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1er Reporte Audio 2do Parcial

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Pasión muerte y resurrección de Jesús

Fernando Yahir Abad Santamaría

Maestro: Mirsa Maricela Mólgora Razo

Materia: El mundo desde la perspectiva cristiana

Grupo: 501

Universidad De La Salle Bajío Campus Salamanca

Ingeniería En Automatización Y Control Industrial

Periodo Cuatrimestral Enero-Abril Del 2023


Pasión y Muerte

Lo que se no muestra en la biblia y de igual manera es conocido en la historia es


que Jesús murió crucificado porque fue condenado por haber dicho que él era el
Mesías hijo de Dios, aquel a quién Dios había dado el poder de juzgar a todos los
hombres…
La historia de Jesús empieza cuando Dios envió a su Hijo al mundo para cumplir
con su promesa con Israel, llevar su palabra al mundo, en un principio a Cristo le
costó mucho que fuera aceptado ya que mucha gente lo veía de una manera
extraña de predicar la palabra de Dios algunos lo siguieron y los lideres del pueblo
donde se situaba lo rechazaron y lo condenaron. Se entregó a sí mismo a esa
pasión y muerte injustas. Por tanto, Jesús aceptó libremente los sufrimientos
físicos y morales impuestos por la injusticia de los pecadores, se puede decir que
cargó nuestros pecados.
La cruz de Cristo a mi punto de vista tiene un significado que puede ser visto como
el amor generoso que tenía Dios hacia nosotros y la disposición de hacer lo que
sea con tal de que nuestro padre nos perdonara, es decir un amor que nos salva.
El significado de la Cruz también se dice que es principalmente, la eliminación de
nuestros pecados. Pero eso no significa que no podamos pecar o que cada
pecado se nos perdone automáticamente sin que pongamos nada de nuestra
parte.
Todos nosotros al final de cuentas somos pecadores, pero podemos librarnos del
pecado y de sus efectos que Cristo fabricó en sí mismo precisamente al sostener
la experiencia del daño que hace el pecado, y que se nos aplica a través de los
sacramentos.
Nos damos cuenta de que la cruz no es solo antídoto del pecado, si no que revela
también la potencia del amor. Jesús en la cruz nos enseña hasta donde se puede
llegar por amor a Dios y a los hombres y así nos indica el camino hacia la plenitud
humana, pues el sentido del hombre está en amar verdaderamente a Dios y a los
demás. Claro que llegar a esa plenitud humana sólo es posible porque Jesús nos
hace participar de su resurrección y nos da el Espíritu santo. Pero de esto se
habla más adelante.
Resurrección

El cuerpo de Jesús fue sepultado en un sepulcro nuevo, no lejos del lugar donde le habían
crucificado. La sepultura de Jesús manifiesta que murió verdaderamente. Jesús resucitó a una vida
nueva. Su alma y su cuerpo, plenamente transfigurados con la gloria de su Persona divina,
volvieron a unirse. El alma asumió de nuevo el cuerpo y la gloria del alma se comunicó en totalidad
al cuerpo. Por este motivo, «la Resurrección de Cristo no es un retorno a la vida terrena. Su cuerpo
resucitado es el mismo que fue crucificado, y lleva las huellas de su Pasión, pero ahora participa ya
de la vida divina, con las propiedades de un cuerpo glorioso» (Compendio, n. 129).

El acontecimiento de la Resurrección de Cristo. Jesús resucitó verdaderamente. Los Apóstoles no


pudieron engañarse o inventar la resurrección. En primer lugar, si el sepulcro de Cristo no hubiera
estado vacío no habrían podido hablar de la resurrección de Jesús; además si el Señor no se les
hubiera aparecido en varias ocasiones y a numerosos grupos de personas, hombres y mujeres,
muchos discípulos de Cristo no habrían podido aceptar su resurrección, como ocurrió inicialmente
con el apóstol Tomás. Mucho menos habrían podido ellos dar su vida por una mentira. Como dice
San Pablo, si Cristo no resucitó, entonces él, Pablo estaría dando un falso testimonio sobre Dios:
«Que Dios resucitó a Cristo, a quien no resucitó» (1 Co 15, 14.15). Pero san Pablo no tenía
intención de hacer algo así. Estaba plenamente convencido de la resurrección de Jesús porque lo
había visto resucitado. De modo análogo, san Pedro responde con valentía a los jefes de Israel:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a
quien vosotros disteis muerte colgándole de un madero. [...] Nosotros somos testigos de estas
cosas» (Hch 5, 29-30.32).

El sentido teológico de la Resurrección. La resurrección de Cristo forma una unidad con su muerte
en la Cruz. Como por la pasión y muerte de Jesús Dios eliminó el pecado y reconcilió consigo el
mundo, de modo semejante, por la resurrección de Jesús, Dios inauguró la vida nueva, la vida del
mundo futuro, y la puso a disposición de los hombres.

Todo el sufrimiento físico y espiritual que tuvo Jesús en la Cruz se transforma con su resurrección
en felicidad y perfección tanto en su cuerpo como en su alma. Todo en Él está lleno de la vida de
Dios, de su amor, de su felicidad, y eso es algo que durará para siempre.

Pero no es algo sólo para él, sino también para nosotros. Por el don del Espíritu Santo, el Señor nos
hace participar de esa vida nueva de su resurrección. Aquí en la tierra ya nos llena de su gracia, la
gracia de Cristo que nos hace hijos y amigos de Dios, y si somos fieles, al final de nuestra vida nos
comunicará también su gloria, y alcanzaremos también nosotros la gloria de la resurrección.

En este sentido, los bautizados «hemos pasado de la muerte a la vida», de la lejanía de Dios a la
gracia de la justificación y de la filiación divina. Somos hijos de Dios muy amados por la fuerza del
misterio Pascual de Cristo, de su muerte y de su resurrección. En el desarrollo de esa vida de hijos
de Dios se encuentra la plenitud de nuestra humanidad.

La ascensión de Cristo a los cielos. Con la Ascensión a los cielos termina la misión de Cristo, su
envío entre nosotros en carne mortal para obrar la salvación. Era necesario que, tras su
Resurrección, Cristo prolongara de vez en cuando su presencia entre los discípulos, para
manifestar su vida nueva y completar la formación de ellos. Esta presencia termina el día de la
Ascensión. Sin embargo, aunque Jesús vuelve al cielo con el Padre, se queda también entre
nosotros de varios modos, y principalmente en modo sacramental, por la Sagrada Eucaristía.

Sentado a la derecha del Padre, Jesús continúa su ministerio de Mediador universal de la


salvación. «El Señor reina con su humanidad en la gloria eterna de Hijo de Dios, intercede
incesantemente ante el Padre en favor nuestro, nos envía su Espíritu y nos da la esperanza de
llegar un día junto a Él, al lugar que nos tiene preparado» (Compendio, n. 132).

Tengamos además en cuenta que la glorificación de Cristo:

A) Nos alienta a vivir con la mirada puesta en la gloria del Cielo: «Buscando las cosas de allá
arriba» (Col 3,1); nos recuerda que no tenemos aquí ciudad permanente (Hb 13,14), y fomenta en
nosotros el deseo de santificar las realidades humanas.

B) Nos impulsa a vivir de fe, pues nos sabemos acompañados por Jesucristo, que nos conoce y ama
desde el cielo, y que nos da sin cesar la gracia de su Espíritu. Con la fuerza de Dios podemos
realizar la tarea de evangelización que nos ha encomendado: llevarle a todas las almas (cfr. Mt 28,
19) y ponerle en la cumbre de todas las actividades humanas (cf. Jn 12,32), para que su Reino sea
una realidad (cf. 1 Co 15,25). Además, Él nos acompaña siempre desde el Sagrario.

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