
12. Referencia de Don José F. Lucero - “San José, Dpto. San Martín (SL)
13. Datos suministrados por Don Marcos B. Reyes - San Francisco (San Luis).
14. Datos suministrados por Don Octavio Guiñazú - calle General Paz Nº 551 - San Luis.
15. Referencias de la Sra. María Inés Pérez Ligeón de Silva - Luján (San Luis).
16. Datos de Don Aníbal Benjamín Molina - Nogolí (SL). Información proporciona-
da por Carlos Moyano de la misma localidad.
17. Datos suministrados por Carlos S. Rodríguez - Merlo (SL).
18. Referencia de Don José Rosendo Chaves - EI Paraíso - Dpto. San Martín.
19. Archivo Judicial de la Provincia de San Luis - Expediente Criminal Nº 8 Año
1853.

41
Colección Obras Completas

La Taba y el Código Civil

Según remotas noticias, este juego ya lo practicaban los grie-


gos. Homero así nos lo hace saber en las páginas de ese libro céle-
bre que se llama “La Ilíada”.
Sin embargo, y tal como lo ha demostrado Don Luis C. Pinto
(1)
, los autores que han aludido a ese pasaje de Homero han caído
en error de grueso calibre; error debido a la falta de examen crítico
del texto.
Dichos autores siguiendo el diccionario Espasa Calpe han
sostenido que en disputa derivada de una partida de taba, Patro-
clo siendo niño dio muerte a su amigo Anfidamonte.
Don Luis C. Pinto ha demostrado que en verdad no fue a An-
fidamonte a quien mató Patroclo sino al hijo de aquél.
El juego del astrágalo, que así se llamaba en Grecia, precur-
sor de nuestra taba rioplatense, era privativo de los niños y de las
damas.
Se practicaba con pequeñas tabitas de gacelas o corderos o
se mandaban a hacer de cristal o ágata.
Los griegos denominaron a este juego “payanca”, y se prac-
ticaba colocando los astrágalos en el dorso de la mano. Según el
lado de su caída se le asignaban nombres y valores determinados.
No obstante su semejanza fonética y práctica, la payanca de
los griegos no tiene nada que ver con nuestra payana, juego este
que según noticia del autor antes citado, existía ya en América pre-
colombina.
El juego de los astrágalos griegos se practicaba en los salones,
sobre lujosos tapices y en los templos. Tenía allí un carácter adivi-
natorio; augural.
Mediante el astrágalo los augures consultaban los designios del

42
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

porvenir mediato o inmediato. En su manejo predominaba la mujer


por su condición preponderante en el gremio de la adivinación.
Al parecer este juego despertó en Grecia notable entusiasmo,
por cuanto una destacada personalidad como el escultor Polícleto
escribió un tratado que tituló “La Astragolizonta”, con el que pre-
tendía regir los secretos adivinatorios de las mujeres. (2)
De Grecia el juego de los astrágalos pasó a Roma y allí troca
su nombre por el de “tali” o “talus”.
En la ciudad de Virgilio parece que no despertó la misma
euforia que en Grecia y las autoridades miraron con recelo a este
juego. Lo demuestra el hecho de regir allí la Lex Tallaria represiva
del tali.
Con el carácter augural que el tali tenía en Roma se entronca
la leyenda según la cual Julio César antes de cruzar el Rubicón y
pronunciar su famosa frase “Alea Jacta Est”, consultó los augures,
y estos, para predecir el futuro inmediato, arrojaron la taba que
debió caer del lado de la suerte.
Al respecto dice Don Federico Oberti: “Cuando Julio César
¡quién lo diría! contrariamente a todo lo establecido, resolvió cru-
zar el Rubicón, no encontró medio más adecuado para saber la
suerte que podrían correr sus fuerzas que arrojar el clásico huesi-
to, que sin duda debían llevar sus augures. Como este debió caer
del lado de los buenos auspicios, exclamó en una frase que llegó a
hacerse legendaria, popular y célebre “Alea jacta est”, es decir “la
suerte está echada”. (3)
Don Luis C. Pinto en el trabajo a que hemos hecho referencia
ha demostrado que la famosa frase de Julio César nada tiene que
ver con ninguna consulta oracular al tali. Y para ello se apoya en
dos obras de renombre: “Los Doce Césares” de Suetonio y “Vida
de Julio César” de Plutarco. Con los españoles la taba llegó al Río
de la Plata. Pero aquí sufre una radical transformación tanto en su
aspecto físico, cuanto en su significación como hecho sociológico.
1º) De juego de damas y de niños pasó a ser juego de varones que
rivalizaron en destreza y elegancia masculina.
2º) El juego de salón y ceremonial de los templos que conocieron
los griegos y romanos, se convirtió en suelo argentino en juego a
campo abierto.

43
Colección Obras Completas

3º) Los delicados y pequeños instrumentos de bronce, cristal o


marfil, o las tabitas de gacelas o corderos que los griegos emplea-
ron en sus juegos de salones sobre lujosos tapices y que como ya
se dijo denominaron “payanca”, se trocaron en el Río de la Plata en
la “taba” de ganado mayor que hoy todos conocemos.
4º) Por último el papel augural o en su caso el carácter de juego de
azar que tenía en Grecia y Roma, desaparece aquí para convertirse
en juego de habilidad.
El filólogo y escritor rioplatense Don Vicente Rossi resumiendo en
apretada síntesis esa transformación ha dicho: “La intensa supers-
tición grecorromana pudo dar a los ‘huesitos’ valor oracular, en-
tonces en su manejo se imponía la mujer, dominante en el gremio
de la adivinación. Los nombres de albures de esos huesos lo com-
prueban. Nuestra taba nunca fue pichico ni distracción de mujeres
y pibes. Tampoco fue oráculo. Juego sencillo y sin cabuleos. Breve
habilidad en un gesto único. Juego de hombres; de pie y a cancha
larga. Un solo medido y elegante ademán; en él comienza y con-
cluye el juego. Una sola pieza. Dos únicos albures; terminantes: sí
o no. Nada más auténtico, más nuestro. Esa es la taba rioplatense,
única en el mundo.” (4)

Naturaleza del Juego

Estos son, en términos generales los caracteres del juego en


Grecia, en Roma y en el Río de la Plata.
Veamos ahora cuál es su naturaleza.
En este aspecto no siempre se ha coincidido. Hay dos bandos
en pugna: Los que consideran a la taba como un juego de azar y
los que sostienen que se trata de un juego de habilidad o destreza
personal.
Esta divergente manera de caracterizar nuestro viejo juego
no tiene solo importancia especulativa. Tiene también importan-
cia práctica, porque según cual sea la conclusión a que se arribe,
será la posición en que la taba quede frente al ordenamiento jurí-
dico.
Esto basta por sí para hacernos cargo de la importancia de la
cuestión, y de la solución escogida dependerá la suerte de plan-

44
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

teos como estos: ¿El juego a la taba está prohibido por las leyes
argentinas? Las apuestas que se realizan en este juego ¿generan
una obligación civil, es decir exigible en derecho o simplemente
una obligación natural?
Nada mejor entonces que encuadrar el problema en el ám-
bito jurídico y enfocarlo desde un triple punto de vista: legislativo,
jurisprudencial y doctrinario, utilizando para esta última fase la
literatura folklórica del Río de la Plata.
En el ámbito legislativo el problema se suscitó en Jujuy en el
año 1918.
Un proyecto de ley presentado a la Legislatura de aquella
provincia propiciaba la implantación de un impuesto punitivo
para el juego a la taba en razón de que debía considerárselo como
juego de azar.
El recinto legislativo mostró la presencia de aquellas dos co-
rrientes que señalamos, es decir los que podríamos llamar “apolo-
gistas” y “detractores”.
El problema doméstico trascendió los límites provinciales y
de él se hizo eco la prensa metropolitana.
El diario “La Razón” realizó una encuesta entre los tradicio-
nalistas más autorizados y el balance final dio el triunfo a la co-
rriente “legalista”. La taba no es juego de azar sino de habilidad, de
destreza. Los tribunales del país también han tenido oportunidad
de pronunciarse sobre la cuestión.
La Cámara Criminal y Correccional de la Capital Federal en
una sentencia dictada el 12 de junio de 1923 ha dicho que el juego
de la taba es un juego de destreza personal.
En uno de sus considerandos expresa: “Que si bien el azar
entra en mayor o menor proporción en todos los juegos, solo pue-
den ser considerados como juegos de azar aquellos en los cuales
la ganancia o pérdida depende exclusivamente del azar, o por lo
menos en los que este interviene en una proporción preponderan-
te, lo que no sucede en el que la destreza del jugador desempeña
el rol principal.” (5)
Refiriéndose a estas peripecias de la taba ante los tribuna-
les de justicia, Don Federico Oberti en un artículo publicado en el
diario “La Prensa” el 14 de diciembre de 1958 recuerda este inte-

45
Colección Obras Completas

resante episodio: “En cierta ocasión tocole al extinto y distinguido


doctor Salvador Oría defender a un jugador de taba inculpado y
procesado por un celoso comisario de campaña. El hábil defen-
sor presentó al acusado ante el juez, alegando que en manos de
su defendido la taba no constituía un juego de azar, y uniendo la
palabra a la acción, en uno de los ángulos del patio de cierto tribu-
nal, tranquilo y callado, como quien se dispone a cumplir un rito
sagrado, el sujeto en cuestión echó en un instante tantas suertes
como quiso”.
No podemos resistir a la tentación de pensar que el celo del
comisario pudo tener origen en su propio interés lastimado. ¿No
iría algo en la jugada el representante de la autoridad...?
La Cámara Criminal de San Luis decidió, en fallo dictado el
14 de mayo de 1964, que el juego de taba no constituye juego de
azar penado por la ley.
En el aspecto doctrinario, y solo refiriéndonos a algunos au-
tores conocidos, digamos que la gran mayoría está de acuerdo en
que no se trata de un juego de azar sino de habilidad, de destreza,
de baquía personal.
Don Federico Oberti en el artículo citado, aludiendo al ca-
rácter adivinatorio y augural que los griegos y romanos dieron a
la taba, dice: “Al no dispensársele ninguna de estas prerrogativas,
nuestros hombres, los gauchos, prácticamente transforman el jue-
go, no ya en un entretenimiento de hipotéticas alternativas, donde
el azar interviene como factor fundamental, sino en un juego de
habilidad, de destreza y ejercitada baquía”.
Tito Saubidet en su “Vocabulario y Refranero Criollo” no se
pronuncia expresamente sobre el punto. Sin embargo hace esta
observación que lo coloca entre los que lo consideran un juego de
habilidad: “La taba se puede tirar de vuelta y media y de dos vuel-
tas; son los tiros más fijos. El de roldana, que consiste en tirarla de
manera que vaya dando muchas vueltas en el aire, girando hacia
adelante y no hacia atrás como es lo corriente, carece de mérito
pues deja el resultado librado puramente a la suerte, al revés de los
otros tiros en que se tiene en cuenta no solo las vueltas que dan la
ganancia sino aquellas en que el tirador puede lucirse.
Y a propósito de lucimiento, Fernán Silva Valdés después

46
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

de referirse a la apostura gallarda y varonil que adopta el hombre


rioplatense cuando tira la taba, cuenta este interesante episodio:
“Cierta vez un gran jugador llegó de incógnito a cierto lugar donde
solo se lo conocía por las mentas de su fama, y se desafió a jugar
con otro buen jugador afincado en el pago. Que el forastero, en
medio de la expectativa que producía ver jugar a un desconocido,
tomó la taba y realizó con ella todos esos aprontes que hemos des-
cripto, pero con tal maestría, representada por la soltura y el estilo,
que cuando la arrojó hacia la cancha, el contrario se la abarajó en
el aire exclamando: “Con usté no juego, amigo, porque usté tiene
que ser Fulano de Tal”. Y aunque en las leyes del juego no entra
esta actitud, la apuesta quedó anulada, con el reconocimiento tá-
cito de la superioridad del famoso jugador.” (7)
Este autorizado poeta y prosista uruguayo se ha pronunciado
también categóricamente acerca del carácter del juego a la taba.
“Este juego es más de pericia y habilidad que de azar”, ha dicho.
Francisco I. Castro se expresa en términos similares a Tito
Saubidet, y como este, tampoco se pronuncia expresamente sobre
el punto.
Sin embargo debe ser colocado entre aquellos que conside-
ran a la taba como juego de habilidad.
Al respecto dice: “La taba se tira de vuelta y media, de dos
vueltas y de roldana o carretilla. En los dos primeros tiros la taba
se lanza haciéndola girar para atrás; son tiros muy seguros para el
jugador experto, tan es así que en muchas jugadas no se les per-
mite, siendo obligatorio de roldana. En la roldana la taba se tira
haciéndola girar para adelante, de modo que dé muchas vueltas
en el aire. La roldana es un verdadero juego de azar, en el que no
interviene la habilidad del jugador y cualquiera tiene las mismas
posibilidades de ganar.” (8)
A esta rápida revista de la opinión de los folklorólogos debe-
mos agregar la de un eminente jurista argentino: la del doctor Enri-
que R. Aftalión quien al referirse al concepto de juego de azar dice:
“Entre nosotros, la difícil tarea de determinar qué debe entenderse
por juego de azar se encuentra facilitada por una copiosa jurispru-
dencia, que ha ido sentando criterios básicos, generalmente ad-
mitidos en la materia. Así, se acepta hoy, en forma prácticamente

47
Colección Obras Completas

uniforme, que no basta la intervención del azar para configurar


como punible a un juego, cuando por sobre ese azar interviene
y predomina la habilidad de los jugadores. Es lo que ocurre por
ejemplo con la taba, el truco, el póker, el tute, el golfo, etc., juegos
estos que no pueden decirse que dependan del puro azar y que
no pueden ser comparados con ciertos juegos bancados como el
monte, el bacará y la ruleta.” (9)

Algunas citas y aclaraciones

Antes de ocuparnos del régimen legal se impone que aclare-


mos algunos puntos que son, a nuestro juicio, de mucha impor-
tancia.
Según las opiniones de Tito Saubidet y Francisco I. Castro
que hemos transcripto, la taba se tira de vuelta y media, de dos
vueltas y de roldana.
Se trata de una información o apreciación evidentemente in-
completa. Estamos de acuerdo que esas son las formas más comu-
nes de tirar la taba; pero no las únicas.
Quien esto escribe ha tenido oportunidad de ver en San Mar-
tín (SL) a Don Felipe Alfredo Véliz que tira la taba de una vuelta y
lo hace con bastante seguridad.
También he tenido oportunidad de ver tirar la taba de dos
vueltas y media a Don Wenceslao Ortiz domiciliado en calle Mai-
pú entre General Paz e Hipólito Yrigoyen de la ciudad de San Luis.
Esta forma de tirar la taba resulta sumamente elegante y aunque
se trata de un tiro difícil, el entrenamiento conduce a adquirir la
misma seguridad que se observa en un tirador de vuelta y media
o de dos vueltas.
Este mismo excelente tabeador, Wenceslao Ortiz, me ha in-
formado que ha visto tirar la taba de dos vueltas y media, con no-
table precisión, a Regino Soria (n. 1918) de Lomas Blancas, Villa
General Roca, quien a su vez le informó haber visto tirar de tres
vueltas y media.
En cuanto al tiro de roldana, no es exacto que sea un tiro de
puro azar.
Wenceslao Ortiz conoció a Ramón Rosales que vivía en esta

48
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

ciudad en calle Caseros entre Pringles y Belgrano quien tiraba de


roldana con tanta precisión y seguridad como si se tratara de un
tiro de vuelta y media.
Y ya que hemos citado nombres, corresponde que hagamos
una rápida referencia a destacados tabeadores conocidos en la provin-
cia.
En la ciudad de San Luis debemos mencionar en primer término
a un conocido profesional: El doctor Emiliano Agúndez Molina con do-
micilio en Belgrano 1156; Aroldo Bruno, domiciliado en calle Colón 81;
Nicasio Pompeyo Farías (fallecido) que tuvo su domicilio en Falucho
entre avenida Julio A. Roca y Balcarce; Roberto Velázquez (a. “El Ma-
chuca”) de avenida España y Chile; Ruperto Pereira, de calle 9 de Julio
383; Ambrosio Olegario Natel, de Avenida Lafinur 46.
En Balde hay que citar a Desiderio Erasmo Rosales.
En Quines a Ramón Andino; Isaac Olguín; Goyo Rosas y Ángel
Salcedo. (10)
En otros tiempos, en esta misma localidad, gozaron de fama de
buenos tabeadores, Rosario Moreno y Luis Miranda. (11)
En la zona aledaña hay que citar a Felipe Barzola de La Represita
y Marcos García de Balde de García; este último notable tirador. (12)
En Luján Joaquín Funes, domiciliado en calle Riera frente a la pla-
za Mitre; y Sergio Quinteros domiciliado en El Quebracho (cerca de La
Legua, camino a Quines, Ruta 146 a siete kilómetros del paso del río
Luján). (13)
En Los Corrales, Marcos Gatica que fue verdaderamente extraor-
dinario. (14)
En San Francisco, Reinaldo y Belisario Montiveros que viven ac-
tualmente en esa localidad, y Don Ramón Aostri (fallecido). (15)
En Nogolí, Ciriaco Castro (fallecido) que tuvo su domicilio en La
Chilca; Fernando Gil, domiciliado en Las Camitas, y Don Juan Miranda
(fallecido) que tuvo su domicilio en el citado centro urbano. (16)
En cuanto a la zona que se extiende al este de las sierras de San
Luis comenzaremos citando a tres excelentes tiradores de San José del
Morro, Don Pablo Giménez (68 años), Don Cristobalino R. Soloa (56
años, arriero de profesión), y Don Narciso Luna, fallecido en 1969. (17)
En Juan Llerena, José Frede (h) (50 años) y Santos Silveira
(75 años). (18)

49
Colección Obras Completas

En Concarán, Don Pascasio Nievas, que falleció a los 80 años,


estanciero afincado en la localidad, padre de varios hijos: milita-
res, profesores, maestros; Don Dardo Aguirre, maestro, que falle-
ció siendo jubilado como director de escuela; Emeregildo Funes,
de Pozo Cavado (fallecido). (19)
En Merlo, Alfredo Arias (fallecido; alias “Hormiga Negra”);
Carmen Bustos (fallecido); Valentín Becerra (comisario jubilado,
alias “El Quirquincho”); y Humberto Zavala, alias “EI Negro”. (20)
En el Departamento San Martín son conocidos como buenos
tiradores de taba Santiago Muñoz de Rincón del Carmen (falleci-
do); y Silvano Lucero de Las Chacras, Partido de San Lorenzo. En el
pueblo de San Martín hay que mencionar a Don Lindauro Torres y
Don Eliseo Avellaneda (h). Otro buen tabeador, especialmente en
tiro corto, fue Don Nabor Torres. (21)
Más al norte debemos nombrar a Don Rómulo Moreno del
Zanjón y Don Salvador Barzola de la Barranca Alta.

Régimen Legal

Con los elementos reunidos estamos en condiciones de dar


principio de solución a aquellos interrogantes formulados al co-
mienzo.
Pero antes, claro está, debemos puntualizar cuáles son las
normas legales que tienen vinculación directa con la cuestión y
cuál debe ser su correcta interpretación.
Como regla general digamos que el juego está repudiado por
la ley, y tal principio tiene su explicación en que por lo común el
juego origina utilidades desvinculadas del concepto de trabajo y
es por consiguiente un incentivo de la ociosidad y una forma de
desviar a los particulares del campo de la producción, máxime
cuando el resultado es independiente del esfuerzo o de la inteli-
gencia y deriva del azar. La circulación de valores se opera así en
una forma que no es económica y sobre todo no merece el apoyo
del legislador, quien debe estimular aquellos actos jurídicos en los
cuales una prestación es equivalente a la otra o forma la base de
un lucro legítimo, según ocurre en casi todos los contratos one-
rosos. Por fin bajo su aspecto social el juego produce una serie de

50
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

perturbaciones en los patrimonios, en el valor de los productos, es


una fuente de discordia y un factor para el aumento de la crimina-
lidad.” (22)
Pero no todos los juegos están prohibidos y la ley permite re-
currir a los tribunales de justicia en demanda del pago de deudas
originadas en juegos o apuestas que reúnan ciertas condiciones.
(23)

Al respecto el artículo 2055 del Código Civil establece: “Pro-


híbase demandar en juicio deudas de juego, o de apuestas que no
provengan de ejercicio de fuerza, destreza de armas, corridas y de
otros juegos o apuestas semejantes, con tal que no haya habido
contravención a alguna ley o reglamento de policía.”
El principio rector de la norma transcripta es marginar del
ordenamiento jurídico a aquellos juegos de puro azar, como la
quiniela, el monte, etc.
Pero aquellos juegos cuyo resultado dependen de la habili-
dad o destreza personal, están protegidos por la ley civil y a ellos se
alude en la expresión “y de otros juegos o apuestas semejantes”. La
taba es de la clase de esos “juegos o apuestas semejantes” porque
es juego de habilidad no de puro azar.
Digamos sin embargo que cuando en el juego intervienen
personas de escasa o ninguna habilidad, el azar tiene indudable-
mente una influencia preponderante en el resultado. La taba deja
de ser entonces un juego de destreza para convertirse en juego de
azar.
Aquellas opiniones que hemos recogido tiene la importancia
de abonar con la autoridad de sus autores esta conclusión funda-
mental: La taba no es siempre un juego de puro azar, y puede ser,
sin ninguna dificultad, un juego de habilidad exclusivamente.
Agreguemos que la ley impone una condición para que la
deuda proveniente de un juego pueda ser reclamada en juicio:
que no haya habido contravención a alguna ley o reglamento de
policía.
Cabe preguntarse ahora si en un juego de ejercicio de fuerza,
destreza de armas, corridas, etc., donde no haya habido contra-
vención a ley o reglamento de policía, se le gana a una persona
de escasas posibilidades económicas una fortuna considerable:

51
Colección Obras Completas

¿puede reclamarse la deuda que de aquel juego provenga ante los


tribunales de justicia?
Hay aquí una razón de orden moral que se opone a una res-
puesta afirmativa de la cuestión. Si tal deuda tuviera una protec-
ción absoluta de la ley se pondría así bajo la tutela del derecho a la
especulación y al saqueo.
De allí que el mismo Código Civil se encargue de poner un
límite a aquellos excesos a través de la actuación morigeradora de
los jueces.
Dice el artículo 2056 de aquel acuerdo legal: “Los jueces po-
drán moderar las deudas que provengan de los juegos permitidos
por el artículo anterior cuando ellas sean extraordinarias respecto
a la fortuna de los deudores.”
Tenemos entonces que cuando se trata de juegos provenien-
tes de ejercicios de fuerza, destreza de armas, corridas y otros se-
mejantes como la taba, siempre que no haya existido contraven-
ción a alguna ley o reglamento de policía, las deudas que de ellos
deriven pueden ser demandados en justicia y si la suma es excesi-
va respecto de la fortuna del deudor, los jueces pueden reducirla
equitativamente.
Pero si la deuda no proviene de los juegos indicados o hubie-
se existido contravención, la ley no la ampara con la correspon-
diente acción judicial y entonces tenemos lo que en derecho se
llama una obligación natural. Pero si en este caso el deudor paga,
no puede repetir; es decir no puede exigir la devolución de lo pa-
gado. Así lo establece expresamente el artículo 2063 del Código
Civil: “El que ha pagado voluntariamente deudas de juego o de
apuestas, no puede repetir lo pagado, aunque el juego sea de la
clase de los prohibidos.”
El Derecho Romano -según lo dice Vélez Sarsfield en la nota
al artículo transcripto-, no solo permitía repetir lo pagado por
deuda de juego, sino que ordenaba que si el jugador o sus here-
deros no ejercían la acción de repetición, la ejerciesen los oficia-
les municipales, y empleasen las sumas producidas en trabajos de
utilidad pública.

52
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

El Dolo

Vamos a referirnos por último a otro aspecto del juego a la taba.


Esto es lo que podríamos llamar la parte innoble de la cuestión,
y por noticias de grandes escritores sabemos que viene de muy lejos.
No es de ahora que las malas artes se emplean en este arte como en
muchos otros.
Y esto bastará para que el lector menos avisado caiga en la cuen-
ta de que vamos a ocuparnos de lo que ha dado en llamarse “taba
cargada”. Ya José Hernández, el inmortal autor del “Martín Fierro” nos
cuenta de las habilidades de su gaucho en el juego y dice:

Cargaba bien una taba


porque la sé manejar.
No era manco en el billar,
y por fin de lo que esplico
digo que hasta con pichicos
era capaz de jugar.

Tito Saubidet (24) dice que cargar una taba consiste en una
“maniobra que se realiza para que la taba caiga siempre del lado
de la suerte o a voluntad. Esto se hace con el objeto de trampear o
jugar sucio”. (25)
El procedimiento consiste en hacer a lo largo del hueso un
hueco en cuyo interior se coloca azogue, municiones, etc., si se
desea que la carga corra de un lado a otro para que así, la taba, en
manos expertas, pueda ser manejada a voluntad. De otro modo se
puede ponerle la carga fija o sea un tornillo, fierro, etc., para que se
clave siempre del mismo lado.
Pues bien; las conclusiones que habíamos sentado prece-
dentemente respecto de la validez de una apuesta realizada en-
tre personas diestras en el manejo de la taba, siempre que no se
hubiese violado alguna ley o contravenido reglamentos de policía,
¿son válidas cuando se ha jugado con taba cargada?
La solución del Código Civil coincide aquí -como en muchos
otros aspectos-, con las normas consagradas por la decencia y la
buena fe. Evidentemente jugar con taba cargada significa, para

53
Colección Obras Completas

quien está en el secreto, jugar sucio como dice Tito Saubidet; por-
que quien así procede se vale de un ardid innoble para ganar al
contrincante.
De allí que el Código fulmine esta conducta con la norma es-
tablecida por su artículo 2064 en cuya virtud se puede repetir lo pa-
gado voluntariamente por juegos o apuestas aunque sea de la clase
de los prohibidos cuando hubo dolo o fraude de parte del que ganó.
Y el mismo Código se encarga de definir cuándo hay dolo en
el juego o apuesta a través de su artículo 2065 que establece: “Ha-
brá dolo en el juego o apuesta cuando el que ganó tenía certeza del
resultado, o empleó algún artificio para conseguirlo.”
No cabe duda que cargar la taba importa usar de un artificio
para conseguir un determinado resultado.
Toda maniobra dolosa es censurable máxime en juegos como
el de la taba que debe ser por sobre todas las cosas un torneo de
habilidad y caballerosidad. Sin embargo hay casos que merecen
citarse por su ingeniosidad como este que vamos a relatar.
En una estancia situada no lejos al sur de nuestra ciudad, se
realizaba una hierra. Concurrieron a ella los paisanos del lugar y
algunas personas de aquí, de la Capital.
Entre los invitados fueron dos guitarreros mentados por sus
andanzas y aficionados a la taba.
El trabajo concluyó a mediodía y después del consabido asa-
do a la criolla se armó la “tabiada”.
Un viejito del lugar, no obstante ser “muy corto de vista” se-
gún él decía, echó tantas clavadas que asombró a los concurrentes
y se guardó en el tirador casi todos los patacones que circulaban.
Se levantó la jugada porque no hubo más candidatos. Vinie-
ron los comentarios de rigor y los guitarreros se dedicaron a lo
suyo: a cantar los motivos de nuestro acervo folklórico.
Cuando pardeaba la oración, a esa hora en que la pampa pa-
rece más inmensa y misteriosa, a los mentados guitarreros se les
ocurrió (en lugar de contemplar el paisaje), hacer otros tiritos a la
taba. Y por supuesto que el invitado fue el viejito del tiro de vuelta y
media y de las clavadas en serie.
Hicieron los quesitos a la distancia acostumbrada y se trenzaron
en un duelo que prometía ser otra vez desigual a juzgar por los ante-

54
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

cedentes de cada uno.


Pero esta vez, resultó que el viejito no clavó ninguna. Todas tro-
taban y le salían “blancos”.
Poco a poco fue entregándoles a sus taimados adversarios todo
lo que había ganado. Y cuando vio que en el tirador le quedaban unas
pocas monedas argumentó que se le hacía tarde y se fue.
Después se supo que efectivamente el viejito era corto de vista.
Eso le impidió descubrir que debajo del “queso” donde él tiraba, los
guitarreros le habían puesto la “alfombra” de goma del coche en que
viajaban.
Retormando el hilo de la cuestión digamos por último que pue-
de presentarse en el juego esta alternativa: Que pierda quien cargó la
taba. ¿Tiene en ese caso derecho a reclamar la suma perdida?
Y aquí otra vez el Código le sale al paso a los que valiéndose de
artimañas desnaturalizan este juego de noble estirpe criolla: “Cuan-
do ha habido dolo o fraude del que perdió ninguna reclamación será
atendida.” (Art. 2066).
Desde antaño el hombre argentino ha preferido para sus ratos
de esparcimiento, el juego a la taba. Entre nuestros hombres públicos
podemos citar al general Julio A. Roca quien lo practicó con frecuen-
cia en su estancia “Santa Catalina” de las sierras de Córdoba. (26)
Bueno es entonces practicarlo de tal modo que no signifique
una especulación grosera ni una maniobra desleal.
El juego a la taba debe ser entre los criollos una gallarda y no-
ble competencia de destreza gaucha. Jugando a la taba no le demos
rienda suelta a la ambición de lucro. El futuro de los hombres y de
los pueblos debe conquistarse con el esfuerzo de todas las horas y
no confiarse al azar de un momento. En la patria de José Hernández
nunca la taba debe dejar de ser un juego de caballeros, de tal modo
que la elegancia, la habilidad y la lealtad sean sus mejores prendas. Y
cuando más lejos esté de la aventura y más cerca de la prudencia me-
jor. No vaya a ser que un día los argentinos, por confiar demasiado
en el azar, en un solo tiro a la taba nos juguemos la suerte del país.

1. “La Taba Rioplatense”, Bs. As. 1959.


2. “Del Astrágalo Griego a la Taba Rioplatense”, La Prensa, 14 de diciembre de
1958.

55
Colección Obras Completas

3. Aut. y op. cit.


4. Citado por Don Luis C. Pinto en el trabajo referido.
5. Fallo publicado en Revista de Jurisprudencia Argentina t. 10 pág. 872.
6. Tito Saubidet “Vocabulario y Refranero Criollo” págs. 375/376.
7. Fernán Silva Valdés “lenguaraz”, pág. 90, Edit. Kraft, Bs. As. 1955, sexta edición,
Kraft, Bs. As. 1962.
8. Francisco I. Castro “Vocabulario y Frases de Martín Fierro, pág. 340, Edit. Kraft
Bs. As. 1957.
9. Enrique R. Aftalión “Derecho Penal Administrativo” pág. 150, Edit. Arayú, Bs.
As. 1955.
10. Datos de José Marcelo Lucero, de Quines (SL).
11. Datos de Don José F. Lucero, de San José, Dpto. San Martín (SL).
12. Datos de Don José F. Lucero de San José, Dpto. San Martín (SL).
13. Datos de la Sra. María Inés Pérez Ligeón de Silva, de Luján (SL).
14. Datos de Don José, F. Lucero.
15. Datos de Don Marcos B. Reyes, de San Francisco (SL).
16. Datos de Don Aníbal Benjamín Molina, de Nogolí (SL).
17. Datos de Don Moisés Hipólito Luna, de Juan Llerena (SL).
18. Datos de Don Moisés Hipólito Luna, de Juan Llerena (SL).
19. Datos de la Sra. Dora Ochoa de Masramón, de Concarán (SL).
20. Datos de Don Carlos S. Rodríguez, de Merlo (SL).
21. Datos de Don José F. Lucero.
22. Pedro Frutos, “Manual de Derecho Civil-Contratos” pág. 298, Edit. Biblioteca
Jurídica Argentina, 2ª edición, Bs. As. 1959.
23. La jurisprudencia tiene resuelto que para que la deuda de juego no pueda ser re-
clamada judicialmente es menester que el juego sea de puro azar y que se encuentre
prohibido por las leyes locales. (Cámara Civil Primera, Capital, 23/6/1933, Revista
de Jurisprudencia Argentina t. 42 pág. 682).
24. Autor y op. cit. págs. 375/376.
25. El subrayado es de Saubidet.
26. “Folklore y Tradición”, Selección y notas de Julio y Juan Carlos Usandivaras,
pág. 161, Edit. Raigal, Bs. As. 1953.

56
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Postas y Diligencias en la
jurisdicción de San Luis
(Folklore Histórico)

Sabido es que aún hasta los siglos XVII y XVIII nuestro país
contaba como medios normales de locomoción, el caballo y la
mula ya que los vehículos fueron escasos hasta esa época.
Y los primeros en aparecer en el escenario del territorio ar-
gentino son las carretas. (1)
El transporte de mercaderías adquirió entonces, general-
mente, el carácter de expedición militar pues los frecuentes asal-
tos de gauchos alzados y especialmente los malones indios, obli-
gaban a adoptar tales precauciones.
Así nacieron las “tropas”, gigantescos conjuntos de aquellos
lerdos y pesados vehículos que unidos entre sí formaron en la alta
noche pampeana, verdaderas fortalezas circulares para defender
vidas y haciendas.
Cuenta Pastor S. Obligado en “Tradiciones Argentinas”: “De
Buenos Aires, de Santa Fe y de Mendoza venían carretas, bueyes y
mulada, y en numerosísimo convoy, reunido con los salineros de
Buenos Aires, partían luego, unas veces de Luján, otras de Ran-
chos, para la travesía del desierto.
Expediciones hubo, como la dirigida por el maestre de cam-
po general Don Manuel de Pinazo, en 1778, que reunió seiscientas
carretas, doce mil bueyes, dos mil seiscientos caballos y mil hom-
bres, a más de la escolta de cuatrocientos blandengues, pardos y
milicianos, y hasta cuatro cañones.
Vamos, un verdadero ejército con su general y oficiales a la
cabeza.

57
Colección Obras Completas

Para la que nos ocupa, bajaron desde Mendoza doscientas


carretas, no sin haber cruzado desiertos, no menos desiertos, y pe-
ligrosos que los que iban a cruzar. (2)
A estas expediciones salineras en que la vieja y pesada carre-
ta puso la nota destacada, se ha referido con lujo de detalles don
Federico Oberti: “Carretas y bueyes y el desierto infinito. Ruedas
en cuyos ejes el pampero afinaba el áspero rechinar de sus ansie-
dades, de sus terribles desazones. Delante, la distancia inconcebi-
ble, inalcanzable.” (3)
Alvaro Yunque por su parte ha dicho: “La carreta era el ve-
hículo de las pampas. Desde Garay hasta ayer, podría decirse, las
pampas vieron cruzar al pesado armatoste, tirado por 4 o 6 yuntas
de bueyes, lento, firme, rústico. Todo cabía en la carreta: pasaje-
ros y equipajes, botas de vino y sacos de sal, montones de cueros
de nutria y plumas de ñandú. En no pocas ocasiones, la carreta,
pulpería rodante, era almacén, mercería, despacho de bebidas,
talabartería y armería. Mil quinientos kilos podía aguantar una ca-
rreta. En la construcción de la antigua carreta no entró el hierro.
Hasta los ejes eran de madera dura y las ruedas, altas de dos me-
tros, como para cruzar baches, arroyos pantanos. En plaza Once o
en plaza Monserrat, o en plaza Lorea o en plaza Constitución pa-
raban las tropas de carretas, según viniesen del norte -Tucumán-
o del oeste -Mendoza- o del Sur -Bahía Blanca-. Los largos viajes
se hacían en tropa, a fin de llevar hombres y caballos suficientes
para oponer a los indios, piratas de tierra. Entonces las carretas
se convertían en una muralla, un improvisado fortín circular que
vomitaba tiros. (4)
Esto en cuanto al transporte de mercaderías.
Pero el transporte de personas y correspondencia requería
medios más ágiles y rápidos. Y para sustituir a la carreta en estos
trajines a lo largo y a lo ancho del país, hizo su aparición en el es-
cenario de la pampa la diligencia. (5) Y con ella una vasta organiza-
ción donde encontramos aquellas extrañas pero siempre acogedo-
ras “estaciones” perdidas en el desierto que fueron las postas; los
encargados de administrarlas, hombres de prestigio y experiencia:
los maestros de postas; y sus auxiliares: los postillones.
A todo ello nos referimos con algún detenimiento, procuran-

58
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

do dar noticias concretas acerca de las obligaciones de los maes-


tros de postas; del régimen de las licencias; de los postillones; de
los caballos a ocupar según las cargas y carruajes; de las exencio-
nes y privilegios de los maestros de postas y postillones; del aloja-
miento en las postas, etc.
En cada caso mencionaremos las noticias que tenemos sobre
estos aspectos en la jurisdicción puntana para finalmente ocupar-
nos de algunas postas que existieron en el territorio sanluiseño.

Obligaciones

La principal obligación del maestro de posta era tener en


un lugar próximo a esta, cincuenta caballos en buen estado y sin
adiciones ni resabios. Ello a fin de evitar que los defectos de los
animales pusieran en peligro la marcha normal de la diligencia y
ocasionaran riesgos, molestias y desgracias a los pasajeros.
En caso de que el maestro de posta no tuviera los caballos su-
ficientes y los correos o “gentilhombres” se vieran en la necesidad
de ocupar otros, aquel era responsable por el pago del alquiler de
los caballos y además se le castigaba proporcionalmente a su falta.
El primer reglamento establecía que corriendo en diligencia
solo se podían usar los caballos de la posta. Así se evitaba que los
malhechores pudieran viajar furtivamente. Esta norma debía ser
estrictamente observada, tanto por los correos como por los par-
ticulares.
A tal efecto se cursaron circulares calificando como delito
al acto del maestro de posta que diera caballos a los pasajeros no
munidos de “parte” de la administración. (6)
Consecuentemente se prohibió a los maestros de postas dar
caballos a los que no los llevasen de la posta anterior. La inobservan-
cia de tal prohibición hacía pasible al maestro de la pena de confis-
cación de sus bienes, pérdida del empleo y pena corporal rigurosa.
En razón de haber violado tales disposiciones en la jurisdic-
ción puntana, en 1806 Francisco Rodríguez ordena por oficio al
juez subdelegado de la Real Renta de Correos, que instruya suma-
rio al maestro de posta de San José del Morro, Don Ignacio Suárez,
por haber dado caballos a Don Ramón Esteban Ramos (Alcalde de

59
Colección Obras Completas

primer voto de la ciudad de San Luis) sin tener licencia.


Ramos iba huyendo de la justicia con caballos propios. (7)
Se establecía igualmente que los correos, gentilhombres, o
caminantes en carruajes debían arreglar el viaje a razón de dos le-
guas por hora al trote o galope corto. Si por descuido o por cual-
quier otra razón se retrasaran en el viaje e intentando recuperar el
tiempo perdido sofocaran los caballos, debían pagar los que mu-
riesen o maltratasen. Bastaba para tener por acreditado el acci-
dente, la sola manifestación del postillón.

Licencias

Para “correr la posta” era necesaria una licencia especial. El


rey prohibió correr la posta con solo “parte” de sus ministros, fue-
sen de la autoridad que fuesen, y reservó tal privilegio a los admi-
nistradores de correos.
El parte (o sea el boleto) debía ser pedido por el maestro de
posta a fin de constatar la fecha, si estaba o no enmendado y si co-
rrespondía a ese viaje. En caso de no ser así, de estar enmendado
o de tener otra fecha, debían los maestros de postas negarse a dar
caballos, bajo pena de privación del empleo y confiscación de sus
bienes en caso de comprobarse su complicidad en el fraude de los
derechos reales. Por su parte los viajeros estaban obligados a en-
tregar el “parte” en el punto de destino.

Postillones

Cada maestro de posta debía nombrar dos postillones cuya


misión consistía en desempeñarse como ayudantes de aquellos;
acompañaban a los caminantes y volvían los caballos a las postas.
Debían tener 18 años de edad y desempeñar personalmente
el servicio. Tenían los mismos fueros y exenciones que los maes-
tros de postas.
Las ordenanzas establecían que en caso de que los postillo-
nes desampararan maliciosamente en las carreras a los correos, o
gentilhombres, o les causaran algún otro deterioro o cometieran
contrabando, serían condenados a 10 años de presidio.

60
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Los maestros de postas por su parte no debían dar más de un


postillón para cada expedición de a caballo o en carruajes, aunque
caminaran juntos varios gentilhombres y en caso de que solicita-
ran otros ayudantes y fuera factible proporcionarlos, quienes los
solicitaran debían pagar el servicio o “conchabo”.
Las ordenanzas establecían igualmente que si el postillón
(que como ya se ha dicho no tenía más obligación que acompañar
a los viajeros y volver los caballos a la posta) quisiera ir sirviendo
en tirar a la cincha o de otra manera, se les podía ocupar pagándo-
les “medio real por legua a la ida y no a la vuelta.”
Los maestros de postas tenían la facultad privativa de nom-
brar y despedir los postillones con causa o sin ella y eran respon-
sables de sus actos de servicio.
Haciendo uso de tales facultades en 1805 Don Francisco Es-
teban de Serra, maestro de posta de la parada del Desaguadero
nombra postillones a Don Mario Miranda y a Don Diego Orozco. (8)
Por último digamos que los postillones tenían la obligación
de llevar a la posta inmediata a todos los que corrían con la licen-
cia necesaria, sin saltar ninguna posta ni usar otros caballos. En
caso de no observar estas normas eran detenidos y castigados ri-
gurosamente.

Caballos a ocupar según el peso


de las cargas y carruajes

Normalmente la carga de cada caballo se componía de seis


y media a siete arrobas. Los carricoches o carretillas ligeras eran
tiradas por tres caballos y podían llevar hasta 25 arrobas de peso,
incluso las personas. Si ese peso se aumentaba debían aumentar-
se también los caballos a razón de uno por cada siete arrobas.
Los coches con cuatro personas y de nueve a diez arrobas de
equipaje en la zaga y nada adelante, eran tirados por cinco caba-
llos. Si se aumentaba el número de personas o el peso de la zaga,
también debía aumentarse el número de caballos a razón de uno
por cada siete arrobas.
Si en estos casos se ocupaba el postillón para tirar, debía gra-

61
Colección Obras Completas

tificársele por su trabajo a medio real por legua.


Con relación a las tarifas a cobrar digamos que el 10 de di-
ciembre de 1862 el maestro de posta del Portezuelo, Don José Es-
teban Quiroga, recibe una circular donde se le hace saber que de-
bían cobrarse los siguientes aranceles:
“Para los que viajan con pasaporte de la administración de
correos como enviados por el Gobierno Nacional o Provincial o
autoridades civiles y militares:
Por cada caballo de silla o carga, un cuartillo real por legua;
un medio para los de tiro, y para los particulares también con pa-
saporte, se cobrará el doble, es decir: medio real por caballo de
silla y un real por el de tiro.” (9)

Exenciones y privilegios de los maestros


de posta y postillones

1º) Las viudas de los maestros de postas que conservaran la posta


a su cargo podían “privilegiar” a un hijo, yerno u otra persona para
cuidar de aquella, a más de los dos postillones. (10)
2º) Debían franquearse a todos los maestros de postas los caballos
que necesitaran.
3º) Ningún dueño de casa o territorio podía echar de ella a los
maestros de postas y solo podían pedir que la tasa del arrenda-
miento se embargara de lo que percibían por el real servicio.
4º) Estaban exentos de la jurisdicción ordinaria en lo civil y crimi-
nal y sujetos a los subdelegados de la Real Renta.
5º) No se les podía alistar como soldados.
6º) No se les podía tomar ni embargar los carruajes.
7º) Podían los maestros de postas y postillones cargar armas de
todas calidades, “ofensivas y defensivas”, para el resguardo de sus
personas en actos de servicio.
8º) No se les podía tomar ni embargar sus caballos de posta.
9º) Sus caballos no pagaban peaje ni otros impuestos.

62
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Alojamiento en las postas

Cada posta debía tener un cuarto de 9 a 10 varas de largo por


cinco y media de ancho, de quincha o adobe, revocado, con corre-
dor al frente, ventanas y puertas con buenas cerraduras, enladrillado
y blanqueado. Cada aposento debía tener a su vez una mesa y sillas.
Se exigían estos alojamientos para que los correos y caminantes
pudieran poner “en seguridad y comodidad sus personas y cuanto
conduzcan.”
Los maestros de postas estaban obligados a darlos sin precio al-
guno, pero podían cobrar los alimentos que daban a los viajeros. A tal
efecto se les exigía criar gallinas, ovejas y otros animales.
Paralelamente a la obligación de los maestros de postas de cui-
dar de la conservación y aseo de los cuartos para los correos y tran-
seúntes, también estos debían cuidar de aquellos, evitando inscribir
en las paredes sus nombres o cualquier expresión indecente pues
una conducta tal era “impropia de la buena educación y religión, y el
modo de destruir lo que se proporciona para su mayor comodidad.”
Se prohibía que en las postas permanecieran mujeres de otras ve-
cindades “ni aunque sean de buena opinión, porque estas, y con otros
motivos las que no lo son, interrumpen la brevedad de los viajes.”
Tampoco se permitía la concurrencia de gentes vagas ni la
realización de juegos.
Con relación a estas normas referentes al alojamiento en las pos-
tas y a los deberes consiguientes de los maestros de postas, en la juris-
dicción puntana se cursó una circular donde se hacía saber a estos que
debían “tener cerca de su establecimiento por lo menos 30 caballos a
pastoreo. Hacer dormir de noche a corral un número de caballos para
los casos de comisionados del gobierno o autoridades, pliegos urgen-
tes, etc. En las paradas donde se tenga agua de represa, mantener una
cantidad de agua limpia para el consumo de los pasajeros. Una pieza
separada, limpia y alumbrada, mesas, jarro, agua clara, fría y caliente,
sillas o bancos, servicio de mesa, etc., pues todas estas costas serán in-
demnizadas por el pasajero, y este desea servicio limpio y activo. Algu-
nos catres de madera o lona y todo lo más con que se puede agradar
al viajero que tanto desea la limpieza y el aseo como el descanso. Pri-
var que a la pieza de los pasajeros vayan niños, perros, gatos, gallinas y
otros animales que a más de interrumpir la comodidad que se desea
Colección Obras Completas

establecer para cobrar un buen crédito en las paradas, no forme por


el contrario, una mala idea del dueño de ella o sus encargados y que
ordinariamente redunda en contra del buen deseo del Gobierno y la
Empresa que procuran todo lo contrario. Si cada maestro de posta se
proveyere de lo necesario para agradar al viandante, claro es que el nú-
mero de estos aumentaría y resultaría que es beneficio propio lo que se
cree que es ajeno, pues cuanto más viajantes, más lucro produce res-
pecto de la Posta como del alimento y demás servicios proporcionados,
procurando cada uno que de su Posta salgan contentos los individuos
que lleguen a ella, y no por esto obligarlos, retardando la entrega de los
caballos so pretexto de no hallarlos.” (11)

Tiempo de permanencia en los pueblos


y aviso al administrador

Digamos por último que la ordenanza de Maestros de Postas


establecía que estos o sus postillones en los pueblos donde hubie-
se Administración, debían dar aviso al administrador, de los parti-
culares y correos que entrasen y de la casa donde se apeaban si no
fuesen a la Administración.
Con relación a la permanencia en las ciudades, existe en
nuestro Archivo Histórico un documento por el cual José R. Álva-
rez (Administrador de Correos) comunica a los señores ministros
que se ha recibido orden de que las mensajerías o correos a ca-
ballo no deben demorarse en las ciudades de tránsito más de tres
horas después de su arribo. (12)

Las postas en la jurisdicción puntana

Resulta verdaderamente extraño que Concolorcorvo en su


libro “El Lazarillo de Ciegos Caminantes” al referirse a la ruta Bue-
nos Aires-Santiago de Chile, cite solo dos postas en la jurisdicción
puntana: El Morro y San Luis de Loyola, entre las que media una
distancia de 25 leguas.
Quizá esa circunstancia se debe a que el famoso viajero y es-

64
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

critor solo se detuvo en esas postas, pasando de largo en las inter-


medias.
Es verdad también que no disponemos de suficiente docu-
mentación como para dar noticias de todas las postas de San Luis,
pero citaremos algunas cuya existencia se encuentra documenta-
da o probada de alguna otra manera. La primera posta a la que se
arribaba en territorio puntano viajando por el camino de Buenos
Aires a Mendoza, era la del Portezuelo.
Allí fue maestro de posta a mediados del siglo pasado Don
José Elías Quiroga. (13)
A unos 12 kilómetros al NO de la actual Escuela Nacional Nº
258 “La Rosada” se encuentran las ruinas de aquella vieja posta.
Del Portezuelo, después de recorrer siete leguas se llegaba a
la histórica posta de San José del Morro donde fue maestro a co-
mienzos del siglo anterior Don Ignacio Suárez. A mediados de si-
glo desempeñó esas funciones Don Juan Esteban Quiroga y más
tarde su hijo Don José Ramón Quiroga. (14)
En San José del Morro en 1818 viniendo de Buenos Aires se
le rompió al General San Martín el coche en que viajaba (segu-
ramente una diligencia), y desde allí pidió auxilio al entonces te-
niente gobernador de San Luis Don Vicente Dupuy. (15)
Desde El Morro hasta San Luis existieron tres postas: La pri-
mera era la del Río Quinto a 12 leguas de El Morro, situada en la
margen oeste del río.
“En este lugar suele padecerse el inconveniente de las cre-
cientes de verano, que duran pocas horas y son ocasionadas por
las tormentas de la sierra. Desde la posta del Río Quinto hasta la
de la ciudad de San Luis, hay otras 12 leguas de camino malo en
algunos puntos, por la cantidad de piedra que dificulta la marcha
de las carretas.” (16)
Las otras dos, que funcionaron en diferentes épocas, eran las
de La Aguada y la de El Chorrillo. En esta posta pernoctó en su
paso por San Luis en 1826 (viajaba a Chile) el que después fuera
Papa Pío IX y a quien nos volveremos a referir más adelante.
Según se cuenta, el ilustre prelado no pudo conciliar el sueño
atacado por las vinchucas y optó por acostarse en el patio de la
posta en un zarzo destinado a secar higos y orejones.

65
Colección Obras Completas

La otra posta era la de La Aguada donde desempeñó funcio-


nes de maestra de posta a fines del siglo antepasado Doña Petrona
Vílchez. (17)
Luego encontramos la posta de San Luis donde también una
mujer, Doña Antonia Barbosa, desempeñó a comienzos del siglo
pasado, iguales funciones que Doña Petrona Vílchez en La Agua-
da.
En 1773 era maestro de posta en San Luis Don Nicolás Gil de
Quiroga. (18)
Saliendo de San Luis hacia Mendoza la primera posta que se
tocaba era La Dupuyana (en las inmediaciones de la actual esta-
ción Balde), mandada a construir por el teniente gobernador de
San Luis Don Vicente Dupuy en 1816. El paraje, situado a siete
leguas al oeste de nuestra ciudad fue bautizado con ese nombre
por el Directorio en homenaje a su ejecutor teniente gobernador
Dupuy. Era además el punto terminal de una acequia que unía la
ciudad con la posta que constaba -según Gez- de una casa cómo-
da, corrales y dos grandes represas protegidas por cercos de palo a
pique. El primer maestro de posta fue Don Blas de Videla designa-
do a tal efecto por el Directorio. (19)
Después esa posta se conoció con el nombre de Balde.
El historiador puntano señor Urbano J. Núñez ubica en este
lugar el 23 de enero de 1874 el siguiente hecho: “Por la posta de
Balde, rumbo a San Luis, pasa el obispo de Cuyo Fray Wenceslao
Achával, acompañado de su secretario Rainerio Lugones. Para cu-
brir el recorrido de siete leguas, ocupan seis caballos de tiro, un
caballo de silla y tres postillones.” (20)
Después de Balde y a unos cinco kilómetros al norte de Alto
Pencoso se encontraba la posta de San Antonio. Tengo referencias
verbales (no bien precisas pero que trataremos de esclarecer en
futuras investigaciones) que en este lugar pernoctó, entre otros
grandes hombres, el general Bartolomé Mitre.
Siguiendo hacia Mendoza se encontraba la posta de La Ca-
bra (situada un poco al norte de la actual Jarilla). En 1826 -como ya
lo hemos adelantado- pasó por San Luis el canónigo Mastal Ferreti
(más tarde Papa Pío IX) en compañía de otros altos prelados. Se
cuenta que se alojaron en esta posta donde cambiaron caballos

66
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

y comieron un exquisito plato de charquicán. El tradicional man-


jar sanluiseño arrancó esta exclamación del ilustre viajero: “¡Felici
americani que manducano questo charquican!”
La última posta existente en territorio puntano, antes de en-
trar a la Provincia de Mendoza y ubicada en la margen este del río
del mismo nombre, era la del Desaguadero.
De ella da cuenta un curioso mapa del Archivo de Indias que
el historiador Juan W. Gez reproduce en la página 77, tomo I de la
“Historia de la Provincia de San Luis”.
Allí desempeñó funciones de maestro de posta a comienzos
del siglo pasado Don Francisco Esteban de Serra.
Otra serie de postas de las que tenemos información docu-
mentada con las referencias de sus respectivos maestros y las le-
guas que las separaban, es la que integraban la carrera de San Luis
a San Juan.
He aquí la lista completa:
1º) Del pueblo al Salvador, 5 leguas. Maestro de posta: Don Santos
Funes.
2º) A La Yesera, 4 1/2 leguas. Maestro de posta: Don Juan Peñalo-
za.
3º) A Los Pozos, 3 1/2 leguas. Maestro de posta: Don Luis Reta.
4º) Al Jarillal, 4 leguas. Maestro de posta: Don Francisco Atensio.
5º) A Masa Cruz, 5 leguas. Maestra de posta: Doña Andrea Ponce
(o quien ella ponga en su lugar).
6º) A Los Chañares, 6 leguas (interinamente hasta que se provea
en Las Quijadas que es el punto a propósito).
7º) A La Tranca, 2 leguas. Maestro de posta: Don Martín Heredia.
8º) A La Punta del Médano, 3 1/2 leguas. Maestro de posta: “El que
pongan por parte de San Juan”. Del informe consultado resultan
del Pueblo a la Punta del Médano treinta y tres leguas y media. (21)
Veamos ahora la existencia de otras postas en nuestra Pro-
vincia que sin duda han formado parte de otras tantas redes o ca-
rreras y cuya ubicación, administración, etc., procuraremos averi-
guar en futuras investigaciones.
En el año 1836 el comisario de Policía de Santa Bárbara, Pe-

67
Colección Obras Completas

dro Pablo Céliz, instruye sumario a Juan Cuello, peón del coronel
Prudencio Vidal Guiñazú, por muerte de una puñalada al cabo
Lorenzo Morán. El crimen ocurrió en la pulpería de Don Pedro
José Corvalán. Presenciaron el hecho Fernando Chaves vecino
del Arroyo de los Vílchez, Don José García vecino del pueblo, Don
Francisco Miranda y Francisco Escudero quien había estado rato
antes con Cuello en la Sala de Armas y quien afirma que a Morán
“le salieron las entrañas”.
El hecho ocurrió posiblemente el 23 de noviembre de 1836
porque el 24 se inicia el sumario.
Al final del proceso hay una carta del comisario Interino de
Santa Bárbara F. Marcos Guiñazú donde comunica al juez del Cri-
men Pío Solano Jofré que el maestro de posta Don Fernando Cha-
ves se ha presentado a ratificar su declaración. (22)
Es decir que según este documento en el año 1836 existía una
posta en el paraje de Arroyo de los Vílchez (a unos 20 kilómetros al
este de San Martín) siendo maestro de posta Don Fernando Chaves.
Con fecha 17 de enero de 1859 Pedro Olguín, juez de Paz de
Río Seco (actual Luján) comunica al ministro de Gobierno que ha
tenido un incidente con el maestro de posta Don Vicente Núñez. (23)
Según una información suministrada en 1947 por María Lui-
sa Bordón, entonces directora de la Escuela Nacional Nº 44 de Fra-
ga (que anteriormente se llamó “Fortín de las Piedritas”), existía
una posta, donde pernoctaron Sarmiento, Rawson, Mitre y otros
grandes hombres que venían a Córdoba y del litoral dirigiéndose a
San Luis Mendoza y Chile.
Otra información también de ese tiempo, suministrada por
el entonces Director de la Escuela Nacional Nº 152 de Laguna Lar-
ga (SL) señor Carlos R. Olguín Pereyra, nos hace saber que la anti-
gua estancia de los Allende fue elegida como posta (no se dice en
qué año) para el transporte de correspondencia entre San Luis y
Santa Rosa que se efectuaba dos veces al mes los días 1 y 17. Uno
de los transportistas más recordados era un tal Salvador Gómez.
“La venida del transportista constituía todo un aconteci-
miento y era esperado en la posta por numeroso vecinos ansiosos
de oír la referencia verbal que de los sucesos de actualidad hacía
dicho personaje.”

68
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Con relación al servicio de correos, vinculado todavía a la exis-


tencia de las postas y diligencias, transcribimos esta noticia de una
gestión realizada el 13 de diciembre de 1870: “El gobierno de San
Luis se dirige al ministro del Interior, poniendo de relieve su inte-
rés por establecer correos. Expresa que está iniciado el nacional,
que llega hasta la localidad cordobesa de San Pedro, pasando por
el Morro, Renca, Dolores y Santa Rosa, todas poblaciones punta-
nas. Añade que desea establecer otra línea que abarque San Luis,
San Francisco, Luján y Quines. Pide también un tercer correo desde
Renca hasta Santa Bárbara (o sea San Martín actual), destacando
que todos los lugares mencionados son centros agrícolas.” (24)
Años más tarde se concretó el propósito de establecer co-
rreos entre San Luis y Quines pasando por San Francisco y Luján y
las diligencias que hacían ese recorrido tenían aquí, como punto
de concentración, la propiedad de Don Narciso Gutiérrez situada
donde hoy funciona la Escuela Nacional de Enseñanza Técnica Nº
1 “Domingo Faustino Sarmiento”.
Digamos, para finalizar, que según un contrato firmado en
Paraná el 4 de septiembre de 1860 entre Don Timoteo Gordillo y el
ministro del Interior de la Confederación, Juan Pujol, aquél debía
realizar (entre otros) dos viajes al mes entre Rosario y Mendoza
(Art. 1º), y por sus funciones de correísta nacional recibía una sub-
vención de $250 por cada viaje redondo (Art. 2º).
Según el Art. 3º “cada carruaje tendrá marcados los asientos
de manera que el pasajero ocupe un espacio cómodo de diez y
ocho pulgadas cuando menos; y no podrán admitirse más pasa-
jeros que los que quepan en el carruaje, según el número de sus
asientos, aun cuando alguno de aquellos hayan de quedarse en
algún punto intermedio de las carreras.”
Era deber de la empresa conducir gratis la correspondencia
que debía serle entregada bien acondicionada por los administra-
dores de Correos una hora antes de la señalada para la salida de
las mensajerías.
La mensajería de Don Timoteo Gordillo debía pasar, desde
luego, por esta ciudad de San Luis.
Esto es en síntesis, lo poco que sabemos referente a postas y
diligencias en la jurisdicción puntana. Pero no queremos terminar

69
Colección Obras Completas

este trabajo sin antes hacer una breve reflexión.


El estudio de estos aspectos de nuestros antiguos medios de
transporte no tiene solo un interés anecdótico. Por el contrario;
esto de saber cómo viajaban las personas, cómo se conducían las
mercaderías, cómo eran los caminos en aquellos lejanos tiempos
en que ni siquiera se soñaba con Ramblers y Torinos y rutas asfal-
tadas; tiene la importancia de ubicarnos históricamente posibili-
tando la comprensión de nuestra evolución socioeconómica.
Porque ha de saberse que esos caminos de travesía y aquellas
postas perdidas en la soledad, fueron escenarios de acontecimien-
tos que ahora llenarían interminables espacios radiales y colum-
nas y más columnas de diarios y revistas.
Hace un tiempo quien esto escribe, tuvo la fortuna de encon-
trar en el Archivo Histórico de nuestra Provincia un documento
verdaderamente singular que da cuenta de un hecho de ribetes
sensacionales ocurrido en la Posta del Saladillo de Ruiz Díaz en el
año 1835.
Este es uno de los documentos más conmovedores que he
tenido oportunidad de leer. Por eso pienso que no es necesaria
aclaración o acotación alguna. Dice así: “El Mtro. de Postas del Sa-
ladillo de Ruiz Díaz Dn. Hipólito Delgado, en comunicación que ha
dirigido a este Gobno; dice entre otras cosas lo que sigue:
Saladillo de Ruiz Díaz, Agosto 30 de 1835. Al Exmo. Sor. Gob.
Intno. de la Prova. de Corda. -La mujer heroica en sublime grado
(a mí no me correspondería darle este título si no fuere tan públi-
camente conocido por él) que el año 32 al 30 de noviembre se de-
fendió con solo tres peones de más de doscientos indios con ter-
cerola en mano y salvó su casa en este punto, ha sido nuevamente
sorprendida el 23 del presente por más de 300 indios y habiéndose
defendido con tercerola en mano por el espacio de más de cuatro
horas con solo tres peones, un pasajero y mi hijo, la rindieron a
discreción, forzándole por distintos puntos el fuerte, hasta el ex-
tremo de pelear ella misma en retirada hasta ganar una sala y po-
nerse adentro en nueva defensa hasta que rompiendo a punta de
hacha la puerta y las paredes, fue hecha cautiva con el número de
21 personas inclusive ella entre mujeres y criaturas y tomados los
tres peones, el pasajero y mi hijo, a los que después de empelo-

70
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

tarlos les han dejado la vida y los dejaron libres encargándoles los
Caciques que los dejaban con el único fin de que me dijeran a mí
que sus fines no eran otros en las repetidas invasiones que hacían
que apoderarse de algunas cautivas de importancia (como consi-
deraban a mi mujer) para que por este medio consiguieren ellos el
rescate de 8 indias y un indio joven llamado Bartolo que les tenían
en la Punta de San Luis prometiendo ellos entregar a todas las que
habían tomado en mi casa y en particular a mi mujer siempre que
les entregaran estas 9 que reclaman, previniendo igualmente que
daban plazo de dos lunas para que les dieran aviso si admitían la
propuesta y que deseaban que para este negocio eligiere el gobier-
no a Dn Pastor Lucero de la Villa del Rió 4º que era amigo suyo
y que lo apreciaban mucho y que tenían muchos deseos de en-
trar en tratados con la Provincia de Córdoba y tener comercio con
ella. Les nombraron el lugar donde debería ser la entrevista y no
se acuerdan, pero que era donde el General Ruiz les hizo no sé
qué parlamento; les recomendaron también un indio que se había
quemado con pólvora para que se lo curasen, y que en sanando
este podía servir para darles aviso del resultado, el cual está en mi
casa y lo asisto con esmero; este me da muchas noticias, y me dice
que es muy conocido en el Río 4º me nombra al Teniente Coronel
Moreyra y a otros varios.
Los Caciques que vienen son tres: Pichun, hijo de Yanque-
truz (que este es el que me lleva a mi mujer), Painé y Carramé tie-
nen sus toldos el primero en Nagualmapú, el segundo en Allon-
cuey, y el tercero en la Laguna del Recado. Este último es hermano
de Santiago Chacalén el cacique de la Federación y también les
explicaron que por el conducto de Chacalén se podrían hacer los
tratados.
El Lenguaráz es natural de San Luis llamado Manuel Baygo-
rri, el cual ha manifestado muy buenos sentimientos de humani-
dad, acompañando a los cinco prisioneros, hasta que marchó toda
la indiada para defenderlos de varios indios que intentaban ma-
tarlos. Mi mujer había acordado reservadamente con mi hijo que
por el conducto de Baygorri le mandare una tira de la bota de potro
que tenía, en señas de que lo dejaban vivo, y a Baygorri le dijo que
mi hijo le daría una seña, sin decirle cual era para que le llevara a

71
Colección Obras Completas

ella para creerle que lo había defendido hasta el último, y el mismo


Baygorri al tiempo de despedirse de ellos, le pidió una seña para
llevarle a su madre en prueba de que los dejaban vivos, y entonces le
dio el niño la tira de bota que su madre le había prevenido.
En fin Sr. yo no tengo, ni busco otro amparo, que el de V.E.
para que interponiendo sus respetos e influjos con el Gbno. de Bue-
nos Aires para que valiéndose del cacique Chacalén (como que lo
tiene bajo de su protección) negocee por esa parte el rescate de mi
mujer y demás familiares, cuya lista incluyo.
Con el Gobno. de San Luis para que facilite la entrega de las
referidas chinas que reclaman los Caciques por medio de una nego-
ciación o tratado con ellos, haciendo esto de un modo seguro y que
estas diligencias se practiquen en todo el mes de septiembre para
que dignándose V.E. darme aviso de la contestación de los Gbnos.
a que me refiero, pueda yo costear un chasque ayudado por V.E. a
darles aviso a los expresados Caciques para que entren en los tra-
tados.
Confío en que V.E. en esta vez me corresponda mis buenos ser-
vicios, y cuando no lo estimule esto, que obre en su corazón la hu-
manidad, su deber, y las recomendaciones que tiene contraídas mi
mujer con todas las personas que la conocen.
Dios Guarde a V.E. Ms. As.
Hipólito Delgado
Está conforme.
El Oficial 1º de la Secr. de Gobno
Dionisio Senteno.” (25)

Así se ha escrito la historia. Y cuando se lee un documen-


to como este no podemos dejar de pensar que bajo los oropeles
de nuestra vida de hoy subyacen soterrados muchos dolores de
aquellos hombres y mujeres que oscuramente, pero con valentía,
le pusieron el hombro al país para que esto no quedara en desierto
y travesía.
Por eso creo que al pasar por esas ruinas donde antes se le-
vantaron las postas, o viajando por esos caminos que otrora fue-
ron polvorientas huellas de diligencias y carretas, bueno es que
de tarde en tarde nos bajemos del automóvil a pisar esos terrones

72
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

que guardan verdaderos misterios de la historia; que nos bajemos


a pisar la tierra, a probar el sabor de los pastos, a experimentar en
la cara el azote agreste del pampero, y estoy seguro que sentiremos
subir desde la planta de los pies un temblor de patria vieja; de pa-
tria olvidada y ruda pero heroica y legendaria.

1. “La carreta de la primera época -dice Fernán Silva Valdés- era más grande, bárba-
ra y pintoresca que aquella que vino después. Sus ruedas más altas que un hombre,
sin llantas, de maderas duras amordazadas por guascas o coyundas. El techo en
arco de paja quinchada, o de cueros de yegua con sus pelajes al cielo. La tiraban
tres yuntas de bueyes y a veces más. El carrero sentado sobre el tronco del pértigo
manejando la larga picana con el clavo y la cantramilla que ha dado tanto que hablar.
Luego vino el tiempo del carrero de a caballo, que todavía subsiste “con la picana
al brazo y un clavel colorado en la oreja.” (Autor citado “Lenguaraz” pág. 44, Edit.
Kraft, Bs. As. 1955).
2. Autor y op. cit. pág. 143, Edit. Hachete, Bs. As. 1955.
3. Autor cit. “Selecciones Folklóricas” Nº 9 págs. 40/45, Edit. Codex, Bs. As. Mayo
1966.
4. Autor cit. “Calfucurá” pág. 183, Edit. Antonio Zamora, Bs. As. 1956.
5. “La carreta -dice Silva Valdés- se construía en el pago. La diligencia venía hecha
de Europa; por eso no poseía la particular originalidad de aquella; pues la carreta era
más hija del medio ambiente que la diligencia. Por tal causa pienso que significaba
ya cultura; así como la diligencia, civilización; puesto que una se cultivaba, o se
construía en el solar; y puesto que otra se compraba hecha, como hoy se compra un
automóvil. Una se construía de acuerdo a sus fines y a las dificultades del terreno;
la otra estaba hecha de acuerdo a otros terrenos parecidos o no, por eso la carreta
andaba por caminos que no podía andar la diligencia; caminos que se había abierto
ella misma.” (Autor cit. “Lenguaraz” pág. 44, Edit. Kraft, Bs. As. 1955).
6. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 8 Documento 1261,
26/2/1801.
7. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 10 Documento 1531,
2/1/1806.
8. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 9, Documento 1505,
14/9/1805.
9. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 159, Documento 16822.
10. Parecerá un poco extraño que tan viril oficio haya sido desempeñado por mu-
jeres. Sin embargo así ocurrió en la jurisdicción puntana y tales hechos constan en
documentos históricos. Tres de estos valiosos testimonios escritos se conservan en

73
Colección Obras Completas

nuestro Repositorio Oficial relativos a quejas formuladas contra la maestra de posta


de la Aguada Doña Petrona Vílchez por amparar vagos y mantener dos hijos en cali-
dad de postillones que hacen perjuicios a los vecinos ensillando los caballos ajenos;
robando mulas y potrillos. (Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta
Nº 7, Documento 1125, 20/2/1797; ídem Documento 1127, 16/3/1797; ídem Docu-
mento 1130, 16/3/1797). Otros documentos nos anotician de un litigio surgido por
daños causados por Dionisio Peñaloza y Tomás Varas a la maestra de posta de esta
ciudad “con la población que emprendieron en los terrenos de ella... (Carpeta Nº 12,
Documento 1741, 5/2/1810). ¿Quién era esta maestra de posta? Seguramente doña
Antonia Barbosa pues poco después, en un documento suscripto por el presidente de
la Primera Junta Don Cornelio Saavedra, se hace mención a un expediente promovi-
do por dicha señora, disponiendo mantener a la interesada “en la posesión en que se
halla de los terrenos de su posta, haciendo desalojar de ellos a Don Dionisio Peñalo-
za y a Don Tomás Varas.” (Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta
Nº 12, Documento 1769, 13/6/1810). Y la tercera maestra de posta de que tenemos
noticias en la jurisdicción puntana es Doña Andrea Ponce de la posta de Masa Cruz
sobre el camino de San Luis a San Juan. (Archivo Histórico de la Provincia de San
Luis, Carpeta Nº 158, Documento 16497, 17/3/1862).
11. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 159, Documento
16822.
12. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 159, Documento
16816, 2/12/1862.
13. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 159, Documento
16822, 10/12/1862.
14. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 27, Documento 3206,
21/7/1822.
15. El texto de la comunicación es el siguiente: “Sr. Don Vicente Dupuy San José del
Morro y julio 14 de 1818. Mi amado amigo: Aquí me tiene V. con el coche roto y sin
poderme mover. Mándeme V. carreta, carretilla o lo que haya para poderlo verificar
a ese ínterin me remite Luzuriaga algún carruaje cuya carta le incluyo me hará V.
el gusto de dirigirla de Posta en Posta hasta su destino. Hasta que tenga el gusto de
abrazarlo se repite su amigo muy de veras. Su San Martín. La Secretaria que es Re-
medios me encarga mil cosas pª V.” (Archivo Histórico de la Provincia de San Luis,
Carpeta, Nº 23, Documento 2910, 17/7/1818).
16. “Hace Tiempo, en este día...” (“El Diario de San Luis” 13/5/1967).
17. Ver 10.
18. “Hace tiempo, en este día...” (“El Diario de San Luis” 4/11/1966).
19. Juan W. Gez “Historia de la Provincia de San Luis” t. I pág. 206/208. De él dice
Don Reynaldo A. Pastor en publicación reciente: “Blas Videla trasladó a Buenos
Aires el contingente que participó bizarramente en las acciones contra los invaso-
res ingleses. En 1810 repitió el recogido conduciendo otro contingente, destinado a

74
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

incorporarse a las fuerzas organizadas por los patriotas para las gloriosas luchas de
la Independencia. Él los había seleccionado e instruido militarmente conforme a los
conocimientos adquiridos –perteneció al Patricios, comandado por el benemérito
coronel Cornelio Saavedra-. Ese mismo año, siendo capitán de milicias, apoyó al
Cabildo que adhirió a la Revolución de Mayo. Fue soldado de Belgrano y con sus
hermanos se incorporó después al Ejército de los Andes. En sus filas adquirieron
fama de recios guerreros luchando briosamente. A su regreso, mientras desempe-
ñaba el cargo de maestro de posta en La Dupuyana, contribuyó a la defensa de las
fronteras, castigando la audacia de los indios maloqueros.” (Diario “La Nación” 4ª
sección, 6/7/1969).
20. “Hace Tiempo, en este día...” (“EI Diario de San Luis” 23/1/1967).
21. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 158, Documento
16.497, 17/3/1862.
22. Archivo Judicial de la Provincia de San Luis -Expediente Criminal Nº 10 Año
1837.
23. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 151, Documento 15,
17/1/1859.
24. “Hace Tiempo, en este día...” (“EI Diario de San Luis” 13/12/1966).
25. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 62, Documento 6014.
Nota marginal: Investigaciones posteriores nos permitieron descubrir una cuarta
maestra de posta en territorio puntano: Doña Ramona Oyarzabal del Totoral. (Ar-
chivo Histórico de San Luis, Carpeta Nº 132 Documento 12.332). Digamos además,
a título de curiosidad, que el gobierno de la Confederación dicta en Paraná en 1856
un decreto por el que ordena situar en línea recta las postas de Rosario a Mendoza y
desde San Juan a San Luis hasta encontrarse con la primera. Ordenaba que las líneas
debían ser marcadas con mojones colorados de legua en legua. (Archivo Histórico
de San Luis, Carpeta Nº 143 Documento 13.632).

75
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

El Rodeo

El rodeo no es solo una tarea campesina sino también una


verdadera institución jurídica, tanto que en los Códigos Rurales
siempre se encuentra un capítulo destinado a regularla.
En nuestro Código Rural la cuestión está normada por el Ca-
pítulo IV bajo el título “De los apartes y mezclas”.
Podría intentarse su definición, desde el punto de vista jurí-
dico se entiende, diciendo que es el derecho que le asiste a todo
propietario de ganado (menor o mayor) de pedir a su vecino que
reúna el suyo para buscar y separar la hacienda que por cualquier
motivo se hubiese mezclado.
A esa operación de reunir el ganado en un campo o estable-
cimiento, para que el vecino separe los animales de su propiedad,
se llama “parar rodeo”.
Dejamos de lado entonces el rodeo que se hace para reunir el
ganado con otros fines que no sean exclusivamente destinados a
apartar la hacienda que no pertenezca al dueño del campo.
De lo dicho se habrá comprendido ya que se trata de una
institución legal destinada a desaparecer en razón de la creciente
subdivisión de los campos, del mayor valor que toman cada día las
haciendas y de la tendencia derivada de estas dos últimas circuns-
tancias, de delimitar perfectamente mediante alambradas, pircas,
cercos, etc., la propiedad inmueble.
De todos modos siempre habrá causas para la mezcla de ha-
ciendas y desde luego motivos suficientes para aplicar las normas
reguladoras del rodeo.
José Hernández dice en ese sentido: “Como por mucho y
muy prolijo que sea el cuidado que el estanciero tenga con sus ga-
nados no puede impedir totalmente que se vayan algunos anima-
les, ya porque son caminadores, ya porque el campo no está muy
bueno, escasee el agua o el pasto; ya porque lo llevan las lluvias y

77
Colección Obras Completas

las noches de temporal, o por cualquier otra causa, todos los años
tiene necesidad el estanciero de salir a revisar los rodeos vecinos,
para apartar los animales de su propiedad que encuentre en ellos”.
“Esto es lo que se llama salir a los apartes, y para esto es que se
pide rodeo, o se da para que otros aparten lo suyo”. (1)

Obligación de dar rodeo.


Excepciones.

Según nuestro Código Rural todo hacendado tiene la obliga-


ción de dar rodeo, cuando le sea solicitado por otro hacendado,
dentro de los tres días. (Art. 55).
Desde luego que el plazo que establece el Código contempla
la posibilidad de que el dueño del establecimiento se vea impor-
tunado en sus quehaceres y atenciones diarias pero generalmente
por razones de buena vecindad y porque así lo aconseja el buen
nombre y la reputación, se da rodeo el mismo día en que se pide.
Juan Manuel de Rosas en sus “Instrucciones para la admi-
nistración de las estancias” decía: “Cuando alguno venga a pedir
rodeo debe dársele, sea el día que fuere. Durante esté apartando
no se hará más que atajarle el rodeo, y dejarle que aparte lo suyo
con sosiego.
Pero se tendrá grande, especial y escrupuloso cuidado, de
que no se lleve ningún animal de la hacienda. Y por lo que respeta
a lo ajeno que no sea de mi marca, solo se le dejará sacar, si trae
facultades para ello, las que, si las trae, se pasa vista por sobre ellas,
para ver si son ciertas o no. Si hay como, y se puede, se le ayudará
al aparte”.
Pero esta obligación de dar rodeo cesa en las siguientes cir-
cunstancias:
1º) Durante la fuerza de la parición. En esta época, desde luego, es
inconveniente arrear y molestar a la hacienda y el rodeo produci-
ría pérdidas considerables.
2º) Durante o después de un temporal cuando el campo aún no
estuviere oreado. Esto en razón de que el arreo de hacienda en
campo mojado por las lluvias produce la destrucción del pasto.

78
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

3º) Durante la hierra o castración, esquilas o señaladas y hasta


diez días después de terminadas estas operaciones. No cabe duda
que parar rodeo mientras se hacen estas tareas traería como con-
secuencia casi inevitable su interrupción, lo que es contrario al
interés privado y a la economía en general. Durante los diez días
posteriores a la hierra o castración, los animales se recuperan de
tales operaciones y al cabo de ese lapso pueden ser arreados o re-
puntados sin riesgos ni perjuicios.
4º) En los casos de seca, inundación, epidemias por enfermeda-
des contagiosas u otros impedimentos de fuerza mayor.
El hacendado que da rodeo -según lo establece el Art. 60 del
Código Rural- no tiene obligación de mantenerlo parado por más
de diez horas, y el que pida rodeo está obligado a llevar los peones
necesarios para el trabajo y someterse a las disposiciones que es-
tablezca el dueño o encargado del establecimiento.
Y como consecuencia de esta norma todo hacendado podrá
negarse a dar rodeo dos días seguidos o a más de dos apartadores
a un tiempo. Si concurrieren más de dos apartadores simultánea-
mente dará preferencia a los que viniesen de mayor distancia.
En los casos en que el hacendado tenga dudas acerca del de-
recho, o desconozca la identidad del solicitante, puede exigir or-
den judicial para dar rodeo. (Art. 71 Cód. citado).
Concomitante con esta obligación de dar rodeo, todo dueño
o encargado de estancias puede ser compelido a dar permiso para
recorrer el campo en procura de ganado que se hubiese “atravesa-
do”, pero el solicitante no podrá hacer corridas ni apartes sin pre-
vio permiso expreso del dueño o encargado del establecimiento.
El aparte del ganado menor está expresamente contemplado en
nuestro Código Rural y sus disposiciones más importantes se re-
fiere a los siguientes puntos:
a) Cuando se mezclen dos o más majadas de ganado menor, se
hará un aparte en los corrales del campo en que se hubiere efec-
tuado la mezcla, o en la forma que convengan las partes.
b) Si hubiere crías ajenas, se cortarán las majadas en presencia de
los interesados dejándolas que se extiendan de manera que aqué-
llas puedan buscar las madres, y si llegada la noche no hubiera
concluido el aparte, se dejará una majada a corral y la otra fuera

79
Colección Obras Completas

para que las crías busquen a las madres.


c) Si las partes no se pusieran de acuerdo sobre la propiedad de las
crías sin señal, designarán peritos y en caso de discordia de estos,
decidirá un tercero nombrado por la autoridad judicial. Los ani-
males cuya propiedad se discuta, quedarán mientras tanto, bajo la
guarda del dueño del campo.
d) Antes de procederse a la esquila se dará aviso a los linderos
para que aparten las ovejas que les pertenecen dentro de los tres
días siguientes al aviso, perdiendo los vellones si no concurrieran
a tiempo.
Hemos hablado hasta aquí del rodeo como instituto jurídi-
co. Pero la palabra tiene dos acepciones más que conviene espe-
cificar. Se llama así a la reunión de hacienda con fines que más
adelante veremos. Y entonces se habla de “parar rodeo”, “recoger
rodeo”, “atajar el rodeo”, etc.
La tercera alude al lugar donde se hace esa operación de re-
unir la hacienda. Tal tarea, realizada con frecuencia, determina que
el sitio elegido se identifique con ese sustantivo. De ahí que la to-
ponimia provinciana conserve nombres como “Rodeo del Molle”
del Partido y Departamento San Martín; “Rodeo Viejo” (casa de los
Díaz) en Villa del Carmen, Departamento Chacabuco; “Mina Los
Rodeos”, “Rodeo de los Caballos”, y “Rodeo de Los Molles” del De-
partamento Pringles; “Rodeo Viejo de los Pereyra” del Partido de
Rincón del Carmen, Departamento San Martín y “Rodeo del Alto”
en las inmediaciones de la planta transmisora de Radio Granade-
ros Puntanos de nuestra ciudad capital, que recuerdan épocas de
abundancia cuando nuestros pobladores rurales en medio de su
rodeo se solazaban viendo hacienda y cielo.
¿Cómo debe ser el lugar destinado a parar rodeo permanente?
Según los entendidos, cercano a las casas o casco de la es-
tancia; en terreno alto, firme, seco, sin pantanos ni zanjas y debe
tener en el medio “un palo alto, grueso, clavado con toda firmeza
no solo para que la hacienda lo conozca pronto y lo vea desde le-
jos, sino para que se rasque en él y le tenga cariño a su descanso”.
En las grandes estancias se paraba rodeo casi diariamente.
Su finalidad esencial era amansar la hacienda y aquerenciarla en
un lugar determinado. La tarea comenzaba a hora temprana (ge-

80
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

neralmente antes de aclarar) de tal modo que a la salida del sol ya


estaba parado el rodeo.
Para realizar este trabajo, José Hernández ha sentado estos
principios fundamentales:
“En invierno la recogida debe hacerse después que se derrita
la helada, pues el pisoteo de la hacienda con la helada mata el pas-
to que está escarchado, lo seca, lo quema como si pasara el fuego;
y esto por consiguiente, destruye mucho el campo”.
“Durante la estación de los fríos debe recogerse despacio
para que la hacienda no sude, pues si sobrevienen garúas frías y
toman la hacienda sudada se aniquila mucho”.
“En verano se recoge despacio, pues los calores son muy fuer-
tes y no es necesario ni conveniente fatigar mucho la hacienda”.
“Algunos acostumbran recoger a la tarde sus ganados, pero
es más general, y lo creemos sin duda más conveniente, hacerlo
por la mañana temprano, para que la hacienda no coma el pasto
con rocío que siempre la adelgaza, y además porque recogiéndola
a la tarde el frío de la noche la toma muchas veces sudada, y esto
es malo”.
Estas reglas tan sabias y prudentes, dictadas por la experien-
cia al famoso hombre de letras, conviene que sean observadas por
nuestros hombres de campo porque contribuyen al acrecenta-
miento de las fortunas privadas y a la economía general del país.

1. Autor citado, “Instrucción del estanciero”, pág. 185, Edit. Peña del Giúdice, Bs.
As. 1953.

81
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Charlatanes y Adivinos
ante el Código Penal

El Código Penal actualmente en vigencia en nuestro país se


divide esquemáticamente en dos grandes libros: El libro primero
y el libro segundo.
Este a su vez se subdivide en doce títulos que contemplan las
siguientes categorías de delitos:

a) contra las personas;


b) contra el honor;
c) contra la honestidad;
d) contra el estado civil;
e) contra la libertad;
f) contra la propiedad;
g) contra la seguridad común;
h) contra la tranquilidad pública;
i) contra la seguridad de la Nación;
j) contra los poderes públicos y el orden constitucional;
k) contra la administración pública; y
l) contra la fe pública.

De estos doce títulos nos interesa especialmente el que se re-


fiere a la seguridad común y que se divide en cuatro capítulos: El
primero contempla los incendios y otros estragos; el segundo la
seguridad de los medios de transporte y comunicación; el tercero
la piratería y el cuarto los delitos contra la salud pública. Dentro de
este último capítulo vamos a circunscribir nuestro estudio al artí-
culo 208 que establece: “Será reprimido con prisión de tres meses
a dos años:
1º) El que, sin título ni autorización para el ejercicio del arte de

83
Colección Obras Completas

curar o excediendo los límites de su autorización, anunciare, pres-


cribiere, administrare o aplicare habitualmente medicamentos,
aguas, electricidad, hipnotismo o cualquier medio destinado al
tratamiento de las enfermedades de las personas, aun a título gra-
tuito.
2º) El que, con título o autorización para el ejercicio de un arte de
curar, anunciare o prometiere la curación de enfermedades a tér-
mino fijo o por medios secretos o infalibles.
3º) El que, con título o autorización para el ejercicio de un arte de
curar, prestare su nombre a otro que no tuviere título o autoriza-
ción para que ejerza los actos a que se refiere el inciso 1º de este
artículo.
En esta norma del Código Penal están contemplados los ca-
sos de curanderismo propiamente dicho; de charlatanismo y de
prestanombre.
A medida que avancemos en nuestro análisis iremos puntua-
lizando con más rigor estas apreciaciones iniciales.

Los caracteres del Delito de Curanderismo


y su Repercusión Social

Nuestro ordenamiento jurídico reprime con razón las prácti-


cas del curanderismo.
Esta peligrosa forma de actuación delictiva avanza sobre
bienes físicos y morales, y ya los autores del proyecto de Código
de 1906 al fundar el artículo 235 tuvieron oportunidad de desta-
car esa bivalencia antijurídica: “El curanderismo -decían- en to-
das sus formas, es uno de los peores enemigos de la salud, a la vez
que un medio inicuo de explotación; lo primero porque cuando
no precipita la muerte con procedimientos absurdos y antihigiéni-
cos, deja avanzar las enfermedades mediante el empleo de medios
completamente pueriles e inocuos, lo segundo, porque aprovecha
del sufrimiento y del dolor para hacerse pagar generosamente su
engaño y mala fe”.
De allí que el delito de curanderismo pueda concurrir con
la estafa “cuando el ejercicio ilegal de la medicina, practicado con

84
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

ánimo de lucro, va acompañado del engaño que caracteriza a la


estafa y ese engaño consiste en la promesa de curación de la en-
fermedad.” (1)
Veamos ahora cuáles son los caracteres que tipifican a este
delito. Se trata en primer lugar de un delito de peligro y más espe-
cíficamente de peligro abstracto.
La doctrina distingue delitos de daño y de peligro. Los pri-
meros requieren una efectiva lesión del bien jurídico protegido; en
tanto que en los segundos basta colocar en peligro ese bien aun-
que no se produzca lesión.
También la doctrina distingue los delitos de peligro concreto
y de peligro abstracto. En los primeros es necesario que el peligro
haya existido realmente, en tanto que en los segundos la sola co-
misión de determinado acto hace suponer la existencia del peli-
gro.
Hemos dicho que el delito de curanderismo es de peligro
abstracto, y esto supone afirmar que para su configuración no es
necesaria lesión alguna a la salud de las personas y que basta la
acción antijurídica para suponer la existencia del peligro.
En segundo lugar digamos que el bien jurídico tutelado, tal
como lo hemos destacado al comienzo, es la salud pública.
En cuanto a la materialidad del delito los doctrinarios y jue-
ces no se han puesto todavía de acuerdo.
Así mientras Mario M. Mallo sostiene que “un solo acto de
curanderismo es punible como tal siempre que el dolo específico
-elemento regulador en este caso- esté presente.” (2), nuestro ex Su-
perior Tribunal de Justicia resolvió hace varios años que “el ejerci-
cio de un arte de curar reprimido por la ley penal, es el que se hace
de una manera habitual, y no aisladamente” (3) sin hacer distinción
según concurra o no el dolo específico.
Digamos finalmente que el sujeto activo no es imputable
cuando concurre un estado de necesidad. Tal por ejemplo el caso
de un compañero que en una expedición de andinismo amputa
a otro un miembro gangrenado sin tener título o autorización; el

85
Colección Obras Completas

de una persona que ante la imposibilidad de obtener asistencia


médica atiende a una mujer en el momento del alumbramiento.
En 1930 la Cámara Federal de La Plata resolvió que procede
absolver a la procesada por ejercicio ilegal de la medicina que en
circunstancias en que una persona de su relación incidentalmente
de visita a su casa, sufre los dolores del alumbramiento, le presta,
en razón de la urgencia, la medicación ineludible requiriendo al
día siguiente asistencia facultativa. (4)

Manosantas y Adivinos

Pasemos ahora revista por algunos casos concretos de ma-


nosantas y adivinos, algunos de ellos sometidos a proceso, y que,
tratándose de la época moderna, fueron calificados directamente
de curanderismo.
A fines del siglo pasado y comienzos del actual hacen su apa-
rición en el país numerosos personajes que van a causar verda-
dero revuelo; unas veces entre las clases populares, otras en los
círculos aristocráticos, pues en algunos casos estos personajes
contaron con el favor y la amistad de políticos influyentes y altos
funcionarios.
Vamos a dar algunos nombres: Pancho Sierra (el decano de
los curanderos argentinos), la Madre María (mujer que gozó de un
prestigio extraordinario), el Hermano Francisco, el Hermano Juan,
y más modernamente la Hermana Agustina.
De Pancho Sierra y de la Madre María se han escrito obras
bastante interesantes, de modo que aquí no vamos a hablar de
ellos.
Tampoco lo haremos del Hermano Francisco pues Don Raúl
Ortelli en su libro “Brujos y Curanderos” ya ha hecho su semblan-
za.
Pero sí nos interesa decir algo del “Hermano Juan”. Su centro
de actividad estaba en la Capital Federal, calle Segurola 1172. Era
oriundo de Palestina y decía ser pariente de Cristo. Su verdadero
nombre era Juan Huesis o Juan Moisés, (a), ya lo hemos dicho, “El
Hermano Juan”.

86
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Su forma de curar consistía en aplicar las manos y rezar ora-


ciones (no se sabe de qué contenido) frente a un altar levantado
en su casa.
La policía le echó el guante y fue a parar a los tribunales de
justicia.
Se lo procesó por ejercicio ilegal de la medicina y entendió
en el caso la Cámara Criminal y Correccional de la Capital Fede-
ral. En tal oportunidad el Tribunal dijo: “La ley protege la salud
pública que resulta atacada no solo al suministrar sustancias a un
paciente, sino indirectamente sustrayéndolo a la asistencia racio-
nal otorgada por las personas autorizadas para ello. El procesado
causaba este último perjuicio por cuanto explotando la ignoran-
cia, la credulidad o el fanatismo de las personas que concurrían a
su domicilio, las desviaba de aquella asistencia haciéndoles creer
que podrían obtener su cura por la influencia misteriosa de sus
oraciones.” (5)
Cuando la policía le hizo imposible su permanencia en la Ca-
pital Federal, el Hermano Juan se marchó al interior de la provin-
cia de Buenos Aires donde se dedicó a criar cerdos, según asegura
Don Raúl Ortelli.
Otro caso de manosanta bastante interesante fue el de la
“Hermana Agustina”. También actuó en la Capital Federal, calle
Cramer 3894. Su verdadero nombre era Agustina Ramos de Díaz.
Tenía un centro espiritista conocido con el nombre de “San Mar-
cos de León”. Su modus operandi consistía en recetar algunos yu-
yos medicinales y en pases magnéticos.
También entendió en este caso la Cámara Criminal y Correc-
cional de la Capital Federal y en tal oportunidad el citado tribunal
dijo que “la prescripción de yuyos y hierbas y la aplicación de pa-
ses magnéticos por una persona sin título ni autorización para el
ejercicio del arte de curar, configura el delito de ejercicio ilegal de
la medicina. Además, cobrar dinero por una ilícita asistencia mé-
dica, explotando la superstición y la ignorancia, puede configurar
el delito de estafa, por lo que debe practicarse la investigación por
la justicia de instrucción.” (6)
Casos de adivinos en el país tenemos a montones. En 1943
por ejemplo, se ventiló en Córdoba el proceso de Juan M. Godoy

87
Colección Obras Completas

Moreno. Pero este sujeto condimentaba su plato de adivinación


con otras supercherías facilitadas por su prestigio como ilusionis-
ta y prestidigitador.
A una de sus víctimas la embaucó desenterrándole un sapo
de su casa para liberarlo de desgracias. A otra le prometió la cura-
ción de sus campos a cambio de fundir en la fragua unas cuantas
libras esterlinas o de tirar estas a la corriente del Río Segundo des-
de el extremo de un puente.
Pero a Godoy Moreno no se lo condenó por ejercer el curan-
derismo. Se lo condenó por estafa y el Superior Tribunal de Cór-
doba tuvo en cuenta la calidad de las personas con quien trató el
embaucador: cortas mentalidades cuya escasa capacidad discri-
minatoria las hizo presas fáciles de este astuto gavilán. (7)
Pero seguramente el caso más notable de “adivinación” de
que se tengan noticias, es el que aborda Julio Pérez Mañan en su li-
bro “Tucumán Antiguo”, ocurrido en la ciudad de Tucumán en 1688.
El capitán Don Diego Bazán cayó enfermo de una hinchazón
en el muslo izquierdo y como se sospechara que una india de su
encomienda, Luisa González tenida por hechicera le había hecho
“daño”, se mandó a buscar al pueblo de Aconquija al indio Pablo,
adivino famoso y reconocido en toda la jurisdicción. El adivino
confirmó tales sospechas y la madre del capitán Bazán entabló
querella criminal contra la india el 1 de diciembre de 1688.
Al prestar declaración el indio Pablo respondió ser adivino “y
que suele saber de las cosas ocultas y que las cosas que se pierden
o hurtan las suele hallar con su saber, y que suele conocer cuando
alguna persona está enhechizada.” Aseguró haber nacido con esa
gracia y que oyó decir a los suyos que antes de nacer habló en el
vientre de su madre.
Pero cuando se le pregunta porqué indicios o señas conoce a
los hechiceros o “enhechizados”, solo atina a decir que “en el tacto
de las manos” y no supo explicar formalmente los indicios o señas
en que conoce lo sobre dicho.”
Cuando se le pregunta si sabe quién ha “enhechizado” al ca-
pitán Don Diego Bazán de Figueroa responde que la india Luisa
González, y que yendo a la casa de esta sabría en qué tiene la india
el hechizo o encanto con que tiene encantado a Don Diego.

88
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Mandó el provisor al adivino acompañado por un sargento y


otras personas al rancho de la hechicera y previo desalojo de sus
moradores el adivino (convertido ahora en rabdomante) comenzó
a buscar el encanto dando golpes en el suelo con una caña. En un
momento dado sonó “gueco” debajo de la cama de la india y en-
tonces el adivino dijo: “Aquí está, busquen un trapo con que cojer-
lo”, y “en presencia y vista de los declarantes cavó la tierra y dentro
de ella sacó un sapo que estaba atado con un pedacito de lienzo y
con un hilo blanco en el muslo (“del mesmo lado del doliente”), es
decir, de la extremidad del mismo lado que el miembro enfermo
del capitán Don Diego, y lo metió dentro de una guaiaca o bolsa
que hallaron a la puerta del rancho, la cual cogió Antonio Godoy
y la trajo a este sitio viejo hasta que se descubrió y sacó el sapo en
presencia de su merced el señor Provisor.
Elevado el proceso a la Real Justicia el adivino ratificó su
declaración y explicó que después de encontrar el sapo le quitó
las ligaduras en presencia del provisor, mandó quemar los hilos y
echar el sapo a la corriente del río. El enfermo sanó sin otro medi-
camento.
En vista de las pruebas acumuladas el alcalde mandó a traer
la hechicera para tomarle declaración. Esta se condujo con sere-
nidad y astucia. Dijo que la mejoría de Don Diego la atribuía a los
ruegos que ella hizo a la Virgen Santísima en el tiempo que estuvo
presa y que el hallazgo del sapo por el adivino debajo de su cama
era un embuste pues el adivino “lo llevaría consigo en la guallaca
para hacer la apadiencia de que se hallase curpada.”
Pese a no haber confesado la india el delito que se le imputa-
ba, el “poderitario” de la querellante pidió se le diesen tormentos
para que confiese y que fuese “castigada según derecho conde-
nándola a muerte a fuego como a persona que tiene parte con el
diablo.”
El defensor de la inculpada sostuvo que “es constante no aver
adivinos ni se debe creer tal cossa.”
Falló el alcalde condenando a la procesada por “rebelde con-
tumaz”, pero al hacer efectiva la pena atenuó sus efectos y la liberó
convencido sin duda de su inculpabilidad.

89
Colección Obras Completas

Casos de charlatanismo

Conforme a la definición del doctor Emilio Federico Pablo


Bonnet en su libro “Medicina Legal” (8) el charlatanismo “es una
forma de actividad médica contraria a la ética y penada por las
leyes penales, caracterizada por llamar la atención al público, en
cualquier manera, respecto de sistemas, curas y procedimientos
especiales y secretos o misteriosos, exclusivos y carentes de base
conocidamente científica.” Tal el caso del individuo que publica
avisos con referencia a un tratamiento seguro para curar la calvi-
cie y que fue calificado de “curandero”. (9)
Charlatanismo típico, en el sentido definido por el doctor
Bonnet, fue el de aquel médico que exponía públicamente la
bondad de su tratamiento de inyecciones para la curación del
cáncer y la lepra, confesando que mantenía en secreto el proce-
dimiento que había puesto en práctica y el contenido y composi-
ción de las inyecciones. (10)
Nuestro país, no sé por qué, ha sido siempre terreno fértil
para estas extrañas hierbas... Y no estamos hablando, por cierto,
de especies medicinales, sino de las otras...
Caso de charlatanismo con perfiles realmente sensaciona-
les, fue el que protagonizó en 1951 en Puerto Gaboto (provincia
de Santa Fe), Héctor Rubelino Ojeda García. Este sujeto invo-
cando títulos de psiquiatra, neurocirujano, epidemiólogo y cli-
matólogo egresado de la Universidad de Harvard y domiciliado
en New York según rezaban sus tarjetas de presentación se hizo
nombrar director de la Unidad Sanitaria -ex Hospital Rural Nº
37- de Puerto Gaboto y desempeñó ese cargo desde mediados de
septiembre hasta la noche del 21 al 22 de diciembre en que fue
detenido.
A fin de ir conformando los perfiles morales de este indivi-
duo, digamos que simuló no solo títulos y conocimientos, sino
que también desfiguró su lenguaje aparentando tener dificulta-
des en el uso del idioma nacional. Este “yankee” casi perfecto
había nacido en Itá-lbaté (provincia de Corrientes) y se hacía lla-
mar -consecuente con su nacionalidad y jerarquía universitaria-
“el doctor Héctor Roobelyn”.

90
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Pues bien, a este falso médico se le imputó por intervención


ilícita, la muerte de la anciana Avelina Castellano de Villamea y
del menor Esteban N. R. Rojas.
Con relación al deceso de la anciana y en razón de las dudas
que planteaba la eficacia de cualquier asistencia dado el carácter
grave y avanzado de la enfermedad; el Tribunal que entendió en
el caso, la Cámara Segunda en lo Criminal de Santa Fe, decidió
en favor del imputado invocando el conocido principio “in dubio
pro reo”.
Pero con relación a la muerte del menor Rojas se comprobó
que aquella se debió a la aplicación de una ampolla de “Crisalbi-
ne” (sales de oro) administrada por orden del “doctor Roobelyn”
que provocó en el niño un proceso de nefrosis fatal.
La Cámara, haciendo mérito de la falta de intención dolosa
del sujeto (situación que quedó en evidencia a través de la de-
claración de una enfermera que afirmó que “estaba más afligido
Rubelino Ojeda que el propio padre, quien se encargaba de con-
solarlo” y la actitud del procesado que persuadido de la gravedad
del caso trató por todos los medios de salvar al niño llevándolo a
Maciel, Barracas y Monje), lo condenó como autor responsable
del delito de homicidio culposo.
Por cierto que no paró allí la decisión del Tribunal. Lo con-
denó también por usurpación de título, delito previsto y penado
por el artículo 247 del Código Penal, y por ejercicio ilegal de la
medicina conforme al artículo 208 inciso 1º del mismo cuerpo
legal.
Este sonado proceso epilogó con el embaucador en la cár-
cel y por poco lo acompañan varios ingenuos vecinos que con-
vencidos que la detención del “doctor Roobelyn” afectaba sus
más legítimos derechos, resistieron al procedimiento policial
que se vio matizado con gases lacrimógenos dentro del mismo
hospital, no obstante haber niños y ancianos internados.
La Cámara entendió que había existido en el caso una equi-
vocada apreciación en el ejercicio de los derechos que confiere
la soberanía popular, y absolvió a esos vecinos de los delitos de
resistencia a la autoridad y sedición. (11)

91
Colección Obras Completas

El curanderismo en San Luis


Vamos a echar ahora un rápido vistazo al curanderismo en
San Luis a través de los procesos penales cuyos expedientes he-
mos estudiado y que se conservan en el Archivo General de nues-
tra provincia.
Hemos elegido este medio de estudio porque constituyendo
esos expedientes documentos públicos, cualquier constatación o
cotejo, está al alcance de los estudiosos que deseen obtener infor-
mación al respecto.
Vamos a ser breves en este punto por la extensión del ma-
terial consultado y solo nos detendremos en aquellos casos que
merezcan interés por los datos que revelen.

San Luis. En la ciudad de San Luis mencionaremos, en pri-


mer lugar, tres casos sustanciados en la década del 40.
En uno de ellos se procesó a Doña Remigia Miranda de ca-
lle Caseros 1155 a consecuencia de una denuncia de Doña Irene
Suárez de Adaro (de El Chañarito - Zanjitas). Esta expresa que en
mayo de 1942 fue atendida aquí por la curandera Doña Remigia
Miranda quien le cobró por adelantado $100 y como no tenía ese
dinero le entregó una vaca de pelo colorado pampa (de marca que
describe) y diez pesos en efectivo. “Pone el hecho en conocimien-
to a esta autoridad por cuanto los remedios que le fueron receta-
dos por la curandera no surtieron los efectos deseados”.
En el caso se dictó sobreseimiento por no haberse probado
delito alguno. (12)
En otro caso se procesó a Don Justo Pastor Argüello, de calle
Bolívar 1532 a quien se le secuestraron “una caja conteniendo yu-
yos de distintos tipos, varios libros y una cruz de mármol ónix ver-
de, representando una figura grotesca con una leyenda que dice:
“Jesús Cristo Natural” Agosto 9 de 1929.”
Al declarar Justo Pastor Arqüello dice que es hijo de José Ar-
güello de Saladillo a quien le decían el “médico del agua fría”.
En el mismo expediente constan los procedimientos policia-
les realizados en varios domicilios de personas sospechadas de
practicar el curanderismo. Respecto de una de ellas se dice: “A las

92
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

16 nos constituimos en el domicilio de Miguel Mareque, sito en


Aristóbulo del Valle 963, encontrando al dueño de casa en cama,
según dijo enfermo, resultando luego lo contrario. En esta casa se
procedió al secuestro de medicamentos, yuyos, libros, amuletos,
fotografías, cartas que Mareque no pudo explicar como también
dos frascos conteniendo orines. Encontrábamonos en esta función
cuando se hizo presente la señorita Hilda E. Fernández, domicilia-
da en Maipú 1341, que dijo venía en busca de un remedio para
su madre enferma. En este acto Mareque se levanta de la cama y
tira al WC gran cantidad de cartas y fotografías posiblemente para
tratar de eludir su responsabilidad de curandero, adivino o brujo,
que con supercherías atrae incautos con el cuento de la fotogra-
fía, motivo explicable del secuestro de gran cantidad de estas, en
su domicilio. Como el médico (doctor Juan Carlos Barbeito) dije-
ra que su enfermedad era fingida, procedí a su detención, dando
cuenta de este hecho a SS el Señor juez del Crimen en nota 84D/I.
Dejo constancia que Mareque es conocido en el barrio como cu-
randero teniendo mucha clientela como lo prueban las cartas que
fueron secuestradas y que se agregan en el acta levantada.”
Volviendo al caso de Don Justo Pastor Argüello digamos que
por no existir pruebas del delito imputado se lo sobreseyó defini-
tivamente. (13)
El tercer caso se refiere a Viernes Scardulla. En ese proceso
el Superior Tribunal de Justicia de la Provincia dijo que “lo des-
proporcionado de las sumas que cobraba por suministrar líquidos
o bebidas de valor insignificante, el uso de un nombre supuesto
(Juan Herrera) y su rápido alejamiento de la ciudad, revelan que
sus actividades de curandero no eran más que el medio, el ardid
de que se valía para obtener de personas ignorantes la entrega de
dinero engañándolas con promesas de curación que nunca cum-
plió.”
Se lo condenó como autor responsable del delito de defrau-
dación (artículo 172 Código Penal) a sufrir la pena de seis años de
prisión, accesorios de ley y costas. (14)
De otro pintoresco caso en los aledaños de nuestra ciudad,
da noticia El Diario de San Luis en su edición del 10 de enero de
1969. Transcribimos textualmente: “Detúvose a un curandero. San

93
Colección Obras Completas

Luis. La policía local allanó ayer al mediodía el domicilio de un cu-


randero que decía sanar todos los males mediante pases con una
tijera de cortar géneros, fricciones a base de dientes de ajo, alcohol
de quemar, mostaza y otras prácticas de naturaleza mágica. El pro-
cedimiento se realizó en el domicilio de José Miguel Ojeda, de 79
años de edad, residente en San Roque, a quien se detuvo y ahora
se procesa por ejercicio ilegal de la medicina. Extraoficialmente se
pudo saber que Ojeda hacía 7 años que se dedicaba a esta ilícita ac-
tividad y que cuando la policía le allanó la casa y lo detuvo, este se
hallaba entregado a la curación de un supuesto enfermo, enviado
por la misma policía, a modo de señuelo. De común acuerdo con
los investigadores policiales el falso paciente habría dicho: Siento
un fuerte dolor de estómago... El curandero lo hizo pasar entonces
a una habitación y comenzó a friccionarlo por el estómago y espal-
da con una mezcla a base de alcohol y mostaza. Luego tomó unas
tijeras y las colocó cerradas durante diez minutos sobre el pecho
del pseudo enfermo y al cabo de la operación le dijo: Voy a mover
fuertemente la tijera... Si se abre es que usted no tiene nada... Si
permanece cerrada es porque usted tiene algún gran daño...
Ojeda hizo los pases y la tijera permaneció cerrada. Entonces
dio el diagnóstico: Usted -le dijo- tiene tres males a causa de algún
daño que le ha hecho alguna persona de su familia. Ahora le voy a
sanar uno de ellos. Pero tiene que volver mañana para poder com-
batir los otros dos...
En ese preciso momento llegó la policía y lo detuvo.
Trascendió que en el procedimiento se secuestraron nai-
pes para ‘echar la suerte’, gran cantidad de bolsitas conteniendo
dientes de ajo, sal, ruda y cruz de palma cada una, y que según el
curandero le habrían sido solicitadas por distintos clientes desde
Buenos Aires.
Además se encontraron fotografías de pacientes a quienes
Ojeda decía curar con solo mirar su retrato, y gran cantidad de
santos, flores y una radio con la insignia de Boca Juniors.”

Villa Mercedes. Con relación a Villa Mercedes mencionaremos


tres casos.
En uno se procesa a Doña Florinda Argüello de Barzola domicilia-

94
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

da en Balcarce 638 de aquella ciudad.


El testigo Ernesto Soulé Merlo dice que concurren personas a la
casa y algunas para disimular salen de allí con flores naturales o
artificiales. Doña Florinda declara que se ocupa de hacer flores ar-
tificiales. El juez de acuerdo con el dictamen fiscal sobresee a la
procesada por falta de mérito. (15)
En otro caso se procesa a Doña Ambrosia Barroso de Fernández
domiciliada cerca del Puente de Madera.
Atendió a Doña Silvestra Andrada de Gallardo que sufría del estó-
mago “y la declarante le dio unos gajos de veramota para que los
tomara en té.” (fs. 9 vta.). Doña Silvestra falleció al día siguiente.
El Agente Fiscal acusa a la procesada por ejercicio ilegal de la me-
dicina. No hay constancia de haberse dictado sentencia. (16)
En el tercer caso se procesa a María Cleofe de Díaz por denuncia
del doctor Carlos Alric. No hay detalles de interés en este expe-
diente, y el juez dicta sobreseimiento provisorio. (17)

Justo Daract. En esta localidad se produjo el caso de Hermosinda


de Cuello quien fue sometida a proceso en razón de haber atendi-
do a dos enfermas de parto en ausencia de la partera señora Ra-
mona D. de Díaz que se encontraba en Merlo “y si lo hizo fue más
por caridad que otra cosa...” según declaración de la procesada.
(Fs. 8 ata.)
El juez condena a Hermosinda de Cuello por infracción al artículo
208 inciso 1º) del Código Penal, a la pena de 15 días de prisión en
suspenso, accesorios de ley y costas. (18)

La Toma. En 1947 se procesó a Carlos Carquin (chileno) quien de-


claró ser “compadre de obligación” de Guillermo Sosa, esposo de
la damnificada Lía Simona Pérez de Sosa domiciliada en La Carre-
ra, Partido del Rosario, departamento Pringles.
Guillermo Sosa declaró que su esposa tuvo familia y fue atendida
por la vecina Doña Nicomedes Rodríguez. Como “no despedía las
placentas” (sic) llamó a su compadre Carquin quien le recetó y co-
locó unas inyecciones de “Adrenalina, gluconato de calcio y aceite
alcanforado.”
Carquin confesó el hecho y el juez lo condenó a seis meses de pri-

95
Colección Obras Completas

sión en suspenso por infracción al artículo 208 inciso 1º del Códi-


go Penal.
El proceso se inició por denuncia del doctor Julio Dante Salto Re-
divo de La Toma. (19)

Valle de Pancanta. También los hechos que ocurrieron en el Valle


de Pancanta se produjeron en el año 1947.
Se procesó a Sara Severino de Sosa, José Martínez y Ernesto Gui-
ñazú por denuncia de Fermín Calderón y Luciana Salinas de Es-
cudero.
Cuando declara Fermín Calderón dice que conoce el “Curandero
de la Sierra” (de él hablaremos más adelante), cuyo nombre es Er-
nesto Chirino de Las Charras, departamento San Martín; que no
le ha hecho ningún remedio “y simplemente ha formulado cura-
ciones de palabra.” (fs. 71 vta.) Expresa que Sara Severino de Sosa
le merece mal concepto “porque las curaciones que le hizo al de-
nunciante no le produjeron mejoría alguna”. Que las curaciones
“consistían en unas fricciones para las piernas y brazos y bebida
de yuyos cocidos.” Preguntado si “algún tiempo atrás, él también
hacía curaciones, dijo: Que hace muchos años (5 o 6) hacía cura-
ciones con yuyos a muchas personas y que nunca cobraba a na-
die.” (fs. 72)
Como ya hemos dicho, Sara Severino de Sosa actuó en el Valle de
Pancanta con el nombre de Carmen de Ferreyra y le sacó a Fermín
Calderón la suma de $1.075. Era oriunda de Mendoza.
El juez condenó a Sara Severino de Sosa a tres años de prisión
como autora del delito de defraudación (Art. 172 Código Penal)
en perjuicio de Fermín Calderón; a Ernesto Guiñazú Cornejo por
participación en la defraudación a un año de prisión y absolvió a
José Martínez Gatica. (fs. 194/201) (20)

Los Corrales. En el año 1949 resultaron complicados en un pro-


ceso penal Ana Sosa de Los Corrales y Juan Amaya de Quines, por
denuncia de Francisca Agüero. En su declaración, la denunciante,
Francisca Agüero (de edad “indefinida” según reza la pieza judi-
cial) expresa que enfermó de la cintura y la atendió Anita Sosa (de
Los Corrales, departamento Ayacucho) quien le aplicó una inyec-

96
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

ción de alcohol en la nalga derecha y le dio un caja con sellos para


que tomara uno por la mañana y otro por la tarde. Todas las maña-
nas debía “comparecer” a aplicarse una inyección, durante 7 días.
Sintiéndose más enferma acudió al espiritista Juan Amaya de Qui-
nes quien le dio unos sellos. Debía tomar uno a la mañana y otro
a la tarde, más un frasco de una bebida para tomar una cucharada
después de cada comida.
Al principio pareció mejorarse pero después se agravó y resolvió
recurrir a la ciencia médica.
Francisca Agüero falleció en el Hospital de Caridad de esta ciudad
en abril de 1949 y la acción penal se declaró prescripta. (21)

Quines. Aquí actuó Juan Díaz, oriundo de Junín (provincia de


Buenos Aires) quien fue sometido a proceso a raíz de una denun-
cia del doctor José Santos Ortiz.
Aquel curandero había atendido a un muchacho, Cristino Moreno
de El Zanjón, departamento San Martín, a quien le recetó una be-
bida y sellos de dos clases.
El juez declaró prescripta la acción y absolvió a Juan Díaz. (22)

San Martín. Aquí tenemos el caso de Ernesto Chirino, de origen


chileno, conocido por el “Curandero de la Sierra”.
Se le incoaron tres procesos penales: Uno en 1944, otro en 1945 y
un tercero en 1949. Este último se originó en una denuncia del en-
tonces médico de San Martín doctor Rafael J. Velazco. En ese tiem-
po Chirino estaba radicado en Estancia Vieja, Partido de Guzmán.
En ese proceso la damnificada Doña María Gervacia Coria
de Frías declara “que los remedios que le recetara el curandero
consistían en unas frotaciones de agua de varios yuyos que ponía
dentro de una botella; que con esta agua ya en estado de descom-
posición la friccionaba y también le daba a tomar unos teses de
corteza de unos palitos que la deponente no sabe de qué planta
era, que la deponente no conserva ninguno de estos yuyos.” (fs.
6) El juez declara prescripta la acción penal y sobresee definitiva-
mente a Ernesto Chirino. (fs. 34) (23)
Pero no paran allí las andanzas del renombrado curandero.
Como ya hemos adelantado, en 1944 estuvo envuelto en otro so-

97
Colección Obras Completas

nado proceso a consecuencia de hechos graves y para cuya ilustra-


ción será mejor la trascripción textual de las declaraciones de los
testigos que depusieron en esa causa.
A fs. 2 vta. 3 declara Ildefonso Ortiz. Expresa “que el curan-
dero Ernesto Chirino conocido vulgarmente como el “Chileno” ha
atendido suministrándole remedios a un niño de cuatro años de
edad, hijo de Víctor Ortiz, dicha criatura falleció bajo la asisten-
cia médica del nombrado curandero el día 22 de agosto próxi-
mo pasado, que este hecho le consta al deponente. Que sabe de
buena fuente porque así se lo han informado personas serias del
vecindario que el mismo individuo ha prestado asistencia médi-
ca últimamente a un niño de Niceto Torres vecino de Guzmán;
a una señora, suegra de Moisés Ochoa, vecina también de Guz-
mán; y a otra mujer de apellido Perón o de Perón vecina de Es-
tancia Vieja; a Reinaldo Fernández quien lo ha tenido en su pro-
pia casa al curandero y fue sacado de allí por Liborio Calderón;
una hija de Ángela de Alfaro, vecina de Rincón del Carmen; que
todas estas personas han muerto bajo la asistencia médica del
famoso Chirino.” (fs. 2 vta. 3).
Otro testigo, Víctor Ortiz, expresa ante la autoridad policial:
Que conoce a Ernesto Chirino “que en el mes de julio próximo pasa-
do, teniendo el exponente su esposa enferma, oyó decir que al lugar
había llegado un médico que andaba muy bien, que a pesar de que
el deponente sabía que se trataba de un curandero lo llamó para
que asistiera a su esposa, es decir la llevó a la casa del curandero y
este le recetó unos tés diciéndole que la curaría de “palabra”; que le
cobró un peso por esa consulta, que le hizo el médico unas cuatro o
cinco curas más cobrándole igual suma de dinero por cada consul-
ta, que a raíz de eso conoció a Chirino.” (fs. 4/4 vta.).
“Diga si el deponente tenía conocimiento de que en esta lo-
calidad (San Martín) o en Concarán existen médicos con título na-
cional en caso afirmativo por qué no hizo revisar con estos a sus
enfermos, dijo: Que sí sabía que había médicos en esta como en
Concarán pero no hizo revisar a sus enfermos con estos porque
tenía confianza en el curandero Chirino.” (fs. 5 vta.).
De la declaración del testigo Celedonio Alfaro extractamos lo
siguiente: “Que lo conoce (a Chirino) desde hace unos seis meses

98
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

más o menos en circunstancias de que este y el deponente trabaja-


ban en la mina Santa Fe de propiedad de Don José Chaher, que
en ese entonces lo conoció como obrero minero, que en el mes
de julio del corriente año, al deponente se le había enfermado
una majada de ovejas, de una peste desconocida, que a conse-
cuencia de dicha enfermedad se le morían bastantes animales
diariamente que no hallaba qué hacer para combatir el mal,
cuando oyó decir que en la casa de Ignacio Roble vecino del
lugar Cerrito Negro, partido Rincón del Carmen se encontraba
Ernesto Chirino quien se había dedicado a médico y que cura-
ba muy acertadamente de palabra tanto a las haciendas como a
las personas. Que en vista de esto el deponente fue a la casa de
Roble donde lo encontró a Chirino a quien le explicó lo que le
pasaba con su majada y una vez enterado Chirino prometió cu-
rársela y que en efecto un día del mes de julio próximo pasado
no recordándose con exactitud la fecha fue Chirino a casa del
declarante y revisó la majada y luego de separarla en grupos les
hizo unos signos cabalísticos con las manos y después de decir
algunas palabras en secreto dijo que la majada estaba curada y
que en efecto cesó la mortandad de animales de la majada de
diferentes edades.” (fs. 6 vta. 7)
Niceto Torres por su parte expone: “Que en el mes de junio
se enfermó de la garganta su hijo Niceto Eulogio Torres de 19 años
de edad y como tuviera conocimiento de que en el vecindario se
encontraba un médico y que decía que andaba muy bien para las
enfermedades por cuya causa su nombrado hijo fue a buscarlo
para hacerse revisar y que en efecto lo ha encontrado en casa de
Juan Pío Escudero, que ahí estaba Don Ernesto Chirino que era el
médico de que se trataba quien lo ha revisado a su hijo enfermo y
le ha dicho que lo va a curar de palabra y le ha dado unos tés de
yuyos. A los siete días después de esto su nombrado hijo falleció.
Que deja constancia que el deponente no llevó a su hijo enfermo a
que lo revisara un médico con título nacional por falta absoluta de
recursos.” (fs. 8 vta. 9)
Cuando declara Ernesto Chirino expresa: “Que el declarante lle-
gó a la República Argentina en el año 1927 y se radicó en San Juan, que
allí se ocupaba de quintero, que en el año 1933 si mal no recuerda, se

99
Colección Obras Completas

vino al lugar denominado El Zapallar, departamento Ayacucho


a trabajar en una mina; que en el año 1937 se trasladó a la mina
de Los Avestruces, donde trabajó en otra mina denominada “El
Peñón” que a esta mina la arrendaba el deponente juntamente
con Juan Rojo (fallecido); que últimamente ha dado remedios
a algunos enfermos, recetándole algunos yuyos entre los que
recuerda: para dolores de estómago, la peperina; poleo tam-
bién para el dolor de estómago; carqueja para los riñones. Que
también ha hecho curaciones de palabra, dolores de muela.
Que también ha curado animales y plantas de palabra. Que las
personas que ha curado las recuerda y son: Emilio Roble domi-
ciliado en Alto Grande; un tal Alfaro domiciliado en el mismo
lugar que el anterior; Segundo Torres, domiciliado en Villa de
Praga; que a estas personas no les ha cobrado pero que algunas
de ellas le daban dinero. Que también lo han llevado enfermo
a un hijo de Víctor Ortiz a quien el deponente le observó y le
dijo que era un caso grave, que buscara facultativo. Que no ha
tenido a ningún hijo de Aniceto Torres y tampoco ha atendido
a una hija de Ángela de Alfaro. Que a Celedonio Alfaro le ha
curado la majada de palabra que estaba muriéndosele atacada
de sarna. Que a Vicenta de Ortiz la conoce de nombre y que no
la ha atendido. Que atendió a un tal Ortiz que estaba en la casa
de Doraliza Ortiz enfermo de paperas, que a este le dio agua
de carqueja y después lo curó de palabra. Que no ha atendi-
do a ninguna nieta de Tránsito Andino. Que a Emilio Roble lo
ha atendido porque estaba enfermo de una pierna que tenía
granos con pus; que para curarlo le lavaba con yerba de sapo
y que este al poco tiempo sanó. Que también atendió a Luis
Palacio, que este sufría de los riñones y le dio para que tomara
agua de carqueja.”
Esta causa, que como ya hemos dicho se sustanció en 1949,
se acumuló a la que lleva el Nº 23 del 16 de abril de 1945 y el juez
condenó a Ernesto Chirino a sufrir la pena de un año de prisión
como autor responsable del delito de ejercicio ilegal de la medici-
na. (fs. 98/101).
El Superior Tribunal de Justicia confirmó la sentencia de pri-
mera instancia. (fs. 115/117) (24)

100
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

El curandero folklórico
Después de lo visto podemos afirmar que el auténtico cu-
randero -el curandero de antaño, al que llamábamos “el médico” o
“la médica”- no es ese que valiéndose de ardides ilícitos embaucó
a miles de desprevenidos y los hizo víctimas de sonadas estafas; el
que usurpó títulos; el que vivió a expensas de crédulos que con-
fiaron en sus poderes sobrenaturales y que más de una vez obligó
a los jueces argentinos a aplicar el Art. 208 del Código Penal en
defensa de la salud de la comunidad.
No; el auténtico curandero nunca fue charlatán, ni tránsfuga,
ni embaucador. Pudo sí aparentar misterio que no era sino solem-
nidad, sabedor de la importancia de su papel.
Nunca esquilmó, sino por el contrario; como el maestro sin
título prestó reales y valiosos servicios a la comarca, a la aldea, al
pago.
Lejos de lucrar sacrificó su comodidad personal para ir don-
de lo llamaron salvando serranías y pampas, bajo el sol y la lluvia,
sin más recompensa muchas veces que la consideración ganada
y la íntima tranquilidad de haber cumplido con un deber de buen
vecino. Y si alguna vez erró por la natural limitación de sus conoci-
mientos, nunca defraudó por mala fe.
El auténtico curandero dio repetidas pruebas de humanita-
rismo, de seriedad, de capacidad empírica, de agilidad intuitiva y
de rectitud moral.
La llegada del curandero era recibida en esos tiempos de to-
tal desamparo como una salvación. Hipócritas seríamos si no con-
fesáramos que muchas veces la esperanza de nuestra madre, de
nuestros abuelos, se aferró a la llegada de un curandero en esos
campos olvidados de la mano de Dios.
No tenemos por qué avergonzarnos y negar esa auténtica
realidad. Las grandes distancias, el aislamiento y los peligros de la
soledad, engendraron en nuestro país la montonera y el caudillis-
mo y ningún historiador por falso pudor se atrevería a negar esos
hechos. Y si bien es cierto que el curanderismo como la montone-
ra son signos de atraso y desorganización institucional, no por eso
podemos caer en el desatino de la proscripción en bloque; de la

101
Colección Obras Completas

condena sin juicio previo.


Nadie puede negar que en esa masa amorfa de la montonera
que defendía con altivez el interés de su terruño, había levadura
republicana. Así tampoco se puede negar que el auténtico curan-
dero, el médico indocto de antaño, cumplía su misión inspirado
en un auténtico sentimiento de amor hacia sus semejantes.
Por algo a aquellas venerables matronas criollas que espera-
ron nuestra llegada al mundo les llamábamos “mamita” y nuestros
padres le daban el tratamiento de comadres.
Y cuando no fue el amor al prójimo, fue la necesidad la que
impuso la presencia del curandero.
Allá por 1833 el coronel Don Pablo Lucero comunica al go-
bernador de San Luis desde el cantón de El Morro que hallándo-
se con ocho individuos de sus escuadrones gravemente enfermos
hizo comparecer al curandero Don Feliciano López “quien a más
de ser tan antiquísimo y cuasi pasado de su edad, sordo y mui des-
tenuado no se encuentra medecinas con que poder aserles la más
mínima deligencia, aguardiente se buscó diciendo para despas-
mar ynchasones infladas y no se a podido encontrar en parte algu-
na...” Por ello pide autorización para darlos de baja para que ellos
“bean modo de reparar de su salud.” (25)
Desde el punto de vista del arte de curar, el auténtico curan-
dero se diferenciaba del charlatán en que mientras este inventa a
su modo los medicamentos y aplicaba técnicas y procedimientos
gobernados por una fantasía arbitraria destinada a la captación de
los espíritus impresionables; aquel indicaba medicamentos y pro-
cedía conforme a fórmulas heredadas que reconocían una larga
tradición.
El charlatán emplea métodos personales, en tanto que el cu-
randero prescribe medicaciones de probada eficacia, reconocida
por el grupo comunitario.
Así por ejemplo aquellos viejos “médicos” lugareños em-
pleaban para la desinfección de heridas, llagas y úlceras, el agua
cocida de barba de la piedra, tusca, brea, alfilerillo, sanalotodo,
malva, yerba mora, llantén, carqueja, cepa caballo y mirasol del
campo; savia de árnica y abrojo; cataplasmas de hoja de molle de
curtir (es decir molle morado) y tulisquín. Como secante, polvo de

102
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

barba de la piedra, de hojas de tusca y espinillo aromo.


Para purificar la sangre; agua cocida fría, o sea agua “a pasto”
de: calaguala, zarzaparrilla, raíz de lengua de vaca y cepa caballo.
Té de sanguinaria, de hojas y raíz de yerba del pollo, carqueja y
matapulga.
Para los catarros; té de culantrillo, doradilla, tala, peje, “ber-
berina” de quebrachillo, mastuerzo, molle de beber; baños de
agua caliente con resina de molle morado; té de carne de penca y
flor de sauco.
Para la tos; té de peje, jarabe de flor de violeta común y té de
flor de sauco. La tos convulsa era tratada con té de liga de duraz-
no, leche de burra, té de semilla y goma de brea e inhalaciones de
chamico.
Para el asma se recetaba té de hoja de chañar y siendo “vi-
cioso” el enfermo debía armar su cigarro con hojas de chamico.
Cuando el paciente sufría del corazón recetaban té de cedrón y
azahar de naranjo; y tratándose de la presión el remedio indicado
era la ligilla de algarrobo.
Para las afecciones de riñones, té de doradilla, cola de caba-
llo y pelo de choclo.
Como vomitivos se indicaban el té de ajenco o ruda, y para
las diarreas té de cáscara de granada y agua de arroz.
Debo hacer aquí mención de dos procedimientos emplea-
dos en numerosas oportunidades por Doña Arminda B. de Cha-
ves, natural de San Martín (SL) que falleció en 1960 a los 104 años
de edad y que según el testimonio de sus familiares daban posi-
tivos resultados.
Curaba los testes atravesándolos en cruz con dos espinas de
peje mientras rezaba y luego los frotaba con ajo.
A la culebrilla (especie de enronchado que al unirse des-
pués de haber rodeado todo el cuerpo determina la muerte del
paciente) la trataba circunscribiendo la zona afectada con tinta
mientras rezaba.
Tiene igualmente carácter tradicional la fórmula para el
empacho: té de hierba del pollo y frotaciones con aceite tibio y
manzanilla en el estómago y los pies de los niñitos que habían
tomado frío. Se recomendaba asimismo las frotaciones en el

103
Colección Obras Completas

vientre con ceniza.


Las fórmulas podrían extenderse considerablemente. Pero a
título ilustrativo creemos suficientes las ya consignadas.

Nombres para recordar

¿Y quiénes eran aquellos “médicos” y “médicas” que tan va-


liosos y desinteresados servicios prestaron a nuestras comunida-
des lugareñas?
He aquí algunos nombres:
En San Martín, Doña Juana de Avellaneda (médica y matro-
na); Doña Rosinda G. de Allende y Doña María Baigorria (matro-
na). Todas fallecidas.
En la actualidad Doña Dominga Mercau de Carrizo cura de
palabra el dolor de muelas.
De San Martín al norte (zona de Potrero de Gutiérrez y La
Barranca) Doña Bernarda de Leyes.
En Villa de Praga Doña Petronila de Castro (médica y matro-
na fallecida). (27)
En Merlo, Doña Apilmenia Cuello (médica y matrona falle-
cida); Doña Jacinta Romero de Ponce y Don Segundo Aguirre. (28)
En Concarán Doña Simona de Garay, famosa en toda la zona;
Doña Reimunda Funes de época anterior a Doña Simona; Doña
lsidora Funes (hija de la anterior) que se especializó en partos.
Don Guillermo Mackeit o Makley y Doña Rosario Robles quien
curaba los testes y el bicho de los caballos. Todas estas personas
han fallecido.
Cerca de Concarán debemos mencionar a Don Cecilio Co-
rrea de más de 80 años, vecino de El Sauce quien cura la cuncuna
de los maíces y el bicho de los caballos. (29)
En Juan Llerena Don Herculano Gatica que falleció en 1961
a los 75 años. (30)
En El Morro Doña Modesta Villegas de Quevedo fallecida en
1942 cuando contaba 63 años. (31)
De Laguna Larga y su zona de influencia se impone citar a
Don Ernesto Muñoz.

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

En Quines hay que nombrar a Doña Rosa Ruartes, fallecida a la


edad de 92 años que gozó de fama de gran “médica”. En cierta oportu-
nidad le trajeron de La Rioja una señora que venía “por delante” en el
caballo pues estaba “tullida”. A los treinta días la mujer viajó sana con
su esposo “caballo aparte” de regreso a sus pagos riojanos. (32)
En Luján Doña Olaya Romero, Bonifacia Romero de Funes,
Santos de Mendoza, Iginia de Valdez y María Antonia Valdez, to-
das fallecidas.
Otros nombres actuales en Luján son los de Doña Antonia
Valdez, famosa por sus curaciones de “ora” y Doña Guillermina B.
de Leyes, mujer bondadosa y servicial. (33)
En Nogolí gozó de fama Don Vicente (ex juez de Paz del par-
tido, fallecido). Otro nombre mentado es Don Marcelino Garro de
El Chañar (Partido de Rumiguasi). (34)
En Los Chañares (Departamento Pringles) Doña Justina Ce-
ballos (que todos conocieron con el nombre de “Mamita Justina”)
y Doña Bibiana S. de Matuz, ambas parteras. (35)
En Cañada Honda Reyes Lucero, también partera. (36)
He dejado para el final la mención de un nombre famoso en
la zona de Saladillo, La Toma, Juan Llerena, Fraga, San Luis, etc.,
Don José Argüello, el médico del agua fría.
Según las referencias de la señora Haydee Etcheverry de
Sosa, este médico no visitaba a los enfermos. Ellos iban a su casa,
o en casos de gravedad mandaban a un emisario para que explica-
ra la enfermedad y trajera “la medicina”. Era indispensable llevar
una botella “de litro” para traer el agua “curada”. De esta agua be-
bía el enfermo y antes de que se terminara se agregaba más. Los
remedios consistían, según la enfermedad, en paños de agua fría
“curada” al pecho y a la espalda y luego “arroparse bien”. También
indicaba lavados de cabeza o baños. Subsidiariamente recetaba
teses, la pastilla pectoral, “el agua a pasto”, las fricciones, el barro
podrido, etc. Todo se hacía “en nombre de Dios Todopoderoso”.
Entre los “pateros” o compositores de huesos debemos men-
cionar los siguientes:
En Merlo a Don Guillermo Zavala; en Santa Rosa a Don Raúl
Segura, ambos fallecidos. (37)
De Ojo del Río (Departamento Chacabuco) Don Samuel Se-

105
Colección Obras Completas

gura, fallecido, padre de Don Raúl Segura. (38)


En El Morro Don Félix Vílchez, fallecido en 1946 a los 78 años
de edad. (39)
En Juan Llerena Doña Mauricia Azcurra y Don Bautista Psenda. (40)
Patero famoso en Quines es Don Juan Ibáñez de 65 años. (41)
En Luján hay que citar a Don José María Albornoz, actual-
mente radicado en Buenos Aires y Doña María de Albornoz de El
Vinagrillo (fallecida). (42)
De San Francisco Doña Pilar Puertas de Olguín (fallecida) y
Doña Felisa de Gordillo. (43)
En Villa de la Quebrada fue famosa Doña Liboria Alcaraz, ex
dueña del Santo Cristo de la Quebrada. (44)
En Nogolí gozó de fama de buen patero Don Nicolás Jofré. (45)
En San Martín y Las Aguadas fue conocido como compositor
Don Hermógenes Arce. En la actualidad practica este oficio Don
Arbués Vílchez de Villa de Praga.
Hay que citar finalmente a Don Domingo Pizarro y Doña Ele-
na Pizarro que vivieron a pocos kilómetros de La Toma sobre el ca-
mino a La Carolina, como así también a Don Javier Vega vecino de
La Petra que no obstante haber quedado ciego igualmente ejercía
su oficio de “compositor”. (46)
Todos estos “médicos” empleaban como remedio corriente
el parche de “pé de Castilla” que se preparaba en un plato enloza-
do, con un trozo de lienzo empapado en alcohol puro que se “sa-
laba” con el pé de Castilla molido y se calentaba en unas brasitas
para evitar que se ardiera. Otro remedio muy mentado era el par-
che de grasa de potro con hollín para evitar el “pasmo de frío”. (47)
Seguramente por ignorancia hemos cometido la injusticia de
olvidar a muchos. Pero las menciones que hemos hecho llevan la
intención de un homenaje a todos esos hombres y mujeres que
con verdadera vocación de servicio contribuyeron para que en su
medio existiera un poco menos de dolor y sufrimiento.

1. Eusebio Gómez “Tratado de Derecho Penal” t. V Pág. 177, Bs. As. 1941.
2. Aut. cit. “Enciclopedia Jurídica Omeba” t. V Pág. 361, Edit. Bibliográfica Argen-

106
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

tina, Bs. As. 1968.


3. J.A. t. 21 pág. 562.
4. Cám. Fed. de La Plata, 15/12/1930, J.A. t. 34 Pág. 1.093.
5. Cám. Crim. y Correc. de la Cap. Fed. 19/10/1923, J.A. t.11 pág. 869.
6. Cám. Crim. y Correc. de la Cap. Fed. 18/11/1941, J.A. t. 76 pág. 843.
7. Revista “La Ley” t. 32 pág. 655.
8. Aut. y op. cit. pág. 54, Edit. López Libreros Editores SRL Bs. As. 1967.
9. J.A.1965-V-160.
10. J.A. t. 68 pág. 828.
11. Revista “La Ley” t. 77 pág. 610.
12. Archivo Judicial de la Pcia. de San Luis, Expte. Criminal Nº 220 Año 1947.
13. Archivo Judicial de la Pcia. de San Luis, Expte. Criminal Nº 83 Año 1949.
14. Revista “La Ley” t. 44 pág. 431.
15. Archivo Judicial de la Pcia. de San Luis, Expte. Criminal Nº 1210 Año 1952.
16. Archivo Judicial de la Pcia. de San Luis, Expte. Criminal Nº 163 Año 1934.
17. Archivo Judicial de la Pcia. de San Luis, Expte. Criminal Nº 366 Año 1951
18. Archivo Judicial de la Pcia. de San Luis, Expte. Criminal Nº 361 Año 1951.
19. Archivo Judicial de la Pcia. de San Luis, Expte. Criminal Nº 131 Año 1947.
20. Archivo Judicial de la Pcia. de San Luis, Expte. Criminal Nº 476 Año 1950.
21. Archivo Judicial de la Pcia. de San Luis, Expte. Criminal Nº 739 Año 1950.
22. Archivo Judicial de la Pcia. de San Luis, Expte. Criminal Nº 426 Año 1948.
23. Archivo Judicial de la Pcia. de San Luis, Expte. Criminal Nº 220 Año 1949.
24. Archivo Judicial de la Pcia. de San Luis, Expte. Criminal Nº 236 Año 1951.
25. Archivo Histórico de la Pcia. de San Luis, Carpeta Nº 54 Documento 5191.
26. Información de la señora Josefina Lucero de Chaves de “El Paraíso” y de Libe-
rato Tobares Amaya de Las Aguadas, Departamento San Martín (SL)
27. Información de Arolinda V. de Tobares de San Martín (SL)
28. Datos suministrados por Don Carlos S. Rodríguez de Merlo (San Luis)
29. Datos suministrados por la señora Dora Ochoa de Masramón de Concarán (SL)
30. Datos suministrados por Don Moisés Hipólito Luna de Juan Llerena (SL)
31. Datos suministrados por Don Moisés Hipólito Luna de Juan Llerena (SL)
32. Datos suministrados por Don Justino Ruartes de Quines (SL)
33. Datos suministrados por la señora María Inés Pérez Ligeón de Silva de Luján
(SL) y por la Dra. María Delia Gatica de Montiveros de Avda. Quintana 78 - San
Luis.
34. Datos suministrados por Don Aníbal Benjamín Molina a Carlos Moyano de No-
golí (SL).
35. Datos de la señora Haydée Etcheverry de Sosa - Mendoza Nº 877 - San Luis.
36. Datos de la señora Haydée Etcheverry de Sosa. -Mendoza Nº 877 - San Luis.
37. Datos de Don Carlos S. Rodríguez de Merlo (SL)
38. Datos de la señora Dora Ochoa de Masramón de Concarán (SL)

107
Colección Obras Completas

39. Datos de Don Moisés Hipólito Luna de Juan Llerena (SL)


40. Datos de Don Moisés Hipólito Luna de Juan Llerena (SL)
41. Datos de Don Teófilo Lucero de Quines (SL)
42. Datos de la señora María Inés Pérez Ligueón de Silva de Luján (SL)
43. Datos de Don Marcos B. Reyes de San Francisco (SL)
44. Datos de Don Aníbal Benjamín Molina de Nogolí (SL)
45. Datos de Don Aníbal Benjamín Molina de Nogolí (SL)
46. Datos de la señora Haydée Etcheverry de Sosa -Mendoza Nº 877 - San Luis.
47. Datos de la señora Haydée Etcheverry de Sosa. Mendoza Nº 877 - San Luis.

108
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Las Mingas

Nuestra comprovinciana la señora Berta Elena Vidal de Bat-


tini, en su obra “EI Habla Rural de San Luis”, dice que la minga
consiste en “solicitar en el trabajo la ayuda de otros, prometiéndo-
les devolverles el servicio de la misma manera”, reunión de vecinos
en la que se hace un trabajo en colaboración y que se termina con
una fiesta a cargo del dueño de casa.
He ahí compendiados los caracteres fundamentales de la
minga.
Se trata pues de una forma de prestación de servicios que en
algo se parece al contrato de trabajo pero que se diferencia de este
en aspectos capitales.
En primer lugar el contrato de trabajo crea una relación de
subordinación entre el patrón y el trabajador, relación que se con-
creta en dos consecuencias inmediatas: El poder de mando que
asiste al empleador, y el deber de obediencia a cargo del emplea-
do.
De tal manera que el patrón tiene la facultad de impartir
instrucciones o directivas para que el trabajo se haga de determi-
nada manera, en tanto que el empleado tiene el deber de acatar
esas instrucciones o directivas. En la minga nada de esto ocurre.
Aquí la libre iniciativa tiene un amplio campo, y normalmente el
“dueño” del trabajo no da órdenes ni imparte instrucciones. Él se
encarga de atender a los concurrentes proporcionándoles todas
las comodidades posibles; de brindarles las buenas empanadas o
pasteles que para el caso se han preparado; de hacer correr entre
los asistentes el vaso de vino, caña, aguardiente o aloja, que se ha
reservado especialmente para tal circunstancia.
En todo caso si es necesario orientar la labor que por algún
motivo requiere cierta experiencia, quien formula las sugerencias,
consejos o instrucciones, es el vecino más experto en la tarea que
se realiza.

109
Colección Obras Completas

Así por ejemplo el trabajo de segar y emparvar la alfalfa re-


quiere baquía y destreza porque el pasto mal emparvado corre el
peligro de perderse por desmoronamiento de la parva, humedad,
incendio. etc.
En tales circunstancias es cuando se requiere la opinión del
vecino o vecinos más expertos en la cuestión, y el dueño de casa
deja a ellos orientar la realización de la tarea.
Otra profunda diferencia de la minga con el contrato de tra-
bajo radica en la gratuidad con que los mingueros prestan sus ser-
vicios.
En el contrato de trabajo la remuneración del trabajador por
el empleador constituye una circunstancia obligada.
Los mingueros, en cambio, no reciben retribución pecunia-
ria alguna. Pero reciben otras de índole moral y también material.
Cuando la cosecha de maíz ha sido buena, el dueño obsequia
a los vecinos que han concurrido en su ayuda y que carecen de tal
sementera, una buena cantidad de maíz. Si todos han sembrado,
la cosecha se hace entonces por turnos.
Cuando se carnea, además del consabido asado, se acostum-
bra regalar a los concurrentes algún matambre, tira de costilla. etc.
Además, la colaboración prestada crea para quien la recibe,
el compromiso moral de ofrecer igual servicio cuando el vecino lo
necesite.
Pero en general la retribución más codiciada es la fiesta, co-
milona o baile con que el dueño de casa agasaja a sus invitados
y que constituyen la culminación de una costumbre tradicional-
mente aceptada, donde el desinterés, la sana alegría y el vehemen-
te deseo de servir a los demás, configuran un estilo de vida profun-
damente argentino y profundamente americano.
En San Luis esta especie de trabajo en cooperación tuvo sus
expresiones más frecuentes en las tareas de la yerra; la siembra, la
cosecha y la trilla; en los trabajos de cercos y pircas; en la esquila,
la pelada de fruta, la carneada y la techada.
Algunas de estas formas de minga que se realizaron en el
pasado, hoy constituyen solo un recuerdo, mientras que otras
como las tres mencionadas en último término, continúan en
plena vigencia.

110
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Normalmente la minga se realiza con la participación de to-


dos los vecinos quienes son avisados con la debida anticipación
de la fecha en que tendrá lugar.
La tarea se desarrolla en un ambiente de fraternidad y ale-
gría, y ordinariamente se celebra su conclusión, como ya se ha di-
cho, con una fiesta, baile o asado criollo.
Es frecuente en la actualidad encontrar personas de edad,
sobre todo en el norte de nuestra provincia, que recuerdan mingas
realizadas en su niñez y que conservan asimismo el recuerdo de
relatos de sus padres y abuelos que asistieron a mingas en épocas
ya remotas.
Esto indica que tales trabajos tienen un profundo arraigo en
las costumbres de los medios rurales de San Luis; es decir que la
minga tiene aquí raigambre tradicional.
Tales antecedentes, unidos a las circunstancias de ser un fe-
nómeno colectivo, vigente aún en nuestros días, nacido de la más
absoluta espontaneidad, funcional en cuanto satisface necesida-
des materiales de la comunidad, y regionales, es decir geográfica-
mente localizado; demuestran que la minga tiene todos los carac-
teres de un hecho folklórico.
No menos interesante resulta el estudio de la proyección so-
ciológica de este hecho.
Desempeña dentro de la comunidad, ya lo hemos dicho, un
papel funcional en cuanto tiende a satisfacer necesidades mate-
riales. Pero al propio tiempo satisface una necesidad espiritual,
cual es la de fortalecer los vínculos que unen a los individuos que
forman el grupo comunitario.
Este proceso de acercamiento se cimenta en los recuerdos
del pasado (recuerdos de otras mingas), lo que le confiere una tí-
pica esencia tradicionalista.
Y después de estas consideraciones preliminares, hechas
con largura sin duda enojosa para el lector, digamos que fueron
famosas en el Departamento San Martín las mingas de la esquila
en la casa de Don Juan Barroso en “El Tala Verde”; las de la trilla
en “La Noria”, “El Hornito” y la vieja estancia de “Laguna Larga” de
Don Nicanor Allende; las de la siega en “El Paraíso” propiedad de
Don Rosendo Chaves (padre); las de la yerra en el “Rodeo Viejo”

111
Colección Obras Completas

de los Pereira del partido Rincón del Carmen.


Pese a que los nuevos métodos de trabajo y los cambios ex-
perimentados en el estilo de vida han ido haciendo desaparecer
aquellas verdaderas fiestas de las comunidades lugareñas, aún se
conservan algunas como la de la techada, muy frecuente en San
Martín.
Este trabajo se realiza antes de la llegada de las lluvias de pri-
mavera y congrega a todos los vecinos que sucesivamente siguen
el mismo procedimiento para poner en condiciones sus casas, sus
ranchos.
En este menester cada persona tiene asignada una tarea.
Así mientras unos preparan el barro, otros se encargan de pi-
car la paja, acarrear el agua desde el pozo de balde, la represa, el
arroyo o el ojo de agua cercano; en tanto que los más entendidos
proceden a sacar la paja deteriorada del techo para que la casa no
se “cargue” con peso inútil.
Realizada esta operación se va asentando el barro y sobre
este la paja (que ha sido previamente seleccionada), por “hiladas”
o “corridas”.
Desde luego que se empieza por el alero. Este se forma co-
locando un poco menos de la mitad de la paja sobre el techo, de
tal modo que la mayor parte de aquella quede en el aire, con las
puntas colgando.
La segunda corrida se asienta un poco más atrás de manera
que las puntas terminen justo en el borde del techo.
La tercera un poco más atrás apretando la segunda en más de
la mitad y siempre colocando las puntas de la paja hacia el alero.
Con la cuarta se observa igual procedimiento y así sucesiva-
mente hasta terminar.
Quienes acarrean el barro deben ser lo suficientemente dili-
gentes y guapos para que aquel elemento no falte a los techadores.
Y si así ocurre y estos no formulan reclamación alguna, se
dice que los barreros han tenido “alcanzados” a los techadores.
El asado de cabrillona es el obsequio corriente con que el
dueño de casa retribuye la colaboración de los mingueros.
En el Departamento San Martín son más o menos frecuentes
los incendios de campos, sobre todo en épocas de sequía.

112
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

En 1961 en una zona de seis leguas a la redonda de San Mar-


tín se produjeron no menos de treinta incendios, entre ellos algu-
nos de proporciones.
Inmediatamente de conocido el hecho los vecinos acuden
espontáneamente a prestar sus servicios para evitar la propaga-
ción del siniestro o extinguirlo si es posible.
Este trabajo que a veces se realiza frente a factores adversos,
adquiere todos los caracteres de una lucha titánica.
Es sabido que especialmente en la pampa la forma más efi-
caz de circunscribir el incendio es hacer lo que se llama el contra-
fuego.
También se emplea otro procedimiento, el canchado; que
consiste en arar los sectores de terreno donde se presente menos
denso el pajonal formando en esa zona una faja de aislamiento.
El contrafuego consiste en quemar una lonja del pajonal (la
menos poblada por supuesto), orientando el fuego mediante una
bolsa mojada o un mazo de paja, hacia la dirección en que viene
la quemazón.
Ocurre a veces que después de haber trabajado varias horas
canchando o haciendo el contrafuego, a favor de un fuerte viento
el incendio llega antes que se complete el contrafuego o el can-
chado e invade el sector de campo que se quería defender. Todo el
esfuerzo de horas y horas, trabajando con peligro para la vida, se
pierde en un momento.
Pues bien, este trabajo requiere una realización colectiva
para que resulte eficaz. Máxime si las condiciones en que se pro-
paga el incendio son adversas para el hombre.
Muchas veces he tenido oportunidad de presenciar estas
calamidades lugareñas e indefectiblemente allí estaban todos los
vecinos del dueño del campo prestándole desinteresadamente su
colaboración.
Por eso el autor de estas páginas sostiene que aquellos traba-
jos constituyen una forma de minga.
No lejos de mi pueblo natal, en un escondido rincón de la
montaña llamado Las Huertas, como así también en otros lugares
del Departamento, el trabajo de pelar la fruta, es decir el aprove-
chamiento casero del durazno en forma de pelones o descaroza-

113
Colección Obras Completas

dos, se realiza también en mingas.


El baile es la culminación obligada de esta sencilla y dichosa
fraternidad serrana.
Mientras se trabaja se recuerdan las incidencias del año an-
terior; los mayores cuentan los sucedidos de otros tiempos; los jó-
venes insinúan sus reclamos amorosos.
Es de ver a las niñas el cuidado que ponen para que el ácido
de la fruta no les tiña las manos y el apuro de los mocetones para
concluir cuanto antes la tarea.
Movidos por esos escrúpulos y urgencias, aquellas vendan
sus dedos pretextando una “lastimadura”, en tanto que los mozos
recurren al expediente de pelar “a medias” colocando la parte des-
cortezada del durazno hacia arriba para que cuando el dueño o
dueña revise el zarzo todo esté en orden.
Pero si alguien señala la simulación las pullas caen sobre el
autor (si es descubierto) como una lluvia de guijarros.
Cuando la noche llega, el patio de la casa se puebla de alga-
rabía y bajo los grandes nogales el amor se vuelva copla y danza.
El corazón de cada minguero siente palpitar la alegría de
otros corazones y el alma se aroma de mentas serranas que tienen
el mismo perfume de la fraternidad entre los hombres.
La zamba dice entonces su palabra enamorada y en la verde
memoria de las guitarras florece otra vez la encendida presencia
de uno de los más bellos ideales humanos: Trabajar y cantar para
los demás mientras los demás trabajan y cantan para uno.

114
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Carreras Cuadreras

Ningún deporte hípico ha tenido y tiene mayor arraigo en las


preferencias de los puntanos que las carreras de caballos.
Practicadas desde tiempos remotos, obedeciendo a una jus-
tificada necesidad de esparcimiento, vigentes aún en nuestros días
y caracterizadas por su naturaleza de fenómeno colectivo; consti-
tuyen un definido hecho folklórico.
Fuertemente ligadas a un sentimiento tradicionalista las ca-
rreras de caballos han subsistido mientras morían por ejemplo, las
corridas de toros y las riñas de gallos (1), porque en aquellas justas
hípicas la emoción no implica el sacrificio del noble bruto. Antes
de correr se prepara el caballo y desde que comienza el período de
entrenamiento quien se sacrifica es el hombre que debe cuidarlo
a toda hora: racionarle el alimento; preservarlo del frío, del calor,
de la humedad; ejercitarlo en el vareo, en el paseo, en la estaca;
masajearlo y curarlo al menor asomo de manquera o catarro.
Mucho antes de correr una carrera se está jugando la chance
y el prestigio del dueño, del compositor, del corredor, de la estan-
cia, del pago...
Se formularán cálculos, se cotejarán datos, se seleccionarán
noticias (que vienen generalmente en procura de confusión) y a su
vez se dejarán correr otras como al descuido: Que el caballo está
manco, o que está lerdo o que no recibe la ración.
Conforme a un preconcebido plan de lucha psicológica se irá
anticipando el propósito (inexistente por cierto), de pagar el depósi-
to, o de pedir la puesta ganada, o de jugar parada muerta, etc.
Y detrás de cada comentario, de cada noticia, siempre un pro-
fundo interrogante que solo se develará el día de la carrera, es decir
cuando los caballos se midan en la cancha. Pero no termina todo
ese día.
Inmediatamente después vendrán los comentarios, los cálcu-

115
Colección Obras Completas

los futuros, las posibilidades que se miden en función de la próxima


competencia.
Por eso las carreras de caballos empiezan mucho antes de ha-
berse concertado y terminan mucho después de haberse corrido.

Denominaciones

Por noticia de Justo P. Sáenz (h) sabemos que las carreras de


caballos empezaron a llamarse “cuadreras” o “carreras de campo”
para diferenciarlas de las carreras de “circo” o hipódromo, des-
pués de 1890.
Por su parte Tito Saubidet (2) habla de “carreras de campo”.
Dentro de este tipo de competencias hípicas pueden pun-
tualizarse las siguientes variedades: Por parejas (de allí la deno-
minación de parejero), y en polla, cuando intervienen tres o más
caballos simultáneamente.
Carreras a costilla, cuando se corre en una sola huella, y por
andarivel cuando cada caballo tiene su huella separada de la del
contrario por el andarivel. (3) Depositadas, cuando se formalizan
por contrato, a un plazo determinado (generalmente de veinte a
treinta días) y se estipula una suma (el depósito) que se pierde por
el solo hecho de no presentar el caballo el día de la carrera. Impro-
visadas, cuando se formalizan en el mismo momento de correrse.
En épocas pasadas fueron frecuentes las carreras a costilla,
pero los numerosos casos de fraude motivaron su prohibición por
los reglamentos que hicieron obligatorio correr por andarivel.

El juez de cancha

Digamos en primer término que el juez de cancha en el esce-


nario de la carrera es la máxima autoridad, tanto que por imperio
de la ley (que eso es el Reglamento), el jefe de Policía en la Capital
y la autoridad local en los departamentos, están obligados a pres-
tarle todos los auxilios necesarios al solo objeto de hacer cumplir
sus disposiciones. La omisión en que incurre la policía cuando se
resiste a cumplir una orden razonable dada por el juez de cancha
en legítimo ejercicio de sus atribuciones, configura a nuestro en-

116
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

tender, el delito de desobediencia a la autoridad previsto por el


artículo 240 del Código Penal.
La norma que erige al juez de cancha en superior jerárquico
de la Policía se encuentra consagrada también por el artículo 4º
del Reglamento de Carreras de Catamarca.
El Reglamento de la Provincia de Buenos Aires prevé en cam-
bio la formación de un jury integrado por dos árbitros que nom-
bran cada una de las partes, y un tercero que designan esos dos
árbitros de común acuerdo (Art. 4º).
El Reglamento de Córdoba en su Art. 3º establece: “Toda ca-
rrera cuadrera que se corra en la Provincia tendrá un juez árbitro,
nombrado por las partes en persona que no ejerza empleo o fun-
ción policial y su fallo será inapelable.”
En la Provincia de San Luis las atribuciones del juez de can-
cha están comprendidas en esta norma general: “Todas las cues-
tiones que se susciten con motivo de una carrera serán resueltas
por un juez que las partes nombrarán, ya sea en el contrato o al
tiempo de hacerse la carrera, el cual deberá observar un procedi-
miento verbal, breve y sumario y su sentencia será inapelable y sin
ningún recurso.” (Art. 3º)
Sus resoluciones hacen pues cosa juzgada, y su facultad de
decisión debe ajustarse a las normas establecidas por el Regla-
mento o en su defecto por las costumbres (Art. 40).
Debemos apuntar aquí que en este aspecto tienen induda-
ble importancia las decisiones adoptadas en casos similares; o sea
que la costumbre de que habla el Reglamento no es sino la juris-
prudencia sentada por los jueces de cancha en ocasiones anterio-
res frente a casos similares.
Otro derecho que tiene el juez de cancha y que se mantiene
aún vigente, es el de percibir por su labor un porcentaje (el 4 por
ciento), sobre el monto de la carrera.
Frente a ese conjunto de atribuciones, que aunque somera-
mente enumeradas es por cierto muy amplio, la ley -y por sobre
todo la costumbre-, impone al juez deberes y prohibiciones de es-
tricto cumplimiento.
En primer lugar debe observar en el desempeño de su come-
tido una absoluta imparcialidad. De allí que para juez de cancha

117
Colección Obras Completas

se prefiera generalmente a personas de edad, de reconocida sol-


vencia moral. Las condiciones de seriedad y ecuanimidad consti-
tuyen poco menos que un mito para los paisanos de San Luis.
La inobservancia o en su caso el respeto a las normas que he
enunciado, conduce directamente a disminuir o reafirmar el pres-
tigio del juez, y entonces es fácil colegir el celo con que se cumple
esa función de “dar a cada uno lo suyo”.
Otra obligación del juez de cancha es, como ya lo hemos di-
cho, la de ajustar sus decisiones a las normas establecidas por el
Reglamento o en su defecto por la costumbre. Esa facultad de de-
cisión es exclusiva del juez de cancha, tanto que el Reglamento
de Catamarca establece penas de multas para los concurrentes
o apostadores que pretendan imponerle su criterio en cualquier
cuestión a resolver. (Art. 5º).
Frente a esas facultades los reglamentos imponen sin excep-
ción la prohibición al juez de cancha de apostar en la carrera; pro-
hibición que se extiende a los veedores. Dice al respecto el Regla-
mento de Carreras de San Luis: “El juez de cancha ni los veedores
no podrán hacer apuesta alguna, bajo pena de nulidad de esta, y
de pagar una multa de diez pesos.” (Art. 23º).
El de Catamarca prescribe: “Los jueces de que habla el artí-
culo 1º, no podrán apostar por sí, ni interpósita persona en la ca-
rrera que se corriere, ni los rayeros, ni veedores.”
El de Buenos Aires expresa que los “llamados jueces de raya
no podrán, bajo ningún pretexto, negarse a fallar definitivamente
toda cuestión que se suscite con relación a su cargo, sin apartarse
de este reglamento, ni podrán tener interés en la carrera en que
ejerzan ese carácter, comprendido aquí el abanderado, bajo pena
de doscientos pesos moneda nacional de multa a beneficio de las
escuelas del partido donde tenga esto lugar, y en cuya prueba de-
berá entender el juez de paz del mismo, siendo su fallo inapelable.”
El de Córdoba establece: “Los jueces y rayeros no podrán
apostar por sí ni por interpósita persona en la carrera para que
han sido nombrados tales. La infracción se castigará con multas
de doscientos pesos y la destitución del cargo.” (Art. 5º).
Como puede apreciarse, la función de juez de cancha es de
difícil desempeño y supone una grave responsabilidad. De allí que
personas verdaderamente responsables rehúyan frecuentemente
118
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

el cargo y no es extraño que a veces, aun de buena fe, el juez de


cancha se equivoque.
Casos notables de jueces de cancha por su prestigio, su auto-
ridad, su rectitud, y su conocimiento del Reglamento de Carreras,
han sido:
En la ciudad de San Luis: Francisco Concha, Víctor Morcón,
Zoilo Garro, Patricio Quiroga y Ernesto L’Huillier. (4)
En Villa Mercedes: Don Rafael Origone.
En el Departamento Belgrano: Gabriel Ponce, Manuel Már-
quez, Alejandro Heredia y Arturo Quevedo. (5)
En el Departamento Ayacucho: Adolfo Molina. Pedro Monti-
veros, Adolfo Montiveros, Máximo Rodríguez, Jorge Bello, Olega-
rio Quiroga, Manuel Enriz, Quicho Cortez, Ibrahin Quiroga, Mar-
cos Gatica, Tomás Ulloqui, Juan Correa, Moisés Ruiz, Raymundo
Tulián, Salvador Segura, Felipe Aquín, Adolfo Molina, Tito Turri y
Rufino Wanzo. (6)
En el Departamento Pringles: José Pedernera, Sixto Alba,
Abraham Montenegro, Casimiro Gómez. (7)
En el Departamento Junín: Abel Pérez, Joaquín Martínez,
Arturo S. Atencio, Felipe Urquiza, Gilberto Arce y Victorio Godoy
Vélez. (8)
En el Departamento San Martín: Don Claro Amaya (el más
famoso de los jueces de cancha del Departamento), Maximino
Garro, Marcos Aostri, Nicanor Allende, Macario Morales, Tomás
Ochoa, Aparicio Godoy, Venancio Pereyra, Justo Pedernera y Na-
poleón García. (9)

El corredor

Otro protagonista no menos interesante de las carreras cua-


dreras, es el corredor.
Generalmente se trata de una persona menuda ya que su
peso debe oscilar entre los 55 y 62 kilos. Cuando se conviene una
carrera a “igualar peso” el corredor más liviano debe cargar cade-
nas o municiones hasta equilibrar el peso de su rival.
El corredor debe ser un individuo mentalmente ágil para ex-
plotar con presteza los hierros de su contrincante y al propio tiempo

119
Colección Obras Completas

sereno, de tal modo que en las situaciones más difíciles su “sangre


fría” le permita salir airoso sin dar un ápice de ventaja a su antagonista.
Por otra parte, y aun montando por primera vez el parejero que va
a correr, debe saber si podrá hacer carrera, si le será posible “salir
de abajo” y si conviene que sus partidarios jueguen o no a su ca-
ballo.
Su sentido de la observación le revelará al primer golpe de
vista si el adversario posee algún defecto que le permita sacar ven-
taja. Si es pasuco por ejemplo, o sale trabado, esperará el momen-
to preciso que cambie de manos para largarle de atrás. Y en tales
condiciones el corredor contrario tiene que levantar su caballo
para que retome su ritmo normal de carrera.
Un buen corredor ha de saber en carrera difícil si debe casti-
gar abajo o arriba; tener el tacto suficiente para enderezar su mon-
tado si se le bordea; aliviarlo cuando la carrera así lo aconseje sin
riesgo de perder una competencia ganada. Debe saber largar de
atrás cuando le sobre caballo, y utilizar todos los recursos (sin lle-
gar a la trampa) en procura de una puesta por lo menos cuando no
tiene con qué largar.
Es importante determinar aquí la naturaleza del vínculo ju-
rídico que liga al corredor con el dueño de la carrera, que es gene-
ralmente el propietario del caballo.
¿Se trata de un contrato de locación de servicios o de loca-
ción de obra?
Generalmente el corredor realiza su trabajo observando las
indicaciones que para el caso le ha dado su patrón. Esto significa
que existe un nexo de dependencia o subordinación del corredor
al patrón; del locador al locatario. Y en tal sentido se configura lo
que en el ámbito jurídico se denomina contrato de locación de
servicios, que se diferencia del contrato de locación de obra donde
falta esa dirección y en consecuencia el trabajo se realiza en forma
autónoma.
De más está decir que esta subordinación no es rígida. Es
cierto que el corredor debe obedecer y en la práctica efectivamen-
te obedece las directivas y órdenes que le imparte su patrón. Pero
en determinadas circunstancias el corredor hace uso de una pru-
dente autonomía que evidentemente no podría faltar aquí donde

120
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

la técnica y la habilidad personal del corredor son factores decisi-


vos en el resultado de la carrera.
Esa técnica y habilidad se anularían si tuviera que obedecer
como un autómata las órdenes del dueño de la carrera. Por otra
parte el contrato que se formaliza entre corredor y patrón no tiene
por objeto sino el trabajo mismo, la actividad en sí del locador, con
independencia del resultado, del triunfo en la competencia hípica.
He aquí otra diferencia con la locación de obra donde el ob-
jeto lo constituye el producto, el resultado del trabajo concluido.
Esta distinción tiene gran importancia ya que en la locación
de obra los riesgos son a cargo del locador, en cambio en la loca-
ción de servicios son a cargo del locatario.
De tal modo que si se produce una rodada y el caballo se
quiebra, o si se accidenta el corredor; la pérdida que aquel acci-
dente significa y los gastos que demande la curación de este, son
a cargo exclusivo del locatario, del patrón; salvo que haya existido
dolo del corredor en la producción del accidente.
También es importante la distinción para determinar la res-
ponsabilidad ante los terceros. En la locación de servicios el loca-
tario responde por los daños causados a los terceros por el locador
del servicio (Art. 1113 Código Civil); en la locación de obra es el
locador quien asume esa responsabilidad.
Si un caballo atropellara y lesionara a un espectador que ha
observado la distancia reglamentaria de la cancha, es el dueño de
la carrera quien carga con tal responsabilidad.
Según la ley civil la locación de servicios es un contrato con-
sensual y “tiene lugar cuando una de las partes se obligare a pres-
tar un servicio, y la otra a pagarle por ese servicio un precio en
dinero.” (Art. 1623 Código Civil).
Además de los caracteres generales a todo contrato (consen-
timiento, capacidad, objeto lícito y posible), la locación de servi-
cios tiene estos dos específicos:
a) Prestación de un servicio por parte del locador al locatario; en
este caso del corredor al dueño de la carrera;
b) Pago de un precio en dinero por el locatario del servicio al loca-
dor, o sea por el patrón al corredor.
Este segundo elemento -el pago del precio-, está expresa-

121
Colección Obras Completas

mente previsto por el Reglamento de Carreras de San Luis en el


artículo 21 que establece: “Cuando no hubiese precedido conve-
nio entre el juez nombrado por las partes y los jinetes, percibirá el
juez un cuatro por ciento y los jinetes un ocho sobre el importe de
la carrera.”
Para concluir con este tema consideramos oportuno hacer
esta última observación.
En muchas oportunidades mientras se está partiendo los co-
rredores desafían en alta voz a jugar, apostando por supuesto al
caballo que ellos montan.
Tal actitud es peligrosa y criticable. Tras ese desafío el públi-
co juega a veces sin medir las consecuencias.
Conviene pues que los jueces de cancha adviertan a los co-
rredores que deben jugar por intermedio de terceros y en la próxi-
ma reforma del Reglamento de Carreras debe contemplarse esa
situación y establecer una norma que prohíba terminantemente a
los corredores apostar personalmente en la carrera en que inter-
vienen.
Entre los corredores de más prolongada y destacada actua-
ción en la Provincia debemos mencionar los siguientes:
Departamento La Capital: Delfín Ponce, Antonio Puertas,
Bernardo Abarca, Ysidro Chaves, Olegario Cadelago, Basilio Puer-
tas, Gregorio Herrera, Colato Quevedo, Alfredo Chaves, Federico
Torres y Manuel García.
Departamento Ayacucho: Petronilo Fernández, Sebastián Jo-
fré, Mateo Cabáñez, Agustín Barrera (El Chinche) -uno de los co-
rredores más famosos de la Provincia-, Dámaso Barrera, Vicente
Cabáñez, José María Fernández, Jesús Cabáñez y Fermín Funes.
Departamento Junín: Alejo Estigarribia, Eloy Aguilar, Valen-
tín C. Becerra, Carlos Tomassini, Carmen Albarracín, Chacho Mo-
rán, y Gilberto Arce.
Departamento Pringles: Carlos Quiroga, Agapito Escudero,
Julián Barroso.
Departamento Belgrano: Juan Dionisio Camargo, Olga Ca-
margo, Juan Camargo (h) y Fermín Fernández.
Departamento San Martín: Román Chaves, Julián Castro,
Juan Pérez, Ambrosio Suárez, Tranquilino Quevedo, Juan Cancio

122
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Pereira, Carlos García (“El Negro”), Juan García, Ignacio Carrizo,


Humberto Páez, Juan Oviedo, Ezequiel Barrios, Santiago Albor-
noz, Pedro Pereyra, José Rosendo Chaves, Ernesto Funes, Mino
Frías, Primitivo Mercau, Horacio Escudero.

La carrera

Generalmente las carreras más importantes se formalizan


por contrato escrito y en ese documento debe expresarse el día y
hora señalada para la carrera; pelo y marca de los animales; lado
por el cual han de correr; peso de los jinetes; extensión de la ca-
rrera, es decir el “tiro”; ganancia que deberán sacar y el valor de lo
que se apuesta.
Esta suma de dinero (la apuesta) se divide en dos partes: El
depósito; que se pierde por aquel contratante por cuya culpa no
se efectúa la carrera; y la parada que se pierde una vez corrida la
carrera.
Conforme a lo convenido en el contrato, los dueños de la ca-
rrera deben presentar sus caballos en la cancha el día y hora seña-
lados. El incumplimiento de esta obligación trae como sanción la
pérdida del depósito sin que se pueda alegar excusa alguna.
Si se diera el caso de haberse contratado dos o más carreras
para el mismo día y hora, tendrá preferencia la de mayor cantidad,
con la salvedad de que mientras se esté partiendo, no puede sus-
penderse una carrera para correr otra.
Llegados los contratantes a la cancha eligen de común acuer-
do al juez de cancha; luego cada parte elige a un veedor y de co-
mún acuerdo el tercero que es el encargado de decidir en caso de
opiniones encontradas entre los veedores.
Seguidamente los contratantes depositan en manos del juez
de cancha la cantidad apostada, es decir la parada y el depósito;
se mide la cancha; se pesan los corredores y el juez instruye a los
veedores en presencia de los dueños de la carrera y jinetes. Tales
instrucciones tienen por finalidad señalar la forma en que ha de
juzgarse la ganancia al trasponer los caballos la raya perdedora.
Las ganancias que reconoce el Reglamento de Carreras y que ha
aceptado la costumbre son dos: Al fiador, cuando el caballo ven-

123
Colección Obras Completas

cedor saca delante de su rival la cabeza hasta la punta de la oreja


doblada hacia atrás; y cortar, cuando el caballo vencedor saca el
cuerpo entero delante del adversario de manera que entre uno y
otro exista un intervalo visible. (Art. 9º).
Por último el juez de cancha instruye a la Policía para que
una vez que los caballos hayan empezado a partir no permita a
persona alguna (con excepción de los contratantes y por supuesto
del juez de cancha), acercarse a los veedores a una distancia me-
nor de veinte varas.
La policía debe observar igualmente que ningún espectador
se coloque a menos de media cuadra de la raya largadora y menos
de ocho varas del andarivel a los costados en toda la extensión fi-
jada para la carrera.
Hecho esto los caballos comienzan a partir.
El Reglamento establece que en toda carrera solo podrán ha-
cerse antes de largar, dos galopes y siete partidas, entendiéndose
por partida la corrida en que los caballos salen del galope natural.
“Si en esas siete partidas los jinetes no hubiesen podido largar, el
juez señalará una a tres partidas más (llamadas “de barato”) en las
que deberán largar precisamente o bien les indicará la manera de
hacerlo, bajo pena de perderse la carrera por parte de quien no
cumpla con sus órdenes.” (Art. 13º).
En la actualidad generalmente se conviene a largar de “una
a tres”, y en caso de no poder convenir hasta las tres se intentan
nuevas partidas hasta que alguno de los dueños pide que el juez
largue a bandera. En tal caso se miden sesenta metros para atrás
de la raya largadora y en cada partida se cortan diez metros. De tal
modo que si hasta la sexta partida los corredores no han podido
convenir, el juez coloca los caballos sobre la raya, espera que que-
den en correcta posición y al grito de “vamos” o de “larguen” les
baja la bandera.
Debo advertir aquí que si el juez baja la bandera en una de las
partidas, debe hacerlo cuando los caballos vienen “en competen-
cia” es decir en paridad de condiciones.
Antes de seguir adelante digamos que si se entrase el sol sin
que se hubiese podido largar la carrera, el juez mandará correr al
día siguiente o la declarará perdida por aquel que maliciosamente

124
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

la hubiese hecho retardar (arts. 14 y 30 del Reglamento de San Luis).


Largada la carrera puede ocurrir que alguno de los caballos
experimente algún accidente, rodada por ejemplo. En tal caso si
los caballos fuesen en competencia o adelante el del inconvenien-
te, el juez mandará que la carrera se corra nuevamente, el mismo u
otro día; pero si los caballos trasponen la raya ganadora, la carrera
se declarará ganada por aquel que llegue primero.
No se considerará accidente el hecho de que un caballo atro-
pelle el andarivel o salga al campo.
Si uno de los caballos se pasase al lado del otro, se le declara-
rá perdida la carrera, ya sea que vaya adelante o detrás de su rival.
En caso de trampa o mal juego de uno de los jinetes, la ca-
rrera se declarará perdida por su caballo, sin perjuicio de multar
al corredor y sancionarlo “con prisión en trabajos públicos de dos
a cuatro meses.”
Esta norma (Art. 23º Reglamento de San Luis) ha entrado en
franco desuetudo en cuanto prescribe prisión para el corredor. Por
otra parte hay que observar que conteniendo dicho artículo san-
ción de reclusión (Art. 6 del Código Penal); resulta evidentemente
inconstitucional ya que solo el Congreso Nacional tiene facultad
para dictar normas de tal tipo por imperio de nuestra ley Funda-
mental (Art. 67 inc. 11º Constitución Nacional).
Normalmente el juego o trampa consiste en “meter codo o
pierna”, cargar el cuerpo sobre el corredor contrario y no dar cami-
no. Pero también debe ser considerada ilícita toda forma de obs-
trucción a la tarea del corredor contrario.
Transpuesta la raya ganadora por los caballos, la policía evi-
tará que el público llegue al lugar donde se encuentran los veedo-
res y el tercero.
Hasta ellos llega solo el juez de cancha quien requiere prime-
ro a un veedor y después al otro (en secreto), sus respectivos votos.
En caso de estar los dos de acuerdo el juez falla con el solo voto (o
doble voto) de los veedores.
En caso de discrepancia recurre al tercero. Su voto es decisi-
vo y el juez debe proclamarlo en voz alta para que todo el público
lo escuche.
La costumbre ha consagrado la obligación de los corredores

125
Colección Obras Completas

de permanecer montados hasta que el juez de cancha dicte la sen-


tencia bajo pena de perder la carrera.
Inmediatamente de conocido el fallo definitivo el juez de
cancha debe hacer entrega a los contratantes de la suma apostada.

El régimen legal de las carreras de caballos

En otro trabajo titulado “La Taba y el Código Civil” hemos


estudiado el sentido y alcance del artículo 2055 del Código Civil
que establece: “Prohíbese demandar en juicio deudas de juego, o
de apuestas que no provengan del ejercicio de la fuerza, destreza
de armas, corridas y de otros juegos o apuestas semejantes, con tal
que no haya habido contravención a alguna ley o reglamento de
policía”.
Entendemos que en la expresión “corridas” utilizada por la
ley se encuentran comprendidas las carreras de caballos. Ello en
razón de que el Código no establece ninguna distinción y donde la
ley no distingue no debemos distinguir (Ubi lex non distinguit, nec
nos distinguere debemus).
Además en toda carrera de caballos interviene la habilidad:
Del cuidador; en el período de adiestramiento y entrenamiento
del animal y en las instrucciones que da al jinete en ciertas oportu-
nidades para que este desarrolle un determinado plan de acción,
consultando para ello las condiciones de su propio caballo y las
de su rival. Del corredor; ya que en definitiva y en circunstancias
determinadas (cuando los caballos son “cartas”), de él depende la
suerte de la carrera. (10)
De tal manera que toda apuesta realizada en una carrera de
caballos genera acción civil, es decir que la ley permite recurrir a
los tribunales de justicia en demanda del pago debido por el per-
dedor.
La tesis de que la apuesta realizada en carrera de caballos da
lugar a la acción civil se fundamenta en la clara disposición del
artículo 2055 del Código Civil; en las normas consagradas por el
Reglamento de Carreras que no han sido derogadas en lo perti-
nente y que la costumbre se ha encargado de mantener vigentes
prestándoles acatamiento; y en las disposiciones vigentes del Có-

126
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

digo de Policía que califica a las carreras de caballos como juegos


permitidos.
Al respecto este cuerpo legal establece dos normas cuya
trascripción es ilustrativa: “Los juegos reglamentados por dispo-
siciones emanadas de las autoridades provinciales o municipa-
les, como las carreras, sortija, etc., o los que tienen un reglamento
conocido como el billar, bochas, pelota y todos aquellos en que
se pone a prueba la destreza de los jugadores, no son prohibidos,
siempre que no se infrinja alguna de las disposiciones de este re-
glamento.” (Art. 75 Código de Policía).
“Se declaran juegos prohibidos aquellos en que no hay más
regla que la suerte, las loterías y rifas no autorizadas, y en general
aquellos en que no interviene de una manera directa la fuerza o la
habilidad del jugador y que habitualmente se juegue por dinero.”
(Art. 76 Código de Policía).
Sentado este principio digamos que a las carreras de caballos
como al juego de la taba les son aplicables la norma del artículo
2056 del Código Civil que establece: “Los jueces podrán moderar
las deudas que provengan de los juegos permitidos por el artículo
anterior cuando ellas sean extraordinarias respecto a la fortuna de
los deudores.
“Como ya hemos explicado en su oportunidad, esta norma
tiene como fundamento razones morales, ya que la protección le-
gal sin limitaciones al derecho nacido de juegos o apuestas, con-
duciría a la especulación, contraria por cierto a los valores funda-
mentales protegidos por el ordenamiento jurídico.
También es aplicable a las carreras de caballos la norma del
Art. 2065 del Código Civil: “Habrá dolo en el juego o apuesta, cuan-
do el que ganó tenía certeza del resultado, o empleó algún artificio
para conseguirlo.”
Hemos dicho ya en qué consiste el dolo, o sea el mal juego
o trampa.
Digamos ahora que según Justo P. Sáenz (h) el más común
de esos recursos ilícitos fue “la calzada”, que se llevaba a cabo
metiendo la punta de un pie en el codillo o verija del caballo
contrario, lo que lo obligaba, al aflojar súbitamente la mano o
pata, a perder el ritmo de la carrera y aun rodar, con todas sus

127
Colección Obras Completas

consecuencias. También solían los tramposos apoyar un pie en


el encuentro o paleta del otro caballo y empujándolo hacia afue-
ra suavemente pero con fuerza, lograban un efecto análogo al de
“la calzada”.
Francisco I. Castro refiriéndose a las carreras a costilla dice:
“Los caballos corrían muy juntos. En esa forma uno y otro corre-
dor ejercitaban toda clase de tretas para salir vencedor con su
caballo.
“La patada en el vamos era de rigor”. Uno de los corredores
alcanzaba el caballo contrario con un fuerte golpe de pie (pa-
tada) que lo “descomponía”; mientras se recuperaba y tomaba
nuevamente el tren de carrera, él sacaba buena ventaja.
Era asunto muy importante sacar la delantera porque cuan-
do el otro caballo quería pasar, el corredor del caballo puntero lo
“calzaba”, poniéndose el pie en el pecho impidiéndole avanzar.
También lo calzaba poniéndole el pie en el codillo, en la
chiquizuela o en las costillas. El caballo fuerte de costillas tenía
ventajas sobre el adversario. Los dos caballos solían correr cal-
zados al mismo tiempo, y ambos corredores buscaban siempre
la oportunidad de la patada o el pechazo. Podía llevarse el caba-
llo del contrario pechándolo hasta hacerlo pasar por detrás del
rayero, y así perdía la carrera aun cuando llegara adelante, por
“haber salido de la cancha o llegar fuera de la cancha.” Toda clase
de “recursos” era permitida, salvo tomar con la mano las riendas
del caballo adversario, o golpearlo con el cabo del rebenque en
la cabeza u otra parte. En estas carreras era muy importante la
habilidad y fortaleza del corredor para imponerse al contrario.
“Un buen corredor ganaba con menos caballo.” (11)
Debemos hacer notar, para evitar confusiones, que en el
caso de las carreras a costilla todos esos recursos como la pata-
da, la calzada, etc., eran permitidos, es decir que no constituían
dolo.
No ocurre así en cambio, en las carreras por andarivel don-
de dado el caso -difícil por cierto-, de patada o calzada de alguno
de los jinetes, el juez de cancha puede dar por perdida la carrera
a quien empleó tal artificio.
Ahora cabría preguntarse: Si el Reglamento de Carreras de

128
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

San Luis no prohíbe expresamente la patada o calzada, ¿por qué


deben ser considerados como recursos dolosos?
La correcta respuesta se expresaría diciendo que ello surge
del espíritu del Reglamento. En efecto; cuando en el artículo 2º
establece que no podrá correrse sino por andariveles, ha pros-
cripto indirectamente las carreras a costilla y con ello todos los
recursos dolosos que en tales carreras se emplean.
Otro caso de dolo consiste en cambiar el caballo, recurso
perfectamente posible cuando el mismo dueño posee dos pare-
jeros de la misma marca y del mismo pelo.
Sin embargo hay casos en que se emplean recursos engaño-
sos que no llegan a constituir dolo. Son aquellos en que se pone
de manifiesto la picardía criolla pero sin emplear un artificio in-
noble. Ejemplo de lo que decimos es bañar el caballo con jabón,
lo que le da un aspecto de animal trajinado; o marcarle con agua
tierra y jabón el lugar de la pechera y de los tiros para simular que
llegó al lugar de la carrera atado a un sulky o jardinera.
En caso de dolo del ganador, la ley no lo protege con la co-
rrespondiente acción en justicia, y entonces tenemos a cargo del
perdedor, lo que en derecho se llama una obligación natural.
Si en este caso el deudor paga voluntariamente, no puede
repetir, es decir no puede exigir la devolución de lo pagado según
lo dispone expresamente el Art. 2063 del Código Civil.

Las supersticiones

Nuestros paisanos siguiendo referencias tradicionales, creen


ver en ciertos hechos fortuitos un preanuncio del resultado de las
carreras de caballos. En otras oportunidades pretenden hacer ju-
gar la intervención de misteriosos poderes sobrenaturales ponien-
do en práctica ciertas fórmulas rituales con el fin de determinar el
resultado.
O sea que las supersticiones reinantes en San Luis en torno a
las carreras de caballos pueden agruparse en dos categorías:
a) Las que preanuncian el resultado.
b) Las que predeterminan el resultado.

129
Colección Obras Completas

Al primer grupo pertenece el muy conocido rito de averiguar


cuál será el caballo vencedor en la contienda hípica, encendiendo
dos fósforos al mismo tiempo. A cada fósforo se le asigna la repre-
sentación de un caballo, y aquel que se apague primero, o sea el
que llegue primero al fin del recorrido; ese será el caballo ganador.
Debo confesar que siendo muchacho yo mismo lo he prac-
ticado infinidad de veces, y la experiencia dice que la forma más
cómoda y perfecta de realizar la prueba, es insertando ambos fós-
foros en un pedazo de jabón. Así pueden encenderse al mismo
tiempo empleando la llama de un tercer fósforo. Cuando ocurre
que uno se enciende antes que el otro no hay por qué considerar
fallida la prueba: Simplemente ese caballo es más ligero “de abajo”.
Otra forma de saber cuál será el caballo vencedor, es obser-
var los parejeros cuando son introducidos en la cancha. Si uno de
ellos mira al otro sin que este haga lo mismo, aquel será el ganador
en la competencia.
Creo que el hecho tiene una explicación racional.
La experiencia enseña que el caballo bien cuidado es un ani-
mal enérgico y despierto; o como dicen los paisanos “un animal
avispado”. Entonces es fácil que mire a su rival con la misma curio-
sidad con que mira al grueso de la gente, a los otros caballos o a los
vehículos que llegan al lugar de la carrera.
Una tercera fórmula para saber cuál de los caballos será el
vencedor es observarlo cuando se los para en la punta de la cancha
antes de hacer los dos galopes reglamentarios. El que mire hacia
la otra punta de la cancha, las orejas tiesas y en postura arrogante,
ese será el parejero del triunfo.
Todas estas fórmulas constituyen pues, medios para indagar
el resultado de la competencia. Pero tanto o más originales son
aquellas que tienen por finalidad anular las posibilidades del ca-
ballo adversario para que gane el favorito, o simplemente propi-
ciar la victoria de este.
Así por ejemplo es sabido que si se entierra un sapo del lado
que correrá el caballo contrario, este pierde la carrera.
Dicha superstición es muy difundida, y para conjurar los efec-
tos del sapo enterrado, por las dudas, los carreristas cuelgan en la
pesebrera del caballo que cuidan, viejas herraduras en desuso que

130
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

pertenecieron a otros parejeros ganadores de competencias ante-


riores.
Esta fórmula tiene como finalidad, tal como lo he dicho, anu-
lar las posibilidades del adversario.
Pero hay otra que recuerdo haber sentido mentar cuando
niño y que Tito Saubidet cita en su libro “Refranero y Vocabulario
Criollo” cuya finalidad consiste en asegurar el triunfo de un caba-
llo pero dejando en paz al contrincante. Para ello se arranca una
cerda de la cola del parejero preferido y con ella se manea un sapo
vivo. Así se lo entierra del lado por el cual correrá el caballo que se
quiere hacer ganar y no hay más que preparar el tirador para guar-
dar los patacones que se van a cobrar.
No sé lo que sucederá cuando son muchos los supersticiosos
y pocos los sapos. Previniendo la crisis quizá algunos carreristas
tengan criaderos porque ya se ve que aquellos pobres animalitos
juegan un papel decisivo en estas competencias donde gana el
más ligero.

1. El artículo 81º del Código de Policía prohibió en nuestra Provincia las corridas de
toros y las riñas de gallos.
2. Aut. cit. “Vocabulario y Refranero Criollo”. pág, 80 sexta edición, Kraft, Buenos
Aires. 1962.
3. Tito Saubidet da como significado de andarivel “hilo estirado que separa los ca-
minos por donde corren los caballos en las carreras de campo. Está sostenido sobre
frágiles estacas de más o menos setenta centímetros de alto.” En la provincia de San
Luis se ha conocido siempre por andarivel al bordo de tierra que separa las huellas o
caminos por donde corren los parejeros.
4. Domiciliado actualmente en Lavalle 835 San Luis. Estos datos referidos a la ciu-
dad de San Luis los debo, entre otros, a las siguientes personas: Arturo Quevedo, Ca-
seros 1312; Olegario Cadelago, Chacabuco 264; Gerónimo Blanco, Balcarce 1380;
y Justo Ontiveros, Rivadavia y Buenos Aires.
5. Domiciliado actualmente en Caseros 1312, San Luis.
6. Referencias del Escribano F. Dalmiro Ponce. Maipú 669 San Luis; de Dn. Manuel
Eduardo Silva, de Luján (SL); de Dn. Agustín Barrera, de Candelaria (SL); de José
Marcelo Lucero, Teófilo Lucero, Tránsito Lucero, Gilberto Arce y Pepe Rivarola, de
Quines (SL); de Demetrio Pereira Ruiz, de San Francisco (SL).
7. Datos de Don Antonio Montenegro, Barrio Luz y Fuerza, Casa 49, San Luis.

131
Colección Obras Completas

8. Datos de Carlos S. Rodríguez, de Merlo (SL).


9. Datos de Don Carlos Juan Ponce, Gervacio Véliz, Jesús Aguilera, Liberato To-
bares Amaya, Lázaro Lagos, José Rosendo Chaves y José F. Lucero, de San Martín
(SL); de Luis Albornoz, de Las Chacras (SL); de Ricardo Véliz, de Laguna Larga
(SL); de Humberto Fernández Garro. Colón 24; Santiago Calderón, Pringles 306, de
la ciudad de San Luis; y de Ignacio Carrizo, Tucumán 478 de Villa Mercedes (SL).
10. De allí que compartamos en principio la clasificación de los juegos realizada
por el doctor Benjamín Víllegas Basavilbaso, y la ubicación que en ella asigna a las
carreras de caballos. Dice el eminente tratadista de Derecho Administrativo: “Cual-
quiera sea el fin que se propongan los jugadores, el de la mera diversión, esparci-
miento, o el de dinero, los juegos admiten una clasificación tripartita: a) juegos de
suerte y azar, que no dependen sino de la fortuna, como los de lotería, la banca; b)
juegos de destreza y habilidad, en los que la capacidad, disposición y práctica del
jugador es predominante; el factor álea, si bien no está ausente, tiene una influencia
secundaria, como el ajedrez, el billar, la pelota, el fútbol; c) los juegos mixtos, esto
es, de azar y destreza, en los cuales se conjugan el álea y la habilidad del jugador,
como el de la taba, el truco, y en general el de naipes carteados. “Entre los juegos
mixtos deben ser clasificados los de carreras de caballos.” (Aut. cit. “Derecho Admi-
nistrativo” t. V pág. 645, Edit. TEA, Buenos Aires. 1954).
11. Aut. cit. “Vocabulario y Frases de Martín Fierro” pág. 93, Edit. Kraft. Buenos
Aires. 1957.

132
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

El Mate
Vamos a ocuparnos ahora de un tema folklórico profunda-
mente enraizado en las costumbres de los argentinos y muy parti-
cularmente de los pobladores del interior del país.
Bien puede considerárselo como un símbolo de la amistad y
del sentido de democracia.
De amistad porque ha sido y sigue siendo una forma de aga-
sajo, de ofrenda, de homenaje. De democracia, porque en el acto
de compartirlo hay una tácita renuncia a los privilegios, a los fue-
ros y a los títulos que de alguna manera significan diferencias so-
ciales.
Nos vamos a referir en esta oportunidad al mate.
Por cierto que no será una exposición sistemática sobre sus
distintos aspectos, sino simplemente referencias y reflexiones so-
bre algunos puntos, dejando otros como los que atañen a la forma
de preparar el mate, a la bombilla, al agua, a la pava, a la caldera, a
la yerba cuyo historial se entronca con importantes acontecimien-
tos sociológicos y con nombres de alcurnia en el acontecer políti-
co de nuestra nacionalidad, para estudiarlos en otra oportunidad.
Como primer punto sobre el tema debemos decir que el vo-
cablo mate según Don Amaro Villanueva, a quien seguiremos en
lo fundamental en esta exposición, es voz castellanizada que pro-
viene del quechua mati y que significa vaso o recipiente para be-
ber. (1)
Esta afirmación está confirmada por la opinión del Profesor
Félix Coluccio en su “Diccionario Folklórico Argentino”. (2)
La palabra mate designa entonces al recipiente en que se
sirve la infusión, pero denomina asimismo a la infusión en sí. Así
decimos mate de porongo, mate de plata, mate de madera; y deci-
mos también cebar mate, servir el mate, tomar mate, etc., etc.
Y de allí que expresiones que aparentemente aluden a un
ente material tienen el significado de un ofrecimiento o un obse-

133
Colección Obras Completas

quio. Así por ejemplo cuando a una persona de nuestra amistad o


a quien queremos agasajar le decimos: “Un matecito...” no le ofre-
cemos de regalo un mate, es decir un recipiente, sino que le ofre-
cemos un mate cebado, una infusión, como muestra de cortesía o
deferencia.
En épocas pasadas cuando llegaba una visita a la casa y no
había otra cosa con que obsequiarla, al servirle el mate se le decía:
“No tengo otra cosa con qué hacerle cariño.” (3)
Y en esto de indagar el significado de las expresiones usuales
en torno al tema que nos ocupa, enseguida encontramos algunas
que como “cebar” el mate, “servir” el mate, tienen una intención y
aluden a circunstancias bien determinadas y diferenciadas.
Servir el mate significa simplemente llevarlo de manos de
quien lo ceba a manos de quien lo va a tomar. Cebar el mate en
cambio, significa prepararlo y mantenerlo en condiciones flore-
cientes y apetitosas. (4)
Es por eso que quienes sirven el mate son generalmente los
niños; pero quienes lo ceban son personas mayores que conocen
profundamente el arte de combinar los distintos elementos de la
infusión de tal modo que resulte agradable al paladar y ofrezca a
los ojos del matero exigente una presencia acorde con su exquisi-
tez. Y la pericia o impericia del cebador se refleja en las variedades
que van de un mate lavado a un mate espumante y aromático.
De allí que el arte de cebar el mate fuera objeto de especial
preocupación para las dueñas de casa de antaño, tanto que un
mate mal cebado podía constituir principio de descrédito social
para una familia.
Y esa preocupación se manifestaba en la precaución de tener
siempre en la casa una buena cebadora de mate.
Según referencia de Don Rodolfo Senet a veces se tenían dos
cebadoras: una para mate dulce y otra para mate amargo.
Sin duda esas precauciones no obedecían a simples pruritos
sociales sino a una forma de orgullo criollo como el del buen do-
mador que prefiere que el animal lo golpee antes de charquiar, o
el del rastreador que pone todo su empeño en la tarea que cumple
y de la que depende a veces el éxito de una pesquisa policial o la
recuperación de un importante bien perdido.

134
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

En esta nada sencilla tarea de cebar un mate apetitoso no


solo debe cuidarse el sabor de la infusión sino también detalles
como esos cuyo olvido ponen en serios apuros a dueñas de casa y
visitantes cuando en manos de estos el mate se tapa.
Refiere Don Amaro Villanueva que en cierta oportunidad el
doctor Pedro Goyena que fue reconocido como un exigente toma-
dor de mate, visitó a una familia de toda su amistad.
La dueña de casa -dice Villanueva- sabedora de cuán aficio-
nado al mate era el visitante, se apresuró a cebárselo ella misma;
para asegurar la bondad de la infusión y significarle más afectuosa
deferencia, al hacer estos honores. Pero el mate se había tapado,
a pesar de los presumibles cuidados de la cebadora; y a Goyena
no le hacía mucha gracia devolverlo, por cuanto esto importaba
confirmar el fracaso de la obsequiosa dama o -lo que aún era peor
para él- confirmar el conocido refrán de que “el primer mate es del
zonzo...”
Prefirió, por lo tanto, insistir discretamente en sus tentativas
de absorción que ni fueron advertidas ni tuvieron éxito. En tales
circunstancias acertó a llegar un joven estudiante, hijo de la ama-
ble dueña de casa, y Goyena se dirigió a él:
- De modo que estás a punto de rendir examen...
- Sí, señor -contestó el joven.
- ¿Y piensas pasar?
- Creo que sí, porque estoy bien preparado.
- Bueno -observó Goyena-. Pero eso no basta a veces, y es
conveniente que tomes tus precauciones. Mira lo que sucede con
este mate; tiene todos los elementos necesarios y está sin duda,
mejor preparado que tú... pero no pasa.
Y agrega Don Amaro Villanueva con su habitual gracejo: “Si
la confusión de la inominada señora debió ser crepuscular, pese
al ingenio y la habilidad con que Goyena supo derivar la situación
al terreno de la gracia, deslindando al mismo tiempo un homena-
je de reconocimiento a las buenas intenciones de la improvisada
cebadora, no cabe duda de que fue mayor la verdad formulada
por su experiencia en la materia, al declarar que, para cumplir con
acierto la función de cebar mate, no basta tener los elementos ne-
cesarios ni confiar solo en las buenas intenciones, porque éstas se

135
Colección Obras Completas

ahogan con facilidad dentro de la pequeña calabaza donde cantó


tantos triunfos la antigua técnica del cebador profesional.” (5)

Distintos tipos de infusión


Dos son los tipos básicos de infusión: El mate amargo y el
mate dulce.
Al mate amargo se lo denomina asimismo verde o cimarrón.
Al mate dulce se le llama también, quitándole el sustantivo, sim-
plemente “dulce”.
El mate amargo cebado con agua fría recibe el nombre de
“tereré”.
Pese a las búsquedas realizadas no he encontrado una expli-
cación más razonable que la de Don Pedro Inchauspe referente al
origen del vocablo “cimarrón”.
“¿Vendrá acaso -dice el renombrado publicista- del fuer-
te amargor de la infusión, amargor que no todos los paladares
aguantan, como no todos los jinetes aguantan los corcovos del po-
tro conocido con aquella denominación?”
Este mate amargo o cimarrón es para Inchauspe uno de los
compañeros inseparables del gaucho.
No le basta a este la compañía del caballo. “Aun siendo hom-
bre de soledad sentía la soledad de los largos días y las noches va-
cías.”
Y siguiendo al escritor uruguayo Montiel Ballesteros Don Pe-
dro Inchauspe cuenta: “Entonces Dios se compadeció de él y le
dio la mujer, ‘la prenda’; le dio el rancho, para que cobijara sus
amores; le dio la guitarra para que distrajera sus largos ocios; le
dio el perro, para que le vigilara el sueño...
A pesar de tantos regalos, el hombre no estaba satisfecho.
- ¿Qué te falta? -le preguntó Tata Dios.
- Señor -contestó aquel- te agradezco lo mucho que me has
dado... Pero puedo perder a mi mujer; los hijos seguirán su des-
tino y un día harán rancho aparte; no siempre tendré fuerzas ni
ganas de andar a caballo, tocar la guitarra, cantar; el rancho puede
caerse; también el perro puede seguir a otro dueño. Necesito un
compañero más fiel que todo eso; un amigo que jamás me aban-

136
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

done y al que pueda contarle despacito mis alegrías y mis penas;


un amigo, en fin, que me dé consuelo en todas las circunstancias
de la vida, así se trate de las más ingratas.
Entonces, Dios le dio el amargo, el ‘cimarrón’ verdadero sím-
bolo de nuestra vida campera de ayer y de hoy.” (6)
Volviendo a la distinción entre mate amargo y dulce digamos
que en términos generales los partidarios del primero, es decir del
mate amargo, prefieren el agua sin hervir, en tanto que los partida-
rios del mate dulce emplean generalmente el agua hervida.
Según Villanueva, esta circunstancia puede tener su explica-
ción en que el mate dulce (mate de damas y de sociedad) debe
ser “acarreado” desde el lugar donde se ceba hasta el lugar donde
se toma; en tanto que el mate amargo es mate de hombres que se
consume en la rueda del fogón.
Y conforme a la opinión de este autor que reiteradas veces
hemos citado, el mate cebado al estilo tradicional es una infusión
y debe cebarse con agua caliente pero sin hervir.

Distintas clases de mate


En este punto debemos aclarar ante todo que el auténtico
mate proviene del fruto de una variedad de lagenaria vulgaris de
la familia de las cucurbitáceas y cuyas formas típicas son el poro y
la galleta.
El poro en términos generales se parece en su formato a una
pera. Su mayor defecto reside en que siendo de cuello alargado, el
cebador apoya normalmente la bombilla en el borde la boca para
mover la cebadura y ese movimiento de palanca determina con
facilidad su rotura.
La galleta es un tipo de mate chato y ancho cuya forma se
asemeja al tomate. Algunas de estas galletas poseen un largo pico
y “son conocidas con el nombre de mate de vieja celosa, pues es
fama que las esposas que sufren de celos prefieren estos ejemplares
a fin de que el marido no pueda rozar con su mano la de la cebadora
que le ofrece el mate, ya que esta se lo brindará teniéndolo por el
extremo del cabito. Si la conocida maniobra se intentara resultaría
demasiado visible y, en consecuencia, quedaría demostrada la ra-

137
Colección Obras Completas

zón de los celos, con los resultados que cabe imaginar”. (7)
Hemos dicho al comienzo de este punto que el auténtico
mate proviene de una cucurbitácea, y esto importa afirmar que los
mates de plata, porcelana, asta, madera, vidrio, etc. son sustitutos
del mate natural.
En poder de coleccionistas y no coleccionistas particulares
existen verdaderos primores de mates de plata que ofrecen como
detalles originales, bases en forma de platillo para servir los bizco-
chos u otras confituras. Otros poseían cajas de música o estatuillas
en cuya cúspide se construía el recipiente. Sé por informe de la se-
ñora Josefina Lucero de Chaves, de EI Paraíso, Departamento San
Martín, que en la casa de Don Pilar Pereira de Quines, poseían un
mate con una campanilla para llamar a la cebadora.
Todas estas variedades, muy originales por cierto, de mates
de plata, salieron de las hábiles manos de los plateros de antaño
que rivalizaban en inventiva y cuya fama dependía precisamente
de la belleza y armonía de líneas que conseguían dar a sus obras
manuales.
En épocas pasadas a cada hijo que se casaba se le regalaba el
mate de plata con su correspondiente bombilla que se guardaba
como una reliquia de familia y se usaba en ocasiones muy espe-
ciales. (8)
En cuanto a los mates de loza (en realidad de porcelana) en
tiempos anteriores se importaban de Alemania y Austria. En la ac-
tualidad se observa que han entrado en desuso. Eran preferidos
por las mujeres y en ellos se cebaba el mate dulce, de café y espe-
cialmente el mate leche. Esta forma de infusión, es decir el mate
leche, se cebaba con hierbabuena, según ha observado Don José
Ignacio Maldonado.
El mate de asta es el hermano del jarro de cuerno llamado
chambao o chambado, y del chifle, implemento tan usado por
nuestros paisanos en otros tiempos.
El mate de hierro, que normalmente se le llama enlozado, se
utiliza cuando se realizan tareas de siembra o recolección de maíz;
en las hierras o señaladas; se lo lleva consigo en los largos arreos y
se lo prefiere por su solidez en las hachadas y quemas de carbón.
Este es normalmente el mate de los carreros aunque a veces lo re-

138
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

emplazan directamente por el jarro enlozado.


Otro original tipo de mate es el de camionero cuyas caracte-
rísticas fundamentales son su gran tamaño y la prolongación de su
cuello en forma de bandeja destinada a evitar que los movimien-
tos del camión provoquen el derramamiento de la infusión.

Mates retobados y mates cosidos

Es sabido que cuando se consigue curar un mate (y de curaciones


ya vamos a hablar enseguida), la calabaza adquiere un valor mayor que
un mate nuevo. De ahí que su dueño o dueña procuren por todos los
medios posibles, prolongar su vida.
Por otra parte es común que en el menor descuido, ya sea por un
golpe, por una presión violenta con la bombilla al ajustar la cebadura
o por cualquier otra causa, la calabaza se rompa. Y entonces para pre-
venir todos estos accidentes que darían corto término a la vida útil del
mate y lo colocarían en condiciones de servir solamente para remen-
dar medias, para prevenir estos accidentes digo, se recurre al expedien-
te de “retobar” el mate.
¿Y qué es esto de retobar un mate? Sencillamente colocarle exte-
riormente una membrana protectora que al amoldarse a la superficie
del adminículo le confiere una notable solidez y una garantía de dura-
ción bastante prolongada.
Para retobar un mate se utiliza ordinariamente buche de gallina o
de pavo y la vejiga de la oveja o del cerdo. Por cierto que en el momento
de colocarlo, el retobo debe estar fresco para así poder amoldarlo per-
fectamente.
El retobo constituye la medicina preventiva que el criollo adopta
desde tiempos remotos para evitar la rotura del mate.
Pero ocurre que a veces no se ha tomado esa precaución y la ca-
labaza se rompe. Entonces debe aplicar lo que podríamos llamar la
cirugía matera, hija de la necesidad e hija también un poco del amor
que se le tiene a una prenda usada durante un largo tiempo. Me estoy
refiriendo a la costura del mate.
Esto se hace cuando se produce en él una rajadura, pero no tengo
noticia que la operación se realice cuando se ha partido totalmente.

139
Colección Obras Completas

Antes de seguir adelante debemos confesar que nunca he-


mos tenido ante nuestros ojos un mate cosido y que lo dicho lo
sabemos por referencias y muy especialmente por noticias de Don
Amaro Villanueva.
Y es él precisamente quien ha descripto gráficamente esta
operación de coser la herida del mate: “En primer lugar -dice
nuestro autor- el mate debía someterse a un prolongado baño de
inmersión en agua caliente, de modo que su corteza absorbiera
mucha humedad y adquiriera la flexibilidad necesaria para facili-
tar la operación. Esta consistía en abrir los labios de la herida, por
presión de la mano sobre el cuerpo de la calabaza, a fin de prac-
ticar en ellos los pequeños agujeros por donde se haría la sutura.
Estos agujeros se practicaban con la punta de una aguja de coser,
pero no debían pasar de un lado a otro de la corteza, sino tomarla
a través o al sesgo de la superficie exterior hasta la parte media
del labio de la herida. A medida que se practicaban estos finísi-
mos conductos, se iba pasando por ellos el extremo de la cerda
con que se hacía la sutura. La aguja no se usaba, por consiguien-
te, sino para practicar los orificios con su fina punta. Se empleaba
la cerda porque, siendo eréctil, no exigía ningún otro auxilio para
ser pasada, y también, por su resistencia. Los puntos de la sutura,
pues, no atravesaban la corteza de la calabaza, para no abrir nin-
guna vía de salida al líquido, y la operación solía hacerse con tanta
destreza que resultaba una verdadera obra maestra, porque hasta
se estudiaba el cruzamiento de los puntos de la cerda, a fin de que
resultara un trabajo aparentemente decorativo”. (9)
Según él de este tipo de mate surgió el apodo de aquel famo-
so pistolero tucumano llamado Segundo David Peralta que tuvo
en serios aprietos a la Gendarmería Nacional en El Chaco y que
cayó bajo las balas de esas fuerzas en 1940 aproximadamente.
Yo recuerdo solo los pasajes gráficos que publicó en esa opor-
tunidad la revista “Ahora”. Pero no tuve la curiosidad de observar
cómo aquella revista y los diarios, escribían el apodo del temido
pistolero, es decir “mate cosido” con s o con c.
Al parecer lo hacían en su generalidad con “c” y esto movió a
Villanueva a escribir un artículo donde planteaba el interrogante
de la corrección gramatical, ya que en el prontuario de aquel de-

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

lincuente figuraba esta seña particular: “Cicatriz cortante oblicua


interna, un centímetro, región frontal, lado derecho”. “Era natural
-dice Villanueva- que, estando tan identificados semánticamente,
en el habla popular, el mate y la cabeza humana, no podía dejar de
plantearse -por algún tucumano ocurrente- el símil perfecto en-
tre la cabeza de Segundo David Peralta, con esa cicatriz frontal,
y un mate cosido con cerda. No podía ser más perfecta la alegre
similitud con que el habla popular daba testimonio de una seña
particular del trashumante tucumano.
El artículo de Don Amaro Villanueva se publicó en la revista
“Columna” que dirigía César Tiempo y poco después, el 11 de abril
de 1940 “La Nación” publicó esta crónica policial: “La Gendarme-
ría Nacional destacada en El Chaco ha conseguido apresar a una
de las bandas de delincuentes que, como la del conocido bando-
lero Mate Cosido -el prontuario lo denominaba hasta ahora Mate
Cocido- ha perpetrado numerosos salteamientos”.

Curar el mate
Tendríamos que comenzar este punto preguntándonos qué
es esto de curar el mate o cómo curar un mate.
Sin embargo creo conveniente encarar el problema desde
otro punto de vista, cual es el de averiguar qué mates se prestan a
esta operación y cuáles son aquellos considerados incurables.
Dogmáticamente podemos expresar estos conceptos: Mates
curables son los que llamamos auténticos, es decir los que provie-
nen del fruto de la calabaza de la familia de las cucurbitáceas, y
los de madera; incurables, los mates de plata, de loza, de asta, etc.
Pero esta afirmación dogmática indudablemente crea un
compromiso: el de explicar racionalmente por qué los mates ci-
tados en primer término son curables y por qué los de loza, asta o
plata son incurables.
Y la explicación, que también corresponde a Villanueva, se
encuentra en la naturaleza constitutiva del adminículo. Son cura-
bles los mates de material poroso e incurables los fabricados con
materiales no porosos.
Es frecuente oír emplear el término “curado” cuando se alu-

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Colección Obras Completas

de a un respetable ciudadano que entre copa y copa ha ido per-


diendo el control de sus actos y mastica las palabras porque se le
ha emborrachado la lengua.
El término “curado” es usual en Cuyo y en Chile y se relacio-
na con la operación de curar el mate que se realiza dejando en la
calabaza por un tiempo un poco de vino o de chicha. El mate se
impregna del sabor de la bebida y cuando se toma la infusión se
percibe su “gustito” que así podríamos llamar a esa sensación re-
mota e indirecta pero clara y distinta.
Tengo averiguado a varias abuelas cómo se cura el mate. Voy
a citar algunos casos.
Doña Arminda Barzola de Chaves natural de San Martín que
falleció en 1960 a los 104 años de edad, hacía hervir el mate en le-
che y luego lo dejaba varios días en agua hasta que ésta salía clara,
sin el color o la tonalidad de la madera.
Doña Juana Rosales de Ortiz, de 71 años, nativa del Cerro Va-
rela, domiciliada actualmente en Pasaje Maipú sin número sobre
25 de Mayo entre General Paz e Hipólito Yrigoyen, me ha dicho
que siempre curó el mate de la siguiente forma: Lo llena de agua
caliente y lo deja así una noche. Al día siguiente con una cucha-
ra le quita los hollejos (que son los amargos según Doña Juana) y
luego lo deja tres días con la yerba de una cebadura. Al cabo de ese
lapso está listo para usarlo.
Doña Nicodemes Lucero, nativa de San Martín, actualmente
domiciliada en General Paz 364 de la ciudad de San Luis, de 68
años de edad, cura el mate engrasándolo por fuera y luego lo lle-
na con la última cebadura usada y le agrega agua hasta colmar el
recipiente. Al cabo de dos días el mate está en condiciones de ser
utilizado.
Según la explicación dada por la señora Margarita Quiroga
de Aberastain de San Francisco del Monte de Oro, para curar el
mate, asan el queso y con la grasa que se produce por el calor, lo
engrasan exteriormente. Lo dejan tres días con la yerba usada y
luego lo lavan con agua fría. También se lo cubre exteriormente
con la nata de la leche y se lo deja tres días con yerba usada.
Las fórmulas son muy variadas y su sola enunciación, como
así también su clasificación y caracterización sistemática, daría lu-

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

gar a un largo y valioso estudio que enriquecería, a no dudarlo, a la


ciencia del folklore.
Y a esta altura de nuestra indagación podemos formularnos
aquella pregunta que dejamos pendiente hace un momento. ¿Para
qué se cura el mate?
En primer lugar para eliminar las impurezas que el mate con-
tiene, como son los hollejos y cortezas; en segundo término para
dotarlo de mayor consistencia, y finalmente para adaptarlo al tipo
de paladar que más aprecie el tomador.
Con relación a los mates incurables Villanueva ha hecho esta
aguda observación: “Son mates que, tras el simple lavado con agua
fría, pierden todo recuerdo del sabor de la yerba, así tengan largos
años de uso. Para el exigente vicioso del mate, para quien sabe pa-
ladear con dilección el peculiar sabor de la yerba, estos sustitu-
tos de la calabaza resultan abominables, porque no ‘maduran’ la
infusión con ese recóndito matiz añejo que le incorpora el mate
curado. Para el yerbeador experto estos mates incurables vienen a
ser diariamente un mate nuevo: sin intimidad, sin reminiscencia,
sin alma, sin poesía, sin carácter.” (10)

El mate en la Literatura argentina


Muchas bellas y profundas páginas se han escrito sobre el
mate. Voy a hacer sucinta mención solo de algunos autores que
por la trascendencia de su obra han dignificado nuestras letras y
han hecho el cálido elogio de nuestras costumbres, que como la
del mate, nos caracterizan y diferencian otorgándonos un firme
rasgo de personalidad.
José Hernández en su obra cumbre, el “Martín Fierro”, habla
en varios pasajes del mate. Y en los primeros versos que vamos a
transcribir encontramos un término al que ya hicimos referencia:
Cimarrón.

Yo he conocido esta tierra


Donde el paisano vivía
Y su ranchito tenía
Y sus hijos y mujer

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Colección Obras Completas

Era una delicia ver


Cómo pasaban los días.

Entonces cuando el lucero


Brillaba en el Cielo Santo
Y los gallos con su canto
Nos decían que el día llegaba,
A la cocina rumbiaba
El gaucho que era un encanto.

Y sentao junto al fogón


A esperar que venga el día,
Al cimarrón le prendía
Hasta ponerse rechoncho
Mientras su china dormía
Tapadita con su poncho.

Más adelante el poeta pone en boca del hijo segundo de Fierro


estas palabras:

Cuando yo más padecía


La crueldá de mi destino
Rogando al poder divino
Que del dolor me separe
Me hablaron de un adivino
Que curaba estos pesares.

Tuve recelos y miedos


Pero al fin me disolví
Hice coraje y me fui
Donde el adivino estaba

Y por ver si me curaba


Cuanto llevaba le di.
Me puse a contar mis penas
Más colorao que un tomate
Y se me añudó el gaznate

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Cuando dijo el ermitaño


“Hermano, le han hecho daño
Y se lo han hecho en un mate.”

“Por verse libre de usté


Lo habrán querido embrujar”
Después me empezó a pasar
Una pluma de avestruz-
Y me dijo: “De la Cruz
Recibí el don de curar.”

Cuando habla del Viejo Vizcacha pone de manifiesto el desagrado


que le produce a un criollo recibir un mate frío, aunque en este es-
trafalario personaje hernandiano la reacción es injustificadamen-
te violenta:

Cuando mozo fue casao,


Aunque yo lo desconfío
Y decía un amigo mío
Que de arrebatao y malo
Mató a su mujer de un palo
Porque le dio un mate frío.

Por último Picardía (otro de los pintorescos personajes del poema)


cuenta de un ñato que era (según su expresión) oficial del Juzgado.
Habían tenido ya algunas diferencias y Picardía no pierde oportu-
nidad para incomodarlo.

La echaba de guitarrero
Y hasta de concertador
Sentado en el mostrador
lo hallé una noche cantando
Y le dije: “Co... mo... quiando
Con ganas de oír un cantor.”

Me echó el ñato una mirada

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Colección Obras Completas

Que me quiso devorar


Mas no dejó de cantar
Y se hizo el desentendido
Pero ya había conocido
Que no lo podía pasar.

Una tarde que me hallaba


De visita -vino el ñato,
Y para darle un mal rato
Dije fuerte: “Ña... to... ribia
No cebe con agua tibia”.
Y me la entendió el mulato.
Era todo en el Juzgado,
Y como que se achocó
Ay nomás me contestó
“Cuando el caso se presiente
Te he de hacer tomar caliente
Y has de saber quién soy yo.”

Ricardo Güiraldes más que escribir, le habla al mate, y con madu-


ra voz de madrugadas, arreando recuerdos de rodeos, de fogones, de
baquianos señuelos pampas, le dice: “Corazón de sangre verde. Retorta
de brujerías por la cual puede transmitirse un sortilegio malévolo.” (11)
Y otro autor, hijo de otras tierras pero enamorado de la nuestra,
Alfredo Ebelot, nos ha regalado esta página estupenda:
“De madrugada, un poco antes de aclarar, cuando palidecen las
estrellas y parece no resolverse el cielo a blanquear todavía, cuando
circula en el aire el frío entumecedor del alba ¿no ven allá una vislum-
bre roja en la puerta del rancho? Están encendiendo el fuego de la co-
cina. Inmediatamente se mueven formas humanas a los alrededores.
Los habitantes de la estancia, que estaban durmiendo, algunos en las
taperas cuyas paredes de barro y techos de paja se disciernen vaga-
mente, los demás y los más numerosos a cielo raso sobre el recado,
acuden presurosos al fogón. La ancha más negra, inmóvil, que se des-
taca en medio de la oscuridad, la forman los caballos de servicio, ata-
dos al palenque. Cuando un gaucho pasa al lado de ellos, algún redo-
món, que está enojado por las largas horas que ha quedado a estaca

146
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

y por lo fresco de la madrugada, se espanta y bufa de ver una sombra


caminar en las tinieblas. Están ya todos formando rueda alrededor
del fogón, acurrucados o sentados en unas cabezas de vaca. El que
ha encendido el fuego tiene ya dispuesta la pava encima de la llama y
coloca en el mate la conveniente cantidad de yerba, sacándola de un
pañuelo extendido en tierra al alcance de la mano. Introduce ense-
guida la bombilla de plata, procurando con prudentes artificios que
los agujeritos que la terminan estén en contacto con los fragmentos
de yerba más gruesos. De lo contrario la yerba pulverizada taparía el
tubo. Echa el agua caliente con precaución, con gravedad. No es dado
a todos echarla como se debe. En fin, con la misma imperturbable se-
riedad, toma la primera infusión. La yerba contiene unos principios
amargos que son los primeros en disolverse. Sería grave imprudencia
ofrecer el mate antes de sacárselos.
Por fin echa nuevamente el agua y da el mate al gaucho más
cercano, si están entre puros compañeros, o a la persona que le
merece deferencia, una mujer, el patrón, un huésped. Nueva ab-
sorción por pequeños sorbos. El mate vuelve al encargado de pre-
pararlo, pasa a otro circula de mano en mano. A medida que va y
viene, las fisonomías se animan, los ojos pesados de sueño brillan,
el escalofrío matutino está reemplazado por un delicioso bienes-
tar, la charla se arma que da gusto.
Mientras tanto, una blancura opalina asoma en el oriente; la
laguna inmediata ostenta una nítida superficie de acero. Un viente-
cito repentino, muy corto, la riza y se apaga. Ha llegado el momento
de ensillar. Cada gaucho va primero al punto en que ha pasado la
noche y vuelve con el freno en la mano y el recado al hombro. En-
frena su caballo para que quede quieto, arregla metódicamente las
numerosas piezas de que está compuesto el apero, monta y se va.
Sucesivamente se alejan al galope, en todas direcciones, disminu-
yen a la vista y se pierden en la fina neblina que se viene levantan-
do. El mate los ha reanimado. La jornada puede ser como quiera,
sol, viento o piedra, calor tórrido o frío endemoniado; han tomado
mate, están conformes, están listos, venga lo que viniere.” (12)
Por último Juan B. Ambrosetti ha dicho: “El mate ha influido
mucho en nuestras costumbres, haciendo de nosotros un pueblo
verdadera y sinceramente democrático, y esto se comprende: el

147
Colección Obras Completas

que más y el que menos, alguna vez ha tenido que abandonar las
ciudades o a causa de los intereses rurales, o porque nuestra pa-
sada vida política turbulenta ha exigido de cada uno el concurso
personal y por eso ha sido necesario salir a campaña, ya militando
en las filas del gobierno, ya en las de la revolución. Ahora bien, en
el campo ¿qué es lo que ha sucedido?
Aficionados todos más o menos al mate, lo primero que se
ha hecho ya en los establecimientos rurales, ya en el campamento
militar, y como el mate exige compañeros porque es necesario ser
muy vicioso para tomarlo solo; se ha hecho caso omiso de un sin-
número de ideas preconcebidas, absorbiéndolo con delicia, junto
a los compañeros que se ha encontrado, sin fijarse muchas veces,
si aquél con quien se tomaba era o no de la misma condición so-
cial de uno. De este modo es como se van perdiendo los resabios
aristocráticos que puedan tenerse hasta el punto de considerarse
uno muy feliz cuando en medio del camino alguna china sucia le
brinda con buena voluntad un sabroso cimarrón.”
Una última observación queremos hacer sobre el tema para
dar por terminado este trabajo.
El mate no solo fue presencia dilecta en los fogones de las es-
tancias, de los campamentos y de los fortines en esas noches de las
largas veladas en que se comentaban las alternativas de las faenas
campestres, la vigilancia riesgosa de la frontera y la suerte muchas
veces trágica de la patriada, sino también compañero del gaucho
en sus largos silencios contemplativos cuando la pampa le embru-
jaba el alma con su cósmica soledad.
Y no solo fue preferido del gaucho sino también del indio.
Por eso es que cuando Don Lucio V. Mansilla en su famosa
excursión a tierra de infieles entró en contacto con los señores de
la pampa, estos lo acosaron en cuanta oportunidad tuvieron para
que el barbado gentleman les obsequiara yerba y “achúcar”, que
así decían los ranqueles.
Y por eso también las autoridades del gobierno nacional
incluían en las regalías que era el precio de la paz circunstancial
concedida por los reyes del desierto, una buena cantidad de vi-
cios: Tabaco, aguardiente, azúcar, yerba.
Y ya que hemos hablado de indios viene al caso una anécdo-

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

ta recogida de la tradición oral de mi pueblo: San Martín.


Pero antes permítasenos una pequeña digresión.
En 1834 los ranqueles al mando del famoso cacique Yanque-
truz, dan un formidable malón a la castigada provincia de San Luis.
En los primeros días de enero llegan a la ciudad capital las
primeras noticias de la futura invasión.
Desde Concepción del Río IV el comandante general inte-
rino Don Justo Pastor Romero pone en conocimiento del gober-
nador José Gregorio Calderón que desde aquel lugar han salido
hacia esta frontera dos cautivas. “Dicen haber salido del Cuero el
26 o 27 del pasado” y que los indios se han retirado a tierra adentro
“pero con el intento de volver a dar malón a esta villa o a Renca.” (13)
Ante tan alarmantes noticias el gobierno puntano designa Co-
mandante General de Fronteras al coronel Don Pablo Lucero quien
establece su cuartel general en San José del Morro. Tal disposición
es comunicada al comandante militar de Santa Bárbara Don Pru-
dencio Vidal Guiñazú quien al acusar recibo expresa que ante la
posible invasión de los indios Santa Bárbara “queda ebaquada.” (14)
El 17 de enero desde la Puerta del Potrero (El Morro) el coro-
nel Pablo Lucero comunica que los indios han sitiado el Fuerte de
Achiras. (15)
La noticia de la inminente invasión cunde por todos lados.
Y es sagazmente aprovechada por el vecindario de La Carolina y
San Francisco para obligar a la postergación de la ejecución de los
reos José Calixto Quevedo y José María Jofré que debía realizarse
en San Francisco por el comandante José Mariano Carreras.
El sábado primero de febrero tiene lugar dicha ejecución en la
plaza de San Francisco del Monte de Oro y al comunicar tal evento
al Gobierno Provincial el comandante Carreras explica que hubo
demora en cumplir la ejecución pues al marchar desde La Carolina
a San Francisco “me alcanzaron los vecinos pidiendo protección y
dando voces que los salvajes se habían internado en la provincia; y
no pude menos que contramarchar con los escuadrones.” (16)
En la madrugada del 21 de marzo las avanzadas ranqueli-
nas se hacen sentir en el Cerro del Lince, es decir en las puertas
de la capital puntana.
Desde La Carolina el comandante José Mariano Carreras co-

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Colección Obras Completas

munica al gobernador José Gregorio Calderón la noticia que le ha


hecho llegar desde Las Chacras Don José Milán en el sentido de que
“los indios habían amanecido este día por Lince y se han tomado las
familias.” (17)
Por su parte el coronel Lucero desde El Morro comunica que
al alba los indios avanzaron en El Lince. (18) En los primeros días de
junio los salvajes llegan a las inmediaciones de La Carolina. (19)
Las huestes de Yanquetruz se habían dividido en dos columnas
(20)
: Una que recorrió la Provincia pasando por El Lince, Cruz de Piedra,
La Petra, Saladillo, oeste de los Cerros del Rosario, La Carolina, Cerros
Largos, Pantanillo, Laguna Larga, Las Chacras, hasta llegar a Santa Bár-
bara; y otra que recorrió el territorio provincial desde Río V al norte.
Según los datos obtenidos a través de referencias orales, aque-
lla primera columna era comandada por el propio Yanquetruz.
Como decíamos, la columna del oeste llegó a Carolina en los
primeros días de junio, en tanto que la del este avanza sobre Con-
lara, Renca y Pisco Yacu (21), y en la noche del 7 de junio duerme en
Las Cortaderitas de las Peñas según el parte del Coronel Lucero. (22)
Pese a que el comandante Carreras tiene una partida armada
en El Trapiche y otra sobre El Riecito (23), los salvajes cometen en
La Carolina numerosos crímenes cuyas víctimas son sepultadas
en la parroquia del lugar. (24)
En El Pantanillo don Blas Jofré se traba en lucha con una par-
tida de indios armados que llevaban doscientas cabezas de gana-
do venciéndolos y quitándoles toda la hacienda. (25)
El día 8 se tienen noticias en San Luis de que los salvajes han
dado muerte en el Río V a varias familias. (26)
En su avance hacia el norte (hacia Santa Bárbara) los ranque-
les pasan por Laguna Larga y Las Chacras. Y aquí tiene origen una
leyenda que quien esto escribe ha mencionado sucintamente en
su libro “Cerro Blanco”.
Según la tradición lugareña una anciana de Laguna Larga po-
seedora de una imagen de bulto de la Virgen del Rosario, al tener
noticias del avance de los ranqueles se internó con el tesoro de su
fe en una quebrada y allí la puso a salvo de la rapiña de los salvajes.
Pasado el peligro inmediato regresó la viejita a su morada
pero no trajo consigo a la Virgen, temerosa de que se repitiera la

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

incursión depredadora.
Muy pronto enfermó gravemente la mujer y antes de morir
reveló a sus familiares el lugar del ocultamiento: Había dejado a la
Virgen en la Quebrada e’ la Cal, en una casa de piedra que tenía en
la puerta un retoño de molle dulce. (27)
Fallecida la anciana, sus familiares buscaron afanosamente
a la venerada imagen pero se dieron con que en la Quebrada ‘e la
Cal había una infinidad de casas de piedra y cada una tenía en la
puerta, uno, dos, o más molles dulces.
Después, cada primer domingo de octubre, por tradición se re-
pitió la búsqueda entre todos los vecinos, y según referencias coinci-
dentes, solían escucharse a la distancia golpes de caja que cambiaban
de lugar cuando se intentaba descubrir de dónde provenían.
Retomando el hilo de nuestro relato digamos que entre el 9 y
el 14 de junio los ranqueles llegaron a Santa Bárbara.
Ya sabemos que la pequeña aldea había sido evacuada, segura-
mente por disposición de su comandante Don Prudencio Vidal Guiñazú.
Como era su costumbre, los salvajes saquearon las humildes
moradas de los pobladores, pero no tenemos noticias que causa-
ran víctimas o produjeran incendios.
Según la tradición popular los indios penetraron en la iglesia
y sacaron del altar a la Virgen Santa Bárbara. Pero en lugar de que-
marla como era habitual, asumieron la rara actitud de ofrecerle
azúcar en la mano mientras le decían: “Tomá mate... tomá mate...”
Y después de cumplir este extraño ofertorio volvieron a la
Virgen Santa Bárbara a su lugar y se retiraron del templo sin co-
meter desmán alguno. (28)
No cabe duda que en esos días de sobresaltos y sufrimientos,
los principales alimentos de los pobladores que andaban a campo,
lo constituyeron el asado y el mate.
Desaparecido el peligro, cuando la paz de la aldea invitaba a
relatar junto al fogón o en la sala familiar las peripecias pasadas,
también el mate estuvo presente dulcificando vicisitudes.
De allí que no sea desatinado afirmar que el mate no solo fue
compañero de nuestro pueblo en los días de bonanza, sino tam-
bién alimento y consuelo en las horas de tragedia.
Por eso es que en nuestro país tenemos que levantarle algún

151
Colección Obras Completas

día un monumento al mate. Y ojalá sea en nuestra Provincia de


San Luis, cuya historia para que resulte rica en contenidos huma-
nos, debe escribirse un poco consultando los polvorientos infolios
de los repositorios oficiales y privados, y otro poco escuchando a
nuestros abuelos contar cosas de antes junto al fogón, mientras
van entibiando de recuerdos ese pequeño corazón de algarrobo
centenario y luna joven que les cabe justo en el hueco de la mano:
el mate amigo y compañero.

1. Aut. cit. “El Mate - Arte de Cebar” pág. 31 Edit. Compañía General Fabril Finan-
ciera. Bs. As. 1960.
2. Aut. y op. cit. T. II pág. 301, Edit. Lasserre, Bs. As. 1964.
3. Referencia de la Señora Haydée Etcheverry de Sosa -Mendoza 877, San Luis
. 4. Definición de Don Amaro Vlllanueva.
5. Aut. y op. cit. pág. 27.
6. Aut. cit. “La Tradición y El Gaucho” pág. 167, Edit. Kraft, Bs. As. 1956.
7. Amaro Villanueva Op. cit. pág. 52.
8. Referencia de la señora Haydée Etcheverry de Sosa.
9. Aut. y op. cit. pág. 57.
10. Aut. y op. cit. pág. 69.
11. Aut. cit. “Obras Completas” pág. 573, Edit. Emecé, Bs. As. 1962.
12. Aut. cit. “La Pampa” págs. 84/85, Edit. Eudeba, Bs. As. 1961.
13. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 54 Documento 5133.
14. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 54 Documento 5150.
15. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 54 Documento 5154.
16. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 54 Documento 5187.
17. Archivo Histórico de San Luis, Carpeta Nº 54 Documento 5249.
18. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis. Carpeta Nº 54 Documento 5251.
19. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 54 Documento 5328.
20. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 55 Documento 5327.
21. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 55 Documento 5326.
22. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 54 Documento 5341.
23. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 54 Documento 5256.
24. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 55 Documento 5330.
25. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 55 Documento 5324.
26. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 54 Documento 5334.
27. O molle de beber.
28. Referencias obrantes en el Libro Histórico de la Escuela Nº 103 de San Martín (SL).

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

El Arriero
Antes de entrar al estudio del tema nos vamos a permitir de-
limitar el significado de algunos términos que no siempre se dis-
tinguen con precisión. Nos referimos a arriero, tropero y resero.
“Arriero” es la persona que conduce un conjunto de anima-
les; vacunos, yeguarizos o mulares, vayan estos dos últimos atala-
jados o no. Se trata, pues, de una expresión genérica.
“Resero” es en cambio el individuo que conduce una tropa
de vacunos, pues aquel sustantivo proviene de “res” tomada como
sinónimo de bovino en buen estado para consumo. Es por lo tanto
un concepto específico.
“Tropero” es también conductor de tropas, pero se trata de
un concepto más extenso que arriero ya que puede referirse a tro-
pas de vacunos, yeguarizos, mulares, carros, carretas, etc.
Se impone, sin embargo, que en torno a estas proposiciones
iniciales hagamos algunas aclaraciones para que no se interprete
como carencia de información la no coincidencia con algunos au-
torizados escritores.
Refiriéndose al término “tropero” dice Fermín Silva Valdez:
“Entre los trabajos del gaucho el más paciente y heroico fue el de
tropero. Sobre todo el de tropero conductor de vacunos, ya que
también se le dio el mismo nombre al conductor de carretas, de
tropas de carretas. Pero a este se le conoció más bien por el nom-
bre de carrero, no de carretero, como modernamente le llaman,
más de acuerdo con el lenguaje erudito que con la costumbre y
el decir campesinos, los que saben de estas cosas folklóricas, o de
estos saberes del pueblo, solo a medias.”
“Para nosotros los de esta Banda del Uruguay -sigue dicien-
do aquel escritor- tropero, como refiero al principio, fue siempre
por antonomasia, el conductor de tropas de ganado vacuno, ge-
neralmente novillos, o sea el ganado que luego de engordado o in-
vernado especialmente y a campo, en los potreros o praderas que

153
Colección Obras Completas

constituyen la tierra en que se dividen las estancias, era conducido


lenta y pacientemente por los caminos ásperos del país hasta la
Tablada de Montevideo, operación que actualmente se realiza con
más frecuencia utilizando los vagones del ferrocarril.” (1)
Y este mismo autor nos dice que la voz “resero” era desco-
nocida en el Uruguay antes de la aparición de la obra de Ricardo
Güiraldes “Don Segundo Sombra”.
“Resero” es voz corriente en la Provincia de Buenos Aires y en
toda la Pampa húmeda, pero antes de llamarse así a los peones que
se ocupan del arreo del ganado, según Félix Coluccio (2), se denomi-
nó con ese término a los matarifes y a los que compraban reses.
Sobre el punto tenemos en efecto, un testimonio que avala
aquella afirmación: “En las proximidades de la calle 67 entre 6 y
7 (de la ciudad de La Plata) -dice Carlos Antonio Moncaut- había
una laguna. Los reseros -que así se llamaba a los repartidores de
carne- iban a recoger la carne, atracando sus carros al andén que
sobre la actual calle 48 entre 6 y 7, tenían los galpones del Ferro-
carril Sud. Hasta allí llegaba el tren que con la mercadería venía
del Abasto. Cargados los grandes carros, se iniciaba el reparto por
toda la ciudad. Terminado el mismo, los reseros acudían al lagu-
nón precedentemente indicado, y allí, internándose hasta que el
agua cubría los ejes, procedían, por medio de cepillos, a limpiar
los carros y bañar los caballos.” (3)
En Cuyo en cambio la voz “resero” es inusual. Aquí prevale-
cen los términos “arriero” y “tropero”.
Con referencia al arriero digamos que los cuyanos le debe-
mos aún el monumento que testimonie nuestra gratitud pues con-
tribuyó con su callado heroísmo a las grandes gestas emancipado-
ras y a la movilización de la riqueza regional.
Si esto es ya suficiente para merecer la consideración de los
argentinos amantes de la libertad y del progreso, tiene ganado otro
mérito que bien vale la pena destacar: fue también agente activo
de intercambio folklórico - cultural.
Mejor fortuna tuvo en este sentido el resero. El escultor Sar-
niguet inmortalizó su estampa en la estatua levantada en los Ma-
taderos de Liniers, obra reproducida en la moneda de diez pesos
que circula actualmente en el país.

154
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Los aspectos prácticos de la cuestión

Según afirma José Hernández, antiguamente los dueños de


ganado daban al capataz o encargado de conducir un arreo, sus
instrucciones por escrito.
Tal costumbre se ha perdido, pero resulta igualmente inte-
resante reseñar a través de aquel autor, las obligaciones, cuidados
y precauciones fundamentales que debe adoptar el encargado de
conducir una tropa de ganado. Esas reglas a observar varían según
se trate de hacienda de cría o de tropa.
Cuando se trata de la primera se debe sacar la hacienda tem-
prano para hacer noche o encerrar -cumplida la jornada- fuera del
campo de la querencia.
Se debe arrear despacio, con la hacienda ahilada (no en gru-
po) haciendo frecuentes paradas de descanso con una a mediodía
bastante prolongada para que la hacienda coma y descanse bien.
Por la tarde se debe parar temprano evitando encerrar a co-
rral para que no se estropeen los terneros.
Si el arreo se hace en tiempo de parición se debe llevar un
carro para conducir los terneros que nacen en el camino, cuidan-
do no alzarlos antes que los haya lamido la madre. En cada parada
deben bajarse los terneros para que las madres los vayan cono-
ciendo.
Si la hacienda es numerosa debe dividirse en dos grupos o
más.
Tratándose de tropa se saca la hacienda de madrugada, sin
apurarla y por pequeños lotes si es arisca. Se marcha una legua o
dos y se hace alto para que coma. “Después ya puede tomar agua,
pues hacienda que camina y toma agua sin comer, se pasma.”
Debe impedirse que los animales coman el pasto helado y
entre parada y parada no debe andarse más de dos leguas.
Por la tarde hay que dar de comer antes de encerrar y esto debe
hacerse en corral grande si la hacienda es mansa y en corral chico
si es arisca, cuidando de no encerrar lecheras o bueyes donde hay
novillos porque “el animal manso, cuando está encerrado es muy
corneador, y el novillo arreado no se defiende, trata de huir de todo.”

155
Colección Obras Completas

Los peones deben dormir en la puerta del corral con caballo


manso a la mano. Si hay que rondar debe cuidarse que en el paraje
elegido no haya pastos venenosos.
No debe arrearse bajo la lluvia ni en noches oscuras. A la ca-
beza de la tropa debe marchar como guía un hombre cuidadoso
y a la zaga el capataz para vigilar mejor la hacienda y la peonada.
No debe sacarse al ganado de su marcha natural y si en el
camino hay pastos tiernos debe evitarse el empaste haciéndolo
comer varias veces de a poco.
En las calles de entrada a los pueblos es conveniente arrear
al tranco si la hacienda es mansa y al trote o al galope si es arisca.
El capataz o encargado debe contar la hacienda todos los
días y mejor si lo hace dos o tres veces cada jornada.
Al entregar la hacienda debe reclamar el correspondiente re-
cibo.
A la par de estos preceptos sugeridos por Hernández convie-
ne que todo arriero conozca las normas legales que se refieren a
su oficio porque de esa manera se evitarán “encontrones” con la
autoridad y los consiguientes perjuicios que tales inconvenientes
traen aparejados.
Vamos a examinar entonces las normas que sobre el punto
contienen los Códigos Rural y de Policía (en vigencia en nuestra
Provincia) y la Ley 13.893.
En primer lugar digamos que la Policía tiene facultad de ins-
pección de todo arreo que transite por el territorio de la Provin-
cia, estando autorizada para hacerlo parar por el tiempo necesario
para su revisación, o bien detenerlo si sus conductores no exhibie-
ren los comprobantes establecidos por la ley respectiva o en los
casos de indicios vehementes de abigeato. (Art. 111).
Cuando el arreo fuese detenido, por resultar probado el robo
de uno o más animales, la policía procederá al arresto del conduc-
tor y sus peones, poniendo en depósito la hacienda, con aviso in-
mediato al dueño de esta, y sometiendo a los delincuentes al juez
respectivo. (Art. 112).
Para evitar estos inconvenientes, todo encargado de tropa
debe ir munido de la guía correspondiente, cuidando que el nú-
mero de animales que arrea coincida con los que figuran en aque-

156
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

lla, y que las marcas que ese documento indica coincidan exacta-
mente con las que llevan los animales.
Otro aspecto delicado que conviene prevenir en sus detalles
básicos para no verse envuelto en tramitaciones engorrosas y si-
tuaciones incómodas, es el arreo nocturno.
¿Cuáles son las precauciones fundamentales que deben ob-
servarse?
En primer lugar contar con la autorización policial para
arrear de noche, pues ningún arreo podrá, sin permiso de la poli-
cía, transitar por los caminos públicos, ni pasar por los arrabales
de la ciudad, o población de la campaña, durante las altas horas
de la noche (Art. 113). Todo arreo que sea encontrado en marcha,
sin el permiso que establece el artículo precedente, y en rumbo
opuesto al asiento de una autoridad policial o haciendo rodeos
con el fin de burlar la vigilancia de esta se presume robo, o que
lleva animales mal habidos, pudiendo ser detenidos hasta que se
haga prolija revisación de los mismos y de los comprobantes. (Art.
114).
Otro detalle importante es transitar por caminos conocidos,
pues cuando un arreo sea encontrado, a cualquier hora de la no-
che, cortando campo o transitando sendas poco frecuentadas, se
presume robado, aunque lleve guía.
La policía procederá a capturar al conductor y a sus peones
hasta hacer las averiguaciones necesarias, imponiendo además, al
primero la multa de veinte a cincuenta pesos. (Art. 115).
Veamos ahora las normas más importantes que se refieren al
arreo, Contenidas en la Ley 13.893 que reglamenta el tránsito por
los caminos y calles de la República.
Como regla general no es permitido el tránsito de tropas de
hacienda por caminos pavimentados o mejorados. En casos espe-
ciales, la autoridad competente podrá conceder permiso para ha-
cerlo, debiendo utilizar esos arreos la franja comprendida entre el
camino pavimentado y los alambrados laterales. Los conductores
o arrieros deberán, en estos casos, tomar las precauciones nece-
sarias para que la hacienda que conduzcan no invada o transite
sobre la calzada pavimentada o mejorada ni sobre la banquina.
Recaerá además sobre ellos, la responsabilidad de los acci-

157
Colección Obras Completas

dentes que se produzcan debido a la presencia sobre la calzada de


la hacienda que conducen. (Art. 62).
En los caminos de tierra abovedados no se permitirá el
paso de arreos o haciendas hasta tres días después de las llu-
vias, salvo permiso especial otorgado por la autoridad compe-
tente. En los caminos de tierra, siempre que las circunstancias
lo permitan, los arreos utilizarán la franja de camino no above-
dado. (Art. 63).
Es igualmente prohibido el estacionamiento, para pernoctar
o hacer descansar la hacienda, en los caminos pavimentados,
mejorados, o de tierra abovedados (Art. 79).
Por su parte el Código Rural establece normas relativas al
tránsito de animales por campos abiertos, o cerrados que son
atravesados por caminos públicos. Determina la obligación del
dueño de esos campos de permitir que se suelten en él por vía
de descanso o parada, los animales de tránsito por no más de
24 horas debiendo ser rigurosamente pastoreados por quien
arrea, no pudiendo este sacarlos durante la noche (si es campo
cercado) sin consentimiento expreso del dueño.
También el propietario está obligado a permitir al tran-
seúnte que encierre sus tropas en el corral durante la noche si
aquel está desocupado. Igual obligación tiene de permitir que
en sus bebidas abreve la hacienda de tránsito si ello no le causa
un daño grave, con derecho a cobrar una suma determinada
por cabeza de ganado.
A título de curiosidad digamos que en el Archivo Histórico
de nuestra Provincia existe un documento -lamentablemente
destruido- de fecha 29 de agosto de 1731 por el cual Sobremon-
te reglamenta el tráfico de carretas y arreos de bueyes (4), y otro
en el que da instrucciones para que no se obligue a los troperos
(que debían pagar por ello un impuesto), a abrevar sus gana-
dos en el estanque público, pero manteniendo la prohibición
de entrar en la ciudad porque perjudican las acequias. (5)

158
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Arrias de mulas

Capítulo aparte dentro del tema merecen las arrias de mu-


las en razón de haber constituido en nuestro país el más primitivo
medio de transporte.
Nos referimos desde luego, a las arrias de mulas aparejadas.
Este medio fue utilizado en Cuyo para transportar los produc-
tos de la región, muy especialmente vino, aguardiente, caña, fruta
seca, arrope, alfajores y tejidos. De esta forma de transporte dejó
testimonio el viajero inglés Roberto Prector: “Salimos de Achiras
la mañana siguiente y, pasando un gran pedregal alcanzamos una
ancha llanura. Viendo una tropa de mulas acampada a lo lejos, salí
con el guía para visitarla. Venía de Mendoza con cincuenta cargas
de vino, acondicionado en barrilitos, uno a cada lado de la mula.
El campamento estaba formado con la mayor simetría: las cargas
en círculo, cada una separada, con el aparejo de totora en forma
de mojinete descansando sobre los barriles. Los arrieros se diver-
tían en medio del círculo, mientras las bestias vagaban en libertad
por el pasto natural. Conseguimos de esta gente algún vino tinto
de Mendoza, muy tolerable, que se vende mucho tanto en las ciu-
dades provincianas como en Buenos Aires”. (6)
Conviene subrayar el detalle del aparejo construido de toto-
ra, material abundante en Cuyo y apropiado para tal finalidad.
Dicho aparejo se forraba en cuero e iba sostenido por dos
cinchas. La carga a su vez se aseguraba con lazos que recibían el
nombre de reatas y en el medio iban las cuñas formadas de jarilla.
El vino, el aguardiente y la caña, se transportaban en barriles,
generalmente de cincuenta litros para el vino y algo más para los
otros productos. Los barriles eran de algarrobo liados con sunchos
y retobados en cuero. Poseían una abertura y reclinándolos podía
extraerse el líquido por medio de una caña lo que posibilitaba el
despacho de vino o aguardiente en los caminos o pulperías.
Por eso Roberto Prector pudo saborear el vino cuyano que le
despacharon los arrieros en plena pampa.
Emeric Essex Vidal, artista inglés que visitó nuestro país en
dos oportunidades en el siglo pasado (1816 a 1820 y 1826 a 1829)
nos ha dejado un apunte que tituló “La Viñatera” donde se obser-

159
Colección Obras Completas

va un arria de mulas, transportando barriles de vino, que conduce


una mujer.
También se utilizaron las arrias de mulas para transportar las
cargas de plata. En estos casos se utilizaban petacas de cuero.
Para el transporte de yerba se empleaban tercios de cuero
y para la fruta (pelones, orejones, pasas de uva, etc.), cajones de
madera.
En ese transporte de mercancías a través de largas distancias
¿qué responsabilidad asumía el arriero?
Sobre el punto dice Juan Draghi Lucero: “El arriero debe cui-
dar a los mulares de su recua -su mensaje- a sus monturas, enjal-
mas, atalajes, etc., y, sobre todo, a la vasija que transporta, como
los odres primitivos y después las botijas de barro cocido, vidria-
das por dentro para impermeabilizarlas, recubiertas por esteras
de blanda totora y el todo retobado en cuero fresco con la pelam-
bre hacia adentro”.
Con el gremio de la arriería -dice este autor- nació el de los
herreros que proporcionaban las herraduras y más tarde el de la
talabartería que produjo “todos los recados propios del hombre
de a caballo: enjalmas, árganas, sacos de cuero, petacas y todo el
arnés y atalaje propio de los hombres de carguíos, a base de co-
rambre vacuna, caballar, etc., más la madera trabajada y la paja
apropiada”.
Y si importante fue el papel que el arriero cuyano (y riojano)
desempeñó en el intercambio comercial, no fue menor el que le
cupo como portador de bienes culturales.
Al propio tiempo que transportaban mercaderías; llevaron y
trajeron noticias, costumbres, dichos, sentencias, maneras de ha-
blar, cantos y bailes. (7)
En cuanto al transporte de caudales a lomo de mula en el te-
rritorio argentino tenemos el testimonio de Concolorcorvo en su
famoso libro “El Lazarillo de Ciegos Caminantes”. Al hablar de las
costumbres de los habitantes de la ruta Buenos Aires-Mendoza
dice: “También juegan al pato en competentes cuadrillas. Una de
estas, entre Luján y Buenos Aires llegó hasta el camino real cer-
ca de la oración, al mismo tiempo que pasaba Don Juan Antonio
Casau con algunas mulas cargadas de un caudal considerable, y

160
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

habiéndose espantado y disparado por distintos rumbos, se halló


con la falta de un zurrón de doblones que importaba 3.200 pesos,
quien después de algunas diligencias pasó con el resto a Buenos
Aires, adonde por su dicha halló a Don Cristóbal Francisco Ro-
dríguez, con quien comunicó su desgracia, dando por perdido el
zurrón; pero Don Cristóbal, sin turbarse, pasó a ver al gobernador,
quien le dio una escolta de dragones para que le acompañasen
con el alguacil mayor. Los buenos de los gauderios rompieron el
zurrón y repartieron entre sí las dos mil piezas de a ocho escudos,
que con la oscuridad de la noche tuvieron por pesos dobles, que es
la moneda que comúnmente pasa de Lima y Potosí a Buenos Aires
a donde solo por casualidad se ven doblones.
Por la mañana se hallaron asombrados al ver convertido el
color blanco en rojo, creyendo que Dios, en castigo del hurto, ha-
bía reducido los pesos a medallas de cobre, y así las entregaron
a sus mujeres y hermanas, a excepción de unos muchachos hijos
de un hombre honrado, que se desaparecieron con poco más de
dos mil pesos. Don Cristóbal, sin perder momentos, cercó todo el
pago con su escolta y recogió todos los doblones a excepción de
dos mil y tantos pesos, que se llevaron los muchachos advertidos,
pero los pagó su padre dentro de un corto plazo, con las costas
correspondientes. Los demás delincuentes, que simplemente se
dejaron prender, por parecerles que cumplían con entregar la pre-
sa, o por considerarla de muy corto valor, fueron a trabajar por al-
gunos años a las obras de Montevideo”. (8)
A lomo de mula salvó Don Juan Martín de Pueyrredón aque-
lla oscura madrugada del 25 de agosto de 1811 los caudales de la
Casa de Moneda y Banco de Rescate de Potosí después del desas-
tre de Huaqui. Pueyrredón defendió a tiros esos caudales, con un
puñado de hombres ineptos en el manejo de las armas, del popu-
lacho que solo pensaba en su inmediata subsistencia pero que era
indiferente al ideal de libertad. Con aquella recua de mulas que
sacó de Potosí maneándole los cencerros para no ser oído en la
noche, llegó el futuro director supremo a Orán desde donde remi-
tió al Gobierno los importantes caudales salvados de los realistas y
que fueron preciosa ayuda en la lucha por la libertad. (9)

161
Colección Obras Completas

Tropas de arrias en San Luis


Nuestra ciudad de San Luis fue lugar de paso de las arrias de
mulas que iban a Córdoba, Buenos Aires, San Juan y Mendoza.
En enero de 1834 se registra el siguiente movimiento de tropas:

De Don José C. Luna de Buenos Aires a San Juan con 24 cargas.


De Don Carlos Rivas de San Juan a Buenos Aires con 42 cargas.
De Don Eugenio Peña de Mendoza a Córdoba con 29 cargas.
De Don Matías Balmaceda de Buenos Aires a San Juan con 24 ca-
ballos.
De Don Luis Guerrero de Mendoza a Córdoba con 16 cargas.
De Don Zacarías Lemos de Córdoba a Mendoza con 8 cargas.
De Don Pantaleón Gil de Buenos Aires a San Juan con 8 cargas.
De Don Anastacio Calderón de Mendoza a Córdoba con 18 cargas.
De Don Felipe Domínguez de Córdoba a Mendoza con 5 tercios.
De Don Antonio Galardo de Córdoba a Mendoza con 5 cargas (10).

Hasta la primera década del presente siglo las tropas de arrias


eran el único medio con que se contaba para el transporte de los
productos que integraban el comercio con las provincias vecinas.
La ciudad capital de nuestra provincia, es decir San Luis, co-
merciaba activamente con Mendoza, en tanto que los pueblos del
NO lo hacían con San Juan, La Rioja y en menor escala con Men-
doza.
Los pueblos del este y noreste, sin descontar desde luego el
intercambio con las provincias antes nombradas, establecieron
corrientes de intercambio con Córdoba.
Se remitían cueros, quesos, sal, ceniza de jume, dulces y
minerales, y se traían vinos, aguardientes, harina, harinilla, fruta
seca, alfajores, etc.
Cada producto era acomodado de acuerdo a su naturaleza y
de tal modo que no sufriera deterioros.
Así por ejemplo los quesos se acomodaban en chiguas que
eran instrumentos de fabricación casera construidos con un arco
de madera de tala por ser más flexible y resistente. A este arco ce-
rrado, o sea a esta circunferencia, se la tejía con tientos no muy

162
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

tirantes. Idéntico a este implemento se construía otro y ambos se


unían también con tientos previo acomodo de los quesos colocán-
doles una camada de paja o jarilla.
De cada lado del animal iba una chigua que se unía a la com-
pañera por sobre el apero o el recado con un lazo suficientemente
resistente. A esta operación se denominaba “enlasillar” las chi-
guas. (11)
El número de animales que integraban las tropas variaba
considerablemente según los productos que se transportaban y
las distancias que se recorrieran.
Conforme a las referencias de Don Salvador Gatica de Luján
(San Luis) la última tropa organizada que anduvo por el noroeste
de nuestra provincia fue la de Don Segundo Agüero, riojano.
Cuando los animales tenían algún problema en las extremi-
dades y a fin de que fueran entrando en calor previo a la tarea de
ensillarlos y cargarlos, se les hacían dar unas vueltas como si se
tratara de la vuelta a la estaca.
En el momento de aperarlos y acomodarles la carga se les
ataba la cabeza con un poncho.
Cada animal llevaba una carga equivalente a 60 kilos más o
menos y según el tiempo, la estación, y el camino, se hacían 40 a 50
kilómetros de recorrido por jornada.
En la tropa iba un animal al que llamaban “el carguero” que
era el que llevaba las árganas con charqui y vituallas. (12)
El transporte de mercaderías a lomo de mula se hizo hasta
comienzos de este siglo en que comenzaron a circular las tropas
de carros. (13)
En cuanto a las arrias de mulas sueltas, que generalmente
constituían grandes tropas que se llevaban a Bolivia, debemos de-
cir que las más numerosas que se han conocido en la provincia
fueron las que reunía en Quines Don Pilar Pereira. En la actuali-
dad continúa esa actividad su hijo Don Darío Pereira.
La compra de mulas la hacían directamente los señores Pe-
reira o por intermedio de otras personas en todos los puntos de la
provincia de San Luis y aun en provincias vecinas.
Don José F. Lucero de San José, Departamento San Martín
me ha referido que él solía comprar mulas en el sur (zona de Cerro

163
Colección Obras Completas

Varela, Zanjitas, El Cazador, Alto Pelado, etc.) y también en el De-


partamento La Paz de la provincia de Mendoza.
Esas tropas que traían del sur las pasaban por nuestra ciudad
por la calle Colón y las llevaban a Quines.
Debo hacer aquí referencia a las tropas de burros que mucha
utilidad prestaron en las sierras de San Luis para el transporte de mi-
nerales y siguen prestándolo en el acarreo de la leña a los centros po-
blados.
En nuestra niñez hemos tenido oportunidad de conducir es-
tas tropas, tarea que realizábamos en compañía de personas en-
tendidas en estos quehaceres.
En la década del cuarenta la explotación de wolfram, sche-
lita, berilo, tantalio, etc., dio lugar a la formación de estas tropas
debido a la carencia de caminos en las serranías sanluiseñas que
impedía la entrada de automotores.
Desde San Martín hemos hecho en reiteradas oportuni-
dades estos viajes a la zona de Cerro Horqueta (5 kilómetros al
sureste de Quines) llevando mercaderías (azúcar, yerba, fideos,
harina, alpargatas, conservas, vino, etc.) para regresar trayendo
mineral.
La ruta ordinaria era el camino de herradura que va por
El Hornito, Quebrada de San Vicente, Potrero de Gutiérrez,
Nido de las Catas y Cerro Horqueta. Normalmente el viaje se
hacía en dos jornadas con un descanso en el Potrero de Gu-
tiérrez.
La tropa estaba formada por ocho o diez animales y cada uno
llevaba una carga de 45 a 50 kilos. Quienes la guiábamos montá-
bamos en mulas.
De este medio de transporte se valieron muchos dueños de
explotaciones mineras para trasladar el producto hasta la pobla-
ción más cercana.
La tropa más importante que se conoció en la zona norte fue
la de Don José Carrizo que estaba integrada por unos veinte ani-
males y que hacía el transporte de mineral de la mina “Los Piqui-
llines” hasta San Martín.

164
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

La personalidad del arriero

No basta, sin duda, lo que hemos dicho a través de este traba-


jo para tener una imagen siquiera aproximada, de la personalidad
del arriero.
Su aparentemente simple tarea requiere una serie de condi-
ciones que deben darse simultáneamente en un mismo individuo,
para responder cabalmente a la exigencia del oficio.
En primer lugar el arriero debe ser un consumado baquiano.
Si no conoce a la perfección los caminos, los atajos, las sendas,
los empalmes, los ríos, las aguadas, los jagüeles, las isletas, los al-
bardones, las ensenadas; es decir por donde debe transitar con su
tropa; adónde irá a abrevar a su hacienda, o dónde debe buscar
reparo y seguridad cuando así lo exija la hora, las necesidades de
la marcha o las inclemencias del tiempo; evidentemente no puede
ser un buen arriero.
Todo esto lo tiene que conocer como la palma de la mano.
Para ahorrarse una jornada o dos, debe saber cortar campo
a través de treinta o cuarenta leguas por la pampa sin caminos,
sin árboles, sin accidentes, y “caer” justito a la encrucijada de los
caminos.
El oficio requiere, asimismo, condiciones de buen rastreador.
Cuántas veces en las zonas boscosas, las bestias cargadas, el
novillo mañero o la mula volvedora, se “cortan” de la tropa y se
internan en los laberintos del monte. De allí los saca solamente
quien sabe descifrar en los accidentes del suelo, la historia de las
idas y venidas.
Pero esto de ser buen baquiano y rastreador debe darse en
un hombre paciente y sufrido, que soporte sin una queja la sed, el
hambre, el frío, la lluvia, el calor, la fatiga.
Además el arriero debe saber por intuición y por experiencia
si la tormenta que se avecina traerá viento o piedra, para tomar
las providencias del caso (desensillar a tiempo; acomodar las car-
gas en lugar seguro; detener la marcha de la hacienda en paraje
propicio para el descanso, etc.); si la cerrazón que se cierne traerá
temporal o neblina; si los signos de alarma en la tropa obedecen a
la vecindad de un peligro cierto o a un simple papel o lona perdi-

165
Colección Obras Completas

dos en el camino; si las mulas bufan porque son ariscas nomás o


porque en la oscuridad de los chañarales o las zampas han descu-
bierto la presencia del puma en acecho.
Y en aquellos tiempos en que las indiadas amenazaban per-
manentemente el tránsito por los caminos, el arriero debía dis-
tinguir sin equivocarse si la polvareda que se levantaba en el ho-
rizonte era de gauchos que boleaban yeguas; de una galera que
en el afán de devorar distancias avanzaba a los barquinazos; si se
trataba de un regimiento de soldados o de los corredores del fortín
que andaban por la pampa procurándose una picana de avestruz
o una presa de guanaco.
No pocas veces esa polvareda anunciaba un malón, o sim-
plemente una partida de indios que entre un bárbaro griterío de
“ahaaaaa. ahaaaaa... ahaaaaa...” se acercaba a la carrera de sus po-
tros después de salir sorpresivamente por detrás de los médanos.
Así cayeron muchos de esos hombres pacíficos y sufridos y ni si-
quiera una cruz de palo recuerda su holocausto.
Los que no murieron bajo las chuzas indias murieron de can-
sancio, de pobreza y olvido. Por eso la tristeza criolla no es una
mera figura retórica y rastreando en la vida de un arriero se la pue-
de encontrar sin necesidad de andar leguas.
En un reportaje grabado que hizo la doctora Delia Gatica de
Montiveros en enero de 1968, Don Juan Quiroga del Vinagrillo,
de 75 años de edad, le decía que cuando él era más “jovenón” se
ocupaba de tropero, y recorría las sesenta leguas que hay de Villa
Mercedes a Buena Esperanza, ida y vuelta con arreo.
Y acollarando con un dejo de nostalgia sus recuerdos, Don
Juan Quiroga exclamaba: “Qué vida triste es la del arriero: Venga
frío, venga viento, venga helada; el arriero no puede desamparar
la hacienda.”

Arrieros puntanos
Desgraciadamente durante años se nos fueron perdiendo nom-
bres para esta humilde historia.
Aquí mencionaremos a los que hemos conocido personalmen-
te o por referencias. Muchos de ellos nos enseñaron a trajinar distan-

166
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

cias detrás de la tropa por esos caminos que ahora volvemos a andar
en la evocación: Don Guillermo Ledesma (f.), Don José Saldaña (f.),
Don Justino Suárez (f.), Don Ranulfo Barroso (f.), Don Pedrito Rodrí-
guez (f.), Martín Gutiérrez (f.), del Departamento San Martín.
Don Facundo Quiroga de Buena Esperanza y Don Ambrosio
Morán de Bagual, Departamento Dupuy.
Enrique Ysaguirre (14), Eusebio Quiroga (15) y Luis Alberto
Aguilera (16) de Villa Mercedes.
Roberto Rodríguez (17) de Estación Mercedes e Ignacio Gon-
zález de Ruta 7 Justo Daract.
De San José del Morro tenemos que citar a Don Aparicio Cas-
tro (f.), Don Julio Suárez (f.) y Don Cristobalino Soloa. (18)
De Juan Llerena Don Domingo Pérez y Don Pascual Gonzá-
lez. (19)
En el Departamento Chacabuco Don Adolfo Bello de Las
Toscas y José Brito de Pozo Cavado. (20)
De Merlo citaremos también dos nombres: Don Domingo
Fuentes (f.) y Don Indalecio Camargo. (21)
De Candelaria Don Justino Ruartes nacido en Balde de los To-
rres, 80 años, quien en el año 1929 arreó con Don Tomás Arabel (ac-
tualmente 80 años) y Don Humberto Pereira (oriundo de Luján, ac-
tualmente 75 años, residente en Corral de Isaac), una tropa de 1.500
novillos dividida en varias remesas, a través de la Pampa de las Sali-
nas, con destino a San Juan. (22) También de Candelaria debemos citar
a Don Marcelino Gutiérrez.
En Luján, Departamento Ayacucho, Don José Juri y Don Julián
Sosa. (23)
Tenemos que mencionar, asimismo, a Don Juan Quiroga del
Vinagrillo, Departamento Ayacucho y Don Mauricio Palma del Pozo
Verde, Departamento La Capital (hoy Pueyrredón)
Finalmente el nombre de dos arrieros que a comienzos del siglo
pasado trajinaron leguas desde el Rincón de Santa Bárbara y llega-
ron a la capital puntana con hacienda vacuna, mulas, cargas de tri-
go, maíz, etc., que aportaba el vecindario en carácter de diezmo: Don
Bruno Roldán y Don Polonio Coria. (24)
Entre los firmantes del acta del juramento de la Independencia
declarada por el Congreso de Tucumán realizado en Santa Bárbara

167
Colección Obras Completas

el 4 de setiembre de 1816, figura Don Bruno Roldán junto a otros de


alcurnia (Don Prudencio Vidal Guiñazú por ejemplo, que sería des-
pués gobernador de San Luis) jurando fidelidad a la libertad de la Pa-
tria recién inaugurada. (25)
A través de los años hemos tenido la suerte de conocer arrie-
ros, rastreadores, mineros, pastores, domadores, guitarreros, etc.; de
compartir sus trabajos y sus sueños y aprender algo de lo mucho que
ellos saben.
Y si bien es cierto que cada uno hace lo suyo con amor, estamos
en condiciones de afirmar que pocos quehaceres enraizan en el alma
del hombre con tanta pasión como la del arriero.
Un día le preguntaba a un arriero del norte de mi provincia si le
gustaba el oficio. Me contestó con estas palabras: “Arrear es hermoso
amigo, porque hasta el silbo y el canto parecen más lindos. Pero la hora
triste es la del anochecer cuando bala la hacienda y uno se acuerda del
pago.”
Sin embargo he conocido otro caso al revés. Me lo ha referido Ju-
vencio Oscarival Véliz de Laguna Larga (San Luis).
Un amigo suyo le contaba que una vez se fue con hacienda al sur
y le tocó quedarse solo en una estancia durante varios días. Y era tan
grande el silencio y la soledad que al atardecer apartaba los terneros
para que balaran las vacas...
Modos de ver las cosas. Pero lo cierto es que en el alma del criollo
el balido del animal, el andar por los caminos y el recuerdo del pago,
adquieren su real profundidad a la hora del atardecer; cuando la noche
prepara con un sordo rumor de pajonales, su magia de fogones, de es-
trellas y luciérnagas.

1. Autor citado “Lenguaraz” págs. 119/120, Edit. Kraft, Buenos Aires 1955.
2. “Diccionario Folklórico Argentino” t. II pág. 411, Edit. Lasserre, Buenos Aires
1964.
3. Carlos Antonio Moncaut “Reseros, saladeros, mataderos y mercados”, artículo
publicado en el diario “El Día”, La Plata, 25/5/1958.
4. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 1 Documento 32.
5. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 3 Documento 443.
6. Trascripto por Pedro Inchauspe en “La Tradición y el gaucho” pág. 209, Edit.

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Kraft, Buenos Aires 1956.


7. Juan Draghi Lucero “‘Panorama Histórico-Folklórico de Cuyo” Revista “Folklo-
re” págs. 50/52 sin mención de fecha y número.
8. Aut. y op. cit. pág. 124, Edit. Espasa-Calpe Argentina SA -Colección Austral,
Buenos Aires, 1946.
9. Julio César Raffo de la Reta “Lecciones de Historia Argentina” pág. 214, Edit.
Estrada (24ª ed.) Buenos Aires. 1964.
10. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 59 Documento 5690.
11. Datos de Don Salvador Gatica de Luján (San Luis).
12. Datos de Don Salvador Gatica de Luján (San Luis).
13. Datos de la señora María Inés Pérez Ligeón de Silva, de Luján (San Luis).
14. Domiciliado en Chile y 1º de Mayo.
15. Domiciliado en Pringles s/n.
16. Domiciliado en Betbeder 552.
17. Domiciliado en Santa Fe 522.
18. Datos de Don Moisés Hipólito Luna, de Juan Llerena (San Luis)
19. Datos de Don Moisés Hipólito Luna, de Juan Llerena (San Luis)
20. Datos de la señora Dora Ochoa de Masramón, de Concarán (San Luis).
21. Datos de Don Carlos S. Rodríguez, de Merlo (San Luis)
22. Datos de Don Teófilo Lucero, de Quines (San Luis)
23. Datos de la señora María Inés Pérez Ligeón de Silva.
24. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis. Carpeta Nº 30 Documento 3421
y Carpeta Nº 29 Documento 3332.
25. Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, Carpeta Nº 20 Documento 2492
fs. 122.

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Paremiología Sanluiseña

1. CUANDO LA LIMOSNA ES GRANDE HASTA EL SANTO DES-


CONFÍA: Significa que cuando a una persona se le prodigan aten-
ciones o favores desacostumbrados, debe andar con cautela por-
que detrás de ese favor hay un interés egoísta.
2. COMO SANTO QUE SE LE HA PASADO EL DÍA: Taciturno, tris-
te.
3. YA ESTÁ CON EL PIE EN EL ESTRIBO: Pronto a emprender via-
je; en vísperas de irse,
4. EL BUEY LERDO BEBE AGUA TURBIA: El último en llegar
debe conformarse con lo que le han dejado los más listos.
5. DE UN LADO PARA OTRO COMO ZAPALLO EN CARRO: Si-
milar a “Me tienen como maleta de loco”; o sea que lo llevan de
sitio en sitio sin necesidad; o que ha andado a la deriva de lugar
en lugar.
6. MÁS LARGO QUE ESPERANZA DE POBRE: Extensión desme-
dida.
7. HIJO DE TIGRE OVERO TIENE QUE SER: Equivalente a: “De
tal palo tal astilla”. Se dice cuando se quiere significar que el hijo ha
heredado las mismas condiciones del padre y se emplea general-
mente cuando se quiere poner de manifiesto el arrojo, la baquía,
la destreza, la decisión o la viveza de una persona.
8. ESA ES LA MADRE DEL CORDERO: Esa es la solución del caso;
el quid de la cuestión; el verdadero sentido de lo expresado.
9. ESO VA A DURAR LO QUE DURA UN CORDERO GORDO EN
LA MAJADA DE UN POBRE: Es decir que va a ser de efímera du-
ración; de corta vida. “Ese lazo ‘ingerido’ te va a durar lo que dura

171
Colección Obras Completas

un cordero gordo en la majada de un pobre.”


10. SE ESTÁN YENDO EN PARTIDAS: En aprontes; en preparati-
vos. “Esos guitarreros se están yendo en partidas...” se dice cuando
los ejecutantes afinan por un tiempo prolongado sus instrumentos.
11. SE LEVANTÓ COMO LECHE HERVIDA: Se sulfuró; se enojó.
Reaccionó violentamente de palabra o de hecho.
12. AMONTONADOS COMO PIOJO EN COSTURA: Aglomerados.
“Cuando entraron los caballos a la cancha los paisanos se amon-
tonaron como piojo en costura.”
13. SE QUEDÓ CON LA SANGRE EN EL OJO: Intrigado. Equiva-
lente a: “Se quedó con la espina”. Con el convencimiento que no
podía o no debía suceder como sucedió. “Le ganaron la carrera y
se quedó con la sangre en el ojo”.
14. LO HAN CINCHADO FLOJO: Cuando una persona se muestra
tímida, indecisa.
15. COMO PELUDO DE REGALO: Llegar en el momento oportu-
no.
16. EL QUE NO LLORA NO MAMA: El que no reclama su derecho
lo pierde.
17. EN LA CANCHA SE VEN LOS PINGOS: Puestos en el trance
(trabajar, pelear, etc.) se verá cuál es mejor.
18. MÁS FIERO QUE SUSTO A MEDIANOCHE: Persona de as-
pecto desagradable.
19. AL GOLPE DEL HACHA: Sin apuro.
20. NO SE LA VA LLEVAR DE ARRIBA: No le va a ser fácil.
21. CAYÓ EL CHIVO EN EL LAZO: Cayó en la trampa tendida.
22. MÁS CONOCIDO QUE LA RUDA: Muy popular.
23. MAS VALE LLEGAR A TIEMPO QUE SER INVITADO: Es pre-
ferible llegar oportunamente aunque no se haya tenido informa-
ción del acontecimiento. Se dice por ejemplo, cuando uno llega a
un baile, asado, cumpleaños, etc., sin saber que se realizaría.
24. NO HAY QUIEN LE PISE EL PONCHO: No hay quien lo supe-
re.
25. NO HAY VUELTA QUE DARLE: Equivalente a las siguientes
expresiones: “Es al cuete”; “Es al ñudo”, o sea que todo es en vano.
26. DESPUÉS QUE SE VAN LAS YEGUAS SON LAS GANAS DE
BOLEAR: Reacción tardía. Pretender hacer una cosa después que

172
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

ha pasado el momento oportuno.


27. ENTRADOR COMO PERRO DE RICO: Persona entrometida o
desenfadada. Se dice de aquel que pretende tomar participación o
intervenir en todo.
28. DELICADO COMO HIJA DE ESTANCIERO: Persona con mu-
chas pretensiones. Que se molesta por cualquier cosa.
29. SALGA PATO O GALLARETA: Equivalente a “Salga como sal-
ga”. Acción o empresa que se acomete sin tener certeza del resul-
tado.
30. POR LA PLATA BAILA EL MONO: Persona que realiza algo
por interés material.
31. NO PREGUNTO CUÁNTOS SON SINO QUE VAYAN SALIEN-
DO: Desafío que se formula incondicionalmente.
32. AL QUE MADRUGA DIOS LO AYUDA: Expresión opuesta a
“Buey lerdo bebe agua turbia”.
33. TIENE MÁS VUELTAS QUE GALLETA EN BOCA DE VIEJO:
Persona inconsecuente, “mañosa”.
34. NO ANDE CON MEDIOS DÍAS HABIENDO DÍAS ENTEROS:
Que no repare en los detalles o que no oponga excusas triviales.
35. VERDE COMO COLA DE LORO: Flojo, esquivo para el trabajo
o inhábil para realizar un ejercicio de destreza.
36. CÓMO SERA EL PANTANO QUE EL SAPO PASA AL GALOPE:
Se le dice a una persona que cuenta haber realizado una acción
importante conociéndole su incapacidad en tal sentido.
37. LA BOTA DE POTRO NO ES PA’ LOS GRINGOS: Empresa cuya
magnitud supera la capacidad de quien la va a realizar. Ejercicio o
trabajo inadecuado para la habilidad o condiciones personales de
alguien.
38. COMO PERRO EN CANCHA E’ BOCHAS: Perdido, desorien-
tado, desubicado.
39. NO HAY UN MANSO PARA ACOLLARAR UN CHÚCARO: Sig-
nifica que todos los presentes, o los habitantes de un pueblo, o los
integrantes de una familia, etc., son en su generalidad de carácter
irascible, violento o pendenciero.
40. NO POR MUCHO MADRUGAR SE AMANECE MÁS TEMPRA-
NO: No siempre obrando con rapidez o anticipación se consigue
lo que se quiere.

173
Colección Obras Completas

41. MÁS METIDO QUE PUPO E’ GORDA: Muy enamorado.


42. SEGUIDOR COMO PERRO E’ SULKY: Persona que muestra
constante disposición de trabajar, divertirse, cantar, jugar, etc.
43. PRENDIDO COMO CHINCHA E’ MOLLE: Presente en la
emergencia; participando con entusiasmo de algo.
44. LO LIMPIARON COMO ZAGUÁN DE RICO: Lo excluyeron
terminantemente.
45. QUÉ PATA LOCA DEJAR EL NIDO: Expresión que alude iróni-
camente a una persona de pie grande.
46. SE DEFENDIÓ COMO GATO ENTRE LA LEÑA: Se defendió
tenazmente.
47. CUANDO LLUEVE TODO SE MOJA: Se dice cuando aprove-
chando la oportunidad se hacen dos o más cosas al mismo tiem-
po. Equivale a “matar dos pájaros de un tiro”.
48. NO HAY SER TAN LION: Es decir no ha de ser tan guapo; tan bravo.
49. PERDIDO COMO TURCO EN LA NEBLINA: Desorientado;
desubicado.
50. NO ME APURE SI ME QUIERE SACAR BUENO: Significa que
se le dé el tiempo necesario para hacer correctamente lo que se le
pide o manda.
51. CORTA UN PELO AL AIRE: Se dice cuando el cuchillo está
bien afilado.
52. LO DEJÓ A LA ALTURA DE UN POROTO: Lo superó visible-
mente.
53. DONDE HAY UNOS HAY OTROS: Significa que no debe ha-
cerse alarde de hombría porque otro puede salirle al encuentro.
54. SE LE HAN ENFRIADO LOS PIES: Se ha desanimado.
55. LO AGARRÓ CON LOS PANTALONES EN LA MANO: Lo tomó
desprevenido.
56. YO TE VOY A ENSEÑAR CUÁNTOS PARES SON TRES BO-
TINES: Llamado de atención. Se le dice a una persona que ha co-
metido una acción incorrecta. “Seguí provocándome y yo te voy
enseñar cuántos pares son tres botines”.
57. SE ME HACE EL CAMPO ORÉGANO: Es decir que se hace fácil
realizar tal o cual cosa.
58. MÁS SECO QUE LENGUA DE LORO: Se dice cuando se anda
sin dinero o se usa en expresiones como esta: “Conviden con un

174
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

trago que tengo la boca seca como lengua e’ loro”.


59. MÁS LOCO QUE YEGUA PARIDA: Persona de carácter violen-
to; irascible.
60. SE VINO COMO GATO AL BOFE: Reaccionó de inmediato. Dejó
su sitio para incorporarse apresuradamente al grupo donde se en-
contraba el autor de la expresión. Apresurarse a participar de algo:
“Vio que empezaron a tirar la taba y se vino como gato al bofe”.
61. QUÉ SABE EL CHANCHO DE FRENO Y EL AVESTRUZ DE
BOZAL: Alude a la ignorancia de alguien en relación a determi-
nado asunto.
62. NO SE HA DE MORIR DE ANTOJO: No se ha de quedar con
deseos de pelear.
63. NO HAY MAL QUE DURE CIEN AÑOS: Significa que las adver-
sidades son siempre transitorias.
64. EL QUE TIENE COLA DE PAJA TIENE MIEDO QUE SE LE
QUEME: Se dice cuando una persona procura formular su defen-
sa antes que le hagan cargo de alguna falta.
65. COMO PAN QUE NO SE VENDE Y HARINA QUE NO SE AMA-
SA: Sin llamar a nadie la atención. Comentando un baile por ejem-
plo, se dice: “De consentida la Vicenta se pasó la noche como pan
que no se vende y harina que no se amasa.”
66. METELE QUE SON PASTELES: Es decir que vale la pena em-
prender la acción.
67. DEJATE DE CANTAR CHICHARRA: Chicharra = cigarra, insecto
de canto monótono y largo. Por analogía se emplea aquella expre-
sión cuando una persona está aburriendo con su charla sin interés.
68. NUNCA FALTA UN BUEY CORNETA: Es decir que no falta al-
guien que eche a perder la fiesta, la diversión.
69. NO SE HA DE IR CON TODA LA LANA HABIENDO ALAM-
BRE DE PÚA: O sea que no todo ha de resultar como él pretende.
70. APROVECHÁ GAVIOTA QUE NO TE VERÁS EN OTRA: Ex-
hortación a que aproveche la oportunidad que se presenta.
71. SE VOLVIÓ POR SOBRE EL LAZO: En la jerga campesina se
usa esta expresión cuando enlazado un animal se vuelve contra el
enlazador en actitud agresiva. Por analogía se dice cuando a una
persona se la atrapa con un argumento y dicha persona contraata-
ca empleando ese mismo argumento.

175
Colección Obras Completas

72. LE IBA PISANDO LOS TALONES: Lo iba siguiendo de cerca.


73. AÑO DE NIEVE, AÑO DE BIENES: O sea que el año en que se
producen buenas nevadas en invierno, es prometedor de abun-
dantes cosechas en verano.
74. CHILÍN CAMPANA: Guardar silencio. Reservarse el comenta-
rio para oportunidad más propicia.

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

GLOSARIO

AGUA DE PASTO: Agua fría que previamente se ha hervido con


algún yuyo.
ALBARDÓN: Zona que sobresale en los parajes anegadizos y don-
de se refugia la hacienda en caso de inundación.
ALERO: La parte saliente del techo del rancho.
APAREJO: Especie de albarda que va sobre los peleros y que se
asegura con dos cinchas puestas por debajo de la panza del ani-
mal. Las cargas que van sobre el aparejo a ambos lados, se llaman
tercios, y la que va entre los tercios, soborno.
APLASTADO: Cansado.
ARROBA: Medida de peso equivalente a 10 kilogramos.
ARROPARSE: Abrigarse.
ATAJO: Cortada.
BAGUAL: Arisco, cimarrón. Tiene otra acepción referida al caba-
llo: Se llama así al equino de vasadura acostumbrado al terreno
llano que se despía con facilidad andando en la sierra. Era lo que
ocurría con los caballos de los ranqueles y por esa causa no se in-
ternaban demasiado en la región serrana de nuestra provincia.
BOMBERO: Era el indio que cumplía funciones de espía. Dice el
general Ignacio Garmendia: “No hay nada que se compare con
el bombero que los caciques elegían para tan delicada misión, el
bombero pampa. Y Álvaro Yunque comenta: “El vigía, no solo es
el más fuerte de los lanceros y el más hábil de los jinetes y el que
posee la más privilegiada de las vistas para atalayar y el baquiano
más conocedor de los bosques, aguadas, pajonales, guadales o sa-
linas; es asimismo el más dispuesto a morir. No habrá amenaza ni
tortura que le arranque otra frase: ‘No sé nada’. Y si pensamos que,
a veces, ese bombero es un niño de catorce años, el cual puesto
ante Rosas y después de haber visto fusilar a otros bomberos, res-
ponde imperturbable: ‘Soy hombre’ ¡Puedo morir!...”

177
Colección Obras Completas

BOTA DE POTRO: “El gaucho -dice Francisco I. Castro- confec-


cionaba las botas para su uso fabricándolas con cuero de potro,
potrillo o vaca. Preferiblemente de potro. Se corta en redondo el
cuero de la pata del animal, desprendiéndolo hasta abajo del ga-
rrón, después se desarticula el nudo, quedando, así, libre la parte
de la canilla, se liga ésta con una soga que se ajusta haciéndole
torniquete con un palo. Con este cuero de la canilla se forma el pie
de la bota, el garrón forma el talón. Se descarna y soba prolijamen-
te, dándole poco a poco la forma apropiada del pie. La punta de la
bota se la cierra cosiéndola con tientos. Para estribar entre los de-
dos, cuando se usa estribo de botón o de pichico, se deja abierta la
punta de la bota, cortada en forma que permita salir los primeros
dedos del pie. Esta bota de punta abierta era usual entre la gente
del campo. Generalmente las botas eran lonjeadas, pero algunos
las usaban con todo el pelo, por el abrigo que este proporcionaba
durante el invierno. Las botas de potro se aseguran arriba de la
pantorrilla con una liga de tejido, de una pulgada de ancho y algo
más de un metro de largo, con flecos y borlas en los extremos. Se
ata con un nudo especial llamado nudo de liga. Se usó mucho la
“liga pampa” con tejido, dibujos y colores característicos. La bota
de potro desapareció a fines del siglo pasado cuando dejó de usar-
se el calzoncillo cribado; sin embargo alguna que otra persona la
usaba algunas veces, como curiosidad; las últimas que vi usar, fue
hace unos veinticinco años, a Alfredo Guerri, puestero de uno de
mis establecimientos de campo en el sur de San Luis, pero no usa-
ba chiripá sino bombacha.”
CABRILLONA: Caprino de edad intermedia entre el cabrito y la
cabra.
CACIQUE: Jefe de la tribu. Famosos caciques en el territorio ar-
gentino fueron Calfucurá, Namuncurá, Yanquetruz, Pincén, Pai-
né, Mariano Rosas, Baigorrita, Catriel y Saihueque.
CALDERA: Especie de jarra destinada a hervir el agua para el mate.
CENCERRO: Campanilla de bronce que se le coloca en el cogote
a la “madrina”.
CENIZA DE JUME: Ceniza que se obtiene de la planta del mismo
nombre, haciendo un “rodeado” y quemando la ramazón sin que
arda. Para ir matando las llamas se utiliza una rama verde del mis-

178
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

mo jume o de otro árbol. La ceniza de jume se utiliza para hacer


jabón; como detergente; para sacarle brillo a los objetos de plata
(cabo del cuchillo, rastra, cabo del rebenque, espuelas, casquillos,
cabeza de los bastos, etc., etc.) y para preparar la mazamorra.
CIMARRÓN: El mate amargo.
CLAVADA: Se dice cuando la taba al ser arrojada y tocar tierra,
queda “seca” o “muda”, sin desplazarse hacia ningún lado. Para
que esto ocurra tiene que picar con el filo del lado del azar y con
una inclinación aproximada de 45 grados.
COLORADO PAMPA: Animal colorado que tiene la parte anterior
y lateral de la cabeza de color blanco.
COMILONA: Almuerzo o cena servidos abundantemente.
CUATRERO: Ladrón de ganado.
CHAMBAO: Jarro de asta. Entre los efectos que desde Santa Bár-
bara remitió Don José Marcos Guiñazú al teniente gobernador
Dupuy como contribución para el Ejército de los Andes, figuran
nueve pares de chifles y media docena de chambados.
CHARQUIAR: Tomarse del cojinillo para no caer cuando el ani-
mal corcovea.
CHASQUE: Jinete portador de una comunicación urgente remiti-
da por autoridad civil o militar.
Al respecto dice Álvaro Yunque: “Chasque” del quichua: “Chas-
qui”: mensajero, jinete portador de una orden militar. Chasqui
quiere decir “¡Toma!”; según Solórzano, y según Montesinos: “El
que recibe”. En el imperio incaico había un excelente servicio de
chasques a pie, grandes corredores. En el diario de Luis de la Cruz
se lee: “El comandante determinó mandar un chasque, o correo al
día siguiente”. En Perú y Bolivia se dice “chasqui” considerándose
que “chasque” es anticuada, a la inversa en Argentina, donde la
voz anticuada es “chasqui”. Alfredo Ebelot recuerda esta noticia en
un diario del país: “El chasque de Bahía Blanca a Patagones no
había sido muerto por los indios. Se extravió y pereció de sed. Han
hallado su cadáver, y un poco más, allá colgando de un árbol, la
valija de la correspondencia...” El servicio de chasques estuvo en
vigencia en nuestro país como un empleo remunerado. El mismo
ingeniero francés relata el diálogo con un paisano de apellido Sar-
miento oriundo de San Juan que se decía pariente del ex presiden-

179
Colección Obras Completas

te, contratado para hacer de baqueano y que se presentó montado


en pelo en un caballo flaco.
- ¿Tu recado?
- No lo tengo. Es mi modo de viajar.
- ¿Harás la expedición en pelo?
- He hecho otras peores.
- ¿Cómo dormirás?
- En el suelo.
- ¿Con este ponchito viejo para taparte?
- ¿Qué vamos a hacer? No tengo otro.
- ¡Idea rara, la de venir sin recado!
- Le voy a explicar. Es una idea que se me ocurrió cuando hacía el
servicio de chasque a Patagones. De tres viajes, había dos en que
me correteaban los indios. Tenía que dejar el caballo ensillado y
saltar en pelo en el caballo de reserva, puesto que cada vez estaba
en un tris de ser agarrado. Los indios aprovechaban mis recados, y
en los principios, como un zonzo, compraba nuevos a medida que
me los quitaban. He suprimido el recado. Todo está en acostum-
brarse. Estoy acostumbrado.
- ¿Has hecho este servicio mucho tiempo?
-Tres años. Dos viajes por mes. Es buen trote.
- ¿Son sesenta leguas de Bahía Blanca a Patagones?
- Sesenta larguitas.
Chasques famosos en nuestro país fueron Alico Ferreyra (santia-
gueño) que en 1840 fue portador del mensaje que Lamadrid le re-
mitió a Lavalle (en el puerto de Diamante) y que pasó por Santa Fe
arreando unos bueyes para no despertar sospechas.
El que de Catamarca viajó a San Nicolás para llevar el nombra-
miento a Urquiza que había sido designado por la Legislatura para
representar a aquella provincia en la asamblea de gobernadores y
que recorrió 772 kilómetros en nueve días. Promedio 86 kilóme-
tros por día.
El que mandó Belgrano a Buenos Aires para comunicar la victoria
de Tucumán. Este chasque viajó a razón de 98 kilómetros por día.
El mayor Cayetano Grimau y Alves, comisionado por el presidente
del Congreso de Tucumán para llevar a Buenos Aires el Acta de la
Independencia. Debía cruzar zonas de mucho peligro por la pre-

180
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

sencia de José Artigas levantado en armas contra el Gobierno de


Buenos Aires. De pronto es descubierto por Moyano, oficial arti-
guista que lo persigue con saña. Pero no pudo darle alcance. Mon-
tado en un noble “malacara” “el jinete de la libertad” se hizo humo
en un inmenso monte de espinillos.
Durante el siglo pasado y hasta comienzos del presente, se utilizó
con frecuencia el servicio de chasques en nuestra provincia. Estos
raudos mensajeros llegaban a nuestra ciudad capital portando co-
rrespondencia y dinero. Fueron famosos en Las Chacras (Partido
de San Lorenzo, Departamento San Martín) Don Celestino Andi-
no y Don Ángel Alfonso.
CHIFLE: Asta de vacuno (generalmente de buey) arreglada para
transportar líquidos: agua, aguardiente, ginebra, alcohol, etc. En
las grandes travesías era un elemento indispensable. “Por supues-
to -dice Lucio V. Mansilla- un par de buenos chifles no ha de fal-
tarle a ninguno que quiera tener paz conmigo. Y con razón; el agua
suele ser escasa en la Pampa y nada desalienta y desmoraliza más
que la sed. Yo he resistido setenta y dos horas sin comer, pero sin
beber no he podido estar sino treinta y dos”.
Los chifles que usó el general San Martín en su campaña a Chile
estaban guarnecidos de plata, y en ellos llevaba agua y aguardien-
te mendocino.
DAÑO: Mal que se hace al cuerpo o al espíritu de una persona va-
liéndose de relaciones con mandinga.
DESOLLAR: Sacar el cuero a un animal.
EMBICHADO: Agusanado.
EMPALME: Unión de caminos.
ENCONTRONES: Incidentes.
ENHECHIZADO: Hechizado. Embrujado.
ENSENADA: Lugar del campo abrigado (reparo) donde se agrupa
la hacienda en días de intenso frío, nevada o escarchilla.
ESTAQUEADA: Castigo que se aplicaba colocando al individuo de
espaldas en el suelo y atándole las manos y pies de cuatro estacas
plantadas ex profeso. A veces se lo ataba de tal modo que el sujeto
quedara en el aire.
ENTRAÑAS: Vísceras. Intestinos.
ESQUILA: Tarea organizada que se realiza con el fin de sacar la

181
Colección Obras Completas

lana a las ovejas. Generalmente actúan allí los esquiladores, que


son los que pelan al animal; el agarrador, que manea las ovejas; el
curador, que cura con aceite quemado o alquitrán los tajos produ-
cidos por la tijera; el playero, que retira el vellón y da las fichas a los
esquiladores; y el envellonador, que ata los vellones procurando
que no se desarmen.
ISLETA: Lugar poblado de chañares, talas, algarrobos, etc. Las co-
pas de los árboles forman un techo ideal para defenderse de la tor-
menta o el temporal.
LENGUARAZ: Intermediario en la conversación entre un salvaje
y un “cristiano”. Lucio V. Mansilla dice que el lenguaraz es el “in-
térprete secretario, que ocupa la derecha del que hace cabeza”. “El
lenguaraz -dice Álvaro Yunque- es un personaje ya indio, ya cris-
tiano, que sabe el lenguaje de los pampas y de los huincas. O que
chapurrea uno y otro para servir de intérprete. Si es indio, es un
indio manso que vive próximo a la frontera. Si es cristiano, un an-
tiguo cautivo de ellos”.
Famosos lenguaraces fueron José Luis Molina que perteneció al
Escuadrón de Granaderos a Caballo y que fue considerado como
el mejor baquiano del sur de la provincia de Buenos Aires. Él guio
a los indios en el mentado malón a Dolores en 1821 de donde los
salvajes arrearon 150.000 cabezas de vacunos; Mora, que acom-
pañó a Lucio V. Mansilla en su “excursión” a los indios ranqueles;
Rufino Solano, de Azul, que murió ostentando el grado de capitán
logrado como intérprete; Eugenio Del Busto, que rescatado por
Rauch de los indígenas, peleó a su lado hasta que el general fue
muerto en Las Vizcacheras. Del Busto murió con el grado de coro-
nel y fue fundador de Junín y Bragado, poblaciones de la provincia
de Buenos Aires; Manuel Baigorria, el lenguaraz que acompañó a
los ranqueles en la toma de la posta del Saladillo de Ruiz Díaz en
1835.
MANGRULLO: Mirador construido con palos y destinado a ob-
servar a lo lejos los movimientos del campo, especialmente la
proximidad de los indios. En todas las estancias y fortines había
un mangrullo.
MANOSANTA: Persona que cura los males físicos y espirituales
colocando sus manos sobre el enfermo mientras reza o pronuncia

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

palabras rituales.
MATRONA: Partera.
MILICO: Integrante de los cuerpos armados que defendieron las
fronteras interiores. Algún día los argentinos tenemos que rescatar
su imagen porque sus virtudes guerreras, su coraje, su estoicismo
y su lealtad, pueden ser ofrecidos como ejemplo a los jóvenes que
hoy tienen la responsabilidad de integrar los cuadros de nuestras
fuerzas armadas.
OJO DE AGUA: Vertedero.
ORA: Derrame cerebral.
PALO A PIQUE: Palos plantados.
PARLAMENTO: “Conferencia, asamblea. Reunión de personas
notables de una tribu para tratar importantes asuntos y tomar
resoluciones. Estos parlamentos se realizaban para convenir ma-
lones, llevar la guerra a otra tribu, recibir una embajada enviada
por el gobierno, etc. Previamente se consultaba a las adivinas o
hechiceras. Después se reunían los indios, que se entregaban al
desenfreno y la borrachera. En estas circunstancias un indio vie-
jo exponía las razones que existían para hacer la guerra, llevar un
malón, etc. Cada indio hablaba por turno y al final, en medio de
gran vocerío y confusión, se resolvía la guerra y todos los indios se
juntaban para pelear con el máximo de su capacidad”. (Francisco
I. Castro).
Lucio V. Mansilla lo describe así: “Un parlamento se inicia con una
serie inacabable de salutaciones y preguntas, como verbigracia:
¿Cómo está usted?, ¿Cómo están sus jefes, oficiales y soldados?,
¿Cómo le ha ido a usted desde la última vez que nos vimos?, ¿No
ha habido alguna novedad en la frontera?, ¿No se le han perdido
algunos caballos?
Después siguen los mensajes, como por ejemplo: - Mi hermano o
mi padre, o mi primo, me ha encargado le diga a usted que se ale-
grará que esté usted bueno en compañía de todos los jefes, oficia-
les y soldados; que desea mucho conocerle; que tiene muy buenas
noticias de usted; que ha sabido que desea usted la paz y que eso
prueba que cree en Dios y que tiene un excelente corazón.
Después que pasan los saludos, cumplimientos y mensajes, se en-
tra a ventilar los negocios de importancia; y una vez terminados

183
Colección Obras Completas

estos, se entra al capítulo quejas y pedidos, que es el más fecundo”.


PARTE: Licencia que otorgaba la Administración de Correos para
viajar en diligencia. En ella constaba el itinerario del viaje y la fe-
cha. No debía estar enmendada y cada pasajero la entregaba en el
punto de destino.
PARAR RODEO: Reunir el ganado.
PAYANA: Juego de niños que se practica con piedritas.
PETACA: Caja o baúl de cuero.
PICHICO: Hueso pequeño del tarso de los cuadrúpedos. Los ni-
ños realizaban diversos juegos con pichicos de ovejas o corderos.
“Con pichicos de terneros se hacían estribos pampas para estribar
entre los dedos”. (Francisco I. Castro)
PIRCA: Pared de piedra superpuesta.
POSTILLONES: Ayudantes del maestro de posta. Acompañaban a
los viajeros hasta la próxima posta y volvían los caballos.
PULPERÍA: Negocio destinado a la venta de bebidas y artículos de
primera necesidad, prendas de vestir y baratijas. Era lugar de re-
unión de los gauchos y allí se daban y obtenían noticias de anima-
les extraviados; se concertaban carreras; se vendían cueros, pieles,
plumas, cerdas; se adquirían las prendas del apero y se hacía so-
ciabilidad.
En la pulpería el paisano jugaba al truco, al monte y a la taba, y
mientras bebía escuchaba al cantor del pago o al forastero que en
la guitarra ejecutaba estilos, tristes, vidalitas.
En estos lugares de reunión se concertaron mentadas payadas,
duelos a cuchillo y riñas de gallos. Era frecuente que las paredes de
la pulpería, blanqueadas a la ligera, estuvieran cubiertas de mar-
cas de caballos que los gauchos dibujaban con el cuchillo.
En el primer cuarto del siglo pasado tuvieron pulperías en San
Luis, Ysidro Suasti, Miguel Bernés, Santiago Cayme, José Laynes,
Juan Ruiz, Juan Vázquez, Antonio Bolvena, Bruno Carrera, Tomás
Varas y José del Valle.
En Santa Bárbara (actual San Martín) fue famosa la pulpería de
Don Pedro José Corvalán. La voz “pulpería” proviene de la palabra
mejicana “pulquería”, o sea lugar donde se vende “pulque” bebida
que se obtiene de la fermentación del magüey.
REATA: Aseguramiento de la carga por medio de sogas.

184
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

RETOBO: Cuero que hace las veces de forro. Se retoban las bolea-
doras, el mate, el cabo del rebenque, etc.
RONDAR: Dar vueltas a caballo la hacienda durante la noche o a
campo abierto, para evitar que se disperse.
RUANO: El caballo alazán con crin y cola blanca.
SACO DE CUERO: Bolsa de cuero.
TABA: Juego. Hueso de la pata del vacuno con un lado cóncavo
y otro plano. El cóncavo corresponde a la suerte; el plano al azar,
blanco o culo.
TERERÉ: El mate amargo cebado con agua fría.
TRILLA: Faena campera destinada a separar el grano del trigo. Se
hace en una era donde se pisa con una tropilla de yeguas.
YEGUA MADRINA: Equino hembra dotado de un cencerro al que
sigue la tropilla.
ZARZO: Artefacto casero de forma rectangular construido gene-
ralmente de caña, destinado a secar quesos, higos, pelones, des-
carozados, etc.

185
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

PERSONAS CITADAS

A Margarita Quiroga de Aberastain


Juan B. Ambrosetti
Wenceslao Alcaraz Felipe Aquín
José Agüero Sixto Alba
Prudencio Aguilar Arturo S. Atensio
Anfidamonte Gilberto Arce
Enrique R. Aftalión Claro Amaya
Emiliano Agúndez Molina Nicanor Allende
Ramón Andino Bernardo Abarca
Ramón Aostri Eloy Aguilar
Dardo Aguirre Carmen Albarracín
Alfredo Arias Santiago Albornoz
Eliseo Avellaneda (h) Luis Albornoz
José R. Alvarez Jesús Aguilera
Fray Wenceslao Achaval Segundo Agüero
Francisco Atensio Luis Alberto Aguilera
Irene Suárez de Adaro Tomás Arabel
Justo Pastor Argüello
José Argüello B
Carlos Alric
Juan Amaya Ranulfo Barroso
Francisca Agüero Adolfo Bello
Angela de Alfaro Eugenio Del Busto
Celedonio Alfaro Juan Barbeito
Tránsito Andino Fernando Becerra
Juana de Avellaneda Aroldo Bruno
Rosinda García de Allende Felipe Bartola
Segundo Aguirre Carmen Bustos
Mauricia Azcurra Valentín Becerra
José María Albornoz Salvador Bartola
Liboria Alcaraz Antonia Barbosa
Hermógenes Arce Berta Elena Vidal de Battini
Nicanor Allende María Luisa Bordón

187
Colección Obras Completas

Manuel Baigorria Félix Coluccio


Manuel Belgrano José Gregorio Calderón
Diego Bazán de Figueroa José Mariano Carreras
Emilio Federico Pablo Bonnet Francisco Concha
Florinda Argüello de Barzola Quicho Cortéz
Juan Barroso Olegario Cadelago
Jorge Bello Mateo Cabáñez
Agustín Barrera Vicente Cabáñez
Dámaso Barrera Jesús Cabáñez
Julián Barroso Juan Dionisio Camargo
Exequiel Barrios Olga Camargo
Gerónimo Blanco Juan Camargo (h)
Matías Balmaceda Julián Castro
Miguel Bernés Ignacio Carrizo
Antonio Bolvena Juan Antonio Casau
Anastasio Calderón
C Aparicio Castro
Indalecio Camargo
Augusto Raúl Cortazar Catriel Bruno Carrera
Calibar Pedro José Corvalán
Julio César
Francisco I. Castro CH
Ciriaco Castro
Concolorcorvo José Rosendo Chaves
Pedro Pablo Céliz Josefina Lucero de Chavez
Juan Cuello Fernando Chaves
Pedro José Corvalán Santiago Chacalén
Carramé Ernesto Chirino
Hermosinda de Cuello José Chaher
Carlos Carquín Arminda B. de Chaves
Fermín Calderón Rosendo Chaves
Liborio Calderón Isidro Chaves
Dominga Mercau de Carrizo Alfredo Chaves
Petronila de Castro Román Chaves
Apilmenia Cuello
Cecilio Correa D
Justina Ceballos

188
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Hipólito Delgado Fermín Fernández


María Cleofe de Díaz Fermín Funes
Ramona D. de Díaz Ernesto Funes
Juan Díaz Mino Frías
Vicente Dupuy Humberto Fernández Garro
Domingo Fuentes
E Alico Ferreyra

Alfredo Ebelot G
Francisco Escudero
Luciana Salinas de Escudero Juan García
Alejo Estigarribia Juan W. Gez
Agapito Escudero Ricardo Gutiérrez
Horacio Escudero Rumualdo Godoy
Octavio Gulñazú
F Marcos García
Marcos Gatica
Aquilino Fernández Fernando GiI
Francisco Flores Pablo Giménez
Nicasio Pompeyo Farías Prudencio Vidal Guiñazú
Joaquín Funes José García
José Frede (h) F. Marcos Guiñazú
Emeregildo Funes Salvador Gómez
Martín Fierro Timoteo Gordillo
Pedro Frutos Luisa González
Mastai Ferreti Antonio Godoy
Santos Funes Sllvestra Andrada de Gallardo
Hilda E. Fernández Ernesto Guiñazú
Ambrosia Barroso de Fernán- Simona de Garay
dez Herculano Gatica
María Gervasia Coria de Frías Vicente Gutiérrez
Reynaldo Fernández Marcelino Garro
Reimunda Funes Felisa de Gordillo
Bonifacia Romero de Funes Ricardo Güiraldes
Petronilo Fernández Zoilo Garro
José María Fernández Casimiro Gómez
Victorio Godoy Vélez

189
Colección Obras Completas

Maximino Garro José Juri


Aparicio Godoy
Napoleón García L
Manuel García
Carlos García José Miguel Lucero
Luis Guerrero José F. Lucero
Pantaleón Gil Benito Lucero
Antonio Gallardo Teófilo Lucero
Salvador Gatica José Marcelo Lucero
Martín Gutiérrez Tránsito Lucero
Ignacio González José López
Pascual González Eusebio López
Marcelino Gutiérrez Narciso Luna
Cayetano Grimau y Alves Moisés Hipólito Luna
Juan M. Godoy Moreno Silvano Lucero
Rainerio Lugones
H Pablo Lucero
Feliciano López
Francisco Bond Head Reyes Lucero
Homero Bernarda de Leyes
José Hernández Guillermina B. de Leyes
Martín Heredia Nicomedes Lucero
Hermano Francisco Ernesto L’Huillier
Hermano Juan Lázaro Lagos
Hermana Agustina Juan Draghi Lucero
Gregorio Herrera José O. Luna
Zacarías Lemos
I Guillermo Ledesma
Lamadrid
Pedro Inchauspe Lavalle
Enrique Izaguirre José Luis Molina
José Laynes
J
M
Pío Solano Jofré
Nicolás Jofré Dora Ochoa de Masramón
Blas Jofré Lucio V. Mansilla
Sebastián Jofré
190
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Aníbal Benjamín Molina Chacho Morán


Carlos Moyano Primitivo Mercau
Rosario Moreno Carlos Antonio Moncaut
Luis Miranda Ambrosio Morán Mora
Reynaldo Montiveros
Belisario Montiveros N
Juan Miranda
Santiago Muñoz Rufino Natel
Rómulo Moreno Dr. Norton
Cristino Moreno Ambrosio Olegario Natel
Mario Miranda Pascasio Nievas
Francisco Miranda Urbano J. Núñez
Bartolomé Mitre Vicente Núñez
Tte. Cnel. Moreyra Namuncurá
Mario M. Mallo
Madre María O
Julio Pérez Mañán
Remigia Miranda Federico Oberti
Miguel Mareque Salvador Oría
Ernesto Soulé Merlo Wenceslao Ortiz
José Martínez Juana Vda. de Ortiz
Guillermo Mackeit Issac Olguín
Ernesto Muñoz Pastor S. Obligado
Santos de Mendoza Diego Orozco
Bibiana S. de Matuz Pedro Olguín
José Ignacio Maldonado Carlos R. Olguín Pereyra
María D. Gatica de Montive- Raúl Ortelli
ros Héctor Rubelino Ojeda García
Alejandro Montiveros José Miguel Ojeda
José Melián Montiel Balleste- José Santos Ortiz
ros Ildefonso Ortiz
Víctor Morcón Víctor Ortiz
Adolfo Molina Moisés Ochoa
Pedro Montiveros Vicenta de Ortiz
Abraham Montenegro Pilar Puertas de Olguín
Joaquín Martínez Rafael Origone
Macario Morales Tomás Ochoa

191
Colección Obras Completas

Juan Oviedo Juan Pérez


Justo Ontiveros Juan Cancio Pereira
Humberto Páez
P Pedro Pereyra
Demetrio Pereira Ruiz
Chacho Peñaloza Roberto Prector
Joaquín Palacio Juan Martín de Pueyrredón
Lucio Pallero Eugenio Peña
Gilberto Pallero Pilar Pereira
Alejandro Pallero Darío Pereira
Reynaldo A. Pastor Domingo Pérez
Luis C. Pinto Humberto Pereira
Patroclo Mauricio Palma
Policleto Pincén
Plutarco
Miguel de Pinazo Q
Andrea Ponce
Juan Pujol Sergio Quinteros
Pichuin José Esteban Quiroga
Painé Juan Esteban Quiroga
Luis Palacios José Ramón Quiroga
Jacinta Romero de Ponce Nicolás Gil de Quiroga
F. Dalmiro Ponce Patricio Quiroga
Carlos Juan Ponce Olegario Quiroga
Bautista Psenda Ibrahin Quiroga
Domingo Pizarro Carlos Quiroga
Elena Pizarra Juan Quiroga
Segundo David Peralta Facundo Quiroga
Picardía Eusebio Quiroga
Gabriel Ponce Arturo Quevedo
José Pedernera Modesta Villegas de Quevedo
Abel Pérez Colato Quevedo
Venancio Pereyra Tranquilino Quevedo
Justo Pedernera Martín Quiroga
Delfín Ponce
Antonio Puertas R
Basilio Puertas

192
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Enrique Rosales Sandalia Sosa


Romualdo Rodríguez Juan Sosa
José Ramírez Justo P. Sáenz (h)
Marcos B. Reyes Haydée Etcheverry de Sosa
Carlos S. Rodríguez María Inés Pérez Ligeón de Sil-
Ramón Rosales va
Desiderio Erasmo Rosales Manuel Eduardo Silva
Goyo Rosas Suetonio
Julio A. Roca Fernán Silva Valdés
Ramón Esteban Ramos Tito Saubidet
Luis Reta Ángel Salcedo
Guillermo Rawson Cristobalino R. Soloa
Esteban N. R. Rojas Santos Silveira
Nicomedes Rodríguez Ignacio Suárez
Ignacio Roble Francisco Esteban de Serra
Juan Rojo José de San Martín
Rosario Robles Remedios Escalada de S. Martín
Rosa Ruartes Coronel Cornelio Saavedra
Olaya Romero Pancho Sierra
Justino Ruartes Guillermo Sosa
Justo Pastor Romero Lía Simona Pérez de Sosa
Máximo Rodríguez Julio Dante Salto Redivo
Moisés Ruiz Sara Severino de Sosa
Pepe Rivarola Ana Sosa
Cristóbal Francisco Rodríguez Raúl Segura
Carlos Rivas Samuel Segura
Pedro Rodríguez Salvador Segura
Roberto Rodríguez Ambrosio Suárez
Bruno Roldán Marqués de Sobremonte
Julio César Raffo de la Reta Sarniguet
Mariano Rosas José Saldaña
Justino Suárez
S Julio Suárez
Rufino Solano
Domingo Faustino Sarmiento Julián Sosa
José Sandes Ysidro Suasti
Mayor Ignacio Miguel Segovia

193
Colección Obras Completas

T Gervacio Véliz
Ricardo Véliz
Lindauro Torres Juvencio Oscarival Véliz
Nabor Torres Benjamín Villegas Basavilbaso
Niceto Torres Arbués Vílchez
Niceto Eulogio Torres Juan Vázquez
Segundo Torres Tomás Varas
Liberato Tobares Amaya José del Valle
Arolinda V. de Tobares Felipe Alfredo Véliz
César Tiempo Rafael J. Velazco
Raymundo Tulián Javier Vega
Tito Turri Amaro Villanueva
Federico Torres
Carlos Tomassini W

U Rufino Wanzo

Julio Díaz Usandivaras Y


Juan Carlos Díaz Usandivaras
Tomás Ulloqui Alvaro Yunque
Felipe Urquiza Yanquetruz
Juan Ybáñez
V
Z
Conrado Villegas
Pedro Videla Humberto Zavala
Gregorio Videla Guillermo Zavala
Roberto Velázquez
Petrona Vílchez
Blas de Videla
Avelina Castellano de Villamea
Viernes Scardulla
Iginia de Valdez
María Antonia Valdez
Antonia Valdez
Félix Vílchez
Viejo Vizcacha

194
FOLKLORE PUNTANO
(Año 1997)
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Prefacio
para la Segunda Edición

A veces las contingencias de un viaje nos proporcionan opor-


tunidad para aquilatar nuestras certezas.
Así fue como, al pasar en junio de este año por la ciudad de
Medina de Rioseco, histórico y antiquísimo emplazamiento urba-
no en la muy española provincia de Valladolid, la primera relación
que estableció mi memoria fue con la ciudad de San Luis de Loyo-
la y Nueva Medina de Rioseco de la Punta de los Venados, cuyos
juveniles cuatrocientos años habíamos celebrado ya en nuestro
país. La segunda relación que produjo mi pensamiento, y que pro-
dujo mi corazón, se dirigió al pequeño número de los habitantes
de dicha ciudad cuyana que, para mí, representan “la puntanidad”
por su saber y por su ser.
Entre esos pocos queridos y admirados nombres apareció
muy pronto el del Dr. Jesús Liberato Tobares.
Hoy recibo la noticia de que va a reeditarse su libro “Folklore
Puntano” y, sinceramente, lo celebro.
La reedición de un libro constituye un acontecimiento no
muy frecuente en nuestro medio; un hecho que nos habla de me-
tas alcanzadas, de lectores agradecidos, de jóvenes generaciones
interesadas por la continuidad de los saberes y, sobre todo, de un
autor vigente, actual, que obtiene por este medio la más auténtica
consagración: la que viene del público (“Vox populi, vox Dei”).
El Dr. Jesús Liberato Tobares es hombre de leyes y de letras,
sanluiseño, pues nació en la localidad de San Martín, recibió su tí-
tulo de abogado en la Universidad de La Plata y ha ocupado cargos

197
Colección Obras Completas

tan relevantes como los de juez de Primera Instancia en lo Civil,


Comercial y Minas, juez de la Cámara de Apelaciones en lo Civil
y Comercial y ministro del Superior de Justicia de la Provincia de
San Luis.
Su vocación de escritor se ha canalizado tanto hacia el ensa-
yo como hacia la poesía. En esta última ha mostrado una vertiente
clara y sonora, apta para cantar al paisaje y al hombre de su entra-
ñablemente amada tierra.
Como ensayista, a partir de su obra liminar “Sociología” se ha
volcado cada vez más con mayor profundidad hacia la indagación
de la cultura regional cuyana y sobre todo a las características que
dicha cultura presenta en San Luis. Allí es donde su experiencia
se ha hecho conciencia y se ha manifestado en rigurosos trabajos
de investigación, reveladores de tesoros culturales lugareños que
adornan por igual al pobre y al rico y solo se comparten con quie-
nes se aproximan con respeto y amor a aquellas fuentes prístinas.
Entre los ensayos de carácter antropológico debidos al Dr.
Tobares ocupa un lugar de singular importancia “Folklore Punta-
no”, el libro que hoy se reedita, que fue publicado inicialmente por
el Fondo Editorial Sanluiseño en 1990, con un bellísimo e incom-
parablemente autorizado prólogo de la Dra. María Delia Gatica de
Montiveros, figura preclara de la literatura y, en general, de la cul-
tura toda en tierras de San Luis.
Diré, como mínimo indicador de la organización interna de
este importante tomo, que está dividido en tres grandes partes cu-
yos títulos son “Precursores puntanos de la investigación folklóri-
ca”, “Folklore espiritual” y “Folklore material” pero no he de rese-
ñar los contenidos de sus distintos capítulos porque ya lo ha hecho
cabalmente la Dra. Gatica de Montiveros.
Prefiero señalar algunas de las virtudes poco frecuentes de
la obra que coinciden con los postulados tantas veces expuestos
en obras memorables por nuestro sabio maestro el Dr. Augusto
Raúl Cortazar: integralidad, funcionalidad social, encuadre histó-
rico y localización geográfica de los hechos. Virtudes derivadas sin
duda, en este caso, de la condición de su autor que, lejos de ser
alguien “llegado” al área estudiada, es un “nacido y criado” en ella,
cuyas vivencias emergentes adquieren pleno sentido cuando, con

198
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

técnicas científicas y visión dialéctica, se las brinda desde el libro.


Los mismos aires que alentaron el vuelo de esa insigne filó-
loga, maestra del folklore argentino y gran dama puntana que fue
la doctora Berta Elena Vidal de Battini, la misma ansia de com-
partir valores ancestrales que impulsaron la obra benemérita de
Dora Ochoa de Masramón, impulsaron al Dr. Tobares junto con la
Dra. Gatica de Montiveros y otras altas personalidades de la cul-
tura de San Luis a construir, bajo el patrocinio del gran precursor
Dalmiro S. Adaro, un centro modelo de estudios foklóricos. Desde
allí nos llegaron en reiteradas oportunidades noticias de una labor
sin desmayos y de alta calidad científica y literaria que apunta a la
historia general de la cultura del área con depurado fundamento
heurístico y lúcida visión hermenéutica.
La obra “Folklore Puntano” del Dr. Jesús Liberato Tobares se
inscribe entre los mayores exponentes de dicha producción y su
reedición conforma la identidad de un autor fecundo y la conti-
nuidad de su vocación feliz.
Celebrémosla todos alborozadamente.

Olga Fernández Latour de Botas


Miembro de Número de la Academia
Nacional de la Historia – 1995.

199
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Prólogo
de la Primera Edición

He aquí un libro de materia y esencia folklórica que nos per-


mite decir: Está colmado de puntanidad este bello y grande arcón.
Como por artes de maravilla todo será posible encontrar acá, lo
que hace, lo que piensa, lo que canta, lo que reza, lo que cuenta,
lo que sueña el hombre y la mujer del folk (pueblo), fundamental
basamento de la población de nuestra provincia. Guardada está
en el libro esa herencia de la tradición. Guardada para que no se
pierda; herencia para poder disponer legítimamente de ella, sin
menospreciarla ni dilapidarla.
El doctor Jesús Liberato Tobares que tanto lleva hecho por la
cultura de San Luis, nos entrega en esta obra el fruto de muchos
años de paciente investigación en toda la provincia. Su generosa
cosecha se presenta a la vez como una recreación. En efecto, deja
cálidamente recreada mediante la palabra escrita una cosmovisión
del mundo y de la vida de esos hombres que se mantienen con sus
familias cerca de la tierra, donde la naturaleza no se da en compar-
timentos separados, sino que entrega una y múltiple a los seres hu-
manos, a los animales, a las plantas, con los ríos, sierras, aires, cielos,
también para todos, la intuición luminosa de un mundo donde no
solamente se mora, antes bien, se aprende a crecer, a amar y a morir.
Conspicuo miembro del Centro de Investigaciones Folklóri-
cas “Prof. Dalmiro S. Adaro” desde su fundación en 1963, vicepre-
sidente desde los tiempos iniciales, el doctor Tobares es también
miembro de la SADE – Filial San Luis, de la Junta de Historia de
San Luis y de otras instituciones culturales. Hombre de letras y
destacado investigador, no pasa año sin que ofrezca logros de su
actividad intelectual. La presente obra Folklore Puntano será libro

201
Colección Obras Completas

clásico dentro de la bibliografía sanluiseña.


Después de hacer referencia a los precursores puntanos de la
investigación folklórica, divide el material reunido en dos grandes
rubros Folklore espiritual y Folklore material. En las fascinantes
áreas del primero se encuentran verdaderos tesoros del folklore
de la lengua en poesía, tonadas, coplas, romances, refranes etc.;
en narrativa leyendas, cuentos de variada temática; asimismo in-
teresantísimos usos y costumbres; la flor de la toponimia de va-
riado origen lingüístico y particular ajuste a la cosa denominada;
la gracia e intencionalidad de las danzas tradicionales y la música
convocante de los cantores populares.
Sumamente interesante los capítulos referidos a la medicina
popular, con el saber empírico de su patología etiología, síndrome
y terapéutica. Un saber y una praxis de vigencia milenaria se des-
cubren a veces de modo y manera que parece posible y es desear
una integración de las medicinas científica y folklórica.
¡Y los juegos...! Mundo que no pertenece solo a los niños sino
también a los adultos. ¡Quién no es proclive a evadirse de los pre-
supuestos de la razón y largarse por los andariveles de los juegos...!
La parte de este lúcido ensayo referida al folklore material es de una
policromía, de una intensidad vital que despierta entusiasmo, allí está el
folklore laboral que satisface exigencias y enaltece la condición humana
con el trabajo honesto; está allí la historia de la patria chica con sus me-
dios de transporte, allí las artesanías, obras de las manos del varón y de la
mujer puntanos, que más allá de conformar productos útiles para la exis-
tencia, se proyecta en planos de indudables artes. Y después las comidas
que fortifican la salud, y las bebidas de las rueda fraternal. Se concluye
con la vestimenta desde la moda colonial. El vestido que siempre vistió
e invistió. El vestido de nuestro folk que siempre aspiró al buen parecer.
Agradecemos al doctor Jesús Liberato Tobares, nacido en San
Martín, en una geografía de intensa hermosura que afinó sin duda
su sensibilidad de raigal poeta; investigador de gran honestidad;
ciudadano ecuánime, cual corresponde a un destacado hombre
de leyes, este libro de y para San Luis.

María Delia Gatica de Montiveros


San Luis, agosto de 1988.

202
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Precursores puntanos de
la investigación folklórica

Ilustres nombres registran los anales de la investigación fo-


lklórica sanluiseña. Ingenieros, agrimensores, educadores, aboga-
dos, escritores, historiadores y geógrafos, dejaron testimonio de su
preocupación por problemas inherentes a la realidad sanluiseña
que tocan al campo del folklore.
Entre estos estudiosos, que sin ser propiamente folklorólogos
abrieron la picada para la investigación folklórica, es justo nom-
brar a Germán Avé Lallemant, Felipe S. Velázquez, Juan T. Zavala,
Nicolás Jofré, Carmen Guiñazú de Berrondo, Antolín Magallanes,
Juan Wenceslao Gez, Dalmiro S. Adaro.

Germán Avé Lallemant

Este ilustrado ingeniero de minas de origen alemán, fue rec-


tor del Colegio Nacional, realizó en San Luis eruditas investiga-
ciones en materia minera y geológica; se preocupó por el estudio
de la flora; confeccionó el primer mapa de San Luis en 1882, con
el auspicio del Instituto Geográfico Argentino; escribió una geo-
grafía de San Luis con el nombre de “Memoria Descriptiva de la
Provincia de San Luis” publicada en 1888. Hay aquí datos sobre el
quehacer tradicional del hombre de San Luis, relacionado con la
fauna y flora autóctonas. Los trabajos y los días del puntano están
reflejados en esas páginas. La Dra. María Delia Gatica de Montive-
ros se ocupó de la contribución de Lallemant al estudio del pasado
de San Luis en el aspecto folklórico (1), igual que Don Juan Miguel
Otero Alric. (2)

203
Colección Obras Completas

Felipe S. Velázquez

Hombre público de vasta trayectoria. Publicó “Memoria Des-


criptiva de la Provincia de San Luis”, “El Chorrillero”, “El Estudioso
Argentino”, “Más allá de lo visible”, “Reflejos”, etc. En la “Memoria”
hay noticias sobre Pozo de Balde, represas, mensajerías, carros,
trabajos de labranzas, siembra, trilla, etc. (3)

Juan T. Zavala

Benemérito educador. Fue autor de dos capítulos de la “Me-


moria descriptiva” de Felipe S. Velázquez. Hay en ellos referencias
a medicina tradicional, supersticiones, trabajos, alusiones a la flo-
ra autóctona y su aprovechamiento. Con relación a la higuera dice:
“El vulgo cree que la higuera no florece como las demás faneróga-
mas, lo cual les ha dado tema para la siguiente leyenda: El árbol
según eso, es custodiado por el demonio y en un día indetermina-
do del año solo produce una flor blanca, de incomparable belleza,
la cual apenas tiene una noche de existencia. El diablo la cuida y el
mortal que quiere verla y poseerla tendrá que batirse con él; pero
en cambio, si es vencedor habrá adquirido la virtud de la buena
fortuna, es decir, obtendrá sin sacrificio alguno cuanto desea en el
mundo.”

Dr. Nicolás Jofré

Nació en San Francisco del Monte de Oro en 1863. Fue el


primero en San Luis que se ocupó -según sostiene la Dra. María
Delia Gatica de Montiveros del acervo tradicional del pueblo
dándole el nombre de folklore. Dejó al morir numerosas carpe-
tas inéditas, entre otras, dos referidas exclusivamente a temas
de tradición y folklore. Tenía un amplio conocimiento de los
trabajos rurales y de artesanías y es realmente lamentable que
aquellos trabajos inéditos no hayan sido recogidos por alguna
institución cultural o por el Estado para ser consultadas por los
estudiosos del folklore.

204
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Carmen Guiñazú de Berrondo

En 1924 publicó “El búho de la tradición”. Dice de él la Dra.


María Delia Gatica de Montiveros: “En sesenta cuadros Carmen
Guiñazú de Berrondo hace vivir a personas de diferente nivel
social, presenta estampas de costumbres, evoca la reciedumbre
moral de los puntanos de pura cepa, hace risueñas críticas, pro-
pone claros ejemplos de conducta, considera las tareas hogare-
ñas tradicionales, la despensa antigua, etc., etc. Se encuentran
en varios capítulos verdaderas perlas de nuestro folklore autén-
tico en vocabulario, modismos, coplas, leyendas, creencias, cos-
tumbres del folk, memorias de la época de las montoneras, como
las de la Chapanay, etc. Se habla también de la vivienda, de las
construcciones permanentes y transitorias, de comidas popula-
res, de los tejidos. (4)

Juan W. Gez

Nació en 1865. Historiador y geógrafo que en sus viajes de


estudio conoció palmo a palmo nuestra provincia. De allí viene
su profundo conocimiento de la vida popular y de los más va-
riados aspectos del folklore provincial. Ha dejado valiosas noti-
cias sobre medicina tradicional, toponimia, trabajos, lingüística
y costumbres.

Antolín Magallanes

Nació en Luján (SL) en 1878. Fue un valiente periodista. Fun-


dó y dirigió el Centro Artístico y Teatral “El Rancho”. Fue docente,
músico y poeta. En los últimos 25 años de su vida se dedicó a la
enseñanza de la música. Fundó y dirigió el conservatorio de guita-
rra “Tárrega”, el primero en su género en San Luis. Falleció en 1954.
Ha dejado valiosas monografías de ambiente popular. En
1976 el Centro de Investigaciones Folklóricas “Prof. Dalmiro S.
Adaro” hizo reimprimir esas monografías presentadas al Primer
Congreso de Historia de Cuyo realizado en Mendoza en 1937.

205
Colección Obras Completas

Dalmiro S. Adaro

Nació en 1861 y falleció en 1935. Docente de larga actuación.


Es el más destacado precursor de la investigación folklórica en San
Luis. Su obra más importante es “Fitotecnia o industrias criollas”.
La señora María Delia Gatica de Montiveros ha escrito sobre él
una sustanciosa semblanza. (5)

Berta Elena Vidal de Battini

Nació en San Luis el 10 de julio de 1900. Falleció en Buenos


Aires en 1984. Doctora en Filosofía y Letras. Se inició en la carre-
ra de investigadora en 1936 bajo la dirección del filólogo español
Amado Alonso. Su obra publicada en torno a la investigación fo-
lklórica es vastísima. Algunos de los títulos publicados son: “El
habla rural de San Luis”, “Mitos sanluiseños”, “El hombre lobo y
el hombre tigre en el folklore argentino”, “Cuentos y leyendas po-
pulares de la Argentina” (10 tomos), “Voces marinas en el habla
rural de San Luis”, “El léxico ganadero argentino”, “La oveja en la
Patagonia”, “Volcán, torrente de barro”, “La narrativa popular de la
Argentina”, “Leyendas de plantas”, “El léxico de los yerbateros”, “El
pesebre y la navidad de San Luis”, etc.

María Delia Gatica de Montiveros

Nació en Luján (SL), doctora en Filosofía y Letras. Cofunda-


dora y presidenta del Centro de Investigaciones Folklóricas “Prof.
Dalmiro S. Adaro” desde su fundación en 1963 hasta la fecha. Ha
escrito y publicado numerosos trabajos de investigación folklórica
entre los cuales cabe citar: “Diccionario de Regionalismos de la
Provincia de San Luis” (inédito), “El Mollar” (en colaboración con
el Dr. Agustín Uladislao Montiveros), “Cuentos de Don Benito.”
“Por la senda de las relaciones.” “Algunos precursores de la investi-
gación folklórica sanluiseña.” (6) “El pensamiento del hombre folk.”
(7)
“La serenata.” (8) “Folklore y anonimato.” (9) “La semana santa en
la tradición puntana.” (10) “El quehacer de la copla.” (11) “La vivienda

206
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

en una comunidad folk, la Aguada.” (12) “La moledora.” (13) “Doña


Dominguita.” (14) “El familiar.” (15) “Coplas encadenadas.” (16)

Dora Ochoa de Masramón

Nació en Concarán (SL) el 2 de septiembre de 1913. Autora


del “Cancionero tradicional de San Luis” (inédito). “Folklore del
Valle de Concarán.” (17) “La palomita de la Virgen.” (18) “El descabe-
zado del Cerro de Oro.” (19) “El tejido de San Luis.” (20) y numerosos
trabajos y artículos sobre temas folklóricos.

José Ignacio Maldonado

Nació en San Luis el 1 de febrero de 1915. Maestro normal


nacional. Cofundador del Centro de Investigaciones Folklóricas
“Prof. Dalmiro S. Adaro”. Ha publicado “La majadita de las áni-
mas.” (21) “El basilisco.” (22) “El maíz en el folklore regional.” (23) “Ex-
cavación de un pozo balde - el pocero.” (24) “La cabra en el folklore
puntano.” (25)
Ha dictado numerosas conferencias y ha colaborado con
diarios y revistas sobre temas del folklore regional.

1. Autora citada. Algunos precursores de la investigación folklórica sanluiseña. Re-


vista. Virorco. Nº 37, junio-diciembre 1980.
2. Autor citado. “La estancia puntana de antaño”, II Congreso Cuyano de Investiga-
ción Folklórica, San Luis, 1966
3. María Delia G. de Montiveros, op. Cit
4. Ídem.
5. Autora citada, Revista Virorco. Nº 32 año 1976
6. Revista Virorco. Nº 37, junio-diciembre 1980
7. Revista Virorco Nº 40, año 1982.
8. Primeras Jornadas de Investigación Folklórica Sanluiseña, 1963.
9. Primeras Jornadas de Investigación Folklórica Sanluiseña, 1963.
10. Segundas Jornadas de Investigación Folklórica Sanluiseñas, 1966.
11. Ídem.

207
12. II Congreso Cuyano de Investigación Folklórica, San Luis, 1966.
13. Selecciones Folklóricas Codex. Nº 11 Año 1.
14. Selecciones Folklóricas Codex. Nº 10 Año 1.
15. Selecciones Folklóricas Codex. Nº 2 Año 1.
16. Selecciones Folklóricas Codex. Nº 3 Año 1.
17. Edit. Luis Lasserre y Cía. SA - Bs. As. 1966
18. Revista Virorco Nº 15 año 1967.
19. Revista Virorco Nº 33 año 1977.
20. Segundas Jornadas de Investigación Folklórica Sanluiseñas, San Luis, 1963.
21. Primeras Jornadas de Investigación Folklórica Sanluiseñas, San Luis, 1963. 22 Ídem.
23. II Congreso Cuyano de Investigación Folklórica. San Luis, 1966.
24. Ídem.
25. Selecciones Folklóricas Codex. Nº 10 Año 1.
FOLKLORE ESPIRITUAL
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

FOLKLORE POÉTICO

El folklore poético está constituido por canciones, coplas, ro-


mances, refranes, adivinanzas, etc.
En Cuyo una obra de fundamental importancia en la mate-
ria, es el “Cancionero Popular Cuyano” del escritor Juan Draghi
Lucero, reúne un valioso caudal de canciones, refranes, adivinan-
zas, etc., de las provincias de Mendoza, San Juan y San Luis.
Nuestra provincia no ha podido concretar aún la edición de
una obra destinada a recoger el cancionero tradicional, tarea en la
que estuvo empeñada por muchos años nuestra comprovinciana
Sra. Dora Ochoa de Masramón. La publicación de su “Cancionero
Tradicional de San Luis” sigue siendo un anhelo y una esperanza
que por razones económicas aún no ha podido concretarse.

La tonada

Del cancionero puntano forman parte numerosas como be-


llas tonadas conocidas por el pueblo desde tiempos inmemoria-
les, tales como “Han visto llorar a un Lión”, “La pastora”, “Fingías
que me querías”, “Qué equivocación será”, “El pañuelo que me dis-
te”, “La madrugada”, “Toma esta rosa encarnada”, “Vida mía ya me
voy”, “La suerte que es tan tirana”, “Del cielo caiga una rosa”, “Yo
fui tu árbol estimado”, “Todo fue ver tus encantos”, “Ayer pasé por
la ruda”, “No se duerma mi querida”, “Adiós te dije y me fui”, “Esos
tiernos juramentos”, “El arbolito”, “El jilguero y la calandria”, etc.
Una de las versiones de la tonada “El arbolito” conocida en
San Luis es la siguiente:

Un domingo de mañana
al rayo ‘el sol me senté
y me dijo un arbolito:
si querís sombra te haré.

211
Colección Obras Completas

Yo le dije al arbolito
si era burla o era mofa.
¿Qué sombra me puede hacer
un arbolito sin hojas?

Soy arbolito sin hojas,


pero soy de buena fama.
En el verano hago sombra
y en invierno resolana.

El extinto folklorista de San Luis Don Justo Ontiveros sintió cantar


a su madre Doña Juana Jofré de Ontiveros en “La Pilona” (lugar
cercano a la Villa de la Quebrada) en 1910, esta tonada titulada,
“La Palomita”:

Yo tuve una palomita


para mi divertimento
ella tuvo el sufrimiento
de irse y dejarme solito

Cuando ella crió sus alitas


de un volido se me fue
a otra rama que yo sé
se fue a asentar esa ingrata.
y este recuerdo me mata
y no la puedo olvidar.

Andá palomita ingrata


que te ‘i de cortar las alas
que no has de poder llegar
ni con el pico a la rama.

El amor que yo te tuve


en rama seca quedó
vino un fuerte remolino
rama y amor se llevó.

212
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Del tipo lírico-sentimental es esta vieja tonada que Don José Ro-
sendo Chaves cantaba con Don Carlos Montiveros al norte de San
Martín entre 1938 y 1940 y que tiene todo el sabor de la composi-
ción popular:

El día que un desengaño


marchite mi corazón
entonces comprenderás
lo grande de mi pasión.

Por una ilusión amor


por un amor un cariño,
pero mi amor de ilusión
ha de gozar sin tu olvido

Me juraste con ternura


por complacerme tal vez
y como juraste en vano
en vano mi amor se fue.

Por una ilusión amor


por un amor un cariño,
pero mi amor de ilusión
ha de gozar sin tu olvido.

La copla

La copla es una composición poética de cuatro versos, co-


múnmente octosilábica, con rima generalmente asonante entre el
segundo y el cuarto verso, muy usada en las composiciones popu-
lares.
“Pocas cosas hermosas son más perfectas -ha dicho la Dra.
María Delia Gatica de Montiveros- que la perfecta hermosura de
la copla. Sus símiles en la naturaleza tendrán que ser pequeños,
brillantes, rotundos; una avecita, la estrella, la gota de rocío... De

213
Colección Obras Completas

estas criaturas el artífice es Dios; de la copla lo es un alma que ex-


presa la voz del pueblo de tal modo que este la aprehende y fija
en su memoria, para echarla a volar cuantas veces le place, como
cosa suya. Así la copla va de boca en boca, como pez en el agua,
en su elemento, que es el alma popular.” “Ninguna composición
poética ostenta más sencillez y naturalidad que la copla. Sus raíces
están en la madre España, pero después de llegar con los conquis-
tadores, se aclimató al calor de esta tierra y sobre todo al calor del
alma humana”. (1)
“Su carácter definitivo -dice Andrés Fidalgo- es la naturali-
dad. Por eso rechaza las formas rebuscadas y los pensamientos
alambicados. Las coplas que pudiéramos llamar ‘eruditas’, son fal-
sa expresión del género”. (2)

El “Cancionero Popular Gallego” de Pérez Ballesteros trae esta copla:

Adiós Mosteirón bonito


ya la espalda te estoy dando;
la despedida fue buena
¡la vuelta sabe Dios cuándo!

Esa misma copla con filiación argentina, arraigó en Jujuy y de allí


la recogió ese recordado cosechero de bellezas escondidas que fue
Don Alfonso Carrizo:

¡Adiós, Jujuicito, adiós!


Te dejo y me voy llorando.
La despedida es muy triste
la vuelta, quién sabe cuándo.

La variante es una nota común en el folklore poético y narrativo.


La copla no podía escapar a esa regla. Jaime Dávalos cantaba en
su Salta natal:

Los gallos cantan al alba


yo canto al amanecer
ellos cantan porque saben

214
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

yo canto por aprender.

Jorge Washington Avalos, el autor de “Shunko” en Santiago del Es-


tero recogió una copla similar, pero con una variante:

El gallo canta en el alba


yo canto al amanecer,
mucha vergüenza me da
quiero cantar sin saber. (3)

La misma copla, pero con otra variante fue recogida en la década


del 50 en Candelaria (SL) por el maestro Don Aristóbulo Gatica:

Los gallos cantan al alba


yo canto al amanecer;
los gallos cantan llorando
de verme a mí padecer.

Coplas de honda pasión amatoria guarda la memoria del pueblo. La


Dra. Montiveros recogió hace años una copla que le dictó Doña Fe-
lipa Puertas cuando contaba 92 primaveras, y que expresa con hon-
dura, en cuatro versos, lo que no podría decir un erudito en un libro:

Fuiste mi primer amor


tú me enseñaste a querer;
no me enseñes a olvidar
que no lo quiero aprender.

Otra que guardaba aquel memorioso cantor de San Luis que fue
Don Pedrito Aguilar.

Privarle al sol su carrera


tal vez le puedan privar;
pero de que yo te quiera
no han podido, ni podrán.

La Sra. Dora Ochoa de Masramón en sus pagos de Concarán hizo

215
Colección Obras Completas

nutrida cosecha de coplas de amor, reproche, quejas, conformi-


dad, desprecio, sentenciosas, reflexivas, jocosas.

El día que tú naciste


qué triste se quedó el sol
al ver que otro sol nacía
con mucho más esplendor.

Las mujeres de ojos negros


ganan siempre la partida,
con esos ojos de luto
le enlutan a uno la vida.

Dicen que el andar ausente


olvida lo que ha querido,
todo lo ausente que he estado
olvidarte no he podido.

La Dra. Berta Elena Vidal de Battini en su cosecha de años por los


caminos de San Luis, recogió innumerables coplas. Modos de ha-
blar del puntano empleando como elemento inicial el infinitivo,
ya no se usan. Pero han quedado supervivientes en la copla:

Verde es el romero
cuando está en botón
pero, en reventando,
morada es la flor.

Otra cuarteta discurre sobre los vaivenes de la fortuna:

Si importa el haber tenido


aunque eso ya se acabó
que el haber tenido vale
y el haber tenido, no.

Y otra copla conservada en memoriosos arcones para nuestro


gozo de hoy:

216
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Si tuviera un tintero de oro


buscara un papel de plata
toda mi afición pusiera
en escribirte una carta. (6)

Por el camino de la copla se fue el alma del cantor hacia la noche;


por él regresa a la tierra del jarillal en flor después de haber apren-
dido que es imposible olvidar:

Corazón que ha querido


poco y nada se defiende,
“leñita que ha sido brasa
con facilidad se enciende”.

Adivinanzas

La adivinanza es una de las especies del folklore poético con


amplia difusión en el país. Generalmente adopta la forma de una
composición poética pareada o de cuatro versos, es decir la forma
de la copla, de tal modo que sea fácil su memorización.
“La incógnita -dice Ismael Moya- suele hallarse disimulada
en datos traslaticios y alegóricos. Su práctica constituye un ejer-
cicio mental saludable para niños y adultos, porque ayuda a co-
nocer elementos de la fauna, flora, orografía, hidrografía, trabajos,
herramientas, instrumentos, prendas de vestir, fenómenos atmos-
féricos, anatomía humana, etc”.

Así por ejemplo con relación al cuerpo humano son conocidas las
siguientes adivinanzas en San Luis:

Dos niñas a la par


que no se pueden mirar (Los ojos)

Soy uno de cinco hermanos


de un solo vientre nacidos;
un solo nombre tenemos

217
Colección Obras Completas

y diferentes apellidos (Los cinco dedos)

Andate yendo
que allá voy yo,
jugando al juego
vamos los dos. (Los pies)

Entre dos paredes


hay una flor colorada
que llueva o no llueva
siempre está mojada. (La lengua)

Fui al campo
corté un varillón,
cortarlo puede
rajarlo no. (El cabello)

En la punta de una barranca


hay cinco niñas con gorras blancas. (Las uñas)

En mi casa hay un pozo


con una soga
que tendida no alcanza
doblada sobra. (La boca y el brazo)

Adivinanzas que se refieren a la fauna lugareña son las siguientes:

Cucharón, cucharón,
saca tierra de un rincón. (El quirquincho)

Salta, salta
y la colita le falta. (El sapo)

Cien damas en el camino


no hacen polvo ni remolino. (Las hormigas)

Palo liso, palo liso,

218
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

cuando lo veo me atemorizo. (La víbora)

En el campo grita
y no es campero
pega el martillazo
y no es zapatero. (La chuña)

Con relación a los cultivos existen numerosas adivinanzas:

Yo vi sepultar a un muerto
sin velas y sin mortajas;
después lo vi paradito
con sombrerito de paja. (El trigo)

Una vieja jorobada


y un hijo enredador,
una hija muy hermosa
y un nieto predicador. (La parra, el sarmiento, el racimo y el
vino)

Fui a la huerta
corté una doncella
y en la cocina
lloré con ella. (La cebolla)

Tiene dientes y no come


tiene barbas y no es hombre. (El choclo)

Adivinanzas referidas a herramientas y utensilios son las siguientes:

Son dos hermanas


que marchan al compás,
las piernas adelante
los ojos para atrás. (Las tijeras)

Por un zaguán largo y oscuro


meten y sacan a Juan desnudo. (La vaina y el cuchillo)

219
Colección Obras Completas

Animalito bermejo
costillitas sobre el pellejo. (El barril)

Corre mulita
en cancha pareja
clava la uñita
para la oreja. (La máquina de coser)

En los campos verdea


y en las casas culebrea. (La escoba de pichana)

Una burra cargada.


la carga se disparó
la burra quedó parada. (La escopeta)

Los astros y fenómenos atmosféricos también son objeto de adivi-


nanzas:

Vela sin alas


silba sin boca
y no se ve ni se toca. (El viento)

Detrás de aquel monte espeso


tengo una mitad de queso. (La luna)

Varillazo de oro
bramido de toro. (El relámpago y el trueno)

Debajo de aquel monte espeso


brama un toro sin pescuezo. (El trueno)

Muchas adivinanzas se refieren a los trabajos, oficios o sus instru-


mentos. Así por ejemplo relacionadas con artesanía del tejido se co-
noce esta adivinanza:

Cuatro caballitos

220
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

se van para Francia


los cuatro corren
ninguno se alcanza. (El aspador)

Con las tareas de labranza tiene que ver esta relación:

Dos peludos y un pelado


y el que chifla al lado. (Los caballos, el arado y el hombre)

Y muchas otras que se refieren a las más diversas materias:

Más de cien niñas hermosas


de un golpe he visto nacer,
encendidas como rosas
y enseguida fallecer. (Las chispas)

Vengo de padres cantores


aunque yo no soy cantor,
tengo los hábitos blancos
y amarillo el corazón. (El huevo)

Una señora muy aseñorada


con muchos remiendos
y ninguna puntada. (La gallina)

Iba por un caminito


sin querer la hallé
y como no la encontré
la llevé. (La espina)

Mi madre tiene una sábana


que no la puede doblar,
mi hermana tiene un espejo
que no se puede mirar,
mi padre tiene dinero
que no lo puede contar. (El cielo, el sol y las estrellas)

221
Colección Obras Completas

Cuatro terrosas,
cuatro melosas,
dos cafetanas
y un quitamoscas. (La vaca)

Una manzana me dieron


hermosa pero emprestada,
cinco me dieron con ella
y diez para que guardara. (La vida, los cinco sentidos, y los diez
mandamientos)

Romances

Viejos romances perduran en la memoria del pueblo. Algu-


nas de estas bellas composiciones han sido recogidas por la Sra.
Dora Ochoa de Masramón y forman parte de su obra inédita “Ro-
mancero Tradicional de San Luis”.

“El jarro de agua” es un romance conocido en San Luis y la autora


citada ha dado a conocer esta versión:

Dame un jarro de agua, niña


que vengo muerto de sed,
con mi caballo cansado
y mi persona también.
- No tengo jarro ni jarra
con qué darte de beber
pero tengo una boquita
que es más dulce que la miel.
-Yo no vengo por el agua
ni tampoco por la sed,
sino por las tres palabras
que me dijiste ayer.

Recuerda la Sra. de Masramón en su trabajo “Los Roman-


ces y los Villancicos en San Luis” publicado en la obra “Literatura
Sanluiseña” editada en 1983 por la Escuela Normal “Juan Pascual

222
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Pringles”, que este romance fue cantado por los Sres. Jorge Mario
Barboza y Pedro Aguilar en la tarde del 10 de noviembre de 1963
en el Archivo Histórico de San Luis con motivo de la clausura de
las Primeras Jornadas de Investigación Folklórica Sanluiseña, rea-
lizadas por el Centro de Investigaciones “Dalmiro S. Adaro”.
Un romance de honda ternura que nos llegó desde España
es “El Conde Olinos” o “El Conde Niño” o “El Condecillo” como se
conoce en San Luis.

Horacio Jorge Becco lo incluyó en su “Cancionero Tradicional Ar-


gentino” con el nombre de “Salió el niño, conde niño”. La versión
puntana que ha dado a conocer la Sra. de Masramón es la siguiente:

Ya salía el condecillo
la mañana de San Juan
a dar agua a su caballo
a las orillas del mar.
Luego que el freno le saca
ya se ponía a cantar;
la reina le está escuchando
en el palacio real.
Levantad, hija, le dice,
levantad, oíd cantar;
oíd lo lindo que canta
la sirena de la mar.
- Mi madre no es la sirena
en el modo de cantar;
- Mi madre, es el condecillo
que me anda por cautivar.
- Calle, calle, le dice,
lo he de mandar a matar.
Al otro día de mañana
ya lo fueron a enterrar.
A ella en andas de plata
y a él en andas de cristal;
y los entierran en la puerta

223
Colección Obras Completas

más allá junto a la mar.


De ella sale un rico naranjo
y de él un olivar,
de los gajos que se alcanzan
besos y abrazos se dan.

Relaciones

Especie de folklore poético que generalmente toma la forma


de copla y que se usa actualmente en San Luis cuando se baila el
gato, en el intervalo de la primera y la segunda.
Sobre el particular dice la Dra. María Delia Gatica de Mon-
tiveros: “En nuestras relaciones el varón se dirige a la mujer con
una copla del amor, de queja, de despedida, y ella le corresponde
con otra que encierra el mismo o diferente sentimiento, y a veces
burla disimulada o manifiesta, con el propósito de hacer reír a la
concurrencia.” (8)
La misma autora trae estos ejemplos de relaciones recogidas en el
ámbito folk de San Luis:

El varón: Por más lejos que te vayas


siempre te he de recordar
porque prenda que yo quiero
nunca la puedo olvidar.
La mujer: Si a ti te ponen murallas
y a mí un puñal penetrante,
venceré mil imposibles
y nunca dejaré de amarte.

El varón: Cuando te vas a bañar


avisa dos días antes
para adornarte el camino
con perlas, oro y diamante.
La mujer: De lejos te vi venir,
te conocí el pensamiento,
que venías a engañarme
con palabra e’casamiento.

224
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

El varón: Antenoche soñé un sueño,


un sueño con alegría;
que tu boquita besaba
y en tus brazos me dormía.
La mujer: El pañuelo que me diste
se quedó colgao de un tala;
cómo querés que te quiera
si no te lavas la cara.

Relaciones que guardó la prodigiosa memoria de Doña Ana T. de


Véliz, 85 años en 1987, de Santa Anita, Partido de San Lorenzo, De-
partamento San Martín, son las siguientes:

El varón: Qué rosa tan colorada


qué clavel tan encendido
qué linda la niña linda
esta que baila conmigo.
La mujer: El pañuelo que me diste
con el mío serán dos
para secarme los ojos
cuando me acuerde de vos.

El varón: Soy ajeno de este pago


soy ajeno del lugar
diga rubia dónde es su casa
para irla a visitar.
La mujer: Mi casa es en el agua
en lo profundo del mar,
joven ya sabe mi casa
si me quiere visitar.

El varón: Bienhaiga la cinta linda


Y el telar que la tejió
Me has de prestar el telar
Para tejer otra yo.
La mujer: Bienhaiga la cinta linda

225
Colección Obras Completas

y el telar que la tejió


Para qué te has enlutado
Sin haberme muerto yo.

La relación que sigue fue proporcionada, el primer verso, por Don


José Rosendo Chaves de El Paraíso, Dpto. San Martín, el segundo
por Doña Ana T. de Véliz:

El varón: Tengo de sacarme los ojos


y echarlos al mar profundo,
ojos que ven y no gozan
para qué sirven en el mundo.
La mujer: No hagas semejante cosa
no hagas semejante crueldad,
si tú te sacas los ojos
¿con qué me vas a mirar?

Refranes

Constituyen una especie del folklore poético y su origen se re-


monta a tiempos inmemoriales. Desde que el hombre comenzó a
filosofar sobre la importancia de su propia experiencia, tales razona-
mientos cristalizaron en refranes. En la Biblia, un libro del Antiguo
Testamento está dedicado a los Proverbios que no son sino refranes o
máximas expresadas en pocas palabras.
En ellos se expresa el saber experimentado acerca de la alegría,
el dolor, la pasión, el desengaño, la envidia, la lealtad, los vicios, las
virtudes. Ese saber experimentado se ha ido transmitiendo de gene-
ración en generación y de allí su carácter folklórico.
Don Quijote de la Mancha le dice a su escudero: “Paréceme
Sancho que no hay refrán que no sea verdadero, porque son senten-
cias sacadas de la misma experiencia madre de las ciencias...” (9)
José Hernández volcó en el Martín Fierro una apreciable canti-
dad de refranes que estaban en la memoria de la gente y que consti-
tuyen el fondo prehistórico del Martín Fierro. (10)
Conforme enseña el Dr. Ismael Moya, el refrán tiene estrecha

226
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

relación con el adagio (cuya esencia es doctrinal) y el proverbio (de


fondo histórico). (11)
Cientos de refranes atesora la cultura popular. Con anterioridad
hemos dado ejemplos de ellos, de los cuales citamos los siguientes:

- Cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía.


- El buey lerdo bebe agua turbia.
- Hijo de tigre overo tiene que ser.
- El que no llora no mama.
- Por la plata baila el mono.
- Al que madruga Dios lo ayuda.
- Cuando llueve todo se moja.
- No hay mal que dure cien años.
- Año de nieve, año de bienes. (12)

El señor Fausto Azcurra en su libro “Sendero de Coplas” in-


cluye un buen número de refranes conocidos en San Luis. (13)

Destrabalenguas

Esta especie de folklore poético es útil en el trabajo del aula


para ensayar a los niños que tienen dificultades en su dicción. Sin
llegar a la tartamudez, ocurre que por temperamento o por otras
causas, el niño lee mal o habla con errores.
Los destrabalenguas sirven para corregir la dicción y al pro-
pio tiempo para ejercitar la memoria.

Algunos ejemplos de esta especie del folklore poético puntano son


los siguientes:

María Chuzena su choza techaba;


un techador que por allí pasaba
le dijo: María Chuzena
¿Tú techas tu choza o techas la ajena?
- ni techo mi choza
- ni techo la ajena,
que techo la choza

227
Colección Obras Completas

de María Chuzena.

El rey de Constantinopla
se quiere descontantinopolizar
y el que lo descontantinopolice
entre los demás descontantinopolizadores
un buen descontantinopolizador será.

En un plato con trigo


comen tres tigres trigo.

Había una vieja


virueja-virueja,
de pico picotueja
de pomporerá.
Tenía tres hijos
virijo-virijo
de pico picotijo
de pomporerá.
Uno iba a la escuela
viruela-viruela
de pico picotuela
de pomporerá.
Otro iba al estudio
virudio-virudio
de pico picotudio
de pomporerá.
Aquí termina el cuento
viruento-viruento
de pico picotuento
de pomporerá.

Yo tenía un real y medio.


Con el real y medio compré una polla.
La polla puso tres huevos.
Tengo la polla, tengo tres huevos
siempre me queda mi real y medio.

228
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Yo tenía un real y medio.


Con el real y medio compré una vaca.
La vaca tuvo un ternero.
Tengo la vaca, tengo el ternero,
tengo la polla, tengo tres huevos
siempre me queda mi real y medio.
Yo tenía un real y medio.
Con el real y medio compré una cabra.
La cabra tuvo un cabrito.
Tengo la cabra, tengo el cabrito,
tengo la vaca, tengo el ternero,
tengo la polla, tengo tres huevos.
Y siempre me queda mi real y medio.
Yo tenía un real y medio.
Con el real y medio compré una pava.
La pava tuvo un pavito.
Tengo la pava, tengo el pavito,
tengo la cabra, tengo el cabrito,
tengo la vaca, tengo el ternero,
tengo la polla, tengo tres huevos.
Y siempre me queda mi real y medio.
Yo tenía un real y medio.
Con el real y medio compré una flauta.
Cuando tocaba la flauta tan linda sonaba
que bailaba el pavito, bailaba la pava,
bailaba el ternero, bailaba la vaca,
bailaba el cabrito, bailaba la cabra,
bailaba la polla, los huevos bailaban
yo también bailaba con mi real y medio,
con mi real y medio, yo también bailaba.

1. Autora citada “El quehacer de la copla”, Segundas Jornadas de Investigación Folkló-


rica Sanluiseña. pág. 49, San Luis, 1966.
2. Autor citado “La Copla”, Edit. Tarja, Jujuy, 1958.
3. Autor citado .Coplero popular., Edit. Losada, Bs. As. 1973.

229
Colección Obras Completas

4. Autora citada “El quehacer de la copla.”


5. Autora citada “Folklore del Valle de Concarán”, Edit. Laserre, Bs. As. 1966
6. Autora citada “El Habla Rural de San Luis”, Bs. As. 1949.
7. Autor citado “Didáctica del Folklore” pág. 96, Edit. Ciorda y Rodríguez, Bs. As. 1953.
8. Autora citada “Por la senda de las relaciones”, San Luis, 1986
9. “Don Quijote de la Mancha”, pág. 121, Cap. XXXI primera parte, 20ª edición,
Espasa-Calpe Argentina SA Baires - México, 1950.
10. Olga Fernández Latour de Botas, “Prehistoria de Martín Fierro”, Edit. Platero,
Bs. As. 1977.
11. Autor citado “Didáctica del Folklore” pág. 97.
12. Jesús L. Tobares “Folklore Sanluiseño”, Córdoba, 1970.
13. Autor y obra citada, San Luis, 1974.

230
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

FOLKLORE NARRATIVO

Leyendas

Etiológicas, históricas, míticas, religiosas.


En el ámbito del folklore literario de San Luis, la leyenda ocu-
pa un lugar preeminente. Junto al cuento constituyen los géneros
más difundidos.
Los investigadores han recogido una serie de leyendas del
tipo etiológico (de etiología: disciplina que estudia las causas) al
cual pertenecen aquellas que explican el origen y las característi-
cas de animales y plantas; el origen de lugares, etc.
La Dra. Berta Elena Vidal de Battini dio a conocer en su libro
“Mitos Sanluiseños” publicado en 1925, una versión de la leyenda
del quirquincho cuya síntesis es la siguiente:
Hace muchos años existió un famoso telero. Día a día llega-
ban forasteros a su rancho a encargarle ponchos, chalinas y peleros.
Su fama se extendía muchas leguas a la redonda y no en vano, pues
hacía derroche de dibujos y colores. Con su trabajo sostenía a su
familia.
Un día quiso tejerse un poncho que fuera la admiración y la
envidia de cuantos lo vieran. Desde ese día no aceptó un solo pe-
dido más y se consagró por entero a su obra. Inútilmente le supli-
có su mujer que reanudara su trabajo como siempre porque en la
casa comenzaba a faltar lo indispensable. Inútil fue advertirle el
abandono en que se encontraba la chacra y el ganado.
En el rústico telar de palo de algarrobo plantado en medio del
patio comenzó la obra que él imaginaba maestra. Al comienzo puso
todo su empeño. Pero un día llegó a la casa un amigo a invitarlo a
un baile que esa noche se daba en casa de un compadre rico. Vaci-
ló al comienzo el telero, pero luego decidió ir y como quería llevar
estrenando el poncho dispuso concluir la obra. Fuera como fuera.

231
Colección Obras Completas

La trama se hizo desigual, floja; los dibujos torcidos, mal com-


binados los colores.
Vistió esa noche el traje dominguero y el sombrero alón: sujetó
a sus lustrosas botas las espuelas de plata y puso sobre sus recias
espaldas el mal tejido poncho.
La esposa le reprochó humildemente, pero con amargura, su
conducta: el entusiasmo primero por aquel trabajo que le quitara
el pan a los hijos, y el abandono del mismo ante la idea de divertirse
y lucirse. Pero él sin escuchar las dolorosas reflexiones encogióse de
hombros y partió.
Marchaba por la senda angosta al galope del caballo cuando
un pájaro nocturno lanzó un sordo graznido y castigó furiosamente
con las alas al noble animal. El caballo enloquecido de espanto se
abalanzó en el aire y despidió al jinete. Quedó el hombre aturdido
por el golpe y comenzó a sentir que su cuerpo se contraía horrible-
mente cambiando de forma. Su poncho, con la dureza y rugosidad
de un manto de piedra, se adhirió a su cuerpo y lo cubrió totalmen-
te. Cuando pudo moverse, presa de angustiosos remordimientos,
huyó escondiéndose en la primera cueva que encontró.
Por eso es que el caparazón del quirquincho recuerda el des-
cuido del mal padre, del hombre vanidoso y disipado que prefirió
la holganza placentera a la dulce paz del trabajo: en las orillas lleva
placas pequeñas, iguales, prolijamente festoneadas, mientras que
hacia el centro se ensanchan, pierden la simetría, recordando la
trama desigual del mal terminado poncho.
El pobre condenado lo tendrá que llevar por siglos sobre sus
espaldas, y eternamente habitará con el dolor de su tragedia en la
espesa maraña de los campos salvajes.
De la iguana, de la gallineta y del crespín trae sus respectivas
leyendas la Sra. Dora Ochoa de Masramón en su libro “Folklore
del Valle de Concarán”.
Las leyendas de carácter histórico se refieren a hechos im-
portantes del pasado, a guerras o catástrofes, o a personalidades
destacadas, etc.
A este tipo de leyendas pertenece la muy difundida en el nor-
te de San Luis de la Martina Chapanay. Nativa de las Lagunas de
Guanacache era una mujer de fuerte carácter y hábitos gauches-

232
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

cos que incursionó en los Departamentos Ayacucho y Belgrano.


Era jefe de un grupo de treinta gauchos, diestros jinetes, hábiles en
el manejo del lazo, el cuchillo y las boleadoras. Un látigo de larga
trenza colgado a su cintura era el símbolo de su autoridad.
Según algunos relatos encabezó una banda de forajidos que
cometió numerosos asaltos a las estancias del norte de San Luis,
a los viajeros, a las tropas que conducían cargas. De este perfil de
la Martina Chapanay dejó su testimonio la escritora puntana Sra.
Carmen Guiñazú de Berrondo en su libro “El Búho de la Tradi-
ción”.
Otros relatos aseguran que la Martina odiaba la injusticia y
amparaba a los viajeros y a los pobres defendiéndolos de los ban-
didos que infectaban los campos. En cada rancho la Chapanay te-
nía un amigo que le brindaba hospitalidad.
Existen en San Luis numerosas leyendas que los técnicos de
la ciencia del folklore agrupan bajo la denominación de míticas.
Tales son las que se refieren a lugares encantados, aparición de
fantasmas, seres metamorfoseados, al diablo, a tesoros escondi-
dos, etc.
Una leyenda de amplia difusión en San Luis correspondiente
a esta especie de leyendas, es la que alude al familiar, ser mítico al
que está ligada la suerte de personas poseedoras de una gran for-
tuna. Generalmente el familiar está representado por un enorme
viborón negro que el dueño esconde en un sótano o en un lugar
oculto y al que alimenta con sus propias manos. La Dra. María De-
lia Gatica de Montiveros dio a conocer una leyenda del familiar
relacionada con la fortuna de Don Juan Tomás Montiveros de Lu-
ján (SL).
Otras leyendas de este tipo son la flor de lirolay conocida
también en San Luis como la flor de la deidad, la vaca colorada
de los cuernos de oro de la Laguna del Bebedero y la del potro cri-
nes de oro que la Sra. Dora Ochoa de Masramón dio a conocer en
1965. (1)
Leyenda mítica es, asimismo, la de la jarilla:
El diablo envidioso de la variedad y belleza de las plantas
creadas por Dios, quiso crear una que fuera distinta de todas las
conocidas. Una planta que pudiera sobrevivir en las peores condi-

233
Colección Obras Completas

ciones de sequedad y esterilidad; que levantara su verde presencia


en medio del desierto, de los médanos y los salitrales. Una criatura
rústica y tierna a la vez, que no extrañara el agua y que contrastara
con el triste colorido del cachiyuyo y el jume.
Preparó entonces una semilla compuesta por todas las mal-
dades que encontró en el mundo. Y la sembró en los secadales don-
de antes solo hubo arena, guadal y soledad.
Por eso “cuánto más fiera” es la tierra, más lozana y vigorosa
crece la jarilla. El malo la riega de noche y por eso siempre está ver-
de. Con ella se hacen maleficios y con sus hojas se curan. Cuando
una casa está embrujada hay que quemar rama de jarilla para que
los malos espíritus se ahuyenten.
Leyendas religiosas vigentes en San Luis son de la Virgen del
Rosario muy conocida en el Partido de San Lorenzo, Departamen-
to de San Martín; la del Cristo de la Quebrada con la que se vincula
la aparición del Cristo objeto de actual veneración en la localidad
de Villa de la Quebrada; la de la Virgen de Luján; la del Señor de
Renca cuya fiesta se celebra el 3 de mayo en la Villa de Renca.
Según la tradición lugareña una anciana de la Laguna Larga
poseedora de una imagen de bulto de la Virgen del Rosario, al te-
ner noticias del avance de los ranqueles en el año 1834, se internó
con el tesoro de su fe en una quebrada y allí la puso a salvo de la
rapiña de los salvajes. Pasado el peligro inmediato regresó la vieji-
ta a su morada pero no llevó consigo a la virgen, temerosa de que
se repitiera la incursión depredadora.
Muy pronto enfermó gravemente la mujer y antes de morir
reveló a sus familiares el lugar del ocultamiento. Había dejado a la
Virgen en la Quebrada de la Cal, en una casa de piedra que tenía
en la puerta un retoño de molle dulce.
Fallecida la anciana sus familiares buscaron afanosamente
la venerada imagen, pero se dieron con que en la Quebrada de la
Cal había una infinidad de casas de piedra y cada una tenía en la
puerta, uno, dos, o más molles dulces.
Después, cada primer domingo de octubre, por tradición se
repitió la búsqueda entre todos los vecinos, y según referencias
coincidentes solían escucharse a la distancia golpes de caja que
cambiaban de lugar cuando se intentaba descubrir de dónde

234
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

provenían.
Según el historiador Don Juan W. Gez esta es la versión de la
leyenda del Señor de Renca: Un indio ciego hachaba un espinillo
en el bosque de Renca, curato de Limache (Chile), cuando sintió
su rostro salpicado por la goma o savia del árbol. Al abrir los ojos
tropezó con un pequeño Cristo en el hueco carcomido del árbol.
La noticia de la milagrosa aparición cundió rápidamente en todo
Chile, afluyendo mucha gente para dar fe del prodigio. Entonces,
los más piadosos, resolvieron hacerlo conocer en Cuyo y en Cór-
doba, poniéndose en marcha a través de la cordillera, con el Cristo
cargado sobre una mansa mula. En cada población donde llegaba
era colocado en la iglesia y daba origen a grandes ceremonias re-
ligiosas, al final de las cuales el Longino, que había recuperado la
vista, hacía una colecta de dinero para erigirle un santuario.
Al atravesar el río Conlara, camino a Córdoba, la mula que
cargaba la sagrada imagen se echó al repechar un alto, y de allí no
hubo poder humano que la hiciera levantar.
Los creyentes interpretaron que allí quería quedarse el Cristo y
dispusieron levantarle una capilla allá por el año 1745. Ese lugar tomó
el nombre del Señor de Renca que ha conservado hasta ahora. (2)
En algunos casos los accidentes geográficos dan origen a un
complejo de leyendas. Tal es lo que ocurre en San Luis con el Cerro
del Morro y la Laguna del Bebedero.
Remotas tradiciones populares se relacionan con el Cerro
del Morro. Seguramente la más antigua es aquella que le atribuye
poderes sobrenaturales y la facultad de “desconocer” a las perso-
nas extrañas al lugar que pretenden internarse en sus dominios.
Entonces el cerro suelta su majada de nubes que envuelven al via-
jero en densa niebla y no le permite seguir adelante. Los lugareños
conocen el cerro y saben el secreto para conjurar el enojo: se co-
locan una piedrita en la boca y eso basta para calmar la furia de la
pétrea mole que entonces abre sus celajes para que el caminante
transite con libertad y sin peligro.
Otra leyenda proviene de una laguna que existe en su cima y
donde se dice que mora la madre del agua. Este bello y extraño ser
es una mezcla de pez y de mujer, una sirena; de blanca tez, escul-
turales formas, rostro virginal y dorados y largos cabellos. La cuida

235
Colección Obras Completas

un toro con astas de oro que brama encolerizado cuando alguien


se acerca y avisa a la deidad, que se sumerge en la laguna para
no ser vista. Otros creen que la madre del agua tiene un especial
sortilegio que atrae a los desprevenidos y los ahoga en la laguna.
Por eso se le teme y cuando aparece hay que huir para evitar su
hechicería.
Una tercera leyenda nacida en los tiempos en que los ma-
lones ranquelinos traían espanto y muerte, es aquella que le atri-
buye al cerro la facultad de anunciar el malón mediante fuertes
ruidos subterráneos. Cuando en el sur aparecía la polvareda pre-
cursora de la horda salvaje, el cerro vigilante de día y de noche,
dejaba oír su trueno de alarma y entonces los vecinos buscaban
salvación en quebradas y escondites llevándose sus pertenencias.
El cerro era la salvación de los afligidos lugareños que veían en él
a su protector.
Era el encargado de cumplir el mandato de la Pachamama:
cuidar a los hijos nacidos de su vientre y salvarlos de los peligros y
de la muerte.
Con relación a la Laguna del Bebedero digamos que la dis-
minución del caudal de sus aguas, originada por la gran evapora-
ción que no es compensada por el río del mismo nombre y por las
lluvias; originó la creencia de que había en el centro del lago un
abismo profundo que absorbía las aguas.
Otros creen en “La ciudad encantada” que existe en el fon-
do. Al amanecer, cuando el sol hiere los cristales de la salina, la
ciudad adquiere su mayor actividad. Se oyen voces de seres que
la habitan, gritos y cantos de animales y pájaros y hasta tañir de
campanas. La laguna. “desconoce” y cuando una mujer penetra
en ella “hace llover”.
Se dice que la laguna es “brava” y que sus aguas han salido
de su lecho arrastrando a la gente que se le aproximaba. Ni las ha-
ciendas escaparon. Se cuenta que una vaca blanca, de cuernos re-
lucientes, atrae con sus mugidos a los animales que luego desapa-
recen. Los pobladores cercanos cuidan que la hacienda no vaya
a sus alrededores porque se han perdido “puntas” de vacas, cuyo
rastro iban hasta la orilla misma de la laguna. De noche se oyen
lamentos y carcajadas. A la madrugada cruza por el cielo una bruja

236
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

con forma de pájaro negro, balando como un cabrito.


Estas creencias fueron invocadas por los emisarios del Ca-
bildo de San Luis ante Don Juan Martín de Pueyrredón en 1814
(quien se encontraba en La Aguada de Pueyrredón) para disua-
dirlo del viaje que el militar tenía proyectado al Lago Bebedero. Es
evidente que detrás del aparente “paseo” de Pueyrredón se ocul-
taban cuestiones políticas y la intención real era entrevistarse con
algunos políticos mendocinos.

1. Autora citada, diario “Los Andes”, 25 de agosto de 1965: “Un canto a la tierra
puntana”.
2. Autor citado “Historia de San Luis”. pág. 105 t. I, Bs. As. 1916.

237
Colección Obras Completas

El Cuento

El cuento folklórico juntamente con la leyenda, los casos y


sucedidos y los mitos, forman parte del folklore narrativo.
Todas estas especies y muy particularmente el cuento, cons-
tituyen elementos aprovechables en el proceso educativo. Tres
son los motivos por los cuales el cuento folklórico no ha sido hasta
ahora debidamente aprovechado como elemento auxiliar de la di-
dáctica:
1º) Porque desgraciadamente hasta no hace mucho fue ge-
neralizado el concepto de lo que pertenece al pueblo (entendido
este como elemento folk) carecía de valores positivos y en conse-
cuencia no podía ser incorporado a la enseñanza.
2º) Porque no se ha comprendido (hablamos en términos
generales) que el folklore como elemento auxiliar de la didáctica
es muy rico en motivaciones y se presta como elemento introduc-
tor de cualquier tema, ya que tiene directa relación con todas las
áreas de enseñanza.
3º) Porque el arte narrativo en general ha sido hoy bastante
olvidado. Ya no encontramos como antes, aquellos renombrados
cuentistas que nos hacían pasar horas de verdadero deleite. Su
tiempo y su rol han sido ocupados hoy por la televisión.
Conviene utilizar el folklore y especialmente el cuento como
disciplina auxiliar de la didáctica por las siguientes razones:
1º) Porque despierta en el niño el interés y el amor por las
cosas de nuestra tierra, de nuestra región.
2º) Porque el niño tiene más vivencias de las cosas de sus
pagos o de su pueblo que de pueblos extraños. A nuestros niños
antes de hablarles de lobos o jirafas hay que hablarles de zorros o
pumas; en lugar de nombrarles abetos o lotos hay que nombrarles
algarrobos, talas, calagualas, yantén o zarzaparrilla.
3º) El conocimiento que el niño que va adquiriendo de la
flora, fauna, léxico, danzas o trabajos lugareños, lo afirma en su
medio y lo integra al contorno geo-histórico-social.
4º) El cuento folklórico y también la leyenda se adaptan per-

238
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

fectamente a la estructura mental del niño que no sabe diferenciar


la fantasía de la realidad.
El cuento folklórico pertenece al orden de las ficciones y
“constituyen el grupo más importante de las narraciones folklóri-
cas” según anota Susana Chertudi de Nardi. Esta autora ha clasifi-
cado los cuentos folklóricos en maravillosos, religiosos, animistas
o de espanto, humanos, animalísticos y encadenados.
Cuentos maravillosos son aquellos donde intervienen ele-
mentos mágicos o seres fabulosos como los cuentos de hadas.
Religiosos donde intervienen Dios, la Virgen o los santos.
Animista o de espanto donde intervienen seres demoníacos
y presentan conexión con los casos supersticiosos.
Humanos, cuya acción transcurre en el mundo real sin ele-
mentos fabulosos.
Animalísticos, donde los actores son animales que asumen
papeles de seres humanos en muchos casos.
Encadenados, que son en muchos casos versificados: “Su
gracia reside en la serie prolongada de preguntas y respuestas, o
en la repetición de una fórmula que se extiende progresivamente”.
Un hermoso cuento animalístico es el del sapo y el avestruz,
que la Dra. Berta Elena Vidal de Battini recogió de labios de Don
Juan Lucero, narrador de El Durazno (Dpto. Pringles) (1)

Un día se encontraron en una quebradita el avestruz y el sapo.


Que el avestruz, claro, lo despreciaba al sapo y ni lo miraba, ni lo
saludaba, ni nada. Ya lo iba a pisar cuando el sapo le grita:
- ¡Epa, don! No pise a la gente. Hay que ser más educado.
- Disculpe amigo, no lo había visto- le dijo el avestruz dando
una espantada. Como es tan petiso usted, me tengo que agachar
mucho para mirarlo, y como yo soy tan alto, ando mirando siempre
para arriba.
- Yo soy petiso -le ha dicho el sapo- pero soy capaz de ver la luz
del sol primero que usted.
- ¡No diga, amigo!
- Si quiere le hago una apuesta.
- Ya está. Mañana nos vamos a poner al alba a ver quién ve
primero la luz del sol.

239
Colección Obras Completas

- Le acepto -le dice el sapo- cada uno va a elegir el lugar que


más le convenga.
Ya han convenido el precio de la apuesta y se han despedido.
Al otro día, oscuro todavía, con estrellas, se han vuelto a en-
contrar. Ya le ha dicho el avestruz que él se va a subir a una lomita
que había allí.
- Bueno -ha dicho el sapo- le dejo tomar ventaja.
El avestruz se subió a la lomita y se puso a mirar para el na-
ciente, para el lado que sale el sol.
El sapo se quedó allí nomás, pero se puso a mirar al poniente,
a las cumbres de unas sierras altas que tenía al frente. Y allí que-
daron hasta que aclaró. Entonces el sapo dio un salto y empezó a
gritar:
- La luz, la luz del sol. Yo lo vi primero, yo lo vi primero. Gané,
gané.
Se dio vuelta el avestruz, y claro, vio todas las cumbres alum-
bradas por el sol, que alumbra a lo alto, antes de nacer por el este.
Y ahí ganó el sapo y el avestruz tuvo que pagar la apuesta.

En 1962 la Dra. María Delia Gatica de Montiveros publicó


su libro “Cuentos de Don Benito” En él incluye once cuentos de
proyección folklórica, es decir recreados por la autora en base a
relatos de un hombre folk: Don Benito Rosales, nativo de Luján
(SL). Este personaje fue en sus mocedades domador, trenzador
y arriero. Extraordinario narrador ponía en sus relatos la gracia y
la experiencia recogida a lo largo de su sacrificada vida. Tuvo la
grandeza de los pobres auténticos: simplicidad de espíritu, con-
formidad gustosa con su condición, alegría de vivir, menosprecio
sincero de las vanidades, sentido de la ley de trabajo y, en el fondo,
bondad y amor. (2)
Tal como lo destaca la autora citada: “Fue un imaginativo ex-
cepcional, y a su riqueza inventiva unía un sentido notable de la
acción épica y de la situación cómica”
Este perfil del narrador es común a otros que mencionare-
mos más adelante y que son portadores de una categoría de cuen-
tos que Susana Chertudi de Nardi clasificó como “humanos” de
exageración y embuste.

240
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

En los pagos de Concarán un extraordinario narrador fue


Don Antonio Oviedo. Quienes lo conocieron recuerdan sus mara-
villosos relatos de exageración que reflejaban, como en el caso de
Rosales, vigorosa imaginación y asombroso humorismo.
De Don Antonio Oviedo es este relato:
En cierta oportunidad se realizaba una yerra en la estancia
“La Gramilla” Como de costumbre a este torneo de destreza criolla
donde los paisanos de la zona confrontaban habilidades en traba-
jos camperos, acudieron puntanos y cordobeses en cantidad pocas
veces vista. Allí estaban estancieros, peones, arrieros, domadores,
etc. de veinte leguas a la redonda.
Temprano comenzó el trabajo; o mejor dicho la fiesta. Había
mucho que hacer porque además de la ternerada del año, había
que marcar los potrillos y las mulas en edad. Y no era cuestión de
andar haciendo las cosas a la que te criaste, porque en especial los
potrillos son muy delicados y en cualquier momento, en un pial
mal hecho o en un estrechón contra los postes del corral, salen
con una mano al aire: quebrados. Entonces no hay más que “des-
penarlos”.
La estancia era ese día una romería. Bajo los sauces y tama-
rindos de la manga los paisanos habían desensillado sus fletes, en
tanto que otros en disposición de estar un rato nomás, habían de-
jado sus caballos atados o con las riendas arriba apretadas bajo el
cojinillo.
Ese era un verdadero contrapunto de coronillas, peleros, so-
brepuestos, bozales, cabezadas, pretales, estribos, cinchas y en-
casquillados donde se veía la mano hábil de las tejedoras, la envi-
diable paciencia de los trenzadores y el lujoso arte de los plateros.
La niñada se trepaba por los palos del corral para no perderse de-
talles, en tanto que en las “casas” las mujeres apuraban los manja-
res de la cocina criolla.
La paisanada se iba turnando en el trabajo de pialar y manear.
En esto había para todos los gustos. Algunos maneaban de
las cuatro patas; otros cruzado de una mano y una pata; quienes
de las manos y las patas donde va la marca. En piales también ha-
bía lujo de variedades: derecho, de volcado, codo vuelto, por sobre
el lomo.

241
Colección Obras Completas

El “fogonero” al lado del corral, se esmeraba en poner las


marcas a punto y los marcadores cumplían su papel con señalada
regularidad. Asentar la marca (que no debe estar ni tibia ni dema-
siado caliente), por el tiempo preciso para que el pelo se queme
bien y parejo; sin apretarla demasiado y evitando la “plancha, es
cuestión que requiere baquía como cualquier tarea campestre.
Al tercer día de trabajo le llegó el turno a las mulas. Como yo
no había intervenido en la pialada me empezaron a hacer insis-
tencia que “sacara las uñas”. Había mucha gente mirando, como
que esa tarde terminaba la faena y jóvenes y viejos se preparaban
para el regalo del baile. Desaté el lazo y entré al corral. Ese lazo
trenzado de seis me lo había regalado mi padre y lucía una argolla
de bronce que tenía esta inscripción: Antonio Oviedo.
Y la verdad que el dueño no era manco para manejarlo. Me
hicieron costear una mula negra de buena alzada. Cuando iba a ti-
rar el “volcao” el animal se me volvió y tuve que pialar codo vuelto.
Fue tan violento el cimbrón que el lazo se cortó y la argolla
silbó por los aires. Como había mucha gente la empezamos a bus-
car entre todos. Pero fue argolla que se perdió como si se la hubie-
ra tragado la tierra. Dos días la busqué, pero me tuve que resignar
a perderla nomás.
Pasaron como veinte años. Una vez venía de la cosecha de
maíz de la provincia de Córdoba, bajando la sierra. En unas de esas
me bajo a componer. Arreglo las pilchas, aprieto la cincha y cuan-
do voy a poner el pie en el estribo, veo una cosa en el suelo media
enterrada.
La muevo con la punta del pie y resulta ser una argolla. De
bronce. La limpio con la mano y aparece la inscripción Antonio
Oviedo, viejito…

Los Narradores
El cuento folklórico no ha sido aprendido en los libros por
la gente del pueblo. Se ha ido transmitiendo de padres a hijos, de
generación en generación hasta llegar a nosotros por la vía oral.
Nadie puede decir ahora quién o quiénes son los autores de esos
cuentos. Son anónimos. El pueblo ha olvidado al creador y solo

242
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

recuerda la creación.
Los portadores de estos bienes folklóricos son los narradores,
personas generalmente maduras, de excelente memoria, que mues-
tran una especial vocación por su arte. Narrar es para ellos una pa-
sión, una necesidad. Lo hacen con gran habilidad, dosificando las
pausas y adornando la narración con detalles originales y de buen
gusto. A veces son personas iletradas, es decir analfabetas, pero nun-
ca ignorantes. Poseen un rico bagaje de saber popular.
Se narran cuentos en variadas circunstancias, pero especial-
mente en las noches cuando junto al fogón se descansa de las fae-
nas del arreo, de la yerra, de la hachada; en las crudas noches de
invierno cuando la nieve o el viento invitan a acurrucarse junto al
fuego; en los velatorios y trillas; en las mingas y en el baile de San
Vicente; en la quema de ladrillos y en las paradas de los viajes a
caballo.
Pero más frecuentemente se narran cuentos a los niños des-
pués de la cena, hora en que los abuelos nos regalaron esa riqueza
de palacios reales, lujosos carruajes, comarcas bellísimas, anima-
les extraños, ríos encantados, bosques misteriosos, viajes maravi-
llosos; que todavía disfrutamos.
Excelentes narradores pasaron por esta tierra puntana: Gre-
gorio Garro de La Mesilla del Cura; Juan Fernández de Potrero de
Gutiérrez; Conrado García, Juana Barzola de Avellaneda, Rosin-
da García de Allende, Salomé Agüero, Lorenzo Lucero y José Fé-
lix Tobares de San Martín; José Pallero de El Mollar; Camilo Véliz
de Piedras Anchas; Benito Rosales de Luján; Gabriela Romero de
El Sauce; Juan C. Ruartes de Villa General Roca; Delfín Prado de
Cortaderas; Juan Lucero de El Durazno; Marcelino Martínez de
Estancia de los Roldán; Santos Gil de Buena Esperanza; Humberto
Silvera y Eustaquio Funes de San José del Morro; Luis Gerónimo
Lucero de Nogolí; Prefiterio Heredia de Las Cañas, Los Corrales;
Leontina Escobar de Loyola de la Banda Norte y Venancio Heredia
de San Francisco del Monte de Oro; Doña Luisa Bustos de Miran-
da y Don Antonio Oviedo de Concarán; Don Amarando Silva de
Merlo a quien recuerda en su “Historia y Leyenda de la Villa de
Merlo” el poeta Antonio Esteban Agüero.
Los cuentos del zorro. “El zorro pierde el pelo, pero no las

243
Colección Obras Completas

mañas” dice un antiguo refrán popular que da cuenta de la viveza


y picardía de este personaje antológico de nuestra fauna.
Esa picardía ha dado lugar a una vasta bibliografía que tie-
ne por autores a destacados escritores como Juan Carlos Dávalos,
Fausto Burgos, Bernardo Canal Feijoo, Javier Villafañe, Oreste Di
Lullo, Luis Franco, Rafael Cano, Ricardo Rojas, Ernesto Morales,
etc.
Son conocidos en nuestro medio los cuentos del zorro y el ti-
gre; el zorro y el quirquincho; el zorro y el “lión”; el zorro y el sapo;
el zorro y el gallo; el zorro y la perdiz; el zorro y el jote.
En todos estos relatos que generalmente la gente llama caso,
está presente la astucia de este animalito que hace cosas increí-
bles, tiene origen popular, carácter anónimo y una gran antigüe-
dad.
En 1921 los maestros de escuela de la República Argentina
realizaron por iniciativa del Consejo Nacional de Educación, un
relevamiento de materiales folklóricos y entre ellos aparece una
considerable cantidad de cuentos del zorro. Uno de estos recoge
en el “El Arenal” (San Luis) la Sra. Teresa C. de Pérez. Es una ver-
sión del cuento “El hombre, el tigre y el zorro”.

Había un hombre muy pobre. Todos los años hacía semente-


ras para poder pasar la vida. Cuando llegó la época de siembras, le
dijo a su mujer:
- He dispuesto empezar a sembrar mañana, así es que, mien-
tras busco los bueyes, me acomodás las árganas. De un lado echás
el maíz y del otro el hacha y los torzales.
A la madrugada se fue. Empezó a “uñir” (uncir) los bueyes y
sintió que venía alguien. Miró y vio un tigre. El pobre hombre casi se
muere, al verse en presencia de tan terrible enemigo.

-¿Qué hace mi buen mozo, que ahorita me lo como? dijo el tigre.


El hombre empezó a temblar.
En eso grita un zorro que estaba en la loma. Lo vio el tigre y se
asustó; no había conocido zorro.
Le pregunta al hombre: ¿Qué es eso?
El hombre, que comprendió que el tigre estaba asustado, le dijo:

244
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

- Es un hombre muy malo.


- ¡Se ve! ¡Mire, amigo, qué chicote trae! -dijo el tigre.
El zorro volvió a gritar.
-¿Qué dice?- preguntó el tigre.
El hombre, que ya había recobrado el ánimo, le contestó:
- Me pregunta qué es esto tan overo que se ve. (El tigre era muy
overo).
El tigre ya se moría de miedo, le dijo al hombre:
- Dígale que son porotos.
Volvió a gritar el zorro.
- ¿Qué le pregunta? dijo el tigre.
- Nada- le contestó el hombre, para asustar al tigre.
El zorro gritó fuertísimo. El tigre, como vio que el hombre no le
quería decir lo que preguntaba el zorro, le dijo:
- Mire, amito, por favor, dígame lo que dice este señor.
- Es que no hallo qué hacer- le contestó el hombre-, porque me
dice que apalee los porotos para ver si es cierto.
- Eso es lo más fácil- le dijo el tigre. Me voy a meter dentro de un
árgana y usted le pega para que él crea que es a los porotos.

¡Qué más se quiso el hombre! Él mismo lo ayudó y le puso


el árgana boca abajo. Trajo el hacha y en dirección a la cabeza
pegó un terrible golpe. Levantó el árgana y vio que el tigre estaba
muerto.
Cuando el zorro vio que el hombre había muerto al tigre, se
vino corriendo.
- Bueno amigo- le dijo al hombre, a mí me debe la vida, si yo no
hubiese estado, se lo come el tigre. Así es que yo le cobro; desde
mañana me trae dos corderos; uno comeré por la mañana y otro
en la tarde.
El hombre, que era muy sencillo, empezó a llevarle corderos todas
las mañanas. Habían pasado varios días. La mujer pensó que si así
seguían, no iban a tener qué comer. Una mañana le dijo al marido:
- Hombre, no seas tan sencillo. ¡Hasta cuándo vas a mantener
a ese bribón! Mira, hoy le llevas un cordero y del otro lado del
árgana llevas un perro.
El zorro, que estaba cebado, ya estaba en el cerco. Comió el cor-

245
Colección Obras Completas

dero y se fue. El perro estaba debajo del árgana. A la tarde volvió


el zorro. Cuando lo vio, el hombre le hizo señas que el otro corde-
ro estaba encerrado. Fue el zorro, y cuando levantó el árgana lo
sacó el perro: ¡Ya te mato, ya te mataré!
Medio escapó el zorro y se metió entre las piernas del hombre que
de lástima lo defendió. El zorro le dijo:
- Ha sido usted un mal amigo.
- Si yo creía -le contestó el hombre- que usted no le tendría mie-
do. ¡Lo hice por broma!
- Mire, señor- le contestó el zorro, con tal que no me haga otra
broma, no me traiga más corderos. (3)

Aquí nos tenemos que preguntar, con Susana Chertudi:


¿Dónde aparecen los cuentos folklóricos del zorro?
“Muchos de ellos, seguramente, deben haber llegado a nues-
tras tierras con la conquista europea. En el Viejo Continente hay
abundantes pruebas, desde antiguo, de la presencia de estos re-
latos”.
“La zorra (y no el zorro como ocurre con más frecuencia
entre nosotros) campea ya en las fábulas de Esopo, entre las que
aparece, por ejemplo, el famoso convite de la zorra y la cigüeña,
idéntico, por la burla mutua, a la versión de “La Chuña y el Zorro”.
“Posteriores a las de Esopo son las fábulas de Fedro, escritas
en latín, pero traducidas, en su mayoría, del griego. En el libro pri-
mero de dichas fábulas figura el cuento de la zorra, que engaña al
cuervo que tiene queso en el pico; el ardid es igual al cuento de “La
Zorra y el Carancho”. (4)
Sin embargo, tal como lo observa la estudiosa que ya hemos
nombrado, no todos los cuentos recogidos en América tienen an-
tecedentes en el Viejo Mundo. Estos cuentos originales deben atri-
buirse a la tradición autóctona, ya que “el zorro tuvo papel desta-
cado en la mitología de los pueblos andinos”; está representado en
vasos de cerámica de la cultura mochita y aparece en la mitología
de los pueblos chané chiriguano del sur de Bolivia y norte de la
Argentina.
Muchas veces los cuentos actuales del zorro, son versiones
desacralizadas de antiguos mitos indígenas.

246
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

En las provincias de Cuyo el zorro es conocido como “Juan”,


“Don Juan” o “Juancito”. Su fama de personaje vivo, leguleyo y ven-
tajero, se pone de manifiesto en este cuento del zorro y las vizca-
chas que en 1921 recogió la Sra. María Luisa G. V. de Rivero narra-
do por Doña Felisa P. de Ortiz de Cerros Largos (SL).

Estas eran dos vizcachas que salieron a pasear. Una se fue por
una sendita y otra por otra.
En el paseo les fue muy bien, porque cada una se encontró
un pedacito de cobija de lana. Cuando se juntaron comenzaron a
pensar cómo harían para que les fuera más útil. Al fin, resolvieron
unir los dos pedazos; pero no tenían con qué coser. ¡Y cosidos que-
daban mejor y ellas podían dormir juntas!
En eso llegó un zorro y les dijo que él se había hallado un hi-
lito y que se los daría si lo dejaban taparse también a él.
Las vizcachas aceptaron y se pusieron a coser.
Cuando llegó la noche estaban muy contentas; ya no ten-
drían frío.
Pero el zorro, cuando fueron a acostarse, dijo que él se tenía
que acostar enfrente de su hilito.
Las vizcachas no tuvieron más que decir que sí, y el zorro dur-
mió muy abrigadito y las compañeras casi se helaron de frío, por-
que la cobija resultaba angosta para los tres. (5)

1. Publicado en el tomo III de la obra “Cuentos y Leyendas Populares de la Argenti-


na”, pág. 425, Ed. Culturales Argentinas, Secretaría de Estado de Cultura, Ministerio
de Cultura y Educación, Bs. As. 1980.
2. Autora y op. cit. Prólogo.
3. “Cuentos del zorro” Selección, presentación y notas de Susana Chertudi, pág. 42,
Edit. Eudeba, Bs. As. 1965. 4 Ídem. Prólogo.
4- Idem. Prólogo
5- Idem, pág.74

247
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

USOS Y COSTUMBRES

Las Novenas

Las novenas constituyeron en otros tiempos, actos de devo-


ción frecuentes entre los habitantes de San Luis no solo en el ám-
bito rural sino también en los pueblos y en la ciudad capital. Hoy,
sin haber desaparecido, esas prácticas devotas se realizan con me-
nor intensidad.
Las novenas como hechos folklóricos son manifestaciones es-
pontáneas que se producen sin la intervención oficial de la iglesia u
otra autoridad. No obstante ello y a modo de marco histórico, diga-
mos que las actas del Cabildo dan cuenta que en 1702 el cura Don
Juan Álvarez de Toledo pide al Cabildo puntano que considere la
necesidad de que exista una imagen de bulto del Patrón y Bienaven-
turado San Luis, “para poder hacerle su celebración como es cos-
tumbre”. Y todos fueron de opinión que se tasare su hechura “con el
oficial que lo ha de hacer”, y que, para pagarle, se pidiese una limos-
na al vecindario tanto de la ciudad como de la campaña. (1)
En 1704 los cabildantes disponen que se haga una novena a
Nuestra Señora de la Limpia Concepción para que interceda para
aliviar “la peste que padecía la ciudad y la gran seca en los cam-
pos”. Para ello el alcalde Don Lorenzo Muñoz de Aldana y el algua-
cil mayor Don Caledonio Garín debían pedir una limosna al pue-
blo pues el Cabildo no tenía fondos para pagar el oficio religioso. (2)
En el siglo pasado, ya en el ámbito rural, Don José Tránsito
Ruiz y su esposa Doña Candelaria Miranda, todos los años le se-
guían novena a la Virgen de la Candelaria en la localidad homóni-
ma, que culminaba el 2 de febrero.
En Monte Carmelo Don Nicolás Gatica le hacía novena a la
Virgen del Carmen, y en los Cercos de Alfa (Departamento San
Martín) Doña Gregoria Chaves de Molina le seguía la novena todos

249
Colección Obras Completas

los años a San Antonio que concluía el 13 de junio. Según creencia


popular San Antonio es abogado de las niñas casaderas, y fueron
famosas las novenas que, en San Luis, en el Bajo Chico, realizaban
anualmente las niñas Baigorria. El santo de bulto que veneraban
las Baigorria se encontraba en 1978 en la Capital Federal en poder
del general (RE) Don Santiago Baigorria. (3)
En Villa de Praga el fundador de ese pueblo en 1918 Don
Conrado García, le seguía la novena al Niño Jesús de Praga, y otro
tanto hacía Don Antolino Olguín en Las Mangas (San Martín) con
relación a San Roque, celebrando su conclusión el 16 de agosto.
En la Quebrada de San Vicente fueron famosas las novenas
que se rezaban todos los años a San Vicente, celebrándose el aca-
bo (sinónimo de conclusión) el 5 de abril. Aún en nuestros días
subsiste esa práctica devota.
Aquellas novenas de antaño en la Quebrada de San Vicente
congregaban a todos los vecinos y a ellas iban, en los últimos días,
Don Ramón Neto de San Rafael (Dpto. San Martín) que tocaba el
violín, y Don Andrés Gualpa de Quines que lo acompañaba con
guitarra.
Durante muchos años en la casa de los Frías, paraje llamado
Los Talas cerca de Los Chañares, Partido de San Lorenzo, Dpto.
San Martín, se siguió novena a la Virgen de los Desamparados. Los
antiguos dueños de esa Virgen fueron Alejo, Antonio, Aniceto y Er-
nestina Frías. Eran famosos los bailes que se realizaban con moti-
vo de la terminación de la novena.
Desde Los Talas la Virgen era llevada a Sierrita Colorada,
Casa de Piedra, Laguna Larga, El Pantano, etc. para seguirle nove-
na. La acompañaba siempre una nutrida caravana de campesinos,
algunos a caballo otros a pie. La Virgen por cierto, era conducida
a pie. Desde lejos se percibía el toque de la caja y a medida que se
acercaba se hacía más nítido el rítmico ta ta táaaa… ta ta táaa… ta
ta táaa… Cuando llegaba la caravana los vecinos salían al camino a
tomar gracia. Al rato el grupo se perdía de vista y solo se escuchaba
a lo lejos el rítmico percutir del parche de la caja.
Antes de 1930 en “El Puesto de Miranda” y con posteridad en
el pueblo de San Martín, Doña Ignacia Amaya de Tobares le seguía
novena a San Rafael que concluía el 24 de octubre. En aquellas

250
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

novenas Don Delfín Amaya acompañaba con guitarra o con man-


dolín el canto de los gozos.
Otra novena que atraía verdaderas multitudes pues allí con-
currían no solo los vecinos de la villa sino también de las zonas
aledañas (Nogolí, Represa del Chañar, La Pilona, Los Pocitos, etc.)
es la que se realizaba en la casa de Don Sinforiano Alcaraz y de su
esposa Doña Liboria de Alcaraz en homenaje al Santo Cristo de la
Quebrada que culminaba el 3 de mayo.
En la zona de Las Huertas (Dpto. San Martín) durante todo el
año acostumbraban seguir novena a diversos santos.
Así en la casa de Don Celestino Arrieta y Doña Jerónima Mo-
rales (Doña Jeromita), lugar llamado El Puesto, le seguían novena
a San Jerónimo que finalizaba el 30 de setiembre; y a San José que
finalizaba el 19 de marzo. En Las Higueritas, casa de Don Justo Es-
cudero seguían novena a San Antonio celebrando su conclusión
el 13 de junio. En lo de Don Esteban Rodríguez, paraje Los Talas le
rezaban novena todos los años a Santa Teresa de Jesús. El “acabo”
se celebraba el 15 de octubre.
En “Las Casas Viejas”, Don Rosalío Coria le seguía novena a
Santa Rita. En las noches de novena la gente iba a pie o en burro
a la casa donde se rezaba. Como en el lugar no había linternas, en
el tiempo en que se trabajaban las minas, se alumbraban con lám-
paras de carburo. Pero lo normal era que lo hicieran con hojas de
palma que portaban a modo de antorchas. Con ese fin durante el
día cortaban palmas (que abundan en el lugar) y dejaban monton-
citos o manojos, de trecho en trecho del camino, para usarlos en la
noche. El espectáculo de los devotos portando esas teas encendi-
das en la noche, por los caminos de los cerros, resultaba verdade-
ramente hermoso y sugerente.
Al NO de Paso Grande (Dpto. San Martín) en la zona de La
Vertiente, El Talita, Los Comederos y El Paraguay, se siguen no-
venas a varios santos. Así por ejemplo en la casa de Doña Sixta
Villegas de Los Pocitos y de Roque Pérez en El Talita le rezan no-
vena a San Antonio. En lo de Doña Sixta la novena concluye con la
procesión del santo por los cercos alrededor de la casa.
Don Carlos Funes le sigue novena todos los años a San Ro-
que. El día del “acabo” (16 de agosto) se lo celebra todo el día y

251
Colección Obras Completas

también sacan el santo en procesión.


En la casa de Don Benjamín Becerra y en lo de Don Lorenzo
Aguilar de La Vertiente acostumbran rezarle novena a la Virgen del
Perpetuo Socorro. En esta zona la gente que concurre por las noches
a las novenas, acostumbra dejar escondido el calzado que usan de
diario (normalmente alpargatas) para llegar a la casa de zapatillas
o zapatos. A la vuelta recogen las alpargatas u ojotas que dejaron
escondidas, y es notable la memoria que tienen para ubicar el lugar.
Se llama a la novena con tres golpes de caja. Esta se construye
de cuero de chivo. Sus dimensiones son 20 centímetros de diáme-
tro por cuarenta de alto. Quien toca la caja lo hace paseándose por
el patio de la casa mientras las demás personas hacen silencio. En
las noches serenas el toque de la caja se escucha de larga distancia
y su ritmo es más alegre y movido que en otras zonas de San Luis:
ta tá… tatatáta… ta tá… tatatáta… ta tá… tatatáta.
Unos 40 minutos antes de comenzar el rezo la gente se reúne
para tomar mate y todas las noches, concluido el oficio religioso,
bailan con fonógrafos o victrolas.
Para el “acabo” de novena, es normal que los gozos se canten
con acompañamiento de acordeón y guitarra, y los infaltables músi-
cos son Don Benjamín Becerra y sus hijos Víctor y Lorenzo. (4)
En la zona de Guzmán en la casa de Don Carlos Villegas todos
los años se le seguía novena a la Virgen de la Libranza. Los vecinos
que deseaban seguir novena a la Virgen debían “cofrarse”, expresión
que significa anotarse en el cuaderno que lleva el dueño o dueña
de la santa a fin de prestarle la imagen para el tiempo de la novena.

Juegos y diversiones

Era habitual que después de la novena se jugara al anillo,
entretenimiento en el que participaban las personas mayores y que
originaba risueñas alternativas pues había que “pagar prendas”. En
las novenas que solía celebrar Don Cornelio Olguín en Los Corrales,
lugar situado al oeste de Paso Grande, por el año 1940, se jugaba tam-
bién al anillo antes de comenzar el rezo, esperando que llegara la gen-
te. (5)

252
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

A este inocente juego del anillo se le agregaban pasatiempos.


Muchos dueños o dueñas de la novena propiciaban el baile que
tenía lugar después del rezo.
Las mujeres de más edad jugaban a la pandorga y los caballe-
ros a quienes aburre bastante aquellos entretenimientos sin malicia,
pasaban el rato jugando al truco, al monte criollo o al siete y medio.
Parece que estos pasatiempos al margen de la práctica devo-
ta se llevaron a extremos que comprometían las buenas costum-
bres y a comienzos del siglo pasado Don Juan Francisco Oyola (es
decir quien sería después el renombrado Coronel Juan Francisco
Loyola) dicta en El Divisadero un bando cuyo artículo 4º establece:
“Se prohíbe que en las novenas pueda haber diversión, ni de baile
ni de juego para que los que en ellas se reunieran sea con el único
objeto de rezar y de este modo se evitarán los grandes inconve-
nientes que de ellas se han seguido hasta el presente, incurriendo
los que contravinieran esto en la multa de los mismos cuatro pesos
que exhibirán los dueños de casa y si lo hicieran en el campo ex-
hibirán la multa los que fueren sustentantes de dicha diversión”. (6)
Estas prácticas subsistieron sin cambios sustanciales pues
muy avanzado el siglo pasado se dicta la Ley Nº 190 del 24 de no-
viembre de 1871 por la que se prohíben “los bailes en casas parti-
culares durante el tiempo que se hacen en ellas novenas a las imá-
genes a los santos, lo mismo que los que se hacen a los párvulos
que se mueren, bajo la multa de cinco pesos a los dueños de casas
que lo permitan” (Art. 30).
La última parte de la norma se refiere a la antes muy difundi-
da y ahora extinguida práctica del velorio del angelito.
El “acabo” de novena. El “acabo” de novena significa su conclu-
sión que normalmente coincide con el día del santo. El 2 de febre-
ro es el “acabo” de la novena de la Virgen de La Candelaria y del
Niño Jesús de Praga; el 19 de marzo de la novena de San José; el
5 de abril de San Vicente; el 13 de junio de San Antonio; el 24 de
octubre de San Rafael, etc., etc.
Ese día concurre a la casa donde se reza la novena, mayor
cantidad de gente que en los días anteriores pues ocurre que en
los lugares muy apartados y de escasa vida social, la novena y es-
pecialmente el “acabo” son oportunidades para que la juventud se

253
Colección Obras Completas

relacione y los mayores se diviertan.


El altarcito hogareño luce sus mejores galas y si es tiempo de
primavera o verano las flores naturales reemplazan a las de papel.
Los músicos acompañaban el coro que cantaba los gozos,
con guitarra o violín, pero esa costumbre se ha perdido ya casi to-
talmente.
El acabo de novena se celebra generalmente con baile y cena,
o en su defecto si el dueño o dueña no es de “muchos posibles”,
con una “pasteliada” También se hacen rifas en esta oportunidad.

1. Actas Capitulares de San Luis. t. I. pág. 51, Academia Nacional de la Historia,


Bs. As. 1980.
2. Ídem, pág. 67.
3. “Memorias del Coronel Manuel Baigorria” con prólogo del general Santiago F.
Baigorria, fig. 1, Edit. Eudeba, Bs. As. 1978.
4. Información de los ex maestros de la zona José Rafael Dopazo e Ilda Zalazar de
Dopazo, Maipú 1171, San Luis.
5. Información de la Sra. María Valenciaga de Montenegro - Barrio Luz y Fuerza,
Casa 49 - San Luis.
6. Archivo Histórico de San Luis - Carpeta Nº 29 documento 336, 20 de mayo de
1823.

254
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

EL CASAMIENTO

Creencias y Supersticiones

Antes de entrar al tema del casamiento, es necesario hacer


mención de las creencias populares que en el folklore puntano se
observan en torno al noviazgo.
Enseñan viejas consejas que en la casa donde hay “niñas en
edad de merecer”, no deben tenerse plantas de hortensia, Santa
Rita o begonia, porque aquellas se quedan solteras. Pero no todo
se ha de limitar al destierro de esas especies vegetales. Cuan-
do han pasado ya los años lozanos y frescos de la juventud y los
querubines del amor no se han dignado reparar en esa belleza que
comienza a caducar, no hay más recurso que “seguirle” novena a
San Antonio. Pero no hay que esperar que el santo por sí solo obre
el milagro. Para eso están las nueve noches que después de los re-
zos ofrecen la oportunidad del baile y de otras alternativas de so-
ciabilidad como el juego del anillo, que culmina en el “acabo” de
novena.
Fueron famosas las novenas que las Baigorria le seguían a
San Antonio en “El Bajo Chico” de la ciudad de San Luis. A ellas
concurrían en multitud, las niñas casaderas de la vecindad, y el 13
de junio día del “acabo” de la novena, se observaba la presencia
de muchas niñas del “centro” que llegaban no solo movidas por su
desinteresada devoción sino también por su aflicción de soltería.
Dicen que cuando se pierde la aguja se pierde el novio.
Por eso ninguna niña consiente en dar por perdido definitiva-
mente el fino adminículo. A una aguja, no obstante, su escaso
valor, “se la busca como con luces”, y no se para en tal empeño

255
Colección Obras Completas

hasta encontrarla.
Cuando el varón no sabe si la niña le corresponde en el amor,
toma en sus manos una margarita del campo y deshojando uno a
uno sus pétalos de oro, pronuncia estas palabras: Me quiere mu-
cho, poquito, nada. Por vaticinio de esa inocente flor silvestre sabe
si sus desvelos merecen o no la acogida del ser amado.
Si un hilo blanco se pega en la ropa de un caballero, ya sabe-
mos lo que significa: Lo “persigue” una rubia.
En las noches de estío cuando la bóveda celeste es un inmen-
so arco de luces titilantes y en los pastos los grillos ensayan en “si”
menor su serenata, los niños capturan tucos con la mano al con-
juro de un viejísimo llamado. “Tuco toma pan. Tuco toma pan” y
luego de breve prisión devuélvenlos a la noche con una cándida
invocación de los impúberes y esperanzada de los adolescentes:
“Tuquito volate donde está mi suerte”.

La Ceremonia

Transcurrido el tiempo del noviazgo llega el momento de


“formalizar”. Es el tránsito de las palabras bonitas a los hechos
concretos.
Es frecuente que los novios “bajen” al pueblo a casarse. Se
acostumbra que el novio se haga presente en la casa de la novia a
hora temprana el día de la boda. Desde allí parte la caravana ha-
cia el pueblo. Se hacen dos filas encabezadas por los novios. Los
acompañantes se encolumnan en parejas; es decir una mujer y un
varón. Al final quedan, como es natural, los ancianos y los niños.
Los aperos que se ensillan son los de dominguear, aunque no
falta por cierto el del pobre paisano que no tiene más remedio que
ensillar su aperito “cantor”.
Si la distancia no es muy larga, se marcha despacio, evitando
que los caballos lleguen sudados al pueblo. De lo contrario se ga-
lopa con prudencia a fin de “acortar camino”.
La ceremonia civil y religiosa en el pueblo es la común, sin
variantes dignas de mención.
Al emprender el regreso comienza recién una serie de actos

256
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

rituales que la costumbre ha consagrado desde tiempos inmemo-


riales. Antes de partir hacia la casa de la novia, que es donde gene-
ralmente se realiza la fiesta de bodas, el grupo encabezado por los
recién desposados y encolumnados en dos filas formando parejas,
al galope largo dan una vuelta a la plaza del pueblo entre vivas y
fuegos de cohetería. Las hurras corrientes son “Vivan los novios”,
“Vivan los padrinos”, sin hacer alusión a los padres de los novios.
Después de salir del pueblo y ya de regreso, se galopa cuanto
lo permite el camino. Y a intervalos más o menos regulares se co-
rean vivas a los novios con disparos de cohetes y armas de fuego.
A veces a mitad de camino se hace un alto para “componer”. Y allí
aprovechan los guitarreros para cantarles a los novios algún vals u
otra composición semejante.
Antes de seguir adelante debemos decir que hemos recogi-
do de viejos pobladores de la zona de San Martín, la versión de
que en otras épocas los novios que “bajaban” de Guanaco Pam-
pa, Pozo del Espinillo, Las Pichanas, Las Barranquitas, Rincón del
Carmen, San Isidro, etc. hacían un alto antes de llegar al pueblo
en un gran chañaral que todavía existe sobre el camino que une
San Martín con Concarán, dentro del campo Los Algarrobitos. El
lugar fue conocido como El Chañaral de los Novios. Allí la comiti-
va descansaba, se componían los aperos, se daba un resuello a las
cabalgaduras, se arreglaban las niñas y los caballeros (que hacían
un grupo separado de las damas) aprovechaban para entonarse
con un trago, sacarse la tierra de las botas, acomodarse el nudo del
pañuelo y algún otro menudo menester.
Cuando los novios llegan a la casa se produce el ritual más
llamativo y original. Hemos presenciado personalmente la escena
que pasamos a describir. Fuera del guardapatio, de pie, alineados
con cierto rigor, aparecen los padres de los novios. Se estila que los
acompañen familiares o amigos, pero siempre personas de edad,
es decir contemporáneos o mayores que los progenitores de la pa-
reja.
Cuando esta llega frente a aquella fila de personas (se llega al
tranco y sin meter barullo), se detiene, y lo propio hace el resto de
la comitiva manteniendo el orden que traía. De a caballo los gui-
tarreros cantan un vals. En la actualidad existe una generalizada

257
Colección Obras Completas

preferencia por “La Monjita”, vals de un conocido músico mendo-


cino Don Hilario Cuadros en colaboración con Augusto A. Cons-
tatt. En épocas pasadas se cantaba una canción o tonada titulada.
“Ya se casaron los novios”.
Cuando termina el canto atruenan cohetes y revólveres se-
guido de un vibrante “Vivan los novios”, “Vivaaaan...” Entonces el
novio echa pie a tierra. Ayuda a bajar a la novia y ambos del brazo
se dirigen a saludar a los padres. Piden la bendición y luego ingre-
san al patio donde previamente se han dispuesto las mesas para
“la comilona”. Cumplida esta ceremonia recién los acompañantes
desmontan, desensillan y acomodan sus cabalgaduras y aperos.
En el patio de la casa, muy bien barrido y regado, se han dis-
puesto unas a continuación de otras, las mesas que forman así una
sola mesa larga.
La cena en estas fiestas del casamiento tiene sus platos clá-
sicos: empanadas, fritas o asadas al horno, presas de pavo cocido,
asado de chivo con chanfaina, lechón frío al horno y pasteles de
dulce.
En el momento de la comilona los guitarreros cantan a los
novios valses, tonadas o canciones y aparecen las variantes en los
“vivas”: “Vivan los novios”, “Vivan los padrinos”, “Vivan los padres
de los novios”.
Volviendo al tema ritual debemos decir que hemos presen-
ciado otra variante. Los novios ingresan a la casa acompañados
de los padrinos y demás concurrentes. En la galería, sentados, los
esperan los padres. Frente a ellos, en el suelo (es decir a sus pies)
se tiende un chuse, pelero o caronilla. Cuando llegan los novios se
hincan allí, besan a sus padres y les piden bendición.
Hemos sentido expresar la creencia que los matrimonios
modernos se “deshacen” (se divorcian) con facilidad porque ya no
piden, como antes, la bendición. En ella se simboliza el amor y la
protección familiar.
Después de la cena viene el baile que inicia la pareja de re-
cién casados, mientras circula el mate y se invita con caña, aguar-
diente, cerveza o mate a los invitados. Aquí debo hacer notar que
por transculturación, en la zona norte de la provincia de San Luis
ha surgido en estos últimos años una modalidad que antes no

258
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

existía. Se trata de una costumbre mendocina que consiste en


que todos los presentes comenzando por los padres y padrinos,
mientras bailan el primer vals, depositan en la mano del novio,
dinero en efectivo. Algunos sostienen que representa un augurio
de fortuna, prosperidad material. Otros dicen que tienen un ob-
jetivo inmediato y concreto: posibilitar a los novios una feliz luna
de miel.
De cualquier manera, es indudable que la cuestión tiene
directa relación con el aspecto material del nuevo estado. Con el
“casorio” comienza una nueva etapa en la vida de la pareja, inevi-
tablemente signada por los problemas de la subsistencia. A este
aspecto alude irónicamente el refrán popular: “Casarse no es
nada; la ollita es la condenada”.

La pequeña dote

Cuando se casa el hijo o la hija, los padres acostumbran dar-


les “una puntita” de ovejas o cabras o algunos animales vacunos.
Este regalo servirá de base para que la pareja forme su patrimonio
material. Es una forma de practicar la solidaridad familiar.
Pero no solo la familia se hace presente en esta primera eta-
pa de la vida del matrimonio. Cuando este necesita levantar su
rancho, allí acuden los vecinos que en “minga” echan cimientos,
arrancan paja, labran la cumbrera, disponen costaneras, varas y
tirantes y arman el pie de gallo. En pocos días todo está concluido
y una nueva paloma blanca bate las pajas del alero al reparo de los
talas, o en una abra del monte, o en la falda del cerro.
En los tiempos de los buenos plateros (digamos Don Luis
Funes en San Luis; Don Eulogio Pedernera de San Francisco del
Monte de Oro; Don Anacleto Estrada de Villa Praga; Don Manuel
Brizuela de Piedra Blanca; Don Néstor Villegas de Laguna del Tala;
Don José Circuncisión Irusta de Bella Vista), a cada hijo que se ca-
saba se le regalaba un mate de plata con su correspondiente bom-
billa que se guardaba como una reliquia de familia y se usaba en
ocasiones muy especiales.

259
Colección Obras Completas

El baile de San Vicente

En épocas de “seca” la gente del norte puntano realiza el baile de


San Vicente para pedirle al santo (San Vicente Ferrer) que haga llover.
Antes de realizarse la ceremonia es trasladado el santo de la
casa del dueño o de donde se hizo el último baile, al domicilio del
vecino donde se cumplirá la promesa. El traslado se hace yendo la
gente a pie o a caballo. Generalmente el santo es llevado envuelto
en un pañuelo hasta los hombros, con la cara descubierta, para
que vea y se apiade de los campos resecos. Cuando llega a destino
se lo coloca sobre una mesita y se lo alumbra con velas. En ningún
momento se le reza.
Normalmente la ceremonia comienza al atardecer, es decir
cuando aparecen las primeras sombras de la noche.
En la zona de Guanaco Pampa (Dpto. San Martín) comienza
a esa hora y se prolonga hasta la media noche. Solo se bailan “bai-
les criollos” o “bailes sueltos” según la expresión lugareña. Estos
consisten en gatos, zambas y cuecas. La música se ejecuta con gui-
tarras, pero como son muchos los bailes y los guitarreros se can-
san, se alternan con victrolas.
Es obligación que bailen todos los asistentes porque si no el
santo se enoja y no hace llover. Y entonces sacan a relucir sus ha-
bilidades los que saben, como también pasan apuros, pero cum-
plen, los que no saben. Bailan viejos y jóvenes, hombres y mujeres.
Es norma que la primera pieza debe ser bailada por los dueños de
casa y que el santo esté presente en el lugar donde se baila, alum-
brado con velas.
El baile se desarrolla en el patio de la casa que ha sido prolija-
mente barrido y regado y donde los asientos se colocan en círculo.
Estos consisten en sillas y bancos, algunos llevados por los veci-
nos, sobre los cuales se suelen colocar almohadones, cojinillos y
coronillas.

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Normalmente las mujeres visten ropas de colores llamativos


(rojo, azul, amarillo, verde, etc.), pero se observa que ahora se si-
gue la tendencia moderna de vestir blusas, pantalones y zapatos
de taco alto. Antes en cambio se usaban vestidos amplios pues el
pantalón solo se utilizaba para viajar a caballo. Los zapatos eran
de tacos bajos y se usaban mucho las zapatillas de goma. No fal-
taba alguna paisanita pobre que usaba alpargatas. Los hombres
mayores usan bombachas amplias, botas, saco, pañuelo al cuello
generalmente bordado con sus iniciales (monograma); los más
pudientes lujosa rastra de plata. En el bolsillo superior del saco,
generalmente negro, el infaltable pañuelito blanco adornado con
puntilla y sujeto con un prendedor. Los jóvenes siguiendo la moda,
usan hoy camisas de colores vivos, pantalones ajustados al cuerpo
y usan mocasines.
De todos los bailes que hemos mencionado (gatos, zambas,
cuecas) el más practicado es el gato (que también llaman baileci-
to.). A esta danza la bailan todos los lugareños. La coreografía es la
del gato cuyano pero el ritmo es muy particular porque en la mú-
sica se va acentuando al último tiempo de cada compás, de tal ma-
nera que el ritmo de la danza resulta valseado. Cada paso es bien
marcado; el ritmo es cadencioso y los bailarines acompañan al ter-
cer tiempo de la música con castañetas, las manos hacia delante, a
la altura de la cintura y con las palmas de las manos hacia abajo. Al
propio tiempo que hacen las castañetas, los bailarines mueven los
brazos acompasadamente de arriba hacia abajo. Otros, en cambio,
levantan los brazos colocando las manos por sobre la altura de las
manos por sobre la altura de la cabeza.
Cuando llegan las 12 de la noche concluye la primera parte
de la ceremonia. Luego se colocan las mesas una a continuación
de otra formando una sola mesa larga donde se sirve la cena. Pero
esto puede variar también porque la cena se sirve a veces antes, o
mientras se está bailando.
En la zona de Las Chacras, partido de San Lorenzo, Dpto. San
Martín, la costumbre impone que los dueños de la casa inicien la
ceremonia con nueve “bailes” seguidos. Después de esto comien-
za el baile en general.
A propósito de esta costumbre tradicional, la Sra. Haydeé

261
Colección Obras Completas

Etcheverry de Sosa recordada integrante del Centro de Investiga-


ciones Folklóricas “Prof. Dalmiro S. Adaro” que investigó en el De-
partamento Pringles, dice lo siguiente: Llegado el día fijado, ya San
Vicente (de bulto) está en una mesita “alumbrándose” con una ve-
lita. Ha transcurrido la cena que empezó cuando estaba “pardian-
do” la oración.
Después de la cena empieza el baile, pero para “romper” tie-
ne que ser un matrimonio “bien casado”. Hasta hace pocos años,
en la campaña eran pocos los matrimonios que habían recibido el
Sacramento, por escasez de sacerdotes y solo eran casados civil-
mente; actualmente con la visita de los misioneros se han regula-
rizado.
Se empieza con una zamba de 18 vueltas que los guitarreros sa-
ben muy bien. En algunos lugares rompen el baile los niños.
Y hasta las 24 horas no se puede bailar más que “bailes serios”,
es decir bailes folklóricos. Pasada esa hora ya se puede bailar de todo.
También se acostumbra dar una monedita al Santo, pero que
sea de poco valor, es decir “se le compra el agua”. Si se le da más
puede ocurrir que llueva demasiado. (1)

1. Autora citada: “Algunos santos de devoción popular y el baile de San Vicente”, en


el II Congreso Cuyano de Investigación Folklórica, pág. 151, San Luis 1966.

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Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Las Mingas

Minga es un vocablo de origen quechua que significa trabajo


realizado con la ayuda desinteresada de los vecinos y que termi-
na generalmente en una fiesta. El “dueño” del trabajo no da órde-
nes ni imparte instrucciones. Él se encarga de atender a los con-
currentes proporcionándoles todas las comodidades posibles; de
brindarles las buenas empanadas o pasteles que para el caso se
han preparado; de hacer correr entre los asistentes el vaso de vino,
caña, aguardiente o aloja, que se han reservado para tal circuns-
tancia.
En todo caso si es necesario orientar la labor que por algún
motivo requiere cierta experiencia, quien formula las sugerencias,
consejos o instrucciones, es el vecino más experto en la tarea que
se realiza. Así por ejemplo el trabajo de segar y emparvar la alfalfa
requiere baquía y destreza porque el pasto mal emparvado corre
el peligro de perderse por desmoronamiento de la parva, hume-
dad, incendio, etc. En tales circunstancias es cuando se requiere
la opinión del vecino o vecinos más expertos en la cuestión, y el
dueño de la casa deja a ellos orientar la realización de la tarea.
Los mingueros no reciben retribución pecuniaria alguna.
Pero reciben otras de índole moral y también material. Cuando la
cosecha de maíz ha sido buena, el dueño obsequia a los vecinos
que han concurrido en su ayuda y que carecen de tal sementera,
una buena cantidad de maíz. Si todos han sembrado, la cosecha se
hace entonces por turnos.
Cuando se carnea además del consabido asado, se acostum-
bra regalar a los concurrentes algún matambre, tira de costilla, etc.
Además, la colaboración prestada crea para quien la recibe,
el compromiso moral de ofrecer igual servicio cuando el vecino la
necesite.

263
Colección Obras Completas

Pero en general la retribución más codiciada es la fiesta, co-


milona o baile con que el dueño de casa agasaja a sus invitados y
que constituye la culminación de una costumbre tradicionalmen-
te aceptada, donde el desinterés, la sana alegría y el vehemente
deseo de servir a los demás, configuran un estilo de vida profun-
damente argentino y profundamente americano.
Famosas fueron en el Departamento de San Martín las min-
gas de la esquila en la casa de Don Juan Barroso en “El Tala Verde”;
las de la trilla en “La Noria”, “El Hornito” y la vieja estancia “Lagu-
na Larga” de don Nicanor Allende; las de la siega en “El Paraíso”
propiedad de Don Rosendo Chaves (padre); las de la hierra en el
“Rodeo Viejo” de los Pereira del partido Rincón del Carmen.
Pese a que los nuevos métodos de trabajo y los cambios ex-
perimentados en el estilo de vida han ido haciendo desaparecer
aquellas verdaderas fiestas de las comunidades campesinas, aún
se conservan algunas como la de la techada, muy frecuentes en la
zona norte de San Martín.
Este trabajo se realiza antes de la llegada de las lluvias de pri-
mavera y congrega a todos los vecinos que sucesivamente siguen
el mismo procedimiento para poner en condiciones sus casas, sus
ranchos.
En este menester cada persona tiene asignada una tarea.
Así mientras unos preparan el barro, otros se encargan de picar la
paja, acarrear el agua desde el pozo de balde, la represa, el arroyo
o el ojo de agua cercano; en tanto que los más entendidos proce-
den a sacar la paja deteriorada del techo para que la casa no “se
cargue” de peso inútil.
Realizada esta operación se va asentando el barro y sobre
este la paja (que ha sido previamente seleccionada) por “hiladas”
o “corridas”.
El asado de cabrillona es el obsequio corriente con que el
dueño de casa retribuye la colaboración de los mingueros.

264
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

La Toponimia

Los lugares como las personas tienen sus nombres. El estu-


dio de los nombres de personas se llama antroponimia. El estudio
de los nombres de lugares, toponimia. Esta disciplina, por su ca-
rácter tradicional, está íntimamente ligada al folklore, y constituye
un aspecto importante en el estudio de la geografía. Pero al propio
tiempo la toponimia se vincula con la lingüística, la historia y la
leyenda.
Nuestra toponimia reconoce muy diversos orígenes. Así en-
contramos en el territorio de la provincia de San Luis topónimos
de origen mapuche, huarpe, quechua, cacán, comechingón y cas-
tellano.
Mapuche es el idioma que hablaron los indios que poblaron
el sur de la provincia de San Luis, sur de Córdoba, La Pampa, Río
Negro, Chubut, sur de Mendoza, centro y oeste de la provincia de
Buenos Aires. Esa lengua contiene voces como ranquil que signifi-
ca carrizo; nahuel, tigre; pichi, pequeño; futá, grande; luan, guana-
co; chapad, barro; cochi, dulce; leufú, río; malal, corral; choique,
avestruz; que frecuentemente entran en la composición de topó-
nimos.
En el territorio provincial encontramos nombres como Na-
huel Mapá que significa “tierra del tigre” o “país del tigre”. Chos-
mes significa al parecer “lugar sin monte” o “playa amarillenta”,
aunque no puede descartarse la posibilidad de que ese topónimo
se vincule con el indio Yomeonta o Chome-onta que ejercía el ca-
cicazgo en las tierras de Chulupte (inmediaciones de Alto Penco-
so) en 1594. En 1696 los chosmes tenían como cacique a Pascual
Sallanca o Layanca. Trapal (que es nombre de una laguna) signi-
fica “totora”. Cochequingán es sinónimo de “excavación para agua
dulce”, y Choiquelauquén “laguna del avestruz”. Chischaca quizá

265
Colección Obras Completas

sea también un topónimo de origen mapuche y según algunos


quiere decir “agua de barro”. Para otros significa “charco de agua”.
Ranquelco quiere decir “agua del ranquel”; Pichi Curico pequeña
agua oscura; lonco matro cabeza de chivato; Chadi-Leuvu Río Sa-
lado.
Lengua huarpe hablaban los primitivos habitantes de San
Juan, Mendoza y zona oeste de San Luis. En San Juan al sur del
Río Jáchal se hablaba el dialecto allentiak, y en la mitad norte de
Mendoza hasta el Río Diamante, el millkayak. De la lengua huarpe
encontramos en San Luis topónimos como Hualtarán, Cantantal
y Las Chimbas. No se ha podido averiguar qué significa hualta-
rán pero “walta” o “hualta” en huarpe significa “cerro”. Cantantal
quiere decir “luminoso”, “brillante”. Chimbas significa “al otro lado
del río” y Guayaguas, nombre de la sierra situada sobre el límite
de San Luis y San Juan, significa “agua y agua” quizá por la visión
que desde allí se tenía de las Lagunas de Guanacache antes de que
estas se secaran.
Parecen provenir del huarpe los topónimos Pancanta, Gor-
gonta y Chalanta por sus terminaciones “onta” y “anta” que son
finales de nombres de tal modo que con fundamento se puede
conjeturar que aquellos topónimos se relacionan con nombres de
caciques.
Numerosos son los topónimos de origen quechua en la zona
norte de San Luis comprensiva de los Departamentos La Capital,
Belgrano, Ayacucho, San Martín, Pringles y Junín. En esta lengua
encontramos vocablos como yaco (yacu) que significa agua; hua-
si, casa; huaico, quebrada; cachi, sal; cuchi, cerdo; puquio, ma-
nantial; taruca, corzuela o cabra del monte; etc., que entran en la
composición de topónimos.
Cuchi-Corral lugar del Dpto. La Capital, inmediación de San
Roque. Cuchi-Cerdo; corral (vocablo español) redondel de rama
o pirca para encerrar el ganado. El topónimo significa: corral del
cerdo.
Guanaco Pampa, Dpto. San Martín. Guanaco: camélido;
pampa: llanura. El topónimo no alude al color del animal como se
ha sostenido alguna vez, sino a su hábitat. Su significado es “llanu-
ra” o “pampa del guanaco”. Con ese nombre se distingue una alti-

266
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

planicie situada a mitad de camino sobre San Martín y Concarán,


a 913 metros sobre el nivel del mar.
Huaico Santiago. Dpto. Pedernera. Huaico: hoyada, quebra-
da, hondonada. Santiago es nombre propio de origen castellano.
Se trata, pues, de un topónimo híbrido.
Intihuasi. Dpto. Pringles. Inti: sol; huasi: casa. El topónimo
significa: Casa del Sol. En este lugar existe una gruta donde el Dr.
Alberto Rex González realizó excavaciones en 1951 y estableció la
existencia de un complejo cultural precerámico correspondiente a
la cultura Ayampitín. Elementos propios de este complejo son las
puntas líticas de gran tamaño y con forma de hojas de sauce (lan-
ceoladas); raspadores de piedra; cuchillos de pizarra; plaquetas
con grabados geométricos con probable sentido mágico; perfora-
dores de hueso. El método de fechado por carbono radioactivo o
carbono 14 (el análisis se hizo en el laboratorio de la Universidad
de Yale: EE.UU.) permitió establecer la existencia del hombre en
dicho lugar con una antigüedad de 6.000 años antes de la Era Cris-
tiana.
La Cocha. Dpto. San Martín, sobre el camino de Las Lagunas
a San Pablo. Cocha es laguna, lago depósito de aguas pluviales. La
Cocha sería entonces “La Laguna”.
Los Puquios. Dpto. La Capital. Puquio: pujío, lloradero, ver-
tedero, fuente, manantial, aguada. Significado del topónimo: “Los
Vertederos”, “Los Manantiales”.
Luluara. Dpto. Pringles. Se conoce con este nombre a uno de
los ríos del sistema hidrográfico del Conlara. Este nace de la unión
de Luluara con el Chutunza. La gente le llama Río de Ulbara. Se-
gún Juan W. Gez, Luluara significa “Río de la Cascada”.
El Maray. Dpto. Pringles. Maray significa molino empleado
para moler minerales. Se conoce con este nombre a un lugar en el
Dpto. Pringles próximo a El Trapiche, y a un río que forma parte
del sistema hidrográfico del Río Quinto. Sostiene Juan W. Gez que
el maray era empleado por los primitivos habitantes del lugar para
la molienda de minerales auríferos.
Pisco-Yaco. Dpto. Junín. Antigua denominación de la actual
localidad de Santa Rosa del Conlara. El topónimo se encuentra en
varios documentos históricos. Pisco: pishcko, pájaro. Yacu: yacu,

267
Colección Obras Completas

agua, aguada, manantial. Pisco-Yaco significa entonces “Aguada


del pájaro”.
Puesto Huancoiro. Dpto. San Martín. Huancoiro: abejón de
color negro. Hace su panal en cañas, palos o taperas. Puesto: po-
blación rural con alguna pequeña edificación, corrales, aguada o
represa, donde vive el puestero que tiene a su cuidado una parte
de la hacienda y campo de la estancia.
Puesto Huancoiro significa “Puesto del abejón” o “Puesto de
los abejones”. El lugar está situado casi sobre el límite de los parti-
dos San Martín y San Lorenzo del Departamento San Martín.
Rumihuasi. Dpto. Belgrano. Rumi: piedra, roca. Huasi: casa.
Significado del topónimo: “Casa de piedra”.
Sámayhuasi. Dpto. Pringles. Sámay: descansar, reposar. Hua-
si: casa. Sámayhuasi significa entonces “casa de descanso”.
Varios otros topónimos de origen quechua se encuentran en
la provincia de San Luis tales como Taruca Pampa, Tiporco, Larca,
Virorco, Yacoro, etc.
El cacán es la lengua que tuvo vigencia en la región diaguita
y por el desconocimiento que de ella se padece no se puede ase-
gurar qué voces incorporadas a la toponimia de San Luis tienen
aquel origen. De esta lengua se desprenderían los dialectos dia-
guita, calchaquí y capayán.
Según el Padre Lozano Ahahao es “pueblo” en lengua cacán.
Y a ella pertenecería el topónimo puntano Tilisarao. Tili sería sil-
vestre, sara maíz y ao lugar. Es decir “tierra” o “lugar del maíz sil-
vestre”. Ese es el significado que le atribuye la investigadora punta-
na Dra. Berta Elena Vidal de Battini.
Comechingona es la lengua que hablaban los indios de las
sierras de Córdoba y parte este del Valle del Conlara en la provin-
cia de San Luis. Se conocen de esta lengua dos dialectos: Henia al
norte y Camiare al sur. Quizás a esta lengua pertenezcan topóni-
mos como Chele, Sopatac, Lolma y Malanchacta existentes antes
de la conquista hispánica y que se han perdido en el olvido. En
los nombres de caciques era frecuente la terminación Naure y en
San Luis existió el cacique Camintanaure a cuyo cargo estaban los
indios Savaletes y Jauleres del pueblo de Malancha o Malanchacta.
Muy extensa es la nómina de los topónimos de origen caste-

268
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

llano y su diseminación alcanza todo el territorio de la provincia.


La Carolina, Saladillo, San Francisco del Monte de Oro, San Luis de
Loyola, Nueva Medina de Río Seco, San José del Morro, Paso Gran-
de, El Talita, Paso del Rey, Santa Bárbara, Río Seco, son topónimos
de origen español, algunos en vigencia y otros ya en desuso como
Río Seco o Santa Bárbara.
La nominación de animales y vegetales en la toponimia san-
luiseña es muy vasta. Así tenemos en el Dpto. Ayacucho: El Mollar,
La Pampa de la Leona; en el Dpto. Belgrano: La Garza, Árbol Solo,
en el Dpto. La Capital: Cuesta del Gato, Los Jumes; en el Dpto.
Chacabuco: Mina Los Cóndores, El Sauce; en el Dpto. Dupuy: La
Gama, El Durazno; en el Dpto. Junín: Los Algarrobos, Las Palomas;
en el Dpto. Pedernera: La Leoncita, Quebrada del Sauce; en el
Dpto. Pringles: Rodeo de los Caballos, El Durazno Alto; en el Dpto.
San Martín: El Manantial de las Víboras, Los Poleos.
Son igualmente numerosos los nombres de santos que de-
signan lugares. Así tenemos Santa Rosa, San Antonio, San José,
Santa Rita, San Ramón, San Pablo, Santo Domingo, San Francisco,
San Ambrosio, San Felipe, San Fernando, San Ignacio, San Isidro,
San Miguel, San Rafael, San Roque, San Vicente, Santa Ana, San
Lorenzo, Villa de Dolores, Rincón del Carmen.
Topónimos que denuncian la presencia de un accidente geo-
gráfico que se destaca en el paisaje son: Alto Grande, Alto Lindo,
Alto del León, Alto del Tigre, Alto Pelado, Alto Pencoso, Alto Tavi-
ra, Alto Salagria, Altos de Mosmota, Cerro de la Oveja, Cerro Ver-
de, Cerro Blanco, Cerro Horqueta, Cerro Mogote, Cerro de la Leña,
Cerro del Lince, Cerro de Oro, Cerro del Morro, Cerro Charlone,
Cerro Bayo, Cerro del Monigote, Cerro Retama, Cerros del Rosa-
rio, Cerros Largos, Cuesta del Gato, Cuesta del Chaguaral, Pie de
la Cuesta.
En los Departamentos Belgrano y Ayacucho son frecuen-
tes los topónimos relacionados con Balde. Así tenemos Balde de
Puertas, Balde Hondo, Balde de Azcurra, Balde Último, Balde de
los Ruartes, Balde de los Torres, Balde de la Viuda, Balde de Puer-
tas, Balde Nuevo, Balde Viejo, Balde de Quines, Baldecito, Balde,
Balde San Miguel.
Topónimos con los apellidos de personas son Capilla de los

269
Colección Obras Completas

Funes, Bajo de Véliz, Quebrada de López, Potrero de los Funes, Los


Lobos, Alto de las Mazas, Médano de Orozco, Pampa de Contreras,
Portezuelo de Arce.
Topónimos relacionados con las supersticiones de la gente
son la Laguna Brava, Cuesta de la Salamanca, La Piedra Mala, el
Chañaral de las Ánimas.
Debemos observar finalmente que en nuestra provincia no
encontramos ningún nombre de cautivas, arrieros, rastreadores,
mayorales o maestros de postas.

270
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Música y Danzas

La Tonada

Es la expresión poético-musical más representativa del can-


cionero cuyano. Proviene de la tonadilla española mestizada en el
Perú con el yaraví americano. De allí pasa a Chile y de Chile a Cuyo
donde adquiere una modalidad muy particular. El pueblo cuyano
la adapta a su manera de sentir y expresa con ella sus más varia-
dos estados de ánimo. Surgen así tonadas descriptivas, amatorias,
históricas, religiosas, etc.
En las tres provincias cuyanas (San Juan, Mendoza y San
Luis), con preferencia fue y es cantada a dúo y el instrumento pre-
ferido para interpretarla es la guitarra.
Consta de preludio (introducción), canto (generalmente a
dúo como queda dicho), interludio (parte instrumental ejecutada
entre canto y canto), melismas (adornos para exaltar el dolor o la
emoción) y cogollo o dedicatoria. El cogollo puede ser burlesco,
galante, filosófico o celebratorio, expresa el sentido que tiene la
composición y se dedica al dueño de casa, a una dama presente,
al amigo o a algún integrante de la rueda que escucha. Adquiere
la forma de copla, sextina o décima. Ejemplos de cogollos hemos
dado en nuestro trabajo “Alma y raíz de la tonada puntana”.
Por su estructura las tonadas se clasifican en estiladas (con
un claro acercamiento al motivo pampeano llamado “estilo”), val-
seadas (ejemplo: “Los tiernos juramentos”), acuecada (ejemplo:
“La Tupungatina” o “La Tirana” o “El Martirio”), azambada (de
las que hay numerosos ejemplos), y tonadas propiamente dichas
(ejemplo: “Quien fuera rayo de sol”).
La tonada contiene una sencilla pero honda filosofía. Su poe-
sía dice qué es para el hombre cuyano el amor, la vida, la libertad,
la esclavitud, el renunciamiento, la fidelidad, la constancia, la au-

271
Colección Obras Completas

sencia, el olvido, el alma, el tiempo, la muerte.


Los guitarreros cuyanos, reconocidos por su habilidad en el
manejo del instrumento y por su gran sensibilidad auditiva; ejecu-
tan y cantan la tonada con gran propiedad y justeza.
Si tuviéramos que resumir el sentido de la tonada diríamos
que es un canto “lleno”, hondo, sentido, cósmico.
En la música y en la poesía de la tonada, vive y palpita el alma
de la cuyanidad.

El Estilo

El estilo ha sido una especie musical de vigorosa presen-


cia en la provincia de San Luis. En la Encuesta de Maestros de
1921 fue documentada en Fortuna, Alameda, El Pueblito, El
Salado, San Martín y Villa Mercedes. En el territorio de San
Luis tiene vigencia actual y en numerosos casos, composicio-
nes conocidas como “tonadas”, son cantadas en el Departa-
mento San Martín como estilos. Entendemos que debe consi-
derarse incluido en el folklore vigente.

La Vidalita

Igual consideración nos merece la vidalita. Esta especie mu-


sical fue documentada en 1921 en los siguientes lugares: San Pa-
blo, Santa Clara, Pampa Grande, San Martín, Unión, Villa Merce-
des, Las Palomas, Ulbara, Rincón del Este, Árbol Solo, Anchorena,
Lafinur, Las Chacras, Charlone, El Totoral, El Arroyo, El Puesto,
San José del Morro, Nueva Galia, Sololosta, Río Grande, Fortuna,
El Recuerdo, Pozo del Molle y El Arenal.
Esta composición se canta y ejecuta en la actualidad de tal
modo que entendemos debe ser también incluida en el folklore
vigente.

El Gato
Conforme a las enseñanzas del maestro Carlos Vega, el gato
pertenece al grupo de las danzas de pareja; pareja suelta e inde-
pendiente, es decir, que la pareja no se enlaza, y evoluciona sin

272
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

relación con otras parejas. En las de tal categoría, figura al lado de


las picarescas.
En San Luis se le llamó también “bailecito” o “gato mis mis”.
“De paso por San Luis -dice Carlos Vega- Isaac G. Strain vio
el gato en 1849. Escribe: La música era una guitarra frecuente-
mente acompañada por la voz y las danzas y consistían en mi-
nués (etc.) y ocasionalmente la Sama Cueca nacional y el Gato. Al
bailar esta última, las castañuelas eran frecuentemente imitadas
con los dedos...” (1)
El nombre de esta danza responde a la circunstancia de que
para bailarla hace falta “sagacidad, agilidad y astucia característica
del animal que lleva ese nombre”. (Raúl E. Vidal).
Famoso bailarín del gato mis mis en San Luis, según las cró-
nicas periodísticas del siglo pasado, fue Don Esdrás Domínguez,
quien juntamente con Don Raymundo Barroso y Don Carmen Ga-
rro, en 1861 integraba el Superior Tribunal de Justicia.
En cuanto a la coreografía de esta danza nos remitimos a las
enseñanzas de los maestros Carlos Vega (2) y Raúl E. Vidal. (3)
Con relación a lo tradicional en el gato debemos apuntar las
siguientes características observadas en su mayoría personalmen-
te en los medios folk de San Luis:
1º) Posición inicial de la danza: Ni el caballero ni la dama
realizan movimiento alguno. No se bailan introducciones. A veces
el caballero (en actitud picaresca) simula mojar con la yema de los
dedos, la planta del zapato como anticipando que va a sacar chis-
pas del piso al bailar. Otros frotan las yemas de los dedos contra
la planta del zapato “para ponerlos asperitos para las castañetas”.
2º) Al comenzar el baile y en algunos casos al final de cada
figura, los bailarines se saludan con una inclinación de cabeza (es
un resabio de las danzas cortesanas).
3º) En las vueltas realizan a veces un giro sobre la marcha te-
niendo como eje al lado izquierdo. La Sra. Josefina Lucero de Cha-
ves, El Paraíso, Dpto. San Martín, lo hace al llegar a las bases, o sea
4 compases; también sobre la mano izquierda.
4º) Cuando bailan el gato dos parejas, los dos hombres se co-
locan del mismo lado, y los bailarines suelen compartir la vuelta
entera y la media vuelta

273
Colección Obras Completas

5º) En el zapateo son comunes los movimientos de cepillado


y los saltos sobre un pie flexionando la otra pierna y palmoteando
bajo la misma.
6º) En el zarandeo la mujer coloca la mano izquierda en la
cintura y con la derecha mueve discretamente la pollera.
7º) En el giro final el hombre hace zapateo sin hacer el giro y
avanza hacia su compañera.
8º) En el giro y contragiro el hombre persigue a la mujer que
con la cabeza baja no corresponde al juego amoroso.
9º) El zapateo es una muestra de destreza realizada como
homenaje a la mujer. Es expresión de gracia; no violenta atrope-
llada. La prestancia es incompatible con los brazos como aspas de
molino.
10º) El hombre se desplaza por pronunciados requiebros,
oscilaciones del cuerpo y mucha mímica.

La Cueca

Es una variante de la zamba y se baila más movida que esta.


La cueca cuyana es una danza elegante y señorial, no saltada. Ge-
neralmente cuando los músicos y cantores interpretan una cueca,
al comenzar el segundo verso de la segunda estrofa de la segunda
parte, se hace un “aro”, que tiene por objeto invitar con un vaso
de vino a los cantores y celebrar con ello el gozo del canto. Nunca
se interpreta como una interrupción sino como una demostración
del placer que produce sentir el canto y la música y como una for-
ma de prolongar esa satisfacción espiritual. Quien invita exclama
“Aro, Aro”, y entonces los cantores suspenden el canto para com-
partir el brindis.
La cueca es una especie musical y coreográfica (se canta y se
baila) y los instrumentos adecuados para su ejecución son la gui-
tarra, el requinto y a veces el guitarrón.
En el siglo pasado la zamacueca puntana se parecía bastante
a la cueca actual. El diario “La Actualidad” de nuestra ciudad co-
menta el 6 de mayo de 1858 que en una reunión que tuvo lugar el
1 de Mayo “nuestros jóvenes, cansados de los bailes de etiqueta,
se entregaron con delirio y entusiasmo al placer que tan bien sabe

274
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

inspirar la voluptuosa zamacueca”.


Don Felipe S. Velásquez dice de la zamacueca: “Entre tan-
tos recuerdos preciosos que podemos citar, anotamos por ahora
la bella ‘Zamacueca puntana’ que inspiró el sentimiento patrio en
los momentos solemnes de nuestra gestión por la organización y
civilización nacional. La ‘Zamacueca puntana’ destello genuino
del pueblo sanluisense, desempeñó aquella misión, dejándose oír
con delirante entusiasmo, ya en las horas de sacrificio, alentando
el cañón de las batallas, o como agente soberano de las expansio-
nes populares. Más sus acordes y ecos sentimentales que en otra
hora glorificaron el ambiente de nuestro terruño, vibrando en los
suntuosos salones, como en las más humildes chozas, no se hace
oír ya en nuestras ciudades...” (4)

La Ranchera

La ranchera, evidente derivación de la mazurca, tiene actual-


mente en los medios folk, presencia y aceptación innegables. Pero
hace cuatro décadas no ocurría lo mismo
En 1965 obtuvimos la siguiente información de Don Tomás
Torres oriundo de Guzmán: “En 1941 Regino Torres de Pozo del
Durazno y Rodolfo Escudero de Guanaco Pampa formaron un
dúo que alcanzó merecido renombre. Frecuentaban la zona de
La Calavera, La Florida, Las Lagunas y Guanaco Pampa. Eran
muy buscados para las carreras, festejos y rifas. Eran tiempos
en que no había victrolas ni fonógrafos en la zona, y los guita-
rreros tocaban para bailar. No se conocía por entonces la ran-
chera, y las composiciones comunes eran valses, gatos, polcas
y mazurcas.
Es conveniente observar cuidadosamente estos datos: En
1940 en la zona no había victrolas ni fonógrafos, y no se conocía
la ranchera.
Eso significa, desde luego, una evolución asincrónica con re-
lación al estado cultural de la región y del país en general.
Un hecho importante relacionado con el problema que nos
ocupa, se produce en la década anterior. En 1930 Carlos Gardel
graba en discos, cinco rancheras que fueron rápidamente acogi-

275
Colección Obras Completas

das por los medios folk de nuestra provincia: “La tranquera”, “Ma-
ñanita de campo”, “La pastelera”, “Hasta que ardan los candiles” y
“Me enamoré una vez”.
Según la noticia del diario “La Reforma” del 14/10/36 Don
Raúl E. Vidal hace imprimir 2.000 ejemplares de su ranchera “Las
puntanas son así”.
La difusión masiva de la ranchera en los medios folk de San
Luis data de la segunda mitad de la década del 20 y primera mitad
de la década del 30.
No sabemos si el tiempo transcurrido puede permitirnos
considerar a tal especie musical como perteneciente al folklore
vigente. Pero lo que nos parece evidente es que por lo menos inte-
gra el folklore en estado naciente, con referencia -reiteramos- a la
provincia de San Luis.

El Vals

El vals en cambio tiene mayor antigüedad. También in-


fluyó aquí la propalación discográfica de Carlos Gardel quien
en la década del 20 grabó entre otros los siguientes valses: “Au-
sencia”, “Tu diagnóstico”, “Las campanas”. “Mi estrella”, “Rosas
de otoño”, “Tendrás que llorar”, “Tu vieja ventana”, “Llora cora-
zón”, “Rosas de abril”, “Nelly”, “Virgen del perdón”, “Palomita
blanca”.
Otro tanto ocurre en San Luis con Don Ricardo Arancibia Ro-
dríguez que también en la década del 20 graba en discos los valses
“Lirio azul”, “A las sierras de San Luis”, “Bellos celajes”, “Mi prome-
sa”, “Veguera hermosa”.
Estos dos cantores (Gardel y Arancibia Rodríguez) han sido
muy escuchados en los medios folk.
En 1936 Don Raúl E. Vidal da a conocer su vals “Añorando”.
Debemos recordar, además, que el vals ha integrado desde an-
tiguo el repertorio de la serenata, tan característica en nuestro
medio, y a través de él los compositores criollos asimilaron la
corriente poética del romanticismo.
Creemos que el vals integra el folklore vigente.

276
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

La Polca

La polca es una composición que hoy solo excepcionalmente


se escucha en nuestra provincia. En la década del 20 se ejecutaba y
bailaba con frecuencia tanto en el sur como en el centro o el norte
de San Luis, y en la Encuesta del Magisterio de 1921 fue documen-
tada en Unión y Estación Donado.
Por nuestra parte hemos recogido una versión en San Martín
ejecutada por Alberto Martínez, hijo de Don Marcelino Martínez,
famoso guitarrero de la Estancia de los Roldán de quien la apren-
dió. También personalmente hemos oído ejecutar, hace 15 años,
una parecida versión a Don Oreste Ortiz, oriundo de Cerro Varela.
Creemos que esta composición debe calificarse como perte-
neciente hoy al folklore histórico.

La Jota

Varios testimonios tenemos acerca de la vigencia de la jota


como especie coreográfica y musical en la provincia de San Luis
durante el pasado y presente siglo.
Carlos Vega sostiene que la jota española hizo su introduc-
ción en el continente americano en 1850 aproximadamente. “La
primera introducción es eficaz y tiene consecuencias durables. La
jota, aquilatada por los ambientes superiores y socialmente pres-
tigiosos en el Pacífico, desciende a los círculos populares y arrai-
ga en la campaña argentina. La jota española se recuerda hasta
hoy, como danza antaño agraciada por la aceptación general, en
las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, Tu-
cumán, San Luis, Mendoza y San Juan. Su coreografía reproduce
los movimientos de origen, aunque por influencia de los bailes de
pareja alzada, se ha ejecutado como un simple vals.” (5)
Isabel Aretz dice: “Bailada antiguamente por los españoles
en sus romerías y en algunas tertulias, la Jota sobrevive en parte de
Córdoba, San Luis y los Llanos Riojanos, donde compite con otras
danzas criollas, tal como lo constatamos en nuestro reciente viaje
de recopilación. Como danza, esta Jota consta de las siguientes fi-
guras: Zapateo del hombre mientras la compañera espera. Entrada

277
Colección Obras Completas

como gato, con castañetas, valseando la vuelta. A continuación, la


pareja se toma de las manos derechas y zapatea la vuelta; la figura
se repite en dirección contraria, tomadas las manos izquierdas.” (6)
Raúl E. Vidal en su obra “Danzas Nativas” titula un capítulo
“La Jota Puntana” y da estas referencias: “Hace 25 años aún se baila-
ba en San Luis, en los límites con Córdoba (Los Cajones, Lafinur; La
Lomita, Conlara) esta danza nativa cuyas primeras noticias las tuve
de mi padre, oriundo de esa zona quien la ejecutaba en la guitarra
con singular gusto y la cantaba, dos formas usuales de bailarla. En
la fecha que señalo, la oí ejecutar, muchas veces “de oído” y es una
página realmente hermosa abundante en arrastres y adornos que le
dan un carácter especial imposible de transcribir en notación mu-
sical para piano. Allí le llamaban simplemente “La Jota” pero como,
sin lugar a dudas, es una danza típica de la zona, siendo desconoci-
da en otras regiones del país, le llamo Jota Puntana.” (7)
Dora Ochoa de Masramón en “Folklore del Valle de Conca-
rán” capítulo “La jota puntana” señala que en la zona se han bai-
lado la chacarera, el escondido, la zamba, el triunfo, la calandria,
el pericón, el correntino, etc. “Pero el baile recordado con regocijo
es la jota criolla, ejecutada con características propias de la región.
Es rara la persona que no afirme haberla bailado o visto bailar. No
se concebía el carnaval sin bailar la jota. Ha sido la danza obliga-
da en los bailes de carnaval de los pueblos más importantes del
valle... También han existido en la zona músicos que cuando eje-
cutaban la jota en acordeón, en cuyo caso no era cantada, se dor-
mían tocando…, así cuentan del músico Mauricio, muy conocido
y célebre por sus jotas interminables. Todavía hay personas que
la bailan, como el señor Juan Ponce, quien expresa que se baila-
ba también en cuarto encadenado. Doña Luisa Bustos de Miranda
la bailaba reemplazando los molinetes por unos paseos, tomados
primero, la mano derecha de la mujer con la izquierda del hombre
y sin soltarse van dando giros, cada uno debajo de su brazo. De
vuelta del paseo lo hacen con las manos combinadas.” (8)
Don Fausto Azcurra, cantor y tradicionalista, nos ha referido
que entre 1918 y 1922 en la zona de Balde de Azcurra, en las re-
uniones sociales que se realizaban en los domicilios de las familias
Cabáñez, Cornejo y Suárez, se bailaba mucho la mazurka, la polca

278
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

(que se bailaba muy lenta) la jota (muy airosa) y la zamacueca que


se bailaba muy saltada y con vivos movimientos de pañuelos. Don
Juan de Dios Cabáñez (nacido entre 1860 y 1865) era un guitarrero
que sabía tocar todas aquellas composiciones (tocar y cantar). (9)
Con motivo de la Encuesta realizada en 1921, la maestra de
la Escuela Nacional Nº 162 Zoé Fernández de Balde de Escudero,
Partido de Cautana, Dpto. Junín, dio testimonio de la vigencia de
la jota y recopiló cuatro coplas. (10)
En esa misma Encuesta el maestro de la Escuela Nacional
Nº 22 Regino Fernández Ruiz de Lafinur, Partido de Lomita, Dpto.
Junín, también testimonió sobre la vigencia de la jota y recopiló
seis coplas. (11)
La profesora Olga Fernández Latour de Botas en su obra “At-
las de la Cultura Tradicional Argentina para la Escuela”, incluye a
San Luis como área de dispersión de la jota, siguiendo las ense-
ñanzas de Carlos Vega. (12)

1. Autor citado “El Gato” pág. 15, Edit. Julio Korn, Bs. As. 1953.
2. Ídem
3. Autor citado “Danzas Nativas”, Posadas, 1950.
4. Autor citado “Reflejos”, pág. 104 104 Bs. As. 1926.
5. Autor citado “El origen de las danzas folklóricas” pág. 205, Edit. Ricordi, Bs. As.
1956.
6. Autora citada “El folklore musical argentino” pág. 239, 4ª edición, Edit. Ricordi,
Bs. As. 1975.
7. Autor y op. Cit. Libro primero, pág. 31.
8. Autora y op. Cit. Pág. 107, Edit. Laserre, Bs. As. 1966.
9. Fausto Azcurra, comerciante, Pedernera 979, San Luis.
10. “Catálogo de la Colección de Folklore” Secc. De Folklore, Tercera Serie, tomo
IV Nº 3 San Luis, pág. 486, Facultad de Literatura Argentina, Bs. As. 1937.
11. Ídem.
12. Autora y op cit. Pág. 116, Ministerio de Educación y Justicia, Bs. As. 1986.

279
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Músicos y Cantores Populares

Todos los pueblos del interior de San Luis tienen un rico his-
torial relacionado con los músicos y cantores que en diferentes
épocas dieron vida a la expresión lírica del hombre sanluiseño. En
San Francisco del Monte de Oro hizo maravillas improvisando co-
plas y cogollos y desenterrando olvidadas tonadas y estilos de la
tierra, un cantor ciego: Don Antonio Ponce.
Con motivo de celebrarse en 1911 en San Francisco el cente-
nario del nacimiento de Sarmiento, concurrieron desde la Capital
Federal entre otras personalidades el Dr. José Zubiau y el Perito
Francisco P. Moreno. Se encontraba allí como en todo aconteci-
miento de alguna trascendencia para San Luis, el decano de los
fotógrafos argentinos: Don José La Vía. En tal ocasión, estando
presente el Profesor Juan W. Gez, Don Antonio Ponce le cantó a La
Vía este cogollo.

Le canto esta poesía


al fotógrafo La Vía
que lo mandó el Presidente
a retratar a esta gente. (1)

Un poco más allá, en los pagos de Luján, Don Eulogio Dávila can-
taba en la alta noche:
Al ausentarme de ti,
vierto lágrimas amargas...

Eran los tiempos de la dulce serenata, del verso florido y la amis-


tad sincera.
Antonio Fernández y Humberto Romero fueron otros dos
guitarreros y cantores afamados de Luján. Pero además debemos
nombrar a Horacio Rodríguez, Napoleón Valdez, Salvador Rodrí-
guez, Agenor y Pedro Adán Lobos que formaron dúo, José Otazúa,

281
Colección Obras Completas

Justa Miranda y Cayetana Torres de Núñez que también integra-


ron un recordado dúo; Abundio Alcaraz, Fermín Cuello, María Ro-
sales, Silverio Fernández, Abigail Dávila y Hermenegildo Camargo
que eran violinistas. (2)
En San Martín, ayer como hoy, han existido buenos y nume-
rosos guitarreros: Don Humberto Sarmiento, Don Eliseo Avella-
neda (padre), Don César Torres que durante muchos años formó
dúo con Don Oscar Amodei Sarmiento y con Ramón Telésfor Vé-
liz. Otro afamado cantor fue Don Félix Torres a quien evoca el poe-
ta César Rosales en su libro “Vengo a dar testimonio”.
Todavía perdura el recuerdo de dos guitarreros jóvenes ma-
logrados en plena juventud: Leocadio Tobares y Martín Godoy.
De los parajes cercanos debemos nombrar a Don Juan Ca-
bral de La Huerta, Don Juan Fernández de Potrero de Gutiérrez,
excelente narrador de cuentos folklóricos; y don Juan Llanos de La
Portada, lugar situado al sur de San Martín, sobre el camino a Villa
de Praga a 10 kilómetros de aquella población, donde antes existió
una posta que se llamó El Baldecito.
En el lapso de 1910-1915 Telésforo Molina de Los Cercos de
Alfa tocaba con Don Nazario Chaves de Alto del Molle, y Don Mar-
celino Martínez de la Estancia de los Roldán. Don Marcelino era
muy buscado para tocar en las fiestas escolares el pericón que eje-
cutaba con muy hermosas variaciones.
Desde 1940 más o menos, hasta su muerte en 1980, Jesús Na-
vid Chaves de El Milagro formó dúo con Don José Rosendo Chaves
de El Paraíso. Cantaban a dos voces, por alto Don Rosendo, por
bajo Navid. Estuvieron presentes en casamientos, “acabos” de no-
venas, bautismos, cuadreras, cumpleaños, etc.
Honorio Sosa (hijo de Don Gregorio Sosa, pircador de La Es-
condida) cantaba en las kermeses de San Martín allá por los años
1918-1920. Estos son los guitarreros “de antes”.
Entre los que hoy siguen la noble tradición guitarrera en San
Martín están Alberto Martínez (hijo de Don Marcelino), Ismael
Godoy, los hermanos José y Juan Luna de San Antonio y Ernesto
Mercau de Los Poleos.
Un músico muy popular en el Departamento San Martín a
comienzos del presente siglo fue Don Ramón Neto, oriundo de

282
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

San Rafael, que tocaba el violín. Era el músico obligado en las fies-
tas religiosas de Paso Grande, Las Chacras, San Martín, Las Agua-
das, Las Lagunas y Quebrada de San Vicente. Era acompañado por
Don Andrés Gualpa de Quines que tocaba la guitarra. Don Andrés
Gualpa murió el 2 de octubre de 1906 en Las Aguadas en el alma-
cén de Don José B. Rosales, adonde había ido con motivo de la
fiesta de la Virgen del Rosario, y se domiciliaba en esa época en La
Represita, Dpto. Ayacucho.
En los pagos de Laguna Larga don Diomedes Arias dio vigen-
cia en su guitarra a numerosas composiciones de carácter popular,
especialmente a ritmos de milonga sureña que había aprendido
en sus andanzas por la provincia de Buenos Aires, La Pampa y sur
de Córdoba. Herederos de ese legado son ahora sus hijos Lauro y
Zenón Arias.
En 1941 Regino Torres de Pozo del Durazno y Rodolfo Escu-
dero de Guanaco Pampa formaron un dúo que alcanzó renombre.
Frecuentaban la zona de La Calavera, La Florida, Las Lagunas, y
Guanaco Pampa. Eran muy buscados para tocar en las carreras,
festejos y rifas.
En 1932 Regino Ezequiel Torres (hermano de Don Julio To-
rres famoso guitarrero de Guzmán) formaba dúo con Bonifacio
Torres de Cañada de la Estancia.
Guitarrero de fama que tocaba solo por esos años, era Don
Avelino Godoy de Laguna de los Patos.
En el año 1934 formaron un dúo muy buscado para casa-
mientos y grandes festejos, Ernesto Rodríguez de El Totoral y Emi-
lio García de El Hinojito. Frecuentaban la zona de El Totoral, Las
Lagunas y La Cocha.
Alrededor de 1935 se formó el dúo compuesto por Pedro Or-
tiz y Don Julio Torres de El Manantial. Cantaban en carreras, cum-
pleaños, bautismos y en las carpas de Renca para la festividad del
3 de mayo.
El dúo renombrado fue también el que formaron en 1940
aproximadamente, Onésimo Cruceño y Segundo Molina de La
Cocha.
El último dúo renombrado del que tenemos noticias en la
zona de Guzmán, es el que integraron los hermanos Emilio y Chi-

283
Colección Obras Completas

che Alonso de Los Pejecitos. Cantaron juntos desde 1960 y tienen


compuestas varias milongas que se refieren a los personajes y he-
chos lugareños.
En La Vertiente para la novena de la Virgen del Perpetuo So-
corro los gozos se cantaban con acompañamiento de acordeón y
guitarra y el músico infaltable era don Benjamín Becerra con sus
hijos Víctor y Lorenzo.
En Las Chacras, Partido de San Lorenzo, Dpto. San Martín,
allá por 1940 y antes en Villa de Praga, lució sus habilidades de
cantor y guitarrero Don Pilar Garro quien hasta poco antes de mo-
rir en San Luis en 1986, pese a sus luengos años, de tarde en tarde
ensayaba esos versos que cantó en sus mocedades.
El, como muchos otros cantores, era de los que en los cum-
pleaños solían llevar “música” que se daban en la puerta de la casa
con vivas al dueño del día y que se celebraban con tiros y cohetes.
En Villa de Praga, celebrados cantores fueron Artemio y Ve-
rónico Aguilar.
Del NE del Departamento Ayacucho daremos noticias de
cantores y guitarreros que nos ha proporcionado el conocido can-
tor y hombre de letras don Fausto Azcurra.
En Santa Rosa del Cantantal entre 1928/1935 cantaron a dúo
los hermanos Juan Alberto y Nazario López. Tenían un selecto re-
pertorio de motivos folklóricos que se cantaban en esa época: val-
ses, zambas, tonadas, chacareras, cuecas, gatos. Juan Alberto fue
refinado poeta, y al morir dejó una buena cantidad de composi-
ciones que después siguieron cantando sus hijos.
Solista de hermosa voz fue Justo Paredes quien cantó entre
1928 y 1935.
Entre 1926 y 1930 en Balde de Azcurra actuó Laureano Val-
dez, pulido cantor de temas tradicionales y folklóricos. En 1930 fa-
lleció en la ciudad de San Juan.
En Balde de Azcurra cantó también (años 1925 a 1940) Felipe
Cabáñez oriundo de Lomas Blancas. Fue un gran guitarrista, sere-
natero por excelencia. Conocía infinidad de tonadas, cuecas, gatos
y coplas picarescas. Cantó en la región en todos los “acabos” de
novena, cumpleaños, casamientos, etc. Integraban su repertorio
“La Calandria”, “El Caballo Bayo”, “Veneno dulce”, “La Pastora”, etc.

284
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Entre 1925 a 1940 en La Botija actúo el dúo más renombra-


do del noroeste de San Luis formado por Doroteo y Pedro Abrego.
Toda la zona los conoció como así también en el sur de la provin-
cia de La Rioja. Fueron dos voces realmente excepcionales que de-
leitaron a su siempre nutrido auditorio. En los últimos años canta-
ron como solistas en Chepes (La Rioja) donde se habían radicado
y donde ambos fallecieron.
Eloy Núñez de Las Chimbas fue cantor de amanecida y no-
table coplero. Fue un gran tonadero y poseía una calidad humana
incomparable.
Renombrados cantores y guitarreros de Concarán fueron Do-
mingo Gauna, Edmundo Ante y Mauricio Orozco. Bandoneonista
de larga actuación “El Cieguito Fibo” (Filiberto Muñoz).
En Pozo Cavado conocido cantor y guitarrero fue Teobaldo
Amaya, y en las cercanías de aquella población, los hermanos Lino
y Amaranto Brandada. En El Bañado Remigio Villegas y Emeterio
Gauna quien formaba dúo con su hermano Dionisio Gauna de Los
Quebrachos.
En Santa Rosa del Conlara, en “la otra banda”, vivían dos
buenos cantores: Lázaro Pereyra y Telésforo Castro. En Carpinte-
ría Gregorio Romo de quien da noticia Carlos Vega (3) y en Piedra
Blanca Rudesindo Cuello. En la Villa de Merlo, Antonio Esteban
Agüero rescató el nombre de Don Amaranto Silva, violinero.
Viejos cantores y músicos de la ciudad de San Luis en el si-
glo pasado fueron Don José Santiago Acosta quien tocó la guitarra
para dar la bienvenida a Don Vicente Dupuy el 27 de marzo de
1814; el Negro Antonio arpista de Santo Domingo; Don Luis Ojeda
violinista. Cantores famosos fueron Don Luis Gerónimo Prieto y
Don Rufino Flor. En este siglo sentaron fama de buenos cantores y
guitarreros Ricardo Arancibia Rodríguez, Julio Argentino Aguilar,
Dalmiro Reyes, Marciano Rodríguez, Atilio Godino, Juan Alberto
Quiroga “El Quirquincho”, Alberto Olariaga, Rafael Arancibia La-
borda, Emérito Carreras, Jorge Arancibia Laborda.
Papel protagónico desempeñaron los músicos y cantores
populares en la historia de nuestra cultura. En los tiempos de las
luchas por la independencia, ayudaron a mantener viva la fe en
las horas de la derrota y acompañaron a los soldados que en las

285
Colección Obras Completas

noches del fogón amigo evocaban al pago lejano.


Guardadores de infinidad de coplas, tonadas y canciones,
han cumplido con la importante misión de transmitirnos la esen-
cia de expresiones que reflejan el modo de sentir y de pensar de
nuestros antepasados.
En los tiempos de crisis de nuestra cultura, los músicos y can-
tores de nuestro pueblo siguen cumpliendo su honesta tarea de
construir la alegría y la esperanza. La cultura folk tiene en ellos
humildes pero auténticos exponentes.

1. Datos proporcionados por Don José La Vía, 74 años en 1962. Fotógrafo, Colón
850, San Luis.
2. Datos de Don Fausto Azcurra (Jubilado) Pedernera 967, San Luis.
3. Autor citado “El Pajarillo” pág. 6 y 7, 2ª edición. Edit. Julio Korn, Bs. As. 1952;
“La Calandria”, 2ª edición, págs. 5, 7 y 11. Edit. Korn, Bs. As. 1953.

286
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

La Caja
Usos en el pasado. Función vigente. No tenemos noticias docu-
mentales ni orales, que la caja haya cumplido en San Luis, funcio-
nes de instrumento musical.
Sabemos que fue empleada desde los tiempos de la colonia,
igual que las campanas, como instrumento convocante. En nu-
merosas actas del Cabildo de San Luis encontramos expresiones
relativas a los bandos dictados por aquella corporación, donde or-
denaba darlos a conocer en la plaza pública, por voz de pregonero
y al son de caja de guerra.
En 1734 hallamos esta constancia: “...Y para que llegue a no-
ticias de todos mando al Sargento Visente de Quiroga haga publi-
car y publique este mi auto a son de caja de guerra con jinete de
guarnición y vos de pregonero en la plaza pública de esta ciudad
en forma de vando...” (1)
En 1744 otra acta dice lo siguiente: “...Y este escrito y nuestra
probidencia mandamos se publique en la plaza pública de esta
ciudad suplicando como suplicamos a nuestro justicia maior sea a
son de caja de guerra y bos de pregonero para que llegue a noticia
de todos y que ninguno alegue ygnorancia.” (2)
En 1748 encontramos otra alusión a la caja: “...Y este hacuer-
do nuestro justicia mayor dirijirá su publicación al que Su Merced
mandare para que llegue a notizia de todos y que no se halege yg-
noranzia admitiendo por vando Su Merced esta nuestra providen-
cia solemnisandola a son de caja de guerra y por vos de pregone-
ro...” (3)
Esta función convocante de la caja se ha conservado a través
del tiempo, y en las comunidades folk de San Luis se la emplea
todavía para llamar a las novenas y para acompañar a las peregri-
naciones de los santos o vírgenes que son trasladados de un lugar
a otro. El toque de caja sirve para alertar a los vecinos que pasa
la Virgen, y entonces aquellos salen al camino a tomar gracia o a
acompañarla un trecho o hasta el lugar de destino.

287
Colección Obras Completas

De esta función convocante de la caja en las comunidades


folk de San Luis, tenemos abundantes testimonios.
La señora Hilda González de Ojeda en un trabajo titulado “La
novena de San Roque en La Ramada (SL) dice lo siguiente: “... La
imagen se retira totalmente cubierta o ‘tapada’ y a los sones de la
percusión de una ‘caja’ consistente en un cilindro de hojalata cu-
yos dos extremos están cerrados por una ‘badana’ fina de cuero
de cordero y fuertemente estirado por medio de ‘tientos’ de cuero
sujetos a la misma entrecruzados en forma romboidal, lo que per-
mite obtener un fuerte y metálico sonido. Este sonido se obtiene
mediante golpes aplicados rítmicamente con dos palillos...” (4)
La señora Lila A. Gatica de Pereira Torres nos ofrece el si-
guiente testimonio: “Año 1938. Fue en el trayecto de San Luis a Lu-
ján. Llegando al lugar denominado Vuelta de las Lomas se oyó el
acompasado golpear de una caja. Ansiosa expectación. Allí, bajan-
do entre las lomas, en aquella tarde velada por finísima llovizna,
descubrimos insólita presencia: hombres y mujeres marchaban
en procesión llevando la imagen de un santo.
Las mujeres todas a pie, lucían ropas de vistosísimos colores,
entre los que predominaba el fucsia, como la flor de verdolaga. Los
hombres iban a caballo.
Avanzaban en este orden: Primero el muchacho que tocaba
la caja, -abriendo el espacio libre para que pasara el santo-, luego
los hombres cuyos aperos de gruesos pellones achicaban las des-
lucidas cabalgaduras; detrás cuatro jóvenes llevaban en andas la
imagen bendita, profusamente adornada con flores artificiales; y
por último un grupo de veinte mujeres aproximadamente.
Nos informamos. La imagen era de San Isidro Labrador. Iban
a San Francisco; el próximo 15 de mayo era la festividad del santo,
le harían rezar una misa y a la noche bailarían en su honor.
Mi buena suerte permitió que al regresar encontrara a los
promesantes que volvían, siempre anunciados por el golpear de
la caja. (5)
Al noroeste de Paso Grande, Partido del Conlara, Departa-
mento San Martín, en la zona de La Vertiente, El Talita, Los Come-
deros y el Paraguay, se siguen novenas a varios santos y se acostum-
bra llamar a la novena con tres toques de caja. Esta se construye de

288
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

cuero de chivo; de unos 20 centímetros de diámetro por 40 de alto.


Quien toca la caja lo hace paseándose por el patio de la casa mien-
tras las demás personas hacen silencio. En las noches serenas el
toque de la caja se escucha de larga distancia y su ritmo es alegre y
movido: ta tá tatatáta… tatá tatatáta… tatá tatatáta… (6)
En Candelaria, Departamento Ayacucho, desde el siglo pa-
sado hasta nuestros días se siguen novenas a la Virgen del Valle,
San Nicolás, San Isidro Labrador y Santo Domingo. El día de la cul-
minación de la novena se hace una procesión con el santo por el
pueblo y fuera de él hasta varios kilómetros de distancia. Se arro-
jan flores, estallan cohetes y se cantan alabanzas al compás de la
caja que se construye de madera o con una lata cilíndrica cerrada
en sus extremos por un cuero de oveja bien tirante. Según el infor-
mante, este es entre los cueros el más sonoro. (7)
El joven y prestigioso investigador Arquitecto Alfredo Pérez
Camargo en un trabajo titulado “Procesión de San Isidro” pre-
sentado en las Terceras Jornadas de Estudio e Investigaciones Fo-
lklóricas Sanluiseñas organizadas por el Centro de Investigacio-
nes Folklóricas “Prof. Dalmiro S. Adaro” de San Luis en 1976, nos
brinda el siguiente testimonio relacionado con el uso de la caja en
Socoscora (Dpto. Ayacucho): “Se sigue la novena hasta el octavo
día. El catorce de madrugada, un grupo numeroso de fieles parte
con destino a San Francisco llevando en andas la imagen que re-
sulta difícil de ver por la profusión de flores de papel con que ha
sido adornada. No la he visto cubierta -o ‘tapada’- como hubiere
esperado.
Encabeza la marcha un muchacho tocando la caja, consis-
tente en una envolvente cilíndrica de hojalata con tapas de cuero
de cordero asegurada entre sí por tientos entrecruzados y firme-
mente atados, y de sonido entre seco y metálico producido por rít-
micos y monótonos golpes de palillos.
Le sigue el Santo, como se dijo transportado en andas, luego
hombres a caballo y mujeres a pie. Otras veces he visto ubicarse
los jinetes delante de la imagen.
La procesión avanza lentamente y los sones de la caja invitan
a incorporarse a vecinos y devotos que, generalmente, salen al en-
cuentro. Luego de los saludos de rigor y de ‘tomar gracia’ al Santo,

289
Colección Obras Completas

lo ‘acompañan’ el trecho que pueden o hasta la próxima posta.


La expresión ‘se hace posta’ o ‘hacer posta’, alude a los lugares
de descanso y al descanso propiamente dicho, tan necesario, que
consiste en detener la marcha, sentarse, comer algo y hasta bailar;
lo que se hace en Las Tosquitas o en El Portezuelo, en casa de Don
Cecilio Soloa y en la de Don Joaquín Rodríguez respectivamente.
En ambos casos el ‘respiro’ da lugar a muy amenas reuniones don-
de no falta el vino y las empanadas con que obsequian los dueños
de casa a sus huéspedes.
Si en la procesión ha venido algún guitarrista, estas son cir-
cunstancias para su lucimiento.
A la entrada de San Francisco dejan la caja en casa de Don
Marcos Agüero, un viejo amigo de los Vallejo. Al día siguiente se
reza una misa –‘la misa del santo’- al cabo de la cual, y siempre
anunciada su presencia por la caja, regresa la colorida procesión
a Socoscora.” (8)
Por nuestra parte en varias oportunidades estando en Lagu-
na Larga o Santa Anita (Partido San Lorenzo - Dpto. San Martín),
hemos presenciado el paso de la Virgen de los Desamparados
de Los Talas o Sierrita Colorada, Casa de Piedra, El Pantano, etc.
adonde la llevan para seguirle novena. La acompaña siempre una
nutrida caravana de campesinos. Algunos van a caballo pero la
mayoría a pie. La Virgen, por cierto, es conducida a pie en la urnita
de madera; no en andas.
Desde lejos se oye el toque de la caja y a medida que se acerca
se hace más nítido el ta tá tatatáta… tatá tatatáta… tatá tatatáta…
Nunca vimos tocar la caja a una persona de edad; siempre
era un joven o una niña quien asumía tan significativa función
pues saber tocar la caja es considerado como un hecho importan-
te. Cuando se acerca la caravana los vecinos salen al camino. Los
hombres se descubren con respeto y las mujeres humildemente
toman gracia, hincadas hacen la señal de la cruz con la Virgen y la
besan.
Rato después el grupo se pierde de vista y solo se escucha a lo
lejos el rítmico y seco percutir del parche de la caja: ta tá tatatáta…
tatá tatatáta… tatá tatatáta…
Un grupo de investigadores integrado por María Mondragón,

290
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Susana Chertudi, Ofelia B. Espel, Ricardo L.J. Nardi y José Augusto


Rodríguez, bajo la dirección del Dr. Augusto Raúl Cortázar, realizó
en 1956 dos viajes de investigación a Renca (Dpto. Chacabuco) y
nos dejaron este valioso testimonio: “En Las Mangas, paraje situa-
do a unas dos leguas de Renca hacia el lado del dique San Felipe
y en la región serrana, vive la familia Olguín. Dicha familia tiene
una imagen muy antigua de San Roque, cuya característica es es-
tar vestido con poncho. Para la fiesta del Santo (16 de agosto), la
imagen era llevada a pie hasta Renca; llegaba el 15 por la noche y
regresaba el 16. Acompañaban la procesión tocando la caja; el eje-
cutante la colgaba al cuello y tocaba a dos manos con dos palillos.
A la caja se solía sumar también acompañamiento de guitarras.” (9)

1. “Actas Capitulares de San Luis” t. I años 1700 a 1750, pág. 187, Academia Nacio-
nal de Historia, Bs. As. 1980.
2. Ídem pág. 292.
3. Ídem pág. 346.
4. II Congreso Cuyano de Investigación Folklórica, San Luis, octubre 1966, pág.
149.
5. Segundas Jornadas de Investigación Folklórica Sanluiseña, 7, 8, 9 y 10 de no-
viembre de 1966, pág. 23, San Luis, 1966.
6. Información proporcionada por los ex maestros de la zona José Rafael Dopazo e
Ilda Mercedes Zalazar de Dopazo, Maipú 1171, San Luis.
7. Informante Iunilde Arce de L. Lucero, ex maestra de Candelaria (SL).
8. Trabajo inédito obrante en el archivo del Centro de Investigaciones Folklóricas
“Prof. Dalmiro S. Adaro”. San Luis.
9. Renca - folklore puntano. Pág. 135, Instituto Nacional de Filología y Folklore,
Bs. As. 1958.

291
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Medicina Popular

Al abordar el tema de la medicina popular por razones meto-


dológicas deben tenerse en cuenta los siguientes aspectos: patolo-
gía, etiología, síndrome y terapéutica.
La patología se refiere a la enfermedad en sí y a su denomi-
nación en lengua regional. Ejemplos: mal aire, susto, empacho,
pasmo.
La etiología se refiere al origen del mal que puede atribuirse
a causas naturales o sobrenaturales relacionadas con los malos es-
píritus. En este sentido las etiologías pueden dividirse en natura-
les y supersticiosas. Ejemplos de etiologías supersticiosas: el susto,
mal de la tierra, la ojeadura, que es el “daño que una persona pue-
de ejercer sobre otra con solo mirarla.” (1)
El síndrome es el “cuadro clínico”, o sea el conjunto de sínto-
mas característicos de una enfermedad.
La terapéutica, se refiere a los procedimientos y recursos
para curar las enfermedades.
Esquemáticamente podemos mostrar los siguientes cuadros:

ETIOLOGÍAS SUPERSTICIOSAS

Patología: Susto
Etiología: Ruidos, bultos, luces. Fuerte impresión.
Síndrome: Separación del espíritu del cuerpo (pérdida del alma).
Insomnio, sobresaltos, sonambulismo, hablar dormido.
Terapéutica: Sahumerio de alhucema con romero y nido de pica-
flor. Tomas. Ritos.
Patología: Mal de la tierra.
Etiología: Acostarse o pasar por lugares “no buenos”.
Síndrome: Granos en la piel. Dolor o inmovilidad de una pier-

293
Colección Obras Completas

na o brazo.
Terapéutica: Pomadas, agua bendita, té de flor de la piedra.

ETIOLOGÍAS NATURALES

Patología: Empacho.
Etiología: Cuando se “seca” la comida en el intestino. Por no coci-
nar bien la comida.
Síndrome: Dolor de estómago y sueño. Decaimiento.
Terapéutica: Infusión de hojas de tala y durazno. Té de sen.
Patología: Pasmo.
Etiología: Enfriamiento por salir con el cuerpo caliente o la cabe-
za mojada al aire frío.
Síndrome: Parálisis facial (ora).
Terapéutica: Sahumerios. Aceite de huevo.

Con relación a la terapéutica ofrecemos algunos ejemplos de


medicamentos “caseros” de carácter tradicional: para el dolor de
oído, humo de cigarro o ponerse una lanita negra; para las quema-
duras, azúcar, para el dolor de muelas, frotarse la cara con un sapo
en cruz o hacer buches con el cocimiento de nomebusque(2), para
la tos, chupar sal gruesa tostada; para el asma, fumar semillas de
chamico(3) molidas; para la pulmonía, té de hígado de zorrino con
mastuerzo(4) y ponerse un atado de ceniza caliente en la puntada;
para purificar la sangre, té de barba de la piedra(5), zarzaparrilla(6)
y calaguala(7); para el corazón té de albahaca con cedrón; para el
reumatismo, fricciones con grasa de potro o de iguana; para la tos
convulsa, leche de burra y llevar al enfermo al corral de las cabras;
para estancar la sangre, ponerse carne fresca en la herida; para la
picadura de avispa, barro podrido; para las clavaduras de espina,
madurativo de cera del oído.
En razón de su valioso contenido transcribimos íntegramen-
te el informe que sobre medicina popular produjo en octubre de
1957 la maestra de la Escuela Nacional Nº 60 de Candelaria (SL)
Sra. Aída Marqueza A. de Quiroga: “A pesar de los progresos de la
ciencia médica una gran mayoría de habitantes de la región con-

294
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

servan las creencias supersticiosas y se transmiten de padres a hi-


jos y es por ello que el curandero o médico, como ellos lo llaman,
es el encargado de curarles los males tanto corporales como espi-
rituales. Muchos de ellos han actuado en este pueblo destacándo-
se los médicos Gallardo y Arias, el primero de ellos curaba a todos
los males con tres gotas de aceite en un vaso de agua.
El segundo, para corregir la sangre causa de muchos males,
preparaba un baño de asiento con la base de nueve alpargatas vie-
jas, las que eran hervidas hasta deshacerse. Para darse los baños
el paciente debía sentarse en una silla rota y repetirlo nueve días o
sea uno por cada alpargata.
Otra receta del mismo médico era la siguiente: para curar el
dolor de garganta recetaba una cataplasma de saliva amarga con
harina de porotos suasados.
Las recetas que figuran a continuación son propias de los
curanderos de la zona. Para curar la ora que puede ser cruzada
(cuando se ladea la cara y se cae la pierna del lado contrario) y otra
tan solo se ladea la boca que queda la persona muda, se les aplica
el siguiente remedio: se toma un mataco, se degüella, se le recoge
la sangre y calentita se aplica sobre la parte afectada por la enfer-
medad, luego se le saca la cáscara de la cabeza, se agujerea y se le
coloca en el pecho como una reliquia hasta que sana la persona.
El reuma lo suelen curar con fricciones de grasa de lampala-
gua con alcanfor o también con el bálsamo de grasa de patas que
se prepara en la siguiente forma: se saca la médula o tuétano y se
derrite, luego se le echa cuatro litros de vino tinto y los siguientes
mixtos: alhucema, romero, manzanilla, clavo de olor, mostaza en
poca cantidad. Se hace hervir, luego se cuela y se lo guarda en un
frasco y de allí se saca cuando se necesita. También curan el mis-
mo mal con una compostura hecha con alcohol y ruda hembra.
Para los resfríos recetan el té de tres pimpollos de quebracho
con azúcar tostada.
Empachos: Dan un té purgante de sen con paica hembra y sal.
Cuando una criatura es lerda para caminar recetan friccio-
nes con guano de perdiz hecho polvo, con sebo de la vela, o tam-
bién cuando se parte la panza de la vaca se lo mete de la cintura
para abajo y se lo tiene un rato, luego se le da un baño caliente de

295
Colección Obras Completas

agua de jarilla, atamisque y flor de hormiguero en poca cantidad.


El pático lo suelen curar con tres cucharaditas teseras de gi-
nebra en ayuna o se le revienta una garrapata de perro en la boca.
Para el dolor de cabeza se recetan varias clases de parches:
unos se hacen con un poquito de harina que se moja con aguar-
diente y se le agrega un poquito de sal y azúcar. Esta mezcla se
pone en redondelas de papel de fumar o de estraza y se coloca en
cada sentido (sien). Otras se hacen con azúcar, yerba y tabaco con
sebo de la vela.
Para granos infectados se suasa una hoja de palán o sanalo-
todo con aceite y se aplica en la parte afectada.
El dolor de oídos lo suelen curar con el humo de un cigarro
de alhucema y taparle los oídos con un pedacito de lana negra em-
papada con aceite verde.
Según ellos cuando les da el aire a los niños se los sahúma
quemando un nido de caserita y después ponerles aceite verde y
de almendra en la nuca.
Las heridas las curan con yesca que es el polvo que se obtie-
ne de quemar trapos o suela del pegual de los bastos.
Para las culebrillas recetan escribirlas con tinta alrededor y
ponerles guano de vaca caliente.
Las picaduras de arañas las suelen curar con agua de suspiro
morado o leche con ajo”.
La maestra de la misma localidad Sra. Yamila Flores de Gle-
llel, también en 1957 produjo un informe sobre medicina tradicio-
nal humana y animal cuya síntesis es la siguiente: “Humana: Para
evitar que a los niños les dé el aire se les ata a la muñeca una nuez
moscada.
Para curar la pulmonía se utiliza hígado seco de zorrino y con
el polvo del mismo se hace té y se da a los enfermos.
Para hacer madurar un grano infectado; se hace una masa
con harina, agua, levadura y aceite y se coloca en la parte infecta-
da. Para curar el dolor de oído ser utiliza el aceite verde mezclado
con polvo de plumas quemadas.
Para el dolor de muelas se emplean el clavo de olor, el polvo
de ladrillo, la hoja de atamisque molido y se cura de palabra.
Animal: Se cura de palabra y al rastro la embichadura de

296
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

los animales.
Moquillo del caballar. Se echa en un tarro de café, trapos, un
poco de fluido y una braza y ese humo se le hace oler al animal. Pero
antes de que huela se hace trotar al caballo para que se agite y así
puede aspirar mejor; se le pone grasa de potro detrás de la oreja, en
la frente y en el sentido. Otras veces se sangra en la vena del cogote.
Gusano de animal (cuajo). En un litro de agua se echa una
cucharada de fluido (creolina) y se volteaba el animal dándole ese
remedio.
Renguera. Se barretea el animal con un poco de cerda de la
cola, y se le ata a la pata contraria a la enfermedad y así pisa con
las dos y sana.
La mancha del animal vacuno. Se sangra haciéndole una
cortadura en el tronco de la cola.
La borrachera de los caballos y las cabras. Al caballo se le
parte la punta de las dos orejas y a las cabras (chivas) se les corta
las astas y se les echa un poquito de fluido.
La epizootia del vacuno. Se cura con el agua de la cal, se les
da a beber y se les lava las pezuñas”.
La historia de la medicina enseña que “valiosos medicamen-
tos actuales tuvieron su origen en las prácticas más elementales”.
De allí la necesidad de “investigar las medicinas no ortodoxas
y los ambientes en que prevalecen, a fin de delimitar sus áreas de
influencia, verificar su operancia y rescatar sus elementos válidos;
neutralizar los negativos y conocer la razón de su persistencia.” (8)
La Organización Mundial de la Salud, Declaración de 1977;
el Simposio Internacional sobre la Medicina Indígena y Popular
de América latina, Roma, diciembre 1977; el X Congreso Interna-
cional de las Ciencias Etnológicas y Antropológicas, Nueva Del-
hi y Puna, diciembre 1978; el XV Congreso Americanista de Van-
couver, agosto 1979, y el Primer Congreso Mundial de Medicina
Folklórica, Cuzco, noviembre 1979; han considerado la necesidad
de integrar las medicinas científica y folklórica, prestar asesoría a
los programas de fomento y desarrollo de la medicina tradicional
y a los programas de investigaciones multidisciplinarias.
Todo ello en beneficio de la salud humana y de progreso
científico.

297
Colección Obras Completas

1. Félix Coluccio “Diccionario Folklórico Argentino” t. II, pág. 289, Edit. Laserre,
Bs. As. 1964.
2. Desconocemos su nombre científico.
3. Datura ferox.
4. Sysymbrium.
5. Usnea.
6. Smilaz campestris.
7. Linum scoparium.
8. “Declaración de principios” de la Asociación para el estudio comparado de las
medicinas, Buenos Aires, 1980.

298
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Los Juegos

El Truco
El truco y el folklore

Sin desconocer la unidad del mundo de los fenómenos folkló-


ricos, a los efectos de una mejor sistematización con miras a un
correcto ordenamiento investigativo, los estudiosos han adoptado
una conocida división del folklore en dos grandes campos: mate-
rial y espiritual.
El folklore material comprende aquellos aspectos de natura-
leza corporal, física, visible, como los que se refieren a la vivienda,
vestimenta, alimentación, medios de transporte, artesanías, etc.
El folklore espiritual se caracteriza por su naturaleza esen-
cialmente inmaterial y comprende cuentos, leyendas, adivinan-
zas, relaciones, romances, destrabalenguas, toponimia, danzas,
supersticiones, medicina tradicional, usos y costumbres.
En este campo se encuentran comprendidos los juegos como
riñas de gallos, carreras cuadreras, pato, la taba, etc. si se trata de
adultos; y rondas, barriletes, tejo, escondida, bolitas, etc. si se trata
de niños.
Algunos estudiosos de renombre internacional como el fo-
lklorólogo brasileño Paulo de Carvalho Neto, encuadran los jue-
gos en la clasificación de folklore social.
El juego del truco forma parte del llamado folklore espiritual
pero a los efectos de no imponer una afirmación dogmática, con-
viene analizar brevemente si este popular juego de los argentinos,
constituye verdaderamente un hecho folklórico.
En primer lugar observamos que se cumple en él el carácter
de fenómeno popular en cuanto constituye una expresión espon-

299
Colección Obras Completas

táneamente incorporada a la vida de nuestro pueblo para satisfa-


cer una íntima necesidad de recreación (en sentido lúdico) y de
creación (en sentido intelectual).
Pero lo característico del truco es que se trata de un juego
aceptado y practicado por todos los estratos de la sociedad: ricos
y pobres, viejos y jóvenes, hombres y mujeres y en muchos casos
también niños. Hay una aceptación generalizada que le confiere
un indudable carácter colectivo.
¿Y cómo se aprende a jugar al truco? Mirando, observando,
imitando. Este aprendizaje no es sistemático. No hay una forma
única ni codificada de enseñar a jugar. A través del tiempo se van
acumulando conocimientos dispersos que la experiencia ordena
frente a la exigencia de competir con éxito. “Perdiendo se apren-
de” dice el refrán. En el truco, por lo demás, nunca se termina de
aprender. El valor de las cartas y la oportunidad y fineza de las se-
ñas, pueden dominarse relativamente bien después de un largo
ejercicio. Pero lo que nunca se termina de aprender es a palpitar
las intenciones del adversario y a combinar gestos, palabras y si-
lencios para que resulten verdaderamente eficaces con relación al
fin que uno se propone. El carácter empírico de este fenómeno es
patente y no admite dudas.
Tampoco admite dudas su carácter funcional en cuanto sa-
tisface con plenitud la necesidad de solaz del hombre argentino.
Esta diversión tuvo como escenarios frecuentes las ya extinguidas
pulperías, el bar, el club, el boliche. Pero también en el seno del
hogar congrega a padres, hijos, sobrinos, primos, amigos. El tru-
co es también juego familiar y aquí aflora el aspecto noble de su
función.
El modo de transmisión de este juego es la vía oral, y se
dan en él los caracteres de tradicionalidad (transmisión a tra-
vés de sucesivas generaciones) anonimato (imposibilidad de
determinar el origen de este juego y atribuirlo a persona al-
guna), y regionalidad (que se manifiesta especialmente en las
variadas formas de jugarlo según la localidad o región geográ-
fica).
No redondearíamos convenientemente el tema si no di-
jéramos que su vigencia en todo el territorio nacional hace

300
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

que se le considere como un aspecto actual de la cultura fo-


lklórica argentina. Todas estas notas definen el juego del truco
como un fenómeno folklórico, donde la habilidad del paisano
pugna por rescatar de la vorágine del azar, la inédita belleza
de una creación que tiene algo de viveza criolla y mucho de
magia apasionante. Esto hacía decir a un tío viejo cuando ba-
rajaba las cartas y las depositaba sobre la mesa para comenzar
el juego: “Corte bien, mocito, que las manos son ciegas y el
naipe es un chañaral”.

El truco y el derecho

Reiteradamente el juego del truco ha sido objeto de pronun-


ciamientos por parte de los jueces argentinos. Tales sentencias
son coincidentes en lo que se refiere a su naturaleza: se trata de
juego de habilidad, no de azar.
En un caso ventilado en Mercedes (Provincia de Buenos Ai-
res) en 1918, la policía irrumpió en un local cerrado donde los pa-
rroquianos jugaban al truco por entretenimiento y por el importe
del consumo en el bar. En tal caso la Cámara Segunda del Depar-
tamento del Centro, integrada por los Dres. Cutiellos, Tenreyro, y
Casco, decidió que dicho juego no es de azar y en consecuencia
dispuso el sobreseimiento de los imputados. (1)
Al año siguiente la Cámara de Apelaciones de San Nicolás
(Departamento del Norte) integrada por los Dres. Gómez Rodrí-
guez, Servini y Giménez, dictó sentencia en un caso donde varios
imputados fueron encontrados jugando al truco por la cena. En tal
oportunidad la Cámara dijo “que el truco no es un juego de azar, ni
está comprendido en ninguna de las disposiciones de la ley vigen-
te sobre juegos prohibidos.” (2)
El 3 de julio de 1947, el juez Federal de Resistencia (Chaco)
Dr. Aguirre, dictó sentencia en un caso en que cuatro ciudadanos,
Marcelino Meza, Candelario Barrios, Juan Gualberto Cruz y Án-
gel Romero, fueron detenidos en circunstancias de encontrarse
jugando al truco por la consumición en la parrilla del primero de
los nombrados, sito en La Verde (Chaco). En esa sentencia el Dr.
Aguirre dijo que el truco no puede ser considerado juego de azar

301
Colección Obras Completas

y agregaba estos conceptos sustanciales: “La tradición criolla, cuenta


el juego del truco como uno de los motivos que daban al gaucho ar-
gentino la oportunidad de hacer valer sus habilidades y a desarrollar
sus dotes de improvisador, bellezas de la vieja estirpe criolla y nombre
que diera lugar a que las brillantes plumas de la talla de Hernández
y Güiraldes, les dedicaron sus mejores páginas en la literatura ameri-
cana, todo lo cual ha llevado al legislador, a no dudarlo, a no incluir
este juego en la ley prohibitiva. Por otra parte el juego practicado en-
tre parroquianos por la consumición -tal lo hacían los prevenidos- se
efectúa en todos los órdenes sociales para solaz y entretenimiento de
los que actúan, sin que ello pueda considerarse una violación a la ley
de la materia, máxime cuando el precio de la jugada se limitaba a la
exigua suma de cincuenta centavos la partida”.
Finalizaba el fallo el Dr. Aguirre con este elocuente conside-
rando: “Que ante tal situación, de autos no surge mérito alguno
para prolongar por más tiempo la detención de los nombrados,
debiendo llamarse la atención del instructor a fin de evitar repeti-
ciones de esta índole, que perjudican sin motivo la libertad de los
individuos.” (3)
Ninguna norma del derecho de fondo, ya sea constitucional,
penal, civil o administrativa, resulta vulnerada por el juego del truco.
Y tampoco ninguna norma ética. La moral no se resiente por-
que no hay deslealtad, artes dolosas ni expresiones indecorosas o ver-
gonzantes.
En el truco se trasunta la dignidad de lo criollo. Quizá ningún
juego folklórico refleje, como el truco, el perfil ingenioso, intuitivo,
memorioso y vital del hombre argentino.
Quizá por eso, es decir por su condición de expresión argentinis-
ta, se lo mira con oblicua desconfianza, con ojeriza mal disimulada.
Pero si el derecho y la moral no entran en colisión con este
sutil arte del floreo, de la estocada psicológica, de la pulcritud ex-
presiva; el vigilante celo de muchos argentinos por sus bienes fo-
lklóricos, le aseguran perdurabilidad en los tiempos futuros.

El truco y los argentinos

En aquella vieja pulpería de Don Rufino Natel de El Comer-

302
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

cio y Rivadavia de la ciudad de San Luis, la paisanada sureña del


Lince y Chischaca, acortaba la espera para entregar los cueros, la
cerda, la lana, probando el carabanchel y jugando al truco, es decir
recuperando el tiempo perdido en los barrancones del camino y
en los “peludos” de los bañados.
Alguien se extrañará que digamos recuperar el tiempo. Por-
que para la mentalidad materialista del hombre de hoy resultan
incomprensibles las expresiones de Nicolás Olivari: “No, no, ciu-
dadano. Eso no es perder el tiempo. Es ganárselo a la eternidad,
sumergiéndose en ella. Esos cuatro jugadores solitarios están
escoltados por el invisible orejeo de muchas generaciones de ar-
gentinos. Porque el truco, como el mate, es la mano tendida de la
amistad del criollo.
- ¿Jugamos un truco, don?... Y de eso nacía la fraternidad en
la acción, en el peligro, en el entrevero, en las malas y en las bue-
nas, que tipifica el ‘tabú’ de la amistad en el pueblo.
No, no, ciudadano. Esos cuatro vecinos que truquean de tar-
de en el viejo almacén que aún queda allá por Floresta o los Mata-
deros, no pierden el tiempo. Lo ganan, lo devuelven, lo restituyen
a la circulación de los que, de veras, lo pierden en cosas miserables
y tristes... En el truco -ha dicho Julio Mafud- ‘la victoria o la derrota
depende más del hombre, del jugador frente al jugador, que del
valor inamovible de las leyes y los naipes del juego’.
Esto es algo que el argentino ha pautado en muchos de sus
actos: el duelo criollo, el baile del tango y el culto de la amistad
tienen esa impronta. En cada una de estas pautas son seres, frente
a frente, que dependen de sí mismo por completo.
En la amistad como en el truco el argentino ‘se entrega con
todo su ser’ pone su alma, la fibra última y definitiva de su yo.
A través del truco, es como decir de la magia del juego carteado
más original conocido en el territorio nacional, nuestro paisano eva-
de la realidad. Para el argentino decir que dos y dos son cuatro es un
resultado exacto que lo subleva. Prefiere palpitar que puede ser cual-
quier cantidad, antes que sea cantidad inexorable. Parece que pen-
sara con un órgano mental existencial y no racional. Esta posibilidad
está dada con toda su estructura profunda en el juego del truco.
Cuatro seres empinados en una mesa tratan de omitir o gam-

303
Colección Obras Completas

betear las leyes racionales quietas e inamovibles, buscando ante


todo adivinarse, como a palpitarse, barrenarse. Eso es lo que de-
termina que el argentino desfonde todo su ser en el truco. Necesita
tener la posibilidad de elaborar y crear por sí mismo.” (4)
Pero no solo hay fuga de la realidad. Hay fundamental-
mente abolición de los patrones del interés material. La perso-
nalidad se mueve aquí impulsada por resortes ajenos en abso-
luto a toda medida de valor pecuniario. “El gringo que asiste a
una partida de truco no puede comprender las ganas de ganar
del criollo cuando no hay plata en juego. El argentino no quiere
ganar por una utilidad metálica. En cada gesto o en cada parti-
da se juega su hombría, el no ser menos”. El argentino no quiere
solo ganar, quiere ante todo confirmar el tono psicológico de su
hombría. (5)
Aun cuando no hay dinero en juego, para nuestro paisano
equivale a apostar la última moneda de su orgullo; de su amor
propio.
Cuando pierde, le duele como una herida fresca, el recuer-
do de su derrota. Si gana, según la jerarquía de su adversario, le
tintinea días, meses, años; la metálica y juguetona moneda de la
alegría. Es su estilo, su típica forma de medir el tiempo y la materia
en patacones de magia, impalpable pero definitiva.

1. Revista de Jurisprudencia Argentina t. 2 pág. 142.


2. Revista de Jurisprudencia Argentina t. 3 pág. 496.
3. Del libro “Folklore y Tradición” Antología con notas de Julio y Julio Carlos Díaz
Usandivaras, pág. 168 Edit. Raigal, Bs. As. 1953.
4. Autor citado “Psicología de la Viveza Criolla” pág. 191 y sig. Edit. Americale,
Bs. As. 1965.
5. Ídem.

La Taba

Este juego tiene origen en Grecia. Pasa luego a España y con la


conquista llega a América. Es juego de habilidad, no de azar. En un
trabajo anterior hemos puntualizado la naturaleza de este juego. (1)

304
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

En el ámbito forense digamos que la Cámara de Apelaciones


en lo Penal de la ciudad de San Luis, integrada por los Dres. Francis-
co Javier Guiñazú, Orlando Osorio y Eduardo D’Angelo Rodríguez,
en un fallo dictado el 14 de mayo de 1964, dejó establecido que el
juego de la taba no constituye juego de azar penado por la ley.
La Cámara Criminal y Correccional de la Capital Federal en
una sentencia dictada el 12 de junio de 1923 ha dicho que el juego
de la taba es un juego de destreza personal.
Igual criterio sentó el juez de Faltas de la ciudad de Córdoba
Dr. Marcial Loza Achával. En dicho fallo dijo el magistrado que el
juego de la taba no es juego de azar sino de destreza y por lo tanto
no existe apuesta ilegal.
Hizo notar el juez en su pronunciamiento que “un equipo de
docentes de la Facultad de Filosofía y Humanidad de la universidad
cordobesa, al realizar estudios sobre la técnica de los juegos determi-
nó que tampoco es un juego de azar, sino de habilidad e ingenio”. (2)
Desde tiempos inmemoriales se practica este juego en nues-
tra provincia. Antaño se jugaba sin ocultamientos inclusive en las
calles. Pero una jugada de taba realizada en la Academia Militar
(hoy Tiro Federal) produjo en nuestra ciudad un revuelo de pro-
porciones. (3)
Tabeadores famosos en la provincia de San Luis han sido Lin-
dauro Torres en San Martín, Ramón Andino de Quines, Felipe Bar-
zola de La Represita, Marcos García de Balde de García, Joaquín
Funes de Luján, Marcos Gatica de Los Corrales, Reinaldo Montive-
ros de San Francisco, Ciriaco Castro de Nogolí, Cristobalino Soloa
de San José del Morro, José Frede (hijo) de Juan Llerena, Pascasio
Nievas de Concarán, Emeregildo Funes de Pozo Cavado, Alfredo
Arias de Merlo, Santiago Muñoz de Rincón del Carmen, Silvano
Lucero de Las Chacras, Rómulo Moreno de El Zanjón, Salvador
Barzola de Barranca Alta (Dpto. San Martín), Roberto Velázquez
(a. El Machuca) de la ciudad de San Luis.

1. Jesús L. Tobares. Folklore Sanluiseño. Córdoba 1970


2. Semanario N° 63 año 2 Bs. As.11 de septiembre 1980; Diario La Razón, septiem-
bre 1980
3. Jesús Liberato Tobares “San Luis de Antaño.”

305
Colección Obras Completas

Riña De Gallos

Este espectáculo arraigó hondamente en las preferencias de


nuestros paisanos, tanto como las carreras cuadreras que eran y
siguen siendo una verdadera institución en consonancia con las
habilidades ecuestres de los argentinos.
La riña de gallos no es un deporte (llamémosle así) autócto-
no. Llegó a nuestro suelo con los españoles quienes trajeron bue-
nos gallos de riña de Andalucía.
En nuestra patria tuvo más aceptación que las corridas de
toros, tanto que para regular su desarrollo como para resolver los
conflictos que se plantearon a consecuencia de las numerosas
apuestas que se realizaban, se dictaron reglamentos bastante mi-
nuciosos. Estos cuerpos normativos se caracterizaron por el pin-
toresquismo de que hacen gala como por su definido concepto de
la buena fe y del respeto por la autoridad del juez y de la ley. Las
personas dedicadas al entrenamiento o cuidado de los gallos de
riña se llamaban cuidadores o corredores.
Normalmente las riñas se concertaban entre gallos de igual
peso y antes de la pelea ese peso era verificado en presencia del
juez. Se utilizaba para ello una romana o balanza de pilón, toman-
do el gallo por las patas o por debajo de las alas con un cordón.
En cuanto al nombre de los gallos, en nuestra provincia se
preferían los que aludían al color del animal: bataraz, cenizo, tos-
tado, negro, overo, blanco, naranjo, giro, canelo.

Alimentación

Este aspecto era objeto de especial atención por los cuida-


dores. Según el tamaño del gallo y la estación del año, se daba de
beber a estos animales de 10 a 15 tragos de agua por día.
La alimentación consistía preferentemente en maíz cuarentón o
pisingallo blanco, hígado o corazón de vaca y cebolla picada en pruden-
te cantidad. Periódicamente se los purgaba con aceite de castor, opera-
ción que se realizaba también una semana antes de la pelea y después
de esta sobre todo cuando habían sufrido golpes. Igual procedimiento
se seguía cuando el gallo se notaba con síntomas de moquillo o pepita.

306
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Entrenamiento

Las formas comunes de entrenamiento eran las siguientes:


golpeo, ejercicios en el voladero, manteo y el ocho.
El golpeo consistía en combates de una duración que osci-
laba entre veinte minutos y una hora entre un gallo de riña y otro
común que recibía el nombre de gallo mártir.
Al gallo mártir se le colocaba piquera o sea una pequeña trom-
peta de badana para evitar que picara. El gallo de riña actuaba con
el pico libre. Normalmente a ambos se le vendaban las patas para
evitar lesiones con el macho que es el resto de la púa que le queda al
gallo después de cortada, y sobre la que se calzaba el puon de pelea.
Estos puones no se usaron al parecer en los primeros tiem-
pos sino después y tenían por objeto acelerar el fin de las riñas
evitando que estas se hicieran interminables.
Era de buena precaución despuntar la cola a los gallos para
evitar que se la pisaran mientras retrocedían frente al adversario.

El Voladero

Ordinariamente recibía este nombre un galpón cerrado en


una de cuyas esquinas se colocaba un cajón de un metro de alto, y
en la opuesta, sobre el suelo, una caronilla o jergón. De allí lo arro-
jaba de espaldas al rincón opuesto. El gallo ejecutaba movimien-
tos con las alas para frenar el impulso y al caer debía afirmarse
fuertemente sobre las patas.
Como es fácil deducir estos movimientos fortificaban los
músculos de las alas y patas.

El Ocho

Este ejercicio consistía en tomar al gallo por la cola y ha-


cerle describir dicho número girando por delante y por detrás de
las piernas del cuidador, que se colocaba por ello con las piernas
abiertas y el busto inclinado hacia delante. A medida que el gallo
realizaba tales movimientos, el cuidador, como es lógico, debía ir
cambiando de manos.

307
Colección Obras Completas

Este ejercicio acostumbraba al gallo a las vueltas continuas


en torno al adversario y le evitaba los mareos.

El Manteo

Este ejercicio se realizaba arrojando al gallo hacia arriba de-


jándolo caer por sus propios medios. Procuraba vigorizar también
los músculos de las alas y piernas.

El Juez

Concertada la riña, los contendientes depositaban el dinero


que no podía ser retirado por ningún concepto salvo casos excep-
cionales. Las peleas se realizaban en locales cerrados bajo la di-
rección de un juez a quien los reglamentos conferían facultades
amplísimas.
Respecto de los espectadores el juez tenía potestad para san-
cionarlos cuando proferían palabras obscenas dentro del circo o
realizaban actos lesivos a la moral pública, o se paraban en los
asientos o colocaban los pies en los respaldos de quienes estaban
delante o se recostaban sobre la valla o accionaban sobre el circo
durante la riña; imponía la pena correspondiente (generalmen-
te mandaba a pagar la apuesta) cuando algún gallo huía por ha-
ber sido asustado por gritos o movimientos de algún espectador;
se paraba a cualquiera de los corredores que maliciosamente se
apartaban de las normas consagradas por los reglamentos; expul-
saba a los ebrios a quienes les estaba absolutamente prohibido el
acceso. Sus disposiciones y fallos eran inapelables.
Es oportuno hacer notar que la autoridad del juez de riñas era
tan respetada como la del juez de cancha en las carreras cuadreras.
En cuanto a la dirección de la riña en sí, se ajustaba a las pres-
cripciones de los reglamentos en vigencia o a las normas consagra-
das por la costumbre.
Los corredores estaban supeditados a sus mandatos y en si-
tuaciones de difícil solución podía requerir la opinión de algún es-
pectador, generalmente persona de reconocida ecuanimidad y pro-
bada versación en la materia.

308
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Cuando durante o después de la riña se probaba que alguno


de los dueños o corredores había empleado algún artificio, verbi-
gracia, cambiar el gallo; el juez debía arrestar a los tramposos y po-
nerlos a disposición de la justicia ordinaria para ser juzgados como
estafadores públicos. En tal caso quien usó el ardid perdía el dinero
depositado y todas las apuestas “de afuera” se declaraban nulas.
En tal caso de que se presentaran al juez reclamaciones por
apuestas cuyo pago se negaba, resolvía en el acto el diferendo, fa-
llando a favor de aquel que presentaba mayor número de testigos.

La Riña

La riña se daba por iniciada cuando los gallos se encontra-


ban y embestían. Ocurría a veces que después de pelear durante
un tiempo los gallos se cansaban o se mostraban indecisos. En ta-
les casos los corredores debían arrimarlos y carearlos hasta tres
veces. Si ninguno de los dos mostraba actitudes de pelea, la riña se
declaraba tabla, es decir empatada.
Si después de la embestida se volvían a separar se repetía el
careo y si alguno de los animales rehuía el combate, se le declara-
ba perdedor.
En tal caso de que uno de los gallos quedara ciego y el otro
no, debía arrimarse este a donde estaba el ciego rozándolo sin
echárselo encima. El corredor del ciego lo peinaba tres veces, ope-
ración que consistía en pellizcarle la pluma de la cabeza. Si en ta-
les condiciones el gallo ciego procuraba pelear a su contrincante y
el gallo con vista rehuía, este perdía la pelea. Si ninguno mostraba
actitudes combativas la pelea era tabla.
Si un gallo caía y levantado por el corredor tres veces volvía a
caer, perdía la pelea siempre que el otro permaneciera de pie.
Si ambos se postraban, se los levantaba tres veces y si alguno
picaba en cualquiera de esas oportunidades, ganaba la pelea a no ser
que los dos picaran en la tercera vez en cuyo caso la pelea era tabla.
Cuando los gallos quedaban ciegos se los introducía en el
tambor que era cajón cilíndrico de un metro de diámetro por me-
dio de alto, acolchado por dentro. No debían permanecer allí más
de diez minutos.

309
Colección Obras Completas

Si un gallo se postraba aun levantándolo y peinándolo, per-


día la pelea.
Normalmente los reglamentos prohibían en forma absoluta
la pelea con gallos que tuvieran la golilla repelada.
En marzo de 1873 se dictó en San Luis el primer reglamen-
to de riña de gallos. Estas se practicaron intensivamente en toda
nuestra provincia hasta muy entrado el presente siglo, y tuvieron
como preferente escenario la zona norte, especialmente Quines y
sus adyacencias.
Famosos galleros en el Departamento San Martín fueron Don
Úrsulo Britos y Don Juan Barzola de Barranca Alta. En 1908 se ha-
cían riñas en la casa de Don Juan Aguilar de San Antonio. Eran fa-
mosos los gallos de los Arce de Quines y los que traían de La Rioja. (1)
El Código de Policía prohibió en el ámbito provincial las ri-
ñas de gallos y las corridas de toros. Al respecto establece el Art.
81 de dicho cuerpo legal: “Queda prohibido toda clase de juegos
en que se haga pelear animales y especialmente la riña de gallos y
corridas de toros. Los propietarios o inquilinos de las casas o pro-
piedades, en que estos juegos tuvieran lugar, serán multados con
cincuenta pesos, sin perjuicio de impedir su continuación”
En la actualidad las riñas de gallos se practican con frecuen-
cia en el Departamento Ayacucho.

1. Información de la Sra. Ana T. Véliz, 85 años en 1987, ama de casa, Santa Anita,
Partido de San Lorenzo, Dpto. San Martín.

El Tejo
Se jugaba colocando en una circunferencia hecha en el sue-
lo, los “pesitos”. Estos eran las caras exteriores recortadas de las ca-
jas de fósforos. Se colocaban tantos montones de “pesitos” como
jugadores había. Con el “tejo”, es decir una piedra laja, redonda, de
tamaño un poco mayor que la mano abierta, se sacaban los pesitos
fuera de la circunferencia. Quien los sacaba se apropiaba de ellos.
El primer tiro se hacía desde una distancia de 7 a 8 metros.
Los jugadores tiraban por orden. En este juego siempre se prefe-

310
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

ría ser último y así se manifestaba de viva voz: “Último”... “penúl-


timo”… etc.
Dos eran los “tiros” usuales: de arrastrado y de volcado. El
arrastrado consistía en arrojar el tejo hacia delante haciéndolo
deslizar a ras del piso. El tiro de volcado se hacía con un movi-
miento lateral del brazo. Era para distancias más cortas y cuando
se lo hacía con destreza era muy eficaz.
Efectuando el primer tiro desde la raya de salida, y después
que habían tirado todos los intervinientes, recomenzaba la ronda
por el que estaba más lejos. De tal modo que el que estaba más cer-
ca de la circunferencia, podía quedar sin tirar si los pesitos se saca-
ban antes. Si el pesito quedaba tocando la raya se consideraba que
no había salido. Cuando había viento, a los efectos de que “la plata”
no se volara, se la pisaba con una piedrita o se le echaba un poco de
tierra encima.
Cuando los jugadores eran de modestas posibilidades se juga-
ba por dos, tres o cuatro pesitos por vuelta. Cuando eran poseedores
de mucho “dinero” jugaban por 10, 15 o más unidades por vez

Los Trompos

A los trompos se jugaba a los “puazos” o simplemente a hacerlos


dormir. Este último juego consistía en tirar todos los trompos al mis-
mo tiempo y el que durara más tiempo bailando, ganaba. También se
jugaba a levantar el trompo con la mano y hacerlo bailar en la palma
de la mano “dormido” hasta que se parara. Otras veces se levantaba el
trompo con el piolín y había que arrojarlo lo más lejos posible, siem-
pre bailando. Para eso se hacía una raya y de allí se medía la distancia.
Otras veces se levantaba el trompo con la mano y se lo hacía
bailar en la uña del dedo grande.
A los puazos se jugaba arrojando un trompo sobre otro para
hacerlo perder el equilibrio e interrumpirle el baile. El que erraba el
puazo perdía y si pegaba y el trompo atacado dejaba de bailar mien-
tras el arrojado seguía bailando, ganaba el que tiraba. Muchas veces
se jugaba a perder el trompo. Para estos juegos los trompos prefe-
ridos eran “las chanchitas”, bajos y anchos, de notable estabilidad.

311
Colección Obras Completas

Las Bolitas
Las bolitas eran de tres tipos: De carrascal (carrascas), de vidrio
(ojitos) y de rulemán de automóvil o camión que eran hermosamente
bruñidas. A estas bolitas que eran las más apreciadas se las llamaba
“tinqueras” porque con ellas se “tincaba” cuando se jugaba a la troya.
Los juegos más comunes eran el hoyito y la troya.
El hoyito se jugaba de la siguiente forma: se hacía un hoyo en
el suelo y de una distancia aproximada de cuatro o cinco metros se
tiraba a embocar. Es decir una primera parte del juego muy parecida
al golf. Se tiraba por orden de pedido y siempre se pedía “último”. El
que quedaba más cerca del hoyo tiraba a él. Si embocaba, desde el
borde del hoyo tiraba a la bolita del contrario que estuviera más cerca.
Luego se volvía a tirar al hoyo (esto se llamaba “hoyo seguido”) y si
embocaba tiraba a otra bolita y así sucesivamente. Cada bolita “cho-
cada” pasaba a ser del que estaba tirando.
Se jugaba también a embocar el hoyo y después tirar a todas las
bolitas sin volver al hoyo. Si se erraba algún tiro, seguía en orden de
turno el que estaba más cerca del hoyo.
A la troya se jugaba haciendo un triángulo equilátero o una circun-
ferencia en el suelo, dentro de estas figuras geométricas (que sirven para
enseñar geometría a los pequeños), se colocaban las bolitas en fila. Desde
cuatro o cinco metros se tiraba con la “tinquera”. Si conseguía “sacar” hacía
suyas esas bolitas que salían del triángulo o círculo. El que quedaba más
lejos iniciaba la segunda ronda. Si “sacaba” seguía tirando y así podía sa-
carlas a todas. Si erraba seguía el que quedó más lejos y así sucesivamente.
A veces en reemplazo de la “tinquera” se usaban bolones que
podían ser de carrascal o de vidrio.

La Tapadita

Se jugaba con “pesitos”, chapas de cerveza (prolijamente ali-


sadas a martillo) o “figuritas” de chocolatines. El juego consistía
en arrojar los pesitos, figuritas o chapitas contra una pared, colo-
cada a dos metros más o menos. Los jugadores se ponían en fila
y comenzaba el primero. Si un jugador después de hacer tocar la

312
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

pieza en la pared conseguía que esta cayera al suelo tapando (aun-


que fuera parcialmente) otra pieza, ganaba todo lo que se había
tirado y el juego recomenzaba.

La Cuarta
Se jugaba con chapitas y monedas. Cuando a alguien le to-
caba primero, hacía picar la moneda en la pared y la tiraba lo más
lejos posible. Tiraba el segundo y trataba de colocar la moneda a
una cuarta (distancia entre las puntas de los dedos mayor y meñi-
que estando la mano abierta). Si hacía “cuarta” levantaba la mo-
neda que hacía suya y seguía tirando procurando hacer lo mismo
con las restantes.

El Barrilete
También se llamaba “volantín”. Este juego aparecía en la época
de los fuertes vientos: agosto y septiembre. Los barriletes se hacían de
papel de diario, papel madera o papel crepé. El armazón era de caña
partida y la cola de trapo. A veces se hacía una colita liviana para que
“cabeceara” y derribara al contrario cuando se hacían competencias.
La forma del barrilete era generalmente trapezoidal aunque se ha-
cían hermosas “estrellas” o cometas de cinco puntas.
En aquellos tiempos no se compraban los barriletes. Su
construcción constituía una verdadera artesanía donde cada uno
ponía lo mejor de su ingenio para dotar al barrilete de las formas y
colores más hermosos y darle estabilidad.
Cuando el barrilete no era equilibrado, ascendía un poco
“cabeceaba” y se venía en picada. Para elevarlo se requería por lo
menos 100 metros de piolín. Cuando se soltaba todo el piolín se
hacían “castañetas” (tirar lateralmente el piolín y soltarlo para que se
hamacara en un suave movimiento de vaivén). En esos momentos se
“mandaban telegramas” que consistía en agujerear un pedazo de car-
tón liviano o cartulina, hacerle pasar el piolín por el orificio y largarlo
para que se fuera por el hilo hasta el barrilete. Esto se conseguía “ha-
ciendo castañetas” o tincando el piolín.
Parece que los primeros barriletes nacieron en China. Quizá

313
Colección Obras Completas

a mediados del año 1500 llegaron a Europa. Con la conquista lle-


garon a América. ¡Quién sabe bajo qué pedazo de cielo americano
se elevó el primer barrilete!
En 1752 le sirvió a Benjamín Franklin para crear el pararra-
yos. En 1799 George Cayley analizando los “cometas” llegó a esta-
blecer la factibilidad de sustentación del avión en el aire.
En nuestras tierras cuyanas en la aldea de nuestro nacimien-
to, el barrilete sirvió para inventar la alegría y para remontar, sin
sospecharlo nosotros, los más altos sueños. Con él volamos por
primera vez más allá de las cumbres celestes.

Otros Juegos
Hace cincuenta años se jugaba al veinte, a la mancha, a la pa-
yana, a Don Juan de las Casas Blancas, al pañuelo, al comprahuevos.
Salvo en el caso del veinte, en los demás juegos participaban
las niñas. Además, estas jugaban haciendo rondas o cantando.
Algunos de estos cantos eran los siguientes:

Mañana domingo
se casa Chumingo
con un pajarito
de Santo Domingo
- ¿Quién es la madrina?
- Doña Catalina
rebozo de harina.
- ¿Quién es el padrino?
Don Juan Barrigón
cabeza de tizón
salta la acequia
queda el montón.

Otros cantos eran: Mambrú se fue a la guerra; Arroz con le-


che; En el Puente de Aviñón; Buenos días su señoría; Yo soy la viu-
dita; La gallina ciega; Unilla, dosilla, tresilla, cuartana; Corderito,
corderón; Pito, pito, colorito, etc.

314
FOLKLORE MATERIAL
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

La Vivienda Rural en San Luis

Cuatro aspectos básicos deben ser considerados al tratar el


tema de la vivienda rural: 1º) Emplazamiento; 2º) Dependencias;
3º) Materiales; 4º) Funcionalidad.
Con relación al emplazamiento digamos que en la zona se-
rrana de San Luis para la construcción de la casa se tiene en cuen-
ta muy especialmente la cercanía a una corriente de agua. Esta
corriente no debe estar muy próxima a la casa para evitar los per-
juicios que causan las grandes correntadas que producen las llu-
vias en la zona serrana especialmente en las épocas estivales.
La construcción de la casa en las inmediaciones de un río,
arroyo, ojo de agua, vertiente, puquio, etc. sigue el mismo princi-
pio que ha seguido en el territorio provincial, la fundación de los
centros de población. Así San Luis fue fundada en las cercanías
del río Chorrillo, Villa Mercedes a la vera del río Quinto, San Fran-
cisco junto al río del mismo nombre, Luján a las márgenes del río
Luján, Quines junto al río Quines, Paso Grande a las márgenes del
Conlara en su curso superior; Renca, Concarán, Santa Rosa, a las
márgenes del Conlara en su curso inferior; Santa Bárbara entre los
arroyos de La Huerta y Cañada del Pasto, etc. etc.
Además, la casa debe estar resguardada de los fuertes vientos
del sur y del norte. Por esa razón generalmente se la orienta de sur
a norte, de tal modo que los corredores o galerías miran hacia el
este.
En la zona serrana se tiene en cuenta, por razones elementales
de subsistencia, y por la posibilidad de cultivar maíz u otros cerea-
les, la cercanía de alguna chacra o lugar apto para sembrar. Por eso
se prefiere la vecindad de cañadas, cañadones, pampitas, vallecitos.
La construcción es invariablemente de una planta, y tiene
forma rectangular; raras veces cuadrada. Otras veces toma la for-
ma de martillo cuando la vivienda es de dos cuerpos: uno mira al

317
Colección Obras Completas

norte y otro al este.


Los techos son generalmente de dos aguas, uno de los cuales
se prolonga hasta la galería o corredor.
Los pisos son de tierra; algunas veces de ladrillo o madera y
excepcionalmente de portland o mosaico.
Son raros los ranchos de una sola habitación. Generalmente
lo forman dos: una que se utiliza como sala de recibo y otra como
dormitorio.
Las dependencias más importantes de la casa rural son las si-
guientes: la cocina, generalmente separada de la edificación princi-
pal y donde se preparan los alimentos.
El baño, o letrina de construcción muy precaria y antihigiéni-
ca. Está separado también de la construcción principal.
El horno de adobes o ladrillos, donde se asa el pan, las empa-
nadas, lechones, cabritos o corderos.
El pozo de balde protegido por un brocal de piedra, calzado
con piedra, o palos de chañar o acacia y complementado con dos
postes laterales unidos por un travesaño horizontal de donde cuel-
ga la roldana. Un balde y una cadena complementan este sencillo
mecanismo para sacar el agua que consume la familia.
Los corrales para hacienda mayor y menor. Generalmente se
hacen de piedra (es decir de pirca) o de rama o de palos (a pique o
de horqueta).
La ramada, que se construye con palos de algarrobos, chañar
o caldén. El techo es de quincha o torta de barro.
Frente a la casa hay siempre un espacio de tierra apisonada,
sombreado por uno, dos o tres árboles de copa grande (algarrobo,
chañar, caldén, olmo o sauce) que es el patio. Este espacio está ce-
rrado por una pirca, o construcción de palo o pique llamado guar-
dapatio.
Los materiales de construcción que se emplean para levan-
tar el rancho se extraen de la zona en su mayor parte: tierra, piedra,
paja, madera, caña, cal y arena.
La tierra entra en la construcción de los muros y techos; las
maderas en el armado del techo y la carpintería; la paja y las cañas
en los techos y la arena y la cal en los revoques.
Las maderas preferidas son las de algarrobo, quebracho, cal-

318
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

dén y álamo. Más duras y resistentes las tres primeras; más fácil de
trabajar la última. El álamo, aunque menos resistente que el alga-
rrobo, si no está expuesto al sol y a la lluvia, dura muchísimos años,
lo que lo hace excepcionalmente apto para las partes internas del
rancho: Pie de gallo, varas, tirantes.
La tierra para la construcción de los adobes se combina siem-
pre con guano o paja para que adquiera consistencia. Antes se ha-
cían construcción de adobón. Hoy ese sistema está en desuso. Para
la construcción de los muros, dinteles y umbrales se emplea tam-
bién la piedra. Tal uso se intensifica en los lugares donde el material
es abundante y de buena calidad, como en la zona de Renca, Nas-
chel, Potrerillo, Laguna Larga, etc. donde abundan buenas canteras
de granito.
La construcción del rancho comienza por la preparación del
terreno. Se sacan las piedras, se arrancan hierbas, árboles y arbustos
y se rellenan huecos y bajíos.
Luego se cavan los cimientos que alcanzan una profundidad
de 60 a 70 centímetros. El cimiento es de piedra y después de sobre-
pasar un medio metro del nivel del terreno, comienza el muro de
adobe, en hiladas que van unidas con barro. Los adobes se cortan
generalmente en el mismo lugar donde se construye la vivienda. Se
prefiere tierra gredosa la que se mezcla con paja picada y estiércol
de vaca. Los muros de paja embarrada o chorizo y los de jarilla, son
más rústicos y normalmente se levantan para morada transitoria de
hacheros, mineros, pircadores o cercadores.
Tratándose de los mojinetes que son las cabeceras de la cons-
trucción, y que miran al sur y norte respectivamente, se los constru-
ye de piedra en procura de mayor duración. Los mojinetes terminan
en forma de ángulos en cuyos vértices está montada la cumbrera.
Los techos son de dos aguas y su parte culminante es, como
ya hemos dicho, la cumbrera. De allí parten las varas que tienen
una disposición inclinada y que se apoyan en el otro extremo, en
la costanera. La cumbrera es a su vez sostenida por las patas o pie
de gallo que se apoyan en los tirantes, gruesos maderos que van de
pared a pared.
Sobre las varas se coloca una malla de caña o jarillas y sobre
este el techo de “torta” o paja embarrada.

319
Colección Obras Completas

Los muros dejan pequeños espacios para las puertas, de una


o dos hojas según la calidad de la vivienda, y para las ventanas ubi-
cadas casi siempre a considerable altura del nivel del piso. Puertas
y ventanas son de madera de la zona, trabajadas por carpinteros
lugareños muy simples en su construcción y con escasas molduras
o adornos. El herraje es también rudimentario y generalmente las
puertas y ventanas se cierran con pasadores por dentro y con dis-
positivos de alambre o candados por fuera.
Las puertas que dan al exterior llevan umbral a veces de has-
ta 50 centímetros de alto para evitar la entrada de sapos, culebras,
víboras, ratas, etc. El umbral como el dintel son de palo de algarro-
bo o quebracho.
En el interior de la vivienda cuando se construyen los muros,
en un lugar apropiado se deja una concavidad llamada nicho u
hornacina de forma semicilíndrica que culmina en un cuarto de
espera, donde se coloca la virgen o santo de la devoción familiar,
adornada con flores de papel y alumbrada con velas. En el nicho
se guardan además de la novena del santo, los papeles importan-
tes como la escritura del campo.
Antiguamente bajo el nicho se construía el estrado, especie
de tarima o zócalo de unos 15 a 20 centímetros de alto, que se cu-
bría con un chuse y donde se hacía tomar asiento a las visitas im-
portantes.
La casa de campo se complementa con la galería o corredor
que se construye a lo largo de la casa y en su parte delantera. Es
abierta y está sostenida por gruesos horcones de algarrobo o pila-
res de adobe. Los horcones de algarrobo se trabajan a azuela y los
pilares se revocan y blanquean. El corredor se adorna con plan-
tas de flores y enredaderas que trepan al techo por los pilares. En
el corredor se reciben las visitas en época de primavera, verano y
otoño y allí la familia desarrolla una serie de actividades. La mujer
hila, cose, zurce, teje al crochet. Los hombres soban lonjas, tren-
zan, remiendan prendas del apero, desgranan maíz, etc.
La dependencia más importante de la vivienda rural en San
Luis es la cocina. Generalmente está separada de la construcción
principal y su techo es de una sola agua. Está provista de un fogón
y una tronera por donde sale el humo al exterior. Allí se preparan

320
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

los alimentos y si no hay visitas los moradores de la casa almuer-


zan y cenan en ese lugar. A veces, cuando las temperaturas son
muy bajas, se duerme en la cocina que es el lugar más calentito
de la casa. En el fogón se ven trébedes, ollas, tarros, parrilla, pava.
Para que la cocina sea un lugar cómodo debe tener buen tiraje
para que no moleste el humo.
Otra importante dependencia es la ramada, especie de co-
bertizo construido con adobes, paja embarrada, quincha de jarilla
o palo a pique y techo de torta de barro, que sirve para guardar
aperos, arneses, arreos de montar, el sulky, la cosecha de granos,
etc.
Es una construcción abierta por delante y a veces tiene solo
una o dos paredes que hacen reparo. Se le da también el nombre
de enramada.
Muchas veces la ramada reemplaza a la cocina, y allí se toma
mate, se hace el asado y se da albergue al forastero que va de paso
viajando a caballo.
Un poco más lejos de la casa están los corrales donde se rea-
lizan las faenas de la yerra, la cura de animales, el ordeñe y la es-
quila si no se dispone de un galpón apropiado.

La Tapera

La falta de fuentes de trabajo, la pobreza y las épocas de crisis


del campo argentino, obligan a los pobladores rurales a dejar sus
propiedades para radicarse en la ciudad.
El rancho queda abandonado, y los soles, las lluvias, los yu-
yos y las malezas comienzan su lenta e inexorable obra de des-
trucción.
Al tiempo el rancho es solo tapera, cadáver donde los vientos
rezan su réquiem atardecido.
Tapera es vocablo de origen guaraní y significa “lugar anti-
guamente poblado”, casa en ruinas, “población que se fue”.
Entre esos muros vencidos, otrora cantó la vida.
Al amanecer los gallos saludaban las primeras claridades del
alba. Los hombres trajinaban ensillando, atando las yuntas, orde-
nando los aperos. Las mujeres ordeñaban en los corrales donde la

321
Colección Obras Completas

ternerada llenaba de balidos el aire de la mañana.


Bajo el algarrobo del patio el rítmico golpe de la pala le iba
dando forma a la colcha de lista atada.
De la cocina se elevaba el humito azul como un barrilete li-
viano y juguetón. Bajo aquel algarrobo centenario, con guitarras
florecidas de zambas y tonadas, se celebraron los cumpleaños, se
recibió al año nuevo, se hizo el baile de San Vicente.
Tapera nomás queda ahora de aquello que fue canto a la vida,
guitarra enamorada, barrilete azul buscando cielos de eternidad.

322
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Folklore Laboral
Este aspecto del folklore material o ergológico, comprende
una larga serie de tareas que el hombre folk realiza empleando he-
rramientas e instrumentos conocidos desde antiguo, y siguiendo
técnicas tradicionales que se han ido sucediendo de generación
en generación. Tal es el caso de los mineros y pirquineros, me-
leros, hacheros y carboneros, ladrilleros, arrieros, alambradores,
cercadores, pircadores, techadores, poceros, trenzadores, tusado-
res, esquiladores, domadores, etc.
Ancestrales prácticas siguen asimismo las arroperas, pelado-
ras, queseadoras, moledoras, patayeras, dulceras, tejedoras.

Pircadores

La pirca es la pared de piedra asentada en seco, es decir sin


barro ni otro elemento aditivo.
El arte de pircar reside en ubicar y distribuir la piedra con
sentido de equilibrio, balanceando el peso, forma y dimensiones
de cada pieza.
La pirca cumple múltiples funciones. Con ella se construyen
terrazas en las faldas de los cerros para posibilitar los cultivos. Las
utilizaron los pueblos diaguitas. Las terrazas (que hacen pie en
las pircas) construidas a distintos niveles, evitan que la fuerza del
agua erosione el terreno. Se ven todavía en algunos lugares de la
falda oriental de las Sierras de San Luis y en la falda occidental del
cordón de los Comechingones.
También se empleó la pirca en los caminos. La utilizaron con
este fin los pueblos autóctonos. Ejemplo de ello es el Camino del
Inca que unía Perú con Chile pasando por Catamarca, La Rioja,
San Juan y Mendoza. Con este mismo destino se la ha utilizado
con frecuencia en nuestra provincia.

323
Colección Obras Completas

Otra aplicación que se le da a la pirca, es la de hacerla servir


como divisoria de predios rurales. En San Luis existen leguas de
pircas, pero las más perfectas se encuentran en la zona de Cerros
Largos y La Población, donde se pueden admirar hermosas pircas
con alero para evitar el paso de las majadas.
Otra aplicación de la pirca se encuentra en los corrales, cua-
drados o redondos, infaltables en los puestos campesinos de la
zona serrana de San Luis.
El guardapatio que es la divisoria entre el campo y “las casas”
también es, generalmente, de pirca.
Otros destinos menores de la pirca son las calzas de túne-
les, en las tareas de explotación minera; calzas del pozo balde y la
construcción de la vivienda cuando esta se hace sin barro o arga-
masa.
Hábiles pircadores fueron Matías Moreno de Los Ojos de
Agua, José Mora, Manuel Villegas, Jesús Domínguez, Laurentino
Maidana, Antonio Maidana, Buenaventura Lucero, José Maidana,
Felipe Mora, Juan Amaya, Sixto Mora, Gregorio Sosa de La Escon-
dida, Lucio Pallero, Antonio Zavala (a. El Toto), todos del Depar-
tamento San Martín. Pedro Aguilar de Las Lajas, Juan Magdaleno
Aguilar del Santo Blanco y Secundino Castro de El Arenal. Fermín
Ramón Alcaraz de la zona de La Vertiente, Raúl Sosa de El Realito,
Cruz Zárate de Pampa del Tamboreo y Anselmo Funes de La Toma.

Cercadores

La voz “cerco” tiene en nuestro medio dos acepciones.


1º) Espacio de tierra cerrado con rama o pirca. Así se dice
“Cercos de alfa”, “Cercos de la Higuera”, “Pozo Cercado” 2º) Alude
al cierre en sí, a la construcción de ramas. Así se dice “saltar el cer-
co”, “reforzar el cerco”, “cerco de tala”, etc.
Los tipos de cercos más comunes en San Luis son construi-
dos con ramas de chañar, espinillo, tala, tintitaco, etc. Otros tipos
de cercos, especialmente reservados para corrales, son los de palo
a pique y los cercos de horqueta muy comunes en la zona norte de
San Luis.
Para el cimiento de los cercos se prefieren árboles espinosos

324
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

de copa grande como el espinillo. La copa se coloca contra el sue-


lo, el tronco hacia arriba. Luego se va pisando una copa con otra
empezando por donde el nivel del terreno es más bajo. Seguida-
mente se procede a reforzarlos colocando ramas de gran tamaño
de ambos lados de tal forma que el tronco de la rama se afirme en
el suelo.
La época propicia para cortar la rama para cercos es en los
meses de mayo, junio y julio. En primavera o verano no conviene
cortar la rama porque en ese tiempo sufre un proceso de deshidra-
tación y el cerco dura poco. La rama más durable es la de tintitaco.
El transporte de la rama desde donde se corta hasta donde se
realiza el trabajo de cercar, se conoce como “tirar ramas”.

Alambradores

En un tiempo, lo primero fue la pirca, después el cerco de


rama y por último el alambrado. El primer campo que se alambró
en la zona norte de la provincia de San Luis, fue la estancia “La
July” (nombre actual) en el partido y departamento San Martín,
entre 1885 y 1890. En la misma época se hacen los primeros alam-
brados en la zona del Desaguadero y en las inmediaciones de Fra-
ga y Estanzuela.
Los primeros alambrados fueron hechos con alambre liso,
blando y de bastante espesor. Los postes, medios postes, varillas
y esquineros eran de madera de la zona, especialmente algarrobo.
No hubo en los comienzos, alambre de púa, que se inventa en Es-
tados Unidos en 1890.
El primer sistema que se empleó en San Luis fue el de manea.
El sistema de poste o varilla taladrada es posterior.
Como curiosidad digamos que en la zona de Potrerillos, Par-
tido de Guzmán, Departamento de San Martín, se da un caso úni-
co en el mundo. Se emplearon como postes, bloques conveniente-
mente cortados de granito del tipo rojo-dragón.
Los buenos alambradores siempre tiraron la línea “a ojo”,
cortaron en tiempo la madera y apisonaron con esmero. Viejos
alambrados parecen planteados con teodolito, y los postes pese
a los años, siguen como nuevos. Es la pericia de un trabajador de

325
Colección Obras Completas

nuestras comunidades folk que guarda secretos y técnicas perfec-


cionadas a través del tiempo.

Poceros

La primera tarea que debe cumplir el pocero es la de deter-


minar la existencia de la napa de agua subterránea. Para ello uti-
liza antiguas técnicas cuya eficacia está probada empíricamente.
Una de esas técnicas consiste en colocar en el terreno elegido, ge-
neralmente una cañada, un cuero de oveja pegado contra el suelo,
con la lana hacia abajo. Se lo deja así una noche y al día siguiente
se comprueba el grado de humedad que acusa el cuero. Según ello
puede determinarse la existencia o no, de una corriente subterrá-
nea más o menos próxima.
Otra forma de detectar la presencia de agua, es recorrer el te-
rreno provisto de una varilla o alambre sostenido con ambas ma-
nos, tomando la varilla con la yema de los dedos. La presencia de
agua le transmite al hombre una extraña vibración.
Varios indicios debe tener en cuenta el pocero: si en los hor-
migueros hay arena fina y blanca, hay agua dulce; si la arena es
gruesa el agua es salada. Debe preferirse los terrenos altos a los
bajos. En las abras o pampitas (no en el monte espeso) donde hay
jarilla o duraznillo blanco, está cerca el agua. Igual ocurre donde
crecen sauces, ceibos, árboles de madera blanda o donde el vien-
to derriba un árbol frondoso. También es fácil encontrarla donde
crece el algarrobo blanco.
Determinado el lugar donde se debe cavar el pozo, el pocero
instala su campamento o torito. Las herramientas que utiliza son
pocas: un pico de dos puntas, una pala de corazón, una roldana y
una soga segura. Para sacar la tierra normalmente se utiliza un no-
que de cuero. Este se levanta con un torno o tirado por un caballo
a la cincha.
Para bajar o salir del pozo se utiliza un “ascensor” que con-
siste en una tabla resistente con un arco de hierro donde va senta-
do el pocero.
Según la expresión de un famoso pocero, recogida por el Sr.
José Ignacio Maldonado, “para cavar hay que empezar a picar por

326
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

la orilla y caminando a la derecha para ir cerrando al medio, don-


de se forma el banco”.
La plomada se utiliza hasta los veinte metros más o menos.
Luego se guían por la luz del sol, que entra por la boca del pozo.
“Había que sacar donde estaba blanco” La pared aplomada
tiene que quedar en oscuro, expresaba aquel pocero.
Cuando se daba en piedra había que colocar tiros, es decir
dinamitas como hacen los mineros. Y debían estar atentos para
saber si todas las dinamitas habían hecho explosión o si por el
contrario quedaba alguna sin accionar.
Antiguamente los pozos se hacían cuadrados y se calzaban
con palos de chañar. Después se hicieron redondos y se calzaron
con chapas de zinc.
Los accidentes eran frecuentes por derrumbe del pozo o por
cortarse la soga. Muchos humildes trabajadores pagaron con su
vida la osadía de disputarle a la tierra el tesoro del agua.
Este oficio ha llegado a su ocaso. Hoy el trabajo del pocero
está siendo reemplazado por la máquina.

Queseadoras

Cuando las primeras claridades del naciente, anuncian el


nuevo amanecer, los corrales de pirca se abren para dar paso a las
vacas que esperan en la playa de enfrente. En los chiqueros la ter-
nerada bala reclamando la presencia de las madres.
Las mujeres ya están listas con sus baldes, tachos y tarros
para comenzar la ordeñada. Los muchachos son los encargados
de tirar los terneros y los hombres intervienen cuando la vaca ne-
cesita ser apalencada.
Es época de queseada en el norte de San Luis. Es decir marzo
o abril, cuando no hace demasiado frío ni demasiado calor. Enton-
ces el queso se desuera con facilidad y sale más vale “durito”. En
invierno la tarea requiere un día entero para desuerar.
Sacada la leche se cuela en un recipiente grande y se le echa
un poco de agua si está “muy gorda”. Allí se le agrega el suero, revol-
viendo la leche a medida que se hace esta operación. Lentamente
la leche se transforma en cuajada. Se la deja un rato y luego se le

327
Colección Obras Completas

hacen dos cortes en cruz con el cuchillo para que se cuaje bien.
Después de esto se la deja otro tiempo hasta que esté a punto...
En ese momento hay que higienizar perfectamente el aro y la
piedra laja sobre la cual se va a trabajar el queso.
Con un plato se van sacando porciones de cuajada procu-
rando que contenga la menor cantidad posible de suero, y se va
echando al aro, especie de circunferencia de madera de 10 cm de
alto, con pequeños orificios laterales, que se ata en los extremos y
se gradúa de acuerdo a la cantidad de cuajada que se tiene.
Se vuelcan al aro cuatro o cinco platadas de cuajada y se co-
mienza a pisar nuevamente con las manos para que vaya largando
lentamente el suero verde. Se repite la operación hasta que el aro
quede completo y la cuajada adquiera cierta consistencia. Al pisar
con las manos, cada vez se va haciendo mayor presión hasta que
ya no sale nada o casi nada de suero. Luego se invierte la posición
del aro y se pisa del otro lado.
Cuando la cuajada tiene ya muy poco suero se la coloca en
un recipiente, se le agrega sal (sal gruesa molida; no sal fina) y se la
amasa. Luego se coloca un lienzo sobre el aro, y allí se vuelca toda
la cuajada ya amasada. Se pisa nuevamente y cuando ya ha lar-
gado todo el suero (suero blanco ahora), se doblan las puntas del
lienzo, se colocan encima gajos de palque, se aprensa con piedras
pesadas y se lo deja hasta el día siguiente.
Al otro día se saca el queso del aro, se lo despoja del lienzo y
se lo lleva a secar al zarzo de caña que debe estar a la sombra. Una
semana después el queso está listo para ser consumido.
De remotas épocas viene esta sencilla, pero precisa técnica
de las queseadoras. Y aún mantiene su vigorosa vigencia porque
está sostenida por la constancia, la humildad y la laboriosidad de
la mujer campesina.
Famosas queseadoras fueron Doña Luisa Chaves de Estrada
de Media Luna, Ana T. de Véliz de Laguna Larga y Doña Arminda
Barzola de Chaves de El Paraíso, Departamento San Martín. Hoy
son herederas de aquella vieja y pulida técnica Rosa Garro de Es-
cudero de La Mesilla, Libia Estrada de Garro del Cerrito Blanco y
Rosa Alba Pallero de El Paraíso.

328
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Ladrilleros

Esta tarea constituye un saber heredado de los antepasados


que en San Luis emplearon los mismos métodos y las mismas he-
rramientas, que hoy emplean sus hijos o sus nietos. La totalidad
del procedimiento se realiza al aire libre, bajo los rigores de la in-
temperie. De tal modo que el ladrillero debe soportar soles, vien-
tos, fríos, lluvias.
Lo primero que se debe preparar es el pisadero y para ello
tiene decisiva importancia la naturaleza del terreno pues se pre-
fieren los suelos gredosos que se prestan para la fabricación del
ladrillo.
El pisadero es un redondel de unos 10 a 12 metros de diáme-
tro por ochenta centímetros de profundidad. Allí se vuelca la tierra
a la que se le agrega agua en cantidad (la que ha sido almacenada
en una especie de represa próxima llamada cachimbito) y aserrín
para que el ladrillo adquiera consistencia. El aserrín puede ser re-
emplazado por guano o paja picada.
Tierra, agua, aserrín o paja son pisados por caballos o yeguas
de manera análoga a una trilla pero al tranco no al galope, después
de que todos esos elementos se han convertido en una masa ho-
mogénea, se deja orear hasta el día siguiente.
Luego en carretillas de madera se traslada el barro hasta las
canchas donde los cortadores lo vuelcan en las adoberas o moldes
y van volcando los adobes en el suelo, en perfecta alineación.
Oreado el adobe se apila convenientemente para que ese
proceso de oreo se acelere. Más tarde, y ya secos los adobes, se
forma el horno. Esta adquiere la forma de una pirámide truncada,
dejando en la parte inferior las bocas por donde se introducirá la
leña para darle fuego.
Los hornos pueden variar en capacidad de 35.000 a 150.000
ladrillos, estos con 23 bocas (una boca por cada 7.000 ladrillos).
Las bocas se orientan en el sentido de los vientos predominantes
en el lugar.
Formado el horno debe ser revocado con barro para evitar
la pérdida de calor. Por las bocas se arrima la leña (generalmente
de algarrobo) y se prende fuego. Si el tiempo es bueno un horno

329
Colección Obras Completas

de 35.000 ladrillos se quema en cinco días, es decir en 120 horas


aproximadamente. Durante todo ese tiempo el horno debe ser
vigilado para evitar que el calor disminuya o aumente más de lo
debido. Es tradicional que en esas noches concurran ladrilleros
vecinos, formando rueda para referir anécdotas, contar cuentos o
conversar temas de actualidad en el pueblo o en la vecindad.
Se fabrican ladrillos, ladrillones y tejuelas.
No se trabaja en épocas de grandes heladas porque entonces
el ladrillo sale “quebradizo”. A veces las lluvias intensas determi-
nan la pérdida de todos los adobes que se encuentran en las can-
chas.
Es digno de destacar el sentido de solidaridad que existe en-
tre quienes conforman una comunidad de ladrilleros. Estas co-
munidades ordenan sus relaciones en base al valor unidad. Sus
miembros están siempre prontos para servir al vecino de tal modo
que el préstamo de elementos como la ayuda personal, es recípro-
ca y permanente.
Cuando ocurre el caso de que a alguien le faltan ladrillos
para completar el horno, los busca en el pisadero vecino con la
seguridad de no encontrar nunca una negativa.
En estas comunidades trabajan padres, hijos, sobrinos, abue-
los, nietos, amigos y compadres.
Ladrillero de Luján es Juan Esteban Torres (n. 1930). De Qui-
nes Crisanto Andino (n. 1930) y Juan Esteban Gauna (n. 1943).
Cecilio Agrejo (n. 1894) y Martín Edmundo Abrego (n. 1939) de
Candelaria; Ramón Alfonso de San Martín.
De El Chorrillo, Departamento La Capital, Roque Gómez (n.
1896), Luis Gómez (n. 1906), Juan Yolando Olguín (n. 1930), Juan
Carlos Sánchez (n. 1927), Diego Flores, Julián Gómez (a. Chiche),
José Gómez, Miguel Gómez (a. Lito), Luis Gómez (h), Néstor Gó-
mez.
De Villa Mercedes José Modesto Arias (n. 1912) Amaro Galán
y Chile; Juan Lucio Cuello (n. 1924) Uruguay y 40 s/n; José Eugenio
Chirino (n. 1921) Ardiles y A. Galán: Edmundo Ledesma (n. 1883)
Venezuela y Guido; Gabriel Muñoz (n. 1906) M. B. Pastor y Las Pal-
mas; Rubén Muñoz (n. 1938) Gral. Nelson s/n; Juan Dolores Sosa
(n. 1935) Amaro Galán ext. Sur; Tránsito Torres (n. 1929) M. B. Pas-

330
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

tor y A. Galán; Ventura Torres (n. 1904) Italia 571; Juan Timoteo
Vega (n. 1932) Suipacha ext. Sur.
La calidad de producto se revela por su tañido.
El ladrillo bayo no tiene tañido. Cuando el ladrillero pone el
oído junto al ladrillo que al tincazo responde con un sonido metá-
lico y vibrante, el hombre exclama con orgullo: ¡Campana! En esa
exclamación se sintetiza el sentir de quien vive el oficio como un
mandato de sus antepasados que se le ha hecho vocación defini-
tiva.

Mineros y Pirquineros

Desde remotas épocas las minas de San Luis fueron trabaja-


das con herramientas elementales y aplicando métodos tradicio-
nales. En contadas explotaciones se han usado medios mecaniza-
dos y técnicas modernas. Todavía los mineros de San Luis siguen
las prácticas del siglo pasado.
Las herramientas son la cuña, el martillo, el barreno, la pala
de corazón, y el pico de dos puntas. Elementos complementarios
son la carretilla, la maritata, la lámpara de carburo y en algunos
casos el casco de acero.
Los trabajos clásicos son el pique, perforación vertical que
alcanza a veces grandes profundidades; el túnel especie de galería
horizontal, el chiflón labor de orientación inclinada a 45 grados
aproximadamente. Estas labores normalmente se combinan.
Este tipo de trabajo se hace en las minas de wolfram, schelita,
mica, bismuto, tantalio, berilo, plomo, fluorita, vanadio, etc.
Para las explotaciones de oro de La Carolina y Cañada Hon-
da, se siguen con más frecuencia los procedimientos de lavado de
brozas y arenas y para ello se utilizan las siguientes herramientas:
la fuente de ensayar, especie de plato de algarrobo de fondo có-
nico; la poruña que es un tipo de cuchara grande, sin mango, de
cuerno vacuno; el desluz que es un cajón abierto en sus extremos
en cuyo interior tiene dispositivos diversos como maderas atrave-
sadas, cribas de lata y de telas metálicas destinadas a retener el
oro. Se utilizan, asimismo, las herramientas que ya hemos citado
para los trabajos de minería en general.

331
Colección Obras Completas

Por lo demás en el trabajo de triturar las brozas se utiliza la


chancadora, especie de yunque o pedazo de riel sobre el cual se
coloca el mineral que se golpea con la maza o el martillo. La chan-
cadora ha reemplazado el antiguo maray, piedra bola de conside-
rable proporción que se movía mediante un palo atravesado, y por
fricción sobre una piedra laja, trituraba la broza.
Para extraer el mineral o broza del pique se utiliza el rolo, es-
pecie de torno ubicado en la boca del pozo. Se completa con una
roldana y noque de medianas dimensiones.
Los mineros son los trabajadores permanentes y realizan la
tarea de ubicar el yacimiento mediante el cateo. El pirquinero en
cambio es el trabajador esporádico, que extrae pequeñas cantida-
des de mineral como para “ir tirando”. Es el más pobre de los mi-
neros.
Vocablos comunes en el lenguaje de los mineros puntanos
son relave, liquidar, chancar, calzar, despintar, catear, guía, reven-
tón, pinta, chispa, bocha, corrida, criadero, llampo, astial, etc.

Domadores

Domar o amansar no son sinónimos de jinetear. Jinete es el


que aguanta los corcovos del animal y que luce su habilidad gene-
ralmente en espectáculos públicos de carácter deportivo. El doma-
dor o amansador en cambio, educa al caballo, le saca las mañas,
lo adiestra para que en el futuro sea un animal dócil, útil y bueno.
Cientos de secretos tiene el oficio de domador. Por lo pronto
sabe que es preferible hacerle perder las cosquillas “de abajo”, así
el animal no sufre.
Antes de ensillarlo (cosa que se debe hacer cuando el caba-
llo ha alcanzado ya su completo desarrollo), hay que enseñarlo a
tolerar el apero. Si es posible evitar la palenqueada, cuanto mejor.
Porque en ese rudo castigo del palenque para hacer que el chú-
caro “afloje el pescuezo”, cuántos hermosos animales se malogran
por descogotamiento. La luxación de las vértebras cervicales es la
consecuencia de las “sentadas” donde el caballo echa todo su peso
hacia atrás para liberarse del bozal.
Antes de montarlo conviene “tirarlo” en el suelo. Quien tira

332
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

montado corre el riesgo de deslomar al animal, porque general-


mente esta operación se hace previo “cimbrar” el cuerpo para que
el animal se desgobierne.
Tirar en el suelo sin montar y más del lado derecho, es de-
cir del lado del lazo porque siempre el equino es más duro de
ese lado. Tirar parejo es correr el riesgo de sacar un caballo “mal
arriendado”.
Nunca cansar el caballo en las primeras ensilladas. Nunca
abusar del castigo. Enseñarlo a obedecer a los amagos del látigo y
a los enviones del cuerpo del jinete.
El bocado debe ser blando, preferentemente de pabilo. Nun-
ca enfrenar en invierno porque el caballo sale “pasmado en la
boca”.
Antes de manejarlo con freno hay que ponerle éste y dejarlo
que el caballo lo vaya “agarrando solo”. Varias veces se debe ensi-
llar el caballo con freno puesto, pero manejándolo con el bocado.
Nunca se debe “tirar” con freno porque el animal se machu-
ca en las encías y de allí salen los caballos insensibles a la rienda.
Para sacar “una boca e seda” hace falta paciencia y tiempo.
Frangolladores hay muchos como decía José Hernández. Lo
importante es hacer de la tarea de amansar un arte, sabiendo que
no es lo mismo sentarse en el lomo de un bagual sabón y resabia-
do que en un flete listo y de buena rienda.

Tusadores

Pocos quedan de aquellos artistas de la tijera de tusar que


hacían de su profesión ad honórem, una fiesta para el gaucho y un
lujo para el parejero.
Tusar era en otros tiempos una tarea reservada a quienes
como el amauta o el curandero, guardaban celosamente el secreto
de pintar en las crines del caballo, un modelo de tuse logrado más
por arte de magia que por corte de tijeras.
Por eso la herramienta se cuidaba como un amuleto, y des-
pués de trabajar se guardaba envuelta en un género en lugar segu-
ro. Generalmente en la canaleta alta de un horcón o en la hornaci-
na del galpón de los aperos.

333
Colección Obras Completas

Tuse en arco para el petiso de los mandados. Tuse recto para


el caballo del patrón. Y si las exigencias venían del mocetón que
quería lucirse los domingos cuando los peones de la estancia ba-
jaban al pueblo, entonces el tusador se empeñaba en arreglar fle-
quillo, velas, pajaritos, martillo y mazo.
Tusadores había que en diez golpes cabales de tijera perfila-
ban una obra de arte. Tuse de lujo para hacer juego con el pretal, el
fiador, el bozal y las riendas encasquilladas de plata.
La experiencia enseña que para un caballo de cabeza gran-
de es aconsejable un tuse alto; para el de cabeza pequeña, el tuse
bajo.
Pero hilando más fino se llega igualmente a la conclusión que
es necesario elegir, según el color del caballo, el tuse adecuado.
A un “flor de durazno”, un azulejo o un tobiano, un tuse de
arco le queda como pintado. Pero si se trata de un flete alazán, zai-
no, tostado u oscuro tapado; más sobrio, más elegante, más cohe-
rente con la sobriedad del color del animal, es el tuse derecho y
preferentemente bajo.
Después de arreglar la crinera, se impone ralear la cola, pelar
las ranillas, las orejas, la garganta. Y antes de una hora el pingo
“parece otro”.
Es el resultado de la baquía, el buen gusto y la pulcritud de
un artesano que cuando se le pregunta por su oficio responde “tu-
sador”, con el mismo orgullo que si fuera ingeniero o doctor.
Y en rigor de verdad, de estancia en estancia, de pago en
pago, se fue graduando de doctor en crineras para llegar a ser el
artista que en la comarca acumula fama que no patacones, como
el rastreador o el cantor.
Cuando la máquina reemplace al “tusador”, sus mentas se-
guirán recorriendo los caminos de la Patria.

334
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Medios de Transporte

Los más antiguos medios de transporte usados en la provin-


cia de San Luis son la carreta, la diligencia, el carro, el caballo, el
sulky y otros carruajes diversos que iremos enumerando.
La carreta y la diligencia han dejado de usarse y por ello esos
medios de transporte pertenecen al folklore histórico. En cambio,
siguen en uso, es decir constituyen folklore vigente, el carro, el ca-
ballo y el sulky.

Las Carretas

Las noticias más antiguas que tenemos en San Luis con rela-
ción a las carretas se refieren a un decreto de 1731 reglamentando
el tráfico de aquellas y el arreo de bueyes. Los cuerpos de milicias
debían proteger a las carretas contra el asalto de los indios. Tales
disposiciones se daban a conocer en la plaza pública en forma de
bando a son de caja de guerra con el concurso “de mucha gente y
a voz de pregonero”.
Normalmente se notificaba a los carreteros que debían re-
unirse en un punto determinado para formar tropa con el mismo
destino, de tal modo que en caso de ataque la unión de hombres y
elementos, permitiera una defensa eficaz contra los indios o gau-
chos alzados.
En 1863 doscientos indios saquearon una tropa de carretas
de un señor Bustamante que traía vestuarios para el regimiento al
mando del coronel Iseas. Los indios se vistieron con trajes milita-
res y regresaron a los toldos con el botín de la tropa y la hacienda
que pudieron arrear. El hecho ocurrió a 25 leguas de Río Cuarto en
agosto de aquel año de 1863. (1)
Sus partes. La carreta ha sido descripta como un vehículo

335
Colección Obras Completas

“con cajón bajo sobre un par de ruedas, y amplio toldo de cuero


con el pelo para afuera, tirada generalmente por varias yuntas de
bueyes en sucesión y colgando en lo alto del toldo una picanilla de
tacuara bastante larga para alcanzar a los delanteros”.
Veamos cómo se formaba el cajón o lecho. Lo fundamental
lo constituía el pértigo, que era una gruesa viga de más de cinco
metros acompañada de otras dos más cortas llamadas limones o
limonales.
Esas tres piezas se armaban unidas por dos varas atravesadas
que recibían el nombre de cabezales y entre estos, llamadas tele-
ras, completaban el cajón o “chasis” de la carreta. En el extremo
libre del pértigo iba el yugo.
Vertical a los limonales iban cuatro o seis estacas que servían
de sostén al quinchado, y en la parte superior, cubriéndolo todo, el
techo o tolda de cuero con el pelo hacia fuera.
Toda esta armazón iba montada sobre un eje de madera,
normalmente de naranjo o chañar en Cuyo, o de palo de lanza en
Salta. En los extremos se insertaban dos altas ruedas, sin llantas de
dos varas y medio de alto, según Concolorcorvo; de 6 a 7 pies de
diámetro según Mansfield; de 2 metros por lo menos según Martín
de Mussy. Tito Saubidet asegura que llegaban a medir tres metros
de diámetro.
La rueda estaba conformada por la maza de quebracho colora-
do que se cortaba en ambos extremos a serrucho. En el centro se le
practicaba un agujero de extremo a extremo por el que pasaba el eje.
Con un cortafierro se hacían los agujeros donde se insertaban
los rayos (que eran de lapacho). Estos iban unidos por gruesas ma-
deras arqueadas en número de cinco o seis (también de quebracho)
llamadas camas.
Toda esta armazón del cajón, era asegurada con lonjas de cuero
remojado que al secarse le daban una formidable resistencia.
Las paredes eran de tabla o quinchadas con caña tacuara,
junco o totora, reforzadas a veces con cueros de potro atados con
tientos del mismo material. En ciertos casos se dejaban en las pa-
redes laterales pequeñas ventanas a fin de facilitar la ventilación y
entrada de luz al interior de la carreta.
El techo era de varilla de mimbre (lo que permitía darle una

336
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

forma semiesférica) recubierto de cueros de toros que se cosían


frescos.
En la construcción de las primitivas carretas que se cono-
cieron en el territorio argentino no intervenía para nada el hierro.
Las primeras carretas donde se empleó ese material para el eje,
argollas y cabezales, fueron las de la Provincia de Buenos Aires.
También en esa provincia aparecieron las primeras carretas con
paredes y techos de madera recubierta con chapa de zinc.
A fin de aumentar la capacidad de las carretas se prolonga-
ban los limonales y ambas varas se unían con otras transversales
que formaban el catre. De esa forma podía aumentarse la carga en
la parte trasera lo que se conocía con el nombre de buche. Nor-
malmente la carga del buche era liviana para evitar que la carreta
se culatiara.
Cuando la carreta era detenida y se “desuñían” los bueyes,
el vehículo era afirmado mediante dos palos que iban del cabezal
trasero y del pértigo al suelo. Tales palos recibían el nombre de
muchachos.
Las carretas transportaban mercaderías, pertrechos bélicos,
minerales, materiales de construcción, etc. el peso normal que
transportaba una carreta era de 1.500 a 2.000 kilos. En el siglo pa-
sado en San Luis las tropas de carretas de Francisco Rodríguez y
Ángel Pereira, desde Rosario vía Río Cuarto, Achiras y El Morro,
por orden de los Ortiz de Renca, transportaban azúcar, yerba, acei-
te, fideos, pañuelos, rebozos, naipes (“siendo este artículo de mu-
cho consumo”), géneros, cerveza, ollas, arroz, ginebra, té, tabaco,
etc. (2)
Uno de los pioneros de la ciudad de Villa Mercedes, Don San-
tiago Betbeder, fue hombre de empresa que “se dedicó al comer-
cio de ramos generales, viajando muchas veces en carretas hacia
la Provincia de Mendoza para llevar mercaderías propias de esta
región.” (3)
En Paso Grande a fines de siglo pasado tenía negocio de ra-
mos generales Don José Antonio Garro. Desde aquel punto iba en
carreta a Rosario a buscar mercaderías. (4)
Además de los artículos ya citados, las carretas transporta-
ban efectos de procedencia europea como sillas de Viena, espejos,

337
Colección Obras Completas

cristalería, vajilla de porcelana, pianos, etc.


En el siglo pasado los minerales que se extraían de La Caroli-
na eran transportados en carretas desde aquel lugar vía Saladillo-
Fortín Fraga, hacia las poblaciones del litoral. Saladillo era, ade-
más, en la segunda mitad del siglo pasado, un centro comercial
activo cuya firma más importante era la de Víctor Endeiza y Cía.
En enero de 1869 desde San Francisco del Monte de Oro se
pide autorización para abrir dos o más calles a fin de introducir al
centro de la población, carretas u otros vehículos que conduzcan
material, maderas y demás útiles para dar principio a la construc-
ción del templo. Se da como razón que las calles existentes son
muy estrechas. (5)
En nuestra provincia también se utilizó la carreta para trans-
portar elementos destinados al Ejército de Línea. Con fecha 2 de
septiembre de 1863 desde Villa Mercedes, José Iseas se dirige al
gobernador de San Luis Don Juan Barbeito acusando recibo de 28
fardos de vestuario para la tropa que han sido remitidos en dos
carretas. (6)

Las Diligencias

El transporte de personas se hacía en carretas pero más fre-


cuentemente en diligencias. Este transporte como el de corres-
pondencia y encomiendas, requería medios más ágiles y rápidos.
Y de allí que la diligencia vino a sustituir a la carreta en estos tra-
jines.
Con la diligencia aparece una vasta organización donde se
eslabonan las postas; los encargados de administrarlas, hombres
de prestigio y experiencia, los maestros de posta; y sus auxiliares,
los postillones.
Las principales obligaciones de los maestros de posta eran las
siguientes: tener un lugar próximo a la posta, 50 caballos en buen
estado, sin adiciones ni resabios. Controlar el parte (o sea el bole-
to), a fin de constatar la fecha, si estaba o no enmendado, si corres-
pondía ese viaje, y retirarlo cuando el pasajero llegaba a destino.
Debían tener un cuarto de 9 a 10 varas de largo por 5 ½ de ancho,
revocado, con corredor al frente, ventanas y puertas con buenas

338
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

cerraduras, enladrillado y blanqueado. Cada aposento debía tener


una mesa, sillas, cama, luz, agua fría y caliente. Debían velar por la
seguridad de la persona y equipajes de los viajeros y cuidar que no
fueran molestados en su estada en la posta. Vigilaban el orden evi-
tando que allí permanecieran mujeres de mala reputación y vagos
y mal entretenidos. Nombraban, impartían órdenes y despedían a
los postillones, sus auxiliares inmediatos. Prohibían la realización
de juegos de azar; atendían y proporcionaban caballos a los comi-
sionados del gobierno y daban solución a todos los problemas que
de alguna manera se vinculaban con el movimiento de la posta. (7)
Maestros de posta en la jurisdicción puntana fueron Rufino
Natel, Nicolás Gil de Quiroga y Domingo Sosa en San Luis; Ignacio
Suárez, Juan Esteban Quiroga y José Ramón Quiroga en San José
del Morro; Francisco Esteban Serra en El Desaguadero; José Elías
Quiroga en El Portezuelo; Blas de Videla en Balde; Santos Funes en
El Salvador; Juan Peñaloza en La Yesera; Luis Reta en Los Pozos;
Francisco Atensio en El Jarillal; Fernando Chávez en Arroyo de los
Vílchez; Tomás y Desiderio Fernández en Santa Bárbara; Vicente
Núñez y Marcos Gatica en Luján; Pedro Miranda en Villa Merce-
des; José Fernández en Río Quinto.
Pero no solo varones desempeñaron este cargo. También
mujeres fueron maestras de posta en la jurisdicción de San Luis:
Antonia Barbosa en San Luis de Loyola; Petrona Vílchez en La
Aguada; Andrea Ponce en Maza Cruz; Ramona Oyarzábal en El
Totoral.
Salvador Gómez era mayoral de la diligencia que iba de San
Luis por Cuchi Corral, Estancia Grande, La Bajada, Paso del Rey, Inti
Huasi; Agua Blanca, Laguna Larga, El Bajo, Santa Bárbara, Estancia,
Los Alanices y llegaba a Villa de Dolores (actual Concarán). (8)
Postillones de Villa Mercedes fueron Francisco y Bruno Mi-
randa; Olegario y Asunción Vílchez del Baldecito; Justo y Narciso
Garro del Mollecito; Pedro, Eduviges y Salustiano Barroso de Los
Tres Pasos; Antonio Baigorria y Seferino Rosales de Santa Bárbara.
En San Luis la empresa de mensajerías que hacía el transpor-
te interprovincial, era subvencionada por el gobierno nacional. Se
llamaba “La Protegida de los Andes”, era de propiedad de don Juan
Goñi y tenía su parada en el hotel “Unión”.

339
Colección Obras Completas

A fines del siglo pasado y primeras décadas del presente,


la empresa de mensajerías que hacía el recorrido de San Luis a
Quines tenía su sede en la calle Pringles entre Chacabuco y Mi-
tre (actual Escuela de Enseñanza Técnica Nº 1 “Domingo Faustino
Sarmiento”) y su propietario era Don Narciso Gorgonio Gutiérrez
(gobernador de San Luis 1900-1903). El nombre de la empresa era
“La Puntana”.
La tarifa de la mensajería de San Luis a Villa Mercedes era de
$6 por asiento y $1,50 por exceso de equipaje. Cada pasajero podía
llevar gratis hasta dos arrobas. Los días martes y sábados viajaba
de San Luis a Villa Mercedes y los domingos y miércoles de Mer-
cedes a San Luis. En esos días la agencia sita en el hotel “Unión”
permanecía abierta desde las ocho de la mañana hasta una hora
después de la salida del coche.
En Villa Mercedes las mensajerías paraban al lado del hotel y
restaurante “De Europa” de Don Pedro Coig.

Los Carros

Contemporáneamente a la carreta, circularon el carro y la ca-


rretilla. Importantes noticias sobre estos vehículos se obtienen a
través de los juicios sucesorios, y otros expedientes judiciales del
siglo pasado.
Uno de esos expedientes nos anoticia sobre un pleito entre
Don Severo Gutiérrez del Castillo (maestro y boticario) y Don An-
tonio Smidt que era constructor de carros. Por ese expediente sa-
bemos que las masas de los carros se fabricaban de algarrobo, los
rayos de molle dulce, las camas de quebracho, el techo de tala y la
caja de álamo. En el presente siglo fueron constructores de carros
en la ciudad de San Luis Don Alberto Favier de Maipú 798; José y
Marcos Fassero de Avda. España 855; los hermanos Blasco de Bel-
grano 1210; Federico Ávila de Colón 1330 y Carlos Favier de Avda.
Lafinur 1386. Don Agustín Dávila tenía corralón de reparación de
carros en la Avda. España 1438.
En la ciudad de Villa Mercedes a mitad del presente siglo
eran fabricantes de carros Marcelo Zanini de calle Almagro 115;
Antonio U. Scrimaglia de 25 de Mayo 328; Gregorio Sánchez de 9

340
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

de Julio 134; Lisandro P. Montoya de Riobamba 61; Máximo Godoy


de Balcarce 207; Rodolfo C. Callovi de Vicente Dupuy 226 y Lindo-
ro Amodey de Marconi 1175.
Por la misma época en Santa Rosa eran fabricantes de carros
Marino Severo Buscarolo y Nicolás Funes, y en Quines Tránsito Jo-
fré y Michel y Cía. (9)
Para enllantar las ruedas en épocas en que no existía solda-
dura autógena, seguían los herreros el siguiente procedimiento:
colocaban las puntas de la llanta a la fragua hasta que quedaba
al rojo. La sacaban y sobre el yunque adelgazaban esas puntas de
tal modo que formaran dos láminas más o menos finas. Volvían a
colocarlas en la fragua hasta ponerlas al rojo nuevamente. Hecho
esto echaban arena a la lámina de abajo y colocaban la otra en-
cima, martillándola fuertemente. La arena se derretía y cumplía
función de aditivo, soldando las dos láminas. (10)

Las Carretillas

Contemporáneamente a los carros circulaban las carretillas,


vehículos más livianos que se utilizaban especialmente para el
transporte de personas.
Un día volviendo de Buenos Aires rumbo a Mendoza se le
rompe al General San Martín en San José del Morro, el coche en
que viajaba.
Desde aquella histórica posta y cantón, el general pide auxi-
lio al teniente gobernador de San Luis e íntimo amigo suyo Don
Vicente Dupuy. El texto literal de la comunicación es el siguiente:

Sr. Don Vicente Dupuy


San José del Morro y Julio 14 de 1818.
Mi amado amigo: aquí me tiene V. con el coche roto y sin po-
derme mover. Mándeme V. carreta, carretilla o lo que haya para
poderlo verificar a ese interín me remite Luzuriaga algún carruaje
cuya carta le incluyo me hará V. el gusto de dirigirla de Posta en
Posta hasta su destino.
Hasta que tenga gusto de abrazarlo se repite su amigo muy de
veras. Su San Martín.

341
Colección Obras Completas

La secretaria que es Remedios me encarga mil cosas para V.

La carta, escrita de puño y letra por la esposa del general,


Doña Remedios de Escalada, se conserva en el Archivo Histórico
de nuestra provincia. (11)
Los carros se utilizaron para transportar cargas y según su
capacidad se decía de carga entera o de media carga.
Carros de menor porte eran utilizados por los lecheros. Esos
eran los primeros vehículos que transitaban por la ciudad y los
pueblos del interior, en horas de la madrugada. Su marcha era in-
confundible por los sonoros cascabeles que los caballos hacían re-
piquetear cuando trotaban. Eran carros medianos tirados por un
solo caballo. El lechero bajaba corriendo con el tacho, depositaba
el litro (o dos) de leche en el recipiente que se dejaba la noche an-
terior en el zaguán y si la distancia al próximo cliente era reducida,
no subía de nuevo al carro; seguía a pie y un silbido era la orden
para que el caballo siguiera solo hasta el próximo zaguán.
Los otros carros madrugadores eran los de los verduleros que
llegaban a las 3:30 o 4 de la mañana desde las quintas de los subur-
bios a entregar la fruta y verdura a los puestos del Mercado Muni-
cipal que hasta la década del 60 estuvo donde hoy es el Paseo del
Padre en la ciudad de San Luis. La parada de esos carros era por
calle Colón entre pasaje Mendoza y Pasaje Uriburu.
Desde Luján venían en tiempos pasados los carros naranje-
ros. La bolsa de naranja costaba $1 y para que la gente lo ubicara
rápidamente, los naranjeros colocaban en la punta de una rama
de jarilla, un par de naranjas. Esos carros se estacionaban con fre-
cuencia frente al Mercado sobre la calle Colón y dejaban el pro-
ducto en los puestos del Mercado.
Los naranjeros que frecuentaban la zona de Guanaco Pam-
pa, Villa de Praga, y San Martín provenían de La Costa especial-
mente de La Paz (Córdoba). Su medio ordinario de transporte era
un carro de ruedas angostas, más liviano que el común, tirado por
tres mulas. Llevaban siempre a tiro un animal de refresco y el carro
estaba dotado de un toldo de lonilla para protegerlo del sol y de las
lluvias. Esos carros iban siempre provistos de una parrilla, pava, el
farolito a querosén y el haz de leña para el fuego de la noche.

342
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

Muy parecidos a estos vehículos son los que de la misma


zona (La Costa) bajan a Renca para el 3 de mayo. Son los llamados
“carros costeros” o “carros falderos” y llevan a vender naranjas, hi-
gos, pelones, descarozados, pasas de uva, nueces, quesos, arrope,
vino, miel, chorizos y arrollados.
Todavía en estos tiempos, aunque ahora en menor número,
los carros costeros (inconfundibles por su toldo de lonilla blanca),
siguen frecuentando Renca para la época de la fiesta, y son los últi-
mos en abandonar el pueblo. Normalmente se agrupan formando
una especie de real.
En las regiones boscosas de San Luis se utilizan los carritos
“rodeadores” para trasladar la leña cortada hasta los hornos don-
de se quema el carbón o hasta las planchadas donde la buscan los
camiones que la trasladan a la ciudad.
Otros vehículos que circularon en la provincia de San Luis
utilizados para el transporte de personas fueron los coches de so-
pandas, las berlinas, los tílburis, las volantas, los cupé, los breaks,
las victorias (o mateos), los landós y las americanas.

Transporte a caballo

En los medios rurales de San Luis los medios de transporte


más usados actualmente son el caballo, el carro y el sulky. En los
lugares donde no existen caminos, es frecuente que las personas
recorran grandes distancias a pie. Donde hay caminos carreteros
el transporte de personas se hace en ómnibus, automóviles, moto-
cicletas y bicicletas.
En la región serrana el transporte de personas se hace en ca-
ballos, mulas y asnos. En otros tiempos las mujeres cabalgaban en
monturas especiales, “de lado”. Actualmente usan la montura co-
mún montando como los varones.
La mula es empleada casi exclusivamente por los hombres en la
zona de sierra y los asnos por los niños. Estos van a los pueblos a llevar
fruta y leña y en el primer caso utilizan grandes árganas de cuero don-
de llevan los productos de la huerta campesina para su venta; en el
segundo caso utilizan ganchos de palo con los cuales forman la carga
de leña. Sabemos que en otros tiempos era frecuente ver a los leñate-

343
Colección Obras Completas

ros en torno a la plaza Independencia de nuestra ciudad Capital.


Durante el siglo pasado era normal que grandes distancias se
recorrieran a caballo por falta de otros vehículos más apropiados.
Conocemos un documento según el cual el Comandante de
Santa Bárbara (hoy San Martín) Don Prudencio Vidal Guiñazú le
escribe al gobernador Don José Santos Ortiz en mayo de 1823 don-
de le dice: “Me quedo aprontando para en junio dar un galopito
a Mendoza para lo que desde ahora me empeño con V. S. por la
licencia que es un viajecito ligero sin llevar más tráfago que mis
petacas.” (12)

Los Chasques

A caballo los chasques llevaban pliegos urgentes a diferentes


puntos de la provincia. Así en enero de 1862 se pagan a María Gi-
ménez $2 por ir de chasque a Río Seco (actual Luján) con comu-
nicación para el coronel Juan Francisco Loyola. A Juan Ávila para
ir a San Francisco, un peso y cuatro reales. En febrero al soldado
Gervacio Sosa para ir de chasque a Villa Mercedes mandado por el
gobernador, $1. A Diego Becerra 4 reales de chasque a Saladillo. Al
capitán Francisco Peñiñori por chasque a Gorgonta $1. A Calixto
Fernández que va de chasque a Punta del Agua, 4 reales. En marzo
de ese mismo año se paga a Agustín Muñoz que vino de chasque
de Santa Bárbara (actual San Martín), $1. A Ramón Gutiérrez que
fue de chasque a La Botija, $1. (13)
Frecuentes viajes a caballo con caballo de tiro, realizaban los
hombres del norte puntano a la cosecha fina de la Pampa Central
(Provincia de La Pampa) y a la cosecha de maíz de las provincias
de Córdoba, Santa Fe y norte de Buenos Aires. Formaban grupos
de 10, 15 o 20 hombres para defenderse de los asaltantes que los
interceptaban en los caminos, especialmente cuando viajaban de
regreso pues se suponía que entonces traían dinero. El cruce de
la Sierra de los Comechingones se hacía a la altura de Papagayos.
Igual medio utilizaban los jóvenes y niñas que desde los pue-
blos del interior de la provincia debían trasladarse hasta las ciu-
dades de San Luis, Villa Mercedes, Villa Cura Brochero, Villa Do-
lores o Córdoba, por razones de estudio. Entonces era normal que

344
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

fueran acompañados por una persona mayor que llevaba uno o


dos animales de tiro en los cuales se transportaban las petacas con
ropa y las alforjas con “bastimentos”.

Arreos

Digamos finalmente que el transporte de animales se hace


en forma de arreos en los caminos serranos. En los caminos de
llanura en los últimos 20 o 30 años se han comenzado a usar los
camiones vaqueros o camiones jaulas, en los cuales se transpor-
tan los productos de la ganadería a la Feria de Villa Mercedes, San
Luis, Quines, Tilisarao, Naschel, La Toma o Fraga.

1. Archivo Histórico de S. Luis, Carpeta Nº 162, documento 17.493,22/8/1863. Pro-


vincia de Buenos Aires.
2. Archivo Histórico de S. Luis, Carpeta Nº 131 doc. 12.080,28/2/1853.
3. Centenario de la ciudad de Villa Mercedes. pág. 235, año 1965.
4. Datos del Señor Ramón Garro, fallecido en 1979, Ayacucho 373, San Luis.
5. Jesús L. Tobares. San Francisco del Monte de Oro, pág. 6 San Luis, 1978.
6. Archivo Histórico de S. Luis, Carpeta Nº 163 doc. 17.520.
7. Jesús L. Tobares. Folklore Sanluiseño, Córdoba, 1970.
8. Jesús L. Tobares. Las Postas en San Luis, pág. 11, S. Luis, 1978
9. Jesús L. Tobares, del libro inédito Carros y carretas en San Luis.
10. Información del señor Dardo Neftalí Torres, comerciante, 54 años en 1980, Co-
lón 130, San Luis.
11. Archivo Histórico de S. Luis, Carpeta Nº 23 doc. 2910, 17/7/1818.
12. Archivo Histórico de S. Luis, Carpeta Nº 29 doc. 3332.
13. Archivo Histórico de S. Luis, Carpeta Nº 160 doc. 16.868, año 1862.

345
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

LAS ARTESANÍAS

Según la definición elaborada por el Dr. Agustín Raúl Corta-


zar y aceptada por el Fondo Nacional de las Artes, las artesanías
“son actividades, destrezas o técnicas empíricas practicadas tra-
dicionalmente por el pueblo, mediante las cuales, con intención
y elementos artísticos, se crean o producen objetos destinados a
cumplir una “función” utilitaria cualquiera, realizando una labor
manual (aunque ayudada o complementada por herramientas o
máquinas) individualmente o en grupos reducidos por lo común
familiares, e infundiendo en los productos “carácter” o “estilo tí-
picos”, generalmente acordes con los predominantes en la cultura
tradicional de la comunidad.
El Dr. Cortazar distingue las manufacturas folklóricas de las
artesanías pues en las primeras no está presente la nota artística
que distingue a las últimas. Sería el caso de un mortero socavado
en un tronco.
Las artesanías se diferencian también de las obras de arte po-
pular en razón de que estas son el producto de la creación indivi-
dual que tienden a la realización de la pura belleza, como el caso
de las tallas representativas de figuras reales o fantasiosas. Las ta-
llas no cumplen “la función” que es esencial en la obra artesanal.
En esta se conjugan lo útil y lo bello.
Las artesanías folklóricas se diferencian asimismo de las ar-
tesanías de proyección folklórica. Estas se producen fuera del ám-
bito de la cultura folk, en talleres o ateliers urbanos, por artistas
determinados, que se inspiran en la realidad folklórica, destinadas
al público en general, preferentemente urbano y que se transmi-
ten por medios institucionalizados.
Las artesanías en San Luis. Por orden de importancia las ar-
tesanías más difundidas en San Luis son las del tejido, del cuero,
la plata y la cestería.

347
Colección Obras Completas

La artesanía del tejido tiene en San Luis una larga tradición, y


antes de la llegada de los españoles tenía sus manifestaciones con-
cretas. Fue objeto de comentario por los cronistas de la conquista.
Los hombres de la expedición del Capitán Francisco César, man-
dada por Gaboto desde el Fuerte Sancti Spiritu, después de pasar
una sierra (Sierra de los Comechingones) cuyos habitantes “Los
agasajaron y dieron pasaje, continuando sus jornadas volvieron
hacia el sur y entraron en una provincia de gran suma y multitud
de gente, muy rica de oro y plata, que tenían justamente mucha
cantidad de ganado y carneros de la tierra, de cuya lana fabricaban
gran suma de ropa bien tejida”. (1)
Esa artesanía estaba en plena vigencia en la época en que el
General San Martín prepara el Ejército de los Andes y en este ru-
bro el aporte de San Luis fue considerable. Según Don Reynaldo A.
Pastor de aquí fueron 381 ponchos, 1.553 varas de picote y 8 cargas
de tejidos. Desde las minas de La Carolina Don José Segundo Qui-
roga mandó 212 varas de bayetas y 13 ponchos. (2)
Debemos hacer aquí la observación que el telar que siguie-
ron empleando los habitantes de San Luis después de la conquista
hispánica y hasta nuestros días, no fue el telar indígena sino telar
español, que hoy llamamos “telar criollo”
La tarea del tejido comienza por la elección de la lana. Según
la prenda que se va a confeccionar se elige lana entera (de un año
de crecimiento) o media lana (es decir de la oveja esquilada cada
seis meses). Se limpia de espinas y se desengrasa. En el desengra-
sado se emplea ceniza y agua (es decir lejía). No se emplea jabón
ni detergente, ni soda, porque la lana se abatana y no tiene enton-
ces ningún destino útil. Luego viene el hilado, el teñido, etc.
En el teñido, además de las anilinas de fabricación industrial,
se usan raíces, cortezas y ramas de árboles o arbustos lugareños.
Así para obtener el color rojo oscuro se utiliza leña de quebracho
colorado a la que se agrega una porción de grana; para obtener
morado se usa la raíz del piquillín; el marrón oscuro se obtiene
con cáscara de chañar hervida; el café con raíz de tala; el añil con
hojas de acacia.
Varias son las formas del tejido tradicional en San Luis. Pero
la más característica es sin duda la lista atada que le otorga a nues-

348
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

tra provincia un lugar de privilegio en la artesanía del tejido en el


ámbito nacional.
El área de radicación de la artesanía del tejido en San Luis
está en los Departamentos Ayacucho, Belgrano, San Martín, Junín,
La Capital y Chacabuco.
En el Departamento Ayacucho, renombradas tejedoras son
Matilde Arce de Estorni del Bañadito Viejo; María Angélica Queve-
do de Olguín de El Baldecito; Petrona Palacios de El Bañado; Flo-
rencia Echenique de Gauna de El Vinagrillo; Margarita Fernández
de Varas de La Bajada; Zulema Fernández de Abrego de La Botija;
Salustiana A. de Cuello de La Majada; Catalina Britos de Luna de
las Palomas; Mercedes Natividad Arce de Valdez de Los Corrales;
Jesús Rosales Vda. de Leyes de Luján; Margarita Abrego de Abrego
de Monte Carmelo; Juana Amanda Miranda de Robledo de Potre-
ro de Leyes; Isolina del Rosario Echegaray del Puesto la Verbena;
Elena Arce de Gatica de Quines; Ernestina Camargo de Sosa de
Santa Rosa de Cantantal; quienes confeccionan ponchos, mantas,
maletas, chalinas, fajas, caronillas, peleros, alfombras, cubreca-
mas, frazadas, etc. en telar criollo.
En el Departamento San Martín renombradas tejedoras son
Doña María Anselma Morán de Mercau de La Quebrada de San
Vicente; Ignacia Sosa de Miranda de Laguna Larga; Margarita Bar-
zola de Ponce de Los Ojos de Agua; Faustina Maza de Godoy de
San Martín.
El Departamento Belgrano ha tenido y tiene excelentes te-
jedoras. Doña Tecla Funes de Nogolí que murió a los 104 años, es
una de las más renombradas en la provincia, Doña Alicia Nicola-
sa Funes, también de Nogolí que el 19 de marzo (día del artesano
coincidente con la festividad de San José Obrero) del año 1979, a
los 70 años de edad recibió el Premio Fondo Nacional De Las Ar-
tes en la Capital Federal como reconocimiento a su perseverante,
hábil y bella labor artesanal.
La artesanía del cuero tiene también amplia difusión y vi-
gorosa vigencia en San Luis. En el Departamento Ayacucho son
renombrados sogueros o trenzadores don Carlos Segundo Olguín
de El Baldecito, Pedro Pablo Abrego de La Botija, Erasmo Rosales
de La Tranca, Atanasio Mercado y Felipe Venancio Heredia de Los

349
Colección Obras Completas

Corrales, Mamerto Wenceslado Pereyra, Alonso Dalmiro Bustos y


Martín Sosa de Luján, Cirilo Heredia de Potrero de Leyes, Ramón
Alfredo Valdez de Quines, Vicente Maldonado de La Represita, Ra-
món Páez de San Francisco del Monte de Oro; quienes trabajan
riendas, bozales, maneas, lazos, cinchas, maneadores, cabezadas,
rebenques, fustas, guardamontes, monturas.
Una especial mención queremos hacer de un joven habilísi-
mo trenzador de San Francisco: Gaudioso Agüero.
En el Departamento San Martín debemos citar a Don José
Viviano Rosales y Adán Alberto Chaves de Las Aguadas, José Mi-
guel Lucero y Gilberto Pallero de San Martín, Ramón Jesús Véliz
del Rodeo Viejo, Rafael Barroso de Villa de Praga y Miguel Andino
de Mesilla del Cura.
Un trenzador de excepción laureado en la Cuarta Bienal Pun-
tana de Artesanías realizada en 1978, fue Don Cristobalino Soloa
de San José del Morro.
La artesanía de la plata tuvo su apogeo en el siglo pasado.
Algunos testimonios escritos rescatados a través de los juicios su-
cesorios nos proporcionan noticias al respecto. Así por ejemplo en
el sucesorio de Don Santiago Guiñazú de Santa Bárbara (hoy San
Martín) figuran los siguientes objetos: una fuente de plata, un ja-
rro de plata de construcción ordinaria, un mate de plata labrada,
pie de rosca; un par de espuelas de plata labrada, un par de estri-
bos de plata con sus correspondientes virolas de lo mismo, un par
más de estribos de plata, tres cucharas de plata, dos cucharas de
plata chicas, dos tenedores de plata, media libra de chafalonía de
plata, un látigo de trenza con canutillos de plata para señora, un
freno hechizo con mucho uso con copas de plata. (3)
En el sucesorio de Don Liberato Puertas (primitivo dueño de
Balde de Puertas) figuran: un freno con cabezadas y riendas cha-
peadas con plata; un par de espuelas de plata, un mate de madera
chapeado con plata. (4)
Cuando muere don Rufino Natel, comerciante y maestro de
posta de la ciudad de San Luis, se registran entre otros los siguien-
tes bienes que se encuentran en su casa de empeños ubicada en
Rivadavia y Entre Ríos: un puñal cabo y vaina de plata, una vai-
na de plata, un mate de plata con rosas, un herraje de canutos de

350
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

plata, un par de estribos de plata con virolas largas, un herraje de


plata, un mate chapado, un mate de plata, un herraje y fiador de
plata del coronel Iseas empeñado en $188. (5)
En el sucesorio de Don Santiago Torres, comerciante de San
Martín, se registran estos objetos: dos bombillas de plata peso 2
onzas, un mate de plata usado, dos pares de espolines de plata,
una montura mejicana “chapada” en plata. (6)
En la sucesión de Don Miguel de Vílchez de Arroyo Vílchez,
Partido de Rincón del Carmen, Dpto. San Martín, hay un bastón
de caño con puño y casquillo de plata, 38 marcos de plata labrada,
un espejuelo con su marquito de plata, 4 onzas de chafalonía, un
mate guarnecido. (7)
En el sucesorio de Don Juan Tomás Montiveros de Luján se
registran: un jarro de plata con 400 gramos, un mate de plata de
296 gramos, una montura enchapada con plata con 1.200 gramos
de peso, otro mate de plata de 296 gramos, una bombilla de plata
de 46 gramos. Entre los útiles de la capilla se anotan un cáliz y pa-
tena de plata de 650 gramos, un incensario, naveta y cucharita de
plata peso 1.325 gramos, una vara con cruz de plata de mano de la
imagen de San Juan que pesa 150 gramos, un par de vinagreras de
plata. (8)
En el siglo pasado los plateros de la ciudad de San Luis es-
taban agrupados en un pequeño gremio que tenía por maestro a
Don Pedro José Pedernera y que integraban Eustaquio Diez, Luis
Pedernera, Ángel Pérez, José Pedernera y Mariano Inochea. (9)
Hábil platero de San Luis al comienzo del presente siglo, fue
Don Luis Funes.
Plateros nacidos en el siglo pasado fueron Don Eulogio Pe-
dernera de Plaza Puertas, San Francisco del Monte de Oro, Don
José Circuncisión Irusta de Bella Vista, Potrerillo, Dpto. San Mar-
tín; Don Néstor Villegas de Laguna del Tala, zona de Potrerillo;
Don Anacleto Estrada de Cañada del Pozo, zona de Villa Praga,
Don Antonio Brizuela de Piedra Blanca.
En el presente siglo debemos mencionar como hábiles pla-
teros a Don Demetrio Rodríguez de Balcarce 313, Villa Mercedes,
Segundo Alaniz de Punta del Agua, Ricardo Pedernera de San
Francisco, Víctor Hugo Castro de Tomás Jofré 172, San Luis, Julio

351
Colección Obras Completas

Pedernera y Nilda Pedernera de San Francisco, Vicente Antonio


Ortiz y Mirta del Valle Ortiz de Lucero de Quines.

1. Ruy Díaz de Guzmán “La Argentina” pág. 65, Edit. Espasa-Calpe Bs. As. 1945.
2. Archivo Histórico de San Luis, Carpeta Nº 20 documento 2507
3. Guiñazú Santiago. Inventario. Archivo General. Sucesiones año 1889.
4. Liberato Puertas. Sucesión. Archivo General. Sucesiones Nº 307 año 1888.
5. Natel Rufino. Sucesión. Archivo General. Sucesiones Nº 186 año 1898.
6. Santiago Torres. Inventario. Archivo General. Sucesiones Nº 137 año 1888.
7. Miguel Vílchez. Inventario. Archivo General. Sucesiones Nº 13 año 1757.
8. Montiveros Juan Tomás. Sucesión. Archivo General. Sucesiones Nº 239 año 1899.
9. Archivo Histórico de San Luis, Carpeta Nº 131 documento 12046, año 1853

352
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

COMIDAS Y BEBIDAS REGIONALES


El tema de la alimentación en los medios folk es largo y difícil-
mente pueda realizarse un estudio exhaustivo.
La enumeración de las comidas y bebidas regionales será siem-
pre necesariamente incompleta. Algunas de esas comidas son las
siguientes: Asado (de vaca, chivo, lechón, cabra, etc.; a la parrilla, al
horno o al ensartador), puchero (de vaca o de majada); chivo con
chanfaina, charque (del que se obtiene el charquicán), asado con
cuero, cazuela de gallina, humita en chala o en olla, caldillo, sopas,
guisos, chorizos, arrollados, longanizas, jamones de cerdo, zanco,
maíz tostado, mazamorra (sola o con leche, arrope, miel, etc.) mote,
locro, carbonada, tortillas de huevo, pasteles, empanadas, sopaipillas
(o tortas fritas), quirquinchos, tortas al rescoldo, pan, alfajores, patay,
dulces y conservas (de leche, membrillo, duraznos, peras, sandía, al-
cayota, uva, etc.), arropes (de tuna o fruta de penca, piquillín, chañar,
higos), quesos, quesillos, manteca. Bebidas: vino, aloja, aguardiente,
ginebra, vermouth, cerveza, chicha, mate, café, té.
Tanto como las formas de preparación de las distintas comidas
y bebidas regionales, importa averiguar las actividades en torno a la
producción de alimentos, las ocasiones en que se comen los diferen-
tes platos, las ceremonias, los modos de almacenar y conservar los
alimentos, las herramientas y utensilios destinados a producirlos y
prepararlos. En razón de la amplitud del tema nos limitaremos aquí a
recoger algunos testimonios del ámbito folk o de escritores puntanos
que han aludido en sus obras a las comidas y bebidas que se consu-
men en los medios rurales de San Luis. Los esposos Agustín U. Mon-
tiveros y María Delia Gatica de Montiveros en su obra “El Mollar” (1)
traen una serie de referencias con relación a esta materia que iremos
puntualizando. En el capítulo de “La Siembra” se lee: “Desde fines de
enero hasta comienzos de otoño había choclos en abundancia, que
se comían hervidos en la olla del puchero o bien asados sobre las
brasas, solos o acompañados con leche. De los choclos se preparaba

353
Colección Obras Completas

también locro y humita. Cuando llegaba la Semana Santa, los platos


preparados con choclo suplían en parte la abstinencia de carne, fiel-
mente respetada en las estancias”.
En “La Queseada” leemos: “No me ocupo en detalle del pro-
ceso de la elaboración del queso, que conozco superficialmente, y
que no entra en el propósito de estas memorias. Sí voy a decir que los
zarzos suspendidos del techo, al cabo de varias semanas se llenaban
de quesos, y de allí cumplían el proceso de maduración antes de ser
distribuidos. A veces si sobraba un poco de cuajada, se hacían quesi-
llos, que se extendían en una soga para satisfacer la voracidad de ‘los
niños’, entre los cuales, durante algunos días de las vacaciones, nos
contábamos nosotros. También se hacían quesillos de leche de cabra,
que era lo único en que se empleaba este producto (no se la utilizaba
para quesos), cuando no se regalaba la leche a algún vecino, lo que
era habitual”. Con referencia a “La cosecha” se dice: “Se alternaba el
trabajo con mate, tortas, abundante almuerzo, aloja, etc. El trabajo se
prolongaba por veinte días a un mes”. En “Otros trabajos” encontra-
mos estas referencias: “Periódicamente había que carnear animales
para el consumo doméstico; una vaca, un novillo, una cabrillona; y
luego hacer charque, freír los chicharrones para guardar la grasa, etc.
Nada decimos de los cabritos y la ternera con cuero en días festivos.
Las mujeres tenían múltiples trabajos en la estancia. Además de las
faenas propiamente domésticas: limpiar y ordenar la casa, criar los
hijos, hacer de comer, coser ropa y remendar, lavar, planchar, etc., les
correspondía atender, con los niños, las majadas de cabras, ordeñar
vacas diariamente, echar gallinas, cuidar los pollos, etc. De las mujeres
era también, como hemos visto, la faena de la queseada” En “Quines,
el hogar” se dan estas noticias: “Se criaban gallinas, pavos y gallinetas,
que proveían en abundancia de carnes blancas y huevos a la cocina
familiar”. “La huerta no era grande, apenas una hectárea, plantada de
durazneros, damascos, higueras, naranjos, limones. Había también
una parra. Aunque fuera una huerta chica, la atención de la cosecha
demandaba trabajo, recoger y poner a secar los higos, pelar duraznos
para pelones y descarozados, hacer dulces en verano, otoño, invierno;
también arropes y algunos licores. Todo esto aumenta las faenas que
había que cumplir en la casa, cual en tantos otros hogares de Quines”.
En “Andrea” leemos lo siguiente: “Muchas faenas se cumplían en el

354
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

hogar además del trabajo cotidiano de limpieza y cocina. A su tiempo


se cosechaba la fruta, se hacían dulces y arropes, conserva de toma-
tes, charque de zapallo; se ayudaba a desgranar el maíz, se lo molía
para la mazamorra, que era un plato de todos los días; se faenaba uno
o dos cerdos grandes por año, se hacía charque de carne de novillo”...
En “La despensa” encontramos las más amplias y detalladas refe-
rencias: “En estantes que subían hasta donde alcanza la mano de los
adultos se iban acomodando diferentes clases de comestibles, prepa-
rados para su conservación por un tiempo largo o corto. Allí estaban,
sobre un estante o en un zarzo colgado del techo, los quesos traídos
de El Mollar; en otro estante los dulces y arropes, que hacían en pailas
o pailones de cobre al finalizar el verano, o en invierno si se trataba
de dulce de citrus. De los arropes, en casa se elaboraba el de higo, el
de uvas y el de tunas, mientras que de la estancia y de otros puestos
cercanos se traía el de piquillín y el de chañar. No faltaba tampoco
la miel de castilla (nombre que se daba a la miel común) en tarros y
jarrones. Y la delicia de la miel rosada, que llamábamos miel de los
palos o miel de colmenas que los inquilinos traían del Mollar, y que
Andrea guardaba cuidadosamente para remedio. En otros estantes
estaban las frutas secas (desecadas): descarozados, pelones e higos,
provenientes de la huerta familiar; mas no eran solo los higos que se
cosechaban en Quines los que se guardaban, sino principalmente los
grandes, blandos y dulcísimos que en bolsas de arpillera se traían de
El Zapallar. Recuerdo que Andrea, con una o dos ayudantas, acondi-
cionaba los higos antes de guardarlos en la despensa. Sobre un me-
són que estaba en un extremo de la galería los rociaba con harina y los
revolvían, presionándolos como si los amasaran un poco, y después
los acomodaban en cajoncitos o bolsas chicas de lienzo. También del
Zapallar especialmente de San Martín, provenían las ruidosas nue-
ces tan buenas para hacer petaquitas en días invernales, partiendo
los higos e introduciéndoles nueces peladas. Hacia el mismo lado se
ubicaban las tabletas sanjuaninas, de descomunales proporciones y
riquísimas, que duraban poco tiempo guardadas, lo mismo que otras
tabletas (alfajores) de fabricación local, bizcochuelos y variedades
de bizcochos. Hacia otro lado de la despensa se guardaban los cos-
tillares salados de cerdos, los chorizos que colgaban arracimados de
gruesas cañas, o que se ponían para conservar por más tiempo en

355
Colección Obras Completas

tarros de grasa de cerdo. Ocho o diez jamones se veían colgados de


gruesos ganchos, y también largas lonjas de tocino. Todos los años se
faenaban varios cerdos y se carneaba un novillo para hacer charque,
especialmente. Se lo hacía en gran cantidad de la carne blanda, que
era charqueada con hábiles tajos de un buen cuchillo y, con mucha
sal, expuesta al aire para que se fuera deshidratando poco a poco.
También se hacía charque de los costillares: se los salaba abundan-
temente, se los aireaba y cuando empezaba a secarse, se le extraían
las costillas. Proviniendo de un novillo gordo, esta carne era exquisita
para asado o puchero. El charque de carne blanda se consumía espe-
cialmente para preparar el charquicán, uno de los platos más sabro-
sos de la cocina criolla. Grandes tarros de grasa de vaca y de cerdo,
toda de extracción casera, tenía su estante cerca de la puerta, por ser
producto de uso diario. También la harina comprada en bolsas esta-
ba muy a la mano, como el pan casero, que podía durar tres o cuatro
días. En la despensa se ubicaban también damajuanas llenas de vino
de la zona, un barril de excelente vino de moscatel blanco, tipo mis-
tela. Este barril era el obsequio que un vecino de Quines, Norberto
Quiroga, muy conocido por la calidad del vino que elaboraba, hacía
todos los años a mi padre. En este ambiente amplio, siempre fresco,
tal vez porque se mantenía cerrada la puerta, y la ventana que daba
al poniente se abría solo en horas oportunas, se conservaban por al-
gunos días frutas no comunes en la zona, como peras y manzanas y,
pasando el invierno, las naranjas. En una esquina del fondo se po-
nían unas doscientas o trescientas naranjas sobre un colchón de are-
na. Era delicioso paladear el frescor de esa fruta, que había adquirido
un gusto y un perfume acendrado, cuando empezaban los calores ya
al entrar la primavera y hasta el mes de diciembre, pues entonces se
conservaban a veces”.
El Dr. José Ignacio García Flores en su libro “La Piedra de Divi-
sar” (2) nos ha dejado también su testimonio. Refiriéndose a la zona
donde ubica su relato, expresa: “Todo es primario y autóctono: el
confort y el sistema de trabajo; las costumbres familiares; la alimen-
tación, consistente principalmente en carne (de majada o vacuna),
leche, mazamorra, choclo, zapallo asado, maíz tostado o en ‘mote’
(choclo endurecido, hervido sin moler ni pelar), a lo que se agrega
pan casero o torta de harina, huevo y chicharrones, asada al rescoldo

356
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

o en olla de hierro; nueces, higos, pelones, arrope, charque de carne


y de zapallo, etc. Todo se produce y elabora en la casa, desde los ce-
reales hasta la verdura y la fruta que se consume. Allí nada se compra,
como no sea el azúcar, la yerba, la harina y el tabaco.” (3)
Todo no termina aquí en lo que a las tareas domésticas respec-
ta. Es necesario manufacturar los productos que se obtienen en cada
“posesión”, función que por cierto cumple la familia.
Es así como en cada casa se elabora el queso, el quesillo, el
pelón y descarozado (orejón), el charqui (de carne y de zapallo), el
maíz (molido), el arrope, los embutidos, el jabón, los dulces, las velas,
etc. (4) Con relación a las “Costumbres de época” dice: “Las reunio-
nes se hacían más grandes y movidas si esta ida ‘a arreglar la libreta’
coincidía con algunas ‘carreras’ (cuadreras), en las que a la tertulia
amistosa se agregaba el invite a comerse alguna ‘tableta’ (especie de
alfajor rectangular, relleno con una pasta hecha con pan rallado, ca-
nela y arrope) o pasteles de oreja, fritos”. (5) En caso de recibir visitas
en la casa el almuerzo tenía estas características: “A eso de las doce y
media se abría la puerta de comunicación con el comedor, donde el
gran mesón, hecho también por Arias, luciendo su mejor mantel de
hilo bordado a mano por las ‘chicas’ de la casa, estaba colmado con
platos con fiambre de gallina hervida, huevos duros y ensaladas. En
ambos extremos se erguían con sobriedad pero poniendo el sello de
cosa autóctona, las dos jarras con aloja de molle dulce que general-
mente sustituían al vino que no era de la apetencia del dueño de casa.
Al fiambre abundante, comido con pan casero casi siempre amasado
por Doña Rubelina, seguía la sopa con palitos de cilandro y orégano
picado y nuevamente gallina, asada o en guiso con arroz; o pavo, o
chivito; pasteles de oreja fritos, y para los que no estuvieran aún satis-
fechos, mazamorra con leche, o mazamorra con arrope. Si era época
de fruta, se proveía a cada visitante de un cuchillo y se lo invitaba di-
rectamente a la quinta, donde ya esperaban por lo menos uno de los
hijos varones para ‘sacudir’ el árbol elegido a fin de que cada comen-
sal recogiera del suelo el durazno o pera de su predilección.” En “La
Siembra” dice: “La tarea comenzaba temprano con el sol, o después
de que hubiera hecho su aparición; no tan de madrugada como lo
hace el colono extranjero. El primer descanso tenía lugar a eso de las
nueve, cuando ya la ‘patrona’ (forma muy generalizada de llamar el

357
Colección Obras Completas

esposo a su mujer) o alguna de las chicas había llegado con el desa-


yuno consistente en un churrasco con ‘zanco’ de harina, cebolla de
verdeo picada, tortilla criolla o maíz tostado. A veces, si el trabajo no
apretaba mucho, hasta se tomaban unos mates mientras los sembra-
dores se sacaban la tierra húmeda y apelotada dentro y fuera de sus
calzados. Por cierto, que lo sembradores no se habían ido ‘venao’ (sin
tomar nada) al trabajo, pues antes de salir se tomaba siempre mate
con algún acompañamiento. Si la siembra era muy grande o más
pudientes quienes la hacían, se utilizaban dos, tres o más yuntas de
bueyes. También las mujeres tenían que preparar y llevar más desa-
yuno y más almuerzos. A veces se contaba con extraños que venían a
‘dar una manito’ y entonces se sustituía el puchero por la gallina her-
vida o un buen guiso de pollo, para agregarlo al asado de vaca o de
majada, plato obligado de todos los días.” (6) En “La Trilla” habla de
las yeguas “acuarteladas” desde el día anterior y agrega: “Poco me-
nos que acuarteladas estaban también por su parte las mujeres ha-
ciendo pasteles, empanadas; preparando fiambres, bebidas y demás
menesteres de consumo durante el tiempo que insumiera esta tarea.”
(7)
En “La Techa” encontramos esta referencia: “Como todo no podía
ser esfuerzo y sudor, terminado el trabajo venía el gran festejo de ‘La
techada’, con pasteles, chivo asado, chanfaina, pavo al horno, cazuela
de gallina, música y baile.”(8) En “Las Carreras” pinta este cuadro: “A
medida que subía el sol hacia la mitad del cielo, llegaba gente y más
gente. Mientras tanto, las pasteleras ya habían tomado ubicación y
hecho su fuego en el lugar en donde el humo y el amontonamiento
de aficionados a este rico manjar criollo, no fuera a espantar los ‘pa-
rejeros’; otro tanto hacían las ‘tableteras’ si bien estas no necesitaban
sino de un espacio para concentrar su mercancía, y si el Comisario no
se oponía, se organizaba de igual forma el cantinero que vendía vino
y cerveza y se preparaba la cancha de tabas.” (9)
El señor Fausto Azcurra en su obra “Lo que conocí hace tiempo
y allá lejos” (10) dice: “Para el fiel conocimiento de los lectores de la
Argentina de mañana; quiero dejar a continuación, una lista de los
principales platos, postres y bebidas que constituían el más preciado
regalo gastronómico de los habitantes de Balde de Azcurra y de los
pobladores de la región que comprende el partido Salinas del Dpto.
Ayacucho de la provincia de San Luis, y sin ninguna duda, de toda la

358
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

provincia y otras regiones del país.


Los principales platos que se preparaban, eran: puchero, ma-
zamorra, le decían (api) asado al asador, asado con cuero, cazuela
de gallina, cazuela de chivito, pasteles fritos, empanadas, pasteles de
choclo, locro, humita en olla, humita en chala, carbonada, charqui-
cán, chivo asado con chanfaina (le llamaban ‘relleno’), carne reboza-
da, tomaticán, albóndigas, tortilla de huevos, lechón asado, huevos
fritos, caldillo de huevos, bastiaca y guisos varios.
Todos estos platos eran cuidadosamente sazonados y servidos
a punto y en su momento oportuno. Además, se preparaban: quesos,
manteca, quesillos, chorizos, arrollados de carne de cerdo y de carne
de vaca, longanizas, jamones, mote, alfajores (a los que les llamaban
‘tabletas’), arrope de chañar, arrope de tunas, arrope de piquillín, so-
paipillas, bizcochos, merengues, pan, tortas asadas al rescoldo, dulce
de zapallo, choclos asados al rescoldo, dulce de sandilleja, dulce de
leche, dulce de alcayota, dulce de cáscara de sandía; y por cierto, que
no falten los chicharrones para molerlos y agregar al locro, a las tortas
y al chipaco.
También se preparaban algunas bebidas alimenticias, por ejem-
plo: leche candeal, chocolate, refrescos de miel, sangría de vino tinto,
fermento de algarroba, chicha y otros.” (11)
Hablando del puchero que se hacía de vaca o de chiva, el autor
da referencia sobre la experiencia de la gente según las preferencias
por el puchero sustancioso y el caldo flaco o el caldo sustancioso y
el puchero flaco. Sobre el particular -dice el autor- se sostenía lo si-
guiente: “Si se quiere obtener un caldo sustancioso, ponga el agua y
la carne al mismo tiempo en el fuego, es decir estando el agua fría y
no apurar mucho el fuego al principio. De esta forma la carne larga
poco a poco la sustancia y el caldo resulta fuerte y sabroso. Si por el
contrario se quiere carne sustanciosa y caldo flaco, colocar la carne
cuando el agua está hirviendo; así, la carne se encoge y no larga jugo,
y el caldo sale claro y un poco desabrido, pero el puchero sale más sa-
broso. (12) Después que la carne había hervido unos minutos se agrega
zapallo, papas, batatas y choclos si era época. Unos 15 minutos antes
de retirar la olla del fuego se le echaban los fideos, el arroz o las migas
si no se disponía de fideos ni arroz.
Cuando se carece de verduras, se tiene disponible el frangollo,

359
Colección Obras Completas

o harina de maíz tostado, finamente molido en la conana, para ser


agregado al tiempo de servir. Los choclos dan al caldo un sabor
muy agradable.” (13)
El citado autor nos ha dejado, además, un vivo testimonio de
la forma de preparar la cazuela de gallina o de chivito, carbonada,
locro, asado con cuero, asado indio o a la bastiaca, relleno de chivo
con chanfaina, mazamorra, charqui de zapallo y chuchoca. Además
describe las actividades relativas a la extracción de la sal (de agua, de
yuyo y sal de cáscara); la obtención de la ceniza de jume, la recolec-
ción de algarroba y la caza del avestruz.
De acuerdo al testimonio de Doña Bernarda Funes de Las La-
gunas (Partido de Guzmán, Dpto. San Martín), antiguamente se re-
zaban en el lugar las novenas de la Virgen del Rosario y de San Ro-
que. Después del rezo se comía locro, pasteles y pelones; se jugaba al
anillo (se pagaban prendas) y al naipe (a la pandorga por pan que se
hacía en las casas particulares).
En los cumpleaños se comía fiambre de ave (gallina cocida),
sopa, chivo asado, pasteles y empanadas. Luego venía el baile y los
instrumentos corrientes eran el acordeón y la guitarra. (14)

1. Ediciones de los autores, San Luis, 1972.


2. Ediciones de la Escuela de Artes Gráficas del Colegio Salesiano San José (Rosa-
rio) -1969.
3. Pág. 17
4. Pág. 19
5. Pág. 13
6. Pág. 62
7. Pág. 69
8. Pág. 77
9. Pág. 85
10. Edición del autor, San Luis, 1983.
11. Pág. 4
12. Pág. 5
13. Pág. 5
14. Bernarda Funes -ama de casa- 72 años en 1964 - Las Lagunas, Partido de Guz-
mán, Dpto. San Martín (SL).

360
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

La Vestimenta

El tema de la vestimenta en el ámbito folk de San Luis ofrece


serias dificultades en razón de carecer de fuentes documentales.
Esto obliga a incursionar en el campo de la hipótesis lo que no
siempre ha de conducir a resultados confiables.
De todos modos procuraremos en lo posible afirmarnos en
alguna fuente de información seria, dejando para futuros estudios,
conclusiones y afirmaciones que importan generalizaciones sobre
el tema.
Una primera fuente informativa se refiere a modas referentes
a damas y caballeros cuyo ámbito de actuación se inscribe en los
primeros años del siglo pasado en la ciudad de San Luis. Conviene
no olvidar que por esa época la ciudad no pasaba de ser en verdad
una pequeña aldea que por las costumbres, la idiosincrasia de sus
habitantes y los usos cotidianos, era verdaderamente una comu-
nidad semifolk, más cerca de lo folk que de lo urbano. Había en
ella numerosas manifestaciones de folklore espiritual y ergológi-
co (creencias, supersticiones, canciones, poesía, juegos, vivienda,
medios de transporte, trabajos, etc.) que identificaban a San Luis
con una comunidad semifolk muy cercana a lo típicamente folk.
En este contexto, un historiador de prestigio como fue el Dr.
Gilberto Sosa Loyola, comienza por negar la posibilidad de que
las damas puntanas hubiesen adoptado la moda francesa y for-
mula esta terminante afirmación: “...Las damas puntanas de aque-
lla época no vestían a la francesa, ni tenían a la vista catálogos de
la Ville Lumière para su confección. Nuestras damas tatarabuelas
vestían a la moda colonial española, y cuando mucho, con mode-
los llegados a las cansadas de Chile y Lima.” (1)
¿Cuáles eran las líneas generales de la moda femenina a co-
mienzos del siglo pasado en San Luis? “Las recatadas lugareñas de

361
Colección Obras Completas

entonces, usaban en las diversas circunstancias de su vida, apenas


las polleras o sayas de ‘coco’ blanco, cuando no de tafetán ‘rosado’,
de sarga, de bayeta de castilla o de zaraza, amén de la seda y el raso
para las prendas de lujo. Recordemos en fin que para el tocado, es-
taba la mantilla española americanizada. (2) Ahora, en materia de
calzado, eran de regla los zapatos de becerro comunes y los de raso
para las grandes fiestas. Finalmente como prenda de abrigo, esta-
ban los rebozos enteros y los medios rebozos de bayeta o bayetón
inglés (tela de lana de mucho pelo), cuando no de casimir negro. En
cuanto a las joyas, andaban nuestras antepasadas muy lejos de las
placas áureas, de los esmaltes y de los camafeos. Eran comunes en
ellas, en cambio, los zarcillos de oro, las caravanas, las sortijas de id,
algún prendedor con sencilla piedra y para los oficios religiosos los
rosarios de cuentas azules engarzadas en plata.” (3)
Con relación a la vestimenta masculina dice el Dr. Sosa Loyo-
la: “En respectando a atuendos masculinos, los había mucho más
lujosos que los femeninos en San Luis de 1819-1820. El goberna-
dor porteño Dupuy, el doctor Monteagudo, el misterioso cuando
célebre visitante D. Manuel de Sarratea, tenían sus guardarropas
muy provistos, sin duda alguna. No hablemos ya de los lujos virrei-
nales del mariscal prisionero, Marcó del Pont, que no obstante su
confinamiento, invariablemente seguía usando sus trajes de seda
y raso. Nada digamos de los ostentosos uniformes militares, que
seguramente los había de toda categoría y riqueza. Nuestras bús-
quedas en los viejos inventarios, como hemos dicho, nos hizo re-
parar en un dandy lugareño de la época que lo fue, y de buena ley,
aquel D. Anselmo Basconcellos cuya prendería muy plural se des-
compone así: un fraque azul, un fraque color avellana, 4 pares de
calzones (pantalones hasta la rodilla), un par de guantes de ante,
2 pares de calzones de tripe, 3 chaquetas de paño fino, 1 capote de
bayetón inglés, 3 pares de botas de becerro, 2 chalecos de cache-
mira, 1 chaleco de seda con botones de filigranas, un sombrero de
Vizcaya, 4 sábanas de Pointiví, 1 poncho de algodón tejido a pala,
una manta pampa”. (4)
“En un inventario de bienes de Facundo Quiroga, bienes em-
bargados por orden del teniente de gobernador Vicente Dupuy,
confeccionado el 2 de enero de 1819, figuran las siguientes pren-

362
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

das de vestir: dos pares de calzones de listadillo muy viejos, un par


de calzones de listadillo nuevos. Otro par de calzones de cotonía
blanca nuevos. Un par de pantalones de cordoncillo hechizo en
buen uso. Una casaca larga de paño azul con vueltas coloradas,
botón cascabel. Cuatro camisas, dos de ellas de lienzo, una de Ir-
landa y la otra de Ponteví. Un par de calzoncillos de lienzo hechi-
zo. Dos pares de medias de algodón en buen uso. Dos ponchos
blancos listados a pala, el uno viejo y el otro en buen uso. Un pon-
chito blanco de algodón bordado en las puntas. Un cinchador de
casimir bordado. Dos pares de botas, unas de becerro y otras de
cordobán, ambas en buen uso. Un par de suspensores listados de
algodón. Dos cinchadores tejidos a pala. Un par de zapatos de cor-
dobán blanco.” (5)
Lo mencionado anteriormente con relación a la moda mas-
culina, se refiere a personalidades de evidente figuración social
que por cierto no compartían los gustos en el vestir del elemento
propiamente folk y que gozaban de otras posibilidades.
A los efectos de ir configurando el cuadro folk conviene co-
nocer los elementos que en los comercios del siglo pasado se ven-
dían en nuestra provincia y que se relacionan con el vestido. En
este sentido veamos una lista de esos elementos que la pulpería
de Don Pedro José Corvalán expendía en Santa Bárbara (hoy San
Martín) en la primera mitad del siglo pasado:

1 par de peinetas
14 pares de botones de composición para tirador
279 varas de lienzo americano
96 varas de bramante ordinario
202 varas de bramante regular
41 pañuelos ordinarios
6 pañuelos de taparse
3 varas de casimir
4 varas de lanilla negra
2 varas de lanilla merino
8 varas de raso de lana
142 sortijas
99 varas de zaraza fina

363
Colección Obras Completas

172 varas de zaraza ordinaria


36 varas de panilla azul
417 varas de zaraza regular
4 varas de bayeta azul
5 varas de listado azul
25 1/2 varas de casimir listado
5 /2 varas de casimir mezcla
1 pañuelo de merino
2 pañuelos de espumilla rosados
2 pañuelos de mano
1 pañuelo de seda
5½ varas de pana mordoré
1½ varas alpaca
5 ½ varas velillo ordinario
1 pañuelo de medio rebozo
6 pañuelos de muselina
5 varas de muselina
11 varas de lienzo asargado
8 pañuelos seda mezcla de manos
1 pañuelo muselina de lana listado
1 pañuelo de algodón con flecos
1 pañuelo de seda mezcla
1 pañuelo de espumilla
1 par de medias finas de mujer
10 pares de medias ordinarias
17 pares de medias de hombre
5 libras hilo ordinario
6 varas de cinta ancha
1 pieza de cinta angosta
18 varas de cinta de labor
16 varas ídem punzó de lana
192 varas de cinta de algodón
18 chalecos de zaraza
Un poco de seda negra
Otro de seda punzó
2 docenas botones de chaleco
5 docenas botones de concha

364
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

11 botones amarillos para chaleco


5 pares de peinetas chicas
6 pares de caravanas ordinarias
24 agujas gruesas
15 dedales

De la mención pormenorizada de todos estos elementos sur-


ge como inevitable la conclusión de que los comercios del siglo
pasado en los medios folk, no vendían la ropa femenina confeccio-
nada sino los elementos necesarios para su confección. Es sabido
que en tiempos pasados la mayoría de las mujeres se confecciona-
ban sus propios vestidos y las escuelas priorizaban la enseñanza
de corte y confección para las niñas.
Por un comentario del corresponsal del diario “El Oasis” sa-
bemos que en 1882 en San Martín (SL) se realiza un baile en una
de las casas más prestigiosas del pueblo (la de Don Luis Mayorga)
y allí concurre la juventud de esos tiempos: “En los cuatro ángu-
los del salón lucían cuatro lámparas cuyos rayos de luz a pesar de
ser muy vivos, eran oscurecidos por los que se desprendían de los
ojos de las hermosas bailantes llenas de vida y animación. Todas
vestían trajes de lujo, confeccionados por los figurines de la ‘Moda
Elegante’ y con tanta perfección, que no desmerecerían a los que
pueden presentarse en las sociedades de más tono en las primeras
poblaciones. Sobresalía por el buen gusto del vestido, la elegancia
de su confección y por su chic particular que tienen las educadas
de las capitales para elegir y colocar los adornos en una forma tan
aérea que parece no tocan manos a ellos, nuestra linda porteñita
Marianita Medina que con propiedad podemos decirle reina del
baile, como que era suyo y ganado en buena lid. Seguía la seño-
rita de la casa Delfina que llevaba con gracioso continente y aire
majestuoso, un muy bien hecho vestido de raso azul con adornos
muy propios y con mucha inteligencia y esmero puestos. En estas
dos niñas milita la recomendable circunstancia de confeccionarse
sus trajes con sus lindas manecitas, que en esta noche llevaban cu-
biertas con finos guantes, complemento de la elegancia del traje.
Se distinguían también por el buen gusto y la gracia con que se vis-

365
Colección Obras Completas

ten, a la vez que por los finos colores de sus cutis las bonitas niñas
de don Lázaro F. Eumelia y Audelina que con verdadera propiedad
debiera llamárselas camelia y clavelina son dos flores preciosas.
Las acompañaba su prima Lolita de Quines con gusto al vestirse
y guantes finos. Por lo visto las niñas quineras quieren imitar el
gusto y buen tono de nuestras barbarinas que con mucha justicia
están reconocidas como la aristocracia de las poblaciones de la
provincia de San Luis”. (7)
De este comentario del corresponsal se desprende que Ma-
rianita Medina y Delfina Mayorga fueron dos elegantes niñas de
San Martín que se confeccionaban su propia indumentaria. En ese
mismo comentario se da noticia del casamiento en aquella locali-
dad de Don Juan Luis Sarmiento, comisario de Policía Rural en esa
época, con Lolita Pereira hija de Don Francisco Pereira acaudala-
do estanciero de la localidad. De los trajes usados en la ceremonia
el corresponsal dice lo siguiente: “El traje de la novia ha sido con-
feccionado en Bs. As. con todos los detalles que demanda la más
exigente etiqueta, vestido raso blanco adornado con primor, velo
blanco ricamente bordado, preciosa corona de azahar; caídas y
pulseras de deslumbrantes brillantes. En fin es el primer traje que
se ve en San Martín desde su fundación; no sé si se habrá visto otro
igual en la provincia, fuera de San Luis. Así que, la novia que como
ya he dicho es muy bonita con tan lujoso atavío estaba arrebata-
dora. El novio vestía traje negro de rigurosa etiqueta; frac, corbata
y guante blanco, etc.; estaba un mozo arrogante”. (8)
En el ámbito folk la vestimenta desde el siglo pasado hasta
nuestros días ha experimentado muy lentos cambios. A fines del
siglo pasado y comienzos del presente, las mujeres usaban vesti-
dos largos, comúnmente debajo de la rodilla, de colores variados.
Las señoras preferían los colores “serios” que también se llama-
ban “honestos”, marrón, gris, beige, negro. Las jovencitas usaban
con frecuencia los vestidos floreados especialmente para asistir a
las reuniones sociales: bailes, cumpleaños, casamientos, “acabos
de novena”, mingas, etc. Las telas eran de algodón, lana, muselina,
seda, rayón, pana, y a partir de la década del 40, telas de fibras sin-
téticas.
Las medias eran comúnmente de color marrón para el uso

366
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

diario y negras para el luto, de algodón, seda, muselina y en los


últimos años de la primera mitad del siglo, de nailon.
Las señoras elegantes usaban zapatos taco alto Luis XV abo-
tinados y cerrados. Los colores comunes eran el negro y el marrón.
El charol era material muy usado.
Los caballeros usaban pantalón angosto (de fantasía) chale-
co abotonado, saco cruzado y botines cuya parte alta era de tela
clara que se ajustaba abotonándola. El calzado era de becerro ne-
gro o marrón y en muchos casos de charol.
Por la muerte de la madre o el padre las mujeres llevaban
luto por un año. Los primeros seis meses, luto entero; los seis me-
ses posteriores, medio luto. Luto entero significa llevar todas las
ropas, inclusive las medias y zapatos, totalmente negros. Medio
luto era el vestido no totalmente negro sino estampado de blanco
con negro, o lila con blanco, o saco negro y falda de color gris o
marrón, etc.
Se excluían siempre los colores vivos, especialmente el rojo.
En el medio luto se podían usar ya ropas blancas.
Con referencia a la indumentaria campesina el Dr. José I.
García Flores hace las siguientes observaciones. “Brillaba la plata
por todos lados: rastras con estrellas del blanco metal, en las que
se encajaba el consabido cuchillo cabo de plata labrado”.
“... El jinete lucía en estas ocasiones su mejor bombacha y bo-
tas, blusa corralera o saco azul marino, pañuelo de seda al cuello y
en el bolsillo de arriba del saco, y chambergo con su ala levantada”.
“En cuanto a las mujeres, se echaban encima las enaguas
más almidonadas y mejor bordadas, amén de los vestidos más vis-
tosos”. (9)
En “Renca: folklore puntano” se consignan las siguientes no-
ticias: “La vestimenta de hombres y mujeres renqueños es urbana.
Las mujeres usan el cabello corto y suelen ponerse en la cabeza
un pañuelo anudado atrás. Solo las que viven en las afueras del
pueblo se recogen el cabello largo en dos trenzas, que les caen so-
bre los hombros. Algunos hombres usan bombachas, sujetas en
la cintura con faja de lana en algunos casos y en otros mediante
tirador con rastra; camisa de algodón; pañuelo negro anudado al
cuello; alpargatas negras. Es general el uso del sombrero, a veces

367
Colección Obras Completas

muy raído y ya sin color. Para defenderse del frío los hombres se
abrigan con ponchos de lana de alpaca o de ovejas; doblados por
la mitad a lo largo, se los colocan sobre los hombros”.
“Para la fiesta de mayo hombres y mujeres visten sus mejores
ropas. Desde la mañana se les ve pasear por las calles del pueblo
luciendo sus atuendos ciudadanos”. (10)
El calzado corriente del hombre folk de San Luis a partir del
siglo XVII fue la bota del potro. Este calzado está directamente re-
lacionado con la actividad del puntano de aquellos tiempos que
tuvo en las vaquerías y en el oficio de arriero, sus principales ocu-
paciones. De estas actividades iba a surgir una verdadera “cultura
del cuero” donde la bota de potro ocuparía su lugar.
Esta se obtenía de las extremidades posteriores de la vaca o
del potro, que era sacada enteriza. Luego se descarnaba y sobaba
hasta que se amoldaba al pie del usuario. Se usaba con el pelo ha-
cia adentro y se hacía coincidir el garrón del animal con el talón
del individuo.
En el sur de la provincia se usó abierta en la punta del pie, en
tanto que en el norte se usó cerrada. Esto se explica por la necesi-
dad de proteger el pie de la agresión de la vegetación de tipo xeró-
fila, muy espinosa y dura. En términos generales el uso de la bota
de potro fue más frecuente en el sur que en el norte de la provincia.
Conocemos un expediente según el cual el ayudante decu-
rión de La Escondida Don Fernando Becerra encuentra una vaca
carneada a la que le “habían sacado las botas y la han desollado
entera”. “... Se le tomó el rastro -al ladrón- muy de mañana y se ras-
treó todo el día hasta que se oscureció por motivo de que el ladrón
iba escondiendo el rastro y allí tuvo el auxiliar que dormir con su
comitiva para seguirlo al otro día...” (11)
En distintas épocas y con reiteración, se dictaron normas
prohibitivas del uso de la bota de potro a fin de evitar la matan-
za indiscriminada de vacas de vientre. En un documento del siglo
pasado Don Hermenegildo Gallardo de Piedra Blanca se dirige al
gobernador de la provincia con referencia al artículo octavo del
Bando en que se prohíbe el uso de caronas de potro y de la bota de
potro. (12)
“Heredera funcional” de la bota de potro fue la alpargata que

368
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

en los años treinta del siglo pasado fue introducida en el Río de la


Plata por los vascos, españoles o franceses. “Como los ponchos,
de las telas para chiripás, las bombillas, las calderas, y una larga
lista de etcéteras, venían de Inglaterra, donde, naturalmente, no
se usaban las alpargatas, pero cuya industria en pleno boom ex-
pansivo no perdía rubro donde emplear su energía, en el sentido
literal de la palabra, y venían consignadas a representantes de fir-
mas de aquel país”. (13)
En 1870 Don Juan Echegaray instaló la primera fábrica de al-
pargatas en la “Calle Larga” (actual Avda. Montes de Oca) de la
ciudad de Buenos Aires.
La alpargata ha sido y sigue siendo adoptada por hombres,
mujeres y niños de la comunidad folk de San Luis para la faena de
rutina y para el uso diario. Pero nunca para las reuniones de tipo
social como casamientos, mingas, cumpleaños, bautismos, etc.
Cuando los efectivos de San Luis debieron marchar a la gue-
rra del Paraguay, el gobierno puntano solo pudo equiparlos con
alpargatas. Estas fueron adquiridas en su mayor parte en la ciudad
de Mendoza por Don Juan Barbeito. Como el gobierno no contaba
con fondos propios, fue necesario recurrir al dinero que Don Pa-
blo Lucero había legado para construir la Iglesia Matriz.
Las características del medio físico, la época del año, y la ac-
tividad del individuo (entre otros factores) determinaban las par-
ticularidades del atuendo. De allí que sean distintos los elementos
de la vestimenta del hachero, el arriero, el minero, el carrero. De
este último hemos esbozado algunas líneas generales: “El atuen-
do del carrero es el común a casi todos los paisanos de nuestros
medios rurales: alpargata negra, bombacha abotonada arriba del
tobillo; camisa y sombrero negro con el ala levantada sobre la
frente. Casi siempre usa faja de lana negra, y complementa la in-
dumentaria con un sencillo y rústico tirador de cuero en cuya par-
te posterior va atravesando el cuchillo de medianas dimensiones
que no es arma de pelea sino instrumento de trabajo. Con él corta
el asado, arregla las riendas y guascas que se rompen y en casos
extremos le sirve para salvar el varero cuando culatea el carro le-
vantando al animal con perspectiva de ahorcarlo.
Sobre la camiseta manga larga el carrero usa camisa. Esa es

369
Colección Obras Completas

la vestimenta común, ordinaria. Pero si el hombre además de esa


prenda usa chaleco, esto es motivo de orgullo. (14)
En el bolsillo de la camisa, corralera o campera, lleva de or-
dinario la tabaquera porque siempre el carrero fuma “armado”.
Cuando en el camino se cruzan dos carreros, “cambian” las taba-
queras y mientras se “anotician” arman el cigarro, se convidan con
fuego y siguen viaje.
El látigo colgado del hombre izquierdo forma parte -digá-
moslo así- del atuendo del carrero. (15)
Las celebraciones locales imponen el cambio de la vestimen-
ta diaria y su reemplazo por ropas de mejor presencia. En un in-
forme producido por la maestra de Candelaria (SL), Sra. Yunilde
Arce de Lucero en 1951, se dan estas noticias: “El día de la fies-
ta de la patrona del pueblo (2 de febrero), se nota que todos los
pobladores usan vestimenta nueva o como suelen decir ‘estrenan
trajes’ dando la idea que para ese día reservan lo mejor de acuerdo
a su posición económica, notándose modas muy variadas y raras,
como así el color de sus trajes. En las mujeres; siempre usan colo-
res llamativos y adornos de flores, bordados, mostacillas, lentejue-
las en una forma exagerada. En los hombres es muy característi-
ca la moda de grandes pañuelos blancos en el cuello, adornos de
grandes ramilletes de flores bordadas e iniciales de sus nombres y
apellidos, usándose para este trabajo hilos de colores llamativos”.
La Sra. Dora Ochoa de Masramón en oportunidad de la cele-
bración de la fiesta de la Virgen de los Dolores en Concarán, que se
realiza el 20 de septiembre, hace esta observación: “La función de
la Virgen, como se dice acá, coincide con la entrada de la prima-
vera; entonces es la oportunidad para estrenar los vestidos ‘floria-
dos’ y los de colores verdes, rosa y celeste, con el corte de la moda
algunos, con los mínimos detalles de elegancia otros”. (16)

1. Autor citado. Pringles. Retazos de vida y tiempo. pág. 40. Buenos Aires, 1947. En
San Luis se usó la mantilla “madrileña” en forma triangular.

370
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

2. Dato proporcionado por el procurador Domingo Díaz Muñoz en la Mesa Redonda


de Folklore realizada en el Archivo Histórico de San Luis el 21 de marzo de 1963.
3. El Dr. Sosa Loyola cita las sucesiones de Mercedes Sierra, Raimunda de Ro-
jas, Bernarda Quiroga (1928) Estefanía Ortiz (1820), Isidora de Domínguez (1825),
obrantes en el Archivo General de San Luis.
4. Inventario de bienes de Anselmo Basconcellos. Archivo General de San Luis, Nº
25 año 1820.
5. Urbano J. Núñez y Duval Vacca. Historia de San Luis. Tomo I págs. 271/272, Edit.
Godeva, San Luis, Archivo General de San Luis. Criminal Nro. 8, año 1853.
6. Pedro José Corvalán. Sucesión. Archivo General. Sucesiones Nº 14. Año 1849.
7. El Oasis. Nº 488, 18 de agosto de 1882.
8. Ídem.
9. Autor citado .La Piedra de Divisar. pág. 85, Rosario, 1969.
10. Op. Cit. pág. 70, Bs. As. 1958.
11. Archivo Histórico de San Luis, carpeta Nº 28, doc. 3257, 25/10/1822 pág. 255.
13. Fernando O. Assunçao. Pilchas Criollas. Ediciones Master Fer, Montevideo,
1979
14. Información de Don Julio Ignacio Ferromola, Bolívar 564, San Luis.
15. Del libro inédito del autor: Carros y carretas en San Luis.
16. Autora citada. Folklore del Valle de Concarán, pág. 78, Edit. Laserre, Bs. As.
1966.

371
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

GLOSARIO

A
ALZADA: Altura del animal medida desde la cruz al vaso. El ins-
trumento con que se mide se llama “cartabón”.
AÑIL: Planta tintórea que proporciona el color azul.
APERITO CANTOR: Aperito pobre, de prendas ordinarias y viejas.
ARROBA: Medida de peso. Equivalía a 25 libras, u 11 kilos y 505
gramos. También se entendía por arroba los 10 kilos.
ASTIALES: Las paredes laterales del pique.

B
BAGUAL SOBÓN: Caballo perezoso, que necesita de estímulos
constantes.
BASTIACA: Un tipo de asado con cuero donde se utiliza preferen-
temente la cabeza y el pecho del novillo. Se hacen una zanja ancha
y profunda que lleva en el piso una gruesa capa de arena. Requiere
de 6 a 9 horas de cocción.
BATARAZA: Plumaje del gallo donde alternan los colores claros y
los grises.
BAYETA: Tela de lana, de trama floja, poco densa.
BOCA DE SEDA: De muy buena rienda; que obedece a la más leve
insinuación del jinete.
BOCHA: Porción de mineral de forma redondeada y de una sola
pieza.
BRIBÓN: Pícaro; de mala conducta.
BAYETÓN INGLÉS: Tela de lana con mucho pelo que se traía de
Inglaterra.

373
Colección Obras Completas

C
CALDILLO DE HUEVOS: Especie de sopa que se hace con aceite,
condimento, agua y huevos enteros o revueltos.
CALZAR: Colocar soportes de maderas para evitar que la veta se
derrumbe.
CABEZADA: Pieza de cuero o suela que sujeta el freno y ciñe la
cabeza y frente del caballo.
CASIMIR: Tela muy fina, negra por lo general, fabricada con lana
merina y en punto de tafetán. Existen casimires de lana y seda, y
de lana y algodón.
CARAVANAS: Pendientes. Aros que cuelgan.
CARBONADA: Plato de la cocina criolla que se prepara con tro-
citos de carne, zapallo, papa, batata, cebolla, arroz, orégano y sal.
CASQUILLOS DE PLATA: Pasadores de ese metal con que se
adorna riendas, cabezadas, accioneras, pretal, etc.
CATEAR: Exploración en busca de minerales.
CIMBRÓN: Tirón
CINCHA: Pieza del apero formado por la encimera, los correones
y la cincha propiamente dicha que ciñe la panza del caballo y que
se construye con tientos, piolín, lonilla, cuero o suela.
COMPONER: Arreglar el apero cuando se ha aflojado la cincha o
el animal ha echado al cogote o a las verijas.
CORRIDA: Veta que habiendo desaparecido en un sitio aparece
en otro.
CRIADERO: Depósito subterráneo de sustancias minerales. Se-
gún la Dra. Berta Elena Vidal de Battini fue voz corriente en los
siglos de la conquista y la colonización y expresaba una creencia
muy de la época sobre la fertilidad de la tierra para producir meta-
les como oro, plata, hierro y otros minerales.
CUARENTÍN: Maíz fino para tostar; blanco o amarillo. Produce
abundantes flores. También es lindo para mazamorra. Se llama
cuarentín porque a los 40 días ya está perfectamente granado.

CH
CHAFALONÍA: Pedazos de plata u objetos de plata en desuso que
se funden para realizar una obra nueva.
CHIPACO: Cemita. Pan de harina gruesa y morena.

374
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

CHALECO: Prenda de vestir masculina que cubre el busto. El pai-


sano (hachero, carrero, arriero) lo usa de telas comunes sin ador-
nos. El hombre de “más posibles”, de telas de superior calidad, mu-
chas veces de terciopelo con bordados y aplicaciones de trencillas.
En la época de Rosas se usó el chaleco punzó.
CHANCAR: Triturar la piedra, el cuarzo, etc.
CHISPA: Pinta pequeña. Es término correspondiente al argot mi-
nero.
CHÚCARO: Animal sin amansar.

D
DE MUCHOS POSIBLES: Persona pudiente económicamente.
DESPENARLO: Degollar al animal moribundo para que deje de
sufrir.
DESPINTAR: Partir la piedra o el cuarzo con la maza para sacarle
“la pinta” de mineral que contenga.

E
ENSARTADOR: Varilla de hierro en el que se ensarta la carne, el
cuarto de carne o el cordero entero, para asarlo a la llama.
ESTRIBOS: Pieza donde el jinete apoya los pies. Hay estribos de
botón, de pichico, campana, brasero, trompa de chancho, de arco,
etc.

F
FIADOR: Pieza de cuero que rodea el cogote del caballo. Pasa por
detrás de las orejas y termina en la garganta. En las carreras cua-
dreras el caballo debía sacar de ventaja la cabeza hasta el fiador
para tenerlo por ganador. El juez de cancha indicaba la ventaja do-
blando la oreja del animal hacia atrás.
FOGONERO: El encargado de encender y vigilar el fuego y calen-
tar las marcas en la yerra. El fuego más eficaz es el que se hace con
retaca de vaca. La marca debe estar totalmente tapada con retaca
para que caliente bien.
FLEQUILLO: Mechón de cerda no muy largo que se deja sobre la
frente del caballo cuando se lo tusa.
FLETE: Caballo de buen andar. La expresión “flete” tuvo origen en

375
Colección Obras Completas

las vaquerías. Cuando se alquilaba un caballo para hacer aquellas


expediciones, se pagaba por ello un precio llamado “flete”. La ex-
presión se trasladó, del precio del alquiler, al caballo alquilado. De
allí nació el vocablo con la significación actual
FLETE LISTO: Caballo pronto y voluntarioso.
FRENO HECHIZO: De construcción casera.

G
GIRO: Gallo que tiene plumas amarillentas en la golilla, las alas y
los caireles.
GUÍA: Tubo delgado de mineral que se extiende a lo largo de la
veta.

I
IMAGEN DE BULTO: Santo de cerámica, yeso, madera, bronce,
etc. Se dice “santo de bulto” por oposición a santo de estampa.

L
LIBRA: Antigua medida de peso. En Castilla equivalía a 460 gra-
mos.
LIQUIDAR: La última operación en el proceso de depuración del
mineral. Se hace con la ayuda de la maritata o de una palangana
sobre la corriente del río.
LLAMPO: Del quichua llampu. Blando, esponjoso, laxo, flojo.
Montículos de arena finísima que a veces contienen pequeñas
partículas de oro, wolfram, schelita; que se forman en las curvas
de los ríos.
LONGANIZAS: Comida que se prepara en el intestino grueso de
la vaca, con sangre amasada, sebo, zapallo, harina y condimentos.

M
MANEAR: Atar con la manea las manos del caballo, o con un lazo
las cuatro patas del animal vacuno, yeguarizo, lanar, caprino o
mular.
MANGA: Calle de forma irregular que comunica el campo con el corral
y que al llegar a este se enangosta para facilitar la entrada a los animales.
MAL ARRIENDADO: Mal adiestrado para obedecer a la rienda.

376
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

MATE GUARNECIDO: Adornado con piezas de plata.


MEDIO REBOZO: Rebozo de medianas dimensiones que se usaba
para la media estación. Al medio rebozo lo llevaban las damas de
mayor edad cuando asistían a misa, bailes, casamientos, bautis-
mos, etc. El tejido del medio rebozo era liviano.
MINGAS: Trabajo en colaboración donde los vecinos prestan su
ayuda para sembrar, cosechar, techar, pelar la fruta, hilar la lana,
etc., sin retribución monetaria. Generalmente la minga termina
en comilona y baile.
MORDORÉ: Color bordó.
MOTE: Choclo duro desgranado y cocido en agua sola.
MUSELINA: Tela muy fina de algodón, lana o seda. Las medias de
las damas eran frecuentemente de muselina.

N
NAVETA: Caja metálica donde se guarda el incienso.
NOQUE: Especie de balde de cuero que se utiliza para sacar agua
tirándolo con una soga atada a la cincha de un caballo o mula.

O
OJO DE AGUA: Manantial.
OREJEO: Tirar suavemente la primera carta del naipe tomándola
del ángulo superior derecho, hasta descubrir “la pinta” y el núme-
ro de la carta siguiente.

P
PANTALONES DE CORDONCILLO HECHIZO: Cordoncillo: tela
con listas angostas y abultadas en forma de tejido. Se llama tam-
bién cordoncillo al picote. Hechizo: de fabricación casera.
PÁRVULO: Criatura de corta edad.
PAÑUELO DE ESPUMILLA: Espumilla: tejido muy delicado.
PELAR LAS RANILLAS: Ranillas: manojo de pelos que cubre la
cara posterior del nudo de la mano del caballo.
PELERO: Abajera. Caronilla rústica que va en contacto con el pelo
del caballo.
PELUDOS: Pantanos en el camino, donde se enterraban los carros
y carretas.

377
Colección Obras Completas

PEPITA: Enfermedad de las gallinas. Es una especie de moquillo.


Se cura colocando una pluma atravesada detrás de la nuca de la
gallina.
PIAL: Tiro de lazo a las manos del animal.
PIAL DERECHO: El animal da el flanco derecho al pialador que
arroja el lazo con la argolla sobre el pecho.
PIAL DE VOLCADO: Al arrojar el lazo a las manos del animal la
argolla va hacia el piso y la armada contra el pecho.
PIAL POR SOBRE EL LOMO: El animal debe dar el flanco izquier-
do al enlazador (siempre que este no sea zurdo), quien arroja la
armada por sobre el cogote de la bestia calculando que la argolla
pegue sobre el lomo.
PICOTE: Tela ordinaria de fabricación casera que se elabora con
hilos de lana de oveja. Con el picote se confeccionaban antigua-
mente los vestidos de las mujeres campesinas.
PINTA: Partícula de mineral incrustado en la piedra.
PISINGALLO: Maíz muy bueno para tostar, como forraje para
equinos y alimento de aves de corral.
PIRQUINERO: Minero que no realiza una explotación sistemática
sino desordenada y superficial. Es el más pobre de los mineros.
PLANCHA: Cuando la marca de hierro está excesivamente calien-
te o se asienta por tiempo excesivo, produce una quemadura total
produciendo un borrón que no deja ver el dibujo de la marca.
PRETAL: Pieza del apero que ciñe el pecho del caballo. Los dos
ramales delanteros van asegurados a la par delantera de los bastos
y montura: el ramal trasero pasa entre las manos del caballo y va
asegurado al pegual o a la chincha. El pretal evita que el apero se
corra hacia atrás.
PUQUIO: Del quichua pugio. Vertiente, manantial.

R
RALEAR LA COLA: Entresacarle cerdas para que no sea tan volu-
minosa, de tal modo que el caballo pueda manejarla con facilidad
para espantar las alimañas: moscas, mosquitos, tábanos. Al propio
tiempo el raleo contribuye a la buena presencia del animal.
REAL: Lugar de reunión de las tropas de carretas o de los campea-
dores en las vaquerías, rodeos, etc.

378
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

REBOZO ENTERO: Prenda de abrigo que se lleva como manta cu-


briendo los hombros, la espalda y los brazos. Se usaron rebozos de
bayeta de Castilla con galones y bordados en colores verde, azul y
negro.
RESABIADO: Caballo lerdo, pesado, insensible a la espuela y al
rebenque.
REVENTÓN: Lugar relativamente superficial donde se almacenan
bolsones de mineral.
RIENDAS ENCASQUILLADAS: Adornadas con pasadores o cas-
quillos de plata.
ROLDANA: Polea muy usada en el campo para sacar agua del
pozo. Va colgada del travesaño al que sostienen dos postes planta-
dos uno frente al otro junto al pozo.

S
SACAR LAS UÑAS: Mostrar la habilidad.
SARGA: Tela tejida con líneas diagonales.
SE ABATANA: Se apelmaza.
SOBREPUESTO: Prenda del apero que se coloca sobre el cojinillo,
generalmente de cuero sobado de carpincho.
SOPAIPILLA: Torta frita en grasa que no se ofla sino que se toman
porciones de masa y se va armando una tortita con presión de los
dedos. Se hacen en forma redonda y rectangular con un agujerito
en el medio para evitar que se inflen al freírlas.
SORTIJA: Anillo.
SAYA: Especie de túnica.

T
TAFETÁN: Del persa “tafta”. Tejido. Tela de seda fina y muy tupida.
TIRAR: Tirar de la boca. “Operación que realiza el domador des-
pués del primer galope del potro con el objeto de que comience a
sentir la presión del bocado y vaya ablandando la boca para obe-
decer más tarde a la rienda...” (Tito Saubidet)
TOCADO: Prenda que las mujeres usaban para cubrir la cabeza.
También se llamó así al peinado de las damas.
TOQUE DE CAJA: Llamado convocando a la novena. Para ello se
dan tres toques de caja.

379
Colección Obras Completas

TORZAL: Lazo, generalmente de dos hebras, torcidas, no trenza-


das.
TREBEDES: Soportes de hierro de tres patas para colocar la pava
o la olla al fuego.
TRENZADOR: El hombre práctico en hacer trenzas, botones, pa-
sadores (o bombas) etc.
TUCOS: Coleópteros que aparecen más frecuentemente en vera-
no. Sus ojos emiten una luz azul. Los niños juegan con ellos y po-
niéndolos en la palma de la mano les dicen: “Tuquito volate adon-
de está mi suerte.”
TUSE EN ARCO: Cuando la línea del corte es convexa.

V
VARA: Medida de longitud equivalente a 835 milímetros y 9 dé-
cimas. Los pulperos que tenían vara corta eran multados y se los
obligaba a reformar la vara.
VELAS-PAJARITO-MARTILLO-MAZO: Figuras del tuse que se lo-
gran dejando mechones de cerda con formas determinadas, que
sobresalen de la línea del corte.
VIROLAS: Casquillos.

Y
YERRA: Trabajo de marcar los animales aplicándoles la marca
de hierro caliente. Antiguamente las yerras se hacían en forma de
mingas, prestándose los vecinos su mutua ayuda sin percepción
monetaria.

Z
ZANCO: Comida que se prepara con harina, grasa, sal y agua.
ZAPATOS DE BECERRO: Zapatos de cuero de ternero.
ZARAZA: Tela gruesa y tosca de color canela o tabaco.
ZARCILLOS DE ORO: Aros de oro.
ZARZO: Artefacto casero de forma rectangular construido gene-
ralmente de caña para secar higos, quesos, pelones, descarozados,
etc. El destinado a secar higos se le llama también “pasera”.

380
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

ÍNDICE TOMO II

3 Criterios de esta edición


5 Acerca del autor
9 Palabras introductorias: por Gustavo Romero Borri

FOLKLORE SANLUISEÑO

19 Prólogo por Augusto Raúl Cortazar
23 El Saber del Rastreador
26 Rastreadores Puntanos
34 El saber del Rastreador como hecho Folklórico
42 La Taba y el Código Civil
57 Postas y Diligencias en la jurisdicción de San Luis
77 El Rodeo
83 Charlatanes y Adivinos ante el Código Penal
109 Las Mingas
115 Carreras Cuadreras
133 El Mate
153 El Arriero
171 Paremiología Sanluiseña
177 Glosario
187 Personas Citadas

FOLKLORE PUNTANO

197 Prefacio para la 2ª edición: por Olga Fernández Latour


201 Prólogo de la 1ª edicion: por María Delia Gatica de
Montiveros
203 Precursores puntanos de la Investigacion folklórica
209 Folklore espiritual

381
Colección Obras Completas

211 Folklore poético:


La tonada,
213 La copla,
217 Adivinanzas,
222 Romances
224 Relaciones
226 Refranes
227 Destrabalenguas

FOLKLORE NARRATIVO
231 Leyendas etiológicas, históricas, míticas, religiosas
238 El cuento: Maravillosos, religiosos, animísticos, encadena
dos
242 Los narradores

USOS Y COSTUMBRES
249 Las novenas: Juegos y diversiones
255 El casamiento: Creencias y supersticiones
256 La ceremonia
259 La pequeña dote
260 El baile de San Vicente
263 Las Mingas
265 LA TOPONIMIA: Mapuche, huarpe, quichua, cacán,
comechingona castellana

MÚSICA Y DANZA
271 La tonada
272 El estilo, La vidalita. El gato
274 La cueca
275 La ranchera
276 El vals
277 La polca, La jota
281 Músicos y cantores populares
287 La caja

382
Jesús Liberato Tobares / Tomo II

MEDICINA POPULAR
293 Etiologías supersticiosas, naturales

LOS JUEGOS
299 El truco
304 La taba
306 Riña de gallos
310 El tejo
311 Los trompos
Las bolitas
312 La tapadita.
313 La cuarta
El barrilete
314 Otros juegos

FOLKLORE MATERIAL
317 La vivienda rural en San Luis

FOLKLORE LABORAL
323 Pircadores
324 Cercadores
325 Alambradores.
326 Poceros
327 Queseadoras
329 Ladrilleros
331 Mineros y pirquineros
332 Domadores
333 Tusadores

Medios de transporte
335 Las carretas
338 Las diligencias
340 Los carros
341 Las carretillas
383
Colección Obras Completas

343 Transporte a caballo


344 Los chasques
345 Arreos

Las artesanías
353 Comidas y bebidas regionales
361 La vestimenta
373 Glosario

384
Este libro se terminó de imprimir
en el mes de noviembre de 2018
en los Talleres Gráficos de Payné S. A.
Av. Lafinur 924, D5700MFO San Luis.
Tel. 0266 - 4422037 y líneas rotativas

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