Novena Guadalupe
Novena Guadalupe
Novena Guadalupe
basada en el NICAN MOPOHUA
María se fue aprisa a la montaña a visitar a su
prima Isabel. Hoy Ella quiere visitar tu hogar y
llevar la alegría que trae Jesús. Lo hace con la
Virgen de Guadalupe, que también visitó a su
pueblo a través de san Juan Diego. Ella quiere
llenar tu familia de su presencia maternal.
Acógela con el mismo cariño que lo hicieron
Isabel y Juan Diego y salúdala en esta novena con
el rezo del Santo Rosario, la oración predilecta de
la Virgen. Nos ha pedido que lo recemos todos los
días, preocupándose de nosotros sus hijos; así lo
han recomendado todos los Papas y los Santos.
La Virgen nos dice como a Juan Diego: “no
tengas miedo. ¿No estoy yo aquí, que soy tu
madre? ¿No estás bajo mi sombra y protección?
¿No soy yo tu salud? ¿Acaso no estás en mi
regazo? ¿Qué más necesitas? Que no te apene ni
te inquiete cosa alguna”; y como en casa de Isabel
llenará tu hogar de alegría.
El rezo del santo Rosario y la novena te lleve a
poner tu confianza en la Virgen para ser TODO
SUYO y, como en Caná, te dice: “haced lo que Él os
diga”. Que seas apóstol del Rosario y del amor de
la Virgen como san Juan Diego.
NOVENA DE LA VIRGEN DE
GUADALUPE
Primer día
Diez años después de tomada la ciudad de
México, se suspendió la guerra y hubo paz en los
pueblos; así fue como empezó a brotar la fe, el
conocimiento del verdadero Dios, por quien se
vive.
Era el empo de siembra, en el año de mil
quinientos treinta y uno, a los pocos días de ini‐
ciado el mes de diciembre, sucedió que había un
pobre indio, de nombre Juan Diego, según se dice,
natural de Cuauh tlán.
En cuanto a las cosas espirituales, aún todo de‐
pendía de Tlatelolco. Era sábado, muy de
madrugada, y venía en busca de las cosas de Dios
y a la catequesis. Al llegar junto al montecito
llamado Tepeyac, estaba amaneciendo; y oyó
cantar arriba del montecito; parecía el canto de
varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces
de los cantores; y parecía que el monte les
respondía. Su canto muy suave y deleitoso, que
era más bonito que el de los pájaros coyoltótotl y
tzinitzcan y el de otros pájaros lindos que cantan
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muy bien.
Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: “¿Acaso
soy digno de lo que oigo?, ¿quizás sueño?, ¿es
que me acabo de despertar?, ¿dónde estoy?,
¿acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho
los ancianos, nuestros antepasados?, ¿acaso estoy
ya en el cielo?”
Estaba mirando hacia donde sale el sol, arriba del
montecito, de donde procedía el precioso canto
celes al; y de pronto se detuvo el canto y se hizo
el silencio, y oyó que le llamaban de arriba del
montecito y le decían: “Juanito, Juan Dieguito”.
Luego se atrevió a ir donde le llamaban: no se
sobresaltó al instante; al contrario, muy contento,
fue subiendo el montecito a ver de dónde le
llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio a una
señora, que estaba allí de pie. Ella lo llamó para
que fuera jun to a Ella.
ORACIÓN FINAL: Oración en la contraportada.
Segundo día
Y cuando llegó frente a Ella, se maravilló mucho
de su sobrehumana grandeza; su ves do como el
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sol resplandecía, así brillaba. Y las piedras y rocas
sobre las que estaba,como que lanzaban
rayos,como de jades preciosos,como joyas
relucían. Como resplandores del arcoíris en la
niebla resplandecía la erra.
Los mezquites,cactus y otras diferentes
hierbecitas que allí se suelen dar, parecían
esmeraldas; su follaje, finas turquesas; y sus
ramas y espinas brillaban como el oro. Se inclinó
delante de ella y escuchó su palabra, que era muy
dulce y amable,extremadamente noble, como de
quien lo atraía y le mostraba amor. Ella le dijo:
“Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿A dónde
vas?” El respondió: “Señora mía y Niña mía,tengo
que llegar a tu casa de México Tlatelolco, a seguir
las cosas de Dios, que nos dan y enseñan quienes
son las imágenes de Nuestro Señor, nuestros
sacerdotes”.
ORACIÓN FINAL: Oración en la contraportada.
Tercer día
Ella luego le habló y le descubrió su preciosa vo‐
luntad; le dijo: “Que sepas y en endas, tú el más
pequeño de mis hijos, que soy la siempre Virgen
Santa María, Madre del verdadero Dios por quien
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se vive, del Creador de las personas, el Señor de
cuanto existe, Señor del cielo y de la erra.
Mucho quiero, mucho deseo que aquí me
construyan mi casita sagrada, en donde lo
mostraré a Él, (a Jesús),lo ofreceré a la gente,a Él
que es mi mirada misericordiosa,a Él que es mi
auxilio, a Él que es mi salvación.
Porque, en verdad, yo soy tu madre compasiva,
tuya y de todos los hombres,y de los que me
amen, los que me llamen,los que me busquen,los
que con en en mí.
Y ahí escucharé su llanto,su tristeza,para remediar,
para curar todas sus diferentes penas,miserias y
dolores.
Y para realizar lo que mi amor pretende, ve al
palacio del Obispo de México y dirás cómo yo te
envío a manifestarle lo mucho que deseo, que
aquí en el llano me edifiquen un templo; le
contarás puntualmente cuanto has visto y
admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que
lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré
feliz y merecerás mucho que yo recompense el
trabajo y fa ga con que vas a procurar lo que te
encomiendo. Mira que ya has oído mi encargo,
hijo mío el más pequeño; anda y pon todo tu
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esfuerzo".
Enseguida se inclinó delante de ella y le dijo:
“Señora mía, ya voy a cumplir tu encargo; por
ahora me despido de , yo tu humilde siervo”.
Luego bajó para ir a hacer su encargo; y salió a la
calzada que viene en línea recta a México.
ORACIÓN FINAL: Oración en la contraportada.
Cuarto día
Habiendo entrado en la ciudad, sin demora se fue
enseguida al palacio del Obispo, que era el
prelado que muy poco antes había venido y se
llamaba don Fray Juan de Zumárraga, religioso de
San Francisco.
Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados
que fueran a anunciarle; y pasado un buen rato,
vinieron a llamarle, que había mandado el señor
obispo que entrara.
Luego que entró, se inclinó y arrodilló delante de
él; enseguida le dio el recado de la Señora del
cielo; y también le contó cuanto admiró, vio y oyó.
Después de oír su explicación y su encargo,
pareció no darle crédito; y le respondió: “Otra vez
vendrás, hijo mío, y te oiré más despacio y
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pensaré en la voluntad y deseo con que has
venido”. Él salió y se vino triste, porque de
ninguna manera se realizó su mensaje.
En el mismo día se volvió: se vino derecho a la
cumbre del montecito, y se encontró con la
Señora del cielo, que le estaba esperando, allí
mismo donde la vio la vez primera.
Al verla se postró delante de ella y le dijo:
“Señora, Reina mía,Hija mía la más pequeña, mi
Muchachita, fui a dónde me enviaste a cumplir tu
encargo: aunque con dificultad entré a donde se
encuentra el Obispo; le vi y expuse tu mensaje, así
como me ordenaste; me recibió bondadosamente
y me oyó con atención; pero en cuanto me
respondió pareció que no lo tuvo por cierto; me
dijo: “Otra vez vendrás; te oiré más despacio; veré
muy desde el principio el deseo y voluntad con
que has venido”. Comprendí perfectamente en la
manera cómo me respondió, que piensa que es
quizás invención mía que Tú quieres que aquí te
hagan un templo y que acaso no es de orden tuya;
por lo cual te ruego encarecidamente, Señora y
Niña mía, que para que lo crean le encargues que
lleve tu mensaje a alguno de los principales no‐
bles, alguien conocido, respetado y es mado;
porque yo soy un hombre del campo, soy como
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una cuerda para cargar, soy parihuela, soy cola, lo
úl mo de mi comunidad, y Tú Niña mía, la más
pequeña de mis hijas, Señora , me envías a un
lugar a donde no suelo ir y donde no me paro.
Perdóname que llene de pena tu rostro, tu
corazón, y caiga en tu enfado, Señora y Dueña
mía".
Le respondió la San sima Virgen: “Escucha, hijo
mío, el más pequeño, es cierto que no son pocos
mis servidores y mensajeros, a quienes puedo
encargar que lleven mi mensaje y hagan mi
voluntad; pero es necesario que tú vayas,
ruegues, y que con tu mediación se cumpla mi
voluntad. Mucho te ruego, hijo mío, el más
pequeño, y con rigor te mando, que tú,
personalmente, vayas mañana a ver al obispo. Y
de mi parte hazle saber por entero mi voluntad:
que ene que poner por obra el templo que le
pido.
Y otra vez dile que yo en persona, la siempre
Virgen Santa María Madre de Dios, te envío”.
Respondió Juan Diego: “Señora y Niña mía, no te
cause yo disgusto; de muy buena gana iré a
cumplir tu encargo; de ninguna manera dejaré de
hacerlo, ni tengo por penoso el camino. Iré a
hacer tu voluntad, pero acaso no seré oído con
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agrado; o si fuere oído, quizás no se me creerá.
Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol,
vendré a dar razón de tu mensaje con lo que
responda el prelado. Ya de me despido, Hija
mía, la más pequeña, mi Niña y señora. Descansa
entre tanto”. Luego se fue a descansar a su casa.
ORACIÓN FINAL: Oración en la contraportada.
Quinto día
Al día siguiente, domingo, muy de madrugada,
salió de su casa y se vino derecho a Tlatelolco, a
instruirse de las cosas divinas y estar presente al
pasar lista, para ver enseguida al Obispo. Casi a las
diez, se terminó todo, porque se oyó Misa y se
pasó lista y se dispersó a la gente. Enseguida se
fue Juan Diego al palacio del Obispo.
Apenas llegó, hizo todo empeño por verle; otra
vez con mucha dificultad le vio; se arrodilló a sus
pies, se entristeció y lloró al exponerle el encargo
de la Señora del cielo; que ojalá que creyera su
mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de
construirle su casita sagrada donde manifestó que
lo quería. El señor Obispo, para cerciorarse, le
preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era;
y él refirió todo perfectamente al señor Obispo.
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Pero, aunque explicó con precisión la figura de
ella y cuanto había visto y admirado, que en todo
se descubría ser ella la Virgen, San sima Madre
del Salvador nuestro Señor Jesucristo; sin
embargo, no le dio crédito y dijo que no
solamente por sus palabras y su pe ción se había
de hacer lo que pedía; que además era muy
necesaria alguna señal, para que se pudiera creer
que le enviaba la misma Señora del cielo. Así que
lo oyó, dijo Juan Diego al Obispo: “Señor, mira
cuál ha de ser la señal que pides; que luego iré a
pedírsela a la Señora del cielo que me envió acá”.
Viendo el Obispo que ra ficaba todo, sin dudar ni
retractar nada, le despidió.
ORACIÓN FINAL: Oración en la contraportada.
Sexto día
Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa,
en quienes podía confiar, que le vinieran
siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién
veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego se fue
derecho y caminó por la calzada; los que venían
tras él, donde pasaba la barranca, cerca del
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Tepeyac, le perdieron; y aunque por todas partes
buscaron, en ninguna le vieron.
Así es que regresaron, no solamente porque les
estorbó su intento y les dio enfado. Además se
fueron a informar al señor Obispo, y lo hablaron
para que no le creyera: le dijeron que le
engañaba; que solo se inventaba lo que venía a
decir, o que únicamente soñaba lo que decía y
pedía; y en suma se propusieron que, si otra vez
volvía, le habían de agarrar y cas gar con dureza,
para que nunca más min era y engañara.
Entre tanto, Juan Diego estaba con la San sima
Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor
Obispo; la que, oída por la Señora, le dijo: “Bien
está, hijo mío, volverás aquí mañana para que
lleves al Obispo la señal que te ha pedido; con
esto te creerá y acerca de esto ya no dudará ni
de sospechará; y que sepas, hijito mío, que yo
te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que
por mí has emprendido; vete ahora, que mañana
aquí te aguardo”.
Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar
Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no
volvió. Porque cuando llegó a su casa, a un o que
tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la
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enfermedad y estaba muy grave. Primero fue a
llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era
empo, ya estaba muy grave. Por la noche, le rogó
su o que de madrugada saliera y viniera a Tla‐
telolco a llamar a un sacerdote, que fuera a
confesarle y a disponerle, porque estaba muy
cierto de que era empo de morir y que ya no se
levantaría ni sanaría.
ORACIÓN FINAL: Oración en la contraportada.
Sép mo día
El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego
de su casa a Tlatelolco a llamar a un sacerdote; y
cuando venía llegando al camino que sale junto a
la ladera del montecito del Tepeyac, hacia donde
se pone el sol, por donde tenía costumbre de
pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me
vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga,
para que lleve la señal al señor Obispo, según me
ordenó: que primero nuestro dolor nos deje y
primero llame yo de prisa al sacerdote; el pobre
de mi o lo está ciertamente aguardando”.
Por eso dio la vuelta al cerro, subió por medio de
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él y pasó al otro lado, hacia donde sale el sol, para
llegar pronto a México y que no le detuviera la
Señora del cielo. Pensó que por donde dio la
vuelta, no podía verle la que está mirando bien a
todas partes.
La vio bajar de la cumbre del montecito y que
estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió
a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: “¿Qué
hay, hijo mío, el más pequeño? ¿A dónde
vas?” ¿Se apenó él un poco, o tuvo vergüenza o se
asustó? Se inclinó delante de ella; y la saludó
diciendo: “Niña mía, la más pequeña de mis hijas,
Señora, ojalá que estés contenta. ¿Cómo has
amanecido? ¿estás bien de salud, Señora y Niña
mía? Voy a causarte disgusto. Que sepas, Niña
mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi
o; está muy enfermo, y está para morir. Ahora
voy presuroso a la casa de México a llamar a uno
de los sacerdotes amados de nuestro Señor, que
vaya a confesarle y disponerle; porque desde que
nacimos, venimos a aguardar el trabajo de
nuestra muerte, pero sí voy a hacerlo, volveré
luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje.
Señora y Niña mía, perdóname; ten paciencia
conmigo: no te engaño; Hija mía, la más pequeña;
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mañana vendré a toda prisa".
Después de oír lo que decía Juan Diego,
respondió la piadosísima Virgen: “Escucha y ten
entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada
lo que te asusta y aflige; no se altere tu corazón;
no tengas miedo de esa enfermedad ni de
ninguna otra enfermedad o angus a. ¿No estoy
yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi
sombra y protección? ¿No soy yo tu salud? ¿Acaso
no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de
mis brazos? ¿Qué más necesitas? Que no te
apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la
enfermedad de tu o, porque no morirá ahora de
ella: estate seguro de que ya sanó". (Y entonces
sanó su o según después se supo). Cuando Juan
Diego oyó estas palabras de la Señora del cielo, se
consoló mucho; quedó contento. Le rogó que
cuanto antes le enviara a ver al señor Obispo, a
llevarle alguna señal y prueba, a fin de que le
creyera. La Señora del cielo le ordenó luego que
subiera a la cumbre del montecito, donde antes la
veía.
Le dijo: “Sube, hijo mío el más pequeño, a la
cumbre del montecito; allí donde me viste y te di
órdenes, hallarás que hay diferentes flores;
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córtalas, júntalas, recógelas; enseguida baja y
tráelas a mi presencia”.
Enseguida subió Juan Diego al montecito; y
cuando llegó a la cumbre, se asombró mucho de
que hubieran brotado tantas y variadas exquisitas
rosas de Cas lla, antes del empo que se dan,
porque en el empo de siembra había fuertes
heladas: daban un olor suavísimo y llenas del
rocío de la noche, que semejaban perlas
preciosas. Luego empezó a cortarlas; las juntó
todas y las echó en su regazo. La cumbre del
montecito no era lugar en que se dieran ningunas
flores, porque tenía muchos riscos, abrojos,
espinas, cactus y mezquites; y si acaso había
hierbecillas, como era el mes de diciembre todo
lo echa a perder el hielo.
Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del cielo
las diferentes rosas que fue a cortar; las que, así
como Ella las vio, las tomó en su mano las puso de
nuevo en el hueco del manto de Juan Diego
diciéndole: “Hijo mío el más pequeño, esta
diversidad de rosas es la prueba y señal que
llevarás al Obispo. Le dirás en mi nombre que vea
en ellas mi voluntad y que él ene que cumplirla.
Tú eres mi embajador, muy digno de confianza.
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Rigurosamente te ordeno que sólo delante del
Obispo despliegues tu manto y descubras lo que
llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé
subir a la cumbre del montecito, que fueras a
cortar flores; y todo lo que viste y admiraste, para
que puedas inducir al Prelado a que dé su ayuda,
con objeto de que se haga y construya el templo
que he pedido”.
Después que la Señora del cielo se lo ordenó, se
puso en camino por la calzada que viene derecho
a México: ya contento y seguro de salir bien,
trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su
regazo, no fuera que algo se le soltara de las
manos, y gozándose en la fragancia de las
variadas hermosas flores.
ORACIÓN FINAL: Oración en la contraportada.
Octavo día
Al llegar al palacio del Obispo, salieron a su
encuentro el mayordomo y otros criados del
prelado. Les rogó que le dijeran que deseaba
verle; pero ninguno de ellos quiso, haciendo
como que no le oían, sea porque era muy
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temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los
molestaba, porque les era importuno; y además,
ya les habían informado sus compañeros, que le
perdieron de vista, cuando habían ido en su
seguimiento. Largo rato estuvo esperando. Ya que
vieron que estuvo mucho rato ahí, de pie,
cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era
llamado; y que al parecer traía algo que portaba
en su regazo, se acercaron a él para ver lo que
traía y como vio que por eso le habían de
molestar, empujar o aporrear, descubrió un poco
que eran flores; y al ver que todas eran diferentes
rosas de Cas lla, y que no era entonces el empo
en que se daban, se asombraron muchísimo de
ello, lo mismo de que estuvieran frescas, y tan
abiertas, tan fragantes y tan preciosas. Quisieron
agarrar y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte,
porque cuando iban a agarrarlas, ya no veían
verdaderas flores, sino que aparecían pintadas o
bordadas o cosidas en el manto.
Fueron luego a decirle al señor Obispo lo que
habían visto y que pretendía verle el indio que
tantas veces había venido; el cual hacía mucho
que por eso aguardaba, queriendo verle. Al oírlo,
cayó el señor Obispo en la cuenta de que aquello
era la prueba, para que cer ficara y cumpliera lo
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que solicitaba el indito. Enseguida mandó que
entrara a verle.
Luego que entró se postró delante de él, así como
antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que
había visto y admirado, y también su mensaje.
Dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera
a decir a mi Ama, la Señora del cielo, Santa María,
preciosa Madre de Dios, que pides una señal para
poder creerme que le has de hacer el templo
donde ella te pide que le construyas; y además le
dije que yo te había dado mi palabra de traerte
alguna señal y prueba, que me encargaste, de su
voluntad.
Condescendió a tu recado y accedió amablemente
a lo que pides, alguna señal y prueba para que se
cumpla su voluntad. Hoy muy temprano, me
mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la
señal para que me creyeras, según me había dicho
que me la daría; enseguida lo cumplió; me envió a
la cumbre del montecito, donde antes yo la viera,
a que fuese a cortar varias rosas de Cas lla.
Después que fui a cortarlas, las traje abajo; las
tomó con su mano y de nuevo las echó en mi
regazo para que te las trajera y a en persona te
las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del
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montecito no es lugar en que se den estas flores,
porque sólo hay riscos, abrojos, espinas, cactus y
mezquites, no por eso dudé: cuando fui llegando
a la cumbre del montecito, miré que estaba en el
paraíso, donde había juntas todas las varias y
exquisitas rosas de Cas lla, brillantes de rocío,
que luego fui a cortar. Ella me dijo por qué te las
había de entregar; y así lo hago, para que en ellas
veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y
también para que aparezca la verdad de mi
palabra y de mi mensaje".
ORACIÓN FINAL: Oración en la contraportada.
Úl mo día de la novena
“Aquí las enes: recíbelas”. Desenvolvió luego su
blanco manto, pues tenía en su regazo las flores, y
así se esparcieron por el suelo todas las diferentes
rosas de Cas lla, se dibujó en su manto y apareció
de repente la preciosa imagen de la siempre
Virgen Santa María Madre de Dios, de la manera
en que está y se guarda hoy en su sagrada casita
del Tepeyac, que se nombra Guadalupe.
Tan pronto como la vio el señor Obispo, él y todos
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los que allí estaban, se arrodillaron asombrados:
se entristecieron y apenaron, se levantaron para
verla, mostrando que la contemplaban con el
corazón y el pensamiento. El señor Obispo con
lágrimas de tristeza oró y le pidió perdón de no
haber puesto en obra su voluntad y su encargo.
Cuando se puso de pie, desató el cuello de Juan
Diego, del que estaba atado el manto en que se
dibujó y apareció la Señora del cielo. Luego lo
llevó y fue a ponerlo en su Oratorio. Un día más
permaneció Juan Diego en la casa del Obispo, que
aún le retuvo.
Al día siguiente le dijo: “Ve a mostrar dónde es
voluntad de la Señora del cielo que le construyan
el templo”. Inmediatamente se invitó a todos para
hacerlo. No bien Juan Diego señaló dónde había
mandado la Señora del cielo que se levantara su
templo, pidió permiso para irse; quería ir a su casa
a ver a su o Juan Bernardino; el cual estaba muy
grave cuando le dejó y vino a Tlatelolco a llamar a
un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle,
y le dijo la Señora del cielo que ya había sanado.
Pero no le dejaron ir solo, sino que le
acompañaron a su casa.
Al llegar, vieron a su o que estaba muy contento
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y que nada le dolía. Se alegró mucho que llegara
acompañado y muy honrado su sobrino, a quien
le preguntó la causa de que así lo hicieran y que le
honraran mucho. Le respondió su sobrino que,
cuando par ó a llamar al sacerdote que le
confesara y dispusiera, se le apareció en el
Tepeyac la Señora del cielo; la que, diciéndole que
no se afligiera que ya su o estaba bueno, con
que mucho se consoló, le envió a México, a ver al
señor Obispo, para que le edificara una casa en el
Tepeyac. Manifestó su o ser cierto que entonces
sanó y que la vio del mismo modo en que se le
apareció a su sobrino; sabiendo por ella que le
había enviado a México a ver al Obispo.
También entonces le dijo la Señora que cuando él
fuera a ver al Obispo, le revelara lo que vio y de
qué manera milagrosa lo había ella sanado, y que
bien la nombraría, así como bien había de
nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen
María de Guadalupe.
Trajeron a Juan Bernardino a presencia del señor
Obispo; a que viniera a informarle y ates guar
delante de él.
A los dos, a él y a su sobrino, los hospedó en su
casa algunos días, hasta que se erigió el templo de
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la reina en el Tepeyac, donde la vio Juan Diego. El
señor Obispo trasladó a la iglesia Mayor la Santa
Imagen de la amada Señora del cielo: la sacó del
Oratorio de su palacio, donde estaba, para que
toda la gente la viera y admirara su bendita
imagen. La ciudad entera se conmovió: venía a ver
y admirar la devota imagen, y hacerle oración.
Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido
por milagro divino; porque ninguna persona de
este mundo pintó su preciosa imagen…”
ORACIÓN FINAL: Oración en la contraportada.
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ORACIÓN FINAL
Virgen de Guadalupe, Madre nuestra, erna y
amorosa. Venimos a recordarte tu promesa de oír
siempre nuestras súplicas y de consolar nuestras
penas.
Te rogamos, pues, que intercedas ante tu Hijo
divino, para que conservemos y vivamos nuestra
fe, y en nuestros hogares reine Cristo; que en
nuestras almas aliente una intensa vida cris ana y
una devoción sólida a Ti, Madre nuestra.
En especial, te pedimos la gracia de …….
¡Oh María, confiamos en Tí y nos abandonamos a
tu inmenso amor! Amén.
Tel.: (0034) 629 792 849 • (0034) 609 283 706 • (0034) 676 059 594
www.ADADP.es
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