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Brezo Blanco - Nieves Hidalgo

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BREZO BLANCO

Los McDurney y McFersson están enfrentados desde


hace décadas. Desde que sus bisabuelos provocaron un
choque que acabó con la vida de uno de ellos.
Al regresar de una aldea en la que ha estado ayudando
a sanar a los enfermos, la patrulla de Josleen hace prisionero
a un hombre, creyéndole culpable de un robo de caballos
perpetrado a su clan. Atraída por él, averigua asombrada que
se trata de un McFersson y, temiendo las represalias, le deja
escapar para evitar posteriores complicaciones o incluso una
guerra.
Meses más tarde, Josleen parte de Durney Tower hacia
la fortaleza de Ian McCallister, con quien su madre se ha
casado en segundas nupcias. Pero jamás llegará allí.
La patrulla dispuesta a robar el ganado de su hermano
Wain, está liderada por el mismo guerrero al que ella dejó
escapar. Y ese hombre, aunque ella lo ignora, no es otro que
el laird Kyle McFersson, jefe del clan enemigo. Un guerrero
sobre el que corren las historias más terroríficas.
La primera intención de Kyle es pedir rescate por la
joven, pero luego la idea de dejarla marchar se le hace
imposible.
Sin embargo, Wain McDurney no está dispuesto a
dejar a su hermana en manos del rival al que desea matar
hace mucho tiempo.
Josleen tendrá que tomar una penosa decisión: regresar
con los suyos o permanecer al lado de las personas a las que
acaba queriendo y del hombre que, aún enemigo de su clan,
consigue ganar poco a poco su corazón.
Y para angustia de la joven, Stone Tower se verá
rodeada por huestes enemigas, al mando de su hermano,
decidido a no dejar piedra sobre piedra.

Capitulo 1

La neblina cubría la vereda del río y hacía un frío


espantoso. A pesar de todo, Josleen McDurney no quiso
quedarse a pasar la noche en la aldea y prefirió que
emprendieran el camino de regreso a Durney Tower.
Miró con ojo crítico los preparativos de los hombres
que la acompañaron en el viaje y, mentalmente, les
agradeció la ayuda prestada. La aldea de Dorland se había
visto atacada por una epidemia y Josleen no dudó en intentar
prestar toda la ayuda posible. De eso, hacía ya un mes pero,
afortunadamente, la epidemia había remitido.
No era la esposa del jefe del clan McDurney, pero era
su hermana y dado que su cuñada, Sheena, sufría un fuerte
resfriado cuando se enteraron de los problemas, fue ella
quien tomó en sus manos llevar ayuda a los campesinos.
No lo lamentaba. Su deber era cuidar de quienes
pertenecían al clan y lo mismo que su hermano, les
procuraba alimentos, justicia y venganza —cuando ésta era
necesaria—, ella ayudaba en otros quehaceres.
A pesar de todo, regresaba con el mal sabor de boca de
no haber podido hacer más por los enfermos. Seis de ellos
murieron a causa de las fiebres y en sus oídos retumbaban
aún los lamentos de aquella mujer que perdiera a su bebé.
—¿Un poco de vino?
Josleen se medio volvió y miró al guerrero que le
tendía un pellejo. Bebió un poco y se lo devolvió.
—Deberías descansar, se te ve agotada.
Ella accedió. Les quedaba un largo camino y era cierto
que sus fuerzas flaqueaban, después de tantos días y noches
sin apenas reposar. Se arrebujó en la piel que la cubría, se
recostó sobre la manta, encogió las rodillas pegándolas al
mentón y dejó que él la cubriese con otra manta de gruesa
lana. Aún así, tiritó sin poder contenerse. La bruma se le
metía en los huesos.
—Daremos una batida para ver que todo está bien —le
informó—. Aufert y Will se quedarán haciendo guardia en
el campamento.
Josleen no le escuchó. Apenas cerrar los ojos, se quedó
dormida.
El guerrero la miró desde la altura. Con un gruñido de
disconformidad buscó una manta más y la echó sobre ella.
Inconscientemente, Josleen agradeció el gratificante
aumento de calor y gimió. Él se alejó, habló algo en voz
baja con dos de sus compañeros y montaron a caballo para
dar una batida por los alrededores. No habían visto a nadie
desde que salieran de Dorland, pero no debían olvidar que
estaban muy próximos a las tierras de los McFersson, sus
enemigos declarados desde hacía décadas. Desde que
Colman McFersson mató en una pelea al bisabuelo de la
muchacha, Ian McDurney. Y no era cuestión de caer en
manos de aquellos desgraciados mientras dormían. Porque
no era la primera vez que los McFersson atravesaban la
línea divisoria para robarles el ganado. Claro que ellos
hacían otro tanto cuando la ocasión les era propicia.
Los dos hombres que quedaron de guardia se
acomodaron cerca de la joven, dispuestos a protegerla
contra cualquier eventualidad. Ella era la hermana bien
amada de Wain McDurney, el jefe del clan, y sus cabezas
peligraban si le sucedía algo.
Capitulo 2

Ajeno a la presencia de enemigos tan cerca de sus


tierras, Kyle se apeó del caballo, un inmejorable semental
negro. Se había alejado de todo y de todos y dejó que el
animal decidiera la ruta, sin preocuparse de nada que no
fuera escapar de sus fantasmas personales.
Ahora, sin ser consciente de ello, se encontraba a
mucha distancia de Stone Tower. Sabía que no era prudente
salir sin una escolta, pero necesitaba unos momentos de paz.
Demasiadas preocupaciones, demasiadas responsabilidades
ceñían en torno a él un grillete que, en ocasiones, le
ahogaba.
Desde que su padre muriera y se hiciera cargo del clan
habían llovido sobre sus espaldas un sin fin de problemas.
La educación de sus hermanos, la viudedad de su madre,
cada vez más melancólica y apartada. Sobre todo, aquella
criatura que le pertenecía y de la que se sentía incapaz de
hacerse cargo. Era su hijo, sí. Lo había engendrado y lo
quería, aunque no amó a la mujer que le alumbró. Aquello
fué recíproco, de todos modos. Muriel nunca lo amó a él.
Accedió al matrimonio porque la obligaron. Kyle siempre
supo, desde el primer momento, que ella lo detestaba y que
solamente las amenazas de su padre para conseguir la
alianza con el clan McFersson la obligaron a dar su
consentimiento.
Y ahora, ¿cómo explicar a una criatura de cinco años
todo aquello? ¿Cómo decirle que su madre murió
profiriendo gritos contra su hijo y su esposo? ¿Cómo ¡por
amor de Dios! hacerle entender que les maldijo antes de
exhalar su último aliento?
Por eso, cuando el pequeño Malcom preguntaba acerca
de su mamá, Kyle escapaba. Huía como un cobarde y salía
de Stone Tower, acompañado sólo por un pellejo de whisky.
Muchas veces, se emborrachó hasta perder la conciencia.
Más tarde, al recobrar el sentido, buscaba de nuevo las
fuerzas para regresar.
Se dejó caer de rodillas a la orilla del río. La densa
neblina cubría el bosque y atravesaba sus ropas. Pero el frío
no le importaba. Gateó hasta el agua. Necesitaba despejarse,
volver a ser él mismo. Llevaba todo un día fuera y era hora
de regresar. ¡Valiente jefe del clan estaba hecho!
Se mojó la cara, el cuello y el pecho. El agua lanzó
punzadas de frío a su cuerpo, pero le despejó un poco. Se
medio sentó, aún ligeramente aturdido. Y tiritó. Maldijo
entre dientes su propia estupidez, porque alguien le había
robado mientras yacía completamente ebrio. Su capa de piel
desapareció a manos de aquel o aquellos asaltantes que, eso
sí, como muestra de buena voluntad, le habían dejado otra
raída que apenas le abrigaba. No perdió el caballo porque
con seguridad no lo vieron. De otro modo, hubiera tenido
que regresar a pie y ¡maldita la gracia que le hacía tener que
dar explicaciones a su llegada!
Creyó escuchar una ramita troncharse a su espalda. Se
volvió con rapidez, pero no lo suficientemente ágil como
para poder evitar que la empuñadura de una espada le
golpeara sobre la ceja.
Kyle se derrumbó sin un quejido.
El que lo dejara fuera de combate se agachó a su lado y
le dio la vuelta. Tenía la ceja partida y la sangre manaba
profusamente cubriéndole el rostro.
—¿Quien será?
Barry Moretland se aupó sobre su montura con un
rictus de hastío en la cara.
—Sea quien sea es nuestro prisionero —dijo—. Por su
capa, debe ser un pordiosero.
—Es posible que pertenezca al grupo que nos robó
varios caballos hace dos meses —opinó otro.
—No tiene tartán que lo identifique, Barry —se
aventuró un tercero—, pero mira su complexión. Más parece
un guerrero. Y su caballo es un animal excelente.
Moretland echó otro vistazo al sujeto al que acababan
de apresar. Ciertamente, no parecía haber sufrido
necesidades en toda su vida. De anchos hombros, brazos y
piernas fuertes, bien podía tratarse de un hombre de guerra.
—Seguro que el caballo es robado —dijo—. Ya nos lo
dirá cuando le interroguemos. Volvamos al campamento.
Tiraron al prisionero sobre el animal y emprendieron la
marcha. Hacia el bosque. Hacia los dominios de los
McDurney. Un lugar al que, de haber podido evitarlo, Kyle
jamás habría ido.
Capitulo 3

Josleen dormitó a ratos. Despertó aterida, se envolvió


en las mantas y fue a sentarse más cerca de la hoguera.
Rogó para que amaneciera cuanto antes y pudieran
reemprender camino. Lamentó su terquedad al no querer
quedarse aquella noche en la aldea.
Los cascos la alertaron y pusieron en guardia a los dos
hombres que la protegían. Pero eran los suyos que
regresaban. Y al parecer, con carga adicional.
Descabalgaron y apearon a un sujeto que parecía
desmayado.
Josleen se incorporó y se acercó, pero la orden de su
medio primo, Barry, la detuvo:
—Aléjate de él.
Ella le miró, reticente, pero acabó por aproximarse.
—Parece muerto, de modo que difícilmente puede
atacarme, ¿verdad?
Apenas pudo echarle un vistazo cuando Barry ordenó
que atasen a aquel tipo. Le alzaron por los brazos, le
arrastraron hasta un tronco y le sujetaron brazos y tobillos
con cuerda. La cabeza, que caía sobre el pecho, sólo
permitió a Josleen apreciar un cabello rubio y un cuerpo
musculoso.
—¿Está malherido? —preguntó.
—¡Tanto da que esté muerto! —repuso Moretland—.
Le encontramos junto al río, y seguramente es uno de los
ladrones de ganado que se protegen bajo las faldas de los
McFersson.
El prisionero dejó escapar un quejido y abrió los ojos.
Barry se le acercó, le agarró por el pelo y echó su
cabeza hacia atrás. Josleen dejó escapar una exclamación al
ver la sangre.
—¿A qué clan perteneces? —le interrogó.
Kyle, luchando aún contra las brumas de la
inconsciencia, sólo vio una cara borrosa. La cabeza le dolía,
igual que la ceja. Y la sangre le tapaba la visión de un ojo.
En la penumbra, se desdibujaban los colores de sus tartanes
y creyó distinguir un fondo negro surcado de rayas
amarillas. Equivocadamente, pensó que se encontraba ante
hombres del clan Dayland.
—McDuy —dijo con voz algo pastosa.
—¿McDuy? ¿Los asquerosos McDuy? —preguntó
alguien— ¡Por Dios! ¡Y aún se atreve a decirlo!
Kyle sacudió la cabeza para despejarse y les miró con
más atención. ¿Acaso los Dayland no tenían una alianza con
los McDuy? ¿Entonces, por qué...?
Josleen apretó más las mantas a su cuello. No estaba de
acuerdo en que los hombres se comportaran a veces como
bestias. Regresó junto al fuego y se acuclilló, sacando un
brazo y acercándolo a las brasas. Se tumbó tan cerca del
fuego como pudo y se desentendió de ellos. ¡Que
resolvieran el problema como quisieran!
Kyle fijó la mirada en la mujer. Y la respiración se le
detuvo. A la luz de la fogata, descubrió un fondo rojo sangre
con rayas amarillas y negras. Apretó los dientes para no
soltar una maldición. Su estupidez acababa de llegar al
cénit. Porque quienes le habían capturado no eran de los
Dayland. ¡Eran los condenados McDurney, que Satanás se
llevara a los infiernos! ¡Sus peores enemigos! Y él, como un
idiota, acababa de declarar que pertenecía a un clan
enemigo. En bonito lío acababa de meterse.
—Descansa si puedes, piojo —le dijo Barry—.
Mañana necesitarás de todas tus fuerzas.
Ninguno se percató del repentino brillo de alarma que
asomó a sus ojos, y sus secuestradores se acostaron sin
hacerle más caso. Sólo uno de ellos se quedó de guardia.
Josleen era incapaz de dormir y, desde su posición,
seguía con la mirada fija en el prisionero. Se preguntó quién
sería y qué hacía en las tierras de su hermano.
—Barry —llamó muy bajito—. ¿Estás dormido?
—¿Hummm?
—No tiene aspecto de ladrón de caballos.
Barry se dio la vuelta, quedando de espaldas a ella.
—Mañana lo sabremos. Duérmete de una vez.
Capitulo 4

Despertó al escuchar un grito apagado. Un pálido sol


que apenas calentaba le hizo guiños entre las nubes. Se
estiró, notando los músculos doloridos. Y un nuevo quejido
la despejó del todo. Se sentó y buscó su daga, de la que
nunca se separaba, creyendo que les atacaban. Pero lo que
vio la hizo levantarse de un salto.
Uno de sus hombres golpeaba al prisionero mientras el
resto observaba, formando un corro a su alrededor.
—¿Qué estáis haciendo? —se aproximó, luchando por
deshacerse de las mantas.
—Apártate de aquí —le dijo Barry.
La cabeza del cautivo caía sobre su pecho y batallaba
por inhalar aire.
—¡No podéis golpear a un hombre indefenso! —les
recriminó.
—Le estamos interrogando. Ve a refrescarte al río y no
te metas en lo que no te llaman.
Un nuevo golpe en el estómago obligó al rehén a soltar
el aire de los pulmones, junto con un nuevo lamento.
—¿Donde están esos caballos? —preguntó Barry.
El otro movió la cabeza. No supieron si para decir que
no lo sabía o para negarse a responder. Su silencio le hizo
ganarse otro golpe directo a las costillas.
—¡Parad de una vez! —Josleen intentó abrirse paso.
Barry la hizo a un lado bruscamente. Resbaló sobre le
hierba cubierta de rocío y a punto estuvo de caer de bruces.
Y montó en el caballo de la cólera. Nunca fué muy paciente,
su hermano, Wain, se hartaba de recriminárselo con
frecuencia. Y en ese momento demostró que, en efecto, no
lo era. Se le cuadró, con los brazos en jarras.
—Si no le dejas en paz, contaré todo esto punto por
punto.
Fué una amenaza muy clara. Wain tenía un genio de
mil diablos, pero nunca se rebajó a humillar a un enemigo
vencido y supieron que se estaba refiriendo a él. La miraron
con la duda reflejada en los ojos. La cicatriz que atravesaba
el mentón de Barry se tornó más pálida. Pero la decisión en
el rostro de su prima disminuyó sus ganas de pelea. Sí,
aquella arpía era muy capaz de contar a Wain lo que estaban
haciendo. Y él no tenía ganas de reprimendas, aunque
dejarle sin autoridad delante del grupo le revolvió la bilis.
—De todos modos —dijo— éste acabará en la torre.
Ya podré interrogarle a placer — y entonces, pensó, no
usaría los puños, sino el látigo para arrancar la piel a aquel
bastardo. Diría dónde habían escondido los caballos, tarde o
temprano.
Se desentendió del prisionero y dio orden de levantar el
campamento. Una vez recogido, soltaron al reo y le ataron
las manos a la espalda. Le ayudaron a montar y poco
después partían.

ÒÏ ÒÏ ÒÏ
Kyle, ladeándose precariamente sobre su caballo,
recobró la conciencia algo después. Tenía un dolor sordo en
el estómago y las costillas y los brazos atados a la espalda le
procuraban una molestia añadida. Relampaguearon sus ojos
al reconocer la vereda por la que transcurrían, a orillas del
río. Sabía muy bien hacia dónde se dirigían. A tierras
enemigas. Y acabaría en una mazmorra de Durney Tower.
Eso no le hacía la menor gracia. Porque los McDurney
pedirían un altísimo rescate por él, en cuanto averiguasen su
identidad. ¡Y maldito si estaba dispuesto a pagar nada a
aquel atajo de hijos de perra!
Inspiró con cuidado para evitar las punzadas de dolor,
pero se le escapó un quejido. Josleen guió a su caballo para
acercársele, pero la montura de su primo se puso entre
ambos.
—No te acerques a él —le ordenó de nuevo.
—¡Oh, déjame en paz, Barry! —le espetó ella— Está
atado, ¡por todos los cielos! ¿Acaso crees que se me puede
echar encima y retorcerme el cuello?
—Te lo tendrías merecido.
Josleen le sacó la lengua cuando él avanzó para
ponerse al frente del grupo. Con gesto brusco, echó hacia
atrás los cabellos que el helado viento, insistentemente, le
echaba a la cara. Dió un vistazo al prisionero, se quedó
paralizada unos segundos y luego se alejó de él, haciendo
caso a la advertencia de Barry.
Pero Kyle no pudo quitarle los ojos de encima a aquella
muchacha, durante el resto del trayecto.
Aunque no supo el motivo.
Había conocido muchas mujeres en su vida. Algunas
de ellas, verdaderamente hermosas. Y aquélla no lo era
especialmente, aunque en un primer vistazo, su cabello
como fuego mezclado con oro, su rostro de saliente pómulos
y sus grandes ojos, podrían haberle provocado esa ilusión.
Era bonita, sí. Pero nada más. Sin embargo, había algo en su
porte orgulloso y en su modo de moverse que atraía su
mirada una y otra vez. Era pura seducción.
Josleen cabalgaba erguida, sin atreverse a mirar de
nuevo al prisionero. Con una vez había sido suficiente para
que su corazón latiera desbocado. ¡Por Dios, era como una
estatua dorada! Su cabello largo y oro, su piel tostada... ¡Y
sus ojos! Josleen nunca había visto nada igual. Ámbar
líquido. Grandes y vivaces, orlados de pestañas espesas
ligeramente más oscuras. La nariz recta, el mentón
denotando autoridad. Su boca... Parpadeó, recordándola y se
puso más tiesa sobre la silla.
«¿Un ladrón de caballos?» se preguntó a sí misma.
¡Barry debía de estar loco!
Kyle olvidó a la hembra cuando su caballo pisó un
desnivel y una punzada le atravesó. Prestó atención al
terreno por el que cabalgaban antes de acabar con la crisma
rota por culpa de ella.
Josleen luchaba por olvidar que él cabalgaba detrás,
aunque tenía la sensación de que la vigilaba. Acabó por
medio volverse, instigada por la repentina necesidad de
comprobar si realmente él tenía los ojos dorados. Y recibió
una mirada desdeñosa que la hizo regresar a su posición de
inmediato, como una jovencita pillada en falta. ¡Realmente
eran dorados! Fuego y hielo. Pasión y desdén al mismo
tiempo.
Kyle no volvió a fijarse en ella ni una sola vez durante
las horas siguientes. Se lo propuso y lo consiguió. Aunque
fue muy consciente de su proximidad. Una mujer del clan
McDurney. ¡Por toda la corte del infierno! ¡Sólo le hacía
falta en esos momentos, sentirse atraído por una zorra del
clan enemigo! Tenía cosas más importantes en las que
pensar. Por ejemplo, el modo de escapar.
Capitulo 5

Barry ordenó descabalgar un par de horas más tarde


para dar un descanso a caballos y jinetes. Josleen saltó a
tierra antes incluso de que alguien la ayudara, deseosa de un
momento de intimidad y harta de saltar en la silla.
Kyle, apeado de forma ruda, cayó de rodillas y soltó
una nueva maldición.
Apenas ataron los caballos, la muchacha desapareció
unos momentos tras unos arbustos. Los guerreros, sin ella a
la vista, vaciaron sus vejigas allí mismo. Al regresar,
dándoles tiempo suficiente para cubrir sus necesidades,
tomó una marmita y se acercó al río para llenarla de agua.
Buscó luego un paño limpio en su bolsa de viaje y se dirigió
hacia el cautivo. Pensar en acercársele hacía que su
estómago brincase, pero le era imposible arrinconar la
necesidad de acudir en su auxilio.
Barry, insistente y fastidioso, volvió a interponerse.
Ella, estuvo a punto de estrellar la marmita contra su
cabeza.
—Eres agobiante, Barry —le dijo—. Sólo quiero
limpiarle la herida de la ceja. ¿Acaso quieres hacerlo tú?
Moretland gruñó algo entre dientes escuchando la
repentina risa de sus compañeros. Acabó por hacerse a un
lado.
Kyle estaba recostado contra un árbol. Le dolía todo el
cuerpo y necesitaba un momento de intimidad, pero aquellos
mal nacidos ni siquiera repararon en eso. En otras
circunstancias, hubiera agradecido los cuidados de aquella
joven, pero en ese momento solamente deseaba que
desapareciera.
Josleen vio su adusto semblante, capaz sin duda de
atemorizar a cualquiera. Y contra todo pronóstico, sonrió.
Su ceño se alisó y dos hoyuelos asomaron a sus mejillas.
—Tranquilo. Yo no soy tan bestia como ellos.
Kyle no dijo una palabra. Pero respingó cuando le pasó
el paño sobre la herida. Y hasta hizo un movimiento
despótico para ahuyentarla. No consiguió nada. Ella estaba
decidida a atenderle y restañó el corte con manos hábiles.
—Tienes un buen tajo —comentó—. No deberías
haberse enfrentado a ellos.
—Me atacaron por la espalda —repuso él—. Claro que,
así es como actúan siempre los McDurney, ¿no es verdad?
Josleen se tensó por la puya y por sus ojos azules
atravesó un relámpago de indignación.
—Eres muy poco agradecido. Otros, seguramente, te
hubieran atravesado con una espada.
—Imagino que aún puede suceder —soltó.
—¡Botarate! —la irritación soltó la lengua de ella—.
No te confundas. No somos como los McFersson, que
atacan sin previo aviso y asesinan.
Barry se acercó al escuchar el insulto. Su oscura mirada
se clavó en su prisionero y éste le devolvió otra
desapasionada.
—¿Qué sucede?
—Tiene una nefasta opinión de nuestro clan.
—Empeorará cuando le tengamos atado a una argolla.
De todas maneras, podemos alimentar un poco más su
inquina —sonrió torcidamente.
Josleen no comprendió a qué se refería hasta que vio
que le arrebataba la raída capa. ¿Qué pretendía Barry? El
aire cortaba la piel y bajo la prenda, él no vestía más que
una camisa y el kilt, abrigo del todo insuficiente para la baja
temperatura que existía.
Kyle no opuso resistencia alguna, sabiendo que era del
todo inútil. Pero no pudo remediar un ramalazo de frío al
sentir sus ropas atravesadas por una ráfaga helada.
Josleen no podía apartar su mirada. Si bajo la capa ya
se adivinaba un cuerpo fuerte y musculoso, ahora no había
lugar para la imaginación. Un súbito deseo de alargar la
mano y tocar la piel que se vislumbraba bajo el cuello de la
camisa, la paralizó.
—Unos minutos y recordará el paradero de nuestros
caballos —dijo Barry.
Josleen no podía creer que su medio primo estuviera
haciendo gala de tanta crueldad.
—Deberías pensarlo mejor —le advirtió—, porque tal
vez no llegue vivo.
Él, se encogió de hombros, desentendiéndose y
alejándose para procurarse algo de comida. Y Josleen no
tuvo más opción que apartarse también. Era evidente que no
iban a hacer caso a sus súplicas. Pero ya les pasaría las
cuentas cuando llegaran a casa.
Si Kyle suponía que iban a darle algo de comida o
agua, se equivocó lamentablemente. Ni siquiera se
acercaron a él durante el breve descanso. Y la joven, al
parecer harta de batallar con el que comandaba el grupo,
tampoco volvió a acercarse.
A la hora de partir, simplemente le obligaron a montar
de nuevo, pero no le devolvieron la capa.
Capitulo 6

Pararon para revisar una herradura suelta de uno de los


caballos.
Para entonces, Kyle no sentía ya los brazos. Su cuerpo
era un témpano de hielo y estaba convencido de que querían
matarle de frío. Además, hacía rato que comenzara a
lloviznar y estaba empapado.
Desfallecido y entumecido, cayó al suelo cuando
alguien le hizo desmontar bastante tiempo después. No pudo
ni moverse. Tiritaba de manera incontrolada y era incapaz
de articular ni un lamento. Lo arrastraron lejos del grupo y
allí lo dejaron.
Josleen echó un rápido vistazo a sus hombres y le
enfureció que ninguno pareciera interesado en el prisionero.
Tanto les daba si vivía o moría. Así que tomó un par de
mantas y se acercó a él, sin intenciones de preparar aquella
noche algo de cena, lo que había estado haciendo desde que
iniciaran el viaje.
—¿Qué estás haciendo? —quiso saber su primo—.
Prepara algo de comer, estamos hambrientos.
—¡Prepáralo tú mismo! —le contestó. Cubrió el
tembloroso cuerpo del prisionero con las mantas.
—Vamos, Josleen. Un poco de frío le ayudará a
recordar.
—¡El frío va a matarlo!
—No es asunto tuyo. Yo estoy al mando y sé lo que
hago.
—¿De verdad? Y ¿eso es todo cuanto sabes hacer?
¿Dejar que se congele? —observó que Kyle seguía tiritando
bajo las mantas— Si no estás de acuerdo conmigo, puedes
decírselo a mi hermano cuando lo tengas delante.
Moretland fijó sus ojos en ella. Le hubiese gustado
golpearla, apretar su cuello... La odiaba. Lo mismo que
odiaba a su hermano Wain y a todos los malditos
McDurney. Sólo llevaba una parte de su sangre. Su madre
había sido una criada en la casa de Rob McDurney, hermano
menor del jefe del clan hacía años. Su aventura con él no
pasó de ser eso, una aventura. Y nació él. Pero no llevaba el
apellido McDurney. Wain era el heredero y él, aunque dos
años mayor, nada más que un segundón, el bastardo que ni
siquiera llegó a ser reconocido por la repentina muerte en
una emboscada del hombre que le engendró. Creció y vivó a
la sombra de Wain. Y aunque gozaba de cierta posición,
quería más. Quería lo que le correspondía.
Se alejó hacia la fogata que ya habían preparado sus
compañeros y se acomodó para cenar un poco de pan y
queso bañado con whisky.
Los dientes de Kyle castañeaban. Lo intentaba, pero
era imposible frenar los temblores. Ella, deseaba poder
hacer algo más por él. Se acercó al bullicioso grupo, tomó
pan, queso y un pellejo de whisky y regresó a su lado bajo la
atenta y malhumorada mirada de Barry.
Kyle aceptó el whisky. El ambarino líquido cayó en su
estómago vacío como una piedra, pero al menos le calentó
un poco. Tentado estuvo de despreciar la comida, pero no
era cuestión de comportarse como un mezquino, de modo
que dejó que ella le fuera dando los alimentos. La miró con
gratitud y hasta estuvo en un tris de agradecérselo
verbalmente. Sin embargo, cuando Josleen estiró una manta
cerca de él, dispuesta a pasar la noche, todo su cuerpo se
tensó. El suave aroma a lavanda que desprendía su cabello
le estaba causando desazón. Llevaba demasiado tiempo sin
estar con una mujer y aquélla, no podía negarlo, resultaba
cada vez más atractiva. El dorado de sus ojos se tornó
glacial. Tanto, que ella alejó su manta un poco.
—Sólo trato de ser amable —le dijo—. Y más valdría
que dijeses a esos dónde están los caballos. Mucho me temo
que Barry tiene pensado arrancarte la piel de la espalda a
latigazos. Los ánimos están bastante alterados después de
este último robo.
—No tengo que ver con eso —respondió entre un
castañeteo de dientes.
—Podría creerte. Pero ellos, no. Además, te han pillado
en nuestras tierras.
Kyle maldijo mentalmente. ¡Qué demonios iban a
haberle pescado en sus dominios! Conocía perfectamente la
delimitación de su territorio y el de los jodidos McDurney.
¡No había traspasado la frontera, por Dios! ¿O sí? ¿Pudo
haber estado tan ebrio que no se fijó dónde se encontraba?
¡No, condenación! ¡Ellos debieron de ser quienes cruzaron
los límites, atacándole por la espalda! Juró que si conseguía
escapar, se vengaría de los McDurney de una forma u otra.
Capitulo 7

El silencio reinaba en el campamento.


Todos dormían a excepción de Will, al que le tocó la
primera guardia. Atento a cualquier cosa que se moviera, se
encontraba algo alejado, sobre una pequeña ladera desde la
que se podía vigilar el terreno circundante.
Josleen, sin embargo, se despertaba a cada momento,
consciente de la proximidad del guerrero. El prisionero
acabó por dejarse vencer por un sueño inquieto y temblaba
de cuando en cuando. Habría deseado acercarse a él y
reconfortarle. Le observó, apoyada en un codo, la barbilla
sobre los nudillos.
No comprendía la extraña y perturbadora fascinación
que le provocaba aquel hombre. Estaba convencida de que
no era un simple ladrón de caballos. Nadie con un cuerpo
como el suyo podía ser un vulgar bandido. Pero ¿qué hacía
en sus tierras? ¿Podía tratarse de algún espía de los
McFersson? ¿Qué buscaba?
Echó un rápido vistazo al grupo y aproximó su manta a
él. Ojalá ninguno se percatara, porque de otro modo, podría
tener una buena reprimenda al llegar a Durney Tower.
Porque seguro que el deslenguado de Barry le iría con el
cuento, tergiversando las cosas.
Kyle se movió. La manta se ladeó lo suficiente para
permitirla ver su pecho. Josleen clavó su mirada en aquella
demostración de fortaleza y le costó trabajo respirar.
¡Dios, como deseaba tocarlo!, pensó, ahogando una
risita nerviosa. ¿Se estaría volviendo loca? ¿O es que, de
repente, le alertaban sus necesidades? Su madre la educó
para que no reprimiera sus sentimientos. Le contó la magia
que podía envolver una caricia. Y la instruyó en las
diferencias que existían entre el cuerpo de un hombre y el de
una mujer. Era una mujer sabia y, tal vez, adelantada a su
tiempo. A su lado aprendió todo: a cocinar, a curar las
heridas, a cuidar de los enfermos... Y a vislumbrar cómo
podía ser la relación con su futuro esposo.
Pero nunca le dijo que pudiera sentirse atraída
repentinamente por un desconocido. Y era justamente eso lo
que le estaba pasando. Debería preguntarle en cuanto la
viera de nuevo.
Vagó su mirada por aquel rostro virilmente atractivo.
Su cuerpo era un canto al poder. Estúpidamente, imaginó
qué sentiría si él la besara.
Kyle se movió de nuevo y la manta se ladeó,
descubriendo su costado y una larga y musculosa pierna. Se
fijó en el ancho cinturón que sujetaba su kilt: una torre.
Frunció el ceño. Le resultó vagamente familiar. Pero se
olvidó de eso de inmediato y sus ojos se aferraron a la piel
desnuda. Se humedeció los labios.
Sin ser consciente de su descaro, alargó la mano para
tocarlo.
Kyle se debatía en sueños. Los ojos de Muriel, la
muchacha con la que hubo de casarse apenas cumplir los
veinte años, le observaban. Ella le gritaba, diciéndole que le
odiaba. Él alargaba su mano para sentirla, pero cada vez
estaba más lejos. Nunca volvió a tocarla después de aquella
horrible y desagradable noche de bodas. Pero había dejado
en ella su semilla y le había dado un hijo, Malcom, al que
ella odió tanto como a él mismo...
Sin embargo, Muriel le estaba tocando ahora y él
vibraba bajo aquella delicada caricia. No la amaba, nunca
llegaron a intimar lo suficiente. Pero la necesitaba. Ardía
bajo el tacto suave de su mano. Su bajo vientre cobraba
vida...
Se debatió en su alucinación. Las manos de Muriel eran
cálidas, suaves. Gimió, encendido como una hoguera,
deseando que el tibio contacto continuara, su cuerpo
pidiendo ya compensación...
Josleen se mordió los labios al sentir bajo sus dedos su
sedosa piel. Acalorada por su propia desfachatez, le
acarició. Él suspiró y ella se detuvo, el corazón latiéndole en
la garganta.
Lo que estaba haciendo no era correcto, se dijo. Pero su
mano, con vida propia, bajó por su costado hasta el muslo.
Kyle, afiebrado, susurró un nombre:
—Muriel...
Josleen respingó. Pero no movió un músculo. Entonces
se dio cuenta de que él estaba ardiendo. Al retirar la mano,
tocó la hebilla del cinturón. Una torre trabajada sobre metal.
Y se quedó así, pensativa, con su mano sobre el estómago
de aquel guerrero. No podía respirar apenas y un temblor
repentino alertó al durmiente.
Kyle despertó, pero no se movió. Tardó un poco en
darse cuenta de que había estado soñando con su esposa,
pero que no era ella, desde luego, quién le había acariciado.
Sus músculos se tensaron, adivinando ya lo que sucedía.
Apretó los puños. El placer se mezcló con la irritación.
Nunca se habían aprovechado de él de modo tan mezquino,
mientras deliraba. ¡Por amor de Dios! Aquella maldita
muchacha le había estaba toqueteando con todo el descaro
del mundo..., ¡Y él estaba excitado!
Apretó los párpados y ralentizó su respiración. Los
dedos femeninos ya no se movían, varados sobre su vientre.
Luego, la escuchó suspirar, y volvió a cubrirlo. Los
insistentes y humillantes latidos bajo su kilt le enfurecieron.
¿Era una nueva clase de tortura para que hablara,
diciéndoles lo que querían oír? ¿Le excitaba adrede para
dejarlo después deseoso de más, para rendirlo, cuando no lo
hicieron ni los golpes ni el frío?
Tardó en mirarla. Ella parecía dormida.
Era bonita, sí, pensó. Su joven rostro mostraba tranquilidad
y su boca se fruncía en un gesto casi infantil que le hizo
desear besarla. Si hubiese estado libre de las ligaduras...
De repente, Josleen abrió los ojos y se incorporó. Le
miró y respingó al verse observada. Su cara, arrobada,
adquirió el color de los melocotones maduros. Pero se
repuso de inmediato. Él no se había dado cuenta de sus
caricias, de manera que no debía preocuparse. Era otra cosa
la que la despertó súbitamente, con el corazón en la
garganta. ¡La torre! Se acercó, quedando casi pegada a él,
sentada sobre sus talones. Echó la ropa a un lado y pasó los
dedos por la hebilla. Y sus grandes ojos volaron, llenos de
estupor, hacia los dorados pozos dorados que la miraban
fijamente.
—¿Quien eres? —balbuceó en un susurro que apenas
escuchó Kyle.
—Un McDuy.
Josleen movió la cabeza con fuerza. Su melena chispeó
bajo los rayos lunares.
—No. No lo eres. Los McDuy son gente miserable.
No guerreros. Y tú eres un guerrero.
—Si tú lo dices...
—¿Por qué llevas este cinturón?
La verdad había estallado en su cabeza como un
fogonazo. Pero necesitaba una confirmación porque... ¡No
podía ser! ¡Por todos los infiernos!
Capitulo 8

—Eres un McFersson —le dijo.


Kyle guardó silencio. Se daba cuenta de que ella estaba
atemorizada y un brillo diabólico atravesó su mirada. Se dijo
que muy bien podría sacar partido de su descubrimiento.
—¿Y qué si lo fuera, mujer?
—Pero... ¿Cómo...?
—Esto traerá la guerra. Lo sabes.
Ella se irguió. Los McFersson eran sus enemigos, pero
hacía años que existía algo así como un acuerdo tácito entre
los dos clanes. Los robos de ganado y el saqueo de algunas
aldeas continuaban, era verdad. Pero hacía mucho tiempo
que no se habían enfrentado con las armas. Sin embargo, si
aquel hombre era realmente un McFersson, y no le cabía
duda ahora que había recordado el escudo de armas del otro
clan, iban a surgir problemas. ¡Y podría significar reanudar
las belicosidades! La miseria para los campesinos, la muerte
para muchos guerreros, el dolor por la pérdida de muchos
seres queridos para las mujeres McDurney. Sabía que el jefe
McFersson aprovecharía aquella oportunidad y atacaría con
la excusa del agravio a uno de sus hombres.
—¿Eres de verdad un McFersson?
—Sí.
Se tambaleó ligeramente.
—¿Y si te dejo ir? —preguntó, resuelta.
Kyle parpadeó. Achicó la mirada y su voz sonó muy
ronca.
—Podrías librar a los de tu clan de una muerte segura,
muchacha.
—¿No habrá guerra? ¿Olvidarás este incidente? Debes
prometérmelo —le exigió.
Kyle pareció pensarlo durante un instante. ¿Qué había
sucedido a fin de cuentas? Una ceja partida que sanaría en
un par de días, unos cuantos golpes y, eso sí, un buen
resfriado. Nada lo suficientemente importante como para
emprender una guerra que a ninguno beneficiaba. Aunque la
amenaza había surtido efecto.
Claro que, también hubo algo agradable: el tacto de su
mano. Asintió.
—Prometido.
—Y no les harás nada a ellos cuando te suelte —
señaló a los que dormían.
—Estoy desarmado.
Josleen se tranquilizó. Le hizo volverse de espaldas,
sacó su daga y la acercó a las cuerdas. Pero se detuvo
repentinamente.
—¿Lo has pensado mejor? —pinchó Kyle.
Ella no contestó, pero comenzó a desatar los nudos. Si
encontraban cortada la soga, todos sabrían que ella le
había ayudado a huir.
Kyle contuvo un grito de alegría al verse liberado. Se la
enfrentó. Y retrocedió un poco al ver la daga con que le
apuntaba, sus ojos empañados de precaución.
Kyle sonrió. A pesar de todo se estaba divirtiendo. Y a
ella se le secó la garganta. Era tan atractivo.
Kyle se levantó cuidando de no hacer ruido. Tenía que
marcharse ahora que aún podía, pero algo parecía retenerle
junto a ella. Además, le molestaba pensar que tal vez
recibiera un castigo, si suponían que le había ayudado.
—Debería golpearte —le dijo. Josleen
elevó un poco su daga.
—¡Ni te atrevas!
—¿Y si suponen que tú me has liberado?
—No corté la cuerda.
Pero él tenía razón. Barry, sin duda, sospecharía de
ella. ¿Cómo iba a explicarles? ¿Qué excusa podría dar más
tarde a Wain? Suspiró y guardó la daga.
—No me golpees muy fuerte —le rogó.
Kyle sintió un mazazo en el pecho ante su pasividad.
Nunca hasta entonces había golpeado a una mujer y ahora
las circunstancias le obligaban a hacerlo. ¡Y ella se ponía en
sus manos sin temor alguno! Podría retorcer su delgado
cuello, sin que sus compañeros se enterasen de nada. Y todo
por evitar una guerra. Ponía en riesgo su propia vida para
evitar muertes. Hasta ese momento, no conoció a una mujer
tan valiente, capaz de sacrificarse por los demás hasta tal
punto.
Se inclinó un poco hacia ella. Su mano derecha la
atrapó por la nuca y ella le miró con los ojos muy abiertos,
acaso dudando de hacer lo correcto. Él podría estrangularla
si quería. Pero el contacto de aquellos largos dedos en su
nuca, enredándose en su cabello, provocó un
estremecimiento. No importaba demasiado, de todos modos.
Una vida a cambio de muchas. Cualquier cosa antes que ver
a su pueblo sumido en las penurias de una guerra.
—Confío en tí —musitó, cerrando los ojos.
Y sus palabras desarmaron a Kyle por completo. Si por
algún instante hubiera pensado hacerle daño, la afirmación
habría evaporado el rencor. Pero ¿cómo lastimarla?
Le quitó la daga de entre los dedos. Fulminante como
un rayo, la necesidad de saborearla le atravesó. Su boca
atrapó la de Josleen. Ella respingó ante el tibio contacto,
pero antes de poder reaccionar, estaba en pie y pegada al
cuerpo de aquel guerrero, respondiendo a la caricia.
Ambos respiraban aceleradamente al separarse. Kyle la
miró, fascinado. ¿Quién era aquella bruja que le enardecía
sólo con mirarla? En otro momento, aquella muchacha
hubiera conocido el modo en que un
McFersson... Pero no era lugar ni hora para escarceos
amorosos. Apretó los dientes, pidió perdón mentalmente a
Josleen y su puño se estrelló sin demasiada fuerza contra su
mentón. Ella ni soltó un quejido, simplemente se desmayó.
Kyle la retuvo en sus brazos durante un momento. Le
aturdía la sensación de plenitud que le embargaba sintiendo
su cuerpo junto al suyo. Lamentó profundamente haber
tenido que golpearla, pero era eso o arriesgarla a un castigo.
La depositó sobre el suelo con mucho cuidado, sintiéndose
el ser más ruin de la tierra por haber tenido que dañarla.
Volvió a besar aquella boca afrutada, caliente y sedosa.
—Perdóname, princesa —susurró sobre sus labios.
Después, echó sus erráticos deseos al infierno, se
incorporó, corrió agazapado hasta su caballo y montó sobre
él. El semental, bien entrenado, no hizo ruido. Pero el grupo
escuchó, inevitablemente, su galope.
Cuando los McDurney se dieron cuenta de que el
prisionero escapaba, la preocupante inmovilidad de Josleen
detuvo la persecución. Kyle aprovechó su ventaja, poniendo
distancia entre ellos y dirigiéndose hacia sus tierras.
Capitulo 9

Era el antiguo culto a los árboles.


En tiempos remotos, los celtas adoraron al roble y
fundaron su religión en el culto a la naturaleza. Ahora, el
rito pagano había cambiado y no era un roble sino un poste
adornado con multitud de cintas de colores, alrededor del
cual la chiquillería danzaba hasta hermosear el sencillo palo
de madera. Pero para el pueblo, aquel insípido poste seguía
representando al roble. Se decía de las mujeres nacidas bajo
su sino, en el mes de Agosto, como Josleen, eran sólidas
aunque sensibles, que sólo permitían ser amadas por aquel
que les brindara un cariño sincero, intranquilas y
apasionadas y capaces de demostrar su enojo con creces
incluso cuando no le diera motivo para ello.
Josleen sonrió ante el bullicio de los niños y apuró a los
que iban a acompañarla en su viaje a la aldea de Mawbry
para después llegar hasta la casa de su madre. Le hubiera
gustado quedarse hasta la noche, disfrutando de la fiesta,
pero había que partir.
Seis guerreros armados hasta los dientes la rodearon y
juntos se encaminaron hacia los caballos.
—Podrías esperar un poco, Josleen.
Josleen se volvió ante el ruego y sonrió al sujeto. Se
acercó para besarle en la mejilla. Se separó un poco y le
miró con afecto.
—Quiero estar a medio camino antes de que caiga la
noche, Wain.
Él asintió. La estrechó entre sus brazos y ella rió,
gozosa, aunque su fuerza casi le fracturó una costilla.
—Mándame recado por un emisario tan pronto llegues.
¿De acuerdo? Y quiero tener buenas noticias.
—Ellos pueden regresar, hermano —señaló al grupo.
—Prefiero que se queden contigo y con nuestra madre.
—Ella tiene un buen contingente de guerreros.
—Aún así.
—De acuerdo. Pero luego no me eches en cara que les
has necesitado.
Wain acompañó a su hermana hasta la montura, la
agarró por la cintura y la colocó sobre la silla. Josleen le
sonrió, aunque aquellas muestras de protección la irritaban a
veces. Era una mujer hecha y derecha y no necesitaba
continuos cuidados. Pero Wain seguía pensando que era
poco menos que una criatura. Y sabía que él siempre estaría
allí, procurando su bienestar, como procuraba la prosperidad
a todo el clan. Era el jefe. Todos confiaban en él.
—Ten cuidado —pidió él.
—Deja de preocuparte. Tengo que ir, lo sabes.
Le costó convencerlo de que aquel viaje era necesario.
Helen, la hija mayor del hombre que desposó a su
madre en segundas nupcias, se lo pidió como un favor.
Pasaría mejor los dos últimos meses que faltaban hasta
el parto teniendo a su lado a alguien de su misma edad.
Además, podría ayudar a su madre en el parto. Wain
había accedido sólo por el amor que profesaba a Alien,
su madre, ahora una McCallister.
Wain acarició el lomo del caballo.
—Espero que, en esta ocasión, no te encuentres con
otro ladrón, hermanita.
El sonrojo cubrió sus mejillas. Instintivamente, se pasó
los nudillos por la barbilla. Aún recordaba la parrafada de
Wain cuando se enteró de lo acontecido, culpándola
directamente a ella por haberse puesto en peligro durmiendo
tan cerca del prisionero. El condenado Barry insistió en que,
de no haber sido por eso, hubieran evitado que el McDuy
escapara.
«Si yo no lo hubiera tocado» pensó Josleen. Recordaba
tan vívidamente el tacto de sus músculos... Le recorrió un
extraño cosquilleo. Había intentado olvidarlo durante
aquellos meses, pero fue imposible. Su beso la marcó a
fuego. Y la mantenía despierta muchas noches, hasta
irritarla. Sin embargo, él había cumplido su promesa y
ninguna aldea fue atacada, ni había llegado un ejército en
son de guerra a las puertas de Durney Tower.
Aceptó la broma y se inclinó para tirar a su hermano
de una oreja.
—Te traeré uno a mi regreso —bromeó.
—Y yo te calentaré el trasero.
Josleen le tiró un beso con los labios y se medio volvió
en la montura al escuchar la llamada de una mujer.
Se acercó una joven muy bonita, a quien Wain enlazó
de la cintura en cuanto la tuvo a su alcance.
—Te echaremos de menos.
—Y yo a vosotros, Sheena. Pero Helen me necesita
ahora.
—Es mucho tiempo —se quejó la otra.
—Wain te mantendrá ocupada, no lo dudes. Ni siquiera
te acordarás de mí.
Sheena se puso roja como la grana y agachó la cabeza
para apoyarla en el pecho de su esposo.
—Eres terrible —se quejó a media voz.
Wain se unió a la risa divertida de su hermana y abrazó
más fuerte a su mujer. Hacía tres años que se casaran y era
el hombre más feliz del mundo. Sheena era sumisa, todo lo
contrario a su hermana, que pecaba de terca, irritable y, la
mayoría de las veces, sarcástica hasta lo desesperante.
Sheena era dulce; Josleen, mandona. Una pelirroja y la otra
rubia—rojiza. La primera vergonzosa, la segunda descarada.
Sólo tenían en común unos hermosos ojos azules y
profundos que quitaban el aliento a cualquier hombre.
—Os enviaré noticias apenas llegue —prometió de
nuevo Josleen.
—Si necesitas algo, házmelo saber. Besa a mamá. Y
dale un puñetazo a McCallister de mi parte —bromeó Wain,
alzando la voz, cuando ya el grupo se alejaba a la salida de
la fortificación.
Sheena se apretó contra él y alzó la cabeza para recibir
un beso. Suspiró y le miró con los ojos velados.
—Te deseo —le confesó.
Wain McDurney estalló en carcajadas.
—Creo que Josleen te está mal enseñando, mujer.
—Me gustaría tener su carácter. Josleen no se amilana
ante nada, hace lo que quiere y...
—Y se gana una zurra de cuando en cuando —cortó.
—Hablando de eso. No me gustó que la reprendieras
cuando regresaron de Dorland. ¿Qué culpa tuvo ella de que
ese sujeto escapara?
—Ya oíste a Barry.
—Barry es propenso a la cólera. A veces pienso que
nació ya colérico.
Wain guardó silencio. ¡Al diablo con su medio primo!
Tenía cosas más importantes de las que ocuparse, por
ejemplo, hacerle el amor a su mujer de inmediato.
Llevándola apretada contra su costado, se acercaron al palo
adornado para la fiesta de May Day, que celebraba la
llegada de la primavera.
Acodado en una de las murallas, la turbia mirada de
Moretland les siguió.
—Algún día... —dijo entre dientes—. Algún día, Wain.
Capitulo 10

James agarró un muslo de ave de una de las fuentes que


los sirvientes retiraban ya y le dio un mordisco mientras
intentaba, a la vez, ponerse la capa.
—¡Por los infiernos, James! —bramó una voz desde la
entrada del salón.
—¡Ya voy, maldita sea! —gruñó el muchacho— ¡Ya
voy!
Salió a escape, refunfuñando sobre la estúpida
necesidad de tener que ir justo ahora de batida. A su
hermano, el jefe del clan, se le había metido entre ceja y ceja
“tomar prestado” parte del ganado que los McDurney tenían
cerca de la ciudad de Mawbry, unas veinte millas fuera del
territorio McFersson. Dio otro mordisco y tiró el hueso a un
lado. Poco faltó para que acertase a uno de los sirvientes que
pasaba en esos momentos.
—¡Lo siento! —se disculpó al tiempo que se
escabullía.
Afuera, diez hombres montados a caballo aguardaban.
Le importó un comino la mirada de reprobación de nueve de
ellos. Pero la del último, le provocó desazón. Montó de un
salto y miró a su hermano mayor.
Kyle dejó una imprecación a medias.
—Es la última vez que te espero, James.
—Ni siquiera me has dejado acabar la comida.
—Si hubieras llegado a la mesa cuando todos lo
hicimos, en lugar de estar detrás o bajo las faldas de alguna
muchacha, habrías tenido tiempo suficiente.
James se encogió de hombros. Y sonrió como un diablo
al ver su ceño fruncido.
—¿Por qué estás siempre de tan mal humor, Kyle? La
vida es hermosa.
Unos ojos dorados relampaguearon, pero se aplacaron
de inmediato. Era imposible luchar contra James. El chico
apenas acababa de cumplir los veinte años y era tan
revoltoso o más que el pequeño Duncan, quien aún no había
cumplido los catorce. Le vencía siempre con sus sonrisas.
De los tres, era sin duda el que tenía mejor talante. Por eso
se ganaba a las mujeres. —¡Vámonos!
Casi a las puertas del castillo, tuvieron que detenerse.
Montado en un caballo de color canela y fuertes patas,
Duncan les cortaba el paso. Kyle suspiró, se acodó en el
cuello de su montura y miró a su hermano pequeño.
—Y ahora ¿qué pasa?
—Voy con vosotros.
—Ya te dije que no, Duncan.
—Pues yo insisto.
Kyle bufó. ¡Por los cuernos de...! ¿Es que siempre
habría de estar peleando con sus hermanos? A su espalda,
las risitas de sus guerreros le irritaron aún más. Hizo
avanzar al caballo y se irguió sobre la silla, acercándose al
muchacho. Su voz sonó tranquila. Demasiado tranquila. No
era buena señal para quienes le conocían de verdad.
—Hijo, quita tu trasero de mi camino o juro por todo lo
sagrado que te lo despellejo con una vara.
Apenas lo dijo, Duncan palideció. De inmediato, el
camino les quedó expedito.
—¿De veras le zurrarías con una vara, Kyle? —
preguntó James, divertido, mientras avanzaban.
—Y a ti, si me incordias demasiado, hermano.
—¡Por Dios, qué genio! —se alejó. Le gritó a distancia
— ¡No eres buena compañía, Kyle! ¿Lo sabes? ¡Preferiría
viajar con un marrano antes que a tu lado!
Se escapó alguna carcajada y él sonrió. Las bromas de
James eran siempre bien recibidas por los hombres y más
aún cuando el centro de aquellas bromas era él. Se fue hacia
él, para que el joven no se sintiera orgulloso de su triunfo y
James se alejó, tomando distancias.
Capitulo 11

Avistaron la pequeña aldea después de rebasar la


colina.
De algunas chimeneas, salía humo. Había una quietud
que tranquilizaba el espíritu en aquel bucólico paisaje.
Apenas había diez cabañas. Y el ganado pastaba al cuidado
de dos hombres, un poco alejados del pueblo.
Atardecía ya, pero los montes no se resignaban a dejar
de obsequiar a los viajeros con el malva de las flores de sus
laderas. Era un momento propicio para atacar y hacerse con
unas cuantas reses. Además, había luz suficiente para que
supieran quien les atacaba. Siempre fue así entre los ellos y
los McDurney, desde los tiempos de sus abuelos. Sin
esconderse. Cara a cara, luciendo los colores de sus tartanes
y lanzando al viento su grito de guerra. Llevaban tanto
tiempo robándose ganado unos a otros, que era casi una
tradición.
Kyle estaba a punto de orden bajar la colina cuando
avistaron al grupo que se acercaba a la aldea. Se replegaron
tras unos arbustos y vigilaron. Varios hombres y una mujer,
en el centro, claramente protegida por los guerreros. No le
importaba quienes eran. El ganado, sí.
Se aupó sobre su montura, pero la distancia no le
permitió distinguir si iban armados, ni sus colores. Podían
ser hombres de guerra y si comenzaban una pelea, alguno
saldría herido, era inevitable. Kyle no deseaba arriesgar en
esos momentos la integridad de ninguno de sus hombres.
Mucho menos la de su hermano James. Los viajeros
parecían ir de paso y seguramente pernoctarían en la aldea,
lo que dilataba sus intenciones. Pero una noche bajo las
estrellas nunca hizo mal a nadie, así que decidió esperar al
día siguiente y así lo comunicó a sus compañeros.
—Pero, Kyle —protestó James—, hasta podría ser
divertido. Hace mucho que no cruzamos armas con nadie.
Supón que pertenecen al clan de los McDurney. Podríamos
divertirnos un rato.
—No sé si son McDurney.
—Sean quienes fueran, son amigos de ellos. De otro
modo no se atreverían a cruzar estas tierras con esa
tranquilidad.
—Posiblemente. Pero hemos venido a por el ganado.
—Te estás volviendo blando, hermano.
—Posiblemente —repitió Kyle mientras ataba su
caballo al arbusto.
El resto se apeó también. James no tuvo más opción
que claudicar. Se acomodó junto a él y comenzó a
mordisquear una brizna de hierba.
—Me habría gustado un poco de jaleo.
—Si tan ansioso estás, cuando regresemos a casa
mediremos nuestras espadas.
James dió un respingo.
—¡No estoy tan ansioso! Además, no puedo competir
contigo. Siempre ganas —dijo, fastidiado.
—Pero te desahogarás. ¿No es lo que quieres?
James enmudeció. Los otros, escuchando el
intercambio, sonrieron. Ahora era Kyle el que se burlaba.
Capitulo 12

Apenas clareó el día, Josleen y su escolta se pusieron


en marcha. Agradecieron el alojamiento y la comida al
cabecilla de la aldea y montaron. Aún les quedaba todo un
día de viaje.
Kyle, agazapado, cuerpo a tierra, les observaba. Su
humor no era el mejor, después de haber soportado las
pullas de James durante buena parte de la noche. Cuanto
antes tomaran el ganado y regresaran a Stone Tower, antes
se quitaría a aquel pesado de encima. Ordenó montar.
Pero el destino les jugó una mala pasada.
El grupo se dirigía directamente hacia ellos. Por tanto,
hacia la ciudadela de McCallister. Eso les dejaba sólo dos
salidas: o se les enfrentaban o huían como conejos. Y Kyle
McFersson nunca había hecho lo segundo.
James se frotó las manos. A fin de cuentas habría un
poco de jarana.
—Me pido a la dama —le dijo a Kyle al oído.
Kyle no le prestó atención. Estaba ya dispuesto a
ordenar el ataque cuando una ráfaga de viento voló la
capucha que cubría la cabeza de la mujer. El sol naciente
saludó por un instante a unos cabellos dorado—rojizos. Ella
se cubrió de inmediato, pero a él se le había cortado la
respiración.
Pensando que era una confusión, achicó la mirada,
fijando toda su atención en la dama. Joven. Delgada.
Dominaba su caballo con maestría. La vio hablar algo con el
hombre que se ceñía a su lado derecho y ella echó la cabeza
hacia atrás, al parecer divertida. Ahora sí pudo ver bien los
colores de sus tartanes. McDurney. ¡Y para colmo, aquella
muchacha era...!
Un estremecimiento le recorrió la espalda al
reconocerla. ¡Como no hacerlo, por las ubres de una vaca!
No había pasado un solo día sin recordar el tacto de su
pequeña mano sobre su cuerpo.
Soltó un taco. Echó un vistazo a sus hombres. Todos
estaban ya montados y listos. Se aproximó a ellos.
—Quiero a la mujer —les dijo—. Ni un susurro y ni un
herido.
Le miraron con asombro, pero asintieron en silencio.
Sólo James protestó por lo bajo.
—A la dama me la he pedido yo.
—¡Púdrete, James!
Tras los arbustos, aguardaron a que los otros se
acercaran más. Entonces salieron. No hubo grito de guerra y
el asalto se llevó a cabo en el más absoluto silencio.
La escolta de Josleen, pillados por sorpresa, apenas
pudieron sacar sus espadas y, en medio de la confusión, se
dispersaron. Fueron desarmados con una rapidez
abrumadora. Los más cercanos a la joven intentaron
protegerla, pero fueron atacados por la espalda y sendos
golpes en la cabeza dieron con ellos en tierra.
Josleen hubo de hacer verdaderos esfuerzos para
controlar su montura, repentinamente asustada. Para cuando
lo consiguió, la corta pelea había finalizado y su escolta
había sido vencida. Les indicaron que descabalgara, pero
ella se negó. Regaló una mirada de desdén al hombre que se
acercó a ella. Era joven y lucía los colores de los
McFersson: fondo negro con cuadros verdes. El broche que
sujetaba su tartán sobre el hombro era una torre, alrededor
de la cual leyó: Honor o Muerte.
Él, alargó el brazo para atraparla por la cintura, pero se
encontró con que ella levantó la pierna, propinándole tal
patada, que le propulsó del caballo y acabó apeado.
Surgió una risotada general entre tus atacantes. Pero
Josleen no saboreó demasiado su pequeño triunfo porque
alguien, desde el otro lado de su caballo, la atrapó en una
tenaza que apretó alrededor de su cintura, lastimándola. Aún
así, luchó. Chilló cuando la soltaron de golpe y cayó al
suelo, sobre rodillas y palmas, pero se resolvió como una
fiera dispuesta a atacar....
Y se quedó paralizada ante unos ojos que le quitaron el
aliento.
Hielo y oro.
Capitulo 13

Abrió la boca, pero sólo se le escapó algo parecido a un


graznido.
Kyle descabalgó con lentitud, saboreando la imagen de
ella así, medio agachada, despeinada, aparentemente
vencida pero lista para el ataque. Una gata.
Josleen, aunque asombrada, no dejó de prestar
atención a lo que le regalaba el destino. Ahora, a la luz del
día, pudo fijarse mucho mejor en la complexión de él: era
alto, de fuertes brazos y poderosas y largas piernas
enfundadas en botas de piel. Estrecha cintura que adquiría
amplitud en un torso acabado en unos hombros de increíble
anchura. Sus ojos, del color del oro, tenían, tal vez, una
chispa de ironía. Era condenadamente guapo.
Más espléndido que como le recordaba.
—Volvemos a vernos —dijo él, ofreciéndole su mano.
Josleen tardó en aceptarla, pero acabó haciéndolo.
—Eso parece.
—Aunque ahora se han cambiado las tornas.
—Desafortunadamente para mí y mi escolta.
Kyle sonrió de repente y ella creyó encontrarse en el
séptimo cielo y respondiéndole.
—No he olvidado que tengo una deuda contigo,
muchacha. Nada debéis temer. No os haremos daño.
—Entonces... ¿por qué nos habéis atacado?
—Os hemos detenido. Hay una diferencia. De haberos
atacado realmente, ni uno sólo de tus hombres estaría con
vida.
Josleen asintió, más calmada. Si no entendía mal, él
debía haberla reconocido y sólo deseaba intercambiar un
saludo. Entendía que no había visto mejor forma que
sorprendiéndoles, porque no hubieran sido bien recibidos de
advertir el color de sus tartanes. Sonrió y comenzó a
caminar, como el que da un paseo. Kyle la siguió mientras
sus hombres esperaban, sin saber qué hacer con los
prisioneros. Tampoco éstos parecían comprender nada.
—¿Pensáis robar el ganado de la aldea?
—Ajá.
—Y has cambiado de idea al reconocerme.
—No exactamente. Sólo he priorizado. Me pareció
buena idea saludarte. Pero después me llevaré el ganado.
Josleen se echó a reír. Sin que ella se diera cuenta,
Kyle se tensó. Su risa le hizo desearla.
—Así que has querido intercambiar saludos. No es
frecuente entre clanes enemistados.
Kyle se encogió de hombros. Ella pensó que era una
estupenda y preciosa anécdota para contarle a su madre y a
Wain cuando regresara a Durney Tower. ¿Por qué no?, se
dijo. Hacía demasiados años que duraba aquel
enfrentamiento estúpido entre sus clanes.
Estaba entusiasmada. Hasta que le oyó decir:
—No exactamente intercambiar saludos, muchacha.
Vendrás conmigo.
Capitulo 14

Josleen retrocedió un paso. ¿De qué estaba hablando,


por todos los cielos? ¡Ir con él!
—No lo estás diciendo en serio —dijo con un hilo de
voz.
—Muy en serio. Que viajes con escolta sólo puede
significar que eres importante en el clan McDurney. Eso
significa un buen rescate.
Ella se atragantó. ¡El muy...! Se le fue el color de las
mejillas. Echó un rápido vistazo alrededor. No podía contar
con su escolta.
—Yo te liberé cuando te apresamos —le recordó.
James silbó y cuando Kyle se volvió a mirarle estalló
en carcajadas. El muy bellaco no había contado nada a ese
respecto.
—Y yo pagué la deuda respetando la vida de tus
hombres. Como ahora.
Josleen entendió. No pensaba dejarla ir.
—Wain McFersson te declarará la guerra por esto.
Su mención hizo que Kyle alzara las cejas.
—No lo creo. Pagará el rescate y ahí quedó todo.
—Ni lo sueñes —repuso con desdén—. Vendrá a por
mí.
—¿Eres su amante?
Josleen estuvo tentada de golpearle. Apretó los puños
contra las caderas y elevó la barbilla con gesto altanero.
—Es mi hermano.
Por los ojos de él cruzó un atisbo de tormenta. Fijó en
ella su atención. Había visto al McDurney sólo una vez,
hacía siete años. Y no olvidaría su rostro jamás, porque el
otro consiguió alcanzarle con su espada y guardaba una
cicatriz en el costado izquierdo como recuerdo. La
muchacha que tenía ante él tenía los ojos acaso más azules,
el cabello más rojizo... pero... Aquella expresión tenaz,
aquel rictus de superioridad que anidaba en sus gruesos
labios...
—Tu nombre —ordenó tajante.
—Para tí, sólo McDurney.
Kyle la agarró el brazo, repentinamente enfurecido.
Había jurado hacía años que si se encontraba de nuevo con
Wain McFersson, acabaría con él. Wain había tachado de
asesinos a todos los de su clan debido al enfrentamiento de
antaño. Le había herido, humillado y pisoteado su orgullo. Y
ahora, ¡loados fuesen los cielos! tenía nada menos que a su
hermana en su poder. ¿Qué mejor venganza? ¿Qué mejor
modo de hacerle daño? La empujó hacia el grupo y ladró
una orden:
—Atadles a todos las manos a la espalda y que monten.
¡Y darme una cuerda!
James se la tendió, pero al adivinar el uso que iba a
hacer de ella se disgustó, aunque guardó silencio.
Kyle ató las muñecas de Josleen y la tomó en brazos
para dejarla al lado de los demás prisioneros. Luego, montó
su caballo, dio una silenciosa orden alzando el brazo y salió
a galope hacia la aldea, sabiendo que sus hombres le
seguirían. Tener entre sus brazos a aquella muchacha no le
hizo olvidar el ganado.
Capitulo 15

El origen de los clanes escoceses provenía de los celtas


y era su sistema de vida; el único conocido. El clan estaba
formado por los miembros originarios, casi siempre
relacionados con el jefe del mismo por vínculos de
parentesco o de sangre. Eran los Native Men y, por
consiguiente, los que ejercían mayor poder dentro de la
comunidad. El resto, los Broken Men, no eran sino
miembros de otros clanes menos poderosos o deshechos que
buscaban protección bajo el más fuerte. McFersson y
McDurney tenían muchos de aquellos entre sus filas.
Josleen observó que había grupos aislados que
saludaban los colores McFersson, según se adentraban en
tierra enemiga.
Atravesaron un río y se internaron en un bosque
cerrado, con espesa vegetación. Cabalgaron sin descanso
durante horas y para ella supuso un infierno. Aquel
desgraciado la había montado delante de él y era imposible
no chocar una y otra vez contra su musculoso cuerpo. Su
humor era el peor que recordaba desde hacía tiempo.
El de Kyle, no tenía nada que envidiarla. Aunque había
recordado frecuentemente, durante aquellos meses, sus
trémulas y avergonzadas caricias mientras fue su prisionero
y le creyó dormido, ahora se le hacía cuesta arriba
mantenerse impertérrito teniéndola allí, entre sus muslos.
Deseaba llegar a Stone Tower lo antes posible. Su perfume
le embotaba y hubo de cambiar varias veces de posición
mientras cabalgaban para no demostrar su excitación.
Debería haberse sentido ufano por haber cazado a una
McDurney con la que obligar a Wain a negociar,
consiguiendo tierras y ganado. Pero no era así. Estaba
irritado.
Apenas pararon para dar un ligero descanso y agua a
caballos y reses y para tomar un bocado. Durante el breve
respiro, ataron a los prisioneros juntos. Josleen fue apeada
sin demasiados miramientos y a punto estuvo de lastimarse.
James lanzó una mirada de fastidio a su hermano
mayor y le increpó en voz baja su lamentable actuación.
Ella, lo escuchó. Y pensó que, tal vez, podría encontrar un
aliado de su causa antes de acabar en una mazmorra.
Sonrió al joven guerrero y él respondió con una media
reverencia. James escuchó la advertencia de Kyle a su
espalda, pero le mandó mentalmente al infierno y se acercó
a ella. La tomó del codo y la condujo, con toda galantería,
hasta acomodarla a la sombra.
Pero no le soltó las manos. Le proporcionó un trozo de
carne seca y un pellejo de vino rojo. Estaba famélica,
cansada, muy enfadada y hasta un poco temerosa de su
suerte, pero agradeció las viandas y se dispuso a comer. Al
menos, le habían atado las manos delante. A punto de
saborear la carne seca, se dió cuenta de que nada habían
ofrecido a su escolta.
Con un gesto altivo, tiró la carne y el pellejo a un lado
y se recostó en la corteza del árbol, cerrando los ojos.
—No me gusta desperdiciar la comida, muchacha —la
dura voz de su carcelero la hizo brincar.
—No pienso comer si ellos no lo hacen.
Kyle la miró desde arriba. Era tan alto y parecía tan
temible... Le brillaban los ojos. ¿De diversión? ¿De cólera?
Josleen se mantuvo firme y no apartó su mirada. Por fin,
Kyle acabó por encogerse de hombros, dio una patada a la
carne y recogió el pellejo de vino.
—Es más que lo que me ofrecisteis a mí —le dijo.
Josleen se mordió la lengua para no insultarle y él se
alejó, sentándose junto a sus guerreros. No se le escapó que
el más joven volvía a parecer discutir con aquel gigante
dorado. Cerró los ojos de nuevo y procuró descansar. No
sabía cuánto tiempo cabalgarían aún y estaba extenuada.
Dormitó un rato. Hasta que la tomaron de las cuerdas y
la irguieron. Dio un vistazo a su alrededor, un poco confusa.
Todos habían montado ya y aguardaban. ¿A ella?
Kyle la tomó de la cintura y la colocó de nuevo sobre la
silla. Sólo que esa vez, no fue sobre la suya, sino en la de
James.
Josleen miró por encima del hombro a su nuevo
compañero de viaje y él sonrió de oreja a oreja.
—Él dijo que tenía que pensar, por eso cabalgarás
conmigo.
—¡Ah! Pero... ¿piensa y todo?
La carcajada le retumbó en el oído. James asió las
riendas y la estrechó, tal vez demasiado, entre sus fuertes
brazos. Luego, hundió la nariz en su cabello.
—Hueles bien. Como los brezos. —le dijo.
Ella no respondió, pero se alegró de la conquista.
Estaba cada vez más segura de que la ayudaría. ¿Acaso no
parecía estar en desacuerdo con el jefe de la partida? ¿No
creyó ver que discutían después? No era experta en
seducción, porque nunca le interesó ningún guerrero lo
suficiente como para desplegar sus velas, pero pensó que era
un buen momento para practicar.
Capitulo 16

—¿Vuestro jefe es siempre igual de hosco?


—A veces, más.
—Alguien debería enseñarle modales.
—Bueno... Las mujeres no se le quejan —bromeó él
—. Hasta diría que les agrada a veces... Ya me entiendes.
—Yo no estoy acostumbrada a que un hombre sea tan
grosero.
—Tal vez todos te tratan con corrección porque eres la
hermana de Wain McDurney, ¿verdad?
—Simplemente porque mis gentes son sin duda más
agradables. Aquí todos parecen haberse tragado un
puercoespín, sobre todo él... Menos tú —y al decirlo se
volvió a mirarle, luciendo su más encantadora sonrisa—. Tú
eres distinto.
—Gracias.
—Eres más educado, más... caballeroso.
James enarcó una ceja. Su voz se había tornado melosa,
tan dulce que empalagaba. Estaba encantado por la decisión
de Kyle de haber montado a aquella beldad en su caballo.
Pero de inmediato se percató de sus intenciones.
—¿Cómo te llamas? —preguntó ella.
—James.
—Me gusta.
—¿Y tú?
—A ti puedo decírtelo. Josleen.
—Precioso.
Ella dejó transcurrir un tiempo antes de volver a la
carga. Simulando un pequeño bostezo se recostó en su
pecho.
James lo estaba pasando en grande por dos razones: la
primera por disfrutar del contacto de la dama y la segunda
por las miradas irritadas que Kyle le lanzaba cada poco.
—James... ¿Puedo preguntarte algo?
—Ajá.
—¿Tienes propiedades?
—Ninguna, pero disfruto de las de mi hermano.
—Y, ¿no te gustaría tener las propias? ¿Vivir en otro
lugar, tal vez?
—¿Por qué lo dices? Este territorio es estupendo. Me
gusta vivir aquí y tengo lo que necesito.
—Pero hay otros lugares. Por ejemplo, nuestras tierras.
—Eso es territorio enemigo, pequeña.
Josleen tragó saliva. Empezaban a sudarle las manos.
Le veía remiso y ella debía conseguir su ayuda cuanto antes.
—Mi hermano puede regalarte tierras y ganado —
ofreció, a sabiendas de que Wain daría eso y mucho más por
recuperarla— Serías tu propio señor.
—¿A las órdenes de un McDurney?
James se fijó en su coronilla. Su solapada ironía la
había dejado envarada. Pero le divertía que ella estuviera
intentando sobornarle.
—Tendrías que jurarle lealtad, sí.
Él se tomó un tiempo para responder con un simple:
—Tal vez.
Era el momento, se dijo Josleen. Contorsionó el cuerpo
para poder mirarle a los ojos:
—Si nos ayudas a escapar tendrás todo eso y una buena
bolsa de dinero.
James ahogó una risotada. La joven tenía agallas, de
eso no le cupo duda. ¡Por Dios! Tenía que estar desesperada
para hacerle semejante proposición. Duncan se moriría de la
risa cuando se lo contase. Quiso alargar la diversión y
guardó silencio, como si se lo estuviera pensando. Luego
suspiró, agachó la cabeza y besó con rapidez sus labios. Ella
se echó hacia atrás. Pero no protestó. ¡Qué diablos!, pensó.
Un beso era un triste pago si conseguían huir.
—Bueno...—dijo James un momento después—.
Existe un problema, ¿sabes?
—¿Qué problema? Mi hermano te protegería.
—Ya lo imagino. Pero el mío me mandaría desollar.
—¿Eso es todo? Trae a tu hermano. ¡Y a toda tu
familia si quieres! ¿Qué les debes a los McFersson, sino
vasallaje?
—Veras... Es que a él no le gustaría tener que vivir a
las órdenes de un McDurney.
Josleen empezó a desesperarse.
—¿Y quien es tu hermano? ¿Un idiota que no ve una
oportunidad cuando la tiene delante de sus narices?
¡Convéncelo!
—Imposible.
—¡No hay nada imposible!
—Con él sí —rió entre dientes—. Porque es ése que no
deja de lanzarme dardos con los ojos. Kyle McFersson. Ni
más ni menos que el jefe del clan, muchacha.
Josleen se revolvió para abofetearle por la burla, pero
antes de darse cuenta la arrancaron de la silla y se encontró
sentada sobre la de Kyle. Sus brazos la rodearon.
Y su valor desapareció. ¡Oh, Dios! No estaba en las
garras de un McFersson cualquiera, sino en las de el
McFersson. A su cabeza llegaron, en ráfagas, los relatos
sanguinarios que escuchó. Se decía que incluso los ingleses
le temían, que había arrasado aldeas asesinando a mujeres y
niños. Contaban que, incluso, había bebido alguna vez la
sangre de sus enemigos. El rey, Jacobo, le tenía en alta
estima y, sin embargo, había puesto precio a su cabeza y
aumentado la cantidad en varias ocasiones. Al parecer,
McFersson había hecho oídos sordos a la orden de pactar
una alianza con algunos clanes para mantener la paz.
Josleen sabía, porque conocía a su pueblo, que aquella
recompensa podía ser un acicate para un inglés, pero nunca
para un escocés. Ante todo estaba la sangre. Podían
mantenerse enfrentados durante años, pero si se trataba de
luchar contra un invasor, todos los clanes podían unirse en
esa causa común.
Trató de mantenerse erguida, pero el cansancio acabó
por vencerla. Un par de veces se despertó sobresaltada, con
el calor del otro cuerpo arropándola. Pero, al final, se
durmió.
Para Kyle fue un mazazo sentir que se relajaba en sus
brazos. La había montado con James para calmar un poco el
ardiente deseo que ella despertaba en su cuerpo, pero la risa
de James acabó por ponerle los nervios de punta. Además,
algo parecido al sentido de la posesión le hizo recuperarla.
Ahora, estaba seguro de haber cometido un error, porque sus
suaves formas volvían a excitarle. Se fijó en el óvalo
perfecto de su rostro, en sus largas y espesas pestañas, en su
boca.... Era preciosa. ¿Cómo no se dio cuenta antes? Y olía
maravillosamente, a esencia de brezo blanco.
Josleen suspiró y apoyó la mejilla en el hueco de su
hombro, removiéndose sobre la silla. Kyle aferró las riendas
con más fuerzas. Su cuerpo reaccionó dolorosamente, pero
soportó el sufrimiento mientras ella se frotaba, sin ser
consciente de ello, contra su entrepierna.
Kyle se maldijo y clavó la mirada en el horizonte.
Estaba perdiendo el control, lo que nunca le pasó hasta
ahora. Se obligó a pensar en otra cosa que no fuera ella y sus
ojos volaron hacia los colores de su tartán. Aquello fue
suficiente para enfriar su calentura. Aún así, cuanto antes
llegaran a Stone Tower, mucho mejor para su salud mental.
Capitulo 17

Stone Tower era una fortaleza impresionante, cuadrada,


rodeada de un muro exterior. La torre principal estaba
levantada en el centro y la flanqueaban otra cuatro, una en
cada esquina.
El grupo y las reses atravesó muralla en silencio y,
mientras cruzaban la aldea interior, todos cuantos se
cruzaban les observaban con interés. No era para menos.
Los colores de los prisioneros, les delataban como
enemigos.
Josleen se irguió y miró al frente, evitando mostrarse
intimidada. Pero una cosa era haber sido rehén en campo
abierto y otra, muy distinta, encontrarse en la guarida del
McFersson. Además, su orgullo ya había quedado bastante
vapuleado, al despertar recostada sobre el pecho de él.
Aún así, se fijó en cuanto veía. Fuera del recinto
amurallado había visto grupos de cabañas que ocupaban el
valle y parte de la pequeña loma. En el interior debía haber,
al menos, otras sesenta viviendas, conformando una calle
principal por la que ahora transitaban.
Mantenía cierta semejanza con los castillos ingleses.
La curiosidad que levantaban les proporcionó una
fisgona escolta de observadores hasta que llegaron a una
amplia plaza en forma redonda, donde se encontraba la torre
principal.
Una vez dentro, les recibió un patio cuadrado donde
algunos hombres practicaban con la espada y el arco y que,
de inmediato olvidaron su entrenamiento para acercárseles.
Apenas pisar el suelo, Kyle gruñó:
—¡Encerradlos!
Se bajó del caballo, estiró los brazos, enlazó el talle de
Josleen y la dejó en tierra. Kyle escuchó algunos murmullos
de admiración, pero hizo oídos sordos.
Ella le regaló una mirada furiosa y, dando media
vuelta, caminó en pos de su escolta.
—¡Tú, no!
Se atragantó el escucharle. Se volvió.
—No, gatita —susurró, clavando en ella su mirada
ambarina y acercándose—. Tú no vas a las mazmorras.
—Entonces, ¿dónde se supone que vas a encerrarme,
McFersson? —dijo su nombre como un insulto.
—¿En mis dependencias...?
Ella tragó saliva. La clarísima alusión encendió su ira.
¡Por Dios que no podía consentir que la humillara delante de
todos! Tomó aire, cerró los puños con fuerza y lanzó el
golpe. Tener las muñecas atadas ayudó a potenciarlo. Kyle
recibió el trallazo en el mentón y la sorpresa le hizo
retroceder.
Un estruendo de risotadas estalló a su alrededor. La
mirada de Kyle se convirtió en oro líquido, pero no dijo
palabra. Se tocó la parte lastimada y ella lamentó haber
actuado tan imprudentemente. Si era verdad todo lo que
contaban de él, muy bien podría cortarle la cabeza ahora
mismo. Le miró con cierta reserva, pero no cedió un palmo
de terreno. Y se obligó a no salir corriendo cuando él volvió
a acercarse. Aunque hubiera sido mejor haberlo hecho. Al
menos, podría haber salvado parte de su orgullo. No supo si
fue como escarmiento, pero él la agarró y se la echó sobre el
hombro, caminando luego a largos pasos hacia la entrada.
Josleen eligió los peores insultos que conocía y le
informó de cada uno de ellos mientras se ahogaba con cada
zancada de él que la hacía rebotar sobre un hombro de
granito.
Kyle la dejó desahogarse a placer. No hizo nada para
acallar la sarta de improperios, aunque todos los que se
cruzaban con ellos se paraban a mirarlos, entre divertidos y
asombrados.
Atravesó el salón, luego una galería fresca, otro patio
cuadrado con decenas de macetas y una fuente, otra
galería...
Kyle abrió una puerta con el hombro libre, entró y la
dejó caer de golpe sobre una cama. Libre, Josleen trató de
escabullirse. Fue agarrada del cabello y regresada a la cama.
—¡Maldito hijo del diablo! —le gritó.
—Quédate donde estás y evitarás problemas.
Le obedeció. ¡Qué otra cosa podía hacer! Seguir
resistiéndose era de idiotas, porque estaba desfallecida.
Además, ni siquiera sabía dónde estaba después del
laberinto de pasillos por el que la condujo cabeza abajo. Así
que se acomodó en el cabecero y esperó.
Kyle fisgaba en un arcón situado en la pared izquierda,
bajo la ventana y ella aprovechó para dar un vistazo al
cuarto. Era una habitación grande y poco amueblada. La
cama, un par de arcones y dos sillones frente al hogar. Pero
algunas alfombras en las paredes y en el suelo la hacían
acogedora. Espartana. Pero agradable.
Josleen frunció el ceño cuando le vio acercarse con un
cuerda en la mano. Antes de que pudiera protestar, él la pasó
entre las que aún sujetaban sus muñecas y la dejó atada a los
hierros de cabecero. Apretó los dientes, reprimiendo otra
tanda de insultos y guardó silencio mientras él buscaba de
nuevo en el arcón y regresaba con un trozo de tela. Alzó las
cejas. ¿Es que pensaba amordazarla?
Todo lo que hizo Kyle fue colocar el lienzo entre la
piel y las sogas, para evitar que siguieran lastimándola.
Luego, abrió la puerta.
—¿Vas a dejarme aquí?
Kyle se volvió a mirarla. Dejó de respirar. La claridad
que entraba por la ventana bañaba sus cabellos
convirtiéndolos en fuego.
—Te quedarás aquí.
—Prefiero ir con los míos a las mazmorras.
—Y yo prefiero que te quedes aquí, mujer. ¡Y aquí te
quedarás!
—¡No puedes retenerme en tus habitaciones! ¡Maldito
seas, Kyle McFersson! ¡Juro que si mi hermano no te
arranca la cabeza con su espada lo haré yo!
El la miró fijamente durante unos segundos que a ella
le parecieron horas. Después, se acercó. Sus grandes manos
acunaron su rostro, bajó la cabeza y su boca atrapó la de
Josleen.
El primer impulso fue morderlo. Algo estalló en su
pecho, como la otra vez. La sangre se le volvió más espesa,
le costaba trabajo respirar. Él sabía tan bien, que deseaba
besarlo y besarlo y besarlo... Pero Kyle se distanció y ella
ahogó un suspiro.
—Si alguna vez vuelvo a enfrentarse con Wain
McDurney, muchacha, será él quien acabe sin cabeza.
Lo dijo con tanta convicción, que Josleen fue incapaz
de replicar. Le odió. Y le deseó. Aquellos dos sentimientos
tan opuestos la levantaron un terrible dolor de cabeza y
acabó maldiciendo a voz en grito al hombre hasta que,
rendida por el cansancio y por el llanto, se quedó dormida.
Capitulo 18
—¿Quién es ella, Kyle?
El jefe del clan no tenía que dar explicaciones a nadie.
Su posición social como líder no le obligaba más que a
rendir cuentas cada determinado tiempo ante el consejo de
ancianos. Era dueño y señor de hacer lo que le viniera en
gana y por lo tanto, la pregunta no venía al caso. Pero en
esos momentos no se sentía como el jefe de nada y era su
madre la que preguntaba. Sentado a la mesa, con sus
hermanos, su madre y su hijo, amén de cuatro de sus
hombres de confianza, bien podía ser el momento de hacer
concesiones.
Kyle contestó como ausente.
—Una McDurney.
Ella se irguió y le miró con atención. Inició un trote
con las rodillas para entretener al niño y sus ojos, tan
dorados como los de Kyle, refulgieron.
—Una McDurney.
—Estará aquí hasta que Wain pague un rescate.
—¿Es algún familiar suyo?
—Es su hermana, madre.
—Oh.
—Y una bruja —dijo Kyle, pasándose el dorso de la
mano por el mentón que ella golpeara con tanto acierto.
James rió con ganas.
—Pero es muy bonita.
—Como todas las brujas —refunfuñó Kyle.
—¿Qué ha pasado? ¿Cómo habéis conseguido hacerla
prisionera? —preguntó el menor.
James asestó a Duncan una palmada en el hombro que
casi le tiró de la banqueta.
—Nuestro invencible jefe y hermano cayó prisionero
de los McDurney. Y esa muchacha le liberó —explicó,
volviendo a desternillarse y ganándose una mirada biliosa.
—¿De verdad? —Duncan parecía entusiasmado. No
imaginaba a su hermano rescatado por una mujer— ¡Vamos,
Kyle, cuéntanos de una vez!
—No hay nada que contar —dijo—. James tiene una
mente inmejorable para los cuentos.
—Pero si ella misma lo dijo —saltó el otro— Hasta te
lo echó en cara.
—¿Dónde fue, Kyle? —insistió Duncan— ¿Y cuándo?
¿Fue hace unos meses, cuando regresaste con cardenales en
todo el cuerpo y un resfriado de mil demonios?
Kyle suspiró. Era imposible luchar contra aquellos dos
estúpidos cuando decidían hacer un frente común. Tomó la
copa que acababa de llenar uno de los sirvientes y la vació
de un trago.
—Sois tan pesados, que me quitáis incluso las ganas de
cenar.
Estallaron en carcajadas mientras él se levantaba y se
alejaba. El niño sentado en las rodillas de la mujer, tiró a
James de la manga.
—¿Mi papá estuvo prisionero?
James le sentó sobre él. Acarició su pelo dorado y le
hizo cosquillas hasta que se revolvió entre risas.
—Lo estuvo, sí. Pero creo que no va a confesarlo
nunca.
En el exterior, Kyle se sentó junto al muro y sonrió. En
el fondo, le divertían aquellos dos, pero no podía bajar la
guardia o luego sería incapaz de impartirles órdenes.

ÒÏ ÒÏ ÒÏ
Josleen estaba muerta de hambre y sed. Hacía casi
veinticuatro horas que no probaba bocado.
Como si sus pensamientos hubieran llamado a sus
enemigos a la cordura, la puerta se abrió y una mujer de
unos cincuenta años, regordeta y de rostro rubicundo entró
con una bandeja que dejó sobre un arcón.
Josleen no dijo una palabra, pero la otra la miró de
arriba abajo y chascó la lengua.
—No sé cómo vas a comer con las manos atadas.
—Entonces, suéltame —le pidió ella.
La otra movió la cabeza.
—No puedo hacerlo.
—¡Por todos los infiernos! —se enfureció Josleen,
levantándose y tirando de la soga—. Necesito también...
otras cosas —insinuó, con el rostro acalorado por la
vergüenza.
—Tienes una bacinilla bajo la cama. Y la cuerda es lo
suficientemente larga.
—¡No la quiero!
—A tu gusto —se encogió de hombros—. Yo me
limitaré a darte de comer. El resto, arréglalo con él,
muchacha. No quiero entrometerme.
A Josleen se le estaba haciendo la boca agua. La
comida olía deliciosamente. Pero era cierto que tenía otras
necesidades. Y no estaba dispuesta a humillarse delante de
nadie usando el maldito vaso de noche. A terca, no iban a
ganarla. Así que ladeó la cabeza cuando la mujer le acercó
una cucharada de avena cocida.
—No voy a comer nada —le dijo, con el estómago
saltando en muda protesta—. Díselo al maldito McFersson.
La sirvienta la miró con interés. Ella no era quién para
poner en entredicho las órdenes del jefe, pero entendía sus
razones. Además, habría dificultades: cuando Evelyna
Megan supiera que retenía a una muchacha en sus
aposentos, más les valdría a todos desaparecer de Stone
Tower. Se encogió de hombros, dejó la cuchara y tomó la
bandeja.
—Tienes mucho genio. Pero él tiene aún más —avisó
—. Yo que tú no le irritaría demasiado.
—Todo cuanto pueda —prometió.
ÒÏ ÒÏ ÒÏ
Debió hacer caso de la advertencia. Poco después, Kyle
entró en la recámara con gesto agrio. Llevaba la bandeja en
las manos y la dejó de un golpe seco. Su voz, ronca, la hizo
dar un brinco.
—¿Por qué no quieres comer?
—Ya soy mayorcita para que tengan que alimentarme.
Y parece que no van a soltarme. ¿Quieres que coma como
los cerdos?
—Está bien —accedió—. Te soltaré mientras yo esté
aquí.
—También necesito unos minutos de intimidad.
Kyle se irguió. Sintió que le ardía el rostro por el
bochorno. No había reparado en que necesitaría.... Sacó una
daga que llevaba en el cinturón y cortó las cuerdas. Luego,
la tomó de la mano y tiró de ella.
Josleen hubo de esforzarse para seguir sus largas
zancadas sin caer de bruces. Cruzaron la galería, bajaron y
atravesaron un patio. Kyle se internó por un pasillo estrecho
que acababa en un cuarto de unos cinco metros cuadrados.
La empujó dentro. Eran los evacuatorios, que daban
directamente al exterior de la fortificación.
—Esperaré fuera.
A Josleen, el bochorno le subió a la cara. Cerró los
puños a los costados y apretó los dientes buscando un poco
de calma o acabaría por asesinarlo con sus propias manos.
Cómo le odiaba. Nadie podía ser tan desagradable. ¡Ni tan
bestia!
Acabó lo antes posible, temerosa de que él se
impacientara y entrara. Ya era suficiente humillación que
estuviera aguardando fuera. Cuando salió, no pudo ni
mirarle a la cara. Kyle volvió a arrastrarla por el pasillo. Al
cruzar el patio, Josleen dió un tirón y se soltó, se arrodilló
junto a la pequeña fuente y se lavó las manos y el acalorado
rostro. Se secó con su propio tartán. —Ahora sí cenaré,
McFersson.
Tenía que ser una aparición, se dijo Kyle. Aquella
criatura frágil y delicada tenía más narices que muchos de
sus guerreros. Pero él se encargaría de bajaría los humos.
Volvió a tirar de ella y de nuevo Josleen le siguió dando
traspiés. No regresaron al cuarto, sino que la llevó al salón.
Estaba vacío, salvo por los sirvientes que se afanaban
ya en recoger las mesas montadas sobre caballetes. Kyle la
obligó a sentarse al extremo de una, junto a la chimenea
encendida y pidió a uno de los criados que trajese comida.
Kyle se alejó, acomodándose en un taburete, al otro
lado del salón, tal vez para proporcionarle unos minutos de
tranquilidad y relajo mientras cenaba. Ella se olvidó de su
presencia y se dedicó a comer. Él la observó de hito en hito.
Otra persona, después de llevar tanto tiempo sin probar
bocado, habría atacado la comida. Pero no ella. Tomaba
cada trozo con delicadeza, como si estuviera satisfecha y
sólo picoteara de su plato. También bebió con prudencia.
Cuanto más la miraba, más bonita le parecía. Gruñó
por lo bajo. Iba a resultarle muy complicado que ella viviera
bajo su mismo techo hasta que Wain McDurney aceptara
sus condiciones.
Capitulo 19

No volvió a atarla cuando la llevó de nuevo a la


habitación, aunque la dejó sola.
Josleen aguardó con el alma en un puño su regreso,
preguntándose qué pasaría entonces. A fin de cuentas,
estaba en su cuarto. Después de mucho esperar, se decidió a
abrir la puerta. Y se encontró con la hosca mirada de un
guerrero alto y fornido que montaba guardia. Entonces,
comprendió que no la hubiera atado. No había forma de salir
de allí. Pero ¿qué pasaría cuando él regresara? Si intentaba
forzarla, lo mataría.
El tiempo transcurría y Kyle, sin embargo, no daba
señales de vida. Irritada, sintiéndose como una res a la
espera del sacrificio, tomó una manta, la estiró cerca de la
chimenea y se tumbó sobre ella. ¡Por nada del mundo
dormiría en su cama!
Mientras, Kyle fraguaba su plan para retenerla sin tener
que lidiar con los guerreros de Wain a las puertas de su
fortaleza. Al clarear el nuevo día, sabía lo suficiente. Mandó
llamar a uno de sus hombres y éste partió de inmediato
hacia Durney Tower... ataviado con los colores del clan
McCallister.
El amanecer encontró a Josleen aterida de frío. La
despertó el castañeteo de sus dientes y un insoportable dolor
de espalda. En un primer momento, no supo donde se
encontraba. Después, recordó. Con una palabrota en los
labios se levantó y se frotó los brazos. Se acercó a la
ventana. La actividad en la fortaleza comenzaba ya:
hombres y mujeres iban y venían en sus quehaceres diarios.
Se sentó en el borde de la cama y apoyó la barbilla en
las palmas de las manos. ¿Qué iba a hacer? Su desaparición
causaría un revuelo y mucha preocupación. Kyle pediría
rescate, por descontado. Pero Wain, con seguridad, no se
conformaría y con enviarlo y sus guerreros acordonarían
Stone Tower. ¿Es que McFersson quería una guerra en toda
regla? ¿No sabía que Wain sería capaz de remover cielo y
tierra para rescatarla?
La puerta se abrió de golpe y Josleen retrocedió por
instinto. Kyle la miraba con una sonrisa y ella pudo ver el
corpachón del guardia tras él. Eso la reconfortó en parte: el
pobre desgraciado había estado toda la noche de vigilia.
¿Donde pensaban que podía ir?
Kyle avinagró el gesto al ver la manta en el suelo. Se
acercó, la tomó y la lanzó sobre el colchón.
—¿Por qué tratas de que todo sea más desagradable?
Josleen abrió la boca. ¿Ella trataba de...?
—Si serás mulo —le dijo—. ¿Querías acaso que
durmiera en tu cama?
Una ráfaga de deseo le invadió al imaginársela justo en
ella.
—¿Por qué no?
—Qué pregunta tan tonta.
—No te he molestado, ¿verdad?
—Ciertamente, señor mío. Pero podrías haberlo
intentado. Y ten por seguro que no me habrías encontrado
en tu lecho.
Kyle suspiró. Se sentó en la cama y se quitó las botas,
que provocaron un ruido sordo al caer. Se levantó y la
emprendió con la chaqueta. Josleen abrió los ojos como
platos. ¡Por Dios, él se estaba desnudando y ella tenía que
salir de allí! Una extraña sensación se alojó en la boca de su
estómago, recordando su piel, su tacto, tan suave como el
terciopelo. ¡Ni por asomo quería volver a ver aquel cuerpo
imponente y duro!
Su rostro se tiño de rojo. Le dio la espalda, pero tensa,
pendiente por si se le ocurría acercarse. Su risa la obligó a
volverse. Y se ahogó. Todo cuanto le cubría era su kilt. Su
poderoso cuerpo volvió a intimidarla y notó que se le secaba
la boca. Retrocedió un par de pasos, hacia la puerta.
—Aquí todos hacen algo, muchacha —dijo él, como si
no se hubiera dado cuenta de su reacción—. Y tú tendrás tus
quehaceres, como los demás.
Ella recobró el habla, aunque la voz le salió como un
gemido.
—¿Qué se supone que debo hacer? ¿Calentar tu cama?
La carcajada la dejó perpleja.
—Es una idea.
—Mi hermano te matará.
—Es posible.
—Además, dentro de un suspiro se presentará aquí con
todos sus hombres. ¡Veremos entonces si persiste tu buen
humor!
Kyle abrió el arcón y sacó una chaquetilla corta, unas
botas de piel y una capa. Convenientemente vestido, cruzó
el cuarto sin responder a la puya, abriendo la puerta.
—¿Me has oído, maldito rufián? —le gritó al ver que
tenía intenciones de marcharse sin una explicación más.
El que estaba apostado fuera ni se inmutó por el insulto
a su jefe. Kyle, sin embargo, se volvió y dijo:
—Tu hermano no va a venir, muchacha. No sabe que
estás aquí.
—Lo sabrá. Seguirá las huellas desde la aldea en la que
nos capturasteis y... —calló al ver que él negaba.
—Josleen McDurney, las cosas están así: esta
madrugada uno de mis guerreros ha salido hacia vuestras
tierras. Tu hermano recibirá el mensaje de que llegaste sana
y salva a casa de Ian McCallister. Le envías abrazos de tu
madre y de su esposo.
Josleen sintió que se mareaba.
—¿Cómo sabes que...?
—Uno de tus hombres, el llamado Verter, me lo ha
dicho todo. Es un pozo de información, ¿sabes? —¡Mentira!
—se abalanzó y quiso golpearlo, pero Kyle la retuvo por las
muñecas hasta que ella, desalentada, dejó de debatirse— No
te creo —dijo entre sollozos—.
Verter no es un traidor y jamás te diría nada que...
—Y no lo es, Josleen. Yo no he dicho que sea un
traidor. ¿O sí? —ella le miró con los ojos convertidos en dos
lagos y él estuvo a punto de ceder al impulso de besarla —.
Me gusta ser sutil cuando la ocasión lo requiere. Sólo hizo
falta una pequeña amenaza para que hablara.
—Verter no se rendiría ni aunque lo colgaras.
—No —Kyle chascó la lengua—. Es un hombre duro.
Creo que tiene un par de cardenales que pueden demostrarlo
—ella lanzó un gemido al saber que lo habían golpeado—.
No te preocupes, no es nada serio. Pero no le amenacé a él,
sino a tí.
Confundida, dio un tirón y se soltó, poniendo distancia
entre ambos. Sus ojos brillaban, mezcla de miedo y furia.
—¿Qué le dijiste para que hablase?
Kyle dejó escapar todo el aire de sus pulmones. De
reojo, echó un vistazo al guardia. No había catalogado bien
a la muchacha, debería salir a escape, porque no quería que
aquella gata le marcara el rostro.
—Que te bajaría a las mazmorras, te desnudaría y te
azotaría mientras les obligaba a todos a verlo.
Se quedó atónita.
El tiempo suficiente para que Kyle saliera y cerrara la
puerta. Sólo un segundo antes de que ella se lanzara contra
la madera gritando improperios.
Capitulo 20

Cansada de dar vueltas por el cuarto, asomarse un


montón de veces a la ventana y barruntar todos los insultos
que conocía, se dió por vencida. No ganaba nada
desgañitándose ya que él ni siquiera estaba allí para
escucharla y el tipo que hacía guardia parecía sordo.
—Claro. El guardia... —susurró de repente.
Pediría a aquel energúmeno que la vigilaba ver a James
McFersson. James no era como su hermano y tal vez
consiguiera que intercediera para que aquella locura no
acabara en un baño de sangre.
Abrió la puerta y se sorprendió. No había nadie.
Asomó la cabeza y miró a un lado y otro de la galería. Ni un
alma.
Anonadada, volvió a cerrar y se sentó en la cama. ¿La
habían dejado sin vigilancia? ¿Por qué? ¿Qué pretendían?
Tal vez, ponerla a prueba. Y si trataba de escapar, ¿qué
harían? ¿Matarían a su escolta?
—¡Puerco! —dijo entre dientes.
En ese momento se abrió la puerta. Ella, pensando que
era Kyle, se lanzó hacia el atizador de la chimenea y lo
esgrimió a modo de espada.
Una cabecita rubia como el oro se asomó con
precaución. Y unos ojos grandes de color ámbar recorrieron
el cuarto hasta descubrirla.
Josleen dejó de inmediato el atizador. El niño era lo
más parecido a un ángel.
Malcom fijó su mirada en ella. El miedo hacía que
notase algo así como ranas saltando en su estómago, pero
estaba dispuesto a demostrar a todos que él no temía a nadie.
Tampoco a una bruja. Si su padre la había capturado, bien
podía él, hacerla una visita. De modo que, haciendo acopio
de valor, acabó por entrar y cerró, quedándose apoyado en la
madera. Le temblaban ligeramente las manos y las escondió
a la espalda. No se movió de la puerta; ya demostraba ser un
valiente al entrar allí, donde se encontraba la bruja, y
tampoco era cosa de arriesgarse más de lo prudente.
La observó atentamente, ladeando ligeramente la
cabeza. No se parecía en nada a las brujas de las historias
que James, Duncan y la abuela le contaban. Aquélla era
joven. Y muy bonita. Su largo y sedoso cabello rubio con
reflejos rojizos le caía por la espalda y los hombros. Y sus
ojos, tan azules como los lagos, le gustaron.
Malcom sabía que las brujas ejercían su poder sobre los
mortales por medio de su mirada. Pero ella seguía sin
parecerle peligrosa.
—Y tú ¿quién eres?
La pregunta le hizo dar un brinco y se pegó más a la
puerta. De pronto se daba cuenta de que podía estar metido
en un lío.
—¿Como te llamas? —insistió Josleen.
—No pienso decírtelo —repuso, muy bajito.
Por descontado que no pensaba decirle su nombre.
¿Pensaba aquella hechicera que era tonto? Si sabía su
nombre podría lanzarle un conjuro.
Pero de pronto, la bruja se echó a reír y él sonrió sin
proponérselo.
—¿Por qué no quieres decirme cómo te llamas? Yo me
llamo Josleen.
Malcom avanzó un paso, aún renuente. Era agradable
oírla reír. Agradable y reconfortante. Una risa muy distinta a
todas y que sonaba como una cascada.
—Vamos, ven aquí. No voy a comerte, jovencito.
Malcom desanduvo un paso.
—¿Te han prohibido entrar aquí? Porque estoy segura
que no tienes miedo —le dijo, tratando de ganarse su
confianza—. Vaya, un McFersson no puede ser un cobarde,
¿verdad?
Dio en el clavo. Malcom se le acercó con el mentón
alzado.
—No soy ningún cobarde.
—Eso imaginaba. ¿Te prohibieron venir?
—No.
Josleen se encogió graciosamente de hombros y a
Malcom le agradó su sonrisa.
—¿Eres una bruja?
Josleen elevó las cejas. Aquellos ojos dorados
reflejaban decisión y un poquito de temor. Eran tan
parecidos a los de...
—¿Por qué me lo preguntas? ¿Te han dicho que soy
una bruja?
—James lo dijo.
—¿James? ¡Vaya!
—Bueno... —Malcom decidió que no se acercaría más
—. En realidad, fue papá quien lo dijo, aunque no nos contó
qué poderes tienes. James no lo negó, pero añadió que eras
bonita. Luego creo que papá murmuró algo así como que sí,
que era cierto, pero que una bruja a fin de cuentas. No sé, a
veces no entiendo las conversaciones de los mayores. ¿Lo
eres o no?
Josleen se mordió el labio inferior para no reír.
—No, cariño. No soy una bruja. Sólo soy una enemiga
de tu clan.
Malcom la miró con reservas.
—¿De veras no lo eres? ¿No puedes volar o convertir a
los niños en ranas, hacer que un hombre desaparezca o un
perro...?
—No, de veras. ¡Vaya! Nunca pensé que las brujas
tuvieran tantos poderes.
El niño chascó la lengua y frunció el ceño. Parecía
desencantado de que ella no poseyera terribles poderes
maléficos.
—Había pensado demostrar a mi padre que era
valiente.
—¿Por visitar a una bruja?
—Claro. No todos los niños se atreverían.
—Por supuesto que no. Hasta ahora, no he conocido a
nadie tan valiente como tú. Al fin y al cabo estás hablando
con una enemiga. Una enemiga que te ha dicho su nombre y
que sigue ignorando el tuyo.
El chico sonrió. —Malcom.
—El nombre de un gran guerrero.
—Lo seré algún día. Eso dice papá.
—¿El que dijo que yo era una bruja?
—Claro.
Josleen se sentó en el borde de la cama y palmeó el
colchón, invitándole. Malcom acabó por ceder y se
acomodó, aunque a distancia.
—Y dime, Malcom... ¿no temes que puedan regañarte
por hablar con el enemigo?
—Nunca he visto a un enemigo. ¿Todos los enemigos
de mi papá son como tú?
—No todos, pequeño — aquel crío era un encanto.
Vivaz, directo, inteligente.
—¿Como son los demás enemigos?
—Malcom... ¿Nadie te ha explicado nada al respecto?
—No. Papá sale a veces a hacer incursiones. Pero a mí
no me llevan y nunca he visto a uno. Bueno, ahora te
conozco a ti. Pero no pareces tan terrible.
—Ya.
Josleen se armó de paciencia. Se recostó sobre un codo
y estuvo a punto de soltar la risa viendo que él la imitaba.
—Verás, Malcom. Los mayores hacen cosas estúpidas
muchas veces, como estar enemistados. Pero un enemigo no
es más que una persona con distintos intereses.
—¿Y no son feos o algo así?
—Son como tú, como James, y como tu papá y tu
mamá.
Por la mirada del niño atravesó una nube de pesar.
—Mi mamá se marchó —dijo.
—¿Se marchó?
—Murió al nacer yo.
—¡Oh, cielo, lo siento! —se acercó a él y lo abrazó.
Malcom no se resistió—. No lo sabía.
—No podías saberlo, no vives aquí. ¿Tú tienes mamá?
—Sí —dijo en un hilo de voz.
—¿Es tan bonita como tú?
—Más bonita, Malcom —sonrió.
—¿No te maldijo al morir?
Josleen se envaró.
—¿Qué?
—Mi mamá lo hizo.
—Pero...
—Se lo oí decir a papá, cuando hablaba con James y
había bebido —le contó—. No sabe que yo lo sé. Papá no
suele beber, ¿sabes?, pero a veces, cuando se acuerda de
mamá, se marcha y no deja que sus hombres le acompañen.
Tío James y tío Duncan dicen que es peligroso salir sin
escolta, pero yo creo que le hace falta. Sufre mucho cuando
se acuerda de mamá. Y cuando yo le pregunto algo sobre
ella... —hizo un puchero—, me mira de modo extraño y no
responde. En esos momentos, le temo.
—Santo Dios... —gimió Josleen. Le abrazó más fuerte,
notando un nudo en la garganta. ¡Cómo podía alguien ser
tan cruel con aquella criatura!.
—Yo creo que papá me quiere, menos cuando pregunto
por ella.
—¡Pues claro que tu padre te quiere! —aventuró,
proyectando su rabia contra aquel sujeto sin sentimientos
—. ¡Y tu madre también te quería!
Malcom la miró, esperanzado.
—¿De verdad?
—Estoy segura.
—Pero él decía a tío James que nos odió a ambos y por
eso murió maldiciéndonos.
Algo se desgarró en el pecho de Josleen y una
repentina ternura hacia el niño la embargó. Revolvió su
dorado cabello, sonriendo con esfuerzo.
—Verás, Malcom —dijo, poniendo cuidado en sus
palabras—. A veces, el dolor hace que las personas digan
cosas que no sienten. Traer un niño al mundo es muy difícil
y seguramente tu mamá sufrió mucho. Por eso dijo esas
cosas. Pero no se lo debes tener en cuenta. Si no te hubiese
querido de verdad, no habrías nacido. ¿Comprendes lo que
quiero decirte?
Malcom asintió.
—No dudes nunca del amor de tu madre, Malcom. Esté
donde esté, te sigue queriendo y vela por tí. Mi papá
también murió, hace mucho tiempo, pero yo sé que me sigue
cuidando desde el Cielo.
—Entonces, ¿por qué estás prisionera? ¿Por qué te ha
traído aquí mi padre? ¿No estaba el tuyo para protegerte?
—Bueno, hay cosas que ni los padres pueden
remediar, aunque estén vivos y... —enmudeció de pronto y
miró al niño con los ojos muy abiertos— ¿Tu padre? ¿Tu
padre es el que me ha traído a Stone Tower?
—Pues claro. Papá y el tío James.
—¡Oh, Dios!
Josleen se levantó y paseó nerviosamente por el cuarto.
Fijó su mirada en el niño. ¿Cómo no se había dado cuenta?
¡Por todos los cielos, era la viva imagen de Kyle McFersson
en miniatura! El mismo color de cabello, los mismos ojos...
Dejó caer los hombros.
—Malcom, creo que debes marcharte.
—Creí que nos estábamos haciendo amigos.
La vocecita la hizo sentirse culpable.
—Y ya lo somos, pequeño. Pero tu papá se disgustará
si te encuentra aquí.
—Casi nunca vengo —se encogió de hombros—. Él
siempre está muy ocupado para atenderme. Es el jefe de
clan y tiene muchas obligaciones. Eso dice tío James.
También tío Duncan. Con ellos sí juego a veces. Pero no
con papá.
Josleen tragó saliva. Se le estaba rompiendo el corazón,
porque él la estaba haciendo partícipe de unas confidencias
que no deseaba conocer. La necesidad de cariño afloraba en
cada frase.
—Sí, tu padre debe estar muy ocupado con sus
obligaciones. Debe velar por la seguridad y el bienestar de
mucha gente.
—Pero a mí me gustaría pasar más tiempo a su lado. Y
apenas le veo —dijo Malcom—. Otros niños salen de caza
con sus padres y se bañan en el lago cuando hace buen
tiempo.
—Estoy segura de que a tu padre le encantaría hacer
eso mismo, cariño —le besó en la mejilla—. Debes darle un
margen de confianza.
—¿Qué es eso?
—Un poco más de tiempo. Y cuando sea el momento
oportuno hablar con él y decirle lo que piensas.
—Eso no es fácil. Es el jefe y no debo estorbarlo. Mi
abuela me lo repite a menudo.
—¡Por Dios! —gimió de nuevo. ¿En qué casa de locos
estaba?
Malcom se levantó de un salto. Sonrió de oreja a oreja
y dijo:
—Me ha gustado conversar contigo, aunque no seas
una bruja, Josleen. ¡Y podré contar a los otros que he estado
hablando con una enemiga! —soltó ufano— Aunque... ¿me
creerán?
Josleen le regaló una sonrisa.
—Si no lo hacen, que vengan a verme, si son capaces.
Aunque dudo que sean tan valientes. Seguramente se
quedarán en sus casas, temblando de solo pensarlo.
Malcom estalló en carcajadas y corrió hacia la puerta.
Josleen se encontró sonriendo a la madera, como una boba.
Pero al segundo, la irritación frunció su ceño. ¡Santo Dios!
¿Dónde había ido a caer? Una casa en la que un niño
estorbaba. ¿Es que Kyle McFersson carecía de
sentimientos? ¿Cómo podía excluir a su propio hijo de su
vida?
Se dejó caer sobre la cama, clavando la mirada en las
vigas del techo. Si ella pudiera hacer algo para que Malcom
fuera feliz...
Capitulo 21

Era medio día cuando la puerta volvió a abrirse.


Para entonces, Josleen sólo había recibido la visita de
una criada que la acompañó a hacer sus abluciones
matinales. Y estaba de un genio de mil diablos. Necesitaba
un buen baño y cambiarse de ropa. Y había renegado un
millón de veces contra el maldito McFersson. La gustaría
arrancarle los ojos o marcarle con las uñas y...
Kyle asomó la cabeza y ella, al verle, le tiró el atizador.
Él lo evitó echándose a un lado y el arma atravesó el
hueco de la galería y cayó al patio, rebotando antes en la
piedra de la barandilla. Abajo, alguien protestó airadamente
y a ella se le encogió el estómago. Pasó al lado de Kyle,
empujándolo, y se asomó, rezando para no haber herido a
nadie.
James miraba hacia arriba con el atizador en la mano.
—¡Vaya, señora mía! —le dijo— Creí haberme
portado de modo caballeroso con vos durante el viaje. ¿Éste
es el pago? ¿Es que queréis asesinarme?
Josleen deseó esfumarse. ¡Había estado a punto de
matarlo! Se puso roja como la grana.
—Lo siento.
De pronto, James se echó a reír, confundiéndola.
—Me imagino que era un regalo para el mulo que
tenéis a vuestro lado.
Josleen sintió la presencia de Kyle junto a ella y se
puso tensa.
—Imagináis perfectamente, James. Es una lástima que
haya errado el disparo.
Kyle la agarró del brazo y la metió en la habitación,
mientras las carcajadas de James resonaban abajo. Se
revolvió para enfrentarle y se preguntó qué vendría ahora. Él
la miraba con gesto poco amistoso.
—Pensé que los McDurney tenían más sesos. ¿De
veras pensabas matarme?
—Me hubiera conformado con abrirte una buena
brecha en esa cabeza dura que tienes.
Kyle no dijo nada más, pero la atenta inspección la
provocó sofoco. Se hizo a un lado cuando él se acercó, un
poco temerosa. Pero él empezó a desnudarse. Y el
acaloramiento se tornó en algo distinto que la irritó.
¡Maldito fuese! ¿Dónde quedaba su decencia? Dándole la
espalda, se acercó a la ventana.
Kyle la miró de hito en hito mientras se cambiaba.
¿Qué diablos se suponía que estaba haciendo? O la cedía el
cuarto y ocupaba otro o la encerraba al otro extremo de la
fortaleza. Contrariamente, ella estaba allí y él había pasado
la noche con las bestias. Alguien llamó y él pegó una voz
permitiendo la entrada.
Entró un hombre arrastrando un pequeño baúl.
Josleen dejó escapar una exclamación al reconocerlo.
¡Era su baúl! ¡Sus ropas! El individuo lo dejó cerca de la
ventana y desapareció. Josleen se acercó, lo abrió y
comenzó a registrarlo.
—¡No falta nada! —rugió Kyle.
Dio un bote y se volvió a mirarlo.
—Imagino que no —susurró—. Sólo buscaba algo para
cambiarme.
—Enseguida me marcho —gruñó él.
Por el rabillo de ojo le vio ponerse una chaquetilla más
liviana. Estaba muy enfadado. Tal vez no fuera para menos.
Había metido la pata, y se percató de su error. Kyle había
mandado traer sus pertenencias y ella le había lanzado el
atizador. Su madre la educó para reconocer las faltas, de
modo que se disculpó.
—Lo lamento. Lo de antes... —se le quebró la voz.
Kyle enarcó una ceja. El sonrojo en sus mejillas le hizo
sentir un vuelco en el pecho.
—¿Has comido algo?
—Sí. Gracias.
Kyle acabó de guardar sus cosas en completo silencio.
Al abrir la puerta dijo:
—Habrás visto que no hay guardia — ella asintió, sin
mirarle—. Eres libre de ir y venir por Stone Tower a tu
placer. Pero espero, de tu sentido común, que no arriesgues
la vida de tus hombres, porque cualquier intento de fuga lo
pagarán ellos.
Dos lagos azules y helados le atravesaron.
—No pienso hacer nada que los ponga en peligro,
McFersson —le prometió—. Su vida es muy preciada para
mí, porque son mis amigos.
—Entonces, ¿cuento con tu palabra?
—La tienes a ese respecto. Pero no te confundas y
creas que me has derrotado. Aguardaré a que te pongas en
contacto con mi hermano para hablar sobre mi rescate.
Porque lo harás, ¿verdad? Significa una buena suma para ti.
Tal vez, ganado. Y confío en que no te signifique una
guerra. ¿Cuándo le mandarás recado?
—Cuando lo crea conveniente.
—Cuanto antes, McFersson —le exigió.
La mirada de Kyle fue tormentosa.
—Dije... cuando lo crea conveniente, muchacha.
Su tono no dejaba lugar a discusión y Josleen prefirió
guardar silencio. No podía hacer otra cosa más que esperar.
Su argucia de hacer creer a Wain que había llegado a tierras
de Ian McCallister no podía ser más que eso, una artimaña
para que su hermano pagara lo que le pidieran. A fin de
cuentas, todo se trataba de sacar mejor tajada de su
secuestro. La enardecía, pero no podía culparlo por intentar
sacar ventaja. Wain hubiera actuado del mismo modo. De
hecho, esa fue su táctica cuando secuestró a Sheena,
decidido a exigir concesiones a los Gowan. Sin embargo, su
ahora cuñada le robó el corazón y cuando se entrevistó con
el clan de Sheena no exigió rescate alguno, sino la
celebración de una boda que acabó con la enemistad de
ambos clanes.
Al quedarse a solas, Josleen buscó en el baúl. Eligió un
vestido azul pálido, se desnudó y se cambió. Estaba más que
harta de permanecer allí y puesto que el mismo McFersson
la había otorgado libertad, aprovecharía la buena disposición
de su carcelero.
Lo primero que pensaba hacer era saber en qué
maloliente agujero tenían encerrados a los hombres de
Wain. Juró por lo más sagrado que si les encontraba en
deplorables circunstancias, o golpeados, Kyle sabría lo que
era el carácter de los McDurney.
Capitulo 22

Resultó fácil averiguar el lugar en el que se


encontraban los prisioneros. Una mujer le indicó la parte
derecha de la torre principal, aunque eso fue después de
mirarla de arriba abajo, como si tuviera la tiña. Atravesó el
patio y empujó una pesada puerta.
Era un pasadizo largo que bajaba hacia las entrañas de
la tierra, alumbrado por antorchas engarzadas al muro.
No encontró guardias y caminó con paso decidido,
aunque según se adentraba y el olor a humedad atacaba sus
fosas nasales, se encontraba más tensa. Llegó a una sala
abovedada.
Allí había dos sujetos. Uno estaba sentado tras una
mesa montada sobre caballetes. El otro, a su lado, sostenía
una pila de bandejas vacías sobre las que se acumulaban
cuencos y algún trozo de pan. Ambos la miraron en silencio
y el que estaba sentado se incorporó.
—¿Señora?
—Quiero ver a los prisioneros.
Por un momento, creyó que no la había entendido,
porque se quedó mirándola como un estúpido. Josleen
repitió su petición.
Ellos siguieron sin responder. Y ella comenzó a
irritarse. Agarró uno de los cuencos y lo alzó sobre su
cabeza. A lo mejor un buen golpe les haría comprender.
—Donald, abre la puerta.
Josleen lanzó una imprecación, dejó la jarra con fuerza
sobre la mesa y se volvió.
—Creí haber entendido que era libre para ir y venir a
mi antojo, McFersson. ¿Me estás siguiendo?
—No se me ocurrió que quisieras bajar aquí —gruñó
—. De ser así, les hubiera avisado. Gracias a Dios, parece
que he llegado a tiempo de evitar que les abras la cabeza.
La broma fue acogida con humor por los carceleros.
Ella le miró echando chispas.
—Donald, abre esa puerta antes de que tengan que
coserte la cara —advirtió Kyle, con un atisbo de risa en la
voz—. Una McDurney nunca hace amenazas vacías.
Josleen se mordió la lengua. El tipo sacó una ristra de
llaves y abrió el acceso a las celdas.
No había recorrido un metro cuando Kyle la sujetó del
brazo, haciendo que cayera sobre su pecho. En el mismo
instante, un graznido a su derecha la hizo respingar. Él rió
bajito junto a su oreja y una ola de calor la inundó de la
cabeza a los pies.
—Aquí no sólo están tus hombres, Josleen —explicó
Kyle, conduciéndola pegada a su costado, lejos de las rejas
de los ventanucos de las mazmorras— También hay
asesinos. Si cualquiera de ellos atrapa tu lindo cuello, ten
por seguro que te lo rompería.
Josleen no dijo nada. Lo disimuló, pero estaba
asustada. Los soeces saludos que la regalaban la amilanaron
un poco. Y el olor era nauseabundo. Apretó los dientes,
pensando que sus amigos estaban allí encerrados.
Atravesaron una sala pequeña de alto techo y Kyle
empujó una puerta que daba a otra galería. El cambio resultó
asombroso. En el techo se abrían claraboyas por las que
entraba la luz y no olía a orines, aunque tampoco a rosas.
Kyle la soltó y ella comprendió que allí no corría peligro. Él
echó a andar y le siguió.
Un minuto después, Kyle se paró y se hizo a un lado.
Había una única puerta y Josleen se acercó. Llamó a sus
amigos, sintiendo las lágrimas rodarle por el rostro.
Un rugido, movimiento de cuerpos y las voces
entremezcladas de varios hombres que se agolparon contra
el ventanuco.
—¡Verter! ¡Norman! ¡Dillion! ¿Estáis bien?
Todos quisieron hablar a la vez. Josleen trató de verles
a todos y metió la mano entre las rejas, riendo y llorando al
sentir el contacto de varias manos que tomaban la suya.
Kyle la arrancó de allí.
—¡No! —se resistió Josleen, pensando que iba a
llevársela y no podría hablar con los suyos—. ¡Suéltame!
¡Bastardo!
Escocido por el insulto, la hizo a un lado y la apuntó
con un dedo.
—Sigue zahiriéndome, mujer, y acabaré por calentarte
el trasero antes de pedir rescate a tu hermano.
La amenaza fue escuchada por los hombres de Wain y
voces airadas se alzaron a un tiempo. Entre ellas, la de
Verter.
—¡Si la tocas un solo cabello, McFersson, te arrancaré
el corazón y las tripas y los dejaré secándose al sol!
Josleen le vio apretar los puños contra las caderas y
supo que su cólera estaba a punto de estallar. Sin embargo,
para su asombro, Kyle sacó una llave de su cinturón y abrió
la celda.
—Dad un solo paso en falso y ella no saldrá de aquí.
Su voz retumbó en las profundidades de las
mazmorras. Los hombres de Wain retrocedieron con
precaución, pero sus sonrisas al ver a la joven hicieron que
Josleen estallara en sollozos. Kyle no comprendió su
repentino arrebato de fragilidad.
—Pensaba que era lo que querías —graznó.
La mirada de agradecimiento que recibió de aquellos
ojos azules le quitó el aliento. Nunca lo habían mirado de
ese modo.
—Así es —repuso ella.
—Entonces ¿por qué demonios lloras?
Josleen medio sonrió y se secó las lágrimas de un
manotazo. Luego, entró en la celda y un mar de preguntas la
aturdió, mientras escuchaba cerrarse la puerta a sus
espaldas.
Verter la encerró entre sus brazos de oso, haciéndola
desaparecer. El resto quiso también cerciorarse que estaba
bien y no había sido maltratada. Ella buscó señales de la
tortura en el rostro de Verter, el lugarteniente de su
hermano.
Desde fuera, Kyle no perdía detalle, observando cada
movimiento como un lobo en celo. No estaba seguro de
haber obrado con prudencia dejándola entrar en la celda,
pero la repentina necesidad de que ella no lo viera como un
monstruo le había ganado a la lógica. Ahora se preguntaba
si no estaría buscándose un problema.
Después de calmar a su escolta, Josleen echó un vistazo
a la celda. Era amplia. Dos ventanas enrejadas situadas a
buena altura dejaban entrar suficiente luz y calor. Había
catres y una larga mesa montada sobre caballetes; sobre ella,
aún quedaban restos de la última comida que les habían
proporcionado. Se acomodó sobre las rodillas de aquel
gigante moreno y fuerte como un toro y él la abrazó como a
una criatura. Verter la trató siempre como si fuera su propia
hija y ella le adoraba a pesar de sus toscos modos. Confiaría
su vida a aquel guerrero sin dudarlo un segundo.
Kyle se irritó al ver la familiaridad con la que ella
abrazaba a aquel oso. ¿Quién era aquel mastuerzo para
mantenerla sobre sus rodillas? ¿Un familiar? ¿Un amante?
Una repentina vena de celos se apoderó de él. Sacudió la
cabeza y se dijo que ella, realmente, debería ser una bruja,
porque él se sentía como si le hubieran echado un maleficio.
—¡Le partiré los brazos a ese cabrón! —dijo entre
dientes, asombrándose de inmediato de su falta de control.
Se obligó a relajarse y se apartó ligeramente de la celda.
Pero la súbita carcajada de Josleen le obligó a prestarles de
nuevo atención.
La vio acariciar la cara del oso y apretó los dientes. La
furia estaba barriendo su raciocinio, del que siempre hizo
buena gala.
—¿Te golpearon, Verter? —la escuchó preguntar.
Un silencio opresivo ocupó la celda. Ninguno se movió
y alguno bajó la mirada.
—Lo siento —dijo Verter—. No tuve más remedio que
contar a ese hijo de perra cuanto quería saber.
—Me lo contó, sí —asintió ella—. Bueno, no importa.
Me preocupa más que estéis bien todos. Pensaba que podían
haberos torturado.
Kyle maldijo de nuevo por lo bajo. ¿Qué clase de
monstruo creía ella que era?
—Sólo recibí un par de golpes. Aunque hubiera
preferido que me cortar el cuello antes de escuchar lo que
nos dijo. Realmente, creímos que iba a hacerlo. Azotarte —
alzó el puño cerrado hacia la puerta— ¡Que el demonio se
lleve a ese condenado McFersson!
Josleen le sonrió.
—También yo lo hubiera creído —les dijo en tono muy
bajo, para evitar que Kyle escuchara la conversación —.
Pero creo que su salvajismo no es más que fachada. Ladra
mucho, pero me ha devuelto mis vestidos y soy libre para
deambular por la fortaleza. Ni siquiera tengo guardia en la
puerta de su habitación.
El súbito taco de Verter la hizo respingar.
—¡Hijo de puta! ¡¿Donde dices que estás?!
Josleen enrojeció entonces hasta la raíz del cabello.
—No ha pasado nada —susurró.
—¡Mas le vale! ¿Me oyes, maldito Mc.Fersson? —
gritó a pleno pulmón y Josleen se encogió— ¡Si te atreves a
mancillarla te mataré con mis propias manos!
—Verter, por amor de Dios...
—¿Te ha tocado?
—Ya te he dicho que no ha pasado nada —repuso,
colorada de bochorno bajo la atenta mirada de todos—. Ni
siquiera ha dormido allí.
—¡Lo mataré!
—Verter, cálmate, por favor.
—Sólo digo que...
—Ya sé lo que quieres decir —le cortó—. Para eso no
hace falta que nos dejes sordos a todos. Él tiene un oído
excelente, ¿sabes? Y estoy segura de que ha entendido tus...
insinuaciones.
—Si se le ocurre tocarte, niña...
—Ya lo sé, Verter. Lo matarás —suspiró—. Pero
tendrías que esperar turno, porque yo lo haría antes. Vamos,
contarme de vosotros. ¿Os tratan bien? ¿Coméis lo
suficiente?
—No se puede decir que esto sea un paraíso —dijo
alguien—, pero no nos han tratado mal.
—Pedirán un rescate, de modo que no debemos
preocuparnos. Saldremos muy pronto hacia Durney Tower.
—Un minuto en las tierras de los McFersson ya es un
siglo, muchacha —volvió a graznar Verter.
Kyle dejó que la entrevista se alargase un poco más.
Luego, se asomó al ventano y ordenó:
—Suficiente, muchacha. Sal ahora.
Josleen le miró a través de la reja y frunció el ceño. Le
hubiese gustado pasar más tiempo con sus camaradas.
Verter la retuvo por la cintura cuando ya se incorporaba y
dirigió a su enemigo una mirada retadora.
—¿Por qué no entras tú a llevártela si te atreves,
demonio?
Escucharon una maldición apagada. Y al segundo
siguiente la puerta se abrió. Los hombres del clan
McDurney se movieron a la vez, incorporándose y tomando
posiciones. Josleen se espantó. ¿Qué les pasaba a todos,
estaban locos? Y en cuanto a Kyle... ¡Era peor que todos
ellos! Sus amigos deseaban escapar y aquella puerta abierta
era una clarísima invitación a hacerlo. ¿Y él? ¿Es que no
veía el peligro? Si su escolta le agredía, no mejoraría su
situación, porque escapar de las mazmorras no significaba
salir de una fortaleza repleta de enemigos. Todos podrían
acabar muertos.
Pero Kyle parecía, en efecto, dispuesto a entrar a
buscarla, arriesgando su cuello. Ella sabía que si le pasaba
algo, ninguno viviría para contarlo.
Se liberó de la zarpa de Verter y se irguió,
interponiéndose entre sus leales y Kyle McFersson.
—He de irme ahora.
Sin darles tiempo a reaccionar corrió hacia la salida.
Hubo un movimiento general y unísono de los prisioneros,
pero Kyle cerró la puerta de la celda en sus caras y trancó
con la llave. El gigante moreno volvió a maldecirle a voz en
grito.
—¡¡Tócala, hijo de perra, y te juro que...!!
Regresaron a la sala de los guardias, Kyle devolvió la
llave y la arrastró al exterior. Una vez fuera la tomó de los
hombros y la hizo encararlo.
—¿Satisfecha?
Ella le miró a través de sus espesas pestañas. Le vio
magnífico. Colérico, pero espléndido. Un dios dorado. Pero
al recordar que su arrogancia les había puesto a todos en
peligro... Le cruzó la cara sin previo aviso.
Tan pronto le golpeó se quedó atónita por su osadía. El
pánico la ahogó. Sólo un segundo. Porque al siguiente se
encontraba pegada a su cuerpo y la boca de Kyle castigaba
la suya.
Una cresta de calor la envolvió. Luchó entre la cordura
y la inesperada necesidad de abandonarse a aquella caricia,
pero apenas pudo saborear su sabor cuando él la soltó.
Aturdida, se dejó conducir hacia el exterior de la torre.
Al llegar a la habitación, la empujó dentro y cerró.
Josleen seguía entontecida por el cúmulo de sensaciones que
el beso levantara en su cuerpo. —¿Por qué me has
golpeado?
La pregunta la dejó sin habla. Enrojeció y le volvió la
espalda. Se disculpó sin demasiada convicción.
—Lo siento. Pero te lo merecías.
—¿Qué?
La agarró del brazo y la volteó.
—Repite eso. ¿Dejarte ver a tus amigos merece ese
agradecimiento?
A Josleen se le encogió el estómago. Kyle tenía toda la
razón del mundo para estar enojado. Bajó la mirada y dijo:
—Tu orgullo te ha puesto en peligro.
Kyle se quedó pasmado. ¿De qué hablaba aquella
condenada bruja? Se tensó al instante. Ella llevaba
razón. Como un principiante, se había expuesto a que
los hombres de Wain le despedazasen. Hasta ese
momento no se había dado cuenta de su soberana
estupidez. Suspiró ruidosamente y se sentó en el borde
de la cama. Miró a Josleen. Ella seguía con la mirada
baja y el rostro acalorado, en actitud modosa, sin saber
qué hacer con las manos, que retorcían la tela de su
falda. Le entraron unas ganas incontenibles de echarse
a reír. Esperaba todo de aquella mujer, salvo que se
mostrara mansa. Ahora se la veía tan frágil. La
sorprendente necesidad de abrazarla y calmar su temor
le envolvió como un sudario. Le irritó que la sensación
se repitiera con frecuencia, cada vez que la miraba. Él
no era dado a consolar a las mujeres. Y odiaba las
lágrimas de cocodrilo con que ellas se escudaban con
demasiada asiduidad.
—Ven aquí.
Josleen alzó los ojos. Los abrió como platos al ver que
él se había quitado la chaqueta y la camisa. ¿Cuándo lo
hizo? Apretó los puños por el brusco deseo de acariciar su
piel. Sus ojos se oscurecieron sin ella darse cuenta y se mojó
los labios, repentinamente resecos. Era algo contra lo que no
podía luchar desde que le conoció.
Kyle adivinó sus pensamientos. Conocía aquella
mirada hambrienta en las mujeres con las que compartió
sexo. Pero nunca el deseo reflejado en los ojos de una
amante le había arrojado a un estado de excitación tan
demoledor. Deseaba que ella le tocara de nuevo, como
aquella vez en el bosque. Quería notar sus manos, pequeñas
y delicadas. Olerla. Saciarse de ella. Comérsela a besos...
—Ven aquí, Josleen —le dijo de nuevo.
Le miró con temor. ¿Qué venía ahora? ¿Castigarla? No
pudo dar un paso y fue él quien se acercó. La tomó de las
manos y las apoyó en su pecho desnudo. Tembló ella y él
ahogo un gemido.
—Tócame —pidió.
Capitulo 23

Ella retrocedió con tanta fuerza que tropezó con el


ruedo de sus faldas y acabó sentada en el suelo. Le miró y
vio el peligro. A gatas, buscó la puerta. El maldito
McFersson debía estar loco. ¿Tocarle? ¿Volver a hacerlo de
nuevo? ¡Oh, no! Demasiadas noches luchó contra
ensoñaciones inaceptables. Si se dejaba arrastrar por aquella
estúpida necesidad, acabaría enamorándose de él y no estaba
dispuesta a dejarse vencer de modo tan mezquino. Tenía que
odiarlo. ¡Era su enemigo, por amor de Dios!
Kyle se agachó y tiró de ella, incorporándola. Se
enfrentaron sus miradas y Josleen supo que él ya no estaba
enfadado. Pero encontró otra cosa en aquellas pupilas que la
atemorizó mucho más que su furia: deseo.
—Tócame —y aquella vez, fué una orden.
—Estás loco...
—Y tú, loca por sentirme. ¿Por qué te engañas? Sé que
no te desagradó en el bosque.
Josleen emitió un quejido y la sangre se la subió a la
cabeza. Palpitaba su corazón dolorosamente, sin control,
dándose cuenta de que él adivinaba su urgencia. Aún así,
repuso:
—No sé de qué me hablas, McFersson.
La risotada la dejó perpleja.
—Muchacha, eres una consumada embustera.
Josleen sentía la boca seca. Tenía los ojos clavados en
aquel pecho granítico y tostado y era incapaz de apartarlos
de allí. Su fuerza la atraía, notaba un hormigueo entre las
piernas y en su cabeza retumbaban tambores de peligro. Su
mano derecha se acercó a él con vida propia. Le notó
tensarse bajo la liviana caricia. Cuando sus pequeños dedos
recorrieron la sedosa piel, él cerró los ojos, entregándose.
Brasas ardientes arrasaron cada nervio de Josleen.
Resultaba tan agradable tocarle como recordaba. Más,
incluso. Su piel, caliente, se asemejaba al terciopelo. Las
yemas de sus dedos recorrieron cada cicatriz, subieron hasta
el hombro, bajaron a lo largo del poderoso brazo. Era una
caricia enloquecedora y temerosa. Regresó su inspección al
hombro y después dejó resbalar su mano por el pecho. Hasta
llegar al estómago.
Allí se frenó. Josleen respiraba con dificultad.
Fascinada ante las desconocidas sensaciones que la
embargaban.
Los ojos dorados la observaban ahora con un brillo
demoníaco y dió un paso atrás.
Un segundo después los brazos de Kyle la atrapaban.
La besó y ella le respondió, ardiendo ya, hambrienta de
caricias, consumiéndose en el volcán demoledor que la
asolaba.
Un escalofrío recorrió a Kyle. No estaba preparado
para lo que sintió. Fue como si en sus venas hubieran metido
lava ardiendo y el villano pensamiento de poseerla en ese
momento, le dejó aturdido. La boca de Josleen respondía a
la suya y sus manos la emprendieron con el vestido,
haciendo resbalar las hombreras para acariciar la piel de sus
hombros.
Todo aquello era un sueño para Josleen. Fue consciente
de las manos de Kyle en su piel, de que el vestido iba
resbalando lánguidamente y se frenaba en su cintura,
atascándose en sus caderas. Sintió sus pechos acoplados a
las grandes manos del guerrero. Ahogó una exclamación en
su boca cuando él oprimió su pezón entre el pulgar y el
índice.
Kyle había sido, hasta entonces, capaz de controlar sus
actos, pero ahora se sentía como un títere al que la pasión
arrastraba por un tobogán sin fin. Con un gruñido, la alzó y
se dirigió al lecho.
Josleen le miró entre sus párpados semicerrados.
Durante aquel corto lapsus él podría haber recuperado el
control y abandonar la habitación antes de cometer una
fechoría. Pero el suspiro de ella le volvió loco, saqueó su
cuerpo y aniquiló sus defensas. Acabó por quitarle el
vestido. Y aquello supuso su total perdición.
Ella tenía la piel blanca, como había imaginado.
Contrastaba de tal forma con la ropa del lecho, que le
deslumbró. Sus ojos recorrieron con lentitud aquel cuerpo,
devorándolo: pechos perfectos, estrecha cintura, caderas
redondeadas. La longitud y esbeltez de las piernas era un
regalo para la vista. Y el excelso triángulo de vello entre sus
muslos, oro y fuego, le lanzaron de cabeza a un abismo que
él mismo había abierto.
De dos zarpazos se deshizo de la única prenda que le
cubría, tiró las botas hacia un lado y se encaramó al lecho.
Josleen batallaba contra el deseo y el temor. Arrobada
por la vergüenza y la pasión a partes iguales. Deseaba
tocarlo, sentirle dentro más que nada en el mundo, pero
recelaba de lo que iba a suceder. Ella era doncella. Nunca
antes había estado con un hombre y no sabía qué debía
hacer. ¿Debería permitirle la iniciativa? ¿Permanecer
impasible mientras él tomaba su honra?
Kyle le dió la respuesta tomando sus manos y
poniéndolas alrededor de su cuello.
—Abrázame, pequeña.
Josleen se encontraba envuelta en una nube. Flotaba.
Ansiaba el contacto de Kyle y un hambre voraz por saborear
su cuerpo. Se apretó contra él y le besó en el pecho mientras
sus dedos, muy abiertos, en el deseo incontenible de
acariciar cuanta más piel mejor, resbalaban por los músculos
de su espalda. No se había atrevido a mirar la desnudez de
Kyle y había vuelto la cabeza al verle desnudarse por
completo, pero notó su masculinidad pegada a su cadera
mientras sus labios regresaban a secuestrar su boca.
Un vahído la cobijó cuando la boca de Kyle acarició su
cuello y bajó hacia el pecho. Él atrapó un pezón entre sus
dientes y succionó. Josleen gimió en voz alta y elevó su
cuerpo para facilitarle la tarea.
Lo que pasó después, les transportó a un mundo lejano,
en el que no existieron más que ellos dos, sus cuerpos
sudorosos mezclándose, queriendo poseer al otro. Se
revolcaron sobre el lecho como dos animales en celo,
saboreando, mordiendo y besando, gimiendo bajo las
caricias.
La mano de Kyle, temblando como la de un mozalbete,
acarició el interior de sus muslos. Se detuvo a milímetros
del lugar en el que deseaba perderse. Ella retuvo el aliento y
se arqueó hacia aquellos dedos, exigiendo más.
Trastornado y notando dolorido su henchido miembro,
introdujo un dedo en el estrecho túnel. Su humedad le
produjo un espasmo de placer indescriptible y sin poder
contenerse más la obligó a abrir las piernas y se puso sobre
ella, pujando por entrar en ella.
Las manos de Josleen atraparon glotonamente sus
tersas nalgas, atrayéndolo, hostigándole de un modo que no
le dejó dudas.
La hombría de Kyle profanó la intimidad de Josleen y
ella dejó escapar una exclamación, aferrándose más a él.
McFersson se aupó sobre las palmas de las manos y la
miró. Dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas y tenía
los ojos fuertemente cerrados y los labios apretados. Se
sintió el más mezquino de los hombres.
—Lo lamento, Josleen...
Ella abrió los ojos, azul brillante, más hermoso que
nunca. Se le escapó un puchero y Kyle la besó en los
párpados, en la nariz, en la boca... Luego, luchando por
contenerse lo suficiente, pujó de nuevo dentro de ella con
extremo cuidado, llevándola poco a poco hasta la cumbre.
Desaparecida la molestia, Josleen se retorció contra él y
gritó cuando los espasmos del orgasmo la arrollaron. Ciñó
sus piernas como grilletes alrededor de las caderas de Kyle,
atrapándolo. Y él, incapaz ya de pensar, se abandonó a su
propia necesidad mientras las convulsiones femeninas le
obligaban a regalar su simiente.
Pasaron algunos minutos antes de que Josleen pudiera
pensar de nuevo con claridad. Tenía la vista nublada y el
cuerpo laxo. Se ladeó un poco para verle. Apoyado sobre un
codo, Kyle la miraba fijamente con el ceño fruncido. Se
ahogó por la frialdad de aquellos ojos. Y de repente, se
sintió una mujerzuela. Roja de vergüenza, le dio la espalda.
Kyle no dijo nada, aunque comprendió lo que pasaba.
Quería calmarla, pero ¿cómo hacerlo si estaban más
confundido aún que ella? Su cabeza era una olla en
ebullición. No entendía cómo era posible que se hubiera
atrevido a deshonrarla. ¿Qué era Josleen? ¿Una hechicera
con poderes, capaz de llevar a un hombre a la perdición?
Con un sollozo, Josleen se tiró del lecho y buscó sus
ropas. Se embutió en ellas de cualquier modo y escapó de la
habitación.
Kyle se dejó caer sobre la revuelta cama y cerró los
ojos. A su cabeza regresó la imagen de Muriel y un rictus de
asco anidó en sus labios. Un sinfín de rostros femeninos
desfilaron ante sus ojos y la mente de Kyle no pudo pararse
en ninguno. Había tenido muchas mujeres, antes y después
de casarse con aquella pécora sin corazón, pero le era
imposible recordar a ninguna con claridad. Sólo veía el
rostro de Josleen.
Maldiciendo entre dientes su idiotez, se levantó.
Capitulo 24

Era incapaz de tragar. Kyle había mandado a uno de


sus hombres a buscarla cuando ella no se personó para la
cena y la encontró en el patio de la fuente. No quería verle.
No podía verle después de lo que pasó. Aunque se negó a
acompañar al guerrero, él insistió y cedió.
Ahora se encontraba en una situación embarazosa y la
culpa era sólo suya. Kyle la cedió un lugar en la mesa, como
si se trata de una invitada, pero su callada negativa ganó la
silenciosa batalla y él no insistió. Se acomodó junto a la
chimenea, sentándose en un taburete bajo, al lado de
algunos de los criados. Pero éstos no parecían dispuestos a
comer al lado de una enemiga y se retiraron hacia el otro
extremo de la sala.
Josleen encajó aparentemente bien el desplante, aunque
por dentro se sentía como una repudiada. Bajo la inspección
de Kyle y de quienes le acompañaban a la mesa, deseó
desaparecer. Sola, en aquel rincón, notaba fijas en ellas las
miradas. Todos la observaban como si se tratara de un
animal de feria, amos y criados. Le dolía la espalda de tan
tiesa como la tenía. Pero era una McDurney y no se dejaría
amedrentar.
Kyle se retrepó, colocando un codo sobre el respaldo
de su silla. No podía dejar de mirarla. La cena perdió para él
todo interés. Estaba furioso consigo mismo y no con ella. Le
sacudía el convencimiento de que debía odiarle. Ni siquiera
había querido compartir su mesa.
—Es muy bonita.
Kyle se volvió hacia James. El muchacho no quitaba
los ojos de la prisionera desde que entró.
—Come y calla —gruñó.
James le miró con ironía. Atacó un trozo de venado y
luego estalló en carcajadas.
Josleen se tensó más. Estaba segura que era el centro
de la conversación y agachó más la cabeza. La comida se le
estaba volviendo paja en la boca.
—Y muy orgullosa, diría yo —opinó Duncan.
—Eso también —asintió James.
—A nadie le agrada ser una prisionera, hijos —
intervino Elaine, su madre—. Deberíais dejarla en paz.
—¡Vamos, mamá! Sólo alabamos su belleza. Y
analizamos la cabezonería de Kyle —sonrió al ver el gesto
ofuscado del mayor.
Josleen picoteó un trozo de pan y les observó con
disimulo. Era deleznable ver el modo en que los dos más
jóvenes se comportaban en la mesa. Parecían cerdos. Se
manchaban las manos de grasa y luego se las limpiaban en
cualquier lado sin que nadie les reprendiera. El único que
tenía modales era Kyle y no parecía muy interesado en
enmendar las malas costumbres de los otros. Le desagradó
ver que el pequeño Malcom imitaba las formas de aquellos
dos energúmenos. Sin embargo, la mujer tenía un aire digno
y se comportaba educadamente. Se preguntó quién sería y
por qué se la veía triste y desganada.
—¿Cuando vas a enviar un mensajero al maldito
McDurney? —preguntó James de pronto.
Kyle no contestó. En su cabeza flotaban aún los
gemidos de Josleen mientras le hacía el amor.
Al no obtener respuesta, James se desentendió de su
hermano, agarró una jarra de cerveza y bebió de ella,
empapándose la túnica. El más pequeño debió decir algo
gracioso, porque volvió a estallar en risas y le atizó a
Duncan un palmetazo en la espalda que dio con el
muchacho sobre la fuente de carne. Duncan blasfemó por lo
bajo, se limpió la cara de grasa y, tomando un trozo de
jabalí, lo estampó contra la cabeza de su hermano.
Josleen siguió la escena horrorizada. Y su asombro
alcanzó el cenit cuando James, lejos de enfadarse, rió de
buena gana, seguramente ebrio, y adornó la cabeza del más
joven con una escudilla de caldo.
Volvió la cabeza, asqueada. Estaba claro que a aquellos
dos les hacía falta una buena zurra y una mano dura para
convertirlos en dos hombres decentes. Kyle seguía sin
preocuparse por ellos. Estaba a punto de levantarse y
solicitar permiso para marcharse cuando alguien tiró de su
vestido.
Malcom estaba a su lado y le tendía un muslo de ave.
—¿No quieres probarlo? —le preguntó— Estás muy
delgada.
A su pesar, Josleen le sonrió y aceptó la comida. El
niño se sentó a su lado.
Una muchacha joven y bonita, de rizada cabellera
azabache y ojos claros, entró en el salón. Josleen no la
prestó atención hasta que la vio acercarse a Kyle, inclinarse
sobre él y besarle en la boca con todo el descaro del mundo.
Algo se tensó en su interior.
—Creí que estarías fuera más tiempo —la escuchó
decir con voz melosa, mientras su mano derecha le
acariciaba el brazo—. Deberías haberme avisado.
Kyle dijo algo que Josleen no pudo escuchar. La
belleza morena hizo un mohín y dejó escapar una risita
satisfecha. Duncan le cedió el sitio y ella ocupó el banquillo
junto a Kyle. Desde el primer momento, Josleen supo que
aquella mujer no tenía intención de probar nada salvo, en
todo caso, al propio jefe del clan.
—No me importa si me regañan —dijo la vocecita de
Malcom, obligándola a prestarle atención.
—¿Regañarte? ¿Por qué iban a regañarte?
—Porque tú eres nuestra enemiga.
—Y no deberías estar aquí, conmigo. ¿Es eso?
—Ajá.
—Entonces vuelve a tu sitio. Además, acaba de llegar
una invitada.
El niño dio un vistazo a la mesa y en su cara se reflejó
el fastidio. Movió la cabeza y cruzó los brazos sobre el
pecho, en un gesto idéntico al de su padre.
—Cuando James y Duncan empiezan a tirarse cosas,
siempre acabo manchado. Y luego la abuela se enfadará. Y
ella —dijo señalando a la recién llegada—, no me cae bien.
—¿La dama de pelo oscuro?
—No es una dama.
—Pero ¿qué...?
—Duncan dice... —bajó la voz—, pero no se lo digas a
nadie... que es una ramera —se le frunció el ceño—. ¿Qué
es una ramera, Josleen?
Ella se atragantó. Desde luego aquel chiquillo tenía
unos maestros deleznables.
—No es algo que debas saber ahora, Malcom. Tal vez
más adelante, cuando crezcas un poco. Anda, vuelve a la
mesa, no me gustaría que tuvieras problemas por mi culpa.
—¡Pero es que James y Duncan siguen tirándose la
comida! —protestó el pequeño.
Los jóvenes seguían con su batalla particular, sin tener
en cuenta a las damas. Las risotadas de ambos atronaban en
el salón y los criados parecían remisos a acercarse a la mesa
sobre la que volaban las viandas. Cruzó una mirada con
Kyle y su mentón se elevó, altanero. Despreciaba a todos. A
James y Duncan por su falta de educación, a la mujer mayor
por no llamar al orden a aquellos dos asnos; a Kyle... por
muchas cosas.
—¿Quieres sentarte a mi lado en la mesa? —le
preguntó Malcom.
Josleen le acarició el cabello. Era un encanto. Y tan
parecido a su padre. Elevó la voz al responder. Lo suficiente
para que la escucharan.
—Gracias, Malcom, pero estoy acostumbrada a
compartir la mesa con personas y tus tíos no son buenos
anfitriones. Estarían mejor comiendo en las porquerizas.
Malcom abrió los ojos como platos. Se acallaron las
burlas y las conversaciones. El silencio podría haberse
cortado. Duncan se atragantó con el trozo de carne que
acababa de morder y James escupió el whisky.
Josleen enrojeció, pero no bajó la mirada, aunque se le
formó un nudo en el estómago. ¿Estaba loca? ¿Cómo se
atrevía a llamar cerdos nada menos que a los McFersson? Le
hubiera gustado tragarse la lengua, pero ya era tarde. Los
criados, aturdidos, la miraban horrorizados. Los que
compartían la mesa del jefe, estaban atónitos, aunque
distinguió alguna sonrisa divertida. En cuanto a la abuela de
Malcom... Sus ojos se le clavaron en el alma. Y en el alma
también, la chirriante voz de la recién llegada.
—¿Quien es ella, amor?
Alguien dijo su apellido y la morena se puso tiesa.
—¿Qué hace aquí? ¡Debería estar en una mazmorra! —
Cállate, Evelyna —le dijo Kyle.
—¡Esto es increíble! ¡Una McDurney que se atreve a
llamar cerdos a tus hermanos y...!
La risotada de Kyle la enmudeció. Todos le miraron.
Recostado en su asiento y con una jarra en la mano, Kyle
parecía estar pasándolo en grande.
—No es mala idea lo que ha dicho la muchacha —le
oyeron decir al cabo de un momento—. Vamos, chicos,
largaros a las cochiqueras.
—¿Qué? —saltó James.
—¿Desde cuándo...? —protestó Duncan.
—Ya me habéis oído. Salid ahora mismo de aquí.
—Kyle, te has vuelto loco.
—No lo dices en serio
Kyle se levantó. Su divertimento había desaparecido y
regaló a sus hermanos una mirada hosca.
—La dama tiene razón. Coméis como los cerdos y allí
es donde debéis estar. Por mi parte, prefiero tenerla a ella en
la mesa. Hasta Malcom parece más sensato que vosotros.
—Pero Kyle...
—Hombre de Dios, no puedes obligarnos a...
—¡Fuera!
Por un momento Josleen, que tenía problemas para
respirar, pensó que aquellos dos se le enfrentarían. Pero
James y Duncan, amilanados por la clara irritación del otro,
se levantaron y salieron.
—Kyle, cariño —intercedió la morena—, no puedes
hacer esto. ¿Cómo te atreves a...?
—Mujer, cierra la boca de una maldita vez —ordenó él
con voz potente—. Que ocupes mi cama de vez en cuando
no te da derecho a cuestionar mis órdenes.
Josleen agachó la cabeza. El bochorno por lo que había
provocado le estaba produciendo ronchones en la cara.
—¿Acaso has encontrado en esa... zorra, mejor
compañía?
Josleen se envaró. Los ojos de Kyle se habían
convertido en dos rendijas que exudaban peligro. No
pronunció palabra, pero no fue necesario: Evelyna Megan se
alejó de su lado para sentarse al otro extremo del salón,
dejando escapar un sollozo muy convincente.
Josleen supo que acababa de ganarse otra enemiga.
Kyle volvió a tomar asiento y llamó a su hijo con un
gesto. El niño, con una mueca de disgusto, volvió a sentarse
junto a su abuela.
—Ahora, muchacha... —escuchó decir a Kyle en voz
alta— ¿compartirás la mesa con nosotros?
Josleen ni se movió.
—No se han marchado todos los cerdos, milord.
Kyle fijo en ella su mirada, notando la tensión que
entre sus hombres levantó el insulto. Procuró mostrarse
sereno. Vaya si lo procuró. Acababa de ser insultado, por
dos veces, por aquella cosita menuda y de frágil apariencia.
Delante de su familia y sus soldados. Le resultó imposible:
el semblante altanero de Josleen, su decisión, su valentía,
eran algo a lo que no estaba acostumbrado. Y ya iba siendo
hora de que James y Duncan recibieran un poco de
medicina. Dejó caer la cabeza hacia atrás y rompió a reír.
—Siento haberme confundido con vos, señora —dijo
luego, devorándola con los ojos—. Hubiera jurado que os
agradaba la carne de porcino, por como la laméis.
Josleen fue la única que entendió la puya. Por
descontado que la entendió. El muy maldito la estaba
recordando el modo vergonzoso en que saboreó su piel,
lamiendo y mordiendo. Se incorporó como si tuviera
alfileres en el trasero y se le acercó, los ojos llameantes y el
rostro ruborizado. Kyle seguía riendo entre dientes. Ella
parecía a punto de agredirle, pero él deseaba besarla hasta
volver a escuchar sus gemidos de entrega.
Con los puños apretados a los costados, le contestó:
—Vos, milord, no sois un cerdo —cuidó las palabras,
sabiendo que la madre y el hijo de Kyle no les quitaban ojo
—. Únicamente un disoluto al que aborrezco.
La algazara de Kyle desapareció por arte de ensalmo.
Se incorporó y su brazo la atrapó del cabello. Tiró de él,
obligándola a inclinarse sobre la mesa. Así, tan cerca que un
nuevo deseo de aproximarla más y besar su boca le azotó, le
dijo:
—Un disoluto que hará que os sentéis en su mesa y os
tumbéis en su cama.
Josleen pegó un tirón y se soltó, aunque las lágrimas
acudieron a sus ojos por el dolor y él se quedó con algunos
cabellos entre los dedos. Alzó la mano para cruzarle la cara,
pero Kyle fue más rápido y atrapó su muñeca. Estiró el otro
brazo, atrapó su talle y la levantó por encima de la mesa,
sobre jarras y escudillas.
Ella protestó mientras sus faldas acababan de sembrar
el caos en la mesa. Se encontró pegada al cuerpo de
McFersson. Se revolvió y llegó a propinarle un par de
golpes en el pecho, pero aquel brazo de hierro la apretó a él,
cortándole la respiración.
Ante el asombro de todos, Kyle cargó con ella al
costado, como si fuera un fardo y salió de allí acompañado
de los insultos de su prisionera.
Desde la puerta, James y Duncan, que no se habían
perdido nada de la escena, prorrumpieron en risas y
regresaron a sus sitios.
—Me parece que nuestro hermano ha encontrado la
horma de su zapato —comentó el primero.
—Creo que sí —se avino Duncan—. Aunque es un
poco regañona, ¿no te parece?
—No me importaría nada tener una muchacha tan
quejosa en mi cama, renacuajo, si fuera tan guapa como esa
condenada McDurney.
—¡Y ella no es una bruja! —les gritó Malcom,
sintiendo que debía de hacer algo por defender a la joven.
El niño no entendió la risotada general.
Capitulo 25

Se indignó cuando la soltó de golpe sobre la cama. La


voz de él fué como un trueno.
—¡Por los infiernos que acabarás sacándome de mis
casillas!
Josleen rodó sobre el lecho y se puso en pie al otro
lado, a distancia de Kyle.
—Te sacan de tus casillas con demasiada facilidad,
laird —le aguijoneó.
Quiso atraparla rodeando la cama, pero ella saltó por
encima volviendo a escabullírsele.
—Te está haciendo falta una buena zurra.
Josleen tragó saliva al escuchar la amenaza. Echó un
vistazo al cuarto, como una fiera acorralada. La puerta
quedaba lejos, demasiado para poder escapar. Pero no estaba
dispuesta a permitir que aquel salvaje le pusiera la mano
encima.
—No saldrás, así que olvídalo—le advirtió Kyle.
Buscó algo para tirarle a la cabeza. Cualquier cosa. Si
él pensaba que iba a amedrentarla, iba listo. Descubrió su
espada apoyada a un lado del arcón. Sin previo aviso se tiró
a por ella.
Kyle adivinó sus intenciones y saltó por encima del
tálamo. Sin embargo, no fué lo bastante rápido para atrapar
su brazo y Josleen se apoderó del arma. Mientras él rodaba
por el suelo, se apartó unos pasos y subió la espada con
ambas manos.
Kyle se incorporó despacio. La mirada de la joven era
hielo azul y él juzgó prudente tomar precauciones. Si la
irritaba más, sólo un poco más, podía acabar con su propio
acero entre las costillas. Parecía muy capaz de utilizarla, la
muy pécora.
—Josleen, deja eso.
—¡Y un cuerno!
—Josleen... —dio un paso hacia ella y la muchacha
bajó la espada poniéndola a la altura de su pecho—. No seas
criatura. ¿Qué piensas hacer? ¿Matarme?
—Si quieres comprobarlo, sólo tienes que intentar
acercarte.
Kyle dió un paso y ella retrocedió otro, maldiciendo
mentalmente el peso del arma. Wain la había entrenado
algunas veces, medio en broma, pero nunca con un
instrumento tan fatigoso. Se estaba haciendo la valiente,
pero aquello pesaba una tonelada y empezaban a dolerle los
brazos de sostenerla en alto. De todos modos, era lo único
que tenía para impedir que él la alcanzara.
Se atragantó al ver que seguía avanzando hacia ella,
con los brazos abiertos y una calma infinita. Era como un
gato. Un depredador, presto a atacar.
Se replegó, siempre en dirección a la puerta. Si conseguía
salir de allí, alguien la socorrería. Tropezó con el ruedo del
vestido, se desestabilizó, gritó y se fue de cabeza contra el
muro. Kyle aprovechó la ocasión y acortó distancias, pero
Josleen elevó los brazos para guardar el equilibrio y él no
imaginó su repentino movimiento.
El filo de la espada rasgó su camisa.
El gemido de Josleen al caer y su maldición al sentir el
corte, se solaparon. En una fracción de segundo Kyle se
hacía con el arma, la lanzaba a un lado y rodeaba su cintura
evitando que se desnucara con el borde de un arcón.
Josleen le empujó tan pronto se vio en posición
vertical.
Y se quedó atónita.
Kyle lucía un buen corte y su rasgada camisa se teñía
de sangre.
—¡Dios! —se tapó la boca con una mano, presa de un
súbito mareo.
Kyle echó un vistazo a la herida y la fulminó con la
mirada. Pateó la espada, que fue a parar bajo la cama. La
sangre le resbala entre los dedos.
—Condenada seas —barruntó, llameando sus ojos
dorados.
—Kyle, yo no quería...
—Busca algo para remendarme.
Josleen se subió el vestido y rompió su enagua.
Preocupada como estaba, temblando por lo que había hecho,
no se percató de la mirada lobuna de Kyle cuando mostró
buena parte de sus piernas. Dobló la tela, se la puso sobre el
pecho y le incitó a sujetar el precario apósito. Luego, salió a
escape.
Era un arañazo sin demasiada importancia, pero Kyle
maldijo el estropicio de su camisa, que acabó quitándose
mientras sembraba el cuarto de obscenidades. Aquella
fierecilla tenía agallas, se dijo. Y era más peligrosa que un
jabalí herido. Debería tener cuidado con ella o tal vez habría
un McFersson menos antes de entregarla a su jodido
hermano. Volvió a asaetearle la culpa. Pero, sobre todo, le
laceró pensar que debía devolverla. Claro que, existía otra
cuestión: ella había sido deshonrada. La única solución para
evitar una guerra abierta era desposarla. Wain McDurney
debería atender a razones. O eso, o enfrentarse en un
conflicto que causaría muchas muertes y ningún beneficio.
Pero... ¿ligarse a aquella arpía? La deseaba. Desde que la
vio por primera vez. No podía negarlo. Ardía cuando ella
estaba cerca y un sencillo aleteo de sus pestañas le ponía
duro como una piedra. Sin embargo, esposarse a Josleen era
harina de otro costal, porque seguramente McDurney no
querría ni hablar del tema.
Ella regresó poco después, llevando casi a rastras a una
de las criadas. Pero no venían solas. Elaine entró presurosa
tras ellas. Josleen estaba pálida como un muerto y él se
felicitó por su miedo, aún a costa del tajo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó su madre.
—Fué por mi culpa —dijo Josleen entre hipidos.
Sin mirarla siquiera, Elaine examinó la herida.
—No es más que un rasponazo —dijo.
La dama desinfectó el corte, puso un emplasto y le
vendó con rapidez. Entregó la bandeja con los utensilios
para la cura a la criada.
—Llévate también esa camisa —le dijo—. ¿Duele?
—No ha sido una caricia precisamente.
El tono seco la extrañó. Su hijo no era propenso a
lamentarse por una herida tan pequeña. De hecho, ni
siquiera cuando estuvo entre la vida y la muerte en aquella
ocasión en que se enfrentó a Wain McDurney, le escuchó
protestar, salvo por tener que guardar cama.
Josleen seguía sollozando.
—¿Puedo saber qué ha pasado?
—Ha sido un accidente, madre.
Observó a ambos y acabó por encogerse de hombros.
La muchacha no podía explicarse y su hijo no parecía
dispuesto a aclarar nada.
—Seguramente —dijo por fin—. Me parece que aquí
no tengo nada que hacer, así que regresaré a mis asuntos.
Cuando la puerta se cerró Josleen se apoyó en ella y se
enjugó las lágrimas.
—No quería...
—Ya lo sé.
Kyle parecía calmado. Dio un paso hacia él, pero se
detuvo. Le debía una disculpa y tragándose el orgullo dijo:
—Lo lamento. Es la primera vez que hiero a alguien.
—Pues para ser la primera vez lo has hecho muy bien
—gruñó. Ella se encogió, temerosa. Sintió un mazazo en el
pecho. Estaba tan apenada, tan indefensa, tan inocente...
¿Qué estaba diciendo, condenación? Acababa de rajarle con
su propia espada y la veía como un ángel. Debía estar
perdiendo la razón. Pero su cuerpo empezaba a responder,
una vez más, a su proximidad—. Márchate antes que decida
retorcerte el cuello.
Josleen no esperó a oírlo dos veces y salió como alma
que lleva el diablo.
Kyle se dejó caer sobre el colchón. ¡Maldita fuera!
Tenerla a su lado le volvía idiota. Eso le irritaba. La odiaba.
Le fastidiaban sus aires de reina. La deseaba...
—¡Joder!
Ahí residía el problema. La imperiosa necesidad de
abrazarla, de besarla, de protegerla, le golpeaba una y otra
vez. Josleen era la hermana de su enemigo, el hombre que
casi lo mató. Pero recordarla devolviéndole las caricias le
produjo un dolor en el bajo vientre y su miembro respondió
con vida propia.
Capitulo 26

Habían pasado varios días. Aburridos días durante los


cuales Kyle no apareció en la recámara y ella no bajó al
salón, comiendo y cenando a solas. Hasta Malcom parecía
haberla abandonado a su suerte. Claro que ¿qué podía
esperar después de herir a Kyle? La noticia se habría corrido
por el castillo y el pequeño debía odiarla.
Josleen dejó escapar una palabrota cuando se clavó la
aguja. Dejó la costura con la que había matado sus ratos de
soledad durante aquellos dos días y se chupó la gotita de
sangre. Odiaba coser y además no se le daba bien. Siempre
prefirió entretenimientos más masculinos, como montar a
caballo, tirar al arco o entrenar con Wain cuando él estaba
de buen humor. También le agradaba enseñar a los
pequeños.
Salió de la torre y paseó hasta el río, que corría a poca
distancia. Hombres de guardia vigilaban, de modo que nadie
le recriminó puesto que era imposible escapar sin que la
vieran. Se acomodó, algo apartada, haciendo oídos sordos a
la animadversión que destilaban las miradas que le dirigían
todos.
Se fijó en una chiquitina de cabello cobrizo y rizado,
largo hasta la cintura. Sus ojos, dos enormes círculos de un
azul diáfano. Era menuda, posiblemente no hubiese
cumplido aún los tres años. Caminaba a pasitos cortos y
cuando corría Josleen no podía remediar sonreír. Su madre
conversaba con otras mujeres mientras lavaban en la orilla.
Josleen adoraba a los niños. Soñaba con tener cuatro o
cinco cuando su hermano encontrara para ella el esposo
adecuado y... La imagen de Kyle haciéndole el amor la
azotó sin piedad. Un dolor profundo se instaló en su pecho.
¿Qué estaba pensando? Ya ni siquiera podía soñar con un
matrimonio. Se había dejado seducir por el McFersson, así
que ¿quién iba a cargar con ella? Era una mujer mancillada.
Le subió un sollozo a la garganta. Ni esposo, ni hijos. Lo
único que podía esperar ya era el desprecio de todo su clan,
si es que regresaba con ellos y Wain no la desterraba lejos
de Durney Tower.
Entornó los ojos y se recostó en el árbol que la
cobijaba, lamiéndose sus propias heridas. Por entre los
párpados entornados observó que la niña se acercaba a la
corriente y arrancaba florecillas amarillas. Josleen suspiró.
La recordaba a ella misma cuando era pequeña: siempre
investigando, deseando saber más del mundo, queriendo
tenerlo todo en sus pequeñas manos.
Un jinete atravesó la explanada llamando su atención.
Alto y rubio, poderoso de cuerpo. Casi tan apuesto como...
Se le vino un taco feísimo a la boca al compararlo con Kyle.
Resultaba irritante su obsesión por él. Aquel preludio sin
verle había supuesto para ella una agonía. Porque le
odiaba... ¿le odiaba? por haberla mancillado, pero era un
suplicio tenerlo lejos. Vagaba constantemente por el mundo
fantástico que Kyle había despertado en ella. Un mundo de
sensaciones que la aturdían. Temía estarse enamorando
como una estúpida de él y era lo último que deseaba.
El grito de alarma la hizo dar un brinco.
Un chapoteo.
Josleen vio con horror que la niña había caído al agua.
Aunque el río iba mermado, era lo bastante profundo para
alguien que no sabía nadar.
Josleen se quedó paralizada, escuchando los gritos de
pánico de las mujeres y no pudo pensar en nada durante
unos segundos. Luego, se levantó y corrió hacia la orilla.
Echó a un lado los zapatos y se zambulló. Al emerger, la
niña se hundió. Llenó sus pulmones y se sumergió en su
busca.
Las aguas estaban revueltas y oscuras después de la
pequeña tormenta del día anterior, que arrastró tierra rojiza.
Resultaba difícil poder ver bajo el agua, pero braceó y tocó
algo. Sin embargo, la corriente le robó lo que fuese que
había palpado. Emergió, tomó aire de nuevo y, una vez más,
buceó.
En la orilla, las mujeres seguían gritando y ya se
acercaban algunos guardias.
Por fin, los esfuerzos de Josleen dieron fruto y sus dedos
rozaron una cabellera. La agarró y tiró de ella, regresando a
la superficie.
Muchas manos se tendieron hacia ella para ayudarlas a
subir por la fangosa pendiente hasta tierra firme.
Le arrebataron a la niña y ella se dejó caer boca arriba,
recuperando el aliento. Le ardían los pulmones. Sólo se
tomó unos segundos y de inmediato se interesó por la
chiquitina. Alguien había conseguido que escupiera el agua
y ahora berreaba, más asustada que lastimada, acunada en
los brazos de su madre.
Josleen comenzó a temblar, ahora que el peligro había
pasado. Siempre le sucedía lo mismo. Encaraba el peligro
con decisión y frialdad, pero después la entraba el pánico.
Se abrazó y cerró los ojos mientras a su alrededor los
comentarios se alejaban.
Presintió a alguien a su lado y alzó la cabeza.
Kyle estaba muy cerca. Se sintió invadida por un
sentimiento de agradecimiento al tenerle allí.
—Decididamente, estás loca.
Josleen se incorporó sin ayuda. Muy propio de un
McFersson, pensó. Acababa de jugarse la vida para salvar a
uno de los suyos y aún la insultaba. Si sería mulo. Se le vino
una invectiva a la boca, pero se mordió la lengua y se alejó
para entrar en la torre.
No había subido tres escalones cuando un brazo de
hierro rodeó su cintura. Se retorció para soltarse. Kyle le
sujetó la cara entre sus grandes manos y su mirada la
paralizó. ¿Podía ser reconocimiento lo que vio en sus ojos?
Él agachó la cabeza y la besó, con tanta suavidad y dulzura
que Josleen perdió la noción del tiempo y el espacio. Luego,
cuando él la tomó en sus brazos, ya no tuvo fuerzas para
oponérsele. Se reclinó en su pecho y cerró los ojos, dejando
que él la llevara dentro.
Capitulo 27

Kyle la dejó resbalar hasta el suelo, pero ella seguía sin


poder moverse. A sus pies, se fue formando un charquito de
agua.
—No vuelvas a hacer algo así, Josleen.
Parpadeó. ¿Había connotaciones de miedo en su orden?
Hizo un puchero, sin desearlo. Un segundo después se
echaba a llorar. Sin pensarlo, sus brazos abarcaron la cintura
de Kyle y arreció el llanto al sentirse abrazada y protegida.
—No pensé... —hipó—. Lo... siento...
La boca de él enjugó sus lágrimas. Y ella se sintió
extrañamente segura entre sus brazos. Era agradable,
sumamente agradable tenerlo tan cerca, olerle, sentir su
fuerza. Alzó la cabeza, solicitando en silencio un beso. Y lo
recibió. Respondió con el mismo ardor que él imprimía a la
caricia. Sus manos volaron hacia aquellos hombros anchos,
bajaron por los brazos, enlazó sus dedos a los de él. Kyle se
ahogaba. Nunca antes había sentido algo así. La había
estado observando en la distancia, sin hacer otra cosa más
que mirar cada gesto de ella, cada sonrisa mientras veía los
correteos de la chiquitina, sus fruncimientos de cejas cuando
la aguja la hería. Debería haber estado preocupándose de la
próxima incursión, de sus hombres y de sus bienes; sin
embargo, había olvidado todo cuando salió de la torre y la
vio allí sentada, junto al río, alejada del resto. Luego,
cuando ella se lanzó como una loca y se zambulló en la
corriente, el corazón se le había parado en el pecho.
Suspiró hondo y la tomó en brazos para llevarla hasta
el lecho.
Decididamente, se estaba volviendo idiota, pensó
mientras sentía bajo su boca la suavidad de los labios de
Josleen. Jamás antes una mujer le había enloquecido de
aquel modo. Debería haber sido él quien se diera cuenta del
peligro que corría la niña, pero no había tenido ojos más que
para ella. Eso había provocado casi la muerte de la pequeña
y la de Josleen. Un horrible dolor en la boca del estómago al
imaginarlo le dijo lo que era realmente el miedo. Hasta
entonces, el miedo había sido algo intangible, casi lejano. El
era un guerrero y el temor no tenía cabida en su vida, así se
lo enseñaron. Le educaron a pelear sin temblar ante el
enemigo. Sin embargo, ahora sabía qué significaba el pavor
de poder perder a alguien que le importaba y...
Ella le miraba con los ojos entrecerrados y arrasados
por el llanto, tumbada sobre el lecho, el cabello flamígero y
empapado extendido sobre los almohadones, el rostro aún
pálido.
Kyle volvió a besarla con ansias.
—Nunca —gimió, mientras sus manos se encargaban
ya de abrir el vestido de ella—. Nunca más, dulzura...
Josleen no entendió a qué se refería él, pero tampoco
importaba. Su cuerpo joven comenzaba a notar el deseo
mientras las manos de Kyle la desnudaban. Dejó que él le
quitase el destrozado vestido y se sonrojó cuando los ojos
ambarinos la admiraron a placer.
Sonrió. ¿Como no hacerlo cuando Kyle parecía
dispuesto a devorarla y ofrecerla el mundo tras aquella
mirada ardiente de pasión?
El comenzó a quitarse la ropa, pero Josleen se lo
impidió. Las cejas doradas de Kyle se alzaron y ella sonrió
más ampliamente.
—Quiero desnudarte —susurró.
Los músculos de Kyle se endurecieron como cuerdas.
Ninguna mujer le había pedido algo semejante. Ni siquiera
la descarada de Evelyna. Pero asintió, un tanto azorado, y
permitió que Josleen le fuese quitando prenda a prenda. El
corazón le latía como un tambor de guerra y le costaba
respirar. El simple roce de las yemas de sus dedos le
embriagaba. Cuando ropa y botas quedaron olvidadas en el
suelo, junto al lecho, y la mirada azul profundo de ella le
recorrió desde el cabello hasta la punta de los pies, su
condición masculina saltó hacia adelante de forma
desvergonzada, impúdicamente. No pudo controlarlo. Ya
no.
Su voz fue un gemido agónico.
—Acaba cuanto antes, Josleen.
Los ojos de ella se agrandaron. ¿Qué acabara? ¡Por
amor de Dios, si ni siquiera había empezado! Fijó su mirada
en aquel punto entre los muslos masculinos. Y se maravilló
del poder que ejercía sobre él, sin necesidad de acariciarle
siquiera. Su madre la había contado algo, ciertamente, pero
nunca que una mujer podía excitar a un hombre solamente
con mirarlo. Se le escapó una risita.
El cuerpo dorado de Kyle era una tentación. Y habría
ido de cabeza al infierno con tal de poder tocarlo en ese
momento, pero... Un miedo repentino la paralizó. Si una
mirada conseguía aquel efecto, ¿qué no haría él si le
acariciaba... allí?
Kyle pareció adivinar los pensamientos de Josleen y
con la decisión que a ella le faltaba, agarró su mano derecha
y la llevó hasta su virilidad. Ella tembló de pies a cabeza
cuando él le entregó su intimidad. Durante unos segundos,
sin atreverse siquiera a respirar, notaba el latido de su sangre
en los oídos... y el latido de él en su mano. Le miró, roja de
vergüenza, su cuerpo
humedeciéndose de placer. Kyle parecía estar sufriendo
tortura; tenía el gesto severo, sus cejas se fruncían, sus ojos
despedían chispas doradas...
Poco a poco, le soltó y comenzó a acariciarlo. Kyle
gimió y apretó los párpados. Ardía, consumido por lenguas
de fuego que devastaban incluso su alma. Las caricias de
Josleen carecían de experiencia, pero lo consumían y apenas
podía respirar.
De pronto, con un movimiento rápido, Josleen se
agachó y depositó un trémulo beso en la demostración de su
hombría.
Kyle pegó un brinco. Tan fuerte, que la mano de ella
resbaló y el miembro se le escapó. Al instante siguiente
Kyle la tumbaba y comenzaba a besarla desde la barbilla
hasta el vientre, sorbiendo cada gota de agua de su cuerpo.
Su boca dejaba surcos ardientes por donde pasaba y ella
emitió grititos de asombro cuando la lengua masculina
jugueteó en su ombligo. Elevó las caderas al sentir un dedo
en el interior de su cuerpo. Se mordió los labios para no
gritar más fuerte cuando el dedo salió sólo para dar paso a
dos. Y cuando el pulgar de Kyle comenzó a acariciar el
montículo endurecido entre sus muslos, lloró sin poder
remediarlo.
No se percató de la sonrisa ufana de él. Ni pudo
adivinar el sentimiento de orgullo que embargó a Kyle.
Él pujó luego por entrar en su cuerpo y le recibió de
buena gana. Se aferró a sus nalgas y salió al encuentro de
sus embestidas para ascender, ascender, ascender... y
alcanzar el cielo.
Capitulo 28
Los días se sucedieron y la estancia en Stone Tower le
resultaba cada vez menos onerosa. De todos modos, no
dejaba de pensar en los suyos. Pero, al menos, estaba
tranquila porque su hermano aún no conocía su
desaparición.
Kyle la dejaba acudir cada dos días para visitar a Verter
y los demás y, aunque no gozaba de demasiada libertad,
tampoco se sentía ya una prisionera.
Apenas conversaba con el resto de los habitantes de la
torre; prefería comer a solas para no soliviantar los ánimos,
que ya sabía alterados por su presencia. A pesar de su auto
—exclusión, Josleen comenzó a notar que las mujeres no la
miraban como antes; hasta estaban muy dispuestas a hablar
con ella en ocasiones y pedirla pequeños favores o
proporcionárselos. Pero sabía que los hombres de Kyle
deseaban, que, cuanto antes, se pidiese un rescate definitivo.
Kyle estaba cada vez más remiso y siempre daba
excusas para retardar el momento.
Josleen levantó la cabeza de su costura justo en el
momento en que Elaine McFersson trataba de alzar un
caldero lleno de agua. Dejó la costura e hizo intención de
levantarse para ayudarla, pero no llegó a abandonar el
taburete. Un hombretón de casi dos metros de alto salió,
sólo Dios sabía de donde, y levantó sin esfuerzo el caldero.
Josleen observó el rostro de la madre de Kyle, iluminado.
Luego, bajó los ojos hacia el suelo, dió las gracias en un
susurro y se sonrojó.
Josleen curvó las cejas. ¿Era tonta o acababa de ver a la
única persona que parecía sacar a la mujer de su apatía?
Hasta entonces, sólo la había visto pestañear cuando ella
hirió a Kyle, y ni siquiera en ese momento pareció
demasiado afectada; siempre se la veía pasear a solas,
lánguida y apática, aunque se adivinaba en ella una férrea
fortaleza. Elaine era una mujer joven aún, seguramente
había tenido su primer parto siendo una muchachita. Sólo se
unía al resto a las horas de la comida o de la cena. Distante
de todo y de todos. Y sin embargo, ahora, ante la presencia
de aquel gigante, se la veía muy frágil y casi amedrentada,
como una jovencita vergonzosa.
Se fijó en el sujeto mientras él, prendido por Elaine,
caminaba cargado con el caldero hacia el exterior. Era muy
fuerte y, desde luego, atractivo. Larga cabellera rojiza,
poblada barba y buenos músculos. Todo un guerrero, capaz
de hacer sentir a una mujer la necesidad de ser protegida. Y
sin duda la madre de Kyle se sentía traída por él.
Josleen regresó la atención a su costura, pero no dejó
de pensar en lo que había visto. De siempre le gustaron las
intrigas amorosas y se preguntó si ella podría hacer algo
para que la apatía de la madre de Kyle desapareciera.
Llevaba demasiado tiempo sola. Con una sonrisa divertida,
se respondió a sí misma: intentaría remediarlo.
Entretenida en sus pensamientos no se percató de la
entrada en el salón de un hombre alto y delgado.
El sí lo hizo. Dio un par de pasos hacia el interior, la
vio y se frenó en seco. De inmediato dio media vuelta y
escapó, pálido como un muerto.

ÒÏ ÒÏ ÒÏ
Moretland se paseó nervioso bajo la atenta mirada de
su anfitrión. Al cabo de un momento miró al otro y dijo en
tono de recriminación:
—¡No sabía que Josleen McDurney estaba aquí!
Las doradas cejas de Kyle describieron un arco
perfecto.
—No es asunto tuyo.
—¡No puedo dejar que me vea!
—Entonces no lo hagas.
—Debes entenderlo, McFersson. Si esa muchacha sabe
que visito Stone Tower se preguntará la causa. No es lógico
que un enemigo venga aquí sin una razón muy justificada.
—Lo imagino. Sería muy difícil explicar a Wain qué
haces en mis tierras. Y más complicado aún explicar la
causa por la que eres un asqueroso traidor a los tuyos.
Barry Moretland se irguió en toda su estatura y sus
ojos relampaguearon, zaherido por el insulto. Sabía que no
era bien recibido allí, que el maldito McFersson le odiaba.
Pero también sabía que sus informaciones eran importantes
y que les había proporcionado importantes ganancias. Era
un acuerdo que duraba ya un largo año, desde el verano
anterior en que él ofreció sus servicios.
—Debería decirle a Wain sobre ella —susurró a modo
de amenaza.
Kyle se encogió de hombros y sonrió con ironía.
—Deberías, sí. Sería interesante ver cómo le convences
de conocer su paradero.
—Su hermano piensa que está en... El mensajero...
—Ese sujeto era uno de mis hombres.
—¿Piensas pedir un rescate entonces?
—Lo he pensado, sí. —
¿Cuando lo harás?
—Eso aún no lo he decidido.
Moretland achicó los ojos y le miró con más interés.
¿De modo que era eso? El maldito McFersson estaba
disfrutando de aquella zorra que tantas veces le había
despreciado. Estuvo a punto de soltar una carcajada. Wain
recuperaría a su hermana, desde luego, pagando lo que el
otro pidiese, pero Josleen no tendría ya valor para negociar
una unión con otro clan porque nadie creería, aunque lo
jurase, que aquel bandido no la había mancillado. Eso
acarrearía la guerra entre los dos clanes, si él sabría jugar
entonces sus cartas. Era lo que más deseaba Barry. Conocía
la furia de McFersson y sabía que difícilmente volvería a
dejarse vencer por Wain, de modo que si el hermano de
Josleen acababa muerto, él tendría muchas posibilidades de
convertirse en el jefe de los McDurney, aun no llevando su
apellido; era el único varón de la casta, ya que Sheena no le
había dado ningún heredero aún a Wain. Sonrió y se sirvió
un poco de cerveza.
—¿Es buena en la cama?
El trago le supo a hiel cuando los ojos dorados de Kyle
se clavaron en él. Si una mirada pudiera matar, Barry
Moretland habría caído fulminado allí mismo. Se atragantó.
—Quiero decir... Como parecías interesado en Evelyna
Megan...
—¡Por todos los dioses celtas! —estalló Kyle— Que
me pases información sobre tu clan, que te lleves una buena
ganancia de nuestros hurtos, que te aproveches de mi
nombre para robar a Wain... —alzó la mano para pedir
silencio cuando vio el gesto de protesta iniciado—. ¿Crees
que no sé que muchos de los robos me los endilgas? ¿Qué
me dices de esos malditos caballos por los que me
interrogaron tus hombres cuando me hicísteis prisionero? —
Barry encajó los dientes y bajó la mirada—. Bien, pues
como decía, Moretland, no creo que todo eso te dé derecho a
meterte en mi vida privada.
—No pretendía...
—Pásate de la raya, amigo mío, y me importará muy
poco poner tu cabeza en una picota en lo más alto de mis
almenas. Créeme, Moretland, aún me escuecen los golpes.
—No pude hacer nada. No sólo te ví yo cuando estaba
a la orilla del río, te vieron los demás. No podía volver la
mirada a otro lado ¿verdad? Si no hubieras estado borracho
como una cuba no te habríamos descubierto. ¿Qué podía
hacer yo? Tenía que disimular, tenía que tratar de sacar
información al enemigo, de otro modo hubiesen sospechado.
Aunque te reconocí no descubrí tu verdadera identidad,
recuerda. Por fortuna no llevabas tus colores.
—De todos modos, debería matarte por eso.
Barry se quedó lívido, pero con mucha prudencia
asintió en silencio.
—Debo regresar a Durney Tower.
—Te deseo buen viaje. Dejaré tu parte de la próxima
avanzadilla donde siempre, en la abadía.
—Bien.
Kyle le vio partir con un sabor amargo en la boca.
Sabía que el tipo era un asqueroso traidor de pies a cabeza,
pero también el amor que tenía al dinero y él le
proporcionaba ganancias sustanciosas. Lo ganaba
informándole sobre los pasos de Wain McDurney, pero nada
ganaría informando sobre los suyos, porque sería tanto
como descubrirse. De todos modos, era consciente de que
tenía un escorpión negro debajo de su trasero y eso no le
agradaba. No le agradaba en absoluto.
Capitulo 29

Barry no salió sin embargo de inmediato de las tierras


de los McFersson. Nadie, a excepción de Kyle, sabía su
verdadera personalidad, ya que se hacía pasar por un
hombre del clan Moogan y utilizaba su tartán cuando se
acercaba a Stone Tower. Por ello podía pasear libremente
por el territorio sin miedo a ser detenido. Pero que Josleen
estuviese allí era peligroso para él; no estaba dispuesto a que
aquella putita estropease su plan de enfrentar a los dos
clanes si se le ocurría interceder ante su hermano para evitar
la guerra. Debía librarse de la muchacha, culpando desde
luego a los McFersson. Pero acercarse a ella era tan
peligroso como ser descubierto por la joven. Tenía que
encontrar otro modo. Alguien que hiciese el trabajo. Y
¿quién mejor que la despechada amante del maldito Kyle?
Desde sus primeras visitas, granjearse la mistad de Eve
había supuesto uno de sus objetivos porque vio en ella el
mismo ansia de poder que a él le embargaba.
Buscó a un chicuelo para que la llevara un mensaje.
Luego, comido por los nervios, esperó cerca del acantilado.
Evelyna Megan se encontraba en la torre, haciendo
como siempre la vida imposible a los criados y tratando de
hacerse agradable a los ojos de Elaine. Kyle amaba a los
suyos, aún cuando no fuese un hombre demasiado dado a
mostrar sus sentimientos. Y Evelyna sabía que si conseguía
amigarse con su madre, tendría más posibilidades de
alcanzar el corazón del jefe del clan. Hacía más de dos años
que su padre, James Megan, trataba de conseguir un buen
matrimonio para ella, pero los candidatos presentados le
parecían deleznables. Lo fueron mucho más desde que llegó
a Stone Tower y vio a Kyle. Desde aquel instante decidió
que el hombre sería para ella. Desde luego, hubo de hacer
concesiones. Kyle no estaba dispuesto a compartir su vida
con una mujer después de la mala experiencia con su difunta
esposa, Muriel. Se había entregado a él como una prostituta
y se había comportado como tal en su cama. Pero ¿qué
importaba si a fin de cuentas acababa por convertirse en su
esposa?
El chico que llegó buscándola no dijo una palabra, sólo
le entregó la nota y se marchó. Era escueta, pero desde
luego interesante: "Si queréis volver a ocupar el puesto que
os corresponde, señora, tengo la llave. Os espero junto al
acantilado."
Se preguntó quién deseaba ayudarla, porque sabía que
no era santo de devoción de ninguno de los sirvientes y
apenas trataba con los habitantes de la aldea. A fin de
cuentas, ella era la hija de James Megan, no una vulgar
muchacha de la plebe. Su puesto estaba junto a los amos, no
junto a los criados. Evelyna era una muchacha decidida a
cualquier cosa, siempre y cuando sacara provecho y la
misiva parecía indicar que podía tener un as en la manga.
Se dejó ver veinte minutos más tarde y Barry admiró,
aún sin desearlo, el contoneo primoroso de sus caderas.
Kyle era un bribón con mucha suerte.
Evelyna se le acercó con cierta cautela. Su rostro
reflejó extrañeza al encontrarse con Barry. Nunca le cayó
bien, desde que le conoció. Había algo insano en su mirada,
un deje de maldad que no le pasó nunca inadvertido.
Además, se encontraban alejados de la aldea y el acantilado
era un lugar peligroso. Sus ojos se convirtieron en dos
rendijas cuando él hizo una ligera reverencia sin dejar de
observarla.
—¿Eres tú quien quería verme?
Barry asintió.
—Sí. Porque hasta hace poco compartías la cama del
McFersson. Y ahora has perdido ese privilegio, ¿verdad?
Evelyna se tensó y su mirada despidió cólera. Le
desagradó que la recordara que aquella zorra McDurney la
había desplazado. Asintió secamente.
—He visto a la nueva adquisición de Kyle —ella hizo
un gesto despectivo—. Sí, ya sé que los hombres a veces
perdemos el gusto y sin duda él lo ha perdido porque... —la
miró con descaro—, no cabe duda que ha perdido con el
cambio. Eres la mujer más hermosa que he visto jamás,
Evelyna.
—Tengo cosas que hacer —le cortó— Adulándome no
conseguirás nada. ¿Qué quieres?
—Ayudarte.
—¿A cambio de qué?
—Esa ramera McDurney me estorba. Digamos que... si
la ocurriese algún accidente... ganaríamos ambos.
Ella retrocedió un paso. Las manos comenzaron a
sudarle.
—Un accidente. ¿Estás hablando de un asesinato?
—Yo me vengaría de una antigua deuda y tú volverías
a tener a Kyle para ti sola.
Durante un expectante momento, Eve no dijo nada,
solamente le miró con intensidad, sopesando lo que acababa
de decir.
—Podría delatarte a Kyle.
—No llegarías a él —Barry miró significativamente el
precipicio, pero luego sonrió jovialmente—. No seas
estúpida. Tú estarías muerta y yo encontraría a otra persona
que me hiciera el trabajo.
De pronto, ella se echó a reír. Buscó una piedra plana
en la que sentarse y sus ojos chispearon. Tomó una
piedrecita y la lanzó lejos, alargando el momento de su
respuesta.
—Yo también he pensado en quitarla del medio,
¿sabes? —le dijo al fin.
—Imaginaba que una mujer como tú lo habría hecho.
—Lo malo es que Kyle no la deja salir ni a sol ni a
sombra. Apenas sale de la fortaleza y cuando lo hace él o
alguno de sus hombres la acompaña.
—Estoy seguro de que encontrarás una manera de
arreglarlo. Stone Tower es un lugar muy grande y en un sitio
así, pueden suceder muchos accidentes.
Evelyna parpadeó, coqueta. Recordó la torre del ala
norte que estaban remodelando. Andamios y cuerdas.
Piedras sueltas. Sonrió como una gata melosa y se
incorporó.
—Ciertamente, todo puede suceder, pero... ¿qué
ganaríais vos?
—Ya os lo he dicho. Cobrarme una antigua deuda.
—¿Por qué no hacéis vos mismo el trabajo? ¿Por qué
he de arriesgarme yo? Tarde o temprano Kyle la repudiará.
Y yo estaré entonces allí, a su lado.
Barry Moretland dejó escapar una larga carcajada. Con
los puños apoyados en la cintura la miró y sacudió la
cabeza.
—Me asombráis, Eve. Os creía una mujer con más
agallas. Por lo que veo, os agrada ser el segundo plato en la
mesa del bastardo.
Evelyna sonrió, sin dejarse llevar por la rabia.
—Es sólo que no estoy loca —le dijo—. Atentar contra
la vida de esa zorra es peligroso. Además, ella vale un buen
rescate.
—Si es que él se decide a pedirlo.
—¡Lo hará!
—¿Estáis segura?
—¡Por todos los infiernos! —estalló la joven—
¿Pensáis acaso que Kyle va a quedarse con ella? ¡Es una
maldita McDurney!
Moretland se encogió de hombros. Silbó a su caballo y
esperó a que su montura se acercase obediente. Tomó las
riendas y dijo:
—Os daré unos días para que recapacitéis. Estaré por
aquí cerca. Yo tengo mucho tiempo, aunque me gustaría
acabar con esto cuanto antes. Pero puedo esperar a que esa
ramera desaparezca, sea canjeada o a que su hermano
declaré la guerra al McFersson y se maten entre ellos. Pero
vos, señora... ¿cuánto tiempo estáis dispuesta a esperar a que
Kyle decida haceros un nuevo hueco bajo sus muslos?
Evelyna se atragantó, pero fue incapaz de decir una
palabra antes de que Barry montara y espoleara su caballo.
Le vio alejarse hacia las colinas con un sabor amargo en la
boca. ¡Maldito fuese! ¿Qué pretendía? ¿Que se jugase el
cuello matando a aquella puerca rubia?

Nota: Vuelvo a recordaros que esta novela es sólo un


borrador y que está sin corregir, por lo que os pido perdón
por los innumerables fallos que seguro que encontrareis en
ella. Nieves Hidalgo.
Capitulo 30

Serman Dooley.
Ese era el nombre del guerrero que bebía los vientos
por Elaine McFersson.
Josleen le observó mientras se encargaba de dirigir a
una cuadrilla que ponía en orden las caballerizas. Al
levantar la cabeza, la silueta de la madre de Kyle se
escondió de inmediato tras la cortina de uno de los
ventanales de la torre.
Sonrió. Ya no le cupo duda de que la señora del bastión
estaba interesada por Serman. Y él era un tipo noble a pesar
de su aparente rudeza, que desaparecía de inmediato cuando
estaba próximo a la dama.
La muchacha decidió que si Kyle era ciego a las
necesidades de su madre, ella bien podría poner unas gotitas
de romanticismo para tratar de apañar el asunto. Pensó en el
mejor modo y después de cavilar mucho supo que lo mejor
sería una cita en la que ninguno de los dos podría escapar.
Josleen había notado que apenas se cruzaban palabra, sólo
miradas que lo decían todo para alguien que no fuera idiota.
Se acercó a Serman y le llamó.
—Esta tarde necesitaría ayuda para recoger unas
hierbas —dijo la joven.
Serman alzó las cejas, sin entender.
—¿Hierbas?
—Soy una experta trabajando con ellas. Liria, la
cocinera, tiene molestias en la espalda y yo puedo prepararle
una mezcla que la alivie. Pero no deseo salir sin protección,
ya sabéis que el laird no permite que vaya sola más allá del
río. Me han dicho que en el bosque puedo encontrar lo que
me hace falta.
—Entiendo —asintió Dooley, aunque la observó con
cierta intranquilidad.
Josleen se echó a reír.
—Las hierbas medicinales no son brujería, Serman.
El guerrero acabó por asentir.
—Ya. Imagino que sería un bonito detalle para Liria.
Me gustará ayudaros, milady, aunque sólo sea sirviendo de
guardián.
—¿A las seis, entonces? Junto a la entrada norte —Allí
estaré, señora.
Con una sonrisa melosa, Josleen se alejó y él volvió a
sus quehaceres. La primera parte estaba conseguida.
Luego, subió a la torre en busca de Elaine. La encontró
en las cocinas, indicando a unas criadas el mejor modo de
hacer velas, muy escasas en esa época y caras si habían de
comprarse. Cualquier dama que se preciara debía conocer el
modo de confeccionar velas para iluminar los aposentos.
Ella aún recordaba las tardes que pasó junto a su madre
aprendiendo el trabajo. Elaine estaba explicando en ese
momento el modo en que se debía mezclar extracto de
azahar con la cera, de modo que cuando se encendiesen los
cirios desprendieran un olor agradable. Con toda seguridad,
eran velas para una ocasión especial.
Acercó la nariz al recipiente del azahar y aspiró con
deleite.
—Huele de maravilla.
—Será aún mejor cuando ardan las velas —repuso la
madre de Kyle.
Josleen aguardó a que la mujer acabase de dar las
indicaciones y luego dijo:
—¿Podría acompañarme esta tarde, señora? Me
gustaría recoger algunas hierbas medicinales.
—¿Entendéis de medicina?
—Mi madre me enseñó. Liria tiene problemas con su
espalda.
—Ciertamente. Y la pobre empeora bastante durante
los meses de invierno. Estaré encantada de acompañaros.
—¿A las seis junto a la torre norte?
—Perfecto.
Felicitándose por su astucia, Josleen salió de las
cocinas. Aquellos dos tórtolos acabarían por hablarse
cuando no les quedase otro remedio.
Apenas comió por los nervios del encuentro y por la
atención de que fue objeto por parte de Evelyna, que parecía
dispuesta a no marcharse de Stone Tower hasta conseguir de
nuevo los favores de Kyle. La enemistad entre ambas
resultaba cada vez más tangible.
Por fortuna, Kyle apenas habló con Eve y no quitó la
mirada de Josleen desde que se sentaron a la mesa.
La joven agradeció que Malcom acercara su asiento a
ella y charló con el niño animadamente, tratando de olvidar
las dagas lanzadas por los ojos de su contrincante. También
notó, con mucho agrado, que James y Duncan procuraban
portarse en la mesa decentemente. No se lanzaron nada y
apenas se mancharon los dedos.
Se le hizo eterna la espera hasta las seis de la tarde.
El tiempo no parecía pasar. Josleen se encaramó a la
torre y se asomó a uno de los ventanales procurando no ser
vista.
Serman ya aguardaba, apoyado en un árbol, junto a la
torre norte y ella se cubrió la boca ahogando una risita
cuando la madre de Kyle apareció por la esquina del torreón
y se encaminó directa hacia donde se encontraba él.
Por un largo minuto, ambos se miraron sin decir
palabra. Josleen vio que Elaine tenía las mejillas
enrojecidas. En cuanto a Serman, parecía no saber qué
hacer.
Josleen esperó, con el alma en un hilo, a que uno de los
dos dijera algo. Los segundos corrían y ellos seguían mudos.
A punto estuvo de lanzarles algo a la cabeza cuando vio que
Serman cambiaba por décima vez su postura y Elaine se
arreglaba el bajo de las faldas una vez más. Casi se le
escapó un grito de alegría cuando el guerrero suspiró hondo
y se encaminó hacia la mujer.
—Dios bendito —susurró en voz baja—. Creí que
nunca iba a atreverse.
Dooley carraspeó. Elaine alzó la mirada, pero la bajó
de inmediato.
—Señora.
—Dooley.
Otro largo silencio. Josleen les maldijo en silencio
desde su posición. ¿Era todo cuanto iban a decir? Pero de
repente, él estiró la mano hacia el rostro de la dama. Se la
paró el corazón, aguardando la reacción de Elaine.
—Milady, tenéis una brizna de paja en el cabello.
Elaine se echó de inmediato la mano a su recogida
cabellera y enrojeció aún más.
—Estuve en la bodega... —tartamudeó—. Hacía falta
vino para la cena y...
Serman sonrió y Josleen, desde su escondite, observó el
modo sublime en que su adusto rostro rejuvenecía. No podía
disimular el placer que representaba para él poder estar al
lado de la dama. Retiró la brizna de los sedosos cabellos y
ella se removió, inquieta y azorada como una muchachita.
—¿Son las seis? —la escuchó preguntar Josleen.
—Eso creo.
—¿No tenéis nada que hacer?
—Prometí a la joven McDurney acompañarla a recoger
hierbas medicinales. Parece que sabe como mezclarlas para
que...
—Para que Liria encuentre mejoría en su afección de
espalda —acabó la frase Elaine.
Serman Dooley alzó una ceja.
—¿Os lo dijo?
Elaine miró su gesto huraño y soltó una carcajada.
Josleen, desde el ventanal, se fijó en la adoración que
iluminaba los ojos de él.
—¿Qué resulta tan gracioso, señora? —preguntó,
mientras la madre de Kyle se limpiaba las lágrimas con la
manga de su camisola.
—Creo, Dooley, que hemos caído en una trampa.
—No os comprendo.
—Bueno, es fácil adivinar. Josleen os citó a vos aquí,
para recoger hierbas. A mi me citó para lo mismo, pero...
¿la veis por algún lado?
—Empieza a tardar —gruñó Serman.
—No vendrá —la dama volvió a reírse con ganas—.
Oh, Dios, esa muchacha es un diablillo. ¿No os dais cuenta
de lo que pretende?
Él chascó la lengua.
—Tal vez se le olvidó.
—No. No se le olvidó. Yo creo que no piensa venir.
—Entonces, tal vez debamos seguir con nuestros
quehaceres.
—Tal vez —sonrió la dama.
Serman la miró largamente. Para él, aquella mujer
había sido siempre la más hermosa. La amaba desde hacía
tanto tiempo. En silencio. En la lejanía. Estiró la mano y
acarició con tanto cuidado su cabello que a Josleen se le
saltaron las lágrimas.
—O tal vez deberíamos aprovechar este encuentro para
dar un paseo y llevarle las hierbas que necesita —dijo él—.
¿Sabéis vos cuáles son?
—No tengo la menor idea. Pero lo del paseo me parece
bien —repuso ella, colorada de nuevo.
Serman sonrió.
—Sois tan hermosa cuando os sonrojáis, señora —
murmuró—. Pero sobre todo, cuando reís. Deberíais hacerlo
más a menudo.
Elaine volvió a acomodarse el ruedo de las faldas.
—Qué cosas decís, Dooley.
—¿Os agrado un poco, mi señora?
Desde su escondite, Josleen suspiró. ¡Ahí estaba la
pregunta! Respiró, aliviada. Por fin parecía que Serman
había tomado el camino correcto. ¡Y ahora qué! Se le paró
el corazón aguardando la respuesta.
—No me desagradáis en absoluto, Dooley —y bajó los
ojos.
La sonrisa de él fue sublime. Josleen dió unos pasos de
baile y hasta se permitió darse un beso en los dedos y
ponérselos en la mejilla. Ya no le cupo duda de que aquellos
dos estaban enamorados.
—Si mi posición fuese más ventajosa...—dudó él—.
Acaso me atrevería a...
Los ojos azules de Elaine se clavaron en el rostro de
Serman.
—Pensé que erais un guerrero más atrevido.
—Tengo tierras, lo sabéis. No son muchas, claro.
Apenas unas cuantas hectáreas. El laird ha sido generoso
conmigo. También tengo caballos, unas cuantas ovejas...
alguna vaca....
Elaine soltó una risita nerviosa.
—¿Por qué me enumeráis vuestras posesiones,
Dooley?
Serman carraspeó y guardó silencio. Josleen volcó
medio cuerpo por la ventana y ahogó la risa al ver que ahora
era él quien estaba sonrojado.
—Quiero saber si mi poca fortuna y mi persona son
suficientes para una mujer de vuestro rango, señora.
Un gorjeo de felicidad escapó de la garganta de Elaine.
—Vuestra sola persona ya me es suficiente, Serman.
No hace falta que la adornéis con tierras ni ovejas.
—Elaine... —dijo, en una oración.
Josleen se asomó aún más. Si Dios no lo remediaba
podía acabar rompiéndose la crisma si caía, pero no quería
perderse nada de lo que estaba pasando. Ellos
desaparecieron de su vista al acercare al muro y soltó un
taco entre dientes. Pero cuando consiguió verles de nuevo
rió en voz alta. Serman Dooley tenía abrazada a Elaine
McFersson y ella no parecía sentir deseos de apartarse. Poco
a poco, Serman agachó la cabeza y la besó con delicadeza.
—Hablaré con vuestro hijo —prometió él tras un largo
suspiro de satisfacción.
—Cuanto antes, Serman —suplicó ella.
Josleen corrió hacia el exterior, bajó las escaleras de
cuatro en cuatro y casi arrolló a Duncan cuando salía de la
torre.
—¿Donde diablos vas tan aprisa? —gritó el joven.
—Disculpa —gritó ella a su vez, entre risas—. Ahora
no tengo tiempo de explicarte.
Cuando llegó abajo la pareja seguía mirándose a los
ojos y ella apenas podía respirar.
—Buenas tardes —saludó desde una distancia
prudencial.
Se separaron de inmediato, Elaine con las mejillas
arrobadas y él como si le hubieran pillado en falta.
—Deben disculparme pero me quedé dormida.
¿Vamos a buscar las hierbas?
Serman y Elaine la miraron azorados.
—Vos me indicaréis los lugares donde se encuentran
las que necesito para hacer la pócima a Liria —le dijo a la
madre de Kyle—. Y vos, Dooley, nos serviréis de escolta.
Asombrados pero internamente divertidos y
agradecidos por la treta de la joven, la siguieron. Durante
más de una hora, estuvieron recogiendo aquí y allá lo que
Josleen necesitaba y ella disfrutó en grande observando de
reojo a ambos mientras se lanzaban miradas de cariño o se
tocaban con comedimiento. Mientras los tres regresaban al
bastión, Josleen se sintió dichosa. Al menos había
conseguido arreglar algo en aquel lugar. Su madre se reiría
cuando se lo contase.
Capitulo 31

Pero el día no iba a finalizar como un colchón de rosas.


Kyle regresó malhumorado de la partida de caza a la que
había salido con cuatro de sus hombres. Al parecer, uno de
ellos se había despistado y un venado que podía haberles
proporcionado carne para al menos una semana, consiguió
escapárseles.
Aquella noche Josleen prefirió no bajar a cenar con los
demás y decidió hacerlo a solas. El enfado de Kyle provocó
que Elaine rogara a Serman aguardar a mejor ocasión para
hablar con el joven laird y ella estaba segura de que si le
tenía delante acabaría tirándole una jarra a la cabeza.
Además, las constantes atenciones de Evelyna para con
Kyle la ponían enferma.
Jugueteó distraídamente con las viandas sin ganas de
ingerirlas realmente, mientras su mente daba vueltas y más
vueltas a los últimos acontecimientos. Sonrió al ver el pastel
que le habían llevado; recién hecho, cuando ella sabía ya
que en Stone Tower solamente hacían pasteles los fines de
semana y para contentar al pequeño Malcom. Era una
muestra de gratitud que ella agradeció encantada. Su
posición había cambiado desde el episodio del río. Todos
parecían empezar a estimarla aún cuando seguía
perteneciendo a un clan enemigo. Todos, salvo Evelyna
Megan. Entendía que ella la odiara, sin embargo. A fin de
cuentas la había arrebatado la atención de Kyle.
¿Qué maldición había caído sobre ella para peder la
cabeza? ¿Por qué condenada causa dejó que Kyle la
sedujera? Lo había liado todo y las consecuencias podían ser
nefastas. Pero no podía remediarlo. Estaba enamorada de
Kyle.
Con una imprecación en los labios se levantó y caminó
hasta la ventana. Abajo, en el patio, los hombres de guardia
estaban tan quietos como estatuas, pero alertas al menos
movimiento. Por un segundo se preguntó si no debería tratar
de escapar. Pero de inmediato el recuerdo de sus amigos
encerrados en las mazmorras le hizo desestimar la tonta
idea. Estaba segura, sin embargo, de que Kyle no tomaría
represalias contra ellos pero, aún cuando consiguiera
alejarse lo suficiente de Stone Tower, estaba convencida de
no poder atravesar las tierras de los McFersson antes de que
los hombres de Kyle la dieran alcance de nuevo. Él no iba a
desperdiciar un suculento rescate, eso estaba claro. Él la
deseaba, pero no la amaba. No era más que una prisionera
por la que conseguirían una buena cantidad de caballos y
cabezas de ganado.
—¿Entonces por qué me ha hecho el amor? —se
preguntó en voz alta.
Nadie podía responderle a eso y la angustia cubrió sus
ojos de lágrimas de desdicha. Se irguió. No iba a llorar. ¡No
lo haría, condenación! Kyle la había perdido. Ahora nadie
querría casarse con ella, su hermano no podría arreglar su
unión con otro clan que afianzase el poder McDurney. Soltó
un taco muy feo y se sentó en el lecho.
—Maldito si me importa.
Dejó escapar la risa. Oh, Dios, comenzaba a volverse
loca. Empezar a hablar consigo misma era un síntoma
clarísimo. Pero era cierto, la importaba muy poco si ningún
hombre deseaba desposarla ya. Siempre soñó en casarse y
tener hijos, claro, pero hasta entonces no había conocido a
ningún hombre por el que pudiera sentir algo más que
afecto. Jamás amó a nadie. ¡Y ya era imposible que eso
ocurriese después de enamorarse de Kyle!
—Bastardo —susurró. Se levantó y comenzó a caminar
por la amplia habitación a grandes pasos. De haberlo tenido
delante en ese momento le hubiera arrancado los ojos. Kyle
tenía la culpa de todos sus males. La había hecho prisionera,
la mantenía allí con la estúpida amenaza de vengarse en los
hombres de su hermano, la había deshonrado..., Se le escapó
un gemido y se tapó la cara con las manos— ¿Por qué he
tenido que enamorarme de ti?
Le maldijo hasta que le dolió la garganta, de modo que
más tarde, cuando la puerta se abrió, el humor de Josleen era
algo así como un volcán a punto de estallar.
Kyle se quedó, una vez más sin respiración al mirarla.
La luz del único candelabro a su espalda la envolvía en un
halo dorado, su cabello relucía cayéndole sobre los
hombros. Y la luz de la luna provocaba la ilusión de que
tenía el rostro de alabastro.
Ella no se volvió a mirarlo pero Kyle imaginó que no
era más que una treta femenina y que ella sabía que, en
aquella postura, resultaba avasalladoramente hermosa.
Bueno, el coqueteo de una hembra no le desagradaba,
mientras no resultase agobiante. Cerró la puerta y entró
mientras su cuerpo respondía al suave perfume que
impregnaba el cuarto y que, indudablemente, provenía de
Josleen.
Frunció el ceño viendo que ella apenas había probado
la cena, pero tampoco él había cenado demasiado pensando
en placeres mayores. Se acercó hasta Josleen y tomó una
guedeja de cabello entre sus dedos, frotándolo y
maravillándose de nuevo de su textura.
Josleen reaccionó como si la hubiera picado una
serpiente. De un manotazo, le apartó y puso distancia entre
ambos. Kyle alzó una ceja y esperó el sermón con una
sonrisa. Había tardado mucho en subir, aunque su deseo más
ferviente hubiera sido estar allí con ella, teniéndola desnuda
entre sus brazos, desde hacía horas. Le fue imposible, sin
embargo, desembarazarse de sus obligaciones cuando
llegaron dos hombres del clan Galligan. Y aunque no había
comido mucho, por deferencia a sus invitados, había
ingerido más bebida de la prudente, de modo que se
encontraba un poco risueño.
—No quise dejarte tanto tiempo sola —se disculpó.
—¡Ojalá te hubiese tragado la tierra! —estalló la
muchacha, dejándole perplejo.
Kyle se envaró.
—¿Qué diablos te pasa?
—Quiero un cuarto para mi sola —le dijo Josleen.
—¡Y un cuerno!
—Insisto en ello McFersson.
Él se quiso afianzar en su idea de que todo era un juego
para seducirle. Una buena bronca y después una mejor
reconciliación.
—No hay habitaciones libres, señora mía.
—Dudo mucho que eso sea cierto en una torre como
esta. Búscala.
Su insistencia comenzó a irritarle. Se quitó la
chaquetilla y cuando la emprendió con la camisa dijo:
—Sólo quedan libres algunas mazmorras y no me
imagino que quieras...
—Una mazmorra, entonces —cortó Josleen—. La
soportaré hasta que Wain venga a buscarme.
Kyle la miró como si estuviera loca, como si acabara
de confirmar que el mundo había desaparecido por
completo. ¿Qué mosca le había picado?
—No estás en tus cabales.
Josleen, irritada ante su pasividad se arrojó hacia él y
trató de golpearle. Acabó atrapada entre sus brazos.
—Quiero salir de este cuarto, McFersson.
—¿Se te ha olvidado mi nombre? Esta mañana lo
pronunciabas con mucho ardor, mujer.
—Esta mañana —dijo ella entre dientes, notando el
bochorno al recordar que habían estado revolcándose como
posesos sobre la cama— no tenía las ideas claras.
—¿Y ahora sí? —gritó él— ¿Pidiendo una celda?
—¡Cualquier sitio en el que no estés tú, maldito seas
mil veces!
Kyle la soltó como si quemara. Parpadeó, sin entender
qué demonios había sucedido para que ella hubiera
cambiado tan repentinamente. Al despertar, con el cuerpo
delgado y cálido de Josleen junto al suyo, una fiebre de
deseo le atacó sin piedad. Había comenzado a acariciar su
espalda desnuda y ella, medio en sueños medio despierta,
gimió y se entregó a sus besos. Se unieron de un modo
salvaje y él había partido de caza de un humor inmejorable.
Cada instante del día deseó reunirse de nuevo con aquella
mujer que le había robado el alma. Sin embargo, ahora se le
mostraba como una arpía, deseosa de perderle de vista.
—Te quedarás aquí. Punto —dijo con voz ronca.
—Entonces tú te irás a otro lado.
—Ni lo sueñes, princesa. La torre es mía, el cuarto es
mío y lo que hay dentro me pertenece y no voy a dejarlo. —
Llévate tus baúles entonces. Y tu cama —se le enfrentó—.
Yo puedo dormir en el suelo.
Kyle encajó los dientes y trató de ser paciente.
—Me refiero a ti, Josleen.
—¡Yo no te pertenezco!
—¡No me ha parecido eso cuando te he hecho el amor!
La joven le miró fijamente y luego se echó a reír.
—¡Amor! ¿Qué puede saber un hombre como tú de
amor? Alguien que no se preocupa de las necesidades de su
madre, que no atiende a su hijo cuando éste desea más que
nada en el mundo estar a tu lado. ¡Pero dices que a mí me
haces el amor! —quiso soltar una carcajada pero le salió un
gemido de agonía— ¡Eres como un pavo real, orgulloso de
sus plumas, pero al que no le importa si el suelo que pisa
está lleno de excrementos! No, McFersson. Tú no me haces
el amor. Sólo me utilizas para que caliente tu cama y sacie
tu verga. Por eso prefiero una mazmorra que seguir en este
cuarto.
Una nube roja arrasó la cordura de Kyle. El deseo de
agarrarla del cuello y zarandearla para hacerla entrar en
razón fue tan fuerte que incluso dio un paso hacia ella. La
mirada de odio que Josleen le regaló acabó por derrotarle.
Ya había pasado por eso otra vez y no estaba dispuesto a
que se repitiera. De modo que su furia también estalló.
—¡Sea, entonces! Tendrás lo que quieres, mujer. ¡Y
que el diablo te lleve! —de dos zancadas llegó a la puerta y
la abrió golpeando el muro— ¡¡Seil!!
A la carrera, un hombre de aspecto imponente se
acercó.
—Lleva a la prisionera McDurney a las mazmorras.
La orden de Kyle le dejó mudo.
—¿No has oído lo que dije?
—Claro, laird, pero...
—Que ocupe la que está al lado de su escolta —miró a
la muchacha y se encogió de hombros—. Imagino que, al
menos, me aceptarás esa concesión.
Josleen sintió el sabor de la hiel en la garganta. Se
había enamorado de aquel imbécil, pero quedaba claro que
él no lo estaba de ella. De acuerdo que le había gritado, que
le había insultado y dicho cosas atroces, pero podía haber
intentado calmarla, demostrarla que la quería. Sin embargo
apenas había hecho falta una discusión para que él la alejara.
Soportó las ganas de pedirle perdón porque deseaba, más
que nada en el mundo hacerlo y volver a estar entre sus
brazos. Así que, asintió con gesto seco y pasó a su lado con
aires de reina destronada sin siquiera mirarle.
—Seil, lleva su baúl. Seguramente nuestra "invitada"
deseará cambiarse de ropa para las cuatro paredes de su
celda.
Josleen estuvo a punto de echarse a llorar. Pero no lo
hizo.
Capitulo 32

—¡¿Que has hecho qué?!


El grito de Duncan cuando James le dijo al oído lo que
se rumoreaba por toda la torre hizo dar un respingo a uno de
los criados. Como consecuencia, una bandeja de cuencos de
avena para el desayuno se fue al suelo. Kyle miró a su
hermano pequeño con ánimos de asesinarle.
—Modera tus gritos o vete, Duncan.
—¡Por el amor de Dios, James me ha dicho que has
mandado encerrar a Josleen en una mazmorra! ¿Como
quieres que no grite?
—Me molestan los rebuznos —dijo Kyle sin desear
entrar en más detalles.
—De acuerdo, te fastidian mis rebuznos, pero no me
has contestado. ¿Josleen ha pasado toda la noche en una
mazmorra? ¿Es cierto?
Evelyna miraba a Kyle con adoración. Si era cierto lo
que acababa de decir Duncan su problema había quedado
solucionado. La zorra McDurney había ido a parar donde se
merecía y ella volvería a ocupar su puesto sin necesidad de
arriesgarse con un asesinato.

Malcom lanzó una mirada siniestra a su padre. Sabía


que él debía hacer a veces cosas que desagradaban a los
demás, cuando castigaba a alguien por portarse mal, pero no
llegaba a entender qué había podido hacer Josleen para ser
castigada.
En cuanto a Elaine, no levantó la vista de su plato, pero
apretó con tanta furia el trozo de pan que éste de deshizo
sobre la mesa.
—Es cierto —acabó asintiendo Kyle—. La he enviado
a una mazmorra, junto a sus camaradas.
—¿Por qué, por todos los dioses celtas?
—Ella lo pidió.
—¿Lo pidió? —preguntó James, también a voz en grito
— ¿Lo pidió ella? ¡Hermano, serás el jefe del clan, pero eres
también un capullo!
—Nadie en su sano juicio pediría una mazmorra
cuando puede estar libre por todos lados —apoyó Duncan.
—¿Puedo ir a visitarla? —intervino Malcom.
—Puede que te hayas precipitado, hijo —susurró
Elaine.
Kyle encajó los dientes. Luego se incorporó hecho un
basilisco y golpeó la mesa con las palmas de las manos.
—¡Basta ya! —gritó, haciendo callar el aluvión de
protestas—. Josleen McDurney es una prisionera y se acabó.
Está en el lugar que le corresponde.
—Hasta ahora ese lugar era tu cuarto —dijo el pequeño
Malcom con aire inocente.
—Vamos, cariño —intervino Evelyna, tan radiante que
hasta debía haber engordado unos kilos al enterarse de la
noticia—. Tu papá ha hecho lo correcto y no debemos poner
en tela de juicio sus decisiones. A fin de cuentas, esa mujer
debería haber estado desde el principio en una celda, de
modo que... Imagino que se habrá llevado un disgusto al
verse privada de las comodidades —se acercó a Kyle y le
acarició el brazo—. Ya sabes que estoy dispuesta a volver
cuando quieras, cariño. A mí me parece bien que hayas
decidido castigar a esa perra.
Kyle le lanzó otra mirada siniestra. Odiaba quedar
como un ogro cuando la culpa no había sido suya, pero le
dolía más que todos pensaran que estaba castigando a
Josleen.
—Josleen prefirió una mazmorra a mi cama, Evelyna.
Yo no la castigué. No ha hecho más que proporcionarme
placer, de modo que ¿por qué iba a hacerlo? —miró al resto
— ¿Estáis satisfechos?
Antes de que nadie respondiese, salió del comedor a
largas zancadas.
—Va a coger una curda impresionante —dijo James.
—Yo en su lugar haría lo mismo —asintió Duncan.
—¿Por qué los mayores lo arreglan todo con whisky?
—quiso saber Malcom.
Elaine tomó al pequeño y lo puso sobre sus rodillas
mientras Evelyna se marchaba hecha una fiera. La mujer
regaló una mirada de pena a la joven. Realmente la tenía
lástima, porque ella había adivinado desde hacía días que su
hijo estaba enamorado como un becerro de Josleen y ni
Evelyna, ni nadie, podría arrancarle ya de los brazos de
aquella McDurney altiva pero encantadora.
—Cielo —le dijo al pequeño—, te falta mucho aún
para entender todas las tonterías que hacen los adultos.
Hasta yo, con lo vieja que soy, aún no lo comprendo.
—Tú no eres vieja, abuela. Eres la mujer más guapa de
la tierra. Serman lo dice, se lo he escuchado.
Elaine se atragantó. Se puso roja como la grana.
James y Duncan, al ver su reacción, prorrumpieron en
carcajadas.
ÒÏ ÒÏ ÒÏ
Josleen había lamentado ya un millón de veces su
terquedad. Perder los nervios la había llevado a pasar
aquella larga noche en la celda. Aunque estaba
medianamente limpia y había podido conversar a través de
las rejas del ventanuco con Verter y los demás, la estancia
allí se le hizo insoportable.
Aún así, soportaría cualquier cosa con tal de no caer de
nuevo bajo el embrujo de Kyle. No podía rendirse,
simplemente. Su orgullo valía más que cualquier
comodidad.
Pero durante aquella noche no sólo echó en falta el
calor de las mantas en la cama de Kyle, sino el calor de su
cuerpo. Kyle solía dormirse abrazándola por la espalda,
poniendo una de sus musculosas piernas sobre las de ella; en
aquella postura se entregaban al sueño reparador, casi
siempre después de una batalla de pasión.
Al recordar los labios de Kyle, sus caricias, su cuerpo
cálido y dorado, los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Josleen.
La voz de Verter la hizo volver a la realidad. A la
realidad de su confinamiento, de su celda.
—Sigo aquí —contestó.
—¿Has descansado algo?
—Como un bebé —mintió con descaro.
Verter guardó un profundo silencio.
—Voy a arrancar al maldito McFersson lo que tiene de
hombre y lo quemaré como ofrenda a los dioses — gruñó el
guerrero—. Encerrarte aquí no tiene...
—Verter, ya te dije que yo se lo exigí. No debes
reprocharle nada a él.
—¡Aunque así hubiese sido, cosa que dudo! ¿Qué
hombre que se precie encierra a la hermana de Wain
McDurney en una condenada mazmorra? Lo mataré por eso.
—No insistas, por favor —pidió ella con voz cansada
—. ¿A qué hora traen el desayuno?
—¿Tienes hambre? —
Anoche no cené.
—¿No te dio de cenar el muy bastardo? —estalló
Verter sacudiendo los barrotes de su puerta— ¡Lo
mataré!
Josleen estalló en nerviosas carcajadas al escucharle
barruntar de nuevo. Verter parecía inagotable en cuanto a
maldecir o amenazar.
—Déjalo ya, amigo mío—. Lo vas a matar tantas veces
que no podrás hacerlo con una sola existencia y tendrás que
vivir varias veces para poder cumplir tus amenazas.
Verter se calló pero luego le escuchó reír.
La puerta que accedía a la primera galería de
mazmorras se abrió y un par de hombres entraron
empujando un carrito lleno de cuencos, hogazas de pan y
odres de agua. Josleen se aupó hasta los barrotes al percibir
el olor de la comida. Lo cierto era que estaba famélica.
Uno de los guardianes la ordenó que se alejase hasta el
fondo de la celda antes de abrir y dejar su comida en el
suelo. Justo cuando abría la puerta de la celda, una voz
imperiosa ladró haciendo respingar al carcelero.
—¡Aparta esa bazofia, Segmun! —ella identificó de
inmediato la voz de James y se atrevió a llegar hasta la
puerta.
—Buenos días, princesa —saludó el joven, sonriente
—. Duncan y yo pensamos que no te agradaría el desayuno
de los reclusos y hemos robado algo de las cocinas.
James le mostró un plato en el que llevaba un ave
asada. Duncan, a su lado, adelantó una jarra de vino y un
enorme trozo de pastel. Josleen se echó a reír, con los ojos
enceguecidos por lágrimas de agradecimiento.
—Sois muy amables, pero ¿acaso vuestro hermano os
ha dado permiso para traer esto a vuestra enemiga?
—¡Ese mastuerzo! —gruñó Duncan, entrando en la
celda como si estuviese en su propio cuarto— Vamos, ven a
desayunar. Liria dijo que anoche retiró tu bandeja intacta.
Te había preparado el pastel antes de enterarse de que ese
gilipollas que tenemos por hermano te había encerrado aquí
abajo. Nos lo dió ella. Ya sabes que te estima. ¿Y vosotros a
qué esperáis? —les increpó a los dos carceleros que les
miraban absortos. De inmediato comenzaron a pasar la
comida a la celda de los hombres.
Duncan y James se acomodaron en el borde del
camastro.
—Poneros cómodos, por favor —bromeó Josleen.
—No seas irónica, princesa. Siéntate y come —dijo
James—. Estás flaca como una rama. Y el ave se enfría.
—¿Compartiréis mi desayuno?
—Ya hemos desayunado.
—Pero si insistes —sonrió Duncan arrancando un
muslo doradito.
—¡Duncan, por Dios, sólo piensas en comer!
Josleen, divertida a pesar de todas sus penurias, se
sentó en el único taburete que había en la celda, dispuesta a
disfrutar del desayuno y de la compañía. Pensó que aquellos
dos no eran tan necios como parecían y que tenían buen
corazón. Pero no había engullido el primer bocado cuando la
voz airada de Elaine les hizo volverse a los tres. —Malcom,
cariño, no corras; el suelo está resbaladizo y puedes hacerte
daño.
Escucharon el saludo nervioso de los guardianes
cuando la señora de Stone Tower irrumpió en las mazmorras
precedida del hijo del jefe del clan. Un segundo después,
Elaine asomaba por la puerta, con Malcom a la zaga. Se
quedaron parados al ver a los otros.
—¡James! ¡Duncan! ¿Qué hacéis aquí?
—Se nos han adelantado, abuela —gruño Malcom,
haciendo un gesto de fastidio tan idéntico al de su padre que
a Josleen se le encogió el corazón.
—Ya lo veo. Ave, vino y pastel —dijo mostrando la
bandeja que ella traía en las manos y que contenía
exactamente lo mismo—. Pero nosotros hemos traído leche
en lugar de vino.
Algunas risas inundaron la celda de Verter y Josleen se
aguantó la risa. Oh, Dios, nunca había conocido a gente
igual. Allí no había control. Cada uno de ellos se saltaba las
normas cómo y cuando les apetecía.
—Es mucho para mí sola —dijo, secándose las
lágrimas—, de modo que... ¿qué os parece si hacemos algo
así como un desayuno campestre?
—¡Pero si no estamos en el campo!
—Calla, mocoso —rió fuerte James—, y busca algo donde
sentarte. Este va a resultar el desayuno más entretenido de
toda mi vida.
Entre risas y bromas, dieron buena cuenta de todo. Al
acabar, todos parecían remisos a marcharse. Elaine puso su
mano en el hombre de Josleen.
—¿De veras no quieres salir de aquí, niña?
—Creo que no —mintió—. Estoy mejor lejos de él.
—Pero, hija...
—No insista, Elaine, se lo ruego. Haría más difícil mi
decisión.
—Como quieras —suspiró la madre de Kyle—. Me
encargaré de que tengas buena comida y algo más
confortable que ese apestoso camastro.
Josleen asintió sin decir palabra por miedo a
prorrumpir en sollozos. Se agachó y dió un beso en la
mejilla de Malcom.
—¿Y nosotros? —protestó Duncan.
Ella les sonrió con dulzura y regaló otro beso a cada
uno de los tíos del pequeño. De repente, sintió que aquellos
maleducados muchachos, que el niño, que incluso Elaine,
podrían formar parte de su familia, y ya no pudo aguantar
las lágrimas. Se abrazó a la mujer y ella la reconfortó lo
mejor que pudo acunándola como a una chiquilla.
Cuando los cuatro se marchaban, se escuchó el
bramido de Verter:
—¡Señora, dígale a su condenado hijo, que voy a
arrancarle las tripas y secarlas al sol en cuanto me lo eche a
la cara!
Tanto a Verter como a Josleen les asombró la apagada
respuesta de la dama.
—Y le estaría bien empleado, por idiota.
Capitulo 33

Kyle dio una vuelta en el lecho, calculó mal y se


estrelló contra el duro suelo. Se levantó soltando una
retahíla de obscenidades. Cuando el sol que entraba por el
ventanal le dio en los ojos hizo un gesto de dolor y volvió a
maldecir a voz en cuello.
La noche anterior había cogido un odre de whisky, se
había largado de Stone Tower, buscado un lugar apartado y
había bebido como un condenado imbécil. Ni siquiera
recordaba cómo había regresado a su cuarto.
Lo que sí recordaba con nitidez era que lo había
encontrado vacío. Que Josleen estaba encerrada en una
celda por propia voluntad y que él no podía tenerla en sus
brazos. Gritó, pidiendo más bebida. No sabía si alguien se la
proporcionó o la había conseguido él, pero a los pies de la
cama había una jarra vacía. Le estallaba la cabeza, tenía la
boca seca y con seguridad le saldría un cardenal por caerse
del lecho. Estaba claro que había cogido una borrachera de
campeonato.
No se emborrachaba de aquel modo desde aquel día en
que Malcom le preguntó por Muriel y él escapó de Stone
Tower. El día en que acabó prisionero de los condenados
McFersson. El día en que ¡maldito fuese! había conocido a
Josleen.
Llevándose las manos a la cabeza y moviéndose
despacio, salió fuera. El alarido de James, llamándole, le
hizo proferir un gemido de dolor y se encogió, apoyado en
la barandilla que daba al patio.
James llegó a la carrera.
—Kyle, un grupo de...
—Cállate, por Dios —suplicó.
James observó a su hermano mayor, al laird del clan, al
hombre capaz de arrancarle la cabeza a cualquier guerrero, y
sonrió de oreja a oreja al ver su lamentable estado. Lejos de
sentir lástima, le arreó una palmada en la espalda en señal de
saludo y se regocijó al escucharle sollozar.
—¿Dormiste bien, hermano?
Kyle estaba a punto de vomitar por la sacudida y el
dolor de la cabeza se tornó insoportable.
—Dios...
—Ya veo que no —dijo James.
—Por tu vida, guarda silencio —le pidió Kyle.
James aguantó la risa y dijo:
—Un grupo de mujeres quiere hablar contigo.
—No quiero recibir ahora a nadie —susurró—. Trae
algo de beber, James, muchacho. Tengo una resaca de mil
diablos.
—Tu deber como laird es atenderlas...
—¡Por todos los dioses, James, no estoy para...! —su
propio grito le hizo encogerse y caer de rodillas— ¡Oh,
joder! —esperaba que su hermano le quitase de encima
la obligación de atender a aquellas comitiva de
mujeres, sólo el diablo sabía qué querían ahora pedir,
pero el otro parecía muy divertido con su espantoso
estado y poco dispuesto a hacerle el favor, de modo
que le miró echando chispas por los ojos—. Dame al
menos una hora.
—Media.
—James...
—Nadie te dijo que accedieses a hacer algo tan
estúpido como meter a esa muchacha en una celda. Nadie,
por tanto, es culpable, más que tú, de tu borrachera. No,
hermano, no voy a darte más de media hora; las mujeres
parecen muy interesadas en verte y yo no tengo la
obligación de atenderlas.
Le hubiese matado.
Le hubiese arrancado la cabeza.
Le hubiese...
Qué demonios, tenía razón, se dijo. Él y sólo él, era
culpable de lo que estaba sufriendo. Asintió con cansancio.
—Pide al menos que me preparen un baño. En el cuarto
adjunto a la cocina. Por favor.
—Dalo por hecho.
James se alejó para hablar con el grupo de mujeres.
Tan pronto llegó a las dependencias inferiores, buscó
algo de beber. Sabía por propia experiencia que una resaca
se quitaba con algo fuerte. Encontró un excelente brandy
inglés que sólo Dios sabía quien lo había llevado a la torre y
bebió largamente de la botella. El alcohol le cayó en el
estómago como una piedra. Al principio no pareció causarle
efecto, pero un minuto después hubo de salir a escape y
vomitó hasta la primera cerveza que se echase al gaznate
años atrás. Pero luego se sintió mejorado y aunque el dolor
de cabeza no había remitido lo más mínimo, al menos su
estómago no era un saltimbanqui y sus ideas comenzaron a
despejarse.
Se bañó con rapidez y luego esperó en el salón
principal hasta que James apareció con las mujeres.
Kyle las miró deseando que desapareciesen de un
plumazo, pero trató de comportarse como correspondía.
Eran diez. La que tomó la palabra era Helen Garren, la
mujer del herrero.
—Milord —dijo ella con voz fuerte, haciendo que Kyle
se encogiese ligeramente—, deseamos pediros un favor —él
asintió, sin ánimos de abrir la boca—. Nos gustaría que la
muchacha McDurney enseñara a nadar a algunos de
nuestros hijos.
La petición hizo que Kyle parpadease. Tragó con
dificultad y objetó:
—Cualquiera de vuestros hombres puede hacerlo.
Imagino que más de uno sabrá nadar.
—No son demasiados, laird. Y ellos tienen otras tareas que
atender o no están por la labor. Por eso hemos pensado en la
dama.
—Ya.
—La laguna de Chilly sería un lugar perfecto.
Kyle meditó un momento. Y estuvo a punto de besar a
la mujer, porque acababa de darle una magnífica excusa
para poder sacar a Josleen de la celda. Aunque desde luego
pensaba hacerla pagar su cabezonería y su propio malestar.
Pero no sería hasta el día siguiente. No. Una noche más en
la mazmorra la haría recapacitar.
—No puedo afirmar que aceptará.
—Estamos seguras de que lo hará, laird. La hemos
observado desde que la trajisteis. Sólo tendréis que decirle
que con ello evitará que suceda lo del otro día.
Kyle asintió. Helen hizo una ligera inclinación con la
rodilla derecha y con un gesto autoritario indicó a las demás
que la audiencia había finalizado.
James se aproximó a su hermano cuando todas
hubieron salido y se sentó a su lado.
—¿Qué vas a hacer? No será lógico que la mujer que
enseñe a nuestros cachorros a nadar, siga durmiendo en una
celda.
—Púdrete, hermano —gruñó Kyle.
El laird de Stone Tower llevó a cabo su palabra de no ir
a buscar a Josleen aquel día. Una dura batalla para él,
porque además de estar deseando tener de nuevo a la joven,
todos y cada uno de los miembros de la torre le hicieron el
vacío aquella noche. A la hora de la cena, James y Duncan,
al ver que Josleen no estaba en el salón, buscaron una
excusa y se marcharon. Kyle fue incapaz de prohibirles
nada, y casi lo agradeció, conociendo como conocía a
aquellos dos. Sin embargo, la trivial excusa de su madre
para ausentarse también de la mesa un segundo antes de que
comenzasen a servir las viandas, le escoció como un chorro
de vinagre en una herida. Sobre todo, porque la mujer se
llevó consigo a Malcom y el pequeño pareció incluso
satisfecho de alejarse de su progenitor.
Kyle hubiera dado cualquier cosa por tener compañía
aquella noche. Incluso hubiese aceptado de buen grado la
presencia de Evelyna, pero la muchacha ni se personó en la
torre, dolida sin lugar a dudas por sus desplantes.
Por si el desprecio de su propia familia fuese poco, los
criados se sumaron a la rebelión sirviéndole una cena fría y
sosa que no le habrían dado ni a un pordiosero y un vino
aguado. Cató un muslo de ave y lo devolvió a la bandeja,
asqueado y malhumorado.
Reclinado en el asiento y sin ganas de probar bocado,
Kyle pensó seriamente en lo que estaba sucediendo en su
mundo desde la aparición de la hermana de Wain. Aquella
muchacha había conseguido poner todo patas arriba sin
siquiera mover una ceja. Sin duda hubiese sido un gran líder
de haber nacido varón, porque tenía el coraje de un guerrero,
la mirada de un valiente y la sensibilidad de una mujer,
combinación francamente diabólica para un hombre como
él, acostumbrado a hacerse obedecer con una simple mirada.
Josleen había conseguido que James y Duncan se portaran
decentemente, que Malcom estuviera más ilusionado de lo
que le había visto jamás, y lo que era más importante, que su
madre sonriese. No la había visto sonreír desde que enviudó.
Amén de todo eso, las mujeres del clan la solicitaban como
profesora deseando poner la vida de sus críos en sus manos,
a pesar de saber que pertenecía a un clan con el que la
enemistad duraba desde tiempos de su bisabuelo. Y los
criados la adoraban.
Retiraron las bandejas intactas. Kyle bajó a las cocinas,
donde Liria le regaló una mirada airada y no le dirigió la
palabra, buscó una jarra de whisky y, mirando críticamente
la vasija, se dijo que una borrachera más carecía de
importancia. A fin de cuentas, nadie parecía desear su
compañía y Josleen estaba en una celda. ¿Qué otra cosa
podía hacer un hombre en aquella situación, sino beber?
Capitulo 34

A pesar del whisky no consiguió pegar un ojo en toda


la noche y tan pronto clareó decidió que la tozudez de
Josleen había durado ya suficiente. Y la suya también. Si
ella quería permanecer en una mazmorra, él no iba a
consentirlo. Necesitaba regresarla a su habitación, a su
cama. Y acabar con el desdén que le regalaba cada miembro
del clan cuando se cruzaba con él.
La sorpresa que se llevó cuando le abrieron la puerta de
la celda fue mayúscula. Observó todo con ojos muy abiertos
y se dijo que si aquel lugar había sido en alguna ocasión una
maloliente mazmorra, él debía ser el rey de la cochina
Inglaterra.
Josleen no sólo tenía un colchón de lana bien mullida
sobre el estrecho catre, sino sábanas y mantas, una
palangana, una jofaina con agua fresca y una mesa con
viandas recién cocinadas. Desde luego, mucho mejores que
las que le sirviesen a él la noche anterior.
Soltó una blasfemia entre dientes.
Ella, que no esperaba verle, irguió el mentón con gesto
orgulloso, aunque repentinamente insegura. Ahora, él
ordenaría que se llevaran todos y cada uno de los utensilios
que Elaine había ordenado bajar a la celda. No era sino una
prisionera y era lo normal. Sólo esperaba que la mujer no
fuese castigada por haber tratado de hacer su estancia más
confortable.
Kyle fue incapaz de hablar. Estaba tan hermosa y
lozana como si acabara de pasar la noche en un colchón de
plumas de ganso. Cualquier otra mujer, después de haber
estado encerrada allí, habría suplicado su libertad. Pero no
Josleen McDurney. Aquella muchacha tenía madera, por
todos los diablos.
—¡¡McFersson!! ¡Si estás ahí, acércate a vernos el
culo! —se escuchó el bramido de Verter desde la otra celda.
Kyle encajó los dientes. Los latidos de su cabeza no
soportaban aún los gritos y comenzó a pensar muy en serio
sacar a aquel jodido McDurney y colgarle de un árbol. De
todos modos, dando un vistazo a Josleen se encaminó hacia
la otra mazmorra y se asomó al ventano enrejado.
—¿Qué quieres, escoria?
—Ver la cara del hombre que se ha atrevido a encerrar
a mi señora en una celda —repuso el otro—. Para que no se
me olvide cuando te atraviese con mi espada.
Kyle cerró los ojos y agachó la cabeza para que no le
viesen sonreír. Aquel bravucón le hacía gracia en realidad.
No cesaba nunca de amenazarle. Tan cabezota como la
propia Josleen.
—¿Me has escuchado? —tronó de nuevo Verter.
—Te he escuchado, sí. Hasta un sordo lo haría.
—Entonces estás avisado McFersson.
Kyle suspiró y asintió, dándole la espalda.
—¡¡Si te acercas a ella, demonio, voy a...!!
—¡¡Si sigues rebuznando, Verter, acabarás con mi
paciencia!! —gritó Kyle, desesperado.
—¿Y qué harás, jodido bastardo? ¿Matarme?
Ya en la puerta de Josleen, Kyle sacudió la cabeza y
murmuró casi en tono bajo:
—Mandaré que te corten la lengua, lo juro.
La amenaza fue un jarro de agua fría para Verter, que
guardó un silencio sepulcral. Josleen no pudo reprimir la
risa y Kyle vió, como en un sueño, trasfigurarse su rostro.
Sus ojos, convertidos en dos lagos azul verdoso, acabaron
arrasados por las lágrimas. Cuando se le pasó el ataque de
risa y le miró, no pudo hacer otra cosa que sonreírla.
—De verás que lo haré —dijo—. Me tiene harto.
Josleen carraspeó, se enjuagó las lágrimas con los
dedos y se mantuvo a distancia. El trozo de cielo que se veía
desde el corte infringido en el techo era terriblemente azul y
ella deseó poder volver a sentir el calor del sol en sus
mejillas. Pero no iba a ceder ni un palmo. Su orgullo no la
permitía...
—Quiero que salgas de aquí.
La petición de Kyle la hizo girar en redondo. Supo que
él lo decía en serio, que no era una broma o un capricho. Le
observó con detenimiento y se preguntó qué habría estado
haciendo desde que la bajó a la celda. Daba la impresión de
haber peleado con varios hombres, estaba sin afeitar, e
incluso hubiese jurado que no había dormido. Las oscuras
ojeras alrededor de sus ojos dorados eran clara evidencia de
cansancio.
—Yo no, McFersson —repuso, volviéndole la espalda.
Los dientes de Kyle rechinaron de tal modo que ella lo
escuchó. Esperó un nuevo ruego, hubiese adorado
escucharle suplicar. Kyle no dijo nada y ella aguardó en
vano.
De pronto, dos fuertes brazos la alzaron y la echaron
sobre un hombro duro como el granito. Entonces gritó y
pataleó, pero Kyle la tenía bien sujeta y ya salía a grandes
zancadas.
—¡Suéltame!
—Ni lo sueñe, señora mía.
—¡Suéltame, te digo!
Kyle cruzó frente a la celda de los hombres y escuchó
un graznido general cuando los del clan McDurney se
dieron cuenta de lo que sucedía.
—¡Maldito cabrón!
—¡Deja a la muchacha!
—¡McFersson, voy a matarte! —se escuchó el bramido
inconfundible de Verter.
Kyle frenó sus largos pasos y se giró, con su preciado
cargamento al hombro. Su mirada fue un relámpago al
mirar el rostro de Verter tras las rejas del ventano.
—Primero protestas porque la dejo en una celda.
Ahora porque la saco. ¡Quién te entiende, hombre!
—¡Ella no quiero ir contigo!
—¡Me importa un bledo lo que ella quiera! ¡Y dos lo
que queráis vosotros! Recordad que sois mis prisioneros y
que aún puedo decidir prescindir de un suculento rescate y
mandar que os cuelguen a todos. Pero Josleen viene
conmigo.
—¡Te mataré! ¡Te sacaré las entrañas y...!
—¡Cállate de una vez o acabarás en una celda, solo y
amordazado!
—¡De todos modos te sacaré las tripas! —se desgañitó
el otro.
Kyle se alejó rumiando un:
—Vete al infierno.

ÒÏ ÒÏ ÒÏ
Hubo de luchar a brazo partido con ella cuando la
depositó en el suelo, porque parecía obsesionada en
arrancarle los ojos de la cara y lo intentó enconadamente.
Sólo después de zarandearla con fuerza de los hombros y
gritarle por dos veces que las mujeres habían pedido su
ayuda, Josleen se quedó quieta. Se fue calmando poco a
poco. Su pecho, su glorioso pecho pequeño y turgente, que
él recordaba tan vívidamente haber saboreado, se movía
acelerado por la respiración.
Kyle hubo de hacer un esfuerzo para quitar los ojos del
escote y mirarla a la cara.
—¿Mi ayuda? —preguntó al fin Josleen.
—Quieren que... Preguntaron si... —carraspeó,
incómodo—. Decidieron que podías ser una excelente
profesora para ellos.
—¿Enseñarles?
—A nadar.
—Oh —se le encendió el rostro y tuvo deseos de
besarla allí mismo, pero algunos ya les miraban intrigados
por la discusión. Pelear con Josleen parecía haberse
convertido en algo habitual y Kyle hubiese jurado que
aquellas escaramuzas incluso divertían a los suyos. Acaso
porque nunca antes conocieron a nadie que se hubiera
atrevido a enfrentarse con él—. Así que quieren que les
enseñe a nadar.
—Eso dijeron.
Josleen suspiró, tan profundamente, que su pecho casi
escapó de los confines del escote y Kyle hubo de cerrar los
ojos. Santo Dios, jamás una simple mujer, con un gesto tan
sencillo como el de respirar, le había hecho sentirse así.
Estaba embrujado por ella.
—El río es peligroso —la escuchó decir al cabo de un
momento—. Hay corrientes.
—Existe una laguna a una milla. Ellas piensas que es
el lugar ideal para que los críos aprendan. Dijeron que no te
negarías —murmuró mientras veía de reojo que los mirones
se congregaban ya en buen número.
—Podría negarme. Pero imagino que tienes un
argumento inmejorable para convencerme —repuso ella,
desdeñosa.
—Yo no. Ellas. Evitar una desgracia, como la que pudo
sucederle a aquella pequeña.
Josleen alzó las cejas y le miró con detenimiento. A
pesar de las profundas ojeras, su desaliño y la crecida barba
de dos días, era el hombre más atractivo que jamás conoció.
Su estatura, su complexión y aquel tono dorado de su
cabello, sus ojos y su piel, la dejaban muda. Kyle lucía
aquella mañana el kilt típico escocés y había dejado
olvidados los pantalones que solía utilizar cuando salía de
incursión. La tela le permitía, por tanto, ver unas piernas
robustas y hermosamente formadas desde donde terminaba
la tela hasta el inicio de unas cortas botas de cuero marrón.
La camisa, amplia y blanca, aunque arrugada, abierta en el
pecho, la dejaba admirar el vello que le cubría aquellos
pectorales perfectos y duros. Sintió cosquillas en las palmas
de las manos al recordar el tacto de su cuerpo.
Acabó, como no, aceptando. Y la voz se corrió de
inmediato, llegando más allá de las murallas de la torre y
extendiéndose por la aldea que circundaba la colina.
Para Kyle fue un respiro que ella admitiese, además,
regresar a la torre, aunque exigió otra vez una maldita
habitación independiente. El accedió, pero se juró
mentalmente que Josleen no dormiría aquella noche sola.
Lo juró por todos sus antepasados y cuando un McFersson
juraba por eso, ni el cielo ni el infierno conseguían que
incumpliese su palabra.
Josleen, por descontado, no lo sabía.
Capitulo 35

Sheena caminó con paso elegante, como todo lo que


hacía, hacia el hombre con el que había compartido los
últimos dos años de su existencia. En realidad, con el
hombre con el que había comenzado a vivir de veras, porque
se sintió realmente viva cuando le conoció, a pesar de las
extrañas circunstancias.
Wain la había raptado para conseguir un rescate y el
sometimiento de su clan después de seis meses de
constantes escaramuzas. Pero acabó haciendo una boda y
una alianza que benefició a ambas partes.
El laird del clan McDurney la vio acercarse mientras
entrenaba con sus hombres. La sonrió, se despisto...y le
costó perder su espada en el ataque repentino de su rival y
acabar con el trasero en el suelo y su orgullo malparado
cuando los hombres acogieron con algarabía su derrota.
Lejos de enfadarse, Wain volvió a ponerse en posición
vertical, abarcó a su esposa por la estrechísima cintura y la
besó en la boca. Las risas les rodearon y ella se sintió
encantada. Puso una mano en el pecho poderoso de Wain y
le sonrió con ternura.
—Ha venido un hombre de McCallister —le informó.
La mirada de Wain se dulcificó aún más. Aparte de
Sheena, amaba a su madre y a su hermana más que a nada y
aquella visita significaba que traía noticias de ellas.
—¿Le atendiste?
Ella, riendo por lo que sabía era una broma, porque era
conocida como una anfitriona inmejorable a pesar de su
juventud, hizo como que golpeaba el mentón de su esposo.
—No quiso más que un poco de vino.
Wain se volvió hacia sus hombres y dijo:
—Es suficiente por hoy, muchachos.
Atrayéndola por los hombros, se encaminaron hacia la
torre sin dejar de dedicarse miradas tiernas. Wain se admiró
de encontrarla cada vez más bonita. Su cara había adquirido
un tono nacarado, sus ojos eran más luminosos y su piel se
había tornado más suave, como si toda ella estuviese
sufriendo una transformación. Como un pavo real, se dijo
que era su amor el que la hacía estar cada día más hermosa.
Poco se imaginaba que ella estaba a punto de decirle que la
pócima no era otra que estar esperando un bebé. Pero
primero eran sus deberes como laird del clan y la joven lo
sabía, dado que Wain pensaba reunirse, como todos los
años, con los clanes amigos para reforzar sus juramentos de
cooperación y ayuda en caso de guerra. Para no distraerle,
decidió que esperaría a que él volviese de aquella entrevista.
Apenas tenía tres meses de embarazo y aunque deseaba ver
el rostro de Wain cuando supiese que iba a tener un
heredero, soportaría la espera.
Wain saludó efusivamente al enviado del hombre con
el que su madre había decidido compartir un segundo
matrimonio. Después de ver al laird, el sujeto aceptó comida
y más bebida y dió saludos en nombre de su jefe y de Alien,
la madre del joven laird.
—¿Y mi hermana? —preguntó, bromeando Wain
mientras saboreaba una buena jarra de cerveza— ¿Tan
pronto se ha olvidado de nosotros desde que se cobija bajo
las faldas de mi padrastro?
El gesto de estupor del enviado alertó a Sheena, que
dejó de comer, aunque su apetito en el último mes había
aumentado de forma alarmante.
—¿Vuestra hermana, laird? Casualmente lady Alien
me rogó que la apurase. Lady Helen se encuentra ya en
avanzado estado de gestación, de hecho está a punto de dar a
luz y desea tenerla allí antes de que la criatura...
—¡¿Qué estas diciendo?¡—el bramido de Wain hizo
retumbar las paredes.
Enterarse de que Josleen y sus hombres jamás llegaron
a la fortaleza de los McCallister llevó a Wain menos de dos
minutos. Cinco más para sacar conclusiones: dos días
después de marcharse Josleen, había recibido noticias de la
aldea de Mawbry de un robo de ganado y uno de los
hombres juró que el grito de guerra y los tartanes de los
atacantes eran McFersson. Y menos de media hora poner a
todos sus hombres en pie de guerra. La voz de que lady
Josleen había sido, indiscutiblemente, raptada, se extendió
como pólvora por todos lados y muchos labradores,
desconocedores de las armas, tomaron sus guadañas y
trataron de unirse al nutrido grupo de guerreros que iba a
salir en su busca.
Por fortuna, Sheena hizo entrar en razón a Wain,
indicado que aquellos hombres no estaban preparados para
una confrontación y él los hizo regresar a sus casas. Dejó un
pequeño destacamento armado para defender Durney Tower
durante su ausencia y se dispuso a partir.
Montado ya en su caballo, sintió en su pierna el tacto
de una mano. Bajó la cabeza y vio los ojos llorosos de su
esposa. Se agachó y la beso con dulzura en los labios.
—Seca esas lágrimas, mujer, porque voy a traer a mi
hermana sana y salva —le juró.
—Tráela a ella, Wain, pero regresa también. No quiero
que mi hijo nazca sin padre.
La repentina noticia de un vástago hizo brincar el
corazón del joven laird, que sonrió, la alzó hasta su posición
y atrapó la boca de ella.
—Tendrá a su padre y a su tía, mi amor. Te lo juro por
el honor de los McDurney.
Sheena escuchó luego la voz poderosa de su marido
dando instrucciones a varios hombres para que se dirigiesen
al territorio de los clanes amigos y se congregasen con ellos
a las orillas del río que hacía frontera con el de los
McFersson. La joven les vio partir sabiendo que en menos
de dos días, los McCallister y los Gowan se unirían a ellos.
Suficientes hombres como para comenzar una guerra en
toda regla.
Rezó para que nada le pasase a Wain. Le despidió con
la mano y saludó también al tipo que iba a su derecha. Barry
Moretland la miró fijamente e hizo una suave inclinación de
cabeza. Había escuchado las palabras de ella anunciando al
jefe del clan la venida de un heredero. Pero él sabía que
Wain no regresaría de la guerra con los McFersson, porque
se encargaría particularmente de ello. Había deseado aquella
confrontación y por fin había llegado. Sólo esperaba que
cuando llegasen a Stone Tower Josleen hubiese sido ya
eliminada por aquella perra celosa de Evelyna Megan.
Entonces, no quedaría nadie salvo Sheena, a quien le sería
más fácil hacer desaparecer que atravesar un río seco. O tal
vez decidiese quedarse con ella porque era hermosa y no tan
arisca como la hermana de Wain. Pero desde luego no se
quedaría con el hijo de aquél. No, el niño debería ser
eliminado apenas nacer, ya buscaría el método más sencillo.
Entonces, él sería el nuevo laird de los McDurney por
derecho de sangre, aunque fuese bastardo.
Capitulo 36
Al acabar la tarde, Kyle se dio cuenta de cuánto había
disfrutado, simplemente, por observarla.
Josleen había conseguido hacer de aquella primera
clase de natación una verdadera fiesta para los chiquillos,
que gritaron, se zambulleron y rieron sin pausa. Las madres
vigilaban atentamente a sus vástagos, pero animadas por el
curso de la clase y por el amor y dedicación que la
McDurney regalaba a cada pequeño. Tanto ellas como
Josleen participaron en el jolgorio de la chiquillería y
terminaron tan empapadas como los niños.
Cuando dio la primera clase por finalizada, Kyle supo
que las mujeres de su clan irían a la guerra si Josleen se lo
pedía. La protestona hermana de Wain se había metido a
todas en el bolsillo.
No le sorprendió el modo en que la acogieron entre
ellas, porque a él le había robado el corazón hacía tiempo.
Lo que le pilló desprevenido fue que corriera hacia él y
le estampara un beso en la boca mientras reía y estrujaba su
falda chorreando.
Y más aún le asombró, cuando al entrar en el salón, se
encontró a toda la familia aguardándoles.
James y Duncan sonreían como idiotas, Elaine se había
acicalado como hacía tiempo que no se arreglaba y estaba
radiante y joven, mucho más joven porque sus ojos tenían
un brillo de alegría que Kyle creyó perdido para siempre. En
cuanto a Malcom... Parecía un hombrecito y no apartó la
mirada de él, como solía a hacer con frecuencia. Para su
total regocijo, el pequeño decidió que su lugar era a su lado
derecho, cuando hasta entonces había preferido sentarse lo
más alejado posible, protegido por las faldas de su abuela.
La cena —aquella noche caliente y jugosa—
transcurrió entre bromas sobre la clase de natación y cuando
surgió en la conversación el nombre de Wain, Josleen tuvo
la prudencia de no sacar a colación el tema de su rescate. Si
Kyle ya se sentía atraído por ella, cuando todos se
marcharon y les dejaron a solas, se encontraba
completamente fascinado. Por supuesto no quiso aceptar que
se había enamorado y se intentó convencer de que era
solamente un capricho transitorio.
En silencio, subieron las escaleras. Sin tocarse. Casi
como dos extraños. Kyle, rabiando por estrecharla entre sus
brazos; Josleen, agobiada por si él decidía darle una
habitación particular. ¡Era un idiota! Porque al mirarle de
soslayo, viéndole caminar con ese aire seguro, gatuno,
saboreando el poder que emanaba sin proponérselo, se
preguntó si sería capaz de decirle que había estado
equivocada y no quería ya ocupar otro maldito cuarto. Le
deseaba de un modo irracional y puesto que ya había
perdido su honra en su lecho, ¿tenía mucha importancia
volver a caer, cuando toda ella vibraba por abrazarlo?
Kyle hizo honor a su palabra y la condujo hacia una
habitación al final de la galería. Abrió la puerta y tras tomar
una antorcha de la galería, entró, dejó la luz en una de las
argollas de la pared e hizo un ademán invitándola a pasar.
Josleen tragó saliva e inspeccionó la pieza. Sus pies estaban
varados. No era un cuarto demasiado grande, pero sí
cómodo. La cama era amplia, había un bonito cofre a los
pies y el baúl con sus pertenencias descansaba bajo la
ventana abierta, por la que entraba una suave brisa y el olor
agradable e inconfundible de los brezos.
—Gracias —musitó, totalmente decepcionada.
Se volvió, extrañada de que él no dijese palabra. Y el
aliento se le escapó. Kyle la miraba con los ojos cargados de
deseo. Había apoyado un pie sobre el cofre y tenía los
brazos cruzados sobre la rodilla. Los ojos de Josleen volaron
hacia los músculos tensos y de nuevo se dio cuenta de que
todo en él la embrujaba. Se le secó la boca al pensar en
volver a acariciar aquel cuerpo imponente, pasar sus dedos
por los brazos, por el pecho medio desnudo, por las caderas
y las piernas. Recordó sus prietas nalgas y casi se ahogó con
su propia saliva. Todo en Kyle gritaba vitalidad y virilidad.
Era puro sexo. Y ella era vulnerable, aunque no quería serlo.
Al verle sonreír le maldijo mentalmente. Era inhumano ser
tan atractivo. De nuevo disculpó los celos de Evelyna
Megan, porque ella los sentía ahora con pensar que alguna
otra mujer lo había tenido antes.
—¿Me darás un beso de buenas noches?
Su voz, aterciopelada y sensual, envió aguijones de
deseo a su vientre. La sangre comenzó una alocada carrera
por sus venas. Besarle. ¡Dioses, si era lo que estaba
deseando!
—No lo creo necesario —respondió de todos modos,
tratando de controlar su nerviosismo.
Kyle suspiró y su pecho se dilató tanto como las
pupilas de Josleen al mirarlo. Danzarinas mariposas
revolotearon en su estómago. Se hubiese lanzado de cabeza
hacia él.
—Que descanses entonces, Josleen. Y gracias por
hacer felices a los pequeños.
Ella asintió con un gesto y caminó tras él cuando se
dirigió a la puerta, para cerrarla, llorando ya su estupidez al
dejarle marchar. Kyle traspasó el umbral y ella sujetó la
madera mientras aguantaba las ganas de echarse a llorar.
Sabía que en cuanto cerrara aquella puerta, se echaría sobre
la cama y berrearía como una mema.
Por su parte, a pesar de su aparente indiferencia, Kyle
bramaba por dentro. ¿Ella iba a salirse con la suya? ¿Era tan
mezquino que no podía pedirla perdón? ¿Incapaz de
suplicarla que volviera a dormir con él?
Una lágrima resbaló por la mejilla de Josleen y aquella
minúscula perla le obligó a reaccionar. Un segundo antes de
que la puerta se le cerrara en la cara la atrapó por la cintura,
la pegó a su cuerpo y bajó la cabeza. Su boca, como brasa
ardiente, incendió la de Josleen. Y el fuego de la pasión les
consumió otra vez a ambos en un instante, sin que ninguno
pudiera escapar, sin que ninguno de los dos opusiera
resistencia. El enardecimiento les enloquecía, les
embriagaba, les cegaba. Ya no había nada más que la boca
del otro, el cuerpo del otro. La ambición de poseerse
mutuamente, de entregarse, de dejarse arrastrar por un
empeño común: amarse.
Las manos masculinas estaban en todos lados: en su
cara, en su nuca, en su cuello, en los hombros, en la
cintura... Llegaron a las caderas y él la apretó contra la
muestra de su deseo. Las de Josleen, con vida propia, le
acariciaron la espalda, apretaron sus nalgas, resbalaron por
los muslos...
Incompetentes ya para escapar del incendio que
arrasaba cada fibra de sus cuerpos, Kyle cerró la puerta de
una patada y la tomó en brazos.
A Josleen se le olvidó la decencia y buscó, entre los
dos cuerpos, su virilidad. Aunque todo acabara después,
cuando la devolviese a su hermano, atesoraría aquellos
momentos triunfantes y los recordaría mientras viviera.
Porque ahora, era toda suya.
El lecho les recibió como un nido acolchado y ella se
abandonó por entero mientras, en loco afán, empezaba a
desnudarle.
Los ojos de Kyle, dorados e hipnotizantes, brillaban al
mirarla.
Su boca recorrió el cuerpo de Josleen sin dejar un sólo
hueco por acariciar, dejando rastros de fuego, haciéndola
gemir y retorcerse. Kyle deseba alargar el momento de la
unión. Ella trató de atraerle, de sentirle hundirse en su carne,
pero sus manos la retuvieron y le puso los brazos por
encima de la cabeza mientras seguía besándola,
mordisqueando aquí y allá, volviéndola loca.
Porque amar a McFersson sólo podía acarrearle la
locura.
No pudo controlar un grito prolongado cuando el
orgasmo la alcanzó como un rayo, tan pronto Kyle la
penetró.
Kyle dejó que los últimos espasmos de ella le regalaran
la imagen devastadora para su belleza. Su miembro le
apremiaba pero consiguió mantenerse dentro de ella. Quería
hacerla sentir el placer una y otra vez. Necesitaba vaciarse,
pero daría la vida por hacerla sentir de nuevo el volcán de la
dicha.
Josleen suspiró al regresar al mundo real y todo su
cuerpo sufrió una sacudida. Le miró con ojos somnolientos.
Y le sintió. Cómo no hacerlo. Era un dios pagano.
Le amó.
Le odió.
Le amó de nuevo.
Poco a poco, él empezó a embestir de nuevo su
intimidad, excitándola otra vez.
—No voy a poder... —gimió.
—Podrás. Te lo dice un McFersson.
Casi se rió por aquella muestra de engreimiento.
Pero segundos después confirmó que aquel hombre no
era para nada, para nada engreído, porque la volvió a llevar
a las alturas. Y juntos, escaparon hacia las estrellas.
Capitulo 37

Ella se tapaba recatadamente con la sábana.


Él, por el contrario, yacía descaradamente desnudo.
Josleen sonrió y aceptó el trocito de fruta que le puso
en la boca. Sintió que su corazón se derretía de amor por
aquel hombre, enemigo de su clan, pero su amante.
—De modo —dijo él—, que tengo desatendidos a los
míos.
Ella se sonrojó hasta la raíz del cabello. No podía decir,
ciertamente, que a ella la tuviese desatendida.
—¿Podrías explicarme eso mejor? —preguntó él.
En un primer momento, no entendió, pero luego
recordó las amargas palabras que le escupió durante la
discusión que la llevó a solicitar una celda. Desvió la
mirada.
—Tu madre debería casarse de nuevo.
Kyle alzó las cejas.
—¿Casarse? Ni siquiera parece interesarle seguir
viviendo la mayoría de las veces... Salvo hoy. Estaba
diferente y hermosa.
—Sin embargo, hay un hombre con el que no le
importaría compartir un nuevo matrimonio —él volvió a
elevar las cejas, con gesto sarcástico, lo que la irritó—.
Serman Dooley.
—¡Serman!
—No grites —le tapó la boca—. Les he visto. Bueno...
lo cierto es que apañé un encuentro entre los dos con una
excusa tonta. Y les espié.
Kyle se olvidó de la fruta que bajara a robar de las
cocinas y se recostó en el cabecero.
—¿Y...?
—Se aman. Si no escuché mal, Serman va a pedirte la
mano de tu madre, como laird del clan que eres.
Se quedó callado. Un largo minuto. Y luego se rió con
ganas.
—Es una idea estupenda. ¿Cómo es que no me di
cuenta?
—Porque todos pensáis que tu madre es una mujer
mayor, viuda y sin ganas de rehacer su vida. Yo creo —dijo
Josleen, soñadora—, que Serman la ama desde siempre. No
se ha casado nunca ¿no es verdad? —él negó—. Ahí lo
tienes. La mira de un modo... ¿Darás tu consentimiento?
—Si mi madre le acepta por esposo, nada he de objetar.
Dooley es un buen hombre. Y un inmejorable guerrero al
que debo mucho.
Josleen se inclinó y le besó en los labios, que sabían a
fruta y a deseo.
—Gracias.
—¿Qué pasa en cuanto a Malcom?
Ella jugueteó un momento con el borde de la sábana.
No era igual decirle que su madre deseaba volver a casarse,
que recriminarle tener abandonado a su hijo. Pero se lo
debía al pequeño, al que había llegado a querer.
—Tu hijo quiere ser como tú. Un guerrero. Para eso
necesita que se le enseñe, que se le dedique tiempo y se le
expliquen las cosas.
—¡Por el infierno, es aún un bebé!
—No, Kyle. Ya no es un bebé. Tiene edad suficiente
para que se le empiecen a dar oportunidades —tragó saliva
al verle fruncir el ceño—. Si salieras con él alguna vez de
caza...
—Podría herirse. Puede que dé la impresión de que no
le quiero, porque mis obligaciones apenas me dejan tiempo
para él. Sin embargo, es mi hijo y no deseo que le suceda
nada malo. Tal vez cuando tenga un par de años más...
—Debe ser ahora, Kyle. Ahora, en que el muchacho te
admira como a un dios, en silencio, tratando de imitarte.
¡Por Dios! Si hasta los más mínimos gestos son tuyos. ¿No
te has dado cuenta? Te copia el modo de comer, de caminar,
de fruncir el entrecejo. Eres tú en miniatura —le acarició el
rostro para dar más énfasis a su ruego—. Si dejas que el
muchacho pierda eso, no podrás recuperarlo cuando creas
que ha llegado el momento.
Kyle la miró largamente, pero no abrió la boca. Se
levantó del lecho y comenzó a vestirse. Josleen se lo comió
con los ojos, admirando de nuevo su varonil dejadez. —He
de encargarme de un par de cosas —dijo Kyle,
enfundándose una daga corta en la bota derecha—. Te veré
en la cena.
Josleen ahogó un sollozo al verle dirigirse hacia la
puerta. El intento de alegrar la vida del pequeño Malcom
había fracasado. La baza ganada con el asunto de Elaine
sabía a poco ante aquella derrota. Como siempre que no
conseguía lo que se proponía, el caballo de la cólera volvió a
golpearla y su voz fue casi estridente al preguntar:
—¿Una de esas cosas no será pedir de una puñetera vez
el rescate a mi hermano?
A Kyle le dolió. Encajó los dientes y reprimió un taco.
Entendía que ella deseara regresar a su casa, pero después
de aquella noche, después de todas las noches pasadas junto
a él, los celos le abrasaban viendo que quería dejarle y
olvidarle. Tampoco él pudo frenar su enojo y contestó:
—Es muy posible, señora.
Cuando la puerta se cerró con estruendo tras sus anchas
espaldas, Josleen se echó a llorar. Debatirse entre el deseo
de volver con los suyos y el de permanece al lado de Kyle,
la estaban destrozando.

Aprovechó la mañana para pasear y pensar y aduciendo


dolor de cabeza comió a solas en el cuarto de Kyle, al que
habían vuelto a llevar sus pertenencias. Pero para la cena
dejó de lamentarse y bajó al salón dispuesta a presentar
batalla. Exigiría, de una vez por todas, que Wain fuese
informado de su rapto. No podía batallar por más tiempo o
acabaría loca. Era necesario escapar de allí, aunque durante
el resto de su vida lo lamentaría.
Sonrió a James y a Duncan, guiñó un ojo a Elaine y
acarició el cabello dorado y sedoso de Malcom cuando el
niño pasó junto a ella para ocupar su lugar. Ni siquiera miró
a Kyle, aparentemente ocupado en hablar con uno de sus
hombres. Cuando comenzaron a servir las viandas, Josleen
se fijó en el modo en que Elaine miraba a Serman, en el
extremo más alejado de la mesa. Se alegró por ellos. Al
menos el condenado McFersson había cedido en ese punto.
—¡Serman!
El vozarrón del Kyle hizo levantar la mirada a todos. El
aludido le miró de frente, esperando seguramente una orden,
dejó de comer y medio se incorporó. El laird le indicó con la
mano que volviera a sentarse.
—Creo que tienes algo que decirme.
El corazón de Josleen saltó en el pecho. A pesar de lo
grande que era, Serman le pareció en ese instante un niño
asustado. Rogó para que Kyle no le intimidase lo suficiente
como para callar.
Por fortuna, el guerrero no era de los que se dejaban
amedrentar. Ahora sí, se puso en pie y su voz sonó tan fuerte
como la Kyle.
—En efecto, señor. Solicito la mano de lady Elaine.
Un murmullo de asombro recorrió el salón.
Kyle tomó un trozo de ganso, le dio un mordisco y lo
masticó, manteniendo el suspense entre los presentes.
Josleen empezó a golpear el suelo con el pie.
—¿A qué estabas esperando? ¿A que llegaran las
lluvias? —sonrió de repente—. Madre, ¿tú estás de acuerdo?
—Sí —la mujer se levantó también, mientras su rostro
se volvía del tono del melocotón y se estrujaba las manos
—. Sí, hijo.
—Sea, entonces —accedió el joven—. La boda se
celebrará de aquí en un mes.
Las felicitaciones y los gritos de guerra de James y
Duncan atronaron a todos. Algunos bromearon con Serman,
que acogió las burlas con una sonrisa de oreja a oreja,
olvidando su habitual ceño fruncido. Las miradas de Josleen
y Kyle se cruzaron y él se encogió de hombros, con un brillo
pícaro en los ojos.
Pero si creía que Kyle había acabado, estaba
equivocada. Él esperó a que las chanzas y felicitaciones se
aplacaran y luego elevó la voz para decir:
—Mañana saldremos de caza, caballeros —se dirigía a
sus hombres—. La despensa empieza a resentirse de vuestra
glotonería —el comentario fue acogido con risas y frases de
aceptación.
Josleen volvió a clavar los ojos en aquellas lagunas doradas
y alzó el mentón, rebelde, dando a entender que seguía
manteniendo el estandarte del muchacho en alto.
—Y tú, Malcom —Kyle se dirigió a su hijo pero no
dejaba de mirarla a ella—, ¿te encuentras en condiciones de
acompañarme?
El niño casi derramó su cuenco de sopa al escucharle.
Le miró arrobado, como si acabasen de decirle que acababa
de bajar un ángel del cielo. Se atragantó, tosió y acabó por
asentir, rojo como la grana.
—Estoy dispuesto, padre.
—Estupendo —le sonrió Kyle—. Espero que puedas
cazar un buen ciervo — Josleen puso los ojos en blanco—, o
un jabalí.
La carita de Malcom se quedó lívida. Le miró con
dudas. Su vocecita apenas se escuchó en el salón cuando
preguntó:
—¿No os daría igual un conejo o una liebre, padre? Me
parece que un ciervo es demasiado para una primera vez.
Kyle, sin poder remediarlo, estalló en carcajadas, y por
primera vez tomó a su hijo por las axilas y le sentó sobre su
regazo. Malcom no acertó a hablar, pero su rostro irradiaba
tal adoración que a Josleen le corrieron las lágrimas por las
mejillas.
—Ya habéis oído, caballeros —tronó la voz del jefe del
clan—. Mi hijo se encargará de los conejos. Y llevando mi
sangre, os juro que tendremos para todo el invierno.
Josleen no pudo soportarlo. Si acababa estallando en
llanto todos pensarían que era un tonta. Aprovechó la
algarabía general y escapó de allí para desahogarse a placer.
Una zarpa atenazó el corazón de Kyle al verla salir
corriendo. ¿Qué demonios había hecho mal ahora? Deseó
seguirla, pero entre todos le retuvieron en el salón hasta
tarde.

Kyle empujó la puerta de su habitación temiendo no


encontrarla.
Josleen le esperaba, sin embargo, metida ya en la cama
y apenas entró le tendió los brazos, donde él se perdió sin
pensarlo dos veces.
Nunca a un hombre le agradecieron de tal modo invitar
a un mocoso a una partida de caza.
Pasaron casi toda la noche haciendo el amor y a la
mañana siguiente le costó un verdadero esfuerzo levantarse
para salir con Malcom y los hombres.

Josleen pasó el cepillo por sus largos cabellos, algo


descuidados desde que dejase Durney Tower. Era Sheena
quien solía cepillárselos todas las noches y se había
acostumbrado a ello, por lo que ahora que no tenía la tenía a
su lado, era un trabajo que la fastidiaba.
Llamaron a la puerta.
Sonrió, pensando que Kyle y Malcom ya estaban de vuelta,
aunque el sol estaba aún alto y creyó que regresarían más
tarde. Abrió con una sonrisa de bienvenida en los labios.
Pero no había nadie.
Miró a un lado y otro de la galería, pero estaba desierta.
Se disponía a cerrar cuando vio una nota en el suelo.
Extrañada, la recogió y la leyó. La letra era grande y
desigual, pero el mensaje estaba muy claro:
"Kyle no pedirá nunca rescate por ti, y no puedo
ayudarte porque te vigila como un lobo. Pero tengo el
modo de que, al menos, tus amigos, puedan escapar.
Ve a la torre norte a las ocho.
Te estaré esperando" No
estaba firmada.
Josleen la arrugó entre sus dedos, y pensó con
celeridad. Alguien allegado a Kyle sabía que él no pensaba
pedir rescate. Ella podría soportarlo, porque ya no deseaba
marcharse, pero nunca aceptaría que los hombres de su
hermano pasaran más tiempo prisioneros en las mazmorras
de Stone Tower. De modo que si el autor de aquella nota
podía ayudarles a escapar, debía actuar y rápido.
Durante el tiempo que faltaba para las ocho, se devanó
los sesos pensando en quién podía ser aquella persona y los
motivos para ofrecer su ayuda. Los criados la habían tomado
aprecio y las mujeres de la aldea le estaban agradecidas por
salvar a la niña e impartir clases a sus hijos, pero... ¿era
suficiente causa para traicionar al jefe de su clan?
Capitulo 38

En las márgenes del río que hacía frontera con las


tierras de los McFersson, Wain desgastaba el césped
paseando nerviosamente de un lado a otro.
Uno de sus lugartenientes se le acercó y le tendió una
jarra de whisky.
—Debemos esperar, laird —le dijo, al ver la mirada
vidriosa de su jefe, clavada en la otra orilla de la corriente
—. Los McFersson son un clan fuerte y no debemos
enfrentarnos a ellos sin ayuda.
—Lo sé —gruñó Wain, bebiendo largamente—.
¡Mierda si lo sé!
—Los McCallister y los Gowan estarán aquí mañana
con toda seguridad. Entonces seremos un buen número.
Suficiente como para atacarles.
—¡Pasaré su torre por las armas, Teddy, lo juro! ¡No
dejaré una piedra sobre otra!
—Y nosotros te ayudaremos.
El joven asintió, agradeciendo su lealtad. La rabia más
sorda por el rapto de su hermana y de algunos de sus
hombres había conseguido levantarle dolor de cabeza.
—Esta enemistad ha durado ya demasiado —dijo—.
Desde que el bisabuelo de ese jodido McFersson asesinó al
mío. Desde entonces no hemos tenido paz y ya va siendo
hora de cobrar las afrentas.
—Recuerda en hace tiempo casi le partiste en dos —
sonrió el otro.
—¡Pero no acabé con su vida! —ladró Wain— Ahora
lo haré. Y pondré su dorada cabeza en una picota que
clavaré en la puerta de Durney Tower.

ÒÏ ÒÏ ÒÏ
Josleen ascendió las escaleras que daban a la torre
despacio. Se preguntaba una y otra vez por qué Kyle no
estaba dispuesto a pedir rescate por ella. No era lógico.
Podía ser cuantioso y su hermano estaría dispuesto a pagar
lo que fuera por recuperarla a ella, a Verter y a los demás.
Nadie en su sano juicio despreciaría aquella transacción.
Cuando llegó arriba, la explanada de la almena se le
antojó un lugar inhóspito. Hasta ese momento no había
subido allí y ahora veía que estaba en obras.
Tratando de pisar con cuidado, se identificó, esperando
ver a quien le enviase la nota. Pero nadie contestó.
Estuvo a punto de tropezar cuando su pie topó en una
viga de madera cruzada en el suelo. Sofocó una exclamación
y se agarró a otra de las vigas. Justo en ese instante, el suelo
cedió bajo sus pies y Josleen dejó escapar un grito de terror.
Las tablas que componían el suelo estaban tan podridas que
chascaron al soportar su peso. De nada sirvió el liviano
agarradero al que se aferró y se precipitó al vacío mientras
veía por el rabillo del ojo unos cabellos largos y negros y
escuchaba una risa que identificó de inmediato con Evelyna
Megan.

ÒÏ ÒÏ ÒÏ
Liria la incorporó ligeramente y la obligó a beber.
Luego, regresó el lastimado cuerpo de Josleen sobre los
almohadones, recogió sus cosas y se dirigió a la puerta.
Antes de salir se volvió y miró a su laird. Nunca había visto
al joven en tan lamentable estado. Ni siquiera cuando su
esposa, Muriel, maldijo al hombre y su hijo recién nacido.
Ni siquiera cuando estuvo a punto de morir bajo la espada
de Wain McDurney.
Kyle había estado dando vueltas por el cuarto,
desgastando el suelo en un vano intento de calmarse. Había
sido terror lo que sintió cuando, al regresar de la partida de
caza, le anunciaron que Josleen había tenido un accidente.
Fue Elaine quien le puso al tanto de los hechos y desde
entonces estaba como loco.
Josleen había caído desde una altura considerable y la
viga que se precipitó sobre ella duplicó el golpe. Tenía
cardenales en todo el cuerpo y un enorme moratón en la sien
derecha.
Cuando preguntó a Liria, la cocinera se encogió de
hombros, llorosa. El pavor más absoluto se alojó en él.
Desde ese instante no había querido comer ni dormir y había
permanecido junto a la muchacha, rezando por su
recuperación.
—No sentirá dolor —le dijo dicho Liria en voz baja —.
La pócima que le he administrado la hará dormir.
Kyle miró a la criada sin verla y asintió. Con la barba
crecida y las ropas arrugadas parecía un demente, pero no
quiso salir de allí. No podía dejarla sola cuando tal vez
podía morir y... Cerró los ojos y un gemido de
desesperación se le escapó. La caída podía haber matado a
un hombre y Josleen era una muchacha frágil. No había
despertado más que un instante desde el accidente y sus ojos
terriblemente azules, velados por el dolor, provocaron en él
una angustia infinita. Por fortuna, había vuelto a
desmayarse. Y él estaba agarrotado, temiendo que no
despertase de nuevo.
Se acercó al lecho y la miró. Un mar de emociones le
azotó sin piedad al ver su rostro, ahora pálido. Un nudo en la
garganta le dificultaba respirar. Algo resbaló por su mejilla
y alzó la mano para quitarlo. Sólo entonces se dio cuenta de
que estaba llorando. No recordaba cuándo lloró por última
vez. Ni siquiera recordaba haberlo hecho.
Josleen se removió y dejó escapar un gemido dolorido.
Kyle se arrodilló junto al lecho y tomó una de sus manos
entre las suyas. Su debilidad le hizo sentirse miserable. El
tenía la culpa de que ella estuviera a las puertas de la
muerte. Si no la hubiera raptado, si la hubiera dejado seguir
su camino, si no...
—¿Papá?
Kyle alzó la cabeza y miró hacia la puerta sin
importarle las lágrimas que surcaban sus mejillas. Malcom
le miró extrañado y se acercó a él despacio. El niño pasó un
dedo por el rostro de su padre, enjuagando una lágrima.
—¿Josleen está peor? —preguntó, temblándole la
barbilla.
Kyle no pudo responder.
—No quiero que se muera —dijo el niño—. No quiero
que ella se vaya como se marchó mi mamá.
—No lo hará, Malcom —le aseguró con un hilo de voz
—. Te lo prometo.
—Tú no lo permitirás, ¿verdad? —la vocecita
desesperanzada de su hijo le hizo más daño que una espada
atravesada en el pecho—. Eres el jefe del clan. El laird. No
puedes dejar que muera.
¡Por los dientes de Dios! Si pudiera dar su vida por la
de ella lo haría, pero todo estaba en manos del destino. Sin
levantarse del suelo alargó el brazo y atrapó el cuerpecito de
Malcom abrazándolo con fuerza, tratando de encontrar un
poco de consuelo, aunque no le había dado mucho de sí
mismo. Era posible que nunca hubiera entregado demasiado
de sí mismo a nadie y por eso pagaba ahora.
—No lo permitiré, hijo. No lo permitiré. Te lo juro.
La puerta se abrió con cierto estrépito obligándoles a
volverse. Serman ocupaba casi todo el vano de la puerta con
su enorme corpachón y estaba lívido de furia.
—Una trampa —dijo—. Josleen fue víctima de un
intento de asesinato, Kyle. Las tablas del suelo de la torre
habían sido cambiadas hacía poco, ya habían reparado las
podridas. Estaban serradas por la mitad.
Capitulo 39

Más de dos mil hombres atravesaron el río a una señal


de Wain McDurney.
Guerreros a caballo, soldados a pie, carros cargados de
alimentos, máquinas para el asalto. Los estandartes de los
clanes Gowan, McCallister y McDurney se mezclaron en
una sinfonía de color mientras avanzaban, dispuestos a
poner sitio a Stone Tower.
Había pasado demasiado tiempo desde que los clanes
de Wain y Kyle se enfrentasen por última vez; desde que sus
bisabuelos se enfrentaron en duelo singular y el de Wain
murió bajo la espada del otro. Desde entonces, apenas unas
cuantas escaramuzas, robos de ganado y alguna choza
quemada en el fragor del combate, sin bajas personales.
El rey, Jacobo, les instaba constantemente a terminar
con aquella rivalidad, más aún cuando la verdadera guerra
había que presentarla contra otros enemigos cercanos, pero
ni uno ni otro quisieron nunca hacer las paces. Existía
demasiado rencor entre ellos para acceder a un pacto. Ni
siquiera se aunaron para luchar contra los ingleses,
haciéndolo cada uno por su lado.
Wain sabía que su rey bien podía acabar de perder la
paciencia con ellos cuando se enterara de la confrontación
que se acercaba, pero no le importaba. Él tenía argumentos
para defenderse. ¿Acaso el maldito McFersson no había
raptado a su hermana? ¿Acaso no la había deshonrado ya,
con seguridad? ¡Por los colmillos de Satanás! Estaba seguro
de que Josleen ya no era virgen, sabiendo lo que se decía de
Kyle. ¿No contaban que asesinó a su mujer nada más darle
un hijo? Wain sabía que los rumores del populacho
aumentaban y aumentaban con el tiempo y no creía todas las
historias que se achacaban a Kyle McFersson, pero estaba
convencido de que su hermana había sufrido a manos de
aquel condenado hijo del diablo e iba a pagar con su vida y
con la de todo su clan.
Conocía la fortaleza de Stone Tower. Sabía que estaba
bien custodiada por las cuatro torres que circundaban la
principal, que la muralla que rodeaba el bastión era alta y
lisa y que los hombres del clan enemigo eran valientes y
sanguinarios en la lucha. De todos modos, él contaba con
sus guerreros y con los de sus aliados y pillarían al
McFersson en desventaja, puesto que no sabía que iban
hacia él. No podría pedir ayuda a los clanes amigos. Para
cuando quisiera darse cuenta, ya habrían pasado a todos los
McFersson a cuchillo y quemado hasta los cimientos del
castillo. Tres días a lo sumo le bastarían para llegar a las
puertas de Stone Tower, dado el abultado contingente que
llevaban.
Wain pensaba que también era posible que no encontrara ya
a su hermana ni a sus hombres con vida, pero Kyle pagaría
cada una de aquellas muertes. Lo juró ante Dios.

ÒÏ ÒÏ ÒÏ
El rostro le ardía y el dolor la hizo abrir los ojos
lentamente.
—¿Qué me ha pasado?
Kyle acudió a su lado. Le temblaron las manos al tomar
el amado rostro y sus labios descendieron para atrapar la
boca de Josleen en un beso. Ella le empujó cuando le faltó el
aire.
—Vas a ahogarme —protestó.
La carcajada de Kyle fue sincera y ella le miró como si
estuviera loco. Cuando se calmó, se sentó a su lado y la
colocó, de modo que su cabeza descansara sobre su rodilla.
Ella suspiró, cómoda, y sonrió a medias.
—¿Cómo te encuentras?
—Como si me hubiese caído por un barranco.
—No fue exactamente por un barranco, pequeña.
—Lo sé. El golpe no me ha afectado la cabeza —se
volvió un poco para mirarle y dejó un taco a medias—. Me
duele.
—Liria juró que si despertabas, los dolores no durarán
más de dos días con sus brebajes.
—¿Si despertaba?
Kyle tragó saliva y asintió y Josleen creyó ver miedo
en sus ojos.
—Los cardenales desaparecerán. No tienes ningún
hueso roto. Milagrosamente, debo decir. Podrías haberte
matado.
—Tengo los huesos muy fuertes. Nunca me rompí uno.
¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Dos días.
—¡Condenación! ¿Acaso no se te ocurrió despertarme?
Kyle rio con ganas. Ella era terca como un jamelgo aún
cuando había estado a punto de morir. Pero el recuerdo de
que alguien había intentado asesinarla, le hizo encajar los
dientes y una expresión demoníaca transformó su atractivo
rostro. Josleen le acarició la mejilla.
—Estás hecho un asco —le dijo—. ¿Los McFersson no
saben que el agua sirve para asearse?
Kyle se inclinó y la besó otra vez. A pesar del dolor,
Josleen elevó el cuerpo hacia él, deseosa de más, notando
que lava encendida recorría de nuevo sus venas. Dios,
pensó, ¿siempre sería igual? ¿Perdería la cabeza cada vez
que él la besara?
Dos dedos aparecieron delante de sus narices,
haciéndola parpadear.
—¿Cuantos hay?
—¿Qué?
—¿Cuántos dedos hay? —la voz de Kyle conllevaba cierta
alarma cuando no le respondió de inmediato. Su madre y
Liria habían dicho que si recuperaba la conciencia lo
primero que habría de comprobar es que no veía doble o
triple, porque eso podía significar que el golpe había
producido algún coagulo de sangre en la cabeza y podía ser
fatal—. ¿Cuántos jodidos dedos ves, Josleen?
Su desesperación la extrañaba y divertía a la vez.
Desde que le conociera había deseado hacerle pagar cada
uno de sus malos ratos, estar alejada de los suyos. Ahora
podía tomarse una pequeña e infantil venganza.
—¿Uno? —preguntó.
Su gemido de frustración la obligó a aguantar la risa,
pero al ver que tenía el rostro demudado se asustó.
—Dos. Dos dedos, Kyle. ¡Kyle! ¿Me estás
escuchando?
Kyle la miró sin estar convencido. Los ojos azules de
Josleen reflejaban ahora cierto pánico. Puso cuatro dedos
delante de su cara.
—¿Y ahora?
—Cuatro —no quiso bromear más.
El pareció aliviado, pero volvió a insistir y dejó el
índice alzado.
—¿Cuántos?
Josleen atrapó su mano, se llevó el dedo a la boca y lo
succionó eróticamente.
—¿No podríamos jugar con otras cosas? —preguntó,
melosa, arrimándose a él como una gatita— Te estás
poniendo pesado.
Kyle estaba asombrado. Josleen parecía recuperarse
más a cada segundo. Al final acabaría creyendo que era
cierto lo que se decía de los McDurney, que habían sido
tocados por los ángeles al principio de la Creación. Bebió la
hermosura de aquel rostro magullado. A pesar de haber
estado inconsciente dos días enteros, tener un cardenal en la
frente y el cabello pegado al rostro, era preciosa. Kyle pensó
que seguramente era la única mujer que conseguía estar
deseable estando desaseada y golpeada.
—Me temo, señora, que van a pasar unos cuantos días
antes de que usted y yo podamos jugar a otra cosa que no
sea cuidarte —repuso, sarcástico.
—Oh, vamos.
—Sé una buena chica y duerme. Debes reponerte del
todo. Mis hermanos y Malcom se han estado pegando por
ver quién te cuidaba mientras estabas inconsciente, de modo
que llamaré a alguno de ellos para que haga de guardián
mientras voy a adecentarme un poco —la recostó en los
almohadones, la besó en la frente y caminó hacia la salida
—. Una pregunta, tesoro. ¿Viste a alguien en la torre?
Ella estuvo a punto de asentir y decir que había
reconocido a Evelyna Megan, pero se guardó el secreto.
Aquella mujer había tratado de matarla, sí, pero no sentía
odio hacia ella, sino lástima. Si ella tuviera que lidiar con
una rival por el amor de Kyle, no estaba muy segura de qué
cosa terrible podría hacer. Negó con la cabeza, pero apartó
los ojos hacia la ventana.
—¿Fue Evelyna?
El nombre de la otra en los labios de Kyle la escoció.
—No vi a nadie —insistió.
—Josleen, acabaré sabiendo quién te tendió una
trampa. Los tablones del suelo fueron serrados, no se
rompieron por accidente, ya habían sido reparados.
—Deja las cosas como están, por favor.
—Ni lo sueñes.
—Hazlo por mí, Kyle.
La miró desde la puerta, largamente, recreándose en los
contornos de su rostro y en la silueta de su cuerpo bajo las
sábanas. Deseaba apretar el cuello de Evelyna entre sus
manos hasta que aquella zorra sacara dos metros de lengua.
Presentía que era ella. No, no lo presentía solamente. Lo
sabía. Algo en el corazón se lo decía. Y a pesar de todo,
Josleen, aquella maravillosa criatura, no deseaba culparla,
sólo Dios entendía sus motivos. Acabó asintiendo de mala
gana, pero desterraría a la Megan aunque le implorara de
rodillas. No quería víboras en su casa.
—Todos celebrarán tu recuperación, mi amor.
El pecho de Josleen se paró.
Mi amor. ¡La había llamado su amor! ¡Y tesoro! ¡Y
quería vengarla! No había sido una frase hecha. ¡No podía
ser una frase hecha! Se abrazó y rio, nerviosa. La amaba.
Estaba segura ya. Aunque aquel cabezota fuera incapaz de
decírselo con palabras.
James la encontró riendo cuando entró un momento
después.
Capitulo 40

Las pezuñas de los caballos hollaron terreno de los


McFersson levantando nubes de polvo y terrones de hierba.
La venganza estaba muy cerca. Tan cerca, que Wain ya
saboreaba su victoria y olía el hedor de la sangre de Kyle
pudriéndose al sol.
—¡Se acercan jinetes!
McDurney se aupó sobre la montura. Si los que se
acercaban eran aliados de los McFersson acabaría con ellos.
Pero el color del estandarte le dejo perplejo, lo mismo que a
Warren McCallister. Naranja y negro.
—¡Por los cuernos de Satanás, son mis colores! —
musitó Warren mirando a su hijastro.
—¿Pediste más hombres, Warren? —se interesó Neil
Gowan, el suegro del muchacho. El aludido negó en silencio
—. Entonces me temo que son voluntarios. ¿O sería mejor
decir voluntaria? Juraría que la que cabalga en primer lugar
es una mujer.
Tanto Wain como Warren prestaron más atención a los
que llegaban. Aún fiándose de la inmejorable vista de Neil
—capaz de distinguir qué clase de rapaz volaba sobre un
poblado estando en otro cercano—, no acabaron de creer lo
que decía. Un momento después, cuando pudieron distinguir
mejor a la tropa que se acercaba entre una nube de polvo,
Wain lanzó un juramento, al que siguió una blasfemia por
parte de McCallister.
Wain conocía a su madre. La conocía demasiado bien
como para negar la evidencia. Warren, también sabía de los
ataques repentinos de valor de aquella hembra con la que se
casara. Ella era cabezota y emprendedora, pero unirse a un
ejército que iba a entrar en batalla contra un clan enemigo,
era demasiado.
—¿Qué coño hace ella aquí, Wain?
El joven le miró alarmado.
—¿Me lo preguntas a mí, Warren? Ella es tu mujer
ahora. Y tu responsabilidad.
—Condenada sea.
Alien McCallister azuzó a su caballo hasta llegar junto
a ellos. Tanto ella como su escolta, compuesta por varios
jinetes, estaban llenos de sudor y polvo y los caballos se
veían cansados. Parecía que no habían descansado hasta
darles alcance.
Warren aproximó su montura a la de su esposa.
—¿Me vas a explicar qué haces aquí, mujer? —elevó la
voz de tal modo que debió escucharle todo el ejército.
Los ojos de Alien, tan azules como los de su hija,
lanzaban chispas de indignación.
—Vengo a por Josleen.
—¡Por todos los infiernos! —rugió su esposo— ¿Para
qué crees que hemos movido este ejército? ¿Para hacer
ejercicios? ¡Regresa de inmediato, este no es lugar para una
mujer!
Alien inhaló todo el aire que sus pulmones permitían.
No deseaba dejar en mal lugar a su esposo, pero el enojo por
no haber sido informada de lo que pasaba estalló.
—Me enteré del secuestro de mi hija por un criado. ¡Tú
eras el que debería haberme comunicado que la habían
secuestrado! ¡Josleen es mi hija y tengo derecho a estar
aquí! Además... —sonrió irónicamente—, sabes que estoy
capacitada para estar aquí. Si la memoria no me falla, cosa
que a ti parece que sí, tú mismo mordiste el polvo aquella
vez en la que nos enfrentamos.
Warren se puso lívido. Wain volvió la cabeza para
ocultar una sonrisa. Gowan fue más allá y dejó escapar una
carcajada. De todos era conocida la historia de aquellos dos,
antes de contraer matrimonio. Los McDurney y los
McCallister estaban enfrentados y en una incursión de los
segundos para robar ganado, fue Alien McDurney la que
defendió el territorio, ya que Wain se encontraba
reponiéndose de una herida. Alien no dudó en montar su
caballo, consumada amazona como era desde corta edad, y
tomar una espada. Su difunto hermano y fallecido esposo la
habían enseñado a manejar varias armas y ella fue siempre
una alumna aventajada. Para desgracia de Warren en aquella
confrontación, peleó con ella antes de darse cuenta de que se
trataba de una mujer. Luego, asombrado y un tanto
acobardado, creyendo que ella tenía coraje pero poco
dominio de la espada, había bajado su guardia un instante.
Un solo instante. Alien no le había dado cuartel, le provocó
un corte en el antebrazo y él acabó con sus huesos en tierra
ante la burla femenina y el jolgorio de sus propios hombres.
Warren se dijo después de aquel ultraje que debía someter a
aquella hermosa arpía y no se le ocurrió otra cosa que
pedirla en matrimonio a Wain, que aunque joven, ejercía ya
de jefe del clan McDurney. De lo que sí se enteró después
Warren fue de que Alien, apenas herirle, había ya decidido
seducirle.
—Vas a pagarme esto, Alien —le dijo entre dientes,
aunque no confiaba poder ejercer su autoridad.
—¿Qué vas a hacer? —le incitó ella— ¿Calentarme el
trasero?
Las risas atronaron y Warren acabó por sonreír. Se
ladeó sobre el caballo, enlazó el talle de su esposa y casi la
hizo caer de su montura al pegarla a su cuerpo. La besó con
pasión.
—Voy a calentarte más cosas además del trasero,
señora mía —dijo también en voz alta.
Las chanzas, ahora, avergonzaron a la dama, pero
acabó por unirse a las bromas. Si hacía lo que quería y
además Warren la calentaba... cualquier parte del cuerpo,
¿qué más se podía pedir?
—De todos modos —dijo él, ya más serio—, te quedarás en
la retaguardia. No pienses que voy a dejarte ir en primera
fila.
—Como tú digas —susurró ella, mansamente.
Wain dio rienda suelta a la hilaridad, sin poder
contenerse por más tiempo. Si su madre acataba la orden
Warren, él era un ángel.
Capitulo 41

La llamada a la puerta hizo que James interrumpiera la


cómica aventura que le estaba contando a Josleen para
entretenerla. Cuando la madera se abrió y Evelyna Megan
entró, el muchacho profirió un juramento. Kyle le había
comentado sus sospechas y él la creía capaz, ciertamente, de
haber provocado el accidente.
—¿Puedo hablar un minuto contigo, Josleen?
James fue a protestar, pero la mano de Josleen le
detuvo. En muda súplica, le dijo que las dejara a solas.
—Un susurro que no me guste, Evelyna —dijo James
—, y entraré a retorcerte el cuello.
Cuando él salió, Eve se echó
a llorar desconsoladamente.
—¿Qué es lo que quieres ahora, Evelyna?
Con los ojos arrasados de lágrimas, se acercó a la
cama, tomó una de las manos de Josleen y la besó.
—Kyle me ha desterrado —dijo entre hipos—. Podía
haber mandado que me colgasen. Incluso podía haberme
matado con sus propias manos.
—Dudo que lo hubiera hecho. La leyenda que circula
sobre él no se ciñe, para nada, a la realidad.
—Lo sé. Es un hombre de honor, Josleen. Cuando me
interrogó, diciendo que tú me habías visto en la torre, me
derrumbé y confesé todo. ¡Oh Josleen, no quería matarte,
sólo asustarte! Quería que te marcharas, que pidiera rescate
por ti de una vez por todas y me dejaras el camino libre
hacia su corazón.
El llanto desgarrador ablandó el corazón de Josleen.
—Amas a Kyle, ¿verdad?
—Desde que era una niña —se limpió las mejillas—.
Él es capaz de quitar el sentido. Pero a ti no tengo que
contártelo, ya lo sabes.
—Sí, lo sé.
—¡Te juro que sólo quería asustarte! Aquel hombre me
dijo que si sufrías un accidente, que si te mataba, volvería a
tener a Kyle y yo... Pero no pude. He hecho muchas cosas
malas en mi vida, Josleen, pero un asesinato era demasiado.
—¿Qué hombre? —Josleen sintió que la piel se le
erizaba—. ¿Cómo se llama? Descríbemelo.
—Sólo le conozco por Barrymore. Luce el tartán del
clan Moogan. Es corriente. Moreno y de media estatura,
ojos pequeños, sin nada que lo identifique y... No, espera.
Tiene una cicatriz. Una cicatriz pequeña en forma de media
luna debajo del mentón. ¿Le conoces?
Josleen necesitó de toda su fuerza de voluntad para
permanecer serena. Eve acababa de describir perfectamente
a su medio primo, Barry Moretland. ¿Qué hacía en territorio
de los McFersson vistiendo los colores de...? ¡Por supuesto!
Su disfraz no podía ser mejor puesto que los Moogan tenían
acuerdos de cooperación con el clan de Kyle. Ahora
comprendía que muchas de sus reses fueran robadas, incluso
cuando se encontraban en lugares escondidos. Barry era un
traidor.
—¿Le has dicho a Kyle algo sobre ese tipo?
—No. Apenas confesé me dijo que saliera de aquí y no
me dejó explicarle nada más. Fue cuando me informó de
que tú no le contaste nada, que no le habías dicho que me
viste en la torre. Me tendió una trampa y yo caí como la
estúpida que soy —se echó a llorar de nuevo.
—Cálmate. Lo hecho ya no tiene remedio y has tenido
tu lección.
—¿De veras no me viste? ¿No le dijiste a él...?
—Te vi, Evelyna. Y escuché tu risa. Pero no se lo dije
a Kyle.
—Pero... ¿por qué? ¿Por qué no me delataste?
—Porque lo amo. Como tú. Y si una mujer intentara
apartarlo de mi lado... —dejó la frase en suspenso—.
¿Dónde irás?
—Iré a casa de mi tío. Espero que puedas perdonarme
algún día, Josleen.
Su sonrisa fue triste, pero franca.
—Ya te he perdonado. El amor, a veces, juega malas
pasadas.
Evelyna se alejó hacia la puerta. James la abría en ese
momento.
—Si alguna vez, en cualquier lugar, en cualquier
ocasión —le dijo—, necesitas algo de mí, sólo llámame,
Josleen. Nunca podré pagarte tu muestra de amistad.
Sin mirar atrás, salió, cerrando a sus espaldas. James
elevó una ceja.
—¿Qué ha pasado?
—Asuntos entre mujeres. No quieras enterarte, cotilla.
—Kyle dice que fue ella quien...
—Déjalo, James, dulzura. Estoy cansada.
—¡Hey! ¡Me has llamado dulzura! —gritó el joven—
¡Cuando Kyle se entere se le comerá la rabia y...!
—¿De qué he de enterarme? —preguntó una voz de
barítono a sus espaldas, haciendo que pegara un brinco.
—¡Diablos, chico, deberías hacer algo de ruido cuando
caminas! Me has asustado.
—¿Has cuidado bien a mi enferma? —preguntó Kyle
—. He visto que Evelyna salía de aquí.
—Pidió verla un momento. En privado.
—¿Y tú las dejaste a solas?
—¡Condenado seas! Trata de prohibir algo a esta
deliciosa cosita que está en la cama. Intenta hacerlo y luego
me cuentas cómo lo consigues.
Renegando entre dientes se marchó.
—¿Qué mierda quería esa desgraciada? —preguntó
Kyle, apenas se cerró la puerta.
—Pedir perdón. Juró que sólo quería asustarme.
—Ya veo. Y tú, dulce alma caritativa, te lo has creído.
—No sólo lo creí, mi irritado guerrero dorado —
repuso—, sino que estoy segura de haber ganado una amiga
para toda la vida. Ay, vamos, no frunzas el ceño de ese
modo. Te hace parecer temible.
—Soy temible, señora.
Josleen se rió con ganas y él se acercó y depositó un
beso en sus labios.
—¿Te encuentras mejor?
—Me encuentro perfectamente. Sólo un poco
magullada —los dedos masculinos trazaban círculos sobre
el cardenal de la sien—. Por cierto..., ¿conoces a Barrymore
Moretland?
La pregunta le dejó perplejo.
—¿Moretland?
—Eso he dicho. ¿Puedes colocarme los almohadones
para estar un poco más derecha?
—Liria dijo que...
—Por favor.
—Está bien —accedió. La acomodó y ella emitió un
largo suspiro de placer— ¿Mejor así?
—Mucho mejor, gracias. ¿Y bien?
—Y bien... ¿qué?
—Sobre Moretland.
Kyle hizo como si intentara recordar.
—Te daré unas pistas —dijo Josleen—. Moreno, de
mediana estatura, ojos pequeños y pardos, con una cicatriz
en forma de media luna en la barbilla. Creo que en
ocasiones utiliza los colores de los Moogan. Imagino que
cuando te pasa información sobre el ganado de mi hermano
—todo el cuerpo de Kyle se tensó—. Otra pista más: estaba
con mi escolta el día que te encontramos y te dieron aquella
paliza y casi te matan de frío.
Su tonillo, realmente irónico, le hizo encajar la
mandíbula.
—Si sabes que le conozco, ¿a qué viene entonces
preguntarme?
—Curiosidad. Y para poder vengarme de ese cerdo.
Evelyna me dijo que un hombre con esas señas la engatusó
para que me matara y así volver a tenerte —Kyle se irguió
en toda su estatura— ¿Qué vas a hacer?
—Ir a tierras de tu hermano, buscarlo y matarlo.
Justo en ese momento un grito anunció que estandartes
de los McDurney, McCallister y Gowan se acercaban.
—Me parece que no te va a hacer falta ir a buscarlo —
susurró Josleen, aterrada ante la idea de que un ejército
completo estuviera a las puertas de Stone Tower.
Capitulo 42
Ante el contingente que se aproximaba, los aldeanos
que vivían fuera de las murallas corrieron a refugiarse en el
interior de la fortaleza, abandonando sus casas y enseres a
los invasores.
Josleen se tiró de la cama apenas Kyle desapareció para
hacerse cargo de la defensa. Rezó para que Wain no atacara
de repente, para que primero pidiera explicaciones. Ella
estaba bien, si no contaban los cardenales, y Verter y los
demás gozaban de buena salud y mejor comida aunque
estaban confinados en las mazmorras. Nadie había sufrido
daño y un secuestro en aquellos tiempos era el pan de cada
día. Pero sabía la cólera que embargaba a su hermano cada
vez que el nombre de los McFersson salía a relucir. Wain
podía ser imprevisible. Colman McFersson había matado a
su bisabuelo y esa afrenta aún estaba por cobrar, según el
joven.
A aquellas alturas, después de convivir en Stone Tower
y conocer a sus gentes, Josleen se preguntaba qué había
sucedido realmente entre sus bisabuelos. Dudaba mucho que
Colman hubiera matado a sangre fría a su antepasado, y
sabía que las habladurías y las leyendas se agrandaban y
modificaban con el paso del tiempo, pasando de padres a
hijos. No todo lo que se contaba era cierto. Si aquel Colman
había sido la mitad de caballero que era Kyle, no pudo matar
a su bisabuelo sino en limpia pelea.
Consiguió ponerse uno de los vestidos mientras
rezongaba por el dolor y las molestias. Se lavó el rostro, se
recogió el cabello en una trenza que dejó a la espalda y salió
de allí para dirigirse a la muralla.
Nadie la detuvo. Ni se fijó en ella. En Stone Tower
reinaba la confusión y todos iban o venían preparándose
para la batalla o el asedio. Un buen número de campesinos
ayudaban en los quehaceres dirigidos por los guerreros, las
mujeres ponían a los niños a buen recaudo. Se le encogió el
estómago pensando lo que podía suceder.
Entre aquel jaleo, Josleen distinguió a Malcom y se
acercó.
—¿Dónde crees que vas, jovencito?
El niño la miró como a una aparición.
—¡Estás bien! —gritó, alborozado.
—Más o menos, cielo. Ve dentro.
—¡Pero nos están atacando, Josleen! Hay muchos
guerreros fuera de las murallas.
—Casualmente por eso quiero que vayas dentro.
¿Dónde está tu abuela?
—Creo que buscándome —confesó—. Pero yo debo
defender la fortaleza, igual que mi padre. Los campesinos
son nuestra responsabilidad.
—Malcom, cariño, esos campesinos son más grandes
y fuertes que tú. Tu padre y tus tíos se encargarán de ese
trabajo. Ve dentro.
—Al menos quiero ver lo que pasa.
Josleen también quería. No en vano su hermano estaba
fuera de las murallas. Y temía por él y por Kyle.
—¿Hay algún lugar seguro desde el que ambos
podamos fisgar? —Malcom asintió—. Muéstramelo.
El niño la condujo a través de la confusión ascendiendo
por una escalera lateral. Llegaron a las almenas y desde allí,
agazapados para no ser vistos, miraron hacia el exterior. A
Josleen se le congeló la sangre al ver el abultado número de
guerreros.
—Ahora guarda silencio, Malcom. Y no te asustes.
—No estoy asustado, sino nervioso. Es mi primera
batalla, ¿sabes?

ÒÏ ÒÏ ÒÏ
Kyle observó a sus enemigos. Sabía por qué estaban
allí. Se preguntó cómo demonios se habían enterado de que
Josleen se encontraban entre los muros de su fortaleza.
Maldijo cien veces su mala suerte. Se daba cuenta de que
había sido un inconsciente, de que había dilatado demasiado
todo el asunto. Retener a Josleen le podía costar muchas
bajas. Y muchas pérdidas. Las llamas que se elevaban en el
poblado y que estaban consumiendo las chozas de sus
gentes, daban clara muestra de que su rival no iba solamente
a parlamentar. Pero estaba decidido a hacer un pacto con el
maldito Wain McDurney. No podía enfrentarse a él. No al
hermano de Josleen. Ella no le perdonaría nunca si lo
mataba o mataba a alguno de sus familiares. Y tenía a todos
a sus puertas.
—Saca a los prisioneros de la celda y déjalos marchar
—le dijo a James.
—¿Y ella?
Kyle contuvo las ganas de soltarle un puñetazo. Pero
sólo apretó los dientes y murmuró:
—Ella se queda.
—Imagino que a McDurney no se conformará con
recuperarlos a ellos solamente —intervino Duncan—. Ha
venido a llevarse a su hermana.
—¡Por encima de mi cadáver!
—Parece dispuesto a hacerlo —susurró James con un
hilo de voz, señalando a lo lejos.
En efecto, Wain parecía dispuesto a todo. Estaban
quemando toda la aldea, granero incluido.
Un jinete envuelto en el tartán McCallister hizo
avanzar su caballo portando bandera blanca. Cuando estuvo
a poca distancia de la muralla se detuvo.
—¡Kyle McFersson!
Se asomó por encima del muro.
—¡Aquí estoy!
—¡Traigo un mensaje de Wain McDurney!
—¡Suéltalo!
—Libera a lady Josleen y a los hombres que tienes
retenidos. Cuando todos estén a salvo entre nosotros
perdonará la vida de todos cuantos se cobijan bajo tus
colores, se hablará de compensaciones y os enfrentaréis.
Kyle contuvo el aliento. Wain quería su cabeza
pinchada en un palo y expuesta al sol. Y no era para menos.
Seguramente imaginaba que su hermana no seguía siendo
doncella. No cesaría hasta verle muerto. Pero, pasara lo que
pasase, él no podía matar a Wain. Se lo debía a Josleen.
—¡Dejaré libres a los hombres!
—¿Y lady Josleen?
—Ella se queda. No está en condiciones de ir a ningún
lado.
El emisario de Wain se irguió como si le hubieran
atravesado el pecho. Hizo girar su montura y regresó al
abrigo de los suyos.
El silencio cayó sobre los hombres de Kyle como una
losa. Todos sabían ya que habría batalla. Muchos de ellos la
admitían con entusiasmo, no en vano los McDurney eran sus
más fieros rivales. Y les habían robado en demasiadas
ocasiones. Ellos habían hecho lo propio, claro estaba, pero
eso no venía ahora al caso.
Poco después, el emisario regresó a las murallas. El
trapo blanco que lucía en el asta que apoyaba con desgana
sobre su muslo, parecía más un símbolo de guerra que de
tregua.
—¡McDurney no quiere derramar más que una sangre:
la tuya! —gritó a voz en cuello—. ¡Te reta a lucha abierta!
—¿Para eso tiene que enviar un emisario? —gritó Kyle
a su vez— ¿Por qué no viene él mismo?
—¿Qué respondes, McFersson?
—¡Puede pudrirse esperando, díselo!
El hombre asintió y volvió a dar la vuelta. A Kyle le
pareció vislumbrar una sonrisa satisfecha. Todos parecían
estar ansiosos de pelear. Todos excepto él, porque tenía las
manos atadas.
Se apartó y maldijo en voz alta el condenado embrollo
en que había metido a su gente. Estaba entre la espada y la
pared. No podía enfrentarse a Wain. No podía dejar que
Josleen regresara con los suyos. ¡Ella le pertenecía! La sola
idea de que se marchara le encolerizaba. Y Wain no
aceptaría sus excusas. Tampoco él lo haría si la muchacha
hubiera sido su hermana.
Josleen había cambiado tantas cosas en Stone Tower
que ya pertenecía al lugar. Había conseguido que sus
hermanos se comportasen, que él recuperase a su hijo, que
se dedicara a él como un verdadero padre y no sólo como el
jefe del clan. Su madre volvía a ser feliz gracias a ella. Su
gente confiaba en ella, la habían admitido de buena gana
porque día a día su amor y dedicación le granjearon el
afecto de todos. ¿Y Wain pretendía que la dejase marchar?
Duncan le advirtió y volvió a prestar atención. Los
enemigos se movían, acabando de destruir el poblado. A sus
espaldas, algunos protestaron por aquel desastre. No era la
primera vez que batallaban contra otro clan y no sería la
última en que se perderían viviendas y enseres, animales o
vidas. Pero ninguna tan absurda como la que se avecinaba.
Todo por su lujuria. Por su falta de control. Por haber
seducido a una mujer.
Kyle se preguntó si tenía derecho a sacrificar el
bienestar de toda su gente por no humillarse y decidió que
no. No, condenado fuese, no tenía ese derecho por muy jefe
del clan que fuera. Su vida era un tributo muy bajo a pagar a
cambio de la de los suyos. No le importaba morir.
Sólo sentía no poder volver a tener a Josleen.
—Ondea bandera blanca, James.
Su hermano se quedó mirándole como si hubiera
perdido el juicio.
—¿Qué has dicho?
—Ondea bandera blanca. ¡Y hazlo ya, antes de que
acaben por incendiar todo el poblado y ataquen!
Segundos después la camisa blanca de Duncan, que
renegaba por lo bajo, se mecía al viento. Kyle vio que Wain
McDurney hacía un gesto con la mano. De inmediato, sus
guerreros retrocedieron y dejaron de saquear las cabañas. Y
casi al mismo tiempo las puertas de la muralla se abrían
ligeramente para dejar paso a los recién liberados
prisioneros. Todos apuraron el paso al verse libres para
unirse a los de su clan. Kyle se felicitó por haber ordenado
que se les tratara bien. Realmente, no tenía nada contra ellos
y Verter había terminado por caerle bien.
Fue él quien se volvió hacia la muralla y le buscó con
la mirada. Kyle esperaba su alarido, pero aún así le
sobresaltó cuando llegó.
—¡¡Mc.Fersson, te mataré por esto!!
Capitulo 43

Desde su posición, Josleen se alegró al verlos marchar.


Se le escaparon unas lágrimas, viendo que Kyle había
cedido. Sin embargo, algo dolía en el pecho. Algo profundo,
como una daga clavada entre las costillas. Kyle dejaba libres
a los hombres y seguramente la dejaría a ella antes o
después. Deseaba volver a abrazar a su hermano, a Sheena y
a sus parientes, pero dejar a Kyle se le hacía insoportable.
Tratando de contener el llanto, tomó a Malcom de la mano.
—Volvamos abajo.
—¿Por qué? No ha terminado. Ahora viene lo mejor.
Mi padre se enfrentará al McDurney.
—Ese McDurney es mi hermano, cariño —se mordió
los labios—. Y yo no quiero que salga herido, como no
quiero que hieran a tu padre. No puedo permitirlo. Nadie
debe morir, Malcom. He de marcharme. Conseguiré que mi
hermano deje vuestras tierras.
El muchachito tiró y se soltó. Frunció el ceño, en aquel
gesto idéntico al de Kyle.
—Papá no te dejará marchar. Me lo prometió cuando
estaba llorando junto a tu cama.
Josleen parpadeó. Las lágrimas rodaron ya sin control.
¿Kyle había llorado por ella?
—¿Te lo prometió?
—Lo hizo, de veras.
—¿Y lloraba? —preguntó, confusa.
—Supongo que pensaba que te ibas a morir. Cuando
estabas dormida, después de la caída. ¿Sabes?, nunca había
visto llorar a papá. Él es un guerrero y los guerreros no
lloran ¿no es cierto? Yo procuro no hacerlo.
Un vahído la hizo apoyarse en la pared. Si le quedaba
alguna duda del amor de Kyle, ahora desaparecía. La
felicidad estalló dentro de ella con tanta fuerza que las
piernas le temblaron.
Escuchó el retumbar de muchas voces a la vez y se
asomó para ver qué sucedía. Se quedó sin aliento. Kyle
estaba a punto de salir de las murallas. Solo. Montado en su
caballo. El pánico se apoderó de ella.
—Malcom —tomó al niño por los hombros con tanta
fuerza que él hizo una mueca de dolor—. Malcom, cariño,
escúchame. ¿Conoces alguna salida secreta? ¿Sabes cómo
puedo salir de aquí?
El niño la miró con atención.
—¿Para qué quieres saberlo?
—¿Conoces o no el modo de salir sin ser visto?
—Es posible.
—Enséñame.
—No puedo, Josleen. Mi padre me mataría. Y mis tíos.
—Malcom, tesoro —le abrazó—. Tu papá está en
peligro. Ahora mismo está saliendo de Stone Tower.
—¿Va a rendirse?
—No creo. Seguramente quiere hablar con mi
hermano, pero él está furioso. ¿Lo comprendes? Pueden
hacerse daño.
—¿Tu hermano tratará de matar a mi papá? —se
asustó.
No pudo responderle a eso, pero le dijo:
—Tenemos que ayudarle.
Los ojos del niño se abrieron como platos.
—¿Nosotros? ¿Te refieres a ti y a mí?
—Exactamente. Quieres ser un buen guerrero el día de
mañana, ¿no es verdad? —Malcom asintió— Para ser un
gran hombre hay que tomar a veces decisiones difíciles.
Ahora es una de ellas. Puedes desobedecer a tu papá y
mostrarme esa salida secreta para que yo impida su muerte,
o puedes no decir nada y cargar con ello sobre tus espaldas.
Debes decidirte y debes hacerlo ahora.
—Mi padre vencerá al McDurney.
—Pero da la casualidad de que yo quiero también a ese
condenado McDurney, Malcom.
—Y a mí. ¿Me quieres, Josleen? —preguntó,
esperanzado— ¿Te importaría ser mi mamá?
Josleen apretó su cuerpecito contra el pecho y estalló
en llanto. Dios, no entendía por qué la vida era tan injusta a
veces. Pensó que todos los hombres eran idiotas. Orgullosos
e idiotas. Nada la satisfaría más que convertirse en la esposa
de Kyle y en la madre del pequeño, pero el destino estaba a
punto de arrebatarle a los dos. Debía sacrificar su felicidad a
cambio de saber que ellos vivirían. Wain no cesaría hasta
regresarla a su lado y para eso era capaz de matar a Kyle y a
medio clan McFersson o morir en el intento. Debía ir a su
encuentro y convencerle para que cesara toda belicosidad.
No se sentía con valor para asumir la pérdida de Wain. Ni
para ver el rostro lloroso de su madre si el que perdía la vida
era Warren. Los hados habían decidido ya por ella.
—Me encantaría ser tu madre, Malcom —le dijo—,
pero ahora debo evitar una guerra —escuchó el chirrido de
la enorme puerta al abrirse y el vello se le puso de punta—.
¡Por Dios, muéstrame esa salida, Malcom!
—Está justo aquí debajo —accedió el chico. Y echó a
correr.
Josleen se remangó el ruedo del vestido y le siguió. Su
cuerpo protestó al moverse deprisa, pero se mordió los
labios y rezó para llegar a tiempo de frenar aquella locura.
Capitulo 44

Kyle achicó la mirada cuando el sol le dió de pleno en


los ojos, cegándolo. La puerta se cerró a sus espaldas no sin
antes escuchar la voz de su hermano James aconsejándole:
—Ten cuidado. El jodido McDurney no se dejará
convencer. Y te apuesto tu caballo de batalla a que sé lo que
vas a decirle.
Era posible, pensó con ironía.
Era posible que su rival durante años no quisiera ni
escucharle. De todos modos estaba decidido a hacer todo
cuanto pudiera para evitar la pelea. Y si para ello debía dejar
que el otro pisoteara su orgullo, que así fuese. Era más fácil
seguir viviendo sin orgullo que ver el odio en los ojos de
Josleen. La amaba. Se había dado cuenta cuando estuvo a
punto de perderla. No había tenido el valor de decírselo. Él,
que juró una vez no volver a casarse, no volver a caer en las
redes de una mujer.
Irguió los hombros, respiró hondo y taconeó
ligeramente los flancos de su semental.
Iba a disculparse con los McDurney, con los
McCallister y con los Gowan. Iba a disculparse incluso con
el mismísimo rey de los infiernos si era necesario. Le
pediría a Wain la mano de Josleen y si el otro no aceptaba...
igual le daría que lo matara.
Wain le vio avanzar despacio. ¿El McFersson salía
solo, sin sus hombres, después de mostrar bandera blanca?
¿Se trataba de una trampa? ¿Dónde estaba Josleen?
La vio en ese mismo instante.
Aquella muchacha delgada con el cabello rojo y oro
flotando tras ella, no podía ser otra que su hermana. Se aupó
sobre su montura y alzó el brazo en señal de saludo. El gesto
alertó a Kyle que se volvió para mirar tras él. Josleen corría
ladera abajo. Hacía él. ¿O hacia ellos?
Wain espoleó su caballo para alcanzar a su hermana
antes de que lo hiciera Kyle.
Kyle, a su vez, obligó a su semental a dar la vuelta y
enfiló también hacia ella.
Un grito unánime envolvió a los hombres de Wain y él
desenvainó la espada.
Josleen, al ver ambos caballos corriendo hacia ella, se
había quedado paralizada.
Kyle llegó antes y se tiró del caballo antes incluso que
el animal frenara su carrera. Aún estaba en el aire cuando
sacó su espada. Josleen no pudo evitar sentir orgullo ante su
habilidad, pero casi al instante su cuerpo la protegió. Ya no
pudo ver nada, salvo sus anchas espaldas.
—¡No la toques, McDurney!
Wain tiró de las riendas a dos palmos de él. Le hubiera
costado muy poco azuzar al animal y cocearle, pero temió
por su hermana y contuvo el ímpetu de su montura.
—Entrégamela, McFersson.
—Primero me escucharás.
Josleen sintió que se desvanecía. ¿Kyle estaba de
acuerdo en entregarla? Se alzó sobre las puntas de sus
zapatos para poder ver a su hermano pero dada la estatura de
Kyle hubo de acabar asomándose por debajo de su brazo
armado.
—Lo único que quiero escuchar de tus labios es una
oración cuando te mate —contestó Wain.
—¿Me escucharás?
Wain apretó los dientes. Su caballo estaba nervioso,
olía ya la pelea, y le costaba retenerle.
—Te escudas con mi hermana, maldito bastardo. Deja
que se aleje, podría resultar herida. Entonces, saldaremos
nuestras diferencias.
Kyle sacudió la cabeza.
—Josleen está malherida y...
Con un grito de furia, Wain saltó a tierra.
—Si te has atrevido a maltratarla...
Josleen emitió un gemido. Parecían dos lobos a punto
de atacarse. Intentó hablar, pero las voces de ambos
anularon sus palabras. Así que hizo lo único que podía
hacer: acarició la espalda de Kyle. De inmediato, él se
olvidó de Wain y la miró.
—¿Estás bien, mi amor?
Wain se quedó aturdido al escuchar aquel tono de voz
con que el McFersson se dirigía a su hermana. Y ella
aprovechó para ganar posición entre ambos, aunque el brazo
de Kyle la retuvo por el talle.
—Si envaináis las espadas estaré mejor.
Kyle comenzó a bajar su espada, atento sin embargo a
cualquier posible ataque. Wain permaneció rígido, pero
estaba tan pasmado que fue incapaz de hacer otra cosa que
no fuera observar a la muchacha. Descubrió el cardenal en
la sien y dio un paso hacia ella.
—Hubo un accidente, Wain —se apresuró a explicar
ella—. Me caí. Pero estoy bien, te lo juro.
Kyle la atrajo hacia él con más fuerza, sin soltar aún la
espada que mantenía a medio camino entre el pecho de
Wain y el suelo. Josleen sintió la fuerza de su brazo, la
tibieza de su cuerpo. Alzó el rostro para mirarle y Kyle la
obsequió una media sonrisa. Hubiera sido un inmejorable
momento para Wain, porque cuando descubrió el brillo de
pasión en aquellos ojos azules, se olvidó de todo.
Ella le acarició el mentón, se puso de puntillas y le
besó en la boca.
Todas las alarmas saltaron e la cabeza de Wain.
—¿Qué demonios está pasando aquí, Josleen?
—Imagino que el muchacho ha salido para explicarlo
—se escuchó una voz de mujer.
Josleen lanzó un grito de alegría, se separó de Kyle y corrió
hacia su madre, que ya desmontaba. Junto a ella, ya que no
había habido forma de detenerla, estaban Warren, el padre
de Sheena y el mismísimo Verter. Y ninguno de los tres
parecía muy feliz.
—¡Mamá!
Alien abrazó a su hija y la muchacha se quejó.
—¿Te encuentras bien, cariño? —preguntó,
observando el gesto adusto de McFersson, nada cómodo al
verse cercado.
—Un par de cardenales. Una caída inoportuna, mamá.
Nada serio. ¿Podrías convencer a estos dos idiotas que bajen
de una vez las espadas? En realidad —dijo lanzando una
mirada helada a todo el grupo—, ¿podrías decir a todos que
guarden las armas?
Mientras hablaban, James, Duncan y un nutrido grupo
de guerreros habían salido de la fortaleza y les rodearon a su
vez. Los hombres de Wain comenzaron a moverse y desde
las almenas, los de Kyle apuntaron con sus arcos.
Alien apartó a su hija y se volvió hacia su esposo.
—Caballeros, temo que pronto comenzará una de esas
incómodas tormentas de verano. No tengo intenciones de
quedarme a dialogar bajo la lluvia, de modo que si
McFersson tiene a bien invitarnos a un trago de whisky,
estoy segura de que podremos aclarar todo este lío
cómodamente sentados.
Josleen aguantó la risa al escuchar al unísono los gruñidos
de disconformidad de Warren y Wain.
—Será un honor, milady —afirmó Kyle.
Alien volvió a tomar a su hija de la cintura y sin hacer
caso a nadie, ambas se encaminaron hacia la puerta del
castillo.
Warren McCallister se pasó la mano por el mentón y
resopló. Su esposa acababa de darles una lección y él, en el
fondo, se enorgullecía. Lo que le fastidiaba era que el
condenado McFersson parecía estarse divirtiendo, dada la
sonrisa que lucía.
Los hombres de Kyle no supieron cómo reaccionar
cuando aquella dama, de altanero el gesto, pasó entre sus
caballos de guerra con toda tranquilidad. Pero al ver que no
las seguían, se volvió y les increpó:
—¿Váis a quedaros ahí hasta que se os arrecie el
trasero en invierno? —la puya consiguió arrancar una risita
a Josleen—. Hija, ¿te he dicho alguna vez que todos los
hombres son un poco... lentos?
A la joven se le cortó la risa escuchando un golpe seco
y una maldición.
Kyle, tumbado en el suelo, se tocaba la mandíbula. Y
Verter, con las piernas abiertas y casi encima de él, tenía
aún los puños apretados. Ante el movimiento general, Kyle
pidió calma con un gesto, mientras taladraba con los ojos a
Verter y trataba de averiguar si tenía todos los dientes en su
sitio.
—Supongo que me lo merecía.
Verter asintió.
—Te tenía ganas, muchacho, no voy a negarlo.
Extendió el brazo y Kyle lo aceptó para levantarse.
Josleen acudió a su lado de inmediato y regaló al otro una
mirada que hubiese helado el centro de la tierra.
—Bestia —le insultó—. ¿Te ha hecho daño? Pega
como una mula.
—Bueno —repuso Kyle, aún atontado por el trallazo
—, me han pegado coces mayores. No se ofenda, Verter.
Gowan se frotó la barriga. Llevaba varios días
comiendo el rancho que sirvieron durante la marcha y
soñaba con una buena pieza de carne. Presentía que aquella
noche comería caliente.
En el momento en que se dirigían hacia las murallas, el
sexto sentido de Kyle evitó una tragedia. Un ligerísimo
destello entre los matorrales desvió su atención. La flecha
iba directa hacia la espalda de Wain. Con unos reflejos
inmejorables Kyle empujó al otro, que cayó de bruces,
recibiendo él el impacto en su hombro. Pero le dio tiempo a
sacar su espada y lanzarla.
El estertor de muerte apenas se escuchó.
La confusión sólo duró unos segundos. Fue Verter
quien corrió hacia los arbustos mientras Alien y Josleen se
preocupaban de atender a Kyle. Cuando regresó, su
expresión era de asombro.
—Por el amor de Dios, es Moretland —dijo.
Kyle rompió el astil emplumado y movió el hombro
herido.
—Me olvidé de él —dijo Josleen, rasgando ya parte de
su enagua para enjugar la sangre—. Por su culpa casi me
desnuco al caerme desde lo alto de la torre al piso inferior.
Es un traidor, Wain.
—Era un traidor —rectificó Verter—. McFersson, tu
espada le ha atravesado la garganta.
—Seguramente pensó que era el momento adecuado,
echándonos la culpa —dijo Kyle a Wain—. Te odiaba.
Deseaba ser el jefe de los McDurney.
—Siempre le traté bien, le di mi confianza. Con
seguridad trataba de eliminarte a ti.
—¡Wain, no seas terco! —exclamó Josleen—. Esa
flecha te hubiese atravesado.
—Debo suponer que acabas de salvarme la vida,
entonces.
Kyle sabía que el otro no estaba muy conforme, porque
ahora le debía un favor. Se encogió de hombros y el
movimiento le hizo respingar.
—Hay que curar eso antes de que te quede menos
sangre en el cuerpo que cerebro en la cabeza —zanjó la
madre de Josleen—. En cuanto a ti, hijo, pues sí, acaba de
salvarte la vida. Imagino que ahora la deuda por la muerte
de tu bisabuelo podría quedar zanjada.
Epilogo
El tibio sol de otoño teñía de rojo la pradera. Las copas
de los árboles, mezcla de ocre, rojo y verde, convertían el
paisaje en un lienzo maravilloso.
Hacía frío pero Josleen, arropada bajo gruesas mantas
de piel, no lo sentía. Muy por el contrario, estaba ardiendo.
Los labios de Kyle acariciaron su oreja. Le miró. Le
miró como hacía siempre, sin acabar de creer que aquel dios
pagano, dorado de la cabeza a los pies, le perteneciera.
Aceptó su boca. Cuando él profundizó en el beso, volvió a
desearlo.
—Hace apenas unos minutos, Kyle —protestó de todos
modos.
—Una eternidad —dijo él, entrelazando sus piernas a
las de ella y envolviéndola en sus brazos—. Una eternidad,
mi amor.
Ella se arrebujó, mimosa, apoyando la mejilla en su
pecho. Aún no estaba satisfecha. Nunca estaría satisfecha de
él, aunque pasaran mil años.
—Liria ha prometido hacer un pudín de frutas para el
postre de mañana —dijo para distraerle.
—Odio el pudín de frutas.
—A mi me encanta.
—Por eso Liria lo hace.
—Me mima demasiado.
—Vas a tener a mi nuevo hijo y todos te adoran, como
yo —afirmó, acariciando el vientre aún plano.
—Será una niña.
—Y preciosa.
—Eso espero. Malcom dice que estará encantado de
tener una hermanita a la que proteger.
—Ajá —Kyle aspiró el olor a flores que emanaba su
esposa.
—Y mamá ha prometido pasar el invierno con
nosotros. No quiere estar lejos cuando nazca —alzó la
cabeza para mirarle—. ¿Te importa tener a tu suegra una
temporada?
—Sabes que no, mi amor.
—Verter la acompañará.
—¡Por Dios, mujer! —protestó— Verter me tiene aún
ganas. Todavía me duele el puñetazo.
Josleen se rió con ganas. Pero su risa se fue
convirtiendo en gemidos cuando comenzó a acariciarla bajo
las mantas.
—¿Será siempre igual? —ronroneó.
—He de resarcirme, señora.
—¿De qué?
—De la semana que tus parientes pasaron en Stone
Tower, hasta que Wain accedió a que nos casásemos.
Recuerda, cariño, que no se me permitió tocarte durante
todos los días que duró el... ¿cómo lo llamó tu madre?
¿Cortejo?
Josleen volvió a estallar en carcajadas que la
provocaron hipo. Kyle la miró fascinado. Cuando reía el
mundo estallaba en mil colores. La amaba de un modo
completo. Tanto, que a veces le dolía el pecho. Y se lo dijo.
Una vez más. Tal vez lo había repetido un millón de veces
desde que pidió formalmente su mano a todo el condenado
clan McDurney, al clan Gowan y también al clan
McCallister.
Ella le besó en la barbilla. Sus ojos, más brillantes que
nunca, envolvieron a Kyle en ternura y pasión.
—Recuperemos entonces el tiempo perdido, mi terrible
guerrero de las Highlands —susurró ella—. Hazme el amor.
—Una y mil veces, mi hermosa flor de brezo blanco.
Una y mil veces.
Y Kyle cumplió su palabra.
Por descontado que lo hizo.
Pasaría el resto de su vida concediendo ese deseo a su
esposa.

FIN

Nota: Quiero agradeceros el increíble seguimiento


que ha tenido esta novela tanto en mi página como en los
foros de romántica en los que se ha colgado. Agradezco
también vuestros correos siempre tan cariñosos y pido
disculpas porque aún me quedan muchos por contestar,
pero es que se han desbordado todas mis previsiones.
Prometo contestar todos y cada uno de los emails, quienes
ya me han escrito otras veces pueden dar fe de que siempre
contesto.

Nuevamente pido disculpas por los innumerables


fallos que sin duda habréis podido encontrar, pero esta
novela es tan sólo un borrador que he querido compartir
con vosotros. Su función no era otra que la de entretener y
haceros pasar un buen rato, si lo he conseguido me doy por
satisfecha.

Muchas gracias a todos.

Un abrazo,

Nieves Hidalgo

P.D. Han sido más de 350 personas las que han leído
en el blog diariamente la novela. A todas ellas ¡gracias por
estar aquí cada día! y muy especialmente a quienes habéis
dejado vuestro comentario o me habéis escrito
personalmente.
Table of Contents
BREZO BLANCO
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30
Capitulo 31
Capitulo 32
Capitulo 33
Capitulo 34
Capitulo 35
Capitulo 36
Capitulo 37
Capitulo 38
Capitulo 39
Capitulo 40
Capitulo 41
Capitulo 42
Capitulo 43
Capitulo 44
Epilogo

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BREZO BLANCO
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30
Capitulo 31
Capitulo 32
Capitulo 33
Capitulo 34
Capitulo 35
Capitulo 36
Capitulo 37
Capitulo 38
Capitulo 39
Capitulo 40
Capitulo 41
Capitulo 42
Capitulo 43
Capitulo 44
Epilogo

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