Brezo Blanco - Nieves Hidalgo
Brezo Blanco - Nieves Hidalgo
Brezo Blanco - Nieves Hidalgo
Capitulo 1
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Kyle, ladeándose precariamente sobre su caballo,
recobró la conciencia algo después. Tenía un dolor sordo en
el estómago y las costillas y los brazos atados a la espalda le
procuraban una molestia añadida. Relampaguearon sus ojos
al reconocer la vereda por la que transcurrían, a orillas del
río. Sabía muy bien hacia dónde se dirigían. A tierras
enemigas. Y acabaría en una mazmorra de Durney Tower.
Eso no le hacía la menor gracia. Porque los McDurney
pedirían un altísimo rescate por él, en cuanto averiguasen su
identidad. ¡Y maldito si estaba dispuesto a pagar nada a
aquel atajo de hijos de perra!
Inspiró con cuidado para evitar las punzadas de dolor,
pero se le escapó un quejido. Josleen guió a su caballo para
acercársele, pero la montura de su primo se puso entre
ambos.
—No te acerques a él —le ordenó de nuevo.
—¡Oh, déjame en paz, Barry! —le espetó ella— Está
atado, ¡por todos los cielos! ¿Acaso crees que se me puede
echar encima y retorcerme el cuello?
—Te lo tendrías merecido.
Josleen le sacó la lengua cuando él avanzó para
ponerse al frente del grupo. Con gesto brusco, echó hacia
atrás los cabellos que el helado viento, insistentemente, le
echaba a la cara. Dió un vistazo al prisionero, se quedó
paralizada unos segundos y luego se alejó de él, haciendo
caso a la advertencia de Barry.
Pero Kyle no pudo quitarle los ojos de encima a aquella
muchacha, durante el resto del trayecto.
Aunque no supo el motivo.
Había conocido muchas mujeres en su vida. Algunas
de ellas, verdaderamente hermosas. Y aquélla no lo era
especialmente, aunque en un primer vistazo, su cabello
como fuego mezclado con oro, su rostro de saliente pómulos
y sus grandes ojos, podrían haberle provocado esa ilusión.
Era bonita, sí. Pero nada más. Sin embargo, había algo en su
porte orgulloso y en su modo de moverse que atraía su
mirada una y otra vez. Era pura seducción.
Josleen cabalgaba erguida, sin atreverse a mirar de
nuevo al prisionero. Con una vez había sido suficiente para
que su corazón latiera desbocado. ¡Por Dios, era como una
estatua dorada! Su cabello largo y oro, su piel tostada... ¡Y
sus ojos! Josleen nunca había visto nada igual. Ámbar
líquido. Grandes y vivaces, orlados de pestañas espesas
ligeramente más oscuras. La nariz recta, el mentón
denotando autoridad. Su boca... Parpadeó, recordándola y se
puso más tiesa sobre la silla.
«¿Un ladrón de caballos?» se preguntó a sí misma.
¡Barry debía de estar loco!
Kyle olvidó a la hembra cuando su caballo pisó un
desnivel y una punzada le atravesó. Prestó atención al
terreno por el que cabalgaban antes de acabar con la crisma
rota por culpa de ella.
Josleen luchaba por olvidar que él cabalgaba detrás,
aunque tenía la sensación de que la vigilaba. Acabó por
medio volverse, instigada por la repentina necesidad de
comprobar si realmente él tenía los ojos dorados. Y recibió
una mirada desdeñosa que la hizo regresar a su posición de
inmediato, como una jovencita pillada en falta. ¡Realmente
eran dorados! Fuego y hielo. Pasión y desdén al mismo
tiempo.
Kyle no volvió a fijarse en ella ni una sola vez durante
las horas siguientes. Se lo propuso y lo consiguió. Aunque
fue muy consciente de su proximidad. Una mujer del clan
McDurney. ¡Por toda la corte del infierno! ¡Sólo le hacía
falta en esos momentos, sentirse atraído por una zorra del
clan enemigo! Tenía cosas más importantes en las que
pensar. Por ejemplo, el modo de escapar.
Capitulo 5
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Josleen estaba muerta de hambre y sed. Hacía casi
veinticuatro horas que no probaba bocado.
Como si sus pensamientos hubieran llamado a sus
enemigos a la cordura, la puerta se abrió y una mujer de
unos cincuenta años, regordeta y de rostro rubicundo entró
con una bandeja que dejó sobre un arcón.
Josleen no dijo una palabra, pero la otra la miró de
arriba abajo y chascó la lengua.
—No sé cómo vas a comer con las manos atadas.
—Entonces, suéltame —le pidió ella.
La otra movió la cabeza.
—No puedo hacerlo.
—¡Por todos los infiernos! —se enfureció Josleen,
levantándose y tirando de la soga—. Necesito también...
otras cosas —insinuó, con el rostro acalorado por la
vergüenza.
—Tienes una bacinilla bajo la cama. Y la cuerda es lo
suficientemente larga.
—¡No la quiero!
—A tu gusto —se encogió de hombros—. Yo me
limitaré a darte de comer. El resto, arréglalo con él,
muchacha. No quiero entrometerme.
A Josleen se le estaba haciendo la boca agua. La
comida olía deliciosamente. Pero era cierto que tenía otras
necesidades. Y no estaba dispuesta a humillarse delante de
nadie usando el maldito vaso de noche. A terca, no iban a
ganarla. Así que ladeó la cabeza cuando la mujer le acercó
una cucharada de avena cocida.
—No voy a comer nada —le dijo, con el estómago
saltando en muda protesta—. Díselo al maldito McFersson.
La sirvienta la miró con interés. Ella no era quién para
poner en entredicho las órdenes del jefe, pero entendía sus
razones. Además, habría dificultades: cuando Evelyna
Megan supiera que retenía a una muchacha en sus
aposentos, más les valdría a todos desaparecer de Stone
Tower. Se encogió de hombros, dejó la cuchara y tomó la
bandeja.
—Tienes mucho genio. Pero él tiene aún más —avisó
—. Yo que tú no le irritaría demasiado.
—Todo cuanto pueda —prometió.
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Debió hacer caso de la advertencia. Poco después, Kyle
entró en la recámara con gesto agrio. Llevaba la bandeja en
las manos y la dejó de un golpe seco. Su voz, ronca, la hizo
dar un brinco.
—¿Por qué no quieres comer?
—Ya soy mayorcita para que tengan que alimentarme.
Y parece que no van a soltarme. ¿Quieres que coma como
los cerdos?
—Está bien —accedió—. Te soltaré mientras yo esté
aquí.
—También necesito unos minutos de intimidad.
Kyle se irguió. Sintió que le ardía el rostro por el
bochorno. No había reparado en que necesitaría.... Sacó una
daga que llevaba en el cinturón y cortó las cuerdas. Luego,
la tomó de la mano y tiró de ella.
Josleen hubo de esforzarse para seguir sus largas
zancadas sin caer de bruces. Cruzaron la galería, bajaron y
atravesaron un patio. Kyle se internó por un pasillo estrecho
que acababa en un cuarto de unos cinco metros cuadrados.
La empujó dentro. Eran los evacuatorios, que daban
directamente al exterior de la fortificación.
—Esperaré fuera.
A Josleen, el bochorno le subió a la cara. Cerró los
puños a los costados y apretó los dientes buscando un poco
de calma o acabaría por asesinarlo con sus propias manos.
Cómo le odiaba. Nadie podía ser tan desagradable. ¡Ni tan
bestia!
Acabó lo antes posible, temerosa de que él se
impacientara y entrara. Ya era suficiente humillación que
estuviera aguardando fuera. Cuando salió, no pudo ni
mirarle a la cara. Kyle volvió a arrastrarla por el pasillo. Al
cruzar el patio, Josleen dió un tirón y se soltó, se arrodilló
junto a la pequeña fuente y se lavó las manos y el acalorado
rostro. Se secó con su propio tartán. —Ahora sí cenaré,
McFersson.
Tenía que ser una aparición, se dijo Kyle. Aquella
criatura frágil y delicada tenía más narices que muchos de
sus guerreros. Pero él se encargaría de bajaría los humos.
Volvió a tirar de ella y de nuevo Josleen le siguió dando
traspiés. No regresaron al cuarto, sino que la llevó al salón.
Estaba vacío, salvo por los sirvientes que se afanaban
ya en recoger las mesas montadas sobre caballetes. Kyle la
obligó a sentarse al extremo de una, junto a la chimenea
encendida y pidió a uno de los criados que trajese comida.
Kyle se alejó, acomodándose en un taburete, al otro
lado del salón, tal vez para proporcionarle unos minutos de
tranquilidad y relajo mientras cenaba. Ella se olvidó de su
presencia y se dedicó a comer. Él la observó de hito en hito.
Otra persona, después de llevar tanto tiempo sin probar
bocado, habría atacado la comida. Pero no ella. Tomaba
cada trozo con delicadeza, como si estuviera satisfecha y
sólo picoteara de su plato. También bebió con prudencia.
Cuanto más la miraba, más bonita le parecía. Gruñó
por lo bajo. Iba a resultarle muy complicado que ella viviera
bajo su mismo techo hasta que Wain McDurney aceptara
sus condiciones.
Capitulo 19
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Moretland se paseó nervioso bajo la atenta mirada de
su anfitrión. Al cabo de un momento miró al otro y dijo en
tono de recriminación:
—¡No sabía que Josleen McDurney estaba aquí!
Las doradas cejas de Kyle describieron un arco
perfecto.
—No es asunto tuyo.
—¡No puedo dejar que me vea!
—Entonces no lo hagas.
—Debes entenderlo, McFersson. Si esa muchacha sabe
que visito Stone Tower se preguntará la causa. No es lógico
que un enemigo venga aquí sin una razón muy justificada.
—Lo imagino. Sería muy difícil explicar a Wain qué
haces en mis tierras. Y más complicado aún explicar la
causa por la que eres un asqueroso traidor a los tuyos.
Barry Moretland se irguió en toda su estatura y sus
ojos relampaguearon, zaherido por el insulto. Sabía que no
era bien recibido allí, que el maldito McFersson le odiaba.
Pero también sabía que sus informaciones eran importantes
y que les había proporcionado importantes ganancias. Era
un acuerdo que duraba ya un largo año, desde el verano
anterior en que él ofreció sus servicios.
—Debería decirle a Wain sobre ella —susurró a modo
de amenaza.
Kyle se encogió de hombros y sonrió con ironía.
—Deberías, sí. Sería interesante ver cómo le convences
de conocer su paradero.
—Su hermano piensa que está en... El mensajero...
—Ese sujeto era uno de mis hombres.
—¿Piensas pedir un rescate entonces?
—Lo he pensado, sí. —
¿Cuando lo harás?
—Eso aún no lo he decidido.
Moretland achicó los ojos y le miró con más interés.
¿De modo que era eso? El maldito McFersson estaba
disfrutando de aquella zorra que tantas veces le había
despreciado. Estuvo a punto de soltar una carcajada. Wain
recuperaría a su hermana, desde luego, pagando lo que el
otro pidiese, pero Josleen no tendría ya valor para negociar
una unión con otro clan porque nadie creería, aunque lo
jurase, que aquel bandido no la había mancillado. Eso
acarrearía la guerra entre los dos clanes, si él sabría jugar
entonces sus cartas. Era lo que más deseaba Barry. Conocía
la furia de McFersson y sabía que difícilmente volvería a
dejarse vencer por Wain, de modo que si el hermano de
Josleen acababa muerto, él tendría muchas posibilidades de
convertirse en el jefe de los McDurney, aun no llevando su
apellido; era el único varón de la casta, ya que Sheena no le
había dado ningún heredero aún a Wain. Sonrió y se sirvió
un poco de cerveza.
—¿Es buena en la cama?
El trago le supo a hiel cuando los ojos dorados de Kyle
se clavaron en él. Si una mirada pudiera matar, Barry
Moretland habría caído fulminado allí mismo. Se atragantó.
—Quiero decir... Como parecías interesado en Evelyna
Megan...
—¡Por todos los dioses celtas! —estalló Kyle— Que
me pases información sobre tu clan, que te lleves una buena
ganancia de nuestros hurtos, que te aproveches de mi
nombre para robar a Wain... —alzó la mano para pedir
silencio cuando vio el gesto de protesta iniciado—. ¿Crees
que no sé que muchos de los robos me los endilgas? ¿Qué
me dices de esos malditos caballos por los que me
interrogaron tus hombres cuando me hicísteis prisionero? —
Barry encajó los dientes y bajó la mirada—. Bien, pues
como decía, Moretland, no creo que todo eso te dé derecho a
meterte en mi vida privada.
—No pretendía...
—Pásate de la raya, amigo mío, y me importará muy
poco poner tu cabeza en una picota en lo más alto de mis
almenas. Créeme, Moretland, aún me escuecen los golpes.
—No pude hacer nada. No sólo te ví yo cuando estaba
a la orilla del río, te vieron los demás. No podía volver la
mirada a otro lado ¿verdad? Si no hubieras estado borracho
como una cuba no te habríamos descubierto. ¿Qué podía
hacer yo? Tenía que disimular, tenía que tratar de sacar
información al enemigo, de otro modo hubiesen sospechado.
Aunque te reconocí no descubrí tu verdadera identidad,
recuerda. Por fortuna no llevabas tus colores.
—De todos modos, debería matarte por eso.
Barry se quedó lívido, pero con mucha prudencia
asintió en silencio.
—Debo regresar a Durney Tower.
—Te deseo buen viaje. Dejaré tu parte de la próxima
avanzadilla donde siempre, en la abadía.
—Bien.
Kyle le vio partir con un sabor amargo en la boca.
Sabía que el tipo era un asqueroso traidor de pies a cabeza,
pero también el amor que tenía al dinero y él le
proporcionaba ganancias sustanciosas. Lo ganaba
informándole sobre los pasos de Wain McDurney, pero nada
ganaría informando sobre los suyos, porque sería tanto
como descubrirse. De todos modos, era consciente de que
tenía un escorpión negro debajo de su trasero y eso no le
agradaba. No le agradaba en absoluto.
Capitulo 29
Serman Dooley.
Ese era el nombre del guerrero que bebía los vientos
por Elaine McFersson.
Josleen le observó mientras se encargaba de dirigir a
una cuadrilla que ponía en orden las caballerizas. Al
levantar la cabeza, la silueta de la madre de Kyle se
escondió de inmediato tras la cortina de uno de los
ventanales de la torre.
Sonrió. Ya no le cupo duda de que la señora del bastión
estaba interesada por Serman. Y él era un tipo noble a pesar
de su aparente rudeza, que desaparecía de inmediato cuando
estaba próximo a la dama.
La muchacha decidió que si Kyle era ciego a las
necesidades de su madre, ella bien podría poner unas gotitas
de romanticismo para tratar de apañar el asunto. Pensó en el
mejor modo y después de cavilar mucho supo que lo mejor
sería una cita en la que ninguno de los dos podría escapar.
Josleen había notado que apenas se cruzaban palabra, sólo
miradas que lo decían todo para alguien que no fuera idiota.
Se acercó a Serman y le llamó.
—Esta tarde necesitaría ayuda para recoger unas
hierbas —dijo la joven.
Serman alzó las cejas, sin entender.
—¿Hierbas?
—Soy una experta trabajando con ellas. Liria, la
cocinera, tiene molestias en la espalda y yo puedo prepararle
una mezcla que la alivie. Pero no deseo salir sin protección,
ya sabéis que el laird no permite que vaya sola más allá del
río. Me han dicho que en el bosque puedo encontrar lo que
me hace falta.
—Entiendo —asintió Dooley, aunque la observó con
cierta intranquilidad.
Josleen se echó a reír.
—Las hierbas medicinales no son brujería, Serman.
El guerrero acabó por asentir.
—Ya. Imagino que sería un bonito detalle para Liria.
Me gustará ayudaros, milady, aunque sólo sea sirviendo de
guardián.
—¿A las seis, entonces? Junto a la entrada norte —Allí
estaré, señora.
Con una sonrisa melosa, Josleen se alejó y él volvió a
sus quehaceres. La primera parte estaba conseguida.
Luego, subió a la torre en busca de Elaine. La encontró
en las cocinas, indicando a unas criadas el mejor modo de
hacer velas, muy escasas en esa época y caras si habían de
comprarse. Cualquier dama que se preciara debía conocer el
modo de confeccionar velas para iluminar los aposentos.
Ella aún recordaba las tardes que pasó junto a su madre
aprendiendo el trabajo. Elaine estaba explicando en ese
momento el modo en que se debía mezclar extracto de
azahar con la cera, de modo que cuando se encendiesen los
cirios desprendieran un olor agradable. Con toda seguridad,
eran velas para una ocasión especial.
Acercó la nariz al recipiente del azahar y aspiró con
deleite.
—Huele de maravilla.
—Será aún mejor cuando ardan las velas —repuso la
madre de Kyle.
Josleen aguardó a que la mujer acabase de dar las
indicaciones y luego dijo:
—¿Podría acompañarme esta tarde, señora? Me
gustaría recoger algunas hierbas medicinales.
—¿Entendéis de medicina?
—Mi madre me enseñó. Liria tiene problemas con su
espalda.
—Ciertamente. Y la pobre empeora bastante durante
los meses de invierno. Estaré encantada de acompañaros.
—¿A las seis junto a la torre norte?
—Perfecto.
Felicitándose por su astucia, Josleen salió de las
cocinas. Aquellos dos tórtolos acabarían por hablarse
cuando no les quedase otro remedio.
Apenas comió por los nervios del encuentro y por la
atención de que fue objeto por parte de Evelyna, que parecía
dispuesta a no marcharse de Stone Tower hasta conseguir de
nuevo los favores de Kyle. La enemistad entre ambas
resultaba cada vez más tangible.
Por fortuna, Kyle apenas habló con Eve y no quitó la
mirada de Josleen desde que se sentaron a la mesa.
La joven agradeció que Malcom acercara su asiento a
ella y charló con el niño animadamente, tratando de olvidar
las dagas lanzadas por los ojos de su contrincante. También
notó, con mucho agrado, que James y Duncan procuraban
portarse en la mesa decentemente. No se lanzaron nada y
apenas se mancharon los dedos.
Se le hizo eterna la espera hasta las seis de la tarde.
El tiempo no parecía pasar. Josleen se encaramó a la
torre y se asomó a uno de los ventanales procurando no ser
vista.
Serman ya aguardaba, apoyado en un árbol, junto a la
torre norte y ella se cubrió la boca ahogando una risita
cuando la madre de Kyle apareció por la esquina del torreón
y se encaminó directa hacia donde se encontraba él.
Por un largo minuto, ambos se miraron sin decir
palabra. Josleen vio que Elaine tenía las mejillas
enrojecidas. En cuanto a Serman, parecía no saber qué
hacer.
Josleen esperó, con el alma en un hilo, a que uno de los
dos dijera algo. Los segundos corrían y ellos seguían mudos.
A punto estuvo de lanzarles algo a la cabeza cuando vio que
Serman cambiaba por décima vez su postura y Elaine se
arreglaba el bajo de las faldas una vez más. Casi se le
escapó un grito de alegría cuando el guerrero suspiró hondo
y se encaminó hacia la mujer.
—Dios bendito —susurró en voz baja—. Creí que
nunca iba a atreverse.
Dooley carraspeó. Elaine alzó la mirada, pero la bajó
de inmediato.
—Señora.
—Dooley.
Otro largo silencio. Josleen les maldijo en silencio
desde su posición. ¿Era todo cuanto iban a decir? Pero de
repente, él estiró la mano hacia el rostro de la dama. Se la
paró el corazón, aguardando la reacción de Elaine.
—Milady, tenéis una brizna de paja en el cabello.
Elaine se echó de inmediato la mano a su recogida
cabellera y enrojeció aún más.
—Estuve en la bodega... —tartamudeó—. Hacía falta
vino para la cena y...
Serman sonrió y Josleen, desde su escondite, observó el
modo sublime en que su adusto rostro rejuvenecía. No podía
disimular el placer que representaba para él poder estar al
lado de la dama. Retiró la brizna de los sedosos cabellos y
ella se removió, inquieta y azorada como una muchachita.
—¿Son las seis? —la escuchó preguntar Josleen.
—Eso creo.
—¿No tenéis nada que hacer?
—Prometí a la joven McDurney acompañarla a recoger
hierbas medicinales. Parece que sabe como mezclarlas para
que...
—Para que Liria encuentre mejoría en su afección de
espalda —acabó la frase Elaine.
Serman Dooley alzó una ceja.
—¿Os lo dijo?
Elaine miró su gesto huraño y soltó una carcajada.
Josleen, desde el ventanal, se fijó en la adoración que
iluminaba los ojos de él.
—¿Qué resulta tan gracioso, señora? —preguntó,
mientras la madre de Kyle se limpiaba las lágrimas con la
manga de su camisola.
—Creo, Dooley, que hemos caído en una trampa.
—No os comprendo.
—Bueno, es fácil adivinar. Josleen os citó a vos aquí,
para recoger hierbas. A mi me citó para lo mismo, pero...
¿la veis por algún lado?
—Empieza a tardar —gruñó Serman.
—No vendrá —la dama volvió a reírse con ganas—.
Oh, Dios, esa muchacha es un diablillo. ¿No os dais cuenta
de lo que pretende?
Él chascó la lengua.
—Tal vez se le olvidó.
—No. No se le olvidó. Yo creo que no piensa venir.
—Entonces, tal vez debamos seguir con nuestros
quehaceres.
—Tal vez —sonrió la dama.
Serman la miró largamente. Para él, aquella mujer
había sido siempre la más hermosa. La amaba desde hacía
tanto tiempo. En silencio. En la lejanía. Estiró la mano y
acarició con tanto cuidado su cabello que a Josleen se le
saltaron las lágrimas.
—O tal vez deberíamos aprovechar este encuentro para
dar un paseo y llevarle las hierbas que necesita —dijo él—.
¿Sabéis vos cuáles son?
—No tengo la menor idea. Pero lo del paseo me parece
bien —repuso ella, colorada de nuevo.
Serman sonrió.
—Sois tan hermosa cuando os sonrojáis, señora —
murmuró—. Pero sobre todo, cuando reís. Deberíais hacerlo
más a menudo.
Elaine volvió a acomodarse el ruedo de las faldas.
—Qué cosas decís, Dooley.
—¿Os agrado un poco, mi señora?
Desde su escondite, Josleen suspiró. ¡Ahí estaba la
pregunta! Respiró, aliviada. Por fin parecía que Serman
había tomado el camino correcto. ¡Y ahora qué! Se le paró
el corazón aguardando la respuesta.
—No me desagradáis en absoluto, Dooley —y bajó los
ojos.
La sonrisa de él fue sublime. Josleen dió unos pasos de
baile y hasta se permitió darse un beso en los dedos y
ponérselos en la mejilla. Ya no le cupo duda de que aquellos
dos estaban enamorados.
—Si mi posición fuese más ventajosa...—dudó él—.
Acaso me atrevería a...
Los ojos azules de Elaine se clavaron en el rostro de
Serman.
—Pensé que erais un guerrero más atrevido.
—Tengo tierras, lo sabéis. No son muchas, claro.
Apenas unas cuantas hectáreas. El laird ha sido generoso
conmigo. También tengo caballos, unas cuantas ovejas...
alguna vaca....
Elaine soltó una risita nerviosa.
—¿Por qué me enumeráis vuestras posesiones,
Dooley?
Serman carraspeó y guardó silencio. Josleen volcó
medio cuerpo por la ventana y ahogó la risa al ver que ahora
era él quien estaba sonrojado.
—Quiero saber si mi poca fortuna y mi persona son
suficientes para una mujer de vuestro rango, señora.
Un gorjeo de felicidad escapó de la garganta de Elaine.
—Vuestra sola persona ya me es suficiente, Serman.
No hace falta que la adornéis con tierras ni ovejas.
—Elaine... —dijo, en una oración.
Josleen se asomó aún más. Si Dios no lo remediaba
podía acabar rompiéndose la crisma si caía, pero no quería
perderse nada de lo que estaba pasando. Ellos
desaparecieron de su vista al acercare al muro y soltó un
taco entre dientes. Pero cuando consiguió verles de nuevo
rió en voz alta. Serman Dooley tenía abrazada a Elaine
McFersson y ella no parecía sentir deseos de apartarse. Poco
a poco, Serman agachó la cabeza y la besó con delicadeza.
—Hablaré con vuestro hijo —prometió él tras un largo
suspiro de satisfacción.
—Cuanto antes, Serman —suplicó ella.
Josleen corrió hacia el exterior, bajó las escaleras de
cuatro en cuatro y casi arrolló a Duncan cuando salía de la
torre.
—¿Donde diablos vas tan aprisa? —gritó el joven.
—Disculpa —gritó ella a su vez, entre risas—. Ahora
no tengo tiempo de explicarte.
Cuando llegó abajo la pareja seguía mirándose a los
ojos y ella apenas podía respirar.
—Buenas tardes —saludó desde una distancia
prudencial.
Se separaron de inmediato, Elaine con las mejillas
arrobadas y él como si le hubieran pillado en falta.
—Deben disculparme pero me quedé dormida.
¿Vamos a buscar las hierbas?
Serman y Elaine la miraron azorados.
—Vos me indicaréis los lugares donde se encuentran
las que necesito para hacer la pócima a Liria —le dijo a la
madre de Kyle—. Y vos, Dooley, nos serviréis de escolta.
Asombrados pero internamente divertidos y
agradecidos por la treta de la joven, la siguieron. Durante
más de una hora, estuvieron recogiendo aquí y allá lo que
Josleen necesitaba y ella disfrutó en grande observando de
reojo a ambos mientras se lanzaban miradas de cariño o se
tocaban con comedimiento. Mientras los tres regresaban al
bastión, Josleen se sintió dichosa. Al menos había
conseguido arreglar algo en aquel lugar. Su madre se reiría
cuando se lo contase.
Capitulo 31
ÒÏ ÒÏ ÒÏ
Hubo de luchar a brazo partido con ella cuando la
depositó en el suelo, porque parecía obsesionada en
arrancarle los ojos de la cara y lo intentó enconadamente.
Sólo después de zarandearla con fuerza de los hombros y
gritarle por dos veces que las mujeres habían pedido su
ayuda, Josleen se quedó quieta. Se fue calmando poco a
poco. Su pecho, su glorioso pecho pequeño y turgente, que
él recordaba tan vívidamente haber saboreado, se movía
acelerado por la respiración.
Kyle hubo de hacer un esfuerzo para quitar los ojos del
escote y mirarla a la cara.
—¿Mi ayuda? —preguntó al fin Josleen.
—Quieren que... Preguntaron si... —carraspeó,
incómodo—. Decidieron que podías ser una excelente
profesora para ellos.
—¿Enseñarles?
—A nadar.
—Oh —se le encendió el rostro y tuvo deseos de
besarla allí mismo, pero algunos ya les miraban intrigados
por la discusión. Pelear con Josleen parecía haberse
convertido en algo habitual y Kyle hubiese jurado que
aquellas escaramuzas incluso divertían a los suyos. Acaso
porque nunca antes conocieron a nadie que se hubiera
atrevido a enfrentarse con él—. Así que quieren que les
enseñe a nadar.
—Eso dijeron.
Josleen suspiró, tan profundamente, que su pecho casi
escapó de los confines del escote y Kyle hubo de cerrar los
ojos. Santo Dios, jamás una simple mujer, con un gesto tan
sencillo como el de respirar, le había hecho sentirse así.
Estaba embrujado por ella.
—El río es peligroso —la escuchó decir al cabo de un
momento—. Hay corrientes.
—Existe una laguna a una milla. Ellas piensas que es
el lugar ideal para que los críos aprendan. Dijeron que no te
negarías —murmuró mientras veía de reojo que los mirones
se congregaban ya en buen número.
—Podría negarme. Pero imagino que tienes un
argumento inmejorable para convencerme —repuso ella,
desdeñosa.
—Yo no. Ellas. Evitar una desgracia, como la que pudo
sucederle a aquella pequeña.
Josleen alzó las cejas y le miró con detenimiento. A
pesar de las profundas ojeras, su desaliño y la crecida barba
de dos días, era el hombre más atractivo que jamás conoció.
Su estatura, su complexión y aquel tono dorado de su
cabello, sus ojos y su piel, la dejaban muda. Kyle lucía
aquella mañana el kilt típico escocés y había dejado
olvidados los pantalones que solía utilizar cuando salía de
incursión. La tela le permitía, por tanto, ver unas piernas
robustas y hermosamente formadas desde donde terminaba
la tela hasta el inicio de unas cortas botas de cuero marrón.
La camisa, amplia y blanca, aunque arrugada, abierta en el
pecho, la dejaba admirar el vello que le cubría aquellos
pectorales perfectos y duros. Sintió cosquillas en las palmas
de las manos al recordar el tacto de su cuerpo.
Acabó, como no, aceptando. Y la voz se corrió de
inmediato, llegando más allá de las murallas de la torre y
extendiéndose por la aldea que circundaba la colina.
Para Kyle fue un respiro que ella admitiese, además,
regresar a la torre, aunque exigió otra vez una maldita
habitación independiente. El accedió, pero se juró
mentalmente que Josleen no dormiría aquella noche sola.
Lo juró por todos sus antepasados y cuando un McFersson
juraba por eso, ni el cielo ni el infierno conseguían que
incumpliese su palabra.
Josleen, por descontado, no lo sabía.
Capitulo 35
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Josleen ascendió las escaleras que daban a la torre
despacio. Se preguntaba una y otra vez por qué Kyle no
estaba dispuesto a pedir rescate por ella. No era lógico.
Podía ser cuantioso y su hermano estaría dispuesto a pagar
lo que fuera por recuperarla a ella, a Verter y a los demás.
Nadie en su sano juicio despreciaría aquella transacción.
Cuando llegó arriba, la explanada de la almena se le
antojó un lugar inhóspito. Hasta ese momento no había
subido allí y ahora veía que estaba en obras.
Tratando de pisar con cuidado, se identificó, esperando
ver a quien le enviase la nota. Pero nadie contestó.
Estuvo a punto de tropezar cuando su pie topó en una
viga de madera cruzada en el suelo. Sofocó una exclamación
y se agarró a otra de las vigas. Justo en ese instante, el suelo
cedió bajo sus pies y Josleen dejó escapar un grito de terror.
Las tablas que componían el suelo estaban tan podridas que
chascaron al soportar su peso. De nada sirvió el liviano
agarradero al que se aferró y se precipitó al vacío mientras
veía por el rabillo del ojo unos cabellos largos y negros y
escuchaba una risa que identificó de inmediato con Evelyna
Megan.
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Liria la incorporó ligeramente y la obligó a beber.
Luego, regresó el lastimado cuerpo de Josleen sobre los
almohadones, recogió sus cosas y se dirigió a la puerta.
Antes de salir se volvió y miró a su laird. Nunca había visto
al joven en tan lamentable estado. Ni siquiera cuando su
esposa, Muriel, maldijo al hombre y su hijo recién nacido.
Ni siquiera cuando estuvo a punto de morir bajo la espada
de Wain McDurney.
Kyle había estado dando vueltas por el cuarto,
desgastando el suelo en un vano intento de calmarse. Había
sido terror lo que sintió cuando, al regresar de la partida de
caza, le anunciaron que Josleen había tenido un accidente.
Fue Elaine quien le puso al tanto de los hechos y desde
entonces estaba como loco.
Josleen había caído desde una altura considerable y la
viga que se precipitó sobre ella duplicó el golpe. Tenía
cardenales en todo el cuerpo y un enorme moratón en la sien
derecha.
Cuando preguntó a Liria, la cocinera se encogió de
hombros, llorosa. El pavor más absoluto se alojó en él.
Desde ese instante no había querido comer ni dormir y había
permanecido junto a la muchacha, rezando por su
recuperación.
—No sentirá dolor —le dijo dicho Liria en voz baja —.
La pócima que le he administrado la hará dormir.
Kyle miró a la criada sin verla y asintió. Con la barba
crecida y las ropas arrugadas parecía un demente, pero no
quiso salir de allí. No podía dejarla sola cuando tal vez
podía morir y... Cerró los ojos y un gemido de
desesperación se le escapó. La caída podía haber matado a
un hombre y Josleen era una muchacha frágil. No había
despertado más que un instante desde el accidente y sus ojos
terriblemente azules, velados por el dolor, provocaron en él
una angustia infinita. Por fortuna, había vuelto a
desmayarse. Y él estaba agarrotado, temiendo que no
despertase de nuevo.
Se acercó al lecho y la miró. Un mar de emociones le
azotó sin piedad al ver su rostro, ahora pálido. Un nudo en la
garganta le dificultaba respirar. Algo resbaló por su mejilla
y alzó la mano para quitarlo. Sólo entonces se dio cuenta de
que estaba llorando. No recordaba cuándo lloró por última
vez. Ni siquiera recordaba haberlo hecho.
Josleen se removió y dejó escapar un gemido dolorido.
Kyle se arrodilló junto al lecho y tomó una de sus manos
entre las suyas. Su debilidad le hizo sentirse miserable. El
tenía la culpa de que ella estuviera a las puertas de la
muerte. Si no la hubiera raptado, si la hubiera dejado seguir
su camino, si no...
—¿Papá?
Kyle alzó la cabeza y miró hacia la puerta sin
importarle las lágrimas que surcaban sus mejillas. Malcom
le miró extrañado y se acercó a él despacio. El niño pasó un
dedo por el rostro de su padre, enjuagando una lágrima.
—¿Josleen está peor? —preguntó, temblándole la
barbilla.
Kyle no pudo responder.
—No quiero que se muera —dijo el niño—. No quiero
que ella se vaya como se marchó mi mamá.
—No lo hará, Malcom —le aseguró con un hilo de voz
—. Te lo prometo.
—Tú no lo permitirás, ¿verdad? —la vocecita
desesperanzada de su hijo le hizo más daño que una espada
atravesada en el pecho—. Eres el jefe del clan. El laird. No
puedes dejar que muera.
¡Por los dientes de Dios! Si pudiera dar su vida por la
de ella lo haría, pero todo estaba en manos del destino. Sin
levantarse del suelo alargó el brazo y atrapó el cuerpecito de
Malcom abrazándolo con fuerza, tratando de encontrar un
poco de consuelo, aunque no le había dado mucho de sí
mismo. Era posible que nunca hubiera entregado demasiado
de sí mismo a nadie y por eso pagaba ahora.
—No lo permitiré, hijo. No lo permitiré. Te lo juro.
La puerta se abrió con cierto estrépito obligándoles a
volverse. Serman ocupaba casi todo el vano de la puerta con
su enorme corpachón y estaba lívido de furia.
—Una trampa —dijo—. Josleen fue víctima de un
intento de asesinato, Kyle. Las tablas del suelo de la torre
habían sido cambiadas hacía poco, ya habían reparado las
podridas. Estaban serradas por la mitad.
Capitulo 39
ÒÏ ÒÏ ÒÏ
El rostro le ardía y el dolor la hizo abrir los ojos
lentamente.
—¿Qué me ha pasado?
Kyle acudió a su lado. Le temblaron las manos al tomar
el amado rostro y sus labios descendieron para atrapar la
boca de Josleen en un beso. Ella le empujó cuando le faltó el
aire.
—Vas a ahogarme —protestó.
La carcajada de Kyle fue sincera y ella le miró como si
estuviera loco. Cuando se calmó, se sentó a su lado y la
colocó, de modo que su cabeza descansara sobre su rodilla.
Ella suspiró, cómoda, y sonrió a medias.
—¿Cómo te encuentras?
—Como si me hubiese caído por un barranco.
—No fue exactamente por un barranco, pequeña.
—Lo sé. El golpe no me ha afectado la cabeza —se
volvió un poco para mirarle y dejó un taco a medias—. Me
duele.
—Liria juró que si despertabas, los dolores no durarán
más de dos días con sus brebajes.
—¿Si despertaba?
Kyle tragó saliva y asintió y Josleen creyó ver miedo
en sus ojos.
—Los cardenales desaparecerán. No tienes ningún
hueso roto. Milagrosamente, debo decir. Podrías haberte
matado.
—Tengo los huesos muy fuertes. Nunca me rompí uno.
¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Dos días.
—¡Condenación! ¿Acaso no se te ocurrió despertarme?
Kyle rio con ganas. Ella era terca como un jamelgo aún
cuando había estado a punto de morir. Pero el recuerdo de
que alguien había intentado asesinarla, le hizo encajar los
dientes y una expresión demoníaca transformó su atractivo
rostro. Josleen le acarició la mejilla.
—Estás hecho un asco —le dijo—. ¿Los McFersson no
saben que el agua sirve para asearse?
Kyle se inclinó y la besó otra vez. A pesar del dolor,
Josleen elevó el cuerpo hacia él, deseosa de más, notando
que lava encendida recorría de nuevo sus venas. Dios,
pensó, ¿siempre sería igual? ¿Perdería la cabeza cada vez
que él la besara?
Dos dedos aparecieron delante de sus narices,
haciéndola parpadear.
—¿Cuantos hay?
—¿Qué?
—¿Cuántos dedos hay? —la voz de Kyle conllevaba cierta
alarma cuando no le respondió de inmediato. Su madre y
Liria habían dicho que si recuperaba la conciencia lo
primero que habría de comprobar es que no veía doble o
triple, porque eso podía significar que el golpe había
producido algún coagulo de sangre en la cabeza y podía ser
fatal—. ¿Cuántos jodidos dedos ves, Josleen?
Su desesperación la extrañaba y divertía a la vez.
Desde que le conociera había deseado hacerle pagar cada
uno de sus malos ratos, estar alejada de los suyos. Ahora
podía tomarse una pequeña e infantil venganza.
—¿Uno? —preguntó.
Su gemido de frustración la obligó a aguantar la risa,
pero al ver que tenía el rostro demudado se asustó.
—Dos. Dos dedos, Kyle. ¡Kyle! ¿Me estás
escuchando?
Kyle la miró sin estar convencido. Los ojos azules de
Josleen reflejaban ahora cierto pánico. Puso cuatro dedos
delante de su cara.
—¿Y ahora?
—Cuatro —no quiso bromear más.
El pareció aliviado, pero volvió a insistir y dejó el
índice alzado.
—¿Cuántos?
Josleen atrapó su mano, se llevó el dedo a la boca y lo
succionó eróticamente.
—¿No podríamos jugar con otras cosas? —preguntó,
melosa, arrimándose a él como una gatita— Te estás
poniendo pesado.
Kyle estaba asombrado. Josleen parecía recuperarse
más a cada segundo. Al final acabaría creyendo que era
cierto lo que se decía de los McDurney, que habían sido
tocados por los ángeles al principio de la Creación. Bebió la
hermosura de aquel rostro magullado. A pesar de haber
estado inconsciente dos días enteros, tener un cardenal en la
frente y el cabello pegado al rostro, era preciosa. Kyle pensó
que seguramente era la única mujer que conseguía estar
deseable estando desaseada y golpeada.
—Me temo, señora, que van a pasar unos cuantos días
antes de que usted y yo podamos jugar a otra cosa que no
sea cuidarte —repuso, sarcástico.
—Oh, vamos.
—Sé una buena chica y duerme. Debes reponerte del
todo. Mis hermanos y Malcom se han estado pegando por
ver quién te cuidaba mientras estabas inconsciente, de modo
que llamaré a alguno de ellos para que haga de guardián
mientras voy a adecentarme un poco —la recostó en los
almohadones, la besó en la frente y caminó hacia la salida
—. Una pregunta, tesoro. ¿Viste a alguien en la torre?
Ella estuvo a punto de asentir y decir que había
reconocido a Evelyna Megan, pero se guardó el secreto.
Aquella mujer había tratado de matarla, sí, pero no sentía
odio hacia ella, sino lástima. Si ella tuviera que lidiar con
una rival por el amor de Kyle, no estaba muy segura de qué
cosa terrible podría hacer. Negó con la cabeza, pero apartó
los ojos hacia la ventana.
—¿Fue Evelyna?
El nombre de la otra en los labios de Kyle la escoció.
—No vi a nadie —insistió.
—Josleen, acabaré sabiendo quién te tendió una
trampa. Los tablones del suelo fueron serrados, no se
rompieron por accidente, ya habían sido reparados.
—Deja las cosas como están, por favor.
—Ni lo sueñes.
—Hazlo por mí, Kyle.
La miró desde la puerta, largamente, recreándose en los
contornos de su rostro y en la silueta de su cuerpo bajo las
sábanas. Deseaba apretar el cuello de Evelyna entre sus
manos hasta que aquella zorra sacara dos metros de lengua.
Presentía que era ella. No, no lo presentía solamente. Lo
sabía. Algo en el corazón se lo decía. Y a pesar de todo,
Josleen, aquella maravillosa criatura, no deseaba culparla,
sólo Dios entendía sus motivos. Acabó asintiendo de mala
gana, pero desterraría a la Megan aunque le implorara de
rodillas. No quería víboras en su casa.
—Todos celebrarán tu recuperación, mi amor.
El pecho de Josleen se paró.
Mi amor. ¡La había llamado su amor! ¡Y tesoro! ¡Y
quería vengarla! No había sido una frase hecha. ¡No podía
ser una frase hecha! Se abrazó y rio, nerviosa. La amaba.
Estaba segura ya. Aunque aquel cabezota fuera incapaz de
decírselo con palabras.
James la encontró riendo cuando entró un momento
después.
Capitulo 40
ÒÏ ÒÏ ÒÏ
Kyle observó a sus enemigos. Sabía por qué estaban
allí. Se preguntó cómo demonios se habían enterado de que
Josleen se encontraban entre los muros de su fortaleza.
Maldijo cien veces su mala suerte. Se daba cuenta de que
había sido un inconsciente, de que había dilatado demasiado
todo el asunto. Retener a Josleen le podía costar muchas
bajas. Y muchas pérdidas. Las llamas que se elevaban en el
poblado y que estaban consumiendo las chozas de sus
gentes, daban clara muestra de que su rival no iba solamente
a parlamentar. Pero estaba decidido a hacer un pacto con el
maldito Wain McDurney. No podía enfrentarse a él. No al
hermano de Josleen. Ella no le perdonaría nunca si lo
mataba o mataba a alguno de sus familiares. Y tenía a todos
a sus puertas.
—Saca a los prisioneros de la celda y déjalos marchar
—le dijo a James.
—¿Y ella?
Kyle contuvo las ganas de soltarle un puñetazo. Pero
sólo apretó los dientes y murmuró:
—Ella se queda.
—Imagino que a McDurney no se conformará con
recuperarlos a ellos solamente —intervino Duncan—. Ha
venido a llevarse a su hermana.
—¡Por encima de mi cadáver!
—Parece dispuesto a hacerlo —susurró James con un
hilo de voz, señalando a lo lejos.
En efecto, Wain parecía dispuesto a todo. Estaban
quemando toda la aldea, granero incluido.
Un jinete envuelto en el tartán McCallister hizo
avanzar su caballo portando bandera blanca. Cuando estuvo
a poca distancia de la muralla se detuvo.
—¡Kyle McFersson!
Se asomó por encima del muro.
—¡Aquí estoy!
—¡Traigo un mensaje de Wain McDurney!
—¡Suéltalo!
—Libera a lady Josleen y a los hombres que tienes
retenidos. Cuando todos estén a salvo entre nosotros
perdonará la vida de todos cuantos se cobijan bajo tus
colores, se hablará de compensaciones y os enfrentaréis.
Kyle contuvo el aliento. Wain quería su cabeza
pinchada en un palo y expuesta al sol. Y no era para menos.
Seguramente imaginaba que su hermana no seguía siendo
doncella. No cesaría hasta verle muerto. Pero, pasara lo que
pasase, él no podía matar a Wain. Se lo debía a Josleen.
—¡Dejaré libres a los hombres!
—¿Y lady Josleen?
—Ella se queda. No está en condiciones de ir a ningún
lado.
El emisario de Wain se irguió como si le hubieran
atravesado el pecho. Hizo girar su montura y regresó al
abrigo de los suyos.
El silencio cayó sobre los hombres de Kyle como una
losa. Todos sabían ya que habría batalla. Muchos de ellos la
admitían con entusiasmo, no en vano los McDurney eran sus
más fieros rivales. Y les habían robado en demasiadas
ocasiones. Ellos habían hecho lo propio, claro estaba, pero
eso no venía ahora al caso.
Poco después, el emisario regresó a las murallas. El
trapo blanco que lucía en el asta que apoyaba con desgana
sobre su muslo, parecía más un símbolo de guerra que de
tregua.
—¡McDurney no quiere derramar más que una sangre:
la tuya! —gritó a voz en cuello—. ¡Te reta a lucha abierta!
—¿Para eso tiene que enviar un emisario? —gritó Kyle
a su vez— ¿Por qué no viene él mismo?
—¿Qué respondes, McFersson?
—¡Puede pudrirse esperando, díselo!
El hombre asintió y volvió a dar la vuelta. A Kyle le
pareció vislumbrar una sonrisa satisfecha. Todos parecían
estar ansiosos de pelear. Todos excepto él, porque tenía las
manos atadas.
Se apartó y maldijo en voz alta el condenado embrollo
en que había metido a su gente. Estaba entre la espada y la
pared. No podía enfrentarse a Wain. No podía dejar que
Josleen regresara con los suyos. ¡Ella le pertenecía! La sola
idea de que se marchara le encolerizaba. Y Wain no
aceptaría sus excusas. Tampoco él lo haría si la muchacha
hubiera sido su hermana.
Josleen había cambiado tantas cosas en Stone Tower
que ya pertenecía al lugar. Había conseguido que sus
hermanos se comportasen, que él recuperase a su hijo, que
se dedicara a él como un verdadero padre y no sólo como el
jefe del clan. Su madre volvía a ser feliz gracias a ella. Su
gente confiaba en ella, la habían admitido de buena gana
porque día a día su amor y dedicación le granjearon el
afecto de todos. ¿Y Wain pretendía que la dejase marchar?
Duncan le advirtió y volvió a prestar atención. Los
enemigos se movían, acabando de destruir el poblado. A sus
espaldas, algunos protestaron por aquel desastre. No era la
primera vez que batallaban contra otro clan y no sería la
última en que se perderían viviendas y enseres, animales o
vidas. Pero ninguna tan absurda como la que se avecinaba.
Todo por su lujuria. Por su falta de control. Por haber
seducido a una mujer.
Kyle se preguntó si tenía derecho a sacrificar el
bienestar de toda su gente por no humillarse y decidió que
no. No, condenado fuese, no tenía ese derecho por muy jefe
del clan que fuera. Su vida era un tributo muy bajo a pagar a
cambio de la de los suyos. No le importaba morir.
Sólo sentía no poder volver a tener a Josleen.
—Ondea bandera blanca, James.
Su hermano se quedó mirándole como si hubiera
perdido el juicio.
—¿Qué has dicho?
—Ondea bandera blanca. ¡Y hazlo ya, antes de que
acaben por incendiar todo el poblado y ataquen!
Segundos después la camisa blanca de Duncan, que
renegaba por lo bajo, se mecía al viento. Kyle vio que Wain
McDurney hacía un gesto con la mano. De inmediato, sus
guerreros retrocedieron y dejaron de saquear las cabañas. Y
casi al mismo tiempo las puertas de la muralla se abrían
ligeramente para dejar paso a los recién liberados
prisioneros. Todos apuraron el paso al verse libres para
unirse a los de su clan. Kyle se felicitó por haber ordenado
que se les tratara bien. Realmente, no tenía nada contra ellos
y Verter había terminado por caerle bien.
Fue él quien se volvió hacia la muralla y le buscó con
la mirada. Kyle esperaba su alarido, pero aún así le
sobresaltó cuando llegó.
—¡¡Mc.Fersson, te mataré por esto!!
Capitulo 43
FIN
Un abrazo,
Nieves Hidalgo
P.D. Han sido más de 350 personas las que han leído
en el blog diariamente la novela. A todas ellas ¡gracias por
estar aquí cada día! y muy especialmente a quienes habéis
dejado vuestro comentario o me habéis escrito
personalmente.
Table of Contents
BREZO BLANCO
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30
Capitulo 31
Capitulo 32
Capitulo 33
Capitulo 34
Capitulo 35
Capitulo 36
Capitulo 37
Capitulo 38
Capitulo 39
Capitulo 40
Capitulo 41
Capitulo 42
Capitulo 43
Capitulo 44
Epilogo
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Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
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Capitulo 17
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Capitulo 19
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Capitulo 25
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Capitulo 28
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Capitulo 34
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Capitulo 36
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Capitulo 41
Capitulo 42
Capitulo 43
Capitulo 44
Epilogo