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Leyendas de Guarayos

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LA LEYENDA DE LA LUNA

Los guarayos antiguos temían al tigre. Por ello, cuando se producía un


eclipse de luna, y ante la consternación que el fenómeno natural les
producía, creían que el felino intentaba comerse al satélite de la Tierra.
Ante el evento, el jefe de la tribu ordenaba a sus seguidores a lanzar
flechas incendiadas al cielo y a golpear todo lo que estaba a su alcance
para ahuyentar al tigre y salvar a la luna. Cuando el eclipse comenzaba a
disiparse, ellos creían que era porque el felino se retiraba de a poco,
acobardado por el bullicio armado por los indígenas. Esta costumbre se
mantiene viva, y se repitió en Ascensión de los eclipses de 1975 y 1996
EL HOMBRE SICURI
Cuentan que en la localidad de Yaguarú, 40 km al norte de Ascensión, vivía
una pareja de jóvenes recién casados y muy enamorados. Estos construyeron
su casita a unos 100 metros de la laguna. Allí vivían muy felices hasta que
sucedió algo muy extraño y que hasta hace poco, causaba mucho temor a los
habitantes del lugar.
Dicen que de la laguna, salía una enorme sicurí que se convertía en hombre,
con un sombrero muy grande. Aquel hombre todas las noches salía de la
laguna y se dirigía a la casita de los recién casados, se apegaba a la puerta
como si estuviera espiando o escuchando lo que ocurría adentro. Cuando esto
sucedía, la joven esposa comenzaba a dar gritos y a retorcerse en una horrible
pesadilla. Su esposo no podía comprender lo que pasaba y sufría porque la
amaba mucho. Esto ocurría todas las noches.
En un ocasión salió un vecino, tarde de la noche, para hacer sus necesidades.
Grande fue su sorpresa al descubrir una figura de hombre junto a la puerta de
su vecino.
Al día siguiente contó al esposo de la joven que había visto a un hombre con
un sombrero grande, parado junto a su puerta. El esposo, para verificar,
esperó esa misma noche, escondido con su escopeta. Cerca de la media noche
salió el hombre desde el centro de la laguna y se dirigió hacia la casita. Se paró
junto a la puerta. Al rato comenzaron a escucharse los gritos y quejidos de  la
joven mujer. El esposo apuntó cuidadosamente su arma hacia el misterioso
ser.  Justo al apretar el gatillo se desanimó porque percibió que era un
hombre de carne y hueso. El mismo que pronto se perdió en la oscuridad.
Al otro día contó a los vecinos lo que había pasado, entonces éstos le
animaron a que le disparase. La noche siguiente esperó al extraño visitante.
Volvió a salir de la laguna y se dirigió a la casita. Entonces el joven esposo le
pegó un tiro. El hombre se tambaleó y corrió como pudo hacia la laguna, tal
vez mortalmente herido.
Al clarear el día, los vecinos del pueblito llenos de curiosidad fueron a ver el
lugar donde posiblemente había caído.
Con gran asombro y miedo, descubrieron una enorme sicurí que apenas pudo
meter la cabeza dentro del agua.

LA LEYENDA DE LA PIÑA
Carú Guatá era una chica guaraya de pelo castaño. Tenía el cuerpo delgado y
esbelto. Su mayor debilidad era el gusto exagerado por el dulce, cuenta una
leyenda de estas tierras.
Carú Guatá salía con frecuencia al campo buscando frutas dulces. En una ocasión
descubrió, en el barbecho de su padre, una planta extraña y pensó: “¿Qué tal fuera
que esta plantita con espinitas diera un fruto dulce y agradable? Y así cada día se
apegaba a la plantita pidiéndole que su deseo se convierta en realidad. Un día vio
un fruto que brotaba de la planta y con mucha paciencia acompañó a su
crecimiento hasta la maduración. Entonces la chica quiso probar que no se había
equivocado. Y así fue. La fruta era dulce, amarilla y muy sabrosa, como
respondiendo a su deseo.
Como las espinitas del fruto le lastimaron la boca, la chica dijo: “pi…pi…ñaaa”.
Muy contenta llevó a su padre y le hizo probar el dulce y sabroso fruto. El papá
sorprendido preguntó cómo se llamaba la fruta y la niña respondió “pi…ña”. Muy
contento prometió a su hija cuidar la planta y hacer crías de ella. Así fue que Carú
Guatá, la chica dulcera, descubrió la dulce piña guaraya. 

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