1er Reporte Audio 2do Parcial
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Grupo: 501
El cuerpo de Jesús fue sepultado en un sepulcro nuevo, no lejos del lugar donde le habían
crucificado. La sepultura de Jesús manifiesta que murió verdaderamente. Jesús resucitó a una vida
nueva. Su alma y su cuerpo, plenamente transfigurados con la gloria de su Persona divina,
volvieron a unirse. El alma asumió de nuevo el cuerpo y la gloria del alma se comunicó en totalidad
al cuerpo. Por este motivo, «la Resurrección de Cristo no es un retorno a la vida terrena. Su cuerpo
resucitado es el mismo que fue crucificado, y lleva las huellas de su Pasión, pero ahora participa ya
de la vida divina, con las propiedades de un cuerpo glorioso» (Compendio, n. 129).
El sentido teológico de la Resurrección. La resurrección de Cristo forma una unidad con su muerte
en la Cruz. Como por la pasión y muerte de Jesús Dios eliminó el pecado y reconcilió consigo el
mundo, de modo semejante, por la resurrección de Jesús, Dios inauguró la vida nueva, la vida del
mundo futuro, y la puso a disposición de los hombres.
Todo el sufrimiento físico y espiritual que tuvo Jesús en la Cruz se transforma con su resurrección
en felicidad y perfección tanto en su cuerpo como en su alma. Todo en Él está lleno de la vida de
Dios, de su amor, de su felicidad, y eso es algo que durará para siempre.
Pero no es algo sólo para él, sino también para nosotros. Por el don del Espíritu Santo, el Señor nos
hace participar de esa vida nueva de su resurrección. Aquí en la tierra ya nos llena de su gracia, la
gracia de Cristo que nos hace hijos y amigos de Dios, y si somos fieles, al final de nuestra vida nos
comunicará también su gloria, y alcanzaremos también nosotros la gloria de la resurrección.
En este sentido, los bautizados «hemos pasado de la muerte a la vida», de la lejanía de Dios a la
gracia de la justificación y de la filiación divina. Somos hijos de Dios muy amados por la fuerza del
misterio Pascual de Cristo, de su muerte y de su resurrección. En el desarrollo de esa vida de hijos
de Dios se encuentra la plenitud de nuestra humanidad.
La ascensión de Cristo a los cielos. Con la Ascensión a los cielos termina la misión de Cristo, su
envío entre nosotros en carne mortal para obrar la salvación. Era necesario que, tras su
Resurrección, Cristo prolongara de vez en cuando su presencia entre los discípulos, para
manifestar su vida nueva y completar la formación de ellos. Esta presencia termina el día de la
Ascensión. Sin embargo, aunque Jesús vuelve al cielo con el Padre, se queda también entre
nosotros de varios modos, y principalmente en modo sacramental, por la Sagrada Eucaristía.
A) Nos alienta a vivir con la mirada puesta en la gloria del Cielo: «Buscando las cosas de allá
arriba» (Col 3,1); nos recuerda que no tenemos aquí ciudad permanente (Hb 13,14), y fomenta en
nosotros el deseo de santificar las realidades humanas.
B) Nos impulsa a vivir de fe, pues nos sabemos acompañados por Jesucristo, que nos conoce y ama
desde el cielo, y que nos da sin cesar la gracia de su Espíritu. Con la fuerza de Dios podemos
realizar la tarea de evangelización que nos ha encomendado: llevarle a todas las almas (cfr. Mt 28,
19) y ponerle en la cumbre de todas las actividades humanas (cf. Jn 12,32), para que su Reino sea
una realidad (cf. 1 Co 15,25). Además, Él nos acompaña siempre desde el Sagrario.