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Kinley MacGregor - El Guerrero de La Oscuridad

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EL GUERRERO DE LA OSCURIDAD KINLEY MACGREGOR

3º LOS SEÑORES DE AVALON

DE

KINLEY MACGREGOR
EL GUERRERO DE LA OSCURIDAD KINLEY MACGREGOR
3º LOS SEÑORES DE AVALON

Ahora Cámelot se encuentra en manos de Morgana y sus camaradas. Ha


dejado de ser el lugar de la paz y la prosperidad, para convertirse en la
tierra de lo impuro y lo pecaminoso. Demonios, mandrágoras y otros seres
oscuros forman la hermandad de la nueva mesa, y otro pendragón ha surgido
de la nada para ocupar el trono dejado vacante por Arturo.

Antes humano, no puede estar más cambiado. Ahora es un demonio con una
sola misión: reunir la Mesa Redonda y reclamar los objetos sagrados. En
cuanto haya logrado hacerse con su control, no habrá nada que le impida
convertir el mundo en lo que le apetezca.

Pero no todos los antiguos seguidores de Arturo han desaparecido, y


ahora son la única esperanza que le queda a la humanidad.Antaño conocidos
como los caballeros de la Mesa Redonda, ahora son los señores de Avalón. Y
no se detendrán ante nada con tal de impedir que el nuevo pendragón se
salga con la suya.

La línea divisoria entre el bien y el mal se ha vuelto muy tenue. Es un reino


de caos y campeones. De magos y guerreros que intentan restaurar el
equilibrio tan dramáticamente alterado cuando un hombre depositó su
confianza en la persona equivocada.

Bienvenidos a un reino que existe fuera del tiempo. Bienvenidos a un


mundo en el que nada es nunca lo que parece. El campo de batalla abarca
desde las landas de la Edad Oscura de Arturo hasta muy lejos en el futuro,
donde el único rey verdadero y Mordred podrían volver a enfrentarse algún
día.

El suyo es un mundo ilimitado. Un lugar sin fronteras. Pero en esta


contienda por el poder, sólo puede haber un ganador...

Y ganar nunca ha sido más divertido.

Pero alguien les está dando caza y el mago Merlín pide ayuda a Varian,
hijo de un druida y una perversa mujer al servicio de Morgana. Merewyn
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quedó transformada en una horrible arpía tras un desventurado trato con


una bruja. La madre de Varian le promete devolverle su belleza a cambio de
que seduzca a su hijo para que revele los nombres de los caballeros...

Más tentador que el pecado, nadie sabe del parentesco de Varian. Varios
creen que su padre fue un Druida que fue seducido por una amante Adoni –
Eso explicaría su etérea belleza y sus andares seductores. Se mueve con
una gracia predadora y es más veloz que el rayo. El único problema es que…
no estamos seguros de que lado se encuentra. Hay algo insidiosamente
oscuro dentro de él que causa que los otros Señores no confíen en él.

Como Troy, varios creen que es un engendro del demonio. Sin


remordimientos e irreverente, le causa alegría irritar a sus hermanos siente
un placer perverso cuando los demás elaboran conjeturas sobre su lealtad.
Prefiere la soledad y tiene cierto entendimiento por la magia la cual es
bastante aterradora.

Como Merlin posee la Esfera de Sirona, y a menudo juega con las artes
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más oscuras. Debido a esto Morgen esta desesperada por conseguir poner
sus manos en él sin importar lo que cueste.

Los Trece Objetos sagrados

Estos eran los objetos sagrados que el Penmerlin, Emrys, le confió a


Arturo Pendragon para que pudiera gobernar la tierra en paz sin disputas.
Pero una vez Camelot cayó en manos malignas y el rey desapareció, el nuevo
Penmerlin confió los objetos sagrados en las manos de sus Waremerlins.
Fueron esparcidos y escondidos en el reino humano y oscuro para que así
nunca cayeran en manos perversas.

Ahora es una raza para reclamar y reunir los objetos perdidos.

1. Excalibur
Espada creada por los feys para el bien. El que la manipule no puede morir,
ni puede sangrar siempre y cuando sostenga la vaina que la enfunda.

2. Cesta de Garanhir
Creada para alimentar el ejército de Pendragon durante la Guerra. Pon
comida para uno, y aparecerá comida para más de cien.

3. Cuerno de Bran
Dado como acompañamiento para la cesta, este cuerno es una copa sin fin
que proveerá vino y agua para cualquiera que beba de él.

4. Silla de montar de Morrigan


Un regalo a los Penmerlin de la diosa Morrigan, esto le permitirá a una
persona ir instantáneamente a donde él lo desee. Fue creada para que el
Pendragon pudiera ocuparse de su reino sin problema alguno. No existe
distancia o tiempo bastante amplio. Puede mover una persona de un
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continente a otro, o de una época a otra.

5. Soga de Epona
Otorgada por la diosa Epona, la soga, si es colgada en la noche en una de las
columnas de su cama, le concederá al que la posee cualquier caballo que
desee en la mañana.

6. Telar de Caswallan
Un regalo del dios de la guerra, cualquier vestimenta producida de este
telar será más fuerte que cualquier armadura forjada por manos mortales.
Ningún arma mortal podrá jamás penetrar la vestimenta.

7. Mesa Redonda
Mesa de poder que fue creada por los Penmerlin. Cuando toda la gente está
sentada y los objetos en su lugar, es el poder absoluto. Quienquiera que
gobierne la mesa, gobierna el mundo.

8. Piedra de Taranis
Un regalo del dios del trueno. Si un caballero afila su espada en esta piedra,
cubrirá la espada con un veneno tan potente que hasta el más mínimo
rasguño con ella, causará una muerte inmediata.

9. Manto de Arturo
Un regalo de los Penmerlin. Este manto le permitirá al que lo use el poder de
la invisibilidad ante cualquiera que esté alrededor suyo.

10. Esfera de Sirona


Creada por la diosa de la astronomía. Éste esfera le permitirá al que la
sostenga en su mano ver claramente hasta en la noche más oscura.

11. Escudo de Dagda


Quienquiera que sostenga el escudo de Dagda estará poseído por una fuerza
sobrenatural. Además, siempre y cuando el escudo esté bien sostenido, no
podrá ser herido.

12. Caliburn
Una espada de los feys, esta es la espada maligna que equilibra a Excalibur.
Se dice que esta espada es mucho más ponderosa y que puede destruir los
otros objetos sagrados.

13. El Santo Grial


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Nadie sabe lo que es, o de donde vino. Es el objeto más grandioso de todos
pues puede traer a los muertos de nuevo al mundo de los vivos.

Vocabulario

Adoni - Una hermosa raza de criaturas élficas. Altos y esbeltos, son


capaces de ser inmensamente crueles.

Grises -Tan horribles como hermosos son los adoni, son esencialmente
sirvientes en Camelot.

Legión de Piedra - Raza maldita, la Legión de Piedra es comandada por


Garafyn. Durante el día, son feas gárgolas que se ven obligadas a
permanecer inmóviles (sólo pueden moverse si se lo ordena el que lleva su
emblema), pero de noche pueden moverse libremente, y bajo la luz de una
luna llena pueden volver a adoptar la forma de apuestos guerreros y
caballeros; pero sólo mientras los toca la luz de la luna llena. Si salen de
esta luz, volverán inmediatamente a su estado de gárgolas. Hay quienes
dicen que podría haber una forma de liberarlos de su maldición, pero hasta
el momento todos los que lo han intentado se han encontrado con el fracaso
y la muerte.

Mandragora - Una raza de seres que tienen la capacidad de convertirse


en dragones o humanos. Poseen ciertas habilidades mágicas, pero
actualmente su raza es esclava de Morgana.
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Merlín – Consejero mágico.

Merlín custodio - Término para cualquier merlín.

Miren - Un ser mágico capaz de cantar una canción tan hermosa que
matará a quien la oiga.

Mods - Esbirros de la muerte. Unas criaturas muy interesantes que


estarán presentes en muchas historias futuras.

Pendragón - El Gran Rey de Camelot.

Penmerlín - El Gran Merlín de Camelot.

Sharoc - Sombra mágica.

Terre derriére le voile - Tierra detrás del velo. Término empleado para
referirse tanto a Avalón como a Camelot dado que ambos existen fuera del
tiempo y el espacio.

Valsans retour- Valle sin retorno. Un paraje cerca de Camelot, donde los
condenados vagan en eterna miseria.

Prólogo

Sabios han dicho que dentro del corazón de cada hombre, se encuentra una
bestia noble que busca hacer siempre lo correcto. Pero antes de que se
convierta en un hombre, es un niño. En la mejor de las circunstancias, ese
niño es concebido por amor y es criado para que se convierta en un hombre
noble y generoso. Todo, con el fin de que cumpla su destino.

Y entonces existen otros. Aquellos que son concebidos en la oscuridad y el


engaño. Aquellos que son amamantados en amargura y odio. Estos no son
nobles bestias. Son feroces y violentos.

Son leones salvajes que lo único que tienen en mente es la destrucción


total.
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Estos hombres crecen odiando a todos a su alrededor. No por que quieren,


pero porque cuando se atrevían a pedir un poco de consuelo, se encontraban
con más odio y hostilidad. Con desdén y brutalidad. Es todo lo que conocen.
Todo lo que han aprendido.

Estos hombres se han convertido en todo a lo que han sido expuestos. Para
bien.

Para mal.

Para la maldad.

¿Como lo sé? Soy una de esas bestias. Destinado a ser un hijo de la luz,
nací de las artes más oscuras. Dividido entre las dos, jamás he conocido la
paz o la ayuda de alguien. Jamás he conocido lo que es una gentil caricia.
Malicia. Crueldad. Ira. Estas cosas son lo que me hicieron lo que soy ahora.
No soy noble, pero sin duda una bestia. Una que acosa esta vida en busca de
aquellos como yo que andan por los caminos de la maldad, para así
desenmascarar lo que en realidad son. Y una vez sabemos quienes son, soy yo
quien acaba con sus vidas.

Soy fortaleza. Soy siniestro.

Más que todo, soy odio. Es lo que me alimenta más de lo que puede
alimentar la leche materna.

No dejaré que sea de otra forma, pues es la parte más oscura de mi alma
que me permite hacer lo que debo. Ahora, si trabajo para mejorar la
humanidad o para mejorarme a mi mismo, nadie lo puede adivinar.

Ni siquiera yo.

Capítulo 1

—Hay un traidor entre nosotros.


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Con una expresión completamente estoica, Varian duFey levantó la mirada


de su escritorio donde perdía el tiempo con un juego de Sudoku, para
encontrarse con la mirada preocupada de Merlín. Como siempre, vestía un
largo traje medieval blanco adornado en oro, mientras su pálido y sedoso
cabello caía sobre sus hombros y espalda como un manto de seda. A
diferencia del Merlín que había servido al rey Arturo, Aquila Penmerlin era
ágil y joven, con una belleza que tan solo era superada por su inteligencia y
magia.

Frotando su barbilla, Varian tan solo levantó una ceja ante su


comportamiento agitado. —No me digas, Sherlock. Siempre hay un traidor
entre nosotros.

Reduciendo el espacio entre ambos, tomó su barbilla con su mano y lo


obligó a mirarla a los ojos. Esos fríos ojos azules se le clavaron, y por el
súbito movimiento de sus perfectos labios, sabía que no encontraba para
nada graciosas sus palabras. Antes de que pudiera moverse, agitó su mano
ante su rostro en forma circular, causando que una niebla creara una bola en
el aire. Mientras la niebla se movía en forma de espiral, comenzó a revelar
una imagen.

Mostraba a un hombre al rededor de sus veinte años acostado sobre su


propia sangre, solo que la sangre no era roja, era un oscuro y horrible gris…
al igual que toda la imagen. Eso le indicaba que el cuerpo no se encontraba en
el mundo del hombre o en Avalon. Se encontraba en el otro lado… aquel que
era controlado por la maldad mas pura.

Hermoso, tan solo hermoso. Podía ver justo a donde esto iba… directo a un
camino de porquería que terminaba con él completamente acabado.

De nuevo.

Si que debía ser todo un masoquista, de lo contrario, se levantaría ahora


mismo, le diría que se lo metiera por donde le cupiera, y se iría.
Si tan solo fuera así de fácil.
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Varian estudió más de cerca el cuerpo del hombre. Vestido en cota de


malla y sobreveste oscuro que eran comunes para la Inglaterra del siglo
doce, el hombre muerto tenía un brazo estirado hacia un edificio de piedra
como si estuviera tratando de pedir ayuda cuando murió. Como si alguien en
ese reino fuera a ayudar a otra persona. No a menos que una gran cantidad
de dinero estuviera de por medio.

Pero eso no fue lo que le molestó a Varian, ni tampoco le importaba que


fuera obvio por los moretones y las cortadas que el hombre había sido
golpeado severamente y torturado antes de que la muerte tuviese piedad de
él y se lo llevara. Lo que hizo detener su corazón, fue ver donde la armadura
del caballero había sido rasgada desde su hombro izquierdo para revelar el
tatuaje de un dragón rodeado por un fuego que salía de un cáliz. Tan solo
había un puñado de hombres que llevaban esa marca y sus nombres eran un
secreto muy bien cuidado. Más que eso, eran hombres que poseían una magia
poderosa. Solo eso debió mantener al hombre muerto a salvo de aquello que
lo mató.

—¿Un caballero del Santo Grial?

Merlín asintió mientras lo soltaba y daba un paso atrás. —Tarynce de


Essex. Los MODs de Morgen lo atraparon antes de que pudiera enviarle
ayuda. Lo arrastraron de su casa en la Inglaterra medieval a través del velo
hacia Glastonbury, donde lo mataron.

Que sorpresa. Conocía en persona a varios acólitos de la muerte de


Morgen, y estos eran un pesado grupo que tan solo vivían para tener una
oportunidad de matar a todo lo que se les cruzara por el camino. El ser
desatado en contra de un caballero original de La Mesa Redonda era algo
por lo que venderían a su propia madre. No había nada que amaran más que
bañarse en la sangre de sus enemigos… o también de sus amigos.

—¿Le sacaron algo? — le preguntó a Merlín.

La preocupación volvió a su ceño.

—No lo sé. Nadie lo sabe, excepto por los MODs o Morgen. Es por eso que
te necesito.
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Como odiaba esas palabras. Hace rato se había cansado de ser la


herramienta de Merlín. Siempre le estaba pidiendo que cazara los traidores
y obtuviera información del otro lado. Y cuando el traidor necesitaba ser
ejecutado, eso, también, era su trabajo. Sinceramente, quería ser absuelto
de todas esas desagradables tareas. Estaba cansado de estar en el medio
de Merlín y Morgen.

—No me necesitas para esto.

—Sí te necesito. Por la forma en que su armadura fue arrancada de su


hombro, parece que saben como buscar la marca. Alguien tuvo que decirles,
y si Morgen ya sabe esto, entonces sabe como identificar al resto de los
caballeros del Santo Grial. Estamos todos en peligro, Varian. Tú estas en
peligro.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para evitar que un extremadamente


sarcástico obvio se le saliera ante su tono tan grave. Siempre estaba en
peligro de alguien o algo. ¿Y qué? Hasta en este mismo momento vivía entre
sus enemigos, y eran directos al mostrar que ninguno lloraría su muerte.

—No puedes asustarme, Merlín. —dijo en voz baja. —Soy demasiado viejo
para historias de fantasma, y en realidad me importa un comino Morgen y su
rebaño. Si quieren venir por mi, avísale a los de la funeraria. Necesitarán
una gran cantidad de bolsas para cadáveres.

—¿Entonces no te importa que el resto de los Caballeros del Santo


Grial sean masacrados como animales?

Le respondió con una de sus propias preguntas.

—¿Debería?

Merlyn agitó su cabeza.

—Como miembros de La Mesa Redonda son tus hermanos.


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Si, claro. Ninguno de ellos se importaba con él como él no se importaba con


ellos. Si fuera al contrario, ellos lo entregarían en una bandeja de plata.

—Puedes decírselo a ellos.

Merlín alargó una amable mano para tocar su antebrazo. Sólo ella sabía que
la bondad era la única cosa que podía hacerlo débil. Había tenido tan poca
experiencia con ella que lo desconcertaba y nunca sabía como reaccionar.

—Por favor, Varian. Por mí. Eres el único en quien confío para que vaya a
Glastonbury y busque algo de información. Tengo un traidor que le dijo a
Morgen sobre ese tatuaje y Tarynce. Solo tú puedes enterarte de qué fue
lo que le sacaron los MODs antes de matarlo. Además, alguien debe traerlo
a casa para darle apropiada sepultura. Es lo menos que podemos hacer por
uno de los nuestros.

Que fácil lo hacía sonar, pero Glastonbury no era un sitio para un hombre
como él. Aunque tal vez si lo era. Antes de que Arturo cayera a manos de
Mordred, Glastonbury y su abadía eran lugares de gran belleza. Ahora
existía en un reino de tinieblas entre Camelot y Avalon.

Nada con algo de decencia vivía allí. Nada. Era el infierno, y prefería que le
cortaran la nariz antes de pisar ese lugar de nuevo.

Pero antes de que pudiera decirle eso, la puerta a la sala de estar se abrió
y tres hombres entraron. Como él, eran los restos de La Mesa Redonda del
Rey Arturo. Ademar, Garyth y el bien llamado Bors, quien era, en realidad,
extremadamente aburrido. El padre de Bors había sido un primo del padre
de Varian. Alguna vez sus padres lucharon lado a lado. Desafortunadamente,
esa hermandad se perdió en sus hijos que no podían soportarse el uno al
otro.

—Veo que has encontrado a nuestro traidor, Merlín. —Ademar comentó


despectivamente mientras le daba una mirada letal a Varian. Tenía cabello
marrón y facciones que a modo de ver de Varian lo hacían parecer como un
ratón. Con una estatura de 1,67, el caballero caminaba como si tuviera la
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estatura de un gigante. Y tenía la habilidad para apoyar esa arrogancia que


en realidad era nula.

Con tan solo 8 centímetros más que Ademar, Garyth era corpulento con
ojos pequeños y del mismo marrón que su cabello. Se movió para acercársele
a Varian para que así pudiera hacer más visible su desdén. Aunque Varian ya
sabía que Garyth lo odiaba. Tenía que ser completamente estúpido para no
notarlo.

—De tal palo tal astilla.

Eso dolía, pero no por las razones que Garyth pensaba. No era la traición
de Lancelot lo que le molestaba a Varian. Había sido la crueldad de su padre.

Varian se recostó en su silla y cruzó los brazos sobre su pecho mientras


les ofrecía a los hombres una mirada sin expresión alguna.

—Si quieren comenzar una pelea conmigo, pónganse su armadura y


encuéntrenme en las listas. No necesito palabras que me impulsen a
patearles el trasero. Demonios, ni siquiera utilizaré mis poderes para
ganarles. He estado esperando para ensuciarme las manos con sangre de
nuevo.

—Varian, — dijo Merlín severamente mientras retrocedía un paso. —No


necesitamos problemas mientras tenemos una situación tan crítica como
esta. Tan solo quedan cinco caballeros del Santo Grial. Si Morgen se entera
del lugar donde se encuentra el grial…

No terminó su frase. No había necesidad. Sin la descendencia, no habría


nadie que se enfrentara a Morgen y la derrotara. El Santo Grial tenía
secretos y un poder primordial tan inmenso que la persona que lo tuviera
sería indestructible. Ese era el por qué, a diferencia de los otros objetos
sagrados que Arturo había utilizado para gobernar Bretaña, tenía más de un
guardián para esconderlo.

Cada uno de los caballeros del grial tenía una conexión directa al poder que
había creado el grial y cada uno guardaba una pista que podía llevar a su
escondite. Nadie en esta tierra sabía donde se encontraba el grial.

Nadie.
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Pero si Morgen obtenía cada pista de cada uno de los seis caballeros,
entonces tendría la ubicación del grial. Y Varian había visto lo suficiente de
su magia para ver lo que le haría al mundo.

¿Por que me importa?

No tenía idea, pero la patética verdad era que sí le importaba. Levantando


la mirada hacia Merlín, proyectó su próximo pensamiento para ella sola.
Necesito saber a quien protejo.

Tristeza oscureció sus ojos. Sabes que no puedo decírtelo. No es que no


confíe en ti, Varian, pero si caes en manos de Morgen es mejor que solo yo
conozca las identidades de los caballeros del grial que aún siguen con vida.

Tenía razón. Si Morgen lo torturaba, no podía garantizar que no los


traicionaría para que se detuviera. Había hecho su ambición en la vida el
vender amigos y aliados.

Bien. Levantándose, cerró su libro de Sudoku.

—Eso es, — dijo Ademar retorciendo los labios. —Escabúllete de vuelta al


agujero de donde saliste.

Merlín se puso rígida.

—Ademar, deberías estar agradecido que aún tengo influencia en Varian.


Pero si continúas esto, no lo detendré. Ay de ti si alguna vez es desatado.

Ademar tosió.

—No le temo a engendros del demonio. Los destruyo.

Varian rió ante eso mientras se detenía al lado del caballero que apenas le
llegaba al hombro. Respiró profundamente para poder oler bien el temor y el
sudor del hombre.

—Los orgullosos tan solo alardean para ocultar su cobardía. Puedes no


temerle a los engendros del demonio, pero sí me temes a mí.

Ademar intentó lanzársele pero Bors lo detuvo. Alto y delgado, Bors tenía
rasgos similares a los de Varian.
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—No vale la pena, hermano.

El humor desapareció en Varian al encontrar la mirada de su primo. Eran


familia. Pero más que eso, eran enemigos. Y rencorosos además.

—Es verdad, Addy, — dijo Varian con una nota de diversión. —Tu vida no
vale la pena el atacarme, y ese es el precio que pido a cambio. —Se volteó
para mirar a Merlín. —Iré y haré lo que me pides, Merlín. Pero mi paciencia
y disposición a ser tu perro faldero se está acabando.

—Lo entiendo, Varian. Pero quiero que sepas que tienes toda mi gratitud.

Su gratitud y su desdén. Eso si que lo hacía sentir cálido y feliz por


dentro. Pero entonces no lo podían culpar por odiarlo. Había nacido
maldecido. El hijo del caballero más querido de Arturo y el hijo del más
implacable enemigo. A diferencia de los otros, su lealtad hacía los dos lados
del conflicto la llevaba en su sangre. Era una lealtad que ambos lados no
vacilaban en abusar.

Se detuvo en la puerta para volver a mirar a Merlín.

—Sabes que hay una cosa buena en todo esto.

Merlín le dio una mirada perpleja.

—¿Y eso es?

Merlín indicó a Ademar con un movimiento de su barbilla.

—Al menos mi madre no me dio un nombre que suena a un desagradable


dulce. —Se retiró y cerró la puerta un instante antes de que una daga se
incrustara justo en el lugar donde su cabeza había estado.

Miró la punta de la daga que había atravesado toda la madera y dio una
siniestra risa. Sinceramente, no era tan hijo de su padre como lo era de su
madre. No había nada que disfrutara más en la vida que molestar a los
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demás. Nada que le gustara más que sentir la sangre de sus enemigos cubrir
sus manos, pero no antes de tener el tiempo suficiente para torturarlos.

Gentileza, compasión. Los Señores de Avalon se las podían meter por sus
colectivos traseros.

Pelea, caos, insultos. Esos si eran sus asuntos, y los adoraba.


Varian pasó su mano sobre sus ropas, cambiando su camiseta negra
y jeans al atuendo medieval que era necesario para aventurarse en esa
abadía. Su coleto era pesado, pero no tan pesado como la camisa de cota de
malla que frotaba su piel.

Puso en su lugar el protector de cuero de su antebrazo que tenía insertado


un pedazo de metal diseñado para proteger su antebrazo de un golpe de una
espada y descansó su mano en la empuñadura de su espada. Para descubrir
esto, tendría que ir directamente a la abadía de Glastonbury.

En el lado humano del velo, la abadía no era más que ruinas. Detrás del
velo, aún era abundante, solo que nada de santo había en él. Era profano.
También era un lugar neutral donde no funcionaba la magia.

Nadie estaba seguro del por qué. Pero Varian sospechaba que tenía que ver
con el hecho de que cuando Camelot y Avalon fueron retirados del reino
mortal hacia uno de los fey, Glastonbury debió haber permanecido intacto,
tan ignorantes de la deserción de los dos lugares como el resto del mundo.
En cambio, la magia se había infiltrado accidentalmente en su pueblo
absorbiéndolos al mismo tiempo con la magia positiva y negativa que creó a
Avalon y a Camelot.

Ahora estaba yendo a un lugar donde su magia era inservible, tal vez esta
era la razón por la que los MODs habían matado a Tyrence allí. Era uno de
los pocos lugares donde el caballero del grial estaría sin sus poderes para
luchar contra sus enemigos.

En Glastonbury, tan solo la habilidad del brazo que Varian utilizaba para
empuñar su espada le ayudaría. Eso y su buena de voluntad de matar
implacablemente a cualquiera que lo molestara.
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Ah si… que bueno era ser malvado.

Capítulo 2

La Abadía de Glastonbury era un pozo de suciedad humana y libertinaje.


Hace mucho tiempo, cuando Avalon y Camelot pertenecían al mundo humano,
había sido una maravilla de ingeniería y belleza.

La bóveda corrugada de la nave había sido pintada en colores claros y


dorados para que brillara como si fuera el mismo sol. La vidriera de colores
había sido una profusión de color que atrapaba cada rayo del sol antes de
esparcir su brillante arco iris en el piso de piedra.

Personas del mundo entero habían viajado tan solo por una oportunidad de
verla. Los monjes que la habían llamado hogar trabajaron bastante para
mantener su belleza. Sus voces en algún momento habían sonado en cantos
de capella como un coro angelical.

Pero eso fue en un entonces.

Ahora existía en un reino de tinieblas donde no había ningún color, tan solo
distintos tonos de gris. Y había llegado aquí por puro accidente.

En el un principio, tan solo Camelot y Avalon debieron ser arrastrados al


otro lado del velo para ocultarlos del mundo de los humanos y así
protegerlos de la maldad que infectaba a este. Pero Damé fortune no
siempre era generoso, y Glastonbury junto con su prestigiosa abadía,
también habían sido llevados al otro lado del velo.
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Inconscientes de lo que estaba pasando aquella fatídica noche cuando


Avalon y Camelot fueron ocultos, varios hombres y mujeres se vieron en
medio de esta batalla y fueron atrapados en este lugar, fuera del tiempo. En
el mundo humano, sus familias habían asumido que habían escapado o
muerto. Pero en este mundo, aún vivían a través de los siglos y recordaban
una época en la que su mundo había sido próspero y podían abandonar
Glastonbury o Camelot cuando quisieran.

Pero eso ya lo habían perdido.

Excluidos por accidente del reino de Avalon, su única opción era vivir en
Glastonbury o aventurarse en las tierras de Camelot, estas se encontraban
llenas de seres malvados que tan solo vivían para torturar y matar a aquellos
los suficientemente idiotas que se atrevían a acercárseles.

Por obvias razones, los ocupantes de Glastonbury escogían estar en la


limitada zona neutral. Aunque, con cada año que pasaba, su neutralidad
disminuía, y los habitantes comenzaron a verse más y más como las almas
retorcidas que llaman Camelot hogar. En realidad era una pena. En una
época, habían sido gente casi decente.

Pero entonces, en tiempos de guerra, siempre eran los inocentes los que
sufrían más, y en esta guerra, ellos eran los inocentes que se habían
encontrado en el medio de las dos fuerzas más poderosas en la tierra.

Si uno se paraba en la torre más al norte de la abadía o el Tor, podían ver


la división de las tierras. A la izquierda estaba la cortina de luz y color que
delineaba Avalon. A la derecha se encontraba el mundo de oscuro gris que
era el Camelot de Morgen.

Debería ser fácil cruzar la línea demarcada. Pero las apariencias eran
definitivamente engañosas. Para aquellos seres sin alma y malditos que vivían
en Camelot, la luz de Avalon era en realidad dolorosa.

Quemaba tanto que solo un puñado podía soportarla.


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Para aquellos que vivían en Avalon, la oscuridad era algo al que temerle. Se
decía que cualquiera que se atreviera a aventurarse allí era consumido por
ella. El vivir en la oscuridad era rendir todo lo bueno dentro de ti. La
Oscuridad era un ama viciosa que exigía el sacrificio de la moral y la
decencia.

Y en medio de esas dos tierras se encontraba esta. Desterrada a la noche


eterna, no había color aquí al igual que no lo había en Camelot. El cielo
oscilaba entre el negro y un monótono gris. Los días se difuminaban entre
ellos mientras la gente del pueblo intentaba encontrar cualquier consuelo
que pudieran de su destino.

Pero no había mucho que pudieran hacer.

Y al igual que los habitantes de Camelot, ellos, también, odiaban a aquellos


que vivían en Avalon.

En una época Merewyn de Mercia había vivido en el reino de la luz. No en


Avalon, pues nunca había sabido que existía. No, había vivido en la tierra de
Mercia como una princesa. Más hermosa que Helena de Troya, había sido la
mujer más buscada de su época y había sido forzada a ver hombres matarse
los unos a los otros tan solo por una oportunidad de verla sonreír.

Había odiado cada minuto. Y cuando su padre le había dicho que el momento
había llegado de casarse con un hombre que no veía más que su belleza,
había convocado a una de las criaturas que llamaba a la oscuridad hogar. Con
la magia mejor a un lado, había conjurado a uno de los Adoni – una raza de
elfos tan cruel que hasta los demonios les temían.

A la luz de la luna llena, Merewyn había hecho un trato que la había


perseguido desde entonces. Había cambiado su belleza por su libertad, o así
lo había pensado. Un trato doloroso aquel, pues Merewyn no tenía idea de las
repercusiones que eso traería.

Ahora se encontraba en la abadía, escondida detrás de un muro con su


ama, el mismo ser que le había robado su belleza y la había esclavizado.
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Moría por saber que estaban haciendo aquí en la taberna, pero no se


atrevía. Su ama no toleraba ninguna pregunta. Pero igual, su ama toleraba
pocas cosas.

Con una mirada de envidia, miró el largo y rizado cabello rubio de su ama.
Todos los Adoni eran hermosos, pero incluso para sus excepcionales
criterios, Narishka sobresalía. De baja estatura y voluptuosa, era lo que
cualquier hombre soñaba en tocar y lo que cualquier mujer soñaba ser.
Excepto por la oscuridad de su alma que tan solo era igualada por la
oscuridad de su corazón.

—Dame más vino, gusano.

Merewyn parpadeó ante la inesperada orden. Esa reacción demorada le


costó, pues Narishka le dio una bofetada.

—¿Eres sorda además de horrible, muchacha?? ¡Muévete!

Con su mejilla adolorida, Merewyn tomó el cáliz al frente de Narishka y


corrió a toda prisa antes de que su ama la golpeara otra vez. Odiaba la
forma en que cojeaba pues una pierna era mas corta que la otra, un
accidente que había ocurrido una única vez que había intentado escapar de
su cruel ama.

Miró a través del muro para ver si Narishka la estaba mirando, pero no
podía saberlo. El muro cubría por completo la presencia de su ama.

—¡Mira por donde caminas, bruja!

Se puso rígida ante las duras palabras del caballero que por poco había
golpeado en su apuro.

—Disculpadme, señor.

Aún así, la empujó apartándola de sí justo contra la espalda de otro


hombre. Volteándose, el hombre maldijo e hizo una mueca de desagrado al
ver su horrible rostro manchado y enmarañado cabello.

—Apartaos de mi, atroz medusa.


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Entonces, él también, la apartó de si, justo en contra de una mesa llena de


hombres que jugaban a los dados. Esta vez, su choque causó que bebida
cayera por completo sobre el brazo del hombre que golpeó. Maldiciendo, se
levantó de su silla, tomó una daga circular y le lanzó una mirada llena de
odio.

Merewyn se puso tensa y esperó a que la daga la atravesara. Pero justo


cuando se la hubiera enterrado, el hombre fue volteado para confrontar a
otro hombre. Uno que sostenía la mano y la daga de su atacante como si
fueran del todo inofensivas.

Su mandíbula se aflojó. No de miedo, pero por una sorpresa que la dejó


boquiabierta. El recién llegado era alto y delgado con los ojos más verdes
que ella jamás había visto en toda su vida. Tan claros como una bola de
cristal, parecía brillar en un rostro tan perfectamente esculpido que debía
ser un Adoni. Sí, efectivamente tenía la forma letal de la raza, pero ningún
Adoni se molestaría en salvar a algo como ella.

Su ondulado cabello negro le llegaba a los hombros en una forma tan


caótica que decía que era alguien que no se preocupaba con su apariencia, al
igual que su corta barba que oscurecía sus bronceadas mejillas y resaltaba
el leve hoyuelo en su mentón.

Sin palabra alguna, utilizó la armadura en su antebrazo para quitarle la


daga de la mano del que sería su atacante y lo golpeó fuertemente. El
hombre tambaleó contra la mesa y luego se abalanzó contra su salvador.
Pero antes de que pudiera alcanzarlo, otro hombre lo apartó.

—Es Varian duFey al que estáis atacando, Hugh. Pensadlo bien.

Merewyn cerró rápidamente su mandíbula ante el nombre que era


legendario entre los seres malignos que llamaban Camelot hogar. Se decía
que era un engendro del demonio que vivía de la sangre de sus enemigos.
Que había vendido su alma al demonio o Tuathat Dé Danann para que ningún
hombre pudiera derrotarlo en batalla. Que había matado a su propio
hermano tan solo para que pudiera aprender magia Adoni y alimentar sus
propios poderes. Pero peor aún, se decía que conocía magia tan oscura que
hasta Morgen le temía.
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Y esas eran tan solo unas de las numerosas historias que eran dichas de su
insaciable crueldad.

Y por el maligno torcer de sus labios mientras veía a Hugh como si fuera un
hombre mirando una mosca que pretendía aplastar, creía cada una de esas
historias.

—¿Que pasa, Hugh? —Varian se mofó de él con un profundo y resonante


tono que corrió por toda su espina dorsal como suave terciopelo. —¿Tan solo
atacas a aquellos que no pueden defenderse a si mismos? ¿Qué tal si
intentas atacarme un poco?

Odio destelló en los ojos de Hugh, pero sabía que era mejor no responder.
Los rumores decían que Varian duFey utilizaba las entrañas de sus enemigos
como cordones de sus botas y armadura.

Era uno de los pocos seres que podía caminar entre Avalon y Camelot por
que ni Merlín ni Morgen se atrevían a confrontarlo.

Hugh escupió en el piso antes de envainar la daga en su cintura y retomó su


asiento.

Varian dio un vistazo a los otros que se encontraban congelados en rígidas


posturas. Y mientras su mirada caía en cada uno de ellos, miraban a su
alrededor nerviosos antes de volver a lo que fuera que estuvieran haciendo.
Tan solo eso hablaba de las habilidades y poderes del hombre.

Vio la satisfacción en los ojos de cristal verde de Varian antes de


arrodillarse y levantar el cáliz que ella había dejado caer al suelo.

Para su completo asombro, se la dio, y aunque sabía que era poco probable,
hubiera jurado que su mirada se ablandó al encontrar la suya. Aún así, notó
la compasión en sus ojos mientras veía lo deforme que estaba ella. –Mejor
vuelves a lo tuyo, muchacha. Sé un poco más cuidadosa esta vez.

La sola palabra que la reconocía como mujer y no una bruja la atravesó


como una ráfaga de nervios. Habían pasado siglos desde que un hombre la
había mirado con algo más que completo asco en su mirada. Innumerables
siglos desde la última vez que alguien la había llamado algo más que bruja,
arpía, o algún otro insulto.
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Inclinando su cabeza ante él, corrió a toda prisa para completar su


encargo. Pero no pudo resistir una rápida mirada hacia donde él se habría
paso hacia el tendero. Ya la había olvidado, pero ella nunca lo olvidaría o la
bondad que le había mostrado.

Varian se ubicó al final de la taberna con su espalda hacia la pared. Un


habito que ya había adquirido al tener tanta gente a su alrededor queriendo
atravesar un cuchillo por su espalda en vez de dirigirle la palabra. Le
gustaba siempre mantener su mirada en la multitud.

Y hablando de multitud, su mirada se apartó de los clientes enfadados


hacia la torcida vieja que había salvado. Cojeaba y tenía una grande joroba
en su espalda. Su cabello negro estaba enmarañado y sucio. Pero era su
rostro el que mostraba la tragedia de su vida. Con cicatrices en su rostro
por la viruela, tenía un ojo entrecerrado y una gigante nariz. Sus labios
estaban torcidos e hinchados, le babeaban tanto que constantemente tenía
que limpiarse la boca con la parte trasera de su mano. Si no fuera por el
hecho de que estaba aquí en Glastonbury y era tan servil, hubiera pensado
que era uno de los retorcidos graylings que servían a Morgen.

Pobre al estar atrapada en un lugar como este con personas que tan solo se
preocupaban por su propia amargura y no tenían piedad para ofrecerle a
alguien más.

—¿Que haces aquí?

Varian se volteó para mirar a Dafyn que lo miraba con malicia… eso
atravesó su alma profundamente. Siglos atrás, Dafyn, quien era un hombre
alto, corpulento y con barba, había sido dueño de una taberna en
Glastonbury. Y mientras barría a Varian con una mirada despectiva, él
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recordó el día en que lo vio por primera vez. Varian había tenido siete años y
su madre lo había acabado de abandonar en el umbral de su padre. Ninguno
de sus padres lo había querido, así que había decidido escaparse y andar por
cuenta propia.

Tan solo había logrado llegar a la taberna cuando, agotado por su larga
caminata desde el castillo hasta el pueblo, se había sentado junto a la
puerta. Dafyn lo había visto jadeando allí y le preguntó lo que estaba
haciendo. Tan pronto como Varian le había explicado, le había ofrecido
trabajo.

—Bueno, pues si vas a estar por cuenta propia, muchacho, necesitarás


monedas. Tengo pisos que necesitan ser barridos, y sí que me vendría bien
tener un catador de pan que me diga que el mío es el mejor del pueblo antes
de servírselo a mis clientes. ¿Qué dices si trabajas para mí?

Pensando que su vida estaba por mejorar enormemente, Varian había


aceptado con gratitud.

Claro que su padre lo había encontrado unas horas después. Le había jalado
las orejas por irse y lo forzó a volver a Camelot contra su voluntad. Pero
mientras crecía y se convertía en hombre, se había encontrado varias veces
de vuelta en la taberna y gastando un poco de tiempo con Dafyn.

Hasta la noche que el velo había aparecido y Dafyn se había encontrado


atrapado en este lado mientras su familia aún estaba en el mundo humano. El
dolor, la pena y la amargura habían estropeado a un buen hombre, y a hora
Dafyn, como todos los que se encontraba aquí, lo matarían si tuvieran una
oportunidad.

Varian abrió la pequeña bolsa de cuero en su cintura y sacó veinte marcos


de oro.

—Un hombre fue asesinado a las afueras de la abadía anoche.

Dafyn observó con desprecio mientras tomaba las monedas y las guardaba.

—Siempre hay un asesinato por aquí. ¿Y qué?

—Este era uno de Los Señores de Avalon.


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—Y una vez más, ¿Y qué?

Varian apretó los dientes antes de sacar más monedas de oro y las puso
sobre la barra en frente de Dafyn.

—Nada sucede dentro o fuera de la abadía que tú no sepas. Dime quien lo


mató.

Los ojos marrones de Dafyn en realidad brillaron un poco al tomar el


montón de monedas del mostrador y ponerlas en su bolsillo.

—Bracken los estaba guiando.

Ese nombre en realidad hizo detener un momento a Varian. Bracken era


uno de los MODs más letales que Morgen comandaba, aunque el término,
“comandar” era usado a la ligera ya que los MODs se habían comido a su
último amo, el dios Balor. Ellos tenían más o menos un contrato poco
convincente con Morgen de “te serviremos siempre y cuando no dejes que
los dioses nos maten y nos molesten.” Al final del día, no había duda de que
fácilmente podían matarla, pero lo último que los MODs querían era ser
puestos en contra del Tuatha Dé Danann. Ese grupo en particular de dioses
celtas que eran conocidos por su crueldad.

Y el que Bracken hubiera participado no era nada bueno para Varian ya que
estaría interrogando al demonio que no le gustaba ser para nada
interrogado.

De repente, la mirada de Dafyn se movió hacia el hombro de Varian y


entrecerró los ojos.

Una fisura de poder subió por toda la espina dorsal de Varian, y aunque la
magia estaba neutralizada en la abadía –esta era la razón por la que Dafyn
había movido su taberna dentro de los muros– sabía que la persona que se
estaba acercando era extremadamente “dotada”. Y era una marca de poder
que reconoció inmediatamente mientras Dafyn desaparecía al instante.

—Hola, madre. —Dijo antes de voltearse y mirarla por encima de su


hombro.
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Narishka era aún tan hermosa como cualquier mujer humana de veinte
años. Siendo un Adoni inmortal definitivamente tenía sus ventajas. Su
cabello dorado estaba adornado en trenzas que había recogido en la corona
que tenía en su cabeza con un diseño que hacía caer algunos bucles sobre
sus hombros. Su suelto vestido negro si acaso cubría sus amplios atributos
mientras le ofrecía una fría sonrisa.

—Bienvenido a casa, hijo.

Varian alargó su mano hacia la parte trasera del mostrador para tomar una
jarra y cáliz antes de servirse un trago bien cargado.

—Esto a duras penas es mi hogar.

—Ah, sí, prefieres dormir con nuestros enemigos.

Él resopló antes de probar la cerveza rancia que lo quemaba como si fuera


fuego.

—Me echaste, ¿recuerdas?

—Un error de estrategia por mi parte.

—Hmm…—dijo, no creyéndole por un momento mientras ponía su cáliz en el


mostrador. Su madre nunca cometía ese tipo de errores.

Inclinando su cabeza hacia un lado, frunció el ceño mientras veía la


deforme criatura en la sombra de su madre.

Su madre se dio cuenta de su momentánea distracción.

—Gracias por salvar a mi sirvienta. Odiaría tenerla más destrozada de lo


que ya está.

Volvió a encontrar la mirada fría de su madre.

—Entonces tal vez deberías liberarla.

—Talvez debería…
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No se le pasó de largo el brillo calculador que apareció en sus ojos.

—¿Y por que estas aquí, madre?

Ella fingió un puchero inocente.

—¿No puedo tan solo extrañar a mi hijo?

Él en realidad se atragantó con la cerveza ante tal absurda declaración. Le


tomó unos cuantos segundos toser para aclarar su garganta.

—¿Y cuantos siglos te ha tomado el descubrir tal instinto maternal que


obviamente estaba enterrado profundamente dentro de ti? Ah, espera, tal
vez deba ir por el rompe–piedras para romper el granito y así encontrarlo,
¿que tal?

Ella le chasqueó la lengua.

—Te he extrañado, Varian. — Alargó su mano para tocarle su mejilla.

Varian rápidamente dio un paso atrás.

Su acusación no había sido a la ligera. Nunca en su vida su madre lo había


tocado con afecto. Y, a menos que en realidad se hubiera vuelto loca, dudaba
que iba a cambiar ahora.

—De acuerdo, —dijo bruscamente, dándose cuenta que él no era tan


estúpido. —Morgen y yo te queremos de nuestro lado.

—Sí, claro que quieren. Pero son unos cuantos siglos demasiado tarde,
madre. Ustedes dos brujas debieron haber utilizado sus poderes para ver
que el pequeño Varian no volviera al rebaño. Nunca. El día que me dejaste en
Camelot me dijiste que tenías cosas más importantes que hacer que jugar de
niñera con un rebelde mocoso.

—Lo que hice fue lamentable…


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Tuvo que detener una risa ante eso. La única razón por la que le era
lamentable era el simple hecho de que él se había convertido en uno de los
más poderosos hechiceros del cuerpo elite de Merlín.

—Pero soy tu madre. Y te he observado todos estos siglos a medida que


tus poderes incrementaban. He estado bastante orgullosa de ti. Bueno, no
orgullosa de que pelees por esa zorra y frustres los planes de Morgen, pero
orgullosa de que no vaciles en matar a aquellos que se meten en tu camino. Al
igual que nosotros, eres malvado en tu corazón. Lo he visto yo misma y me ha
dado esperanzas. Vuelve a casa, Varian. Morgen te recompenzará en gran
medida. Puedes tener todas las monedas que desees. Puedes tener las
mujeres más hermosas, hasta vírgenes. Aunque puede que lleve tiempo
encontrar de esas en Camelot, pero… lo que quieras tener, con gusto te lo
cederemos.

—Jamás volvería a Camelot. Ni por todas las riquezas de este mundo


y las del otro combinadas. No necesito ayuda con mujeres, y personalmente
me gusta lo que hago. Así que, sin ofender y con toda sinceridad, jódete,
madre.

Le dio una mirada condescendiente.

—¿Te gusta que Merlín te use? Ser enviado a las misiones que los otros
Señores de Avalon no desean tomar para así no ensuciarse las manos? ¿Es
eso lo que en verdad quieres? Ni siquiera te lo agradecen. Te odian.

Era verdad, pero eso no cambiaba nada.

—Y a cambio quieres que sirva a Morgen. ¿Qué mate indiscriminadamente?


¿Aún odiado y sin valor alguno? En serio madre, ¿por quien me tomas?
Morgen tiene asesinos de sobra. ¿Por qué soy tan importante que ahora me
haces esta oferta?

—Por que te necesitamos. Merlín confía en ti como en ningún otro.

Varian estrechó los ojos ante tal comentario, el cual le decía mucho.

—¿Qué fue lo que le sacaron exactamente a Tarynce?


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Completamente inmutable por lo que le hicieron al pobre hombre, en


realidad contestó.

—Hay otros caballeros del grial. Cinco para ser precisos. Necesitamos sus
nombres.

—¿Y por qué habría de decírtelos?

—Podrías ser la mano derecha de Morgen, Varian. Con el Santo Grial, no


necesitaría nada más. Por ti, hasta mataría al nuevo rey. Tan solo decidlo y
Arador estará muerto. Puedes ser su reemplazo.

—¡Genial! Digamos que… no. Hasta que encuentre una forma de resucitar a
Mordred, y entonces estaré tan muerto como Arador.

—Morgen no haría eso.

—Sí, claro. Estamos hablando de Morgen. Morgen, quien puso de cabeza el


universo entero por su propio egoísmo, asesinó a su propio hermano y quien
no tiene amor o respeto por criatura alguna. Sí. ¿En realidad confiarías en
ella?

Ella se le abalanzó y tomó tan fuerte su brazo que lo alcanzó a herir,


incluso con la armadura puesta.

—Morgen quiere ese cáliz, y hasta yo se lo he prometido. Si no nos vas a


servir, entonces te mataremos.

—Buena suerte intentándolo.

Sus ojos llamearon mientras su apretón se intensificó. Maldiciendo, lo dejó


ir.

—Te atraparemos, Varian. De una forma u otra. Puedes escribir esas


palabras en piedra. —Y entonces intentó desaparecer de la habitación.

Varian rió ante la mirada perpleja en su rostro.

—Tu magia no funciona aquí, madre. ¿Recuerdas?


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Dio un grito feroz antes de voltearse y dirigirse a la puerta con su


sirvienta detrás. Varian hubiera adorado ver su enojo sino fuera por el
hecho de que sabía que su cerebro ya se encontraba planeando algo para
joderlo.

Sí, siempre era bueno ser él.

Suspirando, tomó la jarra y se sirvió otro trago. Aún tenía que llevarle un
cuerpo a Merlín. Pero al menos ya tenía a alguien a quien contactar para
sacarle más información sobre la muerte de Tarynce… y sabía que Morgen
se había enterado de uno de sus secretos mejor guardados. Había más de un
caballero que escondía el Santo Grial. Y con eso, Morgen ahora lo quería
para ayudarla a dominar y destruir el mundo. Lo que significaba que no
descansaría hasta matarlo o convertirlo.

Lo último nunca sucedería, así que lo único que le quedaba era esperar a
que Morgen le enviara todo lo que pudiera. Noche y día. Día y noche. Por
siempre.

Con un suspiro, lanzó el trago y sacudió su cabeza ya que éste entumecía


cada papila gustativa en su boca.

Ahora sí, vaqueros, su día cada vez se ponía mejor. Ahora, todo lo que
necesitaba era que Bracken le arrancara sus ojos y se los tragara.
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Capítulo 3

Narishka atravesó la pared de los aposentos de Morgana envuelta en el


crepitar que desprendían su furia y sus poderes. Como era habitual en ella,
Morgana estaba desnuda en la cama con el cuerpo unido en un estrecho
abrazo al de su último amante, otro adoni tan malvado como Narishka.
Brevalaer era un cortesano entrenado a conciencia y llevaba más tiempo
atendiendo a Morgana que ninguno de sus anteriores amantes.

Narishka se acercó naturalmente hasta la tarima sobre la que descansaba la


gran cama y separó las cortinas de seda color rojo sangre. Morgana yacía
con una mano enredada en los oscuros cabellos de Brevalaer, quien en ese
momento tenía la cabeza hundida entre las piernas separadas de su señora.
Los magníficos pechos de Morgana estaban cubiertos por un fino vestido
rojo que Brevalaer le había subido hasta la cintura para poder hacer lo que
se esperaba de él.
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El cuerpo bronceado y flexible del adoni se hallaba igualmente desnudo,


pero por desgracia Narishka sólo podía ver las formas perfectas de sus
nalgas y su espalda. Nada le hubiese gustado más que ir a reunirse con ellos,
pero a diferencia de su señora, Narishka creía que el trabajo iba antes que
el placer.

—¿Me permitís un momento, mi reina? —preguntó.

Morgana giró lentamente la cabeza hacia ella para mirarla, pero eso no
detuvo a Brevalaer. Era de esperar. Se decía que la lengua de Brevalaer
contenía más magia que toda la corte del pueblo mágico junta.

—¿Qué pasa? —preguntó Morgana con irritación.

—Merlín ha hecho justo lo que pensábamos. Envió a Varían a Glastonbury


para que investigara.

Morgana tragó aire tan abruptamente como si Brevalaer acabara de


encontrar un punto o un ritmo que le resultaba agradable en particular.

—¿Hablaste con él? —preguntó con un jadeo.

—Sí, y como predije, se negó categóricamente.

Brevalaer empezó a apartarse para darles un poco de espacio, pero lo único


que consiguió con ello fue que Morgana lo agarrara ferozmente del pelo.

—Para ahora, y te arrancaré la lengua —le dijo.

Brevalaer agachó la cabeza estoicamente y se aprestó a seguir dando


placer a su señora.

Morgana fulminó a Narishka con la mirada.

—Tú eres su madre —le espetó—. ¿Qué hay que darle para que decida
pasarse a nuestro bando?

Narishka sacudió la cabeza. Era una pregunta que se había estado


formulando a sí misma repetidamente.
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—Ni idea —respondió—. Varian es grotescamente anormal, y por eso lo


mandé a vivir con Lancelot cuando era pequeño. Nunca he logrado llegar a
entender a mi hijo. No actúa impulsado por la codicia, la lujuria o ninguna
otra cosa que tenga sentido. Si tiene algún punto débil, ignoro cuál puede
ser.

Morgana cambió de postura ligeramente para que Brevalaer pudiera


acceder mejor a su cuerpo.

—Necesitamos tenerlo con nosotros —dijo después—. Lo sabes, ¿verdad?


Gracias a lo que averiguaron los mods de cómo quiera que se llamase ese
hombre antes de matarlo, podemos estar razonablemente seguras de que
tanto Galahad como Perceval son caballeros del grial, pero ninguno de los
dos cometerá la estupidez de ponerse a nuestro alcance. Necesitamos a
alguien que pueda acercárseles y atacarlos por la espalda.
—Lo sé.
Morgana tamborileó con los dedos sobre la cabeza de Brevalaer mientras
entornaba los ojos amenazadoramente.

—Tiene que haber algo a lo que tu hijo no sea capaz de resistirse —dijo
luego. —Algo ante lo que no pueda evitar reaccionar.

Narishka no respondió a esas palabras porque acababa de acorse de la


ratoncita que seguía sus pasos a todas partes. Volviendo la cabeza, vio que la
muchacha seguía plantada allí, los ojos fijos en el suelo y tan inmóvil como
una estatua.

Merewyn. Era lo único ante lo que su hijo había exhibido alguna clase de
reacción. Había evitado que le clavaran una daga, y de pronto, Narishka supo
cuál era el punto débil de Varian.

—Lástima —dijo.

—Sí—convino Morgana con una mueca de irritación—, es una lástima.

—No —dijo Narishka, volviéndose hacia su señora—. El punto débil de


Varian es su capacidad de sentir lástima por alguien. —Esbozó una sonrisa
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maliciosa mientras se hacía a un lado para mirar a Merewyn—. Me parece


que ya sé lo que tenemos que hacer para ganarlo a nuestra causa.

Varian entró en las tumbas de Avalón con el cuerpo inerte de Tarynce en


los brazos. Era una pequeña cripta que había debajo del castillo, y no
contenía más que un puñado de sarcófagos. El padre de Bors reposaba a su
derecha, y a su izquierda estaba el padre de Ginebra, junto con unos
cuantos caballeros más que habían muerto combatiendo al lado de Arturo en
la batalla de Camlann. El padre de Varian se hallaba enterrado en su hogar,
la Guardia Alegre, mientras que la ubicación de la tumba de Ginebra se
guardaba secreto para que ninguno de los caballeros supervivientes pudiera
profanarla movido por el rencor.

Y luego estaba Arturo...

Ese sarcófago ocupaba el centro de la cripta. Sobre él había la efigie


dorada de un caballero que Varian sabía con certeza que no era un fiel
retrato del rey. El rostro de piedra tallado allí parecía desapasionado y frío,
dos cosas que Arturo nunca había sido. Como aseguraba la leyenda, todo él
era algo desbordante e intenso. Arturo era la clase de hombre capaz de
ganarse el respeto de cuantos tenían la suerte de conocerlo. Al menos hasta
el final, cuando todo se derrumbó en torno a él. Pero incluso entonces,
Arturo supo hacer frente a la tragedia de su vida con una majestuosa
dignidad. Había luchado con denuedo hasta el final. No por sí mismo, sino
por su pueblo.

Y Varian le había jurado que dedicaría su vida a proteger a aquellos que no


podían protegerse a sí mismos. Que tomaría como modelo al único hombre al
que había respetado o querido nunca y haría todo lo posible para mantener
vivo el sueño de Arturo.

El sarcófago carecía de adornos salvo por el oro que Bors y Galahad


habían insistido que luciese, en clara oposición a los deseos de Arturo.

«No necesito ninguna caja suntuosa para que contenga mis restos —les
había dicho el rey—. Gastad el oro en los que aún viven. Allí donde estaré
yo, para bien o para mal, el oro no me servirá de nada. Pero si es empleado
para alimentar a un niño que pasa hambre, habrá sido mejor gastado que en
la tumba de un muerto.»
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Realmente había sido un gran hombre.

Tragando saliva para disolver el nudo que sentía en la garganta, Varian


llevó el cuerpo de Tarynce hasta una pequeña mesa pegada a la pared del
fondo y lo depositó encima. Luego dedicó unos instantes a ponerle los brazos
sobre el pecho, a fin de crear la apariencia de que el caballero no había
sufrido al morir. Después murmuró una breve oración por su alma antes de
cerrarle los ojos por
última vez.

—¿Merlín? —dijo sin levantar la voz, sabiendo que ella podía


oírlo—. He regresado.

El aire tembló por un instante alrededor de Varian antes de que


apareciera Merlín.

—No has tardado mucho —observó la criatura mágica.

Varian se apartó del cuerpo.

—La información no estaba muy bien guardada —dijo—. He averiguado el


nombre de su verdugo y, de labios de mi propia madre, sé que conocen la
existencia de otros caballeros del grial.

Merlín tragó aire con un jadeo ahogado, mientras daba un paso atrás para
marcharse.

—Los avisaré —dijo.

—No —la detuvo Varian bruscamente.

—¿Porqué no?

—Tanto mi madre como Morgana saben de memoria cómo actúan los


buenos. Comunícaselo a los otros caballeros, y ellas seguirán a tus
mensajeros hasta la puerta de sus casas. Probablemente ésa sea la razón
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por la que mi madre no se hizo de rogar antes de contármelo. Estoy seguro


de que ahora mismo estará esperando a que actuemos para que ellos puedan
actuar también.

Merlín seguía sin parecer convencida.

—Tenemos que advertirlos —dijo—. Necesitan saberlo.

—Todavía no. Además, en cuanto la noticia de que Tarynce ha muerto


salga de los muros de Avalón, sabrán que deben permanecer en guardia.
Aunque Morgana todavía no dispone de nombres, estoy seguro de que puede
imaginarse cuál es la identidad de un par de ellos, del mismo modo que puedo
imaginármela yo. Pero los demás deberían encontrarse a salvo... al menos de
momento. Déjame hablar con Bracken y ver qué más puedo averiguar antes
de que alertes a nadie.

Merlín se quedó boquiabierta.

—¿El demonio Bracken? —preguntó.

Varian no entendía de qué se sorprendía tanto.

—Ésa es la razón por la que querías contar conmigo en esta mi sión, ¿no?

Merlín sacudió la cabeza y extendió la mano hacia él.

—Varian...

Él dio un paso atrás, poniéndose fuera de su alcance.

—No pasa nada, Merlín —la tranquilizó—. Tratar con gilipollas es mi


especialidad.

—Los gilipollas son una cosa. Los demonios dementes son otra.

Varian soltó un bufido.

—Para ti puede que sí. Pero yo pienso que son exactamente lo mismo, unos
sucios bastardos sin agallas que sólo saben atacar por la espalda. —Tenía
cosas más importantes que Bracken de las que preocuparse. Pero mientras
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iba hacia la salida de la tumba, se detuvo cuando una pena inesperada hizo
presa en él—. Tú sólo promé teme una cosa, Merlín —añadió.

—¿Qué es?

Varian miró el cuerpo salvajemente torturado del caballero caído y se


acordó de la última vez que había traído a casa un cuerpo víctima de los
abusos de Morgana.

—Si muero, asegúrate de que me incineren. No quiero que Morgana pueda


exhibirme ante los demás como un trofeo.

Merlín lo taladró con la mirada como si entendiera la pesadilla que seguía


teniendo sobre la muerte de su padre. Puede que Varian no quisiese o
respetase a su padre, pero ningún hombre merecía morir de la forma en que
lo había hecho Lancelot.

—Te lo prometo —repuso Merlín.

Varian asintió sin decir nada y salió de la cripta a la luz del patio. Allí el
aire estaba perfumado por el aroma de las manzanas y las lilas, la luz
sublime y cálida sobre su piel. Eso era Avalón. Un paraíso perfecto que
antaño había existido sobre la faz de la Tierra.

Pero Varian también conocía el lado más oscuro que vivía en la santidad de
este lugar.

Quizás estaba cometiendo una estupidez al combatir contra su madre y


sus deseos. Tal vez debería cambiar de bando. ¿Supondría eso alguna
diferencia, realmente?

Una imagen del adefesio en la abadía mientras recibía empujones entre los
hombres cruzó por su mente como una exhalación.

Luego revivió la gratitud que había visto en sus ojos cuando él recogió la
copa del suelo y se la dio. Aquella pobre desgraciada era la razón por la que
Varian luchaba en el bando de Merlín. Que hubiera tenido una vida
asquerosa no significaba que los demás también tuvieran que tenerla. Arturo
le había enseñado a renunciar a la amargura y abrazar una manera mejor de
hacer las cosas. Si Varian podía ahorrarle a un niño la clase de infancia que
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había tenido él, entonces valía la pena seguir librando la batalla contra su
madre.

Los fuertes nunca deberían hacer presa en los débiles.

Con su convicción así reafirmada, Varian volvió a cambiar sus ropas por la
armadura negra. No sería gran protección contra la magia del demonio, pero
al menos lo protegería de las dagas, las espadas y garras de Bracken.

Merewyn estaba de pie ante el espejo y se sentía absolutamente


conmocionada. Durante siglos, había procurado mantenerse alejada de todo
aquello que pudiera proyectar un reflejo. Pero ahora...

Ahora volvía a llevar el rostro para el que había nacido. Adiós a las
cicatrices y el cuerpo contrahecho del adefesio. Ahora podía permanecer
erguida sin joroba, sin sentir dolor alguno. Era hermosa.

Incapaz de dar crédito a sus ojos, Merewyn se tomó el rostro entre las
manos y esperó a que Narishka volviera a arrebatárselo.

—¿Qué has hecho, niña?

Merewyn se volvió para encontrar a Magda inmóvil detrás de ella. Vieja y


encorvada, Magda era una de las pocas personas que habían tratado con
amistad a Merewyn durante los siglos que llevaba aquí.

—He hecho un pacto con Narishka —dijo la joven—. Tengo que prestarle
un último servicio, y a cambio ella me dejará marchar.

Magda resopló desdeñosamente.

—¿Has perdido el juicio? Narishka nunca hace esa clase de tratos.

Era cierto. El destino actual de Merewyn se debía precisamente a un


trato parecido que salió mal. Los términos originales habían sido que ella
sería fea sólo durante el ciclo de la luna. Pero Narishka no se había
molestado en decirle que en Cámelot no existía el ciclo lunar, y de este modo
Merewyn quedó atrapada para toda la eternidad.
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Hasta ahora.

Ahora por fin tenía esa ocasión única que llevaba tanto tiempo esperando.

—Te dije, Magda, que algún día recuperaría mi hermosura, y lo he hecho


—le dijo a la anciana.

—¿A qué precio?

El de que Varian sirviera a Morgana. Merewyn disponía de tres semanas


para atraerlo a su bando. Tres semanas. Si fracasaba, Narishka la
devolvería a su forma anterior de adefesio y luego pasaría la eternidad
castigándola cruelmente por su fracaso. Pero si lo lograba, se le permitiría
marcharse libre. No como un adefesio, sino como la mujer que había nacido
para ser.

—No te preocupes por el precio —dijo.

Magda sacudió la cabeza.

—No soy yo la que debería preocuparse, niña. Eres tú quien debería


hacerlo. —La anciana se acercó a Merewyn para poder tocar las sedosas
trenzas de su larga melena negra como si quisiera probarse a sí misma que
eran reales—. ¿Para esto te has esforzado por sobrevivir durante todos
estos siglos?

Merewyn no respondió. En vez de hablar, recordó una conversación que


ella y Magda habían mantenido hacía mucho tiempo.

—Abandona toda esperanza, niña —le había dicho la anciana—.Tu destino


es éste. Ahora eres una de nosotros. Gris tanto en apariencia como en
figura, nunca volverás a ser la beldad que fuiste.

—No puedo abandonar la esperanza, Magda. Es lo único que me queda.


Cometí una estupidez, pero sé que algún día se me presentará la ocasión de
ser libre. Si muero en mi condición actual, entonces mi vida no habrá tenido
ningún sentido. No quiero que mi existencia se reduzca a eso. Quiero volver
a ser dueña de mí misma.

No como un adefesio contrahecho, sino como una mujer.


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—Eres boba, Merewyn. Aquí sólo hay miseria, miseria y nada más que
miseria. Aprende a aceptarla y no desees más. Lo único que conseguirás si lo
haces será llevarte una decepción tras otra.

Merewyn se había negado a creerlo, y ahora aquí estaba, devuelta a su


apariencia original.

Magda clavó sus ojillos en ella.

—Y ¿a quién pertenece la vida que has vendido a cambio de la hermosura


que luces ahora? —inquirió.

Merewyn sintió una punzada de miedo.

—¿Cómo lo has sabido?

—Nada más haría que tu señora te devolviera tu apariencia original. Bueno,


¿a quién vas a destruir con tal de ser hermosa?

—A Varian du Fay —murmuró Merewyn. Y luego, alzando la voz, añadió—:


Pero Varian es un monstruo, y eso ambas lo sabemos. Dime, ¿has oído alguna
vez que alguien dijera algo bueno acerca de él?

Los ojos de Magda se opacaron.

—Únicamente a ti.

Merewyn apartó la mirada mientras la pena hacía presa en ella. Era


cierto, él había sido bueno con ella. Pero un solo acto de bondad no podía
borrar todas las crueldades que Varian había cometido a lo largo de su
existencia. Todas las vidas que había quitado. Era el hijo de Narishka. Su
padre había destruido la hermandad de la Mesa Redonda de Arturo y les
había arruinado la vida a todos. Entre los dos habían traído al mundo un
hijo igual de malvado.

Lo que se disponía a hacer ella era un servicio al mundo.

Sacudiendo la cabeza con un suspiro de disgusto, Magda fue hacia la


puerta.
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—No quiero oírtelo decir—le espetó Merewyn, mientras la anciana se


disponía a salir—. Tú también has hecho unas cuantas maldades al servicio
de Morgana.

—Cierto—admitió la anciana en voz baja—. Pero ahora no soy humana, y


nunca lo he sido. Carezco de tu conciencia y de tu convicción. Dime,
Merewyn, una vez que hayas hecho esto, ¿todavía serás capaz de mirarte
al espejo, sabiendo que tu hermosura fue comprada con la sangre de otro?

Los incontables siglos de malos tratos que había padecido en Camelot


atravesaron a Merewyn como una lanza al rojo vivo. Hombres como Varian le
habían escupido y pegado por la sencilla razón de que era fea. Nunca le
habían mostrado ninguna compasión o clemencia. Merewyn no regresaría a
eso. Ni ahora ni nunca. Quería volver a ser humana, y haría lo que fuese con
tal de asegurar que eso llegara a suceder.

—Sí—dijo, muy segura de sí misma.

Magda la miró y volvió a sacudir la cabeza.

—Y yo que pensaba que eras el único ser humano que había en Cámelot —
dijo—. No sé cómo he podido equivocarme hasta semejante punto contigo.

Merewyn arrugó los labios mientras la anciana la dejaba sola.

—Lo que te pasa es que tienes celos —le dijo—, porque te encuentras
atrapada aquí mientras que a mí se me ha dado la ocasión de ganarme la
libertad.

El silencio fue la única respuesta a sus palabras, pero le daba igual.


Merewyn sabía la verdad. Ya no quedaban personas decentes en el mundo.
Absolutamente ninguna. ¿Y qué si ella convencía a Varian para que se pasara
al bando de Morgana? Después de todo, tampoco era como si planearan
matarlo. Lo único que querían de él era que sirviera en la corte de Morgana.
Merewyn no veía que hubiera nada de malo en eso. Al menos él tenía familia
aquí. Y tenía belleza, la única cosa que los moradores de Cámelot valoraban
por encima de todo.
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No, no iba a causarle ningún daño a Varian. Sólo se estaba ayudando a sí


misma. No había nada de malo en eso. Nada.

Varían cerró los ojos y se transportó desde Avalón hasta las oscuras
estancias de Cámelot. Era uno de los pocos seres capaces de viajar entre
ambos reinos dispuesto a usar su capacidad para desplazarse. Aunque no
porque le gustara en particular. Como su madre era la mano derecha de
Morgana, su inmensamente despreciada reina, y su padre había sido el
campeón y la mano derecha de Arturo, eso hacía que los moradores de
Cámelot siempre se mostraran un poco... bueno, digamos que bruscos con él.

En todo Cámelot no había una sola criatura que no hubiera disfrutado


secretamente arrancándole el corazón del pecho. Y la palabra clave era
«secretamente». Porque ninguno de ellos se atrevería jamás a atacarlo.

Así que ahora, con la mano inmóvil sobre la empuñadura de su espada,


Varian avanzó por el corredor con el paso sigiloso de un depredador. Cada
sombra podía contener un enemigo. Cada susurro podía ser alguno de los
idiotas más valerosos acechando para atacarlo por la espalda. Varian
mantuvo la cabeza baja y escrutó la oscuridad con su visión periférica
mientras aguzaba los oídos para captar cualquier sonido delator.

Sendas hileras de antorchas, semejantes a brazos ennegrecidos colgados


de la pared, se encendían y apagaban a su paso. El acre olor de los haces de
junquillos impregnaba el aire como una neblina intangible y se agitaba con
cada uno de sus movimientos.

Varian ladeó la cabeza cuando sintió detrás de él un susurro que sólo podía
provenir de alguno de los sharoc, las sombras mágicas famosas por su
crueldad y malicia. Cerró la mano sobre la empuñadura de la
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espada,preparado para desenvainarla inmediatamente mientras proseguía su


camino, esperando el ataque.

Pero el sharoc se fue, sin duda para ir a comunicar la presenciade Varian a


su madre o a Morgana.

Que se fuera. Varian tenía otros asuntos urgentes que atender.

Bajó la escalera de caracol de la torreta que conducía a los subterráneos.


En la torre del norte, dicha área estaba reservada a la mazmorra y las
cámaras de tortura de Morgana. La torre sur, donde se encontraba ahora,
era el dominio reservado a los mods. Ése era el nombre con que se conocía a
los esbirros de la muerte de Morgana.

Había habido un tiempo en que los mods servían al dios celta de la muerte,
Balor. Confinados al mundo subterráneo por su señor, habían sido los
carroñeros que Balor enviaba a los campos de batalla para matar y torturar
a cualquiera que se acobardase o huyera del combate.

Se rumoreaba que originalmente habían sido los queridísimos hijos de los


dioses celtas, Dagda y Morrigan. Pero perdieron el favor de sus
progenitores cuando se pusieron de parte de los milesios en una antigua
guerra contra su padre, Dagda. Cuando Dagda fue desterrado al mundo
subterráneo por sus enemigos, maldijo a sus hijos condenándolos a servir allí
bajo las órdenes de Balor.

Balor distaba mucho de ser el más benévolo de los dioses. Feroz e


implacable, fue él quien enseñó a los mods muchas de las peores
brutalidades que no dejarían de cometer a partir de entonces.

La crueldad con que los trataba Balor hizo que los mods acabaran
volviéndose contra él y lo mataran arrancándole su único ojo.
La leyenda contaba que había sido su nieto Lugh quien cometió el
asesinato, pero eso no era más que una mentira posteriormente perpetuada
por los dioses, que no querían que llegase a ser del dominio público que los
sirvientes de Balor poseían esa clase de poder.

Bajo la sentencia de muerte aprobada por la totalidad de los dioses


tuatha dé danaan, los mods se vieron sometidos a una implacable
persecución, y ya casi se habían extinguido cuando Morgana se dignó
ofrecerles refugio en su reino de sombras. Ahora todos vivían con un tenue
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pacto que Varian esperaba ver llegar a su fin con la prematura muerte de
Morgana.

Por desgracia, eso todavía no había ocurrido.

Varian empujó la pesada puerta de hierro que conducía a los aposentos


de los mods. Como no eran exactamente civilizados y aborrecían hasta la luz
más tenue, habían decidido vivir debajo de Cámelot, en un frío y húmedo
agujero. Los muros de piedra rezumaban una efervescente viscosidad
verdosa que apestaba a limas podridas. Y, fieles a su naturaleza, los mods
vivían en un entorno comunitario. Bracken era el único de ellos que disponía
de unos aposentos privados. Los demás se alimentaban, dormían, comían y
fornicaban a la vista de todos.

Habría cosa de un centenar de ellos desperdigados por el área no


resguardada, pero sólo unos pocos se molestaban en mirarlo sin demasiado
interés mientras iban a hacer sus cosas, que incluían comer la carne de las
víctimas adoni esparcidas por el suelo.

Varian sintió que se le revolvía el estómago ante toda aquella horrenda


actividad y el espantoso hedor que la acompañaba. Una mod alzó la mirada
hacia él con un brillo especulativo en los ojos cuando pasó junto a ella.
Varian respondió a su mirada con otra destinada a hacerle saber que no
moriría fácilmente.

Y lo que era más importante: que no moriría solo.

La mod se relamió los labios ensangrentados y volvió a concentrarse en su


«cena».

Una cosa sí que había que reconocerles a los mods, y era que su hermosura
no tenía nada que envidiar a la de los adoni. Dorados, esbeltos y con
gráciles alas de una negrura ambarina, se parecían a los ángeles de los cielos
cristianos. Si bien su magia no era tan gran de como la de los adoni, era lo
bastante poderosa para hacer de ellos unos enemigos formidables, y lo que
les faltaba en poder esotérico lo compensaban sobradamente con mera
fuerza física.

Varian dobló la esquina del pasillo que llevaba a los aposentos de Bracken y
se detuvo. Sabía que las circunstancias de su encuentro con el señor de los
demonios eran algo que escapaba a su control.
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Aun así, nunca se le habría ocurrido imaginar que pillaría a Bracken


mientras éste besaba apasionadamente a su madre.

Aquella acción era perversa a tantos niveles distintos que Varian no podría
decir cuál de ellos le inspiraba mayor repugnancia. Pero una cosa sí tenía
clara, y era que nunca llamaría papá a aquel bastardo.

—¿Interrumpo algo? —preguntó.

—Para mí siempre eres como un grano en el culo —respondió Bracken,


apartándose del cuello de Narishka y dirigiendo a Varían una sonrisita
desdeñosa.

—Me alegro. Llevo toda la vida aspirando a alcanzar el estatus de


hemorroides. Me alegra saber que por fin he conseguido que me
ascendieran.

Los ojos negros de Bracken destellaron con una llamarada rojiza al tiempo
que su boca se abría como la de una serpiente para revelar una hilera de
dientes mellados. Su piel pasó del leonado a un marrón reptiliano y luego, tan
súbitamente como había llegado, el demonio controló su ira y volvió a
adoptar su apariencia más estética.

Aun así, Varian no pudo evitar torcer el gesto ante el hecho de que su
madre fuera capaz de hacerle arrumacos a algo tan repugnante.

—Buen truco —dijo—. Apuesto a que siempre dejas pasmada a la


competencia en los concursos de tarados, ¿eh?

—Sólo intenta cabrearte, Bracken —intervino Narishka—. No le hagas


caso.

Los ojos de Bracken relucieron en la penumbra.

—Si quieres que tu hijo siga respirando, Narishka, más vale que te lo
lleves fuera de mis dominios.

Varian lo miró sin ningún temor.

—Dime lo que quiero saber, y me largaré de aquí tan deprisa que dejaré
una estela de vapor.
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—Y ¿qué es lo que quieres saber?

Su madre respondió antes de que Varian tuviera tiempo de abrir la boca.

—Quiere saber lo que os contó el caballero del grial antes de que lo


matarais.

Varian pensó que había sido todo un detalle por parte de su madre
ayudarlo, aunque sólo fuera por una vez. Claro que sus palabra tampoco
sirvieron de mucho, porque Bracken se echó a reír.

—No nos contó gran cosa —escupió a modo de respuesta—.Pietra le


arrancó la lengua después de que se negara a decirnos cuál era su pista.

En cierto perverso sentido, era bueno saber que el delicado arte de


torturar a alguien para arrancarle información no figuraba entre su amplio
repertorio de habilidades de los mods.

Varian se obligó a no reaccionar, aunque lo sentía por el pobre incauto que


había tenido que hacer frente a las mascotas de Morgana. El hecho de que
los mods fueran incapaces de sentir compasión les había permitido volverse
contra sus propios progenitores.

—¿Cómo lo capturasteis? —preguntó.

Los labios de Bracken se torcieron en una media sonrisa llena de malicia


antes de contestar.

—No puedo revelar nuestros secretos, renegado. Si lo hiciera, quizá


sabrías cómo evitar que acabemos contigo una noche mientras duermes.

Varian soltó una hosca carcajada.

—Sería capaz de pagarte para que lo intentaras —lo retó—. Sólo una
noche, tú y yo.

La boca de Bracken volvió a pasar por una de sus veloces


transformaciones, lo que hizo saber a Varian que al demonio se le caía la
baba sólo de pensarlo. Lo que quería decir que alguien, muy probablemente
su madre o Morgana, lo estaba manteniendo a raya.
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Su madre dio un par de pasos hacia él y le puso las manos sobre la coraza.

—Vamos, Varian —dijo—. Tus visitas son tan poco frecuentes que no
quiero que perdamos el tiempo aquí abajo con los mods.

Varian abrió la boca para corregirla acerca del hecho de que aquélla no era
una visita madre-hijo. Pero Narishka sabía tan bien como él que no había ido
allí para pasar el rato con su mamaíta querida. Dejó que ella lo tomara del
brazo para llevarlo de regreso por donde había venido, cosa que le hizo
preguntarse qué podía querer de él. Normalmente, cuando visitaba Cámelot,
Narishka se mantenía alejada de él.

Ninguno de los dos habló mientras salían de la cámara subterránea y se


encaminaban escaleras arriba.
—Estoy empezando a ponerme un poco nervioso, mamá —dijo él, mientras
Narishka abría la puerta del tercer piso y lo conducía por un estrecho
pasillo.

—¿A qué vienen esos nervios, cariño? Ya te he dicho que queremos contar
contigo en nuestro bando. Es sólo que tengo aquí a una persona a la que me
gustaría que conocieras.

Varían se detuvo en mitad del corredor cuando las palabras de Narishka lo


atravesaron como un chorro de ácido.

—Y también me dijiste que me verías muerto —repuso—, lo que me lleva a


preguntarme si esta persona no será la que piensas usar para matarme.

Su madre rió alegremente.

—No. —Le tiró del brazo, pero Varían se negó a dar un paso más.

Ya iba siendo hora de que regresara a Avalón.

—He averiguado lo que quería saber. Me voy —dijo. Pero antes de que
pudiera moverse, sintió que su madre le ponía algo en la muñeca.

Bajó los ojos para ver un pequeño brazalete dorado en el que ha bía
talladas unas palabras mágicas: «Era dicrynium bey. La libertad no es más
que una ilusión.»
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El brazalete no le dolía, pero Varían no entendía por qué su madre lo


había puesto allí.

La miró, y la extraña serenidad que vio en su rostro lo asustó más que un


destacamento entero de mods.

—¿Qué es esto?

—Es tu grillete, querido muchacho.

—¿Grillete para qué?

Narishka avanzó un paso para susurrarle al oído:

—Ya no puedes viajar a través de los velos. Estás atrapado aquí,Varían.


Más que eso, tu magia estará neutralizada mientras el brazalete esté en tu
muñeca.

Varian intentó desmaterializarse, pero tal como había dicho Narishka, no


ocurrió nada.

—¿Qué diablos...?

—Te unirás a nosotros, Varian.


—Nunca —masculló él entre dientes.

Y, antes de que pudiera moverse, su madre le agarró las manos.Un grupo


de varones adoni surgió de la nada.

—Lleváoslo —dijo Narishka fríamente.

Varian los atacó, pero como la magia de ellos no se hallaba neutralizada,


estaba librando una batalla perdida, y él lo sabía. Consiguió hacer
retroceder a unos cuantos y les partió los labios a puñetazos. Al final, sin
embargo, la fuerza del número pudo más que él.

En un momento estaba en el corredor y al siguiente estaba en las


entrañas de la torre del norte. La habitación era minúscula. Aunque Varian
continuó luchando, los adoni le pusieron una cadena en cada muñeca y luego
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sujetaron las cadenas a paredes opuestas de forma que se encontró de pie


en el centro con los brazos extendidos.

El brillo de satisfacción en los ojos de su madre era inconfundible.

—Quitadle la armadura.

—Yo también te quiero, mamá.

Narishka no respondió mientras los adoni intentaban despojarlo de la


armadura, sólo para descubrir que ésta se mantenía en su sitio gracias al
hechizo que Varian había lanzado sobre ella en Avalón. Como ahora estaba
desposeído de su magia, no habría podido quitársela aunque quisiera.

—No se desprenderá —afirmó.

Narishka lo miró con los ojos entornados antes de cruzar la habitación


para tratar de quitársela ella misma.

—No soy tan idiota, mamá.

Su madre chilló de furia y le golpeó la espalda, obligándolo a inclinarse


hacia delante de manera que las cadenas le tiraron dolorosamente de los
brazos. Luego se volvió hacia los demás.

—Muy bien, entonces traednos dos mandrágoras y un par de mazos de


picapedrero.

Varian se obligó a no mostrar ninguna clase de reacción ante aquellas


palabras. Su madre tenía muchos recursos, eso había que reconocerlo.
Incluso con la armadura, el impacto de un mazo de picapedrero dolería.
Teniendo en cuenta que además el mazo sería empuñado por una
mandrágora, una criatura mágica mitad humana y mitad dragón, el impacto
dolería muchísimo.
Clavó la mirada en los ojos de su madre, pero no vio el menor rastro de
compasión en ellos. Tampoco esperaba verla, naturalmente. Ningún adoni
había poseído nunca una sola partícula de instinto maternal. Eso
simplemente no estaba en sus genes.

—No pierdas el tiempo y mátame ahora mismo, mamá —dijo al fin—. No me


uniré a vosotros.
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Narishka le pasó un frío dedo por la mejilla y lo contempló como si


estuviera midiendo sus fuerzas.

—Eso es lo que dices ahora, Varian —contestó—. Ya veremos lo que dices


dentro de unas horas.

—Seguiré diciendo lo mismo.

La puerta se abrió para revelar a dos fornidas mandrágoras.

Como de costumbre en su raza, eran extremadamente altas y


musculosas. Sus ojos plateados relucieron con un destello de impaciencia
mientras cogían los mazos de las manos de los sirvientes que entraron
detrás de ellas.

Varian tiró de las cadenas y trató de usar su magia para escapar, pero fue
inútil.

Su madre chasqueó la lengua.

—Las palabras son tan fáciles de decir —le dijo—. Bueno, vamos a ver
hasta dónde llega esa convicción tuya.

Y cuando la primera mandrágora dejó caer el mazo de picapedrero sobre


su hombro con un impacto que reverberó hasta la médula de sus huesos,
Varian supo que el día iba a ser muy largo.

Capítulo 4

—¿Lista, mocosa?

Merewyn apartó la mirada del espejo al oír la voz de Narishka. Llevaba


horas preparándose mentalmente para aquello. Su trabajo consistía en
seducir a Varian, lo que, teniendo en cuenta lo dispuestos a practicar el sexo
que estaban por norma los adoni, parecía una tarea bastante fácil.
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La única parte que la preocupaba un poco era el hecho de que ella nunca
había sido tocada por hombre alguno. Su padre la había mantenido
rigurosamente secuestrada hasta que creció, y en cuanto Narishka la hubo
vuelto fea, la había echado de casa, y a partir de entonces ningún hombre
quiso mirarla, y mucho menos tocarla.

Pero eso daba igual. Su virginidad era un precio muy pequeño a cambio de
la libertad.

—Estoy lista —contestó.

—Perfecto. —Narishka le hizo un gesto para que la siguiera—. Ahora


recuerda, tienes que debilitarlo. Varian es fuerte. Demasiado fuerte, a
decir verdad. Dudo que pudiéramos conseguir llegar a doblegarlo sin ti.
Tienes que mostrarte agradable con él. Llévale comida y agua.

La orden era tan inesperada que dejó perpleja a Merewyn.

—¿Es lo único que se supone que tengo que hacer, mi señora?

—Sí.

Merewyn seguía sin entenderlo.

—Pensaba que queríais que lo sedujera.

Con el entrecejo fruncido en una mueca de enfado, Narishka se volvió


hacia ella con una impaciencia que normalmente habría ido sucedida de una
feroz bofetada. Pero ahora su señora tal vez tenía miedo de estropearle la
cara.

—Eso es seducirlo, mocosa —le dijo—. Confía en mí.

¿Confiar en ella? Antes se helaría el infierno.

Mientras seguía a su señora, Merewyn se sintió muy aliviada por aquel


extraño giro de los acontecimientos. Cuando Narishka había dicho
«seducir», naturalmente ella dio por sentado que se refería a mantener
relaciones sexuales. Aquel trato tenía cada vez mejor aspecto.
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Merewyn frunció el entrecejo cuando empezaron a bajar por las escaleras


traseras que llevaban a las mazmorras. Una punzada de miedo le atravesó el
corazón cuando el corredor se estrechó, y pudo oír los gritos y súplicas de
aquellos que estaban siendo torturados.

¿Estaría mintiéndole Narishka? Las sirvientas que bajaban a ese lugar


rara vez regresaban, y lo último que quería ella era morir en una de las
salas de tortura de Morgana.

—¿ Por qué vamos por este camino? —preguntó con la voz ahogada.

Narishka levantó el brazo como para golpearla, pero se contuvo a tiempo y


no llegó a hacerlo.

—Tranquila, simplona —le dijo—. Aquí es donde lo tenemos alojado por el


momento.

Merewyn no le veía ningún sentido. Si querían que alguien se uniera a sus


filas, ¿no deberían tratarlo con la debida consideración?

—¿Lo estáis torturando?

Narishka le dirigió una mirada que parecía decir: ¿tú qué crees?

Merewyn se encogió temerosamente cuando percibió una vaharada de


hedor a sangre, miedo, sudor y restos en proceso de putrefacción. Se
apretó la nariz con el dorso de la mano para no asfixiarse, mientras trataba
de entender a aquella mujer, que parecía ser inmune a todos los horrores de
ese lugar.

La adoni continuó escaleras abajo y se adentró en las entrañas de la


mazmorra, ignorando las voces de los hombres y mujeres que le suplicaban
clemencia cuando pasaba ante sus habitaciones.

A Merewyn le habría gustado ser igual de implacable. Pero lo cierto era


que cada grito que oía le bajaba por la espalda como un latigazo. Si pudiera,
los liberaría a todos.

«Éste es tu destino si fracasas...»


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Ese pensamiento acabó de fortalecer su determinación. Al igual que


aquellas personas, nadie acudiría en su auxilio. A nadie le importaría lo que
fuese de ella. La dejarían sola allí para que muriese.

Dolorosa. Cruelmente. No había compasión en ese mundo. Las personas


sólo se ayudaban entre ellas si podían beneficiarse, y Merewyn no tenía
nada que ofrecer a nadie.

Ésa era la razón por la que necesitaba escapar de aquel sitio.

Trató de hacer oídos sordos a los gritos y concentró su atención en


Narishka.

—Creía que queríais tener a Varian en vuestro bando —le dijo.

—Queremos tenerlo en nuestro bando, y conozco lo bastante bien a mi


hijo para saber que no se dejará sobornar.

¿Así que pensaban que la tortura funcionaría? ¿Se habían vuelto locos?

Qué pregunta más tonta. Merewyn había vivido allí el tiempo suficiente
para saber que aquellas criaturas no pensaban en la bondad. Nunca. Les era
completamente ajena.

Narishka se detuvo ante una vieja puerta de roble sujeta a la pared por
gruesas bisagras de hierro negro. Materializó una bandeja con agua y
comida y se la dio a Merewyn.

—Limítate a alimentarlo y vete. Eso es todo lo que tienes que hacer —


susurró.

Narishka abrió la puerta.

Merewyn dio un paso al interior de la habitación y se quedó helada. El


horror de lo que veían sus ojos le revolvió el estómago.

Varian estaba encorvado ante ella, y dos cadenas sujetas a muros


opuestos lo mantenían en pie con los brazos extendidos. Ni siquiera podía
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arrodillarse para descansar un poco, no sin que las cadenas tiraran de sus
brazos y le hicieran todavía más daño.

Sus largos cabellos negros caían hacia delante, ocultando el apuesto


rostro que Merewyn había visto en la abadía. Su armadura negra estaba
llena de señales y abolladuras, pero lo que realmente la horrorizó fue la
sangre que vio acumulada alrededor de sus pies.

Mientras lo miraba, más sangre goteó a intervalos aterradoramente


regulares de su cabeza inclinada para caer al suelo.

¿Qué le habían hecho? Varian distaba mucho de ser el hombre orgulloso y


lleno de fuerza que había conocido en la taberna. Ahora parecía más
humano. Vulnerable. Pero a pesar del dolor que debía de padecer, Merewyn
pudo sentir la ira que emanaba de él.

Varian quería sangre por lo que le habían hecho. Era un sentimiento que
ella podía entender muy bien.

Dejó de pensar en sí misma mientras iba lentamente hacia él.

Varian oyó el tenue rumor de unos pasos femeninos. Seguro de que era su
madre que venía a pedirle de nuevo que se convirtiera, no se molestó en
alzar la mirada. A decir verdad, estaba demasiado dolorido para respirar, ya
no digamos para moverse. Además, lo último que quería era ver otra vez el
rostro de su madre. Al menos no hasta que pudiera apretarle el cuello con
las manos y arrancar la última partícula de vida de su traicionero cuerpo.

Tenía tantas ganas de tumbarse en el suelo que casi podía saborear lo que
sentiría cuando estuviera acostado allí, pero las cadenas le impedían hacerlo.
Cada aliento, cada latido de corazón hacía que la maltrecha armadura se le
clavara en la carne. A pesar del brazalete, Varian había descubierto que
todavía le quedaba magia suficiente para quitarse la armadura, pero ésa
habría sido la peor de las estupideces.

Por no mencionar que lo mataría. Por desgracia, eso no ocurriría hasta que
incrementasen la tortura a niveles inconcebibles.
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Sintió que una mano le tocaba la cabeza suavemente antes de apartarle los
cabellos de la cara. El contacto era tan delicado que realmente lo debilitó.
Era la clase de caricia que él había anhelado durante toda su vida.

Nadie lo había tocado nunca así.

Disponiéndose a escupirle a su madre o a Morgana la sangre que tenía


acumulada en la boca, Varian levantó la cabeza para encararse con quien
fuese que se atrevía a tocarlo.

Lo que vio lo dejó tan estupefacto que la ira se evaporó de golpe No era
ninguna de las dos.

La mujer que ahora tenía delante era la más hermosa que hubiera visto
nunca. Sus largos cabellos de un castaño muy oscuro caían en una melena de
suaves rizos hasta la cintura. Su rostro era pequeño y ovalado, y en él
brillaban con destellos ambarinos dos ojos castaños levemente rasgados
hacia arriba, confiriéndole una mirada felina. Sus labios eran sensuales e
invitadores.

Pero lo que realmente lo conmovió fue la expresión de pena que vio en su


rostro mientras usaba un paño para limpiarle delicadamente la sangre de la
frente y la mejilla.

—Me han dicho que te dé de comer —murmuró la joven, en un tono muy


suave teñido por una leve sombra de antiguo acento anglosajón.

Aquello hizo sonreír a Varian.

—¿Por qué molestarse? —dijo.

—Para que conserves las fuerzas.

—¿Para que así puedan torturarme más? Perdona, pero me parece que
prefiero morirme de hambre.

Su oscuro humor sorprendió a Merewyn. ¿Cómo podía bromear ahora?


Frunció el entrecejo mientras contemplaba el daño que le habían hecho.
Su frente partida sangraba. Los labios se le habían puesto de color púrpura
y estaban muy hinchados, pero no tanto como su ojo izquierdo, que apenas
podía abrir como una rendija.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

No quedaba ni rastro de su apostura. De hecho, ahora se parecía más a


ella cuando era un adefesio.

Merewyn no podía ni imaginar los dolores que debía de estar padeciendo


él. Algunas de las palizas que solía recibir en su día la dejaban tan dolorida
que luego era incapaz de moverse, pero ninguna de ellas la había dejado tan
ensangrentada o llena de hinchazones.

¿Cómo podía ser que él aún no hubiera perdido el conocimiento? Durante


los siglos que llevaba en Cámelot, Merewyn había llegado a presenciar
incontables horrores y atrocidades, pero nunca había visto nada semejante,
y el hecho de que fuera su propia madre la causante le resultaba
incomprensible.

Llena de pena por él, Merewyn le limpió con mucho cuidado la sangre de la
boca y luego cogió un trocito de venado asado al ajo y se lo puso en los
labios. A la vista de su anterior comentario sobre dejarse morir de hambre,
casi esperaba que Varían se lo escupiría a la cara o se negaría a comerlo,
pero en lugar de eso, separó los labios obedientemente y dejó que le pusiera
la carne en la lengua.

Varían no hubiese sabido decir por qué permitía que ella lo alimentara con
aquella carne llena de sal que le abrasaba los cortes de los labios y los
dientes que sentía flojos en las encías. Pero era como si no fuera capaz de
evitarlo. Temía que si se negaba a comer, entonces ella lo dejaría a solas, y
por muy espantosas que fueran las circunstancias en que se veía obligado a
recibirlas, el caso era que sus atenciones le resultaban extrañamente
agradables. Nadie había sido tan bueno con él en toda su existencia, y
menos aún cuando le fallaban las fuerzas. Todas las personas a las que
había conocido hasta ahora, su padre y su hermano incluidos, siempre lo
habían tratado salvajemente cuando lo veían indefenso.

En cambio aquella mujer lo tocaba con una inmensa delicadeza, y sentir sus
manos lo reconfortaba a un nivel tan profundo que casi le daba miedo.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Pero lo que encontraba más sorprendente era el hecho de que no se trataba


de una miren, mandrágora, adoni o sharoc. No había absolutamente ninguna
clase de magia en aquella mujer. Ningún tipo de poder.

Era humana. Completamente.

¿Cómo era posible?

Varian torció el gesto mientras hacía bajar la carne por su reseca y


dolorida garganta.

—¿Por qué estás aquí? —le preguntó a la joven.

Ella volvió la mirada hacia la bandeja de comida que había puesto en el


suelo.

—Para alimentarte.

—No —dijo él en voz baja—. ¿Cómo es posible que haya un ser humano aquí
en Cámelot?

Una sombra de tristeza oscureció los ojos de ella.

—A causa de una gran estupidez por mi parte —repuso.

Fue entonces cuando Varian lo entendió. Y cuando ella le sostuvo la


mirada, supo exactamente qué le había ocurrido.

—Hiciste un pacto con un adoni.

Ella asintió apesadumbrada.

Para su inmensa perplejidad, Varian sintió pena por ella y lamentó el


momento de estupidez que la había impulsado a hacer aquel trato. Los adoni
nunca cumplían sus promesas, a menos queel hacerlo conllevase dolor y
tortura para alguien. Ningún humano debería hallarse nunca a su merced.
EL GUERRERO DE LA OSCURIDAD KINLEY MACGREGOR
3º LOS SEÑORES DE AVALON

—¿Cuánto hace que estás aquí? —prosiguió Varian.

—Unos cuantos cientos de años. —Los ojos se le habían anegado en


lágrimas que no se permitió derramar mientras le limpiaba más sangre de la
frente—. Al principio, pensaba que tarde o temprano moriría de vieja y así
me iría de aquí. Pero ni siquiera eso me han permitido. Así que aquí estoy,
eternamente a su merced.

—Lo siento.

Ella lo miró con ceño, como si sus palabras le resultaran tan difíciles de
creer como a él. Pero Varian no bromeaba.

—¿Por qué deberías sentirlo? —preguntó Merewyn—. No soy yo la que


está encadenada a las paredes.

En eso tenía razón.

—Cierto —dijo él—, pero tarde o temprano saldré de aquí y los mataré.

Ella lo miró no muy convencida mientras le daba de comer un poco más de


venado.

Varían lo masticó con cuidado y luego lo tragó antes de volver a hablar.

—¿Tienes nombre, muchacha?

—Me llamo Merewyn.

Era un nombre precioso que iba muy bien con su gracia etérea. En el
lenguaje mágico de los adoni, una merewyn era una hechicera del mar; una
tentadora criatura que se llevaba a los marineros de sus embarcaciones y
los arrastraba aguas adentro, donde quedaban atrapados para servir a las
merewyn hasta que éstas se cansaban de su presencia. Entonces los echaban
como pasto a los tiburones.

Varían pensó que quizá fuera el nombre más apropiado para una mujer así.

—¿Te apetece un poco de vino? —preguntó ella en voz baja.

—Por favor.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Ella le puso la copa en los labios y la inclinó un poco más de lo debido. El


vino entró de golpe en la boca de Varían, haciendo que le escocieran los
cortes y arrancándole una exclamación ahogada ante aquel nuevo dolor.

Ella se apresuró a apartar la copa y le secó rápidamente los labios con su


paño.

—Perdona —se disculpó—. Lo siento mucho. No pretendía hacerte daño.

Varían cerró los ojos. Sentirse tocado por ella lo reconfortaba incluso a
través de la agonía de su cuerpo. ¿Cómo era posible que sintiese algo más
aparte del dolor de los golpes recibidos? No tenía sentido, y, sin embargo,
de alguna manera lo sentía. Las manos de ella lograban abrirse paso de
alguna manera a través de todo aquello, y eso sí que lo asustó de verdad.

Mientras ella le daba de comer un trozo de pan, Varían olió el aroma de su


delicada piel. Aquella mujer olía a lilas y agua de rosas, y eso hizo que se
preguntase cómo sería apoyar la cabeza en el hueco de su cuello y sólo
inhalar su fragancia.

Cómo sería tocar su piel, tan lisa y suave. Saborear su boca y teter a
alguien tan bueno... tan humano, en su cama.

Pero Varian sabía que no debía ni pensar en aquello. Por mucho que
desease lo contrario, él era un adoni. Concebido mediante el engaño y
vendido por la vanidad de una mujer. No estaba hecho para tener a su lado a
una humana. No se merecía semejante consuelo. El no merecía otra cosa que
odio y desdén.

Enfurecido por la bondad con que lo trataba ella y por el hecho de que lo
estaba debilitando con sus atenciones, Varian se echó atras.

—Déjame —le espetó.

La aspereza de su tono dejó perpleja a Merewyn.

—¿Qué?

Él la traspasó con una mirada fría como el hielo.


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3º LOS SEÑORES DE AVALON

—Vete —gruñó Varian, en un tono tan gutural que a ella le recordó a una
gárgola.

—¿Merewyn?

Merewyn se encogió al oír la voz de la madre de Varian. No quería dejarlo


solo con Narishka para que volviese a quedar a merced de su crueldad.
¿Cómo podía hacerlo? Nadie se merecía algo semejante.

Aun así, titubeó pese a saber que muy probablemente recibiría una paliza
por ello. No quería que renovaran su crueldad sobre un hombre presa de
tales sufrimientos. Sintió que se le encogía el estómago al pensar en qué
más le harían, y dedicó unos instantes a limpiar por última vez el rostro
hinchado de Varian.

Él le sostuvo la mirada y vio la compasión y la pena que había en sus ojos.


Ella le limpió la boca con mucho cuidado antes de apartarse de él.

Varian tuvo que apretar la mandíbula hinchada para no llamarla pidiéndole


que volviera. Qué irónico. La crueldad de sus torturadores nunca lo había
impulsado a llorar o suplicar, pero pensar en que ella iba a dejarlo casi lo
hizo. Precisamente por eso, aquella mujer tenía que irse.

La debilidad suponía la muerte para una criatura como Varían.

Fortaleza. Soledad. Ésas eran las cosas que él necesitaba para vivir
y prosperar.

Cuando ella se detuvo en la puerta con la bandeja en las manos y le dirigió


una última mirada, Varían tuvo que apelar a toda su fuerza de voluntad para
no rogarle clemencia.

En vez de eso lo que hizo fue fulminarla con la mirada, esperando... no,
rezando para que ella no regresara. Sabía que no podía permitirse el lujo de
sentir semejantes emociones. Varían cerró los ojos y dejó que el dolor lo
alejara de cualquier consuelo. Dejó que fluyera a través de su ser hasta que
no sintió nada más. Eso permitió que su magia se fortaleciese, pero no
bastaba para sacarlo de aquella trampa. Todavía no. Con un poco de suerte, y
si continuaban golpeándolo, llegaría un momento en que sería capaz de
liberarlo.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Entonces le mostraría a su madre exactamente lo que ella trataba de


obtener proponiéndole un trato. Le encantaría darle a probar sus poderes
nacidos del infierno.

Merewyn sintió que una lágrima solitaria le rodaba por la mejilla cuando
Varían bajó la cabeza para mirar al suelo mientras sus oscuros cabellos le
cubrían las facciones. Se secó la lágrima, y no quiso pensar en qué otras
cosas le harían. El rostro de él estaba deformado, y sus ojos llenos de la
más profunda agonía. Pero Merewyn se dijo que eso no era asunto suyo.
Había hecho lo que su señora quería de ella.

Irguió la espalda, salió por la puerta y la cerró; luego miró a Narishka, que
parecía orgullosa del trabajo de su sirvienta.

—¿Vais a continuar torturándole? —preguntó, mientras la bandeja se le


esfumaba de las manos.

Narishka sacudió la cabeza.

—Dejaremos que se cure un poco. Ahora mismo se encuentra tan


maltrecho que seguramente sería insensible a cualquier nuevo dolor.
Además, todavía le queda magia suficiente para hacerse sentir mejor. —Se
interrumpió como si reflexionara en ello por unos instantes—. Me pregunto
por qué mi hechizo no lo despojó de todos sus poderes. Quizá debí hacerlo
más fuerte. Aunque la intensidad que le di habría dejado desprovisto de
poderes incluso al Kerrigan. Realmente asombroso. Supongo que subestimé
la fortaleza de mi hijo. Dejémoslo estar, ¿eh?

Merewyn estaba atónita ante la implacabilidad de Narishka, pero se


aseguró de ocultárselo a su señora. Hubiese querido preguntarle cómo era
capaz de hacer algo semejante, pero ya conocía la respuesta. Narishka era
malvada hasta el núcleo de su alma negra. De hecho, no había nadie en el
mundo que le importara. Si mañana Morgana perdiese el poder, Narishka no
tendría ningún inconveniente en servir a otro. Con tal de poder derramar su
venenosa crueldad, ella era feliz. Le daba absolutamente igual contra quién
fuese dirigida, o incluso del lado de quién tuviera que ponerse para poder
obrar sus maldades.

Narishka la miró y chasqueó la lengua.


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—Tendremos que esconderte durante un tiempo —dijo.

—¿Esconderme?

—Sí. Si te vieran tal como eres ahora podría crearme problemas.Y el


hecho de que además seas virgen... No, sería demasiado tentador. Existen
muchos hechizos oscuros que requieren el sacrificio de hermosas vírgenes.
No me conviene que alguien que quiera hacerse con el poder te abra en
canal precisamente ahora para utilizarte como pieza en su tablero. Y
tardaría demasiado en reemplazarte por otra humana. Así que, escondite
tendrá que ser.

Antes de que Merewyn pudiera abrir la boca para contestar, se encontró


sola en una habitación sin puertas ni ventanas.

—¡Mi señora! —llamó, pero nadie respondió.

Merewyn buscó a tientas en la oscuridad, sólo para descubrir que se


hallaba en una habitación minúscula y vacía sin mantas, almohadas o
cualquier otra cosa. Una vez más, estaba a merced de Narishka, y eso la
llenó de furia.

Chilló y golpeó la negra pared con los puños mientras forzaba la vista para
distinguir algo. Cualquier cosa. Pero fue inútil.

Narishka no le había dejado nada.

¡Maldita perra mentirosa!

Merewyn se dejó resbalar hasta quedar sentada en el suelo, mientras un


confuso torbellino de emociones se agitaba dentro de ella .Furia; pena;
abatimiento. No obstante, junto con aquellos sentimientos percibió que, con
todo lo terrible de su situación, Varian estaba mucho peor. Al menos ella no
se encontraba encadenada a la pared para deleite de sus crueles
espectadores.
EL GUERRERO DE LA OSCURIDAD KINLEY MACGREGOR
3º LOS SEÑORES DE AVALON

Y con ese pensamiento llegó una desesperación tan intensa que por un
instante sintió que le faltaba la respiración.

—No hay escapatoria —susurró, haciendo frente a aquella desgarradora


verdad. Magda estaba en lo cierto. Narishka no tenía nigana intención de
dejarla marchar. Nunca. Iba a morir allí. Aquella perra se las arreglaría para
volver a engañarla de alguna forma y la mantendría atrapada en su tierra de
maldades.

»No —le juró a la oscuridad, con una furiosa convicción—; no se saldrá con
la suya. —Ahora era más lista que cuando había sido muchacha en Marcia.
Tras vivir junto a Narishka durante todos esos siglos, había aprendido
mucho de su señora. Conocía las reglas del juego, y por todo lo que era
sagrado que ganaría su libertad.

Costara lo que costara, dejaría ese lugar y nunca miraría atrás. Le daba
igual a quién tuviera que sacrificar o lo que tuviera que hacer para ello.

«Nunca volveré a ser esa estúpida de la que todo el mundo puéde abusar a
su antojo.»

Capítulo 5
EL GUERRERO DE LA OSCURIDAD KINLEY MACGREGOR
3º LOS SEÑORES DE AVALON

Dos días después.

—Es inútil, mi señora. Mientras siga llevando puesta la armadura, poca


cosa más podemos hacerle.

Varian se sintió orgulloso del grito de frustración que las palabras de la


mandrágora arrancaron a su madre.

Narishka asestó a la criatura un puñetazo tan terrible que la dejó tendida


en el suelo antes de pasar las uñas por la hinchada mejilla de Varian. Él soltó
un siseo de dolor, pero se negó a emitir otro sonido.

Con los ojos echando llamas, Narishka se volvió hacia la otra mandrágora,
que se encogió temerosa de lo que fuera a hacerle su señora. Dio tres pasos
atrás y tuvo que detenerse cuando su espalda chocó contra la pared. El
espectáculo fue lo bastante gracioso para hacer reír a Varian.

Lo que sólo sirvió para poner todavía más furiosa a Narishka.

—Id a buscar una palanqueta, un cepo para osos y un abrelatas. Me da


igual lo que tengáis que hacer, ¡pero quitadle esa armadura! —ordenó a la
mandrágora que aún estaba de pie.

La criatura de pelo oscuro asintió rápidamente antes de apresurarse a


salir de la habitación y del alcance de Narishka mientras la mandrágora
rubia seguía acurrucada en una posición fetal en el rincón, apretándose el
cuerpo con los brazos.

Varian escupió sangre en el suelo.

—¿Qué pasa, mamá? ¿Es que ver cómo me torturan empieza a ser excesivo
para ti?

Ella le cruzó la cara con un salvaje revés.

Varian se rió de su ira.

—Cuánta razón tenía el dicho —dijo—. No hay nada más dulce que sentir la
caricia llena de amor de una madre.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Narishka recogió el mazo de picapedrero del suelo donde lo había dejado


caer la mandrágora aturdida por su puñetazo, y se lo incrustó en el
estómago con la fuerza suficiente para levantarle los pies del suelo. Varian
sintió el golpe en los huesos cuando el impacto le sacudió todo el cuerpo.
Aun así, se negó a gritar o suplicar clemencia pese a que el dolor era tan
intenso que apenas podía respirar. Cada jadeo entrecortado; cada hueso...
Sólo quería que aquello acabase de una vez.

—¿Por qué no te doblegas? —volvió a chillar su madre.

Varian se negaba a doblegarse porque era lo que todo el mundo esperaba


que hiciera. Su padre, su hermano, cada guerrero en Avalón.

Demonios, pero si al final el mismo Arturo había esperado que se pasara al


bando de su madre y Morgana. Había momentos en los que incluso Merlín lo
miraba como si esperara verlo cambiar de bando.

Pero él nunca haría eso.

Incluso si su convicción no hubiera sido tan firme, el hecho de que todo el


mundo esperaba que lo hiciese habría bastado para mantenerlo en el camino
de la luz.

Nunca les daría la razón uniéndose a las filas de los adoni y Morgana.

Varian sintió que algo le mordía la espalda cuando un gris intentó quitarle
la armadura.

—Es como si fuese una segunda piel que formara parte de su cuerpo, mi
señora —murmuró la criatura.

Su madre lo maldijo con furia cuando se dio cuenta de que el gris tenía
razón. La armadura de Varian era precisamente eso, y ésa era la razón por
la que experimentaba un dolor tan terrible cada vez que trataban de
quitársela.

Con las mejillas enrojecidas por la furia, Narishka arrojó el mazo a un


rincón.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

—Tiene que haber un hechizo que pueda debilitar ese vínculo—dijo-.


¡Mandrágora, gris, retiraos!

Las criaturas mágicas se apresuraron a dejarlo a solas con su madre.


Narishka le enterró la mano en el pelo y tiró con fuerza de él, obligándolo a
levantar la cabeza hasta que la estuvo mirando.

Varian percibía el sabor de la sangre que le manaba de los labios y la nariz,


el sudor que cubría su cuerpo después de tantas horas de martirio.

Narishka lo miró con unos ojos oscurecidos por la curiosidad, y en los que
no había el menor rastro de compasión.

—¿Por qué prefieres que te pegue cuando bastaría con que hicieras lo que
te pido?

El rió burlonamente.

—Porque cabrearte siempre ha sido mi única meta en la vida.

Ella le echó la cabeza hacia atrás antes de soltarle el pelo.

—Nunca entenderé por qué acepté traerte al mundo.

—Es muy simple, mamá. Querías tener un niñito que te amara y cuidara
de ti en tu ancianidad.

Ella lo miró desdeñosamente.

—Debí ahogarte cuando naciste.

Varian le devolvió la mirada con el mismo grado de disgusto en los ojos.

—Ojalá hubiera tenido tanta suerte —dijo.

Eso le valió un bofetón en la cara antes de que su madre saliera de la


habitación y lo dejara allí para que se cociera en su jugo. O, más
exactamente, en su propio sudor.
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Varian suspiró cansadamente mientras miraba la sangre en el suelo. Su


sangre. Eso le hizo preguntarse qué clase de torturas habría tenido que
soportar su padre a manos de Morgana antes de que lo matara, también. No
porque eso le importase realmente, claro.

Era más curiosidad morbosa que ninguna otra cosa.

—¿Qué has hecho?

Varían alzó la mirada al oír la dulce voz de Merewyn y la vio inmóvil en el


umbral de la habitación, con una expresión de horror en su hermoso rostro.

—Básicamente sangrar —dijo él—. ¿Por qué lo preguntas?

Ella torció el gesto en cuanto se le acercó lo bastante para poder verle la


cara. Varían no quiso ni pensar en el aspecto que tendría él ahora. Daba
igual, claro. Tampoco estaba de humor para cortejar a una mujer. En
aquellos momentos, sentía que el mundo habría estado mucho mejor sin él.

«Menuda novedad», pensó.

Aun así, sabía que no debería esperar las visitas de Merewyn con la
impaciencia con que lo hacía. Sobre todo porque sabía quién y qué era ella
realmente y, sin embargo, no podía impedirse querer verla cada día. Era lo
único bueno que le había dejado tener su madre, y ésa era precisamente su
intención.

Merewyn dejó la bandeja en el suelo antes de coger el paño mojado y


aplicarlo a los peores cortes en el rostro de Varían. Cuatro hileras de
verdugones iban desde la sien hasta el mentón. Era como si una de las
mandrágoras le hubiera pasado las garras por la cara.

Merewyn no pudo evitar sentir pena por él al verlas.

Vio que él tragaba aire con un jadeo entrecortado al sentir el contacto de


la tela, que tenía que escocerle terriblemente.

—No me hace falta tu bondad, Merewyn —le dijo secamente.


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—Necesitas la bondad de alguien. Quizás incluso la tuya podría hacerte


algún bien.

—¿Se supone que eso tiene sentido?

—Sí —respondió ella tajantemente. Por alguna razón, la terquedad de él


la enfurecía. ¿Por qué no se decidía de una vez a hacer lo que querían de él y
ponía fin a aquello?—. Dales lo que quieren para que puedas irte de aquí.

Él resopló despectivamente, y luego torció el gesto como si una nueva


punzada de dolor acabara de recorrerle el cuerpo.

—¿Tú serías capaz de vender a alguien por tu libertad? —dijo


Varían.

Ella bajó la vista, incapaz de responder a esa pregunta. La respuesta le


daba náuseas.

—Te van a matar, Varían.

Él mantuvo su expresión estoica y la miró con aquellos ojos verdes


intensos. Contenían una pasión y un fuego verdaderamente insondables, y
que a Merewyn se le antojaron sorprendentes habida cuenta de la situación
en que se encontraba Varían.

—Todos morimos, de una manera u otra —dijo él—. Es cómo vivimos lo que
importa.
Aun así, Merewyn no entendía qué le permitía mantenerse firme ante
semejante brutalidad.

—¿Qué es tan importante para soportar este dolor?

Él no respondió.

—¿No me lo quieres decir? —insistió ella, mientras volvía a coger el paño


para limpiarle la sangre que emanaba de los labios—. ¿Es amistad?

—No.

—¿Amor?
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Él rió amargamente antes de contestar.

—Ni siquiera sé lo que es eso.

—¿Entonces qué? —Ella dio un paso atrás para mirarlo a los ojos—. ¿Qué
puede importarte tanto que esto... —señaló su cuerpo destrozado— te
parece trivial en comparación?

—No lo sé —dijo él en voz baja.

Ella sacudió la cabeza con incredulidad y lo miró con los ojos entornados.

—¿No lo sabes y, sin embargo, sangras por ello?

Él la taladró con una mirada que la dejó paralizada.

—¿Es que no hay nada en el mundo por lo que tú estarías dispuesta a


sangrar? —preguntó.

—No —dijo ella fervientemente—. Nada. ¿ Por qué debería hacerlo? Nadie
ha sangrado nunca por mí.

Los labios de Varían se elevaron en una sonrisa burlona.

—Entonces estamos igual.

—¿A qué te refieres?

—Nadie ha sangrado nunca por mí tampoco.

¿Se suponía que eso debía tener sentido?

—Entonces ¿por qué aguantas esto? —preguntó Merewyn.

Una vez más, ella se sintió impresionada por la intensidad de las emociones
que refulgían en los ojos de Varian.

—Porque me niego a ser aquello que fue mi padre —contestó el adoni—. No


daré la espalda a mi juramento. Por nada del mundo.

Merewyn no estaba de acuerdo, pero al menos eso tenía algo de sentido.


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—Entonces sangras por honor —dijo.

—No tengo honor.

—Entonces sangras por nada.

—Y tú sangrarías por nada, también.

Ella dejó caer el paño y apretó las manos al tiempo que lo miraba con
frustración.

—No tergiverses mis palabras —dijo—. Yo no quería decir eso.

—Lo sé.

Incapaz de soportar el escrutinio de la mirada de él y los alfileretazos de


su propia conciencia, Merewyn se dirigió hacia la puerta.

—Merewyn, espera.

Ella se detuvo al oír su voz y se volvió nuevamente hacia él.

—¿Sí?

Varian clavó la mirada en ella como si la midiera con los ojos an-
tes de responder.

—Yo... —Bajó la vista al suelo y se le quebró la voz.

—¿Tú? —lo alentó ella.

Él volvió a buscarle su mirada.

—Necesito que me hagas un favor —dijo—, si no te importa.

Un favor. Eso era algo que nadie le había pedido en siglos. En Cámelot sólo
le daban órdenes. Los favores eran para los bobos. Eso Varian tenía que
saberlo.
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Pero la curiosidad fue más fuerte que ella, y se encontró queriendo saber
qué podía desear de ella un hombre semejante.

—¿En qué consiste ese favor? —inquirió.

—¿Podrías aflojar los cordones de mi coraza para que no me costara tanto


respirar?

Merewyn titubeó. Sabía que su señora llevaba días intentando despojarlo


sin éxito de aquella armadura. Varian la había mantenido en su sitio y se
burlaba de la incapacidad de ella.

—¿Tanto confías en mí? —dijo ella al cabo.

—No. Pero no puedo aflojarlos yo mismo y sé que no debo pedirle ayuda a


mi madre.

En eso tenía toda la razón, y si Merewyn lograba quitarle la armadura, su


señora la recompensaría por ello. Espléndidamente.

Quizás hasta la liberaría antes de lo acordado...

Merewyn dio un paso adelante, pero volvió a detenerse al imaginar lo que


vería cuando le quitara la armadura y lo dejara expuesto a las torturas.
Serían todavía más implacables que antes, y sin la armadura Varian no
dispondría de ninguna protección.

Ninguna.

«¡Hazlo! Eso complacería inconmensurablemente a Narishka», dijo una voz


en su mente.

Merewyn se vio a sí misma tal como había sido en Mercia, luciendo un


precioso vestido y con todos los nobles desviviéndose por arrancarle una
sonrisa. Rememoró el mundo que había dejado atrás. La belleza. La calidez.

El color.

Aquí el único color que podías encontrar era el rojo sangre.

Y el de unos ojos tan verdes que prácticamente relucían.


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Merewyn torció el gesto. Miró la sangre a los pies de Varian y se odió a sí


misma por lo que se disponía a hacer. Sintiendo los músculos extrañamente
agarrotados, levantó la cabeza y dijo:

—No puedo.

Él la miró con ceño.

—¿Por qué no? —jadeó.

Ella titubeó un momento antes de hacer algo que llevaba siglos sin hacer.
Le contó la verdad, a pesar del daño que eso le causaría.

—Porque si lo hiciera podría quitártela. —Y con esas palabras salió de la


habitación.

Varian mantuvo los ojos fijos en la puerta cerrada durante unos minutos
que se le hicieron eternos, mientras las palabras de Merewyn resonaban una
y otra vez en sus oídos. Así que no era completamente indigna de confianza.

Al menos había tenido la temeridad de admitirlo, y no le había hecho daño.


Eso ya era una novedad. De todas maneras, Varian tampoco habría permitido
que le aflojase la armadura. Sólo pretendía saber qué diría ella.

Si intentaría quitársela.

Quizá no era su enemiga después de todo. Quizás había sabido ver que se
trataba de una prueba y era demasiado lista para caer en la trampa. Nunca
encontrabas a nadie en quien pudieras confiar realmente. Él lo sabía. Todas
las personas a las que había dejado pasar a través de sus defensas
aprovecharon la ocasión para hacerle daño.

Su padre; Galahad; Dafyn; la misma Aquila...

Y hablando de esta última, ya llevaba varios días atrapado en aquella


mazmorra y nadie había venido de Avalón para informarse acerca de su
estado. Si se tratara de cualquier otra persona, Aquila ya hubiese recurrido
a todos los agentes dobles a su disposición para ayudar al miembro de la
hermandad en apuros.
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Pero Varian no se merecía que Aquila arriesgara a ninguno de ellos.

Varian tampoco tenía nada que objetar a eso. No quería estar en deuda
con nadie. Éste sólo era otro día de su vida. Otra humillación.

Otra punzada de dolor en el trasero... la espalda, el hombro... maldición,


pero si hasta los párpados le dolían.

Cerrando los ojos, Varian hizo lo que siempre hacía cuando la vida se le
volvía insoportable: recurrir a la fantasía para alejarse de allí.

Imaginó un lugar solitario y lleno de paz. Más que eso, pudo sentir el suave
contacto de una mano de mujer sobre su mejilla. Ella siempre había carecido
de rostro y de forma en el pasado, pero no esta vez.

Esta vez tenía una larga melena oscura cuyos delicados rizos le llegaban
hasta la cintura, y sus hermosos ojos salpicados de ámbar parecían
recriminarle por soportar aquel tormento.

Y por una vez tenía un nombre. Uno en el que Varian no se atrevía a


confiar.

Los sueños siempre eran malvados. Más hombres habían perecido a causa
de ellos que por ninguna otra cosa, y ciertamente él no era tan idiota como
para cometer ese error.

Varian tragó aire, invocó su magia y la usó para alisar todas las abolladuras
de su armadura que pudo antes de que el hechizo de su madre volviera a
debilitar su poder y lo dejara con nada.

Mañana se libraría de Merewyn y de su bondad. Ése era el primer paso. El


siguiente sería conseguir su libertad.

O al menos, su muerte.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Capítulo 6

Merewyn quería correr lo más lejos de allí que pudiera y, sin embargo,
cuando llegó al final del corredor se dio cuenta de que no tenía a donde ir.
No había un solo lugar donde esconderse en aquella tierra donde Narishka y
sus esbirros no pudieran encontrarla y traerla de regreso. No había manera
de salir de Cámelot a menos que se dispusiera de una magia
extremadamente potente, un poder oculto o la llave de un merlín, y ella no
poseía ninguna de esas cosas.

El único lugar al que podía ir era Glastonbury, donde sus crueles


moradores estarían encantados de entregarla a su señora.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

«Y si decides seguir adelante con esto, Narishka te lo hará pagar con una
buena paliza», dijo la voz en su cabeza. A continuación, una imagen del
cuerpo ensangrentado de Varian le cruzó la mente. Narishka y Morgana lo
necesitaban vivo. Ella, personalmente, no tenía tanta suerte. No había nada
para lo que su señora la necesitara. Sería golpeada y torturada hasta que
muriera.

Durante uno de sus muchos intentos por escapar, Narishka la había


encontrado tras haber caído de un tejado. Le dijo que si volvía a intentarlo
se daría un banquete con sus entrañas y luego la haría volver de entre los
muertos convertida en una devoradora de cadáveres sin alma.

Con una mueca de horror, Merewyn desanduvo el camino y volvió a aquella


tétrica mazmorra en la que el hedor a sangre y sudor impregnaba el aire
estancado. La sangre cubría los eslabones y grilletes de metal que
mantenían a Varían encadenado a las paredes y lo obligaban a permanecer de
pie. Merewyn estaba segura de que llevaba días sin dormir. No había podido
sentarse o descansar sus maltrechas piernas ni por un instante.

Y, sin embargo, nunca hablaba de los malos tratos a los que era sometido.
Se limitaba a soportar los golpes como si los mereciese de alguna forma.

Cuando fue hacia él, Varian levantó la cabeza y clavó en ella una mirada
tan llena de malevolencia que por una vez Merewyn vio el parecido entre
madre e hijo.

—Así que has vuelto —dijo Varian secamente.

Ella señaló la bandeja que había a sus pies y contestó:

—Olvidé mis cosas.

Él enarcó una ceja con un movimiento que prácticamente la llamaba


mentirosa. Merewyn se le acercó un poco más para poder coger su bandeja.

Él no habló hasta después de que ella se hubiera agachado para recogerla.

—Sé quién eres.

Ella respondió con un resoplido desdeñoso a las palabras que él acababa


de murmurar en un tono que no podía ser más ominoso.
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—Pues claro que lo sabes —dijo—. Ya te he dicho mi nombre.

—No —dijo él, su voz seca y pastosa—. Sé que eres la mujer deforme a la
que salvé de recibir una paliza en Glastonbury.

Esas palabras susurradas la dejaron paralizada. No podía respirar ni


moverse. Aquello tenía que ser un juego al que él estaba jugando con ella.
Varian no podía saber eso. Tras decidir que no debía dejarle ver que había
acertado de lleno en el blanco, Merewyn se obligó a poner el paño encima de
la bandeja.

—No sé de qué me estás hablando —dijo, y echó la cabeza hacia atrás


para sostener la mirada escrutadora de Varian.

No vio respiro o clemencia alguna en aquellos brillantes ojos verdes.


Merewyn sintió que la abrasaban con una inteligencia y un poder
ultraterrenos. Era como si Varian pudiera ver dentro de su alma, un
escalofrío le recorrió la espalda.

—Pues claro que lo sabes —dijo él—. No soy idiota, Merewyn. Supe quién y
qué eras nada más verte los ojos. Mi madre lo cambió todo en ti salvo eso.
Tus ojos siempre te delatarán.

Merewyn sintió una súbita necesidad de cerrarlos, pero ni siquiera


pestañeó. No le daría la satisfacción de admitir que había logrado calarla
tan fácilmente.

—Conozco a mi madre, muchacha —prosiguió él—. La pregunta es: ¿la


conoces tú?

Olvidándose de la bandeja, Merewyn se irguió para encararse con aquella


mirada llena de hostilidad. No iba a permitir que él la juzgara cuando sólo
estaba haciendo lo que tenía que hacer para sobrevivir en aquel infierno.

—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó con voz desafiante.

Él se lamió la sangre de los labios antes de volver a hablar.

—No sé cuál es el trato que hiciste con ella para poder ser hermosa, pero
te aseguro que no funcionará. Mi madre no dejará que continúes en posesión
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de esa belleza, puedes creerme. Disfrutará inmensamente arrancándotela


capa tras capa y oyendo cómo lloras de pena al verla desaparecer.

Ése era el peor de los temores de Merewyn, y pensarlo le oprimió el


pecho como una presa de hierro que irradió a través de todo su cuerpo. No
quería volver a ser fea. No quería que la cubrieran de escupitajos, la
despreciaran y se burlaran de su fealdad.

Lo único que quería era encontrar su propio lugar en el mundo y ser vista
como algo distinto a un monstruo.

Con todo, Varian no concedió un solo respiro a su temor ni a su conciencia.

—Vas a morir, Merewyn. Sin duda —afirmó.

—Narishka no me matará. —Las palabras le supieron amargas en la lengua,


y pronunciarlas sólo sirvió para reforzar todavía más su convicción de que
Varían decía la verdad.

—Te estás mintiendo a ti misma si crees eso.

Merewyn sacudió la cabeza, y se obligó a creer en su propia mentira.

—Llevo más siglos con Narishka que tú —dijo—. La conozco mejor.

—¿Tú crees? —preguntó él, con una fría carcajada en la que no había un
atisbo de humor—. Bueno, vamos a ver si adivino cómo discurrieron las
cosas. Narishka te dijo que entraras aquí y fueras agradable conmigo. Que
me trajeras comida y agua y me limpiaras la frente, para que así yo me
sintiera tentado por tu hermosura y debilitado por tu bondad. Tu tarea
consiste en decirme cosas amables y mostrarte clemente conmigo, para que
de esa manera dependa cada vez más de ti y llegue a encariñarme contigo.
Ése ha sido su plan desde el momento en que empezó a maltratarme,
¿verdad? Pero no saldrá bien. No me estoy debilitando ni siquiera en el más
ínfimo grado. Y cuando mi madre se harte de tratar de arrancarme la
armadura, hará que te traigan aquí para ponerte ante mí y sostener un
cuchillo delante de tu garganta. Lo acercará tanto a tu hermoso cuello que el
filo te pinchará la piel, y una gota de tu sangre se deslizará por la hoja.
Seguramente te echarás a llorar cuando te des cuenta de que tu destino se
encuentra en manos de una mujer a la que no podrías importarle menos.
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Entonces mi madre me dará a elegir: o me uno a ella y a Morgana o veo cómo


te mata.

Merewyn permaneció imperturbable mientras la imagen que él le había


pintado con sus palabras se cernía sobre su mente con una amenazadora
nitidez. Incluso podía sentir la frialdad de la hoja. Ver el perverso deleite
en los ojos de Narishka mientras exigía a Varian que se les uniera.

Él le lanzó una mirada que la atravesó hasta clavársele en el corazón, y


cuando habló, su voz encerraba todo el peso implacable de su firme
resolución.

—Cuando llegue ese momento, no te salvaré —dijo.

La mente de Merewyn aulló en una muda negativa. Se dijo que no podía


llegar tan lejos y sobrevivir a tanta crueldad para morir como había dicho él.
Ni siquiera el caprichoso dios al que llamaban Azar podía ser tan cruel.

—No te creo —le espetó.

Varian combatía en el bando del bien. Esa clase de hombres no dejaban


morir a personas inocentes. No si podían evitarlo.

—Oh, jovencita, más vale que me creas —dijo él con una mueca irónica—.
Es mejor que mueras tú a que sean quienes protegen el grial de las manos de
Morgana quienes lo hagan. Del mismo modo en que yo estoy dispuesto a
morir por mi convicción, estoy dispuesto a verte muerta por ella también. Es
una promesa. —Habló en un tono tan siniestro que Merewyn tragó saliva, y ni
por un instante se le ocurrió dudar de sus palabras—. Si quieres vivir con
esa belleza por la que tan duramente has negociado, entonces más vale que
eches a correr.

Qué fácil lo hacía sonar él. ¿No se le había ocurrido pensar que era
precisamente lo que ella quería hacer?

—¿Y adónde supone que debo ir? No existe un solo lugar donde alguien como
yo pueda esconderse de tu madre. Sus poderes son absolutos... te capturó
incluso a ti, que aseguras conocerla tan bien. Narishka me buscaría hasta
encontrarme y me mataría sin pensárselo dos veces sólo por haberla
obligado a salir de sus aposentos.
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—Entonces estás perdida.

Merewyn apretó los dientes en un frenético intento por mantener a raya


la oleada de desesperanza y amarga pena que amenazaban consumirla.

—Todo eso que me dices ya lo sé —repuso. Y era cierto que lo sabía. Se


había condenado a sí misma en el momento en que buscó a aquella vieja en
los bosques de Mercia y le pagó para que invocara a un adoni para ella, de
forma que no se viera obligada a casarse con un hombre que sólo era capaz
de ver su hermosura.

Ahora ya no había vuelta atrás.

Pero mientras miraba al hombre destrozado que tenía delante, supo en


qué la había convertido su larga estancia en Cámelot. Magda tenía razón. Ya
no era humana. Había dejado que Narishka se lo arrebatara todo.
Todo.

Incluso su humanidad.

Ahora ya no valía absolutamente nada.

Pero pensándolo bien, la verdad era que ella nunca había valido gran cosa.
Toda su vida en Mercia había sido estúpida y vanidosa.Estúpida. Una
jovencita tan absorta en su propio mundo que prefirió arrojar por la ventana
su vida entera antes que verse obligada a casarse con el hombre elegido por
su padre. Había soñado bobamente con el amor y la felicidad. En aquel
entonces, creía merecerlos.

Y ahora, en lugar de ofrecerse a sí misma como prenda, había vendido a


otra persona en beneficio propio. Contempló el rostro ensangrentado de
Varían, sus muñecas despellejadas y llenas de moretones.

«¿Serás capaz de mirarte en el espejo sabiendo que tu belleza ha


sido comprada con sangre?», se preguntó.

Ahora ya conocía la respuesta a esa pregunta.

Agachando la cabeza, Merewyn recogió la bandeja del suelo y se dispuso a


irse. Pero antes de hacerlo, se volvió para mirar a Varían. Sus hermosos
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cabellos estaban enredados y manchados de sangre. Su apuesto rostro


desfigurado por los moretones. Con todo, se lo veía fuerte incluso mientras
era presa del dolor. Con todo, conseguía parecer poderoso y seguro de sí
mismo cuando por dentro tenía que estar exhausto y a las puertas de la
muerte. Qué idiota era al hacerles frente cuando estaba claro que no podía
ganar.

O... quizás él sabía algo que ellos ignoraban. Quizá, sólo quizá, realmente
podía medirse con su madre.

Ese pensamiento trajo consigo otro, que le dio la primera brizna de


esperanza que había sentido en mucho tiempo.

«No lo hagas, Merewyn. ¡No!»

Pero las palabras ya habían salido de sus labios antes de que ella pudiera
detenerlas.

—Si yo pudiera liberarte, ¿me sacarías de este lugar?

Él rió amargamente, como si la idea le pareciese tan ridícula como se lo


había parecido a la voz interior de Merewyn.

—No puedes liberarme de esta prisión —aseveró.

Aun así, ella estaba decidida a seguir adelante.

—¿Y si pudiera?

Él le sostuvo la mirada sin inmutarse, y el hielo que Merewyn vio en sus


ojos la hizo estremecer.

—Tú sácame de aquí —dijo Varian—, y me aseguraré de que ningún adoni


vuelva a ponerte la mano encima. Nunca.

—¿Cómo sé que cumplirás tu palabra?

—Lo juro sobre el alma del mismísimo Arturo. —Pronunció aquellas


palabras con una convicción tan sincera que Merewyn hizo lo imposible: lo
creyó.
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—Muy bien —contestó—. Confiaré en que harás honor a ese juramento, y


te liberaré de inmediato.

Varian la siguió con la mirada mientras ella volvía a dejarlo solo. Sabía que
no debía concebir falsas esperanzas. ¿Qué podía hacer ella, una mera
sirvienta?

«Morirás aquí.»

Aferrando las cadenas en sus manos, Varian tiró de ellas con todas sus
fuerzas. Su cuerpo ardió y palpitó en señal de protesta mientras intentaba
algo que él sabía era fútil. Con todo, tenía que intentarlo, Rendirse sin
luchar nunca había formado parte de su naturaleza.

La ira creció en su interior cuando se vio obligado a cejar en su empeño


para colgar fláccidamente de las cadenas.

Cansado, pero no vencido, Varian agachó la cabeza y cerró los ojos para
conjurar alguna visión interior que aliviara un poco la pena y la
desesperación que sentía. Habitualmente se imaginaba una tranquila casita
en lo alto de una colina, donde podía sentarse y leer mientras el sol entraba
a raudales por las ventanas abiertas, y la suave brisa traía consigo el
perfume de la zarzamora y el canto de los pájaros.

Pero esta vez el sueño lo eludió. En lugar de su casita en lo alto de la


colina, lo que vio fue la sonrisa llena de malicia de una mujer en la que sabía
que no podía confiar. La sonrisa llena de malicia de una mujer que había
renunciado a su vida para tener de nuevo su hermosura...

Merewyn dejó la bandeja en una pequeña alcoba y avanzó sigilosamente


por el dédalo gris de los corredores de Cámelot. Lo que estaba haciendo era
tan insensato que no podía creer que se atreviera a hacerlo, y, sin embargo,
sabía que no le quedaba otra elección.
Varían tenía razón. Su madre nunca la dejaría marchar. Y por mucho que
ella quisiera creer otra cosa, no le cabía duda de que él la sacrificaría sin
vacilar. Tal como había dicho.

Aquélla era la única forma de salvar su vida que se le ocurría.


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Con el corazón palpitándole frenéticamente en el pecho, se detuvo ante


una gran puerta negra que empequeñecía su menuda silueta y llamó
rápidamente con los nudillos sobre la fría madera.

—Pasa. —La voz era profunda y masculina.

Merewyn titubeó hasta que se acordó de que el hombre que había al otro
lado de la puerta en realidad no podía ver nada cuando estaba en forma
humana. No sabría que ella ya no tenía el aspecto de siempre.

Aferrándose a ese pensamiento, abrió la puerta y entró en el pequeño


dormitorio que pertenecía a la mandrágora llamada Blaise, la cual se hallaba
sentada junto al fuego en actitud de reposo. Las manos descansaban sobre
su liso vientre, y tenía las piernas extendidas ante él como si hubiese estado
echando una cabezada. Alto y esbeltamente musculoso, con largos cabellos
de un rubio casi blanco, en un tiempo había sido sirviente personal del
anterior rey de Camelot, Kerrigan.

Pero Kerrigan se había vuelto contra Morgana hacía poco más de un año y
se había unido a los señores de Avalón. Blaise permaneció con él durante el
terrible combate subsiguiente hasta que al fin logró huir de las garras del
rey. Entonces regresó a Cámelot para comunicar a Morgana la traición de
Kerrigan.

Al menos ésa era la historia que había contado Blaise.

Merewyn sabía que las cosas no habían sucedido exactamente así. La


mandrágora ocultaba más cosas a su regreso de las que había revelado.
Puede que Narishka la despojase de su hermosura, pero no le había
arrebatado su inteligencia y su intuición.

—Perdonad que os moleste, mi señor—dijo con cautela.

La mandrágora ladeó la cabeza en un ángulo extraño, como si estuviera


tratando de verla con aquellos ojos de un violeta pálido. Llevaba su blanca
melena recogida en una larga trenza que le caía sobre el hombro hasta la
cintura. Aunque aseguraba padecer albinismo, Blaise tenía la piel dorada y
unas facciones tan virilmente apuestas que todos los adoni de Cámelot
habían ido alguna vez en busca de su cuerpo... al menos por una noche.
Incluso Merewyn había sido siempre consciente de lo hermoso que era él,
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pero no era sino la cariñosa consideración que mostraba hacia ella lo que la
había atraído de su persona.

—¿Merewyn? —preguntó la mandrágora.

—Sí.

—¿Tu señora necesita algo?

Durante todos aquellos siglos, Merewyn nunca se había atrevido a entrar


en los aposentos de Blaise por otra razón que no fuese aquélla. Sólo se
cruzaban en los corredores cuando iban a hacer alguna clase de encargo
para sus amos; sus encuentros siempre habían sido breves y habitualmente
consistían en transmitir un mensaje de Narishka para Kerrigan.

Pero aquello iba a cambiar.

Merewyn no contaba con ninguna garantía de que Blaise fuera a ayudarla,


pero era la única esperanza que tenía.

—Necesito pediros un favor—le dijo.

La mandrágora arqueó las cejas con sorpresa.

—¿Quieres pedirme un favor?

—Vos sois la única persona que hay en esta habitación aparte de mí. Eso
quiere decir que sois el único con el que podría estar hablando, ¿verdad?

Una media sonrisa curvó los labios de Blaise.

—¿Sarcasmo? Eso es nuevo para ti, ¿verdad?

En realidad no. Ella siempre había sido así, pero normalmente se guardaba
aquella clase de comentarios para sí misma.
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—Por favor, no dispongo de mucho tiempo —dijo Merewyn—.Hay alguien


que necesita ayuda.

Blaise se puso serio inmediatamente al tiempo que se erguía en el asiento.

—Conoces tan bien como yo las consecuencias de ayudar a alguien en


Cámelot —le advirtió.

Merewyn cerró la puerta y atravesó la habitación hasta que estuvo junto a


Blaise.

—Lo sé —contestó, bajando la voz para que nadie pudiera oírlos desde
fuera—. Pero si no se hace algo, Varian morirá.

Blaise adoptó una expresión pétrea, como si tratase de ocultar sus


emociones.

—¿Varian du Fay ? —preguntó.

—El mismo.

—¿Qué puede importarme a mí su vida?

—Yo creo que su vida es extremadamente importante para vos.

—¿Por qué habría de serlo? Y ¿por qué acudes aquí para hablarme de la
vida de un hombre que todo el mundo asegura que no vale nada?

Merewyn tragó saliva antes de responder con la pura verdad.

—Porque vos sois el único en quien puedo confiar aquí—dijo—. Sois el


único, aparte de Magda, que me ha mostrado alguna clase de bondad. Por esa
razón, creo que podéis ayudarme y que lo haréis.

Blaise inclinó la cabeza hacia atrás como si estuviera usando sus poderes
para sondear el aire alrededor de ellos.

—¿Cómo sé que esto no es una trampa?

—Yo no traiciono a mis amigos.


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Blaise resopló desdeñosamente.

—¿Desde cuándo soy uno de tus amigos?

Merewyn se inclinó sobre Blaise para tocarle el omoplato izquierdo y


apretó la mano contra un punto que sabía tenía un gran significado para él.

—Siempre os he tenido por un amigo. Desde hace muchos, muchos años.

El reconocimiento veló la mirada de Blaise mientras captaba rápidamente


lo que ella intentaba decirle.

—¿Por qué quieres ayudar a Varian? —dijo al cabo.

—Él me ayudará a escapar si encuentro una forma de liberarlo.

Blaise entornó los ojos para mirarla de un modo que le hizo preguntarse si
realmente no podría verla después de todo.

—¿Ésa es la única razón?

—Sí.

El brazo de Merewyn cayó del hombro de la mandrágora cuando ésta se


levantó del asiento.

—Entonces ven conmigo —dijo—. Más vale que nos apresuremos antes de
que Narishka sepa lo que estamos tramando y decida asarnos a fuego lento
por ello.

Merewyn respiró profundamente con una mueca de alivio, pese a que


distaban mucho de estar a salvo. Al menos había conseguido llegar hasta
allí, y Blaise había accedido a ayudarla. Era más de lo que tenía antes.

—Está en la mazmorra —dijo.

Blaise le lanzó una mirada que decía «¿Tú crees?», antes de cogerla de la
mano y volatilizarlos de su habitación para materializarse donde Varian
esperaba encadenado.

Afortunadamente, la habitación aún estaba vacía aparte de su cautivo.


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—Maldición —masculló Blaise, mientras entornaba los ojos en dirección a


Varian—. Incluso medio ciego, puedo ver que te han dejado hecho un
desastre.

Varían alzó la cabeza de golpe, la incredulidad grabada en su rostro.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó a la mandrágora.

—Vengo a salvarte el culo, idiota. ¿Qué si no?

La mirada de Varían bajó hasta Merewyn.

—Te dije que podía sacarte de aquí —murmuró ella.

Él sonrió despectivamente ante aquellas palabras tan osadas.

—Todavía no he salido de aquí —repuso—. Y tú tampoco.

Blaise avanzó para ponerse al lado de Varían. Agarró con ambas manos una
de las gruesas cadenas negras y trató de romperla.

—¿A quién pertenece la magia que te mantiene prisionero?

—A mi madre.

Blaise hizo una mueca de disgusto.


—¿Puedes combinar tus poderes con los míos para romper las cadenas?

—No estoy seguro. Narishka está usando un hechizo de amortiguamiento


que pone serias trabas a lo que puedo hacer.

Blaise soltó un juramento.

—No me extraña que estés hecho una mierda.

—Sí, ya. Bueno, tú tampoco eres mi cita soñada.

—¿No podríais daros un poco de prisa? —los apremió Merewyn—. Las


bromas tienen gracia, pero tenemos un dilema que se agravará bastante
como alguien nos descubra.
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—En eso tiene razón —dijo Varían.

Blaise torció el gesto antes de poner las manos sobre el grillete de metal
que aprisionaba la muñeca izquierda de Varian

—Está bien, a la de tres, dos... uno.

Varian cerró los ojos mientras Blaise se esforzaba por romper el grillete.

Al cabo, un destello intenso brotó de los dos y atravesó la habitación un


instante antes de que el grillete se rompiera. Varian se tambaleó y habría
caído al suelo si Blaise no lo hubiera sujetado.

—Listo —dijo, mientras volvía a ponerle los pies en el suelo.

Luego le tomó la cara entre las manos y susurró unas palabras en la lengua
de las mandrágoras—: Asklas gardala varra deya.

Varian se convulsionó con un siseo ahogado como si un intenso dolor le


corriera a través de las entrañas. El sonido se intensificó mientras un
extraño resplandor ultraterreno fluía sobre su cuerpo.

Las heridas sanaron, y su armadura se alisó sola hasta que volvió a estar
entero y curado.

Varian exhaló un profundo suspiro de alivio. Sus ojos estaban llenos de


gratitud.

Blaise le dio una palmada en el hombro y luego pasó a ocuparse del segundo
grillete.

—Otra vez. Tres, dos... uno.

El grillete se abrió.

Varian cerró los ojos y se frotó los brazos.

—Gracias, Blaise.
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Merewyn lo miró, asombrada de lo apuesto que era. La tortura había


deformado el rostro de Varian durante tanto tiempo que ella ya no se
acordaba de lo increíblemente perfectas que tenía las facciones. Sus negros
cabellos colgaban en ondas que resaltaban la firmeza de su mandíbula
esculpida, que ahora lucía las patillas resultado de una semana sin afeitarse.

Blaise titubeó antes de dejar caer el grillete al suelo.

—¿Estás bien, V?

Él asintió con la cabeza.

—Sí—dijo después—. Sólo un poco desorientado a causa de tu curación.

Blaise frunció el entrecejo mientras le recorría el cuerpo con la mirada.

—¿Qué hacían —preguntó—, dejar que te fueras cociendo poco a poco en


tu propio dolor mientras estabas solo, y luego curarte para dar inicio a una
nueva sesión de tortura?

Varian asintió.

Merewyn se encogió temerosamente. No se le había ocurrido pensar en


esa crueldad.

—¿Les dijiste algo? —preguntó Blaise sin levantar la voz.

—¿Qué podía decirles? ¿Que soy gilipollas? Me parece que eso ya lo


saben.

Merewyn hubiese reído, pero se quedó helada de horror cuando oyó que
había alguien fuera de la habitación. Era un sonido de pasos que se
aproximaban.

—Viene alguien —les susurró.

—Mejor os ponéis en camino —dijo Blaise, antes de volatilizarse de la


habitación.
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—¡Blaise! —siseó Varian. Cuando la mandrágora no respondió, soltó una


larga sarta de improperios.

Merewyn no entendía a qué podía venir su ira.


—¿No puedes usar tus poderes para sacarnos de aquí? —preguntó.

Él tiró del pequeño brazalete de oro que llevaba en la muñeca.

—De momento no.

Merewyn sintió que la sangre le huía del rostro y miró alrededor en busca
de un lugar al que huir o que pudiera servirles de escondite.

No había ninguno. La habitación estaba completamente vacía excepto por


las cadenas... y ellos.

Los pasos continuaron aproximándose hasta que finalmente se detuvieron


justo enfrente de la puerta. Aterrada, Merewyn alzó la mirada hacia Varian,
que se había colocado entre ella y la puerta.

Pero sin su magia se hallaba tan indefenso como ella.

¡Ya podían darse por muertos!

Una llave resonó en la cerradura.

Merewyn agarró del brazo a Varian, quien la mantuvo detrás de él


mientras una mano empujaba lentamente la puerta hasta dejarla abierta.
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Capítulo 7

Varian se envaró, preparándose para luchar mientras la puerta se abría


con un acompañamiento de crujidos. Una fracción de segundo antes de que
pudiera ver quién entraba, la habitación se ennegreció. Hubo un instante de
negrura absoluta en el que sintió como si se precipitara dentro de un
abismo. Rodeó a Merewyn con los brazos en una reacción instintiva,
determinado a protegerla lo mejor que pudiera.

Cuando volvió a pestañear, descubrió que estaba de pie en un pequeño


dormitorio en algún lugar del castillo. Merewyn le apretaba el brazo con tal
desesperación que sus dedos casi le habían cortado la circulación.

Se volvió y vio a Blaise que los observaba con ceño.

—Te gusta hacer las cosas en el último momento, ¿eh? —dijo la


mandrágora.

Varian suspiró con una mueca de cansancio antes de soltarse la muñeca de


los dedos de Merewyn.

—No tanto como a ti —replicó—. ¿Se puede saber qué demonios te pasa?

—¿A mí? Te recuerdo que el medio adoni eres tú. ¿Por qué no saliste
pitando de allí en cuanto me fui?

Él levantó la muñeca para mostrarle la banda dorada que la circundaba.


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—¿Recuerdas lo que dije antes? Mi madre todavía está restringiendo mis


poderes. No puedo transportarme a ningún sitio mediante mi magia mientras
lleve esto puesto.

—Entonces será mejor que encuentres alguna forma de arrancártelo o de


cortarte esa mano, muchacho.

—¿Eso es un problema? —preguntó Merewyn—. ¿Blaise no puede sacarnos


de aquí?

—Sí —respondió Varian automáticamente. Sabía que la mandragora se


había desplazado entre los reinos en el pasado.

—No —corrigió Blaise.

¿No? La palabra resonó dentro de la cabeza de Varian mientras con los


ojos de la imaginación se veía estrangulando a la mandrágora.

—¿Qué quieres decir con eso de que no? —preguntó.

—No puedo sacaros de aquí. No dispongo de una llave para abrir el portal.

Varian le lanzó una mirada asesina.

—¿Dónde está tu llave, Blaise?

—La deje con Kerrigan porque ciertas personas, como por ejemplo tu
madre, empezaron a mirarme con suspicacia tras mi regreso. Si uno de los
fisgones de Narishka hubiera encontrado esa llave cerca de mí, mi piel
escamosa habría acabado colgada en la sala de trofeos del castillo.

Oh, lo que les faltaba. Varian sintió que se le encogía el estómago cuando
comprendió que su situación no podía ser peor.

—Tienes que estar bromeando —dijo.

Miró a Merewyn, quien parecía estar digiriendo la noticia con un poco más
de calma. Al menos ella no miraba a Blaise como si tuviera ganas de
estrangularlo.
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—¿Así que no hay forma de que nos vayamos de aquí? —dijo la joven al
cabo.

—Pues no —repuso Blaise—. A menos que Varian libere sus poderes y nos
transporte mediante su magia.

Varian pensó que ojalá pudiera hacerlo.

Merewyn se llevó la mano a la sien como si le estuviera entrando una


terrible jaqueca.

—Entonces todo esto no ha servido de nada —musitó—. Me he jugado la


vida, y ahora se acabó. ¡Narishka me matará!

—Todavía no se ha acabado —dijo Varian, al tiempo que sacudía la cabeza.

Merewyn se volvió hacia él con un brillo asesino en el ámbar de sus ojos.


Por mucho que Varian odiara admitirlo, la verdad era que estaba irresistible
con el calor de la ira en sus mejillas. Sus ojos echaban llamas, y el fuego
abrasador de aquella mirada inflamó hasta el último rincón de su virilidad.

—Pues claro que se ha acabado —le dijo ella—. ¿O es que acaso podemos ir a
algún sitio donde no puedan encontrarnos?

Varian miró por el ventanuco desde el que se divisaba el valle que se


extendía al otro extremo de Cámelot.

—Valsans retour—dijo, con la vista perdida en la lejanía.

Merewyn y Blaise se lo quedaron mirando con la boca abierta.

—¿El valle sin regreso? —preguntó ella incrédulamente—. ¿Quieres que


vayamos allí?

Varian no pudo resistir la tentación de tomarle el pelo.

—¿Se te ocurre alguna idea mejor?

Ella le gruñó de un modo que no hubiese debido ser adorable y, sin


embargo, extrañamente sí lo era.
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—Por si no habías caído en ello, atontado —dijo después—. Nadie, y quiero


decir nadie, regresa de ese lugar olvidado de la mano de Dios. De ahí el
nombre.

Blaise se cruzó de brazos.

—Me temo que en eso tengo que estar de acuerdo con ella, Varian —dijo.

Varian lo miró burlonamente.

—No, no tienes por qué estarlo. Además, ¿cómo sabes lo que ocurre allí?
Si se te presentara la ocasión de largarte y vivir en otro sitio, ¿regresarías?

Blaise pensó en ello por unos instantes antes de volverse hacia Merewyn y
decir:

—Tampoco le falta razón.

Merewyn los fulminó con la mirada.

—Eso sigue dejándome atrapada en este reino... contigo —dijo mirando a


Varian—. Dicho sea sin ánimo de ofender, la verdad es que antes prefiero
arriesgarme con tu madre.

—Ese insulto ha tenido que doler —dijo Blaise, riendo por lo bajo.

Varian miró a la mandrágora con los ojos entornados.

—Muchas gracias por explicarme lo que he de sentir, simpático—le dijo—.


Pero, por si no te habías dado cuenta, estoy aquí mismo.

De pronto, una campana empezó a repicar pesadamente. El estruendo hizo


vibrar el aire.

Blaise se tapó los oídos, que eran de una sensibilidad extraordinaria.

—Parece que saben que te has ido —anunció.

Varían no pudo evitar encogerse con un estremecimiento mienras el sonido


reverberaba a través de la habitación. Podía sentirlo vibrar en los huesos.
Sin duda las gárgolas ya estarían siendo activadas para que ayudaran a
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Morgana y Narishka a registrar el castillo. No disponían de mucho tiempo


antes de que su madre los localizara.

—Mira, hay algo raro acerca de ese valle —dijo, volviéndose hacia Blaise.

—Sí, y todos sabemos qué es —repuso Blaise, mirándolo con


cara de no-me-digas—. Morgana lo encantó.

Eso no era lo que Varian quería decir.

—Y se prolonga hasta Avalón. Me juego lo que quieras a que si vas a través


de ese valle, igual que en Glastonbury, puedes pasar a nuestro lado.

Merewyn palideció.

—No puedo ir ahí —declaró.

—Sí puedes —dijo Varian—. La barrera únicamente mantiene alejado al


mal. Tú no eres malvada, Merewyn. Sólo eres boba.

Eso hizo que el pánico se le pasara de golpe, que era justo lo que pretendía
él.

—¿Y entonces tú qué eres?

—Estúpido y malvado, lo suficiente para poder caminar a través de la


barrera sin convertirme en polvo. —Le guiñó un ojo antes de volverse hacia
Blaise.-Llévanos al inicio del valle.

Blaise no pareció nada entusiasmado por la idea.

—¿Y qué pasa si no quiero ir? —protestó Merewyn.

—Tienes que elegir. Mi madre o yo.

Por la cara que puso ella, Varian supo que ninguna de las dos opciones era
de su agrado. No hubiese sabido explicar por qué disfrutaba tanto
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metiéndose con ella; realmente eso no era nada propio de él, y, sin embargo,
por alguna razón le gustaba pincharla.

—Supongo que tú eres el menor de los dos males —dijo Merewyn con un
bufido de exasperación.

—No estés tan segura —replicó él, y vio que Blaise lo miraba con
curiosidad—. Tienes que llevarnos al valle —repitió.

Blaise seguía sin parecer convencido.

—Eso es más fácil decirlo que hacerlo —murmuró—. Si nos ven, estaré
acabado como agente doble. Sabrán sin lugar a dudas que estoy trabajando
para Merlín. No te ofendas, pero llevo demasiados siglos espiando en
Cámelot para arrojarlo todo por la borda ahora.

—¿Se te ha ocurrido que bastará con que nos encuentren en tu habitación


para que sepan que estás de nuestra parte? No son tan idiotas como para
pensar que Merewyn me trajo aquí, y saben que no pude liberarme solo.

—Buena observación. Pero todavía nos queda el problema de que lleguen a


vernos mientras huimos.

Varian cerró los ojos e invocó toda la magia de la que aún podía disponer.
No era gran cosa, pero debería bastar para proporcionarles un poco de
cobertura. Susurró las palabras que liberarían el aliento de los dragones que
habían morado en Cámelot. Eran los antepasados de las mandrágoras. Mucho
más fuerte y primitiva, la raza de los dragones carecía de las habilidades
mágicas de su progenie. Esa magia había aparecido como resultado de que
los dragones se pusieran a buscar pareja entre las criaturas mágicas, hasta
que el último representante de aquella estirpe pura murió y en el mundo sólo
quedaron mestizos como Blaise y las otras mandrágoras.

Se decía que los ancianos de la estirpe dormitaban en las profundidades


de la Tierra debajo del castillo. Y uno de los primeros trucos que aprendía
todo hechicero era cómo despertar a los dragones por un breve período de
tiempo. Ése era el hechizo al que Varian había decidido recurrir.

Mientras murmuraba el hechizo, el aliento de los dragones surgió del suelo


en grandes chorros de vapor hasta que una espesa neblina gris cubrió los
alrededores.
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—Vamos allá —dijo Blaise, mientras abandonaba la apariencia humana para


adquirir su forma de dragón.

Varian frunció el entrecejo cuando vio que las escamas de Blaise pasaban
del verde intenso al negro y plata.

—¿Qué estás haciendo?

—Sólo por si acaso me vieran, se me ha ocurrido que debería parecerme a


Maddor. En el peor de los casos, pensarán que soy él y lo matarán. En el
mejor, sabrán que no era él y no se les ocurrirá a quién pueden culpar de lo
ocurrido, así que mi trasero seguirá a salvo. Venga, chicos, subid.

Varian ayudó a Merewyn a subir al lomo de Blaise antes de encaramarse


para tomar asiento delante de ella. Notó la presión del cuerpo de ella contra
su espalda, pero con la armadura puesta no podía sentir el cuerpo de
Merewyn, lo que probablemente fuera bueno. Ella le pasó los esbeltos
brazos por la cintura y se acercó un poco más a su espalda. La delicada
palidez de sus brazos lo sorprendió. Pero ni mucho menos tanto como sus
manos, que estaban descuidadas y tenían la piel echada a perder. Merewyn
no era ninguna dama. Era una sirvienta a la que su madre no había vacilado
en maltratar a su antojo, y Varian sintió una extraña punzada de
culpabilidad por ello.

Había momentos en los que sentía un odio absoluto hacia su madre, y éste
era decididamente uno de ellos. Sin embargo, ahora tenía cosas mucho más
importantes en las que pensar.

—Estamos listos —le dijo a Blaise.

La mandrágora salió por la ventana, extendió sus alas negro y plata, y se


dejó caer para alzar el vuelo sobre el escabroso paisaje. El picado inicial
hizo que Varian se quedara sin respiración cuando el viento le azotó la cara y
le enredó el pelo.

Aquella forma de viajar nunca había acabado de gustarle. Para empezar, a


veces las mandrágoras podían ser impredecibles. Además, significaba tener
que confiar su seguridad a otra persona, y tener confianza era algo que a él
nunca se le había dado muy bien. Pero en aquel momento agradeció poder
disponer de un medio de transporte para sentirse autorizado a cuestionarlo.
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Los flancos de Blaise subieron y bajaron bajo las piernas de Varian cuando
la mandrágora puso rumbo hacia el valle lo más deprisa posible.

—¿Varian?

El volvió la cabeza al oír el llamado de Merewyn mientras la sentía


agarrarse más fuerte a su cintura. Mirándola por encima delhombro, vio a
un grupo de gárgolas en formación detrás de ellos, ganando velocidad. El
aliento de dragón no había servido de mucho.

Aunque después de todo, tampoco había llegado a elevarse hasta tan


arriba.

—Nos han visto —le gritó a Blaise.

Blaise miró atrás, y luego incrementó la velocidad mientras ponía rumbo


hacia las montañas grises coronadas de nieve. Varian suspiró con disgusto.
Una espada no servía de nada contra las gárgolas, como tampoco el aliento
de dragón de Blaise. Lo único que podía matarlas era el relámpago mágico
lanzado por un hechicero, algo que a él le estaba vedado hacer mientras
llevara puesto el brazalete.

Maldición.

—Una finta hacia la izquierda, y luego virar a la derecha y bajar hacia los
árboles —gritó Merewyn.

—¿Qué? —preguntó Varian.

—Tú fíate de mí. Las gárgolas sólo pueden distinguir el movimiento, no los
colores. Si Blaise vuela alrededor de los árboles gris oscuro, el color de sus
escamas se confundirá con ellos, y mientras la brisa continúe moviendo las
hojas las gárgolas no podrán distinguir a Blaise.

Varian frunció el entrecejo.

—¿Eso que dices es cierto?


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—Sólo hay una forma de averiguarlo —dijo Blaise, poniendo rumbo hacia
los árboles tal como había sugerido Merewyn. Unos segundos después, las
gárgolas redujeron la velocidad y empezaron a volar en círculos.

Varian sonrió al verlas tan confusas.

—No sabía que les pasara eso.

—Yo tampoco —dijo Blaise, con su áspera voz de dragón.

—Eso es porque ninguno de vosotros ha tenido que esconderse nunca de


ellas —dijo Merewyn, susurrándole al oído—. Ahora guardad silencio para
que no puedan localizarnos por el sonido.

Varian así lo hizo, y Blaise continuó volando bajo para mantenerse lo más
pegado posible a los árboles. Sin decir nada, Varian cubrió la mano de
Merewyn con la suya mientras se preguntaba cuántas veces se habría visto
obligada ella a esconderse de las gárgolas para llegar a aprender aquella
artimaña.

Su plan estaba funcionando, al menos hasta que Varian oyó un rumor de alas
que se aproximaban. Sólo había una cosa que pudiera causarlo.

—Mandrágoras —jadeó. A diferencia de las gárgolas, las mandragoras no


eran ciegas al color. De hecho, había muy pocas cosas que no fueran capaces
de ver. Incluso la vista de Blaise se volvía agudísima cuando estaba en su
forma de dragón.

También eran increíblemente inteligentes y altamente depredadoras.

—Agarraos bien —dijo Blaise con voz ronca.

Varian apenas tuvo tiempo de aferrarse a Blaise y Merewyn a su cintura


antes de que la mandrágora eructase una llamarada, bajara la cabeza y se
lanzara en picado hacia los árboles. Varian tuvo la impresión de que se
disponía a hacer algo que no le iba a gustar nada.

Y un instante después su presentimiento se vio confirmado cuando se


encontraron volando a través de los árboles. Las ramas y hojas laceraron
sus cuerpos mientras Blaise iba directamente hacia el suelo.
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Tomaron tierra con una sacudida que hizo que Varian y Merewyn salieran
despedidos de la espalda de Blaise. En una reacción puramente instintiva,
Varian rodó por el suelo con Merewyn entre sus brazos, en un intento de
evitar que acabara demasiado llena de morados. Algo que era mucho más
fácil de decir que de hacer.

Cuando se detuvieron por fin en un pequeño montículo de hierba grisácea,


Merewyn acabó encima de él con las piernas estiradas a lo largo de las
caderas de Varian y el vestido subido hasta los muslos, su suave melena
oscura extendida sobre el rostro de Varian. Él tragó aire con un jadeo
ahogado cuando una inoportuna oleada de deseo le atravesó la ingle con la
fuerza de una cuchillada. El hecho de que Merewyn estuviera sonrojada y
respirase con jadeos entrecortados tampoco ayudaba demasiado. Estaba
extremadamente atractiva con el pelo revuelto y la ropa en desorden.
Separó los labios.

Como si hubiera percibido lo que estaba pensando Varian, Meewyn se


apresuró a bajarse de encima de él y tiró del vestido para cubrirse las
piernas desnudas. Lo que fue una lástima, claro.

Todavía aturdido por el calor que sentía en la ingle, Varian tardó un poco
más que ella en levantarse del suelo mientras oía a los dragones que
trazaban círculos en el aire por encima de ellos. Sus gritos de guerra
resonaban en las alturas mientras los chorros de llamas ardían a través de la
espesa arboleda, incendiando las copas de los árboles.

—Tendréis que correr hacia el valle desde aquí—jadeó Blaise, mientras se


tambaleaba levemente en su forma de dragón—. Trataré de atraerlos en la
dirección opuesta.

—¿No puedes materializarnos en el valle como hiciste desde la mazmorra


a tu habitación? —preguntó Merewyn.

Varían se encargó de contestar por él.

—Blaise es una mandrágora, Merewyn, no un hechicero. Sin algo para


reforzarlos, sus poderes no son lo bastante grandes para transportarnos a
los dos hasta semejante distancia y depositarnos en el valle sin que nos
ocurra nada. Si lo intentara, ambos podríamos acabar hechos trocitos.
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Blaise asintió.

Varían fue hacia el dragón y le palmeó el flanco en señal de gratitud.

—Gracias, Blaise —le dijo.

El dragón se despidió de él con una inclinación de cabeza antes de alzar el


vuelo y dirigirse hacia Cámelot.

Varían se dispuso a hacer aparecer un caballo, y luego se detuvo cuando


recordó que no podía hacerlo. Tiró furiosamente del brazalete, que se negó
a ceder.

—Tengo que sacarme esta maldita cosa del brazo —exclamó.

Merewyn dio un paso adelante.

—Echémosle una mirada. —Su contacto era suave como una pluma, y tan
delicado como el roce del ala de un hada. Aunque sus manos se veían afeadas
por el trabajo, sabían ser gentiles y cariñosas. Manos que le habían limpiado
tiernamente la sangre de la cara y dado comida y agua mientras su madre lo
torturaba.

Manos que él sentía un extraño deseo de mordisquear cariñosamente y


acariciar con la lengua. Y con ese pensamiento llegó la pregunta de a qué
sabría ella. Sus labios tendrían que ser aún más suaves...

«Detente, Varían», se dijo. Tenía que concentrarse en sus problemas


actuales, no en la mujer que lo acompañaba. Pero el adoni en él estaba
fascinado por ella. Era la maldición de la raza de su madre que fueran en
parte íncubos. Nunca había existido un adoni que no estuviera dotado de un
robusto apetito sexual. Uno tan intenso que costaba saciarlo. Aunque Varían
trataba de mantener a raya esa parte de sí mismo, no siempre le resultaba
fácil.

Y en aquel momento, con ella tocándolo, Varian sólo podía pensar en bajar
la cabeza y tomar posesión de sus dulces y húmedos labios.

Con el entrecejo fruncido, Merewyn tiró del brazalete hasta que no le


quedó más remedio que darse por vencida.
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—Odio a tu madre, de verdad —dijo después.

El hecho de apartar la mano de su brazo fue para Varian como un


auténtico dolor físico.

—Si esperabas oírme defender a mi madre, me temo que te llevarás una


decepción —murmuró—. Digamos que en estos momentos Narishka tampoco
ocupa un puesto muy alto en la lista de mis personas favoritas. —Se apartó
un poco más de Merewyn, tratando de serenarse y pensar con claridad—.
Venga, tenemos que seguir adelante antes de que nos encuentren.

Merewyn dedicó unos instantes a cerrar los ojos y orientarse antes de


echar a andar detrás de él. ¿Por qué estaba poniendo su vida en sus manos?
Varian era hijo de su peor enemiga, y su reputación de crueldad sólo era
sobrepasada por su madre y Morgana. Los perseguía un ejército de
dragones y gárgolas que no vacilarían en matarlos si... Bueno, en todo caso a
ella la matarían. A él se coformarían con capturarlo.

«Soy la mayor idiota que ha parido madre», se dijo. Pero ya no había


vuelta atrás. Había lanzado sus dados, y ahora tendría que cargar con las
consecuencias sin importar cuáles fueran.

Y eso la aterraba.

—¿Qué crees que hay en el valle? —preguntó a Varian mientras avanzaban


por los espesos bosques.

—Me imagino que un montón de hombres bastante cabreados.

Merewyn puso los ojos en blanco ante lo acerbo de su tono. Era un hecho
ampliamente sabido que Morgana desterraba al valle a todos sus amantes en
cuanto dejaban de darle placer.

—¿Por qué crees que hace eso? —preguntó.

—¿El qué?

—Desterrar allí a sus amantes. ¿Por qué no se limita a matarlos?

Él rió fríamente.
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—Morgana es muy retorcida. Sin duda considera que para ellos es un


destino peor que la muerte.

Merewyn seguía sin entenderlo.


—Sí, pero ¿no tiene miedo de que puedan encontrar alguna forma de
escapar de su prisión e ir a por ella?

Él se detuvo a mirarla.

—Creo que Morgana no le tiene miedo a nada. ¿Tú qué opinas?

—No. En eso siempre ha sido un poco arrogante.

Merewyn vio cómo Varían apartaba una rama de su camino para que ella
pudiera ir rápidamente por aquel sendero lleno de espesura. Y mientras lo
observaba, se puso a pensar en aquel hombre al que había unido su destino.
¿Qué lo hacía ser tan distinto de su madre? ¿De los otros adoni a los que
ella había conocido? A diferencia de ellos, y a diferencia de lo que había
oído decir acerca de él, Varían no parecía hallar placer alguno en hacer
daño a los demás.

Más bien parecía callado y tranquilo, lo que tampoco se correspondía con


el aura de poder que lo rodeaba.

—¿Fuiste uno de los caballeros que partieron en busca del grial?—le


preguntó.

—No.

—¿Por qué no?

El se encogió de hombros mientras la guiaba a través del bosque.

—Sólo los puros de corazón podían tocarlo —repuso—. Yo sabía que ése no
era mi caso, así que me quedé en la retaguardia donde podía ayudar a
proteger el trono de Arturo de Mordred y Morgana.

Merewyn pensó que aquello tenía sentido.

—Tu hermano Galahad fue el que lo encontró, ¿no? —dijo.


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Vio que a él se le congelaba la expresión. Sólo duró una fracción de


segundo, pero bastó para indicarle que había puesto el dedo en la llaga con
aquella pregunta.

—Galahad partió en su busca, pero Perceval se le adelantó —dijo Varian—.


Él fue quien le llevó el grial a Arturo.

Merewyn sintió que se le hacía un nudo en la garganta cuando trató de


imaginar el momento en que vieron el grial por primera vez. Al igual que el
resto del mundo, no tenía ni idea de cuál era su aspecto, pero le hubiese
encantado saberlo.

—¿Llegaste a verlo?

Él no respondió.

—¿Varian?

Él había tensado los músculos, pero no estaba furioso.

—Los señores de Avalón nunca hablan del grial. Su poder es demasiado


grande para eso. Pero para responder a tu pregunta, no. Sólo vi el recipiente
dentro del que lo había puesto Perceval cuando lo llevó a través de la sala
hasta el trono de Arturo.

Merewyn podía imaginar los aplausos y la alegría de bienvenida a Perceval


y Galahad cuando regresaron con su preciosa carga.

Por Narishka y otros en la corte, conocía las leyendas de los dos hombres
sólo porque los adoni solían leer las historias de los caballeros de Arturo,
para luego reírse de ellos.

Aun así, Merewyn creía lo que se había escrito acerca de ellos. Sin duda
aquellos caballeros habían sido todo lo que se suponía que eran. Dorados y
hermosos, sólo pretendían ayudar a los necesitados de socorro. Hombres
que luchaban por una causa noble. Hombres que no conocían la crueldad o la
malevolencia. Cómo le hubiese gustado conocer a alguien así. Sólo una vez.

—¿Perceval y Galahad son tan gloriosos como cuentan? —preguntó al cabo.


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—Son hombres buenos y decentes. —Pero había algo en el tono de él que


desmentía sus palabras.

—No te caen bien.

—Perceval me caía mucho mejor antes de que tocara el grial y cambiase.

—¿Y tu hermano?

Él se agachó para esquivar una rama.

—Tenemos que ir más deprisa —dijo.

Merewyn frunció el entrecejo ante su tono de voz. Había algo casi


furibundo en él.

—Estás intentando cambiar de tema. ¿Por qué?

Él se detuvo a mirarla con un brillo de indignación en los ojos.

—Nunca hablo de mi familia con extraños. Dicho sea sin ánimo de


ofender.

—Ciertamente no has vacilado en hablar de tu madre conmigo.

—Eso es porque tú conoces personalmente a la gran malvada. Los demás


son terreno vedado.

Merewyn abrió la boca para responder, sólo para que él la agarrara de los
brazos y la arrojara al suelo sin ninguna clase de miramientos. Su furia
inicial se disipó en cuanto se dio cuenta de que Varian la estaba cubriendo
con su cuerpo mientras una enorme sombra pasaba sobre ellos.

Las mandrágoras volvían a trazar círculos en el aire.

—No hagas ruido —le murmuró él al oído.

Agradeciendo que él las hubiera visto a tiempo, Merewyn contuvo la


respiración esperando que las mandrágoras los descubrieran. El peso de
Varian le oprimía el cuerpo, pero no se atrevía a moverse ni un centímetro
por miedo a que eso revelara su posición. El cambió de postura casi
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imperceptiblemente encima de ella cuando se dio cuenta de que le estaba


haciendo daño.

Esa acción, combinada con su nueva posición, hizo que Merewyn sintiera un
extraño calor fluyendo a través de su cuerpo. Había algo extremadamente
íntimo en aquella situación, por mucho que ninguno estuviera demostrando la
menor muestra de cariño hacia el otro. Y mientras yacía sobre el suelo del
bosque, con el rostro de Varian tan cerca, Merewyn se preguntó cómo sería
recibir un beso suyo.

Aunque era virgen, había estado en Cámelot el tiempo suficiente para


llegar a conocer todas las posiciones sexuales jamás inventadas. A los
hombres y mujeres que vivían allí les daba igual quién pudiera observarlos
mientras saciaban su deseo. A veces, ni siquiera se molestaban en encontrar
una pareja. Se limitaban a acariciarse a sí mismos y sonreían
maliciosamente mientras otros miraban.

Merewyn había intentado hacerlo una vez, pero, como les ocurría a todos
los demás, su cuerpo deforme le dio tanto asco que pensó que o bien aquello
no era tan maravilloso como aseguraban o bien ella era demasiado inexperta
para entender cómo se suponía que debía tocarse a sí misma para darse
placer.

Ahora se encontró preguntándose cómo sería compartir su cuerpo con


Varian. Si él se parecía en algo al resto del pueblo de su madre, no sólo sería
un amante muy experimentado sino extremadamente hábil además.

Merewyn se mordió el labio inferior, y tuvo que apelar a toda su fuerza de


voluntad para no empezar a restregarse contra él.

Sus miradas se encontraron, y el tiempo pareció quedar en suspenso


mientras se miraban. Merewyn vio un profundo anhelo en aquellos ojos
verdes, y se preguntó si los ojos de ella también estarían revelando el deseo
que sentía. ¿Sabía Varian lo que le estaba pasando por la cabeza?

Él cambió de postura imperceptiblemente, y cuando lo hizo, su fría


armadura se frotó contra los pechos hinchados de Merewyn, arrancándole
un tenue gemido. Merewyn no habría sabido decir cuál de los dos quedó más
sorprendido por el sonido. Sintió que un súbito calor le abrasaba las mejillas,
pero él no dijo nada mientras apartaba la mirada para escrutar el cielo
encima de ellos.
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«Qué vergüenza. Prefiero que den conmigo y me maten», pen-


só Merewyn.

No tuvo esa suerte. En lugar de ello, se vio aún más torturada por la
proximidad de Varian.

Cuando por fin él se retiró después de lo que le pareció una eternidad,


Merewyn apenas podía sentir las piernas por haberle tenido encima tanto
rato. Aun así, no le importó. Una parte de ella echaba de menos la sensación
de Varian apretándose contra ella.

Él la ayudó a levantarse del suelo.

Sólo habían dado dos pasos cuando Merewyn sintió que algo muy suave le
rozaba la mejilla. Fue como si algo la hubiera besado.

Nunca antes había sentido nada parecido.

—Dardos aturdidores —gruñó Varian, arrastrándola consigo hacia un árbol


para dejarla apoyada al tronco. La escudó con su cuerpo mientras los dardos
emplumados empezaban a llover alrededor de ellos. Eran tan rápidos que
producían un siseo ahogado mientras volaban a través de los árboles y el
follaje.

Merewyn ahogó un grito cuando uno de los proyectiles le dio en el brazo.


El dolor se propagó rápidamente desde su hombro hasta su muñeca y el
miembro le quedó completamente insensible casi al instante. La toxina se
difundió por todo su cuerpo en cuestión de segundos, aturdiendo cada una
de sus fibras.

Los brazos le colgaban flaccidamente junto a los costados, y sintió que le


fallaban las piernas mientras se esforzaba por tragar aire.

Era como si algo enorme se hubiera posado sobre su pecho, impidiéndole


respirar. El pánico se apoderó de ella cuando creyó que sus pulmones y su
corazón iban a dejar de funcionar en cualquier momento.

—Cálmate—dijo Varian, mientras la cogía en brazos—. No intentes resistir


el efecto y respira normalmente.
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Merewyn hizo lo que le decía, y ya no le costó tanto respirar.

Para ser sincera, lo que esperaba era que Varian la dejase en el suelo y
saliese huyendo de las mandrágoras. Ella lo habría hecho.

Pero lo que hizo Varian fue apretarla contra su pecho antes de que un
yelmo apareciera sobre su cabeza, ocultando su rostro y protegiéndola de
los dardos. Luego la estrechó entre sus brazos como si Merewyn fuera el
objeto más precioso del mundo antes de ponerse en movimiento.

Era tan raro ser completamente consciente de cuanto la rodeaba y, sin


embargo, no poder hacer el menor movimiento... Su impotencia no podía ser
más absoluta. Ni siquiera podía hablar.

—No te preocupes —le dijo él, su voz ahogada por el yelmo—. Sólo están
intentando hacer que vayamos más despacio.

¿Intentando? Desde donde estaba ella, parecía que lo estaban


consiguiendo.

Varian se acercó a un árbol y se paró en seco. Para sorpresa de Merewyn,


la tendió en el suelo y le hizo un gesto para que guardara silencio. Ella lo
miró sin comprender, pero a continuación vio por qué se había detenido. Un
kobold bajito y rechoncho los observaba a través del follaje. Una de las
razas malditas del pueblo mágico, los kobolds se parecían más a los trols que
a sus mucho más hermosos primos. Criaturas peludas y deformes que podían
ser buenas o malvadas según el humor del momento, más valía rehuirlos.
Merewyn no sabía si aquella criatura era un macho o una hembra, pero
tenía un par de brillantes ojos azules que parecían enormes en su carita
ovalada. Sin moverse del sitio, clavó la mirada en Varian.

—¿Eres amigo o enemigo? —preguntó éste.

El kobold se relamió los labios como si examinara un trozo de carne que


tenía intención de devorar.

—Eso depende —contestó.

—¿De qué?
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—Del aspecto que tengas sin ese yelmo. Si eres una criatura hermosa, la
rosabold no te hará ningún daño. Pero si no lo eres, entonces... —Se
interrumpió bruscamente cuando tres dardos le hirieron al mismo tiempo.
El kobold cayó al suelo y se quedó allí tendido, tan paralizado como lo estaba
Merewyn.

Varian se apresuró a quitarle la espada y colgársela del cinto.

—Lo siento —le dijo, en un tono que desmentía sus palabras—. Pero
gracias por la espada.

Se volvió y cogió nuevamente en brazos a Merewyn antes de reanudar la


marcha.

—Ya no falta mucho —aseguró—. Una colina más y estaremos en la entrada


del valle.

En ese momento Merewyn vio paralizada cómo más dardos llovían del cielo.
Por suerte la mayoría de ellos rebotaba en la armadura de Varian. Ella, en
cambio, no tuvo tanta suerte, ya que unos cuantos más la acertaron. A ese
ritmo, acabaría como un alfiletero. Una situación realmente penosa,
agravada por el hecho de que empezaba a caérsele la baba.

«¡Para estar así preferiría volver a estar maldita!»

Merewyn no quería ni pensar en el penoso aspecto que debía de tener.


Pero Varian no hizo comentarios al respecto mientras se esforzaba por
mantenerlos con vida. No había desdén alguno en sus ojos cuando bajaba la
vista hacia ella de vez en cuando para asegurarse de que todavía respiraba.

La única parte de la situación que seguía favoreciéndolos era el hecho de


que las mandrágoras aún no hubieran tomado tierra, aunque para ser sincera
Merewyn no estaba segura de por qué permanecían en el aire.

Aquello cambió cuando coronaron la colina de la que había hablado él, y


Merewyn pudo ver la pradera que separaba el bosque del valle.

Su aspecto no prometía nada bueno. Peor era el agua negra que hervía en
el foso que circundaba el valle, y lo que era aún peor, tenía que haber al
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menos quince mandrágoras en el aire, volando en círculos sobre la pradera


como si supieran lo que planeaba hacer él.

Varian se detuvo mientras calculaba la distancia que había que recorrer a


cielo abierto y contemplaba el agua oscura que lamía ávidamente las
escarpadas rocas grises. Nunca había ido al Valsans retour. Ahora entendía
por qué nadie regresaba de él.

Sólo entrar en él probablemente bastaría para matarlos. Pero ¿qué otra


elección tenían? Tanto Cámelot como Glastonbury eran muerte segura para
ambos.

El valle sólo era muerte probable.

Jadeando por la carrera, Varian podía sentir el sudor que le chorreaba


por la espalda y la cara. Saborearlo en sus labios. Los músculos le dolían
debido al esfuerzo de tener que cargar con Merewyn. Aunque ella era
esbelta, él aún no había recuperado todas las fuerzas.

Cierto, Blaise le había curado las heridas, pero no había podido disipar el
agotamiento de Varian. Ni el hecho de que ya había perdido la cuenta de los
días que llevaba sin poder sentarse y descansar.

Ahora el agotamiento se hizo sentir de pleno. Lo único que quería era


encontrar un lugar tranquilo y acogedor donde pudiera dormir hasta que la
cabeza y el cuerpo dejaran de dolerle.

Bajó la mirada hacia Merewyn y se preguntó si no debería dejarla allí para


que la encontraran sus perseguidores. Si pudiera correr sin estorbos, quizá
conseguiría llegar hasta el foso...

«Somos los campeones de los débiles. Porque somos fuertes, combatimos


por aquellos que no pueden luchar.» Las palabras de Arturo volvieron a
resonar en su mente. Su rey nunca dejaba de impartirle lecciones de moral.

Merewyn había confiado en que él la llevaría a un lugar seguro. Se había


arriesgado a padecer la crueldad de su madre para liberarlo.

Ahora todo parecía en vano.

«Piensa, Varian, piensa...»


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Estaban tan cerca que podía saborearlo. Si pudiera disponer de su magia...


Entonces sería fácil invocar alguna clase de cobertura o escudo. Diablos,
podría materializarlos dentro del valle en un abrir y cerrar de ojos o mejor
aún, llevarlos directamente a Avalón. Pero no disponía de su magia...

De pronto, hubo un estruendo detrás de ellos. Varian se volvió para ver a


las gárgolas abriéndose paso a través de la espesura, pisándoles los talones.
Estaban cada vez más cerca. Varian alzó la mirada y vio que los dragones no
apartaban los ojos de la pradera, esperando que él saliera a terreno
descubierto y la cruzara.

No podían retroceder.

No podían seguir adelante.

¿Qué quedaba?

—Estamos bien jodidos —dijo.

Merewyn vio el pánico en los ojos de Varian a través de la rendija de su


yelmo, al tiempo que oía sus palabras susurradas. Una cosa había que
reconocerle, y era que todavía estaba tratando de salvarla. El no tenía la
culpa de que su situación fuera desesperada.

Al menos lo había intentado. Era más de lo que ninguna otra persona había
hecho nunca por ella.

Incluso llegó a mirarla con algo parecido a la ternura antes de volver a


hablar.

—Bueno, no sé qué pensarás tú, duendecillo del bosque —dijo—, pero yo no


voy a caer sin antes llevarme por delante a unos cuantos, y dado que no
puedes moverte o hablar, estás metida en esto conmigo tanto si quieres
como si no.

Cómo le habría gustado poder decirle lo mucho que aquellas palabras


significaban para ella. Saber que no iba a abandonarla a sus perseguidores
hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.
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—Si conoces alguna oración, me parece que éste sería un buen momento
para empezar a decirla —le dijo Varian, y luego tensó los brazos alrededor
de ella antes de echar a correr hacia la pradera.

El aire se llenó con el griterío de los dragones enfurecidos. La cabeza de


Merewyn rodó hacia atrás de forma que pudo ver claramente a las
mandrágoras que volaban sobre ellos. Describían círculos y se lanzaban en
picado, exhalando chorros de llamas mientras descendían.

Varian esquivó, dio vueltas y corrió. Aun así, los brazos con que la sujetaba
nunca vacilaron o aflojaron su presa.

Merewyn miró el cielo y vio cómo dos dragones descendían hacia la espalda
de Varian. Hubiese querido advertirle de su silenciosa aproximación, pero su
voz estaba tan paralizada como el resto de ella. Lo único que pudo hacer fue
mirar con horror cómo se aproximaban rápidamente, con las garras
destellando y el brillo enloquecido de la victoria en los ojos.

Los dos dragones libraron una feroz carrera para ser el primero en llegar
hasta ellos. Grises ambos, sus escamas iridiscentes relucían bajo la tenue
luz mientras se empujaban ferozmente el uno al otro.

Como si pudiera percibir su presencia, Varian se agachó para esquivar las


garras del primero en llegar hasta ellos, y luego rodó por el suelo con
Merewyn. Pero antes de que pudiera volver a cogerla en brazos o
levantarse, el segundo dragón los rodeó con sus garras.

Capítulo 8

Varian rugió al tiempo que empezaba a debatirse frenéticamente tratando


de alcanzar su espada y empuñarla. Fue inútil.

—Deja de resistirte.
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Varian se quedó helado al oír la áspera voz de dragón de Blaise. Era el


último sonido que había esperado oír.

—Creía que nos habíamos quedado solos —le dijo.

—Yo también sé hacer tonterías de vez en cuando, ¿sabes?

Las palabras apenas habían salido de la boca de Blaise cuando los otros
dragones atacaron.

Blaise puso a Varian y Merewyn debajo de su enorme cuerpo mientras se


alejaba de los otros dragones y volaba sobre las negras aguas del foso.
Varian pensó que volarían sin problemas a través del valle hasta llegar al
otro lado cuando de pronto oyó un feroz juramento de labios de Blaise. Un
instante después, se estrellaron contra la orilla opuesta.

Varian soltó su propio improperio cuando la armadura se le clavó en el


cuerpo. Se quedó tendido en el suelo a un par de metros de Blaise y
Merewyn, mientras los dragones continuaban volando en círculos al otro lado
del foso. Curiosamente, ninguno de ellos estaba cruzando el agua para
atacarlos donde yacían.

Qué raro.

Varian se volvió y miró a Blaise con el entrecejo fruncido.

—Un aterrizaje más suave no habría estado nada mal, ¿sabes?—le dijo.

Blaise cambió de su forma de dragón a la de un hombre desnudo. Sólo


entonces reparó Varian en que la mandrágora tenía que haberse hecho
bastante daño en la caída. La nariz y la boca le sangraban profusamente, y
jadeaba como si el cuerpo le doliera tanto como a él. Grandes moretones
habían empezado a formarse sobre el lado izquierdo de su caja torácica, y
uno particularmente grande le cubría el muslo izquierdo.

Varian se sacó el yelmo antes de arrodillarse junto a Blaise para examinar


sus heridas. La mandrágora hizo aparecer ropas para su cuerpo mientras se
apretaba el pecho con un brazo.
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—¿Te encuentras bien, colega? —le preguntó Varian.

Blaise tosió y luego hizo una mueca de dolor.

—Sólo es una herida superficial —dijo, en una voz que recordaba a la del
caballero negro en Los caballeros de la Mesa Cuadrada y sus locos
seguidores.

Varian puso los ojos en blanco.

—No me has hecho gracia —dijo, y fue a ver cómo estaba Merewyn.

—Tampoco es que intentara hacértela. —Blaise se incorporó muy despacio


antes de limpiarse la sangre de la cara con el dorso de la mano.

Varian pasó rápidamente las manos por el cuerpo de Merewyn, pero no


sintió que tuviera nada roto. Lo que sí sintió fue una serie de suaves y
cálidas curvas que hicieron que le ardiera la sangre y le trajeron a la mente
una provocativa imagen de ella desnuda y con los miembros entrelazados
alrededor del cuerpo de él. Como si pudiera leerle los pensamientos, un
oscuro rubor se extendió por las mejillas de Merewyn. Varian sintió que una
oleada de calor afluía a las suyas.

¿Se estaba sonrojando? ¿Él?

Varian no recordaba ninguna ocasión en su vida, jamás, en la que se


hubiera sonrojado, y ciertamente aquel sonrojo no se debía a que acabara
de tocar el cuerpo de una mujer. Siempre se había sentido muy seguro de sí
mismo en lo que a eso se refería. ¿Qué diablos le estaría pasando?

—¿Se encuentra bien? —preguntó Blaise, rescatándolo de su apuro.

—Creo que sí. Le acertaron con unos cuantos dardos aturdidores.

Blaise sacudió la cabeza.

—Malditos dragones —dijo—. Traté de llevarlos en dirección a


Glastonbury, pero no mordieron el anzuelo. Enseguida volvieron por donde
habíamos venido para dar con vosotros.

Varian lo midió con la mirada mientras intentaba entender a Blaise.


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—¿Por qué regresaste?

La mandrágora se encogió de hombros con una insólita despreocupación.


Con sus acciones, Blaise acababa de firmar su propia sentencia de muerte.
Nunca podría regresar a Cámelot. En cuanto alguno de los esbirros de
Morgana volviese a verlo, atacaría sin hacer preguntas.

—Sabía que vosotros dos no teníais ninguna posibilidad sin mí —dijo Blaise
al cabo.

Varian sintió una extraña punzada en el torso cuando unos sentimientos


con los que no se hallaba familiarizado se agitaron en su interior. Estaba tan
poco acostumbrado a la bondad... y, sin embargo, eso era lo único que le
habían mostrado Merewyn y Blaise. A decir verdad, Varian no tenía muy
claro cómo debía responder a eso. «Gracias» parecía extrañamente
inadecuado teniendo en cuenta que Merewyn y Blaise acababan de arrojar
sus vidas por la borda para ayudarlo a escapar.

Así que respondió con lo que conocía mejor, un tono de exasperación.

—No sé qué te hubiera costado llevarnos hasta el otro lado del valle antes
de dejarnos caer —dijo.

—Claro, como si fuera tan fácil —resopló Blaise. Señaló a las mandrágoras,
que volaban por el cielo como si no pudieran decidirse a cruzar el foso para
atacarlos—. Ningún dragón vuela por encima de este lugar. Y ahora sé por
qué. Me estrellé contra algo tan duro como una piedra, que es la razón por la
que ahora todos estamos tendidos aquí.

—¿Qué quieres decir?

Blaise volvió a señalar a los otros dragones, que planeaban por el cielo pero
no intentaban venir a por ellos.

—Aquí hay algo —dijo—. Nadie sabe qué es. La creencia popular dice que
es un vestigio de la magia que se usó para crear esta prisión. Yo creo que es
alguna clase de magia lanzada deliberadamente y que mantiene dentro del
valle a sus habitantes, para que permanezcan atrapados en él sin esperanza
de escapatoria. —Chasqueó la lengua—. Os habría llevado hasta el otro
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extremo del valle, pero había demasiados dragones y gárgolas para eso. Soy
bueno con
la magia, pero con esa cantidad de efectivos, se nos habrían comido vivos en
cuestión de minutos.

Varían no dijo nada mientras veía cómo los dragones y gárgolas empezaban a
alejarse pese a que los tenían a la vista. Se acordaba vagamente de cuando
el valle se había creado. Aunque Morgana insistía en negarlo, todo el lugar se
había creado para confinar a la hechicera cuyos poderes no dejaban de
crecer. Pero en vez de quedar prisionera, Morgana logró escapar de la
trampa tendida por el penmerlín Emrys, y desde entonces había usado el
valle como castigo para aquellos que incurrían en su disgusto.

—En cuanto se hayan ido —dijo mirando a Blaise—, puedes sacarnos de


aquí volando, o al menos convertirte en dragón y saltar por encima del foso.

—Conque eso es lo que crees, ¿eh?

—¿Qué se supone que significa eso?

Blaise se levantó del suelo.

—Si estoy en forma humana no es por voluntad propia, Varían. Algo me


hizo cambiar y ahora está opacando mi luz, por decirlo poéticamente. Pude
hacer aparecer la ropa que llevo, pero no puedo cambiar de forma. Ese algo,
lo que quiera que sea, no me deja usar esa magia.

No era de extrañar. ¿Qué sería lo próximo? Al ritmo que los dos perdían
su magia, ambos serían humanos para cuando llegara la mañana. La
perspectiva era bastante aterradora, sobre todo porque ninguno de ellos
tenía la menor idea de qué podía aguardarles en aquel lugar. Hubieran
tenido que estar en condiciones de poder plantarle cara, pero al parecer
eso era pedir demasiado.

Varían suspiró antes de coger en brazos a Merewyn.

—Apuesto a que en estos momentos estarás pensando que habrías debido


dejarme encadenado a aquella pared —le dijo.

—No —respondió ella con voz pastosa—. Gracias.


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Su gratitud dejó bastante sorprendido a Varian. Personalmente, él se


habría maldecido a sí mismo por haber metido la pata hasta el fondo si
fuera ella. En su opinión, Merewyn tenía todo el derecho del mundo a
cubrirlo de insultos selectos.

Varian le dirigió una inclinación de cabeza mientras la llevaba hacia Blaise,


que los esperaba al borde del foso.

—Bueno, ¿y ahora qué? —le dijo a la mandrágora.

Blaise se encogió de hombros mientras paseaba la mirada por el paisaje


negro y plateado.

—Supongo que no nos queda otra elección que seguir tu plan original.
Tendremos que atravesar el valle hasta llegar al otro lado.

Mientras Varian echaba a andar hacia el bosque, Blaise se agachó y cogió


una piedra del suelo antes de arrojarla al foso.

Justo antes de que llegara al agua, la piedra rebotó hacia atrás y poco
faltó para que le arrancara la cabeza a Blaise. La mandrágora se tiró al suelo
mientras Varian tuvo que retroceder con Merewyn en los brazos para que la
piedra no los alcanzara también.

—¿Te importaría hacer el favor de estarte quietecito? —le preguntó a la


mandrágora en un tono bastante enfadado—. No puedo confiar en mis
reflejos habituales mientras voy con ella en los brazos.

—Lo siento. Pero temía que fuera a ocurrir precisamente lo que ha


ocurrido, y necesitaba cerciorarme. No podemos volver por donde hemos
venido. Espero que lo que sea que actúa como escudo aquí no se encuentre
también en el otro extremo de este lugar.

La mandrágora tenía razón. Si ese campo mágico o lo que quiera que fuese
circundaba el valle por todos sitios, estaban jodidos y se encontraban
atrapados allí.

Qué irónico.
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Una de las cosas más anheladas por la hechicera siempre estaría fuera de
su alcance. Varían pensó que le estaba bien empleado a Morgana. Pero eso a
él no le servía de nada.

Volvió la mirada hacia los árboles de troncos retorcidos carentes de todo


follaje. Cubrían leguas enteras en las que también había tupidas masas de
zarzales negros. Volutas de musgo negro y arbustos del mismo color se
aferraban a los árboles y zarzales, creciendo sobre el estrecho sendero. La
hierba que pisaban era de un gris enfermizo en armonía con el cielo cubierto
de nubarrones, que parecían estar listos para empezar a calarlos hasta los
huesos en cualquier momento.

La leyenda siempre había dicho que el valle era verde y ubérrimo... Sí,
seguro.

Aquel paraje parecía todavía más inhóspito que Cámelot, y habida cuenta
de lo repugnante que era Cámelot, eso era una auténtica proeza.

—¿Seguro que la idea de venir aquí fue mía? —preguntó al cabo.

—Sí—dijo Blaise, al tiempo que asentía con la cabeza.

—¿Y fuisteis lo bastante estúpidos para hacerme caso? Mira que soy
idiota.

La mandrágora le dirigió una sonrisa torcida mientras se reunía con él.

—Eso no te lo discuto.

—Porque eres todavía más idiota que yo. Fuiste tú el que me siguió hasta
aquí.

Blaise sacudió la cabeza antes de agitar la mano en dirección a Merewyn.

—Déjame llevarla —dijo—. Debes de estar cansado, y no sé si podré curar


nada en este momento vista la forma en que se está comportando mi magia.

Varían titubeó, aunque no hubiese sabido decir por qué. Le dolía todo y, sin
embargo, no quería dejar de llevar en brazos a Merewyn. Encontraba un
extraño consuelo en tenerla tan cerca de él. Pero eso era ridículo.
Necesitaba todo el descanso que le fuera posible.
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—¿Te importa? —le preguntó a ella.

—No. —La voz aún le sonaba un poco pastosa debido a los efectos de los
dardos aturdidores. Pero al menos volvía a hablar.

Varian se obligó a entregar su carga a Blaise, y luego dedicó unos


momentos a disfrutar de su recién recuperada libertad de movimientos.
Llevaba mucho tiempo sin poder hacer algo tan simple como mover los
brazos y caminar sin sentir dolor.

Recogió su yelmo del suelo y se quedó quieto cuando vio que Blaise echaba
a andar por el pequeño y oscuro sendero que se adentraba en el valle. La
mandrágora llevaba a Merewyn apretada contra su pecho con la cabeza
apoyada en el hombro mientras la consolaba con palabras de aliento que la
hicieron sonreír y darle las gracias. Algo en sus acciones le recordó a Varian
a dos amigos que conversan.

Sintió una extraña punzada de celos. De pronto le entraron ganas de


correr hacia la mandrágora y quitarle a Merewyn de los brazos. Pero
primero mataría a Blaise por haber hecho que ella lo mirase de aquella
forma.

¿Cómo podía estar pensando semejantes disparates? Pero los


sentimientos eran innegables. Quería que Merewyn le sonriese a él.

Varian intentó pensar en otras cosas y los alcanzó en unas cuantas


zancadas.

—¿Qué longitud crees que tiene el valle? —le preguntó a Blaise.

—Ni idea, sinceramente. Como te dije antes, los dragones no pueden


sobrevolarlo y que yo sepa nunca han sido capaces de hacerlo. Nadie que
haya sido enviado aquí dentro ha regresado nunca.

—Paseó la mirada por los árboles negros y los matorrales espinosos—.


Supongo que todos murieron aquí.

Varían sacudió la cabeza.


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—No lo creo —dijo luego—. Algunas de las personas a las que Morgana
exilió aquí eran demasiado malvadas para morir con tanta facilidad.
Naturalmente, eso quiere decir que lo más probable es que todavía estén
aquí dentro y anden extremadamente cabreadas.

—Qué bien —dijo Blaise con sarcasmo—. Estoy impaciente por verlas.

—Yo no me preocuparía demasiado. Cuento con que lograremos cruzar el


valle.

—Piensa así porque él es demasiado malvado para morir.

Blaise rió ante las inesperadas palabras de Merewyn. De hecho, incluso a


Varian le hicieron un poco de gracia.

—¿Sabes que eres muy respondona para ser una mujer que no puede
caminar? —le dijo—. Yo intentaría ser un poco más cortés con nosotros si
fuese tú.

—Seguro que serías el doble de antipático.

Varian no pudo evitar sonreír. Lo que acababa de decir Merewyn


probablemente era cierto, además. Los cumplidos nunca habían sido lo suyo.
Insultos, sarcasmos y observaciones despectivas eran su raison d'étre .

Después de todo, mostrarse agradable con los demás tampoco era una
política demasiado aconsejable. Lo único que obtenías con eso era darles
ocasión de que te clavaran un cuchillo en la espalda, lo que sólo serviría para
hacerte sentir peor al final. Mejor tratar a todo el mundo con desdén y
desprecio. De esa forma, cuando llegaba su traición al menos entendías por
qué reaccionaban así y no te cogían desprevenido. Nada de estrujarse los
sesos preguntándose cómo era posible que alguien te hubiera apuñalado por
la espalda cuando lo único que habías hecho era ser amable y considerado
con ellos. Tratar de ayudarlos.

Varian sabía por qué lo traicionaba la gente. Él era tonto de remate, y si


había algo que esperara de todo el mundo era precisamente esa clase de
reacción. Por eso nunca lo sorprendía que la gente lo traicionara o lo
atacara. Era lo que hacía la gente. Y la amistad sólo servía para
proporcionarles una vía de acceso y los medios para acabar contigo.


En Francés en el original. Su razón de ser.
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Incluso ahora, una parte de él no podía evitar preguntarse cómo se


aprovecharían Blaise y Merewyn de su debilidad. Cuándo atacarían para
cobrarse venganza.

Se agachó para esquivar una rama, y luego la sostuvo para que no les diera
a ellos. Mientras lo hacía, el vello se le erizó en la nuca.

Alguien los estaba observando...

Blaise carraspeó, lo que hizo saber a Varian que la mandrágora también lo


percibía. La expresión que vio en el rostro de Merewyn cuando ella buscó su
mirada acabó de corroborar la intuición de Varian.

Así que todos lo percibían.

No había forma de saber qué o quién podía haber en ese valle. ¿Había sido
pensado sólo como una prisión para Morgana, o quienes lo concibieron lo
habían poblado también con otras cosas destructivas para añadir la tortura
al encarcelamiento?

Eso sin olvidar que la magia confinada tenía una extraña habilidad para
salirse de madre. Podía haberse alterado a sí misma hasta convertirse en
prácticamente cualquier cosa después de todos aquellos siglos. Morgana
había condenado a un gran número de adoni y otras criaturas mágicas a
permanecer prisioneras en ese lugar. Cada vez que una de ellas había
recurrido a sus poderes intentando fugarse, esa magia habría podido
filtrarse a los reinos inferiores y permitirles crear algo nuevo o que algo de
uno de esos reinos escapara y viniese aquí.

Lo que significaba que ahora podía haber algo observándolos y planeando


sus muertes.

Con una mano sobre la empuñadura de la espada, Varian se concentró en


captar cualquier movimiento dentro del tétrico bosque que los circundaba;
cualquier sonido u olor que pudiera delatar la presencia de lo que fuese que
los estaba observando, y darles así aunque fuese una pequeña ventaja.

Entonces oyó algo semejante a un tenue crujido. Antes de que tuviera


tiempo de reaccionar, tres de los árboles junto a ellos quedaron envueltos
en llamas, incluido aquél sobre el que tenía puesta la mano. Varían soltó la
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rama con un juramento de dolor. Blaise se tiró al suelo con Merewyn al


mismo tiempo que él desenvainaba su espada. Aunque la palma aún le ardía a
causa del fuego, Varian recorrió con la mirada el bosque en busca del origen
de la llama.

No había nada.

Absolutamente nada.

Más árboles hicieron erupción.

—Creo que son fogariles —dijo Blaise.

Varian bajó la mirada hacia su compañero, que se había incorporado sobre


los codos mientras observaba a uno de los árboles negros en llamas.

-¿Qué?

—Los árboles —dijo Blaise, señalándolos con el dedo—. Son fogariles. ¿No
te acuerdas? Emrys le dio uno a Arturo para la fiesta de San Miguel, poco
después de que tu madre te abandonase en Cámelot.

Varian tardó unos instantes en extraer ese dato de las profundidades de


su memoria. No había pensado en aquel árbol durante siglos. Morgana lo
había cortado nada más tomar Cámelot. Pero ahora que Blaise lo mencionaba,
sí que se acordaba del regalo. Sólo era un arbolito que Emrys se había
traído consigo de las costas de Annwn, un mundo subterráneo al que acudían
muchos de los antiguos dioses buscando refugio del mundo de los hombres.

Al igual que los árboles que se alzaban a su alrededor, el fogaril tenía una
fina corteza negra y frágiles hojas de negro y plata. Emrys había dicho que
aquellos árboles fueron creados para que proporcionaran una fuente de luz
en la oscuridad. Que simbolizaban la fuerza benévola, la dignidad y el
renacimiento, siendo ésa la razón por la que le había dado uno a Arturo.
Emrys creía que su fuego purificaba el alma, y que cualquier persona que se
viese expuesta a él
sería capaz de arrepentirse de su pasado y encontrar un nuevo futuro.

Varian no entendía de eso, pero el árbol había cautivado al niño que él era
entonces. Se pasaba las horas mirándolo, tratando de entender cuál podía
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ser la fuente de aquella llama anaranjada. Ni siquiera Merlín era capaz de


explicárselo del todo.

Había empezado a apartarse del árbol cuando sintió que algo frío le
rozaba el cuello. Era una voz que hablaba en suaves susurros, como si
perteneciera a una mujer del pueblo mágico.

—¿Por qué habéis venido aquí? —La pregunta fue formulada en un tono
muy delicado, y la fuente de la cual emanaba permaneció invisible.

Aun así, Varian supo enseguida quién le estaba hablando. Sólo había una
criatura cuya voz pudiera acariciarte así.

—Venimos en busca de refugio, madre sílfide —dijo Varian.

Los árboles escupieron más llamas que bailaron y se entrelazaron a tres


metros por encima de ellos. Varian alzó la mirada y vio que las llamas habían
formado la imagen de una mujer joven y hermosa. Cada parte de ella, desde
el vestido hasta las facciones y los miembros, estaba compuesta por las
espirales de las llamas.

La aparición bajó la mirada hacia ellos con el rostro vacío de toda


expresión mientras su melena de llamas danzaba alrededor de su cuerpo.

Entonces la ira inflamó su rostro.

—¿Refugio? ¿Desde cuándo el hijo de una adoni busca algo que no sea la
violencia y el tumulto? —Volvió su mirada llameante hacia Blaise. Ladeando la
cabeza, lo miró con curiosidad y preguntó—: ¿Eres uno de los hijos del
penmerlín Emrys?

—Lo soy —repuso la mandrágora.

La ira de la sílfide pareció redoblarse mientras las llamas se movían


todavía más deprisa. La temperatura se incrementó hasta tal punto que
Varian empezó a sudar a causa del calor.

—¿Porqué estás en mi valle, mandrágora, cuando tu especie nunca se


atreve a entrar aquí? —preguntó la madre sílfide.
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—Soy amigo del guerrero adoni.

Varían tuvo que contenerse para no mostrar su sorpresa ante la


declaración de Blaise. Aunque hacía siglos que se conocían, él y la
mandrágora nunca habían sido amigos.

La mujer apretó los labios.

—Si bien tu devoción por él es admirable —dijo—, Emrys no es amigo de


las sílfides coníferas de este valle. ¡Matadlos!

—Me parece que has dicho precisamente lo que no debías —gruñó Varían,
mientras los árboles se cubrían de llamas a su alrededor.

Con razón profanaba él la amistad. No había más que ver lo que sacabas de
ella.

Los árboles empezaron a arrojarles bolas de fuego, y Varían se agachó


para esquivarlas.

Blaise masculló un juramento mientras se esforzaba desesperadamente


por evitar que él o Merewyn fueran alcanzados.

—Retiro lo dicho. No tengo padre. ¡Lo juro! —aulló Blaise.

—Y yo lo corroboro. Es un completo bastardo —repuso Varían. Al ver que


los árboles no cedían en su ataque, le gruñó a la mandrágora—: Tenías que ir
con la verdad por delante, ¿eh? Supongo que ahora entenderás por qué
nunca hay que responder a una pregunta hasta que sepas por qué te la
hacen. —Desvió unas cuantas bolas de fuego con la hoja de su espada,
tratando de cubrirle la retirada a Blaise.

—Bueno, tampoco es que tú le cayeras muy bien —dijo aquél.

Una enredadera salió disparada de un árbol y le cortó el paso a Blaise. La


mandrágora y Merewyn cayeron al suelo. Varian se interpuso entre ellos y
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los árboles, que le arrojaron una bola de fuego tras otra. Varian las desvió,
pero aun así el calor de las llamas era abrasador.

—Vete, Blaise —dijo—. Saca de aquí a Merewyn.

Blaise asintió antes de arrastrarse hacia Merewyn bajo el bombardeo de


bolas de fuego.

—¡Espera! —dijo la sílfide. Las bolas de fuego cesaron y los tresse


quedaron inmóviles en el sitio.

La mujer volvió a aparecer en la cortina de llamas para mirarlo


maliciosamente.

—¿Qué haces?

—Me arrastro —respondió Blaise.

—No me refería a ti —dijo ella en un tono irritado mientras volvía la


mirada hacia Varian—. ¿Por qué estás protegiendo a esa mujer?

Sí, claro, como que iba a responder a esa pregunta para acabar de liarlo
todo. ¿Tan idiota lo creía la sílfide?

—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó a su vez.

La mujer le arrojó una bola de fuego, pero Varian la esquivó ágilmente. O


eso pensó él. Porque en vez de perderse en la espesura del bosque, la bola
de fuego invirtió su trayectoria en el aire y lo tiró al suelo. Varian intentó
levantarse, sólo para que otra bola de fuego lo volteara obligándolo a
quedarse boca arriba e inmóvil. Las llamas ardían sobre su armadura, pero
no lo quemaban. Sólo lo mantenían atrapado.

—¿Por qué te protegen? —le preguntó la mujer a Merewyn.

—Porque me dieron su palabra de que así lo harían, mi señora. Estamos


huyendo de Morgana y su ejército.

—La promesa de un adoni no vale nada —advirtió la reina de las sílfides a


Merewyn.
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—La de Varian sí, como vos misma habéis podido ver —dijo al tiempo que
negaba vehementemente con la cabeza—. Me ha protegido, tal como
prometió que haría, incluso cuando hubiera sido mejor para él abandonarme.

El fuego chisporroteó sobre el pecho de Varian. Entonces otro zarcillo de


llamas se enroscó alrededor de su cuerpo y lo levantó del suelo. Acto
seguido hizo lo mismo con Merewyn y Blaise. La única diferencia fue que en
el caso de Merewyn, las llamas se extendieron sobre todo su cuerpo y, sin
embargo, no la quemaron.

La sílfide descendió desde las copas de los árboles y se posó en el suelo


para poder ir hacia ellos. Primero miró a Blaise, y luego clavó sus ojos
llameantes en Varian.

—Debéis vuestras vidas a una mujer. Quiero que os acordéis de eso,


hombres.

—Todos los hombres le deben la vida a una mujer—dijo Blaise


sinceramente—. Es sólo a través de nuestras madres como nacemos.

La sílfide asintió con aprobación.

—Y sabio es el hombre que lo tiene presente. —Señaló con un movimiento


de la barbilla el sendero que se adentraba en el valle—. Id en paz y acordaos
de evitar las aguas tranquilas.

Antes de que Varian pudiera preguntarle qué quería decir con eso, la
sílfide se esfumó. El fuego que envolvía a Merewyn se apagó sin dejar un
solo rescoldo. Para sorpresa de Varian, ella permaneció en pie.

Recuperando su espada y envainándola, Varían fue hacia ella.

—¿Puedes caminar?

Merewyn respiró hondo mientras sentía cómo una parte de su debilidad


anterior empezaba a disiparse.

—Todavía me tiemblan las piernas, pero ahora parecen capaces de


sostenerme. Creo que la sílfide ha reparado mi cuerpo.
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Lo que hizo Varian a continuación la dejó todavía más perpleja que el


hecho de llevarla en brazos, porque ahora él le ofreció el brazo
caballerosamente. Sin pensárselo dos veces, Merewyn puso la mano en el
hueco de su codo. Él puso su fuerte mano encallecida sobre la suya. Ese
gesto hizo que Merewyn sintiera un suave calo en el cuerpo. Nadie la había
tratado nunca con semejante consideración. Nadie.

—¿Listo, Blaise? —preguntó Varian por encima del hombro.

—Creo que sí.

Ayudándola a caminar, Varian reanudó la marcha por el pequeño sendero.

La situación no podía ser más extraña para Merewyn. Nunca había


caminado así con ningún hombre que no fuera su padre. Había algo
inquietante y al mismo tiempo reconfortante en la sensación de tener el
callado poder de Varian a su lado. Realmente no había ninguna razón para
que él la ayudara. Cierto, había dado su palabra, pero eran tan pocas las
personas que cumplían sus promesas que el honor de Varian le resultaba
refrescante e inapreciable.

Una ternura con la que no estaba familiarizada empezó a invadirla. Quería


abrazar a Varian por ser así, pero sabía que no debía intentarlo siquiera.
Varian no era la clase de hombre con el que una puede ponerse emotiva.
Aunque era un adoni, se mostraba extremadamente altivo y distante, razón
de más para que sorprendiese por su estrecho contacto.

Miró atrás para ver a Blaise cerrando la marcha. La mandragora parecía


tan cansada como ella, y aún tenía la cara un poco hinchada debido a su
aparatoso aterrizaje. Asombrada por la de cosas que aquellos dos hombres
habían sido capaces de soportar por ella, Merewyn se detuvo.

Varian se volvió hacia ella para mirarla con disgusto.

—¿Te pasa algo? —le preguntó.


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Ella negó con la cabeza mientras la gratitud le hacía un nudo en la


garganta.

—Gracias, Varian. —Se puso de puntillas para besar su mejilla sin afeitar.
Luego se volvió e hizo lo mismo con Blaise—. Y gracias a ti también. Os lo
debo todo.

—Yo no diría eso —dijo Varian, como si la gratitud de ella lo hiciera


sentirse incómodo—. Todavía no hemos salido del bosque de la bruja. Y por
desgracia esto no es ningún cuento para dormir a los niños.

Blaise lo miró con cara de disgusto antes de empezar a cantar

«No hay valle lo bastante bajo...».

Varian soltó un grito angustiado al tiempo que se tapaba los oídos.

—¡Para! —dijo—. Esa canción no. Ahora no dejará de rondarme la cabeza


durante el resto del día, y no te ofendas, pero prefiero estar encadenado a
la pared y ser torturado por Morgana antes que tener que oírte cantar.

Cuando Blaise atacó otra estrofa de la canción, Varian extendió la mano y


torció el gesto cuando comprendió que eso no serviría de nada.

—No sabes cómo lamento haber perdido mi magia —gruñó.

Merewyn rió ante el mohín infantil que le vio hacer.

—Estoy segura de que Blaise no lamenta haber perdido la suya—dijo.

—Estoy seguro de que él tampoco lo lamenta —terció Blaise con una


sonrisita maliciosa—. De hecho, se alegra muchísimo de no haber podido
fulminarme.

—Todavía podría atravesarte con mi espada —dijo Varian—. Total, ahora


tampoco me sirves de nada.

Blaise se llevó la mano al corazón.

—Oh, no te imaginas la pena que me causan esas palabras. Me has herido,


V.
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Merewyn sacudió la cabeza al oírlos bromear.

Varian echó a andar, y Merewyn volvió a su lado y le puso la mano


nuevamente en el brazo. Él no protestó mientras abría la marcha a través
del bosque.

Reinaba entre ellos una extraña camaradería. Merewyn había perdido la


cuenta de los siglos que llevaba sin experimentar aquella clase de amistad;
desde la última vez que había visto cómo dos personas intercambiaban
bromas sin malicia o crueldad.

Era absolutamente conmovedor.

Caminaron durante varias horas sin hablar y fueron dejando atrás más
árboles negros, algunos de los cuales se cubrían de llamas sin previo aviso y
sin razón aparente. Pero lo más inquietante del valle era que no había
ninguna clase de sonidos animales. El silencio era tan absoluto que Merewyn
lo sentía como una presión invisible sobre los tímpanos.

El sendero torcía abruptamente hacia la derecha. Ella y Varian sólo habían


dado tres pasos cuando Blaise los llamó.

—Esperad. Aquí hay agua.

Varian le soltó el brazo a Merewyn para ir a investigar. Era una pequeña


laguna de negras aguas que permanecían completamente inmóviles a pesar de
que soplaba una tenue brisa.

—Son aguas tranquilas —observó—. Más vale que no nos acerquemos.

Blaise no acababa de estar convencido.

—No sé... ¿De verdad confías en una mujer que vive en un árbol... y que
además trató de matarnos? Quizás estaba mintiendo para que nos muramos
de sed.

—Quizá. —Varian cogió una piedra junto al sendero y la arrojó al agua. La


piedra hizo explosión con un estrépito tan tremendo que Merewyn casi
chilló.
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La piedra llovió sobre ellos convertida en cenizas.

—O quizá nos dijo la verdad, ¿eh? —dijo Varian, con una media sonrisa de
satisfacción mientras miraba a Blaise.

—Nota dirigida a mí mismo: en el futuro tengo que hacer caso de las


mujeres que viven en los árboles, incluso si tratan de matarme —murmuró
Blaise, mientras se sacudía la ceniza del pelo y las ropas.

Merewyn miró las negras aguas, que seguían sin mostrar la más pequeña
ondulación. La roca no había llegado a romper la superficie. Nada más tocar
la laguna, se había desintegrado violentamente.

—¿Qué creéis que la ha hecho estallar? —preguntó.

Varian se encogió de hombros antes de contestar.

—Probablemente sea lo que alguien entiende por gastar una broma pesada.

Merewyn estuvo de acuerdo.

—Eso probablemente explica la falta de animales —observó.

—Sí—dijo Varian, su voz llena de sarcasmo—. Meter la cabeza en esa


laguna para beber es una forma infalible de estropearle el día a Bambi.

Blaise frunció el entrecejo mientras los miraba.

—Bueno, y ¿qué vamos a hacer para disponer de agua?

—Esperar hasta que encontremos agua en movimiento —dijo Merewyn.

La mandrágora no se dio por satisfecha.

—¿Y si no la encontramos?

Esta vez fue Varian quien respondió.

—Entonces probablemente moriremos, pero eso es algo en lo que prefiero


no pensar de momento, Rayito de Sol. Bueno, ¿seguimos adelante?
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Blaise lo miró con desdén, pero luego se puso serio y suspiró


cansadamente.

—¿Cómo me he metido en esto? Oh, espera, no fui yo. Merewyn me metió


en ello. Yo estaba ocupado con mis cosas cuando ella apareció en mi
habitación y me pidió que le hiciera un favor.

—Podrías haber dicho que no —dijo Merewyn, fingiendo sentirse


ofendida.

—Y ojalá lo hubiera dicho.

El buen humor de Merewyn se disipó de pronto cuando oyó algo en los


bosques.

—Silencio... ¿Qué es ese sonido?

Los tres se quedaron callados y escucharon. Era un tenue, casi


imperceptible rumor de campana.

Varian volvió a desenvainar su espada al tiempo que ladeaba la cabeza para


escuchar por un instante. Pero fue Blaise quien captó la dirección de la que
venía el sonido y echó a andar hacia allí.

Merewyn se subió la falda del vestido para ir tras él, con Varian a sólo un
paso por detrás.

Blaise se detuvo tan bruscamente que Merewyn tropezó con él. Arrugando
la frente, abrió la boca para preguntarle por qué se había parado, pero la
cerró de golpe cuando vio la respuesta delante de ella.

Colgados en los árboles había los restos de varios caballeros. La espuela


de uno de ellos balanceándose contra el tronco era la causante de aquel
sonido metálico.

Merewyn sintió que un regusto de bilis le subía por la garganta mientras


se apartaba dando traspiés del horrible espectáculo. Nunca había visto
nada más repugnante o aterrador. Varian la rodeó con los brazos mientras
ella se estremecía de horror.
—Bájalos —dijo Varían con voz enronquecida.
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Blaise titubeó.

—Me parece que deberíamos dejarlos donde están hasta que averigüemos
qué los puso ahí, no vaya a ser que acabemos haciéndoles compañía —repuso.

Varian se apartó de Merewyn y avanzó hacia la mandrágora con una


expresión de hosca furia.

—No se falta al respeto a los muertos —aseveró—. Bájalos o irás a


hacerles compañía.

Blaise intercambió una mirada de confusión con Merewyn antes de ayudar


a Varian a bajar los cuerpos. Merewyn se llevó la mano a la nariz en un
esfuerzo por no ceder a las náuseas. Algunos de los cuerpos no eran más que
huesos, mientras que otros aún se estaban descomponiendo. No entendía
cómo Varían y Blaise podían acercase a ellos sin vomitar.

—¿Quiénes eran? —preguntó, mientras bajaba la mirada ante los cuerpos.

—No hay manera de saberlo —dijo Blaise, en un tono que indicó a Merewyn
que él también se las veía con sus propias náuseas—. No reconozco los
brazos de ninguno de ellos.

Varian no dijo nada mientras descolgaba a los hombres, y luego apiló sus
cuerpos reverentemente para hacerles una pira. Había dieciséis en total.

—¿Creéis que alguno de ellos era un caballero del grial? —preguntó


Merewyn.

Blaise cogió uno de los cuerpos que Varian había descolgado y lo llevó con
los demás.

—Algunos de los más antiguos podrían ser miembros del grupo original que
partió en su busca. Pero los más recientes... No hay forma de saberlo. Quizá
sean los amantes de Morgana.

—Quienesquiera que fuesen, no pudieron tener peor suerte —dijo Varian.

Merewyn estaba de acuerdo. Unos infortunados a los que habían dado


muerte, para luego dejarlos colgados así.
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Blaise se hizo a un lado mientras Varian añadía el último cuerpo a la pila.

—Ya sabes que no podemos enterrarlos, V —le dijo.

—Lo sé —repuso Varian, su voz cargada de emoción. Luego fue hacia uno
de los fogariles y rompió una rama.
Merewyn fue junto a Blaise y los dos contemplaron a Varian, quien parecía
entristecido y atormentado por la compañía de aquellos caballeros a los que
acababa de liberar de los robles.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó a Blaise en voz baja.

—No lo sé. Nunca lo había visto así antes. Hay algo en esto que lo afecta
más de lo que debería. Quiero decir que es horrendo, sin duda, y lo siento
por esos pobres hombres. Pero el estado de ánimo de Varian tiene que
deberse a algo más que eso.

Pasaron unos minutos antes de que uno de los árboles empezara a arder.
Varian sostuvo la rama hasta que las llamas prendieron en ella, y luego fue
hacia los cuerpos para poder quemarlos. Las llamas prendieron en la
sobrepelliz del caballero que coronaba la pila, y luego se propagaron
rápidamente para consumir a los demás. Era un tipo de ceremonia fúnebre
muy similar a las que practicaban los sajones entre los que había nacido
Merewyn.

Vio cómo Varian entonaba una breve plegaria adoni por las almas de los
caballeros. Tras haber convivido con los adoni, le resultaba muy extraño ver
que uno de ellos era capaz de mostrar semejante compasión. Si no fuera
porque lo estaba presenciando, Merewyn nunca lo habría creído.

Había un corazón dentro de Varian du Fay. Aquel hombre no era el asesino


implacable del que hablaban todas las historias, sino alguien capaz de sentir
profundas emociones por los demás. A diferencia de su madre, Varian
pensaba en algo más que sus propias necesidades, y eso hizo que Merewyn
sintiera ganas de estrecharlo entre sus brazos para consolar su tristeza.

—Siento tener que apremiaros —dijo Blaise sin levantar la voz—. Pero
probablemente deberíamos marcharnos antes de que el fuego atraiga alguna
atención no deseada hacia nosotros.
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Varian asintió antes de arrojar la rama a la pira, y luego se volvió para


empezar a alejarse.

Merewyn apretó el paso para reunirse con él, pero no trató de tocarlo.
Varian se movía con una rigidez que hacía que no se atreviera a hacerlo. Era
evidente que deseaba estar solo.

—Pareces preocupado, Varian —le dijo.

—Las muertes innecesarias siempre me preocupan—respondió él, al tiempo


que un músculo le temblaba espasmódicamente en la mandíbula.

Merewyn no lograba entender aquellos sentimientos, que no casaban en


nada con lo que se suponía que hacía él en la vida.

—Pero tú asesinas para Merlín —añadió.


—Y aquellos a los que mato son traidores que sacrifican a personas
inocentes a la vanidad y las maquinaciones de Morgana. Lo que hago, lo hago
por el bien de todos. Los hombres a los que he dado muerte no supusieron
ninguna pérdida para la humanidad, créeme. Ni siquiera las madres que les
dieron el pecho lloraron su fallecimiento. —Sostuvo sin pestañear la mirada
interrogativa que le lanzaba Merewyn—. Pero eso no quiere decir que me
guste lo que hago.

Su tono la conmovió y sintió una gran pena por él.

—Oí que preguntabas al hombre de la posada de Glastonbury por ese


caballero del grial al que mataron los mods —prosiguió Merewyn.

Él asintió con la cabeza.

—Por eso fui a Cámelot —repuso—. Quería saber qué les había contado
durante su tortura.

Merewyn sintió que se le encogía el estómago cuando se acordó de aquel


pobre hombre cubierto de cadenas que habían llevado a presencia de
Morgana. Al igual que Varian, el caballero no se había inclinado ante ellos.
Por lo menos al principio. Pero cuando la sesión de tortura llegó a su fin, ya
habían logrado reducirlo a la condición de un niño lloroso antes de que le
hicieran el favor de poner fin a su vida.
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—No les dijo nada —dijo Merewyn.

—Eso mismo me dijeron los mods.

El color huyó de las mejillas de Blaise.

—¿Mataron a un caballero del grial?

Varian lo miró.

—¿No lo sabías?

—No. ¿Quién era?

—Tarynce de Essex. Merlín me envió a la abadía de Glastonbury para que


llevase su cuerpo a Avalón y averiguara quién lo traicionó a Morgana. —Miró
a Blaise con los ojos entornados—. ¿Cómo es que lo mataron en Cámelot, y tú
no lo sabías?

—Por la misma razón que pudieron capturarte y someterte a todas esas


torturas sin que yo me enterase. Desde que me fui con Kerrigan, no figuro
en su lista de personas de confianza.
Merewyn torció el gesto mientras pensaba en la brutalidad con que había
sido tratado Blaise desde su regreso. Ninguno de los integrantes de la corte
de Morgana lo había apreciado antes de que se fuera. Desde que regresó, no
habían dejado de mostrarse abiertamente hostiles y groseros con él.

—¿Por qué regresaste a Cámelot? —preguntó Varian.

—Merlín necesitaba un espía.

Varian soltó un bufido.

—No te ofendas, pero ¿no te parece que has pecado de incompetencia


visto que al parecer nunca te enterabas de lo que estaba ocurriendo?

Los ojos color lavanda de Blaise se inflamaron con un destello de furia.

—Cierra la boca, Varian —dijo—. Nadie lamenta la muerte de Tarynce más


que yo, créeme.
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—Eso es lo que tú dices.

—¿Qué estás insinuando?

Varian se detuvo en el sendero. Volviéndose hacia la mandrágora, la miró a


los ojos.
-¿Cómo sé que no fuiste tu quien lo traicionó?

Por la cara que puso Blaise, Merewyn casi esperó que la emprendiera a
golpes con su amigo.

—No puedes hablar en serio —dijo la mandrágora en cambio.

Pero Varian se mantuvo en sus trece. La tensión entre ellos casi podía
palparse. Si empezaban a luchar, Merewyn no podría hacer nada para
detenerlos.

—Puede que sí—insistió Varian.

Merewyn decidió que tenía que hacer algo para disipar toda aquella ira
mutua.

—Blaise no lo hizo —se apresuró a decir.

Varian le lanzó una mirada exasperada.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé —dijo ella enfáticamente.

—¿Y se supone que tengo que aceptar tu palabra?

Merewyn miró a Blaise.

—Dile quién eres —le dijo.

—¿Por qué debería hacerlo? —replicó la mandrágora con una mueca


petulante.
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Aquello acabó de irritar a Merewyn. ¡Hombres! Eternamente aferrados a


su orgullo, nunca querían admitir que pudieran estar equivocados en una
discusión.

—¿Vas a ocultarle esa información cuando sabes que le permitiría confiar


en ti? —le preguntó a la mandrágora.

—¿Porqué no?—dijo ésta—.Si no confía en mí sin disponer de ella, ¿por qué


debería contárselo?

Varian los miró con ceño.

—¿Contarme qué?

—Cuéntaselo, Blaise —insistió Merewyn.

Varian fulminó con la mirada a la mandrágora, que permaneció hoscamente


callada.

—Como quieras —masculló finalmente.

—¡Blaise! —le gruñó Merewyn.

Blaise suspiró cansadamente antes de darse por vencido.

—Soy un caballero del grial, Varian.

Varian sintió que el corazón le dejaba de latir por un instante cuando


aquellas palabras resonaron en su mente. ¿Blaise era un caballero del grial?
Eso no tenía ningún sentido.

—¿Qué has dicho?

—Ya lo has oído —dijo Merewyn—. Así fue como supe que me ayudaría a
liberarte.

Blaise se volvió hacia ella.

—Mi pregunta es: ¿cómo supiste lo que era yo? —dijo—. Porque pusiste la
mano justo en mi marca cuando solicitaste mi ayuda.
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Un atractivo rubor cubrió las mejillas de Merewyn antes de que


respondiera.

—Un día te vi mientras te bañabas en el arroyo junto al castillo. Pensé que


aquella marca era muy curiosa, pero no volví a pensar en ella hasta que los vi
traer a Tarynce. Le arrancaron la armadura del hombro para enseñarle la
marca a Morgana. Entonces fue cuando supe lo que significaba.

Blaise parecía perplejo.

—¿Por qué no le hablaste a Morgana de mí, cuando sabías que ella te


hubiese recompensado espléndidamente por esa información?—preguntó.

—Ya te lo dije. No traiciono a mis amigos.

—Pero yo nunca te he tratado como si fuéramos los mejores amigos del


mundo.

Cierto, no lo había hecho.

—No —repuso ella—, pero tampoco fuiste cruel conmigo. Eso es lo más
cercano a un amigo que he tenido desde que Narishka me raptó de mi
hogar.

Varian sacudió la cabeza. Qué poco bastaba para conmoverlos; para que
ella se arriesgara a ocultar la identidad de Blaise sólo porque la había
tratado con cordialidad.

Era justo la clase de estupidez que él estaría dispuesto a hacer.

—¿Cómo se enteró Morgana de la existencia de la marca? —le preguntó a


Merewyn.

—Un caballero fue a verla un anochecer y le explicó lo de la marca. No


entendí que le estaba hablando de la misma marca que tiene Blaise hasta que
la vi con mis propios ojos. Ese caballero fue el que le habló de Tarynce a
Morgana y le dijo dónde podía encontrarlo. Dijo que Tarynce la conduciría
hasta el paradero del grial.

Varian sintió que se le aceleraba el pulso cuando le oyó decir aquello.


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—¿Quién era ese caballero? —preguntó.

—No lo sé. Nunca lo había visto antes. No era uno de los miembros del
círculo que sirve a Morgana. Más bien venía de fuera.

—¿Podrías describirlo?

—No era muy alto, y tenía un poco de barriga. Pelo y ojos castaños y una
expresión de malicia en la cara. No escuché su nombre, pero lo reconocería
si volviera a verlo.

—¿Estás segura? —preguntó Varian.

—Segurísima —respondió Merewyn, mirándolo con enojo—. Me escupió al


pasar y me apartó de un empujón. Me llamó patética arpía contrahecha. Yo
nunca olvido a esa clase de hombres.

Aquellas palabras llenaron de furia a Varian. No podía haber excusa para


tratarla de esa manera, como si ella no fuese nada, y esperó que ese único
acto de crueldad hubiera dejado al hombre indeleblemente grabado en la
memoria de Merewyn. Se lo tenía bien merecido.

Miró a Blaise, que permanecía perplejo.

—Pase lo que pase, tenemos que llevar a Merewyn ante Merlín para que
pueda identificar a nuestro traidor—dijo.

Blaise asintió antes de agregar:

—Y luego tú y yo podremos molerlo a palos como castigo a su crueldad.

Varian no hubiese podido estar más de acuerdo.

—Desde luego que sí —convino.

Una vez aclarado aquel asunto, tenían que reemprender la marcha, de


modo que se volvió para guiarlos.

Merewyn lo siguió a un paso de distancia con Blaise caminando a su lado.

—¿Puedo preguntarte una cosa, Blaise? —dijo.


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—Claro.

—¿Por qué nunca te has interesado por mi recién encontrada belleza?

—Porque para mí tú siempre has sido hermosa.

Merewyn se detuvo, tan emocionada que sintió que se le hacía un nudo en


la garganta.

—Mientes —dijo luego—. Todo el mundo sabe que las mandrágoras y los
adoni sólo se sienten atraídos por la belleza física.

—Estoy ciego, Merewyn. Nunca he podido ver tu apariencia para juzgarla.

Con todo, ella no le creía. Tenía que estar mintiendo.

—Sólo cuando eres un hombre, e incluso entonces sólo estás parcialmente


ciego. —Hacía años que lo sabía porque, por mucho que él afirmara estar
ciego, siempre parecía saber dónde estaban todos y cada uno de los objetos
que lo rodeaban—. Como dragón tienes una visión perfecta.

—Y en ambas encarnaciones no juzgo la belleza por el exterior sino por el


corazón. Como he dicho, para mí tú siempre has sido hermosa.

Una lágrima resbaló por la mejilla de Merewyn, al tiempo que se sentía


más adefesio de lo que nunca se había sentido cuando era fea. Había
vendido a Varian por vanidad. Lo único que la redimía era que al menos había
intentado corregir su error.

—Gracias, Blaise.

De pronto sintió un extraño hormigueo en el cuello. Cuando levantó la


mirada, descubrió que Varian los estaba observando por encima del hombro
con las facciones contraídas en una mueca de disgusto.

—¿Pasa algo? —preguntó ella.

Él no respondió y volvió a apretar el paso.


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Merewyn no entendía qué parte de la breve conversación que acababan de


mantener ella y la mandrágora podía haberle irritado tanto, y continuaron
avanzando en silencio durante casi una hora antes de que Blaise los llamara.

—Eh, Varian, tendremos que parar un rato.

—¿Porqué?

La mandrágora señaló los bosques con el pulgar.

—Tengo una pequeña necesidad privada que atender.

Merewyn se sonrojó, pero ahora que Blaise lo mencionaba...

—Yo también —añadió.

Varian soltó un bufido de exasperación.

—Estupendo.

Merewyn se encaminó hacia la derecha mientras Blaise iba hacia la


izquierda. Buscó un lugar privado y cómodo antes de atender rápidamente
sus necesidades. Acababa de terminar y ya se estaba incorporando cuando
oyó un sonido de pies que corrían. El corazón empezó a latirle más deprisa
mientras miraba a su alrededor en busca del origen de aquel sonido.

Apretando el paso, fue a reunirse con Varian. Pero antes de que pudiera
llegar hasta él, algo la agarró por detrás.
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Capítulo 9

—¡Varian!

Varían se volvió en redondo al oírla gritar su nombre. Con el pulso


desbocado, corrió hacia el área donde se había perdido de vista. Saltó sobre
los troncos caídos del bosque mientras los espinos le golpeaban la armadura,
arañándole las manos y la cara. Pero no le importaba. Ahora lo único
importante era salvar a Merewyn.

Sin embargo, no pudo encontrarla por mucho que buscó. Merewyn había
desaparecido sin dejar rastro. Era como si el bosque se la hubiera tragado.
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Y lo cierto era que, en aquel lugar, cabía la posibilidad de que así fuese
realmente.

—¡Merewyn! —llamó, mirando en todas direcciones por si veía algún indicio


de su paradero.

No hubo respuesta. Ni rastro de ella. Parecía como si nunca hubiera


existido.

¿Cómo había podido desaparecer de aquella manera?

Oyó que alguien se aproximaba por detrás. Desenvainando su espada,


Varian se volvió en círculo preparado para hacer frente a su atacante, pero
sólo vio a Blaise.

La mandrágora se detuvo y levantó las manos en un gesto de rendición.

—¡Cuidado, amigo! —exclamó—. No ensartes al dragón. Eso sí que me


echaría a perder el día.

—¡Auxilio! ¡Por favor! ¡Varian!

Varían contuvo la respiración al oír de nuevo la voz de Merewyn. Su voz


sonaba lejana y subía y bajaba de tono erráticamente, como si la estuvieran
zarandeando.

Ambos echaron a correr en la dirección de su llamada, pero un vez más lo


único que encontraron fue el bosque negro y el negro follaje a su alrededor
ocultándolo todo. Varian ignoraba si había tomado la dirección correcta, si
Merewyn todavía estaba en movimiento, o si alguien o algo la había
escondido en el sotobosque.
Podía estar justo al lado y no lo sabría siquiera. Pensarlo lo llenó de furia.

Varian casi había abandonado toda esperanza de dar con ella cuando
finalmente entraron en un pequeño claro. Allí, al otro lado, estaba Merewyn
encima del hombro de un tipo muy alto que huía a la carrera con ella.

Varian entornó los ojos mientras sentía que un torrente de rabia le corría
por las venas. Deteniéndose en seco antes de que volvieran a esfumarse,
lanzó su espada contra el hombre impulsándola con toda la fuerza de sus
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músculos. La hoja silbó a través del aire y voló directamente hacia su blanco,
clavando la manga del hombre al tronco de un árbol.

El hombre dejó caer al suelo a Merewyn mientras se debatía para


soltarse del árbol. Merewyn se apresuró a apartarse de él y corrió hacia
ellos.

Sin perder un instante, Varian cruzó el claro y llegó al otro lado en un


abrir y cerrar de ojos, decidido a matar a aquel bastardo en cuanto lo
tuviera al alcance de sus manos.

Pero antes de que pudieran alcanzar a Merewyn, otro hombre idéntico al


primero la agarró por detrás y se la echó al hombro.

—¡Derrick! —gritó el primer hombre—. Ayúdame a soltarme.

Antes de que Derrick pudiera acudir en auxilio de su gemelo, Varian saltó


sobre él y lo apresó por la cintura. Los tres rodaron por el suelo. Varian
aterrizó encima de Derrick mientras Merewyn se alejaba rápidamente de
ellos y echaba a correr hacia Blaise. Blaise la puso detrás de él para que
aquellos hombres no pudieran alcanzarla, mientras Varian asestaba un
puñetazo tras otro a Derrick.

—Es nuestra —dijo Derrick, hablando entre dientes mientras intentaba


zafarse de la presa de Varian—. Hace siglos que esperamos a que Morgana
mande una mujer a través del portal. Nos la llevaremos cueste lo que cueste.
¡Suéltame de una vez! —Apartó a Varian de una feroz patada.

Varian recobró el equilibrio y fue a por él, pero en ese momento Merewyn
se apartó de Blaise y le asestó un feroz puntapié en la ingle a Derrick. El
hombre soltó un alarido de dolor tan sonoro que cualquier niña de siete años
lo habría mirado con envidia, antes de llevarse las manos a la entrepierna y
caer de rodillas ante ellos. Sin dejar de retorcerse, Derrick se desplomó
sobre un costado y quedó inmóvil boca arriba.

Varian se puso rígido en una reacción refleja, mientras reprimía el impulso


de llevarse las manos a la ingle.

—No soy propiedad de ningún hombre —le dijo Merewyn a Derrick


furiosamente—. No soy tu sirvienta para que me cargues al hombro y me
lleves donde quieras. ¿Cómo osas tratarme así?
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Se volvió hacia Varian, quien retrocedió, temeroso de lo que ella podía


llegar a hacer con el pie mientras estaba fuera de sí.
—Sólo intentaba ayudar —le dijo.

La furia que ardía en los ojos de Merewyn lo atravesó hasta la médula.

—En ese caso no deberías haberme arrojado una espada —le espetó ella—.
¿Eres idiota o qué? Podrías haberme matado.

—Qué va —trató de calmarla él—. Lo hago muy a menudo, y hasta ahora


sólo he matado a un transeúnte inocente al que no se le ocurrió nada mejor
que pasar por delante de la espada mientras volaba por los aires.

—¿Se supone que eso debe hacer que se me pase el enfado?

—Un poco. —Ella siguió mirándolo con cara de odio, lo que hizo que Varian
se encogiera temerosamente sin sabor muy bien porqué—. ¿Quizá?

El hombre que tenía la manga clavada al árbol finalmente logró liberarse y


se encaró con ellos. Su expresión dejaba claro que tenía intención de volver
a hacerse con Merewyn.

Merewyn se preparó para vérselas con él, pero Varian se irguió


inmediatamente, desincrustó la espada del árbol y apuntó la hoja hacia el
hombre.
—Ni se te ocurra —le advirtió.

Alto, con el pelo rubio oscuro y ojos azules, el hombre tenía los rasgos
perfectos de un patricio. Aunque era de constitución robusta, a Varian no le
pareció que tuviera el porte habitual en los soldados o los caballeros. De
hecho aquel hombre, al igual que su hermano, vestía un jubón y unos calzones
azul marino y no llevaba ningún arma a la vista. Bastaba con mirarlo para
darse cuenta de que siempre había llevado una vida fácil, y tampoco se movía
como
un hombre que ha aprendido a manejar las armas o es hábil en el combate
cuerpo a cuerpo. Lo más probable era que fuese un aristócrata.

—Oh, vamos —suplicó el hombre—. Apiádate de nosotros.¿Tienes idea de


lo duro, y no te molestes si pongo especial énfasis en lo de duro, que es
verse obligado a pasar trescientos años sin una mujer?
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La verdad era que no. Varian había pasado unos cuantos meses sin una
mujer, pero nunca siglos. A decir verdad, la idea era demasiado horripilante
para que quisiera pensar en ello, pero después de todo tampoco era
problema suyo. El hecho de que hubieran intentado violar a Merewyn sí que
lo era.

—Eso no habla en favor de tu causa —le dijo al hombre.

—Espera—dijo Merewyn, mientras miraba con los ojos entornados al


hombre rubio y a su hermano—. Recuerdo haberos visto en Cámelot, pero
¿entonces no erais tres?

—Todavía lo somos —dijo el rubio, al tiempo que asentía con la cabeza.

Varian se envaró mientras miraba a su alrededor en busca del otro.

—¿Y dónde está escondido el tercero?

El rubio señaló el matorral junto al que su hermano seguía retorciéndose


en el suelo, donde un pequeño hurón los estaba observando cautelosamente.

—Eso de ahí es Erik.

Varian se quedó boquiabierto al ver al hurón, quien parecía sentirse un


poco molesto por toda la atención que recaía sobre él. Pero había algo
todavía más inquietante que el hecho de que uno de los hermanos se hubiera
convertido en un hurón, y era que sus nombres no podían ser más horribles.

—Derrick, Erik y...

—Merrick —dijo el hombre orgullosamente—. Somos trillizos idénticos. O


al menos lo éramos hasta que a Erik lo convirtieron en un hurón.
Afortunadamente Derrick y yo nos libramos de ser maldecidos hasta ese
extremo.

—De ahí la fascinación que Morgana sentía por ellos —explicó Merewyn—.
Hubo un tiempo en el que los tres eran amantes suyos. Solía exhibirlos en
sus banquetes, y siempre los tenía pendientes de ella. Así es como los
recuerdo. Morgana ha tenido muchos amantes que eran gemelos, pero que yo
sepa ellos eran el único trío.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

—Sí —dijo Merrick cáusticamente—. Al menos fuimos sus amantes hasta


una noche en que Erik se emborrachó. Como no pudo darle placer, Morgana
insultó su hombría, y él la llamó perra frígida incapaz de sentir emociones
humanas, no hablemos ya de un orgasmo.

Varian tragó aire entre dientes. Era precisamente la clase de insulto que
Morgana castigaría mediante una combinación de crueldad y sarcasmo, y por
eso había convertido a aquel hombre en un hurón.

El hurón se encaró con su hermano y se puso a chillar. Incluso llegó a


agitar una diminuta zarpa mientras chillaba.

—Oh, no empieces otra vez, Erik —le dijo su hermano—. Sucedió


exactamente tal como lo he contado. ¿Por qué crees que te convirtió en un
hurón, so memo?

El hermano transformado siguió chillando y se puso a dar botes en el


matorral, pero Merrick le dio la espalda.

—Mi hermano aún no ha conseguido superar la fase negativa. Está


convencido de que algún día Mórgana nos echará de menos y regresará para
liberamos de nuestro encarcelamiento.

—Lo que le pasa a Erik es que es tonto —dijo Derrick, mientras se


levantaba del suelo penosamente. Su rostro todavía estaba muy pálido
mientras se acercaba cojeando hacia ellos. Exhaló un largo suspiro como si
tratase de mantener a raya el dolor, y luego apretó los dientes mientras
miraba a Merewyn con cara de pocos amigos—. La única mujer que me ha
tocado la polla en más de trescientos años, y la muy bruta casi me la deja
incrustada en la garganta.

—Te está bien empleado —dijo Merewyn en tono desafiante—.Tu madre


debería haberte educado mejor. No se agarra a una mujer y se sale
corriendo con ella.

Merrick soltó un bufido.

—Claro, pero cuando uno está tan desesperado como yo...


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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Varian cruzó una mirada de diversión con Blaise.

—Más vale estar desesperado que muerto, que es lo que habrías estado si
no te hubiéramos alcanzado.

Aun así, Derrick no mostró ningún remordimiento por sus acciones.

—Eso depende de cuál sea tu punto de vista, y ahora el mío queda


bastante abajo. Al menos la muerte me curaría el dolor de pelotas.

—Y la estupidez —añadió Merrick.

Varian sacudió la cabeza mientras escuchaba el intercambio de pullas


entre los hermanos.

La mirada de Derrick pareció aguzarse mientras los escrutaba a los tres.

—Bueno, ¿qué le hicisteis a Morgana para que os dejara tirados aquí?

Varian se frotó el mentón con una mueca de amarga diversión.

—Nada. Estábamos huyendo de ella.

Derrick y Merrick rieron hasta que se dieron cuenta de que Varian


hablaba en serio.

—¿Estás de broma? —preguntó Merrick.

—No. En absoluto. Parecía la opción menos mala. Al menos hasta que nos
tropezamos con vosotros tres.

—Perdona, ¿cómo dices? —se encrespó Derrick—. Me parece que no


deberías insultar a las únicas personas que están en situación de ayudaros a
que os aclimatéis a vuestro nuevo hogar.

Una sonrisa maliciosa curvó los labios de Blaise.

—Pues yo creo que deberíais preferir que os insultemos a que os demos


unas cuantas patadas ya sabéis dónde —dijo.

Varian tuvo que contener la risa ante el seco sarcasmo de la mandrágora.


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3º LOS SEÑORES DE AVALON

—Eso no ha tenido ninguna gracia —dijo Derrick, poniendo mala cara.

Merewyn miró a Varian.

—¿Podríais hacer que dejaran de decir tonterías?

—Eh, que yo no tengo nada que ver con esto. Me absuelvo completamente
de su conflicto.

—Debí dejarte encadenado a las paredes de esa habitación —murmuró


ella. Luego se dirigió a los trillizos en un tono más alto—: ¿Sabéis dónde
podemos encontrar comida y cobijo?

—Lo sabemos —dijo Merrick.

Derrick se envaró.

—Pero no veo por qué deberíamos compartir esa información.¿Qué


sacamos nosotros con ello?

Varian respondió sin vacilar:

—Una buena azotaina en el caso de que os neguéis a compartirla.

El hurón se puso a chillar.

—Y que lo digas —masculló Derrick—. No nos dais miedo.

Varian miró a Blaise con una ceja arqueada.

—Supongo que no son tan idiotas como parecen, ¿verdad?

—Uno de ellos es un hurón.

—Sí, en eso tienes razón.

Merewyn se aclaró la garganta.

—¿Podríais hacer el favor de callar un momento? —Se volvió hacia los


trillizos—. ¿Qué teníais pensado usar como moneda de cambio?
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Blaise se echó a reír.

—Merewyn, piensa —le dijo—. Los trillizos quieren que te cambiemos por
comida.

Merewyn se quedó anonadada cuando vio aparecer en sus caras una


expresión que lo confirmaba.

—Olvidadlo —dijo—. Antes prefiero morirme de hambre.

La expresión de Derrick cambió de golpe mientras iba hacia ella con paso
cauteloso.

—No seas así, cariño. Te aseguro que conocemos muy bien nuestro oficio
—le susurró.

Un torrente de ira y celos corrió por las venas de Varian, y de pronto lo


vio todo rojo.

—Yo también. —Alzó la punta de su espada hacia Derrick—.Tócala y te


atravieso.

El hurón volvió a chillar.

Merrick suspiró pesadamente.

—Vale, tienes razón —dijo al cabo—. Erik dice que deberíamos mostrarnos
más educados con vosotros antes de que lleves a la práctica esa amenaza.
—Eso no es exactamente lo que ha dicho —dijo Blaise.

Los dos hermanos lo miraron con los ojos desorbitados por el asombro.

—¿Qué? —exclamó Derrick.

—Ha dicho que si quieres subirle las faldas a Merewyn más vale que seas
amable con ella.

Varian arqueó una ceja.

—No sabía que hablaras el idioma de los hurones.


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—Ah, nosotros los roedores siempre intentamos mantenernos unidos.

—Creía que los dragones pertenecían al reino de los reptiles—apostilló


Varian, divertido por el extraño sentido del humor de Blaise.

—Roedores, reptiles... Todos somos criaturas viscosas y escurridizas


odiadas por el resto del reino animal.

—Yo no te odio —dijo Merewyn inesperadamente, y Varian volvió a sentir


una inexplicable punzada de celos. ¿Qué mosca le habría picado?

—Nosotros sí—se apresuraron a decir los trillizos.

—Ah, será que vuestra madre era una hámster —dijo Blaise, arrugando los
labios desdeñosamente.

Varian lo miró y sacudió la cabeza.

—Me parece que no han pillado esa referencia a Monty. Dudo que haya
muchos cines aquí en el infierno.

—Lástima, caray. Yo me pegaría un tiro si tuviera que vivir sin Monty.

—Bueno, confieso que yo tampoco la he pillado —dijo Merewyn—. No


conozco a ese Monty del que no paráis de hablar.

Blaise se puso la mano en el corazón como si esas palabras lo hubieran


herido profundamente.

—Cuando lleguemos a Avalón, mi señora, eso es algo que tenéis que ver.

—¿Avalón? —preguntó Merrick con una nota extraña en la voz—. ¿Estáis


intentando llegar a Avalón?

Varian asintió.

—Ése es el plan.

Los trillizos se echaron a reír. Hasta el hurón se revolcaba por el suelo,


apretándose la barriga con las patas.
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—¿Qué pasa? —preguntó Varian en un tono áspero.

Derrick fue el primero en calmarse lo suficiente para poder explicarlo.

—Nadie deja el valle —dijo—. Nunca. Ya os podéis olvidar de ese plan


vuestro de intentar llegar a Avalón desde aquí, ü a cualquier otro sitio, de
hecho.

—Me niego a creer eso que dices —dijo Merewyn.

—Puedes negarte todo lo que quieras, pero negarlo no cambiará el hecho


de que Merlín nunca os dejará marchar.

Ese nombre dejó perplejo a Varían.

—¿Qué quieres decir con eso de que Merlín no nos permitirá marchar?

Derrick se aclaró la garganta.

—Aquí Merlín lo controla todo. Bueno, todo menos las sílfides. A ésas las
controla Nimue, y normalmente están en guerra con él.

Blaise frunció el entrecejo.

—Creía que habías dicho que aquí no había mujeres.

—Y no las hay. Las sílfides no sienten ningún interés por los hombres, y
Nimue odia a todos los ex amantes de Morgana. Si alguien intenta mostrarse
simpático con ella o seducirla, Merlín lo cuelga de los árboles para que todo
el mundo lo vea. Puede que no sea capaz de controlar a Nimue, pero no deja
que nadie más que él se le acerque.

—¿Estás hablando del penmerlín Emrys? —preguntó Varían lentamente.

—¿Acaso existe algún otro?

De hecho habían existido muchos otros. Pero aquel merlín en particular


había servido a Arturo, para desaparecer misteriosamente poco antes de
que muriera Arturo.
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—Creía que estaba atrapado en el hielo —prosiguió Varian.

—Lo estaba —dijo Merrick—. Pero ahora ya no. Se escapó hace tiempo.

—¿Cómo?

Los hermanos se encogieron de hombros.

—Él nunca habla de ello, y tampoco es la clase de persona a la que le


gusta ir por ahí haciendo confidencias a los demás. Prefiere sacarte las
tripas y dejarte expuesto a los elementos para que te vayas pudriendo poco
a poco. La verdad es que cuando quiere puede llegar a ser bastante morboso.

Varian tenía serios problemas para asimilar aquella noticia. No podía creer
que hubiera encontrado a Emrys. Durante todo ese tiempo, siempre habían
dado por sentado que estaba o en Stonehenge o en algún lugar debajo de
Avalón. A nadie se le había ocurrido pensar en el valle.

—Pero ¿está aquí? ¿Vivo?

—Sí. La mar de vivo.

—El nos ayudará —dijo Blaise en un tono que no admitía réplica.

Varian seguía sin verlo tan claro.

—¿Cómo lo sabes?

—Soy hijo suyo. Conozco a ese hombre.

Merrick dio un paso atrás mientras Derrick miraba a Blaise con recelo.

—No te le pareces en nada —dijo.

—Me adoptó cuando yo todavía era un polluelo, y me crió. Le conozco como


al dorso de mi garra. Ahora llevadnos hasta él.

Los hermanos no parecían muy convencidos. Era como si conocieran un


secreto del cual no querían hacer partícipes a los demás.
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Merrick fue hasta su hermano y le pasó el brazo por encima de los


hombros para poder murmurarle al oído sin que ellos pudieran oírle.

Derrick no apartó la mirada de ellos mientras escuchaba.

Blaise apretó los dientes al verlos perder el tiempo de aquella manera.

—Sabes, V —dijo—, mientras están en esa posición bastaría con una buena
estocada para atravesarlos a los dos.

—No me tientes.

Merewyn fue un poco más racional.

—Quizá deberíamos ponernos a susurrar entre nosotros y así se


preguntarían de qué estamos hablando.

Blaise arqueó las cejas antes de cogerla en brazos.

—Por mí encantado —le dijo—. Tú rodéame el cuello con los brazos, y yo te


respiraré en la oreja.

Varian interpuso la hoja de su espada entre ellos.

—Puedes susurrar desde ahí.

Blaise parecía perplejo.

—¿Es que has decidido hacerle de carabina?

—Le prometí mi protección.

La mandrágora sacudió la cabeza.

—Eres gay, ¿verdad? —Varian alzó la hoja hasta dejarla apoyada en la


nuez de Blaise. Luego se la apretó con mucho cuidado. No lo suficiente para
derramar sangre, pero lo bastante para hacerle saber que no le veía la
gracia—. O no.
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Varian usó la hoja de su espada para apartarlo de Merewyn. Su mirada se


cruzó con la de ella, y sintió que el calor del deseo le corría por todo el
cuerpo. En ese momento, le habría encantado ser gay.

Al menos así ella no lo tentaría de aquella manera.

—Oh, no. Decididamente no —dijo.

Merewyn sintió un extraño aleteo en el pecho al ver el empeño con que la


protegía Varian, y no estuvo segura de a qué podía deberse. Quizá fuera la
novedad de ser tratada así. Cuando era un adefesio, a ningún hombre le
había importado lo que pudiera ocurrirle.

Ahora estaba de pie en el centro de un círculo de hombres apuestos,


ninguno de los cuales la insultaba o la trataba con desdén. El momento no
podía ser más raro. Aunque Merrick y Derrick la habían ofendido con sus
acciones, una parte minúscula de ella se sentía halagada por el hecho de que
hubieran intentado raptarla.

Pero una parte bastante más grande que ésa se sentía muy ofendida
cuando pensaba que si hubiera estado en su antigua forma de adefesio,
todos aquellos hombres tan apuestos habrían echado a correr en dirección
opuesta.

Los hermanos se separaron por fin. Merrick se adelantó para dirigirse a


ellos.

—Muy bien —dijo—. Os llevaremos hasta Merlín.

—¿Por qué tengo el palpito de que no deberíamos hacer esto?—murmuró


Blaise.

Merewyn no sabría explicar por qué, pero pensaba igual que la


mandrágora. Había algo muy raro en aquellos hombres. No le inspiraban
ninguna confianza.

—Seguidnos —dijo Merrick, y se adentró en los bosques.

Merewyn y sus compañeros tuvieron unos instantes de vacilación antes de


seguirlo por fin.
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—¿A qué distancia queda? —preguntó ella en cuanto los hubieron


alcanzado.

Derrick se detuvo para recoger a Erik del suelo y ponérselo en el hombro.


El hurón se enroscó alrededor de su cuello y los miró fríamente.

—Hay un día y medio de camino desde aquí—dijo Derrick—. Llegaremos al


puente a última hora del día, y entonces acamparemos a este lado de él. Por
la mañana, cruzaremos al valle propiamente dicho. Entonces ya sólo hay que
recorrer una pequeña distancia para llegar a Merlín.

Merewyn no entendía por que tenían que hacer un alto en ese sitio.

—¿Por qué no cruzamos el puente esta noche? —preguntó.

Los hermanos se echaron a reír, aunque a ella no le parecía que hubiera


nada de gracioso en su pregunta.

—Nadie cruza el puente después de que haya anochecido —dijo Merrick.

—¿Por qué? —preguntó Blaise—. ¿Tim el Encantador acabaría con


nosotros, o es el conejo asesino al que debemos temer?

Varian lo miró con ceño.

—¿Quién te ha dejado ver esa película?

—No fue la película lo que me enganchó —dijo Blaise—. Fue la obra de


teatro, Spamalot. —Le guiñó un ojo—. Me sorprende que no te gustara.
Tanto tu padre como tu hermano quedan como un par de gilipollas. Y en la
obra, Lancelot es gay.

—No tuve esa suerte. —Luego, levantando la voz, Varian añadió—: A ver si
dejas de hacer chorradas, caballeruzo inglés.

Merewyn sacudió la cabeza y dijo:

—Me parece que necesito ver esa obra.

—Seguro que te encantará —repuso Blaise.


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— Suena divertida.

Varían no abrió la boca mientras Blaise le contaba a Merewyn toda la obra


teatral Spamalot y la película Los caballeros de la Mesa Cuadrada y sus
locos seguidores mientras iban a través del bosque. Pero lo que más le gustó
fue el sonido de la risa de ella. Era tan dulce y delicada...

Y cuando Blaise empezó a enseñarle las canciones y Varían oyó la


hermosura de su voz, quedó completamente fascinado por ella. Sara Ramírez
no era nada comparada con Merewyn. La cadencia de su tono hizo que
sintiera un estremecimiento en la espalda, y a continuación descendió
directamente hasta su ingle para llenarlo de un intenso deseo por ella.
Varian no sabía por qué, pero siempre le había gustado oír cantar a una
mujer.

Y por el paso cada vez más torpe con que veía caminar a los hermanos,
supo que ellos se sentían igual de atraídos por el sonido de la voz de
Merewyn.

Pero lo más asombroso de todo era su increíble capacidad para aprender


cada canción. Blaise sólo tenía que cantarla una vez, y eso bastaba para que
ella se la grabara en la memoria.

Cuando se puso a cantar Encuentra tu grial, Varian sintió que se le hacía


un nudo en la garganta.

—Santo Dios, me estoy volviendo cursi —masculló. ¿Qué le estaba


pasando?

—Venga, Varian —dijo Blaise con su jovialidad habitual—. ¿Porqué no


cantas con nosotros? Sé que conoces la letra.

Sí, claro. Lo que le faltaba, una buena dosis de humillación en público.

—Nunca canto en público. Ni en privado, de hecho.

—Oh, venga ya, Varian —dijo Merewyn con una sonrisa—. Canta con
nosotros para pasar el rato.

Varian se dijo que nunca llegaría a entender a aquella mujer.


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—¿ Cómo puedes estar tan contenta? —le preguntó—. Estamos atrapados


en un...

—¿«Oscuro y carísimo bosque»?

—Deja de citar Spamalot, Blaise. —Varian suavizó el tono cuando volvió a


dirigirse a Merewyn—. Como estaba diciendo, hemos ido a parar a un rincón
perdido del infierno con agua que estalla y árboles que se incendian. No
sabemos si lograremos salir de aquí, y vosotros dos os entretenéis cantando
cancioncillas. ¿Cómo podéis hacer eso?

Merewyn se encogió de hombros.

—Lo hago porque estoy tan contenta de haber perdido de vista a tu madre
aunque sólo sea por un día que quiero celebrarlo. Y¿qué manera mejor de
hacerlo que cantar?

—«Mira siempre el lado bueno de la vida...»

—¡Blaise! —aulló Varian.

—No lo puedo evitar. Soy adicto a Monty.

—No entiendo cómo Kerrigan no te cortó la cabeza la primera vez que lo


hiciste enfadar —le gruñó Varian a la incorregible mandrágora.

—Soy demasiado entretenido para morir.

—Dudo que eso vaya a salvarte conmigo. Me encantaría poner fin a todo el
sufrimiento que me causas.

—Nosotros cantaremos con vos, mi señora —dijo Merrick,


interrumpiéndolos—. ¿Verdad que sí, Derrick?

Hasta Erik soltó un chillido de asentimiento.

Varian gimió para sus adentros cuando todos se pusieron a cantar Todavía
no me he muerto. Bueno, muerto al menos se hubiese ahorrado lo que estaba
oyendo. Merewyn tenía una voz preciosa, y la de Blaise podía pasar, pero los
otros dos...
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No habrían sabido encontrar el tono ni aunque alguien se lo hubiera puesto


en las manos. Tener que aguantar aquel coro de voces discordantes era una
auténtica tortura.

—¿Por casualidad no habrá nada feroz en este bosque a lo que todas esas
canciones vuestras pueda hacer salir de su escondite?—preguntó Varian.

El trillizo que tenía al lado dejó de cantar.

—Bueno, ahora que lo mencionas el caso es que hay unas cuantas cosas —
dijo.

Varían se detuvo de golpe para mirar a Merrick, o tal vez fuera Derrick.
La verdad era que no podía distinguirlos.

—Entonces ¿por qué estáis cantando?

—La dama quería cantar, y pensamos que sería una buena forma de
congraciarnos con ella para poder llevárnosla a la cama.

Merewyn tragó saliva mientras miraba nerviosamente a su alrededor.

—¿De verdad hay algo que podría atacarnos?

—Claro —dijo el hermano con el hurón alrededor del cuello—. Estamos en


el Bosque de la Calamidad. El nombre le viene que ni pintado.

Merewyn se puso aún más nerviosa.

Tratando de consolarla, Varían estiró el brazo para tocar su suave mano,


lo que sólo sirvió para recordarle lo agradable que había sido sentir aquella
mano en su cara cuando ella lo estuvo curando de sus heridas en la fría
mazmorra.

—No te preocupes —le aseguró uno de los trillizos—. No dejaremos que te


pase nada, queridísima Merewyn. Estamos demasiado ansiosos de seducirte
para permitir que mueras.

Ella lo miró desdeñosamente.

—¿Se supone que tengo que sentirme halagada por eso?


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—Pues claro. Fuimos legendarios en nuestra época.

Ahora fue Varian el que lo miró desdeñosamente.

—Lo que quiere decir es que se tenían por tres leyendas vivientes.

—A ti lo que te pasa es que estás celoso. Morgana nunca te eligió a ti.

—Por favor. No tocaría a esa... —Varian se calló cuando se dio cuenta de


que no hacían más que decir una sandez tras otra. ¿Qué sentido podía tener
ponerse a hablar de eso precisamente ahora?—. ¿Por qué estoy
manteniendo esta discusión contigo?

—Porque sabes que tenemos razón.

Varian miró a Merewyn.

—No se puede discutir con los lunáticos. Ni siquiera sé por qué lo intento.

Ella se encogió de hombros.

—Ni idea. ¿No será que te gusta darte de cabezazos contra la pared?

Él sacudió la cabeza mientras ella echaba a andar por el sendero delante


de él.

Dos segundos después, desapareció.


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Capítulo 10

—¡Merewyn! —Varian corrió tras ella, sólo para que Merrick lo detuviera
agarrándolo del brazo. Merewyn había caído en lo que parecía ser alguna
clase de agujero, pero Merrick le cortó el paso. Cada vez que Varian
intentaba contornear al hermano, Merrick lo obligaba a retroceder.

—No puedes llegar hasta ella.

Varian empujó a Merrick, quien se las arregló para seguir obstaculizándole


el paso.

—Tú espera y verás si llego. Quítate de en medio.

—¡No! —Merrick le puso las manos sobre los hombros mientras insistía en
que se calmara—. Escúchame, ¿quieres? Merewyn ha caído en un pozo de
desesperación. Sacarla de ahí no es tan fácil como crees.

Sus palabras lo dejaron tan pasmado que por un instante Varian se


preguntó si no le estaría tomando el pelo.
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—¿Un pozo de que?

—De desesperación. —Merrick lo soltó y señaló el agujero—. Y si no me


crees, escúchala un momento.

Varian hizo lo que le decía, y sintió que se le aflojaba la mandíbula cuando


oyó lo que estaba diciendo Merewyn.

—Oh, cielos, pobrecita de mí. No sirvo de nada. La vida es un asco, y la mía


es particularmente asquerosa. Es horrible. Espantosa. Miserable. No sé por
qué me molesto en tratar de seguir adelante. Lo que debería hacer es
quedarme tendida en el fondo de este agujero y morir. Sí, me parece que es
lo que voy a hacer. Me quedaré tendida aquí y moriré. Total, a nadie le
importa. Cuando pienso en lo contentos que se pondrían todos si me fuera de
este mundo...

La voz era la de Merewyn, pero el tono era increíblemente patético y


estaba lleno de lúgubres presagios.

—No entiendo por qué me tiene que pasar todo esto —proseguía su voz—.
¿Qué he hecho yo para merecer esta clase de vida? Cielos, oh, cielos... ¿Oh,
cielos? ¿Acaso es demasiado pedir que mi vida tenga sólo un minuto de
tranquilidad? ¿De alegría? ¿De mediocre alivio? No. Primero soy torturada
por una zorra malvada y sus esbirros. Luego intento estar guapa para que los
demás me miren sin poner cara de asco, y ¿qué ocurre entonces? Que he de
cargar con un bueno/malo lunático que mataría de aburrimiento a una ostra
y una mandrágora de lo más rarita. No tienen dos dedos de frente. No les
importo un pimiento. ¡Ahora nos guían tres fenómenos de circo, y el más
inteligente de ellos es un hurón! Oh, ¿cómo ha podido pasarme esto?
¿Cómo?...

Varian estaba estupefacto.


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—Cierra la boca antes de que te entre algo en ella —le espetó Derrick,
mientras se ponía a Erik encima del hombro—. No lo dice en serio. Es el pozo
que habla por ella.

Blaise imitó el ceño de Varian mientras miraban dentro del pozo donde
Merewyn permanecía sentada en el centro, retorciéndose las manos al
tiempo que se mecía atrás y adelante como si ignorase que estaba atrapada.

Varian miró a Merrick.

—¿Qué quieres decir con eso de que es el pozo el que habla por ella?

Derrick fue hacia el lado del sendero y se puso de puntillas para arrancar
una gruesa enredadera del tronco de un fresno cercano.

La enredadera le ofreció tanta resistencia que Varian tuvo que ayudarlo a


cortarla con su espada.

—Hay alguna clase de gas misterioso que se acumula en el fondo de los


pozos —dijo Derrick luego—. Inhalarlo hace que te sientas muy deprimido y
te entren ganas de llorar.

—Pero no de suicidarte, por desgracia —intervino Merrick, mientras los


ayudaba a acabar de desprender la liana del árbol—.Los infectados siguen
hablando y hablando hasta que a todos los que están a su alrededor les
entran ganas de cortarse las venas o de cortarles la lengua para hacerlos
callar de una vez.

Derrick asintió y prosiguió con la explicación:

—Empiezas a decir toda clase de cosas. Se le pasará dentro de unas


horas, en cuanto la hayamos sacado de ahí.

¿Unas cuantas horas? Oh, la perspectiva no tenía nada de alentadora.

—¿Por qué ha tenido que pasarme esto a mí? —gimoteó Merewyn desde
el interior del pozo—. ¿Por qué, Dios mío, por qué? ¿Es que no puedo tener
un solo día libre de congojas? ¿Un día únicamente para mí? No. He venido a
este mundo a sufrir. El sufrimiento es lo único a lo que tengo derecho... Y el
dolor. Dolor en cantidades industriales. Dios mío, ¿por qué me has dado esta
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vida?¿Porqué me obligas a cargar con la compañía de unas personas tan


aburridas ? ¿Por qué no puedo estar con amigos ?¿Alguien que me quiera?
¿Alguien que no me deje tirada en el fondo de un pozo? No quiero tener que
andar por el mundo con un caballero mutante y un dragón atontado...

—No sé, no sé... —dijo Blaise con una sonrisita maliciosa—. Estoy pensando
que quizá deberíamos dejarla ahí dentro. Empiezo a estar un poco harto de
que todo el mundo me complique la vida. Si alguien tiene derecho a quejarse,
ése soy yo. Estaba tan tranquilo ocupándome de mis cosas cuando ella me
metió en este embrollo.

—De verdad —insistió Merrick—, ella no piensa nada de lo que está


diciendo en estos momentos.

—Más le vale.

Varian deslizó la enredadera dentro del pozo y dejó que el extremo


colgara suspendido delante de ella.

—¡Merewyn! —dijo en un tono frío—. Póntela alrededor del cuerpo y


tiraremos hasta sacarte de ahí.

—¿Para qué molestarse? —preguntó ella con voz apesadumbrada—. Daría


igual que me dejarais aquí dentro. Atrapada. Sola. Padeciendo. Total,
sacarme tampoco servirá de nada. Todo es horrible. La vida no tiene sentido
y carece de significado. Estamos destinados a sufrir sin pausa. Debería
cortarme las muñecas y acabar con todo de una vez, antes que tener que
aguantar un solo minuto más de injusta miseria...

Gracias a los dioses que ella no era así normalmente. Realmente Varian
habría tenido que matarla si lo fuese.

—Venga, Merewyn —dijo, tratando de evitar que se le notara en la voz la


creciente agitación que sentía—. Pásate la enredadera alrededor de la
cintura y deja que te ayudemos a subir.

Sin cejar en sus lamentaciones, Merewyn finalmente empezó a envolverse


la cintura con la enredadera.

—Esto no va a funcionar. Me dejaréis caer, lo sé. Estoy segura de que me


romperé algo cuando me estrelle contra el suelo, y entonces me dejaréis por
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muerta o peor aún, a merced de los demonios del sexo que me usarán como
juguete...

Merrick miró a Varian con expresión esperanzada.

—¿Serías capaz de hacerlo? —le preguntó.

Varian soltó un bufido.

—Antes la mato.

Eso pareció dar bastante que pensar a Derrick.

—Hombre, eso tampoco estaría mal siempre que el cuerpo no se enfriase o


se pusiese demasiado rígido...

Aquello horrorizó a Varian a un nivel en el que ni siquiera quería pararse a


pensar.

—Me dais asco.

—Trescientos. Años. —Merrick articuló cada palabra con mucha lentitud—


. Sin nada de sexo. Piensa en ello.

Bueno, el caso era que no le faltaba su parte de razón. Un hombre tenía


que estar pero que muy desesperado después de semejante período de
tiempo sin...

Determinado a impedir que sus pensamientos siguieran por ese curso,


Varian tiró de la enredadera y sacó a Merewyn del agujero, que se selló en
cuanto ella estuvo fuera de él.

Merewyn se quedó acurrucada en el suelo mientras deploraba cada minuto


y cada infortunio de su vida.

—¿Puedes imaginar lo que es estar atrapada ahí? ¿Contigo? ¿Puedes?... —


musitaba.

Varian le desató la enredadera de la cintura.

—Siento ser una carga tan pesada para ti.


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—Oh, no tienes ni idea —dijo ella con un hilo de voz, mientras se sentaba
en el suelo para encararse con él—. Los hombres sois una carga terrible. Por
qué no habremos podido estar solas, sin vosotros y vuestras eternas
discusiones sobre quién la tiene más grande y vuestras pollas...

Varian se atragantó.

—¿Nuestras qué?

—Vuestras pollas. —Su tono no podía ser más racional, y, sin embargo, a
Varian le costaba creer que supiera lo que estaba diciendo—. Porque verás,
os encanta ir por el mundo como si fuerais los amos de todo lo que contiene
y nosotras las mujeres estuviéramos aquí únicamente para serviros. Y yo,
claro, yo soy una sirvienta. Fea y contrahecha. ¿Por qué? ¿Por qué se me
ocurrió hacer ese trato? ¿En qué estaría pensando?...

Derrick se tapó las orejas con las manos.

—¿No podríamos dejarla inconsciente hasta que se le hayan pasado los


efecto del gas?

Blaise rió mientras arrojaba la enredadera al bosque.

—No sé qué decirte —dijo—. Empiezo a encontrarla entretenida.


Podríamos repetir el numerito de la polla.

—Mejor no, Blaise. —Varian trató de ayudar a Merewyn a ponerse en pie,


pero ella volvió a dejarse caer al suelo.

—¿Para qué molestarme en levantarme del suelo? Vamos a morir aquí.


Todos nosotros. Uno por uno, y luego el paso del tiempo nos reducirá a polvo.
Polvo bajo los pies de otro. Polvo que el viento esparce a través de los
bosques y dentro de los lagos y de los campos. No somos nada. Ninguno de
nosotros. Meros sacos de huesos que van desde la cuna hasta la tumba sin
ningún propósito aparte de morir después de haber vivido una vida llena de
miseria, esforzándonos vanamente para cuantificar esa existencia que no
vale
nada...

Su mórbida diatriba volvió a arrancarle la risa a Blaise.


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3º LOS SEÑORES DE AVALON

—Menos mal que no estamos en el siglo veinte y ella no trabaja en el


teléfono de la esperanza, ¿verdad?

Derrick rió despectivamente.

—Unas cuantas horas más de oírle repetir que vamos desde la cuna hasta
la tumba y no valemos nada, y puede que empiecen a entrarnos ganas de
quitarnos la vida.

Varían se frotó la cabeza, que de repente había empezado a dolerle.

—Sí, comparado con ella Camus era un aficionado.

Pero Blaise parecía encontrarle cierta gracia a las amargas cavilaciones


de Merewyn.

—Desde luego, pero confieso que ha conseguido que empiece a picarme la


curiosidad. ¿Qué os parece si nos tiramos al pozo a ver cómo nos sienta la
experiencia?

Varian aún estaba intentando levantar del suelo a Merewyn, pero ahora
ella había pasado a resistirse activamente. Para lo menuda que era, podía
ser fuerte cuando quería.

—No eres lo bastante mono para que te aguantemos esa clase de


sermones, Blaise —dijo Varian—. A ti sí que te mataríamos.

—Has herido mis sentimientos.

—Bueno, ya se te pasará. —Viendo que no lograría convencer a Merewyn


para que se levantara del suelo, optó por cogerla en brazos.

—¿Lo ves? —exclamó ella—. Todos los hombres sois unos bestias. Usáis
vuestra fuerza para obligarnos a hacer vuestra voluntad como si nosotras no
importásemos nada, y luego encima os preguntáis por qué no nos gustáis... —
Prácticamente le escupió la última palabra—. ¿De verdad os extraña? ¿Qué
motivos tendría una mujer para querer someterse al ego masculino? ¿Por
qué iba a hacer tal cosa?
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Bajó la mirada hacia el cuerpo de Varian, y el brillo abrasador que


apareció en sus ojos mientras lo contemplaba lo puso muy nervioso.

—Cierto, eres una bestia magnífica con unos labios que resultan de lo más
deseables cuando no están sangrando. Eres esbelto y robusto, con todo el
abultamiento de tu gran... —Varian se encogió temerosamente a la espera de
oírle decir «polla», pero por suerte los pensamientos de Merewyn tomaron
otro derrotero cuando su mirada se cruzó con la de él.-Tus ojos son tan
hermosos —dijo entonces, y por primera vez no había el menor rastro de
desesperación en su voz. Le pasó un dedo por encima de la ceja, lo que hizo
que el miembro de Varian se endureciera inmediatamente en un súbito
ataque de deseo—. ¿Lo sabías? —Pero un segundo después el tono
apesadumbrado de antes volvió a hacer acto de presencia en su voz cuando
apartó la mano del rostro de Varian—. Pues claro que lo sabes. No vales
nada. Como todos los hombres...

—Sí —se burló Blaise—. No vales nada, Varian. Y ¿qué es eso tan abultado
que dices que tiene, Merewyn?

Varian fulminó con la mirada a la mandrágora, que continuó regodeándose


a su costa sin darse por aludida.

—La musculatura. Tiene músculos en los brazos, en las piernas, en la...

—Basta, Merewyn —dijo Varian con los dientes apretados.

—Bueno, el caso es que abultas. Lo he visto.

—Todos lo hemos visto —dijo Merrick, su voz llena de humor—. Y


realmente da asco.

Varian atravesó con la mirada a los trillizos, dedicando una atención


especial al hurón, que no paraba de reír mientras se contorsionaba
alrededor del cuello de su hermano.

—Cuando se le hayan pasado los efectos del gas, juro que os voy a matar a
todos.

Merewyn exhaló un suspiro de alma en pena.


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—Pues claro que los matarás —dijo—. Es lo que hacen los hombres, ¿no? Lo
destruyen todo. Todo, absolutamente todo. Porque en el fondo no sois más
que unos sucios puteros de mierda...

Varian torció el gesto al oírla emplear aquella clase de lenguaje.

—¿Puteros? —repitió Blaise con una carcajada.

—Sí. Vais por el mundo con vuestras lanzas gigantes en ristre, alanceando
a todo lo que se cruza en vuestro camino. Dejando clavados vuestros blancos
en las paredes y en los árboles, mientras galopáis de un campo a otro,
alardeando orgullosamente de todas vuestras conquistas sin que os importe
a quién hayáis podido hacer daño mientras vais en pos de un poco más de
gloria...

—Santos dioses —dijo Merrick, visiblemente horrorizado—.¿Está hablando


de lo que yo creo que está hablando?

—¿Te refieres a los guerreros? —le preguntó Varian.

—¡No! Unos puteros, eso es lo que sois. —Miró a los trillizos—. Sobre todo
ellos.

Riendo a carcajadas, Blaise dio un paso atrás, sólo para que Merrick lo
agarrara por los hombros y volviera a empujarlo hacia delante.

—Recuerda, el pozo está aquí mismo.

Blaise se puso muy serio mientras escrutaba el suelo a su alrededor.

—¿Dónde?

—¡Ahí! —Merrick se acercó un par de pasos para mostrárselo—. Se los


puede distinguir por ese tenue perfil grisáceo que circunda sus parámetros
y por los retazos de hierba que crecen encima de ellos.

Varian no veía aquella línea de demarcación que tan clara parecía a los
ojos de Merrick.

Blaise alzó la mirada hacia él.


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—¿Soy imbécil o tú tampoco lo ves?

—Sí—dijo Varian secamente—, eres imbécil. Y lo seguirías siendo aunque


pudieras ver el pozo.

Blaise llegó a agacharse para coger una pella de tierra que le arrojó, y que
Varian esquivó, mientras Merewyn maldecía a la mandragora.

—¿Ves el dichoso agujero... sí o no? —quiso saber Blaise.

Varian inclinó la cabeza hacia un lado y escrutó el suelo con los ojos
entornados.

—Más o menos —dijo después—. Aunque no me preguntes cómo se supone


que tienes que verlo mientras estás caminando por el sendero. Me
sorprende que no hayamos caído en ninguno antes.

—Es inútil —se lamentó Merewyn—. Tú, yo, Blaise, todos vamos a morir.
¡Todos!

Varian soltó un bufido de exasperación.

—Hoy no va a morir nadie a menos que yo mate a alguien, cosa que,


lamento decirlo, no parece demasiado probable que vaya a hacer, así que no
te preocupes.

—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó ella con una nota de histeria en la
voz—. ¿Es que no oyes el tictac del reloj que va contando tu vida? Tic. Tac.
Tic. Tac. Tic... tac. Vamos hacia la muerte. Cada segundo que pasa nos
aproxima un poco más a ella. El fin corre hacia nosotros, y no podemos hacer
nada para detenerlo.

Frustrado, Varian se volvió hacia Derrick y el hurón.

—¿Existe algún antídoto para esto?

—No. Pero siempre te queda el recurso de intentar ver el lado bueno. Tú


no estabas aquí cuando descubrimos la existencia de los pozos. Al menos
tuvimos la suerte de que el que se cayó dentro fue Erik, así que lo metimos
en una jaula y lo dejamos en los bosques hasta que se le pasaron los efectos.
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Varian pensó que ojalá pudieran hacerle eso a Merewyn.

Erik se puso a chillar.

—No quiero oírlo —le cortó su hermano—. Tuviste suerte de que no


decidiéramos hacernos una estola contigo para que dejaras de chillar.

—Bueno, y ¿cómo evitamos caer dentro de esas cosas en el futuro? —


preguntó Blaise, interrumpiéndolos.

—Mantened los ojos bien abiertos para que no se os pase por alto el
círculo gris. —Merrick arrojó una roca sobre dicho círculo, que se
desintegró inmediatamente para revelar un pozo.

Eso alivió un poco la presión. Saberlo era agradable, y al mismo tiempo,


aterrador.

—Sólo por curiosidad: ¿por qué están aquí esos pozos?

Merrick se encogió de hombros.

—Merlín los creó un día cuando Nimue lo hizo enfadar —dijo—. Entonces
ella creó el agua que estalla para hacerle pagar lo de los pozos. Creo que
esperaba volarle la cabeza, pero no funcionó. Aunque puede que Merlín
todavía cojee un poco como resultado de la experiencia.

Derrick asintió.

—La mayoría de las cosas que hay aquí son el resultado de la larga guerra
que mantuvieron entre ellos. Tenemos las rocas de lava que no quieres
tocar... Son amarillas y extremadamente calientes, pero lo peor es que luego
te pasas semanas apestando. También está el agua hirviendo que está fría
como el hielo.

—Los lagartos que pican; y, naturalmente —dijo Merrick—, mi favorito: el


arbusto del turista.

Blaise frunció el entrecejo.

—¿El qué?
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Varian torció el gesto mientras pensaba en los efectos que debía de tener
entrar en contacto con dicho arbusto.

—Piensa un poco, Blaise —dijo—. ¿Qué les pasa a los turistas cuando van a
un sitio nuevo? ¿Nunca has oído hablar de la venganza de Moctezuma?

La mandrágora puso cara de asco.

—Qué horror.

Merrick se echó a reír.

—Es justo lo que se pretendía con ello, ¿no? Merlín y Nimue estuvieron
pero que muy enfadados el uno con el otro durante los primeros centenares
de años que pasaron atrapados aquí juntos. Desde entonces, se han calmado
bastante.

-Pero no del todo —puntualizó Derrick.

-Sí, y haces bien en recordármelo. A veces todavía se enfadan un poco, y


entonces los otros ocupantes del valle tenemos que ponernos a cubierto de
la batalla subsiguiente causada por su enfado.

-¡Perdidos! —Merewyn echó la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en el


hombro de Varian—. Estamos perdidos.

-Vale —gruñó Varian—. Estamos perdidos, pero antes de que padezcamos


muertes horribles después de vivir una vida horrible, me parece que
deberíamos seguir en movimiento mientras todavía podemos hacerlo.

-¿Para qué molestarse? —reincidió Merewyn.

-¿Quieres que la estrangule? —resopló Blaise.

-No. Si hay algún estrangulamiento que hacer, creo que me he ganado los
honores.

Derrick fue hacia el sendero, mientras Merewyn seguía lamentándose y


hacía una horrible predicción tras otra.
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-Pues yo sigo diciendo que deberíamos dejarla inconsciente hasta que se le


hayan pasado los efectos del gas —dijo, al tiempo que echaba a andar por el
sendero.

-¿Tenéis alguna idea de cuánto tiempo va a durar esto? —preguntó Varian,


empezando a pensar que el trillizo tenía razón.

-Pues la verdad es que no. Como he dicho, metimos a Erik en una jaula y lo
dejamos solo hasta que se le pasó.

«Va a ser un día muy largo.»- Pensó Varian.

-Creo que me gustaba más cuando iba cantando cancioncitas de una obra
de teatro.

-No tengo a nadie en el mundo... —empezó a decir Merewyn, entonando la


única canción lacrimosa de Spamalot, pero al menos eso era mejor que oírla
parlotear acerca de la perdición. De hecho, la canción era bastante
graciosa—. Nadie que me consuele o me guíe...

Varian miró a Blaise.

—Como veo que no le estoy aportando ningún consuelo, ¿puedo dejarla


tirada por ahí?

—Te diría que sí, pero sé que tú nunca le harías eso a Merewyn.

—¿Qué te hace estar tan seguro?

Blaise se acercó lo suficiente para que los demás no pudieran oírlo.

—He visto la forma en que estás cuidando de ella. Tú no eres el duro


implacable que finges ser. Siempre me he preguntado por qué Merlín
toleraba que estuvieras en Avalón. Ahora lo sé.

—No te dejes engañar.


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—Sí, lo sé, puedes patearme el trasero y seguramente llegará el momento


en que lo harás. Puedo defenderme. Pero me he dado cuenta de que no estás
interesado en atacar a las personas que no pueden defenderse.

—Cierra el pico, Blaise.

La mandrágora sonrió y se alejó.

Varian no habló mientras llevaba en brazos a Merewyn y ella oscilaba


entre los ratos en que le daba por cantar y aquellos en que se quejaba de
todo. Le molestaba que la mandrágora hubiera sabido calarlo tan bien, a él
que siempre se había enorgullecido de ser tan complejo y misterioso. No le
gustaba que nadie supiera nada acerca de su persona. Eso mantenía alejada
a la gente, y le permitía disfrutar de la paz que tanto anhelaba.

Aún no tenía muy claro por qué había permitido que Merewyn pasara a
formar parte de su círculo. Eso no era propio de él, y menos sabiendo que
ella lo había vendido a cambio de su belleza.

«En realidad no», argumentó su voz interior. Lo único que había hecho ella
era cambiar su fealdad por la tarea de cuidarlo. Merewyn estaba tan
desesperada que a su madre le había resultado muy fácil usarla como peón.
Narishka era toda una experta en el arte de la manipulación. Hasta podía
fingir ser buena y dulce cuando quería.

Era cuando la bondad terminaba que necesitabas ponerte a cubierto.

—Di me una cosa, Varian —murmuró Merewyn, mientras le pasaba los


brazos alrededor del cuello y apoyaba la cabeza bajo su mentón—. ¿Tú crees
que el mundo es un lugar horrible?

—Puede serlo, supongo. —Había algo tan tierno en las acciones de ella que
lo conmovió en el lugar más extraño de todos.

Su corazón.

Ella lo abrazaba como si confiara inmensamente en él, de una manera casi


infantil. Ninguna mujer lo había abrazado así nunca. Por supuesto que lo
abrazaban en el curso del acto sexual, pero nunca había sido un abrazo
cariñoso. Un abrazo de amistad. Nunca había habido nada como esto.
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—Déjate de suposiciones —dijo ella en voz baja—. ¿Por qué tiene que ser
tan mezquina la gente? No lo entiendo. Pero lo peor de todo es que yo
también me he portado así. Si hice un trato con tu madre fue para no tener
que casarme con un hombre feo. —Le apretó más fuerte el cuello mientras
le temblaba la voz y su aliento le hacía cosquillas en el cuello—. Durante
siglos me he engañado a mí misma diciéndome que fue porque él no me
respetaba y me trataba como si yo no existiera, pero al final, comprendí por
qué lo había hecho. Él era mucho mayor que yo, tenía montones de cicatrices
y unos ojillos fríos como el hielo, y estaba calvo. Lo único que quería era una
yegua de raza que trajera al mundo a sus herederos. Ni siquiera podía hacer
que conversara conmigo. Cada vez que lo intentaba, él siempre me respondía
diciendo que Dios quería que las mujeres no tuvieran otra opinión que la que
habían recibido de su padre o de su marido. Todas las mujeres deberían ser
sumisas y calladas.

—Tú ciertamente no eres nada callada.

—Sí lo soy. Al menos cuando estaba en Cámelot. Siempre hablaba en


susurros, porque dirigir la palabra a otras personas cuando eres horrenda
sólo te gana su desprecio. O el dorso de su mano.

Oírle decir aquello lo llenó de furia. Al igual que ella, Varian tampoco
entendía cómo la gente podía llegar a ser tan cruel.

—Pero ya no eres fea —le dijo.

—No. Soy hermosa. Ahora la fealdad está en mi interior. Así que te


pregunto, ¿qué es mejor? ¿Ser fea por dentro o ser fea por fuera?

Él ni siquiera tuvo que meditar la respuesta.

—Has conocido a mi madre. ¿Cuál de las dos cosas crees tú que prefiero?

Ella levantó la cabeza para mirarlo.

—Eso es lo que dices ahora, pero ¿has llevado alguna vez a una mujer fea a
tu cama?

Varían guardó silencio mientras comprendía adonde quería llegar Merewyn.

—No.
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La decepción fue claramente visible en la mirada de ella.

—Entonces eres tan malo como todos los demás. —Hizo una pausa y se
mordió el labio por un instante, absorta en sus pensamientos—. ¿O no lo
eres? Me salvaste cuando yo era fea, ¿verdad?

—Sí.

—¿Porqué?

Él respondió con la verdad.

—Porque no soporto ver cómo abusan de alguien.

—Y, sin embargo, tú matas a la gente por Merlín. ¿Es que eso no es
abusar?

Varían no tenía ganas de hablar de lo que hacía ni de cuáles eran las


motivaciones que lo impulsaban a hacerlo, así que se limitó a mirarla con
ceño.

—¿Cómo puedes estar intoxicada y mantener un debate ético tan serio?

—Porque... —Su voz fue apagándose al tiempo que se le vidriaban los ojos.

Varían se detuvo en cuanto comprendió cuál era el problema.


Desgraciadamente, no reaccionó lo bastante rápido para evitar que ella le
vaciara el estómago encima.

—Lo siento mucho —jadeó ella en cuanto hubo acabado de vomitar.

—Yo también.

—No, de verdad que lo siento.

De verdad que él también lo sentía. Pero no quería que la pobre se sintiera


todavía más avergonzada de lo que ya estaba por algo que no había estado
en su mano evitar.
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—No te preocupes. Enseguida lo arreglo. —Le puso los pies en el suelo


antes de cerrar los ojos y usar la limitada reserva de magia que le quedaba
para despojarse de la armadura—. Pero no lo vuelvas a hacer, ¿eh? —
bromeó.

Merewyn asintió con la cabeza. Se sentía terriblemente mortificada por lo


que le había hecho. Desgraciadamente, la cosa aún no había terminado.
Mientras corría hacia un árbol, sintió cómo su cuerpo volvía a rebelarse.

—Oh, cielos —gruñó Blaise, mientras le daba la espalda—. ¿Te encuentras


bien?

—Sí —jadeó ella.

—Me alegro. Creo que me adelantaré un poco mientras tú...uh... acabas de


hacer lo tuyo.

—Nosotros también —dijeron los hermanos al unísono. Se fueron tan


deprisa que Erik salió despedido de los hombros de su hermano y tuvo que
echar a correr tras ellos, chillando de indignación.

En cuanto la hubieron dejado sola, Merewyn se apoyó en el árbol y dejó


que el veneno fuera saliendo de su organismo. Mientras volvía a inclinarse
hacia delante, sintió que alguien le levantaba el pelo para apartárselo de la
cara. Para su sorpresa, era Varian, que no trató de hablarle mientras ella
vomitaba.

Cuando hubo acabado, le tendió un paño fresco.

—¿Mejor?

—Creo que sí. —Se limpió la boca, y luego se apretó la base del cuello con
el paño para tratar de calmar el alboroto que sentía en el estómago—.
Gracias.

—Era lo menos que podía hacer por ti.

No, no lo era. Le hubiese sido muy fácil reunirse con los demás y dejarla
abandonada a sus propios recursos. Significaba mucho para ella que se
hubiera quedado.
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—No tenías por qué hacerlo.

—Lo sé, pero tampoco hacía falta que te quedaras sola. Siempre te estás
metiendo en líos. —Le guiñó un ojo.

Merewyn sonrió a pesar de su vergüenza. Sintió que el corazón le aleteaba


suavemente en el pecho ante la bondad con que la trataba él. La mayoría de
los hombres habrían hecho lo mismo que Blaise y los hermanos: salir
corriendo sin mirar atrás.

—¿Has acabado de predecir catástrofes?

Ella asintió.

—Sí, gracias a Dios. Siento mucho todo lo que me oísteis decir. De verdad
que no lo pensaba. Quería callarme, pero las palabras se me escapaban de la
boca una tras otra.

Para renovado asombro de Merewyn, él le pasó el brazo por los hombros


en un afectuoso abrazo.

—No te preocupes por ello —le dijo.

—Gracias por tener tanta paciencia conmigo.

—No me supone ningún esfuerzo.

Ahora Merewyn estaba segura de que él estaba siendo demasiado


generoso, y que tampoco le decía toda la verdad.

—Pues no creo que pensaras lo mismo hace diez minutos —repuso.

Varían no volvió los ojos hacia ella, pero su mirada se dulcificó.

—Bueno, eso sí que no te lo voy a discutir —dijo.

Entonces le dirigió una sonrisa que la hechizó. Varían no sonreía a menudo,


y probablemente era bueno que no lo hiciera dado el efecto que su sonrisa
tenía sobre el cuerpo de Merewyn. Volvió a entrarle calor, y sintió una
especie de extraño mareo. Nunca había visto un hombre más apuesto y,
teniendo en cuenta que ella había vivido con los adoni durante siglos, eso
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quería decir que Varian era increíblemente apuesto. Y no se trataba sólo de


su belleza, porque había en él una calma interior que parecía llenar de
sosiego a una parte de Merewyn sin importar que el resto de su ser no
pudiera estar más excitado.

Era una contradicción tan rara.

Merewyn se sumió en un incómodo silencio mientras caminaban. Varian


apartó su brazo de los hombros de Merewyn, lo que la hizo sentir una
extraña tristeza cuando el calor de su cuerpo se apartó. Quería estar más
cerca de él, no más lejos.

—¿Varían?

Él se detuvo y se volvió hacia ella.

-¿Sí?

Merewyn lo miró y no se atrevió a hablar. ¿Cómo podía preguntárselo


cuando cabía la posibilidad de que él reaccionara alejándose aún más?

«Pregúntaselo, Merewyn.» Pero no era tan fácil. Lo que ella quería estaba
prohibido. Era exótico.

Pero quería saberlo.

Necesitaba saberlo.

—¿Me besarías? —preguntó al fin.

Varian se quedó sin respiración cuando le oyó decir lo último que se


hubiese esperado de ella.

—¿Cómo dices?

¿Qué hombre podía ser capaz de negarle lo que pedía? Ciertamente no uno
que tenía bastante más de pecador que de santo. Varian ya podía saborear
aquellos labios. Pero una parte de él aún vacilaba.

—¿Es el pozo quien lo pregunta? —insistió él.


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—No. Soy yo.

Con el pulso desbocado, Varian la atrajo suavemente hacia él aunque en


realidad quería apretarla contra su pecho. Iba a ser el primer beso de
Merewyn, y Varian quería que fuera delicado y dulce. Algo que la llenara de
ternura, no de miedo, cuando lo recordase. El primer beso de una persona
siempre debería ser memorable y nada apresurado.

Bajó la cabeza y dejó los labios suspendidos sobre la boca de Merewyn


para poder saborear la sensación del aliento de ella en la piel. Era delicioso,
suave como una pluma. Y sentirlo hizo que la sangre se le inflamara en un
súbito frenesí de pasión.

¿Cómo podía resignarse a un simple beso y nada más cuando quería


tantísimo más de ella? Pero no tenía elección. La suya no era una vida que
pudiera compartir con nadie más, y Merewyn no era la clase de mujer con la
que un hombre pudiera divertirse un rato para luego dejarla. Había algo en
ella que era completamente inolvidable. Y Varían sabía que el sabor de sus
labios seguiría presente en su memoria mucho después de que hubiera
regresado a Avalón.

Merewyn apenas podía respirar mientras observaba a Varian a través de


sus ojos velados por los párpados, a la espera de poder saborear por
primera vez la pasión de un hombre. Llevaba siglos preguntándose a qué
sabría un beso.

A decir verdad, ya había abandonado toda esperanza de ser besada. Pero


ahora por fin iba a saber...

Varian la estrechó entre sus brazos un instante antes de bajar los labios
sobre los suyos. Merewyn sintió que le daba vueltas la cabeza cuando se
encontró abrazada tan íntimamente. El le rozó los labios con los dientes,
apretándoselos con una inmensa dulzura antes de separárselos para poder
explorar a placer hasta el último centímetro de la boca de ella con la suya.

Merewyn inhaló el aroma del cuerpo de Varian mientras sus patillas le


rozaban delicadamente la piel. Enterrando la mano en sus suaves cabellos,
dejó que aquellos mechones suaves como la seda le envolvieran los dedos
mientras ella le devolvía el beso con toda la pasión que sentía arder en su
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interior. Los pechos se le tensaron cuando una oleada de calor fluyó a través
de su cuerpo en un ritmo imperioso que exigía mucho más de lo que tenía
ahora.

Quería ser tocada por él... saber por qué Narishka y Morgana nunca se
sentían saciadas por sus amantes, sin importar lo muy hábiles que éstos
llegaran a ser. ¿Qué podía haber de tan absorbente en el sexo que hacía que
las personas se jugaran la vida con tal de poder practicarlo? ¿Que mintieran
y engañaran con tal de poder gozar de otra persona?...

Pero si el beso de Varian era un ejemplo de lo que sería tenerlo en su


cama, entonces estaba empezando a entender. Había magia en sus labios;
magia en su manera de tocarla, y la sensación se propagó por el cuerpo de
Merewyn, llenándola de deseo.

Varian la apretó contra su pecho mientras un fuego incontrolable le


abrasaba las entrañas. De pronto no pudo pensar en nada que no fuese
llevarla a algún lugar resguardado, donde la dejaría tendida sobre la hierba
para poder explorar su cuerpo más a fondo, despacio y con toda la calma del
mundo. Quería encontrar un sitio donde pudiera tomarse su tiempo para
saborear hasta el último centímetro de ella. Pero eso habría sido un
tremendo error. Lo último que necesitaba ahora era involucrarse con
alguien. Tenía demasiados enemigos para eso.

Además, él lo ignoraba todo acerca del amor o las relaciones. Era un adoni.
Una raza famosa por su implacable crueldad. Más que eso, su propio padre
había sido un bastardo cuyas continuas infidelidades habían arruinado la
vida a todas las mujeres que tuvieron algo que ver con él. Ése era el legado
de Varian, y valía tan poco como él.

Merewyn se merecía muchísimo más. La madre de Varian ya le había


echado a perder la vida. Lo último que quería era provocarle todavía más
daño. Merewyn ya había padecido bastante.

Cuando ella abrió los ojos, el deseo que Varian vio arder en ellos lo
atravesó hasta lo más hondo de su ser.

—Gracias —jadeó ella—. Siempre he querido saber cómo era y está claro
que no se lo podía preguntar a Merrick o Derrick.
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Pero hubiera podido preguntárselo a Blaise. Y Varian agradeció que no lo


hubiese hecho.

Cambiando de postura para aliviar el dolor que sentía en la ingle, Varian no


pudo resistir la tentación de averiguar hasta dónde estaba dispuesta a
llegar ella.

—Si queréis explorar cualquier cosa que vaya más allá de ese beso, mi
señora, sólo tenéis que hacérmelo saber. Estoy aquí para serviros. —Le
guiñó un ojo.

Un leve rubor tiñó las mejillas de Merewyn mientras apartaba la mirada.


Varian pensó que nunca había visto nada más adorable.

—Hay una cosa que me gustaría —dijo ella.

Él contuvo la respiración mientras la ingle se le ponía alerta con un ávido


temblor expectante.

-¿Sí?

Merewyn titubeó.

Él le sonrió.

—Venga, Merewyn. No tienes por qué mostrarte vergonzosa después de


todo lo que hemos pasado juntos. Estuvimos a punto de morir. Nos dijimos
de todo y caminamos con tres lunáticos por el bosque... Cuéntame qué es lo
que te gustaría.

Ella volvió a apartar la mirada, como si no pudiese soportar verle la cara si


él llegaba a negarle lo que pedía.

—¿Crees que si conseguimos salir de aquí podrías devolverme a mi época?


—dijo—. Tengo tantas ganas de volver a estar en casa.

Varían se sintió conmovido por aquellas palabras dichas de todo corazón, a


pesar de que no entendía el sentimiento que se ocultaba tras ellas. Él nunca
había tenido un hogar al cual echar de menos.

—¿Qué hay de tu padre y la forma en que te trató? —preguntó.


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—No es por él por quien quiero regresar. Me gustaría pedirle disculpas al


hombre que traicioné. Él quería casarse conmigo, y yo debí hacer honor a mi
compromiso nupcial. Hice muy mal al tratarlo de esa manera.

Las palabras de ella lo llenaron de asombro.

—¿Estarías dispuesta a casarte con él sólo para disculparte?—preguntó


con los ojos abiertos.

—Desde que me escapé de casa, he padecido cosas mucho peores. Ya es


hora de que crezca y actúe como corresponde a una mujer adulta. —Buscó
los ojos de él con los suyos, y la sinceridad que Varían vio en ella lo abrasó
por dentro—. ¿Querrías ayudarme a hacerlo?

Una parte de él gritaba que no lo hiciera, pero Merewyn tenía razón y, al


igual que Arturo, trataba de hacer lo correcto por las razones correctas.

—Te ayudaré —dijo al fin.

—Gracias.

Él inclinó la cabeza sobre Merewyn y hubiese vuelto a besarla si un grito


no hubiera resonado en ese momento en el bosque.

Varian retrocedió y ladeó la cabeza para localizar el origen del sonido.


Pero hubiese podido ahorrarse la molestia, porque entonces otro grito
resonó inmediatamente después del primero.
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Capítulo 11

Varian abrió la marcha hacia el origen de los gritos, deseoso de averiguar


qué estaría pasando ahora. Se esperaba lo peor; por lo que, cuando se
adentró en el bosque para encontrar un grupo de inofensivas rocas
verdigrises que rodeaban a Merrick, le extrañó bastante que el trillizo se
hubiera puesto a gritar.

Con los ojos como platos, Merrick apretaba la espalda contra un árbol
como si sintiera pánico hacia aquellos objetos inanimados.

Varian miró a su alrededor en busca de Blaise y los hermanos de Merrick,


pero no había ni rastro de ellos.

—¿Dónde están los demás? —preguntó.

—¡Calla! —le espetó Merrick furiosamente—. Se volverán contra ti si


hablas demasiado alto.

Varian intercambió una mirada interrogante con Merewyn.

—Me parece que ha perdido el juicio —dijo él.

Una chispa de malicia brilló en los ojos de Merewyn.

—Quizá las rocas se comieron a los demás.

La idea era tan absurda que Varian no paró de reír hasta que las rocas
giraron lentamente hacia ellos como si les estuvieran tomando la medida. Ni
siquiera tuvo tiempo de hablar antes de que las rocas volaran hacia el por
voluntad propia.
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—¡Corre! —gritó, agachándose para esquivarlas. Pero las rocas no volaban


en línea recta. Lo que hicieron fue virar bruscamente y lanzarse sobre él,
raudas como el rayo. La primera le dio en la espalda, y la segunda le acertó
en la pierna, tirándolo al suelo. Varian se vio obligado a quedarse tumbado
boca abajo para que las rocas no le dieran en la cara. Pero en cuanto lo hizo,
éstas empezaron a golpearlo a lo largo de la espalda y en la coronilla.

¡Maldición! Aquello dolía.

Merewyn chilló y trató de correr en su auxilio, pero sólo consiguió que las
rocas también la atacaran a ella.

—¿Qué diablos son estas cosas? —le gritó Varian a Merrick, antes de
materializar la armadura sobre su cuerpo para que lo protegiera. Funcionó
sólo en el sentido de que la armadura evitaba que las rocas le rompieran el
cráneo o los huesos, pero la fuerza de su ataque combinado le impidió
levantarse.

—Gulas —dijo Merrick, hablando entre dientes mientras seguía con la


espalda pegada al árbol. Viendo el desesperado empeño que ponía en ello y lo
asustado que estaba, Varian se sorprendió de que no se le hubiera ocurrido
tratar de trepar por él.

Pero eso no alteraba el hecho de que las rocas continuaran golpeándolo.

—¿Gulas? Como mucho podrían causarte indigestión si te dieras un atracón


de ellas, pero de ahí a que vuelen y te ataquen...

—No —dijo Blaise desde detrás de él—; son rocágulas.

Varian miró a Blaise, que corría en dirección a ellos desde la derecha. La


mandrágora fue hacia Merewyn para alejar las piedras de ella mientras
Varian intentaba quitárselas de la espalda.

—¿Qué diablos es una rocágula? —preguntó a la mandrágora.


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En lugar de responder, Blaise, que estaba cubriendo a Merewyn con su


cuerpo, emitió un profundo gruñido de dragón cuyos ecos resonaron por
todo el bosque.

Las rocas llegaron a estremecerse y gritaron antes de dispersarse para


rodar hacia el interior del bosque. Varian frunció el entrecejo al ver que un
par de ellas parecían cubrirse la cabeza con un par de bracitos mientras
escapaban a toda prisa. Tenían un aspecto extrañamente humano.

Era la cosa más rara que Varian había visto en la vida, y eso que como
hechicero había tenido ocasión de ver unas cuantas cosas que se salían de lo
corriente. Volviéndose en redondo, las miró huir boquiabierto por la
sorpresa.

Cruzando la distancia que lo separaba de Varian, Blaise le tendió la mano


para ayudarlo a incorporarse.

—Para responder a tu pregunta—le dijo—, las rocágulas son las rocas que
al crecer se convierten en gárgolas. Son la materia prima a partir de la que
aparecen. No son particularmente inteligentes, que es la razón por la que en
su mayor parte han de ser controladas por otros, pero están dotadas de una
extremada movilidad.

Merewyn parecía ilesa, pero Merrick seguía tozudamente pegado a su


árbol como si temiera que las rocas pudieran regresar en cualquier
momento.

Varian se quitó el yelmo y se frotó la coronilla, donde se le estaba


formando un pequeño chichón.

—Sí, bueno, pues parece que a mí también me han aflojado algún que otro
tornillo. —Torció el gesto cuando su mano encontró un punto
particularmente sensible—. ¿Por qué nunca había visto una de ellas antes?

—Normalmente nunca se exponen a la luz del día. Al igual que las gárgolas,
son nocturnas. Quizás haya algo en el valle que las hace sentirse a salvo
aunque todavía no sea de noche.

Merewyn frunció el entrecejo.


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—Creía que las gárgolas no podían moverse mientras fuese de día a menos
que Morgana o algún otro se lo ordenara —dijo.

—Las libres pueden moverse independientemente durante el día, sólo que


no lo hacen. Pero las rocágulas, como no son capaces de defenderse a sí
mismas, normalmente se esconden de todo y de todos.

Varian se puso a cavilar. Sabía que existían dos clases de gárgolas, las que
nacían como tales y las que eran creadas. Las últimas eran humanos o adoni a
los que una maldición había convertido en gárgolas. En general no se sentían
demasiado satisfechas con su existencia, pero eran extremadament
inteligentes. Las primeras desempeñaban funciones de sirvientes, y Morgana
utilizaba a muchas de ellas para que combatieran en su ejército

. —¿Por qué huyeron de ti? —le preguntó a Blaise.

—Cuando están en su forma de dragón, las mandrágoras se las comen, y


siempre temen que las utilicemos como alimento. Tienen un alto contenido de
pirita, pedernal y carbón, que nuestros cuerpos descomponen tras haberlas
ingerido y usan como combustible.

Eso era algo que Varían no sabía.

—Vaya, Blaise —dijo secamente—, yo pensaba que era el único al que le


hacías la vida imposible.

Blaise puso los ojos en blanco.

—¿Comes bebés? —preguntó Merewyn en un tono escandalizado, mientras


se reunía con ellos.

—Bueno, en realidad no son bebés, son rocas —repuso la mandragora.

Ella lo miró como si no pudiera creer lo que escuchaba.

—Acabas de decir que eran gárgolas bebé.

—Eh, que no me como a las grandes. Sólo me como a las pequeñas.

—¡Los bebés!
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Blaise abrió la boca.

—No te canses —le dijo Varian—. Acabas de perder por goleada. Eres un
asesino de gárgolas bebé. Ve haciéndote a la idea.

—Pero... son rocas. No me como a las que se mueven.

—Oh, seguro —resopló Varian—. Eso es lo que dicen todos los asesinos de
rocas bebé.

Blaise arrugó la nariz, visiblemente disgustado, pero antes de que pudiera


decir nada Merewyn lo interrumpió.

—¿Regresarán? —preguntó, sacudiéndose la tierra del vestido.

Blaise volvió la mirada hacia el bosque por donde habían desaparecido.

—Probablemente. Como he dicho, no son muy listas.

Varian se acordó de los antiguos caballeros de la Mesa Redonda, a los que


Morgana había maldecido cuando la desafiaron durante el reinado de
Arturo.

—Lo siento por Garafyn y los demás que fueron convertidos en gárgolas —
dijo.

—Y yo —convino Blaise.

Merrick por fin consiguió reunir el valor suficiente para apartarse del
árbol y fue a reunirse con ellos.

—¿Dónde están Derrick y Erik? —preguntó.

Blaise se encogió de hombros.

—No lo sé. Hace unos minutos estaban conmigo cuando te oímos gritar...
¿Cómo te quedaste rezagado, por cierto?

—Me pareció oír a Varian y Merewyn en los bosques. Iba a decirles dónde
estábamos cuando de pronto fui atacado por las rocas.
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Me atacaban con tanta saña que no podía apartarme del árbol.

Blaise sonrió desdeñosamente.

—Sí, tiene que ser muy triste que un montón de rocas te llenen de
cardenales.

Merrick se indignó ante el tono burlón que había empleado la mandrágora.

—Morir lapidado es una muerte terrible.

Varian se frotó la parte de la coronilla en la que su chichón estaba


creciendo significativamente.

—No es que quiera defender a Merrick, pero la verdad es que esas


pequeñas rocas sabían hacer daño —dijo—. Doy gracias a los dioses por la
armadura.

Merewyn le dirigió un mohín de simpatía.

—Pobrecito mío. —Extendió la mano hacia Varian para acariciarle el punto


dolorido, pero a decir verdad él hubiese preferido que le acariciara otra
cosa que también parecía empeñada en darle serios problemas. El contacto
de la mano de ella hizo que sintiera escalofríos. Eso por no mencionar el
caos que provocó en sus hormonas el olor de su cuerpo.

Le entraron ganas de acurrucarse junto a ella y ponerse a ronronear


como un gato.

Lo que era aún peor, de pronto sintió una terrible necesidad de


mordisquearle el cuerpo hasta que se hubiera embriagado con su aroma. Y
pensar en eso hizo que se alegrara de volver a llevar la armadura, porque
mantuvo oculta su erección a los ojos de quienes lo rodeaban.

Apartándose de ella antes de que se le ocurriera empezar a ronronear,


Varian miró a Merrick.

—¿Y qué otras sorpresas desagradables nos aguardan? —inquirió.


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—No tengo ni idea. Digamos que aquí son incontables, y cambian de un día
para otro conforme Merlín y Nimue se esfuerzan por hacerse la vida
imposible el uno al otro.

Oh, seguro que eso hacía que cada nueva experiencia resultara
verdaderamente especial. No había nada como un tropel de peligros para
alegrarte el día y hacer que a Varian le entraran ganas de correr a través
del bosque, cantando alguna alegre tonada.
—Siempre es mejor que tener una muerte dulce —dijo Blaise con una
media sonrisa.

—Sí... —repuso Varian sin mucha convicción—. Tal vez.

Acababan de reanudar la marcha cuando un gemido quejumbroso les hizo


detenerse en seco.

Merewyn paseó la mirada por los alrededores y descubrió que una de las
rocas había regresado. Por extraño que pudiera sonar, la roca parecía estar
llorando. Como era la persona que le quedaba más próxima, la roca rodó
hacia ella y se le restregó afectuosamente contra la pierna. La acción le
recordó a la de un perro doméstico cuando quiere atención y afecto. La roca
era tan alta que le llegaba casi a la rodilla, y tenía dos bracitos que usó para
aferrarse a la pantorrilla a Merewyn.

Ella miró a los hombres, tratando de entender lo que estaba ocurriendo.

—Eso es que ya le han empezado a salir brotes —explicó Merrick—.


Cuando alcanzan cierto tamaño, las rocágulas empiezan amutar en gárgolas.
Nadie sabe por qué.

—Es su estructura molecular —dijo Blaise.

Todos se lo quedaron mirando.

—¿Qué pasa? —prosiguió—. Me crié rodeado de merlines. Uno aprende


esas cosas. Las rocágulas son una consecuencia del proceso de formación de
los dragones originales. La leyenda dice que éstos exhalaron su aliento de
fuego sobre ellas. Las llamas les dieron vida, y con el paso del tiempo,
evolucionaron hasta convertirse en gárgolas, que mi pueblo cree son
dragones atrofiados. Por eso tienen alas y colmillos igual que nosotros. Pero
como nacieron de la roca y no de la carne, nunca llegaron a completar su
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desarrollo hasta alcanzar la forma superior de dragón. —Señaló la roca que


se había agarrado a la pierna de Merewyn—. Eso de ahí es lo que llamamos
un esbozo, y en cualquier momento entre mañana y dos semanas, se
convertirá en una gárgola. En seis meses, habrá alcanzado el tamaño adulto.

Merewyn sintió que se emocionaba cuando bajó la mirada hacia la roca, y


acarició la parte de arriba de su... bueno, en realidad no era una cabeza. Más
bien una especie de bulto.

—¿Es un bebé?

—En esencia, sí. Se habrá quedado rezagada mientras las demás salían
corriendo, así que ahora intenta encontrar algo a lo que poder agarrarse
para sentirse consolada.

No tenía ningún sentido, pero la conmovió. Merewyn podía comprender lo


que era sentirse perdida y asustada, y querer tener algo, cualquier cosa a la
que agarrarse.

—Pobrecita —dijo, al tiempo que se agachaba para que su cara quedara a


la altura de donde habría estado la de la roca si estuviera formada del
todo—. ¿Estás asustada?

La roca se echó a gimotear.

Merewyn puso los brazos alrededor de la fría piedra para abrazarla, y la


roca dejó de sollozar.

—Sólo es una roca, Merewyn —dijo Merrick en un tono irritado.

Ella sacudió la cabeza.

—No. Está dotada de conciencia. —Lo miró de soslayo—. A diferencia de


ciertas personas que yo podría mencionar.

Varian rió a carcajadas mientras Merrick se ponía como un tomate.

—Pero es estúpida —dijo luego a la defensiva.

—Igual que muchos seres a los que se supone inteligentes —resopló Blaise.
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Su observación pareció divertir a Merrick.

—Supongo que eso va por Erik —dijo en un tono bastante menos hosco.

Ahora fue Varian quien intervino, también para meterse con Merrick.

—Eso va por cualquiera que sea lo bastante imbécil para acostarse con
Morgana.

Merrick levantó las manos en señal de rendición.

—De acuerdo, así que yo también soy imbécil. Pero sigo sin ser una roca.

Sin hacerles ningún caso, Merewyn intentó levantar la roca del suelo, sólo
para descubrir que pesaba demasiado.

—¿Qué haces? —preguntó Merrick.

—No podemos dejarlo aquí. Está asustado.

—Es una roca.

Varian suspiró.

—No. Es una gárgola bebé, y tiene muchos enemigos que podrían matarla.

Merewyn frunció el entrecejo.

—¿Por ejemplo...?

—Cualquier criatura que utilice la magia. Pueden cortarla en pedacitos y


usar los fragmentos para distintos hechizos.

Merewyn se quedó horrorizada. No se le había ocurrido pensar en eso. Se


puso la roca detrás de la falda instintivamente para protegerla y mantuvo
una mano sobre su cabeza.

Merrick la miró con disgusto, y Varian también.

—Es una roca —dijo aquél—. Tampoco es que vaya a sentir nada, ¿verdad?
Y antes has dicho que estaba asustado. ¿Cómo sabes que es un varón?
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—Claro que puede sentir —dijo Blaise adustamente—. Las rocágulas son
seres vivos, Merrick.

Merewyn sintió que se le encogía el estómago sólo de pensar que alguien


pudiera hacerle daño a aquella roca. No lo permitiría.

—No podemos dejarlo aquí—dijo.

—¿Cómo sabes que es un varón? —repitió Merrick.

Merewyn se encogió de hombros mientras miraba atrás. La roca seguía


agarrada a su pierna, y ahora alzaba la mirada hacia ella. Habría podido
jurar que veía su carita asustada.

—Es un varón —dijo Blaise categóricamente—. Pero no tiene nombre. No


podrá darse un nombre a sí mismo hasta que se le forme la boca y sea capaz
de hablar.

Merewyn le cogió un bracito a la roca.

—¿Te gustaría venir con nosotros?

La roca emitió un suave murmullo de asentimiento.

Merrick seguía sin estar convencido.

—Tendremos que ir más despacio. Nos cogerán.

Varian se interpuso entre Merewyn y Merrick.

—Pues entonces tendremos que ir más despacio hasta que en contremos a


las otras... —Frunció el entrecejo y miró a Blaise—. ¿Cómo llaman las
rocágulas a sus grupos?

Blaise rió.

—Parentela. Sus grupos se llaman parentelas.

Merewyn le palmeó afectuosamente la cabeza a la roca.


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—En ese caso seremos tu parentela hasta que encuentres a las demás.

Merrick sacudió la cabeza con una mueca de disgusto.

—No puedo creer que vayamos a llevar a remolque a una roca. Eso es
como ir por el mundo cargado con lo que los marineros llaman un ancla, ¿no?

Varían lo miró con los ojos entornados.

—Cierra la boca, Merrick. La señora está contenta, así que nosotros


también lo estamos.

Agradecida por el apoyo de Varían, Merewyn cogió de la mano a la roca.

—Pues yo no estoy nada contento —masculló Merrick.

—Da igual —dijeron al unísono Varían y Blaise.

Sin hacer caso de su discrepancia, echaron a andar por el sendero que


atravesaba los bosques, con Varían abriendo la marcha y Blaise cerrándola
en último lugar.

No tardaron en encontrar a Derrick y Erik, que estaban caminando en


círculos como si se hubieran perdido y no supieran qué dirección tomar.

Erik estaba en el suelo pegado a los pies de Derrick, y miró hoscamente a


la roca que iba junto a Merewyn.

—¿Qué es eso? —preguntó su hermano.

El hurón se acercó cautelosamente a la roca para husmearla.

Merrick dirigió una mirada maliciosa a Derrick antes de dar un puntapié


que cubrió de tierra y hojas a Erik, quien lo amenazó con una zarpita
minúscula y se puso a chillar.

—Merewyn y Varían han tenido un bebé mientras vosotros dos me


dejabais tirado ahí para que muriera.

—¡No me digas! —exclamó Derrick sarcásticamente—. Ya veo que supieron


elegir el momento apropiado, pero anda que no es feo el crío.
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Varian le hizo un gesto a la roca.

—A por ellos, Rocky. Hazle pagar caro ese insulto.

Para su sorpresa, la gárgola rodó hacia Derrick y saltó sobre su pie. Con un
juramento, Derrick retrocedió y le dio una patada, pero sólo consiguió
hacerse todavía más daño, mientras la roca ponía los bracitos en jarras y
adoptaba una postura satisfecha.

Blaise rió.

—Eso confirma lo que decías antes acerca de la inteligencia, ¿eh?—dijo.

Merewyn y Varian se unieron a sus carcajadas. Los trillizos, en cambio, no


parecían nada divertidos.

Varian cruzó los brazos sobre el pecho mientras les sonreía


diabólicamente.

—Vosotros tenéis un hurón y nosotros tenemos una roca —dijo—. Estamos


empatados.

—Además —no pudo resistir la tentación de añadir Merewyn—, nuestra


roca es más lista.

—Desde luego. No se acostó con Morgana.

Como si agradeciera su apoyo, Rocky rodó hacia ellos y se abrazó a la


pierna de Merewyn.

Blaise sacudió la cabeza.

—Una mujer tiene que ser realmente muy especial para querer a una roca.

Varian estuvo de acuerdo.

—Cierto—dijo, y echó a andar—. ¿Continuamos el viaje, buenas gentes?

Blaise extendió el brazo para señalar el sendero.


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—Ustedes primero, faltaría más.

Merrick cogió a Erik y se lo puso sobre los hombros para que el hurón
pudiera enroscarse alrededor del cuello de su hermano.

Varian y Derrick abrían la marcha. Merrick los seguía, y luego iban


Merewyn y Rocky, con Blaise nuevamente en último lugar.

Aunque los hermanos no paraban de protestar, pasaron el resto del día


caminando en amigable camaradería, con su roca y su hurón. Faltaba una
hora para que anocheciera cuando llegaron al puente.

Varian dejó a Blaise y Rocky con Merewyn mientras él y los demás iban en
busca de comida.

Blaise recogió un poco de leña y luego encendió una pequeña hoguera con
su magia para cocinar y calentarse. Eso hizo que Rocky se pusiese a gritar y
corriera hacia Merewyn en busca de protección.

—No te preocupes, no dejaré que te haga daño —le dijo ella.

—Además, de todos modos tampoco te puedo comer a menos


que esté en mi forma de dragón, y en estos momentos me es imposible
adoptarla —apuntó Blaise.

Aun así, Rocky no paraba de temblar en los brazos de Merewyn como si


estuviera aterrorizado. Ella lo consoló lo mejor que pudo, pero la disgustaba
que se asustara con tanta facilidad.

—No sabía que las gárgolas pudieran ser tan miedicas.

—Se les pasa en cuanto son lo bastante mayores para volar y pesan más.
Rocky todavía es lo bastante joven para que lo hagan trocitos.

Merewyn pensó que aquello tenía sentido, mientras Rocky no dejaba de


gimotear. Ella se esforzó por tranquilizarlo, pero parecía que no había
manera de consolar a la pequeña gárgola. Así que decidió tratar de
distraerla para que no estuviera tan pendiente de Blaise.
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—Bueno, ¿cómo te llamaremos? —le dijo—. Rocky no me acaba de


convencer, ¿y a ti?

La pequeña gárgola se calmó un poco, e hizo un sonido de desaprobación.

—Hummm... —Merewyn se sentó en el suelo, enfrente de él. Le cogió los


bracitos mientras lo medía con la mirada, intentando pensar en algún
nombre apropiado para su nuevo amigo—. ¿Qué tal si te llamamos Pedro?

Él protestó con un ruidoso gemido.

—Vale, no te llamaremos Pedro.

—¿Qué os parece Beauroche? —preguntó Blaise.

La pequeña gárgola dejó de hacer ruidos y pareció mirar a Merewyn.

—Significa peñasco hermoso —explicó Blaise.

Rocky ronroneó con aprobación.

No cabía duda de que era una roca del sexo masculino. Merewyn rió y le
estrechó la mano.

—Encantada de conocerte, Beauroche. ¿Te importa si te llamo Beau para


abreviar?

Beau se apretó contra ella en un afectuoso abrazo.

Para sorpresa de Merewyn, Blaise fue hacia ellos y le ofreció la mano a la


pequeña gárgola en señal de amistad.

—Somos una pandilla de lo más variopinta, ¿verdad? Bienvenido al grupo,


Beau.

Beau chilló y rodó para esconderse detrás de Merewyn. Pasados unos


segundos, atisbo alrededor del hombro de ella y luego extendió una
manecita temblorosa hacia Blaise, quien se la estrechó con mucho cuidado.

Sus acciones llenaron de curiosidad a Merewyn.


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—¿Cómo es que puede ver? —preguntó.

Blaise se encogió de hombros mientras iba a ocuparse del fuego.

—Pues la verdad es que no estoy seguro. Es una de esas cosas raras que
tiene la naturaleza. Las rocas, los árboles, hasta el mismo suelo puede ver.
No siempre tienen la capacidad de entender qué es lo que están viendo, pero
pueden verlo. Por eso hay que ir con cuidado. Un hechicero verdaderamente
poderoso puede emplear esa habilidad para espiar.

—No me digas. —Merewyn no hubiese sabido explicar por qué la


sorprendía tanto eso. Ahora que pensaba en ello, la verdad era que tenía
sentido—. ¿Es así como Narishka puede llegar a averiguar tantas cosas
acerca de los demás?

Blaise echó unos cuantos leños más a la hoguera. Las ascuas se elevaron
por el aire y cayeron inofensivamente al suelo.

—Probablemente —dijo luego—. Pero no es fácil, y siempre deja bastante


debilitado a quien lo hace. —Se restregó las manos en sus pantalones de
cuero—. Me acuerdo de cuando Varian era un muchacho. Había un pupilo de
mi padre, un adolescente mayor que él, que lo obligó a usar esa magia. Como
Varian era tan joven, el esfuerzo hizo que se le reventaran unos cuantos
vasos sanguíneos del cerebro y hubiera podido tener una embolia. Faltó
poco para que muriera.

Merewyn se estremeció al imaginar el dolor y el miedo que tenía que haber


sentido Varian.

—¿Lo dices en serio?

Blaise asintió.

—Cuando el padre de Varian se enteró, le dio tal paliza que poco faltó para
que lo matara.

Merewyn no podía entender cómo el padre de Varian había sido capaz de


semejante crueldad.

—¿Por qué lo hizo?


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Blaise se encogió de hombros.

—Aunque llevaba la sangre de un merlín en las venas, Lancelot detestaba


todo lo que guardara alguna relación con la magia, particularmente con la
parte más oscura de ella. Algunos dicen que en realidad nunca buscó el grial.
No quería que lo encontrasen debido a la magia que encierra.

—¿Por eso odiaba a Varian? ¿Porque su hijo era mitad adoni?

Los ojos color lavanda de Blaise se llenaron de tristeza como si lamentara


el triste sino de su amigo.

—Lancelot lo odiaba por numerosas razones. No había muchos en el


Cámelot de Arturo que aceptaran la presencia de Varian, y solía ser objeto
de insultos y malos tratos.

Merewyn no lograba entender a Varian. ¿Por qué quiso quedarse en un sitio


donde era tan poco querido?

—Entonces ¿por qué no se ha pasado al bando de su madre?

La mandrágora clavó en ella una mirada llena de antigua sabiduría.

—¿Estaría mejor allí? ¿Sinceramente?

No, y Varian había sido lo bastante inteligente para darse cuenta de ello.
La mayoría de los hombres no lo habrían visto así, y hubieran cambiado de
bando porque eso les daría ocasión de saldar sus cuentas pendientes con
aquellos que les habían hecho daño. Decía mucho en favor de Varian que no
hubiera sucumbido a esa necesidad de venganza.

—No entiendo por qué los señores de Avalón no pueden aceptarlo por lo
que es.

—¿Qué es él, Merewyn?

—Es un campeón.

—Un campeón que intenta tentar a los señores de Avalón para que se
aparten del camino de la luz y cuando caen, los mata por ello.
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Ella lo miró con ceño.

—Haces que suene tan implacable...

Blaise fue a sentarse a su lado.

—No me entendáis mal, mi señora. Respeto a Varian tanto por aquello que
es como por aquello que hace, pero le conozco. Es implacable. Hasta la
médula. Nació del más oscuro de los poderes de su madre, e incluso ahora
mantiene una relación directa con ellos.

—No lo entiendo. Si tanto odiaba Lancelot la magia oscura, ¿por qué se


acostó con Narishka?

—No lo hizo.

Eso dejó a Merewyn todavía más confusa.

—Entonces ¿cómo fue concebido Varian?

Blaise dejó escapar un largo suspiro al tiempo que extendía la mano para
arrancar una brizna de hierba del suelo. Luego la hizo girar distraídamente
entre sus largos y gráciles dedos, mientras trataba de poner orden en sus
pensamientos para poder explicarle aquello a Merewyn.

—Supongo que debería remontarme al principio —dijo—. Elaine de


Corbenic se enamoró de Lancelot en cuanto oyó hablar de él. Lo amaba tanto
que estaba dispuesta a hacer lo que fuera con tal de que fuese suyo. Lo que
fuera. Incluso hacer un trato con un adoni.

Merewyn estaba empezando a entender. Elaine había sido tan insensata


como ella.

—Invocó a la madre de Varian —dijo.

Blaise asintió con expresión sombría, y las llamas de la hoguera danzaron


sobre los ángulos de su apuesto rostro. Sus ojos color lavanda parecieron
destellar con un sinfín de chispazos.

—Narishka accedió a ayudarla —prosiguió la mandrágora—, y el precio que


pidió a cambio de su ayuda no podía ser más simple. Elaine pasaría una noche
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con Lancelot y concebiría a sus hijos. Dos. Uno sería usado por Elaine para
atarlo a ella y el otro sería para Narishka, que no quería tener que pasar por
los dolores del parto, pero quería tener un hijo por cuyas venas corriera la
sangre de un merlín. Para asegurarse de que el niño sería una combinación de
su sangre adoni con la sangre de un merlín, Narishka implanta uno de sus
óvulos en el útero de Elaine.

Eso era algo que Merewyn tampoco entendió. El instinto maternal siempre
había sido completamente desconocido para los adoni.

—¿Por qué estaba tan deseosa de tener un niño? —preguntó.

—Narishka creía que un niño nacido de los genes de Lancelot y de los


suyos tendría unos poderes todavía más grandes que los de Morgana y su
hijo Mordred.

—¿Los tiene Varían?

Blaise asintió con un movimiento casi imperceptible de la cabeza.

—Algunos creen que sus poderes son todavía más grandes que los de
cualquiera de los merlines. Pero Varían se niega a demostrar o refutar esa
teoría. Cree que sus poderes son suyos, y lo que son o no son es algo que sólo
le incumbe a él.

Una vez más Merewyn se sintió impresionada. La mayoría de las personas,


varones o hembras, aceptarían encantadas la ocasión de poder mostrar al
mundo hasta dónde llegaban sus capacidades. Sobre todo las que habían
tenido una vida tan atormentada.

Pero también le extrañaba que Blaise supiera tantas cosas acerca de


alguien que prefería mantenerse alejado de cuantos lo rodeaban y evitaba
relacionarse con los demás.

—Pareces saber mucho acerca de Varian —le dijo.

Blaise bajó la vista hacia la brizna de hierba que tenía en la mano y volvió a
enredársela alrededor del índice.
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—Sí y no. Yo estaba en Cámelot, y me acuerdo muy bien del muchacho


iracundo que era, con lo que no quiero decir que no tuviera razones de sobra
para ello. Tanto su padre como su madrastra lo despreciaban. Aunque Elaine
lo había llevado en su seno y lo había dado a luz, siempre que hablaba de
Varian con alguien decía que su hijo no valía nada. Creo que habría sido
difícil determinar cuál de los dos lo odiaba más, si Elaine o Lancelot.

—Sigo sin entender por qué su padre lo odiaba tanto por algo sobre lo que
Varian no había tenido ningún control.

Blaise le buscó la mirada y se la sostuvo.

—Tienes que entender lo que sucedió la noche en que fue concebido


Varian. Elaine no compareció ante Lancelot siendo Elaine, aunque eso era lo
que ella había planeado. Narishka la disfrazó de forma que pareciese
Ginebra. Lancelot había sido drogado durante la cena y no podía pensar con
claridad. Trató de hacer lo correcto y apartarla, pero ella se negó a dejarlo.
De hecho, prácticamente lo violó. No fue hasta después de que hubieran
mantenido relaciones sexuales y Lancelot hubiera perdido el conocimiento
cuando Elaine vio su reflejo y supo que tenía la apariencia de Ginebra.
Cuando hizo el trato, le había dicho a Narishka que quería que él la
encontrara irresistible. Se olvidó de estipular cómo, y por eso Narishka le
dio la única forma a la que sabía que Lancelot sería incapaz de decir que no:
la de Ginebra. Cuando Lancelot despertó por la mañana y vio a Elaine a su
lado, se horrorizó al saber el trato que había hecho con Narishka.

Merewyn lo entendió. A Lancelot no sólo le habían tendido una trampa,


sino que además había sido descubierto gracias a una prueba irrefutable.
Ahora ya no podría seguir ocultando que estaba enamorado de su reina.

—Elaine conocía su secreto —dijo Merewyn.

Blaise asintió sombríamente.

—Y Elaine amenazó a Lancelot con decírselo a Arturo a menos que se casara


con ella.

Merewyn se estremeció sólo de pensar en lo traicionado que se habría


sentido Lancelot.

—Tuvo que ser terrible para él —dijo.


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3º LOS SEÑORES DE AVALON

—No te lo imaginas. Lancelot era hijo de la merlín del grial, y siempre


había querido seguir los pasos de su madre y demostrar al mundo que era
digno de ella. Con esa única acción, perdió toda probabilidad de llegar a ser
lo bastante puro para convertirse en un merlín del grial. Había sido
corrompido por los adoni, a causa de su amor por una mujer que nunca podría
llegar a ser suya, y por Elaine, que había usado ese amor para chantajearlo.
Nunca volvió a ser el mismo.

Merewyn cerró los ojos y pensó cuan triste era que alguien tuviera que
padecer tanto por algo que sólo debería reportarle felicidad. El amor nunca
debería hacer daño. Pero lo verdaderamente terrible era que luego Lancelot
había dirigido todo ese odio contra la única persona que habría debido estar
a salvo de él: su propio hijo.

—¿Odiaba a Galahad, también? —preguntó Merewyn.

El dolor se reflejó claramente en los ojos de Blaise antes de contestar.

—No —dijo—. Aunque la madre de Galahad lo había engañado, su linaje


merlínico no podía ser más puro, y por esa razón el de Galahad lo era
también. Lo más triste de todo es que Lancelot hubiese querido a Varían,
también, si Narishka no se hubiera presentado a reclamarlo una hora
después de que naciese. Cuando Lancelot intentó echarla, Narishka le contó
el trato que había hecho con Elaine y que Varian era hijo suyo, no de Elaine.
Lancelot se enfureció tanto que trató de matar a Varian antes de que
Narishka pudiera llevárselo consigo.

Merewyn sintió el escozor de las lágrimas en los ojos mientras su


corazón se llenaba de pena por Varian. Qué horrible ser tan odiado por algo
en lo que no había tenido parte.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó.


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3º LOS SEÑORES DE AVALON

—Yo estaba ahí cuando Narishka vino a por él. Como Galahad y Varian
pertenecían a un linaje merlínico, mi padre, siendo el penmerlín de Arturo,
estuvo presente durante sus nacimientos. En aquella época, el nacimiento de
cualquier merlín era seguido con mucha atención, y luego cada merlín era
criado con vistas a proteger su pureza.

Todo lo contrario de ahora. Después de la caída de Cámelot y Arturo, los


merlines y los objetos mágicos que gobernaban habían sido enviados al
mundo para esconderlos de Morgana e impedir que pudiera usarlos a fin de
propagar su mal por el otro lado del velo, subyugando a la humanidad. Por
ello, tanto Morgana como Narishka tenían a su servicio a numerosos espías
trabajando para localizar a los merlines y sus objetos.

—Pero la pureza de Varian no fue protegida —reflexionó Merewyn.

Blaise sacudió la cabeza antes de proseguir su relato.

—Aunque Merlín trató de impedirlo, le fue imposible hacerlo. Según las


leyes de la magia y de los adoni, Varian era hijo de Narishka, y ella tenía
pleno derecho a llevárselo consigo. Así que Varian se fue a vivir con el
pueblo de su madre en su reino subterráneo. Y allí aprendió las artes más
oscuras imaginables... —Blaise hizo una pausa para dirigirle una sonrisa
apenada—. Aunque tú has tenido sobrada ocasión de ver lo que es capaz de
hacer Narishka, y supongo que podrás imaginar en qué consisten dichas
artes.

Sí, Merewyn había tenido ocasión de ver a su señora en acción. La


crueldad de Narishka sólo era superada por la de Morgana, e incluso así
únicamente por un pequeño margen.

—Pero luego fue devuelto a su padre —continuó Merewyn—. ¿Porqué?

Blaise se recostó en los codos.

—Varian nació de la luz y de la oscuridad. Esas dos partes de su ser


siempre están en guerra la una con la otra, y no le permiten ir sólo por uno
de los caminos. Varian es demasiado oscuro para mantenerse fiel a la luz y
demasiado puro para caminar únicamente en la oscuridad. Su infierno es
hallarse atrapado entre las dos.

Con todo, Merewyn seguía sin verle sentido.


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3º LOS SEÑORES DE AVALON

—¿ Por qué no puede limitarse a escoger uno u otro lado? —preguntó.

—Porque tiene demasiada conciencia para el mal y un ego demasiado


grande para el bien. Eso es lo que lo vuelve tan impredecible. En cualquier
situación, Varian puede ser tanto bueno como malo. Lo que termine siendo
en cada caso dependerá de cuál sea la parte que salga vencedora en su
batalla interior. Por eso ninguno de los señores de Avalón confía en él. Y ésa
es la razón por la que ni siquiera el propio Varian confía en sí mismo. Cuando
fuimos a guerrear contra Morgana en Camlann, Varian se quedó en casa.

Eso dejó atónita a Merewyn. Había sido en la batalla de Camilann donde


tanto Arturo como Mordred, el hijo de Morgana, resultaron heridos de
muerte. Aquella batalla había sido la que destruyó a los caballeros de la
Mesa Redonda. Tras ser derrotados, los caballeros huyeron a Avalón para
reagruparse mientras Morgana marchaba con su ejército hasta Cámelot y se
adueñaba del trono de Arturo.

Los dos grupos no habían dejado de batallar desde entonces, Morgana


intentando conservar su trono y los señores de Avalón intentando
despojarla de él para siempre.

A Merewyn le costaba imaginar que un hombre como Varian no hubiera


tomado parte en un acontecimiento de semejante importancia.

—¿Por qué no combatió? —preguntó.

—Tienes que recordar que Varian sólo contaba diecisiete años cuando se
libró la batalla, y sólo hacía unas semanas que había sido nombrado
caballero. Aún estaba aprendiendo a controlar sus poderes y dudaba entre
su padre y su madre. Como despreciaba a su padre, temía que verle en el
campo de batalla lo impulsaría a volverse contra Arturo, y quería demasiado
a Arturo para eso. Arturo era lo más parecido a un padre que Varian había
tenido nunca, y lo último que deseaba era arriesgarse a que su madre o
alguien que no fuese ella lo convencieran de que se pasara al bando de
Morgana. Así que decidió permanecer en Glastonbury cuando partimos a
combatir.

—Y Arturo murió.
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Blaise asintió, los ojos ensombrecidos por la pena. Era evidente que él
también había querido muchísimo a Arturo, y Merewyn deseó haber podido
conocer al hombre que había sido capaz de inspirar tanto amor y lealtad en
todos aquellos caballeros. Tenía que haber sido realmente grande.

—Varian nunca se ha perdonado a sí mismo no haber estado allí para


luchar al lado de Arturo —dijo la mandrágora.

—Pero no luchará en defensa del mal. Ya viste cómo lo golpearon en la


mazmorra, y aun así se negó a servirlos.

—Sin embargo, habría dejado que te cortaran el cuello antes que unirse a
ellos. Un hombre puramente bueno jamás sacrificaría una vida inocente por
ninguna razón del mundo. En cambio Varían lo hubiese hecho. Como he dicho,
él no está firmemente plantado en ninguno de los dos lados.

Quizá fuese cierto. Quizá no lo fuese. Pero Merewyn se negaba a creer


que Varian llegase a ser nunca puramente malvado.

—No todos vosotros lo odiáis, Blaise. Tú no lo odias.

—Sólo porque entiendo a Varian.

—Y su hermano...

—Le tiene un odio acérrimo.

Eso la sorprendió. Aunque Varian se había negado a hablar de Galahad, ella


había dado por sentado que su hermano, de quien todos decían que era tan
noble y puro, sería capaz de querer a Varian a pesar de todo.

—¿Por qué lo odia? —preguntó Merewyn.

—Culpa a Varian del suicidio de Elaine.

Merewyn lo miró con ceño.

—¿Por qué lo culpa de eso?

—Elaine trató con extremada brutalidad a Varian después de que


Narishka lo hubiese devuelto a Cámelot. No soportaba verlo porque su
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presencia les recordaba tanto a ella como a Lancelot la traición de Narishka.


Elaine vivía amargada por el hecho de que su marido amara a otra. Lo intentó
todo para ganarse el amor de Lancelot, pero no sirvió de nada. Aunque él
nunca le puso un dedo encima a Ginebra, la amaba más que a su propia vida.
Como Elaine no
podía hacer daño a Lancelot sin causar su propia ruina y la de Galahad, y
tampoco podía atacar a Narishka, volvió hacia Varian todo ese odio
acumulado. —Torció el gesto como si algo acabara de golpearlo.

—¿Qué pasa?

Blaise se pasó la mano por la cara.

—Estaba pensando en un día de verano cuando Elaine sorprendió a Varían


alardeando ante otros chicos de que cuando creciese no habría caballero
más noble que él. Uno que lucharía por Arturo y pondría en desbandada al
mal por todo el reino. Llevaba el medallón del grial de Lancelot. Furiosa al
ver que se había atrevido a ponérselo y decía aquellas cosas, Elaine se lo
arrancó del cuello y le lavó la boca con jabón por ir contando mentiras. Pero
ni siquiera
eso aplacó su furia. Le cortó el pelo de la cabeza con una daga que lo dejó
sangrando, y luego lo encerró en la pocilga con los cerdos y le dijo que no se
moviera de allí hasta que su padre regresara aquella noche.

Merewyn sintió que se le encogía el estómago. ¿Cómo una mujer podía ser
capaz de hacerle algo semejante a un niño?

—¿Qué hizo Lancelot? —preguntó.

—Mandó que azotaran a Varian por haberse atrevido a tocar su medallón.


Cuando hubieron acabado de azotarlo, cortó las ligaduras que lo ataban al
poste empleado para la flagelación y le dio de patadas. Antes había
calentado el medallón, y mientras Varian yacía sollozando en el suelo,
suplicando clemencia a su padre, Lancelot le marcó el hombro con el símbolo
del medallón. «Eso es lo
más cerca del grial que llegarás a estar nunca, gusano —le dijo—.Que te
sirva de recordatorio de lo que pasa cuando es tocado por alguien indigno de
él. Puede que el fuego de su bondad te expulse el mal del cuerpo.» Luego
enfrió el medallón y se lo dio a Galahad.
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Una lágrima solitaria rodó por la mejilla de Merewyn, mientras un nudo de


agonía le oprimía la garganta al pensar en lo espantoso que tenía que haber
sido aquello. Carraspeó y se apresuró a secarse la lágrima.

—¿Nadie intentó detener a Lancelot?

—El único que tenía suficiente autoridad para hacerlo era Arturo, y no se
encontraba allí en aquellos momentos.

—¿Nadie más se atrevió a dar la cara por él? Dios mío, sólo era un niño.

Blaise sacudió la cabeza con expresión apenada.

—Después de eso —dijo—, Varian nunca ha vuelto a hablar de ser noble o


de llegar a caballero.

—Pero ahora lo es.

—Sólo porque Arturo se enfrentó a toda su corte para nombrarlo


caballero. Lancelot se puso tan furioso que ni él ni Galahad asistieron. En
lugar de la ceremonia y la celebración habituales en el nombramiento de los
caballeros, Varian tuvo que escuchar los abucheos de los caballeros de la
Mesa Redonda cuando hizo sus votos. Toda la Hermandad de la Mesa le dio
la espalda cuando se puso en pie para recibir su espada. Disgustado con
todos ellos, Varian nunca tomó la espada de las manos de Arturo. Cogió la
daga de su cintura, se cortó el manto de los hombros y salió de allí con la
cabeza alta.

—¿Por qué hicieron eso?

—Porque todos esperaban que se pasara al otro bando. Incluso Arturo,


creo.

—Pero eso sigue sin explicar por qué Galahad lo culpa de que su madre se
quitara la vida.

Blaise tragó aire con un jadeo entrecortado antes de continuar hablando.

—Imagina esto: Varian tenía doce años, muy alto para su edad y
extremadamente delgado. Arturo lo había elegido para que fuese uno de los
escuderos reales, y Varian estaba sirviendo vino a los invitados en un gran
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banquete. Cuando se acercó a Elaine, ella inició sus habituales condenas de


él y las personas sentadas a su alrededor se echaron a reír. Cuando se
retiraba, Varian derramó sin querer un poco de vino sobre la manga del
vestido de Elaine. Furiosa, ella empezó a reprocharle que fuera tan inútil.
Varian había
sufrido en silencio durante años, pero esa noche, mientras la gente se reía
de los insultos que le lanzaba ella, fue como si algo se rompiera dentro de
él. Se encaró con ella para mirarla con los ojos encendidos de un adoni y le
gritó:

«¡Puede que de mí se rían abiertamente, Elaine, pero se burlan de ti a tu


espalda! ¿Por qué no cuentas, por una vez, la verdadera razón por la que me
odias tanto? Todos la conocemos. Me odias porque mi presencia te recuerda
a cada momento que mi padre no te ama. Él nunca te ha amado, y nunca te
amará. Tuviste que engañarlo para que se casara contigo porque ama a otra.»

«Arturo le gritó que se callara, pero Varian no quiso guardar silencio.


Llevaba demasiados años de crueldad acumulados en su interior. Paseó la
mirada por los rostros de los presentes y arrugó la frente. "Todos
vosotros habéis hecho tratos con los adoni", dijo."Y me odiáis porque sé
quiénes sois y cuáles son los tratos que habéis hecho. Puede que yo sea un
bastardo cuya concepción fue una mera moneda de cambio para que una
zorra pudiese tener una noche de placer y un caballero-merlín al cual llamar
esposo, pero al menos mis pecados están puestos sobre la mesa para que
todos puedan verlos. No los escondo de esa persona sentada a mi lado que
cree ser mi amiga mientras tramo secretamente su destrucción. Así que
reíos de mí si queréis. Insultadme si queréis. Pero tened presente que eso
no cambia el hecho de que lo sé todo acerca de vosotros. Os conozco y
conozco la maldad que ocultáis a todo el mundo, incluso a vosotros mismos."

»Y entonces miró a Elaine. "Nunca podrás ser la mujer a la que ama mi


padre", le dijo. "Ella es buena mientras que tú eres cruel. Ella es hermosa
mientras que tú eres fea. No eres digna ni de lamerle la punta del vestido.
Yo soy de su propia sangre, y él me odia. ¿Qué te hace pensar aunque sólo
sea por un instante que algún día te perdonará la mentira que le contaste? Y
cada vez que me ve, mi padre te odia todavía más. Admítelo, no eres más que
una zorra egoísta que es el hazmerreír de todos." Luego dejó su jarra de
vino sobre la mesa y salió de allí, dejando detrás de sí una estela de silencio.
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Merewyn no lograba salir de su asombro ante lo que había hecho Varian.


Lo entendía, pero al mismo tiempo era consciente de que Elaine y todos los
que presenciaron aquella escena tenían que haber quedado horrorizados.

—¿Qué hizo ella? —preguntó al cabo.

—Se quedó sentada allí, terriblemente mortificada y sin atreverse a


levantar los ojos del suelo. Nadie supo qué hacer o decir hasta que el
penmerlín Emrys se puso en pie. Les dijo a todos que no hicieran caso de
Varian. No era más que un niño enfadado que luego sería azotado por su
insolencia... Y así fue. Pero Elaine sabía cuánta verdad había en las palabras
de Varian y, esa misma noche, se envenenó en sus aposentos.

Merewyn se llevó las manos a la boca, llena de horror. Lo que se les había
hecho a todos ellos no podía ser más trágico, y ¿para qué? ¿Para que
Narishka pudiera tener un hijo al que luego ni siquiera fue capaz de querer?

—¿Y Varian? —preguntó Merewyn—. ¿Qué hizo él?

—No volvió a abrir la boca durante dos años después de eso. Ni una sola
palabra a nadie. Se culpaba de la muerte de Elaine. Galahad y él nunca se
habían querido antes de que Elaine se quitara la vida. Pero después... —
Sacudió la cabeza como si la verdad de su relación fuese tan brutal que ni
siquiera podía hablar de ella.

—De modo que ha estado solo toda su vida —dijo Merewyn.

Blaise asintió.

Merewyn apartó la mirada mientras la pena y la ira por lo que habían sido
capaces de hacerle a Varian llenaba todo su ser. Qué horrible haber sido
tan odiado. Seguía sin poder entender por qué ninguno de ellos había sido
capaz de abrazar a un chico que probablemente sólo estaba asustado.

Y ahora su madre se había vuelto nuevamente contra él. Una furia


irracional consumió a Merewyn. ¿Cómo se atrevía Narishka a hacerle
aquello? Por un instante deseó tener los poderes de un adoni. Así podría ir
en busca de Narishka y hacerle pagar muy caro todo lo que había hecho.

Pero ella sólo era una mujer. Una que no tenía poderes. Ni fuerza. No
tenía nada con lo que luchar.
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—¿A qué viene esa cara tan seria?

Alzó la mirada al oír la voz de Varian y vio que él y los hermanos venían
hacia la hoguera. Varian traía consigo un cordel del que col-gabán tres
liebres. Su armadura había vuelto a desaparecer, y llevaba unos pantalones
de cuero negro y un delgado jubón de cuero del mismo color.

—Estábamos hablando de la inutilidad de la vida —dijo Blaise, mientras se


ponía en píe.

Varian dejó las liebres junto a la hoguera.

—No me extraña. La verdad es que este bosque deprime a cualquiera.

Merewyn se levantó del suelo sin prisa alguna mientras Merrick y Derrick
la contemplaban.

—Será estupendo volver a disfrutar de la cocina de una mujer—dijo


Merrick.

Merewyn arqueó una ceja.

—No sé cocinar.

Merrick la miró burlonamente.

—Claro que sabes. Todas las mujeres son buenas cocineras.

—No lo somos. En Mercia yo era una princesa, y desde entonces no he


dejado de servir a Narishka. Nunca he cocinado nada en mi vida.

—Puedo hacerlo yo —dijo Varian, al tiempo que empuñaba una pequeña


daga.

Blaise resopló desdeñosamente mientras extendía la mano pidiendo el


arma.

—Da la casualidad de que yo soy un gran cocinero, así que antes de que
quemes las liebres o me envenenes dándome a comer carne medio cruda,
deja que me encargue de ello.
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Varian le entregó la daga.

—Por mí de acuerdo.

Derrick hizo una mueca.

—Procura que te queden sabrosas, mandrágora.

—¿Crees que sabrías hacerlas mejor que yo?

—No —intervino Merrick al mismo tiempo que Erik se ponía a chillar—. Es


incapaz de cocinar nada. Ninguno de nosotros sabe hacerlo.

Erik rodó por el suelo fingiendo una muerte violenta por asfixia.Merrick
señaló al hurón.

—Lo que os decía.

—Oh, callaos los dos —gruñó Derrick.

Blaise desató las liebres del cordel.

—Podríais intentar servir de algo mientras yo les quito la piel e ir a buscar


un poco más de leña para el fuego.

De mala gana, los hermanos obedecieron.

Varian se arrodilló junto a Merewyn y le ofreció un pequeño odre de


cuero.

—Encontramos un arroyo con agua potable... agua en movimiento,


obviamente —le dijo.

Ella le dirigió una sonrisa al tiempo que cogía el odre.

—Gracias.

Mientras bebía de él, vio cómo Varian pasaba la mano suavemente por
encima de Beau.
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—¿Cómo está Rocky?

—Merewyn le ha cambiado el nombre —dijo Blaise—. Ahora se llama Beau.

—Beau, ¿eh? Bueno, Beau, encantado de conocerte.

La pequeña gárgola se apoyó en el hombro de Varian.

Conmovida por la bondad que Varian era capaz de demostrar, cuando a


decir verdad no debería saber absolutamente nada acerca de esa emoción,
Merewyn le tendió el odre.

Varian echó la cabeza atrás y bebió un largo trago. Las llamas de la


hoguera creaban sombras en su rostro, haciendo que pareciese cansado.
Pero aun así, seguía siendo impresionantemente apuesto. Sus negros
cabellos estaban enmarañados, y aún lucía unos cuantos días de barba en la
cara.

—Deberías descansar un poco mientras Blaise cocina las liebres —le dijo
Merewyn.

—El descanso es para los débiles. Estoy bien.

Ella lo miró con disgusto.

—No nos harás ningún favor a los demás si te encuentras demasiado débil
para seguir adelante, o si enfermas a causa de la falta de reposo. Descansa
un instante, Varian, y acuéstate.

Varían se quedó perplejo por la extraña nota en la voz de ella.

—Merewyn tiene razón, Varian —terció Blaise—. Las liebres todavía


tardarán un rato en estar listas. Echa una siesta antes de que te desplomes
y tenga que dejar tu sucio pellejo colgado en un árbol para las sílfides.

—Con tal de que no me dejes para los kobolds.

Blaise lo miró con ceño.

—¿Los qué?
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Merewyn se echó a reír.

—Fuimos atacados antes de que regresaras a por nosotros.

—Ah. Vale —dijo Blaise, y volvió a concentrarse en despellejar a las


liebres.

—Acuéstate, Varian —insistió Merewyn, mirándolo con severidad


maternal—. Sé que llevas días sin poder dormir como es debido.

Era cierto. Estaba exhausto, y ahora que se encontraba sentado, le


costaba mantener los ojos abiertos. Admitiendo que quizá tuvieran razón,
Varian se quitó la espada de la cintura y se estiró de costado en el suelo. Se
puso la espada debajo del cuerpo para poder empuñarla rápidamente en caso
de necesidad y cerró los ojos.

Merewyn sacudió la cabeza al verlo agarrar la espada como preparándose


por si alguien pudiera venir a matarlo. Inclinándose hacia delante sobre un
brazo, le pasó la mano por los cabellos despeinados. Él abrió los ojos
inmediatamente.

—Tranquilo, Varian. No quiero hacerte daño.

Pero la expresión de él le dijo que no la creía. Y no podía culparlo por ello.


Todos habían pretendido hacerle daño. ¿Por qué iba a ser diferente ella?

«Lo hubieses vendido a cambio de la belleza...»

Ahora las cosas eran distintas. Merewyn sabía que no debía hacerle daño.

—Duerme —lo reprendió, cerrándole los ojos con la mano.

Él suspiró profundamente antes de relajarse, y Merewyn volvió a


acariciarle el pelo. Era un hombre tan hermoso. Su largo cuerpo estaba
tendido en el suelo, pero aun así Merewyn podía sentir el poder que
irradiaba de él. La fuerza.

Y mientras lo contemplaba, hizo una promesa silenciosa. «Nunca te haré


daño, Varian du Fay. Ya has padecido bastante.»
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Pero, en el mismo instante en que susurraba aquel juramento dentro de su


mente, se preguntó si sería capaz de hacer honor a él. Todavía les quedaba
mucho camino por recorrer, y Narishka y Morgana estaban ahí fuera,
tramando su destrucción. Si Merewyn sabía algo acerca de aquellas dos
perras, era que no se daban por vencidas fácilmente. Irían a por ellos.

Y ninguna de las dos cejaría en su empeño hasta que hubieran matado a


todos los integrantes del grupo de Merewyn.

Capítulo 12

Los sueños de Varian flotaban a la deriva entre un mar de imágenes


fragmentadas de Mcrewyn como si mirara a través de un caleidoscopio roto,
mientras sentía un agradable calor que nunca había experimentado antes.
Era como si lo hubieran envuelto en una gruesa manta durante una fría
noche de invierno. Podía oír la suave voz de Merewyn, susurrándole
afectuosamente mientras sus delicados dedos le tocaban la piel en lo que a
él le parecía una cariñosa caricia.

La sensación no podía ser más maravillosa hasta que una voz quebradiza
se abrió paso a través de su sueño.

«¿Varian? ¿Dónde estás?»

Varian se sobresaltó al oír el acento cantarín de su madre susurrando


dentro de sus pensamientos, y el sueño que tanto lo había reconfortado
hasta aquel momento quedó hecho pedazos.

«¿Varian? ¡Contesta! Ya sabes que no puedes esconderte de no-


sotras. Daremos contigo. Huyendo sólo conseguirás complicarte
la vida...»

El sueño definitivamente echado a perder, Varian abrió los ojos para


encontrar a Merewyn dormida a su lado. Estaba vuelta hacia él, con la mano
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apoyada en su mejilla oscurecida por el principio de barba y la cabeza


puesta debajo de su mentón. Beau yacía tras ella y hacía un ruidito
extrañamente parecido a un apacible ronquido.

Varían empezó a separarse poco a poco a fin de no perturbar el sueño de


Merewyn. Pero nada más moverse, ella despertó con un jadeo de pánico. El
movimiento fue tan brusco que su cabeza chocó con el mentón de Varían,
haciendo que se mordiera el labio.

Varían soltó un juramento al sentir el sabor de la sangre.

—Oh, no —susurró ella mientras alzaba la mirada hacia él—. Lo siento


tanto, Varian. No me di cuenta de que eras tú quien me despertaba.

Él se limpió la sangre del labio mientras el corte le palpitaba


dolorosamente. Sí, en realidad no le extrañaba que Merewyn no se hubiese
dado cuenta de que era él. Conociendo a su madre y a los de su calaña, lo
habitual sería que se la despertara sin ninguna clase de miramientos, con
insultos y golpes. No era de extrañar que se sobresaltara con tanta
facilidad, y se dijo que habría debido pensarlo antes de moverse.

—No pasa nada —le dijo—. No quería asustarte.

Con la frente ensombrecida por la preocupación, ella extendió la mano y


le hizo girar la cabeza para ver dónde se había mordido el labio.

—¿Me perdonas, por favor? —preguntó.

¿Cómo podía no hacerlo? Nadie había mostrado semejante preocupación


por haberle hecho daño antes.

—No es nada. De veras —repitió Varian.

—Sí que lo es. No hay nada peor que despertar para encontrarte con que
te duele algo.

Dios, cómo anhelaba besarla. El olor de su piel, la expresión en su rostro...


el deseo era incontenible. Y probablemente hubiese cedido a ese impulso si
alguien no hubiera estornudado.
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Dándose la vuelta, vio que los demás también dormían. Y a juzgar por su
aspecto, debían de llevar un buen rato haciéndolo. Era noche cerrada; la
luna estaba alta en el ciclo y las llamas de la hoguera se consumían.
Tenía que ser más de medianoche...

—¿Cuánto tiempo he dormido? —preguntó.

—Horas. No dejé que te despertaran en cuanto estuvo lista la cena, pero


te hemos guardado un poco de carne.

Varian dudaba que realmente fuese apropiado decir «hemos». Merewyn


tenía que haber apartado de su propia comida para él.

Ella empezó a incorporarse, pero antes de que pudiera sentarse en el


suelo, Varian la atrajo hacia sus brazos. Los labios de Merewyn quedaron
suspendidos sobre los suyos mientras él le tomaba el rostro entre las manos
y contemplaba la delicada belleza de sus facciones. Y, sin darse tiempo a
pensárselo mejor, le dio el beso lleno de pasión que se moría de ganas por
darle. No sabía por qué, pero necesitaba saborear aquella boca tan dulce.

Merewyn cerró los ojos y saboreó la sensación de la lengua de él


moviéndose contra la suya. La barba incipiente de Varian le raspó la piel
mientras sus manos encallecidas le tocaban las mejillas. Y cuando él
retrocedió, Merewyn quedó paralizada por la ternura que vio en aquellos
profundos ojos verdes. Incapaz de hacer frente al fuego que aquella mirada
prendió en su cuerpo, apartó los ojos y entonces reparó en una pequeña
cicatriz que corría desde el nacimiento de su pelo hasta detenerse justo
debajo de su oreja izquierda.

Frunciendo el entrecejo, extendió la mano hacia ella para tocarla, sólo


para darse cuenta de que se adentraba por su pelo. Tenía que haber sido una
herida muy grave la que recibió.

Él le apartó la mano y por la mueca de dolor que vio aparecer en su


rostro, Merewyn comprendió que tenía que ser una de las cicatrices hechas
el día en que Elaine le había afeitado la cabeza porque Varian iba diciendo
que quería ser un noble caballero.

Llena de pena por él, cerró la mano alrededor de la suya y se la llevó a los
labios para depositar un suave beso sobre aquellos nudillos cubiertos de
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cicatrices que contaban la historia de incontables batallas libradas. Hasta


el guerrero más curtido necesitaba un poco de consuelo de vez en cuando.
Nadie debería pasar la existencia sólo, rodeado de enemigos.

Varían sintió que se quedaba sin respiración cuando los labios de ella le
rozaron la piel. Todo su cuerpo vibró de tensión mientras suplicaba poder
saborear de verdad a aquella mujer. Sentía un pesado palpitar en la ingle, y
cuando ella separó los labios, Varian ardió en deseos de acostarla debajo de
él y pasar el resto de la noche cabalgándola.

Si hubieran estado solos, probablemente lo habría hecho. Pero no podía


poseerla allí sin ninguna clase de intimidad. Merewyn no era una adoni, que
de buena gana fornicaría con él a la vista de todos y rogaría a los demás que
tomaran parte en la orgía. Ella había sido una princesa.

Y todavía era una dama. Una que se merecía únicamente lo mejor. Su


existencia había sido tan dura como la de él. Varian nunca haría nada que
pudiese acrecentar la pesada carga de penalidades o recuerdos horribles
que debía de sobrellevar Merewyn.

Apartándose de ella, cerró los ojos y deseó tener a mano una bañera llena
de hielo en la que meterse. Sería la única forma de enfriar el fuego que
hacía estragos en su interior. Cada parte de su cuerpo se había puesto en
estado de alerta y le rogaba poder tocarla. Hasta los pezones se le habían
puesto sensibles, y percibían cada pequeño roce del jubón de cuero que
llevaba puesto. Pero no era el cuero lo que él quería sentir ahí. Quería sentir
cómo ella lo tocaba...

La caricia de su lengua...

Maldición, había pasado demasiado tiempo desde la última vez que estuvo
con una mujer. Y a fin de cuentas, él también era un adoni. El pueblo de su
madre poseía una libido tan intensa que rayaba en la ninfomanía. Los adoni
siempre estaban listos para probar cualquier clase de estimulación sexual. Y
Varian siempre había sido tan apasionado como el resto de ellos. Sólo que él
tenía unos cuantos escrúpulos más acerca de a quién tomaba y dónde lo
hacía.

Pero cuanto más tiempo pasaba junto a Merewyn con el cuerpo


estremecido de deseo por ella, más empezaba a cuestionar aquellos
escrúpulos.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

—¿Estás bien, Varian?

Él abrió los ojos para ver que Merewyn lo miraba con ceño.

—La verdad es que no —repuso.

—¿Hay algo que pueda hacer para que te encuentres mejor?

Él bajó la mirada hacia el vestido de ella en el lugar donde los cordones


del escote se habían aflojado lo suficiente para permitirle ver un atisbo del
canal entre sus pechos. «Déjame lamer...»

—No —dijo con firmeza, intentando borrar aquel pensamiento de su


cabeza—. Sólo necesito... —«Que te desnudes y me dejes hacerte el amor
hasta que amanezca.»

—¿Necesitas...?

—Nada. Estoy bien.

Ella ladeó la cabeza y volvió a mirarlo con ceño.

—¿Te estás sonrojando?

Antes de que el pudiera responder, la mirada de ella descendió hacia


aquella parte de su cuerpo en la que el deseo era más que evidente. La boca
de Merewyn formó una pequeña O de asombro en cuanto vio su erección, y
entonces fue el rostro de ella el que se tiñó de un intenso rubor.

Varian apretó los dientes mientras trataba de pensar en algo, cualquier


cosa con tal de aplacar su cuerpo.

Pero Merewyn no apartó la mirada. Ahora observaba a Varian con una


curiosidad que sólo sirvió para agudizar aún más el deseo de él mientras se
preguntaba qué sentiría si hacía que ella lo tocara con su suave caricia. O
aún mejor, con sus labios...

—¿Duele cuando hace eso? —preguntó ella de pronto.


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Maldita fuese la curiosidad de aquella mujer, que no estaba ayudando en


nada a Varian. Lo único que hacía era incitarlo a preguntarse si se mostraría
igual de atrevida en el caso de que ambos estuvieran desnudos.

—Si no hago uso de ella, sí —contestó.

Merewyn sabía que hubiese debido apartar la mirada, pero no podía


hacerlo. Había tenido ocasión de ver a muchos hombres con el miembro
erecto, tanto vestidos como sin ropa, cuando daban placer a Narishka,
Morgana y otros moradores de Cámelot. Pero a ningún hombre se le había
puesto dura por ella. Su presencia nunca había inspirado deseo alguno en
ellos. Siempre se habían limitado a mirarla con ira y desdén. Pero Varían no
la miraba así. Él nunca le había mostrado desdén cuando ella era horrenda.

Se sintió extrañamente poderosa al ver que su proximidad era capaz de


afectar así a un hombre como Varian. Que él la deseaba, aunque sólo fuera
físicamente.

No contenta con eso, se preguntó cómo sería acostarse con Varian;


tenerlo encima mientras él se movía con el miembro hincado en el sexo de
ella. Merewyn sabía por los demás lo placentero que podía llegar a ser eso.
Durante las celebraciones y las orgías de Camelot, los gritos de los
orgasmos llenaban las estancias del castillo.

Pero ella nunca había tenido un orgasmo.

Ahora su cuerpo suplicaba que se le permitiera saborear el cuerpo de


Varian mientras su mente anhelaba saber qué se sentiría al experimentar el
placer absoluto. En el centro de su ser había aparecido un ávido palpitar que
no quería ser ignorado. Merewyn quería sentir a Varian. Lo deseaba con
todas sus fuerzas.

«Vete, Merewyn», dijo la voz en su cabeza.

Pero ella no podía irse. Había estado más que dispuesta a ofrecer su
virginidad a cambio de obtener su libertad. Y ahora que por fin era libre,
parecía justo que aliviase aunque sólo fuese una pequeña parte de todo el
sufrimiento que le había causado a Varian.

Sin pararse a pensar en lo que hacía, Merewyn extendió la mano para


tocarlo.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Varian se quedó sin respiración cuando comprendió hacia dónde iba la


mano de ella... directamente hacia su miembro hinchado por el deseo, el cual
se estremeció en una ávida expectación, pero justo cuando la mano de ella
iba a tocarlo, Varian la cogió por la muñeca y le apartó la mano, aunque lo que
quería realmente era guiarla hacia el interior de sus pantalones y hacer que
le acariciase el miembro hasta que hubiera recuperado la paz.

Merewyn lo miró sorprendida.

—Me gustaría saber cómo... —Su voz se perdió en el silencio, como si se


sintiera demasiado avergonzada para terminar la frase.

Él tampoco quería otra cosa. Ser acariciado por la mano de ella; sentir la
suavidad de su palma rodeándole el miembro. Pero no podía. Tomarla habría
sido la mayor de las estupideces y él lo sabía.

No podía confiar en ella, y además tenía muy claro que tampoco confiaba
en sí mismo. Le gustaba vivir su vida libre de enredos y emociones. No
conocía otra manera de sobrellevar aquellos días que no se acababan nunca.
Y estaba demasiado habituado a sus costumbres para cambiarlas ahora.

—Lo siento, cariño —le dijo—. No me acuesto con mujeres a las que
conozca. Nunca.

Ella se puso tan rígida que Varian sintió el súbito envaramiento de su


brazo hasta la muñeca.

—¿Cómo dices? —preguntó, al tiempo que recuperaba su mano.

—Es demasiado complicado. Una conocida siempre tiene ciertas


expectativas.

—¿Así que prefieres hacerlo con desconocidas?

Él asintió.

—No se enfadan cuando luego te levantas de la cama y te vas, y no


esperan nada aparte de uno o dos orgasmos.
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Ella lo miró con una mueca de asco.

—Eres un adoni —le espetó.

Varian no habría podido sentirse más insultado si ella lo hubiera


abofeteado, pero se hubiese dejado sacar las tripas antes de permitir que
ella lo supiera. Además, en realidad sólo estaba diciendo la verdad. Él era
hijo de su madre.

—Lo soy.

Ella retrocedió, con los ojos gritando la furia que sentía hacia él.

—Entonces mereces sufrir.

—Eso es lo que me dicen.

Merewyn sintió que se le encogía el estómago ante la pena que oyó en la


voz de él, y enseguida lamentó sus palabras y la dureza del tono con que le
había hablado.

—Varian...
—Tranquila —dijo él, levantándose del suelo y apartándose un par de
pasos de ella—. Sé lo que soy, y puedo vivir con ello.

Pero su tono estaba diciendo otra cosa.

—Varian, por favor. No hablaba en serio.

—Claro que no —replicó él desdeñosamente—. Le pasa a todo el mundo. La


gente siempre habla sin pensar. Pero ¿verdad que es increíble el daño que
pueden llegar a hacer unas cuantas palabras dichas sin pensar?

Entonces Merewyn supo que él no estaba hablando del ahora. Estaba


hablando de las últimas palabras que le había dicho a Elaine aquella noche
durante el banquete.

—Tú no causaste su muerte —le dijo.


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Varian se volvió para encararse con ella. Los reflejos de la hoguera


danzaban en sus ojos mientras sus largos cabellos le ocultaban la mayor
parte de las facciones.

—¿Qué? —preguntó con la voz rota.

Ella acababa de ser demasiado franca con él, y lo que era todavía peor,
acababa de traicionar una confidencia que le había hecho Blaise. No hubiese
debido decir nada, pero dado que había llegado tan lejos, bien podía
terminar lo que había empezado.

—Elaine —dijo—. Blaise me contó lo que pasó la noche en que murió. No


fue culpa tuya.

Varian volvió la cabeza para lanzar una mirada asesina hacia donde la
mandrágora dormía apaciblemente.

—Vaya, conque la vieja mandrágora se ha ido de la lengua. Todo un detalle


por su parte. ¿Qué más te ha contado?

Lo hostil de su reacción la sorprendió. Pensó que sería mejor mentir, pero


de pronto decidió no hacerlo. Varian ya había padecido bastante a lo largo
de su existencia. Ahora ella no iba a mentirle para colmo.

—Me habló de tu pasado —dijo—. De cómo te trataron Lancelot y Elaine.


El día en que fuiste nombrado caballero...

El tormento destelló en los ojos de Varian antes de que lo ocultara tan


efectivamente como el velo que escondía su mundo y el de los humanos.

—Ya veo —dijo él—. Y ahora te doy pena.

—No. —Merewyn dio un paso hacia él, sólo para ver cómo volvía a
apartarse.

Merewyn se obligó a permanecer inmóvil junto al fuego, aunque lo único


que quería era tocar el rígido cuerpo de Varian.

Cuando él habló, fue con voz átona y dura.


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—No necesito tu simpatía, Merewyn —dijo—. No necesito la simpatía de


nadie. No debes preocuparte. Dentro de mí no hay cicatrices que necesiten
ser curadas. No hay ningún chiquillo que quiere ser consolado. Estoy en paz
con mi pasado.

¿Lo estaba? A pesar de sus palabras, Merewyn no creía que fuera así.

—Entonces ¿por qué sólo te acuestas con desconocidas? ¿De qué tienes
miedo, Varian?

—De que luego no sepan estarse calladas para que él pueda dormir —gruñó
Derrick con voz somnolienta desde el suelo.

Varian extendió la mano como si quisiera fulminarlo con un relámpago de


hechicería, pero al no ocurrir nada, masculló un juramento. Los ojos llenos
de ira, cruzó la distancia que lo separaba de Merewyn y le susurró
fríamente al oído:

—Yo no le temo a nada.

Ella le sostuvo la mirada sin acobardarse porque había reconocido aquellas


palabras como la mentira que eran.

—Entonces estás asustado; y lleno de cicatrices.

—¿Cómo lo sabes?

Merewyn sintió el aliento de Varian contra su rostro cuando su poder se


desplegó hacia ella. Podía matarla, sí, y sin embargo, ella no le tenía miedo.
Más aún, se negaba a darse por vencida. Varian necesitaba que alguien le
mostrara la mentira en que vivía.

—Si no temieras a nada —prosiguió ella—, entonces sentirías miedo. Sólo


un hombre que no siente nada, que no tiene nada, puede vivir sin temor a
nada. Si no estuvieras marcado por las cicatrices de tu pasado y no tuvieras
miedo de revivirlo, temerías perder aquello que has conseguido. Pero tú no
has conseguido nada en todos estos siglos. Te aferras a la nada porque
temes que si te abres a alguien, te hará daño. Estás asustado, y estás lleno
de cicatrices.

El arrugó los labios en una mueca de disgusto.


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—Bah, ¿y tú qué sabes? —le espetó.

Con un nudo en la garganta, ella respondió honestamente:

—Sé lo que es que te insulten y se burlen de ti. Y sé lo que es no atreverse


a dejar que nadie se te acerque lo suficiente porque temes que puedan
llegar a hacerte todavía más daño del que ya te han hecho. Las palabras de
los desconocidos te abrasan por dentro, pero siempre son las palabras de
aquellos en quienes confiamos las que hieren más hondo. Por eso lamento
tanto lo que te dije hace unos momentos. Yo más que nadie sé que nunca
deberías dejarte llevar por la ira a la hora de hablar.

Varían se quedó helado, no sólo por lo que acababa de decirle sino por el
hecho de que ella pudiera ver tan claramente en el interior de su alma.
Parecía tan ingenua, y sin embargo, poseía tanta sabiduría como Merlín.

Merewyn cruzó la distancia entre ellos y le puso la mano en la mejilla. Una


parte de él quería apartársela de un manotazo, y la otra sólo quería sentir
ese suave contacto por toda la eternidad.

—Yo sería tu amiga, Varían —le dijo—. Si tú me dejaras.

Él apretó los dientes en una mueca de ira antes de retroceder para


apartarse de ella.

—Los amigos sólo son enemigos que pueden atacarte por la espalda—
repuso—. No te ofendas, pero prefiero mantener a mis enemigos delante de
mí para no perderlos de vista.

Una sombra de melancolía oscureció la mirada de ella, pero no había


compasión alguna en sus ojos cuando apartó la mano para bajarla.

—Cuando estés dispuesto a confiar... —empezó a decir.

—No lo estaré. Nunca. Ya me has dicho que para ti sangrar por nada es
una pérdida de tiempo.

Ella sonrió con tristeza.

—Y tú te tienes por nada.


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Las palabras de ella lo dejaron tan confuso como el tono de su voz.

—¿Qué intentas decirme, entonces? ¿Que sangrarías por mí?

—Sí.

Varian se rió, tanto de la idea como de la sinceridad que ella le mostraba.


Estaba acostumbrado a actores que eran capaces de mentir con la más
absoluta convicción. Él mismo era capaz de hacerlo.

—Que juegues con mi pelo y me traigas comida no quiere decir que puedas
hacerlo —aseveró.

Pero Merewyn no apartó la mirada de su rostro.

—No hablo a la ligera, Varian. Sé muy bien lo que es el verdadero


sufrimiento, y es lo que te estoy ofreciendo. Eres un noble caballero y
mereces semejante sacrificio.

Aquellas palabras le abrasaron el alma. No quería imaginar que alguien


pudiera creer que él era como su padre... su hermano.

—Tú deliras —dijo—. No vale la pena sangrar por alguien que al final te
volverá la espalda. Yo sólo soy leal a mí mismo.

—Entonces no entiendo por qué dejaste que tu madre te torturara en vez


de unirte a su causa.

—Porque eso la cabreó muchísimo, y no quieran los dioses que llegue el día
en que yo haga algo para complacer a esa perra.

Ella sacudió la cabeza.

—No creo que fueras capaz de llegar a padecer tanto sólo por hacerla
enfadar. Eres noble, Varian, lo sé.

—No hay nada noble en mí. Nunca lo hubo.

—Entonces ¿por qué estoy aquí? Me llevaste contigo cuando un hombre


innoble habría huido para salvarse a sí mismo. Has cuidado de mí cuando
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otros me han dejado abandonada a mis propios recursos. Si no es eso ser


noble, dime qué lo es.

—¡Dejar que los demás podamos dormir un poco, joder! —gruñó Merrick
desde el otro lado del fuego.

Varian le lanzó una mirada asesina, y luego dejó que todas las emociones
fluyeran como un torrente de su interior hasta que no sintió nada aparte del
profundo vacío que integraba su existencia. Aquella discusión había
terminado. No tenía ningún interés en reavivarla. El era lo que era, y ella era
una estúpida si quería tener fe en él.

—Tú también deberías dormir —le dijo a Merewyn.

—¿Y qué me dices de ti?

Él fue hacia la hoguera.

—Iba a comer algo —dijo secamente.

—¿Y después de que hayas comido?

Varian apartó la mirada de ella, incapaz de hacer frente a la invitación que


había en aquella pregunta. Merewyn podía ser suya con sólo decirlo, y no
sabía cuánto tiempo podría seguir haciendo oídos sordos a aquella parte de
él que sólo deseaba reclamarla.

—Ve a acostarte, Merewyn —le ordenó.

Ella suspiró cansadamente. Era lo último que deseaba hacer, pero sabía
por el tono de su voz que había dejado de escucharla. Varian había vuelto a
atrincherarse dentro de sí mismo. Nada de cuanto ella pudiera hacer o decir
lo haría cambiar de parecer.

Se acostó en el suelo y lo vio ir hacia donde ella había dejado la carne,


envuelta en el paño que le había proporcionado Blaise. Varian se sentó junto
al fuego y comió silenciosamente en la oscuridad. Merewyn vio cómo las
llamas que danzaban en la hoguera proyectaban sombras sobre su largo y
musculoso cuerpo. Contempló cómo flexionaba la mandíbula mientras comía y
el modo en que evitaba mirar en su dirección, como si temiera lo que podía
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llegar a ver en caso de hacerlo. Estaba inquieto, pero ella no supo si se debía
a la conversación que acababan de mantener o a lo apurado de su situación.

Lo único que quería Merewyn era darle un poco de sosiego. Hubiese


bastado con que él se lo permitiera. Pero Varian no era de esa clase de
hombres. Merewyn no estaba segura de si consentiría que nadie le aportara
consuelo. Nunca.

Cuando hubo acabado de comer, Varian giró la cabeza para mirarla por
encima del hombro. Merewyn no hubiese sabido decir por qué lo hizo, pero
cerró los ojos inmediatamente y fingió estar dormida. Él volvió a envolver en
el paño lo que quedaba de la liebre. Luego se limpió las manos en los
pantalones, se levantó y dejó el paño al lado del fuego antes de desaparecer
dentro del bosque.

Pensando que habría ido a hacer sus necesidades, Merewyn aguardó su


regreso.

Sólo que él no regresó.

Pasado un rato, Merewyn se sentó en el suelo y miró alrededor. Pero no vio


ni rastro de Varian. Temerosa de que pudiera haberle ocurrido algo, se
levantó y fue a la linde del bosque por donde lo había visto desaparecer.
Escudriñó la oscuridad, pero seguía sin haber rastro de él.

—¿Varian? —susurró en un tono nervioso.

No hubo respuesta.

Merewyn se mordió el labio sin saber qué hacer. ¿Debería despertar a los
otros para ir en su busca? Volvió la mirada hacia el sitio donde dormían
apaciblemente y se acordó de cómo les habían gruñido hacía unos minutos
para que se callaran. Querían y necesitaban su descanso.

Quizá debería buscar a Varian por su cuenta...

Regresó a la hoguera para hacerse con la daga que Blaise había dejado allí
para cocinar. No era un arma particularmente grande, pero al menos era
algo.
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Con el corazón palpitándole agitadamente, fue por donde se había


idoVarian.

«Te vas a perder...»

Sin hacer caso de su voz interior, Merewyn siguió adelante. Si no veía a


Varian pronto, volvería sobre sus pasos y despertaría a los demás para que
la ayudaran a buscarlo. Mientras fuera en línea recta, no se perdería.

Eso esperaba.

Pero pasados unos minutos, comprendió que era inútil. No había el menor
indicio de Varian. Ni rastro. El bosque estaba tan silencioso que lo único que
podía oír era el palpitar de su corazón y el jadeo de su respiración
entrecortada.

Decidiendo que aquello no serviría de nada, se dispuso a volver con los


demás cuando finalmente oyó algo.

Merewyn inclinó la cabeza hacia un lado para prestar atención y volvió a


oír el sonido. Parecía como si alguien estuviese haciendo ruido en el agua.
Pero no había nada más. Ningún canturreo, ninguna voz. Ni el más leve
susurro del viento. Nada.

Avanzó tres pasos más. Allí el bosque era más denso. Las enredaderas
crecían profusamente sobre los árboles. Merewyn tuvo que usar la daga para
abrirse paso a través de ellas, pero cuando al fin pudo pasar, se detuvo en
seco.

La luna llena derramaba su claridad sobre el estrecho cauce de un río


donde las sombras ondulaban suavemente iluminando todo el lugar. Las ropas
y la espada de Varian estaban junto a la orilla mientras él se bañaba en el
río, con el agua hasta la cintura. Merewyn sintió que le faltaba el aliento
cuando lo vio allí, esbelto y mojado. Hilillos de agua corrían sobre sus
músculos magníficamente esculpidos. Merewyn bebió con los ojos la visión de
aquel hermoso cuerpo desnudo, sorbiéndola tan ávidamente como una
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mendiga muerta de sed que acabara de tropezarse con un pozo en el


desierto.

Hombre más apuesto que él, jamás había sido creado, y Merewyn tuvo que
apelar a toda su fuerza de voluntad para no cruzar la distancia que los
separaba y tocarlo para asegurarse de que era real.

Al menos hasta que su mirada fue hacia el hombro de Varian para ver la
cicatriz del grial con un dragón surgiendo de él. Merewyn ya había visto esa
marca antes, en el hombro del caballero al que habían dado muerte los
esbirros de Morgana y en el de Blaise. Era la marca de un caballero del grial,
resultado de la crueldad de Lancelot para con su hijo.

Merewyn sintió que se le encogía el estómago. ¿Cómo un hombre podía


haber hecho algo semejante?

Pobre Varian. Y aquélla no era su única cicatriz. Su cuerpo estaba repleto


de ellas. Una particularmente terrible le atravesaba el pezón izquierdo.
Habituada a los adoni que rara vez luchaban con armas, Merewyn no estaba
acostumbrada a ver una forma tan perfecta con tantos daños. El de Varian
era un cuerpo que hablaba de incontables batallas y combates. De dolor y
guerra. Eso ella ya lo sabía, pero verlo de aquella manera...

Le rompió el corazón.

Mientras ella lo miraba, Varian se metió debajo del agua y permaneció así
durante varios segundos. Merewyn esperó a que volviera a salir a la
superficie, pero no lo hizo. Justo cuando ya estaba segura de que tenía que
haberse ahogado, finalmente lo vio emerger, esta vez con la espalda vuelta
hacia ella.

Se echó los negros cabellos sobre sus anchos hombros y Merewyn los vio
chocar contra su carne desnuda, encima de otra marca en su espalda.

Y en ese instante, el mundo de Merewyn quedó hecho añicos.

En el omoplato izquierdo de Varian había lo último que ella esperaba ver.

Varian du Fay, el mal encarnado. El hombre que era odiado tanto por los
buenos como por los malos. El hijo de la mano derecha de Morgana era...
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Un caballero del grial.

Capítulo 13

Merewyn retrocedió tambaleándose hacia el bosque, lejos de Varían y la


magnífica visión de su cuerpo a la luz de la luna. El miedo y la aprensión se
apoderaron de ella mientras el follaje engullía cualquier rastro de su paso.

Varian era un caballero del grial...

Merewyn aún podía oír a Morgana y Narishka mientras urdían sus planes
para dar con los seis caballeros de forma que pudiesen localizar el grial.
¿Qué diría Narishka si supiera que uno de los hombres a los que buscaba con
tanto ahínco era su propio hijo? Menuda ironía. Narishka había intentado
criar una herramienta para el mal, y en lugar de eso Varian estaba
firmemente atrincherado en el lado del bien.

¿O no?

«Varian nació de la luz y de la oscuridad. Esas dos partes están en guerra


la una con la otra, y no le permiten ir sólo por uno de los dos caminos. Es
demasiado oscuro para permanecer fiel a la luz y demasiado puro parar
caminar únicamente en la oscuridad. Su infierno es estar eternamente
atrapado entre las dos.»

Y aun así había sido elegido para proteger el grial. Lo más increíble de
todo era que su padre hubiera sido juzgado indigno de ello mientras que
Varian no.
No era de extrañar que Varian evitara acostarse con desconocidas.
Seguramente viajaría por épocas en las que no sabían nada de Arturo y sus
merlines. A algún lugar donde las mujeres no entendieran el significado de
aquella marca.

Pero Merewyn sabía lo que significaba.

Ahora podía destruirlo con sólo un puñado de palabras. Si Varian llegaba a


descubrir lo que ella había averiguado esa noche, estaba segura de que la
mataría. Ni siquiera podría culparlo porque lo hiciera. Aquella marca era la
clase de secreto que él debía llevarse consigo a la tumba.
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Aterrada por lo que le haría si la descubría, Merewyn corrió al


campamento y se acostó en el mismo sitio que antes. El corazón le palpitaba
frenéticamente en el pecho mientras imágenes de Varian torturándola
llenaban su mente.

«No puedo dejar que se entere, no puedo dejar que se entere...»

Las palabras se perseguían unas a otras dentro de su cabeza. Merewyn


cerró los ojos y trató de relajarse, pero le fue imposible hacerlo. Varian
era hijo de su madre, y Merewyn sabía muy bien lo que hubiese hecho
Narishka en su lugar.

Si tenía suerte, Varian sólo la mataría rápidamente.

Varian salió del agua y fue hacia la orilla donde había dejado sus ropas. El
aire estaba tan quieto que se le pegaba extrañamente a la piel desnuda.
Caliente. Pesado. Pero al menos ahora estaba limpio. Nunca había podido
soportar sentirse sucio.

Se escurrió el pelo y usó el pequeño vestigio de poderes que le quedaba


para materializar una toalla. Después de secarse la cara, se la colgó del
hombro derecho mientras miraba el brazalete con odio. Tenía que haber
alguna manera de quitárselo para que pudiera volver a usar su magia.
Empezaba a estar harto de no tener acceso a aquello en lo que había
invertido su vida.

Diciéndose que sería mejor que no pensara en ello dado que tampoco había
nada que pudiera hacer al respecto, acabó de secarse rápidamente con la
toalla y se vistió. Pero mientras lo hacía, vio brillar algo en el suelo del
bosque. Lo que quiera que fuese relucía extrañamente a la luz de la luna.
Embargado por la curiosidad, Varian se colgó la espada del cinto y fue a
investigar

.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

El destello plateado resultó ser una pequeña daga medio escondida entre
los hierbajos.

Varian la recogió del suelo y frunció el entrecejo cuando reconoció la daga


que Blaise le había pedido prestada para ir a cazar. La misma daga que luego
él le había vuelto a prestar para que cocinase las liebres.

¿Cómo había llegado hasta allí?

Cerrando los ojos, Varian agradeció que aún le quedara magia suficiente
para poder percibir la esencia de la última persona que había usado aquella
daga. Pero no fue a un hombre a quien vio sosteniéndola.

Sino a Merewyn.

Un escalofrío le recorrió la espalda cuando la vio tirar la daga al suelo y


correr hacia los bosques. ¿Había venido a espiarlo mientras él se bañaba?
Varian no hubiese sabido decir por qué, pero pensarlo prendió un fuego
abrasador en su ingle. Le divertía pensar que ella pudiera haberse escondido
allí para observarlo.

¿La habría excitado verlo?

Ese nuevo pensamiento no hizo sino avivar todavía más el fuego de su


deseo hasta que de pronto cayó en la cuenta de que ella podía haber visto...
su marca.

Merewyn era una de las pocas mujeres que sabrían lo que era y lo que
significaba. Varian crispó los dedos sobre la empuñadura de la daga
mientras sentía que un torrente de ira le corría por las venas. ¿Era su marca
lo que la había hecho salir huyendo?

Y antes de que Varian pudiera impedirlo, sus recuerdos se sumergieron en


el pasado.
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Después de la batalla de Camlann, y en cuanto los caballeros


supervivientes de la Mesa Redonda se hubieron retirado a las costas de
Avalón, la penmerlín Aquila había reunido los trece objetos mágicos que el
Emrys había reunido para ayudar a Arturo a reinar sobre Britania.

Aunque se había negado a combatir, Varian acudió cuando ella lo llamó y


soportó los insultos y la hostilidad de los supervivientes. Como ellos, estuvo
de pie en la gran sala del castillo de la penmerlín y escuchó la sabiduría de
Aquila.

—Hemos perdido Cámelot —dijo ésta—. Hemos perdido a Arturo. Morgana


ya está en nuestras fronteras y al amanecer vendrá aquí para atacarnos y
adueñarse del tesoro de Arturo. No podemos permitir que llegue a hacerse
con él. Si Morgana logra apoderarse de los objetos que le fueron entregados
a Arturo, nada podrá detenerla. Su maldad se derramará sobre la tierra
hasta que lo haya destruido todo a su paso. Nadie, humano o de ninguna otra
especie, estará a salvo de ella.

—Tenemos suficientes merlines para mantenerla a raya —había alardeado


Galahad—. Morgana no tomará Avalón.

Varian miró desdeñosamente a su hermano.

—Y, sin embargo, fue capaz de venceros en Camlann, cuando disponíais


de todos esos merlines para que os ayudaran. Cuando teníais a Arturo y a
sus hijos para que os lideraran. ¿Qué te hace pensar que Morgana no podrá
derrotaros aquí?

Las palabras ya habían salido de sus labios cuando comprendió que hubiese
debido guardar silencio.

—¡Adoni traidor! —había gritado Ademar, yendo hacia él con la espada


desenvainada—. Yo digo que deberíamos empezar sacrificando a los
cobardes que se negaron a combatir a nuestro lado.

Merlín se interpuso entre ellos.

—Varian hizo lo que creía necesario para ayudarnos —dijo— No le harás


daño en este suelo ni en ningún otro.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Ademar retrocedió de mala gana, pero sus ojos prometían un silencioso


asesinato si alguna vez lograba aproximarse a Varian por la espalda.

En esos momentos, Varian ignoraba por qué Aquila quería que él estuviese
allí presente. Por qué lo había llamado.

Lo único que sabía era que volvía a hallarse rodeado de enemigos.

Merlín obligó a Ademar a retroceder hasta el fondo de la sala antes de


dirigirse nuevamente a los demás.

—Quiero que los merlines lleven sus objetos al mundo del hombre para
esconderlos bien lejos de Morgana y su ejército —dijo—. Haced todo lo que
sea preciso para mantenerlos a salvo del mal. Protégeos a vosotros mismos,
pero custodiad los objetos que os han sido confiados como si el destino del
mundo dependiera de ellos, porque así es.

Perceval dio un paso adelante.

—Esconderé el grial inmediatamente.

—No —dijo Aquila sin vacilar—. Con todo y lo poderosos que son los otros
doce, ese objeto está por encima de todos ellos. Es una carga demasiado
pesada para un solo hombre. Tendremos a seis elegidos, y cada uno de ellos
tendrá en su poder una pieza del rompecabezas que permitirá que el hijo de
Arturo encuentre el grial cuando llegue el momento apropiado.

Perceval le dirigió una mirada con ceño.

—Pero ¿quién lo esconderá? —preguntó.

—Yo lo haré.

Los ojos de todos los presentes se volvieron hacia Ginebra mientras la


reina se abría paso entre la multitud perpleja y enfurecida que abarrotaba
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la gran sala. Alta y orgullosa, Ginebra había sido una de las mujeres más
bellas jamás vistas por mortal alguno. Sus largos rizos negros estaban
recogidos en una trenza de la que escapaban pequeños mechones para
enmarcar su hermoso rostro. Sus ojos azules eran honestos y dulces, su
boca un perfecto arco de
Cupido.

Gawain y Agravain, que habían transmitido la mentira de su infidelidad a


Arturo, apartaron la mirada avergonzados. Con toda la gracia y la dignidad
de su posición como reina y consorte de Arturo, Ginebra se volvió para
dirigirse a los caballeros allí reunidos.

—Mi nobilísimo esposo ha muerto —dijo—. Mi hijo pequeño cayó


combatiendo a su lado. Mi hijo mayor duerme a la espera de que llegue el día
en que Morgana hará volver de entre los muertos a Mordred para combatir
de nuevo. —Dirigió una mirada llena de simpatía hacia sus acusadores—. Las
lenguas se han hecho eco de las mentiras y las maldades de otros, y ahora
Lancelot está en manos de Morgana. No existe ninguna esperanza para él
porque estoy segura de que no le dirá nada. Salvadlo si podéis, y así tal vez
perdonará a aquellos de vosotros que se volvieron contra él. En cuanto a mí,
amaba a Arturo con todo mi corazón, y sé mejor que nadie el amor que él
profesaba a esta tierra. No consentiré que su obra y su muerte hayan sido
en vano. Cogeré el grial y lo llevaré a un lugar donde nadie lo encontrará.
Nunca. En cuanto tenga la seguridad de que el grial está a salvo, haré lo que
han hecho mi esposo y mis hijos. Enviaré ciertas pistas a Merlín para que así
Draig pueda encontrarlo algún día. Entonces daré mi vida por la seguridad
de nuestras gentes. La traición y la maldad de Morgana no vencerán.

La multitud prorrumpió en un griterío de protesta hasta que Merlín


levantó una mano para acallarla.

—Así será —dijo—. No hay otra forma de proteger aquello que no puede
caer en manos de Morgana. Tiene que hacerse. Y cuando dé la medianoche,
todo el mundo tiene que estar aquí en Avalón. Yo, y los merlines que quedan,
vamos a alzar un escudo para limitar el alcance de Morgana y los suyos.
Avalón y Cámelot serán extraídos del reino del hombre, y de hoy en
adelante quedarán ocultos detrás de un velo para que ninguno de ellos sepa
siquiera que existimos. Mientras un penmerlín reine aquí en Avalón, el velo
permanecerá, y el mundo del hombre estará protegido de Morgana y su
ejército. Montaremos guardia aquí por toda la eternidad o hasta el día en
que Morgana exhale su último aliento.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Gritos en pro y en contra del plan de Merlín resonaron en la sala.

Incapaz de seguir aguantando aquellas discusiones, Varían salió de allí y


pasó junto a la sarga negra que cubría las paredes, recordando a todos que
el rey y sus hijos habían caído. El Cámelot de antaño había dejado de
existir. Arturo nunca volvería a estar allí para acaudillarlos. El mañana era
completamente incierto, salvo por una cosa: librarían una larga y dura
batalla contra Morgana y su maldad. Nadie de los presentes estaría nunca a
salvo.

Varían se sentía tan triste que quería llorar.

Cuando estaba llegando a la puerta que conducía al patio de armas, lo


empujaron violentamente desde atrás. Enfurecido, Varian se volvió para ver
a Bors de pie ante él. El caballero todavía tenía sangre en la armadura
mientras dirigía una mirada llena de odio a Varian.

—¿No vas a salvar a tu padre? —le preguntó.

—No.

Bors volvió a empujarlo.

—¡Cobarde! ¡Bastardo! —lo increpó—. ¿Cómo ha podido importarte tan


poco lo que fuera a ser de él para dejarlo en manos de Morgana?

Varian no contestó nada porque sabía la única cosa que Bors ignoraba: él
era demasiado joven para enfrentarse a su madre. Sus poderes aún estaban
demasiado verdes. Si iba a Cámelot en busca de su padre, no regresaría. Al
menos no para combatir en las filas de este ejército.

Incluso ahora, podía oír la llamada de su madre, prometiéndole deleites sin


cuento si la servía. Los adoni eran una raza oscura, pero su madre podía
llegar a ser infinitamente retorcida.

Narishka sabía muy bien qué era lo que estaba creciendo dentro de
Varian, y sabía cómo manipularlo para hacer que se uniera a ella. Si lograba
hacerse con el control de los todavía incipientes poderes de su hijo, no
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

habría nadie que pudiera enfrentarse a él. Nadie salvo Draig, el hijo de
Arturo, quien se hallaba atrapado en un hechizo que lo mantenía fuera del
tiempo. Si Varian caía bajo el hechizo de su madre, usaría todos aquellos
años de odio enterrado y conocimientos acumulados sobre los caballeros de
Arturo para aniquilarlos a todos.

Mientras Varian guardaba silencio, más caballeros se unieron a Bors.


Juntos, se dispusieron a atacarlo.

—¡Basta! —rugió Varian, lanzándoles un relámpago de hechicería que brotó


de su ser como una oleada incontenible a cuyo paso todos rodaron por el
suelo. Sintió que un vendaval silencioso soplaba a su alrededor, levantando
espesas nubes de polvo que cayeron sobre los demás. Hubo miedo en sus
ojos cuando comprendieron la verdadera extensión de los todavía inmaduros
poderes de Varian.

Ésa era la razón por la que no podía estar allí cuando Merlín obrara su
magia. Iría donde no pudiera hacer daño a nadie. Donde no tuviera que elegir
entre uno de los dos bandos o ser usado como un peón. Donde no supondría
un peligro para nadie.

De modo que pasó la noche en Glastonbury, con Dafyn y los demás, y por la
mañana partió de allí y nunca más volvió a formar parte de ese mundo.

Que no hubiera dado él entonces por saber que su destino era llegar a ser
un merlín. Al ir a Glastonbury, Varian había atraído hacia la abadía a todos
los poderes oscuros que Merlín empleó en su hechizo, provocando su caída
en el interior del velo junto con Camelot y Avalón.

Él era el único culpable de que Dafyn y los demás se hubieran visto


maldecidos, y ese conocimiento era una pesada carga que había tenido que
llevar encima desde entonces. Había destruido las vidas de todas aquellas
personas. De no ser por él, hubiesen permanecido tan ignorantes de la
existencia del velo como el resto de los habitantes del mundo.

Abrumado por la pena, Varian intentó borrar todos aquellos recuerdos de


su memoria. Pero los recuerdos se negaron a abandonarle, y rememoró la
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

última vez que había visto a Ginebra. Fue durante el Hoyo de la Magia, aquel
momento impreciso suspendido entre la noche y el alba, cuando la puerta al
mundo de los adoni quedaba entreabierta y la línea divisoria se volvía muy
tenue.

Ginebra le había enviado un mensaje pidiéndole que se reuniera con ella a


esa hora. El cielo empezaba a iluminarse con los primeros albores del
amanecer cuando Varian la había visto subir por la colina hacia él. Encajes
de tonos rosa y naranja adornaban las nubes en el cielo mientras el viento
agitaba alrededor de los hombros de la reina su larga cabellera, que ese día
llevaba sin recoger. Completamente vestida de blanco, los círculos oscuros
que había alrededor de susojos hablaban de su sacrificio y su largo y duro
viaje.

Ginebra se detuvo ante él y lo miró con expresión sombría.

—Tu padre ha muerto —le dijo.

—Lo sé. —Él pudo sentir cómo Lancelot abandonaba este mundo a primera
hora de la noche.

Los ojos de Ginebra traicionaron su propia pena mientras le palmeaba el


brazo afectuosamente.

—Lancelot era un alma noble que no siempre supo ser buena,Varian—


prosiguió la reina—. Ninguno de nosotros sabe serlo. Pero tampoco fue tan
malo como tú crees.

—¿Por qué estoy aquí? —inquirió él sin escucharla.

—Porque quiero confiarte el más sagrado de los secretos. —Ginebra le


tendió un pequeño rollo de pergamino—. He hecho lo que prometí. He
escondido el grial allí donde no puede ser encontrado, y aquí están las pistas
para mi Draig. Unas pistas que sólo tendrán sentido para mi hijo.

Él la miró frunciendo el entrecejo.

—¿Por qué dármelo a mí? —preguntó.


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3º LOS SEÑORES DE AVALON

—Porque a Narishka nunca se le ocurrirá pensar que he podido ser lo


bastante insensata para entregar esto a alguien de su estirpe. Pero te
conozco, Varian, hijo del pueblo mágico. Tu padre no traicionó a Arturo, y tú
tampoco lo harás.

Entonces la reina se tambaleó, y habría caído si él no se hubiera


apresurado a rodearla con los brazos.

—¿Majestad?

—Es el veneno —susurró ella con voz vacilante—. Esperaba que tardase un
poco más en hacer efecto. —Le puso la mano alrededor del pergamino—.
Llévale esto a Merlín. Ahora los destinos de todos nosotros están en tus
manos. —Su cuerpo empezó a temblar incontrolablemente.

Varian se quitó la capa y la envolvió con ella.

—Llévame a casa, Varian —susurró ella—. Quiero morir junto a la tumba


de Arturo.

El asintió sin decir palabra antes de hacer lo que le pedía su reina.


Recurriendo a sus poderes, la transportó hasta la última morada de Arturo
bajo el castillo de Avalón. El rostro de Ginebra se iluminó en cuanto vio la
imagen dorada de él sobre su sarcófago.

Dos segundos después, yacía muerta en los brazos de Varian.

Varian la mantuvo estrechamente abrazada durante lo que le pareció una


eternidad mientras una pena abrasadora crecía dentro de él. Hubiese
querido llorar amargamente porque Ginebra ya no estaba entre ellos, pero
las lágrimas se negaron a acudir a sus ojos. En lugar del llanto, le sobrevino
una pesada tristeza que sintió fluir lentamente a través de su cuerpo hasta
que hubo impregnado cada rincón de su alma.

Hubiese querido retroceder en el tiempo para que todo sucediese de


otra manera, pero sabía que no podía hacerlo.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Pasado un rato, dejó tendida a su reina junto a su amado esposo y miró el


pergamino que sostenía en la mano. Ahora le bastaría con abrirlo para ser
partícipe del secreto más valioso que había en el mundo. Podría reclamar el
grial y hacer uso de sus poderes.

Podría hacer que todos los que lo habían insultado o abusado de él en el


pasado pagasen muy caro su atrevimiento...

Pero a cambio, haría que las vidas de las dos únicas personas que habían
significado algo para él no hubiesen servido de nada. Invalidaría todos los
sacrificios hechos por Arturo y Ginebra.

Así que se guardó el pergamino en la faltriquera y llevó el cuerpo de


Ginebra a su lugar favorito, aquella colina de Cornualles donde la reina había
jugado de niña.

Cuando Varian era un muchacho que servía en la casa de Arturo, Ginebra


le había hablado de aquel lugar y de la felicidad que había compartido allí
con sus hermanas. Si la crueldad de los otros caballeros impedía que pudiera
ser enterrada junto a Arturo, no se le ocurría un lugar mejor para servirle
de última morada.

No usó su magia para cavar la tumba de Ginebra. La cavó con el sudor de


su frente, porque le parecía la manera más apropiada de honrar a una mujer
buena y decente que había renunciado a cuanto tenía para salvar a su pueblo.
No fue hasta que hubo acabado de enterrarla cuando se le ocurrió alzar la
mirada hacia el roble que daba sombra a su tumba. Tallada en la corteza
había una vieja inscripción que había sido distorsionada por el paso de los
años.

Por siempre la Ginebra de Arturo.

Aquellas palabras quedaron grabadas a fuego en su mente mientras leía


las letras rúnicas con el alma abrumada por la pena. Él nunca llegaría a
conocer la clase de amor que habían compartido Arturo y Ginebra. Nunca
podría empezar a entenderlo siquiera.
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Con el corazón roto, regresó a Avalón y entregó el pergamino sin haberlo


leído siquiera. La penmerlín Aquila lo contempló con asombro. Al igual que
Varian, ella nunca había hecho aquello antes y se sentía llena de dudas.

Pero allí mismo, cuando empezó a clarear, lo proclamó como el primero de


los caballeros del grial que llevarían consigo una de las pistas sagradas.

Varian intentó protestar.

—No puedo hacer lo que me pides, Merlín —dijo—. No soy...

—Perteneces a la estirpe. Puede que Narishka te trajera al mundo, pero


también eres hijo de Lancelot. No se me ocurre ningún protector mejor que
uno dotado de tu fuerza y poder.

—Ni siquiera combatí al lado de Arturo.

—Pero tampoco te uniste al otro bando. La mitad de la fortaleza consiste


en conocer tus propias limitaciones y puntos débiles. Tú elegiste ausentarte
de una situación en la que te hubieras sentido tentado de hacer el mal.

Él sacudió la cabeza.

—Debí tener el valor para empuñar las armas —dijo.

—Y puedes estar bien seguro de que no tardarás en tenerlo, Varian. Ésa


es la razón por la que te he escogido.

Entonces Varian unió su destino al de Aquila. Para ser su herramienta.


Para ser el que transmitiera sus órdenes sin cuestionarlas y utilizar la
relación que lo unía a su madre para descubrir a los traidores que
traicionarían a Merlín y los demás.

Llevaba siglos preguntándose si había elegido correctamente aquel día.


Sabía muy bien lo que ocurriría si su madre o Morgana llegaban a enterarse
de la existencia del símbolo que él lucía en secreto.

Ahora la antigua sirvienta de su madre seguramente conocía la verdad


acerca de él. Merewyn ya le había dicho que ella no sangraría por nada. Que
estaba dispuesta a sacrificarlo todo por su libertad.
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Lo vendería sin pensárselo dos veces.

«Mátala.»

Era la única manera de no verse obligado a correr riesgos innecesarios.


Eso los salvaría a todos, tanto a él como a los demás.

Con la daga firmemente empuñada, Varian regresó al campamento con paso


cansino.
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Capítulo 14

Merewyn estaba haciendo todo lo posible para fingir que dormía cuando
sintió la presencia de Varian en pie junto a ella. Incluso con los ojos
cerrados, podía percibir su mirada intensa y penetrante como un contacto
tangible. El olor a cuero y a hombre llenó sus sentidos, abrumándola con el
poderío de la presencia de Varian.

¿Qué iba a hacer él?

¿La mataría?

Sintió que el corazón le latía cada vez más deprisa a medida que el pánico
iba creciendo en su interior. Resuelta a no ser una cobarde que se dejaba
matar mientras yacía en el suelo, Merewyn abrió los ojos y alzó la mirada
hacia él. Si tenía intención de matarla, entonces quería ver venir el golpe
mortal. La oscuridad llenaba de sombras el rostro de Varian, negando a
Merewyn cualquier indicio de sus intenciones. Oscuro y gigantesco, se
alzaba sobre ella como un espectro malévolo. Lo único que Merewyn podía
ver claramente era la daga apretada en su puño junto al costado.

La empuñaba como un hombre que se dispone a matar...

Merewyn se pasó por los labios una lengua súbitamente reseca, a la espera
de que Varian se abalanzara sobre ella para clavarle el arma que tenía en la
mano.

Cuando él se movió, Merewyn habría gritado si no fuese porque el miedo le


oprimía la garganta con un nudo de acero que la obligaba a guardar silencio.

Pero, sin darle tiempo a moverse, Varian se quitó la capa de los hombros y
la cubrió con ella. El calor y el peso del cuero negro ahuyentaron los
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escalofríos del cuerpo de Merewyn mientras él se acostaba a su lado. Su


intenso olor masculino había impregnado el cuero, y sentirlo hizo que el
corazón de Merewyn latiera aún más deprisa.

Puso la daga y la espada en el suelo a su lado, con la mano sobre la


empuñadura de la espada.

¿Sabía él que lo había visto mientras se bañaba? Si lo sabía, lo disimulaba


muy bien.

—Buenas noches, Merewyn.

Todavía no muy segura de si él iba a matarla o no, su respuesta apenas


llegó a ser un murmullo:

—Buenas noches.

Para su sorpresa, vio que Varian cerraba los ojos. Desconcertada por sus
acciones, Merewyn se le acercó sigilosamente para ver si meramente estaba
jugando con ella antes de atacar. Era lo que hubiera hecho su madre. A
Narishka le encantaba tranquilizar a sus víctimas con una falsa sensación
de seguridad antes de descargar el golpe fatal. Los malvados adoni soñaban
con ver la conmoción en el rostro de sus víctimas antes de que murieran a
sus pies. Si ésa era la intención de Varian, Merewyn no tenía intención de
darle semejante satisfacción.

Así que se le acercó un poco más.

Abriendo los ojos, él la traspasó con una mirada suspicaz.

—Hace una noche muy fría —dijo ella, y era verdad—. He pensado que
deberíamos compartir tu capa para que no cojas frío. Después de todo,
tienes el pelo mojado.

Varian frunció el entrecejo. A decir verdad, todavía le quedaba magia


suficiente para conjurar otra capa. Pero antes de que tuviese tiempo de
decírselo, Merewyn se pegó a él y cubrió los cuerpos de ambos con la gruesa
capa de cuero.

Luego hizo algo extrañísimo.


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Le puso la cabeza en el hombro y se preparó para conciliar el sueño.

Varian se quedó paralizado mientras la sentía allí, como una amante, a su


lado, con la mano suavemente posada sobre las costillas de él. El pelo le olía
a brezo, y Varian podía sentir el suave cosquilleo de su aliento en la piel del
cuello. Nunca había yacido así con una mujer. Nunca había confiado lo
suficiente en nadie para permitir que durmiera a su lado.

Y ella conocía su secreto...

Varian sabía que lo más seguro sería apartarla de un empujón y librarse de


la amenaza que Merewyn representaba para él, pero no lograba decidirse a
hacerlo. La confianza era un concepto completamente ajeno a su vida. Pero
¿acaso tenía otra elección? Tal como estaban las cosas, no les quedaba más
remedio que seguir juntos hasta que el viaje hubiera llegado a su fin. Sin
olvidar que no había nadie a quien ella pudiera contar su secreto aparte de
Blaise, quien también compartía su condición de maldito...

Con nadie más a su alrededor para que ella le hablara de su marca, Varian
podía considerarse a salvo por el momento.

Aun así, se puso la daga debajo del muslo para que Merewyn no pudiera
llegar hasta ella sin que él se diera cuenta. Luego volvió a poner la mano
sobre la empuñadura de la espada.

Sólo por si acaso.

Pasados unos minutos, Varian sintió que el cuerpo de Merewyn se relajaba


contra el suyo para sumirse en un profundo sueño. No se movió; diablos,
durante unos segundos apenas si respiró mientras esperaba a que ella
abriera los ojos y lo traicionara.

Pero Merewyn no lo hizo. Sólo siguió durmiendo como si todo estuviese


bien en el mundo.

¿Podía ser que realmente no abrigara ninguna clase de malicia hacia él?

Entonces Merewyn cambió de postura en el sueño, subiendo una pierna


para apoyarla en los muslos de él al tiempo que extendía el brazo por
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encima de su pecho, y fue entonces cuando Varían comprendió que la malicia


de Merewyn era de una naturaleza muchísimo más insidiosa.

Iba a matarlo de deseo.

Lo que acababa de hacer Merewyn lo había llenado de lujuria. El peso de


su cuerpo, combinado con la expresión apacible de su hermoso rostro, era
insoportable.

¿Cómo diablos se suponía que iba a poder dormir él en semejantes


circunstancias?

Incapaz de aguantarlo por más tiempo, Varían se dio la vuelta para


alejarse de ella.

Entonces Merewyn se le pegó a la espalda, adaptando su cuerpo al suyo


como una cuchara. Bravo, bien hecho. Ahora él ya sólo notaba los pechos de
ella en la espalda y sus muslos en las nalgas. Como si las cosas no hubieran
estado bastante mal antes, ahora además el aliento de Merewyn le daba en
la nuca, creando suaves corrientes de calor que fluían hacia la entrepierna
de Varían.

Era insoportable. Varían estaba tan desesperado que se llevó la mano a la


polla en un esfuerzo por aliviar aunque sólo fuese una parte de la molestia.
Por un momento pensó en darse placer con la mano, pero enseguida decidió
no hacerlo. Él no era ningún muchacho inexperto que necesita masturbarse
en la cama. Era un hombre adulto, y lo último que quería era que Blaise y los
demás despertasen y se percataran de lo que estaba haciendo él. Además,
tampoco tenía ganas de volver a bañarse en las frías aguas de aquel río.

No, podía controlarse.

Subió la pierna para estar más cómodo. Al menos ése había sido su plan,
pero cuando la mano de Merewyn cayó de su hombro para tocar la zona de
piel que había quedado revelada al subírsele un poco el jubón, Varían supo lo
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que era la verdadera tortura. Ahora ya sólo podía pensar en tener aquella
manecita tan delicada alrededor de esa parte del cuerpo de él que tanto
anhelaba sentir su contacto.

Varian apretó los dientes. Sí, ya podía sentir el lento deslizarse de su


miembro entre los dedos de Merewyn. La misma mano que ella pondría
alrededor de sus testículos mientras él se daba un banquete con sus
pechos...

«¡Para!»

Tenía que dejar de pensar en eso. Se estaba comportando igual que


aquellos trillizos hambrientos de sexo. Si no lograba controlarse pronto, se
echaría a Merewyn al hombro y saldría corriendo con ella.

Claro que, teniendo en cuenta la de siglos que llevaban los trillizos sin
practicar el sexo, Varian no podía evitar compadecerlos. Si lo habían pasado
tan mal como lo estaba pasando él en aquellos momentos, no entendía cómo
aún no se habían quitado la vida.

«¿Varian?»

Varian se puso rígido cuando la voz de su madre resonó en el interior de su


cabeza, y supo que ya no le sería posible conciliar el sueño en lo que quedaba
de noche. Dormir debilitaba su resistencia, y entonces corría el riesgo de
que Narishka pudiera manipular su subconsciente para que le contase lo que
habían planeado o dónde estaban ahora.

Resignado al hecho de que su vida ya no podía ir a peor, Varian volvió a


ponerse boca arriba. La mano de Merewyn descendió justo por debajo de la
cinturilla de sus pantalones para tocar ese punto especialmente sensible en
la parte inferior de su abdomen. Varian tragó aire con un jadeo ahogado, y
agradeció a los dioses que ella estuviera dormida. Merewyn nunca se hubiera
imaginado que si ahora estuviese despierta y lo tocara precisamente allí, él
no sería capaz de ofrecerle ninguna resistencia.

De hecho, la verdad era que él nunca había estado en condiciones de


ofrecerle demasiada resistencia.

Y menos ahora que ella sabía lo de su marca. El hecho de que pudiera


vérsela mientras hacían el amor había dejado de ser un factor disuasorio.
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De hecho, ahora mismo podía conjurar una deliciosa imagen de Merewyn


mordisqueando dicha marca...

Varian apretó los dientes sólo de pensarlo.

Merlín había cometido un tremendo error al elegirlo como caballero del


grial. Quizás aún acabaría demostrando que su padre no se había equivocado
al juzgarlo, y cualquier día se pasaría a los adoni. Morgana lo recompensaría
espléndidamente en el caso de que lo hiciera, y Varían lo sabía.

Mientras llevara esa marca, podía controlar y canalizar el poder del grial.
Podía dejar en libertad una magia tan intensa que nadie sería capaz de
interponerse en su camino o en el de Morgana. Por eso no había querido
saber cuáles eran los nombres de los otros caballeros, y por eso no había
mirado el pergamino para conocer las pistas que podían conducirlo hasta el
lugar donde Ginebra había escondido el grial. No quería tener que hacer
frente a la tentación de traicionar a los otros caballeros. Ya lo asustaba
bastante pensar en lo que podía hacer si un día Bors y los demás llegaban a
enfurecerlo hasta el punto de perder los estribos.

Y, sin embargo, mientras estaba tendido allí con Merewyn acurrucada


junto a él, se sentía incapaz de imaginar que pudiera llegar a traicionar a
alguien como ella. Las personas como ella eran las que peor lo pasaban.
Carecían de poder para negociar. No tenían nada que pudiera serle de
utilidad a Morgana. Se veían reducidas a la condición de reses o peones a los
que maltratar o matar sólo porque la hechicera no estuviera satisfecha con
su peinado.

Sintió que los párpados empezaban a pesarle. Pestañeó, y se recordó a sí


mismo que no podía permitirse el lujo de quedarse dormido. Su madre no
debía encontrar nada que luego pudiera utilizar contra ellos.

Merewyn fue despertando poco a poco para descubrir que notenía nada de
frío. Olía a cuero y a un agradable aroma masculino...Varian. La sensación era
tan reconfortante que tuvo que contenerse para no pegar la nariz al cuello
de él e inhalar profundamente. Incluso sin hacerlo, podía sentir el calor del
cuerpo de Varian, la fortaleza de su presencia apretada contra ella. Pero lo
que realmente la llenó de asombro fue descubrir que había puesto la mano
sobre la piel desnuda de él. Podía sentir la línea de pelitos que descendía
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desde el ombligo de Varían para terminar en un matorral más frondoso,


justo allí donde ella tenía puestos los dedos de la mano.

Abriendo los ojos apenas una rendija, vio que él aún estaba dormido,
vuelto de cara hacia ella y con los muslos encima de su pierna izquierda. El
hombro de él le servía de almohada a Merewyn, y su capa aún los cubría a los
dos. Merewyn sintió que el corazón empezaba a palpitarle frenéticamente
en el pecho ante lo íntimo de sus posturas. Cada centímetro de su cuerpo
estaba apretado contra Varian, con su cara literalmente enterrada en el
cuello de él.

No había forma de apartarse de él sin despertarlo. Armándose de valor,


Merewyn empezó a retroceder lo más despacio que pudo.

Tal como había pensado que ocurriría, él despertó de inmediato. Merewyn


se quedó helada cuando aquellos ojos verdes se encontraron con los suyos.

—Siento haberte despertado —susurró.

Él parpadeó como si no la entendiera. Y antes de que ella pudiera pensar


en sacar la pierna de debajo de las suyas, sintió que el miembro de Varian se
endurecía contra su muslo. La cara le empezó a arder.

Pero él no pareció sentirse incomodado. En lugar de avergonzarse, lo que


hizo fue cerrar los ojos y rozarle delicadamente la mejilla con los labios
antes de apartarse de ella. Eso la dejó perpleja. Para ser un hombre que la
noche anterior había asegurado que no quería acostarse con ella, ahora se
mostraba extrañamente tierno.

—No puedo creer que me haya quedado dormido —dijo Varian mientras se
desperezaba lánguidamente. Había en su voz una nota extraña que ella no
entendió, pero de alguna manera sonaba como si pensase que dormir había
sido un grave error por su parte.

Merewyn intentó no fijarse en cómo el jubón se tensaba sobre su cuerpo,


poniendo todavía más de relieve los firmes músculos que él flexionaba al
moverse. Varian era una visión de lo más tentadora allí tumbado, y Merewyn
no pudo evitar preguntarse qué se sentiría al pasar la lengua por aquella piel
tan invitadora tal como hacía Narishka con sus amantes.

¿A qué sabría él?


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Intentando no pensar en ello, se aclaró la garganta con un suave carraspeo


y volvió a lo que parecía ser el tema del momento.

—Estabas cansado —dijo.

Antes de que él pudiera contestar, Merewyn oyó que los demás empezaban
a despertar.

Se levantó del suelo inmediatamente, antes de que ninguno de ellos


pudiera ver la forma en que ella y Varían habían dormido juntos, y se alisó el
vestido. Luego frunció el entrecejo mientras se contemplaba el extremo de
la falda. ¿ La habría deformado al dormir vestida?Ahora el vestido parecía
un poco más largo de lo que era antes.

Era como si ella hubiera encogido durante la noche.

El pensamiento la hizo estremecer y se apresuró a volverse hacia Varían,


que estaba de pie a su lado.

—¿Estoy...? —Las palabras se le quedaron atascadas en la lengua cuando


el pánico se apoderó de ella. Por favor, que no fuera lo que estaba pensando.

—¿Estás qué?

—¿Estoy...? —Tenía tanto miedo de pronunciar esa palabra que


prácticamente tuvo que arrancársela de la boca—. ¿Normal?

Él la miró como si pensara que había perdido el juicio.

—¿Existe alguna razón por la que no deberías estarlo? —preguntó.

Merewyn se llevó las manos a la cara, en un temeroso intento de averiguar


si Narishka había vuelto a convertirla en un adefesio. Para su inmenso alivio,
descubrió que su piel seguía igual de tersa. No había cicatrices, no había
labios bulbosos. Su cara parecía estar tal como la sentía.

Rió nerviosamente.
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—Habrán sido imaginaciones mías —dijo—. Lo siento.

El recogió su capa del suelo y se la ciñó alrededor del cuello con un broche
de plata en forma de dragón.

—No hace falta que te disculpes.

Pero Merewyn no lograba sacudirse de encima el oscuro presentimiento de


que algo había cambiado de pronto en su persona.Como si, de alguna manera
inexplicable, Narishka estuviera allí con ellos. La presencia de su señora
flotaba en el aire como un olor acre y le erizaba el vello en la nuca. No podía
dejar de mirar alrededor, casi esperando descubrir a Narishka o a alguno de
sus esbirros escondido para espiarlos.

El grupo apenas habló mientras levantaban el campamento, y luego


comieron un poco de carne para no tener que viajar en ayunas.

Beau parecía un poco más alto, y sus brazos estaban más formados cuando
se agarró al costado de Merewyn mientras ella comía en silencio. Lo más
curioso de todo era que parecía estar chasqueando los labios, cuando en
realidad éstos aún no habían llegado a formarse.

Cuando estuvieron listos para reanudar la marcha, Derrick tragó saliva


audiblemente.

—Bueno, supongo que ha llegado el momento de cruzar el puente—dijo.

Erik soltó un chillido antes de subir corriendo por el brazo de Merrick y


esconder la cabecita bajo el cuello del jubón que llevabamsu hermano.

Blaise puso los ojos en blanco.

—¿Se puede saber qué diablos pasa con ese dichoso puente?—les
preguntó, al tiempo que intercambiaba una mirada de perplejidad con
Varían—. Quiero decir que, bueno, ¿como cuánto de aterrador puede ser?

—Ya lo verás —dijo Merrick, volviendo a guiarlos en dirección norte.

—Ya lo veremos —lo remedó Varian en un tono falsamente tenebroso.


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Merewyn lo empujó con fingida indignación por burlarse de los trillizos.

Pero esas ganas de bromear se disiparon cuando llegaron al viejo puente


de madera que atravesaba lo que a primera vista parecíá un abismo de
fuego, pues estaba repleto de escamas de dragón que rielaban como joyas
iridiscentes debajo de ellos. De vez en cuando una de las escamas subía por
el aire, y luego se inflamaba en una bola de llamas. Esas deflagraciones ya
representaban una amenaza, pero el verdadero peligro provenía del hecho
de que las escamas de dragón eran tan afiladas como navajas y podían
atravesar la carne y el hueso como un cuchillo caliente se abre paso a través
de la mantequilla.

Aun así, Varian y Blaise no parecieron reparar en el abismo. Fue el puente


lo que hizo que ambos palidecieran drásticamente.

—¿Qué pasa? —les preguntó Merewyn, temiendo que pudieran saber algo
que ella ignoraba.

No le respondieron.

—¿Cómo puede estar aquí? —preguntó Varian a Derrick, en voz baja y con
un tono lleno de reverencia. Estaba claro que aquel puente encerraba algún
significado tremendamente importante para él y del que Merewyn no sabía
nada.

Derrick se encogió de hombros.

—No lo sabemos. Estaba aquí cuando llegamos y ha estado aquí desde


entonces.

—¿Qué es? —le preguntó Merewyn a Varian, un poco irritada por lo


lúgubre de su tono.

—El Puente de la Matanza.

Eso seguía sin significar nada para ella.

—¿Se supone que debería haberlo sabido?

Blaise suspiró con expresión apesadumbrada antes de responderle.


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—Es el lugar donde Arturo y Mordred libraron su última batalla.

Merrick asintió.

—Todavía está marcado por la sangre de Arturo —dijo—. Y tenemos que


cruzarlo para llegar hasta Merlín. No hay otra forma de entrar en el valle
propiamente dicho.

Merewyn volvió la mirada hacia el viejo puente de madera y piedra que


arqueaba sus líneas llenas de gracia sobre el rio de fuego, y tragó saliva
cuando un escalofrío le bajó por la espalda. No podía ni imaginar los
pensamientos que tendrían Blaise y Varian mientras permanecían inmóviles
ante la estructura de madera que los había llevado a todos ellos hasta el
punto en el que se hallaban ahora.

El curso de la historia se había trazado a sí mismo encima de ese puente.


El destino del mundo del hombre había chocado de frente con el destino del
mundo de las criaturas mágicas, y el impacto de la colisión había dejado
entre ambos una brecha que probablemente nunca llegaría a ser reparada.

En el espacio de un solo día, todo había cambiado. Un rey había muerto, un


príncipe había sido asesinado, y dos más habían quedado suspendidos en el
tiempo por obra del poder de la magia hasta que volvieran a ser convocados
para reanudar su batalla. Tres ciudades habían sido extraídas del tiempo, y
Varian y Blaise habían quedado abandonados a sus propios recursos para
tratar de impedir que sus enemigos destruyeran el mundo en el que había
nacido Merewyn. Ambos eran guardianes desconocidos empeñados en una
sangrienta guerra sin recompensa que ya les había cubierto el cuerpo de
cicatrices.

Conmovida por su sacrificio, Merewyn estiró el brazo para tomar la mano


de Varian con la suya.

Varian se quedó estupefacto ante la sensación, completamente nueva para


él, de que hubiera otra mano sosteniendo la suya. Era la primera vez en su
vida que alguien hacía eso con él. De niño, su madre y su padre lo agarraban
del brazo, del pelo o del cuello de la túnica para arrastrarlo de un sitio a
otro.
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Y cuando Merewyn entrelazó su mano con la suya, fue como si algo se


derritiese dentro de él.

Le dirigió una sonrisa titubeante mientras seguían a los demás, que ya


habían entrado en aquel puente que él no quería cruzar. Era un triste
recordatorio de un día que Varian hubiese preferido olvidar. El único
hombre que había significado algo para el había exhalado su último aliento
allí.

Todo su cuerpo clamaba que diera media vuelta y saliera corriendo, pero
Varian podía ser cualquier cosa menos un cobarde.

Respiró hondo y se obligó a ir hacia el puente.

Cuando puso el pie sobre la vieja madera, su conciencia pareció inflamarse


en una súbita llamarada. Podía sentir la presencia de Arturo. Oía su voz
mientras le hablaba en susurros. Y como si lo tuviera delante de él, podía
verlo luchar con su sobrino. Podía verlos a ambos, librando un combate tan
encarnizado como el de dos carneros que se enfrentan para reinar sobre el
resto del rebaño. La espada chocaba con la armadura y el escudo, y el
estruendo de cada nuevo mandoble resonaba nítidamente en los oídos de
Varian. El olor de la sangre se le infiltró en la cabeza.

Pensó en cómo Arturo había caído finalmente ante Mordred, y la pena le


desgarró el alma. Él hubiese debido estar allí aquel día...

Un viento repentino empezó a soplar, agitándole los cabellos alrededor de


la cara e impidiéndole ver. Merewyn le soltó la mano para apartarse el pelo
que también se le metía en los ojos mientras su rostro palidecía. Se apretó
la melena contra el cuello con ambas manos y miró a Varian nerviosamente.

Una niebla salida de la nada los envolvió. No dejaba pasar la luz, y no


tardaron en quedar sumidos en la oscuridad más absoluta. No había manera
de ver el fuego de abajo. Era como si alguna fuerza maligna impidiese que
las sensaciones pudieran llegar hasta ellos.

—¿Quién va? —gritó una voz demoníaca desde el interior de la niebla.

Antes de que Varian pudiera abrir la boca, los dos hermanos gritaron:

—¡Derrick, Erik y Merrick! Sirvientes de Merlín.


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Hubo una breve pausa antes de que la voz respondiera.

—En ese caso podéis pasar —dijo.

Los trillizos cruzaron el puente corriendo, y no se detuvieron hasta estar


a salvo al otro lado.

Varian frunció el entrecejo, sin entender a qué podía venir semejante


miedo por parte de los trillizos cuando no había nada tan amenazador en el
puente.
La niebla se espesó alrededor de Blaise y pareció tragárselo.

—¿Y tú quién eres?

—Soy Blaise, hijo del penmerlín Emrys.

La niebla retrocedió hasta que la luz reveló los contornos de la silueta de


Blaise. Sus largos cabellos de un rubio casi blanco se agitaron alrededor de
sus hombros por unos instantes antes de que volvieran a quedar inmóviles.

—Sé bienvenido a nuestro dominio, hijo de Merlín —pronunció la voz.

Blaise avanzó, y entonces se detuvo para volver la mirada hacia Merewyn.

La niebla volvió a espesarse alrededor de ella, como si la estuviera


acariciando.

—¿Y vos quién sois, señora?

Ella se removió nerviosamente, como si la niebla la hiciera sentirse


incómoda.

—Soy Merewyn de Mercia. No sé nada de Merlín aparte de las leyendas


que la gente cuenta sobre él, pero soy amiga de Blaise y de los demás. Y
viajo con la pequeña gárgola llamada Beau. Todavía no puede hablar, pero es
incapaz de hacer daño a nadie.

—Entonces podéis pasar también.


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Merewyn le dirigió una sonrisa a Varian antes de extender la mano para


volver a coger la suya.

Varian avanzó con ella, sólo para encontrarse con que alguna energía
invisible le cortaba el paso. Esa misma cosa les separó las manos y empujó a
Merewyn hacia delante pese a los esfuerzos de ella por resistirse.

—¡Varian! —gritó Merewyn, mientras ella y Beau eran empujados a través


del puente.

Él le dirigió una inclinación de cabeza mientras esperaba a que el demonio


lo interrogara.

—¿Y a quién más tenemos aquí? —inquirió la voz.

—Soy Varian du Fay, caballero de Arturo. —El vendaval caliente lo azotó


con tanta fuerza que Varian temió que pudiera tirarlo al suelo. El hedor a
azufre y fuego era tan penetrante que apenas le dejaba respirar.

—¡Traidor!

Varian se tensó cuando por fin consiguió identificar la voz que lo acusaba.

—¿Sagremor?

La niebla se aclaró para mostrarle la imagen de un caballero que llevaba


muchos siglos muerto. Sagremor había sido otro de los caballeros de la
Mesa Redonda y había muerto en aquel puente, haciendo frente a Mordred
antes de que Arturo llegara.

Sagremor había sido el primero en darle la espalda a Varian cuando éste


fue hacia Arturo para ser nombrado caballero. Pero no antes de que hubiera
escupido en el suelo frente a sus pies.

Ahora Sagremor volvía a condenarlo. Su armadura gris no proyectaba


reflejo o luz alguna en la oscuridad. Pero sus ojos ardían con una llamarada
rojiza a través de la ranura de su yelmo.
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—¿Cómo osas llamarte caballero de Arturo cuando ni siquiera estuviste


dispuesto a defenderlo?

Varian arrugó los labios.

—Tú no sabes nada de mis lealtades.

—No, pero sé de tu cobardía —dijo Sagremor, al tiempo que desenvainaba


su espada.

—¡Varian, no! —gritó Merewyn—. ¡No le hagas nada!

Para sorpresa de Varian, Merewyn llegó al extremo de coger una piedra


para arrojarla contra la espalda de Sagremor, pero el proyectil rebotó en su
armadura sin hacerle ningún daño.

Sagremor extendió la mano y respondió al ataque de Merewyn con un rayo


mágico que la hizo rodar por el suelo. Un estallido de rabia vibró en cada
molécula del cuerpo de Varian mientras desenvainaba su espada y cargaba
contra el caballero.

—¡No te atrevas a hacerle daño!

Sagremor giró en redondo, y el impacto del terrible mandoble que


descargó sobre Varian reverberó a través de su cuerpo una fracción de
segundo después de que hubiera invocado a su armadura negra. Si aquel
combate tenía que acabar con él muerto, al menos antes vendería su vida lo
más cara posible.

Merewyn golpeó con el puño el muro invisible que la mantenía alejada de


los dos combatientes.

—¡Blaise! —gritó, volviendo la cabeza para mirarlo por encima del


hombro—. Haz algo.

—¿Como qué?

—Detenlos.

La mandrágora avanzó para golpear el muro con los puños.


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—Me temo que mis esfuerzos van a ser tan poco efectivos como los tuyos.

Uniéndose a su causa, Beau se estrelló repetidamente contra el muro.


Pero nada de cuanto hizo la pequeña gárgola afectó al campo mágico.

Con un gruñido de frustración, Merewyn apoyó las manos en el muro y vio


cómo Varian se agachaba para esquivar un mandoble, antes de erguirse
rápidamente para asestarle una patada en la espalda a Sagremor. Luego
lanzó un mandoble contra la cabeza de Sagremor, sólo para que el caballero
alzase su espada en un movimiento lateral que detuvo el ataque. Sagremor
hizo a un lado la hoja de Varian y atacó desde abajo, pero Varian se apartó
haciendo una rápida finta a la derecha y lanzó una estocada hacia la pierna
de su enemigo. Sagremor levantó el pie y descargó un rodillazo sobre el
pecho de Varian, para luego asestar un mandoble hacia abajo que pretendía
atravesarle la espalda. Varian alzó su espada con el tiempo justo para
detener el ataque.

Empujó a Sagremor, y la fuerza del empellón hizo que el caballero chocase


con el muro.

—¡Sagremor! —La voz masculina carente de cuerpo vibraba de ira.

El caballero alzó la mirada hacia el cielo gris.

—¿Mi señor?

—Apártate de la criatura mágica y déjala pasar.

—Pero...

—Nada de peros. Haz lo que te digo.

Varían se hizo a un lado y dirigió una mirada suspicaz a Blaise, que se había
puesto lívido.

Merewyn supo instintivamente a quién pertenecía aquella voz.

—¿Merlín?

Blaise asintió con un movimiento casi imperceptible de la cabeza.


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Los ojos de Sagremor destellaron con un fulgor rojizo antes de que se


esfumara en una nube de vapor.

En un primer momento Varían no se movió. Lo que hizo fue aguzar el oído


por si a Sagremor se le ocurría acometerlo por detrás. Después de un
minuto sin que pasase nada, se sintió lo bastante seguro para iniciar su
titubeante avance hacia Merewyn y Blaise, que seguían de pie detrás del
muro invisible.

Pero éste no se disipó cuando fue hacia él. Varian clavó la mirada en los
tristes ojos ambarinos de Merewyn. Para tratar de tranquilizarla, extendió
la mano hasta ponerla sobre el punto del muro donde ella tenía apoyada la
suya, pero siguió sin sentir el calor de su contacto. Mantuvo la espada
empuñada en la mano derecha mien tras alzaba la mirada hacia el lúgubre
cielo.

—¿Merlín? —llamó—. No puedo salir del puente.

Las palabras apenas habían brotado de sus labios cuando sintió una ráfaga
de aire a la que siguió la sensación de la mano de Merewyn sobre la suya
apretándosela como si temiera que algo volviera a arrebatárselo.

La sensación reconfortó inmensamente a Varían, y volvió a preguntarse


qué podía estar pasándole para que de pronto fuera capaz de sentir
semejante clase de emociones. Si los demás no hubieran estado
observándolos con tanta atención, se dijo que hasta le habría besado la
mano. Pero como sabía que no apartaban la mirada de ellos, se limitó a seguir
adelante con Merewyn junto a él.

Beau trinó alegremente y le abrazó la pierna cuando Varian pasó junto a


ellos. Debían de ser una visión de lo más extraña.

Y conforme se aproximaba al final del puente, el gris se levantó del


paisaje. Fluyó rápidamente hasta que todo se llenó de verdor. Por primera
vez desde que habían pasado al otro lado, Varian pudo oír los sonidos de
insectos y pájaros.

Merewyn se detuvo, asombrada ante la impresionante hermosura que veía


a su alrededor.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.


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—Aquí siempre hay verdor —dijo Derrick—. Merlín mantiene lúgubre el


exterior para que Morgana no sepa que ya no se encuentra atrapado en su
prisión.

Varian no lo entendía.

—¿Por qué sigue aquí?

Derrick se encogió de hombros.

Varian miró a Blaise en busca de una explicación, pero la mandrágora le


fue de tan poca ayuda como Derrick.

—Nunca he entendido cuál puede ser su motivación para nada de lo que


hace —se limitó a decir.

—Pues yo me alegro de que se encuentre aquí—dijo Merewyn en voz baja—


. Dados los poderes de que dispone, no necesitaría esforzarse demasiado
para transportarnos hasta Avalón, ¿verdad?

Varian rió nerviosamente.

—Éste es el momento en que debo recordarte que hasta ahora todo ha


sido bastante difícil. Me cuesta creer que eso vaya a cambiar ahora.

Merewyn lo taladró con la mirada.

—Ten fe, Varian.

Él la miró y sacudió la cabeza. ¿Cómo era posible que Merewyn aún fuese
capaz de tener fe en algo después de haber pasado tantos siglos con
Narishka? Pero mientras la miraba, descubrió que una parte de sí mismo de
cuya existencia él nunca había sido consciente hasta entonces quería creer
en su fe. Creer en Merewyn.

Negándose a pensar en eso, miró a los trillizos.

—¿Cuánto nos falta para llegar hasta Merlín? —les preguntó.

—No mucho. Unas cuantas horas.


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—¿Merlín? —llamó Varían, sin obtener otra respuesta que los gritos de los
pájaros que alzaban el vuelo.

—No te hablará si lo llamas —dijo Merrick en un tono irritado—. No le


gusta que le hagan preguntas. Tendremos que comparecer ante él si quieres
una audiencia.

Varían soltó un juramento. Desgraciadamente, era justo la clase de


conducta que se podía esperar del hombre que él recordaba.

—Siempre fue un bastardo con el que no había manera de razonar—dijo.

—Eh, que estás hablando de mi padre.

Como si eso importara.

-¿Y?

Blaise se encogió de hombros.

—Digamos que he sentido la necesidad de recordártelo.

Varían suspiró cansinamente antes de que los trillizos volvieran a ponerse


en movimiento. Ninguno de ellos dijo gran cosa mientras viajaban. Los
trillizos más bien parecían estar buscando algo con la mirada, lo que hizo que
tanto Varían como Blaise mantuvieran los ojos bien abiertos en busca de lo
que fuese que los ponía tan nerviosos.

—¿Deberíamos estar preocupados? —preguntó Merewyn pasado un rato,


formulando en voz alta la pregunta que nadie parecía atreverse a hacer.

—Siempre —resopló Merrick—. ¿O es que todavía no te has dado cuenta?

Blaise miró a Varían y sonrió maliciosamente.

—Suena como si Merewyn no fuese la única que se cayó en un pozo de la


desesperación.

—Sí —rió Varían—, pero al menos ahora aquí tenemos un poco de sol.
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—Cierto, muy cierto.

Merewyn los oyó intercambiar bromas mientras ella y Beau cerraban la


marcha. Caminaron durante horas, y a medida que transcurría el tiempo
empezó a sentirse cada vez más rara. No lograba identificar la sensación.
Era como si tuviera el estómago revuelto y, al mismo tiempo, en realidad no
le ocurría nada malo.

No fue hasta que se pasó la mano por el pelo y, al apartarla, vio el mechón
que se le había quedado entre los dedos cuando se le escapó un grito de
consternación.

Los hombres se detuvieron y se volvieron para mirarla.

Merewyn contempló los oscuros rizos que le envolvían los dedos y se


horrorizó.
—Estoy convirtiéndome otra vez en un adefesio, ¿verdad?

Merrick y Derrick se apresuraron a apartar la mirada. Los ojos de Blaise


estaban llenos de compasión, pero ni siquiera él se atrevió a decirlo en voz
alta.

Varían se limitó a asentir con la cabeza.

La desesperación se apoderó de Merewyn y los ojos se le llenaron de


lágrimas. Pero contuvo el llanto. Ella tenía demasiado temple para echarse a
llorar. Sí, de veras.

¿Qué era la belleza, de todas formas?

«Libertad...»

Merewyn acalló esa voz interior mientras Beau le acariciaba la pierna


suavemente. Era demasiado esperar que Narishka no decidiera castigarla.
Debió suponer que la crueldad de su señora la impulsaría a hacer
precisamente aquello.

—Por favor, Beau —dijo, y se le quebró la voz por el esfuerzo de


contener las lágrimas—. Quiero estar sola.
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La pequeña gárgola hizo un ruidito de pena antes de ir hacia Blaise, quien


tomó una de sus extremidades rocosas en la mano. Los ojos violeta de la
mandrágora brillaban por la congoja.

Los trillizos, Beau y Blaise se retiraron, mientras Varían iba hacia ella con
una expresión solemne en el rostro. Le puso cariñosamente la mano en la
mejilla y sus ojos verdes la abrasaron con el fuego de la amistad.

—No pienses en ello, Merewyn —le dijo

Aquello bastó para liberar el llanto que ella había estado conteniendo
hasta ese momento. Las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras sentía
que la bondad de él la abrasaba como el fuego de una llama invisible. Ella no
se la merecía.

—No quiero volver a ser un adefesio. —Puso la mano sobre la de él y se la


apretó contra la mejilla—. Por favor, Varian. Muéstrame un poco de
clemencia. Mátame.

Sintió que los dedos de él se tensaban bajo los suyos al tiempo que una
chispa de furia brillaba en sus ojos.

—No te atrevas a decirme eso —dijo Varian—. No puedes darle esa


victoria a mi madre.

—¿Qué victoria? Narishka me destruyó hace mucho.

—No te destruyó. Has sobrevivido a su crueldad.

—¿Con qué fin? ¿De qué me sirve mi libertad cuando nadie me mirará?

—Yo te estoy mirando, Merewyn. Te veo.

Ella tragó saliva ante su sinceridad. Ante la bondad con que la tocaba. Le
apretó la mano antes de bajársela de la cara y sostenerla entre las suyas.
Con el corazón lleno de pena, contempló la fortaleza de aquella carne
bronceada por el sol. Las cicatrices que le cubrían los nudillos. Las manos de
Varian eran grandes y fuertes. Varoniles.

Nunca volvería a tener la ocasión que tenía ahora.


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—Ya sé lo que piensas acerca de esto, Varian, pero quiero pedirte un


favor.

—No te mataré.

—Entonces hazme el amor.

Aquella petición tan inesperada lo dejó helado.

-¿Qué?

—Antes de que haya vuelto a ser completamente fea. Antes de que


Narishka me robe otra porción de mi alma. Hazme el amor, y no me quitaré
la vida. Dame una razón para combatir a Narishka.

—¿Y piensas que te bastará con eso?

—Por favor, Varian. Quiero saber, sólo por una vez, qué se sienle al ser
abrazada por alguien. Muéstrame lo que son el cariño y la intimidad para que
así pueda aferrarme a ellos y luchar por ellos.

Varian estaba horrorizado y, al mismo tiempo, era consciente de que no


podía negarle lo que pedía. Merewyn tenía razón. Siendo un adefesio, nadie
la tocaría. Su madre se había asegurado de que así fuera.

—No te pediré nada más —continuó ella—. Lo prometo. Luego podrás


apartarte de mí como hacen los demás.

Varian no hubiese sabido explicar por qué, pero dudaba de que pudiera
hacerlo. Tanto si quería admitirlo como si no, había una parte de él que
parecía formar parte de Merewyn.

Tratando de consolarla, le subió las manos hacia sus labios y besó la palma
de cada una. Ya habían empezado a perder su belleza. Todavía no estaban
deformadas y llenas de bultos, pero ya no eran tan largas y llenas de gracia
como lo habían sido durante la mañana.

Miró hacia donde habían desaparecido los demás. No había ni rastro de


ellos.

Con el corazón abrumado por la pena, miró de nuevo a Merewyn.


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—No mereces ser poseída a la vista de todos como una ramera adoni —
dijo.

Ella se pasó la lengua por los labios antes de llevarle la mano hacia su
pecho.

—No me atrevo a esperar. Narishka podría volver a hacerme repugnante


en cualquier momento, y no quiero que me veas así. Quiero tener esto como
una mujer que es hermosa a tus ojos.

—Tú siempre has sido...

—¡No digas eso! —lo cortó ella furiosamente—. No te atrevas a decirme


que me encontrabas hermosa cuando sé que eso es mentira. No quiero que
me tomes con la piedad en tu corazón. Quiero saber que me deseas.

Varian sintió cómo se le endurecía el pezón a través de la delgada tela de


su vestido. Ese contacto tan insignificante bastó para que una súbita
llamarada de calor le inflamara la ingle.

La deseaba. No había manera de negarlo.

Y como si no bastara con eso, entonces ella bajó la mano hasta que sus
dedos tomaron delicadamente su virilidad. El miembro de Varian se puso
todavía más rígido de lo que estaba, y la erección hizo que todos los
argumentos de que disponía él se batiesen en retirada. Ya no podía pensar
en nada que no fuese la dulzura de los labios de ella.

Merewyn no estaba preparada para la ferocidad con que la besó él


después de estrecharla entre sus brazos y apretarla contra su pecho. Sintió
cómo el corazón de Varian palpitaba frenéticamente contra el suyo mientras
él le exploraba la lengua con la suya. Cerrando los ojos, inhaló el cálido
aroma de su cuerpo. Éste era el momento que llevaba toda la vida esperando.

Llena de anhelo, le subió el jubón para pasar las manos por sus esbeltos
músculos. Su piel era suave y estaba surcada por un sinfín de cicatrices.
Consumida por la impaciencia, Merewyn se apartó de los labios de él para
subirle el jubón de manera que pudiese admirar la perfección de su cuerpo.
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Varian se pasó el jubón por la cabeza y lo arrojó al suelo. Merewyn titubeó


cuando vio la quemadura de la marca de Lancelot sobre su hombro. Extendió
una mano vacilante hacia ella mientras trataba de imaginar el dolor que
habría tenido que sentir él cuando era niño. Cada pieza del emblema del grial
estaba ahí, incluso las palabras latinas que decían: «Esse Quam Videri.» Ser
antes que
aparentar.

Él era lo que aparentaba. No había falsedad alguna en aquel hombre.


Deseosa de consolarlo, Merewyn se inclinó hacia delante hasta que pudo
poner los labios sobre la marca.

Varian se estremeció cuando sintió que ella posaba los labios sobre su
carne. Ninguna mujer había tocado aquella cicatriz antes. Cuando tomaba a
una amante, siempre recurría a su magia para ocultar las imperfecciones de
su cuerpo. Las cicatrices, los verdugones. Los símbolos del grial, en primer
lugar y por encima de todo. Pero eso era algo que no podía hacer con
Merewyn. Ahora se hallaba desnudo ante ella de un modo en que nunca lo
había estado antes.

Y precisamente por eso, comprendió qué era lo que hacía que aquello fuese
tan importante para ella. No había nada peor que mirar el rostro de la
persona con la que te disponías a hacer el amor y ver compasión. O
repugnancia.

Varian dejó escapar un siseo ahogado cuando ella puso la lengua encima de
la marca y se la apretó suavemente antes de besarla, para luego hacerla
bajar lentamente hacia su pezón atravesado por la cicatriz. Sintió que todo
su cuerpo palpitaba con una intensa vibración mientras ella lo lamía
delicadamente. Estaba tan impaciente por poseerla que necesitó apelar a
toda su fuerza de voluntad para permanecer inmóvil y no acostarla en el
suelo.

Pero lo que se pretendía lograr con aquello no era enfriar el fuego que le
abrasaba la sangre. Se trataba de que Merewyn pudiese tener un recuerdo
que mitigase su dolor. Uno que le hiciera la vida un poco más tolerable.

Él iba a ser el primer hombre que le hiciera el amor, y lo más probable


era que también fuese el último. Varian debía tenerlo presente en todo
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momento. Y precisamente porque se trataba de ella, quería que el recuerdo


fuera perfecto.

Merewyn gimió al sentir el sabor de la piel salada de él, al notar su carne


bajo los dedos. Varian era el hombre más hermoso que había visto nunca.

Y cuando él se apartó, ella alzó la mirada, temerosa de que hubiera


cambiado de parecer. Pero entonces él la tomó en sus brazos y se adentró
en los bosques, tomando la dirección opuesta a la que habían seguido los
demás. Ella lo miró con ceño.

—Quiero que esto sea únicamente entre tú y yo —le dijo Varian—. A


diferencia del pueblo de mi madre, no actúo para un público.

Ella sonrió ante su bondad mientras él la llevaba a un lugar en el bosque


donde estarían al abrigo de cualquier mirada. Varian le quitó la capa de los
hombros antes de acostarla suavemente en el suelo.

«Esto realmente está sucediendo...»

Merewyn se disponía a dar el primer paso por un camino del que luego ya
no habría escapatoria posible. Pero era lo que deseaba. Quería pasar unos
instantes con un hombre para poder conocer al fin esa sensación tras la que
corrían Morgana y toda su corte.

Quería entender la belleza que encerraba el compartirse a sí misma con


otra persona.

Con ese pensamiento en su mente, se desató los cordones del vestido y


dejó que cayera al suelo.

Varían sintió que el aire huía de sus pulmones cuando Merewyn se desnudó
a su hambrienta mirada. Aunque estaba un poco delgada para su gusto,
seguía siendo la visión más hermosa que hubiera contemplado nunca
mientras la veía quitarse los zapatos con un par de puntapiés.

Y cuando ella extendió las manos hacia los cordones que cerraban sus
pantalones, Varían sintió que el corazón empezaba a latirle tan fuerte que su
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palpitar ahogó cualquier otro sonido. Merewyn le aflojó la cinturilla de los


pantalones lo suficiente para poder meter la mano dentro de ellos y tocarlo.
Varían sintió que le daba vueltas la cabeza. Apretándole la mano contra su
miembro, se meció lentamente contra la palma de su mano, deleitándose con
la sensación de su delicado contacto.

Merewyn se relamió los labios al sentir la dureza aterciopelada de su


virilidad. Con las mejillas encendidas por un súbito rubor, alzó la mirada
hacia él para contemplar sus ojos. La expresión de lacer que vio en el rostro
de Varían hizo que se sintiera mareada.

Pero ella quería más que eso. Quería averiguar a qué sabía él. Qué se
sentiría al ser tocada por...

Varian frunció el entrecejo cuando los ojos de ella descendieron hacia su


cintura antes de bajarle los pantalones. Fue a quitarse las botas, pero antes
de que pudiera hacerlo, vio que Merewyn se arrodillaba ante él.

No iría a...

Varian contuvo la respiración en una deliciosa espera mientras ella


acariciaba lentamente la espada de su virilidad desde la empuñadura hasta
la punta. Con una expresión de curiosidad le examinó el cuerpo de forma muy
parecida a como habría podido hacerlo un científico. Al menos hasta que le
puso un dedo sobre la punta del miembro, que ya había empezado a rezumar.

Merewyn le pasó los dedos por la punta del miembro antes de llevárselos a
la boca.

El placer de verla mientras lo saboreaba de aquella manera fue tan intenso


que poco faltó para que lo hiciera correrse. Merewyn le buscó la mirada con
la suya antes de bajar la cabeza e inclinarse hacia delante.

Varian sintió que el aire huía de sus pulmones en un jadeo ahogado cuando
ella lo tomó poco a poco en su boca, un lento centímetro tras otro, mientras
hacía girar la lengua alrededor de su miembro. Enterró la mano en su pelo,
con mucho cuidado de no hacerle daño mientras ella le lamía el miembro con
un cuidado infinito, sometiéndolo a una deliciosa tortura de placer.

Aquello lo obligó a apelar a toda su fuerza de voluntad para no arremeter


contra la boca de Merewyn mientras ella se tomaba su tiempo en
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saborearlo. Pero fue una auténtica agonía. Desesperadamente necesitado


de saborearla también, Varian se echó atrás.

Merewyn frunció el entrecejo.

—¿He hecho algo mal?

—No. —Varian literalmente se arrancó las botas y los pantalones antes de


tenderse sobre la capa y tirar de las manos de Merewyn para dejarla
acostada encima de él. La besó profundamente mientras le exploraba las
manos con el cuerpo. Merewyn gimió contra sus labios cuando él introdujo
lentamente la mano en la hendidura de su sexo. Luego la sacó con una tierna
sonrisa. Poniéndola de lado, la besó lentamente desde los labios hasta los
pechos.

Ella gimió mientras él trazaba círculos con la lengua alrededor de sus


pezones hinchados, moviéndola de atrás adelante en un ritmo que hizo
estremecerse todo su cuerpo. Hubo una súbita erupción de humedad, y
Merewyn sintió que un delicioso temblor la recorría de pies a cabeza. Una
risa ahogada retumbó dentro de su pecho cuando él bajó la mano para
explorarla más a fondo.

Metió un dedo profundamente dentro de ella mientras seguía lamiéndole


el pecho. Sosteniéndole la cabeza contra su cuerpo, ella separó las piernas
para ofrecérsele.

Merewyn nunca había experimentado una sensación tan increíble como la


de la caricia combinada de los dedos y la lengua de Varian.

Al menos no hasta que algo que no parecía pertenecerle se rompió de


pronto en su interior. Oleadas de intenso placer se propagaron por todo su
cuerpo. Toda ella se estremeció mientras un alarido se le escapaba de los
labios.

Y Varían siguió jugando con ella, arrancándole todavía más placer. Cuando
el cuerpo de Merewyn empezó a apaciguarse, él se irguió para dirigirle una
sonrisa.

—Eso, mi señora, era vuestro primer orgasmo —le dijo.


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3º LOS SEÑORES DE AVALON

—¿El primero?

Él continuó introduciendo y sacando delicadamente los dedos del sexo de


Merewyn, moviéndolos en un ritmo lleno de magia que no tardó en hacer
crecer un nuevo calor dentro de ella.

—Sí —dijo—, y te prometo que tendrás muchos más antes que haya
terminado contigo.

Y con ese juramento, empezó a dejar un sendero descendente de besos a


lo largo del cuerpo de ella. Luego rotó en redondo para colocarse entre sus
piernas y la tomó con su boca.

Merewyn tragó aire con un jadeo ahogado al tiempo que arqueaba la


espalda, y sintió que la lengua de Varían se adentraba todavía más
profundamente en su sexo. Toda ella se estremeció cuando encontró un
punto sensible. Deseosa de darle hasta la última partícula de lo que él le
estaba dando a ella, extendió la mano para acariciarle el miembro.

Él se sintió desfallecer por un segundo antes de reanudar lo que le estaba


haciendo.

Cerró los ojos mientras se dedicaba a saborearla. Ella todavía estaba un


poco pegajosa debido al orgasmo que acababa de tener, pero él nunca había
paladeado nada mejor. Merewyn nunca se había corrido por otro hombre.
Varían podía sentir y paladear su virginidad. Ningún hombre había conocido
jamás aquella parte de ella.

Sólo él.

Y cuando ella volvió a cerrar los labios alrededor de su miembro, Varían


estuvo a punto de gritar de placer. Había algo increíble en el hecho de estar
con Merewyn.

Por primera vez en su vida, no estaba con una desconocida. Estaba con una
mujer que conocía su brutal pasado. Una que no veía en él a un desconocido
que sólo estaba de paso. Ellos dos eran algo más que eso.

Y ahora además eran amantes...


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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Merewyn gimió ante el sabor salado de Varian mientras lo tomaba todo lo


dentro de su boca que pudo. Le pasó la mano por la espalda, y luego la bajó
hasta las caderas primero y hasta los pelitos de sus piernas después. Quería
devorarlo. Mantenerlo así junto a ella durante todo el tiempo que le quedara
de vida.

Pero no debía pensar en semejante disparate. Un hombre como Varian


nunca tendría suficiente con una sola mujer, fuera la que fuese. Tenía
demasiado de adoni para eso.

Aun así, Merewyn se alegraba de que él hubiera sido su primer hombre.


Estaba segura de que nadie podría haber sido más cariñoso o atento con
ella.

Varian se negó a apartarse cuando la sintió estremecerse convulsivamente


contra él. Quería pasar el resto de su vida haciéndole sentir lo que estaba
sintiendo en aquellos instantes. Sintiendo las uñas de ella clavadas en su
piel mientras el más delicioso de los siseos se le escapaba de los labios.

Cuando Merewyn volvió a extender la mano hacia su miembro, él la detuvo.

—Haz eso en este preciso instante, y seguirás siendo virgen —le dijo con
la voz ronca.

—No te entiendo.

Él le dio un largo y apasionado lametón que la hizo estremecer.

—Si me corro ahora, cariño, cierta parte de mí tardará un rato en volver a


estar a la altura de las circunstancias.

Un suave rubor se extendió por las mejillas de ella.

Con una sonrisa, él le tomó la cara entre las manos antes de atraer sus
labios hacia los suyos para darle un beso. Saboreó la deliciosa dulzura de
aquella boca, la sensación de la lengua de ella explorando la suya mientras se
daba la vuelta para quedar acostado sobre la espalda.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Merewyn estaba disfrutando inmensamente de su beso cuando Varían


empezó a guiarle las caderas. Pudo sentir la dura punta del miembro de él
contra el núcleo de su feminidad.

Retrocedió para bajar la mirada hacia él.

—Ésta es tu última oportunidad de escapar —jadeó él.

—Muéstramelo.

Él la mantuvo cautiva con la mirada mientras la deslizaba lentamente hacia


abajo sobre su miembro. Merewyn tragó aire ante la sensación,
completamente nueva para ella, del cuerpo de Varían invadiendo el suyo.
Para su sorpresa, la penetración vino acompañada por una sensación de
quemadura cuando él le atravesó la virginidad.

Varían se quedó inmóvil como si percibiera el dolor de ella.

—Respira profundamente —le dijo.

Ella obedeció, y afortunadamente eso le fue de una gran ayuda mientras él


continuaba penetrándola. Cuando su miembro hubo quedado enterrado hasta
la empuñadura, la mantuvo inmóvil encima de él.

Merewyn no podía respirar mientras lo sentía en lo más profundo de ella.


Tenerlo allí era tan extraño. Él le rodeó tiernamente los pechos con las
manos antes de besarla delicadamente en los labios.

—Esto es para ti, Merewyn. Muévete cuando estés lista.

Armándose de valor para hacer frente al nuevo dolor que sentiría, ella se
elevó un par de centímetros. La sensación de quemadura siguió presente,
pero ahora mucho menos intensa que antes. Cuando él bajó la cabeza para
chuparle los pechos, prácticamente se esfumó.

Alentada, Merewyn empezó a moverse cada vez más deprisa.

Varían se mantuvo completamente inmóvil mientras dejaba que ella fuera


encontrando su ritmo. Al principio la sintió titubear, pero poco a poco
empezó a mecerse contra él con más fuerza. Asombrado por la pasión de
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que parecía ser capaz aquella mujer, Varían la contempló con los ojos
entornados. Merewyn era increíble.

Cuando le pareció que había logrado ajustarse a él, Varian subió un poco
las caderas para penetrarla más profundamente. La oleada de placer que le
atravesó el cuerpo fue tan intensa que le arrancó un gruñido.

Poniéndole las manos en las caderas, siguió elevándose al tiempo que ella
bajaba sobre él. Con la respiración súbitamente acelerada, sintió que algo
completamente nuevo se infiltraba en su interior.

Durante toda su vida, Varian había creído que poseer una y otra vez a la
misma mujer no tardaría en volverse aburrido.

Pero Merewyn estaba tan llena de pasión y curiosidad que dudaba de que
ningún hombre pudiera llegar a aburrirse nunca de ella.

Era raro encontrar una mujer, por no hablar ya de una virgen, dotada de
un apetito tan intenso. Si no fuera porque la conocía, habría pensado que
Merewyn era en parte adoni.

Tomándole la mano y entrelazando sus dedos con los suyos, Varian sintió
crecer el placer. Pero lo mantuvo a raya hasta que ya no pudo aguantar por
más tiempo.

Merewyn sintió que él le apretaba la mano con más fuerza antes de oírlo
gritar. Vio el éxtasis en el rostro de Varian mientras se estremecía debajo
de ella. Luego él arqueó la espalda, penetrándola todavía un poco más antes
de quedarse completamente inmóvil.

Ella pudo sentir la explosión de placer que lo sacudió. Respirando con


jadeos entrecortados, Varian se relajó debajo de ella al tiempo que su
cuerpo se retiraba poco a poco. Ella se inclinó a su lado y esperó que la cosa
acabara ahí.

Pero no acabó. Varian la tomó en sus brazos y la besó suavemente en la


mejilla antes de separarle los labios y volver a saborear su boca.

—¿Estás bien? —preguntó.


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—¿Ha sido como tú esperabas?

—No —dijo ella, pegándose a él mientras lo sentía ponerse rígido de nuevo


junto a ella—. Ha sido mucho mejor.

Varian sintió que se le hacía un extraño nudo en la garganta al oírle decir


aquellas palabras. No sabía por qué lo conmovían tanto, pero el caso era que
lo hacían. Profundamente. Enterró la mano en los suaves cabellos de
Merewyn antes de besarle la frente. Tenían que levantarse de allí y alcanzar
a los demás antes de que se les ocurriera regresar en su busca.

Pero él no quería moverse. Lo único que quería era quedarse así con ella,
por toda la eternidad.

Pensó que ojalá pudiera hacerlo.

—¿Varian?

-¿Sí?

—¿Hay algún lugar al que puedas llevarme donde no vayan a reírse de mí


por mi deformidad?

Oírla decir aquello lo llenó de dolor.

—Te doy mi palabra, Merewyn, de que siempre te mantendré a salvo. —


Pero mientras lo decía, se preguntó si le sería posible hacer honor a ese
juramento cuando en el pasado siquiera había podido hacer callar a los que
se mofaban de él. ¿Cómo se las iba a arreglar para mantenerlos alejados de
ella?

Pero, mientras yacían estrechamente abrazados sobre el suelo del bosque


y él sentía el calor del cuerpo de Merewyn contra el suyo, supo que
encontraría alguna manera de cumplir su promesa.

Ya le habían hecho bastante daño, y hoy ella le había dado un momento de


paz como él nunca había conocido antes.

—Nadie volverá a burlarse de vos, mi señora —le dijo.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?


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Varian quería mentirle, pero a ella ya le habían dicho suficientes mentiras


en su vida. No contribuiría a aumentar la lista de los que la habían
traicionado.

—No lo sé. Pero encontraré la forma de evitarlo.

Merewyn sintió que se le hacía un nudo en la garganta al oír el juramento


de Varian. Su madre era implacable, no se detendría hasta que Varían fuera
su esclavo y Merewyn fuese todavía más horrenda de lo que había sido
antes.

Le hubiese dicho que debía tener fe, pero en aquel momento ni siquiera a
ella le era fácil tenerla.

—¿Merewyn? —Ella se envaró al oír la voz de Blaise—. ¿Varian?

Su breve interludio de amor había terminado.

—Ya vamos —gritó Varian. De alguna manera misteriosa hizo aparecer un


pañito y se lo tendió a Merewyn—. Dadnos un minuto.

Ella lo usó rápidamente para asearse antes de que Varian la ayudara a


vestirse. Luego se detuvo a mirarse las manos, que de pronto se habían
vuelto de un gris sucio.

Varian se las cubrió con la suya.

—No pienses en ello.

¿Cómo podía no hacerlo?

—¿Crees que Merlín podría ayudar? —preguntó ella—. Quizá pueda


contrarrestar el hechizo de Narishka.

Una sombra de pena cruzó por los ojos de él antes de que sacudiera la
cabeza.

—Un hechicero nunca puede deshacer el hechizo arrojado por otro —


contestó—. Puedes alterarlo en cierto modo, pero nunca eli minarlo del todo.
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—¿Alterarlo cómo?

—Convirtiéndote en un patito feo o en una yegua poco agraciada.

—¿No podría al menos hacer desaparecer una parte de mi deformidad?

—No. Si lo intentara, sólo conseguiría empeorar las cosas. Incluso podría


matarte.

Vista su situación actual, Merewyn pensó que eso tampoco sería tan
terrible. Preferiría estar muerta que tener que regresar a su antigua
existencia.

Varian se puso los pantalones y las botas. Ambos necesitaron unos


instantes para acordarse de que su jubón había quedado olvidado en el
sendero. Cuando fueron a recogerlo, encontraron a Blaise sosteniéndolo con
una expresión de curiosidad.

—Creía que estabas ciego —gruñó Varian mientras le quitaba el jubón de


las manos a la mandrágora.

—Como no tapes pronto ese cuerpo tan horrendo que tienes, perderé la
poca vista que me queda.

Varian le dirigió una mueca antes de pasarse el jubón por la cabeza y


atarse los cordones.

—¿Debería preguntar qué estabais haciendo? —dijo la mandrágora.

Varian le lanzó una rápida mirada de soslayo a Merewyn antes de


responder.

—No si quieres seguir respirando.

—En ese caso no lo preguntaré. —Blaise se volvió hacia ella y se quedó


helado. Su rostro se vació de toda expresión.

Merewyn conocía demasiado bien aquella reacción. Era la misma que


siempre le había mostrado Blaise en el pasado. Una de cuidadoso vacío para
evitar ofenderla.
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—Vuelvo a ser la de antes, ¿verdad? —dijo ella.

—No —dijo Varian en voz baja—. Ahora no es tan terrible.

No tan terrible. ¿Se suponía que eso debía consolarla? Incapaz de


soportarlo, Merewyn se envolvió en la capa y se subió la capucha para que
nadie pudiera verla.

«Recuperaré mi hermosura. No sé cómo, pero la recuperaré.»

Varian le apretó el brazo suavemente.

—Vamos, Merewyn.

—Id vosotros primero —les dijo ella—. Quiero estar sola un rato.

Blaise frunció el entrecejo.

—¿Estás segura?

—Sí. Por favor. —Para su alivio, ellos hicieron lo que les pedía, y con cada
paso que daba, fue odiándose un poco más a sí misma.

«¿Merewyn?»

Merewyn titubeó cuando oyó la voz de Narishka dentro de su cabeza. Miró


a Varian y Blaise, pero ninguno parecía haber reparado en ello.

«¿Estás ahí, adefesio?»

Merewyn apretó los dientes en un rictus de amarga ira.


«Vete.»

Oyó una carcajada dentro de su cabeza.

«Así que estás ahí. Dime, ¿te gusta tu nueva apariencia?»

«Déjame en paz.»
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«Podría hacerlo. Pero si me voy, tendrás que cargar con ese aspecto para
siempre.»

Pese a su sentido común, que le suplicaba que insultara a la hechicera


adoni, Merewyn no pudo evitar sentir un súbito aleteo de esperanza en el
pecho.

«Puedo devolverte tu belleza», prosiguió Narishka.

«¿A qué precio?»

«Ya conoces el precio. Devuélveme a mi hijo.»

Merewyn sintió que el pánico le aceleraba el pulso mientras contemplaba a


Varian, que estaba bromeando con Blaise.

«No puedo», dijo luego.

«¿No puedes o no quieres?»

Antes de que pudiera responder, una terrible punzada de dolor le recorrió


la pierna. Fue tan intensa que casi la hizo rodar por el suelo. Jadeando por el
esfuerzo de mantenerse en pie, Merewyn comprendió que su joroba había
vuelto... al igual que su pierna lisiada.

Pero luego ocurrió algo todavía peor cuando uno de los brazos se le
empezó a curvar hacia el pecho, súbitamente atrofiado.

—No —dijo Merewyn con un hilo de voz, mientras avanzaba cojeando.

Varian se volvió al oír su voz. Una mirada de abyecto horror apareció en


sus ojos antes de que se apresurara a disimular su expresión y correr hasta
ella.

—Merewyn...

Ella retrocedió.

—No me toques —le dijo—. No me mires.


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Él miró a Blaise, quien la observaba con la misma expresión


cuidadosamente vacía de antes. Ver aquello le rompió el corazón. Era peor
que los labios fruncidos de otros, porque ellos la habían contemplado como a
una persona.

Ahora la compadecían.

«Puedes volver a ser hermosa —dijo Narishka en su cabeza—,Di la


palabra, Merewyn, y serás lo que fuiste.»

Ella alzó la mirada hacia Varian, quien seguía luchando por ocultar sus
emociones, y en ese instante, tomó su decisión.

Capítulo 15

Varian estaba tan desesperado por consolarla que podía sentir el anhelo
como un sabor amargo en la boca, pero Merewyn no estaba dispuesta a
permitirlo. Cada vez que él se aproximaba, ella se apartaba.

Con los rasgos contorsionados en una mueca de pena, chillaba y lo cubría


de insultos. Aun así, él sabía que la causa de su ira no era tanto él como lo
que le había hecho su madre.

—No te atrevas a tocarme mientras sé que te doy asco —decía Merewyn.

—No, Merewyn —repuso él, en un desesperado esfuerzo por hacerle


entender la verdad—, te aseguro que no me das asco. —Intentaba tocarla
sólo para que ella le apartara las manos.

Con todo, la duda era claramente visible en los rasgos distorsionados de


ella.

—¿Me crees tan idiota como para no notar la diferencia en tus ojos
cuando me miras? Veo la compasión y el disgusto que te inspiro. Ni siquiera
eres capaz de ocultarlos.
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Varian hubiese querido maldecirla por la obstinada ceguera con que


interpretaba sus sentimientos. De acuerdo, tampoco era que le inflamase las
hormonas tal como estaba ahora, pero incluso así quería tomarla en sus
brazos. Para reconfortarla. Porque a pesar de la apariencia que tuviese en
aquellos instantes, no podía negar que Merewyn había llegado a ser muy
importante para él. Y además había dado su palabra de que la mantendría a
salvo.

—No me das asco —dijo, y no estaba mintiendo.

—Deja de mentirme.

Varían intentó tomarle la cara entre las manos, pero ella se apartó de un
manotazo con tal energía que consiguió arrancarle un siseo de dolor. Cuando
se hallaba en esa forma, Merewyn tenía una fuerza increíble. Con las manos
ardiendo a causa del golpe, Varian miró a Blaíse, esperando que la
mandrágora tuviese alguna sugerencia acerca de lo que debía decir o hacer
para calmarla un poco,

Pero Blaise se limitó a encogerse de hombros mientras Merewyn se


encaminaba hecha una furia hacia el sendero, donde los hermanos y Beau
seguían inmóviles esperándolos.

Varian suspiró mientras la veía alejarse cojeando. ¿Cómo podía hacerle


entender que a él le daba igual el aspecto que pudiera tener? No era eso lo
que la había permitido entrar en su círculo. A decir verdad, no estaba
seguro de cuál era la parte de Merewyn que había logrado infiltrarse en su
corazón. Lo único que sabía era que su pena le dolía muchísimo, también. Que
incluso en su forma deformada, seguía viéndola tal como era en realidad,
como a una mujer extremadamente hermosa, sin importarle cuál fuese el
aspecto que pudiera tener.

Pero no había forma de conseguir que ella lo creyese.

¿O sí la había?

Varian apretó el paso para alcanzarla. El rostro de Merewyn rebelaba todo


el tormento y la pena que sentía.

No podía dejarla así.


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—Dime una cosa, Merewyn —le dijo tras detenerla—. Si de pronto yo


perdiese mi apostura, ¿te daría asco verme?

Ella lo miró con ceño.

—¿Qué?

Varian se señaló el cuerpo con un gesto de la mano.

—Las cicatrices que tengo por todo el cuerpo. ¿Te da asco verlas? ¿Las
encuentras repugnantes? Si mi cara recibiese un mandoble que me vaciara
una órbita y me dejara una gran cicatriz que me desfigurase las facciones,
¿nunca más querrías volver a mirarme?

Ella se pasó el dorso de la mano por sus abultados labios para quitarse el
exceso de humedad. Luego se señaló la cara, de la misma manera en que él
se había señalado el cuerpo.

—¿No te parece que esto es un poco más serio que lo que acabas de
mencionar?

—No, no me lo parece —dijo él, la voz enronquecida por el peso de su


sinceridad—. Sigues siendo lo que eras antes de esto. Tú eres lo que eres,
cualquiera que sea el aspecto que tengas.

Merewyn sintió las lágrimas en sus ojos cuando éstas llegaron de pronto e
hicieron que lo viera todo borroso, pero se negó a llorar. No le daría esa
satisfacción a Narishka.

Quería creer las palabras de Varian. Desesperadamente. Pero ¿cómo podía


hacerlo? Los hombres amaban con sus ojos. Eso ella lo sabía. Y en su actual
estado era imposible que ella lo atrajese. Nunca.

—Si me desnudase ante ti ahora —dijo ella—, ¿me tomarías?

Él no vaciló con su respuesta.

—Sí.

Ella arrugó los labios ante aquella mentira.


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—Pero no me desearías.

Él la agarró del brazo cuando Merewyn hizo ademán de alejarse. Aquellos


ojos verdes se clavaron en ella con una intensidad casi dolorosa cuando se
encendieron con una súbita llamarada de furia.

—Escúchame, Merewyn. Escúchame bien. No voy a mentirte. Esta forma


no me inspira deseos de dejarte acostada en el suelo y follarte hasta que
no podamos más. Pero no me causas ninguna repulsión. —Tomó su mano en la
suya y la llevó hasta su miembro, que había empezado a hincharse de
nuevo—. Aunque acabo de poseerte, podría volver a tomarte.

No estaba mintiendo acerca de eso. Merewyn pudo sentir cómo el


miembro se le endurecía aún más mientras Varian le apretaba la mano sobre
él. Le pareció inconcebible.

—Eres tú la que me atrae, Merewyn —añadió Varian—. No tu cuerpo o tu


apariencia.

Una lágrima corrió por la mejilla de Merewyn mientras se echaba a los


brazos de Varian. Él la rodeó con su fortaleza y ella puso la cabeza debajo
de su mentón mientras él la estrechaba entre sus brazos. Se sentía tan
segura allí. Tan deseada. Nunca había experimentado nada semejante.
Nunca había conocido a nadie como él. El calor de Varian la invadió. Él era
muchísimo más de lo que ella nunca se había atrevido a soñar.

¿Cómo alguien había podido ser tan cruel con un hombre tan bueno?

Hundió la cara en el cuello de Varian y se limitó a inhalar el olor de su piel


antes de levantar una mano para entrelazarla entre sus oscuros cabellos. Él
bajó hacia ella una mirada llena de honestidad y franqueza antes de
inclinarle lentamente la cabeza hacia la suya.

Merewyn contuvo la respiración, preguntándose si él realmente sería


capaz de responder a su beso... y justo cuando sus labios iban a encontrarse,
oyeron llegar a alguien.

Varian se apartó de ella para ver quién era.


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Frustrada, Merewyn miró más allá de él para ver a Merrick y Derríck


paralizados por el estupor detrás de ellos.

Derrick frunció el entrecejo en una mueca de disgusto cuando la vio.

—Oh, Dios mío —dijo—. ¿Qué es eso?

El rostro de Merrick mostraba idéntica repugnancia.

—¿Es que un kobold se ha comido a Merewyn?

Hasta Beau parecía tener miedo de acercársele.

Sintiendo que el corazón se le rompía en mil pedazos, Merewyn se liberó


del abrazo de Varian con un grito de consternación y echó a andar para
alejarse de allí.

—¡Merewyn! —gritó Varian mientras iba tras ella—. No les escuches.

Pero ¿cómo podía no escucharlos? Sólo decían la verdad. Ella era


horrenda. ¡Horrenda! Incapaz de hacer frente a aquella terrible verdad,
Merewyn desoyó a Varian y corrió hacia los bosques, donde casi chocó con
Blaise. La mandrágora la apretó contra su pecho para que no se cayera al
suelo. Cegada por las lágrimas, Merewyn se retorció hasta liberarse, para
continuar su loca huida a través de los árboles.

Sin ningún destino en mente, lo único que quería era escapar del dolor que
sentía en su interior. Quería alejarse de todos aquellos hombres que la
miraban como si les pareciese demasiado vil para tener derecho a respirar
el mismo aire que ellos.

Varian corrió tras ella. Temía lo que pudiera llegar a hacer en aquel
estado. Sinceramente, hubiese podido matar a los hermanos por ser tan
imbéciles. ¿Cómo podían haberla insultado así? Claro que, visto lo que hacían
en la vida antes de que Morgana los desterrara de Cámelot, estaba claro que
nunca habían sido ningunas lumbreras.

Podía oír los sollozos de Merewyn mientras corría delante de él, y para lo
deformada que estaba, era asombrosamente veloz. Agachando la cabeza,
Varian apretó el paso hasta que al fin logró alcanzarla. Aunque ella trató de
esquivarlo, Varian la cogió en brazos y la obligó a volver el rostro hacia él.
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Se quedó boquiabierto.

Volvía a ser hermosa. Perfecta.

Y eso lo aterró.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

Ella dejó de debatirse en sus brazos y bajó la vista hacia sus manos. Llena
de perplejidad, se las llevó a la cara, donde su piel volvía a ser tersa y suave.

—¿Q-q-qué? ¿Qué está pasando? —preguntó ella a su vez.

Varian entornó los ojos ante la crueldad de su madre.

—Narishka está jugando contigo —dijo.

Merewyn tragó aire con un jadeo ahogado.

—¡Esa perra! —rugió—. ¿Cómo se atreve?...

Él parpadeó al oírle usar semejante clase de lenguaje.

—¿ Estás bien ?

Merewyn clavó en él unos ojos que echaban chispas.

—¿Tú qué crees? —dijo—. ¿Cómo se atreve a jugar conmigo de esta


manera después de todos los horrores por los que me ha hecho pasar? —
Volvió la cabeza y recorrió el bosque con la mirada como si estuviera
buscando la presencia de Narishka—. Te odio, trol malvada. Ojalá murieras
atragantada con tu propio veneno.

Bueno, no cabía duda de que aquel estado de ánimo la volvía muy creativa.

—¿Te das cuenta de lo mucho que se divertiría ella si pudiera oírte?

Merewyn lo miró con una ira tal que Varian llegó a dar un paso atrás.

—No te atrevas bromear con esto —le dijo.


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—No estoy bromeando, créeme.

Con una mueca de disgusto, Merewyn se dispuso a pasar junto a él, pero
de pronto se detuvo y miró dentro del bosque.

Varian siguió la dirección de su mirada para ver a Blaise observándolos con


el entrecejo fruncido.

—¿Pasa algo? —le preguntó.

—Sólo nos preguntábamos por qué tu madre está jugando así con
Merewyn.

La pregunta no podía ser más fácil de responder.

—Porque tiene una mente muy perversa —dijo Varian.

—Es malvada —añadió Merewyn—. Hasta la médula.

Blaise no iba a discutírselo. Narishka podía ser su madre, pero Varian no


era ciego a sus defectos.

Blaise suspiró cansinamente.

—Espero que no hayas heredado sus genes, V —dijo.

—No. —Miró a Merewyn, cuya expresión dejaba muy claro lo furiosa que
estaba—. Pero te prometo que acabaremos con Narishka.

Ella sonrió desdeñosamente.

—Nunca conseguiremos acabar con ella, y rú lo sabes tan bien como yo —


sentenció—. Ha estado entre nosotros desde el principio del tiempo,
esparciendo su malicia y arruinándole la vida a la gente. ¿Qué te hace pensar
aunque sólo sea por un instante que alguno de nosotros llegará a presenciar
su caída?

Sí, en eso tenía razón. Sólo había una respuesta para su pregunta.

—¿La fe?
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—Eso no ha tenido ninguna gracia —repuso Merewyn.

Él no había pretendido ser gracioso.

Con el corazón lleno de pena, Varian le tendió la mano.

—Ven. Sigamos nuestro camino —le dijo.

De mala gana, ella tomó su mano y dejó que la llevara de vuelta con los
hermanos y con Beau, quien se mostró extremadamente agradecido de que
hubiera regresado a su forma más atractiva.

Ninguno de ellos abrió la boca mientras proseguían el viaje. Era como si un


pesado palio de negrura se cerniera sobre ellos, negándoles cualquier
posibilidad de reír o ser alegres. Varian hubiese querido animar a Merewyn,
pero no se le ocurría nada que no pudiera deprimirla todavía más.

Ella tenía razón. Su madre había sobrevivido a incontables siglos, y haría


falta algo más que su pequeño grupo para destruirla. Diablos, tendrían
suerte si lograban sobrevivir. ¿Cómo podía animar entonces a Merewyn?

Sin poder encontrar una respuesta a sus preguntas, siguió caminando


estoicamente a su lado.

Ya era mediodía cuando los hermanos se detuvieron de golpe.

Varian se dispuso a hacer frente a alguna clase de ataque. Pero no era eso
lo que había atraído la atención de los hermanos, sino la visión de una mujer
joven y hermosa que esperaba de pie en un pequeño claro. Ataviada con un
vestido verde y oro tan escotado que apenas le cubría los pechos, era
realmente exquisita. Su melena de color castaño oscuro caía en oleadas de
rizos desde una diadema de oro adornada con cadenitas de oro que
enmarcaban sus delicadas facciones.

Había algo extremadamente familiar en ella, pero Varian no logró


identificarlo.
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La mujer se cruzó de brazos mientras avanzaban hacia ella y entornó un


par de ojos verdes que relucían con mágicos destellos.

—Veo que lo habéis conseguido —les dijo.

El sonido de aquella voz tan dulce atravesó a Varian como una lanzada.
«Las criaturas mágicas son tan capaces de traicionar a los suyos como
cualquier otro ser, muchacho. Ten paciencia. Algún día lo verás...»

Varian se acordaba muy bien de aquella voz diciéndole esas palabras


cuando él sólo era un niño. Pero nunca se le había ocurrido pensar que
volvería a oírla.

—¿Nimue?

La mirada de ella se suavizó cuando llegó hasta él.

—Varian, querido sobrino, ¿cómo estás? —le dijo.

Hecho un lío. Pero eso tampoco era ninguna novedad, claro.

—¿Desde cuándo soy «querido»?

La sonrisa sesgada que iluminó el rostro de la mujer estaba concebida


para hechizarlo, pero no dio resultado. Varian no se atrevía a confiar en
nadie.

—¿Por qué crees que hice que Merlín te salvara de Sagremor?—preguntó


la mujer.

—Porque te aburrías.

Ella rió.

—Difícilmente. Somos de la misma sangre, Varian. Lo último que me queda


en el mundo que todavía respira. Es bueno volver a verte.

Aun así, él siguió mirándola con suspicacia. Originalmente Nimue había sido
la merlín para la Excalibur de Arturo y una de las cinco hermanas de la
abuela de Varian. Hijas del pueblo mágico, las seis hermanas tenían poder
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sobre todas las sílfides de las aguas, y por eso se las conocía como las
hermanas Du Lac.

Aunque siempre permanecieron unidas contra el mundo, sus continuas


disputas habían sido legendarias. Uno de los grandes defectos de las
sílfides era que todas tenían un temperamento explosivo.

Incapaz de aguantar por más tiempo las continuas peleas mientras estaba
encinta, la abuela de Varian había vuelto a la tierra de las criaturas mágicas,
Landvaetyria, para dar a luz al padre de Varian y criar allí a Lancelot.
Después lo llevó a la corte de Arturo el día en que cumplió dieciocho años, y
no se separó de él hasta que el caballero Balin la decapitó para vengarse.
Esa acción había hecho que sus hermanas maldijeran a Balin y a su hermano
Balan, condenándolos a matarse el uno al otro.

Después las hermanas decidieron ocuparse de Morgana, la causante de la


ira de Balin, pero la hechicera las eliminó sistemáticamente una por una, a
excepción de Nimue. Por esa razón, junto con el penmerlín Emrys intentaron
aprisionar a Morgana en el valle.

Tanto Nimue como Emrys desaparecieron justo antes de que Arturo se


enfrentara a Morgana, y nunca más fueron vistos. Desde entonces habían
corrido incontables especulaciones sobre su destino. Pero cualquiera que
fuese la versión que oyeras, lo único seguro era que Morgana había sabido
ser más lista que ellos.

Varian miró con los ojos entornados a su tía abuela, que de hecho parecía
más joven que él.

—Creía que estabas atrapada en una prisión de hielo debajo de Cámelot —


le dijo.

—Al parecer no —repuso ella sarcásticamente—. Pero lo que sí es cierto


es que pasé un tiempo atrapada en el hielo. Todo gracias a Emrys y a sus
dichosas hormonas, faltaría más. Se suponía que debíamos dejar atrapada a
Morgana aquí. Desgraciadamente, los hombres perdéis el juicio en cuanto
una mujer se quita la ropa, y el muy idiota de Emrys tuvo que contárselo
todo a una de las espías de Morgana antes de que pudiéramos llevar a la
práctica nuestros planes. Fue Morgana quien nos aprisionó. Ahora —señaló el
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bosque alrededor de ella—, estoy atrapada aquí con él para toda la


eternidad.—Suspiró con irritación—. Una situación de lo más lamentable.

—Por eso siempre están tratando de matarse el uno al otro—susurró


Merrick en un tono bastante alto.

—Eso cuando no se dedican a follar como bestias en celo —resopló


Derrick.

El comentario le ganó que Nimue le lanzara un rayo mágico que lo hizo salir
volando por los aires para acabar estrellándose contra el suelo.

Blaise sacudió la cabeza.

—Un pequeño consejo —le dijo—. Nunca te metas con una hechicera
cuando lo único que puedes hacer para defenderte es sangrar sobre ella. Lo
pagarás muy caro.

—Tú calla —dijo Derrick con una mueca desdeñosa.

Blaise hizo como si no le hubiera escuchado y se volvió hacia Nimue.

—Hablando de mi padre, ¿por dónde anda? —preguntó.

Una sonrisa maliciosa se extendió lentamente por los labios de Nimue


mientras se llevaba el dedo meñique a la boca para mordisquearse la uña
distraídamente.

—Bueno, me temo que el pobre anda algo agobiado últimamente —repuso la


hechicera.

Varian arqueó una ceja ante la malévola satisfacción que vio en el rostro
de su tía abuela.

—Tengo el presentimiento de que eso es algo más que una metáfora.

Ella rió.

—Se lo ganó a pulso, créeme.

Blaise sacudió la cabeza.


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—¿Existe alguna posibilidad de que podamos liberarlo?

Ella volvió la cabeza hacia él para medirlo con la mirada.

—¿Quieres ir a hacerle compañía?

—Pues la verdad es que no. Pero me gustaría verlo. Si no es demasiada


molestia.

Nimue bajó la mano y suspiró.

—Oh, bueno. —Chasqueó los dedos, y un instante después el penmerlín


Emrys apareció junto a ella.

Varian se quedó boquiabierto en cuanto lo vio. Aquél no era el hombre que


había conocido en la corte de Arturo. En lugar del merlín maduro que había
aconsejado a su rey, el hombre que había ante ellos no tendría más de
veintipocos años. Tenía el pelo castaño y los ojos grises. Vestido con un
jubón verde oscuro y unos pantalones de cuero marrón, miró a Nimue con
expresión malhumorada antes de examinar a los demás de una rápida ojeada.

Cuando vio la mirada llena de malicia que le dirigía Varian, le dedicó una
sonrisa sarcástica.

—Envejezco en sentido contrario, ¿recuerdas?—le dijo—. Una deliciosa


maldición lanzada por un engendro del demonio al que conocí hace mucho
tiempo.

—Oh, en realidad no se puede decir que sea una maldición —le dijo Nimue
con una risita—. De hecho, yo estoy encantada con cómo está funcionando.
Es la única razón por la que todavía no te he matado. Eres el único hombre
que conozco que realmente mejora con la edad... en más de un aspecto.

—Ésa es la razón por la que se pasan la vida follando como conejos en celo
—musitó Derrick. Las palabras apenas habían salido de sus labios cuando la
boca se esfumó de su rostro.

Nimue lo fulminó con la mirada.

—Hay gente a la que no se le debería permitir hablar.


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—Nim —dijo Merlín en un tono irritado—, vuelve a dejar al pobre chico tal
como estaba.

—¿Por qué debería hacerlo? Me ha hecho enfadar. Ahora ya no podrá


volver a ofenderme.

Merlín hizo un sonido de fastidio.


—Ya sabes que así no puede comer, y fuiste tú la que tuvo la brillante
idea de enviarlo en busca de Varian. Así que repárale la cara.

—Oh, menudo aguafiestas estás hecho —respondió ella, imitando su tono y


su expresión—. No me deja mutilar a los esbirros de Morgana, y se niega a
permitir que les haga algunos retoques a sus fogariles o me entretenga con
nada que sea mínimamente divertido. Perra, perra, perra. Deberías haber
nacido siendo una vieja.

Con un gruñido de furia, Merlín cruzó la distancia que lo separaba de


Blaise. Sus facciones se suavizaron en una expresión de afecto antes de
abrazar a la mandrágora.

—Me alegro de verte, Blaise.

Biaise asintió mientras retrocedía.

—Yo también me alegro de verte. No puedo creer que todavía estés vivo.

Merlín le lanzó una mirada malévola a Nimue.

—Personalmente, yo creo que estoy en el infierno —dijo—. Pero podría ser


peor. Al menos ella tiene ciertas habilidades, no sé si me explico —añadió
con un meneo de cejas.

Biaise arrugó la nariz y puso cara de asco. Varian estaba de acuerdo con él
en que tampoco le apetecía profundizar en el tema. Al igual que Baise,
pensaba en Merlín como una figura paterna e imaginárselo teniendo
cualquier clase de experiencia sexual le revolvía el estómago, y el hecho de
que su tía abuela tomase cartas en el asunto lo volvía aún más desagradable.

Nimue miró a Merewyn, como invitándola a que compartiera su sarcasmo.


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—Los hombres siempre tienen que alardear de sus conquistas—le dijo—.


¿Me permites que te dé un consejo? Mata a cualquier hombre con el que te
acuestes. Como mínimo, córtale la lengua a ese presumido para que luego no
pueda ir difamándote por ahí.

Merlín enarcó una ceja.

—Pensaba que apreciabas muchísimo mi lengua.

—¡Basta! —dijo Blaise, tapándose los oídos—. Me estáis escandalizando, en


serio. —Torció el gesto mientras miraba a Varian—. Ojalá fuera sordo en
vez de ciego.

—Yo también preferiría no tener que oír ciertas cosas —dijo Varian.

—Eres en parte adoni —le dijo Nimue con una risita desdeñosa—. No sé de
que te quejas, francamente.

—Siempre se está quejando de cantidad de cosas —dijo Merrick—. Y por


cierto, yo voto para que Derrick siga estando mudo.

—Hummm. —Nimue chasqueó los dedos y le devolvió la boca a Derrick.

—Bastardo —le gruñó éste a su hermano en cuanto pudo volver a hablar.

—Oh, tú habrías dicho exactamente lo mismo en mi lugar.

Esta vez fue Merlín el que chasqueó los dedos, y los dos hermanos y Erik
desaparecieron inmediatamente.

—A veces pueden llegar a ponerse realmente pesados —dijo el merlín.

—Entonces no entiendo por qué los enviaste a buscarnos —observó Varian.

—Tenían que traeros aquí para que empecéis a instalaros.

Eso era lo último que Varian esperaba oír.

—¿Cómo has dicho?


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Merlín pareció no reparar en la ira que había en su tono.

—Ya os hemos conjurado un sitio donde vivir —dijo—. Todos deberíais


sentiros cómodos aquí. Especialmente Merewyn, claro. Los hombres se
pusieron contentísimos cuando se enteraron de que por una vez una mujer
había encontrado el camino a nuestro dominio. Llevan siglos rezando para
que Morgana se vuelva bisexual, con la esperanza de que de esa forma
decidiría desterrar aquí a sus amantes del sexo femenino en cuanto
hubieran dejado de darle placer. Ahora sus plegarias por fin han sido
escuchadas.

Sí, claro... Varian sacudió la cabeza.

—No nos quedaremos aquí —dijo secamente.

Merlín se mostró inflexible.

—Oh, pues claro que os quedaréis.

Varian puso la mano sobre la empuñadura de su espada mientras daba un


paso hacia Merlín.

—He dicho que no nos quedaremos aquí —recalcó.

Merlín respondió con un relámpago mágico que le dio de lleno en el pecho.


La fuerza del impacto lo hizo rodar por el suelo. Sin pensárselo dos veces,
Varian intentó atacarlo a su vez, pero fue inútil. No le quedaba magia
suficiente para conjurar un relámpago. Y desenvainar una espada contra un
hombre como Merlín era un auténtico suicidio.

Merlín se dispuso a atacarlo de nuevo, y Blaise se apresuró a interponerse


entre ellos.

—No dejaré que le hagas daño —dijo.

Merlín rió desdeñosamente.

—No eres lo bastante fuerte para enfrentarte a mí. Aparta.

—Cierto, papá. No lo soy. Pero tendrás que pasar a través de mí para volver
a atacarlo.
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Merewyn dio un paso adelante.

—Por favor, señor—suplicó —. No más ataques. Debéis entender que


Varían tiene que regresar a Avalón. Dispone de información que la nueva
penmerlín necesita para combatir a Morgana. Es vital que Varían vaya a
hablar con ella.

—Eso no es asunto mío.

Asombrado por su displicencia, Varian se levantó del suelo.

—Antes solía serlo.

—Sí, bueno, antes había un montón de cosas que eran de mi incumbencia —


dijo Merlín, con un brillo de rabia en los ojos—. Pero los tiempos y las
personas cambian. Nim y yo hemos creado un refugio para muchos seres en
este valle. Durante siglos hemos mantenido alejados a Morgana y a sus
ponzoñosos esbirros de este lugar, y no voy a permitir que ahora tú y tu
banda entréis aquí y hagáis pedazos todo lo que tanto nos ha costado
construir.

Varian estaba desconcertado ante aquella ira completamente


injustificada.

Nimue dejó escapar un suspiro antes de hablar.

—Vamos a ver si os lo puedo explicar un poco mejor de lo que ha hecho mi


nada estimada contrafigura —dijo—. Morgana nos echó a patadas hace
siglos cuando nos hallábamos en nuestro mejor momento. Ahora ni Emrys ni
yo somos lo que éramos entonces.Todavía tenemos mucho poder, pero no es
nada comparado con lo que teníamos en nuestra juventud. Morgana cree que
aún estamos atrapados en el hielo y no representamos una amenaza para
ella. Si llega a enterarse de que su hechizo dejó de surtir efecto hace
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mucho, vendrá aquí y acabará con nosotros. Y durante el proceso, aniquilará


a cuantos hay en el valle.

Blaise frunció el entrecejo.

—Creía que ella no podía venir aquí —dijo.

Merlín se encogió de hombros.

—Un poco de propaganda por nuestra parte. La verdad es un poco distinta.


Aunque hacemos cuanto está en nuestra mano para mantenerla alejada, en
realidad no podríamos detenerla en el caso de que decidiera cruzar ese
puente. Podemos controlar a las mandragoras y a la mayor parte de los
adoni, pero nos sería imposible controlarlos a todos. Pueden atacarnos en
masa desde la entrada, y aunque Sagremor siempre ha sabido arreglárselas
a la hora de defender el puente, sólo es una aparición. Contra la magia de
Morgana, es básicamente inútil.

La expresión de Nimue se volvió menos adusta.

—Así que ya veis —dijo—, no nos queda más remedio que permanecer aquí.

Varian intercambió una mirada calculadora con Blaise, quien tenía el mismo
brillo de determinación en los ojos. No iban a quedarse allí, pero carecía de
sentido seguir discutiendo cuando era evidente que tanto Merlín como
Nimue ya habían tomado su decisión.

—Bueno, ¿dónde nos vamos a alojar? —preguntó.

Merlín sacudió la cabeza.

—No pienses que soy tan ingenuo como para tragarme esta súbita
capitulación. Si bien tus poderes están constreñidos, los míos no. Como te
pille intentando fugarte de aquí después de que haya oscurecido con rumbo
a Avalón, te aseguro que lo lamentarás.

Varian se envaró. A él nadie le decía lo que tenía que hacer. Nadie.

—Tú no me controlas —le espetó.


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Antes de que pudiera pestañear, se encontró atrapado en un par de


caballetes de madera. Con un juramento, Varian intentó liberarse de aquella
estructura que lo obligaba a permanecer agachado en una posición muy
incómoda. Pero sus esfuerzos no sirvieron de nada. Blaise intentó aflojar la
estructura para liberarlo, pero sus es fuerzos no fueron más efectivos que
los de Varian.

Merewyn se puso roja de ira antes de encararse con el hechicero.

—Suéltalo. ¡Ahora!

—No intentes abarcar más de lo que puedes, mujer —le dijo Merlín con
una sonrisita desdeñosa—. Confórmate con ocupar el lugar que te
corresponde.

—Y ¿qué se supone que significa eso ? — inquirió Nimué con los brazos en
jarras—. ¿Cuál es el lugar que debería ocupar una mujer? ¿Eh?

Merlín tosió nerviosamente mientras parecía buscar una respuesta que no


fuera a complicarle demasiado la existencia.

Merewyn chasqueó la lengua mientras miraba a Nimue.

—Tiene que ser horrible estar atrapada en este valle con alguien que no te
respeta, ¿verdad? —le dijo.

—No lo sabes tú bien.

—Por eso he llegado a cogerle tanto aprecio —dijo Merewyn, tiempo que
señalaba a Varian—. Él nunca le falta al respeto a ninguna mujer, a pesar de
que su madre es un insulto para el género femenino.

Nimue lo miró.

—Tienes razón. Varian siempre ha sabido ser muy respetuoso.—Y entonces


la ira brilló en sus ojos mientras volvía a mirar a Merlín—. ¿Cómo te atreves
a tratar así a mi sobrino? —Lanzó a Varian una descarga mágica que lo hizo
rodar por el suelo—. Ocupa tu lugar, ¿quieres? —le exhortó.

Los caballetes se volatilizaron tan deprisa que Varian se encontró de


bruces en el suelo.
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Un instante después Nimue y Merlín empezaron a atacarse con todos los


recursos mágicos que tenían a su disposición. Los relámpagos surcaban el
aire, haciendo pedazos los árboles, provocando pequeños incendios o
estallando cerca de ellos.

Varian no pudo menos que estar de acuerdo con la observación que Derrick
había hecho acerca de Merlín y Nimue: cuando decidían ponerse a discutir,
discutían pero que muy en serio.
Tratando de no atraer su atención mientras estaban tan furiosos, se
levantó del suelo sin decir nada y cogió de la mano a Merewyn para apartarla
sigilosamente de los dos hechiceros enfrascados en su batalla.

Blaise agarró del brazo a Beau y los siguió de manera igualmente sigilosa.

Varian nunca había sido de los que se retiran, pero en este caso hizo una
excepción. Con un poco de suerte, quizás aún conseguirían sobrevivir a
aquello.

Pero sólo habían tenido tiempo de dar unos cuantos pasos cuando se
dieron de bruces con un muro invisible. Varian se dispuso a retroceder, pero
se encontró con un segundo muro.

—Nos han atrapado —murmuró Blaise—. Maldición.

Varian estuvo de acuerdo con un resoplido.

Nimue convirtió en estatua a Merlín antes de ir hacia ellos.

—El que me pase la vida discutiendo con Emrys no quiere decir que
siempre esté en desacuerdo con él —dijo—. En esto, Emrys y yo estamos
unidos. Nadie deja este valle. Nunca.

Varian no daba crédito a sus oídos.

—¿Sacrificaríais a personas inocentes por esto? —preguntó.

—Yo fui sacrificada por esto. Al igual que lo fue Emrys. Intentamos
advertir a Arturo y a tu padre, entre otros, de que Morgana era peligrosa.
Nadie quiso escucharnos. Todos pensaron que nos habíamos vuelto locos. Y
cuando intentamos ayudarlos, nos encontramos atrapados aquí, y oímos lo
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que decían y pensaban de nosotros todas aquellas personas a las que nos
estábamos esforzando por salvar. Espero que me perdones si te digo que
ahora no me siento muy inclinada a ser benevolente con ellos.

—Pero si Morgana logra hacerse con el grial...

—¿Cómo puede hacerse con él? Un caballero del grial ha muerto, con lo
que su pista ha quedado perdida para todos excepto la penmerlín Aquila. Y
ahora dos caballeros más se encuentran atrapados aquí, fuera del alcance de
Morgana. Yo diría que el grial está ahora más a salvo que nunca.

Blaise se la quedó mirando con la boca abierta antes de intercambiar una


mirada contrariada con Varían, quien seguía sin poder creer lo que estaba
escuchando.

—¿Cómo sabes que hay caballeros del grial aquí? —preguntó la


mandrágora.

—Mi buen dragón, Emrys fue penmerlín y yo soy hija de una sílfide del
lago y de la divinidad del destino. Entre los dos, no hay nada que no sepamos.
Eso incluye el pensamiento que estás teniendo en estos momentos, el cual
me dice que me tienes por una mentirosa. También estoy al corriente del
miedo que siente Merewyn a volver a ser fea y de todos los improperios
mentales con los que me está cubriendo Varían dentro de su cabeza. —Bajó
la mirada hacia Beau—. Y no hablemos de esa pobre roca, que ahora cree que
Merewyn es su madre. Pobrecita mía. —Le sostuvo la mirada a Varían—.
Todos estáis atrapados aquí. Para siempre. Así que empezad a
acostumbraros a la idea.

Y en un abrir y cerrar de ojos, fueron transportados al interior de una


casita de piedra.

Varían corrió hacia la puerta para encontrarla cerrada sin que hubiera
forma de abrirla. Debería habérselo imaginado. Golpeó la puerta con el puño
sin conseguir nada y luego se volvió hacia los demás.

—Bueno, niños... ¿alguna idea sobre cómo salimos de ésta?

Blaise bajó la mirada hacia Beau.

—¿Usamos a la roca como ariete?


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Merewyn lo miró con horror antes de coger en brazos a Beau y


estrecharlo contra su pecho en un gesto protector.

—Ni se te ocurra.

Varían hizo como si no los oyera mientras paseaba la mirada por el


espartano interior de la casita. No había demasiado espacio. Pero al menos
había un hogar y una alacena que parecía contener abundantes provisiones
para ellos. Era obvio que los hechiceros tenían mención de mantenerlos allí
para siempre.

Y si él no recuperaba su magia, lo más seguro era que se salieran con la


suya.

Capítulo 16

La semana siguiente fue prácticamente insufrible, mientras ibany venían


por el interior de la casita sin encontrar nada que pudiera distraerlos: no
había ninguna salida. Por mucho que se esforzaran, Merlín y Nimue los
mantenían prisioneros dentro de su pequeña vivienda. Blaise y Varian lo
habían intentado todo para combinar sus limitados poderes con el objetivo
de fugarse de allí.

Nada dio resultado. Empezaban a tener la impresión de que pasarían el


resto de la eternidad atrapados allí.
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Durante sus días de frustración, Beau se metamorfoseó en una gárgola


bajita con un par de alitas incluidas. Tenía la frente muy ancha y sus
colmillos no eran tan pronunciados como los de otros ejemplares de su
especie.

Todavía le costaba un poco hablar, pero una cosa estaba clara, y era que
se sentía tan unido a Merewyn como ella a él, y los dos habían llegado a
formar un vínculo indestructible.

Los días fueron transcurriendo con una terrible lentitud, y lo único que
aliviaba un poco su encarcelamiento era el hecho de que se llevaban
bastante bien entre ellos. De noche, se retiraban a sus habitaciones
individuales aunque Varian tenía que contenerse para no ir en busca de
Merewyn. Lo único que quería era abrazarla... o al menos ésa era la mentira
que se repetía continuamente a sí mismo, pero sabía que valía más que ni se
le ocurriera intentarlo. En primer lugar, tenerla en sus brazos sólo serviría
para que la deseara aún más y, en segundo lugar, sólo le faltaba añadir más
complicaciones a su vida.

No debía perder de vista lo que realmente importaba. Aún había un


traidor ahí fuera que iba tras los caballeros del grial. Si su traidor había
logrado dar con Tarynce, entonces sólo era cuestión de tiempo antes de que
entregara otro hombre inocente a Morgana. Sin olvidar que dicho traidor
podía causar un sinfín de daños de otras maneras.

Varían tenía que llevar a Merewyn a Avalón de forma que ella pudiera
identificar quién había cambiado de bando, y así él podría impedir que ese
hombre siguiera haciendo de las suyas. Pero para eso antes era preciso
romper el hechizo de Merlín. Aunque ningún hechicero podía interferir con
el hechizo arrojado por otro, siempre se pasaba por alto algún detalle
insignificante que permitía a la persona que había sido hechizada escapar de
los efectos del hechizo. Sólo era una cuestión de tiempo hasta que lograran
dar con él.

El octavo día de su cautiverio, Varían despertó sintiéndose muy mal.


Estaba tan débil que ni siquiera pudo levantarse. Se quedó tumbado en su
camastro, con el estómago cada vez más revuelto mientras se preguntaba
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qué podía haberle provocado semejante malestar. Nunca se había


encontrado peor. Pero aquello no era ningún resfriado. Al menos él no lo
notaba como tal.

Podía oír a los demás en la habitación principal mientras Blaise preparaba


el desayuno. En cuanto estuvo listo, Merewyn vino a avisarlo.

—¿Varían?

Cuando él no respondió enseguida, Merewyn cruzó la habitación para abrir


la ventana y dejar entrar la luz del día. Varían dejó escapar un siseo
ahogado cuando un espasmo de dolor le recorrió el cuerpo. La luz hacía que
los ojos le dolieran como si alguien estuviera clavando dagas en ellos.

Merewyn cerró inmediatamente los postigos de madera cuando lo vio


retroceder ante la luz como si le abrasara la piel. Inquieta por él, fue hacia
el camastro.

—¿Te encuentras bien, Varian? —le preguntó.

Él se cubrió con la manta.

—No mucho —contestó.

Pensando que habría pillado un resfriado, Merewyn apartó la manta para


encontrarlo encogido sobre el camastro en una posición fetal con los puños
apretados contra los ojos. Una fina capa de transpiración le cubría todo el
cuerpo, y tenía el pelo pegado a la cara.

Cuando le puso la mano en la frente, descubrió que la tenía increíblemente


caliente. Su mejilla oscurecida por un principio de barba estaba todavía más
caliente que su frente. Merewyn nunca había visto a una persona padecer
semejante fiebre.

Cuando Varian alzó la mirada hacia ella, Merewyn no pudo reprimir una
exclamación ahogada.

La piel de Varian tenía un tinte grisáceo, y sus ojos ya no eran puramente


verdes. Ahora estaban enturbiados por extrañas franjas de un rojo
anaranjado. Nacían en la pupila, atravesaban el iris y se prolongaban por el
blanco de los ojos.
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—Oh, Dios mío —jadeó ella, y se volvió para llamar a Blaise por encima del
hombro.

La mandrágora acudió de inmediato.

-¿Sí?

—Algo le pasa a Varian —anunció Merewyn.

Blaise lo miró y se echó atrás con una mueca de horror.

—Oh, cielos —dijo.

—¿Qué? —preguntó Varian.

—Intoxicación por magia en mal estado.

Varian soltó un juramento.

—¿Que has dicho que tiene? —preguntó Merewyn. Nunca había oído
hablar de tal cosa.

—No puedes almacenar la magia. Cuando intentas restringirle la libertad


de movimientos, siempre tiende a escaparse como sea. Visto el estado en
que se encuentra, yo diría que la magia de Varian está intentando abrirse
paso a mordiscos para salir de él.

—Gracias —dijo Varian entre dientes.

Blaise se encogió de hombros en un gesto de impotencia.

—¿Tienes alguna explicación mejor? —preguntó.

Varian no respondió.

Verlo así afectó mucho a Merewyn. Bastaba con mirarlo para darse cuenta
de que tenía unos dolores terribles.

—¿Qué podemos hacer? —le preguntó a Blaise.


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—Tenemos que quitarle ese brazalete.

—¿Cómo?

—No lo sé. Por si no te habías dado cuenta, llevamos toda la semana


tratando de encontrar la respuesta a esa pregunta.

Ella miró a Varian, quien temblaba incontrolablemente mientras trataba de


volver a cubrirse con la manta. Pero los estremecimientos que lo sacudían
eran tan violentos que no lograba tirar de ella.

Merewyn lo ayudó a taparse.

—Ve a hablar con Merlín y Nimue —dijo—. Cuéntales lo que está pasando y
averigua si hay alguna manera de ayudarlo.

Blaise asintió antes de dejarlos solos.

Merewyn se sentó en el borde del camastro para poder frotarle la espalda


a Varian. Su piel estaba tan caliente que irradiaba calor desde debajo de la
manta. Tenían que bajarle aquella fiebre antes de que le consumiera el
organismo. Pero ¿cómo?

No había hielo en la casita. Tampoco había ninguna otra cosa que pudiera
servir para bajarle la fiebre.

Levantándose del camastro, Merewyn fue a la cocina a coger un paño y


llenar un cuenco con agua tibia. Podía oír a Blaise en su habitación, tratando
de llamar a su padre y a Nimue. No parecía que éstos le respondieran.

Mientras estaba llenando el cuenco, Beau corrió hacia ella y se subió a la


encimera antes de rodearse el cuerpo con las alas. Medía un metro escaso,
pero cuando se encaramaba a algún sitio para adoptar la postura que tenía
ahora, era mucho más pequeño.

—¿Puedo ayudar, mi señora? —le preguntó Beau.

Ella le sonrió cariñosamente.

—No, bonito. Tenemos que liberar la magia de Varian.


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—Ojalá pudiera atravesar ese brazalete con los dientes por vos, mi señora.
Mal rayo parta a su madre por hacerle daño.

Merewyn no podía estar más de acuerdo con él. Cerró el grifo.

—¿Debería intentar atravesar de nuevo el muro a cabezazos?

Su generosidad la conmovió. Desde que le habían crecido las alas, Beau no


había cejado en sus denodados esfuerzos por atravesar el campo de fuerza
embistiéndolo.

—Gracias, pero no —dijo ella—. No quiero que te hagas ninguna mella en el


cuerpo.

Beau asintió sombríamente.

—Si me necesitáis, llamadme, mi señora.

Agradeciéndole su interés, Merewyn llevó el paño y el cuenco a la


habitación de Varian y los dejó en el suelo al lado del camastro antes de
apartar la manta para descubrir que estaba completamente desnudo. El
rubor le tiñó las mejillas al verlo. Cada músculo de su cuerpo parecía estar
ondulando frenéticamente, y Merewyn no pudo evitar recordar lo que había
sentido al tenerlo en sus brazos.

La sensación de aquellos músculos bajo sus manos.

La sensación de su miembro profundamente hincado dentro de ella...

Pero ahora no era momento de pensar en esas cosas. Varian estaba


enfermo, y ella tenía que cuidarlo antes de que la fiebre llegara a provocarle
daños en el cerebro. Escurrió el paño y empezó a bañarle el cuerpo con él
mientras Varian no dejaba de estremecerse violentamente.

—Necesito la manta —dijo, al tiempo que intentaba apartarle las manos.

—No, Varian. Tenemos que bajarte la temperatura.

—Me muero de frío.

Oirle decir aquello le desgarró el corazón.


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—Lo sé. —Volvió a dejarlo acostado en el camastro, y poco faltó para que
se echara a llorar de pena cuando oyó que los dientes le empezaban a
castañetear. Sus ojos fueron hacia el brazalete, y una oleada de rabia ardió
dentro de ella. Maldita fuese su madre por ser tan cruel.

Varían siseaba y gruñía cada vez que ella lo tocaba. Aunque el agua estaba
tibia, apenas le ponía el paño sobre el cuerpo la fiebre lo calentaba tanto
que desprendía vapor. Intentó echarle un poco de agua sobre el pecho, pero
la fiebre hizo que hirviera y se evaporase en cuestión de segundos.

Después de eso, Merewyn ya no se molestó en escurrir el paño. Y aun así


Varian se debatía mientras trataba de taparse con la manta.

Cuando le pasó el paño por el pecho, los temblores se intensificaron hasta


convertirse en auténticas convulsiones. Un instante después, el camastro se
elevó en el aire hasta quedar suspendido a cinco centímetros del suelo.

Aterrada, Merewyn se echó atrás mientras las cosas en la habitación


empezaban a moverse por sí solas. El camastro volvió a caer al suelo. Los
postigos retumbaron en las ventanas antes de abrirse de golpe y salir
volando de sus bisagras. El cuenco se elevó del suelo y se estrelló contra la
pared para quedar hecho añicos. Los cristales de las ventanas hicieron
explosión mientras una fuerza invisible tiraba de Merewyn para levantarla
en vilo del camastro. Un segundo después, fue arrojada al suelo.

Merewyn se protegió la cabeza con las manos mientras los objetos volaban
por los aires alrededor de ella. Trató de llamar a Beau o a Blaise, pero éstos
no le respondieron. Y justo cuando pensaba que las cosas no podían ponerse
peor, Varian empezó a sangrar profusamente por la nariz y la boca. Cuantos
más objetos se rompían en mil pedazos, más sangraba él.

Merewyn trató de llegar hasta él, pero alguna fuerza invisible la mantuvo
clavada contra el suelo.

—¡Varian!

Él no pareció oírla, como tampoco Blaise o Beau. Un aullido ultraterrenal


empezó a sonar cuando un torbellino salido de la nada giró a través de la
habitación. Merewyn se agarró al suelo cuando sintió que el vendaval tiraba
de ella. Los cabellos le fustigaban dolorosamente la piel.
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Una risa misteriosa llenó la habitación.

Merewyn cerró los ojos e intentó proyectar sus pensamientos hacia Varian
o Blaise.

No habría sabido decir cuánto duró el caos antes de que todo se detuviera
repentinamente. Era como si no hubiese ocurrido nada.

Las ventanas volvieron a la normalidad. El camastro se posó en el suelo, y


el extraño peso que había estado oprimiendo a Merewyn se esfumó de
repente.

El único testimonio de la ferocidad del ataque eran los cacharros hechos


añicos.

Temerosa de que todo volviera a empezar en cualquier momento, Merewyn


se arrastró hacia el camastro para descubrir que Varian estaba inconsciente
y respiraba de forma entrecortada. Ahora tenía la piel aterradoramente
pálida y continuaba sangrando por la nariz y la boca.

—¡Blaise! —gritó Merewyn, mientras recuperaba el paño para tratar de


contener la hemorragia.

La mandrágora abrió la puerta y frunció el entrecejo al verlos cubiertos


de sangre. Cruzó la habitación en dos rápidas zancadas.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

—No lo sé. Varian empezó a tener convulsiones, y de prento la habitación


estalló. Ahora está inconsciente.

Blaise intentó despertar a Varian, pero sus esfuerzos fueron inutiles. Le


subió los párpados para ver que ahora sus ojos estaban tan rojos como la
sangre que fluía de su nariz. Mascullando un juramento, Blaise le puso la
mano en el cuello para tratar de encentrarle el pulso.

—Es algo más que una simple pérdida de conocimiento. Ha entrado en


coma—dijo.
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Merewyn se negaba a creer que a él le pudiera pasar aquello.

—¿Qué hacemos? —preguntó desesperada.

Blaise estaba tan preocupado como ella.

—No lo sé —dijo—. No consigo que los poderes lácticos se dignen


responderme.

—¿Qué? —preguntó ella sin entender.

—Merlín y Nimue me están ignorando.

Merewyn bajó la mirada hacia Varian y se sintió desfallecer, abrumada por


la pena. ¿Iba a morir?

Pero lo que realmente prendió el fuego en su interior fue el hecho de que


a nadie más pareciera importarle lo que pudiera ser de Varian. Ni siquiera
a su tía abuela, que era sangre de su sangre...

Después de todo lo que él había hecho y todo lo que había padecido para
proteger a los señores de Avalón, ¿éste iba a ser su destino?

Y mientras aquellos pensamientos le cruzaban por la cabeza, su rabia


creció.

Aquello estaba mal. ¿Cómo se atrevían a volverle la espalda cuando los


necesitaba?

—¡Merlín! —gritó—. ¡Contéstame ahora mismo!

Para su sorpresa, Merlín lo hizo. Su voz resonó en la habitación.

—Sé lo que quieres, y no hay nada que podamos hacer. Un hechicero no


puede deshacer el hechizo de otro.

Merewyn hizo un sonido de disgusto.

—¿Entonces va a morir? —preguntó.


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—Su vida está en manos del Azar —repuso Blaise.

Merewyn hirvió de ira al oírlo mencionar a la antigua entidad divina que


controlaba el destino de todos los seres. Alto y apuesto, el Azar era una
bestia caprichosa que parecía complacerse en atormentar a otros. Las pocas
veces que lo había visto en Cámelot, el Azar siempre se había mostrado
indiferente a las súplicas de aquellos que le rogaban clemencia.

También se había mostrado indiferente a las súplicas de Merewyn. Sin


embargo, ella estaba dispuesta a volver a implorarle que le diera ocasión de
ayudar a Varian. Cualquier cosa sería mejor que verlo sufrir así.

—¿Entonces puedo invocarlo? —preguntó.

Merlín se echó a reír.

—Puedes intentarlo, pero te aseguro que no vendrá aquí. Nunca lo ha


hecho y nunca lo hará. No hay nada para él en este reino.

Frustrada, Merewyn hubiese querido estrangularlos a todos. ¿Cómo podían


ser tan impasibles?

Alzó la mirada hacia Blaise.

—Varian dijo que un hechicero podía mitigar la magia de otro. ¿Hay alguna
forma de mitigar esto?

La mandrágora la miró con los ojos llenos de pena.

—Si la hay, no la conozco. Como se trata de un hechizo que restringe los


poderes mágicos, tratar de mitigarlo podría matarlo.

Merewyn se quedó anonadada.

—¿Así que las únicas personas que pueden librarlo de este hechizo son su
madre o el Azar?

—Sí.
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Merewyn hubiese querido maldecir la ironía y la injusticia de todo aquello.


Llena de furia, pasó la mano por el pelo empapado de sudor de Varian. El
calor de la fiebre irradiaba de él en una serie de oleadas tan abrasadoras
que no entendía cómo no lo había matado ya.

Y cuando posó la mirada en la cicatriz del símbolo que su padre le había


marcado a fuego en el hombro, su resolución flaqueó.

No podía dejar que Varian muriera o sufriese. Daba igual lo que tuviera
que prometer o con quién tuviera que pactar, ella iba a sacarlo de esto.
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Capítulo 17

Blaise se quedó con Varian mientras Merewyn se excusaba un momento


para ir a hacer sus necesidades. A decir verdad, la mandrágora estaba tan
horrorizada como ella.

Pobre desgraciado. Primero había estado atrapado entre Narishka y


Lancelot, luego entre Morgana y la penmerlín Aquila, y ahora esto.

Aunque estuviera inconsciente, la mandrágora sabía que Varian tenía que


estar sufriendo lo indecible. Blaise sólo había visto restringidos sus poderes
en una ocasión, cuando era un muchacho. El penmerlín Emrys se lo había
hecho para que entendiera por qué era tan importante que nadie lo
sometiese nunca a un hechizo de control.

Era una lección que la mandrágora nunca había olvidado.

Sus poderes no eran nada comparados con los de Varian, lo que quería
decir que para él la experiencia había sido relativamente llevadera. Cuando
alguien tan poderoso como Varian quedaba sometido a un hechizo de control,
el sufrimiento era espantoso. Cuanto más poder era retirado, mayor era el
dolor. Y con alguien como Varian, había muchas probabilidades de que nunca
llegara a recuperarse.

No se lo había contado a Merewyn porque no había nada que pudieran


hacer al respecto. Blaise sospechaba que Varían sólo podría aguantar uno o
dos días más en aquel estado. Si se prolongaba lo más probable era que
nunca se recuperase. Pasaría lo que le quedara de vida sumido en un estado
vegetativo. Quizás ésa había sido la intención de Narishka desde el primer
momento. Su madre probablemente daba por hecho que Varían estaría
dispuesto a hacer cualquier clase de trato con ella para no acabar
degenerando en un zombi.
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Eso demostraba lo poco que conocía a su hijo.

Pero lo peor de todo era que, cuando Varían se hubiese convertido en un


zombi comatoso, su magia podría ser canalizada y usada por otro. No sería
tan potente como si la estuviera controlando él mismo. Aun así, alguien
como su madre podría usarla para amplificar sus propios poderes. Desde el
punto de vista de Narishka, cualquiera de las dos opciones probablemente
era muy provechosa. O lograba que su hijo estuviera de su parte o se hacía
con la porción de su magia que luego podría utilizar para sus propósitos.

Y Blaise había pensado ingenuamente que su madre era cruel. El peor


crimen que cometió ella fue abandonarlo debido a su albinismo. Nunca se
había esforzado activamente por matarlo. No mucho, en todo caso.

Blaise suspiró cansinamente.

—Sé que puedes oírme, V —le dijo—. Siento que no pudieramos romper a
tiempo el hechizo. —El día anterior habían estado hablando de lo que
ocurriría en el caso de que la magia de Varian acabara rebelándose contra
él. Varian habría debido saber que sólo era cuestión de tiempo que lo
hiciera—. No te preocupes. Cumpliré mi palabra. A Merewyn no le pasará
nada. La protegeré por ti,

Como era de esperar, no hubo respuesta.

Sentado allí, Blaise podía sentir cómo Varian luchaba denodadamente


contra lo que estaba ocurriéndole. Podía percibir cómo la magia rebelada se
revolvía ferozmente contra todos los poderes con los que él trataba de
dominarla.

También sabía que Varian estaba librando una batalla perdida. Ni siquiera
él era tan fuerte. Pensó que debería haber dedicado más tiempo a conocer
mejor al hombre antes. Como tantos otros, había permitido que Varian lo
mantuviera alejado y apenas había prestado atención a aquel hechicero que
prefería la soledad a la compañía.

Lo que había descubierto en el curso de los últimos días era un amigo al


que había aprendido a valorar. Puede que Varian du Fay hubiese nacido
siendo un engendro del diablo, pero había crecido para convertirse en otra
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cosa. Y el hombre que había llegado a ser no se merecía que le hicieran


aquella clase de jugarretas.

Blaise sintió una presencia detrás de él. Volviendo la cabeza, vio a Beau
inmóvil en el umbral de la habitación.

—Beau, trae agua para el amo —le ordenó.

Blaise sonrió a la pequeña gárgola mientras ésta avanzaba con el cuenco.


La mayor parte del agua que contenía acabó esparcida por el suelo debido a
la torpeza con la que andaba, pero aun así era una visión conmovedora.

—Gracias, Beau. Estoy seguro de que Varian te agradece que hayas


pensado en él.

La gárgola dejó el cuenco en el suelo al lado del camastro. Miró con


expresión apenada a Varian antes de volverse hacia Blaise.

—Mi señora llora, y eso pone triste a Beau también —le dijo—. ¿El amo no
puede decirle que no llore?

Blaise pensó que ojalá fuese tan fácil.

—No, Beau, no puede. El amo está enfermo.

Eso pareció animar a la gárgola.

—Entonces Beau hará que se ponga bien.

—Me temo que no puedes.

Pero la pequeña gárgola no se dejó disuadir tan fácilmente.

—Beau puede. El escupitajo de gárgola es curativo.

—Sí, pero no para esto. Si Varian pudiera ser curado por algo como unos
cuantos escupitajos de gárgola, yo podría haberlo curado con mis poderes.

—Oh. —Aunque estaba hecho de piedra, Beau pareció desinflarse


mientras una profunda tristeza ensombrecía sus facciones—Mí señora
quiere mucho al amo. Cada noche, ella murmura sus oraciones cuando se va a
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acostar, y siempre reza por él. Dice que el amo necesita alguien que lo
quiera y que cuide de él. Dile que tiene que levantarse de la cama. Si no, mi
señora nunca dejará de llorar.

—Ojalá pudiera hacerlo, Beau, pero no es tan fácil.

—¿Por qué no es fácil? Beau no lo entiende.

—Sencillamente no lo es. Es como si tú intentases volar antes de tener


alas.

Sacudiendo la cabeza, Beau sumergió un paño en el agua, pero sus manos


eran tan enormes que luego no consiguió sacarlo del cuenco. Blaise fue a
cogerlo, lo escurrió y lo puso sobre la frente de Varían.

Eso pareció complacer a la gárgola.

—Ahora el amo se pondrá mejor —dijo—. El agua lo reparará, y se


levantará de la cama y así mi señora ya no llorará más.

Blaise pensó que le hubiese gustado ser tan ingenuo como la gárgola. Pero
él sabía que no iba a ser así. Lo más probable era que Varían muriese en los
días siguientes, y no había nada que se pudiera hacer por él.

Merewyn se arrodilló en el suelo de su habitación con un mar de emociones


encontradas hirviendo confusamente dentro de ella.

Ya estaba hecho. Varían probablemente la odiaría a partir de ahora, pero


al menos ella le había salvado la vida.

¿A qué precio?

—Da igual —murmuró. Porque ahora por fin sabía la verdad.

Lo amaba. Desde el momento en que Varían la había cogido en brazos y


salido corriendo con ella cuando todos los demás la hubieran dejado
abandonada a sus propios recursos, ella había sido suya.

Ahora tenía que aferrarse a la esperanza de que algún día él podría


perdonarla por el trato que acababa de hacer. Poniéndose en pie, salió de su
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habitación con expresión solemne y se encaminó hacia donde él yacía


inconsciente, atendido por Beau y Blaise.

—Mi señora —susurró Beau cuando Merewyn entró en la habitación y se


detuvo detrás de ellos. Señaló el paño puesto sobre la frente de Varían—.
Beau hace que el amo se ponga mejor para vos.

Las lágrimas acudieron a los ojos de Merewyn ante la bondad de la


gárgola.

—Gracias, Beau.

Evitó mirar a Blaise mientras iba hacia Varían. No se atrevía a hacerlo, por
miedo a que lo que pudiese ver en el rostro de la mandragora la hiciera
arrepentirse de sus actos y tratar de encontrar la manera de cambiarlos.

Pero sabía que aquello era lo mejor para todas las partes implicadas.
Sin una palabra a Blaise, extendió la mano hacia la muñeca de
Varían.

—¿Qué haces?

Merewyn no pudo responder. En vez de hablar, tiró del brazalete lo más


fuerte que pudo.

—Lyra daludité —susurró, repitiendo las palabras mágicas una y otra vez.
«La libertad no es más que una ilusión...»

Sintió que un súbito calor crecía dentro de ella. Irradió a través de su


cuerpo como un río de lava que fluía en dirección a sus manos. Y cuando ya
estaba segura de que las manos le estallarían a causa del ardor que sentía
en ellas, el brazalete se partió. Chorros de chispas se elevaron por los aires,
y algo invisible se estrelló contra ella haciéndola caer.

Beau corrió hacia ella mientras Blaise profería un juramento.

Merewyn se sentó en el suelo y miró a Varian justo a tiempo de ver cómo


sus ojos se abrían lentamente.

Un torrente de alegría le recorrió el cuerpo. Lo había hecho.


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Varian tardó unos instantes en poder moverse porque le daba vueltas la


cabeza. Era completamente consciente de cuanto lo rodeaba, pero más que
eso, podía volver a sentir sus poderes. Fluían a través de su cuerpo,
impregnando hasta la última molécula de él.

Era como si un cortejo de relámpagos danzara en su interior.

Buscó a tientas el brazalete con la mano para encontrarse con que había
desaparecido. ¿Cómo?

Varian miró a Blaise para ver que estaba mirando a Merewyn como si no
pudiera dar crédito a sus ojos. Siguió la dirección de la mirada de la
mandrágora para encontrar a Merewyn sentada en el suelo con una leve
sonrisa suspendida en la comisura de los labios.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó a la mandrágora.

Blaise sacudió la cabeza.

—Que me aspen si lo sé.

Varian miró a Merewyn, esperando que fuera ella quien respondiera.

Pero no fue así. Merewyn abrió la boca como si fuese a hacerlo, pero
ningún sonido salió de ella. Se llevó la mano al cuello, y luego sus labios
articularon las palabras «No puedo hablar».

Varian la miró con ceño mientras se levantaba del camastro.

-¿Qué?

No se le pasó por alto la expresión de «Oh, mierda» que apareció en el


rostro de Blaise.

—¿Sabes qué está pasando? —preguntó a la mandrágora.

—No tengo ni idea. Pero algo me dice que vosotros dos necesitais hablar.
—Y antes de que Varian pudiera pestañear, Blaise salió de la habitación
seguido por Beau.
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Un estremecimiento de inquietud vibró en el cuerpo de Varian cuando vio


el miedo que enturbiaba la alegría en la mirada de Merewyn. Sin prestar
atención al hecho de que estaba desnudo, se levantó del camastro para
arrodillarse en el suelo junto a Merewyn,

—¿Qué has hecho?

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas mientras extendía la mano para


tocarle los labios. Se los acarició antes de que su mirada bajara hacia la
cicatriz junto a su oreja. Pasó los dedos por ella y fue subiéndolos poco a
poco hasta enterrarle la mano en el pelo.

—¿Merewyn?

Ella le respondió con un tierno beso.

Varian gimió al sentir el sabor de sus labios y un inesperado calor le inundó


el cuerpo. La deseaba con todo su ser, pero no se atrevía a tomarla hasta
que entendiera lo que estaba pasando.

De mala gana, se apartó de ella. Trató de usar sus poderes para leerle los
pensamientos, pero algo se lo impidió. Merewyn no podía poseer esa
habilidad...

Un temblor de traición le recorrió el cuerpo. Sólo había una persona con la


que Merewyn pudiera haber hecho un trato.

Su madre.

—¿Qué le prometiste a Narishka?

Ella sacudió la cabeza en respuesta a su pregunta.

—¡Merewyn!

Merewyn quería contarle lo que había hecho, pero si lo hacía, el hechizo


volvería con redoblada energía. Esta vez no se limitaría a restringirle los
poderes a Varian...

Lo mataría.
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Aterrada sólo de pensarlo, Merewyn agachó la cabeza y la puso debajo


del mentón de Varian mientras mantenía la mano enterrada en sus cabellos.
Sólo quería sentir su fuerza. El consuelo de su presencia. Lo necesitaba más
que el respirar.

Cerró los ojos y escuchó el firme latido del corazón de él. Nunca había
oído un sonido mejor. El cuerpo de Varian había recuperado la temperatura
normal.

Varian la rodeó con los brazos al sentir que ella empezaba a temblar. ¿Qué
había hecho Merewyn? Quería enfurecerse, pero ¿cómo podía hacerlo?
Cualquiera que fuese el trato que hubiera hecho ella, lo había hecho
pensando en la vida y en los poderes de él. Sólo un completo canalla sería
capaz de condenarla por algo semejante.

—Todo irá bien, Merewyn —le susurró en los cabellos mientras la


estrechaba entre sus brazos.

Ella retrocedió para alzar la mirada hacia él y Varian le ofreció una


sonrisa llena de ternura.

—¿Estás enfadado? —articularon los labios de Merewyn.

El le tomó la cara en las manos y esperó que la sinceridad que sentía se le


notara en la voz.

Merewyn quiso gritar de alivio. Pensar que él la odiaría por lo que había
hecho la había tenido aterrorizada. Ahora, lo único que quería era estar más
cerca de él. Atrajo los labios de Varían hacia los suyos para poder saborear
el calor de su boca. Pasó las manos por la piel desnuda de su espalda,
deleitándose con la sensación de su cuerpo.

Con un gruñido, él la apretó contra su pecho mientras le mordisqueaba los


labios cariñosamente. Merewyn dejó escapar una risa silenciosa al notar lo
impaciente que estaba. Pero a decir verdad, ella deseaba tanto a Varían
como él la deseaba a ella.

Sintió que le subía la falda para poder pasarle la mano por el muslo. Una
oleada de calor se extendió por su cuerpo ante la deliciosa expectativa de lo
que se disponían a hacer. Pero antes de que él pudiera llegar a tocarla, la
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puerta de su habitación se abrió con tal violencia que la hizo chocar con la
pared.

Merewyn se apartó de Varian con un jadeo ahogado para ver a Merlín y


Nimue inmóviles en el umbral. Una armadura negra apareció
instantáneamente sobre el cuerpo de Varian mientras la soltaba.

—¿Qué has hecho? —inquirió Merlín, un fulgor rojizo en los ojos.

Varian sabía que era mejor no responder hasta que Merlín hubiera
explicado su ira.

-¿Qué...?

—Morgana tiene un ejército marchando a través del foso, disponiéndose a


entrar en el valle.

—¿Cómo?

La ira de Nimue no era menor que la de Merlín cuando dio un paso


adelante.

—Ya lo has oído —dijo—. Alguien nos ha traicionado.

Sintió que Merewyn se envaraba, y de pronto supo qué era lo que había
entregado a cambio de su vida. Le puso la mano en el hombro para
reconfortarla mientras la mantenía detrás de él, resguardándola de los dos
hechiceros que la matarían si llegaban a saber la verdad.

—Yo me encargaré de ella —dijo.

—¿Cómo? —dijo Nimue.

—Es a mí a quien quiere, ¿recuerdas? Yo me ocuparé de todo.

Merlín lo miró con una mueca de desdén.

—Más te vale —dijo, y tanto él como Nimue se volatilizaron.

Varian se levantó del suelo y se volvió hacia Merewyn para ayudarla a


ponerse en pie.
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—Mujer, ¿qué has hecho? —le preguntó.

Una llamarada de ira ardió en los ojos de ella.

—No pasa nada —intentó tranquilizarla él. La sacó de la habitación y la


llevó hasta donde los esperaban Blaise y Beau—. Voy a enviaros a los tres a
Avalón.

Blaise arqueó una ceja.

—¿Y qué me dices de ti?

—Tengo algo que hacer.

Merewyn lo agarró del brazo y sacudió la cabeza en una muda negativa.

Él le cubrió la mano con la suya.

—Tengo que hacerlo. Merlín te matará si se entera de lo que has hecho, y


no puedo arriesgarme a que Morgana o mi madre vuelvan a capturarte. —La
empujó delicadamente hacia Blaise—. Llévala ante Merlín y dile que
regresaré lo antes posible.

—¿Y si no regresas?

—Regresaré.

El escepticismo que vio en la mirada de Blaise no podía ser más evidente.


Pero Varian no tenía tiempo para eso. Antes de que alguien más pudiera
protestar, los trasladó al reino contiguo.

Rió cuando sintió que sus poderes volvían a vibrar en su cuerpo. Oh, sí. La
sensación no podía ser más deliciosa. Era bueno ser un merlin… Ahora tenía
una pequeña deuda que saldar.

Echando la cabeza hacía atrás, extendió los brazos y respiró hondo para
canalizar los elementos a su alrededor. El poder elemental fluyó a través de
él como vino caliente.

—No puedes enfrentarte a ella solo.


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Varían dio un respingo al oír aquella profunda voz que hablaba con un
marcado acento. Poniendo la mano sobre la empuñadura de su espada, giró en
redondo para ver a un hombre vestido de cuero marrón que se cubría la
cabeza con una capucha. Estaba inmóvil con los pies firmemente plantados
en el suelo y los brazos cruzados encima del pecho. Llevaba el atuendo
propio de un arquero, con una aljaba llena de flechas y un arco largo
colgados a la espalda. En el hombro izquierdo llevaba una delgada vaina de
cuero negro que contenía una espada como las que usaban los soldados de a
pie.

La capucha que ocultaba el rostro del desconocido hacía que Varían sólo
pudiera ver su perilla castaña y parte de una mejilla finamente esculpida. No
tenía ni idea de cuáles serían sus facciones o qué edad tendría, pero algo en
él parecía antiguo. Sabio.

Formidable.

Lo que quería decir que muy probablemente se tratara de un enemigo.

—¿Quién diablos eres? —inquirió Varían.

—Me llaman Faran.

Varían frunció el entrecejo ante ese nombre, que en sajón antiguo


significaba viajero.

—¿Qué haces aquí? —preguntó luego.

El hombre soltó una estruendosa carcajada.

—Esconderme de Emrys. Se enfadaría bastante si me encontrara en sus


dominios.

Varían entornó los ojos cuando algo en la voz del desconocido le sonó
extrañamente familiar.

—¿Te conozco?

—Lo dudo. La mayoría de los días ni yo mismo me reconozco.


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Qué hombre más raro. Pero eso tampoco venía al caso.

-Mira, no... —empezó a decir Varian.

—Estás demasiado ocupado para perder el tiempo con chalados como yo.
Lo sé. Ibas a salir corriendo para suicidarte. No quiera Dios que sea yo
quien te impida hacerlo, ¿eh?

Varian frunció el entrecejo ante la nota traviesa que había en la voz del
desconocido.

—¿Quién eres?-insistió.

—Al igual que tú, sólo soy otra hemorroide en el culo de Morgana. Y si vas
a irritarla, entonces creo que deberíamos unir nuestras fuerzas.

Varian no estaba seguro de si podía confiar en él, pero lo cierto era que le
gustaba su manera de ver las cosas.

—¿Por qué ibasa ayudarme? —le preguntó.

—Porque necesitas ayuda. Hasta un campeón necesita que alguien le eche


una mano de vez en cuando. Confía en mí. Ésa es la lección más dura que he
aprendido en mi vida.

Varian volvió a experimentar aquella extraña sensación de familiaridad.


Intentóatisbar por debajo de la capucha, pero el hombre dio un paso atrás y
bajó la cabeza.

—Tenemos que actuar ahora mismo para pararles los pies —le dijo
después—. En estos momentos, Morgana no sabe que Nimue y Merlín están
vivos, pero si su enviado logra rebasar a Sagremor, lo sabrá.

—¿Cómo es posible que no lo sepa ya?

—Buena pregunta. Ojalá tuviera una respuesta. Puede que su informador


se callara ese dato. Quizá quería jugar en ambos bandos, o quizá pensaba
que le debía algo a Merlín.
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Varian sintió que un estremecimiento le recorría la espalda ante las


palabras de Faran. ¿Sabía él que se trataba de un informador o sólo lo
estaba poniendo a prueba para averiguar si él conocía la respuesta?

—¿Conoces la identidad de ese informador? —le pregunto.

—La verdadera pregunta, Varian, es si la conoces tú.


El hombre rió suavemente.

—Me esfuerzo por conocer de nombre a todas las hemorroides de


Morgana —contestó—. Repasar la lista ayuda a mantenerme entretenido las
noches de los domingos cuando no echan nada que valga la pena en televisión.

Varían torció el gesto.

—No hay forma de conseguir que respondas a las preguntas directas,


¿verdad? —le dijo.

—Lección número dos: las preguntas directas no existen, delmismo modo


en que tampoco existen las respuestas directas. Cuanto más simple aparenta
ser la pregunta, más complicada resulta ser en el fondo. Y ahora, ¿nos
concentramos en qué podemos hacer para rechazar a los malvados o
deberíamos seguir filosofando hasta que llamen a la puerta?

—Concentrémonos en qué podemos hacer para rechazar a los malvados. —


Señaló la puerta—. Tú primero.

Faran rió.

—Bien hecho. Nunca confíes en nadie que esté detrás de ti.

—¿Lección número tres?

—No, salí del útero con eso ya bien aprendido.

—Y ¿aun así confías en mí?

La respuesta de Faran consistió en un fogonazo. Dejaron de estar dentro


de la casita para materializarse en el puente donde Sagremor se había
enfrentado a Varían hacía sólo unos días.
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3º LOS SEÑORES DE AVALON

Varían reparó en que no se encontraba a la espalda de Faran. El misterioso


arquero lo había hecho aparecer junto a él. Sacudiendo la cabeza,
desenvainó su espada.

—¿Cuánto...?

No tuvo tiempo de terminar la pregunta cuando un grupo de adoni emergió


repentinamente del bosque.

Varían soltó un juramento.

—¿Dónde está Sagremor?

—No puede manifestarse hasta que ellos toquen el puente —dijo Faran—.
Además, no queremos tenerlo aquí si podemos evitarlo. Su niebla sólo
serviría para cegarnos impidiéndonos ver a nuestros objetivos.

Sí, en eso tenía razón.

Los adoni se dividieron, literalmente. Con un intenso destello de luz, los


cuatro hombres se convirtieron en ocho, luego en dieciséis, luego en treinta
y dos. Era un buen truco posibilitado por un hechizo de Morgana, y uno que
la hechicera ya había usado con excelentes resultados contra los caballeros
de la Mesa Redonda en Camlann.

Las cosas se iban a poner pero que muy feas.

Faran se descolgó el arco de la espalda y puso dos flechas en la cuerda.

—Creerán que todavía tienes restringidos tus poderes —dijo—, así que
contamos con una ligera ventaja.

—Sobre todo «ligera».

Faran rió.

—¿Nos hemos perdido la acción?

Varían se volvió en redondo para ver a Merrick, Derrick y Erik.

—¿Qué hacéis aquí? —les preguntó.


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3º LOS SEÑORES DE AVALON

—Merlín envió una llamada para que todo el mundo se preparase por si
acaso llegan a invadirnos. Pensamos que estarías aquí para defender el
frente.

—¿Va a venir alguien más? —preguntó Faran.

Derrick sacudió la cabeza.

—Merlín cuenta con que Varían derrote al enemigo —repuso—si no lo hace,


Merlín lo fulminará con uno de sus relámpagos mágicos.

—Haciéndolo picadillo —añadió Merrick.

—Qué bien —dijo Varian, asegurándose de imprimir el máximo sarcasmo


posible a su voz.

—¡Varian du Fay! —gritó un adoni de pelo oscuro—. Ríndete, y nadie


sufrirá ningún daño.

—Algo me dice que rendirme me haría muchísimo daño —respondió él-

—Pero tus compañeros quedarán en libertad —agregó el adoni,

—Que les den. Si no pueden daros una buena somanta, merecen morir.

—¡Eh! —se quejó Merrick—. No tienes ningún derecho a hablarnos así.

Derrick desenvainó su espada.

—No, pero lo hace —dijo.

Varían frunció el entrecejo al verlo empuñar la espada.

—Creía que eras un amante, no un guerrero.

—Sí, bueno, a veces no hay más remedio que combatir por el amor, o en
este caso, por la vida. Si cruzan este puente, no quedará lo bastante de mí
para seducir a nadie.
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En eso tenía razón.

Varian invocó su magia mientras veía cómo los adoni desenvainaban sus
espadas y daban inicio a su ofensiva.

Faran lanzó sus flechas. Al igual que habían hecho los adoni, estas se
dividieron nada más salir del arco y formaron una docena de saetas que
dieron en siete de los adoni. Cinco de ellos se disolvieron, demostrando que
no eran reales, mientras otros dos caían al suelo para empezar a retorcerse
presas de la agonía. Erik soltó un aullido de victoria.

Varian lanzó un relámpago mágico mientras Faran cargaba más flechas.


Desgraciadamente, la descarga mágica fue inútil contra la magia de
Morgana.

Faran disparó más flechas. Éstas se incrustaron en los adoni, pero los
que fueron alcanzados se limitaron a dividirse en todavía más atacantes.

Varian soltó un juramento.

—Tendremos que quemar el puente —dijo Faran mientras disparaba más


flechas.

Varian se quedó atónito.

-¿Qué?

Faran bajó el arco, y aunque Varian no podía verle la cara, algo le dijo que
el arquero le estaba lanzando una mirada penetrante.
—Morgana salió vencedora de la última batalla que se libró aquí—dijo el
caballero—. Impidamos que la historia se repita. Quemémoslo hasta los
cimientos.

—¿Qué pasa con Sagremor?

—Quemar el puente liberará su alma. Es lo mejor para él.

Merrick frunció el entrecejo.


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—¿Qué me dices del bosque? —terció—. Nadie podrá entrar en el valle.


Cuando Morgana destierre a sus amantes, se encontrarán atrapados con las
sílfides.

Faran se mostró implacable.

—Cuando te acuestas con el diablo, deberías esperar padecer todos los


tormentos del infierno.

—En mi condición de persona atrapada en el infierno, me siento muy


ofendido.

—Ya tendrás tiempo de ofenderte después —masculló Faran—. Ahora


estamos a punto de ser arrollados. —Disparó más flechas, y luego echó a
correr hacia los adoni.

Merrick taladró a Varian con la mirada.

—No irás a quemarlo, ¿verdad?

—Tenemos que proteger a Merlín y los demás. Vosotros cruzad el puente,


y yo me ocuparé de él desde primera línea. —Varian se volvió para irse,
pero nada más hacerlo tuvo un terrible presentimiento.

Dos segundos después, supo qué lo había causado.

Merrick había alzado su espada para abalanzarse sobre él. Movió la hoja
en un ángulo de tal manera que ésta se deslizó por debajo de la coraza de
Varian.

Varian siseó cuando el mandoble le abrió la espalda y la hoja quedó allí


enterrada. Con un zumbido en los oídos, pudo oír cómo Erik vitoreaba a su
hermano animándolo a que acabara con él.

—¿Qué haces? —preguntó Derrick.

Merrick hizo girar la espada y la hincó todavía más profundamente en el


cuerpo de Varian.
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—Tenemos que congraciarnos con Morgana. Bastará con que le


entreguemos a Varian, y ella le devolverá su cuerpo a Erik y quedaremos
libres.

Varian quería gritar para alertar a Faran, que ya estaba haciendo frente a
los adoni, pero la herida le había afectado el pulmón. Lo único que pudo
hacer fue tragar aire con un jadeo ahogado mientras sentía el sabor de su
propia sangre en los labios. No hubiese debido darle la espalda a Merrick.

—¡Morgana! —gritó Merrick—. Vamos a... —No pudo llegar a terminar la


frase porque Derrick lo derribó de un puñetazo.

Varian se vio impulsado hacia delante cuando la caída de Merrick le


arrancó la espada del cuerpo.

Derrick terminó de noquear a su hermano de un cabezazo en el estómago


antes de ir hacia Varían y pasarse uno de sus brazos por los hombros.

—Vamos, te sacaré del puente para que puedas quemarlo —le dijo.

Erik corrió hacia Derrick y lo mordió. Derrick lo obligó a retroceder de un


puntapié.

—No te estoy traicionando, idiota. Te estoy salvando la vida.

Aun así, Erik se puso a chillar mientras Derrick ayudaba a Varian a


levantarse del suelo. Faran estaba haciendo un trabajo magnífico, pero ni
siquiera él podía contener a los adoni que no paraban de multiplicarse.

Cuando llegaron al inicio del puente, Merrick vino por detrás y apartó a su
hermano de un empujón. Derrick soltó a Varian y éste cayó al suelo. La
herida era tan seria que ni siquiera podía tenerse en pie. El dolor y el
extraño entumecimiento que había empezado a extenderse por su cuerpo le
impedían pensar.

—Entréganoslo —le dijo Merrick a su hermano.

—No —repuso éste.

Merrick atacó, pero Derrick lo agarró por el cuello en una presa de lucha
libre.
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—Quema el puente —le ordenó a Varían mientras sujetaba a su hermano


gemelo.

Varian empezaba a verlo todo borroso y apenas podía distinguir el puente.


Maldijo mientras tosía sangre. Aun así, se obligó a invocar su magia. El poder
corrió por su cuerpo y lanzó un relámpago mágico sobre la madera, que
prendió inmediatamente.

Las llamas se esparcieron por el puente como el oleaje sobre una playa.
Mientras ardía, Varian vio la imagen de Sagremor. El caballero estaba
inmóvil en el centro del puente con la espada desenvainada. Primero miró las
llamas como si no pudiera dar crédito a sus ojos y luego, con una expresión
de paz en el rostro, saludó a Varian con la espada antes de desaparecer
entre la humareda.

Los hermanos seguían peleando entre sí.

Varian oyó que alguien venía hacia él y de inmediato intentó rodar por el
suelo, en un desesperado esfuerzo por encontrar su espada y levantarse.

Alzando la mirada, vislumbró...

No, no podía ser.

Luego todo se volvió negro.


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Capítulo 18

Varian despertó lentamente. Esperó a que el dolor volviera a hacer acto


de presencia, pero no compareció. En lugar de eso, sintió que una mano muy
suave le tocaba los cabellos y percibió el aroma del romero y la lavanda.

Abrió los ojos, y no vio el gris del bosque ni oyó los sonidos de la batalla.
Vio el sol entrando a raudales por una ventana abierta. Estaba tendido en el
suelo en los aposentos de la penmerlín Aquila.

—¿Te sientes mejor? —preguntó ella, al tiempo que lo miraba con la


cabeza inclinada hacia un lado.

Varian frunció el entrecejo hasta que vio a Merewyn y Blaise en pie detrás
de Aquila. Merewyn le ofreció una sonrisa, que él devolvió antes de dirigirse
a Blaise.

—¿Me has curado?

Blaise asintió con la cabeza.

—No iba a dejar que llenaras el suelo de sangre, ¿verdad? —bromeó—. Lo


estabas poniendo todo perdido. Menos mal que no soy yo el que lo tiene que
limpiar.

Merewyn miró a la mandrágora y puso los ojos en blanco.

Varian frunció el entrecejo cuando reparó en quien faltaba de su grupo.


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—¿Dónde está Faran? —preguntó.

—¿Faran?—repitió Blaise.

—Ha tenido que irse —explicó Merlín.

Blaise imitó la expresión contrariada de Varían.

—¿Quién es Faran? —dijo.

—Un amigo. —Merlín dio un paso atrás mientras Varían se levantaba del
suelo—. ¿Cómo te encuentras?

—He de decir que estoy harto de que me apuñalen y hechicen.

Merlín miró a Merewyn.

—Pues yo he de decir que creo que Merewyn está empezando a sentirse


tan harta de ello como tú.

Varían no se lo reprochaba, ya que la pobre mujer parecía ser la única


persona dispuesta a cuidar de él cuando quedaba fuera de combate por la
razón que fuera. Pero eso seguía sin explicar qué había ocurrido realmente.

Si Merewyn no había vendido su paradero para romper el hechizo que la


aprisionaba...

¿Los hermanos?...

—¿Dónde están los trillizos? —le preguntó a Blaise.

—Derrick está en el cuarto de la tele tragándose todas las series que


echan. Merrick y Erik están a buen recaudo en el piso de abajo, y allí
seguirán hasta que finalmente decidamos qué hacer con ellos.

No era un castigo demasiado duro, y Varían pensó que se merecían algo


bastante peor.

—Deberías habérselos entregado a Emrys.


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—Pensé en ello. Pero mi padre los habría matado sin pensárselo dos veces,
y entonces Derrick se hubiera sentido culpable por sacrificar las vidas de
sus hermanos para salvar la tuya. De este modo podrá ser bueno sin tener
nada que lamentar.

La mandrágora era mucho más sabia de lo que aparentaba.

—¿Dónde está Beau? —preguntó Varían al cabo.

—Fuera con Garafyn, y supongo que eso es como para asustar a cualquiera,
¿no? Dios quiera que no empiece a parecerse a Garafyn de tanto pasar el
rato con él. No me gustaría tener que convertirlo en gravilla.

Varian era de la misma opinión. Garafyn tenía el tipo de personalidad que


no le cae bien a nadie, y todos procuraban rehuir su compañía.

—¿Merewyn te ha contado la buena noticia? —preguntó, volviéndose hacia


Merlín.

—¿Qué buena noticia?

—Conoce la identidad de nuestro traidor.

Merlín abrió mucho los ojos.

—¿Está segura?

Merewyn asintió.

—Lo conoce de vista —explicó Varian—. Pero no sabe cómo se llama.

—Entonces tendremos que tomar precauciones y mantenerla escondida


hasta que pueda encontrarlo. Si él la ve primero, probablemente intentará
matarla.

—No te preocupes. No la perderé de vista.

Blaise carraspeó.

—Bueno, aunque es asombrosamente divertido ver cómo podéis poneros


ojitos tiernos el uno al otro, y te ruego que notes el sarcasmo en mi voz, me
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parece que ahora iré a darles un poco la lata a Seren y Kerrigan. Para ver
cómo está la cría y todo eso. Nos vemos luego. —Se volatilizó de la
habitación.

Merlín rió ante lo apresurado de su marcha.

—Está contentísimo de volver a tener sus poderes —dijo—. Bueno, ¿tú


también te alegras de haberlos recuperado?

—¿Necesitas preguntarlo?

Merlín se dispuso a dejarlos solos, y entonces se detuvo de pronto como si


le doliera algo.

Varian la agarró del brazo al ver que se tambaleaba y se había puesto


terriblemente pálida.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Morgana me está invocando.

—¿Cómo que te está invocando?

Ella extendió la mano, y una pequeña bola de cristal voló hacia ella desde
la mesa que había al lado de Varian. Quedó suspendida en el aire y empezó a
girar rápidamente hasta que una iridiscencia rojiza emanó de su centro. La
luz los bañó con un resplandor ultraterrena mientras daba forma al rostro
de Morgana.

La hechicera los miró desde la esfera como si los tres fueran las criaturas
más viles del universo. La reacción no dejaba de tener su gracia, viniendo de
la Reina de las Perras.

—Tienes en tu poder algo que me pertenece —dijo Morgana finalmente, al


tiempo que clavaba la mirada en Merlín.

—Me parece que no —dijo éste.

—Oh, sí. Desde luego que lo tienes.

—Y ¿cuál es exactamente esa propiedad tuya que reclamas?


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—Merewyn de Mercia.

Varian le cogió la mano a Merewyn al tiempo que se interponía entre ella y


la bola de cristal.

—De eso ni hablar.

—Cuidadito con lo que dices, Varian —lo riñó Narishka desde la distancia—
. Creía haberte educado mejor.

—Por supuesto que lo hiciste, mamá, pero tengo a dos damas aquí conmigo,
y no quiero ofenderlas recurriendo a la clase de lenguaje que aprendí de ti.

Una carcajada malévola brotó de la garganta de Morgana.

—Esa no es forma de hablarle a tu madre, Varian. —Volvió la mirada hacia


Merlín—. La mocosa nos pertenece. Exigimos que nos sea devuelta.

Varian apretó los dientes con una mueca de ira.

—Por encima de mi cadáver —dijo.

—Esos términos nos parecen aceptables.

Varian ardía en deseos de extender las manos a través del globo de cristal
y matarlas a ambas. Ojalá hubiera podido.

—O Varian o Merewyn tienen que haber vuelto con nosotras antes de que
haya transcurrido media hora, o de lo contrario...

—¿O de lo contrario qué...? —preguntó Merlín.

—Merewyn muere allí donde esté. —Morgana dio la vuelta a un reloj de


arena lleno de diminutas partículas negras—. Si el último grano cae y no hay
nadie en mi sala, la mocosa exhalará su último aliento.

Varian hizo añicos el globo con sus poderes cuando su furia hizo explosión.

Aquila permaneció impertérrita ante su rabia.


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—No voy a permitir que mi madre tenga a Merewyn —gruñó Varian.

—No tenemos elección —dijo la hechicera—. Ya sabes por qué no puedes


volver allí.

Varian sacudió la cabeza mientras Merewyn iba hacia la mesa en la que


Aquila había dejado pluma y papel. Frunciendo el entrecejo, la vio escribir
rápidamente algo que luego le trajo.

Y mientras leía las palabras, el corazón se le hizo pedazos.

«Me dijiste que tu madre te obligaría a esto y que cuando llegara el


momento me sacrificarías a ella. Es como tiene que ser.»

—¡No! —gritó él, haciendo una bola con el papel—. No dejaré que vuelvas
allí. —Miró a Merlín en busca de ayuda—. Merewyn conoce al traidor. Yo no.
Puede entregártelo.

—Tu madre te matará si regresas allí.

Probablemente. Pero ahora él iba a regresar con sus poderes intactos. Si


querían acabar con él, que vinieran.

—Deja que lo intente —dijo al cabo.

El pánico hizo presa en Merewyn mientras lo oía gritar furiosamente. No


podía permitir que Varian regresara a Cámelot. Ella ya había hecho su trato,
y ahora no podía echarse atrás.

Pero primero tenía que encontrar alguna manera de hacer que Varian
viese la luz. Le puso un dedo sobre los labios cuando vio que se disponía a
seguir discutiendo con Merlín. Qué extraño que aquel hombre que le había
dicho que no moriría por nada ahora estuviera dispuesto a dar su vida por
ella.

Nadie le había dado nunca tanto.

Ojalá hubiera podido contarle lo que sentía. Contarle por qué tenía que
hacer aquello. Contarle que lo amaba.
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Pero lo único que podía hacer era mostrarle lo mucho que había llegado a
significar para ella.

Merlín pareció entenderlo, porque retrocedió.

—Tengo que ir a comprobar... una cosa —dijo. Un instante después, se


había volatilizado.

Varian hizo un sonido de disgusto.

—¡Merlín! No creas que puedes librarte tan fácilmente —exclamó.

Merewyn esperó hasta que lo vio ir hacia la puerta, y entonces lo agarró


del brazo y atrajo sus labios hacia los suyos. Sentir el sabor de su beso la
hizo estremecer. En realidad, ella sólo quería eso.

Tenerlo a su lado y no separarse nunca de él.

Pero nunca habían estado destinados a estar juntos. Ahora lo único que
podía hacer era distraerlo. Y con esa idea en la mente, bajó la mano y la
deslizó por debajo de su armadura.

Varian sintió que le daba vueltas la cabeza cuando la mano de Merewyn le


rozó la piel del estómago. Dominado por el deseo, hizo desaparecer su
armadura para sustituirla por el jubón de cuero y los pantalones.

Merewyn bajó la mano inmediatamente para rodearle el miembro con los


dedos. La virilidad de Varian se hinchó al instante. Profundizó su beso
mientras la mano de ella se la acariciaba desde la punta hasta la
empuñadura.

Cuando Merewyn le bajó los pantalones por debajo de las caderas para
dejarlo desnudo, todo pensamiento racional se evaporó de su mente. Ahora
ya sólo podía pensar en poseerla.

Ella retrocedió poniendo fin al beso, y luego se arrodilló ante él.

Con los párpados pesados por el deseo, Varian contuvo la respiració


mientras la miraba. Merewyn le acarició los testículos con el dorso desus
suaves manos un instante antes de meterse la punta de su miembro en la
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boca. Varian siseó cuando ella fue llevándolo cada vez más adentro al tiempo
que se lo acariciaba delicadamente con la lengua.

Merewyn gimió al sentir el sabor del cuerpo de él. Si algo había aprendido
en la corte de Morgana, era que los hombres vivían esclavizados por sus
hormonas. Eran su punto débil.

Pero, a diferencia de Morgana y Narishka, ella no iba a servirse de eso


para hacerle daño a Varian. Lo único que quería era protegerlo, lo que
significaba que disponía de muy poco tiempo.

Varian sintió que se le aceleraba el pulso mientras ella lo besaba tan


tiernamente. Pero él quería algo más que esto.

La apartó suavemente antes de cogerla en brazos.

Merewyn contuvo la respiración, temerosa de que pudiera haberlo hecho


enfadar. Pero lo que había en los ojos de él no era ira, sino únicamente
deseo. Respirando con jadeos entrecortados, la llevó a la mesa antes de
subirle la falda hasta la cintura, desnudándola a su mirada.

Merewyn se mordió el labio cuando él le puso la mano entre las piernas


para acariciarla. Separándolas para recibirlo, echó la cabeza hacia atrás.
Varian se inclinó sobre ella para besarle la garganta un instante antes de
penetrarla.

Le hizo el amor furiosamente, hincándole un poco más el miembro con cada


nueva acometida. Merewyn lo apretaba contra sus pechos.

Pero el tiempo de que disponían estaba a punto de expirar.

Encendida por el deseo, Merewyn quería que todo Varian fuese suyo.

Él aceleró el ritmo de sus movimientos mientras la penetraba un poco más


profundamente con cada nuevo vaivén de las caderas. No recordaba haber
deseado nunca tanto a una mujer.
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Merewyn enterró las manos en sus cabellos y se los apretó un segundo


antes de que él sintiera que el climax tomaba posesión de ella. Los gritos
silenciosos de placer que vio salir de sus labios lo llenaron de deleite,
apremiándolo a seguir adelante hasta que se unió a ella en el apogeo del
placer.

Con una última convulsión, Varian la estrechó entre sus brazos y deseó que
le fuera posible llevársela consigo a algún lugar para pasar el resto del día
desnudo entre sus brazos.

Pero su madre no le permitiría esa paz. Narishka no iba a permitirle nada.

Resignado a la realidad, Varian se apartó de ella.

El pánico hizo presa en Merewyn cuando vio que él se subía los pantalones
y se ataba los cordones. No sabía qué hacer. Su plan había consistido en
seducir a Varian, y en lugar de eso había sido él quien acababa de hacerle
perder el mundo de vista.

Tenía que encontrar alguna manera de mantenerlo allí, alejado de


Morgana. Desgraciadamente, sólo conocía una forma de conseguirlo...

Cuando Varian empezó a apartarse de ella, Merewyn cogió un mazo de


madera que había sobre la mesa y le dio con él en la cabeza. Él se volvió
hacia ella para lanzarle una mirada acusadora antes de caer al suelo.

—¡Narishka! —gritó Merewyn a la mujer que acechaba dentro de su


cabeza—. Soy tuya. Ven a por mí.

Apenas había tenido tiempo de llegar a pensar las palabras cuando fue
volatilizada de Avalón, para aparecer nuevamente en el mundo incoloro de
Cámelot.

Merewyn se encogió ante el horror que la rodeaba, especialmente ante la


visión de Morgana y Narishka esperándola.

—Qué decepción —dijo Morgana, al tiempo que hacía un mohín—. Ya me


había hecho la esperanza de que sería Varian el que vendría en lugar de ti.

Narishka se echó a reír.


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—Y ha venido.

Morgana funció el entrecejo en una mueca de profunda consternación.

—¿Se puede saber de qué estás hablando? —preguntó.

Narishka tiró de los brazos de Merewyn para obligarla a avanzar hacia


ella, y luego la volvió hacia Morgana.

—¿Estáis perdiendo los poderes, mi reina? ¿No podéis sentir los poderes
de mi hijo dentro de ella?

¿De qué estaban hablando?

Morgana empezó a mostrar interés.

—Vaya con la pequeña ramera —dijo—. Así que estás embarazada, ¿eh?

Merewyn sacudió la cabeza en una muda negativa. No podía estar


embarazada... ¿O sí?

Bueno, por supuesto que podía estarlo. Al menos en teoría. Pero ¿cómo
podían saberlo ellas?

Narishka la agarró del pelo y la obligó a inclinar la cabeza hacia atrás.

—Ha estado con Varian recientemente —dijo—. Su cuerpo todavía


conserva su rastro. —Narishka pasó la mano por el punto donde Varian le
había chupado el cuello—. Podemos estar seguras de que vendrá en busca de
su puta y su hijo. Por fin lo tenemos justo donde queríamos que estuviera.

«¡No!» La palabra irradió dentro de Merewyn. Aquello no era lo que se


suponía que debía suceder. Varian hubiese tenido que estar a salvo. Aunque
al parecer lo único que había conseguido ella al tratar de protegerlo era
ponerlo en una situación todavía más peligrosa.

Santo Dios, ¿qué había hecho?


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Varian fue despertando poco a poco cuando sintió que alguien le daba
palmaditas en la espalda. Esperando que fuese Merewyn, se quedó
estupefacto al ver a Beau inclinado sobre él.

Y cuando centró la mirada en la pequeña gárgola, lo que había sucedido le


volvió a la memoria. Merewyn lo había golpeado en la cabeza con el mazo de
madera que había cogido de la mesa.

—¿Dónde está mi señora? —preguntó Beau en voz baja.

—No lo sé, pero estoy seguro de que se encuentra en apuros.

—¿En apuros? ¿Cómo?

Varian no le respondió. Lo que hizo fue levantarse del suelo decidido a


reclamarla. Pero cuando trató de teletransportarse a Camelot, su cuerpo no
se movió de los aposentos de Merlín.

—Merlín —dijo secamente.

Aquila apareció inmediatamente ante él.

—Libera mis poderes —exigió él.

—No puedo. No soy yo quien los restringe.

—¿Cómo dices?

Aquila levantó las manos en un gesto de rendición.

—Juro que no lo estoy haciendo —afirmó.

—Envíame a Cámelot.

—No puedo hacer tal cosa. Podría ser que no fueras capaz de regresar, y
no quiero tener la responsabilidad de tu muerte sobre mi conciencia.

—Como si eso pudiera importarte. Ahora envíame allí.

—Sí que me importa, Varían.


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Él masculló un juramento.

—Tengo que proteger a Merewyn —dijo.

—Y ella está tratando de protegerte a ti.

—Yo no necesito protección. Lo que necesito es...

Aquila lo miró arqueando una ceja.

-¿Es?

Él hubiese querido decirle que necesitaba encontrar la manera de llegar a


Cámelot, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta cuando
pensó en que pudieran hacerle daño a Merewyn. Una pena inimaginable se
adueñó de él, tan intensa que por un instante fue como si estuviera
paralizado. Pensar en ella en manos de su madre lo angustiaba a un nivel que
hasta ahora no conocía.

—Necesito a Merewyn —se limitó a decir finalmente—. Y no viviré


sabiendo que mi vida fue comprada al precio de la suya. Nunca.

Unos aplausos misteriosos llenaron la habitación.

Varian frunció el entrecejo. ¿Qué diablos podía ser aquello?

El pensamiento apenas había acabado de cobrar forma dentro de su mente


cuando el Azar apareció junto a Merlín. Alto y musculoso, el antiguo dios
parecía más un dios de la guerra que una divinidad del destino. Lo único que
le faltaba era la armadura, pero el Azar nunca llevaba armadura. Una vez le
había explicado que la razón por la que prescindía de ella era que le hacía
daño en la piel.

El dios vestía una simple túnica y unos pantalones de montar. Llevaba los
cabellos de un rubio oscuro recogidos con un pequeño cordón de cuero sobre
la nuca.

—No has podido expresarte con más claridad, Varian —dijo—. Pero tengo
que decir que me sorprende. Nunca pensé que oiría semejantes palabras en
boca de alguien como tú.
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—Mira, ahora no puedo perder el tiempo con tus tonterías. Tengo un


problema muy serio.

—Desde luego que lo tienes, y ninguno de vosotros ha caído en la cuenta


de lo difícil que va a ser resolverlo.

Merlín frunció el entrecejo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó.

—Lejos de mí cualquier intención de apoyar a alguno de los bandos, pero


en este momento, su querida mamaíta y Morgana tienen en las manos una
herramienta que podría proporcionarles precisamente lo que andan
buscando.

Merlín palideció.

—Han encontrado el grial.

—Todavía no. Pero tienen en su poder a alguien que podría encontrarlo.

Varian sintió que se le helaba la sangre en las venas.

—Han encontrado a otro caballero del grial.

El dios asintió.

—¿Quién? —prosiguió Varian—. Sabemos que ninguno de ellos se ha movido


del sitio.

—Sí, pero un caballero ha caído, y por lo tanto otro será escogido para
reemplazarlo.

Varian intercambió una mirada de perplejidad con Merlín.

—Tiene que ser alguien que lleve sangre de merlín en las venas... Oh, Dios,
no me digas que es Arador —murmuró, usando el nombre del nuevo rey de
Cámelot, que era un merlín por derecho propio.

El dios del destino sacudió la cabeza.


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—No hace falta que vayas tan lejos. De hecho, deberías pensar en ti y en
cómo tú mismo has puesto esa herramienta en las manos de tu madre.

—¿Se puede saber de qué estás hablando?

—Merewyn está embarazada —susurró Merlín.

Varian sintió que el aire se le escapaba de los pulmones en una brusca


exhalación como bajo los efectos de un terrible puñetazo. De hecho,
hubiese podido jurar que alguien acababa de golpearlo en el estómago con un
mazo de picapedrero.

¿Merewyn embarazada?

—He de ir con ella —dijo al fin.

El dios clavó en él su mirada fría como el acero.

—Hazlo, y todo habrá terminado para ti —le advirtió—. Tu madre por fin
ha encontrado la única soga con la que puede ahorcarte.

—Me da igual. No la dejaré sola allí para hacer frente a la ira de mi


madre.

—¿Intentas decirme que estarías dispuesto a sacrificarlo todo por ella?

—¿Tú qué crees?

Una sonrisa traviesa curvó los labios del dios.

—Creo que hablar es fácil.

Dos segundos después, Varian estaba en Cámelot.

Invocó su armadura, con el yelmo incluido. Como no quería correr riesgos,


desenvainó su espada y recurrió a sus poderes para localizar a Merewyn.

Se detuvo cuando la encontró, y arrugó los labios en una mueca de


disgusto. Estaba con los sicarios de Morgana, naturalmente. ¿Dónde si no
iba a ponerla su madre?
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Preparándose para el combate que tendría que librar, Varian se transportó


al agujero donde vivían los mods. Cuando se materializó dentro de él,
necesitó unos instantes para orientarse. Se hallaba en los aposentos de
Bracken, pero el señor de los demonios no estaba allí.

Sin embargo, Merewyn sí estaba. Sentada en el suelo, la habían


encadenado por el cuello a un asiento de hierro.

En cuanto Varian se quitó el yelmo, el miedo que la hacía temblar se disipó


de golpe. Al menos por unos cuantos segundos. Luego regresó, todavía más
intenso que antes. Miró a Varian y sus labios se movieron en silencio para
decirle que tenía que irse.

—Lo haré... en cuanto te tenga conmigo —respondió él, que había


entendido cada una de las palabras.

Ella sacudió la cabeza en una vehemente negativa al tiempo que señalaba la


puerta.

—Llévatela de aquí, y la mataré.

Varian se quedó inmóvil al oír la voz de su madre. Volviéndose, vio a


Narishka y Bracken de pie en el centro de la espaciosa habitación.

—No te atreverás —replicó.

—No estés tan seguro, muchacho.

Si la amenaza viniera de alguien que no fuese su madre, Varian no habría


dudado en actuar. Pero como se trataba de Narishka, sabía que no estaba
mintiendo. Al parecer iban a jugar otra ronda de hagamos un trato.

—¿Qué es lo que quieres, mamá? —preguntó Varian.

—Dominar el mundo. Hacer correr ríos de sangre. Que haya guerra en


todas partes. Poca cosa, en realidad. Pero para empezar me conformaré con
que me entregues a los caballeros del grial.

—No puedo hacer eso.


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—Entonces tendrás que morir.

—¿Qué? ¿Se acabaron los intentos de convertirme?

—Me parece que sí. Ya estoy harta de perder el tiempo contigo. Pero me
pregunto si seguirás mostrándote tan desafiante cuando empiece a
torturar a tu juguete favorito delante de ti.

Varian respondió lanzando una descarga mágica. El relámpago dio de lleno


en el blanco, y tanto su madre como Bracken rodaron por el suelo. Varian se
volvió disponiéndose a liberar a Merewyn, sólo para descubrir que su magia
no servía de nada contra la cadena que la sujetaba.

Su madre rió.

—No pensarías que te lo iba a poner tan fácil, ¿verdad? La zorra se queda
aquí con nosotros. Hizo un trato conmigo, y antes veré helarse el infierno
que yo decida liberarla.

—Hummm... pues se diría que Lucifer está masticando carámbanos.

La mirada de Varían fue más allá de su madre para ver al dios del destino
inmóvil y con los brazos cruzados encima del pecho.

Narishka se levantó del suelo.

—¿Se puede saber qué haces aquí? —preguntó.

El Azar chasqueó los dedos, y Merewyn dejó escapar una exclamación


ahogada cuando la cadena cayó de su cuello.

—Recoger mi propiedad.

—¿Qué? —jadeó Narishka—. No puedes hacer eso. Tengo un trato con


ella.

—Sí. Cuya duración había sido fijada en un ciclo lunar, y eso terminó
mientras ella se encontraba en el valle. Técnicamente, ahora Merewyn es
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libre. O al menos lo era hasta que me vendió su vida a cambio de la de


Varían.

Varian sintió que se le aflojaba la mandíbula mientras la miraba con


incredulidad.

—No le estaba permitido contártelo —explicó el dios—. Yo quería ver si


valías el precio de su vida o no. Por suerte para ella, estuviste dispuesto a
defenderla incluso cuando parecía que os había traicionado tanto a ti como a
Emrys. Bravo, muchacho. Ahora la vida de Merewyn me pertenece.

-¡No puedes llevártela! —chilló Narishka con indignación—. No lo


permitiré.

-Oh, tampoco es que puedas impedírmelo.

Mientras el Azar daba un paso hacia ellas, Narishka extendió las manos.

Varian no tenía ni idea de qué podía ser lo que su madre iba a hacerle a
Merewyn, pero no pensaba esperar para averiguarlo. Sin pensar se abalanzó
sobre ella para protegerla con su cuerpo.

La descarga mágica lo atravesó con la fuerza abrasadora de un relámpago.

Merewyn se encogió cuando lo sintió temblar. No estaba segura de qué


debía esperar ver, pero cuando sus ojos se encontraron con los de Varían, lo
único que pudo hacer fue quedarse mirándolo con horror.

El hermoso caballero de pelo oscuro que le había robado el corazón ya no


estaba allí. En su lugar, ahora había un viejo contrahecho.

El dios maldijo a Narishka, que no mostró el menor remordimiento.

Lo que hizo fue echarse a reír.

—Bueno, mi plan original era hacer que la mocosa volviese a ser horrenda.
Pero me parece que esto tampoco está tan mal, ¿verdad? Llévatela contigo,
Azar, y a Varían siempre le quedará el consuelo de saber que a partir de
ahora nadie le pondrá un dedo encima mientras tú estés entretenido
follándotela. Realmente poético, ¿no?
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Con un juramento, el dios fulminó a Narishka con una descarga mágica. El


impacto fue tan terrible que la arrojó contra el muro y le chamuscó el pelo.
Bracken dio un paso adelante, y luego se apresuró a retroceder cuando el
Azar lo miró con cara de pocos amigos.

El dios se volvió hacia ellos, y en un abrir y cerrar de ojos, volvieron a


estar en Avalón.

Merewyn no había dejado de abrazar a Varían.

—Vamos, Merewyn —dijo el dios—. Es hora de irnos.

Ella sacudió la cabeza.

—No puedo dejarlo. No así.

—Hiciste un trato conmigo.

—Por favor —suplicó ella mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—. Tú


no sabes lo que es ser deforme y que todo el mundo te odie. No puedo
abandonarlo a esa crueldad.

—Vete —jadeó Varían, tratando de apartarla de él—. No me pasará nada.


Además, estoy acostumbrado a que todos me odien.

—No —musitó ella, mientras las lágrimas empezaban a caer de sus ojos—.
Tú no te mereces esto.

El dios inclinó la cabeza hacia un lado mientras la miraba en silencio.

—¿Me estás diciendo que amas a este hombre? —preguntó finalmente.

—Sí.

—¿De verdad lo amas? ¿Preferirías pasar el resto de la eternidad


atrapada con un anciano contrahecho cuando sabes que podrías pasarla
conmigo?

Miró al dios, que realmente era el epítome de la hermosura masculina. Su


rostro y su cuerpo eran perfectos. Su poder, absoluto.
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Aun así, Merewyn no vaciló a la hora de responder.

—Sólo si ese hombre es Varían.

—Míralo cuando dices eso —la advirtió el dios.

Merewyn lo miró. Vio su piel grisácea y llena de señales. Sus dedos


retorcidos. Pero también vio el brillo de sus hermosos ojos verdes.

—¿Aún quieres quedarte con eso? ¿Casarte con él ? —insistió el Azar.

-Sí.
El dios avanzó.

—Piensa en lo que estás diciendo, Merewyn. Piensa en lo que significa.

Antes de que pudiera responder, Merewyn vio una clara imagen del cuerpo
contrahecho de Varian haciéndole el amor. De aquellas manos nudosas y
deformes moviéndose sobre su cuerpo...

Hubiese debido sentir asco, pero por alguna razón inexplicable no le


produjo ninguna repugnancia, y por primera vez entendió lo que había
querido decir Varian en el valle cuando ella era fea.

—Me da igual el aspecto que tenga —dijo al fin.

—Hummm... bueno, en ese caso demuéstramelo, y rescindiré nuestro


acuerdo.

Una oleada de miedo estremeció a Merewyn.

—¿Demostrártelo? ¿Cómo?

—Bésalo.

—¿Eso es todo?

El dios se echó a reír.

—¿No es suficiente?
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Varian se encogió temerosamente cuando vio que Merewyn se volvía hacia


él. Si estaba aunque sólo fuese la mitad de horrible de lo que sospechaba él
que tenía que estar, no le habría reprochado que saliera huyendo por la
puerta.

—No tienes por qué hacer esto —le dijo.

Ella se arrojó en sus brazos.

—Sí, Varian, tengo que hacerlo. —Le apartó de la cara los cabellos
enredados—. Me da igual la apariencia que tengas. Es a ti a quien amo, no a
tu aspecto. Tu humor, tu bondad, incluso esa especie de ronquidito que
haces cuando duermes.

—Yo no ronco.

Ella rió.

—Sí roncas. —Y con esas palabras atrajo sus labios hacia los suyos.
Merewyn le rodeó los hombros con los brazos mientras Varian le
mordisqueaba delicadamente los labios con sus dientes torcidos.

—Aaaah, qué asco —protestó el dios—. Al menos podríais buscar alguna


habitación, ¿no? —Se estremeció con una mueca de repugnancia—. De
acuerdo, Merewyn, tú ganas. Te libero de tu trato. Y ahora deja de besar al
sapo. Me estoy quedando ciego.

Merewyn retrocedió, pero sólo para depositar un beso sobre la mano de


Varian.

Cuando lo hizo, un extraño resplandor anaranjado apareció sobre los


nudillos de él. Se extendió lentamente sobre su cuerpo, y a medida que lo
hacía Varian volvió a ser el de antes.

Merewyn parpadeó, llena de confusión. Hasta que comprendió lo que había


ocurrido.

—Gracias —le dijo al dios.

—No me des las gracias —repuso éste—. No he tenido nada que ver con
esto.
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—¿Qué quieres decir?

—Yo no rompí el hechizo de Narishka. Fuiste tú quien lo hizo, del mismo


modo en que Varian lo rompió en el valle. En lugar de atraer, este hechizo
está concebido para causar aversión. La única nanera de romperlo es
encontrar a alguien que sea capaz de ver através de él.

—Pero yo pensaba que un hechicero no puede romper el hehizo de otro.

—Y no puede —le explicó Varian—. No mediante la magia, en todo caso.


Pero un corazón humano es capaz de romper cualquier cosa. —Miró al dios—.
Debería habérseme ocurrido.

—Ah, tenías otras cosas en la cabeza. Ahora, chicos, tengo más gente a la
que hacer enfadar. Que tengáis una buena vida. —Y con esas palabras, los
dejó solos.

Varian levantó las manos para ver que estaban tal como habían sido
siempre. Luego le sostuvo la mirada a Merewyn, que lo miraba con ojos llenos
de felicidad.

—Gracias —le dijo suavemente.

—No, gracias a ti por venir en mi busca. Pero ¿por qué lo hiciste?

—¿Acaso no es evidente?

—¿Que estás loco? Sí. No se te ocurra volver a hacer esa clase de locuras.
Él la tomó en sus brazos.

—No estoy loco, Merewyn. Siempre estaré dispuesto a hacer algo


insensato y peligroso si corres peligro.

—¿Porqué?

—Porque es lo que hace un hombre cuando quiere a una mujer.Y yo daría


mi vida por ti. Siempre.

Aquellas palabras la hicieron temblar de emoción. Eran palabras que nunca


había esperado oír, particularmente en labios de un hombre como Varian.
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—Yo también te quiero —dijo ella.

Y cuando se besaron esta vez, Varian sintió la única cosa que nunca había
sentido antes. No sólo el amor de Merewyn, sino por primera vez en su vida,
que él tenía fe. Fe en ella y, por encima de todo, fe en su futuro juntos.

Epilogo

Un mes después...

Merewyn aún no podía creer que a la madre de Varian no se le hubiese


ocurrido ninguna manera de castigarlos. Cada mañana, despertaba sintiendo
un nudo de miedo en la garganta. Pero por el momento, Narishka no había
hecho nada.
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Y con cada día que pasaba, Merewyn quería un poco más a Varian.
Atesoraba cada uno de los instantes que pasaba con él. Cada conversación,
cada beso robado y ofrecido libremente.

No había nada que no estuviera dispuesta a hacer por él.

Después de su rápida boda en la pequeña capilla de Avalón, los demás


habían empezado a tratar a Varian con más consideración y cariño. Era como
si tenerla a su lado hiciera que lo viesen más como a un hombre que como a
un demonio.

Y lo que era todavía mejor, Merewyn había encontrado en Avalón algo que
nunca había tenido antes. Una amiga en la esposa de Kerrigan, Seren. La
rubia y menuda Seren había sido una pobre aprendiz de tejedora hasta que
el destino descubrió en ella a una de las merlines perdidas que custodiaban
el telar de Caswallen.

Había sido ella la que salvó a Kerrigan de las garras de Morgana, y ahora
los dos, junto con su pequeña hija, moraban en Avalón.

Seren atendía a Merewyn y estaba a su lado durante los mareos propios


del embarazo. No entendía a quién se le habría ocurrido llamar a aquello el
«malestar de las mañanas» cuando parecía atacarla sin ningún aviso en
cualquier momento del día.

Acababan de sentarse en la sala para proseguir su conversación. Con su


pequeña en los brazos, Seren sonreía cariñosamente a la niña mientras
Merewyn retomaba su labor de costura.

—¿Esto se acaba alguna vez? — preguntó con un tono de cansancio.

Seren se echó a reír.

—El malestar de las mañanas, sí—dijo—. El miedo por lo que pueda ser de
tu bebé, no. Pero no te preocupes. Vas a dar a luz a un merlín. Si te parece
que lo de ahora es duro, espera a que los poderes del bebé empiecen a fluir
a través de tu cuerpo. Los niños pequeños pueden llegar a ser terriblemente
acaparadores. Hay momentos en los que tienes la sensación de que los
acontecimientos te rebasan.

Oh, alegría. Merewyn estaba impaciente por vivir esa experiencia.


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—¿Y eso dura siempre? —preguntó.

Seren se acomodó a su hija Alethea encima del regazo para que la pequeña
pudiera dormir más cómodamente.

—Conforme están creciendo, sí—explicó—. Pero creo que ésa es la razón


por la que las mujeres que traen merlines al mundo tienen tan pocos hijos.
Sentir crecer esos poderes da un poco de miedo, créeme. Pero no te
preocupes. Nos tienes a mí, a la penmerlín Aquila y a muchos más que te
ayudarán a capear el temporal.

Merewyn sonrió.

—Gracias —le dijo. Y mientras veía cómo la pequeña se chupaba un puñito


minúsculo, pensó que estaba impaciente por sostener a su propio bebé.

Oyeron un coro de risas cuando un grupo de hombres entró en la sala


desde la estancia contigua. Merewyn levantó la vista de su bordado,
pensando que se trataría de Varian que regresaba de la última misión
encomendada por Aquila.

Pero no era él.

Era el hombre en cuya busca había partido Varian. El traidor. Merewyn


sintió que se le helaba la sangre en las venas cuando lo vio bromear
alegremente con sus acompañantes.

Aterrada, se inclinó hacia delante para hablar en voz baja.

—¿Seren? —susurró—. ¿Quién es ese hombre que está hablando con Bors?
¿El bajito?

Seren miró en esa dirección y frunció el entrecejo.

—Ademar. ¿Por qué?

Merewyn no respondió. Estaba tan asustada que no se atrevía a hablar por


miedo a que el hombre se fijara en ella. Como podía identificar al traidor,
todos se habían cuidado de no explicarle a nadie que ella venía de Cámelot.
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En lugar de eso, decían que se había encontrado con Varian, Blaise y los
hermanos en el valle.

Ademar se volvió hacia ella.

Merewyn bajó inmediatamente la mirada hacia su regazo, con la


esperanza de que no la hubiera visto observándolo.

Ademar atravesó la sala hasta detenerse ante ellas.

—Saludos, dama Seren. Espero que estéis bien —dijo.

La pobre Seren no tenía ni idea de quién era aquel hombre en realidad.

—Muy bien, lord Ademar, gracias. Espero que vos también —repuso.

—No podría estar mejor. —Su mirada fue hacia Merewyn—. Sois nueva
entre nosotros, mi señora. Nunca os había visto por aquí.

—Es la nueva esposa de Varian —dijo Bors detrás de él.

El odio llameó en sus ojos cuando pronunció el nombre de su marido.

—Oí decir que se había casado —dijo Ademar—. Quién hubiese imaginado
que su esposa sería tan bella.

Curioso, él no se había portado así la última vez que se encontraron. Lo


que hizo entonces fue insultarla y degradarla antes de apartarla de su
camino de un empujón y escupirle.

Ademar le dirigió lo que pensaba era una sonrisa encantadora.

—Y decidme, mi señora, ¿de dónde sois? —prosiguió el caballero.

Antes de que ella pudiera responder, Seren dejó escapar una exclamación
ahogada.

—Oh, cielos, Merewyn —dijo—. Mira qué hora es. Tenemos que ir al sitio
donde hemos quedado con Kerrigan.
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Merewyn empezó a fruncir el entrecejo porque no tenía ni idea de a qué


se refería Seren, pero entonces vio la expresión en los ojos de su amiga.

—Oh, sí —dijo con cautela—. Se me había olvidado por completo. Kerrigan


nos estará esperando.

—Sí, desde luego. —Seren se dispuso a levantarse—. Disculpadnos,


caballeros.

Merewyn se puso en pie primero y ayudó a Seren a levantarse. Cuando


estuvieron fuera de la sala, Merewyn pensó que el corazón iba a estallarle
de tan deprisa que le latía.

—¿Cómo has sabido que teníamos que irnos? —le preguntó a Seren en
cuanto estuvieron lo bastante lejos de los hombres para que éstos no
pudieran oírlas.

Seren le guiñó un ojo.

—Por tu expresión. Nada más verte la cara supe que preferirías estar en
cualquier sitio antes que allí con él. ¿Te importaría decirme por qué la
presencia de Ademar te puso tan incómoda?

Merewyn no respondió a la pregunta.

—Tenemos que hablar con Aquila —dijo en cambio.

—Estás empezando a asustarme.

—Lo siento, pero tenemos que darnos prisa.

No habían llegado al final del corredor cuando Ademar apareció ante ellas.
Con expresión adusta, no parecía dispuesto a apartarse para dejarlas pasar.

—¿Hay algún problema, Ademar? —preguntó Seren.

Él miró a Merewyn con los ojos entornados.

—Os conozco, ¿verdad? —le dijo.

Ésa era una pregunta a la que ella no podía responder honestamente.


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—No. No me conocéis. —Ademar nunca se había molestado en llegar a


saber nada acerca de ella.

Ademar dejó que Seren pasara a su lado, pero cuando Merewyn trató de
imitarla, la agarró del brazo.

—Vos y yo no hemos terminado de hablar.

—Oh, ya lo creo que sí. —Merewyn le incrustó la cabeza en el estómago y


se liberó el brazo—. ¡Corre, Seren!

Intentó echar a correr con ella, pero Ademar ya se había recuperado y


volvió a agarrarla.

Esta vez, Seren lo fulminó con una descarga mágica. El impacto hizo que
Ademar rodara por el suelo, pero no antes de que hubiera replicado al
ataque.

Temerosa de que le diese a Seren e hiciera que la pequeña se le cayese de


los brazos, Merewyn se interpuso en la trayectoria del relámpago mágico.
Éste la atravesó con una violenta sacudida y la hizo rodar por el suelo.
Merewyn yació inmóvil, sin dejar de estremecerse mientras luchaba por
tragar aire.

Quería gritarle a Seren que echara a correr, pero el dolor le impedía


hablar.

Afortunadamente, Seren se volatilizó y la dejó sola con Ademar. Él vino


hacia ella y la agarró por el escote del vestido.

—¿Quién eres? —rugió.

—Es mi esposa. —La voz de Varian resonó en un grito lleno de furia un


segundo antes de que Ademar saliera volando por los aires, para caer al
suelo pesadamente a unos metros de ella.

Varian apareció junto a él y lo puso en pie agarrándolo de los hombros.


Luego le cruzó la cara con un revés tan poderoso que Ademar rebotó en la
pared. Pero Varian no se dio por satisfecho. Volvió a golpearlo una y otra
vez, sin darle tiempo a que se recuperara o pudiera tratar de defenderse.
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De pronto, Merlín se materializó en la sala. La rabia que había en su rostro


no tenía nada que envidiar a la de Varian.

-¡Varian, para! —exclamó.

Varían obedeció, pero no antes de rodear el cuello de Ademar con el brazo


para dejarlo atrapado en una presa. Los ojos del hombre amenazaron con
salírsele de las órbitas mientras se debatía por respirar.

-¿Varían? —lo riñó Merlín.

La respuesta de él no pudo ser más simple:

— Atacó a Merewyn. Lo voy a matar.

—Varían...

El le sostuvo la mirada sin pestañear, y la expresión que Merewyn vió en


sus ojos le heló la sangre en las venas. Nunca la había visto antes, y por
primera vez comprendió lo implacable que podía llegar a ser su marido.

—Nadie le hace daño a mi esposa —dijo con una voz ronca.

Antes de que Merlín pudiera actuar, Merewyn se levantó del suelo.

— Él es vuestro traidor, Merlín —dijo—. Ademar es el hombre al que ví


hablar con Morgana.

Ademar tosió e intentó hablar mientras los ojos de Varían ardían con un
fuego aún más intenso.

-¿Estás segura de lo que dices? —preguntó Merlín.

-Sí—contestó ella—. Ya nos habíamos encontrado antes.

La compasión y la bondad se esfumaron del rostro de Merlín como si nunca


hubieran existido. Se volvió hacia Varían. Ahora su tono y su porte eran tan
fríos como los de él.
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-Antes de que lo mates —le dijo—, necesitamos hacerle unas cuantas


preguntas.

Varían inclinó la cabeza antes de volatilizarse con Ademar.

-¿Qué vas a hacer con él? —le preguntó Merewyn a Merlín.

Me limitaré a averiguar qué le ha contado a Morgana.

-¿Y luego?

Merlín se encogió de hombros.


—Os amenazó a ti, a Seren y a Alethea. Por lo tanto, su destino les
corresponde decidirlo a Kerrigan y a Varían. Y habida cuenta de la
brutalidad con que mataron a Tarynce, cualquier cosa que decidan hacer con
él me parecerá bien, y estoy segura de que su destino será mucho más
misericordioso que el sufrido por Tarynce. —Titubeó un instante—. Aunque
pensándolo bien, tampoco hay que olvidar que estamos hablando de Kerrigan
y de Varian... así que quizá no lo sea tanto después de todo.

Varian le había advertido de que Merlín no siempre se comportaba con la


benevolencia que sugería su porte. Ahora Merewyn entendía lo que había
querido decir con eso. Cuando se trataba de proteger a los señores de
Avalón, su penmerlín Aquila podía mostrarse tan severa como cualquier
hombre.

Varian volvió a aparecer a su lado.

—Ademar te está esperando —le dijo a Merlín.

Con una inclinación de cabeza, Merlín se volatilizó.

—¿Estás bien? —le preguntó Varian a Merewyn, mientras recorría su


cuerpo con la mirada.

—Un poco alterada, pero por lo demás no me pasa nada.

Él la rodeó con los brazos y la estrechó contra su pecho.


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—Creí morir de preocupación cuando oí que Seren me llamaba diciéndome


que me necesitabas —dijo—. No me dijo qué estaba pasando. Sólo que tenías
problemas.

—Pensaba que había ido a buscar a Merlín.

—No.

Merewyn sonrió y sacudió la cabeza.

—Me alegro de que por fin hayamos dado con él. Ahora podrás quedarte
en casa.

—Ya me gustaría, pero hay más de ellos ahí fuera. Más traidores a los que
todavía hay que encontrar. Más batallas que librar. Tú ya conoces a Morgana
y a mi madre. No se darán por vencidas.

Ella alzó la mirada hacia el rostro de Varian.

—No, pero nosotros tampoco —le dijo.

Una gran sonrisa se extendió lentamente por los labios de él.

—No, nosotros tampoco nos daremos por vencidos.


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Próximamente

Un mandrágora bastante temperamental, Maddor es uno de los más feroces


de su tipo. Aunque su raza es técnicamente esclavizada por la magia hacia
Morgen, es el líder de los mandrágora y lucha constantemente contra
Morgen. Sueña con el momento en que su gente sea liberada y desea poder
rebelarse.

Su lealtad es tan solo para el y los de su tipo, o al menos a aquellos que ve


como ‘su’ raza. Camina su vida solo y es más rápido que el rayo cuando se
mueve. Prefiere la oscuridad a la luz y rara vez se le encuentra afuera
durante el día.

Es el enemigo mortal de Blaise y de cualquier Señor de Avalon.

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