Cuaderno 72
Cuaderno 72
Cuaderno 72
MINISTERIO DE DEFENSA
INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL
LI JORNADAS
DE HISTORIA MARÍTIMA
LA MARINA DE LA CORONA
DE ARAGÓN
DIrECCIÓN y aDMINIstraCIÓN:
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EDIta:
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pias, o por cualquier otra forma, sin permiso previo, expreso y por escrito de los titulares del
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1.—I JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa (agotado) 33.—LA CARPINTERÍA Y LA INDUSTRIA NAVAL EN EL SIGLO XVIII
ESPAÑA Y EL ULTRAMAR HISPÁNICO HASTA LA ILUS- 34.—xIx JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa (agotado)
TRACIÓN HOMBRES Y ARMADAS EN EL REINADO DE CARLOS I
2.—II JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa (agotado) 35.—xx JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa (agotado)
LA MARINA DE LA ILUSTRACIÓN JUAN DE LA COSA
3.—sIMPOsIO HIsPaNO-brItÁNICO (agotado) 36.—LA ESCUADRA RUSA VENDIDA POR ALEJANDRO I A
LA GRAN ARMADA FERNANDO VII EN 1817
4.—III JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa (agotado) 37.— LA ORDEN DE MALTA, LA MAR Y LA AR-MADA
LA ESPAÑA MARÍTIMA DEL SIGLO XIX (I) 38.—TRAFALGAR
5.—Iv JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa (agotado) 39.—LA CASA DE CONTRATACIÓN DE SEVILLA. APROXIMA-
LA ESPAÑA MARÍTIMA DEL SIGLO XIX (II) CIÓN A UN CENTENARIO (1503–2003)
6.—FERNÁNDEZ DURO (agotado) 40.—LOS VIRREYES MARINOS DE LA AMÉRICA HISPANA
7.—ANTEQUERA Y BOBADILLA (agotado) 41.—ARSENALES Y CONSTRUCCIÓN NAVAL EN EL SIGLO DE
8.—v JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa LAS ILUSTRACIONES
LA MARINA ANTE EL 98.–ANTECEDENTES DE UN 42.—xxvII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. LA INSTITU-
CONFLICTO CIÓN DEL ALMIRANTAZGO EN ESPAÑA
9.—I JOrNaDas DE POLÍtICa MarÍtIMa 43.—xxvIII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa
LA POLÍTICA MARÍTIMA ESPAÑOLA Y SUS PROBLEMAS LA ÚLTIMA PROGRESIÓN DE LAS FRONTERAS HISPANAS
ACTUALES EN ULTRAMAR Y SU DEFENSA
10.—LA REVISTA GENERAL DE MARINA Y SU PROYECCIÓN 44.—La GuErra DE La OrEJa DE JENKINs (1739-1748)
HISTÓRICA 45.—HIstOrIa DE La arMaDa EsPañOLa EN EL
11.—vI JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa PrIMEr tErCIO DEL s. xIx: IMPOrtaCIÓN vErsus
LA MARINA ANTE EL 98.–GÉNESIS Y DESARROLLO DEL FOMENtO (1814-1835)
CONFLICTO 46.—xxIx JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa
12.—MAQUINISTAS DE LA ARMADA (1850-1990) PIRATERÍA Y CORSO EN LA EDAD MODERNA
13.—I JOrNaDas DE HIstOrIOGraFÍa 47.—xxx JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa
CASTILLA Y AMÉRICA EN LAS PUBLICACIONES ANTECEDENTES BÉLICOS NAVALES DE TRAFALGAR
DE LA ARMADA (I) 48.—xxxI JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. EL COMBATE
14.—II JOrNaDas DE HIstOrIOGraFÍa DE TRAFALGAR
CASTILLA Y AMÉRICA EN LAS PUBLICACIONES 49.—CRUCEROS DE COMBATE EN ACCIÓN
DE LA ARMADA (II) 50.—V CENTENARIO DEL FALLECIMIENTO DE CRISTÓBAL
15.—vII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa COLÓN
POLÍTICA ESPAÑOLA Y POLÍTICA NAVAL TRAS 51.—xxxII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. DESPUÉS DE
EL DESASTRE (1900-1914) TRAFALGAR
16.—EL BRIGADIER GONZÁLEZ HONTORIA 52.—xxxIII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. EL COMER-
17.—vIII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa CIO MARÍTIMO ULTRAMARINO
EL ALMIRANTE LOBO. DIMENSIÓN HUMANA Y 53.—VICENTE YAÑEZ PINZÓN Y LA CARABELA SAN BENITO
PROYECCIÓN HISTÓRICA (EN PRENSA)
18.—EL MUSEO NAVAL EN SU BICENTENARIO, 1992 54.—xxxv JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. LA ARMADA
(agotado) Y SUS HOMBRES EN UN MOMENTO DE TRANSICIÓN
19.—EL CASTILLO DE SAN LORENZO DEL PUNTAL.–LA MARI- 55.—xxxvI JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. LA MARINA
NA EN LA HISTORIA DE CÁDIZ EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (II)
20.—Ix JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa 56.—III JOrNaDas DE HIstOrIOGraFÍa NavaL
DESPUÉS DE LA GRAN ARMADA.–LA HISTORIA DESCO- LA HISTORIOGRAFÍA DE LA MARINA ESPAÑOLA
NOCIDA (1588-16...) 57.—xxxvII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. PLAN
21.—CICLO DE CONFErENCIas (agotado) FERRANDIZ: PODER NAVAL Y PODER MARÍTIMO
LA ESCUELA NAVAL MILITAR EN EL CINCUENTENARIO 58.—xxxvII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. V CENTE-
DE SU TRASLADO NARIO DEL NACIMIENTO DE ANDRÉS DE URDANETA
22.—CICLO DE CONFErENCIas (agotado) 59.—xxxvI y xxvIII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. LA
MÉNDEZ NÚÑEZ Y SU PROYECCIÓN HISTÓRICA MARINA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA II Y III
23.—CICLO DE CONFErENCIas 60.—xxxIx JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. JOSÉ DE
LA ORDEN DE MALTA, LA MAR Y LA ARMADA MAZARREDO Y SALAZAR
ESPAÑOLA 61.—xLI JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. LA EXPULSIÓN
24.—xI JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa DE LOS MORISCOS Y LA ACTIVIDAD DE LOS CORSARIOS
MARTÍN FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, EL MARINO NORTEAFRICANOS.
HISTORIADOR (1765-1844) 62.—xL JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. LA PROTECCIÓN
25.—xII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa DEL PATRIMONIO SUMERGIDO.
DON ANTONIO DE ULLOA, MARINO Y CIEN-TÍFICO 63.—xLII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. LA ORDEN DE
26.—xIII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa ÁLVARO DE MALTA, LA MAR Y LA ARMADA (III).
MENDAÑA: EL PACÍFICO Y SU DIMENSIÓN HISTÓRICA 64.—xLIII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. LA EMANCI-
27.—CursOs DE vEraNO DE La uNIvErsIDaD PACIÓN DE AMÉRICA.
COMPLutENsE DE MaDrID (agotado) 65.—xLIv JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. LA INDEPEN-
MEDIDAS DE LOS NAVÍOS DE LA JORNADA DE INGLA- DENCIA DE AMÉRICA ESPAÑOLA 1812-1828.
TERRA 66.—xLv JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. ESPAÑA EN
28.—xIv JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa FILIPINAS.
D. JUAN JOSÉ NAVARRO, MARQUÉS DE LA VICTORIA, EN 67.—xLvI JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. V CENTENA-
LA ESPAÑA DE SU TIEMPO RIO DEL DESCUBRIMIENTO DEL MAR DEL SUR POR
29.—xv JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa NÚÑEZ DE BALBOA.
FERROL EN LA ESTRATEGIA MARÍTIMA DEL 68.—xLvII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. JORGE JUAN
SIGLO XIX Y LA CIENCIA ILUSTRADA EN ESPAÑA.
30.—xvI JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa 69.—xLvIII JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. EXPEDICIO-
ASPECTOS NAVALES EN RELACIÓN CON LA CRISIS DE NES NAVALES ESPAÑOLAS EN EL SIGLO XVIII.
CUBA (1895-1898) 70.—xLIx JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. ESPAÑA Y LA
31.—CICLO DE CONFErENCIas.–MayO 1998 LA CRISIS ESPAÑO- INDEPENDENCIA NORTEAMERICANA.
LA DEL 98: ASPECTOS NAVALES Y SOCIOLÓGICOS 71.—L JOrNaDas DE HIstOrIa MarÍtIMa. HISTORIA DEL
32.—CICLO DE CONFErENCIas.–OCtubrE 1998. VISIONES DE ARMA SUBMARNA ESPAÑOLA
ULTRAMAR: EL FRACASO DEL 98
7
veremos por tanto en estos tres días la formación y geopolítica peninsular
de la Corona de aragón en la docta palabra del catedrático de Historia Moder-
na don Enrique Martínez ruiz, miembro del consejo rector de la rEvIsta DE
HIstOrIa NavaL. El doctor ingeniero naval don Francisco Fernández Gonzá-
lez nos ilustrará sobre cómo se trazaban las coordenadas de la construcción
naval en un reino que necesitaba navíos y galeras tanto para su expansión
como para su defensa. Don Manuel Gracia rivas, director del Centro de Estu-
dios borjanos, disertará sobre las ordenanzas y tratados navales que concertó
la Corona y con quiénes lo hizo, mientras que don Mario Orsi Lázaro nos
narrará la expansión mediterránea catalano-aragonesa durante los siglos xIII y
xIv. Pondrá el broche a estas Jornadas el general auditor José Cervera Pery,
licenciado en Historia y asesor de la dirección de este Instituto, que se ocupará
de la guerra de los dos Pedros, durante la que se dirimió la lucha por la hege-
monía peninsular en el Mediterráneo.
Estamos listos por tanto para dar avante en este nuevo periplo histórico
naval, que tengo el honor de patronear y del que espero felices y bonancibles
singladuras.
8
INtErvIENEN EN Estas JOrNaDas
Manuel GRACIA RIVAS. Coronel médico retirado que ha desarrollado su actividad profesio-
nal en diversos destinos de la armada, entre ellos el buque escuela Juan Sebastián de Elcano,
el Estado Mayor, la Dirección de Personal (como jefe de la sección de cuerpos comunes) y la
Policlínica Naval, donde fue jefe de servicio de análisis clínicos. Mandó la unidad sanitaria
Embarcada en el buque de asalto anfibio Galicia, durante la misión humanitaria en Centroamé-
rica con motivo de la tragedia del huracán Mitch. Es especialista en Medicina Preventiva y
análisis Clínicos y máster superior en administración sanitaria por la Escuela Nacional de
sanidad. Numerario de la real academia de Nobles y bellas artes de san Luis, de Zaragoza
(delegado en la ciudad de borja), correspondiente de la real de la Historia y de la academia
Melitense Hispana, en la actualidad preside el Centro de Estudios borjanos de la Institución
Fernando el Católico y pertenece a la asociación Española de Médicos Escritores y artistas. Es
miembro de la Comisión Internacional de Historia de la Náutica y de la junta directiva de la
asociación Europea de Museos de arte religioso. En 2010 fue nombrado consultor de la unes-
9
co para la Convención del Patrimonio Cultural Inmaterial. En este mismo ámbito del patrimo-
nio cultural ha sido durante más de diez años vicepresidente ejecutivo de Hispania Nostra y en
la actualidad es miembro de la comisión del patrimonio cultural de la diócesis de tarazona.
autor de numerosos libros y artículos sobre temas navales y patrimonio cultural, obtuvo el
Premio del Mar del Ministerio de Defensa en dos ocasiones, por sus obras La Sanidad en la
Jornada de inglaterra (1587-1588) e Historia de la Sanidad Naval. Está en posesión de la
Cruz, Encomienda y Placa de la real y Militar Orden de san Hermenegildo; de cinco cruces al
Mérito Naval; Cruz al Mérito aeronáutico; Medalla de Oro de la ciudad de borja; Medalla de
la Liberación de Kuwait; Medalla de Honor al Mérito Militar soldado de la Patria, de la repú-
blica de Nicaragua, y de la Encomienda de la Orden de san sisenando de Portugal.
Jose CERVERA PERY. Licenciado en Derecho por la universidad de Madrid, donde también
cursa estudios de Ciencias Políticas. General auditor del Cuerpo Jurídico Militar en situación
de retiro, procedente del Cuerpo Jurídico de la armada, es periodista de titulación oficial y
diplomado en tecnología de la Información, Derecho Internacional y Derecho Marítimo. Cola-
borador-concurrente del CEsEDEN y especialista en historia naval, tiene numerosos libros
publicados sobre la materia. Profesionalmente ha desempeñado entre otros los siguientes desti-
nos: secretario de justicia y fiscal de la Jurisdicción Militar de la región Ecuatorial, asesor jurí-
dico de la base naval de rota, consejero legal del Estado Mayor de la armada, profesor adjunto
de la Escuela de Guerra Naval, asesor jurídico del departamento de personal y auditor de la
Flota. Ha sido igualmente jefe de los gabinetes de prensa del Ministerio de Marina y de la
subsecretaría de la Marina Mercante, en cuya Dirección General de transportes Marítimos
ejerció también de asesor jurídico. tras su pase a la reserva fue nombrado jefe del servicio
histórico del Instituto de Historia y Cultura Naval y de su departamento de cultura, así como
director de la rEvIsta DE HIstOrIa NavaL. Como experto jurídico ha formado parte de nume-
rosas delegaciones españolas ante organismos internacionales, y como conferenciante, pronun-
ciado disertaciones en diversas ciudades españolas, europeas e hispanoamericanas. Es miembro
numerario de la real academia de la Mar, de la de san romualdo de Ciencias, artes y Letras y
de la sociedad Heráldica Española, así como colegiado de honor del Colegio Heráldico de
España e Indias y correspondiente de la real academia de la Historia, de la academia de
buenas Letras de Córdoba, de la academia Nacional de la Historia de la república argentina,
de la academia de Historia Marítima de Chile, del Instituto Histórico Geográfico de la repúbli-
ca de uruguay, del Instituto de Estudios Históricos del Perú, del de Ecuador y del Instituto
Histórico del río de la Plata. Igualmente ha participado en diferentes simposios del Naval
Historical Center de annapolis (Estados unidos). Está en posesión de numerosas condecoracio-
nes, como la Gran Cruz del Mérito Naval, la Cruz Distinguida de la Orden de san raimundo de
Peñafort, las encomiendas de la Orden de Isabel la Católica, de la del Mérito Civil y de la de
África, y las medallas de la Paz de Marruecos, de Plata de la Juventud, la conmemorativa de
Lepanto, de la Ciudad de almería, de la de Melilla y de la villa de rota. Cervera Pery es
asimismo premio Marqués de santa Cruz de Marcenado y en la actualidad asesora a la direc-
ción del Instituto de Historia y Cultura Naval e imparte clases en la sociedad de Estudios Inter-
nacionales.
10
FORMACIÓN Y GEOPOLÍTICA
PENINSULAR DE LA CORONA
DE ARAGÓN
Prof. Enrique MartÍNEZ ruIZ
universidad Complutense de Madrid
11
La conquista musulmana. vICENs vIvEs, J.: Atlas de historia de España. barcelona, 1965
bria y los Pirineos, que habían sido rebasados por los invasores en su expan-
sión por la septimania, siendo esta la zona en que francos y musulmanes
entraron en contacto. Los cristianos rebeldes de Península, así pues, quedaron
horquillados entre los musulmanes y el mar al oeste, y entre los musulmanes y
los francos al este.
Mientras los musulmanes establecían la primera división provincial de las
tierras peninsulares conquistadas, que coincidía, grosso modo, con la división
provincial del alto imperio romano —al oeste estaba la provincia de Mérida
(que englobaba la Lusitania y la Gallaecia); al sur, la de al-andalus (coinciden-
te, más o menos, con la bética); en el centro, la de tolaitola (Carthaginensis), y
al noreste, la de sarakusta (que era la equivalente a la tarraconensis) (1)—, los
francos estaban inmersos en un proceso de consolidación de su reino.
En efecto; con incrementos territoriales provenientes de alemania y la
Provenza, los antiguos reinos de austrasia, Neustria y borgoña constituyeron
(1) Para la invasión musulmana de la Península y el Islam español, asuntos donde no
vamos a detenernos, remitimos a «clásicos» como Watt, W.M.: Historia de la España islámi-
ca, Madrid, 1986, y LEvI-PrOvENçaL, E.: España musulmana hasta la caída del califato de
Córdoba (711-1031 d. J.C.), t. Iv y v de la Historia de España dirigida por r. MENéNDEZ
PIDaL, Madrid, 1982-1987. véanse asimismo CruZ HErNÁNDEZ, M.: El islam de Al-Andalus.
Historia y estructura de su realidad social, Madrid, 1996; CabrEra, E. (coord.): Abderramán
iii y su época, Córdoba, 1991; vaLDEÓN baruquE, J.: Abderramán iii y el califato de Córdoba,
Madrid, 2001, y vaLLvé, J.: El califato de Córdoba, Madrid, 1992.
12
El imperio carolingio. sIGNOs: 1, territorios heredados por Carlomagno; 2, territorios
conquistados por Carlomagno; 3, territorios más o menos dependientes del imperio carolingio;
4, Marcas defensivas del Imperio; 5, Líneas de resistencia del Imperio. vICENs vIvEs, J.: Atlas
de historia Universal. barcelona, 1968
el núcleo del reino de los francos, que es restaurado en 751 por Pipino el
breve, cuyo reinado señala el inicio del longevo reino carolingio. En la forma-
ción de este pueden distinguirse tres etapas: la primera coincide con el reinado
de Pipino, de 751 a 768, durante el que el reino extiende sus límites hasta la
Galia por la incorporación de la septimania y de aquitania; la segunda corres-
ponde a las conquistas de Carlomagno (768-814): las tierras italianas del reino
de Lombardía y el ducado de spoleto, y las alemanas de Frisia, sajonia y
baviera, cuya anexión justificaba la restauración del Imperio en roma, el 25
de diciembre de 800, en beneficio del conquistador por un papa que le debía
su poder territorial, los Estados de la Iglesia; la tercera se caracteriza por la
incorporación de nuevos territorios en los confines eslavos y la península
ibérica, entre 800 y 814, período en el que fue creado un amplio glacis de
marcas protectoras contra amenazas exteriores: la marca hispánica, la bretona,
la danesa, la soraba, la oriental y la panónica (2). Pero estos grandes reductos
militares no pudieron hacer impermeable al Imperio, que sufrió ataques de
(2) Para el emperador franco y la Europa de su tiempo, véase, entre otros, büHrEr-
tHIErry, G.: LʼEurope carolingienne (714-888). París, 1999.
13
aventureros y de los normandos que
devastaron sus costas, de manera que
a la muerte de Carlomagno su obra ya
estaba amenazada.
Pero no vamos a profundizar en
este proceso, pues solo nos interesa
en la medida en que afecte a los
condados pirenaicos. ya hemos
nombrado a Carlos Martel, hijo ilegí-
timo de Pipino de Heristal (Pipino II
o Pipino el breve), muerto en 714,
cuando Carlos tenía veintinueve años.
Para que no anulara al legítimo here-
dero, de seis años, la reina viuda lo
encarceló. Pero, como quiera que
algunas regiones (Neustria, sajonia y
austrasia) que no querían ser gober-
nadas por una mujer se sublevaron,
Carlos escapa de la cárcel (715) y se
Pipino el breve, de Louis Félix amiel. Musée pone al frente de los revoltosos de
Historique de versailles austrasia, vence a los neustrianos y
se presenta en Colonia, donde la reina
no tuvo más remedio que dejar austrasia en su poder.
En 721 se produjo el primer embate musulmán en territorio franco, pero
fue rechazado con la intervención del duque de aquitania, Eudes, quien consi-
guió que los invasores abandonaran la septimania. En 725 los árabes ya
habían ocupado el Languedoc y la mayor parte de borgoña, lo que los coloca-
ba en el centro de las tierras francas; y en 732 iniciaron una poderosa ofensiva
destinada a apoderarse del santuario de san Martín de tours. Como Eudes era
consciente de que por sí solo no podía detener la acometida musulmana, pidió
ayuda a Carlos Martel. Los ejércitos de ambos se reunieron el 19 de octubre
cerca de Poitiers, donde derrotaron a los invasores. En la batalla murió abde-
rramán, gobernador de la España musulmana durante el período conocido
como del «emirato dependiente»; después, Carlos Martel descendió hasta el
Midi en una expedición de saqueo, en la que mató a cuantos jefes musulmanes
residían en aquellas tierras.
Pero los árabes no fueron derrotados en todos los frentes; y así, tomaron
aviñón y arlés y en 735 atacaron por borgoña. Pero Carlos Martel les empujó
al valle del ródano en 736 y al año siguiente reconquistó aviñón. aliándose
con los lombardos, recuperó también la Provenza y dejó a los árabes confina-
dos en Narvona. todas estas victorias contribuyeron a unificar el reino franco
en torno a Carlos, quien, aunque nunca fue coronado rey, puso y depuso reyes:
destronó a Chilperico II de Neustria (719-722) y puso en su lugar a Clotario Iv
de austrasia (717-719), reponiendo a aquel cuando falleció este y entronizan-
do a thierry (o teodomiro) Iv como rey de Neustria, borgoña y austrasia
14
Batalla de Poitiers, octubre de 732, de Charles de steuben. Museo del Castillo de versalles, Francia
15
batalla de roncesvalles (778). Muerte de roland, en Grandes Chroniques de France, ilustra-
das por Jean Fouquet, h. 1455-1460. París, bibliteca Nacional de Francia, departamento de
manuscritos, Français 6465, f. 113 (quinto libro de Carlomagno)
16
da por vascones y musulmanes,
probablemente animados por aysun y
Matruh ben sulayman al-arabí, hijos
de sulaymán, cuya liberación consi-
guieron en el curso de la batalla. Los
destrozos causados por el ataque en la
retaguardia franca fueron tales que en
el choque pereció un sobrino de
Carlomagno, roldán. Los vencedores
de roncesavalles se retiraron a Zara-
goza. Matruh fue enviado por su
padre a controlar barcelona y Gero-
na. y cuando su progenitor murió en
780, se puso de parte de abderra-
mán I, ayudándole a conquistar Zara-
goza en 781.
Pero el interés del rey franco por
Imagen tomada de www.laguia2000.com los asuntos peninsulares no desapare-
ció tras el descalabro de roncesva-
lles, y en 785 fundó el condado de
Gerona, que se le había entregado sin lucha, quedando así la frontera con el
Islam delimitada por el río ter. Cuatro años más tarde, en 789, Husayn de
Zaragoza se sublevó otra vez y se hizo con el control de Zaragoza y Huesca.
Matruh murió en 792 y en barcelona tomó el poder sadun al-ruayni, quien en
797 se presentó en aquisgrán ante Carlomagno en solicitud de ayuda contra el
emir cordobés, al-Hakam I, ofreciéndole a cambio Madinat barshiluna
(barcelona). En esa ocasión, el rey franco pondría al frente del ejército que
envió a la Península a su hijo Ludovico Pío, que luego sucedería a su padre y
a quien se conoce como Luis I el Piadoso.
Ludovico Pío aspiraba a tomar barcelona sin lucha en el otoño de 800 —
año de la coronación imperial de Carlomagno—, pero sadun se negó a entre-
garla. Ludovico tuvo que atacarla, planteándose un largo asedio. sadun fue
capturado y el nuevo, y último, valí de barcelona fue Harun, deseoso de conti-
nuar la lucha contra los francos; pero su círculo próximo lo depuso y lo entre-
gó a Ludovico Pío (801), quien prosiguió su avance hasta tortosa, pero fue
rechazado hasta el Llobregat.
Ludovico Pío sucedió a su padre en 814, y a su muerte, sus tres hijos,
Carlos, Lotario y Luis, se repartieron el imperio por el tratado de verdún (843).
17
Invasiones árabes y normandas. vICENs vIvEs, J.: Atlas de historia Universal. barcelona, 1968
18
www.Losreinoscristianos.files.wordpress.com
Las distintas piezas del mosaico hispano pirenaico limitaban al oeste con el
reino de Pamplona; al norte, con el Cantábrico y los francos; al sur, con el
Califato; al oeste, con el condado de Castilla, y al este, con el de aragón. Este,
junto con los de sobrarbe y ribagorza, componía los condados aragoneses,
que limitaban al norte con los francos, al sur con los musulmanes y al este con
el más oriental de los condados catalanes, el de Pallars. al este seguían los
condados de urgel, Cerdaña y rosellón, todos limítrofes con los francos. El
de barcelona los cerraba por el sur, y Pallars y urgel limitaban además con
los musulmanes; el de besalú tenía el de Cerdaña al este, el rosellón al
norte, el de barcelona al sur y al este el de ampurias, uno de los tres conda-
dos —con el rosellón y barcelona— que tenían salida al Mediterráneo.
En el caso de Navarra, de la que no nos vamos a ocupar (3), el conde de
Pamplona, Íñigo arista, se independizó de los francos y creó el reino de Nava-
rra, que empezó a ganar terreno hasta alcanzar su máxima expansión con
sancho III el Mayor (4) en el siglo xI, pero al morir, por la concepción patri-
monial del poder imperante en la época, dividió el reino entre sus hijos.
El condado de aragón tomó su nombre, posiblemente, de los dos ríos de ese
nombre: el aragón, que baja desde Canfranc y riega Jaca, la principal ciudad
de su cuenca, y el aragón menor o subordán, que irriga el valle de Hecho. En
esos territorios se refugiaron los cristianos que no deseaban someterse a los
invasores musulmanes y que en los inicios del siglo Ix, como otros territorios
pirenaicos, aceptaron la supremacía franca. allí, Carlomagno y sus sucesores,
bien enviaron unos representantes con el título de «condes», o bien aceptaron a
(3) véase LarrEa, J. J.: La Navarre du ive au xiie siècle. Peuplement et société. París, 1998.
(4) sobre este personaje, OrCÁstEGuI, C. y sarasa, E.: Sancho iii el Mayor (1004-1035).
burgos, 2000.
19
los jefes naturales, que a lo largo del siglo Ix van desmarcándose de los francos
y crean las dinastías autóctonas de los condados en el siglo siguiente.
El primer conde que aparece gobernando las tierras al sur de los Pirineos y al
norte de Zaragoza y Huesca es aureolus u Oriol, que murió en 809. Pero fue
Galindo aznar I, que gobernó desde la década de 830 hasta la de 860, quien se
emancipó de la tutela carolingia, mientras que sus hijos aznar Galindo II y
Galindo II aznar se aproximaron a los reyes de Pamplona y a los musulmanes de
Huesca. Con ellos fueron emparentando por vía matrimonial a lo largo del siglo,
hasta que García sánchez (925-970) incorporó el condado de aragón al reino de
Pamplona, al que permaneció vinculado hasta la muerte de sancho el Mayor, en
1035, si bien el condado conservó durante ese tiempo cierta autonomía (5).
sobrarbe estaba bajo la autoridad del valí de Huesca, y comprendía dentro
de sus límites las ciudades de boltaña, alquézar y barbastro, este el núcleo
urbano y económico más importante del territorio, de cuya parte más septen-
trional, desde 775, era señor blasco de sobrarbe, quien integró esas comarcas
en el condado de aragón. Pero a comienzos del siglo x se unió al condado de
ribagorza merced al matrimonio de bernardo unifredo con toda Galíndez,
hija de Galindo II aznar, que aportó el sobrarbe como dote al matrimonio.
De los tres condados aragoneses, ribagorza era el de mayor dependencia
franca, como los demás condados orientales catalanes. En el siglo Ix estaba
formado por los valles de los ríos Noguera-ribagorza y Noguera-Pallaresa e
Isábena y vinculado al conde de tolosa; pero, a raíz de la crisis tolosana del
último cuarto del siglo Ix, raimundo I de ribagorza-Pallars se declaró conde
independiente e inició su propia dinastía, de forma que podemos considerar el
siglo x como el del inicio de la disgregación de la Marca Hispánica.
CONDaDOs CataLaNEs
(5) sèNaC, Ph.: La Frontière et les hommes (viii.e-xii.e siècle). Le peuplement musulman
au nord de l’Ebre et les débuts de la reconquête aragonaise. París, 2000.
20
Más al este, y tras la conquista franca, se hace mención de unas divisiones
administrativas que reciben el nombre de «condados»; se trata de los territo-
rios de urgel, barcelona, Gerona, Osona, ampurias y rosellón, internamente
divididos en «pagos», como berga o vallespir. Estas circunscripciones más
pequeñas parecen tener un origen anterior a los francos, toda vez que sus lími-
tes coinciden con los territorios ocupados por tribus ibéricas (por ejemplo, el
condado de Osona se correspondía con el territorio de los ausetanos; el de
Cerdaña, con el de los ceretanos, etc.), lo que parece demostrar que en tiem-
pos de los romanos y de los visigodos estos parajes debieron de tener alguna
entidad administrativa o política, aprovechada luego por los francos para
organizar esos territorios bajo su dependencia. Estos incluso recurrieron en
principio a la aristocracia local para el nombramiento de los condes, pero ante
las tentativas de convertir esos cargos en hereditarios, se nombraron condes
francos. De este modo, Gerona, urgel y Cerdaña tuvieron que aceptar en 785
la subordinación al imperio carolingio, a lo que siguió la ocupación carolingia
de ribagorza, Pallars, Cerdaña, besalú, Gerona, ausona y barcelona,
para cuyo gobierno el rey franco nombró marqueses con facultades mili-
tares —también tenían poderes políticos y judiciales—, a fin de que pudieran
enfrentarse con mayores posibilidades a los enemigos árabes de la península
ibérica. De esta forma, la totalidad de la Marca Hispánica fue estabilizándose
a lo largo del siglo Ix como una frontera entre francos y musulmanes.
Por lo que respecta a los condados más orientales (6), en el siglo x se va
configurando la superioridad de barcelona, que desde principios de siglo ya
controlaba también a los de Osona y Gerona, pero poco o nada podía hacer
ante el poder de Córdoba —almanzor cercó y saqueó barcelona en 985—.
sin embargo, cuando se produjo la caída del califato, los territorios cristianos
pudieron tomar la iniciativa y comenzar una expansión que repoblaba las
zonas conquistadas militarmente, financiando este esfuerzo repoblador
mediante el cobro de tributos o parias a los reinos de taifas a cambio de acuer-
dos de no agresión; simultáneamente, sus vínculos con los francos se fueron
haciendo cada vez más débiles, sobre todo a raíz de la crisis y fragmentación
del imperio carolingio, lo que permitió que los condados francos se transmi-
tieran hereditariamente. En este sentido, Wilfredo el velloso fue el último
conde designado por los francos y el primero que transmitió sus territorios a
sus hijos.
Wilfredo, conde de urgel y Cerdaña, en 877 recibió de los francos los
condados de barcelona, Gerona y besalú. y si bien a su muerte este conjunto
territorial fue dividido, los condados de barcelona, Gerona y Osona se mantu-
vieron unidos, dando así origen al patrimonio territorial de la casa condal de
barcelona, lo cual se ha considerado el comienzo de la independencia de estos
condados de la Marca Hispánica que en el siglo xIv formaron el principado de
(6) Para la expansión catalana, véanse sabaté, F.: L’expansió territorial de Catalunya
(segles ix-xii): conquesta o repoblació?, Lleida, 1996, y bONNassIE, P.: La Catalogne du milieu
du x.e à la fin du xi.e siècle. Croissance et mutations d’une société, 2 vols., toulouse, 1975.
21
Cataluña. Los sucesores de Wilfredo
mantuvieron su lealtad a los francos
hasta borrell II, que ante el ataque de
almanzor en 985 abandonó barcelo-
na y se refugió en Montserrat en
espera de la ayuda franca. Pera tal
ayuda nunca llegó, y todo apunta a
que esta deslealtad, que disgustó
profundamente al conde, se traduciría
en la ruptura de los vínculos de vasa-
llaje entre barcelona y los francos,
pues no consta que en el cambio de la
Origen del escudo del condado de Barcelona dinastía carolingia por la de los Cape-
(real academia Catalana de bellas artes de
sant Jordi). según la leyenda, Claudi Lorenza- to acudiera a prestar juramento de
le pintó (1843-1844) el momento en fidelidad al nuevo rey, aunque se le
que Carlos el Calvo, con la sangre de la herida requirió por escrito. Esta omisión es
de Wilfredo en los dedos, creaba las cuatro considerada el inicio de la indepen-
barras del escudo de armas del condado de
barcelona
dencia del condado barcelonés.
Por otra parte, la frontera entre
cristianos y musulmanes era en el
siglo x bastante difusa (7). En la Marca Hispánica había pobladores de
obediencia incierta, y la amplitud de la zona que separaba a unos y otros osci-
laba sobremanera. En Lérida y balaguer era más estrecha, por la fuerza de
ambos enclaves musulmanes y la existencia de comunidades cristianas con
vínculos muy estrechos con las del otro lado fronterizo. En el sudoeste de
barcelona, en cambio, esa franja era mucho más amplia y se fue poblando de
castillos estratégicamente situados en las alturas para servir de defensa y
protección, castillos que sirvieron para atraer nuevos pobladores mientras en
los valles se multiplicaban los núcleos de población a la sombra de edificios
religiosos, que iban entretejiendo otra red territorial.
En el siglo xI, los condados orientales y occidentales de la Marca Hispáni-
ca van a dar un salto cualitativo. El nacimiento del reino de aragón se sitúa
en 1035, cuando ramiro I (1035-1063) lo creó sobre las tierras recibidas en
herencia a la muerte de su padre, sancho el Mayor, tierras que coincidían con
los límites del condado homónimo. ramiro incorporó otros territorios más al
este, en sobrarbe y ribagorza, al morir su hermano Gonzalo en 1039, pero
sin que cambiara la denominación del reino, que conservaría siempre el
nombre de los territorios patrimoniales de su primer rey. así se configuró una
entidad política que limitaba al oeste con el reino navarro y al este con los
condados de urgel y barcelona. al sur tropezaba con las tierras del valle del
Ebro, que estaban en poder musulmán y así permanecerían hasta que el reino
(7) Para la evolución de las fronteras durante la reconquista, véase MEstrE CaMPÍ, J., y
sabaté, F.: Atlas de la «Reconquista». La frontera peninsular entre los siglos viii y xv. barce-
lona, 1998.
22
aragonés estuvo en condiciones de movilizar ejércitos lo suficientemente
poderosos para enfrentarse con posibilidades de éxito a sus vecinos del sur.
Esto ocurriría cuando, en 1076, se incorporaron las tierras del reino de
Pamplona (incorporación que duró hasta 1134), y los reyes sancho I (1063-
1094) y su hijo Pedro I (1094-1104) (8) acaudillaron unas campañas en las
que los éxitos se sucedieron con las conquistas de Graus (1083), arguedas
(1084), Monzón (1089), Huesca (1096) y barbastro (1101). sancho I fue
también rey de Navarra desde 1076, año de la muerte de sancho Garcés Iv,
el Despeñado, asesinado por sus hermanos, mientras alfonso vI de Castilla y
León invadía la rioja y los navarros ofrecían a sancho ramírez I de aragón
(9) la corona, empezando así lo que se ha llamado el gobierno aragonés de
Navarra, que se prolongaría hasta la muerte de alfonso I el batallador, acae-
cida en 1134.
Las conquistas de Graus y barbastro son especialmente significativas, pues
conformaban una cuña musulmana clavada en el territorio aragonés. ramiro I
(10) intentó varias veces ocuparlas infructuosamente. barbastro era la capital
nororiental de la taifa de Zaragoza y contaba con el mercado más importante
de aquellos territorios. ramiro volvió a la carga aprovechando el momento de
debilidad que atravesaba el poder musulmán al disgregarse el califato de
Córdoba y formarse los reinos de taifas (11). Ello explica que los musulmanes
tuvieran que recurrir a procedimientos extraordinarios para defenderse, como
se evidenció en el ataque de ramiro I a Graus (1063), a cuya defensa acudió
el rey zaragozano al-Muqtadir con un ejército que encuadraba un contingente
castellano, a las órdenes de sancho II de Castilla, hermano de alfonso vI de
León. Entre quienes formaban ese contingente figuraba el Cid Campeador
(12). Lo peor para aragón fue la muerte de su rey en la batalla. barbastro
cambiaría varias veces de manos hasta que Pedro I de aragón la conquista
definitivamente en 1101.
Para entonces se había producido una reunificación política de las tierras
del Islam español bajo al égida almorávide. Estas tribus, originarias del centro
del sahara, a mediados del siglo x iniciaron un arrollador proceso de expan-
sión que les condujo a alcanzar el sudán por el sur y el Magreb por el norte;
llegaron a la península ibérica en 1086, reclamados por los musulmanes espa-
ñoles, y rehicieron la unidad política de los musulmanes españoles.
(8) véase LaLIENa COrbEra, C.: Pedro i de Aragón y de Navarra (1094-1104). bur-
gos, 2001.
(9) buEsa CONDE, a.: El rey Sancho Ramírez, Zaragoza, 1978, y sarasa sÁNCHEZ, E.:
Sancho Ramírez, rey de Aragón y su tiempo (1064-1094), Zaragoza, 1994.
(10) DurÁN GuDIOL, D.J.: Ramiro i de Aragón. Zaragoza, 1993.
(11) Para estos reinos y las invasiones norteafricanas, véase vIGuEra MOLINs, M.J.: Los
reinos de taifas y las invasiones magrebíes. Madrid, 1992.
(12) Este personaje ha suscitado una amplia bibliografía, de la que nos limitaremos a citar
tres trabajos: MENéNDEZ PIDaL, r.: La España del Cid, Madrid, 1969; MartÍNEZ DIEZ, G.: El
Cid histórico, barcelona, 1999, y PEña PérEZ, F.J.: El Cid Campeador. Historia, leyenda y
mito, burgos, 2000.
23
Herencia de sancho III. biblioteca Gonzalo de berceo. Catálogo general en
línea@vallenajerilla.com
24
ro. Los navarros, por su parte, no aceptaron el testamento y eligieron rey a
García v (1134-1150), quien a la muerte de alfonso I el batallador reclamó
el trono pamplonés, que antes de 1076 había pertenecido a sancho Garcés
Iv (1054-1076), su tío abuelo, separándose entonces de aragón.
Las órdenes religiosas adquirieron gran predicamento en el reino basándo-
se en el testamento de alfonso I, por lo que fueron compensadas en los años
siguientes con la cesión de tierras y el otorgamiento de privilegios: la Orden
del temple tuvo sus mejores posesiones en el señorío de Monzón (desde
1182) y en el de tortosa (1182); la del santo sepulcro fijó el centro de las
suyas en Calatayud, y la del Hospital, en Mallén.
ramiro II se casó con Isabel de Poitiers y de esa unión nació Petronila, lo
que planteaba un difícil situación, pues en aragón las mujeres no podían
reinar, pero sí transmitir a sus descendientes los derechos al trono. Los posi-
bles candidatos a la mano de Petronila eran el rey castellano y el conde barce-
lonés. temiendo que aragón quedara subordinado a Castilla, se optó por este
último, ramón berenguer Iv (1131-1162).
El condado de barcelona también experimentó un progresivo crecimiento
desde principios del siglo xII, pues ramón berenguer III (1082-1131), en
1111, merced a una alianza matrimonial había añadido a sus territorios el
condado de besalú, y por herencia absorbería el de Cerdaña unos siete años
después. también había conquistado parte del condado de ampurias de 1123 a
1131, y desde 1112 controlaba igualmente el condado de Provenza al hacerse
con la tutela de su sobrino, conde del mismo. Más tarde, entre el último tercio
del siglo xII y el siglo xIv, se integrarían en lo que sería la Corona de aragón
los condados de Pallars (que mantuvo dinastía propia hasta 1491), urgel (que
mantuvo la suya hasta 1413), rosellón y ampurias. a la muerte de ramón
berenguer III, le sucedió como conde de barcelona ramón berenguer Iv,
mientras que su hermano gemelo, berenguer ramón, hacía lo propio en
Provenza.
Los esponsales de Petronila y ramón berenguer Iv se celebraron en 1137,
cuando aquella tenía tres escasos años, lo que selló la unión del reino de aragón
con el condado de barcelona. Pero ramiro II de aragón conservó el título de
rey y la dignidad real, heredada legítimamente de su antepasado sancho III el
Mayor, por lo que ramón berenguer firmaba como conde de barcelona y prín-
cipe de aragón. No obstante, ramiro renunció al gobierno de hecho.
a la muerte de García v ramírez de Navarra, en 1150, aprovechando la
debilidad política del reino, por el tratado de tudillén (1151) Castilla y aragón
se repartían los territorios navarros, aunque dicho reparto no se llevaría a efec-
to; además, los firmantes convenían en que las tierras que pudieran conquistar
a los musulmanes se adjudicarían a aragón, incluidas Denia y el reino de
Murcia (menos Lorca y vera). Como contrapartida, ramón berenguer prestaría
homenaje al rey de Castilla. Este juramento se mantuvo hasta 1177, cuando el
aragonés renunció a la conquista de Murcia. Con la ayuda de templarios y
hospitalarios, el conde barcelonés conquistaría las taifas de tortosa y Lérida
en 1148 y 1149, tierras que no se incorporaron al reino en calidad de condados
25
—su conquistador se intituló marqués de los mismos—. ramón berenguer Iv
moría en 1162 y le sucedía como conde de barcelona su hijo alfonso II, menor
de edad, que recibiría el reino de aragón al año siguiente por donación de su
madre (1162-1196), convirtiéndose así en el primer rey de la Corona de aragón
(14) —su nombre original era Pedro, pero en honor del batallador lo cambió
por el de alfonso—. Con él se consolidó la unidad del reino de aragón y el
condado de barcelona, y durante su reinado continuó la expansión reconquista-
dora, sobre todo por el ámbito aragonés. aquí, siguiendo el curso del río alfam-
bra llegó hasta teruel, ciudad que fundó en 1171 y a la que concedió fueros y
privilegios. La ayuda que el rey aragonés prestó al castellano alfonso vIII en
la conquista de Cuenca liberó a aragón de su vasallaje respecto de Castilla, y
ambos reyes volvieron a tratar en Cazorla, en 1179, del reparto de las tierras que
pudieran conquistar, acordando que el rey de aragón ocuparía las tierras
musulmanas del reino de valencia, con Játiva y Denia hasta alicante.
a alfonso II le sucedió Pedro II (1196-1213) (15), que se casó con María
de Montpellier, lo que propició un cambio en la orientación de la política
aragonesa, que basculará ahora al otro lado de los Pirineos, aunque sin renun-
ciar por ello a la acción en la Península. Pedro II estableció un vínculo con
tolosa por el matrimonio de su hermana con ramón vI, titular de ese conda-
do, y recibió el vasallaje de algunos señores del sur de Francia, entre ellos el
del propio conde de tolosa.
Desde fines del siglo xI, los almorávides (16) habían unificado el Islam
español. En 1086 derrotaron a alfonso vI de Castilla en Zalaca y se apodera-
ron de los reinos de taifas, que en 1090 fueron convertidos en una especie de
protectorado de Marraquech. Por otro lado, en el sur de Francia, desde
mediados del siglo xII se había ido extendiendo la herejía cátara o albigense.
Pues bien, Pedro II tendrá que enfrentarse a ambas realidades. En pleno
conflicto herético, Pedro buscó el reconocimiento papal y fue coronado por
Inocencio III en 1204, renovando así el vasallaje aragonés al Papado. El papa
Inocencio le requirió para que luchase contra la herejía cátara, y el rey
respondió al requerimiento pontificio con unas campañas más simbólicas que
otra cosa. En 1212 lo vemos ayudando a alfonso vIII de Castilla (17), en la
batalla de las Navas de tolosa (18), a derrotar a los almohades, artífices de la
segunda oleada islámica africana, que llegó a la Península a mediados del
(14) CLaraMuNt, s., y utrILLa, J.P.: La génesis de la Corona de Aragón. Desde la inva-
sión almorávide hasta la muerte de Ramón Berenguer iv. barcelona-Zaragoza, 1989.
(15) sCHraMM, P.E.; CabEstaNy, J.F., y baGué, E.: Ramón Berenguer iv, Alfons el Cast,
Pere el Catòlic: els primers comtes-reis. barcelona, 19802.
(16) véase LaGarDErE, v.: Les Almoravides jusqu’au règne de Yusuf Tasfin (1039-
1106). París, 1989.
(17) Para este rey, véanse GONZÁLEZ, J.: El reino de Castilla en la época de Alfonso viii, 3
vols., Madrid, 1960, y MartÍNEZ DIEZ, G.: Alfonso viii. Rey de Castilla y Toledo, burgos, 1995.
(18) No nos estamos deteniendo en el análisis de las batallas; para ello véase HuICI, a.:
Las grandes batallas de la Reconquista durante las invasiones africanas (almorávides, almo-
hades y benimerines). Granada, 2000 (ed. facs.)
26
siglo xII , cuando los almorávides
habían perdido su fuerza de antes y
los reinos cristianos reanudaban sus
conquistas hacia el sur. Los almoha-
des llegaron en 1146 y controlaron el
Islam español hasta su derrota, como
hemos señalado, en las Navas de
tolosa en 1212. Por lo que respecta
al problema del sur de Francia, la
cruzada contra la herejía se convirtió
en una campaña para la conquista del
Languedoc, lo que movió a Pedro II,
aunque se declarara católico, a defen-
der a sus vasallos herejes, luchando
contra la cruzada antialbigense hasta
su muerte en el asalto al castillo de
Muret (1213) (19).
La muerte de Pedro II puso a la
Corona de aragón ante el dilema de Jaime I de aragón recibiendo del obispo y
continuar la política de expansión por jurista vidal de Canellas los fueros de
el sur de Francia —con el que tenía aragón ante otros magnates eclesiásticos. Ene
inicial miniada del vidal Mayor, primera
vínculos el condado de barcelona— compilación de los fueros aragoneses
o centrarse en la Península —hacia
donde miraba el reino de aragón—,
así que ante la Corona se abrían dos posibles líneas de actuación exterior,
aunque la occitana era mucho más ardua.
El heredero aragonés era el hijo de Pedro II, Jaime I el Conquistador
(1213-1276), varón de corta edad y rehén de simón de Monfort. Inocencio III
pidió a Monfort que lo liberase, y este accedió al deseo pontificio. Jaime llegó
a aragón en 1213, para ser coronado a los cinco años (20), de modo que la
Orden del temple asumió la tutela del rey menor. El de la regencia templaria
fue un tiempo de pugnas nobiliarias y crisis económica. Jaime tuvo que some-
ter a las ciudades que apoyaban las revueltas, como Zaragoza y Jaca, y enfren-
tarse a la presión de las noblezas aragonesa y catalana. Este borrascoso pano-
rama empezó a despejarse en 1227, cuando el rey, una vez declarado mayor
de edad, pactó con los nobles la paz a cambio del perdón. así pues, la activi-
dad reconquistadora tenía en definitiva como objetivo encauzar las ambicio-
nes aristocráticas hacia el exterior, evitando por añadidura que el reino queda-
ra bloqueado por el avance castellano.
27
Particularmente grave fue el fortalecimiento de la nobleza aprovechando la
minoría de edad del rey, circunstancia que podía desembocar en el enfrenta-
miento de facciones aristocráticas rivales en su pugna por condicionar la
voluntad real, y en el consiguiente debilitamiento del reino, como efectivamen-
te ocurrió cuando se desató una especie de guerra civil al ser muerto Pedro de
ahones por un caballero de Jaime. Como sucediera en otras ocasiones, el rey
se apoyó en la nobleza leal y en fuerzas sociales emergentes como la burguesía
mercantil catalana, que había visto cómo se debilitaba su posición allende los
Pirineos a causa de la herejía albigense y necesitaba nuevos espacios donde
desarrollar sus actividades. Derrotados los rebeldes, Jaime I consolidó su posi-
ción con disposiciones favorecedoras de la burguesía catalana, como que las
mercancías catalano-aragonesas solo pudieran cargarse en barcos catalanes, y
sobre todo brindando a la aristocracia una empresa que proyectara las energías
hacia afuera y resultara beneficiosa para todo el reino en vez de debilitarlo.
Con Jaime I la Corona de aragón, pues, se inclinó por la opción peninsular
y en el siglo xIII vivió su gran expansión reconquistadora, incorporando las
islas baleares y el reino de valencia. En efecto, continuó la lucha contra el
Islam por mar y por tierra. La primera campaña, que se canalizó contra las
islas baleares, fue de protagonismo fundamentalmente catalán, pues el rey
buscó involucrar a la alta nobleza del condado y de las ciudades. En esta
empresa se destacó particularmente barcelona, la más interesada en acabar
con la piratería balear. también acudieron magnates laicos y eclesiásticos y
notables del otro lado de los Pirineos.
El motivo desencadenante de la conquista fue la captura de dos barcos
aragoneses por el mallorquín abu yahya hacia 1227. Jaime I pidió una
compensación que no se le dio, así que las Cortes reunidas en barcelona
apoyaron la decisión real de invadir el archipiélago. La conquista de las bale-
ares fue rápida y no muy complicada, facilitada por la situación de los musul-
manes de la Península y el norte de África, con el poder almohade en plena
descomposición (21), desmembrado en microsoberanías locales incapaces de
socorrer a las islas. La campaña empezó en 1229, y en tres meses se conquistó
gran parte de Mallorca, incluida Palma, aunque durante los dos años siguien-
tes en la isla continuó habiendo población musulmana. La acción continuó
contra Ibiza, a la que se conquistó en 1235. En cuanto a Menorca, prestó jura-
mento de vasallaje a Jaime I en 1231 y permaneció musulmana hasta 1287, en
que quedó sometida por alfonso III de aragón. sometida Mallorca, la mayo-
ría de sus habitantes se exiliaron a Granada o al norte de África y la repobla-
ción la realizaron los catalanes. Los participantes en la conquista, incluidos
los musulmanes colaboradores, recibieron prerrogativas fiscales y autoriza-
ción para comerciar con los puertos de la Península. Jaime también favoreció
a Génova, a Pisa y a los cónsules marselleses, que aportaron naves y un
contingente de caballeros a las fuerzas conquistadoras. El papa Gregorio Ix
concedió a los repobladores las mismas indulgencias que a los cruzados.
(21) véase HuICI, a.: Historia política del imperio Almohade, 2 vols. Granada, 2000 (ed. facs.)
28
batalla de Portopí, fragmento de las pinturas murales de la conquista de Mallorca procedentes
del Palacio aguilar de barcelona y conservadas en el Museu Nacional d’art de Catalunya.
Datadas h. 1285-1290
(22) véase LÓPEZ ELuM, P.J.: La conquista de valencia, Madrid, 1988; ÍDEM: La conquis-
ta y repoblación valenciana durante el reinado de Jaime i, valencia 1995, y LaMarCa, L.:
Noticia histórica de la conquista de valencia por el rey D. Jaime i de Aragón, valencia, 1997.
29
Imagen procedente de http://www.clanguardias.com
30
tratado de almizra (1244). www.wikipedia.org
(23) Para este rey, véase rubIO CaLatayuD, a.: Pedro iii, el Grande: Aragón en el
Mediterráneo, Cuarte de Huerva (Zaragoza), 2004, y MOrENO ECHEvarrÍa, J.M.ª: Pedro iii el
Grande, rey de Aragón, barcelona 1980.
(24) sOrOa y PINEDa, M. de: Historia del reinado de Don Pedro iii El Grande de Aragón
y de los orígenes de la penetración aragonesa en italia. Zaragoza, 2000.
31
que sometió a los musulmanes sublevados en valencia desde 1275, acabó con
la anarquía imperante desde los últimos años del reinado anterior, neutralizó
la revuelta de los barones catalanes, obligó a su hermano Jaime III de Mallor-
ca a declararse feudatario suyo y, a la muerte de este, en 1349, Mallorca
quedó anexionada de nuevo a aragón. Con unas alianzas exteriores adecua-
das, Pedro quiso garantizarse la amistad de sus vecinos y tener las manos
libres para actuar en sicilia; y así, confirmó la amistad con Castilla, desvane-
ciendo así los temores que suscitaba en el rey castellano ver refugiados en
aragón a los infantes de la Cerda, pretendientes a la Corona de Castilla,
pretensión que gozaba del apoyo de Felipe III de Francia, hermano de blanca
de Francia, madre de los infantes. Casó a su hija Isabel con Dionís de Portugal
y trató el matrimonio de su primogénito, alfonso, con Leonor de Inglaterra.
Con los gibelinos mantenía una estrecha relación gracias a Juan de Prócida,
un caballero siciliano, y aprovechó la revuelta contra Carlos de anjou —las
llamadas «vísperas sicilianas»— para invocar los derechos de su mujer, Cons-
tanza, a la corona siciliana. Para hacerlos valer necesitaría una armada, como
la necesitó Jaime I para conquistar las baleares. De esa armada, de esa mari-
na, de la expansión por el Mediterráneo les hablarán otros ponentes.
32
La CONstruCCIÓN NavaL
EN La COrONa DE araGÓN
Introducción
33
La expansión marítima de la Corona de aragón hacia oriente reproduce en
sentido contrario la que hiciera el Islam hacia occidente. Las talasocracias
mediterráneas se propagan como flujo y reflujo entre los extremos del Mare
Nostrum, entre la península ibérica y el Creciente Fértil, y los barcos de unas
y otras comparten la mar y sus puertos.
La Corona de aragón se asoma al mar en la Marca carolingia, como lo hicie-
ran los árabes en siria dos siglos antes. En esos años, las luchas se centran en las
tierras, y la actividad marítima se reduce a la navegación costera y la pesca. Las
costas de la Marca conservan los usos y conocimientos de sus gentes, que
durante un siglo habían estado sometidas a al-andalus. una vez cristianas, esas
costas continúan manteniendo vínculos marineros con sus vecinos musulmanes,
que dominan el litoral español hasta el Cantábrico y las aguas que llevan a las
islas baleares. La cultura marítima y marinera inicial de la Corona de aragón
tiene una raíz inmediata musulmana y franca, con cuyos sucesivos avatares va a
permanecer necesariamente conectada —unas veces enfrentada, y otras asocia-
da por comercio o acuerdo— hasta mediado el siglo xv.
Podemos comprobar que el desarrollo del poder naval de la Corona de
aragón, como antes el de bizancio y el del califato omeya, responde a los
factores que proponía Mahan. aragón necesita extender su comercio y para
ello, como otros reinos litorales, se servirá de la navegación, a fin de dar sali-
da a sus productos y de extender sus costas estableciendo colonias y amplian-
do mercados.
Entrado el siglo xIII, el avance de los turcos obstaculizó el comercio con
productos de Oriente que hacían las naves de Génova y venecia, de modo que
los comerciantes italianos hubieron de redirigir sus mercaderías a los puertos
cristianos tomados a al-andalus. Esta circunstancia fomentó el intercambio y
los préstamos recíprocos en materia de tecnología náutica, incluidos el diseño,
la construcción y las técnicas de navegación, préstamos que se extendieron
asimismo al léxico marinero.
Antecedentes navales
34
El pueblo vándalo se trasladó a África con Genserico en 429 y permaneció
allí durante cien años. utilizó Cartago como base naval, desde la que atacó
sicilia y la flota de Mayoriano y ejerció la piratería en las aguas del imperio
de Oriente.
Los visigodos mantenían barcos de guerra en todas las aguas de la Penín-
sula, para salvaguardar su comercio por mar. san Isidoro distinguía entre
puertos (para invernar, de noviembre a mayo) y estaciones (para estancias
breves). Los puertos principales eran: Narbona, ampurias, tarraco, tortosa,
barcelona, valencia, Elche, Cartagena, Málaga, Carteia, sevilla, Mértola,
Mérida, Lisboa, Oporto, Coruña, san vicente, suances, santander y Castro.
Había colonias de comerciantes sirios, griegos y judíos desde Narbona hasta
Lisboa, y francos en el resto del litoral peninsular.
una escuadra de belisario conquistó Cartago en 533 y Ceuta en 534.
Justiniano estableció allí una base naval con drómones que patrullaron
todo el litoral levantino hasta Francia. Lo mismo hizo luego Máximo en
Cartagena. sisebuto fue el primero en organizar la marina en la Hispania
posromana, junto con la enseñanza de la carpintería de ribera y de la nave-
gación. Este rey visigodo creó una armada, expulsó a los griegos y tomó
Ceuta.
Los árabes se asomaron al Mediterráneo en siria. allí encontraron astille-
ros bizantinos que quisieron aprovechar para construir sus barcos; pero, como
quiera que los carpinteros locales se negaron a colaborar, hubieron de llamar a
yemeníes y pérsicos. Con el califa umar se organizaron las primeras escua-
dras navales, con las que actuaron en el Mar rojo y tomaron alejandría.
abrieron un canal desde Fustāt para abastecer Hiyāz, utilizando naves de poco
calado que luego transbordaban el grano a otras de mayor porte. alejandría
fue recuperada por Constantino con una armada de 300 naves, y sería recon-
quistada de nuevo por los árabes, quienes construyeron barcos en akka. a
continuación atacaron las islas de Creta, Cos y rodas, donde hicieron piezas
del Coloso, derribado por un terremoto en el siglo III a.C., y lo vendieron a
partir de aquí, las acciones navales musulmanas se multiplicaron, empleando
un gran número de barcos, hombres y caballos. En 655 se produjo el primer
combate victorioso, en el que poco más de 200 barcos musulmanes derrotaron
a unas 600 naves y botes bizantinos, en lo que fue bautizado como «la alga-
zúa de los mástiles».
En un cuarto de siglo se formó una marina musulmana en el Mediterráneo
capaz de competir y vencer a los bizantinos por dos factores esenciales:
primero, la determinación de acabar con bizancio, objetivo que, como habían
aprendido en la pérdida de alejandría, solo podía alcanzarse con una armada
potente; y segundo, la abundancia de materias primas y del elemento humano:
pino, cedro, encina y enebro en siria y Líbano; acacia, sicómoro, tamarisco y
palmera en Egipto; hierro, alquitrán, algodón y cáñamo; carpinteros y artesa-
nos coptos, sirios y yemeníes, que luego siguieron hasta al-andalus. además,
la marina que sostenían los bizantinos no era militar sino comercial, tras la
paz que siguió a la derrota de los vándalos en África y de los ostrogodos en
35
La expansión de Dar al-islam por el imperio de bizancio
36
no del Mediterráneo occidental. Hasta entonces, la flota egipcia era la que
realizaba los ataques a las costas e islas de Occidente. El arsenal, situado en
una posición estratégica, sirvió para crear una flota independiente de la
egipcia. túnez, separada del mar por un lago, ofrecía mayor seguridad que
Cartago, emplazada sobre el litoral, que fue abandonada. allí se construye-
ron 100 barcos, con los que se atacó sicilia, Cerdeña y las baleares. La
invasión de la Península fue una empresa posible gracias a la flota ifrīqi de
la base de túnez.
una vez conquistado al-andalus, la flota musulmana regresó a su base de
túnez y los andalusíes no sintieron necesidad de armar una marina propia
hasta que en el año 844 las costas del emirato de abd al-rahmān II fueron
atacadas por los normandos. En 752 se interrumpieron las algazúas de los
musulmanes en el Mediterráneo, hasta que se retomaron en 798 contra las
baleares y, de 806 a 813, contra Córcega y Cerdeña, dando lugar al enfrenta-
miento del imperio franco con el emirato omeya. Entretanto, aprovechando
disidencias en la frontera del Emirato, los francos toman barcelona en 801,
pero fracasan en el asedio a tortosa.
Los andalusíes de alejandría —una colonia de unos 3.000 huidos del
«arrabal» cordobés (818)— desembarcaron en Creta en 827 con 40 barcos y
gradualmente establecieron un Estado islámico que duró hasta 961. allí cons-
truyeron otras 40 naves para atacar otras islas, y se unieron a las de siria para
atacar tesalónica en 901. Creta se convirtió en la principal base naval musul-
mana de Oriente. Era abastecida desde Egipto, y el arsenal de Damieta la
proveía de madera para sus naves.
Desde los puertos africanos y andalusíes se sucedieron expediciones nava-
les con flotas numerosas (de 100 a 300 barcos, más de 10.000 hombres, más
de 700 caballos) que conquistaron Mazara (827), Palermo (830), Mesina
(843), Malta (869) y siracusa (878).
La posesión de Creta, sicilia y Malta marca el apogeo del dominio naval
musulmán en el Mediterráneo, y la pérdida de esas islas, el inicio de su decli-
ve. Entrado el siglo x, sicilia sería escenario de enfrentamientos navales de
Ifrīqiya con bizancio y venecia.
El 20 de agosto de 844, 54 naves vikingas, con otras tantas menores, ataca-
ron Lisboa y la saquearon durante trece días. De allí bajaron a Cádiz y subie-
ron a sevilla, a la que también saquearon. Para defender sus costas, abd al-
rahmān III armó una numerosa flota y estableció astilleros en sevilla,
Cartagena y tortosa, a fin de construir los mayores barcos posible utilizando
como modelo los bizantinos.
Fueron andalusíes de Ilbira y tudmir quienes en 875 fundaron tenes, pero
por su insalubridad volvieron a cruzar el mar y fundaron Mariyyat bayyāna
(«la atalaya de Pechina», la futura al-Mariyyat/almería). allí, grupos árabes
yemeníes se constituyeron en una comunidad marinera con cierta independen-
cia de Córdoba que se convertiría en la base de la flota califal. En 902 marinos
andalusíes fundaron Orán de acuerdo con los beréberes, a dos singladuras de
almería, con la que la nutrida flota mercante andalusí estableció un tráfico
37
Imagen del manuscrito de Matthew baker (c. 1610)
38
La madera naval en el Mediterráneo (Lombard, 1959)
de la de los carros, que no pasaban de los 500 kilos en el caso de los romanos,
de modo que el barco era el medio de transporte ideal para mercancías volu-
minosas, al ser más barato y más rápido. Por añadidura, las rutas marinas
permitían eludir el pago de alcabalas en los caminos y el paso por territorios
enemigos o infestados salteadores.
En 933 salió de tortosa una expedición naval contra los francos compuesta
de 10 naves garbíes y 5 galeras. El uso aquí del adjetivo «garbí» (occidental)
indica que las naves provenían de las costas atlánticas, al otro lado del Estre-
cho, y que diferían de las galeras, que eran naves mancas.
En 935 salió de almería otra flota de 40 naves, veinte de ellas brulotes con
velas y fuego griego (naft), y otras veinte con 1.000 soldados y 2.000 marine-
ros. Destruyeron naves en el arsenal de Niza y en barcelona. En 940 otra flota
salió de almería con dos naves de guerra, y en tortosa se le unieron 8 naves
de guerra, 4 galeras y 2 pataches o exploradores que llegaron a barcelona,
donde habían acordado la paz con sunier, hijo de Wilfredo. En 945 se constru-
yó un arsenal en tortosa. tras el ataque de una escuadra normanda (966) a las
costas andalusíes, el califa al-Hakam II ordenó construir barcos para el
Guadalquivir tomando como modelo las naves vikingas.
se cita que una bāriya era tripulada por 45 hombres: 1 piloto, 3 lanzadores
de fuego, 1 carpintero, 1 panadero, 39 remeros y los combatientes, que podían
llegar a veinte. Otros incluyen 1 calafate, 1 timonel, 1 médico y 1 cirujano.
39
Ibn Jaldūn trata de la carpintería
«para construir navíos con planchas,
estopa y clavos», diferentes de los
atados del yemen y el Pérsico. Las
naves, decía, «son cuerpos geométri-
cos hechos tomando como modelo el
pez y la forma de nadar de este con
sus aletas y su vientre, para que le
ayude a hender el agua, y para susti-
tuir el movimiento natural que tiene el
pez se tomó el viento como motor».
Es la misma imagen que utilizaría
Mathew baker dos siglos después.
La construcción de naves dependía
de la madera. al-andalus se proveía
de madera en Cuenca, el macizo cata-
Ataifor mallorquín del siglo xI (azuar, 2005) lán, las baleares, los pinares del algar-
ve, los bosques béticos y el norte de
África. se ha relacionado el declive naval musulmán con la excesiva explota-
ción y el consiguiente encarecimiento de la madera entre los siglos vII y xI.
Cada arsenal extraía las maderas de donde más le convenía según su
emplazamiento: el de tortosa, de los pinos de beceite; el de Fraxinetum, de
los alpes; en Oriente, de cedros y cipreses; en el Mediterráneo occidental, de
pinos, robles, melocotoneros, olivos; en el atlántico, de robles, fresnos,
abedules, alisos, hayas, sauces. Había calendarios que fijaban las fechas
adecuadas para cortar la madera y que esta no se pudriese, en los días en que
por los vasos no corre la savia, y procedimientos para guardarla y curvarla con
calor húmedo: el primer día de enero; entre el 3 y el 13 de octubre, etc.
Los elementos de hierro se trabajaban en varios lugares. una galera de
Málaga necesitaba 40 arrobas de clavos, de los de 800, 600, 500, 250 por arro-
ba, 14.000 tachuelas de a 9 auquías (onzas) el ciento, 2.000 tachones de a 24
auquías el ciento. también llevaba 30 arrobas de pez y nueve de lino. La pez y
el alquitrán se sacaban de los bosques de Cuenca, tortosa y Cazorla.
aunque las primeras naves musulmanas fueron construidas ajustándose al
modelo de las bizantinas, también incorporaron características y elementos que
les llegaban del Índico y del atlántico norte antes del año 1100. Las naves
andalusíes de finales del siglo x debieron de distinguirse por algo que las hacía
reconocibles a quienes las describen, ya fuera por el casco o por el aparejo.
En 931, abd al-rahmān III envió al norte de África «la mayor flota que
nunca armara rey», con 120 barcos, incluidos transportes, naves de servicio y
pataches, que años después llegarían a sumar doscientas, y otras tantas las de
Ifrīqiya. Con al-Hakam la flota andalusí alcanzó 600 naves, y en 964 la de
almería contaba con 300 embarcaciones. Entrado el siglo xI, la taifa de Denia
armó una flota de 120 barcos que con más de 1.000 jinetes consiguió incorpo-
rar baleares y Cerdeña.
40
La cultura marítima andalusí no era la única que dejaba su huella en las
naves mediterráneas. Durante el siglo x convivieron en la región tres civiliza-
ciones: el Occidente cristiano, heredero del mundo romano; bizancio, de
tradición griega, y el mundo árabo-islámico, que asimilaba culturas occidenta-
les y orientales. a su vez, el mundo árabo-islámico se hallaba dividido en tres
núcleos de poder: el califato abasí en Oriente, el fatimí en el norte de África y
en Egipto, y el omeya en al-andalus.
a finales del siglo xI, los barcos aragoneses, pisanos, genoveses y castella-
nos se disputaban el control de los puertos del Levante peninsular.
ramón berenguer III (1104) estableció en barcelona los derechos de mar:
de paso, de orilla, de puerto, de fondeo, de mercado, de carga y descarga, de
mercancías, de botín y de naufragio.
Entre 1080 y 1120, en la Fustería de barcelona se construyeron galeras,
catus y gorabs, y a lo largo del siglo xII la Corona amplió el alcance de sus
relaciones navales con Castilla, Génova y Pisa, con las que compartió el uso y
la construcción de otros tipos de barcos que caracterizarían a las naciones
mediterráneas en la baja Edad Media. En 1113 se reunieron en blanes 500
naves (?) en una armada que combinaba embarcaciones del Papado, Pisa,
barcelona, Narbona, Provenza, Montpellier, Cerdaña, ampurias, urgel y
Gerona, naves que tomaron Ibiza y Palma. Es indudable que tantas naves de
varios puertos diferentes debieron de compartir características que hicieron
posible que navegaran y actuaran conjuntamente. En 1120 ramón beren-
guer III cedió al gobernador de Lérida 20 galeras y 20 gorabs para cargar 200
caballos en Mallorca, a cambio de algunos castillos (gorab = barca pequeña,
para 10 caballos). En 1137 el mismo conde envió 50 galeras y naos con tropas
a la apulia.
La conquista de almería en 1147 y su ocupación por diez años fue el
resultado de la cruzada emprendida por los reinos cristianos. En octubre de
1147, una flota de 63 galeras y 163 navíos menores genoveses aragoneses,
pisanos y castellanos desembarcó en el cabo de Gata y destruyó la ciudad y
la base naval de los almorávides, cuya armada había salido de la urbe enfren-
tada a los almohades, quienes recuperaron almería en 1157. Las puertas
almerienses fueron llevadas a barcelona y Génova. una semana más tarde
era tomada Lisboa con la ayuda de una armada de naves inglesas y flamen-
cas, coligadas también a la cruzada. una flota de 60 galeras genovesas y 20
aragonesas tomó tortosa, una de las principales bases navales del norte del
Mediterráneo.
a partir de 1150, el comercio aragonés se expandió, al tiempo que aumen-
taba el número de propietarios de barcos y de mercaderes extranjeros de siria,
sicilia y alejandría. La actividad náutica se completaba con la pesca, base
esencial de la marina comercial y de la de guerra, que se apoyan en ella.
41
Con alfonso I (1162-1196) se ocupó vinaroz (1190), y durante su reinado
y el de su hijo Pedro el Católico (1196-1213) florecieron en la costa catalana
los técnicos en naves: carpinteros de ribera, calafates, remolares, veleros,
herreros, marineros, patrones, naucheros, pilotos, remeros, cómitres, etc.
Jaime I (1213-1276) fue quien inició la expansión mediterránea de la
Corona de aragón, que arranca con la toma de Mallorca (1229) y concluye
con la de Nápoles (1443).
En los dos siglos y medio que transcurren desde Jaime I hasta Fernando II,
los barcos de la Corona de aragón coexistieron, en la paz y en la guerra, con
los de las otras naciones marineras del Mediterráneo. No todos esos barcos
eran de la Corona, la cual utilizaba para sus campañas las embarcaciones que
aportaban las ciudades y los particulares. Como consecuencia de esto, las
flotas y escuadras se constituían con barcos de varios tipos y portes, tanto más
variados cuanto más numerosas eran las armadas.
Las empresas marítimas que emprendieron las poblaciones costeras fueron
acrecentando el poder naval de los catalanes y separándolos de los aragoneses,
quienes, como pueblo de interior, no juzgaban prioritaria una expedición
contra los piratas mallorquines, lo que provocó la queja de Jaime I: «que el
anar a Mallorques no han voluntat ne cura».
Hasta que los cristianos no dominaron el Estrecho en 1312 (batalla del
salado) no se abrió un comercio estable entre el Mediterráneo y el norte euro-
peo, el cual ayudó a integrar la Península con Europa. Desde la conquista de
sicilia por los normandos, los barcos musulmanes compartían rutas con los
genoveses y apenas diferían de ellos en aspecto.
El aumento de porte de los barcos (naves y cocas) sacó a las poblaciones
del fondo de rías y estuarios y las llevó la orilla del mar, donde se habilitaron
puertos adecuados, con instalaciones portuarias más complejas y vías de
comunicación con el interior, para admitir barcos con calados mayores.
De las fuentes
42
Crónicas de Jaime I y de Pedro Iv se
exceden en el elogio de sus propios
autores, y en cuanto a la de Muntaner,
ha sido tajantemente descalificada
por Cingolani con frases como «no
hay que creerle», «escribe una nove-
la, no una crónica», «la invención es
completa», «ha contribuido a inventar
una historia de la Corona de aragón»,
«cuanto más preciso, detallado y creí-
ble es Muntaner en su relato, más
garantías tenemos de que está
mintiendo». Esta dura crítica tiene
especial interés para nuestro estudio,
por cuanto cuestiona datos fundamen-
tales de los hechos navales que relata.
tenemos, además, una quinta Plato nazarí con nave del siglo xIv (azuar, 2009)
Crónica: la de don Pedro Niño, escri-
ta por Gutierre Díez de Games, su alférez, que cubre hechos en los tres reinos
peninsulares (aragón, Castilla y Portugal) entre 1336 y 1453. Contiene una
relación detallada de dos expediciones marítimas, una en el Mediterráneo y
otra en el océano, de las que describe aspectos de los barcos, de sus elementos
y de su navegación de una forma mucho más extensa y clara que cualquiera
de las crónicas reales. Esta quinta crónica resulta especialmente valiosa para
interpretar el significado de algunos de los términos con que nombra las
embarcaciones y sus elementos. Finalmente, los anales de la Corona de
aragón de Jerónimo Zurita (1562-1582) son una referencia histórica de
incuestionable valía.
Conquista de Mallorca
Merece que nos detengamos en esta campaña, que marca el origen definiti-
vo de la Marina de la Corona de aragón. a principios del siglo xIII, las naves
catalanas llevaban el comercio y la pujanza de aragón hasta Marruecos,
túnez y tremecén. En 1227, Pedro Martel ilustró al joven Jaime (de diecinue-
ve años) sobre las ventajas que para la religión, el comercio y la propia Mari-
na aragonesa tendría la anexión de las baleares, cuya ocupación permitiría
hacer frente a las continuas piraterías de los mallorquines, que impedían el
libre comercio de las naves aragonesas. La negativa del rey de Mallorca a
devolver dos naves que habían apresado sus súbditos acabó de convencer a
Jaime de la necesidad de la conquista de la isla. Convocó Cortes en barcelona
y se puso en marcha la idea. se alistaron 15.000 infantes y 500 caballeros; el
obispo de tortosa aportó 200 caballeros y 1.000 infantes, más 1.000 marcos
de plata; el de Gerona, 30 caballeros y 300 hombres de armas; el sacristán de
43
barcelona, 15; la Orden del temple, 30 campeones y 20 ballesteros, más
gente para tripular las naves; el conde Nuño sancho, nieto de ramón beren-
guer Iv y tío del rey, 200 caballeros, 100 donceles, varias compañías de lance-
ros y ballesteros y vituallas; Guillén de Moncada, 400 hombres, además de
sufragar los gastos. En conjunto, la fuerza sumaba 975 caballeros y 16.820
hombres de armas.
Para esta campaña, el rey promovió la construcción de su real astillero,
mientras en Lérida los aragoneses de Pallarés y ribagorza le negaron su
contribución, aconsejando al rey como alternativa la toma del reino de valen-
cia. Los ciudadanos de barcelona y de tarragona ofrecieron 25 «naves grue-
sas», 12 galeras y 18 taridas, entre ellas las recién construidas por la Corona.
se sumaron a la empresa caballeros de Pisa, de la Provenza y de otros Estados
mediterráneos.
En 1229 se reunieron en salou 155 embarcaciones de diversos tipos y
portes. Había galeas, lenys, corces, burcias, naus, taridas y xelandrias. Las
tres últimas de vela, para llevar provisiones y ganado; las tres primeras de
remo. tardaron seis horas en embarcarse y salir todas del puerto.
«Era la armada de 25 naves gruesas y 18 taridas, que eran navíos muy
cómodos para pasar caballos, y 12 galeras, y entre otros navíos que llamaban
trabuces, que eran lo mismo que taffureas, y entre galeotas llegaban a 100: de
manera que toda la armada era de 155 navíos gruesos, que decían caudales,
sin las barcas en que pasó mucha gente, y sin los aventureros que vinieron a
esta empresa, de Génova y de la Provença, y entre ellas fue muy señalada una
nao de Narbona, que era de tres cubiertas». En una práctica que se repite en
los cronistas e historiadores, Zurita suma en «navíos gruesos» todos los que
ha enumerado antes con diferentes nombres.
Para reducir un alzamiento de moros en Mallorca, reunió Jaime por segunda
vez 300 caballeros en salou y partió a la isla con una armada de naos y taridas.
Conquista de valencia
salieron de tortosa (1238) 27 naves, 7 leños de mayor porte que los cons-
truidos hasta entonces y 3 galeras. El rey de túnez envió 12 galeras y 6 zabras
en auxilio de la plaza asediada por los cristianos.
Jaime I expidió una cédula (1243) para construir una atarazana en barcelo-
na, donde ya se fabricaban galeras para la Corona.
aragón estableció una alhóndiga (edificio-almacén-consulado-lonja) en
túnez (1252) y en 1258 se recopilaron las «Ordenanzas para la política y
gobierno de las embarcaciones mercantes de barcelona», siguiendo el modelo
de las venecianas y pisanas y de los Rôles d’Oleron. tenían en cuenta el uso
del corso y prevenían a todo capitán que emprendiera viaje largo, bajo multa
de 50 sueldos, que no admitiera a ningún marinero a su bordo si no iba arma-
do de loriga, capacete de hierro o gorra morisca, escudo, dos lanzas y espada
o sable; pero, si entraba a servir como ballestero, había que exigirle además
44
dos ballestas de dos pies, otra de
estribo y 300 saetas o viratones.
En 1269, Jaime I salió en cruzada
a tierra santa con una escuadra de 30
naves y algunas galeras gruesas que
luego llamaron uxers, con cascos
alterosos para aguantar la mar. Pero
esta escuadra fue dispersada por un
temporal a 50 millas de la costa y
solo consiguieron llegar a acre unas
pocas de sus naves; otras surgieron en
Cerdeña y aigues-Mortes. Cuatro
años después, barcelona armó 10
naves y otras tantas galeras para auxi-
liar al señor de Marruecos y Fez
contra los piratas de Ceuta y tánger.
Era la primera escuadra de combate
que tuvo la Corona. El tratado que
firmaron añadía 30 leños y barcas con
500 caballeros para atacar Ceuta y
tánger, pero no llegó a aplicarse, Fondac andalusí o alhóndiga. Casa del Carbón,
pues se descubrió que el merinida la Granada
quería para auxiliar a Granada contra
Castilla, como haría en 1278.
En la década de 1280, con judíos y musulmanes valencianos, se establecie-
ron fondacs y consulados en el Magreb, túnez y bugía, a los que siguieron
otros consulados en Chipre, armenia, beirut, Damasco y Pera. En 1430 se
abrió otro fondac en alejandría.
Pedro III propuso organizar una nueva cruzada y mandó preparar una
armada con la contribución de las universidades y municipios de barcelona,
valencia, tortosa y otros pueblos del litoral. Las atarazanas de barcelona y
valencia y el astillero de tortosa se emplearon a fondo en las nuevas construc-
ciones. El 1 de mayo de 1282 se reunieron en tortosa las embarcaciones de
valencia, barcelona y rosas, para seguir al Fangal. La armada la componían
24 galeras, otras tantas naves armadas, 10 leños de remos y 100 taridas,
uxeres y otros transportes (hasta más de veintidós), en las que se embarcaron
20.000 almogávares, 1.000 ballesteros y 2.000 caballeros (20 en cada tarida).
un mes después se hicieron a la mar las más de 180 velas.
El propio rey supervisaba el progreso de la empresa en todos sus puertos, dando
órdenes y definiendo detalles. Pedía que se hicieran barcas para las taridas y galeo-
tas, y que en la atarazana de barcelona se fabricaran leños de 20 a 30 remos.
45
Entre 1282 y 1298, Lauria y Marquet operaron en aguas de sicilia y Nápo-
les, con escuadras de galeras y leños armados compuestas por entre 16 y 70
barcos, que combatieron en una docena de ocasiones con armadas de barcos
angevinos, pontificios, provenzales, pisanos y napolitanos, las cuales alistaron
entre 10 y 80 barcos.
valgan dos datos para ilustrar el interés de la Corona por la navegación.
En 1284, el vecino de valencia ramón de san Just obtuvo permiso real
para construir un edificio en la playa del Grao y colocar un farol en lo alto que
sirviera de guía a navegantes y pescadores, debiendo pagar por esta concesión
14 morabatines (luego maravedíes) al año, siete por Navidad y otros siete por
el mes de junio. y en 1288 concedía permiso a los cónsules del mar para
fabricar en la misma playa una caseta o tinglado donde poner a cubierto de la
intemperie los útiles que se empleaban en la carena de las embarcaciones.
Conquista de Menorca
alfonso III puso en marcha una expedición para la que escribió a los prela-
dos, avisó a los próceres, exigió deudas de particulares, ordenó pagos a las alja-
mas y pidió préstamos sobre sus bienes. Las universidades de barcelona, tortosa
y Mallorca prestaron sus galeras. se prohibió que salieran de los puertos de
Cullera y valencia embarcaciones de tráfico hasta haber equipado la armada. La
villa de Cervera abonó 5.000 sueldos barceloneses para librar a los 300 hombres
que le habían tocado en cupo, y la de tárrega, 4.000 por sus 240 hombres, a
razón de 16-2/3 sueldos barceloneses por cada individuo. Guillermo de sant-
Climent, encargado de los aprestos de la flota, tenía listas para entregarlas a
Marquet en salou 43 galeras, más taridas, xelandrias, burcias y otros vasos de
transporte. En total, unas 122 velas de toda clase y condición. El conde de ampu-
rias dio 60 caballos, 100 ballesteros, 200 infantes; el vizconde de Cardona, 50
caballos, 100 infantes, 200 anegas de cebada, 100 de trigo; el conde de urgel,
500 infantes, 200 anegas de trigo, 200 de cebada; el vizconde de rocaberti, 200
caballos. El arzobispo y la ciudad de tarragona, 5 galeras guarnecidas. La ciudad
de barcelona, 15 galeras con gente. tortosa y su obispo, 5 galeras y 5 barcas
armadas, 100 ballesteros, 100 escuderos. El obispo de urgel, 150 ballesteros, 300
anegas de trigo. El de Lérida, 1.000 hombres. El cabildo y ciudad de Mallorca,
10 entre naves y galeras, 5 taridas, 260 hombres. El obispo y ciudad de Zaragoza,
25 caballos, 300 infantes, 500 florines de oro. Otras ciudades, villas y particula-
res, diferentes socorros. se reunieron en total 122 velas entre galeras, naves y
barcas, 335 caballos en 5 taridas y las naves y 2.810 hombres de armas.
tras conquistar la isla, en 1287 se levantó una atarazana en Ciudadela y se
estableció para Menorca el «derecho de ancorage» de uno o dos morabatinos
para naves de una o dos cubiertas de más de 700 quintales, y medio para las
de menor porte.
una de las leyes más notables dictadas por alfonso III fue la del «pecio»,
que acababa con los derechos del señor de la costa y ordenaba que nadie se
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aprovechara de los despojos, los cuales deberían ser restituidos a sus dueños;
y mientras la pertenencia no se evidenciase, quedaba encargado de su custodia
el procurador real del punto más próximo al del siniestro.
En los años finales del siglo xIII, la guerra en el mar se practicaba del
mismo modo que relataban las Partidas alfonsíes, y en la campaña de sicilia
(1287) Lauria utilizó los esquifes para romper los timones, barrenar los cascos
a flor de agua y prenderles fuego. En aragón se activaron las construcciones en
las atarazanas y los nobles se aprestaron para la guerra. seguía vigente la orden
de alfonso III que prohibía extraer sin permiso real madera, estopa, hierro,
clavazón, pez, cáñamo y otras materias empleadas en la construcción naval.
Para corresponder al auxilio de 11 galeras que prestó Jaime II para la
campaña del Estrecho, sancho Iv permitió a los catalanes habitar un barrio
propio en sevilla, como ya hacían los genoveses.
Por el tratado de anania (05/06/1295), de paz y mutua ayuda entre los
reyes de Francia y aragón, la Corona se obligaba a facilitar fuerzas marítimas
a Francia para sostener su guerra con Inglaterra. La armada que aragón cedía
a Francia era de 40 galeras, armadas con sus cómitres, un almirante y 180
tripulantes de media cada una, contando 4 naocheros, 30 ballesteros, 10 mari-
neros, 10 proeles y 6 espalderes, más gente de armas, piqueros y gente de
remos. Las presas y el botín se las repartirían por mitad los dos reinos, y Fran-
cia pagaría a aragón 40.000 libras tornesas por cuatro meses de servicio de la
armada. Pero este auxilio no se realizó hasta algunos años después.
En 1297 se liberaron los portes y portazgos de las principales materias de
construcción naval, mientras se fabricaban galeras en las atarazanas de barce-
lona, Mallorca, tortosa y valencia.
Para ir a Ostia, Nápoles y sicilia, en abril de 1298 se reunieron en rosas 70
galeras armadas por la Corona, con 3.000 infantes, 500 caballos, lanceros y pique-
ros y 30 ballesteros en cada buque, más 10 taridas o naves gruesas. Era la mayor
empresa naval armada que hasta entonces había afrontado la Corona de aragón.
Por el tratado de alcalá de Henares (19/12/1308) entre aragón y Castilla
para combatir al reino de Granada, aragón auxiliaba con 10 galeras y 5 leños
a la flota castellana durante toda la campaña. aunque esta fue cancelada por
problemas internos de Castilla, como fruto de ella quedó la consolidación del
régimen marítimo de la Corona de aragón, y en sus atarazanas se construye-
ron dos nuevos tipos de barco: uxers y cocas.
Los uxers seguían un diseño genovés de años antes para transportar un gran
número de gente, la caballería, los ingenios bélicos y las provisiones que requería
la flota. tenían una gran eslora y mucho buque, con capacidad para el transporte
y vela para acompañar a las naves de alto bordo en su navegación, así como
remos para viajar en conserva con las galeras, leños y saetías. Era una especie de
galera de grandes dimensiones, al estilo de las venecianas, tan parecida a la
«galera gruesa» que se cita como sinónimo en cédulas y privilegios expedidos en
la segunda mitad del siglo xIv. El entrepuente se dividía con vallas, en el forro
interno y en los propaos se colocaban argollas para estabular la caballería, y en la
popa se abría una gran porta (huis) para embarcar y desembarcar los caballos.
47
Las cocas se comenzaron a construir en las atarazanas de la Corona en los
primeros años del siglo xIv. Eran unas naves de alto bordo creadas por los
genoveses, mancas, con dos y hasta con tres cubiertas, mucha manga y gran
puntal, adecuadas para transportar gente y vituallas y para navegar las aguas
del oriente mediterráneo. Por su similitud con las atlánticas, en las que se
inspiraron, fueron llamadas cocas. su éxito como naves para el comercio
generalizó su uso en la Corona, de tal manera que en el siglo xIv las navega-
ciones a suria, la romania y Egipto eran emprendidas únicamente por cocas.
Las primeras arqueaban de 6.000 a 10.000 quintales, pero las de finales del
siglo xv llegaron hasta los 14.000 y 16.000 quintales de flete.
Expedición a Cerdeña
Para esta campaña se redactó en 1323 un memorial con «lo que había
menester el señor Infante» don alfonso: 1.000 caballos armados y 100
hombres a caballo; 100 hombres a caballo a la jineta o más; 5.000 almogáva-
res aparte la chusma, de ellos 2.000 ballesteros; 12 cocas en que van los almo-
gávares y ballesteros, a razón de 500 por coca; 8 cocas para la mayor parte de
las viandas; 40 galeras; 20 galeras del rey de Mallorca. De estas galeras y
leños había que hacer 16 abiertas, y de estas 3 uxers, en cada una de las cuales
fueran 30 caballos. así podrían llevar 550 caballos, 100 de ellos en leños de
banda, es decir, con bordas altas, a vela. Había que abrir la popa de estas
embarcaciones; 2 barcas armadas, de 18 remos.
48
Tafurea x — — — — — — —
Otros — — — — x — x —
Nº total 155 — — — 180 — 122 —
Caballos 975 — — — 2k 1k — 1k
Infantes 17k — — — 21k 5k 8k 5k
Galeras armadas por roger de Lauria (en 1302 roger de Flor) y por sus
enemigos en diferentes campañas, según las crónicas.
Los barcos
49
otra parte, los restos de un barco solo representan a ese barco, cuyas caracte-
rísticas se ciñen a unos lugares y unos años concretos y, en principio, no
pueden generalizarse a todo tiempo y lugar. En ausencia de otros pecios, para
ese ejercicio necesitamos recurrir a fuentes secundarias o auxiliares, como
escritos, dibujos, pinturas, relieves o modelos, que ofrecen datos y representa-
ciones cuya fiabilidad es objeto de controversia. así las cosas, es necesario
estudiar los tipos de las naves pasadas atendiendo a cómo se utilizaron, no
solo a sus nombres, ya que a menudo un mismo nombre se ha usado para
designar embarcaciones diferentes en el tiempo y en el espacio. así ha ocurri-
do, por ejemplo, con los nombres de navío, bergantín y fragata.
El nombre de cada tipo de embarcación encierra su origen y su historia.
unas veces el mismo nombre se refiere al mismo tipo, sin más cambios que
los de la evolución de los materiales y las técnicas constructivas con el correr
del tiempo. Otras veces el nombre se aplica a otro tipo que recuerda al ante-
rior por alguna de estas razones: su forma, su tamaño, su aparejo, su calado,
su propulsión, su servicio. En tales casos, el nombre original es una fuente
valiosa para conocer el porqué de esa denominación y, con suerte, determinar
qué característica se asociaba con él preferentemente.
En este ejercicio de análisis de los tipos a través de sus denominaciones
debemos cuestionar algunas traducciones que simplifican la riqueza de los
nombres originales y los difuminan traduciéndolos con términos erróneos.
así, cuando a. Capmany (1791) traduce indistintamente como «naves» las
naus, lenys o barcas que diferencia el texto original del Libro del Consulado.
50
Chelandia, Chelandria, Chelandium (gr. Chelandion). En una medalla
veneciana del siglo x se graba una chelandia con remos y un gran castillo en
el centro, de las 100 que el dogo Pedro Iv Candiano hizo situar en la entrada
del puerto. algunas teorías derivan galandra o chelanda del griego chelys
(tortuga). Los latinos formaron chelandria y chilandria, y los venecianos,
zalandria.
Dromon o drómona. En el siglo v teodorico ordenó construir 1.000
drómonas (corredoras) para defender el reino de Italia y transportar el trigo
que necesitaba. En el siglo vI el emperador Mauricio dio unas reglas para el
manejo de las drómonas. En el siglo Ix el emperador León III escribía en sus
instituciones militares: «toda drómona debe ser larga, ancha en proporción, y
con dos órdenes de remos, cada uno de los cuales ha de tener al menos veinti-
cinco bancos para los remeros, uno a la derecha y otro a la izquierda en cada
orden (…) Es preciso que su construcción sea tal que resulten ligeros, fáciles
de manejar con los remos, y al mismo tiempo sólidos y capaces de rechazar al
enemigo». En el siglo Ix la drómona ordinaria fue un barco cubierto en toda
su extensión, con dos órdenes de remos, 25 por banda en cada una, unos 122
pies de eslora, 14 o 15 de altura y 21 o 22 de manga en la primera cubierta. En
el siglo xvI serían las galeras de 26 bancos. Constantino Porfirogénito (905-
959) las construyó para 300 hombres, 70 soldados y 230 remeros. Hubo
drómonas grandes, de 30 bancos, con de 155 a 160 pies de eslora, 35 de
manga y 16 a 17 de altura de la quilla a la cubierta superior, más 5 o 6 de
empalletado y castillo. se armaban con un castillo postizo en proa (pseudo-
parion) y una torre alrededor del palo (lignea castra), levadiza y con capaci-
dad para hasta 60 soldados, un precedente de la cofa. En el siglo Ix se constru-
yeron variantes de la drómona: chelandria (de xelos o chelus, «tortuga»),
panfila, chelandria-panfila, chelandria-uxer, drómona de un orden de remos,
galera.
Fragata. según Pantero-Pantera (1614), las fragatas de la Edad Media
eran bajeles más pequeños que los bergantines, algunas con cubierta y otras
no, con una pequeña crujía, y la popa más baja y menos alterosa que los
bergantines. Eran de 6 a 12 bancos y remeros a cada banda. arbolaban una
sola vela latina y eran maniobreras y veloces.
Fusta. Nombre genérico que se aplicaba a todo bajel de madera, al igual
que leño, primero para llamar el navío, luego todos los que no eran naves ni
bajeles grandes, más tarde una especie particular de embarcación con remos.
En el siglo xv se llamaba fustas pequeñas a la chalupa y el esquife; la fusta
mayor era el navío. En el siglo xIII, la fusta del Libro del Consulado del Mar
la colocaba entre la galera y la saetía. tiene en común con leño, pinaza y laúd
la alusión a la madera del casco.
Galea. El Estatuto de Génova, de 22 de enero de 1333, daba las dimensio-
nes de las galeas: quilla 45 codos, y el gálibo en la maestra y en cada L/5.
Galiota. un orden de 23 remos por banda, armada con fuego griego, 100
remeros, más 100 soldados, ligeras, con dos hombres por remo, 120 a 125
pies de eslora.
51
Galera. Las galeras ordinarias
montaban hasta dos remos por banco.
Las galeras al tercerol eran ligeras y
montaba tres remos por banco; eran
más veloces y se usaban para avanzar
en descubierta y para dar caza. La
galera huissiere era grande, con una
porta o huis en la popa para embarcar
hasta 40 caballos. La gran evolución
Medalla veneciana del siglo x de la galera se produjo en el siglo xIv,
al adaptar la proa y reforzar varias
partes del casco para usar la artillería.
así se mantuvo sin apenas cambios hasta el siglo xvIII. La longitud de estos
barcos se puede estimar con la distancia entre bancos, que era de unos 1,15 a
1,30 m, y sumando a la longitud de la boga unas dos mangas. una galera a la
navaresca de 1340 no era la que tenía timón de codaste (timón a la navares-
ca), sino la que se modificaba para asemejarla a una nave —perdía los remos,
subía sus costados y se adecuaba para navegar solo con vela—. Con sus
formas más finas, resultaba más rápida que una nave.
Gato o chata. Galera grande armada, con 100 remos y dos hombres cada
uno, 25 bancos en dos órdenes, 150 pies de eslora en el siglo xII.
Panfila. Era una drómona más ligera y maniobrera, a remo y a vela, con
120 a 160 hombres, usada para comercio en el Mediterráneo hasta el siglo xIII.
Góndola. En la Edad Media era pequeña, larga, estrecha, con fondo plano,
para surcar canales y lagunas. Para la mar se reforzaba. auxiliar de la nave.
Grip, gripo. barco pequeño del siglo xv del tipo bergantín, a vela y
remos, usado para la pesca y el comercio. De origen griego, albanés o turco.
Panfila o panfilo. De Pamphilia. De la familia del dromon, era una birreme.
Para comandar la flota, ordenó León construir un dromon especial para llevar
soldados de élite, superior a los demás por tamaño, velocidad y fortaleza de cons-
trucción, y al que llamó pamphilo. El panfilo sería una galera gruesa, mayor de
54 codos de eslora, con 21-1/2 palmos de boca y 8-1/3 de puntal en el siglo xIv.
Saetía. Pequeño, sin cubierta, ligero, de poco calado, usado para explorar
ensenadas, de una vela. se usaron desde el siglo xI, y en el xvI ya arbolaban
hasta tres palos. La saetía sería en otros tiempos embarcación de vela y remo
y barco ligero, para el corso, no para el comercio. En el Libro del Consulado
se previene que un patrón no debe entrar en surgidero donde hay un corsario o
saetía. La sagitta o saettia se cita en Pisa en 1163 como embarcación de pira-
tas, que las armaban fácilmente. Eran galeras pequeñas, con unos 12 remos
por banda, ligeras y con poco calado, para costear y varar, unos 50 a 60 pies
de eslora, finas, construidas con madera de abeto, álamo o cedro. Las llevó
balduino a tierra santa, con los genoveses, en 1100.
Xelandria. Hasta el siglo xII, la xelandria era grande, con un castillo
cubierto desde la roda al palo, 100 remeros arriba y 50 abajo, y con hasta 150
pies de eslora, 24 de manga y 15 de altura, con 150 remeros y 70 de reserva.
52
La xelandria-panfila tenía el tamaño de la primera y la rapidez de la segunda.
La xelandria-uxer era una especie de hipagogo, a remo, con 18 remos por
banda en dos órdenes y 36 hombres más.
Ballener. De origen nórdico, se usó en el Mediterráneo en el siglo xIv,
grande como naos y cocas, con capacidad para hasta 2.000 y 3.000 botas y
500 hombres de mar y de armas. En la Crónica de don Pedro Niño, hablando
de una escuadra inglesa que se preparaba para combatir con la combinada de
Castilla y Francia en 1405, se dice que los «balleneres» son largos y bajos de
bordo, y que había balleneres de remos y de vela. Esta voz se deriva de la lati-
na-bárbara balingarium, formada de la primitiva balingia, que entre los anti-
guos septentrionales significaba «cuna» y se aplicó a estos buques por su figu-
ra. un acta de 1406 los sitúa después de la barque. una carta de Charles vII
de 1461 los coloca antes que las galeotas, las barques y las carabelas.
Burcio. Muy mangudo, para cargas voluminosas y pesadas, con entre dos
y tres palos, cinturas de hierro y pavesadas para la guerra. Este barco en latín
bajo se llamó unas veces burcía y buecia, y otras bussa y buzia, nombres deri-
vados de la voz inglesa busa, «tonel» o «cuba», aplicado a bastimento grande
obtuso de popa y proa para mucha carga, como las urcas, cuya denominacion
tal vez provenga de burcia.
Coca. redondeada, alta, manguda, gran calado. Importada del océano en
siglo xII, creció su tamaño, y en 1331 la coca San Clemente de barcelona
tenía tres cubiertas y 500 hombres con los de armas.
Gabarra. Embarcación sarracena para llevar gente, grande y lenta, para
carga y transporte.
Nao. La Fabbrica di Galere da las medidas para construir una nao latina de
12 pasos de quilla (20,78 m) y 24 pies de boca (8,28 m), 9,5 de puntal y 16
pasos de eslora (27,77 m), con todos los elementos de la arboladura, jarcia,
velamen y equipo. Las naos variaron en tamaño con casos como la de Pisa, que
en 1123, con 400 hombres de armas a bordo, combatió con una flota genovesa;
la de venecia, que en 1172 embarcó 1.500 venecianos para huir de Constanti-
nopla, y la de san Luis, que en 1169 regresó de tierra santa con 800 personas.
Taforea, tafurea, tafureya. Nebrija la define «para pasar caballos». El
nombre se deriva del árabe ataifor, un plato o fuente llana al que se asemeja-
rían sus fondos, anchos y planos para estabular caballos.
Tarida. Nombre de origen árabe para un barco de carga en general. Nave
larga del tipo galera, para transportar cargas: armas, víveres, tropas, caballos.
Había taridas-galeras y taridas-naos. En los textos medievales se cita la tarida
más como barco de remos, y el huisser o uxer, como barco de vela. también
se define como especie de maone turco, panzudo, lento, con velas cuadras, de
ordinario para llevar 30 caballos y sus correspondientes caballeros y escude-
ros con sus armas.
Uxer. Este nombre, en latín bárbaro husserium, y tambien ussarius, aplica-
do a ciertos bastimentos propios para transportar caballos, viene de la voz
teutónica huis, que es la puerta para embarcar caballos que se cerraba estanca
a la hora de navegar.
53
Algunos tipos de barcos musulmanes medievales
Barca (zawraq) o zabra. Pequeña. una con cuatro remos ya era grande.
utilizada para cargar y descargar mercancías de las naves mayores.
Brulote o carraca (harrāqa). En el Califato, era un barco para llevar el
fuego griego (nafta). Pero con el mismo nombre era una especie de chalupa de
pasaje del tigris y el Nilo. Puede que más tarde el término carraca se adopta-
ra para un barco lento y de pasaje.
Cárabo (qārib). Pequeña embarcación que se identifica con barca de nao,
barca de pasaje, batel, cópano, barca de pesca. auxiliar en una flota, usada
para desembarcar en aguas someras. Embarcaba hasta unos 20 hombres.
Distinto del cárabo griego, el qarib («que se aproxima») medieval árabe debió
de ser una canoa que podía acercarse a la orilla o a un barco mayor con cargas
o personas.
Caracora o carraca (qurqūra). barco grande (gr. kérkouros). De origen
preislámico, pero desarrollado en el siglo xIv por Génova y venecia. Navega
solo a vela, con tres palos y unos 90 marineros. usado para transporte y para
conducir peregrinos a La Meca.
Cascarón (qisr). barca menor usada para pasar de Ceuta a algeciras.
Embarcación (markab, pl. marākib). Es genérico para vehículo en el que
se monta o embarca. se usa con adjetivos como kābir (grande), bahriyya
(marino), harbiyya (de guerra), sarqiyya (oriental), garbiyya (occidental),
hammal (de transporte), safariyya (mercante).
Embarcación rápida (yāriya). utilizada para patrullar las costas entre
algeciras y tudmir.
Galera (sini, shani). usado por bizantinos, reinos cristianos, fatimíes
y omeyas. En el siglo x equivalía al salandi musulmán y al dromon
bizantino.
Gurapa (gurābū). significa «cuervo» (gr. kórax, lat. corvus) y era un
barco de guerra mediterráneo anterior, parecido a la galera, relacionado con el
kárabos griego (lat. carabus) y también con la corbeta. De 10 a 180 remos, se
nombran así las 700 naves que en 980 Muhammad ben abd al-rahmān armó
para conquistar Galicia.
Harraka. barco con formas planas, transformable en brulote. Probable
origen del nombre carraca.
Dzhebyek (dorado). Probablemente de lujo. Probable origen del nombre jabeque
Madero (jasaba). se usaba para referirse a un barco genérico, como luego
leño y fusta.
Maún. barco cuadrado con cinco o seis hombres por remo, también llama-
dos por los moros tarida o treda.
Nave (safina, pl. sufun). Genérico, al igual que markab, y adjetivado.
Patache (fattās). Para aviso, reconocimiento y custodia de los puertos. El
término fattāsa se usaba para designar una especie de garfio o rezón.
54
La construcción
En su origen, los arsenales no son más que las casas taller de barcos que
los árabes bautizaron como dar a-sināa, y que luego han venido a ser lo
mismo una dársena o abrigo de un puerto que una atarazana, como refugio
cubierto, o un arsenal, como astillero permanente y protegido. Hoy entende-
mos los arsenales como base naval de una flota, o astillero de apoyo de navíos
de combate. Pero los astilleros de apoyo y las casas taller de los barcos exis-
tieron desde el establecimiento de las rutas y los puertos de comercio y proli-
feraron con las guerras navales del Mediterráneo. Los árabes solo tuvieron
que adaptar y transmitir las soluciones que habían utilizado los fenicios, grie-
gos y romanos muchos siglos antes.
tres condiciones serían necesarias para establecer un astillero en cualquier
época anterior a los arsenales militares de la edad moderna:
— que los barcos fueran de madera y que los elementos del casco fuesen
labrados in situ;
— que tuvieran cierto porte, es decir que su tamaño fuera tal que la construc-
ción requiriera un gran número de manos,
— y que se construyeran en número bastante, o con tal necesidad que se
justificara una obra cara en un terreno litoral valioso.
Estas tres premisas podemos resumirlas en una: que existieran rutas maríti-
mas establecidas, un comercio que mantener y armadas para defenderlas.
En el orden de sucesos, primero sería el puerto de escala, varada o aguada;
luego, el de intercambio comercial; más tarde, el de escala en una ruta estableci-
da, y finalmente, la dedicación a las naves armadas.
Atarazanas medievales
55
a la izqda., plano de la primera atarazana de barcelona; dcha., el de la mezquita de Damasco
Puertos andalusíes
Atarazanas de la Corona
56
Atarazana de Sevilla
rEs tIbI sIt NOta, DOMus HaEC Et FabrICa tOta quaM NOs
IGNarus, aLPHONsus saNGuINE CLarus rEx HIsPaNIaruM
FECIt, FuIt IstE suOruM aCtus IN austrINas, vICEs sErvarE
CarINas, aNtE MICaNs PLENa, FuIt HIC INFOrMIs arENa. Era
MILLENa, vICENtENa, NONaGENa.
aDvIErtE quE Esta Casa y tODa La FÁbrICa, NuEva Para NOsOtrOs, La HIZO
aLFONsO DE ILustrE saNGrE, rEy DE LOs EsPañOLEs. FuE Esta Para uNa DE
sus aCCIONEs EN EL sur, y Para CONsErvar LOs baJELEs. aNtEs quE brILLara
aCabaDa, HubO aquÍ uNa arENa INFOrME. EN EL añO 1290 DE La Era (1252).
Atarazanas de Barcelona
57
Desde 1243 se documenta el uso de un espacio costero para varar y reparar
naves, una necesidad aumentada por la conquista de Mallorca y de valencia,
entre 1231 y 1238. La expansión aragonesa de Pedro III el Grande precisaba
disponer de una flota mercante y militar. Para ello, en 1284 se delimitó un
lugar para varar galeras y se protegió con murallas y torres, de modo que la
edificación de esa primera instalación por parte de la Corona tuvo un carácter
político, urbano y estratégico, además de comercial y militar.
El varadero inicial de barcelona no tenía cubierta para proteger las galeras,
por lo que los vasos duraban menos de cinco años, mientras que bajo techo
podían durar hasta veinte. Consciente de ello, Pedro Iv decidió reformar y
trasladar las atarazanas en 1373, pero no consiguió reunir los recursos necesa-
rios. El Consejo de Ciento y la Diputación mantenían sus propias flotas de
galeras para patrulla y protección, en competencia con la actividad de las de
tortosa y valencia, y con su ayuda pudo Pedro Iv firmar la ampliación en
1378. se construyeron muros de piedra paralelos, separados nueve metros,
arcos de diafragma cada 6,15 metros, y una cubierta de madera con tejas
árabes que dejaba libres 9,75 metros de altura en la cumbrera. Las primeras
naves quedaron acabadas en 1383. Medían 39 metros y eran adecuadas para
una galera media de hasta 20 bancos.
El crecimiento del comercio y de la armada movió a Juan I a ampliarlas,
para que pudiesen albergar hasta 30 galeras gruesas, con un diseño de influen-
cia veneciana. En comparación, las de santander tenían capacidad para ocho
galeras. La obra no llegó a realizarse porque los astilleros pasaron a depender
de la ciudad y Martín I dedicó los fondos a construir el Hospital de la santa
Cruz.
En 1423, con alfonso v, las atarazanas fueron ampliadas para poder cons-
truir 12 galeras a la vez. tras la guerra civil catalana (1462-1472) se perdió
gran parte de la actividad marítima y del comercio con el exterior, y con ellos,
la vitalidad de la construcción naval barcelonesa.
Atarazana de Mallorca
Palma de Mallorca tenía en 1299 una atarazana donde se varaban las gale-
ras. Luego tuvo dos, una junto a la Lonja, para almacén de aparejos y velas y
alojamiento de embarcaciones, y otra en el puerto, donde se construían y repa-
raban barcos y que en 1348 podía albergar 20 galeras.
tenía como modelos más cercanos la de Denia, que contó con un notable
arsenal, y la de tortosa, que se convirtió en la base naval más importante de la
frontera superior de al-andalus. también pudo mirarse en el espejo de las
atarazanas nazaríes de Gibraltar, almuñécar y almería.
58
Maqueta de la atarazana del Grao
59
armada, y tenía autoridad sobre todos los individuos de las atarazanas del
reino, excepto los alcaides, que dependían del rey o del conceller de barcelo-
na. El nombramiento de Francisco Carroz (1313) como almirante de todos los
reinos de la Corona le asignaba 30 sueldos barceloneses diarios desde el día
en que la armada general o especial se comenzara a hacer hasta que se desar-
mase y diese por terminada. Entre otros privilegios, se le concedía la vigésima
parte de las mercancías halladas en los buques apresados por él, con exclusión
de los cascos, jarcias y demás aparejos, que correspondían íntegros a la real
curia.
Las únicas fuerzas navales armadas permanentes de la Corona estaban
formadas por una galera ordinaria surta en cada puerto, para mantener la
vigilancia sobre la extracción de artículos prohibidos, impedir el contraban-
do y atender a la defensa del litoral asignado. Estas galeras eran costeadas
y mantenidas con la contribución de las poblaciones del litoral, que obtu-
vieron del rey el arbitrio de recursos, además de privilegios y exenciones
de derechos fiscales y fianzas. Los demás barcos de la Corona se desarma-
ban y se guardaban en las atarazanas al terminar cada expedición. se orga-
nizaban armadas para defender las costas de las invasiones de piratas y
corsarios, pero también para combatirlos en sus puertos de origen y resca-
tar a los cristianos cautivos con las limosnas recolectadas por las herman-
dades de redención.
aPéNDICE
De los términos
Existe una clara transferencia de términos náuticos entre los pueblos medi-
terráneos, que se propagan al mismo tiempo que los conocimientos. algunos
términos recorren un camino de ida y vuelta entre el español, el italiano, el
árabe y el griego bizantino.
Los árabes y turcos toman del italo-hispano los términos para: capitán,
quilla, lancha, mesana, místico, nave, flete, balandra, piloto, saetía, sardinera,
sentina.
Del hispano-italiano toman los árabes y turcos sus términos para bandera,
batel, carena, cubierta, flota, fragata, gancho, maestro, popa, puerto, proa,
puntal, escala, timón.
Del árabe-turco pasan al hispano-italiano y vuelven: almirante, cala, cala-
fate, calma, dársena, tartana, galea.
Entre otros términos navales y náuticos que se han propuesto como de
origen árabe, o transmitidos a través de esta lengua, están:
adujar, alefriz, albitana, alcázar, almadía, almogama, alquitrán, amarrar,
argolla, arrufo, arsenal, atarazana, atracar, azocar, burda, buzarda, cable,
caique, calafate, cárabo, caramuzal, carraca, chalana, chicote, chigre, cofa,
cornamusa, cote, dársena, falca, falucho, forro, gabarra, gálibo, galón, garete,
60
gaza, jábega, jabeque, jarcia, jareta, laúd, maroma, patache, rancho, redel,
regala, saetía, tafurea, tarida, zabra, zulaque.
La Partida II, título xxIIII, Ley vII, usa el término navío como genérico y
el de nave para los de vela, los cuales enumera ordenados por su tamaño, de
mayor a menor. Las hay de dos mástiles y de uno, y otras menores, que son:
Carraca, Nao, Galea, Fusta, Balener, Leño, Pinaza, Caravela, y otros barcos. y
otros navios, además de aquellos, que tienen bancos y remos, y son hechos para
guerrear con ellos. su usa barco para designar los menores de vela.
según Jal (1840), en Pentecostés de 1249 san Luis zarpó de Chipre con
1.800 barcos hacia Egipto. Eran 120 naves gruesas y más de 1.500 menores.
En 1246 Luis Ix contrató con Génova el flete de 20 navíos bien aparejados y
equipados al decir de cuatro expertos (ad cognitionem quatuor proborum
virorum), y la ciudad aportaría 10 galeras con al menos 25 hombres armados
con ballestas y otras máquinas de guerra. El precio era de 1.300 marcos por la
nave Condesa del hospital, y los demás en proporción.
61
En 1268 firmó contrato con venecia para el suministro de 15 naves, cuyas
medidas de Eslora, quilla, Manga, plan y Puntal en pies venecianos, número
de marineros y coste en marcos resumimos aquí:
E Q M p H mar marc
Sancta Maria 108 70 38 9,5 38,5 110 1.400
Roccafortis 110 70 40 9,5 39,5 110 1.400
Sanctus Nicolaus 100 75 25 9 27 80 1.100
7 naves nuevas 86 58 18 8 29 50 700
5 naves de nobles id id id id id 55 700
62
Coca atlántica (Museo Naval, núm. inv. 05464)
63
BIBLIOGRAFÍA
aGIùs, Dionisius a: «Italo-siculo elements of nautical terms found in medieval and post-
medieval arabic», en Scripta Mediterránea, vol. vII, 1986, pp.37-51.
aGustÍ, David: Los almogávares. La expansión mediterránea de la Corona de Aragón. sílex,
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65
ÍNDICEs
DE La rEvIsta DE HIstOrIa NavaL
Están a la venta los ÍNDICEs de
los números del 76 al 100 de la
r EvIsta DE H IstOrIa N avaL ,
cuyo contenido es el que sigue:
(1) CaPMaNy, antonio: Memorias históricas sobre la marina, comercio y artes de la anti-
gua ciudad de Barcelona. «En la imprenta de D. antonio de sancha, Madrid, 1779-1792». La
obra consta de cuatro volúmenes. Los dos primeros aparecieron en 1779, mientras que los dos
últimos fueron publicados en 1792. Estos eran, en realidad, una actualización de los anteriores,
con nuevas aportaciones documentales localizadas en el transcurso de la investigación.
(2) ÍDEM: Ordenanzas de las Armadas Navales de la Corona de Aragón, aprobadas por el
Rey D. Pedro iv. Año de MCCCLiv. van acompañadas de varios edictos y reglamentos
promulgados por el mismo Rey sobre el apresto y alistamiento de Armamentos Reales y de
particulares, sobre las facultades del Almirante, y otros puntos relativos a la navegación
mercantil en tiempo de guerra. Imprenta real, Madrid, 1787.
(3) ÍDEM: Código de las costumbres marítimas de Barcelona, hasta aquí vulgarmente
llamado Libro del Consulado. Nuevamente traducido al castellano con el texto lemosín restitui-
do a su original integridad y pureza e ilustrado con varios apéndices, glosarios y observacio-
nes históricas. «En la imprenta de Don antonio de sancha, Madrid, 1791».
67
El interés de las mismas, teniendo en cuenta la época en la que se escribie-
ron, es evidente. José Nicolás de azara, en una carta dirigida a Capmany
desde roma, donde estaba al frente de la embajada de España, reconocía «que
había tenido que crearse, por decirlo así, la materia» (4). Hasta ese momento
no se habían escrito en España obras de esa naturaleza y su valor sigue vigen-
te, como demuestra el hecho de algunas reediciones recientes. Este es el caso
de sus Memorias históricas (5) o el Libro del Consulado (6). Capmany no
solo fue historiador; también se ocupó de otras muchas materias y, tras su
huida a Cádiz, durante la Guerra de la Independencia, se decantó por la políti-
ca, participando en las Cortes reunidas en aquella ciudad como diputado
representante del Principado de Cataluña. allí asistió a las tertulias que se
celebraban en la casa de Manuel José quintana, junto con otros destacados
personajes de la época como el conde de toreno o antonio alcalá Galiano,
hijo del ilustre marino, que se refería a él como «laborioso, erudito y purista, a
quien rivalidades de fama, a la par que diferencias de gustos literarios, convir-
tieron en encarnizado enemigo de la persona a cuya casa iba con apariencia de
amistad» (7). Este enfrentamiento entre Capmany y quintana tuvo su origen
en discrepancias surgidas al socaire de las sesiones de Cortes, que dieron
lugar a uno de esos intercambios de opúsculos tan frecuentes en la época.
suele afirmarse que quintana lo calificó de «hipócrita, negro calumniador,
asesino, pirata y salteador del mundo literario, maldiciente, crítico, superficial,
injusto y maniático, mero practicón y casuista en gramática, ignorante en los
verdaderos principios de la metafísica del lenguaje, ansioso de morder y
despedazar, envidioso, dómine pedante, delator y hombre infame», aunque
ello no se ajusta estrictamente a la verdad, ya que la cita es del propio
Capmany (8), quien en su respuesta a quintana, al que se dirigía como «Muy
señor mío y mi antiguo amigo», reunía todos esos epítetos que, supuestamen-
68
te, le había adjudicado el primero en su «Contextacion» (sic) (9) a las críticas
de Capmany.
Pero, dejando a un lado estas disquisiciones, que sin embargo sirven para
contextualizar la figura de ese autor, hemos de señalar que, entre los aspectos
estudiados por él, ha sido el Libro de Consulado el que ha merecido una mayor
atención, bien a través de reediciones (10), bien mediante estudios específi-
cos (11). Pero también difundió otros muchos aspectos de la historia marítima
de la ciudad de barcelona y de las gestas navales de los monarcas aragoneses.
La Marina de Aragón
(9) Cañas MurILLO, Jesús: «Manuel José quintana y su Contextacion (…) a los rumores
y críticas que se han esparcido contra el en estos días», en Anuario de Estudios Filológicos,
xxIv, 2001, pp. 85-93. En la transcripción que se inserta en este artículo puede comprobarse
que las descalificaciones de quintana aparecen de forma mucho más velada y sin la contunden-
cia que adquieren al ser citadas correlativamente, como hizo Capmany y han reproducido otros
autores.
(10) PaLLEJÁ, Cayetano de: Consulado del mar de Barcelona/nuevamente traducido de
cathalan en castellano por Don Cayetano de Pallejá…; y addicionado de los autores que
tratan cada uno de los capítulos, Imprenta de Juan Piferrer, barcelona, 1732; MOLINé y
brasés, Ernest: Les costums maritimes de Barcelona universalment conegudes per Llibre del
Consolat de Mar, ara de nou publicades… Estambpa d’Henrich y C.ª, barcelona, 1914; Libre
del Consolat de Mar: reproducción del manuscrito de valencia, Dirección General de relacio-
nes Culturales, Ministerio de asuntos Exteriores, Madrid, s.a.; ParELLaDa, Juan ramón: Libro
del Consulado del Mar. Dirección General de relaciones Culturales. Madrid, 1955; Libro
llamado Consulado de Mar. Edición y estudio de Jaime J. Chiner Gimeno y Juan P. Galiana
Chacon. Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de valencia. valencia, 2003.
(11) CIGa y MayO, Pedro: Estudio histórico-crítico del libro del Consulado de mar.
ricardo Fe, Madrid, 1905.
69
bajo el «señal del rey de aragón», las cuatro barras de gules sobre campo
de oro, cuyo uso está documentado por vez primera en tiempos del citado
alfonso II, navegaron las naves que ampliaron las posesiones aragonesas por
la mar, por motivos de seguridad y por no poder hacerlo más allá de los lími-
tes impuestos por Castilla.
Ese señal, expresión del poder naval del monarca, que se manifiesta en
aquella conocida frase del cronista catalán bernat Desclot «no creu que
nengun peix se gos alçar sobre mar si no porta un escut ab senyal del rei
d’aragó en la coa per mostrar guiatge d’aquell senyor rei d’aragó» (12).
sin embargo, las gestas de la marina aragonesa en su conjunto no han
merecido demasiada atención por parte de los investigadores. Evidente-
mente, aparecen reflejadas en tratados de índole general o en los dedicados
a las marinas peninsulares (13), pero son mucho más frecuentes las histo-
rias de la llamada «marina catalana» (14), que no es un concepto sinónimo,
especialmente en los últimos años, aunque las referencias a la misma arran-
can ya del mismo Capmany, quien llegaba a circunscribirla a la marina
barcelonesa, en un reduccionismo extremo que, por otra parte, tiene el
inconveniente de obviar el componente marítimo y naval de los reinos de
valencia y Mallorca.
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Consulado de Mar», en Del ius mercatorum al derecho mercantil. iii Seminario de Historia del
Derecho Privado, núm. 2, Madrid, 1997, pp. 109-142.
(12) DEsCLOt, bernat: Libre del Rey en Pere d’Aragó e dels seus antecessors passats. c 1292.
(13) Entre estos últimos hay que hacer referencia a la obra de CErvEra PEry, José: El
poder naval en los reinos hispánicos. Editorial san Martín, Madrid, 1992.
(14) LLObEt y vaLLLOsEra, José antonio: Cataluña antigua y Cataluña moderna. Obra
en la que se trata del comercio de los catalanes de la Edad Media en el Levante y del porvenir,
Imprenta de Jaime Jepús roviralta, barcelona, 1866; bOFaruLL y saNs, Francisco de asís:
Antigua marina catalana, Establecimiento tipográfico de hijos de J. Jepús, barcelona, 1898; bO
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mitjana i del renaixement (contribució a l’estudi de la historia del comerç i de la navegació de
la Mediterrània, Editorial Mentora, 1930; MartÍ, rODÓN, Llor: Gestes de la marina catalana,
segles ix al xvi: extretes de les Cròniques de Catalunya, Editorial alfil, barcelona, 1937;
FÁbrEGas I barrI, Esteve: Dos segles de marina catalana, Editorial selecta, barcelona, 1961
(no es en realidad un tratado histórico); GarCÍa I saNZ, arcadi: Historia de la marina catalana,
Editorial aedos, barcelona, 1977; aLEMaNy I LLOvEra, Joan: La Marina Catalana des del
Consolat de Mar ençà, ateneu barcelonés, barcelona, 2003; MOrrO vENy, Guillem: La mari-
na catalana a mitjan segle xiv, Museu Marítim de barcelona, barcelona, 2005.
70
No es objeto de este trabajo estudiar la génesis y evolución de la Marina de
aragón, sino tratar de las ordenanzas que le dieron forma. sin embargo, se
requiere una breve contextualización para entender las condiciones que la
hicieron posible y la articulación de sus distintos componentes.
Entre las actuaciones más remotas de unidades navales procedentes de
las costas catalanas suele citarse la derrota infligida en 813 por el conde
Ermenguer (armengol) (15) a una escuadra musulmana, en aguas del canal
de las baleares, consiguiendo devolver la libertad a 500 corsos cautivos.
De igual forma, se cita la expedición que el conde suniario II envió el año
889 contra almería. En ambos casos se trataba de titulares del condado de
ampurias, que había sido reconquistado por los carolingios a finales del
siglo vIII, pasando a formar parte de la llamada Marca Hispánica. Ermen-
guer fue el primer conde, mientras que suniario o sunyer II fue el noveno.
En cualquier caso, estas acciones hay que situarlas en el marco de las
operaciones de contención de los musulmanes para proteger al imperio
carolingio, objetivo fundamental de la Marca, lo cual no impide resaltar la
importancia del empleo de fuerzas navales de cierta entidad en época tan
temprana.
Más adelante, los monarcas aragoneses pondrán especial cuidado en favo-
recer los intereses marítimos de sus reinos, fomentando al mismo tiempo el
mantenimiento de una fuerza naval capaz de protegerlos y, al mismo tiempo,
de servir como instrumento para su política exterior y sus proyectos de expan-
sión por el Mediterráneo.
Es significativo el hecho de que casi la totalidad de los reyes de aragón
participaron personalmente en alguna acción naval y, por otra parte, llama
poderosamente la atención la entidad de las fuerzas que lograron reunir
con ocasión de diferentes empresas. Fuerzas numerosas, tanto por el
número de naves empleadas como por el apoyo logístico con que conta-
ron. Ciñéndonos a un aspecto muy particular que he debido abordar en
ocasiones anteriores, me ha llamado poderosamente la atención la organi-
zación de la asistencia sanitaria a esas escuadras, hasta el punto de poder
adivinar que en ellas se encuentra el germen de los planteamientos que,
posteriormente, serían habituales en las grandes empresas de la Monarquía
hispana.
Ordenanzas marítimas
71
tráfico marítimo que, como contrapartida a la ayuda dispensada al rey Jaime I
para la conquista de Mallorca, en 1231, fueron alcanzando diversos privile-
gios, como ha señalado María teresa Ferrer (16), hasta que a finales de 1257
se dirigieron al monarca pidiendo unas ordenaciones específicas para dicha
ribera, sometida a peligros tanto por mar como por tierra.
se conserva una carta, fechada el 7 de enero de 1258 (17), en la que el rey
les permite elegir a un «major i cap», para que puedan ordenar todas las
cosas referentes a la defensa y el bien de la ribera, frente a cristianos y sarra-
cenos, lo que constituye el punto de arranque de una entidad de carácter
gremial, la «universitat de prohoms de la ribera de barcelona», que ha sido
objeto de referencias específicas (18). El primero en ocupar ese puesto al
frente de los prohombres de la ribera, por el período de un año, fue Jaume
Gruny, perteneciente a una destacada familia de la oligarquía barcelonesa,
que fue síndico de barcelona (19) y cuya firma aparece en diversos docu-
mentos de la época (20).
Dando muestras de gran actividad, la nueva entidad inició inmediatamente
la compilación de las ordenanzas que serían conocidas como Ordinacions de
la Ribera de Barcelona u Ordinationes Ripariae, de manera que pudieron ser
confirmadas por Jaime I en septiembre de ese mismo año de 1258. Por la
fecha de su promulgación, pueden ser consideradas las más antiguas de la
Península, ya que las referencias a asuntos marítimos en el código de las Parti-
das son de 1266.
En la transcripción al castellano que hemos consultado (21) se hace
mención expresa de que la iniciativa de su redacción partió de «los
prohombres del mar», y al inicio de las mismas se señala a Jaume Gruny
como el encargado de recopilarlas por «orden, beneplácito y consentimien-
to» del rey, aunque «con consejo de los prohombres de la ribera de barce-
lona».
(16) FErrEr I MaLLOL, M.a teresa: «El Consolat de Mar i els consolats d’ultramar, instru-
ment i manifestació de l’expansió del comerç català», en L’expansió catalana a la Mediterrà-
nia a la Baixa Edat Mitjana. CsIC, barcelona, 1999, pp. 53-80.
(17) archivo de la Corona de aragón, Cancillería, reg. 9, f. 7v.
(18) además del citado artículo de María teresa Ferrer i Mallol, véase FONt I rIus, J.M:
«La universidad de prohombres de ribera de barcelona y sus ordenanzas marítimas (1258)»,
en Estudis sobre els drets i institucions locals en la Catalunya medieval. universitat de barce-
lona, barcelona, 1985.
(19) su hermano Guillem ocupó el cargo de baile. además de sus negocios marítimos,
tenían intereses en diversos ámbitos y Jaume recibió también propiedades en el reino de valen-
cia tras su reconquista.
(20) MIrEt I saNs, Joaquim: itinerari de Jaume i el Conqueridor. Institut d’Estudis Cata-
lans, barcelona, 2007.
(21) La transcripción al castellano del texto latino de las mismas fue dado a conocer por
Capmany en Apéndice a las costumbres marítimas del Libro del Consulado. En la Imprenta de
sancha, Madrid, 1796. allí se las denominaba «Ordenanzas para la policía y gobierno de las
embarcaciones mercantes de barcelona, hechas por los Prohombres del mar de dicha ciudad, y
confirmadas por el rey Don Jayme I en 1258».
72
Estas Ordinacions, que han sido objeto de atención por diversos autores
(22), constan de 21 artículos (23), fundamentalmente orientados a garantizar
la seguridad de las embarcaciones y de las mercaderías que transportaban,
tanto en puerto como en la mar. En el primer caso, establecen la obligación
del patrón y del resto de la tripulación de permanecer a bordo, desde el
momento del embarque de la carga hasta que fuera descargada. De igual
forma se establecen normas para el barqueo de las mercancías, así como la
obligación de que las naves surtas en puerto presten ayuda a las que intentaran
alcanzarlo en caso de temporal.
varias de las disposiciones afectan a la distribución de la carga, a los lími-
tes que, respecto a la misma, se imponen a los diferentes tipos de barcos y a
los alojamientos, todo ello encaminado a prevenir los naufragios. Pero, para
hacer frente a las amenazas del enemigo, se fijan las armas que cada buque
debe llevar y las que corresponden a cada uno de sus marineros. Este aspecto
es de especial interés, pues la práctica habitual en todos los buques mercantes
era que sus marineros atendieran también a la defensa. Por ello, deberían
llevar loriga y capacete de hierro, escudo, dos lanzas y espada o sable. Por su
parte, los destinados a servir con ballesteros debían embarcar con dos balles-
tas de dos pies y una de estribo, trescientas saetas, capacete de hierro,
perpunte o cuera, y espada o sable. En el caso de que no dispusieran del cita-
do armamento, no podían ser contratados y el maestre que los llevara se
exponía a pagar una multa de 50 sueldos por cada uno de ellos. Pero, además
del armamento individual, cada buque debía llevar otras armas en cubierta.
Concretamente, los leños iban equipados con cuatro paveses y una docena de
lanzas.
Las Ordinacions regulan la presencia a bordo de un «escribano jurado»
de edad superior a los veinte años, sin el que ninguna nave podía navegar.
Esta figura equivale a la de un notario y por su cuenta estaba el libro de
asientos del personal embarcado y el denominado «libro manual de la
embarcación», en el que quedaban registrados todos los gastos y asentadas
las mercaderías que iban a bordo. La actuación del escribano era imprescin-
dible a la hora de garantizar los haberes de aquellos marineros que murieran
sirviendo en una nave o los de los que quedaran inútiles como consecuencia
de una enfermedad o accidente, cuestiones que son objeto de atención en el
artículo xx.
El último artículo está dedicado a la elección por el personal embarcado
de dos cónsules, «a cuyo mandado se obliguen, así el patrón como los mari-
neros y los mercaderes que vayan en la embarcación; quedando todos ellos
sujetos a guardar y obedecer las disposiciones de los dos cónsules». a veces
(22) Por citar tan solo algunos ejemplos, me referiré al general auditor don agustín
Corrales Elizondo, que las citó en su conferencia «Las Ordenanzas de la armada», pronunciada
aquí con motivo de las xxIII Jornadas de Historia Marítima, celebradas en 2001.
(23) En su versión latina, mientras que en la castellana de Capmany aparecen veintidós,
ya que desdobla el artículo III.
73
se ha confundido la figura de estos cónsules con la de aquellos que, con la
misma denominación, ejercían sus funciones con carácter permanente en
determinados puertos de ultramar o con los que, más tarde, asumieron
importantes competencias en los respectivos consulados. Estos cónsules
embarcados eran elegidos entre los tripulantes entre cuatro y ocho días antes
de zarpar, y quienes resultaban escogidos para ocupar tales cargos, con la
ayuda de otros cinco hombres de la nave —dos en el caso de tratarse de un
leño— nombrados por ellos, asumían la representación del rey y la del
consejo de los prohombres de la ribera, de manera que debían ser obedeci-
dos no solo por el resto de la tripulación, sino por «todas quantas personas
barcelonesas encontraren en qualesquiera partes, así de christianos como de
sarracenos».
Es llamativo que en las Ordinacions de la Ribera se estipulara la obliga-
ción de que todo patrón de una embarcación llevara los víveres necesarios
para una navegación de quince días, lo que viene a demostrar el limitado
alcance de las mismas en aquellos momentos. Entre los alimentos que debe
llevar cada nave se señalan expresamente pan, vino, carnes saladas, legum-
bres, aceite y agua, lo que responde a la ración habitual en nuestros buques:
legumbres para la llamada «menestra» y tasajo. No obstante, resulta llamativo
que no se haga referencia al pescado o al queso, que eran de consumo impres-
cindible en los días de abstinencia.
La actividad de la universitat de Prohoms fue efímera, y sus Ordinacions,
de un valor relativo. En ellas llama la atención el reducido número de aspectos
relacionados con la actividad marítima que contemplaban y que, probable-
mente, constituían un conjunto de normas comúnmente aceptadas. La causa
del rápido ocaso de esta institución vino determinada, como se destacaba en
uno de los más interesantes trabajos sobre esta cuestión (24), por la reorgani-
zación del municipio de barcelona y la creación del Consell de Cent, de
manera que las competencias en esa materia pasaron a ser asumidas por la
corporación municipal, la cual era la que nombraba a quienes ya en 1282 se
conocía como «cónsules de mar».
Por otra parte, en esa misma época comenzaron a surgir otras recopilacio-
nes más amplias, entre las que se encuentran las llamadas Costums de la mar
documentadas en vic (25), en 1231, y en tortosa, en 1272, y las Costums de
la mar reunidas en barcelona a comienzos del siglo xIII. La precedencia en la
compilación de unas y otras ha dado origen a apasionadas polémicas entre
diversos autores. Fue bienvenido Oliver y Esteller (1836-1912) quien defen-
(24) CHINEr GIMENO, J.J., y GaLIaNa CHaCÓN, J.P.: «Del Consolat de mar al libro llama-
do Consulado de mar. aproximación histórica», en Libro llamado Consulado de mar (valen-
cia, 1539). Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de valencia, valencia, 2003,
pp. 7-42.
(25) GarCÍa I saNZ, a. «La primera época del Consolat de Mar de valencia (1283-
1362)», en i Congreso de Historia del País valenciano, vol. II. universidad de valencia,
valencia, 1980, pp. 501-507. Cit. por CHINEr GIMENO y GaLIaNa CHaCÓN.
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dió la primacía de tortosa (26), lo que fue refutado por Capmany y, de manera
especial, por Moliné y brasés (27), quien para desacreditarlo no vacila en
convertirlo en «autor tortosí», a pesar de que había nacido en Catarroja
(valencia), justificando de esta forma que «enamorat aquell notaqble juriscon-
sult de la compilació patria tingué l’acudit de declararla anterior y causant de
nostre còdich mundial».
todo ello en el marco de la valoración de ese Llibre del Consolat de Mar, en
el que las citadas costums se incluían y que, en conjunto, constituye un magnífico
testimonio de los usos marítimos en época medieval, cuya influencia se dejó
sentir en toda el área mediterránea. Porque la obsesión de los autores barcelone-
ses es resaltar su preeminencia sobre otras obras similares y situar en la ciudad
condal el lugar de su elaboración. Para Capmany hay que datarlo en una fecha
que «pudo ser anterior al año 1258, más no posterior al de 1266», aduciendo para
ello que en 1266 Jaime I había concedido al magistrado de barcelona la facultad
de nombrar cónsules anuales en las embarcaciones que viajaban a Levante, algo
a lo que no se hace alusión en el libro. aunque podamos dar por bueno este argu-
mento, resulta llamativo que admita la posibilidad de que pudiera ser elaborado
antes de 1258, en cuyo caso las Ordinaciones de la Ribera, mucho más sucintas
y sin ninguna referencia a las Costums, carecerían de sentido.
No es objeto de este trabajo tomar parte en estas polémicas, cuando lo real-
mente importante es el contenido del propio libro que, como tratado de dere-
cho consuetudinario, es fruto de la experiencia y de las más variadas influen-
cias, como en repetidas ocasiones se reconoce en el texto, al referirse a «los
antiguos antecesores nuestros, que corrieron primero el mundo por diversos
lugares y países, viendo y oyendo las opiniones sobredichas…».
El Llibre del Consolat de Mar ha sido calificado como la «máxima aporta-
ción de las tierras de la antigua Corona de aragón a la historia del Derecho
mundial» (28). Conocemos su contenido a través de los códices que Moliné
cifraba en cinco, conservados en Mallorca, valencia, Caller (Cagliari) y París,
donde se custodian dos, aunque estudios posteriores (29) elevan este número a
trece (30). a ellos hay que sumar las diferentes ediciones impresas que se
realizaron, siendo la primera la de 1484, en barcelona, ciudad en la que
también se editaron las de 1494, 1502, 1518 (dos), 1523, 1540, y 1592, por
citar únicamente las de estos dos primeros siglos.
75
Fue Capmany, en su edición de 1791, el que estudió y reordenó su conte-
nido en dos cuerpos. El primero, de 252 capítulos, es el referido a las
costumbres del mar, mientras que el segundo, mucho menos extenso, corres-
ponde a los capítulos que hacen referencia al funcionamiento del tribunal del
Consulado, que debía juzgar con arreglo a las normas establecidas en el cita-
do libro.
Del número de capítulos citados se desprende claramente que las cuestio-
nes abordadas por el Llibre son muchas más que las contenidas en las Ordina-
cions de la Ribera. aquí se especifican aspectos que hacen referencia a la
construcción del buque, a su dotación y al transporte de mercancías, la mayor
parte de ellos desde un punto de vista mercantil, aunque también incluye
medidas disciplinarias. La simple enumeración de sus títulos nos ofrece una
visión muy completa de su contenido:
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En este sentido, existe una curiosa polémica en torno al propio título de
esta obra, pues algunos autores recuerdan que no es el Libro del Consulado,
sino «Libro de Consulado», pues era de utilidad no para un consulado concre-
to, sino para todos los existentes.
No es una cuestión baladí ya que, para contrariedad de los autores barcelo-
neses, el primer Consulado del Mar fue creado por Pedro III el Grande en
valencia, en 1283. La ciudad, que había sido reconquistada por su padre,
Jaime I, cincuenta y cinco años antes, se había convertido en un activo centro
comercial (31), lo que hizo posible crear una institución que contaba con
precedentes en el área mediterránea —algunos muy antiguos, como el creado
en Mesina en 1128, y otros más recientes como el de Génova, de 1250—, pero
que fue la primera de la península ibérica.
sin embargo, la creación del consulado fue en realidad una concesión
obtenida del monarca en momentos de especial dificultad. En pleno enfren-
tamiento con Francia, tras la excomunión dictada contra él por el papa
Martín Iv, es cuando los mercaderes valencianos logran, a cambio de su
apoyo, que el rey cree esa institución. Ello debe ser entendido en el marco
del peculiar sistema por el que se regían las Cortes de la Corona de aragón,
tanto las generales como las de los distintos territorios. En ellas, antes de
proceder a la aprobación de los subsidios reclamados por el monarca, lo
cual era una de las principales razones de su convocatoria, era preciso
resolver los «agravios» o greuges que los miembros de sus brazos presenta-
ban, lo que daba origen a interminables discusiones que dilataban la dura-
ción de las Cortes e impedían que fueran abordados los asuntos fundamen-
tales.
tuvieron que transcurrir muchos años para que Pedro Iv creara, en 1343,
el Consulado del Mar de Mallorca y, cuatro años después, el de barcelona
(1347). Durante el mismo reinado surgieron otros consulados menores, como
tortosa (1363) y Gerona (1385). ya en el reinado de su hijo Juan I se creó el
de Perpiñán (1388), y muchos años después el de sant Feliu de Guíxols
(1443). En esta relación se suele incluir otro consulado: el de tarragona; sin
embargo, aunque hay documentación en la que se cita a los cónsules de esta
ciudad, no parece que llegara a establecerse formalmente, como concluía
smith en su Historia de los Consulados de Mar (32).
77
La institución del primer consulado peninsular vino determinada por el
interés de los «prohombres de mar» valencianos en conseguir independencia
para entender de los asuntos que les afectaban y a los que ya se hacía referen-
cia en los fueros otorgados a la ciudad por Jaime I tras su reconquista. sin
embargo, la multiplicidad de jurisdicciones que podían entender de ellos plan-
teaba evidentes problemas, que quisieron resolver «arrancando» del monarca
la creación de este primer Consulado de Mar, con jurisdicción plena para diri-
mir los pleitos suscitados entre mercaderes y hombres de mar.
La institución estaba basada en la figura de dos cónsules, elegidos el día de
Navidad de cada año por los prohombres del mar entre «entendidos» en esa
materia. Estos cónsules, para resolver los casos que les fueran planteados,
debían aplicar los usos y costumbres de la mar, de acuerdo con lo que se acos-
tumbraba hacer en barcelona, lo cual no deja de ser llamativo, ya que el dere-
cho marítimo subyacente a los fueros de Jaime I es sustituido por este derecho
consuetudinario imperante en la ciudad condal, cuyos cónsules, sin embargo,
no gozaban todavía de la independencia de los de valencia.
Esa autonomía fue perfeccionándose posteriormente y, para ello, fue crea-
da la figura de un juez de apelaciones, nombrado por el rey o el procurador
real, a propuesta de los prohombres de la mar, la cual, en la mayoría de los
casos, era confirmada.
aunque el procedimiento finalizaba con la sentencia dictada por el citado
juez de apelaciones, mediante un privilegio concedido por el rey alfonso v en
1332, se prohibió expresamente la interposición de cualquier tipo de recurso,
previsto por la legislación foral, contra las sentencias pronunciadas por ese
juez de apelaciones del Consulado.
sin embargo, a mediados del siglo xIv surgieron diversos conflictos de
competencia, fruto del enfrentamiento entre mercaderes y hombres de mar,
conflictos que dieron lugar a otro privilegio, dictado por Pedro Iv el Ceremo-
nioso en 1359, en virtud del cual uno de los cónsules de valencia debía ser
mercader, y el otro, «hombre de mar», cosa que, por otra parte, ya sucedía en
los recién creados consulados de Mallorca y barcelona. Lógicamente, esta
decisión suscitó el rechazo de los hombres de mar, que iniciaron un conten-
cioso, resuelto mediante un acuerdo suscrito con los mercaderes el 13 de
enero de 1360, en la catedral de valencia. Este acuerdo fue más tarde ratifica-
do por el rey, aunque con importantes modificaciones, pues si bien mantenía
el requisito de que los cónsules fueran, uno mercader y otro «hombre de
mar», el juez de apelaciones único se dividía en dos, uno para cada parte.
Pero lo más importante era que la jurisdicción del Consulado no quedaba
circunscrita a las cuestiones marítimas, sino que se extendía también a todas
las mercantiles.
La reforma afectó también a la propia sede del Consulado, que desde su
fundación venía reuniéndose en la capilla de santa tecla (33) y que pasó a
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instalarse en la lonja de mercaderes, también conocida como Lonja de la
seda.
quedaba configurada de esta forma la jurisdicción de este tribunal, limitada a
asuntos civiles, por razón de materia, con exclusión de los asuntos penales. a su
peculiar funcionamiento hacía referencia el profesor Fairén (34) en una conferencia
pronunciada en la Lonja valenciana con ocasión del séptimo centenario del Llibre.
Hasta dictar sentencia, podían seguirse dos procedimientos: uno, de carac-
terísticas similares al de otros tribunales, con autos escritos, y otro, de carácter
sumario, que derivaba de los privilegios otorgados por Pedro Iv el Ceremo-
nioso en 1336, en los que se prohibía el uso de escritos en todas las actuacio-
nes, de manera que las exposiciones y los recursos se presentaban oralmente.
En ambos casos, y antes de dictar sentencia, los cónsules debían escuchar el
parecer de los prohombres de mar y de los mercaderes, a los que se daba cono-
cimiento de las actuaciones de forma independiente. unos y otros emitían su
parecer, siendo vinculante el de los prohombres cuando no coincidía con el de
los mercaderes. Como señalaba Fairén, primaba «el mar sobre la mercancía».
El mismo procedimiento se seguía en el recurso de apelación, aunque las
opiniones de ambas corporaciones debían ser emitidas por personas distintas de
las que habían participado anteriormente en el dictamen ante los cónsules.
Como he señalado anteriormente, el modelo valenciano es el que se instau-
ró en Mallorca en 1343, tras la anexión definitiva de la isla a la Corona de
aragón, llevada a cabo por Pedro Iv. El primer consulado mallorquín había
sido obra de Jaime III de Mallorca, quien lo creó en 1326. tras ser desposeído
del trono por su cuñado, los mercaderes pidieron al monarca aragonés la
reforma de ese consulado, para que se rigiera «per modum et forman in civita-
te valencie usitatos».
El modelo valenciano se exporta, por lo tanto, a Mallorca y desde allí pasa
a barcelona, donde en 1348 se abandona definitivamente el sistema hasta
entonces imperante para reformarlo «sub ea scilicet forma qua concessum est
civitati Mairoicarum».
todos los consulados, salvo los de Mallorca y barcelona, fueron suprimi-
dos por los Decretos de Nueva Planta de Felipe v. y mientras que el primero
de los citados subsistió, tras diversas reformas, hasta la promulgación del
Código mercantil en 1829, el de barcelona aún sigue existiendo como un
órgano de resolución de conflictos dependiente de la Cámara Oficial de
Comercio, Industria y Navegación de la ciudad.
Ordenanzas navales
(34) FaIréN GuILLéN, víctor: importancia de los tribunales consulares. El consulado del
mar de valencia. Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación, valencia, 1984.
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dico que sirvió para hacer frente a los contenciosos suscitados en la práctica
comercial. Pero no menos importante es el desarrollo de la marina de guerra,
que hizo posible la consolidación de la Corona de aragón como potencia
naval y su proyección mediterránea.
Es indudable que el origen de la misma hay que buscarlo en la necesidad
de garantizar la seguridad de las costas y la protección del tráfico marítimo.
Es significativo el hecho de que las primeras acciones navales, a las que ya he
hecho referencia, fueran encaminadas a hacer frente a las incursiones berbe-
riscas, y el mismo sentido tienen las autorizaciones concedidas para practicar
el corso y los privilegios concedidos a los que lo realizaban. Este mismo
carácter tuvo la expedición emprendida por ramón berenguer III, en 1114,
contra Mallorca apoyando a Pisa, una de las potencias navales de la época,
debido al problema que planteaban las actividades piráticas realizadas a partir
de esa isla.
Pero, inmediatamente después de que el condado de barcelona se incorpo-
ra a la Corona de aragón, la acción naval cobra una nueva dimensión. En
1147, el príncipe ramón berenguer Iv participa junto a los genoveses en la
expedición contra almería, un objetivo muy lejano de sus aguas. bien es cier-
to que, al año siguiente, los genoveses le ayudarán en la conquista de tortosa,
plaza, esta sí, que se inscribía en el marco de los intereses estratégicos del
reino.
La práctica totalidad de los monarcas aragoneses hicieron de su armada un
instrumento de su política (35), primero para la reconquista de los territorios
peninsulares y, posteriormente, para su expansión por aguas del Mediterráneo,
donde entraron en colisión con esas dos repúblicas de Pisa y de Génova con
las que, inicialmente, se había aliado.
su progresión hacia oriente vino determinada, en gran medida, por las
limitaciones impuestas para la anexión de territorios peninsulares por los
acuerdos con los castellanos y por la propia vocación marítima de los reyes
aragoneses, condicionados por la actividad mercantil desarrollada en las
ciudades costeras, que condujo a sus naves hasta los confines del Mediterrá-
neo. sin embargo, el proceso que dio forma definitiva a la Corona de aragón
es objeto de atención por parte de otros intervinientes en este ciclo. De ahí
que, en esta ocasión, deba limitarme a los aspectos que tratan de la organiza-
ción sobre los que se asentó el poderío naval de los monarcas aragoneses que,
en mi opinión, podría concretarse en los siguientes puntos:
(35) Capmany señala que el único que no participó en una expedición naval fue Fernan-
do I, el primer monarca de la casa de trastámara.
80
— unas ordenanzas que regulaban la actuación en combate y un conjunto
de normas que hicieron posible la organización de grandes empresas
navales, todo ello complementado por la actividad corsaria, que contó
el decidido apoyo de los monarcas.
— Finalmente, no podemos olvidar que la eficacia de estas unidades esta-
ba basada en la competencia y perfecto adiestramiento de sus dotacio-
nes. Especial interés tuvo el mantenimiento de un cuerpo de ballesteros
que, con otras medidas complementarias, fue capaz de garantizar la
supremacía en el combate de las galeras aragonesas.
La construcción naval
Ballesteros navales
(36) La primera acción en la que se disparó una pieza de artillería fue una defensa del
puerto de barcelona contra un ataque castellano, en el curso de la llamada «guerra de los dos
Pedros». La pieza era una bombarda y, según refiere Capmany, causó grandes estragos en las
naves enemigas.
81
eficacia de los ballesteros que iban embarcados en las galeras, cuya actuación
era decisiva a la hora de barrer las cubiertas enemigas en los momentos previos
al abordaje. En este sentido, los ballesteros de los buques aragoneses alcanzaron
un merecido prestigio que comenzó a labrarse cuando, en 1285, derrotaron con
contundencia a la armada francesa de Felipe III en el combate de Formigues.
aunque el rey no disponía de fuerzas permanentes para integrar la dota-
ción de sus galeras, sí llegaron a existir en la ciudad de barcelona, depen-
dientes de sus magistrados. Entre ellas merece ser destacado el cuerpo de
ballesteros, creado en 1362, con carácter permanente, para la defensa de la
ribera, puerto y atarazanas. a esta corporación se la dotó de un reglamento
específico, en virtud del cual se autorizó a sus miembros el uso de armas en
tiempos de guerra, luego extendido a los de paz, y se les dotó de embarca-
ciones propias para la defensa de la rada. Con este reglamento, en definitiva,
se sentaron las bases para el establecimiento de una organización permanen-
te, lo que tuvo una notable incidencia en la eficacia de las unidades navales.
Porque, como han resaltado algunos autores, los ballesteros de tabla eran
quienes decidían las batallas cuando las galeras ponían los remos en amarras.
De ahí que cualquier responsable de las mismas quisiera contar con estos
hombres, pues iban descansados y con sus ballestas y puntiagudas saetas bien
arregladas, dispuestas y emplumadas. así, mientras las galeras bogaban, ellos
iban tensando su arma, aunque en caso de necesidad no vacilaban en tomar los
remos. Los ballesteros catalanes eran capaces de fabricar una ballesta nueva
por sí mismos y conocían a la perfección todo cuanto a su oficio correspondía,
algo que no era habitual en otros lugares. y es que los ballesteros barceloneses
lo aprendían desde «que los amamantaban», circunstancia que les convirtió en
los mejores del mundo (37).
Para garantizar su formación y conservar ese «crédito, tan justamente
merecido», la ciudad de barcelona organizaba periódicamente unos ejercicios
públicos en los que se otorgaban premios a los tiradores más destacados (38),
de manera que siempre se dispuso de hombres capacitados para integrarse en
el citado cuerpo de ballesteros y nutrir las dotaciones de las galeras, lo que
puede ser considerado un claro precedente de nuestra Infantería de Marina.
que hubo normas para regular la actuación de las unidades navales arago-
nesas y la vida a bordo es algo indudable, aunque no existiera un código escri-
to que las reuniera. Fue Pedro Iv, un monarca obsesionado con la regulación
jurídica de los más diversos aspectos, quien encargó a un marino de gran
(37) PLaNELLs DE La MaZa, antoni J., y PLaNELLs CLavErO, antoni J.: Roger de Lauria.
El gran almirante del Mediterráneo. bubok Publishing, 2011
(38) CaPMaNy surÍs, antonio de: Memorias históricas sobre la marina, comercio, y
artes de la antigua ciudad de Barcelona, 1779, p. 113
82
experiencia, bernardo de Cabrera, la elaboración de unas ordenanzas navales,
que fueron sancionadas por el monarca el 5 de enero de 1354.
Cabrera había nacido en Calatayud en 1298, aunque pertenecía a una ilus-
tre familia catalana, con ramas establecidas en diversos lugares de la Penínsu-
la. Fue uno de los marinos más destacados de su época, por lo que en 1353 se
le nombró almirante de la flota que, en alianza con la veneciana, salió para
enfrentarse a los genoveses en el marco de las permanentes disputas por la isla
de Cerdeña. El triunfo alcanzado en la batalla de alguer acrecentó su prestigio
y, al regreso de esta jornada, fue cuando el rey le encargó la elaboración de las
ordenanzas que llevan su nombre. Lo que suele omitirse es que bernardo de
Cabrera fue ejecutado en 1364, en la ciudad de Zaragoza, por orden del
mismo Pedro Iv al que había servido con lealtad, en el marco de la guerra con
Castilla, siendo este uno de los episodios más ominosos de su reinado, cuyo
análisis excede de los límites de este trabajo (39).
Las ordenanzas constan de 34 «capítulos», que en realidad son artículos.
Hemos señalado antes la posibilidad de que los aspectos regulados en ellos
respondieran a usos en vigor desde antiguo, por más que ya en el primero se
introduzca una innovación, relativa al lugar que el general debe ocupar en la
galera durante el combate. Había «sido costumbre hasta aquí» que se colocara
junto al estandarte, en el tercio de la galera. aduciendo razones prácticas,
como la duración de las batallas y las dificultades para mandar y ordenar
desde ese lugar, Cabrera dispone que se siente en la popa, entre dos conseje-
ros, acudiendo al estandarte sólo cuando la «galera fuese entrada», para defen-
derlo o morir junto a él.
«Morir junto a él» es la expresión suprema del espíritu de acometividad
que impregna las ordenanzas, como han señalado todos los que se han ocupa-
do de las mismas. El capítulo xxv constituye una muestra evidente de lo
señalado, al fijar como demérito el que dos galeras aragonesas no hagan frente
a tres enemigas, tres a cuatro, cuatro a cinco y cinco a siete. Porque, como
precisaba Capmany, lo que se establece en ellas son las actuaciones en las que
era «delito no vencer o afrenta ser vencido», ya que la ordenanza no enseña
cómo vencer, sino que «manda solo que se venza».
En realidad, las ordenanzas son un código disciplinario ya que, salvo los
cuatro primeros capítulos, en los que se hace referencia a los cometidos del
general, los vicealmirantes, los capitanes y y los cómitres, junto con los capí-
tulos xvII, xxII y xxxIII, relativos a signos de identificación como estan-
dartes, faroles y banderas, y el xxxI, que hace referencia al armamento,
todos los restantes regulan los castigos a imponer para quienes contravinieran
lo que se establece en ellos (40).
(39) sobre este asunto puede consultarse el artículo de LaFuENtE GÓMEZ, Mario: «rebel-
día, traición y lesa maiestatis en aragón durante la guerra de los dos Pedros (1356-1366)», en
E-Spania, 14 de diciembre de 2012, https://e-spania.revues.org/2189
(40) La única excepción la constituye el capítulo xxI, que prohíbe los desembarcos en
tierra enemiga sin cumplir determinados requisitos, ya que no señala castigo para quien los
hiciera u ordenara.
83
Los castigos, generalmente muy rigurosos, contemplan un amplio abanico
de posibilidades. Desde el ahorcamiento en la entena, con el agravante de
arrastrar el cadáver, hasta penas pecuniarias, pasando por castigos físicos
como «correr villa o cruxía con azotes», cortar la lengua, cercenar la parte
superior de las orejas, azotar, o ser arrojado al mar, «pero de manera que no
muera de ello». también se contempla la reclusión en prisión, en determina-
dos casos de menor importancia, manteniendo al preso desnudo. En otros
casos, la fijación del castigo queda al arbitrio del general, al que en el último
capítulo se le faculta para agravar o moderar las penas establecidas.
sin embargo, a la hora de aplicar los castigos corporales se impone un
sentido utilitario ya que, por ejemplo, en el capítulo Ix se prohíbe expresa-
mente a los cómitres herir «con lanza o dardo» a los hombres de su galera,
«pues mejor es castigar con una correa, con bastón o con vara», ya que de esta
forma «no estropea la gente, ni se mellan las armas». La misma finalidad
persigue el capítulo xvIII cuando establece que ningún hombre de la galera
pierda puño o pie, «porque después aquel hombre para nada es bueno (…)
antes bien será castigado en correr villa o cruxía con azotes, o en perder la
lengua u orejas, o en ser ahorcado, según fuere la culpa». Conviene recordar
que, en aquellos momentos, la gente de remo era voluntaria y llevaba armas
porque, en caso necesario, tomaba parte en los combates.
que estamos ante un código de conducta de indudable severidad es algo
evidente. su objetivo era mantener la disciplina en una armada que debía
batirse con fuerzas superiores, como las flotas de Génova o Pisa, y vencerlas.
tan importante es la lectura de su contenido como el análisis que del
mismo hizo, por ejemplo, Capmany, un autor que escribía a finales del siglo
xvIII, cuando la guerra había vuelto a prender entre las naciones de Europa y
nuestra armada se ve de nuevo enfrentada a la inglesa. sus interpretaciones
merecen ser destacadas, pues algunas de las consecuencias que refleja siguen
siendo de actualidad en nuestros días. Para Capmany, bernardo de Cabrera,
quien, como todo mando, conocía que el valor es algo innato en determinadas
personas, quiso convertirlo en una virtud de ordenanza para que, de esta
forma, llegara a ser común en todos, en beneficio de la reputación de las
armas del rey. Para él, el valor de un individuo puede sustentarse en muy
diversos motivos: la experiencia de sus propias fuerzas, la confianza en su
destreza, o la necesidad de conservarse. Pero en un cuerpo entero, en una
unidad, el valor solo puede provenir del rigor de la disciplina; de ahí la severi-
dad de una ordenanza que impone castigos deshonrosos a los hombres honra-
dos, de manera que en ella encuentren estímulos para actuar con bizarría, a fin
de evitar la infamia y mantener el honor.
Pudiera parecer que la amenaza del castigo disuadiera a muchos de aceptar
voluntariamente la carrera de las armas. Pero la experiencia demuestra que
«cuanto más honrada ha sido la profesión militar, más severa ha sido la disci-
plina; y cuanto más rígida ha sido la ordenanza, más completas han sido las
huestes», pues nunca faltarán jóvenes deseosos de gloria que abracen gustosos
una carrera de tan riguroso servicio. Capmany establece un curioso paralelis-
84
mo con las órdenes religiosas al señalar que «los conventos de religiones
austeras son ordinariamente los más poblados o, a lo menos, nunca tienen
desiertas sus celdas». un comentario que, a pesar de ser efectuado hace más
de 200 años, podría ser aplicado a la realidad de nuestros días.
Hay otro aspecto de los comentarios de este autor que merece ser recorda-
do: el relativo a los premios. Frente al rigor de los castigos, puede llamar la
atención la falta de atención que aquí y en otras ordenanzas se presta a las
recompensas, lo que en ocasiones conduce a una multiplicación de las mismas
y a la arbitrariedad en su concesión. Capmany en este asunto es extraordina-
riamente crítico. «Cuando las condecoraciones se hacen comunes, dejan de ser
distinciones y pierden todo su efecto» (41), de manera que «la frecuencia y
prodigalidad de los premios viene a ser una señal de la decadencia de una
nación. Es la prueba de que sus principales estribos empiezan a falsear, pues
el móvil del honor puede menos que el ansia de los honores». así pues, «para
que los premios produjeran admirables efectos, deberían ser moderados y
raros, concedidos a hombres raros. El hombre de largos servicios no se queja
tanto de no ser premiado, como de ver premiados a los que aún no han apren-
dido a servir».
Otras ordenanzas
(41) todas las referencias proceden de la introducción que, con el título de «El editor»,
precede a CaPMaNy, antonio: Ordenanzas de las Armadas Navales de la Corona de Aragón.
Imprenta real, Madrid, 1787.
(42) «Ordenanza sobre la asignación de sueldos a los diferentes individuos de una arma-
da y sobre el apresto y fornitura de armas de cada uno respecto a su clase», en CaPMaNy, anto-
nio: Ordenanzas de las Armadas Navales de la Corona de Aragón. Imprenta real, Madrid,
1787, pp. 22-27.
(43) «Ordenanza que debían observar los Comisarios de las Mesas reales de los alista-
mientos en su gobierno y administración», en ibídem, pp. 28-36.
(44) Ibídem, pp. 37-38
85
mente delicado, en el marco de la llamada «guerra de los dos Pedros», que
enfrentó a Pedro I de Castilla con Pedro Iv de aragón. Ese año, una escuadra
castellana de 28 galeras, 4 leños y 2 galeotas, junto con naves cántabras, diez
galeras de Portugal y otras tres del rey de Granada, atacó barcelona, aunque
no pudo tomarla. tras retirarse, Pedro Iv, que se hallaba en la ciudad condal,
mandó alistar con urgencia una armada para acudir en socorro de Ibiza, que
estaba siendo sitiada, e impedir el desembarco de los castellanos. al frente de
ella iban bernardo de Cabrera y su hijo que, cinco años después, serían ejecu-
tados, como antes he señalado.
terminamos aquí el recorrido por las ordenanzas de una armada «respeta-
da y temida de todas las demás naciones, preferida por los reyes de aragón en
las empresas más arduas y celebrada con singulares elogios por los historiado-
res extranjeros». Ella, junto a la marina mercante, fue uno de los pilares que
cimentaron el prestigio de la corona aragonesa ya que, como concluía el tantas
veces citado Capmany, «la navegación, que ha constituido en todos los tiem-
pos el verdadero poder de las naciones, pues con el imperio de los mares les
asegura el dominio y usufructo de todas las tierras, es la que hizo ricas y
famosa a las repúblicas antiguas».
86
La ExPaNsIÓN MEDItErrÁNEa
DE La COrONa DE araGÓN
DuraNtE LOs sIGLOs xIII y xIv
Mario OrsI LÁZarO
Licenciado en Historia
87
La primera consideración que deberíamos tener en cuenta para contextuali-
zar las guerras medievales es, sin duda, la superación del viejo tópico de la
decadencia y oscuridad de la Edad Media, fuertemente arraigado en el análisis
de las guerras de ese tiempo. Dado que cada guerra es hija de la sociedad que
la produce, el mundo medieval, que se organizaba en estructuras más peque-
ñas y descentralizadas que las monarquías absolutistas y los Estados moder-
nos, generaba una menor cohesión interna en los ejércitos y flotas de los
reinos feudales. sin embargo, los métodos utilizados por las gentes de guerra
estaban adaptados para optimizar las capacidades de cada una de las pequeñas
unidades políticas (linajes nobiliarios, ciudades, órdenes militares), vertebrán-
dolas en una estrategia coherente que generaba operaciones y tácticas efica-
ces. veámoslas, pues, para poder entender el modo en que los monarcas de la
casa de aragón llevaron a cabo su expansión mediterránea.
El control del territorio partía de la posesión de su fortificación principal,
que solía ser el centro político, económico y religioso de la región circundan-
te. Puesto que la tecnología militar de la época era mucho más eficiente en la
construcción de fortificaciones que en su destrucción, cualquier castillo o
ciudad amurallada tenía grandes capacidades defensivas.
Con frecuencia, la única opción de un atacante era sitiar la fortaleza hasta
rendirla por hambre, pero si esta estaba bien abastecida había que desgastar
primero —en ocasiones durante años— sus capacidades económicas. Esta
guerra de desgaste económico y asedios también tenía su reflejo en el ámbito
naval. La destrucción del comercio marítimo enemigo y la conquista de sus
puertos clave respondía, en las zonas costeras, a un esquema paralelo de
guerra de desgaste económico, previo al ataque a la fortificación principal de
la región, como base para la expansión territorial.
88
num), respondía, en última instancia, a la política de crecimiento patrimonial
de un linaje, y no a los proyectos imperialistas de una nación o un reino ni a la
expansión económica y mercantil de una clase social. La expansión hacia los
mercados italianos, norteafricanos y orientales de los mercaderes y navegantes
catalanes —nombre dado a todos los súbditos del rey de aragón por sus alia-
dos, competidores y enemigos en el Mediterráneo medieval— fue un proceso
distinto de las conquistas políticas, territoriales y militares que ocupan esta
conferencia. Es indudable que ambos procesos fueron paralelos y estuvieron
interconectados, pero para analizar los aspectos militares y navales de dicha
expansión hay que centrarse, principalmente, en las estructuras sociopolíticas
y prácticas operativas que servían para alimentar y ejecutar las guerras de la
casa de aragón en el Mediterráneo.
89
Esta limitación cuantitativa y la constante necesidad de pactar las ayudas
económicas a la guerra marcaron la política exterior de los reyes de aragón.
La intensidad bélica en ciertos períodos y la organización de las conquistas,
de su reparto y de la estructura institucional de las unidades políticas resultan-
tes fueron consecuencia de los distintos ciclos de la negociación con las élites
de cada reino, de la gestión de impuestos y de la situación del patrimonio
regio. De esta manera, podríamos dividir la expansión mediterránea de la
Corona de aragón en tres fases fundamentales.
una primera fase que alcanzó los primeros puntales de la futura expansión
marítima, aproximadamente entre 1228 y 1282. Con la consolidación en el
trono de Jaime I, llegaron las conquistas de Mallorca y valencia, que comple-
taron la expansión peninsular de la Corona. En estas conquistas aún se atraía a
los combatientes mediante el reparto del botín y de los nuevos territorios. sin
embargo, debido a la larga duración de las campañas y a su lejanía de los
puntos de origen de los combatientes, también empezaron a organizarse
distintos métodos de servicio armado a la Corona, tanto voluntario como
remunerado, gracias a los primeros impuestos generales votados en cada reino
por las respectivas Cortes.
Durante el reinado de Pedro el Grande se inició una segunda fase, en la que
los métodos para financiar ejércitos y armadas y mantener y abastecer tropas
en campañas largas y lejos de los reinos cismarinos de la Corona de aragón
evolucionaron considerablemente. tomando como referencia el estallido de la
guerra de las vísperas sicilianas (1282) y como punto final la muerte de Pedro
el Ceremonioso (1387), encontramos una fase de máxima expansión de las
fronteras y las capacidades militares de la casa de aragón. Esta etapa se inició
con las conquistas de sicilia, los ducados de atenas y Neopatria y Cerdeña, y
tuvo su punto álgido en las guerras con Castilla, Génova y los rebeldes sardos
del judicato de arborea. Este período supuso la definitiva expansión de la
Corona de aragón en el Mediterráneo centrooccidental, que fue posible gracias
a la estatalización y profesionalización del servicio militar a la Corona y a su
financiación a través de la negociación pactista con Cortes y Parlamentos de
cada reino. Estas capacidades materiales, muy inferiores a las de los rivales de
la Corona, fueron suficientes para mantener su posición en el Mediterráneo.
sin embargo, durante el reinado de Pedro el Ceremonioso, la monarquía agotó
todas las concesiones que podía ofrecer a nobleza y patriciado urbano a cambio
de su apoyo en Cortes, así como el patrimonio regio, mayoritariamente en
manos de acreedores. De este modo, en los últimos años del siglo xIv la expan-
sión quedó paralizada, incluso amenazada en alguno de sus puntos más
conflictivos, como Cerdeña, y las rutas de navegación que la sostenían fueron
gravemente castigadas por el corso genovés y el norteafricano.
a finales del siglo xIv, y ya iniciado el cuatrocientos, la monarquía logró
rehacer parcialmente su situación financiera y, aprovechando la escasa estabi-
lidad local de sus rivales en sicilia y Cerdeña, pudo apuntalar definitivamente
sus posiciones en ambas islas. La reintegración final de estas posesiones —
mucho más relevante que la pérdida de los ducados de atenas y Neopatria—
90
supuso la consolidación definitiva de la posesión de la Corona y el punto
máximo de su ciclo de expansión política, así como el inicio de una nueva
fase de gestión de la guerra. Esta siguió llevándose a cabo por personal muy
cercano a la clientela feudal del monarca, que empezó a financiarla mediante
impuestos propios —fundamentalmente procedentes de sicilia, gestionados
por gentes de su casa sin negociar con las élites del reino— y nuevas redes de
crédito privado. solo con la llegada de los trastámara y las conquistas napoli-
tanas de alfonso el Magnánimo se inauguraría un nuevo ciclo expansivo de la
Corona de aragón, pero estos hechos exceden del alcance y la cronología que
nos ocupan, por lo que remitimos a la bibliografía adjunta.
Es bien sabido que las posibilidades militares de un reino o Estado depen-
den directamente, entre otros muchos factores, de los recursos materiales y
financieros que puedan dedicar a ellas. Cuando tanto hemos insistido en las
limitadas capacidades materiales —ante todo en comparación con sus vecinos
y rivales— del linaje de los reyes de aragón, sorprende que este alcanzara una
expansión política y territorial de tanta envergadura. ante las limitaciones
cuantitativas mencionadas, la única explicación se encuentra en unas notables
ventajas cualitativas, que procedemos a describir.
La principal ventaja cualitativa de las armas de la casa de aragón se podría
sintetizar, con muchos matices, en cuatro palabras clave: «diversidad», «fron-
tera», «reclutamiento» e «integración». Los condicionantes específicos de los
territorios cismarinos de la Corona de aragón generaron una sociedad feudal
de características muy particulares, en la que la relación del monarca con la
Iglesia, la nobleza y las ciudades se vio modificada por factores geográficos y
estratégicos únicos.
De este modo, en los ejércitos que conquistaron sicilia, Cerdeña, atenas y
Neopatria había, como en cualquier fuerza similar en el Occidente mediterrá-
neo, caballería e infantería pesadas, propias de la tradición guerrera de toda la
Europa feudal. Las fuerzas de caballería, reclutada a través de las comitivas y
clientelas de nobles y caballeros, así como de infantería, armada con lanzas y
ballestas y proporcionada por ciudades y villas, de jurisdicción tanto regia
como señorial, formaban la columna vertebral de las fuerzas del rey, pero se
complementaban con otras tropas únicas en el contexto del Mediterráneo.
Cabe destacar los caballeros alforrats o a la jineta —provistos de caballos
ligeros, jabalinas, estribos cortos y sillas abiertas—, o los famosos almogáva-
res, especializados en labores de reconocimiento, infiltración e infantería lige-
ra, pero capaces de afrontar cualquier situación de combate. Fruto de la parti-
cular circunstancia de colindar en la frontera meridional con el sultanato de
Granada, formaban unidades más ligeras y flexibles que las que solían verse
en el resto de Europa, gracias a la constante movilización militar de las áreas
de la frontera meridional del reino de valencia y a la adopción de tradiciones
guerreras norteafricanas.
respecto a la guerra en el mar —que, no lo olvidemos, en esta cronología
incluía con frecuencia la integración de tropas de tierra en los barcos, incluso
como dotación para complementar su capacidad de combate—, conviene
91
subrayar que, pese a que los medios navales a disposición de los reyes de
aragón fueron siempre inferiores a los de sus rivales, las ciudades costeras de
su señoría (barcelona, valencia y Mallorca ante todo) proporcionaban marinos
expertos y barcos e infraestructuras de construcción naval de gran calidad. Las
ciudades costeras lo hacían individualmente, en virtud del pacto con la monar-
quía, pero con el tiempo sus esfuerzos empezaron a coordinarse con Cortes y
Parlamentos y con mandos de la casa real y ordenanzas emanadas de ellos.
Este conjunto de capacidades no solo permitía a los reyes aragoneses desple-
gar escuadras relativamente cercanas al estándar de las potencias mediterráneas,
sino que también les daba la opción de movilizar ejércitos numerosos en cual-
quier costa del Mediterráneo central, dado que la movilización —forzosa en
ocasiones— de barcos mercantes otorgaba a los oficiales regios una considerable
capacidad logística y de transporte. sin embargo, en el siglo xIII y la primera
mitad del xIv, estas flotas tenían una clara división funcional: las labores de
combate las realizaban fundamentalmente las galeras y otros barcos de remos
auxiliares, mientras que los barcos redondos se reservaban para tareas exclusiva-
mente de transporte. sin embargo, los reyes de aragón, y ante todo sus oficiales
y consejeros dedicados a la guerra naval, supieron ver el potencial de los barcos
atlánticos —cocas castellanas, principalmente— y fueron pioneros en su uso en
combate en aguas mediterráneas. una vez más, la capacidad de integrar tradicio-
nes de construcción naval tan diversas como la mediterránea y la atlántica ofreció
una considerable ventaja a las fuerzas catalanoaragonesas frente a sus competi-
dores, tanto de la dinastía francoangevina como de los comunes italianos.
No obstante, conviene subrayar que todas estas capacidades, que podían
verse por separado en muchos otros reinos o ciudades-Estado en el Mediterrá-
neo, no hubiesen servido para explicar la expansión mediterránea de la Corona
de aragón. tal expansión solo la explica la conjunción de todas ellas y, ante
todo, su integración en un sistema coherente —siempre, obviamente, dentro de
las limitaciones de una monarquía feudal— merced a los monarcas y a los
oficiales de su entorno inmediato. al igual que sus homólogos ingleses, los
reyes de aragón, dotados de un patrimonio modesto y capaces de movilizar
fuerzas relativamente pequeñas, combinaban las tropas pesadas feudales con
otras más ligeras procedentes de una frontera colindante con una sociedad no
feudal. Igualmente, integraban los esfuerzos de mando y control de sus fuerzas
en una red de hombres de confianza, imprescindible para asegurarse un míni-
mo potencial militar y compensar sus desventajas cuantitativas.
92
valenciano y el fundamental punto de distribución de Mallorca— fue un
proceso paralelo y sinérgico con las conquistas de la Corona, pero no necesa-
riamente el motor de estas ni su motivo último. La teoría de la «ruta de las
islas», que consideraba la expansión catalanoaragonesa sinónimo del control
de la ruta directa desde barcelona hasta alejandría y Constantinopla (vía
Mallorca, Cerdeña y sicilia), ha sido, en los últimos años, seriamente matiza-
da en su misma raíz.
un linaje regio tan escaso de recursos patrimoniales y rentas, tan obligado
a negociar la obtención de subsidios con las élites de sus reinos, tenía siempre
la tendencia natural a conquistar nuevos espacios donde poder distribuir el
poder y la riqueza mediante nuevas reglas, lejos del control de Cortes y Parla-
mentos. Igualmente, debemos pensar en la Corona de aragón como una socie-
dad feudal, en la que las élites no solían ser propietarias de los territorios, sino
que se repartían su gobierno en multitud de señorías, en cada una de las cuales
el poder político era patrimonio de los linajes, susceptible de ser heredado,
vendido o permutado. De este modo, la expansión de la Corona puede enten-
derse, en gran medida, como el proyecto de un linaje —a mayor escala, ya
que se trataba de reyes, y no de nobles menores—, orientado a expandir su
patrimonio mediante nuevas percepciones en forma de fiscalidad y rentas.
En este proyecto, los nuevos reinos e instituciones creadas para su gobier-
no eran en gran medida, para los reyes de aragón, oportunidades de obtener
recursos estratégicos susceptibles de ser arrendados y generar rentas en mone-
da, trigo, plata, sal e impuestos sin negociar con las élites.
sin embargo, una lectura básica de la cartografía, de los vientos y de las
corrientes del Mediterráneo lleva a una deducción básica: la expansión medi-
terránea de la corona aragonesa se llevó a cabo siguiendo el principal eje de
navegación oeste-este. Donde tradicionalmente se había visto un intento de
asegurar esas rutas al comercio catalán, convirtiéndolo incluso en monopolio
dominante, habría que pensar, según lo indicado más arriba, en el papel que
estas podrían tener en la búsqueda de nuevas rentas por parte del linaje regio.
La tecnología y los sistemas administrativos de la época no eran apropiados
para los monopolios cerrados, muy difíciles de asegurar y de escaso prove-
cho para poderes políticos —el monarca en este caso— que no eran directa-
mente mercaderes, sino que gobernaban y gravaban a estos. Por ello, podría
decirse que el control de las rutas de navegación del Mediterráneo central
hacia Oriente no buscaba la exclusión de los extranjeros (castellanos, geno-
veses, etc.), sino su inclusión a cambio de un precio, político o en forma de
contribución fiscal, que debía gestionarse, sin intermediarios, por parte de la
tesorería real.
93
Cada campaña se organizaba según las necesidades y posibilidades del
momento, y las fuerzas empleadas en ella se disolvían al concluir las opera-
ciones, que podían llevarse a cabo por cuenta del rey o por parte de señoríos y
municipios, dotados de cierta capacidad militar. Debido a esta estructura de
fuerzas no permanentes, las operaciones militares dentro de la cronología que
nos ocupa solo implicaban la movilización de grandes cantidades de medios y
efectivos en momentos puntuales de gran actividad bélica y en zonas de
conflicto muy localizadas. Por el contrario, las pequeñas operaciones de
corso, defensa local y desgaste económico de la navegación enemiga podían
extender un conflicto, bajo en intensidad pero constante, a lo largo de todo el
Mediterráneo y durante décadas. La pugna secular de la Corona de aragón
con Génova es un claro ejemplo de lo señalado, dado que pocas veces se diri-
mió con grandes combates entre escuadras numerosas pero, entre 1323 y las
décadas centrales del cuatrocientos, condujo a innumerables combates, tomas
de posición en puertos y rutas estratégicos y ataques de corsarios.
Por todo ello, la operación naval más habitual en el Mediterráneo medieval
era el corso, que permitía a los poderes públicos cobrar su parte mientras un
particular financiaba la expedición y entregaba al rey un quinto del botín a
cambio de la patente real. En estas operaciones se usaban pocos barcos, lige-
ros y maniobrables, como galeras sutiles, leños o incluso barcas. Dado que
estos bajeles también podían cargar mercancías, su presencia como mercantes
y, al mismo tiempo, corsarios era constante en todo el Mediterráneo, debido al
bajo coste de su armamento, a su autosuficiencia logística y a la atractiva
opción de beneficio económico durante la singladura.
Cuando el rey, una ciudad o un noble necesitaban ejecutar operaciones de
mayor alcance y duración armaban una flota —nombrada en la documenta-
ción como estol o armada— que, al contar con más de un bajel, quedaba bajo
el mando de un capità, patrón de uno de los barcos y a quien designaba el
poder que patrocinaba la expedición. Las flotas más comunes solían armarse
con el fin de proteger una zona costera amenazada u hostigar el tráfico enemi-
go en un punto de paso de alguna ruta importante. Estas agrupaciones solían
formarse con pocos efectivos —no más de diez galeras y algunos barcos lige-
ros auxiliares— y, al tener una base cercana al área de operaciones, resultaban
relativamente fáciles de abastecer y óptimas para operar rápidamente, sin
complicación logística más allá de la constante necesidad de hacer aguada
propia de las galeras.
sin embargo, este mismo esquema podía usarse, en períodos de mayor
intensidad bélica, para fletar armadas más numerosas que servían al rey de
aragón en cualquier punto del Mediterráneo, armadas por lo general al mando
de un capitán general, del almirante o del propio monarca o su lugarteniente.
Estas escuadras acostumbraban formarse con algo más de veinte galeras, pero
durante las grandes campañas mediterráneas contra Génova se alcanzaron
cifras de más de cuarenta, apoyadas por diversas unidades auxiliares. Dichas
armadas podían realizar severas expediciones de castigo en costas enemigas
—como la expedición a Oriente de 1351— o defender los territorios propios
94
frente a operaciones semejantes de potencias enemigas, como en el caso de la
cruzada francesa contra Cataluña en 1285. Cuando se trataba de grandes
operaciones de conquista o consolidación de un territorio hostil —por ejem-
plo, las armadas a Cerdeña de 1323, 1353 y 1354—, se les exigía además
apoyar a una nutrida fuerza terrestre, supuesto en el que ejercían, claro está,
funciones de escolta a su propia línea de abastecimiento desde los reinos
continentales de la Corona, con frecuencia organizada mediante la confisca-
ción de mercantes.
Las galeras seguían siendo la espina dorsal de estas armadas; pero, por los
motivos indicados, era habitual que se apoyaran en otros barcos, como mercan-
tes de aparejo redondo —vitales en funciones logísticas, pero también, a lo
largo del trescientos, con una creciente implicación en el combate— o unida-
des ligeras de remos, usadas para labores de reconocimiento y comunicación.
Debido a las limitaciones cuantitativas y financieras de la Corona de
aragón en su proyección militar fuera de la Península, la guerra de desgaste,
los largos años de corso, cabalgadas y desgaste económico previos a un asedio
y a una constante expansión territorial —base de las conquistas contra el
Islam andalusí— no iban a poder aplicarse directamente en el Mediterráneo.
En este ámbito, sus campañas militares debieron conducirse de otro modo,
adaptándose a las posibilidades reales de sus reinos, explotando sus ventajas
cualitativas y asumiendo riesgos que equilibrasen su precariedad de recursos
materiales.
De este manera, la movilización de grandes contingentes, incluso de
pequeñas fuerzas expedicionarias, quedaba a expensas del dinero disponible,
arrancado a las Cortes, Parlamentos y élites de cada reino en dura negociación
y con éxito variable según el momento. además, conviene recordar que los
contingentes de los reyes de aragón, como la mayoría de las fuerzas de la
época, no tuvieron un sistema centralizado de intendencia y reparto de racio-
nes, incompatible con la fragmentada estructura de mando de una monarquía
feudal. Los oficiales regios debían limitarse a asegurar la disponibilidad de
vituallas en los mercados que, en toda hueste, se formaban para que tropa y
marinería comprasen con su sueldo. De este modo, en campañas prolongadas,
la escasez y encarecimiento de los alimentos y el agotamiento de los salarios
de la tropa podían dejar a las fuerzas catalanoaragonesas completamente inca-
pacitadas.
Por todo ello, las operaciones y su planificación hubieron de ser flexibles y
versátiles, adaptadas a la situación local de cada zona geográfica (sicilia,
Cerdeña, Grecia...) y siempre tendentes a buscar resultados rápidos y, si era
posible, a apoyar su sustento material en los aliados locales. La presencia o
ausencia de estos es lo que marcaba, fundamentalmente, los ritmos y la dura-
ción de las campañas, así como los riesgos y el nivel de agresividad operacio-
nal y táctica que iba a ser necesario asumir. así pues, las operaciones de la
expansión mediterránea pueden dividirse en dos tipos básicos, en función de
la presencia o ausencia de apoyo local en lo referente a tropas y, ante todo, a
recursos financiaeros y logísticos.
95
una vez enumerados los posibles tipos de operaciones navales y las causas
y estructuras sociopolíticas subyacentes a la expansión mediterránea de la
Corona de aragón, podemos ejemplificar sus capacidades y carencias a partir
de algunas campañas representativas —en cuyos detalles no profundizaré
aquí, remitiendo a la bibliografía que se ocupa de las mismas— tanto de las
máximas capacidades de las fuerzas catalanoaragonesas como de sus debilida-
des estructurales.
96
sionadas, como hicieron frecuentemente las flotas catalanas. Igualmente, los
barcos de estas armadas trasladaban destacamentos de tropas o desembarca-
ban para combatir a una marinería fuertemente equipada con las reservas de
armamento a bordo, lo que proporcionaba un alto grado de flexibilidad opera-
tiva en áreas costeras.
La Compañía Catalana de Oriente, la conquista de Cerdeña (1323) o la
armada que dirigió bernat de Cabrera contra alguer, los Doria y la escuadra
genovesa en 1353 son buenos ejemplos de este tipo de contingentes, pero
ninguno puede considerarse tan representativo como las sucesivas operaciones
que tuvieron lugar durante la guerra de las vísperas, operaciones que conduje-
ron a la conquista de sicilia por Pedro el Grande (1282) y a la exitosa defensa
de Cataluña contra la cruzada francesa de 1285.
tras la caída de la la dinastía suaba de los Hohenstaufen, y luego de casi
veinte años de dominio de la casa de anjou, los sicilianos se alzaron en
armas y abrieron el camino al desembarco de Pedro el Grande, casado con
Constanza, heredera de dicho linaje de suabia. El monarca desembarcó en
trápani al mando de un contingente relativamente reducido, pero que encua-
draba abundantes tropas veteranas, como los famosos almogávares. Estable-
ciendo su base de operaciones en Mesina, las fuerzas regias lanzaron nume-
rosas expediciones de castigo por Calabria y apulia, tomaron reggio y
Malta y, al mando del almirante roger de Llúria, obtuvieron espectaculares
victorias navales en Nicótena (1282), Malta (1283) y el golfo de Nápoles
(1284 y 1287). Cuando, en 1285, Felipe de Francia y la santa sede apoya-
ron a sus aliados anjou de Nápoles organizando una cruzada contra Catalu-
ña, la movilidad y excelencia de las flotas catalanas y sicilianas y de las
mencionadas tropas veteranas convirtieron la invasión francesa en una
desastrosa derrota tras la batalla naval de las islas Hormigas. Después de
unos años de menor intensidad militar, se llegó a una tregua en 1289 que
condujo a la consolidación del Regnum Trinaclie —es decir, la isla de sici-
lia, en contraposición al Regnum Siciliae, que comprendía también el sur de
Italia—. La fase principal de guerra de las vísperas sicilianas (1282-1289)
fue un claro ejemplo de las ventajas cualitativas de las fuerzas navales del
rey de aragón y de las capacidades técnicas y organizativas de sus flotas y
ejércitos en un escenario operativo óptimo, como nos dejó dicho el cronista
bernat Desclot:
«Cuando las galeras del rey de aragón hubieron derrotado y apresado las
galeras del rey Carlos (...) se reabastecieron de nuevo de gentes y de provi-
siones, y después partieron de Messina y costearon Calabria y el Principado
de salerno y tomaron villas y castillos, todos cuantos encontraron junto al
mar...» (1).
97
Una gran expedición de «conquista»: la armada de Pedro el Ceremonioso
a Cerdeña (1354)
98
medios, pero ocultaban tanto una situación complicada en el aspecto político y
logístico como el origen del futuro agotamiento financiero de la monarquía al
final del reinado del Ceremonioso.
Ninguna de las campañas militares de la casa de aragón en su expansión
mediterránea ejemplifica esta casuística mejor que la armada que Pedro el
Ceremonioso dirigió a Cerdeña, contra los barones Doria y el juez de arborea,
en 1354. Después de tres décadas de constantes conflictos con los rebeldes
Doria, apoyados por Génova, las fuerzas regias, apoyadas por el juez Mariano
Iv de arborea, parecían haber conseguido una victoria crucial en 1353, cuan-
do este se alzó también en armas contra el rey.
tras la pérdida de su principal aliado local, de buena parte de los territorios
alrededor de Cagliari y sassari —principales plazas de la isla— y de la recién
coquistada alguer, Pedro el Ceremonioso organizó una potente armada para
reconquistar los territorios perdidos y consolidar definitivamente su posición
en la isla. Dado que los rebeldes controlaban las áreas de producción agrícola
y las comunicaciones sardas, la expedición regia se planificó para tomar
alguer, principal puerto fortificado del noroeste de la isla, y progresar desde
allí hacia el sur para tomar Oristano, capital del judicato de arborea. Este
movimiento era imprescindible para apropiarse de los suministros necesarios
sobre el terreno, ya que la mayor parte del territorio era hostil a las fuerzas
catalanoaragonesas y no iba a alimentarlas si estas no lo dominaban por
completo.
Esta expedición, la mayor jamás organizada hasta entonces por la casa de
aragón, constaba de 10.000 hombres de a pie, 1.000 de caballería pesada
(cavalls armats) y 500 jinetes ligeros, a los que hay que añadir la caballería
adicional, que sumaba varios hombres y monturas en cada cavall armat (hasta
2.500 monturas y 3.500 personas). La flota comprendía 45 galeras, 20 barcos
redondos y otros auxiliares pero, ante la falta de aliados locales, las fuerzas
regias hubieron de llevar consigo muchas provisiones y, además, transportar al
mencionado ejército. Por ello, pese a contar con innumerables embarcaciones
de todo tipo, confiscadas en todas las costas de la Corona de aragón, la arma-
da solo disponía de unos pocos meses de capacidad operativa antes de agotar
las provisiones que traía consigo. al agotarse estas, iba a tener que abastecerse
desde los pocos territorios leales en Cerdeña y, por mar, desde los reinos
peninsulares, mientras empeoraban las condiciones climáticas. Los salarios
del numeroso contingente embarcado imponían una limitación temporal simi-
lar, ya que los donativos de Cortes, particulares y villas no alcanzaban más
que para pagarles unos meses de soldada. Por todo ello, la campaña solo podía
tener éxito asaltando alguer en pocos días y tratando de obtener una victoria
decisiva antes del invierno de 1354.
Como ya he estudiado en otros trabajos, que pueden verse en la bibliogra-
fía complementaria, los barones Doria y Mariano de arborea reforzaron la
defensa de alguer, que resistió durante más de cuatro meses convirtiendo los
intentos de asalto en un laborioso asedio, y estorbaron constantemente las
comunicaciones de las fuerzas del Ceremonioso con los territorios regios de
99
Cerdeña. Mientras tanto, la flota genovesa también rehuyó la batalla y
concentró sus esfuerzos contra los barcos que, desde los reinos cismarinos de
la Corona, intentaban abastecer a las fuerzas que sitiaban alguer. tras meses
de desgaste, el rey de aragón consiguió pactar la rendición de la ciudad, pero
hubo de renunciar a la mayoría de los objetivos estratégicos de la campaña,
con sus fuerzas severamente castigadas por la escasez de suministros, las
enfermedades y las deserciones.
si los éxitos de la guerra de las vísperas en sicilia o de las compañías de
almogávares en el Mediterráneo fueron ejemplo de las mejores cualidades
técnicas y de mando de las gentes de armas de la casa de aragón, su dificultad
para resover los conflictos del trescientos contra Castilla y las distintas
compañías mercenarias francesas, así como, sobre todo, sus terribles dificulta-
des para consolidar su posición en Cerdeña, son una muestra del techo de las
capacidades materiales que la Corona de aragón podía destinar a la guerra.
Conclusiones
tras esbozar las líneas básicas de la política militar de los reyes de aragón
en su expansión marítima, la observación detallada de su planificación estraté-
gica y del funcionamiento de las operaciones deja entrever, a la espera de ulte-
riores estudios, la situación que ocupaba la Corona de aragón en el ajedrez de
las grandes potencias del Mediterráneo medieval.
una vez más, la precaria posición patrimonial y financiera del linaje regio,
principal impulsor de la expansión territorial fuera de la Península, fue a la
vez una de las causas principales de la expansión territorial de su señoría y su
principal limitación. Comparando la Corona de aragón con Francia, Castilla,
el eje francoangevino o las repúblicas marítimas italianas, se alcanza la
conclusión de que el constante conflicto por el dominio del Mediterráneo
central y sus rutas hacia Oriente supuso un desafío realmente exigente para los
descendientes de Jaime el Conquistador.
No obstante, y acaso haciendo de la necesidad virtud, los reyes de aragón,
sus oficiales, mandos y súbditos optimizaron al máximo sus recursos materia-
les en su proyección estratégica. si las armadas y ejércitos de la casa de
aragón lograron ejercer un papel determinante en la configuración política del
Mediterráneo bajomedieval, fue gracias a unas fuerzas relativamente reduci-
das, pero dotadas de un alto número de veteranos capaces, mandadas por
hombres curtidos y bien coordinados mediante las redes clientelares de la
monarquía.
agradeciendo de nuevo la invitación de este Instituto y la amable disposi-
ción de su personal, esperamos que, con este breve esbozo de contextualiza-
ción cronológica y definición de procesos históricos, se pueda dar a conocer
mejor, tanto al gran público como a los especialistas, los rasgos básicos de la
expansión de la Corona de aragón, su papel determinante en la historia militar
y política del Mediterráneo medieval y el extraordinario potencial de su
100
ingente patrimonio documental en los futuros estudios de nuestra historia
militar y naval.
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101
rEvIsta DE HIstOrIa NavaL
Petición de intercambio
Institución .............................................................................................................
...................................................................................................................................
Dirección postal .................................................................................
...................................................................................................................................
...................................................................................................................................
País .....................................................................
teléfono ..........................................................
Fax ....................................................................
...................................................................................................................................
...................................................................................................................................
...................................................................................................................................
Dirección de intercambio:
103
Castilla y Aragón: dos mentalidades diferentes
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medida tendría escasa efectividad y no pasaría de ser un gesto más teatral que
otra cosa.
Las relaciones castellano-aragonesas, sin embargo, no estaban presididas
por la hostilidad, pues ambas coronas habían pactado un frente común contra
los benimerines, al par que una escuadra catalana vigilaba el Estrecho e inclu-
so contribuyó a la toma de algeciras. Pero la mecha castellana estaba encendi-
da y en cualquier momento podía avivar la llama aragonesa.
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mar, ca su corazón era tal que quisiera
facer piezas a los de aragón y a
mosén Perellós».
Perellós llevaba bastante delantera
al rey por lo que, vuelto a sevilla,
Pedro I reiteró la demanda de explica-
ciones por el reciente insulto, así
como por «agravios anteriores». La
respuesta del aragonés tampoco satis-
fizo esta vez al castellano, que acto
seguido le declaró la guerra. La
primera fase de este conflicto bélico
es eminentemente naval, por expreso
deseo de Pedro de Castilla, lo que no
dejaba de comportar extraordinarios
riesgos, ya que el mar era terreno
abonado para aragón, cuya potencia
naval y experiencia náutica sobrepasa-
ban las castellanas. resalta por tanto
salas la mentalidad naval de Pedro I,
Pedro Iv de aragón
lo que tambien corrobora severo Cata-
lina cuando escribe: «El rey puso
empeño en que la guerra tuviera como principal teatro las aguas del mar. O
tuvo miedo al poder de sus enemigos en tierra, o moviole para honra suya el
gran pensamiento de dar nuevos rumbos a la lucha, atacando las costas de sus
enemigos, llevando el terror de las armas a las ciudades más insignes de
aragón y dirigiendo la punta de la espada al lado más flaco del rival».
La audacia de Pedro I de romper con la tradición castellana, de acusada
continentalidad, y desafiar por el mar a quien solo victorias navales había
obtenido, respondía tambien a una razón de estrategia política porque, de batir
a flote al rey aragonés, no solo le causaría un enorme desprestigio, sino que
establecería el necesario equilibrio en la hegemonía naval como primer paso
de un posible control del Mediterráneo, que dejaría de ser mar exclusivamente
catalanoaragonés. La ocasión, además, era propicia, dada la desmembración
de las fuerzas navales aragonesas, comprometidas fuera de la Península en los
frentes sardo y genovés. así las cosas, Pedro I se apresuró a despachar cartas
de embargo de buques a las villas marineras de asturias, Galicia, vizcaya y
Guipuzcoa, cuyos privilegios con anterioridad había confirmado y ampliado,
exponiendo, como refiere Zurita en sus anales, «ca los había menester para la
armada que quería facer el año próximo que venía sobre el rey de aragón».
La ruptura de hostilidades entre Castilla y aragón tuvo de inmediato
connotaciones políticas. Enrique de trastámara, que había huido de España
embarcándose en Ferrol en una nao hasta La rochela, regresó y se puso al
servicio del rey aragonés, buscando el apoyo de Pedro Iv en sus pretensiones
al trono de Castilla. De ese modo, el rey aragonés se veía favorecido con el
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apoyo del partido del pretendiente,
enemigo del autoritarismo de Pedro I,
el cual, por su parte, intentó reavivar
los sentimientos de libertad de la
nobleza aragonesa, reprimidos por
Pedro Iv. Estos manejos diplomáticos
cruzados, no obstante, no impidieron
el estallido del conflicto, que la santa
sede había intentado evitar a todo
trance.
aprestadas en sevilla doce gale-
ras, con seis tomadas a sueldo (es Pedro I de Castilla
decir, arrendadas) de los genoveses;
una nao de Laredo y buenos balleste-
ros, comenzó don Pedro de Castilla su campaña, que le llevó el 17 de agosto
de 1358 a Guardamar, en la costa valenciana, villa a la que sometió, aunque
no así al castillo que la guarnecía. Los vientos le jugaron una mala pasada,
pues los bajeles, fondeados con poca gente a bordo y sin abrigo, se perdieron,
librándose del siniestro solo la galera del rey y una genovesa, que a duras
penas pudieron llegar a Cartagena. Este contratiempo malogró la campaña
naval en marcha, obligando al rey castellano a continuar sus operaciones por
tierra.
No cejó sin embargo el Justiciero en su empeño naval, y en ocho meses se
construyeron doce nuevas galeras y se carenaron quince de las antiguas, a las
que además se dotó de diferentes armas y pertrechos. Las villas de Cantabria
aportaron naos, y los reyes aliados de Portugal y Granada (este último, musul-
mán, feudatario del castellano) contribuyeron con fuerzas, por lo que en 1359
don Pedro contaba con una importante armada. y aunque el mando de la flota
correspondía al almirante de Castilla, Gil de bocanegra, el propio rey hizo
arbolar su estandarte en la Uxel, aquella gran nave ganada por su padre a los
benimerines durante el sitio de algeciras. Las bodegas de esta tenían gran
capacidad de carga, y además fue carenada y reforzada, e incluso modificada
con la construcción de tres castillos, encomendando el de popa a Pero López
de ayala (el cronista); el del combés, a arias González valdés, y el de proa, a
Garci Álvarez de toledo, patrón de la nave real. El resto de las galeras y naos
estaban en manos tan capaces como las de Gil de bocanegra, con sus hijos y
hermanos y con marinos aguerridos como Garci Jufre tenorio, los hermanos
tovar y otros ilustres próceres.
se hizo a la mar don Pedro a finales de abril, señalando como puntos de
reunión algeciras y Gibraltar, donde había de llegar la escuadra portuguesa, a
la que esperó inútilmente durante quince días, marchándose al final sin ella. El
castillo de Guardamar, causante del abandono anterior, cayó esta vez sin
apelación, y desde allí las naves castellanas barajaron la costa hasta las bocas
del Ebro, saqueando las costas tortosinas, donde al fin se les unió la flota
portuguesa. Las palabras de tregua del cardenal de bolonia, legado del papa,
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no fueron ni escuchadas, tal era el ansia que tenía el rey de Castilla de atacar
barcelona, en cuyo puerto, que había sido fortificado por Pedro Iv, blasona-
ban de invencibles las galeras catalanoaragonesas.
No consiguió el rey castellano su objetivo de batirlas, al estar bien resguar-
dadas, aunque llegó hasta las mismas atarazanas (9 de junio de 1538), y pasó
después a Ibiza, a la que sitió. Pero, cuando supo que en Mallorca se hallaba el
otro Pedro, rey de aragón, con cuarenta galeras dispuesto a pelear con él,
levantó el sitio y, como dice López de ayala, «al punto abandonó otra idea, ca
todo el fecho de la guerra se libraba por aquella batalla do los reyes por su
cuerpo avían de ser». Parece sin embargo que el de aragón lo pensó mejor, y
envió sus galeras al mando del almirante bernardo de Cabrera, que no mostró
mayores deseos de presentar combate. viendo los bajeles de Castilla anclados
en Calpe, se metió el catalán en Denia, y cuando entraron aquellos en alicante,
los aragoneses lo hicieron en Calpe, un poco a la manera del ratón y el gato.
Las opiniones están enfrentadas. Para algunos historiadores (salas y Cata-
lina), el papel del monarca aragonés es poco airoso y estiman que su pruden-
cia pudiera calificarse con otro nombre. Para víctor balaguer, en cambio,
derrotada la flota aragonesa en barcelona, Pedro Iv se hizo a la vela hacia las
baleares con ánimo de dar batalla, que el de Castilla no aceptó. Por eso envió
en su persecución al almirante de Cabrera y sus galeras, pero tampoco logró
que el monarca castellano acudiese al combate que le presentaba. La moderna
historiografía —avilés entre ella— entiende que el combate ante barcelona
tuvo un resultado indeciso, y que si los castellanos acabaron por retirarse, lo
hicieron con escasas pérdidas y sin renunciar en los meses siguientes a reali-
zar nuevas incursiones en el litoral levantino.
Estas operaciones, por el contrario, causaban en la marina catalanoarago-
nesa un efecto psicológico demoledor, ya que se producían en una zona sobre
la que hasta ahora había tenido la exclusiva. Los marinos castellanos, en
contraste, podían recorrer, sin ser obstaculizados por aragón, una larga ruta
que, arrancando de Flandes, pasaba por el canal de la Mancha, el golfo de
vizcaya, el litoral portugués y el estrecho de Gibraltar, hasta dar en los puer-
tos del Levante español y las propias ciudades italianas. Estas navegaciones
irán forjando una selecta escuela de nautas castellanos, que en los años veni-
deros impondrán su supremacía en el atlántico.
sea como fuere, no pudo Pedro I asestar el pretendido golpe de efecto a los
catalanes del insolente Perellós, ni a su homónimo de aragón, como tampoco
pudo impedir el paso por el Estrecho de doce galeras venecianas —aliadas de
los aragoneses— que llevaban un rico cargamento proveniente de Flandes. En
cambio, para Castilla supuso un alivio la muerte del almirante aragonés Mateo
Mercer, enviado en principio en ayuda del rey de tremecén, en la costa norte
africana, pero cuya intención manifiesta era combatir a las naves castellanas y
expoliar sus costas. Pedro I ordenó al jefe de sus atarazanas en sevilla que
saliera a neutralizarlo. Este lo encontró en las inmediaciones de las Chafari-
nas, y a despecho de la defensa desde tierra de los moros, apresó a las naves
catalanas, incluido su almirante, y las condujo a sevilla. allí todos los prisio-
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neros —sin exceptuar al almirante, no obstante haber prestado buenos servi-
cios a Castilla en el sitio de algeciras— fueron ejecutados. La guerra nunca
deja de mostrar su duro y despiadado rostro, por más que esta se librase entre
príncipes proclamados cristianos y que invocaban el nombre de Dios en todas
sus empresas.
Las operaciones navales y militares estuvieron algún tiempo paralizadas,
pues ambos Pedros necesitaban consolidar sus alianzas, ya declarado el de
aragón valedor del conde de trastámara. Pero, renaudadas las hostilidades,
las naves castellanas atacaron valencia, aunque en contrapartida el almirante
al servicio de aragón adolfo de Próxida le apresó cinco de sus naves en
almería.
En 1364, Pedro I dio comienzo a la invasión mediterránea, corriendo la
costa por Denia y alicante hacia el Ebro. valencia resistía el asedio, aunque el
almirante Próxida, bien pertrechado, no se decidiera a romper el bloqueo ante
la fortaleza de la flota castellana, que impedía todo socorro. La escuadra arago-
nesa se presentó ante Cullera, y a por ella fue el de Castilla con sus naves,
desafiando la temible puntería de las ballestas catalanas. Lo cuenta López de
ayala en su Crónica. a pesar del furioso levante que se había levantado, «la
galera del rey de Castilla era la primera que estaba en la boca del río Cullera e
ya había quebrado tres cables y perdido tres áncoras, y estaba ya sobre el cuar-
to cable, pero Dios quísole ayudar e a la hora del sol puesto amansó e cesó la
tormenta. E fue aquel día el rey don Pedro en gran peligro de su persona, e fizo
muchos votos de romería». Lógicamente, la Crónica de Lopez de ayala tiene
su contrapartida en los escribanos del Ceremonioso y en un manuscrito hallado
en barcelona en 1850, donde se da una versión muy diferente, circunstancia
ampliamente repetida en todas nuestras guerras civiles.
En el año siguiente (1365), la flota aragonesa, al mando del vizconde de
Cardona, intentó socorrer a Calpe, pero fue derrotada por Martín yáñez.
Conducidas las presas a Cartagena, para allá que se fue el rey, quien mandó
degollar a los prisioneros, repitiéndose el desagradable cuadro de la ejecución
de Mateo Mercer.
Pero el escenario de las actividades mediterraneas no distrajo a Pedro I de
su política norteña, y cuando las cosas le fueron mal, trató de buscar refugio
entre la gente de mar de Cantabria, que con tanta lealtad le había servido
siempre. Igualmente, sus embajadores Díaz sánchez de terrazas y alvar de
Cuéllar renovaron en Londres las estipulaciones acordadas entre Castilla e
Inglaterra por alfonso el sabio en 1264, y en Flandes buscaron influencias
para ratificar privilegios de protección especial a los hombres de mar.
Coetánea a la lucha entre los dos Pedros, en Castilla se libraba una verda-
dera guerra civil contra el pretendiente Enrique de trastámara, hermanastro de
Pedro I, que contaba con el apoyo de Francia y de Pedro Iv de aragón. El
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conflicto intestino castellano deslizará, a través de una política de alianzas
contrapuestas, a ambos reinos peninsulares hacia el conflicto general que se
desarrollaba en el Occidente europeo. Los matrimonios de las hijas de don
Pedro I y doña María de Padilla con príncipes ingleses afectarán al comercio
marítimo. Navarra toma partido por el rey castellano, quien le cede las tierras
de Guipúzcoa, con todos los puertos de mar. asimismo, el Justiciero suscribe
con el príncipe de Gales, hijo de Eduardo III, un tratado de cooperación por el
que le traspasa los señoríos de Castro, bermeo, bilbao y Lequeitio con los
puertos intermedios. Estas cesiones desagradaron profundamente a los otrora
leales súbditos del rey castellano, que abrazaron la causa de Enrique de tras-
támara, forzado por sus reveses a caer en manos de Francia, que le cederá las
Compañías blancas de beltran du Gesclin, que tan fundamental papel habían
de jugar en el final de la guerra civil castellana.
La muerte de Pedro I a manos de su hermanastro a los pies del castillo de
Montiel (1369) cambiará sustancialmente la escena política. Los leales al rey
legítimo supervivientes sostuvieron la guerra en el mar con naos cantábricas,
bloqueando el Guadalquivir en nombre del monarca fallecido. No parece que
tuvieran encuentros con navíos de vizcaya y Galicia, pues el de trastámara,
una vez coronado rey, acrecentó los fueros y privilegios de la Marina con
hábil generosidad, sabiendo que sería una herrramienta que utilizaría frecuen-
temente. Los compromisos del nuevo monarca castellano con Francia exigían
el suministro de una escuadra capaz de medirse con la fuerza naval inglesa. La
victoria trastamarista va a suponer la intervención de Castilla en la Guerra de
los Cien años como protagonista de primera fila.
Pedro Iv de aragón sobreviviría a Pedro I de Castilla todavía dieciocho
años. sus confrontaciones personales se prolongarían con el primer trastámara
ante el recelo que le producía la alianza francocastellana. Los descalabros sufri-
dos en la guerra con su homónimo castellano le hacían temer que el nuevo rey
pretendiese mostrarse como el heredero de la política agresiva de su antecesor.
La entrada en juego de otros protagonistas hará cambiar las circunstancias.
Pedro de Castilla recibió el sobrenombre del Cruel, aunque también se le
conozca como el Justiciero. El primer apodo tal vez pueda aplicarse también a
Pedro Iv de aragón, por su falta de escrúpulos y crueldad manifiesta. ambos
fueron sin embargo personajes de su época, con todas las virtudes y defectos
de los hombres de su tiempo. valientes, impetuosos, irreflexivos, sus apelati-
vos concuerdan con sus conductas, que son fiel reflejo de una época en que la
justicia era cruel y la crueldad se estimaba prenda de justicia. Por ello podrían
ser llamados justamente crueles o cruelmente justos, pues el desacato a su
autoridad real y las discordias civiles atizadas por las ambiciones desmedidas
de la nobleza eran en ambos reinos monedas de curso común. Pero fueron dos
reyes grandes con una visión marítima notable. El aragonés, porque le venía
de casta, ya que todos sus antecesores sabían lo que eran las cubiertas de sus
buques y capitaneaban no pocas empresas marítimas; el castellano, porque
supo encontrar en el mar —fue el primer rey de su estirpe que pisó una
cubierta— la vía decisiva para sus triunfos.
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