(2020) ART. Hacia Una Filosofía Fenomenológica de La Religión (InvFen 17)
(2020) ART. Hacia Una Filosofía Fenomenológica de La Religión (InvFen 17)
(2020) ART. Hacia Una Filosofía Fenomenológica de La Religión (InvFen 17)
FENOMENOLÓGICAS
REVISTA
DE LA
SOCIEDAD ESPAÑOLA DE FENOMENOLOGÍA
DIRECTORES DE LA EDICIÓN
Javier San Martín y M.ª Carmen López
CONSEJO DE REDACCIÓN
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Miguel García-Baró (Univ. de Comillas), José Lasaga Medina (UNED),
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Roberto Walton (Argentina, UBA y Academia de Ciencias de Buenos Aires)
NÚMERO DIECISIETE
2020
INVESTIGACIONES
FENOMENOLÓGICAS
REVISTA
DE LA
SOCIEDAD ESPAÑOLA DE FENOMENOLOGÍA
Edita:
Sociedad Española de Fenomenología
Dpto. de Filosofía y Filosofía Moral y Política (UNED)
ISSN: 1137-2400
e-ISSN: 1885-1088
Madrid, diciembre de 2020
ÍNDICE
Artículos
Carlos Belverede
La vida y la revelación: los caminos insondables de Michel Henry ... 37
Irene Breuer
Revisión de la confrontación Heidegger-Husserl. La protocontingen-
cia del mundo de la vida y sus estructuras esenciales .................... 61
Julio Quesada
Davos 1929: “¿Qué es el Hombre?” El desencuentro entre Cassirer
y Heidegger. Razones filosófica y política ...................................... 177
Traducciones
Graham Harman
Respuesta a Noé Expósito Ropero ............................................... 369
Reseñas
Javier Romero
MEJÍA FERNÁNDEZ, RICARDO. El giro fenomenológico en las neuro-
ciencias cognitivas: de Francisco Valera a Shaun Gallagher.
Barcelona: Ateneu Universitari Sant Pacià / Universitat Ramon Llull,
2019, 513 páginas .................................................................... 435
Ignacio Vieira
El contacto con las cosas mismas, el pulso de la fenomenología.
JOHNSON, Felipe; MENA Patricio; HERRERA, Samuel. (Ed.). ¿Hacia
las cosas mismas? Discusiones en torno a la problemática claridad
del fenómeno. Temuco (Chile): Ediciones Universidad de La
Frontera, 2018 ....................................................................... 459
Investigaciones Fenomenológicas, n. 17, 2020, 239-272
e-ISSN: 1885-1088
de la religión pretende ofrecer una visión integral del hecho religioso. Martín Ve-
lasco (1973) la define como una ciencia comprensiva que busca determinar qué
hace que un fenómeno sea religioso a partir de la descripción y clasificación de
sus manifestaciones históricas.
Sin embargo, esta disciplina ha generado numerosas suspicacias y contro-
versias tanto dentro como fuera del campo de los estudios religiosos. Las difi-
cultades epistemológicas y los debates suscitados en torno al estatuto de esta
ciencia en relación con las demás ciencias de las religiones la abocarán a una
profunda crisis interna hasta el punto de que —tras una época dorada— serán
muchos los investigadores que renunciarán a ella. Al mismo tiempo, desde los
círculos fenomenológicos —desde nuestra corriente fenomenológica—, será
desechada y considerada como una “fenomenología extra-filosófica” (Spiegel-
berg, 1960: 10) 1 por no ceñirse a los pasos del método fenomenológico sistema-
tizados por Husserl.
Ciertamente, en un primer momento, la fenomenología de la religión no
guarda relación con la fenomenología como método filosófico. De hecho, la ex-
presión es introducida por P. D. Chantepie de la Saussaye, en 1887, en su Manual
de historia de las religiones y, por tanto, es utilizada con anterioridad a la feno-
menología husserliana.
El objetivo de Chantepie es alcanzar una definición no apriórica de la reli-
gión. Para ello, parte de los datos acumulados por las ciencias de las religiones
—los estudios y análisis de una amplísima variedad de mitos, narraciones, ritos,
cultos, liturgias, textos, restos arqueológicos, símbolos, etc.— y busca dilucidar
los rasgos comunes que otorgan ese “aire de familia” a todas las manifestaciones
religiosas. Así, agrupa y clasifica los hechos que describe en tres apartados fun-
damentales: culto, doctrina y costumbres. Para este autor, la fenomenología de
la religión no es ni historia de la religiones ni filosofía de la religión, pero sí se
relaciona con ambas disciplinas; pues, cuando la fenomenología de la religión
logra alcanzar su objetivo —una definición sustantiva de la religión a partir de
1
Spiegelberg conecta de forma acertada la fenomenología de la religión de Chantepie de la Saussaye
con la historia comparada de las religiones. Aunque acepta que van der Leeuw le otorga ya un sentido
filosófico, desecha su contribución al considerar que está más influenciado por Heidegger que por Husserl.
Finalmente, Spiegelberg concluye que «sería engañoso confundir una mera tipología de instituciones reli-
giosas con una fenomenología en el sentido filosófico, que se centraría en el análisis de los actos y conte-
nidos religiosos en la experiencia religiosa y exploraría sus estructuras y relaciones esenciales» (Spiegel-
berg, 1960: 11). Espero tener ocasión de mostrar a lo largo de este trabajo como, en realidad, este era
el verdadero objetivo de van der Leeuw.
2
Spiegelberg también acierta al determinar que los referentes fenomenológicos de van der Leeuw
son Dilthey y Heidegger. En el apartado final hay una única referencia a Husserl y ni tan siquiera es una
referencia directa, sino que aparece en el cuerpo de una cita de Scheler. De ahí que la fenomenología
propuesta por van der Leeuw quede estrechamente —y, a mi juicio, muy certeramente— enlazada con la
hermenéutica. A pesar de ello, aunque la falta de referentes husserlianos lleva a una exposición poco
rigurosa del método y facilita que los conceptos fenomenológicos empleados adolezcan de cierta ambigüe-
dad, no se puede afirmar que la fenomenología de van der Leeuw quede limitada al establecimiento de
una tipología de instituciones religiosas.
críticas que deberá encarar, críticas que podemos reconducir a dos frentes de
acción. Por un lado, la pretensión de la fenomenología de establecerse como
“ciencia integral” no será del agrado de la mayoría de los historiadores de las
religiones 3, quienes reaccionarán y criticarán duramente la validez de un conoci-
miento centrado en la configuración de “estructuras” y “tipos ideales” esencialis-
tas, abstractos y ahistóricos. Así nos encontramos con un conjunto de autores
que, rechazando las pretensiones “triunfalistas” de la fenomenología de la reli-
gión, pero sensibilizados con la necesidad de unificar la variedad de las manifes-
taciones religiosas, recuperan la importancia de la descripción y clasificación de
los hechos. La mayoría de estos autores rebajan la fenomenología hasta su fun-
ción más básica, se niegan a hablar de “fenomenología de la religión”; y, apos-
tando por la aplicación del método comparativo a los estudios religiosos, prefie-
ren reunirse bajo rótulos como “historia comparada de las religiones” o “religión
comparada”.
Por otro lado, la imposibilidad de dar respuestas satisfactorias a un conjunto
de consideraciones epistemológicas —indeterminación de la metodología cientí-
fica a seguir, sospecha de participación y empatía con el objeto religioso, acusa-
ción de subjetivismo, psicologismo y carácter apologético de la disciplina, etc.—
hará que la mayoría de los “fenomenólogos de la religión” renuncien a hablar de
“fenomenología” en sentido estricto y reconozcan el uso metafórico y figurado de
conceptos puramente fenomenológicos. Y así también nos encontramos con un
conjunto de autores que, manteniendo la expresión “fenomenología de la reli-
gión” en un sentido laxo, se centran en determinar los rasgos del fenómeno reli-
gioso, volviendo la atención a la experiencia religiosa y el sentimiento que en ella
se entreteje.
En ambos casos, la fenomenología de la religión parece configurarse como
una disciplina o una ciencia totalmente separada de la fenomenología como
3
La fenomenología de la religión de van der Leeuw pretende reunir las ciencias de las religiones en
una ciencia sistemática de la religión; esto es, pasar de la pluralidad de los saberes y los fenómenos a un
saber unitario que reconduzca la multiplicidad y variedad de los fenómenos a la unidad. El conflicto en
torno al estatuto de esta ciencia entronca con ciertas cuestiones terminológicas todavía visibles en la
actualidad. “Historia de las religiones”, “Ciencia de la religión”, “Ciencias de las religiones”, “Estudio de la
religión”, “Estudios religiosos” son solo algunos de los nombres que se utilizan para referir a la disciplina
académica que se encarga del estudio integral, crítico, no confesional ni religiocéntrico del fenómeno reli-
gioso. La pluralidad de nombres de la disciplina no es una cuestión arbitraria. Cada expresión viene deter-
minada por su contexto lingüístico originario; pero en el trasfondo subyacen dos cuestiones fundamentales
que determinan la comprensión de este campo de estudio: (i) si nos encontramos ante una disciplina
autónoma o si, por el contrario, conviene mantener la pluralidad de ciencias y el enfoque interdisciplinar;
y (ii) si es posible (o no) reconducir la variedad de las manifestaciones religiosas a la unidad.
4
Resulta sorprendente comprobar cómo dependiendo de la perspectiva que asuma cada investigador
—si es más o menos favorable a la comprensión de la fenomenología de la religión como ciencia de la
religión— los autores clásicos son ubicados en una u otra corriente. Así, Martín Velasco (1994) incluye en
la “fenomenología de la religión” a G. van der Leeuw, J. Wach, C. J. Bleeker, M. Eliade y J. Waardenburg,
entre otros. Mientras que en la “historia comparada de las religiones” agrupa a R. Pettazzoni, E. O. James,
G. Widengren, A. Brelich y M. Meslin, entre otros. Privilegiando una perspectiva mucho más histórica,
Cabrera (2002) incluye en la fenomenología centrada en la articulación histórica de las hierofanías a van
der Leeuw, Eliade y Pettazzoni. Por otra parte, aunque en sus consideraciones críticas de la fenomenología
de la religión, Díez de Velasco (2006) propone cuatro modos de entender la fenomenología de la religión,
a efectos prácticos también quedan reducidos a dos —pues (i) la fenomenología de la religión como escuela
sería, a su juicio, una corriente obsoleta, mientras que (iv) la fenomenología filosófica sería un proyecto
abierto y aún no desarrollado—. Así, a su juicio, (ii) la fenomenología de la religión como disciplina reuniría
a van der Leeuw, Widengren y Bleeker, y (iii) la fenomenología de la religión como sistema clasificatorio
vincularía a Pettazzoni, James y Bianchi.
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No puedo menos que reconocer la inmensa deuda que guardan mis planteamientos con la antropo-
logía filosófica de Charles Taylor (1985) y la de Javier San Martín (2013). Ambos autores coinciden al
destacar el carácter fenomenológico de la antropología filosófica, así como su constitución como filosofía
primera.
En pocas líneas, James engloba las dos principales críticas que, desde este
campo de estudio, se dirigen a la fenomenología de la religión —por un lado, su
pretensión de convertirse en un “enfoque científico independiente” y, por otro
lado, la configuración de estructuras que determinen la esencialidad del fenó-
meno religioso al margen de los condicionamientos históricos— para terminar
concluyendo que el estudio histórico y comparativo de las religiones es el medio
más eficaz a la hora de descubrir y valorar los principios básicos comunes que
subyacen a todas las religiones.
Mucho más matizada es la posición de Pettazzoni, quien probablemente
ofrece uno de los intentos más lúcidos de síntesis entre la perspectiva histórica
y la fenomenológica. Para Pettazzoni la fenomenología y la historia se comple-
mentan mutuamente: «La primera no puede desarrollarse sin la etnología, la
filología y otras disciplinas históricas, pero, por otra parte, proporciona a las dis-
ciplinas históricas ese sentido de lo religioso que estas no pueden apresar» (Pet-
tazzoni, 1956: 93-94).
El carácter esencial de los hechos religiosos es condición necesaria para su
existencia. A este carácter esencial debe prestar atención una ciencia compren-
siva de la religión. Los análisis individuales que, desde un punto de vista externo,
realizan la filología, la arqueología, la etnología, la sociología y la psicología de la
religión, aun siendo valiosos, resultan insuficientes. Cuando la sucesión de los
6
Un estudio más detallado sobre esta diferencia entre “fenomenología estática” y “fenomenología
dinámica” puede leerse en Llinares (2003).
7
Esta es la primera crítica que Díez de Velasco (2006) dirige a la fenomenología de la religión. Para
Díez de Velasco, aunque la fenomenología pretende ir “a las cosas mismas” lo hace de forma sesgada,
partiendo de las religiones más cercanas o conocidas. Por mi parte, señalaría dos objeciones a esta crítica.
En primer lugar, en un nivel puramente teórico, cabe señalar que la crítica no es exclusiva a la fenome-
nología de la religión, sino que es un problema epistemológico básico. De forma inevitable, partimos de lo
que nos resulta más cercano, próximo y conocido para, a continuación, extender y ampliar nuestro campo
de estudio e investigación, esforzándonos en comprender y alcanzar otras esferas y realidades que nos
resultan ajenas y extrañas. Nuestro acceso al mundo, nuestro modo de conocer, siempre parte de una
cultura, de un lenguaje y de un sistema conceptual que, en cierto modo, predeterminan nuestro conoci-
miento. Es el trasfondo de sentido del que no podemos escapar, pero sin el que tampoco podríamos operar.
Ahora bien, una vez que tomamos conciencia de estas dificultades intrínsecas al conocimiento humano, el
esfuerzo debe ir orientado a tomar cierta distancia de aquellas cuestiones y presupuestos que asumimos
de forma acrítica para revisarlos, modificarlos y adecuarlos en busca de mejores y más amplias compren-
siones. En segundo lugar, en un nivel más práctico, la crítica de Díez de Velasco no parece hacer justicia
a los grandes intentos realizados por la fenomenología de la religión. Un rápido vistazo por el índice y la
estructura de trabajos como los de van der Leeuw (1935), Widengren (1945) o Martín Velasco (1973)
pone de manifiesto el esfuerzo que estos autores realizan por atender a una amplísima variedad de fenó-
menos religiosos que sobrepasan con creces aquellas concepciones que, por decirlo de algún modo, se
encontrarían dentro de su zona de confort. Asunto diferente, que también tendremos ocasión de tratar en
estas páginas es que, pese a la amplitud de miras y los planteamientos originales, los autores puedan caer
en posturas evolucionistas o religiocéntricas.
8
A pesar de que la intención explícita de van der Leeuw fuese justamente la contraria: «La fenome-
nología no sabe nada de una “evolución” histórica de la religión; menos aún de un “origen” de la religión»
(van der Leeuw, 1933: 657).
9
Esta será la segunda crítica que Díez de Velasco dirige a la fenomenología de la religión. En esta
ocasión, no duda en afirmar, en clara alusión a los análisis de Otto, que «la ambiciosa visión eidética
terminó convirtiendo a la religión en un elemento sui generis irreductible, que fue enredándose entre
“Absolutos”, “Misterios” y “Esencias” inalcanzables» (Díez de Velasco, 2006: 63). Esta forma de compren-
der la referencia a una realidad ulterior le lleva a hacer depender la fenomenología de lecturas teológico-
esencialistas. Para Díez de Velasco, esta es una “fenomenología católica” ya obsoleta, solo presente en
España. De hecho, según Díez de Velasco, es el carácter retardario de los estudios religiosos en España lo
que ha hecho que en la década de los 70 surjan una serie de trabajos realizados por “teólogos católicos”
como Martin Velasco, Lucas y Duch. Finalmente, para Díez de Velasco la fenomenología se convierte en
una ancilla theologiae o preparación para la misionología (ibid., 64).
Pese a que los términos utilizados —absoluto, misterio, infinito, esencia, etc.— puedan resultar con-
fusos y parezcan contener connotaciones metafísicas, todos buscan mostrar la limitación del conocimiento
humano. Son diferentes modos de expresar aquella idea teológica que Kant resumía con el concepto de
“Dios” y que formaba parte del a priori de la “razón” en sentido estricto. Y gracias a su consideración como
idea pura de la razón, no sólo se admitía su existencia noumenal, sino también se determinaba el límite
del conocimiento humano. Y este es quizá uno de los mayores logros de la epistemología moderna: el
reconocimiento de los límites del conocimiento humano. La fenomenología de la religión no se “enreda”
en un “inalcanzable”, como sugiere Díez de Velasco, sino que muestra como la parte objetiva del fenómeno
religioso apunta a realidad que trasciende los límites del conocimiento humano, una realidad de la que ni
tan siquiera cabe afirmar su existencia fáctica. El autor parece ignorar que estas expresiones no dejan de
poner de manifiesto la radical apertura del ser humano a algo que se encuentra más allá de sí mismo. El
hecho de que la realidad con la que el ser humano parece entrar en contacto sea inefable podría ser una
dificultad insuperable «si el horizonte de lo humano se limitase a lo finito y lo mundano. Pero tal limitación
choca precisamente con los datos de la experiencia humana, una de cuyas características consiste en
inscribir todos los objetos con los que entra en contacto en el horizonte del ser y del bien que ninguno de
ellos agota» (Ayala, 1995: 142).
10 El análisis de esta corriente exigiría más espacio del que dispongo aquí. La dicotomía
Schleiermacher, Otto, Wach 12 y van der Leeuw hasta autores mucho más cerca-
nos a nosotros: «En nuestro caso concreto, la comprensión del hecho religioso
exige una capacidad de comunión del intérprete con la intención religiosa deter-
minante del mundo específico en el que se inscriben todas sus manifestaciones»
(Martín Velasco, 1973: 63).
Pero hemos de ser tajantes en este punto: si aceptamos la empatía como
mecanismo necesario para alcanzar la verdadera comprensión del fenómeno re-
ligioso, estamos obligados a desechar la objetividad del estudio. Sería totalmente
legítima la crítica que estima que la fenomenología de la religión pasa de ser un
análisis sobre el fenómeno religioso a un ejercicio religioso. Y, como tal, la feno-
menología quedaría al servicio de fines apologéticos.
El error reside en entender la empatía en términos psicologizantes como una
participación en la disposición del sujeto, cuando el objetivo de la apelación a la
empatía como recurso sería justamente el contrario: buscamos alcanzar los sig-
nificados entretejidos en la experiencia religiosa para descubrir la intencionalidad
de la conciencia subjetiva en relación con un objeto que se hace presente. Sólo
así evitaremos el peligro de despreciar la emoción, sentimiento y/o experiencia
religiosa como mero psicologismo.
La dificultad en el paso de la explicación a la comprensión es común a todas
las ciencias humanas. Frente al método propio de las ciencias de la naturaleza,
encargadas de explicar los fenómenos de la naturaleza, tenemos las ciencias hu-
manas, encargadas de comprender los significados humanos. Para llegar a la
comprensión es necesario captar la experiencia del autor y para ello hemos de
recurrir a nociones como significado o intención. Ahora bien, es suficiente con el
reconocimiento sincero del sentimiento, la emoción o el significado que el propio
sujeto hace explícito para comprender la intención que anima al fenómeno.
Pero esto no significa ni participación ni comunión: «Para captar esta inten-
ción, el fenomenólogo de hoy no tiene necesariamente que participar de forma
empática en la misma, como proponían los clásicos, basta con que tenga oído
12 También Fraijó llama la atención sobre esta dificultad: «La mayor parte de los fenome-
nólogos subraya que, para que esta comprensión sea posible, es necesario dejar de ser simple
espectador y penetrar en el hecho religioso analizado. J. Wach habla de congenialidad, y van
der Leeuw de inserción de lo religioso en la propia vida» (Fraijó, 2018: 121). Pero, para este
autor, no es necesario “convertirse” a una religión para analizarla y comprenderla, basta con
“una cierta empatía” que posibilite la comprensión de los significados intrínsecos.
para intuir que todo fenómeno religioso apunta más allá de sí mismo hacia la
realidad de la religión» (Rodríguez Panizo, 1995: 235). Es decir, no es necesaria
una disposición psicológica o una simpatía afectiva, basta con que el fenomenó-
logo se muestre abierto a la complejidad del objeto y muestre respeto e interés
sincero por el sentimiento y la actitud del sujeto.
La pretensión de normatividad. La apuesta por la empatía y la propiciación
de sentimientos y experiencias religiosas hizo que muchos investigadores des-
confiasen del verdadero objetivo de la fenomenología y denunciasen los supues-
tos intereses apologéticos de la fenomenología de la religión. Históricamente no
es reprochable. El propio Söderblom defiende que la fenomenología de la religión
es una nueva forma de teología natural y Heiler anima a que la fenomenología
avance en la determinación de la verdad/ falsedad de los fenómenos religiosos
analizados.
Sin embargo, es preciso recordar que la fenomenología de la religión pre-
tende ser un saber descriptivo y comprensivo. Una vez comprendido el fenó-
meno religioso —noema, noesis y relación objeto-sujeto—, la fenomenología de
la religión puede determinar qué hechos son efectivamente religiosos, incluso
cuáles se ciñen mejor a la estructura o tipo ideal; pero, en ningún caso puede
exceder sus límites. Entrar a considerar la verdad/falsedad del fenómeno reli-
gioso exigiría, por un lado, afirmar o negar la existencia del noema y, por otro
lado, juzgar la sinceridad de la noesis. Ambas cuestiones exceden las pretensio-
nes de la fenomenología. De hecho, muchos fenomenólogos afirman que deter-
minar la normatividad del fenómeno religioso es tarea de la filosofía de la religión
y no de la fenomenología.
En este punto parecen existir también numerosos malentendidos en torno a
la función de la filosofía de la religión. Creo que el equívoco puede remontarse a
van der Leeuw quien, a la hora de determinar las fronteras de la fenomenología
de la religión, afirma que filosofía y teología son las encargadas de dar respuesta
a “cuestiones de carácter filosófico y metafísico” que la fenomenología “no está
capacitada para plantear” (van der Leeuw, 1933: 656-657). De hecho, para este
autor, filosofía de la religión y teología tienen en común la pretensión de verdad.
La lectura de van der Leeuw parece condicionar notablemente a otros inves-
tigadores que, desafortunadamente, (con)fundirán la función y el objetivo de la
teología (natural) y el de la filosofía de la religión. Así, por ejemplo, Martín Ve-
lasco considera que la diferencia fundamental entre la fenomenología de la
sus discípulos más cercanos quienes convirtieron el método en una vía de acceso
al mundo humano de lo religioso. Max Scheler convirtió la visión de esencias
husserliana en la vía de acceso a un mundo de valores inalcanzables para el
entendimiento, pero sí para la intuición. La fenomenología nos abre así a una
dimensión de la experiencia que suscita nuevas preguntas y desencadena nuevas
formas de pensamiento. La conciencia afectiva tiene la capacidad de alcanzar las
estructuras axiológicas objetivas entre las que se encuentran los valores religio-
sos. De ese modo, el ser humano puede captar el valor supremo de lo sagrado.
Y, aunque la fenomenología de lo sagrado no permite, por sí misma, pasar a la
afirmación de la existencia de Dios, si permite descubrir “lo eterno” en el ser
humano, esto es, concebir al ser humano como una constante tendencia a lo
divino. Así, la explicación y fundamentación de la dimensión religiosa del ser hu-
mano se elabora desde el análisis de la persona y constituye tanto una filosofía
de la religión como una antropología filosófica.
Sin embargo, este modo de proceder también se encuentra con nuevas difi-
cultades y críticas. Los análisis de Scheler influyeron en Otto, van der Leeuw y
Eliade, quienes no dudaron en considerar al homo religiosus como una estructura
trascendental del ser humano. De este modo, se precipita una lectura que con-
sidera que la experiencia religiosa es la experiencia de la “criatura religiosa” (su-
jeto) con la trascendencia (objeto) y determina el ser religioso como nota cons-
titutiva del ser humano. Es decir, se afirma que el ser humano es constitutiva-
mente religioso (García-Alandete, 2009). Las críticas no se hacen esperar: ¿qué
pasa con todos aquellos seres humanos que no se consideran religiosos?, ¿acaso
los ateos y agnósticos no son seres humanos? 13
En esta ocasión el error consiste en tomar una posibilidad, un modo de ser,
como condición de posibilidad. Se produce de este modo un salto improcedente,
un error en el razonamiento que toma una parte por el todo. El homo religiosus
13 Scheler se adelanta a estas críticas al afirmar que estas posturas son autoengaños. Al
considerar el acto religioso como «una dote esencialmente necesaria del alma humana espiri-
tual» niega la posibilidad de un tipo de ser humano no-religioso, pero sí permite que el ser
humano sitúe una creencia errónea, un ídolo o un bien finito en el lugar de Dios: «El agnóstico
se figura poder abstenerse del acto de fe, se figura no creer. Pero, si investigara con más
precisión su estado de conciencia, advertiría que se engaña. También él tiene una esfera ab-
soluta de su conciencia llena de un fenómeno positivo —no es que no posea en absoluto tal
esfera o la tenga completamente vacía. Pero ese fenómeno positivo es el fenómeno de la
“nada” o de la nihilidad valorativa. El agnóstico no es de facto un no creyente, sino que es un
creyente en la nada, es un nihilista metafísico» (Scheler, 1924: 224).
García, 2017).
resultado y, una vez que lleguemos a estas condiciones límite, comprobemos que
el asunto en cuestión es evidente por sí mismo. A pesar de ello, puede ser muy
difícil llegar a este punto, por eso, aunque las conclusiones de los argumentos
trascendentales son apodícticas están siempre abiertas a un debate incesante,
pues la regresión llevada a cabo desde una característica innegable de la expe-
riencia hasta su condición de posibilidad es ya una cuestión hermenéutica y,
como tal, depende de una interpretación que saque a la luz la coherencia subya-
cente, que explicite la significación expresada y haga manifiesto un sentido que
permanecía oculto.
Cualquier explicación de la naturaleza humana debe articularse a partir de
una dialéctica ontológica que tome en consideración el dato fenomenológico pero
que, a partir del mismo, sea capaz de remontarse a las condiciones de posibilidad
de dicha facticidad a fin de mostrar los constitutivos perennes de la naturaleza
humana. Pero, en segundo lugar, la interpretación también obliga a recrear un
sentido histórico, esto es, a no juzgar el pasado según nuestros parámetros ac-
tuales, sino a pensar expresamente el horizonte histórico como coextensivo con
el presente y el pasado, adquiriendo mayor conciencia de la propia tradición cul-
tural y reconstruyendo el devenir histórico de los fenómenos analizados. Dado
que los argumentos trascendentales parten de un hecho indubitable de nuestra
experiencia y se remontan a una tesis fuerte que atañe a nuestra propia condición
como seres humanos, la argumentación trascendental no puede dejar de ser una
cuestión hermenéutica. La investigación trascendental que se articula en los ar-
gumentos trascendentales opera a través de la discusión hermenéutica y encuen-
tra en la reconstrucción histórica un apoyo fundamental.
Taylor no se limita a determinar teóricamente esta metodología filosófica,
sino que de forma sistemática la pone en práctica a lo largo de su obra. Así,
cuando centra su atención en la religión, partiendo de la experiencia religiosa,
describe al ser humano como un “ser poroso” [porous self] (Taylor, 2007: 28),
vulnerable y permeable a la imposición de fuerzas y significados totalmente pro-
venientes de “seres intracósmicos pero extramundanos”. Pero, frente a este
modo de ser, opone el “yo obliterado/taponado” [buffered self], un modo de ser
que imposibilita el paso o la inundación por parte de fuerzas y significados ajenos
al ser humano. La contraposición entre un yo poroso y un yo obliterado lleva a
Taylor a reflexionar sobre las diferentes formas de espiritualidad y exige el re-
troceso hasta la condición de posibilidad de estos modos de ser. Es el
esclarecimiento de una estructura trascendental del ser humano que queda re-
cogida en la noción de “ser espiritual” y que posibilita la creencia en la inmanencia
y en la trascendencia como modos igualmente válidos de espiritualidad 15.
Ahora bien, la investigación de Taylor nos sirve para ejemplificar el objetivo
último al que se debería encaminar una fenomenología de la religión. Pero su
investigación no cierra todas las posibilidades. De hecho, podríamos preguntar-
nos si nuestra condición como seres espirituales no supone la variación de otra
dimensión constitutiva más originaria que remite a la radical apertura del ser
humano: «La religiosidad como apertura del hombre a una dimensión trascen-
dente de la realidad tiene su fundamento en la necesidad […] de dar sentido a sí
mismo, a su existencia, a sus circunstancias gozosas y dolientes, a su muerte,
de dar sentido al mundo —como totalidad de lo existente, de la realidad, de lo
real— y de dar sentido a las relaciones entre ambos» (García-Alandete, 2009:
117). El ser humano es un ser abierto, incompleto, contingente, limitado, insufi-
ciente, finito que se pregunta por el sentido de la totalidad de la existencia y, en
ese preguntarse, se ve obligado a buscar el sentido más allá de sí mismo. En una
línea muy similar afirma Ricœur la referencia a más allá de sí mismo como raíz
de posibilidad de ese plus de significación:
Como veremos, el hombre nos parecerá no sólo discurso sino también pers-
pectiva, tanto exigencia de totalidad como carácter obcecado, tanto amor como
deseo […] El hombre es infinitud, y la finitud, un indicio restrictivo de esta infini-
tud; lo mismo que la infinitud es el indicio de trascendencia de la finitud; el hombre
está tan destinado a la racionalidad ilimitada, a la totalidad y a la beatitud como
obcecado por una perspectiva, arrojado a la muerte y encadenado al deseo
(Ricœur, 1949: 23).
15 Es preciso reconocer que Taylor termina deslizándose hacia una postura similar a la de
Scheler. Pese a que su intención explícita es tratar la creencia en la trascendencia y la creencia
en la inmanencia como dos opciones espirituales igualmente válidas, termina relegando la
creencia en la inmanencia a un modo derivado, secundario y menguado de espiritualidad.
BIBLIOGRAFÍA
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