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Ficha de Antropología

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Prof.

Leticia Guadalupe

INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA

El tema que vamos a estudiar y profundizar se refiere a una parte de la Filosofía que reflexiona
sobre el Ser Humano. Busca comprender al Hombre como un ser que vive y que sabe que vive. Él es el
único ser que necesita comprenderse a sí mismo para saber quién es, quién quiere ser y qué puede
realizar.
Por eso afirmamos que es el único campo del saber donde sujeto y objeto coinciden plenamente
(también podría entrar la psicología). De allí surgen ya los problemas filosóficos: más allá de la pregunta
original ¿Qué es el Hombre? Nos preguntamos si esta reflexión puede llegar a ser totalmente objetiva o
siempre estará contaminada con cierta subjetividad.
La antropología filosófica reflexiona acerca de la existencia humana, la cual es de por sí muy
compleja y problemática… en un libro titulado “El problema del hombre” (cuyo autor es J. Gevaert) afirma
que “la antropología filosófica no crea ni inventa los problemas del hombre, los encuentra, los reconoce,
los asume y los examina críticamente.”[1]
Las preguntas ¿quién soy? O ¿qué soy? tienen como respuesta dos elementos diferentes, por un
lado cuando preguntamos qué es el hombre estamos pidiendo como respuesta un “algo” (que los filósofos
llamarán ente o esencia acabada) y cuando preguntamos quién es el hombre preguntamos por alguien y
este alguien es un sujeto que se va haciendo hombre en la historia.
La imagen y representación que cada uno de nosotros tiene del hombre está plasmada de valores
y fines y que de alguna manera orientan nuestra acción. No hay ningún hombre que exista y que no tenga
necesidad de comprender (y comprenderse).
La antropología filosófica es esencialmente histórica pues recoge lo que el hombre ha dicho de sí
mismo y lo interpreta desde el presente.
A partir de siglo XIX y hasta nuestros días, hemos asistido a una multiplicación  de las ciencias que
estudian al hombre; pensemos por ejemplo en todas las ciencias humanas. De esta manera también
fueron surgiendo una serie de antropologías: cultural, física, social, psicológica, religiosa, etc. que puso de
manifiesto una interrogante ¿cómo hablar del Hombre en medio de tantos discursos sobre él? ¿es posible
articular la antropología filosófica con otras antropologías y con las ciencias que hablan acerca del
hombre?.
La antropología filosófica contemporánea se ha ido haciendo cargo  de los aportes de estas
ciencias para preguntarse en qué modifican todos estos aportes, el concepto que el hombre tiene de sí
mismo.
Lo que llamamos hombre es, al mismo tiempo el producto de una serie de determinaciones
biológicas, psicológicas, sociales, culturales y también una posibilidad de realización, de deseos, de
libertad.
El hombre, a partir de lo que es, se proyecta hacia lo que no es aún y desea ser. Estando
determinado, viviendo en una situación histórica concreta, en un aquí y un ahora, está impulsado y
llamado a construirse a sí mismo, a ser él mismo con los otros y a trabajar en la construcción de un mundo
que sea más habitable y digno para todos.

1
1. ALGUNAS DEFINICIONES CLÁSICAS SOBRE EL HOMBRE
1ª. Concepción judeo-cristiana: el hombre creado a imagen y semejanza de Dios
Esta definición de Hombre no es naturalmente, un producto de la filosofía ni de la ciencia, sino una
idea de la fe religiosa. Los aspectos más fundamentales de esta concepción está expuesta en el Génesis
(primer libro de la Biblia).  El Hombre es una creación, en cuerpo y alma, de un dios personal que lo ha
hecho a su imagen y semejanza. El alma es espiritual e inmortal y el cuerpo es material. Todos los
hombres descienden de una pareja primitiva, la integrada por Adán y Eva, quienes vivían en un estado
paradisíaco en el cual todo les era dado. Pero el hombre pecó, con el pecado se ha producido “la caída”,
perdiendo el paraíso y con él la inmortalidad y la gracia divina. El concepto de “caída” es muy importante
para esta antropología, ya que desde allí se explican las debilidades humanas, el sufrimiento y la
mortalidad. Según la doctrina cristiana, la redención del ser humano es producida a partir del sacrificio de
Cristo, Dios-hombre, y esto significa el restablecimiento de la relación filial con Dios. Según el relato del
Génesis, Dios entregó al hombre el dominio del resto de los animales y de la naturaleza, con lo cual el
hombre ocupa un lugar privilegiado (centro y señor de la creación), por encima del resto de los vivientes.
La libertad consiste fundamentalmente en poder elegir, pero principalmente en poder amar y desear el
bien. Esta antropología se prolonga por toda la edad media y llega hasta nuestros días con la influencia
que ya todos conocemos.
2ª. Concepción de la Filosofía Clásica: Homo Sapiens
Esta definición de Hombre nos viene de los griegos de la época clásica, consiste en considerar al
hombre como el homo sapiens. La racionalidad separa al hombre del resto de los animales y encumbra al
ser humano por encima de toda otra naturaleza. A la especie humana le corresponde un “agente
específico” que sólo a ella conviene y que es irreductible a cualquier facultad vegetal o animal. Este agente
específico es la razón o logos. Mediante esta razón, el hombre puede conocer el ser tal como es en sí (la
divinidad, el mundo y él mismo); puede obrar, es decir, guiar su conducta mediante el descubrimiento de
normas éticas; y puede hacer, o sea, transformar la naturaleza y producir artefactos, mediante la técnica.
Esta idea clásica es la más difundida en la filosofía occidental y, con variantes, va desde Sócrates
hasta Hegel, pasando por Platón, Aristóteles, Descartes y Kant.
Cuando Sócrates afirma que una existencia sin examen no merece la pena vivirse, quiere señalar
que una vida al margen de la razón no puede ser considerada una vida humana. El examen racional de las
cosas y el auto examen son esenciales al ser humano. De modo semejante, Aristóteles concluirá su Ética
a Nicómaco afirmando que la auténtica felicidad del hombre reside en la vida del pensamiento, la vida
contemplativa, porque en la misma el hombre encuentra su perfección, la realización de su esencia, la
virtud suprema.
Aunque esta segunda concepción del hombre parece antagónica de la primera y de hecho lo ha
sido, no han faltado intentos de conciliación entre ambas: tal es el caso de Santo Tomás, quien toma
elementos de la idea aristotélica del hombre y los incorpora a la concepción cristiana.
3ª. Concepción de la Ciencia Moderna: Hommo Faber
Esta concepción define al hombre como el homo faber. Esta idea es sostenida por diferentes
corrientes científicas y filosóficas y recibió un gran impulso con la teoría de la evolución de Charles Darwin
y el desarrollo de la biología como ciencia. La Teoría de la Evolución fue expuesta en el libro “El origen de
las especies” en 1859 por el propio Ch. Darwin. Esta doctrina empieza por negar una facultad racional
separada, específica en el hombre. No hay entre el hombre y el animal diferencias de esencia; sólo hay
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diferencias de grado. Hay una sola corriente ininterrumpida de vida. Las tesis fundamentales de la teoría
de la evolución son las siguientes: a) el hombre y todas las especies de animales derivan de un tronco
común, b) la selección natural de los más aptos: los seres vivos crecen en proporción geométrica y los
recursos de subsistencia crecen en proporción aritmética. Esto determina una lucha por la existencia en la
que sobreviven los más aptos, aquellos individuos y especies que a través de sucesivas modificaciones se
adaptaron mejor a las variaciones del ambiente. Las variaciones beneficiosas se transmiten a los
descendientes. En el hombre, según esta teoría, actúan los mismos elementos, las mismas fuerzas y leyes
que en todos los demás seres vivos; sólo que con consecuencias más complejas. El hombre es un ser
instintivo, un viviente especialmente desarrollado. El espíritu, la razón, no son más que un desarrollo de la
llamada “inteligencia técnica”, que ya encontramos en los animales superiores. Según esta teoría, el
hombre es un animal de señales, es decir, el poseedor de un idioma;  o un animal de instrumentos, o un
ser cerebral, es decir que consume mucha más energía en el cerebro que los demás animales. Pero nada
de eso es propio o específico del hombre, todo se encuentra en forma más  o menos rudimentaria en los
animales superiores.
Por todo lo anterior, la definición de hombre que podemos desprender de la Teoría de la Evolución
es que el hombre es un grado más en la cadena evolutiva, un paso más en la evolución de las especies.

2. CONCEPCIONES ANTROPOLÓGICAS DEL SIGLO XX


MAX SCHELER
En 1928  el filósofo alemán Max Scheler publicó un libro que hasta el día de hoy sigue siendo un
referente para la antropología: “El puesto del hombre en el cosmos”. En esta obra, el autor se enfrenta
fundamentalmente a la tercera de las concepciones clásicas sobre el hombre.
Scheler considera que el concepto de hombre encierra una oscuridad en su significado. Por un lado
indica las características diferentes que posee el hombre respecto de los otros seres vivos y subordina el
concepto de hombre al de animal, considerándolo un subgrupo muy pequeño del grupo de los animales,
pero animal al fin. Por otra parte, la palabra hombre indica lo opuesto al animal. Este punto de vista ya no
es el orgánico, sino que busca en el hombre una dimensión distinta y superior desde la cual captar lo
propio del hombre. Su tesis fundamental es: “cómo plantear una concepción del hombre que no
desconozca el saber científico, pero a la vez no reduzca lo propiamente humano a una simple evolución...”
Si analizamos a todos los seres vivos observamos que, dice Scheler, tienen propiedades que los
diferencias de los seres inanimados: se refiere a las facultades psíquicas (o como él mismo dice“facultades
bio-psíquicas”) y en especial al grado de interiorización y autoconciencia.
Scheler parte de considerar cuatro grados (grados en el sentido de fuerzas o facultades psíquicas)
del desarrollo biopsíquico. El más elemental, el impulso afectivo, sin conciencia, ni sensación, ni
representación se encuentra en las plantas. El segundo grado es el instinto que aparece en el animal y
que se caracteriza por ser innato, hereditario y preservar la vida de la especie y producir conductas con
sentido. El tercer grado es la memoria asociativa, cuya base es el reflejo condicionado y que también
encontramos en los animales. El cuarto grado es la inteligencia práctica que encontramos en los animales
superiores. Llegado a este punto, Scheler se plantea la cuestión decisiva: “Si se concede la inteligencia al
animal, ¿existe más que una diferencia de grado entre el hombre y el animal? ¿existe una diferencia
esencial?”. Scheler contesta afirmativamente estas preguntas: no sólo piensa que hay una diferencia
esencial entre el hombre y el animal, sino que afirma que aquello que hace del hombre un hombre, lo que
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distingue al hombre del animal, no es un grado más que se suma a los anteriores, sino que es un principio
de naturaleza totalmente distinta. El nuevo principio que hace del hombre un hombre es ajeno a todo lo
que podemos llamar vida, es algo que no puede reducirse a la evolución natural y que Scheler llama
espíritu; la presencia del espíritu hace del hombre una persona. La esencia de hombre no está
determinada ni por su inteligencia ni por su capacidad de elección, sino por el Espíritu. El Hombre es un
ser espiritual.
Las propiedades esenciales del espíritu son la autonomía, la objetividad y la conciencia de sí
mismo.
La autonomía está relacionada con la independencia frente a los lazos y a la presión de lo
orgánico. El hombre es libre precisamente porque sus actos no están determinados por sus impulsos ni
por la constitución genética (tener en cuenta la discusión entre libertad y determinismo). La objetividad es
la capacidad de tomar distancia respecto de los estímulos del medio, para poder dar una respuesta
elaborada. Y la conciencia de sí mismo es la capacidad de saberse sujeto y tener autoconciencia, a
diferencia del animal que sólo tiene conciencia de lo  otro pero nunca de sí mismo.

ERNST CASSIRER
En 1945 el filósofo Ernst Cassirer publicó un libro titulado “Antropología Filosófica”, allí define al
hombre como un ser simbólico (otras interpretaciones dicen que en realidad lo define como un animal
simbólico). Veamos qué quiere decir esto.
Según este filósofo, todos los seres vivos poseen dos sistemas que le permiten adaptarse y
coordinar sus conductas al medio ambiente. Por un lado está el sistema receptor que le permite recibir los
estímulos del mundo exterior, y por otro lado está el sistema efector que le permite responder y conducir la
respuesta a esos estímulos.
Los animales están determinados por sus impulsos, los cuales se desencadenan necesariamente
ante los estímulos y no puede esperar ni postergar su descarga ni su respuesta. Vive inmerso en su medio
natural al cual se ajusta perfectamente porque la naturaleza lo ha provisto de todo lo que necesita para
sobrevivir.
En el caso del hombre es diferente. Entre el sistema receptor y el efector hay un sistema intermedio
que Cassirer llama “sistema simbólico”. Podemos afirmar que la cultura constituye ese sistema simbólico
mediador, que precisamente diferencia las reacciones animales de las respuestas humanas. Porque el
hombre no puede vivir en estado natural, la cultura es su segunda naturaleza. Así tenemos un mundo
simbólico donde están por ejemplo, el lenguaje, los mitos, el arte, la religión, la ciencia. De todos estos
aspectos quizá el lenguaje sea el más destacado (según E. Cassirer) ya que permite la comunicación de
sucesos pasados, presentes y futuros, e incluso de sucesos inexistentes producto de su propia
imaginación. El lenguaje representa la forma más alta de una capacidad humana: la de simbolizar. Es
decir la facultar de representar lo real por un signo y de comprender ese signo como representante de lo
real.
Para Cassirer decir que el hombre es un animal racional es correcto, pero es insuficiente. La razón
humana es un término demasiado estrecho para definir todo lo que es el hombre. Si bien es cierto que la
razón (el pensamiento) son actividades puramente humanas, el hombre desarrolla actividades  que
también son humanas y que no son racionales: el arte, la fe, el amor son prácticas humanas y que no
están gobernadas exclusivamente por la razón.
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3. ¿EL HOMBRE ES LIBRE O ESTÁ DETERMINADO?
Vamos a profundizar ahora uno de los problemas filosóficos más importante de todos los tiempos,
queremos saber si el hombre es libre  o por el contrario todas sus acciones ya están determinadas…
pensemos un rato.
Para trabajar esta cuestión antropológica nos vamos a servir de dos autores bien distinto uno de
otro. Uno de ellos es del siglo VI y el otro es del siglo XX ambos de nuestra era.

ANICIO MANLIO SEVERINO: BOECIO


Anicio Boecio nació aproximadamente en el año 480 en Roma. Es un filósofo del último período
romano. En el 510 un emperador (el emperador ostrogodo Teodorico el grande)  lo nombró cónsul, pero
más tarde el mismo emperador inicia una persecución contra los cristianos y Boecio es acusado de traición
y de prácticas mágicas y muere decapitado. Mientras se encontraba en prisión escribió su principal obra
literaria: “Consolación de la Filosofía”.
Esta obra fue escrita en forma de diálogo entre el autor y una mujer que representa a la Filosofía.
En el capítulo V aborda el tema que nos interesa y lo relaciona con la Providencia divina ¿cómo es posible
que Dios prevea lo que ha de suceder? ¿Significa esto que todos los acontecimientos que Dios pueda
prever tienen una necesidad lógica de verificarse y no hay lugar para el libre albedrío del hombre?
Boecio comienza analizando en primer término si es posible el azar. La Filosofía contesta diciendo
que si por azar se entiende lo que sucede sin causa alguna o fuera de una cadena de causas, es
imposible que exista. Todo acontecimiento necesita surgir de una causa.
Sin embargo es posible considerar un hecho como azaroso bajo otra perspectiva, es decir como
aquello que sucede sin que lo hayamos previsto, o al menos que sucede de un modo distinto al que hemos
previsto (aunque de todas maneras procede de una cadena de causas y efectos).
Boecio afirma que todas las cadenas de causas proceden del orden inflexible del universo que,
teniendo su origen en la Providencia, determina el lugar y el tiempo de cada cosa. Ahora bien, ¿podemos
afirmar entonces que los actos humanos también están sujetos a esa necesidad lógica? Afirmar esto
implica negar la libertad humana. Sin embargo, Boecio afirma que como el hombre está dotado de razón
no puede carecer de libre albedrío. Por lo tanto, sólo podremos hablar de necesidad de acontecimientos si
se trata de hechos naturales y cuando se trata de actos voluntarios existe libertad humana. Veamos cómo
lo fundamenta.
El hombre es libre por estar dotado de razón, pero… ¿cómo se podría prever algo que bien puede
no ocurrir? ¿excluye esto la posibilidad del acto voluntario o un hecho puede ser previsto y a la vez ser
libre?
La clave para entender toda la filosofía de Boecio está en el concepto del “conocimiento”. Es
erróneo juzgar que el conocimiento dependa únicamente del objeto conocido, antes bien, ese
conocimiento debe ser considerado en función del sujeto cognoscente (es decir el sujeto que se dispone a
conocer). Pues respecto de un mismo objeto (pensemos en una mesa) los sentidos sólo conocen la forma
o figura que se da en la materia, la imaginación sólo alude a la forma prescindiendo de la materia, la razón
da un paso más y determina la especie a la que pertenece ese objeto, lo cual es aún superado por la
inteligencia ya que es capaz de intuir formas simples sin tener en cuenta forma, materia ni especie.
Boecio afirma que hay tantos grados en el conocer cuantas clases y diferencias en los seres vivos:
las plantas tienen sensación, los animales tienen impulsos y pueden experimentar deseos o rechazos, el
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hombre posee el privilegio de la razón, y sólo a la divinidad le es propio el poseer inteligencia. Queda claro
que el ser que posee inteligencia puede captar lo aprehendido por la razón, la imaginación y los sentidos.
(Hay que observar que Boecio considera el término inteligencia en un sentido restringido, distinguiéndola
de la razón, ya que la razón puede llegar a conocer la verdad a través del razonamiento, en cambio la
inteligencia es la facultad de conocer la esencia de las cosas en un acto simple e intuitivo)
Así como el conocimiento que proviene de los sentidos no llega a la esfera de lo universal porque
se limita a ese objeto, así el tipo de conocimiento que brinda la inteligencia está fuera del alcance de la
razón y ésta no puede comprenderlo.
Para comprender el tipo de conocimiento propio de Dios, Boecio insiste en examinar cómo es su
naturaleza. Dios es eterno, esto es que posee una vida perfecta e interminable. Dios posee la plenitud de
su existencia reuniendo todos los momentos del tiempo que fluye pero en el mismo momento; Dios
considera todos los acontecimientos como si sucedieran en el presente.
Boecio distingue dos tipos de necesidad: la absoluta que deriva de la propia naturaleza de la cosa
(por ejemplo que el hombre es mortal) y la condicional que es la que se da cuando sabemos con certeza
algo, porque si nuestro conocimiento es cierto es porque necesariamente se da en la realidad. Del mismo
modo, las cosas que Dios tiene ante sí presentes ineludiblemente se producen, pero unas proceden de la
necesidad y otras de la libertad de la persona.
Este conocimiento divino incluye también todo posible cambio. Así al modificar nuestros deseos y
elecciones, no vamos modificando la ciencia de Dios. Él en su presente eterno, en una sola mirada ve lo
que ha de ocurrir y todos los cambios que la libertad dispone.
Como conclusión dice Boecio que conservando el hombre su libre albedrío son merecidos tanto los
premios como los castigos dispuestos ya que él es la fuente de sus actos, buenos o malos.
Del mismo modo en que un ser humano puede observar un acontecimiento que bien puede no
realizarse, asimismo Dios conoce todo lo que sucede reconociendo que las causas por las que ocurren
pueden ser la necesidad o la libertad.

OBJECIONES a esta postura:


1) El filósofo Étienne Gilson al referirse a este tema opina que Boecio soluciona el problema disociándolo
en dos: la previsión de los actos por un lado y la libertad por otro. “Dios prevé de manera infalible los actos
libres pero los prevé como libres”[2]
2) Guillermo Fraile en cambio considera que “obligado el filósofo por su posición de cristiano a salvar
ambos términos: la omnisciencia divina y la libertad humana, no llega a encontrar solución alguna,
desdoblando la cuestión en otro problema”.[3]

JEAN PAUL SARTRE


Jean Paul Sartre es un filósofo francés que nació en 1905 en París, estudió filosofía y en 1929 en la
Sorbona conoció a Simone de Beauvoir con quien permaneció unido desde entonces. Al estallar la
segunda guerra mundial lo impacta de tal manera que en 1940 los nazis lo toman prisionero hasta el año
siguiente. A partir de ese momento se transformó en un pensador revolucionario y un representante de la
resistencia contra las fuerzas de la ocupación. Para él (como para muchos es ese momento) quedaba
demostrado que la existencia es un sinsentido, un transcurrir desesperanzado y que cuando el hombre

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actúa se encuentra totalmente solo y abandonado. En 1943 publicó su obra máxima “El ser y la nada” y en
1946 publicó “El existencialismo es un humanismo”. Murió en 1980.
Sartre es uno de los pensadores contemporáneos más importantes y es considerado uno de los
representantes insignes de existencialismo, corriente filosófica que surgió en el siglo XIX en Europa.
No es fácil definir qué se entiende por existencialismo, el propio Sartre así lo admite. Ese término
ha sido aplicado a una gama muy amplia de expresiones, corrientes y movimientos que “ya hoy casi no
significan nada”; pero sí hay un punto en común en todos los filósofos existencialistas y es que en el ser
humano “la existencia precede a la esencia”. ¿Qué quiere decir esto? Para explicarlo vamos a transcribir
un texto del propio autor:

“…consideremos un objeto fabricado, por ejemplo un libro o un cortapapel. Este objeto ha sido fabricado
por un artesano que se ha inspirado en un concepto, se ha referido al concepto de cortapapel, e
igualmente a una técnica de producción previa que forma parte del concepto y que en el fondo es una
receta. Así el cortapapel es a la vez un objeto que se produce de cierta manera y que por otra parte, tiene
una utilidad definida, y no se puede suponer un hombre que produjera un cortapapel sin saber para qué va
a servir ese objeto. Diríamos entonces que en el caso del cortapapel, la esencia -es decir el conjunto de
recetas y de cualidades que permiten producirlo y definirlo- precede a la existencia, y así está determinada
la presencia frente a mí, de tal o cual cortapapel, de tal o cual libro. Tenemos aquí una visión técnica del
mundo, en la cual se puede decir que la producción precede a la existencia.”[4]

Nos damos cuenta que en todos los objetos fabricados por el hombre, la esencia precede a la
existencia, puesto que en cada caso, ya sea el artesano o el fabricante primero piensa el objeto, lo concibe
(le da su esencia) y luego lo hace, lo fabrica (le otorga su existencia). Sartre entiende por esencia de un
objeto aquello que lo define, lo que hace que sea lo que es y no otra cosa.
Podemos afirmar que en general, en un ser la esencia precede a la existencia sólo si ha sido
fabricado o creado por alguien que primero lo piensa y luego le otorga la existencia. Sartre dice que ésta
ha sido siempre la visión que la humanidad ha tenido de Dios; compárese la similitud entre Dios creador y
el artesano creador del cortapapel. El concepto de hombre en Dios es asimilable al concepto del
cortapapel en el artesano… así el hombre individual realiza cierto concepto que está en el entendimiento
divino.
Todo esto no sería un problema si no fuera que Sartre es un existencialista ateo y la premisa
fundamental es que Dios no existe. Por lo tanto al no existir una mente divina que conciba todo lo creado,
el hombre no posee una esencia prefijada.
¿Qué significa pues que en el hombre la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre
empieza primero por existir, se encuentra, surge en el mundo y que después se define… así entones no
hay una naturaleza humana porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal
como él se concibe sino tal como él se quiere y cómo se concibe después de la existencia… el hombre no
es otra cosa que lo que él se hace. He aquí el primer principio del existencialismo: EL HOMBRE ES ANTE
TODO UN PROYECTO que se vive subjetivamente. Nada existe previamente a este proyecto y el hombre
será ante todo lo que habrá proyectado ser.
Lo único pues que caracteriza al hombre es ser un proyecto. Pero Sartre dice que no es lo mismo
proyectar ser algo que querer ser algo. Por querer se entiende una decisión conciente y posterior que
supone y se explica por ese proyecto previo. Por ejemplo querer casarse implica una elección y un
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proyecto más radical que supone un modelo de vida. Si alguien dijera “yo siempre quise ser pianista y
pasó toda su vida trabajando detrás de un escritorio como empleado”, Sartre dirá que el ser pianista no era
su real proyecto porque aquello nunca estuvo encarnado en una acción concreta.
Si la existencia precede a la esencia entonces el hombre es responsable de lo que es, él es
responsable de toda su existencia. Y aún más, no sólo es responsable de su existencia en forma
individual, sino que es responsable de todos los hombres.
Cuando dice que el hombre se elige a sí mismo queremos decir que también elige a todos los
hombres. En efecto, no hay ninguno de nuestros actos que al crear al hombre que queremos ser, no cree
al mismo tiempo una imagen del hombre tal como consideramos que deba ser. Elegir esto o lo otro es
afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, porque nunca podemos elegir mal, lo que elegimos es
siempre el bien, nada puede ser bueno para nosotros sin serlo para todos.[5]
Sartre pone algunos ejemplos para clarificar este punto y muestra en ellos cómo aún en un hecho
individual y basado solamente en cuestiones personales, mi elección involucra a toda la humanidad. Así si
yo decido casarme, este hecho no incide sólo en mi vida privada sino en la de todos, puesto que estoy
proponiendo la monogamia como un modelo de vida para toda la humanidad.
Es por todo esto que Sartre afirma que cada vez que actuamos y por lo tanto elegimos, parece
como si toda la humanidad tuviese sus ojos puestos en nosotros. Y esto es desde luego, una carga. Estar
obligados a elegir constantemente y saber que con esta elección comprometemos a toda la humanidad no
puede sino provocarnos una angustia. Sartre hace del concepto de angustia un elemento importante de
su filosofía existencial. Es una angustia propia de todo aquel que asume responsabilidades propias del que
debe elegir y que al hacerlo compromete a toda la humanidad, pero aún así elige y actúa. Notemos
todavía esto, como para Sartre Dios no existe, el hombre está desamparado, está solo y como no hay
nada por encima de él, no hay pautas morales que lo guíen. Y sin guía es aún más difícil elegir.
Volvamos al punto inicial, como la existencia precede a la esencia, no hay determinismo, el hombre
es libre, el hombre es libertad… y como no hay valores morales ni religiosos por encima del hombre que
provengan de una divinidad, el hombre está solo, sin excusas. Esto es lo que concluye: EL HOMBRE
ESTÁ CONDENADO A SER LIBRE.
El hombre está condenado porque no se dio a sí mismo la existencia, pero es libre porque él es el
único responsable de lo que hace. El hombre, sin ningún apoyo ni socorro de ningún lado, está condenado
a cada instante a inventar al hombre.

Bibliografía:
Di Sanza, Silvia del Luján y otros en “Filosofía”, ed. Santillana - Polimodal, Bs. As. 1999
Frassineti de Gallo y  Salatino Gabriela en “Filosofía, esa búsqueda reflexiva”, ed. AZ, Bs. As. 1997
Sartre, Jean Paul en “El existencialismo es un humanismo”, ed del 80, Bs. As. 1981
Schujman, Gustavo en “Filosofía y nociones de lógica”, ed. Aique, Bs. As. 2006
[1]
citado por Silvia del Luján Di Sanza y otros en “Filosofía”  ed. Santillana, Bs.
As. 1999
[2]
citado por Frassineti de Gallo en “Filosofía esa búsqueda reflexiva” ed. AZ, Bs. As, 1997, pág. 205
[3]
ibídem Pág. 205
[4]
cfr. Sartre, Jean Paul en “El existencialismo es un humanismo”, Ed. Del 80, Bs. As, 1981, Pág.14
[5]
ibídem Pág. 71

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